Publicado en
enero 30, 2011
Con tantos años de experiencia en los Alpes- A Kurt Visel jamás le pasó por la mente que un día quedaría atrapado en las montañas.
Kurt Visel yace gravemente herido en el glaciar. Durante más de una semana ha luchado contra su desesperanza.
Por Gregor SanderKurt visel se despierta a medianoche al sentir una piedra debajo de su saco de dormir. El barbudo alpinista se orienta de inmediato: se encuentra en el Tirol del Sur. En el glaciar Gioveretto, macizo Ortler. Es una noche tranquila. Del otro lado del glaciar, a cinco kilómetros escasos, tres luces parpadean. Visel sabe que provienen del chalé Enzian, el hotel Schoenblick y el chalé Zufall. También sabe que en esos momentos hay gente allí. Gente que podría salvarlo. El alpinista de 46 años ha observado estas luces durante nueve noches seguidas. Y con los binoculares puede ver los chalés en el día. Nadie sabe que está aquí desde hace más de una semana. Ningún montañista se imagina el drama que tiene lugar al otro lado del precipicio.
Visel recuerda su caída, ocurrida un miércoles nublado, el 30 de agosto de 2000. Después de caminar varias horas, se detiene en un campo de nieve sobre el glaciár. Se ata los crampones a las pesadas botas de montañismo y para cerciorarse de que estén bien fijados golpea dos veces la nieve con los pies. Visel, amante de la naturaleza, desea ir un poco cuesta abajo por el glaciar, el cual desciende abruptamente ante él, para tomar fotografías. Sólo las filosas rocas negras y los salientes serrados interrumpen la blancura del hielo. ¡Qué vista tan fantástica!, piensa Visel, y comienza a bajar.De pronto sucede, en una fracción de segundo. Su pie choca con una piedra. Se le tuerce el tobillo. Pierde el equilibrio y se precipita hacia el frente. Los crampones se deslizan sobre la pendiente. Visel va dando tumbos.Cae cerca de 25 metros, y entonces se golpea la espalda con una de las muchas rocas que sobresalen del hielo. Su mochila ayuda a amortiguar el golpe. Visel sigue resbalando varios metros más. Cuando se detiene, está totalmente aturdido.Poco a poco trata de levantarse, pero su pierna derecha no soporta el peso. Cae otra vez, aunque ya no siente dolor. Se revisa y ve que al parecer tiene fracturados el tobillo derecho y el antebrazo izquierdo. Tiene raspaduras y cortaduras en los brazos y las palmas de las manos. La muñeca en la que minutos antes llevaba el reloj muestra una herida profunda que no para de sangrar. Tranquilízate, se dice a sí mismo, como se lo diría a sus tres hijos. Pase lo que pase, no pierdas el conocimiento. Se venda las heridas lo más rápido que puede. Irónicamente, la única razón por la que lleva vendas y yeso es para auxiliar a otros alpinistas. Nunca le pasó por la mente que él sería quien necesitara ayuda.Visel busca en su mochila y saca una pistola para disparar bengalas. Al intentar cargar la primera de las 12 bengalas que lleva consigo, las manos le tiemblan y se le cae. No te desesperes, piensa. Por fin consigue cargarla y la lanza. Observa cómo se eleva en el aire y arde en medio de una intensa luz roja, para luego extinguirse lentamente. Lanza otras cinco bengalas. En los Alpes, seis bengalas en un minuto son la señal de emergencia, y Visel se esfuerza por dispararlas una tras otra, pero es difícil hacerlo con las manos heridas y vendadas.VISEL ENVÍA LA SEÑAL dos Veces y ya no le quedan bengalas. Al cabo de un par de horas se da cuenta de que tal vez no alcanzaron la altura suficiente y de que nadie las ha visto. Comienza a recriminarse al caer la noche. ¿Por qué no guardaste algunas bengalas? Faltan tres días para el fin de semana, y quizá llegarán más alpinistas que hubieran podido ver la señal.
En eso oye un rugido sordo. De repente pasan rodando junto a él rocas enormes. Es un derrumbe. ¡Debo encontrar un lugar seguro!, se dice, mirando hacia lo alto de la pendiente. Lo separan menos de 100 metros del sendero por donde iba, una distancia corta realmente. Sin embargo, con la pierna fracturada, es como si fueran 100 kilómetros. No lo lograrás, piensa. Y si caes de nuevo, todo habrá terminado.
Infierno de hielo- Visel tomó esta fotografía desde su campamento. Esperaba que su linterna llamara la atención de alguien.
Así que se arrastra otros seis metros, jalando con una sola mano su pesada mochila, que contiene el saco de dormir y ropa térmica. Los va a necesitar. Con mucha dificultad llega hasta un saliente y acondiciona un espacio para pernoctar. Le pasan por la mente algunas recomendaciones básicas: Cuídate de las rocas que se desprenden y caen. Manténte seco. Para evitar que el saco de dormir se humedezca, debajo de éste extiende sus pantalones de alpinismo, la envoltura del mismo saco y una bolsa de plástico. Luego se mete en el saco con los zapatos puestos. Le quedan cuatro de las cinco barras de granola que llevaba al principio. Pero no tiene hambre. Es más importante evitar deshidratarse. Visel está completamente exhausto; el sueño lo vence y le brinda un poco de alivio.PERO esa primera noche alterna el sueño con la vigilia. Casi no siente dolor. Ve cuando raya el alba, el jueves, y se pasa somnoliento toda la mañana. Hacia el mediodía le caen en la cara unas gotas de agua. Lluvia. Visel no pierde la calma y reacciona de manera casi mecánica. Saca su impermeable y se cubre a sí mismo y al saco de dormir. Nada más no te mojes, manténte caliente.
Por la tarde sale el sol. Se arrastra para liberarse del saco y dejarlo secar. Se da cuenta de que el fondo está lleno de sangre. Al revisar los vendajes se descubre una gran herida en la pierna derecha. ¡Es curioso que no me duela!, piensa. Se aplica una pomada antiséptica y se pone gasas. Es como si su cuerpo hubiera desconectado los sensores del dolor.El viernes no es muy diferente. Visel se ha vuelto experto en recolectar agua del hielo y la nieve. Pasa mucho tiempo dentro del saco de dormir. Por la tarde toma un trozo de papel de su mochila y comienza a escribir. Aunque las heridas de las manos lo obligan a hacerlo despacio, es una buena manera de distraerse, de dejar mirar todo el tiempo la blanca y solitaria pendiente.Ha pasado el fin de semana. Visel tenía la esperanza de que con él llegara la ayuda. Hizo sonar su silbato y gritó una y otra vez pidiendo auxilio, pero fue en vano. El sabe lo que esto significa. Tendrá que esperar cinco días más a la intemperie, con una pierna fracturada y sin alimentos, hasta que llegue el siguiente fin de semana. Lo han abatido la tristeza y la rabia que siente por la situación y por sí mismo. El domingo termina la carta para su familia:A mis padres e hijos:
Es la cuarta noche que paso a la intemperie. Ya se acabaron mis barras de granola. Lo único que me queda es un trozo de dulce, pero todavía tengo agua. Por supuesto, hay suficiente hielo y nieve, pero estoy empezando a perder las esperanzas de que alguien me encuentre este fin de semana. Nadie en el valle puede oír mis gritos. El sonido impetuoso del agua que corre en los arroyos lo ahoga todo, aunque de vez en cuando oigo cencerros, quizá de ovejas, y ladridos de perros. Sin embargo, es posible que todo esto sean alucinaciones. No lo sé, pero no renunciaré a mi voluntad de vivir. Quiero vivir lo más que pueda. Tal vez el Señor me ayude a salir de aquí. No puedo subir ni bajar la montaña por mí mismo. Mi pie me lo impide. Ya es lunes, y espero pacientemente a que llegue la ayuda. Estoy rezando mucho y anhelo estar en casa con ustedes, mis padres e hijos. Los quiero mucho a todos.
Con cariño, Kurt y papá.
YA ES EL SEGUNDO JUEVES en este infierno de hielo. Visel tiene una sensación de pesadez en la cabeza. Los ocho días y noches que ha pasado aquí le parecen irreales. Lo cubre el manto de la noche y lo rodean los despiadados Alpes. Visel, técnico electricista de la ciudad de Neustetten, al suroeste de Alemania, viene regularmente a escalar a esta parte del Tirol del Sur desde hace 14 años. Nunca habría sospechado que sus adoradas montañas se convertirían en una trampa.
Ocho noches, se dice. Mañana será viernes de nuevo. Tal vez alguien venga este fin de semana. Sabe que no podrá resistir mucho más.Visel piensa en la casa de sus padres, que desde que se divorció ha vuelto a ser su hogar. Lo consume la añoranza por todos los pequeños detalles, pero también la preocupación por su padre, que tiene cáncer y vivirá poco. Quisiera despedirse personalmente de él. Asimismo, piensa en sus hijos, Markus, Melanie y Michael. Visel ha escrito cinco cartas en total y un breve testamento, en caso de que luego ya no tenga fuerzas. En caso de que pierda la batalla.Con estos pensamientos se queda dormido de nuevo, en la novena noche. Por la mañana se incorpora y se pone un poco de nieve en la boca, que derrite con las encías.En eso oye voces. ¡Es gente hablando! Por primera vez, los ojos se le llenan de lágrimas. Les grita:—¡Ayúdenme, ayúdenme!Y hace sonar su silbato con todas sus fuerzas.De pronto alcanza a distinguir a una persona arriba, al filo de la pendiente, y luego a otra. Seis hombres están de pie allí. Pertenecen a un equipo de jugadores de boliche que cada año vienen de excursión desde el centro de Alemania. Los hombres quieren descender por la pronunciada pendiente para llegar a donde se encuentra él.—¡No! ¡Es demasiado peligroso! —les advierte Visel—. ¡Avisen equipo de rescate de montaña!HANS UNTERTHINER, socorrista del equipo de rescate aéreo estatal de la ciudad de Brixen, y Wolfgang Fleischmann, del servicio de rescate de montaña del Club Alpino del Tirol del Sur, escudriñan el glaciar desde un helicóptero, pero no ven a nadie. Finalmente, después de 45 minutos, dan con los jugadores de boliche, que han tenido que alejarse de la pendiente porque allí su teléfono celular no recibe señal. Unterthiner y Fleischmann le piden a uno de los hombres que los acompañe en el helicóptero. Pronto encuentran sobre la nieve las huellas de los alpinistas y las siguen hasta donde yace Visel.
Si bien han transcurrido muchas horas, no son nada comparadas con nueve días. Al fin Visel oye el ruido del rotor y ve el helicóptero. Se apoya en la pierna sana y agita la bolsa de plástico con la que ha protegido su saco de dormir.El helicóptero se encuentra justo por encima de él. Unterthiner baja cuidadosamente.—¿Hoy estamos a 8 de septiembre? —es lo primero que pregunta el herido, como si apenas pudiera creer que sobrevivió nueve días en un glaciar.Una grúa los sube a él y al socorrista al helicóptero.Hablaba y hablaba sin parar, y cuando no lo hacía, estaba riendo o llorando, recuerda Fleischmann. Agrega que al principio no daba crédito a su historia. "¿Realmente es posible sobrevivir así en un glaciar durante nueve días?"
A salvo- Visel en el hospital, con 13 kilos menos, pero feliz.
A los médicos del Hospital Franz Tappeiner, en el cercano poblado de Meran, también les cuesta trabajo creerle a Visel cuando les dice cuánto tiempo estuvo atrapado en el glaciar.—Tuvo suerte —le comenta el doctor Markus Kuenig, cirujano de la sala de emergencias—. Si la fractura expuesta se hubiera infectado...Guarda silencio. Visel sabe lo que el cirujano iba a añadir. Le dan una taza de té y una galleta. Ha bajado 13 kilos y sus fracturas requieren operación. Pero Visel quiere esperar y someterse a ella en un hospital de la región donde vive. Desea reunirse con su familia. La enfermera le lleva un teléfono. Su hija Melanie está en la línea, y Visel escucha su voz entrecortada.—¿Pueden venir por mí? —pregunta él.—Sí, papá, iremos por ti y te traeremos a casa de inmediato.