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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



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    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

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    LA BESTIA NO DEBE NACER (José María Bravo Lineros)

    Publicado en agosto 29, 2010
    Fiara corrió hacia el bosque, alejándose del infierno en el que se había convertido su poblado. Se internó en la espesura cada vez más, hasta que, sin resuello, se dejó caer de rodillas, llorando desconsoladamente. La muchacha tenía el pelo rubio suelto y enmarañado, y el ligero camisón blanco que la vestía dejaba adivinar las sinuosidades de su joven y esbelta figura. Su rostro era aniñado y hermoso, aunque el sufrimiento y el llanto afeaban sus rasgos.
    El ataque sobre la aldea de Fiara había sido brutal y repentino. Los tarkvaros, los piratas del helado Norte, llegaron en sus naves de recios espolones de bronce y ahusados cascos, entre cánticos y risas, vistiendo sus lórigas y pesados cascos de hierro negro y empuñando hachas de ancha hoja, largas espadas, lanzas y escudos. La muerte les acompañaba siempre, pues sus únicos objetivos eran la matanza y la rapiña.
    Los hombres de la aldea se levantaron en armas para detener la incursión, luchando con bravura, pero los piratas eran muy numerosos y diestros en la lucha. El propio padre de Fiara y todos los demás varones de la familia Varik se aprestaron a luchar contra el enemigo y murieron poco después, uno tras otro. Incluso su madre había encarado a los tarkvaros, empuñando valerosamente la lanza de su esposo para entretenerles lo suficiente para que sus hijas escaparan o se escondieran. Mas ninguna lo había logrado, salvo Fiara; sus dos hermanas pequeñas habían sido brutalmente violadas y asesinadas. Después de tal infamia, habían dejado sus cuerpos desnudos y ensangrentados dentro de la casa, arrojando teas para incendiarla. Agazapada en la despensa, Fiara aguardó angustiosamente a que todo acabara y, tras una azarosa espera que se le antojó eterna, se atrevió a salir de su escondite a rastras. El humo flotaba espeso y grasiento y las llamas rugían iracundas, abrasando la casa hasta los cimientos. Cegada por el humo, tapándose la boca y conteniendo la respiración, logró salir por una de las ventanas de la parte trasera y huyó al bosque.
    Se sentía terriblemente culpable por estar viva. Debería haber muerto junto a sus padres y hermanos; debería haberse quedado en la casa y ardido con ella. Pero el instinto de supervivencia la había empujado a huir de la aniquilación.
    Después de un buen rato dejó de llorar, cansada. Se levantó del suelo y examinó el lugar. Gruesos pinos y abetos se enclavaban en el terreno, cubriendo con sus formidables copas el cielo. El rojizo crepúsculo atravesaba débilmente las frondas con haces de luz como de bronce, declinando lentamente. Todo era quietud, una estremecedora calma que la conmovió al reparar en ella. Semejante calma hacía más absurda aún la pesadilla que había vivido y la dotaba de tintes irreales.
    Caminó en el bosque sin rumbo fijo, sin saber a dónde ir, como en un sueño apacible. La débil luz del anochecer se apagó como la llama de una lámpara exhausta y las sombras cubrieron sus ojos. La luna se alzó en el cielo y sus rayos plateados rasgaron la oscuridad, guiándola en su deambular por el bosque. De pronto, unos pasos hicieron crujir la pinocha que cubría el suelo, detrás de ella. Fiara se volvió asustada, como si despertara de un sueño. Ahogó un gritó y retrocedió, refugiando su espalda contra un árbol.
    -Ah, moza… corres como el viento -dijo una voz burlona y ruda. Su dueño era un fornido guerrero tarkvaro, vestido con pieles, cuero y una larga cota de anillos de hierro, que empuñaba una pesada hacha de doble filo en su diestra.
    Fiara abrió la boca para gritar, aterrorizada, pero se contuvo a mitad del grito. Pensó en correr, pero el miedo le atenazaba las piernas con fría y férrea garra. Al ver la mirada salaz del hombre reparó en que estaba casi desnuda; su vestido se había rasgado en la huida y dejaba ver bastante de su atractivo cuerpo. Recuperando parte de su dignidad, se cubrió lo mejor que pudo con los restos de su camisón, arrostrando con furia al hombre.
    -Me has seguido para matarme. Acaba pronto, entonces.
    El hombre se rió jactancioso, echando atrás la cabeza.
    -No seas tonta, chiquilla… no te he seguido tanto tiempo para eso. He pensado algo mejor -el tarkvaro dejó el hacha en suelo y se llevó la mano a la hebilla de su cinturón, avanzando hacia ella con evidentes propósitos.
    Fiara se apretó aún más contra el tronco. Al acercarse, el olor de aquel hombre le asaltó como una bofetada. Olía a sudor, a sangre y acero, a muerte y sufrimiento. En los ojos del hombre vio la promesa del dolor y la humillación que padecería. Cuando se le echaba encima, se revolvió desesperadamente, asestándole un súbito e instintivo rodillazo a la entrepierna. El hombre siseó una imprecación, doblándose por la cintura del vivo dolor.
    Fiara corrió presurosa, con tal ímpetu que creyó que el corazón le estallaría del esfuerzo. Los gritos de rabia del hombre le alertaron de que se había recuperado e iba tras ella, acortando con rapidez su inicial ventaja. Le oía maldecir y jadear, y sus insultos y amenazas le helaron la sangre. Corrió con todas sus fuerzas, hasta que el bosque fue un borrón oscuro y la sangre palpitó con estruendo en sus sienes.
    Su pie acabó tropezando con una de las raíces que surgían de la tierra. Trastabilló bruscamente, cayendo de bruces. Tras el fuerte golpe se quedó sin respiración, sollozando de angustia; se había rasguñado las rodillas y los codos y le dolía terriblemente el tobillo. Debía habérselo doblado, tal vez incluso roto.
    -Aquí estás, perra… -el tarkvaro, con voz entrecortada, apareció resoplando tras un árbol. Apretaba el hacha entre sus manos y su cara sudorosa y despreciable se contraía en un gesto de odio y desdén.
    -Te prometo que haré todo lo posible para que te sea doloroso, furcia; luego, te arrancaré la piel a latigazos. ¡Tú te lo has buscado!
    Fiara se arrastró, llorando, tratando de rechazar inútilmente a su agresor. Trató de morder, arañar, patear… hasta que el tarkvaro le propinó una fuerte bofetada que estuvo a punto de dejarla sin sentido. Sintió que la cabeza le daba vueltas y el gusto metálico de la sangre en sus labios. Su captor la agarró por el cuello, arrancándole el camisón, con una lúbrica mueca pintada en su rostro. Le acarició uno de sus suaves y firmes pechos con una mano, bajando la otra hacia sus caderas.
    Una poderosa mano asió súbitamente al tarkvaro por el pelo y un brazo, retirándolo con inusitada facilidad de Fiara. Ésta abrió los ojos, sorprendida. El extraño que había acudido tan sigilosa e inopinadamente en su ayuda era un hombre alto, corpulento y fornido, completamente desnudo, con el recio torso y los largos y poderosos miembros cubiertos de un vello negro y espeso. Sostenía al tarkvaro con una fuerza increíble y le dominaba sin esfuerzo aparente. Le retorció el hombro y tiró del pelo hasta que éste chilló de dolor.
    -¡Suéltame, seas quién seas! -aulló el tarkvaro, pugnando inútilmente por liberarse.
    En las ferales y severas facciones del extraño se adivinó una cruel sonrisa. Mientras el tarkvaro manoteaba inútilmente con su mano izquierda, apretó con sus largos y fuertes dedos su muñeca atrapada. Sus uñas oscuras se clavaron en la carne e hicieron surgir hilillos de sangre. Apretó más, hasta que un crujido hizo gemir de angustia al frustrado violador. La garra del extraño retorció su presa, impasible, rompiendo el hueso y rasgando los tendones. El tarkvaro gritó exasperado, dejando escapar toda clase de denuestos. De un fuerte tirón, el extraño le arrojó lejos de sí, desdeñoso. Vacilante, el tarkvaro se levantó tomando su muñeca rota con la mano izquierda y apretando las mandíbulas de dolor. Clavó sus ojos en el extraño, el cual le miró con ojos terribles, afilados; sonriendo, parecía invitarle a que le hiciera frente o huyera cuanto antes.
    Frotándose dolorido la muñeca y respirando con rápidas bocanadas, el tarkvaro miró al extraño con rabia y temor; miró después su hacha, a pocos pasos de él, en el suelo, y volvió a contemplar al extraño.
    Escupió con desprecio y, con un alarido, recogió el hacha con su mano zurda de un salto, arremetiendo con ella al extraño. Con facilidad, éste hurtó su cuerpo del hachazo. El tarkvaro clamó con frenesí, atacando furiosamente con su hacha. Siempre con esa maldita sonrisa en sus labios, el extraño le evitaba ágilmente. El tarkvaro retrocedió, jadeando. ¿Quién demonios era aquel hombre? Se movía con una rapidez inhumana, plantándole cara inerme y desnudo.
    Aferrando el hacha con ambas manos, gritó de rabia y acometió de nuevo. Con un fugaz movimiento, el extraño se lanzó contra él, agarrándole el brazo del arma por el antebrazo y asestándole un brutal puñetazo en la cara. El tarkvaro soltó el hacha y se desplomó de espaldas, con la nariz rota y una fuerte conmoción. Mientras trataba de incorporarse, el extraño le agarró el cuello con una mano y le alzó por encima de su cabeza, como si fuera un muñeco de paja. Sus dedos se cerraron como un cepo sobre la garganta del tarkvaro, que boqueó angustiosamente. La carne y el hueso cedieron, y un audible romper de huesos sentenció la desigual lucha.
    Con un gesto displicente, el extraño arrojó a un lado el cadáver y se acercó a Fiara. La muchacha había contemplado la pelea con estupefacción, demasiado sobresaltada como para reaccionar. Estaba desnuda y se sentía desamparada. Ya le daba igual su destino; había perdido toda voluntad de luchar.
    La fuerte mano de aquel hombre le ayudó a incorporarse. Sus ojos buscaron los de la muchacha. Ésta los retiró como si quemaran… había algo terrible en aquellos ojos, algo incomprensible. Había visto en ellos poder, salvajismo y, también, incontenible deseo.
    Sin proferir palabra ni mediar consentimiento, le aferró por el talle con firmeza y suavidad a un tiempo, atrayéndola hacia él. Olió el perfume de su pelo rubio y su piel suave y la besó con fuerza, intensamente, explorando con manos ávidas su cuerpo. Su lengua bebió de su boca, le acarició el cuello, rozó sus pechos y trazó húmedos arabescos por toda su piel. Fiara se perdió en los brazos de aquel extraño y en el torrente de sensaciones, sumergiéndose en el océano de su pasión. Se tendió bajo él, arañándole la espalda velluda. El extraño bajó hacia la húmeda y acogedora calidez de su entrepierna, entrando en ella como un cuchillo al rojo. Fiara aferró con sus piernas al hombre y las cruzó sobre sus nalgas, apretándose contra él. Sangre, un ligero dolor y la promesa del éxtasis la sacudieron e hicieron temblar, azotando su cuerpo. La luna les sonrió en el firmamento oscuro, cómplice de su entrega, bendiciendo aquella unión con sus plateados rayos.

    La cellisca arreciaba furiosa, como si quisiera abatir la aldea. Finos copos de nieve danzaban alocadamente al son del viento, que aullaba con voz ronca en la noche. Salvo el inclemente temporal, todo era quietud en la aldea de Duvar; las casas de tejados de pizarra oscura moteada de nieve se alzaban lustrosas y taciturnas en un océano de negrura casi absoluta. Sin embargo, una de las casas destacaba del resto. Si alguno de los aldeanos hubiera pasado por allí, se hubiera extrañado mucho al ver luz en la casa de Crenad Narak. De los rajados postigos escapaban haces de luz amarillenta y, súbitamente, brotó el agudo quejido de una mujer, como si agonizara, seguido de lastimeros sollozos y quejidos.
    Crenad Narak tenía casi cincuenta años. Era alto, ancho de espaldas y algo patizambo. Tenía el pelo entrecano, aunque había sido rubio. Sus claros ojos azules eran la singular nota de color en un rostro ceniciento y, de puro nerviosismo, aún más pálido, cuyas profundas arrugas, dejadas por los años como surcos de arado en la tierra, acentuaban sus severos rasgos. Vestía ropas de cuero basto cosidas con bramante y unas botas altas de cuero negro. Se sentaba en el vestíbulo de su casa, visiblemente angustiado, retorciéndose las manos y con la cabeza gacha, clavando su acuosa vista en una puerta entornada al fondo de la habitación, de cuyas rendijas surgía el fulgor de una lámpara de sebo y voces de mujer; una aguda, chillando de dolor, y otra ronca, cascada por la edad y que trataba de calmar a la primera.
    Crenad irguió la espalda y musitó una plegaria a sus dioses. Había sido cazador toda su vida; su hábil arco y su larga lanza habían abatido a las fieras del bosque y la pradera. Incluso había participado en una batalla, años atrás, y matado a dos hombres de un clan enemigo en ella. Pero ahora, inconcebiblemente, estaba aterrado. A cada chillido de dolor que surgía del cuarto contiguo daba un respingo, arañando la madera de la silla en la que se sentaba.
    Porque, al fin y al cabo, ¿qué sabía él de cómo traer un niño al mundo? Su difunta esposa no le había dado hijos, y tal hecho había ensombrecido su ánimo hasta el día de su muerte, tan sólo seis años atrás. Lo único que recordaba en esos momentos era el nacimiento de su hermano Ceigh, el cual murió de fiebres tres semanas después de nacer. Su padre le había tenido a su lado en una habitación aparte, mientras la voz de su madre gritaba de agonía, asistida por el murmullo de las viejas de la aldea. En aquellos días, esa noche le resultó terrible. Ahora era aún peor. La volvía a revivir, como adulto, sin el consuelo que tiene siempre un niño, la tranquilidad de saber que los mayores estaban allí para solventar los problemas.
    Crenad se mesó el cabello, desesperado, cerrando los ojos. Pensó en su sobrina y cómo el destino se cebaba en ella. Meses atrás, los tarkvaros-¡malditos mil veces!- habían atacado la aldea de Veryn, cercana a la costa, a tres leguas de Duvar. Una horda de piratas tarkvaros llegados del frío norte habían arrasado la aldea, matando a gran número de sus habitantes. Había sido un ataque cruel, con el único fin de la matanza y el saqueo.
    La familia de Fiara había caído en el ataque: su hermana, cuñado y demás sobrinos. Cuando los habitantes de Duvar acudieron a la llamada de sus vecinos, sólo encontraron una pesadilla de fuego, sangre y cadáveres esparcidos por doquier. Crenad fue a la casa de su hermana y la halló arrasada por el fuego hasta los cimientos. Se abrió paso al interior rompiendo las calcinadas paredes a hachazos. No había sobrevivido nadie. Reconoció unas informes masas de huesos calcinados y sebo hirviendo y aulló de rabia, cayendo de rodillas. Se arañó el rostro y rasgó las ropas, clamando al destino por su injusticia.
    Fue entonces cuando apareció Fiara. Caminaba erráticamente, como sonámbula, cojeando de un pie; tenía el camisón hecho harapos y el blanco cuerpo cubierto de arañazos. Había venido del bosque, tal vez regresando de dónde había permanecido escondida. Crenad la estrechó en sus brazos, alborozado. Cubriéndola con una manta y tomándola en brazos, agradeció a los dioses que hubiera sobrevivido.
    Después de aquella noche, Fiara se acomodó en la casa de Crenad. Éste se alegró mucho de compartir sus días con ella, pues desde su viudez habían sido muy solitarios y tristes. Fiara se recuperó pronto, pues era una muchacha vigorosa, como su madre, además de muy bella. A Crenad le parecía ver a su hermana en cada uno de sus finos rasgos, en su pelo rubicundo y liso, las rosadas y pecosas mejillas, el talle estrecho y los ojos verdemar. Al cabo del mes, Fiara parecía haberse repuesto completamente. Sin embargo, una vaga melancolía teñía siempre su rostro de un matiz pálido, aunque, extrañamente, la niña no recordaba la tragedia. Su mente parecía haber olvidado deliberadamente tan aciagos recuerdos. Algunas veces, no obstante, tenía pesadillas muy vívidas, en las que era perseguida por alguien y hablaba de un hombre extraño. Cuando Crenad la despertaba en mitad de la noche, alertado por sus gritos, Fiara decía no recordar nada de aquellas pesadillas, y volvía a dormirse plácidamente.
    La tenue felicidad que había arropado a Fiara fue breve. Descubrió pronto un vergonzoso hecho: estaba encinta, aunque ella juraba no haber conocido hombre alguno. Fiara lloró largas noches, afligida por el oprobio. Crenad trató de consolar a su sobrina, en vano. Muchas veces se había preguntado quién era el padre de aquel niño. Por desgracia, no encontraba otra respuesta salvo la más deshonrosa: alguno de los tarkvaros incursores había violado a Fiara, mancillándola con su simiente. Aquel niño sería entonces un bastardo, sin padres conocidos. Las gentes del pueblo murmurarían, pues el origen del niño sería muy difícil de ocultar, mas, pese a que le ardía la sangre cuando recordaba cómo había sido engendrado, era incapaz de rechazar al hijo de su sobrina, fuera quien fuera su padre. La sangre de su familia seguía corriendo por sus venas.
    Fiara alivió su pesar cuando Crenad le dijo que no temiera por el niño: le daría su apellido, y le ayudaría a criarlo hasta que encontrara un marido digno de ella que los cuidara. Con el tiempo, Fiara alegró su ánimo, pues sentía una nueva vida creciendo en su vientre y aquello la alentaba a vivir.
    Hasta aquella noche. Fiara había roto aguas al atardecer, y Crenad hubo de ir raudo a buscar a la comadrona de Duvar, la vieja Sacha, que acudió junto a su hija. Sacha le echó del cuarto y cerró la puerta. La luna había aparecido desde entonces, y con ella llegó la cellisca. Crenad no podía hacerse una idea del tiempo que llevaba sentado allí, en su vieja silla de roble, mirando desde el pasillo a la puerta y escuchando los gritos. Para la sencilla mentalidad de Crenad, era un auténtico misterio lo que ocurría en esa habitación. Había conocido a más de una mujer antes de casarse con su esposa, pero, aún así, las mujeres le habían parecido siempre seres misteriosos, llenos de secretos. Había algo indescifrable en las mujeres, en sus risas malignas y cuchicheos. Su padre se lo había dicho cuando era joven… la mujer guardaba para sí celosamente algún don enigmático, algún inaccesible secreto. Con aquel secreto don hacían perder la cabeza a los hombres con sólo mirarles, incitaban guerras, odios, enemistades, y sembraban por doquier la discordia.
    Levantándose, Crenad paseó con largas zancadas por el vestíbulo, clavando con fuerza su mirada en las tablas de la puerta.
    Finalmente, los gritos cesaron. Se escuchó una exclamación de alborozo y, después, un nuevo grito. Pero éste era mucho más agudo, desordenado y estridente, como si el dueño de la voz que lo emitía no controlara bien todavía sus pulmones. Aquel grito sobresaltó a Crenad y le hizo dar un respingo. Luego reconoció el llanto de un niño.
    La puerta se abrió. En el vano apareció la hija de Sacha, sudorosa, con el cabello revuelto y una cansina sonrisa en sus labios, indicándole que entrara. Crenad corrió al cuarto. La llama casi exhausta de los velones de sebo vacilaba trémula, y en aquella escasa luz vio a Fiara en el lecho, rendida, con los ojos entreabiertos y empapada de sudor, respirando con lentitud. Las sábanas que la cubrían estaban manchadas de sangre, hecho que turbó mucho a Crenad.
    Sacha sostenía al pie de la cama un bulto envuelto en una manta. La partera se acercó a él y le habló con voz alegre.
    -Es un niño, Crenad. Será todo un hombre cuando crezca -le anunció con voz risueña-. Ten, sosténlo mientras atiendo a Fiara - Crenad tomó al niño en sus brazos con temor y cierto titubeo. Lo acomodó sobre su hombro y retiró la manta para verle bien.
    Vio una cara pequeña, arrugada y de entrecerrados ojos. El niño respiraba plácidamente y gorjeaba despreocupado. Crenad reprimió las lágrimas de emoción y le apretó contra su pecho. Entonces advirtió algo bastante extraño. El fino y escaso pelo del niño, apenas unos cuantos mechones, era oscuro, negro como la noche. Aquel hecho consternó a Crenad y le sumió en ominosas reflexiones. Ninguno de sus antepasados había tenido el pelo negro, pues tal color era inusual entre los de su raza; tampoco los tarkvaros del norte tenían el pelo negro. Los únicos hombres con pelo oscuro de los que tenía conocimiento Crenad eran los mercaderes del Este que arribaban a las costas dazyres para comerciar… pero recordaba, a su pesar, las leyendas sobre los hombres siniestros de las montañas del Norte, cuyo pelo era también de ese color. De aquella legendaria raza de hombres maldita y odiada se decían cosas terribles, como que adoraban a los dioses de la noche, a los que dedicaban oscuros sacrificios en sus inalcanzables y fieras montañas.
    Crenad desechó tales pensamientos. Acarició al niño y quiso acercárselo a Fiara. El gesto de Sacha estaba sobrecogido; sostenía un paño sobre la entrepierna de Fiara, mientras la sacudía y llamaba con voz enérgica. Fiara no respondía, y su respiración era cada vez más rápida y débil. Una mancha de vivo color rojo creció funesta en las sábanas. Crenad tembló de angustia ante aquella visión y creyó que le fallaría el ánimo. Se apoyó contra la pared, mientras Sacha y su hija trataban de cortar la hemorragia. Había visto escenas de horribles matanzas, hombres apretándose las entrañas para que no se esparcieran por el suelo y otras atrocidades peores, pero ver la sangre de Fiara era demasiado para su temple. Temiendo desmayarse y dejar caer al niño, salió de la habitación y volvió a sentarse en su vieja silla, meciendo al niño.
    Los gritos de la comadrona se hicieron más y más apremiantes, hasta que ésta profirió un postrer grito de angustia y frustración, que devino en sollozos y llanto. Mientras, el niño, despierto, sonreía a Crenad, mirándole con sus ojillos verdes.

    Ulnah, el fhyrd, se sacudió la nieve del sobretodo gris y caminó con pasos tardos hacia la casa de Crenad. Mediaba aquel frío y desapacible día de invierno, en el que la nieve ya tapizaba con su blancura la aldea de Duvar, salvo los caminos que habían despejado sus esforzados habitantes.
    El fhyrd se plantó ante la puerta de la casa de Crenad el cazador, dudoso. Era un hombre viejo, corcovado, escuálido y macilento, con el pelo blanco y mezquino y un rostro hierático lleno de profundas arrugas. Se apoyaba en un cayado de madera sin tallar, con el que golpeó finalmente la puerta de la casa.
    Poco después, Crenad le recibía. A Ulnah le pareció avejentado, con más arrugas y encanecido. La mácula del pesar se traslucía en los zarcos ojos del rudo cazador.
    -Bienvenido, Ulnah. Entra -le invitó con sequedad.
    Ulnah inclinó la cabeza en agradecimiento y entró al salón principal. En la chimenea ardían dos gruesos leños de pino entre secos chasquidos y azuladas llamas. Una mujer madura, oronda y con el pelo recogido y una gruesa chambra de lana sobre los hombros salió de una de las habitaciones. Hizo una reverencia al fhyrd y se dirigió a Crenad.
    -He acostado al pequeño. Volveré mañana; cuida de él, mientras -. La mujer se despidió de los dos hombres y se marchó.
    -Es una sobrina de Sacha. Le da el pecho al niño y cuida de él. Le pago bien por sus servicios, aunque no puedo quejarme. Atiende bien al niño.
    El fhyrd asintió, pensativo, caldeándose las manos en el fuego del hogar.
    -No le has puesto nombre aún, Crenad. Un niño sin nombre debidamente consagrado puede ser poseído por algún espíritu maligno.
    -Lo sé -admitió Crenad- pero sólo han pasado cinco días, y no encontré tiempo para llamarte. De todos modos, ya tengo decidido su nombre. Se llamará como su abuelo Yaeln.
    Ulnah volvió a asentir, retirándose de la chimenea. Señaló con su flaco índice la habitación.
    -Muéstrame al niño -dijo. Crenad le condujo hasta el cuarto, donde, en una cuna de madera y cubierto por un elaborado centón, el hijo de Fiara dormía plácidamente. Había ganado algo de peso y tenía la piel tersa y brillante. Era un niño hermoso y robusto.
    Ulnah frunció el ceño al ver el color del cabello del niño, pero no hizo comentarios. De algún lugar de entre su túnica azul extrajo un pequeño brasero de bronce. Acercó una pequeña mesa a la cuna y puso en el brasero yesca, una hoja de muérdago, una gota de su propia sangre y un par de cabellos del niño, prendiendo la extraña mezcla con un candil que le trajo Crenad. La mezcla ardió hasta que sólo quedaron cenizas. Ulnah untó su índice en ellas y ungió al niño, otorgándole el nombre de su abuelo. El niño se movió en sueños, agitando sus manitas. Luego, tomando el cuenco, esparció el resto de las cenizas sobre la mesa y las contempló, abstraído, como si en ellas leyera algún velado mensaje. Sus ojos escrutaron las cenizas durante largo rato. Entreabrió la boca, arrugando el ceño y pasándose con nerviosismo la diestra por su ajada frente.
    Crenad notó lo azorado que estaba y le rozó el hombro. Ulnah le miró en silencio. Se irguió, y de un irritado manotazo tiró al suelo las cenizas.
    -Los designios no están claros… He de consultar a los dioses y astros. Volveré -y dicho esto, se marchó de la casa de Crenad precipitadamente.
    El viejo cazador frunció el entrecejo, disgustado. Nunca visto a Ulnah así. Aunque no le tenía mucho aprecio, le respetaba, porque era el fhyrd de Duvar, el hombre santo. Su aguda intuición no le presagiaba nada bueno de aquello.

    Siete días después, Ulnah volvió tal y cómo había prometido. Vestía su eternamente manchado sobretodo gris y su túnica azul y asía su nudoso cayado, como acostumbraba; sin embargo, una agitación bullía en sus ojos y apretaba los labios, inquieto. En su mano izquierda traía algo oblongo, envuelto en un paño atado.
    Crenad le recibió con frialdad. Se le veía más alegre, aunque no ocultaba que esta vez no le era grata la visita del fhyrd. Con un alzar de cejas y una inquisidora mirada increpó a Ulnah a que hablara pronto.
    -He consultado los designios del muchacho. He arrojado los huesos y examinado los auspicios en las vísceras de un toro ofrecido en sacrificio a Cernath, el padre sol, y, siempre, ha acudido a mí la misma revelación -Ulnah hizo una pausa, caminando por la estancia. De pronto, inspirado, encaró a Crenad, hablando con firmeza.
    -El niño está maldito. Traerá la desgracia allí donde crezca, tarde o temprano; tal vez no debiera haber nacido. Debes entregármelo, Crenad. Lo sacrificaré y santificaré sus restos. Su alma hallará el descanso y no probará el acíbar de su malhadada existencia.
    Crenad nada respondió. Tan sólo dio un paso al frente, hacia Ulnah, alzando la cabeza. El cazador aventajaba en altura y corpulencia en anciano por mucho y se erguía amenazador ante él. El fhyrd retrocedió, alarmado. La mirada de Crenad ofrecía una respuesta clara y contundente: antes de entregarle a Yaeln, le rompería el cuello a Ulnah entre sus fuertes dedos, a pesar de que fuera el fhyrd de Duvar.
    Ulnah compuso su postura, tratando de recuperar su dignidad, y señaló a Crenad con su cayado.
    -¡Te lo advierto! Aunque le hayas cogido cariño y la pena abrume tu corazón ante la idea, debes entregarme al pequeño. En otro caso, el sufrimiento que causará será enorme, y tú serás el responsable.
    Crenad, airado, abrió la puerta vehemente, despidiéndole con un gesto. Ulnah le miró de nuevo, suplicante, mas acabó desistiendo en su empeño.
    -Sabía que esto iba a ocurrir. Está bien, Crenad, me iré. No viviré muchos inviernos más… lo sé; pero tú si vivirás lo suficiente para ver cómo se cumple mi vaticinio -y llegó hasta el umbral, aunque, antes de marcharse, se detuvo y volvió al lado de Crenad, tendiéndole el paño atado.
    -Lo olvidaba. Antes de irme, acepta esto. Puede que lo necesites algún día. Tómalo, por favor -Crenad dudó unos instantes, resopló molesto y, al fin, consintió, aceptando el regalo del fhyrd con reluctancia. Contempló a Ulnah alejarse lentamente por el camino, mientras los copos de nieve revoloteaban en el aire gélido.
    Cerró la puerta y observó el paño. Estaba sucio y envolvía algo estrecho y alargado. Un cordel de cáñamo lo ceñía ajustadamente. Acercó sus dedos a uno de los nudos, tentado a descubrir lo que envolvía. Mas no lo hizo. Disgustado, lo arrojó al fondo de la estancia.

    El sol despuntó entre las lejanas montañas del Este, hiriendo sus rayos la frondosa bóveda del bosque. Un zorro bermejo irguió sus orejas, atento. Unas ligeras pisadas le alertaron y, precavidamente, huyó raudo, perdiéndose entre la densa maleza.
    Yaeln Narak se internaba en el bosque aquella mañana más temprano que de costumbre. Se había levantado extrañamente ansioso por ir de caza, antes del amanecer, y nada más vestirse, tomó su arco y flechas y se encaminó al bosque. Era un muchacho vigoroso y altivo, de apenas dieciséis años, pero ya todo un hombre físicamente. Su pelo inusualmente negro le caía en finos mechones hasta sus poderosos hombros, enmarcando sus rasgos acérrimos y algo ceñudos, aunque, a su manera, hermosos. De esbelta y nervuda complexión, andaba con ágiles y briosas zancadas. Vestía un jubón de cuero rojo, sujeto por un ancho cinturón de hebilla plateada del que pendía la bruñida vaina de latón de un largo cuchillo de caza y unas calzas de piel fina rematadas con unas recias botas de cuero. En su diestra robusta y velluda portaba un magnífico arco largo de tejo, y, al hombro, en su aljaba, veinte flechas de plumas rojas y negras. Los ojos verdes del muchacho brillaron durante un instante de supremo placer. Sacudiendo la cabeza para retirarse varios mechones de pelo de la frente, Yaeln se detuvo un instante y aspiró el aroma de la brisa. Se deleitó con el murmullo de las hojas agitadas por la brisa, el olor de la tierra húmeda de rocío, la resina de los arces, el suave cantar de los pájaros y los vagos ecos del bosque.
    El verano llegaba y era bienvenido. El bosque estaba fresco y brillante: los fresnos tendían sus plateados y ramosos troncos al sol, las nueces del nogal se ofrecían en sus gruesas y cobrizas ramas y las frondosas copas de las hayas y las blancas flores del castaño se mecían en el céfiro que soplaba de las montañas, como el hálito de los dioses que moraban en ellas. Yaeln sonrió lleno de júbilo, pues amaba la libertad de los bosques y la pasión de la caza. Se sentía vivo, pletórico.
    Siguió una vereda sinuosa hacia el norte, examinando con atención el firme. Buscaba un rastro reciente que le permitiera cobrarse alguna buena pieza, tal vez un ciervo, un gamo o puede que un jabalí. De alguna forma, presentía que hoy la caza sería magnífica.
    Mas recordó algo que ensombreció su humor. Había olvidado lo cerca que estaba aquella fecha… faltaba tan sólo un día para el solsticio de verano, en el cual se celebraba el Rito Mayor dedicado a Cernath, el Padre Sol, el dios más importante para los de su pueblo. Era un día sagrado, en el cual todos los aldeanos de Duvar acudirían con regocijo, un día que se celebraba cantando, riendo, bebiendo y comiendo abundantemente.
    Al contrario que los demás habitantes de Duvar, a Yaeln no le agradaba aquel Rito. Más aún, lo odiaba con todo su ser, pero siempre se guardaba mucho de decírselo abiertamente a su tío abuelo Crenad. Él querría que fuese, y no quería defraudarle. Parecía no darse cuenta de que no era aceptado como uno más en la aldea. Era, sin duda, tan gallardo y fuerte como cualquiera de los demás de su edad, mas una sombra ominosa parecía acompañarle. Siempre notaba cómo se quedaban a medias las conversaciones cuando él pasaba cerca, cómo cuchicheaban a su paso las viejas o reían los niños.
    Indudablemente, para los aldeanos de Duvar, él no pertenecía al clan. Era distinto. Un extraño. Si toleraban su presencia en la aldea sin más impedimentos era por deferencia a su tío Crenad. El viejo cazador era un hombre taciturno y solitario, pero gozaba del respeto de los miembros del clan. Además, su familia, los Narak, había tenido entre sus miembros a guerreros de probado coraje.
    ¿Y todo ese subrepticio desdén, a qué se debía? El rasgo más notable que le diferenciaba del resto de los mozos de la aldea era su crespa y negra cabellera, algo inaudito entre los dazyres, rubios o pelirrojos sin excepción. Sus rasgos también eran diferentes… más duros, severos y ceñudos. Sugerían fuerza, resolución y gallardía. Sin embargo, había más motivos a los que culpar del silente rechazo que sufría. Sus orígenes eran inciertos y se prestaban al entredicho. Crenad nunca había sido claro respecto a las circunstancias de su nacimiento; su madre había muerto, según él, tras parirle, y su padre, abuelos y demás parientes habían sucumbido meses atrás en una cruenta incursión de una horda pirata tarkvaro. Yaeln sabía que esa no era toda la verdad. Pero no quería molestar a su tío inquiriendo sobre su pasado, pues una sombra de pesadumbre agobiaba su semblante cada vez que surgía el asunto. No obstante, algunos aldeanos de Duvar, propensos a la malicia, formulaban sus propias teorías sobre los orígenes del muchacho. La más creída era que su madre había sido desahuciada de su clan por yacer junto a un extranjero venido del Sur y Crenad, su tío, apiadándose de ella, la había acogido y se había hecho cargo del niño tras su muerte. Esto venía a significar que Yaeln era un simple bastardo, huérfano por añadidura.
    Crenad no ignoraba tales hablillas y sufría por su sobrino, ya que sabía que, tarde o temprano, dichos rumores le harían mucho daño. Pero nada podía hacer. Había tratado a Yaeln como al hijo que nunca tuvo, educándole con firmeza y, aún así, profesándole cariño. Le había inculcado el sentido del honor, y enseñado a mantener siempre la cabeza alta. “No importa lo que digan los demás, Yaeln” le dijo un día, cuando era sólo un niño. “Llevas mi sangre, y nada más importa”.
    No es de extrañar, entonces, que Yaeln fuera un muchacho solitario y parco en palabras. A su edad, los otros muchachos pasaban su tiempo libre persiguiendo a las mozas de la aldea en los bailes, enzarzándose en peleas y compitiendo entre sí. Yaeln, en cambio, pasaba la mayor parte de su tiempo en la soledad de los bosques, cazando y vagabundeando por los agrestes aledaños de Duvar hasta el atardecer. De él, Crenad hubiera esperado un carácter mucho más abierto y alegre, que diera solaz a su vejez. Yaeln no había escuchado nunca una sola palabra de queja de su tío sobre aquel asunto, pues Crenad sabía que nada podía reprocharle a Yaeln de su actitud, plenamente justificable. Además, aunque callado y a veces huraño, era un muchacho noble y respetuoso y le recordaba, en cierta forma, a él mismo cuando tenía sus años.
    Yaeln soltó un reniego en alta voz, espantando a un cenizo tordo de las retorcidas ramas de un viejo roble. Tan absorto había estado en sus pensamientos que poco había faltado para perder de vista el rastro reciente de un ciervo. Se agachó para examinar las pisadas y dedujo que era un macho. Sus excrementos delataban que había estado allí poco tiempo atrás.
    Contento de tener algo en que ocupar sus pensamientos, avanzó con cautela siguiendo el rastro, tomando una flecha de la aljaba y pasándose el arco a la mano zurda. Ascendió por una tortuosa vereda sigilosamente, atentos todos sus sentidos. Las huellas del ciervo subían por una ladera cubierta de arbustos, y en ellos vio Yaeln señales de los dientes del animal.
    El sol se alzó de su refugio en las montañas y brilló pleno en el firmamento. Yaeln se fue internando en el bosque, absorto en el rastro que seguía, hasta que escuchó el rumor diáfano del agua borbotando alegremente. Un pequeño arroyo de mansas aguas descendía sinuoso por un lecho de rocas y ramas caídas. Entre los árboles descubrió la testa del ciervo aún sin desarrollar; era un macho joven, que no mucho antes había sido un gabato al amparo de su madre. El ciervo bebía con desgana del arroyuelo, desconocedor del peligro que le acechaba. Sacudía la cabeza de tanto en tanto y oteaba los alrededores, suspicaz. Yaeln se ocultó tras el grueso tronco de un fresno y engastó la flecha en su arco. Tensó el arco lentamente y apuntó con cuidado mientras contenía la respiración. Para un cazador, el momento que precedía al decisivo en el que se soltaba la cuerda era indefinible, casi místico. Concentró sus sentidos en el blanco, apuntando a la moteada cruz del animal.
    La saeta de rojas plumas surcó el aire como una exhalación y erró por un palmo, enterrándose hasta medio astil en el tronco de un castaño diez pasos más atrás. El ciervo abrió espantado sus ojos y se perdió en la espesura. Yaeln maldijo, tomando otra flecha y corriendo tras el ciervo. Había resbalado en el firme de tierra húmeda en el último momento y el tiro le había salido alto. Enconado, fue tras el ciervo haciendo el menor alboroto posible, peñas arriba, acechándole, hasta que las sombras se enderezaron y el cansancio comenzó a hacer mella en él. Mas era joven y orgulloso. Quería cobrarse aquella pieza. Y lo haría.
    Acabó dando alcance al ciervo. Se agazapó tras una roca musgosa, tendiendo el arco en cuclillas. El ciervo estaba asustado; presentía el peligro y movía nervioso la cabeza, mirando en derredor tenso y expectante. Bramó una vez, escarbando en el suelo y orinando.
    Yaeln permaneció quieto como la roca que le ocultaba. Si hacía el más leve ruido, el ciervo correría desalado y perdería la oportunidad de cobrarlo. Tendió el arco con extraordinaria lentitud, apuntando al cuello del animal. Con una sonrisa, dejó ir la flecha.
    Sintió un agudo escalofrío en la cerviz, como si unos dedos helados tantearan su nuca. Su pulso tembló en el último instante, y la flecha rozó el lomo del ciervo y se perdió entre los árboles. El ciervo chilló asustado, huyendo al trote.
    Yaeln se levantó sudoroso y se volvió, frotándose la nuca. Paseó la vista por los alrededores, inquieto. ¿Qué le había provocado aquel escalofrío? Miró los altos árboles, la tierra pedregosa e inhóspita, y se dio cuenta de lo lejos que había llegado en la persecución del ciervo. Los fresnos, arces y robles habían dado paso a altos abetos y pinos de finas agujas y troncos agrietados cubiertos de liquen. Espesos helechos crecían en la húmeda penumbra, entre las rocas que surgían del suelo como rotos y carcomidos huesos.
    Luego percibió aquel silencio… un silencio de sobrecogedora solemnidad, en el que el tiempo no parecía fluir. La parva luz que traspasaba las altas copas era engañosa, irreal. Yaeln se colgó el arco al hombro y se llevó instintivamente la diestra al cuchillo de caza. Caminó por el bosque, tratando de serenarse; una inquietud le estremecía, desbocándole el corazón en el pecho y pugnando por rendir su ánimo. Los árboles querían hablarle y agitaban sus ramas con espantosos quejidos, las rocas susurraban un oscuro mensaje y el viento le llamaba con voz etérea. Un hormigueo le erizó el vello del cuerpo, enervándole. Angustiado, aguijó el paso, descendiendo por una empinada vertiente.
    De las largas zancadas pasó al trote. Y del trote, a la carrera desenfrenada. Los susurros y voces clamaron sordas en su mente. Corrió, y corrió, hasta que el mundo fue un túnel verde, un oscuro pasadizo que serpenteaba ante sus ojos alocadamente. El corazón saltaba en su pecho a cada fugaz latido, atronando con estrépito en sus sienes. Saltó entre las peñas y los árboles caídos, trastabilló, cayó, se levantó de un salto y siguió corriendo, como si la muerte viniera tras él. Corrió hasta que destellos y manchas oscuras bailaron ante sus ojos, hasta que la agonía acuchilló sus pulmones, hasta que, exhausto, magullado y tembloroso, se desplomó en el suelo, respirando a largas y anhelosas bocanadas.
    Se quedó así, postrado, sucio de tierra y jadeante. Largos desgarrones cruzaban sus ropas y en muchos de los rasguños florecía la sangre. El pecho le ardía y un terrible dolor le laceraba los costados y las piernas. Quitándole el sudor que le escocía en los ojos, se irguió a duras penas, llegando hasta una roca plana y sentándose en ella. Los susurros volvieron a él, triunfantes. Agotado por la carrera, demasiado exhausto como para huir de nuevo, permaneció quieto, resignándose. Inconscientemente, prestó atención.
    Las voces callaron. Aguzó el oído, pero no pudo oírlas. Tan sólo el crujir de las ramas de los árboles en la ligera brisa y el menudo agitar de sus hojas, el imperioso trinar de los pájaros, el vil reptar de las serpientes al acecho y el atareado murmullo de los insectos. Olfateó el aroma del aire, leyó en él los mensajes que transportaba para los que sabían leerlos. Extasiado, se levantó; el cansancio parecía haberse esfumado. Aún más, no recordaba haberse sentido así nunca antes. Estiró los miembros y notó un vigor insospechado en ellos. Una sonrisa vagó por sus labios, hasta que gritó de puro gozo. Era como si hubiera renacido, como si en su alocada carrera hubiera franqueado los límites del mundo mortal. Jamás había estado tan despierto, nunca antes sus sentidos habían sido tan agudos. Nada le parecía imposible, nada inalcanzable.
    Caminó a buen paso, sin hacer el más leve ruido. Un poder salvaje y extraño llenaba su cuerpo. Yaeln comprendió de qué había estado huyendo. Había huido de aquel despertar, temiéndolo, como el nonato teme su nacimiento y se refugia en el oscuro y cálido útero de su madre. Intuyó que aquella fuerza, aquel poder que embargaba su cuerpo y mente había estado en su interior desde que naciera, agazapado, silente, esperando el día propicio para emerger. Y ese día había llegado al fin.
    Venteó el aire y leyó los mensajes que le traía. El olor del ciervo que había huido vino hacia él, transportado por el traicionero viento. Sonrió. Guiado por un inexplicable impulso, se descolgó arco y aljaba del hombro y los dejó en la roca. Lleno de un júbilo incontenible, corrió hacia su presa. Sus pies volaron sobre la tierra húmeda y las agudas rocas; cruzó el bosque a endiablada velocidad, sin emitir ruido alguno. El ciervo apareció a cuarenta pasos, mostrándole la grupa y paciendo tranquilamente.
    Diez pasos antes irguió la cabeza, asustado, y advirtió el peligro. Corrió entre bramidos, huyendo a la desesperada. Mas no pudo huir. Una fugaz figura se abalanzó sobre él, derribándole, y unos blancos y poderosos dientes se hundieron en su cuello.

    El atardecer no tardaría en llegar, aunque en aquella víspera del solsticio siempre llegaba con lentitud y renuencia, como si el sol se obcecase en no ceder a la noche. Crenad salió fuera de su casa, preocupado. Yaeln siempre volvía mediada la tarde. Tal vez, supuso Crenad al recordar qué día era, el muchacho buscaba cualquier excusa para demorar su regreso. Le apenaba que los aldeanos de Duvar no aceptaran a su sobrino. Yaeln no se merecía aquel trato desdeñoso, aquella desconfianza. Nada podía hacer él, tan sólo alentar a Yaeln, pues solo él podía ganarse el respeto de los aldeanos de Duvar.
    Agachó la cabeza, suspirando. Crenad se sentía viejo, cansado, y le pesaban los años de su larga vida. Apretó el dintel de la puerta con sus dedos huesudos y cerró los ojos.
    -Tío -dijo una voz cercana y familiar-. He vuelto -Yaeln le había tocado suavemente el hombro a su anciano tío, que no le había oído llegar. Yaeln estaba sucio, desastrado, con las manos manchadas de sangre seca. Llevaba al hombro un ciervo desollado y sin entrañas, con el cuello abierto. Lo espetó en un gancho y se lo mostró con orgullo. Crenad asintió, aprobador, escuchando cómo su sobrino le relataba la apasionante persecución del ciervo y cómo, debido a ello, se había retrasado.
    Crenad sonrió al escuchar su historia. Mas pronto se borró su sonrisa. Notaba que algo había cambiado en su sobrino. ¿Qué era? No podía decirlo. Tal vez su porte, más decidido, o su mirada, más penetrante. Pero no le cabía duda: algo sustancial había cambiado en él desde la última vez que le había visto.
    -Mañana, con el alba, se celebra el Rito Mayor de Cernath, Yaeln -le dijo lentamente-. Sé que no deseas ir. No temas, no voy a obligarte a que lo hagas. Pero deberías hacerlo, al menos para tomar parte en la ceremonia y recibir la bendición del fhyrd. Es la tradición de nuestro pueblo y es importante.
    Yaeln desvió los ojos, chasqueando la lengua, disgustado.
    -Yaeln, sé razonable. No puedes vivir aquí aislado de los demás -le amonestó Crenad.
    -Lo sé, lo sé -admitió-. No te prometo nada. Tal vez te haga caso y acuda.
    -¿No te negarás a ir porque Nuacth estará allí, verdad?
    Un rayo de enojo cruzó el semblante de Yaeln y le hizo arrugar el gesto en una mueca de súbita cólera. ¡Nuacht! Lo había olvidado. ¡Él estaría en la fiesta!
    Crenad observó atentamente cómo había reaccionado su sobrino ante la sola mención de aquel nombre y sonrió levemente. Los viejos odios aún ardían en el pecho del muchacho.
    -No debes temerle… -comenzó a decir.
    -¡No le temo! -estalló Yaeln-. Le detesto con toda mi alma, pero no le temo. Jamás lo he hecho -y era cierto… no le temía, pero le odiaba con tal fuerza, pese a los años transcurridos, que temblaba de rabia al recordarle. Ya desde que eran sólo niños había sentido por él un odio tan fuerte e inexplicable que había llegado a asustarle a él mismo en ocasiones.
    Nuacth era su antagonista en todos los sentidos. Era rubio, esbelto, fanfarrón y muy popular. Los demás jóvenes de Duvar le aceptaban como líder, aunque no en vano era el hijo de Dunnr, el Dayrl de Duvar. Yaeln siempre se decía que su popularidad y aceptación se debía tan sólo a que era hijo del jefe del clan, pero jamás se contentaba con aquella respuesta, pues sabía que no era toda la verdad. Sin duda, Nuacth había ameritado el afecto de su padre y ser el líder natural de los demás jóvenes, además de conquistar con su donaire el corazón de muchas de las mozas de Duvar. Nuacth podía intuir que Yaeln le odiaba, para su satisfacción, aunque no sabía lo poderoso que era aquel sentimiento. Desde que eran niños había alimentado tal odio, excluyendo a Yaeln de juegos y reuniones infantiles. Por algunos años, aquello amargó profundamente a Yaeln, mas pronto hubo de importarle bastante menos. Crenad vio que erraba dando barzones por la aldea, solo, y le llevó desde muy pequeño a cazar al bosque. Le enseñó el arte de la caza y su sobrino lo aprendió con inusitada facilidad. En pocos años se hizo con el manejo del arco y la lanza; a los doce años era un magnífico tirador, y a los catorce pudo tensar el gran arco de tejo de su abuelo. Crenad, asombrado y lleno de orgullo por su ahijado, le regaló el arco, pues las fuerzas comenzaban a fallarle y sus dedos le dolían terriblemente al soltar la cuerda. Aquel fue un día muy feliz para el muchacho.
    A Nuacth, curiosamente, le molestó que Yaeln le ignorara a él a los otros muchachos, y que prefiriera la soledad de los bosques a la compañía de los demás. De vez en cuando hacía todo lo posible por humillarle, aunque las ocasiones que Yaeln le brindaba eran pocas.
    -Entonces -siguió diciendo su tío- si no le temes, no hay motivo por el que no asistas al Rito Mayor y compitas junto a él como uno más en los juegos- argumentó, con disimulada astucia-. Pero debes recordar, Yaeln, que es el hijo del Dayrl. Le debes cierta consideración. Enfrentarte a él sólo te acarreará problemas. Pero sé que es difícil hacer eso. Debes ganarte su respeto, y así nunca más volverá a burlarse de ti. Ni él ni nadie más.
    -¡No quiero su respeto! Tan sólo perderle de vista. No quiero ni siquiera oír su nombre.
    -Está bien, no volveré a mencionarle. Pero escucha esto: si no compites ni asistes al Rito, le estarás dando una enorme satisfacción. No puedes rendirte antes de luchar; yo no te he enseñado a hacer eso. ¡Ve y demuestra que eres todo un guerrero! Y, además…-continuó- Inar acudirá también -añadió, con una sonrisa de complicidad. Yaeln miró con embarazo a Crenad, ceñudo. A su anciano tío no se le escapaba nada.
    Inar era una de las mozas de la aldea, una de las más hermosas. Sin embargo, no era tan alegre y vivaracha como las demás zagalas, pues tenía un semblante melancólico, como si estuviera siempre perdida en sus ensoñaciones. Tenía el pelo de un rubio oscuro y melado, bellos ojos grises como el humo, grandes y brillantes tal que gotas gemelas de rocío. Su piel era blanca, ligeramente pecosa, y su cuerpo, aún sin desarrollar, era proporcionado, de formas llenas y sugerentes. La edad núbil llegaría pronto para Inar y lo haría en todo el esplendor de su juventud. Cuando su padre lo permitiera, no le faltarían pretendientes.
    -¿Cómo sabes eso? -protestó Yaeln, indignado-. Nunca te lo he dicho… ni a ti, ni a nadie.
    -No seas necio, Yaeln. No hacía falta que lo dijeras. Tus ojos hablan por sí mismo cuando la ves cruzar la aldea. Conozco a su padre, Therek; luché junto a él hace años. Es un guerrero formidable y un buen hombre. Sé que no te repudiara como yerno llegado el momento.
    Yaeln expiró sonoramente, refunfuñando.
    -Te adelantas a los acontecimientos. Y, además, olvidas que ella debe aceptarme primero. Y seguramente, eligiría a otro antes que a mí como marido, otro que no sea repudiado por el clan.
    -Ah, Yaeln, qué tonto eres. ¿Cómo puedes saber lo que ella hará? De nuevo vuelves a rendirte antes de luchar. Deja de quejarte, muchacho: nada conseguirás con ello.
    Yaeln suspiró, resignado. Las palabras de su tío eran irritantes, pero tenían mucha razón. Era fastidioso que siempre la tuvieran.
    -Está bien, tío. Has ganado. Asistiré al Rito, competiré junto a los demás y me sentaré a tu lado en los banquetes -claudicó, volviendo la espalda y ocupándose del ciervo entre refunfuños.
    Crenad sonrió complacido. Tal vez las cosas mejorarían a partir de esa noche.

    El disco de ardiente cobre del sol se alzó entre las suaves y verdes colinas del Este. En aquel día, el solsticio de verano, el Rito Mayor de Cernath se celebraba en el brumoso crepúsculo. Imere, el hijo de Ulnah y su sucesor como fhyrd de Duvar congregó a sus habitantes en la colina sagrada, siguiendo una tradición centenaria.
    La colina sagrada era un altozano roído por el tiempo, de una roca oscura y desmigajada en la que crecía la alta hierba. En ella, erigidas por manos muertas hace incontables siglos, estaban las siete piedras, y bajo la tierra, añosos túmulos guardaban los huesos de héroes y jefes cuyo nombre se había olvidado en la vorágine de los siglos. Allí, alrededor de las gastadas piedras de arenisca azul surcadas de runas ya ilegibles, el fhyrd degolló un toro y vertió su sangre en la tierra, como símbolo de la paz que debía reinar entre los vivos y los muertos, aquellos que caminaban por la Tierra del Pesar hacia su destino. Imere recogió parte de la sangre del toro en un cuenco y la mezcló junto a hierbas que sólo él conocía, ungiendo la frente de los duvareses con aquel mejunje. Les bendijo a todos ellos y a la tierra en nombre de Cernath, el Padre Sol. También rogó a los demás dioses que fueran propicios, entre ellos Irlya, la diosa de la tierra, Verlix el dios de la caza y los bosques, Arynl, el señor de la guerra, e incluso a Savrak, el dios de los muertos y la noche, para aplacar su sed de víctimas.
    Después, mientras se preparaban en la plaza de la aldea las largas mesas repletas de viandas y licores del banquete, los jóvenes de Duvar compitieron entre sí, alegre aunque ferozmente. Carreras, lanzamiento de piedras, tiro con arco, lucha… el que sobresaliera en aquellas pruebas ocuparía un puesto de honor en el banquete y sería especialmente agasajado. Yaeln, que había acudido junto a su tío, ambos con sus mejores galas y las saraid de piel cubriéndoles los hombros, pensó en escabullirse de la competición, pero su tío Crenad le estaba vigilando y no quería defraudarle. Además, había visto a Inar entre las muchachas de la aldea, radiante, con un albo vestido y flores rojas ornando el oro viejo de sus cabellos, y, si no participaba, quedaría mal ante sus ojos.
    La primera de las pruebas en las que participó Yaeln junto a los demás era la del lanzamiento de peso. Se empleaban pesadas piedras o lastres de plomo, que se alzaban sobre la cabeza y luego se arrojaban con fuerza y maña. Yaeln comenzó a sentirse muy nervioso y las palmas de sus manos se cubrieron de sudor. El primero en lanzar fue Nuacth, que asió la piedra con decisión y una fiera sonrisa en sus arrogantes labios. Tomó impulso y aliento, lanzándola con un vigoroso ademán. La piedra surcó el aire y aterrizó a veinte pasos y una vara de distancia. Nuacht gritó de alborozo, entre los elogios de los demás competidores. Éstos fueron probando a su vez, aunque ninguno se acercó a más de dos pasos de su lanzamiento. Cuando le llegó el turno a Yaeln, Nuacht le miró con fijeza y una sonrisa desdeñosa. Yaeln le devolvió con furia su mirada y tomó la piedra. Reparó por un instante en que todos parecían observarle, y volvió a notar el sudor en sus manos y aquel nerviosismo tan molesto. La piedra estuvo a punto de resbalársele de sus manos húmedas, y se escucharon algunas risas. Yaeln apretó las mandíbulas, airado, y lanzó la piedra con todas sus fuerzas, imaginando que se la arrojaba a Nuacht.
    La roca voló rauda de sus manos y cayó a treinta y dos pasos de distancia. Los competidores y espectadores quedaron atónitos. Dos de ellos comprobaron la marca, y tras cierto titubeo nombraron como vencedor de la primera prueba a Yaeln. Éste no salía de su asombro, aunque pronto se sintió lleno de júbilo. El lanzamiento había sido excepcional, casi increíble, y Yaeln sabía que podía mejorarlo si se esforzaba. Mientras, notó la expresión entre perpleja e iracunda de Nuacth, al que vio por vez primera celoso de él.
    Yaeln recibió las felicitaciones de los demás jóvenes, hecho que aumentó aún más el enojo de Nuacht. Las pruebas continuaron, y Yaeln acabó imponiéndose con facilidad en todas ellas: en la carrera, sus pies fueron más rápidos; en el tiro con arco, sus flechas fueron más certeras, y por último, no tuvo par en las luchas cuerpo a cuerpo. Nuacth había perdido ante él pese a sus denodados esfuerzos. Se sentía humillado, lleno de cólera y rencor hacia aquel bastardo de pelo oscuro. La ira azotó su pecho al comprobar cómo los demás jóvenes comenzaron a mirarle con respeto, incluso temor, tal vez. Yaeln se sentía pletórico. Nunca había gozado de tanta expectación ni del respeto de los demás. Mas, pasados los primeros dulces instantes, comenzó a sentirse incómodo, pues no estaba acostumbrado a ser el centro de la atención.
    Crenad fue a felicitarle. Estaba orgulloso de él y no lo ocultaba. Tener constancia de aquello llenó de alegría el pecho de Yaeln y le hizo olvidar la incomodidad. Se sentó junto a su tío durante el banquete, en el cual se sirvieron magníficos manjares: caldos, carnes, salsas, regados con cerveza fuerte, vino y licores de bayas, miel y frutos en los postres; en aquel día señalado, la abundancia y el regocijo reinaban. También era un día mágico, lleno de misterio y superstición. Muchas parejas contraían matrimonio o se formaban, pues era igualmente tiempo para el amor y la fecundidad. Ante hogueras altas como un hombre, los habitantes de Duvar se entregaron a vistosas danzas y alborozados cánticos, entre risas y bullicio. Después del ubérrimo banquete, Crenad se quejó de sus viejos huesos y dejó la fiesta. Susurró algo al oído de su sobrino antes de marcharse, y éste asintió, nervioso.
    Yaeln se levantó de su asiento, con el propósito de unirse a los que danzaban. Sin embargo, reluctante, no quiso hacerlo de momento, y tan sólo les observó. Buscó a Inar, y mientras paseaba su vista no le pasó inadvertido que muchas mozas fijaban en él sus miradas, con un interés insospechado hasta entonces. Contemplaban a aquel extraño sobrino de Crenad, tan garrido y fuerte, buscando con sus pupilas las de éste, verdes y profundas como el mar, magnéticas y penetrantes.
    Inar apareció bailando junto a otras tres muchachas y muchachos, alegre y lozana. Acaparó toda su atención, hasta el punto de que se quedó embelesado contemplando la evolución de su baile. La muchacha no parecía serle indiferente, y contestaba a sus miradas con otras, subrepticias y huidizas. Yaeln pensó que tal vez su tío tendría razón, y se prometió a sí mismo que le pediría el próximo baile a Inar.
    Alguien reparó en aquel cruce de pupilas y decidió aprovechar la ocasión. Las odiosas y risueñas facciones de Nuacth aparecieron ante Yaeln.
    -¿Qué tenemos aquí? -dijo petulante y burlón, a viva voz-. Parece que Yaeln, el vencedor de las pruebas, nuestro Yaeln, el solitario, mira con buenos ojos a una muchacha de la aldea… menos mal, hubiera pensado que prefería a las ciervas del bosque antes que a ellas.
    Los compinches de Nuacth rieron su comentario, y pronto hubo un coro de risas que enojó vivamente a Yaeln. Allí estaba Vanyl, panzudo y rubicundo, riéndose de él hasta casi llorar; Setan, con sus ojos escurridizos y flacos miembros; Erath, corpulento, desmañado y siempre procaz, cerca de Ult, el mayor del grupo, con una fea cicatriz hendiéndole los labios y aquella maldita cara de jabalí embrutecido.
    Apretó los puños, irguió el cuello y asaeteó con sus ojos a los de Nuacth, ignorando a los demás. Una niebla rojiza velaba sus ojos y el clamor de las carcajadas, repetido mil veces en sus oídos, inflamaba su cólera. Nuacth le devolvió la mirada, incitándole a actuar. Yaeln siguió contemplándole en silencio, con sus rasgos temblando de rabia. Una pasión oscura y terrible le azotaba. Quería destrozar ese maldito rostro con sus propias manos, quebrarlo entre ellas como una nuez seca.
    Entonces reparó cómo el resto de los que bailaban se había detenido. Sus risas ya no borbotaban insolentes. Contemplaban aquella silenciosa pugna de voluntades, aguardando. La mayoría estaba en contra de él, como aquellos que habían perdido en las pruebas, a los que Yaeln había ganado con facilidad; otros callaban, indecisos, esperando el desenlace. Yaeln sintió que el desprecio que había sentido por los demás habitantes de Duvar renacía con fuerza. Quedaos con vuestras fiestas y bailes, se dijo. Lo único que deseaba es arrojarse contra Nuacth y matarle, pero no podía hacer eso, no sin comprometer a su tío Crenad. Pensó en él y, resignado, contuvo su furia y le volvió la espalda a Nuacth, alejándose de los demás, como un perro derrotado que huyera para lamerse las heridas.
    No le pasó inadvertido cómo Nuacth, después de saborear su humillación con deleite, se acercaba zalamero a Inar. Aquello fue demasiado para él. Bufó exasperado y dejó la fiesta, el bullicio, el resplandor de las hogueras y los alegres bailes.

    Yaeln caminó raudo y dejó muy atrás la plaza de Duvar. Era una noche espléndida y tibia la de aquel solsticio de verano. Los insectos chirriaban insistentemente, arropados por el susurro de la ligera brisa y el zafiro oscuro del firmamento, donde prendía una luminosa y exuberante luna rodeada de destellos diamantinos. Siguió el sendero hacia su casa, mas luego decidió que no tenía ganas de dormir aún y enfiló sus pasos hacia el bosque. Allí podría atemperar sus ánimos y meditar con tranquilidad.
    Así que cruzó el puente de piedra sobre el riachuelo, que susurraba calmo al bajar hacia el oeste, y llegó a uno de sus rincones preferidos, una loma en el robledal cercano a Duvar, desnuda de árboles, con un grueso tocón en el que le gustaba recostarse. Se sentó en él y contempló la luna. Aún le latía rápidamente el pulso y le temblaban las manos de excitación y enojo; una fiera mueca de odio aparecía en su semblante, bañado en el suave resplandor de la luna, acentuados por las sombras las oquedades y duros trazos de su rostro.
    Después de la humillación sufrida, se pensaría mucho en volver a trabar contacto con los aldeanos. Estaba harto de Duvar. Sólo su tío abuelo Crenad, su única familia, le ataba allí. ¿Sólo era Crenad? se preguntó a sí mismo. ¿Tal vez no sería Inar otra razón? Yaeln no tuvo más remedio que admitir la verdad, aunque entonces evocó la reciente imagen de Nuacth cortejándola y el corazón le dio un vuelco en el pecho. Arañó la madera del tocón, indignado, y se levantó ansioso.
    Entonces escuchó unos pasos entre las sombras, viniendo hacia él. Era una única persona, y al parecer avanzaba fatigosamente pendiente arriba, pisando ramas caídas y atravesando los densos brezales con estrépito. Fue hacia el intruso cautelosamente, intrigado, y le esperó tras un roble para acecharle. Desconcertado, vio pasar junto a él a una muchacha de tez blanca y pelo muy rubio y largo adornado con flores, con una blusa azul de lana y un vestido blanco. Era Inar.
    Yaeln surgió de su escondite tras ella y le tocó el hombro con suavidad. La muchacha dejó escapar un grito, volviéndose asustada.
    -¡Yaeln! ¡Qué susto me has dado!
    -¿Qué haces aquí? -le increpó él-. ¿Cómo se te ocurre vagar sola de noche por el bosque? Es una locura -añadió desaprobador.
    -Lo sé… -admitió Inar, sonrojándose y bajando la vista-. Fui tras de ti poco después de que te marcharas. Vi cómo te alejabas por el puente y traté de darte alcance, aunque te perdí cuando te internaste en el robledal.
    -Seguirme ha sido una estupidez, Inar -le reprochó Yaeln-. Si tu padre llegara a enterarse te castigaría, y, además, me culparía a mí también. Bien, me has encontrado… ¿Para qué me buscabas?
    -Yo…-balbució Inar, aturdida-. No sé por qué lo hice exactamente. Te vi en la fiesta más alegre y animado que nunca, y luego Nuacth comenzó a zaherirte sin provocación alguna…
    -Cuando dejé la fiesta -le interrumpió Yaeln, volviéndole la espalda- Nuacth se interesaba por ti. ¿No es eso todo un halago? Las demás muchachas de Duvar palidecerían de envidia si Nuacth te hiciera la corte.
    Inar sonrió.
    -Es cierto, trató de cortejarme, pero le rehusé. Nunca me ha gustado su arrogancia, y menos aún cuando vi cómo te insultaba, sólo para lavar su herido orgullo cuando le derrotaste en las pruebas.
    Yaeln siguió dándole la espalda, enfurruñado.
    -Yaeln… -le dijo dulcemente ella.
    -¿Sí?
    -¿Qué pensabas cuando me mirabas tan fijamente en la fiesta?
    Yaeln se mordió los labios, nervioso. Confrontó a Inar lentamente y le miró a los ojos.
    -Pensaba en estrecharte en mis brazos y besarte, pues eres la muchacha más bella de la aldea. Cuando contemplé cómo danzabas me sentía lleno de dicha y quise que fueras sólo para mí. Pensaba eso, como un iluso.
    Inar bajó la mirada, con un tenue arrebol iluminando sus pálidas facciones.
    -¿Por qué dices que eres un iluso, Yaeln?
    Yaeln atrajo su escurridiza mirada. Inar la mantuvo tímidamente, con los labios entreabiertos. Lentamente, Yaeln la acercó hacia sí y sus labios se unieron a los de ella en inexperto aunque apasionado beso.
    De pronto, Yaeln se alejó de ella.
    -Inar, sabes que tu padre no me aceptará. Soy un extraño en Duvar. Ni siquiera tengo padre conocido -dijo con amargura.
    -No me importa -replicó ella, contrariada-. Mi padre sabrá aceptarte cuando compruebe cómo eres realmente y desoiga las habladurías. Le conozco, es un buen hombre en el fondo. Y si no lo hace, iré a dónde tú vayas, lejos de Duvar si es preciso.
    Yaeln admiró el valor de Inar y tomó con emoción sus suaves y pequeñas manos. Volvió a besarla y la estrechó entre sus brazos. Sus jóvenes cuerpos se confundieron; Inar suspiró trémula. Le temblaron las rodillas y se dejó caer junto a Yaeln sobre la hierba fresca. Yaeln desprendió su saraid y la extendió para que les sirviera de manta. Ambos jóvenes se abismaron en el torbellino de la pasión y el deseo, hasta que no hubo nada más para ellos que la entrega de sus entrelazados cuerpos.

    Después del clímax se quedaron abrazados, desnudos bajo la luz de la luna sobre la saraid de Yaeln. Así tendidos, observaron plácidamente el cielo estrellado. Inar miró a Yaeln y le acarició la mejilla con ternura. Yaeln se irguió sin devolverle la caricia, pensativo.
    -¿Qué piensas, amor mío? -le dijo Inar, abrazándole la espalda. Yaeln permaneció en silencio unos instantes, tornando luego sus ojos verdes a los de Inar, grises y soñadores como las nubes del otoño.
    -Tu padre me matará si llega a saber esto. Nunca me aceptará como yerno. Sigo pensando que hemos cometido un grave error, Inar. Pero, aún así -le dijo risueño- no me arrepiento -y volvieron a besarse apasionadamente.
    Yaeln abrió los ojos, sobresaltado, interrumpiendo el beso.
    -¿Qué tenemos aquí…? Vaya, creo que hemos llegado en un mal momento -la voz de Nuacth, atiplada por el exceso de bebida, sacudió a Yaeln con un escalofrío. Ocupados sus sentidos en el gozo de besar, la llegada subrepticia de Nuacth le había pasado inadvertida.
    Detrás de él estaban sus cuatro compinches inseparables, Vanyl, Setan, Erath y Ult, tratando de contener la risa y mirando lascivamente a Inar, desnuda junto a Yaeln. La muchacha se cubrió avergonzada como pudo con la saraid, bajando los ojos.
    Yaeln se levantó, arrostrando a Nuacth. Un músculo de la cara le temblaba violentamente.
    -¡Maldito seas, Nuacth! Te has propuesto que te mate, no hay duda. ¡Vete ahora mismo de aquí y llévate a los imbéciles de tus amigos!
    Nuacth frunció sus odiosas facciones, dando un paso hacia él.
    -Creo que no me iré aún. Inar me pertenece por derecho; yo debería haberla desflorado. Olvidas que soy el hijo del Dayrl y puedo elegir esposa- dijo con estúpida presunción-. Pero -añadió con desprecio- ahora puedes quedártela, aunque después de que yo también disfrute de ella.
    Yaeln bramó de furia y se abalanzó sobre Nuacth. Antes de que pudiera alcanzarle, los cuatro compinches de Nuacht se lo impidieron; Ult le asió los cabellos por detrás, Setan se aferró a sus piernas y Vanyl y Erath le agarraron los brazos. Yaeln se debatió rabioso, insultándoles y forcejeando. Les costó mucho inmovilizarle, ya que la fuerza de Yaeln era prodigiosa. Pero eran cuatro contra él y su fuerza tampoco era desdeñable.
    Nuacth se rió a gusto, acercándose a Inar. La muchacha se levantó cubriéndose con el manto de Yaeln, retrocediendo hasta el tronco de un roble.
    -Vamos, vamos… has tenido dentro de ti a ese bastardo, ¿y ahora vas a rechazarme a mí? -le dijo burlón, asiéndola por el pelo y cerniéndose sobre ella. Inar gritó con voz aguda, golpeó con los puños y pies y trató de arañarle la cara a Nuacth, pero éste era mucho más fuerte y acabó dominándola.
    Yaeln, al escuchar y ver cómo Nuacth acosaba a Inar redobló sus esfuerzos por liberarse. Ult, Vanyl y Setan le agarraban fuertemente, manteniéndole postrado en el suelo.
    Erath se agachó hacia él, riéndose.
    -Una gata furiosa, sin duda. ¡Pero tranquilo, que Nuacth la domará! -Yaeln clavó con tal inusitado odio sus ojos en Erath que éste retrocedió, casi tropezando. Molesto por haber mostrado temor, le acometió con los puños, furioso. Vanyl, Setan y Ult le arrojaron al suelo, uniéndose a Erath y vapuleándole cruelmente. Mientras Inar se debatía y chillaba, una lluvia de golpes cayó sobre Yaeln. Sintió un puñetazo en la mandíbula, varios en los pómulos, la nariz y las cejas. Uno de ellos le pisó la mano y le rompió varios dedos. Recibió puntapiés en las costillas, el estómago y el pecho. Trató de guarecerse de la tunda con las manos y rodó por el suelo. La roja niebla del dolor y la sangre le cegaban, enloqueciéndole. Trató de levantarse, pero un rodillazo le dio en la nariz, rompiéndosela, y volvió a caer. Sin embargo, siguió tratando de levantarse. Casi no podía abrir los ojos; sentía la sangre resbalando por su cara y garganta y el dolor flagelando con saña su cuerpo. Ver cómo aún trataba de sobreponerse enfureció a sus cuatro atacantes. Setan cogió impulso y le rompió varias costillas de una patada; Ult le asestó un puñetazo en la boca y le arrancó varios dientes, y Erath le abrió una ceja de un codazo. Yaeln aulló de dolor, sin doblegarse ante el tremendo castigo.
    -¡Basta, es suficiente! -terció Ult, sudoroso y jadeante, con aquella fea cicatriz en sus labios. Los otros asintieron, pues no querían cargar con su muerte. Detrás de ellos, Nuacth renegaba, forcejeando con Inar. Enojado por sus gritos y manoteos, le propinó un bofetón. La muchacha, sorprendida, se quedó de lado, llorando en silencio. Nuacth se libró de su cinturón y aflojó sus calzas. Su risa sonó clara en los oídos de Yaeln, pese a la agonía y el tormento que le embargaban. Se arrastró penosamente, cubierto de sangre y magulladuras.
    Erath volvió a agacharse hacia él. Le obligó a levantar la cabeza. El rostro de Yaeln estaba tumefacto, ensangrentado y casi irreconocible; respiraba con anhelo y ya no se debatía, aunque violentos temblores estremecían su cuerpo y le hacían gemir débilmente.
    -Parece que al fin te hemos calmado. Levanta la cabeza, así podrás ver cómo disfruta Nuacth. Eso es…
    Yaeln levantó la cabeza y le miró con ojos entrecerrados. El aliento de Setan, cálido y maloliente, le dio en pleno rostro. Una arcada amenazó con hacerle vomitar. Le tenía muy cerca, a menos de tres dedos. Las convulsiones volvieron a azotar su cuerpo. Abrió los ojos.
    Yaeln se abalanzó sobre Erath como un resorte y le hundió sus dientes en el rostro. Erath gritó como una rata apresada, tratando de rechazarle, y Vanyl, Ult y Setan, desconcertados, intentaron quitárselo de encima. Los dientes de Yaeln rasgaron la carne y el cartílago de la nariz de Erath y la arrancaron de cuajo, como si le hubieran dado un mordisco a una fruta verde. Un chorro de sangre manó roja y viscosa del horrible agujero donde había estado la nariz de Erath y éste chilló de angustia, cayendo de rodillas y palpándose la herida desnuda con manos temblorosas. Revolviéndose como un furibundo vendaval, Yaeln le propinó un terrible cabezazo a Vanyl entre los ojos, con tal violencia que cayó muerto al instante, su cráneo destrozado, y se volvió con rapidez hacia Ult y Setan, cerrando contra el primero y mordiéndole como un poseso en la garganta. Ult trató de quitárselo de encima, gritando de horror, pero fue en vano; los dientes de Yaeln abrieron su carne y arrancaron de ella un trozo caliente y grueso, entre el borbotar de fluido vital. Setan, horrorizado, trató de huir. Una pesadilla de ojos rojos como el fuego y el rostro anegado en sangre se abatió sobre él antes de que pudiera reaccionar, arrasándole: Yaeln le golpeó con los puños, desgarrando su mandíbula, aplastándole la nariz, las mejillas, hasta que notó cómo cedían los huesos de su rostro y le dejó caer.
    -¡Nuacth! -bramó, temblando de rabia. El hijo del Dayrl había escuchado los gritos y se daba la vuelta, confuso, dejando a Inar. Había bebido demasiado cómo para violarla y volcaba hasta entonces su frustración en ella, abofeteándola cobardemente.
    Al oír su nombre en labios de Yaeln y verle a pocos pasos, la sangre dejó de fluir en sus venas por un instante y se congeló. Yaeln caminaba hacia él, lentamente, su cuerpo desnudo y magullado recorrido por lágrimas carmesíes que bajaban de sus numerosas heridas. Sus facciones eran poco más que una máscara feral y ominosa bajo la luz de la luna, terrible, con los rasgos tumefactos desencajados por la ira. Parecía más alto y fuerte, y Nuacth sintió miedo como nunca antes lo había sentido y se levantó, retrocediendo apresuradamente. En su fuero interno, reconoció que siempre había temido a Yaeln por alguna extraña razón, aunque jamás lo hubiera admitido. Ése era el motivo de sus enconadas burlas: le temía. Y la visión de Yaeln frente a sí respondía al porqué de su temor. Nuacth miró los ojos de Yaeln y vio la muerte; contempló un océano de ira tras sus pupilas, una avalancha de vesánico e imparable furor.
    Las manos de Yaeln se cerraron sobre la garganta de Nuacth con tal ímpetu que éste hubo de hincar una rodilla. Aferró las muñecas de Yaeln, hundió en ellas sus uñas y pulgares, tratando de romper su presa. Pero antes hubiera detenido el sol en su vagar por el cielo o el deshielo en primavera: la fuerza de Yaeln era descomunal, sobrehumana.
    Yaeln le alzó sobre sus hombros y estrelló la cabeza de Nuacth contra el tronco del roble. Los músculos del cuello estaban tensos como cuerdas, sus ojos abiertos, fijos, con las pupilas reducidas a centelleantes puntos. Nuacth, afixiado, borboteó agónicamente, con la cara lívida. Con ambas manos, Yaeln golpeó el cráneo de Nuacth contra el árbol una vez, otra, y otra. La sangre fluyó de los oídos de Nuacth, se escucharon ásperos chasquidos. Yaeln le sabía muerto, con el cuello y el cráneo rotos, mas siguió golpeando una y otra vez, hasta que algo viscoso se escurrió entre sus dedos y la cabeza de Nuacth fue poco más que un amasijo irreconocible de huesos hundidos y carne húmeda y enrojecida.
    Yaeln soltó el cadáver de Nuacht y contempló como se derrumbaba fláccidamente. La corteza del roble aparecía resquebrajada, reluciente de sangre. Los sollozos de Inar le trajeron de vuelta del confuso corredor por el que se había internado. Inar estaba sensiblemente nerviosa y se agitaba en el suelo hecha un trémulo ovillo. Yaeln contempló el cadáver desfigurado de Nuacth por última vez, cubrió a Inar con su manto y la tomó en brazos -era liviana, como una niña- adentrándose en el bosque. Inar seguía temblando, aunque el contacto con Yaeln la calmó y pronto se sumió en un reparador sueño entre sus brazos. Apretándola contra su pecho, Yaeln se juró que no permitiría que volvieran a hacerle daño.
    Miró a su alrededor. El bosque estaba majestuoso, solemne y lleno de misterios a la luz de la luna. Los susurros volvieron a llamarle, y esta vez eran más diáfanos. Dejó con suavidad a Inar en el suelo y atendió a lo que decían. Sin palabras, los susurros en el viento le hablaron de un legado de poder y fuerza que le pertenecía. Se quedó allí, extasiado, respirando lentamente y escuchando las extrañas voces. Era como si éstas pulsaran las cuerdas de un instrumento en su memoria, evocando notas desconocidas para él como recuerdos lejanos, difusos, como colores desvaídos por el tiempo. Tales recuerdos eran vagos, y Yaeln dudaba de ellos. ¿Eran sus recuerdos, o los de otra persona? No podía saberlo. La remembranza de su pasada vida le pareció irreal, absurda. Había vivido una mentira, nacido en el lugar equivocado. Comprendió entonces porqué nunca se había sentido a gusto entre los de la aldea. No era como ellos; la sangre que corría por sus venas era mucho más antigua y misteriosa. Crenad, su tío abuelo, vino a sus mientes. Aún sentía afecto por él, y seguía debiéndole respeto. Absorto, miró a Inar, tendida en la suave hierba, respirando sosegadamente, y sintió una punzada de angustia. Había complicado mucho su vida, inútilmente. Tal vez debería dejarla allí y marcharse. La encontrarían, sin duda. Era la mejor solución.
    ¡Nunca!, se dijo. No la dejaría allí a merced de cualquier peligro. Además, ella misma había manifestado su intención de seguirle a donde fuera. Irían lejos, donde no pudieran alcanzarlos los habitantes de Duvar.
    De pronto, unos ladridos lejanos reverberaron en el bosque y le hicieron volverse rápidamente. Ya estaban tras él. ¡Qué poco habían tardado! En la distancia, el resplandor de las antorchas centelleó tenuemente, y el estrépito de pasos apresurados y gritos roncos llegó hasta sus oídos. Advirtió que seguía desnudo y ensangrentado, mas no le importó. Tomando de nuevo a Inar entre sus brazos, siguió pendiente arriba sin dudarlo, todo lo rápido que le permitieron sus ágiles piernas y la delicada carga que llevaba. Atravesó frenético el bosque de fresnos, hayas y robles, hasta que éstos ralearon y fueron desplazados por los más gruesos e imponentes pinos y abetos. Llegó a un paraje recóndito que le resultó familiar; el día anterior, por la mañana, había llegado hasta allí persiguiendo al ciervo. ¡Cuán lejos estaba aquel momento! Había pasado un día, pero a Yaeln se le antojaba un largo año. A la luz clara y fría de la luna, las aguas del arroyuelo bajaban soñolientas, vestidas de plata. Junto a un peñasco cubierto de musgo, cerca de la ribera, dejó a Inar, acomodándola con ternura en una yacija de hierba y hojas. Seguía dormida con placidez, y por un momento contempló arrobado su hermoso rostro.
    Se alejó de ella, agachándose en el lecho del arroyo para beber un trago de agua fresca. El agua helada le devolvió un sutil y pálido reflejo de su rostro. Se lavó la cara para quitarse la sangre reseca y después caminó hasta el centro del claro. Su agudo oído captó el rumor de sus perseguidores a lo lejos. No podía seguir huyendo: le alcanzarían, tarde o temprano. Debía afrontarles. Sintió rabia y desesperación, y cómo una fría cólera le embargaba. El odio por los aldeanos de Duvar, el recuerdo de sus desprecios y burlas y la humillación sufrida por Nuacht volvieron a enardecer su furia.
    Una sensación fuera de lo común acompañó a las anteriores y le bajó por el espinazo como un escalofrío. Ya había sentido antes esa sensación, cuando enfrentó a Nuacht y sus amigos y acabó con sus vidas, cuando compitió junto a los otros jóvenes tras el Rito, y cuando, aquella mañana tan distante, cazó al ciervo con las manos desnudas. Era un sentimiento oscuro y salvaje, una arrasadora pasión que incendiaba su cuerpo y hacía hervir su sangre.
    Alzó la cabeza y contempló a la luna, embriagado por su belleza. Su corazón latía apresuradamente, hasta el punto de resultar doloroso. Tenía el vello erizado y respiraba con rapidez; su cuerpo se tensaba como si fuera a recibir un golpe, como si supiera lo que iba a ocurrir mucho mejor que él mismo. Algo que pugnaba por salir desde hacía tiempo clamaba ahora con furia. Cerró los ojos y, ya sin miedo, se dejó llevar.
    Una oleada de poder irrumpió en su cuerpo y mente, avasallándole, invadiendo todo su ser como una marea roja e incontenible. Tal fue la fuerza con que le acometió aquella sensación que hincó las rodillas, tambaleándose. Extendió los brazos, hundiendo los dedos en la tierra con saña. Violentas y dolorosas convulsiones sacudieron su cuerpo. Los espasmos arreciaron, el corazón latió enloquecido. La agonía le hizo arquear la espalda, clamar de furia, arañarse torso y cara con las uñas hasta sangrar. Un reguero de espuma bajó de las comisuras de sus labios entreabiertos, que dejaban ver sus blancos dientes apretados y las lívidas encías. Golpeó con frenesí el suelo y se revolcó en él desesperadamente, buscando consuelo. Los músculos se tensaron entre convulsiones, como tensas sogas, hasta que creyó que se romperían; bajo ellos, sentía a los huesos crecer y deformarse, como moldeados por el capricho de un dios, entre sonidos de ludir y romper de ramas secas. Guareció su cabeza entre las manos, aturdido por el dolor, cerca del desmayo. Ante sus ojos danzaba la niebla espesa y rojiza de la agonía, y agudos aguijonazos de dolor crecían y se apagaban, estremeciéndole.
    Mas, súbitamente, todo cesó. El dolor remitió de pronto y dejó a Yaeln aún más confuso que antes. Se levantó, aturdido, y abrió los ojos. El mundo apareció ante él claro como a la luz del mediodía. Miró a la luna, que le sonreía solícita, como una madre, y sonrió siniestro. Inspiró profundamente, notando el poder que ahora bullía en todo su cuerpo.
    Rebosante de júbilo, alzó los brazos y rugió con voz tonante. Su aullido salvaje atronó por todo el bosque y se deshizo en miles de ecos, como un desafío.

    -¡Lobos! -musitó Galner, sobresaltado. Sus compañeros asintieron, nerviosos, deteniéndose para escuchar con más atención.
    Los cinco guerreros de Duvar permanecieron en silencio entre los fresnos, robles y hayas del bosque. El más alto de ellos, Beran, llevaba sujetos con una traílla a dos perros de pelaje gris e hirsuto, que olisqueaban el suelo y venteaban la brisa con avidez.
    -Hace muchos años que no se ven lobos tan al sur -dijo pensativo Cey, el más viejo del grupo, rompiendo aquel incómodo silencio.
    -Es cierto… -terció Airn, ceñudo-. No desde aquella terrible hambruna, desde luego -Airn era ancho de hombros y robusto de miembros. Cerca de él, Eryl, apenas un muchacho, callaba mordiéndose el labio inferior. No podía disimular muy bien su inquietud.
    Galner, el líder de la partida, maldijo para sí. Tenía un porte distinguido, con un rostro hermoso, poblado de una larga barba, roja y lustrosa. Sacudiendo la cabeza, ordenó reanudar la marcha.
    Iban muy juntos, con las espadas y hachas aprestadas, vestidos como para la guerra, con jubones de cuero endurecido y pieles; sus pupilas se posaban incansablemente en cada sombra del camino, suspicaces. Cey llevaba una tea de pino embreada y la prendió con su eslabón. Con la luz de luna que se derramaba desde el cielo podía verse con bastante claridad, pero sin duda se sentirían más seguros con el resplandor de la antorcha.
    Airn maldijo en voz queda. No le gustaba aquel asunto. Olía mal. Algo dentro de él presagiaba un funesto desenlace a los acontecimientos, aún mayor que el presente. Y todo por aquel engreído bastardo de pelo oscuro. Recordaba haberle visto en la fiesta, hosco, parco en palabras, hasta que poco después le perdió de vista entre los muchachos. Después, en mitad de la fiesta, llegó corriendo uno de los amigos de Nuacht, sujetándose la cara con las manos ensangrentadas. Casi no se le entendía al hablar. Le habían arrancado la nariz, desfigurándole. “Yaeln”, musitó, acusador, y, entre sollozos y balbuceos, les relató cómo Yaeln les había atacado cuando él, Nuacth y tres amigos más le impidieron que tomara a la fuerza a Inar, la hija de Therek, de la cual se había encaprichado. Más tarde encontraron en el robledal los cadáveres destrozados de Nuacht y sus tres amigos, junto a las ropas de Inar y Yaeln tiradas en el suelo. Sin duda, el bastardo habría huido a esconderse al bosque, como una fiera, llevándose con él a Inar. Cuando le atrapasen expiaría su crimen con una muerte lenta y dolorosa. Lo que más lamentaba era el pesar de Dunnr, su Dayrl, pues recordaría siempre la expresión de su cara al ver a su hijo tendido en el suelo, frío y empapado en su propia sangre. Sin embargo, había dado muestras de su temple y ni siquiera había derramado una lágrima por su primogénito.
    Los gruñidos de los perros interrumpieron los pensamientos de Airn. Se habían detenido cerca de unos arbustos, en cuya dirección señalaban. Beran los sujetó con dificultad, renegando. Galner indicó el alto y le hizo una seña a Eryl. Éste asintió, tendiendo su arco y engastando una flecha de plumas negras. El resto asió con firmeza sus armas, expectantes.
    Con la espada por delante, Galner avanzó hacia los arbustos, unos zarzales retorcidos y densos. Introdujo su espada en ellos, cauto; nada, allí no podía ocultarse nadie. Chascó la lengua, irritado, prosiguiendo la marcha. Sin embargo, los perros siguieron gruñendo hacia aquellos arbustos, aunque sus gruñidos devinieron en lastimeros gañidos. Beran les instó a seguir con golpes y tirones de la traílla. Eryl suspiró, bajando el arco, y siguió adelante junto al resto.
    Airn volvió a maldecir; cada vez le gustaba menos aquello. Al pasar junto a las zarzas, la manga izquierda de su camisa de lino se enganchó en una larga espina. Trató de liberarse, pero era difícil con la espada en la diestra.
    Envainó la espada y tironeó de su manga con fastidio. Trató de desgarrar la tela de un tirón y, al hacerlo, se pinchó la mano con las zarzas. Farfullando una maldición, se llevó la mano magullada a los labios y arrancó finalmente la manga. El último de sus compañeros desaparecía entre los árboles, junto al fulgor de la antorcha que llevaba Cey.
    -¡Eh! ¡Esperadme, maldita sea! -les llamó furioso, aunque también algo inquieto. Taloneó para alcanzarles, temeroso, y luego se detuvo para orientarse. Estaba mucho más oscuro ahora, tal vez una nube había ocultado a la luna.
    Un instante después se percató de que no había sido una nube pasajera lo que había ocultado la luna, sino una figura enorme encaramada en las ramas de un fresno. Airn dilató sus pupilas, espantado. La figura saltó del árbol y se abalanzó sobre él a una velocidad increíble, y uno de sus largos miembros le alcanzó en el pecho antes de que pudiera desenvainar la espada. Lo último que vio fueron unos ojos rojos y relucientes como brasas.
    El chillido de Airn restalló fugaz en la distancia. Los cuatro guerreros se volvieron al unísono.
    -¿Qué ha sido eso? -farfulló Beran, sujetando a sus perros, que volvían a gañir.
    -¡Airn…! ¡Estaba con nosotros hace un momento! -dijo Eryl asustado. Instintivamente, retrocedió, volviendo a preparar su arco.
    Cey alzó su antorcha y atisbó ansioso en la penumbra, apretando el hacha en su diestra. Galner miró en silencio a los tres. Debían regresar para ver qué había ocurrido, mas ninguno querría dar un solo paso hacia atrás. Los perros aullaron, lloriqueando y escarbando desesperadamente la tierra.
    -¡Allí! -gritó de pronto Eryl, señalando hacia un árbol-. ¡He visto algo enorme, como una sombra! Y venía hacia nosotros…
    Los cuatro guerreros se agruparon en círculo, bajo un grueso y sombrío roble de retorcidas ramas, asiendo con fuerza sus armas y oteando las sombras a su alrededor; la luna apenas lucía, oculta tras una traicionera nube, y la luz vacilante de la tea de Cey era lo único que les permitía ver con cierta claridad. El sudor les corría por el rostro, y su resuello les parecía estruendoso. No podían afirmarlo ni era evidente a sus sentidos, pero intuían que algo les acechaba muy cerca. Ninguno osaría decirlo en voz alta, pero ya daban por muerto a Airn.
    Cey restalló, exasperado.
    -¡Sal de tu escondite, quién quiera que seas! ¡Sal, si te atreves! -clamó histérico. Aferraba su hacha de doble filo con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, extendiendo ante sí la antorcha. Un temblor incontrolable comenzó a sacudir su cuerpo. Dio un paso hacia delante, con la mirada fija a los árboles frente a él.
    De pronto, gritó. Fue el suyo un grito inarticulado, demencial. Sus compañeros vieron una forma enorme y oscura surgiendo de las sombras arremeter contra Cey, e instantes después cómo éste era despedido de un brutal golpe. La antorcha que llevaba cayó al suelo y se apagó poco después, sumiéndoles en la penumbra.
    El cadáver de Cey, con un surco sanguinolento desde la ingle al hombro, partido en dos y eviscerado, se desplomó ante los pies de Beran, que retrocedió lleno de asco. Sus perros chillaron con angustia, agazapándose en el suelo. Beran vio una sombra de ojos rojos que le acometía y hundió su espada en ella antes de que unas zarpas marfileñas le arrancaran medio rostro y se derrumbara muerto, sin un gemido. Eryl disparó su arco sin saber bien a qué disparaba. La flecha se enterró en un costado de aquel ser, pero éste no pareció acusar herida alguna. Galner le plantó cara, pero las zarpas volvieron a abatirse cruelmente e hicieron trizas su cráneo antes de que pudiera asestar un solo golpe con su espada.
    Eryl volvió a disparar su arco. Escuchó claramente el sonido de la flecha al clavarse en la carne, y vio cómo aquella criatura volvía hacia él sus ojos llameantes, ignorando el flechazo. Dejando escapar un alarido, Eryl tiró el arco y huyó a la carrera entre los árboles. Aguijó el paso y corrió como nunca antes lo había hecho, temeroso de volver la vista atrás. Los árboles sombríos desaparecían alrededor de él a una velocidad vertiginosa. Corrió enloquecido, golpeando ramas, trastabillando con las rocas y raíces del suelo, sabedor de que huía de la muerte.
    Sin embargo, sus fuerzas acabaron fallándole y se derrumbó exhausto sobre las rodillas, resollando, con los pulmones abrasados de dolor por el esfuerzo. Reparó en ese instante en el cuerno de caza que llevaba, y se lo acercó a los labios con pulso tembloroso. Sintió una presencia tras él y un pesado y caliente aliento golpeó su espalda. Desesperado, buscó aliento para soplar el cuerno, inspirando profundamente.
    El toque del cuerno clamó con fuerza y apremio, y luego cesó bruscamente.

    Crenad Narak alzó su vista del suelo cubierto de sombras y la dirigió hacia el bosque. Uno de los cuernos de caza había sonado lúgubre. Le habían encontrado… o él les había encontrado a ellos, se dijo. Pensativo, contempló el fantástico agitar de las distantes copas de los árboles en la brisa nocturna que bajaba de las montañas, preñada de secretos. A la desvaída luz de la luna, los rasgos del viejo cazador aparecían marchitos, cadavéricos; las sombras de la noche danzaban en su rostro, acentuando cada arruga y cicatriz.
    Sacudió pesaroso la cabeza y regresó hacia su casa, cruzando el puente de piedra, apoyándose en el pretil con manos temblorosas. De vez en cuando, se detenía brevemente, respirando con ansia y cerrando los ojos. Tenía que seguir, se dijo. Todo esto era culpa suya.
    Su casa apareció al final del camino, melancólica y umbrosa. Abrió la puerta y llegó hasta su alcoba. Se agachó ante un pesado arcón de madera que yacía a los pies de su cama como un perro fiel, levantando la pesada tapa. Tras un rato rebuscando en su interior, entre los viejos recuerdos de su triste pasado, bajo la cota de malla que vistió una vez, halló lo que estaba buscando.
    Habían pasado casi veinte años desde que el viejo Ulnah se lo entregara en mano. Estaba aún envuelto en el paño anudado de estameña, amarillento y roído por los años. Desató el bramante que lo ataba y lo desenvolvió.
    Tras un breve instante contemplándolo, se levantó y salió de la alcoba. Ahora ya sabía lo que tenía que hacer. ¿Pero tendría fuerzas?

    -Hacia el Norte -dijo Sared desazonado, sujetando a los perros con su zurda y señalando con la lanza que sostenía su diestra en aquella dirección-. El toque de cuerno vino de allí. No debemos estar muy lejos.
    Therek asintió en silencio, apretando en su puño la empuñadura de su larga espada. Dirigió su vista hacia Dunnr, su Dayrl, el cual tenía sus ojerosos ojos perdidos entre los árboles, con el rostro pálido y avejentado. Era aquella una noche aciaga. Trató de no pensar en su hija y miró a los guerreros de Duvar que le seguían. Eran seis de sus mejores hombres, de los diecisiete que había reunido para peinar el bosque y hallar a ese bastardo asesino. Para sí, juró que el asesino de Nuacht hallaría la muerte. Y si le hacía algún daño a Inar, él se encargaría de que tardara días en morir.
    -Sigamos. Permaneced atentos.
    Continuaron pendiente arriba, hacia el Norte, hasta que llegaron junto a un enorme y viejo roble. Dispersos en la tierra revuelta, vieron a la luz de sus antorchas los cadáveres de tres hombres terriblemente destrozados, tendidos sobre manchas oscuras de la sangre que había bebido la tierra. Therek reconoció a uno de los miembros del segundo grupo en el que se habían dividido. Cey estaba boca arriba, con el coleto de cuero hecho jirones y el cuerpo hendido en dos; sus vísceras estaban esparcidas en el suelo. El siguiente estaba tres pasos más atrás, sobre un costado, aún asiendo su espada. Cuando Therek le dio la vuelta con el pie, retiró la mirada, lleno de asco; era imposible reconocer a aquel pobre desgraciado. Le habían arrancado media cara, como si le hubiera atacado alguna bestia de gran tamaño. Maloch, uno de sus hombres, reconoció a su amigo Galner en aquel despojo, gracias a que conocía bien su espada.
    Sared dejó escapar un denuesto entre dientes, apartando de un brusco tirón a los perros de los charcos de sangre que intentaban lamer. Miró a Therek, sin atreverse a romper el funesto silencio que imperaba.
    Dunnr, el Dayrl, no pareció reaccionar ante la horrenda escena. Se acercó al roble y descansó su cuerpo contra él. Sus hombres hicieron ademán de atenderle, pero Therek les atajó con un gesto. Debían dejarle a solas con su dolor.
    Ludur llamó a los demás. Había descubierto señales del paso de alguien a la carrera, e incluso un arco y muchas flechas desparramadas, como si un arquero hubiera huido y las flechas de su aljaba se le hubieran ido cayendo en su carrera. Siguieron su rastro, y poco después hallaron el cadáver de Eryl, con sus dedos crispados alrededor del cuerno y el cuello rajado en dos, prácticamente decapitado. Era él el que había tocado el cuerno momentos atrás. Los ojos del muchacho les miraban, acusadores, como si éste les reprochara su muerte.
    -¿Quién, o qué, ha hecho esto? -bramó Dunnr. Los hombres miraron a su Dayrl, sobresaltados, pues éste había enmudecido desde que comenzaran la búsqueda del asesino de su hijo-. No puede haber sido él… -Dunnr bajó los ojos y sacudió la cabeza. Le parecía estar viviendo una terrible pesadilla. Sintió el brazo de Therek en su hombro y la mirada de su fiel amigo.
    -Sea lo que sea, le encontraremos -dijo-. Y entonces pagará sus crímenes-le aseguró. Dunnr asintió despacio y le palmeó el hombro cansinamente.
    -Los dioses te oigan, Therek. Espero que tengas razón. Pero nada podrá ya devolverme a mi hijo…
    De nuevo, interrumpiendo a Dunnr, el resoplar lúgubre de un cuerno de caza resonó distante, hacia el Este. Tronó dos veces más, y volvió a apagarse bruscamente. El silencio era ominoso y revelador. Confundidos, los guerreros de Duvar quedaron atónitos. Se enfrentaban a algo fuera de su comprensión y lo sabían. Dunnr maldijo entre dientes, conteniendo los sollozos y sosteniendo su cabeza entre las manos. La pérdida repentina de su hijo y los aciagos acontecimientos que se habían sucedido estaban minando su cordura.
    Sared reclamó la atención del grupo. Sus perros habían hallado el rastro de nuevo, y esta vez parecían ansiosos por seguirlo. Therek asintió, acercándose a Dunnr. Le rozó el hombro a su Dayrl, y éste pareció recuperar el dominio de sí. Fueron tras los perros, que corrían con ímpetu, ladrando con gran agitación. A buen paso cruzaron el bosque, escarpa arriba, hasta que llegaron a un pinar sombrío y un arroyuelo cuyas aguas bajaban perezosamente. Siguiéndolo aguas arriba llegaron a un claro, dominado por un gran peñasco cubierto de verdín, que obligaba al arroyuelo a desviarse en un pronunciado meandro.
    Y junto al peñasco, en un lecho de hierba, vieron a una figura blanca, apenas cubierta con un vestido blanco manchado de sangre.
    El corazón de Therek latió con rapidez al ver a su hija. Al ver sus ropas manchadas de sangre, la creyó herida, y fue raudo a socorrerla. Dunnr y los demás guerreros le siguieron de cerca.
    Sin embargo, no llegaron hasta ella. Todos, incluso Therek, se detuvieron como paralizados. Los perros de Sared gañeron aterrorizados, acurrucándose en el suelo.
    Sobre el peñasco se recortó una silueta oscura e imponente. Enorme, aún pareciendo algo corcovado, aquel ser debía medir más de tres varas de alto. Dos ojos carmesíes como pavesas refulgían malévolos en su poderosa testa cubierta de sombras. Como petrificados, los guerreros de Duvar alzaron sus miradas y contemplaron a la criatura. La luna se libró del embarazo de las nubes y sus rayos acariciaron los perfiles de la criatura, mostrándola en toda su terrorífica belleza.
    Observar a aquel ser sin que flaquease el ánimo resultaba toda una prueba de coraje, pues era una pesadilla más allá de toda estimación humana, una terrorífica quimera. La bestia era ingente, de miembros largos y recios, acabados en negras zarpas filosas como espadas. Todo su cuerpo se cubría de largos mechones de pelo negro y lustroso. Su testa era el delirio de una mente enferma, pues pertenecía a un lobo enorme, de largo hocico y orejas apuntadas, con ojos ardientes, de pupilas rojas y brillantes como la sangre recién derramada. En las fauces húmedas y ensangrentadas había hileras de fieros colmillos marfileños, aguzados y mortales. La saliva goteaba de las negras encías y una lengua roja culebreaba entre los dientes del pavoroso híbrido de hombre y lobo.
    La bestia se irguió en toda su magnífica envergadura y bajó de un ágil salto, plantándose frente a Therek y los demás, impidiéndoles que se acercaran a Inar, como un terrible paladín que quisiera defenderla.
    Therek ahogó una maldición en su garganta. El miedo que había azotado su pecho, como al resto, había sido tan poderoso y súbito que no había podido reaccionar. Sin embargo, pugnó por sobreponerse al él, temblando de rabia. La espada le pesaba en la diestra, resbalando entre sus dedos fríos y yertos. Un escalofrío erizó el vello de su nuca y bajó lentamente a lo largo de su espinazo; el sudor resbaló helado y pegajoso por su sien. El resto de los guerreros, incluyendo a Dunnr, el Dayrl, estaban petrificados, aferrando con fuerza sus armas como si temieran dejarlas caer. Therek respiró con anhelo y buscó fuerzas, posando sus ojos en el cuerpo yaciente de su hija. Inar se revolvía inquieta en su sueño. La vio allí, indefensa, junto a aquella bestia sanguinaria y, sin pensarlo, lanzó un grito escalofriante y cargó con su espada.
    El grito sacudió de su aturdimiento a los demás guerreros, que vieron a Therek tirando una estocada hacia el corazón de la bestia. Eludiendo con un grácil quite el golpe, ésta atacó con tremenda rapidez y violencia. Sólo los reflejos aún afilados de Therek le salvaron de una muerte cierta. La garra del ser falló su garganta, alcanzándole el hombro derecho. La malla cedió con un chirrido y las negras zarpas
    mordieron la carne. Therek reculó ante el fortísimo impacto, cayendo sobre una rodilla. Se palpó la herida del hombro, apretando las mandíbulas, y notó los labios desgarrados del zarpazo con los dedos, la sangre viscosa y el agudo dolor de un hueso roto. Le fallaron las fuerzas para asir la espada con la diestra, pero, levantándose con arrojo, se la pasó a la zurda, plantándole cara de nuevo al ser.
    Éste le contemplaba gruñendo amenazador, a la expectativa. Parecía haber reaccionado sólo para defender a Inar, de la cual no se apartaba. Aún sabiendo que no era rival para aquello, no retrocedió, pues estaba decidido a dar su vida con gusto para salvar a su hija. Los guerreros de Duvar, ante su valeroso ejemplo, acudieron en su ayuda. Liberados en parte del pavor que les infundía la bestia, atacaron con desesperado ímpetu, los seis a la vez. Dunnr, el Dayrl, les contempló con el gesto crispado, demasiado aturdido como para reaccionar.
    Sared soltó a sus perros y fue el primero en atacar. Afirmó su pie izquierdo al acometer, alanceando con brío a la bestia. La punta de su lanza se hundió en el costado de la criatura y su asta se quebró con un chasquido. Irritado, el ser aulló iracundo, devolviendo un fulgurante zarpazo como un relámpago. Las aceradas zarpas rasgaron cuero, carne y huesos, atravesando el corazón. Sared ahogó un lamento y cayó muerto de espaldas, sangrando a espesos borbotones. Maloch, sin amedrentarse ante la horrible muerte de Sared, atacó con un tajo de su hacha a las piernas del engendro. Esta vez, la bestia no dejó que la alcanzaran y evitó el filo del hacha, más por instinto que por miedo. El arco mortal de sus negras garras segó el brazo derecho de Maloch a la altura del hombro y, con un movimiento ascendente súbito y brutal, las zarpas volvieron a atacar y le arrancaron el cráneo del tronco. Una lluvia de sangre y sesos salpicó a los demás guerreros, que refrenaron la vehemencia de su ataque.
    Gruñendo de rabia, la bestia se precipitó contra ellos como un borrón oscuro y pavoroso. Tal fue la celeridad de su ataque que Ludur murió atravesado por sus garras sin que hubiera podido moverse; el metal de su lóriga chirrió al ceder, la carne se desgarró y los huesos se quebraron ante la acometida de las negras uñas. Mabh, Firan y Eslech acometieron a la bestia por los flancos y la espalda. Mabh le hincó una profunda estocada en una pierna, atravesándosela. Vengativa, la bestia apresó entre sus fauces el brazo del arma de Mabh y de un fuerte tirón le arrancó el miembro. Sangrando a rojos borbotones por el muñón, Mabh gritó de agonía y reculó. Eslech aprovechó el instante en el que la bestia atacaba a Mabh y le asestó un poderoso tajo en el lomo. Aumentadas sus fuerzas por el miedo y la desesperación, su golpe hubiera cortado en dos el espinazo de un hombre, aunque la bestia no pareció acusar la herida; tan sólo gruñó molesta y se volvió un instante para contraatacar. Sus zarpas alcanzaron a Eslech en una pierna, le rajaron el muslo y quebraron su fémur, que brotó enrojecido de la carne desgarrada. Eslech aulló de dolor y cayó de espaldas, tratando de contener la hemorragia con ambas manos inútilmente.
    Firan dudó al atacar y desistió, volviendo la espalda y huyendo. El ser le miró con desgaire y le alcanzó de un salto, hendiéndole de un zarpazo la columna vertebral, como si fuera una frágil rama ante la furia de una tormenta. La visión de la bestia era sobrecogedora; estaba cubierta de sangre, que refulgía húmeda a la luz de la luna. Los ayes de Mabh y Eslech, mutilados, atrajeron su atención, y como si realizara un inconcebible acto de piedad o tal vez irritada simplemente por sus gimoteos, la bestia acabó con sus vidas.
    En ese momento se oyó una risa demencial, absurda. La bestia vio a Dunnr mesándole el cabello y riendo como un poseso; había tomado la lanza de Sared, y cargó con ella al ristre, profiriendo un vesánico alarido y arrojándose contra la bestia. Alanceó con increíble ímpetu y le atravesó el vientre de parte a parte a la bestia, que gritó de dolor por primera vez. Dunnr volvió a reír como un demente, hincando aún más la lanza. Colérica, la bestia le tiró un zarpazo a Dunnr al pecho, traspasándole las costillas y quebrándole la clavícula. La risa de Dunnr se apagó y, agonizante, cayó junto a los cadáveres de sus hombres. Con una brusca sacudida, la bestia se arrancó la lanza del vientre y la arrojó a un lado. La sangre brilló en la profunda herida, aunque en unos instantes ésta se cerró, y fue como si nunca hubiera existido.
    Therek había contemplado impotente la muerte aquellos hombres, una muerte inútil, cruel, indigna de un guerrero. Resuelto, fue al encuentro de su propia muerte, pues siempre había preferido acabar sus días así, yendo hacia ella antes que al contrario. Asiendo con fuerza la espada en su siniestra, arremetió en un último y desesperado ataque contra la criatura. La garra del ser apresó la hoja de su espada y la hizo añicos antes de que alcanzara su cuerpo. Aferrando a Therek por el cuello y levantándole en vilo, le acercó hacia sus fauces.
    -¡Padre! ¡No! -clamó histérica una aguda voz, a espaldas del ser. Inar estaba en pie, pálida y muy asustada. La bestia se volvió para mirarla. Inar se apretó contra la roca, gimiendo y cerrando los ojos. Therek, medio asfixiado, sintió cómo la presa del ser aflojaba y cayó a tierra, incapaz de sostenerse. Se tuvo sobre sus rodillas, sin comprender porqué le había perdonado la vida.
    La bestia se había retirado varios pasos atrás, perpleja y desconcertada. Un bajo gruñido brotaba de su garganta, pero parecía más de duda que de ira. Therek trató de levantarse y llegar hasta su hija, pero estaba demasiado débil como para hacerlo. Inar vio a su padre a punto de desfallecer y acudió en su ayuda, abrazándole entre sollozos, implorándole a los dioses que no muriera. La criatura contempló a padre e hija abrazados y volvió a gruñir, aún más confundida; alzó su lobuna testa y aulló de rabia. El significado de lo que veía comenzó a abrirse paso en su brumoso entendimiento.
    Inar dirigió una mirada llena de pavor al monstruo. Sin embargo, poco después dejó escapar un quejido.
    -¿Yaeln? -musitó, con voz rota. La criatura escuchó a Inar y vaciló. Aquel nombre resonaba como lejanos ecos en su cerebro. Dudaba. Y aquello no era de su agrado.
    Su agudo oído escuchó pasos que se dirigían hacia allí, lentos y cansinos. Al pie del sendero que llevaba hasta el claro, acezando, se tenía un anciano con ropas de cuero y pelo blanco, sosteniendo un arco largo de tejo. Aquel hombre también le resultó familiar a la bestia y aumentó todavía más su confusión.
    Crenad alargó la mano hacia la aljaba y tomó la única flecha que había traído en ella, cuya punta tenía un brillo apagado que recordaba la luz de la luna. Aquella flecha había aguardado casi veinte años a ser disparada, como si lo hubiera sabido todo desde un principio. Engastándola, apuntó hacia el corazón de la bestia, que le miraba en silencio, indecisa, como tratando de comprender. El pulso de Crenad temblaba, y tuvo que hacer un terrible esfuerzo para tensar la cuerda con sus dedos agarrotados por la edad, pero, aún así, halló fuerzas para hacerlo. Las lágrimas corrían por el ajado rostro del viejo cazador, que cerró los ojos y dejo ir la flecha. No volvió a abrirlos para comprobar su último tiro, pues se derrumbó como fulminado por un rayo, muerto.
    La saeta de plata se desvió ligeramente en el último instante. Tal vez fue el pulso de Crenad el que falló, o su resolución al disparar. La argéntea punta no alcanzó el corazón de la bestia, mas se hundió profundamente entre sus costillas. Un aullido de agonía restalló como un trueno; un aullido de dolor, rabia y pena aunadas, que clamaban al destino y maldecían sus designios. La bestia se dejó caer de rodillas; la sangre brotó de las comisuras de sus fauces y tiñó carmesí la negra pelambrera de su garganta.
    Inar bajó la cabeza, con el rostro anegado de lágrimas, pues ya no dudaba de la identidad de la criatura. Se arañó con desesperación el rostro y lo ocultó en el pecho de su padre. Therek se sostuvo en los brazos de su hija y contempló a la bestia. Se moría. Un sordo borboteo se escapaba a intervalos de su pecho, hasta que, con un último estertor, murió. Aún así, su cuerpo no halló la paz: se retorció y convulsionó espasmódicamente, hasta mutar en instantes de forma increíble. Donde estaba la terrible bestia, quedó el cuerpo inerte y desnudo de Yaeln. Su alma tuvo al fin sosiego.

    La primavera llegaba de nuevo, trayendo el fin de la nieve y el frío. Era una tarde tibia, neblinosa, en la que el sol caldeaba tímidamente la tierra. Therek se acercó cansinamente hasta la puerta de su casa, sosteniendo con cuidado un bulto envuelto en paños blancos. Había envejecido mucho en aquellos últimos meses; el pesar y el oprobio habían cargado a sus espaldas demasiado peso. Tan sólo cuidar de su hija le había dado sentido a su vida; muerta Inar, la luz de sus días se había extinguido para siempre, y sólo quedaban sombras y recuerdos difusos, pálidos fantasmas de un pasado más feliz.
    Cabizbajo, abrió la puerta. Imere, el fhyrd, aguardaba con porte solemne tras el umbral, apoyándose como todos sus antecesores en un viejo y nudoso cayado, pese a que aún el tiempo no había encorvado su espalda. Therek dirigió la mirada hacia él lentamente mientras sostenía al niño entre sus brazos rígidos. Asintiendo, le tendió al niño a Imere, y éste, sin decir palabra, lo tomó de sus brazos y se marchó. Therek contempló cómo su alta y recta figura se alejaba por el camino, mientras que el recuerdo de las palabras de la partera le venía a las mientes como susurradas en el viento.
    -Enhorabuena, Therek-. Es un niño. Un niño fuerte y sano.

    FIN

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