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agosto 29, 2010
Como es bien sabido, "el hombre sabio" viene "del Oriente"; y como Mr. Chiflado Cabeza-de-Bala viene del Éste, se deduce que Mr. Cabeza-de-Bala era un sabio; si se necesita la prueba correspondiente, aquí la tenemos: Mr. B. era un director de periódico. La irascibilidad era su única flaqueza; y de hecho, la obstinación de que le acusaban los demás no era más que flaqueza, ya que él la consideraba justamente como su fuerte. Era su punto fuerte, su virtud; y hubiérase necesitado toda la lógica de un Brownson para convencerle de que era "cualquier cosa".
He demostrado que Chiflado Cabeza-de-Bala era un hombre sabio; y la única vez en que no dio prueba de su infalibilidad fue cuando, abandonando lo que es el hogar legítimo para todo hombre sabio, el Oriente, emigró a la ciudad de Alejandro-el-Grande-o-Nopolis, o hacia algún lugar de nombre parecido en Occidente.
Sin embargo he de hacerle justicia, diciendo que, cuando finalmente tomó la decisión de detenerse en esa ciudad, estaba bajo la impresión de que no había ningún diario, y en consecuencia, ningún director, en aquella parte del país. Con la fundación de La Tetera esperaba tener todo el campo libre para sí mismo. Tengo la seguridad de que nunca había soñado en fijar su residencia en Alejandro-el-Grande-o-Nopolis hasta enterarse de que allí vivía un caballero llamado John Smith (si no me falla la memoria), quien durante muchos años había descansado tranquilamente, engordando, mientras editaba y publicaba La Gaceta de Alejandro-el-Grande-o-Nopolis. Así fue como, a causa de una mala información, Mr. Cabeza-de-Bala se encontró en Ale... —en adelante diremos Nopolis, para abreviar—, pero al encontrarse allí, decidió sostener su resolución por obsti...—por firmeza—, y se quedó. Se quedó; e hizo más: desempaquetó sus prensas, tipos, etc.; alquiló una oficina exactamente enfrente de La Gaceta, y a la tercera mañana de su llegada salía el primer número de La Tetera de Alejan... —es decir, La Tetera de Nopolis—, según puedo recordar; éste era el nombre del nuevo periódico. El artículo de fondo, he de admitirlo, era brillante, por no decir severo. Era de una amargura especial sobre ciertas cosas generales, y en lo que se refiere al director de La Gaceta, en particular, lo despedazaba. Alguna de las observaciones de Cabeza-de-Bala eran verdaderamente tan feroces, que desde entonces me vi obligado a considerar a John Smith, que aún vive, bajo el aspecto de una salamandra. No pretendo dar todos los artículos de La Tetera verbatim, pero uno de ellos dice así:
"¡Oh, sí! ¡Oh, nos damos cuenta! ¡Oh, no hay duda! El director de enfrente es un genio. ¡Oh, señor mío! ¡Oh, misericordioso! ¿Qué palabra viene a nuestros labios? Oh témpora! Oh mores!"
Una filípica de corte tan clásico y de tanta causticidad, estalló como una bomba entre los hasta entonces pacíficos ciudadanos de Nopolis. Grupos de individuos excitados se reunieron en las esquinas de las calles. Todos esperaban ansiosos la réplica del digno Smith. A la mañana siguiente apareció lo siguiente:
"Citamos de La Tetera de ayer el adjunto párrafo: "¡Oh, sí! ¡Oh, nos damos cuenta! ¡Oh, no hay duda! El director de enfrente es un genio: ¡Oh, señor mío! ¡Oh, misericordioso! Oh témpora! Oh mores!" Y es que el compañero es todo O. No dice nada de los motivos de su razonamiento en círculo, ni tampoco aclara por qué no tiene principio ni fin. Realmente creemos que el vagabundo no puede escribir una palabra que no tenga O. ¿Acaso es un hábito suyo eso de las oes? Entre tanto, él se retira allá, hacia el Oriente, a toda prisa. ¿Podemos preguntar si él es tan O como aquí lo da a entender? ¡O! ¡Es triste!"
No intentaré hablar de la indignación de Mr. Cabeza-de-Bala ante estas escandalosas insinuaciones. Referente a las razones del desollador de vivos, sin embargo, no pareció muy enfadado ante el ataque contra su integridad, como alguien podría imaginar. Lo que le desesperaba era su estilo sarcástico. ¡Cómo! ¿Qué él, Chiflado-Cabeza-de-Bala, no era capaz de escribir una palabra sin una O en ella? Pronto vería aquel chupatintas que estaba absolutamente equivocado. ¡Sí! ¡Haría ver claro a aquel necio todo lo equivocado que estaba! Él, Chiflado-Cabeza-de-Bala, de Frogpondium, le haría ver a Mr. John Smith que él, Cabeza-de-Bala, podía redactar, si se lo proponía, un párrafo entero— ¡qué!, un artículo entero —en el que la condenada letra no apareciese ni una vez, ni una sola vez. Pero no; ¡para qué ser complaciente con un capricho de John Smith! Él, Cabeza-de-Bala, no iba a introducir ninguna alteración en su estilo para saciar un capricho de un cualquiera Mr. Smith de la cristiandad. ¡Perezca un pensamiento tan vil! ¡La O para siempre! Él permanecería en la O. Sería tan o, tan o como puede uno serlo.
Excitado con esta caballeresca determinación, el gran Chiflado, en la siguiente Tetera, publicó este mero pero sencillo y decidido párrafo en relación con el desdichado asunto:
"El director de La Tetera tiene el honor de advertir al director de La Gaceta que él (La Tetera) aprovechará una oportunidad, mañana, en el periódico, para convencerle (a La Gaceta) de que él (La Tetera) puede y desea ser su propio maestro en lo referente al estilo; que él (La Tetera) intenta mostrarle (a La Gaceta) el supremo y real desprecio que la crítica de él (La Gaceta) inspira al espíritu independiente de él (La Tetera), al componer para la especial gratificación (¿?) de él (La Gaceta) un artículo de fondo, de alguna extensión, en el que la bella vocal —emblema de la Eternidad—, tan ofensiva, no obstante, para la hiperexquisita sensibilidad de él (La Gaceta), no será por cierto suprimida por él (de La Tetera), su más obediente y humilde servidor, La Tetera. Eso por lo que se refiere a Buckingham."
En cumplimiento a la terrible amenaza, más oscuramente insinuada que decididamente enunciada, el gran Cabeza-de-Bala no hizo caso a todas las súplicas de "original" y pidió a su regente que "se fuera al d..." cuando él (el regente) le aseguró a él (La Tetera) que ya era hora de terminar la redacción: no haciendo caso, repito, el gran Cabeza-de-Bala estuvo sentado hasta que rompió el alba, consumiendo el aceite nocturno y absorto en la redacción del párrafo inigualable que sigue:
"Así, ¡oh John!, ¿qué pasa? ¡Habla usted demasiado!, ¿sabe? ¡Usted fue cuervo en otros tiempos; ¿sabe su madre que usted ha escapado? ¡Oh, no, no! ¡Vuelva a su hogar, ahora, inmediatamente, a su odioso y viejo bosque de Concord! ¡Vuélvase a sus bosques, vieja lechuza, pronto! ¡Cómo que no! ¡Oh!, ¿por qué, por qué, por qué no, John? ¡Usted sabe que no tiene otra posibilidad! Inmediatamente, no se haga de rogar; ninguno de los suyos está junto a usted. Usted lo sabe. ¡Oh, John, John, si usted no se va en seguida a su casa, no...! ¡Usted no es más que un pájaro, un búho; un toro, un cerdo; un muñeco, un tronco; un pobre viejo, bobo, vago, perro, leño, sapo! ¡Lárguese al pantano de Concord! ¡Frío! ¡Ahora! ¡Frío! Está frío, loco, ¡ninguno de sus cuervos, viejo gallo, está junto a usted! ¡No arrugue el entrecejo! ¡No quiero ni chillidos, ni aullidos, ni gruñidos! ¡Santo Dios, John, cómo mira usted! ¡No grite tanto, usted lo sabe, y deje descansar su pluma de ganso, arrancada de un viejo palmípedo, y váyase y ahogue sus penas en un vaso!"
Agotado, naturalmente, por tan ingente esfuerzo, el Gran-Chiflado sólo esperó a que llegase la noche. Firme, compuesto, aunque con un aire de poder consciente, dio aquel original al diablo que estaba esperando, y después, caminando lentamente hacia su casa, se metió con inefable dignidad en el lecho.
Entre tanto, el diablo a quien se había entregado el manuscrito subió las escaleras de su "caja" con una prisa enorme y empezó a componer el texto.
En primer lugar, como la primera palabra era "so"1, se lanzó hacia las eses mayúsculas, agujereó una s y salió en triunfo con esta mayúscula. Enardecido con este éxito, inmediatamente fue a coger una o minúscula con una gran impetuosidad; pero ¿quién podría describir su terror cuando sus dedos aparecieron sin la letra mencionada? ¿Quién podría pintar su asombro y rabia al ver que había golpeado, sin querer, con sus articulaciones en el fondo de una caja vacía? No había ni siquiera una o minúscula en la caja de las oes; y, mirando, lleno de terror, a la caja de las oes mayúsculas, vio, palideciendo, que allí ocurría algo muy similar. Asustado, su primer impulso fue acudir al regente.
— ¡Señor! —dijo tartamudeando— , no me ha sido posible sacar ni una sola o de su caja.
— ¿Qué quieres decir con eso?—gruñó el regente, que estaba de muy mal humor por haberse tenido que quedar tanto tiempo.
— Lo que digo, señor, que no he encontrado ni una o en la oficina, ¡ni siquiera para construir un corto no!
— ¿Entonces..., entonces, el diablo..., se las ha llevado todas de la caja?
— Yo no lo sé, señor —dijo el muchacho—, pero uno de esos diablos de La Gaceta ha estado por aquí dando vueltas toda la noche, y sospecho que las ha llevado todas.
— ¡Que lo asen! No lo dudo...—replicó el regente, encendiéndose de rabia—; pero te digo que tú, Bob, que eres un buen muchacho, en la primera ocasión, les robas a ellos, ¡qué el diablo los lleve!, sus zetas.
— Lo haré—contestó Bob, con un guiño y frunciendo el entrecejo—, lo haré, y así sólo podrán hacer una o dos cosas; pero entre tanto, ¿qué hago con el artículo? Tiene que estar para esta noche, usted lo sabe..., y si otro diablo no me ayuda... yo...
— Y no hay ni una gota de pez caliente—interrumpió el regente, suspirando profundamente y pronunciando con énfasis "gota"—. ¿Es muy largo el artículo, Bob?
— No puede considerarse muy largo— dijo Bob.
— Ah, entonces bien; hazlo como puedas. Tiene que entrar en la prensa —dijo el regente, que ya estaba hasta la coronilla—. Pon en su lugar alguna otra letra; de todos modos, nadie lo notará.
— Muy bien —replicó Bob—. ¡Lo haré!
Y se marchó corriendo hacia la caja, mientras murmuraba: "Estupendo; un hombre no puede reparar en una letra más o menos. Y delante de sus narices les voy a quitar sus zetas, y ¡que se vayan al diablo! ¡Muy bien!
El hecho es que, aunque Bob no tenía más que doce años y sólo medía cuatro pies de altura, era igual a cualquiera en la lucha, cuando llegaba la ocasión.
Lo sucedido suele ocurrir a veces en las imprentas; no puedo decir por qué, pero es indudable que cuando ocurre algo así, casi siempre se echa mano de la x para sustituir la letra que falta. Tal vez la verdadera razón es que la x es la letra más abundante en las cajas, o al menos así se hacía en los viejos tiempos, para que la sustitución en cuestión fuera una cosa habitual entre los impresores. Bob, por su parte, consideró heterodoxo el emplear cualquiera otro de los caracteres en un caso semejante, que no fuese la x, a la que se había acostumbrado.
—Compondré este artículo con x —se dijo a sí mismo, mientras lo leía asombrado—; pero este artículo se trata de una broma, por la cantidad de oes que lleva: nunca he visto tantas.
Y así empleó firmemente la x, y lleno de x fue a la prensa.
A la mañana siguiente la población de Nopolis se quedó atónita al leer en La Tetera el extraordinario artículo de fondo:
"Así, xh, Jxhn, ¿qué pasa? ¡Habla usted demasiadx!, ¿sabe? ¡Usted fue cuervx en xtrxs tiempxs; ¿sabe su madre que usted ha escapadx? ¡Xh, nx, nx! Vuelva a su hxgar, ahxra, inmediatamente, a su xdixsx y viejx bxsque de Cxncxrd. ¡Vuélvase a sus bxsques, vieja lechuza, prxntx! ¡Cxmx que nx! ¡Xh!, ¿pxr qué, pxr qué, pxr qué nx, Jxhn? ¡Usted sabe que nx tiene xtra pxsibilidad. Inmediatamente, nx se haga de rxgar; ningunx de lxs suyxs está juntx a usted. Usted lx sabe. ¡Xh, Jxhn, Jxhn, si usted nx se va en seguida a su casa, nx...! ¡Usted nx es más que un pájarx, un búhx. un txrx, un cer-dx ; un muñecx, un trxncx; un pxbre viejx, bxbx, vagx, perrx, leñx, sapx! ¡Largúese al pantanx de Cxn-cxrd! ¡Fríx, ahxra! ¡Fríx! Está fríx, lxcx, ningunx de sus cuervxs, viejx gallx, está juntx a usted. Nx arrugue el entrecejx. ¡Nx quierx ni chillidxs, ni aullidxs, ni gruñidxs! ¡Santx Dixs, Jxhn, cxmx mira usted! ¡Nx grite tantx, usted lx sabe, y deje descansar su pluma de gansx, arrancada de un viejx palmípedx, y vayase y ahxgue sus penas en un vasx!"
El ruido que ocasionó este misterioso y cabalístico artículo fue inconcebible. La primera idea que se le ocurrió al populacho fue que alguna traición diabólica se agazapaba en aquellos jeroglíficos, y hubo una carrera general hacia la casa de Cabeza-de-Bala para colgarlo de una barandilla; pero no encontraron al gentleman en parte alguna. Se había desvanecido, nadie sabía cómo; y desde entonces nunca se le volvió a ver.
Un gentleman dijo que todo aquello era una broma excelente.
Otro dijo que, realmente, Cabeza-de-Bala había demostrado una fantasía eXuberante.
Un tercero dijo que no era nada más que un eXcéntrico.
Un cuarto sólo pudo suponer el propósito de los yanquis de eXpresar, de un modo general, su eXasperación.
— Yo digo, mejor, que ha dejado un eXemplo para la posteridad —sugirió un quinto.
Que Cabeza-de-Bala se había encontrado en un gran apuro era evidente, y puesto que ese director no pudo ser encontrado, se habló de linchar al otro.
La conclusión más corriente, sin embargo, fue que el asunto, simplemente, era eXtraordinario e ineXplicable. Hasta el matemático de la ciudad confesó que él no había sido capaz de aclarar un problema tan oscuro. Todos sabían que X era una cantidad desconocida; pero en ese caso (como él observó con propiedad) había una cantidad desconocida de X.
En opinión de Bob, el diablo (que se guardaba el secreto de su intervención en "el artículos de las x"), no había puesto tanta atención como pensaba que merecía aquello. Él dijo que, por su parte, no había duda sobre el asunto; que era algo muy claro que al tal Mr. Cabeza-de-Bala "nunca le pudieron convencer que bebiese como las demás gentes; estaba continuamente atareado, le hacían muy feliz XXX cervezas2. Y, por una consecuencia natural, se infló de un modo salvaje y esto le llevó al eXtremo de que le hiciesen X (cruz)”.
FIN