JADE AZUL (Edward Bryant)
Publicado en
diciembre 18, 2011
Y este ― dijo Timnath Obregon ― es el dispositivo que inventé para modificar el tiempo.
El cuarteto de damas borrosas y decadentes del Círculo de Estetas del barrio del Cráter hizo una serie de sonidos de aprobación: el susurro de un viento seco recorriendo con su soplo las láminas de un libro de arte muy agotado.― El tiempo en persona. ― Fascinante, de veras.― Muy fascinante.La cuarta dama no dijo nada, pero hizo un mohín con los labios y clavó una mirada coqueta en el inventor. Obregon desvió la vista. Se preguntaba cómo había llegado a ganarse tamaña admiración. Empezaba a desear que las damas lo dejaran en paz en su laboratorio.― Estimado señor Obregon ― dijo la que había estado callada hasta entonces ― usted no tiene idea de lo mucho que apreciamos esta oportunidad de visitar su laboratorio. Este distrito de Cinnabar se está poniendo aburrido. Es un alivio grande encontrar una personalidad como la suya.La sonrisa de Obregon fue algo forzada:― Se lo agradezco, pero mi fama podría ser sumamente transitoria.Cuatro caras se volvieron hacia él, arrobadas.― Mi EAP... ― empezó diciendo el inventor, pero se corrigió al notar el concierto de cejas enarcadas ―... bueno, esa es la sigla, bastante poco ingeniosa, por cierto, que inventé para mi Elevador Artificial de Probabilidades. Parece ser que el dispositivo está a punto de ser inventado simultáneamente, o, lo que es mucho peor, antes, por un rival del Instituto Tancarae. Un tal doctor Sebastian Le Goff.― ¿Entonces esa máquina todavía no está... digamos, totalmente inventada?― No está totalmente desarrollada. No, me temo que no.Obregon creyó oír que una de las damas emitía un pss de desaprobación, algo que hasta entonces había creído que sólo aparecía en la literatura.― Pero está muy, muy cerca de su terminación ― se apresuró a agregar ―. Vengan por aquí, por favor, permítanme que les muestre. No puedo ofrecer una demostración completa, por supuesto, pero...Les dirigió una mirada compradora.Obregon se sentó frente a esa columna de cristal que iba desde el piso hasta el techo que era el EAP.― Estos son los controles. El teclado sirve para programar los cambios de probabilidad.Golpeó el tablero con el dedo índice y la columna tomó un color anaranjado fluorescente.― El dispositivo está alimentado inductivamente por los corrientes de tiempo, que convergen en remolino hacia el centro de Cinnabar.Volvió a presionar con el dedo y la columna recobró su transparencia.― Me temo que es todo lo que puedo mostrarles por ahora.― No deja de ser bonito.― Pienso que el azul habría sido mucho más atractivo.― Hablando de eso, ayer encontré una tela color zafiro para cortinas que es un amor.― Nos encantaría tomar una taza de té, señor Obregon.― Por favor, señoras. Llámenme Timnath.El inventor se dirigió hacia una red de tubería plástica que había sobre un mostrador antiséptico. ― Yo acostumbro tomar té, así que instalé este aparato para prepararlo al instante. Descorrió un panel blanco y sacó de su interior cinco tazas de doble asa, muy finas.― La mezcla de hoy es Black Dragon Pekoe, ¿A todas les gusta?Cabezas que asienten, leve crujido de hojas muertas.― ¿Crema y azúcar?La alta:― Crema de cabra, por favor.La baja:― Dos terrones de azúcar, por favor.La más desteñida de todas:― Nada, gracias.La coqueta:― Leche de madre, si es tan amable.Obregon marcó las combinaciones correctas en el panel de hacer té e hizo girar las tazas bajo la canilla. Desde atrás una de las damas le dijo: ― Timnath, ¿qué piensa hacer con su máquina?Obregon vaciló.― No estoy seguro, en realidad. Siempre me gustaron las cosas tal como son. Pero inventé un modo de cambiarlas. Tal vez sea simple curiosidad.Luego se dio vuelta y sirvió el té. Se sentaron y bebieron a pequeños sorbos y hablaron de la ciencia y del arte. ― Estoy convencido de que la ciencia es un arte. ― dijo el inventor― Sí ― dijo la coqueta ―. Supongo que usted le presta poca atención a las aplicaciones prácticas o comerciales de la tecnología.Le sonrió detrás de sus dedos ahuesados.― Sí, algo así. Hay muchos que me consideran un diletante en el Instituto.La alta dijo:― Creo que es hora de irse. Le agradecemos mucho que nos haya permitido esta intrusión, Timnath.Fue un placer. Arrojó su taza contra el piso de mosaicos. Sus compañeras la imitaron.Sobresaltado por una despedida tan abrupta, Obregon casi se olvida de romper su propia taza, semivacía. Permaneció de pie amablemente mientras las damas desfilaban delante de él en dirección a la puerta. Tenían un porte asombrosamente uniforme, todas con su vestido marrón y Timnath recordó los ñandúes resurrectrónicos que había admirado en el Club de Historia Natural.― Fue un placer ― repitió la alta.― Eso. (La baja).Sale la coqueta:― Tal vez volvamos a vernos pronto ― dijo sin quitarle los ojos de encima.Obregon desvió la vista murmurando alguna cortesía.La cuarta dama, la única cuyos rasgos no parecían solidificados en gelatina, se detuvo en el umbral. Se cruzó de brazos de modo tal que las manos tocaran sus axilas y saltó una y otra vez sacudiendo sus miembros truncos y gritando: ¡Cra! ¡Cra! La puerta blanda se cerró con un puf.Desconcertado, Obregon sintió la necesidad de otra taza de té y se sentó. Había un pequeño cilindro en la mesa. Podía tratarse de un tubito de pomada para los labios. Al parecer se lo había dejado alguna de las visitantes. Lo levantó, curioso. Era muy liviano. Desenroscó uno de los extremos; estaba vacío. Obregon llevó el objeto a la altura de su nariz.Tenía el olor acre característico de una emulsión de yoduro, de plata.― Parecería ser un cartucho de película vacío ― dijo Obregon en voz muy baja.El grito de un niño en la noche de un niño. Un bienestar, envolvente y ronroneante. La soledad de pesadillas y el mundo al despertar y la frontera incierta entre sueño y vigilia. Un tranquilizador felino.― No llores, hijito. Te tengo abrazado y te estoy meciendo.George sepultó su cara en la suave piel azul que absorbía sus lágrimas.― Jade Azul, te quiero.― Ya lo sé ― dijo la madregata suavemente ―. También yo te quiero. Ahora duérmete.― No puedo ― dijo George ―. Me van a atrapar nuevamente. El tono de su voz se hizo más agudo y su cuerpo se agitó inquieto. George se aferró al cálido lomo de Jade Azul.― Me van a atrapar en la sombra y alguien me va a sujetar contra el piso y va a venir él y...― Son sólo sueños ― dijo Jade Azul ―. No pueden hacerte daño.Sentía en su interior que estaba mintiendo. Con los dedos de la pata acarició la cabeza del niño y volvió a estrecharla contra su cuerpo.― Tengo miedo ― la voz de George tenía a un dejo de histeria.La gobernanta acomodó la cabeza del muchacho.― Vamos, bebe.Sus labios encontraron el áspero pezón y chuparon instintivamente. La leche de Jade Azul, dulce, narcótica, lo calmaba, y él tragaba lentamente.― Jade Azul... ― su susurro era casi inaudible. ― Te quiero.El cuerpo tenso del niño empezó a relajarse. Jade Azul lo acunó suavemente, enjugándole cuidadosamente el delgado hilo de leche que se escapaba de la comisura de los labios. Después se echó y estrechó al niño contra su cuerpo. Pasado un rato también ella se durmióY se despertó con alerta nocturna. Estaba sola. Con un soplido de rabia, que se apuró a controlar, se abrió paso desde la camas puso todos sus sentidos en tensión y captó un sutil aroma de miedo, y el suave roce de algo rengo sobre baldosas, el rápido destello de una sombra sobre otra.Una silueta negra, vanamente antropomórfica, se movió en la oscuridad del vano de la puerta. Se escucharon algunas palabras, pero tan tenues que se parecían más bien exhaladas que pronunciadas.― Ya no hay nada que hacer, minina.Una boca se abrió y sonrió sarcásticamente: ― Es nuestro, gata.Jade Azul aulló y saltó con las garras extendidas. la silueta de sombra no se movió; chirrió y se rió cuando la madregata la hizo jirones. Grandes pedazos de sombra, livianos como ceniza, flotaron por la habitación. La risa burlona se desvaneció.Se detuvo en el umbral con los flancos palpitantes para tomar aliento. Sus enormes ojos sin pupilas se esforzaban por descifrar la poca luz disponible. Las orejas aguzadas se inclinaban hacia adelante. La casona estaba tranquila, salvo...Jade Azul bajó rápidamente al vestíbulo, sorteando con toda facilidad las masas irregulares de escultura inerte. Corría en silencio, pero en su mente:¡Gata estúpida! Esa sombra era un señuelo, algo para distraerle.
Mujer imbécil! El chico está a mi cuidado.
Encuéntralo. Si le pasó algo me castigarán.
Si le pasó algo me mataré.
Un ruido. El cuarto de jugar.
No podían haberío llevado muy lejos.
¡Esa perra de Mereille! Podría desgarrarle la garganta.
¿Cómo pudo hacerle eso?
Ya estamos cerca. Despacito.
Las dos hojas de la puerta del cuarto de juegos estaban entornadas. Jade Azul se deslizó por entre los bordes de ambas, adornados con tallados barrocos. Era una habitación amplia que reflejaba toda una época de la infancia: caballos de juguete con ojos de vidrio, infinidad de estantes con cubos a medio reunir, hileras de libros, de cintas, de cajas de letras, pelotas, palos de béisbol, criaturas que perdían su relleno, instrumentos de tortura, tableros de juegos, un espectrómetro infrarrojo. La madregata se movía cuidadosamente a través del laberinto de los recuerdos de George.En un claro del rincón más alejado lo encontró.Yacía sobre su espalda, con los brazos abiertos como las alas de un águila, forcejeando débilmente para deshacerse de grilletes intangibles. A su alrededor se amontonaban las sombras movientes, oscuras formas demoníacas. Una de ellas se agachó sobre el niño y restregó sus labios de sombra sobre la carne.La boca de George se movió y maulló débilmente, como un gatito. Levantó la cabeza y miró, más allá de las sombras, hacia Jade Azul.La madregata controló su primer impulso frenético y prefirió caminar rápidamente hacia la pared más cercana para encontrar el interruptor de la luz. Apretó el recuadro y brilló una débil luminosidad en las paredes. Presionó más y la luz se hizo intensa, y luego enceguecedora. Las verdaderas sombras se desvanecieron. Las bamboleantes criaturas de sombra se deshicieron en hilachas como las telas mal tejidas y desaparecieron. Jade Azul sintió un principio de dolor en sus retinas y bajó la luz a un nivel soportable.George estaba tirado en el piso, semiinconsciente. Jade Azul lo levantó con facilidad. Sus ojos estaban abiertos y sus movimientos eran bruscos y erráticos, pero parecía no tener nada. Jade Azul lo meció contra su cuerpo y recorrió el largo vestíbulo camino al dormitorio.George no tuvo más sueños en el resto de la larga noche. En una oportunidad, ya próximo a despertarse, se movió y tocó ligeramente los pezones de Jade Azul.― Gatita, gatita ― dijo ―. Gatita linda.Sombras más amistosas se cernieron sobre ambos hasta el amanecer.Cuando George se despertó sintió que una arena de grano grueso le raspaba el interior de los párpados. Se frotó con los puños, pero la sensación persistió. Tenía la boca seca. Se pasó la lengua por el paladar, para ver qué sentía: parecía de plástico tramado. No sentía ningún gusto. Se estiró, se retorció; las articulaciones le dolían. El síndrome era familiar: el residuo de malos sueños.― Tengo hambre.Se recostó contra el raso azul arrugado. Había un dejo de queja en la voz.― Tengo hambre.Ninguna respuesta. ― ¿Jade Azul?Tenía hambre y se sentía un poco solo. Esas dos condiciones eran complementarias en George y ambas eran omnipresentes. Sacó los pies de la cama. ― ¡Frío!Se calzó un par de zapatillas de felpa y, con el resto del cuerpo desnudo, se dirigió al vestíbulo. Esculturas que se estaban despertando o a punto de despertarse le hicieron una inclinación de cabeza cuando pasé junto a ellas. Un David estilizado bostezó y se rascó la entrepierna.― Buenos días, George.― Buenos días, David.La réplica de una odalisca del Tercer Ciclo lo ignoró, como siempre.― Puta ― masculló George.― Maricón ― se burló la estatua de la Victoria Rampante.George hizo como que no la veía y pasó de largo muy apurado.¡El abstracto Grupo de Revoltosos trató de darle ánimos, pero fracasó miserablemente.― Mejor, cállense ― dijo George ―. Todos ustedes.En algún momento las esculturas quedaron atrás y George empezó a recorrer una galería con artesonados en las paredes. La galería describía una curva de Klein en su tramo final, se retorcía sobre sí misma y terminaba en el laboratorio de Timnath Obregon.Las luminosas paredes perladas desembocaban en la puerta entreabierta. George vio flamear un guardapolvos. De repente fue consciente de lo silencioso de sus pasos. Sabía que debía anunciarse. Pero precisamente entonces alcanzó a oír el diálogo:Si por lo menos volvieran sus padres... tal vez eso lo ayudaría.La voz era ronca y alargaba las vocales: Jade Azul. ― No hay ninguna posibilidad ― dijo la voz de tenor de Obregon ―. Están demasiado cerca del Centro de la Ciudad en estos momentos. No podría ni siquiera empezar a contar los años subjetivos antes de que regresen.George se quedó de, otro lado del umbral escuchando.La voz de Jade Azul se quejaba:― Pero, ¿no podrían haber encontrado un momento más adecuado para la segunda luna de miel? O tercera, o cuarta, o lo que sea.Un encogimiento de hombros verbal:― Después de todo son investigadores con una vocación muy especial. Y las maravillas que hay en el centro de Cinnabar son legendarias. No los puedo culpar por la excursión. Ya hacía bastante que vivían en este grupo familiar.― ¿Por qué no te vas a la mierda, humano idiota? Estás racionalizado.― No exactamente. La madre y el padre de George son personas con sentimientos. Tienen derecho a hacer su propia vida.― También tienen responsabilidades.Pausa.― Merreile, esa putita...― No podían saberlo cuando la contrataron, Jade Azul. Sus... sus rarezas, digamos, empezaron a manifestarse cuando ya hacía meses que trabajaba como gobernante de George. Y ni siquiera entonces podían preverse las consecuencias últimas.― ¡No podían saberlo! No se preocuparon por saberlo, querrás decir.― Es un juicio demasiado duro, Jade Azul.― Escucha, mala imitación de un criterio amplio. ¿No puedes entenderlo? Son la gente más egoísta que existe. No quieren privarse de nada, no quieren dar nada a su propio hijo.Un silencio de algunos segundos. Luego Jade Azul nuevamente:― ¡Eres un buen hombre, pero tan condenadamente obtuso!― Yo le tengo mucho cariño a George ― dijo el inventor.― Y yo también. Lo quiero como si fuera mi cría. Es una lástima que sus padres no.George fue presa de una emoción ambivalente. Extrañaba tremendamente a sus padres. Pero también quería a Jade Azul. Así que se puso a llorar.Obregon trataba de desenredar una maraña de filamentos de platino.Jade Azul deambulaba por el interior del laboratorio, deseando poder agitar su resto de cola.George terminaba de tomar su leche y chupaba la última miga de bizcocho de la palma de la mano.Un enorme cuervo batió las alas perezosamente a través de una ventana que había en el otro extremo del laboratorio.― ¡Cra! ¡Cra!― ¡Fuera!El inventor chasqueó los dedos y resplandecientes cristales se deslizaron hasta sus lugares correspondientes; las puertas se cerraron; el cuarto estaba sellado.Aparentemente confundido, el cuervo revoloteó en apretados círculos, graznando roncamente.― ¡Jade, pon al chico contra el suelo!Obregon fue hacia el mostrador del EAP y regresó con una ballesta cargada y amartillada. El pájaro vio el arma, dio vuelta rápidamente y se precipitó hacia la ventana más alejada. Golpeó contra el cristal y rebotó.George dejó que Jade Azul lo empujara debajo de una de las mesas del laboratorio.Se oyó un furioso batir de alas cuando el cuervo rebotó contra una pared intentando una nueva acción evasiva. Obregon apuntó fríamente con la ballesta y apretó el gatillo. La flechita de punta cuadrada atravesó al cuervo de lado a lado y se alojó en el techo. El pájaro, con las alas congeladas en la mitad del aleteo, cayó en tirabuzón y golpeó contra el Piso junto a los pies de Obregon. Plumas negras dispersas cayeron como hojas de otoño sobre el suelo.El inventor manipuleó el cuerpo con cautela: no hubo movimiento.― ¡Idiota! ¡Qué manera de subestimarme!Se volvió hacia donde estaban Jade Azul y su sobrino, que salían de abajo de la mesa.― Quizá sea menos distraído de lo que dices.La madregata lamió delicadamente su despeinado pelaje azul.― ¿Te molestaría explicarme todo esto? Obregon levantó el cuerpo del cuervo con el aire de un hombre que levanta un paquete de basura particularmente repulsiva.― Un disfraz ― dijo ―. Un artificio. Si lo disecara apropiadamente, podría descubrir un sistema de espionaje y de grabación muy sofisticado.Sus ojos se toparon con los verdes de Jade Azul. ― Es un espía, ¿comprendes? ― ¡Dejó caer el cadáver en el incinerador, donde desapareció, dejando sólo una llama dorada y un aroma transitorio a carne bien cocida.― Era grande ― dijo George.― Buena observación. Dos metros por lo menos, con las alas extendidas. Es mucho más grande que cualquier cuervo real.― ¿Quién es el que espía? ― preguntó Jade Azul.― Un competidor, un tipo llamado Le Goff, un hombre de ética incierta y escasos escrúpulos. Ayer mandó aquí sus espías para controlar el progreso de mi nuevo invento. Todo fue muy torpe, para que yo me diese cuenta. Le Goff es peor que un vulgar ladrón. Se burla de mí.Obregon hizo un gesto señalando el elevador artificial de probabilidades.― Es eso lo que quiere terminar antes que yo.― ¿Una columna de cristal? ― pregunta Jade Azul ―. ¡Qué maravilla!― Más respeto, gatita. Mi máquina puede corregir el tiempo. Podrá alterar el presente modificando el pasado.― ¿Y eso es todo lo que sabe hacer? Obregon pareció disgustado.― No admito burlas en mi propia casa.― Lo siento, pero sonaba tan pomposo lo que decíasEl inventor forzó una risita.― Sí, supongo que sí. Es Le Goff quien me llevó a esto. Lo único que quise siempre fue que me dejasen en paz para experimentar sobre mis teorías. Ahora siento que me empujan a una especie de confrontación.― ¿A una competencia?Obregon asintió.― Sólo que no sé por qué. Trabajé con Le Goff durante años en el Instituto. Siempre fue un hombre de móviles oscuros.― Tienes buena puntería ― dijo George.Obregon depositó la ballesta sobre el mostrador con cierto aire de orgullo.― Es un pasatiempo, Es la primera vez que practico un blanco móvil.― ¿Puedo probar?― Me temo que eres demasiado chico. Hay que tener bastante fuerza para amartillar la ballesta.― No soy demasiado chico para apretar el gatillo ― No ― dijo Obregon ―. No lo eres.Y agregó sonriendo:― Después del almuerzo saldremos a hacer una recorrida y te dejaré disparar.― ¿Puedo tirarle a un pájaro?― No. A uno vivo no. Tengo algunas imitaciones arriba.― Timnath ― dijo Jade Azul ―. Supongo que no...― No, seguramente no.― ¿Qué?― Tu máquina. No puede cambiar los sueños, ¿no? Papá, mamá, ayúdenme. No quiero tener más sueños. Sólo la cálida oscuridad, nada más, ¿Mamá? ¿Papá? ¿Por qué se fueron? ¿Cuándo van a volver? Ustedes me abandonan, me abandonaron, me hacen daño.Tío Timnath, alcánzalos, tráemelos. Diles que sufro, que los necesito. Haz que me quieran, Jade Azul, méceme, abrázame, tráelos de vuelta ya. No, no me toques ahí, eres como Merreile, no quiero más sueños feos, no me hagas daño, no...Y Merreile entraría cada noche a su dormitorio, a separarlo de sus juguetes Y prepararlo para ir a la cama. Lo iba a desvestir lentamente y a deslizar la camisa de noche sobre su cabeza, luego se sentaría cruzada de piernas a los pies de la cama mientras él permanecía recostado contra la almohada.― ¿Te cuento un cuento antes de dormir? Por supuesto, mi amor. ¿Quieres que te vuelva a contar sobre los vampiros?»¿Te acuerdas de la última historia que te conté, cielito? ¿No? Quizá hice que te olvidaras.Y sonreiría mostrando las tiras de cartílago escarlata en el lugar en que la mayoría de la gente tenía los dientes.― Una vez había un niñito, muy parecido a ti, que vivía en una vieja casona. Vivía solo allí, con sus padres y su gobernante, que tanto lo quería. Bueno, es cierto que había vampiros escondidos en el altillo, pero no parecían criaturas vivas en realidad. Muy raras veces se atrevían a salir de allí, y al chico nunca se le permitía subir. Sus padres se lo hablan prohibido, pese a que el altillo estaba lleno de toda clase de objetos interesantes y deliciosos. La curiosidad del chico crecía y crecía, hasta que una noche se deslizó fuera de su habitación y subió en silencio por la escalera que conducía al altillo, Al llegar al último peldaño se detuvo, recordando la advertencia de sus padres. Luego recordó lo que había oído sobre los extraños tesoros que había allí adentro. Sabía que las advertencias provenían de gente tonta y que había que ignorarlas. Esas barreras están hecha para cruzarlas. Y entonces abrió la puerta del altillo »Adentro había hileras de mesas colmadas con todos los juegos y juguetes que pueda uno imaginar. En el medio había otras más pequeñas repletas de dulces y jarras de bebidas deliciosas. El chico jamás se había sentido más feliz en su vida. Fue entonces cuando salieron a jugar los vampiros. Se parecían mucho a ti y a mí, salvo que eran negros y muy silenciosos, y tan delgados como las sombras.»Se amontonaron alrededor del chico y le susurraron que se uniera a sus juegos. »Lo querían mucho, ya que la gente iba muy poco a visitarlos al altillo. Eran muy honestos (porque la gente tan delgada no puede tener mentiras adentro) y el chico se dio cuenta de lo tontas que habían sido las advertencias de sus padres. Luego se fueron a las mágicas tierras que había en el extremo más alejado del altillo y jugaron horas y horas.»¿Qué a qué jugaban, querido? Te voy a mostrar.Y entonces Mereille apagaría la luz y trataría de agarrarlo.No, no puede cambiar sueños, había dicho Timnath, absorto. Después, mirando a través de los ojos de la madregata como si el jade fuera vidrio, agregó: Dame tiempo; tengo que pensarlo.― ¿Tuviste alguna vez hijos como yo? ― George estaba sentado abrasándose las rodillas. ― Como tú no.― Quiero decir, ¿eran gatitos o más bien bebés? ― Ambas cosas, en cierto modo. O ninguna ― su voz era neutral.― No estás jugando limpio. Respóndeme.La voz del chico era conocedora, petulante de puro experimentada.― ¿Qué quieres saber?Los Puños de George tamborilearon sobre sus rodillas.― ¿Cómo eran tus hijos? Quiero saber qué les sucedió.Un rato de silencio. Algunas arruguitas debajo del labio de Jade Azul, como si sintiera un gusto amargo en la boca.― Nunca fueron de ninguna manera.― No entiendo.― Porque no existieron. Vinieron de Terminex, la Computadora. Vivieron en ella y murieron en ella. Ella puso esas imágenes brillantes en mi cerebro.George se incorporó un poco más; esto era mejor que un cuento a la hora de dormir.― Pero ¿Por qué?― Soy la gobernante perfecta. Mis instintos maternales están aumentados. Tengo las prendas de mi afecto en la mente.Cada palabra parecía tallada con cincel.La petulancia cedió a la compasión propia de un chico.― Eso te pone muy triste. ― A veces.― Yo cuando estoy triste lloro.― Yo no ― dijo Jade Azul ―. Yo no puedo llorar. ― Yo voy a ser tu hijo ― dijo George.El vestíbulo de estatuas diurnas estaba en calma. Jade Azul acechaba las sombras, tratando de percibir los sonidos tenues, los olores y las diferencias de temperatura más sutiles. Los minutos que pasaban la frustraban y enloquecían, también las muchas noches de vigilia, y la amenaza de que la traicionará el cuerpo. De nuevo en busca del niño perdido.Y esta vez no estaba en el cuarto de juegos. Los caballos de madera sonreían estúpidamente.Tampoco en los veinte salones grises donde los antepasados de George permanecían silenciosos en embalsamada vigilia desde los nichos empotrados en las paredes.Tampoco en el altillo, polvoriento y lleno de telarañas.Tampoco en el comedor, ni en el invernadero, ni en las cocinas, ni en el acuario, ni en la biblioteca, ni en el observatorio, ni en el cuarto de estar, ni en los armarios de la ropa blanca. Ni... Jade Azul pasó corriendo por la galería y leves indicios justificaron su impulso. Corrió más rápido y cuando se abalanzó hacia el codo que llevaba al laboratorio de Timnath Obregon, tenía el estómago revuelto.La puerta se entreabrió al tocarla. El laboratorio estaba iluminado a medias por las distorsionadas luces amarillas de Cinnabar.Sucedieron varias cosas a la vez.Frente a ella, una figura alarmada levantó la vista desde la consola del EAP de Obregon. Un rollo de cinta métrica cayó estrepitosamente sobre los mosaicos.Del otro lado del laboratorio un conjunto de siluetas sombrías que se contorneaban suspendieron el acto que estaban realizando sobre el cuerpo acostado de George, y miraron hacia la puerta.Una especie de pájaro chillón bajó revoloteando desde el techo y atacó a Jade Azul en los ojos.La madregata se agachó y sintió que unas garras abrían inofensivos surcos sobre su pelaje. Rodó sobre el lomo y atacó, con las garras extendidas. Rasgó algo pesado que chilló y le abofeteó la cara con las plumas de sus alas. Y supo que podía matarlo.Eso hasta que un pie calzado con botas le aplastó la garganta. Entonces Jade Azul miró por encima de esa especie de pájaro que todavía se debatía a quien quiera que fuese que había estado examinando el invento de Obregon.― Lo siento ― dijo el hombre ―. Y apretó más. ― ¡George! ― su voz sonaba estrangulada ―. ¡Socorro!Y luego la bota se hizo demasiado pesada como para dejar pasar una sola palabra más. La oscuridad se hizo intolerablemente densa.La presión cedió. Jade Azul no podía ver pero ― dolorosamente ― pudo volver a respirar. Podía oír, pero no lograba saber qué significaban los ruidos. Había luces brillantes y estaba la cara preocupada de Timnath y sus brazos que la levantaban del suelo. Había té caliente y miel en un plato. George la abrazaba y sus lágrimas salaban el té.Jade Azul se frotó la garganta con cautela y se sentó; se dio cuenta que estaba sobre una mesa blanca de laboratorio. En el piso, a poca distancia de la mesa, había una asquerosa mezcla de plumas y carne roja y húmeda. Algo que casi no podía reconocerse como un hombre respiró con dificultad, ruidosamente.― Sebastian ― dijo Timnath, arrodillándose junto al cuerpo ―. Querido amigo.Estaba llorando.― ¡Cra! ― dijo el hombre que agonizaba. Y murió. ― ¿Lo mataste? ― preguntó Jade Azul con voz ronca.― No. Fueron las sombras.― ¿Cómo?― Del modo más desagradable.Timnath chasqueó los dedos dos veces y las resplandecientes ratas mecánicas se precipitaron desde las paredes para limpiar la suciedad.― ¿Te sientes bien? ―. George estaba de pie, muy cerca de su gobernante. Estaba temblando. ― Traté de ayudarte.― Ya lo creo que me ayudaste Estamos todos vivos.― Claro que te ayudó, y estamos vivos ― dijo Timnath ―. Por una vez las fantasías de George fueron una ayuda más que un estorbo.― Sigo insistiendo en que hagas algo con tu máquina ― dijo Jade Azul.Timnath miró con tristeza el cuerpo de Sebastian Le Goff.― Tenemos tiempo.El tiempo progresaba en forma helicoidal, y un día Timnath anunció que su invento estaba listo. Llamó a George y a Jade Azul al laboratorio.― ¿Listos? ― preguntó, apretando el botón que iba a poner en marcha la máquina.― No sé ― dijo George, escondiéndose a medias detrás de Jade Azul ―. No estoy muy seguro de lo que está pasando.― Esto te va a ayudar ― dijo Jade Azul ―. Adelante. ― Puedes perderlo ― le advirtió Timnath.― No ― sollozó George.― Lo quiero lo bastante como para eso ― dijo la gobernante ―. Adelante.La columna de cristal resplandeció con un anaranjado brillante. Las ondas de un zumbido muy leve se propagaron más allá del alcance de la audición. Timnath pulsó el teclado: LOS SUEÑOS DE GEORGE SOBRE VAMPIROS DE SOMBRA NO EXISTIERON NUNCA. MERREILE NUNCA EXISTIO. GEORGE ES SUMAMENTE FELIZ.El inventor se detuvo; luego presionó un botón especial: REVISAR.La columna de cristal resplandeció con un anaranjado brillante.Las ondas de un zumbido muy leve se propagaron más allá del alcance de la audición. Timnath pulsó el teclado: LOS SUEÑOS DE GEORGE SOBRE VAMPIROS DE SOMBRA NO EXISTIERON NUNCA, MERREILE NUNCA EXISTIO. GEORGE ES RAZONABLEMENTE FELIZ.Timnath reflexionó; luego apretó otro botón: EJECUTAR.― Listo ― dijo.― Algo nos está abandonando ― susurró Jade Azul. Se oyeron pasos en el porche. Dos personas caminando. Un carraspeo, una tos paterna.― ¿Quién anda allí? ― preguntó Jade Azul, aunque sabía,Fin