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septiembre 19, 2010
Por Eva Van Den Berg, Fotografías de Juan Manuel García RuízEl asunto de estos biomorfos empezó por pura casualidad. Fue hace más de 25 años, cuando el cristalógrafo Juan Manuel García Ruiz, profesor de investigación en el Laboratorio de Estudios Cristalográficos (LEC) del CSIC, en Granada, hacía su tesis en la Universidad Complutense de Madrid sobre cristalización en geles. Durante el proyecto, el investigador encontró de manera fortuita unas estructuras cristalinas que se apartaban de lo que siempre había visto. Sus formas rompían la mor-fología típicamente asociada a los cristales: las esperadas líneas rectas habían sido sustituidas por curvas que imitaban la simetría propia de los organismos vivos. García Ruiz les adjudicó el nombre de biomorfos, recuperando un término que el zoólogo británico Richard Dawkins acuñó hace años para definir formas bidimensionales que evolucionaban virtualmente en su ordenador.
Al cristalógrafo le costó trabajo convencer a la comunidad científica de que esas estructuras curvas se generaban de forma espontánea. «Cuando enviaba mis artículos científicos para publicar, solían decirme que seguramente mis experimentos estaban contaminados biológicamente», recuerda. No había información previa al respecto. Las únicas referencias científicas que encontró sobre esas y otras estructuras similares ofrecían una interpretación errónea, refiriéndose a ellas como formas muy primitivas de vida sintética.Pero a él esa explicación no le parecía plausible. «En absoluto. Los cristales son estructuras inorgánicas. Los biomorfos no están vivos», subraya. Este cristalógrafo sevillano, al que ya seguimos en las páginas de la revista durante sus estudios en el desierto mexicano de Chihuahua sobre los cristales gigantes de Naica (véase «Megacris- tales en Naica», noviembre 2006), no cejó hasta probar que algunos cristales, a los que se refiere como «materiales cristalinos con cur-vatura continua», demuestran, según sus palabras, que efectivamente existe una convergencia entre las formas de la vida y las formas de los materiales cristalinos inorgánicos, y que no existe una división marcada y nítida entre el mundo morfológico de la simetría de la vida y el de la simetría cristalina, de lo inorgánico. Para llegar a esa conclusión, el investigador ha observado en su laboratorio el crecimiento de cristales de carbonato obtenidos sintéticamente hasta com-probar y documentar cómo se generan esas formas propias de los seres vivos.El tema es complejo, desde luego. El quid de la cuestión, o uno de ellos, es que hasta ahora todas las formas curvas halladas en la naturaleza res-pondían a patrones biológicos. Las conchas y los huesos, por ejemplo, se generan a demanda de un ser vivo. El material genético de un caracol contiene las órdenes necesarias para que este molusco cree su típico y necesario caparazón, fruto de una larga historia evolutiva. Pero en el reino inorgánico, donde la biología no tiene lugar, todo lo que sucede es pura química, que en el caso de los cristales determina sus formas, establecidas por el ordenamiento interno de las moléculas. No existe ninguna estrategia adaptativa ligada al proceso de selección natural. Todo lo que ocurre es fruto de una reacción entre distintos elementos de la labia periódica.Lo que ha pasado en el laboratorio de García Ruiz es que los cristales de carbonato que ha estudiado contienen cristalitos recubiertos de sílice, y lo que desencadena el proceso de generación de las formas biomorfas es la reacción química entre ambos minerales. «El detonante es el acoplamiento entre la precipitación del sílice y el carbonato -explica-. A consecuencia de ello, el cristal inicial se rompe en millones de cristalitos que se autoorganizan constituyendo láminas.» Después, esas láminas inician lo que el cristalógrafo define como mecanismo del rizo, un proceso a lo largo del cual se crean las formas de curvatura continua.García Ruiz ha generado cristales sintéticos porque las condiciones químicas del experimento en cuanto a alcalinidad y concentración de sílice son propias de ambientes muy extremos. «Estos biomorfos de sílice carbonato son geoquímicamente posibles aunque todavía no han sido hallados en la naturaleza. Es posible que existan en las aguas alcalinas del Rift Valley, en Kenya, y en fumarolas submarinas como las de Lost City, un campo de chimeneas hidrotermales situado en el centro del océano Atlántico. Me propongo comprobarlo», afirma.Mientras tanto, el científico andaluz extrae interesantes conclusiones de su experimento. Una de ellas es que ni la morfología, ni incluso la química, pueden ser utilizadas como criterio único para buscar formas de vida primitivas, ya que, como él mismo ha demostrado... no todo lo que es curvo está vivo. Los biomorfos de García Ruiz también aportan ciertos patrones de formación extrapolables a las estructuras de conchas y de huesos sobre las que existe un gran desconocimiento. Cuando los encuentre en la naturaleza, seguramente los biomorfos le revelarán nuevas peculiaridades propias de un universo inorgánico de lo más singular. Estas imágenes fueron tomadas con un microscopio de barrido de emisión de campo de alta resolución en el Centro de Instrumentación Científica de Granada. La imagen de la izquierda presenta un biomorfo de tipo fractal. Las otras dos muestran detalles de estructuras: la del centro está aumentada 6.450 veces su tamaño real y la de la derecha, 13.440 veces.
En el Laboratorio de Estudios Cristalográficos de Granada, García Ruiz (de espaldas) y dos de sus colaboradores observan un biomorfo en la pantalla. El cristalógrafo, junto con su colega Stephen Hyde, de la Universidad Nacional de Australia, ha demostrado que para detectar formas de vida primitivas, la morfología no es un criterio fiable.Los biomorfos, formados por millones de nanocristales, son microestructuras inorgánicas de una gran fuerza estética que presentan curvaturas continuas y una geometría precisa.Estas imágenes de distintas estructuras de biomorfos presentan tonalidades que han sido obtenidas mediante polarizadores cruzados y otros filtros, lo que ha generado estos efectos cromáticos tan llamativos al interferir la luz en los cristales de carbonato. La cruz dental que divide y separa los tonos azules y rojos se denomina crus de Malta.Las estructuras cristalinas de los biomorfos imitan formas que encontramos en el mundo orgánico, líneas curvas que se asemejan a hojas, corales o conchas, entre otros perfiles. Sobre estas líneas, una imagen que el autor denomina FIESTA, donde se aprecia el mecanismo del rizo. Aquí, las líneas rectas típicas de los minerales brillan por su ausencia.Parecen estrellas de mar u hojas bellamente decoradas. Sin embargo, se trata de infinidad de cristales que se han autoorganizado en estructuras dispuestas radialmente. La superficie lisa de los biomorfos es una cubierta de silice que esconde millones de nanocristales de carbonato, los cuales, a modo de miniladrillos, construyen su armazón.Fuente:
NATIONAL GEOGRAPHIC - ESPAÑA - DICIEMBRE 2009