EMPERATRIZ (Vladimir Hernández Pacín)
Publicado en
enero 22, 2012
Comienza el ruido otra vez. Es la criatura buscándome en la obscuridad; la Emperatriz, un espectro alado y mortífero que intenta encontrar una vía de llegar hasta mí, sorteando el entramado de plata que forman los conductos de climatización, tratando de cazarme con sus sentidos de localización eléctrica ahora que su visión complementaria está entorpecida por el calor de las líneas a mi alrededor. Cierro los ojos y puedo verla en mi mente: una criatura de aspecto insectoide, parecida a una descomunal mantis negra de dos metros y medio de envergadura, acercándose. Es muy inteligente y, sin duda, su astucia alienígena me trasciende.
He encontrado un precario refugio en medio de las entrañas metálicas de la Escher, y me he convertido en una prisionera dentro de mi propia nave. Ni siquiera puedo alcanzar los controles de navegación desde aquí. Estoy tan ciega como la propia Emperatriz; mis implantes ópticos sólo me muestran la barrera térmica que me oculta de la criatura; suaves ondas de calor danzando al ritmo de los sistemas de a bordo, trazando fantasmas holográficos a través de una densa lluvia de estallidos cromáticos. También hay códigos alfanuméricos que me indican lecturas de influjo químico. Es la Emperatriz, bombardeándome con una nube de feromonas modificadas, intentando quebrar mi voluntad. Pido a Dios que no funcione conmigo, no soy una de ellos.Pero sé que mi resistencia no tiene sentido. Estoy tomando tiempo prestado. No hay nadie para salvarme ahora. Estoy ciega, desarmada, y perdida; perdida desde el día en que decidí cerrar aquel trato con Kyle.Kyle, hermoso y extraño Kyle. Espero que su alma arda en el Infierno.Encontrarme no le fue fácil a Kyle. En verdad, no pude más que asombrarme de que hubiera logrado traspasar el intrincado laberinto de testaferros y protocolos con los que siempre me cubro. En principio, debió cruzar una larga cadena de intermediarios a través de cinco sistemas estelares para llegar a mi cuartel general en Gadiir.Por otro lado, me resultaba desconcertante que la merca viniera a mí de aquella manera, pues durante más de veinte años había sido yo quién la escogía a ella. Mi extrema selectividad me había permitido evolucionar perfectamente en el peligroso Universo de la merca proscripta, proliferando como un hongo mutágeno, y operando siempre en los intersticios de las economías interestelares. La clave de mi éxito residía en la amplia troupe de «husmeadores» que tenía diseminados por la red de mundos de la Federación, cazando información sobre factoides potenciales como si fueran las piezas de una exquisita maquinaria de movimiento fractal, que identificaba los probables filones de riqueza sobre los que actuar. Aseguraba mi supervivencia operando a alta velocidad, y con márgenes estrechos, de manera que los peces grandes no se movieran por las mismas carrileras que yo. Había logrado forjar mi pequeño imperio, al amparo de un negocio fachada llamado Empresas Max de Aplicación Vertical Horizontal, y los redundantes subsistemas de protección que yo diseñaba para cada una de mis operaciones ilegales me mantenían perfectamente protegida de las autoridades federativas.Sin embargo, Kyle había conseguido llegar hasta mí atravesando mi red de «husmeadores», lo que me hizo suponer que era un tipo brillante. El solo hecho de que se encontrara sentado en mi despacho en Gadiir hablaba a favor de lo endiabladamente discreto, hábil y convincente que había logrado ser. Mi primera reacción, siempre, es desconfiar, pero mis agentes me aseguraban que no era un poli, por lo que decidí escucharle.No negaré que su extraña hermosura me fascinó desde el primer momento en que le vi. Todo en él exhalaba una intensa semiótica emocional, una combinación de triunfo y obscura obsesión que activaba en mi mente resortes atávicos. En aquel momento creí que lo contemplaba desde una distancia prudencial, detrás de la cómoda barrera de frialdad que impera en los negocios; pero, inconscientemente, sucumbí desde el principio.Kyle era alto y enjuto, con la blanca palidez dérmica y los rasgos afilados de un habitante de los mundos del Erial, pero sus ropajes eran de la zona del Confín. Su cabello, obscuro y lacio, caía a plomo sobre sus hombros como un manto de terciopelo negro, en contraste con el azul de sus ojos, un azul celeste que florecía en capas superpuestas desde sus pupilas hasta diluirse en un anillo gris contra el blanco oval. Detrás de aquellos ojos palpitaba un vértigo contagioso, empotrado en una expresión dinámica que me atemorizaba y me atraía a la vez.Y allí estaba él, extraño y magnético, maniobrando con palabras, exponiendo con total convicción su infalible argumento, proponiéndome el negocio del siglo.Kyle me disparó su historia. Había nacido en una fortaleza federativa, en uno de los sistemas de Centauro, y se había convertido en genetista. Un investigador del Efecto Pandora causado por el renacimiento de la bioingeniería, que había pasado la mayor parte de su vida forjando híbridos genómicos en sofisticados laboratorios militares; saltando de proyecto en proyecto, hasta que se encontró involucrado en el frente científico de la lucha contra los Langostas.Teníamos una guerra. Duraba ya más de quince años y era la guerra más devastadora que jamás hubieran librado los seres humanos. El enemigo era una poderosa civilización alienígena, que había aparecido repentinamente en los territorios federados destruyendo a su paso naves y hábitats humanos. Aquellos alienígenas resultaron adversarios mortíferos, pues aunque parecían tecnológicamente tan sofisticados como nosotros, su ferocidad era incomprensible y el implacable poder destructivo que desataron sobre nuestros mundos mostraba su absoluta determinación de aniquilar a la especie humana.Les llamaron los Langostas, pues invadían los reductos de la humanidad como una plaga de langostas. Y arrasaban; nunca tomaban prisioneros. Nadie parecía haber logrado comunicarse con ellos durante todos aquellos años, pero se decía que los invasores estaban librando una cruzada religiosa contra nuestro emergente expansionismo territorial.Los xenólogos y sociólogos hablaban del Choque de Culturas.Puras especulaciones. De cualquier modo, aprendimos la lección más dura de nuestra historia; por primera vez aparecía un enemigo verdaderamente impredecible, extremadamente cruel, sin interés en las negociaciones ni en la coexistencia. Dispuesto a exterminamos totalmente. Nos costó millones de vidas y varios mundos coloniales comprenderlo, pero entramos en esa guerra e hicimos todo lo que pudimos por detenerlos.Comenzamos a hacerlos retroceder hace diez años. Ahora, según las noticias del frente, las flotas de la Federación habían logrado darle el giro opuesto a la guerra. Estábamos invadiendo sus territorios, recuperando nuestros sistemas perdidos, ampliando la esfera de los dominios de la Humanidad. Se suponía que no habíamos logrado vencerles totalmente debido a nuestros escasos conocimientos sobre ellos.Había un mundo, no sé cual era su nombre, donde nuestras tropas estaban luchando con aquellos xenomorfos basados en la silicona; pero, afortunadamente, ahora el frente de la guerra estaba muy lejos de nuestro sector federativo. Con el paso de los años el conflicto había perdido gran parte de su dimensión. En Gadiir, que orbitaba la gigante roja Swaink, a 17 años luz de Capital Cygni en dirección al arco inferior del brazo espiral, la guerra contra los Langostas se había convertido de alguna manera en un fenómeno lejano y menos dramático que antaño, algo que ocurría en un salvaje extremo del Confín, muy lejos de los sistemas civilizados importantes, e incluso más allá de los mundos fronterizos de la Esfera.Alguien había tenido mucha fortuna en medio de la contienda, ignoro si durante la guerra en el espacio, o tal vez en alguna acción en aquel mundo donde las tropas se enfrentaban; los militares habían logrado capturar a una Emperatriz y la tenían en cautiverio.Una Emperatriz Langosta, me dijo Kyle, la forma de vida más sofisticada que nos hemos topado en toda la historia de la especie humana. Una suerte de quimera biológica que abriría miles de nuevas sendas de investigación científica.Al parecer, los xenomorfos habían desarrollado una tecnología totalmente orgánica, y toda su civilización estaba organizada en enjambres coloniales autónomos compuestos por castas superespecializadas que giraban en tomo a la pareja hegemónica de cada comunidad: las criaturas más importantes de la especie, a las que los científicos humanos apodaron Emperatriz y Emperador, y que regían la configuración de poderosos clanes planetarios. Se hablaba de las estratificaciones sociales Langostas: nodrizas, guerreros, operarios, una intrincada estructura de castas originales y subespecies creadas a través de complejísimos mecanismos tecnoevolutivos durante siglos de expansión interestelar.La Emperatriz, apuntó Kyle con total convicción, era una pieza clave para nuestra comprensión del funcionamiento social de los Langostas; el lenguaje básico, las jerarquías de control, la ruta hacia una conciencia tan alienígena que muchas de las mentes más brillantes de la Federación consideraban inalcanzable para los métodos de comunicación lingüística humana.De modo que ahora la antigua regenta de un destruido clan alienígena vivía confinada en un laboratorio asteroidal de la división militar Tantalus; reducida a la condición de organismo de investigación ultrasecreta, convertida en codiciado material de experimentación, y bombardeada con drogas especiales para evitar que ella pudiera retomar el control de su cuerpo y provocara su propia autodestrucción.Kyle había formado parte del equipo de xenólogos de Tantalus destinado a establecer interfaces con la drogada Emperatriz, pero alguien lo había sacado del juego. El hecho, nunca explicado por Kyle, había tocado una fibra sensible de su personalidad que él mismo desconocía. Desahuciado, decidió vengarse de Tantalus, y concibió aquella idea delirante. Poseído por la profanación que alimentaba su furia, descendió a los submundos de las economías soterradas, donde la ciencia muta rápidamente en mercancía y adquiere nuevos e insospechados matices de aplicación. Buscaba a un artífice del truco marginal, con los contactos adecuados para convertir aquella información en riqueza. Hasta que me encontró a mí.Quería que robáramos la Emperatriz; que mercara utilizando a la alienígena.–Es una locura –le dije–. Una locura descabellada.–Exacto, Max, por eso tiene que funcionar –fue la respuesta de Kyle mientras exploraba las líneas de fractura en mi escudo de escepticismo.Él sabía que la demencia de aquella idea poseía una textura palpable de éxito que terminaría por calarme; me contó los detalles, me habló del anillo de asteroides de la obscura G 1-845 en donde se encontraba el laboratorio de Tantalus, de las coordenadas que él poseía sobre la localización del emplazamiento, de códigos y contramedidas para burlar los sistemas militares y entrar en la base. Todo estaba en su cabeza. Me habló de la «ayuda» que recibiríamos de un contacto de adentro, y de los puntos frágiles de la defensa interna de la estación; iluminó todo el panorama con detalles convincentes, mencionó los márgenes de ganancia que obtendríamos si lográbamos colocar la Emperatriz en las manos adecuadas, y observó el efecto que me causaba asimilado.Mi escepticismo comenzó a evaporarse, atacada por la aguda lógica de Kyle y mi exaltada imaginación. Tal vez pudiera hacerse. Había que tantear el camino. Si el procedimiento se revelaba viable, tendría que convertirme en un puente de transferencia entre el despojado consorcio militar y los ávidos compradores ilegales; un puente de transferencia muy rápido, o la propia magnitud de la mercancía me devoraría sin remedio, Intentamos calcular la cantidad de riqueza que podría generar la Emperatriz. Entonces sabría exactamente qué puertas tocar; aunque tendría que tocarlas con cuidado.Según Kyle, los cuatro campos de investigación más beneficiados, si los laboratorios corporativos dispusieran de una Emperatriz Langosta, eran la bioguerra, la nanotecnología, los biochips, y las altas energías. En Tantalus sólo investigaban los de División de Armas Biológicas y el equipo de genetistas al que pertenecía Kyle.La Emperatriz era un complejo resultado de xenotecnología viviente, en su estructura celular poseía millones de máquinas submoleculares, ingenios biológicos que nos aportarían las claves esenciales para revolucionar nuestra atascada nanotecnología autorreplicante, así como desarrollar mortíferas bioarmas y defensas más inteligentes.Kyle me explicó sobre las evolucionadas bibliotecas de genochips en el ADN alienígena, que les permitía acceder a enormes volúmenes de su memoria racial, información ancestral de milenios de antigüedad, archivados con mucha mayor eficiencia y longevidad que nuestros soportes informáticos. Por no mencionar que en aquellas genotecas se encontraban latentes la información sobre fusión fría y escudos de energía generados por organismos biológicos, lo que nos conduciría a diseñar formas menos contaminantes de producción energética.«Roba la Emperatriz y podrás poner el precio que quieras», sentenció Kyle una tarde junto al mar, mirándome fijamente. Y yo sucumbí, acepté su trato, fascinada por la fortuna que me proponía, y por la salvaje pasión que brotaba de aquellos ojos color cielo.Empezamos a movemos. Nos fuimos a Mann, el más interior de los planetas de Swaink, un paraíso de contrabandistas con clase donde yo tenía buenos enlaces con intermediarios importantes. Dejé mi nave, la Escher, en uno de los diques para turistas del astropuerto orbital, alquilamos un cuarto burbuja en el hotel del ascensor espacial, y nos dejamos caer por el pozo de gravedad en un viaje de dos días.Recuerdo el rostro de Kyle, junto al vidrio polarizado de la burbuja, severo, los ojos fijos en Swaink, como si quisiera absorber todo aquel flujo de fotones que el moribundo astro emitía; su piel pálida y la estructura de sus músculos faciales inundados por el resplandor dominante de la gigante roja. El arco de su espalda, poderoso.Y en algún explosivo momento de la noche de Mann, mientras la mole del hotel deslizante penetraba en la atmósfera superior, me encontré a mí misma gimiendo de placer bajo el cuerpo caliente de Kyle, atrapada en su vigor; las hebras húmedas de su cabello como tinta fría derramada sobre mis senos; y algo tibio, atrapado sobre mi piel por la creciente gravedad, lágrimas, afloradas en silencio desde su más hermética intimidad.En Mann puse en marcha una vez más mi redundante maquinaria de contactos, calibrando el interés de los posibles clientes, palpando la solidez de los extremos del puente en que pronto me convertiría. Hice progresos, así que regresamos a la órbita y llamé a mi gente de acción: especialistas de mi absoluta confianza; músculos estratégicos perfectamente modelados en el vértigo del oficio. Nicco fue la primera en llegar, una arkanar musculosa y bioimplantada que dejó lo que estaba haciendo en Dexstar, a 7 años luz, y tomó un crucero expreso para venir al Sistema Swaink. Después llegaron los inseparables Xing Jian y Antonio desde el corazón del Confín; bromistas, duros, y de estilo afectado, pero perfectos para este tipo de acción. Tuvimos que esperar una semana por Wachowski, de manera que tuvimos tiempo de hacerle espacio para que cupiera en el pequeño hangar de la Escher, y de paso reconfigurar el software que lo conectaría con nuestra sala de reunión, pues sus aumentaciones eran extremadamente sensibles. Comparada con Wachowski, la Escher era un pecio.Wachowski era un Halcón: un cerebro orgánico humano encerrado en el acorazado núcleo de comando de una nave de asalto; ocho metros de artillado cuerpo cibernético, gobernado por un kilogramo y medio de materia gris acoplada a los sentidos artificiales. La Flota había construido un centenar de estas navorg en la década pasada; cazas espaciales híbridos, equipados con un revolucionario sistema de toberas y erizados de armas de plasma, que jugaron un papel fundamental en la primera oleada ofensiva contra los Langostas. Kamikazes, pequeños y letales, los Halcones se convirtieron en una verdadera plaga destructiva para las bionaves del enemigo. Murieron casi todos. Patriotas, olvidados en pocos años por la soberbia del victorioso ejército federativo, cuyo heroísmo ha quedado relegado a simples capítulos en libros de historia reciente. Sólo siete sobrevivieron a la guerra; y ahora eran residuos, mercenarios de ocasión, a la deriva en un sistema humano que los veía como simples reliquias exóticas.Wachowski era mi agente preferido para este tipo de negocios.Les expliqué la movida, dándoles una visión tridimensional de la situación y del objetivo. Les ofrecí grandes sumas a cambio de algo de adrenalina. Me escucharon atentamente; rostros tensos alrededor del holomapa, pidiéndome detalles, trazando rutas, esbozando logísticas virtuales, tratando de previsualizar todas las variables que Kyle daba por auténticas.–No –dijeron.Y repitieron mis propias palabras: «Es una locura». «El precio está bien», aclaró Nicco balanceando suavemente los brazos, «pero hay muchas piezas ocultas en este juego, y meterse en Tantalus puede resultar desastroso». Xing Jian me explicó que arriesgaban la vida por algo que ninguno de nosotros podía asegurar que estuviera allí. Incluso Wachowski, que al igual que Kyle acariciaba especialmente la idea de golpear a los militares donde más les doliera, y que se sentía mucho más protegido y autónomo que el resto, dudaba.–Quizás –dijo Antonio en su mejor tono diplomático–, estamos arriesgando demasiado por variables ocultas. Tal vez –recalcó mirando fijamente a Kyle–, debiéramos subir las apuestas.Entonces Kyle realizó su gambito. Movió la pieza de sacrificio, ejecutando el próximo paso de su intrincada danza de sorpresas.Les ofreció la inmortalidad.Dejó caer aquella promesa de eternidad entre nosotros de una forma casi ofensiva, impúdica, empapada en la propia mística del concepto. Mientras contemplaba nuestros atónitos rostros nos reveló que los genes de la Emperatriz poseían mecanismos proteosómicos que permitían transcribir características genéticas alienígenas en el ADN humano: hibridaciones de hiperlongevidad celular, impensables para nuestra ciencia gerontológica; nucleosomas sintéticos capaces de potenciar indefinidamente la coraza telomérica en nuestras células, evitando la degradación cromosómica y la acumulación de daño en el genoma que nos conduce al envejecimiento y la muerte.La alienígena convertida en un instrumento de inmortalización humana... demasiado hermoso y extraño para creerlo. Ninguno de nosotros creyó a Kyle; así que se sometió al scan, durante horas, con el instrumental de la Escher y bajo el disciplinado escrutinio de Xing Jian, nuestro especialista en biología molecular. Esperamos, en total suspenso, hasta que Xing Jian emergió del lab y nos mostró las pruebas en PV: los ciclos celulares del soma de Kyle eran perfectos, su organismo estaba indefinidamente protegido contra el envejecimiento. Kyle no mentía. En Tantalus, alguien le había modificado el ADN con genoma de la Emperatriz, y ahora era un inmortal.En aquel punto Xing Jian mencionó algo que ya todos dábamos por sentado: valía la pena arriesgar la vida por robar la inmortalidad.«¿Y a quién diablos le importa la inmortalidad?», recuerdo que exclamó exasperado Washowski. Al igual que Kyle, sólo quería vengarse de los militares, y el golpe a Tantalus se había convertido para él en una perfecta metáfora de desafío y castigo.Tuve una intensa discusión con Kyle, más tarde en mi camarote. Le grité durante un extenuante choque de voliciones. ¿Por qué me había ocultado la inmortalidad? Pero él me aplacó con palabras y caricias; desvirtuó mi furia a través de su toque personal, eclipsando mi voluntad con la misma facilidad que reconducía mi placer.El plan cristalizó dos días después. Había mucho por hacer. Nicco, Antonio y Xing Jian se marcharon a Tesla para preparar el equipo de adecuado. Washowski no confiaba del todo en los datos de Kyle y contrató a tres mercenarios clónicos para reforzar la tropa. «Más músculos y agallas», dijo. Dejé a Kyle con un artesano embriológico de Mann construyendo la jaula de contención para trasladar a la alienígena, y me marché a Mundo Dobrinia para hacer los arreglos del salto.Aún recuerdo aquella semana en Dobrinia, luchando a diario con el síndrome de abstinencia provocado por la ausencia de Kyle, mientras negociaba el desplazamiento oculto de la Escher con un elegante ejecutivo del Conglomerado de Transporte Tupolev. Caía una nieve ligera sobre Nueva Gorla; cristales de hielo manchados por la acción de aerosoles industriales que entristecían la escasa claridad de la luz invernal. La presencia de Kyle seguía alojada en mi mente mientras discutía con el hombre sobre puntos de recogida, rutas de salto, combinaciones de hiperportales y cargueros interestelares.El primario G 1-845, donde estaba el laboratorio Tantalus, era una insignificante enana marrón con un extenso anillo central de asteroides y un par de superjovianos, bastante alejado del tráfico habitual entre las estrellas. Las naves civiles tenían prohibido el acceso al sistema, excepto algunos grandes conglomerados mercantes que tenían franquicia para utilizarlo como vía de enlace con otros soles. A mí sólo me preocupaba ingresar en el sistema sin ser detectados, pues la Escher disponía de su propio hiperimpulsor para salir de allí, tan pronto tuviéramos la alienígena.Cerramos el trato. Dentro de dos semanas, un convoy de mercantes formado por doce cargueros-robot de la Tupolev utilizaría los hiperportales de acceso a G 1-845 como parte de su ruta interestelar habitual. En un compartimiento del último buque iría mi nave escondida, y luego un programa semi-autónomo abriría una compuerta durante tres minutos para que saliéramos. Lo que sucediera después sería asunto mío, me aseguró el ejecutivo.Regresé a Mann, hice varias llamadas. Tenía dos compradores del Núcleo esperando por la mercancía. El artefacto de contención para la Emperatriz estaba listo, y el resto de la tropa estaba de vuelta. Washowski había traído a sus tres mercenarios adicionales: altos y pelirrojos, aumentados, clones de combate del tipo Rino provenientes de Shannon. Silenciosos y atentos a los detalles, enlazados neuralmente al sistema comando de Washowski; guerreros de diseño, listos para entrar en acción.Nos pusimos en marcha, en dirección a un astropuerto de mercantes y balizas en Altair, donde estaba nuestro punto de encuentro con las naves Tupolev, y le dimos una última ojeada a la operación. Afuera, las estrellas permutaban sus sitios en la trama celeste mientras el convoy saltaba a través del portal, y yo me hundía una vez más en el tipo especial de intimidad que me suministraba Kyle; su aliento cálido sobre mi piel, y el aire cargado de ese vigor eléctrico que me golpeaba como una droga.Dos hipersaltos más tarde, la Escher abandonó el carguero, y el anillo de asteroides de G 1-845 apareció ante nosotros como un océano monocromo de hielo y rocas. Tardamos cuatro días en encontrar al Tantalus, pero allí estaba, perfectamente oculto en la oquedad de un asteroide, justo donde Kyle había anunciado que estaría. Mi nave se convirtió en un pez rémora, enmascarándose en una roca a cincuenta kilómetros del objetivo.Había llegado el momento de pasar a la acción. Bajé al hangar y vi a mi gente introduciéndose en el compartimiento de Washowski; portando su extraño armamento y ataviados con corazas de buckyesferas de alta compresión, parecían máquinas de guerra realimentadas por la adrenalina.Kyle no me miró. Estaba conectando su cabeza a una línea de interfaz con Washowski; algo sobre coordenadas y sistemas modulados. Su rostro carecía de expresión, como si la cercanía de su meta lo hubiera vaciado de emociones. No pude ver sus ojos.El Halcón partió, y yo me quedé en la Escher. Washowski activó los escudos miméticos, y su piel de metalofullerenos se convirtió en una sombra contra el campo de asteroides. Centré los ópticos en el Tantalus, y esperé.Pasó una hora, la más larga de mi vida. De repente el Halcón volvió a ser visible, abandonando la estación, adquiriendo velocidad y dirigiéndose directamente a la Escher. En ocho minutos estarían aquí. Por primera vez tuve verdadero miedo de que algo hubiera salido mal. Dudé unos instantes; tenía deseos de romper el silencio de comunicación que habíamos acordado, pero sabía que Washowski no se dejaría abordar por nadie que no fuera de los nuestros, hubieran tenido éxito o no. Me armé de paciencia.Tres minutos antes de que arribaran, activé los impulsores de maniobra y abrí las compuertas del hangar; lista para salir a escape. El ordenador de vuelo estaba calculando el microsalto hasta el portal más cercano de salida de G 1-845, cuando los ópticos me informaron que una pequeña monoplaza acababa de abandonar Tantalus. Maldije; yo no tenía artillería para contraatacar.Y entonces el sistema de comunicaciones comenzó a aullar en el puente de mandos; pulsos compactos en una desconocida codificación militar. Intenté ignorar la probable amenaza de la estación, pero el ordenador ya había descifrado la señal y la conectó a los altavoces. No era una amenaza, sino una advertencia; la voz ronca, jadeante, de uno de los mercenarios clónicos de Washowski.El desastre me alcanzó en retrospectiva. Muertos, todos estaban muertos. «Ese jodido chico de ustedes nos ha traicionado», recuerdo que gritaba el mercenario. Tardé unos instantes preciosos en darme cuenta que se refería a Kyle. Me paralicé. Si Washowski no respondía era que Kyle había logrado anularlo de alguna forma; recordé a Kyle conectándose al Halcón. «Washowski también está muerto», me dije.Las luces del panel me dijeron que habían atracado en el hangar. Kyle fue el primero en salir. Detrás de él apareció aquella enorme criatura insectoide, de cabeza indescriptible, que parecía haber escapado del enfermizo viaje onírico de un diseñador de pesadillas: hexápoda y acorazada, su cuerpo era un exoesqueleto segmentado con extraños élitros negros brotando hacia atrás como una capa orgánica.Pulsé los mandos de microsalto hacia el hiperportal más cercano, y salí corriendo del puente en busca de un arma.Mientras yo corría por los pasillos, mi amante me confesaba la verdad a través de los altavoces.Kyle me había mentido desde el principio. No era xenólogo militar, ni genetista; ni siquiera un mercenario que jugaba para alguna facción pirata o megacorporativa. Era aún peor. No era humano. Al menos no en el sentido en que me había contado. Los Langostas habían hecho experimentos con material genético humano, porque estaba en su naturaleza o porque así emprendían la guerra. Habían creado clones transgénicos humanos, criaturas híbridas atadas a los protocolos feromonales del nido Langosta.Mi amante era uno de ellos: un esclavo absoluto del linaje ancestral de su clan; una pieza transhumana del séquito capturado, que, al parecer, había conseguido escapar de Tantalus, y, desde entonces, maniobraba desesperadamente para liberar a su regenta. Más allá de la eficiente autonomía básica de Kyle, era la Emperatriz quien conmutaba los circuitos límbicos de aquel íncubo alienígena que me había envenenado de placer.Me había utilizado de lo lindo, y por mi culpa Xing, Antonio, Nicco y Washowski estaban muertos ahora. Pero no le permití llegar hasta el final de su juego. Lo encontré en los pasillos de la nave, mientras él me buscaba a mí, y le disparé en el pecho toda la carga energética de mi arma. No me detuve a mirar el azul vidrioso de sus ojos muertos; la criatura espeluznante llegaba por un corredor, cortándome el camino hacia el puente de mandos.Me escabullí aterrorizada.Hasta que terminé escondida como un animal temeroso en el entramado de climatización de la nave, pensando en él una vez más, en sus absurdas promesas de eternidad, en la mentira codificada que había sido su existencia. Eso resumía a Kyle: un mecanismo bioquímico, un constructo humanoide programado para pulsar reflejos atávicos.Aunque, desde luego, ahora tampoco habrá inmortalidad para Kyle.El ruido de la Langosta ha cesado, y mi miedo parece haberse esfumado también; tal vez su influjo feromonal ha terminado por tener éxito en mi organismo. Sigo sin distinguirla en la obscuridad. Sin embargo, puedo sentir que está ahí fuera, esperando. Es un espectro paciente, pero el tiempo se le acaba.La Escher ha saltado y ahora se encuentra en tierra de nadie, varada.La Emperatriz y yo nos encontramos en el mismo dilema: sin mí no puede hacerse con los controles de navegación, y necesita largarse con los suyos cuanto antes. Y yo no puedo vivir autoconfinada para siempre. Así que debo tomar una decisión. Tarde o temprano todos tenemos que enfrentamos a nuestros demonios.Regresar a casa significa enfrentar a un monstruo alado que me espera en las tinieblas; quebrar la ilusión de la pesadilla, escapar del encierro, para siempre. Nunca se sabe.Me incorporo en silencio. Tomo un largo aliento, como si fuera a sumergirme en un lago profundo y helado. Ajusto los ópticos a su máxima resolución, y comienzo a caminar hacia afuera.Biografía
Nacido en La Habana, Cuba, en 1966 y actualmente residente en España. Es autor de la cuentinovela ciberpunk Nova de cuarzo.
Fue finalista destacado, con la novela corta Signos de guerra, en el concurso internacional de ciencia ficción de la UPC, en el 2000, que organiza anualmente la Universidad Politécnica de Cataluña para los escritores profesionales en lengua inglesa, francesa, española y catalana, en España.Premio Espiral 2000, en las categorías de relato corto con Fragmentos de una fábula posthumana, de mejor antología con Horizontes probables y de mejor colección de relatos con Nova de cuarzo, en La Habana, Cuba.2do lugar en el concurso Cuasar-Dragón-2000, en La Habana, Cuba.1er Premio de ciencia ficción, en el Concurso Internacional Terra Ignota 2001, con el relato El correo González, en México.Nominado para el Premio Ignotus 2002 en la categoría de novela corta, por Signos de guerra, en España.1er Premio en el III Certamen de Relato Breve Carmelo González Oria, en Huelva, con el relato Némesis, en 2002, en España.Finalista del Concurso Internacional Terra Ignota 2002 en la categoría de ciencia ficción con el relato largo La mente araña, y con el cuento Ciudad Cristal (escrito en colaboración con Ariel Cruz Vega), en México.4to lugar en el concurso internacional de ciencia ficción UPC-2002 de Barcelona, con la novela corta Hipernova, en España.Entrevistado en Radio Contrabanda (Radio P.I.C.A.) de Barcelona, donde participó en el programa "Ciencia Infusa", dedicado a la literatura de ciencia ficción.Autor invitado a la mesa redonda "Fantasía y proyecto en la ciencia ficción escrita en castellano", en el evento Semana Negra de Gijón 2001.Entrevistas para diferentes periódicos de Asturias durante el evento Semana Negra de Gijón 2001, en España; para el documental del realizador canadience Gregory Barker-Greene, de Imagekraft, para la televisión de Toronto, durante la Semana Negra de Gijón 2001, en España; para un documental sobre la Semana Negra de Gijón, hecho por la periodista Gabriela Salmón, y para la Universidad de Frankfurt Johann Wolfgang Goethe, en 2001, en España; así como para la revista La Voz, con motivo de haber ganado el Primer Premio de Relato Corto Carmelo González Oria 2002, en España.