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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 280. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 281. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 282. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 285. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 286. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 287. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 288. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 289. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 290. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 291. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 292. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 293. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 295. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 297. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 298. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 299. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 306. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 308. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 309. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 310. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 311. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 312. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      0.9  
      1  
      1.1  
      1.2  
      1.3  
      1.4  
      1.5  
      1.6  
      1.7  
      1.8  
      1.9  
      2  
      2.1  
      2.2  
      2.3  
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      2.8  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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    Animar Reloj
    Cambio automático Avatar
    Cambio automático Color - Bordes
    Cambio automático Color - Fondo 1
    Cambio automático Color - Fondo 2
    Cambio automático Color - Fondo H-M-S-F
    Cambio automático Color - Reloj
    Cambio automático Estilos Predefinidos
    Cambio automático Imágenes para efectos
    Cambio automático Tipo de Letra
    Movimiento automático Avatar 1
    Movimiento automático Avatar 2
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    Movimiento automático Segundos
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    Ocultar Reloj - 2
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
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    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
    Avatar - Elegir
    AVATAR - ELEGIR

    Desactivado SM
    ▪ Abrir para Selección Múltiple

    ▪ Cerrar Selección Múltiple
    AVATAR 1-2-3

    Avatar 1

    Avatar 2

    Avatar 3
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    Avatar 4

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    AVATAR 1-2-3

    Avatar1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

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    TAMAÑO

    Avatar 1(
    10%
    )


    Avatar 2(
    10%
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    )


    Avatar 6(
    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

    Más - Menos

    10-Normal
    ▪ Quitar
    Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
    Fondo - Opacidad
    Generalizar
    GENERALIZAR

    ACTIVAR

    DESACTIVAR

    ▪ Animar Reloj
    ▪ Avatares y Cambio Automático
    ▪ Bordes Color, Cambio automático y Sombra
    ▪ Fonco 1 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondo 2 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondos Texto Color y Cambio automático
    ▪ Imágenes para Efectos y Cambio automático
    ▪ Mover-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    SUPERIOR-INFERIOR

    ▪ Arriba (s)

    ▪ Centrar

    ▪ Inferior
    MOVER

    Abajo - Arriba
    REDUCIR-AUMENTAR

    Aumentar

    Reducir

    Normal
    PORCENTAJE

    Más - Menos
    Pausar Reloj
    Restablecer Reloj
    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
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    -------
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    -------
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    Prog.R.4

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    Programar Estilo
    PROGRAMAR ESTILO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desctivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
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    Programar RELOJES
    PROGRAMAR RELOJES


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

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    Relojes a cambiar

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    T X


    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

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    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
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    ODIO CÓSMICO (Marion Zimmer Bradley)

    Publicado en abril 22, 2011

    Título de la obra en inglés: THE SWORD OF ALDONES


    CAPÍTULO I


    Estábamos dejando atrás la noche...



    La Cruz del Sur había planetizado en Darkover a medianoche.

    Allí había embarcado yo en la nave terráquea que iba a transportarme a las enigmáticas regiones periféricas de un planeta. Sólo había transcurrido una hora, pero ya el aire tenue empezaba a teñirse de un tono rosado, que delataba la proximidad de la alborada.

    Bajo mis pies, la plataforma de la gran nave, tembló ligeramente, cuando empezó a volar.

    Cumbres y más cumbres se iban quedando atrás...

    Después de seis años de vagabundo por media docena de sistemas estelares, regresaba a mi casa...

    No sentía nada...

    Me parecía imposible, pero no sentía nada.

    Seis años antes, había salido de Darkover con la intención de no regresar jamás.

    Y, sin embargo, estaba regresando...

    Esto y una impresión no demasiado agradable, era lo único que persistía en mi mente...

    La impresión ingrata era la certeza de que cuando me marché, todos se habían alegrado al verme partir...

    Pero...

    El mensaje desesperado del Regente me vino siguiendo desde Tierra a Samarra y a Vainwal. Costaba mucho dinero enviar un mensaje personal interespacial. Incluso por el sistema de reíais terráqueo, y el viejo Hastur ―Regente del Comyn, Señor de los Siete Dominios―, no había desperdiciado palabras en la explicación. Había sido simplemente una orden. Pero yo no podía imaginarme para qué querían que volviera.

    Me aparté de la luz opalina que se filtraba por aquella ventana, cerré los ojos y apreté mis sienes con la mano... Con mi única mano...

    El viaje interestelar, como siempre, se había realizado bajo los efectos de un poderoso sedante. Ahora la droga que el médico de la nave me había administrado, estaba empezando a perder eficacia. La fatiga derribó las barreras, dejándome en condiciones de poder captar con toda fidelidad las impresiones reales...

    Podía sentir las miradas disimuladas de los demás pasajeros hacia mi cara llena de cicatrices... hacia mi brazo mutilado que acababa grotescamente en mi muñeca y que delataba mi manga doblada...

    Pero lo que excitaba más la curiosidad de aquellos seres vulgares era mi condición de telépata... Ellos lo sabían y, por esto, me admiraban y me temían a un tiempo...

    Un telépata... Un fenómeno... Un Alton...

    El apellido Alton figuraba entre los siete blasones que componían la dinastía del Comyn. Aquella autarquía que había gobernado a Darkover, desde tiempos remotos.

    Y, sin embargo, yo no era del todo un privilegiado...

    Mi padre había cometido una torpeza...

    Todos lo sabían... Hasta los niños de Darkover eran capaces de relatar la leyenda: mi padre, Kennard Alton, habíase portado de una forma que los perseverantes calificaban de vergonzosa: Se había casado. Había tomado en matrimonio laran, a una mujer terráquea, emparentada con la gente del odiado imperio que había devastado la galaxia civilizada.

    El había tenido poder bastante para atreverse a aquello. A mi padre lo necesitaban en el Consejo Comyn. Después del viejo Hastur, había sido el hombre más poderoso en el Comyn. Incluso se las había arreglado para que me tuviesen que admitir a mí. Pero todos se alegraron cuando salí de Darkover. Y ahora yo volvía a casa...

    En el asiento frente al mío, dos terráqueos con aspecto de profesores en vacaciones, probablemente investigadores cansados de explorar y elaborar mapas, estaban discutiendo el viejo problema de los orígenes. Uno de ellos defendía tercamente la teoría de las evoluciones paralelas; el otro, la teoría de que algún antiguo planeta ―probablemente la Tierra misma― colonizó toda la galaxia, un millón de años antes. Me concentré en aquella conversación, tratando de no darme cuenta de las miradas que se clavaban en mí. Los telépatas nunca se encuentran a gusto en medio de las multitudes.

    El Dispersionista sacaba a relucir todos los viejos argumentos en pro de una era perdida de viajes estelares, y el otro hombre argüía, refiriéndose a las razas no humanas y a los diferentes niveles de cultura en cada planeta individual.

    ―Ahí tiene usted a Darkover, por ejemplo ―alegaba―. Un planeta que se encuentra todavía en el primer estadio de la cultura feudal, tratando de reconciliarse con el impacto causado por el imperio terráqueo...

    Perdí todo interés. Era divertido ver cuántos terráqueos pensaban todavía que Darkover era un planeta feudal o bárbaro. Simplemente porque manteníamos hacia las importaciones, procedentes de la Tierra, de máquinas o armas, no una cerrada resistencia, sino una total indiferencia; porque preferíamos montar a caballo o en mulos, considerándolos una cosa natural, antes que malgastar el tiempo construyendo carreteras. Y porque Darkover, conducido por el antiguo Compact, no quería tener la posibilidad de volver a los pasados tiempos de guerras y matanzas colectivas realizadas con armas cobardes. Esta es la ley en la Liga Darkoviana y en todos los mundos civilizados del exterior. El que mata debe estar al alcance de la muerte. Aquellos dos podían hartarse de hablar del código de duelos y del sistema feudal. Ya había oído yo hablar de todo eso en la Tierra. Pero, ¿no es civilizado matar al enemigo personal de uno, con las manos desnudas o con la espada o la daga que asesinar a miles de desconocidos desde una distancia segura?

    La gente de Darkover se había mantenido aparte, mucho mejor que la mayoría de los pueblos de otros planetas, del hechizo provocado por el Imperio Terráqueo. Yo había estado en otros planetas y había visto lo que le sucedía a casi todos los mundos cuando los terráqueos entraban allí con el señuelo de una civilización que se extendía por las estrellas. No sometían a los nuevos mundos por la fuerza de las armas. Los terráqueos podían permitirse el lujo de sentarse y esperar hasta que la cultura aborigen sufriera sencillamente un colapso ante el impacto de la civilización recién llegada. Aguardaban hasta que el mundo solicitaba ser anexionado por el Imperio. Y más pronto o más tarde, el planeta lo hacía, convirtiéndose así en un eslabón más de la vasta, supercentralizada monstruosidad que iba tragando mundo tras mundo.

    Esto no había sucedido en Darkover, por la menos, todavía no.

    Un hombre que estaba en la parte delantera de la cabina se levantó y se dirigió hacia mí; sin pedir permiso, tomó asiento a mi vera en una butaca vacía.

    ―¿Comyn? ―preguntó, pero no era en forma alguna una pregunta.

    El hombre era alto y fuerte; un montañés de Darkover, tal vez. Su mirada se posó, con una insistencia casi descortés, en mis cicatrices, luego en la manga vacía; después, asintió con la cabeza.

    ―Ya me lo pareció ―dijo. Usted es el muchacho que estuvo metido en el lío ese de Sharra, ¿no?

    Sentí que la sangre me subía a la cara. Yo me había pasado seis años tratando de olvidar la rebelión Sharra... y a Majorie Scott. Tendría que llevar las cicatrices para siempre. Pero, ¿por qué diablos tenía que venir este hombre a recordármelo?

    ―Quienquiera que yo haya sido anteriormente ―dije con toda cortesía―, no lo soy ahora. Y, además, no lo recuerdo a usted.
    ―¡Y es usted un Alton! ―dijo con una sombra de burla en su voz.
    ―A pesar de todas las horripilantes historias ―dije―, los Altons no acostumbran a ir por ahí leyendo pensamientos al azar. En primer lugar porque es un trabajo muy duro. En segundo lugar, porque la mayoría de las mentes de las personas están repletas de tonterías. Y en tercer lugar ―añadí―, porque los pensamientos de las gentes nos importan un comino.

    Sonrió y dijo:

    ―No esperaba que usted me reconociera. Estaba usted anestesiado y en pleno delirio cuando lo vi por última vez. Le dije a su padre que esa mano habría que cortarla finalmente. Siento haber tenido razón en eso ―añadió sin que en su voz hubiera asomo de pena―. Soy Dyan Ardais.

    Ahora lo recordaba: alguien de la alta sociedad, un señor de las montañas de la parte más alejada de los Hellers. Nunca había existido un profundo amor entre la gente de los Ardáis y las de los Altons, ni siquiera en elComyn.

    ―¿Viaja usted solo? ¿Dónde está su padre, joven Alton?
    ―Mi padre murió en Vaiwal ―dijo secamente.

    Su voz fue un ronroneo:

    ―¡Entonces, bienvenido, Comyn Alton!

    El ceremonioso título resultó molesto tal como lo pronunció. Miró al cuadrado claro de la ventana.

    ―Vamos a Thendara ―dijo―. ¿Viene usted conmigo?
    ―Supongo que me esperarán ―dije, lo que no era cierto, pero no deseaba prolongar este encuentro casual.

    Dyan saludó, tranquilo.

    ―Nos veremos en el Consejo ―dijo, y añadió con displicente elegancia―: ¡Ah! y guarde bien sus bártulos, Comyn Alton. Habrá sin duda alguien a quien le gustaría recobrar el poder de Sharra.

    Dio media vuelta y se alejó, mientras yo permanecía sentado, paralizado. ¡Maldición! ¿Había él explorado mi mente mientras estuve tranquilamente sentado? ¿De qué otra forma lo podía haber sabido? ¡Asqueroso Cahuenga! Drogado como estaba yo con la procalamina, él podría haber penetrado a través de mis barreras telepáticas y evadirse antes de que me diera cuenta. Pero, ¿habría llegado tan lejos, habría descendido tan bajo uno del Comyn?

    Lo miré furiosamente mientras se alejaba; comencé a levantarme y caí hacia atrás con violencia; estábamos perdiendo altura rápidamente. Se encendió el letrero que sugería la conveniencia de abrocharle el cinturón; me adapté el mío, mientras la mente me giraba en locos torbellinos.

    Me había obligado a recordar, a recordar por qué había abandonado yo Darkover hacía seis años, cubierto de cicatrices, mutilado y deshecho para toda la vida. Las heridas que habían comenzado a cicatrizar, gracias al tiempo y al silencio, parecieron abrirse de nuevo. Y él había pronunciado el nombre de Sharra.

    Un mestizo... un bastardo... eso era yo... Comyn por gracia especial, sólo porque mi padre no había tenido hijos darkovianos. Yo había sido una presa fácil para los rebeldes y descontentos que se habían alzado al grito de Sharra.

    Sharra: la leyenda habla de ella como de una diosa convertida en diablo, atada con cadenas doradas, destinada al fuego eterno... Yo había estado en ese fuego y había recurrido a mi facultad telepática para invocar las fuerzas de Sharra...

    Los Aldarans, la familia Comyn exilada por tratar con los terráqueos habían constituido el centro de la rebelión. Yo era pariente de Beltran, Señor de Aldaran. Rostros que había intentado olvidar, desfilaban ahora por mi mente, atormentándome. El hombre llamado Kadarin, extraordinario rebelde que me había persuadido hasta conseguir que me uniese a los rebeldes de Sharra... Los Scotts; el borracho Zeb Scott que había encontrado el talismán de Sharra, y sus hijos: El pequeño Rafe, que me había seguido por todas partes, a mí, su héroe; Thyra, con rostro de muchacha y ojos de bestia salvaje. Y Marjorie...

    ¡Marjorie! El tiempo corría retrospectivamente...

    Una asustada muchachita de suaves cabellos obscuros y ojos dorados y ambarinos que se había pegado a mí furtivamente durante aquel extraño fuego...

    Anteriormente, la había visto sonriente, paseando por las calles de una ciudad que era ahora un montón de ruinas y cascotes, con una guirnalda de flores doradas en su regazo...

    Sacudí la cabeza para interceptar aquellos recuerdos. No podían hacerme ningún bien. El retumbar de los cohetes de frenaje me sacó de mi ensimismamiento. Miré hacia el exterior y pude distinguir las rechonchas torres de Thendara, rosadas por la roja luz del sol. Descendíamos más y más y pude ver relampaguear los lagos, como plateados espejos. Luego, la punta del rascacielos terráqueo, pareció dar un fogonazo a través de la ventana de la astronave, la claridad y la blancura del cosmodromo cegaron mis ojos. Luego, un bote, una carrerita... Me desabroché el cinturón. En cuanto a Dyan...

    Pero lo despisté. El cosmodromo era una aglomeración de personas procedentes de treinta planetas, que charlaban en cientos de idiomas, y cuando corría entre la multitud, tropecé violentamente con una muchacha vestida de blanco. Ella se tambaleó y cayó al suelo. Me incliné para ayudarla a levantarse.

    ―Le ruego que me perdone ―dije en Standard―. Yo debería haber mirado por donde iba― y luego la miré fijamente―. ¡Linnell! ―grité, lleno de alegría―. ¡Pero, esto es maravilloso! ―La cogí en mis brazos―. ¿Viniste a esperarme? Pero... ¡cómo has crecido primita!
    ―¿Cómo dice usted?

    La voz de la muchacha era fría como el hielo. Turbado repentinamente, dejé que sus pies tocaran el suelo. Ella hablaba ahora darkoviano, pero ninguna muchacha de Darkover tenía tal acento. La miré, estupefacto.

    ― Lo siento ―dije, avergonzado―. Creí que... ―pero continuaba mirándola fijamente.

    Era una muchacha alta, muy hermosa, con un rostro agradable en forma de corazón, cabellos suaves y castaños, ojos grises y amables... aunque en esos momentos no había amabilidad alguna en toda ella: los ojos le chispeaban de rabia.

    ―¿Y bien?
    ―Lo siento ―repetí estúpidamente―. La confundí con una prima mía...

    Se encogió fríamente de hombros, murmuró algo, y se alejó. La seguí con la vista, todavía asombrado. El parecido era fantástico. No era sólo una semejanza superficial de color y altura; la muchacha era el vivo retrato de mi prima, Linnell Aillard. Incluso su voz sonaba como la de Linnell.

    Una mano suave me tocó en el hombro y una alegre voz algo infantil dijo:

    ―¡Qué vergüenza, Lew! ¡Qué disgusto le has dado a Linnell! Se ha cruzado conmigo sin dirigirme la palabra siquiera. ¿Has estado tanto tiempo fuera que has olvidado los buenos modales?
    ―¡Dio Didenow! ―dije, estupefacto. La muchacha que estaba frente a mí era bajita y descarada, con sueltos cabellos dorados que se le derramaban por encima de los hombros y una traviesa expresión en sus ojos chispeantes.
    ―Creí que estaban en Vainwal ―dije. ―Y cuando me dijiste adiós allí, creíste que yo me iba a quedar llorando hasta que se me secaran los ojos, ¿eh? ―dijo insolentemente―. ¡Lo que es yo, no hijo! Las líneas espaciales están tanto a disposición de las mujeres como de los hombres, Lew Alton, y yo, también, tengo un asiento en el Consejo Comyn, cuando se me antoja asistir. ¿Por qué habría de quedarme allí y dormir sólita? ―Se echó a reír―. ¡Oh, Lew, deberías poseer la facultad de observarte a tí mismo! ¿Qué te pasa?
    ―Esa no era Linnell ―dije, y Dio abrió ojos tamaños.
    ―¿Quién es, entonces?

    Miró en torno, pero la muchacha que se parecía a Linnell se había desvanecido entre la multitud.

    ―¿Y, dónde está mi tío? ¿Otra vez te has enfadado con él, Lew?
    ―¡No! ―dije rudamente. Murió en Vainwal. Pero, ¿es que nadielo sabe todavía en Darkover? ¿Crees que algo menos importante me habría traído aquí de nuevo?

    Vi desaparecer la alegría del rostro de Dio.

    ―¡Oh, Lew! Lo siento, no lo sabía.

    Me tocó el brazo otra vez, pero la aparté en mi mente. Dio Ridenow era un alto explosivo en lo que a mí se refería. En Vainwal, eso había estado muy bien. Pero yo sabía, aunque ella lo ignorase, cuan rápidamente ese viejo asunto podía estallar en llamas de pasión otra vez. Yo tenía bastantes complicaciones. No necesitaba las que me pudiesen proporcionar las mujeres.

    De nuevo había olvidado cerrar la barrera de mi mente.

    El alegre rostro de Dio se crispó y enrojecióde pronto, apretando el labio inferior entre sus dientes, se volvió casi corriendo hacia las vallas del cosmodromo.

    ―¡Dio! ―exclamé, saliendo tras ella, pero en ese momento alguien gritó mi nombre.

    Y precisamente en ese instante cometí mi primer error. No continué tras ella... no me pregunte por qué. Pero alguien gritó mi nombre otra vez.

    ―¡Lew! ¡Lew Alton!

    Y al momento siguiente un muchacho delgado, de obscuros cabellos, con traje terráqueo, estaba frente a mí sonriendo.

    ―¡Lew! ¡Bienvenido a casa!

    Y yo no podría recordar su nombre aunque en ello me fuera la vida. Parecía un rostro familiar. El me conocía y lo conocía a él. Pero permanecí cautelosamente en guardia al recordar cómo había reconocido a Linnell. El joven sonrió:

    ―¿No me conoces?
    ―He estado demasiado tiempo fuera para estar seguro de reconocer a las personas ―dije.

    Traté de establecer el contacto telepática, pero los reflejos de la droga estaban todavía envolviendo mi cerebro. Sólo percibí rasgos de familiaridad. Sacudí la cabeza y miré al muchacho. El era sólo un chiquillo cuando salí de Darkover; era ahora tan joven todavía, que no creí que hubiera comenzado a afeitarse.

    ―¡Por todos los infiernos! ―dije―, tú no podrías ser Marius, ¿verdad que no?
    ―¿No podría?

    Todavía me resistía a creerlo. Mi hermano Marius, el hermanito que, al nacer, había motivado la muerte de nuestra madre... ¿Es posible que yo no hubiera reconocido a mi propio hermano?

    Me estaba mirando tímidamente, y me distendí.

    ―Perdona, Marius ―dije―. Eras tan pequeño, y has cambiado tanto, la verdad... ―Ya hablaremos luego ―dijo rápidamente―. Tienes que pasar por la aduana y todas esas cosas, pero yo quería verte antes. ¿Qué es lo que te pasa, Lew? Tienes mal aspecto. ¿Estás enfermo?

    Me agarré con fuerza durante un minuto a su brazo repentinamente firme y seguro, hasta que el vértigo pasó.

    ―Procalamina ―dije tristemente, y su pálido rostro se despejó―. Nos hinchan de cosas de esas en las astronaves para que podamos soportar las tensiones de la hipervelocidad sin reventar. Es difícil eliminarlas, y, además, soy alérgico a esas porquerías.

    Capté su mirada de reojo y mi rostro se puso más ceñudo.

    ―¿Tan feo estoy? Tienes razón, tú no me has visto nunca después de que yo perdiera la mano y me cubriera la cara de cicatrices, ¿verdad?

    Desvió la mirada, y le eché el brazo por los hombros.

    ―No me importa que me mires ―dije con más amabilidad―, pero no cometas la estupidez de mirarme cuando crees que no me doy cuenta, porque siempre lo advierto. ¿Comprendes?

    Sonrió y me estudió descaradamente durante un minuto, luego hizo una mueca.

    ―No estás muy guapo ―dijo―, pero nunca fuiste un modelo de belleza, que yo recuerde. Vamonos.

    Miré hacia los rascacielos del cosmodromo y los altos edificios de la Ciudad Comercial. Tras ellos se alzaban los enormes, astillados dientes de las montañas; y suspendido mucho más allá, encima de la llanura, la visión del Castillo Comyn, rematado por la alta espiral de la Torre de la Guardiana.

    ―¿Está reunido ya el Comyn en Thendara?

    Marius sacudió la cabeza. Todavía no podía acostumbrarme a la idea de que era mi hermano. El no palpaba bien.

    ―No ―dijo―. Ellos... nosotros nos reuniremos en la Ciudad Escondida. Lew, ¿has traído armas de la Tierra?
    ―¡Demonios, no! ¿Para qué quiero yo armas? Y, además, eso sería contrabando.
    ―Entonces, ¿estás completamente desarmado?

    Sacudí la cabeza.

    ―Sí. En la mayor parte de los planetas no se permite llevar armas, y he perdido la costumbre. ¿Por qué?

    Se enfurruñó.

    ―Me las arreglé para conseguir una el año pasado ―dijo―. Me costó cuatro veces lo que vale y tiene grabada la marca del contrabando. Creí que... ¡Oye, están llamándote...!

    Era cierto. Caminé lentamente hacia el bajo edificio blanco de la Aduana, con Mario a mis talones. Saludó con la cabeza al funcionario de servicio y continuó su camino. MI equipaje había sido colocado en la correa transportadora y el funcionario me miró sin mucho interés.

    ―¿Lewis Alton-Kennard-Montray-Alton?

    ¿Aterrizó en Port Chicago con la Cruz del Sur? ¿Técnico en matrices?

    Admití todo eso y le enseñé la ficha de plástico que contenía mi certificado de licenciado como mecánico matricero.

    ―Tendremos que comprobar esto en los Bancos principales― dijo el funcionario terráqueo―. Tardaremos una hora o dos. Estaremos en contacto con usted.

    Su mirada se posó fluctuante en un impreso.

    ―¿Afirma... que... por... lo que sabe... y cree... no tiene... en su poder... ninguna clase de... arma... pistola... desintegradores... lanzachorros... isótopos atómicos... narcóticos... drogas... tóxicos... o materias... incendiarias?

    Afirmé. Colocó mi equipaje bajo el clarificador: la pantalla permaneció blanca como yo me suponía. Los artículos citados eran todos artículos manufacturados en la Tierra; mediante pacto solemne con los Hasturs. El Imperio se obligaba a no permitir que fueran llevados a la zona Darkoviana, o a cualquier otro sitio fuera de las Ciudades Comerciales. A tales artículos (contrabando en nuestro planeta), se les imprimía, antes de que los trajeran aquí, una pequeña mancha de substancia radioactiva, inofensiva, pero indeleble.

    ―¿Tiene algo más que declarar?
    ―Tengo unos anteojos fabricados en la Tierra, una máquina fotográfica también de la Tierra y media botella de firi de Vainwal ―le dije.
    ―Vamos a verlo.

    Abrió las maletas y me envaré. Este era el momento que había estado temiendo.

    Podía tratar de sobornarlo. Pero eso habría significado ―suponiendo que él resultara honesto― una multa y ver mi nombre inscrito en la lista de personas sospechosas. No podía arriesgarme a eso.

    Examinó la cámara y los gemelos. Las lentes terráqueas se consideraban artículo de lujo y generalmente se les aplicaban fuertes derechos.

    ―Diez reís de impuesto ―dijo, y apartó a un lado la ropa de encima―. Si el firi es menos de diez onzas, no paga derechos. ¿Qué es esto?

    Creo que tuve que morderme la lengua cuando la mano de aquel hombre agarró aquello. Era como si me hubiesen dado un puñetazo en el estómago. Dije, con la garganta contraída: ―¡No toque eso!

    ―¿Qué demo...? ―barbotó.

    Era como un clavo hurgando en un nervio. Empezó a desenrollar la tela.

    ―Armas de contrabando, ¿eh? ¡Diablos, si es una espada!

    Yo no podía respirar. Los cristales azules de la empuñadura me hacían guiños, y aquella mano empuñándola era una agonía intolerable.

    ―Es... una herencia de familia.

    Me miró de una manera extraña.

    ―Bueno, no le estoy haciendo nada. Únicamente quería asegurarme de que no era un desintegrador de contrabando o algo por el estilo.

    Volvió a enrollar los pliegues de seda y recobré la respiración. Levantó la botella medio vacía del caro tónico de Vainwal y la midió con los ojos.

    ―Cerca de siete ozas. Firme una declaración diciendo que lleva eso para su consumo personal y no para la reventa, y no tendrá que pagar derechos.

    Firmé. Volvió a poner el candado en la caja y, con pasos vacilantes, me alejé de la barrera de aduanas.

    Un obstáculo vencido. Y esta vez me las había arreglado para salir con vida.

    Me reuní con Marius y llamé a un coche aéreo.


    CAPÍTULO II


    El hotel "Sky Harbor" era llamativo y caro, y el sitio no me gustaba mucho; pero no era probable que tropezase allí con otro Comyn, y eso era lo principal. Así pues, nos subieron a dos de los cubículos cuadrados que los terráqueos llaman habitaciones.



    Me había acostumbrado a ellas en Tierra y Vainwal, y no me molestaban. Pero en cuanto cerré las puertas, me volví hacia Marius con repentina angustia:

    ―¡Por los cielos de Zandru, se me había olvidado! ¿Te molesta esto?

    Yo sabía hasta qué punto las puertas y las paredes y las cerraduras podían afectar a un darkoviano. Yo mismo habla experimentado aquella terrible y sofocante claustrofobia durante mis primeros años en la Tierra. Es algo que diferencia más que nada a los darkovianos de los terráqueos; las paredes darkovianas son paredes transparentes, divididas por delgados paneles o cortinas o por sólidas barreras de luz.

    Pero Marius parecía hallarse completamente a sus anchas, curioseando ociosamente en torno de un mueble tan moderno, que yo no podía decir si era una cama o una silla. Me encogí de hombros; yo había aprendido a tolerar la claustrofobia, probablemente él había aprendido también.

    Me bañé, me afeité y me despojé cuidadosamente de la mayor parte de la indumentaria terráquea que había llevado puesta en la astronave. Eran prendas cómodas, pero no podía presentarme en el Consejo Comyn vestido con ellas. Me coloqué unos pantalones breeches de piel de Suecia, unas botas de tobillo bajo, y me anudé diestramente el justillo carmesí, haciendo un despliegue un poco extraordinario de mi habilidad de manco, porque todavía me sentía muy orgulloso de aquello. La capa corta con los colores de los Altons ocultaba la mano que no existía. Sentí como si me hubiese cambiado de piel.

    Marius no hacía más que rondar incansablemente por la habitación. Todavía no se mostraba del todo familiar. Yo reconocía vagamente su voz y sus modales, pero no existía aquel sentimiento de compenetración usual entre los telépatas en una familia Comyn. Me pregunté si él se daría cuenta también de aquello. Tal vez era el efecto de las drogas.

    Me tendí, cerré los ojos y traté de adormilarme, pero incluso la quietud me desazonaba; después de ocho días en el espacio, el mareo de los impulsos deja un malestar constante bajo los velos del somnífero. Finalmente, me incorpore y traje hacia mí mi pequeño equipaje.

    ―¿Quieres hacerme un favor, Marius?
    ―Desde luego.
    ―Todavía estoy embotado, no puedo concentrarme. ¿Puedes abrir una cerradura matriz?
    ―Si es una cerradura simple, sí.

    Lo era; ninguna persona no telépata habría podido acomodar su mente al simple modelo de radiación psicokinética exhalado por los cristales matrices que mantenían cerrada la cerradura.

    ―Es simple, pero está conectada conmigo. Tócame la mente y te la cederé.

    La petición no tenía nada de extraordinario dentro de una familia de telépatas. Pero el muchacho se quedó mirándome fijamente con una expresión parecida al pánico. Devolví la mirada, estupefacto, y luego me distendí y esbocé una mueca. Después de todo, Marius apenas me conocía. Era un chiquillo cuando yo me marché, y suponía que para él era lo más parecido posible a un completo desconocido.

    ―Bueno, está bien. Cierra y yo te contaré.

    Hice un ligero contacto telepático con la superficie de sus pensamientos, visualizando el modelo de la cerradura matriz. Su mente estaba tan por completo bloqueada, que él podría haber sido un extraño, incluso un no telépata. Aquello me embarazaba; me sentía desnudo e intruso.

    Después de todo, yo no estaba seguro de que Marius fuese telépata. Los niños no muestran ese talento con cierta extensión antes de la adolescencia, y él era un niño cuando yo me marché. En todo lo demás, había heredado los rasgos terráqueos, ¿por qué había de tener este único talento darkoviano?

    Dejó la caja, abierta, sobre la cama. Saqué una cajita cuadrada y se la alargué.

    ―No es que sea un gran regalo ―dije―, pero por lo menos me acordé.

    Abrió la cajita con vacilación y miró los anteojos diminutos y extraños que estaban allí dentro. Pero los manejó con una turbación curiosa y luego los volvió a colocar en la caja sin hacer ningún comentario. Me sentí un poco molesto. No es que yo esperase una gratitud especial, pero, por lo menos, podía haberme dado las gracias. Tampoco me había preguntado por nuestro padre.

    ―Los terráqueos no pueden ser derrotados en cosas de cristales ―dijo al cabo de un minuto.
    ―Saben pulir lentes. Y construir astronaves. En mi opinión, es todo lo que saben hacer.
    ―Y pelear guerras ―dijo él, pero no recogí aquello.
    ―Voy a mostrarte también la cámara. Pero no te diré lo que tuve que pagar por ella; creerías que me había vuelto loco.

    Revolví entre las cajas, y Marius se sentó a mi lado, mirando las cosas y haciendo desconfiadas preguntas. Indudablemente, estaba interesado, pero, por la razón que fuera, parecía tratar de disimularlo ¿Por qué?

    Por último, extraje la larga forma de la espada. Y en cuanto la toqué sentí la conocida mezcla de repugnancia y placer... Todo el tiempo que yo había estado lejos de Darkover, ella había estado muerta. Durmiente. Oculta entre la hoja y la empuñadura de la espada hereditaria, la proximidad de la fuerte matriz me hacía temblar. Para el mundo exterior, era un cristal inerte. Ahora estaba vivo, con un calor extraño y viviente.

    La mayoría de las matrices son inofensivas. Pedazos de metal, o de cristal, o de piedra, que responden a las longitudes piscoquinéticas de onda del pensamiento, transformándolas en energía. En la mecánica ordinaria de las matrices ―y, a pesar de lo que los terráqueos piensan, la mecánica de las matrices es una ciencia como otra cualquiera y que cualquiera puede aprender― esta capacidad psicoquinética se desarrolla independientemente de la telepatía. Aunque los telépatas se desenvuelven mejor en esto, especialmente en los niveles superiores.

    Pero la matriz Sharra estaba empotrada en los centros telepáticos y en todo el sistema nervioso; del cerebro y del cuerpo.

    Era de manejo peligroso. Matrices de este tipo se escondían tradicionalmente en un arma de tal o cual clase. La matriz Sharra era el arma más temible que se hubiera inventado nunca. Era razonable ocultarla en una espada. Una bomba de litio habría sido mejor. Preferiblemente, una que estallase y destruyese matriz y lodo... y a mí inclusive.

    Marius estaba mirándome con una cara descompuesta y contraída por el horror. Estaba temblando.

    ―¡La matriz de Sharra! ―susurró con labios tensos―. ¿Por qué, Lew? ¿Por qué?

    Me volví hacia él y pregunté roncamente:

    ―¿Cómo sabes...?

    A él nunca se lo habían dicho. Nuestro padre se había mostrado conforme en que no se le comunicara nada. Me puse en pie, lleno ya de sospechas, pero antes de que pudiese completar la pregunta, me interrumpió un zumbido del intercomunicador. Marius se me adelantó a cogerlo; escuchó, luego apartó el auricular y dejó el sitio libre para mí.

    ―Es oficial, Lew ―dijo en voz baja.
    ―Departamento tres ―dijo una voz seca y aburrida, cuando me identifiqué.
    ―¡Zandru! ―farfullé―. ¿Ya No, perdone, siga.
    ―Notificación oficial ―dijo la voz aburrida―. En este departamento ha sido rellenada una declaración de intención de matar, en lucha leal, contra Lewis Alton-Kennard-Montray-Alton. El aspirante a Romicida se identifica como Robert Raymon Kandarin, dirección no registrada. La notificación ha sido hecha legalmente; haga usted el favor de aceptar la comunicación y acusar recibo o exponer una razón legalmente aceptable para la negativa.

    Tragué saliva.

    ―Acuso recibo ―dije por fin, y solté el auricular, sudando.

    El muchacho se acercó y se sentó a mi lado.

    ―¿Qué pasa, Lew?

    Me dolía la cabeza y me la froté con mi mano buena.

    ―Acabo de recibir una comunicación de intención de matar.
    ―¡Demonios! ―dijo Marius―, ¿ya? ¿De quién?
    ―De nadie que tú conozcas.

    Me escocía la cicatriz. Kandarin, jefe de los rebeldes de Sharra; en otros tiempos mi amigo, ahora mi implacable enemigo jurado. No había perdido tiempo en invitarme a reanudar nuestra vieja pelea. Me pregunté si sabría él siquiera que yo había perdido una mano. Tardíamente, se me ocurrió ―como si fuese algo que le ocurriera a otra persona― que ésta habría sido una razón legalmente admisible para negarme a aceptar. Traté de tranquilizar al asombrado muchacho.

    ―Tómalo con calma, Marius. No le tengo miedo a Kadarin en una lucha leal. Nunca destacó mucho en el manejo de la espada. El...
    ―¡Kandarin! ―balbuceó―. Pero... pero... Bob prometió...
    ―¡Bob! ―Mis deseos atraparon bruscamente su brazo―. ¿Cómo es que tú conoces a Kandarin?
    ―Tengo que explicarte, Lew. Yo no soy...
    ―Tendrás que explicarme un montón de cosas, hermano ―dije secamente.

    Y entonces alguien empezó a golpear insistentemente en la puerta.

    ―¡No abras! ―dijo Marius angustiado.

    Pero crucé la habitación y descorrí el cerrojo, y Dio Ridenow entró.

    Desde que la vi en el cosmodromo, se había cambiado de indumentaria y se había puesto un traje de montar de hombre, un poco grande para ella, y parecía un niño pendenciero. Se detuvo, después de haber dado uno o dos pasos, y se quedó mirando fijamente al muchacho que estaba detrás de mí.

    ―¿Qué...?
    ―Ya conoces a mi hermano ―dije con impaciencia.

    Pero Dio continuó helada.

    ―¿Tu hermano? ―jadeó por fin―. ¿Estás loco? Este es tan Marius como pueda serlo yo. ―La miré incrédulamente y Dio dió una patada en el suelo mostrando su enojo―. ¡Sus ojos! ¡Lew, so idiota, mírale a los ojos!

    Mi supuesto hermano me dio un rápido empellón haciéndome perder el equilibrio. Arrojó todo su peso contra mí. Dio retrocedió y yo caí sobre una rodilla, luchando por sostenerme. Ojos. Marius ―ahora me acordaba― tenía los ojos de nuestra madre terráquea. Castaños obscuros. Ningún darkoviano tenía ojos castaños o negros. Y éste... este impostor que no era Marius me miraba con ojos de un desconocido, ojos ambarinos con motitas doradas. Sólo dos veces había visto yo ojos como aquellos. Marjorie. Y...

    ―¡Rafe Scott!

    ¡El hermano de Marjorie! No era de extrañar que me hubiese conocido, no era de extrañar que yo hubiese percibido su presencia como la de un ser familiar. ¡También a él lo recordaba solamente como niñito!

    Trató de echarme a un lado; me agarré a él y rodamos por el suelo, luchando, en un forcejeo capaz de romper los huesos de cualquiera.

    ―¿Dónde está mi hermano? ―grité. Le tenía echada una llave con mis piernas y permanecíamos pegados al suelo.

    El nunca dijo que fuese Marius, me relampagueó en la mente en una fracción de segundo. Se limitó a no negarlo cuando lo pensé... Le puse una rodilla en el pecho y lo mantuve sujeto.

    ―¿Qué te trae entre manos, Rafe? ¡Habla! ―¡Déjame levantarme, maldito sea! ¡Te lo explicaré!

    Yo no había sentido ninguna duda. ¡Con qué inteligencia había descubierto él que yo estaba desarmado! Pero yo debía haberme dado cuenta. Debía haber confiado en mi instinto; él no sentía como mi hermano. No había preguntado por nuestro padre. Se había mostrado turbado porque le traje un regalo. Dio dijo:

    ―Lew, tal vez... ―pero antes de que yo pudiese contestar, Rafe hizo un movimiento inesperado y me tiró de espaldas. Antes de que pudiera recobrarme, empujó a Dio a un lado sin miramientos, y la puerta dio un golpetazo tras él.

    Me levanté, respirando con dificultad, y Dio se acercó.

    ―¿Estás herido? ¿No vas a tratar de atramparlo?
    ―No, a ambas preguntas.

    Mientras yo no descubriese por qué Rafe había intentado esta torpe y atrevida impostura, no tendría objeto localizarlo. Y, por otra parte, ¿dónde estaba Marius?

    ―La situación ―comentó, no forzosamente para Dio ―se hace más enrevesada por momentos. ¿Qué tienes tú que ver con todo esto?

    Se sentó en la cama y me miró con ojos brillantes.

    ―¿Qué crees tú?

    Por primera vez, lamenté no poderle leer la mente. Había una razón para que yo no pudiera... pero no voy a ocuparme de eso ahora.

    Lo cierto es que Dio significaba jaleo, lo era ella misma con su bonita, pequeña y rubia apariencia. Yo estaba aquí en Darkover; tendría que permanecer por lo menos algún tiempo.

    Los códigos sociales de Vainwal ―donde Dio, bajo la floja protección de su hermano Lerrys, había pasado las dos últimas temporadas― eran bastante menos rígidos que los estrictos códigos de la sociedad darkoviana. Su hermano había tenido el buen sentido de no inmiscuirse.

    Pero aquí en Darkover, Dio era comynara y ejercía derechos laran en las vastas propiedades Ridenow. Y, ¿qué era yo? Un mestiza de los odiados terráqueos; cualesquiera relaciones con Dio harían que se me echasen encima todos los Ridenows, y había un montón de ellos.

    Le estaría agradecido a Dio toda mi vida. Cuando Marjorie me fue arrebatada, en el horror de aquella última noche en que Sharra devastó las colinas al otro lado del río, fue como si cortasen algo de mí. No limpiamente como mi mano, sino con podredumbre y pus en el interior. No había habido ninguna otra mujer, ningún otro amor, nada sino un vacío horror negro hasta que llegó Dio. Ella había penetrado inconscientemente dentro de mi alma como una criatura bella, apasionada y pura en sus intenciones, había penetrado sin vacilar dentro de aquel abismo, y, de la forma que fuera, después de aquello, yo había quedado purificado.

    ¿Amor? No, tal como yo entendía la palabra. Pero sí abnegación y confianza absoluta. Había confiado en ella entregándole mi reputación mi fortuna, mi salud, mi vida.

    Pero confié en sus hermanos más de la cuenta como pude ver en la "Cruz del Sur". Y no podía pelear con ellos, aún no podía. Traté de aclararle esto a Dio sin herir sus sentimientos, pero no era fácil. Estaba sentada en actitud hosca y balanceando sus pies mientras yo caminaba de arriba abajo como un animal enjaulado. Sólo el tenerla en mis habitaciones podía ser peligroso, si su familia llegaba a enterarse, por muy inocente que ello fuera. Y yo sabía que si estábamos mucho tiempo juntos no sería tan inocente. El murmullo de Dio "comprendo" me enfadó porque comprendí que realmente ella no había entendido nada.

    Su mirada inquieta cayó sobre la envoltura de la espada que estaba al otro lado de la cama. Frunció el ceño y la cogió.

    No fue dolor exactamente, sino una gran tensión la que se apoderó de mí, un sobresalto que me crispaba los nervios. Grité sin pronunciar palabras y Dio la soltó como si se quemara, mirándome boquiabierta.

    ―¿Qué pasa?
    ―No puedo explicártelo. ―Me quedé mirando el objeto un largo rato―. Antes que nada, tendré que hacer que su manejo resulte inofensivo. Para el que la maneje y para mí.

    Rebusqué en mi equipaje hasta localizar mi equipo de técnico en matrices. Sólo tenía una pequeña cantidad de tela aislante especial, pero ahora que estaba de vuelta en Darkover podría conseguir que me fabricaran más. Enrollé la tela sobre la juntura de la empuñadura y la hoja hasta que no pude percibir ya el calor y el latido de la matriz; fruncí el ceño y la aparté. Ni siquiera estaba seguro de si las defensas ordinarias funcionarían con aquella matriz.

    Se la alargué a Dio. Ella se mordió los labios, pero la tomó. Dolía, pero de una manera soportable; una pequeña tensión de hormigueo, nada más. Aquello podía ya resistirlo.

    ―¿ Cómo se te ocurrió dejar sin aislamiento una matriz de alto nivel? ―preguntó Dio.―. Y ¿por qué te dejaste enclavijar en ella de esa manera?

    Era una pregunta muy oportuna, especialmente en su última parte. Pero fingí ignorarla.

    ―No me atreví a pasarla por las aduanas con aislamiento ―dije concisamente―. Los terráqueos saben ahora muy bien qué es lo que tienen que buscar. Mientras que siendo meramente una espada, ninguno la mira dos veces.
    ―Lew, no comprendo ―dijo ella sin saber qué hacer.
    ―Ni lo intentes tampoco, querida ―dije―. Cuanto menos sepas, mejor para ti. Esto no es Vainwal y yo no soy el mismo hombre que conociste allí.

    Su blanda boca estaba temblando. Presentí que un minuto más tarde tendría yo entre mis brazos aquel cuerpo... pero, en aquel momento, alguien volvió a llamar en la puerta.

    ¡Y eso que yo había creído que iba a encontrar tranquilidad en aquel hotel!

    Me aparté de Dio.

    ―Probablemente, serán tus hermanos ―dije con amargura― y lanzarán contra mí otra tentativa de homicidio.

    Me dirigí a la puerta. Ella me cogió por el brazo.

    ―Espera ―dijo precipitadamente―. Toma esto.

    Me quedé mirando sin comprender el objeto que ella me alargaba. Era una pistolita de propulsión; una de las armas terráqueas de increíble efecto, en proporción a su tamaño y sencillez. Retiré la mano, negándome,, pero Dio me metió el arma en el bolsillo.

    ―No tienes por qué usarla ―dijo―, sino únicamente llevarla encima. Por favor, Lew...

    Se repitió la llamada a la puerta, pero Dio me sujetó, diciéndome de nuevo "por favor", hasta que, por fin, impacientemente, asentí. Fui y abrí la puerta un poco, dejándola abierta de forma que, quienquiera que fuese, no pudiera ver a la muchacha.

    El muchacho que estaba a la puerta era fornido y moreno, de pesados rasgos sombríos y regocijados ojos obscuros. Dijo:

    ―¿Qué hay, Lew?

    Y entonces la presencia de él se me hizo tangible. No puedo explicar exactamente cómo, pero lo supe. Inmediatamente parecía increíble que Rafe pudiera haberme engañado un solo minuto. Aquello era la prueba de que yo había estado operando con la capacidad muy disminuida desde que desembarqué. Dije roncamente "Marius" y lo dejé pasar.

    El no dijo mucho, pero su torpe estrechamiento de mi mano fue intenso y fuerte.

    ―Lew, ¿padre?
    ―En Vainwal ―dije―. Hay una ley que prohibe transportar los cadáveres por el espacio.

    El tragó saliva y agachó la cabeza.

    ―Bajo un sol que nunca he visto ―susurró.

    Le pasé mi brazo bueno alrededor del cuello, y al cabo de un minuto dijo sombríamente:

    ―Por lo menos, tú estás aquí. Has venido. Ellos me decían que no vendrías.

    Conmovido, un poco avergonzado, lo dejé en su creencia. Había sido necesaria una orden para obligarme a regresar, y ahora no me sentía orgulloso de aquello. Miré en torno,, pero Dio había desaparecido. Evidentemente, se había escabullido de la habitación por la otra puerta. Me sentí aliviado; aquello ahorraba explicaciones.

    Pero en cierto modo también me fastidiaba. Demasiada gente estaba apareciendo y desapareciendo. Toda gente a la que yo no buscaba y por razones confusas. Dyan Ardáis, explorándome la mente en la astronave. La muchacha del cosmodromo que se parecía a Linnell y no lo era. Rafe, haciéndose pasar por mi hermano cuando no lo era. Dio, apareciendo sin motivo para desaparecer luego. ¡Y ahora el mismo Marius! ¿Coincidencia? Tal vez, pero una coincidencia muy chocante.

    ―¿Estás preparado para salir? ―preguntó Marius―. Yo lo tengo ya arreglado todo, a menos que, por la razón que sea, desees quedarte aquí.
    ―Tengo que sacar mi certificado de matrices en la Legación ―dije―. Luego, nos iremos.

    Cuanto antes me alejara de allí, mejor, o medio Darkover se me echaría encima para gastarme bromas.

    ―Lew ―preguntó Marius bruscamente―, ¿tienes un arma?

    La pregunta, igual que la de Rafe, me arañó. Precisamente yo estaba reajustando mis pensamientos, sacando de ellos el engaño Marius-Rafe y poniendo a mi hermano en el sitio que le correspondía. Dije concisamente.

    ―Sí. ―No insistí en aquello―. ¿Vendrás a la Legación conmigo?
    ―Atravesaré contigo la ciudad. ―Miró la habitación cerrada y se estremeció―. No podría permanecer aquí en esta trampa. No irías a dormir aquí esta noche, ¿verdad?

    La Ciudad Comercial había crecido durante mi ausencia; era mayor de como yo la recordaba, más sucia y más populosa. Ahora parecía más natural llamarla la Ciudad Comercial que emplear su nombre darkoviano de Thendara. Marius caminaba a mi lado silencioso. Por fin preguntó:

    ―Lew, ¿cómo es Tierra?

    Era lógico que preguntase aquello. Tierra, el hogar de los antepasados desconocidos a los que él se parecía tanto. Yo había tenido el sentimiento de mi sangre terráquea. ¿Lo tenía él también?

    ―Se necesitaría toda una vida para conocer a Tierra. Estuve allí solamente tres años. Aprendí muchas cosas científicas y algo de matemáticas. Sus escuelas técnicas son buenas. Había demasiada maquinaria, demasiado ruido. Yo vivía en las montañas; tratar de vivir al nivel del mar me ponía enfermo.
    ―¿No te gustaba aquello?
    ―No tenía de qué quejarme. Incluso me adaptaron una mano mecánica. ―Mi cara tenía una expresión sardónica―. Aquí está la Legación.

    Marius dijo:

    ―Seria mejor que me dieses esa arma. ― Luego, se quedó mirándome consternado cuando me volví hacia él―. ¿Qué pasa, Lew?
    ―Está pensando algo muy gracioso ―dije―, y no hago más que sospechar de la gente que quiere verme desarmado. Incluso de tú ¿Conoces a un hombre llamado Robert Kadarin?

    Cuando Marius se quedaba inexpresivo, aquel rostro moreno podía ser una obra maestra de obscuridad, tan poco revelador como una tarta.

    ―Creo que he oído alguna vez ese nombre. ¿Por qué?
    ―Ha rellenado una tentativa de homicidio contra mí ―dije, y saqué la pistola del bolsillo―. No voy a hacer uso de esto. No contra él. Pero voy a llevarla encima.
    ―Sería mejor que me la dejases ―empezó a decir Marius, pero se detuvo y se encogió de hombros―. Ya veo. Olvida lo que te he pedido.

    Subí con el ascensor al edificio del Cuartel General, pasé los barracones de la fuerza espacial, las oficinas del censo, los vastos pisos de máquinas, archivos, tráfico, todos los asuntos del Imperio. Caminé por los corredores del piso superior hasta una puerta que decía: Dan Lawton. Legado de Asuntos Darkovianos.

    Conocí a Lawton poco antes de que yo abandonase Darkover. Su historia era un poco como la mía: un padre terráqueo, una madre del Comyn. Estábamos lejanamente emparentados; nunca se me había ocurrido pensar pensar cómo. Era un pelirrojo alto y fornido que parecía darkoviano y podría haber reclamado un puesto en el Consejo Comyn si hubiese querido. El no había querido. Había elegido el Imperio y era uno de los enlaces de alta categoría entre terráqueos y darkovianos. Ningún hombre que viva conforme a los códigos de la Tierra puede ser honesto; pero él, a pesar de todo, era casi honesto.

    Nos estrechamos las manos a la manera terráquea ―una costumbre que yo odiaba― y me rehuía mi mirada, a pesar de que no hay muchas personas que puedan o se complazcan en mirar fijamente a un telépata a los ojos...

    Señaló la ficha de plástico que estaba al otro lado de la mesa.

    ―Mira, no es que me hiciera falta esto; únicamente necesitaba una buena excusa para hablar contigo, Alton.

    Me guardé en el bolsillo el certificado, pero no contesté. El continuó:

    ―He oído decir que has estado en Tierra. ¿Te gusta?
    ―El planeta sí. La gente, sin que con esto quiera ofender a nadie, no.

    El se echó a reír.

    ―No hace falta que te disculpes. También yo me di el bote. Sólo las calamidades se quedan allí. Cualquier persona con iniciativa e inteligencia sale al exterior del Imperio. Alton, ¿por qué no has solicitado nunca la ciudadanía imperial? Tu madre era terráquea; con eso podrías ganarlo todo sin perder nada.
    ―¿Por qué tú no has aceptado nunca un asiento junto a los Hasturs? ―repliqué.

    El asintió.

    ―Ya comprendo.
    ―Lawton, no es que yo combata a Tierra. No me gusta mucho tener el imperio aquí, pero da la casualidad de que Darkover no lucha por ciudades, naciones ni planetas. Si un terráqueo fuese enemigo mío, yo rellenaría una tentativa de homicidio y lo mataría. Si una docena de ellos quemasen mi casa o robasen mis animales de labor, reuniría a mis com'ii y los mataríamos. Pero me es imposible sentir nada respecto a unos cuantos miles de individuos que no me han hecho nada bueno ni malo, simplemente porque están aquí. Eso no va con nosotros. Nosotros odiamos por unidades, no por millones.
    ―Puedo admirar esa psicología, pero lo cierto es que os coloca en desventaja frente al Imperio ―dijo Lawton, y suspiró―. Bueno, no te entretendré más a menos que haya algo que pueda hacer por ti.
    ―Puede que lo haya. ¿Conoces a un hombre que usa el nombre de Kadarin?

    La reacción fue inmediata.

    ―¡No vayas a decirme que está en Thendara!
    ―¿Lo conoces?
    ―Preferiría no conocerlo. No, no lo conozco personalmente, en realidad nunca le he puesto los ojos encima. Pero está intrigando por todas partes. Reclama la ciudadanía darkoviana cuando está en la zona terráquea y, de un manera u otra, se las arregla para demostrarlo; y tengo entendido que aspira también a ser terráqueo y a demostrarlo.
    ―¿Y qué pasa?
    ―Pasa que no podemos negarle sus Trece Días.

    Solté una risita. Antes de esto yo había visto a los terráqueos en Darkover desconcertados por la aparentemente ilógica lucha libre de los Trece Días. Un exilado, un forajido, incluso un asesino, tenían un derecho inalienable, que databa de tiempos inmemoriales, a pasar un día en Thendara, trece veces al año, con el propósito de ejercitar sus derechos legales. Durante ese tiempo, con tal de que no cometa ninguna ofensa flagrante, goza de una absoluta inmunidad legal.

    ―Si permaneciera un segundo más de su límite, le echaríamos mano. Pero se muestra muy cuidadoso. Ni siquiera podemos detenerlo por escupir en la acera. El único sitio al que va es al orfelinato de los hombres del espacio. Después de lo cual, parece como si se disolviera en el aire.
    ―Bueno, te verás libre pronto de él ―dije―. No me persigas cuando yo lo mate. Ha rellenado un formulario de tentativa de homicidio contra mí.
    ―Si yo estuviese seguro de que no va a pasar al revés ―sonrió Lawton mientras yo me ponía en pie.

    Pero cuando cruzaba el umbral, me mandó volver bruscamente. La afabilidad había desaparecido; avanzaba hacia mí lleno de cólera.

    ―Llevas encima contrabando. ¡Entrégalo inmediatamente!

    Le alargué la pistola. Como es lógico, debía de existir allí una pantalla clarificadora. Lawton hizo saltar los cargadores; luego se quedó mirando el arma con fijeza, frunció el ceño y me la devolvió.

    ―Toma, llévatela. No había caído en la cuenta. ―Me la arrojó, impacientemente―. Vamos, llévatela. Pero sal de aquí antes de que te coja otra persona. Y devuélvela. Si necesitas un permiso, trataré de conseguírtelo. Pero no vayas de un lado a otro transportando contrabando.

    Me puso la pistola en la mano y prácticamente me arrojó fuera de la oficina. Desconcertado, di vueltas al arma mientras me encaminaba al ascensor. Entonces, mi mirada cayó sobre una pequeña plaquita en la que se leía: Rafael Scott.

    Y súbitamente comprendí que no iba a pedirles ni a Dio ni a Marius que me diesen una explicación.


    CAPÍTULO III


    ¡Muy bien, señores míos! ¡Haré lo que queráis!



    La voz de la mujer me detuvo, frío, cuando yo apartaba las cortinas y entraba en el sector de los Altons en el vestíbulo del Consejo del Comyn.

    Habíamos ido tarde a la Ciudad Comercial; tan tarde, que no había habido tiempo de avisar al Viejo Hastur, ni siquiera de comunicarle mi presencia a Linnell quien, como ni más próxima parienta, y hermana de leche, debería haber sido informada inmediatamente. Marius, que nunca había sido aceptado en el Consejo Comyn, se había separado de mí en el vestíbulo del consejo y había ido a ocupar su sitio en la sala más inferior entre los nobles menores y los hijos más jóvenes. Yo había subido las escaleras hasta la larga galería, intentando deslizarme silenciosamente entre las cortinas para entrar en el sector reservado para los Altons de la jerarquía Comyn.

    Me quedé de pie, sorprendido: pues la que estaba hablando era Callina Aillard.

    Yo la había conocido toda mi vida, desde luego. Era también prima mía; hermanastra de Linnell. Pero cuando la vi por última vez, hacía seis años ―extraje la imagen de mi memoria― ella era una muchacha tranquila, incolora. Ahora vi que era una mujer, y bella.

    Estaba de pie, la cabeza echada hacia atrás, ante el Alto Asiento; una mujer débil con hermosos y delicados rasgos, vestida de negro. En su larga cabellera había gemas prendidas; cadenas de oro en torno de su fino cuello y una cadena dorada ciñéndole la cintura, le daban en parte la apariencia de una prisionera, cargada de cadenas y todavía desafiante. Su voz resonó de nuevo, clara y colérica:

    ―¿Cuándo, antes de ahora, ha estado una Guardiana sujeta a los caprichos del Consejo?

    ¡De modo que esto era!

    Marius no me había dicho que había una nueva Guardiana en el Consejo Comyn; y yo no había pensado en preguntárselo.

    En realidad, él no me había dicho mucho. Miré ahora hacia abajo, deslizándome en mi asiento, a la Sala del Consejo del Comyn.

    Era una alta sala abovedada llena de sombras y de luz del sol. En la sala inferior, los nobles menores estaban alineados; a lo largo de los palcos o de las galerías, estaban los Comyns, cada familia en su propio sector, dispuestos en semicírculo. En el centro, en el Alto Asiento, el viejo Dantan de Hastur, Regente del Comyn, estaba en pie; tras él, en las sombras, había un joven a quien yo no podía ver claramente. Junto a él, reconocí al joven Derik Elhalyn, Señor del Comyn, que gobernaba bajo la regencia de Hastur hasta que alcanzara la mayoría de edad al año siguiente. Derik, arrellanado en una silla, parecía aburrido.

    Lancé una rápida mirada en torno. Dyan Ardáis miró hacia arriba, con una mueca enigmática, como si hubiera captado mi presencia. Tras él, Dio Ridenow estaba sentada entre sus hermanos; vi a mi prima Linnell, pero desde donde estaba sentada yo sabía que ella no podía verme.

    Pero mis ojos se volvieron de nuevo a Callina. ¡Una Guardiana!

    Durante años no había habido una Guardiana en el Consejo Comyn. La Vieja Ashara se había mantenido en su torre durante toda mi vida, durante la vida de mi padre. Debía de ser increíblemente vieja ahora. En mi niñez, por un corto tiempo, había habido una frágil muchacha de cabellos llameantes, velada como un altar revestido, ante la que incluso los Hasturs mostraban reverencia. Pero cuando yo era todavía un niño, ella había muerto o entrado en reclusión, y desde aquel día ninguna muchacha joven había sido iniciada en los secretos de las pantallas maestras. Unos cuantos subguardianes y mecánicos de matrices ―yo era uno, cuando me preocupaba de ocupar mi puesto entre ellos― manteníamos en funcionamiento los reíais. Costaba trabajo admitir que mi prima Callina era la Guardiana... la que mantenía en sus frágiles manos todo el increíble poder de Ashara.

    Pero yo conocía su valor. El pensamiento sacaba a colación penosos recuerdos. Y yo no quería acordarme de cuándo y cómo había visto a Callina la última vez...

    El viejo Hastur habló secamente:

    ―Señora mía, los tiempos han cambiado. En estos días...
    ―En estos días han cambiado realmente ―dijo ella, echando la cabeza hacia atrás con un ligero tintineo argentino de joyas― puesto que tenemos esclavitud en Darkover y una Guardiana puede ser vendida como una cesta en el mercado. ¡No!, oídme bien! ¡Os digo que es preferible entregar ahora mismo todos nuestros secretos a los odiados terráqueos antes que aliarnos con los renegados de Aldaran!

    Se pusieron a buscar sus ojos y, bruscamente, se encontraron con los míos en las sombras, y, de pronto, ella levantó el brazo y apuntó hacia mí con un dedo delgado. Exclamó:

    ―¡Y ahí está sentado uno que puede demostrar lo que digo!

    Pero yo ya estaba en pie. ¿Aliarnos con Aldaran? Oí que mi propia voz se desataba:

    ―¡Condenados, increíbles locos!

    Un súbito silencio fue seguido por un brusco rebullir, por un murmullo de voces y un fiero rezongar; y, con abatimiento, comprendí lo que había hecho. Me había inmiscuido en un asunto del que realmente no sabía nada. Pero me bastaba con el nombre de Aldaran.

    Miré rectamente al Viejo Hastur y en actitud de desafío.

    ―¿Os he oído decir "alianza con Aldaran"? ¿Con ese clan renegado, cuyo nombre apesta en todo Darkover? ¿Los hombres que vendieron nuestro mundo a los terráqueos?

    La voz se me quebraba como la de un niño.

    Al lado de Hastur, el joven Derik Elhalyn se puso en pie. Le hizo una seña a Hastur y habló con naturalidad:

    ―Lew, te estás olvidando de ti mismo.

    Luego, inclinándose hacia adelante, de forma que la luz del sol le aureolaba el cabello de un rubio rojizo, habló a todo el Consejo con una sonrisa encantadora.

    ―¡Fijaos! Vuelve a nosotros un Señor del Comyn, después de seis años de ausencia, y no hacemos nada por darle la bienvenida sino que lo dejamos que se arrastre hasta aquí como un ratón que entra en la ratonera. ¡Bienvenido a casa, Lew Alton!

    Corté la ronda de aplausos que él estaba tratando de provocar.

    ―No os preocupéis de eso―dije―. Hastur, señor, y vos, príncipe mío, considerad esto. Los hombres de Aldaran fueron en tiempos Comyn y tenían voz aquí en el Consejo. ¿Por que fueron desterrados? Preguntáoslo a vosotros mismos. ¿O es que la vieja vergüenza se ha convertido en un cuento de miedo para asustar a los niños? ¿Quién proporcionó a los terráqueos una cabeza de puente en Darkover? ¿Es que nos hemos vuelto locos todos?

    ¿O es que no le he oído a nadie decir: aliarnos con Aldaran?

    Me volví a un lado y a otro. Buscaba en los rostros en sombra cualquier signo de comprensión.

    ―¿Es que queremos que los terráqueos se pongan a nuestras puertas?

    Luego, desesperadamente, hice mi última apelación. Levanté el brazo que acababa en una manga cogida con alfileres y noté que me temblaba la voz.

    ―¿Queremos Sharra?

    Hubo un silencio breve y desagradable. Luego, todos empezaron a hablar a la vez. No querían que se les mentase aquello. La voz de Dyan Ardáis se elevó, clara y jovial, sobre las demás:

    ―Es tu odio el que habla, Lew. No tu buen sentido. Amigos, creo que podemos disculpar a Lew Alton por las palabras que ha pronunciado. Tiene sus razones para sentir prejuicios. Pero aquellos días desaparecieron ya; debemos juzgar según los hechos de hoy, no según los viejos agravios de ayer. Siéntate, Lew. Has estado ausente mucho tiempo. Cuando sepas más de este asunto, es posible que cambies de modo de pensar. Por lo menos, escucha nuestras razones.

    Hubo un murmullo general de aprobación. ¡Maldito! ¡Maldito siempre! Me senté tembloroso. El había insinuado, no, lo había dicho claramente, que había que compadecerme, que yo no era más que un lisiado poseído de un antiguo rencor, y que volvía para encender de nuevo la vieja disputa donde la había dejado. Al recoger hábilmente los sentimientos no expresados de los otros, él acababa de proporcionarles un buen pretexto para no tomar en cuenta nada de lo que yo dijera.

    Pero los Aldarans habían estado en el cogollo de la rebelión Sharra. ¿Es que ni siquiera sabían eso?

    ¿O es que no querían saberlo? La rebelión Sharra había sido solamente un símbolo, un síntoma ―como todas las guerras civiles― de disturbios internos. Los Aldarans no eran los únicos en Darkover que estaban encandilados por el Imperio terráqueo. El Comyn se resistía, casi solo, contra la atracción magnética de aquella federación que iba abarcando más y más sistemas estelares.

    Y yo era una fácil víctima propiciatoria para ambos bandos. Los conservadores del Comyn desconfiaban de mí porque yo era semiterráqueo, y la fracción anticomyn desconfiaba de mí, porque mi padre, Kennard Alton, había sido el más intrépido caudillo del Comyn. Y ambos bandos tenían miedo de lo que yo sabía de Sharra. En sus mentes yo era todavía parte de aquel terror que había inundado aja comarca con terráqueos vestidos de cuero y empuñando desintegradores en lugar de buenas espadas, y ensuciando la limpia noche con el humo de sus cohetes. No habían olvidado ni perdonado nunca aquello. ¿Por qué habían de hacerlo?

    ―Nuestros abuelos expulsaron a los Aldarans del Comyn ―dijo Lerrys Ridenow―, pero ya es hora de que nosotros olvidemos sus tonterías supersticiosas.

    Desde las sombras que estaban detrás del viejo Hastur, habló una voz joven y desconfiada.

    ―¿Por qué no oír todo lo que tenga que decirnos Lew Alton? El comprende a los terráqueos, porque ha vivido entre ellos. Y es de la parentela de Aldaran. ¿Hablaría contra sus propios parientes, sin buenos motivos?
    ―Tratemos, por lo menos, de esto en el Comyn ―dijo Callina, y, finalmente, Hastur asintió.

    Pronunció la fórmula, despidiendo a los curiosos; hubo algunos murmullos entre los hombres que estaban en el vestíbulo inferior, pero gradualmente fueron tranquilizándose, poniéndose en pie y marchándose en grupos de dos o tres.

    Empezaba a dolerme la cabeza, como me pasaba siempre en esta sala. Estaba llena, desde luego, de amortiguadores telepáticos que interrumpían nuestra interferencia mental: precaución necesaria siempre que se reunían miembros numerosos del Comyn. Uno de los amortiguadores estaba colocado justamente encima de mi cabeza. Según la ley, se suponía que se los colocaba al azar; pero de una manera u otra siempre resultaba que estaban encima de los Altons.

    Cada familia del Comyn tenía su propio don particular o talento telepático; en los Altons, era el superdesarrollado nervio telepático lo que podía obligar a suministrar informes, sin querer, o podía paralizar las mentes de los hombres, y los Comyn siempre habían estado un poco asustados de los Altons. Los dones eran mayormente recesivos ahora, debido a la degeneración producida por sucesivos matrimonios con no telépatas, pero la tradición subsistía, y los Altons terminaban siempre por tener enfocado un amortiguador telepático. Las continuas ondas arrítmicas ―medio sónicas, medio energéticas― eran una molestia.

    El muchacho situado tras Hastur, que había hablado a mi favor, bajó por la larga galería y se acercó a mí. Ya yo había sospechado quién era; el nieto del viejo Regente, Regis Hastur. Al pasar junto a Callina Aillard, ella se levantó y, para sorpresa mía, lo siguió.

    ―¿Qué va a pasar ahora? ―pregunté.
    ―Espero que nada.

    Regis me sonrió en forma amistosa. Era uno de aquellos tipos antiguos, que todavía nacían de vez en cuando en viejas familias darkovianas, y tenían las más puras características Comyn: piel blanca con el cabello rojo obscuro de la mayoría de los Comyn, y ojos de una claridad incolora y casi metálica. Su contextura era débil y, como Callina, tenía un aspecto frágil; pero era la perfecta fragilidad flexible de una daga.

    Dijo:

    ―Así, pues, has estado en el espacio y has vuelto. ¡Bienvenido, Lew!
    ―Parece que es una bienvenida en forma, ¿no? ―dije secamente―. ¿Qué es todo este jaleo sobre Aldaran? Llegué unos minutos antes de que me señalara Callina.

    Regis movió la cabeza hacia los asientos vacíos que había en la sala inferior.

    ―Política ―dijo―. Quieren que los de Aldaran se sienten entre los Comyns.

    Callina interrumpió:

    ―Y Beltran de Aldaran ha presentado una solicitud. Ha tenido la insolencia, la condenada desvergüenza de querer entrar en el Comyn por casamiento. Por casamiento conmigo ―exclamó blanca de furia.

    Solté un silbido de completo asombro. Aquello era descaro. Cierto que los extraños podían casarse y entrar en el Consejo Comyn. El hombre que se casa con una comynara adquiere todos los privilegios de su consorte. Pero las Guardianas, esas mujeres instruidas para trabajar entre las cortinas maestras, están obligadas por muy antiguas costumbres darkovianas a permanecer vírgenes mientras conservan su alto cargo. El mero ofrecimiento era un insulto. Habría significado normalmente una muerte sangrienta para el hombre capaz de expresarlo. En Darkover, se habían reñido guerras por motivos mucho más insignificantes que éste. ¡Y ahora estábamos discutiéndolo con toda calma en el Consejo!

    Regis me dirigió una mirada irónica.

    ―Como dice mi abuelo, los tiempos han cambiado. Los Comyns no tienen deseo alguno de contar de nuevo en el Consejo con una Guardiana.

    Pensé en aquello. Treinta y cuatro años sin Ashara no podían hacer que el Consejo se mostrase muy ansioso de colocarse nuevamente entre las manos de una mujer.

    Mirando todo el asunto objetivamente, la cosa tenía sentido. Como decía Hastur, los tiempos habían cambiado. Nos gustase o no, era verdad que cambiaban. El cargo de Guardiana había sido en tiempos una cosa arriesgada y sacra. Hubo una época, o por lo menos así me lo dijo mi padre, en que toda la tecnología de Darkover se había llevado a cabo mediante las pantallas matrices, manejadas por las encadenadas mentes de las Guardianas. Toda la minería, incluso las dispersiones nucleares, se habían realizado gracias a los anillos energéticos, eslabonados cada uno de ellos mentalmente con una de tales jóvenes.

    Pero los cambios en la tecnología habían hecho eso innecesario. No había necesidad alguna de que las Guardianas renunciasen a todo contacto humano y viviesen detrás de muros, conservando sus poderes en reclusión. A la inversa, no había necesidad de tratarlas con reverencia, de casi adorarlas.

    Callina sonrió torcidamente, conjeturando mis pensamientos.

    ―Eso es verdad ―dijo ella―, y no me siento nada ávida de poder. Pero ―y sostuvo con firmeza mi mirada― tú sabes por qué estoy contra esta alianza, Lew. No quiero sacarlo a relucir en el Consejo, porque en realidad es asunto tuyo. No me gusta hacerte esta pregunta, pero no tengo más remedio. ¿Vas a contarles todo lo de Sharra y los Aldarans?

    Me incliné sobre su mano, incapaz de hablar.

    Por el deseo de conservar mi cordura, yo nunca trataba de pensar o de hablar sobre lo que los Aldarans, y su horda de rebeldes, me habían hecho a mí... o a Marjorie.

    Pero ahora debía hacerlo. Tenía contraída con Callina una deuda que nunca podría pagar. En el final horroroso, cuando yo había huido con Marjorie, los dos heridos, Marjorie muñéndose, había sido Callina la que nos había abierto la Ciudad Secreta. Aquella noche, cuando las espadas de Darkover y los desintegradores de los terráqueos nos habían perseguido por igual, Callina se había atrevido a exponerse en la parte radiactiva de las antiguas astronaves, y se había arriesgado a una muerte terrible para darle a Marjorie una simple esperanza de vida. Había sido demasiado tarde para Marjorie, aunque yo no podría olvidarme nunca de aquello.

    Pero simplemente al pensar que tendría que revivirlo todo ante el Consejo, sentí que el sudor me corría a grandes gotas por la frente.

    Regis dijo con calma:

    ―Tú eres la única esperanza que tenemos Lew. A ti podrían escucharte.

    Tragué saliva y dije por fin:

    ―Lo intentaré.
    ―¿Qué es lo que vas a intentar? ¿Permanecer sobrio el tiempo suficiente para recibir la bienvenida de todos nosotros? ―Era Derik Elhalyn que se abría camino alegremente entre Regis y Callina y me agarraba por los hombros―. Lew, muchachote, no supe que estabas en Darkover hasta que te levantaste entre nosotros como uno de esos juguetes que tu padre solía fabricarnos. Ya Dyan te lo ha dicho, pero yo te lo repito: ¡Bienvenido a casa!

    Retrocedió, esperando que yo le devolviera el abrazo, pero entonces sus ojos cayeron en mi manga vacía. Dijo, rápidamente, tratando de disimular la violencia del momento:

    ―Me alegro de que hayas vuelto. Pasamos muy buenos ratos juntos...

    Asentí, turbado por su confusión, pero alegre por recuerdos más agradables.

    ―Y espero que volvamos a pasarlos. ¿Siguen siendo los halcones de Elhalyn los más hermosos de las montañas? ¿Todavía trepas a los acantilados para elegir tus crías?
    ―Sí, aunque ahora no me sobra mucho tiempo ―rió Derik―. ¿Te acuerdas de aquel día que escalamos la cara Norte de Neversin, agarrándonos con dientes y uñas?

    Una vez más se quedó cortado, al recordar con demasiada claridad que por lo menos yo no volvería a escalar nunca. Por mi parte, me preguntaba qué le sucedería al Comyn cuando este alocado muchacho asumiera el cargo que le correspondía en derecho. El viejo Hastur era un estadista y un diplomático. ¿Pero Derik? Por una vez, me alegré por los amortiguadores telepáticos que impedían que los demás pudiesen seguir mis pensamientos.

    Derik me empujó hacia el alto asiento, apoyando una mano en mi hombro. Dijo:

    ―Estaba todo arreglado antes de que tu padre muriese, ¿recuerdas? Pero Linnell incluso se ha negado a fijar fecha para el casamiento mientras tú no volvieses a casa. Así, pues, tengo dos motivos para celebrar tu regreso.

    Le devolví su sonrisa afectuosa. Después de iodo, no me sentía completamente solo. Tenía parientes, amigos. Aquel casamiento había estado en el aire desde que Linnell dejó sus muñecas; no obstante, se seguía esperando mi consentimiento.

    ―Todavía ni siquiera he visto a Linnell ―dije―. Aunque creí haberla visto.

    Me pregunté si Linnell sabría que tenía un doble en la zona terráquea. Me habría gustado decírselo; eso la habría divertido.

    Pero ya Hastur estaba otra vez llamándonos al orden, y yo tomé asiento entre Regis y Derik. Me chocó el pequeño número de los que por derecho de sangre podían aspirar a tener un escaño en el Comyn; contando hombres y mujeres, no llegábamos a tres docenas. Sin embargo, parecían todo un ejército enemigo cuando, obedeciendo a una señal de Hastur, me levanté para hacerles cara.

    Empecé despacio, comprendiendo que tenía que defender mí causa sin fogosidad.

    ―Si he comprendido bien, queréis aliaros con Aldaran, para reintegrar los Siete Dominios en el Comyn. Contáis con esta alianza para hacer la paz con sus Señores de las Montañas y ahogar todos los estallidos de revuelta y de guerra en la frontera. Para conseguir la cooperación de los Aldarans a fin de mantener a raya a los forajidos y renegados y vagabundos donde les corresponde estar: al otro lado del río Kadarin. Quizá también para lograr algún comercio con la Tierra y permisos para la importación de maquinaria y de aviones, sin tener que hacer excesivas concesiones a los terráqueos mismos.

    Lerrys Ridenow se puso en pie.

    ―Hasta ahora, te han informado correctamente ―lanzó―. ¿Puedes decirnos algo nuevo?
    ―No.

    Me volví y me quedé estudiándolo. Era el único de los hermanos de Dio merecedor de que lo llamasen hombre, aunque también el término se usara en un sentido amplio. Yo los había conocido a los tres durante la temporada de recreo en Vainwal. Todos eran delicados, afeminados, llenos de una gracia felina y peligrosos como otros tantos tigres. Todos ellos trataban de sacar lo mejor que hubiera en ambos mundos, un privilegio que les concedía su gran riqueza y la inmunidad Comyn en cuanto a las leyes ordinarias darkovianas. Pero Lerrys parecía tener madera de hombre bajo la máscara lánguida, casi femenina, y merecía una respuesta.

    ―No, pero puedo deciros algo viejo. Eso no servirá de nada ―afirmé―. Beltran de Aldaran, personalmente, es un individuo honrado. Pero está ligado tan estrechamente con renegados y rebeldes y tramperos y espías medio declarados, que no puede hacer la paz con nosotros aunque él quisiera. ¿Y queréis meterlo en el Comyn? ―Abrí mis brazos―. Hacedlo. Haced que entre Beltran de Aldaran. Haced que entre el hombre al que llaman Kadarin, y a Lawton de Thendara, y al coordinador terráqueo de Puerto Chicago, ya que estáis en ese plan.

    Hastur frunció el ceño.

    ―¿Quién es ese Kadarin? ―preguntó.
    ―No lo sé. Supongo que es un pariente de Aldaran.
    ―Como tú ―murmuró Dyan.
    ―Sí. Mestizo de terráqueo tal vez. Agitador en cualquier mundo que lo soporte. Lo han deportado por lo menos de otros dos planetas antes de que regresase aquí. Y ese Beltran de Aldaran, ese hombre al que queréis casar con una Guardiana, convirtió el castillo de Aldaran en un escondite a disposición de todos los malditos desertores y renegados de Kadarin.
    ―Kadarin no es un nombre de hombre ―dijo Lerrys.
    ―Tampoco estoy seguro de que sea un hombre ―repliqué―. Las colinas alrededor de Aldaran... Ya sabéis qué es lo que solía vivir apartado en esas colinas: toda clase de seres a los que podéis llamar realmente humanos. Parecen bastante humanos hasta que veis sus ojos.

    Me detuve, penetrado por un sentimiento de horror. Bruscamente, recordando dónde estaba, las ruedas de mi corazón empezaron a girar de nuevo.

    ―El nombre de Kadarin no es simplemente sino un desafío ―dije―. En las colinas al otro lado del río Kadarin, cualquier bastardo se llama hijo del Kadarin. Dicen que él nunca supo quién o qué era su padre. Cuando los terráqueos le echaron mano para interrogarlo, dio como nombre el de Kadarin. Eso es todo.
    ―Entonces, también él está trabajando contra los terráqueos ―dijo Lerrys.
    ―Puede que sí, puede que no. Pero está ligado con Sharra...
    ―También tú lo estuviste ―dijo Dyan Ardáis suavemente―. Pero aquí estás.

    Eché atrás mi sillón.

    ―¡Sí, maldito seas! ¿Por qué otra cosa iba yo a querer inmiscuirme en todo esto si no supiese qué clase de infierno es ese? Vosotros pensáis que todo el peligro ha terminado, ¿no? Pero si yo puedo mostraros dónde sigue todavía Sharra fuera del control, a menos de diez millas de aquí, entonces vosotros mismos diríais que ésta es una alianza loca.

    Hastur parecía turbado e impuso silencio a Dyan y a Lerrys.

    ―¿Puedes hacer eso, Lew? Tú eres un Alton y un telépata. Pero no podrías hacer nada así tú solo. Necesitarías un foco mental...
    ―Ya lo sabe él muy bien ―dijo Dyan con una risita―. Es un farol en el que no se arriesga a nada. El es el último Alton adulto con vida.

    Desde las sombras, dijo una voz:

    ―¡Oh, no, no lo es!

    Marius se puso lentamente en pie, y yo rae quedé mirando a mi hermano con asombro. Pensé que se había marchado con los demás. ¿Podía él o quería afrontar el más espantoso de los poderes Comyn?

    Dyan se echó a reír ruidosamente.

    ―¿Tú? ¿Tú, un terráqueo?

    La palabra era un insulto tal como él la pronunció.

    Pero yo no estaba todavía dispuesto a retirarme derrotado.

    ―¿Apagamos los amortiguadores y te lo demostramos, conde Ardáis?

    Aquello sí que era un farol. Yo no tenía la menor idea de si Marius poseía o no el don Alton y si se derrumbaría en un frenesí de gritos cuando mi mente encajase en la suya. Pero Dyan no lo sabía tampoco y el rostro se le puso blanco antes de bajar la mirada.

    ―Sigue siendo un farol ―dijo Lerrys―. Todos nosotros sabemos que la matriz Sharra fue destruida. ¿Qué patrañas quieres contarnos ahora para asustarnos, Lew? No somos niños a los que nos hagan temblar unas sombras ¿Sharra? ¡Esto para Sharra!

    Hizo una higa con los dedos.

    Me despojé de toda prudencia.

    ―¡Maldito infierno! ―grité con rabia―. La tengo en mi habitación en estos momentos.

    Oí las exclamaciones de estupor que recorrían el círculo.

    ―¿Que la tienes?
    ―Asentí lentamente. No volverían a llamarme embustero.

    Pero entonces sorprendí un chispazo en los burlones ojos de Dyan.

    Y, de pronto, comprendí que no me había mostrado nada inteligente.


    CAPÍTULO IV


    Marius se apoyó al otro lado de su montura cuando coloqué la espada aislada al otro lado del pomo de la mía.



    ―¿Vas a destaparla aquí?

    En torno de nosotros, el delgado aire matutino era tan inexpresivo como su rostro. A nuestras espaldas, se erguían las faldas de las colinas; y percibí el tenue olor pungente de las laderas arrasadas por el fuego forestal, derramándose desde los Hellers. Más atrás y más lejos en el claro, los otros Comyns aguardaban. Mis barreras estaban bajadas y yo podía sentir el impacto de las emociones de ellos. Hostilidad, curiosidad, incredulidad o desprecio de los hombres dé Ardáis y Aillard y Ridenow; simpatía interesada e inquietud de los Hasturs, y, por extraño que me pareciera, de Lerrys Ridenow.

    Habría preferido hacer esto en privado. El pensamiento de un auditorio hostil me irritaba. El saber que la vida de mi hermano dependía de mis propios nervios y de mi propio control, no era cosa que ayudase tampoco. De pronto, me estremecí. Si Marius moría ―y eso era lo más probable que sucediese―, sólo aquellos testigos se interpondrían entre mí y una acusación de asesinato. Estábamos jugando con algo de lo que no era posible estar seguros; y yo estaba aterrado.

    El foco Alton no es fácil. Estando enteradas las dos partes y consintiendo las dos no por eso la cosa se hace fácil, ni siquiera para dos telépatas ya maduros; se hace simplemente posible.

    Lo que nosotros pretendíamos era ligar las mentes, no en un contacto telepático ordinario, ni siquiera en la relación forzada que un Alton o, a veces, un Hastur, puede imponer en otra mente. Si no una relación completa y mutua; la mente consciente y la subconsciente, los sistemas nerviosos telepáticos y psicokinéticos, la percepción del tiempo y la consciencia coordinadora, las funciones energónicas, de forma que, en realidad, funcionaríamos como un cerebro hiperdesarrollado en dos cuerpos.

    Mi padre lo había hecho conmigo una vez, casi durante treinta segundos, estando yo completamente enterado de que lo más probable era que aquello me matase. El lo había sabido; era la única cosa con que probar a los demás que yo era un verdadero Alton. Aquello había obligado al Comyn a aceptarme. Yo había sido instruido para eso días y días y había estado defendido por toda la habilidad de mi padre. Marius en cambio iba a hacer la prueba casi sin preparación.

    Me parecía estar viendo a mi hermano por primera vez. La diferencia en nuestras edades, su rostro lleno de pecas y sus ojos extraños, habían hecho de él un desconocido; el pensamiento de que pudiera morir bajo mi mente dentro de pocos minutos parecía hacerlo menos real, un ser de sombras, como en un largo sueño. La voz me salió áspera:

    ―¿Quieres volverte atrás, Marius? Todavía estás a tiempo.

    Volvió a mirarme regocijado.

    ―¿Sientes celos? ¿Es que quieres guardar el privilegio laran únicamente para tí solo? ―preguntó suavemente―. No quieres que haya más Altons en el Comyn, ¿eh?

    Le hice la pregunta a quemarropa:

    ―¿Tienes el don Alton, Marius?

    El se encogió de hombros.

    ―No tengo la menor idea. Nunca he tratado de descubrirlo. Cuando no por una cosa, por otra, siempre se me dio a entender que pretenderlo sería una insoportable insolencia por mi parte.

    Sentí frío. Aquella frase sintetizaba lo que había sido la vida de mi hermano. Era preciso que yo le recordara. Había una posibilidad de que lo que yo le diera fuera no la muerte, sino todos los derechos del Comyn como tal Alton. Si él consideraba que la puesta merecía la pena, ¿qué derecho tenía yo para denegárselo? Mi padre había jugado conmigo, y había vencido. Agaché la cabeza y comencé a apartar la tela aislante de la espada.

    ―¿Es una espada real? ―preguntó Derik Elhalyn acercando su caballo hacia nosotros.

    Sacudí la cabeza y le di a la empuñadura un rápido giro. Se me quedó en la mano y saqué de ella la cosa envuelta cuidadosamente en seda. Una mano familiar apretó mi pecho.

    ―No ―dije―, la espada es sólo un escondite. Puedes mirarla.

    Le arrojé las partes, la empuñadura y la hoja, pero él retrocedió convulsivamente.

    Vi a los hombre tratando de disimular crueles muecas. Pero no era extraño que Derik, Señor del Comyn, fuera un cobarde. Hastur cogió las piezas y las encajó apretadamente.

    ―El platino y los zafiros de eso bastarían para comprar una ciudad de buen amaño ―dijo―. Pero Lew se ha quedado con la parte peligrosa.

    Desnudé la matriz, sintiendo el familiar calor vital entre mis manos. Tenía forma de huevo aunque su tamaño o llegaba al de uno de éstos. Un buen trozo de metal mate enlazado por pequeñas cintas de metal más brillante e incrustado con un dibujo de azules ojos centelleantes.

    ―El dibujo de zafiros en la empuñadura de la espada, carbón sensibilizado, corresponde al dibujo de la matriz. La reacción de mis nervios está alterada de alguna forma para responder al último... ―me interrumpí con la garganta seca.

    ¿Qué estúpido deseo de martirizarme a mí mismo me había hecho traer de nuevo conmigo a Darkover esa cosa? Yo estaba regresando, por mis propios pies, al rincón del infierno que Kadarin había abierto para mí.

    ―¿Qué es exactamente lo que vas ha hacer ahora? ―preguntó Derik.

    Traté de expresarme con palabras que él pudiera comprender.

    ―Arriba en los Hellers hay ciertas manchas que están activadas, o magnetizadas o algo así, para responder a las vibraciones de esta matriz Sharra. Pueden usarse para crear el poder Sharra.

    Nadie preguntó lo que yo temía: ¿Qué es Sharra? Yo habría tenido que decir que no lo sabía. Sabía lo que podía hacer, pero no lo que era. La tradición dice que es una diosa que se convirtió en diablesa. Yo no quería teorizar acerca de Sharra. Quería mantenerme apartado de ello.

    Y esta era la única cosa que no podía hacer.

    Hastur se apiadó de mí.

    ―Una vez cierto lugar fue puesto en relación con la matriz Sharra. Y las fuerzas Sharra, desde que eso se hizo, hace años, dejaron allí un residuo de potencia, y esa mancha puede ser localizada. Lew ha conservado la matriz todos estos años esperando una ocasión de encontrar esas manchas, por medio del activador original, y desactivarlas. Una vez que todos los sitios activados hayan sido descargado, la matriz puede ser gobernada y luego destruida. Pero ni siquiera un telépata Alton puede realizar ese tipo de trabajo sin un foco. Un cuerpo sólo no puede resistir ese tipo de vibraciones.
    ―Y yo soy el foco, si logro salir con vida ―dijo Marius con impaciencia―. ¿No podemos empezar ya?

    Le lancé una rápida mirada; luego, sin más preámbulos, establecí contacto con su mente.

    No hay manera de describir el primer "shock" que brota de unas relaciones así. La aceleración de un avión a chorro, el mazazo de un guante de boxeo en el plexo solar, la sensación de zambullirse de cabeza en oxígeno líquido, pueden aproximarse a aquello si es que uno logra sobrevivir a las tres cosas al mismo tiempo. Percibí que Marius se quedaba físicamente inerte en su silla a consecuencia del impacto y percibí además que todas defensas de su mente se concentraban en la tarea de bloquearme y mantenerme a raya. La mente humana no estaba hecha para esto. En él, el ciego instinto cerraba sus barreras contra mí; una mente normal habría muerto por efectos del bloque necesario para romper aquel tipo de resistencia.

    Sucedió todo con esa rapidez. Si él había heredado el don Alton, no moriría. Si no lo había heredado, aquello lo mataría.

    En mi fuero interno, yo estaba concentrado sobre Marius, en agónica concentración, pero exteriormente todos los detalles alrededor de nosotros se recortaban con claridad y crudeza en mis sentidos, como grabados al aguafuerte; el frío sudor que me recorría por el cuerpo, la lástima en los ojos del viejo Regente, los rostros de los hombres que nos rodeaban. Oí a Lerrys lamentándose:

    ―¡Detenedlos, detenedlos! ¡Eso es matar a los dos!

    Hubo un instante de agonía tan grande, que pensé que me pondría a gritar, era la tensión de un arco que se echa hacia atrás y más hacia atrás, y se curva hasta el punto mismo en que debe quebrarse, cuando incluso el estallido y la ruptura de la muerte significaría un alivio indecible.

    Regis Hastur se movió como una lanza arrojadiza; arrancó de las manos de Hastur la empuñadura de la espada y colocó el molde de brillantes piedras en los crispados puños de Marius. Vi y percibí cómo la agonía se iba disolviendo en el rostro de mi hermano y luego se extendía y flameaba y se iba tejiendo la red del pensamiento enfocado. La mente de Marius se afirmaba y se sostenía como una tangible roca de tuerza contra mi propia mente.

    ¡Alton! ¡Sangre terráquea en sus venas, pero un auténtico Alton, y hermano mío!

    Mi suspiro de alivio casi llegó a ser un sollozo. No había necesidad de palabras, pero de todas formas hablé:

    ―¿Todo bien, hermano?
    ―Estupendamente ―dijo, y se quedó mirando la empuñadura de la espada que tenía en las manos―. ¿Cómo diablos he cogido esto?

    Le alargué la matriz Sharra. Me puse tenso en la conocida e inquietante previsión de angustia cuando sus manos se cerraron en torno de aquello; pero no se produjo nada más que la sensación familiar de relación. Respiré a mis anchas.

    ―Ya está ―dije―. Bueno, ¿qué dices Hastur?

    Hizo una grave y breve inclinación de cabeza hacia Marius, una señal solemne de reconocimiento. Luego, dijo con calma:

    ―Para ti el poder.

    Miré en torno y vi a los hombres a caballo.

    ―Algunos de los sitios activados están cerca de por aquí ―dije―. Y cuanto antes los destruyamos, antes estaremos a salvo. Pero...

    Hice una pausa, Me había concentrado tanto en el horror que me poseía, que no se me había ocurrido pedir una escolta mayor de jinetes. Además de los Hasturs, Dyan, Derik y los hermanos Ridenow, apenas si había media docena de guardias.

    Dije:

    ―Algunas veces, los Rastreadores llegan muy cerca de la Ciudad Oculta...
    ―Eso no sucede desde la "Campaña Narr" ―dijo Lerrys lánguidamente.

    Su pensamiento no expresado era claro. Tú y tus amigos de Sharra los agitasteis contra nosotros. Luego, pusiste las cosas en claro, pero fuimos nosotros los que luchamos.

    ―De todas maneras...

    Alcé la mirada hacia las espesas ramas.

    ¿Era seguro cabalgar tan lejos con tan poca gente? Algunos de los Rastreadores, adentrados en los Hellers, son pacíficos humanoides arbóreos, no más dañosos que muchos monos. Pero los que han rebasado de la comarca en torno de Aldaran, donde se reúnen toda clase de seres humanos y semihumanos y forman una ralea mestiza, son peligrosos.

    Terminé encogiéndome de hombros.

    ―No tengo miedo, si no lo tienes tú.

    Dyan replicó con sarcasmo:

    ―Tú y fu hermano habéis lanzado una bravata, Alton. ¿Tenéis miedo ahora de que alguien os pida que la cumpláis?

    Yo comprendía que a él nada le habría gustado tanto como que Marius se rompiese bajo su mente y muriera.

    Levanté los ojos hacia Marius interrogativamente. El asintió y nos pusimos a cabalgar entre las sombras de los árboles.

    Durante horas, cabalgamos bajo las ramas colgantes, mi mente en aguda concentración sublimal sobre los lugares dotados de energía que podíamos percibir mediante el cristal vivo. El cuerpo y la mente me dolían en incómoda presión de la consciencia; yo no estaba acostumbrado en modo alguno a este tipo de prolongado esfuerzo mental y, además, no había montado a caballo desde que salí de Darkover. Hay gente que habla del poder de la mente sobre la materia. Pero eso no da resultados en estos casos. Una rozadura en la espalda es un inhibidor tan eficaz de la concentración como el mejor medio que pueda pensarse.

    El rojo sol había empezado a caer cuando me coloqué junto a Hastur.

    ―Escucha ―dije, en voz baja―, estamos internándonos en una trampa. Yo estaba completamente convencido de que nadie en Darkover sabia que yo tenía la matriz, pero es indudable que alguien lo sabía. Alguien que está retirando la energía de los lugares activados y nos está atrayendo.

    Me miró gravemente.

    ―¿Es eso todo?
    ―Yo no...

    Llamó a Regis; el muchacho cabalgó hasta nosotros y dijo:

    ―Nos están siguiendo, Lew. Ya me lo pareció antes; ahora, estoy seguro. Ya he estado en otras ocasiones en el país de los Rastreadores.

    Alcé la mirada hacia las gruesas ramas que se juntaban sobre nuestras cabezas. Por allí encima yo sabía que viejos caminos de árboles serpenteaban en un interminable laberinto pero en estas latitudes creía que hacía mucho tiempo que estaban abandonados.

    ―No estamos en disposición de resistir un ataque armado ―dijo el Regente.

    Miró con inquietud a Regis y a Derik, y yo seguí sus pensamientos, pues todas mis barreras estaban bajadas ahora.

    El poder completo del Comyn está aquí. Un ataque ahora podría extirparnos. ¿Por qué dejé que viniesen sin escolta? Y luego, un pensamiento que no pudo ocultar: ¿Están estos Altons llevándonos a una trampa?

    Le dirigí una pálida sonrisa.

    ―No te lo reprocho ―dije―. La verdad es que no he sido yo. Pero, si hubiese alrededor alguien que supiese realmente cómo manejar el poder Sharra, y conste que yo no sé, yo no sería más que un peón. Sólo podría ser eso.

    El Regente no me hizo ninguna pregunta. Se volvió en su silla.

    ―Daremos la vuelta aquí.
    ―¿Qué pasa? ―se burló Corus Ridenow―. Es que los Altons se han vuelto cobardes.

    Por una desgraciada casualidad, Marius estaba cabalgando junto a él; se inclinó bruscamente y, con la palma de la mano, golpeó la cara de Corus. El Ridenow se echó hacia atrás, bajó la mano y se sacó el cuchillo de la bota...

    ¡En aquel instante ocurrió todo!

    Corus se quedó rígido, como si se hubiese convertido en piedra, el cuchillo todavía levantado. Luego, con un ruido horrible en el paralizado silencio, Marius gritó. Nunca había oído yo semejante grito de agonía en una garganta humana. Toda la fuerza de la Fuente nos inundaba a los dos. Dios o demonio, fuerza, máquina o elemento, aquello era Sharra, y era el infierno, y al oír un segundo ultrajado grito de protesta, ni siquiera me di cuenta de que yo también había gritado.

    En aquel momento, aullidos salvajes alrededor de nosotros, y por todos lados hombres que se dejaban caer desde los árboles al camino. Una mano se apoderó de mis riendas, y comprendí entonces quien nos había traído a la trampa.

    El hombre que estaba en el camino era alto y esbelto; un mechón de cabello claro le caía torcido sobre el rostro gastado y finco y sobre unos ojos de un gris acerado que brillaban al chocar con los míos; parecía más viejo, más peligroso de como yo lo recordaba. ¡Kadarin!

    Mi caballo se encabritó, casi arrojándome al camino. En torno de nosotros los aullidos se fueron cambiando en una confusión de pelea; el chocar de los hierros, la estampida y los relinchos de los asustados caballos. Kadarin gritaba en la jerga gutural de los Rastreadores.

    ―¡Alejaos de los Altons! ¡Los quiero para mí!

    Tiraba de las riendas de mi caballo a un lado y a otro, maniobrando para mantener el cuerpo del animal entre él y yo. Me eché a un lado, casi colocándome tras la grupa del caballo, y sentí el silbido de un proyectil que me pasaba junto a la oreja. El choque hizo caer a mi enemigo. Se levantó en un segundo, pero ese segundo me bastó para saltar de la silla y empuñar la espada en la medida que me era posible.

    Había habido un tiempo en que yo había sido un buen espadachín, mientras que Kadarin no había aprendido nunca a manejar una espada. Es cosa que nunca aprenden los terráqueos. El llevaba una y la utilizaba cuando tenía que hacerlo; era la única solución, en las Montañas.

    Pero yo había aprendido a luchar cuando tenía dos manos y lo que llevaba era sólo una espada ligera de vestir. ¡Buen idiota había sido! Había husmeado el peligro, el aire estaba cargado de aquel tufillo, y sin embargo no se me había ocurrido hacerme de un arma eficaz.

    Marius estaba luchando a mi espalda con uno de los Rastreadores no humanos, una cosa delgada y retorcida, como hecha de jirones, y provista de un largo y perverso cuchillo. El reflejo de sus estocadas golpeaba a través de nuestras enlazadas mentes, y corté el contacto con rudeza; bastante trabajo tenía yo ya con un combate. Mi acero chocó contra el de Kadarin.

    El había mejorado mucho. En cuestión de segundos, me había hecho perder el equilibrio, me vi incapacitado para atacar y sólo me dejaba si acaso, que mantuviese una guardia cerrada. Sin embargo, había en aquello una especie de placer, aunque la respiración me saliese entrecortada y de la cara me brotasen gotas de sangre que se mezclaban con el sudor; él estaba aquí y esta vez no había hombre o mujer que pudiese separarnos.

    Pero un combate a la defensiva está condenado de antemano a la derrota. Mi mente trabajaba con velocidad y desesperación. Kadarin tenía una única debilidad: su temperamento. Era susceptible de dejarse dominar por un furor llameante y durante pocos minutos aquel claro juicio suyo desaparecía y quedaba convertido en un animal rabioso. Si yo lograba hacerle perder la calma medio segundo, aquella habilidad que había adquirido en el manejo de la espada se esfumaría. Era un truco sucio para emplearlo en un combate. Pero yo no podía permitirme el lujo de ser escrupuloso.

    ―¡Hijo del río! ―le grité en el dialecto cahuenga, que tiene matices de suciedad no sobrepasados por ningún otro idioma―. ¡Portador de sandalias! ¡Esta vez no podrás ocultarte tras el miriñaque de tu hermanita!

    No hubo cambio alguno en los golpes rápidos, ligeramente torpes, pero mortíferos de su espada. En realidad, yo no había esperado que lo hubiera.

    Pero durante una fracción de segundo dejó caer las barreras que le rodeaban la mente.

    Y entonces quedó hecho prisionero mío.

    Su mente quedó atrapada en la parálisis inigualable y cerradísima de un telépata Alton. Y el cuerpo se le quedó rígido, paralizado. Me adelanté y le quité la espada de los crispados dedos. Dejé de darme cuenta de la batalla que rugía alrededor de nosotros. Lo mismo podíamos estar solos en un camino del bosque Kadarin y yo, y mi odio. Lo mataría en cuestión de segundos.

    Pero esperé un segundo más de la cuenta.

    Yo estaba ya exhausto por mi lucha psíquica con Marius; aflojé por un momento la presión y Kadarin, alerta, quedó libre dando un grito salvaje. Me saltó encima; el choque me tiró al suelo cuan largo era, y al segundo siguiente algo se rompía y me golpeaba en la cabeza hundiéndome a millas y millas de obscuridad.

    Un millón de años más tarde, el rostro del viejo Hastur surgió de ningún sitio hasta enfocarse ante mis doloridos ojos.

    ―Estáte quieto, Lew. Te han disparado. Se han ido.

    Luché por incorporarme, pero me rendí a las manos que suavemente me obligaban a seguir acostado. Con los ojos hinchados, pude contar los rostros que se agrupaban alrededor de mí en el crepúsculo rojo y violeta. Como a una inmensa distancia, oí la voz de Lerry, áspera y enronquecida, lamentándose:

    ―¡Pobre muchacho!

    Yo estaba desgarrado y dolorido, pero había un dolor peor, una gran oquedad que iba aumentando y que me dejaba mortalmente solo.

    No necesitaron decirme que Marius había muerto.


    CAPÍTULO V


    Tenía conmoción cerebral. La segunda bala de Kadarin me había astillado un hueso; y la muerte de Marius había sido un choque demasiado fuerte para las células de mi cerebro. Los vínculos neurónicos y psinópticos formados tan recientemente habían vuelto a quedar desgarrados cuando él murió, y durante días enteros mi vida y mi razón estuvieron en la balanza.



    Me acuerdo sólo de sensaciones de luz y de frío y de obscuridad, de movimientos confusos y de suavidad de las drogas. Sin ningún sentido aparente de transición, un día abrí los ojos y me encontré en mis antiguas habitaciones del Castillo Comyn en Thendara, y Linnell Aillard sentada a mi lado.

    Se parecía mucho a Callina, sólo que era más alta, más morena, algo más suave, con una cara dulce e infantil, aunque en realidad no era mucho más joven que yo. Supongo que era bonita. No es que eso importara. En la vida de todo hombre, hay unas cuantas mujeres de las que, sencillamente, la libido de él no registra la presencia. Linnell nunca fue una mujer para mí; era mi prima. Complacidamente, me quedé tendido y mirándola durante algunos minutos, hasta que ella sintió mi mirada y sonrió.

    ―Ya me imaginaba yo que esta vez me reconocerías. ¿Te duele la cabeza?

    Me dolía. Al querer palpar torpemente él sitio del dolor, tropecé con vendas. Linnell me retiró la mano con suavidad.

    ―¿Cuánto tiempo llevo aquí?
    ―¿Aquí, en Thendara? Solamente dos días. Pero has estado inconsciente muchísimo tiempo.
    ―¿Y... Marius?

    Los ojos se le llenaron de lágrimas.

    ―Está enterrado en la Ciudad Secreta. El Regente le concedió todos los honores Comyn, Lew.

    Liberé mi mano suavemente de la suya y me quedé mirando largo rato los juegos de luz en las paredes translúcidas. Finalmente, pregunté:

    ―¿Y el Consejo?
    ―Lo decidieron todo apresuradamente antes de que nos viniésemos aquí a Thendara. La ceremonia del casamiento será Noche de Festival.

    La vida seguía, pense.

    ―¿Tu casamiento con Derik?
    ―¡Oh, no! ―Sonrió, tímidamente―. No hay ninguna prisa para eso. El de Callina con Beltran de Aldaran.

    Me incorporé de un brinco, sin preocuparme del dolor agudísimo.

    ―¿Quieres decir que todavía siguen empeñados en llevar a cabo esa alianza? Estásbromeando, Linnell. ¿O es que te has vuelto loca?

    Denegó con la cabeza y pareció turbarse.

    ―Creo que por eso lo han hecho tan aprisa; temían que te repusieras y que otra vez tratases de oponerte. Derik y los Hasturs querían que se esperase tu convalecencia, pero los demás prevalecieron.

    No me era difícil de creer aquello. No había nada que los Comyns deseasen menos que un Alton capaz en el Consejo. Retiré la colcha.

    ―Necesito ver a Catalina.
    ―Le diré que venga ella aquí; no necesitas levantarte.

    Se lo prohibí. Estas habitaciones las había asignadas a los Altons, durante las temporadas de Consejo, generaciones y generaciones; probablemente, estaban bien equipadas, Los Comyns no hablan confiado nunca mucho en los varones adultos Altons. Yo quería ver a Callina en alguna otra parte.

    Sus criados me dijeron dónde podía encontrarla. Atravesé un entrepaño de cortina de inocente aspecto, y una inundación de luz cegadora me estalló literalmente en la cara. Con un juramento, me llevé las manos a los atormentados ojos; los cerrados labios gotearon postimágenes rojas y amarillas, y una voz sorprendida pronunció mi nombre. Se extinguieron las luces y el rostro de Callina emergió ante mi vista.

    ―Lo siento. ¿Puedes ver ahora? Como sabes, tengo que protegerme cuando trabajo..
    ―No necesito disculparte.― Una Guardiana entre las cortinas matrices es vulnerable en formas que la gente ordinaria no puede ni siquiera sospechar―. Debí ser más precavido y no entrar de esa manera.

    Ella sonrió y sostuvo la cortina a un lado para dejarme pasar.

    ―Sí. Me han dicho que eres mecánico de matrices.

    Cuando dejó caer la cortina, me di cuenta de pronto de la sutil equivocación que había en su belleza.

    Uno puede decirlo todo de una mujer por la manera que ésta tiene de andar. El paso de una frívola es ya sugestivo. La inocencia se proclama con las zancadas llenas de despreocupación. Callina era joven y linda; pero no se movía como una mujer bella. Había a la vez algo muy joven y muy viejo en sus movimientos, como si en ella se hubiesen fundido sin ninguna etapa intermedia la etapa torpona de la adolescencia y la rígida dignidad de los muchos años.

    Cerró las cortinas y la sensación de extrañeza desapareció. Miré en torno las paredes modélicas, sintiendo el efecto apaciguador de las equilibradas y difusas ondas sónicas. Ya había tenido un viejo y pequeño laboratorio de matrices en el ala antigua del edificio, pero nada que pudiera compararse con esto.

    Estaba allí el sistema regular de mando, centelleando con diminutos destellos parecidos a estrellas y que correspondían a cada matriz de cada nivel de las que se expedía licencia en esta zona de Darkover. Había un amortiguador telepático especialmente modulado que filtraba supertonos telepáticos sin confundir o inhibir el pensamiento ordinario. Y había un inmenso testero con un resplandor como de cristal fundido y cuyo uso yo sólo podía conjeturar; era probable que se tratase de uno de los casi legendarios transmisores psicokinéticos. Con un curioso aspecto prosaico, un tornillo sin fin corriente y algunos pedazos de tela aislante, yacían sobre una mesa.

    Ella dijo:

    ―Por supuesto, sabrás ya que consiguieron escapar con la matriz Sharra.
    ―Si yo hubiese tenido siquiera el cerebro de una mula ―dije violentamente―, la habría arrojado dentro de cualquier convertidor de Tierra, y me habría visto libre de ella. Y Darkover se habría visto libre también.
    ―Eso habría dejado las cosas fuera de control para siempre; en el mejor de los casos, Sharra estaba sólo aletargada mientras la matriz se encontraba fuera de este mundo. Destruir la matriz habría puesto fin a toda esperanza de acabar con la actividad de los centros activados. Sharra no se halla en los bancos superiores, tú lo sabes. Es una matriz ilegal, descontrolada. No podremos dominarla mientras todos los centros sueltos y la energía libre queden localizados y controlados. ¿Cuál era el modelo?

    La dejé que sintonizase los amortiguadores, y traté de proyectar el modelo en una pantalla de control; pero en la superficie de cristal no salieron sino unos garabatos borrosos. Ella se mostró arrepentida.

    ―No debería haberte dejado intentar eso cuando aún estás convaleciente de una herida en la cabeza. Sal de aquí y descansa.

    En una habitación más pequeña cuya pared abierta al cielo miraba al valle, me acomodé a mi gusto en una butaca, mientras Callina me contemplaba pensativa y distante. Pregunté por fin:

    ―Callina, si conocieras tú el modelo, ¿podrías hacer un duplicado de la matriz y gobernar los centros focales con ese duplicado?

    Ella ni siquiera lo dudó:

    ―No. Puedo hacer un duplicado de una matriz de primero o segundo nivel como ésta. ―Se tocó los diminutos cristales que le sujetaban el vestido azul por encima del pecho―. Y podría también construir un enrejado de matrices de complejidad igual a la Sharra, aunque no me gustaría probarlo yo sola. Pero dos matrices idénticas de cuarto nivel o superiores no pueden existir simultáneamente en un universo y en un tiempo, sin una distorsión del espacio.
    ―Es la ley de Cherilly ―recordé―. Una matriz es la única cosa que existe ella sola en el espacio-tiempo, y, por existir así, sin ningún punto de equilibrio, tiene facultad para cambiar la energía.

    Ella asintió.

    ―Cualquier tentativa de hacer un duplicado molecular exacto de una matriz como la única que domina Sharra y que no sabemos si es de noveno o décimo nivel, arrojaría a medio planeta fuera del espacio-tiempo.
    ―Es lo que yo me temía ―dije―, pero me consolaba diciéndome que sólo una Guardiana lo sabría realmente.
    ―¡Guardiana!

    Lanzó una breve y amarga risita. Por último, dijo:

    ―Te lo ha contado ya Linnell, ¿no Lew? no es sólo la alianza lo que me trastorna. Si están decididos a quitarme de en medio, asegurarse de que no me alzaré con los poderes del Consejo, lo lograrán. No puedo enfrentarme contra todos ellos, Lew. Si creen que la alianza ayudará al Comyn, ¿quién soy yo para discutir? Hastur no es tonto. Puede que ellos tengan razón. No entiendo nada de política. Si yo no fuera una Guardiana, ni siquiera habrían cumplido con la formalidad de pedir mi consentimiento; habrían dicho "cásate" y yo me habría casado. Supongo que un marido es tan bueno como otro ―dijo―, y otra vez tuve la curiosa impresión de una juventud extremada e ingenua, superpuesta sobre la hermosa mujer que estaba allí sentada mirándome.

    Hablaba de su propio matrimonio como una pasiva muchachita, casada por poderes con una muñeca, podría hablar. Sin embargo, era una mujer hermosa y deseable. ¡Qué raro era todo!

    ―Es todo lo demás ―prosiguió ella al cabo de unos momentos―. No puedo creer que unos Rastreadores ordinarios estuvieran lo bastante enterados para atacaros justamente entonces y Probar la matriz Sharra. ¿Quién los puso sobre la pista?

    Me quedé mirándola fijamente.

    ―¿No te dijo Hastur quién los puso?
    ―No creo que él lo sepa.
    ―Los Rastreadores ―dije con tono de enfado― robarían armas, comida, ropa, joyas quizá, pero nunca se atreverían a tocar una matriz. Y esa matriz precisamente. ¿Por qué estoy yo vivo, si no? ―pregunté―. Callina, yo fui enclavijado dentro de esa cosa, el cerebro y el cuerpo. Incluso cuando estaba aislada, si alguna persona desfasada se atrevía a ponerle la mano encima, hería. Hay tres personas en el planeta que podían manejarla sin matarme. ¿No te han dicho que fue Kadarin en persona?

    La cara se le puso blanca. ―No creo que Hastur conozca a Kadarin de vista ―dijo ella―. Pero, ¿cómo sabía Kadarin que tú tenías la matriz?

    Yo no quería pensar que Rafe Scott me hubiera delatado a Kadarin. Los fuegos de Sharra habían cantado también para él. Yo más bien creía que Kadarin podía todavía seguirme leyendo la mente incluso estando a distancia. De repente, la pérdida que yo había sufrido me dolió con pena intolerable, ahora estaba absolutamente solo.

    ―No te acongojes ―dijo Callina suavemente.

    Pero yo sabía que para ella Marius había sido sólo un extraño, un mestizo, despreciado por su diferencia. ¿Cómo podría yo explicárselo a Callina? Marius y yo habíamos estado en una compenetración total durante cerca de tres horas, con todo lo que eso implica. Yo había conocido a Marius como me conocía a mí mismo; su fuerza y sus debilidades, sus deseos y sus sueños, sus esperanzas y sus desengaños. Años de vida en común no podrían haberme enseñado más de él. Hasta el momento del contacto, yo nunca había conocido a un hermano, y hasta que su mente moribunda se separó goteando de la mía no había sabido lo que era la soledad. Pero no tenía objeto explicárselo a ella.

    Finalmente, ella preguntó:

    ―Lew, ¿cómo fue que te vieras envuelto por vez primera con... ―iba a decir con Sharra, pero me miró el rostro contraído y no lo hizo―, con Kadarin? Nunca lo supe yo.
    ―No quiero hablar de eso― respondí secamente.

    ¿Es que una vez y oirá habían de removerse las viejas heridas?

    ―Sé que no es fácil dijo ella―. No es fácil para mí ser entregada a Aldaran.

    No volvió a mirarme. Cogió un cigarrillo de un plato de cristal y le prendió fuego con la joya que llevaba como anillo. Alargué la mano para coger uno y lo palpé; ella levantó la cabeza y se me quedó mirando con franco asombro, y yo la miré en actitud desafiante.

    ―Los hombres fuman en algunos planetas.
    ―¡No lo creo!
    ―Pues es verdad―. Todavía desafiante, cogí uno, recordé que no tenia lumbre y alcancé torpemente la mano de ella, levantando su anillo para encenderlo―. Y nadie se ríe. Ni los consideran afeminados. Es una costumbre aceptada que no causa ninguna curiosidad. Y le he tomado gusto. ¿Crees que podrás soportar el espectáculo, Callina, comynara?

    Nos miramos uno a otro con una llamarada de hostilidad que nada tenía que ver con la pequeña y tonta discusión sobre el cigarrillo.

    Sus labios se fruncieron.

    ―Era de esperar de los terráqueos ―dijo desdeñosamente―. Sírvete a tu gusto.

    Yo todavía le sujetaba la mano y el anillo, solté ambas cosas e hice una profunda inhalación del tenue humo dulzón.

    ―Me hiciste una pregunta ―dije, mirando con fijeza las distantes cumbres cubiertas de nieve―. Trataré de contestare. Kadarin era hermano de leche de Aldaran, según he oído decir. Nadie sabe quiénes o qué fueron sus padres. Algunos dicen que es el hijo que tuvo un renegado terráqueo, Zeb Scott, de una chieri no humana en la parte de atrás de las colinas. Lo sea o no, tiene inteligencia de hombre listo. Aprendió algo de mecánica de matrices; no me preguntes cómo. Trabajó algún tiempo en el Servicio de Información Terráqueo, fue deportado de dos o tres mundos, finalmente se estableció en los Hellers. Algunos de los terráqueos refugiados allí tienen sangre darkoviana e incluso no humano. El empezó a organizar a los rebeldes, a los descontentos. Entonces me encontró.

    Me puse en pie. Empecé a andar alejándome de ella.

    ―Tú sabes lo que había sido mi vida. Aquí, un bastardo, un extraño. Entre los terráqueos, un telépata, un monstruo. Kadarin, por lo menos, me hizo sentir que yo pertenecía a algún sitio.

    Ni siquiera para mí mismo quería reconocer que hubo un tiempo en que sentí simpatía hacia aquel hombre. Suspiré:

    ―Mencioné antes a un renegado, Zeb Scott.

    La oleada de los recuerdos se precipitaba adelante, irresistible, con sólo unas cuantas palabras desnudas vertiéndose para rellenar años de aventura y de larga búsqueda. Continué:

    ―Zeb Scott murió borracho, en un ataque de delirium tremens, en una taberna de Carthon, balbuceando algo acerca de una espada azul que tenía el poder de cien demonios. Sospechamos que era Sharra.

    Hace siglos, según refiere la leyenda, los Aldarans habían conjurado a Sharra para que viniese a este mundo; pero el poder había quedado sellado de nuevo y los Aldarans desterrados por su crimen. Sólo después de aquello, los Aldarans hicieron traición a Darkover y vendieron a los terráqueos una base de nuestro mundo, Kadarin fue tras la espada Sharra, la encontró e hizo experimentos con el poder. Necesitaba un telépata. Yo estaba a la mano,era demasiado joven, demasiado aturdido para darme cuenta de lo que estaban haciendo. Y estaban allí los Scotts. Rafe no era entonces más que un chiquillo. Pero estaban las muchachas: Thyra y Marjorie...

    Me callé al llegar aquí. No tenía objeto. No había manera, no había manera en absoluto de hablarle a ella de Marjorie. Arrojé mi cigarrillo furiosamente desde la ventana y vi cómo lo alejaba una pequeña bocanada de viento.

    Callina dijo suavemente, cuando yo ya casi la había olvidado:

    ―¿Qué quería él hacer?

    Aquello era terreno firme.

    ―¿Para qué roba o traiciona un traidor? Los terráqueos han estado tratando durante siglos de lograr, con ruegos, préstamos o robos, cualesquiera secretos de la mecánica de matrices. Los Comyns eran incorruptibles, pero Kadarin sabía que los terráqueos pagarían bien. Haciendo experimentos con el poder, activó algunos de los puntos focales y les mostró lo que sabía hacer. Pero al final traicionó también a los terráqueos y abrió... un agujero en el espacio, una puerta entre mundos, para apoderarse de todo aquel poder...

    Se rompió mi voz como la de un niño. Estallé:

    ―¡Maldito sea! ¡Maldito sea despierto y dormido, vivo y muerto, aquí y más allá! ―Me esforcé en controlarme y dije quedamente―: Consiguió lo que quería. Pero Marjorie y yo estábamos en los polos del poder, y...

    Meneé la cabeza. ¿Qué más podía decir? El monstruoso terror que había llameado y hecho presa entre mundos, el fuego del infierno. Marjorie, confiada y sin miedo, en el polo del poder, retorciéndose de pronto en agonía, bajo el latigazo de aquella cosa espantosa.

    ―Arranqué la cerradura matriz y, de una manera u otra, me las arreglé para bloquear de nuevo la gran puerta. Pero Marjorie ya estaba...

    Aquí me interrumpí, incapaz de decir una palabra más, y me dejé caer en una silla, ocultándome la cara sobre el brazo. Callina se acercó a mí rápidamente, se arrodilló y me pasó los brazos sobre mis hombros inclinados.

    ―Lo sé, Lew, lo sé... Rechacé su contacto.
    ―¿Lo sabes? ¡Gracias a Dios, no lo sabes! ―dije furiosamente.

    Luego, preso en la garra de los recuerdos, dejé caer pesadamente la cabeza sobre el pecho de ella. Ella lo sabía. Había tratado de salvarnos a los dos. Marjorie había muerto en sus brazos.

    ―Sí ―murmuré―, tú sabes lo demás.

    La cabeza me zumbaba y podía oír el eco del latido del corazón de ella a través de la seda suave de su vestido. Contra mi rostro, su cabello tenía el aroma de flores silvestres. Levanté mi mano buena para enclavijar sus dedos suaves con los míos.

    Ella echó atrás la cabeza y me miró.

    ―Estamos solos con esto, Lew. Hastur está obligado por el Compacto a obedecer al Consejo. Derik es un imbécil, y Regia no es más que un muchacho. Los Ridenow, los Ardáis, no quieren más que lo que les sirva para mantenerlos en el poder; se venderían incluso a Sharra si creyesen que podían hacerlo sin peligro. Tú ahora estás impotente y solo. Y yo... ―quiso decir moviendo la boca pero no salió ningún sonido.

    Finalmente, dijo:

    ―Soy una Guardiana y podría hacerme con todo el poder de Ashara si quisiera. Ashara me daría fuerzas bastantes para dominar a todo el Consejo si la dejara hacer a ella, pero yo, yo no quiero ser un títere, Lew, no quiero ser únicamente el peón de ella. ¡No quiero! El Consejo tira de mí por un lado; Ashar, por el otro. Beltran no puede ser peor.

    Estábamos agarrados como niños que sienten miedo en la obscuridad. Ella era toda blanda en mis brazos. Apreté mi instintiva caricia; luego, su protesta medio expresada se disolvió en medio de un beso. No opuso ninguna resistencia cuando la puse en pie y le hice agachar su cabeza bajo la mía.

    Afuera, el último rastro del sol caído tras las cumbre de Nevarsin, dejaba que las estrellas empezasen a hacer guiños en el cielo desnudo.


    CAPÍTULO VI


    En el apogeo del poder Comyn, hace siglos, la cámara de cristal debió de parecer pequeña a todos los que, por derecho de sangre, podían aspirar a tener entrada en la jerarquía. Una bien distribuida luz azulada derramaba un resplandor difuso sobre las paredes cristalinas; destellos verdes, escarlatas y dorados, pintaban pequeñas explosiones. Al mediodía, era como vivir en el cogollo de un arco-iris; por la noche, parecía una sala que alta y suelta mecida por los vientos del espacio.



    Allí era donde yo había sido presentado por vez primera al Comyn, un chiquillo de cinco años, de osamenta demasiado amplia y muy moreno para ser un niño verdaderamente Comyn. A pesar de mis pocos años, recordaba los debates y cómo gritaba el viejo Duvic Elhalyn.

    ―¡Kennard Alton, malgastas nuestro tiempo y profanas este lugar sagrado trayendo al Consejo a tu bastardo mestizo!

    Y yo podía ver en mi memoria cómo mi padre se revolvía salvajemente, me alzaba por encima de todos ellos, a la vista de todo el Comyn, y gritaba:

    ―¡Mira al niño y trágate esas palabras!

    Y el viejo Señor se las había tragado. Nadie desafió nunca a mi padre dos veces. De poco me había servido su furia. Mestizo yo lo era, bastardo seguía siéndolo, extraño lo era y lo sería; tanto como aquel niñito que había estado sentado durante horas presenciando las largas ceremonias que no entendía, doliéndole el brazo por el roce de la matriz que había estampado su modelo en la carne para sellar la cualidad Comyn de aquella criatura. Miré impasiblemente mi muñeca. Todavía tenía la señal. Unas tres pulgadas más arriba del sitio por donde me habían cortado la mano.

    ―¿Qué estás rumiando ahí solo? ―preguntó Derik.
    ―Lo siento. ¿Decías algo? Estaba recordando mi primer Consejo. Entonces éramos muchos más.

    Derik se echó a reír.

    ―Entonces era la época en que buscabas a gente que te siguiera, pillastrón.

    El pensamiento no era desagradable. Mis propias tierras, verdes valles fértiles en las altiplanicies alrededor de Daillon, estaban aguardándome. Miré a Callina; estaba sentada junta a Linnell, encogidas las dos en un gran sillón que habría podido albergar a una docena de muchachas de la estatura de estas dos. Derik se acercó a ellas y permaneció en pie hablando con Linnell. Ella parecía sentirse feliz, y la cara inexpresiva y hermosa del príncipe semejaba estar encendida por una luz interior. No es que fuese realmente estúpido Derik; era únicamente aburrido.

    No lo bastante bueno para Linnell. Pero ella lo quería.

    Dio Ridenow sorprendió mi mirada y bajó luego la suya con un rubor de resentimiento. Dyan Ardáis llegó por la puerta prisma y fruncí el ceño suspicazmente. Dyan, y sólo Dyan, había sido más que un muchacho solitario, despreciado por el Comyn a causa de su sangre extraña, un muchacho impotente. Yo, solo, también me hallaba impotente y lisiado. Pero juntos constituíamos una poderosa amenaza contra su ambición.

    El atentado de Kadarin contra mi vida era una cuestión personal y, además, él había anunciado legalmente por escrito sus intenciones. Los Rastreadores solían robar. ¿Pero iban a arriesgarse a matar a un Alton ni siquiera por accidente? Las represalias por cosas así eran rápidas y terribles, o las habían sido cuando el Comyn era merecedor del nombre. Con rápida decisión, me abrí y me puse en contacto con la mente de Dyan. El se enfureció y levantó la cabeza, cerrando las barreras contra mí. Y yo no acepté el desafío. Todavía no.

    Hastur nos llamaba al orden. Naturalmente, era una mera formalidad, un ademán para apaciguar a los que habían estado ausentes o enfermos. Ostensiblemente, puesto que esta ceremonia de clausura del Comyn no podía celebrarse hasta tanto que todo aquel que tuviese derechos laran en el Comyn estuviesepresente, ningún miembro podía quejarse de que no había tenido la oportunidad de ser escuchado. Teóricamente, yo podía mantenerlos allí todo el tiempo que se me antojase ―yo o cualquier miembro descontento― simplemente negando mi aquiescencia a que se clausurara la sesión. Pero en realidad, cualquier pequeñez, cualquier insignificancia susceptible de consumir el tiempo, podía esgrimirse y argumentarse hasta el infinito; cualquier cosa capaz de salvarme de la necesidad de hablar. Hasta que el tiempo o el cansancio pusiesen fin a la sesión y me silenciasen sobre aquellas cuestiones para siempre. Una vez que el Consejo quedaba clausurado, yo me vería obligado por la ley Comyn y por muchos juramentos a no seguir discutiendo aquellos temas. Yo había visto antes cómo se usaba la técnica del bloqueo.

    La trivialidad no tardó en llegar. Lerrys Ridenow se puso en pie y lanzó una mirada belicosa por toda la sala, y Hastur extendió su vara de mando hacia Lerrys, sin fijarse en mí.

    ―Comny, tengo una queja personal...

    Vi cómo las manos de Dio se enlazaban con fuerza. ¿Se atrevería en realidad Lerrys a sacar a relucir aquel asunto ante el Consejo del Comyn, o me pediría satisfacción tan tardíamente por lo sucedido en otro planeta? Pero Lerrys no me estaba mirando a mí, sino a Derik.

    ―Señores, en estos días en que permanecen apartados el Comyn y los demás poderes de Darkover, nuestro joven gobernante debería tomar una consorte que estuviese fuera del Consejo y cerrar así alguna alianza fuerte. También Linnell Aillard podría conceder el derecho que se deriva del matrimonio a algún hombre fuerte y leal.

    Me quedé mirando fijamente. Dio y yo nos habíamos librado de la censura pública, pero esto casi era peor. Linnell estaba blanca por la conmoción sufrida, y Callina se irguió enojadamente y exclamó:

    ―¡Linnell es mi pupila! ¡Esto no es asunto para que se inmiscuya el Consejo!

    Dyan captó la frase maliciosamente.

    ―¿Inmiscuirnos? ¿Es que una Guardiana Comyn puede oponerse a la voluntad del Consejo?
    ―No por lo que a mí se refiere ―replicó Callina, todavía en pie con aire desafiante. ¡Pero sí en lo que concierne a Linnell!

    Yo sabía que todo aquello no era más que un pretexto dilatorio, pero no podía mirar la carita asustada de Linnell y quedarme callado.

    ―¡Idiotas! ―dije ásperamente―. ¡Sí, tú también Regente! Muy hábilmente habéis precipitado el Consejo aprovechándolos de que yo estaba sin conocimiento.
    ―Esta enorme falta de respeto a las maneras del Consejo ―repuso Lerrys con tono lánguido― demuestra que Lew Alton no está todavía en sus cabales.
    ―O demuestra que vosotros habéis ingeniado este procedimiento ―repliqué, volviéndome hacia él―. Este Consejo era una farsa y ahora se está convirtiendo en un alboroto. Estamos aquí sentados como verduleros en la plaza del mercado discutiendo sobre matrimonios. ¿Es que se puede apuntalar con mondadientes la ruptura de un dique Todos me estaban escuchando, pero me detuve porque ira nudo se me formaba en la garganta? ¿Qué era aquello?

    El rostro de Callina parecía ondular en el centelleo del arco-iris. ¿O eran mis ojos? Pero ella escuchó mis palabras y dijo:

    ―¡Oh, estamos tan a salvo, señores míos, que nos sobra mucho tiempo para estas tonterías! Mientras que los terráqueos siguen encandilando a la gente y organizando una sucia ciudad comercial fuera de nuestra Thendara, nos dedicamos aquí a perdernos en disputas, dejando que nuestros jóvenes señores disfruten en otros planetas ―y la mirada de ella se posó fríamente en Dio Ridenow― mientras nosotros nos reunimos en la Cámara de Cristal para concertar matrimonios. ¡Y la matriz de Sharra está en manos de Kadarin! Tuvisteis una demostración el otro día de cuáles son los poderes de nuestro Comyn. ¿Y qué hicisteis? Dejasteis que Marius Alton fuera asesinado y que Lew fuese herido. Y era a esos a los que teníais que haber protegido por encima de todos los demás. ¿Quién de vosotros puede responder por la vida de Marius? ¿Quién de vosotros se atreve a ocupar su lugar?

    Antes de que nadie pudiese contestar, intervine de nuevo:

    ―Los terráqueos nos han dejado un pequeño poder para gobernar, y nosotros jugamos en nuestro rinconcito del planeta como niños que se disputan sus juégueles. El pueblo solía odiar a los terráqueos. Ahora es a nosotros a quienes odian. Ojalá saltase un caudillo de cualquier parte o de ninguna y prendiese fuego a toda podredumbre. Mientras yo estaba en Tierra, le oí decir a alguien que Darkover era el eslabón débil en el Imperio terráqueo. Podríamos ser el eslabón por el que se rompo la cadena de la conquista. ¿Y es eso lo que estamos haciendo?

    Me detuve bruscamente, sin aliento, al darme cuenta, primero, de que Callina y yo estábamos en contacto telepático, a pesar de los amortiguadores, y en segundo lugar, que aquella débil superficie de contacto me estaba agotando por completo. Envié una orden desesperada: ¡Rómpelo! ¡Sal! ¿Qué estaba haciendo aquella muchacha? Me era imposible mantener aquel tipo de relación bajo un amortiguador. Ella se aferraba incomprensiblemente, y me desenfrené en una rápida oleada telepática para desconectarla. Yo estaba ya tan débil que apenas podía mantenerme en pie. Me agarré a la barandilla y me dejé caer en el asiento, pero no pude librarme del todo de la inmisericordiosa garra asida a mi mente. ¿Era la de Callina?

    La sala estaba en completo silencio. Vi el rostro de Dio, tenso y pálido. Lerrys exclamó, sofocado:

    ―¿Qué les pasa a los amortiguadores? Hastur se puso en pie, inclinándose sobre la larga mesa, y comenzó a hablar; luego, miró hacia arriba. Tenía la boca abierta, en un gesto de profundo asombro.

    Callina permanecía helada, inmóvil. El suelo onduló bajo mis pies, incansablemente, pareciendo que nunca más se quedaría firme en su sitio. Y por encima de nosotros hubo un débil resplandor, una distorsión del aire. Dio gritó.

    ―El... el signo de la muerte ―balbuceó alguien, y se acallaron las voces en un silencio mortal.

    Miré fijamente al signo que centelleaba como letras de fuego vivo en el aire, y sentí que mi sangre se helaba y que la fuerza se escapaba de mí como agua. El retorcido espacio se doblaba y centelleaba, y mi interior estaba aullando y farfullando, reducido al pánico primario. Desde tiempos inmemoriales, antes de que el sol de Darkover se redujese a una pavesa agonizante, ese signo anunciaba ruina y muerte, los cuerpos y las mentes agotados hasta la destrucción. ―¡Brujería! ¡Ella es el diablo! Era la voz de Dyan estallando en imprecaciones; dio tres rápidos saltos hacia Callina, la cogió por los hombros y la arrancó fuera de sitio que ocupaba ante el Alto Asiento; arrojándola, luego, con toda la fuerza de su delgado cuerpo, a la sala.

    Y el joven Regis, movido por alguna misterioso impulso, saltó y recogió el tambaleante cuerpo de Callina en el momento en que ésta iba a caer. La escena rompió el horror estático que me sujetaba; me volví para mirar de frente a Dyan. ¡Al fin, yo tenía razón! El hombre que osa tocar a una Guardiana pierde el derecho a la inmunidad. Una furia aniquiladora surgió de mí cogiendo a Dyan desprevenido. El Don Alton, incluso desenfocado, puede ser una cosa maligna. Su mente cayó en segundos hecha jirones ante la mía. Le lancé malignas proyecciones. Yo estaba inmensamente satisfecho. Había estado aguardando este desafío desde que él exploró mi mente en la astronave. Se retorció, se dobló y cayó, lanzando en voz alta desesperados lamentos sollozantes.

    El dibujo de llamas, flameó, se fue desvaneciendo y desapareció. El espacio en la sala estaba quieto, normal de nuevo.

    Callina seguía apoyándose en Regis, pálida y sacudida. Yo seguí atacando a Dyan; sus defensas habían sido barridas y habría sido fácil romper el último hilo de su vida. Pero Derik se arrojó hacia delante, abarcándome fuertemente con sus brazos.

    ―¿Qué estás haciendo, loco?

    Hay algo en un contacto que puede dejar la mente desnuda. Y lo que toqué entonces sacudió mi mundo. Derik era un canijo; esto siempre lo había sabido yo; ¿pero esta... esta desordenada, impasible confusión..? Me aparté incapaz de soportar un segundo más de este contacto, abandonando mi salvaje ataque a Dyan.

    La voz de Hastur, dura y sombría, ordenó:

    ―¡En el nombre de los Aldones! Tengamos paz aquí, al menos.

    Dyan se tambaleó y se volvió a su sitio. Yo no podía moverme, aunque no había dejado de desafiar a Hastur. El Regente miró grave a Callina.

    ―Un incidente serio, Callina comynara.
    ―Verdaderamente serio. Pero, ¿solamente para mí? ―Se liberó del brazo protector de Regis―. ¡Ah, ya veo! Me censuras por la... la manifestación.
    ―¿A quién, si no? ―gritó Dio estridentemente―. Con su aire de mosquita muerta, ella y Ashara... ella y Ashara...

    Callina dirigió hacia ella una mirada terrible.

    ―¿Es que toda tu vida puede contarse en un Consejo público, Dio Ridenow comynara? Tú misma buscaste a Ashara una vez.

    Los ojos de Dio buscaron los míos. Luego, con el rápido movimiento desesperado de una abandonada, se arrojó en brazos de su hermano Lerrys y apoyó la cabeza en los hombros del joven.

    Callina hizo frente a todos con altiva dignidad.

    ―No necesito defenderme de tu estúpido pánico, Dio ―dijo―. En cuanto a ti, Dyan Ardais, no te pido ninguna clase de cortesías, pero ya sabes que si me tocas otra vez lo haces a riesgo de tu vida. Que todo el mundo oiga esto y que sepa lo que cuesta poner un dedo encima de mí; soy una Guardiana. Y ningún hombre conserva la vida para maltratarme tres veces.

    Se volvió hacia la puerta. Y hasta que las cortinas se replegaron suavemente tras ella, hubo silencio.

    Luego, Dyan se echó a reír con una risa baja y desagradable.

    ―No has cambiado nada en seis años, Lew Alton. Sigues sintiendo la misma pasión por las brujas. Aquí estás defendiendo a nuestra maga lo mismo que aquella otra vez en que echaste por tierra todo tu honor Comyn por la pitonisa de la montaña de Kadarin que buscaba atraer a un Señor Comyn a su lecho...

    Pero aquello fue todo lo que él consiguió decir.

    ―¡Infiernos de Zandru! ―grité―, ¡ella era mi esposa y guárdate de pronunciar su nombre con tu sucia lengua!

    Descargué un golpe con mi mano en aquella boca que sonreía. Rugió y retrocedió, luego, su mano bajó como el rayo dentro de su camisa.

    Y Regis se lanzó como el rayo contra él y se apoderó del pequeño objeto mortífero que el otro se llevaba a los labios. El muchacho lo arrojó al suelo asqueado.

    ―¡Una pipa venenosa en la Cámara de Crista! ¿Y eras tú el que hablabas de honor, Dyan Ardáis? Uno de los hermanos Ridenow me tenía agarrado un brazo con la mano, pero no hacía falta.

    Yo ya había tenido todo lo que podía soportar.

    Les volví la espalda y me marché.

    Habría sido estrangulado si hubiese permanecido allí un minuto más.

    Sin saber adonde me llevaban mis pasos ni preocuparme de eso, empecé a subir hacia las alturas del Castillo Comyn. Encontraba un amargo alivio en ir ascendiendo tramo tras tramo de escalera; la cabeza agachada y dolorida, pero impulsado por una necesidad de acción física.

    ¿Por qué diablos no me habría quedado en Tierra?

    ¡Aquel signo maldito! Casi la mitad del Comyn lo considerará una aparición sobrenatural, una advertencia de peligro. Significaba peligro, en efecto, pero no había nada sobrenatural en él. Era todo pura mecánica y por eso me asustaba más que cualquier visita espiritual.

    Era una matriz trampa; una de las viejas matrices ilegales, que operaba directamente sobre la mente y las emociones, suscitando recuerdos raciales, miedos atávicos: todos los horrores del subconsciente liberado del individuo y de la raza, retrotrayendo al hombre a la bestia primitiva e irracional.

    ¿Quién podría haber construido un modelo como aquél?

    Yo podía haberlo hecho, pero no había sido yo. ¿Callina? Ninguna Guardiana con vida blasfemaría de su cargo de semejante manera. ¿Lerrys? Podía ocurrírsele como una broma pervertida, pero yo no creía que tuviese práctica para aquello. ¿Dyan? No, aquello lo había asustado. ¿Dio, Regis, Derik? Ahora estábamos ya haciéndonos tontos; lo único que me quedaba era acusar al viejo Hastur o a mi pequeña Linnell después.

    Ahora Dyan. Yo no podía ni siquiera tener el consuelo de matarlo en lucha leal.

    Incluso con una mano, no me daba miedo de luchar con él. No con un hombre de la edad de Dyan. No leo la mente de mi antagonista, como un telépata en un cuento de miedo, para adivinar los golpes de su espada. Eso exige una concentración intensa e inmóvil. Nadie, ni siquiera el legendario hijo de Aldones, podría reñir un duelo de esa manera.

    Pero ahora, por más que me viesen pelear con él ante cien testigos, gritarían que había sido un asesinato. Después de lo de hoy y de lo que ellos me habían visto hacer a Kandarin. No podía hacérselo a ningún otro. Kandarin y yo habíamos estado en tiempos en contacto por medio de Sharra, y, aunque no nos gustase nada, teníamos cada uno un pie en la mente del otro.

    Pero Dyan no sabía eso.

    Dyan no sabía tampoco, pero él ya había tenido su venganza.

    Seis años de vagabundeo por el Imperio me habían curado en todo lo que la curación era posible. Ahora no soy el joven hecho trizas que huyó de Darkover años antes. No soy el joven idealista que halló, en Kadarin, una esperanza de reconciliar sus dos individualidades en guerra, o el que vio en una muchacha de ojos ambarinos todo lo que deseaba en este mundo o en el siguiente.

    O por lo menos creí que no lo era ya. Pero el primer golpe en mi cascara la había roto y la había dejado abierta de par en par. ¿Qué iba a pasar ahora?

    Me encontraba en un alto balcón que sobresalía por encima de las murallas del Castillo Comyn. Abajo, el terreno se extendía como un mapa pintado de siena quemado, rojo, oro sombrío y ocres. Alrededor de mí, se alzaban los iridiscentes muros del Castillo, que reflejaban la luz caediza del rojo sol, devolviéndola como sangre y fuego. El sol sangriento. Así es como los terráqueos denominan al sol de Darkover. Un mero nombre, para ellos y para nosotros.

    Y muy por encima de mí se levantaba la alta aguja de la Torre de la Guardiana, arrogantemente apartada del Castillo y de la Ciudad. Levanté la mirada hacia allá, lleno de aprensión. No creía que Ashara, por vieja que fuese ya, fuera a permanecer apartada de un holocausto en el Comyn.

    Alguien pronunció mi nombre y me volví y vi a Regis Hastur en la puerta de arco.

    ―Traigo un mensaje para ti ―dijo―. Pero no te lo voy a dar.

    Sonreí sardónicamente.

    ―No me lo des, entonces. ¿Pe qué se trata?
    ―Me mandó mi abuelo a buscarte para decirte que volvieras. La verdad era que yo mismo necesitaba una excusa para salir.
    ―Supongo que debo darte las gracias por arrebatarle a Dyan la pipa mortífera. Aunque ahora casi me inclino a pensar que nos habrías salvado a todos de un gran jaleo si se la hubieses dejado usar.
    ―¿Vas a combatirlo?
    ―¿Cómo podría? Ya sabes lo que dicen de los Altons.

    El muchacho vino a reunirse conmigo a la barandilla.

    ―¿Quieres que luche yo con él en nombre tuyo? Eso es legal también.

    Traté de ocultar lo mucho que me conmovía su oferta.

    ―Gracias. Pero harías mejor manteniéndote al margen de este asunto.
    ―Es demasiado tarde para eso. Ya estoy metido hasta la cintura.

    Pregunté, obedeciendo a un impulso repentino:

    ―¿Conocías bien a Marius?
    ―Ahora desearía poder decir sí. ―Su rostro mostraba una vergüenza extraña―. Desgraciadamente, no, nunca lo conocí bien.
    ―¿Lo conoció alguien?
    ―No creo. Aunque él y Lerrys eran amigos en cierto modo.

    Regis trazó un dibujo caprichoso en el polvo con el tacón de su bota. A los pocos momentos, lo borró con la puntera y dijo:

    ―Pasé unos cuantos días en el Castillo Ridenow antes de venir al Consejo, y... ―vaciló―. Esto es difícil, lo oí por casualidad,, y la única cosa honorable que podría hacer era obligarme a no repetirlo. Pero el muchacho está muerto ahora y creo que tienes derecho a saberlo.

    No dije nada. Yo no tenía derecho alguno a insistir para que un Hastur violase su palabra. Esperé que fuese él quien decidiera. Por último, dijo:

    ―Fue Lerrys el que sugirió la alianza con Aldaran, y Marius en persona fue al Castillo Aldaran como embajador. ¿Crees tú que Beltran habría tenido la insolencia de ofrecer casarse con una Guardiana sin ser solicitado?

    Yo debería haberme dado cuenta de aquello. Alguien tenía que haberle dicho a Beltran que una oferta así sería tomada en serio. Pero, ¿estaba Regis violando su secreto sólo para decirme que mi hermano había intervenido como peón de órdenes en una intriga ligeramente traicionera?

    ―¿No comprendes? ―preguntó Regis―. ¿Por qué Callina? ¿Por qué una Guardiana? ¿Por qué no Dio o Linnell o mi hermana Javanne o cualquiera otra de las comynaras? A Beltran no le importaría. En realidad, probablemente, aceptaría a una muchacha ordinaria con tal de que pudiese darle derechos laran en el Consejo. No. Escucha, tú conoces la ley: la de que una Guardiana debe permanecer virgen o pierde su poder para trabajar en las pantallas.
    ―Eso es una tontería ―contesté. ―Tontería o no, ellos lo creen. El caso es que este casamiento lanza dos naves de un solo golpe. Beltran queda aliado con ellos, y Callina sale del ámbito del Consejo por medios buenos, leales, seguros y legítimos.
    ―Empieza todo a encajar ―dije―. Lo de Dyan y lo demás. ―Había, después de todo, algo que Dyan quería menos que un varón capaz y adulto de los Altons en el Consejo; una Guardiana Comyn podía ser una amenaza mucho mayor para él―. Pero ese casamiento sólo podrá celebrarse pasando sobre mi cadáver.

    Comprendió inmediatamente lo que yo quería decir.

    ―¡Entonces, cásate tú ahora mismo con ella, Lew! Hazlo ilegalmente, si es preciso, en la zona terráquea.

    Sonreí con ironía y dejé al descubierto mi brazo mutilado. Según la ley darkoviana, no podía casarme mientras Kadarin viviera. Una disputa de sangre no resuelta tiene preferencia sobre cualquier otra obligación humana. Pero con arreglo a la ley terráquea podíamos casarnos.

    Sacudí la cabeza, pesadamente.

    ―Ella nunca consentiría.
    ―Si Marius estuviese vivo ―suspiró Regis, y me emocionó la sinceridad de sus palabras; la primera lamentación sincera que yo había oído de nadie, aunque todos me hubiesen expresado sus condolencias formales.

    Me gustaba más que él no fingiese ninguna pena personal, sino que se limitase a decir:

    ―El le hacía mucha falta al Comyn. Lew, ¿podrías tú utilizar a cualquier otro telépata, a mí por ejemplo, para un foco como aquél ―No sé ―dije―. Creo que no. Preferiría no probarlo. Tú eres un Hastur y probablemente eso no te mataría, pero no sería divertido. ―Mi voz se endureció de pronto―. Y ahora dime qué es lo que has venido a decirme en realidad.
    ―El signo de la muerte ―dijo a bocajarro y luego la cara se le contrajo de pánico―. No quería hacer eso, no quería...

    Yo podría haber logrado su confianza si hubiese aguardado. En lugar de eso, hice algo que todavía me avergüenza. Apresé una de sus muñecas con mi mano buena, y con un rápido giro, una llave que yo había aprendido en Vialles, lo inmovilicé contra la barandilla. Se dispuso a saltar contra mí y entonces capté su pensamiento.

    No puedo pelear con un hombre que tiene sólo una mano.

    Aquello endureció mi furor; y en aquel instante de negra cólera disparé mi látigo psíquico y forcé el contacto con él; penetré en su mente con rudeza, con un rápido y casual giro palpador que cogió lo que necesitaba y se retiró luego.

    Blanco como el mármol, tembloroso, Regis permanecía agarrado a la barandilla; y yo, con el gusto del triunfo amargándome todavía en la lengua, le volví la espalda. Para justificar mi propio autodesprecio, hice que la voz me saliera dura:

    ―Así pues, fuiste tú el que construiste el signo. Tú, un Hastur.

    Regis dio media vuelta, temblando de cólera.

    ―Te rompería la cara por eso si no fueras... ¿Por qué diablos lo has hecho? Contesté rudamente: ―Descubrí lo que quería saber. El farfulló:
    ―Lo descubriste. ―Luego, llameándole los ojos, pero con voz insegura, añadió―: Eso es lo que me aterraba. Por eso vine a buscarte. Tú eres un Alton y creí que lo sabías. En el Consejo, me golpeó algo. No sé nada de mecánica de matrices, seguramente tú sí lo sabes. No comprendo cómo lo hice ni para qué. Sencillamente tracé el puente en el agujero e hice el signo. Pensé que podría decírtelo, preguntarte...

    Se le quebró la voz, al borde ya del histerismo; lo oí farfullar, como un niño que se esfuerza en no echarse a llorar. Temblaba con todos sus miembros. Dijo por fin:

    ―Es verdad. Estoy todavía asustado. Podría matarte por lo que has hecho. Pero no hay ninguna otra persona a quien pedirle ayuda. ―Tragó saliva―. Lo que tú hiciste, lo hiciste abiertamente. Eso lo puedo resistir. Lo que no puedo resistir es no saber qué podría hacer yo a continuación.

    Avergonzado y con los nervios deshechos, me aparté de él. He aquí que Regis, que había tratado de hacerse amigo mío, había recibido el mismo tratamiento que yo podría haberle dado a mi peor enemigo. No me era posible mirarle a la cara.

    Al cabo de un rato, me siguió.

    ―Lew ―dijo―, tenemos que olvidarnos de esto. No podemos permitirnos el lujo de pelear. ¿Se te ocurrió a ti? Estamos cogidos los dos en la misma trampa, los dos estamos haciendo cosas que no haríamos en nuestros cabales.

    El sabía y yo sabía que no era lo mismo; pero aquello me concedió fuerzas para dar media vuelta y mirarlo.

    ―¿Por qué lo hice, Lew? ¿Cómo, para qué?
    ―Con calma ―dije―. No pierdas la cabeza. Todos estamos asustados. Yo estoy asustado también. Pero tiene que haber una razón.

    Hice una pausa, tratando de reunir mis recuerdos sobre los dones Comyn. Ahora en su mayor parte son recesivos, extendiéndose por intermatrimonios con gente de fuera, pero Regis era físicamente atávico, un salto atrás al tipo Comyn puro; podía ser también un retroceso mental.

    ―El Don Hastur, cualquiera que sea, está latente en ti ―dije―. Quizás inconscientemente tú sabías que el Consejo debía ser interrumpido y adoptaste esa forma drástrica para conseguirlo. ―Añadí sin mucha confianza―: Si lo que ha sucedido, no hubiera sucedido, me brindaría a entrar en tu mente y rebuscar en ella. Pero, bueno, no creo que ahora confíes en mí.
    ―Probablemente no. Lo siento.
    ―No lo sientas ―dije con rudeza―. Después de esto, ni siquiera yo confío en mí mismo. Pero Ashara o Callina o, en este aspecto, cualquiera de las Guardianas, podría hacer un sondeo profundo y descubrírtelo.
    ―Ashara... ―Alzó la mirada pensativamente hacia la Torre de la Guardiana―. No sé. Tal vez.

    Nos inclinamos sobre la barandilla, mirando abajo al valle, apagado ahora y obscurecido por la noche que iba cayendo. Un trueno abaritonado sacudió de pronto al Castillo, y un dardo de plata cruzó con la velocidad de una bala el cielo, dejando una cola carmesí de cometa, y desapareció.

    ―Cohete correo ―dije― de la zona terráquea.
    ―Tierra y Darkover ―dijo una voz detrás de nosotros―: La fuerza irresistible y el objeto inamovible.

    El viejo Hastur se acercó al balcón. Se unió a nosotros.

    ―Ya sé, ya sé ―continuó― que a los jóvenes Altons no les gusta que los manden de un lado a otro. Francamente, tampoco a mí me gusta hacerlo; soy ya muy viejo. ―Le sonrió a Regis―. Te mandé fuera para evitarte, lo mismo que a Lew, que te metieras en el jaleo. Pero me habría gustado que hubieses controlado tus nervios, Lew Alton.
    ―¿Mis nervios?

    La injusticia de aquel reproche me dejaba sin saber qué decir.

    ―Ya lo sé, ya sé que te provocaron. Pero, si hubieses controlado tu justa cólera ―y pronunciaba las palabras con un tonillo de ácida ironía―, Dyan habría quedado definitivamente en una situación comprometida. Tal como ha sucedido la cosa, tenemos por lo pronto que has violado la inmunidad Comyn, y eso es grave. Dyan jura que exigirá que se expida contra ti un mandamiento de destierro.

    Repliqué, casi indulgentemente:

    ―No puede hacerlo. La ley requiere que haya por lo menos un heredero laran de cada dominio o, si no, ¿por qué te tomaste tantas molestias para llamarme? Soy el último Alton vivo, y sin hijos. Ni siquiera Dyan puede quebrantar el Comyn de esa manera.

    Hastur se enfurruñó:

    ―Entonces, ¿crees que puedes violar todas nuestras leyes por el hecho de ser irreemplazable? Piénsalo bien, Lew. Dyan jura que ha encontrado un heredero tuyo.
    ―¿Mío? Eso es una asquerosa y ridícula mentira ―dije furiosamente―. He vivido fuera del mundo durante seis años. Y soy un mecánico de matrices. Tú sabes lo que eso significa. Y es del dominio público que he vivido en la soltería.

    Mentalmente, me absolví de la única excepción. Si Dio había dado a luz a un descendiente mío después de aquel verano en Vainwal, yo lo habría sabido. ¿Sabido? ¡Me habrían asesinado por eso!

    El Regente me lanzó una mirada escéptica.

    ―Sí, sí, ya lo sé. Pero, ¿y antes? No eras tan joven como para ser físicamente incapaz de engendrar un crío, ¿no te parece? La criatura es Alton, Lew.

    Regis dijo lentamente:

    ―Por otra parte, tu padre no era que dijéramos un eremita. Y, puestos a suponer, ¿qué edad tenía Marius? Podía haber engendrado un hijo casual en cualquier parte.

    Reflexioné en aquello. Me parecía muy improbable que yo hubiese sido padre. No imposible, desde luego, recordando ciertas aventuras del comienzo de mi virilidad, pero sí improbable. Por otra parte, ninguna mujer darkoviana se atrevería a achacarme a mí o a mis difuntos parientes que fuésemos padre de su criatura, a menos de que estuviera segura por encima de todas las dudas humanas. Se necesita más valor del que tienen la mayoría de las mujeres, para mentir a expensas de un telépata.

    ―¿Y suponiendo que yo diga que esto es un farol de Dyan? Habría que presentar a ese supuesto descendiente mío, probar que soy su padre, colocarlo donde estoy yo ahora, expedir un mandamiento de destierro contra mí y darle así gusto a Dyan. Pero es el caso que yo nunca quise volver. Supongamos que me muestro de acuerdo.
    ―Entonces ―dijo Hastur, gravemente―, volveríamos a vernos colocados en el punto de partida. ―Posó su arrugada y vieja mano en mi brazo―. Lew, luché para que se te llamase porque tu padre fue amigo mío y porque nosotros los Hasturs estábamos gravemente superados en número en el Consejo. Pensé que el Comyn te necesitaba. En estos momentos, allá abajo, cuando les echabas en cara sus peleas, comparándolos con chiquillos que se disputan unos juguetes, concebí grandes esperanzas. No me hagas aparecer como un tonto rompiendo la paz a cada momento.

    Agaché la cabeza, sintiéndome agraviado e infeliz.

    ―Lo procuraré ―dije por fin, débilmente―, pero, ¡por la espada de Aldones!, habría preferido que me dejarais afuera, en el espacio.


    CAPÍTULO VII


    Después que los Hasturs me dejaron, volví a mis habitaciones y reflexioné sobre lo que me habían dicho.



    Lo cierto era que había entrado en la trampa de Dyan y que ésta se había cerrado detrás de mí. Tenía que agradecerle a Hastur no estar ya desterrado. Durante todo este tiempo, según comprendía yo ahora, me habían estado incitando para que cometiese una falta pública. Y entonces allí tenían a aquel chiquillo mío o de mi padre o de Marius, un dócil muñeco; no un hombre crecido con poder en sus propias manos.

    Y Callina. Aquella idea de que una Guardiana tenía que ser virgen; una convicción supersticiosa, pero tras la cual debía esconderse algún grano de verdad científica, como pasaba con todas las demás fábulas y tradiciones Comyn.

    Los supersticiosos podían creer lo que quisieran. Pero por mi propia experiencia yo sabía esto: cualquier telépata que trabajara entre las pantallas de control descubriría que sus reflejos físicos y nerviosos están enclavijados todos en los modelos de matrices. Un técnico en matrices soporta períodos prolongados de celibato, estrictamente involuntario. Esta impotencia es una defensa de la naturaleza. Un mecánico de matrices que excite sus reacciones nerviosas, por excesos físicos o emotivos, trastorna su equilibrio endocrino y ha de pagar por ello. Puede sobrecargar su sistema nervioso hasta un punto en que se produce el cortocircuito y estalla como un fusible; hundimiento nervioso, agotamiento y usualmente la muerte.

    Una mujer no tiene la defensa física de la impotencia. Las Guardianas han estado siempre severamente enclaustradas. Una vez que se ha excitado a una muchacha, una vez que ha sido despertada la primera respuesta sensual, son tan desastrosos los efectos físicos en los nervios y en el cerebro, que no hay manera de determinar el límite de seguridad. Para una mujer, el cuadro es blanco o negro. Castidad absoluta o renunciar a su trabajo en las pantallas.

    Yo también debía ser cuidadoso; había expuesto a Callina a un peligro terrible.

    Di media vuelta para ver al viejo Andrés riñéndome: un terráqueo rechoncho y feo, feroz y huraño; pero yo lo conocía demasiado bien para dejarme engañar por sus miradas feroces.

    Nunca llegué a saber cómo un terráqueo que había sido hombre del espacio se había ganado tan totalmente la confianza de mi padre, pero era el caso que Andrés Ramírez había formado parte de nuestra casa desde que yo podía recordar. Me había enseñado a montar a caballo, había hecho juguetes para Marius, nos había separado cuando nos peleábamos o nos había reñido si galopábamos a rienda suelta, y nos había contado interminables cuentos mentirosos que no daban el menor detalle sobre su verdadera historia. Nunca llegué a saber si era que no podía o que no quería volver a Tierra; pero se me quitaron veinte años de encima cuando le oí gruñir:

    ―¿Qué estás ahí rumiando?
    ―¡No estoy rumiando, demonios! ¡Estoy pensando!

    El viejo rezongó:

    ―Está ahí el joven Ridenow que quiere verte. ¡Bonitas amistades tienes tú estos días! En la otra habitación, Lerrys estaba en pie esperándome, tenso, aparentemente incómodo. Su actitud me crispó los nervios, pero, con algo parecido a la cortesía, le indiqué que tomase asiento.
    ―Si vienes como enviado de Dyan, dile que no se moleste. La lucha queda suspendida. Así lo ha decidido Hastur. Lerrys se sentó.
    ―Pues no. A decir verdad, te traigo una proposición. ¿No has pensado nunca que ahora que tu padre ha desaparecido, tú y yo y Dyan constituimos la verdadera fuerza del Comyn?
    ―Tienes muy buena compañía ―dije secamente.
    ―Dejémonos de insultos. No hay motivo alguno para que luchemos entre nosotros, hay bastante para todos. Tú eres medio terráqueo; supongo que tendrás algo del sentido común terrestre. Tú sabes cómo el Imperio terráqueo tratará este asunto, ¿verdad? Entrarán en tratos con cualquiera que ocupe una posición desde la que pueda dar órdenes. ¿Por qué no habíamos de ser tú y yo y Dyan los que señalásemos las condiciones para Darkover?
    ―Traición ―dije lentamente―. Estás hablando como si el Comyn hubiese quedado ya descartado.
    ―Está condenado a desaparecer en una generación o dos ―dijo Lerrys quedamente―. Tu padre y Hastur han podido ir sosteniéndolo, por la pura fuerza de la personalidad, durante los últimos doce años. Has visto a Derik. ¿Crees que él puede ocupar el puesto de Hastur?

    Yo no lo creía.

    ―Sin embargo ―dije―, soy Comyn y tengo hecho el voto de alinearme detrás de Derik mientras éste viva.
    ―Y retrasar el desastre una generación más a toda costa, ¿no? ―preguntó Lerrys―. ¿No es mejor hacer ahora algún arreglo y no esperar el gran estallido dejando que las cosas se hundan durante años en la anarquía y nos cueste mucho tiempo volverlas a enderezar?

    Se apoyó la barbilla en las manos. Me miró intensamente.

    ―Los terráqueos pueden hacer mucho por Darkover, y tú también puedes. Escúchame Lew. Todo hombre tiene su precio. Vi la manera como mirabas hoy a Callina. Yo no tocaría por nada del mundo sus dedos de diablesa y muchísimo menos estaría con ella a solas en una cama, pero supongo que eso es cuestión de gustos. Pensé durante algún tiempo que la que te interesaba era Dio. Pero tú encajarías perfectamente bien en nuestros planes. Encajarías mejor que Beltran. Estás educado en Tierra, pero pareces darkoviano. Eres Comyn, uno de la vieja aristocracia. El pueblo te aceptaría. ¡Podrías gobernar el planeta!
    ―¿Sometido a los terráqueos?
    ―A alguien hay que someterse. Y si tú no... bueno, la rebelión Sharra te hizo bastante impopular. Y eres Comyn. Los terráqueos tienen la costumbre de extirpar las monarquías hereditarias a menos que éstas colaboren. A Tierra no le importaría nada que vivieses o murieses.

    Probablemente, Lerrys tenía razón. En estos días de imperios tambaleantes, ningún hombre exagera la nota de fidelidad. Los Comyns terminarían por hundirse; ¿por qué no había de salvar yo algo de las ruinas?

    Lerrys dijo:

    ―Entonces, ¿lo pensarás?

    No contesté. Una súbita intuición me hizo levantar la mirada y vi que se había puesto de un blanco grisáceo, y sus rasgos estrechos y finos estaban convulsos y pálidos. Aquello me turbó. Los Ridenows son unos supersensitivos. En el remoto pasado del Comyn, cuando Darkover tenía tratos con no humanos, el Don Ridenow se había propagado en la familia de ellos y estaban acostumbrados a detectar presencias extrañas o a dar aviso de atmósferas insalubres psíquicas o telepáticas.

    Dijo con una extraña intensidad:

    ―Hay cosas peores que Tierra, Lew. Mejor incluso hacer de Darkover una colonia terráquea que tener que afrontar a Sharra o a cualquier otra cosa por el estilo de nuestro propio pueblo.
    ―Erlik nos defiende contra ambas cosas.
    ―La elección podría recaer finalmente en ti.
    ―Vamos, Lerrys, no soy tan importante.
    ―Puede que no lo sepas ―dijo―, pero tal vez seas la clave de todo.

    De pronto, me pareció que yo estaba mirando no a un hombre, sino a dos. El amigo de mi hermano, empeñado en que me pasase a su facción, y otra cosa más profunda, que utilizaba a Lerrys para su propósito especial. Estaba yo pensando seriamente si debía poner en marcha un amortiguador antes de que pudiera gastarme alguna treta mental. Pero no me moví con suficiente rapidez.

    Una inundación de pura malevolencia surgió de él súbitamente. Di un salto y, con un terrible esfuerzo, me las arreglé para cerrarle a aquello el paso a mi consciencia. Luego, me lancé contra Lerrys, lo agarré con la mano y, con ira, arrojé mi mente contra la suya.

    ¡No era Lerrys!

    Tropecé con una defensa perfecta y cerrada, y era el caso que Lerrys solo nunca podría haberme obstruido el paso a su mente.

    Yo estaba haciendo uso de una fuerza más dura que la que había utilizado contra Dyan, y los Ridenows son especialmente vulnerables al asalto telepático. Y mientras que por una parte mi asalto no rozaba a lo que quiera que estuviese utilizando a Lerrys, por otra a éste sí lo torturaba. Se retorció un momento, se encogió; de pronto, entró en convulsiones frenéticas causadas por la cosa que lo tenía cogido, se revolvió en una resistencia frenética. Con la fuerza de un maníaco o de un poseso, se zafó del lazo que le tenía echado a su muñeca con mi única mano. Y, de alguna parte, extrajo él fuerzas también para organizar una defensa final contra el asalto que yo estaba lanzando contra él. Rechiné los dientes con desesperación y dejé que mi roce telepático se aflojara. Si aquella mente posesora se hubiese retirado de pronto dejando que Larrys sostuviera el asalto solo, Lerrys estaría muerto o loco furioso antes de que yo me hubiese despegado.

    Lerrys se quedó tranquilo, jadeando unos momentos. Luego, se puso en pie. Me tensé para un nuevo ataque, pero en lugar de eso dijo de la forma más inesperada:

    ―No me mires tan sorprendido. ¿Te asombra saber que eres importante para Darkover? Vuelve a pensar en lo que te he dicho. Lew. Tu hermano era un hombre de buen sentido, también tú tendrás alguno. Espero queal final digas que tengo razón.

    Sonriendo de una manera amistosa, alargó la mano. Casi entontecido, toqué sus dedos, previniéndome contra otra posible treta.

    Su mente estaba limpia, inocente de toda culpa, desaparecido el extraño. El ni siquiera sabía lo que había hecho.

    ―¿Qué te pasa? Estás palidísimo ―dijo―. Yo que tú, encendería un amortiguador y me pondría a descansar. Todavía lo necesitas; la herida en la cabeza no fue cosa de risa.

    Saludó con una inclinación y se marchó, y yo me dejé caer en un diván preguntándome si la herida habría dañado en realidad mi razón. ¿Debo estar alerta al posible ataque de cualquiera? ¿O es que me estaba volviendo loco de atar?

    Una batalla como ésta no es nunca una cosa fácil, y todos los nervios me temblaban. Andrés pasó entre las cortinas, se detuvo y me miró consternado.

    ―Tráeme una bebida.

    Inició su protesta rutinaria sobre la imprudencia de beber con el estómago vacío; me miró de nuevo, cesó en sus gruñidos y se fue. Más de una vez he sospechado de él que es más telépata de lo que él quiere admitir. Cuando volvió, no traía ningún tónico darkoviano, sino el fuerte licor terráqueo que se vende de contrabando en Thendara.

    Yo no podía cerrar mi mano sobre el vaso; para mi tremenda vergüenza, tuve que inclinarme hacia atrás y dejar que Andrés me lo llevase a la boca. Me repugnaba aquella bebida tan fuerte; pero, después de haber tragado un poco, la cabeza se me despejó y pude sentarme y agarrar el vaso sin temblores.

    ―¡Y deja de tratarme como si fuera un recién nacido! ―le grité a Andrés, que estaba rondando en torno como si pensase que yo fuera a estallar en fragmentos de un momento a otro.

    Pero su gruñido familiar tenía un efecto apaciguador; había gruñido de la misma manera cuando me caí de mi ponney y me rompí un par de costillas en una cuesta abajo.

    De todas formas, rechacé sus repetidas sugerencias de comida y cama, y salí.

    El cielo estaba sucio con trazas de tormenta; pude ver columnas de lluvia que descendían más allá de Nevarsin. Mal tiempo para los terráqueos, con la dependencia que tenían para aviones y cohetes de la cambiante atmósfera superior. Nuestras bestias crecidas en la montaña sabían soportar la lluvia, las tempestades y los rayos. ¿Por qué un pueblo inteligente había de depositar su confianza en un elemento tan engañoso como el aire?

    Crucé el patio y me detuve al borde del empinado espigón desde el que descendía a plomo el acantilado; a unos trescientos metros por debajo de mí, se desparramaba la ciudad de Thendara. Si alguien desease atacar a los terráqueos, sólo tenía que escoger una noche tormentosa de lluvia o de cellisca, de forma que sus aviones y cohetes no podrían despegar, y ellos tendrían que batirse en nuestras mismas condiciones.

    Más en lontananza, el lomo de las montañas pintaba una línea más obscura contra el obscuro cielo, y aún más lejos, en las altas cuestas, vi el resplandor de un fuego. La hoguera quizá de un cazador; pero el centelleo me recordó algo, una extraña humareda blanca ascendiendo en espiral de un fuego que no estaba formado por llamas ordinarias, y una increíble matriz del décimo nivel retorciendo al espacio en torno de aquello.

    Cuando un hombre ha estado una vez frente a los fuegos de Sharra, las extrañas llamas lo atraen, juegan con sus nervios como una pesada mano que hiriese las cuerdas de un arpa. Pero yo sabía que a menos que apagase aquellos arpegios me derrumbaría completamente; así es que luché contra el enloquecedor calor vivo que pulsaba en mi fuero interno haciéndome rememorar cosas que yo detestaba y temía con todo mi corazón, pero cosas que a la par, de una manera extraña y vergonzante, anhelaba, amaba, deseaba.

    ¿Dónde podría ir para apagar aquel arpegio?

    Únicamente a Callina.


    CAPÍTULO VIII


    Las habitaciones de los Aillards eran espaciosas y brillantes; resplandecientes paredes difundían delicados colores sobre Callina, que estaba arrodillada en el suelo, jugando con una bestezuela atigrada de los bosques lluviosos. Le saltó al hombro, ronroneando, y clavando suavemente sus garras de dos dedos en la seda de su vestido.



    Linnell estaba sentada junto a ella, un arpa colocada entre sus rodillas, y Regis estaba en pie junto a Linnell; pero todos percibieron mi presencia inmediatamente. Linnell puso el arpa a un lado y Callina se levantó apresuradamente, soltando en el suelo a la criaturita felina y bajándose las mangas; pero me acerqué a ella y la abracé. Ella nunca sabría cuan preciosa se había hecho para mí por aquel resplandor de mujer menos guardada, menos distante. La sostuve así un momento, pero luego la vieja frustración volvió a deslizarse, colocando entre nosotros como una espada desnuda. Cuidado.

    Se evadió de mí hablando de Linnell.

    ―Pobre niña, me temo que ella y Derik hayan peleado. Ella lo quiere.
    ―Lo que a mí me interesa es saber a quién quieres tú ―la interrumpí.

    Ella replicó:

    ―Soy una Guardiana y comynara.
    ―¡Comynara! ―y supongo que mi voz sonó tan amarga como amargos eran mis sentimientos―. El Comyn escribiría tu mandamiento de muerte tan pronto como el de tu casamiento si eso había de servir para algo.
    ―Si hubiese de servir para algo, yo misma lo escribiría ―repuso con firmeza.

    La ceñí entre mis brazos.

    ―¿Vas a dejar que te vendan? ―Lancé las palabras contra ella como una maldición―. ¿Qué le debemos nosotros al Comyn? ¡Han hecho un infierno de nuestras vidas desde que nacimos!
    ―Lew, no creo que comprendas. Debí de estar loca al dejarte pensar que podríamos alguna vez pertenecemos el uno al otro. No podemos. Nunca. ―Sus manos se movieron ciegamente para rechazarme―. Puedo casarme con Beltran y seguir manteniendo mi poder para ayudaros a ti y al Comyn. Simplemente porque a él no lo quiero. ¿Comprendes?

    Comprendía. La dejé zafarse y retrocedí y me quedé mirándola consternado. El trabajo de matrices tiene para un hombre aspectos de frustración. Pero yo nunca me había parado a pensar o, más exactamente, nunca me había preocupado lo más mínimo sobre los refinamientos especiales de cosa diabólica que aquello podía tener para una mujer. Pero antes de que pudiese reaccionar contra el ultraje que sentía,ella se volvió hacia Regis.

    ―Ashara nos ha mandado llamar. ¿Vienes tú?
    ―Ahora, no ―dijo él.

    En sólo pocas horas, Regis había cambiado; parecía más viejo, endurecido en cierto modo. Sonreía con su antigua facilidad, pero yo no me encontraba del todo a gusto en su presencia. Me hería darme cuenta que Regis estaba manteniéndose ante mí con sus barreras echadas, pero en cierto sentido aquello era un alivio.

    Un sirviente envolvió a Callina en una tela que era como una sombra gris. Mientras salíamos y bajábamos la escalera, Linnell se mantuvo en pie entre los entrepaños de la cortina, mirándonos, sonriendo. Las coloreadas luces, al derramarse sobre su vestido pálido, hacían de ella una estatuita de arco-iris envuelta en una aureola dorada; súbitamente, por un instante, la vaga inquietud cristalizó y tomó forma en uno de esos relámpagos de previsión que rozan a un telépata en momentos de angustia.

    ¡Linnell estaba condenada!

    ―Lew, ¿qué pasa?

    Parpadeé. Ya la certidumbre, aquel instante mórbido en que mi mente se había escapado de los carriles del tiempo, se desvanecía. Quedaban la confusión, el sentimiento de tragedia. Cuando alcé la mirada de nuevo, las cortinas habían vuelto a cerrarse y Linnell había desaparecido.

    Fuera estaba cayendo una fina lluvia. Las luces se habían debilitado en la vieja ciudad, toda a obscuras al pie del acantilado; pero más allá, en la zona terráquea, el centelleo de neón de un anaranjado pálido y de un verde y un rojo violentos rayaba el cielo nocturno con chillones colores. Miré por encima del bajo muro.

    ―Me gustaría estar allá abajo esta noche ―dije cansadamente―. O en cualquier parte lejos de este Castillo infernal.
    ―Incluso en la zona terráquea.
    ―¿Por qué no estás, entonces? Nadie te retiene aquí, si es allí donde prefieres estar.

    Me volví hacia Callina. Su capa de telaraña se movía al viento como un ala; el cabello Je volaba, como un fino rocío sobre el rostro. Me volví de espaldas a las luces distantes y la atraje hacia mí. Por un momento, se mantuvo retirada, luego, de pronto, se aferró salvajemente, sus frenéticos labios bajo los míos, agarrándome sus brazos con desesperado terror. Cuando nos separamos, ella estaba temblando como una hoja tierna.

    ―¿Qué vamos a hacer ahora, Lew? ¿Qué vamos a hacer?

    Con un ademán violento, señalé el brillo del neón.

    ―Irnos a la zona terráquea. Poner al Comyn frente a un hecho consumado y dejar que busquen ellos mismos otros peones para su juego.

    Lentamente, el brillo se apagó en sus ojos. Volviéndose de espaldas a la ciudad, apuntó al lomo distante de las montañas, una vez más se produjo la alucinación: humo tenue y blanco, extraño fuego...

    ―Los fuegos de Sharra siguen ardiendo allí, Lew. No eres más libre que pueda serlo yo.

    Le pasé un brazo por la cintura volviendo gradualmente a una cuerda aceptación. La lluvia tenía una frialdad helada en nuestro rostro; torcimos los pasos y nos encaminamos silenciosamente hacia la obscura masa de la Torre.

    El viento, interrumpido en su carrera por los ángulos del castillo, nos arrojaba rociaduras y agujas de lluvia. Atravesamos patios amurallados y pasillos de pilares, y finalmente nos detuvimos ante un obscuro arco. Callina me empujó adelante, y un pozo empezó a alzarse.

    ―La Torre de Ashara, según refiere la leyenda, fue construida para la primera Guardiana cuando Thendara no era más que una fila de cabañas de adobe desperdigadas bajo la cumbre del Nevarsin. Pertenece a los extraños días anteriores a la época en que nuestro mundo se contrajo en terremotos y arrojó lejos de sí cuatro lunas giratorias. El olor de los siglos colgaba entre las musgosas paredes con las sombras que iban resbalando y convirtiéndose en obscuridad. Subíamos más y más. Por último, el pozo se interrumpió y nos quedamos ante una tallada puerta de cristal. No una cortina o un panel de luz. Una puerta. Entramos en una zona azulada. Misteriosas luces reflejaban y prismatizaban la habitación de forma que parecía no tener dimensión alguna; ser a la vez inmensa y confinada. El resplandor azul llenaba el aire y estaba bajo nuestros pies; era como nadar en aguas azules o en el corazón de una joya azul.
    ―Venid aquí ―dijo una voz baja, clara como agua de invierno corriendo bajo el hielo―. Os estoy aguardando.

    Entonces y solamente entonces pudieron mis ojos enfocarse lo suficiente en el helado resplandor diurno para descubrir un gran trono de cristal tallado y la figura de una mujer sentada en ese trono. Una diminuta figura derecha, casi tan pequeña como un niño, con vestidos que absorbían y reflejaban la luz en forma tal, que la hacían aparecer transparente.

    ―Ashara ―susurré, e incliné la cabeza ante la maga del Comyn.

    Sus pálidos rasgos, desprovistos de arrugas como los de Callina, parecían casi carnalmente puros. Pero eran viejos a pesar de todo, tan viejos, que incluso las arrugas habían sido suavizadas y quitadas por la mano del tiempo. Los ojos, alargados y grandes, eran incoloros también, aunque en una luz normal podían haber sido azules. Había un débil e indefinido parecido entre las dos Guardianas; como si Ashara fuera un retrato estilizado de Callina, o Callina una Ashara en embrión, no la Ashara que era ahora, sino la que tendría que ser un día.

    Y empecé a creer que ella era inmortal realmente, como se susurraba; que había vivido en Darkover desde antes de la llegada de los Hijos de la Luz.

    Dijo ella blandamente: ―Así es que has estado más allá de las estrellas, ¿verdad, Lew Aldon?

    No sería exacto decir que la voz era adusta. No era lo bastante humana para eso. Solamente sonaba como si el esfuerzo de conversar con personas reales vivas fuese demasiado para ella; como si nuestra vida perturbara la fría paz cristalina que debía reinar siempre aquí. Callina, acostumbrada a esto, o por lo menos así lo supongo, contestó dulcemente:

    ―Tú ves todas las cosas, Madre. Tú sabes lo que nosotros hemos visto.

    Un parpadeo de vida cruzó por el anciano rostro.

    ―No, ni siquiera yo puedo ver todas las cosas. Y tú rehusaste mi única posibilidad de ayudarte, Callina. Tú sabes que no tengo ningún poder ahora fuera de este sitio.

    Su voz tenía ya más vitalidad, como si estuviera despertando con nuestra presencia viva.

    La cabeza de Callina bajó en una profunda inclinación.

    ―Sin embargo, ayúdame con tu sabiduría, Ashara ―susurró.

    La anciana maga sonrió remotamente. ―Cuéntame ―dijo.

    Nos sentamos juntos en un banco de cristal tallado a los pies de Ashara y le referimos los acontecimientos de los últimos días. Yo le pregunté por fin:

    ―¿Puedes hacer un duplicado de la matriz Sharra?
    ―Ni siquiera yo puedo alterar las leyes de la materia y la energía ―contestó―. Sin embargo, me gustaría que supieses menos ciencia terráquea, Lew.
    ―¿Por qué?
    ―Porque, sabiendo como sabes, buscas explicaciones. Sería tu mente más firme si pudieses llamarlos dioses, demonios, talismanes sagrados, como el Comyn hacía mucho tiempo atrás. ¿Sharra un demonio? No más que Aldones pueda ser un dios ―dijo, y sonrió―. Sin embargo, son entidades vivientes, de una cierta manera. Y tampoco son buenos ni malos, aunque puedan parecerlo en sus contactos con los hombres. ¿Qué dice la vieja leyenda?

    Callina cuchicheó:

    ―Que Sharra fue puesta en cadenas por el hijo de Hastur, que era el hijo de Aldones, que era el hijo de la luz...
    ―Cosas de ritos ―dije impacientemente―. Supersticiones.

    La tranquila cara anciana se volvió hacia mí.

    ―¿Eso crees? ¿Qué sabes de la espada de Aldones?

    Tragué saliva.

    ―Es el arma contra Sharra ―dije―. Supongo que es una matriz y que, como la de Sharra, asta enmascarada en una espada.

    De todas formas, era una discusión hipotética, y así lo dije. La espada de Aldones estaba en el rhu fead, el lugar santo del Comyn, y lo mismo podía haber estado en otra galaxia.

    Hay cosas por este estilo en Darkover. No pueden ser destruidas; pero son tan potentes y tan mortalmente peligrosas, que ni siquiera el Comyn o las Guardianas pueden tener confianza en ellas.

    El rhu fead estaba enclavijado y activado de forma tal por matrices, que nadie podía entrar en él sino el Comyn que hubiese sido sellado en el Consejo. Es físicamente imposible para un extraño penetrar en el interior sin hacerse trizas la mente. Cuando hubiese pasado a través de la capa de fuerza, sería ya un imbécil sin poder rector suficiente para saber con qué objeto había entrado.

    Pero una vez dentro, los Comyns de hace un millar de años lo habían puesto fuera de nuestro propio alcance. Están defendidos de manera opuesta. Ningún Comyn puede tocarlos. Un extraño podría cogerlos sin que le pasara nada, pero ningún Comyn puede acercarse al campo de fuerza que los rodea. Dije:

    ―Durante trescientas generaciones, todo Comyn sin escrúpulos ha tratado de lograr eso.
    ―Pero ninguno de ellos tuvo nunca a una Guardiana a su lado ―dijo Callina. Miró a Ashara.
    ―¿Un terráqueo?
    ―Tal vez ―contestó Ashara―. Por lo menos, un extraño. No un terráqueo nacido en Darkover, con una mente adaptada a las fuerzas de aquí, sino un verdadero extraño. Alguien así pasaría por donde nosotros nunca pudimos pasar. Su mente estaría cerrada y sellada contra esas fuerzas, porque él ni siquiera sabría que existían.
    ―Estupendo ―dije―. Todo lo que tengo que hacer, entonces, es alejarme a unos cincuenta años de luz y volver trayendo a uno, sin decirle nada de este planeta ni para qué lo necesitamos, y esperar que tenga bastante talento telepático para cooperar con nosotros. Los incoloros ojos de Ashara tuvieron un relámpago de desprecio.
    ―Tú eres un técnico en matrices. ¿Qué me dices de la pantalla?

    Bruscamente, me acordé de la extraña y centelleante pantalla que había visto en el laboratorio de matrices de Callina. Entonces, ¿aquello era uno de los legendarios transmisores psicokinéticos? Vagamente, empecé a comprender lo que ellas se proponían. Transportar materia, animada o inanimada, instantáneamente por el espacio...

    ―¡Hace centenares de años que no se ha hecho nada de eso!
    ―Yo sé lo que Callina puede hacer ―dijo Ashara con su extraña sonrisa―. Ahora bien, tenemos que Callina y tú os tocasteis las mentas en el Consejo.
    ―Fue un contacto superficial. Nos dejó agotados a los dos.

    Ashara asintió.

    ―Porque toda tu energía, y la de ella, se disipó en el mantenimiento del contacto. Pero yo podría poneros a vosotros dos en foco como tú y Marius estuvisteis enlazados.

    Silbé sin hacer ruido. Aquello era tremendo; normalmente, sólo los Altons pueden resistir aquel poco profundo.

    ―Los Altons... y las Guardianas.

    Miré dubitativamente a Callina, pero ella había desviado la mirada. Comprendí; aquella clase de relación es la intimidad suprema. Tampoco yo me sentía muy ansioso. Yo tenía mi propio infierno particular que no soportaría la luz del día; ¿podría abrirlo para que Callina mirase?

    Las manos de Callina se retorcieron en una negativa temblorosa.

    ―¡No!

    Aquella negativa me dolió. Si yo podía resignarme a aquello, ¿por qué había de negarse ella?

    ―¡No quiero! Había cólera en su voz, pero terror también―. Soy mía, me pertenezco a mí. Nadie, absolutamente nadie y muchísimo menos tú violarán esto.

    No estaba seguro de si me hablaba a mí o a Ashara, pero traté de calmarla con ternura.

    ―Callina, ¿no harías esto por mí? Todavía no podemos ser amantes, pero puedes pertenecerme de esta otra manera.

    Era así como la necesitaba, ¿por qué había de ponerse rígida en mis brazos, si mi contacto no era vergonzoso? Ella sollozaba salvajemente, tempestuosamente.

    ―¡No puedo, no quiero, no puedo! ¡Pensé que podía, pero no puedo! ―Le plantó cara finalmente a Ashara, el rostro blanco, ardiente―. Tú me hiciste así, yo habría dado mi vida si no te hubiese visto nunca, habría muerto para verme libre de ti, pero me hiciste así y no puedo cambiar.
    ―Callina...
    ―¡No! ―Su voz vibraba en la apasionada negativa―. No lo sabes todo. Tampoco tú querrías si lo supieras.
    ―¡Basta!

    La voz de Ashara fue como una fría campana que nos recordase el silencio que debía reinar en la Torre. Pareció como si incluso las llamas muriesen en los ojos de Callina.

    ―Puesto que la cosa está así, yo no puedo forzarla. Haré lo que puedo.

    Se levantó del trono de cristal. Su pequeña forma de hielo azulado llegaba apenas al hombro de Callina. Alzó la mirada y encontró mis ojos por primera vez; y aquella mirada helada e imperiosa me tragó...

    La habitación desapareció. Por un momento me vi en un vacío en blanco, como el abismo sin estrellas pasado el borde del universo; una sombra entre sombras deslizándorne por una niebla tintineante. Luego, un arroyo de fuerza latió en lo más profundo de mi cerebro, una chispa, un meollo, despertaba a la vida, cargándome con un poder que se aferraba a todo mi ser. Podía sentirme a mí mismo como una red de nervios de vida, una especie de enmallado de fuerza viviente.

    Luego, de pronto, un rostro se dibujó en mi mente.

    No puedo describir ese rostro, aunque ahora sé lo que era. Lo vi tres veces, pero no hay palabras humanas para describirlo. Era hermoso más allá de toda posible imaginación; y era más terrible que ninguna concepción de la fantasía. No era ni siquiera malvado. Pero era condenable y condenado. Sólo una fracción de segundo nadó en mis ojos, para arder y desaparecer luego en la obscuridad. Pero bastó aquel instante para que yo mirase de lleno a las puertas mismas del infierno.

    Me esforcé por tornar a la realidad. Estaba de nuevo en la habitación de hielo azul de la Torre de Ashara. ¿De nuevo? ¿Es que había salido de ella? Me sentía mareado y confuso, desorientado; pero Callina se arrojó sobre mí y la presión convulsiva de sus brazos, la húmeda fragancia de sus cabellos y su cara mojada contra la mía, me devolvieron la cordura.

    Por encima de sus hombros, vi que estaba vacío el trono tallado.

    ―¿Dónde está Ashara? ―pregunté pesadamente.

    Callina se puso rígida, sus sollozos desaparecieron sin dejar rastro. Su cara tenía una súbita y misteriosa calma.

    ―Es mejor que no me preguntes ―murmuró―. Nunca creerías la respuesta.

    Fruncí el ceño. Yo sólo podía conjeturar el lazo existente entre las Guardianas. ¿Habíamos visto siquiera a Ashara o sólo su semejanza? ¿Había visto Callina aquel rostro?

    Fuera, las luces se habían apagado; atravesamos el patio lluvioso y los pasillos llenos de ecos sin hablar ni una sola vez. En el laboratorio de matrices de Callina hacía calor; me quité la capa dejando que aquel ambiente cálido penetrase en mi cuerpo aterido y en el brazo, que me dolía, mientras Callina se cuidaba de ajustar los amortiguadores telepáticos. Crucé la habitación para acercarme a la inmensa pantalla que había visto el día antes, y me quedé mirando con fijeza, frunciendo el ceño, sus nebulosas profundidades. Transmisor.

    A su lado, colocada en el sedoso absorbedor de choques, estaba la matriz más voluminosa que yo hubiera visto nunca. Un mecánico ordinario de matrices trabajaba los seis primeros niveles. Un telépata puede manipular el séptimo y el octavo. Sharra era del noveno o décimo, nunca había estado seguro y se lo había preguntado por lo menos a tres mentes ligadas, una de ellas la de un telépata. Yo no podía ni siquiera calcular el nivel de esta otra.

    ¿Brujería? ¿Leyes desconocidas de la Ciencia? Todo era uno y lo mismo. Pero el extraño don innato en mi sangre, una chispa en mis nervios, eran los que me hacían Comyn, ypara cosas como ésta habían sido criados los Comyns.

    Explicar del todo la pantalla sería imposible fuera del Comyn. Captaba imágenes. Era un duplicador; una trampa para un modelo deseado. Un conjunto automático de una serie de requisitos predeterminados... Pero no, no puedo explicarlo y no lo intentaré.

    El caso es que con mi fuerza telepática, aumentada por la matriz, yo podía buscar, sin limitación en el espacio, una mente como la que necesitábamos. De todos los miles de millones de mentes humanas y no humanas en los millones de mundos del espacio-tiempo, en alguna parte había una exactamente adecuada a nuestro propósito, una que tenía un cierto conocimiento y una cierta falta de conocimiento.

    Con la pantalla, podíamos sintonizar la vibración de esa mente a este sector en el espacio-tiempo; aquí, ahora, entre los polos de la pantalla. Luego, aniquilado el espacio por la matriz, podíamos recoger los energones de mente y cuerpo y traerlos aquí. Mi cerebro jugaba con palabras como hiperespacio, viaje dimensional y transmisor de materia, pero sólo eran palabras.

    Me dejé caer en la silla que estaba debajo de la pantalla y me incliné para ajustar los mandos a mi propio modelo cerebral. Manejé cuidadosamente la esfera sin alzar la mirada.

    ―Tendrás que cortar la pantalla rectora, Callina.

    Ella cruzó la habitación y tocó una serie de pasadores; la bancada de luces se apagó con un guiño, liberando a toda matriz de Darkover de la pantalla monitora.

    ―Hay un relai secundario en la Torre Arilinn ―me explicó ella.

    Crujió una clavija y envió una apagado señal tecleante. Callina escuchó un momento, luego, dijo:

    ―Sí, ya lo sé, Maruca. Pero hemos cortado los circuitos principales. Esta noche tienes que retener los enegrones en Arilinn. ―Esperó y añadió luego ásperamente―: Pon una barrera de tercer nivel alrededor de Thendara. Es una orden del Comyn; recógela y cúmplela.

    Se apartó suspirando. Explicó:

    ―Esta muchacha es la telépata más ruidosa que haya en todo el planeta. Habría preferido que cualquier otra Guardiana estuviese esta noche en Arilinn. Son pocos los que pueden cruzar una barrera de tercer nivel, pero si pido un cuarto... ―suspiró.

    Comprendí; una barrera de cuarto nivel habría sido tanto como darles la alerta a todos los telépatas del planeta sobre el hecho de que algo estaba ocurriendo en el Castillo Comyn.

    Teníamos que arriesgarnos. Ella ocupó su puesto ante la matriz y yo vacié mi mente contra la pantalla. Cerré todas las impresiones de los sentidos, llegando a ajustar las ondas psicokinéticas en el modelo que deseábamos. ¿Qué clase de extraño nos convendría? Pero sin volición alguna por mi parte, un modelo surgió por sí solo.

    Vi, en el instante en que mi nervio óptico quedaba sobrecargado y se apagaba, los borrosos símbolos de un modelo en la matriz; luego, me quedé ciego y sordo en aquel momento desobrecarga que es siempre terrorífico.

    Gradualmente, sin sentidos externos, fui encontrando orientación en la pantalla. Mi mente, extendida en proporciones astronómicas, recorría increíbles distancias; atravesaba en fracciones de segundo, parsecs enteros y galaxias del espacio-tiempo subjetivo. Venían vagos roces de consciencia, fragmentos de pensamiento, emociones que flotaban como sombras: la espuma del universo mental.

    Luego, antes de que yo perdiera el contacto, vi en la pantalla el resplandor de fuego blanco. En algún sitio otra mente había encajado en el modelo. La habíamos pescado a través del tiempo y del espacio como en una red y cuando vimos que era la mente adecuada, tiramos de ella.

    Yo me esforzaba, sin cuerpo, dividido en miles de millones de fragmentos subjetivos, extendidos en un vasto abismo de espacio-tiempo. Si algo sucedía, nunca podría volver a mi cuerpo, sino que flotaría para siempre en la curva del espacio-tiempo.

    Con infinitas precauciones, me fui posando en la mente extraña. Hubo una corta pero terrible lucha; la otra mente quedó entretejida, enlazada en la mía. El mundo era un holocausto de color y fuego de cristal fundido. El aire se enrollaba en frías llamas, y el resplandor de la pantalla era una sombra y luego una clara obscuridad y luego una imagen, cautiva en mi mente, y luego...

    La luz me desgarró los ojos. Un choque goteante me zarandeó el cerebro, el suelo pareció empinarse, y las paredes derrumbarse yhuir y Callina se había arrojado a tientas sobre mí cuando los energones inflamaron el aire y mi cerebro.

    Medio atontado, pero consciente, alcé la mirada hacia Callina. La mente extraña se había liberado de la mía. La pantalla estaba en blanco.

    Y en un acurrucado montoncito sobre el suelo, en la base de la pantalla, donde mismo había caído, yacía una esbelta muchacha de cabellos castaños.


    CAPÍTULO IX


    Tambaleándose, Callina se arrodilló junto a la forma encogida. La seguí lentamente y me agaché junto a ella.



    ―No estará muerta, ¿verdad?
    ―Claro que no ―dijo Callina, alzando la mirada―. Pero ha sido terrible, incluso para nosotros. ¿Te imaginas? lo que habrá sido para ella. Debe de estar toda conmocionada.

    La muchacha estaba tendida de costado, un brazo cruzado sobre el rostro. El suave cabello castaño, caído hacia adelante, le ocultaba los rasgos. Se lo eché ligeramente hacia atrás, luego, me detuve, tocándole con la mano la mejilla, poseído de un inmenso asombro.

    ―¡Es Linnell! ―gritó sordamente Callina―. ¡Linnell!

    Tendida sobre el frío suelo, estaba la muchacha del cosmodromo; la muchacha a la que yo había visto en mis primeros momentos de confusión en Thendara.

    Por un instante, aun sabiendo como yo sabía lo que sucedió, creí que mi cerebro iba a negarse a seguir trabajando. La transición había sido demasiado brusca para mí también. Me dolían todos los nervios de mi cuerpo.

    ―¿Qué hemos hecho? ―se lamentaba Callina―. ¿Qué hemos hecho?

    La sujeté con firmeza. Naturalmente, pensaba yo; naturalmente. Linnell estaba cerca; afecta a nosotros dos; ambos habíamos estado hablando de Linnell y pensando en ella esta noche. Y, sin embargo...

    ―Tú conoces el punto segundo de la ley de Cherilly, como es lógico. ―Traté de recordárselo en palabras sencillas―. Todo, en todas partes, excepto una matriz, existe en un duplicado exacto. Esta silla, mi capa, el destornillador que tienes encima de la mesa, la fuente pública en Puerto Chicago, todo en el universo existe en un exacto duplicado molecular. Nada es único excepto una matriz; pero no hay tres cosas idénticas en el universo. ―Entonces, esta es gemela de Linnell.
    ―Más que eso. Sólo una vez en cada millón de años o así serían los duplicados además gemelos. Esta es la gemela verdadera de Linnell. Las mismas huellas dactilares. Las mismas retinas. Los mismos betagrafos y el mismo tipo sanguíneo. Probablemente no se parecerá mucho a Linnell en personalidad, porque los duplicados del ambiente de Linnell están desperdigados por toda la galaxia. Pero en carne y sangre son idénticas. Incluso sus cromosomas son idénticos a los de Linnell.

    Cogí la muñeca de la muchacha y se la volví. La curiosa marca matriz del Comyn estaba duplicada allí.

    ―Señal de nacimiento ―dije―. pero el efecto es idéntico en su carne. ¿Comprendes?

    Me incorporé. Callina no hacía más que mirar y mirar.

    ―¿Puede vivir entonces en este ambiente?
    ―¿Por qué no? Si el duplicado de Linnell, respira oxígeno en la misma proporción que nosotros, y sus órganos internos se ajustan a la misma gravedad aproximadamente.
    ―¿Puedes llevarla ahí? ―Callina indicó el laboratorio de matrices―. Sufrirá otra fuerte emoción si se despierta en este sitio.

    Hice una mueca nada alegre.

    ―La sufrirá de cualquier forma ―dije―, pero me las arreglé para levantar el cuerpo en vilo con mi única mano.

    Era delicada y liviana, como Linnell. Callina sostuvo las cortinas abiertas para dejarme pasar, y me indicó donde podía dejarla. Tapé a la muchacha con algo, ya que estaba fría, y Callina murmuró:

    ―Me pregunto de dónde habrá venido.
    ―Ha nacido en un mundo cuya gravedad es poco más o menos la misma de Darkover, lo que estrecha considerablemente el campo de tus especulaciones. Viailles, Wolf, incluso Tierra. O, desde luego, cualquier otro planeta del que nunca hayamos oído hablar. ―Esta idea me impresionó a mí mismo como terráqueo que era; pero yo no le había hablado a Callina del incidente en el cosmodromo y no intentaba hacerlo―. Dejémosla que se reponga del shock durmiendo un rato y vamos nosotros también a dormir un poco.

    Callina permaneció en la puerta conmigo, sus manos cerradas en la mía. Parecía confusa y cansada, pero se mostraba amable hacia mí después del peligro y el cansancio compartidos. Me acerqué a ella y la besé.

    ―¡Callina! ―cuchicheé. Era casi una pregunta, pero ella liberó sus manos de la mía con dulzura y yo no volví a tomárselas de nuevo. Ella tenía razón. Estábamos los dos desesperadamente exhaustos. Habría sido una locura estúpida. La aparté suavemente y continué mi camino sin mirar atrás. Estaba lloviendo a cántaros, pero hasta que la húmeda alborada roja se elevó súbitamente sobre Thendara, estuve andando arriba y abajo por el patio, incansablemente, y no todas las gotas en mi rostro eran de lluvia.

    Al amanecer, luché por recobrar el control de mí mismo, y volví a la Torre de la Guardiana. Temía que, sin Callina a mi lado, no sabría encontrar el camino a la sala de hielo azulado, o que Ashara se hubiera desvanecido, encontrándose ahora en algún lugar inaccesible. Pero estaba allí; y tal fue la ilusión producida por la fría luz, o por mis cansados ojos, que me pareció más joven, menos guardada; como una extraña, helada, inhumana Callina. Mi cerebro se negaba casi a pensar con claridad, pero finalmente me las arreglé para formular mi súplica.

    ―Ashara, tú puedes ver en el tiempo. Dime. Esa criatura que, según dice Dyan es mía...
    ―Es tuya ―dijo Ashara.
    ―¿Cómo?...
    ―Lo sé. Has sido célibe, excepto para Diotima Ridenow Comyn, desde que murió tu Marjorie. ―Miró frente a frente mi asombrado rostro―. No, no leí tus pensamientos; pero es que supuse que la joven Ridenow era apropiada para educarla como... como eduqué a Callina. Y vi que... no lo era. No me interesa tu moralidad ni la de Diotima; es un asunto físico de alineamientos nerviosos―. Continuó, apasionadamente―: Hastur no quería aceptar la palabra de los que criaron a la niña... ―"Entonces", pensé, "¡es una niña!"― Por eso me la trajo para que la cuidara mientras él investigaba. Está aquí en la Torre. Puedes verla. Ven conmigo.

    Con gran sorpresa por mi parte, y no sé por qué, pero es el caso que yo había creído que Ashara no podía abandonar la helada habitación azul, me hizo pasar por una de las resplandecientes puertas azules a una sencilla habitación circular. Una de las criaturas mudas no humanas ―las sirvientas de la Torre de la Guardiana― se escurrió con silenciosos pasos cuando entramos.

    A la fría luz normal, la fluctuante figura de Ashara resultaba incolora, casi invisible. Me pregunté: ¿es ésta la bruja de verdad o simplemente una proyección que ella quiere que yo vea? La habitación estaba amueblada sencillamente, y en una estrecha camita blanca situada en el centro, había una niñita profundamente dormida. Sus cabellos, de un rojo dorado, se extendían desparramados por la almohada.

    Me acerqué a la niña y la miré intensamente. Era muy pequeña; cinco o seis años, tal ver más joven aun. Y mientras la miraba supe que lo que me habían dicho era la verdad. Por algo que es imposible de explicar excepto a un Telépata y a un Alton, lo supe; era mi propia hija, nacida de mi propia semilla. El delicado rostro triangular no tenía el menor parecido con el mío; pero mi sanare lo sabía. No era la hija de mi padre. No era la hija de mi hermano. Era mi hija. Mi misma carne. ―¿Quién es su madre? ―pregunté en voz baja.

    ―Serás mucho más feliz toda tu vida si no te lo digo.
    ―¡No puedo aceptar eso! ¿Alguna mujer fácil de Carthon o de Daillon?
    ―No.

    La niña murmuró algo, se rebulló, se aquietó luego y abrió los ojos. Di un paso hacia ella, luego me volví en agonía suplicando una explicación a Ashara. ¡Esos ojos, esos ojos ambarinos con chispitas doradas...!

    ―¡Marjorie! ― dije roncamente, penosamente―, Marjorie murió, murió...
    ―No es hija de Marjorie Scott. ―La voz de Ashara era clara, fría, cruel―. Su madre fue Thyra Scott.
    ―¿Thyra?. ―Luché contra un loco impulso de romper en carcajadas―. ¿Thyra? ¡Eso es imposible! Yo nunca... yo no le habría tocado a esa diablesa ni la punta de un dedo, cuanto menos...
    ―No obstante, esta es tu hija. Y la de Thyra. Los detalles no están claros para mí. Hubo una vez... no estoy segura. Pueden haberte drogado, o hipnotizado. Quizá yo pueda descubrirlo. No sería fácil, ni siquiera para mí. Esa parte de tu mente está cerrada y sellada. No importa.

    Apreté los dientes con una rabia enfermiza. ¡Thyra! Era pelirroja infernal, tan parecida a Marjorie y tan distinta de ella, perfecto oropel para Kadarin. ¿Qué habían hecho? ¿Cómo...?

    ―No importa. Es tu hija.

    Lleno de resentimiento, aceptando el hecho, miré ceñudamente a la niñita. Se sentó rígida, tensa, como un animalito perseguido, y eso me desencajó con un dolor repentino. Yo había visto a Marjorie en esa situación. Pequeña, acosada. Perdida y sola.

    Dije, con toda la amabilidad de que fui capaz:

    ―No te asustes de mi, chiya. No soy muy guapo, pero no me como a las niñitas crudas.

    La niña sonrió. La pequeña y puntiaguda cara se puso de repente encantadora: la diminuta sonrisa burlona de un gnomo cortada por un hoyuelo. Había huecos gemelos en los rectos dientecitos.

    ―Dicen que tú eres mi padre.

    Me volví, pero Ashara se había ido, dejándome a solas con mi inesperada hija. Me senté, incómodo, en el borde de la camita.

    ―Eso parece. ¿Cómo te llamas, chiya?
    ―Marja― dijo con timidez―. Quiero decir Marguerhia. Ceceó el nombre, el nombre de Marjorie, en el extraño dialecto del viejo mundo que todavía se oía a veces en las montañas―. Marguerhia Kadarin, pero soy simplemente Marja. ―Se irguió de rodillas y me examinó―. ¿Dónde tienes la otra mano?

    Me eché a reír con dificultad. No estaba acostumbrado a los niños.

    ―Me la hirieron y hubo que cortarla. Sus ojos ambarinos eran enormes. Se acurrucó contra mis rodillas y le pasé un brazo por encima mientras seguía procurando aclarar aquello en mi mente.

    Hija de Thyra. Thyra Scott había sido la esposa de Kadarin, si es que aquello podía llamarse de esa forma. Pero todo el mundo sabía que se rumoreaba de él que era hermanastro de los Scott, un hijo que había tenido Zeb Scott de uno de los seres semihumanos de la montaña. Allá lejos en los Hellers, los hermanastros y las hermanas se casan a veces; y no era raro que tales matrimonios adoptasen al hijo de algún otro para evitar así las peores consecuencias de un parentesco demasiado próximo. Fruncí el ceño, tratando de atravesar la bruma gris que rodeaba en mi mente parte del asunto Sharra. Nunca había puesto a prueba aquella amnesia parcial; instintivamente, había comprendido que allí podía residir la locura.

    Tal vez me habían drogado con afrosina. Yo sabía los efectos de aquello. El drogado así lleva una vida aparentemente normal, pero él mismo no sabe nada de lo que está haciendo y pierde la continuidad del pensamiento entre instante e instante. La memoria queda limitada a sueños simbólicos; un psiquiatra, oyendo lo que uno haya soñado durante el tiempo que haya pasado bajo los efectos de la afrosina, puede interpretar los símbolos y decirle a la víctima lo que realmente haya ocurrido. Yo nunca había necesitado saberlo... Tampoco lo necesitaba ahora.

    ―¿Dónde te criaron, Marja?
    ―En una casa muy grande con muchas, otras niñas y niños ―dijo ella―. Son huérfanos. Yo no lo soy. Yo soy otra cosa. La matrona dice que es una palabra fea que no debo pronunciar nunca, nunca, pero te la diré al oído.
    ―No hace falta ―y me reiré un poco; podía imaginármela.

    Y Lawton, en la Ciudad Comercial, me había dicho: Kadarin no va nunca a ninguna parte, excepto al orfelinato de los hombres del espacio.

    Marja apoyó la cabeza soñolientamente en mi hombro. Me dispuse a tenderla. Entonces, sentí una curiosa agitación y me di cuenta de pronto de que la niña había abierto su mente y entablado contacto con la mía.

    La idea era alucinante. Asombrado, me quedé mirando a la niñita. ¡Era imposible! Los niños no tienen facultades telepáticas, ni siquiera los niños Altons. Nunca.

    ¿Nunca? Era indudable que yo no lo podía asegurar, puesto que Marja sí las tenía. La rodeé con mis brazos, pero al mismo tiempo rompí el contacto suavemente, pues no sabía hasta qué punto podría ella soportarlo.

    Pero de una cosa sí estaba seguro. Fuese el que fuera quien tuviese derechos legales sobre ella, la niñita era mía. Y nada ni nadie iba a arrebatármela. Marjorie había muerto, pero Marjavivía, fuesen los que fuesen sus padres, con el rostro de Marjorie dibujado en sus rasgos: la niña que Marjorie me habría dado si hubiese vivido, y todo lo demás era mejor olvidarlo. Y si alguien: Hastur, Dyan, Kadarin mismo, pensaba que podrían mantenerme apartado de mi hija, sería mejor que no lo probaran.

    El alba estaba palideciendo fuera de la Torre y bruscamente me di cuenta de mi cansancio. Había pasado toda una noche en blanco. Tendí a Marjaen su camita y le subí los calientes cobertores hasta la barbilla; me miró inteligentemente, sin decir una palabra.

    Obedeciendo a un impulso repentino, me agaché y la besé.

    ―Que duermas bien, hijita ―dije, y me salí muy quedamente de la habitación.


    CAPÍTULO X


    Al día siguiente, Beltran de Aldaran, con su escolta montañera, vino al Castillo Comyn.



    Yo no había querido estar presente en las ceremonias, organizadas para darle la bienvenida; pero Hastur insistió y finalmente accedí. Más tarde o más temprano, tendría que encontrarme con Beltran. Sería mejor que aquello sucediese entre desconocidos, porque así podríamos comportarnos de una manera impersonal.

    Me saludó un poco envarado; hubo un tiempo en que habíamos sido amigos, pero el pasado yacía entre nosotros con su ceñuda sombra de sangre. Yo me sentía agradecida por disponer de las frases estereotipadas del ceremonial; podía pronunciarlas sin poner de manifiesto con ellas una hostilidad que no me atrevía a mostrar.

    Beltran se presentó, ceremoniosamente, a algunos personajes de su séquito. Algunos de ellos me recordaban de años antes, pero aparté la mirada cuando me encontré con un moreno rostro conocido.

    ―Recordarás a Rafael Scott ―dijo Beltran de Aldaran.

    Lo recordaba.

    No existe lo que llamamos interminable, pues, si no, todavía durarían las ceremonias. Sin embargo, al fin, Beltran y su gente quedaron confiados a la servidumbre, que se encargaría de guiarlos a sus habitaciones, darles de comer y permitirles que se repusiesen para las ulteriores formalidades de la noche. Cuando nos dispersamos, Rafe Scott me siguió desde el vestíbulo y me volví hacia él bruscamente.

    ―Escucha ―dije―, estás ahí amparado por el salvoconducto de Beltran y no puedo ponerte la mano encima. Pero te advierto...
    ―¿Qué demonios pasa? ―preguntó―. ¿No te ha explicado Marius? A propósito, ¿dónde está él?

    Lo miré, amargamente. Esta vez no me dejaría atrapar por los modales confianzudos que había adoptado conmigo antes, cuando yo estaba todavía enfermo del espacio y demasiado crédulo para dudar de él.

    Rudamente, me había puesto las manos encima.

    ―¡Maldito seas! ¿Dónde está Marius?

    El simple roce se lo reveló todo. Apartó las manos y retrocedió.

    ―¡Muerto! ¡Oh, no, no!

    Se cubrió la cara con las manos y esta vez no pude dudar de su sinceridad. Aquel momentáneo choque de contacto había servido al menos para convencernos a los dos de que nos estábamos diciendo la verdad mutuamente.

    Su voz careció en firmeza cuando volvió a hablar:

    ―Era mi amigo, Lew. El mejor amigo que yo haya tenido nunca. Que muera yo en los fuegos de Sharra si tuve que ver algo con eso.
    ―¿Puedes censurarme si dudo de tí? Tú eras el único que sabías que yo tenía la matriz Sharra, y ellos lo mataron para conseguirla.

    Respondió con serenidad:

    ―Puedes creer lo que quieras, pero el año pasado no vi ni siquiera dos veces a Kadarin. ―Tenía la cara contraída por la pena―. ¿Es que no tuvo Marius la oportunidad de explicártelo? ¡Maldita sea!¿si yo hubiese querido hacerle algún daño, le habría prestado mi pistola? El se la dio al joven Ridenow, a Lerrys, porque le daba miedo llevársela a la zona terráquea. Como yo le dije, tenía puesta la marca de contrabando. Yo tenía licencia, pero él no. Cuando vi que tú pensabas que yo era Marius, admite serlo para ver si así os podía tener apartados hasta que tú comprendieras lo que iba a pasar.

    No podía dudar de su sinceridad. Le puse la mano en el hombro. Si hubiésemos sido darkovianos puros nos habríamos besado y echado a llorar, pero los dos teníamos la reserva propia de nuestra sangre terráquea. Le dije torpemente, al fin.

    ―¿Has visto a Kadarin?
    ―Unas cuantas veces, con Thyra. He tratado de mantenerme fuera de su camino. ―Me miró extrañamente―. ¡Ah, ya comprendo! Tehan hablado déla niñita de ella.
    ―No lo sé ―contestó Rafe―. Thyra nunca le cuenta nada a nadie. Hay en ella muchas cosas extrañas, casi inhumanas. También se mostró muy rara con la niña. Al final, Bob tuvo que quitarle la criatura y ponerla en el orfelinato de hombres del espacio. El no quería hacerlo. Se había encariñado con la chiquilla.
    ―¿Y sabía que era mía?

    La cosa no tenía sentido en absoluto. Y menos todavía, que una hija mía tuviese que crecer para llamar a Kadarin padre, para llevar su apellido y para quererlo.

    ―Claro que lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Creo que fue él quien obligó a Thyra a hacer aquello ―dijo Rafe―. Tuvo a Marjaen su casa muchísimas veces, pero no podía quedarse con ella. Thyra...

    Pero antes de que pudiésemos continuar, fuimos interrumpidos por un criado de palacio que me traía un mensaje de Callina.

    ―Ya hablaremos en otra ocasión ―dijo Rafe al despedirme de él.

    Y no supe si lo decía en tono de promesa o de amenaza.

    Callina parecía estar cansada y nerviosa.

    ―La muchacha se ha despertado ―me comunicó―. Se puso histérica al volver en sí; le di un sedante y ahora está un poco calmada. Lew, ¿qué vamos a hacer ahora?
    ―Mientras no la vea, no lo sé ―dije tontamente.

    La muchacha había sido trasladada a una habitación espaciosa en los apartamentos de los Aillard. Cuando entramos, estaba tendida en una cama, hundido el rostro entre los cobertores; pero fue una cara sin lágrimas y desafiante la que se alzó para mirarme.

    Seguía siendo el doble de Linnell. Pero es parecía ahora mucho más por estar vestida correctamente con indumentaria darkoviana, que supuse, con acierto, que pertenecía a la misma Linnell.

    ―Haga el favor de decirme la verdad ―dijo con firmeza―. ¿Dónde estoy? ¡Oh! ―exclamó y se tapó la cara―. ¡El hombre con una sola mano que me besó en el cosmodromo, de regreso a Darkover!

    Callina permaneció apartada, envuelta en un digno desdén, dejándome que yo me las arreglara solo.

    ―Aquello fue una equivocación ―dije torpemente―. Permítame presentarme. Lew Alton-Comyn, z'par servu ¿Y usted?
    ―Esa es la primera cosa inteligente que me han dicho. ―Aunque hablaba mal nuestro idioma, me sentí asombrado por la suerte que nos entregaba a alguien capaz de hablarlo pasablemente―. Kathie Marshall. ―¿Terráquea?
    ―Terráquea, sí. ¿Es usted darkoviano? ¿Qué significa todo esto?
    ―Supongo que le debemos una explicación ―dije, y me interrumpí mirándola fijamente con una expresión que supongo que sería muy estúpida―. Pero que me aspen si sé cómo explicárselo.
    ―No tiene usted nada que temer. Le trajimos aquí porque necesitamos su ayuda... ―dijo Callina.
    ―Pero, ¿por qué a mí? Y, ¿qué quiere decir aquí? ¿Y por qué piensan ustedes que voy a ayudarlos, suponiendo que pudiera, después de haberme secuestrado?

    La pregunta era bien clara, y Callina respondió:

    ―¿No convendrá que traigamos aquí a Linnell para que ella pueda verla? Te hemos traído aquí, Kathie, porque tienes una mente gemela a la de mi hermana Linnell. Teníamos que arriesgarnos a esperar que nos quisiese ayudar, pero esto no significa que vayamos a ejercer ninguna coacción. Y nadie te hará daño.

    Cuando Callina se acercó a ella, Kathie dio un salto y retrocedió.

    ―¿Mentes gemelas? ¡Eso es ridículo! ¿Donde estoy?
    ―En el Castillo Comyn, en Thendara.
    ―¿Thendara? ¡Pero si eso está en Darkover! Y yo salí de Darkover hace semanas. Llegué a Samarra anoche mismo. No ―continuó―, no, estoy soñando. Lo vi a usted en Darkover y estoy soñando con usted. ―Se acercó a la ventana y vi que sus blancas manos tiraban de un pliegue de la cortina―. Y un sol rojo, el de Darkover el mismo que veo en sueños como éste, cuando no puedo despertar. No puedo despertar.

    Estaba tan mortalmente pálida, que creí que se iba a desmayar. Callina se acercó a ella y le pasó un brazo por la cintura, y esta vez Kathie no rechazó.

    ―Procura creernos, hija mía― dijo Callina―. Estás en Darkover. ¿Has oído hablar alguna vez de la mecánica de matrices? De esa manera te trajimos aquí.

    Era una descripción bastante rudimentaria, pero contribuyó a calmarla un poco.

    ―¿Quién es usted?
    ―Callina Aillard. Guardiana del Comyn.
    ―He oído hablar de las Guardianas― dijo Kathie, temblorosa―. Miren, no pueden ustedes raptar a una ciudadana terráquea y hacerla cruzar media galaxia; mi padre estará recorriendo desesperado todo el planeta buscándome.

    Se le rompió la voz y se tapó la cara con las manos. No era más que una niña y como una niña se lamentaba.

    ―Tengo miedo. Quiero volver a casa.

    Suavemente, como podría haberle hablado a la misma Linnell, Callina murmuró:

    ―Pobre niña. No te asustes.

    Era preciso que yo hiciera además otra cosa. Había que mantener la inmunidad de Kathie y su desconocimiento de las fuerzas darkovianas. Sólo conocía una forma de hacerlo. Pero me repugnaba porque era convertirme yo mismo en vulnerable. En efecto, mi intención era la de poner una barrera alrededor de su mente; inserto en la barrera, estaría una especie de circuito de desviación, de forma que cualquier intento por establecer contacto telepático con Kathie o por dominar su mente seria, inmediatamente transmitido desde su mente abierta a mi mente guardada.

    No tenía objeto alguno explicarle a Kathie lo que yo pensaba hacer. Mientras se aferraba a Callina, la alcancé con toda la suavidad que pude y establecí contacto con ella.

    Fue un instante de agudo dolor en todos sus nervios. Luego, aquello pasó y Kathie se echó a llorar convulsivamente.

    ―¿Qué me ha hecho usted? ¡Oh, lo he sentido...! pero no, eso es una locura. ¿Qué es usted?
    ―¿No podías haber esperado hasta que ella comprendiera? ―preguntó Callina.

    Pero me quedé mirándolas sombríamente sin contestar. Yo no había hecho lo que tenía que hacer, y lo había hecho ahora, porque quería que Kathie estuviese bloqueada a salvo antes de que pudiera verla alguien y adivinar lo que sucedía. Y, sobre todo, antes de que Callina la pusiera frente a Linnell. Aquel segundo de presentimiento la noche pasada me había dejado desesperadamente inquieto. ¿Por qué, entre todos los modelos existentes en el mundo, por qué había de ser precisamente Linnell?

    ¿Qué sucedía cuando se confrontaba una pareja de duplicados exactos? No podía ni siquiera acordarme de haber oído hablar nunca de aquello.

    Me dolía verla llorar; se parecía mucho a Linnell, y las lágrimas de Linnell siempre me habían trastornado. Callina la miraba, afligida, tratando de consolar a la llorosa niñita.

    ―Será mejor que te vayas ahora ―dijo, y como los sollozos de Kathie arreciaran, me intimó nuevamente―: Vete, yo me ocuparé de esto.

    Me encogí de hombros, súbitamente enojado.

    ―Como quieras ―dije, y les volví la espalda.

    ¿Por qué no había de confiar ella en mí?

    Y aquel instante, cuando me aparte de Callina encolerizado, fue el momento en que hice que la trampa se cerrara sobre todos nosotros.


    CAPÍTULO XI


    Una vez por cada vuelta de Darkover alrededor de su sol, el Comyn, la gente de la ciudad, los Señores de la Montaña, los cónsules y embajadores de otros mundos y los terráqueos de la Ciudad Comercial, se mezclaban en un carnaval con gran despliegue exterior de cordialidad. Siglos atrás, este festival servía para juntar únicamente al Comyn y a la gente ordinaria. Ahora afectaba a cualquiera que tuviese alguna importancia en el planeta; y el festival se iniciaba con exhibición de danzas en los grandes vestíbulos inferiores del Castillo Comyn.



    Siglos de tradición habían hecho que aquello fuera una fiesta de máscaras; de acuerdo con la costumbre, yo llevaba un estrecho disfraz, pero no había hecho más intentos por disfrazarme. Estaba de pie en un extremo del largo vestíbulo, hablando indiferentemente con dos jóvenes del servicio espacial terráqueo y escuchándolos con un solo oído, y tan pronto como pude hacerlo sin violencia, me aparté y me quedé mirando fijamente las cuatro diminutas lunas que casi flotaban en conjunción por encima de la cumbre.

    A mis espaldas, el gran vestíbulo centelleaba con colores y trajes que reflejaban todos los rincones de Darkover y casi toda forma conocida de vida humana o semihumana en el Imperio terráqueo. Derik se pavoneaba con las doradas vestiduras de un sacerdote del Sol del sistema de Arturo; Rafe Scott había asumido la máscara, el látigo y los guantes de garras de un duelista kifirgh.

    En el rincón reservado tradicionalmente a las jovencitas, la máscara tirante de Linnell era un disfraz transparente, y sus ojos relucían con la feliz convicción de que todos los ojos estaban fijos en ella. Como comynara, todo el mundo la conocía en Darkover; pero ella raramente veía a nadie fuera del estrecho círculo de sus primos y de los pocos compañeros selectos permitidos a una muchacha de la jerarquía Comyn. Ahora, enmascarada, podía hablar o incluso bailar con perfectos desconocidos, y aquello le producía una excitación que quizá fuera hasta excesiva.

    Junto a ella, enmascarada también, reconocí a Kathie. Yo no sabía por qué estaba ella aquí, pero no vi en ello ningún daño. Estaba segura, bloqueada por el circuito de desviación que yo le había construido en su mente; y no había mejor manera de probar que no se trataba de una presa, sino de un huésped distinguido. De su parecido con Linnell, los demás sólo podrían deducir que se trataba de alguna mujer noble del linaje Aillard.

    Linnell me sonrió cuando me acerqué a ellas.

    ―Lew, le estoy enseñando a tu prima de Tierra algunas de nuestras danzas. Figúrate que no las conoce.

    Mi prima. Supongo que fue idea de Callina. De todos modos, aquello explicaba su defectuosa manera de hablar el darkoviano. Kathie dijo suavemente:

    ―Nunca me enseñaron a bailar, Linnell.
    ―¿Por qué no te enseñaron a bailar? Pero, ¿qué os enseñan, entonces? ―preguntó Linnell incrédulamente―. ¿Es que no bailan en Tierra, Lew?
    ―El baile ―respondí secamente― es parte integral de todas las culturas humanas. Es una actividad de grupo imitada de los movimientos de pájaro y antropoides, y también un canal social del sistema de emparejamiento. Entre razas casi humanas como los chieri se convierte en un comportamiento extático parecido al de la embriaguez. Los hombres danzan en Tierra, en Megaera, en Vainwal y, en realidad, de un extremo a otro de la galaxia civilizada, por lo que yo sé. Para más detalles, en la ciudad dan conferencias sobre antropología; yo no estoy de humor para eso.

    Me volví hacia Kathie. Le dije con el tono que me pareció más apropiado para un primo:

    ―¿Y si lo practicáramos? ―Le expliqué a Kathie mientras bailábamos―. Desde luego, usted no podía imaginarse que aquí el baile es un estudio muy importante entre los niños. Linnell y yo aprendimos en cuanto supimos andar. Yo sólo tuve la instrucción primaria, pero Linnell ha continuado estudiando desde entonces. ―Lancé a Linnell una mirada cariñosa―. En Tierra fui a uno o dos bailes.. ¿Cree usted que los nuestros son muy diferentes?

    Me dediqué a estudiar más de cerca a la muchacha terráquea. ¿Por qué un doble de Linnell había de tener las cualidades que necesitábamos para el trabajo que teníamos entre manos? Me di cuenta de que Kathie era una muchacha de fibra, de juicio y de tacto; necesitaba tenerlos para venir aquí después de la conmoción sufrida y representar el papel que tácitamente le había sido asignado. Y Kathie tenía otra cualidad rara. Parecía no darse cuenta de que mi brazo izquierdo, al rodearle la cintura, no era como el brazo de otros hombres. Yo he bailado con muchachas en Tierra. No es lo corriente.

    Con aparente despreocupación, Kathie dijo:

    ―¡Qué buena es Linnell! Es como si de verdad fuese gemela mía; la quise desde el primer momento que la vi. Pero en cambio Callina me infunde temor. No es que sea adusta, nadie podría ser más amable. Pero no parece del todo humana. Por favor, ¿no es preferible que dejemos de bailar? En Tierra me consideraban una buena bailarina, pero aquí me siento como un elefante cojo.
    ―Probablemente, no le enseñaron a usted con suficiente intensidad.

    Para mi, aquello era una de las cosas más raras de Tierra: la indiferencia que con consideraban este único talento que distingue al hombre de los cuadrúpedos. ¡Mujeres que no supiesen bailar! ¿Cómo podían tener verdadera belleza?

    Dio la casualidad de que yo estaba mirando hacia las grandes cortinas centrales cuando éstas se apartaron y Callina Aillard entró en la sala. Y para mí, fue como si la música se parase.

    Yo había visto la negra noche del espacio interestelar moteado por sueltas estrellas. Callina era algo así, envuelta en un velo arrancado del cielo de medianoche, su cabello negro sujeto con una red de constelaciones pálidas.

    ―¡Qué hermosa es! ―susurró Kathie―. ¿Qué representa el vestido? Nunca he visto nada semejante.
    ―No lo sé ―dije.

    Pero mentía. No tenía noticias de que ninguna muchacha en vísperas de su casamiento, incluso de un casamiento a disgusto, se hubiera atrevido a ponerse el vestido tradicional de la damnee: Naotalba, hija de la condenación y novia del demonio Zandru. ¿Qué sucedería cuando Beltran captase el significado de aquella indumentaria? Era imposible concebir un insulto más directo, a menos que se le hubiese ocurrido presentarse con el uniforme del verdugo oficial.

    Rápidamente, me separé de Kathie, excusándome, y me dirigí a Callina. Ella había accedido a los deseos del Comyn; no tenía derecho a poner en una situación violenta a su familia de esta manera y tan tardíamente.

    Pero cuando llegué a su lado, ya el viejo Hastur le estaba endilgando un sermón por el estilo; escuché el final:

    ―...Compórtate como una chiquilla descarada y voluntariosa.
    ―Abuelo ―dijo Callina con su voz queda y controlada―, yo nunca quiero hacer ver que me pliego a una mentira. Este vestido me gusta. Responde perfectamente a la manera como he sido tratada por el Comyn durante toda mi vida. ―Su risa era musical e inesperadamente amarga―. Beltran de Aldaran tendrá que soportar más insultos que éste a cambio de sus derechos latan en el Consejo. Ya lo verás. ―Se apartó del anciano―. ¿Bailas conmigo, Lew?

    No era una pregunta, sino una orden; come tal, la obedecí, pero estaba trastornado y neme importaba que se diera cuenta. Era vergonzoso estropear de esta forma el primer baile de Linnell.

    ―Lo siento por Linnell ―dijo Callina―. Pero el vestido va con mi estado de ánimo. Y me sienta bien, ¿no es verdad?

    Le sentaba.

    ―Eres demasiado terriblemente bella ―dije roncamente―. Callina, no vas a seguir llevando adelante este engaño loco.

    La arrastré a un rincón y me incliné para besarla, apretando mi boca rudamente contra la suya. Por un momento, se quedó pasiva, sorprendida; luego, se puso rígida, se echó hacia atrás y me rechazó con violencia.

    ―¡No, no hagas eso!

    Dejé caer los brazos y me quedé mirándola mientras una lenta furia me caldeaba la cara.

    ―No fue así como respondiste anoche.

    Ella estaba casi llorando.

    ―¿No puedes ahorrarme esto?
    ―¿Y tú, has pensado las cosas que podrías haberme ahorrado a mí? Adiós, Callina comynara; deseo que Beltran disfrute de ese nombre.

    Sentí como me cogía de la manga, pero me solté con rudeza y me alejé.

    Atravesé la sala con ceñuda tranquilidad. Un malestar pegajoso, casi telepático, se apoderó de mí. Aldaran estaba bailando ahora con Callina; cruelmente, yo esperaba que él tratara de besarla. ¿Lerrys, Dyan? Estaban disfrazados y no era posible reconocerlos. Casi media colonia terráquea debía estar aquí también y yo nunca había conocido a ninguno de sus miembros.

    Rafe Scott estaba charlando con Derik en un rincón; Derik aparecía todo arrebolado y su voz, cuando se volvió para saludarme, era pastosa e insegura.

    ―Buenas noches, Lew.
    ―Derik, ¿has visto a Regis Hastur? ¿Qué disfraz lleva?
    ―No lo sé ―contestó Derik pesadamente―. Yo soy Derik, eso es todo lo que sé. Bastante trabajo me cuesta recordarlo. Pruébalo alguna vez.
    ―Un bonito espectáculo ―mascullé―. Derik, me gustaría que recordases quién eres. Enderézate y refréscate, hazme ese favor. Entonces te darás cuenta del papelito que estás representando ante los terráqueos.
    ―Creo que te estás pasando de la raya ―farfulló―. No es asunto tuyo lo que yo haga y, además, no estoy borracho.
    ―Pues sí que Linnell va a sentirse muy orgullosa de tí ―restallé.
    ―Linnell está loca por mí. ―Olvidó su cólera y habló en tono de íntima autoconmiseración―. Ni siquiera quiere bailar.
    ―¿Quién iba a querer? ―murmuré, plantándome con los pies bien pegados al suelo para no patearlo.

    Resolví ir de nuevo en busca de Hastur; él tenía cerca de Derik una autoridad y una influencia de las que yo carecía. Era bastante inconveniente tener una regencia en tales tiempos. Pero cuando el heredero presunto se convierte en un idiota público ante medio planeta...

    Me abrí paso entre la baraúnda de disfraces, buscando a Hastur. Uno en particular atrajo mis miradas; yo había visto arlequines así en los viejos libros de Tierra. Con su traje de los colores alternados y una gorra ladeada sobre un rostro enmascarado, había en él algo de alegre y de horrible. No en el disfraz mismo, que era simplemente grotesco, sino en una especie de atmósfera que envolvía a aquel hombre. Me reproché a mí mismo con enojo si es que estaba ya imaginando cosas.

    ―No. Tampoco a mí me gustaba ese individuo ―dijo Regis quedamente a mi lado―. Y no me gusta la atmósfera de esta habitación ni la de esta noche. ―Hizo una pausa―. Ayer hablé con mi abuelo y le pedí el laran.

    Le apreté la mano, sin decir una palabra. Todo Comyn llega a eso tarde o temprano.

    ―Las cosas son diferentes ―dijo con lentitud―. Puede que yo sea diferente. Sé lo que es el don Hastur y por qué es recesivo en tantísimas generaciones. Deseo que sea recesivo en mí como en mi abuelo.

    Yo no tenía nada que contestarle. El se curaría. Pero ahora aquella nueva fuerza, aquella dimensión añadida, fuese la que fuese, era una herida fresca en su cerebro. Dijo:

    ―¿Recuerdas lo referente a los dones Hastur y Alton? ¿Hasta qué punto puedes bloquear herméticamente tu mente? El infierno puede abrir brecha, ya lo sabes.
    ―En medio de una muchedumbre como ésta, mis barreras no valen mucho ―contesté.

    Pero yo sabia a lo que él quería referirse. Los dones Hastur y Alton eran antagónicos, algo así como los polos iguales de dos imanes a los que no es posible poner en contacto. Yo no sabía en qué consistía el don Hastur; pero desde tiempo inmemorial en el Comyn, Hastur y Alton podían trabajar juntos solamente con infinitas precauciones, incluso en las pantallas de matrices. Mientras Regis era un Hastur latente, con su don aletargado, yo podía entrar en relación con él; podía incluso forzarlo en contra de sus deseos. Pero habiéndose convertido de pronto en un Hastur desarrollado, él podía golpear mi mente desde la suya con la furia del relámpago. Regis y yo podíamos leernos el uno al otro las mentes, ya que la telepatía ordinaria no queda afectada, pero lo más probable era que nunca más pudiésemos enlazarnos en una relación más íntima.

    Me repugnó sorprenderme a mí mismo haciéndome preguntas. Era yo el que había forjado el contacto con Regis; ¿había dado él este paso para protegerse contra una tentativa análoga? ¿No confiaba en mí?

    Pero antes de que yo pudiera contestarle, las luces de la cúpula se apagaron. Inmediatamente, la sala quedó inundada con una luz de luna plateada y deslumbradora; hubo una ahogada exclamación de los apretados huéspedes cuando, a través de la cúpula, las cuatro lunas, llameando ahora en conjunción completa, alumbraron el suelo como si fuera de día. De pronto, sentí un ligero roce y me volví para ver a Dio Ridenow que estaba en pie a mi lado.

    Su vestido, un ceñido tabardo de una tela que flameaba en verde, azul y plata, a la cambiante luz de luna, le estaba tan ajustado al cuerpo, que casi podía tratarse de un maillot; en su cabello rubio, la luz plateada rodaba como agua con el centelleo de las joyas irguió la cabeza con un argentino tintineo de diminutas campanillas.

    ―¿Qué?, ¿no estoy bastante guapa para ti?
    ―Por lo menos, estás mejor que con pantalones breeches ―dije secamente.

    Soltó una risita y me invitó a bailar. Cuando terminamos, salimos a pasear al airé libre.

    ―He estado preguntándome ―dijo ella malévolamente― si cuando Hastur te habló de tu niñita pensaste tal vez en mí.

    Me limité a fruncir el ceño. Ella se rió sin alegría.

    ―Lew, ¿te interesa realmente Callina?
    ―¿Es que te importa?
    ―No mucho. Pero me parece que estás haciendo una tontería. Después de todo, ella no es una mujer...
    ―Dio, si lo que quieres es formar una escena, para mí no habrá nada más agradable que romperte la crisma.
    ―¡Eso, eso! ¡Así resuelves iodos tus problemas, matando a la gente! Pero oye lo que te digo: Callina se acabó y Ashara va a perder su peón.
    ―¿Qué demonios estás diciendo?

    La cogí rudamente por la muñeca.

    ―Lew, me estás haciendo daño.
    ―Debería pegarte. Vamos, habla. ¿Qué preparan contra Callina? Dímelo o juro que te daré un buen escarmiento.

    El rostro se le endureció.

    ―Está bien. Corre el rumor y así se cree corrientemente de que sólo una virgen puede tener las facultades especiales de Callina. Hay una cierta facción que opina que todo estaría mejor si a Callina se la dejara, digamos... sin facultades. Como tu conducta es absolutamente irreprochable, sólo hay un procedimiento para remediar la situación...

    Me quedé mirándola fijamente, comprendiendo apenas lo que quería decir. Aquello era horrible.

    ―¿Qué asquerosa broma...?
    ―Lew, créeme. No puedo explicarte, pero debes evadirte de esto. Callina no es lo que tú crees. No es...

    Con el revés de la mano, le solté una bofetada e inmediatamente Regis estuvo a mi lado, captó lo que rebosaba de mi pensamiento, y su rostro palideció.

    ―¡Callina! ―exclamó.

    Dio trató de explicarnos, pero la arrojé a un lado y me alejé con un juramento. Regis caminaba a mi misma altura. Jadeó por fin:

    ―Pero, ¿quién podría atreverse? ¡Tocar a una Guardiana!
    ―Dyan se atrevería ―dije con calma.

    El y yo estábamos en ligero contacto superficial. Bruscamente, lo detuve; me miró ceñudo y el roce de su mente se apartó como manos que se separan.

    ―Es lo que yo pensaba ―dije―. Cuando tú y yo nos rozamos, toda la fuerza se derrama fuera de nosotros. Han metido aquí alguna matriz trampa, de octavo o noveno nivel, del tipo que roba energía vital ...¡Sharra!
    ―Lew, ¿estaremos alimentando esa cosa infernal?
    ―Esperemos que no ―dije―. ¿Puedes rozar a Callina?

    Sentí cómo Regis, casi instintivamente, trataba de recuperar el contacto conmigo.

    ―¡No vuelvas a hacer eso! ―ordené, bloqueándome.

    Aquel roce pasajero fue una cruda agonía,, pero era precisa que yo lo soportase al menos una vez más, hubiera peligro o no.

    ―Retéis, cuando yo diga "ya", enlázate conmigo una milésima de segundo. Pero, hagas lo que hagas, no te unas del todo. Si lo haces, arderemos los dos. Recuerda que tú eres Hastur y yo Alton.

    Tragó saliva convulsivamente. ―Será mejor que hagas tú el enlace. Yo no sé controlarlo todavía.

    En una fracción de instante, contactamos. No fue ni la centésima parte de un segundo, pero simplemente aquello nos produjo una conmoción de terrible dolor. Si hubiésemos permanecido la décima parte de un segundo, hasta la última chispa de energía vital se habría consumido en nuestros cuerpos. Para quienquiera que fuese que controlara la matriz oculta, aquello había tenido un flamear como una astronave en una pantalla de radar.

    Pero, por lo menos, averigüé lo que quería. En algún sitio del Castillo, una matriz trampa, no la de Sharra esta vez, estaba enfocada, con terrible intensidad, contra el eslabón más débil que había en el Comyn: Derik Elhalyn.

    ¡Y yo que había creído que estaba borracho!

    Todos los síntomas que él presentaba eran los de una mente sujeta a los efectos de una matriz clandestina.

    Mentalmente, busqué a Callina, pero no encontraba más que el vacío. Es horripilante palpar tan sólo un sitio vacío en el fluido mecanismo del espacio donde en tiempos hubo una mente viva.

    Regis me miró con el rostro desencajado. Le dije:

    ―Derik no se está dando cuenta de nada de lo que está haciendo. Mira, necesito que me ayudes. Voy a entrar en la mente de Derik y voy a tratar de desmontar la matriz trampa. Mientras me ocupo de eso, intenta tú romper todos los lazos. Pero sin rozarme ni a mí ni a Derik, porque eso significaría la muerte de los tres.

    Era correr un riesgo desesperado. Ninguna juiciosa se atrevería a penetrar en una mente controlada por una matriz trampa; es come pasear por una alameda sin salida llena de monstruos agazapados para el salto. Y yo tendría que bajar todas mis barreras y confiar en la fuerza sin experiencia de un Hastur recién hecho laran, que podría matarme con un roce casual.

    Todos mis instintos me gritaban que no hiciera aquello; pero me abrí y lance mi foco sobre Derik.

    Y me di cuenta inmediatamente de que yo ya había tocado aquella cosa antes: cuando había tratado de poner a prueba y sondear a Lerrys.

    Derik, como un hombre que siente el filo de un cuchillo a través de una anestesia incompleta, se retorcía para escapar; pero esta vez yo había agarrado con fuerza, colocando todo mi poder entre la mente y la matriz trampa que la mantenía sometida.

    Detrás de mí, igual que un hombre puede mirar una luz reflejada que no se atreve a ver, yo percibía a Regis; se había apoderado de aquella fuerza extraña y estaba haciéndola trizas poco a poco... destruyendo cada tramo de fuerza a medida que yo iba desmontando aquella tela de araña telepática, fibra a fibra... arrancándola de los nervios y del cerebro de Derik.

    Me daba cuenta de la tortura a que estaba sometiendo a Derik, pero sabía que si él fuese dueño de su mente, me daría las gracias por lo que yo estaba haciendo.

    Cuando forcé barrera tras barrera, algo salió a combatirme, una grotesca parodia del verdadero Derik; pero yo gané. Sentí que aquello se dispersaba, se desvanecía como un hilillo de humo, quedaba consumido. La compulsión se había marchado, la matriz trampa estaba destruida y por lo menos Derik se encontraba limpio. Me retiré.

    Regis estaba apoyado en un pilar, la cara mortalmente pálida. Le pregunté:

    ―¿Podrías decirme quién controlaba aquello?
    ―Ni idea. Cuando la matriz se rompió, percibí a Callina, pero luego ―añadió Regis, frunciendo el ceño―ella desapareció de nuevo, y todo lo que perdí fue a Ashara. ¿Por qué Ashara?

    Tampoco yo lo sabía. Pero si Ashara estaba levantada y alerta, por lo menos se encargaría de proteger a Callina.

    Regis y yo nos habíamos quedado agotados, sin ninguna fuerza vital, pero, por el momento, parecía que estábamos a salvo. Quise animarlo, pero me rechazó.

    ―No te preocupes por mí. ¿Quién es esa persona que está con Linnell?

    Me volví para ver si se refería a Kathie o al hombre vestido de arlequín que tanto me había trastornado. Junto a él estaba otra figura enmascarada: un hombre con un vestido de capucha que le ocultaba la cara y el cuerpo completamente. Pero había en él algo que me recordó de una manera repentina y horrible el infierno que había percibido en la mente de Derik. ¿Era otra víctima o el controlador mismo? Tuve que esforzarme para no atravesar corriendo la sala y apartarlo corporalmente de Linnell.

    Me dirigí hacia ellos añilando despacio. Linnell me preguntó:

    ―Lew, ¿dónde has estado?
    ―Afuera, viendo el eclipse ―dije lacónicamente.

    Linnell levantó hacia mí su mirada, con expresión tímida, preocupada.

    ―¿Qué te pasa, chiva? ―pregunté utilizando con naturalidad el nombre infantil y cariñoso.
    ―Lew, ¿quién es Katie realmente? Cuando estoy cerca de ella, siento ganas de besarla, de rozarla. Pero, si intento hacerlo, tengo que retirarme y gritar de dolor.

    Katie había estado bailando con Rafe Scott. Cuando volvió, le sonrió a Linnell y ésta se le acercó instintivamente. De pronto, dijo:

    ―Ahí está Calima.

    La Guardiana, en sus telas moteadas de estrellas, se abría camino entre los bailarines.

    ―¿Dónde has estado, Callina? ―preguntó Linnell.
    ―Sí ―pregunté yo enviando las palabras telepáticamente―, ¿dónde has estado?
    ―Hablando con Derik. Quería contarme no sé qué cuento de borracho. ―Se encogió de hombros―. Pero veo que Hastur está señalándome. Está aquí Beltran. Supongo que ha llegado el momento de la ceremonia.

    Se apartó de nosotros y escuché como en una pesadilla el anuncio solemne que hacía Hastur y vi los dobles brazaletes matrimoniales que colocaba en los brazos de la pareja. Callina era consorte de Beltran desde el momento en que Hastur le soltó la mano.

    Miré en torno y vi a Regis y de pronto, aterrado, me di cuenta de que el muchacho se ponía de una palidez grisácea. Le rodeé la cintura con el brazo y medio lo arrastré hasta la puerta. Hizo una inspiración que más parecía un sollozo cuando el aire frío le dio en la cara, y murmuró:

    ―Gracias. Creo que tienes razón.

    Bruscamente, se le doblaron las piernas y se desplomó en el suelo. Su mano floja estaba pegajosa, y la respiración era superficial.

    Miré en torno buscando ayuda. Se acercaba Dio del brazo de Lerrys.

    Lerrys se detuvo como paralizado. Miré alrededor angustiadamente con el rostro convulso, todo él rígido y aferrado a Dio.

    Aquella fue la primera oleada del shock. Luego, el infierno se desató. Repentinamente, la sala se convirtió en una distorsionada pesadilla, desprovista de toda perspectiva, y el grito de Dio murió en un aire palpitante incapaz de transmitir sonido alguno. Luego, ella estuvo luchando en las garras de algo que la zarandeaba como a un gatito. Dio un paso tambaleante.

    Entonces vi a dos hombres juntos, las únicas figuras tranquilas en el aire distorsionado. El arlequín y el horrible hombre de la cogulla. Sólo que ahora la cogulla la tenía echada hacia atrás, y era el rostro de labios crueles de Dyan el que estaba clavado fríamente en Dio. Ella, resistiéndose, dio otro paso, otro más, cayó al suelo y se quedó allí sin movimiento.

    Yo luchaba contra la parálisis de aquel espacio retorcido que nos mantenía en un éxtasis helado. Luego, el arlequín y el de la cogulla se volvieron y atraparon entre ellos a Linnell.

    No es que la tocaran físicamente. Pero estaba en sus garras como si la hubieran atado de pies y manos. Creo que ella gritó, pero hasta la misma idea del sonido había muerto. Linnell se retorció, atrapada por una fuerza invisible; un obscuro halo ondeante se alzó de pronto alrededor de ellos; Linnell se balanceó atrozmente en el aire vacío, luego, cayó golpeando el suelo con un retumbo siniestro. Yo farfullaba maldiciones sin sonido; no podía moverme.

    Katie acudió corriendo junto a Linnell. Creo que ella era la única persona con capacidad para moverse libremente en toda la sala. Cuando cogió a Linnell en sus brazos, vi que el torturado rostro se había serenado en una expresión extrahumana.

    Y por encima de las dos muchachas el arlequín y la sombra de cogulla se hinchaban y adquirían altura y poder. Por un momento, al ver el claro espacio exterior, los rasgos altivos de Kadarin relumbraron a través de su máscara de arlequín. Luego, los rostros se fundieron, se superpusieron y por un momento la hermosa y condenable faz que yo había visto en la Torre de Ashara volvió a surgir ante mis ojos; después, las sombras se espesaron.

    Sólo segundos más tarde se encendieron nuevamente las luces; pero el mundo había cambiado. Oí el grito de Kathie y oí cómo la multitud gritaba y gemía mientras yo me habría paso hacia Linnell.

    Yacía sobre las rodillas de Kathie. Detrás de ella, sólo paredes ennegrecidas y paneles desgarrados mostraban la conmoción que acabábamos de sufrir, y Kadarin y Dyan habían desaparecido, se habían fundido, evaporado, no estaban allí.

    Me arrodillé junto a Linnell. Estaba muerta, naturalmente. Yo lo sabía incluso antes de poner mi mano sobre su corazón. Callina apartó a un lado a Kathie, y yo me quedé atrás, cediéndole mi puesto a Hastur, y rodeé el talle de Callina con mi brazo; pero aunque ella se apoyó en mí pesadamente, ni siquiera se dio cuenta de mi presencia.

    Alrededor de mí, oía la agitación de la multitud, voces de mando y de súplica, y esa horrible curiosidad de una muchedumbre cuando acaba de golpear la tragedia. Hastur dijo algo y los grupos empezaron a disolverse y a marcharse.

    Callina no había derramado una lágrima. Se apoyaba en mi brazo, tan impresionada por el golpe, que ni siquiera había pena en sus ojos; simplemente miraba deslumbrada.

    Sus labios se movieron.

    ―Así pues, esto era lo que pretendía Ashara ...―susurró.

    Con un largo y profundo suspiro, se desvaneció entre mis brazos.


    CAPÍTULO XII


    La tenue luz solar de otro anochecer estaba filtrándose por las paredes de mi habitación cuando me desperté; estaba tendido muy tranquilo, preguntándome si todo no habría sido más que una delirante pesadilla producto de algún golpe. Entonces entró Andrés, y en su rostro vi que todo había sido verdad.



    ―Está aquí Regis Hastur. Pero tú no te levantes. Mucha suerte tendrás si estás curado antes de una semana. ¡Por Dios, ya he perdido a dos de vosotros y no quiero perderte a ti, después de Marius y de Linnell!

    Entró Regis y me preguntó cariñosamente: ―¿Cómo te sientes?

    ―¿Cómo he de sentirme? Tengo que matar.
    ―Tal vez menos de lo que crees.― El rostro del muchacho estaba ceñudo―. Dos de los hermanos Ridenow han muerto. Lerrys vivirá, pero no creo que sirva de mucho en varios meses.
    ―¿Y Dio?
    ―Conmocionada, pero no corre peligro.
    ―¿Y Callina?
    ―Aturdida. La han llevado a la Torre de la Guardiana.
    ―Cuéntame todo lo demás, no me digas las malas noticias con cuentagotas.
    ―No todo son malas noticias. Beltran se marchó esta noche como si estuviera perseguido por escorpiones. Aquí han entrado los terráqueos, han sometido el Castillo a vigilancia. En cuanto a Derik, se ha vuelto loco, sin esperanzas.

    Oía fuera una voz extraña, la de un terráqueo que protestaba.

    ―¿Cómo diablos se llama a una puerta cuando no hay puerta?

    Luego, las cortinas se abrieron y cuatro hombres entraron en la habitación.

    Dos eran desconocidos, con el uniforme de la fuerza espacial terráquea. Otro era Dan Lawton, legado de Thendara.

    El cuarto era Rafe Scott, que lucía el uniforme del servicio terráqueo.

    Regis se levantó y les plantó cara airadamente.

    ―Lew Alton ha sido herido. No lo podéis interrogar como habéis interrogado a mi abuelo.
    ―Joven Hastur, será mejor que se vaya usted a sus habitaciones.
    ―Prefiero que se quede aquí ―dije―. Y te advierto que no conseguirás nada por las malas en el Castillo Comyn, Lawton.
    ―Lo sé. Ya aquí el capitán Scott me dijo....Capitán Scott.
    ―¡Traidor! ―dijo Regis, y escupió.

    Lawton inició el interrogatorio:

    ―Tu madre era terráquea y se llamaba Elaine Aldaran Montray. ¿Qué relaciones tenías con Beltran de Aldaran?
    ―Pasé un año poco más o menos en los Hellers, casi siempre como invitado suyo. ¿Por qué?

    El contestó con otra pregunta, pero esta vez dirigida a Rafe:

    ―¿Qué parentesco hay exactamente entre vosotros dos?
    ―Por la parte de Aldaran, es muy difícil de explicar. Primos lejanos. Pero se casó con mi hermana Marjorie. Somos cuñados.
    ―¡Ningún espía terráqueo tiene parientes aquí! En esta zona es el Comyn el que hace respetar la ley. ¡Tú vete a atender tus asuntos en la zona terráquea!
    ―Eso es precisamente lo que estamos haciendo ―dijo Lawton―. Lerrys estaba trabajando para nosotros, así es que los hermanos de él son asunto nuestro; y da la casualidad de que han muerto.
    ―También Marius trabajaba para Tierra, aunque tú no lo supieras, Lew.
    ―Mi hermano nunca recibió una sola moneda de Tierra, y eso lo sabes tú muy bien.
    ―Tienes razón ―dijo Lawton―. A tu hermano no le pagábamos ni era un espía Pero trabajaba a favor de nosotros y había solicitado la ciudadanía del Imperio. Lo avalé yo mismo. Probablemente era la única persona de Darkover que quería que se llegase a una alianza honrada. Todos los demás lo hacían exclusivamente por dinero. ¿No lo sabías? Tú eres telépata.
    ―Los telépatas no somos curiosos.
    ―Voy a explicarte por qué estoy aquí ―dijo Lawton―. Usualmente, dejamos que los gobiernos de los estados-ciudades se rijan ellos mismos hasta que el gobierno se hunde. Esto suele suceder al cabo de una generación después de la llegada del Imperio. Cuando tropezamos con una tiranía auténtica, la derribamos; en los planetas como Darkover, esperamos simplemente que ellos mismos se destrocen. Y es lo que sucede siempre. Aquí ha habido últimamente desórdenes. Disturbios, incursiones, contrabando... y demasiado trabajo sucio de telepatía. Pero, además, hay otra cosa. Tenéis aquí prisionera a una muchacha de Tierra hija del legado terráqueo en Samarra, Kathie Marshall.

    Regis ordenó a Andrés que fuese a buscar a la comynara que estaba con Dio Ridenow. El explicó que muchachas terráqueas había habido muchas en el festival y que la comynara que iba a venir ahora había estado acompañada por una muchacha terráquea que se le parecía mucho. Quizás ella supiese más detalles sobre aquella joven de Tierra.

    Al cabo de pocos momentos,Marshall entró en la habitación.

    ―¿Kathie? ―dijo Lawton.

    Kathie alzó un bonito rostro lleno de perplejidad.

    ―¿Cómo dice?
    ―Querida Linnell ―intervino Regis―, ya les he explicado la enorme semejanza que puede haber entre nosotros y algunos terráqueos, pero quería que se convenciesen por sus propios ojos.

    Kathie bajó una mano para acariciarme la cara. No era un gesto terráqueo. Ella andaba y se movía como una darkoviana.

    ―Sí, Regis, ya recuerdo ―dijo, y tuve que hacer un terrible esfuerzo para reprimir un grito de asombro.

    Porque Kathie estaba hablando el complicado y puro darkoviano de las montañas, hecho de sílabas líquidas, no con su rudo acento terráqueo, sino con una dulce y rápida fluidez.

    ―¿Conviene que estén aquí tantos desconocidos en el estado en que te encuentras, Lew? ¿Simplemente para contarte alguna historia fantástica sobre los terráqueos?

    No era la entonación de Linnell. Pero perduraba el hecho de que estaba hablando darkoviano, y hablándolo con un acento tan puro como el mío o el de Dio.

    Lawton meneó la cabeza.

    ―Es asombroso ―masculló―. Hay desde luego un gran parecido. Pero da la casualidad de que yo sé que Kathie no podía hablar el idioma darkoviano de esa forma. Bueno, será un error. Alton, antes de que me vaya, ¿puede usted explicarme cómo murieron los hermanos Ridenow?

    Intervine yo porque Regis no sabía cómo expresarse.

    ―Los asesinos emplearon una especie de matriz trampa. Esta consiste en algo así como horripilantes extraídas de la memoria racialy de supersticiones. La persona que maneja una de estas matrices puede controlar las mentes y emociones de otras. La familia Ridenow está formada por seres extraordinariamente sensibles. Las víctimas fueron tan trastornadas, que sufrieron un cortocircuito en sus conexiones nerviosas. Murieron de hemorragia cerebral.

    Rafe Scott se adelantó y quiso hablarme, pero Regis lo rechazó de mala manera. Los demás ya se habían ido y Andrés entró a los pocos segundos y les dijo a los muchachos que, si querían pelearse, que se fueran a otra parte, y me dejaron tranquilo.

    Me atendió como si él fuese una enfermera. Ya trataba de descansar, pero no podía conseguirlo desde el momento en que me di cuenta de que Linnell había muerto por mi culpa. Cuando se había desatado el horror espantoso de la matriz trampa, Linnell instintivamente había buscado la seguridad del contacto con su doble, pero, por el circuito de desviación que había en la mente de Kathie, se puso en contacto conmigo y, por consiguiente, con aquella matriz espantosa que estaba en manos de Kadarin. Por eso, todo descargó sobre ella y su mente ardió como fósforo.

    En aquellos momentos oí unos pasos suaves y Dio entró en mi habitación.

    ―¿Para qué has venido?

    Ella contestó con sencillez:

    ―Siempre sé cuándo estás sufriendo.

    Me cogió la cabeza y se la puso en su regazo. Aquello alivió mi dolor.

    ―No te vayas.
    ―No, no me iré nunca.
    ―Te quiero ―susurré― te quiero.

    En mis besos, estaba el recuerdo de Callina, pero Dio me los devolvía suavemente, aunque sin pasión.

    Nos quedamos dormidos como niños, enlazado el uno en los brazos del otro.


    CAPÍTULO XIII


    Cuando me desperté, estaba solo. Me pregunté si todo habría sido un sueño, pero Dio apareció a los pocos momentos con una sonrisa extraña en sus labios.



    ―Te he traído a otro visitante ―dijo.

    Me dispuse a protestar, pero ella corrió las cortinas, y Marja entró corriendo en la habitación.

    Se me echó al cuello mientras Dio me explicaba:

    ―Supe lo de la existencia de la niña cuando Hastur la trajo por vez primera aquí. Pero la Torre de Ashara no es el lugar más adecuado para ella. Por eso te la he traído.

    Se marchó y Andrés vino a contarme que todavía había terráqueos vigilando los corredores del Castillo. Me resigné a no hacer nada y pasé todo el día jugando con Marja ante el desconcierto de Andrés a quien le expliqué simplemente que ella era hija mía.

    ―¿Cuántos terráqueos hay en el Castillo?
    ―Unos diez o quince. Están vestidos de paisano.
    ―Como ninguno de ellos me conoce de vista, tráeme inmediatamente un traje terráqueo.
    ―Supongo que será inútil tratar de detenerte. Bueno, me quedaré yo cuidando de la niñita.

    Las habitaciones de los Altons tenían muchas puertas, y los terráqueos no podían vigilarlas todas. A la salida, nadie me prestó la menor atención. Ellos estaban prevenidos contra un hombre darkoviano manco. En cambio, un hombre vestido como un terráqueo, con una mano metida al parecer en el bolsillo y la otra ondeándola libremente no despertó en absoluto su curiosidad.

    Me dirigí a las habitaciones de Callina y la encontré sentada ante el arpa de Linnell y como sumida en un trance. Me costó trabajo volverla a la vida.

    ―Lo siento, Lew. Otra vez soy yo.
    ―Pero, ¿quién eres tú? ―me atreví a preguntar―. Hay veces que te confundo con Dio, con Ashara...

    Ella sonrió con tristeza.

    Si no lo sabes tú, ¿quién va a saberlo?

    No quise que la emoción se apoderara de mí.

    ―Hemos de actuar esta noche, Callina, mientras los terráqueos creen que estoy todavía demasiado débil para hacer algo. ¿Dónde está Kathie?
    ―Iré a buscarla.
    ―Deja, iré yo.

    La muchacha estaba tendida en un diván y se asombró al verme entrar.

    ―Kathie, vengo a pedirte que nos acompañes a un sitio adonde vamos a ir. ¿Sabes montar a caballo?
    ―Sí. ¿Por qué? ¡Ah, me imagino que lo sé! Me pasó algo muy extraño cuando mataron a Linnell. Pero ―añadió―, ¿cómo voy a montar a caballo vestida con falda?
    ―Es verdad, no había pensado en eso.

    Tuve que volver a las habitaciones de Dio, pedirle que me prestara unos pantalones y rogarle que buscase a Regis y le dijese que nos esperara afuera con caballos preparados.

    Al ver a Dio, me acordé de otra cosa. Me deslicé de nuevo hasta mis habitaciones y cogí la pistola de Rafe. Todavía tenía balas en el cargador. Yo seguía aborreciendo aquellas armas cobardes, pero los hombres contra los que íbamos a luchar eran seres sin honor ni conciencia.

    Cuando volví a las habitaciones de Kathie, Dio y Callina estaban ya allí. La muchacha terráquea se había puesto una túnica sin mangas y unos pantalones breeches que había usado Dio en Vainwal. Callina estaba vestida más convencionalmente y me miró con cierto enojo.

    ―Todo esto está muy bien, pero cómo ¿vamos a salir del Castillo?

    Me eché a reír. No en vano era hijo de Kennard-Alton. Los Altons, muchos siglos antes, habían sido los arquitectos que se encargaron de construir el Castillo Comyn, y el conocimiento que tenían del mismo se lo habían ido transmitiendo en secreto de generación en generación. No me costó trabajo localizar el pasadizo secreto, largo y obscuro, de escalones empinados y peligrosos.

    Bajamos y bajamos sin cesar. Llegamos por fin a una puertecita que giró sobre sus goznes y nos vimos en la penumbra de Thendara bajo el resplandor de tres lunas diminutas. Regis nos estaba esperando con varios caballos.

    ―Lew, supongo que me llevarás contigo. Las mujeres deben quedarse aquí.
    ―Necesitamos a Kathie. Y es preciso que alguien se quede aquí, Regis. Lo que vamos a intentar es nuestra última esperanza. Si no lo conseguimos, tendrás que arreglarlo tú en las condiciones que puedas. Creo que, como último recurso, podrías confiar en Lawton.

    Nos separamos sin despedirnos. Cabalgábamos ya por campo abierto, fuera de las calles de Thendara. Pasamos junto a algunas casas y granjas desiertas, cada vez más escasas, hasta que terminaron por fin. Nadie cabalgaba ahora por este camino; en la Carretera Prohibida, la radiactividad era todavía virulenta en algunos trozos, desde los años de la desolación. Muchos hombres habían muerto en tiempos pasados por aquellos caminos. Perdían el pelo, los dientes, y la sangre se les convertía en agua sólo por haber pasado por aquellos lugares. El Comyn había fomentado aquel temor con trucos y trampas; y ahora eso resultaba útil, porque podíamos cabalgar sin que nadie nos viera. Sólo Dyan conocía aquellos lazos y trampas tan bien como yo.

    Dimos un rodeo al lugar donde habían estado las antiguas astronaves cuyos enormes cascos aún resplandecían débilmente con irradiación venenosa.

    Dos de las lunas se habían puesto, dejando un único disco pálido en el horizonte, cuando nos apartamos de la carretera y llegamos a la orilla del lago. Kathie se quedó mirándolo asombrada.

    ―Esto no es agua, ¿verdad?
    ―No.
    ―Pero yo he estado aquí antes ―dijo, confusa.
    ―No. Lo que pasa es que tienes algunos recuerdos que son míos. Eso es todo, no temas.

    Dos pilares gemelos y blancos se alzaban sosteniendo entre ellos, como si fuera un velo una chispeante neblina con todos los colores del arco iris. Seguí explicándole a Kathie:

    ―Aun teniéndola bloqueada como la tienes, eso te desgarraría la mente. Tendré que hacer lo que antes hice: tener tu mente por completo bajo la mía. ―Ella se estremeció y yo le advertí con voz incolora―: Tengo que hacerlo. El velo es un campo de fuerzas sintonizado con el cerebro Comyn. A nosotros no nos haría daño, pero a ti te mataría.

    Ella miró a Callina.

    ―¿Por qué no me lo haces tú?

    Callina sacudió la cabeza.

    ―Es algo relacionado con la polaridad. Yo soy una Guardiana. Si tratase de sumergir tu mente más de un segundo o dos, eso te dejaría destruida para siempre.

    Kathie ya no protestó y logramos pasar sin que ella ni nosotros sufriéramos ningún daño.

    El rhu fead se extendía desnudo ante nosotros, lóbrego y frío. Había puertas y largos pasillos llenos de helados jirones de niebla. De pronto, Kathie torció por uno de los pasillos y empezó a caminar con la mayor seguridad en medio de la penumbra.

    ―¡Lew, yo sé! ¿Cómo sé a dónde tengo que ir?

    El pasillo desemboca en un espacio abierto de piedra blanca y cortinas cormesíes. Un estrado empotrado en la pared y cubierto de bordados iridiscentes, sostenía un cofre de cristal azul. Puse mis pies en el primer escalón.

    No pude continuar. Aquella era la barrera interior; la barrera que ningún Comyn podía atravesar. Era como si chocase con un muro invisible; Callina adelantó las manos con curiosidad y se sintió también repelida. Kathie preguntó:

    ―¿Estás todavía bloqueando mi mente?
    ―Un poco.
    ―Pues no lo hagas. Ese poco tuyo es lo único que me hace retroceder.

    Asentí y retiré el circuito bloqueador. Kathie me sonrió, pareciéndose a Linnell menos que nunca; luego, cruzó la barrera invisible.

    Desapareció en una espesa nube azul. Hubo un centelleo y quise gritarle para que no se asustara, pero ni siquiera mi voz podía atravesar la barrera alzada contra el Comyn. Ella desapareció como una delgada silueta; las llamas se la tragaban. Luego, un terrible destello subió hasta el techo y un tronar de tormenta retumbó en el suelo.

    Kathie volvió junto a nosotros. En sus manos, traía una espada metida en su vaina.


    CAPÍTULO XIV


    Así pues, la espada de Aldones era, después de todo, una espada real; larga y brillante y mortífera y de un temple tan fino, que hacía que la mía propia pareciera el juguete de plomo de un niño. En la empuñadura, a través de una delgada capa de seda aislante, relucían diminutas piedras azules. Podía haber sido un duplicado de la espada Sharra, pero esta última semejaba ahora una torpe falsificación del objeto glorioso que tenía en mis manos.



    Esto no era un escondite para una matriz oculta; era más bien una matriz. Parecía tener una vida propia, suya. Un cosquilleo de poder, nada desagradable, me subía por el brazo. Agarré la empuñadura y desenvainé un poco.

    ―No ―dijo Callina. Y la obedecí.

    El alba estaba despuntando por el lago cuando salimos y vimos cómo la mojada luz del sol brillaba ominosamente sobre el acero. Kathie gritó aterrorizada al ver que tres hombres avanzaban hacia nosotros.

    No eran tres hombres, sino dos hombres y una mujer. Kadarin, Dyan y, entre los dos, Thyra Scott, que me sonreía burlonamente.

    Eché mano a mi daga, y Thyra se adelantó para preguntarme con voz fría:

    ―¿Qué has hecho de mi hija?
    ―Es hija mía ―dije―. Está a salvo. Pero tú no la tendrás nunca.

    Ella contestó:

    ―Vamos a hacer un trato. Dame lo que tiene la Guardiana y os dejaremos en libertad.
    ―De ninguna manera.

    Kadarin sacó su espada. Como yo había supuesto, era la que tenía la matriz Sharra.

    ―Será mejor que no resistáis. Es verdad que quería matarte, pero no sería una lucha leal estando como estás.
    ―Supongo que tendrás Rastreadores ocultos por todas partes. Siempre te ha gustado mandar a veinte contra uno.
    ―No te harán nada. Tú eres para mí. Pero las mujeres...
    ―¡Vete al infierno! ―rugí.

    Saqué la espada de la vaina y me arrojé contra Kadarin. El contacto de la empuñadura me llenaba de vida; la sangre latía con tanta fuerza en mis sienes, que creí que iba a desmayarme. Kadarin esgrimió la espada Sharra. Las espadas se tocaron...

    ¡La espada de Aldones flameaba un fuego azulado! Como una cosa viva, saltó de mi mano y cayó al suelo disparando un fuego azul desde la empuñadura hasta la punta. Las dos espadas yacían cruzadas en el suelo, brotando de ellas cascadas de fuego azul. Kadarin se tambaleaba.

    Me enderecé. Retrocedimos, sin atrevernos ni él ni yo a acercarnos a las armas caídas.

    Pero Kathie se lanzó entre nosotros y cogió las dos espadas. Para ella, eran simplemente espadas. Sostuvo una en cada mano, cuidadosamente. Las llamas azules se extinguieron.

    ―Eso no servirá de nada ―dijo Kadarin, que añadió ceñudamente―:

    No seas un imbécil que se sacrifica, Dame la matriz Sharra y vete. Quizá no podamos apoderarnos de la espada de Aldones, pero podemos y queremos recobrar la Sharra. Ten en cuenta que podrías matarme a mí, matar a Dyan, matar a Thyra, pero no podrías matarlos a todos.

    Por supuesto, no quedaba ninguna alternativa. Yo tenía que defender a las mujeres.

    ―Dásela, Kathie ―dije por fin―. Y Vamonos. Tengo fe en que cumplirá su palabra.

    Pero Thyra se adelantó rapidísima con un puñal en la mano. Me volví demasiado tarde; consiguió clavarme el puñal en el costado.

    Logré golpearla en la cara, luego me senté a duras penas, llevándome la mano a la herida. Oía gritar a Kadarin como si se hubiese vuelto loco; vagamente, vi cómo le pegaba a Thyra con atroz salvajismo, una y otra vez, hasta dejarla tirada en el suelo, lamentándose. Porque ella había violado la palabra que él dio.

    Y entonces perdí el conocimiento.

    Alrededor de mí había un sordo zumbido. Yo estaba tendido con la cabeza puesta en el regazo de Kathie.

    ―Estáte quieto. Nos llevan a Thendara en un coche cohete.
    ―No dejes que se mueva, Kathie.

    Alargué la mano buscando la de Callina, pero lo que sentí fueron los fríos y pequeños dedos de Ashara posándose en mi muñeca, y la mirada fría de sus ojos claros brillando en la penumbra. Me desperté del todo con un sobresalto; algo me había atrapado la mente. ¡Marja! Quise alcanzarla, pero ya ella no estaba y sólo sentí que en su lugar había un sitio vacío en el mundo.

    Sacudí mi cerebro, liberándolo del delirio de la fiebre por un minuto. Era lógico que no pudiese rozar a Marja. Era imposible sufriendo un dolor así. Y no tenía por qué hacérselo compartir a ella.

    Pero la mente del hombre es de una terrible soledad, encerrada dentro de los huesos del cerebro.

    Volví a hundirme de nuevo en la obscura noche.

    Yo estaba andando...

    Había un brazo bajo mis hombros, y la voz de Kadarin decía:

    ―Con calma. El puede andar. No es más que un arañazo, el cuchillo se desvió en las costillas.

    Mis ojos no lograban enfocarse en ningún sitio. Oí que alguien decía duramente:

    ―¡Cielo santo, entreaquí y siéntese!

    El mareo se disipó. Yo estaba en, pie en el cuartel general terráqueo; ante mis ojos se desplegaba una vista del cosmodromo y frente a mí, tras una gran mesa con el tablero de cristal, estaba en pie Dan Lawton mirándome con sorpresa e inquietud. El brazo de Kadarin todavía me estaba sosteniendo. Lo rechacé y desde algún sitio que antes no me era posible ver, avanzó Regis Hastur, se acercó a mí, me cogió con firmeza por los hombros y me sentó en una butaca.

    ―¿Quién demonios es usted? ―preguntó Dan.

    Kadarin hizo una imperceptible inclinación.

    ―Robert Raymon Kadarin. ¿Y usted? Detrás de nosotros se abrió una puerta y la voz de Kathie dijo ansiosamente:
    ―¿Está él realmente...? ¡Ah, hola, Dan!

    El legado terráqueo meneó la cabeza.

    ―Dentro de un minuto ―dijo sin dirigirse a nadie en particular―, empezaré a decir tonterías. Hola, Kathie. ¿Eres tú esta vez?

    Ella me miró dubitativamente.

    ―¿Puedo decírselo?

    El se adelantó.

    ―Espera, espera. Cada cosa a su tiempo. Me volveré loco si tengo que poner en claro muchas cosas a la vez. Kadarin, hace mucho tiempo que quería ponerle a usted los ojos encima. Ya comprenderá que, por fin, ha rebasado la línea.
    ―Reclamo inmunidad ―dijo Kadarin ásperamente―. Lew Alton habría muerto en Halí. Le he dado salvoconducto y su vida ha quedado solemnemente reclamada; depende de mí disponer de ella como quiera. Lo he traído aquí por mi propia voluntad, cuando podría haber preservado mi propia inmunidad alejándome y dejándolo morir. Reclamo inmunidad.

    Lawton soltó un gruñido. Pero Kadarin tenía a su favor todos los preceptos legales.

    ―Está bien. Pero nada de trucos telepáticos.

    El otro sonrió amargamente.

    ―No podría hacerlo aunque quisiera. Dyan Ardáis se escapó con la matriz Sharra. Me veo ahora tan impotente como Lew.

    Rafe Scott entró de pronto en la oficina. El rostro del muchacho adoptó una expresión de inmenso asombro al vernos a los que estábamos allí; pero le habló a Lawton.

    ―¿Por qué has encerrado a Tryra abajo?
    ―¿Conoces a esa mujer? ―preguntó Lawton secamente.
    ―Es mi hermana ―dijo Rafe.
    ―¡Maldito sea! ―estalló Lawton―, todos los perturbadores que hay en el planeta son parientes tuyos de una manera o de otra, Rafe. Ella trató de asesinar a Lew Alton, eso es todo. Cuando la trajimos aquí se convirtió de pronto en una loca furiosa, por eso tuve que llamar al médico para que le pusiera una inyección y la he metido en una celda hasta que se calme.

    Rafe se me acercó y me dijo en tono suplicante:

    ―Lew, ¿por qué Thyra...? ―¡Déjalo en paz! ―ordenó Regis apartando a Rafe rudamente.

    Agarré a Regis por el brazo. ―No vayáis a pelearos otra vez ―imploré―. Os lo ruego.

    Por un momento, pareció que iba a resistirme, luego se encogió de hombros y se sentó en el brazo de mi butaca mirando a Rae con ojos llameantes.

    ―¿No estaba Callina con vosotros? ―pregunté.
    ―El oficial médico se cuida también de ella ―dijo Kathie―. Estaba mareada, enferma, se quedaba dormida a cada momento.

    Me pregunté si otra vez estaría ella en trance, y me enderecé sintiéndome con la cabeza despejada.

    ―¡Tengo que estar junto a ella! ―Ahora que ya no puedes hacer nada ―dijo Regis.
    ―¿Qué haces tú aquí? Lawton contestó por él: ―Mandé llamar anoche al Regente y hemos estado hablando mucho tiempo. Regis dijo quedamente: ―Se ha acabado todo, Lew. El Comyn tiene que aceptar las condiciones. Incluso mi abuelo comprende eso. Y si Sharra se nos va de las manos...

    La espada de Aldones estaba tendida sobre la mesa de Lawton. Kadarin se acercó y se inclinó sobre ella.

    ―Dejé suelta a Sharra, fue un experimento que fracasó, eso es todo. Pero aquí nuestro estúpido héroe puso las cosas peor al llevarse la matriz Sharra fuera del mundo, y durante seis años, todos aquellos lugares activados se pusieron curiosos. Y ahora la tiene Dyan. ―Se revolvía inquieto como un animal acorralado―. Yo sabía que Alton no se avendría a tratar conmigo fuesen las que fuesen las condiciones. Por eso traté de encontrar a alguien en el Comyn, alguien que recuperase para mí la matriz. De esa forma podría desmontar aquellos lugares y luego destruir la matriz. Pero después de tanto trabajo, resultaba que caí en una trampa al ponerme en relaciones con Dyan Ardáis.
    ―¿Fue él quien mató a Marius para conseguirla? ―preguntó Regis.
    ―Es lo que me imagino. No estoy seguro, pero desde luego nunca me he lucido en la elección de cómplices. Eso ―y apuntó a la espada de Aldones― es un último recurso. Destruirá para siempre a Sharra, pero a costa de un asesinato. Todo el que esté enclavijado en la matriz Sharra...

    Lawton dijo:

    ―Por ahora, la guardaré yo.

    Kadarin soltó una risa que parecía el rugido de un animal.

    ―Intente hacerlo. Ahora se ha cruzado con la de Sharra, ni siquiera yo... ―y se acercó a la espada, pero sus manos se contrajeron horriblemente y tuvo que retroceder con un grito ahogado.

    Frotándose los dedos, angustiado, miró a Rafe y dijo:

    ―Prueba tú.
    ―Ahora que sé lo que pasa, no ―contestó Rafe alejándose de la mesa.

    Lawton no era cobarde. Se inclinó sobre la espada y la agarró firmemente por la empañadura. Y entonces, en medio de un aguacero de chispas azules, salió lanzado al otro lado de la habitación. Chocó con la pared, se desplomó y volvió a levantarse, atontado, frotándose la cara.

    ―¡Cielo santo!
    ―Me toca a mi.

    Y me agachó para recoger la espada, que había caído al suelo. Pude levantarla hasta la mesa, pero finalmente, temblando, tuve que dejarla caer.

    ―Me es posible tocarla ―dije, sintiendo el caliente e insoportable cosquilleo―, pero no puedo sostenerla.
    ―Ningún hombre puede ―dijo Regis―. Pero la guardaré yo por el momento―. Con la mayor facilidad, la cogió y se la colgó al cinto. Soy un Hastur ―dijo tranquilamente.

    ¡Porque el don Hastur es la matriz viviente!

    Regis asintió. La matriz había encontrado su soporte y su foco, el equilibrio rector, en el cerebro y los nervios de Hastur que la llevaba. Ninguna otra persona podría manejar aquella espada y ni siquiera tocarla sin peligro.

    Sharra era sólo una temible y mortífera copia de esto.

    ―Sí ―dijo Kadarin en voz baja―, es lo que yo sospechaba. Por eso tu mano no curó nunca, Lew. La herida en sí no tenía importancia, pero habías manejado la matriz y la carne y la sangre humanas no lo soportan. Yo nunca lo hice sin repartir la carga por lo menos con otro telépata con el que estuviera contactado.

    De pronto, desde el fondo del corredor, Thyra empezó a gritar.

    Kadarin dio un bote de su silla y yo me enderecé rígidamente. Aquello hacía gritar a Thyra de una manera loca me había golpeado a mí también; un negro vacío, pérdida, desgarramiento...

    ―¡Marja!― dije pronunciando el nombre como un sollozo.

    Kadarin dio media vuelta para mirarme; nunca he visto una expresión así en un rostro humano.

    ―¡Pronto! ¿Donde está la niña? ―¿Qué pasa? ―preguntó Lawton. Kadarin movió los labios, pero no salió de su boca ningún sonido. Dijo por fin; ―Dyan Ardáis tiene la matriz. Yo completé la frase:
    ―No se atreve a usarla él solo. Sabe lo que me pasó a mí, a mi mano. Necesitará un telépata, y Marja es una Alton. ―¡Asqueroso traidor! La voz de Kadarin estaba pastosa de miedo, pero no de miedo por él. Yo tenía la mente abierta y por un minuto, al ver a Kadarin, mi odio remitió. Regis se quitó del cinto la espada de Aldones y la puso en manos de Kathie.
    ―Guarda esto― dijo―, tú todavía eres inmune. No temas nada; ningún darkoviano con vida puede quitártela ni hacerte ningún daño mientras la tengas.

    Se volvió hacia mí y sin necesidad de que me dijera una palabra, sabiendo yo lo que él quería, le alargué la pistola de Rafe.

    ―¿Qué va usted a ...?

    Regis dijo firmemente, interrumpiendo a Lawton:

    ―Esto es un asunto Comyn, y por buena voluntad que usted tenga, sólo podría estorbar y no ayudar. Rafe, ven conmigo.

    Kadarin dijo ásperamente:

    ―¡No idiota, es por Marja! ¡Ve con él!

    Se fueron. Los gritos rítmicos e histéricos no cesaban nunca. Kadarin permanecía quieto, como si estuviera pendiente de lo que sucedía en todo su cuerpo; luego de pronto se liberó.

    ―Allá voy ―gritó a Lawton por encima del hombro, y salió de la habitación dando un portazo.

    Lawton me agarró por el brazo.

    ―No, tú no. Ten juicio, muchacho. Apenas te puedes tener de pie. ―Me obligó a sentarme de nuevo en la butaca―. ¿Qué lío es éste? ¿Qué o quién es Marja?

    Los gritos cesaron bruscamente como si un conmutador hubiese funcionado dejando un silencio qué tenía algo de aterrador. Lawton soltó un juramento y salió de estampida de la habitación, dejándome tendido en la butaca, lanzando exclamaciones de furia impotente, incapaz de levantarme. Oí llamadas y voces resonando en los corredores y me pregunté qué habría pasado ahora, y entonces Dio penetró en tromba en la habitación.

    ―¡Y te han dejado aquí! ―exclamó, furiosa― ¿Qué te hizo esa perra de los cabellos rojos? Y han drogado a Callina. ¡Oh, Lew, Lew! Tienes la camisa empapada en sangre.

    Se arrodilló junto a mí, la cara tan blanca como su vestido. Lawton entró corriendo y se quedó en pie a mi lado, una expresión de furia en su rostro.

    ―¡Desapareció! Esa Thyra ha desaparecido, se ha esfumado de una celda hecha toda de acero y rodeado de centinelas por todas partes. Cuando eso sucede, habiendo un Comyn mecánico de matrices en el edificio... ―Vio a Dio y su rabieta amainó―. Yo la conozco a usted, es hermana de Lerrys. ¿Que hace aquí?
    ―Por el momento ―contestó ella airadamente―, estoy tratando de ver qué le pasa a Lew, cosa de la que nadie se preocupa aquí.
    ―Estoy perfectamente ―mascullé, enojado por aquella solicitud que me debilitaba.

    Pero dejé que me llevasen al consultorio médico, donde un hombre gordito, con barba blanca, se puso a rezongar refiriéndose a este maldito planeta incivilizado donde todo el tiempo se le iba en curar heridas de puñales. Me aplicó unas compresas de plástico que dolían como demonios, me quemó con rayos de no sé qué clase y me hizo tragar una cosa roja y pegajosa que me ardió en la boca y me mareó, pero que hizo desaparecer el dolor; y cuando el mareo cesó otra vez pude pensar claramente.

    ―¿Dónde está Callina Aillard?
    ―Está aquí ―contestó el doctor―. Dormida. Se encontraba débil y mareada, por eso le puse una inyección de calmante, y una enfermera está vigilando su sueño en la sala de mujeres.
    ―¿No cree que pueda hallarse en trance causado por una conmoción?

    El colocó las cosas que había usado bajo la máquina lumínica.

    ―No puedo saberlo. Ella vio cómo lo apuñalaban a usted, ¿no es así? Algunas mujeres reaccionan de esa manera.

    Consideré a aquel hombre un imbécil. Las mujeres darkovianas no se desmayan por ver un poco de sangre. ¿Qué pintaba él aquí, si no sabía diagnosticar conmociones producidas por matrices? Y si, además, sacarla del trance. Por lo menos, mientras no desapareciesen los efectos de la droga.

    ―Puede que sea lo mejor ―me dijo Dio en voz baja―. Antes de que ella se despierte, tengo que contarte todo lo referente a Callina. No ahora.

    En su despacho, Lawton estaba poniendo en marcha el mecanismo de búsqueda. El tiempo transcurría pesadamente; yo aguardaba. En cierto momento, su desconcierto estalló en preguntas que lo tenían perplejo.

    ―Maldito sea, todavía no puedo comprender cómo Kathie Marshall pudo llegar aquí desde Samarra. Y todavía estoy tratando de explicarme cómo tú y Rafe y esa Thyra y Kadarin, sois todos hermanos y hermanas o primos o lo que quiera que sea. Y ahora esta Thyra que se esfuma como si fuera aire. ¿La habéis sacado de aquí por una brujería cualquiera?
    ―Yo no.

    Por mí, Thyra podía quedarse en una celda para siempre.

    A medida que los efe Los del narcótico fueron desapareciendo, me volvió el dolor en el costado, pero resultaba mucho más intolerable aquella sensación horrible de algo que se había desgarrado de mí: me daba miedo adivinar lo que era.

    El sangriento sol de Darkover había alcanzado su cénit y empezado a oblicuar hacia abajo, cuando oí pasos que se acercaban y vi a Regis, Rafe y Kadarin que entraban Regis había cambiado de una manera asombrosa en pocas horas. Tenía sangre en la cara y en las mangas, pero se trataba de algo más profundo que de su primera lucha seria. El último rastro de muchacho se había consumido y ahora era un hombre y un Hastur el que me miraba con desesperación.

    ―Está usted herido ―exclamó Lawton, con el horror peculiar de los terráqueos a las heridas infligidas personalmente.
    ―No mucho. Unos rasgones en la camisa. Peleé con Dyan.
    ―¿Muerto? ―pregunté.
    ―No, maldito sea.

    Lawton preguntó:

    ―Kadarin, ¿dónde está esa mujer suya?

    El arrogante rostro de Kadarin se contrajo de miedo.

    ―¿Thyra ¿Es que no está aquí con ustedes? ¡Por todos los infiernos de Zandru, cómo puedo decirle a ella...?

    Se cubrió la cara con las manos. De repente, se acercó a mí. Todas las demás personas que estaban en el despacho podían haberse encontrado en otro planeta por la absoluta falta de atención que él les concedía, y me miró a los ojos con una intensidad que hacía desaparecer un largo paréntesis de años, retrocediendo a los días en que habíamos sido amigos, no enemigos jurados.

    Me salió la voz entre unos labios secos.

    ―Bob, ¿qué pasa? ¿Qué ha sucedido?

    Se le crispó la cara.

    ―¡Dyan! ¡Que lo azote Zandru con látigos de escorpiones! ¡Que Naotalba le retuerza los pies en el infierno por toda la eternidad! Ha llevado a Sharra a mi pequeña Marguerhia.

    Se le quebró la voz. Aquellas palabras me quemaban como ácido Dyan, con la matriz Sharra. Marja, una niña, pero una Alton, una telépata. Y el vacío donde ella había estado, la sensación de que me desgarraban algo...

    Entonces, es que estaba muerta.

    Marjorie. Marius. Linnell.

    Ahora Marja.

    Lawton no pidió detalles. Debió de darse cuenta de que todos estábamos agotando nuestras últimas reservas de fuerza Me vi nuevamente sentado haciendo preguntas como si ya importase algo alguna cosa.

    ―¿Y Andrés?
    ―Dyan lo dejó por muerto, pero puede salvarse.

    Era un amargo consuelo saber que Andrés la había defendido hasta aquel punto.

    ―¿Y Ashara?

    Dio se puso en pie, fruncidos los labios. Creo que todos nosotros nos habíamos olvidado de que ella estaba allí.

    ―Regis, cuídate de él. Yo voy a la Torre.

    Grité:

    ―¿Para qué? ―pero ya se había ido.

    Lawton dijo ceñudamente:

    ―Lo primero que hay que hacer es echarle mano a Dyan. Si tiene en su poder a la niñita...

    Kadarin lo interrumpió:

    ―No se puede. No hay manera de quitarle ahora la matriz Sharra. He tenido bastante a menudo eso en mis propias manos para saberlo. Dyan pudo quitársela a Marius sólo porque éste no supo cómo resguardarse. Ningún ser viviente... ―Kandarin se irguió rígidamente―. ¡Lawton, todos vosotros! ¡Sois testigos! Su vida me pertenece, cuándo, cómo y dónde pueda matarlo, en combate legal o desleal, su vida es...
    ―¡Pareja de locos ―dijo Lawton―, cojámoslo primero antes de que empecéis a disputar por el privilegio de matarlo!

    Con un ademán que tenia mucho de animal en su ferocidad, Kandarin dijo:

    ―Si él libera a Sharra, no confiéis en mi. Yo soy el sello maestro y estaré atado de pies y manos.

    Regis se volvió hacia mí.

    ―Bueno, Lew, tendrás que ser tú entonces. Tú has tocado Sharra, pero también está sellado al Comyn. Si podemos ponerte en relación desde aquí, podrías entrar en la matriz Sharra...
    ―¡No! ―rugí aterrado―. ¡No!

    Podían morirse todos antes de obligarme a hacer aquello. ¿Qué me importaba a mí ahora que Sharra devastase Darkover? ¿Qué me quedaba por perder? Arranqué la pistola del cinto de Rafe y le quité el seguro.

    ―Antes me saltaré la tapa de los sesos.

    La mano de Regis apresó la mía con fuerza bastante para romperme un hueso. Forcejeamos un rato salvajemente, pero él tenía dos manos; la culata de la pistola tropezó en mí y la bala pasó sin hacer daño por la ventana, convirtiéndola en añicos el cristal. Regis apartó mis dedos del arma.

    ―Estás loco ―dijo, y le devolvió la pistola a Rafe―. Toma. Era tuya en un principio, ¿no es así? Pues quédatela. Bastante ha circulado ya en los últimos tiempos. Basta con que haya un loco.

    Lawton soltó un juramento a la par que pisoteaba los trozos de cristal que había en el suelo.

    ―Debía mandaros a todos al manicomio. Rafe, busca a alguien que limpie esto, y lleva a Alton abajo. Otra vez está mal de la cabeza.

    Yo me sostenía en pie, pero tenía que agarrarme a la butaca.

    ―¿Debo considerarme prisionero?
    ―Nada de eso, hombre. Pero ahora conviene que salgas y te quites de en medio. Piensa un poco, hombre. Baja a la enfermería. Ya te llamaremos cuando te necesitemos.

    De pronto, mi furia se disolvió dejándome vacío y embotado. Kadarin desplegó sus largas piernas y se acercó a mí.

    ―Tregua, Lew ―dijo en voz baja―. Marja era mía también. No podemos hacer mucho ahora. Tú estás agotado. Quizá más tarde se nos ocurra algún medio para hacernos con esa cosa infernal antes de que Dyan nos mande a todos al infierno.

    Sus ojos se encontraron con los míos; en ellos no quedaba ningún odio. También el odio mío había desaparecido. Empecé a andar tambaleándome y me apoyé pesadamente en su brazo.

    ―Tregua ―dije.

    Así pues, Kadarin el que me ayudó a bajar a la enfermería y me llevó luego al hospital. Me senté en la cama de mi pequeña habitación mientras las emociones me crispaban los nervios y derrumbaban mis barreras telepáticas. Me agaché pesadamente para quitarme las botas.

    ―¿Necesitas que te ayude?

    Le contesté con otra pregunta.

    ―¿Tú crees que Dyan dejará suelta a Sharra?
    ―Estoy condenadamente convencido de que lo intentará.

    Todo aquello me parecía irreal. Durante seis años, mi mayor anhelo había sido matar a Kadarin. Era una cosa que me había imaginado un millar de veces, y he aquí que ahora estábamos hablando tranquila y razonablemente y desde el mismo punto de vista. Parecía algo desagradable, pero inteligente, a pesar de todo. Yo suponía que era la forma terráquea de hacer las cosas.

    ―¿Quieres que te traiga algo del médico?
    ―No. ―Añadí, a regañadientes―: No, gracias.

    Luego, levanté la mirada y la dejé fija en él. Sabía que me mentiría sobre aquello.

    ―Bob, ¿fue por orden tuya por lo que Marjorie se vio obligada a penetrar en el fuego Sharra aquella última vez? ¿Fue tu manera de vengarte de mí? ¿Cuándo supiste que aquello la mataría?
    ―¿Por qué había yo de querer matarla para vengarme de ti?

    Lanzó la pregunta con una sinceridad apasionada de la que no me era posible dudar. La misma pregunta angustiosa que me llevaba atormentando seis años.

    ―Lew, yo conocía a Sharra como ningún otro hombre vivo pudiera conocerla. No había ningún peligro, ni para las muchachas ni para nadie, mientras yo ejerciese el control. Tú sabes que yo quería a Thyra, pero me las arreglé para mantenerla a salvo. ―Su rostro adoptó una expresión amarga ytorturada―. No hay ni diez hombres vivos que puedan fijar los límites de seguridad para una mujer a la que hayan poseído, pero yo lo conseguí para Thyra. En cuanto a Marjorie...

    Tenía el rostro obscuro, desencajado per un dolor tal, que casi me inspiró lástima; también él tenía sus barreras bajadas, y la violencia de su pena era en mí como una quemadura. Nunca se sentiría libre de armella pena, de aquella culpa.

    ―Yo pensaba que Marjorie no era más que una niña. Ella nunca me dijo nada. Juro que nunca supe que habías sido su amante. Lo juro.

    Di media vuelta y me tapé la cara, incapaz de soportar aquello. Pero Kadarin continuó con la voz quebrada por la pena.

    ―Así pues, ella penetró en aquello, y ya sabes lo que sucedió. Cualquier mujer habría muerto al llegar desde los brazos de un amante al polo de semejante poder, y por eso te he odiado... ―La voz se dulcificó de pronto en profunda compasión―. Pero nunca se me ocurrió pensar que tú no pudieses estar enterado. ¡Demonios, tú mismo eras un chiquillo! Un par de chiquillos, tú y Marjorie, y nunca os avisé. Por todos los infiernos de Zandru, Lew, no hables de venganza; has tenido la tuya.

    Bruscamente, se quedó tranquilo, con una tranquilidad mortal. Dijo, sin inflexión alguna:

    ―Reclamó tu vida una vez. Te la devuelvo.

    Lo miré, completamente desconcertado. Había reclamado mi vida, y esa era una obligación solemne, irrevocable según el derecho darkoviano, mientras ambos viviéramos. Si otro me hubiese matado, la obligación de él habría sido seguir la pista de mi asesino y matarlo. Pero la ley darkoviana estaba derrumbándose alrededor de nosotros. Nos encontrábamos en medio de los escombros. No reconocí mi propia voz cuando dije:

    ―La acepto de ti.

    Gravemente, sin sonreír, nos estrechamos las manos.

    ―Dime esto ―dije cansadamente―. ¿Por qué el hijo de Thyra hubo de ser mío?

    Hubo una expresión de ironía en su rostro arrogante.

    ―Creí que ya te lo habrías figurado. Yo esperaba tener un hijo telépata con el don Alton.

    ¡Maldito insolente!

    El continuó con calma:

    ―Thyra nunca me lo perdonó. Yo estaba tan contento con Marja, que ella se sintió celosa y se negó a tener la niña en un sitio en que yo pudiera verla. ―De nuevo se le contrajo la cara―. Mataré a Thyra. Juré que Marja no sería usada como un peón más, y ni siquiera pude mantenerla a salvo. ¡Cielo santo! Todo lo que amo, todo aquel a quien amo, queda herido o muerto.

    Se encorvó con la angustia de su desesperación. Bruscamente, dio media vuelta y se marchó, cerrando con un portazo tan violento, que las paredes temblaron.


    CAPÍTULO XV


    Debí de quedarme dormido.



    Abrí por fin los ojos en la desnuda habitación de la enfermería, para ver a Calima arrodillada a mi vera. Sus dulces ojos estaban llenos de lágrimas; me cogió la mano, pero no habló. Yo quería tomarla en mis brazos y estrujarla contra mí, pero las palabras de Kadarin seguían aún resonando en mi mente, llenándome de horror. En atención a la vida de ella, no me atreví ni siquiera a tocarla.

    Pero todo aquello sería más duro que nunca; sin saberlo con claridad, yo percibía que una reserva íntima en Catalina había desaparecido. No existía ya aquella altivez fría, consciente y distanciadora.

    ―Hemos sufrido para nada, Callina ― dije―. Marius y Linnell han muerto, hemos dejado que el Comyn juegue con nuestras vidas, ¿y qué hemos logrado?
    ―Puede que todavía haya algo que salvar. Darkover...
    ―¡Que se vaya Darkover al cuerno! Por mí, los terráqueos pueden apoderarse de él y ser bienvenidos.
    ―La espada de Aldones vencerá a Sharra ―dijo ella―. Kadarin estaba ayudándoles a hacer planes cuando de pronto desapareció. De la misma forma que Thyra.

    Eso significaba que Sharra estaba libre. Miré con angustia a la muchacha.

    ―Lo he intentado ―le dije―, pero apenas si puedo tocar la espada de Aldones. Regis puede, pero es incapaz de usarla solo. Ningún hombre solo es capaz.
    ―Ashara dijo que podrías utilizarme como foco.
    ―Está bien, querida, lo intentaremos. Pero piénsalo bien. Quiero que estés convencida.
    ―Lo estoy.

    Inicié el contacto. Por un momento hubo una espantosa resistencia que ya me era familiar, pero luego, aunque no se oponía activamente, se notaba su pasivo terror tembloroso y aquello era peor aún.

    Tuve que desistir porque vi que aquello significaba matarla. Entonces, le propuse que fuera ella la que lograra el contacto. Aceptó llevar a cabo la tentativa.

    Su roce era una cosa incierta, ruda, tanteante, una verdadera agonía.

    En lo más dramático del proceso, percibí de pronto que había irrumpido Regis.

    Aquello era asombroso. Los Altons no habíamos conseguido nunca más que ligarnos dos, y eso desafiando un infinito peligro. Pero ahora éramos tres.

    Regis dio su explicación:

    ―Sólo sé que algo estalló en mí, que creí que habías muerto, Lew. Me era imposible pensar en otra cosa que no fuese llegar a tu lado. Ni siquiera sabía dónde estabas. Y de pronto me he visto aquí.
    ―Callina y yo estábamos tratando de enlazarnos las mentes.
    ―¿Callina? ―preguntó Regis mirando con fijeza.

    Ella se puso de puntillas y posó suavemente sus labios en los del muchacho.

    ―Regis ―dijo con suavidad―, no estamos enfadados. Podemos hacerte sitio.

    Regis rodeó con sus brazos a la muchacha.

    ―¿Todavía no está él enterado?
    ―Siempre he tenido puestas mis barreras.

    Intentemos otra vez el experimento y ahora se logró con la mayor facilidad. Era una sensación de simpatía, de efusión extremadamente agradable. Como si toda mi vida hubiera ido siempre con una tercera parte de cerebro.

    Tres telépatas, aunque no fundidos, fueron necesarios para manejar la matriz Sharra. Este enlace profundísimo, logrado mediante la matriz viviente de Aldons, era nuestra arma. Regis constituía la hoja de la espada. Mía era la fuerza latente en aquella espada; el don Alton, aquel nervio psicoquinético superdesarrollado era la mano capaz de dirigir aquella fuerza irresistible. Y Callina, encerrada entre la mano y la hoja, era la empuñadura de la espada, el aislamiento indispensable.

    Pero yo estaba todavía físicamente débil y el enlace no pudo continuar mucho tiempo. Regis se apartó. Callina seguía unida a mí.

    No tengo la menor idea de cuánto tiempo duró aquel intervalo, pero, con una rapidez terrorífica, sentimos los dos a Regis como un clamor desesperado en nuestras mentes, y comprendimos que había desenvainado la espada.

    Y sin saber cómo, nos vimos en el gran patio del Castillo Comyn, y frente a nosotros el trío capaz de manejar la espada Sharra: Kadarin, Thyra y Dyan Ardáis.

    La lucha fue espantosa. Pero la espada de Sharra quedó vencida, rota, y el poder de Sharra desapareció de este mundo para siempre.

    Regis empuñaba aún la espada de Aldones. Estaba todavía blanco y tembloroso, pero su rostro era como el rostro de un dios.

    Y entonces, vi que Dio Ridenow salía de la Torre de la Guardiana, despacio, ofuscada, como una sonámbula. Pero yo no podía pensar en Dio porque Callina estaba a mi lado. La tomé en mis brazos y todo mi deseo murió cuando vi que tenía frente a mí los fríos ojos de Ashara.

    Debería haberlo comprendido mucho antes.


    CAPÍTULO XVI


    Transcurrió sólo un momento y volvió a ser nuevamente Callina, aferrada a mí, llorando; pero yo había visto aquello y sabía ya. Mi brazo cayó sin fuerzas y me quedé mirando con horror mientras ella se alejaba desoladamente.



    ―Sharra ―la oí susurrar―, Sharra... No sirvió para nada, no sirvió para nada y no puedo vivir...
    ―Por la traición no puedes vivir, Asilara ―dijo Dio enfrentándose airadamente con la maga―. No puedes vivir condenando a otro ser como condenaste a Callina. Fracasaste porque Lew era demasiado humano y porque Callina no era bastante humana.

    Enloquecido, me lancé hacia la figura que temblaba ante Dio. En mis brazos, unas veces era Callina y otras Ashara, y Callina otra vez, hasta que desapareció de improviso.

    ―Dio ―sollocé lanzándome a sus brazos como un niño herido― Dio, ¿es que me he vuelto loco?

    Había lágrimas en el rostro de Dio.

    ―Traté de decírtelo muchas veces. Ashara no era un ser real, lacia generaciones que no lo era. ¿No te extrañó que la habitación de su torre pareciera ser tan inmensa? Es que no se encontraba en absoluto en la Torre. La puerta azul era una matriz, una entrada a cualquier otro sitio. Ella misma no era más que una forma de pensamiento. Vivía en la matriz, y siempre que la dejaba, para ocupar su puesto en el Consejo Comyn, entraba en el cuerpo de una de las Guardianas. Por nacimiento, era una Alton, aunque no instalaba su foco en las mentes, sino en los cuerpos vivos de las Guardianas. Pero su poder estaba desvaneciéndose. Ahora, ya no podía proyectar su propia forma en los cuerpos de ellas, sino únicamente controlar sus mentes. E incluso ese poder se le estaba escapando. Habría hecho cualquier cosa por recuperarlo. Dio jadeó un poco. Luego, prosiguió: ―Yo iba a ser Guardiana, pero podía comprender un poco lo horrible que eso era, lo que ella necesitaba de mí. Le pedí a Lerrys que me llevase a Vainwal. ¿Por qué crees que me arrojé en tus brazos?Al final llegué a quererte, pero al principio sólo quería ser inadecuada para ella. Callina, la verdadera Callina, hace días que murió. Murió al negarse a entrar en contacto contigo delante de Ashara. Porque sabía que eso era tanto como darle poder a Ashara sobre tu cuerpo y tu cerebro.

    En aquel momento, irrumpió el alba a la par que un estallido ruidoso. Rafe y Regis entraron corriendo en el patio.

    ―Lew ―gritó Rafe ásperamente―. Ven en seguida. Han encontrado a Marja, viva.

    Fuimos a toda prisa al hospital donde la estaban cuidando. Me incliné sobre el lecho de la niña. Parecía estar muerta. Su respiración era casi imperceptible y estaba sumida en un profundo trance. Dio y Regis me ayudaron a formar por última vez aquel encadenamiento en triángulo que era lo único que podría salvar a la criatura.

    La niña se agitó por fin en mis brazos y se despertó quejándose de que tenía hambre.

    Dos horas más tarde, lavados, vestidos y comidos decentemente, formábamos un grupo de personas respetables alrededor de la mesa de Lawton en el cuartel general terráqueo.

    A mí personalmente, me explicó la situación.

    ―He recibido instrucciones del Imperio. Voy a instaurar aquí un gobierno provisional al mando de Hastur, el Regente, no el muchacho. Hastur es un hombre íntegro y honrado, y el pueblo confía en él. Usted, joven Regis ―añadió dirigiéndose al nieto del anciano―, será probablemente el que lo suceda. En la época en que llegue a tener la edad de su abuelo, el pueblo estará psicológicamente maduro para elegir a sus propios gobernantes. En cuanto a ti, Lew Alton...
    ―Conmigo no cuentes para nada ―dije lacónicamente.
    ―Como quieras. Puedes elegir entre el exilio o permanecer aquí y ayudar a restaurar el orden.

    Regis me dijo seriamente: ―Lew, el pueblo necesita jefes darkovianos. Gente que se entregue por completo a la tarea. Lawton hará todo lo que pueda, pera él ha sido un hombre de Tierra toda la vida. Miré con pena al joven Hastur. Yo había caminado toda mi vida entre dos mundos, acusado por cada uno de ellos de pertenecer al otro. Ninguno de los dos confió en mí nunca del todo.

    ―Te advierto que, si te vas, es para siempre ―me dijo Lawton―. Tus propiedades serán confiscadas. Y no se te permitirá volver. No queremos aquí más gente como Kadarin.
    ―Me iré. Únicamente deseo tres cosas. ¿Podré tenerías?
    ―Eso depende; espero que sí.

    Agarré a Dio por la mano.

    ―Casarme con ella conforme a las costumbres de nuestro pueblo, legalizar los papeles de adopción de Marja y tener un pasaporte que nos autorice a recorrer el espacio a cuatro personas.

    Pues a Andrés no podía hacerle gracia la perspectiva de que los terráqueos quisieran detenerlo por culpas pasadas.

    Regis preguntó:

    ―¿A dónde iréis?

    Rodeé a Marja y a Dio con mis brazos.

    ―Cuanto más lejos, mejor ―dije.

    Lawton se quedó mirándome. Por un momento, pensé que iba a protestar. Pero luego cambió de idea, sonrió con su manera amistosa y reservada y se puso en pie. En su actitud había al mismo tiempo despedida y dolor.

    ―Yo me encargaré de arreglarlo todo ―dijo.

    Tres días más tarde, estábamos en el espacio.

    ¡Darkover! ¡Sol sangriento! ¿Qué ha sido de ti? Mi mundo es hermoso, pero, cuando el sol se pone, me acuerdo a veces de las Torres de Thendara y de las montañas que conocí de niño. Un exilado puede ser feliz, pero no es ni más ni menos que eso: un exilado. ¡Darkover, adiós! ¡Eres nada más y nada menos que eso: Darkover!


    FIN

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