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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para dar Zoom o Fijar,
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    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
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    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    EL LUGAR DE TODA MUJER (Bárbara Delinsky)

    Publicado en septiembre 11, 2011

    En 1979, Bárbara Delinsky, esposa de un abogado y madre de tres hijos pequeños, leyó un artículo en el diario Globe de Boston, que trataba acerca de autores de novelas de amor.



    Sintió curiosidad y leyó treinta a lo largo del mes siguiente; después se sentó a su escritorio y escribió una de su propia inspiración. Esta obra se convertiría en la primera de más de sesenta que publicaría en los años subsecuentes.

    Los hijos de Delinsky tienen ahora veintitantos años de edad, pero a menudo vuelven al hogar de Massachusetts donde crecieron: el lugar preciso de su madre como mujer.


    SINOPSIS


    Claire Raphael está saliendo adelante muy bien: el matrimonio, los hijos, un negocio creativo y próspero… hasta ahora ha logrado organizarse para atender todo.



    De pronto, cuando menos lo esperaba, el mundo de Claire cambia por completo.

    Y súbitamente se pregunta cómo podrá reconstruir su vida, encontrar su lugar como mujer.



    CAPITULO I


    Si fuera supersticiosa, habría considerado el olor como un mal augurio. Me había propuesto que la mañana de nuestra partida transcurriera sin problemas y nos encontrábamos en el último minuto. Lo que menos necesitaba era que Dennis se enojara.



    Pero era muy confiada. Al entrar en la cocina ese viernes de octubre, no intuí nada de lo que pasaba en realidad. Todo lo que sabía era que algo andaba mal. Un olor fétido y extraño enrarecía el aire fresco del otoño: el aroma de las hojas crujientes que el viento arrastraba por el patio trasero, una canasta de espigas olorosas recién cortadas.

    Revisé debajo del fregadero, pero ahí el aire olía a limpio.

    No percibí ningún olor raro cuando abrí el refrigerador. A pesar de ello, revisé la leche, el pollo preparado para que Dennis comiera mientras estábamos fuera, el recipiente del queso, donde la envoltura de plástico podría ocultar algo verde y descompuesto.

    Nada.

    Pero el hedor continuaba, un problema más en una semana difícil. Con un esposo, dos hijos y una carrera donde hacía muchos malabarismos, prepararse para viajar representaba un reto, aunque en esta ocasión iba a ausentarme once días, en parte para cumplir una misión aterradora. Mi madre estaba muriendo. Mi equilibrio, precario de por sí, no necesitaba otro desperfecto.

    Después de descartar lo obvio, empezaba a preguntarme si algo no estaría pudriéndose debajo de los tablones del piso, que tenían doscientos años de antigüedad, cuando mi hijo entró sin hacer ruido, iba sin zapatos, sólo con calcetines. Se veía más serio que cualquier otro niño de nueve años, con el cabello despeinado, una camisa de béisbol auténtica de los Medias Rojas y pantalones vaqueros desgastados, pero él era un niño formal bajo cualquier circunstancia, además de muy perceptivo. A pesar de que me había esforzado mucho por restarle importancia a nuestro viaje, sospecho que él intuía cuál era el significado.

    Hizo una mueca.

    ― ¡Uf! ¿Qué es lo que apesta?

    Lo miré con desesperación.

    ―Buena pregunta. ¿Tienes alguna idea?
    ―Pregúntale a Kikit. Ella es la que siempre deja cosas tiradas por ahí. ¿Estás segura de que volveremos a casa a tiempo para asistir a mi entrenamiento el martes?
    ―El avión aterriza a la una. El entrenamiento de fútbol no es sino hasta las cinco.
    ―Si falto al entrenamiento, me enviarán a la banca.

    Tomé el rostro de mi hijo entre las manos. Las mejillas eran tersas como las de un bebé.

    ―La única posibilidad de que faltes al entrenamiento es que el vuelo se demore y si eso llegara a suceder papá o yo hablaremos con el encargado...
    ―Es una regla ―interrumpió Johnny y retrocedió un paso―. Si no entrenas, no juegas. No encuentro mis tenis. ¿Dónde están?
    ―En el pasillo de la cochera. ¿Quieres comer algo? Brody llegará en cuarenta y cinco minutos ―silencio. Ya había cruzado el cuarto pequeño que teníamos para quitarnos la ropa y zapatos mojados, situado fuera de la cocina, y se dirigía a la cochera.

    Aproveché la pausa para gritarle a mi hija menor que se encontraba en el piso de arriba.

    ―¿Kikit?
    ―Está mudando toda su colección de animales salvajes de su dormitorio al estudio ―anunció mi esposo, al tiempo que arrojaba el diario matutino Globe sobre la mesa―. ¿En realidad crees que todavía necesita todos esos muñecos de felpa? ―olfateó y torció la cara―. ¿A qué huele?

    La pregunta sonaba peor al venir de Dennis. En el esquema de nuestro matrimonio, yo era responsable de la casa. Sin embargo, ya no podía seguir buscando. Simplemente no tenía tiempo.

    ―Tal vez sea una rata. El fumigador volvió a cebar algunas de las trampas del sótano.

    Johnny pasó corriendo y exclamó de manera sucinta:

    ―¡Qué asco!

    Sus tenis dejaron un rastro de lodo seco, pero tampoco había tiempo para volver a limpiar el piso.

    ―¿Te preparo unos huevos, Dennis?
    ―No lo sé ―se sentó y abrió el diario.

    Repetí con suavidad:

    ―¿Huevos, sí o no? Dispongo de cuarenta minutos para arreglarme, terminar de empacar e irme.
    ―¿Qué va a pasar con ese olor? No puedo vivir con él once días.
    ―Tal vez se disipe solo ―oré porque así fuera―. Si no, llama al fumigador. El teléfono está en el tablero.
    ―Pero no voy a estar aquí para abrirle. Voy a salir justo después de ti para reunirme con el grupo Ferguson en los Berkshires. Ese fue todo el lío para llevarte al aeropuerto –me lanzó una mirada despectiva―. No puedo creer que te hayas confundido con el servicio de taxis.
    ―No lo hice. No sé qué ocurrió, Dennis. Reservé el transporte al aeropuerto hace dos semanas y tengo el número de confirmación que me dieron para probarlo. Dicen que llamé para cancelar el servicio la semana pasada. Pero no es cierto. Si no hubiera llamado para verificar hace un rato, dentro de una hora todavía estaríamos esperando un taxi que jamás iba a llegar. Por fortuna, Brody puede llevarnos. Y en cuanto a ese olor ―traté de mantenerme tranquila―, pídele al fumigador que venga cuando regreses.

    Extendí la mano para tomar la bandeja de huevos. En el preciso momento en que lo hice, oí unos saltitos que venían de atrás y después la voz de mi hija de siete años, Clara Kate.

    ―Mamá, voy a llevar a Travis, Michael y Joy, ¿está bien? ―me miró y alzó el rostro angelical enmarcado por una mata de rizos castaños sujeta con un broche. Yo tenía el cabello del mismo color, aunque los bellos rizos naturales hacía mucho tiempo que habían desaparecido, víctimas de las tijeras y la secadora.

    Pasé un brazo por el cuello de mi hija y la acerqué a mí mitras batía los huevos.

    ―Pensé que habíamos acordado que sólo ibas a llevar a dos.

    Apoyó la mejilla en mi brazo.

    ―Bueno, eso dije, pero, ¿a quién voy a dejar? Siempre están juntos los tres. Además, quiero que vean a la tía Rona y le levanten el ánimo a la abuela. ¿Cómo es el hospital donde está?
    ―No lo sé. No lo he visto.
    ―¿Todo está reluciente y hay mucho ruido como en el mío? ―sólo las partes donde atienden a las pequeñas que tienen reacciones alérgicas a cosas que se supone no deben comer.
    ―¿Puede hablar la abuela?
    ―Por supuesto que sí ―abrí un paquete de queso cheddar rallado y se lo ofrecí.

    Tomó un puñado.

    ―¿Tiene sondas en la nariz?
    ―No. Ya te lo dije anoche.

    Se llevó el puño a la boca y, al tiempo que mordisqueaba el queso, se liberó de mi brazo.

    ―Papá, ¿por qué no vienes con nosotros?
    ―Ya sabes por qué ―respondió desde atrás del diario―. Tengo que trabajar.
    ―Si tienes que trabajar ―añadió―, entonces ¿por qué pusiste los palos de golf en el automóvil?

    Batí los huevos y el queso rallado, pero con suavidad.

    ―Porque ― respondió Dennis― voy a ir a jugar golf después de que salga de trabajar.
    ―¿Vas a ir por nosotros al aeropuerto el martes?
    ―Claro que sí.
    ―El aeropuerto es enorme, ¿cómo vas a saber a dónde ir?
    ―Yo sé a dónde ir ―repuso él.
    ―Va a estar esperándote ―dije en voz alta mientras ella abandonaba la cocina a saltos. Vertí el batido de huevo en una sartén y coloqué el pan en el tostador.
    ―La información acerca del vuelo y la hora de llegada se encuentra en el tablero ―indiqué a Dennis―. Anoté también los números de Cleveland y, para cuando los niños regresen, todo el programa respecto a quién va a llevar a quién, adónde y en qué día, junto con los números telefónicos.

    Dennis dejó caer el diario; la silla crujió al hacerla para atrás. Se dirigió al tablero que estaba junto al teléfono y emitió una especie de gruñido.

    ―¿Qué? ―pregunté.
    ―Lo mismo de siempre. Creo que necesitamos una niñera. Ya sé que tú opinas que es mejor no tenerla ―agitó la mano impaciente señalando el tablero―, pero esa lista de quién va a llevar a quién, adónde y cuándo es una tomadura de pelo. Incluso cuando estás en casa tenemos problemas. ¿Recuerdas lo que ocurrió la última semana?

    ¿Cómo podría olvidarlo? Kikit y sus amigas tuvieron que esperarme más de una hora después de la clase de ballet porque hubo una interrupción en el suministro de energía eléctrica en la tienda de Essex, donde yo trabajaba en ese preciso momento, y los relojes se detuvieron.

    ―Tienes demasiadas obligaciones ―dijo el pesimista acérrimo.
    ―No es cierto ―respondió la optimista intransigente―, siempre y cuando me ayudes.
    ―Sería mucho más sencillo contratar a alguien para que lleve a los niños.
    ―No les gustaría en absoluto ―repuse, mientras revolvía los huevos―. Ellos quieren que seamos nosotros quienes los llevemos. Yo también. Además, tenemos una niñera para los casos de urgencia, la señora Gimble.
    ―Ella no sabe conducir.
    ―Vive a sólo dos puertas de nosotros y adora a los niños.

    Dennis ―esperé a que alzara la mirada del diario―, vas a ir al partido de Johnny el sábado, ¿verdad?

    ―Si puedo.

    Oh, desde luego que podía. La cuestión era más bien si quería.

    ―Se pondrá muy triste si no vas.
    ―Si se presenta algo que me impida ir, no iré. Yo también tengo un negocio que atender, Claire.

    Tampoco podía olvidar eso, y menos si él insistía en recordármelo tan a menudo. Ni podía puntualizar que, ya que su negocio no era ni la sombra de lo que solía ser, tenía tiempo para ocuparse de sus deberes paternales si así lo decidía, porque Dennis se pondría a la defensiva. Ése no era el momento para volver a insistir sobre el tema. Sólo necesitaba saber que los niños recibirían toda la atención de Dennis en mi ausencia.

    El pan tostado saltó. Unté mantequilla en ambas rebanadas, las coloqué a un lado del plato, serví los huevos en el centro y deslicé el plato por el hueco que había entre Dennis y el diario, Después me dediqué a lavar la sartén.

    ―El partido es a las diez, el sábado por la mañana. Haz tus planes para que el trabajo no interfiera. ¿Lo harás? Johnny necesita que uno de nosotros lo vea jugar.
    ―Dije que lo intentaría ―Dennis advirtió―. ¿Qué es esa peste?
    ―hizo a un lado el diario, empujó la silla y empezó a abrir y cerrar de golpe los gabinetes―. Has estado muy distraída últimamente y no prestas atención a tu casa. Debes de haber colocado algo en el lugar equivocado.

    Era posible. Pero no esperaba que encontrara nada anormal en los gabinetes porque los había limpiado minuciosamente la semana anterior.

    ―Mira ―dijo con disgusto―. Deshazte de esto.

    Una bolsa apestosa cayó en el fregadero. Contenía la mitad de una cebolla putrefacta. No tenía idea de cómo había ido a parar ahí, pero cuando miré de manera inquisitiva a Dennis, él ya retrocedía de la fetidez.

    Tiré la cebolla a la basura.

    ―¿Ves? ―dije con un tono de optimismo―. Tienes talento para encontrar cosas. Mucho más que yo.

    Me lanzó una mirada de irritación antes de continuar con su desayuno.

    BRODY llegó treinta minutos después. Conversó de negocios con Dennis mientras yo terminaba de empacar, tendía las camas y me ponía rápidamente un traje. Consistía en pantalones grises, un chaleco color marfil y un saco albaricoque, que sería ideal para el viaje de negocios que iba a realizar después de mi visita a Cleveland. Más aún, a mi madre le encantaría. A ella le gustaban mucho las cosas finas, le agradaba vérselas puestas a sus hijas, y era comprensible. Sufrió muchas penurias económicas y se sentía complacida al ver que habían quedado en el pasado.

    Una vez que abracé y besé a Dennis y lo dejé agitando la mano para despedirme en el porche delantero de nuestra casa estilo georgiano de Cape Cod, que no se encontraba en lo absoluto en ese lugar, sino en un pequeño poblado al norte de Gloucester, tomamos la carretera exclusiva para viajeros de Boston y nos enfilamos al Aeropuerto Logan.

    Mientras me acomodaba en el asiento de la Range Rover de Brody, exhalé un suspiro.

    ―¿Estás cansada? ―preguntó en voz baja.

    Esbocé una sonrisa y asentí con la cabeza. Sí, estaba exhausta. Y preocupada. En ese momento, también me sentía aliviada de haber dejado atrás a Dennis. Le molestaban mis viajes, los consideraba una imposición en nuestra vida, aun a pesar de todos mis intentos para minimizar los inconvenientes.

    En realidad, no había sido muy difícil convencerlo esta vez.

    Quizá el carácter se le había endulzado. O se sentía mal por lo de mi madre. Fuera lo que fuera, no había habido grandes discusiones.

    ―Eres maravilloso por llevarnos al aeropuerto ―comenté, al tiempo que reclinaba la cabeza en el respaldo. Brody era el director general de mi empresa y su aspecto físico era tan afable como su forma de ser: cabello castaño claro, lentes con arillos metálicos sobre los ojos de un castaño más oscuro, todavía soñolientos. Era sereno, reposado y tranquilo, daba la impresión de ser una especie de bálsamo curativo.
    ―Es un placer ―dijo―. Pienso que Dennis va por buen camino con el asunto Ferguson. La compañía cuenta con una administración sólida y personal muy talentoso. Sólo necesita un poco de capital. Si Dennis lo consigue, será todo un éxito.

    Así lo esperaba. Había tenido tan pocos últimamente que era muy difícil para él asimilar mi éxito en WickerWise, la empresa que Brody y yo habíamos iniciado y habíamos nombrado así por los muebles de mimbre que fabricábamos.

    ―Espero recibir hoy mismo los contratos de la franquicia de Saint Louis ―prosiguió Brody doctamente―. Una vez que la franquicia esté asegurada, podré contratar a un constructor para las obras de renovación. Te enviaré por fax la información a tu hotel. ¿Ya tienes los planes del diseño?

    Toqué el portafolios que llevaba sobre las piernas.

    ―Aún me parece difícil creer que ésta sea la franquicia número veintiocho.

    Habían pasado doce años desde la inauguración del primer establecimiento WickerWise. Esa tienda pionera todavía funcionaba en lo que antiguamente era una estación de bomberos en Essex, estaba a quince minutos de la casa. Se había convertido en el modelo de una cadena de tiendas que se extendía desde Nantucket hasta Seattle. Brody y yo éramos muy estrictos respecto a nuestras franquicias. Todas se ubicaban en construcciones independientes: escuelas viejas, almacenes abandonados, incluso una o dos iglesias en desuso. Esa circunstancia constituía parte del encanto. El resto obedecía al decorado de interiores, apegado a nuestro plan original, y al modo en que pensábamos se debían exhibir los muebles de mimbre que vendíamos. Brody y yo controlábamos esto último también.

    Uno de nosotros dirigía la apertura de cada franquicia y volvía a visitarla por lo menos dos veces por ano.

    Veintiocho franquicias, otra docena de boutiques en tiendas de departamentos para las clases altas, una fábrica de mimbre en Pensilvania, me dejaban atónita. Había sembrado una planta diminuta que florecía exuberantemente.

    ―¿Sabes a dónde vamos? ―Kikit preguntó a Brody.
    ―Creo que a Cleveland ―respondió él, siempre tan paciente, aunque ambos sabíamos lo que venía.
    ―¿Alguna vez has estado ahí?
    ―Ya sabes que sí, Clara Kate ―repuso cumplidamente―. Fui al bachillerato en Cleveland. Ahí conocí a tu padre.
    ―Y a mamá.
    ―También a tu madre. Aunque conocí primero a tu padre. Los dos fuimos compañeros en la fraternidad; después nos graduamos.

    Estudiamos Administración de empresas en universidades diferentes y no nos vimos durante un tiempo.

    ―Seis años.
    ―Conoces la historia mejor que yo.

    Sonreí. Era verdad.

    ―Tú y papá iniciaron un negocio juntos, pero no en Cleveland.

    ¿Conociste a la abuela en Cleveland?

    ―No. No la conocí sino hasta que vine a vivir aquí.
    ―¿Se va a morir?

    Miré con ojos desorbitados. Giré hacia Kikit, estaba a punto de reprenderla por sugerir algo así. Después deslicé la vista hacia el rostro alerta de Johnny y me di cuenta de que ella sólo había expresado en voz alta lo que ambos pensábamos.

    ―No hoy ni tampoco mañana ―Brody contestó por mí―. Pero su cuerpo está muy cansado.
    ―Yo me canso a veces.

    La ese final sonó ligeramente como una zeta, el indicio de un ceceo que sólo surgía en los momentos de tensión. Mencionar la enfermedad tenía ese efecto en ella.

    ―No es lo mismo ―contestó Brody con paciencia―. Tú te cansas como todos. En el caso de tu abuela, es por su edad y por la enfermedad que padece.
    ―Cáncer ―me armé de valor para intensificar la arremetida, y decir la verdad sólo para oír que Kikit continuaba:

    Brody, ¿vamos a ir al circo este año? Tú me prometiste que nos llevarías.

    ―Ya compré los boletos.

    Ella se animó.

    ―¿De verdad? ¿Cuándo iremos? ¿Nos vamos a sentar en medio como el año pasado? Hacía... mucho... frío. Joy ―la hija de Brody, que se llamaba igual que la muñeca de Kikit― va a venir también, ¿si? Quiero otro cocodrilo como Héctor. ¿Me das permiso, mamá?

    ¿Ahora, uno morado? ¡Por favor!

    CONNIE GRANT siempre había sido una mujer de pequeña estatura, pero todo en ella parecía haberse encogido aún más en las pocas semanas desde la última vez que la vi. Talla, color, energía, todo se había reducido. Se encontraba bajo el poderoso efecto de los medicamentos. Entreabría los ojos con mucha dificultad.

    El problema inmediato, explicó el doctor durante una de mis visitas, no era el cáncer, sino el corazón. No era posible pensar en una cirugía. Mi madre estaba demasiado débil.

    Debe de haber hecho un esfuerzo sobrehumano para estar consciente cuando vio a los niños, porque en cuanto Johnny y Kikit salieron con mi hermana, cerró los ojos y permaneció acostada en silencio.

    Abatida, me senté a su lado. Después de unos cuantos minutos empecé a tararear y mis esfuerzos se vieron compensados por una débil sonrisa que esbozó y trató de cantar la letra de la canción. A Connie le encantaba Barbra Streisand. Terminé las últimas notas de The Way We Were y sonreí.

    La sonrisa de ella fue breve y lánguida.

    ―Tanto tiempo perdido ―dijo con voz frágil―. No puedo hacer casi nada, sino estar aquí recostada y pensar. Es muy irónico ―

    suspiró―. Siempre fui tan activa. Es frustrante, todo lo que quería hacer en la vida y no lo hice.

    ―Pero hiciste muchas cosas ―dije―. Desde la época en que murió papá. Tenías dos empleos, trabajabas día y noche.
    ―Nada más daba vueltas por aquí y por allá. Parecía que no iba a poder salir adelante. Como ahora. Empiezo a dominar el dolor y enseguida vuelve a atacarme.

    Me asustó oír su desesperación, me enojó también, porque Connie Grant no merecía morir a los sesenta y tres años. Había luchado mucho y muy arduamente por tener una vida mejor, no se había dado por vencida nunca, ni siquiera cuando vio que las cosas se pusieron más complicadas.

    ―Oh, mamá. Ha habido muchas cosas buenas.
    ―Tú, por supuesto ―volvió a suspirar―. Rona, no lo sé. Tiene treinta y ocho años y parece que va a cumplir doce.
    ―Vaya, pues para ser una chica de doce años es muy precoz. Te ha apoyado, mamá. Mucho más que yo. Ojalá viviera más cerca.
    ―Aun si así fuera, tú tienes una familia. Tienes un negocio.

    Rona no tiene nada. tienes una famil'a. Tienes un negoc'

    ―Tiene amigas.
    ―Que están tan perdidas como ella. Ninguna parece tener rumbo, excepto para ir a la peluquería a arreglarse las uñas.

    ¿Qué haría Rona si no me tuviera cerca? Dos esposos que han llegado y se han ido; no tiene hijos ni carrera. Me preocupa.

    ―Sólo está un poco desorientada. Ya se encontrará.
    ―¿Te encargarás de ella, Claire? ―suplicó Connie, más pálida que nunca―. Una vez que me haya ido, Rona no tendrá a nadie sino a ti.
    ―Haré lo que pueda.
    ―Ofrécele una franquicia.
    ―Ya lo hice. No quiere aceptaría.
    ―Vuelve a ofrecérsela. Malgastará el dinero de Harold en muy poco tiempo ―Connie se hundió más profundamente en las almohadas―. Ahora, cuéntamelo todo.

    Le conté que Johnny cantaba en el coro de la iglesia, acerca de la venta de flores del grupo de Niñas Guías de Kikit y de la tienda de WickerWise que se abría en Saint Louis. Hablé hasta que volví a verla agotada. La dejé descansar y prometí regresar después, a la hora de la cena.

    RONA era sólo dos años menor que yo y tendríamos que haber sido más unidas. No pudimos serlo porque resultaba difícil compartir a Connie. Para mí era muy fácil. Connie y yo éramos tan semejantes que siempre se referían a mí primero cuando se requería hacer comparaciones. Rona era la diferente, la que desentonaba, la que quería la aprobación de mamá y se esforzaba tanto que siempre fracasaba. A pesar de ello, volvía a intentarlo, determinada a hacerlo bien.

    Pensando en salvarnos de la pobreza, Rona se apresuró a casarse a los veinte años con el soltero más rico, el mejor partido que pudo hallar. Tres años y dos amantes después, Jerry se convirtió en su ex esposo. Sin sentirse descorazonada, en particular porque en esa época yo estaba a punto de casarme, encontró al esposo número dos. Harold era el soltero más rico, codiciado y viejo que pudo encontrar, y nunca la engañó. Murió poco después.

    Mis hijos querían mucho a Rona y ella a los niños. Mientras yo visitaba a mamá, Rona los llevó al cine, a las jugueterías, al museo de ciencias, a restaurantes. La necesidad de estar en constante actividad que se manifestaba en desasosiego cuando se encontraba entre adultos, se traducía en energía cuando estaba con los niños. ¿Y por qué no? Ella misma era como una niña cuando estaba con ellos, aunque era la que pagaba todo. Había una cierta rebeldía en su comportamiento con Kikit y Johnny, como si el objetivo no fuera tanto hacer una cosa u otra, sino simplemente hacer lo que yo no haría. Rona podía vivir para complacer a mi madre, sin embargo, le encantaba retarme. Yo era la avara, la autoritaria, la responsable de su angustia existencial más profunda.

    Los niños se reunían conmigo en el hospital dos veces al día, sus visitas eran breves, pensadas para ser ligeras y alegres, pero la fragilidad de su abuela los afectaba. De modo que Rona, sin ningún empacho, se iba con ellos. Mi llegada fue su escape.

    Era el momento para desquitarse.

    Rona no sólo había pasado todos esos días al lado de nuestra madre cuando yo no estaba, sino que le tocó ver una faceta diferente, más sentenciosa de Connie. No la culpaba por querer huir. Si hubiera podido elegir, yo también estaría en otra parte, porque era muy doloroso ver morir a nuestra madre.

    LOS NIÑOS permanecieron en Cleveland hasta el martes y entonces, despedirse de la abuela, fue sólo la primera de nuestras tribulaciones. Llegamos al aeropuerto y nos enteramos que los vuelos se habían demorado debido a las lluvias huracanadas que azotaban la costa oriental. Las salidas se retrasaron una y otra vez. Llamé a Dennis al trabajo, a la casa, una, dos, tres veces y dejé mensajes al no obtener respuesta.

    Johnny empezó a preocuparse por faltar al entrenamiento.

    Kikit empezó a preocuparse de que Dennis no estuviera para recibirlos.

    Yo no me encontraba más feliz que los niños. Para empezar, no me gustaba que viajaran solos por avión, pero cuando sugerí que esperaran a que el tiempo mejorara, quizá hasta la mañana siguiente, Johnny se molestó tanto porque faltaría a su práctica que me di por vencida. Por fin, la línea aérea abrió un vuelo por la ruta de Baltimore. Todo lo que pude hacer fue dejarle otro mensaje a Dennis y poner a los niños en el avión, después de abrazarlos de manera prolongada y obtener la promesa solemne de la sobrecargo de que se los entregaría personalmente a Dennis en Logan.

    Volví al hospital pendiente del reloj y continué tratando de comunicarme con Dennis. No fue sino hasta un poco antes de la hora en que el vuelo original llegaría que pude localizarlo.

    ―¿Estarás ahí por ellos? ―pregunté después de darle la nueva información.
    ―Por supuesto que sí ―respondió el.

    Pero no fue así. Los niños llegaron a Logan a las seis.

    Dennis no llegó sino hasta las seis cuarenta. Aseguró que yo le había dicho que fuera a esa hora.

    No era verdad. Pero era inútil discutir. Todo lo que quería era tranquilizar a los niños lo mejor que pudiera a larga distancia y después me fui a acostar.

    POSPUSE EL VIAJE a Saint Louis hasta el jueves para poder pasar un día más con mi madre. El viernes, Brody y yo nos encontramos en la Feria internacional de muebles para el hogar en Carolina del Norte y trabajé en jornadas de doce horas hasta el lunes para reunirme con todos los vendedores.

    Como un gesto de consideración ante mi angustia por Connie, Brody viajó a Denver y a Nueva Orleáns en mi lugar. Yo viajé a Atlanta y por la noche del martes regresé a Cleveland. Sin importar lo impaciente que estuviera por llegar a casa para ver a los niños, Connie Grant era la única madre que tenía. Había vivido lejos de ella demasiado tiempo. Pronto, eso ya no importaría.

    Los niños se sintieron desilusionados, pero comprendieron.

    Después de todo, acababan de ver a la abuela, sabían lo enferma que estaba. Deseé que su padre hubiera sido la mitad de amable.

    Me obligó a jurar que tomaría el vuelo de regreso a casa el jueves por la tarde.

    ESE ÚLTIMO MIÉRCOLES, mi madre pareció recobrar la fortaleza.

    Insistió en que llamara por teléfono a los niños para hablar con ellos y se desilusionó cuando respondió la contestadora.

    ―Dennis los habrá sacado a pasear ―sugerí.

    La expresión de mi madre se tornó nostálgica.

    ―Son unos niños maravillosos... inteligentes, maduros. Eres mejor madre de lo que yo fui.
    ―No es verdad. Tuve suerte, eso es todo.
    ―Me parece que la suerte no tiene nada que ver. La gente se forja su propia fortuna.
    ―Tal vez en parte, pero no toda. Haciendo a un lado las alergias de Kikit, los dos son saludables. Tienen amigos simpáticos; se desempeñan bien en la escuela.
    ―Bueno, de todas formas, estoy muy orgullosa de ti, Claire.

    Enderecé los hombros.

    ―Yo también estoy orgullosa de mí.
    ―¿Y Dennis lo está?

    No pude mantener los hombros a la misma altura.

    ―Es difícil de decir. No lo expresa con esas palabras.
    ―¿Cómo le va en su trabajo?
    ―Ojalá lo supiera, pero tampoco me dice gran cosa al respecto
    ―vacilé. Me parecía mal quejarme, ya que Connie estaba muy enferma. Pero ella siempre había sido mi caja de resonancia―.

    En ocasiones no lo entiendo. Uno pensaría que querría compartir sus ideas. Tal vez yo no tenga una licenciatura en administración como él, pero tengo intuición para saber qué funciona y qué no. Pero él se reserva todo. Como si no quisiera arriesgarse a que lo desalentara. Aunque no existen muchas probabilidades de que suceda. Durante años y años, evité expresar mi opinión cuando ponía en tela de juicio lo que hacía.

    ―Debiste haber hablado.
    ―Se habría disgustado mucho si resultaba que yo tenía razón y me habría culpado en caso de equivocarme ―sonreí―. De todos modos, Brody tiene muy buena opinión del grupo con el que Dennis se reunió la semana pasada. Con un poco de suerte, Dennis los convencerá de que él es el hombre adecuado para reunir a los patrocinadores que los mantendrá a flote.

    Connie no quiso contradecir mi referencia a la suerte en esa ocasión. Tampoco trajo a colación que yo ya era suficientemente exitosa por propio derecho para no necesitar ni un centavo de lo que Dennis ganaba. Con eso, ambas nos sentimos tan seguras como sólo pueden sentirse quienes alguna vez han caído por la borda de un barco sin un chaleco salvavidas.

    ―No estoy preparada para morir ―dijo ella.
    ―No estoy preparada para dejarte ir.

    Sonrió. La mirada que establecimos fue de adultas, de mujer a mujer, sorprendentemente perspicaz; sentí una oleada de amor y sufrimiento que hizo que los ojos se me humedecieran y se me formara un nudo en la garganta. Más allá del amor y el sufrimiento estaba la admiración. Connie Grant era testaruda.

    Aunque la vida había sido muy difícil, ella siempre había salido adelante. Pero ahora, a menudo el dolor era tan intenso que casi no podía pensar. A pesar de ello, se rehusaba a morir.

    ―Eres una mujer muy obstinada ―musité cuando al fin se desató el nudo que tenía en la garganta y pude hablar.
    ―Bueno, ¿y qué otra alternativa me queda? ―replicó ella con valentía―. ¿El derrotismo? No se puede servir bien la cena a la mesa si uno no sabe nada sobre cocina. Tu hermana Rona jamás aprendió eso.

    Se hundió en la cama, momentáneamente exhausta, para descansar y recobrar las fuerzas. Cuando por fin abrió los ojos, se mostró muy dulce.

    ―Claire, Claire, eres como Kate, mi madre. Ella era ingeniosa. Decidida ―miró a la distancia―. Hay una anécdota.

    Casi la había olvidado. La dulce Kate y sus perlas.

    ―¿Perlas? La abuela Kate era paupérrima.
    ―Era pobre en posesiones materiales, pero no en ideas. Sus perlas eran los momentos buenos, uno hermoso y otro y otro más que caían como cuentas en un hilo fuerte y delicado. Los granos de arena... bueno, ella sólo los hacía a un lado y los olvidaba.

    Solía decir que algunas personas no eran capaces de distinguir y encontrar las perlas entre la arena, o únicamente tenían la fuerza de carácter para quitar la arena de unas cuantas perlas y terminaban sólo con una gargantilla. El collar de tu abuela Kate fue muy largo. El tuyo lo será también. Rona... bueno, Rona nunca ha querido dedicar mucho tiempo a una cosa para crear una perla. Yo ―suspiró― todavía estoy empeñada en enseñarla.

    Ver a los niños y a ti es lo mejor que me puede pasar, Claire.

    Mejor que la morfina, ¿sabes? Vas a venir a verme pronto, ¿verdad, cariño?

    LA ANÉCDOTA DE LAS PERLAS de la abuela Kate fue una de las historias más bellas y filosóficas que mi madre compartió conmigo. Pensé en ella durante el vuelo de regreso a casa el jueves, pensé en mis perlas: momentos familiares maravillosos, tantos que no podía contarlos, instantes de placer y orgullo en el trabajo. De pronto, la incomodidad que había sentido toda la semana se intensificó. Me pareció que tardaba una eternidad en llegar a casa.

    Mí avión aterrizó a tiempo. El conductor estaba puntualmente ahí para recibirme. De manera extraña, mi impaciencia, en lugar de disminuir, se acrecentó. Había estado lejos demasiado tiempo y necesitaba estar en casa, necesitaba acariciar a los niños, necesitaba hablar con Dennis. Mi hogar era como un ancla.

    Solamente necesitaba echar amarras.

    Cuando llegué a la casa eran las cinco y media, la hora exacta en que les había dicho a los niños que regresaría. Me sorprendí de que no se encontraran afuera esperándome, dos hermosas perlas que yo poseía. Supuestamente, Dennis debía haberlos recogido y llevado a casa media hora antes.

    Sin duda, su automóvil estaría estacionado en la cochera a un lado de la casa. Me encaminé a la puerta principal con mi equipaje y tuve que usar mi llave: otra sorpresa. Quienquiera que llegara a casa primero, por lo general, la dejaba sin seguro para que los niños entraran.

    ―¿Hola? ―llamé.

    Esperé oír la alharaca que habitualmente saludaba mi llegada, pero no se produjo; el silencio fue lo que menos me angustió.

    Además de mis propias maletas al pie de la escalera que conducía a la planta alta, reinaba el orden. Por ningún lado estaban los tenis, mochilas y otros objetos diversos que solían apilarse ahí mientras yo no estaba.

    ―Oigan, chicos, ya llegué.
    ―Ya te oí ―respondió Dennis al materializarse en la puerta del estudio a mi derecha. Llevaba en la mano un whisky con hielo.

    Por instinto maternal, o personal, qué importa, sentí una punzada de intranquilidad.

    ―¿Ocurre algo malo? ―pregunté en medio del silencio, al tiempo que comprendí que algo estaba mal y temí, temí que Kikit estuviera enferma, que Johnny hubiera sufrido un accidente, o que Connie hubiera muerto―. ¿Qué sucede? ―insistí―. ¿Acaso se trata de mi madre?

    Dennis apoyó el hombro en el marco de la puerta y sólo negó con la cabeza.

    ―¿Dónde están los niños?
    ―En casa de mis padres.

    Mis suegros vivían un poco más allá de los límites de New Hampshire, a media hora de distancia en auto de la casa. Supuse que habían ayudado a Dennis con los niños mientras yo me encontraba ausente.

    ―¿Quieres que vaya a recogerlos?
    ―No ―su voz sonaba tan extraña como su expresión, más fría y más firme que de costumbre. Recordé de pronto una discusión anterior que habíamos tenido meses atrás. Había empezado de una manera muy agria antes de llegar a una etapa en la que su actitud se volvió idéntica a la de ahora, más fría que de costumbre, más firme que de costumbre, en ella Dennis había sugerido que nos separáramos.
    ―¿Por qué no? ―pregunté entonces, aunque con precaución.

    Bebió un sorbo.

    ―¿Dennis? ―no me gustaba en lo absoluto lo que pensaba o sentía en ese momento. La última vez me había opuesto a la separación, al igual que en ocasiones anteriores, pero él parecía ahora más seguro de sí mismo.

    Sonó el timbre de la puerta. Mi mirada se volvió con rapidez hacia la puerta y luego hacia Dennis.

    ―¿Quién será? ―pregunté al ver que él no mostraba ninguna sorpresa.

    Me hizo una seña con la mano para que abriera la puerta, lo que hice con prontitud. Un hombre de aspecto agradable y edad madura se encontraba ahí.

    ―¿Claire Raphael?
    ―Sí.

    Me entregó un sobre común de correspondencia comercial. En cuanto lo tomé se volvió y empezó a alejarse por la acera.

    Cerré la puerta. Mi nombre estaba en el sobre. El domicilio del remitente decía: "Oficina del Alguacil del Condado de Essex."

    Miré con inquietud a Dennis y abrí el sobre.

    SEGÚN EL ENCABEZADO el documento era una orden temporal emitida por el Tribunal Testamentario y de lo Familiar de la Comunidad de Massachusetts, División Essex. El nombre de Dennis aparecía como el demandante, el mío como la demandada.

    Perpleja, alcé la mirada hacia él; después continué leyendo:

    Hasta la celebración de una audiencia sobre los méritos o hasta nueva orden del tribunal, se ordena que:

    El demandante/padre tendrá la custodia temporal de John y Clara Kate Raphael, los hijos menores de las partes.

    La esposa deberá desalojar el hogar conyugal durante el fin de semana que se inicia de inmediato y hasta el mediodía del lunes

    28 de octubre, fecha en la que todas las partes deberán comparecer para demostrar la causa por la que la orden de custodia temporal y desalojo debe o no continuar. En la fecha mencionada se llevará a cabo una audiencia para determinar la custodia temporal de los hijos y el pago de manutención antes de celebrar un acuerdo definitivo de divorcio.

    La resolución estaba fechada ese día, jueves 24 de octubre, y firmada por E. Warren Selwey, juez del Tribunal Testamentario y de lo Familiar.

    Miré fijamente el documento por mucho tiempo. Todo lo que se me ocurrió pensar era que Dennis estaba jugándome una broma de muy mal gusto para demostrar que detestaba que viajara. Pero el documento parecía auténtico y Dennis no se estaba riendo.

    ―¿Qué es esto? ―pregunté―. Parece la orden de un tribunal.
    ―Qué inteligente ―respondió―. Entablé una demanda de divorcio. El tribunal me concedió la custodia temporal de los niños y te ordena que salgas de esta casa.

    Definitivamente era una broma.

    ―Estás bromeando.
    ―No. El documento lo hace oficial.

    Moví la cabeza para negar. No tenía sentido.

    ―Ésta no es la forma en que se comportan dos personas racionales que han estado casadas durante quince buenos años.

    La gente así se reúne y habla.

    ―Lo intenté. No quisiste escucharme. Tres veces mencioné el divorcio. La última ocasión fue en agosto.

    Se había sentido molesto. Una negociación a la que dedicó mucho tiempo acababa de fracasar. Al mismo tiempo, para agravar su humillación, las cifras del segundo trimestre de WickerWise resultaron mejores que nunca. De manera que había amenazado con mudarse. Hacía eso siempre que se sentía molesto o humillado.

    Yo creía que era parte de un patrón de conducta.

    ―No pensé que hablaras en serio.
    ―Así era. Muy en serio.
    ―Dennis ―alcé la voz. Empezaba a asustarme.

    Él se veía perfectamente tranquilo.

    ―Quiero la casa. Quiero una pensión alimentaría. Quiero la custodia exclusiva de los niños.
    ―¿Qué?
    ―No eres una madre responsable.
    ―¿Qué?
    ―Por todos los cielos, Claire, ¿quieres que te lo diga de manera más clara? Entre tu madre y tu trabajo, te encuentras en una situación de crisis personal. Los niños están sufriendo.
    ―¿Sufriendo? ¿Cómo?
    ―Por un lado, jamás estás en casa. Por el otro, cuando te encuentras aquí, estás tan preocupada por tu trabajo que te olvidas de los niños.
    ―¿Te refieres a la clase de ballet de Kikit? Ya hemos discutido ese asunto más de una docena de veces. Hubo un apagón en la tienda. Los relojes se detuvieron.
    ―¿Qué me dices del accidente que sufriste el mes pasado? El seguro declaró la pérdida total del automóvil. Fue un milagro que los niños no murieran.
    ―Dennis, ese accidente no fue mí culpa. Un hombre que sufría un ataque al corazón en ese momento chocó contra nosotros. La policía estuvo de acuerdo.
    ―Pues el juez no. Él concuerda conmigo en que si hubieras estado más alerta, podrías haberte desviado del camino para no arriesgar la vida de tus hijos, hablando de lo cual, Kikit tuvo un agudo ataque de alergia mientras te encontrabas fuera.

    Sentí una sacudida en las entrañas.

    ―¿Cuándo? ¿Alergia a qué?
    ―El martes por la noche. El guiso que dejaste congelado. ¿Qué le pusiste, Claire? Si alguien se supone que sabe lo que Kikit puede y no puede comer, eres tú, y eso no fue lo peor. No había Epi―Pen. Debes de haberlo dejado en Cleveland.
    ―No es verdad. Empaqué el medicamento. Estaba adentro de su maleta.
    ―No, no estaba. Lo busqué. No había nada ahí y tampoco encontré nada en casa. Cuando llegamos al hospital, estaba casi amoratada.

    Sentí una opresión en el pecho. Eso me quitó el aliento.

    Cualquier ataque de alergia que Kikit sufriera era grave.

    ―Había un antihistamínico y también un frasco de repuesto de Epi―Pen. Siempre tengo medicamento adicional en el refrigerador del sótano. Ya te lo he dicho. ¿Se encuentra bien?
    ―La estabilizaron, pero requirió tiempo. Lloraba por ti, sólo que tú no estabas.

    Me enfurecí de repente.

    ―¿Por qué no me llamaste?
    ―Traté de llamar. Tenías apagado el teléfono celular y la línea de tu hermana estaba ocupada.
    ―Usé mi teléfono. Estaba encendido. Además, la línea de Rona no pudo haber estado ocupada todo el tiempo. Podrías haberme localizado si hubieras querido. Habría tomado un vuelo de regreso a casa enseguida.
    ―¿Ah, sí? Has estado ausente treinta y cuatro de los últimos noventa días. Te fascina salir de viaje. Acéptalo, así es.
    ―No. Y menos cuando uno de los niños está enfermo. En realidad contaste cuántos días me fui, ¿verdad? ¿Cuántos de ellos los pasé cuidando a mi madre? Los habría contado yo misma si no hubiera estado tan preocupada.

    ¡Pobrecita Kikit! Sabía bien cómo se gestaban esos ataques.

    Seguramente había sufrido varias horas de pánico, seguidas por una recuperación física casi inmediata. La emocional no sería ni por asomo igual de rápida. Hasta que pudiéramos identificar qué fue lo que provocó el ataque, tendría miedo de volver a comer. Y yo no había estado con ella. Debió de haber pensado todo el tiempo que su madre la había abandonado.

    Furiosa con Dennis por no haberme puesto al tanto de todo, corrí a la cocina y tomé el teléfono para llamarla a casa de mis suegros. Dennis colgó la línea antes de que pudiera comunicarme.

    ―No lo hagas ―traté de retirar la mano de Dennis―. Necesito hablar con Kikit.
    ―Tienes que ―repuso con una lentitud mortal― irte. Es una orden de un tribunal, Claire. Si te resistes, llamaré a la policía.
    ―No te atreverías.
    ―Claro que sí ―replicó y yo le creí. El rostro de él no dejaba traslucir ninguna calidez, ningún tipo de afecto. Era un completo extraño para mí.
    ―Me asustas, Dennis. Este es mi hogar. ¿Dónde se supone que debo de ir?
    ―Ya pensarás en algo ―repuso con un tono de expectativa extraña, como si supiera algo que yo ignoraba―. ¿Crees que no sé nada acerca de ti y Brody?

    Me quedé perpleja.

    ―¿Brody y yo qué?
    ―Que duermen juntos.
    ―¿Que dormimos juntos? ¿Brody y yo? ―no podía tomar en serio la acusación, era demasiado absurda―. Esto es ridículo, Dennis.

    ¿Qué te pasa?

    ―¿Pensaste que no me daría cuenta? Todo el tiempo lo tocas.
    ―¿Tocarlo?
    ―Una mano aquí, un brazo allá. Y aparte de tocarse, también está la forma en que se miran, la manera en que se hablan.

    ¡Demonios!, si no hacen más que terminar uno las frases que el otro comienza.

    ―Brody es mi director general.
    ―Un arreglo muy conveniente para ti. Como el que la oficina esté en su casa.
    ―La oficina está en su casa ―argumenté― porque tú no quisiste que la instaláramos aquí. Podría haber tenido una oficina perfecta en el ático, pero te negaste. Así que pusimos la oficina en la cochera de Brody. No en su casa. En su cochera.
    ―Todo el tiempo estás en su casa. Usas la cocina. Usas el baño. Estoy seguro de que conoces su habitación al dedillo.

    Casi grité por la imagen tan siniestra y sucia.

    ―Estás totalmente equivocado. No hay nada entre Brody y yo.

    Él es mi director general ―repetí―. Mi socio en la empresa ―me pasé la mano por el cabello, como si eso fuera a arreglarlo todo―. Conoces a Brody desde hace casi veinticinco años. Fue tu socio comercial mucho antes de que yo trabajara con él. Es tu mejor amigo. Es el padrino de nuestros hijos. ¿Qué te pasa?

    ―Esto ―dijo Dennis y golpeó el papel que yo tenía en la mano.

    Cuando retrocedí, se colocó con rapidez frente al teléfono.

    Estaba demasiado aturdida para reaccionar cuando tomó el auricular e hizo una llamada, después me sentí ofuscada cuando dio nuestra dirección y dijo:

    Envíen pronto a alguien ―no fue sino hasta que colgó el teléfono que comprendí lo que había hecho.

    Mi esposo, que me había abrazado y salido a despedirme apenas hacía dos semanas, acababa de llamar a la policía.

    ―Dennis ―traté de combatir el pánico que me invadía―, estás quemando tus naves.
    ―Largo de aquí.
    ―Necesito a los niños, ellos me necesitan.
    ―Me tienen a mí ahora.
    ―¿Ahora? ¿Ahora? ¿De repente? ¿Dónde has estado los últimos nueve años? Quiero a mis hijos.
    ―Díselo al juez el lunes. ¡Quiero que te vayas!
    ―Pero soy tu esposa.
    ―De acuerdo con el tribunal, estamos formalmente separados.

    Tenía dificultad para respirar.

    ―No me importa lo que diga esa orden de la Corte. ¡Lo que me interesa son mis hijos! ―empecé a llorar, sin preocuparme, ni siquiera cuando sonó el timbre. Fui tras él a la puerta―. Son unos niños maravillosos. Bien adaptados y seguros. Son felices. Lo que haces, y la forma en que lo haces, va a arruinarles la vida. ¡Vas a destruirlos, Dennis!
    ―No quiere irse ―Dennis informó al oficial de policía. Era Jack Mulroy. Lo conocíamos y él también a nosotros; vivíamos en una ciudad pequeña.
    ―Pero, soy su madre ―le dije a Jack entre gimoteos y ataques de llanto que no cesaban―. Un juez que no me conoce no puede ordenarme así nada más que abandone mi propia casa y me separe de mis hijos.

    Jack alargó la mano para que le entregara la orden del tribunal que estrujaba dentro del puño. Estiré los dedos y se la di. El entendería, reflexioné. Una vez me había ayudado cuando Kikit sufrió un ataque de alergia grave. Sabía que yo era una persona decente. Sabía que yo amaba a mis hijos y que jamás haría algo que pudiera lastimarlos.

    ―Me temo que va a tener que irse ―dijo.
    ―Pero eso no está bien. No he hecho nada malo.
    ―Tendrá que declarar eso ante la Corte el lunes.
    ―No puedo esperar hasta el lunes. Si lo hago, los niños resultarán afectados ―miré a Dennis―. Tiene que haber otra manera mejor de arreglar esto.

    Cruzó los brazos sobre el pecho.

    ―Dennis ―supliqué.
    ―Por favor, señora Raphael ―pidió el oficial Mulroy―. ¿Son sus maletas? Permítame, yo las llevaré a su automóvil.

    Yo estaba medio histérica.

    ―Mi automóvil quedó totalmente destrozado en un choque.

    Todavía no compro uno nuevo.

    ―Hay uno alquilado en la cochera ―Dennis explicó a Jack―.

    Ayer lo alquilé para ella.

    Jack me tomó del brazo.

    ―Por favor señora, no quiero tener que llamar para que envíen refuerzos ―comentó. Entonces comprendí la realidad de la situación en toda su magnitud.

    Si no me iba por mi propia voluntad, ellos me sacarían de la casa a la fuerza.

    Si me obligaban a irme, Dennis informaría al juez.

    Si eso sucedía, el juez podría creer que estaba fuera de control, si llegaba a convencerse de eso, correría el grave riesgo de perder a mis hijos.

    Brazos, piernas, entrañas, todo me temblaba. Respiré hondo, la inspiración fue en parte un sollozo, y pensé en lo que mi madre me había dicho: "Bueno, ¿y qué alternativa me queda?", había preguntado acerca de tener que enfrentarse a la traición del cuerpo.

    El cuerpo no era el que me traicionaba, sino mi esposo.

    Bueno, ¿qué opción me quedaba? Podía dejar que el pánico se apoderara de mí. Vociferar en contra de un sistema que me obligaba a hacer algo que yo no quería. O podía buscar el remedio.

    No tomé en cuenta a Dennis y le dije a Jack en voz muy queda:

    ―No estoy segura de lo que tengo que hacer. Jamás me había visto envuelta en una situación así.
    ―Es preciso que se vaya de aquí cuanto antes. Eso es lo primero que debe hacer.

    Me puse de rodillas para tomar mi equipaje de mano. Jack tomó la maleta grande.

    ―¿Esto es todo lo que necesita? ―preguntó.

    Asentí con la cabeza. Después de haber sobrevivido con esas dos maletas en los últimos trece días, pensé que podía arreglármelas durante otros tres.

    No miré a Dennis, no hablé con él, no estaba segura de ser capaz de evitar romper en llanto, suplicar o quejarme. Me concentré exclusivamente en llegar al automóvil sin desplomarme y conduje a Jack hasta la cochera.

    El automóvil de alquiler era rojo burdeos. Jack guardó mi equípaje en el maletero. Me coloqué detrás del volante y de un modo u otro me las ingenié para salir en reversa. Me detuve al lado del auto de policía, bajé el cristal de la ventanilla y esperé a que Jack me alcanzara.

    Cuando llegó hasta mí, aconsejó:

    ―Necesita ver a un abogado en cuanto sea posible ―su voz dejaba traslucir una mayor compasión ahora que nos encontrábamos fuera de la casa.

    Un abogado, no se me había ocurrido. Un abogado especialista en divorcios. La idea me estremeció. Sin embargo, primero quería ver a mis hijos.

    Jack rechazó enseguida la idea.

    ―Yo no lo haría. Está muy alterada. Ellos lo percibirán.

    Además, ¿qué va a decirles?

    No sabía lo que iba a decir. Me parecía importante, por el bien de los niños, que Dennis, sus padres y yo coordináramos nuestras versiones, pero no tenía idea de lo que ellos ya les habían dicho.

    Tal vez sea más fácil si los llamo por teléfono ―podría esquivar el asunto, decir que había tenido que quedarme en Cleveland unos días más o algo por el estilo―. ¿Se me permite hacer eso?

    ―La orden del tribunal no lo prohíbe, pero si su esposo no quiere que lo haga, tal vez tenga problemas para que la comuniquen.

    Una vez más sentí que el pánico me invadía.

    ―Soy una madre responsable. Esto es absurdo. Al igual que hablar de divorcio ―miré a la casa, mi casa, de la que había sido expulsada―. Es inconcebible.
    ―Consulte a un abogado. Tiene hasta el lunes para comparecer ante el tribunal. En eso radica su oportunidad de cambiar las cosas.

    ME DIRIGÍ AL NORTE, New Hampshire y hacia los niños. No fue una decisión consciente, el impulso del corazón era el que guiaba al automóvil. Tenía la mente ocupada en reconstruir todo lo que había sucedido en la casa. No fue sino hasta que tomé la autopista que llegué a la parte en la que Jack Mulroy preguntó qué iba a decirles a los niños.

    Entonces me aparté a la orilla de la carretera. De pronto empecé a sudar, a temblar, no sabía a quién acudir o qué hacer.

    Saqué el teléfono celular de mi bolso. Pensé en llamar a mi madre, pero decidí que no podía decirle lo que había ocurrido.

    Estaba muy débil. Si Rona y yo hubiéramos sido más unidas, tal vez la habría llamado. Como estaban las cosas, no me sentía capaz de tolerar que ella se alegrara. Tampoco podía hablar con los niños. No hasta que supiera qué hacer.

    Qué hacer, ¿qué hacer?

    ―¡Auxilio! ―grité. Súbitamente supe a dónde quería ir. Había un solo lugar que era para mí como un remanso de paz, nada más conocía a una persona en la que podía confiar.

    LA CASA DE BRODY era una hermosa construcción de tres habitaciones, al estilo de una cabaña, hecha de tablones de cedro que con el efecto de la intemperie habían adquirido una pátina de color grisáceo. Estaba situada en la costa, en una subida poco empinada de quince metros, que se alzaba sobre la arena y las rocas de la orilla del mar.

    Fue sorprendente, dado el desasosiego que me abrumaba, pero al salir del camino principal, experimenté una sensación de paz.

    Algo alivió la opresión en el pecho y dejó de comprimirme el estómago. Fue una respuesta provocada por el primer crujido de los guijarros bajo los neumáticos. Sólo había tenido buenas experiencias en ese lugar; primero, cuando visitábamos a Brody y, después, al venir a trabajar todos los días. Me encantaba lo que hacía y este sitio cálido representaba el desafío y el éxito.

    La oficina estaba cerrada en ese momento, pero sabía que Brody se encontraba en casa. Los faros delanteros iluminaron la Range Rover estacionada en la cochera descubierta por los lados. Las luces que despedía la casa hablaban por sí mismas. Al bajar del automóvil y aspirar la brisa húmeda del océano, me sentí más segura que hacía unos segundos antes.

    No salió a abrir la puerta. Toqué el timbre una vez más. No me esperaba. No habíamos planeado reunirnos sino hasta la mañana siguiente. Ambos habíamos supuesto que estaría ocupada con los niños y Dennis hasta entonces.

    Ese pensamiento me causó dolor, el repentino retorno a la realidad, a la incredulidad. Con rapidez, antes de romper en llanto justo ahí en los escalones laterales de la casa de Brody, separé la llave de la puerta de las otras en mi llavero y entré en la cocina. Lo primero que advertí fue la calidez. Después percibí el aroma de un guiso que hervía a fuego lento en la estufa. Si Brody había dejado algo cocinándose, era porque había salido a correr.

    Oré porque estuviera a punto de volver, me acerqué al fuego y revolví muy bien el guisado. Trozos y piezas de varias cosas saltaron y volvieron a hundirse en el remolino: pollo, zanahorias, cebollas, champiñones, todo en una salsa roja que olía decididamente a vino de Borgoña y con seguridad estaba delicioso. Brody tenía la extraña virtud de tomar una olla, echar todo lo que se le ocurriera y lograr un plato suculento.

    Había acariciado la ilusión de cenar con los niños esa noche.

    Ahora ni siquiera sabía cuándo volvería a verlos. Me rehusé a dejarme llevar por el pánico. A pesar de ello, sentí un nudo en el estómago.

    Pero el destino estaba de mi lado. En el preciso momento en que mis emociones amenazaban con sublevarse, oí que Brody subía ruidosamente los escalones de madera. Abrió la puerta y entró en la cocina; un atleta alto, un poquitín sofocado y muy sudoroso, que llevaba puestos unos pantaloncillos cortos para correr, una camiseta y esbozaba una amplia sonrisa.

    ―Oye, es fantástico. No te esperaba esta noche ―dijo, pero apenas acababa de pronunciar la última palabra cuando la sonrisa se desvaneció del rostro.

    No tuve que preguntarme por qué. Tenía miedo. Estaba angustiada. No había comido desde el desayuno. Debo de haberme visto como muerto fresco.

    Saqué la orden del tribunal arrugada del bolsillo, se la di a Brody y permanecí cerca de él mientras leía. Tenía el rostro encendido. La respiración continuó agitada. Sentí su calidez.

    Dennis, que se esforzaba por tener una buena apariencia, tenía motivos para recelar de Brody. Tomó sus anteojos de la barra y se los puso en cuanto le entregué la orden judicial. Tenía el cabello lacio, de un suave tono castaño dorado que ya le raleaba. Dos veces al año iba a la tienda de ropa para caballeros más exclusiva de Boston, compraba un traje o dos y un par de atuendos informales, aunque no se preocupaba demasiado por eso. En su tiempo libre, vestía pantalones vaqueros viejos y camisas a cuadros desgastadas. Era uno de los hombres menos vanidosos y más atractivos que conocía. También estaba divorciado. Pero yo no me había ido a la cama con él. Juro que no lo había hecho. Y tampoco había pensado siquiera, si Brody era más atractivo que Dennis.

    El rostro de Brody no transmitió ninguna expresión al principio. Se limpió el sudor de la frente con la manga cuando frunció el entrecejo. Después dijo con esa voz grave tan característica de él.

    ―Tiene que ser una broma, ¿no es cierto?
    ―Quiere el divorcio ―repuse, sintiéndome más tranquila ahora que no estaba sola―. Quiere la casa; quiere una pensión alimentaria; quiere la custodia de los niños.

    Brody parecía tan aturdido que casi lo abracé. Miró fijamente sin comprender la orden del tribunal.

    ―¿Qué juez en sus cinco sentidos podría expedir una orden así?
    ―Uno que ha sido informado de mis innumerables pecados.
    ―¿Qué pecados?
    ―Dennis dice que me encuentro en una situación de crisis personal que interfiere con mis deberes como madre, pero todavía no has oído lo mejor. También dice que tú y yo tenemos un romance.

    Brody echó la cabeza para atrás. No pude decidir si las mejillas se le habían puesto más encendidas, por el color que ya tenían, pero podía haber jurado que hubo algo. Tal vez en los ojos, una punzada íntima. Yo también la sentí. Casi avergonzada.

    ―Dice que tenemos un romance ―musitó―. Eso es para morirse de risa. ¿Qué clase de pruebas tiene?
    ―Tonterías. Que trabajamos juntos, que viajamos juntos.
    ―Está loco. Maldita sea ―parecía acongojado―. Conozco el sufrimiento que provoca un divorcio. Hubiera querido que jamás tuvieras que pasar por algo semejante. Nunca lo quise para Johnny y Kikit ―maldijo en voz baja.
    ―Quiero que me devuelva a mis hijos, Brody. Dennis me hizo sentir como si recibiera mi merecido. ¿Así es? ¿Cómo fue que me equivoqué en todo al tratar de hacerlo bien?

    Brody empezó a pasarme un brazo por el hombro, pero se detuvo.

    Así que lo hice yo misma y deslicé el brazo por la cintura de él. No me importaba si estaba sudoroso. Quería sentir su consuelo. Además, era un gesto inocente.

    Brody me abrazó con fuerza y expresó de manera vehemente:

    ―No te equivocaste en nada. Has desempeñado tres papeles al mismo tiempo y lo has hecho muy bien. Te mereces una medalla.

    Dennis lo sabe. ¿Qué se le metió?

    ―No lo sé. Lo que sí sé es que necesito a un abogado a la brevedad posible. Tengo que comparecer ante el tribunal el lunes para responder a esta acusación ―alcé la mirada hacia él, al tiempo que me sentía al borde de la histeria.
    ―Debes hablar con Carmen Niko.

    La histeria se detuvo. He aquí un nombre. Ya lo había oído con anterioridad.

    ―¿Quién es?
    ―Una mujer. Tiene más o menos tu edad, treinta y nueve, cuarenta años, es muy sagaz y su trabajo le apasiona.
    ―¿Acaso la conozco? ¿Es una clienta?
    ―Salía con ella.
    ―Oh, ya recuerdo. Eso fue hace mucho tiempo ―aunque había sido un romance apasionado y tormentoso de una breve temporada, no sabía con exactitud cómo había terminado. Tampoco Brody me lo habría dicho. Su vida amorosa era una de las pocas cosas prohibidas entre nosotros.
    ―¿Cómo la localizo? ―pregunté.

    Brody se liberó, cruzó la habitación hasta el teléfono y marcó un número. Después de un momento preguntó:

    ―¿Carmen? Habla Brody. Necesito hablar contigo. Si estás ahí, por favor levanta el auricular.

    Contuve la respiración. Eran casi las nueve. Tenía que ver a alguien al día siguiente.

    ―Carmen ―canturreó Brody―, vamos, Carmen. Se trata de una llamada profesional. Es un gran caso.

    Debe haberme visto que me moría por dentro, porque me tomó la mano, se la llevó a la boca y la besó, todo ello me hizo sentir amada y protegida, cosa que necesitaba con desesperación, pero lo que en realidad ayudó fue cuando él dijo, en respuesta a lo que supuse fue un saludo seco de Carmen:

    ―Se trata de un caso sensacional. Exactamente del tipo de los que te gustan. Un marido resentido y menos exitoso entabla una demanda de divorcio en contra de una mujer triunfadora y, además pretende alimentar su ego al exprimirla hasta dejarla sin un centavo. Me refiero a dinero, posesiones y a dos pequeños niños que la aman con locura y, además, pasan mucho más tiempo con ella que con él. Ella regresó hace unas cuantas horas de Cleveland, donde fue a visitar a su madre moribunda y acaba de recibir una notificación del tribunal en la que le ordenan desalojar el hogar conyugal. Tiene hasta el lunes para responder. Le dije que eras la mejor.

    Hizo una pausa, escuchó, todavía me tenía tomada de la mano, por lo que me sentí agradecida. Éste era un terreno completamente ajeno para mí. Si alguien me hubiera dicho veinticuatro horas antes que me vería envuelta en una demanda de custodia, por no mencionar un divorcio tan repentino, me habría reído.

    ―¿Te parece bien a las ocho y media, mañana por la mañana? ―me preguntó Brody.

    Asentí enérgicamente.

    Ahí estará ―dijo al teléfono―. Se llama Claire Raphael.

    ―¿Puedo llamar a los niños? ―susurré.

    Él transmitió la pregunta, escuchó la respuesta de Carmen y asintió con la cabeza.

    ―¿Necesitas algo más esta noche? ―me preguntó.

    ¡Oh, sí! Por supuesto que había algo más. Alargué la mano para tomar el teléfono.

    ―Aguarda un momento, Carmen. Claire quiere hablar contigo.
    ―Hola ―saludé―. Estoy muy agradecida por esto.

    La voz que respondió era gutural y transmitía confianza.

    ―Su caso me parece interesante.
    ―No esperaba nada de esto. Quiero que desaparezca.
    ―Los buenos jamás lo esperan. Son los malos los que traman todas estas maquinaciones.
    ―Dijo que podía llamar a los niños; sin embargo, quiero saber también si puedo verlos. Mi hijo va a participar en un juego de fútbol el sábado. Quiero ir a verlo. Mi hija va a estar ahí.

    Sufrió un ataque de alergia mientras me encontraba ausente, sobre el que no me informaron nada sino hasta ahora. Quiero hablar con ella.

    ―¿Qué saben los niños acerca de la situación?
    ―No lo sé.
    ―Averígüelo, si es posible. No querrá preocuparles. Las llamadas telefoneas son fáciles. Los niños no tienen por qué saber desde dónde llama. Pero si se presenta en el partido de fútbol y después no va a casa con ellos, habrá muchas más cosas que responder.
    ―¿Existe alguna forma de revertir la orden antes del lunes?
    ―Sólo si su esposo hace súbitamente algo que ponga a los niños en peligro. ¿Cree que es factible?

    Quería decir que sí. Él era un padre negligente, pero ¿sería capaz de poner a los niños en peligro? Suspiré.

    ―No lo creo.
    ―Entonces sea paciente. Venga a verme mañana. Planearemos una estrategia.

    HOWARD y Elizabeth Raphael tenían casi setenta años. Les simpatizaba. A menudo sospeché que confiaban más en mi carrera que en la de Dennis. Aun cuando se sintieran culpables por ello, incluso aunque pensaran que era la ocasión de mostrarse más leales con su hijo, sabían perfectamente lo que yo sentía por mis hijos y quería para ellos. Ignoraba lo que Dennis les había dicho respecto a nuestra separación, pero me negaba a creer que pudieran colgarme el teléfono.

    Resultó que no tuvieron la oportunidad. La voz que contestó el teléfono era la de Kikit.

    ―¿Hola?

    El corazón me latía con violencia; los ojos se me llenaron de lágrimas. Oírla era el paraíso.

    ―Hola, cariño.
    ―Mamá ―gritó. Entonces su voz se alejó del auricular para vociferar―: Es mamá, abuela Bess. Te dije que llamaría. ¿Dónde estás, mamá? Tuve un terrible ataque de alergia la otra noche, pero no sé lo que comí. Papá piensa que fue algo que tenía el estofado, pero siempre he comido ese estofado. Tuvo que llevarme al hospital. Johnny no dejaba de insistir en que te llamáramos, pero papá dijo que no iba a dejarme sola para ir a hablarte; cuando llegamos a casa lo intentó, aunque no pudo comunicarse contigo y después me quedé dormida. ¿Dónde estaba mi medicamento, mamá?

    Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, enseguida tomé el pañuelo desechable que Brody me pasó.

    ―No lo sé, nena. Estoy segura de que puse el estuche en tu maleta cuando empaqué tus cosas al salir de Cleveland y había más medicamento en el refrigerador del sótano. Tampoco se que pudo enfermarte. Al estofado no le puse nada nuevo.
    ―Papá se enojó cuando me enfermé.
    ―No, no estaba enojado. Creo que más bien se preocupó. ¿Ya te sientes bien?
    ―Bueno, en realidad no tengo hambre. ¿Dónde estás?
    ―Tienes que comer, cariño. Si tienes miedo, come cosas sin mezclar, como plátanos y huevo. Y pavo. Congelé varios paquetes. Dile a papá que los saque del congelador.
    ―¿Dónde estás?
    ―¿Dónde piensas que estoy?
    ―Papá nos dijo que te habías ido a Santa Fe, pero le respondimos que no tenías ninguna tienda en ese lugar. Él comentó que ibas a inaugurar una. No nos contaste nada ―oí la voz de Elizabeth en el fondo y después la respuesta de Kikit lejos del teléfono―: Pero quiero seguir hablando con mamá. ¿No puedo hablar un poquitín más?
    ―¿Kikit? ―me apresuré a decir antes de que Elizabeth pudiera apartarla de mí―. ¿Te sientes bien del pecho?
    ―Sí. Papá se quedó conmigo todo el día que falté a la escuela.

    Eso era algo, por lo menos. Habitualmente, Dennis se alejaba todo lo que podía cuando los niños se enfermaban.

    ―¿Cómo te va en la escuela, cariño?
    ―Muy bien. Johnny quiere hablar contigo. Obtuvo un sobresaliente en su examen de matemáticas.
    ―Hola, mamá ―saludó Johnny y el nudo en la garganta volvió a formarse.

    Tragué saliva y me llevé el pañuelo desechable a los ojos.

    ―Oye, muchas felicidades. ¿Cuándo les devolvió el examen la señorita Anders?
    ―Ayer. Iba a llamarte anoche, solamente que papá me dijo que el teléfono celular estaba descompuesto y no sabía en qué hotel te habías hospedado. ¿Por qué no nos llamaste?

    Odié a Dennis por obligarme a mentir.

    ―Era demasiado tarde. Hay diferencia de horarios. ¿La abuela preparó la cena?
    ―No. Fuimos a Bertucci's. ¿Te encuentras bien? Parece como si estuvieras resfriada.
    ―No, no tengo gripe. Sólo los extraño a ti y a Kikit.
    ―¿Cuándo vas a volver a casa?
    ―Estoy tratando de arreglarlo.
    ―Aquí está la abuela.
    ―Te quiero mucho, Johnny ―dije antes de que pasara el auricular a la abuela.

    Oí la voz alegre de Elizabeth en la línea.

    ―Vaya, hola, Claire. ¿Cómo estás? Te perdiste de una buena cena. Bertucci's pertenece a una cadena nacional, según creo.

    ¿No has visto alguno en Santa Fe?

    ―¿Claire? ―se oyó la voz de Howard―. Estoy en mi estudio, Claire. Elizabeth, cuelga el teléfono.
    ―Sí. ¡Oh, cielos! ―hubo un jaleo en el fondo―. Espera.

    Kikit volvió a tomar el auricular.

    ―Anoche estuvimos cantando Jeremías era una rana toro y papá fue muy gracioso cuando tuvo que croar, sólo que no fue lo mismo sin ti. Te extraño, mamá.

    La respiración se me cortó nuevamente. Cantar era una característica de los Raphael. Dennis y yo estuvimos un año en el mismo coro que cantaba sin acompañamiento instrumental en la universidad, el último año de él, el primero para mí. Algunos de los primeros recuerdos felices de los niños eran nuestros cantos juntos: a la hora de acostarse, cuando viajábamos en automóvil, en los días de fiesta.

    No lo hacíamos tan a menudo últimamente como solíamos. Dennis estaba fuera, o yo me iba de viaje, o uno de los niños estaba ocupado en otra cosa. A pesar de ello, cantar juntos era especial. En ocasiones, tres de nosotros improvisábamos cuando el cuarto no estaba. Pero esto era diferente. Esta vez, Dennis había cantado con los niños a sabiendas de que estaba a punto de lanzar a su madre de un puntapié de la casa.

    El dolor era atroz. Nuevas lágrimas corrieron por las mejillas. Todo lo que podía hacer era no permitir que Kikit me oyera llorar.

    ―Yo también te extraño mucho, nena.

    Elizabeth volvió.

    ―¡Que tengas un buen viaje, Claire!

    Se oyó un clic y después sólo el leve resoplido de la respiración de Howard.

    ―¿Te encuentras bien? ―preguntó.

    Me quedé pensando.

    ―No, por supuesto que no ―gemí, y tardé un minuto en recobrar la compostura―. Me siento enferma por todo esto. ¿Sabes lo que está sucediendo?
    ―Dennis quiere el divorcio ―hubo una pausa, después añadió renuente―: Mira, Claire, no me agrada el método que eligió, pero Dennis es así cuando decide algo. Se lanza de cabeza.
    ―Lo sé. Lo he observado hacerlo antes y lo he visto fracasar.

    Pero en esta ocasión lo que está en juego es mucho más. Estoy preocupada por los niños. ¿Tienen idea de lo que sucede?

    ―No. Tengo que admitir que ha sido cauto respecto a eso. Va a esperar para decirles todo hasta después de la audiencia del lunes. Confío en que se suavice un poco antes de eso, pero su abogado parece rudo.
    ―¿Quién es el abogado?
    ―Arthur Heuber ―masculló, luego alzó la voz―. Dennis volverá pronto. Debo colgar. Se enojará si piensa que te dije algo.
    ―¿Te contó de qué me acusa?
    ―Claire, no insistas, por favor.
    ―No es verdad, Howard. Tú sabes que adoro a mis hijos.
    ―Supongo que ha sido muy difícil para ti, preocuparse de tu madre y todo eso.
    ―No. Soy perfectamente capaz de manejar la situación. Dennis es el que no puede hacerlo ―tomé aire―. ¿Te dijo lo que piensa respecto a Brody?

    Siguió una pausa y después repuso en voz queda:

    ―Sí.
    ―¿Y tú le crees? Conoces a Brody ―grité.
    ―Tengo que colgar, Claire.
    ―Sólo trato de encontrarle sentido a todo esto, Howard. No sé qué hacer. No quiero que los niños salgan lastimados; son inocentes, ellos no tienen la culpa de nada.
    ―Dennis los ama, Claire.

    Sí, cómo no, se suponía que a mí también me amaba. ¿Acaso no me lo había dicho apenas hacía un mes, el día de mi cumpleaños?

    Me entregó un paquete envuelto para regalo que contenía un par de aretes hechos por un artista que él sabía que yo admiraba, Y sí, había dicho: "Te amo."

    Ahora me preguntaba, ¿qué había querido decir exactamente con esas palabras?

    PASÉ LA NOCHE en casa de Brody, en la habitación que su hija Joy ocupaba cuando iba a visitarlo. Me forzó a comer el pollo al vino tinto y después tomé un baño caliente y prolongado. Con Brody tenía la confianza de despotricar y vociferar, o de sentarme en silencio. Hice las dos cosas.

    Por la mañana, insistió en llevarme a Boston para ver a Carmen Niko y no protesté. Un terrible agujero se hacía cada vez más grande dentro de mí, donde siempre habían estado mi hogar y familia. Me sentía exhausta, vacía, débil y asustada. No estoy segura si habría podido salir adelante sin Brody. Estuve eternamente agradecida por su presencia.


    CAPITULO 2


    Carmen Niko era directa y cálida, no era una belleza en sí, pero en conjunto se veía hermosa. Alta, de cabello oscuro y piel color aceituna, vestía un traje de color calabaza claro y no usaba joyas, salvo unas arracadas de oro.



    Observé el rostro de Carmen mientras leía la orden del tribunal y traté de armarme de valor para cualquier información que pudiera darme sobre eso. Pero ella simplemente asintió con la cabeza cuando terminó y dijo:

    ―Es una orden normal ―y la hizo de lado. Destapó su pluma estilográfica y de manera suave y comprensiva me pidió que le contara lo que había ocurrido el día anterior. Tomó notas mientras yo hablaba, hizo preguntas cuando omití detalles y recapituló cuando terminé. Parecía determinada a enterarse de todo lo que había que saber acerca de mi regreso a casa.
    ―De modo que su esposo sabía cuándo esperarla.

    Asentí con la cabeza.

    ―Con un margen de quince minutos.
    ―Cuénteme acerca del oficial de policía que se presentó. ¿Qué dijo Dennis cuando llamó por teléfono?
    ―"Envíen a alguien de prisa." Eso es todo lo que recuerdo haberlo oído decir.
    ―Pero sólo acudió un oficial que usted conocía, Jack Mulroy.

    Tocó el timbre y esperó a que Dennis abriera la puerta. ¿Llevaba desenfundada la pistola?

    ―¡Dios mío, no! ―tardé un minuto para comprender lo que ella insinuaba―. ¿Cree que les avisó de antemano?
    ―Es posible. En realidad, es muy probable. La reacción normal a un: "Envíen a alguien de prisa" hubiera sido pensar que su hija sufría un ataque, o que alguien había irrumpido en la casa o que tal vez había habido un asalto. Pero no enviaron a una ambulancia o a un equipo de rescate. Mandaron a un patrullero, un sujeto pacífico que la conocía y escucharía.

    Al sentirme humillada, me froté el pecho que ardía.

    ―Salí de aquí hace dos semanas pensando que Dennis me amaba.

    Ahora descubro lo ocurrido: ¡Habló con la policía! Les informó acerca de la orden del tribunal. Les dijo que creía que yo iba a hacer una escena. ―Todo tenía sentido, dado como respondió la policía ―. ¿Por qué lo hizo?

    ―Para hacerla quedar mal ―sugirió Carmen―. Tenemos que descubrir si lo que quiere en realidad es a los niños se trata de algo más. Lo primero que hay que hacer es contrarrestar sus alegatos ―la voz de la mujer era ronca, pero suave, su forma de actuar, serena― ¿De acuerdo? Dígame otra vez los ejemplos que da para demostrar que usted es una madre negligente.

    Repasé la lista y le di argumentos contra cada uno de ellos.

    Al terminar, pregunté:

    ―¿Cómo es posible que un juez tome una decisión así después de oír solamente a una de las partes?
    ―Así es como se acostumbra ―repuso Carmen―. Mi trabajo es asegurarme de que escuche también su versión ―volvió el cuaderno a una página anterior―. ¿Qué me dice del medicamento contra las alergias?

    Eso también me había estado atormentando.

    ―No vamos a ningún lado sin el medicamento. Es un ritual que seguimos por tener una niña con un problema grave de alergia, como leer los ingredientes que contiene cada cosa, comprar el pan sólo en ciertas panaderías. No puede comer mariscos, nueces o apio. Lo más difícil son las nueces. Si están molidas, es imposible distinguirlas. Así que siempre empacamos el estuche con los medicamentos. Contiene un Epi―Pen, para inyectar epinefrina y un antihistamínico oral. Cuando se enferma, el efecto se manifiesta con rapidez. La garganta puede inflamarse y cerrarse por completo en veinte minutos. Estoy absolutamente segura de que empaqué el medicamento, Carmen. Recuerdo haberío colocado en la maleta de Kikit.
    ―¿Quién habrá desempacado?
    ―Dennis ―pero eso significaba que hubiera arriesgado la vida de Kikit a sabiendas. No me atrevía ni siquiera a pensarlo―.

    Tal vez fue Kikit la que desempacó. Quizá sin advertirlo, lo arrojó por ahí en alguna parte. Siempre tengo repuestos, pero Dennis es el tipo de hombre que siempre pregunta: "¿dónde pusiste la leche?" Además, existe el problema respecto a lo que comió. No fue el estofado, de eso estoy segura. Pero dejemos eso de lado. Se enfermó. ¿Por qué no me llamó? No estaba incomunicada. Podía haberme localizado. Todos los demás que quisieron hablar conmigo lo lograron.

    ―Lo que nos lleva a Brody ―dijo Carmen―. ¿Con qué frecuencia habló con él mientras estuvo fuera?
    ―Todos los días. Trabajo con Brody.
    ―¿Lo ama?
    ―¿A Brody? Como a todo el mundo.
    ―¿Pero nunca han tenido relaciones sexuales?
    ―Jamás. Nunca nos hemos besado en los labios. Jamás ha habido nada inapropiado. Dennis se precipita a sacar conclusiones.
    ―¿En alguna ocasión antes de ayer, Dennis la acusó de ser una madre negligente?
    ―No.
    ―¿Alguna vez, antes de ayer ―volvió atrás varias páginasinsinuó que usted se encontraba en "una situación de crisis personal"?
    ―No, y tengo que decírselo, él no pensó en ese término por sí solo. Dennis no lee psicología popular. Alguien más se lo sugirió. Su abogado es Arthur Heuber. ¿Acaso habrá sido él?

    Carmen frunció el entrecejo.

    ―Supongo que pudo haber sido él.

    Señalé la orden del tribunal que se encontraba cerca del borde del escritorio de Carmen.

    ―¿Será que Heuber se encuentra detrás de todo esto? Es un paso tan repentino... Una medida muy drástica ―se me ocurrió una nueva idea―. Si quisiera ser cínica, diría que Dennis me tendió una trampa.

    Esperé que Carmen respondiera que estaba paranoica. En vez de ello, preguntó:

    ―¿Qué le hace pensar eso?
    ―Pequeños detalles. Como el olor en la cocina la mañana que salí de viaje a Cleveland. Hizo todo un escándalo al respecto y después sacó una cebolla putrefacta de un gabinete en el que era imposible haberla guardado, como si supiera de antemano dónde buscar. Y la confusión con el transporte a Logan. Yo lo contraté. Alguien lo canceló ―algo más se me ocurrió en ese momento― y, de manera muy conveniente, él no pudo llevarnos al aeropuerto, a sabiendas de que Brody lo haría, para que también pudiera acusarme de eso. Además, en cuanto al desastre del regreso de Johnny y Kikit de Cleveland, Dennis dice que yo le di información errónea. Tal vez le di bien los datos y él entendió mal.

    Estaba a punto de romper en llanto.

    ―Quiero recuperar a mis hijos. Esto es una pesadilla.

    Nuestras vidas marchaban bien. Dennis nunca fue un padre de tiempo completo. Jamás quiso serlo. ¿Por qué hace esto ahora?

    ―Probablemente por dinero ―sugirió Carmen.

    Me quedé boquiabierta.

    ―Él tiene mucho dinero.
    ―¿Él o usted?
    ―Nosotros. Nuestros ahorros se encuentran depositados en una cuenta mancomunada.
    ―¿Quién gana más?
    ― Yo.
    ―¿Cuánto más?

    Estaba a punto de decir que el doble. Entonces me di cuenta de que me quedaba corta.

    ―Gané más de cuatro veces lo que él recibió el año pasado.
    ―¿Este año será lo mismo?
    ―No. La diferencia será todavía mayor. Él trabaja menos.
    ―¿Por elección propia?
    ―En parte. No tiene que trabajar. WickerWise aporta más dinero del que necesitamos para vivir bien.
    ―¿Cuál es la otra parte?

    Vacilé. Me parecía que no era correcto hablar mal de mi esposo con una extraña. Después me di cuenta de lo absurdo de mi pensamiento, dado lo que él me estaba haciendo.

    ―No es muy talentoso en su profesión ―afirmé―. Tuvo algunos éxitos al principio de su carrera, pero esos triunfos cesaron cuando la economía empezó a declinar. Lo intenta, ahora que el mercado está mejorando, pero no logra que las cosas marchen como solían. Me parece que mientras más desesperado está, peor es su discernimiento.
    ―Veamos ―comentó Carmen―. Repito. Es posible que quiera dinero. Eso es lo que sucede a menudo en casos como éste. El padre utiliza la custodia de los hijos como arma para negociar.

    Tal vez quiera intercambiar la custodia por una pensión alimentaría más elevada.

    ―¡Recibirá el dinero! ―grité―. Todo lo que quiera. No me importa. Si de dinero se trata y puede arreglarse con una llamada telefónica, llame a su abogado.
    ―No es tan sencillo como usted cree. El asunto en el tribunal no fue el dinero. Fue su capacidad como madre. Tenemos que convencer al juez de revertir tanto la orden de custodia temporal como la de desalojo.
    ―Llame a Heuber. Dennis recibirá la cantidad que quiera.
    ―¿Qué ocurrirá si pide la suma de diez millones?

    Mi risa sonó atiplada.

    ―No gano tanto dinero.
    ―Quizá alegue que hay eso y más en WickerWise.
    ―Lo que haya o no en WickerWise no es en efectivo.
    ―Eso no importará si le da carta blanca. Él calculará a qué porcentaje de su empresa tiene derecho porque él es quien se mantuvo a su lado y la ayudó a construirla.
    ―Él no me ayudó a construir nada ―grité―. Siempre tuve que ser discreta y mantener a WickerWise al margen. Dennis ni siquiera sabía que era algo más que un pasatiempo hasta que las utilidades empezaron a acumularse. WickerWise fue creación mía desde el inicio: mi tiempo, mi esfuerzo. No el de él. No tiene derecho a reclamar nada de la compañía.
    ―Si le da carta blanca, eso es lo que hará.

    Guardé silencio en ese momento. La injusticia que esto representaba era abrumadora.

    Carmen me tocó la mano.

    ―Lamento ser tan brusca, pero debe saber que esto no va a ser fácil. Pocos divorcios lo son.
    ―Divorcio ―tragué saliva.
    ―Hacia allá va todo esto. ¿Quiere el divorcio?
    ―Dennis ya entabló una demanda. Me parece que no me queda otra opción.
    ―¿Pero lo quiere?

    Sí, quería el divorcio. Estaba furiosa con Dennis. No, no quería el divorcio. Dennis era mi esposo. Habíamos estado casados quince años. Había habido tiempos muy difíciles. Pero también otros decididamente buenos.

    ―Recuerdo cuando estuve embarazada ―comenté, al tiempo que esbozaba una sonrisa triste―. Dennis se portó maravillosamente en las dos ocasiones. Fue atento. Me enviaba muchas flores sin motivo alguno. Tomó fotografías muy bellas en las que aparezco con la panza. Dennis se dedicaba a la fotografía en ese entonces y era bueno. Hizo que me sintiera bien.

    Dennis podía ser encantador. Tenía ingenio. Cuando quería, era un compañero maravilloso. Sí, en realidad habíamos vivido buenas épocas. Más que eso, había querido para mí y mis hijos lo que yo misma no había tenido. Deseaba con toda el alma que este matrimonio marchara bien.

    ―Medítelo ―aconsejó Carmen. Se puso de pie y dio vuelta al libro de citas que tenía en el escritorio―. Necesitaremos pasar varias horas juntas para elaborar esta declaración jurada. ¿Qué le parece mañana a la misma hora?
    ―Muy bien ―respondí con prontitud. El día siguiente era sábado, fin de semana. Me sentí agradecida de que estuviera dispuesta a trabajar―. ¿Qué pasará con mis hijos? ¿Qué debo hacer?
    ―Nada, hasta que vayamos al tribunal. Dennis vigilará lo que usted haga e informará al juez. En este momento, los niños creen que está en Santa Fe. Llámelos por teléfono. Dígales que los verá el lunes por la noche. Pero, por ahora, por favor respete la orden del tribunal.
    ―¿Como ellos me respetan? ―pregunté resentida.
    ―Los tribunales no son perfectos. Me gusta pensar que la justicia prevalece al final, aunque he tenido algunos casos en los que no sucede así.

    Cambié de posición en mi asiento.

    ―¿Ocurrirá en el mío?
    ―A la larga ―respondió Carmen, con lentitud.
    ―¿Por qué no de inmediato?

    Alzó tres dedos sucesivamente y rezongó:

    ―Dennis Raphael, Art Heuber y E. Warren Selwey. No conozco al primero, pero los otros dos sé que son rudos. Art no es de esos abogados fanfarrones y no habla mucho, pero cuando lo hace, la gente lo escucha. En cuanto al juez, bueno, representa cierto inconveniente.
    ―¿Inconveniente?
    ―El cree que las mujeres deben andar descalzas y estar siempre embarazadas. En lo que a él concierne, mientras más humilde sea la mujer, es mejor.

    De pronto, me sentí abrumadoramente incómoda, crucé las piernas y caí en cuenta de lo que ocurría.

    ―¿Así que el hecho de que sea propietaria de una empresa pujante ya constituía un hecho en mi contra, aun antes de que oyera las otras acusaciones de Dennis?

    Carmen asintió.

    ―Es lo más probable. La segunda esposa de Selwey era abogada.

    Ella dejó de trabajar para tener a sus dos hijos, pero cuando llegaron a la edad escolar, volvió a ejercer su profesión. Ella y E. Warren se divorciaron casi enseguida. Ella lo dejó limpio.

    ―¿Cómo puede ser el titular de ese juzgado? No hay forma de que pueda ser imparcial.
    ―Fue una designación política.

    Descrucé las piernas.

    ―¿Podemos conseguir que otro juez se haga cargo del asunto?
    ―No para el lunes. Selwey dictó la orden. Tiene que ser él quien reconsidere. Pero tenemos un argumento fuerte: que su esposo manipuló los hechos para hacerla aparecer como una madre irresponsable, cuando no es cierto. Haremos nuestro mejor intento.

    Me puse de pie.

    ―¿Y si no da resultado? ―pregunté.

    Ella debe de haber percibido que yo empezaba a darme por vencida, porque su actitud se volvió muy resuelta. Me tomó de los hombros tratando de transmitirme confianza.

    ―Todo va a salir bien, Claire. Si no nos satisface la decisión de Selwey, apelaremos.
    ―¡Pero eso se lleva tiempo!
    ―Si es así, será en beneficio suyo. Déle a Dennis suficiente cuerda y oportunidades y acabará por ahorcarse: se cansará de los niños, de jugar a ser padre. Es un trabajo arduo. Vamos a ver si se sale con la suya.
    ―Quiero a mis hijos el lunes.
    ―Entonces pasaremos el fin de semana trabajando. Reúnase conmigo mañana y traiga los expedientes que tenga. Necesito información financiera acerca de su compañía y la de Dennis.

    También piense en Dennis como padre. Enumere los aspectos negativos. Anote todos los detalles. Nuestro alegato se basará en que Dennis le puso una trampa y que, en realidad, usted es una madre cuidadosa y responsable.

    ―¿Qué ocurrirá en caso de que Dennis y yo lleguemos a un acuerdo antes del lunes?
    ―A pesar de ello, tendremos que comparecer ante Selwey, sólo que sería un proceso más sencillo. ¿Dónde puedo localizarla?

    Estaba a punto de darle el número de teléfono de mi casa, pero entonces caí en la cuenta de que no podía ir allá. Abrí mi bolso y revolví todo para encontrar una tarjeta de presentación.

    ―Estaré en la oficina. Después de eso, en casa de Brody.
    ―¿Se quedará a dormir ahí? ―negó con la cabeza―. No es apropiado.
    ―Ocupo la habitación de Joy.
    ―Eso no importa. Por favor Claire, no corra riesgos.

    Hospédese en un hotel.

    Quise discutir. Quise gritar y vociferar. Quise suplicar a Carmen, decididamente rogarle que me devolviera a mis hijos. No estaba acostumbrada a poner mi destino en manos de otra persona.

    Sustentaba la idea de que si uno quiere que las cosas salgan bien, tiene que hacerlas uno mismo. Brody era de las pocas personas en las que confiaba más que en mí misma.

    ¿Confiaba en Carmen Niko? Parecía tener muchos conocimientos y experiencia; parecía entender mi situación.

    ¿Que si confiaba en ella? Creo que tenía que hacerlo, al menos, por el momento.

    EN SU SENTIDO más simple, la palabra mimbre significa tejido.

    El uso común la ha convertido en un sustantivo que se refiere a los objetos hechos de varas y ramas de sauce flexibles entretejidas alrededor de un marco. Las cestas fueron la primera forma de trabajar el mimbre. De acuerdo con el folclor, los antiguos sumerios fabricaron las primeras sillas de mimbre, cuando, al volver del mercado, se sentían cansados, sacaban las cestas vacías de los costados de los camellos, las colocaban al revés y se sentaban en ellas.

    La silla de mimbre que había inspirado mi amor por ese arte era una mecedora que yo recordaba de mi niñez por haberla visto en el porche delantero de la casa vecina. La familia que vivía ahí era tan pobre como nosotros, sin embargo era más feliz. La risa se oía todas las noches de verano. Desde ahí, se lanzaban besos, sonrisas y agitaban la mano para despedirse. En medio de todo esto se hallaba la mecedora. Tenía cierta exquisitez y transmitía fortaleza. Al mirar hacia atrás comprendí que esa familia probablemente también había tenido sus problemas. A pesar de ello, me aferré a esa imagen. Esa vieja mecedora de mimbre se convirtió en el símbolo de la alegría de vivir.

    Cuando estudié decoración de interiores en la universidad, mi interés por el mimbre cobró una nueva dimensión. Sabía que había llegado a Estados Unidos con los primeros colonizadores y que se volvió muy popular a finales del siglo pasado y principios de éste. También sabía que había caído en desuso durante un tiempo y daba gracias por ello. En el momento en que me inicié en el negocio, descubrí algunas piezas estupendas que se adquirían por una bicoca en los viejos áticos, en los mercados de pulgas y en las ventas de objetos heredados.

    Tenía una gran facilidad para dar un aspecto nuevo a esas antigüedades. Poseía la paciencia necesaria y aprendí la técnica. Con el tiempo logré restaurar el asiento de bejuco de una silla, tejerlo nuevamente y apretar las puntas para terminarlos junto a la parte tallada. Al principio, apenas si cobraba por mi trabajo. En alguna subasta compraba muebles de mimbre que hicieran juego, por ejemplo: una silla, un sofá de dos plazas, un taburete; los reparaba y renovaba por el simple placer de hacerlo.

    Ese gozo jamás se desvaneció. Durante los años en que trabajé como compradora de muebles de una cadena nacional, dedicaba la mayor parte del tiempo libre a comprar y restaurar antigüedades, que después vendía a consignación. Trabajar con el mimbre era como una terapia para mí.

    Todavía era así. WickerWise me seguía dando infinidad de satisfacciones, pero la restauración de antigüedades me producía un gozo aún mayor. Así que había otro beneficio detrás al haber instalado las oficinas generales de WickerWise en la enorme cochera de Brody, pues era lo suficientemente amplia como para dar cabida a las oficinas y un taller; ese taller era todo un sueño. Tenía una luz natural maravillosa, era muy amplio y contaba también con un desván que servía de almacén. Poco a poco lo fui llenando de piezas que compré en mis viajes y las renové una por una. En ocasiones, lo hacía por encargo para algún cliente. Otras veces, lo hacía únicamente para mí.

    Esta era una de esas ocasiones.

    A mi regreso de Boston, busqué con rapidez un hotel para ir a dejar mis maletas. Sabía que si me permitía pensar en lo que estaba haciendo y el porqué, me derrumbaría. Me sentí más segura en cuanto llegué a la oficina.

    Angela, nuestra recepcionista, estaba atendiendo una llamada telefónica cuando entré y movió la mano para darme una entusiasta bienvenida. Articulé en silencio la palabra hola y me apresuré a pasar a la oficina interior que Brody y yo compartíamos. Él había salido a reunirse con el artista gráfico que diseñaba nuestros anuncios, así que disponía de toda la oficina.

    Desesperada por hacer algo respecto al caos que me abrumaba, me dediqué a reunir toda la información financiera sobre WickerWise, pero recopilar la referente al trabajo de Dennis era más difícil. La mayor parte de los documentos estaba en el estudio de la casa: nuestras chequeras, estados de cuenta bancarios, facturas pagadas. Tenía los formularios de las declaraciones de impuestos que habíamos presentado de manera conjunta en abril pasado, por lo que las añadí a los papeles que guardé en un sobre grande de papel amarillo.

    Retomé mi labor de WickerWise y saqué todos los papeles del viaje que traía en mi portafolios. Tenía que revisar ciertos documentos acerca de la posible adquisición de una franquicia en Atlanta y las notas que tomé durante mi entrevista con la persona interesada. Sin embargo, no conseguía concentrarme en nada. Mi mente volvía una y otra vez a Dennis, a Johnny y a Kikit.

    Así que me dirigí al taller, me cambié de ropa y me puse los pantalones vaqueros raídos y el suéter que guardaba ahí.

    Necesitaba realizar alguna actividad física, ver avances, sentirme en control.

    Había dos piezas, un juego de mecedora y mesa, que necesitaban repararse y barnizarse de nuevo. El primer paso sería revisar minuciosamente cada pieza de arriba abajo para buscar entretejidos rotos y eliminar todos y cada uno de ellos.

    Retiré una pieza tras otra de un entretejido roto, tirando de aquí, empujando allá. Deshice la trama con cuidado, al tiempo que quitaba las varitas cortadas en puntos escalonados para lograr una reparación más simétrica.

    ¿Cómo había aprendido a hacer esto? Leí libro tras libro, visité a los expertos y observé cómo trabajaban. Había que seguir un orden para reparar el mimbre, y un patrón: limpiar primero. Quitar lo roto. Remojar las nuevas secciones.

    Entretejerlas con el patrón. Cortarlas cuando estuvieran firmes, lijarlas y barnizarlas.

    Como yo era una persona muy ordenada, me gustaba tener reglas y observarlas, lo que no significa que me conformaba sólo con cumplirlas. Por el contrario, me esforzaba por ser lo más creativa posible y llevar las reglas hasta el límite. Por esa razón, entre otras es que una vez había transformado por completo un moisés victoriano. En el mimbre había ensartado unas cuentas de madera, de diseños y colores brillantes y esos elementos nuevos les fascinaron tanto a mi clienta como a su bebé.

    También era la razón por la que había construido una empresa cuyas ventas brutas ascendieron a veinte millones de dólares el año anterior.

    No había roto ninguna regla. Hacía todo lo que Dennis me pedía como esposa, todo lo que Johnny y Kikit me exigían como madre.

    WickerWise ocupaba un lugar menor, siempre había tenido menos importancia para mí.

    De acuerdo, en ocasiones llegaba tarde, estaba distraída. A todas las mujeres que trabajan fuera de casa les sucede.

    También a todos los hombres. Mis hijos no habían sufrido por ello. Sé que sabían que los amaba.

    ¿En qué me había equivocado?

    CARMEN NO PUDO localizar a Art Heuber sino hasta las últimas horas del día y las noticias que recibió no fueron buenas.

    ―No están dispuestos a llegar a un acuerdo. Dennis planea mantenerse en la posición de que usted no tiene la aptitud para ser una buena madre. Así que necesitamos preparar un caso tan convincente como sea posible. ¿Ya pensó en qué podemos basar la reconvención? ―comentó Carmen.

    Claire suspiró.

    ―La parte acusadora lo que demuestra es insensibilidad, no negligencia absoluta.
    ―Dice Dennis que muchas veces se ausenta. ¿En qué medida se debe al trabajo? ―preguntó la abogada.
    ―Trabajo quince, tal vez veinte horas a la semana. No más.
    ―¿Puede documentarlo?

    Era posible tener acceso a su agenda desde mi computadora, pero no podía creer que hubiéramos llegado a eso.

    ―¿Puede hacerlo, Claire?
    ―Sí.
    ―Entonces hágalo. Y Claire, tenga cuidado con Brody.

    Miré a la puerta del taller. Brody estaba en nuestra oficina, después de haber vuelto hacía un rato. Como Ángela ya se había ido, él fue quien me avisó que Carmen me llamaba por teléfono.

    ―¿Qué significa eso de tener cuidado con él? ―pregunté―. Ya alquilé una habitación en el Royal Sonesta. Me registré. Ahora me encuentro en mi oficina, que casualmente también es la de Brody. No me es posible desterrarle a Siberia el fin de semana.
    ―Tal vez pueda desterrarle a alguna otra parte. Me llamó hace unas horas. Está enojado con Dennis, se siente personalmente traicionado. Quiere hablarle por teléfono. Anda buscando camorra. No se lo permita, Claire. Sólo empeorará las cosas.

    BRODY ESTABA sentado frente a su escritorio y no se sentía nada contento.

    ―No te preocupes ―refunfuñó―. No voy a cometer ninguna estupidez. Estoy furioso con el sujeto, eso es todo ―arrojó los anteojos sobre el escritorio y se pellizcó el puente de la nariz―. Dennis y yo hemos pasado muchas cosas juntos. Jamás habría hecho nada para arruinar su matrimonio. ¿Qué fue lo que vio entre nosotros?
    ―Cercanía, calidez.
    ―También a él le diste cercanía y calidez.

    Tal vez. Tal vez no. Sin duda no del mismo modo. Mi relación con Brody era libre y fácil. Él era ese tipo de persona. Dennis no.

    ―Estábamos casados, Brody. Existen tensiones en todos los matrimonios.
    ―Creo que yo las empeoré. Lo lamento mucho, Claire. Nunca tuve la intención de hacerlo.
    ―Oh, Brody. No hiciste nada. Fui yo ―me apoyé con todo el peso del cuerpo en el marco de la puerta y crucé los brazos con fuerza sobre el pecho―. No presté atención. Las veces que habló de irse, pensé que sólo quería molestarme. Pero por lo que veo ahora debe de haber hablado en serio ―me apreté los brazos―. Sólo es hasta el lunes. Sólo hasta el lunes.

    Debe de haber percibido algo en mi tono de voz, cierto matiz de duda que sólo una persona que me conocía tan bien como Brody podía notar, porque golpeó el suelo con los pies. Se acercó a mí y me abrazó.

    ―Las acusaciones de Dennis son falsas, todas y cada una de ellas ―dijo―. Si quiere el divorcio, dáselo. Pero está loco.

    No le irá mejor sin ti, Claire. Ni en un millón de años.

    EL SÁBADO POR LA MAÑANA me reuní con Carmen. El divorcio no era el motivo principal de preocupación, sino el problema inmediato de recuperar la custodia de los niños. Con ese fin, hizo una gran cantidad de preguntas acerca de mi vida cotidiana, detalles como quién preparaba el desayuno, a qué hora acostumbraba irme a trabajar, quién lavaba la ropa sucia, quién compraba la ropa, quién concertaba las citas con el médico.

    Pero los detalles de la custodia sólo eran una parte.

    ―El juez querrá conocer su estado mental ―mencionó. Nos encontrábamos en su sala de juntas, sentadas a una mesa con toda la información financiera que había llevado y el bloc amarillo omnipresente de Carmen―. Necesitará saber cómo enfrenta la enfermedad de su madre, con qué frecuencia viajará para verla, si está tan preocupada que afecte a los niños.
    ―Por supuesto que estoy preocupada. Es mi madre y padece una enfermedad terminal, pero no me lamento hasta el grado de llegar a obsesionarme. Creo que cuando hago cosas con los niños, mi mente se concentra en ellos. Lo mismo ocurre con el trabajo.
    ―¿Cuándo volverá a ver a su madre? ―Esperaba poder verla cada tercera semana.

    Carmen extendió un calendario sobre la mesa.

    ―¿Qué viajes de negocios tiene planeados?
    ―Nada por el momento. Brody va a recorrer nuestras tiendas en la costa occidental la semana después de la próxima. Tengo intenciones de visitar nuestras cursivas en las tiendas de departamentos justo antes del Día de Acción de Gracias.
    ―¿Puede esperar?
    ―En realidad, no. Nuestras boutíques tienen mucha actividad en la época navideña. Además, hay fiestas y reuniones sociales para recaudar fondos para obras de caridad. Me gusta verificar antes la organización de cada una.
    ―¿Brody no puede hacerlo?
    ―Esa no es su especialidad. Yo soy la artista.
    ―Envíelo en esta ocasión. Me parece que es importante que usted no se aleje.

    Algo parecía no estar bien, algo que no me había dicho.

    ―Pero si vamos ante el tribunal de justicia el lunes y conseguimos que se desestime la orden en mi contra, con eso se arregla el asunto, ¿no es verdad? ¿Cuando menos, el problema de la custodia de los niños?

    Carmen se mostró bastante menos optimista que yo sobre todo el asunto.

    ―Sólo si Dennis cede, pero dudo mucho que lo haga. No le dará la custodia exclusiva; naturalmente no antes de que lleguen a un acuerdo de divorcio. Es posible que acceda a una custodia compartida, pero aun entonces, es probable que el juez solicite que se lleve a cabo un estudio antes de dictar el fallo definitivo.
    ―¿Estudio? ―apreté el puño―. ¿Qué clase de estudio?
    ―De usted. De Dennis. De los niños. Lo realiza una persona nombrada por el tribunal para ser curador ad lítem y representar los derechos de los menores durante el juicio. Es una parte neutral que los entrevista y presenta sus recomendaciones ante el juez.
    ―¿Cuánto tiempo tardará?
    ―El juez concede un plazo de treinta días. Las negociaciones para llegar a un acuerdo de divorcio podrían tardar más tiempo.

    Si las cosas se ponen peliagudas, si tenemos que ir a juicio, en ese caso podríamos hablar hasta de seis meses, o incluso de un año.

    Exhalé un suspiro de pesar.

    ―¿Un año en el limbo? No sobreviviré. Devuélvame a mis hijos, Carmen. Necesito a mis hijos.

    TENÍA QUE CREER que el juez revertiría la orden. Podía entender que Dennis y su abogado me hubieran jugado una mala pasada mientras me encontraba ausente, pero ahí estaría el lunes, en persona, para presentar mi versión de los hechos. El juez tenía que darse cuenta de la verdad. Ninguna otra cosa tenía sentido.

    Esa fue la razón principal por la que, cuando hablé con Johnny y Kikit esa noche, les dije que estaría en casa el lunes por la tarde.


    CAPITULO 3


    La sala del tribunal del juez Selwey no era exactamente lo que podría llamarse caótica, pero sí algo muy parecido. Selwey era un hombre de estatura baja que nunca se quedaba quieto en su silla, la toga negra revoloteaba en su ir y venir de un lado a otro del estrado, dando grandes zancadas para tomar un libro aquí, agitar un papel allá, todo como para hacer notar su presencia. La sala se veía saturada por varios grupos: dos, tres, cuatro y más personas, todos amontonados, que hablaban en susurros, murmuraban, y revolvían documentos. Además, para colmo, se oía el silbido y golpeteo constante de los radiadores.



    No veía a Dennis por ninguna parte. Lo busqué desde que estacioné mi automóvil; me sentía nerviosa porque no estaba segura de cuál sería mi reacción al verlo. Sin embargo, no lo vi en los escalones del edificio del tribunal ni en el vestíbulo, tampoco se encontraba en la sala.

    Una vez que Carmen y yo tomamos asiento, ella sacó un fajo de papeles de su portafolios de cuero y se inclinó hacia mí.

    ―Revise estos documentos. Es su declaración de todo lo que hablamos el sábado.

    Había cuatro páginas de puntos ordenados numéricamente. Leí todo el contenido, consideré que se apegaba a la verdad, tomé la pluma que Carmen me ofreció y firmé en el renglón destinado para ello.

    Carmen tomó de nuevo la pluma y los documentos. Habló en voz baja y me dijo:

    ―En cuanto Dennis y Art Heuber lleguen, se lo notificaremos de inmediato a Missy, la rubia que se encuentra allá. Es la secretaria administrativa del juez.

    Respondí con una voz tan queda como la suya que, en realidad, no era más que un susurro.

    ―¿Acaso toda mujer que comparece ante el juez Selwey está condenada? ―pregunté.
    ―No todas ―repuso Carmen―. Tiene que ser cuidadoso. Se han presentado varias reclamaciones en su contra, incluso un reportaje o dos en los diarios. Está en la cuerda floja.

    Cuando el alegato es convincente, sus fallos son correctos.

    Pero el problema surge cuando las cosas son confusas.

    Se abrió la puerta trasera de la sala del tribunal y Dennis entró. Sentí como si me hubieran propinado un súbito puñetazo en las costillas. Mi esposo era ahora mi adversario. Me costaba trabajo hacer el cambio.

    Lo acompañaba un hombre común y corriente en todos los aspectos, excepto en el porte. Iba erguido y caminaba despacio, como si tuviera todo el tiempo y la confianza del mundo.

    ―¿Es Arthur Heuber? ―pregunté.
    ―En efecto ―respondió Carmen―. Ha trabajado en casos de divorcio desde hace más de treinta años ―frunció la boca―.

    Sabía lo que hacía cuando eligió a Selwey.

    Mi mirada se dirigió con rapidez hacia ella.

    ―¿Eligió? ¿Pero es posible hacer eso?
    ―Hay tres jueces que son los que presiden el tribunal de lo familiar. Cuando se interpone una moción se le asigna un número secuencial de expediente. El último dígito determina qué juez conocerá la causa.
    ―Luego... es un proceso aleatorio.
    ―En teoría sí. Es posible que un abogado manipule la asignación judicial al elegir el momento para presentar la demanda. Se ha sabido que los secretarios encargados de las listas de litigios notifican a los abogados cuando un número va a tocarle a un juez en particular.

    Sentí una oleada de temor.

    ―Eso no es justo. ¿Podemos solicitar un cambio de juez?
    ―Oh, ya lo intenté. Créame.

    Carmen se apartó de la mesa de la defensa y se llevó las declaraciones juradas que había firmado. La observé mientras atravesaba al otro extremo de la sala del tribunal y hablaba brevemente con Heuber. Enseguida, los dos se aproximaron a la secretaria. Heuber llevaba también sus documentos, aunque no podía imaginar qué podía ser lo que contenían. ¿Más acusaciones?

    ¿Pero respecto a qué? Me volví a mirar a Dennis, atraída, podría jurarlo, por cierta fuerza que emanaba de él, porque aguardaba con la vista fija en mí. Empecé a temblar.

    Carmen se sentó a mi lado.

    ―Respire hondo. Todo va a salir bien.
    ―El caso Raphael ―anunció la secretaria.

    Traté de tranquilizarme y seguí a Carmen a un lugar a la derecha del estrado del juez, que acababa de desocuparse unos minutos antes. En esta ocasión, éramos cuatro: Dennis, Art, Carmen y yo, en ese orden.

    Permanecí serena. La serenidad me había sido útil cuando mi padre murió de manera repentina, aunque yo tenía sólo ocho años en esa época. Sirvió cuando el dinero con el que contaba para ir a la universidad tuvo que destinarse a la reparación del automóvil de los vecinos cuando Rona lo destrozó. Sirvió cuando, después de un año de matrimonio, algunos de los errores del pasado de mi esposo salieron a la luz.

    ¿Acaso había mencionado esos errores del pasado a Carmen Niko?

    No. Todo eso era historia antigua, no se relacionaba con el presente.

    El juez leyó un grupo de declaraciones juradas, después el otro. Al fin, descuidadamente las hizo a un lado y miró a Carmen. Ella empezó a hablar a la seña del juez.

    ―Su Señoría ―dijo―, como acaba de leer, mi clienta está perpleja por la orden dictada en su contra el jueves pasado.

    Ella ha llevado una vida ejemplar. Es fuerte, mental y físicamente. Como la responsable principal de la familia, ha criado a dos niños felices y bien adaptados a la sociedad, dos pequeños que confían en el amor que su madre siente por ellos y que en este momento la extrañan considerablemente. Su esposo tiene un historial de ausentismo. Nunca antes había insinuado que su esposa fuera una madre inepta. Ella no tenía idea de que él deseaba el divorcio, ya que es un hombre muy poco comunicativo. Las acciones del señor Raphael en este asunto han sido tan furtivas y solapadas que nos mueve a dudar de sus verdaderos motivos. Su negocio fracasó. Jamás ha querido ser un padre de tiempo completo. Por lo cual concluimos que lo que pretende obtener es dinero. Mi clienta está preparada para ser generosa. Con gusto negociaremos un acuerdo, pero sólo después de resolver la situación actual. La señora Raphael ama a sus hijos y los niños a ella. Necesitan estar juntos. Solicitamos que la orden para desalojar el hogar conyugal sea anulada y que los niños sean devueltos a su cuidado.

    El juez tomó un documento que Missy le entregó. Lo firmó y devolvió, al tiempo que mencionaba:

    ―De acuerdo con lo que afirma el padre, los niños se encuentran muy bien sin ella.

    Los niños ni siquiera sabían que se encontraban sin mí, pensé al borde de la histeria. Pensaban que estaba de viaje por negocios en Santa Fe y que volvería a casa esa noche.

    Carmen retomó su exposición en el punto donde mis pensamientos se detuvieron.

    ―Los niños están acostumbrados a que su madre viaje, sin embargo como se habrá dado cuenta por la declaración jurada de mi clienta, confían en que llegue a casa para hacer todas las cosas de las que su padre no se ocupa mientras ella está ausente. Por ejemplo, él no cocina. No compra la ropa. No los ayuda a hacer los deberes escolares ni se reúne con sus maestros. Estos niños son muy pequeños. Uno de ellos tiene un grave problema de salud, que mi clienta tiene que vigilar.
    ―Muy cuestionable, por cierto ―Selwey señaló acusadoramente los papeles―, de acuerdo con esto.
    ―Había medicamento para la alergia, Su Señoría. El pánico se apoderó del señor Raphael y no supo dónde encontrarlo, aunque la señora Raphael se lo ha dicho en diversas ocasiones. En ese sentido, él exhibió la misma negligencia de que acusa a su esposa. El señor Raphael debería haber sabido que tenía que buscar en el refrigerador del sótano. El hecho de que no lo haya pensado indica una falta de responsabilidad que, por el contrario, a mi clienta le sobra.
    ―¿Ah, sí? La señora Raphael es una dama muy ocupada. Tiene a su madre enferma y una empresa que la obliga a viajar constantemente. Es descuidada. En más de una ocasión ha puesto a sus hijos en peligro.
    ―No es verdad ―repuse. No pude evitarlo, no fui capaz de tolerar estar de pie frente a un hombre que me denigraba, un sujeto que no sabía absolutamente nada respecto a mí.

    Me miró enseguida.

    ―Señora Raphael. Esto es una audiencia. Nada de lo que diga tiene relevancia, puesto que no se le ha pedido que declare bajo juramento. ¿Entiende? Su abogada habla por usted.

    El corazón me latía con tal fuerza que por un momento pensé que también iba a reprenderme por ello, pero me las arreglé para asentir con la cabeza.

    ―Muy bien. Y ahora ―tomó una hoja de papel en blanco y empezó a escribir al tiempo que hablaba―. Puesto que las partes

    difieren en cuanto a quién debe tener la custodia de los niños, voy a nombrar un curador ad lítem para estudiar el caso ―miró a Carmen por encima de los anteojos.

    Me sentí abatida. Carmen y yo ya habíamos hablado de los curadores ad lítem. Esas personas estudiaban el asunto treinta días, pero yo quería que todo acabara en ese instante.

    ―Designo a Dean Jenovitz ―dijo el juez y escribió el nombre en una hoja de papel―. Psicólogo. Tiene un doctorado. Si no reciben noticias suyas en una semana, llámenle por teléfono.

    ¿Una semana? ¿Además de los treinta días necesarios para el estudio psicológico?

    ―Su Señoría ―empezó Carmen―, en relación con la orden.
    ―Los niños permanecerán con su padre.

    Me quedé boquiabierta.

    Él me lanzó una mirada de advertencia.

    ―Existen muchas dudas respecto a su capacidad para comportarse de manera racional en este momento de su vida.
    ―¿Qué dudas? ―preguntó Carmen.
    ―Parece que tiene dificultades para decir la verdad.
    ―Todo lo que está asentado en su declaración jurada es verdad.
    ―¿Entonces qué es esto? ―preguntó él y desató algo que estaba sujeto a la declaración de Dennis. Se lo entregó a Carmen. Al mirar por encima del codo de Carmen, vi una fotografía mía y de Brody; la habían tomado desde afuera de la ventana de su cocina el jueves anterior, si la fecha en el extremo derecho era correcta. Nos abrazábamos. La cabeza de Brody se inclinaba sobre la mía.
    ―Eso sucedió aproximadamente a la hora en que él la llamó a usted ―dije a Carmen en un susurro horrorizado―. Estaba consternada. El me consolaba, eso es todo ―sin embargo, querían hacerla parecer como si se tratara de algo más. Me enojé de inmediato y miré a Dennis―. ¿Tú fuiste el que tomó esa fotografía? Se suponía que estabas con los niños, pero sucede que no te encontrabas ahí cuando llamé. ¿Acaso fue porque merodeabas por ahí con una cámara?
    ―Su Señoría ―observó Carmen―, respetuosamente someto a su consideración que si va a aceptar pruebas como esta fotografía, debería permitirle testificar a mi clienta. Todavía no ha tenido la oportunidad de presentar su versión.
    ―Dean Jenovitz la oirá.
    ―Solicitamos que otorgue la custodia de los niños a mi clienta, en tanto se realiza el estudio.
    ―Se quedarán con su padre ―ordenó el juez y bajó del estrado con los documentos para dirigirse hacia su secretaria.

    Carmen alzó la voz para seguirlo.

    ―Entonces solicitamos que se anule la orden de desalojar el hogar. No hay razón para que ambos padres no puedan vivir en la misma casa durante el estudio.
    ―Los padres no se llevan bien ―repuso, al tiempo que caminaba con lentitud de regreso al estrado.
    ―Entonces, solicito derechos de visita ―replicó Carmen con rapidez―. Se les dijo a los niños que su madre estaba de viaje por negocios, pero esperan verla esta noche. Se angustiarán mucho si no es así.
    ―Puede verlos más tarde hoy mismo, si el padre está presente.

    Durante la realización del estudio, limitaré las visitas a los miércoles y sábados.

    Sentí como si me hubieran asestado un golpe.

    ―¡Carmen! ¡Ayúdeme!
    ―Pero eso no es suficiente ―alegó Carmen―. Los niños se sentirán desconsolados. Dos días de visita a la semana es muy poco.
    ―No me siento tranquilo de permitir más hasta que el curador me asegure que ella es una influencia confiable. Respecto al asunto de la manutención temporal, el padre gozará del mismo acceso a los fondos que ha tenido hasta ahora ―me miró―. ¿Quién paga los gastos?
    ―Mi clienta, Su Señoría ―respondió Carmen con una compostura de la que, para entonces, yo carecía por completo―. Sin embargo, tenemos serias reservas respecto a dejar las cosas tal como están en este momento. El señor Raphael es un despilfarrador. Automóviles, ropa, viajes... no hay forma de prever lo que hará ahora que sabe que están contados sus días de acceso ilimitado a los fondos de su esposa.
    ―Su Señoría ―dijo el abogado de Dennis pronunciando lentamente las palabras, como si fuera un niño de escuela si acaso alguna vez lo fue―, eso es una invectiva maliciosa.

    El juez entonces no respondió ni sí ni no. Todo lo que hizo fue indicar a Carmen:

    ―Solicite a su clienta que tome nota de cualquier gasto que considere anormal. Se tomará en consideración en el análisis del acuerdo permanente ―se volvió hacia su secretaria. ¿Quién sigue, Missy?

    LOGRÉ LLEGAR HASTA LOS ESCALONES del edificio del tribunal antes de que las piernas me fallaran. Recliné todo mi peso contra el muro de piedra, apoyé las manos en el borde y respiré de manera rápida y superficial. Me esforcé por reprimir las lágrimas, aunque estaba a punto de romper en llanto.

    ―Esto está muy mal, Carmen. Es injusto. No beneficia en nada a mis hijos.

    Ella me pasó el brazo por la cintura.

    ―Tiene mucha razón, no es justo. El juez Selwey se excedió.

    En cuanto vuelva a mi oficina, prepararé una moción para solicitar que reconsidere el dictamen. Si Selwey se niega, voy a interponer una moción para recusar, y si vuelve a rehusarla, entablaré una demanda de apelación interlocutoria. Esa la atenderá un juez en el tribunal de apelaciones.

    ―Y dígame, ¿qué ocurrirá si también la declaran improcedente?
    ―pregunté.
    ―En ese momento, tendremos otras opciones. Una es obtener una orden temporal de prohibición contra las resoluciones del juez Selwey al interponer una demanda en su contra por discriminación de género en un tribunal federal. Los comentarios que hizo hoy sugieren que la discriminó, principalmente, porque usted trabaja, así que ésa es una posibilidad. Otra es demandar a Dennis.
    ―¿Por qué?
    ―Acusación maliciosa. Por infligirle una fuerte carga de angustia de manera deliberada.

    Froté la palma sobre el pecho. El dolor que sentía era intenso. Empeoró cuando vi surgir a Dennis entre las grandes columnas de granito y bajar trotando las escaleras. Con su andar ligero, parecía sentirse muy bien y ¿por qué no? Acababa de hacerle tragar al juez un tremendo cuento chino.

    Lo vi sonreír, tal vez a causa de algo que Art Heuber dijo.

    La sonrisa se hizo más amplia cuando los dos se detuvieron. No fue sino hasta entonces que vi a una mujer que los esperaba al pie de la escalera.

    Era de estatura baja, rubia, joven y sumamente atractiva.

    ―¡Ajá! ―murmuró Carmen―. La pieza que faltaba. Phoebe Lowe.

    Trabaja con Art Heuber.

    ―¿Trabaja con él?
    ―Es su socia. Tiene treinta y dos años, aunque nadie lo creería. Sobra decir que el juez Selwey no la tomaría mucho en cuenta. Quizá sea por ello que Art Heuber se encuentra aquí. Él puede ser la punta de lanza, mientras que Phoebe es el cerebro detrás de la operación.
    ―¿Entonces ella es la abogada de Dennis?
    ―De manera oficial, trabajarán como equipo ―Carmen asintió lentamente mientras los observaba―. Art es rudo, pero, por lo general, no es solapado. Phoebe sí. Es una manipuladora. Va con su estilo asesorar a Dennis sobre las mejores maneras de hacerla quedar mal. ¿Ve cómo hablan? Percibo cierta familiaridad. Ella y Dennis no son extraños. Sí, creo que Phoebe es la verdadera abogada de Dennis.

    Los tres parecían muy complacidos. Sus sonrisas fueron aún más hirientes, dada la desolación que yo sentía. Experimenté una sensación de alivio cuando se alejaron por la calle.

    Carmen me tomó del brazo y me condujo escaleras abajo.

    ―Lo siento, Claire. Yo también hubiera querido terminar con esto hoy. Pero en cuanto interponga el recurso de reconsideración, llamaré a Dean Jenovitz para que empiece de inmediato el estudio como curador ad lítem. Mientras más pronto se inicie, más rápido acabaremos esta etapa.
    ―Dígame qué debo esperar de Jenovitz ―pedí.
    ―Es aburrido. Conservador. Más fastidioso que dañino. Hará muchas preguntas. Entrevistará a Dennis, a usted y a los niños.

    Preguntará acerca de su matrimonio y su vida hogareña. Le darán los nombres de las personas que tienen trato con los niños y él verificará las referencias, pero, en su mayoría, serán charlas con ustedes cuatro. Usted y Dennis irán a la oficina de Dean.

    Cuando se trate de que los niños participen, Dean irá a su casa.

    ―Mi casa ―de la que ahora me hallaba desterrada―. No tengo mi ropa. Tampoco tengo mi chequera, e incluso no sé dónde voy a dormir esta noche.
    ―¿Y el hotel?

    Negué enérgicamente con la cabeza. Había pagado la cuenta después de pasarme tres noches de insomnio y prefería morir antes que regresar.

    Carmen me guió hasta mi automóvil.

    ―Alquile algún departamento por un plazo corto.

    No quería un alquiler de corto plazo. Necesitaba historia, necesitaba raíces. De eso se habían tratado los últimos quince años.

    ―¿Sabe? ―comenté―. Pasé meses buscando esa casa. Dediqué meses enteros a decorarla. Cuando el negocio de Dennis fracasó, adquirimos una segunda hipoteca. Fui yo quien la liquidó. ¿Por qué tengo que ser a la que echen a la calle?
    ―Porque es la más fuerte ―repuso Carmen.

    La carcajada que dejé escapar tenía un sabor amargo. Empecé a temblar otra vez.

    Carmen me sujetó del brazo con mayor fuerza.

    ―A pesar de que resulte una tentación muy grande para usted, Claire, no se quede con Brody.

    Pensé en la fotografía que el juez había mostrado y me sentí profundamente traicionada.

    ―Dennis debió de haberme seguido hasta la casa de Brody el jueves. Si hubiera sido la mitad de astuto en los negocios, jamás habríamos llegado a esto. Tiene que ver con su ego. Está celoso de WickerWise, celoso de mi relación con los niños,

    celoso de mi amistad con Brody ―la miré―, pero lo juro: jamás ha sucedido nada entre Brody y yo. Nunca.

    ―Le creo. Y el juez no tenía derecho a considerar esa prueba sin permitirnos antes ofrecer otras. Por eso será una de las cosas que alegaré en la moción para que reconsidere el fallo.
    ―Oh, Carmen ―repuse con un suspiro de cansancio y me detuve junto a mi automóvil. La injusticia que todo eso representaba era demasiada.
    ―Yo, por mi parte, trabajaré en el asunto ―dijo Carmen―.

    Mientras tanto, usted también debe mantenerse ocupada.

    Encuentre un lugar para vivir. Vuelva al trabajo. Debe estar disponible cada vez que Dennis llame aterrorizado porque no sabe qué hacer con los niños ―me sujetó del brazo con fuerza tranquilizadora―. Vamos a ganar, Claire. Los hechos están de nuestro lado.

    Quería creer en ello con desesperación. Encontraría un lugar para vivir, compraría el automóvil que vendía la aseguradora y volvería a trabajar. Haría absolutamente todo lo que estuviera a mi alcance para acelerar el proceso legal.

    Pero había algo más apremiante que constituía un desafío mayor. Hundí las manos en los bolsillos de mi abrigo y me preparé para la parte más difícil.

    ―¿Qué les digo a los niños?

    Sin conocer a mis hijos, Carmen Niko no podía saber con certeza qué enfoque sería apropiado emplear. A pesar de ello, reflexionó durante un minuto, después me ofreció algunas sugerencias que reflejaban la experiencia sobre estos asuntos que había obtenido con otros clientes.

    ―Sea sincera ―aconsejó―. Permítales sentir la confusión y el temor inevitables. Admita la tristeza, incluso la frustración, pero culpe a la situación en lugar de a Dennis. No meta a los niños en el pleito con él. Necesitará mantener abiertas las opciones y los puentes intactos.

    EL LUNES POR LA TARDE, cuando le hice la misma pregunta a Dennis un poco antes de que los niños regresaran de la escuela, parecía estar perplejo.

    ―Tenemos que decirles algo ―dije.

    Sin embargo, guardó silencio.

    Revolví nerviosamente el clóset del vestíbulo principal para sacar mi impermeable y mi abrigo de lana.

    ―¿Por qué no les decimos simplemente que vas a viajar? ―

    sugirió por fin.

    Clavé la mirada en él, asombrada.

    ―No son unos bebés. Sabrán que eso no es verdad. Además, estoy harta de decir mentiras. Me molestó tener que hacerlo el fin de semana pasado. No volveré a mentir ―coloqué los abrigos en una banca que había junto a la puerta y subí las escaleras.

    Él me siguió.

    ―¿Entonces qué vas a decirles?

    Di vuelta en la parte superior de la barandilla y caminé dando zancadas por el pasillo.

    ―Les diré que hemos decidido separarnos. Tal vez no sea toda la verdad, pero es lo esencial. Si les cuento acerca de la orden del tribunal, van a preguntar por qué, y si les digo el motivo ―lo miré brevemente mientras entraba en la habitación―, van a odiarte. Eso no sería lo mejor para ellos.
    ― ¡Ah, Claire! Eres tan noble.

    Di media vuelta con rapidez para encararlo y me esforcé por controlar el tono de mi voz para que sonara cortés.

    ―Lo único que siempre quise para ellos, Dennis, fue verlos felices. Es todo por lo que he luchado. Y ahora vas a echarlo a perder ―quería mantenerme tranquila, pero la rabia que sentía estaba a punto de estallar―. Me cuesta mucho trabajo entender lo que está sucediendo. ¿Nuestra vida en común fue tan espantosa? ¿He sido una esposa tan terrible que tienes que castigarme de este modo? ¿Qué tienes que castigar a los niños de este modo?

    El atractivo rostro de Dennis transmitió una clara expresión de aburrimiento.

    ―No te pongas tan melodramática. La mayoría de los matrimonios se separan.
    ―¡El mío no! ―grité. Quería que fuéramos diferentes.

    Necesitaba que fuéramos distintos―. ¿Vas a echarlo todo por la borda, las buenas épocas y todo lo demás?

    ―¿Cuáles buenas épocas?
    ―La Navidad. Siempre pasamos unas Navidades fabulosas. Y las vacaciones. ¿Recuerdas cuando llevamos a los niños a Arizona?

    No te atrevas a decir que no nos divertimos.

    ―Ésos fueron días familiares. Sin embargo, ¿qué sucedía entre nosotros?

    A manera de respuesta, miré a la pared de nuestra habitación.

    Estaba cubierta con fotografías mías, que Dennis en persona había tomado, revelado, impreso, enmarcado y colgado.

    Capturaban los diez años transcurridos entre el momento en que nos comprometimos y la época en que su interés por la fotografía empezó a decaer. Eran fotos muy bellas; yo me había sentido hermosa en ellas.

    A pesar de eso, él dijo:

    ―Se acabó, Claire. Estoy resuelto.
    ―¿Hay alguien más?

    Hizo una mueca.

    ―¿Por qué preguntas eso?

    Me mantuve firme.

    ―Porque una vez hubo alguien.
    ―Mucho antes que tú.
    ―Salías con ella, a sabiendas de que estaba casada con otra persona. Eso no dista mucho de que pudieras engañarme.
    ―Mira quién se atreve a señalar con el dedo.
    ―Brody y yo no tenemos relaciones de esa manera. Tú lo sabes perfectamente Dennis.

    Se apoyó contra la pared.

    ―Ajá...

    Lo miré fijamente un minuto, después saqué una maleta del clóset, la abrí sobre la cama y me dirigí al tocador.

    ―No voy a cambiar de opinión ―puntualizó―. Quiero mi libertad.

    Dejé escapar una carcajada de incredulidad.

    ―¿Quieres tu libertad y tener la custodia exclusiva de dos niños pequeños? Eso demuestra cuánto sabes, Dennis. Si todo esto no fuera tan patético, sería divertido.

    Tuvo la desfachatez de sonreír.

    ―¿Por qué estás tan resentida? Deberías sentirte contenta de tener un poco de tiempo libre.

    Su nueva sonrisa fue el colmo. Sentí un impulso poderoso, primitivo, de golpearlo.

    Con un enorme esfuerzo, relajé la mandíbula. Tomé todos los suéteres que pude y los dejé caer en la maleta.

    ―Déjame decirte ―me enderecé y lo enfrenté― que esto es sólo el principio. Quieres el divorcio, te lo daré. Pero si estás pensando en utilizar a los niños como un señuelo para regatear y obtener más dinero, piénsalo dos veces. Iremos de tribunal en tribunal si es necesario. No podrás ganar, Dennis. No a la larga. He sido una madre demasiado buena.
    ―Te sobrevaloras ―comentó y se volvió hacia la puerta―.

    Johnny tiene entrenamiento a las cinco. Vete a las cuatro.

    ―Puedo pasar a dejarlo.
    ―No, Claire. Te recuerdo que tienes hasta las cuatro. Si hay algún problema después de esa hora, llamaré de inmediato a Jack Mulroy ―con una última mirada de advertencia, salió de prisa de la habitación.

    NO QUERÍA QUE LOS NIÑOS sospecharan que había problemas antes de que pudiera darles una explicación, de manera que coloqué las maletas con las que había sobrevivido las últimas dos semanas en el asiento posterior del automóvil. No les parecería extraño verlas. Llené el maletero con todo lo que no quería que vieran:

    valijas más viejas que contenían el resto de mi ropa, bolsas con vestidos y abrigos. Tomé tantas fotografías de los niños como me fue posible, sin dejar huecos notorios en los tocadores y estantes para libros. Tomé una caja que contenía nuestra chequera, los estados de cuenta bancarios y la información financiera a la que no había podido tener acceso desde la computadora.

    Disponía de unos quince minutos antes de que el autobús escolar llegara y me dirigí a la cocina. En segundos, encendí el horno y cubrí las parrillas con moldes llenos de masa de harina preparada para galletas. A los niños les encantaban las galletas calientes, recién salidas del horno, y a mí, hacerlas. Era un acto muy maternal, una pequeña manera de decir: "Los amo."

    Metí la primera hornada y tenía lista la segunda en las hojas de papel encerado cuando oí a los niños entrar en estampida por la cochera. Había llegado el momento que temía. ¿Qué iba a hacer para reprimir el llanto cuando los viera?

    Entonces la puerta que daba al cuarto donde dejábamos la ropa y zapatos mojados se abrió de golpe y ya no tuve tiempo para pensar en las lágrimas. Apenas lo tuve para limpiarme las manos y abrir los brazos cuando Kikit se abalanzó hacia ellos.

    ―¡Mamá! ―me apretó el cuello con tanta fuerza que me causó dolor, pero no me importó para nada. Cuando Johnny entró enseguida de ella, extendí un brazo y lo estreché a él también.
    ―Hola, mamá ―la voz de mi hijo sonó contenida, sin duda para compensar la manera en que me abrazó―. ¿Cuándo llegaste?
    ―Hace un rato ―contesté insegura. Era tan sólo una mentirilla blanca. No estaba lista todavía para plantear con serenidad lo que tenía que comunicarles.

    Los estreché a ambos, senté a Kikit sobre la barra y me rodeó con las piernas, Johnny aún permanecía ceñido a mi abrazo.

    ―Se ven maravillosos, chicos ―me concentré en Kikit. Era la viva imagen de la salud―. ¿Te sientes bien?
    ―Sí ―arrugó la nariz y olfateó. Los ojos se iluminaron―. Hay algo en el horno ―canturreó.
    ―Me parece que son galletas de chocolate con chispitas de chocolate ―dijo Johnny.
    ―Quiero una galleta ―pidió Kíkit―. ¿Ya están listas?

    Dos minutos más y lo estarían. Después otros dos, para que se enfriaran un poco. Mientras esperábamos, Johnny me contó acerca de un chico qué se había fracturado el brazo en la escuela ese día y Kikit mencionó el pavo que habían llevado al salón de clases.

    Johnny no era tan conversador como Kikit. No me tomó de la mano ni me acarició el cabello o el rostro como ella, pero estuvo cerca de mí hasta que di la señal y después él mismo agitó la espátula. Éramos incorregibles: siempre nos apresurábamos en esta parte, despegábamos de la bandeja las primeras galletas cuando aún estaban demasiado calientes como para conservar su forma, de manera que se enroscaban en los dedos, pero reíamos. Nos chupamos los dedos para comer el chocolate derretido. Bebimos leche.

    Después Kikit miró hacia la puerta y dijo:

    ―Apresúrate, papá. Casi se acaban.

    La mirada que Dennis me dirigió en ese momento era expectante, dura y exigente.

    Johnny se levantó de la mesa y fue por su mochila que estaba en la habitación donde dejábamos la ropa mojada y de invierno.

    Atravesó la cocina para dirigirse al vestíbulo cuando preguntó:

    ―¿Qué vamos a comer?

    No había preparado la comida. Se suponía que tenía que irme antes de las cuatro. En caso contrario, Dennis llamaría a la policía y me obligarían a marcharme.

    Respondí:

    ―Tendrán que preguntarle a su padre qué van a comer.

    Kikit miró a Dennis, después a mí y enseguida otra vez a él.

    A continuación susurró con entusiasmo:

    ―¿Vamos a celebrar algo?

    Esperé a que Dennis contestara, pero todo lo que hizo, el muy cobarde, fue mover la cabeza para señalarme.

    Exhalé un suspiro.

    ―No, no hay ninguna celebración. Sólo vamos a conversar. Ven a sentarte, Johnny.

    Johnny frunció el entrecejo desde la puerta. No se movió.

    ―¿Se trata de la abuela?

    Esbocé una sonrisa triste, Johnny era un niño muy dulce, formal e intuitivo, y negué con la cabeza.

    ―No se trata de la abuela, sino de nosotros ―no existía una manera fácil de decirlo―. Papá y yo vamos a separamos.
    ―¿Qué significa eso? ―preguntó Kikit.

    Dirigí una mirada a Dennis para pedirle que explicara, pero se quedó de pie, con las manos en las caderas, y mostraba tanta curiosidad como la misma Kikit por oír lo que yo iba a responder. En apariencia, no se encontraba ahí para ayudarme.

    Sólo para supervisar lo que se dijera.

    ―Separarse significa que ya no vamos a vivir juntos ―respondí.

    Kikit lo tomó con calma.

    ―¿En casas diferentes?
    ―Sí.
    ―Pero no pueden hacerlo ―manifestó―. Son nuestros padres.

    Tienen que estar con nosotros.

    ―Lo estaremos. Sólo que en lugares diferentes. Pasarán con papá una parte del tiempo y el resto conmigo.
    ―¿Por qué? ―preguntó ella.

    Me volví hacia Dennis otra vez, con la esperanza de que respondiera, pero no dejó traslucir ninguna expresión. De modo que recurrí al viejo dicho:

    ―Porque creemos que es lo mejor.
    ―Bueno, pero yo no ―insistió Kikit― ¿Dónde vamos a vivir?
    ―Vivirán aquí. Yo buscaré otra casa.
    ―¿Dónde?
    ―No lo sé todavía. Pero ustedes podrán ir a quedarse conmigo una vez que consiga un lugar para vivir.
    ―Quiero que estés aquí todo el tiempo. ¿Por qué no puedes vivir en el estudio?

    Fue Johnny el que respondió:

    ―No quieren vivir juntos en la misma casa. Ya no se simpatizan.

    Dejé la mesa y me acerqué a él. Tenía el cuerpo rígido, los ojos hundidos. Pasé un brazo por encima del hombro de mi hijo y traté de explicar:

    ―No es tan sencillo. Es muy complicado.
    ―¡Dime, quiero saber! ―gritó Kikit, pero continué hablando con Johnny―. Lo único que tienen que recordar, lo único que en realidad tiene importancia, es que los dos los amamos a ti y a Kikit.
    ―Pero ya no se aman uno al otro ―replicó él.

    Cuatro días antes, habría discutido el punto. Pero, ¿ahora?

    ―No lo sé. Es una especie de periodo de prueba.
    ―¿Vas a cocinar, papá? ―Kikit preguntó.
    ―En ocasiones.
    ―¿Y mi medicamento? ¿Quién va asegurarse de que siempre haya suficiente en casa?
    ―Yo ―respondió él.

    El pequeño rostro de Kikit se contrajo. Las lágrimas se agolparon en los ojos y empezaron a deslizarse por las mejillas.

    ―No quise enfermarme. No quise hacerlo, en verdad que no.
    ―Oh, Dios ―susurré y arrastré a Johnny conmigo hacia la mesa, de modo que pudiera abrazar también a Kikit―. Tú no hiciste nada, cariño. Shhh. No es culpa tuya.
    ―Me enfermé, enfermé, así que se enojó contigo...
    ―No, querida, no, no se trata de eso. Jamás pienses que fue eso.
    ―Quiero que vivas aquí ―replicó Kikit.
    ―No puedo quedarme en este momento. Pero ya verás, encontraré un lugar para vivir que te encantará.
    ―¿En Santa Fe? ―preguntó entonces mi hijo, que evidentemente luchaba por entender la confusión.
    ―No, cariño, no en Santa Fe. Eso está muy lejos de aquí. Más bien pensaba en algo quede tal vez a cinco o diez minutos de distancia de la casa.
    ―¿Qué ocurrirá el Día de Acción de Gracias? ―preguntó.
    ―Mmm. No he pensado en ello todavía. ¿Qué crees que debamos hacer?
    ―Celebrarlo aquí, como siempre.

    El Día de Acción de Gracias. Navidad. El cumpleaños de Johnny, después el de Kikit. Todas eran ocasiones para celebrarlas en familia, pero ya no serían iguales.

    ―Mamá ―Kikit gimió―, mañana tenemos la clase de ballet a la que asisten los padres. ¿Llevarás los pastelillos para después?

    El día siguiente era martes. No miércoles, como el juez había ordenado. Si Dennis estaba dispuesto a aceptar, tal vez podríamos cambiar los días.

    Pero Kikit todavía no terminaba de hablar. Se aferraba a mí en ese momento.

    ―Y el miércoles es día de los padres en la biblioteca.

    Ya no sería posible cambiar los días. Pero podía asistir a los dos festejos.

    No, no podía. Dennis me lo indicó al instante con un movimiento muy sutil de la cabeza.

    ―Iré el miércoles a la biblioteca ―dije―. Papá asistirá a la clase de ballet mañana.
    ―Pero quiero que tú vayas. Las mamás preparan todo, ya sabes, en la mesa, en el salón de atrás.
    ―Compraré los pastelillos y papá los llevará.
    ―No es lo mismo ―lloriqueo ella―. Y, ¿qué me dices del jueves? El jueves es la fiesta de Halloween. Vas a estar conmigo en Halloween, ¿verdad?

    Claro que sí. Me encantaba el Halloween, siempre confeccionaba disfraces especiales. Los de este año ya estaban listos, el de Kikit era un disfraz de ratón y el de Johnny, de un pirata.

    Desde luego que participaría en el ritual.

    ―Tal vez no pueda hacerlo ―repuso Dennis.

    Kiklt se volvió hacia él.

    ―¿Por qué no?

    Me señaló con la cabeza. Kikit alzó los ojos para verme.

    Trataba de decidir si debía discutir con Dennis, decirles toda la verdad a los niños, o mentir, cuando ella se echó para atrás.

    ―¿Acaso ya no quieres vivir aquí?
    ―Sí quiero... Claro que sí.
    ―Ya no nos amas ―se quejó con voz apesadumbrada.

    Alargué los brazos hacia ella, pero se escabulló. La boca tenía un mohín de tristeza, la barbilla le temblaba. Solté a Johnny, me levanté de mi asiento, la alcancé y la estreché. La abracé con fuerza y la retuve, aun cuando se retorcía para escapar.

    Me tomó un minuto controlar la emoción que se agolpaba en la garganta. Enseguida, con voz ronca y vehemente dije, mientras me inclinaba sobre la cabeza de Kikit:

    ―Te amo entrañablemente. Tú y tu hermano lo son todo para mí, más que el resto del mundo.
    ―¿Entonces por qué no puedes estar aquí?
    ―Porque el juez así lo ordenó. Dice que pasarán conmigo los miércoles y sábados, sólo hasta que podamos solucionar esto.
    ―Pero, ¿por qué?
    ―No lo sé, querida ―anuncié con el rostro pegado a la calidez del cabello de Kikit―. Pero eso es lo que tenemos que hacer.

    Eran casi las tres cuarenta y cinco. El tiempo de que disponía estaba por agotarse.

    ―Pero voy a echarte de menos ―se quejó.
    ―Bah ―traté de no darle mucha importancia―. Me llamarán siempre que quieran, los dos ―miré a mi alrededor para incluir a Johnny, sólo que él no se encontraba ahí.

    Alcé la vista de inmediato hacia Dennis. Él señaló con un pulgar hacia el pasillo. Furiosa porque acababa de permitir que el niño saliera de la habitación, levanté a Kikit y la deposité en los brazos de su padre.

    ―Sujétate con fuerza, cariño ―le dije en un tono mucho más suave que la mirada que lancé a Dennis.

    Johnny estaba en su habitación, sentado con la espalda apoyada en la cabecera de la cama. La manera en que me miró cuando me

    acercaba a él casi me rompe el corazón. Me senté junto a él y lo tomé de la mano.

    ―Yo no quiero esto, Johnny, pero las cosas que ocurren no dependen de mí.
    ―¿Desde cuándo los jueces les ordenan a los padres lo que tienen que hacer?

    Tenía razón.

    ―Es una historia muy larga, cariño. Complicada.

    Cruzó los brazos sobre el pecho y mostró una expresión de duda en el rostro que yo misma sospeché haber mostrado más de una vez cuando exigía a mis padres una explicación por algo que suponía que no estaba bien.

    ―El juez pensó ―intenté explicar― que ya que la abuela está tan enferma, papá sería capaz de prestarles a ti y a Kikit más atención. Es sólo por ahora.
    ―¿Por cuánto tiempo?
    ―Todavía no lo sé. Podrían ser sólo unos cuantos días, o una semana, o un mes.
    ―Entonces, ¿qué?
    ―Entonces, lo que decidamos, será lo mejor tanto para ti como para Kikit.

    Oí un ruido y volví la mirada para descubrir a Dennis en la puerta. Todavía llevaba en brazos a Kikit.

    ―¿Está todo bien aquí? ―preguntó.
    ―Todo está perfectamente bien ―respondí. Pero no era cierto.

    Miré el rostro de Kikit, estaba bañado en lágrimas. Johnny parecía llorar por dentro. Y yo sentía el alma desgarrada, verdaderamente desgarrada.

    Eran las tres cincuenta. Noté que Dennis empezó a mirar nuevamente el reloj.

    Me negué a verlo y me concentré sólo en mis hijos durante mis últimos minutos con ellos. Traté de tranquilizarlos, pero sentí como si me arrancaran las entrañas lentamente. Cuando Dennis colocó a Kikit en el piso y se acercó a mí, creo que me habría sujetado del brazo si yo misma no me hubiera puesto de pie, de nuevo sentí que algo se me rompía por dentro.

    ―Despídanse de su madre ―ordenó a los niños.

    Tratando de contener las lágrimas, tendí los brazos hacia Johnny. No se movió.

    ―Por favor, John ―susurré―. Necesito tu ayuda.

    Me permitió atraerlo hacia mí para estrecharlo. Tragué saliva contra la cabeza de mi hijo y me las arreglé para susurrarle de manera temblorosa:

    ―Te llamo después, ¿de acuerdo?
    ―Abrázame, mamá ―Kikit gritó―. Abrázame.

    Besé la frente de Johnny, susurré:

    ―Te amo, cariño ―y me volví hacia Kikit. Ella corrió a mis brazos en un instante, me abrazó tan fuerte que temblaba. ¿O acaso la que temblaba era yo?
    ―Claire ―llamó Dennis.

    La besé y murmuré:

    ―Tengo que irme, cariño.

    Ella me abrazó con mayor fuerza.

    ―No, mamá, no.

    Dennis la alzó en brazos desde atrás, separándola de mí. La visión de Kikit tratando de alcanzarme, con brazos y piernas, mientras Dennis la apartaba de mí, me rompió el corazón.

    ―El miércoles ―fue todo lo que pude decir, y eso, con la voz entrecortado. No me volví a mirar atrás. Bajé corriendo las escaleras, tomé mi bolso y las llaves y salí apresuradamente por la puerta principal hacia el automóvil.

    Kikit debe de habérsele escapado a Dennis, porque en cuanto empecé a retroceder en el auto por el sendero de la entrada, ella salió corriendo por la puerta principal. Dennis la alcanzó a medio patio, la levantó en brazos y se volvió con ella hacia la casa.

    Lo último que vi de la casa ese día fue la espalda rígida de Dennis, los pies de Kikit que pateaban furiosamente sobre el brazo de su padre y, a un lado, lejos y solo, a Johnny que no dejó de observarme mientras me alejaba en el automóvil.

    FUI DIRECTAMENTE a la oficina, puesto que me sentía demasiado alterada para ir a otra parte. Carmen me había aconsejado que no me mudara a vivir con Brody, así que no lo haría, pero ahí era donde trabajaba. De cualquier modo, Brody no estaba. Había salido a Martha's Vineyard a negociar con los contratistas que iban a realizar las obras de nuestra tienda.

    La oficina estaba vacía. Entré y arrojé mi abrigo sobre el diván colocado junto al escritorio de la recepción. Entonces me quedé de pie en medio de la penumbra y miré a mi alrededor.

    ¿Cuántas otras veces había hecho lo mismo, y me había sentido orgullosa de ver en lo que WickerWise se había convertido? Esos sentimientos se habían esfumado. WickerWise parecía un verdadero lastre, una razón para que Dennis se rebelara, un pretexto para que el juez me arrebatara a mis hijos.

    Me dirigí al taller. La mecedora en la que había estado trabajando continuaba ahí, pero no tenía ánimos para seguir adelante. Sentía como si la vida se me hubiera escapado, estaba totalmente abatida y débil.

    Sin encender las luces, me dirigí a la escalera adosada a la pared. El desván que servía como almacén estaba engalanado con tragaluces que, en la parte inferior, dejaban ver los destellos nocturnos de las embarcaciones, las casas a la orilla de la playa e incluso el faro que se encontraba a varios kilómetros costa arriba.

    Pisé con cuidado para rodear o pasar por encima de las piezas amontonadas hasta que llegué a un sofá de mimbre grande y acogedor. El asiento era mullido, los brazos amplios y el respaldo llegaba a la altura de los hombros.

    Crujió en cuanto me senté, era el sonido suave y natural del tiempo y el corazón. Volvió a crujir cuando me acomodé en una esquina y arrojé con el pie los zapatos de tacón bajo, un poco más cuando tomé una vieja manta de estambre manchada de un averiado cochecito de bebé que se encontraba cerca. Echa un ovillo, me cubrí y cerré los ojos.

    Creo que debí haberme dormido porque la vista desde los tragaluces era diferente cuando volví a mirar. Oí el murmullo de las olas y algo más, un automóvil, que fue lo que me despertó.

    Oí que la puerta se abría en el área de la recepción.

    Enseguida:

    ―¿Claire? ―se escuchó una voz interrogante.

    Era Brody. Se suponía que estaba en el Vineyard. No debía volver sino hasta el día siguiente.

    ―¿Claire? ―oí la voz un poco más cerca en ese momento, en la puerta del taller.
    ―Estoy arriba ―respondí y acomodé la manta a mi alrededor para cubrirme mejor.

    Oí que cruzaba el taller y empezaba a subir las escaleras.

    ―¿Qué haces aquí arriba?
    ―¿Y tú que haces de vuelta?

    Se materializó en la parte superior de las escaleras, divisé la silueta oculta entre las sombras, pero grande.

    ―Llegué hasta Woods Hole. El transbordador sufrió una avería, de modo que me di vuelta y preferí regresar. De todas maneras creo que no quería ir.

    “¡Y luego decía que podía confiar en él!"

    ―Tenías reuniones planeadas.
    ―No creo que surjan problemas, Claire ―repuso y empezó a abrirse camino hasta el sofá donde estaba recostada―. ¿Por qué estás aquí arriba?
    ―¿Dónde más podría estar? Ya no tengo hogar.

    Me abracé las rodillas mientras él acercaba una silla que necesitaba reparación. Se sentó con indolencia, cruzó los brazos y los tobillos.

    ―¿Sabes lo malo que es eso para la silla? ―pregunté.

    Al principio no obtuve respuesta. Después oí que reía.

    ―¿Te parece gracioso? De esto depende ahora mi sustento Brody. Después de lo que ha sucedido, Dennis va a golpearme tan fuerte para obtener una jugosa pensión alimentaria que renovar estos muebles será lo único que me salvará de ir a dar a la beneficencia pública.

    Brody emitió una risita.

    ―Y tú estás ahí sentado y te ríes ―me quejé―. Bueno, ¿qué podía esperar? Los hombres siempre me han decepcionado.
    ―Yo no.
    ―Sí, tú ―grité―. Me abrazaste. Justo frente a la ventana.

    ¿No se te ocurrió pensar que alguien podía estar afuera observando?

    ―Francamente no.
    ―Bueno, pues debería habérsete ocurrido. Eres un hombre.

    Deberías haber sabido lo que Dennis era capaz de hacer.

    Oí el crujido de la silla de Brody.

    ―Brody no te me acerques más, te lo suplico ―advertí―.

    Entiende que quiero estar sola.

    ―No te creo. Pienso que quieres desahogarte y tienes todo el derecho de hacerlo, pero prefiero sentarme a tu lado que frente a ti cuando lo hagas.
    ―No te sientes aquí ―previne, al tiempo que él se sentaba en el sofá. Estiré las piernas y presioné las plantas de los pies contra los muslos de Brody para mantenerlo a cierta distancia, cuando menos, pero con un movimiento fácil y rápido él pudo colocar los pies en su regazo.
    ―Brody ―protesté.
    ―Nunca te había oído así, Claire.

    No fue sino hasta que él empezó a frotarme los pies que me di cuenta de que estaban muy fríos y rígidos y, entonces, algo que seguramente provenía de la calidez de las manos de él, de su presencia, me atrapó. De manera absurda, comencé a sollozar sin poder contenerme.

    Cuando tiró de las piernas para atraerme hacia él, le di un puntapié, pero con ese pequeño movimiento se esfumó todo lo que quedaba de mi rabia. No opuse resistencia cuando tiró de mí la segunda vez, primero las piernas, después los brazos, hasta que me volvió hacia él y me atrajo hacia el pecho.

    Lloré durante mucho tiempo, los sollozos salían desde lo más profundo de mi ser hasta que poco a poco me calmé, arrullada por la caricia de la mano de Brody sobre mi hombro y espalda.

    Después de un rato, las lágrimas cesaron, pero no me alejé. En unos cuantos segundos, el cansancio, combinado con la calidez de Brody, me venció y me quedé dormida.

    Cuando desperté, nos hallábamos los dos tumbados en el sofá, tenía la cabeza reclinada en el pecho de él y oí que el corazón le latía muy aprisa. Me incorporé y lo miré. Tenía los ojos completamente abiertos, despejados como el día. No habló, tampoco yo. Ninguno de los dos nos movimos. "La conmoción", pensé. "La vergüenza”, me dije. Pero también había curiosidad.

    Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba realmente metida en problemas.


    CAPITULO 4


    Muy temprano, el jueves por la mañana, llamé a casa. Dennis contestó el teléfono y dijo que estaba ocupado preparando el desayuno, que tendría que llamar a los niños después y colgó.



    Luego, llamé por teléfono a mi madre. La sentí extremadamente frágil y descorazonada, pero se animó un poco cuando escuchó la reseña de la reunión de ventas que iba a presidir esa mañana en nuestra tienda de Essex.

    Por último, llamé a la oficina de Carmen y dejé un mensaje para avisarle dónde me encontraría y a qué hora. Ella había presentado el recurso de reconsideración la tarde anterior y esperaba que la secretaria del juez Selwey se comunicara con ella para notificarle respecto a la audiencia.

    Dejé el teléfono, me vestí para el trabajo y me presenté en la tienda con diez minutos de anticipación. Las reuniones de ventas eran el ritual de la semana en todas nuestras tiendas y yo presidía las que se llevaban a cabo en Essex siempre que me era posible. Hablé acerca de una nueva línea y exhibí muestras de varios acabados y telas que íbamos a ofrecer con ella.

    Cuando terminé, era hora de abrir la tienda.

    Me escabullí como sólo el presidente de la empresa puede hacerlo, sin asomo de remordimientos. Crucé la ciudad en mi automóvil para reunirme con Cynthia Harris, la agente de bienes raíces que tiempo atrás nos había ayudado a comprar nuestra casa. Mi solicitud fue exigente. Quería alquilar un lugar por un lapso breve que fuera equidistante de los niños, la oficina y la tienda. No era indispensable que fuera grande, pero tenía que poseer el encanto y el atractivo de un espacio al aire libre. Tenía que prestarse a los muebles de mimbre.

    Observé a Cynthia buscar en todas sus listas. Rechazó una posibilidad tras otra. "Demasiado lejos", comentaba, o bien:

    No tiene jardín. Continuamente volvía a estudiar una lista,

    fruncía el entrecejo y luego la retomaba. Por fin, pregunté de qué se trataba.

    ―No se alquila ―puntualizó―. Los propietarios se mudaron al sur. El lugar ha estado en venta por algunos meses.

    Se dirigió entonces al gabinete que contenía los archivos.

    Segundos más tarde, cuando abrió un expediente tuve la oportunidad de ver la fotografía a color que contenía, comprendí qué era lo que la detenía.

    REAPER HEAD era una isla pequeña, en forma de huevo, unida al continente por medio de una avenida. Un nuevo faro automatizado se erigía en el extremo más ancho; varias residencias privadas estaban esparcidas entre los pinos en el centro de la isla. En el extremo más angosto se alzaba un segundo faro. Éste se había construido a mediados del siglo XIX y había dejado de funcionar cien años después, en la época en que un matrimonio joven y aventurero lo compró y, puesto que la pareja había envejecido, acababa de mudarse al sur.

    Hecho de piedra sin tallar, se elevaba a tres pisos de altura y era más ancho que la mayoría de los faros, parecía más bien un dedal que una aguja. Se entraba por la cabaña del cuidador, una estructura de un solo piso que albergaba una cocina que servía a la vez de comedor, una estancia abierta y un baño. Coronada por un arco, la planta baja de la torre tenía una habitación redonda con una escalera de caracol en el centro. Al subir los peldaños, el segundo piso estaba dividido en tres cuartos con arcadas y un segundo baño. El piso superior, que originalmente era la sala del farol, era más angosto que los de más abajo, pero estaba circundado de amplios ventanales que iluminaban la habitación.

    Las paredes de estuco necesitaban pintarse y había que pulir los pisos de madera. Pero la cocina tenía los últimos adelantos, al igual que los baños. El precio que pedían era razonable. Podía pagarlo.

    Recorrí una vez más el lugar, al tiempo que imaginaba el mimbre, la madera y el bejuco, así como los cuadros que colgaría en las paredes y la tela para las cortinas de las ventanas, aunque nada, absolutamente nada, obstaculizaría la vista panorámica que se disfrutaba desde el piso superior. A Johnny y Kikit les encantaría esa habitación, aunque no iba a dárselas.

    Sus dormitorios se ubicarían en el segundo piso y los decoraría con motivos marinos. La sala del farol sería de manera exclusiva para mí.

    ―Debo de estar loca ―comenté cuando volví a reunirme con Cynthia en la cocina, pero, sin saber por qué, esto me parecía lo mejor que me había pasado desde mí regreso de Cleveland hacía cinco días. Todo en el faro era ideal: desde su ubicación a un corto trayecto de diez minutos de los niños, la oficina y la tienda, tenía el tamaño perfecto, estaba desocupado, sin amueblar y necesitaba unas cuantas reparaciones, hasta el encanto de su exotismo.
    ―¿Qué vas a hacer con el lugar una vez que las cosas se arreglen en casa? ―previno Cynthia.
    ―Lo conservaré ―respondí, tal vez de manera poco práctica, pero no me importó. Había pasado mi vida siendo práctica y responsable y ya veía lo que había sucedido, muchas gracias. Mi intuición me decía que no me arrepentiría de la compra. El lugar era bastante bueno para mí LA ÚNICA CONDICIÓN que puse para comprar el viejo faro de Reaper Head fue que tenía que tener acceso directo. Quería dormir desde esa noche ahí. Por cosas del destino, el abogado de los propietarios era un vecino de la localidad que conocía mi empresa. Enseguida se mostró dispuesto a avalar mi solvencia moral, lo que resultó una gran bendición, después de los malos tratos que había sufrido. Dediqué el resto del día a finalizar la compra y a poner en marcha las cosas.

    Hice varias llamadas a Carmen, porque sin importar lo gratificante que fuera la compra del faro, no podía olvidar por qué lo hacía. No había recibido noticias de la secretaria de Selwey al mediodía ni a las dos. Ya había hablado con Dean Jenovitz y me instruyó para que lo llamara por teléfono. Al oír la señal en su contestadora, dejé mi nombre, el número de mi teléfono celular y ofrecí reunirme con él donde y cuando le resultara más conveniente.

    Llamé a Dennis para recordarle que llevara los pastelillos a la clase de exhibición de ballet de Kiklt. No mencioné nada respecto a mi nuevo hogar. Tampoco me ofrecí a comprar los pastelillos. Si yo estaba sola, también él tendría que valerse por sí mismo.

    Me hubiera gustado compartir la buena nueva con Brody pero había ido a visitar Vineyard otra vez, en esta ocasión, sin falta. Advertí una ligera tensión entre nosotros esa mañana, así que, durante el desayuno, conversamos de cosas sin importancia y de asuntos relacionados con el trabajo. Percibí que él se sentía tan incómodo por lo que había sucedido en el sofá del desván como yo y que no estaba preparado para enfrentarse a ello en ese momento. Es por eso que decidí pasar la noche en el faro.

    Carmen llamó un poco después de las cuatro para notificarme que Selwey había rechazado la moción para reconsiderar sin una audiencia.

    ―Estoy preparando una moción para recusar ―comentó―.

    Pediremos que se declare al juez incompetente en este caso por parcialidad.

    ―¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?
    ―Mantenga el ánimo en alto, eso es todo.

    EL FARO ayudó sobremanera. Me mudé con apenas lo necesario para dormir ahí esa noche, acomodarlo me mantuvo ocupada hasta mucho después del atardecer. Más tarde, sentada en un banco, mientras comía pad thai de un recipiente de comida rápida, llamé a los niños, Kikit contestó el teléfono.

    ―Esperaba que llamaras, mamá, ¿Dónde estás?

    El dulce sonido de su voz fue como un bálsamo instantáneo.

    ―En mi nueva casa ―repuse.
    ―¿Qué nueva casa? ¿Dónde se encuentra? Quiero verla.
    ―No es posible por ahora. Es muy tarde. La verás mañana, ―¿Dónde está? ¿Cómo es? ¿Voy a tener una habitación para mí?
    ―Sí, a la última pregunta ―contesté, al tiempo que escarbaba en el recipiente con los palillos chinos― y te contaré el resto en cuanto llames a tu hermano para que conteste por la extensión y él pueda oír también. ¿Dónde está?
    ―Arriba, ¿Quieres oír algo maravilloso? ¿Sabes qué clase de pastelillos llevó papá al ballet? De los de la Anfitriona.

    Solté los palillos en el recipiente.

    ― ¡Puaj!
    ―Yo también pensé eso, pero estaban muy suaves y cremosos, y a todo el mundo le encantaron. Me da gusto por papá. Se sentía extraño, creo, porque él era el único padre entre todas las madres. Mamá, cuéntame cómo es la casa.
    ―Dile a tu hermano que descuelgue la extensión de arriba para que pueda contarles a los dos ―¿pastelillos de la Anfitriona?

    ¿En realidad Dennis se habría dedicado a abrir un paquete tras otro? Cada uno contiene dos pastelillos. Sentí curiosidad.

    ―Johnny ―llamó Kikit en voz alta. Aparté el auricular mientras gritaba―. Contesta. Es mamá ―a lo que siguió diciendo de inmediato―: Pero tienes que hacerlo. ¡Quiere hablar contigo!
    ―después me dijo―: Dice que está ocupado. ¡Qué gruñón! Tampoco quiere hablar con papá.

    Sentí un gran dolor por Johnny, a quien imaginé sentado solo en su habitación, pero rechazar a Kikit sólo empeoraría las cosas. Así que le conté acerca del faro, de su habitación y de la vista que podía admirarse desde la sala del farol. Su emoción fue un regalo para mí. Estaba segura de que Johnny se sentiría igual, pero cuando le pedí a Kikit que volviera a llamarlo, de nuevo se negó a contestar.

    ¿Qué hacer? A menos de que convirtiera el asunto en un gran problema con Dennis, lo que con seguridad empeoraría las cosas, no podía hacer nada, eso me recordó nuevamente la magnitud de mi predicamento. Una vez más sentí la ira, el pesar y el temor, que se acrecentaban por la distancia a la que me veía obligada a mantenerme. Después de esforzarme tanto para brindar un hogar seguro y feliz para mis hijos, me sentía frustrada.

    MINUTOS MÁS TARDE, Dennis llamó. Sin siquiera saludar, preguntó con brusquedad:

    ―¿Alquilaste un faro? ¿De qué se trata todo esto? ¿De un ardid disparatado para ganarte a los niños? ¿Ofrecerles algo que es divertido, irresponsable y peligroso? Justo en la costa, ahora que el invierno casi está encima ―espetó.
    ―No lo alquilé ―repuse, muy complacida de tener el control una vez más―. Lo compré, ―¡Comprarlo! ¡Mira quién habla de despilfarros!
    ―¡Basta! ―interrumpí con tono decidido―. Necesito un lugar donde vivir porque, gracias a ti, me expulsaron de la primera casa que compré. Así que encontré un lugar que me agrada y que, sí, en efecto, va a gustarle a los niños.
    ―¿Y a Brody?

    Respiré hondo para tratar de calmarme.

    ―Brody está fuera de la ciudad. Él no sabe ni siquiera que lo vi, ignora que lo compré. Brody no es el problema en este caso.

    Jamás lo fue ―intentaba contenerme, pero había pasado muchas horas muy largas desde el pasado jueves haciéndome preguntas que no podía contestar―. Sólo por curiosidad ―dij―, ¿cómo te enteraste de este supuesto romance?

    Hizo una pausa y después murmuró:

    ―Simplemente se volvió evidente.
    ―¿Lápiz de labios en el cuello de su camisa? ¿Notas de amor en mi bolso? ¿O acaso fue tu abogada, Dennis? No Art Heuber, sino Phoebe Lowe. ¿Fue ella la que te sugirió que inventaras que existe algo entre Brody y yo?
    ―Ella ha manejado otros casos como el nuestro con anterioridad
    ―repuso Dennis, aunque lo sentí un poco a la defensiva―. Ha visto de todo.

    Había dado en el clavo. La satisfacción me aguijoneó a seguir adelante.

    ―¿Qué hay entre ustedes, quieres decirme? ¿Una relación profesional o algo más?
    ―Eso no te interesa en lo más mínimo. Estamos separados.

    Puedo hacer lo que quiera.

    ―Ella es atractiva, Dennis. Forman una pareja sensacional.
    ―Eres una arpía ―replicó y colgó el teléfono.

    CUANDO EL TELÉFONO sonó cinco minutos después, me imaginé que era Dennis, que había tomado su segundo aire y por poco no lo contesto. Entonces pensé en los niños y no pude dejarlo sonar.

    ―¿Hola?
    ―Hey.

    Brody. Exhalé un suspiro, con él siempre podía relajarme, entonces inspiré otra vez, puesto que no todo lo que sentía era tranquilidad. En algún lugar muy dentro de mí experimenté cierto cosquilleo extraño. Me pregunté si él también lo sentía.

    Un sólo "hey" no me decía mucho.

    ―¿Dónde estás?
    ―En casa. Ya me ocupé del asunto Vineyard. ¿Dónde estás tú?

    Respiré profundamente.

    ―Estoy en el viejo faro de Reaper Head.

    Guardó silencio y después oí una risa afectuosa.

    ―¿Te importaría explicarme?

    Por supuesto que quise explicarle y continué durante más de diez minutos describiendo con precisión el lugar, que al mismo tiempo recorrí mientras hablaba, porque creo que todo el día había querido contarle acerca del faro.

    Estaba segura de que a él iba a encantarle la descripción del lugar y así fue. Sabía que entendería por qué lo había comprado, que se daría cuenta del reto que implicaba para mí por las posibilidades artísticas. Tal vez también comprendería mi necesidad de estar cerca del mar.

    Cuando terminé con mi descripción, estaba de pie en la sala del farol, en medio de la oscuridad, mirando por el ventanal.

    La vista de esa noche era espectacular, imponente, me atemorizaba un poco y me transmitía cierto aislamiento.

    ―Creo que algo anda mal conmigo, Brody. Mi vida es una pesadilla. Me lanzaron de mi casa y me calumniaron, mi madre está moribunda, mi hijo no quiere hablar conmigo, mi esposo sólo espera un ligero tropezón de mi parte... y, a pesar de todo, me divertí esta tarde. Recorrí de un lado a otro los pasillos de nuestro almacén, al tiempo que señalaba lo que quería. Bill y Tommy llenaron el camión y lo descargaron aquí.
    ―No ocurre nada malo ―respondió Brody―. Necesitas un descanso del actual caos en tu vida. Precisabas hacer tuyo ese lugar.

    ¿Es habitable?

    ―Sí. Es cálido, seco. La vista es... es... ¿cómo describírtela? Estoy en el piso superior, en un amplio espacio circular de tal vez siete metros y medio de diámetro, todo rodeado de extensos ventanales. Estoy mirando en dirección a tu casa. ¿Crees que podrías venir a verme?

    Era lo más natural que podía decir. Pero apenas acababa de pronunciar las palabras cuando volví a la realidad con toda su crudeza y sentí un vacío que me atemorizó.

    ―Oh, Brody ―susurré. Quería que me abrazara. Era capaz de controlar ese pequeño cosquilleo que me invadía. No se necesitaba que hiciera nada al respecto. Brody era mi mejor amigo y requería de su apoyo. No era justo que también tuviera que privarme de su compañía.

    Suavemente, con una comprensión tan dulce que casi me dieron ganas de llorar, contestó:

    ―Iré a verte por la mañana, cuando sea de día. ¿De acuerdo?

    NO ESTOY SEGURA de que alguien a quien nunca le hayan otorgado

    derechos de visita para ver a sus propios hijos pudiera comprender a cabalidad lo que esto significa. Visitarlos era lo de menos, la verdad es que existían poquísimos derechos. Tenía que avisarle a Dennis a qué hora iba a ir a recoger a los niños, a dónde íbamos y a qué hora los llevaría de vuelta a casa, pero eso no era lo peor. Lo peor era estar con ellos, amarlos por pedazos, valorar cada segundo que pasábamos juntos, y experimentar, al mismo tiempo, una sensación de incomodidad al pretender que las cosas seguían igual, aunque todos sabíamos que eso no era cierto. Lo que me daba más tristeza era tener que llevarlos de regreso a casa con Dennis y volver sola a mi hogar, que se volvía mortalmente vacío una vez que los niños habían estado ahí y se habían ido.

    Tal como había imaginado, les gustó el faro. Aun Johnny se sintió fascinado con él. Sin embargo, cuando traté de hacerlo hablar acerca de lo que sentía, solamente me respondió con breves monosílabos o encogiéndose de hombros. Necesitaba pasar un tiempo a solas con él, pero Kikit no quería despegarse de mí ni un momento. Y dado el escaso tiempo del que disponíamos, tampoco podía pedírselo.

    Al dejar a los niños en la casa, supliqué a Dennis que me permitiera recoger a Johnny en la escuela al día siguiente para pasar una hora a solas con él y charlar. Respondió que teníamos que plegarnos al horario establecido.

    Carmen Niko interpuso la moción para recusar el jueves por la tarde. Así se inició otro periodo de espera para que la secretaria de Selwey llamara.

    El faro iba cobrando vida poco a poco. Yo quería que los niños lo vieran como su hogar. Por esa razón, me sentí justificada para descuidar otras cosas a fin de terminar la decoración.

    WickerWise era lo suficientemente fuerte para resistir ese descuido sin sufrir grandes daños. Sólo resolvía los problemas más urgentes. El resto del trabajo se lo dejé a Brody.

    Lo veía todos los días al llegar a la oficina, hablaba con él respecto a lo que había que hacer y después me iba. Era mejor de esa forma, me dije. Menos tentador. Pero lo extrañaba.

    Estaba atravesando por la peor época de mi vida y él era la única persona que podía ayudarme.

    En el tribunal se dijo que sosteníamos un romance. No era verdad. Sin embargo, algo había cambiado entre nosotros. No sé si fue el poder de la sugestión, o bien el hecho de que ahora estaba separada de mi esposo y, en teoría, libre, o que desde siempre había existido cierta atracción entre nosotros. Todo lo que sabía era que nuestra amistad había dejado de ser tan inocente como antes. Algo había surgido, pero no quería indagar.

    Eso no significa que no pensara a menudo en Brody. Quise llamarlo el jueves por la noche para contarle lo deprimente que había sido el Halloween. Dennis había optado por pedirle a su madre que repartiera caramelos en la casa, mientras él llevaba a los niños a dar un paseo por el vecindario, y aunque yo confiaba en que examinaría minuciosamente hasta el último trozo de caramelo que Kikit recibiera y tiraría todo lo que tuviera nueces, hubiera preferido estar allí en persona.

    Quise llamar a Brody el viernes por la noche después de las conversaciones desalentadoras que sostuve con mi madre y mi hermana. Ellas querían que fuera a Cleveland, no podía ir, pero tampoco me era posible decirles por qué.

    Quise llamarlo el sábado por la noche, cuando me sentí muy triste después de dejar a los niños. Cuando terminó el partido de Johnny, los llevé a comer y al cine, enseguida los traje al faro y me senté con ellos en mi torre a ver las olas. Kikit acaparó mi regazo, no es que no la quisiera tener ahí, pero quería que Johnny sintiera un poco de calidez también. Cuando traté de atraerlo, esquivó mi abrazo. Quería decirle todo eso a Brody y más, pero no me atrevía a llamarlo. No confiaba mucho en mí para hacerlo.

    El domingo por la mañana, él se hizo cargo. Me había levantado al amanecer sintiéndome perdida, así que conduje hasta la oficina y me instalé en el taller para retirar lo que quedaba del tejido roto de la mecedora que había empezado a reparar la semana anterior. No había pasado más de una hora dedicada a esa labor cuando Brody se presentó con el desayuno.

    ¿Cómo iba a resistir la tentación de comer rosquillas calientes? Eran de harina integral, mis favoritas. Brody era listo, muy listo. Además trajo café negro caliente. Mezcla de achicoria, mi favorita también. Cuando mi mejor amigo dijo:

    ―Ha sido una semana terrible para ti y no me has contado una palabra, así que empieza, quiero escucharlo todo.

    No podía permanecer callada.

    Me desahogué: saqué toda la frustración y el dolor.

    Nos encontrábamos sentados en unos bancos a la mesa de trabajo, una esquina simbólica nos separaba. Brody terminó su rosquilla, se limpió las manos en los pantalones vaqueros y me miró a los ojos.

    ―Sigo pensando que yo ocasioné todo esto ―dijo.

    Alcé la mirada de inmediato:

    ―No es cierto. Dennis se sentía insatisfecho con nuestro matrimonio desde hace algún tiempo.
    ―¿Tú también?

    No respondí con la misma prontitud. Tocante a ese tema, apenas había empezado a escudriñar dentro de lo más recóndito de mi ser. Pensando en voz alta, contesté:

    ―No de manera consciente. Quería que nuestro matrimonio marchara bien, así que me aferré a las cosas positivas y traté de restarle importancia a las negativas. Creo que debí haber sido más sincera. Más realista. Pero ningún matrimonio es perfecto. ¿En qué momento debe darse por terminada una relación?

    ¿En qué punto hay más cosas malas que buenas? ¿Cuándo es hora de decir "ya basta"? Es evidente que Dennis llegó a ese momento antes que yo.

    ―Es evidente ―repitió Brody. Buscó en el bolsillo posterior del pantalón, sacó un recorte de periódico y me lo entregó.

    Lo desdoblé y leí el breve comentario que aparecía al pie de la fotografía: "Dennis Raphael y Phoebe Lowe, bailando el viernes por la noche en el baile de gala de la Asociación del Colegio de Abogados."

    Hubo un tiempo en que Dennis me sonreía de la misma manera en que ahora sonreía a Phoebe. Observé el recorte.

    ―¿Por qué no me sorprende? ―no estaba sorprendida, sino lastimada. Muy lastimada.
    ―Es de la columna de Hillary. Podría significar cualquier cosa.

    Hillary Howard escribía una columna para el periódico semanal de la región. Poseía una imaginación muy vívida y sentía debilidad por las habladurías.

    Volví a doblar el papel.

    ―Creo que tienen una relación. Quiero decir, una relación seria. Cuando se lo pregunté, no lo negó.
    ―¿Y se atreve a acusarte?
    ―Dice que las reglas cambian cuando uno se separa.
    ―En eso tiene razón ―afirmó Brody de manera significativa.

    Al verlo en ese momento, busqué en mi conciencia la semilla de la infidelidad. Sus facciones me resultaban muy familiares: los cálidos ojos castaños detrás de los anteojos con arillo metálico, unas cuantas pecas en la nariz, la línea de la mandíbula que era ligeramente angular y sombreada, el labio inferior pleno. Jamás había tocado esas facciones como una amante. Pero existen diferentes maneras de amar.

    Respetaba a Brody, ansiaba su compañía, confiaba en su opinión. ¿Acaso mi amor por él era más profundo que el que sentía por Dennis? ¿Me atraía más que Dennis? ¿Por qué no me había dado cuenta antes?

    ―Necesito tiempo, Brody. Si hago algo que vagamente sugiera una mala acción, perderé a mis hijos.
    ―Aquí hay una doble moral. Ya lo sabías, ¿no es verdad?

    Agité una mano al aire.

    ―Eso no es novedad. Toda mujer sabe que existe una doble moral. ¿Qué podemos hacer? Si queremos alcanzar el éxito dentro del sistema, tenemos que seguir las reglas. Eso precisamente es lo que trato de hacer, Brody. Estoy intentándolo.

    El se puso de pie y se aproximó.

    ―Tal vez más de lo necesario.

    No estuve segura de lo que quiso decir, sólo sabía que algo dentro de mí se agitaba cuando él empezó a acercarse a mí.

    Se detuvo a una distancia corta.

    ―Por favor, no sacrifiques nuestra amistad ―pidió―. No le des a Dennis esa satisfacción. No me gusta sentirme culpable cuando te miro o te llamo por teléfono. No me gusta tener que pensarlo dos veces antes de abrazarte. Me molesta tener que medir cada palabra que pronuncio.
    ―¿Tú? ¿Medir cada palabra? ―traté de reír, pero sólo emití un sonido sordo.

    En ese momento, me acarició la mejilla.

    ―¿Alguna vez te has preguntado cómo sería si nos besáramos? ―

    preguntó―. ¿O si hiciéramos el amor?

    ―No. No puedo, Brody. No por ahora.
    ―¿Algún día?
    ―Tal vez. No lo sé. Hasta hace dos semanas, asumí que Dennis sería el único hombre con el que dormiría en mi vida.
    ―De acuerdo ―dijo él―, pero ¿empezarás a pensar en mí de esa manera?

    Una vez más traté de reír. En esta ocasión, la risa era un poco histérica.

    ―¿Cómo podría evitarlo?

    Él sonrió, después me envolvió con los brazos y me atrajo hacia él antes de que pudiera protestar. Una vez ahí, dejé de resistirme. Ser estrechada por Brody era encontrarme en el lugar mas seguro del mundo. Podría haberme quedado así para siempre, si él no me hubiera besado en la frente para liberarme después.

    Brody sonreía a medida que retrocedía. Después, de la misma manera silenciosa en que llegó, se alejó.

    Había pasado mucho tiempo desde la última vez que me sentí tan sensual, pero Brody logró que me sintiera así. No estaba mal para distraerme de la realidad.

    EL LUNES POR LA TARDE asistí a mi primera cita con Dean Jenovitz y descubrí que Carmen tenia razón. Definitivamente era un impertinente. Conjeturé que había pasado los últimos treinta y cinco años detrás del mismo escritorio.

    Extendió la mano para tomar una pipa, la llenó de tabaco y lo apretó. No fue sino hasta que encendió un fósforo y lo sostuvo en el aire que se detuvo.

    ―No es alérgica, ¿verdad?
    ―No, no. Adelante ―todo tipo de humo me molestaba, pero era más fácil tolerarlo que vivir sin mis hijos.

    Encendió la pipa, aspiró una larga bocanada, exhaló una ancha columna de humo blanco y se sentó cómodamente en su silla.

    ―Dígame, ¿cómo está?
    ―Estoy bien. Un poco temblorosa, creo ―repuse en voz baja.
    ―Supongo que las órdenes de los tribunales son inquietantes.

    Sin embargo, usted debe de haber tenido algún indicio previo de que había problemas.

    ―No lo tenía. Mi esposo me dejó salir de viaje sin darme una idea de lo que ocurría.
    ―¿La dejó salir? Entiendo que fue usted la que promovió este viaje. ¿Acaso no tenía que ver con su empresa?
    ―Lo que quise decir ―expliqué― fue que besó a los niños, me besó a mí, se quedó de pie en el porche y agitó la mano para despedirse de mí. Se comportó de una manera absolutamente agradable. No tenía la mínima idea de lo que planeaba.
    ―Por lo que sé, no planeaba nada en ese momento. Fue muy tolerante en cuanto a la enfermedad de su madre. Después vinieron las confusiones con el vuelo de los niños y el medicamento de su hija. Al recordar otras cosas que habían ocurrido con anterioridad, creyó que la situación empeoraría y se sintió obligado a tomar medidas.
    ―Creo que planeó todo esto con anterioridad ―indiqué.
    ―¿Tiene pruebas de ello?
    ―Los recibos del teléfono. Dennis estuvo en comunicación con su abogada desde enero.

    Jenovitz frunció el entrecejo y revolvió algunos papeles.

    ―No hay nada acerca de eso en su declaración jurada.
    ―No. Apenas anoche tuve la oportunidad de examinar los recibos telefónicos.
    ―Así que la tomaron desprevenida. ¿Se ha acostumbrado ahora a la idea del divorcio?
    ―Creo que sí. Sí.

    Me observó un minuto antes de decir:

    ―Es un cambio de opinión muy repentino. La mayoría de las mujeres estaría en duelo.
    ―Yo también lo estoy. Me acuesto en mi cama y experimento un vacío. Despierto por la mañana y me siento herida. La familia feliz que siempre quise ya no existe. Los niños quedarán destrozados, ya que tiran en dos direcciones a la vez.
    ―Quizá no les afecte demasiado.
    ―Eso espero.
    ―¿Ah, sí? ―preguntó él.

    Por un instante, no pude responder. Entonces, con brusquedad, pregunté:

    ―¿Por qué cree que no les afectará?
    ―Bueno, usted es la que se opone a este divorcio. Algunas madres en su situación harían sentirse desdichados a todos los que se encontraran en este problema.
    ―Amo a mis hijos ―respondí―. Nadie, ni siquiera mi esposo puede negarlo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por evitarles este sufrimiento, el dolor de un divorcio, pero ahora que parece inevitable, haré todo lo que esté en mi poder para ayudarlos a que no les resulte tan difícil.

    Aspiró otra amplia bocanada de su pipa, exhaló otra columna gruesa de humo.

    ―Su esposo afirma que se encuentra sometida a mucha presión.
    ―Sólo por el divorcio.
    ―El estado de salud de su madre debe provocarle tensiones.
    ―Sí, ésa es otra cosa en la que tengo que pensar y que también me preocupa. La tensión que experimento proviene de querer tomar un vuelo para ir a verla, pero me asusta que eso se tome como un argumento en mi contra.

    Jenovitz se encogió de hombros.

    ―Puede ir cuando quiera.
    ―La última vez que alguien me dijo eso, volví a casa para encontrar un caos.
    ―¿Pero no propició usted ese caos? Ha asumido muchas responsabilidades, señora Raphael. La cuestión es saber si puede usted con todas. Su esposo dice que no.
    ―El caos no tuvo nada que ver con la visita a mi madre ―señalé al expediente―. Esos ejemplos que mi esposo utiliza para demostrar que estoy desequilibrada le suceden a la gente todos los días. ¡Santo cielo! Yo podría ser la que hubiera ido ante el tribunal a demostrar que mi esposo confundió la hora de llegada de los niños y perdió el medicamento de mi hija, o todavía peor, que le permitió comer algo que no debía haber comido. ¿El tribunal lo habría separado de los niños por eso?

    Jenovitz exhaló un suspiro lleno de humo.

    ―La vida de su esposo es más sencilla. Usted es la que siempre está corriendo de un lado a otro, tratando de hacerlo todo.

    Sentí un vuelco en el estómago. Me sentía cada vez más desalentada. En voz baja puntualicé:

    ―No corro de un lado a otro. Mi hermana vela por mi madre, mi esposo me ayuda con los niños y mi director general hace parte del trabajo.

    Me miró como si conjeturara algo.

    ―Cuénteme más acerca del director general.
    ―Se llama Brody Parth ―dije―. Se asoció con mi esposo para ciertos negocios antes de convertirse en socio mío.

    Jenovitz asintió.

    ―¿Tiene relaciones con él?
    ―No.

    Alejó la pipa de la boca.

    ―¿Es un no rotundo?
    ―Sí, es un no rotundo.
    ―Su esposo me mostró unas fotografías.
    ―Esa fotografía fue tomada desde el exterior de la ventana de la cocina de la casa de Brody la noche en que Dennis me obligó a abandonar mí casa. Estaba alterada. Brody me abrazó. Como un amigo que me ofrecía consuelo. Eso es todo.
    ―Existen registros telefónicos que sugieren algo más.
    ―También lo son los que existen entre Dennis y su abogada.

    Trabaja con Phoebe Lowe mucho más que con Art Heuber.

    ―¿Trata de desviar la conversación?
    ―No. Pongo los puntos sobre las íes.

    Jenovitz seguía en la silla, inmóvil como una roca, y me miró fijamente.

    ―Mire ―continué, molesta―. Brody es mi director general. Eso explica los registros de las llamadas telefónicas. También es un amigo de hace mucho tiempo, lo que explica el abrazo que me dio ―pero Jenovitz había afirmado haber visto fotografías, en

    plural. Hasta donde yo sabía, sólo una se había presentado ante el tribunal―. ¿Ya se reunió con Dennis?

    ―Lo vi el viernes pasado. ¿Le molesta?
    ―No ―pensé positivamente―. Me alegra que haya asistido. Me preocupaba que intentara retrasar las cosas. Falta menos de una semana para el Día de Acción de Gracias. Espero que esto se resuelva para entonces.

    Jenovitz aspiró su pipa y observó el techo.

    ―¿Opina que será posible? ―pregunté con nerviosismo. Tenía que creer que había un límite para lo que el tribunal me obligaba a soportar. Carmen me había dicho que el curador ad lítem tenía un plazo de treinta días. Los contaba con impaciencia.
    ―¿Hay algo que pueda hacer para acelerar esto? ―pregunté al no oír respuesta alguna―. Esto es muy doloroso para mí.
    ―La comprendo. Se trata de una situación que usted no puede controlar.

    Ésa era una declaración expresa, directa y sentenciosa. No sabía si provenía de su propia observación o de Dennis. En todo caso, no estaba de acuerdo.

    ―No se trata de control, sino de estar con mis hijos.
    ―Situación que usted desea controlar.
    ―Discúlpeme, doctor Jenovitz, pero me encuentro un poco confundida. ¿Acaso no fue mi supuesta falta de control lo que me metió en dificultades?

    Un timbre sonó. El próximo paciente del psicólogo anunciaba su llegada, así como yo lo había hecho una hora antes.

    Jenovitz hojeó su libreta de citas.

    ―¿Cómo está su horario?
    ―Abierto por completo.
    ―A la misma hora, la próxima semana, entonces ―hizo una anotación.
    ―¿Cuántas reuniones más tendremos?
    ―Tres, cuatro, dependiendo del avance que logremos ―se puso de pie―. Para la próxima vez, tráigame una lista de los profesores, entrenadores y médicos de los niños, así como de cualquier otro adulto que los conozca bien.
    ―¿Cuándo hablará con Kikit y Johnny?
    ―Cuando sepa más acerca de usted y de su esposo ―abrió la puerta y esperó junto a ella.

    Tomé mi abrigo y me acerqué a él.

    ―No saben que hay una contienda. No quiero afligirles por tener que tomar partido.
    ―¿Y usted cree que los obligaré a elegir entre uno u otro de sus padres? Concédame un poco de sensibilidad, señora Raphael, ¡por favor! Soy un profesional.

    MIENTRAS CONDUCÍA hacia mi casa desde Boston, tuve que esforzarme por creerle, aunque era difícil confiar en él. Si Dean Jenovitz era sensible, no había visto ninguna demostración de ello. No había sido afable ni comprensivo. Y sin duda, no había tratado de tranquilizarme ni de ocultar su opinión respecto a mí.

    ―Anímese ―aconsejó Carmen, cuando la llamé desde el automóvil―. Va a recibir muy buenos informes de la gente que llame.

    Ellos la conocen mucho mejor que a Dennis y usted les simpatiza.

    ―¿Puedo confiar en él respecto a los niños?
    ―Sí. El abuelo que hay dentro de él sale a la luz con los niños ―hizo una pausa―. ¿Así que Jenovitz no tomó en cuenta lo de Dennis y Phoebe?
    ―No. Pensó que acusaba a Dennis para justificar mi romance con Brody. Necesito pruebas. ¿Cómo las consigo?
    ―Contrataremos a Morgan Hauser. Es un investigador privado muy profesional. Él se encargará de descubrir si en este momento tienen una aventura. Es fácil. Tal vez resulte más difícil probar que salían juntos antes de la separación, aunque una prueba de ello nos ayudaría mucho.

    Definitivamente ayudaría a nuestro caso. Sin embargo, no estaba segura si alentaría mi moral. Me humillaba pensar en Dennis con otra mujer.

    Mi silencio debe de haberle dado algún indicio a Carmen de lo que pensaba. Comentó:

    ―Si existe alguna prueba, la necesitamos. Selwey aceptó conocer el medio para recusar, pero su secretaria me dijo que no se sentía muy complacido. A ningún juez le agrada que lo tachen de no ser imparcial. Mi conjetura es que la audiencia será algo meramente simbólico.

    A pesar de ello, se trataba de una audiencia. Me animé.

    ―¿Cuándo será?
    ―El jueves por la mañana a las diez.
    ―Ahí estaré.
    ―Voy a reunirme con Art Heuber más tarde ese mismo día para hablar acerca de lo que Dennis propone como acuerdo. Un arma para negociar nos vendría bien. La prueba de la infidelidad de Dennis podría ser útil.

    Una prueba así olía a chantaje. Sí, y aunque Dennis había recurrido a lo mismo para atacarme, me dolía tener que descender a su nivel. A pesar de ello, la situación respecto a la custodia todavía era lo fundamental para mí.

    ―Llame a Morgan Hauser ―instruí a Carmen―. Vea lo que puede averiguar.

    Estaba dispuesta a emplear cualquier recurso para conservar a los niños.

    ESE FUE UN PENSAMIENTO profético como pocos. Acababa de tomar un baño y de acostarme esa noche, exhausta por las llamadas a Rona y a Connie, cuando el teléfono sonó. Era Dennis para avisarme que Johnny estaba enfermo y que no sabía qué hacer.

    Yo sí sabía qué hacer. Me vestí, subí al auto y me dirigí de inmediato a la casa.


    CAPITULO 5


    Mi llave todavía abría. Entré, dejé caer el abrigo en las escaleras y subí corriendo. Dennis salía de la habitación de Johnny cuando llegué.



    ―Vomitó después de la cena. Parece que no puede retener nada en el estómago.

    Me di cuenta de ello, por el olor, en el instante en que entré en la habitación. Johnny estaba acurrucado bajo una manta sobre el colchón desnudo. La cubierta del colchón, sábanas y edredón estaban hechos un lío en el piso.

    ―Hola, cariño ―saludé. Sentí un nudo en la garganta cuando me senté a su lado en la cama. Recé para que no se apartara de mí como lo había hecho la última vez que estuve en la casa y le acaricié el rostro. Las mejillas de Johnny estaban encendidas por la fiebre―. ¿No te sientes bien?

    Él negó con la cabeza.

    ―No pude llegar al baño a tiempo.

    Lo miré.

    ―No te preocupes, cariño ―busqué una de las manos de mi hijo debajo de la manta. Llevaba puestos los calzoncillos y nada más. Supuse que su piyama estaría en el montón de ropa tirado en el suelo―. Dime qué te duele.
    ―Todo. Me duele todo el cuerpo.
    ―¿Hay alguien resfriado en la escuela?
    ―Mmm.

    Dennis estaba de pie junto a la puerta. Tenía el cabello revuelto y la camisa fuera del pantalón, de una manera que podría haber sugerido su preocupación por el niño, de no haber sido por la expresión de fastidio en el rostro.

    ―¿Le queda algo en el estómago? ―pregunté.
    ―No lo creo. No con todo lo que devolvió.

    Froté la nuca de Johnny.

    ―¿Sabes qué te caería bien? Un buen baño. Mientras te bañas, voy a tender la cama con sábanas limpias. ¿Qué te parece?
    ―Bien.

    Mientras Dennis preparaba el baño, me senté con Johnny y le limpié la cara con un paño húmedo. Cuando la tina estuvo lista, lo ayudé a llegar al baño y después lo dejé al cuidado de Dennis para encargarme del resto.

    Sin embargo, primero me asomé a ver a Kikit. Al verla dormida sentí una súbita opresión en el pecho. No había duda alguna de que la imagen era una perla en el hilo de mi vida. Quería entrar a hacerle caricias, pero no deseaba despertarla, no fuera a ser que se inquietara.

    Caminar por la casa me resultó tan extraño, porque era todo como si jamás me hubiera ido, tanto que casi pude olvidar las circunstancias. Todo estaba organizado de la misma manera en que lo había dejado: las sábanas limpias, apiladas ordenadamente en el clóset de la ropa blanca, el detergente para lavar se hallaba al lado de la lavadora en el sótano. De acuerdo, había ropa dentro de la secadora en espera de ser doblada y la botella de detergente estaba cubierta con gotas azules; aunque al volver por la cocina, encontré el refrigerador lleno de alimentos que yo no había comprado. A pesar de ello, el tablero tenía las mismas notas que yo había dejado; las velas anchas color arándano aún estaban sobre la mesa a cada lado del frutero con manzanas y una luz roja destellaba en la contestadora para indicar que había un mensaje pendiente.

    Dennis nunca borraba sus mensajes, los dejaba para que yo me hiciera cargo. Oprimí el botón REPRODUCIR.

    ―Hola ―se oyó una voz femenina que enunciaba de manera rápida y lacónica―. Selwey les concedió una audiencia sobre la moción para recusar. Es sólo un trámite. Jamás accederá. Sin embargo, tenemos que estar presentes para la audiencia el jueves a las diez. Llega temprano a mi oficina para que desayunemos juntos. Revisé nuestras demandas para la reunión de acuerdo que celebraremos esa tarde. No hay razón por la que no podamos pedir más, puesto que tenemos la sartén por el mango. Voy a darle mi lista a Art. Él se encargará de hablar. ¿Algo más? No.

    Ciao.

    Golpeé con el dedo el botón BORRAR; enseguida, desahogué mi ira picando hielo en pequeños trozos en un tazón. Al regresar a la habitación, cerré la ventana que había abierto. Cuando terminé de tender la cama con las sábanas limpias, Johnny salió del baño con los ojos agotados y vestía un piyama limpio que yo le había llevado antes a Dennis.

    Lo ayudé a meterse a la cama y le di a chupar trozos de hielo.

    Estaba terriblemente pálido, pero más fresco. Le froté la espalda y canté en voz baja. Empezó a dormitar, se despertó; el sueño lo vencía, pero una vez más hizo esfuerzos por permanecer despierto.

    Era tan evidente que se resistía a quedarse dormido, que traté de convencerlo.

    ―Duérmete.
    ―¿Vas a quedarte? ―preguntó de una manera tan directa que sentí un vuelco lacerante en las entrañas al comprender que era por eso que se resistía al sueño. No quería quedarse dormido y descubrir que me había ido cuando despertara.
    ―Me quedaré un rato. Me gusta observarte ―eso pareció complacerlo lo suficiente como para dejar de luchar contra el sueño. Sólo cuando se quedó profundamente dormido, salí sin hacer ruido de la habitación.

    Estaba en el cuarto para lavar cambiando las sábanas de la lavadora a la secadora, cuando Dennis apareció en la puerta y dijo:

    ―¡Qué suciedad!

    Mi primer impulso, por mero hábito, fue pensar en algo para justificar el comentario oído: "Pobre Dennis, empapado en vómito mientras le tocaba cuidar a los niños, lo siento.'”Pero enseguida me asaltó un arrebato de ira.

    ―No fue a propósito.
    ―Ya lo sé. Pero no podía pedirle a mi madre que viniera.

    Tiene casi setenta años.

    Dejó las manos inmóviles durante el lapso que me tardé en respirar varias veces, asombrada:

    ―Podrías haberlo hecho tú mismo. No se necesita un posgrado para limpiar a un niño enfermo.
    ―Bueno, pero todo salió bien.

    No comenté nada al respecto, no se me ocurría una respuesta que no fuera insidiosa.

    Me apoyé en la lavadora y observé a Dennis. Era el mismo hombre con quien me había casado, la misma apariencia, la misma agudeza para hablar, el mismo ego, sin embargo, diferente. Era un extraño. Ya lo había pensado antes. Entonces me pregunté cuándo había sucedido. Por mucho que lo intentara, no lo sabía.

    ―¿En qué punto lo perdimos, Dennís?
    ―¿Perder qué?
    ―Lo que hacía que nuestro matrimonio marchara bien.
    ―Nuestro matrimonio jamás marchó bien.
    ―Sí, cuando menos al principio. ¿Qué veías en mí entonces que ahora ya no ves? ―todavía era esbelta y atractiva.
    ―Humildad ―repuso Dennis―. Antes eras accesible.
    ―Todavía lo soy.
    ―Ahora te das mucha importancia. Antes no eras así. Siempre me apoyabas. Las cosas cambiaron cuando nacieron los niños y luego, cuando iniciaste el negocio. Tus lealtades cambiaron.
    ―No cambiaron. Sólo tenía más personas a quiénes serles leal.
    ―Sí cambiaron.
    ―Fueron tus lealtades las que cambiaron ―rebatí. Estaba cansada, muy cansada de que me acusara injustamente―. Te volviste en mi contra, Dennis. Acudiste a un abogado, después a un juez, y les contaste historias de cosas que hice que ni siquiera son ciertas. Santo Dios, la historia que yo podría haber dicho respecto a ti, pero no lo hice, y era verdadera.

    Pero es que valoro la lealtad. Jamás te he traicionado, Dennis, ni una sola vez. Nunca le dije a nadie lo que hiciste.

    ―Brody lo sabe.
    ―Tú mismo le confiaste lo de Adrienne. Brody y yo guardarnos el secreto, aun cuando nos preguntábamos si había algo más detrás de esa historia que nos contaste. Tal vez preferimos no saber. Quizá tratamos de protegerte. Así que dime, ¿quién es leal? Piensa en ello, Dennis ―molesta, cerré de golpe la puerta de la secadora y oprimí con fuerza el botón EMPEZAR.
    ―¿Le contaste a tu abogada?
    ―¿Acerca de Adrienne? No. No viene al caso. A menos que hubiera algo más importante en la historia. ¿Lo hay?
    ―Es increíble que preguntes eso.

    Con un gruñido de exasperación, empecé a subir con rapidez las escaleras del sótano. Entonces, en un momento de audacia, me volví y pregunté:

    ―¿Se trata de Phoebe? Es joven y atractiva. ¿Acaso estás enamorado de ella?
    ―Es mi abogada.
    ―¿Me haces un favor? Borra los mensajes una vez que los hayas escuchado. Y adviértele que tenga cuidado con lo que dice. Los niños oyen esos mensajes.
    ―Sus mensajes son inofensivos.
    ―Son reveladores. Parece ser ella quien lleva la batuta.

    Transmitió una expresión de aburrimiento. Tampoco había nada de nuevo en ello. Era su actitud favorita cuando sabía que yo tenía la razón.

    Entonces, como si el poner cara de aburrido no fuera suficiente, agrego con énfasis:

    ―No ganarás en la petición para recusar. Los jueces jamás acceden a ellas. Mi abogado se va a reunir con la tuya el jueves por la tarde. Necesitamos las cifras del tercer trimestre de WickerWise.
    ―Necesitamos las cifras del tercer trimestre de DGR ―que eran las iniciales de Dennis. Era el nombre abreviado de DGR Group, razón social de su compañía. No importaba que en realidad no fuera un grupo, sino una empresa formada por una sola persona, pero sonaba bien incluir la palabra grupo. Elegante y exitoso.
    ―Si tú crees ―advirtió― que las utilidades de uno cancelarán las ganancias del otro, te equivocas por completo. Quiero ver correr sangre, Claire.
    ―Ya la has visto ―repliqué en voz baja y salí.

    Si era dinero lo que quería, que se lo quedara. Había sido muy clara con Carmen respecto a ese punto desde el principio.

    En cuanto a mí, yo definía la sangre de manera muy diferente.

    DENNIS TUVO TODA la razón sobre la moción para recusar. El juez Selwey fingió escuchar los argumentos que presentó Carmen Niko acerca de que debería retirarse del caso y después simplemente denegó la moción.

    Aunque me lo habían advertido con anticipación, en realidad no estaba preparada para ello. Por todo eso me sentí increíblemente frustrada.

    ―Es parte del proceso ―comentó Carmen mientras me guiaba diligentemente por entre los grupos de abogados reunidos en los escalones del tribunal―. Pero ahora interpondremos el recurso de apelación interlocutoria.
    ―¿En qué consiste?
    ―Redacto una petición para exponer los hechos del caso y solicitar un desagravio por los fallos de Selwey. Uno de los secretarios del juzgado la examina, después escribe una sinopsis para el juez, quien la lee y después nos concede una audiencia.

    Presentaré nuestra petición ante el tribunal de apelaciones el lunes. Sin duda, recibiremos noticias en el transcurso de la siguiente semana.

    Había muchos peldaños. Me pareció que bajábamos con una lentitud exasperante.

    Nos detuvimos al borde de la acera.

    ―¿Recuperaré entonces a los chicos?
    ―Así lo espero. Las apelaciones interlocutorias son difíciles de ganar; sin embargo, por lo menos tendremos que tratar con un juez diferente. Mientras tanto ―continuó Carmen―, voy a reunirme con Heuber esta tarde a las tres.
    ―¿Me pregunto qué ocurrirá si logramos firmar un acuerdo antes de una semana?
    ―En ese caso, se lo notificamos a Selwey. Es suficientemente obstinado para insistir en que el acuerdo de divorcio no tiene nada que ver con el problema de la custodia y en permitirle a Jenovitz concluir su estudio.
    ―Tal como están las cosas quizá eso sea lo más rápido ―repuse con un suspiro de desaliento.

    DEL TRIBUNAL, conduje a la tienda de Essex y pasé unas cuantas horas atendiendo a la clientela. A menudo lo hacía, tanto para mantenerme en contacto con el ambiente como por el mero placer que me proporcionaba el trabajo. Si algo podía distraerme de mis problemas personales, era eso.

    A las tres de la tarde, y como dudaba si podría concentrarme mientras se llevaba a cabo la reunión entre Carmen y Art Heuber, salí de la tienda, me dirigí en el automóvil a la oficina y me refugié en mí taller. Retiré lo último que quedaba de los entretejidos rotos de la antigua mecedora, coloqué la mesa que le hacía juego en lugar de la mecedora y me dispuse a quitar los tejidos maltratados. Ya casi había terminado de sacarlos, cuando Ángela asomó la cabeza para avisarme que se iba.

    Esa era mí señal. Iba a ver a Carmen en su oficina a las seis. Limpié todo y conduje de regreso a Boston.

    Esperaba en la sala de recepción de Carmen, hojeando el índice de Forbes, cuando ella entró dando zancadas por el pasillo.

    ―¿Qué hay de nuevo? ―pregunté.

    Señaló hacia su oficina con la cabeza y esperó hasta que nos encontramos adentro. Después se sentó en el borde de su escritorio y suspiró.

    ―Desde luego, no lo deja fácil. Quiere la mitad de todos los activos, incluyendo la compañía.
    ―Déle toda la compañía. Es suya. No la quiero, ―La mitad de la compañía de usted.
    ―¿La mitad de mi compañía? ¿Qué quiere decir con eso, la mitad de su valor?
    ―No. Quiere una parte de la propiedad de WickerWise.
    ―Tiene que estar bromeando ―pero entonces me di cuenta de que no era así―. ¿Dennis quiere ser socio de WickerWise? ¡Qué ridículo! No sabe nada acerca de WickerWise. ¿Y trabajar con Brody y conmigo? ¿Después de todo lo que nos ha acusado de hacer? No, Carmen, seguramente lo que desea es dinero.
    ―Él asegura que no. Afirma que desea trabajar. Según parece está por disolver su propia empresa. No le va bien.
    ―Eso no me sorprende ―me mofé, pero la burla iba a ser a costa mía si no lograba revertir la situación―. ¿Va a disolver DGR debido a estas negociaciones? ¿Y el dinero que obtendrá?

    La expresión en el rostro de Carmen debería haberme advertido.

    Ella se volvió, tomó un documento del expediente y me lo entregó.

    Lo examiné. Las cifras eran pasmosas.

    ―¡No vale nada! ¿Qué me dice de sus otras pertenencias?

    Cuando organiza un paquete de inversión, a menudo toma una parte pequeña para él. Esas partes pequeñas deben valer algo.

    Carmen me entregó otra hoja de papel. En ella de inmediato noté que no había mucho que ver.

    ―¿Eso es todo? ―estaba furiosa―. ¿El total de lo que vale su negocio? ¿Y el seguro de vida? ¿Alguna cuenta para jubilación?

    ¿Acciones?

    ―Vendió las acciones. Y en cuanto a lo demás, pidió dinero prestado y lo dio en garantía. No vale gran cosa.

    Yo estaba perpleja.

    ―Siempre me hablaba de un respaldo económico. Cada vez que hacía una pequeña inversión decía que era para nuestro futuro.

    Me sentí segura todos estos años pensando que en verdad había algo ―¿furiosa? Eso ni siquiera servía para describir mis sentimientos. Agité el papel que tenía en la mano―. Se suponía que una parte de esto iba a asegurar la educación de los niños.

    Pero todo desapareció. ¿Y éste es el hombre que quiere dirigir mi compañía? No quiero que la toque. ¡La llevará al desastre! ―

    me acomodé en la silla. En segundos, caí en la cuenta de lo que estaba en juego y me incliné hacia adelante―. Ya sé lo que trae entre manos. Quiere introducirse en WickerWise para encontrar un comprador y obligarme a vender. ¡Es una sabandija! ―pregunté con cautela― ¿Puede hacerlo, Carmen? ¿Tengo que aceptarlo?

    ―Estamos negociando un acuerdo. No tenemos que aceptar nada aún. ¿Podría el tribunal obligarla a hacerlo si las cosas llegan tan lejos? ―no respondió de inmediato, parecía reflexionar―. Si la Corte decide que todo lo construido durante el curso del matrimonio debe considerarse como propiedad mancomunada y dividirse, Dennis tiene todas las de ganar. Si somos capaces de establecer su falta de responsabilidad, si podemos argumentar que eludió sus obligaciones financieras durante el matrimonio, entonces la ventaja será nuestra. Desafortunadamente, en ambos casos se requiere de un juicio. Le advierto que el proceso podría durar seis meses o más.
    ―No me importa. Puedo esperar. Él es quien tiene prisa, no yo. El problema de la custodia se decide por separado, ¿verdad?
    ―En teoría. Pero si no aceptamos las conclusiones de Jenovitz, iríamos a un juicio de custodia, concurrente con el de divorcio.

    El pánico estaba a punto de apoderarse de mí.

    ―Moriré si tengo que vivir separada de los niños seis meses.

    Algo más tiene que ocurrírsenos. ¿Cuál será nuestro siguiente paso?

    ―Para empezar, trataremos de ganar tiempo. Deje que Dennis piense que estamos considerando sus demandas. Si le pregunta al respecto, no conteste. Diga que no sabe lo último que ha pensado su abogada. Mientras tanto, Morgan trabajará en documentar el vínculo romántico entre Dennis y Phoebe Lowe. Eso nos dará un arma poderosa.
    ―Destruir su reputación.
    ―Sí, pero recuerde que él hizo lo mismo con usted. Eso le servirá de lección.

    Odié a Dennis un poco más por obligarme a descender tan bajo.

    ALGUNOS DICEN que el amor y el odio son los dos extremos de la misma emoción. No podría decirlo. Lo que sí sabía era que el sentimiento que experimentaba por Dennis en mi rabia era más fuerte que cualquier otra cosa que hubiera sentido jamás por él.

    Si eso significaba lo que yo creía, el panorama general de mi matrimonio había sido muy triste, y en ese caso, lo más lamentable era mi adherencia ciega a él.

    Tal vez habría pasado horas meditando en ello si Rona no hubiera llamado poco después de que regresé al faro, para decirme que Connie había sufrido un ataque al corazón. El pánico de Rona me llegó en toda su magnitud. Connie se encontraba en terapia intensiva; las próximas horas serían críticas.

    Llamé por teléfono a Carmen, a Dennis y a Brody. Enseguida tomé el primer avión con rumbo a Cleveland.

    El viaje fue insoportablemente lento. Me contagié por completo del terror de Rona y supuse que encontraría a mi madre inconsciente y que sólo las máquinas la mantenían con vida.

    Imaginé a los médicos moviendo la cabeza con desesperación.

    En realidad, el estado de mamá no era tan grave. En cuanto al ataque al corazón, había sido leve, atendido con prontitud y tratado de manera eficiente. Sí, los siguientes días serían cruciales, me dijo el médico cuando llegué, pero mamá estaba consciente y alerta y a veces dormitaba mientras hablábamos.

    ―Pensé que había muerto ―comenté a Rona en un susurro apagado, cuando esperábamos en el corredor de la unidad de terapia intensiva, a corta distancia de donde estaba Connie.
    ―También yo ―Rona me sonó profundamente apesadumbrada―, Una cosa es que ya se haya estabilizado, mirar atrás y decir que jamás estuvo tan grave. Y otra muy diferente cuando uno atraviesa por el momento. Siento mucho haberte obligado a venir hasta aquí, pero ella también es tu madre. ¿Hice mal en avisarte?
    ―No ―suspiré―, no hiciste mal ―me pasé una mano con fatiga por el cabello y apoyé el hombro en la pared―. Un ataque al corazón es un ataque al corazón, aun cuando no se encontrara tan enferma. Créeme, Rona, desearía haber estado aquí más tiempo, pero las cosas están muy tensas en casa.
    ―¿Tensas, cómo? ―preguntó.
    ―Dennis y yo nos separamos.

    Permaneció completamente silenciosa por un minuto. Después, pronunció un prolongado "no." Su voz podría haber demostrado incredulidad o incluso molestia, pero era evidente que lo que sentía era curiosidad.

    ―¿Tú y Dennis? ¿Qué ocurrió?
    ―Es una larga historia. No voy a entrar en detalles ahora.

    Lo esencial es que compré una casa más pequeña.

    ―¿Te mudaste? Ah, con razón tienes un nuevo número telefónico. ¿Pero por qué te mudaste? Tú eres la mujer. La que se quedó con los niños. Se supone que es él quien debe mudarse.

    Me froté la nuca para ver si así calmaba mi tensión.

    ―Sí, bueno, suelen suceder las cosas, pero ésta no es una situación ordinaria.
    ―¿Por qué no? ―preguntó, ahora indignada.
    ―Porque él fue quien se quedó con los niños, ―¿Dennis tiene a los niños? Claire, ¡qué contrariedad!
    ―Mira, yo no quería que ocurriera así, pero no tuve opción.

    Viajo por motivos de trabajo, mi carrera es más exigente que la suya y además está mamá ―eso era lo que Dennis había argumentado. Después, racionalicé:

    ―No podría haber venido como lo hice esta noche si hubiera tenido que empezar a hacer arreglos para dejar a los niños.

    No estaba preparada para contarle toda la historia. No quería que supiera acerca de la orden del tribunal, y menos aún que un juez pensaba que yo era una madre inepta. Me sentía demasiado vulnerable.

    ―¿Mamá ya lo sabe? ―preguntó Rona.
    ―No, Por favor, no se lo digas. Se preocupará mucho.
    ―Más bien dirás que se desilusionará. Ella siempre pensó que eras perfecta.
    ―Mamá sabe que no soy perfecta y que mi matrimonio tampoco era perfecto.
    ―Qué raro, jamás lo mencionó ―Rona me miraba de una manera extraña―. ¿Dennis tiene la custodia? Ése es un golpe muy duro para la vieja imagen.
    ―La vieja imagen ―repuse reflexionando― era sólo producto de tu imaginación.
    ―Producto de la imaginación de mamá.
    ―Tal vez. De acuerdo. Es probable. Y se equivocó al sujetarte a un patrón típico pero quizá también a mí me sujetó a él, ¿sabes? ―no se me había ocurrido antes, pero tenía sentido―.

    Tal vez yo también sentí cierta obligación por cumplirlo.

    Rona no respondió, simplemente se quedó ahí sin moverse; se veía muy bella, apoyada contra la pared a corta distancia de mí, más bella de lo que yo alguna vez sería, aunque mamá también la molestaba por eso. Fue muy triste que no nos abrazáramos. En un momento de nuestras vidas en que el contacto físico podría habernos ofrecido cierto consuelo, no éramos capaces de dárnoslo. Nuestra relación no se daba de esa manera. Y tampoco estaba segura de por qué.

    Pero, ¡vaya que si me pesaba! La necesidad de abrazar y ser abrazada era enorme en ese momento, pues aunque nuestra madre no estuviera tan enferma como habíamos temido, el pronóstico era bastante malo.

    ―¿Se trata de una separación de prueba? ―preguntó Rona.
    ―No ―respondí―. Va en serio.
    ―Así de terrible, ¿eh? ―sonrió―. Estoy sorprendida.

    Me aparté de la pared.

    ―En confianza, ha sido una experiencia dolorosa. Pensaba que entenderías, después de haberla pasado tú misma ―podía haber dicho más; podía haber compartido los pensamientos y temores que albergaba, si Rona y yo hubiéramos podido comunicarnos. Pero no podíamos. Siempre había culpado de ello al espíritu competitivo de Rona. En ese momento se me ocurrió que tal vez yo también era competitiva. Me avergonzó confesar que mi matrimonio había fracasado. Toda mi vida había querido tener lo mejor.

    Y ahora me sentía humillada, como Rona se había sentido todas esas veces. Una vez más, pensé en abrazarla. Una vez más, algo me detuvo. Empecé a caminar por el pasillo.

    ―Voy a hacerle compañía a mamá un rato ―dije.

    AUNQUE DURMIÓ la mayor parte del fin de semana, mi madre sabía que yo estaba ahí. De vez en cuando abría los ojos, me estrechaba la mano y susurraba mi nombre. Estuvimos juntas en silencio, mamá y yo, y me resultó sorprendentemente tranquilizador. Parecía sentirse reconfortada con mi presencia, de manera que yo no sentía la necesidad de fingir. El corazón de Conníe se recuperó. El sábado por la tarde, abandonó la unidad de terapia intensiva y regresó a su habitación.

    Rona trajo flores frescas. Llevó también la colonia favorita de mamá, una grabadora de casetes y libros en cinta, más de los que mamá podía escuchar en un mes.

    ¿Acaso mamá se sentía agradecida? Era difícil saberlo. Sonrió, asintió con la cabeza y los ojos mostraron esa mirada triste que conocía de sobra. Aun en su visión del mundo que se apagaba cada vez más, juzgó a Rona como irremediablemente frívola.

    ¿También yo lo pensé? No. Pero no sabía cómo decírselo a Rona sin confirmar que mamá así lo creía, cosa que podría haber hecho incluso más daño. De modo que halagué a Rona por los obsequios que había traído y le di las gracias por apoyar a mamá. A la parte de mí que odiaba ser competitiva no le importó que ella supiera acerca del fracaso de mi matrimonio.

    SIEMPRE ME HA RESULTADO difícil despedirme. Esta vez fue verdaderamente un desastre. Prometí llamar a mi madre y volver a verla en una semana o dos, pero ambas sabíamos que mis palabras no tendrían sentido si cuando regresara ya hubiera muerto.

    Salir de la habitación del hospital ese domingo por la mañana fue tan duro que, si la situación hubiera sido diferente, me habría quedado y dicho: "Al diablo con todo. Los niños entenderán." Pero Dennis no lo comprendería. Tampoco su abogada ni el juez ni Jenovitz, con quien tenía una cita el lunes. Si hubiera elegido a mi progenitora por encima de mis hijos, habrían pensado que era una pésima madre. Así que preferí ser una pésima hija.

    La vida era una lista de compromisos, Connie se había quejado alguna vez. Sólo deseaba poder explicarle por qué tenía este compromiso en particular. Me habría ayudado saber que ella estaba de acuerdo con lo que hacía.

    UN POCO DESPUÉS del inicio de nuestra sesión, Dean Jenovitz propuso un juego. No podía negarme a participar.

    ―Firmeza ―dijo.

    Analicé su escala. Si por modestia yo misma me calificaba bajo, era posible convencerlo de esa calificación. La modestia desempeñaba un papel limitado cuando se trataba del arte de vender y, en apariencia, de eso se trataba el estudio. No de justicia. Sino del arte de vender.

    ―Me doy un nueve.
    ―Ingeniosa.
    ―Nueve.
    ―¿Competente?
    ―Ocho.
    ―¿Por qué no otro nueve?
    ―Porque la competencia es relativa. Lo que hago, lo hago bien, pero existen otras cosas que no hago bien para nada. Esas cosas las distribuyo. Sé cómo delegar. Eso constituye la mitad de por qué tengo talento para hacer lo que hago.

    Jenovitz se sentó y me miró fijamente. Por fin, preguntó:

    ―¿Está enojada?

    Parpadeé.

    ―Tal vez ―respondí.
    ―¿Le importaría decirme por qué?

    Erguí la cabeza.

    ―Porque estoy pasando una situación que no quería y que no me gusta. Siempre que estoy con mis hijos, casi todo lo que expresa la más pequeña tiene que ver con cuándo voy a volver a casa; el grande se muestra muy taciturno y ambos se ponen nerviosos, y por lo mismo yo también, cuando se acerca el momento de despedirnos. No sé lo que sienten después de que los dejo de vuelta con su padre, pero sé lo que yo siento y no es cálido ni agradable. Me siento sola. Temerosa. Preocupada. Esto es muy difícil para mí, doctor Jenovitz. Soy una buena madre.

    Amo a mis hijos. Todo el instinto maternal que poseo me dice que saldrán lastimados. De manera que sí, en efecto, estoy enojada.

    Tengo todo el derecho de estarlo, ¿no es así?

    ―No, si las acusaciones contra usted son ciertas.
    ―No lo son ―insistí y me hundí en la silla.
    ―Es lo que trato de determinar ―comentó―. La cólera interfiere
    ―hizo una pausa para inclinarse, abrió un cajón y buscó en el interior. Oí el crujido de una envoltura de plástico. Cuando se enderezó, se introdujo en la boca un caramelo agridulce.
    ―Paciencia. ¿Cómo se calificaría?
    ―¿Con respecto a mis hijos? Nueve punto cinco.

    Mostró una expresión de escepticismo.

    ―Es sorprendente que jamás haya pensado en dar clases, con un nivel de paciencia como ése.

    Reí con timidez y dije:

    ―Sólo porque soy paciente con mis propios hijos no significa que lo sea con los de otras personas.
    ―¿Siempre supo que quería sólo dos?
    ―Sí.
    ―¿Por qué?
    ―Dos me pareció adecuado. Suficiente para que cada uno recibiera atención y amor. Además, los niños también cuestan dinero. No teníamos idea en ese entonces de lo que iba a ocurrir en la actualidad.
    ―¿Es por ello que lo pospuso? ―cuando fruncí el entrecejo, dijo―: Usted no era muy joven cuando tuvo a su primer hijo.
    ―Tenía treinta y un años. Eso no es ser vieja.
    ―Pero se casó a los veinticinco. Me dijo que renunció a su empleo en ese momento y empezó a trabajar por su cuenta. Tenía mucha flexibilidad, ¿por qué posponer la maternidad?

    No adivinaba cuáles eran sus intenciones, pero parecía una trampa. Con cautela, dije:

    ―Creí que Dennis y yo necesitábamos pasar un tiempo solos al principio.
    ―¿Él estuvo de acuerdo?
    ―Sin duda, no discutió. ¿Tiene algún comentario respecto a esto, doctor Jenovitz? No comprendo qué tiene que ver con mi comportamiento como madre.
    ―Señala su actitud respecto a ser madre.
    ―¿De qué manera? ―pregunté.
    ―Algunas mujeres quieren tener hijos, pero cuando nacen resienten su presencia.
    ―No soy una de esas mujeres.
    ―Eso no es exactamente lo que afirma su esposo.
    ―¿Cómo dice?
    ―Él asegura que quería un bebé, pero que usted se mostraba muy vehemente acerca de posponer la maternidad.

    Estaba perpleja. Me erguí en la silla y respondí:

    ―Vamos a aclarar una cosa. No era que no deseara un bebé.

    Teníamos algunas diferencias personales. No estaba segura de que el matrimonio duraría.

    ―¿Su matrimonio no era estable?
    ―Entonces me lo pareció así. Llevábamos poco tiempo de casados y había problemas. No era el momento adecuado para que tuviéramos un hijo. Dennis estuvo de acuerdo conmigo.
    ―Pues él no dice eso.
    ―No, por supuesto que no, claro. Los problemas que teníamos se originaron por algo muy malo que hizo. ¿No se lo contó?
    ― No.

    Titubeé sólo un segundo.

    ―Varios años antes de que nos casáramos, Dennis sostuvo un romance con una mujer casada. Era la esposa de su jefe. Cuando terminó, ella lo chantajeó con la amenaza de revelar lo que habían hecho, lograr que lo despidieran de la compañía y boicotearlo en la industria si no accedía a pagar. Así que le enviaba un cheque mensual. Había pasado un año de nuestro matrimonio cuando me enteré. Tal vez no habría sido tan terrible si él hubiera reaccionado honestamente, pero incluso cuando tuve los cheques cancelados en la mano, me contó una historia o dos antes de decirme la verdad. Adulterio y chantaje. Fue muy difícil para mí aceptarlo.

    Jenovitz me miró con paciencia.

    ―Hasta entonces, yo había creído que Dennis era casi perfecto.

    Súbitamente, me desilusionó. Conocí una parte de él que no tenía idea que existía. Reñíamos mucho y, por cierto, después de que Kikit nació, él se hizo la vasectomía. ¿Qué dice eso acerca de su deseo de ser padre?

    ―Una vasectomía después de dos hijos no me dice mucho.

    Alcé una mano.

    ―¿Qué opina de la aventura que tuvo? Si fue tan serio como para dar pie a un chantaje, debe haber sido algo importante.

    ¿Qué le dice eso respecto al carácter de Dennis?

    ― ¡Santo cielo, pero qué agresividad!
    ―Ustedes me han convertido en una persona belicosa. Por mi, jamás habría mencionado esa aventura. Terminó hace años. Pero cada historia tiene dos versiones. ¿Se supone que no debo emitir la mía? ¿Es que debo quedarme callada mientras usted saca conclusiones que no son ciertas? ¿Se supone que no debo hacer nada cuando mí esposo viene con usted y miente? Yo no pedí nada de esto. ¿Agresiva? ¡Con mil demonios, sí!, estoy luchando por mis hijos, doctor Jenovitz. ¿Cómo cree que debería ser?

    PESE A QUE no tenía cita con Carmen, me sentía demasiado alterada así que fui a su oficina aunque no hubiéramos quedado.

    Me hicieron pasar a la sala de juntas. Cuando ella entró, yo estaba tan enojada conmigo misma como con Dennis.

    ―Lo eché todo a perder ―dije después de contarle lo que había ocurrido―. Jenovitz opina que soy agresiva. Pero estaba furiosa con Dennis por mentir. Lo lamento, Carmen. Empeoré las cosas. Aunque no podía quedarme ahí sentada sin defenderme.

    Así que ―me detuve a media frase―, ¿se acabó? ¿Cree usted que voy a perder a los niños?

    ―No ―repuso Carmen―. Tenemos otros recursos de los que podemos echar mano. Interpuse esta mañana el recurso de apelación interlocutoria ―sin embargo, se veía preocupada.
    ―No le agrado a Jenovitz ―observé―. Empezamos con el pie equivocado y hemos ido cuesta abajo ―di rienda suelta a mis temores―. Va a presentar una recomendación en mi contra. Lo presiento. Cuando finalmente haga su recomendación. Cada vez que le pregunto cuándo planea hablar con los niños, responde que no está preparado. Si ni siquiera ha fijado una reunión con ellos, ¿cómo podrá presentar un informe al final del mes?

    Esperaba que todo esto concluyera para entonces ―sentía que la histeria aumentaba por momentos. Lo que Carmen dijo a continuación no ayudó.

    ―Es posible que demore más tiempo. El tribunal le concederá más tiempo a Jenovitz si lo necesita.
    ―¿Cuánto más?
    ―¿OTROS DOS meses más? ―Brody repitió como un eco cuando supo lo que Carmen había dicho. Igual que yo, tampoco podía creerlo y se sintió igualmente indignado―. ¿Sesenta días para decidir si eres apta para cuidar de tus hijos? Eso es lo más ridículo que he oído en mi vida.

    Nos encontrábamos en mi taller. Había ido ahí después de volver de Boston. Pensaba trabajar en la mecedora y la mesa de mimbre, pero al final, me sentía demasiado molesta para hacer nada.

    Fui a la ventana y contemplé la noche.

    ―Es irónico ver cómo todas las cosas terminan por completar un círculo ―afirmé―. Cuando me enteré de la aventura de Dennis, me aterrorizó tener un hijo con él. Pensaba todo el tiempo que Dennis y yo nos divorciaríamos y que yo terminaría como mi madre, con bebés y sola. Así que la parte correspondiente al divorcio por fin se ha convertido en realidad. ¿No significará entonces que voy a perder a mis hijos ahora porque no quise tenerlos en aquella época?

    Brody se acercó. No me tocó, pero sentí su presencia. Su calidez era como una tabla de salvación.

    ―No perderás a los niños. Todo se solucionará.

    Me aferré al parteluz de la ventana.

    ―Quiero creerlo, pero tengo las manos atadas. Necesito hacer algo ―pensé en mi primera conversación con Jenovitz―. Tal vez quiero controlarlo todo ―alcé la mirada hacia Brody―. ¿Soy controladora?
    ―Jamás me has controlado a mí, no en una forma negativa.
    ―Eres fuerte. No lo permitirías. Sin embargo, Dennis no lo es tanto. No dejo de pensar en todas esas veces que él sugirió que nos separáramos. Solía decir cosas como: "Ya no nos queda nada bueno", y yo respondía: "Pero podemos revivirlo", y así lo hicimos durante un breve lapso después de cada conversación.

    Las cosas mejoraban. Ambos lo intentábamos. Tal vez yo más que él, porque yo era la que en realidad no quería el divorcio. ¿Qué opinas? ¿Soy una persona controladora?

    ―No. Dennis podría haber discutido más. Podría haberse mudado.

    No lo encadenaste a la casa.

    ―Bueno ―suspiré―, cuando por fin actuó, actuó en serio.
    ―En más de un sentido ―observó Brody.

    Volví los ojos hacia él.

    Hablaba en voz baja, posiblemente para suavizar el golpe, tal vez debido a la rabia.

    ―En cuanto a que Dennis quiere ser socio de WickerWise, tienes toda la razón. Desea introducirse con el único propósito de venderla. Ya negoció comprar otra compañía.

    Me quedé boquiabierta.

    ―Pittney Communications. Es una compañía de telecomunicaciones en Springfield, pequeña, pero al parecer floreciente. Uno de sus principales socios murió en julio pasado. La viuda quiere vender su parte. Si queremos convencer al juez del argumento de que Dennis emprendió esta demanda de divorcio justamente con el fin de obtener dinero, éste es el momento oportuno. Podemos probar que se reunió con los socios sobrevivientes por primera vez a finales de agosto.

    Creía que nada podía sorprenderme o herirme, pero me había equivocado.

    Brody debe de haberlo percibido.

    ―Mira ―trató de salirse por la tangente―, tal vez no fue con la idea de comprar él mismo, sino de coordinar un grupo de inversionistas. Las compañías de telecomunicaciones son la novedad. El mercado ha crecido con mucha rapidez.

    Sin embargo, ambos sabíamos la verdad.

    ―Pittney Communications es para él ―puntualicé―. La oportunidad así lo indica. Para entonces, ya tenía meses de hablar con sus abogados. Probablemente sólo aguardaba el momento oportuno, estaba a la expectativa de que surgiera el negocio conveniente―. Dennis había tramado todo esto y yo no había percibido nada en lo absoluto. ¿Dónde había estado?

    Pero atormentarme en ese momento con mis puntos flacos no iba a servirme de nada.

    ―Pues erró el tiro ―juré―. A él no le corresponde decidir la venta de WickerWise.
    ―¿Qué ocurrirá si propone un intercambio: la mitad de la propiedad por la custodia de los niños?
    ―No se saldrá con la suya ―insistí, aunque empezaba a sentirme acorralada―. Carmen negociará. Lo que Heuber propuso es sólo un punto de partida ―pero no tenía mucho espacio para maniobrar en lo que concernía a los niños. Dennis me tenía entre la espada y la pared. Tenía que hacer algo.

    Brody me acarició suavemente el cabello, después se dirigió con lentitud a las escaleras del desván, se sentó en uno de los peldaños y estiró las piernas.

    ―Sé que tenías dudas ―comentó―. Desde hace mucho tiempo. Jamás estuviste segura de que el chantaje de Adrienne Hadley se debiera únicamente a la infidelidad. Siempre sospechaste que existía algo más.
    ―¿También tú?

    Él se encogió de hombros.

    ―Escuché algunos rumores. Jamás fue información de primera mano o de manera objetiva. La gente se preguntaba cosas, eso es todo. Dennis alcanzó la cúspide con mucha rapidez. Su desempeño desde entonces ha sido mediocre. No ha habido nada que justifique esa primera época de prosperidad.

    Viejos pensamientos volvían a mi mente. Sospechas hacía mucho tiempo enterradas y hechas de lado por el bien del matrimonio.

    Respiré hondo y sentí un fuerte estremecimiento. Ahora la situación era completamente diferente. Tenía que pensar en los niños. Jugar sucio no era lo que prefería, sin embargo ¿qué otro recurso me quedaba?

    Me acerqué a Brody. Sentado en las escaleras del desván, me quedaba a la altura de los ojos. Pasé los brazos por su cuello.

    ―Abrázame fuerte ―susurré―. Necesito fortaleza ―cuando me estrechó, suspiré con alivio, asentí con placer.

    De pronto, me tomó el rostro con ambas manos y me besó. Había imaginado lo que se sentiría besar a Brody, pero esto era algo más. Fue ese tipo de sensación que aleja de la mente cualquier pensamiento. Fue dulce. Secreto. Especial.

    Así que permití que se prolongara, que se alargara más hasta que una tormenta bramó dentro de mí. La necesidad era tan imperiosa que resultaba aterradora. Pero las consecuencias también lo serían.

    Respiré hondo varias veces y esperé a que cesara el temblor que sentía. Entonces apoyé la barbilla en el hombro de Brody y sólo me dejé abrazar, porque también en ello había un placer intenso. Sin trabas. Se trataba sólo de sentir el cuerpo de Brody y tener conciencia de su amor.

    Me sorprendió haberme encontrado tan cerca de él todos esos años sin disfrutar esto.

    ―Debo de haber estado ciega ―susurré.
    ―No ―musitó, en sintonía conmigo como siempre―. Sólo estabas casada.

    Y todavía lo estaba, ese pensamiento me trajo de vuelta al dilema que enfrentaba. Me aparté.

    ―Tengo que correr. Tengo que pensar.
    ―Tienes que comer también. Ven a casa. Te prepararé la cena.
    ―Sí, claro.
    ―Lo digo en serio.
    ―Ya lo sé. Ése es el problema ―pero me parecía fantástico.

    Besé a Brody una última vez y luego salí corriendo antes de olvidar lo que tenía que hacer.

    DE REGRESO EN EL FARO, sentada con las piernas cruzadas sobre el piso alfombrado de mi habitación, con el rostro vuelto hacia el mar, recordé aquel primer trauma de nuestro matrimonio. ¡Cómo le di vueltas al asunto! Temí que ésa no fuera toda la historia, sin embargo, Dennis juró que me había confesado todo.

    Tal vez era cierto. Pero tal vez no.

    Bajé las escaleras de prisa y saqué una caja de cartón que estaba guardada en el pequeño clóset que había en la sala, la abrí y revisé algunos expedientes. En su mayoría, se trataba de los registros de los primeros días de WickerWise.

    Pero la carpeta que buscaba no tenía nada que ver con WickerWise. Contenía cheques cancelados, una carta y una esquela. La separé y tiré de ella. En el instante en que la tuve en las manos, me di cuenta de que algo andaba mal. Estaba demasiado delgada. Abrirla fue sólo una formalidad. Ya sabía que estaba vacía.

    A LA MAÑANA SICUIENTE, Carmen llamó para informarme que Morgan había dado con una mina de oro.

    ―La agenda de Dennis dice que asistió a un seminario de inversiones en Vermont en julio pasado. Morgan verificó esos días contra los registros del hotel y los recibos de la tarjeta de crédito. Dennis estuvo en Vermont en julio pasado, de acuerdo, pero se hospedó en un motel, un motel muy pequeño. El propietario y el encargado de la recepción, ambos hombres, identificaron las fotografías de Dennis y Phoebe.

    Sin duda eran buenas noticias para mi caso, aunque no pude negar que me lastimaban profundamente. Ya era julio. La sola idea me hizo sentir enferma. Y enojada.

    Ya le había contado a Carmen respecto a Adrienne. En ese momento, compartí con ella mis dudas más profundas.

    DOS DÍAS DESPUÉS, ella y yo nos reunimos con Morgan en una cafetería pequeña en Charlestown que, en apariencia, era lo más parecido a una oficina que tenía Morgan. Nos sentamos en un gabinete y nos sirvieron café una y otra vez. Morgan, un sueco alto, rubio, era elegante, limpio y observador. La mayor parte del tiempo, escuchó y tomó notas mientras yo hablaba.

    ―Cuando Dennis se graduó como administrador de empresas, consiguió un empleo en una compañía de inversiones en Greenwich, Connecticut. Se trataba de un puesto de nivel medio que le brindaba la oportunidad de un ascenso si se desempeñaba bien.

    No pasó mucho tiempo en la empresa antes de que conociera a la esposa de uno de los socios principales. Ella era mucho mayor que él, pero sensual y astuta.

    ―¿El matrimonio de ella estaba en crisis? ―preguntó Carmen.
    ―Eso le dijo a Dennis, pero él descubrió que no era cierto.

    No tenía planes de divorciarse de su esposo. Sólo le gustaba divertirse.

    ―¿Usted y Dennis eran novios en esa época? ―fue Carmen la que preguntó otra vez. Morgan sólo escuchaba.
    ―A larga distancia. Yo estaba en mi último año en la universidad. Hablábamos mucho, pero no nos veíamos más de una vez al mes. No tenía idea de lo que ocurría entre estas visitas.
    ―¿Cuándo se enteró?
    ―Después de un año de casada.
    ―El se casó con usted y, ¿durante todo ese tiempo tuvo relaciones con otra mujer?
    ―Oh, no. El romance terminó antes de que llegáramos al altar.

    Es extraño, pero esperamos. Podríamos habernos casado antes, pero algo nos detuvo. Siempre pensé que Dennis necesitaba tiempo. En retrospectiva, me doy cuenta de que era por Adrienne.

    ―¿Adrienne qué? ―preguntó Morgan.
    ―Hadley ―observé que anotaba el nombre―. Supe de ella por casualidad, o así lo pensé. Solamente después comprendí que no fue por mero accidente. Dennis dejó una carta de ella junto al resto de las facturas. Todo indica que compraba su silencio a razón de mil dólares al mes. Ella quería más. Probablemente por eso es que quiso que yo lo supiera. Se sentía extorsionado.
    ―¿Comprar su silencio? ¿Por qué? ―preguntó Carmen.
    ―El dijo que era para mantener en secreto su aventura.
    ―Mil dólares al mes ―dijo Morgan―. ¿Por qué Dennis no renunció simplemente y buscó empleo en otra parte?
    ―Le hice esa pregunta varias veces. Dijo que ella podía lesionar su carrera sin importar dónde trabajara y que cuando el chantaje había comenzado, le estaba yendo muy bien en Hadley y Gray; ése era el nombre de la compañía, para abandonar el barco.

    Y tenía mucho éxito. Sabía con exactitud dónde buscar a sus clientes. Ganaban dinero. También él. Ascendió con rapidez.

    En la empresa pensaban que era brillante. Entonces la situación pareció normalizarse. Cuando descubrí lo relativo a los pagos, después de casarnos, su carrera se había estabilizado. Le dije que no entendía por qué tenía que seguir pagando a Adrienne. Si Hadley y Gray ya no era tan atractiva para él, podría iniciar su propia empresa.

    ―¿Así era? ―preguntó Carmen.

    Hice una pausa mientras la camarera llenaba las tazas de café y luego repuse:

    ―Debí haberlo pensado así. De todos modos, lo hizo unos años después. En esa época, sin embargo, afirmó que Adrienne lo había amenazado con esparcir el rumor de que él se hallaba envuelto en negocios ilícitos. Leí en efecto esa carta que ella le envió. Decía, y esto es casi una cita textual, que le resultaría difícil encontrar clientes si éstos pensaban que estaba a punto de ser acusado. Decía que necesitaba más dinero, que estaba desesperada. No había visto a su esposo en un año y estaba enferma. Era verdad, murió cuatro meses después de cáncer en los pulmones. Leí eso en el obituario que supuestamente estaba archivado en mi expediente, junto con la carta y un puñado de cheques cancelados.
    ―¿Por qué conservó el expediente? ―preguntó Morgan.
    ―No lo sé a ciencia cierta. Creo que pensé que conservarlo era como tener un seguro, como si, en tanto tuviera pruebas de lo que Dennis había hecho, no se atrevería a volverlo a hacer.
    ―¿Sabía él que el expediente existía? ―preguntó Carmen.
    ―Pensé que no, pero debe de haberlo sabido. Nadie más tuvo la oportunidad ni el motivo para vaciarlo.
    ―¿Tiene alguna idea de cuándo lo hizo?
    ―Ninguna. Debe de haber destruido el expediente antes de que yo lo tomara. Según parece, ha estado vacío durante años. Tal vez lo encontró un día y sólo tiró todo a la basura. O quizá lo hizo el mes pasado como mera precaución.
    ―¿Precaución en contra de qué? ―inquirió Carmen.
    ―Precisamente ―respondí al tiempo que dirigía una mirada significativa a Morgan―. Tengo que saber si hay más.


    CAPITULO 6


    ¿Cómo amaneciste hoy, querida mamita? Por favor dime, ¿qué tal te sientes?



    ―Estoy bien, aunque a veces me pregunto por qué estoy todavía aquí. ¿Hay algún propósito?
    ―Sí. Nosotras. Sólo saber que estás ahí significa mucho.
    ―¿Eres feliz, Claire? ―preguntó sin que viniera al caso.
    ―¿Feliz? ―pregunté a mi vez, al tiempo que trataba de pensar con rapidez.
    ―Con tu vida. Necesito saber. Extraño tu sonrisa.
    ―En este momento sonrío. Johnny, Kikit, Brody, Joy y yo vamos al circo dentro de una hora ―la verdad era que Dennis casi nunca iba al circo, así que no era raro que fuésemos cinco, en lugar de seis―. Los niños están muy entusiasmados.
    ―Vaya, qué bien. Eso me trae recuerdos, ¿sabes? Yo no podía tolerar el olor de un animal.

    Reí. Era uno de sus viejos parlamentos, la excusa de siempre.

    ―Debí haberte llevado ―continuó con tristeza―. Le eché la culpa al dinero, pero tenía suficiente. Sólo me asustaba gastarlo. Ahí tienes otra cosa de la que me arrepiento.
    ―Sin arrepentimientos. Rona y yo crecimos bien sin el circo.
    ―Bueno, yo no. Estoy aquí acostada pensando que tal vez podría haber soportado el olor de los animales. Pero ahora sé que jamás lo sabré.
    ―Entonces, te tendré que llevar muchos recuerdos.
    ―¿Cuándo? Te extraño.
    ―Yo también, mamá. Espero llegar el próximo jueves. En el vuelo que salga más temprano. ¿Te llevo el desayuno?
    ―Sí, me gustaría mucho ―repuso―. ¿Y el catálogo más reciente?

    ¿El que exhibe la ropa de invierno? ¿Ya llegó?

    Acababa de mencionar lo único que podía darme ánimos. El día en que a mi madre ya no le interesara soñar con la ropa, iba a ser el día en que el fin se aproximara verdaderamente.

    ―Te lo llevaré si llega ―aseguré―. Mamá, tal vez sea muy tarde para llamarte cuando regresemos hoy por la noche. ¿Te hablo por la mañana?
    ―Si todavía estoy aquí.
    ―Ahí estarás.

    MUCHAS DE LAS cosas que amaba en Brody, me encantaban de su hija adolescente, Joy, pero jamás me pareció tan claro como ese sábado. No sabía con certeza si Brody le había contado algo acerca de la situación entre Dennis y yo, pero se condujo como toda una profesional. Ella también había sufrido el divorcio de sus padres. Puesto que era inteligente y sensible, contestó a las preguntas de Kikit con gran aplomo.

    Muchas de ellas denotaban temor, como: "Si los padres dejan de amarse, ¿también dejan de amar a sus hijos?" O:"¿Johnny y yo nos separaremos si mamá y papá lo hacen?" O: "¿Qué ocurrirá si uno de ellos se casa otra vez?"

    Al otro lado de Joy, Johnny escuchaba sin perder detalle, y ahí se quedó la mayor parte del día. Traté de apartarlo para poder hablar más con él, intenté charlar acerca de cosas inocuas como el fútbol. Por momentos lo conseguía, pero no duraba mucho tiempo. De manera inevitable, volvía a acercarse a Joy.

    Las cosas fueron más fáciles a medida que transcurrió el día.

    Cuando terminó la función de circo, volvimos en el automóvil al faro, incluso Johnny pareció olvidar que había problemas.

    Como Joy no había visto el faro, Kikit y Johnny se lo mostraron. En el instante en que el sonido de sus pisadas se desvaneció en el segundo piso, lo que indicaba que habían subido otro tramo, Brody me miró:

    ―¿Resistes? ―preguntó.

    Sofoqué una carcajada.

    ―Necesito que esto se arregle, Brody. Todos los aspectos de mi vida: Dennis, mi madre, WickerWise, parecen estar en el aire.

    Se acercó.

    ―¿Y yo?
    ―Tú también.

    Me dio un beso dulce y fugaz. Todavía era una sensación nueva, un poco desconcertante. Antes de que pudiera ablandarme, me abrazó y me retuvo, sólo me estrechó y nos quedamos de pie, balanceándonos como si bailáramos.

    ―¿Cuál es la canción? ―pregunté apoyada en la calidez del cuello de Brody.
    ―No hay canción.
    ―Tiene que haber una. Nos movemos a un ritmo.
    ―No. No tengo oído musical. No soy capaz de seguir la melodía ni el ritmo. Pero eso ya lo sabías.
    ―No es verdad. Si lo hubiera sabido, jamás te habría besado.

    No me relaciono con hombres que no sepan cantar ―de pronto, me detuve sorprendida―. Por supuesto, ahora que lo pienso, mira a dónde me llevó un hombre que sí sabía. Después de todo, tal vez no representes un riesgo demasiado grande.

    Nuestro baile fue interrumpido por el repiquetear del teléfono. Descolgué el auricular.

    ―¿Claire? ―había oído la voz de mi hermana en todos los estados emocionales posibles, pero esto era nuevo―. Tienes que venir, Claire. Mamá cayó en coma. No saben cuánto durará.

    RONA NO HABÍA exagerado esta vez. Tomé un vuelo a Cleveland el domingo por la mañana y descubrí que los médicos compartían su pesimismo. Nada en especial había provocado el estado de coma. Connie simplemente había caído en él y no tenía la fuerza necesaria para salir.

    Rona estaba destrozada.

    ―Gracias a Dios ―suspiró cuando llegué al hospital. Se encontraba de pie junto a Connie y sujetaba con fuerza la barandilla de la cama―. ¿Estás bien?

    Hice una pausa, tragué saliva y asentí.

    ―Sólo temblorosa ―enseguida me acerqué a la cama y me incliné―. Hola, mamá. Estoy aquí. Ya ves, aun antes de lo que dije ―

    la voz se me quebró al pronunciar la última palabra. Ella tenía el rostro pálido y amarillento―. ¿Mamá? ―no respondió.

    ―Los doctores dicen que debemos hablarle ―musitó Rona en una voz que era apenas más que un susurro―. Dicen que tal vez nos pueda oír.
    ―Le contaré acerca del circo ―dije.

    Hice una pausa y luego empecé a hacer el recuento. Le conté acerca de los leones, los caballos y los elefantes. Le dije que habíamos comido algodones de azúcar y que Kikit se había comprado un cocodrilo morado.

    Guardamos silencio durante un buen tiempo. En cuanto Rona fue por un café, me quedé sola vigilándola. Hablé en voz baja, la llamé por su nombre y le acaricié la mano. Esperaba que Rona se tardara un poco más puesto que yo estaba ahí, pero regresó en menos de diez minutos y trajo café para las dos.

    Lo bebimos sin hablar manteniéndonos cerca. La incomodidad había dado paso a la necesidad de calor humano. Éramos una familia, lo que quedaba de la unidad original ahora que Connie se iba.

    ―Tal vez nos equivocamos de táctica ―dije―. El médico sugirió que podemos decirle que está bien que se vaya.

    Rona parecía consternada.

    ―También me lo dijo a mí, pero no puedo decirle que se muera.
    ―No le vamos a decir eso. Lo que le explicaremos es que no tiene que aferrarse si está muy cansada. Tal vez sea más compasivo.
    ―Pero la necesito. Tengo que decirle cosas.

    Pasé el brazo por el hombro de Rona. Ella y yo no coincidíamos en muchas cosas en la vida. A pesar de ello, el dolor nos unía.

    ―Mamá piensa que soy muy superficial, pero de verdad amé a Jerry y en realidad también amé a Harold y ellos a su vez me amaron en alguna época y me hicieron sentirme bien. Muy segura.

    Desde luego, no trabajé como ella y como tú, ¿pero acaso eso me convierte en una mala persona?

    Seguridad. Yo también la necesitaba. Por eso me casé con Dennis. Pero Brody también me la ofrecía. ¿Eso me convertía en una mala persona?

    ―No.
    ―Entonces, ¿por qué me hizo sentir así?
    ―Tal vez estaba celosa.
    ―¿Celosa?
    ―Tú disfrutabas de todos los lujos que ella deseaba, pero nunca pudo tener. Tal vez no pudo tenerlos, o no se atrevió a aceptarlos. Se sentía como una cobarde. Tuviste el valor.

    Ella lo envidiaba.

    ―¿Tu crees?

    Me imaginaba que sí.

    LA MAÑANA DEL DOMINGO se convirtió en la tarde del domingo.

    Los médicos y enfermeras pasaban a verla de vez en cuando, pero Connie no parpadeó siquiera.

    Rona se acurrucó en una silla y se quedó dormida un rato, después despertó y volvió a su puesto al lado de la barandilla de la cama. Esperaba que fuera a casa a tomar una ducha y a acicalarse como ella acostumbraba, pero no quiso alejarse de la habitación, salvo para ir por café o alimentos. Vestía un traje deportivo, llevaba el cabello recogido en una cola de caballo y no se había maquillado. Traía menos joyas de las que acostumbraba. Pensé que era más accesible de esta manera, aunque tal vez se debía a mi propia necesidad de compañía.

    También consideré que se veía más bonita así y se lo dije.

    Ella suspiró.

    ―Mamá siempre dijo eso también.

    Más de una vez deseé que Brody estuviera a mi lado. Pero no era el momento. Sí lo era para Connie, Rona y yo. A medida que las horas transcurrieron y la tarde dio paso a la noche, Connie seguía con nosotras y su rostro se veía casi opalescente.

    Recordé la historia de las perlas de la abuela Kate y no pude evitar imaginar que la misma Connie estaba por convertirse en una. Me vino a la mente que de eso se trataban las vigilias al lado de los moribundos, que eran una oportunidad para que la familia se congregara en esas últimas horas de comunión llenas de paz, para crear de un recuerdo final, una última perla que añadir al hilo del collar. Por ello, me sentí agradecida de que mi madre resistiera.

    OBLIGUÉ A RONA a ir a casa esa noche del domingo para que durmiera unas horas, mientras yo dormitaba al lado de la cama de mi madre; sin embargo, Rona regresó mucho antes del amanecer del lunes. Había tomado una ducha y llevaba unos pantalones vaqueros y un suéter, pero todavía iba peinada con cola de caballo y no se había maquillado el rostro. Se veía como si tuviera apenas dieciocho años.

    Nos acurrucamos en unos sillones, una al lado de la otra, junto a la cama, comimos croissants recién horneados, bebimos café y conversamos en murmullos en un tono íntimo, como no lo habíamos hecho desde que éramos unas adolescentes curiosas por los chicos. En ese momento, en lugar de hablar de chicos, conversamos acerca de los hombres: Rona de sus esposos y yo de Dennis. Tal vez nos sentimos atraídas a las confesiones debido a la naturaleza casi religiosa de la ocasión, no lo sabía. Pero en ese cuarto, a la luz violeta del amanecer, Rona confesó que su vida sexual con Harold había sido inexistente y yo confesé que Dennis me había echado de la casa.

    ―¿Lo extrañas? ―preguntó Rona cuando me oyó terminar con mi relato.

    Me lo había preguntado en más de una ocasión.

    ―Los primeros días, me invadía una rabia tal que no había lugar para extrañar a nadie que no fueran los niños ―repuse―.

    ¿En este preciso momento? Echo de menos saber que estoy casada.

    Evidentemente, extraño a los niños. Eso jamás lo olvido. Pero, ¿a Dennis? ¿Como hombre? ―medité otro minuto, sólo para asegurarme de no dar una respuesta precipitada. Pero de todas las emociones que había sentido en las últimas semanas, extrañar a Dennis no era una de ellas. Aquellas partes buenas de mi matrimonio se habían convertido sólo en lejanos recuerdos.

    Perlas. Nunca las perdería. Sin embargo, tampoco había nada que incluyera a Dennis en el futuro.

    ―No ―contesté―. Estábamos muy alejados emocionalmente. No somos los mismos que cuando nos casamos. Nos moldeamos de tal manera que nos volvimos menos compatibles. Es muy irónico, ¿no es verdad?
    ―¿Sabe que estás aquí?
    ―Lo llamé ayer ―dirigí la mirada a Connie―. Dijo que tomaría un vuelo para traer a los niños... en caso necesario.

    MI MADRE PERMANECIÓ en estado de coma durante todo el lunes.

    Al anochecer, Rona y yo nos sentíamos exhaustas, así que al salir del hospital, compramos una pizza camino a la casa de Rona, la devoramos en su cocina y dormimos hasta muy temprano por la mañana. Luego regresamos al hospital.

    Ese martes conversamos acerca de nuestra niñez e intercambiamos recuerdos una frente a la otra, a ambos lados de la cama de Connie. En ocasiones reíamos, incluso a carcajadas.

    Pensamos que a Connie no le molestaría. Ella se habría sentido feliz con la idea de que Rona y yo nos comunicáramos después de tanto tiempo de separación.

    Durante esas horas, me sentí extrañamente relajada. Estaba con mi madre y en compañía de mi hermana. El trabajo, los niños, la batalla por la custodia, todo me parecía distante.

    La noche del martes, la frágil tranquilidad se rompió al oír el ruido sibilante de la respiración de Connie. Rona y yo nos mirábamos alarmadas a cada nuevo sonido que mi madre emitía.

    El ruido cesó para dar paso a un abrupto silencio un poco antes de la medianoche. El médico acudió y dictaminó el fallecimiento, seguido de las enfermeras que desconectaron los aparatos. Rona y yo nos abrazamos mientras ellos hacían todo lo necesario, pero cuando intentaron llevarse a Connie de la habitación, protestamos.

    ―¿Nos permiten unos minutos más? ―supliqué. Rona lloraba en silencio junto a mí.

    Retrocedieron y cerraron la puerta para dejarnos a solas con ella por última vez.

    Rona y yo nos acercamos a la cama.

    ―Se ve en paz ―musité―. Espero que esté tranquila.
    ―Yo también espero lo mismo. No fue para nada una mala madre
    ―Rona respiró de manera entrecortado y enseguida añadió de manera irónica―: Debe de haber una explicación de por qué permanecí a su lado tanto tiempo.

    Los ojos se me llenaron de lágrimas.

    ―La amabas. Y ella a ti. Las madres nunca se dan por vencidas respecto a sus hijos. No pueden. No está en su naturaleza.

    SEPULTAMOS A CONNIE el jueves por la mañana después de una breve ceremonia al lado de la tumba, bajo un cielo frío y nublado. Abracé a Kikit todo el tiempo que duró el sepelio y se la pasé a Rona de cuando en cuando, mientras Dennis estrechaba a Johnny.

    El viernes por la mañana, Dennis y los niños tomaron el vuelo de regreso a casa. Me quedé hasta el sábado por la noche para acampañar a Rona.

    Nuestro propósito era pasar el día en el departamento de mamá para decidir lo que íbamos a hacer con sus cosas, y durante un rato lo intentamos. Sin embargo, primero nos distrajeron los recuerdos comunes, después, la pena. Cuando Rona me llevó al aeropuerto, la única decisión que habíamos tomado era que yo me llevaría al gato. Abordé el avión con mi abrigo en un hombro y Valentino, en su maletín, al otro.

    BRODY FUE A BUSCARME al aeropuerto de Boston. Cargó mi maleta y a Valentino, me pasó un brazo por el hombro y me condujo al automóvil. Recuerdo que cruzamos por el puente, pero me quedé dormida cuando nos detuvimos en el mercado para comprar alimento para gatos y arena higiénica. Me despertó cuando llegamos al faro, metió las maletas a la casa e instaló a Valentino mientras yo contemplaba extasiada el mar. Enseguida me sirvió una copa de vino, nos sentamos en un enorme sillón de mimbre y me abrazó en la oscuridad de mi estudio.

    Lloré por mamá y por Rona, por los sueños que no llegaron a convertirse en realidad y los arrepentimientos para los que no había lugar. Cuando me quedé sin lágrimas, volví a sentir

    sueño, pero no permití que Brody se marchara. Nos quedamos dormidos en la silla; yo, acurrucada en el pecho de Brody, mientras él me abrazaba. Las emociones me agobiaban y lo único que parecía lógico era saber cuánto lo amaba.

    No sé cuánto tiempo dormí, una hora, tal vez dos. Desperté inquieta y me agité junto a él. Cuando me di cuenta de que no dormía, sentí que lo necesitaba con tal desesperación y que, salvo el faro enclavado en el mar, ya nada nos separaba.

    Nos besamos apasionadamente. Nos tocamos. Nos arqueamos y dimos vuelta, al tiempo que nos despojamos de la ropa para sentir el contacto de la piel, y si era imprudente lo que hacíamos, ni siquiera lo tomé en cuenta. Amaba a Brody.

    Poco después nos acurrucamos y volvimos a quedarnos dormidos, pero cuando desperté, Brody parecía tenso. Lo abracé y me apresuré a decirle:

    ―Ya sé lo que estás pensando, Brody Parth. Te estás diciendo que te aprovechaste de mi debilidad, y si no es eso, sientes que tú solo echaste a perder mis posibilidades de recuperar a los niños, pero no es así. No me arrepiento ni por un instante de lo que hicimos. ¡Ni por un instante! ―hice hincapié en las últimas palabras mientras le pellizcaba el torso y esperaba su respuesta.

    Me tomó la mano y la besó.

    ―No me arrepiento ―dijo―. Para nada.
    ―Muy bien.
    ―Te he querido desde hace mucho tiempo. Mucho tiempo.
    ―Jamás lo sospeché.
    ―Pero, ¿cómo podía decirte algo? Si estabas casada con mi mejor amigo.

    Empecé a cobrar fuerza respecto de ciertas cosas.

    ―Voy a ganar el caso ―expresé con convicción―. Haré todo lo que sea necesario, Brody. Dentro de cinco o diez años no quiero tener que reprocharme no haber hecho más. Mí madre murió pensando en todo lo que no hizo. No deseo que me suceda lo mismo.

    En ese momento guardé silencio y pensé en Connie.

    Brody respetó ese tiempo de meditación silenciosa. Minutos después preguntó:

    ―¿Es por eso que hiciste el amor conmigo?

    Tomé el rostro de Brody entre las manos y dije en un tono quedo como un susurro:

    ―Haber hecho el amor contigo fue lo mejor que me ha ocurrido en semanas. Lo más honesto. Lo más auténtico. He estado sentada sintiéndome impotente durante un mes, pero ya estoy harta de eso. Necesito actuar más por mí propia cuenta, no sólo reaccionar ―besé los ojos y el puente de la nariz de Brody―.

    ¿Qué hora es?

    Miró el reloj detrás de mí.

    ―Las dos.
    ―Quédate conmigo. En mi cama. Hasta mañana. Necesito moverme y sentirte a mi lado. Ha sido una semana terrible.

    Me di cuenta de que se sintió muy complacido. A pesar de ello se quedó pensando y preguntó:

    ―¿Qué ocurrirá si hay alguien merodeando en un bote con un telefoto infrarrojo?
    ―Estoy separada de mi esposo ―repuse, al tiempo que experimentaba por primera vez la libertad―. Puedo hacer lo que quiera.

    CONSERVABA EL mismo pensamiento cuando Dennis tocó el timbre de mi puerta a la mañana siguiente, a la infame hora de las ocho. Pude haber mentido cuando mencionó que vio que el automóvil de Brody estaba estacionado afuera de la casa.

    También pude haber dicho que Brody había venido a desayunar temprano conmigo, pero estaba cansada de que me hicieran sentir culpable y me sentía orgullosa de ser la amante de Brody.

    Así que cuando Dennis preguntó si Brody todavía estaba en la cama respondí:

    ―Sí.

    Pareció casi triste, enseguida inquirió con curiosidad:

    ―¿Ya no lo niegas?

    Valentino salió de la nada y se hizo un ovillo a mis pies. Lo tomé en brazos y repliqué:

    ―Jamás he negado la verdad. Brody y yo no tuvimos ninguna relación amorosa sino hasta que tú y yo nos separamos.
    ―¿No temes que disminuyan tus probabilidades de recuperar la custodia de los niños?
    ―¿Cómo podría ser? No tuvimos relaciones sino hasta este fin de semana. Tú y Phoebe han tenido enredos desde julio pasado.

    Tengo los registros de tu estancia en un motel en Vermont ―

    cuando parpadeó, se lo refregué en las narices―: Voy a mencionarlo en el tribunal, Dennis. Eso y cualquier otra cosa, si es que la hay, acerca de Adrienne.

    ―¿Qué más podría haber?
    ―Dímelo tú. Ella amenazó con implicarte en una negociación ilegal de acciones. Cuando menos, eso fue lo que dijiste en aquella época cuando te pregunté.
    ―No encontrarás pruebas de nada.
    ―¿Acaso las necesito? Todo lo que tenías en mi contra eran insinuaciones y los tribunales las aceptaron. No debiste haber vaciado el expediente. Eso fue lo que despertó mis sospechas.

    Dennis se mostró circunspecto.

    ―Las insinuaciones no pueden dañarme. Ese asunto con Adrienne sucedió hace mucho tiempo. Aun cuando hubiera algo más, el límite temporal que estipula la ley de prescripción ya caducó.

    Legalmente, no pueden tocarme.

    ―Tal vez no. Pero supongo que en Pittney no se sentirán muy contentos cuando se enteren de todo este asunto.

    Eso lo sobresaltó.

    ―¿Cómo averiguaste lo de Pittney?
    ―No importa. Pero si tengo que mencionarlo, lo haré. Quiero recuperar a mis hijos.
    ―¡Caramba! Te has vuelto muy dura.
    ―Tú me hiciste dura. Fuiste tú el que me acusó ante un tribunal, me arrebató a mis hijos y me dejó sin casa.

    Pensaba con mucha claridad y me sentía más fuerte que nunca, mejor de lo que me había sentido en días.

    ―Todo el mes pasado me jugaste sucio. Bueno, pues yo también soy capaz de lugar sucio. No quiero hacerlo, pero si no me dejas otra opción, así será. También vamos a ir a juicio para resolver lo del acuerdo de divorcio. Despilfarraste todo el dinero que ganaste en tu vida. No permitiré que malgastes el mío. Así que te aconsejo que retrocedas ―le advertí y estaba a punto de darle con la puerta en las narices cuando fruncí el entrecejo y dije―: Quedamos de acuerdo en que iría por los niños al mediodía. ¿Por qué viniste?
    ―Pasaron la noche en casa de mis padres ―repuso, todavía serio―. Voy a recogerlos. Quise hablar primero contigo.

    Tenemos que informarles acerca de Jenovitz y pensé que deberíamos coordinar nuestras versiones.

    Lo mire fijamente, con suspicacia, mientras me preguntaba qué podía haber oculto detrás de esa supuesta preocupación. Pero parecía hablar muy en serio, incluso su actitud era humilde.

    Cuando no pude detectar el mínimo indicio de arrogancia o falsedad, me hice a un lado.

    ―Pasa. Voy a preparar café y hablaremos.

    ASÍ FUE COMO DENNIS se presentó inoportunamente la primera mañana que pasé con Brody. Sin embargo, fue necesario para sentar un precedente. Dennis y yo debíamos aprender a tratarnos con cortesía en todo lo que concernía a los niños. Dennis también tenía que acostumbrarse a verme con Brody.

    Pero eso no me hizo perder mi determinación. En cuanto se fue, llamé a Carmen a su casa. Me informó que el miércoles Art Heuber había interpuesto un recurso de oposición a nuestra solicitud, que el juez estudiaba el asunto y se comunicaría el lunes. En cuanto a lo demás, Morgan Hauser todavía realizaba indagaciones.

    A PRIMERA HORA del lunes anterior al Día de Acción de Gracias, Carmen llamó para darme una noticia buena y otra mala. La buena era que un juez del tribunal de apelaciones había acordado celebrar una audiencia para conocer nuestra petición. La mala era que el día festivo retrasaría las cosas. La audiencia no se realizaría sino hasta el lunes siguiente.

    Esa tarde asistí a mi tercera sesión con Dean Jenovitz. En esa ocasión, había vuelto a fumar su pipa, la que llenaba de tabaco, lo apretaba, examinaba la cazoleta, probaba la boquilla y cosas por el estilo. Me pareció que lo aburría.

    Peor aún, me dio la impresión de que ya había decidido y que sólo estaba haciendo tiempo.

    ―No reacciona ante las cosas como debería ser ―comenté a Carmen Niko cuando hablamos por teléfono después de la reunión―.

    Cuando le comenté que Dennis y Phoebe se hospedaron juntos en un motel en Vermont en julio pasado, refunfuñó y después preguntó por qué estaba yo tan obsesionada con esa relación. ¿Qué sucede?

    ―Me pregunto ―repuso Carmen― si no tendrá alguna componenda con el juez Selwey.
    ―¿Componenda?
    ―Corre el rumor de que está cansado y piensa jubilarse, pero tiene problemas de dinero. A manera de acuerdo mutuo, empezó a reducir su consulta privada y a ocuparse más de casos como el suyo para mantenerse. Se le paga por hora. Es dinero fácil.
    ―¿Dinero fácil? ―era mi dinero, mis problemas―. ¡Vaya, hombre, muchas gracias!
    ―Usted sabe a lo que me refiero. No se trata de aplicar ningún tratamiento terapéutico. Algunos casos se deciden de antemano.

    Si uno de los padres es agresivo o inestable, la custodia de los hijos se adjudica al otro. En los demás casos, por lo general, se recomienda la custodia conjunta.

    ―Jenovitz no ha mencionado una sola palabra respecto a la custodia conjunta ―me pregunté por qué no lo había hecho y no encontré consuelo en la respuesta.
    ―¿Qué opinaría usted al respecto?
    ―No quiero compartir a los niños ―el sólo pensarlo reavivó toda la rabia que sentía en mi interior―. Dennis no tenía derecho a hacer lo que hizo. No quiero que un hombre así sea una influencia preponderante en mis hijos.
    ―Él es su padre. Y cumple bien con sus deberes, ¿cierto?

    Quise responder que no. Que era un pésimo padre.

    Pero eso no era verdad. Los niños estaban limpios, bien alimentados, bien supervisados. Según lo que había podido observar y lo que ellos me contaban, sabía que Dennis se esforzaba por ser un buen padre. Detestaba reconocerlo, pero así era.

    ―¿Qué sucede con Morgan? ―pregunté.
    ―Tiene sospechas. Pero no quiere sacar conclusiones hasta tener suficientes pruebas, que son muy difíciles de conseguir en algo que ocurrió hace tanto tiempo. Encontrar testigos es complicado. Dennis tiene razón en cuanto a la ley de prescripción. No corre ningún riesgo.
    ―Tal vez no desde el punto de vista legal ―repuse―, pero hablaba en serio respecto a lo que le dije a Dennis. Si es necesario, llamaré a los socios de Pittney. No es mi propósito arruinar a Dennis. Sólo deseo la custodia de los niños.


    CAPITULO 7


    El Día de Acción de Gracias fue toda una revelación. Era la primera festividad importante desde que me separé de Dennis, la primera que pasaba sin Connie. En sentido estricto, muy poco cambió. Tuve que preparar el pavo y poner la mesa.



    Lo diferente fue pasar todo el día con Brody quien, tal vez por sentirse liberado de la presencia de Dennis, o porque estaba acostumbrado a atenderse él mismo, o simplemente porque estaba muy enamorado de mí, se encargó de hacer mucho más de lo que en realidad le correspondía.

    Además estaba el faro, cuya vista del océano hacía que todo se viera tan hermoso, que podríamos haber creído que nos encontrábamos en un lugar tan idílico como Plymouth Rock.

    También mi hermana Rona tenía una apariencia diferente. Se comportó más agradable que nunca.

    Además, estaban los niños. Dennis sugirió que pasaran conmigo el Día de Acción de Gracias para que él pudiera llevárselos a esquiar un fin de semana. Me preocupaba que la festividad les reabriera la herida causada por el divorcio de sus padres, y sí.

    Estoy segura de que hubo momentos dolorosos. Pero estuvieron felices de pasar la noche ahí.

    ―¿Mamá, nos das permiso de dormir en tu cama, de apagar todas las luces, jugar toda la noche a que nos encontramos solos en medio del océano y de contemplar la salida del Sol en la madrugada? ¿Sí, por favooor? ―preguntó Kikit. Se sentían encantados de estar con Joy, Rona y Brody.

    Sí, incluso Johnny. Tardó un poco más de tiempo en animarse, quizá no podía olvidar que Dennis no compartía con nosotros, pero una vez que lo consiguió, se comportó de una manera más normal desde que se había producido la separación.

    Los únicos momentos de pesar que experimenté el Día de Acción de Gracias se relacionaron con mi madre. La echaba mucho de menos.

    Era la mañana del viernes. Los niños se habían ido, Brody llevó a Joy a Boston y Rona y yo hacíamos frente al temporal, acurrucadas en las rocas, no lejos del faro. Estábamos sentadas en cuclillas y observábamos un remolino de agua apenas a tres metros de distancia de nosotras.

    ―Creo que existió una buena razón ―decía Rona― por la que no le dijiste a mamá que ibas a divorciarse. Tal vez se habría aferrado tanto al pasado que no hubiera podido entender la realidad. Yo la veo y no es tan terrible.
    ―La realidad ―continuó Rona― es que ya no existe la tensión que solía producirse cuando Dennís estaba aquí. Cuando él se encontraba presente, necesitabas que las cosas fueran perfectas.
    ―¿Ah, sí?
    ―Por supuesto.

    Medité acerca de lo que Rona decía.

    ―Tal vez quería que se sintiera orgulloso.
    ―Tal vez sabías que te observaba y querías hacerte la indispensable ―apretó la boca―. Dennis te engañó durante años, Claire.
    ―No lo sé.
    ―Es verdad. Créeme ―alzó la barbilla y miró al mar―. Una vez, Dennis me hizo una insinuación.
    ―¿Qué?
    ―Me tocó de una manera inapropiada. Me refiero a una manera totalmente inapropiada. Estoy segura de que la intención no tenía nada de inocente.
    ―¿Cuándo?
    ―En el periodo entre Jerry y Harold.
    ―¿Por qué no me lo dijiste?

    Me miró con una expresión como diciendo “¿estás loca?"

    ―Porque estabas casada con él. Además, mamá seguramente me hubiera culpado por usar un vestido muy ceñido y me habría acusado de tratar de insinuármele a Dennis ―apoyó la barbilla en las rodillas, pero no pude darme cuenta de que la mirada de Rona se había entristecido.

    Le acaricié el brazo.

    ―¿Cómo te sientes sin mamá? ―pregunté con afecto.
    ―Bien. Hay una gran cantidad de cosas que me mantienen ocupada: una barata en Neiman Marcus, un colosal baile de gala en el club campestre, una oferta increíble de uñas postizas en el Ten―ina―Row Emporium.
    ―Hablo en serio, Rona.
    ―Yo también.
    ―Entonces, voy a volver a preguntar con otras palabras. ¿Cómo te sientes en los ratos en que no estás ocupada?
    ―Perdida ―replicó sin ambages―. Estoy pensando en mudarme.

    Estoy harta de Cleveland. Todo el mundo ahí piensa, como mamá, que soy frívola ―dejó escapar un suspiro fugaz y oteó el horizonte―. Pero tú no sabes de lo que hablo, ¿verdad?

    Se equivocaba. Lo sabía. Había aprendido lo que se sentía ser juzgada, y de manera injusta, aunque no se me había ocurrido establecer la relación entre la experiencia de Rona y la mía.

    Lo hice en ese momento y la conexión resultó evidente.

    NINGUNA DISCULPA de mi parte era suficiente para aliviar lo que Rona había experimentado en el pasado, pero podía ayudarla de otras formas. La primera de ellas se presentó al anochecer.

    Nos encontrábamos en la oficina, Rona leía el diario USA Today, y yo revisaba los informes mensuales de nuestras franquicias en Milwaukee, Kansas City y Charleston. Aguardábamos a Brody, que había ido a dejar a Joy al aeropuerto e iba a regresar por nosotras para llevarnos a cenar.

    Cuando por fin llegó, se veía preocupado. Se dirigió a su escritorio y colocó los papeles para estudiarlos desde enfrente, para que Rona no tuviera que levantarse. Después se enderezó y se llevó la mano a la cabeza.

    Yo conocía ese ademán.

    ―¿Qué sucede Brody?

    Me miró, alzó la mano y sonrió.

    ―No hay problema. Estoy bien ―se inclinó sobre el escritorio una vez más―. Puedo resolverlo.

    Tuve la sensación de saber qué era lo que lo preocupaba.

    ―¿Las boutiques navideñas? ―dije. No sólo las boutiques, sino tres fiestas con fines benéficos reclamaban nuestra asistencia.

    Habíamos tratado de resolver el problema durante varios días.

    Técnicamente, las boutiques sobrevivirían sin nosotros.

    Habíamos recibido los informes detallados de las exhibiciones navideñas, habíamos dado nuestra aprobación o desaprobación donde convenía. Las visitas tenían más la intención de apoyar la moral de los empleados. Ése era el espíritu que distinguía el funcionamiento de nuestra compañía de muchas otras y constituía un incentivo poderoso para el trabajo arduo y la lealtad.

    Queríamos que nuestros empleados se sintieran importantes y las visitas personales lograban que así ocurriera.

    Puesto que yo no pude realizarlas ese año, Brody había estado de acuerdo en hacerse cargo de ellas. Sin embargo, también tenía el doble de trabajo en la oficina, debido a mis ausencias.

    Había trabajado hasta muy tarde la mayoría de las noches de esa semana y le esperaba más de lo mismo ese fin de semana.

    Miré a Rona. Parecía medio dormida.

    ―Rona ―dije abruptamente―. ¿Te gustaría viajar recorriendo el país con todos los gastos pagados?

    Me miró con sorpresa y arqueó las cejas.

    ―Necesitamos que alguien realice una inspección de nuestras boutiques navideñas ―expliqué―. Son doce. ¿Qué opinas?

    Parecía confundida.

    ―Te daríamos una lista de los asuntos que tendrías que atender. Nos enviarías un informe al final de cada visita. En realidad creo que sería divertido. Invitarías a nuestro personal a desayunar o a cenar, lo que consideres más conveniente, y serías una especie de embajadora de buena voluntad.

    Rona me miró, luego a Brody y después otra vez a mí. Con las cejas todavía arqueadas, señaló con un dedo inquisitivo a sí misma.

    ―Sí, tú ―Brody dijo a Rona―. Serías la persona ideal. Rona frunció el entrecejo.
    ―¿Están seguros de que no se trata de un simulacro improvisado para mantenerme ocupada ahora que mamá se ha ido?

    La expresión de Brody fue casi tan elocuente como sus palabras.

    ―¿Simulacro improvisado? Rona, he trabajado horas extras toda la semana para tratar de solucionar esto. Es muy importante para nosotros. Si no quieres hacerlo, la responsabilidad recaerá sobre mí. Me harías un gran favor.

    Rona se acomodó en el asiento.

    ―¿Qué sueldo percibiría?

    Brody ni siquiera pestañeó.

    ―Doscientos dólares diarios.

    Ella hizo una mueca.

    ―Ganaría más como conserje en Cleveland Heights High.

    Trescientos dólares al día.

    ―No querrías ser conserje. Además, tampoco necesitas el dinero. Doscientos cincuenta, más gastos. Tómalo o déjalo.
    ―Sabes cómo conseguir lo que quieres, Brody Parth ―repuso, pero esbozó una sonrisa que me hizo sentir muy bien.

    TRES DÍAS DESPUÉS, el primer lunes de diciembre, Carmen y Art se enfrentaron ante el juez David Wheeler, del Tribunal de Apelaciones de Massachusetts. Puesto que el juez conocía los hechos, el propósito de la audiencia era permitirle formular algunas preguntas, pero nada más en lo que concernía a las audiencias previas con Selwey. Este procedimiento era sólo una revisión de la gestión de la Corte. No se presentarían nuevas pruebas. El argumento de Carmen, dictado por la naturaleza de la apelación, fue que Selwey había rebasado la autoridad del poder judicial al tomar una decisión que excedía los límites de la razón. Heuber alegó lo contrario. Ni a Dennis ni a mí se nos pidió testificar.

    La audiencia duró poco menos de una hora. Esperábamos que el juez Wheeler anunciara su fallo desde el estrado al final del proceso. Sin embargo, decidió deliberar acerca de la cuestión y prometió emitir una opinión por escrito en pocos días.

    De modo que tuvimos que esperar. Una vez más. Todavía.

    Pasó el martes sin recibir noticias de la decisión, luego el miércoles. Intenté ocuparme de lleno en los asuntos de WickerWise, pero trabajar era más fácil de decir que de hacer.

    Lo más que podía concentrarme eran dos horas seguidas, antes de que la inquietud se apoderara de mí y me obligara a retirarme a mi taller.

    El trabajo pesado en la mecedora antigua y su mesa lateral estaba concluido. Había limpiado y pulido todas las áreas donde había entretejidos rotos. Entonces me dediqué a cortar nuevos carrizos en tiras fáciles de colocar encima, los empapé para que fueran más flexibles y empecé a tejerlos uno por uno.

    EL JUEVES POR LA NOCHE, me debatía nerviosa entre la esperanza y la desesperación. Entonces llamó Carmen.

    El corazón empezó a latir con violencia.

    ―¿Qué pasó? ―pregunté.
    ―Lo siento, Claire. Acaban de notificarme por teléfono.

    Después se presentará la opinión por escrito, pero la esencia es que dado que Dennis es en apariencia un padre capaz, Wheeler no cree que la decisión de Selwey haya sido irracional.

    Dejé escapar un suspiro de aflicción y me hundí en una silla.

    ―¿Y qué pasará conmigo? ―lloré―. ¿Acaso cree que soy una inepta?
    ―No. Simplemente piensa que es razonable dejar a los niños con su padre hasta que el estudio del curador ad lítem se termine. La apelación no tenía que ver con nada más.

    Cerré los ojos y me llevé el puño cerrado al corazón.

    ―¿Claire , está ahí? ―Carmen preguntó con cautela.
    ―Aquí estoy ―suspiré―. ¿Entonces todo depende de Jenovitz?
    ―Por el momento. Él será quien resuelva esto.

    Se me cayó el alma a los pies.

    ―Suponiendo que falle en mi favor.
    ―Bueno, estamos trabajando en ello. Si logramos presentar pruebas para demostrar que sus conclusiones sustentan desmedidamente las decisiones de Selwey, tendremos una oportunidad más de interponer otro recurso de reconsideración.

    Sería conveniente llegar a un acuerdo con Dennis respecto a la custodia. Por desgracia hay otro problema más. Heuber llamó después de que lo hizo la secretaria del juez.

    Me preparé.

    ―¿Qué ocurre?

    Dennis tiene un comprador para WickerWise.

    ―WickerWise no está en venta.
    ―Heuber asegura ―se mofó Carmen― que Dennis ha sopesado la opción de Pittney todo este tiempo y que ahora cree que eso es lo que prefiere. Así que pretende conseguir de usted, por medio de un acuerdo, la mitad del valor de mercado de WickerWise.

    Puesto que eso no es posible, ya que usted no dispone de esa cantidad de dinero, sugiere vender WickerWise y pagarle. Su intuición era acertada.

    ¡Valiente consuelo!

    ―No voy a vender. Estoy dispuesta a llevar esta cuestión a juicio antes de aceptar.
    ―No llegará a tanto. Atraparemos a Dennis con lo de Phoebe y Adrienne y cualquier otra cosa que Morgan averigüe. Considere esto como el último recurso de Heuber. No son nada más que poses. Están tratando de embaucarnos.
    ―Resista ―ordené―. Dennis tiene derecho a opinar respecto a lo que hagamos con los niños. Lo acepto. Per WickerWise es mío.

    Hablé bien, fui inflexible. A pesar de ello, sabía perfectamente que podía perderla.

    No había nada que pudiera hacer sino esperar. Eso era lo peor. Esperé a que los colegas de Carmen descubrieran las maquinaciones deshonestas de Jenovitz; esperé a que Morgan Hauser sacara a relucir los trapos sucios de Dennis, esperé a que Dennis se cansara de jugar a ser papá, esperé a que Jenovítz tomara su decisión.

    SIETE SEMANAS después del día en que me arrebataron a los niños, Jenovitz pasó una hora con ellos. Una hora. Puesto que ni a Dennis ni a mí nos permitieron estar presentes, no sabíamos de qué habían hablado. Esperamos en la cocina, mientras él se reunía con ellos en el estudio.

    Carmen tenía razón. Jenovitz tenía talento para tratar a los niños. Le simpatizó a Kikit, pero aun Johnny, que por naturaleza era cauteloso, salió ileso de la reunión.

    Fueron muy cómicos los momentos que siguieron, ya que Dennis y yo los rondamos de cerca, muriéndonos de ganas de preguntar qué se había dicho en ese recinto sin atrevemos a hacerlo. No sé cómo lo logró Jenovitz, sí los hizo prometer que guardarían el secreto u otra cosa, pero ni siquiera Kikít nos contó mucho.

    Estaba más interesada en mostrarme la casa que había construido para el cocodrilo morado que había comprado en el circo.

    Casi se me rompe el corazón cuando Johnny preguntó, sin disimular la esperanza, si iba a quedarme a cenar.

    Por supuesto, Jenovitz ni siquiera lo supo. Para entonces, hacía mucho tiempo que se había marchado.

    LA REUNIÓN DE BRODY con Jenovitz fue más inquietante.

    Se llevó a cabo a las seis de la tarde del martes de la segunda semana de diciembre. Me había refugiado en nuestra tienda de Essex después de cerrar y me encontraba sentada en el piso a la luz de una sola lámpara, rodeada de bocetos de las exhibiciones de primavera, cuando Brody entró. Más allá del círculo de luz que me rodeaba, la tienda estaba a oscuras, así que no percibí de inmediato su expresión, pero sus pisadas en la alfombra eran enérgicas.

    Caminó dando zancadas hasta el borde de la luz.

    ―Tenías toda la razón, Claire ―comentó―. Todo esto da asco.

    Ya tomó su decisión. Sabía exactamente qué pensar acerca de mí desde el primer momento. ¿Qué sucede?

    ―Ojalá lo supiera. Es como si alguien tuviera un empeño personal en vengarse de mí ―coloqué a un lado mi bloc de dibujo y pregunté: ―¿Qué dijo?
    ―"Cuénteme acerca de usted" eso fue lo que dijo y después, nada más se sentó y jugueteó con la pipa.

    La indignación de Brody me hizo esbozar una sonrisa.

    Generalmente él era tan despreocupado y tranquilo que los arrebatos de ira eran más significativos en él. Además, estaba de acuerdo con todas y cada una de las impresiones que yo misma me había forjado respecto a Jenovitz.

    ―Luego de hacerme una sarta de preguntas insultantes, me preguntó cuáles eran mis intenciones.

    Aguardé a oír su respuesta, pero él caminó hacia la parte oscura del frente de la tienda. Su alta figura se inclinó cuando colocó los puños en el mostrador de ventas.

    ―¿Qué pasa Brody?

    La voz me llegó desde atrás con menos claridad.

    ―Sabe que tu matrimonio ha llegado a su fin. Me imaginé que estaría fascinado de saber que quería casarme contigo. Pensé que le encantaría enterarse de que estaremos en posición de ofrecer a los niños un hogar estable con un padre y una madre.

    Me puse de pie y me acerqué a él.

    ―¿Y no fue así?
    ―No. Opinó que era una desfachatez la mía, querer tu empresa y a ti. Dijo que estaba complicando el asunto de la custodia.

    Cree que confundo a los niños. Dijo que te perturbaba en un momento en que no podías permitírtelo ―Brody giró la cabeza, casi sin mirarme―. Considera que te haría un gran favor si me voy de la ciudad.

    ―No.

    Nuestras miradas se encontraron.

    ―Tal vez tenga razón.
    ―No ―por un instante fugaz imaginé lo que sería de mí si él se fuera. La sensación de pérdida era terrible.
    ―Lo haría, Claire. Pasé muchos años de mi vida pensando que jamás serías mía y fui capaz de sobrevivir de esa manera. Te conozco, Claire. Sé lo que tus hijos significan para ti. Si tienes que elegir entre ellos o yo, abandonaré todo y desapareceré.
    ―¿Sin preguntar lo que yo quiero? ―grité en un arrebato de rabia―. ¿Sin darme la oportunidad de elegir? ¡Empiezas a parecerte a ellos!

    Me abrazó por el cuello y me atrajo hacia él.

    ―En primer lugar ―argumenté―, si Jenovitz ya se decidió, no habrá ninguna diferencia si estás conmigo o si no lo estás. En segundo, no estoy dispuesta a vivir sin ti.
    ―Te obligarán a pagar las consecuencias.

    Eché la cabeza hacia atrás con rapidez.

    ―¿Qiénes? ¿Dennis? ¿El juez? ¿Jenovitz? ¿Quiénes son ellos para decirme cómo vivir mi vida? Como si fueran un dechado de virtudes ―murmuré, al tiempo que sentía una gran oleada de desprecio―. Bueno, estoy cansada de tener que ponerme a la defensiva. Estoy cansada de tener que cuidarme de todo lo que hago a fin de cumplir con una norma que no se acerca siquiera a los elevados principios de conducta que siempre me he fijado.

    Estoy harta de hacerlo, Brody ―advertí―. Si Jenovitz no me devuelve a mis hijos, llevaré a Dennis a juicio, iré de un tribunal a otro, sí es necesario. Estoy luchando. Por mis hijos y por ti. Por ti estoy dispuesta a luchar incluso contra ti, si tengo que hacerlo.

    ―Pero los niños, Claire.

    Lo besé.

    ―Por favor, ayúdame a que esta parte de mi vida marche sobre ruedas y yo me ocuparé de los niños. Pienso recuperarlos. Te lo juro, lo haré.

    A MENUDO en las más altas horas de la noche, despertaba sintiéndome vacía por dentro. En parte, tenía que ver con mi madre. Lo demás se relacionaba con los niños, con el hecho de que tenían que sobrevivir sin mí y el temor de no recuperarlos jamás.

    Durante una de esas vigilias nocturnas, imaginé que los raptaba un día cuando estuvieran bajo mi cuidado. Tuve la fantasía de huir y esconderme con ellos en Argentina, cambiar sus nombres y criarlos sin la interferencia de Dennís o de un tribunal.

    ¿Tendría las agallas para hacerlo? ¿Sería capaz? No estaba segura. Era una ciudadana respetuosa de las leyes. Sin embargo, las leyes no me habían tratado muy bien últimamente.

    Entonces, Carmen llamó por teléfono.

    ―Morgan viene para acá ―comentó con voz entusiasmada―.

    Descubrió algo.

    LA ESPERA había valido la pena esta vez.

    ―Había algo más sustancioso detrás de la amenaza de Adrienne ―

    dijo Morgan―. Su relación no sólo era sentimental. Ella le proporcionaba a Dennis información confidencial sobre la bolsa financiera. La obtenía al escuchar a hurtadillas las conversaciones de su esposo. Era muy sencillo pasársela a Dennis.

    Me debatía entre el deseo de creerle y el de rebatirlo.

    ―¿Quién se lo dijo?
    ―Tres personas, de manera que está corroborado. Por ese motivo me tardé más tiempo en averiguarlo. Una de ellas fue una vieja amiga de Adrienne; otra, un colega de Dennis; la tercera, un compañero de celda del esposo de Adrienne.

    Tragué saliva.

    ―¿Un compañero de celda?

    Morgan me observó.

    ―Poco después del ascenso de Dennis, Lee Hadley fue acusado de hacer negocios ilícitos. Dennis fue uno de muchos en la empresa a quienes el gobierno entrevistó. Evitó que lo inculparan a cambio de testificar en contra de Lee. Éste cumplió su sentencia en Allenwood, lo que le resultó muy cómodo, pero dejó de tener ingresos. Adrienne siguió manteniendo el mismo estilo de vida al que estaba acostumbrada, en parte al chantajear a Dennis con la amenaza de descubrirlo Carmen preguntó:
    ―¿Entonces no le dijo todo a los agentes federales?
    ―No. Se olvidó de ocultar hasta qué punto había utilizado él mismo la información confidencial. Así que le pagó a Adrienne.

    Exhalé un suspiró prolongado y tembloroso. Oh, sí, necesitábamos algo como esto, pero la victoria era amarga.

    Recordé cómo me sentí cuando me enteré de lo de Adrienne. La desilusión que sentía en ese momento era casi tan fuerte como entonces.

    ―Entonces, jamás fue el chico maravilla que creíamos.
    ―No.

    Carmen me tocó la mano.

    ―Necesita informar de esto a Jenovitz. Asentí con la cabeza.
    ―¿Me escuchó Claire?
    ―Lo haré.
    ―Tiene dudas. Se siente triste, incluso desilusionada. No se sienta así, Claire. Tal vez ésta sea el arma más poderosa con la que cuenta en su lucha por los niños.

    Tuve que hacer un gran esfuerzo para sobreponerme a esos sentimientos. No me servía de nada pensar en lo que había perdido con el descubrimiento de Morgan, ya que la mayor parte era sólo una ilusión. Preferí pensar en lo que había ganado.

    Mientras más lo meditaba, mejor me sentía.

    JENOVITZ SE NEGÓ a verme. Dejé mensaje tras mensaje en su contestadora, pero no respondió a mis llamadas. Por fin, después de tres días de insistir, mi perseverancia rindió frutos. Sin proponérselo, descolgó el auricular cuando yo me encontraba en la línea y aun entonces, me costó mucho trabajo convencerlo. El consideraba que ya me había preguntado todo lo que necesitaba saber. A larga, sin embargo, cedió, aunque con una notoria falta de cortesía.

    Esa descortesía persistió durante toda nuestra entrevista.

    Parecía incómodo e impaciente. Volvió a llevarse a la boca los caramelos agridulces y no se quedó sentado más de diez minutos seguidos a la vez, antes de ponerse de pie de un salto y abandonar la oficina.

    Me esforcé por ser tan amable como pude y le agradecí efusivamente el haberme concedido esos minutos. Enseguida, le conté lo que Morgan Hauser había investigado. Traté de que mi recuento tuviera tantos detalles como fuera posible. Cuando terminé, coloqué una copia del informe de Morgan sobre su escritorio.

    Jenovitz golpeó levemente el informe con un dedo, asintió y miró con atención.

    ―Me sorprende que no se sienta impresionado ―observé―. Mi esposo es culpable de cosas que podrían haberlo llevado a la cárcel si hubieran salido a la luz en esa época. Pero las ocultó. Mintió bajo juramento. ¿Acaso no le molesta? ¿No lo pensaría dos veces antes de otorgar la custodia de dos niños pequeños a un hombre que se atreve a infringir las leyes de esa manera?
    ―En la actualidad, es mayor. Más maduro. Es más responsable.

    Entonces no tenía hijos. Ahora sí. Tener la custodia de los niños le da una buena razón para comportarse como es debido.

    La defensa de Dennis por parte de Jenovitz me dejó perpleja.

    ―Pero... pero, ¿qué ocurrirá conmigo? ―pregunté desilusionada―. Tradicionalmente, se considera que la madre es la más adecuada para tener la custodia. ¿Por qué mi caso es diferente?
    ―Usted trabaja, pero su esposo está libre. Tiene el tiempo, el deseo y la capacidad de atender a los niños.
    ―¿Le contó acerca de su nuevo negocio en perspectiva? Espera comprar una vicepresidencia en una compañía que promete mucho.

    Se localiza en Springfield, a medio estado de distancia. Yo vivo a diez minutos de mi oficina, a diez minutos de los niños, de la casa, de la escuela, absolutamente de todo. Cuento con un segundo de a bordo que dirige la compañía cuando no estoy, pero yo soy la jefa. No tengo que pedir permiso para ausentarme.

    Tengo mayor flexibilidad que la mayoría de las mujeres que trabaja y, por supuesto, más que la mayoría de los hombres que trabaja.

    Jenovitz giró en su silla, sacó un expediente de la pila que se encontraba en la estantería detrás de él y lo abrió con brusquedad sobre el escritorio. Hizo un ademán hacia él de manera desdeñosa.

    ―Aquí lo tengo todo: la cantidad de horas que trabaja, el número de días que viaja, las veces que no ha podido llevar a los niños donde era necesario, las citas canceladas.

    No protesté. En vez de ello, pregunté sin rodeos:

    ―¿Cree que soy una mala madre?
    ―¿Cree que su esposo es un mal padre?
    ―¿Malo?

    Apenas había pronunciado la palabra cuando Jenovitz interrumpió para hacer una pausa y salió de la habitación.

    Cuando regresó, yo había tenido tiempo para meditar en su pregunta.

    ―Dennis no es un mal padre. Estoy segura de que ama a los niños. ¿Que si creo que comprende lo que entraña ser padre de tiempo completo? Pienso que apenas empieza, pero dos meses no son nada.
    ―Usted cree que la paciencia de su esposo se agotará.
    ―Me parece que su deseo se extinguirá una vez que se decida el convenio.
    ―Hace que esto parezca un juego.
    ―¿Yo? ―la risa que dejé escapar sonó insegura―. He tomado todo esto muy en serio desde el principio. Son los demás quienes parecen tratarlo como un juego. Créame, doctor Jenovitz, la idea de que el futuro de mis hijos dependa de hacer trueques me repugna. ¿Tiene conocimiento de lo que Dennis pide para llegar a un acuerdo de divorcio?
    ―Me preocupan los niños, no las cosas.
    ―Sin embargo, en este caso los unos van de la mano de las otras ―discutí―. Me está pidiendo que venda mi compañía.

    Asegura que quiere el dinero, pero eso es sólo una parte. El desea que pierda WickerWise. El éxito que tiene mi empresa es como una espina clavada en el costado. Lo sangra.

    ―¿Lo sangra? ―preguntó Jenovitz con sequedad―. Está enojada.

    No es conveniente que los niños perciban esa clase de ira.

    Decididamente, me contestaba con evasivas. Ésa era la única explicación de lo absurdo de su argumento. Intenté pasarlo por alto, pero no pude.

    ―Mi esposo siente más ira que yo. Tiene envidia; siente la necesidad de vengarse. Dígame si eso es sano para los niños, sin mencionar una historia de adulterio y deshonestidad, sin mencionar su nuevo puesto en altos niveles de administración que conlleva más responsabilidades y presiones. Si usted cree que yo me ausento mucho, ¿cuánto tiempo piensa que él podrá pasar con los niños?
    ―Cuenta con sus padres para que lo auxilien. ¿A quién tiene usted? ―preguntó Jenovitz, pero ya se había levantado de su asiento y salió por la puerta otra vez antes de que pudiera contestar.

    Miré mi reloj. El tiempo se agotaba. Fue entonces que caí en la cuenta de que había jugado mi mejor carta y había fracasado.

    A Dean Jenovitz no le interesaban los delitos pasados de Dennis.

    Brody tenía razón. Algo muy extraño ocurría. Una componenda.

    Tenía que ser eso. El juez Selwey y Jenovitz tenían una especie de arreglo poco ético.

    Después de varios minutos, oí unas pisadas en las escaleras.

    Enseguida, la puerta se abrió y Jenovitz volvió a su silla.

    ―¿Me permite hablar un momento acerca de la ira? ―pregunté inquieta.

    Agitó la mano en señal de indiferencia.

    ―Hable de lo que quiera.

    En voz baja, aduje:

    ―La injusticia me hace enojar. Me pone furiosa. Ustedes crearon estas circunstancias. Corríjanlas y no habrá ira de mi parte.

    Jenovitz frunció el entrecejo.

    ―Darle lo que quiere, permitir que se salga con la suya y no habrá ira. ¿Es a eso a lo que se refiere?

    Me senté en el borde de la silla.

    ―No ―alcé una mano―. Usted es psicólogo. Por favor, ayúdeme a comprender lo que ocurre. Nada en este caso parece auténtico.

    No hay lógica. No hay una actitud abierta de imparcialidad. Se me considera como un estereotipo, pero no lo soy. He tratado de hacérselo entender, pero no logro comunicarme.

    ―En este caso se trata de elegir ―comentó―. No podemos ser todo al mismo tiempo, y usted así lo pretende. No sólo eso, sino que quiere que le digamos que ha hecho un estupendo trabajo. Elecciones, Claire, se trata de elecciones. Sin duda usted entiende que eso tiene sentido.
    ―La verdad, no ―razoné―. Mis hijos pasan la mayor parte del día en la escuela. Después necesitan estar con sus amigos y compañeros. Tengo tiempo para ocuparme en otras cosas sin descuidarlos en lo más mínimo.
    ―Se esfuerza demasiado.
    ―No, no es verdad.

    Se puso de pie y me miró.

    ―Si cree que va a hacerme cambiar de opinión con arrogancia, está muy equivocada ―se dirigió a la puerta.
    ―¿Qué opción me queda? ―pregunté―. Nada de lo que he hecho o dicho en esta habitación importa. Usted sabía que pensar respecto a mí desde el primer día que me conoció y no ha cambiado de parecer.

    Salió y cerró la puerta detrás de él sin responder.

    Me levanté de la silla, caminé de un lado a otro de la oficina y después regresé. Eché un vistazo al reloj. Miré el informe de Morgan, del que Jenovitz había hecho caso omiso, se hallaba sobre mi expediente. Algo muy extraño ocurría.

    Aparté con suavidad el informe de Morgan. Debajo alcancé a ver los antecedentes escolares de los niños. Sentí curiosidad y les di un ligero empujón.

    Retiré apresuradamente la mano. No era una fisgona.

    Entonces se me ocurrió que ese expediente me pertenecía. El tribunal había encargado a Jenovitz el estudio, pero era yo quien le pagaba por hacerlo.

    A pesar de ello, escuché con mucha atención. No se oía ningún ruido en las escaleras del exterior. Si las dos veces anteriores que el doctor Jenovitz había regresado servían de señal, supuse que sería posible oír sus pisadas cinco, o tal vez seis segundos antes de que la puerta se abriera.

    Estuve atenta a ese sonido, mientras hojeaba el expediente.

    No sabía qué buscar, ignoraba por completo por qué lo revisaba.

    Tal vez por curiosidad. O por rebeldía. Por lo que haya sido, vi los documentos con el membrete de Carmen y de Art Heuber.

    También vi los registros de la Corte y las notas personales de Jenovitz escritas a máquina junto a una hoja con el membrete oficial del Tribunal Testamentario y de lo Familiar del Condado de Essex que se encontraba hasta arriba.

    Encima había algo más: una nota escrita a mano sobre el papel membretado. Hasta la fecha no sé qué me impulsó a mirar con mayor atención. Pero lo hice. La retiré y había leído lo suficiente cuando oí las pisadas de Jenovitz en las escaleras.

    Titubeé sólo un segundo, pues caí en la cuenta de que no estaba hurtando nada; ese informe era mío por legítimo derecho.

    Entonces doblé el papel con rapidez, lo guardé en mi bolsillo y volví a mi asiento.

    La puerta se abrió. Miré a Jenovitz del mismo modo en que lo había hecho la última vez que regresó. No tenía apariencia de culpabilidad, no me sentía culpable. Si el corazón se me salía del pecho, bien podía haber sido por la agitación, o por la euforia o por una sensación de mero alivio que me invadió. Sí, sin duda era alivio lo que experimentaba. Sentí como si me hubieran quitado un peso de encima.

    ―No nos queda mucho tiempo ―advirtió Jenovítz―. ¿Hay algo más que quiera decir?

    Aclaré la garganta para evitar que la voz me temblara.

    ―A decir verdad, sólo una pregunta. Por curiosidad. ¿Qué podría haber hecho para ganarme su respeto?

    Ordenó sus papeles y cerró el expediente.

    ―Podría haber indicado que deseaba cambiar. Pero jamás lo mencionó. Parece creer que todo lo hace muy bien y que si hay problemas en su vida, éstos son consecuencia de las acciones de los demás. En ocasiones, Claire, tenemos que asumir la responsabilidad por nuestros actos.

    No podía estar más de acuerdo.

    Temiendo demostrar el júbilo que sentía, me esforcé por mantener la compostura, le di las gracias por su tiempo y salí.

    DIEZ MINUTOS más tarde, desdoblé la carta que había sustraído del expediente y la coloqué extendida sobre el escritorio de Carmen. Era una carta formulario por la que se asignaba el caso Raphael a Dean Jenovitz. Daba fechas y mencionaba los anexos.

    No contenía nada que pudiera considerarse personal.

    La nota estaba encima. Eran unos garabatos escritos con la misma pluma de tinta azul que la firma del juez Selwey en la parte inferior.

    Dennis Raphael me parece sincero, estaba escrito. "Deja que el padre gane en esta ocasión.”


    Capítulo 8


    Estaba nevando intensamente cuando regresé al faro de Reaper Head, grandes copos de nieve caían sin cesar para asentarse en montículos sobre las ramas largas y puntiagudas de los pinos.



    Aunque no era la primera nevada de la estación, tenía esa frescura. La suciedad desapareció. El anochecer resplandecía.

    La artista que había dentro de mí veía las cosas distintas cuando estaban cubiertas de blanco.

    Entonces, de nuevo, pudo surgir la mujer que había en mí que se planteaba las cosas de manera diferente, ahora que había descubierto una forma para enfrentar la locura del tribunal.

    Me estacioné junto a la cabaña del cuidador, hundí los pies en la nieve para abrirme paso hasta la puerta, sólo por el goce de ver el montón de nieve delante de mí, entré presurosa y coloqué varias bolsas en la barra de la cocina. Preparé la cena para Brody. Íbamos a celebrar y aunque me hubiera gustado que los niños nos acompañaran, era suficiente para mí creer que muy pronto estarían con nosotros.

    Brody llamó a las siete para decir que la nieve tal vez nos aislaría y para preguntar si quería que comprara algo en el camino.

    Tenía preparado un arroz con camarones a la escalopa, una ensalada de espinacas y pan italiano crujiente, sólo necesitaba que llegara él.

    Cuando apareció a las siete y media, tampoco necesité la comida. Nos estábamos besando en la puerta de entrada cuando el telé fono empezó a repiquetear.

    ―Déjalo sonar ―susurró él.

    Pero la madre que había en mi interior no me lo permitió.

    Llegué sin aliento al teléfono, segundos antes de que la contestadora se conectara.

    ―¿Hola?
    ―Encuéntranos en el hospital ―dijo Dennis en un tono de voz que me fue difícil reconocer―. Kikit está enferma.

    Se me cortó la respiración.

    ―¿Enferma por una alergia?
    ―Sí. Vamos en el automóvil. Sé que conducir en estas condiciones es arriesgado, pero era más rápido que esperar a que llegara una ambulancia.

    Lo oí maldecir; escuché, sin poder hablar, el horrible, espantoso sonido de la respiración sibilante de Kikit.

    ―¿Ya le diste epinefrina? ―pregunté.
    ―Eso y el antihistamínico, aunque ya tarde. No me avisó de inmediato.
    ―Coloca el auricular en el oído de Kikit ―la respiración asmática se oyó más fuerte―. ¿Kikit? Cariño, habla mamá. Vas a estar bien. Nada más relájate y trata de respirar despacio. No te asustes. Llegaré al hospital un poco después de ustedes. ¿De acuerdo?

    La voz entrecortada por los sollozos casi me parte el alma.

    ―Ma―má.
    ―No tienes que respirar profundamente por la nariz ―sabía que no iba a poder―. Vas a estar bien si respiras por la boca, pero no tengas miedo. Eres una niña muy buena. ¿Me pasas a papá?

    Dennis tomó el auricular, parecía asustado.

    ―¿Sí?
    ―Tranquilízala. Salgo ahora mismo. Nos vemos allá.

    Brody me esperaba con mi abrigo cuando colgué el teléfono. En pocos minutos llegamos a la carretera.

    El trayecto fue una pesadilla. La Range Rover patinó al dar una vuelta o dos, pero Brody era todo un as del volante. Nos detuvimos en la entrada de la sala de urgencias y nos estacionamos detrás del automóvil de Dennis.

    Johnny estaba sentado muy erguido en una silla de la fría sala de espera. En el instante en que nos vio, saltó y atravesó a todo correr la habitación. Me tomó de la mano y empezó a tirar de mí.

    ―Íbamos a cenar fuera, pero las filas eran larguísimas para la comida china y la pizza, así que compramos algo para llevar en Mad Mel y lo trajimos a casa. Papá le quitó todas las nueces a la ensalada, así que no sabemos qué fue lo que provocó el ataque. Kikit nada más se levantó de la mesa en cuanto terminamos y se fue a su habitación.

    Llegamos a un pequeño cubículo. Brody pasó el brazo por el hombro de Johnny y se quedó con él afuera mientras yo entraba sin hacer ruido.

    Kikit estaba acostada en la mesa de auscultación. Si no hubiera tenido el rostro hinchado, cubriría completamente la máscara de oxígeno. No podía distinguir si el silbido de la respiración había empezado a disminuir; la máscara apagaba el sonido. Me di cuenta de que le había brotado una fuerte urticaria en el pecho descubierto e imaginé, por la forma en que se retorcía, que la tenía en todo el cuerpo. Habían colocado las agujas en una de las pequeñas manos. El aparato para medir la presión sanguínea ya estaba en posición. La rodeaban dos médicos con sus estetoscopios, una enfermera, dos bolsas de suero intravenoso y Dennis, que sujetaba la mano libre de Kikit y le hablaba en voz baja, inclinado sobre ella. Su tono tranquilizador, contrastaba de manera muy evidente con la mirada de pánico que me dirigió.

    ―Ya llegó mamá ―dijo. Se apartó para hacerme lugar, pero no soltó la mano de Kikit.
    ―Hola, cariño mío ―acaricié su cabello. Estaba empapado―.

    ¿Cómo te sientes, querida? ¿Un poco mejor?

    Los ojos empequeñecidos y asustados en el rostro abotagado se abrieron para verme y enseguida volvieron a cerrarse. Miré de inmediato a los médicos.

    ―Tal vez tarde un rato más en recuperarse ―comentó el médico de más edad―. La reacción estaba en su apogeo cuando su esposo aplicó la primera inyección.

    Dennis parecía destrozado. Hablaba con voz queda y ronca.

    ―Podría haber pasado aun más tiempo si Johnny no hubiera oído el silbido de la respiración de Kikit. La ensalada tenía piñones. Creí que se los había quitado todos. Terminó su hamburguesa y todavía no comía ni la mitad de la ensalada cuando dijo que estaba satisfecha. Debe de haber empezado a sentirse muy mal, pero no quiso decir nada.

    Por supuesto que había preferido no decir nada, pensé casi histérica. El último ataque había precedido a nuestra separación. Sin duda, la niña relacionaba los dos acontecimientos.

    ―Debe de haber supuesto que iba a enojarme ―continuó Dennis― y no es de extrañar, ya que antes ha sucedido ―se inclinó de nuevo―, pero no estoy enojado, Kikit. En verdad. Si alguien tiene la culpa, soy yo.

    Los ojos de Kikit permanecieron cerrados. Cuando una lágrima diminuta escapó por el rabillo de uno, Dennis emitió un quejido de angustia.

    ―No es culpa tuya, cariño. Debí haber ido a verte antes. Te quiero mucho, Kikit ―con mucha preocupación, me preguntó―:

    ¿Dónde está Johnny?

    ―Afuera, con Brody.
    ―Piensa que es su culpa no haberla oído antes.

    Limpié la lágrima del ojo de Kikit y continué acariciándole la mano, para que pudiera sentirme. Pero no era culpa de Johnny.

    ―Fue culpa mía.

    Desde luego que fue culpa tuya, una vocecita en mi interior repitió. "Estaba bajo tu custodia. ¡Era tu responsabilidad mantenerla a salvo!"

    Pero esa voz enojada se apagó de inmediato.

    ―Creo que tampoco fue culpa tuya. Las reacciones alérgicas ocurren. Trataste de evitarla. Al menos, esta vez sabemos qué la provocó.

    El médico bombeó el aparato para medir la presión sanguínea y lo liberó, al tiempo que escuchaba el pulso de Kikit.

    ―La última vez le dio por comer una golosina ―susurró Dennis cerca de mi oído.

    Lo miré enseguida y musité:

    ―¿Cómo dices?
    ―Una golosina ―repitió en voz muy queda para que Kikit no lo oyera―. Encontré la envoltura vacía en su habitación unos cuantos días después.

    En un instante, reviví la angustia de no saber qué había comido y cómo podíamos protegerla si no lo sabíamos, para no mencionar la culpa que provocaba el temor de que hubiera habido algo en la cacerola que yo había preparado. Además, todo ese tiempo Dennis había sabido la verdad.

    Lo miré fijamente con incredulidad.

    ―¿Ella supo que fue el caramelo? ―pregunté.

    Dennis asintió ligeramente con la cabeza. Por supuesto que lo sabía. Eso explicaba la causa de que no se hubiera atemorizado más de lo normal cuando le dio el ataque. También explicaba la forma en que lloró y se había culpado el día que se enteró de que nos íbamos a separar.

    ―¿Y qué pasó con el medicamento? ―susurré. Él negó con la cabeza.
    ―No pude encontrarlo. Te lo juro.

    Kikit emitió un sonido, un pequeño grito, que me hizo volver la atención hacia ella, pero continuaba con los ojos cerrados.

    ―Aquí estoy, cariño. Todo está bien. Mamá y papá están aquí.

    Los doctores harán que te mejores.

    Continuamos hablándole en el mismo tono alentador. Por lo general, lo peor pasaba en una hora o dos y volvíamos a casa.

    Esta vez fue diferente. El silbido en la respiración no cedía.

    Dennis salió para ver a Johnny. Miré a la puerta que se abrió para dar paso a una enfermera. Afuera, Dennis abrazaba a Johnny. Segundos después, volvió. La verdad es que me sentí mejor al tenerlo cerca, menos sola.

    Los médicos conferenciaron entre sí en el extremo del cubículo. Las voces eran apagadas, los rostros, serios.

    Comprendí lo que les preocupaba. Si Kikit no empezaba a reaccionar pronto al medicamento, se agravaría. Si los conductos del aire se hinchaban más, iba a ahogarse.

    Dennis y yo intercambiamos miradas de terror.

    Los doctores volvieron. Uno sostuvo con mayor firmeza la máscara de oxígeno en su posición. El otro revisó los pulmones de Kikit con el estetoscopio. El que sujetaba la máscara de oxígeno ajustó la velocidad del goteo de la solución intravenosa. Con los rostros pálidos y la mirada ansiosa, escucharon, observaron y esperaron mientras nosotros contemplábamos aterrorizados.

    Hagan algo, quise gritar, pero sabía que no había nada más que pudieran hacer. Un tubo en la tráquea no podría llevar el aire a los pulmones si la capacidad de éstos disminuía tanto como para no poder aguantarlo.

    El rostro de Kikit adquirió un matiz azuloso. Los médicos empezaron a hablar con ella también, pero mientras que nosotros suplicábamos, ellos ordenaban.

    Creo que fue como morir mil veces, estar de pie a su lado y mirarla con impotencia, al tiempo que su respiración se hacía cada vez más superficial. Las lágrimas me corrían a raudales por el rostro. Oí la desesperación de Dennis que pedía:

    ―¡Vamos, Kikit, vamos!

    Después, escuché que los médicos la apremiaban con vehemencia.

    Recé en silencio, angustiosamente, y me llevé la mano a la boca para ahogar un grito de congoja cuando el sonido entrecortado de su respiración cesó de pronto.

    Un segundo después oí a los médicos exclamar con alivio:

    ―Así se hace, cariño. Ya estás mejor.

    Y me di cuenta de que no había muerto, sino que había empezado a superar la crisis. Contuve el aliento durante los siguientes minutos, hasta que el color del rostro empezó a mejorar. En ese momento sonreí a través de las lágrimas y exhalé suspiro tras suspiro de agradecimiento.

    Fue entonces que observé a Dennis. Estaba apoyado en la pared del fondo del cubículo, inclinado desde la cintura con las manos sobre las rodillas, y emitía los mismos sonidos de alivio que yo, sólo que más hondos. Me acerqué a él y lo toqué en el hombro. Tenía la cabeza agachada, parecía tratar de recobrar el control, luego se limpió el rostro con las palmas. Cuando se puso de pie, tenía los ojos enrojecidos, aunque se veía un poco más sereno. A pesar de ello, no puse objeciones cuando me abrazó. Nos estrechamos en silencio un minuto para compartir la sensación de alivio antes de volver con Kikit.

    La mejoría era lenta, pero segura. Cuando sentimos que estaba fuera de peligro, salí a buscar a Johnny. Todavía se hallaba con Brody, justo afuera del cubículo de Kikit. Ninguno de los dos supo lo grave que estuvo Kikit; sin embargo, cuando me aproximé a ellos, las dos espaldas se pusieron de inmediato rígidas, los dos rostros se dieron vuelta y, atemorizados, a un tiempo hicieron la misma pregunta.

    Exhausta, me las arreglé para esbozar una sonrisa.

    ―Empieza a responder. Sin embargo, vamos a quedarnos más tiempo. Es probable que quieran internarla.

    Los ojos de Johnny se agrandaron y se veían sombríos.

    ―¿Por qué?
    ―Tiene baja la presión sanguínea. Le están administrando un medicamento para elevarla, pero es mejor si se aplica de manera intravenosa.
    ―¿Sí va a estar bien?
    ―Va a estar muy bien ―respondí, y al pensar en ello me sentí débil. Decidí que debía volver con Kikit, cuando Johnny explicó apresuradamente:
    ―Papá buscó los piñones; revisó con mucho cuidado. Deberías de haberlo visto. Movió la lechuga y los tomates uno por uno para encontrarlos. Juntó un montón en una servilleta.

    Le tendí la mano a Johnny. Lo abracé con fuerza y con el rostro apoyado en la cabeza de mi hijo, dije:

    ―No culpo a papá. En ocasiones las cosas suceden, a pesar del cuidado que tengamos para que no ocurran ―lo estreché―. Se comportó como el mejor de los padres esta noche. No se ha separado de Kikit sino para cerciorarse de que se encuentra bien. Va a quedarse conmigo para estar seguro de que Kikit mejore. Sin embargo, tú necesitas dormir.
    ―No. No estoy cansado.
    ―Tienes que ir a la escuela mañana.
    ―Suspenderán las clases si continúa nevando así. Quiero estar con ustedes.
    ―¿Sabes qué nos ayudaría más? Saber que te encuentras bien y en casa. Nos preocuparemos mucho más por ti si permaneces sentado aquí afuera. Deja que Brody te lleve a casa antes de que la nevada empeore.

    Hubo una pausa...

    ―¿A la casa?

    Eso era lo que había imaginado. Si lo que quería para él era darle la sensación de normalidad, parecía el mejor lugar.

    Aunque tal vez no era eso lo que Johnny necesitaba exactamente.

    ―¿Dónde te gustaría ir?

    Johnny reflexionó un minuto y se encogió de hombros.

    ―No lo sé ―miró a Brody―. ¿A dónde vas?
    ―Creo que me gustaría ir al faro ―repuso Brody―. Tenemos comida ahí. Además, no quiero estar solo. No esta noche. No en la nieve. Y menos después de este susto.

    Hubo otra pausa. Después, Johnny me preguntó:

    ―¿Crees que papá se enoje?

    Sonreí.

    ―Papá estará contento.

    TRASLADARON A LA PEQUEÑA Kikit al pabellón pediátrico, en una habitación doble cuya segunda cama se encontraba vacía. Los médicos y las enfermeras salieron, aunque prometieron volver un poco más tarde. En cuanto la puerta se cerró tras ellos, trepé a la cama y con cuidado acomodé a Kikit en mis brazos. Empecé a cantarle suavemente y después de unos cuantos minutos cayó en un sueño irregular, lo que, en efecto, nos dejó a Dennis y a mí solos por primera vez desde que comenzó la terrible prueba por la que habíamos atravesado esa noche.

    ―¿Por qué no te felicitas de mi fracaso? ―preguntó.

    No respondí nada.

    ―Se enfermó mientras se encontraba bajo mi cuidado ―continuó―.

    Después de todo lo que dije acerca de ti, tienes derecho a echarme en cara unas cuantas cosas.

    Al principio, había sentido rabia. Si buscaba en mi mente, era probable que volviera a experimentarla, pero no me parecía que el esfuerzo valiera la pena. Había atravesado por momentos muy difíciles y me sentía exhausta. Consideré que era mejor concentrar la poca energía que me quedaba en Kikit.

    A manera de respuesta, incliné la cabeza sobre la de mi hija y cerré los ojos.

    LOS MÉDICOS Y LAS ENFERMERAS iban y venían y parecían satisfechos de la recuperación que Kikit mostraba.

    Alrededor de la medianoche, empecé a sentirme mareada y me di cuenta de que no había cenado. Encontré unas galletas y jugo en una maquina que estaba al final del pasillo y de paso llamé a Brody, quien me contó que él y Johnny habían logrado llegar bien, a pesar de que las calles se hallaban cubiertas con quince centímetros de nieve, y que estaban sanos y salvos, cómodamente instalados en el faro. Volví con Kikit, que parecía haber resucitado.

    Su restablecimiento fue una bendición que implicó varias cosas. Me dio nueva fortaleza para cuidar de Kikit y también me aclaró las ideas. Pero, aunque parezca extraño, no pensé en el giro que mi vida había dado ese día, o en lo que Dennis opinaría cuando se enterara. Tampoco reflexioné en los terribles momentos que pasamos en la sala de urgencias, cuando creímos que podríamos perder a Kikit. En vez de ello, medité en la vigilia que había llevado a cabo hacía menos de un mes junto a la cabecera de mi madre, pensé en las horas que había pasado al lado de su lecho de enferma.

    ―¿Te encuentras bien? ―preguntó Dennis―. Estás temblando.

    Me cubrí con los brazos.

    ―Últimamente he pasado tanto tiempo en hospitales que es suficiente para el resto de mi vida.

    Guardó silencio un rato. Después dijo:

    ―Siento mucho lo de Connie. ¿Fue difícil esperar a su lado?
    ―Sí y no. Me pareció más bien extraño. Rona y yo conversamos mucho. En este momento se encuentra de viaje para atender algunos asuntos de WickerWise.
    ―¿Rona?

    Sonreí ante la expresión de incredulidad que mostró.

    ―Está trabajando muy bien. Debió habérseme ocurrido antes ―

    desvié mi atención cuando Kikit abrió los ojos―. Hola, cariño.

    ―Tengo comezón, mamá.

    Me sentí agradecida de ocuparme en algo qué hacer, conseguí un linimento para la comezón con la enfermera y empecé a frotarla.

    Era el momento ideal para que Dennis se tomara un descanso, pero se quedó con nosotras; sostuvo la botella mientras yo le untaba la crema a Kikit y me pasó una toalla cuando terminé. Para entonces, Kikit había vuelto a quedarse dormida.

    A medida que transcurrieron las horas, mientras luchaba con los recuerdos de los últimos días de Connie y los separaba del relativo optimismo que imperaba en esa habitación, empecé a pensar más en Dennis. Se veía diferente. Cansado, sí. Pero también envejecido. Por primera vez, daba la impresión de haber asumido la parte de responsabilidad que le correspondía.

    ―¿Dónde están Elizabeth y Howard? ―inquirí.

    La pregunta pareció sorprenderlo.

    ―En New Hampshire.
    ―¿Te han ayudado mucho tus padres desde que nos separamos? ―

    pregunté con interés.

    ―No. No se trataba de eso.
    ―¿Entonces de qué?

    No contestó de inmediato. Su mirada permaneció fija en Kikit.

    Por fin, respondió:

    ―Empezó como una cosa y se transformó en otra. Comenzó como un desafío para ti y terminó como un reto para mí. Pero no soy el peor padre del mundo.
    ―Jamás dije que lo fueras.
    ―Lo mencionaste en el tribunal.
    ―Lo que mi abogada alegó fue que yo estaba en mejor posición para atender y cuidar a los niños.
    ―Dijo que no era apto para ser padre.
    ―No, Dennis.
    ―Bueno, eso fue lo que me pareció.
    ―Es una sensación desagradable, ¿verdad?

    La mirada que me dirigió tenía un destello de su viejo fastidio. Después suspiró y el destello se esfumó.

    POCO ANTES DEL AMANECER por fin dejó de nevar. Casi enseguida, Dennis se marchó a casa para tomar una ducha y cambiarse de ropa. Regresó en menos de una hora trayendo consigo el pequeño maletín de viaje de Kikit, en el que apretujó a Travis, Michael y Joy, un par de piyamas y los pantuflos de Barney.

    Me conmovió que pensara en traérselos y de que lo hubiera hecho sin apenas vanagloriarse. Sacó los muñecos y los acomodó en la cama. Yo saqué el piyama y los pantuflos y los coloqué en la mesa lateral. Entonces, busqué en el maletín. Todavía había algo dentro. Sentía el peso.

    El maletín era una mochila liviana muy grande para usarse en la escuela, aunque ideal para viajar. Palpé el interior, pero no encontré nada. Me asomé, pero tampoco logré descubrir nada.

    Pasé las manos cuidadosamente por el nailon hasta que localicé un bulto, abrí la cremallera de uno de los bolsillos de la parte posterior y busqué con ansia.

    El corazón me dio un vuelco segundos antes de sacar el Epi―Pen y el antihistamínico que "no había empacado" cuando los niños volvieron de Cleveland en octubre.

    Dennis tenía la mirada fija en los medicamentos. Por un instante, me pregunté si estaba fingiendo asombro para disimular la mortificación de sentirse descubierto. Entonces alzó la vista hacia mí y detecté el terror que confirmaba que, sinceramente, él no tenía idea alguna que los medicamentos se encontraban ahí. Cerró los ojos con fuerza, dejó caer la cabeza y se pasó apresurado la mano por la nuca.

    ―¡Oh, Dios mío! ―musitó por fin y levantó la cabeza.

    Tenía que preguntar, necesitaba oír las palabras:

    ―¿No lo sabías?
    ―De verdad no lo sabía ―con una expresión de incredulidad, volvió la cabeza―. ¡Qué terrible desastre!
    ―¿No sabías que iba a convertirse en esto? ―grité.
    ―No ―confesó―. Los abogados lo plantearon todo muy claro. Me hicieron pensar que sería sencillo. El juez estuvo de acuerdo desde el principio.

    Di gracias porque Kikit eligió ese momento para despertar. Si no, tal vez le habría contado acerca de la nota del juez Selwey dirigida a Jenovitz, y eso no habría sido lo conveniente.

    Todavía nos encontrábamos enzarzados en una batalla legal.

    Carmen tenía en las manos un arma infalible. Tenía fe en que ella la utilizaría con prudencia y no debía quitarle esa oportunidad.

    CUANDO BRODY se presentó trayendo a Johnny y el desayuno preparado, yo ya había bañado a Kikit y le había puesto su piyama.

    La hinchazón había disminuido y la máscara de oxígeno había sido sustituida por unos dilatadores nasales, así que tenía una apariencia más normal.

    Dennis estaba abatido. Se mantuvo separado mientras Johnny y Brody se sentaban en la cama de Kikit y bromeaban con ella para alegrarla. Yo también me retraje. Empecé a sentir los estragos de la falta de sueño.

    Mi primer impulso cuando Brody sugirió llevarme a casa para tomar una siesta fue negarme, arguyendo que Kikit todavía me necesitaba. Sin embargo, lo pensé dos veces y decidí seguir mi segundo impulso, pensé que Kikit se encontraba fuera de peligro y necesitaba saber que su padre también estaba a su lado para reconfortarla.

    Brody me condujo al faro. Acababa de salir de la ducha y estaba a punto de acostarme, cuando Carmen llamó para decirme, con una satisfacción que rayaba casi en la euforia, que nos habían concedido una nueva audiencia tocante a nuestra solicitud de recusación. Selwey nos recibiría la tarde siguiente a las dos.

    No sólo eso, aseguró ella, sino que teníamos las cifras que necesitábamos acerca de Jenovitz. En sólo dos de los veintitrés casos que Selwey le había remitido en los últimos tres años, su recomendación había discrepado del fallo del juez. De los veintiuno restantes más de la mitad habían sido revertidos con el tiempo.

    Colgué el teléfono, sonreí a Brody y muy pronto caí en un profundo sueño.

    TEMPRANO POR LA TARDE, Kikit volvió a la casa que yo había empezado a pensar que le pertenecía a Dennis. Tuve el presentimiento de que Dennis habría permitido que ella viniera al faro si se lo hubiera pedido, pero Kikit nos necesitaba a ambos y, francamente, no quería verlo en mi casa.

    Dennis, por otro lado, no tenía ninguna objeción a que yo fuera de visita a la suya. Ayudó activamente a instalar a Kikit en el sofá cama del estudio y se encargó de que tuviera todo lo que su pequeño corazón anhelaba, pero continuó muy taciturno.

    Tal vez la gravedad del ataque de Kikit lo había impresionado, o bien cayó en la cuenta de ciertas cosas, pero parecía un hombre diferente. Intuí que reflexionaba acerca de los dos últimos meses con una visión distinta.

    A media tarde, Johnny salió a pasear en trineo con sus amigos, Brody se había marchado a la oficina y yo arrullé a Kikit hasta que se durmió. Dormité brevemente en el sofá, a su lado, y me despertó el aroma del café. El olfato me guió hasta la cocina.

    Dennis estaba de pie junto a la ventana y sostenía una taza humeante en las manos.

    ―Me tienes impresionada ―comenté sin dejar de observarlo.

    Cuando me miró, hice un ademán hacia la cafetera. En ese momento vi un recipiente grande de vidrio refractario y me sentí doblemente impresionada. Contenía pollo preparado al estilo favorito de Kikit, listo para hornearse.

    Él refunfuñó.

    ―Es sorprendente lo que un hombre es capaz de hacer cuando se ve obligado.

    Me serví una taza y me apoyé en la barra.

    ―Heuber llamó hace unos minutos ―comentó. Tenía una mirada de resignación cuando alzó la vista hacia mí―. ¿Vas a mencionar el asunto de Adrienne?
    ―Si es la única forma en que puedo conservar a los niños...

    Sin embargo, la audiencia no se relaciona con eso.

    ―¿Con qué se relaciona entonces?
    ―Tenemos pruebas de que hay algo sospechoso entre Selwey y Jenovitz. Queremos que Selwey abandone el caso.

    Dennis no discutió. Nada más se quedó de pie junto a la ventana y contempló la nieve.

    ―Despedí a Phoebe ―dijo sin volverse a mirarme.
    ―¿La despediste?
    ―La despedí, rompí con ella, lo que quieras.
    ―¿La amas?
    ―No. Al principio creí que sí. Planeamos todo para que yo consiguiera la custodia de los niños y un acuerdo perfecto de divorcio. Entonces sucedió algo curioso: descubrí que quería mucho a mis hijos ―me miró―. A Phoebe no le agradan los niños.
    ―¡Ah! ¿Conoció a los nuestros?
    ―No. No llegamos tan lejos.
    ―¿Te enamoraste de Phoebe antes o después de hablar con ella respecto a la demanda de divorcio?
    ―Después.

    Entonces experimenté una extraña sensación de alivio. No sé la causa, pero prefería que hubiera sucedido después.

    ―Se puso de mi parte enseguida ―explicó―. Dijo que yo tenía razón y que tú estabas equivocada. Me dijo que era inteligente.

    Le parecía atractivo.

    ―Desde luego, qué halagador.
    ―Sí. De modo que tal vez fue la crisis de la edad madura, cuando menos en lo que respecta a ella. Pero por lo demás, en lo que se refiere a los negocios, ha sido muy difícil desde hace tiempo. Hubo un momento en que tuve el toque mágico, pero ya no.

    Podía haberle recordado que ese toque no tenía nada que ver con magia, sino con mera prestidigitación, gracias a la difunta Adrienne Hadley. Sin embargo, no quise arruinar la atmósfera del momento. Dennis parecía sentirse como yo: exhausto, sosegado, benevolente, debido a la recuperación de Kikit.

    Necesitábamos con desesperación hablar de esa manera, tanto por nosotros mismos como por los niños.

    ―En realidad jamás quisiste tener participación en WickerWise, ¿no es verdad? ―pregunté.

    Dio un resoplido.

    ―¿Qué haría con ella? No tengo la más remota idea de qué se puede hacer con el mimbre.
    ―¿Entonces es por dinero? ¿Para Pittney Communications?

    Asintió con la cabeza, apuró el café, se apoyó en el marco de la ventana y me encaró. Advertí la cautela en el rostro de Dennis.

    ―¿Me obligarías a vender WickerWise? ―pregunté.

    Esbozó una sonrisa forzada.

    ―Pero ya no puedo hacerlo, ¿verdad? Ahora que sabes todo acerca del asunto Hadley.
    ―Pero si no lo supiera, ¿lo harías? ¿A sabiendas de cuánto significa la compañía para mí?

    Frunció el entrecejo, bajó la cabeza.

    ―Probablemente no.

    Vaya, al menos era algo.

    La expresión de Dennis era dulce cuando me miró.

    ―Escuché cuando arrullaste a Kikit para dormirla. Tu voz sigue sonando tan clara como hace veinte años. ¿Puedes creer que haya pasado tanto tiempo? Veinte años. Yo me enamoré de esa claridad ―bajó los ojos y miró su taza―. Era bonito cuando cantábamos.
    ―Sí. El cantar fue una de las cosas buenas. También hubo otras. Por supuesto, los niños. No me arrepiento de haberme casado contigo, aunque no sea sino por ellos.
    ―¿Qué nos ocurrió?

    Era la misma pregunta que yo le había hecho hacía tiempo. La respuesta de Dennis había tenido un tono acusador. Me había culpado por nuestro rompimiento. Tenía todo el derecho de revertir las cosas en ese momento, pero preferí no hacerlo.

    ―Necesitamos cosas diferentes ―expliqué―. No soy adecuada para ti. No deberías tener que competir con una esposa. Necesitas a alguien vulnerable, que se apoye en ti, te admire y respete cada palabra que dices. Por mi parte ―sonreí de manera irónica―, soy toda una experta cuando se trata de ser autosuficiente. Me he bastado a mí misma desde que tenía ocho años. Así que necesitaba otras cosas de mi matrimonio.
    ―¿Como cuáles?
    ―La seguridad de saber que jamás me quedaría sola. Pasó un rato antes de que Dennis respondiera:
    ―Creo que lo eché todo a perder.

    Al principio no contesté a lo que dijo. Traté de poner mis pensamientos en orden.

    ―Tal vez soy demasiado autosuficiente. A veces, encuentro soluciones y las impongo. Otras, intervengo de inmediato y me hago cargo antes de darle una oportunidad a los demás, no importa si la quieren o la necesitan.

    Dennis sonrió con suavidad.

    ―No voy a discutir eso.
    ―Jenovitz me acusó de no querer cambiar. Se equivoca ―aseguré con convicción. Sin embargo, no podía cambiar respecto a Dennis. Había permitido que fuera débil y se apoyara en mí. Se había convertido en un peso muy grande para mí. Ya no le tenía confianza ni sentía respeto por él para sostenerlo. No quería tener que levantarlo si se caía―. Sólo que no estoy segura de ser capaz de cambiar respecto a ti y a mí ―concluí.

    ¿Y respecto a Brody? La autosuficiencia apabullante jamás había representado ningún problema entre nosotros. Desde el primer momento había podido apoyarme en él. Brody era fuerte.

    Dennis volvió a estudiar su taza. Cuando alzó la mirada, los ojos de él mostraban una vulnerabilidad que me conmovió. Trajo a mi mente todos los recuerdos positivos que había habido en nuestro matrimonio, los sentimientos de calidez y afecto, y sí, de amor, que habíamos experimentado a través de los años.

    ―¿Existe alguna oportunidad para nosotros? ―preguntó él.

    Al pasar ese primer instante fugaz y agradable, le sucedió otro casi de inmediato. Este contenía todo lo que no se había mencionado respecto a nuestro matrimonio, todas aquellas partes a las que había empezado a prestar atención una vez que Dennis decidió romperlo.

    Esbocé una leve sonrisa de disculpa y negué rápidamente con un movimiento de cabeza.

    ―Tal vez resulte que seamos mejores amigos que amantes. Estoy dispuesta a intentarlo, si tú también te lo propones.

    ME QUEDÉ EN LA CASA hasta después de cenar y acostar a los niños; entonces los dejé al cuidado de Dennis, pero experimenté una nueva sensación de paz. Me dirigí al faro, cambié de opinión, me enfilé a casa de Brody, volví a cambiar de opinión y por fin, me puse en camino de mi taller. Cuando llegué, empecé a experimentar una descarga de adrenalina.

    Coloqué la mecedora y su mesa lateral, una al lado de la otra, sobre mi mesa de trabajo y las observé. El nuevo entretejido estaba casi concluido, aunque no me sentí muy satisfecha del trabajo que había realizado. Muchas veces, en las últimas semanas, trabajaba distraída y se notaba.

    Ahora había recuperado la concentración. Con paciencia infinita, retiré las varitas que no había colocado bien, empapé nuevos fragmentos y los tejí. Los acomodé sin problema. Con igual facilidad, tejí las piezas de reemplazo en los lugares que antes se encontraban vacíos. Esa noche, tenía el toque. Mis manos actuaban como por arte de magia.

    Retrocedí y admiré mi trabajo. Así de discordantes como se veían antes las dos piezas llenas de agujeros, ahora se veían reparadas Todavía no estaban perfectas. Faltaba limpiarlas y lijarlas, después tendría que aplicar una capa de sellador y otra de pintura. Quería un tono especial de verde, algo cálido, como verde lima. Si no lo conseguía al aplicar la primera capa, lo lograría con la segunda.

    Si no hubiera sido por las partes todavía húmedas, habría empezado a poner el sellador enseguida, mi nivel de energía estaba muy alto. Quiso el destino que Brody apareciera en la puerta y me brindara otra salida.

    UN VIENTO BORRASCOSO soplaba cuando me dirigí a Federal Street la tarde siguiente, aunque el temblor que experimentaba era tanto emocional como físico. Recordaba muy bien la primera vez que había tenido que presentarme ante el tribunal, cuando Dennis tenía la sartén por el mango. Ahora yo tenía cierta ventaja.

    Sin embargo, a pesar del cambio en las circunstancias había mucha cosas en juego para sentir tranquilidad.

    El panorama del tribunal se parecía mucho al que había visto en octubre. Los abogados y sus clientes se apiñaban; los funcionarios uniformados de la Corte conversaban; el juez caminaba por el estrado de un lado a otro.

    Carmen y yo nos sentamos al fondo de la sala en espera de que nos llamaran. Ella había entregado a Missy una copia de la carta de Selwey, así como un análisis estadístico de los informes de Jenovitz, como anexos a nuestra solicitud de recusación. Puesto que Dennis y Art Heuber estaban sentados delante de nosotros a unas cuantas filas, no pude ver la expresión en los rostros.

    Hablé brevemente con Dennis en el recibidor y se produjo una sensación de cierta incomodidad entre nosotros. No importaba que hubiéramos llegado a una especie de acuerdo en casa. Aquí éramos adversarios.

    ―El asunto Raphael ―anunció Missy.

    Nos colocamos en la misma posición que habíamos ocupado en octubre: Dennis, Art, Carmen y yo, en ese orden. Selwey tomó el informe de Carmen que Missy le entregó y se balanceó frente a nosotros mientras lo leía. Me di perfecta cuenta de cuando el balanceo se detuvo. El juez frunció la boca mientras continuaba leyendo un poco más' después colocó los documentos en su mesa y le dijo a Carmen:

    ―Debe estar consciente de que su clienta cometió un hurto.
    ―No lo hizo, Su Señoría ―replicó Carmen con audacia―. Puesto que es ella la que personalmente paga al curador ad lítem para que lleve a cabo el estudio, argumentamos que el contenido de ese expediente le pertenece. No espero que el doctor Jenovitz presente cargos. Sin duda, no querrá que ventilemos nuestro caso en un tribunal público ―señaló con la cabeza hacia los papeles que Selwey tenía en las manos―. No querrá arriesgarse a que esas cifras salgan a la luz. Es posible que a usted no le interesen.

    Por supuesto que le interesaban a Selwey. Su manera de comportarse era tan clara como el agua. Toda su actitud era modesta, contenida y de enojo.

    ―¿Qué es exactamente lo que quieren? ―preguntó.
    ―Está manifestado en nuestra solicitud ―respondió Carmen, ahorrándole la vergüenza de exponerlo en público. Habíamos pedido a Selwey que se excusara del proceso, revirtiera los fallos en mi contra y desestimara el caso.

    Enfurruñado, dijo:

    ―Atendí este caso en beneficio de dos niños pequeños. ¿Qué ocurrirá con ellos?

    Art Heuber contestó:

    ―Su Señoría, mi cliente está de acuerdo en retirar la acusación original. Los padres quieren determinar por ellos mismos la custodia de los pequeños.
    ―Si los padres no fueron capaces de concordar hace dos meses, ¿por qué ahora creen poder hacerlo?
    ―Han entablado un diálogo ―repuso Heuber.

    Selwey agitó los brazos, la toga negra revoloteó, se enojó.

    ―Bueno, ¿qué sucedió con la acusación original?
    ―Hubo un malentendido.
    ―¿Un malentendido? ¿Han desperdiciado el tiempo de esta Corte y de un curador ad lítem por un malentendido? ―con un ademán desdeñoso, hizo una anotación en el papel que tenía en la mano―.

    Este caso se da por concluido.

    Y así de rápido, todo terminó.

    LLEGUÉ HASTA LOS ESCALONES del edificio del tribunal antes de que las piernas se me doblaran, esta vez a causa del alivio que sentía. Apoyé el cuerpo en el muro de piedra y aspiré profundamente una y otra vez el aire frío de diciembre. Con cada inspiración, me sentía más fuerte, más libre, más feliz.

    Cuando Carmen se reunió conmigo, su sonrisa era tan amplia como la mía.

    ―¡Buen trabajo! ―comenté.

    Los labios de la abogada se curvaron en una mueca.

    ―Siempre es agradable poder comportarse como toda una dama y no decir palabra alguna mientras los demás se retuercen de vergüenza.
    ―No crea que me habría molestado si hubiera acusado públicamente de conducta poco ética al imbécil y engreído de Selwey.
    ―Ya vendrá la acusación ―prometió Carmen―. Esa carta va a circular por todas partes hasta que Selwey abandone la judicatura. Confíe en mí. Está acabado. Jenovitz tendrá que ganarse el pan de cada día en otra parte.
    ―Así que él tomó parte por el dinero. Pero, ¿qué ganaba Selwey con ese trato?
    ―Satisfacer su ego. Control. Poder. Todo eso lo perderá ahora. Se lo merece.

    Dennis surgió de entre las columnas de piedra en los escalones superiores. Titubeó un momento cuando nos vio, entonces se acomodó el cuello del abrigo y empezó a bajar rápidamente hacia nosotras. Llevaba las manos hundidas en los bolsillos y la expresión del rostro era circunspecta.

    ―Felicidades ―le dijo a Carmen. Luego se dirigió a mí―: No tenía idea de la nota que Selwey escribió. Tampoco Art ni Phoebe. Sabíamos que actuaba con parcialidad, pero no creímos que llegara a tanto ―hizo una pausa―. ¿Qué ocurrirá ahora?
    ―Hablaremos ―repuse―. Tal como debimos haberlo hecho en octubre.
    ―No he cambiado de opinión. Quiero a los niños.

    Con serenidad, puntualicé: ―Yo también.

    Carmen intervino.

    ―Creo que debemos hablar de esto cuando el abogado de Dennis se encuentre presente. Llamaré a Art y fijaremos una fecha para reunirnos.

    Dennis la miró y asintió. Enseguida, insistente como siempre, se volvió nuevamente hacia mí.

    ―No permitiré que me eches de la casa.
    ―Puedes quedarte con la casa ―repliqué, con eso bajó la guardia por un minuto, pero luego volvió a preguntar:
    ―¿Quién se quedará con los niños?

    OPTAMOS POR LA custodia conjunta. Era la solución obvia.

    Kikit y Johnn se quedarían con Dennis mientras yo viajaba y conmigo, mientras él salía fuera de la ciudad; el resto del tiempo, nos alternaríamos cada semana, bajo el supuesto de permitir una mayor flexibilidad a medida que los niños crecieran. Estuvimos de acuerdo en compartir todas las decisiones y responsabilidades importantes y consultarnos mutuamente en los demás asuntos concernientes a nuestros hijos.

    La manutención de los niños jamás constituyó un problema. Me sentía feliz de ser capaz de brindar a mis hijos el nivel de seguridad financiera que yo no había tenido.

    El convenio de divorcio fue más espinoso. Dennis se mantuvo firme en su demanda de una buena parte del dinero. Yo simplemente lo hice esperar más tiempo. El trato definitivo comprendió un pago mensual de mi parte a Dennis, por concepto de pensión alimentaria, en cantidad suficiente para permitirle vivir con holgura, además de una suma global por el año pasado y cada uno de los cuatro siguientes, equivalente al veinticinco por ciento de las utilidades netas de WickerWise.

    A pesar de las quejas de Dennis acerca de que yo coartaba su capacidad para ganarse la vida decentemente, compró las acciones de Pittney Communications, incluso sin la participación mayor que pretendía obtener de WickerWise. Adquirió la vicepresidencia con la primera suma global que le pagué, más un anticipo de la segunda y una negociación con Pittney que le permitió pagar el resto con una parte de su ingreso mensual.

    Bien mirado, fue más de lo que él merecía.

    Sin embargo, me sentí contenta. El ego de Dennis jugaba un papel fundamental en su vida. Mientras más satisfecho estuviera su ego, más agradable se comportaría. Mientras más agradable se comportara, mayor sería el bienestar de mis hijos. Y eso era lo más importante. Siempre lo había sido.

    A mediados de enero pusimos por escrito nuestro acuerdo. El primero de febrero asistimos a una audiencia en el juzgado.

    Noventa días después, nuestro divorcio fue definitivo.

    AL LLEGAR MAYO, el Sol brillaba en lo alto con la suficiente intensidad para contrarrestar el viento frío del Atlántico y calentar el porche trasero de la casa de Brody donde almorzamos un domingo a media mañana. Se trataba de un asunto privado, sólo Brody y yo. Los niños se encontraban con Dennis en New Hampshire. Rona estaba con Valentino en el faro.

    Envuelta en una manta de lana, me senté en mi mecedora verde lima y, mientras oía crujir los tablones desgastados del porche, contemplé mi reino lánguidamente. El aire tenía ese olor a sal que me encantaba, mezclado con el aroma más dulce de los primeros lirios del valle que empezaban a florecer al pie del porche. Después habría campanillas, lilas y rosas de playa en los arbustos donde la hierba se unía a las rocas. Anhelaba ver la salida del Sol iluminando todo el paisaje.

    Sonriente, toqué el largo hilo de perlas que colgaba del cuello.

    Mi madre tenía razón. Mi collar de perlas era largo y crecía sin cesar. Juraría que, en los últimos meses que empecé a vivir sola, había surgido una docena de nuevas perlas. Había una de Kikit radiante, danzando con mucha gracia, vestida con su tutú, en un recital de ballet, y una de Johnny con los brazos levantados en señal de victoria cuando su equipo de básquetbol ganó el campeonato de la liga. Había otra en la fiesta de cumpleaños conjunta que ofrecimos para festejar a los dos niños, a la que asistieron treinta amigos suyos, un mago, Dennis y sus padres, Brody, Rona y yo, todos en convivencia amistosa.

    Había perlas en mi collar que todavía no terminaban de formarse; sin embargo, estaban creciendo: Rona, que buscaba el lugar en WickerWise que le resultara más conveniente; ella y yo, que tratábamos de cultivar una relación personal estable, con la que nos sintiéramos a gusto.

    Estaba trabajando en otras perlas, intentaba quitarles la arena que con terquedad se resistía a mi deseo de perfección.

    Aunque Kikit no había sufrido ningún ataque de alergia desde aquel terrible diciembre, esto había provocado que se sintiera temerosa de comer cualquier vianda que ella o nosotros no hubiéramos verificado minuciosamente, e incluso rebuscaba en los alimentos cuando comía. Johnny todavía no asimilaba bien el divorcio, aún se esforzaba por comprender cuáles eran las reglas del juego, qué posición ocupaba en la nueva situación y cómo podía ganar.

    El divorcio no es la situación ideal en ningún caso. A pesar de que Dennis se comportaba de manera agradable, yo detestaba verme obligada a negociar acerca de quién tendría a quién y cuándo. A pesar de que la custodia conjunta fue lo más sensato, siempre quise tener a los niños todo el tiempo.

    El lado positivo del asunto, fue que Dennis llegó a conocer mejor a los niños.

    Además, yo tenía a Brody. Ahh, Brody. Había tantas perlas ahí, que no podía empezar a contarlas. Suaves y preciosas: era mi mejor amigo, mi amante, mi futuro esposo; toqué con la yema de los dedos cada una de ellas. Mientras observaba, un rayo de Sol resplandeció en el diamante que él me había regalado. Tenía tantas facetas como nuestras vidas.

    ―Parece que te están saliendo raíces ―musitó Brody, al tiempo que acercaba la mesa que hacía juego con la mecedora y colocaba una bandeja encima de ella. Contenía tostadas francesas, fresas recién cortadas y una jarra de café.

    Sonreí con placer.

    ―Tal vez así sea.

    Se inclinó a mi lado, me rodeó con los brazos y me dio un beso. Me sentía más feliz de lo que habría creído posible hacía sólo unos cuantos meses.

    Empecé a cantar en voz baja. Era una canción de amor.

    Últimamente había cantado más de la cuenta.

    Inclinó la cabeza y la recostó en mis piernas. Le acaricié el cabello. Una grata sensación de paz me invadió mientras tarareaba el resto de la canción. La vida no podía ser mejor.

    Cambié de canción y continué canturreando en voz baja, aunque de manera más entusiasta. Esta última melodía era acerca de campanas al vuelo anunciando una boda, la iglesia y la champaña, que era nuestro futuro.

    Brody alzó la cabeza y sonrió. Reí, al tiempo que lo estreché en los brazos. Tal vez él no era capaz de seguir el ritmo de una melodía o de aplaudir al son de un compás; sin embargo, ¡Dios mío!, lo amaba con toda el alma.


    FIN

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