LA CORRUPTORA (Guy de Cars)
Publicado en
enero 08, 2012
Titlulo Original: La CorruptriceLA PRIMERA NOCHE
¿Para qué fechar? ¿Para qué perder tiempo describiendo el lugar donde me encuentro?. Es triste y siniestro... Lo único que para mi tiene valor es que Ella está ahí, descansando en la habitación contigua... La puerta quedará entreabierta durante toda la noche. Antes de dormirse sabía que yo permanecería cerca de ella; como todas las noches desde hace un mes, velando por su sueño. Comienza a recuperar la confianza. Ha comprendido que haré todo lo que esté a mi alcance para salvarla: no quiero que mi amor muera...
Pero nunca sabrá que al fin esta noche me decidí a escribir esta noche. ¿Seguiré haciéndolo hasta el amanecer? ¿Y una sola noche me bastará para dejar todo plasmado? ¿Por qué escribo?.Por supuesto que no para los demás... ni para Ella que no leerá nunca esto, ¡que no debe leerlol Estas páginas le harían todavía mucho daño. Escribo simplemente para mí; es una necesidad que me atormenta desde que Ella y yo vinimos a para aquí. Es también el único medio de aclarar mis ideas aún demasiado confusas, de comprender a fondo el mecanismo insensato de este drama que hemos vivido recientemente. Ignoro si escribiré todo, absolutamente todo... Creo que sólo me bastará revivir en mi memoria ciertos momentos; allí están anclados para toda mi vida. Otros, en cambio, no están bastante claros: a éstos trataré de analizarlos... Hay, en fin, lo que escribió "la otra», lo que ella llamaba "su diario íntimo». ¡El horrible diariol Cuando todo se haya unido lógicamente―lo que yo debo, escribir, los recuerdos de mi memoria y las repelentes confidencias de "la otra»― me sentiré más fuerte, con más medios, además, para curar a la única mujer que he amado en mi vida y que continua amándome ¿Cómo remediar un mal si se ignora su causa profunda? Sé que soy el único en haber reunido todos los elementos de esta crisis moral y física. ¿Quién, aparte de mí, hubiera podido hacerlo? ¿Acaso no fui el héroe involuntario? Hay momentos en que me pregunto si no habré vivido una pesadilla durante dos años. Tengo la esperanza de que, mañana por la mañana, cuando haya confiado―lo mejor y lo peor― a estas páginas, mi espíritu estará al fin liberado... Nadie en el mundo podrá leer lo que escriba durante toda esta noche. El crepúsculo ha caído, rápidamente, como sucede siempre en los países de montañas. Afuera la oscuridad es }total: es el silencio. Sin embarg9, percibo a través de los vidrios, aquí y allá, algunas vagas luces parpadeantes, suspendidas, un poco al azar, sobre el macizo del Pel―Voux. Uno llega a preguntarse por qué esas luces están allí, aisladas. Se apagarán mañana, una a una, al renacer la aurora, cuando ya no necesite este. memorándum que voy a forjar en una noche. Entonces podré quemar las páginas en esta chimenea. Así desaparecerán para siempre las huellas de la noche que se prepara, de la noche que tengo que vivir... Y hasta mi,― muerte, conservaré para mí solo este secreto, que llegría a ahogarme si no tuviera el valor de contármelo una vez, íntegramente... ... Aquello comenzó hace ya dos años, en otoño, muy lejos de aquí... Recuerdo perfectamente el día: un dos de noviembre. El tiempo era espantoso, como suele ser el día de los muertos en el oeste de Francia. Aún me veo en el andén de la pequeña estación donde esperaba la llegada del tren de París. Los expresos nunca tienen tiempo de detenerse en una estación así. Barrida por las ráfagas de viento y lluvia, mi espera fue larga. En ciertos momentos, cuando la humedad impregnaba demasiado mi impermeable, me refugiaba bajo la garita que servía de sala de espera. Pero, en realidad, apenas presté atención, en ese momento, a la inclemencia del tiempo; mi mente estaba en otra parte. Sólo más tarde, al recordar ese día, comprendí que ese tiempo era el único adecuado a la personalidad de la que yo esperaba... No había mucha gente en el andén... Recuerdo, sin embargo, haberme cruzado con el tío Heurteloup, que sinn duda iba a buscar a uno de sus once hijos. ¡Tipo extraño era el tío Heurteloupl No podré olvidarlo nunca; fue mi primer cliente al regresar del cautiverio, en Alemania... También vi a la hermosa Mme. Boitard, que me saludó con amable sonrisa. Decididamente, la mujer del escribano era encantadora! Había ido a mi consultorio la semana anterior; me dijo entonces unas palabras que me causaron placer: "Doctor, a pesar de que no hace mucho que ejerce, ya está usted, en la ciudad, tan bien conceptuado como su padre". Mi padre había sido un excelente médico, y la hermosa Mme. Boitard tenía siempre una palabra amable. Me parecía muy normal que el nuevo teniente de Aguas y Bosques estuviera enamorado de ella. Hasta se murmuraba en la comarca que eran amantes... Naturalmente, su marido el escribano no sospechaba nada. ¿A quién más vi en esa estación, mientras esperaba el tren de París? Creo que a nadie. Estaba tan preocupado por el motivo que me había llevado a este andén que, aun encontrándome con los cinco mil habitantes del pueblo,. estoy seguro de que no me hubiera tomado el trabajo de poner un nombre. sobre sus rostros. Al volver, después de la Liberación, luego de cuatro años de cautiverio, encontré la casa familiar vacía: mi padre había muerto en 1941, después de haber ejercido durante treinta y cinco años. Mi madre lo sobrevivió sólo unos meses. únicamente Clémentine, nuestra vieja sirvienta, estaba todavía allí para recibirme. Durante los dos últimos años de guerra la ciudad había estado sin médico. Tuve que ponerme a trabajar inmediatamente: seis meses más tarde mi consultorio estaba siempre lleno. Las gentes de la ciudad y de los alrededores habían depositado en el hijo la confianza que les había inspirado el padre. Mi abuelo también fue médico; creo que todos, en la familia, estamos destinados a serlo, de generación en generación... Al principio no tenía mucha práctica; precisamente había terminado mis estudios en vísperas de la movilización de 1939. Y lo que se aprende como teniente médico de un batallón de infantería (y luego en un campamento para oficiales prisioneros en Alemania) no puede llamarse experiencia. Faltaba la clientela: ahora la tengo, pero el drama que acabo de vivir me demuestra que. necesitaré años para conseguir el diagnóstico infalible de mi padre. Estaba en el andén de esa estación porque había ido a buscar lo que yo necesitaba: una enfermera asistente. No me daba abasto; ella me ayudaría para dar inyecciones, atender a domicilio, anotar las citas.... ¿Por qué habla elegido a esa mujer antes que a otra? Porque mí buen maestro de la Facultad, el profesor Berthet, me la había recomendado y yo conocía la certeza de su juicio respecto de sus colaboradores inmediatos. Recordaré siempre la primera entrevista que tuve con ella. Fue en el despacho de mi antiguo profesor, en el Instituto del Cáncer. Hacía varios años que el profesor Berthet había abandonado su Cátedra en la Facultad de Medicina de París para consagrarse, por completo, a investigaciones sobre el cáncer para verlo tuve que ir pues a Villejuif. Me recibió con su proverbial afabilidad. Advertí su alegría al volver a ver a uno de sus antiguos alumnos. Después de preguntarme si tenía éxito en mi pueblo del oeste me dijo, con esa brusquedad que tanto temí en la época de la Facultad: "Y bien, dígame, amigo, el motivo que lo trae". Le expliqué que necesitaba una enfermera calificada para ayudarme. Pero, como no era casado―para no escandalizar la estrecha mentalidad de una pequeña ciudad―, era indispensable que se tratara de una mujer no muy joven y que su moralidad fuéra Irreprochable. Pensaba que nadie más que mi gran profesor era capaz de encontrarme esa rara colaboradora. Después de reflexionar unos instantes, me dijo: «Creo tener aquí mismo la persona que le conviene. Posee todos sus diplornas y trabaja a mi servicio desde hace diez años. Tengo que reconocer que por primera vez en mi vida no he tenido que hacer una sola observación a una enfermera. Usted se preguntará por qué estoy dispuesto a separarme de semejante colaboradora. Sencillamente porque desde hace unos meses ella misma está manifestando el deseo de irse; creo que ya no le agrada la particular atmósfera de nuestro Instituto, destinado al estudio y tratamiento del cáncer. No hay día en que no repita: "lEstoy cansada. de Villejuif! Quiero irme", pero como todos los que envejecen bajo el yugo sigue quedandose... En realidad pretende una situación parecida a la que usted Ofrece: su sueño es convertirse en asistente de un médico que esté en contacto permanente con la clientela común. Recibir a esa clientela, visitarla, moverse, andar, no quedarse durante horas en un laboratorio, le vendría muy bien, a pesar de que ha rechazado varias proposiciones semejantes hechas por otros médicos. No siempre tiene un carácter fácil... Su nombre es Marcelle Davois. ¿Quién sabe? Quizá se deje tentar por su ofrecimiento" Al responder yo afirmativamente, mi antiguo profesor descolgó su teléfono: «Ruegue a Mlle. Davois que suba a mi despacho. Mientras la esperábamos prosiguió: "Sin duda, . a primera vista le parecerá algo extraña. Prefiero advertirle: es una persona más bien distante, muy reservada, que habla poco... lo cual, según. mi opinión, es la primera cualidad de una buena enfermera. Si acepta, terminará usted por acostumbrarse a ella y poco a poco se dará cuenta de que se le ha hecho indispensable para los mil pequeños detalles, de los que usted no puede ocuparse por falta material de tiempo. Hay que aligerar el trabajo porque la medicina general moderna abarca un campo demasiado vasto, sobre todo para un joven médico de provincia como usted, que debe tratar toda clase de casos, sin tener cerca a un especialista". Habían llamado. Cuando me volví hacia la puerta, ya estaba ella en la habitación. Había entrado tan discretamente que parecía que hubiera atravesado la puerta sin abrirla. Se mantuvo inmóvil, angulosa, el rostro enjuto bajo la cofia blanca. Los ojos eran grises, adquiriendo, por momentos, una extraña fijeza. Era una mujer sin edad: ¿tendría cuarenta o cincuenta años? Era imposible calcularlo. No se movió mientras el profesor Berthet le expuso el motivo de haberla hecho llamar. De tanto en tanto, sus ojos acerados lanzaban una mirada rápida hacia mí; en un relámpago me sentía detallado de pies a cabeza. Mi maestro no me había mentido: era una extraña criatura. Lo era todo, menos seductora. Una mujer puede no ser bella, pero tener encanto o, al menos, un poco de femineidad. Marcelle Davois no tenía ni belleza, ni encanto, ni femineidad. En ella sólo se percibía la― necesidad de ser "la enfermera modelo", la que se cita como ejemplo, la que son estimadas por su conciencia profesional, pero a la que nadie imagina vistiendo otra ropa que no sea la de enfermera. Cuando mi antiguo profesor terminó de hablar, respondió con voz seca―era la primera vez que yo escuchaba esa voz―: "Voy a reflexionar sobre el ofrecimiento del doctor Fortier, señor, y le rogaré que le trasmita mi respuesta dentro de unos días..." Después de una leve inclinación de cabeza, salió, como había entrado: en silencio. Acababa de trabar conocimiento con aquella que, en lo sucesivo, se llamaría siempre en mi mente: "La corruptora". Después de su partida, el profesor Berthet me preguntó qué pensaba de ella. En realidad, cuando me hizo esa pregunta yo no pensaba nada; estaba un poco aturdido por la extraña aparición. Hasta me preguntaba si era posible que existieran criaturas semejantes y, sobre todo, si era concebible que se les pudiera tener cotidianamente alrededor de uno. Participé mis temores a mi viejo maestro. Por cierto que la competencia y la abnegación de esa Marcelle Davois no podían ponerse en duda, puesto que él mismo―el Gran Maestro― respondía de ellas, pero su aspecto exterior, sin ser repulsivo, era tan antipático que temí se alejará la clientela que asistía con confianza al consultorio de su médico amigo. La voz de esa mujer era francamente desagradable. La imaginaba ya diciéndole a uno de mis enfermos: "!Vamos, apresúrese. a acostarse para la inyección! ¡No perdamos tiempo! La primera inyección sería sin duda bien aplicada, pero ¿aceptaría el cliente que ella le diera la segunda? Había una única y verdadera ventaja de tener, a Marcelle Davois como enfermera asistente: nadie, en nuestra pequeña ciudad, tan chismosa, podría suponer, ni un instante, que ella fuera en mi vida otra cosa que una colaboradora en el trabajo. Era notablemente mayor que yo y no podía inspirar el menor sentimiento a un hombre: era• el prototipo de la solterona en toda su monstruosa sequedad. Después de haber escuchado atentamente mis objeciones, mi maestro me dijo: "Yo le advertí que .el primer contacto con esa mujer le produciría una sensación de malestar... y todo me hace pensar que Marcelle Davois producirá siempre ese lamentable efecto en todos los que la vean por primera vez. A sus clientes les sucederá lo mismo que a usted; en la segunda o, tercera entrevista, cambiarán de opinión. Bastará que adviertan que, bajo esa máscara de indiferencia voluntaria y sin duda necesaria a su oficio, se oculta una mujer increíblemente abnegada, apasionada por su trabajo, que ignora la fatiga y que permanece de pie durante horas y hasta noches enteras, si es necesario, para velar a un enfermo. Una colaboradora modesta que tiene un respeto absoluto por la autoridad y para quien el jefe―es decir, usted, si se decide a tomarla,― debe ser venerado por todos. Según me ha dicho, usted cuenta ya con una gran clientela, heredada de su padre y que lo aprecia... No estaría de más que de tiempo en tiempo lo temieran gracias a la aureola con que podría adornarlo una tercera persona, sin que usted intervenga. El temor afectuoso al diagnóstico del médico ps indispensable para que el enfermo siga al pie de la letra sus prescripciones o recetas. Esa mujer sabrá hacerlo respetar, y créame: aumentará su fama. Sin embargo, amigo mío, no quiero ejercer influencia sobre usted, de ninguna manera. Usted es un joven lleno de dinamismo, de buenos deseos y de experiencia... únicamente usted tiene que decidir si le resulta necesaria la presencia de una enfermera cuyo oficio es seguro. Vino a pedirme que le procurara alguien... Sin titubear, porque lo considero uno de los mejores entre mis antiguos alumnos, estoy dispuesto a separarme de la enfermera más inteligente que haya tenido o conocido durante mi larga carrera. Reflexione como, ella... Por otra parte, debo hacerle observar que ella no ha aceptado todavía... Le escribiré dentro de unos días para comunicarle su respuesta. Hasta la vista, mi querido Denys... Me esperan en el laboratorio". Salí perplejo del Instituto del Cáncer. Transcurrió una semana antes de que me llegara la carta del profesor Berthet, informándome que Marcelle Davois estaba dispuesta a abandonar París para convertirse en mi enfermera asistente en mi pueblo. La carta me indicaba también las condiciones financieras: me parecieron gravosas. Reflexioné aún varios días antes de contestar. Pero me sentía cada vez más agobiado por el trabajo y―¿por qué no confesármelo hoy a mí mismo?― me parecía preferible contratar a esa enfermera, con un salario alto, antes de que se instalara otro médico en la ciudad, en esa ciudad que había sido siempre y debía seguir siendo el feudo de los doctores Fortier y sólo de ellos.. Contesté a mi antiguo profesor que. esperaba a Marcelle Davois lo más pronto posible y que no solamente percibiría el salario exigido, sino que en mi casa se le daría alojamiento, alimento y ropa limpia, como ella pedía, ya que no quería poner casa, para poder consagrarse, noche y día, a su única obligación de enfermera. ...Tal era el motivo de que yo estuviera en el andén de la estación, ese dos de noviembre, esperando el tren de Paris en el que ella llegaba. La víspera por la tarde me había enviado un telegrama anunciándome su arribo. Al fin el tren penetró en la estación. Pocos viajeros descendieron. Vi la larga silueta de Marcelle Davois que se dirigía hacia mí, llevando una valija de mano. Estaba vestida de enfermera, con la toca blanca pegada a las sienes y envuelta en una capa de grueso paño azul marino. Parecía una temible ave de presa, avanzando hacia mí y hacia el pueblo. Apenas contestó mi saludo, limitándose a extenderme la boleta del equipaje. Tenía un baúl chato y dos grandes valijas que cargué en mi automóvil con la ayuda de Gastón, un empleado de la estación que conocía desde la infancia. Marcelle Davois estaba ya instalada en el coche, en el asiento delantero. De vez en cuando, mientras asegurábamos con cuerdas el equipaje sobre el techo, Gastón lanzaba, a hurtadillas, miradas de curiosidad a la recién llegada. Miradas elocuentes que querían decir: "¿Qué es esta mujer? ¿De dónde viene? ¿Quién es? ¡Aquí nadie se dejará atender por ella!„ En vista de tales miradas consideré necesario hacer las presentación e;: al buen Gastón no le interesaba y a Marcelle Davois tampoco. Me instalé ante el volante, teniéndola a ella a mi derecha, y partimos. Mi casa está sobre la carretera de Alengon: teníamos que atravesar toda la ciudad. Durante ese trayecto, relativamente largo, mi nueva colaboradora y yo tuvimos nuestra primera conversación verdadera. Cada pregunta que le hacía, cada respuesta que me daba, cada frase, cada palabra quedarán para siempre grabadas en mi memoria...―¿Hizo un buen viaje a pesar de parar ese tren en todas las estaciones?―Un viaje excelente, doctor.―Esa es la iglesia... El arcipreste, el canónigo Lefévre, es un hombre encantador... un erudito... que padece de reumatismo articular.―¿Un cliente?―Sí. Como todos los habitantes de la ciudad, aun los que no han ido todavía a verme... Algún día tendrá que sucederles algo.―La clientela es lo único importante, doctor.―¡La mía se diferencia bastante de la que frecuenta el Instituto de Villejuif―No lo creo, doctor... Además yo tenía poco contacto con la clientela; trabajaba sobre todo en el laboratorio bajo la dirección del profesor Berthet.―Es un gran maestro... ¡Pues bien! Sin duda la voy a asombrar, Marcelle... Permítame llamarla así: será más cómodo para el trabajo. .―Se lo iba a pedir, doctor...―Sí, Marcelle, la voy a asombrar: desde hace seis meses, cuando abrí de nuevo mi consultorio, cerrado después de la muerte de mi padre y durante mi cautiverio, no .he descubierto, un solo caso de verdadero cáncer entre mi clientela.―Me asombra, en efecto, doctor.―He visto muchos tumores, pero ninguno se ha revelado como netamente canceroso después de los exámenes practicados precisamente en Villejuif, o en el Instituto Pasteur.―Hace falta mucha práctica, doctor, y mucha paciencia para descubrir ciertas afecciones... En los cánceres del seno, por ejemplo, el profesor Berthet sólo comenzaba el tratamiento con la radioterapia después de haber determinado bien el lugar, las dimensiones y los límites del tumor...―Me doy cuenta de que usted debía ser una preciosa colaboradora para él... ¿No irá a extrañarlo, como también a . ese Instituto donde hallaba problemas tan apasionantes? Nuestra pobre medicina corriente no le parecerá insípida, hasta sin interés?―¡De ninguna manera, doctor! Ya no podía más...―¿Necesidad de evadirse, de cambiar de aire?―Quizá... pero también para volver a mi verdadera misión de enfermera que ha estado confinada a un laboratorio o a una rama especializada... En resumen, vuelvo a lo que era antes de entrar en Villejuif.―¿Y qué la impulsó a entrar ahí?―La muerte de mi padre...―¿.De... cáncer?―Era radiólogo en una época en que no se tomaban todas las precauciones actuales, en que no se sabía, sobre todo, protegerse de los rayos... Fue uno de los primeros mártires de la ciencia.―En efecto, su nombre me recordaba algo.―Usted era muy joven entonces, doctor. Mi padre murió con los dos brazos amputados. Le otorgaron la Legión de Honor en su lecho de muerte.―¿Y usted quiso, dentro de sus posibilidades, continuar su obra entrando en el Instituto del Cáncer?―No hice más que seguir el camino que él me había trazado... Mi padre. antes de especializarse, era, como el suyo, un excelente facultativo de medicina general en París.... Ante la tumba de mi madre, cuando yo era aún una jovencita, tomó la decisión de consagrar su vida a los rayos; era el único medio que se tenía entonces para luchar contra el mal abominable que se había llevado a mi madre.―¿También ella?―Un cáncer de la laringe... Encuentra muy hermoso lo que ha hecho usted.―No, doctor. Ha sido una tontería; he perdido mi tiempo y arruinado mi vida.―¡No diga eso! Hacen falta mujeres como usted, para ayudarnos en nuestras tarea.―Le prometo hacerlo lo mejor que pueda.―Estoy seguro de ello, Marcelle. ¿Sabía que el profesor Berthet la aprecia mucho?―El profesor Berthet es indulgente por naturaleza.―¿Si habláramos de otra cosa.. ? Mire: ahí tiene nuestra Municipalidad... Nos acercamos a casa... El nuevo intendente, nombrado durante la liberación, es un hombre enérgico, tal vez demasiado ambicioso. ¿Quién no es así en nuestra época, doctor? Usted mismo.―Sí... ¡Mi padre, no!―La vida de médico era más fácil en ese tiempo.―Esta es la casa... Es una vieja construcción ¡a la que quiero! Clémentine nos espera a la entrada. Estoy seguro de que se llevará bien con Clémentine. Después de haber sido mi nodriza se ha convertido en nuestra sirvienta. ¡Hace casi todo en la casa!. Hasta se permite de vez en cuando prescribir recetas asombrosas a mis espaldas, y eso no me gusta mucho. Debe de pensar que el solo hecho de ser sirvienta de un médico le confiere cierta autoridad. Es competente... en infusiones, sobre todo... Buenos días, Clémentine... Le presento a Mlle. Marcelle Davois... Acompáñela a su habitación, mientras yo me ocupo del equipaje... Esa fue nuestra primera conversación, Estaba contento de llegar; la presencia de esa mujer a mi derecha, en el auto, me había pesado durante todo el trayecto. Hasta me pregunté, viéndola subir la vieja escalera detrás de Clémentine, si llegaría a acostumbrarme a ella. Mi antiguo maestro no me había engañado al decirme que sería para mí una colaboradora de primer orden. Esa mujer sin edad, cuyo pasado parecía limitarse a la tumba de su madre y a la Legión de Honor de su padre, era la competencia misma... Sólo se animaba cuando hablaba de asuntos del "oficio", ¡y qué oficio! ¡Hurgar en las llagas del cáncer! Parecía estar marcada por el signo del mal, al que todo el mundo, empezando por mí, le tiene horror. Pero hay también otras enfermedades, no digo enfermedades agradables, a las que se les conoce remedio y que pueden ser curadas por el médico... ¿Sabría ella inclinarse con indulgencia sobre los que yo llamaba ya "mis queridos enfermitos", mis enfermos corrientes, los que contraen una bronquitis benigna o se dislocan un tobillo? ¿Habría introducido a un ser humano en mi casa, bajo ese techo familiar, siempre tan acogedor para las humildes miserias físicas de las buenas gentes? ¿Comprendería ella la 'belleza de un parto en una simple granja? ¿Le agradaría escuchar el primer llanto de un recién nacido? Sonriéndose, ~podría aconsejar al viejo Heurteloup que bebiera un poco menos de calvados para evitar el reumatismo? Precisamente eso le faltaba la sonrisa. Parecía ignorarla, y sin embargo... ¿no es el arma de una enfermera? ¡Tantos males se pueden curar con una sonrisa, con una palabra de esperanza! Es el puente indispensable que permite establecer el contacto con el enfermo temeroso y desconfiado. Y yo me preguntaba, contrariamente esta vez a lo que me había dicho el profesor Berthet, si esta segunda entrevista, que acababa de tener con ella, no habría agrandado el foso, abierto entre ambos, el primer día en que la vi, en el consultorio de mi antiguo jefe. Yo estaba en la biblioteca cuando Clémentine bajó del cuarto del primer piso donde, en adelante, viviría Marcelle Davois. Mi vieja sirvienta atravesó la pieza sin decir una palabra, casa rara en ella, tan halagadora... Adiviné que evitaba encontrar mi mirada. Cuando iba a entrar al comedor, la llamé:―¿Y, Clémentine... ¿Te has vuelto muda?.― No tengo nada que decir―, respondió mi nodriza. ―¡Vamos, vamosl Te arde la lengua de las ganas de dar tu opinión sobre la enfermera. ¿Qué piensas de ella? ¡Habla! ― ¡Pienso que hubiera hecho mejor quedándose donde estaba! ¡No es una mujerl ¡Es un monstruo! ―¿Qué quieres decir?―Es verdad que no dijo ni una palabra. Le mostré la habitación y las comodidades... ¡Miró todo como si no le interesara! No te hacía falta eso, Denys...―Oh, puedes estar segura... Sólo cuidará a los enfermos.. No tiene ningún derecho sobre la dirección interior de la casa, por supuesto. Tú quedas como única ama de casa. ― ¡Así lo espero! ¡No faltaría más!―¿Le dijiste que comemos a las ocho? ―¡Hará bien en estar a la hora de las comidas porque nunca le esperaré para servir la sopa! ―Tranquilízate, Clémentine, si es tal como la imagino, Mlle. Davois será siempre puntual. No me había equivocado. Nuestra primera comida fue siniestra. Comió poco y su presencia me quitaba el apetito. Intenté hacerle algunas preguntas sobre su vida pasada, sobre sus gustos, suponiendo que pudiera tenerlos; sobre una juventud que. parecía no haber conocido jamás... Fue trabajo perdido: sus respuestas fueron evasivas. Era de creer, verdaderamente, que esa mujer había nacido en un hospital o en una clínica, sin haber tenido nunca la curiosidad de salir de allí. Pretextando el cansancio producido por el viaje y la necesidad de deshacer su equipaje, subió a su cuarto enseguida de la comida. Eso me convenía, en el fondo. Cada vez que desaparecía, yo experimentaba una sensación de alivio. Al subir la escalera, sus últimas palabras fueron: ―Doctor, ¿a qué hora debo empezar a trabajar, mañana por la mañana?Respondí: ―Esté en mi consultorio a las ocho, le explicaré el trabajo que espero de usted. Luego, saldremos a visitar juntos a los enfermos que necesitan cuidado a domicilio. Pasado mañana irá usted sola. La tarde está reservada para las consultas aquí. Las aprovecharemos para poner un poco de orden en las fichas. Ya verá usted: adquirirá muy pronto el ritmo. Buenas noches, Marcelle.―Buenas noches, doctor. Su "buenas noches" fue glacial Volví a la biblioteca para escuchar la radio y fumar una pipa. La noche del lunes era casi la única en que no era molestado. Ignoro si es así en París, pero en provincia o en el campo, rara vez se enferma la gente los lunes por la noche. Los enfermos nuevos aparecen los martes. Recuerdo que el concierto era excelente. Escuchaba embelesado la Condenación de Fausto de Berlioz cuando la campanilla odiosa del teléfono―ese enemigo mortal de los médicos― empezó a sonar. Sólo tenía que estirar el brazo para descolgar el tubo:―¿Hola? ¡Ahí Es usted, madame Fayet... ¿El tercero? ¿Tose un poco? Dele una cucharada de uno de esos excelentes jarabes que seguramente tiene usted en su farmacia particular... y una aspirina disuelta en un vaso de agua azucarada. .. ¿Le tomó la temperatura? ¡Eso no es fiebre! Si, por casualidad aumentara, llámeme mañana a la mañana. Iré a ver a ese jovencito... ¡No, no! Usted nunca me molesta... Buenas noches, madame Fayet... Yo había mentido: Mme. Fayet me molestaba todo el tiempo y por motivos estúpidos. Pero era una buena mujer, esposa del inspector del Registro; sólo tenía un defecto: ser demasiado buena madre; siempre con la obsesión de las enfermedades que pudiera tener su prole. Teniendo tres hijos y dos hijas debía de haberse hecho ya a la idea de ver entrar en su casa los sarampiones, paperas, varicelas y otras enfermedades clásicas que permiten a los escolares tener vacaciones suplementarias... ¡Creo que en el fondo Mme. Fayet adoraba las enfermedades! ¡Y los medicamentos! Su cuarto de baño estaba mejor provisto que la farmacia Poirsault; ahí había de todo. Conservaba también las recetas: las mías habían sustituido a las de mi padre. Las clasificaba numerándolas por fecha. Acaso no me dijo un día en que fui a examinar la garganta de su hijo mayor:―¿Me aconsejó gárgaras, doctor? ¡Qué curiosol Recuerdo que su querido padre, en su receta del 3 de mayo de 1941, ordenaba para el mismo caso, un tópico...―:"¡Aplíquele el tópico, también, si eso le agrada!" La excelente Mme. Fayet era en el fondo una mujer temible... Pero cuando colgué el tubo, sonreí: después de todo causaba placer escuchar a, alguien hablando de esas simples nanas que engalanan sin riesgos nuestra cotidiana vida de médico. ¡La buena Mme. Fayet! ¿Qué diría si oyera a mi nueva enfermera hablar del cáncer? Se enloquecería y estaría segura de que cada miembro de su familia tenía uno, escondido en alguna parte y que hay que curar a cualquier precio. Pensé que sería un grave error enviar a Marcelle Davois a casa de Mme. Fayet, ni para aplicar ventosas. ¿No habría peligro de que ese mismo problema se me presentará con todas las Mmes. Fayet del pueblo? Debía de tener cuidado, de lo contrario pronto cundiría el pánico... Al día siguiente rogaría a mi enfermera a no revelar el hecho de que ella venía directamente del Instituto del Cáncer. ¡La gente se inquieta tanto cuando oye hablar de ese mal del que ignoran todo! No tardarían en murmurar: "Si el doctor Fortier ha hecho venir especialmente a esa miajer es que ha descubierto casos de cáncer en la comarca”. Y yo no quería eso. La voz aguda de Mme. Fayet había roto el encanto de Berlioz. Apagué la radio y subí a acostarme. Al pasar frente a la habitación de Marcelle Davois advertí que un rayo de luz se filtraba por debajo de la puerta. ¡No dormía aún y sin embargo hacia cerca de tres horas que me había dejado! Instintivamente miré mi reloj pulsera: ¡las once y media! ¿Qué podía estar haciendo? Sus cosas debían de estar ordenadas desde hacía rato. ¿Estaría leyendo, tal vez? Entré en mi habitación y me desvestí. Pero de antemano sabía que me costaría dormirme esa noche; era como si la presencia de la desconocida en una pieza cercana, echara un maleficio sobre toda la casa. Encima de mi pieza, oía a Clémentine caminar de un lado a otro; ella tampoco podía dormir. Tomé una novela policial y me acosté... Al cabo de una hora dejé la novela porque me aburría; era la primera vez que me sucedía semejante cosa, porque me encantan las novelas policiales y ésa era una de las mejores. Impulsado por no sé qué curiosidad, me levanté y entreabrí la puerta para ver si por fin Marcelle Davois había apagado la luz. Pude comprobar que el rayo de luz era todavía visible. Pensé que en lugar de leer quizá escribía. ¡Si hubiera sospechado que empezaba esa noche a redactar su monstruoso diario! ¡Ese diario que recién el mes. pasado vino a caer en mis manos, es decir, dos años después! Está aquí, sobre la mesa donde escribo en este momento... En el extremo superior de la primera página tuvo cuidado de poner la fecha 2 de noviembre... La escritura es apretada, impersonal, con trazos y perfiles que recuerdan un trabajo de institutriz. Sólo necesito intercalar por parte, siguiendo el orden de las noches en que fueron escritas, las páginas suyas entre las mías, para lograr así el hilo del drama.2 de noviembre. "Me parece justo que este nuevo diario comience en esta fecha: ¿el 2 de noviembre no ha sido pues dedicado al recuerdo de los muertos, de mis queridos muertos ... de mi padre y de mi madre, llevados ambos por el mal que odio? El horror al cáncer me ha hecho caer en este pueblo, en esta pieza que huele a moho de provincia y a tristeza de un pasado... Sinceramente, ya no podía ver más el Instituto de Villejuif, ni siquiera un hospital, ni una clínica cualquiera... Espero haber encontrado, viniendo a enterrarme aquí, la verdadera solución a una vida gris. "¿Por qué acepté venir a casa de este doctor, en lugar de elegir la de otro? No lo sé... Una especie de impulso instintivo me guió hacia él. ¿Porque es joven? No lo creo; he encontrado muchos otros médicos jóvenes en Villejuif y ninguno me produjo la misma impresión... ¿Porque me pareció .que todavía no, era muy competente? Ésa es quizá la verdadera razón que me decidió. Su inexperiencia me resulta muy simpática. ¡Ya estoy harta de todas esas lumbreras de la medicina y de esos profesores omnipotentes! Y creo haber dado prueba de habilidad durante el trayecto en su automóvil, al demostrar a mi nuevo jefe que conozco a fondo el trabajo que he realizado antes de que él fuera a buscarme. Varias veces me miró con asombro y casi con admiración. No está mal. Hasta me parece muy bien haberlo sorprendido. Era necesario. Ya estoy cansada de ser un simple peón en un tablero, la que lleva este calificativo. anónimo: "la enfermera". Y soy nada más que eso, porque no tuve los medios necesarios para terminar mis estudios de medicina, para convertirme en la doctora que se teme y respeta y, a veces, se admira. ¿Quién se fija actualmente en una de esas innumerables mujeres de toca blanca, perdidas entre el personal subalterno de un hospital o de un laboratorio? ¡Se han visto demasiado! "Por eso, al salir de la estación, quise afirmar inmediatamente mi prestigio. ¡Estoy segura de que aquí llegaré a ser alguien! Es necesario que muy pronto este joven adquiera la profunda convicción de que no puede prescindir de mi, que mis servicios le son indispensables. No será muy difícil: conozco bien mi oficio. Ya es tiempo de que salga de la sombra; he esperado demasiado. "La casa no me disgusta, a pesar de que no me agradan mucho estas viejas viviendas; la biblioteca me ha parecido bastante confortable. En cambio, no me gusta nada la sirvienta, esa Clémentine. Lo mismo le pasa a ella conmigo: lo sentí desde nuestro primer encuentro. Es del tipo de la vieja sirvienta prepotente, que cree que todo le es permitido, estúpidamente curiosa y muy fiel a su patrón. En cuanto pueda haré que la despidan para reemplazarla por una mujer que me sea fiel, que yo tenga bajo mi dominio y que me deba el puesto... En esta casa faltaba una mujer de buena cabeza. ¿No es curioso que este joven de treinta y dos años no se haya casado aún? Es cierto que estuvo prisionero; me lo dijo el profesor Berthet. Y si hubiera estado casado, seguramente yo no estaría aquí. No puedo soportar a mí alrededor la presencia de otras mujeres... ¿Tendrá tal vez una amante? Tengo que saberlo en seguida y, si es así, lo libraré de ella lo mismo que de su sirvienta. Es indispensable que ese joven, que me hace el efecto de ser débil, no sufra más influencia que la mía. "Desde mañana empezaré a conocer su clientela; parece importante. ¡Tanto mejorl Me divertiré― y, sobre todo, será una variación. ¡Cuántos cuentos y chismes deben correr en un pueblo como éste en que la gente tiene tiempo de aburrirse! Poco a poco sabré todo acerca de unos y otros: eso me servirá. Ir a cuidar los enfermos a domicilio es un medio maravilloso para arrancarles sus secretos de alcoba. Y de vez en cuando, sin demostrarles mucho interés, les daré algunos consejos de orden íntimo; los seguirán ciegamente. Quiero realizar aquí lo que me resultaba muy difícil en el Instituto. del Cáncer, donde nadie prestaba atención a lo que yo decía; estaban interesados en sus infructuosas― investigaciones. Aquí indispondré a las gentes entre sí y luego las reconciliaré. En esa forma tampoco la clientela podrá prescindir de mí... y la clientela, puesto que él es el único médico, ¡será todo el pueblo! Dentro de pocas semanas ya no. seré la oscura enfermera―asistente de un médico común, sino la Mujer que se tiene en cuenta, la que se consulta para todo y para nada... Al fin viviré el sueño que acaricio desde hace tantos años." Hay algo que sorprende particularmente en este diario: que Marcelle Davois no haya escrito más páginas en ese 2 de noviembre. Hay una hoja en blanco y luego continúa con la fecha del día siguiente: 3 de noviembre. ¿Qué hizo de todo lo que escribió la primera noche y que ya no aparece en el cuaderno? Ninguna página ha sido arrancada.―. Eso será siempre para mí un enigma, puesto que no he encontrado ningún otro papel entre sus cosas... ¿Habrá hecho desaparecer pasajes enteros? Cuanto más leo este cuaderno es mayor mi convicción de que no lo ha escrito directamente. ¡No tiene la menor tachadura! Todo lo que tengo―ante mi vista ha sido copiado con esmero, con una letra voluntariamente impersonal. Hubiera querido leer sus borradores, pero nadie los conocerá jamás... Como se lo había pedido, al día siguiente, a las ocho de la mañana, estaba en mi consultorio; reinaba allí un desorden indescriptible. No tardó mucho en ordenar todo. Diríase que durante toda su vida no había hecho otro trabajo: implantar el orden donde los demás no lo querían. Grande fue su asombro al enterarse de que yo no tenía aparatos de rayos X:―¡Pero, doctor, en nuestra época es indispensable! Para usted, sobre todo, que está solo en la ciudad. ―Mi padre pasó muy bien sin eso durante treinta y cinco años. ―Si su señor padre ejerciera todavía seguiría el ritmo de la medicina actual, y me daría la razón... ¿Ha pensado en los innumerables servicios que le prestaría esa instalación? Usted sabe tan bien como yo que la medicina más simple no puede prescindir del examen radioscópico... ya sea para las vías respiratorias, el corazón, el tubo digestivo o una vulgar fractura. Los rayos X proporcionan la certeza inmediata, evitan los tanteos, localizan el mal, confirman lo que se presiente y no es posible ver. Me sorprende que un médico joven como usted, con una considerable clientela, no tenga todavía esa instalación.―He pensado muchas veces en eso, Marcelle, pero siempre he vacilado ante el precio de la instalación, ahora prohibitivo.―Sería sólo una inversión, doctor, que usted recobraría pronto. ¡Es absolutamente necesario hacer ese esfuerzo financiero! Estoy convencida de qué su antiguo maestro, que también fue mi jefe, el profesor Berthet, le aconsejaría lo mismo.―¿Qué casa me recomendaría usted? ―En Francia hay algunas excelentes, tales como la. Massiot o la Compañía General de Radiología... Pero, si usted tiene más confianza en una instalación extranjera, la Siemmens en Alemania y la Philips en Holanda fabrican un material de primer orden... En cuanto le sea posible, debe hacer un viaje a París para informarse y ver lo que es la mejor. .. Y más, aún, no habiendo problemas de espacio de esta casa tan grande. No sucede lo mismo en los departamentos de los médicos parisienses que son casi siempre demasiado exiguos. ¿Me puede decir hacia dónde da esta puerta, doctor?―A un saloncito que servía de boudoir a mi madre; ahí se dedicaba a sus labores de tapicería. Abrí la puerta: el boudoir tapizado en cretona azul pálido permanecía intacto, tal como estaba cuando mi madre pasaba allí , tardes enteras. únicamente Clémentine tenía todavía derecho a entrar en esa pieza ovalada, convertida para mí en un museo de la piedad filial. Todos los sábados le sacudía el polvo; religiosamente, teniendo cuidado de que hasta la más insignificante chuchería volviera a ocupar su sitio, el lugar exacto en que mi madre la había colocado una vez por todas. Marcelle Davois miraba ese boudoir de tintes marchitos sin parecer comprender todo lo que para mi evocaba, desde el bastidor donde mi madre colocaba el canevás de su tapicería, hasta el sillón, de terciopelo bien conservado, en el que se sentaba, y al pie del cual yo había jugado, siendo. niño, durante largas horas, sobre la alfombra... Todo eso―como todo lo que pertenecía al pasado de los demás― no podía interesar a esa mujer de corazón insensible y pensamientos impenetrables. A ella le interesaba que las dimensiones de la pieza permitieran la instalación de los aparatos del progreso, de los que sirven para descubrir mejor el sufrimiento físico o las taras humanas.―¡Es el lugar ideal, doctor! Comunica directamente con su consultorio: los enfermos sólo tendrán que pasar por una puerta. Se podrá colocar la pantalla aquí, la mesa de báscula allí, y el diafragma giratorio justamente detrás... En este rincón el transformador y, a la derecha de la puerta, el tablero de control... Sería conveniente reemplazar el parquet por un piso aislador con lámina de plomo, aunque aquí es menos necesario que en un departamento de París, donde siempre hay vecinos en el piso de abajo. Sin aislador, los rayos pueden atravesar el piso, llegar a la pieza de abajo y ocasionar serios trastornos a las personas que vivan allí.―Aquí no hay peligro de eso, debajo de este boudoir hay un sótano. ―Perfecto: eso representa una economía apreciable en los gastos de instalación... ¡Pero, hay otra puerta en este boudoir! ¿A dónde" da? ―A una piecita de desahogo donde mi madre me hacía guardar los juguetes. Sin esperar mi permiso, Marcelle Davois había abierto ya la segunda puerta.―Este sería un lugar ideal para revelar; aquí se instalarían las cubetas y yo podría hacer los negativos inmediatamente. ―¿También sabe hacer eso?―¡Pero, doctor, tengo diploma de manipuladora y de asistente de radiología!―¿En suma, según usted, tenemos todo lo necesario para proceder a esa instalación, y yo seria un criminal si no lo hiciera?―No tanto, doctor. Más bien un atrasado.―Vea, Marcelle, sólo una cosa me preocupa en ese proyecto: temo que a mi clientela, bastante rutinaria y quizá . un poco `atrasada', como ha dicho muy bien refiriéndose a mí, no le guste entrar en esta pieza para hacerse sacar radiografías.―Pero tendrá que hacerlo, doctor. A la clientela se la educa... Hay que acostumbrarla. ¿No es peor, acaso, encontrarse con un caso dudoso y tener que enviar a los enfermos a un radiólogo de Mans y luego esperar que manden, las placas radiológicas para poder determinar definitivamente el diagnóstico? Más de una vez le habrá sucedido eso en los seis meses que ha pasado ejerciendo.―Es una pérdida de tiempo y de dinero que usted puede ganar con demasiada facilidad a un colega...―Veo que piensa en el lado práctico de la profesión.―Hay que hacerlo, doctor; de lo contrario otro médico, sabiendo que usted tiene ideas un poco anticuadas, vendrá a instalarse un día en esta ciudad y se llevará la mayor parte de su clientela, habiendo efectuado, como primera medida, la instalación sobre la que usted duda todavía.― Déjeme pensarlo durante unos días. Volveremos a hablar de ello... Ahora quiero iniciarla en las visitas a domicilio; lleve ese maletín. Ahí están los vasos para las ventosas, una botella de alcohol, vendas Velpeau, algodón, hisopos... en fin, todo lo necesario para curaciones sencillas. Por supuesto, si usted cree que falta algo, puede añadirlo. Las visitas fueron triviales: ningún caso serio, aunque muchas gripes, como sucede siempre a principios de noviembre. Cuando presentaba a mi asistenta y añadía que, salvo en caso de complicaciones serias, ella me reemplazaría desde el día siguiente en esas visitas cotidianas, percibía, en todas partes, un malestar indefinible. La gente la observaba con marcada desconfianza, pero callaba. Era evidente que Marcelle conocía su oficio―lo advertí durante esas primeras visitas y poseía, además, el don inapreciable en una enfermera, de saber hacerse obedecer por los enfermos. Tal vez hubiera cierta brusquedad y mucho automatismo en sus gestos. ¿pero no era ése el resultado lógico de una larga práctica? Por ejemplo, tuve que reconocer que aplicaba las inyecciones mucho mejor que yo, y que los enfermos, siempre muy sensibles y desconflandos en ese terreno, parecían no sentir nada y se sorprendían mucho de haber sido inyectados sin que se dieran cuenta. ¿Pero, después de todo, esa tarea no le correspondía más a ella que a mí? Siempre tuve la convicción de que los médicos aplican tan mal las inyecciones porque no les interesa hacer eso. Volvimos a almorzar: fue nuestra segunda comida frente a frente.―Recuerdo haberle dicho en la mesa: ―Habrá visto que aunque mis pacientes son numerosos ninguno de ellos está muy enfermo. No me contestó. En el fondo estaría molesta por haber encontrado sólo casos benignos en ese primer recorrido. Después de almorzar le ofrecí, por una cortesía, tomar una taza de café conmigo en la biblioteca: rehusó y subió a su habitación. Esta prueba de discreción de su parte no me desagradó. Me molestaba únicamente la idea apenas, había pensado en ello antes de contratarla de tener que compartir con ella todas las comidas. Pero era poco delicado, sobre todo al principio, pedirle que comiera aparte. Después de algunos días, veríamos..., Temía también el persistente malhumor de mi buena Clémentine. Estando yo presente no se atrevería a decir nada, pero estaba seguro que en la primera discusión que hubiera entre ellas, una de las dos se iría. Y como yo no podía hacer otra cosa que conservar hasta su muerte a la vieja sirvienta que me había criado, sería Marcelle quien haría las valijas. Empecé a preocuparme. Desde esa primera mañana tenía la prueba de, que mi maestro, el profesor Berthet, no se había equivocado: me había proporcionado una preciosa colaboradora. Debía entonces aceptarla, para bien de mi clientela siempre en aumento, tal como era: con su mutismo horripilante y su rostro hermético. De acuerdo con la inmutable rutina de todos los consultorios médicos, las consultas empezaban a las dos de la tarde. El primer cliente que se presentó ese día fue el viejo Heurteloup, ese gordo granjero, jovial y rubicundo que me encontré la vispera en el andén de la estación. Como era natural, Marcelle lo hizo pasar a mi consultorio; era una de sus atribuciones, como también atender el teléfono. A Clémentine le molestó mucho no realizar ella esas tareas; le encantaba recibir a los pacientes para charlar con ellos en la sala de espera, y aconsejarles que tomaran una ligera tisana... ¡Mi buena nodriza! ¡Ella sola me hacía perder un tiempo enorme! Respecto al teléfono, nunca aprendió a servirse de él: gritaba en el aparato, confundía los nombres, no entendía las direcciones, se equivocaba en las horas de las citas y mezclaba los nombres de las enfermedades sobre las que querían consultarme. Verdaderamente, era inaguantable. En lo sucesivo, Clémentine se encargaría de la cocina o de la ropa: sus verdaderos dominios. Con Marcelle Davois los enfermos se sucedían con ritmo acelerado. Cuando necesitaba una toalla para una auscultación, o un instrumento de medicina corriente, no me veía obligado a buscarlo por todas partes para descubrir dónde lo había guardado Clémentine, o a gritar por toda la casa llamándola. En pocas horas mi asistenta habla logrado hacer reinar el orden; todo estaba al alcance de mi mano. El viejo Heurteloup venía a verme por su hígado. Un hígado que le molestaba desde hacía años. La consulta se limitaba siempre a un buen sermón de mi padre: ―¿Qué le pasa, Heurteloup, le molesta de nuevo el hígado? ¡Se lo merecer ¡No quiere hacerme caso y sigue bebiendo su maldito calvados! ―Oh, doctor, sólo unos traguitos, de vez en cuando... ―¿Cuántos `traguitos' por día, como término medio? Sea franco, Heurteloup.―No los he contado... diez o doce... ―Uno de estos días su cirrosis hepática se lo va a llevar y se le terminarán los traguitos de calvados... Ya no podrá venir a ver a su amigo, el doctor Fortier. No quedará más que un buen entierro en el que la familia, tomará un trago a su salud en la Eternidad... Desvístase y acuéstese aquí: voy a palpar ese hígado. ¡Bastante mal estaba el hígado del. viejo Heurteloupl ―Puede vestirse. ¿Le dolió cuando lo apreté?" ―Un poco... ―Usted es muy resistente, Heurteloup. Desgraciadamente el organismo humano posee limites que hay que respetar. Llamé con el timbre: ―Desde mañana por la mañana, Marcelle, empezará su gira con una visita a este señor que se obstina en no cumplir ninguna de mis prescripciones. Lo obligará a tomar en ayunas un vaso de agua natural en la que haya disuelto polvo de Bourget, a razón de un paquete por litro.―Está bien, doctor.― No debe ser nada bueno ese remedio, refunfuñó el viejo granjero.―Es salado, Heurteloup, pero créame: es mejor, para lavar su hígado y su vesícula biliar, que el traguito matutino de vino blanco... Marcelle, en cuanto haya hecho pasar al enfermo siguiente, acompañará a este señor a la farmacia para obligarle a comprar los paquetes de Bourget y tintura de boldo, si no, yo lo conozco, no lo hará. Cuando tenga ese frasco, tomará veinte gotas diluidas en un poco de agua después de cada comida. ¿Ha comprendido? Puede retirarse, Marcelle. El buen hombre ya no decía nada. Parecía petrificado. ―¡Así es, amigo Heurteloupl Como usted es peor que un niño de cuatro años, he decidido aplicarle severas medidas, de lo contrario nos abocamos a una inevitable catástrofe. Por supuesto, daré instrucciones a mi asistenta para que mañana se ocupe de que toda su provisión de calvados sea puesta bajo llave: su mujer y sus hijos se encargarán de la vigilancia. No quiero verlo ingerir ni una gota de alcohol y si me entero que frecuenta cualquier bar del pueblo, iré yo mismo a sacarlo por el cuello. Va a ser razonable, ¿sí o no? El viejo Heurteloup seguía sin contestar. Nunca le había visto una cara igual... ―Y, bien... ¿qué. le preocupa?―¡0h, no es el remedio, doctor!... Más bien es la señora con su cofia...―¿Marcelle? ¿Le tiene miedo, eh?―No ha de tener muy buen carácter... ―Le hubiera convenido una mujer como ella. ¡Su hígado no lo molestaría nuncal Hasta luego, amigo Heurteloup. Volverá a darme los buenos días el lunes próximo a la misma hora; veremos los primeros efectos del tratamiento. Cuando salió de mi consultorio, Marcelle Davois lo esperaba, silenciosa y severa, en el vestíbulo. Continuaron pasando los clientes. La bella Mme. Boitard fue la última persona que entró esa tarde en mi consultorio. Me sorprendió; generalmente venía después de haber solicitado. turno por teléfono. ― ¡Qué sorpresa, señora! ¿Qué la trae por aquí?. Antes de contestar volvió la cabeza hacia la puerta del vestíbulo para cerciorarse .de que Marcelle la había cerrado bien detrás de ella y que no se había quedado en la. pieza. ―No se trata de mi salud, que sigue floreciente, doctor... Como pasaba frente a su casa, entré por curiosidad de ver la enfermera que ha hecho venir de París... ¿Sabe que después de las visitas que hizo con ella, esta mañana, no se habla de otra cosa?―"Verdaderamente... ¿la gente no tendrá otra ocupación?―Están intrigados... ¡Y confieso que hay motivol Contésteme francamente.. soy una amiga. ¿Cómo se le ocurrió esa idea absurda de traer a su casa una mujer como ésa? ¿No pudo elegir, al menos, una un poco más joven y sobre todo un poco más amable? Temo qué lo perjudique y aleje a la clientela. ―No lo creo, querida señora... Mlle. Davois es una excelente enfermera. Si fuera 'bonita hubieran murmurado. ―Después de todo quizá tenga razón; nadie va a creer que usted tiene el gusto tan deformado para interesarse en esa marimacho. Pero quiero advertirle que no quiero ser atendida por ella si por casualidad me pasa algo. Lo dejo... sus minutos son preciosos. ― ¿M. Boitard sigue bien?―Sí, doctor, como un marido que ,prefiere sus expedientes a su mujer. Cuando se fue, mi consultorio quedó impregnado de un perfume sutil, penetrante y sobre todo persistente... Un perfume que debía de agradar al amante, el hermoso teniente de Aguas y Bosques.,.. Encantadora Mme. Boitard que dejaba en su estela ese perfume de mujer adúltera. Entró Marcelle. Había terminado las consultas. ―¿Qué está haciendo, Marcelle?―Ventilo la pieza, doctor, abriendo la ventana. ¿No siente ese olor que se sube a la cabeza?―¿El perfume de Mme. Boitard? No me desagrada... A usted no deben gustarle mucho los perfumes, ¿no, Marcelle?―Siempre les he tenido horror, doctor―, contestó, cerrando la ventana con mal humor. ―Sin duda prefiere el olor de los medicamentos, ese perfume de los hospitales. No me contestó. ―Dígame, Marcelle, ahora que está por terminar este primer día de trabajo, ¿cree usted que se acostumbrará a su nueva vida?― ¡Por supuesto, doctor!―Siéntese; quisiera hacerle una pregunta: ¿cuando terminaba su trabajo en el Instituto del Cáncer, ¿qué hacía para descansar la mente, para cambiar de ideas y no pensar más en los horrores que había visto?―Nada, doctor... ¿Por qué iba a tratar de evadirme de mi obligación? Aprovechaba, al contrario, esas horas de libertad para continuar, según un plan muy, personal, los estudios de medicina que tuve que interrumpir por causas ajenas a mi voluntad, después de la muerte de mi padre.―¿Hubiera querido ser médica?―Sí, desgraciadamente después de mi año de P. C. N.―que para su generación se llama ahora el P. C. R.― y de mis dos primeros años de estudios, tuve que abandonar para ganarme la vida como enfermera. Por eso traté, más tarde, de recobrar, más o menos, esos cinco, años que me faltaron al comienzo―Estoy seguro de que hubiera sido una médica notable.―Gracias, doctor. Pero también hacen falta enfermeras diplomadas, ¿no es así? La campanilla del teléfono interrumpió nuestra conversación. Era un horticultor de los alrededores que me pedía fuera con urgencia: su joven esposa, encinta desde. hacía nueve meses, empezaba a sentir los dolores fuertes. Le prometí salir inmediatamente; luego de colgar el tubo, dije:―Marcelle, creo que comerá sola esta noche... No me espere. No sé a qué hora regresaré.―¿Quiere que lo acompañe, doctor? También tengo mi diploma de partera―No, todo andará bien. La madre está en excelentes condiciones físicas... Prefiero que se quede aquí para atender el teléfono. Si hay un caso urgente, sabrá adónde debe llamarme: aquí está el número del horticultor, M. Servais. Buenas tardes. En el fondo yo estaba encantado. Bendecía el parto de Mme. Servais; me resultaba un excelente pretexto para salir. Temía una nueva conversación con esa extraña criatura. Ya había caído la noche cuando saqué mi automóvil del garage. Siempre me gustó manejar de noche... ¿No es ése el destino de la mayoría de los médicos llamados a cualquier hora? La propiedad de los Servais se hallaba a unos diez kilómetros sobre la ruta de Mans... Yo evitaba tomar esa ruta,―sobre todo de día, a menos de no poder ir por otro lado. Pasaba delante de la verja de entrada del castillo y bordeaba luego el muro que cercaba el parque durante dos buenos kilómetros. Siempre temía encontrarme con la castellana, la que en mi corazón seguía teniendo un solo nombre: Christiane. Aunque sabía muy bien que mi antigua novia llevaba el nombre de aquel con quien se había casado durante mi cautiverio en Alemania: un tal M. Triel... jLa que en otro tiempo yo llamaba "mi" Christiane se había convertido en Mme. Triell Su marido supo mostrarse discreto, porque murió un año después de la boda, a causa de una extraña enfermedad, según la gente del país, contraída en las colonias. Christiane se encontró joven y viuda, propietaria del más hermoso castillo de la región y al frente de una gran fortuna. ¿De dónde provenía la fortuna de su esposo? De las plantaciones que poseía en África ecuatorial, afirmaba la gente... En realidad, nadie en el país había comprendido muy bien ese casamiento. ¿No éramos Christiane y yo grandes amigos desde la infancia? En esa época vivía en la casa vecina a la nuestra sobre el camino de Alencon. ¡Y no se trataba entonces de un castillo! Christiane, huérfana, había sido criada por una de sus tías paternas, persona bastante austera de lo que ella y yo conservábamos muy buen recuerdo. Mi joven amiga pasaba conmigo tardes enteras en la buhardilla de mi vieja casa: era la felicidad completa. Crecimos... Cada vez que volvía de París donde seguía los cursos de la Facultad de Medicina veía a Christiane con alegría. A los diecinueve años se había convertido en la joven más bonita que uno pudiera imaginar. Siendo niños aún, nos habíamos jurado casamos más tarde, pero al encontrarme en presencia de una muchacha adorable me sentí demasiado intimidado; no me atrevía a renovar mi demanda infantil de casamiento... Ella, espontáneamente, vino en mi ayuda un domingo de junio, mientras dábamos un paseo en barca por el río. La oigo todavía preguntándome:― Denys, ¿has olvidado la promesa que nos hicimos en la buhardilla?―¿Cómo quieres que la haya olvidado, Christiane, si cada vez que vuelvo te encuentro más adorable que nunca? Deseo tanto que seas mi esposa ...―Lo seré, Denys, cuando tú quieras. Cambiamos nuestro primer beso en la, barca, sobre el agua y en ,pleno sol. Primero debía terminar mis estudios. Luego sustituiría a mi padre y me casaría con Christiane. Pero vino la guerra, la desaparición de mis padres, mi largo cautiverio... La casa familiar, en la que Christiane y yo forjábamos proyectos de felicidad, quedó vacía, sin visitas de enfermos―puesto que "el viejo doctor" ya no estaba allí― y con Clémentine como único habitante... Clémentine esperaba día a día mi regreso. Lo esperaba todo el pueblo, por otra parte, desdle que allí faltaba el médico. Para encontrar uno había que recorrer catorce kilómetros. ―¿Cuándo volverá ,nuestro joven doctor?, se lamentaban las buenas gentes. Aunque en realidad sólo me habían conocido de niño o jovencito, ya me aureolaban con el prestigio que poseía el nombre de los Fortier. A pesar de que nunca me habían visto ejercer, estaban convencidos que yo sabía tanto como mi padre... Todos me habían esperado en :mi pueblo, todos excepto Christiane... Hacía unos meses que no recibía cartas de ella en Alemania. Muy preocupado, escribí a mi fiel Clémentine pidiéndole que me dijera la verdad. Y por fin, un día, llegó la respuesta... Era un respuesta torpe, inhábil, llena de faltas de sintaxis y de ortografía, pero se veía que estaba escrita por una nodriza con corazón de madre: Christiane se había casado... Con un hombre muy rico, mucho mayor que ella... Un tal M. Triel que acababa de comprar el castillo, en el que había hecho grandes trabajos... ¡No había que culpar mucho a Christiane después del tiempo que había esperado! Ya tenía treinta años y... ¡caramba! los años de la juventud pasan pronto sobre todo en tiempo de guerra... Tampoco había que sentir mucha pena; a mi vuelta encontraría la que yo quisiera para mujer... Había jóvenes encantadoras―¡y bonitasl― en el pueblo, que sólo pedirían eso: ser la, compañera del nuevo doctor... La buena Clémentine terminaba diciendo que ella vigilaba la vida y el comportamiento de esas jóvenes en vías de convertirse en mujeres... que a todas les hablaba de mí y que, poco a poco, en sus mentes, ese médico prisionero se convertía en un héroe... El héroe lejano que volvería un día a su país natal para fundar a su vez una familia. Rompí la carta de Clémentine; quedó diseminada en pedazos en el fango del campamento. Y me sentí muy solo... igual que cuando me dirigía en mi automóvil al patio de una primeriza. Seguí el muro del parque que bordeaba la carretera... Aceleré al pasar frente a la reja de entrada que permanecía abierta, día y noche, como si Christiane estuviera siempre dispuesta a recibirme... Ni siquiera tuve tiempo esa noche de percibir, al fondo de la avenida, la masa sombría del castillo, ni la lucecita que brillaba, como de costumbre, a la altura del primer piso. Cada vez que veía esa luz, pensaba que debía ser el cuarto de Christiane. Aún no habla entrado en ese castillo, ni siquiera franqueado el cerco del parque. Sin embargo, no había dejado de desearlo siendo niño, cuando la propiedad estaba en venta. La verja de entrada, en esa época, permanecía obstinadamente cerrada, con un cartel, siniestro y carcomido, que decía: «Propiedad en venta. Para informes, dirigirse a M. Boitard, escribano». Las malas hierbas invadían la avenida, sobre la que hablan caído también ramas secas, y allá al fondo se vela el edificio, siniestro y destartalado, con sus persianas golpeando al viento... A nosotros, los niños, ese castillo dormido nos parecía un lugar de leyenda. Las viejas de la región pretendían que nadie lo habitaba, desde hacía tiempo, porque estaba embrujado. Yo soñaba con escalar el muro del parque para penetrar en ese mundo desconocido, pero el miedo de encontrar algún fantasma me contuvo hasta la edad de diez años, Después, como todo el mundo de esos lugares, dejó de intrigarme y terminé por acostumbrarme a ese castillo olvidado que decoraba el paisaje. A mi regreso de Alemania vi que todo había cambiado: M. Triel habia pasado por el castillo con sus millones, dejando en él a su joven viuda. La verja de entrada se abrió ampliamente para recibir los grandes coches americanos que venían de París en cada week―end. La avenida estaba bien cuidada, las malas hierbas y las ramas muertas habían desaparecido, las persianas de la fachada no golpeaban al viento... Se decía que Christiane, a pesar de la prematura muerte de su marido, conservaba el mismo tren de lujo: con jardinero, guardabosque, chofer, cocinera, doncella... Personalmente, nunca la había encontrado durante mis visitas, terminando por creer que no quería salir del castillo. Yo me preguntaba, también, qué efecto me produciría un encuentro con ella si por casualidad llegaba a ocurrir un día. En el fondo no me interesaba mucho... A Christiane debía de pasarle lo mismo, porque jamás había manifestado deseos de verme durante los seis meses pasados desde mi regreso. Las cosas estaban mejor así: Christiane seguirla siendo la viuda rica y yo el médico solterón. No pensaba para nada en casarme, a pesar de los hermosos proyectos elaborados por el cerebro de la buena Clémentine. Todas estas reflexiones―sobre las que estaba grabado el rostro de aquella que habría sido mi esposa si no hubiera sido por la guerra y la espera de mi improbable regreso― contribuyeron a que me parecieran cortos los diez kilómetros que separaban el pueblo de la propiedad de los Servais. Cuando llegué las cosas estaban muy adelantadas y una hora más tarde, el feliz horticultor contemplaba con enternecimiento a su primer hijo, un hermoso niño de ocho libras. Era mi ciento duodécimo parto en seis meses. Ciento doce alumbramientos y noventa y cuatro permisos de inhumación durante ese período; los dos polos de mi profesión. .: el nacimiento de la Vida, la llegada de la Muerte. Con natural alegría, el horticultor había querido festejar en seguida el acontecimiento invitándome a comer; cuando volvía a mi casa era más de medianoche. Mi padre aceptaba siempre, esas invitaciones que asocian el médico a las alegrías de la familia. Afirmaba que era una costumbre que formaba parte de la profesión. A veces, esos ágapes tardíos, amenizados con interminables libaciones, resultaban cargantes, pero esa noche, en la casa de los Servais, todo había sucedido de manera íntima y encantadora. Al subir la escalera me sentía bastante alegre... Alegría, que desapareció instantáneamente cuando percibí el rayo de luz bajo la puerta de Marcelle Davois... La había olvidado completamente mientras estaba en casa de los Servais y aun durante el trayecto en auto durante el cual sólo pensé en Christiane. El simple rayo de luz bajo esa puerta me volvía a la realidad... Me detuve en el descanso, conteniendo la respiración: ningún ruido llegaba de la pieza ... Como la noche anterior, Marcelle Davois escribía. Esta es la fecha en el horrible cuaderno...3 de noviembre.Tengo la clara impresión de haber ganado importantes tantos en esta primera jornada. Ya no sabe qué pensar de mí: hasta ha tratado, después de las consultas, de mostrarse amable preguntándome qué hacía en mis ratos de ocio en el Instituto del Cáncer. Pero desconfío de la gente que se interesa por mí: es una manera encubierta de sondear mi pasado. No sabrá nada. No tengo pasado... Mi nueva existencia comienza ahora: sería menos aburrida que la anterior en los laboratorios de Villejuif. Me di cuenta, esta mañana, que todos esos clientes que visitábamos, desconfiaban... Él me observaba: ha comprendido que conozco mi oficio. Me impondré solamente por mi oficio. Mi primera impresión de ayer tarde se confirma: es un buen muchacho, concienzudo, rutinario también... Es de creer que ha tomado como norma de conducta todas las viejas costumbres de su padre, que debió ser el prototipo del médico de campo, temible e ignorante. Hice bien en decir al hijo que yo debía haber sido doctora... De haberlo sido no ejercería en un pueblo perdido de provincia, sino en París, o quizá en una gran capital extranjera. En América hubiera hecho maravillas: es un país donde las mujeres pueden triunfar.. El único drama de mi vida es no haber tenido los medios para terminar mis estudios. ¡Es escandaloso que jóvenes principiantes― como Denys Fortier, practiquen y tengan en pocos meses una gran clientela, sólo por la buena suerte de poder suceder a su padre ¡Qué vergüenza! No sólo me siento más competente que él, sino tanto como esos supuestos grandes maestros o profesores con quienes me he codeado diariamente en París; algunos de éstos sólo tenían su reputación gracias al esnobismo. Sin embargo, hay una excepción: mi antiguo jefe, el profesor Berthet. Un hombre que no se puede dejar de admirar. Además, ¿no fue el único en apreciarme en mi justo valor?Lo importante ahora para mí es el futuro: el que voy a crearme aquí... Al dar la idea sobre la instalación de los rayos X coloqué ya la primera piedra del edificio que me permitirá reinar al fin sobre los demás. Mis argumentos lo impresionaron bastante. Desde mañana por, la mañana volveré a la carga. Debo tener esos rayos a mi disposición: es el aparato maravilloso para infundir respeto a la clientela. Aprendí a manejarlo en Villejuif: conozco el choque psicológico que puede producir en un enfermo―estando con el torso desnudo, en una semioscuridad, delante de la pantalla― el solo hecho de oír decir al operador: `Tiene una pequeña lesión en la parte inferior del pulmón izquierdo... Oh, no es nada, pero de todos modos hay que atender eso cuanto antes', o `... La aorta no funciona muy bien... Está mal situada... Habrá que vigilarla: Frases dortas pero, suficientes para que el enfermo se sienta disminuido, apocado... Como tiene miedo, pierde su seguridad y se nos entrega, atado de pies y manos. Confiesa todo sobre su vida privada... Tenemos ventajas sobre él; ya no puede prescindir de nosotros. Eso conseguiré con los rayos X... La instalación estará hecha dentro de un mes." Mi asistenta sabía muy bien lo que escribía. Un mes más tarde el aparato de rayos X estaba instalado, listo para funcionar. Marcelle Davois insistió tanto que me dejé convencer. Aunque parezca increíble, lamentaré toda mi vida la instalación de ese aparato que fue el verdadero instrumento de un crimen. Tampoco me consolaré jamás de haber hecho estucar las paredes del boudoir, todavía impregnadas de la dulce presencia de mi madre. Cuando vuelva a mi vieja casa, lo haré restaurar, tal como estaba, y tal como lo amé en mi infancia: con sus cretonas de color azul pálido, su butaca tapizada de terciopelo, y en el centro, el bastidor de bordar... Los aparatos de rayos X irán a enmohecerse en la buhardilla. No es ir contra el progreso; es tener el valor de no utilizar más lo que ha sembrado la muerte en mi pueblo... Enviaré mis enfermos a Mans, cuando necesiten radiografías. Marcelle Davois obtuvo, desde los primeros exámenes radioscópicos, los "choques psicológicos" que buscaba en los enfermos. Pero tengo motivo para pensar que obtuvo su mayor victoria sobre mí. Por supuesto, durante mis estudios, yo había manejado, a menudo, aparatos de rayos X y estudiado placas, pero me faltaba la verdadera práctica y, sobre todo,, la detenida observación de los negativos para poder, en un rápido examen a través de la pantalla, descubrir la naturaleza exacta del mal. En cambio, Marcelle poseía esa práctica, y todas las tardes―cuando terminaba las consultas― ambos nos inclinábamos sobre las placas que ella acababa de revelar en las cubetas. Deba reconocer que me enseñó, entonces, muchas cosas. Durante esas sesiones, tenía la impresión de haberme convertido en su alumno, lo cual ciertamente no debía de desagradarle. Hablaba con voz monótona, mientras seguía con el índice los contornos más insignificantes reproducidos en cada placa. ―Vea, doctor, esta radiografía renal del viejo Heurteloup... Aclara considerablemente su diagnóstico... La pelvis está deformada, los cálices truncados... ya falta uno: es la prueba irrefutable de un tumor maligno. Usted no hubiera podido descubrirlo sin esta radiografía porque este tipo de tumor se desarrolla, principalmente, hacia adelante confundiéndose así con el hígado, y como este hígado está también muy enfermo,. es natural que no haya pensado en una segunda enfermedad.― No era posible ninguna duda: el viejo Heurteloup tenía un tumor renal además de su cirrosis hepática. De todos modos estaba perdido: su cirrosis se lo llevaría a lo sumo en seis u ocho meses. ¿Para qué decirle que también tenía un cáncer en el riñón? Ante todo, como me decía Marcelle, nunca se dice a un enfermo―que tiene un cáncer; además el viejo no se dejaría operar. Solamente su paso por el cuarto de rayos X fue toda,una historia...―¡No quiero que me hagan `cosas' con esas máquinas!―gritaba mientras yo lo obligaba a desvestirse―. ―¡Le aseguro, Heurteloup, que no es doloroso! No se mueva; mi asistenta le va a dar una pequeña inyección preliminar..." Era necesaria para la urografía endovenosa. Después de muchas reticencias, el viejo Heurteloup terminó por ceder ante la fría calma de Marcelle que le inyectó en la vena diez centímetros cúbicos de tenebryl, ese producto yodado y opaco que se elimina por el riñón: Cinco minutos después sacábamos una primera placa de los riñones. El viejo granjero se asombraba de que eso no doliera. Tomando confianza, aceptó que yo le pasara alrededor del vientre un cinturón con un pequeño balón de goma que Marcelle infló progresivamente para aplastar los uréteres sobre la pelvis. Luego volvió a gemir, ―Mírenlo, .¡qué gallina!―dijo secamente Marcelle. ―¿Y usted se cree un hombre? ¡Estoy segura de que su mujer hizo menos escándalo cuando dio a luz a sus once hijos!. Gracias al balón, el tenebryl se había acumulado en los riñones. Mi asistenta eligió ese preciso momento, más o menos un cuarto de hora después de la primera placa, para hacer una segunda, en la que acababa de mostrarme el tumor. ―Una imagen muy bonita―, según su propia expresión. Cuando el viejo Heurteloup, liberado del balón, salió de la cámara radiográfica, estaba congestionado y, mientras se vestía, gritaba: "Nunca más, ¿lo oye? ¡Nunca volveré a poner los pies en su casa, doctor! No me gustan los médicos, pero con su padre no pasaban estas cosas. No tenía todos esos aparatos y ese `cine' en la oscuridad... Todo eso son trucos inventados por los médicos jóvenes para hacer creer que son más sabios que los viejos y doblar el precio de la consulta. ¡Es una vergüenza! ¡La policía tendría que prohibirlo! ¡Esto ya no es medicina, es una fábrica!―No diga tonterías, Heurteloup. Si no quiere volver a verme es cuestión suya, pero no tiene derecho a acusarme de charlatanismo... Como prueba no le cobraré la consulta y le regalaré la radiografía. El viejo quedó desconcertado. ―Si es así, no digo nada... Pero puede guardarse la foto. No la quiero. Se fue sin despedirse, siquiera; me causó pena. Felizmente, mis demás enfermos no se comportaron como el viejo campesino delante de la instalación de rayos X. Muy pronto, la aprensión y la desconfianza instintivas―que cada uno siente al sacarse una radiografía por primera vez― se transformaron en curiosidad y confianza. Todos mis clientes querían tener su pequeña radiografía, aun por los motivos más insignificantes. Se puso de moda en el pueblo: los enfermos no salían satisfechos si no los examinaba delante de la pantalla y si no les decía: ―Todo marcha bien, tiene corazón de corredor y pulmones de campeón olímpico. A Marcelle le correspondía el triunfo de esa psicosis arraigada en la mente de cada uno de los enfermos. Unos días después de empezar a funcionar la instalación en mi consultorio, me enteré de que en la calle la gente comentaba: ―¿No sabía? Nuestro joven doctor va a sacar radiografías en su casa. ¡Si viera esos aparatos! ¡Son de complicados! ¡Deben de haber costado mucho! Es exactamente lo mismo que en Mans... Y no se siente nada. Marcelle Davois había ganado su primera partida y yo, como el último de los inocentes, ni siquiera imaginaba adónde me llevaría todo eso... A las seis semanas apenas de su llegada, mi asistenta había adquirido en la región la reputación que ambicionaba: era temida, pero su oficio inspiraba un profundo respeto. Y sobre todo a mí, lo confieso: se me había hecho indispensable. Un día, sin embargo―sería a principios de enero, dos meses después de su llegada―, tuve la visita del arcipreste, el canónigo Lefévre. Me parece escuchar todavía a ese santo hombre decirme:―"No vengo a verlo por mi reumatismo... Espero conservarlo durante el mayor tiempo posible, ya que dicen que es una señal de larga vida. Así que ni lo toquemos. He venido únicamente para hablarle de esa persona que ha hecho venir de París...―¿Mi asistenta?―Mi gestión se debe sólo al gran afecto que siempre he sentido por sus padres y por usted... Mi querido Denys, ¡tiene que librarse de esa mujer lo más pronto posible!―¿Por qué, señor arcipreste? ¡Marcelle Davois es para mí una colaboradora de primer― orden! ―Demasiado extraordinaria, en efecto... Ha adquirido en la región una importancia desmesurada en unas pocas semanas: su palabra es sagrada para mis feligreses. Mlle. Marcelle dice... Mlle. Marcelle piensa... Mlle. Marcelle aconseja... Se mete en todo su famosa asistenta. Si por lo menos se limitara a hablar de medicamentos o cataplasmas, yo no protestaría., Pero tiene la evidente pretensión de opinar sobre lo que no le concierne, hasta sobre cuestiones religiosas. Usted tiene que reconocer que, al menos en ese terreno, soy más competente que ella. Cuando fue a visitar, enviada por usted, el estado sanitario de las niñas del asilo, ¿sabe que se atrevió a decirles que Dios no existía y que las monjitas lo habían inventado para causarles miedo? Mis pobres Hijas de la Caridad quedaron consternadas.―Eso sí, estoy seguro de que Marcelle no tiene ninguna convicción religiosa. Sólo cree en dos cosas: en el progreso de la ciencia y en la investigación de la medicina.―Pero ésa no es una razón para sembrar la duda en el alma de nuestras huerfanitas.―Hizo mal, señor arcipreste, sin lugar a dudas... Le prometo decírselo hoy mismo. ¿Quiere que lo haga en su presencia?―¡Dios me guarde! Mientras menos vea esa cara hipócrita y hermética más feliz me.sentiré. Además no creo que ella tenga mucho interés en encontrarse conmigo. Como la mayor parte de las jóvenes que han trabajado en instituciones o en hospitales del Estado, ella detesta todo lo que sea sotana o sayal... Pero eso es de su incumbencia, cada uno tiene sus convicciones. En lugar de darle un sermón, que no servirá de nada, creo que haría mejor en separarse de ella lo antes posible... Antes de lo que usted cree puede ocasionarle serias preocupaciones. ¿Acaso su padre, que fue un modelo como médico, tuvo alguna vez necesidad de una asistenta?―Usted se olvida, señor arcipreste, que el campo de investigación de la medicina se ha ampliado considerablemente en estos últimos años. No puedo darme abasto para todo. Mlle. Davois fue recomendada por el hombre― más eminente que conozco: el profesor Berthet, mi antiguo profesor en la Facultad de París. Después de haberla visto actuar, he decidido conservarla mientras no la sorprenda cometiendo una falta profesional, lo que me extrañaría mucho.―Y a mí también, pero ¿qué me dice de sus faltas morales?―Su moralidad parece irreprochable.―¡Salvo cuando se atreve a orientar la conciencia de los demás! ¿No sabe usted que es la falta moral más grave? Lo dejo, mi querido Denys, deseando con todo mi corazón de sacerdote que sea yo y no usted el equivocado con esa mujer. Pero si alguna vez sucede en este lugar algo desagradable por culpa de ella, tendrá que reconocer que yo se lo advertí. Temo que, haya introducido en su vida profesional y hasta en su vida privada, al permitirle habitar en su casa, l a una verdadera víbora! Hasta pronto Denys.― Señor arcipreste, espero que nada de eso le impedirá asistir a nuestro bridge semanal, el sábado próximo, con M. Boitard y M. Poirsault―El bridge no tiene nada que ver con lo que le acabo de decir. Además tengo que tomarme un buen desquite. Todavía no he digerido sus cinco sin triunfo sucesivos. Hasta el sábado. La visita del canónigo Lefévre me dejó pensativo... Para que un hombre de mente tan amplia hubiera sentido la necesidad de hacerme semejante advertencia, debía presentir un peligro verdadero, ¿pero cuál? Seguramente el excelente sacerdote no estaba en condiciones de definirlo. Nadie hubiera podido definir ese peligro... A veces yo también lo presentía, pero no quería prestarle atención. ¿Acaso Marcelle no cumplía con su deber profesional con particular eficiencia? A pesar de lo mucho que le había observado, y hasta espiado, durante los dos meses pasados continuamente a mi lado, no había descubierto nada, nada que pudiera justificar la menor observación de mi parte. Sabía ser discreta en la casa: no se sentía. La misma Clémentine ya no decía nada de ella; era una buena señal porque yo sabía que mi vieja nodriza no la quería. Sólo una cosa se podría reprochar a Marcelle: haber puesto en duda el principio mismo de la religión delante de unas niñas... Pero, ¿no habrían exagerado las hermanas del Asilo? Una monja es siempre un ser de mentalidad un poco estrecha, vive aprisionada en una toca... ¿Y de qué manera podía reprender a Marcelle? ¿No habría peligro de que se ofendiera y me preguntara por qué el canónigo y yo nos inmiscuíamos en sus asuntos? Era perfectamente libre de tener sus opiniones. ¿Qué le respondería si me dijera: "Cuando examinó mis diplomas, antes de emplearme, doctor, usted no me preguntó si entre ellos había un certificado de bautismo. Tengo el derecho de decir, a quienquiera, lo que pienso de una religión. Si eso no le conviene a usted o a otras personas de su pueblo, prefiero irme en seguida? Y ahora yo no quería que eso sucediera. Había contribuido con tanta experiencia profesional sobre todo en los exámenes radioscópicos y radiológicosque yo me preguntaba con verdadera inquietud cómo me las arreglaría sin ella. También había aliviado mi tarea: para algunas ocupaciones subalternas podía descansar en ella con entera confianza. Toda la población, al fin, empezaba a apreciarla en su justo valor. El canónigo había dicho la verdad: su palabra era sagrada en el pueblo. Lo mejor entonces era esperar antes de hablar del incidente bastante insignificante del asilo. Para terminar, la próxima vez iría yo al asilo... Algunos días más tarde tuve que ir a Angers para asistir a un congreso médico regional. Antes de partir decidí' que, durante mi ausencia, mi asistenta continuara atendiendo los casos benignos y si se presentaba un caso grave llamara a uno de mis colegas de la población más cercana: Sille―leGuillaume. Al volver tres días después, pregunté ,antes, que nada a Marcelle:―Todo anduvo bien?―Perfectamente, doctor.―¿No hubo enfermos nuevos?―No, doctor... Ah, sí, me olvidaba.. Llamaron por teléfono esta mañana de un Castillo de los alrededores, para que fuera a aplicar unas ventosas a una tal Mme. Triel...―¿Christiane? Digo... Mme. Triel. ¿Qué tiene?―Nada serio... Un ligero enfriamiento. Por cierto que esa señora me recibió de una manera encantadora... Me dijo que lo conocía mucho a usted, pero que hacía tiempo que no lo veía... Me pidió que le trasmitiera sus recuerdos.―Gracias. ¿Cómo pudo ir hasta el castillo ?―Mme. Triel mandó su chófer para que me llevara y me trajera.―Pero cuando telefoneó, ¿preguntó por mí?―No, doctor, fue su doncella la que habló. Preguntó sencillamente si yo era la enfermera y al contestarle que sí, me dijo que el automóvil del castillo vendría a buscarme. No creo, doctor, que su presencia fuera necesaria. Yo misma debo telefonear mañana a la doncella para tener noticias, pero estoy segura que después de pasar una buena noche Mme. Triel estará por completo restablecida.―Aparte de esa visita al castillo ¿hubo algo más de particular?―Nada, doctor.―Gracias, Marcelle. ¡Era increíble! Christiane, que me ignorara voluntariamente desde mi vuelta, hacía ocho meses, sentía repentinamente la necesidad de llamar a mi asistenta y sólo para que le colocara unas ventosas que su doncella podía muy bien hacerlo. ¿Habría llegado al castillo la creciente fama de Marcelle Davois y excitado la curiosidad de Christiane? De todos modos, la que fuera mi novia durante años no había manifestado el deseo de verme... a menos que no se atreviera, y que su extraño proceder fuera, en cambio, una manera indirecta de hacerme comprender que no le disgustaba volverme a ver. Yo estaba en lo cierto, seguramente, y tenía ahora un excelente motivo para visitar a Christiane con el pretexto de interesarme por su salud. Ella estaría esperando mi visita... Iría al día siguiente por la mañana, y por lo tanto dije a mi asistenta, cuando se disponía subir para acostarse:―Marcelle, no vale la pena que se moleste en telefonear mañana para tener noticias. Prefiero ir yo mismo al castillo.15 de enero.¿Por qué va a la casa de esa Mme. Triel? Espero que sea únicamente porque puede resultar la cliente más interesante de la comarca... ¿No es acaso muy rica? ¿Su castillo no es encantador? En fin, ¿no ofrece la enorme ventaja de ser viuda, según me dijo el chofer durante el trayecto? No es fea... más bien bonita... muy bonita. Según mi opinión un poco frágil: su constitución física deja mucho que desear.Ya tiene una ligera tendencia a encorvar los hombros como muchas de esas jóvenes modernas... No es nada robusta; ese simple enfriamiento prueba que debe tomar ciertas precauciones... Resultó gracioso su asombro cuando la ausculté.― ¿También es usted doctora?―"Podría serlo, señora... Tiene un ligero estertor en el pulmón izquierdo pero es insignificante. Las ventosas van a descongestionarla, a menos que prefiera un sinapismo."―"¡Oh, no! ¡Eso quema demasiado!" Esto era propio de ella: la mujer mimada por la existencia que no puede soportar ningún dolor por leve que sea... La comprendí enseguida. "Pero, ¿por qué quiere ir a verla tan pronto? Ella me dijo que lo conocía, pero que hacía tiempo que no lo veía... Cuando pronuncié el nombre `Mme. Triel', exclamó `¿Christiane?' No se llama por su nombre de pila a una mujer que no se ve desde hace años, si no se la ha conocido antes muy bien. Quizá hasta se tuteen. Es extraño que nunca me haya hablado de ella... Podía hacerlo naturalmente cuando enumeró las diferentes personalidades de la ciudad o de sus alrededores. ¡Una castellana es importante! Sobre todo cuando es viuda, joven y bonita. A menos que... tengo que informarme pronto; la idea de que un joven de tan poco carácter como él vaya a la casa de una mujer como ella no me agrada nada. Con su femineidad un poco enfermiza y su sensibilidad exagerada, esa Christiane resulta peligrosa..." Como lo decidiera la víspera, empecé mi recorrido visitando el castillo. Experimenté una curiosa sensación al franquear en auto la Verja de entrada... Era la primera vez que entraba en ese parque, que tanto ansiaba recorrer cuando era niño y me acercaba a ese castillo, que se había convertido para mí en el de la Bella durmiente del bosque... Esta me recibió con gran sencillez, bajo los rasgos de Christiane. La encontré tal como había imaginado siempre durante esa separación que fue para mí interminable. Aún me pareció más bella, más deseable sobre todo... Se mantenía erguida en el saloncito, al que me hizo pasar la doncella cuando le dije mi nombre. Los ojos negros, de enormes pestañas, se posaron en seguida sobre los míos... La mirada no había cambiado―jamás cambiaría para mí, lo supe en seguida―, con su sensualidad un poco pesada ... Era siempre la mirada de una enamorada que espera... Eran también, por momentos, los ojos de una joven que seguían siendo luminosos y que parecían no haberse posado en el rostro ya desaparecido de aquél cuyo nombre llevaba... Era la joven viuda. Sus cabellos de ébano, que yo había visto flotantes la noche .de 1939, cuando nos dijimos hasta la vista sin sospechar que tantas cosas nos separarían después, estaban ahora recogidos en un moño, que caía muy bajo sobre la nuca. Era encantador. El cuerpo, en fin, seguía, siendo el de la Christiane que yo había adorado―y que siempre amaba―, pero la actitud era ahora la de una mujer. Hablamos como si nuestra separación hubiera ocurrido la víspera. Parecía que nada nos inquietaba, a pesar de que habíamos temido tanto, desde hacía meses, encontrarnos frente a frente. Nuestras primeras palabras fueron seguramente las que el destino había previsto, sin que ella ni yo pudiéramos darnos cuenta de que todo lo que dijéramos ya nos dominaba, era más fuerte que nosotros, venía directamente de nuestros corazones insatisfechos. ¿Cómo podría olvidar esas palabras de reproche y de amor renaciente?―No has cambiado, Denys ...―Tú tampoco, Christiane ... ¿Cómo te sientes hoy?―¿Entonces has venido a verme como médico?―¡Por supuesto! ¿No es mi deber controlar lo que hace mi asistenta?―Tienes razón... ¡doctor! Y bien, debes saber que tus ventosas me hicieron mucho bien. Ya me siento curada. ¡Qué enfermera maravillosa, es suficiente verla una vez para obtener este resultado! Debo confesar que cuando me enteré, por lo que decía la gente, de que tenías a tu lado una asistenta, estuve un poco intrigada... Ahora―que la he visto, estoy tranquila...―¿Sería por eso que la hiciste venir ayer?―¡No se te puede ocultar nada!―Muy bien podías haberla visto en el pueblo. Anda por ahí todas las mañanas...―Voy lo menos posible a "tu" pueblo.―También ha sido un poco tuyo, Christiane.―Sí... Creo que lo quería cuando era tu vecina.―Se dice que esa casa en que vivías va a ser demolida, ¿es cierto?―Sí. La vendí después de morir mi tía. Yo no quería a mi tía... ¡Tú tampoco! Nunca fui feliz en esa .casa. Sólo me sentía bien en la de tus padres. Es importante que esa casa permanezca igual, como tu vieja nodriza... A propósito, ¿cómo está Clémentine?―Envejeció un poco, pero aparte de eso.. .―Creo que yo le gustaba.―A su edad ya no se tiene valor para cambiar de sentimientos. Por lo tanto seguirás gustándole aunque nunca hablemos de ti.―¿Ninguno de los dos me perdona?―¡Oh, Christiane! Creo conocerte bastante para saber que no te has casado a la ligera.―¡Pues te equivocas! Lamento mi matrimonio...―Sin. embargo te ,ha proporcionado muchas cosas que yo no hubiera podido ofrecerte.―Me ha proporcionado también un duelo, Denys... Es evidente que no puedes comprenderlo, pero yo sentía mucha estimación por mi marido; fue un gran trabajador y un hombre justo. Estoy convencida de que si lo hubieras conocido lo habrías apreciado.―Ni aun estando aquí lo habría conocido, Christiane, puesto que tú y yo estaríamos casados.―Estás amargado, pero tienes derecho. ¿Por qué cometí esa tontería? Porque no llegabas nunca, Denys... Porque yo estaba, como todo el mundo aquí... Porque creía que nunca saldrías de allá... Pierre era bueno...―Y te dijiste: "Este o cualquier otro..."―Hay algo de eso. .. ¿Sabes lo que significa la espera para una mujer, Denys?―En la Prusia Oriental supe lo que significaba para un hombre...―Perdóname. Me alegra mucho volver a verte, Denys.―A mí también, Christiane.. .―Parece que te va tan bien como a tu padre. Estaría orgulloso de ti. Y lo mereces. Desde que estudiabas en París ya amabas apasionadamente tu profesión... ¿Recuerdas que me contabas todo lo que aprendías, cuando venías en las vacaciones?―Sí...―¿Y los proyectos que hacíamos allá arriba, en la buhardilla?―Sí...―¿Y los paseos en bote por el río?―Sí... Recuerdo sobre todo uno...―¡ Cállatel―Tienes razón: hablemos mejor profesionalmente... Desearía auscultarte.―No vale la pena. Ya te he dicho que estoy curada, gracias a tu asistenta. Aparte de una que otra molestia, como la de ayer, nunca estoy enferma. Aunque tal vez no lo parezca tengo una salud de hierro... Pero lo mismo has hecho bien en venir, Denys... Estoy muy contenta de haber vuelto a encontrarte, y... aunque te parezca tonto, me gustaría, ahora que conoces el camino del castillo, que vinieras de vez en cuando.. También yo quisiera visitarte para volver a ver tu casa y todos los recuerdos que me evoca... ¿Estarías dispuesto a recibirme algún día?―¡Habrías podido volver mucho antes si hubieras querido! Clémentine y yo te recibiremos como si nunca nos hubieras olvidado. Debo irme. Tengo que hacer muchas visitas hoy... Hasta la vista, Christiane. Llámame por teléfono cuando quieras.―Hasta pronto, Denys.. .16 de enero. "Volvió a verla hoy por la mañana. Cuando hace un momento, durante la comida, le pregunté si ella seguía mejor, me respondió simplemente: ―Usted tenía razón, no era nada, y cambió de conversación. Pero me doy cuenta de que ya no es el mismo: parece feliz e inquieto a la vez...¿Feliz por haber vuelto a encontrar a Christiane, e inquieto por lo que podrá ser el futuro de ambos? ¿Viéndolo habrá experimentado ella los mismos sentimientos? He aquí lo que se lee en. su cara... Al fin he sabido la verdad: Clémentine terminó por decírmela, después de muchas reticencias. Fueron novios; pero la guerra cambió todo. Los dos son libres y ella es rica. Su luto legal ha terminado; ¿por qué no casarse de nuevo? Todo depende de una sola cosa: ¿lo ama ella to―, davía? En cuanto a él, estoy segura de que siempre la quiere... ¡Sería terrible para mí que se casara con esa mujerl ¿Seguiría ejerciendo? ¿No preferiría una vida cómoda en ese hermoso castillo? Sólo me quedaría partir.. y no quiero; he terminado por apegarme a él, más de lo que hubiera creído al principio. Lo extrañaría terriblemente... ¿Qué puedo hacer? Evitar en lo posible que se vean. Pero, ¿está en mi poder?"No estaba en su poder. Tres días después, Christiane me telefoneó para invitarme a comer con el matrimonio Boitard; dos días más tarde almorcé a solas con ella y el sábado siguiente apareció de improviso en mi casa a la hora de las consultas.― Mme. Triel." Ni siquiera contesté a Marcelle y corrí al encuentro de Christiane, en el vestíbulo. Tan pronto se cerró la puerta y estuvimos solos, Christiane me dijo riendo: "No pensarás recibirme detrás de tu escritorio, ¿no? No he venido a consultarte, sino para encontrarme de nuevo en el ambiente que tanto he querido... ¡donde hemos sido tan― felices!" Se puso a mirar los cuadros y los grabados colgados en la pared, en los lugarés de siempre. Nada había cambiado en ese consultorio. Lo único que debió parecerle nuevo era el doble marco colocado sobre el― escritorio y que contenía las últimas fotografías de mis padres. Las contempló largamente, antes de añadir:―Sólo aquí, Denys, podíamos tú y yo encontramos de nuevo... ¡Me gustaría tanto subir a la buhardilla como antes! ¿No quieres?―¡Pero, Christiane, hay enfermos esperando en el salón!―¡Esperarán! Es una costumbre que se adquiere en los consultorios... ¡Ven! Conozco el camino tan bien como tú.. . Y me arrastró por la única puerta que permitía evitar el vestíbulo donde mi asistenta, sentada ante una mesita, recibía a los recién llegados y contestaba el teléfono. Cuando estuvimos arriba sentí a Christiane muy cerca, enamorada... Debía necesitarme para haber vuelto voluntariamente a esa buhardilla de nuestras promesas. Una fuerza imperiosa la había arrastrado hasta esa casa familiar en la que se había iniciado . una felicidad... fuerza que derribó barreras sociales y conveniencias... ¿No me dijo ella el día en que nos volvimos a ver, después de tantos años: "Quisiera devolverte un día tu visita... " Y lo había hecho. Sus. labios se ofrecieron, temblorosos... Pero esta vez, en esa vieja buhardilla, no fue el beso de un novio dado con timidez a una jovencita, sino el vínculo que me unía fuertemente a una amante. Estábamos uno contra el otro, olvidando dónde nos encontrábamos, olvidando el pasado, olvidando nuestros reproches, olvidando todo... Sólo importaba el minuto presente. Lo interrumpió el chirrido de la puerta que daba a la escalera, y la exclamación ahogada de una voz ronca:―¡Oh, perdón!― Era Marcelle. ―¿Qué quiere?―Perdóneme, doctor, pero el canónigo Lefévre acaba de llegar..―Bien, ya bajo. Siguió el golpe de la puerta al cerrarse y luego un ruido de pasos en la escalera, mientras mi amor me preguntaba:.―Mi pobre querido, ¿qué va a pasar? ―Lo que quiera, ¡me importa poco! Interiormente, yo me echaba la culpa. Era un imbécil. Hubiera debido cerrar la puerta con llave... ¡pero las cerraduras de las puertas de las buhardillas jamás funcionan! Además, ¿cómo pensar en ese detalle en el momento en que encontraba al fin a la mujer amada? ¿No tenía yo el derecho de besar a quien quisiera? No tenía que dar cuenta a nadie y menos a una empleada... Christiane me volvió a, la realidad:―¿Acostumbra a entrar en todas partes sin llamar? ¡No, no tenía esa costumbre! Al contrario, siempre golpeaba, y a veces demasiado... Resultaba molesto y en ocasiones me veía obligado a gritar dos veces: ―¡Adelante! Pero Christiane tenía razón: esta vez Marcelle no había llamado. ¡Ni siquiera había subido alguna vez a la buhardilla! Pero no resistió a la tentación' de saber qué hacíamos ahí. Yo estaba furioso. Christiane sonreía, encantada. ― No me disgusta que esa mujer nos haya seguido, y encontrado así: no volverá a hacerse ilusiones en el futuro sobre la naturaleza de mis visitas al consultorio. Es mucho mejor. Más franco también. ¿Pero crees que será discreta?―¿Marcelle? Es una tumba... No te preocupes por eso: no dirá nada. ―Más vale así, querido, por ti y por mí; la gente es tan estúpida y, sobre todo, tan mala. No lo comprenderían. Guardemos nuestro secreto. Me voy, el canónigo estará impaciente. Ven esta noche al castillo. ―Pero, Christiane, tal vez sea demasiado tarde.―¡Y qué importa, amor míol Esperaré toda la noche si es necesario... Cuando atravesé el vestíbulo para acompañar a Christiane hasta su automóvil, Marcelle la saludó con un imperceptible movimiento de cabeza, antes de hacer pasar al canónigo a mi consultorio. El. día siguiente, al regresar del castillo a las ocho de la mañana, me crucé con ella de nuevo en ese mismo vestíbulo... Salía para hacer sus visitas a domicilio. Al subir las gradas yo silbaba alegremente: la visión de Marcelle Davois, envuelta en su capa azul marino y su maletín en la mano, disipó mi euforia. Sin. embargo, con una sonrisa le lancé un sonoro: ―¡Buenos días, mi querida asistental ¿Y... sale a hacer su pequeño recorrido? ¡Buena suerte! Con voz, seca, contestó:―Gracias, doctor", y la puerta de entrada se cerró sin ruido tras la silueta angulosa a la que ni siquiera presté atención, tan feliz me sentía de ser amante, de Christiane. Mi vida cambió. La dividí, desde ese momento, entre el amor de Christiane y una profesión por la que me apasionaba cada vez más, gracias a la presencia―debo también reconocérselo― de Marcelle. Otros dos meses transcurrieron y yo pensaba, razonando como un verdadero niño,, que no había ningún motivo para que las cosas pudieran modificarse; tenía la excusa de ser feliz. Me parecía que mi felicidad nunca podria ser más completa. No obstante, una mañana vino a empañarla.una sombra durante breves instantes... Entraba recién a mi consultorio, donde Marcelle, como lo hacía todas las mañanas, me esperaba para informarme sobre los nombres y las enfermedades de los clientes que se disponía a visitar en sus domicilios. Me llamó la atención el color de su cara: tenía los rasgos afilados y un rictus casi doloroso en la boca... Se hubieradicho que había pasado dos noches sin dormir. Se lo hice notar, lo más amablemente posible: ―Desde hace un tiempo no tiene buena cara, Marcelle... ¿Se siente enferma?―Nunca me he sentido mejor, doctor! Pero la voz la traicionaba; había perdido su falsa sequedad.―Terno que trabaje demasiado, Marcelle... Los enfermos de estos lugares la necesitan, pero convénzase de que tanto ellos como yo nos sentiríamos muy desgraciados si se viera obligada a hacer un reposo absoluto durante algún tiempo.―Nunca en mi vida he descansado, doctor. ¡Y no será aquí donde empezaré!―¿No cree que se acuesta demasiado tarde todas las noches? Sé muy bien que lo que voy a decirle no es de mi incumbencia, pero varias veces, al pasar de noche por el corredor, he visto filtrarse una luz por debajo de su puerta... Tiene que tratar de dormir un poco más.―El tiempo que se pasa durmiendo no se recobra, más.― No soy de su opinión. Si yo no tuviera mis dosis de sueño, sería incapaz de toda actividad. ―¡Oh , doctor, estoy segura de que usted tiene un sueño de niño! Esto lo dijo con un dejo de piedad que, ahora, me doy cuenta, era en ella una forma extraña de ternura. .. ―¿Puedo preguntarle en qué ocupe sus horas de insomnio? ―Trabajo, doctor...―¡Ah...!―¿Sería indiscreto preguntarle qué clase de trabajo?. Titubeó un poco antes de contestar: ―Redacto para mí sola una tesis que me habría gustado exponer ante una Facultad de Medicina si hubiera sido doctora...―¿Sobre qué materia?―El cáncer, doctor.―Me la dejará leer algún día?―Por supuesto, doctor... Pero debo irme, los enfermos me esperan. Esto ocurrió en los últimos días de marzo. ¡Si yo hubiera podido leer esa mañana lo que acababa de escribir por la noche, en lo que ella llamaba "su tesis"! Ahora no me extraña que sus facciones estuvieran descompuestas al día siguiente, y su rostro dolorosamente crispado. Tenía motivos para estar agotada...22 de marzo. »Odio a esa mujer. Por culpa de ella paso noches espantosas desde hace dos meses; ni siquiera consigo poner un poco de orden en mis ideas al confiarlas a este cuaderno.. . Sólo esta noche he vuelto a encontrar la fuerza de escribir.. . Me he impuesto de nuevo esta disciplina para analizar todo . lo que he estado sintiendo... Todo empezó el día en que Denys dijo, por primera vez en mi presencia: `Christiane'. Un nombre que me hizo mal en ese mismo instante. Todo se derrumbaba para mí, el edificio íntegro que había comenzado a construir con método y paciencia... ¿Entonces había una mujer en su vida? 'Christiane' era la respuesta brutal a la pregunta que me hacía desde semanas atrás: ¿Cómo es posible que un muchacho normal viva solo? En realidad vivía con el recuerdo de un gran amor frustrado... "Esa mujer sabía muy bien lo que hacía el día que me telefoneó su doncella. Eso, sobre todo, ¡no le perdonaré nuncal ¡Servirse de mí como intermediaria inconsciente! Suponía con razón que al volver del castillo yo hablaría de ella a Denys, y que en esa forma reanudaría sus relaciones después de años de separación... Si yo hubiera sospechado que habían sido novios nunca me habría molestado. Ha dado muestras de gran habilidad femenina, pero no me conoce todavía. Ella no pierde nada con esperar... "Si hubiera podido ver cómo se transfiguró el rostro de Denys, cuando le anuncié, en medio de las consultas, que ella estaba allí, se habría enloquecido de alegría... y también habría comprendido que tenía ganada la partida. Corrió hacia ella sin contestarme siquiera, y la arrastró al consultorio dejágdome sola en el vestíbulo. "Quise escuchar lo que decían, aplicando mi oído contra la puerta de separación. Pero no me llegó ningún ruido de voces... Queriendo estar segura de una vez por todas, abrí la puerta bruscamente, sin llamar... Tenía un buen pretexto: anunciar que el canónigo Lefévre―a quien Denys nunca hacía esperar― había llegado. Abrí: ya no estaban allí. Pero vi que la puertecita que comunica el consultorio con la escalera estaba entreabierta; habían huido por ahí para no pasar delante de mí en el vestíbulo: Desde el momento en que sentían la necesidad de ocultarse, el asunto se ponía grave para ml.... Y los seguí, subiendo a mi vez la escalera... Primero fui a la habitación de Denys: nadie. Registré todo el segundo piso: no estaban. Y de pronto, al ver la escalerita de madera que lleva a la puerta de la buhardilla, tuve una idea: ¿si estuvieran allí? Abrí esaúltima puerta, también sin golpear, ¡y los vi! »Estaban abrazados, uno contra el otro... Los vi besarse... ¿Es posible que la sola visión de sus labios sobre los de esa mujer haya sido suficiente para desencadenar el mecanismo oscuro que rige mis instintos sexuales? Yo, siempre fui guiada por la razón... Yo, insensible al llamado de los sentidos, y que despreciaba a las mujeres que no son más que órganos... ¿O será un lento y sordo trabajo que se habrá hecho― en mí, sin yo saberlo, durante estos años de vida solitaria? "En ese momento sentí un choque violento, mi cabeza dio vueltas, mi pulso comenzó a latir locamente, mi vista se nubló y creí que me iba a desmayar al volver a cerrar la puerta con dificultad. Y volví a mi lugar en el vestíbulo, sintiendo esa horrible mordedura en el corazón, que los iniciados en este género de tortura deben de llamar `celos'. Recién empiezo a recobrar la calma, después de dos meses durante los cuales he vuelto a vivir, cada noche, en un sueño enervante, la visión entrevista... Pero eran otros labios, otros ojos, otro cuerpo... ¡Era yol Apenas me reconocía, tanto el deseo transfiguraba mis rasgos... Sentía su cuerpo tenso contra el mío. Era como un largo espasmo de amor... El primero que he sentido en mi vida. ¡Es ésa, entonces, la sensación misteriosa buscada por tantos seres, a través de los siglos y bajo todos los cielos! "Cada mañana he debido hacer un esfuerzo sobrehumano para recobrar el equilibrio y la lucidez propios de mi naturaleza, pero mi cerebro quedaba vacío y mi cuerpo extenuado. Hasta entonces el acto sexual me había parecido siempre monstruoso, poniendo al hombre al nivel de la bestia. No había vivido más que para la ciencia... La presencia continua de hombres a mi alrededor jamás me había turbado. Estaba demasiado cerca de la máquina humana, conocía demasiado bien su mecanismo, para dejarme arrastrar por un apetito carnal que las teorías médicas me explicaban lógicamente. ¿Habré vivido demasiado, tal vez,, en esas salas siniestras de los hospitales donde se atienden las enfermedades y los trastornos que provienen directamente del acto de amor?― Quizá también un instinto secreto me advertía que sólo me esperaba el sufrimiento si me inclinaba hacia un placer que únicamente era bueno para los demás. Entonces, ¿por qué este despertar brutal de mi sensibilidad ante la vista de una pareja abrazada? ¿Por qué me he convertido bruscamente en la esclava de mi imaginación y de mi bajo vientre? ¿Por qué deseo a este hombre cuando, hasta ahora, todos los otros me han dejado fría e indiferente? "Me ha invadido una especie de inmensa ternura hacia él... Sí, creo que ama su cálida voz, sus ojos sonrientes y su inexperiencia, que me hacen pensar en un niño... Un niño a quien he visto abrazar a una mujer, y al que deseo gritar desde ese momento: `Pero, ¿no te das. cuenta, mi pequeño Denys, que te amo al fin ... ? ¿Que te adoro con toda la violencia que solo una represión de veinticinco años puede explicar...? ¿Que la mujer, que estaba prisionera en mí, se ha liberado y que eres tú quien ha realizado ese milagro? Te he visto volver a la mañana, después de tu noche de amor... Tenías ese aire triunfante del macho satisfecho que ha logrado su placer y que a su vez lo ha sabido dar. Estabas exaltado, se traslucía el amante... Adoptaste un aire desenvuelto para darme los buenos días: `¿Y.. , sale a hacer, su pequeño recorrido?' Ni siquiera contesté, pero esas palabras sonarán siempre en mí como el toque fúnebre de mi amor naciente. Tus ojos no se atrevieron a sostener mi mirada. Te sentías culpable ante mí, como un colegial que vuelve. después de una. escapada. Y por eso, ¡creo que te amé todavia más! Pero, ¿qué recibiste esa noche en que me traicionaste? Los besos y las caricias de una mujer que no hizo más que repetir contigo los gestos ya realizados muchas veces con su marido y tal vez con otros. Mientras que yo me reservé para ti... ¡Y te poseo, Denys! No he tenido necesidad de tu presencia física para amarte como te mereces. Me posees todas las noches, en sueños, tan completamente como en la realidad lo haces con la otra. Te doy todo mi amor y no pueden impedírmelo, ni tú ni ella. Continuaré haciéndote mío cada noche en mi cuarto, y tú me darás el placer cuando yo lo quiera: ésa es mi fuerza y mi secreto. ¡Ahora la engañas conmigo! " .. ¡Eso querría gritarle! Debo luchar para pasar del sueño a la realidad, ¿pero cómo? Es linda la tal Christiane... Tiene encanto... No es tonta... Menos niña que él... sobre todo es `mujer'. La lucha será dura, despiadada... ¡pero triunfaré! ¡Tendré la piel de esa mujer, si es necesario! Por lo pronto, debo encontrar el medio de que él se aburra de ella para que―vuelva a su profesión, nada más que a su profesión, a la que yo represento ya en su espíritu... Es el único medio de recobrarlo. En cuanto―eso suceda, el resto será un juego para mí..―, porque, después de todo, ¡yo no soy ,fea,! Y también me siento capaz de mostrarme `mujer'. No emplearé los mismos medios vulgares que su Christiane: por eso terminaré por interesarle. Haré nacer en él una pasión violenta, irrazonable: ¡me adorará! "Si le fuera completamente indiferente no se quedaría durante tardes enteras trabajando conmigo cuando han terminado las consultas. Correría a reunirse con su amante. ¿Es linda? La belleza no es todo... Si pudiera afearla, perdería su mejor triunfo. Si pudiera también quitarle su encanto, ¡ya no le quedaría nadalITodas las noches desde que te amo, Denys, me miro en el espejo de este horrible armario de casa de provincia y me pregunto por qué no te he gustado aún. ¿Por qué no he desencadenado aún esa pasión ciega que espero, desde hace tanto tiempo, en un hombre, sin haberme dado cuenta siquiera? Tu Christiane ha tenido demasiada suerte: un marido a quien no amaba y que le ha dejado una fortuna... Un novio que quiso desde su infancia y a quien consiguió hacer su amante.,.. ¡Es demasiado para una sola mujer que no merece nada! Y hay otras que están en el mismo caso: la bella Mme. Boitard está casada también con un rico escribano, siendo a la vez amante del teniente de Aguas y Bosques. Un hombre joven y buen mozo también... ¿Es justo que todas las mujeres inútiles tengan tanta suerte mientras yo, que he puesto mi inteligencia al servicio de la humanidad, no tenga ninguna? Esto tiene que cambiar. "Recién me he mirado en el espejo, completamente desnuda. No lo había hecho desde hace años: mi cuerpo no me interesaba. Acabo de contemplarme... Lo he detallado como esas mujeres que hacen del amor un comercio. Mis proporciones son buenas, mis piernas largas, los tobillos finos, pero me falta gracia y soltura. Se advierte demasiado que mi cuerpo no ha sido doblegado por el acto carnal, trabajado por las manos del hombre... Soy demasiado delgada también... Nunca lo había notado tanto como ahora. Mi cara está demacrada, mis ojos hundidos, mis facciones afiladas. ¿Mi pasión por Denys podrá consumirme de este modo? No creo: ¡más bien tendría que embellecerme, puesto que me exalta! Debe de tratarse de otra cosa: ¿no será más bien la fatiga acumulada en años de trabajo ininterrumpido? El estado general es malo. Estoy descorazonada... ¿Cómo luchar con las formas llenas y flexibles de Christiane? ¿Cómo hacer desear este seno vacío y' esta cadera plana? Tengo vergüenza. Tengo miedo de fracasar... ¿No será mejor que siga siendo una cerebral? ¿Bastará mi cerebro para imponerse al amor? Ya no lo sé... ¡La cuestión sexual tiene tanta importancia! Es mi obsesión desde que los vi uno contra el otro... Tendré que seguir un tratamiento. ¿Un instituto de belleza? No me atrevería a entrar; me sentiría ridícula. ¿Y sin embargo? A menudo he notado que el amor y el deseo de un hombre dependen de tres o cuatro kilos de grasa suplementaria en el cuerpo de la mujer. De eso que nosotros llamamos en medicina algunos gramos de albuminoides, de lípidos y de azúcares... Es perfectamente ridículo, pero es así. Debo puesnutrir mi piel con un tratamiento de hormonas. Pero no será suficiente para suprimir los malestares periódicos que siento desde hace unos meses. »En algunos momentos experimente además verdaderas angustias: me cuesta respirar. ¿Tendré una bronquitis crónica o ataques de asma? Eso ha de ser: asma... En esos momentos me siento terriblemente cansada. Casi tengo deseos de dejarme morir; de nuevo se apodera de mí. la idea del suicidio. ¡Debo reaccionar! Debo también continuar observándome minuciosamente durante los primeros días. Mañana iré a buscar un reconstituyente a la farmacia, y si no hay mejoría consultaré a alguien... ¡Oh, pero no con él. No quiero que se incline sobre mi cuerpo si no es con deseos... Tendría piedad de mi estado físico, y un hombre no ama a la mujer que compadece.,. . "Si consulto a alguien irá la primera vez en mi vida. No he tenido confianza en el diagnóstico de nadie, salvo tal vez en el del profesor Berthet, a quien creo infalible. Sí, será él―él sólo― al que iré a ver. Él sabrá encontrar el o los remedios necesarios. Me veré obligada a pedir a Denys algunos días de licencia bajo un pretexto cualquiera. Y volveré a él transformada, deseable. Sólo a ese precio mi victoria será total. Qui7A la otra habrá sido su amante durante un tiempo, pero yo me convertiré en su mujer. ¿Qué importancia tiene, después de todo, que él sea más joven que yo? Los años no importan en el amor. Quizá sea mejor que la mujer sea mayor: reina más fácilmente." Pensó seguramente que su estado no mejoraría, porque dos semanas después me pidió una licencia: tenía que ° arreglar unos asuntos de familia en París. Sabía que esta ausencia me molestaría en ese momento, cuando nuestra colaboración comenzaba a producir sus frutos, pero resultaba muy difícil negársela. Marcelle, desde su llegada, no se había tomado ni siquiera un domingo de descanso. ―¿Cuánto tiempo piensa quedarse en París?―A lo sumo quince días, doctor. ―En realidad ese descanso puede hacerle mucho bien: usted sigue teniendo mal semblante. La veo fatigada últimamente. Ha realizado un gran esfuerzo multiplicando sus visitas en el pueblo. No digo que el aire de París sea excelente, pero a veces el cambio vale más que todo. Puede partir el sábado a la tarde, como me lo ha dicho, y volver a fines de mes. Y poco a poco, la idea de no ver durante algunos días ese rostro―al. cual, sin embargo, había terminado por habituarme― no me disgustó. Además sabía que Christiane estaría encantada. Soñaba en pasar veinticuatro horas en casa "para vivir" decía "completamente mi existencia de médico y ver si le gustaba". Por el momento, eso no era nada más que un capricho de amante o de niña mimada que se aburre en su gran castillo. "Compréndeme, querido, es necesario que yo sepa bien a qué me comprometo si me pides que sea tu mujer, como lo has hecho antes." Pero evidentemente esta experiencia era imposible estando mi asistenta: habría representado el papel de aguafiestas. Fue maravilloso. Christiane llegó a casa. el domingo a la mañana, al día siguiente de la partida de Marcelle. Para evitar las malas lenguas del pueblo, siempre al acecho de un posible escándalo, había preferido no venir en su coche: yo fui a buscarla con el mío―al castillo. Clémentine compartía nuestro secreto: le encantaba la idea de que viniera a habitar en mi vieja casa familiar aquella con la que siempre había soñado verme casado. Esperaba en los escalones de la entrada para recibir a Christiane cuando bajara del automóvil: una Clémentine sonriente, llena de atenciones, que parecía decir: "¡Al fin, ya era tiempo! ¿Pero qué esperan para , casarse?" ¿Lo que nosotros esperábamos? ¡Christiane y yo habríamos sido incapaces de decirlo! En realidad, creo que la situación de amantes nos convenía... ¿No lo seguimos siendo aún ahora, después de dos años, mientras escribo en esta pieza y ella descansa en la habitación contigua? Desde el instante en que Christiane bajó del automóvil para tomar posesión, en cierto modo, de esa casa que no podía desear más que recibirla, no pensamos más en el matrimonio, sino en el amor. Las comidas fueron alegres. Era evidente, que la atmósfera se aligeraba cuando no tenía sentada frente a mí a Marcelle Davois.. , Al final de la comida, Clémentine exclamó al traer la fruta: "¡Se respira bien cuando la `otra' no está aquíl" Yo adivinaba el pensamiento íntimo de mi nodriza: si Christiane se . instalaba definitivamente, sería un medio infalible para que la otra se fuera. Pero Christiane había venido nada más que para hacer una experiencia de veinticuatro horas y los enfermos necesitaban a Marcelle Davois. Eran dos cosas que Clémentine jamás comprendería. También por primera vez, desde que yo ejercía, el teléfono no sonó; no me molestó nadie, ni siquiera la temible Mme. Fayet hablándome de las nanas de su prole. Fue un extraño domingo, como para marcarlo con letras de oro. El lunes a la mañana, reemplacé a Marcelle en las visitas corrientes. Había dejado dormida a Christiane; sabía que Clémentine la cuidaría al mismo tiempo que le preparaba un excelente desayuno. A mediodía, cuando volví, todos los floreros de la casa desbordaban de flores: la mano de Christiane había pasado por cada pieza. Aquello me recordó la época en que mi padre decía a mi madre: "Me parece poco serio ese florero con rosas que has colocado sobre la .mesa de mi consultorio. Te olvidas que un consultorio debe tener un aspecto severo. No se le tiene confianza a un médico que vive en medio de las flores". Invariablemente mi madre respondía: "¡Amigo mío, ya es demasiado triste tu profesión! ¡Hay que alegrarla por todos los medios posibles!" Mi madre tenía razón, como―Christiane... "Querido―me dijo ésta durante el almuerzo―, me encuentro tan bien aquí que he decidido prolongar mi estada... Espero que esto te cause placer.» ¿Si me causaba placer? ¡Pero si yo hubiera querido que se quedara ahí para siempre! El tiempo pasó con una rapidez desconcertante. Yo temía la pregunta que mi amante terminó por hacerme a fines de la segunda semana: ―¿Cuándo vuelve ella?―En principio, mañana a la tarde.―¿Y tú crees que es necesario absolutamente que yo me vaya porque ella vuelve? Después de todo, esta mujer es nada más que una empleada para ti."―Harás lo que quieras, amor mío... Sabes muy bien que estás en tu casa, pero temo que Marcelle llegue a perjudicarte hablando en el pueblo...―¿Ella? Tú mismo me has dicho que es una tumba, y que no se interesa más que en su oficio. ¿Por qué piensas que va a ocuparse de tu vida privada?―Ella no se atrevería, estoy seguro, Christiane... Pero la gente, que terminará probablemente por descubrir que vivimos juntos, le hará preguntas.―No tendrás más que decirle que si se entremete en lo que no le concierne, la pondrás inmediatamente en la calle. ―Me haré entonces de una enemiga en lugar de la abnegada colaboradora.―¿Te es tan útil, entonces?―Sí, Christiane.―No insisto. Me llevarás de nuevo al castillo mañana a la mañana. Esa misma tarde, un poco antes de la comida, llegó un telegrama, firmado Marcelle Davois, en el que me informaba que no podía regresar antes del lunes a la tarde. Me levanté de un salto para mostrárselo a Christiane.:―¡Hurra, querida! ¡Puedes quedarte dos días más! ―¡Es increíble, Denys, ver cómo está reglamentada tu vida por las decisiones de tu asistenta! En suma, ella consiente en otorgarte cuarenta y ocho horas de permiso suplementario... ¡Esa mujer es un verdadero sargento que ha transformado tu casa en un cuartel!―No lo creo, Christiane, y si la conocieras un poco más, cambiarías tu opinión respecto a ella, como muchas personas del pueblo. Pero esto no me ha impedido reflexionar sobre nuestra conversación de esta mañana: si tú quieres, no sólo venir a esta casa, sino quedarte en ella cuando lo desees, sin que nos preocupemos de lo que pueda pensar una Marcelle Davois o todo el pueblo, no veo más que una solución: anunciar nuestro compromiso y casarnos lo más pronto posible.―¿Lo piensas seriamente? No es posible todavía, Denys, sería demasiado pronto; creerían que no he hecho más que, esperar a que terminara el duelo legal para volverme a casar con quien debía de haberme casado antes. Sería de muy mal gusto. Conozco como tú la mentalidad de la gente: murmurarían que nuestros planes estaban combinados desde hace mucho tiempo. Hasta dirían tal vez que tú, desde tu lejano campamento, estabas de acuerdo con que yo hiciera un rico matrimonio del que te aprovecharías a tu regreso. Que un divorcio es siempre fácil y, ¿quién sabe ... ? Que yo he debido contribuir a la muerte repentina de mi marido... No, ¡no deben pensar esol Sobre todo porque es falso y también porque nos obligaría a alejarnos uno del otro. ¡Y nosotros no podríamos separamos! Nos amamos, locamente, perdidamente, como dos seres que se han vuelto a encontrar a pesar de la vida, que ha querido separarlos... Nos casaremos, pero tenemos que esperar, antes, la consagración oficial de nuestro amor. Por el momento sigamos siendo amantes. ¿No es esto lo más hermoso, que hay? Tenias razón esta mañana: guardemos celosamente nuestro secreto, conocido solamente por tu buena nodriza. Los otros no tienen que saber nada, como tampoco esta enfermera.―¿Olvidas que nos sorprendió en el momento de abrazarnos?―¿Y qué? Desde entonces, no ha sido testigo de ninguno de nuestros encuentros. ¡Puede suponer que 'no soy la única cliente que abrazas! Más vale que te considere un vulgar Don Juan y no un hombre ligado a una sola amante... Actualmente ella supone dé todo, es indudable, pero en realidad no sabe nada. No hay ninguna prueba, ni aquí ni en el castillo, de nuestras relaciones. Y mi amor quiso aprovechar esos dos días suplementarios, pero el domingo a la tarde, cuando comenzábamos a creer que terminaría tan bien como el anterior, la otra volvió... Nuestra sorpresa fue total al verla en el umbral de la biblioteca donde estábamos. Clémentine ni siquiera había tenido tiempo de prevenirnos. Christiane y yo estábamos muy alegres. Nuestra alegría se desvaneció ante la aparición de Marcelle Davois, cuya palidez de cera y rasgos afilados me parecieron más acentuados que antes de la partida. Se hizo un silencio molesto. Tuve que hacer un esfuerzo para interrumpirlo:―¿Usted? ¿Su telegrama no me anunciaba su regreso para mañana a la tarde?―Si usted― quiere, doctor, puedo irme de nuevo. ―¡No faltaba más ...! Creo que conoce a Mme. Triel. ―En efecto ... Ella inclinó apenas la cabeza y comprendí que Christiane se sentía incapaz. de hacer un movimiento para tenderle la mano. Mi amor se mantuvo rígida, clavada en su sillón... ―¿Está satisfecha de su viaje?―Muy satisfecha, doctor.―¡Tanto mejor! Y bien... comeremos los tres juntos.―Le ruego que me excuse, doctor, y usted también, señora, pero estoy muy fatigada. Prefiero subir a mi cuarto sin comer para estar completamente descansada mañana por la mañana.―Como usted quiera... Buenas tardes, Marcelle.―Buenas tarde, doctor, señora ... , Volvió a cerrarse la puerta. Continuó agobiante el silencio en la biblioteca.―Y bien, querida, ¿no dices nada?" Christiane pareció salir de un sueño o más bien de una visión de pesadilla: ―No. Esa mujer me espanta. ¿Sabes en qué pensaba? A propósito ha enviado ese telegrama anunciando su vuelta para mañana. Sabía que volvería esta tarde... Te ha engañado, Denys, para poder sorprenderte... Mejor dicho: sorprendemos. Ahora ya no duda, ahora tiene la certeza. ¡Sabe que somos amantes! ¡Si hubieras visto el odio que había en sus ojos cuando me miró!―De todas maneras, no hay que exagerar, Christiane... ¿Por qué piensas que pueda tener semejante sentimiento contra ti? Si fueras enfermera como ella, no digo... podría temer ser suplantada, pero tú no eres felizmente más qué una mujer, querida... ¡`Mi' mujer!―Prefiero volver al castillo, Denys.―¿No quieres quedarte a comer conmigo?―Ella tal vez no tenga apetito, pero ha conseguido quitármelo a mí. Voy a preparar mi valija mientras tú sacas el automóvil del garage. ¿Quieres llevarme?― Pero te aseguro, Christiane...―No digas nada más, es preferible. El regreso al castillo fue lúgubre. Christiane no pronunció una palabra durante el trayecto. La sentí angustiada; yo mismo comencé. a comprender que esa Marcelle Davois estaba en tren de envenenar lenta pero positivamente nuestra felicidad. No estaba con nosotros en el auto, pero yo experimentaba la penosa sensación de su presencia invisible: se encontraba ahí, entre nosotros dos, impidiéndome hablar, sin dejar que nos confiáramos todo lo que dos amantes tienen derecho a decirse... Al salir del coche, a la entrada del castillo, Christiane me dijo:― ¡Vuelve rápido!―Luego agregó, con un tono sarcástico que no le había conocido hasta entonces:―¡Apúrate! ¡Podría reprenderte tu gobernanta! Y huyó golpeando la portezuela. Era terrible terminar de esa manera dos semanas maravillosas, pero las últimas palabras lanzadas por mi amante resonaron dentro de mí en forma extraña, fueron como un latigazo que me inspiró la única conducta que debía adoptar en el porvenir. Apreté el acelerador y volví velozmente al pueblo, resuelto a tener, una vez por todas y enseguida, la explicación que se imponía con mi asistenta. Esa situación no podía prolongarse: o se mostraba más amable con Christiane, o se iba. Al llegar al descanso del primer piso tuve un momento de vacilación: se filtraba la luz por debajo de su puerta. Entonces, ¿su fatiga no era más que una comedia? Llamé, no lo habría hecho jamás si hubiera podido leer antes de entrar en el cuarto lo que ya había tenido tiempo de escribir, mientras yo llevaba a Christiane a su casa...19 de abril. "¡ Acabo de encontrarlo con su amante, que ha aprovechado que yo no estaba para instalarse aquí e impregnar toda la casa con su presencia!. Seguramente no me habría enterado de nada si hubiera regresado mañana. Clémentine jamás me lo hubiera dicho. Se han hecho el amor mientras yo me debatía en París entre el deseo irrazonable de terminar una vez por todas con una vida que solo ha traído infortunios, y el deseo de prolongarla en lo posible... De todos modos estoy perdida. Las pruebas están aquí, irrefutables... Las traje en mi valija porque solamente yo debo tenerlas. No quise dejarlas allá. 'Tengo un cáncer. "Es terrible escribir estas tres palabras. Me tiembla la mano... Esa molestia que tenía cuando respiraba, esa opresión, sentida desde hace tiempo, esta delgadez, esta tez plomiza, esta perpetua fatiga, ¿era entonces eso? ¿Cómo lo descubrió Berthet? Del mismo modo que lo descubre desde haca años en todos aquellos que franquean, ansiosos y angustiados, las puertas del Instituto de Villejuif. Pero, generalmente, aquéllos van enviados por uno o varios especialistas que ya los han examinado cuidadosamente. Es verdad que ellos esperan, desean de todo corazón que esos primeros médicos se hayan equivocado, pero de cualquier modo se les ha advertido el peligro que los amenaza, que los acecha la muerte lenta... La mayoría de las veces, vuelven de Villejuif tranquilizados, porque no hay un tres por ciento de ellos que tenga en realidad cáncer. A menudo son nada más que tumores comunes que se pueden operar con todas las posibilidades de éxito..Pero, entre los que están verdaderamente atacados, ¿cuántos se curan? En realidad, ninguno. Se les prolonga la vida con tratamientos más o menos arriesgados, eso es todo. "Estoy mejor situada que nadie para conocer de memoria las más recientes estadísticas. Sólo en Francia, el último año, se registraron oficialmente, 75.128 muertos de cáncer, o sea, un promedio de 172 por 100.000 habitantes. Mueren más mujeres que hombres a consecuencia de ese mal. En la cifra global que acabo de escribir, hay 38.858 decesos de sexo femenino y 36.270 de sexo masculino. Esto se explica por el hecho de que la mujer, por término medio, vive más tiempo que el hombre y por lo tanto hay un mayor número de mujeres vivas a la edad en que el cáncer es frecuente. "Sé que el cáncer puede atacar a cualquier edad aunque su mayor frecuencia se encuentra entre los 40 y 60 años. Actualmente se lo descubre en los niños... "No me hago ninguna ilusión: soy inoperable y resistiré a lo sumo quince a dieciocho meses, a menos que se produzca un milagro. Pero nunca he creído en milagros ... La primera acogida de mi antiguo jefe fue muy cordial. ―Muy amable de su parte Mercelle, en haber venido a visitamos... ¿Está . contenta con su nuevo empleo?―Muy contenta, señor... El doctor Fortier y yo nos llevamos muy bien.―Estaba seguro de que así sería. Y estoy encantado de que haya vuelto después de seis meses para darme esa buena noticia... Pero, déjeme mirarla,,¿sabe que no tiene buena cara?―Ya lo sé, doctor. ―¿Fortier no lo ha notado?". ―Sí. ―¿Y qué le dijo?―Nada concreto. No he querido que él me examinara. Sólo tengo confianza en usted...―Hace mal. ¡En fin! Cada uno es libre de elegir su médico... ¿Qué es lo que anda mal? Le expliqué detalladamente lo que sentía. Después de escucharme con atención, me dijo: ―Quizá tenga un punto pleurítico. Vamos a saberlo en seguida. Desvístase. Me auscultó detenidamente. Me hizo un curioso efecto pasar del otro lado de la barrera para ocupar el lugar del enfermo. Pero eso no fue nada comparado con la sensación que tuve al colocarme detrás de la pantalla en el cuarto de radiografía. “Conocía al profesor: jamás hablaba durante el examen radioscópico. Cuando terminó, .me dijo sencillamente: `No veo gran cosa: haré dos o tres radiografías. Estudiaré las placas esta noche tan pronto estén reveladas. Vuelva a verme mañana temprano, a eso de las ocho si le es posible. Estaremos más tranquilos antes de la llegada de mis asistentes v sobre todo de los enfermos. "Al salir del Instituto estaba un poco preocupada... ¡Oh, no pensaba, ni un instante, en el mal por el que todos venían a Villejuif ...! ¡No! Pero no ignoraba que el hombre que acababa de examinarme con tanto cuidado, sabía―mejor que cualquier radiólogo― ver los más mínimos detalles en una radioscopia. Para que juzgara necesario sacar radiografías era porque había descubierto algo bastante serio. ¿Tuberculosis? No era una enfermedad de mi familia y yo había vivido siempre con una higiene perfecta. Salvo que uno de los enfermos visitados por mí me hubiera transmitido el bacilo. O también que la fatiga acumulada hubiera preparado un terreno favorable. Sería preferible para mí tener que ir durante un tiempo a reposar en un sanatorio. Perdería todo el beneficio de la situación que logré crearme en poco tiempo en la casa de Denys. Christiane aprovecharía para sustituirme por una enfermera que le fuera fiel o quizá no se me hiciera sustituir por nadie para quedar dueña absoluta de la casa. "Al día siguiente por la mañana, Berthet me dijo en cuanto llegué: ―Examiné las placas. Resultan insuficientes para establecer un diagnóstico válido. Le voy a hacer una tomograia de frente y de perfil. Al escuchar estas palabras, me estremecí: fue más fuerte que yo. Berthet me aplicaba exactamente los métodos que permiten localizar un tumor. ¿Habría descubierto un tumor en uno de mis pulmones? "La prueba fue larga. Ayudado por su primer asistente, Berthet sacó ocho placas―cuatro de frente y cuatro de perfil― que tomó desde diferentes planos de profundidad. Nunca olvidaré la voz del asistente diciendo, mientras yo estaba de pie, desnuda hasta las caderas, detrás de la pantalla: ―Aquí está la de dos centímetros... la de cuatro... la de seis... la de ocho centímetros...―Ya terminamos, Marcelle,―me dijo el profesor.―Vamos a revelarlas ahora mismo, en las cubetas, para estudiarlas. Espere en mi consultorio. Una espera interminable durante la cual viví todos los temores de esos enfermos que habían sufrido la misma experiencia ,y a los que había observado durante años. .. Entonces era yo, la que se encargaba de tranquilizarlos diciéndoles: ―No tienen que ponerse nerviosos. El profesor es muy meticuloso: ¿y no es mejor que sea así para mayor tranquilidad? Hasta que no vea su caso bien claro no puede empezar un tratamiento. Triviales palabras de consuelo que producían, casi siempre poco efecto sobre la moral del paciente, dominado por el temor de lo que podía saber de un momento a otro... Pero palabras, a pesar de todo, reconfortantes. Yo no tuve quien me las dijera... Berthet me consideraba fuerte. ¡Si hubiera podido adivinar hasta qué punto me sentí débil durante esa espera! "Al fin volvió:―Va a creer, Marcelle, que la molesto demasiado. Las nuevas placas son más nítidas. Estamos cerca de la meta pero no llegaremos a ella si no acepta que le hagamos mañana una broncoscopia' ―¿Tiene mucho interés en emplear ese instrumento de tortura?―Es necesario, Marcelle... La espero mañana a la misma hora. Y no olvide estar en ayunas. "Ni siquiera recuerdo si ese día al salir di las gracias a mi antiguo jefe por todo el tiempo que había dedicado a examinarme. Me trastornaba la idea de tener que sufrir el implacable examen del broncoscopio. No me asustaba el aparato en sí―un largo tubo que se introduce por la boca para hacerlo descender al fondo de la tráquea―sino lo que revelaría. Conocía el método de Berthet cuando utilizaba el broncoscopio; era, únicamente, para saber sí el paciente tenía o no un cáncer en el pulmón. Tampoco ignoraba que deslizaría por el tubo una pinza articulada que le permitiría arrancar un pedacito del tejido pulmonar que sospechaba atacado por el mal. Lo sacaría luego a la luz y lo examinaría con el microscopio, partícula por partícula, durante ocho días consecutivos... Luego vendría el diagnóstico infalible, resumiéndose en una u otra frase: “Tiene un cáncer”, que tendría cuidado de no decir delante de mí, o bien: `No es canceroso', que se apresuraría en comunicarme para tranquilizarme por completo. "Si Berthet me hacía volver al día siguiente para repetir en mí la odiosa exploración del pulmón, a la que asistiera tantas veces tratándose de otros, era porque tenía grandes sospechas de que yo estaba atacada... Y un cáncer del pulmón es prácticamente incurable―... "Berthet no me había dicho todavía―ni me lo dijo nunca― que yo tuviera cáncer, pero sus sospechas ya eran fundadas después de su segundo examen. No sabía cómo ocupar el resto del día para tratar de olvidar, de no pensar en nada... Una fuerza secreta me impulsó a ir al cementerio de Pére―Lachaise, a la tumba de mis padres. Hacía tiempo que no iba. Siempre me han horrorizado los cementerios. Pero ese día sentí la ciega necesidad de confiar mis temores a alguien. Las únicas, personas que debían, que podían escucharlos, eran aquellas que, después de haberme dado la vida, habían sido llevadas por el monstruoso mal. Sé que me oyeron cuando les hablé al borde de sus tumbas contiguas: `¡No es posible, madre! ¡No puede ser cierto, padre! ¡Díganme que no he heredado la enfermedad de ustedes, que no es hereditaria como pretenden ciertos médicos extranjeros! . Desde que estoy enamorada de Denys no deseo ir a reunirme con ustedes. ¡Ambos se quisieron tanto! ¡Deben de sentirse tan contentos de que la única hija que tuvieron pueda amar a su vez! Pero necesito todas mis fuerzas para luchar contra una temible rival. Sólo podré derrotarla siendo más fuerte que ella, moral y físicamente. Por eso no debo tener esa enfermedad. ¡Sería demasiado injusto que la tuvieran tres de la misma familia! Lloré por primera vez, desde hacía mucho tiempo... Es extraño, ni siquiera recuerdo cuándo había llorado antes. Ahora no fue seguramente por conmoverme delante de sus tumbas... No. Sus dos lentas agonías endurecieron para siempre mi sensibilidad. Además, he visto morir a mucha gente. Lloré en ese cementerio porque sentí lástima de mí misma: debe ser una forma de egoísmo. Pero ¿acaso no tengo derecho a ser egoísta cuando jamás nadie piensa en mí? "Cuando salí de la inmensa necrópolis, anduve errante por Paris... Hasta hice algo insensato: entré en una iglesia, yo que nunca he creído en nada. La iglesia estaba desierta... La recorrí toda; había varias estatuas y, entre ellas, la de esa mujer velada que los creyentes llaman `La Virgen...' Llevaba a su hijo en brazos... Nunca he tenido instinto maternal: los niños me impacientan... Son ruidosos y desordenados. Sin embargo, me detuve delante de esa estatua y la contemplé detenidamente: la mujer tenía un velo como yo... En realidad hubiera podido representar a una de esas enfermeras que viven en las casas cunas. Los ojos eran azules y limpios, la mirada bastante dulce, aunque sólo era la de una estatua coloreada. No me resultó antipática esa mujer y también a ella le hable: `¡Eres tú, entonces, a la que millones de gentes llaman la Virgen! ¡Tú, delante de quien los hombres se descubren! ¡Tú, a quien he visto durante años en imagen o en medallas, en los cuartos de las clínicas y en las salas de los hóspitales! ... Tú, a quien los moribundos imploran apretando en sus manos crispadas ese amuleto que llaman rosario... Dios te salve María, llena eres de gracia... ¡Cuántas veces oí de labios agonizantes, haciendo un último esfuerzo, balbucear esas palabras que parecían confortarlos! Y estás allí, como estás en todas las iglesias del mundo, mirándome con calma, casi sonriente... Estás orgullosa de tu hijo. Se ve... Lo muestras con orgullo a todos los que pasan. Pero no eres la única en tener un hijo. Todas las mujeres han tenido al menos un hijo. Todas... menos yo. Yo, que sólo tengo la amenaza de una muerte horrible después de haber vivido sola, sin afectos... Tu mirada no es sin embargo de desafío hacia mí: se diría que sientes piedad. Serías tú la primera, ¡tú que no eres de carne!, ¡Si es verdad, haz algo! Haz que el análisis microscópico ponga en labios de Berthet la frase que espero: `No es canceroso.. .' Sólo entonces podría quizá empezar a creer en ti, como los demás. ¿Por qué hay siempre cirios encendidos delante de tu estatua? Esas pequeñas. llamas recuerdan los entierros y la muerte... ¡Yo quiero vivir! "...Y hui de la iglesia preguntándome si, a pesar mío, no habría hecho eso que se llama una oración. ¡No! ¡No podría haber rezado! Nunca fui capaz de hacerlo: rezar es humillante. Es una muestra de envilecimiento en el hombre, que sólo implora porque reconoce su impotencia delante de las fuerzas terribles que están por encima de él. '¡Yo soy fuerte! "Al día siguiente, por la mañana, me practicaron la broncoscopia. Se me hizo antes una anestesia local de la cara y el tórax. Todavía oigo la voz tranquila de Berthet cuando terminaron: `Ya está. No la molestaré más, Marcelle... ¿Puede volver dentro de ocho días para indicarle el tratamiento que tendrá qué seguir?' ¡Dentro de ocho días! Eso quería decir que había aprovechado la anestesia local para hacer. la biopsia... Prometí volver. "Ocho días que fueron terribles. Luché desesperadamente contra el miedo que me invadía cada vez más a medida que se acercaba el plazo fatídico. Me repetía cien veces al'día: '¡El resultado del examen microscópico no puede, no debe ser positivo!' Hubiera querido estar en el laboratorio, que conocía de memoria por haber trabajado en él durante años, para evitar que se produjera el más mínimo error en mi perjuicio. Conocía hasta las menores fases de la observación metódica que estaban practicando en mi carne... Durante esos ocho días,,leí y releí todo lo que había sido publicado o divulgado sobre el cáncer del pulmón. Hice averiguaciones también para saber la dirección exacta de un sabio austríaco―¿sería verdaderamente sabio?― que afirmaba en las conferencias de prensa haber descubierto el suero del cáncer. Después de todo, ¿por qué iba a mentir? ¿Por qué no podía haberlo descubierto? Nosotros, que pertenecemos a la medicina oficial, reconocida, patentada, no podemos seguir, ignorando deliberadamente los resultados obtenidos por ciertos curanderos... Sobre todo, en el campo, hay de esos 'ensalmadores' que obtienen curaciones en casos en que la medicina se ha visto impotente. ¿Por qué no podía existir uno que. hubiera encontrado el remedio esperado por el mundo entero? Si Berthet y su Instituto me daban a entender que estaba perdida, iría en seguida a ver a ese vienés del que hablaban maravillas. ¡Y él me curaría con su suerol "En ese estado de ánimo atravesé por tercera vez la portada de Villejuif el día fijado por mi antiguo jefe. Me esperaba, muy tranquilo. Ni un solo músculo de su rostro se movió cuando me dijo, después de hacerme sentar frente a él: ―Usted ha estado demasiado tiempo entre nosotros, Marcelle, para que yo trate de ocultarle, estúpidamente una verdad que sospecha... y sé que está al corriente de mis métodos.. . ―Dicho de otra manera, señor, ¿estoy atacada?―No me haga decir una palabra que no he pronunciado y que una regla de humanidad nos prohíbe hasta murmurar delante de quien sea., En suma: según mi opinión, su caso es serio, pero operable... Hay dos soluciones: o practicarle una neumonectomía, extirpando el pulmón izquierdo.. Usted sabe tan bien como yo que uno vive perfectamente con un solo pulmón—. . O hacer una lobectomía, quitándole sólo los dos lóbulos afectados. De esta manera conservaría los dos pulmones, pero el izquierdo tendría un rendimiento insuficiente. Personalmente, soy partidario de intentar la primera operación. Usted es la que tiene que decidir.' ―Ya está decidido, señor, ¡ni una ni otra!' Me había levantado. Esta vez Berthet me miraba azorado. Y hablé rápido, le grité todo lo que me ahogaba y que había que decirle: ―¡Intentar la primera operación! Esa es la palabra fácil detrás de la cual se escudan todos ustedes: ¡una tentatival Si no resulta, sus conciencias estarán tranquilas porque han prevenido al paciente o a su familia que sólo era una tentativa. Y usted sabe mejor que yo, señor profesor, que hasta hoy nunca ha resultado, la operación que recomienda. Si 'resulta' como pretende hacerme creer, prolonga la vida del enfermo algunas semanas, pero está irremediablemente condenado en los tres meses siguientes. ¿Quiere ejemplos? Todos aquellos en los que se ha hecho 'la tentativa'. ¿El nombre de una víctima ilustre? ¡El rey Jorge VII Y, sin embargo, usted mismo ha dicho que el médico inglés que lo operó era una eminencia mundial! Tres meses después el desgraciado rey moría en pocos minutos ... ¿Y usted quiere que tenga confianza? ―Nunca se sabe Marcelle...―Está bien eso: ¡nunca se sabe! Estoy por creer, que no se sabrá nunca. Pero, por suerte, habrá otros que sabrán antes que todos ustedes. Otros que emplean métodos nuevos, que no piensan sólo en la ablación de la parte enferma. A uno de éstos iré a ver al salir de aquí.―¡Se lo ruego, Marcelle, no cometa un gran error. No se confíe a esos charlatanes que sólo buscan el lucro y la publicidad amparados por un bluff gigantesco. No se le. ocurra creer lo que dicen a tontas y a locas, y hasta inventan, periodistas poco escrupulosos, amantes del sensacionalismo. Se lo repito: la operación puede y debe intentarse siempre en la actualidad mientras nosotros, que hemos estudiado honestamente desde hace setenta y cinco años ese problema, no encontremos otra solución.. . “ Hablaba, hablaba... y yo no escuchaba. Trataba de ahogar mi impotencia y la de sus colegas, ante un problema que, estaba por encima,de ellos, con un montón de palabras de consuelo, de palabras inútiles... No le escucharía más, ni a él. ni a nadie. Me fiaría de mi instinto e iría a ver a aquel que quizás podía salvarme sin necesidad de la espantosa intervención quirúrgica que termina por liquidarnos... ¿Perder mi tiempo haciéndome operar inútilmente cuando ya debía de haber vuelto junto a Denys? Denys no debía enterarse de mi estado... ¡La operación le revelaría todol―¿Me escucha, Marcelle?― me preguntó de pronto Berthet. ―¿Por qué tengo que escucharlo? Veinte veces, cincuenta veces he oído esas mismas palabras dirigidas a otros enfermos y cuando salían de su consultorio, marcados con sus palabras, usted se volvía invariablemente hacia mí o hacia otro de los asistentes, diciendo con cansancio:― `Es horrible, pero hay que intentar todo, ¿no es así?' Cuando salga yo de aquí para no volver nunca más, quizás no pronuncie esa frase: ya sabe que no puede convencerme. Adiós, señor. Ahora soy yo la que no va a molestarlo más. . "... Al franquear por última vez en la vida―al menos así lo creía entonces― la puerta del Instituto pensaba que mi antiguo jefe no había faltado a lo que él llamaba la regla de humanidad: ni una sola vez habla pronunciado delante de mí la palabra CANCER. Y yo..." ... Escribió la palabra con letras mayúsculas. La frase siguiente está inconclusa. Una frase que no será nunca terminada.. Hay un espacio en blanco, luego la escritura sigue, tres líneas más abajo, más nerviosa,... Ese espacio en blanco señala el instante preciso en que yo llamé a su puerta: Su voz contestó inquieta: ―¿Quién es?―Yo, Marcelle.― Ah, sí, doctor. Un momento... Debió esconder precipitadamente su cuaderno antes de dar vuelta la llave en la cerradura, y se me apareció, siempre vestida con su uniforme. Era como para preguntarle si se lo quitaba para dormir. Entré en su cuarto, ignorando todo, loco de furia, con la idea fija de hacerle una escena a causa de mi amante.―¿Qué le pasó en París, Marcelle? Ya me preguntaba si volveríamos a verla. ¿Olvidó que mis enfermos la estaban esperando y que yo estaba agobiado de trabajo?―Hice todo lo más pronto posible, doctor. Créame que estoy apenada...―En fin, está de nuevo aquí. Pero no he venido tan tarde a verla para hacerle ese reproche... Quisiera saber por qué se condujo de tan ridícula manera con Mme. Triel. No tiene ningún motivo para tratarla con tan poca cortesía y además tendrá que acostumbrarse a verla, a menudo aquí. ¿Me entiende?―Sí, doctor.―Christiane representa todo para―mí. La quiero profundamente... Y sólo por respeto a la memoria del marido no nos hemos casado todavía. Usted debe considerarla, desde ahora, como mi futura esposa. Espero no tener que repetírselo.―No, doctor.―Esta noche, Christiane y yo hemos tenido la clara impresión de que usted le reprocha su presencia aquí... Sepa que mi vida privada no le interesa a nadie y menos a mis subordinados. Entre Christiane y usted no vacilaría un instante: se iría usted. Y sería. únicamente por su culpa. Entendámonos: le ruego sencillamente que en el futuro se muestre más amable, ,de lo contrario la vida aquí sería intolerable. Si usted quiere, puede ser amable, Marcelle, estoy convencido. Haga un esfuerzo y todo marchará bien. Estoy encantado de tenerla de colaboradora... Todo el mundo en la ciudad le estima y eso es muy importante. No se le ocurra pensar que a Mme. Triel le disgusta que usted viva aquí. Ella la admira mucho. Cuando la conozca mejor, se dará cuenta de que podrá ser para usted la mejor de las amigas. ¿Por qué no sería lo mismo de su parte? Sin embargo, esto no será, posible si la próxima vez que se encuentren no se disculpa por haberse negado a comer con ella esta noche.―¿Ah? ¿Conque es así? Salí golpeando la puerta. Detrás de mí sentí el seco chasquido de la llave que giraba en la cerradura. Una vez en mi cuarto, me sentí dividido entre dos sentimientos: el de haber dado al fin muestra de autoridad, pues ella ya empezaba a aburrime con sus grandes aires protectores y esa manera de contestarme... Y el de haber sido quizás injusto, dejándome llevar por mi amor hacia Christiane. Me pregunté con cierta ansiedad cuál podría ser la reacción de Marcelle Davois al día siguiente. ¿Haría su equipaje? Para mí sería una verdadera catástrofe... Irritado, abrí con cuidado la puerta de mi cuarto: la luz seguía encendida en el de Marcelle. ¿Cómo iba yo a imaginar que había vuelto tranquilamente a su diario después de la interrupción dejada en blanco?... Acaba de venir.` Por primera vez se ha atrevido a entrar en mi cuarto desde que vivo en su casa. Estaba muy enojado. Eso no me disgustó: le queda bien demostrarse como hombre o, por lo menos, creerse que lo es... Para mí será siempre un niño adorable. Para que haya sentido la necesidad de asegurarme que Christiane será un día su mujer es porque no está muy seguro de ello: `Nunca será su mujer, Denys', pero era demasiado pronto. No lo será nunca porque así lo he decidido. Hasta pienso a veces ¿por qué se empeña en creer que esa Christiane es la mujer de su vida? ¿No será únicaménte por la nostalgia del noviazgo frustrado y de las promesas juveniles? Tampoco estoy convencida de que esa mujer sería capaz de retenerlo por los sentidos y ser una buena amante. En cambio yo lo, domino ya completamente con mi cerebro... Era evidente, durante su crisis de furia infantil. Sólo tiene ui temor: que yo me vaya. No puede prescindir ya de mi colaboración profesional. Que esté tranquilo: ¡me quedarélAdemás, ¿adónde podría ir? El único fin de mi vida, o de lo que me queda por vivir, es El. No lo dejaré nunca salvo que sea por la muerte. ¿Cuánto tiempo tengo todavía por delante para conseguir atraerlo? Apenas dos años: según lo que da a entender claramente la ficha que me hicieron en Villejuif y que yo he robado... La tengo aquí, guardada con dos vueltas de llave en este cajón de donde sólo la sacaré para anotar en ella los progresos de mi mal. Yo, que no quería volver a poner los pies en el Instituto del Cáncer después de mi tercera entrevista con Berthet, me― vi obligada a volver el domingo por la mañana a una hora en que los pabellones están casi desiertos. No era posible que las pruebas escritas, los resultados de los diferentes exámenes que he sufrido, y, por último, las radiografías quedaran en los archivos del Instituto, rotulados bajó un número en un fichero cualquiera a la disposición de no importa qué médico o miembro del personal. 'Todos aquellos, con los que he trabajado durante años y que me conocen, no tienen ninguna necesidad de descubrir que en el fichero, bajo el número 9.827, se encuentra el nombre de Marcelle Davois, que padece un cáncer muy avanzado del pulmón izquierdo... Era demasiado peligroso para mi tranquilidad futura. Si por casualidad, a Denys se le ocurriera visitar de nuevo a su antiguo jefe, éste―aunque lo creo bastante discreto― podría enseñarle mi ficha y se enteraría de todo. Entre médicos el secreto profesional no existe.. Pero ahora, que mi ficha ha desaparecido de los archivos, no queda ninguna huella, ninguna placa, ninguna prueba material de mi enfermedad... Sólo las afirmaciones de un profesor que puede equivocarse como cualquier otro. "No me resultó difícil robar esos documentos: fue la única razón que me obligó a demorar mi regreso. Tan pronto los tuve, volví. Esta era otra de las cosas que no podía decir a Denys cuando me reprochó mi demora imprevista. Aproveché bien el domingo: sabía que no corría el riesgo de encontrar esa mañana a ninguno de mis antiguos colegas. El portero del Instituto, que me conoce de vista desde hace años, me dejó entrar sin hacer la menor objeción: ese hombre no debe de saber siquiera que ya no formo parte del personal del gran edificio. Fui directamente a la sala de los archivos, en el subsuelo, sabiendo de sobra que cualquier enfermera, enviada por su jefe de servicio puede entrar para tomar la ficha que él necesite. Esta facilidad siempre me asombró cuando estaba en el Instituto: no está de acuerdo con la discreción impuesta respecto a la personalidad de cada enfermo. Luego volví a pasar frente a la portería, lo más naturalmente del mundo, con la certeza, esta vez, de que nunca me volverían a ver en esos lugares. "Esa tarde, en el tren que me traía de vuelta, tuve todo el tiempo necesario para consultar las fichas y examinar mis sucesivas radiografías. No hay duda posible: el mal se localiza entre 2 y 8 centímetros de profundidad con ramificaciones que se extienden. Un día, lo sé, sólo podré mover con dificultad el brazo, izquierdo: la parálisis lenta empezará y pronto será el fin, a menos que el suero del austríaco produzca la rápida mejoría que me prometió. "... Desgraciadamente no tengo mucha confianza en ese doctor Schenck... Estuve a verlo después de haberle dicho a Berthet todo lo que pensaba de la inutilidad de su método, pero desde el vestíbulo me decepcionó ese especialista privado, casi clandestino: habla mucha gente. Era horrible: todas esas personas, hombres y mujeres, habían ido allí impulsadas por el mismo estado de ánimo que yo. Eran desesperados que sabían que la ciencia oficial los consideraba como irremediablemente condenados, pero querían seguir luchando... Mientras hay un soplo de vida..., "Esperé como los demás. Al fin vi al famoso doctor del que la prensa ha hablado mucho, sin duda porque trabaja al margen de la medicina oficial. Su aspecto exterior es bastante atractivo, demasiado atractivo a mi juicio... Habla nuestra lengua con dulzura y con un ligero acento de Europa central que contribuye a aumentar su encanto natural. Tiene también una fuerza de convicción poco común. Es una especie de fakir moderno que hipnotiza. 'Mi método, señorita, es completamente diferente al de los demás... A mi juicio ellos están estancados. Por otra parte, no soy el único en manifestar esta opinión... Uno de vuestros más ilustres sabios, Auguste Lumiére, ¿no lo ha declarado acaso recientemente en la Academia de Medicina en una vigorosa crítica?―No estoy enterada, doctor.―Lea esto―, me dijo alcanzándome el informe de la sesión de la Academia donde se reproducía la vehemente crítica del sabio lionés que, a los noventa años, prosigue sus trabajos sobre las grandes plagas que sufre aún la humanidad. "Y yo leí: Nos preguntamos para qué ha servido la labor enorme de los experimentadores. Confesemos que en definitiva no ha servido para nada. Pero tienen motivos esos constantes fracasados y son gravosos esos motivos... Con el fin de descubrir en los humores de los `casos dudosos', aquellos susceptibles de servir de `test' con vistas a caracterizar la enfermedad, se ha sometido la sangre, el suero y los líquidos humorales a todas las investigaciones analíticas y posibles. Como resultado de estos trabajos muchos investigadores han creído encontrar la solución del problema y cada uno de ellos ha propuesto una reacción particular que lleva su nombre. Es así como el laboratorio ha brindado a los clínicos, sucesivamente, más de veinte `tests' diferentes. La multiplicidad de esos tests demuestra su inseguridad, y la Clínica prácticamente no ha adoptado ninguno. ¿Por qué? Porque muchos inventores han ignorado los principios capitales del método experimental que comportan la observación rigurosa de las manifestaciones del mal y el control de los resultados adquiridos en ensayos―testigos. ¿Y qué comprobamos nosotros? Los investigadores han descubierto perturbaciones humorales y las han atribuido al cáncer mismo, cuando en realidad son debidas a trastornos del estado general debido a un entorpecimiento de las funciones orgánicas... En el centro anticanceroso de Lyon, hemos visto durante más de veinte años, millares de enfermos, que sufrían de cáncer, cuyo estado general y humoral parecía completamente normal. Es muy verosímil que los humores no elaboren por sí solos ninguna sustancia particular que se pueda descubrir por nuestros métodos analíticos modernos. Esto parece muy racional, pues la célula cancerosa es una célula que sólo se diferencia de todas las demás por su propiaded de dividirse indefinidamente... Si se han perdido tantos años en la búsqueda de algo que parece no existir, si la literatura médica está atestada de trabajos inútiles, si los esfuerzos de imaginación de tantos investigadores han sido vanos, es sencillamente que se ha desconocido u olvidado los principios primordiales de la investigación experimental, base de toda investigación científica y médica correcta. "Devolví al doctor Schenck el informe, diciéndole:―Confieso, doctor, que esta declaración es bastante inquietante... ¿Cree usted seriamente poder curarme?―Estoy seguro, señorita... Tengo en tratamiento numerosos enfermos cuyo estado ha mejorado sensiblemente gracias a mi suero.―Sería indiscreto preguntarle, doctor, cuáles son los bases que le han permitido descubrir ese suero?―En efecto... Estoy decidido a no divulgar mi secreto hasta que la medicina llamada `oficial' no haya reconocido públicamente su eficacia. Pero mi conciencia, me prohibe privar a la humanidad de los beneficios que prcura. Es por eso que no vacilo en tratar a todos aquellos que me necesitan. Hay que tener confianza, señorita... La veo muy escéptica.―Es verdad, pero como tampoco tengo confianza en los médicos de Villejuif o en los sabios del Instituto Pasteur, estoy dispuesta a intentar su experiencia. ¿En qué consiste?―Es muy sencilla, consiste en la absorción periódica, por medio de una inyección endovenosa, una vez por semana, de una ampolla de suero. Pero antes es indispensable que la examine para saber qué dosis le recetaré. "Sufrí un nuevo examen que se pareció extrañamente a una vulgar auscultación general. De vez en cuando, el austríaco tomaba notas. Se demoró palpando mi seno y mi cadera izquierda... Al parecer lo que más le interesó fue el ritmo de mi respiración... Se quedó, largo tiempo, con el oído aplicado a la base de mi pulmón izquierdo... Finalmente, levantó la cabeza diciendo:―'No hay ninguna duda posible. La parte inferior del pulmón está afectada... El mal está bastante avanzado... No hay que perder un instante... Le voy a aplicar desde el principio la dosis 7.. Aquí tiene una primera caja de ampollas... No olvide, una inyección por semana. ¿Es capaz de dárselas usted misma? ―Sin duda, doctor. ―Su profesión de enfermera va a ayudarla mucho. Le pregunté eso porque creo inútil que recurra a otra enfermera diplomada que podría pedirle explicaciones completamente superfluas sobre la naturaleza del suero que le receto. Una indiscreción es siempre posible... y el principio mismo de mis tratamientos es la discreción absoluta. ¿Puedo pedirle que usted también la mantenga?―Se lo prometo, doctor.―IVuelva a verme, se lo ruego, dentro de tres meses exactamente, cuando se haya dado las doce inyecciones.―Sí, doctor.―Tome esta caja, señorita.―¿Cuánto le debo, doctor?―Nunca cobro mis consultas, señorita... Simplemente le pido que me abone el precio del medicamento. Me llamó la atención lo módico del precio y me fui con mi caja de ampollas. Aquí están: mañana por la mañana comenzaré la serie. ¿Qué arriesgo en el estado en que estoy? Si el suero misterioso, que a pesar de todo me hubiera gustado analizar, sólo pudiera prolongarme la vida, ya sería una gran cosa... "Al salir de la casa del austríaco, estaba bastante desilusionada, a pesar del optimismo que emanaba de su persona y que contrastaba con el rostro severo de Berthet. La idea del. suicidio me asediaba de nuevo. Me preguntaba―y todavía me lo pregunto― si mi enfermedad no sería hereditaria. Entre todos los trabajos que había leído en esos ocho días de espera que habían precedido al diagnóstico final de Berthet, uno de ellos me había impresionado profundamente. Era obra de otro especialista vienés, pero éste era oficial: el profesor Léopold Scroenbauer, jefe de la primera clínica quirúrgica de Viena, quien junto con numerosos médicos austríacos ha realizado a partir de 1919, una investigación muy completa sobre los orígenes de las afecciones cancerosas. En su informe, ese 'eminente galeno expresa que, en 36 mellizos del mismo sexo observados, se descubrieron 5 casos de cáncer a la misma edad y en el mismo lugar en los dos sujetos. En dos casos la afecciones cancerosas eran diferentes y, en tres casos, estaba afectado el mismo órgano. En fin, un estudio sobre la descendencia de matrimonios que sufrieron de cáncer en su juventud ha puesto de manifiesto la existencia de cancerosos en un tercio de sus descendientes. . "Mis padres, mi madre sobre todo, murieron de esa enfermedad relativamente jóvenes. Es monstruoso que sólo me hayan dejado eso como dote. "Sé muy bien que existe el caso de esa doctora italiana que se inoculó el cáncer para estudiarlo en sí misma, sin que lograra que el virus prendiera. Yo, si conservo el valor hasta el final, sería un excelente conejillo de Indias. No necesito inocularme el mal; lo tengo. ¿No serán tal vez todos esos enfermos, con los que me he codeado durante años en Villejuif, los que me han contagiado? Ahora odio a esos miserables que me han agradecido así el haberme consagrado a ellos. Verdaderamente, no sé nada... Sé tanto como los Berthet, los Schenck, los Lumiére, los Schoenbauer, como todos... También he averiguado si existían otros remedios además del suero que he traído. "... Hay el H―11 ... Pero, ¿es acaso más serio que los otros? Así pretende el doctor Gordon Ward en el Medical World que no es sin embargo el periódico oficial de los médicos ingleses, el cual es él British Medical Journal, y esto me preocupa. El H―11 es un extracto urinario preparado en un establecimiento privado―el laboratorio Hosa, de Eandbury―on―Thames y cuyo director es un doctor James Henry Thompson. Cuando una persona―explica Gordon Wardllega al término de su crecimiento, segrega sustancias inhibitorias que impiden que este crecimiento continúe. Se ha pensado pues que las sustancias que detienen el crecimiento normal podían entorpecer igualmente la progresión de la multiplicación celular anárquica que es el cáncer. El H―11 contiene esas sustancias. Sin embargo ese H―11 no es ninguna novedad; se ha probado muchas veces en Francia, y los resultados han sido nulos. Esta existencia de las sustancias inhibitorias del crecimiento forma parte de las hipótesis de trabajo consideradas como reductoras, pero nada más. Su presencia real nunca ha sido demostrada. No― hay un solo tratado de fisiología general o de endocrinología que las mencione. "... Hay otra doctora italiana, Clara Jolles―Fonti, que convocó a los periodistas a una conferencia de prensa en Milán para declararles que había aislado el virus del cáncer, que había logrado reproducir es virus en caldos de cultivo, que había encontrado en la sangre de todos los cancerosos, que había tratado con éxito numerosos enfermos gravemente afectados que curaron en pocos días y, en fin, que ponía su .remedio a la disposición de sus colegas para que aún pudiera ser mejorado. Todo eso parece maravilloso, demasiado hermoso para ser verdad... Pero, me sorprende que esa doctora Fonti sintiera la necesidad de comunicar su descubrimiento a la prensa antes que a nadie. Un verdadero sabio no actúa de ese modo: antes de publicar cualquier cosa, se rodea de mil garantías, de pruebas y contrapruebas. La señora Fonti no hizo nada de eso y su comportamiento se parece extrañamente al del vienés que cree haberme convencido.... Todo eso es horrible y se paga por un recrudecimiento de falsa esperanza en los enfermos: y eso es lo peor. Realmente cuando se tiene esa enfermedad hay motivos de sobra para suprimirse, es preferible terminar de una vez. Sólo un motivo ha sido hasta el presente bastante importante para impedirme que lo hiciera: la idea de que desapareciera sin haber sido amada por Denys. No quiero morirme sin conocer el amor... Después me mataré. Todo me será igual. 'Para alcanzar ese último, ese único fin de mi vida, he pensado que debía lograr que se aburriera de Christiane, pero no conseguiré esto directamente. La ama tanto que me preguntó si no le habrá sido fiel durante todo el tiempo en que no se veían. Parece increíble en un joven tan bien constituido, pero así ha de haber sido. Hay que actuar entonces a la inversa: quitar a esa mujer de en medio. ¿Ella lo ama realmente? ¡No! Si lo amara de verdad no se hubiera conducido con él como lo hizo mientras estaba prisionero. Lo hubiera esperado ansiosamente... Y ahora se ha convertido en su amante sólo porque lo desea; en cambio yo lo amo. El rompimiento tiene que venir de ella... Cuando él se vea solo, más desamparado que desesperado, el terreno será propicio: se refugiará naturalmente en mí, que seré la única persona capaz de comprender su situación, . Cuando me dé cuenta de que no puede estar sin mi presencia física, le confesaré entonces mi enfermedad. Esto lo trastornará.. Hará todo lo posible para tratar de curarme... No conseguiá más que los otros, pero me habrá dado esa última prueba de amor antes de que muera en sus brazos. Cuando me pierda, sólo será un guiñapo humano: quiero que sea así para que no pueda ser nunca de otra mujer. Lo habré marcado para siempre... "¿Cómo eliminar a Christiane? ¿Un veneno? Conozco, uno excelente, ¿pero será necesario llegar hasta eso? No me importaría suprimir a esa mujer, pero podría resultar peligroso para mí... Ha habido tantos envenenamientos últimamente que la policía se ha vuelto desconfiada... ¿Qué otro medio entonces? Un chantaje... ¿a quién? ¿A ella o a él? No resultaría... No creo que ella tenga actualmente otro hombre en su vida y estoy segura de que él la tiene a ella como única amante... Haría falta que ella se fuera por su voluntad, que lo abandonara... ¡Exactamente! Y de pronto se me ocurre que si una mujer se viera atacada por un mal incurable, ¿no sentiría necesidad de ocultarse para morir, para no descubrir al que ama su decaimiento físico? Me parece que Christiane se alejaría, por orgullo y por amor... Yo misma, que sé mi mal incurable, haría lo mismo si hubiera tenido ya mi parte de amor con Denys. He vuelto a su lado para vivir esta lenta agonía que comienza―y que él debe ignorar― únicamente porque deseo conquistarlo. "Lo ideal sería inocular el cáncer a Christiane. Desgraciadamente es imposible. Pero, ¿inoculárselo moralmente? Suena muy hábil de mi parte. ¿Por qué no tratar de hacerle creer que tiene cáncer aunque, verosímilmente, nunca tendrá nada de eso? ¿Por qué no convencerla, poco a poco, que es prácticamente incurable y que, de todos modos, no será aquí donde la podrían curar? Según mi opinión el cáncer moral, que se convierte en una obsesión, en una aprensión perpetua en un individuo, puede ocasionar en su comportamiento decisiones y consecuencias tan desesperadas como el cáncer real... Es un medio de librarse de gente molesta y resulta excelente por no haber sido aún explotado. Está en mis manos inaugurarlo con mi rival. "Para lograrlo, debo crear a su alrededor cierto ambiente psicológico... en otras palabras tengo que sembrar en la ciudad y en sus inmediaciones la psicosis del cáncer. Christiane, en esa forma, oirá hablar de él, continuamente y por todo el mundo... Este trabajo preliminar no debe ser muy difícil: la gente ya está preparada, desde hace tiempo, con todo lo que ha leído en los diarios y por los desatinos que se oyen continuamente en esas ridículas `charlas médicas'' de la radio. Cada uno siente la necesidad de exponer su pequeña opinión personal sobre el cáncer cuando en realidad no hay un solo sabio en el mundo que conozca su naturaleza exacta. Tan pronto cunda el pánico sobre la ciudad, me ejercitaré la mano―si así puede decirse― con algunos habitantes que me servirán de verdaderos `conejillos', para perfeccionar el método que utilizaré con Christiane. Debo ante todo encontrar un enfermo serio―quiero decir, alguien que esté gravemente atacado por una enfermedad cualquiera y a punto de morir de un momento a otro, sin que pueda afirmarse con absoluta certeza la causa del fallecimiento. Mi papel oculto consistirá en propagar entre la gente el rumor de que esa muerte sólo puede ser atribuida a un cáncer generalizado. Ese rumor correrá pronto. Producirá un evidente efecto. Se comentará. La palabra. cáncer estará en todas las bocas. Durante las semanas siguientes me bastará atribuir al cáncer todas las muertes un poco extrañas de la localidad. Así se creará la atmósfera de terror y de aprensión a la enfermedad... "Entonces elegiré a una mujer cuya vida se parezca a la de Christiane, es decir, una mujer que tenga como ella, un amante.. . En suma, haré un `ensayo general, convenciendo a esa mujer de que tiene un cáncer. Veré entonces su reacción. Si huye abandonando a su amante, como espero, quedará demostrado que mi razonamiento era justo. Habrá noventa y nueve posibilidades sobre ciento para que Christiane haga como ella cuando le aplique el mismo procedimiento... Con la ventaja de que ese `ensayo general' me permitirá perfeccionar hasta el máximo mi método, antes de intentar la experiencia con mi rival. "Si, por el contrario, la mujer―conejillo permanece junto a su amante, me veré obligada a probar otro procedimiento, probablemente me inclinaré al envenenamiento. A pesar de todo; algunos han logrado éxito en estos últimos tiempos y sus autores consiguieron hacerse absolver con las excusas de la justicia... Pero, lo repito, no pienso verme obligada a llegar a ese extremo. Tengo gran confianza en mi primera manera de actuar―el cáncer imaginario y moral― que es más ingeniosa. Me parece casi genial. "La única dificultad podría surgir del hecho de ser Christiane una mujer que sabe lo que quiere, lo prueba su matrimonio con ese rico industrial, al que no amaba. En la localidad se dice que M. Triel murió a causa de una enfermedad contraída en las colonias. ¿Favorecerla la bella Christiane el desarrollo de esa extraña enfermedad? Desde que la considero mi rival, la creo capaz de todo... Lo más curioso es que ella misma ignora que es mi rival. ¿Cómo podría sospechar que amo a Denys? No me disgustaría que se enterara un día, cuando ya no pudiera perjudicarme. Sería para mí una dulce venganza por todas las humillaciones que estoy pasando en este momento por su culpa. En todo caso, si yo hubiera estado en su lugar, casada con ese riquísimo M. Triel sin quererlo, no habría titubeado un segundo... Tal como veo las cosas desde hace algunas semanas, creo que una mujer deseosa de recuperar, cueste lo que cueste, a aquel que desea por amante, es capaz de todo... Venceré la dificultad. Ya tengo una carta de triunfo inesperada: sé, desde el primer día en que le puse las ventosas, que esa Christiane no goza de muy buena salud. Luego, cada vez que la he vuelto. a ver, la he observado bien:. esos hombros tan frágiles, esa espalda un poco encorvada; a veces parece que no tiene fuerza para enderezarse, esa sensibilidad aguda, esa exaltación constante son signos que no engañan a nosotros los que estamos acostumbrados a diagnosticar la predisposición del paciente a tal o cual enfermedad... Me parece que ella ofrece un magnífico terreno que sabré aprovechar cuando llegue el momento decisivo. Para encontrar mis conejillos, tengo un medio inmediato de exploración: desde mañana, consultaré atentamente las fichas privadas que Denys ha hecho de cada uno de sus enfermos. Utiliza, para redactar esas notas confidenciales, una clave secreta que ha inventado para evitar indiscreciones. Pero se trata de una clave pueril, hecha de letras, de cifras y de gráficos destinados a recordarle el grado y la evolución de la enfermedad en cada uno de sus clientes. ¡Pobre Denys! No sospecha que he descubierto desde hace tiempo la manera de descifrar su pequeña clave; me divertí como con un jeroglífico y pasé una agradable velada un día en que él estaba junto a su amante... Verdaderamente es un muchacho encantador pero le falta imaginación. Examinaré pues, de nuevo su fichero. Pero no se captura a las moscas con vinagre, y Christiane no es nada tonta. Por lo tanto, desde mañana, daré a Denys la impresión de que su ridícula escena de esta noche ha surtido efecto: me mostraré más amable... muy amable, con todo el mundo, principalmente con Christiane, y sin olvidar a la huraña Clémentine. Me resultará penoso y exigirá de mi parte un control absoluto de mis nervios, pero quien quiere el fin..." Mi perversa asistenta siguió su plan al pie de la letra. Yo fui el primero en caer en la trampa. Mi único consuelo―si puede llamarse así― por dejarme embaucar de tan tonta manera por esa hipocresía calculada es pensar que también Christiane y Clémentine se engañaron. ¿Quién no hubiera creído en ese cambio? Pensaba que mi intrusión en su cuarto había dado sus frutos. Me jactaba diciéndome que esa solterona necesitaba, de vez en cuando, una buena paliza. Interiormente estaba muy orgulloso de haber tenido el valor de propinársela con unas pocas palabras bien dichas. Cuando al día siguiente, después de un recorrido, volví a almorzar, no sospechaba ni remotamente que va ella había consultado mis fichas confidenciales y elegido los desgraciados que consideraba sus futuros conejillos. Estuvo amabilísima durante el almuerzo. Hasta habló en la mesa de otras cosas que no eran enfermedades. Clémentine y yo estábamos atónitos. Después del postre, me preguntó si podía concederle algunos minutos de conversación en la biblioteca. Una conversación sorprendente que me dejó enteramente satisfecho.―Doctor, estoy desolada por lo que pasó anoche... Su cólera era justificada.―No, Marcelle. La cólera no se justifica nunca. Yo también reconozco haber estado mal...―Yo creo, doctor, que todo ha sido motivado por una mutua incomprensión entre Mme. Triel y yo. Apenas nos conocemos y mi timidez natural que es un horrible complejo que tengo puede hacer creer en ciertos momentos que soy desagradable voluntariamente. Haré un esfuerzo para vencerla... Y no querría, sobre todo, que Mme. Triel pueda creer que siento por ella la menor antipatía... ¡Muy al contrario! Esa joven y bonita mujer me parece encantadora... Estoy convencida de que un día lo hará muy feliz... ¿Por qué voy a tener mala voluntad a una persona que haría la felicidad de alguien a quien estimo? Más bien debía de estarle agradecida... Mme. Triel es necesaria en su vida. Si puede resultarle agradable, doctor, no vacilaría en ir a visitarla hoy mismo para borrar este lamentable malentendido.―No le pido tanto, Marcelle. Además, tiene cosas más urgentes que hacer... Lo mejor será que yo llame por teléfono a Christiane para que venga a comer con nosotros. Mi padre decía menudo que comer juntos arreglaba muchas cosas.―Su señor padre era un buen psicólogo, doctor... Sonriente, dejó la biblioteca. Fue eso lo que más. me sorprendió: acababa de tener la prueba―contrariamente a lo que pensaba― que Marcelle Davois―cuando quería― podía sonreír. Me pareció bonita detrás de su sonrisa... Sonrisa que conservó durante las consultas de la tarde: los clientes la miraban asombrados, preguntándose qué podía haberla transformado. Y yo seguía pavoneándome. Sentía que me iba convirtiendo en el verdadero pachá que en el futuro compartiría su pequeña existencia con dos mujeres muy diferentes: una que sería el amor y la otra la abnegación. ¿Qué más podía esperar? También me alegraba de que las cosas se hubieran arreglado: siempre he tenido horror a las complicaciones... En suma, estábamos todos satisfechos: Christiane, de recibir mi llamado telefónico anunciándole la buena nueva: Clémentine, de saber que la paz definitiva seria firmada esa misma noche durante una de esas comidas de las que ella sola tenía el secreto; yo, por sentirme amado y admirado; Marcelle, en fin... ¡Ah, Marcelle! ¡Si yo hubiera podido saber ese día de qué se componía su satisfacción! Pero, ¿cómo podía sospechar yo que la monstruosa máquina de ese cerebro destructor se había puesto en marcha, que todo en Marcelle Davois durante el poco tiempo que le quedaba de vida iba a estar centrado en una idea fija: hacer el mal? ¿Que no retrocedería ante nada porque sabía que su propio cuerpo estaba atacado por el cáncer inexorable que había comenzado ya a comer sus tejidos lentamente? ¿Que trataría de vengarse de los demás analizando fríamente los estragos que sufría para volverlos sobre víctimas inocentes? ¿Que no vacilaba en sonreír para engañar a todo el mundo cuando, en realidad, sólo tenía deseos de gritar su odio? ¿Que iría lejos, muy lejos, tratando de turbar un alma sensible, después de haber sembrado en ella una duda atroz, para separarla de lo que era toda su razón de vivir? ¿Que sólo aceptaría desaparecer, al fin, en medio del osario que había logrado crear a su alrededor en pocos meses, y que sólo tendría como única excusa, por todo el mal ocasionado, esa pasión tardía que había hecho "presa de ella en el momento en que ya estaba al borde de la tumba? No puedo escribir más. Mis dedos se niegan a continuar, mi estilográfica se escapa, voy a dejar... Christiane acaba de tener un largo acceso de tos en la pieza contigua. . La aurora comienza a enrojecer la cadena de montañas que cierran mi horizonte... He escrito la noche entera y ni siquiera he tenido tiempo de revivirlo todo como creí ayer tarde... Tendré que continuar esta noche, u otra cualquiera, cuando tenga el valor suficiente ... Lo que aún no he podido precisar en mi mente―y que es la lógica continuación de estas páginas― ¡es tan terrible! Además tengo la impresión de que, en esta primera noche, sólo he revivido el prólogo del drama... ¿Tendré fuerzas para llegar al fin? Es necesario; de lo contrario me perseguirá siempre el remordimiento de no haber sido completamente franco conmigo mismo... Debo también esconder este manuscrito aún informe, como también el horrible cuaderno de Marcelle Davois. Christiane no debe verlos... ni ella, ni nadie más que yo. ¡Qué pronto ha pasado esta noche! Verdaderamente, sólo es posible evocar y escribir tales acontecimientos en el silencio y la sombra; no pueden confiarse en el pleno día... El sol se eleva... ¡Es bueno volver a verlol Mientras todavía duerme mi amor, saldré a la terraza del chalet para respirar. Necesito aire puro... LA SEGUNDA NOCHE
... Hace ya una semana que estoy tratando en vano de escribir mientras Christiane duerme: Sentado frente a esta mesa, he leído y releído lo escrito durante la primera noche para compenetrarme bien de todo; he revivido mentalmente los momentos sobre los que he creído mejor no escribir, pero cada vez que tomaba la pluma para continuar me faltaba el valor... Es verdad que esta semana ha sido penosa: el estado de Christiane no mejora. Durante el día permanecía postrada como si sufriera de languidez y, por la noche, tenía accesos de tos que la ahogaban... Me parece que está al cabo de sus fuerzas, agotada... Esta noche, por primera vez en ocho días, su sueño es un poco tranquilo. Debo aprovechar: voy a escribir la continuación para alcanzar el fin que me he propuesto... conocer en sus más íntimos detalles el desarrollo y la psicología de la larga pesadilla que hemos vivido. Será el único medio para adquirir la fuerza moral que me permitirá curar definitivamente a mi amor. Liberada, al fin, mi mente, me sentiré aligerado de todo lo que aún me impide ver con claridad...
Espero también que la vigilia de esta segunda noche me baste para terminar; pero hay tanto que decir... "En la primera noche creo haber expuesto el problema de la personalidad aplastante de Marcelle Davois. Ahora la veo... Conozco además su plan monstruoso, del que sólo tengo que evocar su desarrollo. ¿Por dónde debo continuar? Por la comida, sin duda...― Esa comida insensata que nos reunió por primera vez, a Christian, a Marcelle y a mí, y en la que creímos ver el comienzo de una paz duradera. Era en realidad el principio de la más ardua y más astuta de las luchas de la que sólo saldríamos destrozados. ... Durante la comida, Christiane y yo advertimos que esa Marcelle Davois―a quien, hasta entonces, habíamos considerado únicamente una apasionada de su profesión―podía también manifestarse como una mujer capaz de sentimientos delicados. La conversación, que trató varios temas menos el de la medicina, se prolongó en la biblioteca hasta muy tarde. Cuando la llevaba de vuelta al castillo, Christiane me dijo en el auto:―"Creo, querido, que nos hemos equivocado completamente con esa mujer... Reconozco haber sido la más ciega: estabas en lo cierto cuando me decías que yo cambiaría de opinión cuando la conociera mejor.. ¿Quién sabe? Tal vez se convierta en mi mejor amiga. No tengo muchas."―"Deseo que así suceda, Christiane."―"¿No te parece que el motivo de su dedicación se debe a que está algo enamorada de ti?" ―"Marcelle, enamorada? Estás loca, querida, Es incapaz de eso. Es un estado de alma que nunca la ha rozado... No sabe lo que es el Amor. Ni siquiera intenta saberlo: no le interesa. El único sentimiento profundamente arraigado en ella es el del Deber profesional... Es su Credo."―"Es posible que tengas razón, Denys." Cuando regresé a mi casa, comprobé, al pasar delante del cuarto de mi asistenta, que no aparecía ninguna luz por debajo de la puerta... Esa noche, por primera vez en muchos meses, no sintió la necesidad de entregarse de nuevo al trabajo sobre el cáncer que me había dicho estaba preparando. Sentí verdadero placer: la velada pasada en nuestra compañía le había servido de descanso y permitido evadirse de temas tan penosos. La imaginaba dormida, feliz, sonriente... Yo mismo pensé, antes de acostarme: "No es una mala muchacha... Hasta esta noche fue más una desgraciada sin familia, sin hogar, sin amigos, que sólo esperaba para acercarse un pequeño gesto nuestro. En adelante, me lo prometo, formará parte de la casa lo mismo que Clémentine." Al día siguiente, por la mañana, fui llamado con urgencia a la casa de mi viejo amigo, el viejo Heurteloup. Su estado era grave. Sabiendo, que estaba irremediablemente perdido, dejé a Marcelle a su lado prodigándole los últimos cuidados y llamé por teléfono a un cirujano de Mans para una consulta urgente. Cuando mi colega llegó el viejo Heurteloup estaba ya en coma y murió tres días más tarde sin que fuera posible ninguna intervención quirúrgica. ¡El se había buscado ese final con sus traguitos de calvados...! Marcelle, que lo había velado noche y día con verdadera abnegación, regresó a almorzar. Christiane estaba allí. Pregunté en seguida a mi asistenta:―Contésteme francamente, Marcelle... Usted que no se separó del viejo Heurteloup durante su agonía, ¿de qué cree que murió: de su cirrosis hepática o de su tumor renal?―El hígado no reventó, doctor... Fue el cáncer renal el que logró vencer su sólida constitución. ¿Sería ése entonces el primer caso oficial que diagnostico en mi clientela?Probablemente hubo otros, doctor, a los que usted no prestó atención. Son cosas que suceden con frecuencia en la medicina corriente: uno se deja hipnotizar, sin darse cuenta, por los síntomas de una afección secundaria y descuida completamente el verdadero mal... ¡Recuerde, doctorl Usted mismo no se enteró de la existencia del tumor renal del viejo Heurteloup hasta que lo descubrimos juntos en las radiografías... Christiane, hundida en un sillón, nos escuchaba, silenciosa. Salió bruscamente de su mutismo para exclamar:―Pero, Denys, ¡el cáncer es horrible! Ahora resulta que empieza a atacar también aquí.―No ataca, señora―contestó suavemente Marcelle―, está aquí desde hace tiempo, como está en todas partes...―Pero, Marcelle―dijo Christiane―, no va a decirme que en otro tiempo se hablaba tanto del cáncer.―Hubo una época, señora, en que no se lo nombraba para nada porque se ignoraba su existencia... No había sido descubierto en el organismo humano. Recuerde esos niños que morían en su primera infancia por causas desconocidas: se decía entonces en el campo que eso se debía a los "cólicos de Miserere". Y hoy en día se cree casi con seguridad que esos niños morían de cáncer.―Seguramente voy a parecerles tonta―prosiguió Christiane―, pero tengo la impresión de que el cáncer se ha vuelto contagioso y extiende rápidamente sus tentáculos por todas partes como una verdadera epidemia...―Quizá tenga razón, señora. Pero, desgraciadamente, la respuesta a su razonamiento no ha sido dada aún por la ciencia―contestó sencillamente mi asistenta. Hubo un corto silencio seguido de un momento de malestar indefinible que me hubiera gustado disipar. ¿La inquietud muy evidente de Christiane no iría a propagarse por todas partes? Pregunté a Marcelle:―¿Espero que no habrá hablado de cáncer á la familia de Heurteloup?―Hay una regla absoluta, doctor, que ordena que nunca se diga la verdad sobre ese mal a los parientes cercanos... Sólo se conseguiría enloquecerlos inútilmente. ¿Y para qué sembrar el pánico en el pueblo cuando el mal ya ha hecho su obra irremediable? Le he dado mi opinión sincera porque usted me la pidió y estábamos entre nosotros... Le ruego, señora, no mencionar esto delante de otras personas.―Puede contar con mi silencio―respondió vivamente Christiane y añadió―: Me halaga que no haya titubeado en hablar con Denys de estas cosas graves delante de mí... Puede estar segura de que todo lo que se relaciona con la profesión de Denys me interesa... Estoy muy contenta también de que tenga a su lado una colaboradora como usted. Para evitar que toda la gente se inquietara inútilmente se decidió que la causa "oficial" de la muerte del viejo Heurteloup sería atribuida a su cirrosis del hígado... Esa noche, cuando me dirigía a mi cuarto, la luz se filtraba bajo la puerta de Marcelle. Seguramente había vuelto a escribir. ¿Anotaría quizás las observaciones que había hecho a la cabecera del granjero agonizante?25 de abril. "No podría desear nada mejor que esta muérte rápida . de Heurteloup. Yo no tenía nada en contra de ese viejo alcohólico, pero Christiane se quedó muy impresionada por lo que, tuve cuidado de decir delante de ella a Denys. Como él, está convencida de que el viejo murió de un cáncer al. riñón, en cambio yo no estoy segura de ello: su cirrosis hepática era suficiente para matarlo. Ahora me basta divulgar la noticia por el pueblo para que la palabra `cáncer' comience a sonar en todos los oídos. Como ya tengo mi muerto `serio' indiscutible, voy a poder atacar a la que he elegido para mi `ensayo general'... "Su nombre me saltó a la vista cuando lo leí en el fichero de Denys y me pregunto cómo no se me ocurrió en seguida. Es hermosa y tiene un amante. Todo el mundo la envidia: su salud es floreciente... Si triunfo, este segundo efecto psicológico hará una impresión más fuerte en Christiane, que no goza de muy buena salud, y mi mérito será aún mayor. Toldos en la comarca deben convencerse de que el cáncer puede atacara la más bella, a la que parecía más ajena a la fealdad... He visto en «el libro de las citas que viene pasado mañana para hacerse examinar por Denys. ¿Qué puede tener? Su ficha secreta no menciona nada especial... ¿Quién sabe? Quizá sea algo nuevo. Tengo que saberlo en seguida para actuar... ¡Oh, me serviría de cualquier cosa como punto de partida! ... Un minúsculo lunar, por ejemplo; es tan fácil dar a entender que podría ser de origen canceroso. En seguida la mente se pone a trabajar... De todos modos debo actuar pronto: temo que mi mal progrese rápidamente. Esta mañana me he dado la primera inyección aconsejada por ese Schenck... 'Fue extraño que recién terminara de dármela cuando recibí una carta de Berthet. Una carta curiosa que me divirtió y que no puedo dejar de copiar en este diario: `Mi querida Marcelle, lo que ha hecho está muy mal. Ayer quise consultar de nuevo su historia clínica y me enteré con estupor que había desaparecido de los archivos. Usted es la única que puede haberla sacado... ¿Por qué ese acto inútil? Sólo encuentro una explicación: temía sin duda que la noticia de su estado fuera divulgada en el Instituto por los que la conocían... Reconozco que esto es casi un excusa... Me apresuro a escribirle estas líneas, sobre todo para pedirle, con toda la autoridad de quien ha sido tantos años su jefe (jefe a quien creo que usted quería, Marcelle) y también por su amistad, que acceda a la única operación que pueda proporcionarle una mejoría muy sensible en su estado. Sé que se corre un riesgo... ¿pero qué intervención quirúrgica está exenta de peligro? ¿Y acaso no es infinitamente peor dejar que progrese el mal? Por supuesto, puede contar con mi completa discreción profesional. Fuera de mí y de mi primer ayudante, que me ayudó en sus exámenes e hizo los análisis microscópicos, nadie se enterará nunca de su estado. Respondo de él como de mí mismo. Le aconsejo que, tan pronto lea esta carta, la destruya y tome el primer tren para venir a verme. Su fiel amigo, George Beerthet.' "Acabo de romper el original de la carta que no contestaré tomando el tren para París. El suero de Schenck, aunque sólo me brinda una oportunidad entre diez mil, vale tanto como una operación inútil. Sé que ese buen Berthet, cuya solicitud para conmigo es bien gentil, no se hace más ilusiones que yo: su carta ha sido dictada por su conciencia profesional. Desgraciadamente olvida que hay momentos en los que el hombre más concienzudo del mundo queda impotente ante su propia ignorancia. La operación, cuyo resultado sería nulo, me privaría de un número precioso de semanas del poco tiempo que me queda de vida, obligándome a permanecer lejos de mi querido Denys... Ya no puedo pasar un día sin verlo, aunque sea un instante... No tengo tiempo de dejarlo con esta enfermedad que intenta separarme de él, carcomiendo cada día más mi cuerpo. Sola, sin la ayuda de nadie, debo mantener una lucha implacable contra dos adversarios: una mujer y un cáncer. Aún tengo tiempo de derrotar a la mujer, ¿pero lo tendré para hacer la conquista de mi joven amante antes de que la enfermedad me destruya?" ... Como prometía, actuó pronto. ,¡Y yo seguí sin sospechar nada! Durante los tres meses siguientes la atmósfera se transformó. Christiane venía a casa cada vez que lo deseaba; a menudo hasta pasaba la noche. Marcelle y ella se habían hecho amigas. Muchas veces las encontré conversando en la biblioteca. Reinaba la armonía. Clémentine me repetía con su pintoresco lenguaje: "¡Es un milagro de Christiane! ¡Es tan dulce y tan amable que ha conseguido amansar la pantera!" Y Christiane y yo empezábamos a encarar seriamente nuestro matrimonio para principios del otoño. No vacilábamos en hablar delante de Marcelle que parecía alegrarse sinceramente de nuestra felicidad futura. Una noche de julio, en que volví tarde de un parto difícil, sorprendí a Christiane y a Marcelle en el gabinete de radiografía. Mi asistenta explicaba a mi amada el funcionamiento de los aparatos y las diferentes maneras de utilizarlos para hacer radioscopias y radiografías. Cuando entré Christiane me dijo: ―"Querido, ¡esto es apasionante! Marcelle me ha enseñado cosas sorprendentes... es una maravillosas! Me ha asegurado que un día seré tan competente como ella en cuestiones de cáncer. ¿No es cierto, Marcelle?" ―"Veo que tienen ustedes conversaciones muy curiosas durante mi ausencia... ¿No podrían hablar de cosas más alegres?" ―"¡Por favor, no regañes a Marcelle!―exclamó Christiane―. No tiene la culpa, yo insistí sobre eso... Ella no quería.» Cuando quedé solo con Christiane, traté de hacerle comprender que su lugar no estaba en el gabinente de rayos X―y que no debía molestar a Marcelle con su curiosidad. Me respondió: "Estoy segura de que no la molesto... A ella le gusta hablar de su oficio: ¡si supieras el entusiasmo que pone! Mientras más la conozco, más la admiro... A veces me pregunto si tú te darás cuenta, Denys, del valor exacto de tu colaboradora. En cancerología es una autoridad. ¡Qué desgracia para ella, y sobre todo para los demás, que no haya podido llegar a ser doctoral"―"¿También te habló de eso?" ―"Sí, me confía todo. .. "―"¿Y tú?" ―¿Yo, querido?'No hablo más que de ti. ¡Si supieras cómo te estima! Por cierto que ayer me dijo algo que me causó placer: el doctor Fortier es uno de los pocos médicos de la nueva generación sobre los que pueden fundarse grandes esperanzas... Por poco le doy un beso." En el fondo yo también estaba encantado. Pero la mañana del 24 de julio recibí un llamado telefónico: Nunca olvidare esa fecha porque miré instintivamente el almanaque colocado sobre mi mesa, mientras escuchaba estupefacto a mi interlocutor. Marcelle ya se había ido al asilo de huérfanos. Me llamaba M. Boitard. Su angustiada voz resuena aún en mi oído:―¿Hola?―¡Doctor, venga pronto! ¡Mi mujer acaba de suicidarse!―¿Qué... ? La noticia me cortó la respiración.―¿Mme. Boitard? ¡Pero—. es mposible! Veamos, M. Boitard.. .―¡Venga, doctor! Se disparó un tiro en el corazón con mi revólver... Corrí como un loco a la casa del escribano M. Boitard había dicho la verdad. Cuando llegué, encontré a su mujer tendida en su cama. La bala, disparada sin duda a quemarropa, había seccionado la aorta: una muerte instantánea. De pie delante del lecho, el escribano estaba aplastado.―"¿Qué es lo que ha pasado?" ―"Yo bajaba recién al comedor para desayunar. La sirvienta había ido avisarle a mi mujer, que aún se encontraba en el baño, que el desayuno estaba servido... Mi mujer le contestó, a través de la puerta, que bajaría en seguida ... De pronto oí un disparo en el piso de arriba. Subí corriendo, seguido por la sirvienta. La puerta del baño no estaba cerrada con llave. La abrí y vi..." ―"¿Dónde está el revólver?" ―"Quedó donde estaba cuando entré, doctor, sobre el piso del cuarto de baño."―"Creo, querido señor, que será mejor no tocar nada hasta que venga la policía." ―"¿Usted quiere que avise a la policía? ¡Pero eso es imposible! ¡Se va a producir un escándalo espantoso!" ―"Usted no puede y no tiene derecho de hacer otra cosa, M. Boitard... Desgraciadamente mi papel ha terminado: sólo puedo comprobar el deceso, pero estas circunstancias son tan excepcionales que me es imposible extender el certificado de defunción sin que sé haga antes una investigación." ―"Tiene razón; ¡he perdido la cabezal" ―"Perdóneme que se lo pregunte en un momento tan penoso, M. Boitard, ¿pero por qué ella hizo esto?" ―"¿Por qué?"― El desgraciado se pasó la mano por la frente. Me di cuenta que se hacía la misma pregunta desde el instante en que vio a su mujer en el suelo del cuarto de baño. Mi pregunta era tonta y fuera de lugar. Traté de repararla: ―"¿Quiere que llame por teléfono en seguida al brigadier Chevart? Es un joven sensato y comprensivo. Dará la menor publicidad posible a todo el asunto.―"Se lo agradezco, doctor. Haga lo que considere su deber." Llamé al brigadier que llegó minutos más tarde. Me hizo algunas, preguntas lo mismo que a M. Boitard y a la sirvienta. Luego expresó:―"No cabe ninguna duda sobre el suicidio... ¿Este revólver era suyo, M. Boitard?"―"Sí, no lo he tocado desde hace años... Estaba en uno de los cajones del velador... Mi mujer me había dicho varias veces:―No debías dejar esta arma aquí, sino guardarla con llave en un cajón de tu escritorio... Un día puede haber un accidente." ―"¿Por qué no siguió usted ese atinado consejo, M. Boitard?", preguntó el brigadier. ―"Por la misma razón que siempre di a mi mujer: si unos ladrones trataban de entrar en mi estudio, lo harían seguramente de noche ... Debía tener entonces el arma al alcance de mi mano." ―"Es justo, M. Boitard. Un estudio de escribano de provincia puede resultar tentador para los ladrones... Y aun más, porque debe tener en su caja fuerte cantidades bastante importantes." ―"Sí... La pregunta que acaba de hacerme a propósto de ese revólver, brigadier, me trae de pronto a la memoria una frase que mi pobre mujer me dijo la semana pasada,...―y agregó, después de titubear un segundo―: Jeanne y yo estábamos ya acostados, cuando ella abrió el cajón del velador y me preguntó señalando el revólver:― ¿Estás seguro de que todavía funciona? Le contesté que no había ningún motivo para que el arma no funcionara. Me dijo entonces cerrando el cajón: ―¡Qué papelón harías si no tirara en el momento en que tuvieras a unos ladrones delante! Eso es todo, brigadier." ―"Ha hecho bien en decirme eso, M. Boitard. Es en efecto, muy curioso que Mme. Boitard haya hecho esa observación la semana pasada... Hace suponer que quizá tenía ya, en ese momento, la intención de atentar contra su vida y quería saber si el arma funcionaba." No tenía nada que hacer en la casa de M. Boitard hasta el momento en que la policía me autorizara a extender el permiso de inhumación. Sin embargo, me acerqué a la muerta para cerrarle los ojos, que habían quedado abiertos, fijos.. . Antes de retirarme, contemplé una vez más ese rostro que no había visto desde la última visita que me hiciera la bella mujer tres meses antes. Recordaba, que entonces había pedido hora para consultarme sobre un pequeño abultamiento que había notado bajo su seno derecho y que la preocupaba un poco. Era una simple mamitis que no tenía ningún carácter de gravedad. Le prescribí`' un tratamiento de hormonas masculinas, suficiente para que se reabsorbiera ese tumor benigno y le aconsejó que volviera a verme si no desaparecía al cabo de algunas semanas. Desde entonces no volvió; supuse que todo había vuelto a la normalidad. De todos modos, quise, antes de dejar ese cuarto donde descansaba en su último sueño, echar una mirada a su seno derecho. La protuberancia no había desaparecido. La palpé: era dura y bien delimitada. Lo cual probaba que sólo era glandular. ―"¿Qué está examinando, doctor?", me preguntó el brigadier Chevart.―"Nada importante, brigadier."― ¿Mme. Boitard formaba, naturalmente, parte de su clientela?" ―"Como toda la ciudad, brigadier."―"¿Había ido a verlo hace poco tiempo por motivos de salud?"―"No, en los útlimos tres meses.. Por otra parte, no tenía por qué: sólo la veía por los motivos ordinarios que obligan a toda mujer, normalmente constituida, a visitar a su médico en ciertas épocas.» ―"En esas visitas―continuó el brigadier―, ¿Mme. Boitard no le hizo nunca el efecto de ser un poco... anormal?" ―"Pocas veces he visto una mejor equilibrada. Su excelente salud le permitía estar siempre de buen humor. No hay nadie en todo el pueblo que no pueda decirle que su alegría era comunicativa. Para mí ella encarnaba la alegría de vivir. ―:"¿No tenía pues ninguna predisposición a la neurastenia?" ―"Ni la más mínima, brigadier."―"Muchas gracias, doctor. Ahora le agradecería que me dejara a solas con M. Boitard." Al. abandonar esa casa donde el luto había entrado de tan trágica manera, no podía quitar la vista de ese rostro que se mantenía inalterable en la muerte... de esa boca sensual que conservaría eternamente su secreto... ¿Por qué había hecho eso? No veía ninguna razón valedera. Su marido la mimaba y el que decían era su amante debía adorarla... ¿El amante? Una idea loca me vino a la mente. ¿No estaría relacionada con él la causa profunda de ese insensato gesto? ¿No se habría matado porque el amante ya no la quería? Parecía improbable: esa mujer no era de naturaleza propensa a la desesperación. Más bien era de las que reemplazan un amante por otro... Además, ¿qué prueba cierta se tenía de sus relaciones? Eran sólo "se dice, chismes de pueblo... Yo quería sin embargo estar seguro. Quería saber... Sentía confusamente que sólo podía encontrar la respuesta en el joven teniente de Aguas y Bosques. Creía con sinceridad que tenía derecho a esa respuesta, con el doble título de amigo y de médico de los Boitard... Si me enteraba de algo concreto, me lo reservaría y, por cierto, no daría cuenta a la policía. No era ése mi papel. El brigadier Chevart era bastante inteligente para arreglárselas solo... Pero, de todos modos, iría a ver al teniente Deval. ¿Y por qué no, en seguida? El no sabría, no podía saber lo que había pasado. Nadie en la ciudad lo sabía aún, aparte aparte del marido, la sirvienta, el brigadier Chevart y yo. Aprovecharía así el indudable efecto de la sorpresa en el joven. Pero, ¿me correspondía a mí anunciarle la horrible nueva? ¿No era mejor que se enterara por el rumor público? Después de todo, yo conocía apenas a ese joven. Lo había visto únicamente dos o tres veces: nos habíamos saludado y nada más. Siempre me había hecho muy buena impresión. Valía la pena presenciar su reacción cuando se enterara. Si no le producía ningún efecto, sería para mí la prueba de que no había sido amante de la bella Mme. Boitard, como se decía,. sino sencillamente un amigo, y que no tenía nada que ver con la decisión de la linda mujer. Si por el contrario se mostraba desesperado, sería tal vez porque no se sentía ajeno al drama. Fui directamente a su casa...―Mi visita debe sorprenderlo, teniente... sobre todo tan temprano...―En efecto, doctor. Me disponía a salir para mi recorrida de inspección.―El motivo que me trae es tan penoso como delicado... He creído mi deber anunciarle una triste nueva que debe ignorar todavía... Mme. Boitard acaba de matarse disparándose un tiro en el corazón con el revólver de su marido... Este drama se ignora todavía en el pueblo. He pensado que usted preferiría enterarse por mí, que he sido el médico de Mme. Boitard, y no por los demás.―¿Y por qué ha creído necesario, doctor, venir a participarme esa noticia a mí antes que a otro?―Pues... Pensé que todo lo que concernía a Mme. Boitard le interesaba particularmente...―¡Usted pensó! ¡Como todo el mundo en este horrible pueblo, sin duda! ¡Sólo que usted no sabe nada! ¡Ni usted, ni nadie! Sepa de una vez por todas que, aunque esa señora y yo estuviéramos muy vinculados, la naturaleza exacta de nuestras relaciones no importaría a nadie... Mme. Boitard tiene un marido. Creo que su lugar está más bien a su lado y no aquí.―¡Está bien! Perdóneme... Salí aturdido y confuso de la casa del teniente Deval. Ni un solo músculo de su cara se había movido cuando le anuncié la terrible nueva. O ese hombre tenía nervios de acero y un poder de disimulación poco común, o la muerte de la joven le era completamente indiferente. Sin embargo, personas dignas de fe y que no los juzgaban con malevolencia, me habían confirmado varias veces sus relaciones; personas a quienes más bien divertía el asunto considerándolo un tema de conversación como cualquier otro... Ya no sabía qué pensar. Al volver a casa, me encontré con Marcelle que volvía del asilo. Tan pronto estuvimos en mi consultorio, lejos de la curiosidad siempre despierta de Clémentine, la puse al tanto de lo ocurrido. Si el teniente había parecido no mostrarse interesado, Marcelle, en cambio, dio muestras de gran consternación. ―"No es posible, doctor... ¿la bella Mnae. .Boitard?" ―"Sí, la bella Mme. Boitard..." ―"Pero, doctor, ¿por qué tomó esa determinación?"―"¿Por qué? Me hago esa pregunta desde esta mañana... y no soy el único. Su marido está como yo... El brigadier de la policía, también..." ―¿La policía? ¿Se está ocupando la policía del asunto?"―"Ha habido muerte violenta por suicidio, Marcelle." ― Es cierto. ¡Qué escándalo va a haber en el pueblo!"―"¿Vio usted a Mme. Boitard últimamente?" Mientras le hacía esta pregunta, abrí mi fichero secreto para consultar la ficha personal de mi cliente. No me había equivocado poco antes en su cuarto: su última visita se remontaba al 27 de abril, o sea, tres meses antes. En la ficha estaba anotado el tratamiento de hormonas que le había ordenado para disolver su mamitis glandular. Apenas si escuché la respuesta de Marcelle: ―"Al hacer mi recorrido matinal la he visto dos o tres veces en el pueblo... Siempre me pareció que gozaba de buena salud. Por otra parte, hacía tiempo que no venia a verlo, doctor."―"Es cierto. ¿Para qué iba a volver si se sentía bien?»――¿No cree, doctor, que hay que atribuir su muerte a razones intimas? Quizá temía que se produjera un escándalo. Que su marido se enterara..." ―"¿Se enterara de qué?" Marcelle me miró asombrada. ―"Pues de sus relaciones con el teniente de Aguas y Bosques, doctor." ―Todo el mundo en el pueblo lo afirmaba." ―"¿Todo el mundo? No es una prueba suficiente... Christiane va a sentirla mucho: era una de las pocas señoras del pueblo con la que tenía bastante amistad... Voy a aprovechar la visita que tengo que hacer a los Servais para pasar por el castillo: le daré la noticia con el mayor cuidado posible." "¿Quiere que me encargue de eso, doctor?" ―"No, Marcelle, gracias." Subió a su cuarto y, según parece, no esperó.la noche como tenía por costumbre, para continuar escribiendo sus confidencias que tengo aquí, ante mis ojos, con la fecha del día en gire se suicidó Mme. Boitard..24 de julio. "Acabo de enterarme por Denys de algo asombroso. No lo había previsto... Sabía que mi plan, había resultado y que aquélla a quien todos llamaban con beatífica admiración `La hermosa Mme. Boitard' no era más que un guiñapo entre mis manos... Una pobre mujer dispuesta a hacer todo lo que yo le dijera... Todavía ayer me declaró que estaba . dispuesta a partir, siguiendo mis consejos, y a abandonar a su marido y a su amante... Pensaba ir a cualquier parte, pero lejos, muy lejos, para hacerse atender y operarse si era necesario... Sabía también que no se atrevería a volver mutilada a este pueblo donde era admirada y donde reinaba por su belleza... Pero nunca creí que hiciera eso, que tuviera el valor de matarse, porque en el fondo era una mujer muy cobarde... ¿Qué pudo pasarle por la cabeza en esas últimas horas? ¡Por nada del mundo quería yo que se matara! Ya Denys me lo dijo: lo policía se ha hecho cargo del asunto... Habrá una investigación... Esto me molesta. Tengo que andar con cuidado. Sobre todo voy a tener que modificar sensiblemente mi plan para que Christiane no la imite cuando le llegue su turno: turno que se acerca... ¡Y sin embargo! Dios sólo sabe―si es que existe― con qué habilidad maniobré. Tres meses... ni uno menos, necesité para llegar a lo que quería. Estoy por creer qué soy una excelente psicóloga... "Empecé hace tres meses, inmediatamente después de la visita que ella hizo a Denys.. en el preciso instante en que salía del consultorio. La esperé en el vestíbulo para acompañarla hasta la puerta... En un vestíbulo hay campo suficiente para conseguir algo, para lanzar unas pocas palabras que siembran la duda en la mente. ―Entonces, querida señora, ¿no le ha resultado muy penosa esa consulta?'―No, Mlle. Marcelle, tengo gran confianza en el doctor.' ― Y hace bien, señora... Tal vez es todavía demasiado joven, pero su diagnóstico se afirma.―!¿Qué quiere decir?― Oh, nada, sino que cuando tenga unos años de práctica suplementaria, será el médico más notable de la región. Tiene un gran porvenir.'―Pienso lo mismo y usted es más “competente” que yo en esa materia... ¿Pero, cree sinceramente que todavía puede cometer algún... error?'―No creo nada, señora... Sólo sé que nadie tiene la ciencia infusa.'―En mi caso creo que es difícil equivocarse. Me ha dicho que tengo una mamitis.' Creí ahogarme de alegría al escuchar esas palabras, pero no demostré nada. ―Seguramente le ha indicado un,. tratamiento de hormonas. ―Sí.―― Es excelente. ¿Le ha tomado alguna radiografía del seno? ― No. ―Quizá debió hacerlo. Es más prudente... En fin. No lo habrá creído necesario... Hasta la vista, señora.' "Al cerrar la puerta sabía que había sembrado la duda. La hermosa Mine. Boitard reflexionaría durante la noche. Era, pues, muy conveniente que nos encontráramos, al día siguiente por casualidad (al menos así creería ella) en alguna parte que no fuera la casa de Denys. Yo sabía dónde vivía el escribano; desde por la mañana, bajo el pretexto de hacer mi recorrido, rondaría por esos lugares. Sabía, por haberme me cruzado con ella varías veces, que mi mujer―conejillo sala a hacer sus compras a eso de las diez. "Al día siguiente, como lo había previsto, nos encontramos frente a frente en la Rue Gambetta... Ella me habló primero: "―`Buenos días, señorita... Ayer, cuando salía de la casa del doctor Fortier, usted me dijo algo que me preocupó..: Como conozco de oídos su experiencia profesional, quisiera preguntarle si considera necesario que me haga una radiografía:―Me es muy difícil contestarle, querida señora... parecería que pongo en duda la evidente competencia profesional del doctor Fortier.―¡Pero si yo no quiero que usted lo entere de esta conversación! Por mi parte, le prometo que todo lo que me diga quedará estricrtamente entre nosotras.'―En ese caso señora, es algo diferente... Si entiendo bien, ¿usted quie que tengamos una conversación de mujer a mujer?―Justamente eso.―Pues bien, creo indispensable hacer una radiografía su seno y quizá hasta una radioscopia..,. No quisiera asustarla, pero se ha hablado tanto últimamente de una enfermedad que, por desgracia, nos acecha a todas, que es mejor salir pronto de la duda.―¿Se refiere usted al cáncer?―¿Por qué soltar esa palabra terrible e inútil en su caso?―`¿Sabe usted, Mlle. Marcelle; lo que se murmura en el pueblo a propósito de la muerte de Heurteloup?―No.―`Se dice que murió de cáncer.' ―¡Desgraciadamente la gente está mejor enterada que yo que lo asistí haga su fin!' ―¿Pero, ¿es cierto o no?―Lo único que puedo asegurar es que ese excelente viejo no murió a causa de un cáncer del seno. Por otra parte, podemos sentirlo por él...'―¿Por qué?―Porque el cáncer del seno, mi querida señora, es el único que se puede curar por medio de la ablación total.― ¡Qué horror! Debe ser espantoso no tener más que un seno!'―A las que les sucede eso llegan a acostumbrarse y se felicitan de haberse salvado a costa de tan poco. Pero felizmente, usted no está en ese caso.' ―¿El cáncer del seno se parece a una mamitis?―No puedo explicarle eso aquí, señora.―¿Dónde entonces? ¿Quiere venir a mi casa?―Mejor es que no vaya: ¿no cree usted que M. Boitard podría preocuparse si sorprende nuestra conversación?―Tiene razón. Pero, ¿dónde encontrarnos? ¿No comprende que quiero y tengo derecho a saber?―Quizá pueda venir―sin peligro de que se sepa― a la casa del doctor esta tarde. Sé que estará ausente todo el día, y además hoy sale Clémentine... Yo le abriré la puerta. Podremos hablar con toda tranquilidad.' La bella Mme. Boitard me dio las gracias muy conmovida, pero, en sus ojos salpicados de oro, había ya fulgores de angustia. Mi plan marchaba... "La sesión de la tarde se desarrolló de acuerdo con lo que tenía planeado de antemano. Mme. Boitard llegó a las tres. Después de hacerla desvestir en el consultorio, la examiné. La mamitis era muy evidente y no tenía el más mínimo carácter canceroso; era limitada y dura, mientras que un tumor canceroso es blando y difícil de limitar. ―¿Le duele durante sus reglas?' ―`Sí.' Era la prueba más evidente del tumor benigno: el tumor canceroso no es doloroso. Pero, como esa mujer ignoraba esas diferencias esenciales, sólo tenía que seguir asustándola poco a poco. ―¿Quiere pasar a la sala de radiografía? Verdaderamente me asombra que al doctor no se le haya ocurrido... En fin... Voy a tratar de reparar esa pequeña negligencia... "Ya estaba detrás de la pantalla. Su pecho me pareció admirable, bien proporcionado, con senos carnosos pero turgentes, unos senos como los hubiera querido tener yo... Aproveché la oscuridad para decirle con una voz lo más suave posible: ―`La masa es redondeada, muy móvil, sin adherencias y de aspecto quístico ... Levante el brazo despacio... Ahora bájelo... dóblelo... perfecto. ¿Hace mucho que ha notado ese abultamiento bajo el seno?―Hace más o menos seis meses...―¿Por qué demoró tanto en venir a ver al doctor Fortier?―No le concedí importancia hasta el día en que empezó a dolerme un poco.―Hizo mal. El tumor se ha hecho más profundo... Si pudiera verse a través de esta pantalla, se daría cuenta de eso tan bien como yo. ..―¿Entonces, es grave?―Querida, señora, las cosas dejan de agravarse cuando se toman enérgicas medidas... Mi opinión personal es que el tratamiento, con hormonas es insuficiente' ―¿Qué me aconseja usted?' ―Confío en poder tratar .con radioterapia, pero no estoy segura... Antes debo hacerle una punción. Es la única manera de comprobar el diagnóstico. Analizaré el líquido obtenido y solamente entonces podremos tomar una decisión racional... Pero me fastidia tener que hacerla a escondidas del doctor Fortier.―¡Puesto que él no es capaz de saber exactamente lo que tengo!―Si. se enterara de su visita no me lo perdonaría, Mme. Boitard.―¡No seré yo quien se lo diga! Se lo ruego, Mlle. Marcelle, hágame esa punción!. ―Le advierto que puede resultarle dolorosa.―¡Tanto peor! Prefiero saber a qué atenerme una vez por todas.―Le aseguro, Mme. Boitard, que sólo lo hago porque usted me lo pide. "Le hice la punción: la hermosa Mme. Boitard dio un grito y se desmayó cuando le introduje la aguja. Me costó reanimarla. ―¡Ya está! Le prometo no hacerla sufrir más... Tan pronto se vaya voy a analizar este líquido. Ya puede vestirse. ―¿Cuándo tendrá el resultado?―Necesitaré una semana ... Sólo podré trabajar en esto cuando el doctor esté ausente.. . En cuanto sepa a qué atenerme, le avisaré discretamente y ya encontraremos el remedio necesario.―¿Debo seguir el tratamiento que me ordenó el doctor?' ―Sería mejor que esperara. Las hormonas son excelentes en las simples hiperfasias tumorales pero no están indicadas en las neoplasias malignas... Podrían hacer desaparecer el abultamiento aparente y usted creería que ya está curada, cuando en realidad el mal, al desaparecer de la superficie, se desarrolla en profundidad. ―Seguiré sus consejos, Mlle. Marcelle... Tengo ciega confianza en usted y le agradezco mucho lo que está haciendo por mí.―No tiene nada que agradecerme, señora. Estimo que sólo cumplo con mi deber... "Ahora le tocaba a ella pasar ocho días atroces. Era justo, ¿no? ¿Por qué iba .Yo a ser la única en haber vivido el suplicio de la espera donde alternan la esperanza y la desesperación...? La hermosa Mme. Boitard no dormiría en esos ocho días y yo no tocaría el líquido que extraje―de su seno: ¿para qué analizarlo? Sabía de antemano que sería claro, mientras que el germen del cáncer se caracteriza por un líquido hemorrágico y negro a la transiluminación. El cáncer de Mme. Boitard tenía que ser estrictamente menta―ya que esa mujer gozaba de una magnífica salud: ¡qué victoria para mí si se decidía a huir, aguijoneada por el miedol "La semana me resultó corta, pero debió parecerle muy larga a Mme. Boitard. Me las arreglé para encontrármela en la calle una mañana, por segunda vez, y le dije rápidamente, como si no le concediera gran importancia: ―Tengo el resultado del análisis... Venga a verme esta tarde a las dos y media. Estaremos solas... "... Su ansiedad era tan grande que llegó un cuarto de hora antes. Me di cuenta de que el terreno psicológico se encontraba ese día perfectamente preparado para asestar el golpe decisivo. Para triunfar uo tenía más que imitar a Berthet y emplear un lenguaje circunspecto, evitando cuidadosamente de pronunciar la palabra fatídica. El efecto: sobre el enfermo sería mayor: ¿acaso no lo había experimentado yo a mis expensas? Gocé mucho representando el papel de gran doctora cuyas palabras medidas parecían un. oráculo. La hermosa Mme. Boitard, sentada delante de mí, daba lástima... me resultaba casi risible.―!He examinado su sangre a través del microscopio, pero, antes de decirle exactamente lo que encontré, debe prometerme que va a ser valiente.― Se lo prometo', balbuceó ella con voz incolora. ―¡Menos mal! Sobre todo teniendo en cuenta que hay una manera de curarla radicalmente... No le voy a ocultar que, como sospechaba, su caso es bastante serio... mucho más serio de lo que cree el doctor. Pero no lo debe culpar por eso porque yo tengo infinitamente más práctica que yo en este tipo de afección maligna... ¿Acaso no tuve el triste privilegio de trabajar durante años en el Instituto de Villejuif...? El resultado del análisis es positivo: usted está atacada.' ―¿No es pues una sencilla mamitis?'― ¡Lo deseaba tanto como usted, señora! La dificultad en su caso, que es por otra parte muy frecuente en mujeres todavía jóvenes, proviene de que el mal, luego de haberse desarrollado inicialmente con un síndrome dé seno hiperplástico, se encuentra ahora en otra zona distante de la lesión inicial. Es pues difícil curarlo. Como usted es más bien gruesa habría dificultad para alcanzar correctamente, por irradiación, el fondo de la pirámide axilar. Centrar el lugar indicado utilizando el localizador óptico o el de envase en plexiglás, haciendo referencia al rayo de salida, es prácticamente imposible. Por el contrario, después de la intervención es conveniente, para activar la curación completa. Entonces, cuando esté bien hecha la localización, lo mejor es practicar una incisión semiaureolar, y luego extirpar totalmente el seno derecho. Por último y de acuerdo con el resultado del examen histológico, se determinará si conviene proceder a la radioterapia postoperatoria.' Todo lo que le dije era exacto si ella hubiera tenido verdaderamente cáncer. Conocía yo el poder prodigioso de las palabras técnicas que terminaba de emplear. Mme. Boitard me miraba, enloquecida, incapaz de hablar... Aproveché para hacer penetrar más aún en su espíritu lo que quería grabar en él para todo el resto de su vida:―Por supuesto, lo que le he explicado es estrictamente confidencial. Me imagino que no querrá que se entere M. Boitard, que tanto la quiere.― Oh, no, todo lo contrario!―¿Ni él.... ni nadie más?, añadí pensando en su amante. Pero no me contestó. Terminé diciendo: ―Ahora, usted sola tiene que decidir si acepta la extirpación del seno. Cualquier otro tratamiento sería inútil.' ...La puse exactamente en la misma situación en que me vi en el consultorio de Berthet. La única diferencia consistía en que mi mal era real. Sin embargo, se decidió― a preguntarme: ―¿No cree usted, Mlle. Marcelle, que podría intentar otro tratamiento antes de dejarme operar' ―El único remedio radical en su caso es la extirpación. Sucedió entonces algo prodigioso que me llenó de satisfacción: la hermosa Mme. Boitard, esa mujer altiva y orgullosa de su físico, esa mujer a cuyo paso todos se volvían para admirarla, esa mujer elegante y perfumada, esa mujer estalló en sollozos.:. La crisis fue terrible y por momentos llegó a la histeria. Tuve que aplicarle una toalla mojada sobre la cara ardiente, obligarla a que permaneciera en su sillón empleando todas mis fuerzas para impedir que saliera como una loca a la calle, y arrodillarme a su lado fingiendo calmarla con dulzura:―`¡Vamos, vamosl Cálmese, Mme. Boitard... Comprendo muy bien lo que le sucede... lo que la preocupa... pero no es tan terrible. No será usted la primera mujer que use un seno artificial de goma... Ahora se hacen unos magníficos: nadie sospechará nada. Por supuesto, un día tendrá que terminar por confesárselo a su marido... pero será el único en saberlo. Él la quiere lo suficiente para no cambiar de sentimientos después de la operación... La crisis aguda de desesperación había pasado: ya no reaccionaba. Lágrimas silenciosas corrían por su rostro arrastrando su sabio maquillaje... Por último se levantó diciendo:―Le agradezco su franqueza, Mlle. Marcelle... Y si me decido por la operación que me aconseja, ¿podría pedirle que siguiera ayudándome y me indicara dónde podría hacérmela con discreción?' ―Pero, por supuesto, Mme. Boitard... No pienso abandonarla. Por el momento sólo le pido que olvide lo que hemos hablado. No piense en nada. Tiene que convencerse de que su caso no es desesperado puesto que ya conoce un remedio infalible... No me cansaré de repetirle que la extirpación del seno es una de las pocas operaciones que resultan plenamente... Voy a averiguar con el mayor, secreto, como usted dice con razón; esa operación no puede hacerla un cirujano de este lugar, ni uno de Mans, por ejemplo.. Conviene más elegir una clínica alejada, en otro departamento. Por suerte tenemos en Francia cirujanos notables. Deje.que me ocupe de esto: dentro de unos días volveremos a hablar de este proyecto... Hasta entonces no diga nada a nadie ni aun a M. Boitard. Cuando llegue el momento, siempre habrá tiempo de decírselo. Y desconfíe de los médicos. Si usted quiere consultar uno, yo le indicaría algunos buenos y hasta la acompañaría... El verdadero drama, en casos como el suyo, está en que la mayoría de los médicos corrientes, como el doctor Fortier, no son nada, competentes en esta cuestión... No debía darle consejos a una mujer tan bonita como usted, Mme. Boitard, pero; antes de irse retoque un poco su maquillaje. Aquí tiene un espejo... Tómese todo el tiempo que necesite... ¿Quiere que prenda la luz?' Su innata coquetería volvió a predominar. La contemplé durante cinco minutos largos mientras ponía en orden su peinado y reparaba en su rostro las huellas de las lágrimas... Cuando me dejó, estaba hermosa de nuevo, pero no había recobrado su sonrisa... "Sabía, sin embargo, que en esa frívola criatura, el gusto de pavonearse―hasta diría: la necesidad de ostentación era tan fuerte que guardaría celosamente lo que consideraba `nuestro secreto' de mujeres... No sólo iba a callar, sino que nunca se decidiría a confesar que una operación había destruido la belleza escultural de lo que más se enorgullecía: su pecho. Un pecho que sin duda adoraba su amante, más joven que ella, con la ceguera que ata a los hombres de esa edad a los encantos de la mujer de treinta y cinco años... Cuando le brindé la oportunidad, porque únicamente él le importaba, no dijo. una palabra de ese amante. Después de todo le tenía sin cuidado que su marido―ese escribano, prototipo de los maridos engañados― la viera con un seno de menos. Pero nunca podría mostrarse desnuda, así mutilada, delante de su amante. Sería demasiado peligroso para ella. Cuando estaba en Villejuif, en el dispensario del doctor Berthet, destinado a esos tumores mamarios, había notado el terror pánico de las mujeres, todas sin excepción, ante la idea de que sus maridos o amantes las volvieran a ver, disminuidas, con el pecho marcado con esa espantosa cicatriz. Cuántas veces oí decir estas palabras: `Es horrible, doctor. «Él» se ha alejado de mí desde que me ha visto así...' Quiero escribirlo de nuevo: el hombre no puede querer a la mujer que le inspira lástima. Tarde o temprano acaba por tomarle horror. Mme. Boitard preferiría todo antes de pasar por esa prueba. "... Huiría para siempre antes de someterse a la operación abandonando a su joven amante que sólo debía conservar de ella una visión ideal. ¿La operación? Un cirujano serio nunca la haría antes de cerciorarse que su clienta tenía un cáncer. Pediría ver las radiografías y exigiría sin duda consultas e informes de médicos competentes. Tenía pues que encontrar eso que llaman `un charlatán', que se sintiera atraído por la ganancia. Mine. Boitard era rica y tenía la gran ventaja de no querer propalar el asunto. Los riesgos que correría ese aventurero serían insignificantes. La operación era seria, pero muy conocida: se necesitaba mucha mala suerte para que no resultara bien. En realidad, esa intervención me interesaba secundariamente: lo que importaba era el trabajo de zapa efectuado en el cerebro de esa mujer―conejillo. Durante las semanas anteriores a la fuga de Mme.. Boitard estudiaría yo cuidadosamente sus diferentes reacciones psicoIogicas que aprovecharía para aplicar el mismo método a Christiane. Porque... en fin, esa Mme. Boitard me resultaba tan indiferente como el viejo Heurteloup: pertenecía simplemente a mi campo de experiencias preliminares...! "Su fuga causaría. sensación en el pueblo. Se abrirían los interrogantes más absurdos. Sin duda la atribuirían a una huida sentimental de mujer madura. Incluyendo el marido y él amante abandonados, ¿sospecharla alguien el verdadero motivo? Si esto sucedía estaba perdida... Nadie tenía que enterarse, salvo Christiane, a la que insinuaría mi sospecha de que la hermosa Mme. Boitard había huido porque tenía un cáncer en el seno. Me he hecho bastante amiga de la amante de Denys como para decírselo. Mi influencia sobre ,ella crece... Me escucha; pronto hará todo lo que quiero sin clarse cuenta de que soy yo la que decide... Poco a poco n.ii mente se la roba' moralmente a Denys para terminar a desprenderse físicamente de él... Cuando esto suceda él será mio. La idea del cáncer empieza a preocupar en forma seria a Christiane, que está bien preparada por lo que ya dije de la muerte del viejo Heurteloup y por todo lo que le cuento desdle hace tres meses, cuando Denys está ausente. El tema la apasiona. "Mi plan, después de la, segunda visita de Mme. Boitard, fue muy lógico: la encontré a los pocos días en la calle y le volvía hablar de la operación. Percibí que todavía vacilaba: insistí, como hizo Berthet conmigo. Finalmente, después de esperar con paciencia. tres meses―durante los cuales no pasó prácticamente un día sin que lograra fijar aún más en la cabeza de esa mujer―conejillo la idea de que tenía cáncer conseguí que se mostrara. dispuesta a huir. Al fin había encontrado el cirujano soñado, dispuesto a efectuar una ablación inútil, en un departamento del sur―este. Las cosas iban pues muy bien, cuando me.entero por Denys de que se había suicidado estúpidamente. ¡Cómo si no hubiera podido fiarse de lo qué yo le decíal "Aún trato de comprender qué pasó bruscamente por su mente. Quizá la idea de verse mutilada se le hizo de pronto intolerable..,. Esto, unido a la separación de su amante, debió de resultarle demasiado: prefirió terminar en seguida, cuando todavía conservaba su belleza y su cuerpo intactos; ¡Pobre criatura! Yo tenía razón: su suicidio no ha sido un acto de valor sino de debilidad. Sin embargo, me obligaba, sin pérdida de tiempo, a adaptar mi plan a las nuevas circunstancias... "Luego de reflexionar, me doy cuenta de que no es necesario modificar las bases esenciales: nadie en el pueblo ni en sus alrededores, fuera de Christiane, debe sospechar la verdadera causa del suicidio, ni de la fuga si se hubiera realizado. Sólo tengo que propalar el rumor de que la hermosa Mme. Boitard se ha matado por desesperación debido a que su joven .amante empezaba a perder el interés en ella. Esto le provocará a ese joven una situación insostenible que lo obligará a dejar el pueblo: cosa que no me disgustaría.. ¡Bien se lo merece! No me explico qué atracción encontraba en los encantos de una mujer tan insignificante. Después dé esta saludable lección, se dedicará más bien a mirar mujeres inteligentes. Por otra parte, Denys procede exactamente como él, pero yo me encargaré de hacerlo cambiar de opinión..¡Los hombres son ciegos! "Todo cambiará en cuanto haga comprender a Christiane porqué se mató Mme. Boitard. Aumentará la obsesión de la que, me considera su mejor amiga... Pensará automáticamente en lo que ella misma haría si se viera atacada por el mal... Pero hay que tener cuidado de que no.llegue ella también al suicidio. Dos, con pocos meses de intervalo, será demasiado. Bastará que Christiane se aleje, como yo deseaba que hiciera Mme. Boitard, que abandone a Denys... La táctica empleada para alcanzar ese estado psicológico demostró ser buena, pues consiguió un resultado trágico queyo no previa, pero que es evidente. Puedo decir que el resultado final, ¡sobrepasó mis esperanzas! Pero ha sido un poco brutal. La lección que debo aprovechar de esta experiencia es que tengo que matizar mis afectos, dar muestras de mayor refinamiento en mi manera de envolver a Christiane con la idea del cáncer, aumentar mi influencia sobre su mente, ya inquieta por algunos toques hábiles, de manera que razone exactamente como deseo. Mme. Boitard' fue presa del pánico: la asusté tanto que no me escuchó hasta el final. Christiane me escuchará porque seré más cariñosa con ella... Si es necesario me enterneceré con su estado... Tendrá la impresión de que soy la única persona en el mundo capaz de protegerla contra el mal que la amenaza y que su, Denys es incapaz de hacerlo. Lo abandonará por mí... "... ¡Qué bien hice en realizar un ensayo general! Mas vale prevenir... Todo es poco cuando se aspira a triunfar... Tiemblo al pensar en lo que hubiera podido suceder si ataco desde el principio a Christiane. Pudo muy bien haber hecho lo mismo qué Mme. Boitard. Eso hubiera sido para mí el fracaso completo de mi plan: Denys, demasiado desesperado, no habría tenido el valor suficiente para buscar el olvido en su profesión, es decir, en mí... ¿Quién sabe? Quizá hasta hubiera querido reunirse en el otro mundo con su amante. En cambio, si ella sólo lo abandona, sufrirá pero no tanto. Se sentirá más humillado: excelente estado de alma que me permitirá. hacer rápidamente su conquista. Hará como casi todos los hombres, que en esos casos consideran por una cuestión de honor no parecer ridículos. Convertido en, mi amante, ya no se considerará ridículo porque se sentirá verdaderamente amado..." ... Mi asistenta a pesar de sus sutiles razonamientos, no había previsto nada... Así como nunca pensó que la pobre Mme. Boitard se suicidaría, tampoco podía sospechar que la mujer del escribano escribiría dos cartas antes de morir... Dos cartas que despachó tarde en la noche y que sólo llegaron a sus destinatarios al día siguiente con el correo de las cinco de la tarde, es decir, diez horas después de su muerte. Estoy seguro de haber sido el único, aparte de los dos destinatarios, en enterarme de lo que decían esas cartas... Cuando volví, a eso de las seis de la tarde, de mis visitas a los Servais y al castillo donde comuniqué la noticia a Christiane, alguien, me esperaba en mi consultorio... Un hombre que nunca había estado allí: el teniente Deval. Me quedé estupefacto. Por otra parte, no me dejó mucho tiempo para reaccionar... Se mantenía erguido, tieso, en su uniforme de Aguas y Bosques, apoyado en mi escritorio. Con gesto brusco me extendió una carta diciendo, con un tono que no se prestaba a dudas:―¡Lea esto, doctor! Leí, y a medida que avanzaba en mi lectura, creía volverme loco. Le devolví al fin la carta balbuceando:―¡Pero es una insensatez, teniente!―¿No es cierto? ¡Espero que me dé una explicación, doctor!―¿Qué explicación podría darle? No hay ninguna.―¿Cómo ninguna? Sin embargo ha sido usted quien le dijo que tenia cáncer.―Le juro que no.―Le ruego, doctor, que preste atención a lo que contesta. Sólo usted pudo meterle esa idea en la cabeza, puesto que era su médico, y es el único médico del pueblo. Sé que Jeanne vino a verlo hace unos tres meses para pedirle que le examinar un pequeño abultamiento que le había salido debajo del seno derecho.―Me parece muy bien enterado de los más mínimos actos de Mme. Boitard.― ¿No es sorprendente de parte de alguien que, sin ir más lejos, esta mañana parecía no conceder importancia a lo malo que pudiera sucederle?―Esta mañana no tenía ninguna razón, doctor, para reconocer ante usted que Jeanne era mi amante desde hacía dos años.. Una amante admirable a quien yo adoraba. Eso no le importaba a usted ni a nadie. Cuando me dio 'la terrible noticia, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para conservar la calma. Era inútil hacer una confesión que no arreglaría nada. En un relámpago imaginé todas las inquietudes y falsedades que se dirían sobre ese suicidio. Comprendí que me.echarían la culpa cuando en realidad yo no tenía nada que ver... muy al contrario. Créame, doctor, que he hecho lo indecible para adivinar lo que atormentaba a Jeanne en las últimas semanas... desde el día en que, vino a verlo. No pude sacarle nada. Me di cuenta de que en estos últimos tiempos estaba obsesa, torturada, por un secreto abominable... Ya no era la misma... Ya no era esa mujer sonriente y feliz.... Tuve también la impresión, en los últimos días, de que hacía todo lo imposible para que me alejara de ella... ¡Estaba desesperado! Esta mañana, cuando usted se fue, ¡me quedé deshecho! ¡Se había matado! ¿Por qué? ¿Porque no quena verme más y su doble vida le causaba horror? ¿Por qué tenía remordimiento? He pasado todo el día haciéndome esa angustiosa pregunta sin encontrar la respuesta... Sólo la tuve al recibir esta carta: Jeanne se mató porqué sabía que tenía un cáncer en el seno. Se sentía perdida... Ahora le toca a usted contestarme, de hombre a hombre. ¿Es cierto o no lo que ella ha escrito?―¡Falso! ¡Completamente falso! Examiné, en efecto a Mme. Boitard hace tres meses... Sólo tenía una simple mamitis para la cual indiqué un tratamiento adecuado a base de hormonas. Como no volvió a verme pensé que el remedio había sido suficiente. Tengo aquí la prueba formal de lo que le digo, mire... su última ficha de consulta donde he anotado todo, con la fecha... mírela. Creo que es mi deber mostrársela.―¿Cómo pudo entonces entrar esa idea monstruosa en su cabeza? Estoy tan aterrado como usted teniente Me pregunto si cuando Mme. Boitard vino a verme, hace tres meses, no tenía ya en la mente una idea... la idea terrible del cáncer. Puede haber sucedido lo que pasa a menudo― cuando el enfermo está inquieto: ya no cree a nadie y desconfía del médico que le dice que su afección es benigna. Se convence de que el médico―que en este caso era también un amigo de años― quiere tranquilizarlo a toda costa. Añada a eso los rumores ridículos que corrieron sobre la muerte del viejo Heurteloup, la "Semana del Cáncer" que tuvo lugar el mes pasado, los afiches que el Ministerio de Salud Pública hace colocar en todas las paredes, la estampilla pro lucha anticancerosa que encontramos en todas las cartas... Todo esto ha debido trastornar a Mme. Boitard. Creo que es allí donde está la verdadera razón de su actitud para con usted en los últimos tiempos y también la de su gesto insensato...―Es usted muy hábil, doctor. Se sabe defender. Pero llegaré hasta lo último. Voy a llevar esta carta a la policía... El Consejo de Médicos lo hará comparecer y allí puede repetir sus bellos argumentos. Exigiré que la investigación prosiga hasta que lo obliguen a dejar su profesión y lo encarcelen como criminal. ¡Para mí, usted es un asesino!―Puede hacer lo que quiera, teniente. ¿Pero no teme que el escándalo recaiga sobre usted? ¿Quiere verdaderamente que sus relaciones, de las que nadie tiene aquí la prueba, sean exhibidas ante los tribunales?―¿Qué puede importarme eso, ahora que he perdido a Jeanne? ¿Ni siquiera respeta la memoria de una muerta?―¡Ésas son frases!―Tampoco piensa en el marido. Creo que M. Boitard es uno de sus amigos ¿no? El lo recibía sin sospechar el papel que representaba en la vida de su mujer. En resumen, un hombre que le tenía confianza y al que usted ha engañado: un hombre a quien he visto esta mañana y cuyo dolor es seguramente más profundo que el suyo; un hombre honrado, respetuoso de la ley y de los bienes de los demás. Ese hombre va a verse obligado a soportar todo el peso de la vergüenza que caerá sobre su vida por un. suicidio. Se verá obligado a dejar el pueblo y perder su situación cuando la clientela abandone su estudio. Usted no ha pensado en todo esto, joven, porque en el fondo es sólo un egoísta que acusa injustamente para poder salir del paso.―No tenemos más que hablar, doctor.―Estoy de acuerdo... pero antes, una pregunta. ¿Usted nunca descubrió ese abultamiento sub―mamario? ―Sí, por cierto... ¡Y pensar que yo le aconsejé a Jeanne que lo consultara a usted cuando vi que no desaparecía!―Cuando volvió de mi consulta, ¿qué le dijo?―Nada... Eludía mis preguntas. Por culpa suya estaría convencida de la gravedad de su estado y sin duda no quiso afligirme.―Le repito que le dije que no tenía que abrigar ningún temor.―No le creo.―Su gran dolor, que lamento sinceramente, le impide ver claro... Es muy comprensible y no le guardo rencor por poner en duda mi honestidad profesional. Antes que se vaya quiero decirle cuánto siento que no haya venido antes a verme para decirme que encontraba preocupada a Mme. Boitard, desde la última visita que me hizo.―¿Cómo podría saber yo que era su salud lo que la atormentaba? Lo supe recién al leer su carta... Tengo la certeza, doctor, de que la próxima vez que nos veamos no será en su consultorio, sino ante un juez de instrucción.―Es posible... Pero, de todos modos, antes de actuar reflexione sobre las consecuencias que pueden ser incalculables para muchas personas de este pueblo. No se había tomado la molestia de darme la mano cuando llegó. ¿Por qué había de hacerlo al salir? Quedé aturdido. Lo único claro en mi mente era que, debido a una increíble fatalidad, ese hombre se había convertido en mi peor enemigo: ¡me odiaba! Lo leí en su mirada. ¿Acaso no me consideraba el único responsable de la muerte de su amante? ¿No pensaría lo mismo todo el pueblo si ponía en ejecución su proyecto? Esto me resultaba inquietante, y hasta angustioso... Al día siguiente, el brigadier Chevart terminaría la investigación dictaminando suicidio y me daría la autorización para extender el permiso de inhumación. ¿Debía dar ese permiso o exigir al contrario que se practicara una autopsia que me libraría para siempre de las sospechas que ese hombre iba a hacer recaer sobre mí? Era presa de una duda atroz: ¿y si la autopsia revelara que la muerta no padecía de una simple mamitis, sino de cáncer? Sin embargo, yo estaba seguro de haberle examinado cuidadosamente... El abultamiento presentaba todas las características de la mamitis: era duro, localizado y doloroso en la épocas de las reglas; en cambio, el tumor canceroso es informe, blando,indoloro... ¡En realidad ya no sabía nada! Si esa mujer, enamorada de la vida y de todo lo que ésta le brindaba de bueno, no había tutubeado en suicidarse en plena juventud y en pleno florecimiento de su belleza, ¿no seria porque estaba convencida de su enfermedad? Pero, admitiendo que así fuera, ¿quién podría haberle dicho la horrible verdad? ¿Habría ido a consultar otros médicos más especializados que yo en la materia? Se me planteaba un terrible problema de conciencia: o extendía el permiso de inhumación o pedía la autopsia... En el primer caso corría el peligro de la grave acusación del teniente Deval. En el segundo, demostraba que no estaba seguro, de mi diagnóstico, y si, por azar, la autopsia revelaba que Mme. Boitard tenía realmente un cáncer en el seno, no me quedaba otro recurso que abandonar el pueblo. Me sentía aprisionado por unas tenazas que me apretaban sin que pudiera defenderme. Me daba cuenta, confusamente de que esas tenazas eran manejadas por un enemigo invisible, un enemigo de fuerza sobrehumana que trataba de derribarme o quizá de tenerme a su merced. No podía ser un colega ambicioso de mi posición y de mi clientela: era el único médico del pueblo. ¿A menos que fuera un médico de otro lugar deseoso de instalarse aquí? Y de pronto, una fantástica duda rozó mi mente afiebrada: ¿la verdadera responsable no sería mi propia asistenta, esa Marcelle Davois que había trabajado durante años en el Instituto de Villejuif... que conocía mejor que yo los síntomas exactos del cáncer... que nunca perdía la ocasión de hacer gala de su erudición en esta materia y que se complacía en hablar de esa enfermedad? Doctora frustrada que rabiaba por no haber podido obtener su diploma y que gozaba dándome lecciones para demostrar mi ignorancia, ¿no sería ella, con su lucidez terrible y su calma exasperante, quien había descubierto el mal de Mme. Boitard? En el mismo instante en que yo me hacia esas preguntas, ella llamó a la puerta de mi consultorio para anunciarme que Clémentine iba a servir la comida. Ataqué inmediata mente:―¿Mme. Boitard le había hablado de su mamitis?―Nunca doctor, Ignoraba que la tuviera...―¿Sabe usted el verdadero motivo de su suicidio?―No tengo la menor idea ... Creo, como le dije ya, que quizá temiera un escándalo.―Usted es demasiado perspicaz,. Marcelle, para pensar eso... Sabe perfectamente que una mujer como ella, sobre quien el destino prodigó sus dones y que amaba la vida, no se suprime por un motivo así... No. Mme. Boitard se mató porque estaba convencida de tener un cáncer en el seno...―Eso es una locura, doctor. Es estúpido... ¿Quién pudo meterle esa idea absurda en la cabeza?―Me pregunto lo mismo desde esta mañana y sólo he encontrado una persona que sea capaz de hacerlo: ¡usted!―¿Yo? Lo que usted dice es abominable doctor. Si reflexionara un poco antes de hacer tan grave acusaci¢n―de la que estoy segura se arrepentirá― se preguntaría ante todo qué interés podía tener yo en engañar de tan odiosa manera a una mujer que apenas conocía.:. Además, ¿está usted seguro de que se mató por ese motivo?―Sí.―¿Y cómo lo supo?―Antes de morir, Mme. Boitard escribió una carta...―¿Una carta?―Una carta que acabo de leer, en la que confiesa, en términos desgarradores, el motivo de su acto.―¡Ahl ¿Una carta dirigida a usted?―No, sería menos grave si esa carta me hubiera sido destinada. La recibió el teniente Deval. Desde este momento me acusa de haber hecho creer a Mme. Boitard que tenía cáncer.―¿Acaso lo nombra a usted?―La desgraciada no nombra a nadie; dice sencillamente que no le quedan dudas sobre su estado. ¡Ésa es la prueba, doctor...! La prueba cierta de que a ella sola se le ha ocurrido eso; de lo contrario, habría nombrado al que le hizo creer que su enfermedad era grave. En la actualidad resultan terribles y nefastos todos esos artículos que se publican, en los diarios y revistas más insignificantes, sobre un asunto que preocupa a la gente. ¡Y esas colectas que se hacen en todas partes! ¿Quien deja de dar su óbolo con la esperanza de que los fondos reunidos permitan al fin ; descubrir el remedio salvador, y poder así, en caso de verse atacado, utilizar ese remedio para si mismo? Mme. Boitard es una nueva víctima de esa psicosis general: es allí donde hay que buscar el móvil de su acto. Aun teniendo la ocasión, ¿cómo me hubiera atrevido a pronunciar delante de ella la palabra, que nosotros, los que hemos trabajado durante años en Villejuif, nos negamos a decir a los verdaderos enfermos? Mi conciencia y el secreto profesional me lo prohiben.―Sin embargo, usted no vacila en hablar de eso con Christiane.―Es diferente, doctor. Mme. Triel ya es para mí la futura Mme. Fortier, la esposa de mi jefe y la compañera abnegada que se interesa apasionadamente en todo que se relaciona con'nuestra profesión: Usted mismo me ha animado a hablar delante de ella de cosas que podían y hasta debían mantenerse estrictamente confidenciales entre usted y yo. Por ejemplo, el día en que me preguntó qué opinaba sobre la verdadera causa de la muerte del viejo Heurteloup.―Hice mal. Ahora lo lamento...―Recuerde que yo titubeaba en contestar. Creo que le dije que le daba mi opinión sincera porque estábamos entre nosotros. Además, insistí en que Mme. Triel no comentara mis palabras con personas extrañas porque eran capaces de tergiversarlas. Ella me aseguró que podía contar con su absoluto silencio. Sé que ha cumplido su palabra; por eso, al hacerme nuevas preguntas sobre el cáncer, en las diferentes conversaciones amistosas que hemos tenido desde entonces, me, arriesgué a revelarle otros aspectos del problema. ¿He hecho mal como usted cree? Me parece que no... Además, la culpa es tanto suya como mía, doctor.―Podemos confiar en Christiane.―Pienso lo mismo... a menos que ella hablara incidentalmente, y sin ninguna mala intención, de estas... cosas con Mme. Boitard. ¿No me dijo usted esta mañana que eran bastante amigas?―Pero no hasta el punto de llegar a una conversación de esa naturaleza. Sus relaciones eran puramente mundanas... Además, cuando 1e di la noticia a Christiane, me preguntó antes que nada: '¿Por qué hizo eso?"―Pregunta que nos hacemos todos, doctor. Lo más fantástico de toda esta lamentable historia es que Mme: Boitard, que parecía ser una mujer de buen juicio, haya podido creer que tenía un cáncer por haber oído hablar de él a su alrededor. Sé mejor que cualquiera, por mi presencia al lado del profesor Berthet, que los verdaderos casos cancerosos son infinitamente menos numerosos de lo que imagina el gran público. Un cáncer no se adquiere como una enfermedad vulgar, ni siquiera como la tuberculosis. No hay ningún ejemplo, actualmente, en Villejuif, entre los médicos y enfermeras que llevan años en contacto con los enfermos, de que alguno de ellos haya contraído el mal. Nunca se ha podido probar que el cáncer sea contagioso... Tal vez usted ignore, doctor, que de cien personas enviadas por grandes médicos, convencidos de que son cancerosas, a Villejuif o al Instituto Pasteur para ser examinadas, no hay tres que lo sean.―Confieso que lo ignoraba... Eso confirma lo que le decía el día de su llegada.―Usted me dijo muchas cosas ese día, doctor. Recuerde: que hace seis meses que ejerzo y no he. descubierto en mi clientela un solo caso de cáncer.―En efecto. Después hubo el caso del viejo Heurteloup.. . pero aparte de él... Deseo de todo corazón que nunca encontremos otros..: Dígame, doctor, ¿cree usted que el teniente Deval haga uso de esa carta para perjudicarlo?―No sé nada. Estaba tan decidido que le temo un poco...―Si eso llega a suceder, doctor, no quisiera darle el menor consejo, peró sí sugerirle algo: usted tiene un medio infalible de demostrar a los ojos del pueblo entero que únicamente un ataque de locura pudo impulsar a Mme. Boitard a suicidarse.―¿Cuál?―La autopsia. Pida que un médico forense la haga. Comprobará que esa desgraciada sólo tenía una mamitis como usted lo dijo.―Ya he pensado en eso, pero una autopsia puede resultarme peligrosa.―¿Por qué?―Si se llega a descubrir que ella tenía un cáncer, ¿qué pensará la gente de mi diagnóstico?―Es cierto, sería muy desagradable... Pero estoy convencida de que no se ha equivocado, doctor.―Gracias por: su confianza, Marcelle. Entonces lo mejor sería convencer al teniente Deval de que destruya esa carta escrita en un momento de exaltación febril por una mujer que ya no estaba en sus cabales... Hacerle comprender que la publicación de... digamos, de ese documento... no sería de ninguna utilidad, ¡ya que no puede devolver la vida a una muertal Me pongo en su lugar, doctor, y pienso si no sería más seguro que usted se apoderase de esa carta mientras aún es tiempo.―Sería acusarme yo mismo ante los ojos del teniente.―Usted sabe, doctor, hasta qué punto le soy .fiel y cuánto lo admiro. Usted tiene, igual que el profesor Berthet, pasión por su hermosa profesión. Debe poder seguir practicándola con toda serenidad y tranquilidad, sin verse preocupado por una odiosa y ridícula amenaza de chantaje... Estoy dispuesta a ayudarlo en todo mis pobres medios.:. ¿Quiere que yo trate de apoderarme de esa carta?―No, Marcelle. Sería indigno de usted y de mí. A pesar de todo confío en la justicia... Le agradezco lo que me ha dicho. Me ha conmovido. Ahora quisiera que me perdonara las torpes palabras que le dije al comienzo de nuestra conversación.―¡Ya ni pienso en ellasl No les di ninguna importancia. He aprendido muy bien a conocerlo y estimarlo, y sé que,―si sus palabras han ido más allá de sus intenciones, ha sido solamente porque estaba todavía bajo los efectos de una emoción muy justificada. Cualquiera, empezando por mí, hubiera hecho otro tanto. Me temo que Clémentine se impaciente, doctor: la comida está lista desde hace rato... ¡No hablemos más de esa horrible cosal No piense en nada de eso durante la comida. Ya verá que todo se arreglará muy bien... Después de la comida, estaba convencido de que esa mujer dura pero consciente, austera pero abnegada, no podía haber actuado de esa manera. Además, ¿por qué motivo? No podía imaginarlo. ¿Cómo iba a sospechar, en ese momento, que el suicidio de Mme. Boitard era sólo un medio indirecto de atacar a Christiane y que la misma,Christiane era el obstáculo que había que destruir para llegar a mi? Al día siguiente por la mañana, el brigadier Chevart vino a informarme que habiendo concluido su investigación en un dictamen de suicidio podía extender el permiso de inhumación. En seguida me trasladé a la casa del escribano, a quien encontré rodeado de algunos parientes cercanos, de un representante de pompas fúnebres venido especialmente desde Mans y del canónigo Lefévre, nuestro arcipreste. Tan pronto me vio este último me llevó aparte al vestíbulo de entrada: ―Entonces, querido doctor, según su opinión, ¿no hay duda posible? ¿Es un suicidio?―Si, señor canónigo. ― ¡Qué desgracia! Aunque le parezca una locura yo, hubiera preferido que fuera un asesinato. Y como yo lo miraba estupefacto, prosiguió:― Sí, la Iglesia' no puede conceder sepultura .religiosa a los que han atentado voluntariamente contra su vida. Dios la da y "Él sólo tiene derecho a retirarla... Por lo tanto, el entierro debe ser estrictamente civil.―¡Pero eso es horrible, señor arcipreste! ¿No se da cuenta de la vergüenza que recaerá sobre nuestro buen amigo Boltard que no es nada responsable de todo eso? ¡Ese entierro civil provocará un escándalo!―El escándalo sería mayor si yo hiciera una excepción a una regla absoluta por haber sido la difunta, esposa de un personaje influyente. Lo único que puedo hacer es decir una misa para pedir a Dios piedad para esa desgraciada... Creo que unas cuantas misas le vendrían bien.―¿Y si yo, el médico de la difunta, le asegurara, señor canónigo, que estoy convencido de que Mme. Boitard se mató en un verdadero acceso de locura siendo; por lo tanto, irresponsable de su acto?―Si usted me dijera eso, doctor, creo que lo. abrazaría. Siendo irresponsable, la difunta puede ser enterrada religiosamente. Pero, ¿tiene usted la prueba de ello?―La tengo, pero desgraciadamente no puedo mostrársela. Pensaba en la carta de la que no podía hablar pero que era, según mi opinión,, una prueba irrefutable de locura. Después de haberme observado unos instantes, el canónigo Lefévre dijo suavemente: ―Le creo, doctor; ella tendrá los honores religiosos... Respiré: por ese lado al menos no habría peligro de escándalo... Cuando volví al salón, donde se encontraban reunidos los íntimos venidos para la colocación de la muerta en el ataúd, todos murmuraban en voz baja... y tuve la desagradable impresión de que se interrumpían a mi llegada. ¿Sabrían algo ya? El amante, ¿habría puesto en ejecución su proyecto? En ese caso, yo debía parecerles un monstruo a todas esas personas. Por eso me sentí muy inquieto cuando M. Boitard me rogó que lo acompañara a su escritorio. Me dijo que tenía que hacerme una comunicación importante... Palidecí cuando me enteré de la comunicación: se trataba de una carta que él también había recibido la tarde anterior, y en la que su mujer le explicaba por qué se había matado. El motivo invocado era el mismo que aparecía en la carta enviada al joven teniente: el cáncer del seno. En esa carta, como en la otra, no se nombraba a nadie. Sin duda M. Boitard ignoraba la existencia de la "otra" porque me dijo con gran tristeza: ―Nadie conoce esta carta, fuera de nosotros dos, doctor... No he querido mencionársela al brigadier Chevart antes de consultar con usted. Tiene que hablarme con entera confianza. ¿Es verdad lo que escribió mi querida Jeanne? Demoré en contestarle... De mi respuesta dependía lo que iba a suceder en el futuro. Una sorda lucha se libraba en mí: estaba seguro de que esta vez jugaba toda mi carrera en presencia de un hombre cuya calma terrible me impresíonaba mucho más que la exasperación del amante. Finalmente me decidí a aceptar todos los riesgos: ―¿Su mujer le habló de su mamitis?―"Nunca, doctor. ―Es curioso; ¿nunca se dio cuenta usted de ese pequeño abultamiento que tenía bajo el seno derecho? ―Confieso que no.. En seguida pensé: ¡así son los maridos! Después de unos años de vida en común no se toman el trabajo de examinar la anatomía de sus esposas. Ellos son los únicos culpables cuando los engañan. Este excelente hombre, enfrascado en sus papeles, se merecía un poco el infortunio conyugal que todo el pueblo conocía menos él. Sin embargo, añadió: ―Ayer por la noche, luego de leer esta carta, subí a la habitación para examinar el pecho de mi pobre Jeanne... y vi el bulto. Era pues cierto lo que escribió. Nunca me perdonaré mi negligencia, doctor. Si me hubiera ocupado más de mi mujer, hubiera descubierto su mal cuando aún era tiempo y la hubiera obligado a hacerse atender en seguida. Se la hubiera llevado... Pero, puesto que usted sabe que ella tenía una mamitis, debe ser porque fue a verlo, ¿no es así?"―"En efecto... y yo le ordené un tratamiento. Su caso no tenía ningún carácter de gravedad." ―"¿Entonces, no era canceroso?" ―"De ninguna manera. A ella sola se le ocurrió eso, no sé por qué." ―"¿Está seguro de lo que me dice, doctor?" ―"Sí, querido amigo... y para que esté tranquilo le propongo que practiquemos la autopsia antes de extender el permiso de inhumación." Reflexionó antes de contestar: ―"¿Para qué serviría ahora? Esta carta me demuestra que mi mujer me quería todavía y que hizo eso por temor a verse disminuida físicamente ante mí... No me habló de lo que ella creía sinceramente un mal incurable para no enloquecerme. Me ha dado la más hermosa prueba de amor que pueda dar una mujer a su marido: un amor que llega hasta el sacrificio total y que desmiente para siempre todos los rumores 'injustos que hacían correr las malas lenguas que no le perdonaban que fuera bella y encantadora... Sabía que tenía una esposa maravillosa, doctor, pero recién ahora me doy cuenta de lo admirable que fue hasta lo último." ¿Qué podía contestar yo? Ese marido destrozado trataba de convencerse de que su mujer le había sido fiel. La carta era para él una especie de prueba, que sin duda conservaría cuidadosamente oculta para releerla de vez en vez, cuando la duda, inculcada por los demás en su espíritu, hiciera nuevaménte presa de él. No trataba, ni podía considerar la posibilidad de que ella se hubiera matado por otra cosa que no fuera su decisión de evitarle el horrible espectáculo de una larga agonía añadida al decaimiento visible de su belleza. ¡Yo era el único que sabía que no había una carta sino dos! Insistí de nuevo en, la autopsia; esta vez la negativa fue categórica. Comprendí también que ese hombre temía que el escándalo ya provocado por el suicidio aumentara: la mujer del escribano disecada por un médico forense porque no había seguridad sobre las causas verdaderas de su muerte! La gente no tardaría en hablar de envenenamiento, de venganza de un marido engañado... No. No era posible autorizar la autopsia: su posición de personaje influyente y de escribano acreditado se comprometería irremediablemente. Eso lo detuvo: el temor al escándalo. A mí también... Sólo insistí la segunda vez por pura forma, pero, en el fondo, tenía una gran sensación de alivio. En ese momento cometí una falta profesional que nadie sabrá nunca pero que necesitaba Confiar a estas páginas para descargar mi conciencia. Ahora ya está hecho: la prueba manuscrita de mi falta está aquí, bajo mis ojos... Puedo releerla, y al menos tener la impresión de que si no he tenido el valor de ser franco con los otros lo he sido conmigo mismo... Sin embargo, me arrepentí de ella por el resto de mis días, pues sé, desde que leí el diario de Marcelle Davois, que la hermosa Mme. Boitard no tenía ningún cáncer y que por lo tanto mi diagnóstico era correcto. Extendí el permiso de inhumación. Al abandonar esta vez la casa del escribano, pensaba en las dos cartas... Las releía mentalmente... ¡Qué diferentes en su tono! La destinada al amante era un adiós. desgarrador. Terminaba, recuerdo, por estas palabras que eran, más que una promesa, un deseo insatisfecho: "Nos volveremos a encontrar en el otro mundo y nada, ni la ley ni la muerte, podrá ya separarnos..." La que recibió el escribano expresaba la agradecida ternura para un hombre que supo mostrarse bueno e indulgente, para un marido, al que la mujer quizá despreciaba un poco en el fondo de su corazón porque había sido demasiado débil. Desprecio que por piedad atenuaban las últimas palabras de la carta: "Mi pobre Jacques, estoy verdaderamente desolada al pensar en todos los trastornos que mi muerte te va a ocasionar. Pero sé que eres valiente y pronto podrás rehacer tu vida. " La vida de la hermosa Mme. Boitard se resumía en esas dos cartas. La ceremonia fúnebre, que tuvo lugar al día siguiente, fue espantosa para mí. En cambio, sucedió lo contrario con Marcella Davois, que no vaciló en confiar sus extrañas impresiones a su diario...29 de julio. "Vuelvo del entierro. ¡Qué lindo entierro! Estaba todo, el pueblo... En verdad que en su estilo no podía pedirse nada mejor. El día era radiante: la naturaleza se vistió de fiesta para decir adiós a la hermosa Mme. Boitard', que no será pronto más que un esqueleto tan horrible con los otros.:`Recuerda que eres nada más que polvo...' dice la religión católica; una de las pocas cosas verdaderas que ha dicho. "Allí estaban todos: empezando por el canónigo Lefévre, que no pudo resistir la tentación de pronunciar una pequeña oración fúnebre en la que elogió los méritos de la difunta: ¿Méritos? Debió haber dicho encantos que tuvo miedo de perder: ¡la verdadera razón del suicidio! ... En la iglesia vi una estatua de la Virgen parecida a la de París; la mujer con velo azul tenía a su hijo en brazos. En todas partes quiere mostrarlo a la multitud. "Después de la iglesia, seguimos al coche fúnebre hasta el cementerio. Me pregunto si, dentro de un año más o menos, habrá tanta gente en mi entierro. No creo..―. ¿Quién acompañará mi ataúd hasta el Pére―Lachaise? ¿Denys? ¿Quién más? ¿El profesor Berthet? Me apreciaba. ¿Los compañeros de Villejuif? No tienen mucho tiempo que perder... De los habitantes de este lugar que podrían estar agradecidos por los cuidados que les he prodigado, no irá ninguno... Me necesitan pero me odian. ¡Ah, ya sél Hay quizá una persona que irá expresamente a Paris a acompañarme hasta mi última morada: Clémentine, por placer. Para ella será un verdadero goce, como lo,fue para mí el entierro de Mme. Boitard, sobre todo en el cementerio donde todos, por turno, rociamos el ataúd cqn agua bendita antes de desfilar delante' de sus familiares y dar nuestro pésame al escribano. El' agúa bendita no puede resucitarla y el apretón de manos del Marido engañado me pareció muy cómico. "Christiane pasó delante de M. Boitard justamente antes que yo. Denys estaba también allí, niás preocupado de lo que demostraba. No tenía motivo: yo sabía que el teniente Deval no asistiría a la ceremonia. Su calidad de amante se lo impedía. Seguramente se ocultó en alguna parte durante todo el día sin atreverse a mostrarse en el pueblo. Tampoco creo que utilice la carta: desde el momento en que no hizo acto de presencia en la ceremonia es evidente que no tiene el valor de mantener sus convicciones. Además, indirectamente, eso lo hace aparecer como culpable ante la mente estrecha de la gente de estos lugares: como yo lo había previsto, se murmuraba a mi alrededor, en la iglesia y en el cementerio, que la hermosa mujer se había suicidado por un desengaño amoroso y que después de todo no estaba tan equivocada al creerse abandonada. Esa inadmisible ausencia era la prueba evidente del abandono por parte del amante. "De todos modos yo hubiera querido leer las dos cartas, sobre todo la que recibió el amante. Denys no ha querido repetirme lo que decían aparte de la razón del suicidio. En realidad esa mujer se creyó una gran heroína de novela, una especie de Margarita Gautier que se sabe condenada por un mal incurable y quiere desaparecer en plena belleza después de dejar caer unas lágrimas sobre una hoja de papel. Al escribir al amante se compadeció de sí misma; al dirigirse al marido se liberó... Ésa es toda la diferencia entre las dos cartas. ¡Oh, eterna comedia humana! "Reconozco que me preocupé al enterarme por Denys de la existencia de esas dos cartas, pero pronto me tranquilicé al saber que no nombraban a nadie. Ahora que la tierra del cementerio se, ha cerrado para siempre sobre el verdadero secreto de la muerte de Mme. Boitard, puedo contemplar el futuro con serenidad: después de todo, las dos cartas, en lugar de perjudicarme, van a servirme... ¿No provocaron acaso en la mente de dos hombres muy diferentes, el escribano y el teniente de Aguas y Bosques, la psicosis del cáncer? ¡Eso es magnífico! Lo quieran o no, esos dos hombres . nunca en su vida podrán dejar de estremecerse al volver a oír el nombre de esa enfermedad. Ambos pueden convertirse en mis mejores aliados en la gran campaña anticancerosa que no tardaré en iniciar. "Lo único que me hubiera apenado es que se sospechara de mi pobre Denys: es incapaz de defenderse. Por supuesto, estaría yo a su lado, ¡pero es tan niño a veces! ¡Y pensar que se cree un hombre! Me siento muy satisfecha ahora de poder hacer de él lo que yo quiera: ¿quién no siendo yo hubiera podido convencerlo, en pocos minutos, el día en que tuvimos esa conversación sobre el verdadero motivo del suicidio y lograr que me agradeciera con conmovedora humildad mis buenos oficios, habiendo estado al principio dispuesto a acusarme? Le aconsejé la autopsia porque estaba segura de que el marido se opondría. He aprendido demasiado bien a conocer la mentalidad de los habitantes de este pueblo para saber que el temor saludable al qué dirán puede convertir al hombre más recto en el peor de los hipócritas... Esto no impide que Denys haya cometido una grave falta profesional al no exigir una autopsia que le hubiera revelado todo. Eventualmente esta falta puede servirme de arma para presionarlo si se le ocurre resistirse a mi voluntad..Pero no creo que él ni nadie sea capaz de hacerlo... "... Acabo de ver pasar bajo mi ventana el coche fúnebre que vuelve vacío del cementerio... Está libre de todas las coronas con expresiones de pesar eterno. ¿Quién podrá llorar eternamente a una mujer semejante? ¿El marido? Sentiría más la pérdida de su estudio... ¿El amante? Encontrará pronto alguien que la reemplace... No tenía hijos... Nadie la llorará entonces. ¿Sucederá lo mismo conmigo? 'Después de todo, compadezco a la hermosa Mme. Boitard en esa soledad del olvido que comienza para ella... Hasta debía de estarle agradecida: su acto me ayudará a alcanzar a Christiane... Si fuera justa, iría a poner unas flores sobre su sepultura.. Unas violetas. Iré mañana." El trabajo de zapa de mi asistenta no tardó en dar sus frutos. Primero fue el viejo Heurteloup, luego Mme. Boitard... pronto todo el pueblo tenía en los labios la palabra CÁNCER. Al principio se decía en voz baja, pero poco a poco las voces se elevaron. El escribano fue uno de los principales responsables involuntarios del pánico creciente; queriendo defender a toda costa la memoria de su "Jeanne adorada", repetía a quien quisiera escucharlo que se había suicidado porque sabia que tenía cáncer... Y ya no se volvió a comentar, en el pueblo que la hermosa Mme. Boitard se haba matado por un desengaño amoroso. Rápidamente, en la mente de todos, el cáncer se convirtió en el único motivo de su desesperado gesto. Lo advertí algunas semanas más tarde durante mis consultas. No había paciente, por benigna que fuera su dolencia; que no tuviera esa palabra en los labios y no me hiciera preguntas sobre eso. Uno de los que más me asombraron fue el canónigo Lefévre. Lo conocía desde hacía tiempo y siempre había admirado la calma y el equilibrio de ese venerable sacerdote. Me sorprendió mucho, por lo tanto, que al finalizar, la consulta me preguntara, aludiendo a sus eternos reumatismos: ―:"¿No cree usted, querido doctor y amigo, que estos reumatismos articulares, que no se curan nunca, pueden tener un origen canceroso?" Pegué un brinco al oír a un hombre tan inteligente decir semejante enormidad. ―¡Vamos, señor arcipreste! ¿Habla en serio?" ―"No bromeo, doctor." ―"Al menos reflexione un poco. ¡El cáncer no tiene nada qué ver con los reumatismos!" ―"No estoy tan seguro como usted, doctor" ―"¿Usted sabe, por lo menos, qué es el cáncer?" ―"No más que usted, pero quisiera saberlo... Y no soy el único en el pueblo. ¿Sin duda está enterado de lo que se dice.sobre ciertas muertes ocurridas en estos últimos tiempos?"―"Ya sé, ya sé... Pero le ruego, señor canónigo, que no se deje arrastrar por esa ola de pánico que no tiene ningún fundamento serio. ¡Está bien que persoras incultas hablen así, pero un hombre como usted!" ―"Mi joven amigo, veo que se pone nervioso cuando se aborda ese tema.―"No me pongo nervioso, pero póngase en mi lugar; uno acaba por cansarse de que todo el mundo hable sin ton ni son del cáncer. Es una verdadera locura."―"Bueno, no hablemos más: Conservemos pues nuestras ilusiones de reumatismos articulares"... Cuando salió me di cuenta que estaba convencido de que durante años había sido tratado por una enfermedad que no tenía. Con todo el mundo sucedió lo mismo. Inclusive un día recibí la visita de M. Boitard, que me preguntó muy nervioso si yo no crea que el cáncer fuera contagioso y si existía la posibilidad de ser trasmitido entre esposos. Le contesté que sabía tanto de eso como los otros médicos, pero que en su caso no tenía por qué preocuparse, puesto que podía certificarle que su mujer nunca había tenido esa enfermedad. También él se fue convencido de que le mentía, después de haberme dicho: ―"Empiezo a preguntarme si no hice mal en no petnitir la, autopsia." Pero creí verdaderamente perder la cabeza cuando Clémentine me anunció al que más temía ver: al amante. Como escribiera Marcelle Davois en su diario, el teniente Deval se había ocultado: prácticamente no se lo veía en el pueblo desde hacía varias semanas. Me habían dicho que pasaba la mayor parte de su tiempo en los aserraderos de explotación forestal de los alrededores, pero yo no estaba muy seguro. Sin embargo, predominó el optimismo, que es el fondo de mi naturaleza: empezaba a creer, seriamente que ese turbulento joven, escuchando los acertados consejos que le diera, había hecho desaparecer la carta, cuando de pronto entró en mi consultorio...―Seguramente le preocupa saber por qué he venido, doctor...―¿Por qué puede preocuparme? No tengo nada que reprocharme.―Es cierto, doctor... Por eso he vuelto. Yo no entendía nada.―Después de nuestra última conversación―prosiguió mi visitante― he hecho averiguaciones y me he enterado de que una regla absoluta de humanidad prohíbe a un médico decir a un enfermo o a su familia que tiene cáncer. ¿Es verdad, no es así?―En efecto...―Ahora comprendo que usted no hizo más que obedecer a esa regla, al no decirnos ni a Mane. Boitard ni a mí la gravedad de su estado... Ante todo quiero darle las gracias, doctor, por haberme considerado como un pariente cercano: me conmueve esa prueba de delicadeza... Vengo, además, para excusarme de haber sospechado de usted y hasta de haberlo acusado de ser el responsable de la muerte de Jeanne. Usted no tuvo nada que ver: justamente, por saber que estaba definitivamente condenada, le hizo creer que tenía una mamitis.. .―Acepto sus excusas, teniente, pero quiero aclararle para que no le quede ni sombra de duda, que Mme. Boitard tenía realmente una mamitis y nada más. ¡Ella no tenía cáncer!―¡Es usted admirable, doctor Fortier.! Estoy convencido de que nunca me dirá la verdad sobre Jeanne porque comprendió que yo la adoraba... Es una delicadeza de su parte. Me voy, pero no crea que me ha convencido. Sé que tenía realmente un cáncer en el seno... Hasta la vista, doctor... Tal como la conocía, es mejor que haya obrado así... Ah, me olvidabal Aquí está su carta... ¿si la quemamos? Y antes de que tuviera tiempo de intervenir, prendió fuego con su encendedor a la delgada hoja de papel que terfminó de consumirse en el cenicero colocado encima de mi escritorio. Después de su partida, comprendí que nunca habría una investigación judicial sobre la muerte de la hermosa Mme.Boitard... Comprendí también que una locura colectiva se había apoderado del vueblo, sobre el cual el cáncer invisible extendía sus tentáculos y multiplicaba sus células destructoras como lo hace en el cuerpo humano.. . 'Estaba desesperado. Me sentía solo, completamente solo, en la lucha contra esa psicosis monstruosa y sin rostro que se llama miedo... Pero, ¿estaba completamente solo? ¿No tenía a mi lado alguien fuerte, alguien armado para ayudarme en la lucha? No era por cierto mi Christiane que creía como todos en el poder creciente del cáncer... ¡No! Era Marcelle... Esa admirable enfermera diplomada... Esa. asistenta que me era fiel hasta la abnegación... Esa valiosa colaboradora cedida por mi antiguo profesor; la única que conocía verdaderamente el mal que todos temían... Sólo ella podía ayudarme a contener el torrente de horror que amenazaba arrastrarme. Y si, ese día llamé. Grité con todas mis fuerzas cómo un hombre que se ahoga:―"IMarcelle!" La puerta se abrió: entró como si, esperase ese llamamiento. Le dije: "iMarcelle, la necesitol" Al pronunciar esas palabras desesperadas vi su mirada―esa mirada que hasta entonces había encontrado dura e inexpresiva― brillar y hacerse tan humana que podía creerse que estaba empañada por las lágrimas, mientras su voz contestaba con desconocida dulzura: ―"Aquí estoy a su lado, doctor... Vov a ayudarlo.. Debía fumar un cigarrillo para calmarse... Y ahora, escúcheme..."―La escucho.―Todos lo acosan con lo del cáncer, doctor?―Sí..!―¿Ya no resiste más? Lo comprendo: a mí me sucedió lo mismo en Villejuif... Por eso hui de allí y vine a trabajar con usted: quería reaccionar. Hay que reaccionar siempre, doctor. Como reacción inmediata le propongo que cree en el pueblo un Comité de Lucha contra el Cáncer similar a los que existen en algunos lugares de Estados Undios y de Europa. Eso tranquilizará los ánimos inquietos y se logrará que la gente tenga la impresión de que al fin se hace algo para luchas contra esa plaga que aquí es más imaginaria que real.―Su idea es muy ingeniosa, ¿pero a quién se pondría al frente del comité?―A toda la gente importante del pueblo: al arcipreste, al escribano, al teniente de Aguas y Bosques y, por supuesto, a usted mismo.―¿Hombres nada más?―No; sería conveniente la presencia de algunas mujeres como Mme. Fayet, que siempre está pensando en las probables enfermedades de sus hijos. Estará encantada de formar parte del comité. Y si Mme. Triel quiere formar parte, creo que su opinión puede resultar valiosa en ciertas cuestiones.―No creo que ése sea el lugar de Christiane.... Es usted, Marcelle, la que debe figurar en él.―¿Lo desea verdaderamente, doctor? En fin... Quizá yo pueda desempeñar las funciones de Secretaria general encargada de preparar los informes y reseñar las sesiones.―Y lo haría maravillosamente..: Una sola cosa me disgusta si nos decidimos a formar ese comité: el hecho mismo de su creación demostraría que ahora admitimos que Heurteloup y Mme. Boitard tenían realmente esa enfermedad.―La gente no razona tanto, doctor. Todo el mundo estará contento de poder hablar de los trabajos de investigación de "su" comité. Tendrán la impresión de luchar contra el mal y eso los mantendrá ocupados... Al quedar solo no sabía qué pensar. ¿Sería realmente la creación de ese comité anticanceroso el mejor remedio para luchar contra esa absurda psicosis? Sabía, por otra parte, que comités similares nacían y se desarrollaban en todos los países. Era casi una moda. Quedaba bien que una ciudad tuviera su "Comité de Lucha contra el Cáncer». Era un medio de valorizar la ciudad a los ojos de sus habitantes... ¿Pero la nuestra tenía suficiente importancia? Además, la organización de un comité de esa índole requería una seria preparación, una documentación que yo no tenía, y la seguridad de poder contar con especialistas en la materia que ofrecieran conferencias.. . De pronto se me ocurrió que sólo un hombre podría ayudamos en esa tarea, y sobre todo, si no estábamos equivocados, si la idea de mi asistenta no lindaba con la utopía. Ese hombre era mi viejo y buen maestro: el profesor Berthet: Iría a verlo sin tardanza y no le diría nada a Marcelle: podía ofenderse sin necesidad al enterarse de que a pesar de parecerme su idea excelente no consideraba bu opinión bastante autorizada para influir en mi decisión final. Si Berthet opinaba lo mismo que ella, sería perfecto y sólo habría que dedicarse a la organización. Si, por el contrario, mi viejo profesor me aconsejaba no hacer nada por el momento, esperaría. Para que Marcelle no sospechara de la visita qué pensaba hacer, propondría a Christiane que me acompañara a París. Sabía que desde hacía tiempo se moría de ganas de hacer conmigo una pequeña fuga a la capital; nos serviría de distracción después de las horas penosas que acabábamos de pasar. Christiane quería ver las colecciones de las modistas y las nuevas obras de teatro. Christiane quedó encantada cuando le comuniqué mi proyecto. Le hice prometer que no diría a Marcelle el verdadero motivo de nuestro viaje. ―"Tienes razón, querido―me dijo Christiane―, Marcelle es tan leal que no debemos apenarle inútilmente." En cuanto a Marcelle, cuando le anuncié que iba a pasar varios días de descanso en París con Christiane, tuvo estas palabras encantadoras:― No podía ocurrírsele, nada mejor, doctor... Me alegro mucho por los dos: la muerte de su amiga Mme. Boitard impresionó mucho a. Mme. Triel. Usted mismo tiene gran necesidad de cambiar un poco de ambiente. Durante su ausencia puede confiar en mí. Aprovecharé para esbozar con calma un primer proyecto de constitución de `nuestro' comité que le mostraré a su vuelta para que podamos discutirlo." ―"Admirable Marcelle―pensaba yo―; si todas las mujeres se dedicaran como ella a la causa de la humanidad, las gentes terminarían por olvidar todas sus pequeñas rencillas." Una tarde, tres días después, era recibido en Villejuif pdr el profesor Berthet. En medio de mi gran confusión fue para mí un gran alivio encontrarme en presencia de mi antiguo maestro. Creo que es el único hombre que conozco que tenia una fuerza moral tan grande que puede trasmitirla a los demás. ¿Cómo olvidar esa conmovedora conversación amistosa en la que supo mostrarse tan persuasivo que salí de su consultorio, una hora más tarde, completamente confortado? Sin embargo, cuando pienso en ello, ahora que han pasado varios meses, comprendo que nunca debí hacer esa visita. Lo lamentaré toda mi vida: ¿no fue acaso, sin que ese sabio probo y sincero llegara a imaginárselo, el impulso final que provocó la crisis más horrible de mi existencia? Seguí al pie de la letra los consejos de mi profesor, lo mismo que había escuchado con complacencia la nueva sugestión de mi endemoniada asistenta. Si yo hubiera sido un hombre en toda la acepción de la palabra, no hubiera escuchado a nadie y sobre todo no hubiera hecho nada. Me hubiera quedado sensatamente en mi casa, continuando mi labor de simple médico de provincia, y tal vez lo demás no habría ocurrido.―¿Qué pasa, hijo? Parece preocupado.―Tengo motivos, maestro. Le conté, lo más brevemente posible, los últimos acontecimientos que trastornaron la apacible tranquilidad de un pueblo. Le hablé de las circunstancias que rodearon la muerte de Heurteloup; del suicidio de Mme. Boitard, del terror pánico que se había apoderado de cada habitante... Después de escucharme con su habitual atención, me dijo con calma:―¡Por Diosl Nada de lo que me ha contado es tan terrible... He visto cosas peores en mi larga existencia. Lo único que importa es que usted haya conservado el dominio de sí mismo: es la primera cualidad de un buen médico. ¡Y usted la tiene! La mejor prueba es que no practicó esa autopsia que usted deseaba. Según mi opinión era inútil porque llegaba demasiado tarde y hubiera sido nefasta para su autoridad futura sobre los enfermos... ¿Ha hablado usted de todo esto con su asistenta, Marcelle Davois? Sí... Ella me dio la idea de crear ese Comité para calmar los ánimos sobreexcitados.―¡Esa Marcelle es realmente una mujer extraordinaria!―Usted tenía razón, es una colaboradora valiosísima.―Ya le dije, mi querido Fortier, que pronto se acostumbraría a ella y que la extrañaría si un día lo dejara.―No creo que tenga esa idea.―A veces uno se ve obligado a partir antes de lo previsto... cuando menos se desea. El hombre propone y Dios dispone... Sinceramente le digo que en cierto modo admiro a esa mujer... ¡Solamente dentro de un tiempo se dará cuenta hasta qué punto tiene coraje! ¿Qué quiere decir?―Nada... si no que su salud deja mucho que desear... Cuando vuelva a verla dígale simplemente de mi parte que debe cuidarse, que usted la necesita durante largo tiempo... ¿Me comprende?―Sí. He notado que desde hace unos meses tiene muy mala cara.―Siempre sucede así: cuando se dedica la existencia a cuidar de los demás no hay tiempo para ocuparse de sí mismo... y esto se paga un día, inevitablemente... Mientras más pienso en ello, más me convenzo de que la idea de Marcelle Davois es excelente: la formación de ese Comité en su pueblo será un afortunado precedente en esa parte del oeste de Francia donde aún queda mucho por hacer. Seguramente lo imitarán, otras ciudades harán lo mismo y la lucha anticancerosa tendrá que beneficiarse. ¿No piensa usted, maestro, que la creación de ese comité puede hacer creer a la gente una cosa completamente falsa: que la nuestra es una de las ciudades de Francia donde hay más cancerosos cuando en realidad no he descubierto ningún caso verdadero, exceptuando al viejo granjero del que le hablé; y que también tenía una cirrosis hepática? ¿Somos nosotros los indicados para lanzar esa idea del comité y servir de ejemplo?―Sí, son los indicados. Al contrario de lo que usted piensa, vale más que la campaña anticancerosa empiece en una ciudad sana donde el mal aún no ha hecho "oficialmente" muchos estragos... Y me agrada mucho que un médico joven se ponga a la cabeza del movimiento... A su edad, hijo mío, hay que marchar a la vanguardia, buscar, crear y saber embestir con la cabeza gacha si es necesario... Tiene que desprenderse de esa rutina médica característica de la generación anterior. Muy pronto se dará cuenta de que la creación de ese comité de investigación no era muy inútil sino muy conveniente. Su comité va a tener mucho trabajo. Por suerte tendrá a su lado a Marcelle Davois.:. Y si en algo puedo ayudarle no titubearé en ir de vez en cuando a visitarlo.――¿Haría usted eso, doctor?―Considero que es mi deber.―¿Estaría dispuesto también a pronunciar una o dos conferencias?―No digo que no.―Gracias, doctor. Esa prueba de apoyo directo de su parte me tranquiliza... ¡Se creará el Comité! A nuestro regreso, comuniqué mi decisión a Marcelle que no ocultó su satisfacción. Sin embargo, recuerdo muy bien haber observado que su rostro tomó durante unos segundos una expresión de terror cuando le confesé que había mantenido una conversación al respecto con el profesor Berthet. Hasta balbuceó: ―«¿Usted... usted lo vio?" ―!'¡Sí, Marcellel ¿Le sorprende?" ―"¡Oh, no, doctor, hizo muy bien¡... Y... ¿qué le dijo?" ―Que su idea era excelente y que la aprobaba enteramente." ―"Ah ... y qué dijo más?" ―"Si le repitiera la opinión que tiene sobre usted, enrojecería en lugar de ponerse pálida. No debía decírselo pero creo que la alegrará saber que la estima todavía más de lo que yo pensaba. Verdaderamente es una mujer extraordinaria fueron sus propas palabras."―"Ah... ¿Eso fue lo que dijo?" ―"¿No le basta? ¡La verdad que es usted exigente!"―"¡Oh, no doctorl Como sé hasta qué punto el profesor Berthet se digna honrarme con su estimación, siempre temo que exagere demasiado"... ―"¡Ah, sí! Me dio un mensaje para usted: dice que tiene que cuidarse porque yo la necesito durante mucho tiempo aún." ―"Es muy amable el profesor Berthet al pensar en todo eso... Pero no se preocupe, doctor, tengo una salud de hierro." ―"De todos modos tenga cuidado, Marcelle... últimamente, tanto Mme. Triel como yo, hemos observado que a veces tiene mala cara. ¿Sufre acaso de alguna enfermedad determinada?" ―"¿Yo? Siempre he ignorado el sufrimiento, doctor»... ―"¡Tanto mejor! Pero quizá le convenga tomar algún reconstituyente. Calcio, por ejemplo. Su trabajo aquí es absorbente, agotador a veces»...―"¡Me gusta tanto, doctorl" ― Lo sé... y es por eso que la admiro tanto como mi antiguo profesor... ¿Ha podido trabajar en el plan de organización del Comité?"―Sí,―doctor. Espero que esté conforme con él... Hay sólo un punto sobre el cual estoy dudando: la elección definitiva de las personalidades del pueblo que formarán el Comité... No las conozco todavía lo suficiente y creo que Mme. Triel y usted podrían aconsejarme en asunto tan delicado... No se puede poner a cualquiera. Hacen falta personas juiciosas, sensatas, serias sobre todo."― `Christiane viene a comer esta noche. ¿Qué le parece si hablamos de eso después de la comida y cuando nos haya expuesto su plan en conjunto?" ―Muy bien, doctor. Su plan brillaba por su claridad y precisión: durante dos horas lo escuchamos, Christiane y yo., Nada había dejado al azar: la frecuencia de las reuniones que serían semanales al principio; el orden de los asuntos por tratar, estudiando sucesivamente los síntomas de los diferentes casos posibles; las medidas que inmediatamente se tomarían si se presentaba una, duda seria; los especialistas que debían invitarse para ofrecer conferencias de primera categoría; el establecimiento de un presupuesto preliminar que permitiría pagar los primeros gastos; la elección del local donde se efectuarían las reuniones, hasta el funcionamiento del Comité con las atribuciones de cada uno... Esa noche se decidió que sólo el Intendente podía ser el presidente efectivo del Comité, pero que sería conveniente reservar la presidencia de honor a una personalidad capaz de brindar un recibimiento adecuado cuando un profesor eminente, como Berthet, o un sabio del Instituto Pasteur, viniera a visitarnos... La persona más indicada Nos pareció que la persona más indicada era Christiane: ¿no representaba ella para todos "la Castellana"? ¿Su casa no era el marco ideal para ese tipo de recepción? Después de haber dudado en aceptar ese título de presidenta de honor, Christiane terminó por consentir gracias a la apremiante insistencia de Marcelle. Personalmente, y para dejar a mi amante completa libertad, preferí no mezclarme mucho en la discusión. Mi posición era muy delicada... Los hábiles argumentos de mi asistenta influyeron poderosamente en el consentimiento de Christiane. Se acordó que al día siguiente ésta invitaría al Intendente a almorzar en el castillo con Marcelle y conmigo para comunicarle nuestro proyecto. Desde el momento en que el castillo nos apoyaba, la intendencia nos seguiría automáticamente. El Comité propiamente dicho estaría compuesto por seis miembros: el canónigo Lefévre; M. Boitard, el escribano; Mme. Fayet, esposa del director del Registro, que no nos perdonaría si no la hacíamos intervenir―ella, que tanto amaba las enfermedades y los medicamentos― y que con su lengua viperina podía causarnos mucho daño como enemiga, La designación del cuarto miembro nos hizo dudar, Christiane propuso al teniente Deval, pero, a Marcelle y a mí, nos pareció que era difícil pedir al representante de Aguas y Bosques que se sentara al lado de M. Boitard. Finalmente nos decidirnos por M. Marchand, el director de la escuela normal comunal: hábil decisión que equilibraría la influencia del canónigo, que era su implacable enemigo. El Comité no debía tener un aire confesional: sus miembros tenían que provenir de todos los horizontes políticos y sociales, y proponerse como único fin la lucha contra una plaga común. La misma razón hizo que los tres nos pusiéramos de acuerdo para elegir como quinto miembro a un modesto artesano del pueblo y de preferencia un simple obrero. Por último, el sexto debía ser un campesino despierto, deseoso de interesarse en tan: angustioso problema. Se barajaron varios nombres. ¿Perrin, el carpintero? Demasiado charlatán... ¿Bernier, el electricista? No estaría mal: era un joven inteligente... ¿Jacquard, el secretario de la cooperativa agrícola? Demasiado miedoso... ¿Servais, el horticultor? Excelente idea... Finalmente, se decidió que Bernier representaría al elemento obrero y Servais a los campesinos. El Comité ya estaba constituido en teoría. Era preferible que yo no tomara parte de éste para conservar, con toda independencia, mi posición de médico que debía orientar los debates, y servir de enlace indispensable con los organismos oficiales, tales como el Instituto Pasteur o el de Villejuif, especializados desde tiempo atrás en la lucha anticancerosa. Marcelle desempeñaría a la perfección las funciones, modestas pero indispensables, de secretaria general. Era ya muy tarde cuando acompañé a Christiane al castillo. Al despedirnos me dijo: ―Querido, me alegra mucho que se organice ese Comité, pero honradamente me pregunto si seré digna de presidirlo.» ―Tú eres la única que puede ocupar ese puesto, Christiane... Tú, mi futura mujer... Además, sé que ese problema del cáncer te apasiona. Confiésalo. No me contestó. En verdad, la apasionaba... incluso la atormentaba desde que Marcelle la había "iniciado" a mis espaldas... Sobre todo desde que cosa que yo ignoraba leía ávidamente todos los folletos y revistas médicas en los que el problema estaba, si no tratado, al menos expuesto... folletos que mi asistenta le facilitaba a escondidas. El veneno moral estaba ya en Christiane. Marcelle Davois lo sabía...13 de setiembre.Tuve miedo... mucho miedo cuando Denys me dijo que había ido a ver a Berthet. Si mi antiguo jefe hubiera revelado el. estado verdadero de mi salud no me habría quedado otro recurso que huir. Sé que no lo hubiera hecho con intención de perjudicarme, sino únicamente para que Denys me convenciera de que debo sufrir la ablación del pulmón... Por suerte, Berthet ha sido discreto. Aplicó la regla del silencio impuesta en el Instituto, aun para uno de sus antiguos alumnos. Tampoco le habló de mi robo de las radiografías del archivo... Le dio a entender simplemente que mi salud estaba afectada y, por supuesto, Denys no le ha dado mucha importancia. Todo cambiará cuando me ame: dejará de ser egoísta y sólo pensará en curarme.Ese silencio de Berthet es tanto más sorprendente cuanto que Denys fue a hablar precisamente de mi idea sobre la creación de un Comité destinado a luchar contra mi propio mal. Me sorprendería mucho que ese Comité consiguiera un día algún resultado apreciable. ¡Y por cierto que no hallaré una receta que me cure entre los informes de. las sesiones que voy a redactar en calidad de secretaria generall Es sorprendente que bajo el título de `Secretaria general del Comité de Lucha contra el Cáncer' se esconda la única verdadera cancerosa del pueblo. Si el mal no fuera tan terrible―y sobre todo si yo no fuera su víctima― podría reírme de tan paradójica situación. Pero ya ni tengo fuerzas para sonreír; mi mal avanza en profundidad. Mi tumor debe, ser ya enorme. No puedo decir que experimento dolor, pero siento que mis fuerzas físicas me abandonan lenta v progresivamente. Además, adelgazo. ¡Es horriblel ¿Cómo va a querer Denys este cuerpo descarnado? Es bastante tonto escribirlo y doy prueba de mi íntima debilidad... pero mi situación se vuelve cada día más trágica... ¡Oh, bien sé que lucharé hasta lo último con todas mis fuerzas ...! Trato de engañarme pensando sólo en la felicidad inmediata que me espera si actúo con rapidez: ¡Denysl ¿Pero de dónde sacaré fuerza y valor para dejarlo cuando sea mi amante? Sin embargo, no quedará más remedio: la enfermedad lo exigirá... Nuestra separación será horrible. ¡Ah, si pudiera arrastrarlo conmigo a la muertel Si me adora estará dispuesto. Haré todo lo posible para que me adore... "He terminado la serie de doce inyecciones del austríaco. Como lo suponía, tengo la impresión de que no me han hecho nada; no hay ninguna mejoría apreciable. Por lo tanto no he vuelto a ver a ese Schenck, como me lo pidió. Es un charlatán más que no reclama honorarios oficiales para no tener problemas con la Federación Médica, pero vive de la renta de sus inocuas ampollas. No he vuelto a su casa porque puede resultarme muy útil para desembarazarme de Christiane... Es una idea que se me ocurrió después del suicidio de Mme. Boitard,.al comprender que tenía que evitar a toda costa que ella imitara a su amiga... Aún no puedo exponerla en este diario: todavía le faltan algunos retoques. Como todas las ideas sencillas, que son las mejores, pues a nadie se le ha ocurrido antes, necesita una madura reflexión... "Sin embargo, no he perdido el tiempo. he sido rápida en la ejecución práctica de mi plan considerando que hace sólo diez meses que estoy aquí. El 2 de noviembre próximo será el aniversario de mi llegada... Pero, ¿cómo voy a, perder un segundo? Es imposible: mis días están contados... Seguramente no pasaré ún segundo aniversario. Todos mis pensamientos, cada uno de mis gestos, mis esfuerzos sobrehumanos para que al fin Denys sea mío no son más que una lucha feroz contra el reloj: las horas cobran doble valor cuando no se tienen muchas a nuestra disposición... "Si recapitulo rápidamente el trabajo realizado en estos pocos meses, puedo sentirme orgullosa: se hizo la instalación de radio que me ha sido tan útil y que lo será más aún con Christiane... Nadie aquí pone en duda que el viejo Heurteloup murió de un cáncer en el riñón y que la hermosa Mme. Boitard se suicidó porque tenía uno en el seno... Su mismo amante lo cree. ¡Es el colmo ...!. Me considero vengada del canónigo Lefbvre que me detesta: ese gordo arcipreste está convencido de que sus reumatismos articulares son de origen canceroso. ¡Esto es francamente risible!. El Comité de Lucha contra el Cáncer empezará a funcionar la semana que viene, presidido por Christiane... El cáncer moral ya está sólidamente arraigado en su mente y esas sesiones semanales terminarán por enloquecerla. Nuestras largas conversaciones secretas y todos esos deprimentes folletos, que le he dado a leer, han producido su efecto. ¡Si esa pobre criatura―que es menos viva de lo que yo suponía― sospechara la naturaleza exacta de la amistad que le profeso! Soy verdaderamente una amiga de extraña condición... Desconfía de tus amigos... ¡Qué verdad tan grande! . "Desde la primera sesión del Comité hice aumentar el terror al mal en cada uno de sus miembros. Éstos repetirán al volver a sus casas lo que yo haya dicho con la mayor calma: así se formará la bola de nieve en cada familia, en cada calle... Muv pronto. Christiane,'la presidenta', se sentirá completamente envuelta por el mal: elegiré ese momento para Jugarme la última carta... pero qué cartal ¡Un as de triunfo...! Derrotaré a mi rival y esta vez sin el menor peligro para mi. ¡Ah, Denvs...! ¡No sabes hasta qué punto el amor que te tengo me inspira ideas maravillosas! Tampoco puedes sospechar,que en el momento mismo en que mis fuerzas físicas decaen, mi fuerza moral no hace más que aumentar. La siento duplicada por la fiebre amorosa, por mi pasión... ¿Por qué no has comprendido todavía, Denys? Me admiras, lo sé, pero eso no me basta: quiero que me ames... Hace tiempo que eso sería una realidad si no hubiera vuelto esa Christiane a interponerse entre los dos. Ha sonado la hora de su castigo: ya es tiempo de que pague la afrenta de ese llamado telefónico que me hizo con el pretexto de que necesitaba unas ventosas, cuando en realidad era un medio indirecto de reanudar relaciones contigo. Un llamado que, estuvo a punto de trastornar todos mis planes..." Al recordar la primera sesión del Comité, me doy cuenta de hasta qué punto debimos parecerles ridículos a Marcelle Davois. Estábamos reunidos para discutir y dar nuestra opinión sobre cosas que ignorábamos completamente. La ignorancia es algo inherente a todos los Comités... La única persona competente era Marcelle. Muy pronto lo demostró. Después del discurso inaugural del Intendente que olía a vulgar arenga del concejo municipal, me tocó hablar a mí. Después de haber dado algunas estadísticas de orden general sobre la evolución del cáncer en Francia, me limité a conceder la palabra a la secretaria general... Estuvo magnífica. Luego de, haber expuesto los motivos que nos impulsaron a constituir ese comité, o sea, luchar contra la psicosis creciente e ilustrar a la población sobre la exacta naturaleza del mal para tranquilizarla, mi asistenta expuso a grandes rasgos los temas principales de los estudios por realizarse en el curso del primer año. También nos anunció que los más ilustres especialistas vendrían a visitarnos: el profesor Berthet, por ejemplo, nos hablaría de las diferentes técnicas de irradiación del seno... Otro nos facilitaría detalles prácticos sobre la alimentación de los cancerosos que puedan descubrirse en nuestras propias familias... Un tercero nos informaría de los considerables progresos de la quimioterapia en los Estados Unidos... etc... Todos los miembros del comité escuchaban ávidamente: tanto el canónigo Lefévre como Christiane, el horticultor Servais o el electricista Bernier. Bastaba ver sus caras y sus miradas fijas en Marcelle Davois para comprender que estaban literalmente subyugados por su calma metódica, fascinados por su voz monocorde, hechizados por su presencia diabólica. Sentían, como yo, esa irradiación magnética que se desprendía de ella cuando hablaba de cosas de su profesión. Todavía me parece escuchar la extraña alocución con la cual Marcelle terminó la lectura de su reseña que ponía punto final a nuestra primera reunión. Es como si yo la supiera de memoria sin quererlo... •y creo que a todos los demás les pasó lo mismo. Sin el menor énfasis, la voz decía secamente: «Como conclusión de esta sesión inaugural debemos afirmar que el aumento, bastante apreciable, del número de cánceres, se explico por el actual envejecimiento de la población francesa y que el porcentaje de frecuencia no se ha modificado, si cuidadosamente se efectúa la corrección, teniendo en cuenta la edad media de la población estudiada. Nuestro deber, como miembros de este Comité, es pues llamar la atención de todos aquellos que encontremos en esa circunstancia bastante consoladora. "Las estadísticas únicamente basadas en las actas de defunción, sólo abarcan un factor de la frecuencia real del cáncer, del que cada día se cura un mayor número de casos. Todos los decesos que se producen no son siempre declarados bajo ese rótulo y lo mismo a la inversa... A. un médico, que no encuentra la naturaleza exacta de una enfermedad, le resulta muy fácil proferir la cómoda frase: `Es de origen canceroso', cuando en realidad el mal puede tener cualquiera otra causa perfectamente curable. Esta es una de las razones esenciales por las cuales ha sido creado este Comité: la lucha contra la ignorancia y la excesiva facilidad del diagnóstico. "Es conveniente precisar, por último, que en Francia, no tenemos una documentación exacta sobre la morbosidad debida al cáncer. En espera de los resultados de las investigaciones que actualmente se realizan bajo los auspicios de la Sección de Cáncer del Instituto Nacional de Higiene, sólo podemos efectuar un cálculo aproximado por comparación con los datos obtenidos en los Estados Unidos. Provisoriamente, este cálculo nos permite suponer que aparecen en nuestro país, cada año, de 120 a 130.000 casos de cáncer, y si se tienen en cuenta los cánceres ya descubiertos anteriormente se llega a una cifra de casi 200.000 casos que requieren, cada año, los cuidados del cuerpo médico." Después de estas palabras el Intendente levantó la sesión. Al separarse para volver a sus hogares los miembros del Comité estaban preocupados:.. Las consecuencias no serían graves para una Mme. Fayet acostumbrada a dramatizar todo, ¿pero para los otros? ¿Sobre todo para Christiane, cuyo excesiva sensibilidad me preocupaba y que salió con una cara que inspiraba lástima? Decidí acompañarla hasta el castillo para no dejarla sola con sus negras ideas. Durante el trayecto y luego en la comida, hice lo indecible para tranquilizarla, para convencerla de que habíamos hecho un buen trabajo, que para luchar eficazmente contra un mal hay que conocerlo bajo todos sus aspectos, que de haberse tomado precauciones análogas en todas partes un gran número de casos―atacados al principio― podían haberse curado... pero Christiane no me escuchaba. Parecía que oía otra voz más poderosa y persuasiva que le decía que no había ninguna esperanza... Esa noche, cuando quise hacerla mía, sucedió algo absurdo: por primera vez, desde que era mi amante, se negó. Ella que era tan apasionada! Sollozaba... Nunca la, había visto en ese estado.―¡Vamos, Christianel ¡Sé razonable! ¿Te ha trastornado lo que se dijo en el Comité? No pienses más en eso. Sin embargo, escuchaste atentamente el excelente informe que dio Marcelle al final de la sesión: ¡todo lo que se cree que es cáncer no siempre lo esl―Dijo eso delante de la gente por humanidad, Denys. Pero yo sé que es horrible, que eso se extiende por todas partes: que no hay una sola familia que no vea a uno de sus miembros atacado, que seguramente es contagioso y hereditario.―Cállate, querida. Estás fatigada esta noche... Harías bien en descansar.―¿Descansar, cuando no sé si pronto moriré también de un cáncer como el viejo Heurteloup o Jeanne Boitard?―¡Te lo ruego, mi pequeña Christianel―...Y no seré yo la única del Comité en desaparecer. ¿Sabías que el canónigo Lefevre, que es un hombre sereno, no se hace ninguna ilusión sobre sus llamados reumatismos que le están paralizando poco a poco las piernas? ¡Estás completamente local ¡No debía haber aceptado nunca que formaras parte de este Comité! ¡Yo tengo la calpa! Estoy furioso conmigo y con Marcelle que es la responsable de tu designación como presidenta. ¡Es una estupidez! ¡También estoy furioso con Berthet, al que no debía haber escuchado! Hoy me he dado cuenta, al observar las reacciones de los distintos miembros, que he cometido un―error enorme al dejar entrar en ese Comité a gente que ignora lo más elemental de la medicina corriente y con mayor razón lo referente al cáncer. La única competente es Marcelle... ¿Cómo reparar ese error? ¿Si suspendiera la próxima reunión?―¡Ni se te ocurra, Denysl Ahora que ha sido creado el Comité la gente no te lo perdonaría. Hoy han aprendido demasiado para dejar de interesarse por tan grave problema. Querrán saberlo todo. Tienen el mayor derecho, el derecho de cualquier ser humano.―Tal vez. Pero en lo que a ti respecta, Christiane, me vas a dar el gusto de renunciar inmediatamente a la presidencia y no volver a poner los pies en el Comité: es el único remedio para ti.―No, Denys. No tengo el derecho de hacerlo; sería una cobardía en el momento en que iniciamos una lucha desigual contra una plaga gigantesca.―Diríase, querida, que en adelante toda tu vida va a concretarse a esa lucha como si pertenecieras al personal del Villejuif o del Instituto Pasteur. ¡Palabra de honor! ¡Te crees una segunda Marcelle Davois!―¡Nada' de eso! La admiro demasiado... ¡No! Sólo pido ser una de sus modestas colaboradoras para ayudarla un poco en el combate que libra desde hace años contra esa enfermedad... ¿Acaso crees que ella es la única que lo hace en el mundo? ¡Pero, Christiane) Marcelle era solo una empleada subalterna en Villejuif. Una enfermera como tantas otras... Por otra parte es mejor para el progreso de la lucha anticancerosa que ella no sea la única así. Si no, ¿dónde estaríamos?―¿Crees que estamos muy adelantados en ese asunto?―Estamos algo estancados... pero grandes sabios, tales como Berthet que fue mi jefe y el de Marcelle, han dado pasos gigantescos. Además, Marcelle estaba harta del cáncer puesto que abandonó Villejuif para venir a poner ventosas aquí.―Ella dejó Villejuif porque no le dieron el puesto que le correspondía...―¿El de doctora? ¡Volvemos a eso! Es una locura inofensiva que le ataca de vez en cuando, provocada por el pesar de no tener título habilitante para ejercer. A mí no me molesta eso puesto que cumple a conciencia con su profesión de enfermera... En cuanto a ti, si te agrada imaginártela como la "Doctora Marcelle Davois", te aseguro que no tengo ningún inconveniente.―¡No está bien que hables en forma irónica a costa de esa mujer que te es fiel en cuerpo y alma!―Tienes razón, querida ... Pero reconoce que tiene algo de culpa si digo tonterías... ¿No prefieres que hablemos de otra cosa? ¿De nuestro matrimonio, por ejemplo? No olvides qué hemos elegido el próximo otoño. ¿Por qué no lo anunciamos a nuestros amigos del pueblo y de los alrededores? Sería un excelente pretexto para dar una pequeña reunión que nos cambiaría un poco las ideas. ¿Qué opinas?―¿Es verdaderamente necesario que nos casemos Denys, sabiendo que un día u otro la terrible enfermedad nos separará?―¿Vuelves a las andadas? ¿Es una idea fija? ¿No sabes que eso se cura?―No sé, pero déjame esta noche, ¿quieres? Necesito estar sola... Necesitas reposo... En efecto... Mucho reposo, mi amor. Pero antes de dejarte como nunca lo he hecho desde que somos amantes, quisiera decirte una sola cosa: ya se dio el caso en este lugar que una mujer, una de tus amigas, que tenía en la cabeza las mismas ideas que tú... Ya sabes a lo que llegó. ¡Cállate! Ella se mató porque tenía realmente cáncer...―Si tú también lo crees, prefiero irme. Buenas noches, querida. Volveré mañana, cuando estés calmada... Y, por primera vez desde que era mi compañera carnal, me fui sin que hubiera sido mía. ¿Seguía siendo el doctor Fortier, considerado por su clientela, y cuyo nombre cobró prestigio de pronto por haber tenido el valor de crear uno de los primeros comités anticancerosos del oeste? ¿O, por el contrario, no era más que una especie de títere que se deja manejar por cualquiera? ¡Tan pronto era mi amante... o el arcipreste... a veces Berthet... o bien mi asistenta! ¡Estaba perdido! Esa noche, cuando Christiane se negó a ser mía, no podía tener las ideas lo bastante claras para comprender que en realidad yo mismo no era más que una simple rueda en el engranaje mortal construido por una mujer demoníaca. Era igual a todas esas buenas gentes que formaban parte del Comité: pertenecía al rebaño de Panurgo que advirtió demasiado tarde que un hada maléfica iba a precipitarlo al abismo... Por ejemplo, cuando Marcelle expuso durante la sesión del Comité: "El cáncerse desarrolla por todas partes. Está aumentando, sobre todo, el temor hacia él... Estamos aquí para luchar contra ese temor", me pareció que entre todos, únicamente ella tenía valor... Mi .antiguo profesor, el mismo Berthet, me había dicho: "Solamente dentro de, un tiempo se dará cuenta hasta qué punto tiene coraje. ¿Dentro de un tiempo? ¡Ya empezaba a notarlo! ¡Extraordinaria mujer, esa Marcelle Davoisl ¡Ah, no sería de las que se dejan impresionar por las estadísticas como mi pobre Christianel Hablaba del cáncer con tanta serenidad que tranquilizaba. Yo no me daba cuenta de que no hacía otra cosa sino hundir más el clavo y que a fuerza de hablar de algo con el pretexto de destruirlo se termina por hacerle dar una realidad aterradora en la mente de los que, escuchan. Se lo hace posible, verosímil, Viviente... Después de atacar a mi pueblo por la voluntad implacable de Marcelle Davois, el cáncer moral se desarrollaba multiplicándose hasta el infinito... ... El alba liberadora vuelve a dorar los glaciares. Un amanecer calmante después de esta segunda noche en vela. Si hubiera sabido, cuando comencé este trabajo la primera noche, que me resultaría tan penoso, estoy seguro de que no lo habría iniciado. Pero, ahora, me siento arrastrado por el hilo del relato que se desenrolla uniformemente, por ese conjunto de recuerdos mezclados a los fragmentos del diario de mi asistenta... Tengo la impresión de encontrarme frentee a un mecanismo de relojería de precisión, en el cual todas las piezas han sido ensambladas en dos noches, y que no detendrá su marcha hasta la destrucción final... Me impulsa también la necesidad imperiosa de decirlo todo, de revivir el horror hasta lo último... ¿Pero, tendré el valor de permanecer sentado Ante esta mesa durante una tercera noche, que será, no lo dudo, la más terrible? ¿De confesar lo que directamente me ha herido en mi persona y en mi corazón? ¿De contar, en fin, lo que fue, durante los últimos meses de su vida, el comportamiento alucinante de una muerta viva, roída por el mal inexorable, minada por una pasión que lindaba con la locura, épica a pesar de todo, en su creciente monstruosidad? ¿Tendré ese valor? Debo tenerlo, sin embargo,.. LA TERCERA NOCHE
Christiane acaba de dormirse. Me estremezco al pensar que ya ha pasado un mes desde la segunda noche, mientras que sólo hubo una semana de intervalo entre ésta y la primera. Durante ese mes me he sentado veinte veces ante esta mesa, veinte veces he tratado de volver a tomar el hilo del relato, pero siempre me ha faltado el valor... Una especie de terror me paralizaba, impidiéndome escribir y aniquilando mi voluntad para evocar tan espantosos recuerdos... Podría creerse que las noches se han ido distanciando, cada vez más, a medida que su horror aumentaba.
Christiane recién ha podido dormirse como una criatura porque sabe que, desde hace algunos días, estoy menos nervioso, menos atormentado, más dueño de mí y de mis pensamientos. Este dominio lo he adquirido gracias al trabajo mental de las noches precedentes. Christiane nunca sabrá que he vivido esas noches e ignorará asimismo la que ahora comienzo. Yo solo tenía que revivirlas... ¡ella nol Antes de ayer, cuando me hizo algunas preguntas precisas sobre nuestro pasado común de esos―últimos meses odiosos, pude al fin contestarle con calma; estoy, pues, cerca de lograrlo que me proponía. Acabo de releer serenamente todo lo que he escrito durante la segunda noche y los fragmentos del diario de Marcelle Davois. Ahora llego a los efectos devastadores del ridículo Comité. No necesito hablar de eso: mi asistenta se ha encargado de hacerlo. Esto es lo que escribió después de la cuarta sesión15 de octubre.Ahora vuelvo de la sesión semanal del Comité. Este Comité funciona admirablemente. Los resultados sobrepasan mis previsiones más optimistas: todo el pueblo ha desfilado ya por el consultorio de Denys― para hacerse examinar. ¿Quién no tiene su cáncer? Por poco que siga aumentando la psicosis tendremos que recibir pronto a los habitantes de los alrededores y de las ciudades cercanas. Denys y yo no podremos dar abasto:.. un verdadero triunfo, Aún resulta más absurdo si se piensa que la única enferma soy yo. La crisis de ayer fue horrible: es la primera vez que siento un comienzo de parálisis en mi brazo izquierdo. En realidad no sufría, pero no podía moverlo: era angustioso. Por suerte se me ocurrió darme una inyección de morfina, que me insensibilizó. Creo que la morfina será mi último recurso de lucha física. Su único inconveniente será hacerme pasar bruscamente, después de cada inyección, de un estado de postración completa, a momentos de una exaltación intensa, durante los, cuales me resultará difícil controlarme. A medida que las inyecciones sean más frecuentes―lo que no podrá evitarse porque el mal empeora― estaré más en peligro de divagar. Pero no hay otra solución: tengo que correr ese riesgo... No puedo arruinar mi brillante victoria moral con un decaimiento físico prematuro. ¡Quiero ser de Denysl Todo está preparado para que pronto sea su mujer... ¡Debo resistirl Hasta creo que ahora aceptaría la idea de ser suya sólo una vez antes de morir. En el estado físico en que estoy, ¿tengo el derecho de ser más exigente? Pero nuestra única noche de amor será sublime. ¿Habrá alguien en el mundo que pueda jactarse de tener una semejante? Después de esas horas ardientes, Denys ya no podrá amar a ninguna mujer. Todas lo aburrirán y le parecerán afectadas, triviales, vulgares... Sólo el recuerdo de su Marcelle tendrá importancia para él. Quizá, durante la noche, muera de agotamiento en sus brazos. ¡Qué hermoso serial Tal vez me matarla si tuviera la seguridad de que no habría otra noche, y que ninguna podría sobrepasarla. Me conozco: tengo suficiente valor para suprimirme cuando sea necesario. Mi decisión, bien meditada, no estará inspirada por el mismo sentimiento de cobardía que impulsó a Mme. Boitard. No temo a la muerte. Sólo temo desaparecer antes de haber sido amada.¿Pero este suicidio daría realmente la impresión de un acto de valor? ¿No sería más admirable tratar de analizar, hasta el último instante, lo que siento y describir los diferentes estados de alma por los cuales pase? ¿Esta "terrible experiencia personal no proporcionaría inapreciables servicios a otros? Este diario sería útil entonces; resultaría una especie de testamento que dejaría a Denys para recompensarlo por haber sido mi amante. Tendría en su poder un documento único para el futuro: el relato de todo lo que siente, física y moralmente, alguien que está condenado a muerte por el cáncer... Sacaría de esa lectura estimulante el valor que necesitará después de mi muerte. Pero debo volver a la realidad: el tiempo que me queda de vida disminuye con alarmante velocidad... "Lo más importante, hasta hoy, es que Christiane se haya hecho mi amiga. Puedo asegurar que soy su única confidente femenina. Ahora puedo hacerle creer lo que yo, quiera: me admira, y tiene en mí confianza ciega. Ya empieza a desconfiar de la capacidad profesional de Denys; esto es muy importante. Hay que evitar que mi adorado chiquillo pueda contrarrestar mi influencia sobre ella. Su salud parece disminuida desde que le inculqué la idea del cáncer, que la trabaja y persigue noche y día.. Denys también está nervioso: nota el enfriamiento de su amante, que parece mucho menos interesada que él en casarse. La idea de convertirse en la mujer de un. hombre que tendrá contacto con el cáncer durante toda su vida, empieza a no hacerle ninguna gracia a Christiane. Toda mujer sensible pensaría como ella... "Ahora que el terreno psicológico está bien preparado, no creo que me resulte muy difícil convencer a Christiane de que está enferma como Mme. Boitard. Simplemente tengo que descubrir su cuerpo como he sondearlo su cerebro. Cuando conozca a fondo su constitución física encontraré quizá la falla, el punto débil que me permitirá decirle: "Está atacada en tal lugar." La fuerza del cáncer está en que puede atacar cualquier parte del. cuerpo humano... La cirrosis de Heuterloup me sirvió para asegurar que el viejo tenía también un cáncer del riñón, oculto por el aumento desmesurado del hígado... La mamitis de Mme. Boitard fue. el oportuno mal, benigno y visible, que me permitió hacerle creer que tenía un cáncer en el seno... La débil constitución torácica de Christiane debe permitirme llegar al cáncer del pulmón, es decir, mi propio mal... Lo cual sería prodigioso. Nadie mejor que yo puede describirle los síntomas mentales que debe sentir... Además, ¿no tengo acaso aquí, encerrada en el cajón de la cómoda, el arma infalible que he ocultado cuidadosamente y que reservo para asestar el golpe de gracia...? El cáncer del pulmón ofrece la doble ventaja de ser invisible a simple vista―luego, discutible― e incurable. Sería admirable que pudiera insuflarle moralmente a mi rival mis sufrimientos. ¡Qué brillante victorial "Está decidido: le voy a descubrir un cáncer del pulmón... ¿Por qué medios? £se es otro problema. Pero estoy convencida de que tendré al dios de la suerte de mi parte. Mi pasión por Denys, así como me ha sostenido hasta ahora, me inspirará." La amistad, cada vez más estrecha, que unía a Christiane con Marcelle me parecía una señal de paz duradera. Me hundía cada vez más en el engranaje infernal. Mi asistenta jugaba al gato y al ratón con nosotros: para ella los peleles se desarticulaban cada vez más de hora en hora... Y unos dias más el azar―o la vida que es diez veces peor por sus consecuencias nefastas― le brindó la chispa mortal que su diabólico cerebro buscaba con tanta obstinación. La misma noche declaraba en su diario...28 de octubre.¡Ya estál El cielo, o quizá el infierno, está conmigo por primera vez desde hace años. Christiane está en cama. Contrajo un nuevo enfriamiento muy serio, a consecuencia de un romántico paseo con su amante, bajo la lluvia, por los bosques de su parque... Es mucho más grave que la primera vez. El martes pasado Denys volvió del castillo muy preocupado e inquieto: temía una neumonía. De todos modos Christiane tiene una pleuresía doble: ¿la resistirá? Al volver Denys, luego de, ponerme al corriente de lo que pasaba, añadió:― El chofer de Christiane la espera en la puerta... tome su maletín y vaya al castillo... Allí velará,y cuidará a Christiane,,que la reclama. Yo me encargaré de visitar a los otros enfermos. Iré al castillo mañana a primera hora para saber cómo pasó la noche. Si se presenta alguna. complicación no vacile en llamarme por teléfono... Tengo plena confianza en sus cuidados y sé que su sola presencia será un gran confortamiento moral para Christiane'. .. “Recién vuelvo del castillo después de siete días y siete noches pasados prácticamente en el cuarto de Christiane... Ahora está fuera de peligro, pero necesitará meses para restablecerse del todo. Ha tenido y tendrá durante mucho tiempo dos puntos pleuríticos serios: Denys diagnosticó muy bien. Lo mismo que la mamitis de Mme. Boitard o la cirrosis del viejo Heurteloup, tampoco se ha equivocado en este caso... Tengo que reconocer que mi pequeño Denys tiene un excelente ojo clínico. Esto no me disgusta... además simplifica mi papel que ha consistido hasta ahora en hacer desviar hábilmente su diagnóstico para .que sirviera a mis propósitos. Aplicaré una vez más este método en el caso de Christiane: esos puntos pleuríticos me serán muy útiles para inculcar poco a poco en la mente de la enferma que,, no es únicamente un enfriamiento... que hay algo más... que si tiene esa predisposición a complicaciones graves y rápidas, es sólo porque sus pulmones están, desde hace tiempo, atacados y minados, secretamente por el mal que tanto teme... Al fin he encontrado la admirable transición que me permitirá pasar, en pocas semanas, del campo del sueño al de. la realidad y destruir moralmente a esa mujer que me molesta. Al cuidarla he tenido ocasión de examinar de cerca su cuerpo: es armonioso, de buena raza, pero según mi opinión, menos atrayente que el de Mme. Boitard. A mi regreso, hace un momento, me desnudé una vez más delante del espejo . de este armario y pude comprobar con placer que mi cuerpo, a pesar de estar descarnado y adelgazado por el mal que lo mina, se parece bastante, en su constitución general, al de Christiane... Si su cuerpo ha gustado a Denys, no hay ninguna razón para que con el mío no suceda lo mismo. "Durante esta semana, en que he estado prácticamente sola con ella, me hubiera resultado muy fácil eliminarla de manera muy sencilla: poniéndole compresas frías. Probablemente ahora estaría muerta. Pero era arriesgado: Denys iba a verla mañana y tarde, hasta solía ir tres veces por día. . . No lo creo tan niño para que no sospechara algo. Además, Christiane, que siempre conservó su conocimiento, podría hablarle de mis extrañas curas. Me pareció más útil representar el papel, ante los ojos de Christiane y de Denys, de quien se dedica noche y día a librar a la enferma de su mal. Por eso mi autoridad sobre ella y, ante todo, su confianza, han alcanzado ilimitadas proporciones... Hoy en día ya no está en peligro inmediato, pero se halla lejos de estar curada. Sólo podré ponerme a trabajar de firme... Si la doble pleuresía se la hubiera llevado en pocos días, no habría tenido tiempo de sufrir moralmente. ¡Quiero que sufra tanto como yo, más aún si fuera posiblel Sin embargo, la razón de que yo no la eliminara entonces se debía al temor de que Denys conservara siempre en su corazón la pena de que su amante le fuera arrebatada por una enfermedad repentina. En cambio, si ella lo abandona, sin ningún motivo aparente, su pena de amante se transformará en rencor... Del rencor al deseo de venganza no hay más que un paso: la mejor venganza de Denys será reemplazar a la infiel. Y yo estaré allí. "Esta noche necesito reposo. Estoy muy cansada. Mi brazo izquierdo se anquilosa cada vez más: voy a darme otra inyección de morfina. Espero estar mejor mañana para volver al lado de Christiane a quien está velando hoy su doncella. Ella también estará descansada y más preparada para escucharme. Le hablaré con amabilidad, con extremada dulzura, como sólo dos mujeres pueden conversar entre ellas... Dosificando hábilmente mis efectos, le comunicaré el secreto que se supone me ahoga y que simularé no poder guardar para mí sola... El secreto de la naturaleza profunda del mal que la corroe: el cáncer del pulmón... Debe parecer que he titubeado mucho antes de confiarle este secreto que sólo ella y yo debemos saber... "Por supuesto, todo eso no puede decirse de una sola vez: procederé por etapas sucesivas. Ya tengo cierta práctica en este extraño campo... Primero sembraré la duda: luego, después de haberle hecho llegar clandestinamente a espaldas de Denys algunas radiografías, llegaré a las precisiones. Cuando esté íntimamente convencida de que tiene cáncer, empezaré a hablarle del único remedio posible... ¡y qué remedio! ¡Prodigioso! Creerá que sigue un tratamiento racional del cáncer―que no le hará nada puesto que no lo tiene y descuidará atenderse para evitar una recaída de su pleuresía. La idea fija de librarse del cáncer la dominará completamente y, mientras tanto el estado de sus pulmones no mejorará. Se producirá en ella una suerte de asfixia lenta y metódica.. . "A menudo he pensado que, si uno quisiera librarse de alguien sin grandes riesgos, es suficiente imitar a ciertos médicos incapaces, que curan ciegamente una falsa enfermedad porque no han descubierto la verdadera. Lo más sorprendente es que esos médicos actúan de acuerdo con su conciencia sin darse cuenta de que son verdaderos asesinos. Y si, por casualidad, advierten su error al consultar a un colega más clarividente, casi siempre es demasiado tarde para dar marcha atrás: el mal irremediablemente está hecho, el enfermo está perdido. El colega, que diagnosticó acertadamente, se calla: prefiere atrincherarse detrás del admirable invento del secreto profesional antes que revelarla falta imperdonable de un colega, ¿Para qué hacerse de un enemigo en la profesión? Los lobos nunca se comen entre ellos... y ciertas revelaciones de última hora sólo conseguirían desacreditar a toda la corporación. Más vale el silencio que lleva al olvido.. Sin embargo, a veces, sobre todo en los hospitales, cuando todo ha terminado se procede a la autopsia. Entonces estalla brutalmente la verdad, monstruosa. Pero las autopsias se hacen entre médicos o personas que se dicen calificadas. Es una locura lo que han revelado esas autopsias. Pero el primer interesado, o sea el difunto, no está allí para defenderse. Sus parientes o sus allegados se disputan ya su herencia; ¡hay que vivir! Cuántos. secretos, mortales han quedado enterrados así ..." "...Dejé este espacio en blanco, porque ayer noche, de pronto, no pude seguir escribiendo. ¡No aguantaba más! Me di una inyección: luego, sin duda, caí en un verdadero sopor. Tuve la vaga impresión de que no sólo era incapaz de cualquier movimiento, sino que, además, no podía coordinar mis ideas. Atontada por la dosis de morfina me dormí al fin. Pero, en medio de la noche, me desperté bajo el efecto de una horrible pesadilla: veía la mano de Christiane tratando de acercarse cada vez más a mi pecho desnudo para clavarme un cuchillo en el corazón. ¡Quería asesinarme! Y en cada una de sus tentativas, yo lograba desviar la hoja con mi brazo izquierdo a costa de un esfuerzo sobrehumano... "Sé que la morfina produce pesadillas... En cuanto a la impresión de esfuerzo hecho por mi brazo izquierdo debe provenir de mi mal que progresa cada vez más. Esta mañana no me sentía con valor de ir al castillo. Sin embargo, debía hacerlo. Solamente al encontrarme frente al rostro de la que había querido asesinarme en mi sueño volví a recobrar, mi lucidez. Me senté tranquilamente al lado de su cama y, al tomarle el pulso, empecé a hablar... ―Mi pequeña Christiane... ¿me permite llamarle asi? No sólo me permitía, sino que al parecer esa muestra de ternura le causaba placer. `Mi pequeña Christiane, usted sigue mucho mejor... ¿Sabe que nos asustó mucho al doctor y a mí? ¡Qué cosas tienen los enamorados, irse a pasear bajo la lluvia! Si también me lo permite, regañaré a su novio. ¡Qué imprudencia! En fin, ya está en vías de restablecerse... lo que no quiere decir que esté completamente curada. Eso puede tardar mucho...'― Denys me dijo anoche que sino hacia ningún disparate, dentro de dos o tres meses estaría como antes: ― ¡Bah, bah, bah! El doctor Fortier siempre tan optimista... Tiene que tomar muchas precauciones... Por mi parte no estaré tranquila sobre su estado hasta que no se saque una radiografía, cuando esté en condiciones de soportar un corto trayecto en auto.' ―¿Cree usted realmente que es indispensable? Denys no me habló, de eso.―Creo que el en el fondo es como la gente de este lugar: no le gustan los exámenes radioscópicos. Hace mal: son los únicos que proporcionan la verdadera tranquilidad. Son el complemento indispensable de todo diagnóstico... Usted misma que ha pasado varias horas conmigo en el cuarto de radiografías tiene que darse cuenta de eso.―Tiene razón, Marcelle.―¿Quiere que yo le saque la radiografía sin que el doctor Fortier se entere? Podría preocuparse inútilmente mientras que para usted y para mí es una simple medida de prudencia.―Es una buena idea. ¡Pobre Denysl ¡Se ha preocupado tanto!'―Como todos los que quieren, mi pequeña Christiane. Le explicaré lo que haremos: tan pronto le sea posible levantarse, aprovecharemos una tarde en que él, haya salido para un largo recorrido, para que usted vaya a su casa en auto. Yo la estaré esperando; será cosa de un minuto. Como estoy casi segura de que el resultado será negativo, no tendremos que decirle nada. Y si, por casualidad, hubiera algunos indicios, nos enteraríamos y tomaríamos de común acuerdo, usted y yo, las medidas enérgicas que fueran necesarias.' ―Mientras más la conozco, más la admiro,, Marcelle... Me gusta ese espíritu de decisión que usted demuestra cuando hace falta... A veces me fastidia que Denys no tenga más en cuenta sus opiniones.' ―Las tiene en cuenta, ¡pero es hombre! Su orgullo masculino le impide reconocer la superioridad de la mujer... Es humano. Además, es joven, muy joven. Quizá demasiado joven para una mujer como usted, que ha estado casada con un hombre mayor que ella.?―.Sí, Sí, a veces me pregunto, si no será una verdadera locura que me case con Denys. ―¡No diga eso! ¡Usted lo quiere y él la adora!'―Creo que congeniamos sobre todo físicamente...―¿Si ...? Es evidente que eso no basta en la vida de un matrimonio. Hay además las mil pequeñas exigencias y concesiones cotidianas... ¿Sería indiscreto preguntarle de qué murió M. Triel?'―¡Al contrario, Marcellel Me causa un alivio con esa pregunta; usted es la única persona en el mundo con quien tenía deseo de hablar de eso desde hace tiempo... Al volver de un viaje de unos días a París, Pierre―ése era el nombre de mi marido― fue presa de un extraño malestar que lo obligó a guardar cama. Para tranquilizarme me dijo que era un acceso de paludismo a los que estaba acostumbrado desde su larga permanencia en el África Ecuatorial. Yo no estaba del todo tranquila. Como en esa época el padre de Denys ya había muerto y no había ningún otro médico cerca, llamé en seguida a un doctor de Mans; después de examinarlo me aconsejó que hiciera venir de París a un gran especialista de enfermedades tropicales, el profesor Bonneau. ¿Lo conoce usted?' ―Sólo de nombre.―El profesor se sorprendió mucho porque apenas ocho días después de estar en cama, mi pobre Pierre estaba prácticamente paralizado... Le empezó por las piernas y le fue subiendo hasta la cabeza... Al décimo día no pedía hacer el menor movimiento, ni hablar, aunque yo me daba cuenta de que teni todo su conocimiento. ¡Era horrible! Se lo mantuvo con morfina pero murió a los diecisiete días, por la noche, sin que el profesor Bonneau y otros especialistas llamados con urgencia pudieran descubrir la naturaleza exacta del mal. Eso me parece terrible, Marcelle: ver desaparecer en tres semanas a un hombre de cincuenta y dos años que conocí en plena actividad.' ―¿No sería anemia perniciosa?'―Todos los médicos reunidos aseguraron que no―En ese caso no veo más que una causa: un envenenamiento. ―!Es imposible, Marcelle. Durante el mes anterior a su enfermedad no hubo una sola comida que no compartiéramos. Me hubiera envenenado yo también y nada he sentido.― En verdad que es extraño—. ¿y, el profesor Bonneau no dispuso un examen de las vísceras después de la muerte.?' ― Me habló de ello, pero yo me opuse: ya sabe usted, igual que yo, cómo es la gente de este pueblo. Todos hubieran sospechado de mí, cuando en realidad sentía por Pierre, si no amor, al menos un profundo afecto... Nunca hubiera sido capaz de una cosa semejante.' ―No .necesita decírmelo, mi pequeña Christiane. La conozco. usted― es profundamente buena y justa... Sin embargo, hizo mal en negarse al análisis. Ahora es demasiado tarde: después de dos años una exhumación no aportaría ningún elemento nuevo y sería perjudicial para usted... Por otra parte nos queda una hipótesis sobre la causa probable de esa muerte... pero le va a parecer abominable porque se relaciona con el mal contra el que estamos decididos a luchar aquí.' ―¿El cáncer? Eso temo desde que usted me ha enseñado tantas cosas de él. Por eso quería hablarle de la muerte de Pierre. ―Sí,M.Triel puede haber.muerto en pocas semanas de un cáncer generalizado que él ignoraba. Es uno de los aspectos más penosos del mal: uno lo tiene y lo ignora. Y si por casualidad se descubre es ya demasiado tarde ...'―Contésteme con esa franqueza que siempre ha tenido conmigo, Marcelle... ¿El cáncer es o no contagioso?'―Nadie lo sabe, Christiane. Todo lo que puedo decirle es que, después de los estudios realizados en Austria y los Estados Unidos últimamente, hay sólidas razones para afirmar que es hereditario... En cuanto al contagio entre esposos se dice que es posible pero, personalmente, no lo creo ... Perdóneme haber despertado esos dolorosos recuerdos... Ha sido una torpeza de mi parte porque usted necesita el más absoluto reposo.. Si el doctor Fortier se enterara de nuestra conversación, no me lo perdonaría y tendría mil veces razón.―Denys no sabe nada: he evitado siempre hablarle de mi marido cuyo solo nombre le resulta desagradable.'―`Los hombres, en su egoísmo inconsciente, son a veces injustos. únicamente las mujeres se comprenden, casi con medias palabras... El secreto de esa conversación quedará entre nosotras dos, como el de la radiografía que le voy, a hacer cuando pueda levantarse. Créame que todo lo hago en bien de usted, mi pequeña Christiane... ¡Para mí, que soy sólo una vieja solterona, usted es mi rayo de sol!' "... A ella le agradó esa idea del secreto porque nada le fastidiaba tanto como ser atendida por su amante. La comprendo: soy como ella. Preferiría desaparecer para siempre de la vida de Denys antes de consultarlo. Aun teniéndole confianza no lo hubiera hecho. A una verdadera mujer no le gusta mostrarsé enferma delante de su amante... Es humano. El amante sólo debe conocer el lado bello; no hay que desengañarlo, y menos inspirarle lástima. Christiane reserva su cuerpo a Denys para el placer y su alegría para las otras horas... Mientras que yo soy la indicada para ser la confidente de sus problemas. Una enfermera resulta cómoda: los dolores; las miserias físicas le pertenecen. También sé que ella vendrá a sacarse la radiografía en cuando pueda. ¡Sólo tengo que esperar a esa Christiane que quiero de tan extraña manera!" Una vez más acertó la psicología implacable de Marcelle. Cinco días después, aprovechando una tarde en que tuve que ir a Mans, Christiane vino a sacarse las radiografías: supe luego que, siguiendo los consejos de Marcelle, había venido manejando ella misma su automóvil para evitar cualquier indiscreción del chofer. Marcelle Davios lo preveía todo hasta el último detalle. ¿Cómo me enteré de esa abominable sesión de radiografía? Por algunas palabras escritas por mi asistenta, en su diario, con fecha 2 de noviembre: "Ha venido. Sin sospecharlo, eligió el día del aniversario de mi llegada aquí hace un año... Cuando volvió al castillo, una hora más tarde, ya no era― la misma... Me recordó a Mme. Boitard después de su examen radioscópico... Es fantástico cómo el miedo al mal incurable transforma. a los individuos en verdaderos guiñapos. ¡Encantadora Christianel Tuve que ayudarla a subir al auto y prometerle que iría a visitarla al día siguiente. Se lo prometí con tanto mayor gusto como que le reservaba una gran sorpresa..." Marcelle no sintió la necesidad de escribir nada más en esa fecha del 2 de noviembre. ¿Por qué iba . a perder su tiempo contando de nuevo el mecanismo mortal de la sesión de radioscopia que tan bien le resultó con Mme. Boitard? Esas simples palabras, "Ha venido..." refiriéndose a Christiane, resumen todo. La imagino adoptando un aire entendido para decir con voz melosa y doctoral a mi pobre Christiane, temblorosa detrás de la pantalla: "Es muy curioso... La sombra no es visible sobre ninguno de los pulmones, en cambio hay una mancha oscura muy nítida a la izquierda..." Contrariamente a lo que decía, la miserable veía perfectamente la sombra que hacía aparecer el pulmón izquierdo más gris que el derecho: era la prueba cierta de la tuberculosis, pero tuvo buen cuidado de no decir ni una palabra. Aplicaba el temible método de desviar la atención y los cuidados hacia una falsa enfermedad, para permitir al verdadero mal desarrollarse libremente. La mancha negra de la que hablaba con complacencia, era totalmente imaginaria, pues no existía y espero que jamás existirá en Christiane; es una marca característica del cáncer del pulmón... un bloque negro y redondeado. Pero, ¿cómo mi pobre amor, o cualquier otro en su lugar, iba a sospechar esa odiosa superchería? Todo fue realizado con diabólica habilidad. Seguramente Marcelle, imitando al profesor Berthet cuando la sometió a un examen en Vilejuif, debe de haber agregado: "Me parece más prudente hacer dos o tres radiografías. Revelaré las placas en cuanto usted se vaya y antes de que vuelva el doctor. Mañana por la mañana empezaré mi recorrido por el castillo: le diré exactamente el resultado... Pero, sobre todo, no se preocupe. Lo peor en su caso es agitarse..." Cuando acompañó a la pobre Christiane hasta el automóvil, sabía muy bien que esas primeras palabras, dichas lo más naturalmente del mundo, producirían un efecto matemático, como sucede con todos los enfermos reales o imaginarios. La misma Marcelle Davois lo reconocía al escribir: "...Cuando salió para el castillo dos horas más tarde, Christiane no era ya la misma..." El veneno moral había penetrado en ella. Se percibe una evidente delectación en lo que escribió la criminal al día siguiente:3 de noviembre. "Estuve en el castillo, esta mañana, como prometí, con mi arma infalible que conservaba, desde hace meses, cuidadosamente oculta, encerrada con llave en el cajón de la cómoda... Un arma en sí muy sencilla, pero implacable, mis propias radiografías... las que robé en Villejuif.―.. Notables radiografías de mi pulmón izquierdo.. ¡mi pulmón invadido por un cáncer verdadero! ¿Qué cosa mejor podría yo encontrar para convencer a Christiane? ¿Qué pruebas más evidentes podría pedir ella? "Esta mañana sólo llevé al castillo las primeras radiografías que me hizo Berthet. Para un profano no dicen nada, pero para un especialista son muy elocuentes: Como había tenido la precaución en estos últimos meses de iniciar a Christiane poco a poco en los diferentes síntomas cancerosos que se pueden encontrar en una radiografía, no me resultó muy difícil decirle: `Mire esas manchas en la parte inferior del pulmón izquierdo...' ―'En efecto―asintió Christiane―.―¿Qué piensa usted?' Tomé un aire más preocupado, en el que una voluntaria discreción parecía querer ocultar algo: ―'No puedo decirle todavía lo que pienso, mi pequeña Christiane, pero le prometo que pronto le voy a revelar la verdad... Debo hacerlo por dos razones: primero, porque siento por usted verdadero afecto y estimo que no hay derecho a mentir a los verdaderos amigos... Segundo, porque existen en medicina casos serios en los que hay que tener el valor de mirar la realidad de frente si uno quiere curarlos... Y es necesario que usted se cure. Yo me encargo de eso...' ―¿Es pues más grave de lo que pensaba al principio?' ―'Así lo temo... pero no perdamos la cabeza. Lo primero que debemos hacer es que usted vuelva mañana por la tarde, cuando no está el doctor, para que yo le haga una tomografía de frente y de perfil... Usted sabe lo que es: le he explicado ya lo que es una tomografía... varias radiografías sucesivas que se toman a diferente profundidad para poder localizar exactamente la ubicación del mal.'―`Pero usted me ha dicho muchas veces, Marcelle, que si se practicaba una tomografía era generalmente para saber si...' De pronto dejó de hablar. En un segundo su cara se descompuso. Contesté con rapidez: ―'¡Cállese! ¡No pronuncié esa palabra horrible que tiene en los labios! Esperemos el resultado... Luego actuaremos... Sobre todo, no le diga nada a Denys: trate de mantenerse sonriente... es absolutamente indispensable. Como hemos convenido, la espero mañana por la tarde... Me llevo estas primeras radiografías que no hay que dejar tiradas por aquí: son parte de nuestro secreto.' "Vendrá mañana, lo sé. Le haré la tomografía... Me escuchara murmurar lentamente: `Dos. centímetros... cuatro centímetros... seis centímetros... ocho centímetros.' Luego volverá a su casa un poco más enloquecida... Y veinticuatro horas más tarde volveré al castillo provista esta vez de los negativos de la tomografía―mi propia tomografía hecha en Villejuif― que me servirán para la escena grandiosa que desde hace meses preparo minuciosamente en mi cabeza. Al salir ese día del castillo habrá en la región otro cáncer imaginario... Sinceramente, es un buen trabajo..."Las cosas continuaron sucediendo, exactamente como las había querido Marcelle Davois.. Cuando yo estaba ayudando al nacimiento del segundo hijo del horticultor Servais, Christiane sufría la temible prueba de la tomografla bajo mi propio techo. Siniestra mixtificación que prefiero no imaginar. Para conocer los detalles me bastaría leer de nuevo lo relatado por mi asistenta en su diario, refiriéndose a su propia experiencia en Villejuif en presencia del profesor Berthet y su primer ayudante. Cuando, al caer ,la tarde, Christiane regresó a su casa, debía de sentirse tan desgraciada,. tan desesperada como una Mme. Boitard o como la misma Marcelle Davois cuando fue al cementerio, para tratar de encontrar, delante de las tumbas de sus padres, a pesar de todo, la fuerza para vivir. Cosa extraña, Marcelle no ha tomado en su diario el diálogo sostenido por ella y Christiane, al día siguiente, en el castillo, cuando llegó con las supuestas radiografías de la víspera. Sin duda ha preferido guardar para ella sola y para siempre ese recuerdo que debía colmarla de alegría. Pero yo, esta noche, no vacilo: siento, adivino, sé lo que se dijo durante esa conversación. No necesito escribirla, pero debo vivirla mentalmente si no quiero olvidar en este penoso examen de conciencia...―"Estas radiografías que acabo de mostrarle, mi pequeña Christiane, no dejan lugar a dudas. únicamente porque quiero que se cure rápido,. le voy a confesar lo que en principio no se debe decir nunca a los enfermos... Además, usted ha aprendido demasiadas cosas conmigo en el cuarto de radiografías en estos últimos tiempos para poder seguir ocultándole lo que ya presintió ayer. Como tantos otros, por desgracia, usted está atacada por el mal contra el cual luchamos todos en esta región, el mal que nos ha obligado a formar, casi contra nuestra voluntad, ese Comité cuya presidencia aceptó usted con tanta abnegación. Me preguntó el otro día si yo creía que ese mal, podría ser contagioso. Entonces le contesté que nadie lo sabía, pero empiezo a creer sinceramente que puede serlo, después de haber estudiado sus radiografías. Quizá su marido' se lo trasmitió durante esas semanas en que lo cuidaba con tanta abnegación. No lo sé... "... Mi propia existencia también ha estado siempre consagrada a aliviar, en la medida de mis modestas posibilidades, las miserias físicas de―mis semejantes: quiero decir que esta misión que me he impuesto voluntariamente, desde hace años, no ha sido siempre muy alegre, pero nunca, créame, he sentido un mayor sufrimiento moral que en este momento. Desde el día en que la conocí, supe que usted y yo nos haríamos grandes y verdaderas amigas... Su encanto hizo desaparecer con una sonrisa mi natural reserva debida a una timidez estúpida. Debo reconocer que es usted la primera, la, única amiga que he encontrado... "... Y ahora me veo obligada a decir a esa amiga, que, está aquí, delante de mí, toda temblorosa con sus bellos ojos empañados por las lágrimas, una verdad espantosa. Por favor, no me, interrumpa, Christiane. Necesito no perder un instante porque sé que su caso es todavía curable... Ha podido darse cuenta por estas radiografías que la mancha no es muy grande. Se puede y se debe detener la evolución maligna empezando un tratamiento esta misma semana.―Pero, Marcelle, usted me ha dado a entender, varias veces, que la medicina es totalmente impotente para curar un cáncer del pulmón."―"`La ciencia oficial, se entiende. Nadie pudo convencerse de eso mejor que yo en Villejuif... Seguramente, *un día que ellos' encontrarán, ¿pero cuándo ... ? Para usted el tiempo apremia... Por eso le voy a confiar un secreto que, sin duda, le parecerá increíble y que aún no he dicho a nadie... Es algo que me hubiera cuidado mucho de decir en una de`nuestras sesiones del Comité, por ejemplo. Los oyentes y el doctor Fortier el primero, se hubieran sorprendido mucho. ¡Oh, a él no hay que reprocharle nada! No ha tenido tiempo todavía de estudiar tanto como yo este grave problema... Atacado al principio, el cáncer del pulmón puede ser curado por un hombre extraordinario que conozco personalmente: es un sabio austríaco que se ha instalado desde hace unos meses en París donde realiza verdaderos milagros. Por suerte y gracias a esta milagrosa radiografía que nos descubrió todo, cuando yo esperaba encontrar simplemente una sombra, su caso se encuentra en dicha situación."― Me parece haber leído un artículo sobre él en un diario.. "―"En efecto... Pero siempre hay un poco de escepticismo en esa clase de artículos. Tiene que saber que el doctor Schenck ha inventado un suero que se inyecta en una serie de inyecciones... En tres meses, a lo sumo seis, su organismo reabsorberá el mal.―"¿Y por qué no se― emplea su suero en todas partes?"―"Porque la medicina oficial, mi querida Christiane, de la que formo parte desde hace años, es una vieja señora atrasada que teme aparecer bruscamente ridícula a los ojos del mundo entero. Ningún médico diplomado se atreverá, ni siquiera, a balbucear lo que yo le he dicho, por temor a verse despreciado por sus colegas y borrado por charlatanismo de las nóminas de la Federación. EL doctor doctor Schenck, como un apóstol, trabaja solo... No pertenece al cuerpo constituido de los médicos porque es demasiado grande. Los supera en mucho... Trabaja en silencio, no busca ninguna publicidad personal, y no quiere que su nombre sea utilizado para designar lo que considero uno de los más brillantes descubrimientos científicos del siglo... Sin embargo, llegará un día en que su nombre se encontrará en todas las bocas y se pronunciará con el mismo respeto que el de Pastear. Pero no estoy aquí para hacerle su apología: mi deber es llevarla a él lo antes posible. Si quiere le pido al doctor Fortier un permiso por veinticuatro horas con un pretexto cualquiera. Tomo un tren de la noche y mañana por la mañana podría ver al doctor Schenck al que explicaría su caso, mostrándole sus radiografías. Volveré por la noche y estaré de , nuevo aquí en su casa pasado mañana después de haber organizado todo. Opino que debe irse lo antes posible para que pueda empezar el ' tratamiento antes del fin de semana."―"¿Qué dirá Denys?"―"Usted es la que tiene que decidir si va a decirle la verdad o no. Hasta ahora habíamos decidido guardar celosamente nuestro secreto... Temo que el doctor Fortier no me perdone el haberla salvado yo en lugar de él... Además usted tiene verdadero interés en que no se entere de la naturaleza exacta de su mal, ¿no es así? ¿No le convendría desaparecer durante un tiempo y volver radiante y completamente curada? Entonces le podrá decir lo que ha tenido. Sé que usted lo ama y que él la adora, que pronto será su compañera... ¿No teme que la visión repulsiva del cáncer se levanta un día en su mente, entre usted y él? Ese es el problema, mi pequeña Christiane. Sólo usted puede resolverlo. O tiene confianza en mí o no la tiene: lo cual yo saría disculparle, pero, en ese caso, diríjase a la medicina oficial. Para terminar, quiero que sepa que he obrado con usted como si fuera un hermana mayor que quiere salvar a la menor. Le juro, sobre la cabeza de mi admirable padre que también fue' un gran sabio, que si yo pudiera sustituir a usted para sufrir su mal, lo haría gustosa. ¡No espero ya nada de la vidal Estoy sola en el mundo, he desempeñado como he podido mi papel social y no tengo como usted el amor que es la más bella razón de vivir.. . ... Eso es lo que su hipocresía debió inspirarle aquella mañana. ¡Y mi pobre Christiane se lo creyó todo! Y le reiteró una vez más su confianza en ella. Después fue un juego de niños para Marcelle Davois armar, en poco tiempo, lo que hacia aparecer como un salvamento in extremas. Cuando la encontré a la una para almorzar, tuvo el descaro de decirme: ―"Doctor, ahora que estoy segura de que Mme. Triel está fuera de peligro, quiero pedirle un favor... ¿Me autoriza a tomar el tren de esta noche para París? Volveré mañana por la noche. Ya sabe hasta qué punto mantengo el culto de mis queridos padres. Todos los, años solía ir el 2 de noviembre a Pére Lachalse a depositar flores sobre sus tumbas. Este año no he podido hacerlo por la enfermedad de Mme. Triel. Si usted no tiene inconveniente, me gustada tanto realizar esa peregrinación filial mañana." ¿Qué derecho tenía de impedírselo? Me pareció, al contrario, que ese sentimiento era una nota excelente a favor de mi asistenta, cuya personalidad, lenta en revelarse, se hacia cada vez más atrayente y cobraba valor ante mis ojos. Le contesté que podía tomarse todo el tiempo que quisiera y le agradecí sinceramente los abnegados cuidados que le había prodigado a Christiane durante su enfermedad. Seguramente se dijo, al escuchar mis palabras de agradecimiento, que mi ingenuidad iba más allá de los límites permitidos. Tomó el tren de la noche. Me creí obligado a llevarla en el automóvil a la estación. Luego fui al castillo y comprobé que Christiane no se alegraba de verme, lo que aumentó la penosa impresión que yo tenía desde hacia un tiempo. Parecía que mi amor, trataba de alejarse de mí. Me sentí muy desgraciado. Ni un instante podía creer que Christiane hubiera dejado de. quererme. ¿Qué pasaba? Me contestó con evasivas las varias preguntas que intento hacerle. Tomó una actitud distante, casi lejana... Más tarde lo comprendí todo: esa noche Christiane adoptó esa actitud extraña conmigo para irme preparando indirectamente a la separación que, según decidiera, debía producirse entre nosotros. Bajo la inspiración diabólica de Marcelle, tenia ya madurado todo un plan: prefería hacerme creer que me abandonaba porque ya no podía soportar mi presencia, antes que confesarme el mal que creía tener. La pobre veía sin cesar erguirse, entre ella y yo, el espectro del cáncer tan hábilmente invocado por Marcelle. Dándome cuenta de que nuestra conversación languidecía sin motivo aparente, cometí el, error de abordar el tema de su salud:―Querida, aunque te sientas mejor, no debes cometer la menor imprudencia... También sería conveniente hacerte una radiografía ahora que puedes salir sin temor en un automóvil cerrado. Todo hace pensar que sólo ha sido una advertencia, pero sin embargo, estaría más tranquilo después de esa radioscopia. ¿Quieres que aprovechemos que Marcelle no estará en casa mañana por la tarde para hacértela?... ¡Contéstame, Christianel' ―¿Una radiografía? ¿Para qué, Denys? Estás completamente loco. ¡Deja eso para todos esos obsesos del Comité! Ya estoy curada del todo... lo sé. Necesito reposo, y nada más... Déjame ... ¿quieres? Me fui, comprendiendo cada vez menos y cada vez más desesperado. Volví a verla al día siguiente a primera hora de la tarde. Nuestra conversación fue todavía más breve. Me dijo que tenía gran cantidad de asuntos de negocios que tratar con M. Boitard, su escribano. Me retiré y al hacerlo me crucé, en efecto, con el automóvil de M. Boitard en la avenida del castillo. Nos hicimos, al pasar, un simple saludo. Marcelle volvió en el tren de las 19, para la comida. Ahora que sabía que era para nosotros una verdadera amiga, me hubiera gustado esa misma noche , conversar con ella sobre la extraña actitud de Christiane, pero me di cuenta de que mi asistenta estaba fatigada: el penoso peregrinaje realizado ese día, al evocarle recuerdos de sus queridos muertos, la habla destrozado. Su rostro estaba desencajado. Me dio lástima y sólo atiné a decirle, cuando subía a su cuarto después de una comida casi silenciosa: ―!Me atrevo a suponer, Marcelle, que al volver bajo este techo tiene la sensación de encontrar una nueva familia. Me contestó con una débil sonrisa:―Gracias, doctor. Estaba tan preocupado por Christiane que, al dirigirme .a mi cuarto, ni siquiera me fijé, como tenía por costumbre desde hacia más de un año, si había luz bajo, la puerta de Marcelle Davois. De haberlo hecho habría comprobado que, a pesar de la tristeza del día que ella, acaba de pasar, tenía, fuerzas suficientes para sentarse ante su mesa de trabajo, puesto que tengo ante mi vista lo que se atrevió a escribir en su diario esa noche...6 de noviembre. "Decididamente el doctor Schenck es encantador. Es nada más que eso, pero él lo sabe y actúa con 'la habilidad de un virtuoso. No pareció sorprenderse en absoluto ' cuando le dije que sus inyecciones no habían mejorado nada mi estado, sino al contrario. Me contestó con voz suave y dulce:―`Yo le pedí, señorita, que volviera a verme, después de la primera serie de doce inyecciones, es decir, pasados tres meses. ¿Por qué no lo hizo?' ―¿Qué me hubiera 'aconsejado entonces, doctor?' ―Una nueva serie de doce inyecciones...― ¿En serio? ¿Y si le dijera, doctor, que sólo he vuelto a verlo para decirle que lo considero uno de los más auténticos charlatanes de nuestra época? Respiró largamente mientras me miraba antes de responder... ―Tiene el derecho de opinar lo que guste, señorita... No puedo obligar a nadie, y menos a una enfermera de tantos años, a tener confianza... Creo recordar que ya se mostraba bastante escéptica cuando vino la primera vez. Mi único consuelo es que tampoco creyó en los supuestos beneficios de la medicina oficial. Por casualidad, ¿ha intentado otro tratamiento?'―No se preocupe por mí. He vuelto únicamente para anunciarle la visita de una nueva clienta...' Esta vez mi interlocutor se sorprendió: 'SI he comprendido bien, señorita, ¿para usted no le merezco confianza, pero sí para los demás?...'―Eso no es del todo exacto, doctor. He aconsejado a esa señora que venga a verlo porque estoy segura de que es incapaz de curarla.' ―No la entiendo bien, señorita.'―'Mme. Triel, que es la dama en cuestión, está convencida de tener un cáncer en el pulmón cuando en realidad sólo tiene una sombra causada por un imprudente paseo bajo la lluvia... Le confieso que he contribuido un poco a fijarle esa idea en la cabeza: eso me conviene y facilita un plan que sólo a mí interesa ... Usted no tiene muchos escrúpulos, doctor. Yo tampoco. He pensado pues que, después de haber sembrado hábilmente esa idea del mal imaginario, si orientabá a Mme. Triel hacia lo que usted llama con cierto desprecio «la medicina oficial», no dejarían de hacerle radiografías que demostrarían que no tiene en absoluto un cáncer: lo cual trastornaría mi plan. Si por el contrario, lo recomiendo a esa señora, todo me hace pensar que usted estará encantado. Reflexione, doctor: es. el tipo ideal de clienta para usted... Durante cierto tiempo―exijo por lo menos un año― le venderá sus cajas de ampollas inútiles, convenciéndola que únicamente se curará por completo después de cuatro series de doce, a razón de una por semana... Al cabo de un año, usted le anuncia triunfalmente que está curada. Si es necesario hasta puede hacerle una radiografía para demostrarle que ya no tiene nada. ¡Qué triunfo para usted! ¡Y qué propaganda! Es persona de elevada posición y muy rica, y puede consolidar definitivamente su fama de hombre milagroso... y todo esto sin que corra el más mínimo riesgo. ¿Qué le parece, querido doctor Schenck?' ―¡Jamás me prestaré a semejante maniobra!―'Usted debe de saber, aunque no sea francés, por el tiempo que lleva viviendo en nuestro país, que la palabra jamás no se usa aquí. Usted hará lo que le digo, doctor Schenck. De lo contrario lo denuncio inmediatamente a la policía y a la Federación Médica por ejercicio ilegal de la profesión.,. ¿No le parece que una denuncia hecha por una enfermera diplomada, que ha trabajado durante años en Villejuif, le podría acarrear las más graves consecuencias?'―¿Y no cree, M. Davois, que si yo contara a mi vez la extraña proposición que me ha hecho, tendría usted algunos inconvenientes?' ―'No tendría ninguno porque usted sería incapaz de decir qué fin persigo. Además, usted no contará nada porque sería demasiado peligroso para su «comercio» que la policía metiera la nariz en sus asuntos... ¡Nol Usted seguirá al, pie de la letra él pequeño plan que acabo de exponerle rápidamente. Gracias a él tendrá la oportunidad de convertirse en uno de los hombres más célebres al exhibir al fin un enferma curada por usted. He olvidado decirle que he tomado la precaución de hacer varias radiografías y radioscopias del pulmón izquierdo de Mme. Triel... ¿Quiere verlas? Comprobará, como yo, que ahora el cáncer no ofrece en ella ninguna duda...' ―'¿Qué significa eso?' ―`Sencillamente que dicha señora ha visto también esas radiografías y no se hace ilusiones por su estado. Esto era indispensable. ¿No opina lo mismo?'―¿Cómo hizo eso?― En contra de lo que puede pensar, doctor, esas radiografías no tienen ningún truco... Son placas auténticas de un verdadero cáncer del pulmón: ¡el míol' ―Eso es monstruoso!' ―Si no tiene inconveniente, en sus labios . me gustaría más la palabra hábil, doctor. ¡Qué diferencia entre estas placas y las que hará a Mme. Triel dentro de un añol Como entonces no estaré yo en este mundo, tendré el placer, doctor Schenck, de legarle mis propias placas en testimonio de agradecimiento por sus buenos oficios... Podrá entonces hacer de ellas el uso que estime más conveniente para convencer a los últimos escépticos. ..'―En resumen, Mlle. Davois, lo ha previsto todo?.―¡Todo, doctorl ¡Absolutamente todol "El doctor Schenck no dijo nada más. Su mirada azul iba, alternativamente, de las radiografías a mis ojos... Me daba cuenta de que calculaba las posibilidades. Era evidente que mi oferta, por extraña que le pudiera parecer, resultaba tentadora. Por mi parte, me mantenía impasible, diciéndome que, si aceptaba,. ese hombre merecía la horca. "Aceptó. "Sólo nos quedó pues combinar los detalles de la visita que le haría Christiane y lo que debía decirle él exactamente. Le expliqué muy bien que me era indispensable que convenciera a esa Mme. Triel que. debía quedarse en París durante el curso del famoso tratamiento. A toda costa tenía que alejarse de Denys para dejarme el campo libre. Por otra parte, a la propia Christiane le gustaría esta idea, pues por nada del mundo quería que Denys sospechara lo que ella creía tener. Deseaba también con todo mi corazón que durante su permanencia en el aire viciado de la capital, su tuberculosis avanzara mientras ella suponía estar luchando contra el cáncer. "El doctor Schenck y yo nos despedimos como los mejores amigos del mundo. No pienso volver a verlo, pero cumpliré mi promesa: recibirá un día mis preciosas radiografías que he tenido buen cuidado de volver a traer aquí. Están de nuevo encerradas bajo llave en el cajón de la cómoda. "Mañana por la mañana empezaré mi recorrido habitual con una visita al castillo: ¡con qué impaciencia me esperará esa querida Christiane! ¡Quizá sea la última visita que le haga!... Una especie de visita de despedida sin que ella misma se dé cuenta. Será maravilloso. Porque ya no podré verla más, ni a ella ni a nadie del pueblo, salvo a Denys.. . ¡ ¡ Denys, que pronto será míol" Al salir yo también temprano para mis visitas a los enfermos que me mantendrían ocupado todo el día, Marcelle Dayola ya se habla ido. Rogué a Clémentine le dijera que sólo la vería a la hora de la comida. No quería molestara Christiane, que seguramente seguía muy nerviosa; después de un día de reposo y soledad, ¿no se alegraría de verme al día siguiente? Me limitaría a telefonear por la noche para saber cómo estaba. Cuando volví, después de una jornada agotadora en la que recorrí en automóvil muchos kilómetros, Marcelle me esperaba. Nos sentamos a la mesa. La comida fue silenciosa hasta el momento,en que pregunté: ―¿Tuvo tiempo de ir al castillo hoy?― Sí, doctor.―¿Cómo encontró a Mme. Triel?―Muy bien, doctor.―Me alegro mucho. Voy a llamarla por teléfono dentro de un momento...―No creo que, sea necesario, doctor... Casi en un soplo musitó más que dijo esas palabras. La miré sorprendido: ―¿Qué quiere decir, Marcelle? Me miró largamente a su vez antes de contestar:―Mme. Triel se fue de viaje a primera hora de la tarde, doctor.―¿De viaje?― Me levanté de un salto:―"Vamos, ¿usted está loca, Marcelle?"―"No, doctor. Creo que sería mejor qué pasáramos a la biblioteca: tengo un mensaje para usted de Mme. Triel..." ― lVengal"― Dado el extraño comportamiento para conmigo de Christiane en los últimos tiempos, podía esperar cualquier cosa, todo menos lo que me dijo Marcelle Davois tan pronto hube cerrado la puerta de la biblioteca...―Puede estar seguro, doctor que siento mucho que Mme. Triel me haya encargado de anunciarle su decisión... Hubiera preferido que eligiera a cualquier otro: Clémentine, por ejemplo... Pero también comprendo que Mme. Triel no quisiera enterar a una simple sirvienta de ciertas cosas―¡Poco importa el medio de avisarmel Christiane la estima mucho:, es natural que le haya pedido ese... favor. ¿Cómo y por qué se fue de viaje, como dice usted?―Partió conduciendo su automóvil después de haber despedido al chofer.―¿Despedido?―Lo mismo hizo con todo el personal del castillo. Todos se fueron hoy por la tarde, salvo el matrimonio de los guardianes que vive en el pabellón cercano a la verja de entrada.―¡Pero es una locura!―Si quiere comprobarlo, doctor, puede telefonear a M. Boitard, el escribano, a quien Mme. Triel encargó que pagara a todo el mundo.―¿Boitard? ―En efecto.. me crucé con su automóvil ayer de mañana en la avenida del castillo...―Creo que Mne. Triel estaba decidida a no decirle nada de su partida, doctor...―¿Por qué?―Hay momentos en la existencia en los que. uno siente la imperiosa necesidad de encontrarse solo consigo mismo o con sus pensamientos... Quizá Mme. Triel vive uno de esos momentos.―¿Entonces, según usted, Christiane se fue porque no podía soportar mi presencia?―No he dicho eso, doctor. Ni siquiera lo supongo... Sentir la necesidad de aislarse no significa necesariamente que se tome odio a alguien. ¡No! Era conveniente que Mine. Triel cambiara de aire durante un tiempo, eso es todo... Estoy convencida de que volverá a usted un día u otro.:.―¡Qué consuelo! Pero, ¿es que todo el mundo, empezando por usted, se burla de mi?―¡Nadie se atrevería, doctor! Es más bien digno de lástima...―¡Ah, nol ¿Dónde fue?―Mine. Triel en ningún momento quiso decírmelo... Quizá al extranjero.―¡En su estado es una verdadera locura! ¿Cómo dejó que se marchara? Usted sabe tan bien como yo, Marcelle, que todavía no está curada del todo. ¡Que necesita un reposo absoluto y que no hay nada tan fatigoso como un largo viaje en automóvil!―Lo sé perfectamente, doctor... Se lo dije mil veces a Mme. Triel... Pero ni siquiera me prestó atención...―¿Y por cuánto tiempo se fue?―Lo ignoro...―En una palabra, usted pretende hacerme creer que Christiane, que es mi amante desde hace meses y con quien me iba a casar pronto, le dijo sencillamente: «Mi querida Marcelle, usted le dirá esta noche al doctor Fortier que he partido con rumbo desconocido durante un tiempo ilimitado y que él tiene que vivir tranquilamente con la esperanza de que regresaré un día." Confiese al menos que la cosa. es un poco fuerte. ¿No le ha dejado una carta para mí?―Le supliqué que por lo menos le escribiera unas líneas que yo me encargaría de entregarle... Me contestó que era inútil y hasta añadió... No sé si debo repetirle sus propias palabras. Temo que, le ocasionen un sufrimiento inútil.―¡Después de lo que he oído!...―Mme. Triel dijo, pues: "Denys es lo suficientemente inteligente para comprender que yo no podía consagrar mi vida a un mediquillo de provincia, por encantador que sea."―¿Dijo eso ... ? En efecto, comprendo... Déjeme, Marcelle. Yo también necesito estar solo.―Pero, doctor...―No, se lo ruego. No vuelva a hablarme de todo esto, ¿quiere?―Está bien, doctor... Buenas noches, doctor.―Buenas noches. Después que salió, quedé un largo rato postrado en la biblioteca. Me sentía incapaz de coordinar mis ideas y no sabía si sufría los efectos de una pesadilla o si, por el contrario, estaba frente a una brutal realidad. ¿Christiane se había ido? ¡Pera era imposible! ¡Mi único amor desaparecía de pronto, en el momento en que todo me hacía creer que, mi dicha iba a ser completa! Y esa mujer inverosímil, esa enfermera sin rostro, había sido la elegida como mensajera de desgracia! ¡Mi propia asistenta me anunciaba fríamente, con su calma exasperante, que hay momentos en la vida en los que―uno prefiere estar solo! ¡Éra una locura! En fin, ¿por qué Christiane me tenía que abandonar? Bien sabía yo que no era la misma desde hacía unas semanas, que en varias ocasiones me había parecido que quería alejarse de mí o alejarme de ella, pero esto no era suficiente, a pesar de todo, para justificar una huida tan rápida. Existía seguramente otra cosa, un motivo más imperioso... ¿Otro hombre? Conociendo'la rectitud de Christiane, su franqueza, la pureza de sus sentimientos hacia mí, me costaba creerlo. Nunca en mi vida me sentí tan desarmado como ese momento. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, cualquier locura para encontrar de nuevo a mi amor... Tenía que reaccionar en seguida, sin reflexionar mucho, o me hundía completamente. Llamé por teléfono.a M. Boitard, quien me confirmó, punto por punto, lo dicho por mi asistenta. Colgué el tubo aún más desesperado y partí en mi automóvil en medio de, la noche. Pronto recorrí los, pocos kilómetros que separan el castillo del pueblo. Al llegar frente a la entrada del parque, experimenté una sensación de angustia: la verja estaba cegada como antes, cuando yo era niño. Ninguna luz se veía en las ventanas del castillo, al fondo de la avenida; el parque estaba silencioso, los muros me parecieron tan peligrosos de atravesar como en tiempos de mi niñez. Ningún ruido, ninguna columna de humo, que indicara la presencia de un ser humano, salían de la casa del guardián, situáda cerca de la verja de entrada. Se diría, que un genio maléfico había interrumpido bruscamente el curso de la vida en el castillo y sus dependencia. La vida había huido con mi amor y retrocedí un cuarto de siglo a la época en que las viejas del lugar pretendían que ese castillo abandonado, con sus persianas al viento, estaba embrujado. ¡Parece mentira, pero bastó el reflexivo capricho de una mujer, que partió―sin saber por qué, para paralizarlo todo y hacerlo volver al vacío de la soledad! Aun en ese momento tenía que luchar... Esta vez reaccionó tocando la bocina prolongadamente, lo que interrumpió el pesado silencio de la noche. Cuando dejé de apretar la bocina, tuve la sensación de haber cometido un acto de barbarie, de haber violado un silencio voluntario... Una sombra se acercó a los barrotes de la reja, pero sin llegar a abrirla. Reconocí a la mujer del guardián y le grité con voz que me esforzaba en hacer natural: ―"Buenas, Mme. Pictu. ¿Qué pasa esta noche? ¿Está cerrada la verja? ¿Ya se acostó todo el. mundo?" ― Lo que pasa, doctor, es que ya no hay nadie, "salvo mi marido y yo"...―Diablosl ¿Se fueron sin dejar dirección?" ―"Lo informará M. Boitard, doctor... Fue él quien recibió las instrucciones de la señora para liquidar las cuentas del personal: los últimos sirvientes del castillo se fueron esta tarde a eso de las seis... Mi marido y yo hemos recibido la orden formal de M. Boitard de no dejar entrar a nadie."―¿Ni siquiera a mí?" La buena mujer no contestó. No me quedaba otra cosa por hacer que volverme, ya que me trataban como a cualquier desconocido.―¡Buenas noches, Mine. Picrul Espero que no se aburra mucho. Ahora el castillo estará menos alegre... Caminé como un autómata y me dejé caer en la cama... Los sollozos me ahogaban. Una rabia impotente, frente a sucesos que estaban más allá de mi entendimiento, me hizo morder la almohada... Me sentía solo, atrozmente solo... Hubiera querido tener alguien a mi lado, a mi madre... No recuerdo si, en mi desamparo, llegué en ese momento a llamarla en mi ayuda. Sólo sé que sentí claramente abrirse la puerta de mi cuarto detrás de mí... Me volví rápidamente y vi.. La vi. Ella, con su silueta descarnada enmarcada en la puerta... Ella, con un inverosímil deshabillé rosa, muy escotado para dejar ver un pecho que creía admirable... Ella, como nunca la había visto hasta entonces, sin su toca de enfermera,.con sus largos cabellos sueltos, descoloridos, cayendo sobre sus hombros, dándole el aspecto de una solterona queriendo hacer el papel de jovencita... Ella, cuya mirada de acero brillaba por primera vez con un fulgor lúbrico que no le conocía... Ella, avanzando, lentamente hacia la cama desde donde yo la miraba atontado, hipnotizado, incapaz de hacer un movimiento que me arrancara del espectáculo de esa visión fantástica... . Ella, que me dijo con dulzura insospechada:―He comprendido, mi pequeño Denys, que necesita tener alguien a su lado y he venido... Comprendo también su pesar, pero, ¿por qué ponerse en ese estado? Convénzase de que esa mujer no merece sus lágrimas ... Se ha ido de esa manera porque nunca lo amó realmente... El amor verdadero, Denys, es mucho más fuerte: une a dos seres de tal modo que ninguno de ellos puede siquiera encarar la posibilidad de un segundo de separación. Desde que lo vi en el consultorio del profesor Berthet, sé mejor que cualquier mujer en el mundo lo que debe ser, lo que es el amor... Estoy aquí, .Denys, y sólo la muerte podrá hacer que lo abandone. ¿Me comprende?―¡Váyase!―No, no me iré. Porque me necesita... ¡Lo sé...! Porque, toda la eternidad estamos destinados el uno al otro sin que ninguno de los dos pueda evitarlo... Juntos hemos actuado, trabajando, atendido y curado a los demás, pero hemos olvidado una sola cosa: pensar en nosotros, en nuestra mutua felicidad. Soy su única compañera posible, la única que puede mimarlo y cuidarlo como $e merece un niño adorable... Querido... deje que mis brazos lo rodeen, deje que mis manos le hagan las caricias que tanto necesita y que la otra, la que huyó como una cobarde para encontrarse con un amante de turno, siempre fue incapaz de brindarle... Vea, querido mío,. qué cerca estamos ahora uno del otro, ¿nb siente que nuestros labios no piden más que acercarse para sellar al fin un amor que hace tanto que e.pera...?―¡Váyase, vieja local―,Vieja? ¡No, no soy vieja¡ Soy menos vieja que ella. Mi corazón es joven... Mi cuerpo ha permanecido intacto para usted. Yo no se lo hubiera ofrecido a otro mientras usted estaba prisionero. ¿Vieja? ¡Pero soy bella, Denysl ¡Mucho más que ella! ¡Nunca me ha visto tal como soy en la realidad! Lo escondía todo bajo una toca y un uniforme para reservarle una sorpresa... Guardaba celosamente todos. estos tesoros para el único hombre en el mundo que tiene derecho a poserlos, para mi joven amante Denys del que quiero hacer también mi marido. Mire mis cabellos... Son hermosos, ¿verdad? ¡No sospechaba que fueran tan largos! Nunca los he cortado. .. Sabía que le gestarían así... Mi pecho: es mucho más firme que el de ella... mis senos no son vulgares. No soy una mujer como esa Christiane o una Mme. Boitard! Mi pecho es discreto... ¿Mis caderas? Tóquelas... acerque sus manos... no tenga miedo.... Mire el contorno... Admire esta silueta. ¿Cuántas jóvenes pueden enorgullecerse de tener una parecida? ¡Y mis tobillos¡ ¡Y mis muñecas¡ ¿Ha visto alguna vez articulaciones más firmes? ¿Y mis manos, que yo le he visto mirar con envidia cuando curaba a alguien delante de usted...? ¿Y mi figura, alta, esbelta? ~Ya mi andar? Míreme caminar ¿no le gustaría que la gente dijera con admiración al verme pasar por la calle: "Es la hermosa Mme. Fortier. ¡El doctor se casó con una dama!"?―Basta!―!No! Nunca es bastante cuando se habla de mi belleza. No puede impedírmelo, ni usted ni nadie, sé que soy bella, la más bella. Todos los días me contemplo desnuda ante el espejo de mi cuarto... ¿Quiere que, me desnude ante usted, Denys?―¡Eso nol―Ya le he dicho que no me iría. No soy como la otra. Todavía no quiere verme desnuda porque le da vergüenza no haber sabido adivinar ni descubrir esta belleza que está a su lado desde hace un año. Pero te perdono, Denys... ¡No podías saberlo! ¡Eres aún niño... mi niño, solamente mío¡ ¡Te amo...! ... Gritó esas palabras como si quisiera que resonaran en toda la casa y que todo el pueblo las repitiera... Clémentine las oyó: mi vieja sirvienta apareció en el umbral de la puerta. Era mi liberación y encontré fuerzas para gritarle:―¡Clémentine, está mujer está loca!. Marcelle Davois, dándose vuelta hacia la puerta, murmuró con voz ahogada y ronca mirando a mi nodriza: ―"¡Usted! ¡Miserable!" Y se desplomó al pie de mi cama víctima de un síncope. Ayudado por Clémentine la transporté a su cuarto y la acosté en su cama. El corazón le latía débilmente: ―¡Pronto, Clémentine! ¡Ve a buscar mi maletín al consultorio! Tan pronto estuvo devuelta, le di una inyección de aceite alcanforado. Poco a poco la miserable recobró sus colores, la respiración se hizo regular y sus ojos se entreabrieron; la mirada era extraviada. Se veía que quería seguir hablando, pero Clémentine le puso la mano sobre la boca, diciéndome:―"Ve a descansar, Denys. !Te hace buena faltal Déjame sola con ella, la velaré hasta que se duerma."―Está bien, Clémentine. Hasta que se duerma... Dale este calmante... No quiero verla más... ¡Nunca más! y volví a mi cuarto titubeando; estaba bajo el efecto de una visión espantosa. Grande fue mi estupefacción al ver entrar a Marcelle Davois en mi consultorio al día siguiente a las ocho de la mañana como si nada hubiera sucedido la víspera. Estaba de nuevo frente a mí, tal como la había conocido siempre: el rostro impenetrable enmarcado por la toca blanca y el cuerpo envuelto en la capa azul: marino. Era como para preguntarse si ésta y la loca histérica que gritaba un amor imposible eran la misma mujer. Hasta la mirada había recobrado su. frialdad glacial. Con voz seca en la que no se percibía niguna dulce entonación, me dijo: ―Buenos días, doctor. Salgo de recorrida.. ¿Tiene alguna instrucción especial que darme?" Contesté con el mismo tono impersonal:―"No. Nada especial. Hasta luego, Marcelle." Frase que repetía maquinalmente cada mañana, pero ese día me pareció el colmo de las irrisión. Después que hubo cerrado sin ruido la puerta que daba al vestíbulo, según su costumbre, me quedé largo rato preguntándome si había vivido realmente la horrible escena de la seducción. Sin embargo, había visto ese ridículo deshabillé, ese pecho provocativo, esos cabellos incoloros... Todo esto resultaba fuera de lugar, increíble también, conociendo el comportamiento ejemplar de esa mujer tan voluntariamente reservada. ¿Por qué aberración se había dejado arrastrar?. Una sola respuesta plausible me venía a la mente: la pasión. Una pasión tardía, reprimida durante meses y en espera de la ocasión para desencadenarse. La desgraciada creyó llegada su hora al ver marcharse a Christiane. Sí, ésa era la verdadera palabra; una desgraciada que nunca había conocido el amor. Pero todo lo que me había dicho esa noche de Christiane era horrible. Comprendí entonces que Marcelle detestaba a mi amor, que odiaba a Christiane, que había representado una monstruosa comedia para hacerle creer que, era su amiga... Esa noche la pasión más fuerte que la razón, la habla traicionado: Marcelle Davois se me reveló bajo su verdadero aspecto, más desnuda moralmente que lo que hubiera estado físicamente si cedo a sus deseos.:. Durante semanas y meses,.había esperado, espiando hora tras hora, la evolución de mis relaciones con Christiane, dispuesta a hartarse como una hiena de los restos que quisiera dejarle una amante adorada. La desgraciada era también una miserable... No era posible que esa mujer de dos caras, capaz de semejante hipocresía, siguiera en mi casa. Estaba decidido a no verla más y encargarle a Clémentine le dijera que preparara su equipaje. Pero luego, cuando se me presentó, idéntica a esa asistenta que yo tenia empleada desde hacía más de un año, me sentí paralizado e incapaz de decirle nada. únicamente habló de la profesión.. ¿Y qué podía reprocharle en ese campo? Sólo tenía que dejarle hacer su habitual recorrido. Pero cuando volviera a la hora del almuerzo estala decidido a ajustarle las cuentas. Pero, ¿cómo abordaría el atunto si no me hablaba de nada? Esperaba que reflexionando toda la mañana encontraría la solución. A la una estábamos a la mesa, sentados de nuevo uno frente al otro. Clémentine servía como si ella tampoco hubiera intervenido en nada durante la víspera. Marcelle y yo no cambiamos una sola palabra; el almuerzo resultó insoportable. No pudiendo aguantar más arrojé mi servilleta sobre la mesa:―"Marcelle, venga a mi consultorio. Tengo que hablarle." Me siguió en silencio... .―¿Qué le sucedió anoche, Marcelle? ¿Estaba enferma?―Le agradezco los cuidados que me prodigó, doctor.―Nunca creí que pudiera caer en ese estado... Una mujer tan serena como usted.―!Pero... estaba completamente normal, doctor! Usted cree...? ¡Yo no! Estará de acuerdo conmigo en que después de una escena tan penosa me resulta muy difícil conservarla como mi asistenta.―¡Usted no puede despedirme por haberle confesado al fin todo lo que sentía! ¡Es injusto!―Sin embargo, me parece la única solución posible.―Es inútil querer que me retracte de lo que dije anoche. Esta vez se lo repito con toda calma: lo amo: No he amado antes a nadie y continuaré amándolo suceda lo que suceda. Sólo lamento que no haya comprendido mi sinceridad... Pero eso no debe impedir que sigamos trabajando juntos. En el plano profesional no puede hacerme ningún reproche..―Es cierto.―Por mi parte le prometo no volver a importunarlo como anoche.―Si es así, trataré de conservarla a mi lado, pero quiero .darle un consejo: usted necesita calmar sus nervios. Están muy alterados.―Los suyos también, doctor.―¿Los míos...? ¡Después de todo es posible! Una vez más Marcelle Davois consiguió, en pocos minutos . de conversación, dar vuelta la situación en su provecho., Cuando le dije que me acompañara a mi consultorio estaba firmemente decidido a despedirla. Cuando salí me preguntaba cómo podía habérseme ocurrido tal cosa. ¿Qué haría yo sin esa asistenta extraordinaria? Estaría perdido, materialmente ahogado en la creciente marea de la clientela... Después de haber reflexionado, saqué en conclusión que lo sucedido la noche anterior tenía que ocurrir fatalmente un día u otro y que debía haberlo previsto: una mujer que probablemente no ha conocido el amor y que vive en continua intimidad con un hombre más joven que ella, siente sus instintos sexuales despertarse de pronto con insensata brutalidad. Mientras Christiane estuvo allí, Marcelle consiguió luchar contra sí misma y dominar su pasión gracias a la prodigiosa voluntad de su cerebro de acero. Quizá sacó de la indiscutible amistad que la unía a Christiane las fuerzas necesarias. Marcelle Davois debía ser una de esas mujeres para quienes la amistad está ante todo. Me había prometidq no repetir la terrible escena porque quería a toda costa seguir siendo "mi amiga" en el sentido más puro de la palabra. Además, yo no debía conceder mucha importancia a las palabras de odio que tuvo para Christiane durante su crisis. Palabras que seguramente lamentaría luego. Me lo demostró unos días más tarde: ―¿Me permite preguntarle, doctor, si al fin ha recibido noticias de Mme. Triel?"―No, Marcelle: ° ―"Es extraño. Pero hay alguien que debe saber dónde se encuentra en este momento: M..Boitard, su escribano." ―Yo pensé lo mismo que usted; fui a preguntarle antes de ayer. Pero creo sinceramente que ignora el lugar donde se esconde Christiane." ―"¿No cree, doctor, que podría dirigirse a la policía?" ― ¿La policía?" ¿Para obligar a volver a mi lado a una mujer que no podía soportar ya mi presencia? No, Marcelle. Sería un sistema deplorable y la policía me preguntaría qué tengo que ver en eso. ¡Olvida que no estoy casado con Mme. Triell" Los días y tas semanas pasaron con una lentitud desesperante. Hacía ya más de un mes que Christiane había huido y yo estaba en el mismo estado de perplejidad y de indecisión. Trataba de concentrar todos mis pensamientos en mi actividad profesional; pero era inútil. Debo reconocer que Marcelle cumplió escrupulosamente su promesa y no repitió su extraña tentativa. Ambos procurábamos no hablar de la ausente y yo agradecía a mi asistenta el tacto de que daba muestras: ella sabía lo penoso que me resultaba ese tema de conversación. Las comidas, tan alegres cuando Christiane asistía a ellas, se hicieron nuevamente penosas. De vez en cuando Marcelle y yo decíamos algo relativo a un enfermo, a una enfermedad cualquiera, y eso era todo. Las veladasno se prolongaban en la biblioteca: cada uno se iba a su cuarto. Tampoco podía concentrarme en mi distracción favorita. la lectura. El rostro de Christiane me perseguía, y me atormentaba, la ciega necesidad de su presencia bienhechora. La buena Clémentine seguramente sentía la misma tristeza y descorazonamiento pues ya no hablaba, realizando todo su trabajo en silencio. Marcelle, Clémentine y yo éramos como tres sombras, que se encontraban sin el menor placer varias veces al día bajo el mismo techo y con, un solo deseo: evitar hablar del único tema de conversación que les preocupaba. ¡Era terrible! Las reuniones del ridículo Comité de Lucha contra el Cáncer continuaron cada semana, pero yo evitaba asistir a ellas, dando siempre, a última hora, el, pretexto de visitar a un enfermo o de asistir a un parto. Marcelle me reemplazaba, cumpliendo concienzudamente su tarea: después cada sesión, me comunicaba el informe escrito de lo que se haMa dicho o tratado. Me contentaba con dar mi aprobación. Marcelle se encargó de explicar al Comité que la presidenta había tenido que viajar al extranjero por un asunto importante. La gente trataba de saber, de descubrir el misterio de la brusca partida, pero yo conocía demasiado a mi asistenta para no estar seguro de que sabía eludir las preguntas indiscretas. Estaba enterado de que en el pueblo se murmuraba mucho y que el nombre de la castellana y del doctor salían a relucir con más frecuencia de lo necesario en las conversaciones. Pero, ¿qué podía hacer? La mejor actitud era la del señor que ignora todo lo que de él se dice. Las pocas indiscreciones podían venir de la servidumbre del castillo y comenzaba a comprender por qué Christiane la había despedido tan rápidamente. A los pocos amigos sinceros que me preguntaban si tenía noticias de Mme. Triel, les contestaba que estaba bien, pero que su ausencia podría prolongarse más de lo previsto, En todo esto yo hacía el papel del personaje ridículo. El deseo de partir yo también me apremiaba cada vez más. Quería. abandonar todo, hasta cambiar de profesión, si era necesario. Una sola cosa me retenía aún: la esperanza de que, de una u otra manera, Christiane me diera señales de vida. Además, ¿mi fuga, o sería la confesión indirecta de una pena inconsolable después de una ruptura? Y de ningún modo quería que esta última palabra fuera pronunciada en el pueblo; mis relaciones con Christiane siempre habían sido discretas. Nadie, fuera de Marcelle y Clémentine, podía afirmar con certeza que el doctor era el amante de la castellana. Y` mi vida continuó, monótona, gris, con el ritmo deprimente de la existencia de un "pequeño médico de provincia. .." Una mañana―siete semanas después de la partida de Christiane― recibí al fin una carta. Me latió el corazón a la sola vista del sobre. Había reconocido la escritura. Lo abrí febrilmente: la carta era corta, demasiado para mi gusto, pero de todos modos era el primer puente tendido sobre nuestra separación. Cosa curiosa: el sobre estaba timbrado en París. ¿Christiane se escondía entonces en la capital? Pero, ¿por qué se escondía? No mencionaba ninguna dirección, sólo la fecha, arriba, a la derecha... La carta había sido puesta en el correo la víspera. La he conservado. No necesito releerla, la sé de memoria... Mi querido:
No te di antes noticias mías porque no quiero que sepas dónde estoy. Te conozco demasiado, Denys: vendrías a reunirte conmigo y eso hay que evitarlo. Ignoro dónde y cuándo nos volveremos a ver, pero puedes estar seguro de que; te sigo adorando y de que sigues siendo para mi el único hombre en el mundo a pesar de esta separación forzosa. Llegará un día en que seré totalmente tu mujer sin que nada nos separemos de nuevo. Sé que sigues ejerciendo valerosamente tu profesión: ¡tus enfermos te necesitan! Quédate junto a ellos. No me juzgues, sobre todo por mi partida; era necesaria. Más tarde comprenderás y serás el primero en aprobarla. Te amo.
Christiane.
Me trastornaba la idea de que un secreto, impenetrable por el momento, impidiera a mi amante decirme la verdad. Después de leer esa carta, mi primera reacción fue partir inmediatamente para París con el decidido propósito de encontrar a Christiane costara lo que costara. Sin poder decir por qué, confusamente, tenía la impresión de que mi presencia a su lado era necesaria. ¿Acaso ese mensaje no dejaba traslucir, a través de su forzada sequedad, un profundo desamparo? ¿Una necesidad en Christiane de ponerse de nuevo en contacto con el único ser en quien podía tener absoluta confianza? Pero, ¿cómo encontrarla? París era inmensa... En ninguna parte se esconde uno mejor que en París. Y, si por un milagro, lo lograba, ¿no le molestaría a Christiane que forzara su secreto antes del momento elegido por ella para revelármelo? En fin, algunas palabras de su carta me hacían pensar: Sé que sigues ejerciendo valerosamente tu profesión. ¿Cómo podía saberlo? ¿Por rumor de la gente? Era bastante improbable. ¿Por alguien que se encargaba de tenerla al tanto de mis más mínimos actos? ¿Clémentine? Si mi buena niñera, que estaba tan desesperada como yo por el lamentable cariz tomado por los acontecimientos, hubiera tenido la dirección exacta de Christiane, se habría apresurado a dármela... ¿Boitard, el escribano? El, a pesar de sus negativas, debía saber con certeza dónde vivía su clienta... A menos que fuera Marcelle. Parecía inverosímil, pero quién sabe... Marcelle había sido su última confidente... Marcelle, que podía mantener relaciones epistolares con ella o estar al menos al tanto de su paradero... Marcelle, que había representado quizá la siniestra comedia, la noche de la partida de Christiane, estando ambas de acuerdo, únicamente para ponerme a prueba... "―¡Nol Divagaba... Jamás se prestaría Christiane a un juego tan miserable! Marcelle tampoco: su declaración de amor era sincera; ahora estaba convencido de eso. Durante las semanas terribles que pasaron, me había dado cuenta, a pesar de la actitud glacial, que continuaba alimentando su insensata pasión por mí. Lo adivinaba en mil naderías cotidianas; en su mirada voluntariamente esquiva, en sus silencios preñados de reproches, en ese malestar indefinible que aumentaba día a día entre nosotros... Era intolerable. . Varias veces estuve a punto de decirle: "Ya no es posible, Marcelle. Los dos hemos hecho un laudable esfuerzo: usted para permanecer en su puesto de asistenta y yo para no despedirla. Desgraciadamente, estoy convencido de que las cosas ya no tienen arreglo entre nosotros y que todo terminará un día con un drama si no nos separamos amistosamente." Pero todas las veces me detenía un incomprensible pudor y, quizá, el temor de desencadenar en esa solterona una nueva crisis peor que la primera. Continuaba, pues, soportando la muda presencia de mi asistenta, de esa temible mujer que me observaba... ¿Me vigilaría a pedido de la otra? ¡Christiane y ella se habían hecho tan amigas! Sólo las mujeres saben guardar entre ellas impenetrables secretos... Quise salir de dudas una vez por todas. Cuando Marcelle entró en mi escritorio para despedirse, como hacia cotidianamente al salir de recorrido, no pude resistir al deseo de decirle: ―"Acabo de recibir una carta de Mme. Triel." Se puso pálida y vaciló sobre sus pies. Temí que fuera a desplomarse como la otra vez. Sin embargo, su voluntad se sobrepuso en seguida y me dijo con forzada sonrisa que parecía un rictus de dolor: ―"Estaba segura de que le escribiría, doctor. ¡Me alegro tanto! ¿Cómo sigue?"―No me lo dice, pero creo que la veremos pronto." ―¡Ah! ¿Y le da su dirección?"―No era necesario porque ella sabe que usted la tiene.―¿Yo? Ignoro por completo dónde está doctor.― Me asombra usted. Sin embargo le envía poticias mías.―¿Cómo podría hacerlo, doctor? Y aunque.tuviera su dirección, que no es ése el caso, no lo hubiera hecho por la sencilla razón de que no me lo pidió cuando se fue. Siento decírselo, pero estoy convencida de que Mme. Triel no demostraba ningún interés en tener noticias suyas.―Está bien. Puede ir a hacer su recorrido. No la vi a la hora del almuerzo. Me senté a la mesa, pensando que debía estar terriblemente ofendida por haber puesto en duda su franqueza para conmigo. A las dos de la tarde comenzaron las consultas. Marcelle Davois no había vuelto todavía. Le correspondió a Clémentine hacer pasar a los enfermos; parecía encantada de volver a sus antiguas funciones. A eso de las seis, cuando se fue el último paciente, Clémentine me anunció que mi asistenta había vuelto diciendo que no se sentía bien y que no comería. Luego subió directamente a encerrarse en su cuarto. Dije a mi nodriza: ―Está enojada. Ya se le pasará" Clémentine se limitó a alzarse de hombros. Comí solo. Sin embargo, la ridícula actitud de Marcelle empezaba a molestarme. Después de la comida fui a golpear la puerta. No hubo respuesta. Ninguna luz aparecía por debajo de la puerta. Debía de estar durmiendo. Como no hay nada más saludable para calmar los nervios que el sueño, al día siguiente, a las ocho de la mañana, la vería aparecer completamente normal en mi consultorio, antes de irse de recorrido. Volví a bajar a la biblioteca, lamentando algo mis palabras: en realidad la había acusado sin tener la más mínima prueba. Hacia medianoche me dirigí a mi cuarto. Al pasar frente al de Marcelle oí a través de la puerta un quejido que parecía un estertor. Golpeé: ―"¡Marcellel ¡Marcellel ¿Se siente mal?" La respuesta fue un segundo estertor, más débil que el anterior. Traté de abrir. La puerta estaba cerrada con llave. Grité: "¡Clémentinei" Mi nodriza bajó del segundo piso. ―"Clémentine, parece que algo le pasa Escucha..." El estertor continuaba. Habla que derribar la puerta: lo que me costó bastante trabajo. Las viejas cerraduras de las casas de provincia son resistentes: ayudado por Clémentine, me costó cerca de un cuarto de hora poder abrirla. Al fin la puerta cedió y entré, traspirando a mares... El cuarto estaba oscuro. Los estertores venían desde la cama. Prendí la luz y la vi... Agonizaba... Extendida sobre la cama, Marcelle Davois estaba tal como la viera en mi cuarto la noche en que se abandonó a su ataque de locura. Su cuerpo inerte estaba cubierto por el deshabillé color rosa, los largos cabellos sueltos cubrían la almohada, tenía los ojos en blanco y sus puños crispados sobre las sábanas. Clémentine no pudo retener un grito: ―Es horrible!" Lo era en efecto. La única señal de vida provenía de la boca de donde se exhalaba el estertor a intervalos irregulares: luchaba todavía contra la muerte que la iba invadiendo... una muerte provocada por ella misma.―"Mira, Clémentine, todos esos tubitos diseminados sobre la alfombra... Son de Cardenal.... ¡Se ha envenenado!" Recogí los tubos y los conté: habla cuatro de 10 centigramos cada comprimido... Habla tomado exactamente la dosis mortal. Si hubiera sido menor habría podido salvarla; con una mayor, el efecto no hubiera sido tóxico. Como buena enfermera diplomada, sabía lo que hacía. De todos modos debía tratar de salvarla:―¡Pronto, Clémentine, trae una cubeta y algunas toallas! Voy a hacerle un lavado de estómago. Bajé corriendo y volví con una ampolla de apomorfina que le inyecté para hacerle vomitar. El resultado fue casi nulo: ya era demasiado tarde. ]Recurrí entonces al último remedio una inyección endovenosa de estricnina,, el contra veneno del Cardenal. Tampoco vomitó. Estaba perdida. Los estertores disminuían, el pulso se espaciaba. Cincuenta minutos más tarde, sin poder lograr que recobrara el conocimiento, el corazón se detuvo. Mi asistenta habla muerto en mi casa― por suicidio. Era increíble y aterrador a la vez... Clémentine me miraba atontada y terminó por decirme:―¿Qué hay que hacer?―¿Qué habla que hacer? Ante todo bajar los párpados a Marcelle Davois para ocultar esos ojos en blanco... ¿Después? No sabia. Rezar, quizá. Era lo que ella necesitaba con más urgencia. Ya mi nodriza se arrodillaba. La imité y recitamos ese "Dios te salve, María" que. tantas veces había . escuchado la propia Marcelle Davois en los labios de los agonizantes. Me levanté y traté de reconstruir los últimos instantes de esa mujer para descubrir el móvil que la había impulsado a su trágica decisión.. Se había arrastrado desde la mesa hasta su cama.. :Allí, sobre la mesa, había un cuaderno verde de escolar cuya tapa tenía varias palabras escritas por Marcelle Davois con mano firme: Este es mi testamento .Sólo el doctor Fortier tendrá el derecho de enterarse de su contenido. Había también, deslizadas entre dos páginas del cuaderno, unas radiografías. Clémentine, que seguía arrodillada y rezando su rosario a media voz, no vio cuando tomé el cuaderno. Nadie en el mundo sabrá su existencia, nadie tamoco puede sospechar que en este momento lo tengo delante de mí sobre la mesa en que escribo... Salí sigilosamente del cuarto y me dirigí a mi consultorio. Al bajar la escalera, sabía que en ese cuaderno estaba la explicación del suicidio. Pero no podía sospechar que en él estaba la explicación de todo... Sin embargo, antes de enterarme de la última voluntad de Marcelle.Davois, debía tomar una decisión respecto a ella. La noticia de su suicidio estallaría en el pueblo al día siguiente por la mañana: Las consecuencias serían aterradoras, peores aún que las provocadas por la muerte de Mme.Boitard. El brigadier Chevart vendría a mi casa; habría una investigación. La gente supondría lo peor y no creería ninguna de mis aseveraciones. ¿Qué motivos plausibles podía yo ofrecer de este nuevo suicidio? No veía a nadie a mi alrededor que pudiera aconsejarme útilmente, ¿Clémentine? La pobre mujer estaba más en su lugar allá arriba, rezando... ¿Boitard, el escribano? Si había sido incapaz de tomar alguna decisión en ocasión de la muerte de su mujer, ¿cómo iba a poder ayudarme en la de una extraña...? ¿El canónigo Lefévre? Me contestaría que el suicidio era demasiado evidente para que la Iglesia se mezclara en el asunto... ¿Quién entonces? Y, de pronto, un nombre brotó en mi mente... el único en que hubiera debido pensar desde el principio, el de mi antiguo profesor, ¡el doctor Berthetl ¡Berthet podía ayudarme! Si yo, su antiguo alumno, lo llamaba, vendría en mi socorro. Para un médico las horas de reposo no tienen importancia: el teléfono estaba sobre la mesa. En una pequeña agenda tenía la direéción particular de mi maestro. Sólo tenía que pedir larga distancia a la telefonista. A esa hora las líneas están libres. En pocos minutos podía escuchar la voz que necesitaba...―¿Hola? ¿El profesor Berthet? Maestro, perdone que lo moleste a estas horas de la noche pero escuche lo que me sucede... Y le conté cómo había muerto su colaboradora de tantos años. Me dejó hablar, luego me llegó su sorprendente respuesta:―Su decisión, me asombra, pero en realidad era quizás lo mejor que podía hacer...―¿Qué quiere decir, profesor?―Marcelle Davois tenía un cáncer en el pulmón. Lo sabía desde hace un año y siempre se negó a que yo intentara una neumonectomía. Estaba condenada a breve plazo...―No es posible, profesor. ¡Lo que me dice es increíble! ¡Marcelle no era cancerosa! La tranquila voz repitió lentamente:―Le aseguro que tenía un cáncer en el pulmón izquierdo... Por eso prefirió terminar pronto. Yo estaba tan estupefacto que no atinaba a pronunciar una palabra en el aparato.―¿Qué le pasa, Fortier? ¿Por qué no dice nada? ¿La gente del pueblo ya está al corriente?―No, profesor... A estas horas todo el mundo duerme... por suerte. Usted y mi vieja nodriza son los únicos, que lo saben.. El cadáver está allá arriba, en su cuarto.―¿A cuántos kilómetros está usted de París?―A unos 250 más o menos.―No son muchos. Voy a tomar mi automóvil y estaré a su lado en las primeras horas de la mañana. Ya veremos lo que conviene hacer. Por teléfono no le puedo decir mucho. Ante todo no comunique a nadie esa muerte hasta que usted y yo hablemos. ¿La ruta más directa es la que pasa por Houndan, Dreux, , Mammer, Sillé―le―Guillaume?―Exactamente.―La conozco... La he tomado varias veces para ir a ver a mi hermana que tiene una propiedad en la Mayenne... Por lo menos no se ponga nervioso, querido Denys, y espéreme: Y colgó. El solo hecho de haber escuchado su voz tranquila me hizo bien. Pero lo que había dicho era tan asombroso que me preguntaba si no habría soñado mi conversación por teléfono con París. Volví al cuarto donde Clémentine había encendido dos velas colocándolas sobre una mesa, recubierta de un paño blanco, al pie de la cama. Había cruzado sobre el pecho las manos de la muerta y colocado un rosario entre sus dedos. Sabiendo que Marcelle Davois era profundamente atea, miré con asombro ese rosario. Mi nodriza me dijo entonces: ―¡Oh, eso no le va a hacer daño! Al contrario... Preferí no contestarle nada y me puse a examinar detenidamente el rostro demacrado de Marcelle: me pareció menos tenso en la muerte, casi bello. Al desvestir a la moribunda para hacerle el inútil lavado de estómago no había notado en el cuerpo otras señales que no fuera las del envenenamiento. Por supuesto, sabía que un cáncer del pulmón sólo puede verse en las radiografías... Esta palabra me sobresaltó. ¿Y esas radiografías intercaladas entre las páginas del cuaderno verde? Bajé de nuevo a mi consultorio y me incliné , ávidamente sobre la primera página: comprendí que allí estaba la confirmación escrita de lo que me dijera Berthet... Y leí la horrible confesión durante el resto de la noche. En algunos momentos me sentía tan asqueado que me daban ganas de romper el cuaderno en mil pedazos; pero a pesar mío, una fuerza invisible me impelía a leer sin desmayo hasta el final... Las últimas páginas eran tal vez las más asombrosas. Voy a releerlas ahorá una vez más. Luego todo terminará para siempre. El cuaderno desaparecerá. Las fechas de las últimas páginas se suceden rápidamente. Las notas son más entrecortadas, más breves, sobre todo. La escritura resulta menos cuidada, menos impersonal. La caligrafía de institutriz no era ya respetada. Se ve que a partir del instante en que mi pobre Christiane huyó para ocultarme su enfermedad, Marcelle Davois hizo su juego resueltamente, utilizando sus últimos triunfos, luchando a la vez contra el mal que la invadía y el poco tiempo que le quedaba para hacer mi conquista. ¿Debo atribuir a sus largos años de represión sexual el soplo de locura que recorre esas líneas escritas apresuradamente en el cuaderno verde?7 de noviembre. "¡Al fin se fue Christianel―He necesitado todo mi ingenio para lograr ese resultado. He triunfado porque mi inteligencia la dominó completamente.. Si yo hubiera querido se habría tirado al río, pero eso no era necesario: la idea moral del cáncer me ha bastado. Quedo dueña de la situación.― ¡Qué alegría experimenté recién al anunciar a Denys que no volvería a ver a la castellana en mucho tiempo! Por supuesto aderecé un poco la noticia, pero era indispensable: mi habilidad consistió en hacerle creer que la verdadera razón oculta de esa fuga debía ser otro hombre... "Acabo de oír salir el automóvil en plena noche. Denys debe de haber ido al castillo para comprobar todo lo que le dije: encontrará las puertas cerradas y volverá desesperado. ¡No tengo, un minuto que perder¡ Ha llegado el momento.. Me voy a embellecer para recibirlo a su regreso... Ese deshabillé rosa, que compré ayer en París al salir de la casa dell doctor Schenck, es sugestivo: le gustará. También voy a soltar mis hermosos cabellos. Al fin me descubrirá bajo mí aspecto de mujer y no bajo mi perpetuo disfraz de enfermera... Comprenderá así la suerte que ha tenido de encontrarme en su camino en el preciso instante en que se creía abandonado... "Estoy lista... Por última vez me he mirado en el espejo y me encuentro deseable. ¡Ese deshabillé es de lo más excitantel Estos cabellos que me llegan a la cintura... despiertan una sensualidad... Apenas me he maquillado para no imitar a Christiane: será seducido por el contraste con una mujer natural.. En cambio, no vacilé en perfumarme. ','Vol de Nuit" de Guerlain... Nunca hubo un nombre de perfume más apropiado: ¡voy a robarle el amante a esa mujer, a todas las mujeres, en una noche! ¿No es admirable? "Esta tarde me ha dolido horriblemente mi costado izquierdo, pero hay que sufrir antes de obtener la recompensa del amor. Todas las grandes enamoradas han sufrido como yo. Me he tenido que dar dos inyecciones: la primera a las cinco para recobrar a eso de las siete el dominio sobre mi misma que me ha permitido anunciarle, con aparente calma, la buena noticia de la huida de mi rival; la segunda, en cuanto volví a este cuarto, para tener fuerzas suficientes para realizar mi atavío nupcial... Pero me doy cuenta de, que esa dosis ha sido demasiado fuerte: en este momento me parece que voy a desmayarme... ¡Y tengo que evitarlo! ¡Debo reaccionar! Ahora conozco muy bien el efecto de la morfina: primera es el embrutecimiento, luego, poco a poco, llega la maravillosa exaltación. Mi horario está bien estudiado; Volverá de su inútil peregrinaje al castillo de sus perdidos amores a eso de la una de la mañana... A esa hora estaré en plena exaltación y seré la más bella de las enamoradas... ¡No podrá resistirme! "... El reloj del vestíbulo ha dado la una... ¡Y no Ilegal ¿Qué estará haciendo? ¡Con tal que no haya encontrado otra mujer! ¡Soy terriblemente celosa! ¡Ya ... ! Oigo un automóvil... Pasa delante de la casa sin detenerse... No es el suyo. Esta espera es a la vez horrible y maravillosa ... ¿Otro ruido de motor? ¡Esta vez es él! No me equivoco... Los faros han barrido la fachada y las cortinas corridas de mi ventana de enamorada ansiosa... La grava de la entrada cruje... Ha frenado... El ruido del motor cesa... El golpe de la portezuela... En realidad son maravillosos todos esos ; ruidos que señalan la llegada de un joven amante. ¡Y pensar que estuve a punto de no conocer esta sensación por culpa de Christiane que se hartaba de ella cada vez que él iba al castillo en plena noche! Ahora comienza mi noche... Sube la escalera: siempre me ha gustado escuchar sus pasos... Va a pasar delante de mi puerta... La ha rozado... Ha entrado en su cuarto. Allá voy... "¿Qué me ha pasado? Tengo la cabeza pesada... Me ha costado enormemente arrastrarme desde la cama hasta esta mesa... ¡Ah, sí ...! Ahora recuerdo: el cuarto de Denys... Me miraba asustado, el pobre muchacho... ¿Por qué? Parecía tener miedo... ¿Miedo de ser mi amante? ¡Yo lo habría sido si esa maldita Clémentine no hubiera entrado en el cuartol Ella me impidió poseerlo... Debo haberme desmayado por que no recuerdo nada más. Seguramente ambos me trajeron hasta mi cama. La visión de Clémentine, en el momento en que al fin iba a conocer el amor, me provocó un síncope... Denys me dio, posiblemente, una inyección de aceite alcanforado... ¡Qué estupidez haberme desplomado así en el momento en que alcanzaba la finalidad de mi vida! "¿No me habré apresurado demasiado? ¿No me habré dejado arrastrar por la pasión? Habría sido mejor esperar algunos días antes de declararme:.. Temo que mis posibilidades hayan disminuido y que Denys se aleje de mí por miedo a que yo vuelva a empezar. ¿Cómo puedo reparar el gran error de no haber sido capaz de controlarme hasta el final? Estaba bajo los efectos de la morfina. La culpa es mía. Debo, esperar de nuevo... pero ya no tengo tiempo: el cáncer me hostiga... Cualquier día puedo verme paralizada, incapaz de hacer un movimiento, postrada sobre esta cama que será la de mi agonía... Ni siquiera podré tener los brazos de Denys... No puedo perder un minuto: ¡tengo que arreglar en seguida la situación! "Ya son las seis de la mañana. Dentro de dos horas bajaré, como lados los días, al consultorio de Denys. Es necesario que me vea como enfermera, como me ha conocido siempre. Al verme así, sólo pensará en la profesión. Le diré esa misma frase que oye todas las mañanas: `Buenos días, doctor. Parto para mi recorrido. ¿Tiene que darme alguna instrucción especial?' Me contestará maquinalmente: No. Nada especial. Hasta luego, Marcelle.' Se reanudará el contacto profesional y partiré a hacer mi recorrido como si no hubiera pasado nada... Lo encontraré de nuevo a la hora del almuerzo. Habrá tenido toda la mañana para reflexionar sobre:la actitud ,que debe adoptar respecto a mí: veré entonces su reacción. De todos modos lo peor de la tormenta habrá pasado. Conozco muy bien a mi pequeño Denys: si no actúa en seguida, sin reflexionar, bajo los efectos de la cólera―siempre seguirá siendo un niño―, ya no reacciona y es incapaz de hacerme frente. Seguramente tendremos una conversación algo violenta, pero estoy segura de que una vez más saldré victoriosa..."8 de noviembre. "Las cosas han vuelto a su curso normal. Pero lo mismo tuve mucho miedo. Miedo de que quisiera realmente separarse de mí y estuve cobarde... Le prometí no repetir mi tentativa. Creo que le hubiera prometido cualquier. cosa por no perderlo. El lo es todo para mí. ¡Si supiera hasta qué punto le pertenezco sin que ni siquiera haya rozado mis labios! No puedo estar sin verlo... A su lado llegaría hasta ser humilde... y antes de ser condenada a no verlo, a no estar cerca de él, preferiría no llegar nunca a ser físicamente su amante. ¡Qué desgraciada soy! Me ha perdonado porque me considera una trastornada. Me ha tenido lástima... ¡lo que yo más temía! ¡Es horrible! No ha comprendido que yo estaba en plena lucidez cuando fui a ofrecerme a su. cuarto." 18 de diciembre. "Hace ya seis semanas que no escribo nada en este diario.: No he tenido valor. Además, ¿qué hubiera escrito? ¿Que sólo hemos hablado de asuntos de la profesión, que nuestra vida se ha hecho insoportable, que cada día lo deseo con más intensidad y que él busca todos los medios de evitarme? "Nunca hablamos de la ausente. ¿Para qué? Podría reavivarse en él una pena que no quiero que sienta... Mi presencia no ha logrado hacérsela olvidar. Ni siquiera ha tratado de averiguar qué ha sido de ella. Sin embargo, me sería muy fácil: me bastaría escribir al doctor Schenck. Tendré que decidirme a hacerlo uno de estos días. Seguramente Schenck por prudencia, no me dirá nada en una carta. En ese caso yo misma iría a París, si tengo fuerzas suficientes.. . Pero no quisiera ausentarme en estos momentos. Denys podría aprovechar mi primera ausencia, por corta que sea, para reemplazarme. Temo también verme paralizada en París por mi enfermedad y no volver a ver a Denys antes de morir. Lucho denodadamente, pero siento que el mal avanza, que me invade en profundidad, que me destruye... He adelgazado de manera espantosa. Con la altura que tengo sólo peso 45 kilos. Es el síntoma más seguro del próximo fin... Sin embargo, conservo la esperanza. No quiero, no. puedo desaparecer sin haber recibido al menos en mis labios un beso de Denys... ¡Ahora sólo pido esol La morfina me sostiene y me evita los grandes dolores, ¿pero hasta cuándo? Además, me intoxica...21 de diciembre. "¡Le ha escrito! ¡La miserable no pudo resistir a la necesidad de decirle que siempre lo amal Y me había jurado no dar señales de vida hasta saberse completamente curada por el austríaco. ¡Buen trabajo me costó convencerla de esto para que Denys no pudiera sospechar dónde se ocultaba! Ahora sabe que está en Paris... Denys cree que yo sé su dirección cuando en realidad no la sé porque no me interesa. Cuando esta mañana me dijo que esperaba verla pronto, estuve a punto de desmayarme. Hice un esfuerzo sobrehumano para hacerle frente pero será el último. No puedo más... Sé muy bien que estoy perdiendo mis últimas fuerzas en sostener entre mis dedos esta pluma que quiere escapárseme.... Él no se ha dado cuenta que tengo el brazo izquierdo paralizado. Hace dos días que sufro atrozmente. No puedo digerir nada. La morfina ya no me hace efecto. "¡Le ha escrito! Si lo ha hecho una vez, volverá a escribir y terminará por darle su dirección. Él correrá hacia ella sin avisarme siquiera. Se enterará de todo y. estaré perdida. . . Decididamente, yo me creía más mujer que ninguna pero nunca comprenderé a las otras mujeres. Mi infalible psicología ha resultado falsa. Dos veces me he equivocado: con Mme. Boitard, que hizo lo contrario, y con Christiane, que no siguió la admirable linea de conducta que yo le había trazado. No pudo resistir a la necesidad de reanudar, por correspondencia, las relaciones con su amante al cabo de pocas semanas. Todo se me escapa, como esta pluma ... Mi cerebro no puede ya elaborar un nuevo plan. Se está atrofiando también: el cáncer, al generalizarse, empieza a afectarlo. "Sin embargo, conseguí hacer mi recorrido esta mañana... No sé cómo pude darle una inyección de acetosterandryl al marido de Mme. Fayet y colocar unas ventosas a la sirvienta de los Servais. Como quería estar sola y me sentía incapaz de comer, no volví para el almuerzo. Estuve en la sede de nuestro Comité de Lucha contra el Cáncer,, donde me senté, en mi lugar de secretaria general, en la sala desierta... Releí. atentamente mi último informe y añadí simplemente, en la parte inferior de la página, después de mi firma: "Muerta en la noche del 21 al 22 de diciembre", porque he decidido terminar. "En este cajón guardo desde hace tiempo los tubos de Cardenal que reservaba para Christiane en caso de que no se hubiera dejado impresionar por la psicosis del cáncer mental. ¡Ahora esos tubos servirán para algo...! Sé la dosis exacta que se necesita para no fallar el golpe: ¡mis tres años de medicina y mis veinticinco de enfermera diplomada me han servido al menos para saber eso! "Preferí no ayudar a Denys durante las consultas de la tarde y sólo volví, arrastrándome, a la seis. Después de decir a Clémentine qué no cenaría, creí por un momento que no tendría fuerzas para subir por última vez la escalera. 'Sin , embargo, pude llegar y me desplomé sobre esta silla después de haber cerrado la puerta con llave... Mi mano tiembla... ¿será fatiga o emoción? Es fatiga... No estoy emocionada: Encuentro preferible esta muerte voluntaria a la agonía que me acecha. Si no lo hago esta noche, tal vez mañana no podría levantarme para tomar los tubos del cajón. "Sólo me queda por hacer mi atavío fúnebre: será. el mismo que el nupcial. No quiero morir con este uniforme que me ha traído sólo desgracia. Sobre todo, quiero que Denys, cuando derribe la puerta para saber lo que me pasa, me encuentre tal como me vio la otra noche... ¿Terminará quizá por encontrarme bella en la muerte ? Debo dejar de escribir, si no me faltará la energía suficiente para ponerme el deshabillé rosa, para perfumar, mi cuerpo y soltar mis cabellos... Tengo nada más que un brazo para. hacer todo. Si me queda algo de fuerza, después de terminar mi atavío, trataré de escribir algunas palabras más en este diario, antes de tomar las pastillas. "He terminado de arreglarme: estoy hermosa. La casa está en silencio. Denys debe de estar comiendo y la horrible Clémentine sirviéndole. Me gustaba bastante ese comedor donde él y yo hemos estado tantas veces solos, frente a frente, sin la rival. "Acabo de escribir sobre la tapa del cuaderno que éste era mi testamento y que sólo Denys podrá leerlo... Le hago este legado para que pueda salvar a su Christiane. Creo que todavía está.a tiempo: la sombra del pulmón izquierdo debe haber aumentado, pero una temporada inmediata y prolongada en las montañas puede salvarla. No lo hago por filantropía, nunca he creído en ella, ni por grandeza de alma,... No tengo alma. Lo hago por dos razones: primero, porque solamente los pocos inteligentes no saben reconocer que han perdido la partida; segundo, para dar a Denys la más grande de las pruebas de amor Un amor, que le permitirá tener a su ,lado, durante mucho tiempo, a la mujer que más he odiado en mi vida y a la que seguiré, maldiciendo desde mi tumba. Te quiero tanto, Denys, que prefiero saberte feliz con ella, antes que solo y desgraciado sobre esta tierra... Después de esto, ¿no crees que te amado más de lo que ella podrá nunca hacerlo? ¿No terminarás por adorarme en el recuerdo? ".,,¡Cuántas, sorpresas te reserva, querido, la lectura de este diario! ¡Creo que ningún hombre en el mundo ha leído un testamento parecido! Ya ves, Denys, que sigues siendo un privilegiado... Sospecho, sin embargo, que después de haber leído estas páginas las harás desaparecer. No puedes mostrarlas a nadie: serían la prueba escrita de tu incapacidad profesional... ¡Mi pobre pequeño!. Saldría a la luz la extraña revelación de la causa verdadera de la muerte del viejo Heurteloup, del suicidio de la bella Mme. Boitard, de los motivos de la creación del inútil Comité,, de la fuga inexplicable de la castellana del lugar... ¡Te cubrirás de vergüenza y de ridículo! ¡Te verías obligado a irte también y a cambiar, de profesión! Y esto no lo deseo porque sé, por haberte visto dedicado con ahínco a tu profesión, que la amas apasionadamente sin conocerla. ¿Cuántos médicos han conocido verdaderamente su profesión? Sin embargo en ella, y no en las caricias, encontrarás, como yo, las mayores satisfacciones de tu vida,. "Para que no te quede la menor duda sobre lo que has visto en este diario, he deslizado entre sus páginas las radiografías hurtadas en Villejuif. Podrías hacérselas llegar al doctor Schenck a quien se las he prometido. ¿No crees que ése es el medio más seguro para obtener pronto la dirección―donde se esconde Christiane― Sin duda el charlatán la sabe. "...He sacado del cajón los cuatro tubitos, , ¡Es curioso lo poco que se necesita para morir cuando los hombres asignan tanta importancia a la vida! ", ..¿Me queda alguna última voluntad para exponer? No. Creo que no tengo nada más que decir... Por supuesto, Denys, al eso no te ocasiona mucha molestia, desearía que hicieras transportar mi cuerpo al cementerio de Perez―Laehaise donde tengo un lugar reservado al lado de mis padres. Pero yo, a diferencia de ellos, que fueron ambos vencidos por el mal, habré logrado, en el penúltimo instante, ¡robarle al CÁNCER la muerte que me preparaba!" Así terminaba lo que Marcelle Davois, enfermera diplomada de los Hospitales de París, partera de primera clase y tItular de todos los diplomas de radiología, llamaba "su testamento"..: La primera fecha del diario es un 2 de noviembre, día de los Muertos; la última un 21 de diciembre, día en que nace un nuevo invierno... Cuando llegué a la última página, donde no hacía falta la palabra Fin, comenzaba a asomar el alba del 22 de diciembre. A mi vez guardé cuidadosamente el cuaderno en un cajón y volví al cuarto de la muerta. Clémentine ya no estaba,las velas terminaban de consumirse lanzando irreales resplandores sobre el rostro de Marcelle Davois. Solo frente a ella,, pude contemplarla largamente: los rasgos estaban distendidos, las largas y finas manos aprisionaban el rosario... Esa mujer que pretendía no tener alma, ¿ a habría descubierto al fin en el otro mundo? Parecía que se cerebro atormentado hubiera encontrado la única paz duradera... Ahora que sabía todo acerca de ella, me preguntaba cómo podían tanta maldad, duplicidad y monstruosidad estar reunidas en un mismo ser. En ese instante no la encontre bella como ella había deseado, sino grandiosa en el horror. Al mirarla, me pregunté qué nombre además del suyo le hubiera dado un observador anónimo, testigo de sus criminales maquinaciones desde el día en que empezó a trabajar conmigo. Uno solo me vino de pronto a la mente: "La Corruptora". ¿Acaso no designaba a una mujer cuyo único y oculto fin era corromper a los demás por vicio o por interés? ¿Y esta muerta no había sido un mujer así? Marcelle Davois empleó toda su inteligencia en corromper moralmente a todos cuantos podían. acercarse porque era incapaz de ser una corruptora de la carne; su aspecto físico se lo prohibía. Si hubiera llegado a ser mi amante como ella deseaba, yo habría sido un hombre perdido, un hombre acabado, un hombre condenado. Para lograrlo atacó sucesivamente a todos los que me rodeaban.. Ataque que nunca fue franco y directo: buscó siempre el punto―débil, el lugar sensible donde el enemigo le resultaba vulnerable. Delante de ese cuerpo ya rígido y de esas manos hipócritamente unidas. sobre un rosario, me volvían a la memoria las terribles experiencias vividas... La de las huérfanas dei asilo a quienes pretendió hacer creer que Dios no existía y que había sido inventado por las monjas para vigilarlas mejor: el canónigo Lefe'vre con muy buen olfato descubrió ese principio de corrupción de conciencia... Luego fue la abominable consejera que logró convencer a Mine. Boitard de que había que destruir la belleza escultural de su pecho si quería seguir viviendo; ¡corrupción de la Belleza... ! Más tarde, presionó, con la amenaza de denunciarlo a ese Schenck―que estaba lejos de ser el apóstol que describió― a Christiane― para obligarlo a hacer creer a una mujer enloquecida que iba a curarla de un mal que no tenía: ¡corrupción por chantaje! Por fin, la lenta y prodigiosa tentativa realizada en la mente de una enamorada tan sincera como mi amante para separarla de mí moral y físicamente:' ¡corrupción del corazón! Así había sido esta mujer... Después de todo el mal que me. hizo, ¿podía sentir compasión por ella? Salí del cuarto mortuorio sin sentir la más mínima pena. Mi buen profesor, el doctor Berthet, llegó una hora más tarde. Después de estrecharme la mano, sin pronunciar una palabra, me siguió al cuarto donde ella descansaba. El también la contempló largamente antes de decir:―Creo inútil, amigo mío, darle más explicaciones.―Sí, maestro. Comprendí todo demasiado tarde.―¿Qué va a hacer?―Irme.―No creo que sea lo mejor, Fortier. Ante todo hay que ocultar este suicidio. Todos los que vieron a su asistenta andar por el pueblo no lo comprenderían. Hay que proclamar en voz alta que Marcelle Davois murió en pocas horas por el cáncer del pulmón que la minaba desde hacía tiempo. Si es ,necesario, daremos pruebas. Seria terrible para la gente, de este lugar, donde usted acaba de crear un Comité de Lucha contra el Cáncer, enterarse de que la que se consagró con tanto afán a esa magnífica tarea no tuvo el valor de ésperar la muerte. Sería la negación de la obra emprendida, de todos nuestros esfuerzos para luchar contra la plaga... Le dije por teléfono que ese gesto de Marcelle Davois me asombraba: no está de acuerdo, con el valor sobrehumano demostrado hasta ayer. Es un acto de cobardía que la rebaja a un nivel indigno de la admirable colaboradora que he conocido Quizá sea también la prueba tardía de que estaba completamente equivocado sobre ella. Prefiero no saberlo, pero me apena mucho.―Esa mujer no merecía su confianza, maestro.―Posiblemente tenga razón, pero a pesar de todo hay que― salvar las apariencias. Se mató porque temía pasar por los últimos momentos de la―lenta agonía que vivía desde hacía meses... ¡Si me hubiera escuchado! ¡Quizá la habría salvado! Podía haber sido la primera curada por mí de un cáncer del pulmón. Porque estoy seguro que llegaré a eso, Fortier, Y si no soy yo, será otro... Quizá usted que es joven... Presiento que estamos al borde del éxito. ¿Quién puede decir que dentro de unos días, unos meses o unos años, no se encontrará el remedio salvador? Somos miles en el mundo los que buscamos... Estoy seguro de que un día encontraremos algo. El cáncer se convertirá en un horrible recuerdo como todas esas enfermedades de las que ya no se habla desde que la ciencia las eliminó definitivamente. Tengo fe en el porvenir, Fortier...―Yo también, maestro, ¡cuando estoy cerca de un hombre como usted!―¡Es necesario, sino usted y yo tendríamos que abandonar a profesión. En lo que se refiere a esta desgraciada, debemos hacer de ella una heroína:―¿Una heroína?―Si; la enfermera modelo que, sabiéndose irremisiblemente perdida, continuó luchando hasta el límite de so fuerzas para cuidar a los demás y ayudarlos a defenderse del mal que un día, terminaría con ella. ¿No le parece hermoso, amigo Fortier?―Sí,. maestro. Pero... ¿y si se mató por otro motivo completamente diferente?―No puede haber otro. No le conviene a usted que haya otro... ¿Me comprende?―Lo comprendo...―Debe llamar en seguida al personaje más importante del pueblo, el intendente, para comunicarle el deceso de Marcelle Davois a causa de su cáncer del pulmón... Una muerte que debe toman un aspecto sublime para todos aquellos a quienes ella atendió y que vendrán a inclinarse ante su cadáver... En espera de que lleguen, vamos a redactar entre los dos el boletín. Además, debemos evitar que quienes la admiraron la vean por última vez vestida con ese ridículo deshabilllé:.. Es indispensable para su memoria que haya, muerto en la tarea, sin haber tenido tiempo de cambiar de traje, con su uniforme puesto y llevando el velo blanco que todos le conocieron. Pues fue nada más que eso, pero en grado máximo:―LA ENFERMERA. Su entierro debe ser oficial: todo el pueblo y la gente de los alrededores debe rendirle ese último homenaje. Ella estaba sola en el mundo: usted y yo presidiremos el duelo. Haré venir una delegación de sus antiguos compañeros de Villejuif.―¡Pero, maestro, debo partir inmediatamente para París!―No, ¡usted esperará! Sería un grave error: la gente no admitiría que usted no asistiera a los funerales de su colaboradora.―¡Usted no puede comprender, maestro! Tengo que salvar a alguien... ¡Alguien que me es muy querida y que tal vez esté a punto de morir por culpa de esta monstruosa mujer a la que usted quiere que rindan honores!―Partirá después del entierro, Fortier, créame... ¿Pero, volverá?―No sé...―¡Doctor Denys Fortier, no tiene derecho a desertar! Este pueblo tiene confianza en usted... Está― muy lejos de haber cumplido su misión; recién la comienza. No quiero saber lo que ha pasado entre Marcelle Davois y usted, no me atañen... Sólo le pido que bajo su.honor de hombre y de médico me conteste dos preguntas: ¿sabía usted que quería matarse? ―Lo ignoraba.―¿Cree usted que lo hizo para no morir del cáncer o... por causa suya?―No puedo contestar...―Es una razón más para que asista a su entierro... Ahora que me ha hecho esa confesión, no puede dejar de hacer lo que le pido: si cree que su presencia en otra parte es necesaria, puede hacerlo durante algunas semanas, algunos meses, si es necesario, pero le exijo que vuelva aquí.―Volveré...―Conozco un médico excelente que lo reemplazará durante su ausencia. Lo llamaré por teléfono dentro de un rato y si él no puede venir, no vacilaré en hacerlo yo mismo para asegurar la continuidad... Todo el pueblo desfiló por mi casa ante la enfermera Marcelle Davois. Luego hubo un entierro grandioso. El intendente, los concejales, la delegación de Villejuif, los niños de las escuelas, los miembros del Comité de Lucha contra el Cáncer y―a la cabeza del desfile― el profesor Berthet y yo, seguimos el féretro hasta la pequeña estación donde lo esperaba un furgón para conducirlo a París. Una vez más se equivocó la psicología implacable de Marcelle Davois: había escrito en su diario que la única que iría a su entierro era Clémentine, por placer. Llovía cuando arrancó el tren al cual había sido enganchado el furgón. Se borró ante mjs ojos la multitud agolpada en el andén para decir adiós a la que se iba, rumbo a un cementerio de la capital, y me vi como dos años antes―un 2 de noviembre― esperando también bajo la lluvia a la asistenta, calurosamente recomendada por mi viejo profesor. Reviví en mi memoria las siluetas familiares de los que había encontrado allí ese día: el viejo Heurteloup y la bella Mme. Boitard. los dos desgraciados habitantes del pueblo que Marcelle Davois utilizara para sembrar la psicosis mortal..,. Mi reemplazante―que sigue allá esperándome― llegó esa misma noche. En seguida salí para París en automóvil con el profesor Berthet. Durante todo el viaje no cambiamos ni tres palabras. Sentía que un terrible secreto nos separaba. ¿Pero, acaso podía. contarle la horrible declaración de amor que me hiciera una noche en mi cuarto Marcelle Davois? ¿Tenía yo derecho de revelarle todo lo que había sabido con la lectura del testamento del que era yo único depositario? Cuando nos separamos me extendió la mano diciendo: "Hasta la vista, querido Fortier. Es necesario que un día olvidemos todo esto."―¿El señor Schenck?―Sí, señor.―Llámeme doctor... Doctor Fortier. Un título que usted no tiene derecho a llevar. ¿Dónde vive Mme. Triel?―¿Mme. Triel? No la conozco...―No se haga el ignorante. No le sienta bien. Repito: ¿dónde vive Mme. Triel ? Es una de sus "clientas". ¿No quiere contestar? Tengo aquí algo que seguramente le soltará la lengua ... ¿Conoce estas radiografías? Estoy encargado de entregárselas por disposición testamentaria de una muerta que también fue su clienta.―¿Ya murió? En ese caso puedo contestar su pregunta: la señora cuya dirección me pide vive en la villa "Cyclamen" en Saint Cloud...―Ahora debería entregarle estas radiografías, pero no lo haré. Considero que ese gesto sería contrario a la honestidad de la profesión que represento. Pero tranquilícese. Las voy a romper en su presencia: no podrá utilizarlas para acreditar su leyenda y tampoco podrán perjudicarlo.... Los individuos de su calaña tienen siempre a mano un pasaporte en regla, ¿no es así, M. Schenck? Son las ocho de la mañana; volveré a las doce para saber si se ha marchado. Si, por casualidad, no lo ha hecho, lo haré arrestar inmediatamente. Le dejo la posibilidad de que lo prendan en otros países... Encontré a mi amor en la villa "Cyclamen". Su verdadero mal había hecho aterradores progresos, ¡y ella no se daba cuenta! Estaba convencida de que sus accesos de tos desgarradores eran producidos por el cáncer del pulmón.. Pero tenía tanta confianza en lo que le dijera Marcelle Dávois, que estaba convencida de que el pseudo doctor austríaco la curaría. No quería creerme cuando le dije que no tenía la menor lesión cancerosa. Pude medir entonces la amplitud del mal producido en un cerebro sano y equilibrado por la obsesión del cáncer, y tomé la resolución de luchar en el futuro, no sólo para sacar esa idea fija de la mente de la mujer que yo amaba, sino también de la imaginación desquiciada de todos aquellos que vinieran a verme diciéndome: "¿No cree usted, doctor, que mi mal tiene origen canceroso?" Ya que la dolorosa experiencia que he vivido me ha enseñado, al menos, que ese cáncer, cuyos destrozos. son evidentes, es sin embargo menos frecuente de lo que se cree en general. Sé asimismo que se acerca el día en que esa plaga no podrá ya servir de cómodo refugio a algunos de mis colegas que, cuando no aciertan a descubrir la naturaleza exacta de la enfermedad que tienen que curar, murmuran en tono confidencial: "Es un cáncer generalizado..." Para convencer a Christiane, tuve que mentir... Me vi obligado a decirle:―"Yo sé, amor mío, cuánto estimabas a `nuestra' admirable Marcelle y hasta qué punto tenias confianza en su larga experiencia... pero nadie es infalible. La pobre Marcelle, minada por su propio mal, ¡terminó viendo el cáncer por todas partes! Por eso se equivocó contigo." ―"¡Pero mis radiografías son una prueba irrefutable Denysl" ―"¿Tus radiografías? ¡Si te dijera la verdad sobre ellas no me creerías! Sólo te pido que me acompañes a Villejuif donde Berthet te hará unas nuevas que te tranquilizarán... Sabes la confianza que tengo en mi antiguo maestro... Te he hablado mil veces de él... ¡Vamos a verlo en seguida!" Al fin consintió en acompañarme, Esta vez el examen en Villejuif duró poco tiempo, Después de la radiografía, mi buen maestro dijo sonriendo a Christiane:―"Querida señora, ¡ya quisiera yo que todas las clientas que vienen aquí fueran como usted!" Y como se diera cuenta ele que no estaba del todo convencida, añadió:―Para que no le quede ninguna duda, voy a hacer revelar estos negativos para que pueda llevárselos y mirarlos cuando le asalte de nuevo la duda... Sin, embargo, tiene que dejarse cuidar enérgicamente por el doctor Fortier: ¡hay que hacer desaparecer esa sombra gris que no me gusta nada sobre su pulmón izquierdo! El remedio es sencillo: un reposo absoluto al aire libre en las montañas durante algunos meses. Luego se casará con su médico.. Ese es el tratamiento que le ordeno, querida señora... ¡Ah, y lo obligará a volver a su pueblo donde lo necesitan. Cumplimos sus prescripciones: ahora estamos en un valle de luz y de sol. Desde hace tres meses vivimos en un chalet aislado en la montaña, frente al macizo imponente del Pelvoux. Christiane ha traído las radiografías que le dio Berthet y sé que todos los días las mira a escondidas... Empieza a creer, no que nunca tuvo cáncer, sino que ha sido milagrosamente curada por el suero del "doctor" Schenck. Ayer llegó a decirme:―"Sabes, querido, que soy una. ingrata? ¡No le he dado las gracias al doctor Schenck!"―"Te sobra tiempo, mi amor..." Y en efecto le sobraba, pues he omitido decir, que antes de dejar París, en compañía de Christiane, cumplí mi promesa... Fui de nuevo, al día siguiente, al mediodía, a la casa del "señor" Schenck: se había marchado con destino desconocido... Ahora estoy seguro de poder curar a Christiane: la sombra del pulmón se reabsorbe y su llaga moral se cicatriza lentamente. Falta algún tiempo todavía, pero un día dejaremos estas montañas para volver al feudo de los doctores Fortier, en el oeste. Después de haber tenido el valor de revivir en tres noches todo el drama, me siento mejor armado y más maduro para ejercer de nuevo la profesión que tanto quiero.Una vez más los glaciares empiezan a teñirse de rosa. Pero esta vez es el amanecer de la liberación. Nunca más reviviré esta historia... Mis notas están aquí, y también el cuaderno con tapas verdes... En la chimenea, el fuego está a punto de extinguirse mientras renace el día: volveré a avivarlo en una última llamarada, arrojándole estos documentos. Así nadie, aparte de mí, conocerá nunca el trabajo monstruoso.de esta corruptora, a quien la leyenda pública ha convertido en una heroínaFin