UN LLANTO ENTRE CADENAS (Walter Edgardo Eckart)
Publicado en
noviembre 13, 2011
NOTA DEL AUTOREl presente relato no contiene ningún elemento autobiográfico. Sólo describe una dolencia que afecta secretamente a muchas personas en el actual contexto cultural, donde lo que prima es el efectivismo y la "frialdad" como claves de la supervivencia diaria.
Estoy convencido de que –hasta hace un tiempo- padecía de un mal bastante extraño.
Claro, no era nada físico sino más bien... como decirlo... "algo afectivo" ... tal vez.No era una dolencia que pudiera ser medicada, sino una especie de "trabazón" de mi alma... que con el paso del tiempo se fue haciendo más "grave" cada vez.Se que ha muchos les parecerá incluso algo insulso, pero para mí era, ciertamente y en aquellos tiempos, algo extremadamente preocupante.Se también que para varios, lo que sigue no será más que una tontería. No me importa demasiado. Les aseguro que no me va a quitar el sueño...De todas maneras, paso a contarles la historia, porque no vaya a ser cosa de que lo que tengo por narrar le interese por lo menos a "uno" ...Retomando, comienzo por decir que -por supuesto- esta "dolencia", no la tuve siempre...Desde que salí del vientre de mi madre, mi primera infancia, mi primera niñez, mi adolescencia... Bueno, hasta ahí todo normal.Pero me pasó algo curioso, que en su momento me hizo pensar un poco.Siendo ya un joven, tenía yo un perro a quien realmente amaba. Era mi compañero. Tenía una delicadeza y capacidad de comprensión extraordinarias. Conocía cada uno de mis gestos y sabía entenderme rápidamente.Se llamaba Tom, y era un ovejero alemán. Enorme... "morrudo"...Recuerdo que cuando era muy chiquito, en mi afán de que creciera mucho, no me cansaba de darle de comer a cada rato, hasta que un día su "panza" casi reventó... y hubo que hacerle todo un tratamiento para salvarle la vida.Mamá siempre se levantaba primero, muy temprano. Sacaba una silleta afuera y tomaba unos mates.Y mientras mamá "mateaba" el perro, por su parte, recogía uno a uno los huevos del gallinero. Era increíble verlo.Una mañana, cuando también yo ya estaba despierto y junto a mamá, el perro vino, "solicitó" mimos de ambos, salió corriendo hacia la vereda como para dar la vuelta a la manzana.Nunca más volvió...Se había muerto repentinamente... su corazón se detuvo...Nos avisaron los vecinos. Yo fui, lo busqué, lo traje entre mis brazos.Mamá estalló en llantos. Yo sólo lo miraba...Era increíble... No sentía absolutamente nada... sólo lo miraba.Esta fue la primera vez que me sentí "extraño"...Durante algunos días posteriores trataba de ver qué me había pasado para que yo no derramara ninguna lágrima por la muerte de tan querido perro.De todos modos el episodio quedó en el pasado, aunque es cierto que cada tanto, cuando miraba la foto de aquel perro, me venía la nostalgia. Pero jamás sentí que iba a derramar alguna lágrima.En otra ocasión, cuando terminé la facultad y regresé a mi pueblo, mis familiares me hicieron una pequeña fiesta de agasajo.
Fue muy linda. Habían venido algunos tíos, algunos amigos. Todos me saludaban, me palmeaban, me felicitaban y me animaban acerca del futuro.En un momento, en forma inesperada, propusieron un brindis... y brindamos...Después uno de mis tíos tomó la palabra y dirigiéndose a mí, me dijo: Querido sobrino... hoy estamos festejando tu graduación... y ¡Que felices estamos todos...! Pero quiero decirte algo...algo que seguramente ya lo sabés, pero te lo quiero recordar de todos modos.Y prosiguió, mientras trataba de disimular la emoción: Es un triunfo que lo hayas logrado... y que bien nos hace verte feliz,... pero te pido ahora que mires el rostro de tu madre y el de tu padre... ¿No te da la impresión de que están más felices que vos...?Y... ¿sabes por qué están tan felices..? –me preguntó-Están felices no sólo porque te hayas recibido... sino porque al mirarte... bueno... creo que ellos se regocijan hasta el extremo porque te ven y comprenden que su esfuerzo, humilde y hasta secreto, valió la pena.Lo sacrificado del trabajo de tu padre,... el cansancio de tu madre... por tantas horas de estar en aquella máquina de coser, haciendo ropas para otros y ganando apenas algunas monedas...bueno... todo eso ellos entienden ahora que sirvió... que "te" sirvió... y si hoy hablan poco no es porque no tengan nada para decir... sino tal vez porque las lágrimas internas de una alegría tan grande les impiden pronunciar palabra alguna...Por eso, querido, he tomado yo la palabra en este brindis, para tratar de expresarte lo que sé que ellos sienten, y decirte que nunca te olvides de esto... que vivas con dignidad tu profesión y rindas culto a la vida, cada día, a cada instante, por la suerte de tener a cada momento a estos padres que Dios te ha regalado...Y calló... y me brindó un abrazo. Yo se lo agradecí, como también –después- fui hasta mis padres y los abracé con fuerza... una y otra vez...Pero luego... nada...Estaba contento, pero nada de lo escuchado causó efecto alguno en mi. Y ahí, en ese mismo instante, muchas cosas vinieron a mi mente y de alguna forma me pregunté: ¿No siento nada...? ¿Cómo puede ser...? Por un momento quedé un tanto pensativo y me pregunté: ¿Estaré enfermo...?¿Acaso algo anda mal en mi...?Al cabo de unos segundos reaccioné y puse mi mejor esfuerzo por apartar de mi cabeza aquellas ideas... y me dispuse a seguir festejando.Los años, la vida misma, se me comenzaban a pasar.
Ciertamente crecí... maduré, al menos un poco –creo-Había puesto mi estudio de abogado en mi propio pueblo aunque bastante lejos de mi casa y –risueñamente- era considerado como uno de los "doctores" de la comunidad.Hasta mi novia me cargaba por ello, porque me decía sarcásticamente que yo era "todo un personaje" en aquel lugar.Aunque al principio me había costado un poco, gradualmente me fui haciendo de una "clientela" considerable... en fin... no me podía quejar... las cosas para mí estaban marchando bastante bien.Dentro de algunos meses me casaría –ya lo teníamos programado- y por esto, justamente, tenía un poco de apuro en terminar mi propio hogar.Una vez venía del trabajo (contaba yo entonces con unos veintisiete años) y al llegar a casa la encontré toda cerrada. No estaban ni mi madre, ni mi padre, ni mi hermana menor. Extrañado pregunté a una vecina si sabía qué había ocurrido. Me contestó que mi madre había sido llevada al sanatorio...El pueblo donde vivía tenía sólo un sanatorio, así que de inmediato me dirigí hacia allí, con el paso rápido y un tanto preocupado.Llegué, pregunté por la habitación donde podría encontrar a mi madre. La recepcionista se me quedó mirando en silencio sin decir palabra alguna. Al mismo tiempo, sentí que una mano se apoyó en mi hombro. Giré sobre mis talones y me encontré con el rostro demacrado de mi padre. Tenía los ojos un tantos enrojecidos y sólo me dijo: Ella ya no está con nosotros...Me abrazó y también yo a él, y pude sentir como lloraba...Por mi parte, después de algunos minutos, me desprendí de él y me fui afuera, a la vereda.Encendí un cigarrillo y me quedé mirando los autos que circulaban. Pude observar como un ciclista se salvó de milagro de ser atropellado por una camioneta.Con la misma colilla del cigarrillo que estaba terminando de fumar, encendí otro. Y fue en ese momento que mi hermana, también llorando, emergió del sanatorio y se abrazo fuertemente a mi...Yo la acaricie, sequé como pude sus lágrimas y así, abrazados fraternalmente, permanecimos unos minutos. El cigarrillo que había encendido se me cayó de entre los dedos...El momento era doloroso, sin embargo era necesario ocuparse de algunas cosas en forma inmediata.Traté de hablar como pude con mi padre y mi hermana, a fin de ver lo referente al sepelio, a los papeles, y de avisar al resto de los familiares.Una vez que tuve todo más o menos armado en mi cabeza, procedí de inmediato. Lo hice caminando. Fui a la funeraria, luego a la casa velatoria, luego a una cabina pública desde donde informé de tan desgraciada noticia a los familiares más lejanos...En el velatorio, yo estaba sentado en una silla que estaba ubicada junto a la puerta de entrada de la sala. La gente venía, con lágrimas en sus ojos me daba su pésame, me confortaban, luego se dirigían a mis familiares y hacían lo mismo. Finalmente se dirigían al féretro y daban rienda suelta a su dolor al ver a mi madre muerta.Yo... nada...Parecía un simple espectador observando el funeral de una desconocida. Disimulaba, por supuesto, pero en mi interior...nada...Mientras miraba a aquella gente, sólo una pregunta daba vueltas en mi cabeza: ¿Qué me pasa...? Por Dios...¿Qué me pasa...? ¿Qué o quién me hará llorar...? ¿Por qué no puedo hacerlo...? ¿Acaso debo "comprar" lagrimas para mis ojos...? ¿Qué armadura he construido yo mismo en torno a mi corazón, o quién la ha construido por mí...?Y así, ejemplos como estos les podría poner muchos más.
Lo cierto es que la conciencia de lo que me estaba pasando se fue transformando en una especie de trauma. Me sentía "diferente" al resto de cualquier persona...Cada día me convencía un poco más de que padecía algún tipo de enfermedad psicológica...Cada día –por decirlo así- sentía que era –cada vez- un poco "menos humano"...Y así, el trauma, dejó de ser un mero trastorno emocional que causaba en mi una alteración permanente en mi equilibrio mental, y se transformó en una especie de "extrema angustia" que me acompañaba cada uno de mis días, a cada momento...Me comenzaba a auto entender como una persona "prácticamente" carente de la capacidad de sentir las emociones y –sobre todo- de expresarlas externamente...Y todo esto fue creciendo a la manera de una "bola de nieve..."Hasta consulté con un psicólogo...Charlamos varias veces, me dio algunas aproximaciones acerca de cuál podía ser la raíz de lo que me pasaba e incluso me recomendó a un colega suyo "experto en la materia".Lo cierto es que todo esto ciertamente me sirvió para entender mi problemática, al menos en parte, pero... en el fondo... todo seguía igual...Tal vez ahora "sabía" parcialmente lo que me pasaba... pero esto no producía un cambio en mi...Los meses transcurrieron y todo iba peor.
Varios hechos "conmocionantes" siguieron aconteciendo en mi vida, pero mi reacción era siempre la misma... distancia... frialdad...insensibilidad...Cada día me parecía más grave... cada día me sentía más afixiado... cada vez... más cerca del fin...Sí...sentía que –en algún sentido- me estaba muriendo... poco a poco... hasta que ... bueno... ¡¡hasta que el milagro se produjo...!!¡Sí!... fue un milagro...Una mañana, al levantarme, la conciencia de mi mal pareció llegar a su máxima expresión...Me levanté sintiéndome mucho menos que el más despreciable de los insectos... atontado... con profundas nauseas...temblequeando... y –sobre todo- enojado...Levanté mis ojos al cielo y grité al vacío, como nunca lo había hecho antes, con bronca, con impotencia: ¡¡¿Quién ha convertido mi corazón en una piedra...?!! ¿Quién se ha atrevido...? Después, cansado... hasta resignado, me dejé caer, como quién se arrodilla con la cabeza gacha y apenas balbuceaba: Ya no puedo más... por favor...ayúdenme... por favor... no aguanto más...y me parece que me "quebré"...Y cuando salí de esa especie de estado "shock" me di cuenta... me di cuenta... que –increíblemente- algunas lágrimas estaban recorriendo mis mejillas...y entonces... toqué con mis manos mi rostro, como para confirmarlo...y cuando vi que era cierto... que eran lágrimas de verdad...me alegré hasta el infinito..., por tanta alegría que sentí, di "riendas sueltas" a mis flamantes y nuevas lágrimas... y dejé que todo mi rostro de empañara de ellas...y también mi pecho... y las disfruté... y –casi en un acto reflejo- me dije a mí mismo que ya jamás dejaría que nada de lo que me tocara vivir endureciera mi alma hasta el punto de que vuelva mi "corazón" a ser de piedra...¿Vieron...? Fue un relato simple de una situación "simple".
Pero guarda... hay de aquel –como en mi caso- que durante un tiempo perdió la capacidad de sentir... de sentir la ternura o el enojo... la alegría o el dolor... el llanto jubiloso o el llanto del dolor...Fin