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agosto 22, 2010
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(Kurt Austin 03)
En el corazón de la antigua Unión Soviética, un magnate cuya fortuna proviene de la explotación minera se cree el nuevo zar de Rusia. Dice ser descendiente de los Romanov, y con su inmensa riqueza está empeñado en derrocar el débil gobierno ruso y alzarse con el poder. Para neutralizar la oposición de los Estados Unidos planea provocar una serie de explosiones submarinas en las costas estadounidenses, que Austin, con la ayuda de su compañero Joe Zavala, deberá evitar.
PRÓLOGO
Odesa, Rusia, 1918.
La espesa niebla entró en la rada a última hora de la tarde, empujada por un brusco cambio en la dirección del viento.
Las húmedas nubes grises se extendieron por los muelles de piedra, subieron las escaleras de Odesa y trajeron una noche anticipada al bullicioso puerto del mar Negro. Los barcos de pasajeros y los de carga cancelaron las salidas, y dejaron en tierra a docenas de marineros ociosos. El capitán Anatoli Tovrov buscó su camino a tientas entre la niebla que le helaba los huesos, mientras que a su alrededor se escuchaban las risotadas de los clientes borrachos en los atestados tugurios y burdeles. Dejó atrás la zona de bares, dobló por una callejuela y abrió una puerta sin ninguna señal distintiva. Olió el aire caliente cargado con el olor a tabaco y vodka. Un hombre gordo que ocupaba una mesa en un rincón llamó al capitán con un gesto.
Alexei Federoff era el jefe de la aduana de Odesa. Cuando el capitán estaba en tierra, él y Federoff se reunían habitualmente en esta discreta taberna, frecuentada sobre todo por viejos marineros retirados, donde el vodka además de barato no era letal.
El burócrata satisfacía la necesidad del capitán de tener compañía sin amistad. Tovrov había seguido un rumbo solitario desde que a su esposa y a su hija adolescente las habían matado años atrás en uno de los insensatos estallidos de violencia que se producían en Rusia.
Federoff parecía un tanto apagado. Habitualmente era un hombre jaranero capaz de acusar al camarero de cobrarle de más, pero, esta vez, cuando pidió otra ronda lo hizo en silencio levantando dos dedos. En un gesto todavía más sorprendente, el frugal aduanero pagó las copas. Hablaba en voz baja, y con una cierta agitación se tironeaba la perilla mientras observaba nervioso las otras mesas donde los curtidos marineros bebían sin preocuparse de nadie más. Convencido de que nadie espiaba su conversación, Federoff levantó la copa y brindaron.
- Mi querido capitán -dijo Federoff-. Lamento tener tan poco tiempo y verme obligado a ir directamente al grano.
Quisiera que llevara a un grupo de pasajeros y una pequeña carga a Constantinopla, sin hacer preguntas.
- Me olí algo extraño cuando me invitó a la copa -comentó el capitán, con su habitual franqueza.
Federoff se echó a reír. Siempre le había intrigado la sinceridad del capitán, incluso si no podía comprenderla.
- Verá, capitán, los pobres servidores del gobierno debemos subsistir con la miseria que nos pagan.
En el rostro del capitán apareció una leve sonrisa mientras contemplaba la amplia barriga que tensaba los botones del elegante chaleco francés de Federoff. El aduanero se quejaba con frecuencia de su trabajo. Tovrov le escuchaba cortésmente. Sabía que el funcionario tenía muy buenos contactos en San Petersburgo y que pedía sobornos a los armadores para, como él decía, «calmar el mar» de la burocracia.
- Usted conoce mi barco -añadió Tovrov. Se encogió de hombros-. No es lo que se llamaría una nave de lujo.
- No importa. Se adapta perfectamente a nuestras necesidades.
El capitán hizo una pausa, mientras se preguntaba por qué alguien estaba dispuesto a embarcarse en un viejo carguero de carbón cuando había disponibles otras alternativas más atractivas. Federoff confundió la vacilación del capitán con el inicio del regateo por el precio. Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta, sacó un sobre muy abultado, y lo dejó sobre la mesa. Abrió el sobre lo suficiente como para que el capitán viera los miles de rublos que contenía.
- Será usted bien recompensado.
Tovrov tragó saliva. Le temblaban las manos cuando sacó un cigarrillo del paquete y lo encendió.
- No lo entiendo -dijo.
Federoff advirtió el desconcierto del capitán.
- ¿Qué sabe de la situación política en nuestro país?
El capitán solo sabía aquello que leía en periódicos atrasados y los rumores que circulaban por los muelles.
- Solo soy un vulgar marino -respondió-. Casi nunca estoy en suelo ruso.
- Incluso así, es usted un hombre con una gran experiencia práctica. Por favor sea sincero, amigo mío. Siempre he valorado su opinión.
Tovrov pensó durante unos momentos en lo que sabía de las tribulaciones de Rusia, y lo expresó en un contexto náutico.
- Si un barco estuviese en las mismas condiciones que nuestro país, me preguntaría cómo es que todavía no se ha ido a pique.
- Siempre he admirado su candor -manifestó Federoff, con una sonora carcajada-. Su réplica no podía ser más precisa. Rusia se encuentra inmersa en una situación crítica.
Nuestros jóvenes mueren por centenares en la Gran Guerra, el zar ha abdicado, los bolcheviques se están haciendo con el poder, los alemanes ocupan nuestro flanco sur, y hemos llamado a las demás naciones para que nos saquen las castañas del fuego.
- No tenía idea de que las cosas estuvieran tan mal.
- Van a peor, aunque le cueste creerlo, y esto nos trae de nuevo a usted y su barco. -Federoff miró directamente a los ojos del capitán-. Los patriotas leales de Odesa estamos con la espalda contra el mar. El ejército blanco controla el territorio, pero los rojos presionan por el norte, y no tardarán en derrotarlo. La zona militar de dieciséis kilómetros del ejército alemán desaparecerá como el hielo en primavera. Al llevar a estos pasajeros, estará haciendo un gran servicio a Rusia.
El capitán se consideraba a sí mismo como un ciudadano del mundo, pero en lo más profundo no era diferente al resto de sus compatriotas, con su gran cariño por la madre patria. Sabía que los bolcheviques arrestaban y fusilaban sin parar mientes a los miembros de la vieja guardia, y que muchos refugiados habían emprendido la huida hacia el sur.
Había hablado con otros capitanes que relataban historias de pasajeros de alto rango que embarcaban en mitad de la noche.
El alojamiento de los pasajeros no planteaba ningún problema. El barco estaba prácticamente vacío. El Odessa Star era el último lugar al que acudían los tripulantes que buscaban una plaza. Olía a grasa, a combustible, a metal oxidado y a residuos de otras cargas. Los marineros lo llamaban el hedor de la muerte y evitaban el barco como si transportara la peste. Los tripulantes eran en su mayoría escoria de los muelles que ninguna nave quería contratar. Tovrov le pediría al primer oficial que se trasladara a su camarote, con lo que dejaría libre para los pasajeros los camarotes de los oficiales. Miró de soslayo el abultado sobre. El dinero marcaría la diferencia entre morir en un asilo para viejos marineros o retirarse a una cómoda casita junto al mar.
- Zarparemos dentro de tres días con la marea de la tarde.
- Es usted un verdadero patriota -afirmó Federoff con lágrimas en los ojos. Le acercó el sobre-. Aquí tiene la mitad. Le pagaré el resto cuando lleguen los pasajeros.
El capitán se guardó el dinero en un bolsillo; tuvo la sensación de que el sobre emanaba calor.
- ¿Cuántos serán los pasajeros?
Federoff miró a dos marineros que acababan de entrar en el local y esperó a que se sentaran a una de las mesas.
- Alrededor de una docena -respondió en voz baja-. En el sobre también hay dinero para la comida. Compre las provisiones en varias tiendas para no despertar sospechas.
Ahora debo irme. -Se levantó, y con una voz lo bastante alta como para que le escucharan todos, añadió-: Así están las cosas, mi buen capitán. Espero que ahora tenga usted bien claro cuáles son las disposiciones aduaneras. Buenos días.
La tarde de la partida, Federoff visitó la nave para comunicarle al capitán que no había ningún cambio en los planes.
Los pasajeros llegarían cuando fuera de noche. Solo el capitán debía estar en cubierta. Poco antes de la medianoche, mientras Tovrov se paseaba por la cubierta envuelta en la niebla, un vehículo se detuvo al pie de la pasarela. Por el sonido del motor dedujo que era un camión. El conductor apagó el motor y los faros. Se abrieron y cerraron puertas, y se escuchó el rumor de voces y el raspar de las botas en los adoquines mojados.
Una figura alta, vestida con una capa con capucha, subió por la pasarela, saltó a cubierta y se acercó al capitán. Tovrov notó la fuerza en la mirada de aquellos ojos invisibles. Luego, una voz profunda y autoritaria sonó en el agujero negro de la capucha.
- ¿Dónde están los camarotes de los pasajeros?
- Se los enseñaré.
- No, dígamelo.
- De acuerdo. Los camarotes en el puente, en la cubierta superior. La escalerilla está allá.
- ¿Dónde está la tripulación?
- Todos los tripulantes están en sus literas.
- Ocúpese de que sigan allí. Espere aquí.
El hombre se dirigió silenciosamente hacia la escalerilla para subir a la cubierta donde estaban los camarotes de los oficiales directamente debajo del puente de mando. Solo tardó unos minutos en volver de su inspección.
- Mejor que un establo, pero no mucho -opinó-. Vamos a subir a bordo. Manténgase apartado. Vaya allí. -Señaló hacia la proa, y luego bajó la pasarela.
A Tovrov le irritaba que le dieran órdenes en su propio barco. Sin embargo, pensar en el dinero guardado en el cofre de su camarote le hizo olvidar el enfado. También era lo bastante prudente como para no discutir con alguien que le superaba en más de una cabeza de estatura. Fue a proa tal como le habían dicho.
El grupo reunido en el muelle subió al barco en fila india.
Tovrov escuchó la voz somnolienta de una chica o un chico acallada por un adulto cuando los pasajeros se dirigían a los camarotes. Otros les siguieron cargados con maletas y baúles. Por los gruñidos y las maldiciones, adivinó que el equipaje era pesado.
La última persona en subir fue Federoff, que resoplaba debido a su desacostumbrado esfuerzo de subir por la pasarela.
- Ya está, amigo -anunció alegremente. Dio unas palmadas para calentarse las manos enguantadas-. No queda nadie más. ¿Está todo preparado?
- Zarparemos en cuanto usted dé la orden.
- Considérela dada. Aquí tiene el resto de su dinero. -Le entregó a Tovrov un sobre que crujió con los billetes nuevos.
Luego, en un gesto inesperado, abrazó al capitán con un abrazo de oso y le besó en las mejillas-. La madre Rusia nunca podrá pagarle lo suficiente -susurró-. Esta noche ha hecho usted historia. -Soltó al asombrado capitán y bajó por la pasarela. Al cabo de un momento, el camión se puso en marcha y desapareció en la oscuridad.
El capitán acercó el sobre a la nariz, olió el aroma de los rublos como si fuesen rosas, luego guardó el dinero en un bolsillo del abrigo y subió ai puente de mando. Pasó por la caseta de derrota para ir a su camarote y despertar a Sergei, el primer oficial. Tovrov le ordenó al joven georgiano que despertara a la tripulación y que soltaran las amarras. El primer oficial se marchó al sollado para cumplir con las órdenes, sin dejar de mascullar algo incomprensible.
Un puñado de seres miserables apareció tambaleante de cubierta, ninguno de ellos muy sobrios. Tovrov observó desde el puente de mando cómo soltaban las amarras y recogían la pasarela. En total había doce tripulantes, incluidos dos hombres contratados en el último minuto para trabajar de fogoneros en la «chatarra», que era como llamaban a la sala de máquinas. El jefe maquinista era un marino competente que seguía junto al capitán solo por lealtad. Manejaba la aceitera como una varita mágica e insuflaba vida en los moribundos motores que propulsaban al Odessa Star. Las calderas encendidas desde hacía horas producían todo el vapor que podía esperarse dado su estado lamentable.
Tovrov cogió el timón, envió la orden por el telégrafo, y el barco se apartó del muelle. Mientras el Odessa Star avanzaba lentamente por la rada cubierta de niebla, aquellos que lo vieron zarpar se persignaron y murmuraron antiguas plegarias para protegerse de los demonios. Parecía flotar sobre el agua como un buque fantasma condenado a vagar por los mares del mundo a la búsqueda de marineros ahogados como tripulación. Las luces de posición se veían envueltas en un velo grisáceo, como si los fuegos fatuos bailaran en los aparejos.
El capitán guió al barco por el sinuoso canal y sorteó a los otros barcos fondeados con la facilidad de una tortuga que utiliza su radar natural. Años de navegar entre Odesa y Constantinopla habían grabado la ruta en su mente, y sabía sin necesidad de recurrir a las cartas o a las boyas cuántas vueltas de timón tenía que dar en cada maniobra.
Los propietarios franceses del barco habían descuidado intencionadamente durante años los trabajos de mantenimiento, y soñaban que algún día una buena tormenta lo enviara a pique y así cobrar el dinero del seguro. El orín chorreaba de los imbornales como pústulas infectadas y manchaba el casco desconchado. Los mástiles y las grúas mostraban las negras manchas de la corrosión. El barco escoraba a babor como un borracho, allí donde se acumulaba el agua de una sentina agujereada. Las máquinas del Odessa Star, necesitadas desde hacía años de una reparación a fondo, jadeaban como si sufrieran de enfisema. El asqueroso humo negro que salía de la única chimenea apestaba como una columna de azufre salida del infierno. Como un enfermo terminal que se las ha apañado para vivir en un cuerpo hecho una ruina, el Odessa Star continuaba surcando los mares cuando ya tendría que haber sido declarado clínicamente muerto.
Tovrov sabía que el Odessa Star sería el último barco a su mando. No obstante, se esforzaba por mantener un aspecto pulcro. Cada mañana limpiaba sus zapatos negros. Su camisa blanca tenía un color amarillento pero se veía limpia, y procuraba mantener la raya en los raídos pantalones negros.
Solo las habilidades cosméticas de un embalsamador hubiesen podido mejorar la apariencia física del capitán. Las muchas horas de trabajo, el comer poco y mal, la falta de sueño habían dejado sus huellas. Las mejillas hundidas hacían que se destacara todavía más la larga nariz cubierta de venas rojas y la piel era de un color gris como el agua sucia.
El primer oficial se fue a dormir, y la tripulación volvió a las literas mientras el primer turno de fogoneros alimentaba las calderas. El capitán encendió un fuerte cigarrillo turco que le provocó un ataque de tos tan fuerte que se dobló en dos. Cuando consiguió controlar la tos, se dio cuenta de que el helado aire de mar entraba por una puerta abierta. Levantó la cabeza y vio que ya no estaba solo. Un gigantón estaba en el umbral, su figura enmarcada por jirones de niebla. Entró y cerró la puerta rápidamente.
- Luces -ordenó con una voz de barítono que lo identificó como el hombre que había sido el primero en subir a bordo.
Tovrov tiró de la cadena del interruptor de la bombilla desnuda colgada de una viga. El hombre se había quitado la capucha. Era alto, delgado, y llevaba un gorro de piel blanca conocido como papaja en un ángulo insolente. La pálida cicatriz de un duelo le cruzaba la mejilla derecha por encima de la línea de la barba, tenía el rostro enrojecido y la piel marcada por las quemaduras de la nieve, y el pelo y la barba negra salpicadas con gotas de humedad. La pupila del ojo izquierdo estaba cubierta por una película blanca producto quizá de alguna enfermedad o una herida, y el ojo bueno le daba un aspecto de cíclope desequilibrado.
La entreabierta capa forrada de piel había dejado a la vista una pistolera y el fusil que llevaba en la mano. Una canana le cruzaba el pecho y un sable colgaba del cinto. Vestía una casaca gris manchada de barro y calzaba botas negras de caña alta. El uniforme y el aire de violencia mal contenida lo identificaban como un cosaco, un miembro de la feroz casta de guerreros que habitaban las orillas del mar Negro. Tovrov contuvo el asco. Los cosacos habían participado en la muerte de su familia, y siempre había intentado evitar a los beligerantes jinetes que disfrutaban aterrorizando a la gente.
El hombre echó una ojeada al desierto puente de mando.
- ¿Está solo?
- El primer oficial está durmiendo en mi camarote -respondió Tovrov, y señaló con un gesto hacia atrás-. Está borracho y no se entera de nada. -Buscó el paquete de cigarrillos y se lo ofreció al visitante.
- Soy el comandante Peter Yakelev -dijo el cosaco, que rechazó el cigarrillo con un ademán-. Usted hará lo que se le diga, capitán Tovrov.
- Puede confiar en que estaré a su servicio, comandante.
- No confío en nadie. -El cosaco pareció escupir las palabras. Se acercó-. No confío en los rusos blancos ni en los rojos. Tampoco en los alemanes y los ingleses. Todos están contra nosotros. Incluso los cosacos se han pasado a los bolcheviques. -Miró al capitán con una expresión furiosa como si esperara encontrarse con un desafío. Cuando comprobó que no había amenaza alguna en la mansa expresión del capitán, estiró la mano.
- Cigarrillo -gruñó.
Tovrov le dio todo el paquete. El comandante encendió un cigarrillo y aspiró el humo como si fuera un elixir. El capitán se sintió intrigado por el acento del militar. Su padre había sido cochero de un rico terrateniente, y Tovrov conocía el habla culta de la élite rusa. Este hombre tema todo el aspecto de haber salido de las estepas, pero hablaba con un tono educado. Tovrov sabía que los oficiales salidos de la academia militar a menudo les daban el mando de tropas cosacas.
El capitán advirtió las huellas del cansancio en el rostro del cosaco y en los hombros un tanto vencidos.
- ¿Un viaje muy largo? -preguntó.
El comandante sonrió sin la menor alegría.
- Sí, un viaje muy largo y difícil. -Soltó dos columnas de humo por la nariz. Sacó una petaca de vodka del bolsillo de la casaca. Bebió un trago mientras echaba otra ojeada a la cabina-. Este barco apesta -declaró.
- El Odessa Star es una vieja dama con un gran corazón.
- Así y todo, su vieja dama apesta -afirmó el cosaco.
- Cuando se tiene mi edad, uno aprende a taparse la nariz y aceptar lo que se tiene.
El comandante se echó a reír y palmeó la espalda de Tovrov con tanta fuerza que el capitán sintió como si le hubiesen apuñalado en los pulmones y comenzó a toser. El cosaco le ofreció la petaca. El capitán bebió un trago. Era vodka de primera calidad, no el matarratas al que estaba habituado. La fuerte bebida apagó la tos. Devolvió la petaca y sujetó el timón.
Yakelev guardó la petaca en el bolsillo.
- ¿Qué le dijo Federoff? -preguntó.
- Solo que llevamos a unos pasajeros y una carga de gran importancia para Rusia.
- ¿No le pica la curiosidad?
Tovrov se encogió de hombros.
- He escuchado lo que está pasando en el oeste. Supongo que mis pasajeros son burócratas que escapan de los bolcheviques con sus familias y las pocas pertenencias que han conseguido recoger.
- Sí, esa es una buena historia. -Yakelev sonrió.
- Puedo preguntar -prosiguió Tovrov, envalentonado-, ¿por qué han escogido el Odessa Star? Sin duda había barcos más nuevos y con más comodidades para los pasajeros.
- Utilice la cabeza, capitán -replicó el comandante con un tono un tanto despectivo-. Nadie supondrá que esta vieja carraca puede llevar a nadie importante. -Miró a través de una de las ventanas allí donde solo había oscuridad-. ¿Cuánto tardaremos en llegar a Constantinopla?
- Dos días y dos noches si todo va bien.
- Asegúrese de que vaya bien.
- Haré todo lo posible. ¿Algo más?
- Sí. Dígale a su tripulación que se mantenga apartada de los pasajeros. Una cocinera se encargará de preparar las comidas. Nadie hablará con ella. Hay seis guardias, incluido yo, y estaremos de servicio todo el día. Dispararemos contra cualquiera que se acerque a los camarotes sin permiso. -Apoyo una mano en la culata de la pistola para recalcar la advertencia.
- Me aseguraré de que la tripulación esté avisada -respondió el capitán-. Los únicos que estamos en el puente somos el primer oficial y yo. Se llama Sergei.
- ¿El borracho?
Tovrov asintió. El cosaco sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad, miró la cabina con el ojo bueno, y después se marchó tan bruscamente como había venido.
El capitán miró la puerta abierta y se rascó la barbilla. Los pasajeros que viajaban acompañados de una escolta armada no eran unos simples burócratas, se dijo. Debía de estar llevando a alguien encumbrado en la jerarquía, quizá incluso a miembros de la corte. Sin embargo, decidió que no era asunto suyo, y volvió a sus ocupaciones. Comprobó el rumbo, sujetó el timón y luego se asomó a la barandilla de babor para despejarse la cabeza.
El aire húmedo traía el perfume de las antiguas tierras que rodeaban el mar. Inclinó la cabeza a un lado y aguzó el oído en un intento por escuchar por encima del errático traqueteo de las máquinas del Odessa Star. Las décadas pasadas en el mar le habían afinado los sentidos. Había otro barco que se movía entre la niebla. ¿Quién más podía ser tan idiota como para navegar en una noche tan terrible? Quizá era efecto del vodka.
Un nuevo sonido apagó el ruido de las máquinas. Era la música que llegaba de los camarotes de los pasajeros. Alguien estaba tocando una concertina y unas voces masculinas cantaban a coro. Entonaban el himno nacional ruso, Baje Tsaria Krani (Dios salve al zar). Las melancólicas voces le produjeron una gran tristeza. Entró en el puente de mando y cerró la puerta para no seguir escuchando los tristes acordes.
La niebla se desvaneció con el alba, y el primer oficial entró con paso inseguro y los ojos legañosos para relevar al capitán. Tovrov le indicó el rumbo, salió de la cabina y bostezó en la primera luz de la mañana. Echó una ojeada al mar, que era como una inmensa balsa azul, y vio que su instinto no le había engañado. Un pesquero navegaba en paralelo a la larga estela del Odessa Star. Observó la embarcación durante unos minutos, después se encogió de hombros, y bajó a la cubierta para avisar a los tripulantes que estaba prohibido acercarse a los camarotes de los oficiales.
Después de comprobar que todo estaba en orden, el capitán volvió a su camarote y se acostó vestido. El primer oficial tenía órdenes estrictas de despertarlo al primer aviso de que ocurría algo anormal. Sin embargo, Tovrov, que dominaba el arte de dormir con un ojo, se levantó varias veces para después seguir durmiendo profundamente. Se levantó sobre el mediodía, y bajó al comedor donde desayunó pan con queso, y un poco de chorizo adquirido gracias al dinero que le habían dado. Había una mujer robusta en los fogones, y a su lado un fornido cosaco con cara de pocos amigos que la ayudó a llevar las humeantes cazuelas a los camarotes de los pasajeros.
En cuanto acabó de desayunar, Tovrov relevó al primer oficial para que bajara a comer. A medida que transcurría el día, se alejaron cada vez más del pesquero hasta que se convirtió en cualquiera de los puntos visibles en el horizonte.
El Odessa Star parecía quitarse años de encima mientras surcaba la tranquila superficie del mar iluminado por el sol.
Tovrov, ansioso por llegar a Constantinopla, ordenó que siguieran casi a toda máquina hasta que finalmente, el barco pagó las consecuencias de su alegre andar. Faltaba poco para la puesta de sol cuando se rompió uno de los motores, y aunque el primer oficial y el maquinista hicieron lo imposible por repararlo, lo único que consiguieron fue acabar sucios de grasa hasta las orejas. El capitán comprendió que era inútil perder más tiempo y ordenó que continuaran la navegación con un solo motor.
El comandante le esperaba en el puente de mando y rugió como un león herido cuando el capitán le explicó el problema. Tovrov dijo que llegarían a Constantinopla, aunque con un poco de retraso. Quizá un día más.
Yakelev levantó los puños y miró al capitán con su ojo de cíclope. Tovrov se vio convertido en papilla, pero el comandante se volvió bruscamente y salió de la cabina. El capitán soltó el aire retenido en los pulmones y volvió a ocuparse de las cartas náuticas. El barco se movía a media velocidad, pero al menos se movía. Tovrov rogó al icono de San Basilio sujeto al mamparo que el motor aguantara el esfuerzo.
El comandante parecía más tranquilo cuando volvió al puente. El capitán se interesó por el estado de los pasajeros.
Estaban bien, le respondió Yakelev, aunque estarían mucho mejor si el apestoso y oxidado trasto en el que viajaban los llevaba a su destino. Ya era noche cerrada cuando entró la niebla, y Tovrov ordenó reducir la velocidad en un par de nudos. Rezó para que Yakelev estuviera durmiendo y no advirtiera que el barco navegaba a menor velocidad.
Tovrov tenía el tic mental que afecta a todos los hombres que han pasado sus vidas en el mar. Su mirada iba de un lado a otro, miraba la brújula y el barómetro docenas de veces en una hora, y pasaba de una banda a la otra del puente para observar el estado del tiempo y el mar. Sobre la una de la madrugada, se asomó a la banda de babor y sintió un cosquilleo en la nuca. Se acercaba una embarcación. Escuchó atentamente. La distancia que los separaba se acortaba rápidamente.
Tovrov era un hombre sencillo, pero no era estúpido. Cogió el teléfono que conectaba el puente con los camarotes de los oficiales y giró la manivela. Yakelev atendió la llamada.
- ¿Qué quiere? -preguntó con voz desabrida.
- Tenemos que hablar -respondió Tovrov.
- Subiré más tarde.
- No, es muy importante. Debemos hablar ahora mismo.
- De acuerdo. Venga aquí -le ordenó Yakelev, y después añadió con una risita malvada-: Intentaré no dispararle.
El capitán colgó el teléfono y despertó a Sergei, que dormía borracho como una cuba. Le sirvió una taza de café bien cargado.
- Mantén el rumbo sur. Volveré dentro de unos minutos.
Si cometes cualquier error te quitaré el vodka hasta que lleguemos a Constantinopla.
Tovrov bajó las escalerillas y abrió cautelosamente la puerta, casi esperando que le acribillaran a balazos. Yakelev le aguardaba, con las piernas bien separadas y los brazos en jarras. Cuatro cosacos dormían en el suelo, y un quinto estaba sentado con las piernas cruzadas en la posición del loto, de cara a la puerta y con un fusil en las rodillas.
- Me ha despertado -protestó Yakelev con una mirada acusadora.
- Venga conmigo, por favor -replicó el capitán, y se volvió para enseñarle el camino. Descendieron hasta la cubierta principal, envuelta por la niebla, y se dirigieron a popa.
Tovrov se inclinó sobre la borda y miró en la oscuridad que borraba la amplia estela. Escuchó durante unos segundos, y su mente eliminó todos los sonidos habituales-. Nos sigue una embarcación.
Yakelev lo miró con una expresión suspicaz y acercó una mano a la oreja como si fuera una trompetilla.
- Está loco. No escucho nada que no sea el ruido de este montón de chatarra.
- Usted es un cosaco -señaló Tovrov-. ¿Entiende de caballos?
- Por supuesto -afirmó el comandante, con una mueca de desprecio-. ¿Qué hombre no sabe de caballos?
- Yo no sé nada de caballos, pero sí sé de barcos, y nos están siguiendo. El pistón de uno de los motores de ese barco falla. Creo que se trata del mismo pesquero que vi antes.
- ¿Y qué? Estamos en el mar. Los peces viven en el mar.
- No hay peces tan lejos de la costa. -Volvió a escuchar-. No hay ninguna duda. Se trata del mismo barco y se acerca a nosotros.
El comandante soltó un rosario de maldiciones y descargó un puñetazo en la borda.
- Debe escapar de ellos.
- ¡Imposible! No con un motor de menos.
La mano de Yakelev se cerró como una garra en el pecho del abrigo de Tovrov y levantó al capitán como si fuera un pluma.
- No me diga que es imposible -rugió-. Tardamos semanas en venir desde Kiev. La temperatura era de treinta bajo cero. El viento era como un látigo que nos azotaba el rostro.
Nos encontramos con una burin, una ventisca como no había visto en toda mi vida. Disponía de una sontia de cien cosacos cuando salí. Estos puñados de hombres agotados es todo lo que me queda. Los demás se quedaron atrás para proteger nuestra retaguardia mientras cruzábamos las líneas alemanas. De no haber sido por la ayuda de los tártaros, ahora estaríamos todos muertos. Conseguimos encontrar un camino. Usted también lo hará.
Tovrov consiguió dominar un ataque de tos.
- Entonces sugiero que cambiemos de rumbo y apaguemos las luces.
- Hágalo -ordenó el comandante, y abrió su puño de acero.
El capitán recuperó el aliento y corrió hacia el puente, con Yakelev pegado a los talones. Cuando se aproximaban a la escalerilla que conducía al puente de mando, un brillante cuadrado de luz apareció en la cubierta superior. Varias personas salieron a la plataforma abierta. Tenían la luz a la espalda, así que sus rostros continuaron en la sombra.
- ¡Adentro! -gritó Yakelev.
- Hemos salido a tomar un poco el aire -dijo una mujer, que hablaba con acento alemán-. En los camarotes nos ahogamos.
- Por favor, señora -rogó el oficial con un tono mucho más amable.
- Como usted quiera -replicó la mujer, después de un instante. Era obvio que le desagradaba hacerlo, pero se llevó a los demás de nuevo a los camarotes. Cuando se volvió, Tovrov vio su perfil. Tenía la barbilla sobresaliente, y la nariz un tanto curvada en la punta.
Un guardia asomó por la puerta.
- No pude detenerlas, comandante -gritó.
- Entre y cierre la puerta antes de que todo el mundo escuche sus estúpidas disculpas.
El guardia desapareció de la vista y cerró la puerta. Mientras Tovrov miraba hacia la plataforma vacía, los gruesos dedos del comandante se clavaron en su brazo.
- Usted no ha visto nada, capitán -dijo Yakelev en voz baja y un tono imperioso.
- Esas personas…
- ¡Nada! Por el amor de Dios, capitán. No me obligue a que lo mate.
Tovrov fue a replicar, pero las palabras nunca salieron de su boca. Había notado un cambio en el movimiento del barco, y se libró de la mano de Yakelev.
- Debo volver al puente.
- ¿Qué ocurre?
- No hay nadie al timón. ¿No lo nota? El idiota de mi primer oficial probablemente esté borracho.
Tovrov se alejó del comandante y subió al puente de mando. A la luz de la bitácora, vio cómo la rueda del timón giraba de un lado a otro como si la movieran unas manos invisibles. El capitán entró en la cabina y tropezó con algo blando.
Maldijo en voz alta, convencido que el primer oficial estaba inconsciente. Luego encendió la luz y comprobó que se había equivocado.
El georgiano yacía boca abajo en el suelo de metal, con la cabeza en medio de un charco de sangre. La ira de Tovrov se convirtió en alarma. Se arrodilló junto al joven oficial y le dio la vuelta. Una herida le sonrió como una segunda boca allí donde le habían cortado la garganta al pobre desgraciado.
El capitán se apartó del cadáver con una expresión de horror, solo para chocar contra una pared de carne. Se volvió en el acto y se encontró con Yakelev.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó el comandante.
- ¡Es increíble! ¡Alguien ha asesinado al primer oficial!
Yakelev empujó el cadáver ensangrentado con la punta de la bota.
- ¿Quién ha podido hacer esto?
- Nadie.
- ¿Nadie ha degollado a su primer oficial como a un cerdo? No diga tonterías, capitán.
Tovrov sacudió la cabeza, incapaz de apartar la mirada del cuerpo del georgiano.
- Quiero decir que conozco perfectamente bien a todos los miembros de mi tripulación -explicó. Hizo una pausa-. A todos excepto a los dos nuevos.
- ¿Quiénes son esos hombres? -El ojo bueno de Yakelev se fijó en Tovrov como un reflector.
- Los contraté hace dos días como fogoneros. Estaban en el bar cuando hablaba con Federoff, y después vinieron para pedir trabajo. Tenían todo el aspecto de ser un par de rufianes, pero estaba escaso de personal…
Yakelev soltó una maldición, desenfundó la pistola, apartó sin miramiento al capitán, y abandonó el puente de mando mientras gritaba órdenes a sus hombres. Tovrov miró al primer oficial y juró para sus adentros que dejaría que lo mataran sin presentar pelea. Sujetó la rueda del timón, después fue a su camarote donde, con manos temblorosas, marcó la combinación de la caja de caudales. Cogió el paquete de terciopelo donde tenía una pistola automática Mauser del calibre 7,63 milímetros, que había comprado hacía años en previsión de que algún día tuviera que enfrentarse a un motín a bordo, comprobó el cargador, y pistola en mano abandonó el camarote. Mientras bajaba a la cubierta principal, se detuvo un momento para mirar por la ventana circular de la puerta que daba a los camarotes de los oficiales. No vio a nadie en el pasillo. Llegó a la cubierta principal y avanzó con mucho cuidado. La débil luz de las lámparas de posición le permitió ver a los cosacos agazapados cerca de la borda.
De pronto, un pequeño objeto oscuro apareció por encima de la borda, rebotó una vez y después se deslizó por el metal mojando, dejando atrás una estela de chispas.
- ¡Granada! -gritó alguien.
Yakelev, rápido como una centella, se lanzó sobre la granada, se volvió boca arriba y con el mismo movimiento arrojó la pina de metal por encima de la borda. Se escuchó el estruendo de la explosión, y los alaridos de dolor que siguieron a la detonación se perdieron en el estrépito de los disparos que efectuaban los cosacos contra el enemigo invisible. Uno de los guardias se inclinó por encima de la borda y de un solo tajo cortó los cabos que sujetaban varios garfios de abordaje. Luego sonó el rugido de un motor a toda potencia. Los cosacos continuaron disparando hasta que la otra embarcación quedó fuera de alcance.
El comandante se volvió con el fusil preparado. Ya iba a disparar cuando en su rostro apareció una sonrisa al ver que se trataba de Tovrov.
- Será mejor que guarde ese juguete antes de que se dispare a sí mismo, capitán.
Tovrov se metió la pistola en la cintura y se acercó al oficial.
- ¿Qué ha pasado?
- Tenía usted razón. Nos seguían. Un pesquero se colocó a nuestra altura y unos cuantos tipos insolentes intentaron colarse a bordo. Tuvimos que enseñarles buenos modales. Uno de sus nuevos tripulantes les estuvo haciendo señales con una lámpara hasta que le clavamos un puñal en el corazón. -Señaló un cuerpo caído en la cubierta.
- Les dimos a nuestros visitantes una calurosa bienvenida -comentó uno de los cosacos con un tono divertido y sus compañeros le rieron la gracia. Un par de guardias recogieron el cadáver y lo lanzaron por la borda. El capitán iba a preguntar dónde estaba el otro fogonero. Fue demasiado tarde.
El fogonero ausente anunció su llegada con una fuerza letal. Los disparos de su fusil acabaron con las risas de los cosacos, y los cuatro hombres se desplomaron como segados por una guadaña invisible. Una bala alcanzó a Yakelev en el pecho, y la fuerza del impacto lo lanzó contra un mamparo.
Se resistió a caer y con un gran esfuerzo consiguió apartar al capitán de la línea de fuego. El último guardia se arrojó cuerpo a tierra y se arrastró sin dejar de disparar mientras avanzaba, pero una bala acabó con su vida antes de que pudiera alcanzar el resguardo de uno de los tubos de ventilación.
Mientras el cosaco conseguía distraer al atacante, Tovrov y Yakelev escaparon, aunque fue en vano porque después de unos pocos pasos, al comandante se le aflojaron las piernas y su corpachón se desplomó sobre la cubierta, con la casaca empapada en sangre. Llamó al capitán con un gesto, y Tovrov acercó la oreja a la boca del moribundo.
- Cuide de la familia -dijo el comandante con un hálito de voz-. Tienen que vivir. -Su mano buscó la chaqueta de Tovrov-. No lo olvide. Rusia no puede existir sin un zar.
- Parpadeó con una mueca de asombro como si le pareciera imposible verse en esta situación. Una risa que sonó como un gorgoteo escapó de sus labios cubiertos con una espuma sanguinolenta-. Maldito sea este barco… a mí que me den un caballo… -La vida desapareció de sus fieros ojos, la barbilla cayó sobre el pecho, y los dedos se aflojaron.
En aquel mismo instante, el barco fue sacudido por una tremenda explosión. Tovrov corrió agachado hacia la borda.
Vio al pesquero a unos cien metros de distancia, y luego el fogonazo de un cañón. El carguero volvió a sacudirse al recibir el impacto del segundo proyectil.
Una explosión sorda llegó desde debajo de la cubierta, cuando se incendiaron los depósitos y el combustible incendiado salió a raudales de los tanques hasta desplegarse sobre el agua como un manto de llamas. El segundo fogonero decidió abandonar el barco. Cruzó la cubierta a la carrera, lanzó el fusil por la borda, para después encaramarse a la regala y zambullirse en un trozo de agua despejada. Nadó vigorosamente hacia el pesquero. Sin embargo, calculó mal la velocidad del combustible incendiado que lo atrapó en cuestión de segundos. Sus terribles gritos se confundieron con el fuerte crepitar de las llamas.
Los cañonazos habían sacado de sus escondrijos a los demás tripulantes. Los hombres corrían desesperados hacia el bote salvavidas en la banda opuesta al incendio. Tovrov iba a seguirlos cuando recordó las últimas palabras del comandante.
Casi sin respiración, el capitán subió penosamente la escalerilla hasta los camarotes de los pasajeros y abrió la puerta.
Se encontró con un triste espectáculo. Cuatro niñas adolescentes se acurrucaban contra un mamparo, junto con la cocinera. Delante de ellas, en actitud protectora, estaba una mujer de mediana edad con una mirada triste en sus ojos azul gris. Tenía la nariz larga, delgada, un tanto aquilina, y la barbilla firme. Mantenía los labios apretados en una expresión decidida. Podían haber sido un grupo cualquiera de refugiados aterrorizados, pero Tovrov sabía que no lo eran. Titubeó un momento mientras decidía cuál era la mejor forma de dirigirse a ellas.
- Señora -dijo finalmente-. Usted y las niñas deben ir al bote salvavidas.
- ¿Quién es usted? -replicó la mujer, con el mismo acento alemán que el capitán había escuchado antes.
- Soy el capitán Tovrov. Estoy al mando de este barco.
- Dígame qué ha pasado. ¿Qué son todos estos ruidos?
- Toda su guardia ha muerto. Están atacando el barco.
Debemos abandonarlo.
La mujer miró a las niñas y pareció recuperar el coraje.
- Capitán Tovrov, si nos lleva a mí y a mi familia a un lugar seguro, le aguardan grandes recompensas.
- Haré todo lo posible, señora.
- Entonces, adelante. Nosotras le seguiremos.
Tovrov comprobó que el camino estaba despejado, luego abrió la puerta para que pasara la familia, y la guió a través de la cubierta lejos del fuego. El Odessa Star estaba escorado en un ángulo muy agudo y casi tuvieron que escalar por la resbaladiza cubierta. Se ayudaban los unos a los otros cada vez que alguno perdía pie, sin dejar de moverse hacia la salvación.
Los tripulantes ya estaban junto al bote salvavidas, y se afanaban en accionar los pescantes. El capitán ordenó a los marineros que ayudaran a la familia. Cuando todos estuvieron en el bote, dio la orden de arriar la pequeña embarcación.
Le preocupaba que estando el barco tan escorado los pescantes no funcionaran, pero el bote comenzó a bajar, aunque de vez en cuando golpeaba contra el casco.
El bote salvavidas solo estaba a un par de metros del agua cuando uno de los marineros dio la voz de alarma. El pesquero acababa de aparecer por la proa y el cañón apuntaba directamente al bote. Se escuchó el disparo y el proyectil destrozó la popa del bote, y el aire se llenó de fragmentos de madera, metralla caliente, y restos humanos.
Tovrov sujetaba a la niña que tenía más cerca. Todavía la sujetaba cuando cayó al agua helada, y gritó el nombre de su hija muerta hacía tanto tiempo. Vio la tapa de madera de una escotilla que flotaba un poco más allá, y sin hacer ningún gesto violento para no alertar a los atacantes, nadó hacia la tapa sin soltar a la muchacha. La ayudó a subirse a la precaria balsa, le dio un empujón, y la tapa con su carga se alejaron de la luz del barco que se iba a pique hasta desaparecer en la oscuridad. Luego, helado y exhausto, sin nada que lo ayudara a mantenerse a flote, Tovrov se hundió en el agua, llevándose con él su sueño de una casita junto al mar.
1
Frente a la costa de Maine, época actual.
Leroy Jenkins subía una trampa para langostas incrustada con percebes a bordo de la lancha, The Kestrel, cuando alzó la mirada y avistó el enorme barco en el horizonte. Sacó con mucho cuidado de la trampa a un par de gordos crustáceos furiosos, les ató las pinzas y arrojó las langostas al tanque.
Luego cebó la trampa una vez más con una cabeza de pescado, lanzó la jaula de alambre por la borda y fue a la caseta en busca de los prismáticos. Enfocó la nave y sus labios modularon una silenciosa exclamación de asombro.
El barco era enorme. Jenkins observó la embarcación de proa a popa con ojo de experto. Antes de retirarse para convertirse en pescador de langostas, había sido durante años profesor de oceanografía en la universidad de Maine, y había pasado muchos veranos en buques dedicados a la exploración científica; pero esta nave no se parecía en nada a los que conocía. Calculó que mediría unos doscientos metros de eslora. Grúas de pórtico y cabrias erizaban la cubierta. Jenkins se dijo que debía tratarse de alguna nave dedicada a la minería submarina o algo por el estilo. Continuó mirando al buque hasta que desapareció detrás de la línea del horizonte, y después volvió a ocuparse de recoger las demás trampas.
Jenkins era un hombre alto, sesentón, cuyas facciones pétreas imitaban la costa rocosa de su Maine nativo. En su rostro apareció una sonrisa cuando subió la última trampa.
Había sido un día excepcionalmente bueno. Había dado con el lugar por accidente un par de meses antes. La provisión de langostas parecía inagotable, y no dejaba de venir aquí aunque tenía que alejarse de la costa más de lo normal. Afortunadamente, su lancha de madera de doce metros de eslora navegaba sin problemas incluso con carga completa. Marcó el rumbo de regreso en el piloto automático y bajó a la cocina para prepararse lo que llamaban un sándwich Dagwood cuando él era un chiquillo, por los monstruosos sándwiches de múltiples pisos que se preparaba el personaje de las historietas. Acababa de poner otra loncha de salchichón sobre las lonchas de jamón, queso y salami cuando escuchó un sordo «¡Bum!». Sonó como un trueno lejano, pero parecía haber surgido de las profundidades.
La embarcación se sacudió con tanta violencia que los frascos de mostaza y mayonesa cayeron al suelo. Jenkins tiró el cuchillo a la fregadera y corrió a cubierta. Se preguntó si se habría roto la hélice o si había chocado con algún tronco flotante, pero no vio nada extraño. El mar estaba en calma. Unas horas antes, la superficie azul le había recordado un cuadro de Rothko.
Cesaron las vibraciones. Volvió a mirar el mar, intrigado; luego se encogió de hombros, y bajó de nuevo. Acabó de preparar el sándwich, recogió la cocina y subió a cubierta para comer. Vio que un par de trampas se habían movido, y las aseguró con un cordel. Entonces, cuando entró en la caseta, experimentó una súbita y desagradable sensación en el estómago, como si alguien hubiese apretado el botón de subida en un ascensor rápido. Se sujetó a la maquinilla para no perder el equilibrio. La lancha se hundió, volvió a subir, esta vez más alto, volvió a hundirse y repitió el ciclo una tercera vez antes de posarse en el mar, donde se bamboleó violentamente.
Al cabo de unos minutos, cesó el movimiento, y la embarcación se estabilizó. Jenkins vio un fugaz movimiento en la distancia. Cogió los prismáticos de la caseta, y miró en aquella dirección. Cuando ajustó el enfoque, distinguió con toda claridad tres surcos oscuros que se extendían de norte a sur. Eran olas que se movían hacia la costa. Una alarma que llevaba mucho tiempo inactiva sonó en su cabeza. No podía ser. Su mente volvió a aquel día de julio de 1998 frente a la costa de Papua Nueva Guinea. Se encontraba a bordo de un buque oceanográfico, cuando se había producido una misteriosa explosión y los instrumentos sísmicos se habían vuelto locos al registrar una alteración en el fondo marino. Los científicos a bordo comprendieron que se trataba de un maremoto e intentaron advertir a las poblaciones costeras, pero muchos de los pueblos más pequeños carecían de teléfono y radio. Las enormes olas habían aplastado a las aldeas como una gigantesca apisonadora. La destrucción había sido terrible. Jenkins nunca había olvidado la visión de los cuerpos empalados en las ramas de los mangles, de los cocodrilos que se comían a los muertos.
En la radio sonaba un coro de duros acentos de Maine mientras los pescadores discutían qué había sido aquel fenómeno.
- ¡Caray! -exclamó una voz que Jenkins reconoció como la de su vecino, Elwood Smalley-. ¿Habéis escuchado el estampido?
- Sonó como un reactor rompiendo la barrera del sonido, solo que debajo del agua -opinó otro pescador.
- ¿A alguien más lo pilló el oleaje? -preguntó un tercero.
- Sí -contestó un veterano pescador de langostas llamado Homer Gudgeon-. ¡Por un momento creí que estaba en una montaña rusa!
Jenkins apenas si escuchó las otras voces que se sumaban a la charla. Sacó una calculadora de un cajón, estimó el tiempo entre las oleadas y su altura, hizo unos cuántos cálculos y miró incrédulo los resultados. Luego cogió el móvil que utilizaba cuando no quería transmitir un mensaje personal por el canal marítimo y marcó un número.
La voz áspera de Charlie Howes, el jefe de policía de Rocky Cove, respondió a la llamada.
- ¡Charlie, gracias a Dios que te encuentro!
- Estoy en el coche camino de la comisaría, Roy. ¿Llamas para burlarte de la paliza que me diste anoche en el ajedrez?
- Eso lo dejaremos para mejor ocasión -replicó Jenkins-. Estoy al este de Rocky Point. Escucha, Charlie, no tenemos mucho tiempo. Hay una ola enorme que va directamente hacia la ciudad.
Escuchó la risa del policía.
- Venga, Roy, una ciudad como la nuestra que está en la orilla del mar está condenada a que le peguen las olas.
- Ninguna como esta. Tienes que evacuar a toda la gente de la zona del puerto, sobre todo a los que están en el nuevo motel.
Jenkins creyó por un momento que el teléfono se había quedado sin cobertura. Después escuchó la famosa risotada de Charlie Howes.
- No sabía que hoy era el día de los inocentes.
- Charlie, esto no es ninguna broma -afirmó Jenkins, enfadado-. Esa ola entrará directamente desde el mar. No sé lo fuerte que será, porque hay un montón de variantes desconocidas, pero el motel está exactamente en su camino.
El jefe de policía volvió a reír alegremente.
- Pues si es así, habrá muchos que se alegrarán de verdad cuando vean que el mar se lleva el Harbor View.
El edificio de dos plantas que se adentraba en el mar había sido motivo de controversia durante muchos meses. Solo se habían conseguido los permisos después de una agria disputa, una demanda presentada por los promotores, y de lo que muchos sospechaban como generosos sobornos a los funcionarios.
- Verán cumplidos sus deseos, solo que antes tendrás que desalojar a todos los huéspedes.
- Venga, Roy, ahora mismo tiene que haber más de un centenar de personas alojadas en el motel. No puedo sacarlas de allí sin ninguna explicación. Perderé el empleo y, lo que es peor, me convertiré en el hazmerreír de la ciudad.
Jenkins miró su reloj y maldijo por lo bajo. No quería espantar al jefe de policía, pero se le había agotado la paciencia.
- ¡Maldita sea, viejo idiota! ¿Cómo crees que te sentirás si mueren un centenar de personas porque tú tienes miedo de que se rían de ti?
- No se trata de una broma, ¿verdad, Roy?
- Tú sabes lo que hacía antes de convertirme en pescador de langostas.
- Sí, eras profesor en la universidad en Orono.
- Así es. Dirigía el departamento de oceanografía. Estudiábamos el movimiento de las olas. ¿Has oído hablar de la tormenta perfecta? Ahora mismo tienes el maremoto perfecto que va hacia ti. Calculo que llegará en veinticinco minutos. No importa lo que les digas a los huéspedes del motel. Diles que hay una fuga de gas, una amenaza de bomba, lo que sea. Solo sácalos de allí, y llévalos a la zona alta. Tienes que hacerlo ya.
- Vale, Roy. Vale.
- ¿Hay algo abierto en Main Street?
- La cafetería. Jacoby tiene el turno de noche. Le diré que se encargue de avisar a los que estén en el muelle de pescadores.
- Asegúrate de que todos salgan de la zona en quince minutos. Eso también va por ti y Ed Jacoby.
- Hecho. Gracias, Roy. Adiós.
Jenkins estaba casi mareado de la tensión. En su mente apareció la imagen de Rocky Point. La ciudad de mil doscientos habitantes había sido construida como las gradas de un anfiteatro, con las casas agrupados en la ladera de una pequeña colina que dominaba una bahía casi circular. La bahía estaba más o menos protegida, aunque los habitantes habían aprendido después de un par de tormentas huracanadas a construir lejos del agua. Los viejos edificios de ladrillos que bordeaban el paseo marítimo estaban ahora ocupados por tiendas y restaurantes que atendían a los turistas. El muelle de pescadores y el motel destacaban en el perfil marítimo. Jenkins puso el motor a tope y rezó para que su aviso llegara a tiempo.
El jefe Howes lamentó inmediatamente haber cedido ante las apremiantes súplicas de Roy, y se sintió dominado por una incertidumbre que le impedía actuar. Perdido estaba si lo hacía, y también si no lo hacía. Era amigo de Jenkins desde la infancia y Roy había sido el más inteligente de la clase. Nunca había dejado a un amigo en la estacada. Así y todo… Qué demonios, en cualquier caso le falta muy poco para jubilarse.
Howes puso en marcha la sirena, pisó el acelerador a fondo y, con un tremendo chirrido de los neumáticos, salió disparado hacia el muelle. Mientras recorría el breve trayecto, se puso en contacto por radio con su ayudante y le ordenó que abandonara la cafetería y que después recorriera Main Street con el megáfono a todo volumen para advertir a los habitantes que se dirigieran a la zona alta. El jefe conocía el ritmo diurno de su ciudad: quiénes estarían levantados, quién estaría paseando al perro. Afortunadamente, la mayoría de los comercios no abrían antes de las diez.
El motel era otra historia. Howes detuvo a un par de autocares vacíos que iban a recoger a los escolares y les dijo a los conductores que le siguieran. Cuando llegó al motel, aparcó debajo de la marquesina, y entró como una tromba en el vestíbulo. Howes nunca había definido su posición cuando se debatió si se construiría o no el edificio. Por un lado sería un pegote en el paisaje, pero por el otro crearía nuevos puestos de trabajo para los lugareños; no todos querían ser pescadores. Tampoco le había hecho mucha gracia la manera como se había aprobado el proyecto. No podía probarlo y, no obstante, estaba seguro de que más de uno en el ayuntamiento se había llenado los bolsillos.
El recepcionista, un joven jamaicano, se quedó de una pieza y una expresión de asombro apareció en su delgado rostro oscuro cuando el jefe irrumpió en el vestíbulo al grito de:
- ¡Saque a todo el mundo del motel! ¡Esto es una emergencia!
- ¿Cuál es el problema, hombre?
- Nos han avisado que hay una bomba en el edificio.
El joven vaciló una fracción de segundo. Luego fue a la centralita y comenzó a llamar a las habitaciones.
- Tiene diez minutos -le avisó Howes-. Afuera hay un par de autocares para transportar a los huéspedes. Saque a todo el mundo de aquí, y váyase usted también. Dígale a cualquiera que se niegue a desalojar que lo sacaremos por la fuerza.
El jefe se dirigió al pasillo más cercano y comenzó a aporrear las puertas.
- ¡Policía! Deben evacuar el edificio inmediatamente.
Disponen de diez minutos -les gritó a los huéspedes somnolientos que abrían las puertas-. Hay una amenaza de bomba. No pierdan tiempo en recoger nada.
Repitió el mensaje hasta que se quedó ronco. Los pasillos se llenaron con los huéspedes vestidos con batas, pijamas, o con mantas sobre los hombros. Un hombre moreno con una expresión amenazadora en el rostro salió de una de las habitaciones.
- ¿Qué demonios está pasando? -preguntó Jack Shrager.
- Hemos recibido una amenaza de bomba, Jack -mintió Howes, que no las tenía todas consigo-. Tienes que salir de aquí.
Una joven rubia asomó la cabeza.
- ¿Qué pasa, cariño? -le preguntó a Shrager.
- Hay una bomba en el hotel -precisó el jefe, antes de que Shrager pudiera abrir la boca.
La muchacha salió inmediatamente al pasillo, con el rostro demudado. Vestía un camisón de seda. Shrager intentó retenerla, pero ella se apartó.
- No pienso quedarme aquí -afirmó.
- Pues yo no me muevo -replicó Shrager y cerró de un portazo.
Howes sacudió la cabeza en un gesto de frustración. Después cogió a la muchacha por el brazo, y se unió a la multitud que abandonaba el motel. Vio que los autocares estaban casi llenos y les gritó a los conductores:
- Salgan de aquí dentro de cinco minutos. Suban a la colina más alta.
Subió a su vehículo y se dirigió hacia el muelle de pescadores. Su ayudante estaba discutiendo con tres pescadores.
Howes vio lo que estaba pasando y decidió cortar por lo sano.
Asomó la cabeza por la ventanilla.
- ¡Venga, moved el culo! ¡Subid a las camionetas y largaos ahora mismo a lo alto de Hill Street! ¡Si no me obedecéis os arrestaré a todos!
- ¿Qué diablos está pasando, Charlie?
- Escucha, Buck, tú me conoces -le respondió el policía en voz baja-. Haz lo que te digo. Ya habrá tiempo para las explicaciones.
El pescador asintió. Buck y sus compañeros subieron a sus camionetas. Howes le ordenó a su ayudante que los siguiera, y después hizo una última pasada por el muelle, donde recogió a un viejo que recogía latas y botellas en los contenedores de basura. Luego recorrió Main Street, comprobó que estaba desierta, y se dirigió finalmente a lo alto de Hill Street.
Algunas de las personas que tiritaban en el aire frío de la mañana comenzaron a gritarle. Howes no hizo caso de los insultos. Se bajó del coche y bajó unos metros por la fuerte pendiente que llegaba hasta la bahía. Ahora que se había pasado el efecto de la adrenalina, sentía flojera en las rodillas.
Nada. Miró la hora. Pasaron otros cinco minutos, y con ellos se fueron sus sueños de una tranquila vida de jubilado. Estoy acabado, pensó, con la frente bañada en un sudor frío.
Entonces vio que el mar se levantaba por encima del horizonte y escuchó lo que parecía un trueno lejano. La gente dejó de gritar. Una sombra se cernió sobre la entrada del canal y la bahía se vació del todo -Howes llegó a ver el fondo- pero el fenómeno solo duró unos segundos. Después volvió el agua con un rugido como el de los motores de un 747 al despegar, y el mar levantó los barcos de pesca amarrados como si fueran cerillas. Detrás de la primera ola aparecieron dos más, separadas por unos segundos, cada una más alta que la anterior. Descargaron sobre la playa. Cuando retrocedieron, el motel y el muelle de pescadores habían desaparecido.
El Rocky Point que encontró Jenkins a su regreso no tenía nada que ver con el que había dejado por la mañana. Las embarcaciones amarradas en la bahía eran ahora una montaña de maderas y fibra de vidrio que ocupaba toda la costa. Los restos de las embarcaciones más pequeñas aparecían dispersos por Main Street. Los cristales de los escaparates y las ventanas había desaparecido, como si un grupo de vándalos se hubieran ocupado de romperlos todos. La superficie del agua estaba cubierta con todo tipo de restos y algas, y el olor a azufre del fondo marino se mezclaba con el hedor de los peces muertos. El motel había desaparecido. Solo quedaban los pilotes del muelle de pescadores; en cambio, el rompeolas de cemento había resistido el brutal impacto. Jenkins puso rumbo hacia donde una figura agitaba los brazos. El jefe Howes se encargó de amarrar la embarcación a un noray y luego subió a bordo.
- ¿Algún herido? -preguntó Jenkins, con la mirada puesta en el horrible panorama.
- Jack Shrager está muerto. Es la única víctima de la que tenemos noticia hasta ahora. Sacamos a todos los demás huéspedes del motel.
- Gracias por creerme. Lamento haberte llamado viejo idiota.
El jefe hinchó los carrillos.
- Eso es lo que hubiese sido de haberme quedado sin hacer nada.
- Cuéntame lo que viste -le pidió Jenkins. Su espíritu científico prevaleció sobre el buen samaritano.
- Nos encontrábamos en lo más alto de Hill Street -explicó el policía-. Sonó y tenía todo el aspecto de una tormenta, luego la bahía se vació como si un chico hubiese quitado el tapón de la bañera. Vi el fondo durante unos pocos segundos antes de que el agua volviera con el estruendo de un avión a reacción.
- Una comparación muy acertada. En mar abierto, un maremoto puede avanzar a una velocidad de novecientos kilómetros por hora.
- ¡Caray, eso sí que es ir a toda pastilla! -exclamó el jefe.
- Afortunadamente, aminora la velocidad cuando se acerca a la costa y se encuentra con aguas menos profundas. En cambio, la energía de la ola no disminuye con la velocidad.
- La verdad es que no fue como me lo imaginaba. Ya sabes, como una pared de veinte metros de altura. Esto se parecía más a una ola encrespada. Conté tres, cada una más alta que la otra. Quizá unos diez metros. Arrasaron el motel y el muelle e inundaron Main Street. -Howes se encogió de hombros-. Sé que eres profesor, Roy, pero ¿cómo supiste que esto iba a suceder?
- Lo había visto antes en la costa de Nueva Guinea. Estábamos haciendo unas investigaciones cuando un deslizamiento submarino generó un maremoto de diera veinte metros de altura, y el oleaje levantó a la embarcación fuera del agua de la misma manera que hoy. Se dio la alarma y muchos de los pobladores consiguieron llegar a las zonas altas antes de que llegara la ola pero, incluso así, murieron más de dos mil personas.
- Eso es más de los que viven en esta ciudad -afirmó el jefe. Pensó en las palabras del profesor-. ¿Crees que un terremoto submarino produjo este desastre? Creía que ésto era algo que solo ocurría en el Pacífico.
- Tú y todos los demás. -Jenkins frunció el entrecejo mientras contemplaba el mar-. Esto es algo absolutamente incomprensible.
- Te diré algo que será muy difícil de comprender.
¿Cómo voy a explicar que ordené evacuar el motel por una amenaza de bomba?
- ¿Crees que a alguien le importará después de esto?
El jefe Howes observó la ciudad y a la multitud que bajaba cautelosamente colina abajo para contemplar de cerca el desastre y sacudió la cabeza.
- No -respondió-. No creo que nadie se preocupe por saberlo.
2
Mar Egeo.
El minisubmarino NR-1, destinado a la investigación científica, se balanceaba suavemente entre las olas delante de la costa de Turquía, prácticamente invisible salvo por el brillante color mandarina de la torreta. El capitán Joe Logan se encontraba de pie con las piernas bien separadas en la cubierta barrida por el suave oleaje, sujeto a una de las aletas que sobresalían en los costados de la torre. Tal como era su costumbre antes de una inmersión, el capitán hacía una última inspección visual.
Logan observó de punta a punta los cuarenta y ocho metros de eslora de delgado casco negro cuya cubierta solo se elevaba un palmo por encima del agua. Satisfecho de que todo estuviera en orden, se quitó la gorra de béisbol y la agitó en dirección al Carolyn Chouest pintado de blanco y naranja que se encontraba a unos cuatrocientos metros del submarino. La superestructura del barco nodriza se elevaba en varios niveles, como los pisos de un edificio de apartamentos. El brazo de una enorme grúa capaz de levantar pesos de varias toneladas sobresalía por la banda de babor.
El capitán subió a la torre y entró en el submarino por la escotilla de apenas ochenta centímetros de diámetro. El chaleco salvavidas le impedía pasar con holgura y tuvo que hacer varios movimientos para poder bajar. Pasó los dedos por la junta estanca para comprobar que estaba seca y después cerró la escotilla y descendió al reducido espacio de la sala de control. El espacio se veía incluso más pequeño debido a los paneles llenos de diales, medidores e instrumentos que cubrían hasta el último centímetro cuadrado de los mamparos y el techo.
El capitán era un hombre de aspecto sencillo que bien podía pasar por un profesor universitario. Logan, que se había licenciado como ingeniero nuclear, había estado al mando de diversos navíos de superficie hasta que lo designaron comandante del NR-1. Era de estatura y complexión medianas, con el pelo rubio y el rostro un tanto regordete. Hacía tiempo que la marina había renunciado a los capitanes tipo John Wayne que mandaban sus barcos con más valor que conocimiento. Los navíos de la armada con sus controles de tiro informatizados, guías láser y misiles inteligentes, eran excesivamente complicados y caros como para dejarlos en manos de los vaqueros. Logan tenía una mente aguda y la capacidad de analizar en un abrir y cerrar de ojos los problemas técnicos más complejos.
Si bien había estado al mando de naves más grandes y modernas, ninguna se acercaba al NR-1 en la complejidad de sus equipos electrónicos. Desde su botadura en 1969, había sido objeto de varias renovaciones. A pesar de su tecnología punta, el submarino aún utilizaba algunas técnicas antiguas pero comprobadas por los años. Un grueso cable de arrastre de cuatrocientos metros de longitud iba desde la cubierta del buque nodriza hasta una gran esfera metálica sujeta por mordazas en la proa del submarino.
Logan dio la orden de soltar el cable de arrastre, y luego se volvió hacia un hombre grueso, cincuentón, y con barba que se encontraba en la sala de control.
- Bienvenido a bordo del submarino atómico más pequeño del mundo, doctor Pulaski. Lamento que no dispongamos de más espacio. El blindaje del reactor nuclear ocupa la mayor parte de la nave. En cualquier caso, supongo que preferirá la claustrofobia a la radiación. ¿Ya le han enseñado el submarino?
- Sí, me han enseñado el procedimiento correcto para usar el retrete -respondió Pulaski con una sonrisa. Hablaba con un leve acento.
- Quizá tenga que hacer cola, así que le recomiendo no abusar del café. Tenemos una tripulación de diez hombres, y los servicios se pueden ver desbordados.
- Tengo entendido que pueden estar sumergidos hasta treinta días -comentó Pulaski-. Me cuesta imaginar cómo debe de ser estar posado en el fondo, a casi mil metros de profundidad, durante tanto tiempo.
- Soy el primero en admitir que incluso la cosa más sencilla, como ducharse o preparar la comida, puede ser un reto -contestó Logan-. Afortunadamente para usted, solo estaremos sumergidos unas pocas horas. -Miró el reloj-. Bajaremos a treinta metros para comprobar el funcionamiento de todos los sistemas. Si no hay ningún fallo, iniciaremos la inmersión.
Logan entró en un corto pasillo un poco más ancho que sus hombros y señaló una pequeña plataforma acolchada detrás de los dos asientos de la sala de control.
- Allí es donde me siento habitualmente durante las operaciones. Hoy es todo suyo. Ocuparé el asiento del copiloto.
Ya conoces al doctor Pulaski -le dijo al piloto-. Es arqueólogo marino en la universidad de Carolina del Norte.
El piloto asintió mientras Logan se sentaba en el asiento a su derecha. Delante tenía un formidable despliegue de instrumentos y monitores de televisión. Señaló los monitores.
- Esos son nuestros ojos -explicó-. Lo que vemos ahora es la proa.
El capitán observó el resplandeciente panel de control y después de hablar con el piloto, llamó por radio a la nave nodriza para comunicar que el submarino estaba preparado para comenzar la inmersión. Dio la orden de sumergirse y nivelar la nave a treinta metros de profundidad. Se escuchó el apagado zumbido de las bombas mientras el agua entraba en los tanques de lastre. El balanceo del submarino desapareció en cuanto se sumergió por debajo de las olas. La imagen de la proa apuntada hacia abajo se borró por un momento en una nube de burbujas, para después reaparecer como una sombra oscura contra el fondo azul del agua. La tripulación comprobó todos los sistemas del sumergible mientras el capitán probaba el funcionamiento del UQC, un teléfono inalámbrico submarino que conectaba al submarino con el buque nodriza. La voz que se escuchaba en el altavoz tenía un sonido metálico pero las palabras sonaban con toda claridad. En cuanto Logan recibió el informe de que todos los sistemas estaban en funcionamiento, ordenó:
- ¡Inmersión! ¡Inmersión!
Apenas si notaba una muy leve sensación de movimiento. Las imágenes de los monitores pasaron del azul al negro cuando desapareció la luz solar, y el capitán ordenó que encendieran los focos exteriores. El descenso era prácticamente silencioso. El piloto utilizaba un mando similar al de una videoconsola para manejar los timones de profundidad. Logan vigilaba atentamente el medidor de la profundidad. Cuando el submarino llegó a unos quince metros del fondo, le ordenó al piloto que estabilizara la nave. El piloto se dirigió a Pulaski.
- Ahora estamos a tiro de piedra del lugar que escogimos con los sensores. Efectuaremos una búsqueda con nuestro sonar lateral. Podemos programar un patrón de búsqueda en el ordenador. El submarino seguirá su curso automáticamente mientras nosotros descansamos. Evita esfuerzos inútiles a la tripulación.
- Increíble -exclamó Pulaski-. Me sorprende que esta maravillosa nave no analice nuestros hallazgos, escriba un informe y defienda nuestras conclusiones de las críticas de los colegas envidiosos.
- Ya estamos trabajando en eso -replicó Logan, con cara de póquer.
El arqueólogo sacudió la cabeza con una pena fingida.
- Será mejor que me busque otro trabajo. A este paso, los arqueólogos marinos estaremos condenados a la extinción, o a ser meros espectadores de lo que nos muestren los monitores.
- Otra cosa de la que puede culpar a la guerra fría.
Pulaski miró en derredor sin disimular su asombro.
- Nunca hubiera imaginado que me encontraría realizando una investigación arqueológica en un submarino diseñado para espiar a la Unión Soviética.
- No tenía manera de saberlo. Este navio ha sido un gran secreto desde el primer momento. Lo sorprendente es que también consiguieran mantener en secreto los noventa millones de dólares que costó. En mi opinión fue un dinero muy bien gastado. Ahora que la marina ha autorizado que se pueda utilizar con fines civiles, disponemos de una fantástica herramienta para la investigación científica.
- Tengo entendido que el submarino se utilizó en la catástrofe de la lanzadera espacial Challenger-comentó Pulaski.
- Recuperó partes esenciales para que la NASA pudiera determinar qué falló y para hacer que la lanzadera fuera más segura. También lo utilizaron para rescatar un F-14 hundido y un misil aire-aire Phoenix que no queríamos que cayera en manos de nadie. Algunas de las cosas que tienen que ver con los rusos siguen siendo material clasificado.
- ¿Qué puede decirme del brazo mecánico?
- El manipulador funciona como un brazo humano, y puede rotar en todas las articulaciones. El submarino tiene dos ruedas de caucho en la quilla. No es exactamente una motocicleta Harley-Davidson, pero nos permite movernos por el lecho marino. Mientras el submarino está posado en el fondo, el brazo trabaja dentro de un radio de tres metros.
- Fascinante -afirmó Pulaski-. ¿Qué puede hacer?
- Levanta objetos de hasta cien kilos de peso.
- ¿Lleva herramientas de corte?
- Las mordazas pueden cortar cabos o cables, y también puede sostener un soplete si el trabajo es duro. Es una herramienta muy versátil.
- Sí, evidentemente -admitió Pulaski. Pareció complacido.
El submarino seguía moviéndose de acuerdo con el patrón de busca clásico en una serie de trayectorias paralelas, como quien corta el césped. Los monitores mostraban el fondo marino al paso de la nave. No había rastro alguno de vegetación.
- Debemos de estar cerca del punto que localizamos desde la superficie -dijo Logan. Señaló una de las pantallas-. Vaya, parece que el sonar lateral ha encontrado un eco. -Miró al piloto-. Vuelve a control manual, y baja veinte grados a babor.
Con leves impulsos de las hélices, el NR-1 bajó en un ángulo suave. La batería de veinticuatro reflectores exteriores iluminó el fondo marino con la intensidad del sol. El piloto ajustó los tanques de lastre hasta que el submarino alcanzó una flotabilidad neutra.
- Mantenlo nivelado -ordenó Logan-. Estamos a punto de hacer contacto visual con nuestro objetivo. -Se inclinó hacia delante y miró atentamente el monitor, con las facciones iluminadas por la luz azul verdosa. Mientras el submarino avanzaba, unas formas alargadas aparecieron en la pantalla, primero aisladas, y después en grupos.
- Son concentraciones de ánforas -señaló Pulaski-. Los recipientes de terracota para vino o aceite son algo frecuente en los pecios antiguos.
- Las cámaras fijas y de vídeo están tomando imágenes tridimensionales para que las pueda analizar -le informó el capitán-. ¿Hay algo que le gustaría recuperar?
- Sí, eso sería maravilloso. ¿Podemos coger un ánfora?
Quizá una de aquella pila.
Logan le ordenó al piloto que posara la nave en el fondo cerca de la pila de ánforas. La nave de cuatrocientas toneladas tocó el fondo con la suavidad de una pluma y avanzó sobre las ruedas. El capitán llamó al grupo de recuperación.
Dos tripulantes acudieron a la llamada. Levantaron una escotilla detrás de la sala de control. Debajo de la escotilla había un hueco poco profundo. Tres ventanillas de acrílico transparente de diez centímetros de grosor permitían ver el fondo.
Uno de los tripulantes se deslizó por la escotilla y vigiló para que el submarino no chocara con la pila de ánforas. En cuanto las ánforas estuvieron dentro del radio de acción del brazo mecánico el submarino se detuvo. El brazo estaba alojado en el extremo delantero de la caja de la quilla. El tripulante que estaba en el hueco utilizó un panel de control portátil para extender el brazo manipulador y accionar las mordazas.
La mano mecánica sujetó suavemente el cuello de una de las ánforas, la levantó y la depositó en un cesto debajo de la proa. Logan esperó a que se plegara el brazo antes de ordenar que levantaran la nave del fondo. Mientras el submarino hacía otra pasada para tomar más fotos del pecio, Logan llamó al buque nodriza, describió el hallazgo y comunicó que se disponían a subir a la superficie. Luego ordenó que pusieran en marcha el sonar para conocer la posición del Carolyn Chouest. El monótono ping-ping del sonar se escuchó por toda la nave.
- Preparados para emerger -le ordenó Logan al piloto.
El doctor Pulaski se encontraba directamente detrás del asiento de capitán.
- No lo creo -dijo.
Logan, atento a la maniobra, lo escuchó a medias.
- Perdón, doctor. ¿Qué ha dicho?
- Digo que no vamos a la superficie.
Logan hizo girar la silla, y miró al arqueólogo marino con una expresión divertida.
- Espero que no haya interpretado usted al pie de la letra mi presunción de que podemos permanecer en el fondo un mes entero. Solo tenemos comida para unos pocos días.
Pulaski metió la mano debajo de la sudadera y sacó una pistola Tokarev TT-33.
- Hará usted lo que le diga o mataré a su piloto -dijo con una voz pausada. Movió la pistola y apoyó el cañón contra la cabeza del piloto.
La mirada de Logan se fijó por un instante en el arma, y después pasó al rostro de Pulaski. No había el menor rastro de piedad en las pétreas facciones del arqueólogo marino.
- ¿Quién es usted? -preguntó.
- Saber quién soy no cambiará nada. Solo lo repetiré una vez más. Usted seguirá mis órdenes.
- De acuerdo -asintió Logan, la voz ronca por la tensión-. ¿Qué quiere que haga?
- En primer lugar, corte todas las comunicaciones con el buque nodriza. -Pulaski observó atentamente mientras Logan cerraba todos los interruptores de los equipos de comunicación-. Muchas gracias. -Miró su reloj-. Ahora, informe al resto de la tripulación que el submarino ha sido secuestrado. Avíseles de que dispararé contra cualquiera que se acerque sin permiso.
Logan miró furioso a Pulaski mientras activaba el sistema de comunicación interna.
- «Les habla el capitán. Hay un hombre armado con una pistola en la sala de control. El submarino está ahora bajo su mando. Haremos lo que él diga. Manténganse apartados de la sala de control. Esto no es una broma. Repito: esto no es una broma. Permanezcan en sus puestos. Disparará contra cualquiera que se acerque.»
Se oyeron unas voces de sorpresa en la sección de popa, y el capitán repitió el aviso para dejar claro a sus hombres de que la cosa iba en serio.
- Muy bien -dijo Pulaski-. Ahora llevará el submarino a una profundidad de ciento sesenta y cinco metros.
- Ya le has escuchado -le dijo Logan al piloto, como si le repugnara darle una orden directa.
El piloto permanecía inmóvil en su silla. Ahora, al recibir la orden, puso en marcha las bombas y expulsó agua de los tanques de lastre. Luego, maniobró los timones de profundidad y llevó al NR-1 hacia arriba. Cuando llegó a la profundidad indicada, niveló la nave.
- Ya está. ¿Ahora qué? -preguntó Logan, con una mirada de rabia.
Pulaski miró su reloj una vez más como un hombre que se preocupa por el retraso del tren.
- Ahora esperaremos. -Apartó la pistola de la cabeza del piloto aunque continuó apuntándole.
Pasaron diez minutos. Luego quince. A Logan se le acababa la paciencia.
- Si no es mucho preguntar, ¿se puede saber qué estamos esperando?
Pulaski se llevó un dedo a los labios.
- Ya lo verá -respondió con una sonrisa enigmática.
La tensión se hacía insoportable a medida que transcurrían los minutos. Logan miró el monitor de la cámara de proa, mientras se preguntaba quién era ese hombre y qué quería. La respuesta venía de camino. Una sombra enorme apareció delante de la afilada proa del sumergible. Logan se inclinó hacia delante para ver mejor.
- ¿Qué demonios es eso?
La sombra se deslizó por debajo del submarino como un enorme tiburón dispuesto a dar una dentellada en el vientre.
Un tremendo ruido metálico reverberó de un extremo al otro de la nave como si hubieran golpeado al NR-1 con una maza gigantesca. El sumergible se elevó un par de metros.
- ¡Nos han dado! -gritó el piloto, e instintivamente acercó las manos a los controles.
- ¡No se mueva! -le ordenó Pulaski al tiempo que apoyaba el cañón de la pistola en la cabeza del tripulante.
Las manos del piloto se detuvieron bruscamente, y su mirada se clavó en el techo. Toda la tripulación escuchó los rasguños y los roces como si unos gigantescos escarabajos metálicos se pasearan por el casco.
Pulaski parecía la mar de contento.
- El grupo de bienvenida viene a saludarnos.
El ruido se prolongó durante varios minutos, y cuando cesó fue reemplazado por las vibraciones de unos poderosos motores. El indicador de velocidad en el panel de control señaló que el submarino se movía, aunque sus impulsores no funcionaban.
- Nos estamos moviendo -informó el piloto, que miraba el indicador con una expresión incrédula, mientras la velocidad iba en aumento. Se volvió hacia el capitán-. ¿Qué debo hacer?
- Nada -le respondió Pulaski. Se dirigió a Logan-. Capitán, quiero que transmita un mensaje a la tripulación.
- ¿Qué quiere que les diga?
- Creo que es bastante obvio. -Pulaski sonrió-. Dígales que se relajen y disfruten del viaje.
3
Mar Negro.
La neumática Zodiac de cinco metros de eslora navegaba hacia la costa distante, y su fondo plano golpeaba contra las olas como una mano que bate un tam-tam. Arrodillada en la proa, con las manos bien sujetas al cabo salvavidas para no salir despedida, Kaela Doren parecía un bello mascarón. La espuma le azotaba el rostro y sus facciones morenas chorreaban agua, pero volvió la cabeza sola una vez, y fue para gritarle al hombre sentado a popa que guiaba la embarcación.
- ¡Mehmet, acelera, haz que vuele! -Hizo un movimiento circular con la mano como si estuviese haciendo girar un lazo.
El viejo turco le respondió con una sonrisa desdentada que era más ancha que su rostro. Giró el mando del acelerador y la Zodiac voló por encima de la siguiente ola y golpeó el agua con una fuerza tremenda. Kaela apretó los puños y rió con deleite.
Los otros dos hombres que saltaban en la embarcación como dados en un cubilete no mostraban el mismo entusiasmo. Se aferraban con todas sus fuerzas para no acabar en el agua, y les dolían las mandíbulas cada vez que les chocaban los dientes con cada sacudida. Ninguno de los dos se sorprendió cuando Kaela le pidió a Mehmet que acelerara. Después de tres meses de trabajo con la joven reportera de la serie de televisión Misterios increíbles, se habían acostumbrado a su temeridad.
Mickey Lombardo, el mayor del equipo, era un neoyorquino bajo y fornido con unos músculos de acero gracias a cargar y descargar equipos de luz y sonido de toda clase de medios de transporte por todo el mundo. Una ola le había apagado el puro que apretaba entre los dientes unos segundos antes de comenzar su alocada carrera. Su ayudante, Hank Simpson, era un rubio y atlético surfista australiano a quien Lombardo había bautizado con el sobrenombre de Dundee.
Cuando se enteraron de que iban a trabajar en equipo con la hermosa reportera, ninguno de los dos hombres se podía creer su buena fortuna. Aquello había sido antes de que Kaela los llevara a una caverna llena de murciélagos y sus excrementos en Arizona, los hiciera bajar por los rápidos en el infierno verde de la selva amazónica y meterse sin más en una ceremonia vudú en Haití. Lombardo decía que Kaela era la prueba viviente del viejo dicho: ten cuidado con lo que pides, porque quizá lo consigas. La muchacha resultó ser un cruce entre Amelia Earhart y la Mujer Maravilla, y sus líbidos habían disminuido en proporción directa al respeto por su audacia. Más que considerar a Kaela como una posible conquista, ahora la cuidaban como a una precoz hermanita menor que debía ser protegida de su propia impetuosidad.
Lombardo y Dundee no eran precisamente lo que se podía calificar de tímidas florecillas. Los equipos que trabajaban para Misterios increíbles tenían que estar en perfecta forma física, ser agresivos a la hora de realizar un reportaje, y preferiblemente de encefalograma plano. Los equipos que trabajaban en la producción de la serie que se emitía por la televisión por cable cambiaban de personal con mucha frecuencia y tenían un índice muy alto de accidentes. Dado que el objetivo era ofrecer a los espectadores aventuras cuanto más arriesgadas mejor, se exigía al máximo a los equipos de producción, hasta tal punto que las penurias de los equipos, más que los propios reportajes, se convertían a menudo en el tema de cada episodio. Era la continuación lógica de las aventuras de la «vida real» inspirada por el éxito de la serie Supervivientes y sus clónicos. Si un reportero o un técnico eran arrastrados por el mar o perseguidos por los caníbales, la historia se hacía más emocionante. Siempre y cuando un equipo no perdiera o dañara las cámaras que valían una fortuna, a los directivos del canal no les importaba en lo más mínimo la dureza de las condiciones de trabajo.
Habían llegado a Estambul unos pocos días antes para emprender la búsqueda del arca de Noé. El arca era un tema tan manido que incluso los tabloides que se vendían en los supermercados lo ponían en las últimas páginas junto con los avistamientos de Elvis y las apariciones del monstruo del lago Ness, así que Kaela estaba atenta a la aparición de cualquier otro tema por si la historia del arca no funcionaba.
Durante el primer día en Estambul, mientras Kaela buscaba un barco pesquero que los llevara al mar Negro, trabó conversación con un pintoresco viejo marinero ruso que encontró en el muelle. El hombre había servido en un submarino portamisiles soviético, y le habló de una base de submarinos abandonada, incluso le dibujó un mapa con la situación de la base en un remoto rincón del mar Negro, después de insinuarle que una propina sería de una gran ayuda para refrescarle la memoria.
En cuanto Kaela se reunió con sus colegas y les explicó entusiasmada la historia de la base soviética de submarinos abandonada, no perdieron un segundo en organizar un viaje.
La base de submarinos podía ser un buen reportaje de reserva si finalmente fracasaba el tema del arca. Habían contratado al pesquero para que los llevara hasta el punto de encuentro con un buque de exploración de la National Underwater and Marine Agency.
El capitán Kemal, el propietario de la embarcación, cobraba por día. Dijo que estaba al corriente de la existencia de la base rusa, y que no tenía el menor inconveniente en llevarlos hasta allí antes de reunirse con el buque de la NUMA. Sin embargo, uno de los motores del pesquero había sufrido una avería cuando se acercaban a la base y el capitán había decidido regresar a puerto -se había encontrado con el mismo problema en una ocasión anterior y solo tardaría unas horas en solucionarlo en cuanto buscara el recambio de la pieza rota- pero Kaela le había convencido que la desembarcara a ella y a su equipo, y que viniera a recogerlos al día siguiente.
Mehmet, que era el primo del capitán, se había ofrecido voluntario para llevarlos a tierra en la Zodiac.
Ahora, la lancha neumática se aproximaba a una enorme playa que se elevaba gradualmente hasta una línea de dunas.
Las olas eran cada vez más altas y seguidas, y Mehmet aminoró la velocidad a la mitad. El viejo marinero ruso había dicho que la base estaba bajo tierra, cerca de una estación científica abandonada, y que tendrían que estar atentos a las salidas de ventilación, que les señalarían el lugar exacto. Kaela limpió las gafas de sol y miró atentamente las dunas cubiertas de vegetación, sin ver ninguna señal de presencia humana.
El paraje era triste y desolado, y la muchacha comenzó a preguntarse si no habrían mordido más de lo que podían masticar. Los contables de Misterios increíbles detestaban los gastos inútiles.
- ¿Ves alguna cosa? -gritó Lombardo para hacerse escuchar por encima del estruendo del motor fueraborda.
- No hay carteles, si es eso a lo que te refieres.
- Quizá este no sea el lugar correcto.
- El capitán Kemal dice que es aquí, y además tengo el mapa que me dibujó el ruso.
- ¿Cuánto le pagaste a ese artista del timo por el mapa?
- Cien dólares.
Lombardo puso una expresión como si hubiese chupado un limón tremendamente ácido.
- Me pregunto cuántas veces habrá vendido el mismo mapa.
- Aquel lugar de allí parece prometedor. -La reportera señaló hacia las dunas.
¡Plop!
Kaela volvió la cabeza al escuchar el extraño ruido. Entonces vio el agujero con los bordes desgarrados que se había abierto en la tela a un palmo a la derecha de su cabeza. Creyó que había reventado uno de los numerosos parches que se veían en los flotadores como consecuencia del maltrato que estaba recibiendo la Zodiac, y se volvió para decírselo a Mehmet, pero el turco se había levantado de su posición arrodillada, con una extraña expresión en el rostro, y una mano contra en el pecho. Luego se desplomó como si de pronto hubiese perdido todo el aire y cayó por la borda. Sin nadie que aguantara el timón, la embarcación se puso al través y fue alcanzada por una ola que la levantó en un ángulo, y la siguiente le hizo dar una vuelta de campana, que arrojó a los pasajeros al mar.
El cielo giró por encima de la cabeza de Kaela, después el agua fría estremeció su cuerpo. Se hundió un par de metros, y cuando volvió a la superficie, se encontró a oscuras. Estaba debajo de la embarcación volcada. Se sumergió para pasar por debajo de los flotadores y salió al aire libre. Vio asomar la cabeza calva de Lombardo, y después a Dundee.
- ¿Estáis bien? -les gritó, mientras nadaba hacia ellos.
Lombardo escupió los restos del puro.
- ¿Qué diablos ha pasado?
- Creo que a Mehmet lo alcanzó un disparo.
- ¿Un disparo? ¿Estás segura?
- Se llevó la mano al pecho y cayó por la borda. -La muchacha, seguida por Lombardo, nadó hacia la proa de la embarcación-. Aquí es por donde entró la primera bala antes de que la segunda matara a Mehmet.
- ¡Jesús! -exclamó Lombardo, con un dedo metido en el agujero-. Pobre tipo.
Dundee nadó hasta donde estaban los otros dos, y los tres, bien sujetos a la embarcación, se dejaron arrastrar a la deriva. Acordaron mantenerse junto a la lancha donde Kemal podría encontrarlos sin problemas, mejor que arriesgarse a ir a la costa. La Zodiac estaba un poco hundida, pero los compartimientos estancos que no habían sido afectados por el disparo seguían hinchados y permitían su flotación. Intentaron varias veces darle la vuelta, aunque la maniobra no dio resultado debido a que el peso del motor fueraborda y lo resbaladizos que eran los flotadores hacían que fuera imposible.
Se estaban quedando sin fuerzas y las olas los empujaban cada vez más cerca de la playa.
- Se acabó -dijo Lombardo, después de otro intento inútil que los dejó agotados-. Nos guste o no, acabaremos en la playa.
- ¿Qué pasará si los tipos que nos dispararon siguen allí?
- preguntó Dundee.
- ¿Se te ocurre alguna idea mejor?
- Los disparos los hicieron directamente delante de nosotros -señaló Kaela-. Escondámonos debajo de la lancha y veamos si podemos desplazarla de lado.
- No tenemos mucho más donde elegir -replicó Lombardo, y se sumergió.
Cuando los otros dos se reunieron con él, Lombardo sonreía.
- ¿Qué os parece? -comentó, con una mano sujeta a una de las bolsas impermeables atadas a los pasacabos-. Las cámaras están a salvo.
Kaela soltó una carcajada que resonó en el pequeño espacio.
- ¿Qué se supone que debemos hacer si alguien nos apunta con un arma, Mickey? ¿Filmarlo?
- Tendrás que admitir que sería una magnífica historia.
¿Tú qué opinas, Dundee?
- ¡Opino que sois un par de yanquis majaras! Claro que yo también lo soy, porque si no, no estaría aquí con vosotros.
- Miró a la muchacha-. Dime una cosa, cariño, ¿tu amigo ruso no dijo que este lugar estaba abandonado?
- Dijo que los rusos lo habían abandonado hacía mucho tiempo.
- Quizá esto sea como una de aquellas islas del Pacífico donde todavía hay soldados japoneses perdidos en la selva, que no saben que la guerra ha terminado -sugirió Lombardo-. Quizá los tipos no saben que la guerra fría se ha terminado. -Su tono reflejaba el entusiasmo que le provocaba la perspectiva.
- Parece un tanto rebuscado -opinó Kaela.
- Sí, estoy de acuerdo, pero ¿a ti se te ocurre alguna idea mejor de quién puede haber disparado contra nosotros?
- No -admitió Kaela-. En cualquier caso, si no comenzamos a empujar, no tardaremos mucho en averiguarlo. Echaré una ojeada. -Desapareció por unos instantes. Cuando volvió, dijo-: La playa parece desierta. Propongo que empujemos la lancha hacia la derecha. De lo contrario iremos a parar a la playa en línea recta.
Se sujetaron al cabo salvavidas, y comenzaron a patalear.
La Zodiac se movió, aunque sin la fuerza suficiente para superar las olas que los empujaban hacia tierra. El sordo batir del oleaje que rompía en la playa se hizo más fuerte. Nadie disparaba contra la embarcación y eso les animó a creer que los atacantes se habían marchado. Su optimismo se hubiera esfumado en el acto de haber visto detrás de la vegetación que coronaba las dunas. Una hilera de sables afilados como navajas brillaba a la luz del sol como los dientes de una gigantesca trilladora, dispuesta a cortarlos a tiras tan pronto como llegaran a la playa.
4
Muy por encima de la Zodiac volcada, un avión color turquesa que parecía un bote con alas comenzó a trazar un círculo.
El nombre de anchos hombros que pilotaba el ultraligero hizo un viraje cerrado y miró a través de las gafas oscuras con los párpados entrecerrados para proteger a sus ojos color coral del brillante resplandor. En su rostro azotado por el viento había un expresión de desconcierto. Unos momentos antes había visto a unos nadadores junto a la lancha neumática volcada. Había desviado la mirada para tomar unos puntos de referencia, y cuando había vuelto a mirar los nadadores habían desaparecido.
Kurt Austin había estado siguiendo a la Zodiac como un motorista de la policía persigue a un conductor que se ha saltado todos los límites de velocidad, y había presenciado el naufragio. El mar estaba en calma y no había escollos ni ningún otro obstáculo sumergido a la vista. Austin se preguntó si la lancha neumática, o el pesquero que había visto alejarse de la costa, tendrían alguna relación con el equipo de televisión que estaba buscando. Probablemente no. El equipo tendría que estar de camino a su cita con el Argo, el buque de exploración científica de la NUMA, y no rondando por esos parajes desolados.
Austin se encontraba a bordo del Argo como asesor de temas oceánicos, aunque era jefe del equipo de tareas especiales de la NUMA. A los otros miembros del equipo, Joe Zavala y Paul y Gamay Trout, también les habían encomendado tareas poco exigentes en los diversos proyectos alrededor del mundo. James Sandecker, director de la NUMA, había insistido en que se tomaran unas vacaciones después de que el equipo se enfrentara con los asesinos a sueldo de una megacorporación que había pretendido hacerse con el control del agua dulce de todo el mundo. Le había preocupado sobre todo la relación de Austin con una hermosa y brillante científica brasileña que había sacrificado la vida para desbaratar la conspiración.
El Argo se encontraba ahora en el mar Negro, dedicado a reunir información sobre las olas y la acción de los vientos para un banco de datos internacional. Con su licenciatura en administración de sistemas por la universidad de Washington y sus grandes conocimientos prácticos como buzo autónomo e investigador submarino, Austin había sido de gran ayuda a la hora de instalar los avanzados instrumentos de investigación dirigidos por control remoto.
A medida que progresaba la navegación y todos los sistemas quedaban instalados, sus servicios habían sido menos necesarios. Había leído unos cuantos libros de filosofía que habían traído de su muy bien surtida biblioteca, pero cada vez se sentía más inquieto y aburrido. El barco se había convertido en una cárcel rodeada por un inmenso páramo. Austin era consciente del daño psíquico que había sufrido y que Sandecker se preocupaba sinceramente por su bienestar. No obstante, necesitaba una actividad física y mental que lo dejara agotado y no la sensación de estar en un crucero de placer.
Los sesudos científicos a bordo de la nave no habían dejado de protestar ante la inminente visita de los miembros del equipo de televisión. Los veían como unos intrusos que interrumpirían sus trabajos con un montón de preguntas estúpidas. El hecho de que pretendieran filmar la búsqueda del arca de Noé para un programa que estaba incluido claramente en lo que llamaba «telebasura» complicaba las cosas todavía más.
La visión de Austin era radicalmente distinta. Esperaba su llegada como un alivio de su aburrimiento.
El equipo tendría que haber llegado por la mañana, pero no se habían presentado y los intentos por comunicarse con ellos por radio habían sido infructuosos. Después de comer, Austin había subido al puente de mando para venderle una idea al capitán. El comandante del Argo, el capitán Joe Atwood, estaba furioso por la impuntualidad del equipo de televisión, y porque no se hubieran tomado la molestia de ponerse en contacto con la nave para dar alguna explicación. Se paseaba por el puente como una fiera enjaulada, mientras miraba el horizonte con los prismáticos. El Argo debía estar ya navegando hacia otra posición, y al capitán no le hacía ninguna gracia la demora.
- ¿Alguna noticia de nuestros invitados? -preguntó Austin, aunque sabía por la expresión agria de Atwood cuál sería la respuesta.
Atwood miró su reloj y frunció el entrecejo.
- Creo que se han perdido -afirmó con voz tajante-. La próxima vez que esos imbéciles del departamento de relaciones públicas me pidan que agasaje a alguien de la televisión, les diré que se metan la petición donde les quepa.
El capitán no estaba de humor como para que nadie le recordara que el trabajo realizado por el departamento de relaciones públicas de la NUMA a la hora de proclamar los logros de la agencia había ayudado a que el congreso aflojara un poco los cordones de la bolsa y asignara fondos para proyectos como el de las investigaciones en el mar Negro.
- Tengo una propuesta -dijo Austin-. Ahora mismo no tengo nada que hacer. Podría darme una vuelta por la zona y ver si averiguo dónde están.
La expresión agria del capitán dio paso a una sonrisa astuta.
- A mí no me engaña, Austin. Quiere volar en el Gooney desde el día que subió a bordo.
- Serviría a un doble propósito. Podría realizar un vuelo de pruebas y al mismo tiempo buscar a nuestros invitados perdidos. -No quiso añadir que sería el perfecto antídoto para curarle de un grave ataque de aburrimiento.
Atwood se pasó la mano por la cabellera roja.
- De acuerdo, compañero. Adelante. No se olvide de comunicar su posición cada diez minutos. Ya tengo bastantes problemas con esos tipos de la tele. No quiero tener que buscarlo por todo el mar Negro.
Austin se despidió del capitán, y salió del puente a paso ligero para preparar el Gooney. El hidroavión ultraligero había sido desarrollado como una manera de ampliar el alcance visual de las naves. Los radares que llevaban la mayoría de los barcos de la NUMA podían captar el vuelo de una mosca a veinte millas de distancia, pero a veces no había sustituto para el ojo humano. Joe Zavala, cuyas habilidades y conocimientos mecánicos rayaban lo genial, había diseñado el aparato. Le había pedido a Austin que llevara al avión a bordo del Argo para probarlo en condiciones reales. Sin embargo, la nave había tenido que atender a su misión, y Austin no había querido molestar al capitán con la petición de darle permiso para realizar el vuelo de prueba.
El avión monoplaza había sido bautizado Gooney, el sobrenombre que los marineros daban al albatros, un pájaro famoso por la belleza de su vuelo, y su torpeza a la hora de despegar y aterrizar. Austin inspeccionó el aparato en el hangar de cubierta. Su aspecto rechoncho y poco atractivo no le preocupó en absoluto. Había volado antes en ultraligeros y sabía que lo importante era la estabilidad y la facilidad de maniobra.
En un costado del aparato estaban escritas las siglas NUMA en letras negras. La carcasa de fondo plano hecha en fibra de vidrio tenía el morro con la forma de una piragua india. A cada lado estaban los flotadores sujetos con montantes de aluminio, con ruedas que se controlaban manualmente. Esto permitía que el Gooney pudiera posarse tanto en el agua como en tierra.
Sacaron el aparato a cubierta donde desplegaron y aseguraron las esbeltas alas forradas en Dacron de diez metros de envergadura. Austin se sentó en la cómoda barquilla, y unos cuantos tripulantes del Argo empujaron al ultraligero por la ancha rampa de popa hasta el mar. Austin encendió el motor, desenganchó el cable de seguridad y llevó al aparato hacia aguas abiertas para cogerle el tacto a los controles. El ultraligero se movía bien en el agua, y decidió que había llegado el momento de averiguar qué tal volaba. Apuntó el Gooney en una pista imaginaria y puso el motor a toda potencia.
Impulsado por un motor de cuarenta y cinco caballos, el Gooney se deslizó suavemente sobre las olas a lo largo de unos cuarenta metros y remontó el vuelo rápidamente. Austin voló en círculo alrededor de la nave, movió las alas para saludar al Argo, y después puso rumbo hacia el estrecho del Bósforo, que conecta el mar Negro con el mar de Mármara.
Dado que el equipo de la televisión se alojaba en Estambul, era lógico suponer que vendrían de aquella dirección.
El motor Rotax bicilíndrico de dos tiempos montado a popa permitía que el aparato alcanzara una velocidad máxima de cien kilómetros por hora. No era precisamente una velocidad supersónica, pero volaba que era una delicia, giraba, subía y picaba sin el menor asomo de entrar en pérdida. Austin se sentía libre como las aves marinas que había visto sobrevolando el Argo en busca de los desperdicios que arrojaban los cocineros. Volaba a una altura de unos trescientos metros, lo que le permitía ver a varios kilómetros a la redonda, y mantenía una velocidad de crucero de setenta kilómetros por hora. El depósito de veinticinco litros le daba una autonomía de vuelo de unos doscientos cincuenta kilómetros.
El aire era transparente como un cristal, y el sol convertía la ondulada superficie del mar en una pátina de plata.
Comenzó a volar de acuerdo a un patrón de búsqueda más o menos aproximado, en una serie de líneas paralelas que le permitía explorar la mayor cantidad de terreno en el menor tiempo posible. La gente de la televisión había enviado un breve mensaje antes de salir de Estambul para conocer la posición del Argo y dar la hora estimada de llegada. Habían informado que navegarían en un pesquero. Austin vio a unos cuantos barcos de arrastre, pero ninguno parecía llevar un rumbo directo hacia el Argo.
La búsqueda consumió rápidamente el combustible. Vio que le quedaba un tercio de tanque, lo suficiente para regresar al barco con un estrecho margen de error. Echó una ojeada a la brújula y ya se disponía a virar hacia el Argo, cuando vio la estela de una lancha que se acercaba a la costa rusa a gran velocidad. Se dejó llevar por la curiosidad y decidió hacer una pasada cerca de la costa. Descendió hasta una altura de doscientos cincuenta metros y, cuando casi había dado alcance a la embarcación, vio cómo una ola la hacía dar una vuelta de campana.
Mientras Austin volaba en círculos y pensaba en cuál se ría su siguiente paso, advirtió que la lancha neumática se comportaba de una forma extraña. Aunque las olas la arrastraban hacia la costa, también se movía en dirección oblicua.
Austin cogió el micrófono y apretó el botón para activarlo.
- Gooney a barco NUMA Argo. Adelante, por favor.
- Aquí Argo. -Austin reconoció la voz del capitán-. ¿Qué tal vuela el pequeño pájaro? -preguntó Atwood.
- Como un terodáctilo amaestrado. Vuela prácticamente solo, mientras yo disfruto del paseo.
- Me alegra saberlo. ¿Alguna señal de los increíbles idiotas de Misterios increíbles?
- El único misterio por aquí es una Zodiac volcada -respondió Austin sin desviar la mirada de la embarcación-. Vi a unas personas sujetas a los flotadores, pero han desaparecido.
- ¿Cuál es su posición?
- Estoy delante mismo de la costa. -Austin se fijó en una formación rocosa que se adentraba en el mar-. Veo unos acantilados de mediana altura con una playa y dunas entre ellos. Hay una punta con un perfil que me recuerda al del almirante Sandecker, con barba y todo lo demás.
- Le preguntaré al navegante. Ha recorrido estas aguas centenares de veces. -La respuesta llegó en un instante-. Es la punta del Imam. Se dice que es el rostro de un viejo santón.
- La embarcación está en la línea de la rompiente. Demasiado fuerte para acuatizar.
- ¿Qué quiere que hagamos?
- Bajaré para echar una ojeada. Voy a necesitar ayuda si encuentro a alguien. El Gooney no está hecho para llevar pasajeros.
- Nos ponemos en camino. El tiempo estimado de llegada es de una hora.
- Entendido. Aterrizaré y veré si encuentro algún bar donde preparen un martini con vodka aceptable.
Austin apagó el micro y volvió a mirar a la embarcación.
En su rostro apareció una sonrisa. No habían sido imaginaciones suyas. Tres personas acababan de separarse de la lancha neumática y nadaban hacia la playa.
El ultraligero aterrizaba mejor con el viento, que soplaba de tierra. Austin descendió a una altura de treinta metros y se dirigió hacia la costa, con las miras puestas en una de las dunas más grandes que limitaban la playa. Tenía la intención de dar la vuelta en cuanto pasara la duna para aterrizar suavemente en la arena.
El Gooney voló sobre las figuras que braceaban entre los rompientes. Los nadadores avanzaban a buen ritmo; cabalgaban en las crestas de las olas para conservar las fuerzas. Austin vio por un momento unos edificios de una sola planta tierra adentro, pero fue un brillante reflejo en tierra lo que captó su atención. El Gooney tema un radio de giro muy pequeño.
Austin aprovechó la facilidad de maniobra para mover la palanca de mando. El ultraligero giró como una peonza, y él vio con toda claridad el poco profundo valle detrás de la duna.
Ocultos detrás de la duna había una docena de hombres a caballo desplegados en una única hilera con los sables en alto. El brillante destello que había captado la atención de Austin era el reflejo del sol en las hojas de los sables. Sin embargo, la súbita y ruidosa aparición del Gooney espantó a los caballos que se encabritaron y comenzaron a dar vueltas asustados mientras los jinetes se esforzaban para dominarlos.
Austin solo tuvo una breve visión de la escena cuando voló directamente sobre ellos, y luego se encontró otra vez sobre la playa. Los nadadores estaban a punto de alcanzar la costa.
De pronto, jirones de Dacron volaron junto a su cara. Los jinetes llevaban algo más que sables. El ala que estaba sobre la cabeza de Austin parecía haber sufrido el ataque de un tigre con las garras muy afiladas: alguien le estaba disparando desde la playa. La delgada barquilla de fibra de vidrio no ofrecía ninguna protección contra las balas. Para complicar todavía más las cosas, Austin estaba prácticamente sentado sobre el tanque de combustible. Los disparos no eran muy precisos, pero si una bala hacía impacto en la hélice se desplomaría como un pato herido. Empujó hacia delante la palanca de mano, y bajó en picado. Incluso con los auriculares puestos, escuchó el claro impacto de una bala en uno de los montantes de aluminio hueco que unían la barquilla a las alas. Sintió una feroz picadura en la sien derecha. Le había alcanzado una esquirla de metal, y la sangre le chorreaba por el rostro. Cogió el pañuelo que llevaba anudado al cuello y se lo subió hasta la frente a modo de vendaje.
La misma descarga que había roto el montante había destrozado también uno de los flotadores. Austin empujó la palanca de mano todo lo que daba hacia delante, y el ultraligero picó como si fuera un ascensor y se inclinó peligrosamente hacia una banda, desequilibrado por la pérdida del flotador.
Austin echó todo su peso hacia la banda contraria para equilibrarlo. Niveló el aparato y continuó volando hacia el mar hasta quedar fuera de la distancia de tiro de los jinetes; luego voló en un rumbo paralelo a la costa.
Los nadadores se habían echado cuerpo a tierra cuando comenzaron los disparos. Ahora se habían vuelto a levantar y corrían por el borde del agua. Vio a una mujer delgada y de piel oscura, y a dos hombres, uno bajo y el otro alto. Mientras corrían, miraron por encima del hombro, en un intento por no perder de vista al Gooney, y se encontraron con la visión de los jinetes que acababan de coronar la duna con los sables en alto.
A la vista de esta nueva amenaza, el trío redobló sus esfuerzos, pero era imposible correr más rápido en la arena blanda. Los hombres a caballo no tendría ningún problema para acabar con los indefensos corredores atrapados entre ellos y el mar azul.
La amplia extensión de la playa no ofrecía refugio alguno. Era el escenario ideal para una matanza.
Los jinetes espolearon a sus monturas y galoparon a lo largo de las dunas para rodear a sus presas. Austin buscó en la caja de emergencia instalada detrás del asiento y sacó la caja de bengalas Orion que era parte del equipo que llevaban las embarcaciones. Colocó una de las bengalas Red Meteors de 25 milímetros y diez mil bujías en la pistola. Luego aceleró al máximo. El Gooney, que se tambaleaba peligrosamente debido a los desperfectos en las alas y el flotador destrozado, voló hacia la playa a una velocidad de cien kilómetros por hora.
Los corredores volvieron a echarse cuerpo a tierra cuando el ultraligero voló por encima de sus cabezas como un gigantesco abejorro furioso. Austin se movía instintivamente como una máquina. Sujetó la palanca de mando con las rodillas, se inclinó sobre la plancha curvada de plexiglás que hacía de parabrisas y apuntó al centro de la línea de jinetes.
Apretó el gatillo y la bengala voló hacia los atacantes como un cometa en miniatura.
El ángulo de vuelo del ultraligero impidió que el impacto fuera certero. La bengala golpeó unos pocos metros por debajo de la cumbre cubierta de vegetación de la duna y explotó en una brillante lluvia roja. Los caballos más próximos a la tremenda detonación se espantaron, y los que no se habían espantado antes sí lo hicieron ahora cuando el aparato pasó casi rozando sus cabezas como una enorme ave de rapiña.
Austin hizo un rápido viraje para realizar una segunda pasada. La caótica escena en lo alto de la duna le recordó el famoso cuadro de Picasso, Guernica. Resultaba difícil distinguir entre hombres y caballos. Sonrió con una expresión severa y cargó otra bengala en la pistola. Una vez más inició el ataque, esta vez por la retaguardia.
Un agujero dentado y unas grietas que semejaban una telaraña aparecieron en el parabrisas. Uno de los jinetes había hecho un disparo afortunado. Austin sintió el zumbido del proyectil muy cerca de la cabeza. Hizo un esfuerzo sobrehumano para mantener la concentración mientras apuntaba con la pistola y apretaba el gatillo.
La segunda bengala voló hacia la confusa masa de hombres y animales y estalló en una nube de fósforo rojo cuando hizo blanco en el cuerpo de uno de los jinetes. El hombre se desplomó de la montura pero uno de sus pies se quedó enganchado en el estribo y el caballo, espantado, le arrastró por la arena.
El ultraligero cruzó la playa como un relámpago, y Austin voló una vez más sobre el mar. Dio la vuelta para ir detrás de las dunas. La vegetación se había incendiado y una densa nube de humo negro subía hacia el cielo. Los jinetes que habían caído a tierra intentaban apartarse para no acabar aplastados por los cascos. Otros habían desmontado y sujetaban las riendas mientras procuraban calmar a los caballos aterrorizados. Los animales chocaban los unos con los otros, y el contacto solo servía para espantarlos todavía más.
Un jinete solitario se apartó del grupo y se lanzó al galope. Kaela y sus compañeros escucharon el batir de los cascos y se volvieron. El atacante avanzaba hacia ellos a gran velocidad, con el sable en alto. Austin dio la vuelta y se situó en una trayectoria directa hacia el jinete. Levantó la pistola lanza bengalas, pero no consiguió mantenerla con la estabilidad suficiente como para apuntar correctamente. Así que optó por lanzarse en un picado que lo llevó a pasar a menos de un metro por encima de las cabezas de los corredores y apuntó el morro de la barquilla hacia el jinete, un gigantón con una larga barba roja. Austin levantó el aparato en el último segundo. El flotador casi rozó la cabeza del atacante. El caballo se espantó. El jinete intentó dominarlo, pero el animal decidió seguir sus instintos, subió la duna y siguió a los demás jinetes, que ya no tenían ánimos para seguir combatiendo y ahora escapaban a todo galope hacia el bosque.
Mientras tanto, Austin se empeñaba en una batalla perdida por mantener nivelado al ultraligero. Se sentó con medio cuerpo fuera de la barquilla como un tripulante que hace de contrapeso en un velero, apretó las mandíbulas, y se preparó para el duro aterrizaje de emergencia.
5
Kaela Dorn contuvo el aliento mientras el ultraligero caía en barrena. En el último momento, el pequeño aparato salió de la barrena y remontó el vuelo. Comenzó a bambolearse como una cometa fuera de control y después se niveló, aunque las alas parecían a punto de desprenderse y el ultraligero volaba como si siguiera los carriles de una invisible montaña rusa.
El piloto consiguió finalmente recuperar más o menos el control y comenzó la maniobra de aterrizaje. Logró mantener el aparato estabilizado, pero antes de que pudiera aterrizar, el ala izquierda se hundió bruscamente y se clavó en la arena. El ala se quebró en el punto de unión con la estructura y el ultraligero dio una voltereta y después de arrastrarse varios metros se quedó hundido con la proa de la barquilla en la arena y el timón en el aire. Se apagó el motor, y en la playa, donde los únicos sonidos que se escuchaban era el rumor de las olas y el crepitar de la vegetación incendiada, volvió a reinar la calma.
La reportera y sus colegas miraron como autómatas los restos del aparato. Estaban demasiado exhaustos para moverse, con las fuerzas agotadas después de nadar hasta la costa, y todavía jadeaban de la terrible carrera para salvar sus vidas.
Kaela era la que estaba en mejor forma de los tres, y tema la sensación de que sus piernas eran de plomo. Cuando el ultraligero había hecho su primera aparición, no tenían forma de saber si era amigo o enemigo. En cambio, no había existido ninguna duda en cuanto a las intenciones de los jinetes con sus salvajes gritos y los sables en alto. Venían a por ellos.
El avión tenía el aspecto de un pájaro que hubiera choca do con un ventilador; parecía imposible que el piloto hubiese salido ileso, pero alguien se movió en la barquilla. El piloto pasó una pierna por encima del borde de la barquilla destrozada, luego la otra, y saltó a la arena. Parecía estar perfectamente mientras caminaba alrededor del ultraligero, con los brazos en jarras, para observar los daños. Le dio un puntapié a una de las ruedas retorcidas como alguien que inspecciona un coche usado, y sacudió la cabeza. Luego se volvió hacia el equipo de la televisión, les hizo un gesto amistoso, y echó a andar hacia ellos. Caminaba con una leve cojera.
Lombardo y Dundee se acercaron a Kaela en una actitud protectora. Ella estaba más interesada en mirar al desconocido. Era alto, un poco más de metro ochenta, y los anchos y poderosos hombros de un gorila de discoteca llenaban la sudadera de la marina. Vestía unos pantalones cortos color beige, y sus piernas musculosas parecían capaces de impulsar al cuerpo fornido a través de una pared. Cuando se acercó, se quitó la gorra y dejó al descubierto sus cabellos de un color gris acero, casi platino. En su rostro bronceado no se veían arrugas, salvo las arrugas de la risa alrededor de los ojos y la boca. La muchacha calculó que tendría unos cuarenta años.
Había un reguero de sangre seca en una de las mejillas y también manchas de sangre en el pañuelo atado alrededor de la cabeza. El aterrizaje del ultraligero había sido capaz de ponerle los pelos de punta a cualquiera, y en cambio él parecía venir de un partido de tenis.
- Buenas tardes -dijo con una amplia sonrisa-. ¿Están bien?
- Sí, estamos bien, gracias -respondió Kaela cautelosamente-. ¿Cómo se encuentra? Está sangrando.
Austin se tocó la herida como si no tuviera ninguna importancia.
- No es más que un pequeño corte. Todavía estoy de una pieza, más o menos. -Señaló con el pulgar el ultraligero destrozado- Quisiera poder decir lo mismo de mi medio de transporte. Ya no fabrican las cosas como antes. ¿No tendrá por casualidad un rollo de celo?
Kaela se aventuró a sonreír.
- Su avión está más allá de la etapa del celo -comentó-. Creo que los peritos del seguro lo denominan siniestro total.
El desconocido hizo una mueca.
- Mucho me temo que tenga usted razón, señorita…
- Dorn. Kaela Dorn. Este es mi productor, Mickey Lombardo, y su ayudante, Hank Simpson. Trabajamos para la serie de televisión Misterios increíbles.
- Ya me lo suponía. Me llamo Kurt Austin. Pertenezco a la NUMA.
- La NUMA. -Lombardo se adelantó para estrecharle la mano calurosamente-. No sabe cuánto nos alegramos de verle. Es una suerte que apareciera.
- Fue algo más que suerte -replicó Austin-. Los he estado buscando. Si no me equivoco habían quedado en encontrarse con el Argo esta mañana.
- Lo lamento -se disculpó Lombardo-. Decidimos dar un rodeo para ver una vieja base de submarinos rusos que supuestamente está por aquí.
- El capitán del Argo no está muy contento. Han retrasado el horario de salida. Podrían habernos evitado inconvenientes si nos hubiesen informado de su cambio de planes. -Austin sonreía, aunque su suave tono de reproche era inconfundible.
- Todo ha sido culpa mía -manifestó Kaela-. Creíamos que solo sería cuestión de unas pocas horas. Nuestra intención era llamarles desde el barco, pero el pesquero que alquilamos tenía la radio averiada. El capitán tuvo que regresar a puerto debido a un fallo en uno de los motores, y prometió que en cuanto reparara la radio los llamaría.
- Ese tiene que haber sido el pesquero que vi alejarse.
- Vendrían a recogernos mañana por la mañana -añadió Kaela-. Muchas gracias por salvarnos la vida. Le pido disculpas por haberle metido en problemas.
- No pasa nada -respondió Austin, que no quería seguir reprochando al grupo de agotados náufragos. Miró el aparato estrellado-. Bueno quizá un poco. ¿Cómo es que se volcó la Zodiac?
- Alguien nos disparó desde la costa y mató al marinero turco que gobernaba la embarcación -explicó Kaela-. Una ola nos pilló a través y la lancha se dio la vuelta. Nos escondimos debajo de la Zodiac y procuramos mantenerla apartada de la costa. Sin embargo, las olas eran muy fuertes y acabamos directamente en la playa. -Miró hacia la duna por donde habían aparecido los atacantes-. ¿Sabe usted quiénes eran esos jinetes que nos atacaron?
Austin no contestó. Aunque parecía haber estado observando su rostro, Kaela cayó en la cuenta de que la camiseta y los pantalones cortos empapados se pegaban a su cuerpo esbelto como una segunda piel. Comenzó a tirar de la camiseta, que tenía la pechera cubierta de arena, pero la tela insistió en pegarse a la piel. Austin se dio cuenta de la incomodidad de la muchacha y miró hacia las columnas de humo que se elevaban detrás y en la cumbre de la duna.
- Diría que no eran precisamente los miembros del círculo ecuestre local que habían salido a disfrutar de un paseo por la playa. Vayamos a echar un vistazo.
Comenzó a subir la duna, y los demás le siguieron sin muchos ánimos. El incendio casi se había extinguido. Caminaron entre las cenizas de los hierbajos en la cumbre de la duna. Austin vio que el sol se reflejaba en algo que había en el suelo y se acercó para investigar qué era. Se trataba de un sable. Recogió el arma y comprobó el peso y el equilibrio. La larga hoja corva estaba perfectamente equilibrada para darle al brazo el máximo de potencia en el golpe. Austin apretó las mandíbulas mientras pensaba en el daño tremendo que la hoja afilada como una navaja podía producir en la carne humana.
Observaba la inscripción escrita en el alfabeto cirílico que aparecía en la hoja cuando escuchó que el australiano lo llamaba. Dundee se encontraba en medio de un montón de hierbajos que se habían salvado del incendio y miraba algo a sus pies.
- ¿Qué pasa? -le preguntó Austin.
- Aquí hay un tipo muerto.
Austin clavó la punta del sable en la arena y se acercó a los hierbajos. Dundee le señaló el cadáver de un hombre tendido boca arriba, con los ojos abiertos. La barba y el bigote sucios de arena ocultaban la mayor parte de las facciones. Calculó que tendría unos cuarenta años. Tenía la cabeza torcida en una posición anormal. Había sangre coagulada en la mitad del rostro, que parecía aplastado.
- Supongo que se cayó del caballo durante la refriega y recibió una coz en la cabeza. -No era un hombre despiadado pero no sintió ninguna pena por el jinete muerto.
Lombardo había recuperado la cámara de la Zodiac embarrancada y estaba filmando el escenario de la batalla. Él y Kaela se acercaron para ver qué miraban los demás. Lombardo silbó por lo bajo.
- ¿De qué va disfrazado este tipo?
Austin se arrodilló junto al cadáver.
- Parece como algo sacado de El mago de Oz.
El muerto vestía una larga casaca gris manchada de barro abotonada hasta el cuello y unos bombachos con las perneras metidas en las cañas de las botas negras. A un par de pasos había un gorro de piel negra. Llevaba unos galones rojos en los hombros. Una pistolera y una vaina colgaban del ancho cinto de cuero que rodeaba la cintura. Una canana le cruzaba el pecho. Una daga colgada de un cordel alrededor del cuello.
- ¡Dios bendito! -exclamó Dundee, asombrado-. El tipo era un arsenal ambulante.
Austin buscó entre la vegetación alrededor del hombre muerto. Unos pocos metros más allá encontró un fusil. Apoyó la culata en el hombro y accionó el bien aceitado cerrojo.
Lo mismo que la hoja del sable, el cañón tenía una inscripción en escritura cirílica. Austin era coleccionista de pistolas de duelo, y tenía un conocimiento general de armas antiguas. El fusil era un Mosin-Nagant, con una antigüedad de más de cien años, y estaba en perfecto estado. Dio gracias para sus adentros de que los jinetes no llevaran armas automáticas modernas. Un único Kalashnikov hubiese sido más que suficiente para acabar con su vida y hacer trizas al Gooney.
Le entregó el fusil a Dundee y revisó los bolsillos del muerto. Nada. Desenganchó la insignia con forma de estrella que había en la gorra y se la guardó en un bolsillo. Lombardo había acabado de filmar el escenario de la batalla, y Kaela le propuso filmar algunas tomas de los edificios grises de una sola planta que se veían tierra adentro.
- No es una buena idea -opinó Austin. Señaló las huellas de los cascos que iban directamente hacia los edificios. Le preocupaba que los jinetes reaparecieran en cualquier momento, pero se lo calló porque no podían hacer nada al respecto-. En cambio, propongo que nos vayamos de aquí cuanto antes. -Se echó el fusil al hombro, recogió el sable y emprendió el camino de regreso a la playa. Kaela lo alcanzó en lo alto de la duna.
- ¿Tiene alguna idea de qué va todo esto? -preguntó con la voz entrecortada por los jadeos-. ¿Por qué han querido matarnos esos hombres?
- Usted sabe tanto como yo. Creía que estaban rodando una película hasta que alguien comenzó a dispararme.
- Hemos tenido suerte de que tuvieran tan mala puntería. -Kaela hizo una pausa al ver que Austin la miraba de la misma manera que había hecho antes-. ¿Pasa alguna cosa?
- Casi me da vergüenza decirlo.
- Me resulta difícil de creer que sea una persona vergonzosa. No parece precisamente un tipo tímido.
Austin se encogió de hombros.
- Verá, aunque le parezca extraño, podríamos decir que nos hemos conocido antes.
- Perdone. Estoy segura de que lo recordaría.
- No me refería en el sentido literal. Créame cuando se lo diga. Su rostro tiene un parecido extraordinario con el de una princesa que una vez vi pintado en la pared de un templo egipcio.
Kaela era alta, con unas piernas muy largas y perfectamente torneadas, la piel de un color café claro y la cabellera negra azabache larga, con un rizado natural. Los labios eran carnosos y muy bien delineados, y sus ojos era de un color ámbar oscuro. Como una mujer atractiva que trabajaba en una profesión de hombres, creía haber escuchado todos los piropos imaginables, pero este era absolutamente nuevo. Miró a Austin de reojo.
- Es curioso que lo diga porque estaba pensando que tiene toda la pinta de ser un pirata que se ha caído del barco del capitán Kidd.
Austin se echó a reír. Se llevó una mano a los cabellos para peinárselos un poco.
- Supongo que debo tener el aspecto de un pirata, pero xio bromeo. Es idéntica a la muchacha pintada en el templo.
Sin embargo, es usted un poco más joven que ella. Si no recuerdo mal, el retrato data del cuatro mil antes de Cristo.
- Me han llamado muchas cosas -replicó la reportera-, pero nunca momia egipcia. Muchas gracias por el cumplido, si es que lo era, y también por salvarnos el pellejo. Es una deuda que no podremos pagarle nunca, señor Austin.
- Podríamos comenzar por tutearnos. ¿Puedo llamarte Kaela?
- Por supuesto. -La muchacha sonrió.
- Ahora que ya somos viejos amigos, ¿qué te parece si esta noche cenas conmigo?
Kaela miró de un extremo al otro de la playa.
- ¿Qué tienes en mente, algo sacado del manual de los niños exploradores? ¿Un pastel de raíces y bayas?
- No hice carrera como niño explorador, y buscar comida nunca fue mi fuerte. Pensaba en algo más al estilo del pato a la naranja. Casi puedo garantizar una mesa con vistas al mar.
- ¿Aquí? -preguntó ella, dispuesta a seguirle el juego.
- No, allá. -Señaló hacia el mar donde un barco con el casco color turquesa avanzaba a toda máquina hacia la costa-. Es el Argo. Dicen que el cocinero trabajaba en el Four Seasons antes de que la NUMA se lo robara.
- Mi madre se preocupó de no criar a una hija boba -comentó Kaela-. Sería una estupidez por mi parte rechazar semejante invitación. -Consciente de que estaba hecha un adefesio, añadió-: No creo estar vestida para una cena de gala.
- Estoy seguro de que encontraremos algo más adecuado en el barco. Lo preguntaré cuando llame para hacer la reserva. La radio es la única cosa que no se destrozó en el aterrizaje. Quizá quieras encargarte de reunir a tus amigos mientras hablo con el barco. Tendremos que darnos un poco de prisa. Nos encontramos en territorio ruso, y no he traído el pasaporte. No debemos abusar de su hospitalidad.
Kaela miró a Austin mientras él se acercaba a los restos del ultraligero. Se olía una historia. ¿Quién era este tipo? No era ningún palurdo. Llamó a Mike y Dundee y les dijo que recogieran el equipo. Luego se apresuró a reunirse con Austin.
6
Moscú, Rusia.
Con un tremendo esfuerzo de autocontrol, Viktor Petrov colgó el teléfono, entrelazó los dedos y los tensó hasta que chasquearon los nudillos mientras miraba al vacío. Al cabo de unos instantes salió de su ensimismamiento, se levantó de la silla y se acercó a la ventana. Contempló el panorama, y su mirada se demoró unos momentos en las curvilíneas cúpulas de la catedral de San Basilio. Con un gesto ausente, se tocó la mejilla derecha. Apenas si sintió el contacto de los dedos a través de la callosa cicatriz que cubría las terminaciones nerviosas muertas. ¿Cuánto tiempo había pasado? Quince años.
Qué curioso. Después de tanto tiempo, una simple llamada telefónica le había hecho revivir aquel terrible dolor.
Petrov contempló las multitudes que paseaban bajo un calor agobiante y echó de menos el invierno. Como muchos de sus compatriotas sentía una fuerte ligazón con la nieve. El invierno ruso era duro y despiadado, pero había protegido a su país de los ejércitos de Napoleón y Hitler. El amor de Petrov por la nieve era más prosaico. El invierno cubría los defectos de la ciudad, acallaba sus ruidos y escondía la corrupción debajo de un blanco manto de pureza.
Volvió a su maltratado escritorio metálico, que era el objeto más grande en la pequeña y triste habitación. A un lado había un viejo teléfono negro y al otro un fax. El archivador vacío en un rincón no era más que un adorno. El despacho era uno más de las docenas de cubículos que formaban la conejera del décimo piso de la sede del Ministerio de Agricultura, un triste monumento a la banalidad de la arquitectura socialista.
En la puerta un cartel escrito en letras pequeñas decía: CONTROL DE PESTES SIBERIANAS. Petrov casi nunca tenía visitas. De vez en cuando, algún despistado entraba en el despacho solo para enterarse de que el personal del control de pestes siberianas había sido trasladado a otras dependencias.
A pesar del espartano entorno, Petrov ejercía un amplio poder en el gobierno ruso. La clave de su influencia era el anonimato que le mantenía apartado de la vista. Recordó los viejos tiempos cuando Pravda publicaba puntualmente las fotos de la jerarquía soviética durante el desfile del 1 de mayo frente a la tumba de Lenin. Cualquier insinuación de que alguno de los fotografiados podía ser el sucesor del tirano de turno condenaba al desafortunado individuo a una muerte segura. Petrov se había convertido en un maestro del camuflaje.
Era el equivalente burocrático del camaleón. Había sobrevivido a tres primeros ministros y a innumerables miembros del Politburó con su habilidad para evitar definirse. No había permitido que lo fotografiaran en años. Las fotos pegadas en sus expedientes personales eran de hombres muertos. Había resistido a cualquier intento de darle un título. En las sucesivas etapas de su dilatada carrera, siempre había sido conocido sencillamente como un ayudante.
Como parte de esta fachada, Petrov disimulaba su cuerpo atlético con uno de aquellos trajes mal cortados que durante tanto tiempo habían sido el uniforme de los anónimos hombres grises del Kremlin. Sus cabellos canosos le llegaban por debajo del cuello de la camisa barata como si no pudiera pagarse un corte de pelo. Los cristales de sus gafas con una montura barata eran neutros, y solo servían para darle aire de profesor. No obstante, todos los disfraces tienen sus limitaciones. Podía disimular la cicatriz, pero ni el mejor de los sastres hubiese podido ocultar la viva inteligencia que brillaba en sus ojos azul pizarra, y su anguloso perfil hablaba de una determinación despiadada.
La persona que le había llamado era un voluntarioso joven llamado Aleksei, que Petrov en persona había reclutado como agente.
- Acaban de producirse novedades en el sur -le dijo Aleksei, sin hacer el más mínimo esfuerzo por disimular la excitación.
Los cuatro puntos cardinales se habían convertido en algo así como una taquigrafía oral para alertar a Petrov de la localización general de algún problema en medio del cúmulo de asesinatos, secuestros, revueltas y complots que se producían en los más apartados rincones del antiguo imperio soviético.
Petrov se preparó para recibir otro alud de malas noticias procedentes de la república de Georgia.
- Adelante -respondió Petrov automáticamente.
- A lo largo de la mañana un barco norteamericano violó el espacio marítimo soviético en el mar Negro.
- ¿Qué clase de barco? -preguntó Petrov, con una irritación mal disimulada. Había asuntos mucho más importantes que reclamaban su atención.
- Era un barco de exploraciones científicas de la National Underwater and Marine Agency.
- ¿La NUMA? -Petrov apretó con fuerza el auricular del teléfono-. Continúe -añadió, con un esfuerzo para mantener la voz tranquila.
- Nuestros observadores han identificado al barco como el Argo. Comprobé el permiso que se le concedió. La nave solo puede realizar operaciones en alta mar. Se captaron varias comunicaciones entre el barco y un avión. El piloto del aeroplano comunicó su intención de entrar en territorio soviético.
- ¿El aparato llegó a cruzar nuestra frontera?
- No lo sabemos, señor. Nuestros radares no lo detectaron.
- Bien, Aleksei, esto no es propiamente una invasión.
¿No es asunto que debería comunicarse al departamento de Estado norteamericano?
- No en este caso, señor. El aparato comunicó su posición, así que pudimos seguir su vuelo. Volaba cerca del sector trescientos treinta y uno cuando el piloto llamó al barco para que se acercara.
Los labios de Petrov se movieron en una muda maldición.
- ¿Está usted seguro de la posición?
- Absolutamente seguro, señor.
- ¿Dónde está ahora el barco de la NUMA?
- La guardia costera envió un helicóptero al lugar del incidente. El barco ha salido de las aguas territoriales rusas y parece navegar con rumbo a Estambul. Continuamos vigilando todas sus comunicaciones.
- ¿Qué hay del avión?
- No encontraron ningún rastro del aparato.
- Supongo que se habrá realizado una inspección visual a fondo del lugar del desembarco.
- Sí, señor. El grupo de desembarco informó haber visto una zona de vegetación quemada. También muchas pisadas y huellas de cascos.
Cascos. Petrov sintió un escalofrío.
- Quiero que vigile el barco. Si llega a puerto, disponga de una vigilancia de veinticuatro horas. Avíseme de cualquier novedad que tenga relación con la nave.
- Sí, señor. ¿Algo más?
- Envíeme una copia de las conversaciones del piloto con el barco.
- Lo haré inmediatamente.
Petrov felicitó al agente por el trabajo bien hecho y colgó. Al cabo de unos pocos minutos se puso en funcionamiento el fax. Eran varias páginas. Petrov puso en orden la trascripción a doble espacio de las conversaciones entre el capitán del Argo y el piloto del avión. Sus dedos se tensaron en cuanto leyó la primera frase.
«Austin a Argo».
Austin. No podía ser.
Petrov hizo una inspiración profunda para calmar sus nervios. Austin era un nombre muy común en Estados Unidos, y la NUMA una organización muy grande. Intentó convencerse de que se trataba de una pura coincidencia; sin embargo, mientras leía la trascripción, en su rostro apareció sonrisa desabrida. No había ninguna duda en el tono risueño del piloto. La irreverente referencia al director de la NUMA lo dejaba bien claro. Estaba leyendo al más puro Kurt Austin.
Petrov abrió un polvoriento archivador y saco un grueso expediente con una etiqueta en la portada que decía NUMA, Kurt Austin. Las muy manoseadas páginas del expediente demostraban que lo había leído una infinidad de veces. Austin había nacido en Seattle, su padre era el rico propietario de una compañía de rescates marítimos. El mar había moldeado su personalidad aventurera. Había aprendido a navegar casi cuando comenzó a caminar y, años después, se había aficionado a pilotar lanchas de carrera, aunque en los últimos años le había dado por practicar remo en el Potomac. Vivía en un cobertizo reconvertido en casa junto a Palisades en la ciudad de Washington, a un kilómetro de la Agencia Central de Inteligencia en Langley. Era aficionado a la filosofía, coleccionaba pistolas de duelo y le gustaba el jazz progresivo.
Petrov continuó leyendo, aunque sin prestar mucha atención a las palabras. Después de hacer un máster en administración de sistemas en la universidad de Washington, Austin había asistido a los cursos de una prestigiosa escuela de submarinismo en Seattle para convertirse en buzo profesional.
Había llevado sus conocimientos a la práctica en las plataformas petrolíferas del mar del Norte y después había vuelto para trabajar en la compañía de su padre. Fue captado para entrar al servicio del gobierno por una poco conocida sección de la CIA especializada en el espionaje submarino. Al final de la guerra fría, la CIA había cerrado la sección y el director de la NUMA, el almirante James Sandecker, había contratado a Austin para que dirigiera el equipo de misiones especiales que se estaba preparando para realizar trabajos de investigación oceanográfica.
Los antecedentes de Austin y Petrov no podían ser más dispares. Lo mismo que el norteamericano, Petrov tenía agua salada en las venas, aunque sus comienzos habían sido mucho más humildes. Había sido el hijo único de un pobre pescador.
Como joven pionero, su inteligencia y capacidad atlética habían llamado la atención de un comisario político de visita, y se lo habían llevado a Moscú como protegido del Estado, Nunca volvió a ver a su padre y familiares. Incluso peor, tampoco le interesaba verlos; el Estado soviético se había convertido en su nueva familia. Asistió a las mejores escuelas soviéticas, se licenció como ingeniero, sirvió durante un tiempo en el KGB como oficial de submarinos, y más tarde ingresó en la inteligencia naval. También como Austin, Petrov había sido reclutado por una oscura sección dedicada al espionaje submarino. En cambio, a diferencia del grupo de Austin, que concentraba sus actividades en la investigación oceanográfica, la sección de Petrov estaba autorizada para utilizar cualquier medio en la realización de sus tareas, incluida la fuerza.
Sus caminos se habían cruzado por primera vez cuando un submarino israelí había hundido un barco portacontenedores iraní que transportaba armas nucleares. A Petrov le habían ordenado que rescatara las armas atómicas a cualquier precio. El barco hundido podía ser causa de una situación embarazosa, porque las armas habían sido robadas de un arsenal soviético. Mientras tanto, Estados Unidos intentaba mantener el equilibrio entre sus aliados árabes e Israel, y a Washington le preocupaba que si Irán se enteraba de cómo habían hundido el barco, bien podrían desencadenar una guerra de consecuencias imprevisibles para toda la región. Había nombrado a Austin director de las operaciones para llegar al barco y destruir las pruebas.
Los barcos de la Unión Soviética y de Estados Unidos habían llegado al lugar donde se encontraba el carguero iraní hundido casi al mismo tiempo. Ninguno de los dos barcos quería cederle el terreno al otro. La situación se prolongó durante varios días. Los navíos de guerra de ambos países rondaban por el horizonte. Habían sido momentos de gran tensión. Petrov esperaba las órdenes de Moscú cuando lo llamaron al puente para atender a una llamada del barco norteamericano.
- Aquí el barco norteamericano Talón llamando a barco de salvamento soviético desconocido. Adelante, por favor. -La persona hablaba el ruso con un fuerte acento.
- Aquí barco de salvamento soviético a Talón -contestó Petrov en el inglés con acento americano que enseñaban en las escuelas del estado.
- ¿Le importa si hablamos en inglés? -preguntó el norteamericano-. Mi ruso está un poco oxidado.
- Ningún problema. Supongo que llama para comunicarnos que abandona el lugar.
- No. En realidad, llamaba para comprobar sus reservas de caviar.
Petrov sonrió.
- Es más que adecuada, gracias. Permítame que le haga una pregunta. ¿Cuándo zarpará su barco?
- Su dominio del inglés no es tan bueno como creía. No tenemos ninguna intención de abandonar aguas internacionales.
- Entonces la responsabilidad de cualquier situación caerá sobre su cabeza.
- Lo siento, no aceptamos situaciones.
- No nos deja más alternativa que forzarlas.
- Veamos si podemos arreglar este asunto de una manera amistosa, tovarich -replicó el norteamericano con un tono despreocupado-. Ambos sabemos qué hay en ese naufragio, y las molestias que puede provocar a nuestros respectivos países. Por lo tanto, aquí tiene mi propuesta: nosotros nos apartamos mientras ustedes bajan y recuperan, eeh… sus propiedades robadas. Incluso estamos dispuestos a echarles una mano si quieren. Cuando ustedes terminen con sus tareas de salvamento, se marchan y nosotros destruiremos las pruebas.
¿Qué le parece?
- Una interesante proposición.
- Eso creo.
- ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?
- Los actos hablan más claramente que las palabras. Ya he dado la orden de apartarnos media milla.
Petrov observó cómo el barco estadounidense levaba anclas y volvía fondear apartado del lugar del salvamento. El soviético calculó que su rival estaba dispuesto a cumplir con su misión a pesar de su actitud despreocupada. La alternativa era una escalada de fuerzas. Petrov no era un jugador. Si el norteamericano intentaba engañarlo, Petrov podía usar a los infantes de marina que estaban en el barco y los navíos de la flota soviética se encontraban muy cerca. Sin embargo, con independencia del resultado, sería nefasto para su carrera permitir que la situación se le escapara de las manos.
- Muy bien. En cuanto terminemos con los trabajos de recuperación, nos marcharemos y ustedes harán lo suyo.
- Me parece justo. Por cierto, ¿cómo se llama? Me gusta saber con quién estoy tratando.
La pregunta pilló a Petrov por sorpresa. Hasta cierto punto, no tenía nombre, porque se lo había dado el gobierno soviético. Se rió por lo bajo.
- Puede llamarme Iván.
Su respuesta fue recibida con una sonora carcajada.
- Me da la espina de que la mitad de los tipos en su barco se llaman Iván. De acuerdo, puede llamarme John Doe. -Le deseó a Petrov buena suerte en ruso, y cerró la comunicación.
Petrov no perdió ni un segundo en ordenar que los submarinistas bajaran al buque hundido. El boquete abierto en el casco por la explosión del torpedo les permitió entrar sin problemas en las bodegas, y recuperar los dos artefactos nucleares. Hubo algunos momentos peligrosos cuando las corrientes rompieron el cable de la grúa, pero trabajaron por turnos y acabaron el salvamento en menos de veinticuatro horas. Petrov ordenó que el barco abandonara el lugar y le hicieron señales a la nave norteamericana para que se acercara. Los barcos pasaron muy cerca el uno del otro en direcciones opuestas. Petrov desde el puente miró a la nave estadounidense. A través de los prismáticos, vio a un hombre fornido con el cabello gris que lo miraba. Hubo un momento en el que el norteamericano bajó los prismáticos y levantó un brazo para saludarlo. Petrov no respondió al saludo.
El siguiente encuentro no fue tan amistoso. Un avión de pasajeros de un país del Tercer Mundo había sido derribado misteriosamente en el golfo Pérsico. La paranoia era la psicosis nacional dominante de la guerra fría, y por razones tan vagas como rebuscadas, ambas naciones sospechaban la una de la otra de complicidad en el episodio. Una vez más, Petrov y Austin localizaron el aparato al mismo tiempo. El barco de Petrov estuvo a punto de embestir a la nave norteamericana, y se desvió en el último momento para que Austin viera a la tropa fuertemente armada en la cubierta. Austin llamó a Petrov para advertirle que condujera con prudencia o le pondría multa. Austin se negó en redondo a marcharse. El incidente internacional se evitó cuando llegaron las naves del país al que pertenecía la compañía de bandera para hacerse cargo del rescate del aparato.
Mientras las naves se alejaban en direcciones opuestas, Austin transmitió un mensaje de despedida.
- Adiós, Iván. Hasta que volvamos a encontrarnos.
Petrov era un joven fogoso, y no soportaba la arrogancia del norteamericano.
- Más le valdrá que no ocurra -replicó con una escalofriante sinceridad-. A ninguno de los dos nos gustará el resultado.
Ocho meses más tarde, la predicción de Petrov resultó ser cierta.
Durante la guerra fría, Estados Unidos había puesto en marcha una atrevida operación de espionaje. Cuando el secreto se desveló finalmente años más tarde, un escritor lo bautizó con el nombre de Farol del ciego, un peligroso juego practicado por algunos intrépidos comandantes de submarinos y sus tripulaciones, que llevaban a sus naves hasta situarlas a muy pocas millas de la costa soviética para recoger información. Una de las operaciones consistió en instalar un artilugio electrónico que permitía captar las transmisiones enviadas a través de los cables de comunicaciones submarinos.
En su lúgubre despacho de Moscú, Petrov encendió uno de los delgados puros habanos hechos a pedido y soltó una bocanada de humo. Su memoria retrocedió quince años, y en la nube roja que tenía delante, vio la bruma matinal que se levantaba de la oscura y fría superficie del mar de Barents mientras su nave cortaba las olas a toda máquina.
Había estado en Moscú con la intención de conseguir para un nuevo equipo fondos de un apparatchik estratégicamente colocado que se quejaba de la racanería de las asignaciones presupuestarias. Uno de los ayudantes de Petrov le había llamado para comunicarle que habían captado un extraño mensaje procedente de una nave desconocida muy cerca de la costa rusa. El mensaje cifrado era muy breve, como si el operador hubiese tenido mucha prisa. Los expertos soviéticos estaban intentando descifrar el mensaje. La única razón para que alguien se arriesgara a enviar un mensaje sería que se enfrentaba a una situación muy grave, pensó Petrov, mientras el burócrata seguía lamentándose. Tenía muy claro que había submarinos norteamericanos en el mar de Barents. ¿Podía ser que una de aquellas naves estuviera en problemas?
Dio por terminada la reunión y cogió un vuelo a Murmansk, donde le esperaba su nave de salvamento. El barco, además de equipos científicos llevaba cargas de profundidad, armamento pesado y un pelotón de infantes de marina. Cuando el barco ya estaba navegando recibieron el texto del mensaje descifrado. Consistía en una sola palabra: varado. Petrov ordenó que todos los barcos y aviones presentes en la zona estuvieran atentos a la presencia de naves extranjeras en o debajo de la superficie.
Sin embargo, a pesar de la vigilancia de los soviéticos, el Talón realizó una operación de rescate de libro. El buque norteamericano llegó al lugar durante la noche y un experto que hablaba un ruso impecable transmitió una identificación falsa cuando la presencia de la nave fue detectada por los radares soviéticos. La identificación no era perfecta, pero les dio tiempo. Mientras tanto, otro submarino estadounidense navegó por la zona con mucho ruido de las hélices para distraer la atención de los rusos. El submarino varado se encontraba a unos cien metros de profundidad, posado en el fondo absolutamente inerme ya que una explosión en el sistema eléctrico le había dejado sin energía. Los cien hombres que integraban la tripulación habían sido rescatados sanos y salvos en cuestión de horas, gracias a una campana de rescate.
Petrov había acabado por descubrir la añagaza y ahora marchaba a toda máquina hacia la zona de rescate. Él barco siguió el cable de comunicaciones submarino hasta que las lecturas del magnetómetro indicaron la presencia de una gran masa de material ferroso. Solo podía tratarse del submarino norteamericano. Había un barco que se alejaba rápidamente del lugar, y Petrov vio que se trataba del Talón. Llamó por radio a la nave y le ordenó que se detuviera. Una voz conocida respondió a su llamada.
- Iván, ¿es usted? -preguntó el hombre que se hacía llamar John Doe-. Es un placer escuchar de nuevo su voz.
- Prepárese para ser abordado o hundiremos su nave.
En la radio sonó una estruendosa carcajada.
- Diablos, Iván, creía que ustedes los rusos sabían jugar muy bien al ajedrez.
- Francamente, prefiero el póquer.
- Que es obviamente donde aprendió a echarse faroles.
Buen intento, camarada.
- Este es el último aviso. Los aviones llegarán dentro de cinco minutos, y su barco será hundido si no se detiene.
- Demasiado poco y demasiado tarde. Estaremos en aguas internacionales dentro de tres minutos. Los departamentos de Estado y de Defensa están al corriente de nuestra posición. Me parece que se le ha acabado la suerte.
- No lo creo. Todavía nos queda el submarino y todo su contenido, señor Doe. Nuestros científicos disfrutarán de lo lindo mientras desarman sus equipos ultrasecretos.
- Eso es algo que no sucederá, amigo mío.
- Creo que sí. El Glomar Explorer no es la única nave capaz de levantar un submarino. -Petrov se refería a una operación de rescate donde los norteamericanos se habían hecho con un submarino soviético.
- Yo en su lugar no me acercaría a esa nave. Está preparada para estallar.
- Ahora, ¿quién se está echando un farol, señor Doe?
- Hablo muy en serio, Iván. El submarino lleva una carga de cien kilos de explosivos HBX en previsión de un caso como este.
- ¿A usted qué más le da si me matan?
- Escuche, Iván, la guerra fría no durará eternamente. Algún día nos cruzaremos en un bar y usted me invitará a un Stolichnaya martini. -La voz ya no sonaba despreocupada-. Esto no es una broma. El submarino se autodestruirá dentro de veinte minutos. Yo mismo puse en marcha el reloj.
- Está mintiendo.
- Las personas como nosotros no nos mentimos los unos a los otros, colega.
Esta vez fue Iván quien se rió.
- Ha visto demasiados episodios de Misión imposible, colega.
Cortó la comunicación. Era imposible que hubiesen tenido tiempo de rescatar a los tripulantes y colocar las cargas. No sabía nada de las habilidades de Austin en la materia. Podría haber esperado los veinte minutos para comprobar si Austin le había dicho la verdad, pero le consumía la rabia. La cólera pudo más que el sentido común. La nave de Petrov llevaba un minisubmarino preparado para misiones de reconocimiento.
Ordenó que prepararan el submarino para una inmersión urgente.
Sentado en su despacho años después de aquel día, contempló el resplandor grisáceo de la ceniza del puro. Qué impetuoso y alocado había sido en su juventud. Había bajado con el submarino con forma de bomba casi verticalmente. En cuestión de minutos, los focos habían iluminado el casco negro varado en el fondo, y el artilugio cerca del cable de comunicaciones. Maniobró hasta llegar al artilugio. El brazo metálico del minisubmarino ya había sujetado el equipo con las mordazas cuando se produjo un destello cegador y un trueno ahogado. Petrov tuvo la sensación de que volaba. Luego lo envolvió la oscuridad.
Se despertó rodeado por el fuerte olor a antiséptico de un hospital soviético. La pierna fracturada estaba en tracción, y el lado derecho de su rostro aparecía cubierto con un grueso vendaje allí donde los afilados fragmentos de metal o plástico habían cortado la carne mientras el minisubmarino era devuelto a la superficie por la fuerza de la explosión. Había tenido que emplear un audífono hasta que se curaron sus tímpanos. Después de cuatro semanas en el hospital lo habían enviado a su dacha en las afueras de Moscú con una enfermera para que le atendiera durante la recuperación.
Un día, Petrov estaba sentado en la galería entretenido en la lectura de Tolstoi cuando la enfermera le había traído un ramo de claveles rojos, blancos y azules. Había también una tarjeta.
Al recordar aquel día, Petrov cogió un sobre del expediente. La cartulina de la tarjeta que sacó del sobre se veía amarillenta pero el texto escrito en inglés y letras mayúsculas se leía con toda claridad.
Siento mucho que la pringara, Iván. No puede decir que no se lo avisé. Recupérese cuanto antes para que podamos beber aquella copa. La primera ronda es mía. John Doe.
Austin casi había acabado con su vida y su carrera. Ahora el mismo hombre rondaba por donde podía estropear los bien trazados planes de Petrov. Austin no podía saber lo peligrosa que podía ser su intromisión, lo precaria que era la situación en Rusia. La historia de su país estaba plagada de líderes despóticos, ineptos, incluso psicopáticos. Petrov era uno de los miles de clónicos anónimos que cumplían las órdenes de sus amos sin hacer preguntas y los mantenían en el poder.
Ahora su frágil nación parecía estar destinada a otra orgía de autodestrucción. Las furias que se habían estado acumulando en el alma de la Madre Rusia no tardarían en barrer el país desde Siberia a San Petersburgo. Petrov releyó la tarjeta y cogió el teléfono.
- ¿Sí, señor? -respondió un ayudante de toda confianza que ocupaba otro despacho en algún lugar del inmenso edificio.
- Quiero que un avión esté preparado para llevarme a Estambul dentro de una hora. -Petrov le ordenó que llamara a su amante y cancelara la cita para ir a cenar.
- ¿Debo transmitirle algún mensaje especial a la señorita Kostikov? -preguntó el ayudante.
Petrov pensó durante unos momentos.
- Sí -respondió-. Dígale que voy a devolverle un favor a un viejo amigo.
7
Novorossiisk, mar Negro.
El hombre barbudo estaba sentado en la moqueta del camarote a oscuras, con las piernas cruzadas en la posición del loto, y las callosas manos de campesino entrelazadas suavemente sobre los muslos. Llevaba en la misma postura más de dos horas, y la única señal de vida era el muy ligero movimiento de su pecho enjuto cuando respiraba. Apenas si tenía pulso, y los letárgicos latidos de su corazón habrían alarmado a cualquier cardiólogo. Los pesados párpados sobre la prominente nariz estaban cerrados, aunque no estaba dormido ni despierto. Los labios carnosos esbozaban una beatífica sonrisa. Invisibles, detrás de las espinosas zarzas que protegían el espeso matorral de su mente, rondaban las alucinaciones de un loco.
Llamaron discretamente a la puerta. El hombre barbudo no dio ninguna señal de haber escuchado la llamada. Se escuchó una vez más la llamada, ahora más fuerte e insistente.
- Sí -respondió el hombre en ruso. Su voz profunda sonó como si saliera de las profundidades de una catacumba.
La puerta se abrió solo lo necesario para que un joven vestido con el uniforme de camarero asomara la cabeza. La luz del pasillo alumbró el rostro del hombre sentado. El camarero murmuró una silenciosa plegaria que le había enseñado su abuela para protegerse de los demonios.
- Perdone la interrupción, señor -dijo cuando reunió el valor necesario para hablar.
- ¿Qué pasa?
- El señor Razov requiere su presencia en el camarote El hombre abrió los párpados y los ojos de un color amallo limón brillaron en el cráneo esquelético. Eran los ojos hipnóticos de un depredador, grandes y lustrosos.
- Dígale que voy -contestó después de una pausa.
- Sí señor. -Hechizado por aquella mirada implacable, el aterrorizado camarero sintió que le flaqueaban las piernas.
Cerró la puerta y se alejó a toda prisa por el pasillo.
El hombre abandonó la postura de yoga y se puso de pie.
Era muy alto, un metro noventa de estatura. Vestía una casaca de algodón negro ceñida a la cintura con un cinturón. Llevaba abrochado el cuello militar de la casaca, y las perneras de los holgados pantalones bombachos metidas en unas botas de caña corta de brillante cuero negro. La cabellera castaño oscuro le caía por encima de las orejas, y se confundía con la barba, larga hasta el pecho.
Movió una a una todas las articulaciones para aliviarlas de las horas de inmovilidad y respiró profundamente para llenar los pulmones hambrientos de oxígeno. Cuando todos sus sistemas vitales volvieron a funcionar normalmente, abrió la puerta del camarote, agachó la cabeza para no golpearse contra el marco, y salió al pasillo. Avanzó con paso silencioso hasta donde estaba la escalerilla y subió a la cubierta del yate de ciento treinta metros de eslora. Los tripulantes que le vieron venir se apartaron rápidamente.
El yate había sido diseñado con la cubierta totalmente despejada y la superestructura baja y muy estilizada para disminuir la resistencia al viento. Basado en el diseño de un carguero rápido, la nave había sido construida con un casco en uve que cortaba las olas y la popa cóncava para reducir el arrastre. Las poderosas turbinas a gas y con innovador sistema de propulsión a chorro, permitían al yate alcanzar velocidades que casi duplicaban las de otras embarcaciones del mismo tamaño.
El hombre barbudo se detuvo ante una puerta, la abrió sin llamar y entró en un amplio camarote que tenía un tamaño comparable al de una casa pequeña. Cruzó lo que sería la sala de estar y comedor, donde había amplios y cómodos sillones y una mesa de comedor propia de un castillo medieval. El suelo estaba cubierto con alfombras persas, cada una de las cuales valía una pequeña fortuna. En los mamparos destacaban obras maestras de un valor incalculable, la mayoría de ellas robadas de museos y colecciones privadas.
En el extremo del camarote había una enorme mesa de, caoba con incrustaciones de oro y madreperla. En el mamparo detrás de la mesa había un emblema muy estilizado que presentaba una gorra de piel militar cruzada por un sable desenvainado. Escritas en cirílico debajo del emblema aparecían las palabras: INDUSTRIAS ATAMÁN. Sentado a la mesa, ocupado con una conversación telefónica, se encontraba Mijail Razov, presidente de Atamán.
Si bien Razov hablaba con una voz que solo en raras ocasiones superaba al murmullo, su aparente tono amable no podía enmascarar la amenaza que se adivinaba en el fondo. Su rostro pálido parecía esculpido en mármol de Carrara, aunque nadie hubiera nunca confundido sus duras facciones con la obra de un escultor renacentista. Era un rostro que infinidad de víctimas habían visto con su último suspiro.
Dos perros lobos rusos blancos descansaban a sus pies.
Cuando el hombre alto se acercó, los animales comenzaron a gemir. Razov colgó el teléfono y tranquilizó a los perros, que habían buscado refugio debajo de la mesa. Razov experimentó una asombrosa metamorfosis. Una calidez inesperada apareció en sus ojos de color gris pizarra, los crueles labios se distendieron en una amplia sonrisa y en las rudas facciones apareció una expresión cordial. Razov podría haber sido el tío favorito de cualquiera. Los grandes criminales como Razov llegaban a ser actores consumados si vivían lo suficiente. El millonario había cultivado sus talentos camaleónicos bajo la tutela de actores profesionales. Era capaz de transformarse en un santiamén de un rufián asesino a un animoso empresario, un encantador anfitrión o un carismático orador.
Los poderosos hombros y los fuertes muslos de Razov daban una pista de sus humildes comienzos. Nacido en las estepas del mar Negro, hijo de un criador de caballos cosaco, Razov había cabalgado desde el momento en que había tenido edad suficiente para sentarse en la silla. Muy inteligente, no había tardado en ver las desventajas de la brutal vida en el campo que había matado a su madre y estaba acabando con la salud de su padre.
Escapó a la ciudad y puso sus músculos a trabajar como matón de una banda de usureros y chantajistas. Las habilidades de Razov como matón y asesino le dieron grandes ganancias. Había perdido la cuenta de las veces que había disparado a la rodilla a un comerciante tozudo o a la cabeza de un deudor recalcitrante. Había perdido la cuenta de la cantidad de prostitutas que había estrangulado. Como no podía ser de otra manera, utilizó el dinero ganado para convertirse en propietario de un burdel.
Muy pronto, después de matar a sus antiguos empleadores, se hizo con el control de una red de prostíbulos. Protegió su inversión con un ejército de despiadados pistoleros y amplió sus actividades al juego, las drogas y la usura. Gracias a los generosos sobornos y el asesinato de algunos personajes claves, Razov se puso fuera del alcance de las autoridades soviéticas y se convirtió en multimillonario. Ahora era la quintaesencia del mafioso soviético, y todo parecía indicar que continuaría siéndolo hasta que apareciera un rival más agresivo.
El hombre barbudo se detuvo delante de la mesa de Razov, con las manos cruzadas.
- ¿Me has llamado, Mijail?
- Boris, mi querido amigo y consejero. Lamento haber interrumpido tu meditación, pero hay noticias importantes.
- ¿La prueba ha sido un éxito?
- Los primeros informes de daños son muy impresionantes, si tenemos en cuenta que fue un experimento a pequeña escala. -Razov apretó un botón y un camarero apareció como por arte de magia con una bandeja, dos copas y una botella de vodka. El multimillonario sirvió las copas y le dio una a Boris. Despachó al camarero con un gesto, señaló una silla, se sentó él también y levantó la copa en un brindis.
La gran nuez de Boris se movió arriba y abajo mientras bebía ruidosamente. Vació la copa como si la bebida hubiese sido una vulgar tisana y se enjugó los labios con el dorso de su mano velluda.
- ¿Cuántos muertos? -preguntó con una ansiedad mal contenida.
- Uno o dos. -Razov se encogió de hombros-. Al parecer, hubo un aviso.
Los extraños ojos del monje brillaron con una furia asesina.
- ¿Un informador?
- No, fue algo completamente inesperado. Un pescador dio la voz de alarma, y evacuaron la zona portuaria.
- Una pena -comentó Boris, con un sincero tono de tristeza-. Debemos asegurarnos de que la próxima vez no haya ningún aviso.
Razov asintió con un gesto y señaló una gran pantalla de ordenador que había en uno de los mamparos. La pantalla mostraba un mapa mundial. Una serie de puntos luminosos marcaban las posiciones de los barcos de la flota de Atamán.
Con el control remoto, amplió un sector del mapa para destacar la línea de luces agrupados frente a la costa Este de Estados Unidos.
- Nuestros barcos se dirigen a sus respectivas posiciones.
- Su mirada se volvió fría y calculadora-. Le aseguro que cuando hayamos acabado nuestro trabajo, tendrán que contar muchos muertos.
- ¿El proyecto norteamericano va según lo convenido?
- preguntó Boris con una sonrisa.
Razov volvió a llenar las copas. Parecía preocupado.
- No del todo. Hay algunos asuntos de vital importancia que quiero discutir con usted. Tienen algunos indicios de nuestros planes. Debemos enfrentarnos a un problema inesperado. Unos intrusos aparecieron en nuestra base del mar Negro.
- ¿Moscú se ha enterado de nuestras actividades?
- Los tontos de Moscú no saben absolutamente nada de nuestros planes -replicó Razov con un claro tono de desprecio-. Mo, no ha sido cosa del gobierno central. El equipo de una emisora de televisión norteamericana desembarcó cerca de la vieja base de submarinos.
- ¿Norteamericanos? -Boris levantó los brazos-. Un regalo del cielo -afirmó con los ojos resplandecientes-. Espero que los afilados sables de los guardianes les cortaran las cabezas.
- Todo lo contrario. Hubo una pelea y los guardias tuvieron que retirarse. Algunos de sus hombres murieron en la refriega.
- ¿Cómo ha podido ocurrir, Mijail? Los guardias están entrenados para matar sin piedad.
- Es verdad, son unos jinetes estupendos, guerreros cosacos hasta la médula. Sus armas son tradicionales pero efectivas.
- Entonces, ¿cómo se pudo salvar un equipo de televisión desarmado?
- No estaban solos. -Razov frunció el entrecejo-. Al parecer, recibieron ayuda desde un avión.
- ¿Militar?
Razov respondió negativamente con un gesto.
- Mis fuentes me dicen que el avión fue lanzado desde un barco llamado Argo. Al parecer, la nave está en el mar Negro para realizar una serie de investigaciones científicas para la NUMA.
- ¿Qué es la NUMA?
- Me había olvidado de que estuvo usted aislado del mundo exterior durante muchos años. La National Underwater and Marine Agency es la mayor organización científica oceanográfica del mundo. Tienen a miles de científicos y técnicos desparramados por todo el globo. El piloto del avión, el hombre que mató a los guardianes, era uno de esos científicos.
Boris sé levantó de la silla y comenzó a pasearse por el camarote.
- Este informe me preocupa. ¿Cómo es posible que científicos o técnicos puedan vencer a unos guerreros armados?
- Una buena pregunta. No lo sé. Sin embargo, estoy seguro de una cosa. Este no es el final del tema. He ordenado que comiencen los preparativos para el traslado de nuestras operaciones. Mientras tanto, se destinarán más guardias a la vigilancia de la zona. Me he tomado la libertad de armarlos con material más actualizado. Lo siento, sé lo que opina respecto a preservar la pureza de nuestras tradiciones.
- Comprendo la necesidad de estar preparado para enfrentarnos a las fuerzas impuras. ¿Qué noticias hay de su fuente en Washington?
- Su poder es limitado, aunque le he pedido que haga todo lo posible sin poner en peligro su posición.
- Necesitamos saber con quién y a qué nos enfrentamos -señaló Boris-. Quizá la NUMA no sea lo que dice ser.
- Estoy de acuerdo. Sería una locura minusvalorarlos como hicieron los guardias.
- Hábleme de esas personas de la televisión.
- He confirmado que pertenecen a una red de televisión norteamericana. Dos hombres y una mujer.
Boris se acarició la barba mientras pensaba.
- Esto no ha sido un accidente -manifestó-. La gente de la televisión y la tal NUMA son, sin duda, la tapadera de algún plan norteamericano. ¿Dónde están ahora?
- A bordo del Argo camino de regreso a Estambul. He enviado a un barco para que lo siga.
- ¿Podemos destruir al barco de la NUMA?
- Con la misma facilidad como se aplasta a un mosquito. No obstante, no creo que sea prudente en este momento. Podría atraer la atención sobre nuestra empresa en el mar Negro.
- Entonces debemos esperar.
- Estoy de acuerdo. En cuanto acabemos lo del mar Negro, podrá disfrutar de su venganza.
- Me inclino ante su sabiduría, Mijail.
La sonrisa de Razov tenía toda la calidez de la de una i anaconda.
- No, Boris, aquí el sabio es usted. Mis campos son los negocios y la política, en cambio usted tiene la visión de un extraordinario futuro.
- Una visión que usted materializará como el solitario defensor frente a la corrupción y el materialismo que es el cáncer que destruye a lo que un día fue una grande y poderosa nación. Nada debe interponerse en nuestros planes para liminar el mal allí donde lo encontremos.
- Quiero que vea algo -dijo Razov. Apretó un botón-. Este es mi último discurso ante las fuerzas armadas.
Una imagen apareció en la pantalla sujeta al mamparo: Razov hablaba en un enorme auditorio. El público estaba compuesto de una multitud de hombres vestidos con los uniformes de las fuerzas armadas rusas. Razov subió al escenario, y en cuestión de minutos tenía a sus oyentes en la palma de la mano. Mientras hablaba, pareció convertirse en un gigante de tres metros de estatura, que utilizaba como un maestro el poder de su voz profunda, el impresionante físico y sus convicciones para exhortar a la muchedumbre.
«Debemos honrar los credos guerreros de nuestros hermanos cosacos. Nuestro pueblo se liberó del yugo del imperio otomano y derrotó a Napoleón. Los cosacos tomaron Azov para Pedro el Grande y han defendido las fronteras de Rusia contra los invasores a lo largo de los siglos. Ahora, que son siete millones, y con vuestra ayuda, destruiremos a los enemigos interiores, a los banqueros, a los criminales, y a los políticos que pretenden pisotear nuestro país hasta convertirlo en polvo».
El orador no había llegado ni a la mitad de su arenga cuando toda la multitud ya estaba de pie como un solo hombre en una impresionante muestra de histeria colectiva. Se movían hacia el escenario con las miradas extraviadas y los brazos extendidos. Quería fundirse y ser uno con el multimillonario. En la sala se escuchaba un único grito: «Razov…
Razov… Razov». Razov apagó el televisor.
- Ha aprendido bien, Mijail -comentó Boris.
- No, Boris. Usted me enseñó bien.
- Solo le enseñé cómo sacar provecho de las pasiones de nuestra gente.
- Esto no es nada comparado con lo que vendrá. Claro que mucho depende de nuestro trabajo en el mar Negro.
Hablaba con el barco de salvamento cuando usted llegó. Hay muchas dificultades, pero están cerca de conseguir su objetivo. Les dije que sus vidas dependían del éxito. No toleraré ningún fracaso.
- ¿Quiere que mire en el futuro?
- Sí, dígame lo que ve.
Boris inclinó la cabeza y apoyó los dedos en la frente. Sus ojos se cubrieron con una pátina vidriosa. Con una voz que parecía surgir del fondo de una caverna, dijo:
- Llegará el día cuando tomará las riendas del poder como el nuevo zar de la Madre Rusia. Todos nuestros enemigos serán derrotados. Estados Unidos será el primero en sentir el rigor de la espada de la justicia.
- ¿Qué más ve?
En el rostro de Boris apareció una expresión de dolor, y su voz sonó hueca.
- Frío y oscuridad. Un lugar de muerte en el fondo del mar. -Tendió una mano para sujetar el brazo de Razov, y sus dedos se clavaron como dagas en la carne-. Ahora veo luz. -Los labios carnosos esbozaron una beatífica sonrisa-, El éxito está al alcance. -La vida volvió a los ojos velados-. Los fantasmas de los muertos muy pronto bendecirán nuestra causa. Le suplican que se cobre la venganza en su nombre.
Razov había destacado como mafioso y era una criatura de la ciudad. Una vez fuera de su elemento, se encontraba prácticamente indefenso.
Recordó su primer encuentro con Boris. Vagaba perdido y casi muerto de hambre, por los campos yermos cuando se encontró con una caravana de campesinos. Había docenas, débiles y enfermos, algunos tan agotados que los demás se turnaban para cargarlos. Cuando les preguntó adonde se dirigían, le respondieron que iban al monasterio para que los curara el «loco». Como no tenía nada mejor que hacer, fue con ellos. Vio cómo los lisiados arrojaban las muletas y caminaban, y a los ciegos que volvían a ver. Cuando se acercó a Boris, el monje lo miró como si se hubieran conocido de toda la vida y le dijo: «Te he estado esperando, hijo mío».
Dominado por la mirada de aquellos extraordinarios ojos, Razov le contó toda su historia. Su conmoción al escuchar las últimas palabras de su padre. Su abandono de la civilización y su errar por los campos agrestes alrededor del mar Negro.
Boris le pidió que se quedara después de que se marcharan los demás, y continuaron hablando durante toda la noche. Cuando Razov le preguntó dónde estaban los otros monjes, Boris se limitó a responder: «Eran indignos». Razov intuyó la horrible verdad, pero no tuvo la menor importancia. Cuando regresó a la civilización, la estrafalaria figura del monje barbudo estaba a su lado, y no se había apartado desde entonces.
Tiempo después, otros pandilleros habían entrado en el territorio de Razov. A una indicación de Boris, hizo correr la voz de que abandonaba el campo, y se aseguró de que su sórdido pasado no le persiguiera. Primero, se había cambiado el nombre; luego, a través de varios asesinatos, incendios y atentados con bombas, había barrido casi todas sus vinculaciones con el mundo del crimen. Con los millones que tenía en las cuentas de un banco suizo y los métodos violentos que le habían sido tan útiles como delincuente, había comprado las minas que se escapaban del control comunista. Muy pronto llevó sus intereses mineros al mar.
Había un vínculo misterioso y muy profundo entre los dos hombres. Razov consultaba con Boris todas las decisiones cruciales y le recompensaba adecuadamente. El monje era todo un caso de personalidad múltiple. Su camarote en el yate donde pasaba muchas horas dedicado a la meditación solo tenía un catre como único mobiliario, y a veces pasaba semanas sin lavarse. En otras ocasiones, cuando el yate entraba en algún puerto, Boris desaparecía. Razov le había hecho seguir.
Boris pasaba su tiempo en los más infames burdeles. Al parecer, en el interior de Boris se libraba una dura lucha entre el monje asceta y el libidinoso asesino.
Sin embargo, a pesar de toda su locura, el monje era un valiosísimo consejero, su locura atemperada por una inteligencia racional. En este caso, Boris tenía razón en lo que había dicho de la NUMA. Podía resultar una amenaza que esperaba su momento.
8
Mar Negro.
En la estela del primer Argo, el barco de la NUMA navegó a través del mar Negro rumbo al Bósforo, el angosto estrecho que- separaba los lados asiático y europeo de Estambul.
A diferencia de Jason, que regresaba a casa con el vellocino de oro, todo lo que Austin tenía para mostrar de sus trabajos era una herida en la cabeza, un equipo de la televisión que daba pena, y un montón de preguntas sin respuesta.
La evacuación de la playa rusa había transcurrido sin problemas. El capitán Atwood había enviado una lancha para que transportara a Austin y los integrantes del equipo de vuelta al Argo. Trasladar al Gooney fue mucho menos dificultoso de lo esperado; se trató más que nada de recoger los trozos. Austin no quería ni pensar en lo que pasaría cuando le dijera a Zavala que el precioso ultraligero que había diseñado cabía ahora en una caja de zapatos.
En un último recorrido por la playa, Austin había visto algo que flotaba en el rompiente. Se trataba del cuerpo del marinero turco, Mehmet. Había subido el cadáver a la lancha para llevarlo de vuelta al barco. El triste espectáculo le había recordado a Austin el juego mortal en el que había participado. Cualquier fallo y hubiese sido su cuerpo el que hubieran sacado del agua para envolverlo en una lona.
Austin fue a la enfermería de la nave para que le curaran la herida- Luego se dio una ducha y se cambió de ropa. Había quedado en encontrarse con Kaela en el comedor a la hora de la cena para que la muchacha pudiera descansar un poco. Se hizo con una mesa junto a la ventana que se abría a la cubierta de popa- Contemplaba la burbujeante estela de la nave con una mirada ausente mientras intentaba encontrarle algún sentido a la refriega en la playa, cuando Kaela entró en el comedor.
La reportera vestía unos vaqueros y una camisa azul desteñida que le había prestado una oceanógrafa cuya figura sin duda debía ser más baja y regordeta. Las prendas de trabajo que a pesar de su carácter práctico hubieran quedado mal en cualquier otra mujer adquirían una elegante sofisticación en el estilizado cuerpo de Kaela. Cruzó el comedor con el andar de una modelo que muestra en una pasarela de París las propuestas de la moda para la próxima temporada. Le sonrió a Austin mientras se acercaba a la mesa.
- Hay algo que huele muy bien.
- Estás de suerte. El chef se ha decidido por la cocina italiana. Siéntate.
La muchacha se sentó y cerró los ojos. Olió los exquisitos aromas que llegaban de la cocina.
- No me lo digas. Un antipasto con trufas, setas y olivas, y después un risotto de cerdo.
- No exactamente. -Austin carraspeó-. Tenemos pizza. De champiñones, o pimientos si prefieres carne.
Kaela abrió los ojos y miró fijamente a su compañero de mesa.
- ¿Qué se ha hecho del cocinero de cinco tenedores?
Austin intentó poner su expresión más angelical, pero sus rudas facciones se negaron a colaborar.
- Debo confesar que exageré un poco. Mis intenciones eran del todo honorables. Necesitabas que te animaran un poco cuando estabas en la playa.
- Tú, en cambio, temas todo el aspecto de haberte dado de morros contra una pared. Me alegra ver que estás en mejor estado.
- Es sorprendente lo que se puede conseguir con una aguja, hilo y un poco de antiséptico.
Kaela echó una ojeada al mostrador donde estaban las bandejas con la comida.
- ¿Qué tal es la pizza?
- Casi tan buena como la de Spago. Sobre todo cuando tienes un néctar como este para bajarla. -Metió una mano debajo de la mesa y sacó una botella de Brunello Chianti Classico-. Compré una caja cuando estuvimos en Venecia, -Eres toda una caja de sorpresas. -Kaela soltó una carcajada.
- Lamento que la cena no sea todo lo que te había prometido, aunque tienes que admitir que no te mentí en cuanto a la vista.
- De eso no hay ninguna duda. El panorama es espectacular. -La muchacha se levantó-. Mientras tú descorchas la botella, iré a buscar la cena. -Cogió una bandeja y se puso en la cola. Volvió al cabo de unos minutos con dos pizzas individuales y sendos boles de ensalada César. Austin había servido las copas. Comenzaron a comer con mucho apetito.
- La pizza está increíble -afirmó Kaela. Probó el vino con una expresión soñadora. De pronto miró en derredor como si hubiese perdido algo-. ¿Has visto a Mickey y Dundee?
- Te lo iba a decir. Los muchachos comieron más temprano, y ahora está filmando en el puente. Por lo visto, han conseguido convencer al ogro del capitán Atwood.
- La cámara hace que la gente muestre su mejor aspecto, Austin volvió a llenar las copas.
- Háblame del reportaje sobre el arca de Noé.
- Es la habitual combinación de rumor y hechos que Misterios increíbles prepara las masas. Mezclan viejas imágenes borrosas con nuevas filmaciones y un relator lee el texto con una voz de ultratumba, todo acompañado de una música de fondo que ayuda a crear una sensación de misterio. Casi siempre se insinúa que el gobierno intenta ocultar alguna cosa y que el equipo pasó por momentos de peligro. Al público le encanta, -En esta ocasión el peligro fue real.
- Sí, lo fue -admitió ella pensativamente-. Por eso me duele tanto la muerte del primo del capitán Kemal. Fue mía la idea de visitar la vieja base de submarinos.
- No cargues con la culpa. No podías saber que alguien le dispararía.
- Así y todo… ¿Alguien se ha puesto en contacto con el capitán Kemal?
- El puente estableció contacto con él hace un rato. Por lo visto, ahora la radio le funciona. El capitán le transmitió la mala nueva.
- Pobre Mehmet. No consigo quitarme de la cabeza la imagen de lo ocurrido. Su familia debe de estar desolada.
Austin intentó distraer a Kaela para que no siguiera atormentándose con una situación que no podía alterar.
- Si buscabas el arca de Noé, ¿no era más lógico que estuvieras rondando por el monte Ararat?
Kaela agradeció la oportunidad para cambiar de tema.
- No te creas. ¿Estás al corriente de los hallazgos de William Ryan y Walter Pitman?
- Son los geólogos de la universidad de Columbia que han propuesto la teoría de que el mar Negro era un lago de agua dulce antes de que el Mediterráneo atravesara el Bósforo en una gran inundación. Los pobladores que habitaban en las orillas tuvieron que escapar para salvar la vida.
- Entonces tienes que saber que la leyenda de la inundación, transmitida a lo largo de generaciones de bardos, pudo haber inspirado la historia de Noé y el arca. Eso significa que el arca quizá navegó por estas aguas. Hubiese sido una pérdida de tiempo cargar con nuestras cámaras por las laderas del monte Ararat. ¿No estás de acuerdo?
Austin se reclinó en la silla y miró los ojos color ámbar oscuro de la muchacha que resplandecían con la luz de la inteligencia.
- Te responderé con una pregunta de mi propia cosecha.
- Déjame que adivine. Quieres saber por qué alguien que pretende ser una periodista seria acabó en un programa de televisión que es el equivalente de cualquiera de los periódicos sensacionalistas que reparten en los supermercados.
Austin añadió la percepción a la lista de las demás cualidades admirables de Kaela.
- He visto tu programa. En aquel episodio, habían encontrado a Big Foot que vivía en el lago Ness con un hijo alienígena.
- Eso tuvo que ser antes de mi tiempo, pero te entiendo.
Misterios increíbles se lleva la palma de la telebasura.
Austin levantó las manos.
- ¿Entonces?
- Es una larga historia.
- Tenemos mucho tiempo por delante. Le diré al sumiller que te llene la copa todas las veces que quieras.
- Es la mejor oferta que he tenido en todo el día. -Apoyó la barbilla en el puño y le miró a la cara. No había rastro alguno de timidez en sus grandes ojos-. Te contaré mis antecedentes si tú haces lo mismo.
- Vale, adelante.
La muchacha bebió un trago de vino.
- Nací en Oakland, California. Me bautizaron con el nombre de Katherine por la madre de mi padre, y Ella por Ella Fitzgerald, la cantante favorita de mi madre. Mi apellido era Doran. Lo abrevié a Kaela Dorn cuando entré a trabajar en la televisión. Mi madre era profesora de ballet en un centro de la comunidad afroamericana y mi padre era un irlandés-americano, un hippie melenudo que fumaba marihuana y que había aparecido por Berkeley para protestar contra la guerra de Vietnam y todo lo demás.
- Había mucho de eso en los sesenta.
- Papá guardó en un armario los collares de cuentas y los bongos, y ahora da cursos de historia contemporánea norte americana en Berkeley. Está especializado en los movimientos de protestas de los sesenta y setenta. Todavía lleva barba y melena, aunque ahora son mucho más blancas.
- Es algo que nos ocurre a los mejores -replicó Austin, que señaló sus cabellos prematuramente canosos.
- Yo también tuve algo de rebelde en la adolescencia.
Culpa de papá. Un día mi madre se presentó en la esquina donde me reunía con mi grupo, y me llevó de una oreja a sus clases de ballet donde podía tenerme controlada. Cambié mi vestuario rasta por un tutu. No era mala bailarina.
La mujer que acompañaba a Austin parecía estar hecha para la danza.
- Me extrañaría si me dijeras que no estabas a la altura de la Pavlova.
- Muchas gracias. No lo hacía mal, pero andar de puntas en Cascanueces no satisfacía mis ansias de aventura. Otra cosa que le debo a mi papá. Estuvo años haciendo el vago por Jartum y Nueva Delhi antes de poner rumbo al oeste decidido a sacarnos de Vietnam él sólito. Fui a Berkeley y estudié literatura inglesa. Luego entré como estudiante en prácticas de una emisora de televisión local que necesitaba llenar la cuota para grupos minoritarios. Me aburrí de leer noticias de accidentes de coche en el teleprompter. Cuando me enteré de que había una vacante en Misterios increíbles, aproveché la oportunidad para viajar a exóticos lugares remotos, y que me pagaran bien por hacerlo. Ya está. Ahora te toca ti. ¿Cómo es que te dedicas a rescatar a damiselas en apuros y a sus amigos?
Austin le ofreció una versión condensada de su biografía, sin hacer mención alguna de su tiempo de servicio en la CIA, y estiró un hecho aquí y otro allá para que las piezas encajaran. Kaela le escuchaba con mucha atención y, si en algún momento descubrió sus esfuerzos por maquillar la verdad, no lo demostró.
- No me sorprende que te gusten las lanchas rápidas, que colecciones pistolas antiguas, e incluso que escuches jazz progresivo. En cambio, me sorprende que estudies filosofía.
- No sé si estudiar es la palabra correcta. Prefiero decir que he leído unos cuantos libros sobre el tema. -Hizo una pausa para recordar algo, y añadió-: «Nadie puede concebir nada por extraño y poco plausible que sea que no haya sido dicho ya por algún filósofo». Rene Descartes.
- ¿Qué significa?
- Veo muchas cosas y personas extrañas en el curso de mis actividades. Me tranquiliza saber que en lo que a la filosofía se refiera, no hay nada nuevo bajo del sol. La codicia, la avaricia, la maldad y, a la inversa, la bondad, la generosidad, el amor…
Platón dijo en una ocasión… -Austin advirtió la mirada de Kaela-. Lo lamento, estoy hablando como un profesor.
- Nunca he conocido a un profesor que baje del cielo para librar una batalla en solitario contra una banda de asesinos. -Lo miró directamente a los ojos-. Dime, ¿qué es exactamente tu equipo de misiones especial? Alguien me lo mencionó antes de venir aquí.
- No hay un «exactamente». Somos cuatro, cada uno experto en su materia. Joe Zavala es el ingeniero naval que diseña muchos de nuestros vehículos. El ultraligero era una de sus creaciones. Es capaz de pilotar lo que sea arriba y por debajo del agua. Paul Trout es un geólogo marino que trabajó en el Woods Hole Oceanographic y el instituto Scripps. Su esposa, Gamay, es submarinista y bióloga marina interesada en la arqueología náutica.
- Impresionante. Sin embargo, no me has dicho qué hace tu equipo.
- Depende. En general, nos ocupamos de las operaciones submarinas que se apartan de la rutina. -Austin omitió mencionar que dichas misiones solían ser secretas y que escapaban del control gubernamental.
Kaela chasqueó los dedos.
- Por supuesto. Ahora lo recuerdo. La tumba de Cristóbal Colón en Yucatán. Tú participaste en el descubrimiento.
- Solo en parte. Fue un proyecto de la NUMA.
- Fascinante. Me gustaría hacer un reportaje sobre tu grupo.
- El departamento de relaciones públicas de la NUMA estará encantado. La publicidad favorable siempre viene bien cuando tienes que ir al Congreso para que no te recorten el presupuesto. Llámalos cuando vuelvas. Me encantará ayudarte.
- Gracias.
- Ahora deja que te haga una pregunta. ¿Qué piensas hacer con la película que tu equipo filmó en Rusia?
- No estoy segura. -La muchacha frunció el entrecejo-. No tenemos gran cosa excepto el cadáver de un tipo vestido como el portero de un cabaret ruso. -Se echó a reír-. No es que la falta de hechos haya impedido nunca que Misterios increíbles se inventara una historia.
- Quizá sea uno de esos tripulantes de ovnis que encuentras en todas partes -sugirió Austin.
- No con aquel sable. -Kaela se estremeció al recordarlo-. En serio, Kurt, ¿qué opinas de todo este asunto? ¿Quiénes eran aquellos tipos y por qué se preocupan tanto por una vieja base ae submarinos que solo es un recuerdo de la guerra fría?
Austin sacudió la cabeza.
- No puedo responder a esas preguntas.
- Tienes que haber pensado algo.
- Por supuesto. No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir que allí hay algo que alguien no quería que viéramos.
Solo que no sé qué puede ser.
- Hay una manera de averiguarlo -replicó Kaela-. Volver allí para echar una ojeada.
- No creo que sea prudente. -Austin contó con los dedos mientras señalaba los motivos-. Podemos estar sentados aquí y reírnos de unos tipos que parecían salidos de una representación de Boris Godunov, pero solo la suerte de los tontos ha hecho que sigamos vivos. Segundo, dado que no tienes un visado ruso tendrías que entrar en el país ilegalmente. Tercero, no tienes manera de volver allí.
Kaela también contó con los dedos cuando rebatió las razones de Austin.
- Aprecio tu preocupación pero, en primer lugar, estaremos mejor preparados y nos largaríamos pitando a la primera señal de peligro. Segundo, la falta de visado no te impidió aterrizar en territorio ruso. Tercero, si no puedo convencer al capitán Kemal para que nos lleve, estoy segura de que cualquier otro pescador estará dispuesto a ganar en un par de días lo que ganan en un año.
Austin cruzó las manos detrás de la nuca.
- Veo que no te desanimas fácilmente.
- No pretendo seguir para siempre en Misterios increíbles.
Una historia como esta podría ser la oportunidad de oro para conseguir un buen empleo en una de las grandes cadenas.
- Al parecer mis increíbles poderes de persuasión no valen un pimiento. Dado que ya lo tienes decidido, quizá pueda convencerte de que me acompañes a un paseo por el Estambul nocturno. El palacio Topkapi es una visita de obligado cumplimiento, y hay algunas tiendas fantásticas en los alrededores de la mezquita de Soleiman donde podrás comprar algunas regalos para tus amigos en casa. Podríamos redondear la velada con una cena en uno de los restaurantes flotantes.
- ¿Otro cocinero de cinco tenedores?
- No tanto, pero la vista es especial.
- Me alojo en el hotel Mármara en la plaza Taksim.
- Sé dónde está. ¿Qué te parece a las siete de la tarde del día que lleguemos a puerto?
- Me parece fantástico.
Austin no tuvo muchas ocasiones más de ver a Kaela durante el resto del viaje. La muchacha y sus dos colegas estaban muy ocupados con las entrevistas al capitán y la tripulación, y recopilando información para el reportaje sobre el arca de Noé. Se puso en comunicación con el cuartel general de la NUMA para transmitirles un informe del incidente en territorio ruso, y luego pasó el resto del tiempo en la reparación del Gooney.
Las dos horas de navegación por el estrecho del Bósforo nunca eran aburridas. La angosta faja de agua de diecisiete millas de longitud está considerada como una de las vías marítimas más peligrosas del mundo. El capitán Atwood pilotó el Argo entre superpetroleros, transbordadores y buques de pasajeros mientras realizaba los doce cambios de rumbo necesarios durante el último tramo de la travesía. Las fuertes corrientes que iban del mar Negro al mar de Mármara complicaban todavía más las cosas. Los que iban a bordo exhalaron un suspiro de alivio cuando el barco de exploración oceanográfica dejó atrás la terminal de los transbordadores y los grandes cruceros para amarrar en un muelle cercano al puente de Galata.
Desde la borda, Austin vio cómo el equipo de televisión cargaba sus cosas en un taxi. Kaela le hizo un gesto de despedida, y el taxi abandonó el muelle. Paseó por la cubierta y se entretuvo en la contemplación del puente que cruzaba la entrada del Cuerno de Oro, y el inmenso palacio Topkapi construido para el sultán Mehmet II en el siglo XIV. A lo lejos se veían los minaretes de Santa Sofía y la Mezquita Azul.
Volvió a su camarote, se puso al día con el papeleo, y luego se dio una ducha y cambió los pantalones cortos y la sudadera por unos pantalones y un suéter liviano. Unos veinte minutos antes de la hora de encontrarse con Kaela, bajó por la pasarela y se dirigió hacia la calle para coger un taxi. Casi de inmediato uno se detuvo a su lado. Se trataba de un viejo Chevrolet de los cincuenta. Había otros pasajeros en el vehículo algo que lo identificaba como un dolmus, que significa «colmado» en turco. A diferencia de los taxis normales, en estos se recogía a todos los pasajeros que podía llevar y más.
Austin se sentó en el asiento trasero entre otros dos pasajeros que tuvieron que correrse para dejarle lugar. Un hombre corpulento ocupó el transportín, y un cuarto pasajero se sentó en el asiento del acompañante. Austin le dijo al taxista que lo llevara a la plaza Taksim. Había visitado Estambul en diversas ocasiones enviado por la NUMA y conocía la ciudad bastante bien. Cuando el taxi tomó por otra ruta, Austin se dijo que era para llevar a los otros pasajeros a sus respectivos destinos. Sin embargo, ninguno de ellos se bajó. Pero en el momento en que el vehículo tomó el camino directamente opuesto al de la plaza Taksim y, ante la sospecha de que el conductor pretendía cobrarle una tarifa exagerada, Austin le preguntó adonde se dirigía.
El taxista ni siquiera le hizo caso. En cambio, el hombre que ocupaba el asiento del acompañante se volvió. Tenía el rostro ancho y unas facciones tan horribles que ni siquiera una madre hubiese sido capaz de querer. La mirada de Austin se demoró un instante en aquel rostro horrible antes de fijarse en el arma que le apuntaba.
- ¡Silencio! -le ordenó el matón.
Los hombres sentados junto a Austin lo sujetaron por los hombros y lo echaron hacia atrás. Una navaja con la hoja muy larga apuntó a su ojo derecho. El taxi aceleró a fondo, y se apartó de la calle principal para meterse por un oscuro laberinto de callejuelas adoquinadas.
Se alejaron de los muelles, y evitaron Karakoy y a las parejas de policías que vigilaban el barrio chino. Austin miró con nostalgia las luces del restaurante en el último piso de la torre Galata. Luego el taxi tomó por Istikal Caddesi, donde continuó esquivando a los demás vehículos en su alocada carrera. Por la ventanilla se veían fugazmente los cabarets, los cines porno y los burdeles clandestinos. De pronto, el taxi torció bruscamente y comenzó a subir la ladera para dirigirse a Bozoglu donde habían estado las viejas embajadas europeas durante el imperio otomano, y ejecutó una serie de vueltas y revueltas.
El taxi no se bamboleaba a pesar de los chirridos de los neumáticos, y Austin comprendió que el conductor era un profesional que conocía perfectamente los límites del vehículo. No habían intentado en ningún momento taparle los ojos, y se preguntó si este no sería un viaje solo de ida. Mientras el taxi continuaba circulando por el laberinto urbano, llegó a la conclusión de que no era necesario vendarle los ojos; no tenía ni la más remota idea de dónde estaba.
El hecho de que no le hubieran matado inmediatamente no dejaba de ser un consuelo. Tenía muy claro que estos hombres no vacilarían en emplear las armas que habían exhibido.
Después de varios minutos, durante los cuales las luces de la ciudad se redujeron a un lejano resplandor, el taxi tomó por una calle sin alumbrado donde se amontonaba la basura y luego un callejón apenas un poco más ancho que el coche. Los acompañantes de Austin le hicieron bajar y le ordenaron que se pusiera de cara a la pared mientras le ataban las manos a la espalda con cinta aislante. Luego le hicieron pasar por un soportal y un pasillo mal iluminado que daba al vestíbulo de un viejo edificio de oficinas. La mugre cubría el suelo de mármol. En una de las paredes había un directorio de latón que se había vuelto negro por la falta de limpieza. El olor a cebolla frita y el llanto de un bebé a lo lejos indicaba que el edificio de oficinas también servía como habitación. Austin se dijo que probablemente serían okupas.
Los escoltas entraron con él en el ascensor. Eran hombres fornidos, incluso más altos y robustos que el propio Austin, que nunca se había considerado como un pigmeo. Casi no había espacio, y Austin se encontró con el rostro pegado a las rejas de hierro forjado de la jaula. Calculó que el ascensor debía remontarse a la época de los sultanes. Intentó no pensar en los cables oxidados mientras el ascensor subía lentamente con una serie de crujidos y chirridos nada tranquilizadores hasta el tercer y último piso. El viaje había resultado más aterrador que la enloquecida carrera del taxi. El ascensor de detuvo, y uno de los hombres gruñó al oído de Kurt.
- ¡Fuera!
Salió a un pasillo en penumbras. Uno de los hombres cogió la espalda de la camisa de Austin, y la utilizó para guiarlo y detenerlo bruscamente. Se abrió una puerta, y se la hicieron cruzar de un empellón. En la habitación dominaba el olor a papel viejo y a aceite de máquina. Sintió la presión en los hombros, y después el golpe del borde del asiento de una silla contra las corvas. Se sentó y forzó la mirada para intentar ver algo en la oscuridad. La luz de un foco que se encendió bruscamente lo pilló por sorpresa, y se quedó ciego por unos momento cuando la luz le enfocó directamente a la cara. Parpadeó como un sospechoso al que le aplicaban el tercer grado en una vieja película de pistoleros.
Una voz que hablaba en inglés sonó detrás del foco.
- Bienvenido, señor Austin. Muchas gracias por venir.
Algo en la voz le resultaba conocido, pero no conseguía ubicarla.
- Fue una invitación a la que no me podía negar.
Una risa desabrida replicó a su comentario.
- Veo que los años no le han cambiado.
- ¿Le conozco? -Un recuerdo rascó la mente de Austin como un gato que araña suavemente una puerta.
- Me duele que no me recuerde. Quería agradecerle personalmente el precioso ramo de flores que me envió para acelerar mi recuperación. Creo que firmó la tarjeta con el nombre de John Doe.
Austin se quedó de piedra.
- ¡Que me aspen! -exclamó, con una curiosa mezcla de deleite y un presagio agorero-. ¡Iván!
9
Se apagó el foco y en su lugar se encendió una lámpara de mesa. La luz alumbró el rostro de un hombre cuarentón. Tenía la frente despejada y los pómulos altos, y hubiese sido bien parecido de no ser por la gran cicatriz que le deformaba la mejilla derecha.
- No se espante, señor Austin -dijo Petrov-. No soy el Fantasma de la Ópera.
La memoria de Austin revivió lo ocurrido quince años atrás en el mar de Barents. Recordó el frío del agua que se colaba por el traje de neopreno mientras ponía en marcha el reloj que haría detonar los cien kilos de explosivos. Era un milagro que el ruso estuviese vivo.
- Lamento mucho lo de la bomba, Iván. Sin embargo, no puede decir que no se lo advertí.
- No es necesario que se disculpe. No fue más que una desgracia de la guerra. -Petrov hizo una pausa y después añadió-: Hay algo que siempre he querido saber. De haber sido a la inversa, ¿hubiese hecho caso de una advertencia de mi parte?
Austin se tomó un momento antes de responder.
- Quizá hubiese creído, como usted, que la advertencia era un engaño. Preferiría creer que la prudencia se hubiera impuesto al valor, pero es algo que no puedo afirmar. Fue hace mucho tiempo.
- Sí, fue hace mucho tiempo. -En el rostro del ruso apareció una sonrisa triste-. Como es obvio, la prudencia no pudo con la impaciencia de la juventud. En aquellos días era muy impetuoso. No se preocupe; no le guardo ningún rencor por las consecuencias de mi propia estupidez. Le habría matado hace tiempo de haber creído que usted era el responsable. Como le dije, c'est la guerre. En cierto sentido, usted está tan desfigurado como yo, solo que no puede ver las cicatrices en su corazón. La guerra nos ha convertido a ambos en hombres muy curtidos.
- Creo recordar que la guerra fría se acabó hace tiempo.
Tengo una sugerencia. ¿Por qué no le dice a sus amigos que nos acerquen hasta el bar del hotel Palace? Podríamos hablar de los viejos tiempos mientras tomamos una copa.
- Todo a su tiempo, señor Austin, todo a su tiempo. Tenemos que discutir un asunto de mucha importancia. -La voz de Petrov tenía un tono seco, y su mirada estaba fija en el rostro del norteamericano-. Me gustaría saber qué estaba haciendo en una vieja base de submarinos soviética en el mar Negro.
- Al parecer he pecado de ingenuo al creer que nuestra breve visita había pasado desapercibida.
- En absoluto. Es una parte desolada de la costa. En circunstancias normales, hubiese podido desembarcar con una división de infantería de marina sin ser descubierto. Hace meses que vigilamos la zona, pero nos pilló por sorpresa.
Sabemos por los mensajes interceptados que aterrizó con algún tipo de avión y que el barco de la NUMA vino a recogerle. Por favor, explíqueme qué estaba haciendo en territorio ruso. Tómese su tiempo. No tengo ninguna prisa.
- Estaré encantado de informarle de todo lo que quiera saber. -Austin se removió en la silla-. Quizá me refrescaría la memoria no estar sentado sobre mis muñecas. ¿Qué le parece si me desata?
Petrov pensó durante un momento antes de asentir.
- Le considero un hombre peligroso, señor Austin. Por favor, no intente ninguna tontería.
Dio una orden en ruso. Alguien se acercó por detrás.
Austin sintió el contacto del acero de una navaja en las muñecas cuando cortaron la cinta aislante de un solo tajo.
- Ahora cuénteme su historia, señor Austin.
Kurt se masajeó las muñecas para activar la circulación en los brazos entumecidos.
- Me encontraba a bordo del Argo, el barco de exploración oceanográfica de la NUMA para realizar un estudio de las olas en el mar Negro. Tres miembros de un equipo de una cadena de televisión norteamericana tenían que encontrarse con nuestro barco, pero alguien les habló de la vieja base de submarinos antes de que salieran de Estambul, y decidieron darse una vuelta por el lugar sin comunicarnos el cambio de planes. Cuando no se presentaron a la hora prevista, salí a buscarlos. Unos hombres que se encontraban en la costa asesinaron al pescador turco que llevaba al equipo hasta la playa en una neumática, y después intentaron matarlos a ellos también.
- Hábleme de los asesinos.
- Eran alrededor de una docena, montados a caballo y vestidos con uniformes de cosacos. Incluso iban armados con sables y fusiles antiguos, antiguos de verdad.
- ¿Qué pasó después?
Austin le hizo una detallada narración de la refriega. Petrov le escuchó impasible, y como buen conocedor de los recursos de Austin, no le sorprendió cómo había acabado el encuentro.
- Un ultraligero. -Petrov rió de buena gana-. Una táctica muy ingeniosa la de utilizar las bengalas.
Austin se encogió de hombros.
- Tuve suerte. Disponían de armas antiguas. De no haber sido así mi historia no hubiese tenido un final feliz.
- Desde el aire no podía saber que usaban fusiles antiguos. Supongo que en algún momento decidió aterrizar.
- Si lo quiere decir de esa manera… Viejos o no, aquellos fusiles hicieron un estropicio con las alas de mi avión. Tuve que hacer ün aterrizaje de emergencia en la playa.
- ¿Qué más vio aparte de las armas? Por favor, no omita ningún detalle.
- Encontramos el cuerpo de uno de los atacantes detrás de una duna.
- ¿Vestía como los demás?
- Así es. Gorro de piel, pantalones bombachos. Encontré esto en uno de ellos. -Metió la mano en el bolsillo y sacó la insignia que había cogido del gorro del cosaco muerto.
Petrov observó la insignia con el rostro inexpresivo, y se la entregó a uno de sus hombres.
- Continúe.
- Después de comprobar que los integrantes del equipo estaban sanos y salvos, llamé al barco. Vinieron a recogernos, y nos marchamos a toda prisa.
- No encontramos el cuerpo ni las armas.
- No sé qué se habrá hecho del cadáver. Quizá sus compañeros vinieron a buscarlo después de marcharnos, y eliminaron las pruebas. Nosotros nos llevamos las armas.
- Eso es un robo, señor Austin.
- Prefiero llamarlo botín de guerra.
Petrov descartó la respuesta con un ademán.
- No tiene importancia. ¿Qué hay del equipo de la televisión? ¿Filmaron algo de lo sucedido?
- Ya tenían bastante con correr para salvar la vida. Filmaron el cadáver, aunque sin un texto explicativo dudo mucho que les sirva.
- Espero por el bien de todos ellos que tenga usted razón.
- Permítame hacerle una pregunta, Iván.
- Soy yo quien hace las preguntas.
- No lo olvido, pero es lo menos que puede hacer para agradecerme el hermoso ramo de flores que le envié.
- Ya le devolví su amable gesto con uno propio. No lo maté. Así y todo, adelante. Le permito hacer una pregunta.
- ¿De qué demonios va todo esto?
Una leve sonrisa apareció en el rostro de Iván. Cogió el paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesa y sacó uno. Lo encendió sin prisa, le dio una profunda calada, y soltó el humo por la nariz. El fuerte olor del tabaco acabó con el olor a moho de la oficina.
- ¿Qué sabe usted de la actual situación política en Rusia?
- Solo lo que publican los periódicos. No es ningún secreto que su país se enfrenta a graves problemas. La economía se tambalea, el crimen organizado y la corrupción superan al Chicago de cuando mandaba Capone, las fuerzas armadas están mal pagadas y reina el descontento en sus filas, la asistencia sanitaria y social es un desastre, y hay movimientos independentistas y guerras civiles en las fronteras. Sin embargo, cuentan con una fuerza de trabajo bien preparada y mejor dispuesta, y abundantes recursos naturales. Si no se comportan como unos tontos, acabarán por salir a flote, aunque les llevará tiempo.
- Un resumen razonablemente acertado de una situación complicada. En cualquier otro momento, hubiese dicho que estaba usted en lo cierto, que conseguiríamos salir adelante.
Nuestro pueblo está acostumbrado a la adversidad. Lo hace más fuerte. Sin embargo, en estos momentos están actuando fuerzas que son mucho más poderosas que cualquier cosa que hemos conocido antes.
- ¿Qué clase de fuerzas?
- Las peores de todas. Las pasiones humanas exacerbadas en un feroz nacionalismo por los vientos del cinismo, la desesperación, y la desesperanza.
- Ya han tenido que enfrentarse antes a los movimientos nacionalistas.
- Es verdad. Sin embargo, conseguimos marginarlos, chantajeamos a sus líderes o los desprestigiamos al mostrarlos como unos locos antes de que pudieran fortalecer sus causas y conseguir partidarios. Esto es diferente. El nuevo movimiento ha surgido completamente organizado de las estepas del sur de Rusia a lo largo de la costa del mar Negro donde viven los nuevos cosacos.
- ¿Cosacos? ¿Como el grupo que conocí el otro día?
- Así es. Los cosacos eran originalmente forajidos y asesinos, nómadas que entraron en el sur de Rusia y Ucrania, donde formaron una federación un tanto dispersa. Se les conocía por su extraordinaria capacidad como jinetes, cosa que ayudó a Pedro el Grande en su victoria sobre los turcos otomanos. Con el tiempo se convirtieron en una casta militar.
Los cosacos sirvieron como un cuerpo de caballería de élite para los zares, que los utilizaron para aterrorizar a los revolucionarios, los huelguistas y a las minorías.
- Luego vino la revolución bolchevique, cayó el zar, y los cosacos acabaron conduciendo taxis en París -comentó Austin.
- No todos fueron tan afortunados. Algunos se unieron a los bolcheviques, otros se convirtieron en acérrimos defensores de lo que quedaba de la Rusia imperial, incluso después del asesinato del zar y su familia. Stalin intentó neutralizarlos o eliminarlos, pero solo alcanzó un éxito parcial. Hasta hoy, los cosacos continúan siendo una casta guerrera convencida de que encarna las glorias más puras de la madre Rusia. Hay una palabra para definirla. Kazachestvo. Cosaquismo. La idea es que ellos son los escogidos por un poder supremo para dominar a las razas inferiores.
Austin se sentía cada vez más inquieto.
- Los cosacos no son los primeros en creer que son los elegidos para poner en orden el resto del mundo. La historia está llena de grupos que aparecieron y se esfumaron, aunque siempre dejaron atrás un gran número de muertos.
- Efectivamente. La diferencia es que aquellos grupos ahora son capítulos en los libros de historia, mientras que los cosacos y su fe ciega están muy vivos. -Se inclinó sobre la mesa para mirar fijamente a Austin-. Rusia se ha convertido en un lugar violento, y la violencia es la sangre de la vida para los cosacos. Se ha producido un gran renacimiento del Kazachestvo. Los nuevos cosacos se han apoderado de partes del territorio ruso alrededor del mar Negro. No hacen caso del gobierno de Moscú, a sabiendas de que es débil y carece de medios. Han formado ejércitos privados y contratado a mercenarios. Su audacia ha conseguido la lealtad de muchos rusos que se han cansado rápidamente del capitalismo y la libertad. Son muchos quienes en el Parlamento y en la calle añoran un nacionalismo reaccionario que restaure las glorias de Rusia. Hay unidades exclusivamente de cosacos en el ejército ruso con sus propios uniformes y oficiales. Han declarado una Nueva Rusia alrededor del mar Negro y se están expandiendo a otras regiones. Ya suman siete millones. El distintivo que encontró es el emblema de su movimiento. Representa el sol en un nuevo amanecer para Rusia.
- Todavía son una minoría, Iván. ¿Cuánto daño pueden hacer?
- También los bolcheviques eran una minoría pero sabían lo que había en el corazón de los rusos, que los soldados estaban hartos de la guerra y que los campesinos querían la tierra.
- Los bolcheviques tenían a Lenin.
- Gracias por ayudarme -dijo Petrov, con una sonrisa desabrida-. Absolutamente correcto. La revolución no hubiese sido nada sin un líder decidido e implacable que unificó al país y aplastó a los oponentes. -La sonrisa desapareció-. Los cosacos tienen a un líder que es así. Su nombre es Mijaíl Razov. Es un magnate inmensamente rico con empresas mineras y marítimas. Dirige una multinacional llamada Industrias Atamán. Se ha comprometido con la idea de resucitar a la Gran Rusia. Apoya los ideales cosacos de masculinidad y fuerza bruta. Proclama que la mejor manera de acabar con la corrupción es con una metralleta. Está totalmente paranoico, cree que todo el mundo lo persigue.
- El dinero y el poder son una fórmula muy potente.
- Va mucho más allá. -Petrov encendió otro cigarrillo.
Austin se sorprendió al ver el temblor en la mano que sostenía la cerilla-. Tiene por consejero a un monje llamado Boris, un hombre con un extraordinario magnetismo animal y con fama de profeta. Ejerce una influencia maligna en Razov, y le anima a proclamar que es un legítimo descendiente del zar, desde Pedro el Grande.
- Creía que el zar Nicolás era el último de la línea Romanov.
- Siempre se han planteado preguntas.
- Aun así, que yo proclame ser el rey de España no me sienta en su trono.
- Razov afirma que tiene pruebas.
- ¿ADN?
- Dudo que permitiera a nadie sacarle una muestra de sangre.
- Quizá sea cierto que ha dado usted con un hueso duro de roer -admitió Austin-. Tiene un movimiento, un líder carismático guiado por un profeta mesiánico y una línea hereditaria. Estoy de acuerdo en que parece una excelente fórmula para una revolución.
Petrov asintió con una expresión solemne.
- No hay ningún «quizá». Rusia está a punto de enfrentarse a un renacimiento cosaco que se extenderá por todo el país, y barrerá con todos los progresos que hemos hecho. El zar y su familia ya han sido canonizados por la derecha de nuestro país. Razov está preparado para ponerse el manto sagrado. -Sonrió-. ¿Cuántos políticos pueden proclamar que son descendientes de un santo?
- La mayoría de ellos afirman ser santos. Entiendo su punto de vista. ¿Qué pinta usted en todo esto, Iván? ¿Está con el KGB?
- El KGB ha sido infiltrado por los hombres de Razov. Yo dirijo un pequeño grupo interior cuyo trabajo es mantener vigilados a aquellos que amenazan la estabilidad de Rusia. Informamos directamente al presidente. Solo le he contado una parte de la historia. Esto le involucra a usted también, señor Austin. Razov considera a Estados Unidos como la cabeza de una oscura conspiración mundial que es la principal culpable de todos los males que afligen a Rusia. Cree que Estados Unidos está utilizando deliberadamente sus poderes alrededor del mundo para mantener a Rusia hundida en la pobreza y el atraso. Hay muchos en el Parlamento que comparten sus visiones.
- Estados Unidos tiene una larga lista de enemigos. Es algo que le toca por ser la única superpotencia.
- Entonces añada el nombre de Razov a la lista. Por otra parte, hay algo más que lo puramente político; también tiene una razón personal. Su prometida murió accidentalmente en un bombardeo norteamericano a Belgrado hace varios años atrás. Tengo entendido que Irini era muy hermosa, y que él nunca ha superado la pérdida. Así que le insisto para que se lo tome muy en serio, sobre todo cuando hay indicios de que pretende causar graves daños a su país.
- ¿De qué manera?
Petrov levantó las manos en un gesto de indefensión.
- No lo sabemos. Lo único que sabemos es que le ha dado un nombre a su plan: operación Troika.
- Ha desperdiciado usted su tiempo y el mío. Tiene que utilizar los canales diplomáticos para exponer su caso en los cargos más altos del gobierno norteamericano.
- Ya lo hemos hecho. Les hemos pedido que se abstengan de intervenir en el asunto.
- Me cuesta creer que la Casa Blanca y el Pentágono harán caso omiso de una presunta amenaza como esta, y menos en estos momentos. Han aprendido a las malas que se deben tomar las amenazas muy en serio.
- Sí, bueno, no se mostraron muy complacidos con nuestra posición. Les hemos dicho que si actúan con demasiada torpeza, echarán por tierra nuestros esfuerzos y conseguirán que la amenaza, la que sea, se haga realidad.
- ¿Cuál es la relación entre la amenaza y la vieja base de submarinos?
- Saque usted sus propias conclusiones. La base fue construida para los submarinos armados con misiles de mediano alcance que navegaban por el mar Negro, más que nada para intimidar a los líderes turcos por haber permitido la instalación de bases norteamericanas. Fue abandonada después de la caída del gobierno soviético y permaneció desocupada durante muchos años. Luego Razov le alquiló las instalaciones al gobierno. Sus barcos van y vienen de la base. Los cosacos que se encontró están acampados en las cercanías y se encargan de la vigilancia.
- ¿Qué motivo hay para los uniformes y las armas antiguas?
- Tiene algo que ver con el simbolismo de la causa. Razov decidió que algunos de sus hombres vistieran como la caballería del zar. No se lleve a engaño. Ha acumulado grandes arsenales de armas modernas que eran de la antigua Unión Soviética.
- ¿Por qué no han detenido a estos tipos?
- Estábamos esperando el momento oportuno. Entonces apareció usted.
- Lamento haberle estropeado la redada. Estaban asaltando a alguien y necesitaba ayuda.
- Creemos que intentará primero atacar a Estados Unidos antes de asumir el poder.
- Puedo ayudarle a descubrir lo que se trae entre manos.
Petrov sacudió la cabeza vigorosamente.
- No necesitamos a los vaqueros norteamericanos para que resuelvan nuestros problemas a base de tiros.
- Yo tampoco. Ahora soy un científico que trabaja para la NUMA.
- No me venga con cuentos. Tiene fama de no respetar las reglas. Sé todo lo que hay que saber de su equipo de misiones especiales. Mi oficina tiene un expediente completo de la actuación del equipo de la NUMA en la conspiración del Andrea Doria y de la trama para apoderarse de las reservas de agua dulce en el mundo.
- Nos gusta entretenernos en nuestro tiempo libre.
- En ese caso le recomiendo que se entretenga profundizando sus conocimientos de oceanografía.
Austin se cruzó de brazos.
- A ver si lo he entendido correctamente, Iván. Quiere que nos dediquemos a contar peces mientras su loco se entrega a una orgía terrorista en nuestro país.
- Tenemos todas las intenciones de detener a Razov antes de que llegue a tal cosa. Su interferencia quizá ya ha estropeado cualquier oportunidad que teníamos de contenerlo. Si no se mantiene apartado, le consideraré como un enemigo del pueblo ruso y obraré en consecuencia.
- Gracias por la advertencia. -Austin miró su reloj-. Lamento tener que dar por terminada nuestra reunión, pero llego tarde a una cena con una encantadora mujer. Así que si ha terminado…
- Sí, he terminado. -Petrov dio una orden en ruso. Los hombres que vigilaban a Austin le pusieron de pie e intentaron llevarlo hacia la puerta. Él se resistió.
- Ha sido un placer volver a verle, Iván. Siento lo ocurrido en los anteriores encuentros.
- Aquello ya es agua pasada. Es el futuro lo que debe preocuparnos ahora. -Petrov se llevó una mano a la cicatriz-. Verá, señor Austin, me enseñó una lección muy valiosa.
- ¿Cuál es?
- Conoce a tu enemigo.
Los hombres llevaron de nuevo a Austin por el oscuro pasillo hasta el destartalado ascensor. Unos minutos después, se encontraba en el taxi. El conductor mantuvo el coche a una velocidad apenas inferior a la del sonido. No tardaron mucho en detenerse en el mismo lugar donde lo habían secuestrado.
- Fuera -dijo el taxista.
Austin acató la orden en el acto. Tuvo que apartarse rápidamente para evitar que el vehículo le aplastara los pies cuando el conductor apretó el acelerador a fondo y el coche arrancó con un tremendo chirrido de las ruedas. Esperó hasta que los faros traseros desaparecieron en una esquina, y luego caminó hacia la pasarela del Argo. De nuevo a bordo, llamó al hotel donde se alojaba Kaela. Como ella no atendió la llamada, preguntó en recepción si había dejado algún mensaje.
- Sí, señor, hay un mensaje de la señorita Dorn -le informó el recepcionista.
- ¿Quiere leérmelo, por favor?
- Por supuesto. Dice así: «Esperé una hora. Ha debido de surgir algo más importante. Me voy a cenar con los muchachos. Kaela».
Austin frunció el entrecejo. El mensaje no hacía ninguna mención a un próximo encuentro. Tendría que reparar las cosas por la mañana. Mientras tanto, salió a cubierta y comenzó a pasear de proa a popa, muy ocupado en recordar todos los detalles de la conversación con Iván. En un momento dado, en su rostro apareció una expresión decidida. De ninguna manera pasaría por alto una amenaza contra su país. La mejor manera de conseguir que Austin hiciera algo era decirle que no podía hacerlo. Volvió a su camarote y marcó un número en su teléfono móvil.
A ocho mil kilómetros de distancia, José «Toe» Zavala cogió el móvil enganchado al tablero de su Corvette 1961 convertible y respondió con un alegre hola. Zavala pensaba que vivía en un mundo ideal. Era joven, sano y ahora estaba ocupado en un proyecto que le dejaba muchísimo tiempo libre.
A su lado tenía a una bellísima y rubia analista de la secretaría de Comercio. Viajaban por una carretera rural en MacLean, Virginia, camino de un romántica hostería antigua, donde les esperaba una cena a la luz de las velas. El viento cálido le agitaba los largos cabellos negros. Después de cenar regresarían al edificio de la antigua biblioteca en Arlington donde vivía para tomar una copa. Luego, ¿quién lo sabía? Las posibilidades eran ilimitadas. Este podría ser el comienzo de una larga relación; larga era un palabra relativa en el mundo de Zavala.
Cuando escuchó la voz de su amigo y colega, Zavala se mostró feliz. Una sonrisa apareció en su rostro.
- Buona sera, Kurt, viejo amigo. ¿Qué tal las vacaciones?
- Se han acabado. Lamento decir que también las tuyas.
La sonrisa de Zavala se esfumó y una expresión dolorida asomó en un agraciado rostro moreno, mientras Austin le explicaba sus planes para el futuro inmediato de Joe. Exhaló un sonoro suspiro mientras colgaba el teléfono móvil, miró con profunda pena los soñadores ojos azules de su acompañante y dijo:
- Tengo malas noticias. Acaba de morir mi abuela.
Mientras Zavala intentaba solucionar la desilusión de la muchacha con una larga lista de promesas a cuál más descabellada, la alta figura de Paul Trout, medía un metro y noventa y dos, se inclinaba como una mantis religiosa sobre la mesa de laboratorio en la Woods Hole Oceanographic Institution en Massachusetts, muy ocupada en análisis de las muestras de fango procedentes de las zonas más profundas del océano Atlántico. Aunque el trabajo resultaba bastante sucio, la bata blanca de Trout se veía impecable. Llevaba una de sus muy características pajaritas de colores brillantes, y se peinaba el pelo castaño claro con la raya al medio y cepillado hacia atrás en las sienes.
Trout se había criado en Woods Hole, donde su padre era pescador en Cape Cod, y volvía a sus raíces cada vez que se le presentaba una oportunidad. Había trabado amistad con muchos de los científicos que trabajaban en instituciones de fama mundial y a menudo colaboraba con ellos cuando necesitaban de sus conocimientos como geólogo marino.
Trout salió de su ensimismamiento cuando escuchó que alguien decía su nombre. Sin mover la cabeza inclinada sobre la muestra, miró de soslayo a una ayudante de laboratorio que estaba a su lado.
- Tiene una llamada, doctor Trout -dijo la mujer al tiempo que le pasaba el teléfono inalámbrico. La mente de Trout continuaba en las profundidades oceánicas, y cuando escuchó la voz de Austin supuso que el jefe del equipo de operaciones especiales se encontraba en el cuartel general de la NUMA.
- Kurt, ¿ya has vuelto a casa?
- Te llamo desde Estambul, donde te espero dentro de veinticuatro horas. Tengo un trabajo para ti en el mar Negro.
- ¿Estambul? ¿El mar Negro? -Su reacción fue radicalmente opuesta a la de Zavala-. Siempre he querido trabajar allí. Mis colegas se pondrán verdes de envidia.
- ¿Cuándo te podrás marchar?
- Ahora estoy de barro hasta las orejas, pero puedo salir para Washington inmediatamente.
Se produjo un silencio al otro lado de la línea mientras Austin se imaginaba a Trout sumergido en una ciénaga. Estaba habituado a las excentricidades yanquis de Trout y decidió que no quería conocer los detalles.
- ¿Le podrías pasar el mensaje a Gamay?
- A la orden, capitán -respondió Trout, como un viejo marinero-. Nos veremos mañana.
A siete metros de profundidad al este de Maratón en los cayos de Florida, la esposa de Trout, Gamay, raspaba con un cuchillo un gran banco de coral. Cortó un pequeño trozo y lo guardó en la bolsa de red sujeta al cinto con los plomos de lastre. Gamay había decidido dedicar parte de sus vacaciones de trabajo como bióloga marina a un grupo ecologista que estudiaba el deterioro del crecimiento del coral en los cayos.
La noticia no era buena. El coral estaba mucho peor que hacía un año. Las nuevas ramas que no habían muerto como consecuencia de los desagües contaminantes del sur de Florida se veían opacos, sin el menor parecido con los vibrantes colores que mostraban los atolones sanos del Caribe y el mar Un sonido agudo resonó en sus oídos. Alguien le hacía señales desde la superficie. Gamay guardó el cuchillo en la vaina, aumentó la presión del aire en el compensador de flotación, y con un par de movimientos de las aletas, se separó del arrecife de coral. Emergió muy cerca de la embarcación de apoyo y parpadeó cuando el brillante sol de Florida le dio en los ojos. El patrón de la barca, un marino barbudo apodado Bud, por la marca de cerveza que era su preferida, sostenía el pequeño martillo que había utilizado para golpear en la escalerilla metálica sujeta a popa.
- El capitán del puerto acaba de llamar por radio -le gritó Bud-. Dice que su marido intenta ponerse en contacto con usted.
Gamay nadó hasta la escalerilla, le alcanzó al patrón la botella y el cinto de lastre, y subió a bordo. Se secó el pelo rojo oscuro y el rostro con una toalla. Era alta y delgada para su estatura, y de haber querido seguir una dieta nada saludable, hubiese tenido la figura de una modelo. Sacó el trozo de coral de la bolsa y la sostuvo para que Bud la viera.
El hombre sacudió la cabeza.
- Si esto sigue así mi negocio con los submarinistas se irá a hacer puñetas.
El pescador tenía razón. Se necesitaría un gran compromiso de todas las partes, desde los pescadores al Congreso, para conseguir que el coral volviera a vivir.
- ¿Mi marido dejó algún mensaje?
- Sí, dijo que lo llame cuanto antes. Que llamó alguien llamado Kurt. Supongo que se le han terminado las vacaciones.
Gamay sonrío, y al sonreír dejó al descubierto la pequeña separación entre los incisivos de un blanco resplandeciente.
Le arrojó el trozo de coral a Bud.
- Creo que sí.
10
Washington.
Washington sudaba bajo un sol ardiente que combinado con la elevada humedad convertía a la capital de la nación en un gigantesco baño turco. El conductor del Jeep Cherokee color turquesa sacudió la cabeza en un gesto de asombro al ver a los sufridos grupos de turistas que no hacían el menor caso del calor agobiante. Noel Coward se equivocaba, pensó, al creer que los perros locos y los ingleses eran los únicos que se atrevían con el sol de mediodía.
Unos minutos más tarde, el Jeep se detuvo ante una de las puertas de entrada a la Casa Blanca y el hombre al volante le entregó al guardia una tarjeta de identificación de la NUMA con la foto y el nombre del almirante James Sandecker. Mientras otro guardia pasaba un espejo sujeto a un mango por debajo del vehículo para ver que no hubiera ninguna bomba, el otro le devolvió la identificación al conductor, un hombre delgado, con el pelo de un color rojo vivo y perilla.
- Buenos días, almirante Sandecker -le saludó el guardia, con una amplia sonrisa-. Es un placer verle. Hacía varias semanas que no le veía por aquí. ¿Cómo está usted, señor?
- Muy bien, Norman -respondió el almirante-. Tiene usted muy buen aspecto. ¿Qué tal están Dolores y los chicos?
- Gracias por preguntar, señor -dijo el hombre, resplandeciente de orgullo-. Dolores está muy bien. A los chicos les va muy bien en la escuela. Jamie quiere trabajar para la NUMA cuando acabe el colegio universitario.
- Fantástico. Dígale que me llame directamente. La agencia siempre busca a gente joven y brillante.
El guardia se echó a reír de buena gana.
- Tardará todavía un tiempo. Solo tiene catorce años.
- Señaló hacia el edificio-. Están todos esperándolo, almirante.
- Gracias por hacérmelo saber. Por favor, dele recuerdos de mi parte a Dolores.
Mientras el guardia le franqueaba el paso, Sandecker pensó en que ser amable tenía muchas más ventajas que las inmediatas. Gracias a su trato considerado y afectuoso con los guardias, secretarias, recepcionistas y otras personas en los escalones inferiores de la jerarquía burocrática, había conseguido establecer una red de aviso preventivo por toda la ciudad.
En su rostro apareció una sonrisa desabrida. El guiño y el gesto de Norman le habían comunicado que le habían citado para más tarde de forma tal que los demás tuvieran tiempo de conferenciar en su ausencia. Tenía una bien ganada fama de puntualidad, un hábito aprendido en la academia naval y perfeccionado por sus años de servicio en el mar. Siempre llegaba exactamente un minuto antes a cualquier cita.
Un hombre alto vestido con un traje oscuro, gafas de sol, y una expresión pétrea que lo marcaba como agente del Servicio Secreto volvió a comprobar la identificación de Sandecker, le indicó una plaza de aparcamiento, y susurró en su transmisor de radio. Luego acompañó al almirante hasta una de las entradas, donde le esperaba una muchacha sonriente que lo escoltó por los silenciosos pasillos hasta una puerta donde montaba guardia un infante de marina con cara de pocos amigos. Le abrió la puerta y Sandecker entró en la sala del gabinete.
Avisado por el agente del Servicio Secreto de que Sandecker iba de camino, el presidente Dean Cooper Wallace aguardaba para estrechar la mano del almirante. El presidente tenía fama de ser el más entusiasta estrechador de manos que había tenido la Casa Blanca desde los tiempos de Lyndon Johnson.
- Es un placer verle, almirante. Gracias por venir con tan poco tiempo de aviso. -Sacudió la mano de Sandecker como si estuviese buscando votos en una feria parroquial. El marino consiguió liberarse de la mano del presidente y respondió con una encantadora ofensiva de su propia cosecha. Saludó a cada uno de los presentes por su nombre de pila, y les preguntó por sus esposas, hijos, o el golf. Dedicó un saludo especialmente afectuoso a su amigo Erwin LeGrand, el director de la CIA, que tenían un aire que recordaba al presidente Lincoln.
El director de la NUMA no llegaba al metro sesenta de estatura, y sin embargo su presencia llenaba la gran sala con la energía de una dínamo de testosterona. El presidente intuyó que Sandecker le estaba dejando en un segundo plano. Se acercó para acompañar al almirante hasta una de las sillas.
- Le tengo reservado el lugar de honor -dijo.
Sandecker se sentó a la izquierda del presidente. Tenía muy claro que la preferencia no era casual, y que se había hecho para halagarlo. A pesar de sus modales campechanos que le hacían parecer en ocasiones al actor Andy Griffith, Wallace era un político muy astuto. Como siempre, el vicepresidente Sid Sparkman estaba sentado a la derecha. El presidente tomó asiento y sonrió.
- Le estaba contando a los muchachos de la trucha que se me escapó. Pesqué una grande como una ballena la última vez que fui al oeste. Me partió la caña. Supongo que la muy condenada no sabía que se enfrentaba al presidente de Estados Unidos.
Los hombres reunidos alrededor de la mesa respondieron al comentario con una sonora carcajada. Sandecker les acompañó en las risas obedientemente. Había mantenido cordiales relaciones con todos los ocupantes de la Casa Blanca como director de la NUMA. Fueran de uno u otro partido, todos los presidentes con los que había tratado habían respetado su poder en Washington y su influencia con las universidades y corporaciones del país y el mundo entero. Aunque había quienes no le profesaban mucha simpatía, todos sin excepción admiraban sus méritos.
Sandecker intercambió una sonrisa con el vicepresidente.
Unos cuantos años mayor que Wallace, Sparkman era la eminencia gris de la Casa Blanca, y ejercía su poder fuera de la vista del público. Disimulaba sus maquiavélicas maquinaciones y su estilo duro con una jovial bonhomía. El antiguo jugador de fútbol en el equipo universitario se había hecho millonario por mérito propio. Sandecker sabía que el vicepresidente sentía por Wallace el desprecio que muchas veces sienten aquellos que se han labrado su éxito por aquellos que han heredado sus fortunas y relaciones.
- Espero caballeros que no les importe si ponemos manos a la obra -dijo el presidente, vestido de manera informal con una camisa deportiva, americana azul y pantalones caqui- El avión me espera para llevarme a Montana. Se la tengo jurada a aquella trucha. -Miró su reloj con grandes aspavientos-. El secretario de Estado les pondrá al corriente de la situación.
Un hombre alto y de rostro afilado, con la cabellera blanca peinada con tanto esmero que parecía un casco, miró a los presentes con una mirada penetrante. Nelson Tingley le recordaba a Sandecker aquello que una vez un sagaz observador había dicho de Daniel Webster, que Webster parecía demasiado bueno para ser verdad. Tingley no había sido un mal senador, pero había dejado que su cargo en el gabinete se le subiera a la cabeza. El secretario se veía a sí mismo en el papel de Bismarck al servicio de Federico el Grande interpretado por Wallace. En realidad, sus opiniones casi nunca llegaban al oído de Wallace porque tenía que pasar primero por Sparkman. La consecuencia era que intentaba aprovechar al máximo las oportunidades que se le presentaban para hablar directamente con el primer mandatario.
- Muchas gracias, señor presidente -dijo con la voz sonora que durante tantos años se había escuchado en la sala de sesiones del senado norteamericano-. Estoy seguro de que todos ustedes, caballeros, saben lo grave que es la situación en Rusia. Dentro de las próximas semanas o días, esperamos la caída del presidente legalmente electo de aquel país. La economía rusa está bajo mínimos y se supone que Rusia no podrá cumplir con el pago de sus obligaciones internacionales.
- Coméntele lo que dijo sobre las fuerzas armadas -le interrumpió Wallace.
- Con mucho gusto, señor presidente. Las fuerzas armadas rusas parece estar a la que saltan. El pueblo está harto de la corrupción gubernamental y del poder de las mafias. El sentimiento nacionalista y el antagonismo hacia Estados Unidos y Europa es cada vez más enconado. En resumen, Rusia es un polvorín que puede estallar en cualquier momento por el incidente más nimio. -Hizo una pausa para que calaran sus palabras y miró a Sandecker. El almirante sabía que el secretario era famoso por su labia y no le estaba dispuesto a aguantar una conferencia interminable. Aprovechó la pausa de efecto del secretario para meter baza.
- Supongo que se refiere usted al incidente del mar Negro donde se vio involucrada la NUMA -dijo con un tono amable.
El secretario se sintió desconcertado por un instante ante una intervención no esperada, aunque eso no le desalentó.
- Con el debido respeto, almirante, yo no describiría una incursión en el espacio marítimo y aéreo de otro país y la invasión no autorizada de su soberanía territorial como un incidente.
- Tampoco lo describiría como una invasión, señor secretario. Como usted sabe, consideré el episodio con la importancia necesaria para merecer que se enviara un informe completo y detallado al departamento de Estado, para prevenir que se viera pillado por sorpresa en el caso de que el gobierno ruso presentara una reclamación formal. Pero atengámonos a los hechos. -Sandecker parecía tan tranquilo como un budista entregado a la meditación-. Un equipo de una cadena de televisión norteamericana vio cómo se hundía la embarcación que los llevaba como consecuencia de unos disparos efectuados desde la costa, y el pescador turco que pilotaba la lancha neumática resultó muerto. No tuvieron otra opción que la de nadar hacia la playa. Estaban a punto de ser atacados por unos bandidos cuando un científico de la NUMA que los estaba buscando acudió en su auxilio. Más tarde, él y la gente de la televisión fueron rescatados por un barco de la NUMA.
- Todo esto se hizo sin pasar por los canales apropiados -replicó el secretario.
- Tengo muy clara la situación explosiva que se vive en Rusia, pero confío en que no estemos exagerando todo este asunto. Todo el incidente se desarrolló en unas pocas horas.
El equipo de la televisión cometió un error al aventurarse en las aguas territoriales de otro país. Sin embargo, no se ha producido ninguna reacción.
Tingley abrió con mucha pompa una carpeta que llevaba en la tapa el emblema del departamento de Estados.
- El informe de su agencia le contradice. Además del pescador turco, al menos un ciudadano ruso resultó muerto y quizá otros resultaron heridos en lo que usted llama un incidente.
- ¿El gobierno ruso ha cursado una protesta a través de los «canales apropiados» que usted mencionó?
El consejero de seguridad nacional, un hombre llamado Rogers, fue quien respondió a la pregunta del almirante.
- Hasta el momento no hemos recibido nada de los rusos ni tampoco de los turcos.
- Entonces creo que esto es una tormenta en un vaso de agua -opinó Sandecker-. Si los rusos se quejan de una violación de su soberanía nacional, estoy muy dispuesto a exponer todos los hechos, y a disculparme personalmente con el embajador ruso, a quien conozco muy bien gracias a las actividades conjuntas que realiza la NUMA con su país, y le aseguraré de que no se volverá a repetir.
El secretario Tingley se dirigió a Sandecker, aunque tenía la mirada puesta en el presidente, cuando respondió con un tono agrio.
- Espero que no lo considere como algo personal, almirante, pero no estamos dispuestos a que unos aficionados a la oceanografía dicten la política exterior de Estados Unidos.
El malévolo comentario pretendía ser gracioso. Sin embargo, ninguno de los presentes se rió, y menos todavía Sandecker, a quien no le sentó nada bien que alguien describiera a la NUMA como «unos aficionados a la oceanografía».
En su rostro apareció una sonrisa, desmentida por la frialdad de la mirada autoritaria en sus ojos azules cuando se disponía a destrozar a-Tingley con su réplica.
El vicepresidente vio lo que se avecinaba y golpeó con los nudillos en la superficie de la mesa.
- Veo, caballeros, que han expuesto sus opiniones con la convicción y la claridad habituales. No queremos abusar más del valioso tiempo del señor presidente. Estoy seguro de que el almirante ha tomado buena nota de las consideraciones del señor secretario y que el secretario Tingley acepta las explicaciones de la NUMA.
Sandecker aprovechó rápidamente la puerta que había abierto Sparkman antes de que Tingley pudiera hablar.
- Me alegra ver que el señor secretario y yo hayamos podido resolver nuestras diferencias amistosamente -manifestó.
El presidente, a quien no le agradaban las confrontaciones, había estado escuchando con una expresión afligida. Ahora sonrió.
- Muchas gracias, caballeros. Ahora que ese tema está resuelto, tengo que hablar de un asunto mucho más importante, -¿La desaparición del submarino NR-1? -preguntó Sandecker.
Wallace lo miró asombrado y luego se echó a reír.
- Siempre me han insistido en que tiene usted ojos en la nuca, almirante. ¿Cómo se ha enterado? Me dijeron que era un tema de máximo secreto. -Miró a los reunidos con una expresión ceñuda-. Que nadie se iría de la lengua.
- No es nada misterioso, señor presidente. Muchos de nuestro personal está en contacto diario con la marina, que es la propietaria del NR-1, y algunos de los hombres a bordo han trabajado con la NUMA. El padre del capitán Logan es amigo y antiguo colega mío. Los familiares preocupados por la seguridad de sus seres queridos me han llamado para preguntarme qué se estaba haciendo. Dieron por hecho que yo estaba al corriente.
- Le debemos una disculpa-dijo el presidente-. Intentábamos mantener el tema en secreto hasta haber hecho algunos progresos.
- Por supuesto. ¿El submarino se hundió?
- Hemos realizado una búsqueda exhaustiva. El submarino no se hundió.
- No lo entiendo. ¿Qué le puede haber pasado?
El presidente miró al director de la CIA.
- La gente de Langley cree que el NR-1 fue secuestrado.
- ¿Alguien se ha puesto en comunicación para verificar esta posibilidad? ¿Quizá una petición de rescate?
- No. Nadie.
- En ese caso, ¿por qué no se hecho pública la desaparición del submarino? Podría ser útil para dar con su paradero. Estoy seguro de que no es necesario recordarle a ninguno de los presentes que había una tripulación en el submarino.
Para no hablar de los millones que se gastaron en su desarrollo y construcción.
El vicepresidente se encargó de responder a la pregunta del director de la NUMA.
- No creemos que sea lo más beneficioso para la tripulación que se divulgue la noticia.
- Creo que transmitir una alarma mundial sería lo más conveniente para ellos.
- Sí, en circunstancias normales. Pero esto es bastante complicado, almirante -intervino el presidente-. Creemos que pondría en peligro su bienestar.
- Quizá -admitió Sandecker, poco convencido. Miró fijamente a Wallace-. Supongo que debe tener un plan.
El presidente se movió inquieto en la silla.
- Sid, ¿tiene una respuesta para el almirante?
- Intentamos ser optimistas, aunque no descartamos que toda la tripulación esté muerta -manifestó Sparkman.
- ¿Tiene alguna prueba que apoye tal conclusión?
- Ninguna. Sin embargo, es muy posible que sea así.
- No puedo aceptar la posibilidad como una razón para quedarnos sentados tomando el aire.
El secretario de Estado rabiaba en silencio. Estalló al suponerse insultado.
- No estamos sentados tomando el aire, almirante. El gobierno ruso nos ha pedido que nos mantengamos apartados por el momento. Tienen sus propios contactos para ocuparse del tema. Nuestra intervención solo serviría para exaltar todavía más los ánimos nacionalistas. ¿No es así, señor presidente?
- ¿No me diga que cree que los rusos se han llevado el submarino? -preguntó Sandecker que se dirigió directamente a Wallace sin hacer caso del secretario de Estado.
Wallace miró de nuevo al vicepresidente.
- Sid, usted ha estado llevando el tema desde el primer día. ¿Puede explicárselo al almirante?
- Por supuesto, señor presidente. Con mucho gusto. Se relaciona con el primer tema, almirante. Poco después de la desaparición del NR-1, fuentes dentro del gobierno ruso se pusieron en contacto con nosotros para decir que quizá podrían recuperar al submarino y su tripulación. Creen que la desaparición está relacionada con los disturbios en su país. No puedo decirle nada más por el momento. Solo puedo pedirle que tenga paciencia.
- No entiendo en qué se basa ese razonamiento -insistió Sandecker-. ¿Me está diciendo que hemos de confiar en un gobierno que puede derrumbarse en cualquier momento para que proteja a nuestros hombres? A mí me parece que los jefazos rusos estarán más preocupados en salvar el culo que en buscar un submarino de investigación científica norteamericano.
El vicepresidente asintió.
- No obstante, hemos aceptado esperar. Incluso con sus problemas, los rusos son los que están en mejor posición para solucionar algo que ha pasado en su propia casa.
El director de la CIA que no había abierto la boca hasta ahora intervino en la discusión.
- Mucho me temo que en eso tiene razón, James.
Sandecker sonrió. A LeGrand seguramente le habían traído para que hiciera de «poli bueno» frente a Tingley, que era el «poli malo». El almirante también tenía sus propios juegos.
Frunció el entrecejo como si tuviera que tomar una decisión muy dura.
- Al parecer mi buen amigo Erwin está de acuerdo en ser muy cautos. De acuerdo, no se hable más del tema.
En la sala se hizo un silencio profundo, como si nada se pudiera creer que Sandecker se rindiera después de una pequeña escaramuza.
- Muchas gracias, James -dijo Wallace-. Estuvimos cambiando impresiones antes de que usted llegara. Sabemos que existe la gran tentación, máximo con su interés personal, de meter a la NUMA en el tema.
- ¿Me está pidiendo que mantenga a la NUMA apartada del intento de encontrar el submarino?
- Solo por el momento, almirante.
- Le puedo asegurar que la NUMA no buscará al NR-1.
Sin embargo, le ruego que me comunique si y cuando podemos ser de alguna ayuda.
- Por supuesto que lo haremos, almirante. -El presidente agradeció la presencia de todos y se levantó. Sandecker le deseó buena pesca y se marchó, para que los demás pudieran criticar a placer lo dicho en la reunión. La misma muchacha de antes le esperaba para acompañarlo hasta la puerta lateral.
Cuando pasó por la verja al cabo de unos minutos, el guardia le sonrió.
- ¿Un día demasiado caluroso para usted, señor?
- Seguramente no son más que imaginaciones mías, Norman -respondió Sandecker sonriente-. La temperatura siempre parece un par de grados más alta en esta parte de Washington. -Hizo un gesto de despedida, y arrancó el Jeep.
En el trayecto de regreso al cuartel general de la NUMA, el almirante marcó un número en el teléfono móvil.
- Rudi, por favor, acude a mi despacho dentro de diez minutos.
Sandecker entró en el garaje subterráneo del edificio redondo de treinta pisos de altura que era el centro de las operaciones de la NUMA en todo el mundo y subió en el ascensor a su despacho en el último piso. Ya estaba sentado delante de su enorme mesa hecha con la tapa de la escotilla de un navío confederado cuando entró Rudi Gunn cargado con un maletín.
El almirante le indicó una silla a su segundo. Gunn, un hombre bajo, delgado, estrecho de hombros, con una incipiente calvicie, y gafas de concha con unos cristales muy gruesos, escuchó atentamente mientras su jefe le contaba lo sucedido en la reunión en la Casa Blanca.
- ¿Debemos abandonar la búsqueda? -preguntó Gunn.
Los ojos de Sandecker destellaron.
- ¡Demonios, no! Que me hayan hecho un disparo de advertencia delante de mi proa no significa que vaya a detenerme para izar la bandera blanca. ¿Qué has averiguado?
- Me puse a trabajar en la premisa que habíamos discutido, que la única cosa con la capacidad de secuestrar al NR-1 debajo de las narices del buque nodriza es un submarino más grande. Hay varios países que disponen de submarinos lo bastante grandes como para cargar con el NR-1 -respondió Gunn-. Le pedí a Yaeger que buscara algunos perfiles. -Hiram Yaeger era el genio informático de la NUMA y jefe de su inmenso banco de datos-. Nos concentramos en Rusia debido a su predilección por construir naves gigantescas. Mi primera idea fue algo parecido a los submarinos de la clase Tifón.
Sandecker se reclinó en la silla y se acarició la barbilla.
- Con una eslora de casi ciento sesenta metros, un Tifón se podría llevar a cuestas a nuestro minisubmarino perdido sin muchos problemas.
- Estoy de acuerdo. Los diseñaron para lanzar misiles desde el círculo polar ártico. La cubierta plana se podría transformar en una plataforma de carga. Sin embargo, me encontré con un problema cuando averigüé un poco más. Sabemos dónde están los seis submarinos Tifón que se construyeron, -Así y todo, sé que eres de los que nunca se rinde, Rudi.
¿Qué más tienes?
Gunn abrió el maletín y sacó una carpeta. Le alcanzó a Sandecker una foto que llevaba en la carpeta.
- Aquí se ve un submarino soviético de la clase India perteneciente a la flota del norte fotografiado en su travesía hacia el Pacífico.-Le pasó al almirante varias hojas-. Estos son algunos diagramas de la nave. Está equipado con motores diesel y eléctricos, tiene una eslora de ciento veinte metros y aparentemente fue diseñado para operaciones de rescate submarinas. Ese trozo semihundido a popa está acondicionado para llevar dos minisubmarinos. En caso de guerra, se pueden emplear en operaciones clandestinas de las fuerzas especiales. Solo se construyeron dos submarinos de la clase India. Decidieron desguazarlos cuando se acabó la guerra fría.
Hemos podido comprobar que efectivamente uno fue desguazado. No tenemos informaciones sobre el paradero del segundo. Creo que lo utilizaron para secuestrar al NR-1.
- Pareces estar muy seguro de todo esto, Rudi. Recuerda que nuestra premisa de trabajo sigue siendo solo una teoría.
- ¿Puedo utilizar su aparato de vídeo? -preguntó Gunn, que sonrió al escuchar el comentario de su jefe.
- Adelante, tú mismo.
Gunn metió la mano en el maletín y esta vez sacó una cinta de vídeo. Se acercó a la pared, abrió la puerta de un armario empotrado, y metió la cinta en el aparato de vídeo.
- Como usted sabe, el NR-1 puede transmitir imágenes de televisión desde el fondo marino.
- Yo mismo aprobé la partida de gastos. Un magnífico programa educativo. Las imágenes son captadas por un satélite y retransmitidas a las aulas de todo el mundo. Les enseña a los chicos que el océano es mucho más interesante que la MTV.
Tengo entendido que el programa funciona muy bien.
- Diría que en este caso ha funcionado maravillosamente bien. Esta filmación fue enviada desde el NR-1 el día que desapareció.
Gunn puso en marcha el vídeo. En la pantalla aparecieron unas rayas, y luego se iluminó con un color verde. Unas luces muy brillantes alumbraron el esbelto casco negro. No había banda de sonido. El día y la hora aparecían en una esquina.
Sandecker se había sentado en el borde de la mesa, con los brazos cruzados.
- Parece una vista de la proa tomada desde la cámara de la torre -dijo.
- Así es. Atento a lo que viene ahora…
Una sombra como la de un tiburón apareció por debajo del casco. Algo mucho más grande que el NR-1 había surgido de las profundidades. Al cabo de unos pocos minutos, el submarino comenzó a moverse a gran velocidad hasta que se perdió de la vista en una nube de burbujas. La pantalla se quedó en blanco.
- Esta película fue enviada por el submarina vía satélite exactamente a la misma hora de su desaparición. Solo continuó grabando, como ha podido ver, durante un par de minutos antes de que apagaran la cámara.
- Fascinante -opinó Sandecker-. Pásala de nuevo.
Gunn rebobinó la cinta y volvieron a ver las imágenes.
- ¿La Casa Blanca dispone de una copia de este vídeo?
- preguntó el almirante.
- La transmisión se efectuó directamente a la NUMA.
Supongo que no la han visto.
- Buen trabajo, Rudi. Sin embargo, nos falta un? pieza muy importante del rompecabezas. -Abrió un cajón acondicionado como una cava de puros, sacó dos puros (se los seleccionaban y liaban especialmente para él en la plantación de un amigo suyo en la República Dominicana) y los sostuvo uno encima del otro en paralelo-. Asumamos que el de abajo es mucho más grande que el de arriba. Aparece por debajo de la nave más pequeña. Entonces, ¿qué? -Apartó el puro de arriba-. ¿Ves lo que quiero decir? Puede haber un problema si no consigues que el submarino más pequeño se pliegue al juego.
- No sería sencillo a no ser…
- A no ser que el NR-1 cooperara. Algo que el capitán Logan no hubiese hecho a menos que lo obligaran.
- Eso mismo pensaba.
Sandecker le dio uno de los puros a Gunn, y cortó la punta del suyo de un mordisco. Encendieron los puros y se sentaron envueltos en una nube de humo de tabaco.
- Tengo entendido que a bordo del NR-1 había un científico invitado -dijo Sandecker, después de un par de minutos de fumar en silencio.
- Así es. Tengo la lista de todos los que iban a bordo.
- Repasa con lupa todos sus antecedentes, sobre todo lo del científico. Mientras tanto, intentemos dar con el paradero del submarino de la clase India. La marina lleva un control de todos los submarinos rusos operativos, pero no quiero alertar a nadie de que la NUMA continúa metida en esto.
- Veré si Yaeger se puede enganchar en los ordenadores de la marina.
- Vaya, Rudi -exclamó Sandecker, al parecer muy entretenido en mirar la ceniza del puro-. Qué cosa tan sorprendente de escuchar en boca de un hombre de la marina, alguien que fue número uno de su promoción.
Gunn intentó sin éxito mostrar una expresión angelical.
- Las situaciones desesperadas requieren medidas drásticas.
- Me alegra que lo digas. Austin me llamó desde Estambul. Está reuniendo al equipo de misiones especiales para ir a echar otra ojeada a aquella base de submarinos abandonada.
- ¿Cree que está relacionada con el NR-1?
- No sabía nada de la desaparición del submarino hasta que se lo dije. No, al parecer ha estado en contacto con alguien, un viejo amigo ruso, que le comentó que la base podría tener alguna relación con una supuesta amenaza contra este país.
- ¿Un atentado terrorista?
- Le hice la misma pregunta a Kurt. Solo sabe lo que le dijo el ruso, que Estados Unidos está en peligro. Por lo visto, hay un magnate minero llamado Razov involucrado en el tema, y la vieja base podría ser la clave de lo que está pasando. Los instintos de Kurt suelen ser certeros. La amenaza de la que habla es otra razón más para que la NUMA se involucre en el tema.
- Podríamos observar la zona desde alguno de los satélites.
- Así y todo, necesitaremos a alguien en tierra.
- ¿Qué me dice de su promesa al presidente?
- Solo le prometí que no buscaría al NR-1. En ningún momento mencioné una base de submarinos soviética -replicó Sandecker, con una mirada de picardía-. Por otra parte, no creo que podamos ponernos en contacto con Austin.
- Precisamente se están produciendo unas tormentas solares que afectan las comunicaciones.
- En cualquier caso, continuaremos haciendo todo lo posible por establecer la comunicación. El presidente se ha ido a pescar truchas a Montana, aunque supongo que regresará deprisa y corriendo si cae el gobierno ruso.
Gunn no parecía tenerlas todas consigo.
- Si de verdad hay una amenaza, ¿no cree que deberíamos decírselo al presidente?
Sandecker se acercó a la ventana que se abría al Potomac, Después de unos momentos se volvió.
- ¿Sabes cómo Sid Sparkman hizo su fortuna?
- Por supuesto. Ganó millones con las minas.
- Correcto. Lo mismo que Razov.
- ¿Una coincidencia?
- Quizá, o quizá no. A menudo te encuentras que estos tipos ricos mantienen buenas relaciones. Cabe la posibilidad de que se conozcan personalmente. A menos que la amenaza sea inminente, sugiero que mantengamos esta conversación en privado.
- ¿Está sugiriendo que…?
- ¿Hay una conexión? No estoy preparado para decir tanto. Por ahora.
Gunn frunció los labios, con una mirada de preocupación.
- Espero que Kurt y su equipo no se metan en camisa de once varas.
En el rostro de Sandecker apareció una sonrisa seca. Sus ojos eran como dos topacios.
- No sería la primera vez.
11
Mar Negro.
Austin caminó a lo largo del Bósforo más allá de la terminal de los transbordadores y los cruceros hasta que el olor a pescado le avisó que estaba cerca del muelle de pescadores. Las escandalosas bandadas de gaviotas se hicieron más numerosas a medida que se aproximaba a la heterogénea flota de barcos pesqueros. Con la pintura desconchada y los metales oxidados, el hecho de que estas carracas se mantuvieran a flote era un milagro. Austin se detuvo ante la excepción, un barco de madera con todo el aspecto de ser la niña de los ojos de su propietario. El casco negro y la caseta blanca resplandecían con las muchas manos de pintura, y la madera barnizada brillaba a la luz del sol.
Austin metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel. Comparó la palabra garrapateada Turgut con el nombre escrito con letras blancas en la popa. Sonrió, complacido.
Le gustaba el capitán Kemal aunque no lo conocía. Turgut había sido un famoso almirante del siglo xvi durante el reinado de Soleiman el Magnífico. Alguien capaz de bautizar a un viejo barco de pesca con el nombre de tan destacada figura mostraba un gran sentido del humor además de conocimientos históricos.
En la cubierta no había nadie más que un hombre vestido con un traje negro cruzado. Estaba sentado en una maroma enrollada, ocupado en remendar una red colocada sobre las rodillas. Austin lo saludó en turco.
- Meraba. ¿Puedo subir a bordo?
El hombre alzó la mirada al escucharle.
- Meraba. -Le indicó a Austin que subiera a bordo.
Austin subió por la pasarela y saltó a cubierta. La embarcación medía unos quince metros de eslora, y era muy ancho de manga para que fuera muy estable a la hora de faenar. Echó una ojeada al Turgut, y como marino se admiró de los extraordinarios esfuerzos realizados para mantener en perfecto estado a una embarcación que parecía remontar a los años del imperio otomano. Se acercó al hombre sentado.
- Busco al capitán Kemal.
- Soy Kemal-respondió el hombre. Sus manos trabajaban a gran velocidad, sin saltarse un solo nudo.
El capitán era un hombre menudo, de unos cincuenta y tantos años. Tenía el rostro afilado y la piel morena mostraba los efectos de años de sol y viento. Llevaba un gorro tejido que le tapaba los cabellos castaño oscuro salpicados con algunas canas en las sienes, y no usaba barba, solo un bigoti11o que parecía sostenerse en su lugar por la curva de la prominente nariz. El suave lamento de una canción sonaba en la radio portátil que estaba junto a sus pies.
- Me llamo Kurt Austin. Trabajo para la National Underwater and Marine Agency. Me encontraba a bordo del Argo, un barco de la NUMA, cuando recogimos el cadáver de su primo Mehmet.
Kemal asintió con un gesto solemne y dejó la red a un lado.
- El funeral de Mehmet fue esta mañana -dijo en un inglés correcto. Tiró de la manga de la chaqueta para señalar que vestía su mejor y único traje.
- Me lo comunicaron en el Argo. Espero que no le moleste mi visita.
El capitán sacudió la cabeza. Le señaló una red plegada.
- Siéntese, por favor, señor Austin.
- Habla usted muy bien el inglés.
- Muchas gracias. En mi juventud, trabajé en las cocina de la base norteamericana cerca de Ankara. -Sonrió, y el sol se reflejó por un momento en un diente de oro-. Pagaban bien. Trabajé mucho y ahorre más para comprar este barco.
.-Veo que lleva el nombre de un gran almirante.
Kemal le miró, impresionado.
- Turgut fue un gran héroe para mi gente.
- Lo sé. He leído su biografía.
Los ojos castaño oscuro del capitán observaron a Kurt atentamente.
- Dele las gracias en mi nombre a la gente de la NUMA.
Hubiese sido muy duro para la familia de Mehmet no poder enterrar su cadáver.
- Le transmitiré al capitán Atwood y la tripulación del Argo su agradecimiento. La señorita Dorn mencionó su nombre.
- La hermosa señorita de la televisión vino a verme anoche. Dijo que la viuda de Mehmet recibirá una indemnización.
No le devolverá la vida a mi primo, pero es más de lo que hubiese ganado en toda su vida. -Sacudió la cabeza en una manifestación de asombro-. Dios es grande.
- Llamé al hotel, y me dijeron que la señorita Dorn se había marchado.
- Se ha ido a París. Quiere alquilar de nuevo mi barco, pero primero debe conseguir la autorización de sus jefes.
Austin recibió la noticia de la marcha de Kaela con sentimientos encontrados. Lamentó no haber tenido la oportunidad de conocer mejor a Kaela, aunque la bella reportera hubiese sido una distracción.
- ¿Qué más dijo la señorita Dorn?
- Me contó lo que le pasó a Mehmet. Dijo que unos hombres a caballo habían disparado contra ellos, y que uno de los disparos mató a mi primo. -Frunció el entrecejo-. Son hombres muy malos. Mehmet nunca le hizo daño a nadie.
- Sí, son hombres muy malos.
- Ella me contó como usted les disparó desde su pequeño avión. ¿A cuántos mató?
- No lo sé. Solo encontramos un cadáver.
- Bien. ¿Sabe quiénes son esas personas que lo mataron?
- No, pero es algo que me he prometido descubrir.
Kemal enarcó las cejas.
- ¿Tiene la intención de ir de nuevo a aquel lugar?
- Si es que consigo un barco que me lleve.
- Dispone del barco de la NUMA.
- No sería una buena idea utilizar una nave del gobierno.
- Austin echó una ojeada al Turgut-. Necesito algo que no atraiga la atención.
Un súbito brillo en los ojos oscuros indicó que Kemal había captado la idea.
- ¿Algo quizá como un barco pesquero?
- Así es. -Austin sonrió-. Lo más parecido posible a un barco pesquero.
El capitán observó a Austin durante unos instantes. Luego se levantó para ir hasta la caseta. Reapareció con una botella y dos tazas de loza desportilladas. Destapó la botella, llenó las tazas hasta el borde y le dio una a Austin.
- Por Mehmet -dijo, y levantó la taza bien alto en un brindis por su difunto primo.
Brindaron, y Kemal bebió un buen trago, como si la fuerte bebida fuese agua.
Austin sabía por el olor anisado que la bebida era el aguardiente turco llamado raki. Aunque habitualmente no bebía alcohol antes de que el sol apareciera por encima del peñol, no quería pasar por descortés. Tomó un sorbo y dejó que el terrible licor se deslizara por la garganta. Tuvo la sensación de que así debía de ser tragar vidrio molido.
Kemal se bebió otro trago, y para alivio de Austin dejó la taza a un lado. Miró al visitante.
- ¿Por qué quiere volver allí? Podrían matarlo a usted también.
- Es una posibilidad, aunque no creo que ocurra. La primera vez nos pillaron por sorpresa y desarmados. Ahora será muy distinto.
Kemal pensó en la respuesta. A Austin le complació ver que el capitán no era alguien que tomara decisiones a la ligera. Su tranquilidad podía ser muy conveniente. El turco miró la taza.
- Me siento responsable de la muerte de Mehmet. Le dejé ¡r con la gente de la televisión para que se ganara algún dinero extra.
- Nadie podía saber que lo matarían.
- Tiene usted razón. Llevo años faenando en aquella zona sin ningún inconveniente.
- ¿Piensa volver por allí?
- No por dinero.
Austin se sintió desilusionado, aunque no le sorprendió la respuesta.
- Lo comprendo, capitán. Podría resultar muy peligroso, no importa lo bien preparados que vayamos.
- ¡Bah! -Kemal escupió con un gesto despreciativo-. No tengo miedo. Dije que no iría por dinero. Le debo un favor por haber matado a aquel cerdo. -Acalló la protesta de Austin con un ademán-. El Turgut está a su disposición -añadió con un tono como si estuviese cediendo el timón de un trasatlántico.
- No me debe usted nada.
El capitán adelantó la barbilla. Con voz pausada para que no hubiera confusión alguna en sus intenciones, dijo:
- Los hombres que mataron a mi primo son los que deben pagar. No soy ningún novato en estos asuntos. Fui contrabandista en mis años mozos y nunca me pillaron. -Descargó un taconazo en la cubierta y volvió a sonreír-. Motores diesel -añadió, orgulloso-. Una velocidad de treinta nudos. ¿Adonde quiere ir?
- Espero para hoy la llegada de otras personas que vienen de Estados Unidos. Además, tengo que recoger unos equipos.
¿Qué le parece mañana por la mañana?
- El barco estará preparado para zarpar con el alba.
- ¿Qué hay de la tripulación? -preguntó Austin-. No quiero que nadie corra peligro después de lo ocurrido a Mehmet.
- Gracias. Solo me acompañarán dos tripulantes, los de mi más absoluta confianza. Les advertiré de que hay peligro, para que decidan. Sé cuál será la respuesta. Ambos eran primos de Mehmet.
Sellaron el pacto con un apretón de manos. Austin dijo que estaría allí con el sol. Se marchó antes de que Kemal propusiera otro brindis con raki. Le daba vueltas la cabeza mientras caminaba de regreso al Argo, aunque para cuando llegó al barco de la NUMA, el aire fresco del Bósforo le había disipado casi todos los vapores alcohólicos. Subió al puente para ver al capitán Atwood, que estudiaba una cartas náuticas.
- ¿Qué tal está nuestra estrella de la televisión? -preguntó.
- Sin duda se ha enterado de la naturalidad con la que me desenvuelvo ante las cámaras -replicó Atwood-. De acuerdo, lo admito -añadió con una sonrisa tímida-. Me lo pasé muy bien durante la filmación con aquellos locos. Supongo que no vacilarán en quitar mi cara bonita en favor de la adorable señorita Dorn.
- ¿Los culparía por ello?
- ¡Demonios, no! Ni en un millón de años. Me sorprende que no intentara ligar con la dama. ¿Está perdiendo su toque?
- Mi corazón solo pertenece a la NUMA -afirmó Austin, con una mano en el pecho-. Cosa que nos lleva a por qué estoy aquí. Voy a necesitar ayuda, aunque le ruego que no haga preguntas.
El capitán ladeó la cabeza. Conocía a Austin desde hacía mucho tiempo y nunca le había dejar algo a medio hacer.
- Haremos todo lo que esté a nuestro alcance, siempre y cuando no signifique poner en peligro al Argo o a su tripulación.
- No lo estarán. Todo lo que necesito son algunos equipos.
Austin le hizo una lista con todo lo que necesitaba y pidió que se lo llevaran a bordo del Turgut. El capitán le aseguró que no habría ningún problema. Mientras Atwood ordenaba que prepararan los equipos para su envío, Austin fue a su camarote y encendió su ordenador portátil. Se conectó vía Internet con una compañía que vendía fotos del planeta tomadas desde los satélites y pidió las fotos de un sector de la costa rusa del mar Negro. Observó las fotos atentamente, aunque no le sorprendió no ver nada extraño. Los soviéticos habían disimulado muy bien la base secreta.
Marcó un número en su teléfono móvil. Aunque era temprano Estados Unidos, sabía por su temporada de trabajo en la CIA que Sam Leahy estaría en su despacho.
- ¿Qué tal el tiempo en Langley? -preguntó Austin en cuanto escuchó la voz sonora de Leahy.
- Te has equivocado de número, compañero -replicó la voz, tras una muy breve pausa-. Si lo que quieres es saber qué tiene hace por aquí, tendrás que llamar a la National Underwater and Marine Agency. Demonios, por aquí comentan que los listillos de la NUMA saben todo lo que hay que saber.
- Casi todo, Sam. Por eso mismo te llamo. Necesito tu ayuda.
- Sabía que un día volverías arrastrándote a nosotros. Me alegra escucharte. ¿Cómo estás, muchacho?
- Muy bien. ¿Todavía te tienen amarrado al duro banco?
- No por mucho tiempo más. Me retiro dentro de seis meses. Luego me dedicaré a llevar a grupos de pescadores por el Chesapeake. No me vendría mal un buen contramaestre si alguna vez te cansas de los follones de Washington.
- No me tientes. En cualquier caso, apúntame para una de esas excursiones. Ahora mismo lo que necesito es cierta información. ¿Qué sabes de las bases de submarinos soviéticas?
- Es un tema muy amplio. ¿Hay algo en particular que quieras saber?
- Sí. ¿Cómo las construyeron?
- Para empezar, eran grandes. Tenían que ser lo bastante grandes como para acomodar a unas bestias como el Tifón, con una eslora de ciento ochenta y siete metros. Solo de manga ya tienen veinticinco metros. Los monstruos iban armados con veinte misiles. Los soviéticos querían protegerlos de un ataque nuclear, así que construyeron las dársenas bien profundas. Aprendieron de la construcción de bases de submarinos de los alemanes, que salieron bastante bien libradas de los bombardeos aliados. En líneas generales, lo que hicieron fue abrir un túnel en una montaña y forrarla con varios metros de hormigón armado.
- ¿Tienes alguna información sobre el dónde y cómo de estas bases?
- La puedo conseguir.
Austin captó el tácito condicional en la respuesta.
- Sería de verdad una gran ayuda si pudieras averiguar lo máximo posible.
- Ningún problema. De todas maneras, hay mucha de esa información que ya está desclasificada. Te tomo la palabra para venir a una de las excursiones.
Austin se sintió más tranquilo. Por un momento, había temido que Leahy le dijera que tendría que pasar la petición a instancias superiores.
- Tú pones el cebo y yo traeré la cerveza.
Le dio a Leahy su dirección de correo electrónico, y colgó después de darle otra vez las gracias. Solucionó algunos problemas logísticos, y luego fue a controlar los preparativos para su viaje con el capitán Kemal. El equipo que había pedido ya estaba embalado en unos cajones apilados en la cubierta. Un camión venía de camino para transportarlos hasta el Turgut.
Ahora soló le quedaba esperar la llegada del grupo de misiones especiales. No tuvo que esperar mucho. Mientras realizaba un inventario del equipo, sonó su teléfono móvil. Era Joe Zavala.
- Estamos en el aeropuerto.
- ¿Cómo es que has tardado tanto?
Zavala exhaló un sonoro suspiro.
- Para que después hablen de gratitud. Has sido capaz de arrancarme de los brazos de la mujer más hermosa de este planeta.
- Todas las mujeres que te ligas siempre son las más hermosas de este planeta.
- ¿Qué puedo decir? Soy un hombre afortunado.
- Algún día me darás las gracias por haberte salvado de los vínculos del matrimonio.
- ¡Matrimonio! Una palabra que devuelve la cordura al más pintado. Nunca lo menciones.
- Ya hablaremos más tarde de tu vida amorosa. ¿A qué hora calculas estar en el Argo?
- Gamay está ahora mismo intentando pillar un taxi y Paul ya tiene todas las maletas en la acera. Estaremos allí antes de que puedas deletrear Constantinopla.
Zavala y los Trout llegaron al hotel en menos de una hora.
Después de hablar unos momentos de sus vacaciones, Zavala dijo:
- No es que importe mucho, pero nos preguntábamos si podrías darnos alguna pista de por qué hemos tenido que cruzar medio mundo a una velocidad de vértigo.
- ¿Porque echaba de menos vuestras sonrisas?
- Vale. Por eso me has pedido que te trajera tu pipa y que no me olvidara de la mía.
- Admito que tengo otras razones, aunque no miento cuando digo que me alegro de veros.
Austin miró a los integrantes de su equipo y sonrió complacido al ver sus expresiones atentas. Comenzó a explicarles su plan.
12
Rocky Point, Maine.
La imagen en la pantalla del ordenador se parecía al perfil de un desmesurado caparazón de tortuga. Leroy Jenkins cliqueó con el ratón hasta que el caparazón quedó tan plano como si le hubiese pasado por encima una apisonadora. Jenkins hizo algunos cálculos a partir de los números que aparecían en la pantalla, y luego soltó una larga retahíla de los insultos que reservaba para cuando se le enredaba alguno de los cabos que sujetaban las trampas de langostas. Hizo girar la silla para quedar de cara al ventanal. Desde de su posición en lo alto de la colina, la casa de madera ofrecía una visión incomparable de la bahía y el mar abierto.
En los muelles reinaba una actividad frenética. Las palas mecánicas recogían escombros para cargarlos en los camiones que esperaban en una larga fila. Los toros que se utilizaban normalmente para subir las embarcaciones a las plazas elevadas donde harían el invernaje se ocupaban de retirar las embarcaciones destrozadas del aparcamiento de coches y las dejaban en una hilera donde los propietarios podían reclamarlas. Se habían traído grúas para sacar del agua los restos del motel.
La lancha de Jenkins estaba amarrada al muelle central junto con las otras embarcaciones que habían tenido la buena fortuna de encontrarse fuera del camino cuando descargó la gigantesca ola. Jenkins se frotó los ojos y reanudó su trabajo. Introdujo unos cuantos números más en el ordenador.
Al cabo de unos minutos, sacudió la cabeza en un gesto de frustración. Había repetido el modelo numérico docenas de veces, e introducido cada vez nuevas combinaciones de datos, y sin embargo, los resultado seguían sin tener sentido. Jenkins murmuró una palabra de agradecimiento cuando sonó el timbre. Salió al rellano y gritó:
- ¡Adelante!
Se abrió la puerta y Charlie Howes entró en el vestíbulo.
- No te interrumpo, ¿verdad? -preguntó el jefe de policía.
- Demonios no, Charlie. Ven, sube. Estaba trasteando con el ordenador.
El jefe subió las escaleras hasta el despacho en el segundo piso.
- Has hecho un buen trabajo con la casa -comentó, mientras echaba una ojeada al muy bien aprovechado espacio con las librerías y los archivadores.
- Gracias, Charlie, aunque no pueda atribuirme el mérito. -Cogió la foto de una guapa mujer de mediana edad que sonreía directamente a la cámara desde la bañera de un velero-. Mary sabía que necesitaba algo más que la pesca de la langosta para evitar que mi cerebro se fosilizara. Instalar mi despacho en el ático fue idea suya. Ya sabes cómo era. Podía hacer un bolso de seda con la oreja de una cerda.
- Tampoco le hizo nada mal cuando te pulió un poco.
Jenkins soltó la carcajada.
- Lo considero todo un milagro a la vista del material a su disposición. -Volvió a mirar a través del ventanal-. Por lo que se ve van bastante adelantados allá abajo.
- Están limpiando los muelles a toda máquina. Estaban preocupados por los vertidos de combustibles, pero la gente de medio ambiente lo tienen todo controlado. Necesitaba alejarme un poco de los periodistas. Además, estaba molestando con todos aquellos tipos de las compañías de seguros que han venido. -Movió la cabeza hacia el ordenador-. Veo que has estado trabajando. ¿Ya lo tienes claro?
- Sigo intentándolo. Acerca a una silla y echa una ojeada Me vendría bien tu intuición de investigador.
A pesar del lenguaje y los modales campechanos del jefe no era ningún paleto. Howes se había licenciado en crimino.
logia en la universidad estatal. Resopló despectivamente al escuchar el comentario, acercó un taburete a la silla de Jen kins, y miró la pantalla.
- ¿Qué es esa cosa que parece una serpiente preñada?
Jenkins enarcó una ceja.
- Rorschach se lo hubiera pasado bomba contigo. ¿Qué sabes de los tsunamis?
- ¡Sé que no quiero verlos nunca más!
- Es un buen comienzo. Permíteme que me ponga mi birrete de profesor, y te daré un curso acelerado. -Escribió tsu y nami en un papel-. Estas palabras representaban los ideogramas japoneses para «bahía» y «ola». Una conferencia internacional celebrada en 1963 adoptó el término para evitar confusiones.
- Siempre los había conocido como maremotos.
- Ese el término popular, pero es inexacto. Las mareas se originan por la acción gravitacional de la luna. Incluso nosotros los científicos estábamos en un error. Los llamábamos olas sísmicas, lo cual implicaría que los sismos originan todos los tsunamis. El sismo es solo una causa.
- ¿Crees que un sismo causó todo ese estropicio?
- Sí. No. Quizá. -Sonrió al ver la reacción del policía, y cogió otra hoja de papel-. Aquí tenemos al verdadero culpable. -Sostuvo la hoja en posición horizontal-. Imaginemos que este es el fondo marino. -Empujó los extremos para que el centro de la hoja se curvara hacia arriba-. Un terremoto se origina cuando chocan las placas tectónicas y deforman el fondo marino. Esta joroba empuja una columna de agua hasta la superficie. El agua intenta recuperar el equilibrio.
- Estoy perdido.
Jenkins pensó durante un momento para buscar una explicación más sencilla.
- Es como Joe Johnson, el borracho de la ciudad, cuando regresa a casa después de pasarse la noche bebiendo. Cree que se tambalea porque el alcohol ha afectado su equilibrio.
Tiene que hacer todo lo posible para no ir en la dirección equivocada. Algunas veces no lo consigue, se da de bruces contra la pared, y pierde el conocimiento. -Frunció el entrecejo- Vale, es una analogía un poco burda.
- Capto la idea.
- Piensa en Joe como la columna de agua y la pared como la costa de Maine. La única diferencia es que la pared se llevó la peor parte, no Joe.
- ¿Cómo es que cada ola no es un mare… quiero decir un tsunami.
- Sabía que tu lógica de policía entraría en juego. Hay dos razones. El tiempo y la distancia. El tiempo entre las olas que llegan a la playa es de cinco a veinte segundos. Con un tsunami, el tiempo pude ser entre diez minutos a dos horas. La distancia entre las olas se denomina longitud de onda. Las olas que llegan a la playa pueden estar separadas entre cien y doscientos metros. Con un tsunami, estás hablando de trescientos sesenta kilómetros o más.
- He visto las playas arrasadas por algunas olas muy grandes.
- Yo también. Lo que pasa es que una ola normal que llega a la playa tiene una vida muy corta y una velocidad entre dieciséis y treinta y dos kilómetros por hora. Un tsunami dispone de centenares de kilómetros y horas para aumentar su energía. Cuanto más profunda es el agua, más rápida es la ola. Por eso un tsunami puede alcanzar velocidades de novecientos sesenta kilómetros por hora cuando cruza el océano, aunque los barcos no lo adviertan, y no lo puedas ver desde el aire. Te daré un ejemplo. En 1960, un terremoto cerca de las costas de Chile envió una ola a través del Pacífico. La ola no tenía más de noventa centímetros de altura. Veintidós horas más tarde, cuando la ola llegó a la costa de Japón, medía seis metros de altura y mató a doscientas personas. La ola estuvo dando vueltas por el Pacífico durante días, y causó destrozos allí donde chocó.
- Si no es más que una leve ondulación en el océano, ¿cómo descubriste que esta sería una de las grandes?
- Estaba pescando langostas en una zona donde hay una meseta. La ola redujo la velocidad cuando llegó a una zona de menor profundidad, y ganó en altura. Se movía más despacio aunque sin perder nada de su energía, que tiene que ir a alguna parte. Cuando la ola se acerca a la playa, el mar se convierte en un monstruo. Algunas veces se transforma en una ola que semeja una torre. También puede ser una serie de rompientes, o algo parecido a unas escaleras con una rompiente muy pronunciada. A veces parece que chupara toda el agua y luego la escupiera.
- Eso fue lo que pasó aquí. Como si alguien hubiese quitado el tapón en el fondo de la bahía.
- Los tsunamis son algo absolutamente fascinante y muy adaptables. Los escollos, las calas, los deltas, la inclinación de las playas, apenas alivian los destrozos que provocan. Las olas pueden tener unas crestas de treinta metros o más de altura, pero en la mayoría de los casos sencillamente se elevan. Todo depende de lo que encuentran en el camino. Son capaces de rodear un cabo y provocar daños en el lado opuesto de una isla, Cuando se comprimen, se convierten en algo verdaderamente peligroso, porque tienes toda aquella potencia concentrada en un espacio pequeño. -Señaló el río que desembocaba en la bahía. Las riberas estaban tapadas por restos de toda clase-.
Incluso puede subir el curso de los ríos, como ocurrió aquí.
- Es una suerte que las casas adosadas que Fred Schrager construyó en las riberas no estuvieran ocupadas, si no ahora tendríamos un montón de cadáveres flotando en la bahía en lugar de trozos de madera. Doy gracias a Dios por que vieras las olas y te dieras cuenta de la amenaza.
- Diría que fue un milagro. -Jenkins cliqueó el ratón y en la pantalla apareció un mapa del mundo con flechas que señalaban diversos países-. Desde 1990, los tsunamis han matado a más de cuatrocientas personas y causado daños por varios miles de millones de dólares. -Apoyó un dedo en la pantalla-. Esta, en Papua Nueva Guinea, fue un auténtico horror. La ola tenía una altura de quince metros cuando descargó a lo largo de treinta kilómetros de costa. En cuestión de minutos, los muertos sumaban más de doscientos.
Apretó una vez más la tecla del ratón, y esta vez apareció una simulación en la pantalla.
- Esta es una simulación de una ola generada por un sismo que se abatió sobre una aldea japonesa en 1923. Ves muchas olas grandes en el Pacífico. Está rodeado por el círculo de fuego, como le llaman a aquellas placas tectónicas que se mueven constantemente.
- Detesto ser tan localista, pero estamos hablando del Atlántico, no del Pacífico, y de la costa de Maine, no del Japón. He vivido aquí toda mi vida y todavía nunca he tenido noticias de un terremoto.
- Es probable que hayamos tenido más temblores imperceptibles de los que te imaginas. En cualquier caso, estoy de acuerdo, por eso comencé a pensar en otras causas. Los tsunamis provocados por deslizamientos de tierra son menos frecuentes. También tienes las erupciones volcánicas y los meteoritos.
- Por aquí no hay muchos volcanes que yo sepa.
- Pues tienes que estar agradecido. El volcán Krakatoa generó olas de más de treinta metros de altura y mató a miles de personas en 1883. Si un meteorito de ocho kilómetros de diámetro cayera en mitad del Atlántico, generaría una ola lo bastante grande como para tragarse la costa Este de Estados Unidos. Nueva York desaparecería del mapa.
- Eso nos deja los deslizamientos de tierra.
- Es lo que nosotros llamamos un «bajón». Espera, ahora te lo muestro. -Jenkins buscó otro mapa en la pantalla-. Aquí tenemos la bahía de Izmit en Turquía. Tuvieron una ola generada por un «bajón» que provocó grandes daños.
- ¿Qué causó el «bajón»?
- Un terremoto. -Jenkins se echó a reír-. Lo sé, es como preguntar, ¿quién fue primero: el huevo o la gallina? En general, un «bajón» es causado por un terremoto. Aquí es donde tenemos el problema con la ola de Rocky Cove. Hubo un bajón, pero no terremoto.
- ¿Estás seguro?
- Del todo. Hablé con los compañeros del observatorio Weston en Massachusetts. Llevan el control de todas las perturbaciones sísmicas en la zona. Captaron unos estruendo, que señalaban un «bajón», sin rastro alguno de un terreno.
to previo, tal como suponía. Escuché un terrible estruendo submarino poco antes de ver lo que estaba pasando. Se habí producido un movimiento en el fondo marino al este de Maine, pero sin el choque de las placas tectónicas. Me he puesto en contacto con todos los expertos en tsunamis de este país. Nadie nunca ha oído hablar de algo parecido.
- Entonces, estamos varados.
- No exactamente. -Jenkins recuperó en la pantalla el perfil de la ola-. Aquí tenemos una simulación de nuestra ola. Es bastante burda. Incluso con la mejor información, el cálculo puede ser muy complicado. Tienes que introducir datos como la velocidad, la altura de la ola y la fuerza destructora. Después has de tener en cuenta las características de la costa. Tienes que calcular los efectos del retroceso de las primeras olas sobre las siguientes.
- Parece una tarea imposible.
- Casi lo es. Pero no del todo. Hace unos pocos años, los científicos utilizaron unas técnicas basadas en modelos matemáticos para resolver los misterios de la desaparición de la civilización cretense. Mira, este es un mapa de la costa de Maine. Aquí está la bahía. El impacto más fuerte fue a varios kilómetros de aquí, donde unos pescadores vieron olas que rompían por encima de los acantilados de Newcomb.
El jefe silbó.
- Esos acantilados tienen más de quince metros de altura, Jenkins asintió mientras señalaba el mapa. Una flecha señalaba hacia tierra.
- La ola más fuerte se encontraba justo al norte de aquí, por lo tanto incluso con mi aviso, los cosas aquí en la ensenada hubiesen sido mucho peor. No creo que ni siquiera esta casa hubiese estado a salvo.
- Eso hubiese sido toda la ciudad -opinó el jefe, con el rostro demudado.
Jenkins se inclinó para mirar la pantalla más de cerca.
- Esto es sorprendente. Mira lo recto que entró. Es casi como si un niño hubiese hecho una ola en la bañera.
El policía apoyó un dedo en la pantalla.
- ¿Es aquí donde comenzó?
- Sí. Claro que solo es un simulacro a partir de pruebas circunstanciales.
- Hice un curso en reconstrucción de accidentes. Es asombroso todo lo que descubres sobre la velocidad y el impacto por las huellas de los neumáticos y los faros rotos.
- Estoy casi seguro de que se inició a doscientos cuarenta kilómetros hacia el este.
- ¿Qué harás ahora?
Jenkins movió los hombros para aliviar la tensión.
- Primero prepararé el té. Luego tú y yo jugaremos una partida de ajedrez.
13
Mar Negro.
Mientras el Turgut se acercaba a la costa rusa, Austin observaba de un extremo a otro la línea de la costa con sus prismáticos giro-estabilizadores Fujinon, alerta a cualquier detalle discordante con su entorno. La costa desierta parecía tranquila. El viento y la marea habían borrado cualquier huella de la arena. Los hierbajos habían vuelto a crecer en los trozos de hierba quemada en las dunas. Resultaba difícil imaginar que en este pacífico escenario había participado en un juego mortal unos pocos días antes.
La playa tenía casi un kilómetro y medio de ancho, flanqueada por dos promontorios de roca como los brazos de un sofá. Excepto por el acantilado que el viento y el mar habían esculpido para transformarlo en el recortado perfil de un anciano, no había nada destacable en la costa. La bruma disimulaba el perfil de las dunas. Austin recordó que la tierra oculta detrás de las dunas bajaba en una suave pendiente hasta los edificios abandonados, para después convertirse en una llanura desértica rodeada de bosques que se extendían hasta unas colinas, Un olor acre como a trapos quemados asaltó el olfato de Austin. Frunció la nariz, apartó los prismáticos, y se volvió para mirar al capitán. Kemal había cogido el puro, que apretaba entre los dientes manchados de tabaco y ahora lo utilizaba a modo de puntero para señalar la costa.
- ¿Qué le parece, señor Austin?
- Tranquila como una tumba.
- Creo que no me gusta verla tan tranquila. -Soltó dos columnas de humo gemelas por los orificios de la nariz torcida-. Cuando me dedicaba al contrabando, nunca me gustado las playas tranquilas como esta. Ni siquiera se ve volar a los pájaros. ¿Está seguro de que quiere ir allí ahora?
- Lamentablemente, no tenemos mucho donde elegir. En cualquier caso, esperaba que levantara la niebla.
Kemal observó la costa.
- Una hora más. Quizá dos.
- Es demasiado. Tenemos que movernos cuanto antes.
El capitán agitó el puro en el aire, y una lluvia de chispas flotó en el aire.
- Los hombres están preparados para actuar cuando usted diga.
Austin asintió, mientras recordaba la conversación que había tenido con Kemal durante el viaje desde Estambul. Le había preguntado al capitán si conocía al marinero ruso que le había vendido a Kaela Dorn el mapa que la había llevado a la base de submarinos abandonada.
«Se llama Valentín -le había replicado el capitán, sin vacilar-. Los otros patrones lo contratan cuando necesitan un hombre más a bordo. La señorita Dorn le pagó demasiado por el gran "secreto". -Kemal había sacudido la cabeza con una expresión de pena-. Todos los pescadores conocen dónde está la base».
«¿La gente sabía que había una base?»
«Por supuesto. -En el rostro de Kemal había aparecido una sonrisa burlona-. Los pescadores lo sabemos todo.
Observamos el tiempo, el agua, los pájaros, los otros barcos.
- Se había llevado el índice al ojo-. Si no estás atento, acabarás teniendo problemas.
Las palabras de Kemal no habían sorprendido a Austin.
A menudo trabajaba con los pescadores en sus misiones de la NUMA y sabía que eran agudos observadores de las condiciones debajo, en y encima del mar. Los pescadores tenían que ser biólogos, meteorólogos, mecánicos y marinos. Su medio de vida, sus propias vidas, dependían de sus vastos conocimientos prácticos. Como antiguo contrabandista, Keny sin duda estaba siempre más alerta que cualquier otro marinero.
- ¿Cuántos años lleva pescando en estas aguas? -preguntó Austin.
- Muchos. Antaño veías barcos de todas partes. Turcos rusos, algunas veces incluso búlgaros. La pesca era buena.
Los bonitos se acercaban a comer. Nadie nos molestaba. Entonces un día aparecieron con las patrulleras y hombres armados con metralletas. Les dijeron a los pescadores que esta era una base científica. Dijeron que matarían a cualquiera que se acercara demasiado. Algunos de los pescadores no se lo creyeron y acabaron muertos, así que los demás nos mantuvimos apartados. Faenamos mar adentro, donde nadie nos molesta. Algunas veces, los pescadores ven periscopios. En una ocasión, una enorme aleta negra apareció junto a mi barco.
- ¿La torre de un submarino?
- Supongo que quería echar una ojeada. Luego la Unión Soviética se deshizo. Los submarinos dejaron de venir. Todos dicen que los rusos se han quedado sin marina de guerra. Un día me arriesgué. Seguí a un cardumen hasta aquí. -Empuñó un timón invisible-. Estaba dispuesto a virar y huir a toda máquina. Sin embargo, nadie me detuvo. Desde entonces he vuelto a pescar aquí sin problemas. -Se encogió de hombros-. Cuando la gente de la televisión quiso desembarcar con Mehmet, creí que no pasaría nada.
- ¿Alguna vez desembarcó para echar un vistazo?
- No. Lo que había allí no era asunto mío. Eso fue antes de que mataran a Mehmet. -Escupió por encima de la borda-. Ahora sí que lo es.
La historia de Kemal concordaba con el informe que le había enviado Leahy. Según los archivos de la CIA, la construcción de la base había comenzado a finales de los cincuenta.
Un avión espía U-2 había fotografiado el emplazamiento en uno de sus vuelos. Se había seguido atentamente la construcción del complejo. La homologa turca de la CIA había comando el tráfico de submarinos. Las estaciones de escucha norteamericana descubrieron que la base estaba a las órdenes del comando de la flota soviética en el mar Negro en Sebastopol. La base científica que se había edificado por la investigación oceanográfica ayudaría a la flota.
La actividad militar había cesado con el final de la guerra fría. La nueva república rusa necesitada de fondos cerró la base de la misma manera que en Estados Unidos habían cerrado numerosas instalaciones militares obsoletas. La base científica había sido abandonada. La CIA se hubiera ahorrado millones en gastos de vigilancia solo con preguntarle a Kemal y a sus amigos. Lamentablemente, en el único punto donde el turco se había equivocado, creer que la base estaba desierta, le había costado la vida a su primo.
Cuando el Turgut llegó a menos de una milla de la costa Austin le pidió al capitán que echara el ancla. Kemal gritó la orden a la tripulación, y un minuto más tarde el barco se detuvo y vibró con el estrépito de la cadena. En cuanto echaron el ancla, Kemal fue a ocuparse del lanzado de las redes.
Zavala apareció por la otra banda del barco, donde había estado preparando los equipos para la inmersión.
Austin se fijó en la colilla del puro que mordía Zavala.
- Veo que has asaltado la caja de puros del capitán.
- Insistió. No quise herir sus sentimientos. -Zavala cogió la colilla y la sostuvo con el brazo extendido-. Creo que hacen estas cosas con neumáticos viejos, pero me estoy acostumbrando al sabor. -Se encogió de hombros-. El equipo está preparado.
Austin siguió a Zavala a la banda de babor, donde la caseta los ocultaba de las miradas desde tierra firme. Muy bien acomodados en el espacio entre la borda y la caseta había una pareja de botellas de aire doble, los cintos de lastre, capuchas, guantes, botas y aletas y dos trajes Viking Pro negros fabricados de acuerdo con las especificaciones de la OTAN. El sol brillaba en las carcasas de plástico amarillo de dos vehículos de propulsión Torpedo 2000. Montados en tándem, los vehículos con forma de cohete impulsados con motores eléctricos tenían una velocidad máxima de cinco nudos por hora y una autonomía de una hora.
Se pusieron los trajes de buceo, se ayudaron a sujetarse las botellas de aire, y después cada uno comprobó en el otro que todo el equipo estuviera en orden. Caminaron torpemente y fueron a sentarse en la borda de espaldas al agua.
- ¿Alguna pregunta antes de que nos lancemos? -preguntó Austin.
Zavala arrojó la colilla al agua.
- Nos sumergimos. Echamos una ojeada. Estamos atentos. Improvisamos si es necesario.
El escueto resumen de Zavala podía aplicarse a cualquiera de las misiones que dirigía Austin, que era un firme partidario de la simplicidad en la ejecución porque cuantos más elementos tenía un plan, mayores eran las probabilidades de un fallo. Sabía por experiencia que era imposible anticipar todas las situaciones cuando los detalles eran escasos. Su cuerpo musculoso estaba marcado con las cicatrices que eran una dura advertencia de que incluso el plan mejor trazado podía desmoronarse ante una situación inesperada. Como medida de precaución llevaban armas y municiones en las bolsas sujetas al pecho. También contaban con equipos de comunicación, aunque su utilidad era limitada. Se disponían a invadir el territorio de un país extranjero. Si él y Zavala tenían problemas, se encontrarían librados a sus propios medios.
- Te olvidas de una cosa -le recordó Austin.
- ¿Cuida tu culo? -replicó Zavala, que miró por encima del hombro.
- Cuidar el culo es siempre una buena idea. En cualquier caso, pensaba en otra cosa. No somos los tipos de Misión imposible, ni tampoco un escuadrón suicida. No somos más que un par de tipos curiosos que quieren regresar, si es posible con el pellejo intacto.
- A mí me parece perfecto. Le tengo mucho cariño a mil pellejo.
Austin le guiñó un ojo y levantó el pulgar a Kemal, que esperaba para ayudarles. Sujetó la máscara y la bolsa al pecho, y se dejó caer de espaldas en el mar azul oscuro. Se hundió un par de metros antes de que el control de flotación automático lo levantara a la superficie. La cabeza de Zavala apareció un metro más allá. Mientras flotaba en el mar apenas rizado, se aseguraron de que los reguladores funcionaban correctamente y luego Austin le hizo una seña a Kemal.
El capitán bajó los Torpedo 2000 hasta el agua. Los tripulantes seguían ocupados tendiendo las redes por la banda de estribor. Desde tierra, el Turgut era un pesquero más que esraba faenando. Austin le recordó a Kemal que mantuviera la radio encendida y que abandonara la zona a la primera señal de peligro No quería más funerales en la familia del capitán.
Kemal le respondió con una sonrisa que dejaba a las claras su intención de no seguir el consejo de Austin, y les deseó buena suerte a ambos en turco e inglés. Austin mordió la boquilla del regulador, se zambulló, y con un poderoso movimiento de las aletas desapareció bajo la superficie. Zavala lo siguió al momento. A seis metros de profundidad, se detuvieron y probaron el sistema de comunicación activado por la voz.
- ¿Preparado para invadir Rusia? -preguntó Austin.
- ¡No veo la hora! -La voz de Zavala sonó como la del pato Donald en los auriculares de Kurt-. Rusia tiene algunas de las mujeres más hermosas del mundo entero. Ojos verdes, pómulos altos, unos labios preciosos…
- Contén tu furiosa libido, José. No vamos al Club Med.
Cuando volvamos a casa, podrás pedir una esposa rusa por Internet.
- Gracias por echar un cubo de agua fría sobre mis lascivos pensamientos.
- Ahora que mencionas el agua fría, tenemos que recorrer casi dos kilómetros de agua helada, así que lo mejor será movernos.
Austin comprobó la brújula de muñeca y señaló hacia la costa. Dieron el contacto a los vehículos propulsores, los motores eléctricos se pusieron en marcha, y los Torpedo 2000 avanzaron silenciosamente para transportar a los submarinistas a través del agua de un color verde claro. Su avance apartaba a los miles de peces que eran claro testimonio de por qué Kemal y los demás patrones habían arriesgado la vida para faenar en estas aguas.
Cerca de los rompientes, el agua se volvió turbia debido a los restos de vegetación y arena levantadas por las olas. AUS tin dirigió al Torpedo 2000 hacia el fondo arenoso, con Zavala muy cerca.
- ¿Alguna idea de lo que estamos buscando? -preguntó Zavala, que miraba la pendiente rocosa que subía bruscamente desde el fondo.
- Un cartel luminoso que dice ES AQUÍ sería de agradecer, aunque me conformaría con algo que se parezca a una puerta de garaje muy grande.
Zavala encendió la potente linterna Phantom y dirigió el haz de luz hacia la pendiente.
- Ni siquiera veo el picaporte.
- Estamos perdiendo el tiempo en este lugar. No iban a construir la base en la playa. Querían una buena capa de roca sobre las cabezas. Vamos a mirar en los acantilados. Yo me encargo del que hay a la derecha.
Zavala hizo un gesto y con la gracia de un piloto profesional trazó una curva con el vehículo propulsor y desapareció en el agua turbia. Austin tomó el rumbo opuesto. Un segundo más tarde, la voz de un pato cantor sonó en los auriculares de Austin mientras Zavala entonaba una versión absolutamente desafinada de «Guantanamera».
Austin siguió una trayectoria paralela al terraplén hasta que la arena y los cantos rodados dieron paso a la pura roca.
La voz de Zavala se fue perdiendo a medida que aumentaban el área de búsqueda. Austin dio gracias por que así fuera, aunque tampoco quería verse separado en exceso. No vio nada que se pareciera a una entrada, y se disponía a decirle a Zavala que emprendiera el regreso, cuando Joe interrumpió la serenata con una sonora exclamación.
- ¿Qué has dicho? -le preguntó Austin.
- He visto algo, Kurt -respondió Joe, excitado.
Austin realizó un giro cerrado con el Torpedo 2000. Pasó a toda velocidad junto a la playa y puso rumbo a un punto que parpadeaba como una luciérnaga en una noche de verano. Zavala flotaba a una profundidad intermedia y encendía y nadaba la linterna para imitar los destellos de un faro. En cuanto Austin se acercó, Zavala enfocó la linterna en la pared de piedra que fuera del agua era la barbilla de la punta del imán.
Kurt se fijó en la enorme montaña de escombros que se parecía mucho a los derrumbes que se ven en los valles de montañas. El fondo más allá del derrumbe estaba cubierto de trozos de roca y cemento que parecían haber sido lanzados como consecuencia de una explosión.
- No es precisamente lo que llamaría un felpudo -comentó.
Con un leve impulso de las aletas subió muy cerca de la montaña de escombros. Si esta era la entrada de la base, no estaba en condiciones de ser utilizada por los submarinos.
Nadó de un lado a otro, atento a la presencia de una abertura, sin encontrar ninguna. Zavala se acercó.
- Aquí se acaban mis sueños de encontrar alguna bella sirena rusa.
Austin observó los escombros, luego nadó hasta un trozo de cemento de casi dos metros de alto y uno de ancho que se mantenía más o menos en posición vertical. Un par de barras de acero sobresalían en la parte superior como las antenas de un insecto.
- Si pudiéramos tumbar esta piedra, quizá se produciría una avalancha que nos despejaría el camino.
- No es una mala idea. Es una pena que no nos acordáramos de traer dinamita.
- Quizá no la necesitemos. ¿Recuerdas lo que dijo Arquímedes?
- Por supuesto. Es el tipo que lleva el restaurante griego de la esquina. Dijo: «¿Come aquí o lárgate?».
- Te hablo del otro Arquímedes.
- Ah, aquel. Dijo: «¡Eureka!».
- También dijo: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo».
Zavala observó las barras de acero.
- Si no recuerdo mal, Arquímedes hablaba de palancas y poleas.
- Eureka -repitió Austin mientras nadaba para situarse por encima de la piedra. Se deslizó entre la lápida de cernen.
to y el acantilado, apoyó la espalda en la roca y los pies en una de las barras. Zavala hizo lo mismo con los pies apoyados en la segunda barra.
- Vamos a ver si somos capaces de mover una pequeña parte del mundo -añadió Austin-. A la una, a las dos, y a las tres.
Empujaron las barras y la lápida se inclinó unos pocos centímetros antes de recuperar la posición. Las botellas de aire les impedían la maniobra, así que las acomodaron mejor y lo intentaron de nuevo. El trozo de cemento se movió un poco más. Por un momento, pareció que caería, pero a pesar de todos sus esfuerzos y jadeos, acabó otra vez en la misma posición.
Zavala sugirió subir un poco más para tener un mejor punto de apoyo. Esta vez apoyaron los pies en los extremos de las barras y cuando empujaron, el trozo de cemento se desplomó con tanta facilidad que casi los arrastró en la caída, Cayó en cámara lenta, se partió en dos al chocar contra una roca, y las mitades continuaron rodando hasta chocar contra el fondo. Una nube de arena enturbió el agua. Otros muchos pedruscos también rodaron cuesta abajo en una avalancha secundaria.
- Simple pero efectivo -comentó Austin, que se dirigió inmediatamente a la abertura que había aparecido entre los escombros. Metió la linterna por el agujero, y luego intentó pasar el cuerpo; las botellas de aire se lo impidieron. Se desabrochó el arnés de las botellas. Sin quitarse la boquilla del regulador de la boca, se deslizó por el agujero con los pies por delante y después pasó las botellas. Zavala realizó el mismo procedimiento.
Se encontraron encajonados entre la montaña de escombros y dos enormes puertas de acero. Las puertas estaba selladas pero en la parte superior de una de ellas se veía una sombra donde la fuerza de la explosión había arrancado una esquina como la página de un libro. El agujero era lo bastante grande como para permitirles el paso. La luz de las linternas se perdió la distancia excepto por un reflejo gris por encima de sus cabezas. Nadaron hacia arriba hasta que las botellas rasparon el cemento. Bajaron un poco y siguieron avanzando en el agua turbia.
Al cabo de unos cuantos minutos, desapareció el techo y nadaron hacia la superficie hasta que sus cabezas asomaron por encima del agua. La oscuridad era total. Austin se quitó el regulador de la boca y respiró con cautela. El aire olía a moho pero era respirable. Encendieron las linternas y vieron que se encontraban cerca del borde de una inmensa dársena.
Nadaron hasta una escalerilla. La subieron y a continuación, ya en suelo firme, alumbraron a uno y otro lado para calcular la longitud del muelle.
- Vaya -murmuró Austin-. Alguien se dejó el patito de goma en la bañera.
La luz de su linterna iluminaba la silueta de un submarino al otro extremo de la dársena.
Se quitaron los equipos y los dejaron bien apilados para recogerlos deprisa si era necesario. Ahora solo iban vestidos con la ropa interior térmica, y llevaban únicamente las armas, los cargadores, las linternas, y, en el caso de Austin, la radio.
Intentó llamar a Kemal, pero los gruesos muros de cemento impedían cualquier contacto por radio. Dispuestos a explorar el recinto, siguieron unos raíles que bordeaban la dársena; pasaron juntos a surtidores de combustibles, y conducciones de agua y electricidad.
Había grúas que funcionaban por unas guías sujetas al techo para cargar las naves. También había máquinas que se desplazaban lateralmente para poner a los submarinos en dique seco. Austin y Zavala rodearon la dársena y llegaron al submarino colocado en el dique seco. Austin calculó que la nave tenía una eslora aproximada de ciento veinte metros.
Subieron a bordo y recorrieron el submarino de proa a popa.
La cubierta detrás de la torre presentaba un diseño poco habitual al estar hundida. Subieron a la torre y abrieron la escotilla. El olor rancio a comida, cuerpos sucios y combustible salió por la abertura.
Como experto en vehículos submarinos, Zavala se ofreció voluntario para entrar en la nave mientras Austin montaba guardia. Zavala no tardó mucho en reaparecer.
- No hay nadie en casa -comentó, y su voz resonó en el enorme recinto.
- ¿No has encontrado nada?
- No he dicho tal cosa. -Zavala le entregó a Austin una gorra-. Encontré esto en los camarotes de la tripulación.
Austin miró las letras blancas impresas en la gorra: NR-1.
- Esto plantea más preguntas que respuestas.
- La nave no es ningún misterio -informó Zavala-, Motores diesel, y construida para un propósito especial. No lleva torpedos. Por lo que parece probablemente sea muy rápida en la navegación en superficie, y las aletas en la torre seguramente hacen que sea muy maniobrable cuando está sumergida. Modificaron la cubierta para transportar algo, Quizá carga, o incluso submarinos más pequeños.
- ¿Algo similar al NR-1?
- Sin problemas. Lo que no entiendo es, ¿por qué cerraron la entrada de la base?
- Ya no necesitaban esta nave. ¿Qué manera hay más sencilla para ocultar las pruebas? Veamos si podemos encontrar al dueño de la gorra. -Se guardó la gorra dentro del traje, Después de comprobar que no había más pistas en el submarino, recorrieron todo el resto de la dársena hasta el lugar donde había dejado los equipos de buceo. Unos raíles ferroviarios iban hasta unas puertas de acero de cuatro metros de altura. Junto a las puertas había otra de tamaño normal que permitía el paso y evitaba abrir y cerrar las grandes. Zavala accionó la manija.
- Estamos de suerte. No está cerrada.
- No estés tan segura. Quizá sea como la araña del cuento que le da la bienvenida a la mosca.
- Ningún problema. -Zavala atornilló la funda a su Heckler y Koch de calibre 9 milímetros VP70M para tener una culata que le permitía apoyarla en el hombro y efectuar ráfagas de tres disparos-. He traído repelente de insectos.
Austin sacó su propia marca de insecticida de la cartuchera de cuero. Su Ruger Redhawk, fabricado a medida por la Bowen Classic Arms Company, era un revólver del calibre 50.
Las cachas de la culata estaban hechas con la madera de un árbol exótico que solo se encontraba en las selvas sudamericanas. El cañón de gran diámetro solo medía diez centímetros de longitud, pero sus disparos eran capaces de acabar con un elefante.
Abrieron la puerta y entraron en un recinto que era la mitad del anterior. En la vía férrea habían media docena de vagonetas con un motor de propano. Los raíles ocupaban el centro, y había ramales a ambos lados que entraban por unos arcos a los depósitos laterales.
Entraron en el primero donde había estanterías con toda clase de recambios. En los otros depósitos encontraron herramientas, equipos contra incendios y talleres. Un depósito, separado de los demás por una puerta de acero, contenía explosivos y armas cortas.
Volvieron al recinto principal y fueron hasta el montacargas. Junto al montacargas había una puerta que comunicaba con una escalera. Desde arriba les llegó el olor a col hervida.
Subieron la escalera hasta el primer rellano. Por debajo de la puerta se colaba un rayo de luz.
Austin apoyó una oreja en la puerta y escuchó. Al no percibir sonido alguno, entreabrió la puerta. Luego la abrió del todo y entró, al tiempo que le hacía un gesto a Zavala para que lo siguiera. Se encontraban en un pasillo con las lámparas empotradas en el techo. Era lo bastante ancho como para permitir el paso de cuatro en fondo, y tenía el mismo aspecto de refugio antiaéreo del nivel inferior.
Había varias puertas en una de las paredes. La primera era una cámara frigorífica donde había carnes, verduras y comestibles envasados. Junto a la despensa estaba la cocina y la panadería. Pasaron al comedor provisto con mesas y bancos. El olor a comida era muy fuerte.
Austin se acercó a una de las mesas, barrió con la mano unas cuantas migas y mojó el dedo en un charquito de agua.
- Mucho ojo. Es probable que algunos de los clientes habituales estén por aquí.
La puerta del comedor comunicaba con otro pasillo y a un dormitorio desierto con capacidad para cincuenta literas Las camas estaban sin hacer y las taquillas vacías. Junto al dormitorio había una sala de juegos. Austin se acercó a un tablero de ajedrez, estudió la posición de las piezas durante unos segundos, y después movió uno de los caballos negros a otra casilla.
- Jaque mate -anunció.
Con Austin en cabeza, regresaron al pasillo principal y subieron las escaleras al siguiente nivel. A diferencia de las espartanas habitaciones inferiores, aquí los suelos estaban cubiertos con mullidas alfombras y las paredes revestidas con maderas nobles. Entraron en media docena de despachos y salas de reunión. En las paredes colgaban algunas viejas cartas náuticas, pero no encontraron nada en los cajones ni en los archivadores.
- Este tiene que haber sido el puesto de mando de la base -opinó Austin.
Zavala echó una ojeada a la habitación desierta.
- Ha pasado mucho tiempo desde que alguien diera las órdenes desde aquí. Te entran escalofríos. Quizá debiéramos llamar a los Cazafantasmas.
- Los tipos que me abatieron el otro día no estaban hechos de ectoplasma.
Dejaron el puesto de mando, y otra vez desde el pasillo principal curiosearon en varias habitaciones, cada una con dos camas, que seguramente habían sido las habitaciones de los oficiales, y siguieron por un pasillo lateral que los condujo hasta una grande y lujosa suite. El suelo de roble encerado estaba cubierto con las más finas alfombras orientales. Los muebles un tanto recargados eran de ébano. La decoración era una mezcla de estilos bizantino y oriental, con un exceso de telas rojas con vivos dorados.
Zavala contempló el cuadro de una mujer voluptuosa, uno de los varios que decoraban las paredes.
- Recuérdame que cuando regrese mande redecorar mi casa en este estilo de harén moderno.
Austin intentaba imaginarse sin conseguirlo a un rudo comandante de submarino soviético en este entorno decadente.
- A mí me parece más la reproducción de un burdel Victoriano.
A pesar de las bromas, ambos estaban inquietos. Austin recordó la violencia que le había recibido en su primera visita a estas costas. Tanto silencio le intranquilizaba. Recorrieron el resto del aposento, y se encontraron con una puerta de madera labrada con tachones y molduras como si fuese el portal de un alcázar medieval. En el centro aparecía tallada una R de gran tamaño.
Zavala observó la anticuada cerradura, luego metió la mano en la bolsa y sacó un estuche que contenía una colección de ganzúas que le hubiera metido en problemas con la policía de más de una ciudad. Escogió una ganzúa bastante grande.
- El formato básico tendría que servir. -Pasó la mano por las molduras y las bisagras de acero-. Tiene que haber algo muy valioso al otro lado. Me sorprende que no utilizaran una cerradura más segura. -Metió la ganzúa en la cerradura, la movió a un lado y a otro hasta alinearla con los dientes, y la hizo girar. El mecanismo estaba bien lubricado y la falleba se abrió con un sonoro chasquido.
Austin apoyó una oreja contra la madera oscura. Al no escuchar nada, sujetó el pomo. Hizo una pausa, mientras se preguntaba si unas cámaras ocultas no habrían seguido sus pasos por el laberinto. Un grupo de asesinos podía estar agazapado al otro lado. Se estremeció al pensar que una bala o la punta de un puñal podría atravesarle un ojo. En su rostro apareció una sonrisa desabrida. Si le disparaban o le apuñalaban en el corazón acabaría tan muerto como si hacían blanco en el ojo.
No recordaba quién había dicho que la mejor defensa era el ataque. Pero siempre lo había considerado como un excelente consejo. Amartilló el revólver, le hizo una seña a Zavala para que lo cubriera, luego abrió la puerta y entró sin más.
14
El destartalado Lada negro que amenazaba con desarmarse en cualquier momento avanzó estrepitosamente por la carretera de tierra lleno de baches y rodadas que atravesaba el bosque de pinos centenarios y se detuvo al llegar a un claro donde había unas cuantas casas rústicas a un tiro de piedra de la costa del mar Negro. El vehículo continuó bamboleándose sobre los amortiguadores vencidos incluso después de que Paul y Gamay Trout consiguieran salir del asiento trasero del taxi como payasos en un número de circo. Cogieron los macutos de la baca y pagaron al conductor. El taxi se alejaba en medio de una gran nube de polvo cuando la puerta de la casa más próxima se abrió con gran estruendo. Un hombre con apariencia de oso salió a la carrera. Su voz casi hizo caer las pinas de los árboles más cercanos.
- ¡Trout! No puedo creer que estés aquí. -Abrazó a Paul con una fuerza descomunal-. ¡Qué alegría verte, amigo mío!
- Palmeó a Trout en la espada.
- Lo mismo digo, Vlad -respondió Paul, que intentaba recuperar la respiración-. Esta es mi esposa, Gamay. Querida, te presento al profesor Vladimir Orlov.
Orlov extendió una mano que parecía un jamón e intentó un taconazo con las sandalias de goma.
- Es un placer conocerte, Gamay. Tu marido no dejó de hablar de su brillante y adorable esposa mientras compartíamos unas cervezas en la taberna del Capitán Kidd.
- No creas que él no hace lo mismo contigo. Paul me ha hablado muchísimas veces de lo bien que os lo pasasteis en Woods Hole.
- Tu marido y yo compartimos muchos gratos recuerdos.
- Miró a Paul-. Es tan bella y encantadora como me la imaginaba. Eres un tío con suerte.
- Muchas gracias. Te alegrará saber que tienes un sitio reservado en la barra del bar.
- Entonces, es solo cuestión de decidir cuándo. ¿Qué tal van las cosas por el instituto?
- Estuve por allí hace solo unos días. Procuro ir a casa entre las misiones de la NUMA. Woods Hole no ha cambiado desde el año que pasaste allí.
- Te envidio. Como cualquier nación pobre, Rusia es tacana con el dinero para la investigación científica pura. Incluso una institución famosa como la Universidad Estatal de Rostov tiene que suplicar por una asignación. Claro que debemos considerarnos afortunados de que el gobierno le permita a la universidad utilizar este lugar como campo de trabajo.
Gamay echó una ojeada a las casas rústicas y el destello del mar entre los árboles.
- ¡Es precioso! Me recuerda a las viejas colonias en los Grandes Lagos donde me crié.
- La marina soviética lo empleaba como lugar de vacaciones para los oficiales de grado intermedio. Hay una pista de tenis, pero el pavimento tiene más agujeros que la luna. Hemos traído a estudiantes que se han ocupado de reparar las casas. Es perfecto para seminarios y retiros donde los académicos solo venimos a pensar. -Cogió los macutos-. Venid, os enseñaré vuestra casa.
Orlov los llevó por un sendero cubierto de agujas de pino hasta una casa acabada de pintar con los colores blanco y verde. Subió el par de peldaños que llevaban a la galería, dejó los macutos en el suelo y abrió la puerta. La casa de una sola habitación tenía literas para cuatro, una mesa rústica, un fregadero con una bomba y un fogón a gas. El profesor se acercó al fregadero y accionó la palanca de la bomba.
- El agua es pura y fresca. No olvidéis de guardar un poco de agua en este bote para cebar la bomba. En el exterior hay una ducha. La letrina está en la parte de atrás. Me temo que sea un poco primitivo.
Gamay echó una ojeada.
- A mí me parece muy cómoda.
- Nos hemos autoinvitado, Vladimir. Debemos dar las gracias por no tener que dormir en una tienda.
- ¡Pamplinas! No quiero escuchar ni una sola palabra más. Seguramente os querréis poner más cómodos. -El profesor vestía unos muy holgados pantalones cortos negros y una camiseta roja-. Como veis, vestimos de una manera absolutamente informal. Cuando estéis listos, no tenéis más que volver por el sendero hasta el claro. Os estaré esperando con algo para picar y beber.
Orlov se marchó. La pareja llenó el fregadero y se asearon. Gamay cambió sus elegantes pantalones y el suéter por unos pantalones cortos azules y una camiseta del instituto oceanográfico Scripps, donde había conocido a Paul, que estudiaba allí. Por su parte, Paul, que vestía una americana azul marino de L. L. Bean, pantalones beige, y una de sus típicas pajaritas multicolores, cambió su atuendo por unos pantalones cortos beige, un polo azul y sandalias Teva. Luego volvieron por el sendero entre los pinos hasta el claro.
Orlov había escogido una mesa rústica a la sombra de un emparrado. Conversaba con una pareja de mediana edad a los que presentó como Natasha y Leo Arbikov, que eran físicos.
No hablaban mucho inglés pero se comunicaban con unas radiantes sonrisas. Orlov comentó que había más académicos y estudiantes de diversas materias dispersos por el bosque, dedicados a sus experimentos o sencillamente leyendo. De una nevera portátil sacó varios recipientes de plástico que contenían fruta fresca, caviar, salmón ahumado, sopa fría, y también una botella de agua y otra de vodka. Los Trout comieron con apetito, y prefirieron beber agua. Era demasiado temprano para algo más fuerte. En cambio, el anfitrión no tuvo el menor reparo, y se bebió el vodka sin ninguna consecuencia aparente.
- Me ayuda a concentrarme -comentó de muy buen humor, en cuanto engulló una cucharada de caviar. Descargó otra tremenda palmada en la espalda de Paul-. No sabes la alegría que tengo al verte, amigo mío. Te agradezco que me llamaras para decirme que estarías en la zona.
- Yo también me alegro mucho de verte, Vladimir, aunque fue un poco difícil hablar contigo.
- Disponemos de un único teléfono para todo el grupo.
Eso es lo más bonito de este lugar. Es el mundo perdido. Solo que nosotros somos los dinosaurios. -Celebró su salida con una estruendosa carcajada-. Casi no nos pagan, pero podemos hacer nuestro trabajo casi sin ningún gasto. -Cogió la botella, y se sirvió otro par de dedos de vodka, tan contento-. Ya hemos hablado por demás de mí. Decidme qué os ha traído al mar Negro.
- ¿Has oído hablar del Argo, el barco de exploraciones científicas de la NUMA?
- Oh, sí. Hace un par de años tuve la oportunidad de navegar en él. Un barco magnífico. No hubiese esperado menos de la NUMA.
- Gamay y yo hemos estado realizando algunas investigaciones relacionadas con los trabajos más recientes del Argo.
Recordé que estabas en la universidad y me dije que debí llamarte en cuanto llegáramos.
Austin le había pedido a la pareja que investigaran a las industrias Atamán mientras él y Zavala exploraban la base de submarinos. Las oficinas centrales de Atamán se encontraban en la ciudad portuaria de Novorossiisk, en el extremo nordeste del mar Negro. Trout había pensado inmediatamente en Orlov, que había pasado un año en Woods Hole como profesor invitado, porque recordaba que Vladimir enseñaba en la universidad de Rostov cerca de Novorossiisk. Cuando lo había llamado, Orlov le había dicho que nunca le perdonaría si él y Gamay no le hacían una visita.
- ¿Habéis tenido alguna dificultad para llegar hasta aquí?
- Ninguna. Tuvimos la suerte de coger un vuelo directo a Novorossiisk. La universidad envió a un taxi para que nos recogiera en el aeropuerto, y aquí estamos. -Echó una ojeada al bucólico paisaje-. Deja que me oriente. ¿Estamos entre Rostov y Novorossiisk?
- Así es. Novorossiisk es el puerto de embarque para el petróleo de los yacimientos del Cáucaso. También es una ciudad memorable llena de feísimos monumentos que recuerdan la heroica resistencia del pueblo durante la gran guerra patriótica.
- Orlov miró a Gamay-. Paul me ha hablado mucho de tus méritos como bióloga marina, ¿En qué estás trabajando ahora?
- Antes de venir aquí, me encontraba en los cayos de Florida. Analizaba los daños producidos en el coral por los vertidos industriales.
Orlov sacudió la cabeza en una expresión de pena.
- Al parecer, los rusos no somos los únicos que atentamos contra el medio ambiente. Ahora mismo, estoy dedicado a un estudio de la polución en el mar Negro. ¿Tú qué hacías, Paul?
- Me encontraba en Woods Hole dedicado a hacer un trabajo de consultor para un estudio de minería marina. Si no recuerdo mal, una de las empresas que se dedica a este tema se encuentra precisamente en Novorossiisk.
La mentira no era uno de los fuertes de Trout. Tenía la típica franqueza yanqui y le molestaba eludir la verdad, sobre todo con un viejo amigo. Paul había pensado que si echaba algunos cebos, Orlov mordería el anzuelo. Tuvo suerte a la primera.
- ¿Minería marina? Seguramente te refieres a industrias Atamán.
- El nombre me suena. Estoy seguro de que lo leí en alguna parte.
- Me sorprendería lo contrario. Atamán es enorme. Comenzaron con la minería terrestre, pero vieron el potencial de la minería submarina y ahora su flota está por todo el mundo.
- Una jugada muy inteligente, si se tiene la demanda mundial de combustibles.
- Sí, es cierto. En cambio, pocos saben que Atamán es la empresa pionera en el desarrollo de métodos para extraer hidrato de metano del fondo marino.
- No recuerdo ninguna mención al respecto en los folletos de la empresa.
- Atamán prefiere no mencionar algunas de sus actividades. El capitalismo ruso está en una etapa salvaje. No tenemos las mismas leyes de difusión que hay en vuestro país. En cualquier caso, dudo mucho de que aquí sirvieran de mucho. Con los miles de empleados que tiene Atamán, es muy difícil mantener el secreto. Atamán ha construido una flota de barcos enormes que serán utilizados en la extracción de hielo ardiente.
- ¿Hielo ardiente? -preguntó Gamay.
- Sí, es la denominación que alguien se inventó para el hidrato de metano -le explicó su marido-. Hay bolsas de hidrato de metano atrapadas debajo del fondo marino por todo el mundo. Tiene el aspecto de la nieve con la diferencia de que es inflamable.
- Todos sabemos que los científicos soviéticos proclamaban haberlo inventado todo, desde la bombilla eléctrica a los ordenadores, pero en este caso les reconozco sus méritos. Los primeros depósitos naturales los encontraron en Siberia, donde se le conocía como gas de los pantanos. Algunos investigadores norteamericanos continuaron los trabajos de nuestros gloriosos científicos y descubrieron el hidrato de metano en el fondo marino.
- Me parece recordar que fue delante de las costas de Carolina del Sur -señaló Paul-. La gente de Woods Hole realizó algunas inmersiones con el sumergible Alvin y vieron las fumarolas que escapaban de los sedimentos a lo largo de las fallas oceánicas.
- ¿Cuáles son las aplicaciones comerciales? -preguntó Gamay.
Orlov cogió la botella de vodka para servirse otra copa, luego se lo pensó mejor y la dejó sobre la mesa.
- El potencial es enorme. Los depósitos que hay por todo el mundo superaban con creces las reservas combinadas de todos los demás combustibles fósiles.
- Entonces, ¿tú lo ves como un sustituto del petróleo y el gas?
- Nada menos que Scientific American lo designó como el «combustible del futuro». Podría dar beneficios de billones de dólares, y por eso hay tanta gente interesada en la extracción. No obstante, los problemas técnicos que plantea son formidables. La sustancia es inestable y se descompone rápidamente en cuanto desaparecen las condiciones de extrema profundidad y presión. En cualquier caso, aquel que controle el proceso quizá controle en el futuro el suministro de energía en todo el mundo. Atamán es la empresa puntera en la investigación y desarrollo de este tema. -Orlov frunció el entrecejo-. Algo que no es muy bueno.
- ¿Por qué no? -quiso saber Paul.
- Atamán es propiedad exclusiva de un ambicioso empresario llamado Mijail Razov.
- Debe de ser fabulosamente rico -opinó Gamay -Lo suyo va más allá de la riqueza. Razov es un hombre complejo. Mientras que por un lado mantiene una gran reserva en sus operaciones comerciales, su actividad pública es algo predominante en Rusia. No ha tenido el menor empacho en criticar severamente cómo se llevan las cosas en Moscú, y cada día cuenta con un mayor número de seguidores.
- Un multimillonario con ambiciones políticas no es nada fuera de lo común. Mira si no a Estados Unidos -manifestó Gamay-. A menudo elegimos a millonarios como gobernadores, senadores, y presidentes.
- Lo que tú quieras, pero Dios se apiade de nosotros si alguien como Razov llega al poder. Es un fanático nacionalista que solo habla de recuperar los tiempos de gloria.
- Creía que el comunismo estaba muerto.
- Claro que lo está, solo que ha sido reemplazado por otra forma de oligarquía. Razov cree que Rusia consiguió su mayor gloria y esplendor bajo el régimen de los zares: Pedro el Grande, Iván el Terrible. No es muy claro en los detalles, cosa que asusta a mucha gente. Solo dice que quiere ver encarnado el espíritu del viejo imperio en la nueva Rusia.
- Siempre ha habido tipos así, y desaparecieron con la misma rapidez con que aparecieron -señaló Paul.
- Eso espero, aunque esta vez no estoy tan seguro. Tiene un gran carisma, y su mensaje tan sencillo ha calado hondo en mi pobre país.
- ¿Atamán es una ciudad o una región? -le pregunte Gamay.
- Es la palabra rusa que significa caudillo cosaco. -El profesor sonrió-. Razov es cosaco de nacimiento, y supongo que se ve el mismo como el caudillo. Pasa la mayor parte del tiempo en su magnífico yate. Se llama Kazachestvo.
Significa algo así como cosaquismo, toda una exhibición de fortaleza. ¡Tendríais que verlo! Un palacio flotante fondeado a unos pocos kilómetros de aquí. -Orlov volvió a sonreír-. Ya está bien de hablar de política. Hay otros temas mucho más agradables. En primer lugar, debo disculparme. Tengo que ocuparme de un trabajo urgente. Solo me llevará un par de horas, y después estaré completamente libre. Mientras tanto, podríais ir a tomar el sol a la playa.
- Estoy seguro de que encontraremos algo en que entretenernos.
- Fantástico. -Orlov se levantó, estrechó la mano de Paul y abrazó a Gamay-. Os veré esta tarde y tendremos toda la noche para hablar. -La pareja de físicos también se marchó, y los Trout se quedaron solos. Paul propuso ir a echar una ojeada a la playa.
El mar azul estaba a un tiro de piedra del claro. Un bañista solitario nadaba tranquilamente a unos treinta metros de la costa. La playa era de piedra y poco adecuada para tumbarse a tomar el sol, y los bancos metálicos quemaban como parrillas. Mientras Gamay buscaba un lugar donde tumbarse, Paul caminó a lo largo de la playa. Regresó al cabo de unos minutos.
- He encontrado algo interesante -dijo, y llevó a Gamay hasta más allá de un peñasco donde había una motora. La pintura del casco de madera estaba desconchada, pero la embarcación se veía sólida. El motor fueraborda era un Yamaha en buenas condiciones y había gasolina en el tanque.
Gamay adivinó las intenciones de su marido.
- ¿Estás pensando en ir a dar una vuelta?
Trout se encogió de hombros, con la mirada puesta en el joven con aspecto de estudiante que salía del agua.
- Le preguntaremos a ese tipo si podemos usarla.
Se acercaron al nadador, que se secaba vigorosamente con una toalla. Cuando lo saludaron, el joven sonrió.
- ¿Sois los norteamericanos?
Paul asintió, y le dijo quiénes eran.
- Me llamo Yuri Orlov -añadió el ruso-. Conocéis a mi padre. Soy estudiante de la universidad de Rostov. -Hablaba inglés con acento norteamericano.
Se dieron la mano. Yuri era alto y desgarbado, con el pelo rubio caído sobre la frente y unos ojos azules que parecían más grandes por las gafas con montura de concha que llevaba.
- Nos preguntábamos si podríamos salir a dar una vuelta en la motora -le comentó Paul.
- Ningún problema -respondió Yuri, muy contento-, Cualquier cosa por los amigos de mi padre.
Empujó la lancha hasta que flotó y tiró de la cuerda de arranque. El motor tosió un par de veces, sin arrancar.
- Este motor es muy suyo -comentó el muchacho. Se frotó las manos, abrió un poco más el paso del aire y probó de nuevo. Esta vez el motor arrancó con gran estrépito, y luego funcionó al ralentí sin problemas. Los Trout subieron a la embarcación, Yuri le dio un empujón, saltó a bordo y llevó la motora mar adentro.
15
Los ojos de Austin tardaron unos segundos en acomodarse a la penumbra. La fuerte fragancia del incienso le trajo a la memoria la imagen de una antigua capilla bizantina en un monasterio que había visitado en lo alto de una de las montañas en Mistra, desde donde se veía la ciudad de Esparta, en el Peloponeso. Las llamas de gas en los mecheros de las lámparas de oro y vidrio de colores sujetas a las paredes pintadas con imágenes de brillantes colores. El techo abovedado estaba reforzado con gruesas vigas de madera. Una silla de respaldo alto estaba ubicada de cara a un altar en el extremo más alejado de la habitación.
Se acercaron. El altar estaba cubierto con una tela rojo oscuro con la letra R bordada en hilos de oro. Sobre el altar había un incensario encendido. Sujeta a la pared por encima del altar había una lámpara cuya luz dorada iluminaba una gran fotografía en blanco y negro con un marco de oro.
En la foto aparecían siete personas. Por el parecido de los rostros de los dos adultos y los cinco jóvenes resultaba evidente que se trataba de un retrato de familia. De pie en el lado izquierdo había un hombre con barba vestido con una gorra de plato y un uniforme de gala con muchos alamares. Tenía el pecho cubierto de medallas.
Un niño delgado y pálido con un traje de marinero estaba delante del hombre. Junto al niño había tres niñas adolescentes y una cuarta un poco más joven. Todos estaban agrupados alrededor de una mujer de mediana edad sentada en una silla. Las facciones de los niños combinaban la frente despejada del padre con el rostro ancho de la madre. En primer plano aparecía una columna baja como las que se utilizan en los museos para exponer alguna pieza. Sobre la columna había una soberbia corona.
La corona era muy grande y obviamente solo había tenido un uso testimonial. Estaba recubierta con rubíes, diamantes y esmeraldas. Incluso en la foto en blanco y negro, las piedras preciosas resplandecían como si fueran de fuego. Un águila de dos cabezas apoyaba las garras en el orbe.
- Esa chuchería debía de valer lo suyo -comentó Zavala. Se acercó para observar los rostros sombríos-. Parecen tan desgraciados.
- Es probable que intuyeran lo que les aguardaba -contestó Austin. Pasó la mano sobre el manto bordado-. La R de Romanov. -Echó una ojeada a la cámara funeraria-. Este es un santuario a la memoria del zar Nicolás II y su familia.
El chico hubiese sido el heredero de la corona si no los hubieran asesinado a todos.
Austin se sentó en la silla y, cuando se apoyó en el respaldo, un coro de voces masculinas comenzó a sonar en los altavoces ocultos. El canto religioso resonó en la habitación.
Austin saltó de la silla como impulsado por un resorte, con el revólver preparado. La música cesó en el acto.
Zavala vio la expresión de alarma en el rostro de su compañero, y reprimió la carcajada.
- ¿Nervioso, amigo mío?
- No está mal. -Austin empujó el respaldo con una mano y el canto comenzó de nuevo. Se interrumpió cuando retiró la mano-. Un sistema que actúa por presión pone en marcha la grabación. No había visto nunca algo parecido. ¿Quieres probarla?
- No, gracias. Mis preferencias musicales se inclinan más por la salsa.
- Te aseguro que cuando volvamos mandaré a que me hagan un sillón con este sistema para escuchar mi colección de jazz. -Austin miró la puerta-. Aquí no hay nada más que ver. Ni siquiera una rata sería tan tonta como para dejarse atrapar en una trampa como esta.
Salieron del sombrío santuario de los Romanov y regresaron a las escaleras que habían subido desde la dársena. Subieron al siguiente piso donde se repetían los dormitorios. La diferencia era que abajo las camas estaban limpias, y aquí las mantas y las sábanas se amontonaban sobre los sucios jergones. Había colillas y vasos de plástico por todas partes. El olor a sudor rancio y desperdicios era impresionante.
- ¡Qué asco! -exclamó Zavala.
Austin frunció la nariz.
- Míralo por el lado bueno; no necesitaremos traer a los sabuesos para seguir el rastro.
Caminaron por un amplio pasillo que subía como la rampa de un garaje subterráneo. Al cabo de unos minutos, el aire fresco sopló en sus rostros y se llevó el hedor que llegaba de los dormitorios. La luz natural que entraba por un recodo comenzó a llenar los espacios entre los círculos de luz proyectados por las lámparas sujetas en el techo.
El pasillo acababa en una puerta de acero entreabierta.
Una rampa bastante corta comunicaba con el interior de lo que parecía ser un almacén o un garaje. El suelo de cemento mostraba grandes manchas de aceite y excrementos de animales pequeños. Austin cogió un viejo ejemplar de Pravda de una pila de basura. En la primera página había una foto de Leonid Breznev.
Arrojó el periódico al suelo y se acercó a una de las ventanas. No quedaba ni un trozo de cristal en el marco metálico, lo que le permitió ver con toda claridad varias de las estructuras metálicas más próximas. La nave era parte del complejo de edificios abandonados que había visto por primera vez desde el aire. Las planchas acanaladas mostraban los efectos de la corrosión, y las juntas en las paredes y los techos se habían abierto con el paso de los años. Los muros de cemento que unían los edificios aparecían cubiertos de maleza.
Zavala llamó la atención de Austin con un silbido agudo.
Miraba al exterior desde el lado opuesto del almacén. Austin se abrió paso entre los montones de basura, y miró a través de la ventana. El edificio se alzaba en una zona un poco más alta y daba a un campo más o menos rectangular y un tanto hundido como una enorme fuente, cubierto de hierbajos. Una portería de hierro oxidado asomaba entre la maleza en uno de los extremos. Austin comprendió que aquello había sido en otros tiempos el campo de deportes para las tripulaciones de los submarinos y el personal de la base.
Ahora, había jinetes dispuestos en tres de los lados del campo. Solo el lado más cercano al almacén y a los otros edificios estaba abierto. Austin reconoció las casacas grises y los pantalones bombachos negros que habían vestido el grupo de cosacos que había derribado el ultraligero. Esta vez había el triple de jinetes, todos de cara al campo.
- Nunca mencionaste que me traerías a un club de polo -protestó Zavala en una pésima imitación del acento británico.
- Quería darte una sorpresa. -Austin se fijó en un grupo de personas que permanecían apiñadas en el centro del campo, con aire de estar asustadas-. Hemos llegado a tiempo para ver el final del encuentro. Sígueme y te presentaré a los muchachos que conocí la última vez que estuve aquí.
Austin y Zavala salieron a gatas del edificio y después se arrastraron hasta llegar al límite del campo donde los hierbajos eran menos tupidos. Austin apartó los hierbajos para ver mejor en el momento en que tres jinetes, cada uno de un lado, se separaban de la línea. Los tres cosacos galoparon hacia el grupo, profiriendo unos alaridos escalofriantes, y solo interrumpieron la carga en el último segundo. Luego comenzaron a trazar círculos como si fueran apaches atacando a una caravana. Con cada pasada, se acercaban un poco más. Los cascos de los caballos levantaban tierra y piedras que llovían sobre los prisioneros, y los jinetes se erguían en las monturas para descargar sus látigos contra las víctimas indefensas.
Austin comprendió rápidamente las reglas unilaterales del juego. Los cosacos intentaban separar al grupo y así divertirse con la persecución individual. Habían dejado desprotegido uno de los lados para tentar a quien estuviese dispuesto a correr en busca de la libertad. Sin embargo, la estrategia no funcionaba. Con cada pasada, las presas se apiñaban todavía más como las cebras que buscan defenderse del ataque de los leones hambrientos.
Sin interrumpir el griterío, los jinetes galoparon de regreso Jos límites del campo para ocupar sus puestos en la fila.
Austin esperaba otro ataque, quizá con más jinetes. En cambio, un único jinete se apartó de la fila y puso su montura al trote como quien sale a dar una vuelta.
Austin puso una mano a modo de visera en los prismáticos para evitar cualquier destello. El cosaco vestía la consabida casaca gris con manchas de barro, los pantalones bombachos negros, las botas y el gorro de piel, a pesar de que el día era muy caluroso. Dos cananas cruzaban su pecho. Montaba un ruano de mucha alzada y unas ancas tan anchas que parecía un animal de tiro.
Observó atentamente la larga y descuidada barba pelirroja del hombre y soltó una risita malévola. La última vez que había visto a aquel gigantón había sido por encima del cañón de la pistola lanzabengalas.
- Vaya, vaya, nos volvemos a encontrar.
- ¿Aquel tipo tan elegante es amigo tuyo? -preguntó Zavala.
- Digamos que solo conocidos de vista. Nos cruzamos no hace mucho tiempo.
El cosaco, que no parecía tener ninguna prisa, dio una vuelta al campo con el caballo a paso de desfile. Se pavoneaba antes sus compañeros, que lo vitoreaban. Luego desenvainó el sable, lo levantó bien alto y soltó un alarido. Le clavó las espuelas al ruano y se lanzó a la carga como una bola que corre por el centro de la pista hacia los bolos. En el último segundo, frenó al caballo con un brutal tirón de las riendas. El animal se encabritó sobre las patas traseras y agitó las delanteras.
Las personas apiñadas en el centro del campo se separaron en un intento desesperado por evitar los golpes de los cascos y no acabar aplastados por el peso del caballo. En la confusión, uno de los hombres cayó al suelo y quedó separado de los demás. Se levantó de un salto con la intención de buscar la relativa seguridad del grupo, pero el cosaco aprovechó la oportunidad para cerrarle el paso. El hombre amagó hacia la derecha y luego se lanzó hacia la izquierda. Fue un intento inútil. El jinete se anticipó a la maniobra y empujó a su víctima como un vaquero que lleva a una res para que la marquen. Al ver que no le quedaba ninguna alternativa, el hombre echó a correr hacia el lado desguarnecido.
El rostro del corredor mostraba una expresión decidida aunque sin duda sabía que sus dos piernas no podían correr más que las cuatro patas del caballo. El cosaco no salió en su persecución, sino que se dedicó a entretener a sus camaradas con una serie de piruetas. Solo cuando el prófugo se encontraba más o menos por la mitad del campo, el jinete hizo girar a su montura. Primero puso el caballo al paso, y luego a un trote largo. Por último, levantó el sable y se lanzó a todo galope.
Alertado por el batir de los cascos, el corredor adelantó el pecho como un velocista en la línea de llegada, y movió los brazos rítmicamente para aprovechar hasta el último resto de fuerza. No le sirvió de nada. Cuando el caballo pasó a su lado, el cosaco se inclinó hacia un lado y descargó el sable contra el cuello de su presa. El corredor se detuvo bruscamente y cayó de bruces. Austin maldijo con una furia impotente. El cobarde ataque había sido tan rápido que no había podido reaccionar. El cosaco soltó una carcajada, y una vez más volvió sin prisas al centro del campo para desafiar a los demás que quisieran intentarlo.
Austin levantó el revólver y apuntó al centro de la espalda del cosaco. Comenzaba a apretar el gatillo cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo. Para su gran sorpresa, el hombre tumbado en el suelo se movía. Poco a poco, con mucho esfuerzo, consiguió ponerse de pie. El cosaco no había hecho más que jugar con su víctima; había golpeado de plano para prolongar el juego.
Los demás jinetes comenzaron a gritar. Barbarroja hizo ver que no les comprendía, y luego al volverse, fingió sorpresa con grandes aspavientos. Agitó los brazos para demostrar su enfado al ver que su víctima había regresado del mundo de los muertos, y una vez más reanudó la caza. El hombre ya casi se encontraba en el límite del campo. Austin sabía que el cosaco no permitiría que el prófugo llegara a los edificios, donde le sería más difícil atraparlo. El siguiente golpe sería mortal.
Zavala perdió la paciencia.
- Se acabó el juego -gruñó. Empuñó la Heckler y Koch, se apoyó en los codos en la posición del tirador cuerpo a tierra y apuntó al pecho del cosaco.
- No -le dijo Austin con una mano sobre el cañón.
Luego se levantó.
Al ver que Austin aparecía como surgido de la nada, apareció en el rostro bañado en sudor del corredor el desencanto. Se detuvo bruscamente al creer que le habían cerrado la vía de escape. Barbarroja advirtió la presencia de Austin al mismo tiempo. Tiró de las riendas, y se inclinó sobre el pomo de la silla para mirar al desconocido de hombros anchos y el cabello blanco. El caballo resopló con fuerza mientras escarbaba el suelo. El cosaco se olvidó del corredor. Hizo una caracola con el caballo, amagó una carga y después se apartó al ver que Austin no parecía dispuesto a ceder terreno.
Austin permanecía de pie con las manos detrás de la espalda como un niño que oculta una pirueta. Levantó la mano izquierda para llamar al cosaco. La expresión de desconcierto del cosaco dio paso a una amplia sonrisa. Le gustaba este nuevo juego. Se acercó, un tanto receloso.
Kurt volvió a llamarlo con más entusiasmo. Envalentonado, el jinete continuó acercándose. Austin sonrió como David Crockett dispuesto a matar a un oso. El cosaco rugió como una fiera y le clavó las espuelas al ruano.
Sin dejar de sonreír, Austin esperó hasta estar seguro de no fallar. Luego con un movimiento fluido mostró la mano que empuñaba el arma. Sujetó el revólver con las dos manos, y apuntó al centro de la equis formada por las cananas.
- Esta es por Mehmet -dijo, y apretó el gatillo.
El revólver ladró una vez. El proyectil atravesó el esternón del cosaco, destrozó las costillas, y los fragmentos de hueso se le clavaron en el corazón. El jinete murió antes de que sus manos soltaran las riendas. El caballo continuó avanzando hacia Austin como una hormigonera fuera de control con una mirada de pánico en los ojos.
Asustado por el humano que estaba en medio de su camino, y sin ninguna señal de las riendas caídas, el animal se desvió cuando ya estaba casi encima del hombre. Sin embargo, se encontraba tan cerca que la grupa golpeó a Austin con la fuerza de un martinete y lo lanzó por los aires. Austin aterrizó de lado unos metros más allá. Cuando dejó de rodar por los hierbajos, intentó levantarse pero no pasó más allá de aguantarse de rodillas. Estaba cubierto de polvo de pies a cabeza, y todo un lado del cuerpo empapado con el sudor del caballo. Zavala se acercó corriendo y le ayudó a ponerse de pie. En cuanto se le aclaró la visión, supuso que vería a los cosacos que venían a por ellos.
En cambio, el mundo parecía haberse detenido.
Desconcertados por la caída de su jefe, los jinetes y sus monturas parecían estatuas ecuestres en un parque. También el grupo en el centro del campo de deportes permanecía inmóvil. Austin escupió un bocado de tierra. Lenta y deliberadamente, se acercó al lugar donde había caído su revólver y lo recogió. Luego le gritó al corredor y le dijo que se dirigiera al almacén. El hombre salió del marasmo y acató la orden.
Echó a correr.
Fue como si hubiesen conectado un interruptor.
Al ver que su amigo volvía a correr, los demás lo imitaron sin orden ni concierto. Austin y Zavala los animaron a voz en cuello al tiempo que señalaban hacia el almacén. Al ver que los prisioneros se escapaban y sin líder, los cosacos gritaron como un solo hombre, desenvainaron los sables, y se lanzaron al galope a través del campo hacia donde estaban Austin y Zavala. Los dos amigos permanecieron inmóviles, impresionados por la terrible belleza de la carga de los cosacos.
- ¡Caray! -gritó Zavala por encima del estruendo de los cascos-. Es como estar en una película del oeste.
- Esperemos que no sea un refrito de Murieron con las botas puestas -replicó Austin, con una débil sonrisa.
Levantó el arma y disparó. El jinete que iba en cabeza se desplomó en la silla. La pistola de Zavala tartamudeó, y otro atacante se estrelló contra el suelo. Los cosacos avanzaban a todo galope conscientes de que tenían la ventaja del número el impulso. Las dos armas dispararon simultáneamente, y otros jinetes cayeron abatidos.
Los cosacos eran temerarios pero no suicidas. Primero uno, después otro, se tumbaron hacia un lado hasta quedar colgados de los pescuezos de forma tal que no se quedara expuesto. Mientras Austin y Zavala se acomodaban a la nueva estrategia, uno de los caballos se detuvo bruscamente, y luego cayó al suelo.
Austin creyó que el animal había tropezado. Luego vio que el jinete les disparaba oculto detrás del caballo que le servía de parapeto. Los demás siguieron el ejemplo. Los cosacos que aún continuaban montados se dividieron para ejecutar un movimiento de pinzas. Zavala y Austin se lanzaron cuerpo a tierra. Las balas silbaron por encima de sus cabezas como abejorros enfurecidos.
- ¡Armas automáticas! -gritó Zavala-. Me juraste que estos tipos solo llevaban arcabuces y trabucos.
- ¿Cómo podía saber que se les había ocurrido darse una vuelta por una feria de armamento?
- ¿No se te pasó por la cabeza averiguarlo antes de venir?
La réplica de Austin quedó ahogada por el tableteo de las armas automáticas. Dispararon un par de veces solo para dejar constancia de su presencia, y luego se retiraron del promontorio para arrastrarse hacia el almacén. Los cosacos centraron sus disparos en el promontorio. Después, convencidos de que habían acabado con los tiradores, montaron sus caballos para reanudar la carga con el mismo ímpetu de antes.
Desde el interior del almacén, Austin y Zavala apuntaron a través de las ventanas y otros dos jinetes cayeron a tierra. Al ver que sus enemigos seguían vivos, los cosacos emprendieron la retirada y galoparon hacia el centro del campo para reagruparse.
Austin aprovechó la pausa en el combate para mirar a los hombres que habían escapado de sus captores. No recordaba haber visto nunca a nadie con un aspecto tan lamentable. Los monos beige que vestían estaba rotos y sucios, y sus rostros macilentos eran una prueba evidente de lo mal que lo habían pasado. El joven que había sido la víctima directa de la furia del líder cosaco se acercó para hablar con Austin. Tenía roto el traje de fajina en las rodillas y los codos, y todo su cuerpo era una capa de polvo. Sin embargo mantenía la barbilla ergui da y su saludo fue tan impecable como si vistiera el uniforme de gala en el desfile de la academia.
- Alférez Steven Kreisman del submarino NR-1 de la marina de Estados Unidos.
- Soy Kurt Austin y el que está en la ventana es mi compañero Joe Zavala. Pertenecemos a la National Underwater and Marine Agency.
El alférez abrió la boca un palmo. Con su aspecto de tipos duros y las armas humeantes, la pareja que lo había rescatado a él y a su tripulación parecían más comandos que científicos oceanográficos.
- No sabía que la NUMA tuviera su propia fuerza de intervención rápida -comentó, asombrado.
- No la tiene. ¿Está bien?
- Me duele todo el cuerpo como si me hubiera pasado por encima una apisonadora, pero por los demás estoy bien.
- Se masajeó el cuello donde le había golpeado el sable-, Creo que no me pondré corbata durante, una temporada.
Quizá le parezca una pregunta estúpida, señor Austin, pero ¿qué están haciendo aquí usted y su amigo?
- Usted primero. La última noticia era que su submarino estaba realizando una inmersión en el mar Egeo en busca de reliquias.
Los hombros del joven se hundieron un poco.
- Es una larga historia -replicó con tono de fatiga.
- No disponemos de mucho tiempo. Intente contármela en treinta segundos.
Kreisman se rió ante la salida de Austin.
- Haré lo que pueda. -Cogió aire y ofreció una versión resumida de los acontecimientos de una sola parrafada-. Un científico invitado que teníamos a bordo, un tipo llamado Pulaski, sacó un arma y secuestró el NR-1. Nos transportan en la cubierta de un submarino gigante. Todo esto es increíble.-Hizo una brevísima pausa, a la espera de una reacción escéptica, pero al no ver ninguna en la mirada atenta de Austin, continuó-: Transfirieron a la tripulación a un buque de salvamento. Nos hicieron trabajar en un viejo carguero hundido. Fue bastante complicado utilizar el brazo mecánico.
Luego el submarino gigante nos trajo hasta aquí. Se llevaron al capitán y al piloto con el NR-1. Nos mantuvieron prisioneros bajo tierra. Cuando hoy nos trajeron aquí arriba, creímos que nos llevarían a nuestra nave. En cambio nos llevaron hasta el campo. Los guardias que nos habían vigilado ya no estaban, y esos vaqueros con los gorros de piel comenzaron con su juego. -Se frotó el cuello una vez más-. ¿Quiénes son estos tipos?
Austin vio que Zavala le hacía señas.
- Lo siento. Al parecer se nos han acabado los treinta segundos.
Se acercó a la ventana. Zavala le pasó los prismáticos.
- Los socios del club de polo están discutiendo -comentó despreocupadamente.
Austin enfocó con los prismáticos a los cosacos, que continuaban reunidos en el campo. Algunos de los jinetes habían desmontado y gesticulaban con mucha violencia. Bajó los prismáticos.
- Quizá estén intercambiando recetas de sus platos preferidos, pero creo que están añadiendo nuestros nombres a la lista de invitados para una escabechina.
En el rostro de Zavala apareció una expresión como si le doliera el estómago.
- Tienes una manera de decir las cosas. ¿Cómo podemos declinar la invitación sin herir sus sentimientos?
Austin se rascó la barbilla mientras pensaba.
- Tenemos dos alternativas. Podemos correr hasta la playa y escapar a nado, mientras nuestros amigos continúan discutiendo, o podemos bajar.
- Estoy seguro de que eres consciente de las pegas -señaló Zavala-. Si nos pillan en campo abierto nos harán picadillo. Si bajamos a la dársena, solo tenemos equipos para dos.
- Propongo hacer ambas cosas. Tú y la tripulación os vais a la playa. Yo me quedaré aquí, y si los jinetes se acercan ¡n tentaré atraerlos hacia la base, donde estarán en desventaja Escaparé por donde entramos, como un pez que se escapa por un agujero en la red.
- Tu plan funcionaría mejor si nos cubriéramos mutua mente.
- Alguien tiene que proteger a los tripulantes. Están deshechos.
El alférez Kreisman se acercó para intervenir en la conversación.
- Disculpen la intromisión. Hice un curso como SEAL cuando entré en la marina. Estoy cansado, pero conozco la rutina. Yo me encargaré de sacar a los hombres de aquí.
Austin se fijó en la expresión valiente de Kreisman, y decidió no perder el tiempo en discusiones inútiles con el joven oficial.
- De acuerdo, lo dejo en sus manos. Corran hacia la playa y comiencen a nadar. Los recogerá un pesquero. Nosotros nos quedaremos aquí para cubrirles todo lo que podamos.
Venga, dése prisa. Joe los acompañará una parte del camino, Si el alférez se preguntó cómo se las había apañado Austin para tener cerca una embarcación para recogerlos, no lo demostró. Lo saludó con la venia y se volvió a sus camaradas.
Salieron del almacén por una de las ventanas de atrás. Austin vigiló a los jinetes mientras Zavala escoltaba a los tripulantes hasta la playa. Los cosacos continuaban con la discusión.
Cogió la radio y llamó al capitán Kemal.
- ¿Están bien? -preguntó Kemal-. Hemos escuchado disparos.
- Estamos bien. Por favor, escuche con atención, capitán, Dentro de unos minutos verá a unos nadadores. Acérquese todo lo posible a la playa y recójalos.
- ¿Qué pasará con usted y Joe?
- Regresaremos por el mismo camino por donde vinimos, Eche el ancla en el mismo lugar de antes. Ya apareceremos.
- Cerró la transmisión. Algo le había llamado la atención.
Austin se encontraba fuera del edificio cuando Zavala regresó.
- Los acompañé hasta las dunas. Ahora ya deben de estar en el agua.
- Kemal se encargará de recogerlos. -Señaló hacia el cielo donde el sol se reflejaba en algo metálico-. ¿Qué crees que será aquello?
El objeto que no era mas que un punto que creciendo hasta tener el tamaño de un insecto. Escucharon el ruido de los rotores.
- No me digas que los cosacos tienen una tuerza aérea.
Austin miró a través de los prismáticos al helicóptero que venía hacia ellos.
- Maldita sea. -Lombardo asomaba por una de las puertas de la cabina con una cámara en la mano-. El tipo es idiota.
Zavala cogió los prismáticos para echar una ojeada en el momento que el helicóptero viraba para mostrar el otro lado.
Observó a la figura asomada a la puerta, bajó los prismáticos, y miró a Austin con una expresión peculiar.
- Creo que se impone una visita a tu oculista, muchacho.
- Le devolvió los prismáticos.
Esta vez, cuando Austin miró, sus maldiciones fueron mucho más sonoras. El rostro de Kaela, enmarcado por la larga cabellera oscura, se veía con toda claridad. El helicóptero estaba prácticamente en la vertical del campo. Prevenidos después de aquel primer encuentro, los miembros del equipo de la televisión seguramente le habían advertido al piloto que se mantuviera a una altura prudente. Sin embargo, no podían saber que los jinetes habían cambiado los viejos fusibles por armas automáticas. Los cosacos vieron el helicóptero y no perdieron ni un segundo en abrir fuego contra el aparato. En menos de un minuto, una densa columna de humo negro comenzó a salir del motor. El helicóptero se tambaleó como un pájaro atrapado en una brusca ráfaga de viento, y se precipitó a tierra.
Los rotores giraban con tanta lentitud que se veía cada una de las aspas; así y todo, giraba lo suficiente como para generar un efecto de paracaídas. El helicóptero cayó como una hoja seca. El impacto contra el suelo destrozó el tren de aterrizaje, pero el fuselaje aguantó intacto. En cuanto el apa rato golpeó contra el suelo, Kaela, Lombardo, Dundee y el piloto saltaron a tierra como dados lanzados por un cubilete.
Los cosacos vieron que los ocupantes del aparato seguían vivos, y su frustración y rabia estallaron como un volcán.
Montaron de un salto y se lanzaron sobre el cuarteto a todo galope. A Austin se le heló la sangre en las venas. Los cosacos estaban a punto de alcanzar a sus víctimas. No quedaba tiempo para salvarlas. Así y todo, corrió hacia ellos, revólver mano. Aún le quedaban por recorrer unos noventa metros cuando los cosacos comenzaron a caer de los caballos como segados por una hoz invisible.
La carga que había parecido inevitable titubeó, se deshizo, y luego se detuvo del todo. Los jinetes miraban en derredor, desconcertados. Otros cuantos cosacos cayeron muertos Austin vio que algo se movía en el linde del bosque más allá del campo. Unos hombres vestidos con uniformes negros aparecieron de entre los árboles. Avanzaron sin prisas hacia los jinetes, sin dejar de disparar mientras caminaban. Al verse superados en número, los cosacos emprendieron la huida hacia el bosque.
Los hombres vestidos de negro avanzaron implacables hacia los jinetes que escapaban. Todos excepto uno. Se separó de los demás y caminó hacia donde se encontraban Austin y Zavala. Austin advirtió que cojeaba. En cuanto el hombre se puso a tiro, Zavala levantó el arma. Kurt apoyó una mano en la pistola de Joe y le empujó el arma hacia abajo.
Petrov se detuvo a unos pasos de distancia. La pálida cicatriz en la mejilla contrastaba contra la piel bronceada.
- Hola, señor Austin. Es un placer volver a verle.
- Hola, Iván. Le aseguro que el placer es todo mío.
- Supongo que sí. -Petrov se echó a reír-. Le invito usted y a sus amigos a una copa de vodka. Aprovecharemos para hablar de los viejos tiempos y los nuevos comienzos.
Austin miró a Zavala y asintió. Los tres hombres camina ron hacia el campo de fútbol.
16
Paul Trout se veía a él mismo en sus tiempos de estudiante en Woods Hole cuando miraba al larguirucho y avispado Yuri Qrlov. La manera que tenía Yuri de gobernar la embarcación de pie en la popa con una mano en el timón, era la misma de cualquiera de los veteranos pescadores que Trout conocía en Cape Cod. Lo único que le faltaba al muchacho para completar la imagen era una gorra de los Red Sox y un perro labrador negro.
Yuri había llevado a la embarcación una media milla mar adentro, y luego había puesto el motor al ralentí.
- Muchas gracias por permitir que los acompañe, doctor Paul y doctora Gamay. Es un gran honor para mí estar en compañía de dos famosos científicos. Les envidio poder trabajar para la NUMA. Mi padre siempre recuerda con cariño la temporada que pasó en Estados Unidos.
La pareja sonrió, a pesar de que el joven había desbaratado su plan de embarcarse en una expedición de reconocimiento.
Rebosaba entusiasmo juvenil, y en sus grandes ojos azules brillaba la pasión por la aventura.
- Tu padre hablaba a menudo de vosotros -comentó Paul-. Recuerdo las fotos que nos mostró de tu madre y de ti.
Entonces eras mucho más joven. Por eso no te reconocí.
- Algunos dicen que me parezco más a mi madre.
Trout asintió. Durante la estancia del profesor Orlov en Woods Hole, el ruso había combatido los ataques de nostalgia con la exhibición de las fotos de la familia. Recordó que le había llamado la atención el contraste entre el corpulento profesor y Svetlana, su alta y delgada esposa.
- Disfruté mucho trabajando con tu padre. Es un hombre brillante además de encantador. Confío en que algún di volvamos a trabajar juntos.
Yuri enrojeció de placer.
- El profesor ha prometido que me llevará con él la, próxima vez que viaje a Estados Unidos.
Paul sonrió al escuchar la formalidad de Yuri al referirse a su padre.
- No creo que tengas ningún problema. Tu inglés es excelente.
- Muchas gracias. En casa hemos alojado durante años a estudiantes norteamericanos que venían a Rusia en los programas de intercambio. -Señaló en la dirección opuesta a la que los Trout querían ir-. Esta zona es muy bonita. ¿Son observadores de pájaros?
Gamay comprendió que su misión se iba a pique.
- La verdad, Yuri, es que deseábamos ir a Novorossiisk -dijo con una dulce sonrisa.
En el rostro de Yuri apareció una expresión de sorpresa, -¿Novorossiisk? ¿Están seguros? La otra parte de la costa es mucho más bonita.
Paul le siguió el juego a su esposa.
- Vamos a observar a los pájaros con mucha frecuencia en los campos y bosques de Virginia, pero como geólogo marino me interesa mucho más la minería submarina. Si no me han informado mal, una de las más grandes empresas de minería submarina del mundo tiene sus oficinas centrales en Novorossiisk.
- Así es. Habla usted de Industrias Atamán. Es una empresa enorme. Mi trabajo de final de carrera trata de la minería ecológica, y quizá vaya a pedirles un empleo cuando salga de la facultad.
- Entonces comprenderás por qué me interesa echar un vistazo a sus instalaciones.
- Por supuesto. Es una pena que no me lo dijeran antes. Podíamos haber organizado una visita guiada. Así y todo, podrán hacerse una buena idea de la escala de sus operaciones de el agua. -Yuri sonrió más tranquilo-. A mí también me gustan los pájaros, pero no tanto.
- Soy bióloga marina -señaló Gamay-. Los peces y las plantas son lo mío. Sin embargo, creo que sería interesante ir a Novorossiisk.
- Entonces, todos de acuerdo -afirmó Paul.
Yuri giró el mando del acelerador y la lancha trazó una implia curva. Se mantuvo a un cuarto de milla de tierra firme en un rumbo más o menos paralelo a la costa. Al cabo de un rato los bosques que bordeaban la costa dieron paso a una zona de colinas bastante altas, y la playa fue reemplazada por una zona de marismas pobladas de juncos y riachuelos.
Paul y Gamay iban sentados en el centro de la embarcación que surcaba el mar iluminado por el sol. La lancha medía unos seis metros de eslora y estaba construida como un tanque, con las planchas superpuestas y una proa plana. Yuri les iba señalando los puntos más interesantes de la costa. La pareja asentía, aunque el ruido del motor y del roce del agua contra el casco apagaba la mayoría de las palabras del muchacho.
Cualquier duda que los Trout podían tener sobre las habilidades marineras de Yuri se disiparon rápidamente. Resultó ser una maravilla. Sabía como sacar el máximo rendimiento del motor, y conocía la costa como la palma de su mano.
Hubiesen tenido problemas de haberse aventurado por su cuenta por la zona portuaria. Encontrar las instalaciones de Atamán en aquel laberinto sin un guía, era casi imposible.
A medida que se adentraban en la bahía de Zemes, la importancia de la ciudad como uno de los principales puertos marítimos rusos se hizo evidente. El tráfico de barcos en ambas direcciones era constante. Vieron pasar barcos de todas clases: cargueros, superpetroleros, remolcadores, transatlánticos y transbordadores.
Yuri se mantenía a una distancia prudente de los grandes buques y sus estelas. En la costa se veían cada vez más construcciones. Edificios de muchos pisos, chimeneas humeantes, y silos aparecían entre la bruma creada por el humo de las fábricas y que se extendía por todo el puerto. Yuri redujo la velocidad.
- Es una ciudad con mucha historia -comentó Yuri-. A cada paso te encuentras con un monumento. La revolución rusa acabó aquí, cuando los barcos aliados evacuaron lo que quedaba del ejército blanco en 1920. También es uno de los puertos más grandes de Rusia. Aquí llegan los oleoductos que transportan el petróleo de los yacimientos en el norte del Cáucaso. Aquel de allá es el muelle de la Shesharis Oil.
Paul había estado observando el tono oscuro del agua.
- A juzgar por el tamaño de los barcos -comentó-, es un puerto de aguas profundas.
- Novorossiisk no se congela durante el invierno. Este es el principal puerto para el transporte de cargas entre Rusia y el Mediterráneo y el resto de Europa, y también para Asia, el golfo Pérsico y África. Las instalaciones son muy modernas. La zona portuaria está dividida en cinco partes: tres para las cargas secas, una para el petróleo, y la de pasajeros. Ustedes llegaron en avión, así que ya saben que hay vuelos a todo el mundo.
- Ahora entiendo que Atamán tenga aquí sus oficinas centrales -manifestó Gamay, mientras contemplaba el bullicio en la vida.
- Se las enseñaré.
Yuri aceleró y puso rumbo hacia una zona de la costa. Seis largos muelles de cemento se adentraban en el mar. Había varios buques amarrados. Más allá de los muelles había un gran número de edificios industriales. Tractores y toros recorrían los muelles como enormes insectos.
- ¿Cuál es la parte que ocupa Atamán? -preguntó Gamay.
Yuri sonrió al tiempo que movía una mano para trazar un gran arco.
- Todo.
Gamay silbó asombrada.
- Esto es enorme. Es más grande que algunos puertos que se consideran importantes.
- Atamán tiene su propia flota de remolcadores, instalaciones de abastecimiento de combustible y agua, depósitos para recoger las aguas del lavado de tanques y eliminación de la basura. ¿Ven aquellas grúas de pórtico? Allí están los astilleros de la empresa. Construyen sus propios barcos. De esa manera controlan el diseño y los costes. -Frunció el entrecejo y miró en derredor como si hubiese perdido algo-. Qué raro. El puerto de Atamán está prácticamente vacío.
Paul intercambió una mirada de extrañeza con su esposa.
- A mí no me parece vacío. Mira cuánta actividad. Hay cinco barcos de gran tonelaje amarrados.
- Esos son los barcos pequeños de la flota. Quería enseñarle los buques que hacen las perforaciones. Tiene todo el aspecto de ser capaces de perforar hasta el otro lado del mundo. Cada uno es una ciudad en pequeño.
- Quizá estén navegando.
- Puede -admitió el muchacho, con un tono escéptico-, aunque no lo creo. Atamán tiene tantos barcos, que siempre hay unos cuantos que están en mantenimiento. Incluso con todos estos muelles, no tienen espacio para que atraque toda la flota al mismo tiempo. -Observó la costa hasta ver lo que buscaba-. Les mostraré algo que tiene casi el mismo interés.
Yuri continuó navegando con el mismo rumbo hasta que pasaron los muelles principales, y luego se dirigió hacia un muelle más pequeño, donde estaba amarrado un lujoso yate de unos ciento treinta metros de eslora. El casco era de un blanco resplandeciente con los detalles en negro. La superestructura era muy aerodinámica. El diseño en V de la proa y la popa cóncava revelaban que era una nave muy veloz.
- ¡Vaya! -exclamó el muchacho-. Me habían contado maravillas de este barco, pero es la primera vez que lo veo.
- Un yate muy lujoso -comentó Paul como buen conocedor.
- Pertenece a Razov, el dueño de Atamán. Dicen que vive a bordo y que dirige sus empresas desde aquí.
Gamay cogió la cámara. Yuri mantuvo firme el timón mientras la esposa de Trout tomaba unas cuantas fotos.
- ¿Podemos verlo desde el otro lado? -preguntó Gamay.
Yuri ejecutó la maniobra inmediatamente. Ya habían pasado la popa y Gamay estaba enfocando la cámara para hacer una toma panorámica, cuando advirtió un movimiento en cubierta. Había aparecido una figura junto a la borda. Amplió al máximo el alcance del teleobjetivo.
- ¡Dios mío! -exclamó.
- ¿Qué pasa? -preguntó Paul.
- Echa una ojeada. -Gamay le pasó la cámara.
Paul miró a través del visor y siguió todo el trazado de la borda, sin ver a nadie.
- Ahora no hay nadie en cubierta. ¿Qué viste?
Gamay no era una de esas personas que se asustan fácilmente, y sin embargo no pudo evitar un estremecimiento.
- Un hombre muy alto, con una larga melena negra y barba. Me miró directamente. Su rostro es uno de los más espantosos que he visto en toda mi vida.
Por un camino lateral apareció un vehículo tipo jeep que circulaba a gran velocidad hacia el muelle, y Trout se puso alerta. Siguió el avance del vehículo hasta el muelle.
- Creo que tenemos compañía -dijo con voz tranquila-. Es hora de marcharnos.
El vehículo frenó con un gran estrépito. Seis hombres armados saltaron a tierra, y corrieron hasta la pasarela para subir a bordo. Yuri había vacilado, pero cuando vio a los hombres armados, aceleró el motor a fondo y buscó aguas abiertas.
La proa se levantó y la lancha comenzó a planear a una velocidad considerable a pesar de ser tan pesada. Los fogonazos de las armas de pequeño calibre brillaron en la popa del yate. Las balas levantaron una hilera de surtidores en el agua, Paul les gritó a los demás que se tumbaran. Un bala alcanzó a la lancha y abrió un agujero en la borda; afortunadamente, unos segundos más tarde quedaron fuera del alcance de los disparos. Sin embargo, aún continuaban en peligro. Otro vehículo había seguido al primero, y los hombres que se habían bajado, corrían ahora hacia el muelle donde había atracadas varias lanchas rápidas.
Yuri llevó la embarcación hacia el canal, y cruzó por detrás de la popa de un enorme carguero que salía de la bahía.
La pequeña motora saltó como un delfín mientras atravesaba la estela, pero cabalgó las olas sin problemas. En cuanto acabó de cruzar la estela, Yuri se puso en un rumbo paralelo al del buque para que le sirviera de pantalla. Cuando ya estaban fuera de la zona portuaria que ocupaba Atamán, se separó del buque y navegaron a la vista de la costa de regreso al campamento. Durante el trayecto, Paul sugirió que entraran en uno de los riachuelos. Esperaron diez minutos y cuando comprobaron que nadie los seguía, continuaron la travesía. El hijo de Orlov estaba muy emocionado con las peripecias del viaje.
- Caray, ha sido muy divertido. Sabía que muchas empresas tienen sus propios ejércitos privados para protegerlos de la mafia rusa. Esta es la primera vez que los veo.
Paul se sentía culpable por haber puesto en peligro la vida del hijo de su colega. Él y Gamay le debían una explicación por lo ocurrido, pero saber demasiado también podía ser peligroso. Gamay le comunicó con una mirada que ella se encargaría del tema.
- Yuri, queremos pedirte un favor -dijo Gamay-. Preferiríamos que no dijeras nada a nadie de lo que acaba de pasar.
- Supongo que la visita a mi padre no ha sido solo una cuestión de cortesía -replicó Yury.
- Así es -admitió la bióloga-. La NUMA nos pidió que averiguáramos lo que pudiéramos de Industrias Atamán.
Sospechan que están involucrados en algunos asuntos turbios.
Habíamos pensado hacerlo desde una distancia prudencial.
Nunca se nos pasó por la cabeza que pudieran ser tan quisquillosos.
- ¡Fue como algo sacado de las películas de James Bond!
- aseguró Yuri con una sonrisa.
- Excepto que esto no es una película. Es la cruda realidad.
El tono tranquilo de Gamay hizo mucho más por convencer a Yuri que cualquier filípica que Paul hubiese podido imaginar. El muchacho procuró adoptar una expresión seria.
- No abriré la boca, aunque me costará no contárselo a mis amigos. -Exhaló un suspiro-. Claro que tampoco me creerían.
- Te lo explicaremos todo tan pronto como sepamos de qué va este asunto -prometió Paul-. Te prometo que tú serás el primero. ¿Vale? -Tendió la mano.
- Vale -aceptó Yuri, feliz de estar metido en la conspiración. Todos se estrecharon las manos.
El sol estaba muy bajo cuando vieron las luces del campamento en la costa. Respiraron más tranquilos mientras la motora se acercaba a la playa. No lo hubieran estado tanto de haber sabido que aquello que parecía un pájaro que volaba a gran altura era un helicóptero dotado con equipos ópticos de gran resolución.
El profesor Orlov los esperaba en la playa. Se metió en el agua hasta las rodillas para empujar la embarcación y vararla en la arena.
- Hola, amigo. Veo que habéis conocido a mi hijo, Yuri.
- Ha tenido la bondad de llevarnos a dar un paseo -comentó Gamay. Se deslizó por la borda y se valió del cuerpo para ocultar el agujero de la bala-. Hemos hablado del presente y el futuro.
- El presente es que vayáis a la cabaña y os preparéis para la cena. El futuro es una comida maravillosa y hablar de los viejos tiempos. Las comodidades no son gran cosa, pero nos alimentamos muy bien. -Orlov se palmeó la barriga.
El profesor acompañó a los Trout hasta el claro principal y les recomendó que no tardaran más de media hora. Luego se marchó con su hijo. Mientras se alejaban, Yuri miró por encima del hombro y le guiñó un ojo a la pareja. El mensaje era claro. El secreto estaría bien guardado.
Paul y Gamay fueron a su cabaña y después de una ducha para quitarse la sal y el sudor de la aventura marina, se vistieron para la cena. Gamay escogió unos vaqueros de diseño que resaltaban la longitud de sus piernas, una chaqueta y una blusa lila. Paul, que no se desprendía fácilmente de sus hábitos a la hora de vestirse, se decidió por un atuendo de pantalón beige, una camisa verde claro estilo Gatsby y una pajarita lila a juego con la blusa de su esposa.
Algunos de los otros profesores y estudiantes ya estaban sentados a la mesa. Los Trout fueron saludados por la pareja de mediana edad que habían conocido por la mañana, y les presentaron a un físico alto y de mirada ardiente que se parecía mucho al escritor Alexander Solzhenitsyn, y a una joven pareja casada de estudiantes de ingeniería en la universidad de Rostov. La mesa estaba puesta con un mantel bordado y vajilla de porcelana. Unos farolillos chinos daban un aire festivo a la reunión.
Orlov sonrió complacido cuando vio llegar a la pareja.
- Ah, mis huéspedes norteamericanos. Estás preciosa, Gamay, y tú tan elegante como siempre, Paul. ¿Una pajarita nueva? Debes de tener armarios llenos de pajaritas.
- Mucho me temo que mi afición comienza a salirme cara. ¿No sabes de nadie que haga pajaritas de usar y tirar?
El profesor se echó a reír a carcajadas, y tradujo la respuesta a los demás. Luego indicó a la pareja los asientos que les tenía reservados, se frotó las manos entusiasmado por lo que vendría después, y luego se fue a la cabana para traer la comida. La cena consistió enpirogi, que eran como empanadillas, rellenos de salmón, acompañados con arroz y un caldo claro. Para beber, Orlov tenía una caja del famoso champán ruso que se elaboraba en Abrau-Dyurso. Incluso sin vodka y un lenguaje común, la cena fue muy ruidosa y alegre, y se prolongó durante horas. Ya era casi la medianoche cuando los Trout se levantaron de la mesa y rogaron que les permitieran volver a su cabaña.
- ¡La fiesta acaba de empezar! -gritó Orlov. Tenía el rostro enrojecido por el alcohol y sudaba después de cantar con los demás comensales una picara canción del folclore ruso.
- Por favor, no os preocupéis por nosotros -dijo Paul-. Hemos tenido un día muy largo y comenzamos a notar las consecuencias.
- Por supuesto, debéis de estar muy cansados. Soy un pésimo anfitrión. No es justo que os tenga sentados aquí para martirizaros con mis cantos.
- Eres un anfitrión de primera. -Paul se palmeó el estómago-. Lo que ocurre es que ya no soy aquel muchacho que se podía pasar la noche de juerga en la taberna del capitán Kidd.
- Es obvio que no estás en forma, muchacho. Una semana aquí y volverás a ser el de antes. -Abrazó a la pareja-. Lo comprendo. ¿Queréis que Yuri os acompañe?
- Muchas gracias, Vladimir. Conocemos el camino -dijo Gamay-. Nos veremos por la mañana.
Orlov los dejó marchar tras otra ronda de besos y abrazos. Mientras caminaban por el sendero en dirección a la luz que brillaba en la galería de la cabaña, escucharon a Orlov que se desgañitaba con una animosa pero casi irreconocible versión en ruso de «What Should We Do With the Drunken Sailor?».
- No le envidio a Vladimir la resaca que tendrá mañana -comentó Gamay.
- No hay nadie más resistente a la hora de beber que los rusos.
Se echaron a reír mientras subían los peldaños que daban a la galería. No habían exagerado el cansancio. Se lavaron los dientes, se desnudaron, y se acostaron entre las frescas sábanas. En cuestión de minutos, ya estaban dormidos. De los dos, Gamay era quien tenía el sueño más ligero. En plena madrugada, se sentó en la cama y escuchó. Algo la había despertado. El sonido de unas voces. Agudas y excitadas. Despertó a Paul.
- ¿Qué pasa? -preguntó él, con una voz apenas reconocible.
- Escucha. Suena como las voces de unos niños jugando, Pero entonces un agudo grito de terror sonó en el bosque, -Ese no ha sido un crío -afirmó Paul, que se levantó de un salto, completamente despierto. Recogió los pantalones del respaldo de la silla y casi se cayó de bruces en la prisa por ponérselos. Gamay solo tardó un segundo en ponerse los pantalones cortos y una camiseta. Salieron a la galería, y lo primero que vieron fue un resplandor rojizo entre los árboles. El olor a humo flotaba en el aire.
- ¡Se ha incendiado una de las cabañas en el claro! -gritó Paul.
Echaron a correr descalzos por el sendero y casi atropellaron a Yuri, que venía corriendo en la dirección contraria.
- ¿Qué pasa? -le preguntó Paul.
- No pregunte -replicó Yuri, sin aliento-. Debemos escondernos. Por aquí.
La pareja miró en dirección al fuego y luego siguieron a Yuri. El muchacho avanzaba deprisa con elásticas y largas zancadas. Cuando ya estaban en medio de la espesura, cogió a Gamay por un brazo y la hizo tenderse en el suelo cubierto de agujas de pino, y le indicó a Paul que hiciera lo mismo.
Escucharon el ruido de las ramas que se quebraban y unas voces ásperas. Paul intentó levantarse para espiar, pero Yuri se lo impidió. Al cabo de unos minutos reinó el silencio. Entonces el muchacho les explicó lo sucedido.
- Yo estaba dormido en la cabaña de mi padre -dijo, con la voz ronca por la tensión-. Aparecieron unos hombres.
- ¿Quiénes eran?
- No lo sé. Llevaban los rostros tapados. Nos sacaron de la cama. Querían saber dónde estaba la mujer pelirroja y el hombre. Mi padre les respondió que ustedes se habían marchado. No le creyeron. Le golpearon. Me gritó en inglés que fuera a avisarles. Mientras seguían interrogando a mi padre, escapé para ir a avisarles.
- ¿Cuántos eran?
- Quizá una media docena. No lo sé. Estaba oscuro, Seguramente llegaron por el mar. El campamento está junto a la carretera, así que hubiésemos oído el coche.
- Tenemos que reunimos con tu padre.
- Conozco un atajo. Por aquí.
Paul se sujetó a la cintura de los pantalones cortos de Yuri y Gamay cogió la mano de su marido mientras caminaban a través del bosque dando un rodeo. El humo era cada vez más denso. Muy pronto vieron el origen del humo: la cabaña del profesor. Salieron al claro donde los estudiantes rociaban la casa con las mangueras alimentadas por una bomba a motor.
Era demasiado tarde para salvar la cabaña, y sus esfuerzos tenían el objetivo de evitar que el incendio se propagara a las otras casas y al bosque. Las personas mayores estaban reunidas en un grupo compacto. Yuri habló con el físico de la mirada ardiente, y luego tradujo la conversación.
- Dice que los hombres se han ido. Los vio marcharse en una lancha.
El grupo se separó y quedó a la vista el cuerpo de Orlov tendido en el suelo, con el rostro bañado en sangre. Gamay corrió para arrodillarse a su lado, acercó la oreja a la boca del profesor y le buscó el pulso en el cuello. Luego, le palpó los brazos y las piernas.
- ¿Podemos llevarlo a algún lugar donde esté más cómodo? -preguntó.
Entre varios levantaron el corpachón de Orlov, lo pusieron sobre la mesa y lo taparon con el mantel. Gamay pidió que le trajeran agua caliente y toallas. Con mucho cuidado le limpió la sangre del rostro y el cuero cabelludo.
- La hemorragia se ha contenido. Como es una herida en la cabeza, es muy aparatosa. También sangra por la boca, aunque no creo que sea nada interno.
En el rostro de Paul apareció una expresión de furia al ver las heridas de su amigo y colega.
- Alguien lo utilizó como un saco de arena.
El profesor se movió al tiempo que musitaba unas palabras en ruso. Yuri se inclinó sobre su padre para escuchar lo que decía y luego sonrió.
- Dice que necesita un vaso de vodka.
Las chispas arrastradas por el viento y el humo eran un riesgo para el herido y todos los que estaban a su alrededor, así que Paul propuso trasladarlo a un lugar más protegido.
Trout y otros tres hombres lo cargaron hasta la cabaña más apartada del incendio. Lo acostaron en la cama, lo abrigaron con mantas y le sirvieron un vaso de vodka.
- Lamento no tener champán -se disculpó Gamay, que le sostuvo la cabeza para que pudiera beber.
El vodka le corrió por la barbilla, pero bebió lo suficiente como para que el color le volviera a las mejillas. Paul acercó una silla.
- ¿Tienes ganas de hablar?
- Tú encárgate de que tenga el vaso lleno y hablaré toda la noche y más -respondió Orlov-. ¿Qué ha pasado con mi cabaña?
- La brigada de incendios no pudo salvarla. En cambio, evitaron que se propagara el fuego -le informó Yuri.
Una sonrisa satisfecha apareció en el rostro tumefacto del profesor.
- Una de las primeras cosas que organicé aquí fue la brigada de bomberos. Sacamos el agua directamente desde el mar.
- Por favor cuéntanos lo que pasó -le pidió Gamay, mientras le refrescaba la frente con un paño húmedo.
- Estábamos durmiendo -contestó Orlov con voz pausada-. Unos hombres entraron en la cabana. Aquí nadie cierra las puertas con llave. Querían saber dónde estaban las personas de la lancha. En un primer momento no supe de qué me hablaban, luego caí en la cuenta de que os buscaban a vosotros. Así que naturalmente les dije que no lo sabía. Me golpearon hasta dejarme sin sentido.
- Yo corrí a avisarles -intervino Yuri-. No quería dejarte. Nos buscaban a nosotros. Nos escondimos en el bosque hasta que se marcharon.
Orlov apoyó una mano en el hombro de su hijo.
- Hiciste lo correcto.
Pidió más vodka con un gesto. La bebida pareció aclararle la mente, y comenzó a analizar las causas. Miró a Paul directamente a los ojos.
- Bien, compañero, por lo que se ve tú y Gamay habéis hecho unos amigos muy interesantes en el poco tiempo que lleváis aquí. ¿Quizá durante la breve excursión marítima?
- Lo siento de verdad. Mucho me temo que nosotros somos los responsables de todo este desastre -manifestó Paul-. Fue algo totalmente inesperado. Para colmo, hicimos partícipe a tu hijo de nuestras actividades.
Paul le explicó a su amigo que la NUMA estaba investigando a Industrias Atamán y le relató lo ocurrido durante el viaje.
- ¿Atamán? -dijo Orlov-. Hasta cierto punto, no puedo decir que me sorprenda la violencia de la reacción. Las grandes compañías tienen a actuar como si estuviesen por encima de la ley.
- Había una persona muy extraña en el yate. Un hombre de rostro afilado, cabello negro muy largo y barba. ¿Era Razov?
- No lo creo. Probablemente se trataba de su amigo, el monje loco.
- ¿Qué has dicho?
- Se llama Boris. Ni siquiera sé si tiene apellido. Se dice que es la eminence grise de Razov, su mentor. Son contadas las personas que le han visto. Habéis tenido suerte.
- No sé si me atrevería a decir tanto -replicó Gamay- Estoy segura de que él también nos vio.
- Seguramente fue él quien soltó a los sabuesos -opinó Paul.
- Esto es una muestra de lo que es Rusia en la actualidad.
- Orlov soltó un gemido-. Pandilleros asesorados por monjes locos. Me resulta imposible creer que Razov se haya convertido en una figura política de tanto peso en nuestro país.
- Hay algo que me desconcierta -comentó Paul- ¿Cómo averiguaron dónde encontrarnos? Estaba convencido de que Yuri los había despistado.
- Quizá la gran pregunta es qué pretendían hacer con nosotros después de encontrarnos. -Gamay miró al profesor y a su hijo-. Lamentamos profundamente todo lo ocurrido. Por favor, decidnos cómo podemos compensaros.
- Una ayuda para reconstruir mi cabaña no estaría mal -respondió Orlov, después de pensarlo unos momentos.
- Eso no tienes ni que decirlo -afirmó Paul-. ¿Algo más?
Orlov frunció el entrecejo.
- Una cosa más -dijo con una expresión radiante-. Como sabes, Yuri tiene la intención de hacer una visita a Estados Unidos.
- Hecho, con la condición de que tú le acompañes.
El profesor apenas si pudo controlar la alegría.
- Eres un negociador muy duro, amigo mío.
- Soy un yanqui capaz de todo, y más te vale no olvidarlo. Creo que lo mejor será marcharnos a primera hora de la mañana.
- Lamento que tengáis que marchar tan pronto. ¿Estás seguro?
- Será lo más conveniente para todos los que estáis aquí.
Continuaron conversando hasta que Orlov se durmió.
Los Trout y Yuri establecieron turnos para que siempre hubiera alguien con él mientras los demás dormían. No se produjeron más incidentes durante el resto de la noche, y en cuanto amaneció, los Trout desayunaron café y panecillos, y se despidieron de sus amigos con la promesa de volver a encontrarse al cabo de unos meses. El mismo taxi que los había traído vino a recogerlos.
Mientras el Lada se hundía en los baches de la carretera, Gamay miró por la ventanilla trasera los restos ennegrecidos de la cabaña. Todavía había humo en el aire.
- Tendremos mucho que contarle a Kurt en cuanto nos encontremos -comentó.
Paul la miró con una expresión risueña.
- Te aseguro que conociendo a Kurt, él tendrá mucho más que contarnos.
17
El hombre que Austin conocía solo como Iván miró con una expresión de asombro la capilla de los Romanov. Austin acababa de hacerle una demostración de la silla que ponía en marcha la música.
- Esto es realmente extraordinario -afirmó Iván, mientras echaba una ojeada a la habitación-. Es todo un descubrimiento.
- Entonces, ¿estoy perdonado por haberme presentado a tiro limpio? -preguntó Austin, que imitó la expresión de un niño contrito.
- Al contrario. Era precisamente lo que quería que ocurriera.
- Es usted un hombre extraño, Iván. -Austin sacudió la cabeza.
- Puede ser, pero en este caso mis acciones responden a la más pura lógica. -Levantó una mano y separó el pulgar y el índice-. No se olvide de que tengo un expediente así de grueso dedicado exclusivamente a usted, y que conozco sus métodos por experiencia personal. Sabía que advertirle que se mantuviera alejado era la mejor manera de traerle aquí.
- ¿Por qué ser tan maquiavélico? ¿Por qué no me invitó sin más a la fiesta? Soy un tipo amable.
- No es un novato en estos asuntos. Si le hubiese dicho en Estambul que necesitaba su ayuda, ¿qué hubiese respondido, a la vista de la tormentosa historia de nuestra relación?
- No lo sé -contestó Austin, y se encogió de hombros.
- Pues yo sí. Lo hubiese considerado como una trampa, una ingeniosa manera de vengarme por este recuerdo de viejos encuentros. -Iván se tocó la mejilla.
- Los rusos son famosos por su capacidad ajedrecística.
Estará conmigo que la venganza puede ser un estímulo muy fuerte.
- He aprendido a controlar mis pasiones y aprovecharme de las de los demás para derrotarlos. Hay otra razón por la cual decidí callar. Sospeché que si le pedía ayuda, usted tendría que consultarlo con sus superiores. Su gobierno habría desaconsejado esta misión.
- ¿Qué le hace estar tan seguro?
- Algunos de sus compatriotas dan apoyo a las fuerzas oscuras que actúan en Rusia.
- ¿Alguien que conozco?
- Probablemente, aunque dudo que me creyera, así que por ahora me guardaré mis pensamientos.
- ¿Cómo está tan seguro que no actué con un permiso oficial?
- Considero muy poco probable que su gobierno tolere la invasión clandestina de un país extranjero.
- Que yo sepa, la última vez que estuve por aquí la NUMA era parte del gobierno.
- Usted no es la única persona a la que vigilo, señor Austin. Tengo expedientes muy completos de todas y cada una de las personas importantes de la NUMA, desde su compañero Joe Zavala hasta el almirante Sandecker. Ambos sabemos que el buen almirante nunca permitiría una operación clandestina. -El ruso sonrió-› A menos que estuviera bajo su control, por supuesto.
- Por lo que se ve, no se le escapa nada -admitió Austin.
- Conocer los entresijos de la NUMA era vital para que su agencia entrara a formar parte de la ecuación.
- No lo entiendo. ¿Por qué necesitaba involucrar a la NUMA?
- Los servicios de inteligencia de nuestros países están infiltrados por el enemigo. Los combatientes que ha visto hoy llevan años a mis órdenes. Sin embargo, hasta la fuerza más unida se puede ver comprometida por una sola persona. La integridad de la NUMA no admite ningún reproche. Por otra parte, desde un punto de vista más práctico, necesito de las comunicaciones y el transporte de la NUMA, y de sus medios para la investigación.
- Gracias por el reconocimiento, pero no sé cómo puedo ayudarle. Solo soy uno más entre los miles de personas que trabajan en la NUMA.
- Por favor no sea tan modesto, señor Austin. Usted nunca hubiera emprendido esta misión sin la aprobación tácita del almirante Sandecker y Rudi Gunn.
Austin se quedó impresionado ante el conocimiento de Iván sobre cómo funcionaban las cosas en la NUMA.
- Incluso si admitiera que tiene razón en este punto, sigo sin tener el poder de darle todo lo que quiere.
- Cuando la amenaza a su país se haga aparente, pensará de otra manera. Nos necesitamos el uno al otro.
- Ese es otro problema. Todavía no me ha dicho cuál es la amenaza.
- Solo porque no lo sé.
- No obstante, está convencido de que es real.
- Oh sí, señor Austin. Dado que conozco muy bien a los intérpretes de toda esta trama, diría que es muy real.
Austin seguía sin saber cuánto debía creer de lo que le decía Iván, aunque no había ninguna duda de que el ruso hablaba muy en serio.
- Quizá alguno de los cosacos pueda decirnos alguna cosa.
En el rostro de Petrov apareció una sonrisa lúgubre.
- Ambos tendríamos que haberlo pensado antes. El jefe era el gigantón de la barba roja. Por desgracia, los muertos no son nada elocuentes.
- Lo lamento, pero me fue imposible hacer otra cosa dadas las circunstancias. Siento curiosidad. ¿Cuánto tiempo llevaban usted y sus muchachos ocultos en el bosque?
- Desde la madrugada. Desembarcamos a unos pocos kilómetros de aquí, y avanzamos durante la noche. Vi la llegada del pesquero y sospeché que usted se encontraba a bordo. No sabíamos que había desembarcado y nos llevamos una sorpresa cuando apareció de la nada. Mis felicitaciones por una infiltración tan bien ejecutada.
Austin no hizo caso del cumplido.
- Entonces, ¿vio que la tripulación del submarino estaba en problemas?
- Vimos cómo se llevaban a los hombres al campo. En respuesta a su tácita pregunta, sí, hubiésemos intervenido. Mis hombres se estaban preparando para el ataque. Entonces usted y su amigo hicieron acto de presencia y nuestra intervención pareció innecesaria. Por las bajas causadas, cualquiera hubiese dicho que había desembarcado un pelotón de infantes de marina. Dudo mucho que los cosacos hubiesen podido decirnos gran cosa. No son más que unos bandidos cuya única función era la de vigilar este complejo. -Petrov se acercó al altar y tocó la foto-. El último de los zares.
- Menudo tocado -comentó Austin, que señaló la corona que ocupaba el primer plano de la foto.
- La persona que lleve la corona de Iván el Terrible gobernará Rusia -afirmó Petrov. Al ver la expresión de asombro de Austin, sonrió-. Es un viejo proverbio ruso. No busque significados ocultos en sus palabras; tiene que aceptarlas al pie de la letra. Aquel que sea lo bastante fuerte como para aguantar su peso sobre su cabeza, y sea lo bastante cruel y feroz como para poseer la corona, encontrará que esas mismas cualidades le servirán para gobernar esta tierra.
- ¿Dónde está ahora la corona?
- Desapareció junto con gran parte del tesoro del zar después de la revolución. Cuando el ejército blanco ocupó Yekaterinburg, donde los revolucionarios mataron a tiros al zar y a todos los miembros de la familia, encontraron una lista de objetos pertenecientes a la casa imperial. Se recuperaron muchos de los objetos, pero la opinión general es que la lista solo representaba una parte de las joyas que la familia se había llevado al exilio. Las piezas más valiosas, incluida la corona, nunca se encontraron.
- ¿Había una lista de las piezas desaparecidas?
- Los soviéticos confeccionaron una, aunque no ha aparecido. Se supone que el KGB la tenía en su poder antes de la caída del comunismo. He hecho algunas averiguaciones que me han llevado a creer que la lista todavía existe, aunque su paradero continúa siendo un misterio.
- ¿Cómo sabía de la existencia de la corona sin la lista?
- La había visto en esta y otras fotos. Está hecha en dos partes que representan los imperios de Oriente y Occidente.
El águila bicéfala era el emblema de los Romanov. El orbe donde se apoya el águila es el símbolo del poder terrenal.
- Debe de valer una fortuna.
- El valor de la corona no se puede medir en dinero. Esta corona, lo mismo que todas las demás joyas, es el fruto del sudor y el trabajo de los siervos rusos, que veían al zar como a un dios. El zar era el hombre más rico del mundo entero. Recibía las rentas de las tierras de la corona, casi dos millones de kilómetros cuadrados, donde había minas de oro y plata, y poseía cuantiosas riquezas. Nuestros soberanos mostraban un gusto casi bárbaro por el brillo del oro y las piedras preciosas.
Zar significa «César» en ruso. Los emires y los príncipes orientales depositaban a sus pies joyas de increíble valor.
- La familia de la foto no parece disfrutar mucho con tantas riquezas.
- Tenían claro que la corona era más una carga que una bendición. Estaba reservada para la débil cabeza del muchacho, Alejandro, aunque nadie pone en duda que nunca hubiese podido sobrevivir a su padre. Era hemofílico. Un auténtico problema entre la realeza europea, con tantos casamientos entre parientes. En cualquier caso, algún familiar hubiese aparecido para reclamar el trono.
- ¿Tiene alguna idea sobre quién pudo construir esta capilla?
- En un primer momento pensé que podía ser obra de Razov. Me lo imaginé sentado aquí, convencido de algún día gobernará Rusia. Sin embargo, todo este decorado tan decadente me ha hecho cambiar de opinión. Razov es un personaje casi ascético. En cambio, se dice que el monje es un libertino. Resulta curioso lo mucho que se parece a Rasputín en su vida depravada. Supongo que es Boris quien pasa más tiempo aquí. A Razov le gustaría recuperar el pasado. Boris, loco como está, lo vive.
- Es toda una inversión de personajes.
- Quizá, aunque sí hay una cosa segura. Ambos tienen que ser detenidos -afirmó Petrov, con la mirada fija en el rostro del norteamericano-. Tendrá que ayudarme.
- Me lo pensaré, Iván -respondió Austin, que no acababa de convencerse-. Ahora mismo lo que necesito es un poco de aire fresco.
- Quizá su compatriota pueda convencerlo. -Petrov apoyó una mano en el brazo de Austin-. Sin duda recordará las palabras del gran patriota y filósofo Thomas Paine. Dijo que no defendía unos palmos de tierra sino una causa.
Austin no dudaba de que en el expediente de Petrov figuraban los libros de filosofía que llenaban los estantes de las librerías de su casa.
- ¿Cuál es su causa, Iván?
- Quizá sea la misma que la suya.
- No me interprete mal, pero no me lo imagino ondeando una banderita por la maternidad, la tarta de manzana y el estilo de vida norteamericano.
- Ya hice mi parte de ondear la banderita con la hoz y el martillo como joven pionero en los desfiles del primero de mayo. Aquí nos ocupan otros asuntos. No permita que nuestro pasado se interponga. Júzgueme por el presente, y así nuestros dos países tendrán un futuro.
Austin vio un cambio en los ojos de Petrov. Quizá el tipo era humano después de todo.
- Supongo que nos guste o no, estamos metidos juntos en todo esto.
- Entonces, ¿trabajará conmigo?
- No puedo hablar por la NUMA, pero haré lo que pueda. -Austin le tendió la mano-. Venga, compañero, quiero enseñarle algo que le interesará. -Guió al ruso por el laberinto hasta la dársena. Petrov identificó el submarino en el acto.
- Pertenece a la clase India. Fue diseñado para transportar los minisubmarinos de las fuerzas de operaciones especiales.
- ¿Alguna idea de cómo llegó aquí?
- Hay un floreciente mercado mundial para el armamento soviético.
- Esto no es precisamente una caja de AK-47.
- Mi país siempre ha hecho las cosas a gran escala. Si tiene el dinero, creo que podría comprarse un acorazado. Como sabe, la Unión Soviética construyó docenas de submarinos enormes durante la guerra fría. Muchos han pasado a la reserva, y otros los han dado de baja. Sin embargo, dado el lamentable estado de nuestras fuerzas armadas, cualquier cosa es posible. Esta podría ser una pista muy importante. No me imagino a nadie capaz de comprar algo tan grande sin que nadie se entere. Haré unas cuantas averiguaciones. Hábleme de los tripulantes del submarino NR-1. ¿Qué le dijeron?
- Hablé con uno de ellos. El submarino fue secuestrado por alguien que se hizo pasar por un científico, lo transportaron en la cubierta de esta nave, y después lo pusieron a trabajar en el rescate de la carga de un viejo carguero hundido.
La cuestión es que aún retienen al capitán y al piloto. Por lo tanto, debemos suponer que tienen la intención de utilizar al NR-1 en otras operaciones. -Austin dio un taconazo en el muelle de cemento-. Quizá pueda usted averiguar quién es el dueño de este lugar.
- Ya lo he hecho. La propiedad continúa siendo del gobierno ruso. Hace unos dos años, fue alquilada a una corporación privada. Dijeron que iban a instalar una fábrica de conservas de pescado.
- Por lo que he visto, el inquilino estaba más interesado por lo que había debajo de la superficie que arriba. ¿Alguna pista sobre la corporación?
- Sí. Aquí tuvimos suerte. Es una de las filiales de Industrias Atamán.
- ¿Por qué será que no me sorprende? Creo que es hora de subir. Joe se estará preguntando qué habrá sido de nosotros.
Recorrieron una vez más el laberinto de pasillos y escaleras que los llevó de vuelta a la superficie. Fue un alivio encontrarse de nuevo al aire libre. Austin se sorprendió al ver que en el campo de fútbol no quedaban huellas de lo sucedido.
Petrov se anticipó a la pregunta del norteamericano.
- Antes de que bajáramos, ordené a mis hombres que se llevaran a los muertos y los enterraran en el bosque.
- Ha sido algo muy considerado de su parte.
- No se equivoque. No quería que quedara nada que pudiera ser visto desde el aire. -Cruzaron el campo para acercarse al helicóptero abatido-. Yo me he ocupado de los muertos -añadió, con la mirada puesta en el aparato-. Ahora le toca ocuparse de los vivos.
Era un milagro que el helicóptero hubiera podido aterrizar de una pieza. Los cosacos habían disparado alto, y la parte superior de la cabina y la cubierta del motor estaban hechas un colador. Kaela se encontraba cerca del aparato, sentada en la arena, con las piernas cruzadas en la posición del loto, y muy ocupada escribiendo en su libreta. Austin mostró su mejor sonrisa. Kaela vio la sombra y levantó la mirada.
- Qué pequeño es el mundo -comentó Austin con una sonrisa deslumbrante.
Kaela le respondió con una mirada que era como para echarse a temblar. Austin, sin amilanarse, se sentó a su lado.
- Es muy amable de tu parte haberte tomado todas estas molestias solo para que podamos solucionar la cena que tenemos pendiente.
- Tú fuiste el que no se presentó en Estambul.
- Cierto. Por eso me alegra tener la oportunidad para disculparme y ver si podemos arreglar las cosas mientras tomamos una copa.
La muchacha lo miró con desconfianza.
- ¿Quieres disculparte por haberme dado plantón o por robarme al capitán Kemal?
Kaela no parecía dispuesta a dejarse a seducir por los encantos de Austin. Iba a resultar más difícil de lo que esperaba.
- Vale. Intentemos arreglar todo esto paso a paso. En primer lugar, me disculpo por no haber aparecido a la hora de cenar. Surgió un problema y ni siquiera te pude avisar. En lo que respecta al capitán Kemal, debes admitir que cometiste un error al no comprometerlo con un pago anticipado mientras tú estabas en París.
- Por favor, evítame el sermón. Nunca creí que me lo robarías precisamente cuando tú mismo me advertiste que me mantuviera alejada de este lugar porque era demasiado peligroso y también que sería una violación del territorio ruso.
- No me negarás que tenía toda la razón en lo referente al peligro -replicó Austin con la mirada puesta en el helicóptero averiado.
- Te concedo lo que es obvio, aunque estoy segura de que nadie tampoco te invitó a ti ni a tu amigo de la NUMA.
- Tienes razón, pero eso no hace que sea correcto.
- Hablas como mi madre -comentó Kaela, con un enfado fingido-. Acepto tus disculpas por no venir a la cena.
Afortunadamente, mis productores aceptaron pagar el alquiler del helicóptero, así que en cualquier caso no hubiese contratado al capitán Kemal. Por lo tanto, todavía me debes una.
Austin observó la mirada de picardía en los ojos color ámbar y comprendió que la muchacha se estaba aprovechando de sus sentimientos de culpa para divertirse.
- Te estás quedando conmigo, ¿no?
Kaela se echó a reír.
- Desde luego que lo intento. Te lo mereces después de haber tratado de engatusarme con la sonrisa de donjuán y el cuento de lo pequeño que es el mundo. ¡Menudo ligón! Solo te falta preguntarme cuál es mi signo astrológico. Pues es Capricornio, por si te interesa saberlo.
- No pretendía parecer un tipo en un bar de solteros. Por cierto, mi signo es Piscis.
- ¿Piscis? Muy adecuado para un tipo de la NUMA. -Dejó aun lado la libreta-. Te recomiendo que te mantengas apartado de los bares de solteros. Con tu estilo, acabarías volviendo a casa solo todas las noches.
Austin decidió que le gustaba esta mujer. Era dura y femenina al mismo tiempo, tenía un agudo sentido del humor y mucha inteligencia. Por si fuera poco, todo esto estaba envuelto en un precioso paquete.
- Muy bien, ahora que ya he mordido el anzuelo, te dejaré que me cojas pero solo hasta cierto punto. ¿Qué es lo que quiere de mí tu alma descarriada?
- Para empezar, la verdad. ¿Por qué estás aquí? ¿Quiénes eran esos tipos de negro? ¿Por qué toda la gente que ronda por aquí es tan poco amistosa?
- ¿Esto es para un reportaje?
- Quizá, pero sobre todo lo pregunto porque quiero saber. La curiosidad es la mejor herramienta de un buen reportero.
Austin no era partidario de la mentira. Sin embargo, no quería involucrar a Kaela y a sus compañeros en algo que podría resultar muy peligroso. Hasta el momento habían salido bien librados en dos ocasiones. El tercer encuentro con los malos podría ser mortal.
- Tú no eres la única que siente curiosidad. Después de mi primer encuentro con los jinetes, quise saber más. También pensé que debía hacer algo por Mehmet, el primo de Kemal.
- ¿Aquí hay una base de submarinos?
- Sí, y muy grande por cierto.
- Lo sabía. Quiero entrar.
- Por mí no hay ningún inconveniente, aunque quizá tengas algún problema con aquel caballero de allá. -Señaló a Iván, que acababa de salir del bosque donde había ido a inspeccionar el trabajo de sus hombres.
- ¿Quién es?
- Se llama Iván. Es el que manda.
- ¿Militar?
- ¿Por qué no se lo preguntas tú misma?
Kaela cogió la libreta y se levantó ágilmente.
- Creo que lo haré.
Caminó hacia el ruso y lo interceptó. Austin los observó con interés mientras ella utilizaba el lenguaje corporal para enviar un mensaje seductor. Adelantaba primero una pierna, luego la otra, sacaba la cadera, tocaba suavemente a Iván en el pecho, le sonreía con su mejor sonrisa.
Iván la escuchaba con los brazos cruzados, inmóvil como una estatua, mientras resistía el ataque. Cuando ella acabó, el ruso le respondió con unas pocas palabras. De pronto, Kaela adoptó una pose aguerrida, y adelantó la barbilla hasta casi tocar el rostro de Iván antes de dar media vuela y volver para reunirse con Austin.
- ¡Qué tipo más empecinado! -exclamó, furiosa-. Dice que la base es propiedad del gobierno ruso y que está prohibido el acceso al público. Sugiere que me largue contigo cuanto antes, o que me atenga a las consecuencias. -Sonrió-. En cualquier caso, montaremos un reportaje. Tengo la película.
Fue hasta el helicóptero con paso decidido y habló con Lombardo y Dundee, que había estado curioseando en el interior del aparato. La conversación fue subiendo de tono, y más todavía cuando Lombardo le mostró la cámara destrozada por las balas. Kaela volvió una vez más a reunirse con Austin.
- Por lo que se ve, tendremos que pedirte que nos lleves -dijo, sin el menor entusiasmo.
Austin vio que Joe Zavala venía hacia ellos desde la playa, donde había estado vigilando visualmente y por radio si la tripulación del NR-1 había llegado sana y salva al pesquero. Se disculpó y se llevó a Joe a un aparte.
- Todos están en el barco de Kemal -le informó Zavala.
- Me alegro. Aquí se nos acaba de presentar un problema. Kaela y sus muchachos necesitan que los lleven, y no quiero que se acerquen a los tripulantes del submarino.
Zavala miró con admiración a la hermosa reportera.
- Entonces te alegrará saber que el Argo nos ha estado controlando todas nuestras transmisiones por radio. Acabo de hablar con el capitán Atwood. Han enviado una lancha para llevarse a los chicos de la marina. El barco de Kemal está despejado.
Austin soltó una risita malévola.
- ¿Te importaría enviar un mensaje al Argo y pedir que nos recojan a nosotros? Luego llama al capitán Kemal, dile que nosotros nos vamos al Argo, y pregúntale si no le importa llevar a otros pasajeros en nuestro lugar?
- Sí, señor -respondió Joe con un saludo impecable.
Mientras Joe llamaba al barco pesquero, Austin fue a comunicarle a Kaela y a sus compañeros que les había conseguido un transporte de primera clase.
18
El viaje de Novorossiisk a Estambul fue una pesadilla aérea.
Problemas mecánicos no especificados retuvieron al avión en tierra. Los Trout permanecieron sentados en la calurosa y atestada cabina durante una hora antes de que los trasladaran a otro aparato. Los pasajeros que probaron la carne que sirvieron durante el vuelo pagaron cara la osadía cuando el avión se encontró con turbulencias. Para que la situación fuera más penosa, solo funcionaba uno de los lavabos.
Paul y Gamay creyeron que sus sufrimientos habían acabado en cuanto aterrizaron. Para desesperación de ambos, el taxista que los recogió en el aeropuerto conducía como si quisiera suicidarse cuanto antes. Cuando Paul le pidió que aminorara la velocidad, el hombre pisó el acelerador a fondo.
- Creo que algo se perdió en la traducción -comentó Gamay casi a voz en cuello para hacerse escuchar sobre los chirridos de las ruedas.
- Seguramente ha sido mi acento de Nueva Inglaterra -respondió Paul.
- No te preocupes -afirmó Gamay, con una expresión decidida-. Después de lo que hemos pasado en este viaje, nada, ni siquiera la muerte, me impedirá disfrutar de un baño caliente, un martini con ginebra Bombay Sapphire y una larga siesta.
El taxi no aplastó por cuestión de centímetros al portero del hotel, que se apartó como un torero ante la carga del toro, y frenó con gran estrépito delante del Mármara Estambul Hotel en la plaza Taksim. Salieron del taxi rápidamente, le pagaron al taxista que sonreía como un poseso, y cruzaron el gran vestíbulo para ir al mostrador de la recepción.
El recepcionista que era un hombre regordete, peinado a a gomina y con un impecable bigotillo, tenía un aire a Hércules Poirot. Vio aparecer a los Trout y mostró su mejor sonrisa.
- Bienvenidos, doctor y doctora Trout. Espero que hayan disfrutado de su excursión a Éfeso.
Cuando se habían marchado del hotel, los Trout habían anunciado a bombo y platillo que harían una visita a las antiguas ruinas en la costa del Asia Menor.
- Sí, muchas gracias, el templo de Artemisa es algo fascinante -respondió Gamay, con el debido respeto.
El recepcionista agradeció el comentario con una sonrisa, y le entregó a Paul un sobre junto con la llave de la habitación.
- Han traído este mensaje para usted a primera hora de la mañana.
Paul abrió el sobre, miró la nota y se la pasó a Gamay. La joven leyó el breve mensaje escrito en papel con el membrete del hotel: «Llamadme ya. A». Había un número de teléfono.
- El deber nos llama -dijo Paul.
Gamay puso los ojos en blanco.
- Algunas veces el deber llama en el momento más inoportuno. -Le arrebató la llave de la mano y fue hacia el ascensor.
Entraron en la habitación y Paul le dijo a Gamay que se duchara ella primero mientras él llamaba a Austin. Gamay aceptó la oferta sin vacilar y dejó un rastro de prendas que conducía hasta el baño. A la vista de que era necesario un paliativo, Paul llamó al servicio de habitaciones y pidió que le trajeran una coctelera de martinis muy secos. La bebida llegó casi al mismo tiempo en que dejó de correr el agua de la ducha. Paul sirvió una copa y llamó a la puerta del baño. Una densa nube de vapor se coló por la abertura cuando se abrió la puerta y asomó una mano para coger la copa. Se sirvió otra para él, se sentó con los pies sobre un puf, bebió un trago y juzgó que el cóctel no estaba mal para Estambul. Fortalecido para la tarea que le aguardaba, marcó el número que aparecía en la nota de Austin.
- Ya estamos en Estambul -dijo cuando escuchó la voz de Kurt-. Recibí tu nota.
- Bien. ¿Qué tal el viaje?
- Informativo y lleno de sorpresas. -Trout le hizo un rápido resumen.
- Por tu descripción del yate de Razov, diría que es un barco rápido, equipado con turbinas de gas capaces de doblar la velocidad de barcos del mismo tamaño. Muy astuto. Razov puede trasladar su centro de operaciones a cualquier lugar del mundo en cuestión de días. Me alegra que nadie resultara herido, aunque lamento que quemaran la cabana del profesor, En cuanto acabemos esta conversación, pondré las cosas en marcha para que la NUMA envíe una invitación oficial a Orlov y su hijo.
- Estarán encantados. ¿Qué tal te ha ido a ti?
- Como tú y Gamay, fuimos objeto de una calurosa bienvenida, aunque no se la recomendaría a nadie como viaje de turismo. Ya te daré todos los detalles cuando nos veamos.
- Me muero de ganas por conocerlos.
- Tendrás tu ocasión antes de lo que te imaginas. Me encuentro en el Argo, y no me vendría nada mal disponer inmediatamente de los servicios de un geólogo marino y de una bióloga marina que trabajan barato.
- Me apena decir que sé dónde puedes encontrar a una pobre pareja de manirrotos que encajan perfectamente con esa descripción.
- Estaba seguro de que podría contar con vosotros. Ya está todo dispuesto para el transporte. ¿A qué hora podéis estar preparados para salir?
- Acabamos de llegar al hotel, así que ni siquiera tendremos que hacer las maletas. -Paul miró hacia el baño y sonrió. Gamay cantaba una versión desafinada de «Gonna Wash That Man Right Out of My Hair»-. ¿Tenemos tiempo de terminar nuestros martinis?
- Demonios, Paul, tómate dos. Compartirás el viaje con un VIP que viene de Estados Unidos. Dispones de un par de horas antes de que aterrice.
- ¡Fantástico! Tendremos que hacer de guías turísticos de algún senador con seis papadas.
- Increíble, Paul. -Austin se echó a reír-. Eres todo un vidente. ¿Cómo has sabido que se trataba de un senador?
- Pura casualidad. Le daré la noticia a Gamay. Nos veremos esta noche.
Paul anotó la hora y el lugar. En el momento que colgaba el teléfono, Gamay salió del baño con el cuerpo envuelto en una toalla, otra en la cabeza a modo de turbante, y la copa en la mano. La ducha y el cóctel habían mejorado su humor.
Cuando le dijo que tendrían que ponerse en marcha otra vez, Gamay recibió la noticia con una sonrisa y comentó que echaba de menos a Kurt y Joe.
Paul fue a ducharse, y Gamay llamó al servicio de habitaciones para pedir shish kebab de cordero y arroz pilaff. Les trajeron la comida cuando tomaban el segundo Martini. Después de comer, se vistieron, y con los estómagos llenos, los cuerpos limpios y los espíritus animados, tomaron otro taxi para ir al aeropuerto. Esta vez el taxista resultó un tipo normal y salvo por los habituales atascos de tráfico, el viaje transcurrió sin inconveniente.
De acuerdo con las indicaciones de Austin, le dijeron al taxista que los llevara a un sector del aeropuerto apartado de la terminal principal donde aterrizaban las pequeñas líneas privadas. Se dirigieron a un hangar donde había un helicóptero pintado de color turquesa y el nombre de NUMA pintado en letras negras. Los rotores giraban lentamente mientras se calentaban los motores. El piloto se encontraba junto al aparato conversando con otro hombre. A pesar de que este último les daba la espalda, los Trout reconocieron inmediatamente la figura del subdirector de la NUMA. Rudi Gunn se volvió para saludarlos con una amplia sonrisa y señaló la puerta abierta del helicóptero.
- ¿Queréis que os lleve?
- ¿Este era el senador de las seis papadas del que hablabas? le preguntó Gamay a su marido.
Paul fingió ser absolutamente ajeno al engaño.
- Por todos los santos, Rudi, ¿por qué no nos dijiste que tú eras el gran personaje?
- No quería estropearos la diversión. El almirante Sandecker decidió que yo debía estar en la zona por si acaso la situación se complicaba. Estaba en Atenas representando a la NUMA en una conferencia sobre arqueología marina. Un viaje muy corto en un jet privado. El helicóptero estaba en el Egeo oriental. Sandecker pensó que era el momento adecuado para que viniera después de que Austin lo llamara con la noticia del «paquete» que debía entregar.
- ¿Paquete? -preguntó Paul.
- Os contaré todo lo que sé por el camino. ¿Subimos?
Subieron al helicóptero y ocuparon sus asientos en la amplia cabina. Los motores rugieron, y en cuestión de minutos el Sikorsky S-76 C alcanzó la altitud de vuelo indicada por la torre. Las luces de Estambul que se extendían en los dos continentes separados por el Bósforo eran como una alfombra de lentejuelas. Impulsado por los dos motores Arriel, el helicóptero puso rumbo al norte a una velocidad de crucero de doscientos ochenta kilómetros por hora.
La voz del piloto sonó en los auriculares con el tranquilo deje de la gente del oeste.
- Hola. Me llamo Mike. Pónganse cómodos. Hay mucho lugar. Diseñaron este cacharro para trabajar en las plataformas petrolíferas, así que es casi un autocar del aire. Puede llevar a doce pasajeros. Tienen suerte de hacer esta parte del viaje.
Creo que iremos llenos en el viaje de regreso. Hay un termo con café caliente junto al mamparo. Sírvanse. Por favor avísenme si necesitan algo. Que disfruten del viaje.
Gunn sirvió el café y les pasó los vasos de plástico.
- Me alegra veros. Lamento que os interrumpieran las vacaciones, aunque oficialmente todavía siguen. Por mi parte, en estos momentos me encuentro en el museo arqueológico nacional de Atenas, y esta reunión no tiene lugar.
- ¿Qué está pasando, Rudi? -preguntó Paul-. Hasta ahora solo nos hemos enterado de cosas sueltas.
- Yo tampoco sé cómo es todo el tema, pero esto es lo que sabemos. Hace unos días, el almirante Sandecker fue invitado a una reunión en la Casa Blanca con el presidente y sus consejeros. La Casa Blanca estaba preocupada por el deterioro de la situación política en Rusia. Algunos de los hombres del presidente reprocharon a Sandecker que hubiese permitido a Kurt violar la soberanía rusa con su aparición en la vieja base de submarinos soviética. Les preocupaba la posibilidad de que se hubiese dado argumentos a la oposición para utilizar contra el gobierno, que apenas si consigue mantenerse en el poder El almirante se disculpó, dijo que había sido un accidente y se ofreció para hablar directamente con los rusos. La oferta fue rechazada. Después preguntó qué estaba haciendo la Casa Blanca con el tema del NR-1. Por curioso que parezca el presidente y los asesores se habían olvidado de decirle a Sandecker que el submarino había desaparecido.
.-Asumir que el almirante no se enteraría fue un tontería de su parte -comentó Paul con una sonrisa.
- Es increíble que el NR-1 se haya desvanecido sin dejar rastro, como si se lo hubiera tragado un monstruo marino -opinó Gamay, con una expresión incrédula.
- No creas que vayas tan desencaminada. El NR-1 fue secuestrado y se lo llevaron en la cubierta de otro submarino.
- Eso todavía es más rebuscado que la teoría del monstruo marino -replicó la bióloga.
- Intentábamos aclarar un poco las cosas, cuando Kurt llamó para comunicarnos que, según una fuente digna de toda confianza, un multimillonario minero llamado Mijaíl Razov está detrás de toda la agitación política en Rusia. La Casa Blanca es de la opinión que hay un vínculo entre la desaparición del NR-1 y los líos en Moscú. Además, la compañía de Razov, Industrias Atamán, es la arrendataria de la base de submarinos abandonada.
- Esa es la razón por la que Kurt nos pidió que echáramos una ojeada a las instalaciones de Razov en Novorossiisk.
- ¿Crees que se llevaron al NR-1 a la vieja base de submarinos? -preguntó Paul.
- Creemos que es una posibilidad. Pero lo que más nos preocupa es otra cosa que dijo la fuente de Kurt. Al parecer, Razov está relacionado con un supuesto ataque a Estados Unidos.
- ¿Qué clase de ataque?
- No lo sabemos. Sandecker se tomó la información muy en serio. Cuando Kurt dijo que estaba reuniendo a su equipo de misiones especiales y que pensaba ir a la base abandonada, el almirante le dio su bendición extraoficial. Kurt ha tenido que deciros que su misión era extraoficial.
- Lo explicó de un manera muy colorida -respondió Gamay, con un tono risueño.
- Prefiero no saberlo -señaló Rudi, que ya se imaginaba cómo había sido la explicación de Austin-. La Casa Blanca le advirtió específicamente al almirante Sandecker que se mantuviera apartado de la investigación del caso del NR-1.
Estoy seguro de que no os sorprenderá saber que se las apañó para- saltarse la advertencia con una artimaña técnica.
Aceptó no buscar al submarino, y se abstuvo de mencionarla base de submarinos.
- Estoy asombrada, asombrada -exclamó Gamay con un horror fingido, en una imitación de Casablanca.
- Yo también -afirmó Paul-. ¿Quién puede ser tan ladino como para inventarse algo así?
- Tomo debida nota de vuestro sarcasmo y no le hago caso.
En cualquier caso, has dado en el clavo. Tenemos que mantener protegido al almirante para darle espacio de maniobra.
- Es arriesgado -opinó Paul-. Todo este asunto podría acabar siendo un perjuicio para la NUMA.
- Sandecker era muy consciente del riesgo. Sin embargo, los dioses que protegen al mar Negro se mostraron benevolentes.
- Tienes toda la pinta del gato que se acaba de comer al canario -intervino Gamay, al ver la enigmática sonrisa de Gunn-. Al parecer, Kurt te ha dado buenas noticias.
- Excelentes. El y Joe encontraron a la tripulación del NR-1, el paquete que mencioné. Los tenían prisioneros en la base soviética. Ahora están a bordo del Argo.
- Es fantástico, aunque no lo entiendo. -Paul frunció el entrecejo-. ¿Los rusos los tenían prisioneros?
- Por lo que sé, es bastante más complicado. El capitán y el piloto continúan desaparecidos, lo mismo que el submariKurt quiere que asistamos a las explicaciones de la tripulación.
- Encontrar a esos tipos es todo un mentó para la NUMA y el almirante -señaló Paul.
- Desafortunadamente, no podemos adjudicarnos el mérito del rescate. No estoy muy seguro de cómo lo anunciarán, dado que no se hizo pública la noticia del secuestro. Los jefazos no han dicho ni una palabra sobre el secuestro.
- Es difícil guardar un secreto en Washington -comentó Paul-. La historia acabará por filtrarse.
- Estoy de acuerdo. Avisamos a la marina que habíamos encontrado a la tripulación del submarino, aunque sin darles demasiados detalles. En cualquier caso, no creo que podamos seguir con la misma estrategia durante mucho más tiempo. Por eso es tan importante la entrevista con la tripulación. Tenemos que llegar al fondo de este asunto. ¿Qué tal si nos tomamos otro café mientras me ponéis al corriente de vuestro encuentro con Atamán?
Gamay se ofreció voluntaria para servir el café.
- Dejaré que Paul dibuje el cuadro y yo pondré el color -dijo.
Gunn escuchó atentamente el relato sin interrumpirlos.
Los Trout sabían por experiencia que Gunn no se perdería ni un solo detalle; su capacidad para el análisis era legendaria.
Había sido el primero de su promoción en la escuela naval, había ascendido al grado de comandante, y antes de convertirse en el segundo de Sandecker, había dirigido una multitud de proyectos de la NUMA.
Los interrogó a fondo en cuanto acabaron el relato. Mostró un interés especial en Boris, el «monje loco» y en el comentario de Yuri sobre la ausencia de los barcos que realizaban las perforaciones submarinas. La violenta reacción de Atamán tenía una explicación sencilla. Razov tenía algo que ocultar y no quería a nadie husmeando en sus asuntos. Sin embargo, Boris y los barcos no encajaban en ninguna ecuación. Se reclinó en el asiento, se acomodó las gafas en la nariz aguileña, y unió los dedos, como hubiese hecho Sherlock Holmes a la hora de analizar un problema. Lo único que le faltaba para completar la imagen eran la pipa y la gorra. La voz del piloto interrumpió la concentración de Gunn.
- Nos estamos acercando al Argo. Si miran a la derecha verán el barco.
El Argo había encendido todas las luces en un saludo a los visitantes y tenía el aspecto de un enorme árbol de Navidad flotante en medio de la oscuridad del mar. El helicóptero sobrevoló la nave y después descendió lentamente en la plataforma de aterrizaje señalada con una equis de lámparas que parpadeaban. El aterrizaje fue casi perfecto, señalado solo por un muy leve golpe de las ruedas contra la cubierta. Se detuvieron los rotores, y el copiloto se ocupó de abrir la puerta, Los pasajeros se despidieron de la tripulación después de darles las gracias por un vuelo impecable y bajaron la escalerilla, Entrecerraron los párpados para protegerlos del brillante destello de los reflectores que transformaba la noche en día.
Los hombros anchos y el pelo blanco de Austin destacaban entre la multitud que se había reunido para recibir a los visitantes. Kurt se adelantó, estrechó la mano de Gunn, y abrazó a los Trout.
- Espero que pudierais tomar vuestros martinis -comentó Austin.
Gamay le dio un beso en la mejilla y sonrió.
- Conseguimos tomarnos un par cada uno, gracias.
- Lamento no haberos dado tiempo de descansar después del viaje a Novorossiisk. -Los llevó al comedor y fue a buscar tres vasos de limonada-. Joe está con la tripulación en la sala de conferencias. Nos reuniremos con ellos dentro de quince minutos para escuchar sus relatos. Todos tienen prisa por volver a sus casas, y les pedí que nos concedieran una hora mientras repostan el helicóptero.
En el rostro de Gunn apareció una expresión risueña mientras Austin les relataba el rescate de la tripulación.
- No quiero desmerecer los peligros que has corrido, Kurt, pero se parece mucho a una película de la Pantera Rosa, con todos esos tipos corriendo de aquí para allá.
- Yo pensaba en algo más parecido a los Keystone Kops replicó Austin-. Llegará el día en el que me reiré cuando recuerde lo ridículo de todo el episodio. -Se llevó una mano a los cabellos-. Claro que si aún hubiese tenido algunos cabellos negros, ahora los tendría blancos.
- Me intriga ese ruso que llamas Iván -dijo Gunn-. ¿dónde le conociste?
- Nuestros caminos se cruzaron cuando trabajaba para la CIA.
- ¿Es amigo o enemigo?
- Yo lo llamaría amigo por el momento. Sospecho que hará aquello que considere lo más conveniente para los intenses de Rusia. Es inteligente y astuto, y no creo que sobreviviera a todas aquellas purgas en los servicios de inteligencias rusos gracias a comportarse como un monaguillo.
- Es un buen resumen. A pesar de sus antecedentes ¿crees que debemos confiar en él?
- Por ahora, y por una muy buena razón.
- ¿Cuál es? -preguntó Gunn.
- El es todo lo que tenemos.
19
El penoso grupo de nadadores que el capitán Kemal había rescatado del mar para después ser transportados a bordo del Argo se había transformado en un alegre grupo de marineros capaces de reírse de las aventuras vividas, que era precisamente lo que estaban haciendo cuando Austin y los demás entraron en la sala de conferencias.
En cuanto había llegado al Argo, la tripulación del NR-1 pasó por una revisión médica. Luego la habían atiborrado con los mejores platos que podía ofrecer la cocina de a bordo, y les dieron monos de la NUMA. Excepto por algunos cortes y morados, los hombres reunidos en la sala no mostraban casi ninguna huella de sus sufrimientos. Sentados a la mesa que ocupaba el centro de la sala se encontraban el capitán Atwood, el alférez Kreisman y Joe Zavala. Joe sonrió al ver entrar a sus colegas de la NUMA. Se levantó para ir a estrechar las manos de Gunn y Trout. Siempre tan atento con las damas, besó la mejilla de Gamay.
Después de presentar a los recién llegados, Austin hizo un anuncio que fue recibido con pitidos y aplausos.
- Dentro de unas horas estaréis todos de regreso a Estambul donde os espera un avión que os llevará a casa. Vuestras familias ya han sido informadas de que estáis sanos y salvos. -Otra salva de aplausos-. Sé que tenéis prisa por emprender el viaje, pero quiero pediros un favor. Solo conocemos una parte de vuestro notable relato. Mientras repostan el helicóptero para el vuelo de regreso, confío en que podréis contarnos lo que sucedió desde el principio hasta el final.
El alférez Kreisman se levantó para responder a las palabras de Austin.
- Es lo menos que podemos hacer. Estoy seguro de que hablo en nombre de toda la tripulación cuando les doy las gracias a usted y Joe por sacarnos de aquel lugar sanos y salvos.
- La próxima vez no se olvide de decirnos que llevemos un vehículo acorazado -respondió Kurt. Esperó a que se acallaran las risas-. Si no le importa, alférez, haré de Perry Mason. Creo que así iremos más rápido.
- Lo que usted diga, señor.
- Bien. ¿Por qué no empieza por el principio?
Kreisman se acercó a la carta del Egeo oriental sujeta al mamparo.
- Nuestra misión era sumergirnos en una zona de yacimientos arqueológicos frente a la costa turca. Aquí. -Señaló un punto en la carta-. Además de la tripulación al mando del capitán Logan, llevábamos a un científico invitado que dijo ser el doctor Josef Pulaski, del MIT.
- Una aclaración -interrumpió Gunn-. Después de enterarnos que habían secuestrado el submarino, repasamos la lista de las personas que iban a bordo y encontramos el nombre de Pulaski. Lo comprobamos con el MIT, donde nos respondieron que no le conocían.
- Es una pena que no lo comprobáramos antes de que subiera a bordo. -El alférez sacudió la cabeza-. En cualquier caso, la misión se realizó sin problemas. Recuperamos algunas piezas con el brazo mecánico. Nos preparamos para regresar a la superficie, cuando Pulaski sacó un arma. La mayoría de la tripulación se encontraba en popa, detrás del puesto de mando, y no vio lo que ocurría. El capitán nos lo hizo saber por el intercomunicador. Nos ordenó que permaneciéramos en nuestro puestos porque Pulaski amenazaba con matarnos si no le obedecíamos. El submarino subió unos doscientos metros y permaneció a la espera.
- ¿Durante cuánto tiempo?
- Unos veinticinco minutos. Entonces una sombra enorme apareció en los monitores. Parecía una ballena o un tibu ron que subía por debajo del submarino, y a continuación escuchó un estrépito tremendo. El submarino se sacudió con tanta fuerza, que aquellos que no estaban sujetos cayeron al suelo. Después escuchamos golpes y arañazos, como si unos enormes escarabajos metálicos estuvieran paseándose por el casco. Eran buzos. Los vimos en los monitores. ¡Uno de aquellos payasos llegó incluso a saludar a la cámara! Al cabo de unos minutos, los buzos desaparecieron de la vista y comenzamos a movernos a gran velocidad.
- ¿Dónde estaban el capitán, el piloto, y el falso científico mientras ocurría todo esto? -preguntó Austin.
- En el puesto de mando.
- ¿El capitán dijo alguna cosa más?
- Sí, señor. Ordenó que le llevaran bocadillos y café.
- ¿Qué hizo el buque nodriza durante este tiempo?
- Les escuchamos llamar por radio hasta que Pulaski ordenó el cierre de todas las comunicaciones. Supongo que nos vigilaron con sus equipos hasta que quedamos fuera del radio de acción.
- ¿Durante cuánto tiempo navegaron sumergidos?
- Unas cuantas horas. Cuando salimos a la superficie, era noche cerrada. No se veía ni una sola luz. Era como una boca de lobo. Luego unos hombres armados entraron en el NR-1 por la escotilla.
- ¿Rusos?
- No lo sabemos, señor, aunque creo que iban armados con fusiles AK-47. Vestían ropa de camuflaje y actuaban como soldados profesionales. No como aquellos imbéciles a caballo de los que ustedes nos salvaron. Mantuvieron la boca cerrada. Pulaski llevaba la voz cantante. Nos dijo que saliéramos del NR-1. Al salir nos encontramos en la cubierta de un submarino más grande.
- ¿Alguna idea sobre cuánto media de eslora? -preguntó Gunn.
Kreisman miró a sus compañeros.
- ¿Alguno quiere probar?
- Me destinaron a un barco grúa cuando ingresé en la marina. Si calculamos que tendría unos diez metros de manga diría que el submarino tenía la eslora de uno de la clase Los Ángeles. Unos ciento veinte metros.
- El NR-1 solo mide cincuenta metros. Pudieron cargar con ustedes sin problemas y sobrarle todavía setenta metros -apuntó Austin.
- Aquel submarino era más grande que nuestro buque nodriza -añadió el marinero.
- ¿Alguien vio alguna marca? -preguntó Austin en general.
Nadie respondió a la pregunta.
- No había luna. La oscuridad era total -explicó Kreisman.
- ¿Así que los llevaron al gran submarino?
- Así es. Nos encerraron en uno de los dormitorios. No había literas para todos, así que nos turnamos para dormir. De vez en cuando nos traían comida. Estuvimos sumergidos veinticuatro horas. Cuando emergimos, una vez más era de noche. El mar ya no era el Egeo. El aire no era tan salado. Se parecía más al de los Grandes Lagos.
- Háblales de los ruidos de un barco que escuchamos antes de que nos encerraran -dijo uno de los tripulantes.
- Perdón, lo había olvidado. Fue un rato antes de que emergiéramos. En el dormitorio reinaba un silencio absoluto. Algunos de los muchachos que estaban en las literas dijeron que escuchaban los motores de un barco a través del mamparo. Todos pusimos una oreja contra el casco y escuchamos. Era verdad.
- ¿Estaban en una zona de mucho tráfico?
- Eso fue lo que creímos. Al cabo de un rato, cesó el ruido. Varias horas más tarde, salimos a la superficie junto a un buque. Debía de haber estado esperándonos. Nos hicieron subir al otro barco y nos volvieron a encerrar en otro dormitorio. Nos tuvieron allí durante tres días.
- ¿Les tuvieron encerrados todo el tiempo? -preguntó Gunn.
- ¡Diablos, no! A primera hora de la mañana siguiente nos hicieron subir a cubierta. Había un montón de tipos armados que nos vigilaban, y no había rastros del submarino Pulaski estaba allí. Nos dedicó una de sus sonrisas siniestra, «Buenos días, caballeros.» -El alférez imitó el acento de Pulaski-. «En retribución a este delicioso crucero, vamos a pedirles que hagan un trabajo para nosotros.» Dijo que debíamos recuperar unos objetos de un viejo barco hundido. Pulaski y otro matón nos acompañarían. Así que embarcamos en el NR-1, que estaba amarrado al barco, que actuaría corno nave de apoyo, y nos sumergimos.
- ¿A qué profundidad?
- Unos ciento cuarenta metros. Ningún problema para el NR-1. Notamos un cambio en la densidad del agua. No necesitamos tanto lastre para sumergirnos. El fondo era casi todo fango, y en pendiente antes de hundirse bruscamente en una fosa. El pecio se encontraba en el borde de un cañón submarino que hacía ángulo recto con la cara del acantilado.
- ¿Había algún nombre en el casco del barco hundido?
- Ninguno que pudiéramos ver. El barco estaba cubierto de algas y percebes. La proa se veía inclinada, como las fotos que ves del Titanic. -Utilizó una mano para mostrarlo.
- ¿Cuál era la posición en el fondo?
- El barco estaba en una pendiente, inclinado en un ángulo agudo. Un buen empujón lo hubiera volcado. Vimos un boquete enorme en la banda de estribor.
- ¿Pudieron ver a través del agujero?
- Había muchos restos. Solo nos detuvimos allí un par de minutos. Estaban mucho más interesados en la otra banda.
Habían instalado un soplete en el brazo mecánico. Nos posamos en la cubierta inclinada. Fue una maniobra bastante complicada. Teníamos la sensación que el barco se tumbaría en cualquier momento. Después nos dijeron que abriéramos un agujero en la superestructura.
- ¿No en la bodega? -preguntó Austin, sorprendido-. Allí es donde tendría que estar la carga.
- Lo mismo pensamos nosotros, pero no estábamos en posición de protestar. Hicimos un agujero de tres metros por tres. No fue muy difícil; la plancha estaba corroída. Así y todo, actuamos con mucho cuidado. Era como una intervención quirúrgica. Un empujón y el barco se hundiría en la fosa; todos lo teníamos muy presente. Vimos las literas y los colchones. Pulaski y su compañeros se mostraron muy agitados.
Comenzaron a buscar en unos dibujos del barco que habían traído.
- En ruso.
- Sonaba a ruso. Aparentemente, nos había hecho cortar el lugar equivocado. Lo intentamos dos veces más antes de dar con lo que querían. Era un camarote bastante grande lleno de cajas metálicas del tamaño de aquellos baúles que ves en las tiendas de antigüedades.
- ¿Cuántas cajas?
- Una docena, dispersas por todos lados. Pulaski nos dijo que las sacáramos con el brazo mecánico. Nos costó moverlas. Pesaban mucho y casi superaban la capacidad del brazo.
Sacamos las cajas por el agujero y llamamos al buque nodriza para que bajaran unos cuantos cables con ganchos. Los enganchamos y después dejamos que la grúa del barco las izara..
Austin, que era un experto en rescate en aguas profundas, asintió.
- Es lo que hubiera hecho yo.
- Una idea del capitán Logan -manifestó Kreisman, un tanto avergonzado-. Nos comportamos como los soldados británicos en aquella película, El puente sobre el río Kwai.
Hicimos el trabajo a conciencia. Supongo que es una cuestión de orgullo profesional.
- No se lo tome tan mal. Probablemente los hubiesen matado si no hacían el trabajo.
- Eso fue lo que dijo el capitán. Trabajamos por turnos.
Nos encontramos con algunos de los problemas típicos que siempre hay cuando un trabajo es complicado, pero conseguimos sacar del barco todo lo que querían.
- ¿Alguno de ustedes vio el contenido de alguna de las cajas?
- Aquello fue lo más curioso. Nos hicieron apartar para que no los viéramos, aunque escuchamos con toda claridad cómo forzaban las tapas con una palanqueta. Parecían muy excitados. Luego se produjo un silencio y, a continuación, comenzaron a gritar. Sonaba como una discusión. Después apareció Pulaski y la emprendió con nosotros. Nos dijo no sé cuántas cosas en ruso, como si lo que hubiese ocurrido fuera culpa nuestra. Parecía furioso de verdad, y creo que también algo asustado. -Kreisman miró a sus compañeros y todos asintieron.
- ¿Ninguna pista del motivo de la discusión?
El alférez sacudió la cabeza.
- Nos condujeron abajo, y cuando volvimos a subir a cubierta era de noche. El submarino gigante había vuelto.
Había otro barco cerca. No podíamos verlo en la oscuridad pero sonaba como uno muy grande. Nos hicieron transbordar a todos al submarino, excepto al capitán y al piloto; otra vez, el alojamiento de primera clase. Nos sumergimos, aunque el viaje fue más corto. Cuando nos permitieron salir, estábamos en un lugar que parecía un hangar.
- La base submarina. ¿Qué pasó con el NR-1?
- No lo sabemos. Continuaba amarrado junto al barco de apoyo cuando nos marchamos. Espero que el capitán y el piloto estén bien -añadió el alférez, consternado-. ¿Por qué nos retuvieron a nosotros como prisioneros en la base y a ellos se los llevaron?
- Quizá porque tenían dispuestos otros trabajos para el NR-1, o sencillamente porque necesitaban rehenes. ¿Qué pasó después?
- Nos encerraron en otro dormitorio. Una pocilga. Estuvimos allí un par de días. Aburridos como ostras. La única cosa que ocurrió fue una gran explosión en las profundidades.
- Estaban cerrando la entrada de la base.
- ¿Por qué lo hicieron?
- La base había sido descubierta, y querían asegurarse de que nadie encontrara las pruebas. El submarino utilizado en el secuestro ya había cumplido su propósito. No me extrañaría que también tuvieran dispuesto sellar la entrada por tierra.
Quizá con ustedes dentro. ¿Quiénes eran los guardias?
- El mismo grupo que nos vigilaba en el barco de apoyo.
Profesionales con armas automáticas. Nos dieron de comer pan negro y agua, y nos encerraron. Fue la última vez que los fimos» porque los siguientes en aparecer fueron aquellos tipos con los bombachos y las gorras. Los primeros guardias eran hermanitas de la Caridad comparados con esta pandilla. Le dieron una paliza a un par de los muchachos solo por divertirse, después nos hicieron salir a la superficie, y nos reunieron en aquel campo. Lo que pasó después ya lo saben.
- ¿Alguien tiene alguna pregunta? -Austin miró a los reunidos.
- ¿Alguno de ustedes alcanzó a ver cuál era la posición GPS cuando estaban a bordo del NR-1? -preguntó Gunn.
- Nos mantuvieron apartados de los paneles, así que no tuvimos ninguna ocasión.
- ¡Maldita sea! -exclamó Gunn.
Los marineros se echaron a reír.
- ¿Nos hemos perdido algo? -preguntó el subdirector de la NUMA.
Un joven delgado y de pelo rubio se levantó, y después de identificarse como marinero Ted McCormack, le acercó a Gunn una hoja de papel.
- Estás son las coordenadas GPS del barco hundido.
- ¿Cómo puede estar tan seguro? -quiso saber Gunn en cuanto acabó de leer las coordenadas.
McCormack extendió el brazo y se arremangó para dejar a la vista lo que parecía un reloj digital de bolsillo.
- Es un regalo de mi esposa. Nos casamos muy poco antes de embarcarme. Tiene un mapa en casa, así cuando la llamo puede saber exactamente dónde estoy.
- Nos burlábamos de Mac porque su esposa le tenía amarrado corto -comentó Kreisman-. Ya no volveremos a reírnos.
- Cuando nos secuestraron, me lo sujeté más arriba de la muñeca y lo mantuve cubierto con la manga -explicó McCormack-. Nunca nos cachearon. Supongo que consideraron que éramos inofensivos.
El reloj ProTek GPS era una maravilla de la miniaturización, y según el fabricante era el aparato GPS más pequeño del mundo. Podía facilitar al usuario su posición en cualquier punto del planeta con una desviación de muy pocos metros -Bien, caballeros -dijo Austin, con una sonrisa-, si me permiten citar las inmortales palabras de Porky: «Esto es todo amigos». Muchas gracias por vuestra ayuda. Bon voyage.
Los tripulantes del NR-1 se levantaron como un solo hombre y salieron de la sala de conferencia como unos novillos sedientos que han olido el agua. Austin se volvió hacia el equipo de la NUMA.
Paul abrió su ordenador portátil y lo conectó al módem que le permitía proyectar los archivos en la gran pantalla instalada en un extremo de la sala. Gamay se colocó junto a la pantalla con un puntero láser. Paul tecleó una orden, y en la pantalla apareció un mapa del mar Negro y los territorios que lo delimitaban.
- Bienvenidos al mar Negro, uno de los mares más fascinantes del mundo -dijo Gamay, al tiempo que recorría la costa con el punto rojo del puntero-. Tiene aproximadamente unos mil kilómetros de este a oeste y unos quinientos sesenta de norte a sur. Solo tiene unos doscientos veinticinco kilómetros de ancho aquí en la «cintura», donde sobresale la península de Crimea. A pesar de sus dimensiones relativamente pequeñas, tiene muy mala reputación. Los griegos lo llamaban Axenos, que significa «inhóspito». Los turcos de la Edad Media eran menos diplomáticos. Lo bautizaron directamente como Karadenez. El mar de la Muerte.
- Pegadizo -opinó Zavala-. Tiene un cierto aire poético.
- Me parece ideal para un anuncio de la cámara de comercio en el New York Times -aportó Austin.
Gamay puso los ojos en blanco.
- ¿Es qué vosotros dos no os podéis tomar nada en serio?
- Procuramos no hacerlo -replicó Austin-. Perdona, profesora. Puedes continuar.
- Muchas gracias. A pesar de su mala prensa, el mar Negro siempre ha tenido muchos visitantes. Jason pasó por aquí con el Argo original en busca del vellocino de oro. El mar siempre ha sido una importante ruta comercial y una excelente zona de pesca a lo largo de miles de años. Durante la era glacial, fue un enorme lago de agua dulce. Después, alrededor del año 6000 a.C. se derrumbó un dique de tierra natural y entraron las aguas del Mediterráneo. El nivel del mar subió varios centenares de metros.
- El diluvio de Noé -señaló Austin.
- Eso creen algunas personas. Los pobladores que vivían alrededor del lago tuvieron que huir para salvar la vida. -Gamay sonrió-. No puedo decir si lo hicieron en el arca. El agua salada acabó con el lago. Los nutrientes aportados por]os ríos solo empeoraron las cosas. -Le hizo una seña a Paul, que cambió la imagen y proyectó un perfil del mar.
- Esto nos da una idea de su increíble profundidad. Una plataforma continental que probablemente sea el remanente de la antigua costa rodea todo el mar. La parte más ancha corresponde a Ucrania, luego se hunde hasta una profundidad de dos mil cuatrocientos metros. La zona de la plataforma es rica en vida marina. Sin embargo, por debajo de los ciento ochenta metros, no hay oxígeno y el mar está muerto. Es la masa de agua muerta más grande del mundo. Como si fuera poco, en las profundidades no hay más que sulfuro de hidrógeno. Basta respirar una bocanada para que te mate. Si alguna vez toda esa masa de veneno subiera a la superficie, liberaría una nube tóxica que acabaría con la vida de todo lo que esté en y alrededor del mar.
- Los turcos no bromeaban cuando lo bautizaron como el mar de la muerte -dijo Zavala.
Paul proyectó un mapa donde una línea de puntos marcaba el borde de la plataforma continental.
- Kreisman dijo que encontraron el barco a una profundidad de unos ciento treinta metros. Eso lo sitúa en el borde de la plataforma continental. Un poco más allá y el barco no estaría allí. Los barcos de madera se conservan perfectamente en las profundidades, porque no hay oxígeno para mantener a los devoradores de madera, pero los productos químicos corroen el metal.
- El barco hubiese quedado reducido a moléculas -apuntó Austin.
- Así es. El cañón que mencionó el alférez es probablemente el lecho de un río. La plataforma continental es llana y baja suavemente, más o menos como la describió el alférez. La descomposición de la materia orgánica ha formado bolsa de gas metano. Supongo que se podría aislar al submarinista de ese tipo de cosas, aunque de todos modos siempre existiría un riesgo si se sumerge en un entorno venenoso.
Gunn no se había perdido ni una sola palabra. Se levantó de su silla y pidió prestado el punto.
- Veamos lo que tenemos. El NR-1 fue secuestrado aquí.
- El punto rojo trazó una línea desde el Egeo a través del Bósforo-. Aquí es donde escucharon el ruido del tráfico marítimo. -Movió el puntero a lo largo de la plataforma continental-. Aquí es donde tenemos a nuestro barco misterioso, de acuerdo con las coordenadas del GPS.
Paul marcó con el cursor una X en el punto señalado por Gunn.
- Alguien se tomó mucho trabajo para rescatar lo que fuera de aquel barco -comentó Austin-. Quizá sea la clave para desenredar todo este embrollo.
- ¿Cuánto tardaremos en levar anclas y ponernos en marcha? -le preguntó Gunn al capitán.
Atwood se había mantenido en silencio durante las explicaciones del alférez y la posterior discusión del equipo de la NUMA. Sonrió al escuchar la pregunta.
- Han estado tan metidos en el tema del mar Negro, que no se han dado cuenta de que he llamado al puente. Ya estamos en marcha. Llegaremos al lugar por la mañana.
Ahora advirtieron la vibración de los motores en el suelo.
- Me voy a la cama -anunció Gunn-. Mañana promete ser un día muy largo.
Austin preguntó cuál era el camarote que le habían asignado. Luego le dijo a Joe que se reuniría con él más tarde.
Cuando se quedó a solas, se sentó a la mesa y miró las líneas trazadas en la carta del mar Negro que aparecía en la pantalla como si fuesen letras de un idioma desconocido cuyo secreto solo se podía descifrar con una Piedra Rosetta. Su mirada se fijó en la X que señalaba la posición del barco misterioso.
Repasó los acontecimientos que le habían traído a bordo de lbarco de la NUMA a la búsqueda de ¿qué? Se sintió como alguien que busca su camino en un pozo lleno de serpientes mientras intenta distinguir entre las venenosas y las inofensivas. Apagó las luces y abandonó la sala de conferencias. Mientras se dirigía a su camarote, se le ocurrió un pensamiento deprimente. Quizá todas eran venenosas.
20
La luz gris del alba que entraba por el ojo de buey del camarote despertó a Austin. Miró a Zavala, acostado en la otra litera, sin duda perdido en un paraíso de Corvette rojos y hermosas mujeres rubias. Envidió la capacidad de su compañero de dormirse sin problemas, roncar sonoramente durante toda la noche, y levantarse fresco y dispuesto para la acción. Austin había dormido mal, inquieto por una infinidad de pensamientos, como si su cerebro hubiese estado buscando respuestas ocultas en el laberinto de su subconsciente.
Abandonó la cama, fue al lavabo y se lavó la cara con agua fría. Se vistió deprisa, con unos vaqueros, una camiseta gruesa y una sudadera, y salió del camarote. El viento frío acabó de despertarlo. El sol comenzaba a despuntar, y sus rayos teñían de rosa y oro las nubes que había sobre el horizonte.
El Argo navegaba a una velocidad de quince nudos. Austin se asomó por encima del pasamanos y contempló la superficie opaca del mar; escuchó el sedante rumor de las olas contra el casco. Las aves marinas rozaban la espumas como si fuesen confetti arrastrado por el viento. Resulta difícil creer que a unos pocos centenares de metros de profundidad era el lugar más inanimado del planeta. El mar Negro era una inmensa charca de agua muerta, pero Austin sabía que un abismo del que había que temer mucho más era la implacable maldad que acechaba en las profundidades de la mente humana. Austin se estremeció, no solo por el frío, y volvió al interior de la nave.
En cuanto entró en el cálido ambiente del comedor, el delicioso olor a café, huevos fritos y beicon resultó ser una magnífica cura para su humor lúgubre, y se animó. Excepto por el mar azul que se veía a través de las ventanas, el comedor del barco podía haber sido la cafetería de cualquier pueblo donde los clientes tenían las tazas de café con sus nombres grabados. Los tripulantes que habían hecho la guardia nocturna ocupaban algunas de las mesas.
Austin cogió un café para llevar. Mientras iba hacia el puente, se encontró con los Trout, que habían desayunado temprano y habían hecho un recorrido por el barco. Subieron todos juntos al puente de mando, desde donde gracias a las amplias ventanas se veía toda la cubierta de proa.
Rudi Gunn, que era muy madrugador desde sus tiempos en la escuela naval, se encontraba cerca de uno de los paneles de instrumentos, muy entretenido conversando con el capitán Atwood. Sonrió complacido al ver llegar a sus colegas.
- Buenos días a todos. Estaba a punto de iros a buscar. El capitán me explicaba sus planes para el lugar del hundimiento.
- Me encantará escucharlos -respondió Austin-. ¿Cuánto tardaremos en llegar a donde está el barco?
Atwood señaló una pantalla circular gris con círculos concéntricos blancos marcados en el cristal. Unos puntos de un color gris más oscuro marcaban las lecturas del GPS recogidas por la antena que captaba la información enviada por la red de veinticuatro satélites que orbitaban la tierra a una altura de ciento ochenta mil kilómetros. Un indicador digital junto a la pantalla señalaba la longitud y latitud actuales. El sistema podía llevar al barco a un punto que no distaba más de diez o quince metros de su objetivo.
- Tendríamos que llegar dentro de quince minutos si las coordenadas facilitadas por el reloj Dick Tracy de aquel marinero son correctas.
- Por lo que veo, no bromeaba cuando dijo que estaríamos aquí a primera hora de la mañana -comentó Austin.
- Él Argo puede que parezca un caballo de tiro, pero tiene alma de purasangre.
- ¿Cuáles son los planes para la primera exploración?
- Trazaremos un mapa de la-zona con el sonar de nuestro nuevo VANT, y a continuación miraremos más a fondo La tripulación lo está preparando en la cubierta. -El artilugio, un vehículo autónomo no tripulado, era la última palabra en exploraciones submarinas.
Paul pidió ver la carta náutica. El capitán apartó la cortina azul que separaba el puente de mando de la pequeña sala de navegación. Sobre la mesa había una carta del mar Negro.
- Estamos aquí -dijo Atwood, y apoyó el dedo en un punto frente a la costa occidental.
Trout se inclinó sobre la carta.
- Estamos en el borde de la plataforma continental que sigue la costa más allá de Rumania, el delta del Danubio, el Bósforo y toda la península de Crimea. -Miró a su esposa-. Gamay nos informará de los aspectos biológicos y arqueológicos.
- La plataforma que mencionó Paul es de una increíble riqueza pesquera. Hay salmones, esturiones y lenguados.
También hay delfines y bonitos, aunque el número se va reduciendo. Algunos dicen que los turcos han sobreexplotado los bancos, y los turcos afirman que la culpa es la polución de la Unión Europa que llega a través del Danubio. Lo que no se discute es que por debajo de los ciento cincuenta metros no hay vida. El noventa por ciento del mar es estéril. Debido a la reducción del número de peces, ha aumentado el número de medusas y se producen grandes mareas rojas. La preocupación por lo que pueda suceder ha llevado a que las autoridades comiencen a intervenir.
- Así fue como la NUMA se vio involucrada en el tema -añadió el capitán Atwood-. Estábamos reuniendo información para un proyecto conjunto ruso-turco.
- Me preguntaba por qué no había representantes de ambos países a bordo -dijo Paul.
- En los primeros viajes, los observadores gubernamentales se pasaban la mayor parte del tiempo diciéndoles a los barcos donde no podía realizar investigaciones. El almirante Sandecker insistió en tener carta blanca cuando le pidieron a la NUMA que echara una mano. Eso significó que no llevemos a observadores en esta investigación preliminar. Gracias a su prestigio y a la desesperación de ellos, consiguió salirse con la suya.
- Estos países tienen buenas razones para estar desesperados -señaló Gamay-. La contaminación está creando las condiciones para una «inversión». Si el agua muerta asciende a la superficie, desaparecerá todo lo que hay en el mar y en sus costas.
- No hay nada como la amenaza de extinción para que la aente mueva el culo -comentó Gunn.
- Yo sería el primero -señaló Austin.
Trout trazó una línea con el dedo en la carta.
- El fondo en esta zona estará cubierto de fango negro sobre la arcilla que marca el cambio del antiguo lago en un mar. Cuando se pasa del borde de la plataforma, nos encontramos con profundos cañones submarinos abiertos en la brusca pendiente de la plataforma. Hace diez mil años, el nivel del agua estaba unos trescientos cincuenta metros por debajo del actual. La teoría del diluvio sugiere que una superficie de unos novecientos sesenta mil kilómetros cuadrados fue inundada por las aguas del Mediterráneo.
- Cosa que convirtió a cualquiera con una embarcación en un tipo muy popular -opinó Austin.
- Esto tiene una relación directa con nuestro tema. Como Paul explicó anoche, los gusanos no pueden sobrevivir en aguas profundas, así que los barcos de madera se conservan en perfectas condiciones durante miles de años. En cambio, los barcos metálicos se desintegran.
Un marinero llamó al capitán al puente. Atwood acudió a la llamada. Volvió al cabo de un minuto con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
- Hemos llegado. Nuestro barco misterioso tendría que estar directamente debajo de nuestra antena de radio.
- No permitan que me olvide de enviarle un ramo de flores a la flamante esposa que le regaló a su marinerito un reloj GPS.
Austin contempló la enorme extensión de mar abierto y pensó en todo el tiempo que se hubiera perdido en una infructuosa búsqueda del barco.
- Creo que deberíamos enviarle todo lo que tengan en la floristería -dijo.
En cuanto apareció Zavala, bajaron a la cubierta de estribor donde la luz del sol se reflejaba en la superficie metálica de un pequeño torpedo colocado en una cesta de aluminio. El hombre alto que estaba desconectando el cable del módem enchufado al artilugio era Mark Murphy, el experto en vehículos submarinos dirigidos por control remoto.
Murphy era un rebelde que despreciaba los monos de trabajo de la NUMA y prefería vestirse por libre: unos desteñidos vaqueros cortados a la altura de las rodillas, una camisa de pana sobre la camiseta, botas rotas, y una gorra de béisbol.
La gorra y la camiseta llevaban impresa la palabra Argonauta. Acababa de cumplir los cincuenta, y su espesa barba mostraba algunas canas, pero su rostro muy bronceado resplandecía con un entusiasmo juvenil. Vio la mirada de admiración de Zavala y le dijo:
- Adelante, tú mismo.
- Gracias. -Joe pasó los dedos por las anchas rayas verdes, amarillas y negras pintadas en la cubierta metálica como si las acariciara-. Sensual -dijo y silbó-. Muy sensual.
- Tendrá que perdonar a mi amigo -intervino Austin-. Hace veinticuatro horas que no baja a tierra.
- Lo comprendo perfectamente -replicó Murphy-, Esta nena es ardiente. Espere a ver cómo se mueve.
A Kurt le resultaba divertido aunque no era ninguna sorpresa ver cómo los dos hombres babeaban ante el artilugio.
Zavala era un brillante ingeniero naval que había diseñado o dirigido la fabricación de muchos vehículos submarinos.
Murphy era el experto del Argo en su uso. Para ellos, las líneas puras del objeto en la canasta de aluminio era tan sensual como el cuerpo de una mujer.
Austin comprendía la pasión de ambos. El artefacto solo medía un metro cincuenta y cinco de largo, dieciocho centímetros de diámetro y pesaba tan solo cuarenta kilos. Sin embargo, la miniatura representaba la última palabra en exploración submarina, un vehículo capaz de actuar casi con total independencia de sus controladores a bordo. El modelo había sido diseñado en Woods Hole; su nombre oficial era Vehículo Semiautónomo de Reconocimiento Hidrográfico.
- Estamos casi a punto de lanzarlo -dijo Murphy-. Hemos lanzado dos transductores, uno en cada esquina de la zona de exploración, que establecen la red de navegación. El vehículo se comunica constantemente con los transductores que le dicen dónde está en cada momento. Los datos que recoge se graban en un disco duro que descargamos más tarde.
- ¿Por qué no envían la información directamente al barco por telemetría? -preguntó Austin.
- Podríamos hacerlo, pero la información tardaría muchísimo a través del agua. Le he dicho al vehículo que empiece con diez pasadas de treinta y tres metros cada una en alta resolución. Se moverá a una velocidad de cinco nudos y medio a unos treinta metros del fondo. El sonar anticolisión se asegurará de que pase por encima o alrededor de cualquier obstáculo de gran tamaño.
Murphy apretó un interruptor magnético en un costado del vehículo. La hélice de acero movida por un motor eléctrico comenzó a girar suavemente. Con la ayuda de un tripulante, Murphy bajó lentamente la cesta hasta que se sumergió en el agua.
El Argo estaba erizado con una extraordinaria variedad de grúas, poleas y palancas para manejar toda clase de ojos, orejas y manos electrónicas, y los sumergibles tripulados o no que los científicos lanzaban al mar. Una de las grúas, tan potente que podía levantar una casa, estaba equipada con una serie de eslabones débiles que se romperían si se les sometía a una tensión superior a su resistencia; esto era para evitar que se hundieran si el barco se enganchaba a una montaña submarina.
La mayor parte del equipo pesado lo bajaban a través de lo que llamaban la «piscina lunar», una sección en el centro del casco del Argo que se abría al mar a través de dos compuertas deslizantes. En este caso, el VANT era tan pequeño que solo era cuestión de bajarlo por encima de la borda. En cuanto la hélice tocó el agua, el vehículo se alejó como un pez que se ha soltado del anzuelo. Cuando estuvo a la distancia señalada del barco comenzó a trazar un círculo de diez metros de diámetro.
- Dará cuatro vueltas para ajustar la brújula -explico Murphy-. Ahora el vehículo está en comunicaron con la red de navegación para obtener las coordenadas a través de U triangulación. -Mientras lo observaban, el vehículo dio la ultima vuelta y se sumergió- Comienza a realizar la primera pasada.
- ¿Qué hacemos ahora? -pregunto Austin.
Murphy los obsequió con una amplia sonrisa.
- Nos vamos a tomar café y donuts.
21
El vehículo submarino recorrió el fondo del mar como si fuera una máquina cortacésped, y las idas y venidas se reflejaban en la pantalla del ordenador. Cuando acabó la tarea, el VANT se dirigió a un tercer transductor como un cachorro que ha escuchado la palabra «hueso». El vehículo llegó al costado del barco, donde lo sujetaron con una barquilla para subirlo a cubierta. Murphy conectó el módem y transfirió toda la información a su ordenador portátil. Luego desconectó el módem.
Murphy y los demás volvieron a la sala de conferencias, donde el técnico conectó el ordenador a una pantalla de grandes dimensiones. El programa SeaSone comenzó a generar imágenes de sonar de alta resolución que pasaban por la pantalla en cámara lenta, y la película del fondo marino tal como la había filmado el VANT fluyó desde la parte superior de la pantalla como unas cascadas gemelas. La latitud, la longitud y la posición aparecían en la esquina superior derecha de la imagen. Murphy manipuló los colores de la pantalla hasta conseguir un ocre amarillo que era más descansado para la vista.
El fondo marino era bastante llano. De vez en cuando, aparecía un peñasco o las manchas oscuras y claras que indicaban los diferentes sedimentos. A mitad de la cuarta pasada, el sonar captó dos líneas que se cruzaban. Todas las miradas se centraron en la pantalla mientras el vehículo acababa la pasada, daba la vuelta y emprendía la siguiente. Murphy congeló la imagen.
- ¡Bingo!
La imagen inconfundible de un barco apareció claramente contrastada. Murphy hizo un clic en el ratón para ampliar la imagen. Los claros y oscuros se convirtieron en puertas, escotillas y ojos de buey. El ordenador calculó las dimensiones del barco.
- Tiene un total de ochenta y tres metros de eslora -anunció Murphy.
Austin señaló una sombra en el casco.
- ¿Puede ampliar aquella sección?
Murphy hizo otro clic, y la sección que le interesaba a Austin apareció en un marco a un lado de la pantalla. El experto buscó la resolución hasta que el agujero en el casco muy cerca de la línea de flotación se vio con toda claridad.
Imprimió una copia en color de la zona de búsqueda, donde aparecían los contactos, y la desplegó sobre la mesa.
- Está a ciento cincuenta metros. Aquí es donde el fondo a cien metros comienza a bajar hacia el cañón. El barco está en la pendiente, con parte del casco más allá del borde.
Hemos tenido suerte. Unos cuantos metros más y se hubiera hundido hasta el fondo. Ahora no quedaría rastro alguno debido a la corrosión.
- Buen trabajo, Murphy -dijo el capitán Atwood y luego añadió para los demás-: Tengo a un equipo preparado para lanzar un ROV desde el tanque.
Un ROV era un vehículo robot. Pasaron a una pequeña habitación donde estaban las consolas de control para los vehículos que operaban fuera del tanque. El capitán señaló la consola central y le preguntó a Gunn:
- ¿Quiere usted llevar los controles, comandante?
Los modales y aspecto académicos de Gunn enmascaraban a una personalidad que disfrutaba con la acción, y el papel de observador que venía desempeñando desde que estaba a bordo, le irritaba. Tenía mucha experiencia en el manejo de este tipo de naves, y no hizo falta que se lo repitieran.
- Con mucho gusto. Gracias, capitán.
- Cuando usted quiera.
Gunn se sentó delante de la consola y se familiarizó con los instrumentos y el tacto de la palanca de mandos que controlaba el ROV. Luego sonrió y se frotó las manos.
- Suéltenlo.
El capitán cogió la pequeña radio que llevaba sujeta al cinturón y transmitió la orden. Al cabo de un momento, en Ja pantalla apareció la imagen del enorme tanque transmitida por la cámara de vídeo instalada en la proa del vehículo. La cámara pareció inundarse cuando bajaron el ROV al tanque.
Un buzo apareció mientras desenganchaba el cable de la grúa.
Desapareció casi de inmediato, y en su lugar se vio una nube de burbujas y el azul cada vez más oscuro del mar, a medida que el ROV se sumergía lentamente debajo de las compuertas abiertas.
Un cable forrado en Kevlar de casi trescientos cincuenta metros conectaba el Bemthos Stingray ROV al barco. El cable transmitía las órdenes de Gunn al sistema operativo y enviaba de retorno las imágenes de vídeo que aparecían en la pantalla. El Argo disponía de otros ROV más grandes y potentes, pero después de escuchar el relato de los tripulantes del NR-1, el capitán consideró que necesitarían un vehículo que pudiera maniobrar en espacios muy limitados. El vehículo tenía el tamaño y el aspecto de una maleta grande. Aunque el ROV era pequeño, iba equipado con una cámara de vídeo, cámaras digitales y un brazo mecánico.
Gunn movió la palanca con mano experta y colocó al ROV en una trayectoria de descenso. El vehículo utilizaba las coordenadas de navegación establecidas por el VANT para encontrar el camino directo al objetivo. El color desapareció poco a poco del agua, a medida que cada nueva braza alejaba al ROV de la zona iluminada. El comandante encendió los focos halógenos de 150 vatios, pero incluso sus poderosos rayos fueron engullidos por la oscuridad.
El ROV descendió suavemente hasta los cien metros, y después se niveló a unos pocos metros del fondo marino. El vehículo se movió por una ligera corriente que mantenía su velocidad por debajo de un nudo mientras avanzaba por encima del fango negro. Entonces desapareció el fondo y g ROV cruzó el borde del cañón submarino de una forma tan inesperada que todos sintieron un leve malestar de estómago Gunn apuntó al ROV hacia abajo para mantenerlo paralelo a la pendiente. El sonar-escáner lateral presentó al objetivo en otra pantalla hasta que estuvo lo bastante cerca como para permitir la inspección visual. Gunn puso en marcha los impulsores verticales, y el vehículo se elevó lentamente por encima del pecio.
El barco yacía inclinado en la pendiente del cañón, con la quilla hundida en el fango. El ROV descendió unos cuantos metros y se movió a lo largo del casco a la altura de la cubierta principal; pasó junto a una hilera de ojos de buey, algunos de los cuales estaban abiertos. Los percebes cubrían gran parte de la nave y reforzaban su aspecto fantasmal. Se veían algunos trozos del casco pintado. La cabina de madera del puente de mando se había desintegrado y las cubiertas se habían podrido. Los pescantes de los botes salvavidas estaban vacíos, y las algas cubrían los cables. Un montón de hierros retorcidos era todo lo que quedaba de la chimenea rota.
La nave era un cadáver de metal, totalmente inútil excepto para los peces que recorrían los pasillos que antes habían utilizado los seres humanos. Para Austin, que miraba la pantalla con una expresión fascinada en su rostro bronceado, este triste e inservible montón de chatarra era una cosa viva. Aunque no había manos para cerrar las escotillas abiertas por la presión del aire que se escapaba, Austin casi escuchaba el ruido de los botalones y el golpeteo de la maquinaria mientras el barco surcaba los mares. En su imaginación, vio al timonel con las piernas separadas y los pies bien plantados en la tarima, las manos en la rueda mientras los tripulantes se ocupaban de sus faenas en cubierta, o luchaban contra el inevitable aburrimiento de la vida a bordo.
Austin le pidió a Gunn que llevara al ROV a la popa. Tal como lo había descrito el alférez Kreisman, la vida marina que había crecido en el casco ocultaba el nombre del barco. Gunn metió al vehículo en varios huecos, para ver si daban con la placa del fabricante, pero no la encontraron.
- ¿Qué nos puede decir nuestra arqueólogo marina residente sobre este barco? -le preguntó Austin a Gamay.
La joven se pellizcó la barbilla mientras pensaba con la mirada fija en las imágenes fantasmales que aparecían en la pantalla.
- Mi especialidad son las naves de madera griegas y romanas, y si me pidieran que identificara un trirreme quizá podría ayudarles. De todas maneras, intentaré darles algunas pistas.
- La cámara enfocaba ahora la parte media del barco, donde las planchas oxidadas aparecían retorcidas y limpias de percebes- Esas son planchas remachadas. A comienzos de los años cuarenta, los constructores habían dejado de utilizar los remaches y soldaban las planchas. Los botalones indican que probablemente fuera un barco de carga. El diseño nos dice que era muy viejo, quizá construido a finales de siglo.
Austin le pidió a Gunn que llevara al ROV a la parte dañada. El barco se inclinaba pendiente abajo, y desde este ángulo parecía que fuera a tumbarse en cualquier momento.
Gunn movió al ROV en línea recta hasta que el agujero llenó casi toda la pantalla. Las luces alumbraron el interior donde se veían tuberías y columnas retorcidas.
- ¿Evaluación de los daños, Rudi? -preguntó Austin.
- Por la manera que están retorcidos los bordes, diría que un proyectil alcanzó el cuarto de máquinas. Es demasiado alto para un torpedo. Probablemente, una bala de cañón.
- ¿Quién querría hundir un viejo carguero inofensivo?
- preguntó Zavala.
- Quizá alguien convencido de que no era tan inofensivo -contestó Austin-. Veamos los camarotes que mencionó el alférez.
Gunn movió el mando, y el ROV se elevó hasta la altura del puente. Era obvio por la sonrisa en su rostro que Rudi se lo estaba pasando a lo grande. Fue acercando el vehículo con mucho cuidado para que el cable no se enganchara en el mástil o los botalones. El ROV pasó junto al puente y luego se detuvo delante de una oscura abertura rectangular. A diferencia del agujero irregular en el casco, aquí los bordes cortados a soplete eran casi rectos. El comandante acercó el vehículo a menos de un par de metros de la abertura. Las luces alumbraron la estructura de una litera, y los restos de una silla y una mesa metálicas tumbadas.
- ¿Podemos entrar? -preguntó Austin.
- Hay una corriente lateral que complica las cosas, pero veré lo que puedo hacer. -Gunn maniobró el vehículo a izquierda y derecha, y cuando lo tuvo centrado, lo hizo pasar por la abertura con la misma facilidad que una costurera enhebra una aguja. El ROV podía girar sobre su propio eje, y Gunn le hizo dar una vuelta de trescientos sesenta grados. La cámara captó un montón de restos grises. El comandante utilizó el brazo mecánico para escarbar en un rincón, lo que levantó una nube de polvo y óxido. Entonces el ROV se enganchó en algún objeto. Gunn esperó a que se asentara el polvo y después lo movió muy suavemente hasta desengancharlo de un cable enganchado en la caperuza protectora.
- ¿Qué opinas, Austin? -preguntó Gunn.
- Creo que se han llevado todo lo que había de valor, Tendremos que recomponer la historia a partir del propio barco, no de lo que llevaba. -Señaló un estante-. ¿Qué es eso?
La aguada mirada de Austin había visto un objeto cuadrado. Gunn empleó el brazo para apartar un montón de restos amorfos y realizó varios intentos inútiles para coger el objeto. Se le escabullía como una anguila. Harto, empujó el objeto hasta un rincón donde ya no podía deslizarse, luego hizo retroceder al ROV y con el brazo lo situó directamente delante de las luces. Esta vez, la garra mecánica sujetó sin problemas la pequeña caja plana.
- La subo -anunció Gunn. Invirtió la dirección del ROV y lo hizo subir a toda velocidad hacia el Argo. En cuestión de minutos, las luces del tanque aparecieron en la pantalla. El capitán ordenó a los encargados del ROV que estabilizaran la caja en agua de mar y lo enviaran a la sala de control. Un técnico llegó cargado con un cubo de plástico blanco. Gamay, que era la experta en arqueología marina, pidió que le trajeran un cepillo suave. Sacó la caja del cubo y la dejó en el suelo con mucho cuidado. Luego, pasó el cepillo con suavidad hasta quitar una pequeña parte de la suciedad- Todos vieron el brillo de metal.
- Es de plata -comentó, y continuó trabajando hasta dejar limpia la mitad de la tapa. Había un águila bicéfala grabada. Gamay observó el cierre-. Podría abrirlo, pero no me animo porque el contenido se podría destruir al entrar en contacto con el aire. Hay que disponer del equipo adecuado.
- Miró al capitán.
- El Argo está preparado para investigaciones geológicas y biológicas -dijo Atwood-. Hay otro barco de la NUMA, el Sea Hunter, que está realizando trabajos arqueológicos en esta misma zona. Quizá podría ayudarnos.
- Estoy seguro de que podrán -manifestó Austin-. Trabajé en el Sea Hunter hace un par de años atrás. Es gemelo del Argo, ¿no es así?
- Efectivamente. Los dos barcos son idénticos.
- Tendríamos que llevarles esta caja cuanto antes -señaló Gamay-. La estabilizaré en agua de mar lo mejor que pueda. -Miró la caja con una expresión de añoranza-. ¡Maldita sea! Ahora siento verdadera curiosidad para ver su contenido.
- ¿Qué tal si la examinamos con el aparato de rayos X en la enfermería? -propuso Austin-. Al menos satisfaría en parte tu curiosidad.
Gamay sumergió la caja con mucho cuidado en el cubo lleno con agua de mar, y el técnico se la llevó.
- Eres brillante -afirmó.
- Quizá cambies de opinión cuando escuches mi otra idea -replicó Austin. Les explicó su plan.
- Vale la pena intentarlo -dijo Atwood, y cogió su radio.
Solo pasaron unos minutos y, una vez más, apareció el tanque.
Estaban colocando el ROV en el agua. El procedimiento fue similar al anterior, con el buzo, la nube de burbujas y el agua oscura.
Gunn llevó al ROV en una trayectoria directa al barco hundido, y esta vez se acercó por la popa. El comandante accionó la palanca, y el brazo mecánico se desplegó iluminado por los focos halógenos. Ver a Gamay limpiar la caja rescatada le había dado una idea a Austin. La garra metálica sujetaba un cepillo de alambre que se empleaba habitualmente para raspar la pintura vieja del casco del Argo.
El ROV hizo varios intentos para quitar los percebes. La ley de acción y reacción de Newton entró en efecto, y el raspado hizo que el ROV se apartara del casco. El barco no quería revelar su identidad sin resistencia. Después de cuarenta y cinco minutos, había conseguido limpiar un trozo de unos treinta centímetros de diámetro. Se veía parte de una letra pintada de blanco, que podía ser una O o varias otras.
- Para que después hablen de las ideas brillantes -se quejó Austin.
Gunn también se sentía frustrado. Tenía la frente perlada de sudor. Había intentado contrarrestar los efectos de la corriente con los impulsores del ROV. Hubo un momento en el que perdió el control del vehículo y el ROV chocó contra el casco. Un trozo de unos sesenta centímetros de largo se desprendió para dejar al descubierto una letra S.
- Hay una formación calcárea debajo de los percebes y las algas -señaló Gamay-. Por eso no podemos limpiar las letras con el cepillo.
- ¿Puedes hacer que choque otra vez? -preguntó Austin. Miró al capitán-. Con su permiso, por supuesto.
Atwood se encogió de hombros.
- Diablos, tengo tanta curiosidad como usted por saber la identidad de ese viejo barco. Si lo que hace falta para acabar el trabajo son unas cuantas abolladuras en un vehículo de la NUMA, adelante.
Se ruborizó al recordar que el subdirector de la NUMA era la persona que manejaba los controles. Pero Gunn no puso ninguna pega. Lanzó el ROV una y otra vez como si estuviera intentando derribar la puerta de un castillo con un ariete. Poco a poco se fueron desprendiendo trozos de la concreción calcárea y se vieron más letras. Un golpe muy fuerte consiguió desprender el resto de la capa y el nombre completo del barco escrito en letras cirílicas quedó a la vista.
Austin leyó las letras iluminadas por los focos del ROV y sacudió la cabeza.
- Mi ruso está un poco oxidado, pero el nombre del barco parece ser Odessa Star.
- No me suena -comentó Atwood-. ¿Usted sabe algo?
- No -respondió Austin-. Pero sé de alguien que sí sabe.
22
Washington.
Saint Julián Perlmutter había pasado la mayor del día dedicado a reunir documentación sobre un acorazado de doble casco de la Guerra de Secesión para el Smithsonian Institute, y el trabajo le había dado hambre. Claro que prácticamente todo le daba hambre a Perlmutter. Cualquier otro ser humano enfrentado a esta situación hubiera satisfecho sus necesidades con un buen trozo de algo frío entre dos rebanadas de pan. Cualquier otro que no fuera Perlmutter. Satisfizo su gusto por la cocina alemana con un plato de codillos de cerdo con chucrut y una botella de Riesling Kabinett sacada de su bodega de cuatro mil botellas. Cenó con el servicio de plata y porcelana del Normandie, el trasatlántico francés. Se sentía extraordinariamente feliz. Su bienestar no se vio afectado cuando sonó el teléfono con un sonido que imitaba la campana de un barco, Se limpió los labios y la espesa barba gris con una servilleta de lino con su inicial bordada, y tendió una mano regordeta para coger el teléfono.
- Aquí Saint Julián Perlmutter -dijo con un tono amable-. Por favor, explique lo que desea de la manera más breve posible.
- Perdón. Seguramente me he equivocado -respondió una voz-. El caballero con quien deseo hablar nunca atendería el teléfono de una manera tan educada.
- ¡Aja! -La voz de Perlmutter subió por la escala de decibelios hasta el estampido supersónico-. Más te vale que no te pille, Kurt. ¿Qué pasó con el iman?
- Creo que no conozco a nadie con ese nombre. ¿Has probado con la sección de personas desaparecidas en Estambul?
- No juegues conmigo en un tema tan importante, insolente mozalbete -vociferó Perlmutter, con un brillo divertido en sus ojos azul claro-. Sabes perfectamente bien que me prometiste conseguir la verdadera receta del iman bayidi. La traducción libre sería algo así como «el iman se desmayó», porque al parecer el tipo cayó redondo de placer cuando probó el plato. Lo recuerdas, ¿verdad?
Austin nunca dejaba de buscar las mejores recetas para su amigo en sus viajes por todo el mundo.
- Por supuesto que lo recuerdo. Llevo no sé cuánto tiempo intentando convencer a uno de los mejores cocineros de Estambul para que me la dé. En cuanto la tenga te la enviaré.
No quiero que te consumas de hambre.
Perlmutter se echó a reír, y sus carcajadas hicieron que se sacudieran los casi doscientos kilos de carne adheridos a su recia osamenta.
- No existe ninguna posibilidad de que eso pueda llegar a ocurrir. ¿Todavía estás en Turquía?
- En las inmediaciones. Estoy en un barco de la NUMA en el mar Negro.
- ¿Sigues con tu crucero de vacaciones?
- Se han acabado las vacaciones. He vuelto al trabajo y necesito un favor. ¿Podrías averiguar algo de un viejo carguero llamado Odessa Star? Se fue a pique en el mar Negro, pero no sé cuándo. Es todo lo que sé por ahora.
- Averiguar todo lo referente a tu barco no será ningún problema, gracias a tu amplia descripción -replicó Perlmutter con un humor severo-. Por favor, dime lo que sepas.
- Anotó la escasa información que Austin le facilitó-. Haré lo que pueda, aunque quizá desfallezca de hambre, algo que se podría remediar fácilmente si recibiera cierta receta turca.
Austin le aseguró a Perlmutter que la receta era una prioridad absoluta y colgó. Se sintió culpable por falsear la verdad Con todo lo que estaba pasando, se había olvidado de Permutter. Miró al capitán Atwood.
- ¿Hay alguien en la cocina que sepa algo de la cocina turca?
Mientras Austin intentaba dar con la dichosa receta, a miles de kilómetros de distancia en su casa de la calle N entre dos antiguas mansiones de Georgetown cubiertas de hiedra, Perlmutter sonreía de placer. A pesar de sus protestas disfrutaba con los desafíos. El Smithsonian tendría que esperar, aunque investigar un oscuro acorazado de doble casco era muy interesante. Echó una ojeada a la enorme habitación que era una mezcla de sala de estar, dormitorio y despacho, donde las pilas de libros ocupaban todo el espacio disponible, A pesar de que parecía la pesadilla de un bibliotecario, el apartamento de Perlmutter albergaba una de las mejores colecciones de literatura histórica naval jamás reunida.
Había leído cada uno de los libros que poseía, al menos dos veces. Su mente enciclopédica almacenaba una extraordinaria cantidad de datos, cada uno vinculado como los links en una página web. Tenía la capacidad de recoger un libro cualquiera de una de las pilas, pasar los dedos por el lomo y recordar prácticamente cada una de las páginas.
Frunció el entrecejo; había algo que se le escapaba, oculto en algún rincón oscuro de la mente más allá de la periferia del consciente. Estaba seguro de haber escuchado mencionar al Odessa Star antes de que lo citara Austin. Podía encontrarlo en cinco minutos o nunca. Buscó entre las pilas de libros y periódicos, mientras rezongaba en voz baja. No conseguía recordarlo ni aunque en ello le fuera la vida. Debía de estar haciéndose viejo. Continuó con la búsqueda durante una hora antes de renunciar. Cogió una tarjeta del fichero telefónico y marcó un número de Londres. Al cabo de un instante, una voz con un impecable acento británico atendió la llamada.
- Biblioteca Guildhall.
Perlmutter dio su nombre y preguntó por una de las bibliotecarias que había colaborado con él en anteriores ocasiones.
Como otras muchas instituciones inglesas, la biblioteca Guildhall existía desde hacía varios siglos. La biblioteca original había sido fundada en 1423 y era famosa en todo el mundo por una colección histórica que se remontaba al siglo XI.
La biblioteca también contaba en sus fondos con una de las mejores colecciones de libros de cocina y vinos del Reino Unido, un hecho que no había escapado a la atención de Perlmutter. Sin embargo, eran los muy completos archivos marítimos depositados en la biblioteca donde Perlmutter a menudo obtenía la mayor parte de la documentación. La tradición marítima inglesa, la magnitud de su imperio y de la actividad comercial con las colonias, hacían que la colección fuese un instrumento básico para cualquiera interesado en conocer la historia de los países marineros.
La bibliotecaria, una agradable joven llamada Elizabeth Bosworth, se puso al teléfono.
- Julián, es un placer volverle a escuchar.
- Muchas gracias, Elizabeth. ¿Está usted bien?
- Muy bien, gracias. He estado muy ocupada confeccionando el catálogo de los barcos con registro en las colonias a partir del siglo xvn.
- Espero no haber llamado en un mal momento.
- Por supuesto que no, Julián. Los documentos son fascinantes, pero a veces el trabajo se hace un poco aburrido.
¿Qué puedo hacer por usted?
- Intento conseguir información sobre un viejo barco carguero llamado Odessa Star, y me preguntaba si usted podría consultar por mí el registro de la Lloyd.
La biblioteca guardaba todos los registros navieros de la gigantesca compañía de seguros marítimos contratados antes de 1985. Lloyd de Londres había sido fundado en 1811 para proveer un sistema universal de «información y control» en todos los principales puertos del mundo. Para conseguir esta meta, la agencia tenía más de cuatrocientos agentes y otros quinientos subagentes dispersos por todo el mundo. Sus informes sobre naufragios, armadores, transporte de pasajeros y carga, y viajes estaban en los fondos de la biblioteca, donde eran accesibles a los historiadores como Perlmutter.
- Estaré encantada de hacerlo por usted -contestó Bosworth. Su entusiasmo solo se debía en parte a las generosas contribuciones, muy por encima de las tarifas fijadas para las averiguaciones, que Perlmutter hacía sistemáticamente a la biblioteca. Compartía su amor por la historia de la navegación y admiraba su colección de libros. En más de una ocasión había acudido a él para documentarse sobre algún tema.
Perlmutter se disculpó por tener tan pocos datos para ayudarla en la búsqueda, y le comunicó lo que le había dicho Austin. Bosworth le prometió que lo llamaría tan pronto como tuviera algo, y se despidieron. El historiador volvió a su trabajo para el Smithsonian. Con una perseverancia digna del mayor encomio, encontró un boceto del barco confederado y estaba escribiendo el informe cuando sonó el teléfono. Era la bibliotecaria.
- Julián, he encontrado algunas referencias del Odessa Star. Se las enviaré por fax.
- Muchísimas gracias, Elizabeth. En justa recompensa, la próxima vez que vaya por allí la invitaré a comer en Simpson's, en el Strand.
- Le tomo la palabra. Ya sabe dónde encontrarme.
Se dijeron adiós y, un minuto más tarde, se puso en marcha el fax. La transmisión fue de varias hojas. Perlmutter echó una ojeada a la primera. Era un informe del agente del Lloyd's en Novorossiisk, un tal A. Zubrin. Llevaba fecha de abril de 1917.
Esta carta es para informar que el Odessa Star, un mercante de diez mil toneladas, con un cargamento de carbón del Cáucaso, en ruta de Odesa a Constantinopla, en febrero de 1917, no llegó a su destino y se lo da por perdido. He confirmado este supuesto con G. Bozdag, agente de Lloyd's en Constantinopla. No hay ningún informe del barco a los demás puertos del mar Negro. El barco es propiedad de Fauchet Limitada, de Marsella, Francia, que ha presentado una reclamación. La última inspección es de junio de 1916, y demostró que necesitaba una revisión a fondo. Por favor, envíen instrucciones respecto a la reclamación.
Los otros documentos incluían la correspondencia entre el agente, la oficina central en Londres y los armadores franceses. Estos últimos insistían en el pago total de la póliza.
Lloyd's se oponía con el argumento del mal estado del barco, finalmente el asunto se zanjó cuando la compañía pagó una tercera parte de la póliza, que cubría el valor de la carga.
Perlmutter se acercó a una librería que ocupaba toda una pared desde el suelo al techo, y cogió un grueso volumen cuyas tapas de tela rojo oscuro mostraban las huellas de un uso frecuente. Buscó las páginas donde aparecían las compañías navieras francesas. Fauchet había cesado sus actividades en 1922.
Perlmutter gruñó. No era de extrañar, dado que no se preocupaban del mantenimiento de sus barcos. Devolvió el libro a su lugar y cogió otro de los documentos que le había enviado Bosworth. Era una copia de una reseña literaria publicada en el London Times en los años treinta. El título decía: UN VETERANO CAPITÁN REVELA LOS SECRETOS DEL MAR NEGRO.
Dejó la reseña a un lado para leer la nota de la bibliotecaria.
Querido Julián. Espero que esto le ayude. Encontré una referencia a su barco misterioso en un listado de los textos cedidos a la biblioteca por el legado de lord Dodson, quien sirvió durante muchos años en el Foreign Office. Se trata del manuscrito de las memorias de Dodson, pero al parecer fue reclamado por la familia. También había una mención al Odessa, Star en un libro titulado La vida en el mar Negro. Tenemos un ejemplar y se lo puedo enviar vía urgente.
Perlmutter dejó la nota para acercarse a un estante donde se amontonaban libros de todos los tamaños. Había desaparecido la preocupación por el momentáneo fallo de memoria. Escribió una nota y la insertó en el fax: «No es necesario que envíe el libro. Lo tengo en mi colección. Gracias». Mientras el mensaje se transmitía al otro lado del Atlántico, Perlmutter se sentó cómodamente con una jarra de té helado, un plato de galletas y un bote de trufas, y comenzó a leer.
Un capitán de barco ruso llamado Popov había escrito el libro en 1936. El capitán tenía buen ojo para el detalle y mucho sentido del humor, y Perlmutter sonrió y soltó alguna que otra carcajada mientras Popov relataba sus aventuras con mangas y tormentas, barcos que hacían agua, piratas y bandidos, armadores tramposos, burócratas corruptos y tripulaciones amotinadas.
El capítulo más emotivo era uno titulado «La sirenita».
Popov estaba al mando de un carguero que llevaba madera a través del mar Negro. Una noche, el vigía vio unos destellos en la distancia y escuchó lo que parecía un trueno lejano aunque el cielo estaba despejado. Ante la posibilidad de que algún barco estuviera en problemas, Popov decidió investigar.
Cuando mi barco llegó al lugar, encontramos una gran mancha de aceite, y una nube de humo negro casi a ras del agua, Había restos flotando por todas partes y, lo que era mucho más espantoso, cadáveres quemados y mutilados. A pesar de mis órdenes, la tripulación se negó a recuperar los cadáveres.
Dijeron que traían desgracias y que, en cualquier caso, ya no se podía hacer nada por ellos. Ordené que pararan las máquinas y escuchamos. Todo estaba en silencio. Entonces escuchamos algo que parecía el grito de un ave marina. Llamé a mi leal primer oficial y arriamos uno de los botes. Nos abrimos paso entre los restos y los cadáveres en dirección al sonido.
Cuál sería nuestra sorpresa cuando la luz de la linterna iluminó las doradas trenzas de una muchacha. Se aferraba a un cajón y, de haber llegado nosotros unos minutos más tarde, se hubiera muerto de frío en aquellas aguas gélidas. La subimos al bote y le limpiamos el aceite del rostro. Mi primer oficial exclamó: «¡Se parece a una sirenita!». Los tripulantes, al ver nuestra hermosa carga, se olvidaron de las protestas y la atendieron. Cuando se recuperó, resultó ser una joven muy bien educada. Conversaba en francés con uno de los tripulantes, Dijo que viajaba con su familia en un barco que se llamaba Odessa Star. Si bien recordaba el nombre del barco, no recordaba el suyo aunque creía que podía ser Maria. De su vida antes de irse a pique el barco y las circunstancias del hundimiento, no recordaba nada. Los curtidos marinos de mi barco mostraron una gran ternura con la muchacha y la bautizaron con el nombre de «la sirenita».
El capitán informó del incidente cuando llegó a puerto, pero curiosamente no mencionó a las autoridades que habían rescaldo a la muchacha. La omisión estaba explicada en el epílogo.
Algunos de mis queridos lectores quizá se han preguntado qué se hizo de la sirenita. Ahora que han pasado muchos años, me siento libre para revelar la verdad. Cuando encontré a la muchacha entre las olas, yo llevaba cinco años casado. En todo aquel tiempo, mi bella y joven esposa no me había dado ningún hijo. A mi regreso al Cáucaso, adoptamos a Maria como hija nuestra. Fue un motivo de alegría y felicidad para ambos hasta que mi esposa murió, y se convirtió en una preciosa joven que, a su momento, se casó y tuvo hijos. Ahora, ya retirado, creo que es el momento de contar al mundo el precioso regalo que me hizo el mar después de hacerme vivir tantas penurias a lo largo de los años.
Perlmutter dejó el libro para coger la reseña. Al crítico no le había gustado el estilo, pero se había sentido intrigado por la historia de la sirenita, que describía ampliamente. El historiador supuso que alguien de Lloyd's había visto la referencia al Odessa Star y había decidido añadirla al expediente de reclamación por el hundimiento de la nave.
El relato del capitán Popov había sido tan fascinante que Perlmutter se había olvidado del tentempié. Puso rápido remedio a la falta, y untó veinte dólares de trufas en una galleta. De nuevo en el presente, Perlmutter miró a través de la ventana mientras saboreaba el bocado. Entonces recordó el comentario de Bosworth referente a lord Dodson. Leyó la nota una vez más y se preguntó por qué la familia Dodson había retirado el manuscrito con las memorias.
A pesar de su corpulencia, Perlmutter era un hombre de acción. Cogió el teléfono y llamó a un par de conocidos en Londres. En cuestión de minutos, se había enterado de que el nieto de lord Dodson, heredero del título, vivía en los Costwolds. Consiguió el número de teléfono, aunque su fuente le hizo jurar so pena de llevarlo a comer a un Burger King que no revelaría quién se lo había dicho. Perlmutter llamó y se presentó al hombre que atendió el teléfono.
- Soy lord Dodson. ¿Dice usted que es un historiador de la navegación? -Parecía divertido pero su tono era amable Hablaba con el típico acento de la clase alta británica.
- Así es. Encontré una referencia a las memorias de su abuelo mientras hacía unas investigaciones sobre un barco llamado Odessa Star. Al parecer la biblioteca devolvió el manuscrito a petición de su familia. Me preguntaba si las memorias volverían algún día a Guildhall.
Al otro lado se prolongó el silencio. Luego Dodson respondió:
- ¡Nunca! Quiero decir que parte de las memorias son de una naturaleza demasiado personal. Es algo que usted debe comprender, señor Perlman. -Parecía agitado.
- Mi nombre es Perlmutter, si no le importa, lord Dodson. Desde luego, la parte histórica se podría separar de la personal.
- Lo siento, señor Perlmutter -replicó Dodson, recuperado el control de su voz-. Va todo unido. No le haría ningún bien a nadie y muchas personas se verían comprometidas si el manuscrito se hiciera público.
- Perdóneme si le parezco obtuso, pero tengo entendido que él legó todos sus documentos a la biblioteca.
- Sí, es verdad. Sin embargo debe usted comprender a mi abuelo. Era un hombre de una impresionante rectitud.
- Dodson pareció darse cuenta de la desfavorable comparación con su propio carácter, y se apresuró a añadir-: Me refiero a que era muy inocente en muchos aspectos.
- No creo que fuera tan inocente si ocupó un alto cargo en el Foreign Office durante muchos años.
Dodson se río, nervioso.
- Ustedes los norteamericanos pueden ser endiabladamente persistentes. Escuche, señor Perlmutter, no quiero ser descortés, pero debo dar por concluida esta conversación.
Muchas gracias por su interés. Adiós.
Perlmutter miró el teléfono durante unos instantes y sacudió la cabeza. Curioso. ¿Por qué le había alterado tanto una simple pregunta? ¿Qué secreto podía ser tan peligroso después de tantos años? Él había hecho todo lo posible. Marcó el número que Austin le había dado. Dejaría que otros averiguaran por qué el Odessa Star podía preocupar tanto a alguien cuando ya habían pasado más de ochenta años desde que el barco se hundiera en el mar Negro.
23
Moscú, Rusia.
La discoteca estaba a un paso del parque Gorki, en un angosto callejón que había sido una vez un tugurio de mala muerte infestado de ratas para los desechos humanos empapados de vodka que usan las tapas de los cubos de basura como almohada. Los borrachos habían sido desplazados por la multitud de jóvenes que tenían el aspecto de haber salido de un ovni.
Una muchedumbre se agolpaba cada noche delante de la puerta azul alumbrada por una solitaria bombilla. La puerta era la entrada de un local tan de moda en la vida nocturna de Moscú que ni siquiera necesitaba un nombre.
El emprendedor y joven empresario moscovita que había fundado el club había visto claro el negocio de reunir a lo más florido de los nuevos ricos de Moscú con lo más vulgar de la cultura pop occidental. Había hecho una mala copia del Club 54, el exclusivo local nocturno neoyorquino que había alcanzado la fama internacional antes de acabar ahogado por las deudas con Hacienda y el tráfico de drogas. La discoteca funcionaba en un enorme local que en otros tiempos había sido una fábrica de propiedad estatal donde las trabajadoras mal pagadas confeccionaban imitaciones de los vaqueros norteamericanos. Los jóvenes a los que se les permitía entrar se encontraban con una música bailable a todo volumen, luces estroboscópicas y drogas de diseño suministradas por la mafia rusa, que se había hecho con el local después de que el fundador muriera de una indigestión de plomo.
Petrov permaneció en el límite de la muchedumbre, atento a lo que pasaba a su alrededor. Los ilusionados clientes vestían con las prendas más estrafalarias para llamar la atención ¿el hosco portero vestido de cuero negro que se interponía entre ellos y el éxtasis de las drogas. Petrov miró a los jóvenes un tanto sorprendido, y luego se abrió paso entre una muchacha cuyo atuendo consistía en un corpiño de plástico transparente y pantalones cortos y su compañero, que llevaba un biquini hecho con papel de aluminio. El portero miró al extraño que se acercaba como un mastín que ve a un gato acercarse a su plato de comida. Petrov se detuvo a un paso de la entrada y le entregó al gorila una hoja de papel doblada.
El hombre leyó la nota con una expresión de sospecha, se embolsó el billete de cien dólares, y después llamó a otro gorila para que lo reemplazara. Entró en el local y volvió acompañado por un hombre robusto y de mediana edad, vestido con el uniforme de oficial de la marina soviética. Tenía el pecho cubierto con más medallas y condecoraciones de las que cualquiera podría ganar en varias vidas. El portero le señaló a Petrov. El hombre de uniforme miró el mar de rostros, con el entrecejo fruncido. Una luz de reconocimiento brilló en sus ojos y le indicó a Petrov que lo acompañara con un ademán.
El impacto sonoro de la música a todo volumen casi tumbó a Petrov. En la inmensa pista de baile una multitud se retorcía como un único cuerpo al monótono ritmo rabioso que salía de docenas de altavoces que parecían ser los mismos que habían utilizado en Woodstock. Dio gracias para sus adentros cuando su guía lo llevó por un pasillo hasta un cuarto que servía de almacén y cerró la puerta, con lo cual el ruido se convirtió en un golpeteo sordo.
- Algunas veces vengo aquí para descansar un poco de tanto barullo -comentó el oficial. La voz de mando que Petrov recordaba se había vuelto rasposa, y el aliento del hombre apestaba a vodka. En su rostro apareció una sonrisa-. Le creía muerto, tovarich.
- Es un milagro que no lo esté, almirante -replicó Petrov. Miró al hombre de pies a cabeza-. Algunas cosas son peores que la muerte.
La sonrisa del almirante se desvaneció.
- No es necesario que me recuerde lo bajo que he caído.
Todavía tengo ojos. Sin embargo, no tan bajo como alguien que se divierte a costa de la desgracia de un viejo camarada.
- Estoy de acuerdo, aunque no he venido aquí para divertirme. He venido a pedirle su ayuda y a ofrecerle la mía.
El almirante se echó a reír.
- ¿Qué ayuda puedo darle? No soy más que un payaso.
La escoria humana que regenta este local me tiene aquí para que divierta a la clientela y les recuerde los malos tiempos.
Bueno, tampoco fueron malos para todos.
- Es verdad, amigo mío. Tampoco fueron buenos para todos -comentó Petrov, que acercó una mano a la cicatriz que le desfiguraba el rostro.
- En los viejos tiempos, éramos temidos y respetados.
- Por nuestros enemigos -puntualizó Petrov-. No obstante, fuimos despreciados por nuestro gobierno, que se olvidó rápidamente de nuestros sacrificios cuando ya no nos necesitaron para su trabajo sucio. La que fue una vez su orgullosa marina ahora es una burla. Los héroes como usted se ven reducidos a esto.
Los hombros del almirante se hundieron debajo de las charreteras doradas. Petrov comprendió que había ido demasiado lejos.
- Lo siento, almirante.
El almirante sacó un paquete de Marlboro de un bolsillo y le ofreció uno a Petrov, que no aceptó la invitación.
- Sí, creo que lo siente. Todos lo sentimos. -Encendió el cigarrillo-. Ya está bien de hablar del pasado. Lo hecho, hecho está. ¿Está seguro de que no quiere una prostituta? No todo lo que hago aquí es puro espectáculo. Me gano una comisión y me hacen descuento de empleado. El capitalismo es desde luego una cosa maravillosa.
Petrov sonrió al recordar el afilado ingenio de los tiempos cuando él y el almirante habían participado en misiones secretas. Con los cambios en el gobierno, las sonoras críticas del almirante no habían sido bien recibidas por la nueva generaron de burócratas que se molestaban por nada. Petrov había sobrevivido gracias a hundirse, a pasar desapercibido, en el pantano gubernamental. El almirante había intentado mantenerse por encima de las luchas intestinas, y su retiro reflejaba el destino de su amada marina.
- Quizá más tarde. Ahora lo que necesito es información sobre cierta propiedad naval.
El almirante entrecerró los abultados párpados.
- Eso abarca un campo muy amplio.
Petrov dijo una sola palabra.
- India.
- ¿El submarino? Vaya, vaya. ¿Cuál es su interés?
- Será mejor para usted no saberlo, almirante.
- ¿Quiere decir que esto entraña algún peligro? Por lo tanto, debe valer algo.
- Estoy dispuesto a pagar por la información.
El almirante frunció el entrecejo, y una mirada de pena apareció en sus ojos.
- Yo mismo me avergüenzo de las cosas que digo. No soy mejor que las prostitutas que engatusan a los clientes para que les paguen copas de falso champán. -Exhaló un suspiro- En cuanto a sus preguntas, haré todo lo posible por responderlas.
- Gracias, almirante. En una ocasión, vi a un submarino de la clase India en su base, pero nunca estuve a bordo de ninguno. Tengo entendido que lo diseñaron para realizar operaciones similares a las mías.
- Integración es una palabra maldita en las fuerzas armadas de todo el mundo. Pregúnteles a los norteamericanos cuánto dinero gastan en duplicar armamento porque el ejército, la armada, la fuerza aérea y la infantería de marina quieren sus propias versiones de lo que son armamentos prácticamente idénticos. Lo mismo pasó entre nosotros. La marina soviética no tenía el menor interés en compartir sus armas con nadie más, y menos con un grupo como el suyo, que estaba fuera de su control. -Sonrió-. Fuera del control de cualquiera.
- Se dijo que la nave había sido diseñada para los rescates submarinos.
- ¡Eso fue cuento chino! ¿Cuántas tripulaciones fueron rescatadas por ese submarino? Yo se lo diré. -Hizo un círculo con el pulgar y el índice-. Cero. Desde luego que tenía la capacidad para bajar hasta un submarino hundido. La clase India podía llevar dos vehículos de salvamento en unos huecos a proa. Iban provistos de un mecanismo que encajaba en la escotilla de rescate del submarino hundido, pero no estaban allí para sacar a algún pobre marinero del fondo del mar. Los diseñaron para las operaciones secretas de inteligencia y para llevar a los spetsnaz.
- ¿Las fuerzas especiales?
- Claro. Cuando estuvimos espiando en aguas suecas, los submarinos llevaban unos vehículos acorazados anfibios. Se movían por el fondo como enormes orugas. Los submarinos de la clase India eran una maravilla. Rápidos y muy maniobrables.
- La información pública dice que se construyeron dos.
- Así es. Teníamos uno en la flota del norte y otra en la del sur. Algunas veces se unían para realizar alguna operación especial.
- ¿Qué se hizo de ellos?
- Perdimos la guerra fría y los retiraron del servicio. Tenían que desguazarlos.
- ¿Así que los desguazaron?
El almirante sonrió.
- Sí, por supuesto.
Petrov replicó con una mueca.
- En cualquier caso, sobre el papel -añadió el almirante-. Todo el mundo se preocupa por el riesgo de que nuestras bombas nucleares vayan a parar a las manos de algún loco. Sin embargo, mientras todo el mundo dice lo suyo al respecto, nosotros hemos vendido la mitad de nuestros arsenales convencionales, que también son capaces de causar el mismo número de víctimas si se dan las circunstancias apropiadas. Nadie dice nada sobre eso.
- Yo sí que lo digo. ¿Qué se hizo de los dos submarinos?
- Uno lo desguazaron. El otro fue vendido a un comprador particular.
- ¿Sabe su nombre?
- Por supuesto, pero ¿qué más da? Representaba a un grupo que obviamente era la tapadera de algún otro. Puede haber muchos intermediarios entre el comprador y la persona que pone el dinero.
- ¿Sospecha quién puede ser el verdadero comprador?
- Estoy seguro de que no salió del país. El comprador fue una empresa llamada Industrias Volga. Tienen una oficina en Moscú, pero ¿sabe alguien dónde estaban las oficinas centrales? A nadie le importó. Pagaron al contado.
- ¿Cómo podría alguien llevarse con tanta facilidad un submarino de ciento veinte metros de eslora?
- Es algo que se hace continuamente. Lo único que necesitas es a unos cuantos oficiales que no han cobrado en todo un año. Tenemos a muchísimos de ellos que viven de promesas. Después tienes a todo el funcionariado corrupto. Los peores son los antiguos comunistas.
- ¿Como nosotros?
- ¡Pamplinas! Ondeamos la bandera roja, pero nunca compartimos la ideología. Sé que usted no se creía todo aquel rollo. Lo hicimos porque era divertido y algún otro corría con los gastos.
- Necesitaré algunos nombres.
- ¿Cómo podría olvidarlos? La escoria que ganaba millones vendiendo todo aquel material de guerra me preguntó si quería una parte. Respondí que no, que no estaba bien vender algo que era propiedad del pueblo para obtener un beneficio personal. Al día siguiente, me echaron de la marina.
Nadie quería darme trabajo. Así que aquí estoy.
El antiguo oficial comenzó a hundirse en la autocompasión.
- Los nombres, por favor, almirante.
- Perdón. -El almirante se rehízo-. Estos años no han sido muy fáciles. Había cinco cabecillas metidos en el negocio. -Recitó los nombres.
- Los conozco a todos -afirmó Petrov-. Pertenecían a los mandos intermedios del partido, y han prosperado gracias a vender lo que han podido de la Unión Soviética.
- ¿Qué más le puedo decir, amigo mío? ¿Tiene bastante?
Es todo lo que sé. La gente que viene por aquí no habla de secretos militares. En cualquier caso, ha sido un placer verle.
Mis patrones esperan que haga una ronda por las mesas cada veinte minutos. Así que si me perdona, debo volver a mi trabajo.
- Quizá no -replicó Petrov. Metió la mano en un bolsillo de la chaqueta y sacó un sobre-. Si pudiera pedir un deseo, ¿qué pediría?
- ¿Aparte de resucitar a mi esposa y de convencer a mis hijos que por su bien les conviene hablar conmigo? -Pensó durante unos momentos-. Me gustaría ir a Estados Unidos.
Establecerme en Florida. Me sentaría al sol y solo hablaría con aquellos con los que quisiera hablar.
- ¡Qué coincidencia! -exclamó Petrov-. En este sobre hay un billete de ida para el vuelo que sale mañana a Fort Lauderdale, un pasaporte, la visa, y todo el papeleo de inmigración para que no tenga problemas. También hay dinero para los primeros gastos y el nombre de un caballero que busca a un inversor para su compañía pesquera. Le interesa sobre todo alguien con mucha experiencia. Claro que será una flota mucho más pequeña que la que tenía a su mando.
Una expresión de derrota apareció en el rostro del almirante.
- Por favor no juegue conmigo. Una vez fuimos camaradas.
- Lo somos todavía -afirmó Petrov, y le entregó el sobre-. Considérelo como un pago que le debía su país por los servicios prestados.
El almirante cogió el sobre y miró el contenido. Las lágrimas brillaron en sus ojos.
- ¿Cómo se enteró?
- ¿Sobre Florida? La gente habla. No fue difícil de descubrir.
- No sé cómo podré pagárselo.
- Ya lo ha hecho. Ahora debo irme, y usted tiene que comunicar a sus patronos que desea acabar sus servicios en este local.
- ¿Comunicárselo? Me marcharé tan pronto como me cambie de ropa.
- Es una buena idea si tenemos en cuenta la cantidad de dinero que lleva encima. Ah, me olvidaba. Una cosa más.
El almirante se quedó inmóvil, mientras se preguntaba si ahora le fijarían condiciones.
- ¿De qué se trata?
- No se olvide de ponerse una crema protectora cuando salga a navegar -dijo Petrov.
El almirante abrazó a Petrov con la fuerza de un oso.
Luego arrojó la gorra a un rincón. Luego la chaqueta con todas las medallas.
Petrov se marchó discretamente. Se permitió una sonrisa mientras salía del local. Le estrechó la mano al portero para pasarle otro billete de cien dólares. Esta noche se sentía generoso. El gorila le abrió paso entre la muchedumbre, y Petrov se alejó rápidamente por el callejón para desaparecer en la noche.
24
Mar Negro.
La llamada del capitán Atwood llegó cuando el helicóptero de la NUMA cruzaba el mar Negro rumbo a la costa turca.
Austin estaba escribiendo una serie de notas en su cuaderno cuando escuchó la voz del comandante del Argo en los auriculares.
- Kurt, ¿me escucha? Responda, por favor.
- ¿Ya me echa de menos, capitán? -contestó Austin-. Me siento halagado.
- Admito que las cosas por aquí están mucho más tranquilas desde que se marchó, pero no es ese el motivo de mi llamada. He intentado ponerme en contacto con el Sea Hunter y sigo sin conseguir una respuesta.
- ¿Cuándo fue la última vez que habló con el barco?
- Llamé anoche para comunicarle que usted se marchaba por la mañana. Todo estaba en orden. Luego volví a llamarlos después de que usted despegó, para avisarles que había salido. No me respondieron. Hemos continuado llamándolos cada quince minutos. Nadie respondió.
- Es extraño -dijo Austin. Miró el recipiente sellado que estaba en el suelo junto a sus pies. En el interior, sumergido en agua de mar, estaba la caja de plata que había recuperado del Odessa Star. A petición de Gamay, el Argo había llamado al Sea Hunter para preguntar si uno de los conservadores podía ocuparse de la caja y su contenido. El capitán del Sea Hunter había respondido que ya habían cumplido con sus trabajos en el mar Negro y que navegaban rumbo a Estambul, donde recibirían encantados la visita de Austin.
- Más que extraño es una locura. ¿Qué cree que puede haber pasado?
Austin repasó mentalmente una lista de posibles razones para el silencio del barco, aunque ninguna era creíble. Todos los barcos de la NUMA llevaban lo más moderno en equipos de comunicación, y, por si fuera poco, los llevaban por duplicado.
Además estaban en contacto permanente con otras naves.
Tuvo una sensación extraña y se estremeció.
- No lo sé, capitán. ¿Ha llamado al cuartel general de la NUMA para saber si alguien tiene alguna noticia del barco?
- Sí. Dijeron que el Sea Hunter llamó ayer para comunicar que habían encontrado algunas piezas importantes de la Edad del Bronce y que se dirigían a puerto.
- Aguarde un momento, capitán. -Austin llamó al piloto por el intercomunicador-. ¿Cuánto tiempo más nos queda de vuelo con la actual reserva de combustible?
- Ahora nos estamos acercando a la costa turca. Llevamos poca carga, así que tenemos una autonomía de cuarenta y cinco minutos antes de caernos. ¿Tiene la intención de ir a alguna otra parte?
- Quizá. -Austin miró a Rudi Gunn, que había escuchado la comunicación con el capitán Atwood. Gunn asintió con un gesto, como alguien que participa en una subasta. «Haga lo que sea necesario.» Austin habló de nuevo con Atwood para comunicarle que intentarían encontrarse con el Sea Hunter. Después le dio las últimas coordenadas del barco al piloto. El helicóptero dio una vuelta y tomó su nuevo rumbo.
Zavala abrió los ojos y se sentó bruscamente. Había estado completamente absorto mientras escuchaba música salsa en el Walkman, pero era un piloto experto que volaba por instinto. En cuanto percibió el cambio de rumbo, se quitó los auriculares y miró a través de la ventanilla, con una expresión de curiosidad en el rostro.
- Nos desviamos -le dijo Austin, y le explicó rápidamente la situación. Después llamó al Argo y le pidió al capitán que avisara a los Trout del cambio de planes. Paul y Gamay se habían quedado a bordo para trazar una carta del fondo marino en la zona del barco hundido y regresarían a puerto con el barco.
Austin cerró los ojos e intentó recordar la imagen del Sea Hunter tal como lo había visto dos años antes, cuando había navegado en el barco oceanográfico durante una campaña en el Caribe. Visualizó la nave como si estuviera viendo una imagen generada por ordenador. Fue una tarea relativamente fácil porque el barco era casi gemelo del Argo; lo habían construido en el mismo astillero en Bath, Maine. El casco de sesenta y cinco metros de eslora estaba pintado del mismo color turquesa de los demás barcos de la NUMA. Un marco con forma de A asomaba por encima de la popa, una grúa hidráulica destacaba en la cubierta elevada detrás del puente y había una pértiga más pequeña en la banda de estribor. Una única chimenea sobresalía en la superestructura del puente color crema y la antena de la radio era como un mástil a proa.
Su cámara imaginaria pasó de la cubierta de popa al interior del barco, a través del puesto de mando de las grúas, el laboratorio principal, la biblioteca y el comedor. Debajo de esta cubierta estaban los almacenes de material científico, el segundo laboratorio y los alojamientos del personal científico y la tripulación. El barco navegaba generalmente con una tripulación de doce marineros y el mismo número de científicos. En el puente de mando, se imaginó al amable capitán Lloyd Brewer, un muy competente marino y científico que nunca hubiese dejado desatendida la llamada de otro barco de la NUMA.
El piloto volaba con un rumbo preciso, a lo largo de una línea imaginaria entre la última posición conocida de la nave y su punto de destino. Austin ocupó su puesto en un lado del helicóptero, y Zavala hizo lo mismo en la ventanilla opuesta.
Gunn fue a la cabina para ayudar al piloto en la búsqueda visual. Vieron barcos pesqueros, de carga, y de pasajeros.
Disminuyeron los avistamientos a medida que se apartaban de las rutas más transitadas.
Austin miró su reloj y llamó al piloto por el intercomunicador.
- ¿Qué tal vamos?
- No nos queda mucho tiempo más.
- ¿Podría darnos otros cinco minutos?
- Le daré diez -respondió el piloto-, pero un segundo más y tendremos que aprender a caminar sobre las aguas.
Austin le pidió al piloto que hiciera todo lo posible, y yolvió a mirar a través de la ventanilla el mar resplandeciente. Recordó una frase de una vieja oración marinera: «Oh Señor, tu mar es tan grande y mi barco tan pequeño». La voz de Zavala lo sacó de su ensimismamiento.
- Kurt, mira a las dos.
Austin pasó al otro lado de la cabina y miró hacia donde apuntaba el dedo de Zavala. La silueta de un objeto oscuro y de gran tamaño se recortaba contra la superficie del mar a una distancia aproximada de tres kilómetros. El piloto había escuchado el aviso de Zavala y puso rumbo al objeto. Muy pronto la luz del sol iluminó de pleno el casco azul verde y el nombre NUMA pintado en letras negras.
- Es el Sea Hunter -afirmó Austin, que identificó inmediatamente las características del barco.
- No veo ninguna estela -comentó Gunn desde la cabina-. Parece estar al pairo.
El helicóptero bajó en picado y luego de una pasada rasante por encima del mástil, dio la vuelta y se mantuvo inmóvil en la vertical de la nave. En circunstancias normales, la tripulación hubiera saludado la pasada con gritos y las manos al aire. En cambio, ahora nada se movió, excepto las banderolas empujadas por una muy leve brisa. El piloto inclinó el helicóptero a un lado y al otro para que todos pudieran mirar abajo sin obstáculos. Propulsados por dos motores turbo gemelos, los rotores hacían un ruido tremendo.
- A este paso acabaremos por despertar al mismísimo rey Neptuno -comentó Gunn-. No veo absolutamente a nadie.
No han echado el ancla. Tiene todo el aspecto de ir a la deriva.
- ¿Podemos llamarlos por radio? -preguntó Austin.
- Lo probaré.
El piloto informó que no había recibido ninguna respuesta.
- Quisiera posar a este pájaro para que bajaran -añadió-, pero hay demasiadas cosas en cubierta.
Un barco oceanográfico era esencialmente una plataforma flotante que permitía a los científicos bajar por las bordas a todo tipo de instrumentos o vehículos sumergibles. Quizá en estos mismos momentos estaban realizando una multitud de trabajos de investigación. Las cubiertas estaban diseñadas para atender a una multitud de uso, y había toda clase de enganches donde sujetar cables y cadenas. Algunas veces se instalaban contenedores para disponer de más espacio para los laboratorios. La cubierta del Argo estaba relativamente despejada para disponer de una plataforma que sirviera de helipuerto. En cambio, el Sea Hunter había instalado laboratorios en el espacio destinado habitualmente a su helicóptero.
Austin observó la cubierta y escogió uno de los contenedores.
- ¿Hasta qué altura nos puede bajar?
- A unos diez o doce metros. Si bajo más, el rotor podría golpear el mástil. Es una maniobra un tanto arriesgada.
- ¿El helicóptero dispone de un cabestrante?
- Por supuesto. Lo utilizamos en los viajes cortos para llevar objetos que son demasiado grandes y no caben en el helicóptero.
Zavala escuchaba atentamente la conversación. Conocía muy bien cómo funcionaba la mente de su compañero. Joe sabía lo que se proponía Austin. Cogió su macuto. Austin le comunicó al piloto lo que harían, comprobó la carga del revólver, lo guardó en el macuto, y se echó el macuto al hombro.
El copiloto abandonó su asiento para abrir la puerta y el aire marino entró en la cabina. Gunn ayudó al copiloto a desenrollar el cable del tambor y a bajarlo por la puerta.
Austin se sentó en el umbral con las piernas colgando en el exterior. Cuando el helicóptero descendió todo lo posible, se sujetó al cable y saltó. Poco a poco bajó por el cable hasta que apoyó el pie en el gancho del extremo, y se sujetó con fuerza mientras el cable oscilaba como un péndulo, empujado por el fuerte viento descendente producido por los rotores.
Desde su puesto, el piloto no veía a Austin y debía confiar en el copiloto que le transmitía las indicaciones desde la puerta. El helicóptero bajó un poco más. La cubierta giró bajo los pies de Austin. La grúa hidráulica ocupaba la mayor parte de la cubierta de popa, junto con rollos de cadena y cabos, bidones de plástico naranja que contenían diversos instrumentos, cajas, bolardos y respiraderos.
Austin, colgado de una mano del cable, señaló el contenedor más cercano y después hizo como si pinchara algo con el dedo varias veces. El helicóptero se elevó hasta situarse directamente encima del contenedor. Austin señaló hacia abajo con el pulgar. El copiloto soltó poco a poco más cable hasta que el contenedor quedó a poco menos de un metro debajo de los pies de Austin. Esperó durante unos segundos el momento más propicio, y decidió que no llegaría. Se dejó caer sobre el contenedor y rodó un par de veces para absorber el impacto y evitar que el gancho que ahora oscilaba violentamente le golpeara en la cabeza.
Recogieron el cable, mientras Kurt se levantaba y agitaba los brazos para comunicarles a los rostros que le observaban que se encontraba bien. Zavala no se demoró en salir del helicóptero. Se dejó caer sobre el contenedor, pero lo hizo a destiempo y se hubiera caído de no haber sido porque Austin consiguió sujetarlo en el último momento. Al ver que ambos se encontraban a bordo sanos y salvos, el piloto emprendió el regreso. Austin rezó para que la reserva de combustible aguantara.
Mientras el helicóptero se convertía en un punto sobre el horizonte, Austin y Zavala sacaron una botella de antiséptico del botiquín de primeros auxilios y se pusieron un poco en las rasguños que tenían en las manos por el roce del cable.
Gracias a la altura del contenedor veían el barco de proa a popa, y era obvio que no había nadie.
Saltaron a cubierta y Austin sugirió que cada uno se ocupara de recorrer una de las bandas. Con las armas preparadas, Austin recorrió la banda de estribor y Zavala la de babor. Lo hicieron con mucha cautela, con el dedo en el gatillo. El único sonido era el ondear de las banderolas y gallardetes en la cálida brisa. Aparecieron en la cubierta de proa al mismo tiempo.
En el rostro de Zavala había una expresión de asombro.
- Nada, Kurt. Es como el María Celeste -comentó. La María Celeste era el famoso velero que habían encontrado a la deriva sin nadie a bordo-. ¿Has encontrado algo?
Austin le indicó con un gesto que lo siguiera y regresaron por la banda de estribor. Se arrodilló junto a una mancha oscura que había en la cubierta entre el pasamanos y una entrada. Tocó con cuidado la mancha pegajosa y olió el olor metálico en el dedo.
- Espero que no sea lo que creo que es -dijo Zavala.
- Si crees que es sangre, has acertado. Alguien arrastró un cuerpo, o quizá más-de uno por lo que se ve, a través de la cubierta y lo arrojó por la borda. Hay más sangre en el pasamanos: Con el corazón en un puño, Austin abrió la marcha y cruzó la entrada. Estaba fresco en el interior del barco después de la fuerza del sol en la cubierta. Lenta y metódicamente, él y Zavala recorrieron el comedor, la biblioteca y el laboratorio principal; después subieron al segundo laboratorio y al puente. Cuanto más se adentraban en el barco, más evidente resultaba que el Sea Hunter había sido transformado en un matadero. Allí donde miraban había manchas o charcos de sangre. La expresión de Austin era cada vez más grave. Había conocido a muchos de los tripulantes y científicos a bordo.
Cuando llegaron al puente de mando, tenían los nervios tensos como cuerdas de piano. El suelo estaba cubierto de cartas náuticas, documentos y cristales rotos de las ventanas.
Austin recogió el micrófono que habían arrancado de la conexión. De todas maneras, de poco le hubiese servido porque todos los equipos de radio estaban acribillados a balazos.
- Ahora ya sabemos la razón de su silencio.
Zavala murmuró algo en castellano, y después comentó:
- Es como si la banda de Mason hubiese pasado por aquí -Será mejor que bajemos a revisar los alojamientos -señaló Austin.
Descendieron dos niveles en aquel silencio sepulcral; recorrieron los alojamientos destinados a la tripulación, los oficiales y los científicos, donde encontraron más señales de violencia pero a nadie vivo. Finalmente se detuvieron ante una puerta con un rótulo que decía ALMACÉN.
Austin abrió la puerta, buscó el interruptor y encendió las luces. El interior estaba abarrotado de cajas apiladas en palets con un angosto pasillo alrededor. En una esquina del almacén había un montacargas para subir los suministros a la cocina.
Kurt escuchó algo que sonó como un gemido, y su dedo se cerró sobre el gatillo. Le señaló a Zavala que siguiera por uno de los lados y él se encargó del otro. Zavala asintió y se alejó silenciosamente como un fantasma. Austin avanzó, sin apartarse del mamparo, hasta el otro mamparo, y luego espió por detrás de una caja de botes de tomate. El sonido se repitió, esta vez más fuerte, y parecía más animal que humano. Zavala asomó la cabeza por el otro extremo, y luego ambos salieron al pasillo. Austin apoyó un dedo en los labios para pedir silencio y a continuación señaló una angosta brecha entre las pilas de cajas. Un gemido continuo salía de la abertura.
Austin le indicó a Joe que se apartara. Sujetó el revólver con las dos manos, avanzó poco a poco, y cuando llegó a la altura de la brecha, se volvió bruscamente y apuntó el Bowen hacia el hueco. Maldijo en voz alta, al pensar en lo cerca que había estado de disparar contra la joven acurrucada en la brecha.
Era un espectáculo lastimoso. El pelo oscuro desgreñado le caía sobre el rostro, tenía los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar, y le caían los mocos. Se había metido en un espacio de apenas medio metro de ancho, con las piernas apretadas y los brazos alrededor de las rodillas. Mantenía las manos apretadas con tanta fuerza que se habían quedado sin sangre. Cuando vio a Austin, un sonido como un ulular escapó de su boca.
- Nunununu.
Austin se dio cuenta de que la mujer estaba diciendo «no» una y otra vez. Enfundó el arma y se agachó para que sus rostros estuvieran al mismo nivel.
- Tranquila. Somos de la NUMA. ¿Me comprende?
Miró a Austin y sus labios pronunciaron la palabra NUMA aunque no se escuchó ningún sonido.
- Ya ha pasado todo. Soy Kurt Austin, y mi compañero es Joe Zavala. Somos del Argo. Intentamos comunicarnos por radio con el barco. ¿Puede decirnos lo que pasó?
La mujer sacudió la cabeza vigorosamente.
- Quizá lo mejor sería ir a cubierta para que respire aire fresco -sugirió Zavala.
La muchacha volvió a sacudir la cabeza. Esto no iba a ser fácil. Estaba embutida en la brecha y podían hacerle daño, y también hacérselo ellos, si intentaban sacarla por la fuerza.
Tenían que conseguir que saliera de su estado de choque.
Austin le tendió la mano con la palma hacia arriba. Ella la contempló durante unos segundos y después le tocó los dedos como si quisiera asegurarse de que era real. El contacto la devolvió a la realidad.
- Estuve en este barco hace dos años. Conozco muy bien al capitán Brewer -dijo Austin.
Ella lo miró a la cara, y en sus ojos brilló una luz de reconocimiento.
- Le vi una vez en el cuartel general de la NUMA.
- Es posible. ¿En qué departamento trabaja?
- No estoy con la NUMA. Me llamo Jan Montague. Soy profesora de la universidad de Texas. Estoy aquí como científica invitada.
- ¿Quiere salir, Jan? No creo que esté muy cómoda.
La profesora hizo una mueca.
- Comienzo a sentirme como una sardina.
El comentario humorístico era una buena señal. Austin ayudó a Jan a salir del hueco y se la pasó a Zavala, quien le preguntó si estaba herida.
- No, muchas gracias. Puedo valerme por mí misma.
- Sin embargo, en cuanto dio un par de pasos tuvo que buscar apoyo en el brazo de Joe.
Subieron a la cubierta de popa. Ni siquiera el aire fresco y el sol consiguieron disipar la sombra de la muerte que se cernía sobre la nave. Jan se sentó sobre una soga enrollada, y parpadeó deslumbrada por la luz solar. Joe le ofreció la petaca de tequila que llevaba en la mochila según él con fines medicinales. La bebida le devolvió el color a las mejillas, y sus ojos velados recuperaron la vivacidad. Austin esperó pacientemente a que hablara. La muchacha contempló el agua en silencio durante unos momentos, y después dijo:
- Salieron del agua.
- ¿Quiénes?
- Los asesinos. Llegaron con el alba. La mayoría de nosotros estábamos dormidos.
- ¿En qué clase de barco llegaron?
- No lo sé. Aparecieron sin más. No vi ninguna embarcación. -Ahora que se le había soltado la lengua, hablaba muy deprisa-. Yo estaba durmiendo. Entraron en el camarote y me sacaron de la cama. Vestían unos uniformes muy extraños, con pantalones bombachos y botas. Mataron a mi compañera de camarote, le dispararon sin previo aviso. Escuché disparos por todo el barco.
- ¿Le dijeron quiénes eran?
- No dijeron ni una palabra. Fueron a lo suyo como si estuvieran matando reses en un matadero. Solo uno de ellos habló.
- Dígame cómo era.
La muchacha cogió la petaca con mano temblorosa y bebió otro trago.
- Era alto, muy alto, y delgado, casi esquelético. Tenía la piel muy blanca, como si nunca le hubiese dado el sol, la barba muy larga y los cabellos enmarañados como si jamás se los peinara. -Hizo una mueca de asco-. También apestaba. Parecía que no se había bañado en meses.
- ¿Cómo iba vestido?
- Todo de negro, como un sacerdote. Lo peor de todo eran sus ojos. -La profesora se estremeció-. Eran demasiado grandes para su rostro. Creo que no parpadeaba. Eran como ojos de pescado. Muertos, sin ninguna emoción en ellos.
- Dijo que le habló.
- Creo que perdí el conocimiento. Cuando me desperté, estaba tendida en la litera. Él se inclinaba sobre mí. Su aliento era tan hediondo que no sé cómo conseguí evitar el vómito. El barco estaba en silencio. Solo se escuchaba aquella voz suave como el siseo de una serpiente. Casi hipnótico. Dijo que había matado a todos los del barco excepto a mí. Que me dejaban viva para que transmitiera un mensaje. -Se echó a llorar con tanta fuerza que se le sacudía todo el cuerpo. Sin embargo, la furia que sentía la ayudó a controlarse-. Quería que la NUMA supiera que esta era la venganza por haber matado a sus guardianes y violar los «recintos sagrados». Dijo que buscaba a Kurt Austin.
- ¿Está segura de que me llamó por el nombre?
- No me equivocaría en algo así. Le respondí que no estaba aquí. Sabían que usted estaba en el Argo. Le dije que este no era el Argo. Mandó a uno de sus hombres para que lo comprobara. Cuando se enteró de que se encontraba en el barco equivocado, estalló en cólera. Me ordenó que le dijera a la NUMA y al gobierno de Estados Unidos que esta era solo una pequeña muestra de la destrucción que estaba por venir.
- ¿Alguna cosa más?
- Es todo lo que recuerdo -respondió Jan con la mirada ausente.
Austin le dio las gracias y fue a recoger la mochila que había dejado en cubierta. Sacó su teléfono Globalstar. Al cabo de unos segundos, hablaba con Gunn.
- ¿Todavía está volando?
- Solo por los pelos. Volamos con los vapores que quedan en los tanques, pero llegaremos. ¿Usted y Joe están bien?
- Estamos bien.
Gunn adivinó por el tono de Austin que había algo más detrás de la lacónica respuesta.
- ¿Cuál es la situación en el Sea Hunter.
- Prefiero no comentarlo por teléfono, aunque es peor de lo que creíamos.
- La ayuda está en camino. Hablé con Sandecker, y él llamó a sus amigos de la marina. Están muy agradecidos por haber rescatado a la tripulación del NR-1. Cuando les dijo que usted necesitaba ayuda, ordenaron que un crucero que está participando en unos de los ejercicios de la OTAN en la zona vaya hacia allí.
- No me importaría que fuese un portaaviones, pero me conformaré con un crucero.
- El crucero llegará allí dentro de dos horas. ¿Necesita alguna cosa más?
En los ojos de Austin apareció una expresión vengativa, y su voz sonó con una dureza inusitada.
- Sí, me gustaría disponer de cinco minutos a solas con un loco con ojos de pescado.
25
La marina envió a un grupo armado a bordo del Sea Hunter, aunque no se podía hacer nada hasta que llegara un equipo de investigadores. Austin no necesitaba a un experto forense para que le relatara la secuencia de los hechos ocurridos en el barco. Los atacantes habían llegado por mar, habían abordado silenciosamente la nave, para después dedicarse a la carnicería sistemática de todos los tripulantes excepto a una científica como testigo y portadora de un mensaje. El ataque lo había dirigido un maníaco que había hablado de venganza.
El mensaje dejado con la única superviviente ratificaba que el ataque había sido una revancha. Austin llamó al cuartel general de la NUMA para pedir que se enviara un mensaje de advertencia a todos los barcos de la agencia, sobre todo a aquellos que navegaban por el área del Mediterráneo. Se sentía responsable a pesar de las afirmaciones de Zavala en el sentido de que nadie podía prever el salvaje ataque al Sea Hunter.
Apenas si conseguía mantener controlada su furia. Zavala interpretó correctamente la expresión fría y distante de Austin, y comprendió que el enfrentamiento entre Austin y los asesinos se había convertido en algo muy personal. De no haber visto lo que Boris y sus sicarios habían hecho en el barco de la NUMA, quizá hubiese sentido lástima por ellos.
El viaje de regreso a Estambul en el crucero de la armada transcurrió sin incidentes. Austin y Zavala llegaron a su hotel a altas horas de la noche. En la recepción había un paquete a nombre de Austin enviado desde Estados Unidos. Se lo llevó a la habitación y sonrió cuando leyó la nota que acompañaba el paquete: «Te adjunto la información sobre el Odessa Star- Te enviaré más en cuanto la desentierre. No habrás olvidado que tienes una deuda pendiente conmigo, ¿verdad? P.».
Austin llamó al recepcionista y le dijo que recibiría una muy buena propina si conseguía encontrar la receta del imam bayídi y se la enviaba a Perlmutter. Luego se dedicó a leer la información sobre el viejo carguero.
El registro de Lloyd's era esclarecedor, aunque Austin no sabía muy bien cómo interpretar la historia de la sirenita. Los comentarios de Perlmutter sobre la curiosa conversación mantenida con Dodson le llamaron la atención. Intrigante.
¿Por qué un lord inglés le había colgado el teléfono a Perlmutter? ¿Qué razones podía haber para que un viejo cacharro como el Odessa Star continuara provocando semejantes reacciones? Ante la sola mención del barco, Dodson había corrido una cortina de silencio.
Austin cogió el teléfono y llamó a la habitación de Zavala.
- Tranquilo, compañero, ya tengo casi hechas las maletas -dijo Joe.
- Me alegra saberlo. ¿Tendrías algún inconveniente en hacer un pequeño rodeo y dejarte caer por Inglaterra? Necesito que hables con una persona. Lo haría yo mismo, pero Rudi y yo tenemos que salir inmediatamente para Washington para informar a Sandecker. -Austin, consciente de que su impaciencia y el impacto que causaba algunas veces su presencia física podían intimidar a los demás, había decidido que el siempre amable Zavala sería el más indicado para tratar con una persona reticente.
- Ningún problema. Quizá aproveche para visitar a una amiga en Chelsea…
- … que se sentirá desolada cuando se entere de que no tienes tiempo para salir con ella. Esto es algo que no puede esperar -añadió con voz grave-. Ahora mismo te llevaré algo que debes leer.
Austin fue a la habitación de Zavala. Mientras su compañero leía la información enviada por Perlmutter, Austin llamó de nuevo al recepcionista y le pidió que consiguiera una plaza para Joe en el primer vuelo a Londres. El recepcionista le comunicó que acababa de enviar por fax la receta para Perlmutter, y que haría todo lo posible. Austin sabía que había al menos dos maneras de conseguir que se hicieran las cosas en Estambul, la oficial y la extraoficial basada en la red de parientes y amigos, y el pago de viejos favores. El recepcionista demostró ser una persona con muchas relaciones porque consiguió la última plaza para un avión que despegaba al cabo de dos horas.
Zavala acabó de leer los informes. Después de discutirlo con Austin, llamó a Dodson. Se presentó como documentalista de la NUMA, le informó que llegaría a Londres al día siguiente, y que le interesaría hablar con él sobre la participación de su familia en la historia naval inglesa y los servicios prestados a la Corona. Era una pésima excusa que no hubiera engañado a un párvulo, pero si Dodson sospechó algo, no lo manifestó. Le dijo a Zavala que estaría disponible todo el día y le explicó cómo llegar a su casa.
Cuando el avión inició el descenso hacia el aeropuerto de Heathrow, Zavala miró a través de la ventanilla en dirección a Londres con una expresión de nostalgia. Se preguntó si la periodista pelirroja con la que había salido aún viviría en Chelsea y pensó en lo agradable que sería encontrarse para recordar viejos tiempos mientras cenaban en el restaurante indio de Oxford Street que había sido su favorito. Con una voluntad de hierro, apartó el pensamiento. Espiar en los secretos de familia de un desconfiado aristócrata británico ya sería algo bastante difícil sin las distracciones femeninas.
Zavala acabó en un segundo los trámites de aduana, recogió su coche de alquiler y puso rumbo a los Cotswold, la histórica campiña de Gloucestershire a unas pocas horas de Londres. Rogó para que a ninguno de los rácanos de la administración de la NUMA le diera un infarto cuando vieran la factura por alquilar un Jaguar descapotable. Joe había decidido que disfrutar de este pequeño lujo ayudaría a compensar los perjuicios que la NUMA estaba produciendo en su vida sentimental. Si esto seguía así, pensó preocupado, acabaría por ingresar en un monasterio.
Dejó la carretera principal, y siguió a buen ritmo por los angostos caminos rurales, que muchas veces parecían senderos de vacas, atento a circular siempre por la izquierda. El paisaje se correspondía plenamente con las ilustraciones de un calendario. Las colinas y los prados era de un verde tan perfecto que parecía artificial. Aquí y allá se veían las aldeas formadas por viejas casas de piedra y techos de paja.
Lord Dodson vivía en un caserío que parecía sacado de una novela policíaca británica, una de aquellas donde todos son sospechosos del asesinato del párroco. La casa de Dodson estaba un tanto apartada y se accedía a ella por un sendero apenas más ancho que el coche que daba a un corto camino de grava abierto entre los setos. Zavala detuvo el coche junto a una vieja furgoneta Morris Minor aparcada delante de una casa de piedra de dos plantas, que no se parecía en nada a la imagen que tenía Joe de la mansión apropiada para un lord inglés. Un muro de piedra delimitaba el jardín que rodeaba la casa. Un hombre vestido con pantalones remendados y una camisa descolorida estaba arrodillado entre las flores.
Zavala salió del coche y convencido de que se trataba del jardinero, preguntó:
- Perdón. Busco a lord Nigel Dodson.
El hombre se levantó; no se había afeitado y una barba cerdosa blanca sombreaba su rostro. Se quitó los guantes de jardinero y le extendió la mano.
- Soy Dodson -respondió, para asombro de Zavala-. Usted debe de ser el caballero norteamericano que llamó ayer.
Zavala rogó para que Dodson no advirtiera su vergüenza.
Después de escuchar el acento de clase alta en la conversación telefónica, se había imaginado a un inglés estirado vestido con un traje de mezclilla y un gran bigote. En cambio, Dodson era un hombre bajo, delgado, y casi calvo. Rondaba los setenta, pero parecía estar tan en forma como alguien veinte años más joven.
- ¿Estas son orquídeas? -preguntó Zavala. La casa de adobe de su familia en Santa Fe también estaba rodeada de flores.
- Así es. Estas son las moteadas. Esas son chapines y las otras piramidales. -Dodson enarcó una ceja como señal de que su imagen del norteamericano típico se había venido abajo-. Me sorprende que las conozca. No se parecen en nada a las grandes plantas suculentas en las que piensa todo el mundo cuando se habla de las orquídeas.
- Mi padre era un fanático de las flores. Algunas de estas me resultaban conocidas.
- Le llevaré a dar una vuelta por el jardín cuando acabemos con lo nuestro. Supongo que debe usted estar sediento después del viaje, señor Zavala. ¿Dijo usted que estaba en Estambul? Una ciudad fascinante. Hace años que no la visito. -Invitó a Zavala a seguirle y rodearon la casa hasta un gran patio de lajas. Dodson se acercó al ventanal y llamó a su ama de llaves, un robusta mujerona llamada Jenna, que miró a Zavala como si fuera un insecto que su patrón había encontrado en una de sus orquídeas, y les sirvió sendas copas de té helado. Se sentaron a la sombra de una pérgola oriental cubierta de hiedra. El prado, con el césped cuidado como el de un campo de golf, se extendía hasta la orilla de un riachuelo.
Había una embarcación de remos amarrada a un pequeño embarcadero de madera.
Dodson bebió un trago de té mientras contemplaba el panorama.
- Un paraíso, un auténtico paraíso. -La penetrante mirada de sus ojos azules se fijó en el visitante-. Bien, señor Zavala. ¿Tiene esto algo que ver con la llamada que recibí hace unos días del señor Perlmutter?
- Indirectamente.
- Hummm. Hice algunas averiguaciones. Al parecer, el señor Perlmutter está muy bien considerado en los círculos de los historiadores navales. ¿En qué puedo ayudarle?
- Perlmutter estaba realizando unas investigaciones para la NUMA cuando se encontró con una referencia a su abuelo. Le intrigó que usted se negara en redondo a hablar de los documentos de lord Dodson. Por eso estoy aquí.
- Mucho me temo que fui muy brusco con el señor Perlmutter. Por favor ofrézcale mis disculpas si lo ve. Sus preguntas me pillaron por sorpresa. -Hizo una pausa mientras contemplaba el tejado rojo oscuro de su casa-. ¿Tiene usted idea de los años que tiene esta casa?
Zavala observó las paredes de piedra erosionadas por los elementos y las enormes chimeneas.
- Me arriesgaré -respondió con una sonrisa-. ¿Vieja?
- Veo que es un hombre cauto. Me agrada. Sí, es muy vieja. La aldea data de la edad de Hierro. La mansión original de los Dodson no la puede ver porque está detrás de aquellos árboles, se remonta al siglo xvn. No tengo hijos a quienes dejarles la propiedad ni puedo permitirme el lujo de mantenerla, así que la cedí al Patrimonio Nacional y conservé esta casa. Se levantaba sobre unos cimientos colocados en los tiempos de César Augusto; le mostraré los números romanos grabados en las piedras del sótano. La casa es una de las cuatro que han ocupado este lugar desde hace más de dos mil años. La actual estructura data del mil cuatrocientos, poco antes de que descubrieran su país.
- Creo que no entiendo muy bien qué relación tiene con mi pregunta.
Dodson se inclinó hacia delante como un profesor de Oxford enfrentado a un alumno un tanto obtuso.
- Este país no piensa en décadas, ni siquiera en siglos, como Estados Unidos, sino en milenios. Ochenta años no significan absolutamente nada. Hay familias muy importantes que podrían verse afectadas por las revelaciones en los documentos de mi abuelo.
- Respeto sus deseos y no insistiré, pero ¿no hay nada que pueda decirme?
El lord lo miró con una mirada risueña.
- Estoy preparado para decirle todo lo que quiera saber, joven.
- ¿Perdón? -Zavala había esperado conseguir un puñado de pepitas y ni siquiera había soñado que Dodson le ofrecería toda la mina de oro.
- Después de la llamada del señor Perlmutter, reflexioné mucho sobre este asunto. En su testamento, mi abuelo dejó establecido que sus documentos irían a Guildhall, y que estarían a disposición del público a final de siglo. Ni siquiera yo los había visto nunca. Estaban en posesión de mi padre y se convirtieron en mi responsabilidad cuando él falleció. Permanecieron depositados en la firma de abogados que se ocupaba del testamento de mi abuelo, y yo solo los leía cuando llegaron a la biblioteca. Me los llevé cuando leí el relato de mi abuelo donde explicaba su participación en todo esto. Ahora, sin embargo, he decidido cumplir con sus deseos, a pesar de las consecuencias. ¡Al demonio con los torpedos! ¡Avante a toda máquina!
- El almirante Farragut en la batalla de Mobile.
- Veo que a usted también le interesa la historia de la marina.
- Es difícil no estarlo en mi profesión.
- Cosa que me lleva a formularle una pregunta. ¿Cuál es el interés de la NUMA en este tema?
- Uno de nuestros barcos encontró los restos de un viejo mercante llamado Odessa Star en el fondo del mar Negro, Dodson se sentó en su silla y sacudió la cabeza.
- El Odessa Star. Así que fue eso lo que le pasó. Mi abuelo siempre sostuvo que lo había sorprendido una de las terribles tempestades que de vez en cuando se producen en aquellas aguas sangrientas.
- No exactamente. Lo hundieron de un cañonazo.
El noble no se hubiera mostrado más sorprendido si Zavala le hubiese arrojado el vaso de té helado a la cara. Recuperó el control.
- Con su permiso. Le traeré algo que debe leer. -Entró en la casa y regresó al cabo de un par de minutos con lo que parecía un grueso manuscrito-. Tengo que ir al pueblo a recoger unos bulbos para mi jardín. Tendrá tiempo más que suficiente para leerse todo esto. Hablaremos a mi regreso, Jenna se ocupará de proveerle más té o cualquier otra cosa más fuerte si le apetece. Solo tiene que tocar la campanita.
Zavala miró cómo la vieja furgoneta de Dodson se alejaba por el camino. Le había sorprendido que el lord fuera capaz de confiarle el manuscrito a un completo desconocido.
Claro que, si lo pensaba bien, Jenna parecía muy capacitada para detenerlo si hacía un movimiento hacia su coche con el paquete en la mano. Desató la ancha cinta negra que sujetaba las páginas amarillentas y hojeó el manuscrito. Las letras cirílicas las había trazado alguien que había estudiado caligrafía, pero los trazos eran anchos y muy ladeados, como si la persona hubiese tenido mucha prisa. Buscó la traducción que acompañaba al original.
En la primera página había un breve párrafo: «Este es el diario del comandante Peter Yakeley, jefe de la real guardia de cosacos del zar. Juro por Dios y mi honor de oficial que lo que voy a relatarle es la pura verdad».
Zavala pasó la página.
Odesa, 1918. Mientras escribo en mi humilde habitación con las manos casi congeladas, recuerdo todo lo que he soportado en las últimas semanas. La traición de los bolcheviques, el frío indescriptible y el hambre que han matado a la mayor parte de mi sontia, mi grupo de cien cosacos leales. Solo queda un puñado de aquellos hombres valientes. Pero la historia de este valiente grupo será escrita con sangre, como salvadores de la Madre Rusia, los guardianes de la llama de Pedro el Grande. Nuestras propias privaciones no son nada comparadas con las que sufren la graciosa señora y sus cuatro hijas quienes, por la gracia de Dios, están a nuestro cuidado. ¡Dios salve al zar! Dentro de unas horas dejaremos nuestro país para siempre y cruzaremos el mar hacia Constantinopla. Este es el final de una historia y el comienzo de otra…
Zavala se dejó seducir por la historia. El comandante tendía a las fiorituras retóricas, pero su relato era tan apasionante que llevó a Joe desde la campiña inglesa iluminada por el sol al terrible invierno ruso. Las ventiscas aullaban a través de las estepas, la muerte acechaba en la oscuridad del bosque, y la traición acechaba oculta en la más humilde choza. Casi se estremeció de frío mientras leía las penurias que el comandante y sus hombres habían soportado mientras avanzaban por una tierra peligrosa y despiadada hacia el mar. Una sombra se proyectó sobre la página. Zavala alzó la mirada y vio a Dodson que le miraba con una amplia sonrisa en su rostro.
- Fascinante, ¿verdad?
Zavala se frotó los ojos, y después miró su reloj. Habían pasado dos horas.
- Es increíble. ¿Qué significa todo esto?
El inglés cogió la campanita y la hizo sonar.
- Es la hora del té.
El ama de llaves trajo una tetera y una bandeja con sándwiches de pepino y bollos. Dodson sirvió el té, se reclinó en la silla y entrelazó los dedos.
- Mi abuelo fue subsecretario del Foreign Office en 1917 durante el reinado del rey Jorge. Él y el rey habían sido compañeros de juergas en la juventud. Conocía a todos los reyes de Europa, incluido el zar Nicolás, que era primo de Eduardo. Nicolás era un hombre bajo y menudo, aunque sus antepasados habían sido una raza de gigantes, y sus limitaciones iban más allá de lo físico. Mi abuelo solía decir que Nico no era un mal tipo pero un poco corto de entendederas.
- En esa descripción encajarían la mitad de los políticos de hoy en el mundo entero.
- No se lo discuto. Nicolás era incluso más inepto que la mayoría, totalmente incapacitado por inteligencia y temperamento para el cargo. Sin embargo, tenía un poder absoluto sobre más de ciento treinta millones de personas. Tenía derecho a las rentas de dos millones de kilómetros cuadrados de tierras de la corona, y de minas de oro y plata. Era el hombre más rico del mundo. Tenía ocho magníficos palacios y su fortuna se estimaba entre ocho y diez mil millones de dólares de aquel entonces. Además, era el jefe de la iglesia y, a los ojos del pueblo llano, a un paso de Dios.
- Una responsabilidad aplastante para cualquiera.
- Así es. No tenía idea de gobernar, detestaba ser zar excepto por la oportunidad que le daba a jugar a los soldaditos, y hubiera preferido vivir su vida en una casa de campo inglesa como esta. Desafortunadamente, no pudo ser.
- ¿La revolución rusa se lo impidió?
- Efectivamente. Estoy seguro de que sabe casi todo lo que voy a decir, pero permítame que se lo explique. Los conservadores de su corte querían que se marchara incluso antes de la revolución. Les preocupaba que la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial pudiera provocar un alzamiento, y odiaban a aquel monje loco Rasputin porque tenía a la zarina en sus manos. Hubo revueltas, escasez de alimentos, una inflación desbocada, huelgas, refugiados y manifestaciones por los millones de jóvenes rusos muertos en una guerra sin sentido.
Como era un autócrata, Nicolás se excedió en su reacción ante las protestas, las tropas se volvieron en su contra y abdicó después de que le dijeron que era por el bien del país. El gobierno provisional ordenó su arresto, y él y su familia fueron encerrados en su palacio en las afueras de San Petersburgo. Los bien organizados bolcheviques al mando de Lenin derrocaron al gobierno provisional y Rusia comenzó su largo y trágico experimento con el marxismo.
- Así que Lenin y los comunistas heredaron al zar y a su familia.
- Si lo quiere decir de esa manera… Lenin ordenó que la familia real y unos cuantos sirvientes fueran trasladados a una mansión en Yekaterinburg, un centro minero en los Urales.
Allí, en julio de 1918, los fusilaron a todos. Lenin se veía presionado por los partidarios de la línea dura, que querían ver eliminada a toda la familia real, y su gente mantenía conversaciones con los alemanes, que insistieron en la seguridad de las mujeres, pero que consideraban la muerte del zar como un asunto interno ruso. Lenin ordenó las ejecuciones, y luego echó la culpa a los revolucionarios extremistas. La versión fue aceptada por la mayoría.
- ¿Cuál fue el papel de su abuelo en todo esto?
- El rey le había ordenado que observara de cerca los acontecimientos. No olvide que el rey Jorge y el zar eran primos. Mi abuelo envió a un agente de máxima confianza llamado Albert Grimley para que investigara lo sucedido. Podríamos decir que Grimley era el James Bond de la época.
Llegó a Yekaterinburg poco después de que el ejército blanco pusiera en fuga a los comunistas y habló con el oficial que investigaba los asesinatos. Encontró balas y sangre, pero ningún cadáver. El oficial le reveló a Grimley que en el peor de los casos solo habían matado a dos de los Romanov: el zar y su hijo, el heredero del trono. Los superiores del oficial ocultaron sus hallazgos.
- ¿Por qué hicieron tal cosa?
- Los blancos estaban al mando de un general reaccionario que se creía imbuido de la misión divina de salvar a Rusia de la ruina. Quería que la gente creyera que los bolcheviques habían asesinado a mujeres y niños. Le interesaba más la familia como mártir que viva.
- ¿Qué pasó con las mujeres?
- Todo está en el informe de Grimley. Sugiere que los bolcheviques se llevaron a la zarina y a las cuatro niñas antes de que mataran a los hombres. Los comunistas tenían problemas en el campo militar, y quizá a Lenin le interesaba tener a la familia como moneda de cambio si las cosas se ponían feas. Algunos historiadores creen que la zarina y sus hijas fueron llevadas a una ciudad llamada Perm, y estuvieron allí hasta que la ciudad fue atacada por el ejército blanco. Algunos testigos dijeron que la familia fue trasladada junto con el oro y las joyas que los comunistas habían acumulado, y que desaparecieron de los registros oficiales en un viaje en tren a Moscú. Los soviet no volvieron a mencionar el tema. Hubiese sido una mancha en la fama de Lenin que el público supiera que estaba negociando con los alemanes el destino de los Romanov.
- ¿Qué pasó con el tesoro de los Romanov?
- Solo se encontró una pequeña parte.
- ¿Su abuelo transmitió al rey los hallazgos de su agente?
- Presentó un informe donde consignaba que la madre y las niñas probablemente estaban vivas y solicitaba ayuda para organizar un rescate. El rey Jorge se desentendió del tema, aunque él y Nicolás eran parientes. Recuerde que el odiado kaiser también era primo de Jorge y Nicolás. La lealtad familiar es algo que cuenta poco entre la realeza. El rey tenía miedo de provocar a la izquierda británica si daba asilo a las mujeres. La zarina era alemana de nacimiento, y Alemania era el enemigo.
- Por lo tanto, no se hizo ningún intento por rescatarlas.
- Hubo un grupo de ingleses que elaboró un plan de rescate, pero todo quedó en nada porque trasladaron a la familia. También hubo un par de intentos por parte de los cosacos, apoyados por los alemanes que deseaban la restauración de la casa imperial rusa. El kaiser quizá tuvo remordimientos por haber entregado al zar a Lenin como una manera de aliviar la presión en el frente oriental. El plan más interesante fue el de secuestrar a la familia y llevarla a través de Ucrania, que estaba ocupada por los alemanes, y luego embarcarla en un barco neutral para cruzar el mar Negro.
- ¿Por qué fracasó?
- En realidad no fracasó.
- ¿Fueron rescatadas?
- Sí, aunque no por los alemanes. Los cosacos no se fiaban de Alemania. En algún lugar del camino, posiblemente durante el viaje a Moscú, el intrépido grupo de cosacos que no habían podido salvarlas antes consiguieron rescatar a la familia y abrirse paso hacia el mar Negro.
Zavala cogió el manuscrito.
- ¿El comandante Yakelev?
- El oficial cosaco debió de ser un tipo muy decidido y con muchos recursos. -Dodson sonrió-. Yakelev no dice gran cosa sobre cómo consiguió poner a las mujeres bajo su protección. Seguramente se lo reservó para cuando salieran de Rusia. El diario sería publicado cuando los Romanov hicieran su aparición en Europa. El manuscrito llegaría a Europa en un barco neutral y les granjearía inmediatamente la simpatía universal. Llegó a manos de mi abuelo y, cuando la familia no se presentó, lo guardó porque no sabía qué destino darle.
- ¿Tiene alguna idea referente a quién pudo hundir el barco?
- Aquí es donde la cosa se complica -manifestó Dodson que frunció el entrecejo-. Sobre todo ahora al decir usted que lo hundieron de un cañonazo. Tal como lo cuenta mi abuelo en sus documentos, el plan era llevar a la familia a Turquía, donde un submarino alemán se encargaría de sacarla del país.
Turquía era aliada de Alemania. Se informó del plan al gobierno británico y se acordó que se facilitaría el paso del submarino a Europa.
- Fue muy generoso por parte de los británicos.
Dodson soltó una carcajada.
- Eran unos tíos muy ladinos, Su generosidad se basaba en la suposición de que la familia sería capturada por los bolcheviques.
- Una jugada de mucho riesgo.
- No tanto. Inglaterra informó a Lenin y a sus sicarios que la familia se encontraba a bordo del Odessa Star.
- ¿Su abuelo estaba al corriente?
- Intentó oponerse hasta el último momento, pero al final tuvo que acatar las órdenes.
- ¿De quién?
- Del rey Jorge.
- Ahora comprendo su renuencia a que se hiciera pública esta información -manifestó Zavala-. A algunas personas quizá no les haga ninguna gracia saber que el rey era un traidor y cómplice en un asesinato múltiple.
- No sé si llegaría a calificar al rey como un criminal, aunque lo que hizo fue moralmente reprochable. Fue una ingenuidad de su parte, pero nunca pensó que Lenin podía ser tan despiadado como para ordenar el asesinato de las mujeres.
Mi abuelo dijo que el rey asumió que las mujeres serían llevadas a un convento. Quizá los bolcheviques dieron la impresión de que no sufrirían ningún daño.
Permanecieron en silencio durante unos momentos, ensimismados en sus pensamientos. Solo se escuchaba el canto de los pájaros. Zavala sacudió la cabeza, intrigado.
- Hay algo que no entiendo. Hace unos años, los rusos desenterraron unos esqueletos que fueron identificados como pertenecientes a la familia Romanov.
- El gobierno soviético era un maestro a la hora de inventarse pruebas. Supongo que traspasaron ese arte a sus sucesores. Quizá haya algo de verdad en lo que se refiere al esqueleto del zar, pero incluso así, los restos del muchacho, Alexis, y de su hermana la gran duquesa María nunca fueron encontrados.
- ¿María?
- Sí, la tercera de las hijas. ¿Por qué?
Zavala fue hasta el coche y volvió con los documentos que le había enviado Perlmutter. Buscó la reseña literaria donde se mencionaba a la sirenita, y se la pasó a Dodson. El inglés se puso las gafas y comenzó a leer. Su expresión se fue haciendo cada vez más grave.
- ¡Asombroso! ¡Si esto es correcto, la línea Romanov no se ha extinguido! María, o Maria como se la llama aquí, se casó y tuvo hijos.
- Eso es lo que he interpretado.
- ¿Sabe lo que significa? En algún lugar puede existir un legítimo heredero al trono del zar. -Se llevó una mano a la cabeza-. ¡Dios mío, qué catástrofe!
- No le entiendo.
- Rusia está pasando por momentos de gran conmoción.
Aún continúa en la búsqueda de su identidad. El fuego del nacionalismo complica todavía más las cosas. Aquellos que hablan de los tiempos de Pedro el Grande y los zares han tocado la fibra sentimental del pueblo ruso, aunque lo único que ofrecen sea el recuerdo de un tiempo pasado. Si tuvieran un heredero legítimo al trono, su causa se vería reforzada. Es un país que todavía dispone de armas de destrucción masiva y una gran parte de las reservas naturales del planeta. El mundo entero correría un gran peligro si Rusia se hunde en una guerra civil y sigue los dictados de algún demagogo. La complicidad británica en los planes contra el zar estimulará la paranoia contra Occidente. -Miró a Zavala con una mirada de acero-. Dígales a sus superiores que deben actuar con la mayor discreción. De lo contrario no habrá nadie capaz de controlar las consecuencias.
Zavala se sorprendió al ver la reacción emocional de este inglés tan comedido.
- Sí, por supuesto. Les repetiré lo que me ha dicho.
Dodson pareció haberse olvidado de la presencia de Zavala.
- El zar ha muerto -murmuró-. Viva el zar.
26
Washington.
Leroy Jenkins contuvo el aliento cuando pasó del agobiante calor húmedo de Washington al fresco interior del edificio de cristal verde de treinta pisos que daba al Potomac. El exterior de la torre tubular ya era impresionante, pero nada le había preparado para su primera mirada al interior del cuartel general de la NUMA. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás hasta que le dolió el cuello para mirar el techo del vestíbulo, y luego contempló las cascadas, los acuarios llenos de peces exóticos, y el gran globo terráqueo colocado en el centro del suelo de mármol color verde mar.
Feliz como un niño en una juguetería, comenzó a cruzar el gigantesco vestíbulo entre una muchedumbre de turistas que seguían a las guías impecables en sus elegantes uniformes.
Una joven muy atractiva, una de las varias recepcionistas en el largo mostrador de información, vio llegar a Jenkins y le dedicó una brillante sonrisa.
- ¿En qué puedo ayudarle?
Jenkins se quedó mudo. En el vuelo desde Portland, había ensayado lo que diría cuando llegara a la NUMA. Ahora tenía la sensación de que la lengua se le había pegado en el paladar. Estaba sobrecogido por la emoción y el respeto de encontrarse en el corazón de la agencia de estudios oceanográficos más grande del mundo. Se sentía como Pedro Picapiedra visitando a los Jetson. Como oceanógrafo hacía mucho que pensaba en hacer una visita al Santo Grial de la oceanografía, pero su trabajo en la universidad y más tarde la enfermedad de su esposa se lo habían impedido. Ahora, había llegado a un punto en que no le agradaba salir de Maine, porque, como comentaba con un tono burlón, sus agallas se cerrarían si se aventuraba demasiado lejos del mar.
El aire parecía estar cargado de energía. Todas las personas que no eran turistas llevaban un ordenador portátil. Nadie llevaba nada que se pareciera ni remotamente a la vieja cartera de cuero que sujetaba en su mano sudorosa. Jenkins se sintió avergonzado de sus arrugados pantalones caqui, los viejos zapatos Hush Puppy y la desteñida camisa azul, con manchas de sudor. Se quitó la gorra de pescador y se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo rojo, y lamentó en el acto haberlo hecho porque le hacía parecer todavía más un paleto.
Se apresuró a guardar el pañuelo en el bolsillo.
- ¿Desea ver a alguien en particular?
- Sí, aunque no sé muy bien quién puede ser. -Jenkins esbozó una sonrisa-. Lamento ser tan vago.
La recepcionista conocía los síntomas.
- No es usted el primero. Este lugar puede resultar un tanto abrumador. Veamos si lo podemos aclarar. ¿Puede decirme su nombre?
- Por supuesto, soy Roy Jenkins. Doctor Roy Jenkins.
Enseñaba oceanografía en la universidad de Maine hasta que me retiré hace unos años.
- Eso delimita el campo. ¿Desea hablar con alguien del departamento de oceanografía, doctor Jenkins?
Escuchar el título antes de su nombre le devolvió el coraje.
- No estoy muy seguro. Quiero formular algunas preguntas sobre un tema muy específico.
- ¿Por qué no empezamos por el departamento de oceanografía y después vemos quién es exactamente la persona que puede responderle?
La joven cogió el teléfono, apretó un botón y dijo algunas palabras.
- Ya puede subir, doctor Jenkins. La recepcionista del noveno piso le está esperando. -Le dedicó otra de sus radiantes sonrisas y miró a la siguiente persona en la cola.
Jenkins fue hacia los ascensores que estaban a un lado del vestíbulo. Mientras se preguntaba si había hecho todo el camino hasta aquí para quedar como un tonto delante de algún joven físico que lo trataría con una actitud condescendiente, entró en el ascensor y apretó un botón. Ahora ya es demasiado tarde, pensó mientras el ascensor lo llevaba hacia las alturas.
En el décimo piso de la torre de la NUMA, Hiram Yaeger estaba sentado delante de una consola con forma de herradura y miraba una enorme pantalla que parecía flotar en el espacio.
En la pantalla se veía la imagen de un hombre de rostro afilado y cejudo inclinado sobre un tablero de ajedrez. Yaeger vio que el hombre movía el caballo blanco. Observó el tablero un instante y después dijo:
- Alfil a d cinco. Jaque y mate.
El hombre en la pantalla asintió y tumbó su rey.
- Muchas gracias por jugar, Hiram. Tenemos que volver a jugar -replicó con un fuerte acento, y desapareció de la pantalla con una leve estela verde.
- Realmente impresionante. Victor Karpov no es lo que se dice un aficionado -comentó un hombre de mediana edad sentado junto a Yaeger.
- He hecho trampas, Hank. Cuando programé todas las partidas de Karpov en el disco duro de Max, introduje toda una serie de respuestas basadas en la estrategia de Bobby Fisher. El bueno de Bobby corrigió cualquier jugada tonta que hice.
- A mí todo esto me parece magia -replicó Hank Reed-. Por cierto, ahora que hablamos de magia, me pregunto qué habrá pasado con nuestros bocadillos de pastrami.
- Se lamió los labios-. Creo que trabajaría para la NUMA aunque no me pagaran, solo para poder entrar en la cafetería.
- Volvamos al trabajo. Si el tipo del reparto no llega en cinco minutos, llamaré de nuevo.
- De acuerdo. ¿Austin dijo para qué quería todo esto?
Yaeger se echó a reír.
- Kurt es un gran jugador de póquer. Nunca enseña sus cartas hasta que las pone sobre la mesa.
Austin había llamado a Yaeger a primera hora. Después de saludarlo con un alegre «Buenos días» había ido directamente al grano.
- Necesito que Max me eche una mano. ¿Crees que estará de humor?
- Max siempre está de buen humor, Kurt. Mientras le surta de sus cócteles electrónicos, hará lo que le pida. -Yaeger bajó la voz y añadió-: Cree que la quiero por su mente y no por su cuerpo.
- No sabía que Max tuviese un cuerpo.
- Puede escoger. Mae West, Betty Grable, Marilyn Monroe, Jennifer López. El cuerpo que le programe.
- Por favor, ablándala un poco con unas cuantas copas y pídele que busque lo que sea referente al tema del hidrato de metano.
Austin no había dejado de pensar en el hidrato de metano desde que los Trout le habían mencionado que Industrias Atamán intentaba explotar los yacimientos en el fondo del mar.
- Te lo tendré preparado para última hora de la tarde. ¿Te va bien?
- Perfecto. Hoy tengo toda la mañana ocupada con el almirante Sandecker.
Yaeger ni siquiera se molestó en preguntarle a Austin cuándo quería la información. Si Austin la quería, era importante, y si era importante, la quería inmediatamente.
A las personas que veían a Yaeger por primera vez les resultaba difícil reconciliar su aspecto desaliñado, siempre vestido con unos vaqueros rotos y una camiseta, con su reputación de genio informático. Sin embargo, solo bastaba con verle trabajar durante unos minutos para comprender por qué el almirante Sandecker lo había hecho jefe del departamento informático de la NUMA. Desde su consola, tenía acceso a toda la información que había en el mundo entero sobre oceanografía, técnicas e historia naval.
Para encontrar el camino en aquel impresionante cúmulo de información había que ser muy bueno. Yaeger sabía que si Max buscaba todos los archivos donde apareciera el hidrato de metano, no acabaría nunca. Necesitaba alguien que marcara la dirección. Pensó inmediatamente en Hank Reed.
Reed se encontraba en su laboratorio cuando lo llamó.
- Escucha, Hank, necesito de sus conocimientos geoquímicos. ¿Hay alguna posibilidad de que dejes por un rato tus tubos de ensayo?
- No me digas que el genio informático de la NUMA necesita la ayuda de un vulgar ser humano. ¿Qué pasa? ¿A tu maquinita sabelotodo se le ha fundido un plomo?
- No. Efectivamente, Max lo sabe todo, y por eso necesito a alguien más lento que haga de sabueso. ¿Sabes qué? Te invito a comer.
- Halagos y comida. Una combinación irresistible. Ahora mismo subo.
Reed entró en la sala con una sonrisa de oreja a oreja. A pesar de las pullas, eran grandes amigos, unidos por sus excentricidades. Con la coleta de caballo canosa y las gafas de abuela, Yaeger parecía alguien del elenco de Huir. Por su parte, el doctor Henry Reed tenía el rostro de un querubín y una enorme mata de pelo pajizo que añadía algunos centímetros a su metro cincuenta de estatura. Los gafas con cristales que parecían culos de botella caídos sobre la punta de su nariz respingona le daban el aspecto de un buho. Se sentó en la silla que le ofreció su amigo y se frotó las manos regordetas.
- Saca tu varita mágica, Froggy.
Yaeger lo miró por encima de las gafas, desconcertado.
- ¿Eh?
- Es una frase de un viejo programa de radio que escuchaba cuando era un crío. Froggy era un gremlin. No importa. Probablemente nunca has oído hablar de la radio.
- Claro que sí. -Yaeger sonrió-. Mi abuela me contó cómo era. Como la televisión sin imágenes. -Se reclinó en la silla con las manos cruzadas detrás de la nuca-. Max, saluda a mi amigo, el doctor Reed.
Una voz femenina ronroneó por los altavoces distribuidos estratégicamente por la sala.
- Hola, doctor Reed. Es un placer volver a verle.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron detrás de él, Roy Jenkins se extrañó de ser el único en salir en aquel piso. Miró el número en la pared y maldijo por lo bajo. Se había comportado como el típico profesor despistado que tanto despreciaba. La recepcionista le había dicho el noveno. Ensimismado en sus pensamientos, había apretado el botón del décimo.
En lugar de la típica distribución de pasillos y oficinas, solo había un sector acristalado que ocupaba casi toda la planta. Jenkins tendría que haber vuelto al ascensor, pero le dominó la curiosidad del científico. Caminó entre las baterías de ordenadores, y-escuchó los susurros electrónicos. Tuvo la sensación de haber aterrizado en un planeta habitado solo por máquinas.
Se sintió más animado cuando vio a dos hombres sentados delante de una consola en el centro de la planta. Miraban una enorme pantalla que parecía flotar en el aire, y la imagen que se veía era la de una mujer en brillantes colores. Tenía los ojos castaños, los cabellos cobrizos y la parte inferior de la pantalla apenas ocultaba el comienzo de los pechos.
La mujer hablaba y, lo que resultaba todavía más curioso, era que uno de los hombres, el de la cola de caballo, le respondía. Jenkins, convencido de que había tropezado con algo evidentemente muy privado, estaba a punto de dar media vuelta, cuando el segundo hombre, que llevaba un peinado que parecía una planta de trigo seca, advirtió su presencia y le sonrió.
- Ah, han llegado nuestros bocadillos de pastrami.
- ¿Perdón?
Reed vio que Jenkins llevaba una cartera en lugar de una bolsa de papel blanca, y se fijó en el curtido rostro bronceado, en la camisa y la gorra.
- Supongo que no viene usted de la cafetería -dijo, con un tono triste.
- Me llamo Leroy Jenkins. Lamento interrumpirles, pero me equivoqué de piso y acabé aquí. -Miró en derredor- ¿Qué es este lugar?
- El centro informático de la NUMA -respondió el hombre de la cola de caballo. Su rostro bien afeitado era juvenil, con la nariz afilada y los ojos grises-. Max puede responder a cualquier pregunta que le formule.
- ¿Max?
Yaeger señaló la pantalla.
- Soy Hiram Yaeger. Él es Hank Reed. La encantadora mujer en la pantalla es una holografía. Su voz es una versión femenina de la mía. Al principio utilicé mi rostro, pero me aburrí de verme a mí mismo y me decidí por una mujer muy bella, mi esposa.
- Gracias por el cumplido, Hiram -dijo Max.
- Te lo mereces. Max es tan inteligente como hermosa.
Pregúntele lo que quiera. Max, este es el señor Jenkins.
La imagen sonrió.
- Encantada de conocerle, señor Jenkins.
He estado perdido en los andurriales de Maine demasiado tiempo, pensó Jenkins.
- Doctor Jenkins, y soy oceanógrafo. -Vaciló un momento-. Me temo que mis preguntas sean un tanto complejas. Se refieren al hidrato de metano.
Yaeger y Reed se miraron el uno al otro, y luego a Jenkins.
Max exhaló un suspiro que era del todo humano.
- ¿Es necesario que me repita a mí misma?
- No es nada personal, doctor Jenkins. Max lleva trabajando en el mismo tema desde hace una hora -le explicó Yaeger. Cogió el teléfono, marcó el número de la cafetería, y miró a Jenkins-. ¿Quiere comer con nosotros?
- Le recomiendo el pastrami -dijo Reed-. Es una experiencia existencial.
El bocadillo hizo justo honor a su fama. Mientras comía, Jenkins recordó que no había probado bocado excepto la bolsa de cacahuetes que le habían dado en el avión. Bebió un trago de cerveza sin alcohol para bajar la comida y miró a sus anfitriones que lo miraban expectantes.
- Esto les parecerá una locura -comentó.
- La locura es el pan nuestro de cada día -replicó Yaeger. Reed asintió con un gesto. Aunque uno de ellos tema el aspecto de un hippie trasnochado y el otro de un tragaldabas con un peinado a lo Don King, ambos parecían muy inteligentes y, lo que era más importante, estaban interesados en escuchar su historia.
- Después no digan que no les advertí -manifestó-. Allá vamos. Hace unos años me jubilé como profesor de universidad y me compré un barco pesquero en Rocky Point, mi ciudad natal.
- ¡Aja! Un pescador -exclamó Reed-. Lo sabía.
Jenkins sonrió, y luego continuó con su relato.
- Es probable que estén enterados del tsunami que se abatió sobre la ciudad no hace mucho.
- Sí, fue una gran tragedia -asintió Reed.
- Podría haber sido mucho peor. -Jenkins explicó su participación en el aviso a la ciudad.
- Fue una suerte que estuviera allí -dijo Yaeger-. No obstante, hay algo que me preocupa. Es la primera vez que yo sepa que ha ocurrido algo así. Nueva Inglaterra no está en el borde de una falla mayor como es el caso de Japón o California.
- El único precedente comparable que encontré fue la ola gigantesca provocada por un terremoto en los Grandes Bancos en 1929. El epicentro del terremoto estaba localizado en el fondo del océano en la plataforma continental al sur de Terranova y al este de Nueva Escocia. El temblor se notó en Canadá y Nueva Inglaterra, pero el origen estaba a cuatrocientos kilómetros de la costa más cercana, así que los daños fueron mínimos. Algunas carreteras cortadas por los deslizamientos de tierra, unas cuantas chimeneas caídas y vajillas rotas. Por lo demás, la onda sísmica tuvo pocas consecuencias.
El mayor efecto lo produjo en el mar.
- ¿De qué manera? -preguntó Reed.
- Había dos barcos cerca del epicentro. Las vibraciones fueron tan violentas que la tripulación creyó que habían perdido las hélices o que habían chocado contra unos escollos que no aparecían en las cartas. El terremoto creó una enorme ola que descargó en la costa sur de Terranova tres horas más tarde, y subió por los cauces de los ríos y ensenadas de los pueblos pesqueros a lo largo de ochenta kilómetros de costa.
Las peores consecuencias se produjeron en la bahía con forma de cuña en la península de Burlin. El tsunami alcanzó una altura de diez metros en el vértice de la bahía, arrasó muelles y edificios, y mató a más de veinticinco personas.
- Algo muy similar a lo que ocurrió en Rocky Point.
- Prácticamente idéntico. A Dios gracias, las muertes y el número de heridos en mi ciudad fueron muy inferiores. También hubo otra similitud muy importante. Ambas olas parecen haber sido causadas por grandes deslizamientos submarinos. No hay ninguna duda de que un terremoto causó el desastre de los Grandes Bancos. Los cables de comunicaciones transoceánicas se rompieron en docenas de lugares. -Hizo una pausa-. Aquí es donde difieren. El deslizamiento submarino de Rocky Point aparentemente se produjo sin un terremoto.
- Interesante. ¿Hay algún registro sismológico?
- Lo comprobé con el observatorio Weston en las afueras de Boston. El terremoto de los Grandes Bancos tuvo una magnitud de 7,2 en la escala de Richter. Sabemos que algo de tanta magnitud causará un tsunami. Las lecturas de Rocky Point son mucho más confusas. Hubo una sacudida, pero no encaja en el patrón clásico de un terremoto.
- A ver si me aclaro. ¿Me está diciendo que el deslizamiento de Rocky Point no lo produjo un terremoto?
- Creo que eso está bien establecido. Lo que no puedo decir es qué causó el deslizamiento.
Yaeger lo miró por encima de las gafas.
- ¿Qué vino primero, el huevo o la gallina?
- Es algo así. En alguna parte leí sobre los depósitos de hidrato de metano encontrados en la plataforma continental, y me pregunté si la inestabilidad de las bolsas de gas podrían haber provocado el deslizamiento.
- Desde luego es posible -intervino Reed-. Hay enormes bolsas de hidrato de metano en ambas costas. Hemos encontrado grandes depósitos en Oregón y Nueva Jersey, sin ir más lejos. ¿Le suena la cordillera de Blake?
- Por supuesto. Es una cordillera submarina a unos trescientos y pico kilómetros al sudeste de Estados Unidos.
- A la altura de la costa de Carolina del Norte para ser exactos. En la cordillera abundan las bolsas de hidrato de metano. Algunos opinan que la cordillera es una olla a presión. Las exploraciones han encontrado cráteres en el fondo oceánico donde la sustancia se ha fundido con la consiguiente descarga de gas metano.
- Lamento decir que no sé gran cosa de los hidratos. -Jenkins se rascó la cabeza-. Intento mantenerme al día desde que dejé la universidad con la lectura de las revistas especializadas. Pero dedicado como estoy a la pesca de la langosta y todo lo demás, nunca dispongo de mucho tiempo.
- Es un tema relativamente nuevo. ¿Conoce la composición química del hidrato?
- Está compuesto de moléculas de gas natural atrapadas en el hielo.
- Así es. Alguien lo bautizó con el nombre de «fuego helado». Fue descubierto en el siglo XIX, pero nuestros conocimientos han sido bastante escasos. Los primeros depósitos naturales se encontraron debajo del permafrost en Siberia y América del Norte; lo llamaban gas de los pantanos. Después, en los años 70, un par de científicos de la universidad de Columbia encontraron bolsas debajo del suelo marino mientras realizaban unos estudios sismológicos en la cordillera de Blake. En la década siguiente, el sumergible Alvin del instituto Woods Hole encontró chimeneas submarinas formadas por los escapes del gas. Yo participé en la primera gran exploración a mediados de los 90. Fue entonces cuando descubrimos los depósitos en la cordillera de Blake. Solo son una pequeña parte de lo que hay allí. El potencial es enorme.
- ¿Dónde se encuentran los depósitos principales?
- La mayoría se encuentran en las partes bajas de la pendiente de las plataformas continentales, donde el fondo marino pasa de los ciento cuarenta o ciento cincuenta metros a los abismos de miles de metros de profundidad. Hay bolsas importantes en las dos costas de nuestro país. Como le dije, puede encontrarlas en Costa Rica, Japón, India, y debajo del Ártico. El tamaño de los depósitos es impresionante. Los cálculos más recientes los estiman en unas diez mil gigatoneladas. Es más del doble de todas las reservas conocidas de carbón, petróleo y gas natural.
Jenkins soltó un silbido.
- A nuestra disposición para cuando agotemos nuestras reservas de petróleo.
- Desearía que fuese tan sencillo -dijo Reed y exhaló un suspiro-. Primero habrá que resolver unos cuantos problemas técnicos antes de que sea posible la extracción.
- ¿Es peligroso perforar?
- La primera vez que un barco perforó una bolsa fue en 1970. No pasó nada, pero los trabajadores tuvieron miedo durante años de acabar volando por los aires. Las sucesivas perforaciones a nivel experimental demostraron que no había riesgos. En cambio, sacar el hidrato a la superficie para calentar nuestras casas y hacer funcionar nuestros coches es otra historia. El entorno es extremadamente hostil en las profundidades donde se encuentran los hidratos, y la sustancia sencillamente se evapora cuando la sacamos. Los depósitos pueden estar a unos cuantos centenares de metros debajo del fondo marino.
- No parece un lugar muy agradable para instalar las plataformas de perforación.
- No lo dude. Hay varios países y compañías que están trabajando en el problema. Uno de los métodos es bombear vapor o agua por el agujero de la perforación. Esto fundiría el hidrato y liberaría el metano. Luego tienes que bombear el metano a la superficie del suelo marino a través de otra perforación. A continuación tendríamos la pregunta de qué hacer con él. Cuando quitas el hidrato, el suelo marino se desestabiliza.
- Con lo cual adiós al muy caro gasoducto.
- Es una posibilidad. Por eso a los ingenieros se les ha ocurrido la idea de instalar una planta en el fondo. Se extrae el hidrato y se lo mezcla con agua. La mezcla pasa a unos grandes tanques con forma de dirigibles. Los submarinos los arrastrarían hasta aguas poco profundas donde se descompondría el hidrato en combustible y agua.
- Con cualquiera de estos métodos, todo indica que extraer el hidrato será como caminar sobre cáscaras de huevo.
- Todavía más difícil. Ahora volvamos a su pregunta original.
- Sobre los hidratos como fuente de terremotos y tsunamis.
- Es muy posible. Hay pruebas de que la descomposición natural ha desestabilizado los fondos marinos. Han encontrado enormes deslizamientos submarinos frente a la costa Este de Estados Unidos, en Alaska y en otros países. Los rusos han encontrado campos de hidrato inestables frente a las costas de Noruega. Creen que uno de los escapes más grandes que se han registrado causó el deslizamiento de Storrega. Ocho mil años atrás, más de un millar de kilómetros cúbicos de sedimentos se deslizaron por la pendiente de la plataforma continental noruega.
- Conozco el caso de Storrega -dijo Jenkins.
- Entonces sabrá que el gigantesco deslizamiento originó unos tsunamis monstruosos. Las olas de los Grandes Bancos y Rocky Point no son nada comparadas con aquello.
- ¿Es posible que se produzcan deslizamientos provocados por el hombre? -preguntó Jenkins.
- Diría que es una posibilidad. Una plataforma de perforación podría hacer inadvertidamente que un depósito se hundiera, lo que provocaría un deslizamiento.
Jenkins contuvo el aliento durante un momento.
- Eso sí. Pero ¿se podría provocar un deslizamiento intencionadamente?
El tono del antiguo profesor les llamó la atención.
- ¿A qué se refiere, doctor Jenkins? -preguntó Reed.
- Es algo que me está volviendo loco. -Jenkins se movió inquieto en la silla-. Ya sé que se deben reunir todas las pruebas posibles antes de llegar a una conclusión, sobre todo en un caso tan descabellado como este, pero el instinto está librando una dura pelea con mi formación científica.
- Quizá, pero como científico, soy como usted -manifestó Reed. Se rascó la barbilla-. No puedo saltar de las conjeturas a la conclusión sin un puente de pruebas.
Yaeger se sumó a la discusión.
- Es todo un poeta, doctor. Veamos si Max nos puede ayudar. ¿Estabas escuchando, amor mío?
La imagen de la mujer reapareció en la pantalla.
- Resulta complicado no hacerlo cuando tienes seis micrófonos ultrasensibles. ¿Dónde quieres que te lleve?
- Caballeros, es toda suya -dijo Yaeger.
- Max, por favor, enséñanos los depósitos de hidrato de metano a lo largo de la costa norteamericana -pidió Reed.
El rostro desapareció para dar paso a una imagen tridimensional del fondo marino de las costas Este y Oeste de Estados Unidos, con las cordilleras y cañones. Unos puntos rojos intermitentes aparecieron en el mar azul.
- Ahora pasemos a la costa Este.
Esta vez apareció la costa desde Maine hasta los cayos de Florida.
- Bien. Por favor, ve a Maine y muéstranos la plataforma continental.
En una fracción de segundo vieron la extensa e irregular costa de Maine desde Canadá hasta New Hampshire. Una línea ondulada delante de la costa unía los puntos rojos de los depósitos de hidratos.
- ¿Sería posible ver Rocky Point? -preguntó Jenkins.
Una diana de color azul indicó la ciudad natal de Jenkins.
En la esquina inferior derecha de la pantalla apareció una toma aérea de la ciudad con la bahía y el río.
- No está mal -comentó Jenkins, al ver el detalle.
- Gracias -ronroneó Max.
Jenkins le dio a Max las coordenadas del lugar donde se encontraba su embarcación cuando había avistado la formación del tsunami. La silueta de un barco de pesca apareció en pantalla.
- Ahora necesitamos un diagrama que nos muestre las fallas submarinas más importantes.
Apareció una telaraña de rayas blancas.
La embarcación parecía estar entre Rocky Point y una falla principal al este de la ciudad.
- Está muy bien, Max -dijo Yaeger-. Ya que estamos en perfiles, volvamos a la plataforma continental en el epicentro de la sacudida.
En la pantalla apareció una sección transversal del suelo inarino donde una línea ondulada marcaba la superficie del océano y otra inferior el fondo. La plataforma continental presentaba una pendiente muy abrupta. En el borde de la plataforma había una gruesa falla que se perdía en las profundidades. La falla se cruzaba con la línea que representaba los depósitos de hidrato de metano debajo de la corteza de caliza.
- Ahí tenemos nuestro punto conflictivo. Veamos qué sucede cuando se libera el hidrato de metano.
Una columna de metano se elevó del fondo marino. Luego se hundió una parte de la plataforma continental. En la superficie del agua se produjo una depresión en la vertical del deslizamiento. El agua comenzó a volcarse por los bordes, después buscó estabilizarse, lo que dio lugar a una joroba que se movía por la superficie.
- Ahí tenemos la génesis del tsunami -señaló Reed.
- Dejadme probar otra cosa -dijo Yaeger-. El doctor Jenkins mencionó el valor en la escala de Richter en el epicentro. Por favor, haznos una simulación de lo que sucedió.
Unas ondas que representaban a las olas comenzaron a alejarse de la zona alrededor del deslizamiento. Max resaltó la onda que se dirigía a Rocky Point. Cuando la onda llegó cerca de la playa, un primer plano de Rocky Point llenó toda la pantalla. Se veía con toda claridad cómo la ola entraba en la bahía, se desplomaba sobre la costa y subía por el río.
Sin que se lo pidieran, Max dividió la pantalla para ofrecer un perfil de la ola. El tsunami creció a medida que se acercaba a tierra, se transformó en una gigantesca garra de agua y se abatió sobre la somnolienta bahía. El silencio se prolongó un par de minutos mientras que Max repetía la escena en cámara lenta. Yaeger hizo girar la silla y preguntó:
- ¿Comentarios, caballeros?
- Hemos establecido el efecto -dijo Jenkins-. La gran pregunta es saber si la causa fue obra del hombre.
- Sucedió antes -le recordó Reed-. Cuando aquella plataforma de perforación se hundió después de haber provocado un escape accidental.
- Max, sé que has trabajado mucho, pero ¿puedo pedirte un favor?
- Por supuesto, doctor Jenkins.
- Muchas gracias. Vuelve a la carta de la costa Este y señala los puntos débiles similares a los de Maine.
La carta apareció en la pantalla con dianas intermitentes de diferentes tamaños. Las más grandes correspondían a las costas de Nueva Inglaterra, Nueva Jersey, Louisiana y Florida.
- Max, por favor, simula lo que pasaría si la plataforma continental se hundiera en las principales intersecciones con los depósitos de hidrato de metano.
En un abrir y cerrar de ojos, las ondas se extendieron a partir de los grandes epicentros. Tenían una altura de diez metros cuando alcanzaron la costa y penetraron tierra adentro.
Reed parpadeó rápidamente detrás de los gruesos cristales de las gafas.
- Adiós Boston, Nueva York, Washington, Charleston y Miami.
- Meta es muerte -dijo Yaeger en voz baja. Al ver las expresiones intrigadas de los otros dos, añadió-: Es un viejo dicho hippie, para advertirle a la gente de los peligros de tomar metanfetaminas para colocarse.
- Esto es peor que cualquier droga, amigo mío-replicó Hank.
Jenkins carraspeó para llamarles la atención.
- Hay algo más que no mencioné.
Les explicó el avistamiento del enorme navio el mismo día del tsunami en Rocky Point.
- Parece usted creer que el barco tuvo algo que ver con el deslizamiento y el tsunami -comentó Yaeger.
Jenkins asintió.
- ¿Alcanzó a ver el nombre y el puerto de bandera? El barco estaba registrado en Liberia, como muchos de su clase, y el nombre era Atamán Explorer I. Lo busqué en el diccionario. Significa jefe de una compañía de cosacos.
- ¿Atamán? ¿Está seguro?
- Sí, ¿el nombre le suena?
- Es probable. ¿Cuánto tiempo se quedará en Washington, doctor Jenkins? -preguntó Yaeger.
- No lo sé. Supongo que todo lo que haga falta. ¿Por qué?
- Hay un par de personas que quiero que conozca.
27
El sol que entraba a raudales por el cristal tintado de la ventana panorámica bañaba las marcadas facciones del almirante James Sandecker con una pátina verde mar que le daba el aspecto de un busto de bronce del rey Neptuno. Desde su oficina en el último piso del cuartel general de la NUMA, gozaba de una magnifica vista de la capital federal. Permanecía junto a la ventana con expresión pensativa mientras la autoritaria mirada de sus ojos azules hacía un recorrido por la ciudad, la Casa Blanca, el obelisco del monumento a Washington y la cúpula del Capitolio, como si fuese un halcón que busca una presa.
Austin había dedicado gran parte de la mañana a informar a Sandecker de los acontecimientos ocurridos en el mar Negro. El almirante se había mostrado fascinado con la descripción de la base de submarinos secreta, intrigado por la entrevista con Petrov, y también por la relación del Odessa Star con lord Dodson, a quien conocía. De vez en cuando, formulaba una pregunta para aclarar un punto, o explicaba una teoría propia. Pero escuchó con la máxima atención mientras se tiraba de su barba pelirroja cortada a lo Van Dyke, cuando Austin le habló de la masacre cometida a bordo del Sea Hunter. En cuanto Kurt acabó con el espantoso relato, el almirante se levantó sin decir palabra y se acercó a la ventana. Después de unos momentos, se volvió hacia Austin y Gunn, sentados en sendas butacas de cuero delante de su mesa.
- En todos mis años como comandante, nunca perdí un barco ni a su tripulación. Que me aspen si voy a empezar ahora. Ese hijo de puta y su amigo Razov no se van a salir con la suya y pagarán por haber matado a toda una tripulación de la NUMA.
La temperatura en la oficina pareció bajar veinte grados.
Sandecker se apartó de la ventana y se sentó detrás de su escritorio.
- ¿Cómo está la señorita Montague, la joven que sobrevivió al ataque?
- Es una mujer valiente -respondió Austin-. Insistió en quedarse a bordo cuando la marina envió una tripulación de reemplazo para llevar al Sea Hunter a puerto.
- Asegúrese de que vea a esa joven cuando regrese.
- Lo haré. ¿Cuáles son las últimas noticias de la CIA?
Sandecker abrió un cajón de la mesa, cogió un puro y lo encendió.
- La CIA le está ladrando al árbol equivocado, el FBI se muestra escéptico, y las fuerzas armadas no sirven para gran cosa si no les indicas la dirección correcta y les ordenas que marchen. El secretario de Estado no devuelve mis llamadas.
- ¿Qué hay de la Casa Blanca?
- El presidente se muestra comprensivo y preocupado, por supuesto. Pero hay algo que me lleva a creer que hay cierta complacencia entre algunos de los miembros de su gabinete, algo como si la masacre fuera una retribución justificada por meter nuestras narices donde no correspondía. Están furiosos porque la NUMA rescató a la tripulación del NR-1.
- ¿Qué más da quién rescatara a la tripulación? La cuestión era rescatarlos -afirmó Austin, irritado.
Sandecker soltó una bocanada de humo que por un momento rodeó su cabeza con una nube rojiza.
- Supongo que la pregunta es solo una figura retórica, dado que conoce muy bien cómo funcionan las cosas en esta ciudad. La gratitud es algo tan inexistente como desconocido.
Les hemos robado su juguete, y están ofendidos.
- Por ahí van los rumores que he escuchado -comentó Gunn-. Incluso hay quien afirma a nuestras espaldas que nuestra «metedura de pata» es la razón por la cual no se ha podido rescatar al capitán y al piloto, ni recuperar el submarino.
- Ha sido todo un gesto de nuestra parte facilitar una excusa para la incompetencia de los otros organismos -manifestó el almirante-. Mucho me temo que la NUMA tendrá que apañárselas sola en el tema del Sea Hunter. ¿Hay alguna pista sobre el tal Boris?
- Ese tipo es un fantasma -contestó Austin-. Nuestra mejor baza es concentrarnos en Razov. El último informe dice que su yate ha abandonado el mar Negro. Ahora intentamos dar con su paradero.
- Tendremos que hacer más -afirmó Sandecker.
El intercomunicador en la mesa del almirante emitió un discreto pitido, y luego se escuchó la voz de la secretaria.
- Sé que está ocupado, almirante, pero el señor Yaeger está aquí con otros dos caballeros y dice que se trata de un asunto muy urgente.
- Hágales pasar, por favor. -Un segundo más tarde, se abrió la puerta y entró Yaeger, seguido por el doctor Reed y un desconocido. Sandecker había pasado demasiado tiempo en el mar como para no reconocer inmediatamente a Jenkins como un pescador, sobre todo después de notar los callos cuando se estrecharon las manos.
Los saludó efusivamente y les invitó a sentarse.
- Bien, Hiram, ¿qué es eso tan urgente que te ha sacado de tu sancta sanctorum?
- Creo que el doctor Jenkins es quien lo puede explicar mejor.
Jenkins se sentía nervioso al verse cara a cara con el legendario director de la NUMA. Sin embargo, en cuanto comenzó a hablar se tranquilizó. Cuando Jenkins acabó su relato, Reed dio su opinión como geoquímico. Por último, Yaeger distribuyó las copias de los diagramas que Max había proyectado en la pantalla. Sandecker se reclinó en su silla, con las manos entrelazadas, y la mirada alerta. Cuando todos acabaron con lo que tenían que decir, llamó a su secretaria.
- Por favor, pregúntele al doctor Wilkins, del departamento de geología, si puede subir un momento.
El doctor Elwood Wilkins llegó al cabo de unos minutos.
Era un hombre alto y atlético con el aspecto de uno de esos actores que siempre interpretan el papel del amable farmacéutico o el médico de familia. Sandecker le señaló una silla.
Luego le pasó las copias y esperó a que les echara una ojeada. Wilkins leyó el informe y miró a su jefe.
El almirante respondió a la pregunta en la mirada del científico.
- Estos caballeros han sugerido la posibilidad de que la plataforma continental de la costa Este pueda sufrir deslizamientos que crearían tsunamis, con el consiguiente riesgo para las ciudades costeras. Si bien valoro sus opiniones, nunca viene mal contar con la opinión de un observador neutral. ¿Usted qué dice?
- Oh, no creo que exista ningún peligro de que el paseo marítimo de Atlantic City sea arrasado por el mar -respondió Wilkins con una sonrisa.
Sandecker miró al científico, y enarcó una ceja.
- Claro que -añadió Wilkins-, algunas recientes investigaciones indican que sus sugerencias no son del todo descabelladas. La roca de la plataforma continental debajo de la capa de fango está saturada. Si la presión ejercida por el fondo marino alcanza un estado crítico, el agua intentará salir. Es como pisar un globo. El estallido provocaría deslizamientos que deformarían el agua y lanzarían olas gigantes hacia la playa. Algunos de mis colegas de la universidad de Pensilvania han elaborado unos cuantos modelos donde se demuestra que la posibilidad es muy real.
- ¿Los deslizamientos tendrían que ser provocados por un terremoto? -preguntó Sandecker.
- Un terremoto podría hacerlo, desde luego.
- ¿Podría suceder en la costa Este? -intervino Gunn.
Wilkins levantó las copias que tenía en la mano.
- Esto lo explica con toda claridad. La plataforma continental se extiende a todo lo largo de la costa. En diversos lugares hay grandes cañones y cráteres donde la posibilidad de que se produzcan deslizamientos es mayor.
- ¿Alguna otra cosa que no sea un terremoto podría provocar un deslizamiento? -preguntó Gunn.
- Podría suceder espontáneamente. Lamento no poder ser más específico. Todo esto es un campo totalmente nuevo.
- Estaba pensando en un escape de hidrato de metano -¿Por qué no? Si se desestabiliza una bolsa de hidrato claro, se hundiría el fondo y pondría en marcha sus olas gigantes.
Sandecker vio que Wilkins estaba dispuesto a seguir con la discusión, y se apresuró a ponerle punto final.
- Muchas gracias, doctor. Ha sido usted de una gran ayuda, como siempre. -Acompañó a Wilkins hasta la puerta le dio un palmadita en la espalda, y repitió su agradecimiento Luego, le comentó a los demás-: Espero que no les haya molestado que llamara al doctor Wilkins. Quería escuchar una opinión independiente.
- Por lo que hemos escuchado -manifestó Gunn-, existe la posibilidad de que Razov haya descubierto la manera de provocar un tsunami. La ola que descargó sobre la costa de Maine fue tan solo un ensayo. Si hemos acertado en nuestras suposiciones, es capaz de provocar una destrucción tremenda.
- El Atamán Explorer es la clave -afirmó Austin-. Tenemos que encontrarlo.
- Tendremos que hacer algo más -replicó el almirante con un tono de urgencia-. ¡Tenemos que subir a bordo de ese barco!
28
Rocky Point, Maine.
Antes de sufrir el impacto de la gigantesca ola, Rocky Point había sido la ciudad de Maine típica por excelencia. Su pintoresca bahía y las casas de madera con tejados de pizarra aparecían en las ilustraciones de infinidad de calendarios. Su coqueta calle mayor parecía sacada de una película de Frank Capra. Sin embargo, mientras la embarcación de Jenkins salía de la bahía, Austin, que miraba a tierra, se dijo que la ciudad tenía ahora el aspecto de una de aquellas imágenes donde se desafiaba al lector a que encontrara los errores. Había muchísimos errores en esta imagen.
Los restaurantes de primera línea, famosos por sus platos de langosta, el controvertido motel, y el muelle de pescadores habían desaparecido, y lo único que quedaba eran los pilotes que asomaban en el agua como dientes podridos. Boyas de brillantes colores advertían la presencia de barcos hundidos.
Las palas mecánicas continuaban retirando de la playa las embarcaciones destrozadas. Restos de todo tipo flotaban en la estela del Kestrel.
De haber tenido Austin una vena más poética, hubiese dicho que la ola había robado el alma de la ciudad.
- ¡Vaya desastre! -fue lo mejor que se le ocurrió decir.
- Podría haber sido peor -señaló el jefe Howes, que se encontraba junto a Austin en la popa del barco.
- Por supuesto, si hubiese sufrido el impacto de un misil nuclear -replicó Austin.
- Sí -asintió el policía, poco dispuesto a que un forastero pudiera superar el talento de los nativos de Maine para la economía del lenguaje.
Austin había conocido al jefe unas pocas horas antes. Un jet de la NUMA había llevado a Austin, Trout y Jenkins al aeropuerto de Portland. Jenkins había llamado al jefe Howes antes de salir, y ahora les estaba esperando con un coche patrulla para llevarlos a Rocky Point.
Después de la reunión con Sandecker, Austin había ido a su oficina con las fotos del Atamán Explorer enviadas por los satélites para analizarlas con una lupa de gran potencia. Aunque las fotos estaban tomadas desde miles de kilómetros de altura, eran nítidas y muy detalladas. Se podía leer el nombre de la embarcación en la popa y las personas en la cubierta.
Lo primero que le llamó la atención fue el parecido de la nave con el Glomar Explorer, el barco de salvamento de doscientos metros de eslora que Howard Hughes había construido en los años setenta después de firmar un contrato secreto con la CIA para recuperar un submarino soviético hundido.
Las enormes grúas, las cabrias y los castilletes similares a los del Glomar ocupaban la cubierta como plataformas de perforación.
Observó el barco de proa a popa, con una atención especial a las zonas alrededor de las grúas. Trazó unos cuantos bocetos en una hoja de papel y después se reclinó en la silla, con una sonrisa de satisfacción. Había encontrado la manera de entrar en el barco. Era una jugada de riesgo y todo dependía de lo cerca que pudiera llegar al Atamán Explorer. El buque se pondría a cubierto en cuanto avistara a un barco de la NUMA. Analizó el problema durante unos minutos, recordó la experiencia en el mar Negro con el capitán Kemal, y después llamó a Yaeger para preguntarle si sabía dónde estaba Jenkins.
- Ahora mismo está con Reed, que le agasaja con el recorrido para los VIP. Se ha ofrecido a alojar a Jenkins por esta noche. Mañana cogerá el avión de regreso a Maine.
- Mira si puedes dar con ellos y llámame.
El teléfono de Austin sonó al cabo de unos minutos. Kurt Je explicó su plan a Jenkins, sin disimular los peligros de la operación. Jenkins no dudó ni un instante. En cuanto Austin acabó la explicación, dijo:
- Haré lo que sea para vengarme de esos cretinos que han destrozado mi ciudad.
Austin se despidió de Jenkins no sin antes recordarle que disfrutara de la visita mientras él hacía otras llamadas. La primera fue a la sección de transporte de la NUMA. La segunda fue a la casa de los Trout en Georgetown. Gamay había dejado un mensaje para comunicarle que habían regresado de Estambul y que esperaban órdenes. Paul atendió la llamada y Austin le puso al corriente de la situación.
Mientras tanto, Jenkins había comenzado a llamar a los pescadores de Rocky Point cuyas embarcaciones se habían salvado del desastre para preguntarles si estaban dispuestos a realizar un trabajo. Tal como le había sugerido Austin, Jenkins les dijo a sus amigos que la NUMA necesitaba sus barcos para un estudio de las especies marinas. También les comunicó que además de lo que cobrarían por sus servicios, la NUMA se encargaría de que los fondos necesarios para la reconstrucción del puerto no se retrasaran por culpa de los trámites burocráticos habituales.
Jenkins no tuvo ningún problema para reclutar a los pescadores, y cuando el Kestrel salió del puerto con la primera luz del alba, otras seis embarcaciones seguían su estela. Charlie Howes había insistido en acompañarles, y Jenkins se alegró de tenerlo a bordo. El jefe había sido pescador profesional antes de ingresar en la policía y era todo un marino.
La flota pesquera desfiló por delante del promontorio que daba nombre a la ciudad, y enfiló hacia mar abierto. El mar tenía un color verde botella. Solo unos pocos cirros manchaban el azul del cielo y soplaba una ligera brisa del oeste. Los barcos navegaron primero hacia el este y después viraron al sur; el mar estaba en calma y hacía un día excelente para navegar. Gamay llamaba cada media hora desde el cuartel general para informarles de la posición del Atamán Explorer que le suministraban los satélites.
Austin marcaba las sucesivas posiciones en una carta del golfo de Maine, la gran extensión de mar entre el principio de la costa de Maine y la punta de Cape Cod. El barco parecía navegar en un amplio círculo, y Austin adivinó que estaba a la espera. Gamay empleaba un código muy sencillo y si alguien la escuchaba hubiera creído que se trataba de una charla entre pescadores. Jenkins y Howes procuraban no hacer caso de la escabechina que Gamay estaba haciendo con la jerga marinera de Maine. Sin embargo, cuando por el altavoz sonó la voz de la muchacha que decía: «Pescando buen bacalao y lenguado suroeste cuarta al sur de última posición, sipi» no aguantaron más.
- ¿Sipi? -gritó Jenkins-. ¿Ha dicho «sipi»?
El jefe Howes sacudió la cabeza.
- He vivido aquí toda la vida, y nunca escuché a nadie decir «sipi». No tengo idea de lo que significa.
Trout suprimió una sonrisa. Murmuró una disculpa, y explicó que Gamay había visto demasiados episodios de Se ha escrito un crimen, que se desarrollaba en una versión hollywoodiense de una ciudad de Maine. Jenkins le interrumpió sin más.
- Ahí está -gritó excitado mientras señalaba un punto en la pantalla del radar-. No hay ninguna duda.
Austin, que miraba por encima del hombro de Jenkins, miró el punto de gran tamaño, situado al sudeste.
- Sipi -dijo.
Jenkins empujó la palanca del acelerador. Las otras embarcaciones también aceleraron. No se trataba solo de una cuestión de impaciencia. Jenkins no se dejaba engañar por la aparente calma. No había dejado de mirar con ojo experto el vaivén de las olas, la separación y la velocidad de las olas, y después de evaluar la situación como pescador y científico anunció:
- Se avecina mal tiempo.
- Acabo de escuchar el parte meteorológico -dijo Austin, -No necesito que una voz artificial me informe de que se avecina una tormenta -replicó Jenkins, con una sonrisa-. Solo necesitas interpretar correctamente las señales.
Desde que habían salido de la bahía, Jenkins había observado cómo aumentaba la nubosidad y el color del agua se volvía de un color gris aceitoso. La brisa soplaba un poco más fuerte y cada vez más del este.
- Si conseguimos acabar con esto cuanto antes, podremos regresar a puerto antes de que nos pille la tormenta. El problema es que si se levantan el mar y el viento, será peligroso arrastrarlos en la red.
- Lo entiendo -dijo Austin-. Paul y yo vamos a prepararnos.
- Buena idea -señaló el jefe Howes, con una tensión poco habitual en su voz-. Tenemos compañía.
El policía señaló un enorme silueta oscura que había aparecido entre la bruma. A medida que se acercaba la masa amorfa, perdió su aspecto espectral, y las líneas que habían sido suavizadas por la niebla se transformaron en la silueta de un gigantesco barco pintado todo de negro, desde la línea de flotación hasta la chimenea que coronaba la superestructura.
Las grúas y cabrias llenaban la cubierta como las púas de un puercoespín. La pintura dificultaba la visión del barco y le daba un aspecto amenazador que no pasó desapercibido para los demás pescadores. En la radio del Kestrel se escucharon los comentarios.
- Caray, Roy, ¿qué esa cosa? -preguntó un pescador-. Parece un ataúd flotante.
- ¿Ataúd? -replicó otro-. Es una funeraria completa.
Austin sonrió mientras escuchaba la charla. Cualquiera que estuviese a la escucha sabría que no habían sido ensayados. Jenkins le advirtió a sus compañeros que se mantuvieron atentos para evitar una colisión. El aviso no era necesario porque todos maniobraban para mantenerse apartados. Austin calculó que el buque navegaba a una velocidad de diez nudos.
El Atamán Explorer pareció aminorar la marcha mientras se acercaba. Un punto se elevó de la cubierta. El punto se hizo más grande, acompañado por un zumbido como el de una avispa furiosa. Unos segundos más tarde, el helicóptero negro efectuó una pasada rasante sobre la flotilla. Jenkins y Howe agitaron los brazos en señal de saludo. El aparato trazó varios círculos alrededor de las embarcaciones, y después voló de regreso a la nave.
Desde el interior de la caseta, donde él y Trout se estaban vistiendo con los trajes de submarinistas, Austin observó el helicóptero, sin alterarse.
- Supongo que hemos pasado la inspección -comentó.
- Ha sido mucho más amistosa que la recepción que nos dieron a Gamay y a mí cuando se nos ocurrió acercarnos a las instalaciones de Atamán en Novorossiisk.
- Puedes agradecérselo a Jenkins. Fue idea suya tener a un buen número de testigos para evitar que Atamán hiciera alguna de las suyas.
Austin se alegró de haber escuchado a Jenkins cuando le preguntó si quería colaborar con él. Jenkins le había señalado la ventaja del número. Dado que el barco estaría en una zona de pesca, no tendría nada de particular ver a un grupo de embarcaciones que faenaban.
Kurt había basado su plan de acuerdo con las líneas ensayadas con éxito en la infiltración de la base de submarinos desde el pesquero del capitán Kemal. Claro que entrar en la base había sido relativamente fácil si lo comparaba con la misión de ahora. A diferencia de los salvajes cosacos que estaban más interesados en jugar al polo con las cabezas de sus prisioneros que en montar guardia, centinelas bien entrenados y mejor armados vigilaban la seguridad del barco de Industrias Atamán.
Entonces se presentó la oportunidad que buscaba Austin.
El barco se detuvo. Jenkins utilizaba su embarcación como arrastrero cuando no pescaba langostas, y tenía instaladas a popa las poleas para recoger la red. Con la ayuda del jefe comenzó a soltar la red. Luego el Kestrel reanudó la marcha y fue trazando un círculo que lo llevó a unos cien metros del buque. La maniobra ofrecía a los tripulantes la oportunidad de inspeccionar de cerca al pequeño pesquero. Lo que no veían era a los dos submarinistas colgados en el lado opuesto.
Cuando llegaron más o menos a la mitad de la gigantesca nave, Jenkins desembragó el motor y salió a cubierta. El y Howes se dedicaron a trastear con la polea como si tuviese algún problema. Austin y Paul aprovecharon para sumergirse por debajo de la embarcación. Tenían que bajar mucho para evitar la red.
Habían acordado que Jenkins haría una pasada junto al barco, y que después continuaría pescando al arrastre durante un par de millas antes de dar la vuelta y pasar por la otra banda. Esto les daría una hora para subir a bordo y regresar. Se mantendrían en contacto con Jenkins a través de un hidrófono que Trout había instalado antes de sumergirse.
Se sumergieron moviendo las piernas a un ritmo constante que les permitía avanzar muy rápido. Escucharon el ruido de la hélice de la embarcación de Jenkins cuando reanudó la marcha y continuaron bajando hasta una profundidad de unos doce metros donde la visibilidad todavía era buena. No tardaron mucho en acercarse a la nave.
El gigantesco casco apareció ante ellos como el cuerpo de una enorme ballena dormida en la superficie. Austin le indicó a Trout con una seña que debían sumergirse más. Cuando se encontraron directamente debajo de la inmensa quilla, encendieron las linternas. Resultaba difícil mantener la calma con aquellas miles de toneladas de acero negro encima de sus cabeza.
- Ahora sé cómo se siente una chinche antes de que alguien la pise -comentó Trout, mientras miraba el enorme casco.
- Lo mismo pensaba yo, pero no quería ponerte nervioso.
- Demasiado tarde. ¿Por dónde quieres empezar?
- Si he interpretado correctamente las fotos del satélite, tendríamos que encontrar lo que buscamos en la mitad del barco.
Nadaron lentamente hacia arriba hasta que el fondo de la nave cubierto de percebes ocupó todo su campo de visión. La luz de la linterna alumbró lo que Austin estaba buscando, un borde sellado con un burlete de goma que iba de un lado al otro del fondo plano.
- ¡Bingo! -exclamó.
En su primer análisis de las fotos tomadas por el satélite, había advertido un espacio abierto junto a una de las grúas.
Alguien se había descuidado de correr la lona para cubrir la abertura y había visto la mancha negra del hueco. No había tenido ninguna duda de que aquello era una «piscina lunar» idéntica a las que había en el Argo y los otros barcos de la NUMA.
Austin sabía por experiencia que las compuertas probablemente estarían cerradas. Era el procedimiento habitual, de lo contrario, el agua que entraba por el agujero restaría velocidad al barco. No obstante, recordó que algunos barcos de la NUMA tenían una piscina más pequeña que se utilizaban para lanzar los ROV. Encontró lo que buscaba en la banda de babor, hacia la proa, un rectángulo de unos cinco metros cuadrados. Cuando se acercaron, vieron que las compuertas estaban cerradas.
Kurt desenganchó el soplete de oxiacetileno del cinturón de lastre y desenrolló la manguera. Trout, a su vez, cogió la botella de oxígeno que llevaba y la conectó a la manguera. A continuación, Austin sacó de la bolsa dos pequeños y poderosos imanes con asas. Pegó los imanes al casco, y tanto él como Trout colocaron unas placas de plástico sobre las máscaras para protegerse los ojos del intenso resplandor de la llama. Mientras Austin se sujetaba con una mano al imán, Trout encendió el soplete. Incluso con la protección de los plásticos, era como mirar al sol.
Austin se dedicó a cortar la plancha mientras rogaba para sus adentros que fuera más delgada que la plancha del casco.
Aunque el barco no se movía, el agua se deslizaba contra la enorme mole y creaba unas corrientes que empujaban el cuerpo del submarinista. Con la ayuda de Trout, consiguió mantener una posición más o menos estable, pero de pronto una corriente más violenta le hizo girar del todo. Se vio obligado a soltar el imán, y cuando en un acto reflejo intentó sujetarse con la otra mano, dejó caer el soplete.
Trout tenía el mismo problema, solo que él perdió la botella de oxígeno. Consiguieron sujetarse a los imanes y se quitaron las pantallas protectoras a tiempo para ver cómo la botella y el soplete encendido se perdían de vista en las profundidades.
Todas las maldiciones marineras que Austin había aprendido a lo largo de los años pasados en el mar resonaron en los auriculares de Paul. Cuando agotó el repertorio, dijo:
- Lamento haber perdido el soplete.
- No sé si te has dado cuenta pero yo perdí la botella. Por cierto, no tenía idea de que supieras tantos tacos.
- Zavala me enseñó los tacos en español. Siento haberte traído hasta aquí para nada.
- Si ahora no estuviese debajo de un gigantesco barco en medio del océano Atlántico, Gamay me tendría empapelando las paredes de nuestra casa. ¿Tienes algún plan de reserva?
- Quizá si llamamos, nos abrirían las compuertas. También podríamos salir a la superficie, ver si hay alguna escala colgando y subir a bordo.
- Parecen poco prácticas.
- Tú preguntaste si tenía algún plan de reserva. En ningún momento dijiste que debían ser prácticos.
Austin estaba a punto de decir que se marchaban cuando Trout soltó un grito de sorpresa y señaló con el índice directamente hacia abajo.
La aguda mirada de pescador de Paul había visto el débil resplandor de unas luces que subían desde las profundidades.
El resplandor le recordó a Austin los peces fosforescentes que William Beebe había encontrado en su inmersión de ochocientos metros en una batisfera. El objeto se fue haciendo cada vez más grande. Se apartaron apresuradamente de su camino y se detuvieron cuando llegaron a una distancia prudencial de uno de los costados del buque, y se volvieron. El objeto era un pequeño submarino que ascendió hasta situarse a unos treinta metros por debajo del casco de la nave de Industrias Atamán, donde flotó nivelado. El perfil del submarino se veía claramente gracias a las luces de navegación.
- Que me cuelguen -exclamó Trout, al identificar aquella silueta tan característica-. Es el NR-1. ¿Qué está haciendo aquí?
- Mejor pregunta, ¿adonde irá después? -La ágil mente de Austin ya se había adelantado varios pasos en su razonamiento-. Te invito a un viaje en submarino. Pago yo.
Austin descendió rápidamente hacia el submarino inmóvil. Ya había hecho una inmersión en el NR-1 y sabía que llevaba una cámara delante de la torre de mando, apuntada a proa. Él y Trout se sujetaron a los peldaños soldados en el casco. En cuestión de segundos vieron aparecer una línea de luz amarilla por encima de sus cabezas. Se abrían las compuertas de la piscina.
Trout miró hacia arriba, y la luz que llegaba desde allí se reflejó en el cristal de la máscara.
- Creo que vi algo parecido en un capítulo de Expediente X cuando los alienígenas abdujeron a un humano.
- Siempre es agradable conocer nuevos amigos -replicó Austin, sin desviar la mirada de la abertura que ahora tenía la forma de un rectángulo y acabó transformado en un cuadrado de luz resplandeciente.
Los impulsores verticales del submarino se pusieron en marcha, y el NR-1 se elevó lentamente a través de la abertura. Austin y Trout se soltaron de los peldaños antes de que el submarino saliera a la superficie en el interior de la piscina.
Nadaron hacia una zona oscura entre los círculos de luz proyectados por las luces del barco. Cuando llegaron a uno de los lados de la piscina, asomaron cautelosamente las cabezas por encima del agua. Desde la seguridad de las sombras, Austin observó todos los detalles posibles. La piscina tenía unos setenta metros de largo y treinta y cinco de ancho. Había unas pasarelas de acero a las que se accedía por unos cortos tramos de escaleras que llegaban hasta la cubierta a ambos lados de la piscina.
Unos hombres vestidos con monos se inclinaban sobre las barandillas para ver cómo el NR-1 emergía del agua. El estruendoso ruido de los engranajes resonó en la enorme piscina cuando se cerraron las compuertas. Bajaron unos cables de acero con ganchos. En una de las paredes se abrió una puerta, y varios submarinistas saltaron al agua. Se ocuparon de pasar unos gruesos cabos por la proa y la popa del submarino y después sujetaron los cabos a los ganchos. En cuanto acabaron, levantaron el submarino de la misma manera que un mecánico levanta el motor de un coche por medio de una polea.
Las compuertas hidráulicas se cerraron, y en el mismo instante entraron en funcionamiento las bombas de achique que vaciaron la piscina en cuestión de minutos. A continuación las grúas bajaron el submarino. Un grupo muy numeroso bajó por las escaleras hasta el resbaladizo fondo de la piscina. Mientras algunos de ellos se ocupaban de limpiar la cubierta de algas y pescados, otros se ocuparon de calzar al NR-1 y de sujetarlo para que no se desplazara con los movimientos del barco. Los extractores se encargaron de renovar el aire.
Austin y Trout se habían apresurado a subir por una de las escaleras cuando comenzaron a funcionar las bombas, aunque acabaron agotados por el peso de los equipos. Mientras se acurrucaban en las sombras, vieron cómo apoyaban una escalera de mano contra el submarino. Se abrió la escotilla de la torre, y el primero en salir fue un hombre de barba blanca.
Llevaba una pistolera sujeta a la cintura y concordaba con la descripción que el alférez Kreisman les había hecho de Pulaski, el falso científico que había secuestrado el NR-1 a punta de revólver.
Salieron otros dos hombres. Austin los identificó como el capitán Logan y el piloto gracias a las fotos que le habían enseñado. Los últimos en salir fueron cuatro hombres de rostros duros e impasibles, fuertemente armados, que se encargaron de llevarse a los dos norteamericanos. Los últimos en marcharse fueron los encargados de la limpieza del submarino. Se apagaron las luces y solo quedó el resplandor de las luces de cubierta.
- ¿Qué hacemos? -preguntó Trout.
- Tenemos dos opciones. Subir o bajar.
Paul echó una mirada a la oscuridad debajo de ellos, y sin perder un segundo comenzó a subir. Los equipos les pesaban cada vez más a medida que subían. Afortunadamente, cuando habían subido unos seis metros llegaron a un estrecho rellano. Trout se sujetó a la barandilla y saltó a la plataforma. Se quitó la botella de aire y el cinto de lastre, y luego ayudó a Austin. Ambos se sentaron para descansar unos minutos.
Mientras estaba sentado con la espalda apoyada en el mamparo, Austin sacó su revólver Bowen de la bolsa hermética. Trout llevaba una pistola SIG-Sauer de calibre 9 milímetros de diseño suizo. Caminaron hasta donde el rellano se unía en ángulo recto a una pasarela que conducía a un pasillo bien iluminado. Al ver que estaba desierto, no se detuvieron. Llegaron a una amplia sala donde había algo que parecía un iglú con ojos de buey: una cámara de descompresión.
Después de comprobar que no había nadie utilizando la cámara, fueron a recoger sus equipos y los guardaron en el interior. A continuación se quitaron los trajes y los dejaron con lo demás. A poca distancia de la cámara de descompresión, encontraron un vestuario. Colgados de una gruesa barra estaban los trajes utilizados por los buzos que habían sujetado el NR-1, pero lo que le interesaba a Austin lo encontraron en unos estantes: una pila de monos limpios y planchados. Se pusieron las manos sobre la ropa interior.
Trout, que medía casi dos metros de estatura y pesaba ciento quince kilos, no encontró ningún mono de su medida.
Las perneras del más grande no le cubrían los tobillos, y a las mangas les faltaba casi un palmo para llegar a las muñecas.
- ¿Qué tal estoy? -preguntó Paul.
- Tienes toda la pinta de un espantapájaros muy alto.
Aparte de eso, creo que engañarías a cualquiera al menos durante diez segundos.
Trout se agachó.
- ¿Qué tal ahora?
- Ahora pareces Quasimodo.
- Tú tampoco hables mucho porque con esos pelos no pasarás muy desapercibido. Esperemos que cualquiera que encontremos sea ciego. ¿Qué hacemos ahora?
Austin cogió una gorra de una pila, se la pasó a Paul y se encasquetó otra.
- Vamos a dar un paseo.
29
Austin se detuvo en un cruce y miró a izquierda y derecha como un turista desconcertado.
- Maldita sea. Creo que nos hemos perdido.
- Tendríamos que haber dejado un rastro de migas -se lamentó Trout, compungido.
- Esto no es precisamente una casa de pan y nosotros no somos Hansel y… Chist. -Austin señaló con el pulgar la puerta de la izquierda. Había captado el ruido de un pomo que giraba.
Trout amagó retroceder, pero Austin lo sujetó por un brazo.
- Demasiado tarde -susurró-. Haz como si fuésemos miembros de la tripulación. -Simuló leer una planilla que había cogido del vestuario de los submarinistas y mantuvo una mano cerca del revólver que llevaba oculto dentro del mono. Trout apoyó una rodilla en el suelo, y simuló que buscaba algo en el suelo.
Se abrió la puerta y salieron dos hombres. Austin apartó la mirada de la planilla durante un segundo, y les sonrió amigablemente, al tiempo que miraba disimuladamente si iban armados. Los hombres eran muy diferentes de físico, pero ambos llevaban gafas y tenían el aspecto de estudiosos. Conversaban animadamente, y apenas se fijaron en los hombres de la NUMA antes de alejarse por el pasillo.
Austin esperó a que se perdieran de vista antes de dirigirse a Paul.
- Ya te puedes levantar. Esos dos tenían toda la pinta de ser científicos. Tenemos un problema importante. Tardaríamos días en revisar este barco a fondo. Cuanto más tiempo estemos por aquí, mayor será la posibilidad de que alguien se dé cuenta de que vamos disfrazados.
- Para no hablar de lo mucho que sufrirán mis viejas articulaciones -replicó Paul mientras se levantaba-. ¿Qué hacemos ahora?
Austin miró por encima del hombro de Paul, y una sonrisa apareció en su rostro hasta entonces ceñudo.
- Para empezar, te sugiero que mires detrás de ti.
Trout sonrió cuando vio el diagrama sujeto al mamparo.
Era un plano con la distribución del barco visto desde arriba y de perfil.
- Al parecer no somos los únicos que necesitamos ayuda para encontrar el camino en este humilde barquichuelo.
Austin estudió el plano con mucha atención y apoyó un dedo en el punto rojo que marcaba el lugar donde se encontraban.
- Nos estamos acercando a una zona restringida. Veamos qué es lo que intentan ocultar. Si es un lugar de acceso restringido, quizá no tropezaremos con los matones de Razov.
No había acabado de decirlo cuando escucharon unas ásperas voces masculinas que se acercaban. Sin vacilar, Austin se acercó a la puerta por donde habían salido los científicos, e hizo girar el pomo. No estaba cerrada con llave. Le hizo un gesto a Trout para que lo siguiera. La habitación estaba a oscuras. El fuerte olor de los productos químicos le reveló que se trataba de un laboratorio. Entornó la puerta y espió por la rendija. Al cabo de unos pocos segundos, una pareja de fornidos guardias armados con metralletas aparecieron por el pasillo y se alejaron. Encendió la luz solo por un instante para comprobar que efectivamente se trataba de un laboratorio.
Luego abrió la puerta, asomó la cabeza para ver si el camino estaba despejado, y abandonaron el laboratorio.
Señaló el pasillo a la derecha. Alertas al máximo, avanzaron por el pasillo hasta que una puerta les cerró el paso. Austin recordó el ruso que le había enseñado en la CIA y tradujo el cartel escrito con letras cirílicas: SOLO PERSONAL AUTORIZADO. Intentó girar el pomo. Cerrado. Metió la mano en la bolsa y sacó unas ganzúas, otro recuerdo de sus tiempos con «la Compañía». Mientras Trout montaba guardia, Austin probó con varias ganzúas hasta que dio con la adecuada. Abrió la puerta y entraron.
Con la consola en forma de herradura, la habitación se parecía a la sala de ordenadores de Yaeger, aunque era una fracción de su tamaño. En lugar de enfrentarse a un holograma activado por la voz como Max, más allá de la consola había una pantalla de gran tamaño controlada por un teclado, arcaicas reliquias que Yaeger hubiera despreciado.
Trout se acercó para examinar la instalación. Era bastante moderna. Aunque se le tenía por un genio informático por mérito propio, especializado en las simulaciones de fenómenos abisales, Trout no se podía comparar con Yaeger.
- ¿Qué opinas? -preguntó Austin.
- Lo probaré -respondió Paul. Se sentó en la silla giratoria. Como un concertista de piano que busca una nota perdida, pasó los dedos sobre el teclado sin tocar ninguna tecla.
Después de pedirle a Austin que le tradujera la palabra, apretó la tecla Intro como quien se lanza al vacío sin paracaídas. El salvapantallas que mostraba a unos peces en movimiento, desapareció, y en su lugar apareció un icono que representaba un amanecer-. Hasta aquí, todo en orden -comentó-. No he puesto en marcha ninguna alarma que yo sepa.
Austin, que estaba inclinado sobre el hombro de Paul atento a la pantalla, le dio una palmada de aliento.
Trout continuó con su tarea. Hizo click en el icono, que fue reemplazado por una lista de opciones. Durante unos minutos tecleo varias órdenes, mientras murmuraba por lo bajo. Luego se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.
- Necesito la clave de acceso.
- Podría ser cualquiera -replicó Austin, frustrado.
Paul asintió con una expresión de tristeza.
- Tenemos que pensar en ruso. ¿Se te ocurre alguna palabra que pueda funcionar?
Austin le sugirió que probara Cosaco. Cuando no funcionó, hizo la prueba con Atamán. Nada. Si fallaban en el tercer intento, el sistema se bloquearía automáticamente. Estaba a punto de renunciar cuando recordó la primera conversación con Petrov en Estambul.
- Prueba con Troika.
- ¡Sí! -exclamó Trout. Pero su entusiasmo se apagó en el acto cuando la pantalla se llenó de letras y signos-. Solo Dios sabe qué significa este galimatías. -Durante unos minutos intentó dar con la clave de cifrado. Por fin, con la frente perlada en sudor, levantó las manos en señal de derrota-. Lo siento, Kurt, esto está más allá de mis capacidades. -Sacudió la cabeza-. Lo que necesito es a uno de esos hackers adolescentes.
Austin solo tuvo que pensar un segundo en la petición de Paul para dar con la respuesta.
- Espera un momento. Creo que te conseguiré algo parecido.
Cogió el móvil y marcó un número. Cuando escuchó la voz de Yaeger, dijo:
- Buenos días, Hiram. No puedo darte muchos detalles porque vamos un poco justos de tiempo, pero Paul necesita ayuda.
Le pasó el teléfono a Trout. Los dos hombres no tardaron mucho en embarcarse en su larga discusión sobre cortafuegos, filtros, caballos de Troya, circuitos de entradas, túneles y desvíos. Finalmente, Paul le devolvió el teléfono a Kurt.
- Veamos si te puedo explicar cuál es el problema -dijo Yaeger-. Piensa en el ordenador como si fuera un aula. Entras, pero está a oscuras, así que no ves lo que está escrito en la pizarra. Por lo tanto, enciendes la luz, que es lo que ha hecho Paul, pero el texto en la pizarra sigue siendo ilegible porque está escrito en un lenguaje que desconoces.
- ¿Eso a qué nos conduce?
- Mucho me temo que a ninguna parte. Me gustaría tener la oportunidad para ver qué podemos hacer Max y yo con el problema.
Austin replicó con un gruñido, luego miró el teléfono.
- Puede que la solución esté a mano. Tú dime si es posible.
Le explicó el plan y Yaeger respondió que era factible, siempre que dispusiera del equipo adecuado. Austin le pasó el teléfono a Trout, quien luego de escuchar las explicaciones de Yaeger, comenzó a buscar en los cajones y armarios. Encontró unos cables que empalmó, y después conectó un extremo en el puerto de entrada del ordenador.
- No será el mejor módem del mundo, pero ahora lo conectaré al teléfono. -Quitó la tapa posterior del aparato y conectó el otro extremo del cable. Luego marcó un número.
La pantalla parpadeó por un instante. Las letras y los números comenzaron a desfilar por la pantalla, que no tardó en quedar en blanco. Luego apareció un mensaje: «Estamos conectados, Comenzamos la descarga. Hiram y Max».
Austin miró su reloj mientras se paseaba por la habitación, inquieto por saber cuánto tardaría Yaeger en hacer su trabajo. Pasaron los minutos. Le preocupaba que tuvieran que marcharse antes de acabar. Pero después de diez minutos, una gran cara sonriente de color amarillo con gafas de abuela que se parecía sospechosamente a la de Yaeger apareció en la pantalla: «Piratería acabada. Hiram y Max».
Desconectaron rápidamente el módem casero y guardaron las piezas. Austin abrió la puerta y asomó la cabeza para ver si el camino estaba despejado. El pasillo estaba desierto. Regresaron a toda prisa al lugar donde estaba el diagrama del barco y seleccionaron una ruta más corta a la piscina. Hasta ahora la suerte no les había abandonado y no vieron a nadie.
Austin pensó que era extraño que hubiera tan pocos tripulantes, pero tampoco tenía la intención de quejarse. Caminaban por uno de los pasillos cuando al pasar delante de una de las puertas escucharon unas voces que hablaban en inglés. El acento era claramente estadounidense. Austin intentó abrir la puerta y la encontró cerrada. Una vez más, recurrió a las ganzúas.
Abrió la puerta y se encontró con un camarote con dos literas. Tumbados en las literas, con aspecto de aburridos, se encontraban el capitán Logan y el piloto del NR-1. Interrumpieron la conversación bruscamente y miraron a los intrusos con evidente hostilidad, convencidos de que eran guardias dispuestos a gastarles alguna jugarreta. Logan miró al piloto.
- ¿Dónde encontrarán a estos tipos?
- El alto bien podría estar trabajando de espantapájaros en algún campo -opinó el piloto.
- Pues la vestimenta del bajito seguro que no lleva la firma de Armani -dijo Logan con una risita.
- No encontramos nada de Armani que nos quedara bien, capitán Logan. Tuvimos que conformarnos con lo que encontramos en las taquillas de la tripulación.
- ¿Quiénes demonios son ustedes? -preguntó Logan, con una mirada de suspicacia.
- El caballero que imita a un espantapájaros es mi colega, Paul Trout. Me llamo Kurt Austin, pero puede llamarme «Bajito».
El capitán se levantó de un salto.
- ¡Maldita sea, son norteamericanos!
- Te dije que descubrirían nuestros disfraces -le dijo Austin a Trout. Miró a Logan-. Nos declaramos culpables, capitán. Paul y yo formamos parte del equipo de misiones especiales de la NUMA.
Logan miró hacia la puerta.
- Ño escuchamos ningún ruido de pelea. ¿Han tomado el barco?
Austin y Trout intercambiaron una mirada risueña.
- Lamento desilusionarle. La Fuerza Delta estaba ocupada, así que nos mandaron a nosotros solos -contesto Kurt.
- No lo entiendo. ¿Cómo…?
- Se lo explicaremos en cuanto los saquemos del barco -le interrumpió Austin.
Le hizo una seña a Trout, que abrió la puerta para espiar si el camino estaba expedito. Una vez más no había nadie a la vista. Con Paul en cabeza y Austin en la retaguardia, caminaron por el pasillo en dirección a las escaleras como si estuviesen escoltando a los submarinistas.
La estrategia demostró su utilidad al cabo de unos momentos cuando se encontraron a un guardia que caminaba hacia ellos, con el arma al hombro. Austin comprendió por el andar despreocupado del hombre que había acabado su turno. El guardia miró a Trout y frunció el entrecejo mientras se preguntaba por qué no recordaba a ningún tripulante con la estatura del norteamericano. El capitán se detuvo en cuanto vio al guardia, sin saber cómo debía comportarse.
Austin podría haber eliminado al guardia, pero decidió que lo mejor era conseguir mantener el secreto de la visita al barco, en la medida de lo posible. Le hizo una zancadilla a Logan al tiempo que lo empujaba. El capitán cayó en cuatro patas. La preocupación del guardia dio paso a la diversión.
Soltó una estrepitosa carcajada y dijo algo en ruso. Se volvió a reír cuando Austin descargó un puntapié en el trasero de Logan.
Austin se encogió de hombros y respondió con una mirada inocente. Sin dejar de reír, el guardia se marchó. En cuanto desapareció de la vista, Kurt se apresuró a ayudar a Logan.
- Lo siento mucho, capitán -dijo, muy avergonzado-. Estaba a punto de descubrir a Paul, y tuve que distraer su atención.
Logan se quitó el polvo de los fondillos.
- Me han robado mi barco, han secuestrado a mi tripulación, y estos matones me han obligado a utilizar un navio de la armada norteamericana para sus fines particulares -comentó sonriente-. Aguantaré lo que sea para escapar de este barco.
Trout se detuvo para consultar otro diagrama de la nave.
- Por lo que indica aquí, la piscina estaba dividida en dos secciones. Recomiendo que vayamos a la pequeña para evitar los alojamientos de la tripulación que se encuentra aquí.
Austin le dijo que les enseñara el camino. Trout, con zancadas de gigante, los guió por un laberinto de pasillos hasta que llegaron a una puerta. La abrieron y se encontraron con una pasarela que recorría toda la pared de una cámara cuyo tamaño era aproximadamente un tercio de la piscina principal, y con el techo muy alto.
- ¿Qué demonios es esa cosa? -preguntó el capitán.
Miraba atónito un enorme cilindro colgado del techo.
Medía casi un metro y medio de diámetro y unos quince o dieciséis de largo. La parte de abajo era cónica y en la superior se veían unas protuberancias conectadas a numerosos cables y mangueras que salían del techo.
- Tiene todo el aspecto de un misil balístico intercontinental -opinó el piloto-, solo que apunta en la dirección contraria.
- No es lo único raro -añadió Trout-. Aquellos son motores, no aletas.
Austin sentía la misma curiosidad que los demás, pero no tenían más tiempo.
- Échenle una buena ojeada, caballeros, y ya compararemos notas más tarde.
Caminaron por la pasarela y cruzaron otra puerta que daba al vestuario de los submarinistas. Buscaron trajes para Logan y el piloto. Austin y Trout plegaron los monos y los devolvieron a los estantes. Luego se dirigieron todos a la cámara de descompresión. Nadie había tocado sus equipos. Bajaron un tramo de escalera que comunicaba con una sala donde estaba la piscina más pequeña. En la cubierta había un trozo hundido de cuatro metros por cuatro que marcaba la piscina utilizada para el lanzamiento de los ROV. Trout estudió el panel de control sujeto al mamparo y luego apretó uno de los botones: las compuertas se abrieron. En cuestión de segundos el agua llegó hasta el borde del agujero y la temperatura en la sala bajó varios grados.
El piloto miró el negro cuadrado de agua de mar y tragó saliva.
- Se trata de una broma, ¿no?
- Lamento que no sea una bañera de agua caliente -replicó Austin-. Pero a menos que sepa cómo abrir las compuertas de la piscina principal para que usemos el NR-1, este es el único camino para abandonar el barco.
- No creo que esto sea muy diferente a las prácticas de evacuación en el tanque de Groton -afirmó el capitán con valentía, aunque estaba pálido.
- Solo tenemos nuestras botellas, de modo que tendremos que compartirlas. Habrá que nadar unos cien metros hasta el punto de recogida. La apertura de las compuertas seguramente ha hecho saltar la alarma en el puente de mando, así que tenemos que marcharnos ahora mismo.
A pesar de lo que había dicho, el capitán no parecía muy entusiasmado, pero se colocó la capucha y la máscara.
- Vamos antes de que cambie de idea -gruñó.
Austin le dio al piloto el tubo auxiliar que los submarinistas llamaban pulpo. Trout hizo lo mismo con el capitán.
Cuando todos estuvieron preparados, Austin se abrazó al piloto, se acercó al borde de la piscina y saltó.
Se hundieron en medio de una nube de burbujas hasta que la flotabilidad superó la fuerza del descenso. Las burbujas desaparecieron rápidamente, y Austin vio la luz de Trout que se movía a unos cuantos metros de distancia. Comenzó a nadar. El movimiento de las piernas era desparejo y nadar abrazados no resultaba nada fácil, pero consiguieron salir de debajo del casco.
Austin notó que bajaba y subía. El estado del mar debía de ser bastante malo. La brújula que llevaba sujeta a la muñeca era inútil al estar tan cerca de la enorme mole metálica. Tuvo que confiar en su instinto para moverse en la dirección más o menos aproximada del punto de encuentro.
En cuanto calculó que se encontraban a unos cien metros del barco, se detuvo y les señaló a los otros que hicieran lo mismo. Mientras permanecían a unos diez metros por debajo de la superficie, desenganchó la pequeña boya autoinflable del cinto y sujetó el extremo del hilo de nailon que sujetaba la boya a la muñeca. Soltó la boya y la dejó subir a la superficie, donde un emisor en miniatura transmitiría su posición.
Los minutos siguientes le parecieron una eternidad.
A pesar de los trajes, tenían heladas las partes expuestas. Los hombres de la NR-1 era valientes, pero el estar prisioneros les había robado las fuerzas y sencillamente estaban en mala forma física debido a las muchas horas de inactividad. Austin se preguntó qué harían si el Kestrel no aparecía. Casi le dominaba el pesimismo cuando escuchó la voz de Jenkins en los auriculares.
- Les tengo localizados. ¿Están bien, muchachos?
- Sí. Hemos recogido a un par de tipos que hacían dedo, y están azules de frío.
- Enseguida llego.
Austin les indicó a los demás que se prepararan. Los hombres del NR-1 agitaron las manos, pero la lentitud de sus movimientos revelaba que se les agotaban las fuerzas. Para que el plan funcionara, necesitarían de toda su energía. Los cuatro miraron hacia la superficie cuando escucharon el ruido de un motor. El ruido fue en aumento hasta que estuvo directamente encima de sus cabezas.
Kurt señaló hacia la superficie. Trout y él comenzaron a subir al tiempo que arrastraban a sus agotados compañeros.
Austin mantuvo el brazo libre extendido hacia arriba hasta que sus dedos se cerraron en la malla de la red que era arrastrada por el Kestrel que navegaba lentamente. Los demás consiguieron sujetarse a la bolsa en el centro de la red que era donde quedaba recogida la pesca.
En cuanto Austin comprobó que todos estaban bien sujetos a la red, le gritó a Jenkins:
- ¡Todos a bordo!
La embarcación aceleró la marcha y los nadadores sintieron como si les fueran a arrancar los brazos. Pero después del tirón inicial, ya no se sacudieron tanto y fue como si volaran a través del agua. Pese a que la fricción contra el agua amenazaba con arrastrarlos, no tuvieron mayores dificultades para sujetarse hasta que estuvieron bien lejos del Atamán Explorer. Jenkins comenzó a recoger la red.
- ¡Recogiendo! -le avisó a Kurt.
Austin y Trout sujetaron con fuerza al capitán y al piloto mientras la red los arrastraba hasta la superficie. Sin embargo, no se habían acabado los problemas. El oleaje los sacudía de un lado para otro y las botellas les impedían moverse con libertad, así que acabaron por desprenderse de las botellas y los cinturones de lastre. Libres de la carga adicional, consiguieron moverse con las olas más que luchar contra ellas.
Jenkins se encontraba a popa, ocupado en controlar el gran tambor accionado por un motor donde se enrollaba la red cuando se la recogía. La red había arrastrado a Austin y al piloto casi hasta la borda, pero la embarcación cabeceaba tanto y las olas eran tan altas que, en cualquier momento, podían soltarse. Para empeorar las cosas, el brazo derecho de Austin se había enganchado en la red.
Jenkins comprendió la gravedad de la situación, y la afilada hoja de un cuchillo brilló peligrosamente cerca del brazo de Austin. Con el brazo libre, buscó la mano de Jenkins, quien lo sujetó por la muñeca con dedos de acero. Mientras que con una mano se ocupa del tambor, con la otra ayudaba primero a Austin y después al piloto.
- Vaya pescados más raros que estamos cogiendo -gritó por encima del estrépito del motor.
Howes, que se las veía negras para mantener el rumbo de la embarcación, le respondió a voz en cuello:
- Son demasiado pequeños. Quizá lo mejor sería volverlos a echar al agua.
- Antes tendréis que matarme -replicó Austin, que se encaramó en la borda y casi se dejó caer de bruces en la cubierta.
Jenkins ayudó a subir al piloto. Entre los tres les resultó más fácil ayudar a Trout y Logan. Los submarinistas caminaron como borrachos por la cubierta para ir a refugiarse en la caseta. La red cargada con la abundante pesca amenazaba con hundir la embarcación. A Jenkins no le hacía ninguna gracia desprenderse de varios cientos de kilos de pescado y dejar una red suelta en el mar donde se convertiría en un peligro para la navegación, pero era algo imprescindible. Cortó los cabos y contempló cómo la red se perdía entre las olas. Después fue a la caseta para hacerse cargo del timón.
Howes ayudó a los demás a quitarse los trajes, les suministró toallas y mantas, y abrió una botella de whisky. Austin miró hacia donde se suponía que estaba el gigantesco barco negro, pero había desaparecido de la vista. Tampoco había rastro alguno de los pesqueros que los habían acompañado.
Preguntó qué se había hecho de ellos.
- Cuando empeoró el tiempo, les dije que regresaran-respondió Jenkins a voz en cuello porque el ruido del motor en la caseta era tremendo-. Tenemos que llegar a puerto antes de que se desate la tormenta. Descanse y disfrute del paseo.
- Me pregunto qué dirán nuestros antiguos anfitriones cuando descubran que nos hemos marchado sin despedirnos -comentó Logan con una sonrisa zorruna.
- Confío en que crean que ustedes intentaron escapar y se ahogaron.
- Gracias por venir a rescatarnos. Solo lamento no haber podido marcharnos como vinimos, a bordo del NR-1.
- Lo importante era rescatarlos a ustedes sanos y salvos.
Trout le pasó la botella a Austin.
- Brindemos por un trabajo bien hecho.
Austin levantó la botella como si fuera una copa, y bebió un trago. La bebida le quitó el gusto salobre de la boca y le calentó el estómago. Contempló las olas cada vez más altas mientras pensaba en el enorme proyectil que habían visto en el barco.
- Lamento contrariarte -respondió-. El verdadero trabajo solo acaba de comenzar.
Hiram Yaeger trabajó hasta altas horas de la noche. Había dejado su lugar de costumbre ante la consola y ahora estaba sentado en un rincón de la gran sala de ordenadores, delante de una única pantalla. Escribía las órdenes en un teclado, y a Max no le agradaba.
HIRAM, ¿POR QUÉ NO ESTAMOS UTILIZANDO EL HOLO GRAMA?
ESTE NO ES MÁS QUE UN SENCILLO PROBLEMA DE ACCESO, MAX. NO NECESITAMOS DE LOS BOMBOS Y LOS PLATILLOS.
ES UN RETORNO A LO BÁSICO.
ME SIENTO COMO SI ESTUVIESE DESNUDA METIDA EN ESTA CAJA DE PLÁSTICO.
ASÍ Y TODO SIGUES SIENDO MUY HERMOSA.
CREES QUE CON LOS HALAGOS LO SOLUCIONARÁS TODO.
EL PROBLEMA, POR PAVOR.
Yaeger había tardado horas en eliminar toda la información inútil de los archivos que Austin y Trout le habían transmitido desde el barco de Industrias Atamán. Se había tropezado con una infinidad de callejones sin salida, y había tenido que eliminar más capas que de una cebolla. Por fin, había resumido los hallazgos en una serie de órdenes que le permitirían abrirse paso entre el caos. Las tecleó una tras otras y esperó. No tardó mucho en aparecer en la pantalla un texto en cirílico. Tecleó la orden para que el ordenador empleara el traductor de idiomas.
Se rascó la cabeza, desconcertado por el menú que había aparecido en la pantalla.
Mientras lo miraba, el menú fue reemplazado por un mensaje de Max.
¿PUEDO SABER LO QUE QUIERE, SEÑOR?
¿DE QUÉ VA TODO ESTO?
ME RESULTARÍA MÁS FÁCIL DECÍRTELO SI UTILIZÁRAMOS EL HOLO GRAMA.
Yaeger parpadeó. Max intentaba seducirlo. Hizo un movimiento circular con los hombros para aliviar la tensión en la espalda, exhaló un suspiro, y comenzó a teclear de nuevo.
30
Washington.
El pequeño jet de la NUMA era uñó más de las docenas de aviones que aterrizaban en el aeropuerto de Washington. A diferencia de los vuelos regulares que en cuanto tocaban tierra seguían a los vehículos que los guiaban hasta las respectivas terminales, el avión color turquesa correteó hasta una zona restringida en la parte sur del aeropuerto cercana al viejo hangar con el techo curvo. El piloto apagó los reactores, y, en el mismo momento, un trío de vehículos todoterreno azul oscuro se acercaron y aparcaron en fila junto al aparato.
Dos infantes de marina y un hombre vestido de paisano bajaron del primer vehículo. Mientras los infantes se apostaban junto a la escalerilla, en posición de firme, el tercer hombre, que llevaba un maletín negro, subió rápidamente la escalerilla y llamó a la puerta. Alguien la abrió desde el interior, y Austin asomó la cabeza.
- Soy el capitán Morris, médico del hospital naval -dijo el hombre-. Vengo a comprobar qué tal está nuestra gente.
- Pasó junto a Austin y vio al capitán y al piloto rumbados inconscientes en los asientos-. ¡Santo cielo! ¿Están muertos?
- No, lo que están es borrachos perdidos -respondió Austin-. Durante el viaje desde Portland celebramos la vuelta a casa, y el champán se les ha subido a la cabeza. Quizá esos gallardos infantes de marina quieran ayudarle a bajar a sus hombres.
El capitán Morris llamó a los infantes, y entre todos consiguieron bajar a los hombres del NR-1. El frío aire nocturno revivió al capitán Logan y al piloto. Con voz resacosa y emocionada, se despidieron de Austin y Trout. Luego caminaron tambaleantes hasta el segundo vehículo, que se puso en marcha y se alejó a gran velocidad.
Austin y Trout miraban cómo se alejaban los coches cuando apareció una figura y una voz inconfundible les dijo:
- Para que después hablen de la gratitud. Lo menos que podrían haber hecho esos marineros era llamar a un taxi para que os llevaran a casa.
- A la marina no le gustan las operaciones encubiertas como la nuestra que dejan al descubierto que tampoco es necesario gastar tanto en servicios de inteligencia y portaaviones.
- Ya lo superarán -afirmó el almirante Sandecker, divertido-. ¿Los llevo?
- La mejor oferta que he tenido en toda la noche.
Austin y Trout subieron al Jeep Cherokee que estaba aparcado en las inmediaciones. Sandecker detestaba las limusinas, o cualquier otra manifestación de lujo, y prefería conducir un coche de la flota de vehículos de la NUMA. La tripulación del reactor acabaron la comprobación de rutina y también subieron al jeep cuando el almirante se ofreció a llevarlos hasta el aparcamiento donde tenían sus coches.
Kurt había llamado a Sandecker desde Maine para comunicarle el resultado de la misión. Mientras se dirigían hacia el George Washington Memorial Parkway, el almirante comentó:
- Tal como les dije antes, muchachos, se merecen una medalla por haber subido a aquel barco.
- Personalmente, me gustó más largarme de aquel barco, aunque creo que quizá renuncie a la pesca para siempre después de ver lo que es una red desde el punto de vista del pez -señaló Trout, con el típico humor de la gente de Nueva Inglaterra.
Sandecker celebró la salida de Paul con una discreta sonrisa.
- ¿Están ustedes seguros de que nadie a bordo del barco de Industrias Atamán sospechará que los hombres de la marina fueron rescatados?
- Quizá algunos de los tripulantes recuerden habernos visto y nos relacionen con la desaparición de los trajes y la apertura de las compuertas. Dudo mucho que crean que pueda haber alguien tan loco como para hacer lo que hicimos y salirse con la suya.
- Estoy de acuerdo. Informarán de la desaparición a Razov, pero creerán que se han ahogado o muerto de hipotermia. Incluso si sospechan de una intervención exterior, dudo que se lo digan a Razov, por miedo al castigo.
- Quizá se entere de la verdad cuando la marina anuncie que toda la tripulación del NR-1 está sana y salva, y en el país.
- Le he pedido al departamento de Marina que postergue cualquier anuncio, cosa que les pareció de perlas. Los tripulantes se reunirán con sus respectivas familias a la mayor brevedad posible, y después los llevarán a que disfruten de un descanso a alguna zona de vacaciones.
- Eso nos dará un poco más de tiempo.
- Necesitaremos hasta el último minuto. Ahora lo que deben hacer es dormir y ya hablaremos mañana por la mañana a primera hora.
Sandecker dejó a Trout en su casa en Georgetown y luego a Austin en Fairfax. Austin dejó la maleta junto a la entrada y fue a su estudio, una amplia habitación con muebles oscuros de estilo colonial y las paredes cubiertas con estanterías donde guardaba sus libros y sus discos de jazz.
Vio los destellos de la lámpara roja del contestador automático. Escuchó los mensajes y le alegró saber que Joe Zavala ya había regresado de Inglaterra. Austin cogió una lata de cerveza Speckled Hen de la nevera y se sentó en su sillón de cuero negro con el teléfono en la mano. Joe atendió en el acto.
Hablaron largo y tendido. Zavala le comunicó todo lo dicho en su conversación con lord Dodson, y Austin le puso al corriente de la visita de Jenkins a la NUMA y las posteriores actuaciones que habían acabado con el rescate del capitán y el piloto del NR-1 que se encontraban prisioneros a bordo del Atamán Explorer.
Se despidió de Joe, y salió a cubierta. Realizó varias inspiraciones profundas para que el fresco aire puro del río le llenara los pulmones. El ejercicio le despejó la cabeza, y comenzó a pensar en el drama que se había desarrollado en el mar Negro tantas décadas atrás. Con el paso del tiempo, las personas que habían luchado por salvar sus vidas no tenían más sustancia que las luces que resplandecían como luciérnagas a lo largo de la costa de Maryland. Sin embargo, los ecos de sus voces continuaban escuchándose más de ochenta años más tarde.
Según el informe de Zavala, la emperatriz y sus hijas viajaban a bordo del Odessa Star con parte del tesoro real cuando el barco fue atacado y hundido. Era probable que el tesoro estuviese en manos de Razov. Austin no tenía muy claro para qué un hombre como Razov que ya tenía más dinero que Creso se había tomado tantos trabajos para hacerse con aquel tesoro.
Llegó a la conclusión de que la codicia no tenía límites.
El hecho más importante era que la gran duquesa María había escapado con vida. A lord Dodson le preocupaba el revuelo político que se produciría en el caso de que se filtrara la noticia. Austin frunció el entrecejo al pensar en la tácita aprobación de la corona británica en la sórdida trama. La historia podía avergonzar a algunas familias, pero los directamente implicados llevaban años muertos. La mendacidad de aquellos que habían ocupado los más altos cargos ya no representaba ningún escándalo. A Austin le preocupaba mucho más la relación de la historia con Industrias Atamán y el supuesto plan contra Estados Unidos.
Miró la hora. Era mucho más tarde de lo que creía, y tampoco había sido muy consciente de su cansancio. Subió a su dormitorio en la caseta de la vieja casa flotante, se desplomó en la cama, y se quedó dormido en el acto.
Austin se levantó con el alba, se vistió con una camiseta, pantalones cortos y una gorra, preparó una cafetera de café de Jamaica, y bajó al cobertizo donde guardaba su bote de carreras Mass Aero de ocho metros de eslora. Estaba sacando la embarcación de veinte kilos de peso para realizar su sesión de remo matinal por el Potomac, cuando escuchó el timbre del teléfono. Molesto de que le interrumpieran a estas horas de la mañana, corrió escaleras arriba y cogió el auricular.
- Lo tenemos -dijo Yaeger, con la voz de alguien que se ha pasado la noche en blanco-. Mejor dicho, Max y yo casi lo tenemos.
- ¿Debo alegrarme o es para echarse a llorar?
- Quizá las dos cosas. Puse a Max a trabajar en el archivo durante toda la noche. Realizó un trabajo estupendo. Enciende el ordenador, y verás lo que he conseguido.
Austin encendió el ordenador, se conectó a su servidor de correo electrónico y abrió el archivo que le había enviado Yaeger. El documento consistía en un texto de varias líneas escritas en ruso con unas letras muy adornadas, enmarcado con el dibujo de una guirnalda.
- ¿Qué es esto?
- Un menú. La primera línea es el entrante: caviar de Beluga. El resto son los platos de lo que parece un banquete ruso.
A Perlmutter le encantaría. Parece algo delicioso, sobre todo si solo has desayunado un donut y una taza de café flojo.
- Te invitaré a un desayuno completo más tarde. ¿Me estás diciendo que después de todo lo que hemos pasado, lo mejor que hemos conseguido es el menú de un banquete?
- Más o menos. En realidad el menú no es más que una serie de archivos cifrados con estenografía. Significa «escritura cubierta». Es una manera de ocultar mensajes en figuras. Utiliza un software especial. Tío, el tipo que se encarga de la seguridad es muy bueno. Incluso Max se quedó con un palmo de narices. Tuve que diseñar todo un software nuevo para desentrañar el acertijo. Observa.
Un cuadro de diálogo apareció en la pantalla.
- ¿Qué es eso?
- Te está pidiendo la contraseña.
- ¿Qué te parece si usas la misma que empleamos para entrar en el ordenador del barco?
- Troika solo sirvió para traerme hasta este punto. Ahora necesito otra.
Austin soltó un gemido.
- O sea que estamos de nuevo en el punto de partida.
- Si tú lo dices. Tengo a Max buscando todas las palabras o combinaciones posibles. Acabará por encontrar la respuesta, pero puede tardar días.
- No tenemos días.
- Entonces tengo otra idea que quizá te ayude. Los archivos indican que hay un control maestro en alguna otra parte que no es el barco. Encuéntralo, y encontraremos la contraseña.
Austin notó que la cabeza le daba vueltas como le ocurría cada vez que hablaba con Yaeger.
- Déjame pensarlo. Ya te llamaré.
Bajó de nuevo al cobertizo y empujó su bote al agua. Se sentó en el banco de la embarcación, y calentó durante diez minutos para después ir subiendo poco a poco el ritmo hasta las veintiocho remaduras por minuto, con la mirada atenta al marcador del StrokeCoah instalado justo encima del apoyo de los pies. Remaba con un ritmo suave y constante que hacía deslizar a la liviana embarcación sobre la superficie cubierta del bruma del río como una gota de mercurio.
Austin remaba sin guante para sentir el río cada vez que hundía los remos en el agua. Quería sudar la rabia que le consumía por lo ocurrido a bordo del Sea Hunter. Poco a poco, recuperó el control de las emociones y notó cómo la cólera disminuía aunque sin desaparecer del todo. Cuando llevaba remando unos veinte minutos, trazó un círculo y emprendió el regreso. Tardó prácticamente el mismo tiempo en volver.
Guardó el bote en el cobertizo, tiró las prendas sudadas en el cesto de la ropa sucia, se afeitó y duchó, finalmente se vistió con un polo azul, pantalones de verano y una americana.
Un sueño profundo y el ejercicio le habían dado una nueva perspectiva. Se olvidó de las distracciones que habían estado llevando a su mente en cien direcciones diferentes y se concentró en la fuerza primaria detrás de todo lo que había pasado. Razov. Tenía que encontrar a Razov. Todo lo demás vendría por añadidura. Cogió el teléfono y llamó a Rudi Gunn, quien fiel a los viejos hábitos adquiridos en la marina ya se encontraba en su despacho antes de que la mayoría de los oficinistas se hubieran tomado la primera taza de café.
- Kurt, ahora mismo iba a llamarte. El almirante Sandecker me habló del éxito de tu misión. Mis felicitaciones a ti y Paul.
- Gracias, Rudi. Desafortunadamente, nuestro trabajo no está acabado. Razov es la clave de todo este asunto. Me preguntaba si tú sabrías algo de su paradero.
- Eso es precisamente lo que iba a decirte. El loco ruso ha salido a la superficie a tomar el aire. Él y su superyate están a punto de llegar a Boston.
- ¿Cómo lo has averiguado? ¿Te han llamado los de Inteligencia o han sido los satélites?
- Ninguno de los dos. Lo acabo de leer en la sección de negocios del Washington Post. Te leo la noticia:
El magnate minero ruso Mijail Razov llegará hoy a Boston para anunciar la apertura de un centro de comercio internacional. Razov, que también es una figura muy destacada en la política de su país, ofrecerá esta noche una fiesta a miembros del gobierno y personajes de la banca y la industria a bordo de su yate, que es una de las embarcaciones de su tipo más grande del mundo. La visita a Boston forma parte de una gira por los principales puertos de la costa Este.
- Es muy amable de su parte ahorrarnos tiempos y energía -comentó Austin.
- No es precisamente lo que he escuchado comentar del caballero. Me preguntó qué se traerá entre manos.
- ¿Por qué no voy y se lo pregunto?
- ¿Lo dices en serio?
- Por supuesto. Quizá no le vendría mal enterarse de que vamos a por él. Es cuestión de sacudir el árbol y ver que cae.
- Siempre que no estés debajo.
Austin pensó en la sugerencia de Yaeger sobre encontrar el centro de control maestro. Un hombre como el millonario ruso nunca dejaría que nada se escapara de su vigilancia. Además, su yate era su casa y el cuartel general de su compañía multinacional.
- No podemos desaprovechar una ocasión como esta.
Quiero ir a bordo de ese yate.
- Podríamos proveerte de unas credenciales de la NUMA.
- Eso sería como agitar un pañuelo rojo delante de un toro. Tengo otra idea. Te volveré a llamar.
Austin colgó. Buscó una tarjeta en su billetero. Luego marcó un número de Nueva York.
- Misterios increíbles -dijo la recepcionista.
Preguntó si estaba Kaela Dorn.
- Creo que sí. ¿Quién la llama?
Austin dio su nombre y se preparó para una bronca. Se sorprendió al escuchar el tono afectuoso en la voz de Kaela.
- Buenos días, Austin. No hay ninguna duda de que eres un tipo madrugador.
- El pájaro madrugador se come la lombriz. Es lo que me han dicho.
- Nunca me han gustado las lombrices. ¿Qué puedo hacer por ti?
- Ante todo, explícame cómo es que eres tan amable conmigo.
- ¿Por qué no? Me salvaste la vida, y no solo eso, arreglaste para que regresara a Estambul en el barco del capitán Kemal.
- Que si mal no recuerdo no era precisamente el Queen Elizabeth II.
- No importa. En el viaje de regreso, el capitán me habló de un viejo pecio que conocía y me llevó hasta allí. Era grande y antiquísimo, y supongo que cuando lo construyeron medían en codos.
- ¿El arca de Noé?
- ¿Quién sabe? ¿A quién le importa? Conseguimos el reportaje. Así que otra vez muchas gracias, y soy sincera cuando te pregunto qué puedo hacer por ti, aunque todavía me debas una cena.
- ¿Qué te parecen las judías estofadas de Boston?
- Estaba pensando en unas chuletas de cordero en el Four Seasons.
- Lo que tú digas. Pero primero necesito tu ayuda. Esta noche hay una recepción a bordo de un yate en el puerto de Boston, y necesito una credencial de prensa.
- ¿Existe la posibilidad de pillar un reportaje?
- Es posible, aunque no por ahora.
- De acuerdo, con una condición. Voy contigo. Antes de negarte, piénsalo.
Austin pensó en la belleza de Kaela durante una fracción de segundo.
- Trato hecho. Iré a Logan en el puente aéreo. -Le sugirió un lugar donde encontrarse y la hora.
Después de despedirse, Austin se sentó en su silla y miró al vacío con una expresión distante en sus ojos azules. Dar con el sistema de control central de Razov podría ser la brecha que él y la NUMA necesitaban, pero había otra razón por la que quería subir a bordo del yate. Boris.
31
Boston, Massachussets…
Kaela Dorn esperaba en el Commonwealth Pier que daba a la bahía de Boston, y se entretenía contemplando el desfile de limusinas que descargaban a un sinfín de personalidades que eran conducidas a la cola que esperaba para ser llevadas al yate de Razov. Estaba cerca de la fila de furgonetas de la televisión cuyas antenas parabólicas parecían brotar de los techos como vegetales alienígenas. Observaba la multitud cuando un hombre alto se le acercó por detrás y la saludó. Casi sin mirar en su dirección, ella le respondió cortésmente. Lamentó haberlo hecho cuando el desconocido añadió con una desagradable voz nasal:
- Perdone, pero ¿no nos hemos visto antes?
Kaela le dedicó toda su atención, y pensó que era una versión muy vulgar de…¿cómo se llamaba aquel cantante?
- No -respondió con un tono de burla y desprecio-. Nunca.
- Creía que me había perdonado por no acudir a nuestra cita para cenar en Estambul. -La voz se hizo más grave.
La muchacha lo miró atentamente, y esta vez se fijó en la anchura de los hombros.
- ¡Dios mío! No te reconocí.
- No en vano me llaman el hombre de las mil caras -replicó Austin, con una sonrisa diabólica. Abrió los brazos-. ¿Es este el atuendo de un elegante reportero de un programa sensacionalista de la tele?
Austin vestía pantalones negros, camiseta a juego, una americana deportiva, y gafas Ray-Ban estilo años setenta, aunque era de noche, y unas viejas zapatillas New Balance. Una gruesa cadena de oro le colgaba alrededor del cuello, y su cabello blanco quedaba escondido debajo de una peluca castaño oscuro.
- Pareces un sepulturero de Hollywood -afirmó Kaela-. Sobre todo con esa bestia de peluca. -Entrecerró los párpados-. ¿Qué te has hecho en la cara?
- Plastilina. Un mal necesario en esta era de la tecnología del reconocimiento facial.
Kaela enarcó una ceja. De pronto recordó el nombre del cantante.
- Con el único rostro que te podrán comparar es con el de Roy Orbison.
- Lo recordaré por si a alguien se le ocurre pedirme un autógrafo. Ahora que he pasado la inspección, ¿qué tal estás?
- Muy bien, Kurt. Me alegra volver a verte.
- Esperaba que después de las horas de trabajo pudiéramos seguir donde lo dejamos.
- Me gustaría mucho -dijo Kaela, con una coqueta inclinación de cabeza-. Me gustaría mucho.
La periodista vestía un traje pantalón color malva que resaltaba las curvas de su cuerpo. Austin volvió a sentirse muy atraído por su aspecto exótico. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir sus pensamientos amorosos. Al menos, por ahora.
- Entonces, es una cita. Cócteles en el bar Ritz. -Miró a la multitud de hombres y mujeres vestidos con sus mejores galas-. ¿Lista para colarnos en la fiesta?
Kaela le colgó alrededor del cuello una tarjeta de identificación.
- A partir de ahora, eres Hank Simpson, nuestro técnico de sonido. Te resultará fácil de imitar. Él trabajo de Dundee consistía sobre todo en acarrear los equipos y de sostener la caña del micrófono. Te echaré una mano. Mickey se reunirá con nosotros en la lancha de la prensa. Coge esas cajas y hazte el tonto.
- Es algo que me sale natural. -Austin recogió las pesadas cajas metálicas como si fueran plumas, y siguió a Kaela a una parte del muelle donde habían clavado un cartel que decía PRENSA en un poste. Una lancha descubierta se acercaba para recoger al siguiente grupo de periodistas.
Austin vio la silueta baja y rechoncha de Mickey Lombardo que se acercaba a buen paso con un steadicam al hombro.
- Tengo algunas tomas buenísimas de los Kennedy -comentó el cámara. Reconoció a Kurt a pesar del disfraz-. Vaya, si es nuestro ángel de la guardia -dijo, con una sonrisa-. Me alegro de verle, compañero.
Austin se llevó un dedo a los labios y miró en derredor.
- Ah, sí, lo olvidé -se disculpó Lombardo, que bajó la voz como un conspirador en una obra de teatro-. Por cierto, me gusta su estilo de vestir. -Como Austin, Mickey vestía casi todo de negro.
- Si cualquiera pregunta, dígale que somos los Blues Brothers -sugirió Austin.
- Lamento interrumpir el feliz encuentro, chicos, pero aquí llega nuestra lancha -dijo Kaela.
Austin cogió las cajas con el equipo de sonidos y las cargó en la lancha. Los asientos estaban colocados en filas como en un autobús. Kaela se sentó entre los dos hombres. En cuestión de minutos, la embarcación se llenó con un grupo variopinto donde predominaban los periodistas de prensa escrita, muy incómodos con sus esmóquines de alquiler, y los muy estirados presentadores de informativos de televisión con sus séquitos. La lancha se apartó del muelle y puso rumbo al yate, y otra embarcación ocupó rápidamente su lugar.
La llegada del yate de Razov había atraído a representantes de los medios de toda la costa Este. El público se había enterado por primera vez de la riqueza y las ambiciones políticas de Razov, y sus intenciones de abrir un centro de negocios internacional en Boston, con una inversión de millones de dólares. Sin embargo, era la manifestación física de aquella fabulosa riqueza, su enorme y lujoso yate lo que concitaba más interés.
El Kazachestvo era la nave más grande que había visitado Boston desde la carrera de los grandes veleros de época. Los helicópteros de la televisión siguieron su entrada en la bahía y la transmitieron a todo el mundo. Una escolta de barcos del servicio de bomberos lanzaron chorros de agua que trazaban arcos en el aire. Centenares de embarcaciones de recreo intentaban acercarse, solo para ser apartados por las lanchas de los Guardia Costera. Cuando el yate echó anclas, fue saludado por un enjambre de políticos, burócratas y empresarios. Sin embargo, solo los más importantes e influyentes fueron invitados a la recepción de gala.
Al yate se le permitió fondear entre el aeropuerto Logan y los muelles, para permitir que los invitados que llegaban por avión pudieran ser llevados directamente al barco. El yate estaba empavesado con miles de bombillas. Como una aportación a la gran fiesta, el departamento de Marina ordenó que la fragata U.S.S. Constitution, Old Ironsides, zarpara de la base en Charleston para una aparición nocturna en la bahía.
La vieja nave de guerra solo abandonaba su muelle una vez al año cuando se le daba la vuelta para que no hubiera diferencias en el envejecimiento de sus costados. La vuelta anual se realizaba con la ayuda de remolcadores. Pero en los últimos años, después de un largo trabajo de restauración en que habían recuperado parte del diseño original de 1794, la nave había realizado una serie de breves cruceros a vela en ocasiones especiales. Austin oyó comentar a alguien de un equipo de televisión que la fragata efectuaría un crucero por sus propios medios. Un destacamento de la marina y un grupo de artilleros irían a bordo para disparar las salvas de reglamento.
A medida que la lancha se acercaba, Austin se dedicó a observar el yate. Era tal cual lo mostraban las fotos de Gamay, con la proa en V, la popa cóncava y la superestructura carenada. Distinguió el diseño de barco rápido que le permitía a Razov llevar su cuartel general y su casa a cualquier sitio donde hubiera agua en cuestión de días. La lancha se unió a la cola de embarcaciones que esperaban turno para detenerse junto a una puerta abierta en el caso. Los tripulantes que aguardaban en la puerta ayudaban a los pasajeros a subir a bordo. Los invitados eran recibidos por los recepcionistas, quienes apenas si se fijaban en sus credenciales, y les dirigían hacia una escalera. Austin advirtió con un perverso placer que después del viaje en las lanchas descubiertas, los presentadores de los informativos de televisión tenían el aspecto de alguien que había estado un buen rato delante de un ventilador.
Con Kaela en cabeza, Austin y Lombardo cargaron sus equipos hasta la cubierta principal. Los representantes de la prensa pasaron entre una doble fila de jóvenes, todos con americanas marrones, que parecían haber sido contratados en una agencia de artistas. A cada uno le dieron una bolsa con documentación, llaveros con la figura de un galgo ruso e imanes con el logotipo de Industrias Atamán, y a continuación les indicaron una zona marcada con un cordón blanco a popa.
Un apuesto joven cuya americana llevaba un distintivo, como señal de rango, les dio la bienvenida a la recepción.
Luego les comunicó que en el centro de prensa, el gobernador y el alcalde ofrecerían una conferencia de prensa. El señor Razov no concedería ninguna entrevista sino que leería una declaración. Por último, consciente de que la comida y la bebida gratis eran el mejor de los sobornos para conseguir una publicidad favorable, los invitó a pasar al salón.
Mientras los demás corrían al bar, Lombardo y Austin se ocuparon primero de instalar los equipos junto a los demás micrófonos y focos. Cuando acabaron el trabajo, Austin cogió a Kaela del brazo.
- ¿Vamos a reunimos con los distinguidos caballeros de la prensa?
- Dentro de un minuto. -Kaela lo llevó a la borda, desde donde se disfrutaba de una magnífica panorámica del perfil marítimo de Boston, la Customs House y las torres Prudential y Hancock. En sus bellas facciones había una expresión grave-. Antes de que entremos, quiero preguntarte una cosa. Estabas muy decidido a subir a bordo de este barco. ¿Razov tiene algo que ver con la base de submarinos en el mar Negro o con aquellos matones que nos atacaron?
- ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
- Por favor, no te hagas el tonto conmigo. El es ruso.
Ellos eran rusos. Sus actividades están centradas en el mar Negro.
- Lo siento, no puedo decírtelo todo. Es por tu propia seguridad. Pero hay una vinculación.
- ¿Razov es responsable de la muerte del primo del capitán Kemal, Mehmet?
Austin hizo una pausa, aunque no había manera de negarse a la decidida mirada de aquellos ojos color ámbar.
- Indirectamente, sí.
- Lo sabía. Es hora que ese saco de basura lo llamen a capítulo.
- Tengo toda la intención de hacer que Razov pague por todo lo que ha hecho.
- Entonces, quiero participar en la acción.
- Tendrás tu historia, te lo prometo.
- No estoy hablando de una historia. Escucha, Kurt, no soy una chica del valle de California cuya mayor aventura fue que la echaran del centro comercial por fumar en las tiendas.
Crecí en un barrio muy duro y de no haber tenido a una madre todavía más dura, quizá ahora estaría cumpliendo una condena de diez a veinte años en la cárcel de Soledad. Quiero hacer algo para ayudar.
- Ya me has ayudado al conseguir que subiera a bordo.
- Eso no es suficiente. Es obvio. Tengo muy claro que quieres crucificar a ese mal nacido. Vale, quiero tener una mano en el martillo.
Austin juró para sus adentros que nunca se pondría en el punto de mira de Kaela.
- Trato hecho, pero esta noche jugamos en el campo de Razov. No debes llamar la atención. No quiero que tú y Mickey os veáis expuestos a ningún peligro. Recorreré el barco por mi cuenta. ¿De acuerdo?
- Podrás hacerlo mientras nosotros nos ocupamos de las conferencias de prensa. -Le cogió del brazo y lo guió hacia la puerta del salón-. Pero primero pienso tomarme esa copa que me tienes prometida desde el día que nos conocimos.
Se unieron a la multitud que entraba en el inmenso salón.
Por un momento, Austin se olvidó de que estaba en un barco. Parecía como si los hubiesen transportado cien años atrás en el tiempo. El salón tenía todo el aspecto de una sala del trono diseñada por un arquitecto de casinos en Las Vegas. Era una muy curiosa mezcla de la civilización occidental con la barbarie oriental. Sus pies se hundieron en la mullida alfombra roja que era tan grande como para cubrir varias casas. Los candelabros de cristal colgaban del techo abovedado cubierto con pinturas de cupidos y ninfas. A cada lado del salón había una fila de columnas cuadradas con talladas cubiertas con pan de oro.
La muchedumbre era una muestra de la clase más poderosa e influyente de Boston. Políticos con la narices rojas, cuyas barrigas tensaban al máximo los botones de sus esmóquines de alquiler, se disputaban un lugar en la inmensa mesa central que parecía a punto de desplomarse con el peso de las más variadas exquisiteces de la cocina rusa. En el otro extremo, unas mujeres casi esqueléticas ocupaban unas mesas de estilo rococó y picoteaban la comida de sus platos como si estuviese envenenada. Los empresarios y los ejecutivos de los bancos formaban pequeños grupos donde el principal tema de conversación era averiguar cuál era la mejor manera para ayudar al multimillonario Razov a gastar su dinero en la ciudad.
Legiones de abogados, agentes financieros y miembros de grupos de presión iban de mesa en mesa como abejas en busca del néctar. En un extremo de la sala había una tarima donde, en lugar de un trono, había una banda que interpretaba alegres canciones del folclore ruso. Austin observó con desagrado que los músicos iban vestidos de cosacos.
Mientras Austin y Kaela buscaban un lugar donde instalarse, se escuchó un redoble de tambores. El hombre de la americana con el distintivo subió a la tarima, agradeció efusivamente la presencia de los invitados, y anunció que el anfitrión diría algunas palabras. Un segundo después, un hombre de mediana edad, vestido con un traje azul, subió a la tarima y se acercó al micrófono. Pegados a sus talones había dos galgos rusos, unos perros soberbios con el pelaje blanco como la nieve.
Austin se acercó para mirar mejor a Razov. El ruso no tenía el aspecto de un archicriminal. Excepto por su perfil que parecía esculpido a hachazos y la tez de un blanco cadavérico, era un tipo absolutamente común. Kurt se recordó a sí mismo que la historia estaba llena de hombres con una apariencia sin nada destacable y que habían hecho padecer terribles sufrimientos a otros seres humanos. Hitler bien podía pasar por el artista muerto de hambre que había sido una vez. Roosevelt había llamado a Stalin, «tío José», como si fuese un viejo y bondadoso pariente en lugar de un asesino en masa. Razov comenzó su discurso. Lo hizo en un inglés que apenas si tenía acento.
- Deseo agradecerles a todos su presencia en esta fiesta que es en honor de su magnífica ciudad. -Hizo un gesto hacia los galgos-. Sasha y Gorki también se sienten muy felices de tenerlos aquí. -Los perros cumplieron con su cometido de romper el hielo, y un cuidador se los llevó. Razov les dijo adiós a los perros y le sonrió a su público. Hablaba con voz de barítono y con una actitud autoritaria. Sabía cómo hacer que todos creyeran que les miraba directamente a los ojos. En cuestión de minutos, los tenía a todos pendientes de sus palabras. Incluso los políticos se olvidaron por unos momentos de su glotonería para escucharle.
- Siento un gran placer al encontrarme aquí en la cuna de la independencia norteamericana. A muy pocos kilómetros de aquí están Bunker Hill, y un poco más lejos, Lexington, donde se hizo el disparo que se escuchó en todo el mundo. Vuestras grandes instituciones de enseñanza y los centros médicos gozan de una fama legendaria. Ustedes han hecho mucho por inspirar a mi país, y como una muestra de mi reconocimiento quiero anunciar la apertura de un centro de comercio que colaborará para conseguir que el intercambio comercial entre nuestros dos grandes países sea cada vez mayor.
Mientras Razov daba detalles de las inversiones que había dispuesto realizar, Austin le susurró a Kaela:
- Es hora de que comience mi recorrido. Nos encontraremos en la lancha.
- Te estaré esperando -respondió la muchacha, y le apretó la mano.
Austin se movió discretamente hacia una puerta lateral. El aire nocturno le pareció helado después del calor de la sala.
Como todos los invitados estaban escuchando a Razov, las cubiertas estaban prácticamente desiertas. Se encontró con una sola persona, un camarero que le obligó a aceptar una fuente de salchichas y filetes. Estaba dispuesto a tirar la fuente por la borda en cuanto el camarero desapareciera de la vista; luego decidió que llamaría menos la atención si recorría el yate con la fuente.
Avanzó hacia proa hasta que se encontró una sección cerrada con un cordón. Había un letrero en inglés colgado del cordón: PRIVADO. La cubierta más allá del cartel estaba a oscuras. Razov mantenía a sus gorilas fuera de la vista para no espantar a los invitados. Sin embargo, en el momento en que se disponía a pasar, se le acercó un hombre fornido con el bulto inconfundible de un arma debajo de la chaqueta.
- Es privado -le dijo con un fuerte acento ruso.
Austin le sonrió como un borracho y le ofreció la fuente.
- ¿Una salchicha?
El guardaespaldas le replicó con una mirada agria y continuó su ronda. Austin esperó a que se perdiera de vista y se preparó para pasar por debajo del cordón. Se volvió al escuchar un sonido extraño en la cubierta y vio a dos fantasmas blancos que corrían hacia él. Los galgos de Razov. Con las correas a la rastra, saltaron sobre su pecho con tanta fuerza que casi lo tumbaron, y luego metieron sus largos y afilados hocicos en la fuente. Kurt se apresuró a dejar la comida en el suelo. Los perros devoraron ruidosamente las salchichas y los filetes, lamieron la fuente, y después miraron a Austin como si él les estuviera ocultando más comida.
Alguien corrió hacia ellos. El cuidador de los animales.
Dijo algo en ruso que quizá era una disculpa, cogió las correas y se llevó a los galgos. Una vez más, Austin esperó a quedarse solo. Esta vez no demoró en pasar por debajo del cordón para colarse en la zona restringida. Avanzó, tan silencioso como un fantasma. Vestido de negro no se le distinguía en la oscuridad.
Se detuvo al cabo de unos minutos cuando llegó a una chimenea de ventilación que era unos treinta centímetros más alta que él. Metió la mano en el bolsillo y sacó un objeto del tamaño de una calculadora de mano. Lo encendió y en la pequeña pantalla verde aparecieron unos números. El «olfateador» de Yaeger estaba preparado para trabajar.
Yaeger lo había llamado mientras Austin se preparaba para ir a Boston.
- Creo que sé cómo puedes pinchar el sistema informático del yate -afirmó Yaeger, muy entusiasmado-. SinCa.
Austin había dejado de espantarse ante el extraño idioma que empleaba Yaeger. Había asumido que los genios informáticos como Yaeger eran de otro planeta y, algunas veces, utilizaban la lengua nativa. Le había pedido una explicación. SinCa, le había explicado Yaeger, era el nombre de las redes informáticas sin cables que comenzaban a emplearse en las grandes oficinas.
- Supón que diriges un gran hospital. Quieres que tu gente tenga acceso a una información vital de forma tal que si se encuentran lejos de sus ordenadores, no tengan que volver corriendo. Por lo tanto, instalas una red informática sin cables que solo cubre el edificio o el complejo. Los jefes llevan ordenadores portátiles. No tienen más que encenderlo y sintonizar la frecuencia asignada para tener un acceso instantáneo al sistema central.
- Todo eso me parece muy interesante, Hiram, pero ¿qué tiene que ver con nuestro problema?
- Todo. El yate de Atamán tiene un SinCa.
Austin seguía sin ver adonde quería ir a parar Yaeger. Así y todo se le contagió el entusiasmo.
- ¿Cómo lo sabes?
- En realidad, es una idea de Max. Después de volvernos locos en el intento de descifrar el código de Atamán, ella comenzó a averiguar todo lo referente al yate. No había gran cosa porque Atamán construyó el barco en sus astilleros del mar Negro. Sin embargo, la parte electrónica estaba fuera del alcance de lo que tienen los rusos, así que compraron equipos norteamericanos y se los hicieron instalar por un equipo francés. Max entró en los archivos de la compañía francesa. Instalaron un SinCa en el yate.
- Entiendo que un hospital utilice algo así, pero ¿para qué en un yate?
- Piénsalo, Kurt. Un barco de ese tamaño es como un pueblo pequeño. Digamos que eres el administrador, y tienes que aclarar la cuestión de un pago cuando estás lejos de tu despacho, en el otro extremo del barco. Enciendes tu ordenador y ya lo tienes. Lo mismo para el cocinero. Está en su camarote y necesita comprobar las existencias. O eres el primer oficial, estás comiendo en el comedor y alguien quiere saber a quién le toca una guardia.
- ¿Cómo nos puede ayudar esto con nuestro principal problema: encontrar la clave?
- La clave tiene que estar en el barco. Si Max y yo pudiéramos conectarnos directamente en su red, conseguiríamos toda la información y analizarla a placer.
- ¿Qué te lo impide?
- Un par de cosas. Primero, es posible que la información esté cifrada para impedir un uso no autorizada. Segundo, la señal inalámbrica es tan débil que solo cubre el barco. Necesito que alguien instale un «olfateador» a bordo.
- Vuelves a hablar en chino.
- Perdona. Un olfateador no es más que un artilugio que puede pinchar la red, aumentar la potencia de la señal, y enviársela a Max que la espera con los brazos abiertos.
- Impresionante. Dices que los archivos pueden estar cifrados. ¿Qué garantías tienes de que el código no te impedirá el acceso?
- Ninguna. Pero no puede ser una clave tan difícil como la del barco misterioso. Podemos atacarla desde diversos ángulos. Además, Max está decidida a descifrarla.
- No hay nada como una mujer decidida, aunque sea cibernética. ¿Dónde puedo hacerme con esas narices electrónicas?
- Ahora mismo va para allí un mensajero con un paquete. Las instrucciones están en la caja.
Las instrucciones eran muy sencillas. Encender el olfateador, comprobar que captaba la señal, y luego utilizar el imán para sujetar el transmisor. Yaeger había incluido un segundo artilugio como una medida de seguridad.
Austin levantó una mano e instaló el olfateador dentro de la chimenea de ventilación. Luego se acerco a uno de los botes salvavidas y buscó a tientas el lugar donde el pescante se unía a la cubierta. Se puso de rodillas y busco hasta encontrar un pequeño hueco en el soporte de acero. Metió dentro el segundo olfateador en el hueco y comenzaba a levanta cuando escuchó un suave chasquido detrás de el. Algo duro se apoyó con fuerza en su espalda.
32
- Se está volviendo descuidado con la edad, Kurt Austin.
La próxima vez podría ser fatal.
Apartaron el objeto duro que le presionaba en la espalda.
Al volverse, Austin vio la cicatriz en el rostro de Petrov a la luz de la luna.
- Envejecí diez años cuando apretó la pistola contra mis costillas, Iván. Me habría conformado con un sencillo hola.
- Practicar nunca está mal -replicó Petrov-. No quiero perder la forma.
- Créame, su forma es tan buena como siempre. ¿Quién le dejó entrar en mi país?
- A diferencia de su aventura no autorizada en Rusia, mi visita cuenta con el beneplácito de su departamento de Estado.
Estoy en Estados Unidos como miembro de una delegación del ministerio de Agricultura ruso con el cargo de responsable del control de plagas siberianas, y solicité al consulado ruso en Boston que me incluyera en la lista de invitados a esta recepción.
- ¿Cómo me encontró?
- Le vi salir de la sala y le seguí hasta esta zona restringida. Debo admitir que, en un primer momento, su rostro me desconcertó. Sin embargo, es imposible disimular unos hombros tan anchos y esa manera tan segura de caminar. Hay una cosa que me tiene intrigado. ¿Dónde compró esa peluca tan fantástica?
- La compré en una venta de artículos del KGB.
- No me extrañaría a la vista de cómo van las cosas. ¿Puedo preguntarle por qué caminaba a gatas en la oscuridad?
- ¿Perdí uno de mis lentes de contacto?
- ¿De verdad? No recuerdo que su expediente mencionara nada referente a lentes de contacto.
Austin se rió por lo bajo. Le explicó al ruso que había instalado un par de olfateadores electrónicos. Iván se mostró muy interesado, y le pidió que le mantuviera informado de los resultados del espionaje.
- Le propongo que volvamos a la fiesta -añadió Petrov-. La mayoría de los guardias vigilan a los invitados, pero hay unos cuantos que continúan con las rondas.
Kurt tenía muy claro que estaban abusando de su suerte.
Se dirigieron hacia las luces y la música, al amparo de las sombras. Solo vieron a un guardia y se ocultaron detrás de un bolardo hasta que se alejó. Momentos más tarde, caminaban tranquilamente por la cubierta.
Petrov, muy elegante con su esmoquin, encendió un cigarrillo.
- ¿Qué planes tiene para ahora?
- No habrá visto por ahí al monje de Razov, ¿verdad?
- Sospecho que Razov prefiere mantener a Boris fuera de la vista cuando hay actos públicos. Puede incluso que ni siquiera esté a bordo. No es probable que le veamos.
- En ese caso, quizá dedique unos minutos a hablar con nuestro anfitrión.
- ¿Razov? ¿Cree que es prudente enseñar su juego cuando está en su campo?
- Quizá consiga intranquilizarle lo suficiente como para que cometa un error.
- Tengo entendido que no es muy aconsejable jugar con las serpientes de cascabel, pero usted mismo. Por mi parte, ya que estoy aquí disfrutaré de la comida y la bebida.
- ¿Ha venido solo?
Petrov cogió una copa de vodka de la bandeja que le ofreció un camarero. Se la bebió de un trago y sonrió.
- No estaré muy lejos si me necesita.
La fiesta estaba en pleno auge. Los invitados iban de aquí para allá cargados con platos de comida y bebidas. La orquesta de cosacos había acabado con el repertorio de canciones folclóricas rusas y ahora interpretaba una pieza de rock. Petrov se mezcló entre la multitud y desapareció como una hoja arrastrada por la corriente. Austin vio a Razov rodeado de un pequeño grupo selecto. Se acercó con mucha discreción mientras se preguntaba cómo haría para esquivar a los guardaespaldas del multimillonario. Los galgos le solucionaron el problema. Los perros de Razov se apartaron de su amo y emprendieron una veloz carrera hacia Austin. Lo mismo que antes, le saltaron encima, le apoyaron las patas en el pecho, y le lamieron el rostro. Austin consiguió apartarlos con unos rápidos movimientos de caderas.
Sujetó las correas bien cortas para mantener controlados a los juguetones galgos. Al cabo de un segundo, apareció el cuidador de los animales, y esta vez el miedo brillaba en sus ojos. Austin se disponía a pasarle las correas cuando vio acercarse a Razov y sus dos guardaespaldas.
- Veo que conoce usted a Sasha y Gorki -comentó Razov, con una amplia sonrisa. Cogió las correas de la mano de Austin y dijo algo en ruso. Los perros obedecieron al instante y se sentaron a sus pies. Les temblaban las grupas mientras intentaban controlar sus instintos.
- Compartí con ellos unos cuantos filetes y salchichas -respondió Austin-. Espere que no le moleste que les haya dado de comer.
- Me sorprende que comieran -afirmó el multimillonario-. Suelen comer mucho mejor que la mayoría de la gente. Me llamo Razov. -Le extendió la mano mientras miraba el nombre que figuraba en la tarjeta de prensa colgada alrededor del cuello de Kurt-. Soy el anfitrión de esta modesta fiesta.
- Sí, lo sé. He escuchado hablar de usted. Es muy impresionante. -Apretó la mano hasta aplastarle los huesos y vio la expresión de dolor en el rostro de Razov-. Me llamo Kurt Austin.
El rostro de Razov se mantuvo impertérrito.
- El famoso señor Austin. No es usted como me lo imaginaba.
- Tampoco usted. Es mucho más pequeño de lo que creía.
Razov no mordió el anzuelo.
- No sabía que había cambiado de trabajo. Si no recuerdo mal, trabajaba para la NUMA.
- Esto no es más que una ocupación temporal. Todavía estoy con la NUMA. Hemos estado buscando tesoros en el mar Negro.
- Confío en que haya valido la pena.
- Alguien se me adelantó a la hora de recuperar el tesoro a bordo de un barco llamado Odessa Star.
- Lo siento por usted. Ya se sabe que la búsqueda de tesoros es una actividad muy competitiva.
- No acabo de entender por qué alguien que ya tiene una inmensa fortuna se tomó tantas molestias para recuperar un puñado de baratijas.
- Los rusos siempre nos hemos sentido fascinados por las baratijas, como las llama usted. Creemos que más allá de su valor intrínseco, imparten poder a su poseedor.
- El tesoro no le hizo mucho bien que digamos al zar y a su familia.
- La familia real fue víctima de los traidores que había en su seno.
- Supongo que tiene usted la intención de devolver el tesoro al pueblo ruso.
- Usted no sabe nada de mi gente -manifestó Razov-. No le interesan las joyas. Lo que ellos necesitan es la mano firme de un líder que les devuelva el orgullo nacional y los defienda de los países que los rondan como buitres.
- Eso será siempre y cuando su tan secreta Operación Troika tenga éxito.
- No hay nada secreto en Troika -replicó el millonario con un tono de desprecio-. No es más que el nombre de mi programa de abrir una serie de centros de intercambio comercial en Boston, Charleston y Miami. Mire a su alrededor, señor Austin. No hay nada siniestro en mis actividades.
- ¿Qué me dice de la matanza a bordo del barco de la NUMA? ¿Le parece lo bastante siniestro?
- Me enteré por la prensa. Una tragedia, sin duda, pero no tengo absolutamente nada que ver con aquel desafortunado incidente.
- No le reprocho que no quiera adjudicarse el mérito.
Después de todo, fue un fracaso. Metió la pata, Razov. Su monje loco se equivocó de barco. Yo no estaba a bordo del Sea Hunter, y sus hombres asesinaron inútilmente a la tripulación.
Por supuesto, está usted perfectamente enterado. -Kurt vio un destello de cólera en los ojos del multimillonario.
- La verdad, señor Austin, es que me desilusiona. Se cuela a bordo de mi barco con un ridículo disfraz, bebe mi vodka, come mi comida, y después me agradece la hospitalidad tratándome de asesino.
- Tengo otra razón para venir a bordo. Quería mirar a la cara al sucio asesino al que pienso destruir La máscara del amable anfitrión desapareció para dar paso al matón.
- ¿Destruirme usted? No es más que una vulgar mosca.
- Quizá, pero hay muchas más moscas de donde vengo, y todas picamos.
- Hará falta algo más que la NUMA y su gobierno para detenerme -replicó Razov-. Cuando acabe de devolverle a Rusia sus viejas glorias, Estados Unidos no será más que un país arruinado, sin recursos naturales, ni líderes capaces de sacarlo de la miseria. -El millonario comprendió que se había ido de la lengua y se interrumpió bruscamente. Al cabo de un segundo añadió-: Ya no es usted bienvenido a bordo de mi yate, señor Austin. El personal de seguridad le acompañará hasta la lancha.
- Conozco el camino. Hasta que nos volvamos a encontrar, señor Razov. -Se volvió para marcharse.
En el rostro de Razov apareció una sonrisa feroz.
- No habrá una próxima vez.
Hizo un gesto, y los guardaespaldas se pusieron en movimiento. Austin silbó. Los galgos levantaron las orejas y, meneando la cola, se apartaron de Razov, con las inútiles correas a la rastra. Kurt sonrió con una mirada directa a los ojos del ruso. Razov le respondió con otra mirada que destilaba odio. Austin se alejó rápidamente hacia la popa del barco; se mezcló con la muchedumbre con los galgos pegados a sus talones. Comprendió que debía deshacerse de los perros. Eran demasiado visibles y llamarían la atención.
Se detuvo, dio unas palmaditas en las cabezas de los animales, y luego le pasó las correas a una joven con chaqueta marrón. Se quitó la peluca y las gafas de sol y las metió en el bolsillo de la muchacha.
- Por favor, devuélvaselo al señor Razov con mis más cordiales saludos.
Salió de la sala a paso vivo y se confundió una vez más con la multitud. Llevaba tanta prisa que estuvo a punto de chocar con Kaela.
- ¿A qué viene tanta prisa? -preguntó ella.
- Lárgate de este yate cuanto antes -le respondió.
- ¿Adonde vas?
- No lo sé. Nos encontraremos en el bar del Ritz dentro de una hora.
Austin le dio un beso en la mejilla y se dirigió hacia las escaleras que lo llevarían a la cubierta inferior. Confiaba en subir en una de las lanchas que lo llevarían a tierra, pero desistió de la idea. Dos guardias acababan de apostarse junto a la escalera, y miraban atentos a la multitud. El había supuesto erróneamente que Razov no se arriesgaría a provocar un incidente ante tantos testigos. Sin embargo, el multimillonario había dicho más de la cuenta y estaba dispuesto a correr el riesgo. Volvió sobre sus pasos y buscó el refugio de la multitud. Pensaba en una vía de escape alternativa cuando alguien le cogió del brazo.
Austin se volvió rápidamente dispuesto a defenderse. Petrov lo soltó. El ruso sonreía, pero la mirada en sus ojos era muy grave.
- Creo que no le conviene ir por ese camino -dijo.
Kurt siguió la dirección que le marcaba la mirada. Un guardia se abría paso entre la muchedumbre. Miró directamente a Austin y habló al micrófono sujeto a la solapa de su chaqueta. Austin dejó que Petrov lo guiara. Entraron por una de las puertas del salón, rodearon la pista de baile, y volvieron a salir a cubierta. Dirigieron sus pasos hacia una escalera, pero aquí también había un guardia que escuchaba atentamente lo que le comunicaban por la radio.
Petrov se le acercó con una amplia sonrisa y le dijo algo en ruso. El guardia no se dejó engañar. Intentó desenfundar la pistola que llevaba debajo de la chaqueta. Petrov le descargó un terrible puñetazo en el hígado. El guardaespaldas se dobló, paralizado por un momento. Cuando volvió a erguirse, Austin le esperaba con un gancho de derecha. El gigantón se desplomó como un árbol talado.
Saltaron por encima del cuerpo caído y corrieron escaleras abajo. Austin vio una puerta idéntica a la del otro lado donde llegaban las lanchas de los invitados. Petrov accionó la palanca y abrió la puerta. Austin se preguntaba si tendrían que escapar a nado, cuando la luz que salía por la puerta iluminó una motora. El motor funcionaba al ralentí, y el hombre que estaba al timón sonrió y agitó una mano en señal de saludo cuando vio a Petrov.
- Me tomé la libertad de preparar un transporte alternativo -le informó el ruso.
- Creía que había venido solo.
- Nunca confíe en un antiguo miembro del KGB.
Austin se reprochó a sí mismo. A diferencia de Petrov, había subestimado la determinación de su enemigo. Había estado tan ansioso por enfrentarse a Razov que había descuidado sus planes de fuga. Juró que le agradecería a Petrov su meticulosa atención a los detalles. Saltó a la cubierta de la motora, Petrov lo siguió, el hombre al timón aceleró el motor. La arrancada fue tan violenta que Austin y Petrov casi terminaron en el agua, mientras la embarcación comenzaba a planear.
Kurt miró el yate brillantemente iluminado. Se echó a reír mientras se imaginaba la reacción de Razov y sus guardaespaldas cuando se enteraran de que había conseguido escapar. No obstante, su triunfo solo duró un par de minutos. Una lluvia de balas se abatió sobre la motora; no procedían del barco sino de la bahía. Aunque no se escuchaba el sonido de los disparos, los fogonazos de las armas se veían con toda claridad.
Una ráfaga alcanzó al timonel. Soltó un grito ahogado antes de caer muerto sobre el timón, y la motora se desvió bruscamente casi en un ángulo recto.
Petrov apartó el cadáver y Austin se hizo cargo del timón.
Las luces de los reflectores convergieron en la motora. Razov no era ningún tonto. Había establecido un cordón de seguridad alrededor de su yate.
Una nueva descarga sacudió a la motora. Solo había una manera de escapar de las embarcaciones, y era abrirse paso entre ellas. Austin puso rumbo a una brecha entre los reflectores, y la motora escapó del cerco gracias a que los hombres de Razov interrumpieron los disparos para no ser víctimas del fuego cruzado, pero en cuanto Austin se encontró en mar abierto, volvieron a dispararle con todo lo que tenían.
El agua alrededor de la embarcación que huía aparecía punteada de innumerables géiseres. Algunas balas alcanzaron el parabrisas y el cristal voló hecho añicos. Petrov se desplomó sobre el fondo de la embarcación, con las manos en la cabeza. Austin se agachó todo lo posible mientras intentaba sacar el máximo de provecho de la potencia del motor. La motora era rápida, pero las lanchas neumáticas de los perseguidores tenían una velocidad punta superior. Los reflectores estaban cada vez más cerca. Austin miró hacia la costa. Había llegado a la conclusión de que nunca alcanzarían tierra firme, cuando se le presentó otro posible refugio. Delante mismo, con los mástiles y las velas iluminadas por las luces de cubierta, estaba Old lronsides.
Una descarga efectuada desde una de las lanchas desde el flanco alcanzó a la motora en la línea de flotación y abrió una serie de agujeros en el casco de plástico. Austin intentó mantener la proa levantada, pero los agujeros eran demasiado grandes y la embarcación se inundó en cuestión de segundos.
El motor fueraborda aguantó hasta que lo alcanzó el agua. La motora se fue a pique como una piedra. Austin se encontró de pronto flotando en medio de la bahía de Boston. Petrov se hundió. Austin se zambulló, cogió al ruso por el cuello y lo arrastró hasta la superficie, donde una luz brillante le dio directamente en los ojos. Escuchó unas voces que gritaban.
Unas manos fuertes cogieron a Austin por los brazos y el cuello de la chaqueta y lo sacaron del agua helada. Se quitó el agua de los ojos y vio que se encontraba a bordo de una chalupa de unos diez metros de eslora. Una docena de hombres vestidos con pantalones blancos y pañuelos negros al cuello manejaban los largos remos con gran pericia. Petrov estaba tumbado a los pies de Austin; le manaba sangre de una herida en la cabeza. Saludó a Austin con un débil ademán.
- ¿Está usted bien, señor? -preguntó un joven sentado junto a Austin en la popa, con la mano en la barra del timón. Encima del uniforme blanco llevaba un largo abrigo negro con botones dorados, un pañuelo negro y un brillante bicornio negro.
- Un poco empapado. Gracias por sacarnos del agua.
El timonel le extendió la mano.
- John Slade. Soy el oficial de cubierta a bordo del U.S.S. Constitution. Los vimos desde allá arriba. -Señaló a la Old Ironsides, que se encontraba un par de centenares de metros más allá, con los tres mástiles iluminados por los reflectores.
- Me llamo Kurt Austin. Pertenezco a la National Underwater and Marine Agency.
- ¿Qué está haciendo la NUMA por estas aguas?
Slade lo miró con curiosidad mientras le formulaba la pregunta. Austin levantó una mano y se tocó la nariz postiza. El agua la había casi despegado, así que se la arrancó y la tiró por la borda.
- Es una historia muy larga. -Austin sacudió la cabeza-. ¿Cómo está mi amigo?
- Parece que la hemorragia ha cesado. Le prestaremos los primeros auxilios en cuanto estemos a bordo.
La música de la fiesta de Razov sonaba en la distancia.
Austin rogó para que Kaela y Lombardo se encontraran bien.
No vio ninguna señal de las lanchas neumáticas y sus pistoleros, pero el instinto y la experiencia le advertían que no podía estar muy lejos.
- ¿Alguien vio las lanchas que nos seguían?
- Solo por unos momentos. Estaban directamente a popa.
Sin embargo, en cuanto ustedes se encontraron en problemas, las perdimos de vista. No entendimos cómo era que no se acercaron para ayudarles. Tampoco sabemos dónde fueron.
Estábamos demasiado atareados arreando la chalupa del capitán y no les prestamos atención.
- Por fortuna para nosotros estaban ustedes aquí. De lo contrario hubiésemos tenido que nadar un buen trecho hasta la costa.
- Ya lo puede decir. Normalmente, no estaríamos por aquí a estas horas. El Constitution hace una salida al año, el 4 de julio. Ahora estamos llevando al barco en un crucero nocturno. Tenemos a un equipo de artilleros para que dispare las veintiuna salvas de reglamento. El gobernador y el alcalde consiguieron la autorización del departamento de Marina para que hagamos una navegación nocturna. ¿Qué pasó?
Los vimos zigzaguear, pero luego la motora pareció desaparecer debajo de ustedes.
Austin no le vio ningún sentido a ocultar los hechos.
- Acabábamos de dejar la fiesta en el yate. Las lanchas que vieron nos dispararon. Mataron al timonel y hundieron la motora.
El oficial miró a Austin como si sospechara de su cordura.
- No oímos ningún disparo.
- Utilizaron silenciadores.
- Ahora que lo pienso, vimos unos destellos que bien podían ser los fogonazos de los disparos. Creímos que era el flash de una cámara. ¿Quiénes eran esos tipos? Vaya -añadió, sin esperar una respuesta-. Tendrán que disculparme un momento.
Slade guió la chalupa alrededor de la fragata. Pasaron debajo del bauprés y el mascarón de proa. Maniobró para situar la embarcación debajo de los pescantes que se proyectaban sobre la borda como brazos de madera. Los remeros quitaron los remos de las chumaceras y los sostuvieron en posición vertical, luego engancharon los cabos que colgaban de los pescantes y comenzaron a tirar para subir la chalupa a nivel de la cubierta.
Con la ayuda de los tripulantes que estaban en cubierta sacaron a Petrov de la chalupa. El ruso había revivido y pudo caminar con la ayuda de dos marineros. Alguien preparó un colchón con chalecos salvavidas para que no tuviera que acostarse en el suelo de madera. Otro tripulante le dio a Austin un abrigo para reemplazar la chaqueta empapada.
Slade se quitó el bicornio y se lo puso bajo el brazo. Era un joven de unos veintitantos años, de cabellos oscuros y unos cinco centímetros más alto que Austin, que rondaba el metro noventa. Con su apostura y gallardía parecía el candidato ideal para un cartel de reclutamiento.
- Bienvenidos a la Old Ironsides, la nave de guerra en servicio activo más viejo del mundo, y tripulada por marineros de la armada norteamericana. -El orgullo en la voz era evidente.
- «¡Arriad su destrozada enseña! Largo tiempo ha ondeado» -Austin citó la primera línea del poema «Old Ironsides» de Oliver Wendell Holmes, que había servido para que el país entero reclamara que no se desguazara la vieja nave.
Slade sonrió y recitó la segunda frase:
- «Muchos ojos han visto flamear aquella enseña en el cielo…» Veo que conoce nuestra historia naval, señor.
- Sé que la fragata luchó con los piratas beréberes y les dio a los británicos más de un dolor de cabeza durante la guerra de 1812. Nunca la derrotaron en combate. Durante la batalla con la fragata británica H.M.S. Guenriere, las balas de cañón rebotaron en sus costados como si estuviesen hechos de hierro.
- Miró con cariño toda la extensión de la cubierta de la fragata que tenía una eslora de sesenta y ocho metros, el largo bauprés, la amplia cubierta de guindaste con las hileras de cañones y el mástil mayor de setenta metros-. Espero conservarme así de bien cuando tenga su edad.
- Muchas gracias. Nos enorgullece mantenerla en perfecto estado. Fue construida no lejos de aquí, y botada en 1797.
El casco y el forro están hechos con madera de roble del sudeste del país. Tiene un grosor de sesenta centímetros a la altura de la línea de flotación. Paul Reveré hizo la obra de cobre y fundió la campana del barco. No quiero endilgarle el discurso turístico -se disculpó-, pero es que queremos mucho a la dama. -En su rostro apareció una expresión grave-. Más que darle una lección de historia, lo que tendría que hacer es llamar a los guardacostas y avisarles que tenemos un herido a bordo. -Slade se palpó los bolsillos y frunció el entrecejo-. Maldita sea. Seguramente se me cayó el móvil cuando subí a la chalupa. Tengo un walkie-talkie que utilizamos para comunicarnos con el remolcador que nos acompaña. Le pediré a la tripulación que le transmita el mensaje a la Guardia Costera.
Mientras Slade iba a buscar la radio, Austin se dirigió adonde Petrov yacía acostado en el improvisado colchón. Alguien le había tapado con un trozo de vela. Un marinero montaba guardia. Se arrodilló junto al herido.
- ¿Qué tal está, tovarich?
- Tengo un terrible dolor de cabeza -respondió después de un penoso gemido-. Algo del todo lógico si tienes la desgracia que una bala te rebote en el cráneo. ¿Cómo es que cada vez que me acerco a usted me vuelan o me disparan?
- Cuestión de suerte, supongo. Razov se debió de tomar muy a mal algo que le dije con el tono equivocado. Lamento que perdiera a su hombre.
- Yo también. No era un mal tipo para ser un ucraniano.
Así y todo, sabía que se metía en un asunto peligroso. Su familia será bien recompensada.
Austin le dijo a Petrov que se tomara las cosas con calma.
Luego se acercó al grueso mamparo de madera que rodeaba la cubierta superior hasta la altura de la barbilla de un hombre. Slade regreso mientras él observaba la bahía.
- Misión cumplida -informó-. La tripulación del remolcador avisará a los guardacostas y a la policía portuaria.
Les dirán que envíen a alguien para que atienda a su amigo.
¿Cómo está?
- Vivirá. Medio centímetro más abajo y le hubieran volado los sesos.
- ¿Él también está con la NUMA?
- Es miembro de una delegación comercial rusa. Está a cargo del control de plagas siberianas.
Slade volvió a mirarlo con una expresión curiosa.
- ¿Qué estaba haciendo en la bahía de Boston?
- Buscaba plagas siberianas.
El oficial advirtió que Austin miraba el remolcador apoyado contra la popa de la fragata.
- El remolcador se encargó de empujarnos fuera del muelle -le explicó Slade-. Nos preparábamos para izar las velas después que nos llevaran hasta mar abierto. Tenemos orden de hacer una pasada para las cámaras de la televisión.
Luego nos reuniremos con el remolcador para que nos lleve otra vez al muelle de la armada.
Austin solo le escuchaba a medias. Estaba atento a la oscuridad donde sonaban unos motores. El ruido fue en aumento. Después vio los fogonazos de los disparos.
Tres lanchas neumáticas surgieron de la oscuridad formadas en hilera y se dirigieron hacia la popa de la nave a vela.
A continuación se escuchó el impacto de las balas en el remolcador. Saltaban chispas allí donde los proyectiles golpeaban en el casco de acero. La tripulación tardó un segundo en recuperarse de la sorpresa de que alguien disparara contra ellos. Con un tremendo rugir de motores, la embarcación dio marcha atrás para intentar alejarse a toda máquina. Las lanchas rodearon a la lenta embarcación y acribillaron a balazos la caseta de madera. El remolcador aminoró la marcha, navegó unos pocos centenares de metros y se detuvo del todo.
Austin apretó los puños dominado por una furia impotente al ver que no podía hacer nada por proteger a los tripulantes del remolcador del cobarde ataque. Le dijo a Slade que intentara ponerse en contacto con la tripulación del remolcador. El oficial lo intentó varias veces, sin resultado.
- Es inútil. Maldita sea, ¿por qué atacaron a esos pobres tipos?
- Sabían que el remolcador era nuestro único medio de propulsión.
Aunque los atacantes permanecían ahora fuera del alcance de las luces de la nave, se escuchaban los motores que funcionaban al ralentí. Austin vio los fogonazos, seguidos por lo que sonaba como un centenar de pájaros carpinteros picoteando el barco. Slade intentó asomarse por encima del mamparo para averiguar qué era el ruido. Austin lo obligó a agacharse.
- ¡Diablos, esos idiotas nos están disparando! -gritó Slade-. ¿No saben que este es un monumento nacional?
- No nos pasará nada -afirmó Austin-. Old Ironsides detuvo las balas de cañón. Las balas de las metralletas no conseguirán hundirla.
- Eso no es lo que me preocupa. No quiero que mi tripulación resulte herida.
Austin no había dejado de prestar atención a los disparos.
- Han dejado de disparar. Dígales a sus hombres que agachen la cabeza y esperen órdenes. -Kurt recordó que Slade estaba al mando-. Lo siento. Solo era una sugerencia. Usted está al mando.
- Gracias -contestó Slade-. Sus sugerencias son bien recibidas. No se preocupe, no me vendré abajo. Estaba en la infantería de marina antes de que me asignaran este destino.
Solo estoy aquí porque me lesioné la rodilla en un accidente.
Austin observó el rostro del joven y no vio miedo, solo decisión.
- De acuerdo, esta es mi valoración del ataque. Querían apartar al remolcador para que nos quedáramos inmóviles en el agua. Saben que no pueden hundirnos. Creo que intentarán abordarnos.
- Eso es inaceptable -afirmó Slade, que adelantó la barbilla en un gesto agresivo-. Ningún enemigo nunca ha subido a bordo del Constitution excepto como prisionero de guerra. Puede estar usted seguro de que no ocurrirá durante mi guardia. -Echó un vistazo a la cubierta-. Solo hay un problema. La tripulación de esta nave era de cuatrocientos hombres. Estamos un poco escasos de personal.
- Tendremos que apañarnos con lo que tenemos. ¿Podemos hacer que la fragata se mueva?
- Nos disponíamos a izar las velas cuando nos detuvimos para rescatarlo a usted y a su amigo. Lo máximo que podemos conseguir es un par de nudos. El Ironsides no es una lancha de carreras.
- Lo importante es que consigamos aunque solo sea un mínimo de control de la situación. Eso les hará vacilar. La velocidad no es importante. ¿Qué me dice de las armas? ¿Hay alguna a bordo?
Slade se echó a reír y señaló las hileras de cañones en ambas bandas de la cubierta.
- Está usted a bordo de una nave de combate. Puede escoger: falconetes de treinta y dos libras en esta cubierta y cañones de veinticuatro libras en la inferior. También un par de Bow Chasers. Más de cincuenta piezas de artillería en total.
Desafortunadamente, no se nos permite llevar pólvora.
- Pensaba en algo más práctico.
- Tenemos bicheros, hachas y machetes. Hay cabillas por todas partes. Son unas magníficas porras.
Austin le dijo al joven oficial que hiciera todo lo que estuviera a su alcance. Slade reunió a sus hombres, les presentó a Austin, y le comunicó a la tripulación que las personas que habían disparado contra el barco quizá intentarían abordarlo. Ordenó que apagaran todas las luces y envió a unos cuantos marineros a los mástiles. Los marineros treparon por las jarcias hasta las vergas, donde soltaron las gavias. Soltaron el foque y la fragata comenzó a moverse, por sus propios medios, a una velocidad casi de un nudo.
Los marineros bajaron otra vez a cubierta para subir la verga de la gavia mayor. La enorme vela se hinchó con la brisa y el mástil comenzó a crujir. La fragata se movía con la velocidad de un caracol con prisa. A continuación desplegaron el foque y la gavia de proa. La velocidad se triplicó. El movimiento no planteaba ninguna dificultad a nadie que quisiera intentar un abordaje, pero le daba a la tripulación un cierto control. Mientras tanto, se amontonaban las armas en la cubierta.
Slade cogió un machete y pasó el dedo por el filo.
- La guerra en aquellos tiempos era algo muy personal, ¿verdad?
- A menos que sepa cómo utilizar esa cosa, esto podría resultarle más práctico -dijo Austin, con un bichero en la mano, que no era más que un palo largo con un gancho y una punta de metal en un extremo.
La tripulación se dividió en dos grupos, uno en cada banda, y permaneció alerta. Se envió a unos cuantos a la plataforma de combate que estaba cerca del palo mayor y que era donde antaño se situaban los tiradores para hacer estragos entre los atacantes. Austin se paseó nerviosamente de una banda a la otra con una cabilla en la mano.
No tuvieron que esperar mucho.
La primera señal de que se reanudaba el ataque fue un sonoro repiqueteo en el caso. Los atacantes intentaban intimidarlos con el fuego graneado de sus armas automáticas. Las balas hicieron saltar la pintura blanca y negra, pero apenas si hicieron mellas en el casco de roble de sesenta centímetros de grosor. La vieja y valiente nave surcaba el agua, sin hacer caso de las balas como si solo fueran una nube de insolentes mosquitos. Como les había pasado a los piratas beréberes y a los marinos ingleses, los atacantes aprendieron que Old Ironsides era un hueso duro de roer.
Los pistoleros de Razov vieron que sus balas no surtían ningún efecto y dejaron de disparar. Cambiaron de táctica.
Encendieron los reflectores, y aceleraron los motores para acercarse al objetivo que se movía lentamente. Austin escuchó el ruido de las lanchas cuando golpearon contra el casco.
Había deducido que los atacantes intentarían subir por los aparejos que colgaban desde los mástiles por encima de las bordas como escalas, y cuando vio que una mano se sujetaba a la parte inferior de una tronera, descargó un tremendo golpe con la cabilla en los nudillos del asaltante.
Se escuchó un alarido. La mano se soltó, y el hombre cayó al mar con un sonoro chapoteo. Un rostro apareció por el otro lado de la tronera. Austin dejó la cabilla y cogió un bichero. Metió la afilada punta debajo de la barbilla del hombre. El atacante sintió el contacto del metal en la nuez y se quedó inmóvil.
Austin movió apenas el bichero, y el rostro desapareció.
Esta vez se escuchó un golpe sordo cuando el hombre cayó sobre la embarcación. Eliminado, al menos de momento, el peligro en la tronera, Austin recorrió la hilera de cañones. La mayoría de los tripulantes hacían buen uso de los bicheros.
Otros, en pareja, lanzaban las pesadas balas por encima de la borda. A juzgar por los gritos y los sonidos de cosas que se aplastaban, el bombardeo era todo un éxito.
Slade apareció a la carrera; llevaba el bicornio bien encasquetado.
- Ninguno de esos idiotas ha puesto un pie en cubierta.
- En su rostro sudoroso había una expresión de orgullo.
- Supongo que comienzan a entender que no son bienvenidos -replicó Austin. Un rostro apareció detrás del oficial.
Antes de que pudiera avisar a Slade, el atacante había pasado una pierna por encima de la borda y se disponía a disparar el fusil de asalto.
Austin le arrojó el bichero como un guerrero masai que se enfrenta a un león. El bichero golpeó al atacante en el pecho, y el hombre soltó un grito de desesperación mientras caía de espaldas, y el disparo del fusil se perdía en el aire.
Kurt se apresuró a coger un machete y saltó sobre el cañón más cercano con la intención de cortar los aparejos y así evitar que se utilizaran como escalas. Cuando levantaba el machete, escuchó que alguien gritaba:
- ¡A estribor!
El grito provenía de la plataforma de combate. Los asaltantes habían rodeado la nave para atacar por la otra banda.
Dos de los hombres de Razov había conseguido llegar a la borda y ahora estaban cogiendo las armas que llevaban en bandolera, dispuestos a ametrallar a los defensores agrupados en la cubierta.
En una acción puramente instintiva, Austin cortó el aparejo más cercano, se sujetó al extremo como Tarzán cuando se sujeta a una liana y vuela entre los árboles, y se lanzó a través de la cubierta con las piernas extendidas. Los atacantes alzaron las miradas y vieron algo parecido a Batman que volaba hacia ellos. Intentaron apuntarle con las armas, pero los pies de Austin los golpearon con toda la fuerza de su peso, y el impacto los arrojó al agua. Austin llegó al final del arco y volvió hacia atrás, momento en que aprovechó para dejarse caer sobre la cubierta entre los vítores de la asombrada tripulación.
- ¡Caray! -exclamó Slade-. ¿Dónde aprendió ese truco?
- Es lo que aprendes cuando desperdicias tu juventud mirando las viejas películas de Errol Flynn. ¿Todos están bien?
- Un par de cortes y algunos morados, pero la cubierta de Old Ironsides no ha sido violada.
Austin sonrió mientras le daba una palmada en la espalda al oficial. Luego miró en derredor.
- ¿Qué es ese ruido?
- Los motores de las lanchas.
Corrieron a la banda. Vieron tres estelas. La tripulación gritó entusiasmada, pero los gritos se acabaron cuando las embarcaciones se detuvieron a poco más de cien metros y, una vez más, brillaron los fogonazos en la oscuridad. Esta vez, en lugar de dirigir los disparos al casco, se concentraron en las velas. Jirones de lona, astillas de madera de las vergas y trozos de cabos comenzaron a llover sobre la cubierta. Los observadores saltaron de la plataforma de combate.
- ¡Malditos cobardes! -gritó Slade-. Como no han podido abordarla, quieren hacerla pedazos. -Un trozo de lona cayó sobre su cabeza-. ¡Tenemos que hacer algo!
Austin le cogió del brazo.
- Usted dijo algo de una salva de veintiún cañonazos.
- ¿Qué? Ah, sí, los dos cañones a proa. Los disparamos al amanecer y a la puesta de sol. Son viejas piezas de retrocarga. Las modificamos para que disparen obuses de trescientos cincuenta y ocho milímetros. Pero solo disparamos salvas, excepto la vez que alguien se olvidó de quitar la tapa y le dimos a una lancha de la policía.
- Nuestros amigos no saben que son salvas.
- Así es.
Austin le explicó su plan rápidamente. Slade corrió a ordenarle al timonel que cambiara de rumbo. El timonel hizo girar la ruedas, y el Constitution viró lentamente hasta que la proa apuntó a las embarcaciones atacantes.
Slade llamó a los artilleros que corrieron a ocupar sus puestos en la cubierta de tiro. Cargaron los cañones a toda velocidad. Austin espió por la tronera y vio las lanchas alineadas. Se habían estado preparando para un nuevo ataque cuando la fragata viró para dirigirse hacia ellas. Ver que Old Ironsides tomaba la iniciativa los había desconcertado. Austin quería acercarse el máximo posible. La brecha se iba reduciendo. Las lanchas comenzaron a separarse.
- ¡Fuego! -gritó Austin al tiempo que retrocedía y se tapaba las orejas.
Slade tiró de los acolladores. Se escuchó un doble estampido, la cubierta de proa quedó envuelta en una nube de humo, y el grueso cordaje que sujetaba los cañones absorbió el tremendo efecto de retroceso. Los artilleros no había quitado las tapas de las salvas.
El farol dio resultado. Los atacantes vieron cómo la fragata avanzaba hacia ellos envuelta en una nube de humo rojizo, escucharon el silbido de los proyectiles por encima de sus cabezas y vieron los surtidores de agua. Las embarcaciones se apartaron como conejos asustados, y se alejaron a toda velocidad hacia la boca de la bahía donde desaparecieron en la oscuridad.
Los cañones volvieron a tronar, aunque esta vez con salvas, mientras la nave continuaba la persecución.
No se había apagado todavía el estruendo de los cañonazos cuando la tripulación comenzó a vitorear.
- Se acabó la fiesta -anunció Austin.
Slade reía como un poseso. El comentario que siguió quizá no estuvo a la altura de las inmortales palabras de expresiones como «¡Esta nave no se rinde!» o «¡Al diablo con los torpedos!» pero, mientras Austin observaba las estelas de las embarcaciones que huían, estuvo absolutamente de acuerdo con el joven oficial cuando dijo: El Old Ironsides todavía sabe cómo dar una buena patada en el culo!».
33
Washington.
Sandecker echó una ojeada al despacho oval y pensó en las muchas decisiones cruciales que se habían tomado en esta famosa habitación. Resultaba difícil creer que los torbellinos políticos que agitaban a Washington tuvieran su centro dentro de estas paredes. En su última visita a la Casa Blanca le habían tratado como un paria y le habían advertido que no metiera las narices en los asuntos de la seguridad nacional, pero después de que la NUMA consiguiera rescatar al capitán y la tripulación del NR-1 y de paso evitarle a la Casa Blanca una situación harto embarazosa, Sandecker se había convertido en un personaje de mucho peso. El almirante no perdió ni un segundo en aprovecharse de la situación.
La formidable secretaria personal del presidente no había vacilado cuando él pidió una cita con el primer mandatario para tratar de un asunto urgente. La secretaria había eliminado de la apretada agenda á un embajador y una delegación de congresistas, y ni siquiera pestañeó cuando Sandecker solicitó que en la entrevista además del presidente solo estuviera el vicepresidente.
Sandecker había rechazado cortésmente la oferta de que fuera a recogerle una limusina de la Casa Blanca y utilizó un Jeep Cherokee del parque móvil de la NUMA. La secretaria les había hecho pasar al despacho oval y ordenó que un camarero les sirviera café en la vajilla de porcelana con el escudo presidencial.
Mientras esperaban, Sandecker se dirigió a Austin.
- Hay algo que quería preguntarte, Kurt. ¿Qué se siente cuando estás al mando de un monumento nacional?
- Es algo indescriptible, almirante. Lamento que con solo dos cañones a proa, no pudiera gritar: «¡Fuego a discreción!».
- Por lo que he escuchado, tú y la tripulación del Constitution os comportasteis con extraordinario valor. El Old Ironsides hizo honor a su glorioso nombre.
- Corre el rumor de que los jefazos de la armada están pensando en destinar a Old Ironsides a la Séptima Flota -comentó Gunn con un tono de sorna-. Después de repararla, por supuesto.
- Tengo entendido que la marina piensa retirar a un portaaviones en su favor -señaló Austin con cara de póquer-. El Pentágono considera que el uso de las velas y las cabillas es una oportunidad para recortar costes.
- El recorte de gastos sería toda una novedad en el Pentágono -afirmó Sandecker-. ¿Qué pasó con los atacantes?
- Los guardacostas y la policía recorrieron la bahía. Encontraron las tres embarcaciones hundidas en los bajíos de una de las islas, con los cascos acribillados a balazos.
- Me han dicho que hubo algunos heridos.
- Los tripulantes del remolcador, pero tuvieron la presencia de ánimo para hacerse pasar por muertos.
- ¿Qué hay del ruso, el hombre que llamas Iván?
- Solo fue una herida superficial y está bien.
- ¿Qué dijo Razov sobre los piratas?
- Nada. Dio por acabada la fiesta, echó a los invitados del yate y levó anclas antes de que nadie pudiera hacerle ninguna pregunta.
- Él tal Razov es un tipo ladino -comentó Sandecker con el entrecejo fruncido-. Tenemos que ocuparnos de él.
¿Lo tenemos vigilado desde que salió de Boston?
- Lo estamos vigilando vía satélite -respondió Gunn-. Por ahora navega a lo largo de la costa de Maine.
- Un caballero que disfruta de un agradable crucero -afirmó Sandecker con un tono cargado de sarcasmo.
- Le he dicho al servicio de vigilancia vía satélite que nos envíe aquí los últimos informes -dijo Gunn.
Se abrió la puerta, y entró un hombre del servicio secreto.
- El jefe viene para aquí -anunció.
Se escucharon voces en el vestíbulo y el presidente Wallace entró en su despacho, con la sonrisa que era su marca de fábrica y la mano extendida. La imponente figura del vicepresidente Sid Sparkman le pisaba los talones. Después de estrechar las manos de los visitantes, Wallace se sentó en su sillón y, como de costumbre, Sparkman acercó una silla y se sentó a su derecha, como una manera de recalcar su posición en la jerarquía ejecutiva.
- Agradezco que haya solicitado esta entrevista -manifestó el presidente-. Me brinda la oportunidad de expresarle mi gratitud por haber rescatado a la tripulación del NR-1.
Sandecker agradeció las palabras del presidente, y añadió:
- Kurt y sus compañeros del grupo de operaciones especiales de la NUMA son los que merecen todos los créditos.
- Estoy enterado de aquel asunto en Boston, Kurt -dijo Wallace-. ¿Quién puede estar tan loco como para disparar contra Old Ironsides -El mismo loco que ordenó la matanza de una tripulación de la NUMA, señor presidente. Mijail Razov.
El vicepresidente se inclinó hacia adelante como si quisiera utilizar su corpachón para intimidar a los demás.
- Mijaíl Razov es una figura muy destacada en su país -afirmó con una sonrisa que era desmentida por la expresión feroz en su mirada-. Está usted hablando de un hombre que bien podría ser el nuevo líder de Rusia. ¿Qué pruebas tiene para afirmar que está involucrado en este asunto?
Austin se echó hacia adelante como una réplica al movimiento de Sparkman.
- La mejor de todas. Un testigo ocular.
- Leí el informe sobre el ataque al Sea Hunter. Los desvaríos de una mujer histérica -replicó el vicepresidente, despectivamente.
Austin sintió el gusto de la bilis.
- Histérica, sí; desvaríos, no. Boris, el compinche de Razov, se aseguró de que nos enteráramos de que el ataque era en venganza por la intrusión en la vieja base de submarinos soviética.
- Me alegro de que haya dicho intrusión, porque eso es lo que fue, una flagrante violación de la soberanía nacional de otro país.
En el rostro de Austin apareció una sonrisa, pero su mirada era la de un león que vigila a una presa herida. Sandecker se dio cuenta de que Kurt estaba a punto de mostrar las garras y se apresuró a evitar un altercado.
- Mucho me temo que aquello ya no tiene remedio. Ahora tenemos cosas mucho más graves de las que preocuparnos, caballeros. Un complot contra Estados Unidos. Con el debido respeto, señor vicepresidente, creemos que el hombre detrás de esta amenaza es Mijail Razov.
- Eso es ridículo… -protestó Sparkman. El presidente lo silenció con un gesto.
- Razov espera hacerse con el poder gracias a una revolución protagonizada por los nuevos cosacos -explicó Austin-. Proclama ser descendiente de los Romanov para garantizar su legitimidad ante los ojos de sus fanáticos partidarios, que lo seguirán hasta la muerte.
- ¿Hay algo de verdad en sus afirmaciones?
- No lo sabemos, señor presidente. Tenemos pruebas que la gran duquesa María, una de las hijas del zar, sobrevivió a la revolución rusa. Se casó y tuvo hijos.
- ¿María? Solo había escuchado hablar de Anastasia -manifestó Wallace-. Vi la película de Walt Disney. -Cogió la estilográfica que tenía sobre la mesa-. Fascinante. ¿Razov tiene alguna prueba para justificar su descendencia?
- No me sorprendería que tuviese una partida de nacimiento. Los rusos tienen una amplia experiencia en la falsificación de documentos, adquirida durante el régimen comunista. Creemos que basará su afirmación con la corona de Iván el Terrible. Se dice que la corona otorga un poder místico a su poseedor. Razov proclamará que el legítimo gobernante de Rusia es la persona que tiene la corona. Una vez que asuma el poder, dudo mucho que alguien se atreva a pedirle una prueba de ADN.
- ¿Tiene la corona?
- Quizá. Encontramos un cofre donde estaba la lista de los tesoros zaristas transportados a bordo del Odessa Star. La corona no aparecía en la lista.
- ¿Qué hay del ADN?
- En cuanto Razov esté en el poder, podrá inventarse todas las pruebas de ADN que necesite. Sería la mar de sencillo.
- Los rusos son personas muy sofisticadas, a pesar de todos sus problemas -opinó el presidente-. ¿De verdad cree que se tragarán una historia tan rocambolesca?
En el rostro de Sandecker apareció una sonrisa irónica.
- Usted como un persona electa tiene más experiencia que yo con la capacidad de los políticos para engatusar a la gente.
- Sí, entiendo lo que quiere decir. No sería el primero ni el último de los dictadores en vender a su gente una lista de promesas imposibles. Sabemos que Razov está furioso con nuestro país por intentar eliminarlo del escenario político.
Todo apunta a que está dispuesto a ver nuestro farol, a utilizar su amenaza como una manera de presionarnos para que nos apartemos. Pues tengo noticias para el señor Razov. Estados Unidos no se dejará chantajear. Si dejamos que Razov se salga con la suya, no habrá manera de poner coto a sus amenazas.
- Quizá sea algo más complicado que un vulgar chantaje -precisó Austin, al recordar la historia que Petrov le había contado sobre la novia del multimillonario-. Razov tenía una prometida, una joven que estaba destinada a ser su zarina. La muchacha estaba de visita en Yugoslavia durante los ataques aéreos de la OTAN a Belgrado y murió al ser alcanzada accidentalmente por una bomba lanzada desde un avión norteamericano. Aquello le dio una causa para odiar profundamente a este país.
- Kurt se refiere a que la animosidad de Razov hacia Estados Unidos va más allá de nuestros esfuerzos para frustrar su carrera política -explicó Sandecker-. Creo que neutralizar a Estados Unidos encaja con sus ambiciones nacionalistas, pero que también es la manera de satisfacer sus deseos de venganza.
El presidente se reclinó en su silla y entrelazó las manos sobre el pecho.
- Es la última parte lo que me interesa, almirante. ¿Cómo se propone apartarnos del juego?
- Creemos que Razov ha encontrado la manera de liberar la energía almacenada en las bolsas de hidrato de metano existentes debajo de la plataforma continental de la costa Este -respondió Sandecker-. Al desestabilizar la plataforma, podrá causar enormes desplazamientos submarinos que generarán tsunamis, olas gigantescas que se pueden dirigir contra unos objetivos específicos.
Una expresión del más total asombro apareció en el rostro del presidente. Se sentó muy erguido.
- ¿Está diciendo que Razov piensa lanzar olas gigantes contra las costas de Estados Unidos?
- Ya lo ha hecho. Lanzó aquella ola contra Rocky Point.
Wallace se volvió hacia el vicepresidente.
- Sid, acabo de firmar la ayuda federal para Rocky Point.
¿Alguien dijo que el desastre tenía alguna relación con un acto terrorista?
- No, señor presidente. Ninguna de las personas con quienes hablé mencionó ninguna otra causa que no fueran las naturales. En este caso, se habló de un terremoto submarino.
- ¿Qué dice usted, almirante? -preguntó el presidente.
- Quizá si escuchamos la opinión de un experto en la materia, podremos despejar nuestras dudas.
- Considero que es una buena idea -dijo Wallace-. ¿Cuándo puede tardar en venir su experto?
- El tiempo que tarde en venir desde la recepción. La verdad es que he traído a dos expertos. El doctor Leroy Jenkins, un oceanógrafo y antiguo profesor de la universidad de Maine, y el doctor Hank Reed, geoquímico de la NUMA.
- Nunca va a ninguna parte sin un respaldo, ¿no es así, James? -comentó el presidente, con una sonrisa.
- Es la formación de la academia. ¿Por qué disparar un solo torpedo cuando puedes disparar toda una salva? También me he tomado la libertad de invitar al jefe de informática de la NUMA, Hiram Yaeger.
El presidente apretó un botón del intercomunicador y dio una orden. Unos pocos minutos más tarde, el agente secreto abrió la puerta para que Yaeger, Reed y Jenkins entraran en el despacho. Yaeger estaba habituado a los pasillos del poder y se sentía muy poco impresionado por cualquiera que no hablara en términos de megabytes. Como una deferencia al cargo presidencial, se había puesto una vieja americana a cuadros encima de la camiseta y los vaqueros, y llevaba botas nuevas. Jenkins había rescatado del olvido el traje que había usado en sus tiempos académicos y había comprado una camisa azul para la ocasión. Hank Reed había hecho todo lo posible para peinarse, pero ni siquiera el traje y la corbata evitaban que tuviera el aspecto de una muñeca troll.
Si el presidente intentó recordar si en alguna ocasión se había visto en el despacho oval otro trío tan estrafalario como este, fue lo bastante diplomático como para no demostrarlo.
En cuanto concluyeron las presentaciones, fue al grano.
- El almirante nos estaba comentando el tema del tsunami en Maine. Parece creer que la ola fue producida artificialmente.
Jenkins había estado jugando nerviosamente con el nudo de la corbata. El presidente lo ayudó con sus amables preguntas, y Jenkins le contó toda la historia del tsunami de Rocky Point y sus investigaciones sobre su causa. Cuando acabó, Wallace se dirigió a Reed.
- ¿Está usted de acuerdo con el doctor Jenkins?
- Del todo. No veo ningún motivo para dudar de sus conclusiones. Mis investigaciones demuestran que si se aplica la fuerza necesaria en determinados puntos de la plataforma continental se podrían producir dichos resultados.
- He descrito el proyectil que vi en el barco de Atamán a algunas personas especializadas en artillería -intervino Austin-. Dijeron que podría tratarse de una bomba de concusión con un diseño capaz de una gran penetración. Los impulsores podrían hacer que se hundiera muy profundamente en el lecho marino. Podría transportar varias cabezas explosivas, como los misiles nucleares.
- ¿No estará usted hablando de cabezas nucleares?
- exclamó el presidente con una expresión de alarma.
- Por lo que tengo entendido, se podría equipar con explosivos convencionales. Hay algunos nuevos que son tan potentes como una bomba nuclear. Hay otra cosa más. Cuando hablé con el capitán y el piloto del NR-1, me dijeron que la gente de Atamán había utilizado el submarino para encontrar los puntos débiles y las fallas a lo largo de las pendientes y los cañones de la plataforma continental.
- ¿Dónde está ahora el barco de Atamán?
- Frente a las costas de Nueva Inglaterra. Les he pedido a los encargados de nuestra sección de satélites que lo sigan.
Un mensajero nos traerá los últimos informes dentro de unos minutos.
- Le diré a la recepcionista que lo haga pasar inmediatamente -dijo el presidente. Miró a Sparkman-. Sid, tú eres el experto en minería. ¿Qué sabes del hidrato de metano?
Sparkman, que hacía rato que no abría la boca, tenía el aspecto de un hombre que sufre de agudo dolor de estómago.
- Sí, señor presidente. Es un gas natural helado. Algunas personas lo llaman fuego helado.
- Volvamos a los temas específicos, doctor Jenkins. ¿Qué podemos esperar que ocurra en las costas norteamericanas?
Jenkins parecía preocupado, como si se le hubiese ocurrido otra idea más terrible.
- El daño depende de la profundidad del agua cerca de la costa, la forma de la costa, si hay algún río donde la ola pueda concentrar la energía. -Inspiró profundamente-. Es posible que la ola pueda alcanzar una altura de unos treinta y tantos metros después de chocar contra la costa.
El presidente pareció atónito.
- Eso produciría unos daños incalculables.
- Por desgracia, hay cosas peores que los tsunamis -manifestó Jenkins en voz baja.
- ¿Qué puede ser peor que una ola gigante que descargue en un área metropolitana? -preguntó Wallace.
Jenkins volvió a inspirar con fuerza.
- Señor presidente, una descarga masiva de metano podría poner en marcha el recalentamiento global a gran escala.
- ¿Qué? ¿Cómo podría producirse algo así? Se creía que el calentamiento era algo debido a las actividades humanas.
- También, pero escuche, deje que le ponga un ejemplo.
En el siglo xi, hubo un enorme estallido que liberó una inmensa nube de metano en la atmósfera y dio lugar a un recalentamiento mundial. Los trópicos llegaron hasta Inglaterra y el mar quizá se extendió hasta Arizona.
En el despacho se hizo un silencio que se prolongó hasta que Sparkman afirmó:
- Razov debe de estar al corriente de tal posibilidad. ¿Por qué querría hacer algo así?
Reed ofreció una explicación.
- Los rusos siempre han querido calentar las regiones norteñas de su país. Allí hay una riqueza tremenda, pero es una tierra inhóspita. Hubo un tiempo en que se habló mucho de calentar las aguas del ártico con energía atómica para conseguir dicho objetivo. Un clima templado propiciaría un gran desarrollo y nuevas zonas habitables. Al mismo tiempo, algunas personas han comentado que un recalentamiento a escala mundial convertiría el interior de Estados Unidos en un gigantesco desierto.
- Mis consejeros me han hablado de lo que se llama el «efecto invernadero» -dijo el presidente-. Tal como lo entendí, es un proceso muy complejo. No hay ninguna garantía que resulte de la manera que quiere Razov.
- Por lo que se ve, Razov está muy dispuesto a correr el riesgo -señaló Reed.
- ¡Dios santo! -exclamó Wallace-. Eso sería un desastre de proporciones inimaginables.
- Sería mucho peor que eso -intervino Sandecker-. Con su flota de barcos preparados para la extracción del hidrato de metano y con nuestro país debilitado, Razov estaría en condiciones de controlar el suministro de combustible en todo el mundo. Podría ser la cosa más parecida a un dictador mundial.
- Hay que pararle los pies a ese hombre -proclamó el presidente.
- Un escuadrón de cazabombarderos acabaría rápidamente con las pretensiones del señor Razov -opinó Sparkman.
- ¿Tenemos pruebas suficientes como para justificar que hundamos su barco, dada la actual situación en Rusia? -preguntó el primer mandatario.
- Una observación muy correcta, señor presidente -afirmó Sandecker-. Como todos sabemos, Rusia está pasando por una situación política sumamente grave debido a la lucha entre las fuerzas de ultraderecha de Razov y los sectores moderados. Razov aprovecharía cualquier ataque contra un barco ruso como una demostración fehaciente de que Estados Unidos es el enemigo. Los moderados quedarían fuera de juego. El arsenal atómico ruso quedaría bajo el control de una banda de cosacos.
- No podemos permitir que ese barco cumpla con su misión -señaló el presidente.
Llamaron y se abrió la puerta. La secretaria de Wallace hizo pasar a una muchacha que traía una carpeta.
- Lamento la demora -dijo la joven, casi sin aliento-. Se complicaron las cosas.
- No pasa nada -la tranquilizó el almirante-. ¿Cómo es que se complicó la búsqueda de un solo barco?
- Eso fue muy sencillo -replicó la mensajera mientras le entregaba la carpeta-. Encontramos el objetivo tan rápido que decidimos echar una ojeada al resto de la costa oriental hasta Florida.
- ¿Habéis encontrado otro barco?
- El caso es, señor, que encontramos tres de ellos en posición frente a la costa Este. Otros tres navegan hacia nuestras aguas, y parece haber cierta actividad en la costa Oeste.
- Muchas gracias. -Sandecker despidió a la mensajera.
El presidente esperó a que la joven saliera.
- ¿Tres barcos? ¿Y hay más de camino? ¡Maldita sea!
¿Cómo podremos saber qué ciudad es el objetivo? -El rostro de Wallace se ensombreció-. ¿Qué pasará si hay más de un objetivo?
Sandecker miró a Yaeger.
- ¿Hiram?
- Kurt y Paul se encargaron de hacer todo el trabajo duro -manifestó Yaeger-. Me dieron la clave de acceso a los archivos a bordo del barco de Atamán, pero Razov estaba utilizando un sistema esteganográfico. Las comunicaciones estaban ocultas dentro de imágenes digitalizadas; es algo que se ha convertido en el sistema preferido de los terroristas porque las imágenes son mucho más difíciles de descifrar. En este caso, se trataba de la foto de un menú de un restaurante ruso. Era parte de lo que Atamán llama Operación Troika.
- Razov me comentó que Troika no era más que el nombre de su plan para abrir centro de intercambio comercial en tres ciudades norteamericanas -aportó Austin-. No parece haber nada secreto por ese lado.
- El menú escondía los planes para la verdadera operación -continuó Yaeger-. La clave para descifrar el código estaba a bordo del yate de Razov. Una vez más, gracias a Kurt, Max y yo pudimos entrar en el sistema de control central. Rastreamos el código binario hasta un recóndito rincón del sistema. El nombre real de la operación no es Troika, sino Galgo ruso.
Austin enarcó las cejas al escuchar el nombre en clave.
- Gorki y Sasha -exclamó. Al ver que los demás lo miraban un tanto desconcertados, añadió-: Son los nombres de los dos galgos rusos de Razov. Parece tenerles un gran cariño a esos dos chuchos.
- A mí también me gustan los perros -señaló el presidente-. Sin embargo, ahora me interesa mucho más conocer los entresijos de esta operación.
- En el archivo de la operación se menciona que los tres barcos ocuparán sus posiciones delante de las ciudades de Boston, Charleston, y Miami -le informó Yaeger.
- Pero si son las ciudades donde Industrias Atamán ha dispuesto inaugurar sus centros -dijo el vicepresidente con una expresión de desconcierto.
- ¿Qué mejor tapadera para sus intenciones? -replicó Sandecker.
- El almirante tiene razón -asintió Yaeger-. Encontré las órdenes para evacuar el personal y vaciar las cuentas de Atamán en las tres ciudades. Lamentablemente, no había ninguna información en el ordenador referente a si una o las tres ciudades eran objetivos.
- Diría que es Boston -manifestó Austin-. Ahora mismo se está celebrando una conferencia internacional en el Boston Harbor Hotel. Hay representantes de todos los países que están intentando acabar con las aspiraciones políticas de Razov.
- Entonces, ¿los otros barcos son señuelos?
- No descartaría la posibilidad de que Razov pretenda atacar las tres ciudades, pero Boston puede ser su objetivo principal. -Austin abrió un sobre que había dejado sobre la mesa. Sacó dos hojas transparentes y se las entregó al presidente-. Este es un mapa de Rocky Point, y esta es una transparencia de la formación geológica submarina de la bahía de Boston y su entorno.
El presidente colocó la transparencia sobre el mapa y juró por lo bajo.
- Son prácticamente idénticas.
- Creo que cuando Razov escogió Rocky Point como banco de pruebas para su máquina generadora de olas -manifestó Austin-, se decidió por un lugar lo más parecido posible a su objetivo.
El presidente descargó una sonora palmada contra la mesa y luego tendió la mano para coger el teléfono.
- Se acabó. Convocaré una reunión urgente del gabinete y de la junta de jefes del Estado Mayor para hablar de ataques por mar y aire, no importan los riesgos. Quizá tengamos que evacuar las ciudades. ¿De cuánto tiempo disponemos?
- La operación comenzará dentro de las próximas veinticuatro horas -contestó Hiram.
- El pánico de una evacuación en masa podría causar tantas víctimas como un ataque -señaló Sandecker-. ¿Puede proponer un plan alternativo, señor presidente?
La mano del presidente se detuvo antes de llegar al teléfono.
- Le escucho, pero no pienso olvidar mis obligaciones como comandante en jefe.
- No le pedimos que lo haga. Por lo que sabemos, la amenaza inmediata se cierne sobre Boston y posiblemente otras dos ciudades. De acuerdo con la información de Hiram, el centro de mando está en el yate. Propongo que nos hagamos con el control central. También enviaremos equipos para que aborden los tres barcos y desactiven los explosivos. Mientras tanto, podemos demorar la llegada de los otros barcos con alguna excusa.
El presidente se rascó la barbilla mientras pensaba.
- Me gusta. Por supuesto no puedo aprobar oficialmente una operación en aguas internacionales. Necesito estar en condiciones de negarlo si las cosas se complican.
- No sería la primera vez que la NUMA actúa fuera de los canales oficiales -apuntó Sandecker.
- No, no lo sería-admitió el presidente-. ¿Qué opinas, Sid?
- La traición de Razov no se puede tolerar. Si hiciera caso a mis instintos, lo echaría a pique ahora mismo. En cualquier caso, pondría en alerta a los submarinos y aviones para que acaben con él y sus barcos si el plan del abordaje no funciona.
- Me parece justo -dijo Wallace-. Bien, almirante, tiene usted mi «bendición». Pero nadie fuera de este despacho sabrá nunca ni una palabra de todo esto. Sid, quiero que pongas todo esto en marcha ahora mismo. Llama a la gente de operaciones especiales y a quien haga falta. -Consultó su reloj y se levantó-. Ahora si me perdonan, caballeros, tengo que recibir a una compañía de niños exploradores de mi estado natal en la rosaleda.
Mientras todos salían del despacho oval, Sandecker tocó el brazo de Sparkman.
- ¿Podemos conversar en privado?
El vicepresidente lo miró con una expresión preocupada.
- Por supuesto. ¿Qué te parece si vamos a que nos dé un poco el aire? Podemos hablar de cómo mantener en secreto la relación entre la Casa Blanca y la NUMA.
Salieron de la casa por la puerta sur. Sandecker contempló el impecable jardín.
- Un lugar encantador, ¿verdad?
- El lugar más bonito de todo Washington.
- Es una pena que nunca llegarás a vivir aquí.
Sparkman se echó a reír con una risa que no era del todo sincera.
- No tengo la menor intención de abandonar mi casa en el observatorio naval. No podría permitirme pagar la factura de la calefacción de esta casa.
- No te hagas el modesto, Sid. Todo el mundo en Washington sabe que tú te postularás para el cargo en las próximas elecciones.
- No hay ninguna garantía de que me elijan o siquiera que me designen candidato. -Había algo extraño en su tono.
- No pretendas engañarme. No es ningún delito tener ambiciones políticas.
- En esta ciudad todos tenemos ambiciones políticas, incluso tú.
- No te lo discuto. -Sandecker miró al vicepresidente-. Sin embargo, mis ambiciones no están apoyadas por un ruso loco. Dime, Sid, ¿qué te prometió Razov? Y no me digas que no sé de lo que hablo. Te han pillado con las manos en la masa.
El farol de Sandecker resultó convincente. Por un momento, Sparkman dio la impresión de que iba a estallar, pero después se hundió. En su rostro apareció una expresión de profundo sufrimiento.
- Me prometió una buena tajada en la explotación del hidrato de metano. Algo que representa una ganancia de miles de millones -respondió con voz temblorosa.
- Ahora que ya conocemos la verdadera razón detrás de las exploraciones, ¿has cambiado de opinión?
- ¡Claro que sí! Ya escuchaste lo que dije en el despacho oval. Fui yo quien propuso la línea dura. Estoy dispuesto a acabar con Razov como sea.
- Estoy seguro de que no tiene nada que ver con el hecho de que si nos cargamos a Razov, tu secreto estará a salvo.
Una débil sonrisa apareció en el rostro de Sparkman.
- Nunca has tenido pelos en la lengua, almirante. De acuerdo. ¿Qué quieres?
- En primer lugar, quiero que sepas que si una sola palabra de lo tratado esta mañana en el despacho oval llega a oídos de Razov, me ocuparé de que te persigan hasta el mismísimo infierno.
- Puedo ser codicioso, pero no soy un traidor. De ninguna manera ayudaría a Razov después de enterarme de sus planes.
- Bien. Segundo, tan pronto como todo esto se acabe, quiero que presentes la renuncia.
- No puedo…
- Puedes y lo harás. De lo contrario, tu participación en todo este asunto será un tema que la CNN abordará las veinticuatro horas del día. ¿De acuerdo?
En el rostro de Sparkman apareció la expresión de un hombre acorralado.
- De acuerdo -susurró.
- Hay una cosa más. Dile a Razov que todavía estamos intentando descubrir las razones para el secuestro del NR-1.
Un poco de desinformación no le hará mal a nadie.
Sparkman asintió.
- Muchas gracias, señor vicepresidente. No te robaré ni un segundo más de tu valioso tiempo, máxime cuando tienes que ocuparte de transmitir las órdenes del presidente.
- Me ocuparé de que alguien de mi oficina se mantenga en contacto con vosotros para coordinar los planes -dijo Sparkman con un tono más firme.
Los dos hombres se separaron sin darse la mano. Sparkman volvió a entrar en la Casa Blanca, y Sandecker se dirigió hacia el aparcamiento donde le esperaban los demás. Estaba furioso por haber tenido que destruir la carrera de un hombre, y también porque Sparkman hubiese sido tan idiota. Sus ojos azules resplandecían con un fuego helado mientras se sentaba al volante del jeep.
- Caballeros -anunció-, creo que ha llegado la hora de meter a los galgos del señor Razov en la perrera.
34
Frente a la costa de Boston.
- Solo por si se tercia que alguna vez escriba mis memorias -preguntó Zavala-. ¿Se puede saber qué está pasando?
- Esta es una misión científica emprendida por el Control de Pestes Siberianas a bordo de un submarino de la armada norteamericana, y con la supervisión de la NUMA -respondió Austin-. Oficialmente, no existe.
- Quizá no escriba mis memorias. -Zavala sacudió la cabeza.
- Anímate -dijo Austin, que echó una ojeada a la espaciosa cámara de oficiales-. De todas maneras, nadie te creería.
Austin tuvo que alzar mucho la voz para hacerse escuchar por encima de las estentóreas voces de una docena de hombres con caras de malas pulgas vestidos con los uniformes negros de los comandos. Se encontraban en el otro extremo de la cámara dedicados a untarse el rostro con los betunes negro y verde de la pintura de camuflaje. Los comentarios y las risotadas subían de nivel, estimulados por los tragos de vodka de una botella que pasaba de mano en mano. Petrov, vestido con prendas de combate como todos los demás, se embadurnó la cicatriz, y luego hizo un comentario en ruso que provocó una gran hilaridad entre sus hombres. Uno de los comandos que se tronchaba de la risa le dio una palmada en la espalda con tanta fuerza que le hubiera roto las costillas a una persona normal. Petrov cogió la botella y se acercó a los hombres de la NUMA.
- Esto tiene toda la pinta de ser la noche de estreno de un grupo de aficionados en el Club de la Comedia del Kremlin.
¿Qué les hace tanta gracia? -le preguntó Austin.
Petrov se echó a reír y le ofreció vodka. Austin declinó el ofrecimiento y Zavala dijo:
- Gracias, soy hombre de tequila.
Austin nunca había visto a Petrov estar más en su elemento.
- Les recordé a mis hombres un viejo proverbio ruso: «Si quieres vivir con los lobos, aulla como ellos». -Al ver que Austin no captaba el sentido, añadió-: Viene a ser más o menos como eso que dicen ustedes de pájaros del mismo plumaje. -A la vista de que Kurt seguía sin entenderle, dijo-: Se lo explicaré más tarde. -Untó de betún la frente y las mejillas de Austin al estilo indio-. Ahora está correctamente preparado para entrar en acción.
- Gracias, Iván. -Austin acabó de pintarse-. ¿Está seguro de que está en condiciones de emprender una acción de campo?
- ¿Está insinuando que soy demasiado viejo? Si no recuerdo mal, soy un mes más joven que usted. Lo…
- Lo sé -le interrumpió Austin-. Figura en mi expediente. No sea tan quisquilloso. Pensaba en las heridas que sufrió durante nuestra juerga en la bahía de Boston.
- Una fantástica batalla. Nunca olvidaré su brillante interpretación de Tarzán de los monos. Tengo algunos rasguños.
Nada que me impida funcionar a tope.
Austin movió la cabeza en dirección a los hombres de Petrov.
- Espero que lo mismo valga para su gente. Quizá tendríamos que hacerle pasar la prueba de alcoholemia.
Petrov descartó el comentario con un gesto displicente.
- Confiaría mi vida a cualquiera de estos hombres, sobrio o borracho. Se preocupa demasiado. Unos tragos de vodka antes de cualquier batalla es una tradición entre los militares rusos. Es el arma secreta que utilizamos para derrotar a Napoleón y Hitler. Cuando llegue el momento, mis hombres harán su trabajo con precisión y coraje.
Austin miró a un marinero que acababa de entrar en la cámara.
- Creo que ha llegado la hora, Iván.
Las semillas de la operación conjunta habían sido sembradas después de que Austin regresara a su despacho tras la reunión en la Casa Blanca. Petrov le había estado esperando.
Cuando Austin le explicó el plan, Petrov ofreció inmediatamente a sus hombres para abordar el yate. Austin llamó a Sandecker, a quien le agradó la idea y consiguió el visto bueno del vicepresidente. Si los rusos abordaban, un yate de su misma nacionalidad habría otra capa de aislamiento entre la misión y el presidente.
El marinero buscó entre las caras pintadas a la persona que estaba al mando. Austin levantó una mano para indicarle que se acercara.
- El capitán dice que cuando ustedes quieran. Estamos preparados.
Petrov dio una orden. La transformación fue sorprendente. En un abrir y cerrar de ojos se acabaron las bromas y desapareció la botella de vodka. Las sonrisas fueron reemplazadas por expresiones adustas y decididas. Las manos empuñaron las armas, y un coro de chasquidos metálicos resonó en la cámara cuando se comprobaron las cargas. En cuestión de segundos, la jaranera pandilla se había transformado en una letal fuerza combatiente. Iván miró a Austin con un expresión burlona.
- Usted primero -dijo.
Austin cogió la mochila donde llevaba el Bowen, y con Zavala y los demás a la zaga, siguió al marinero hasta la sala de mando. El capitán Madison apartó los ojos del periscopio.
- Saldremos a la superficie dentro de tres minutos -anunció-. El objetivo está a cien metros. El mar parece estar en calma. Están de suerte, las nubes tapan la luna.
- Muchas gracias por permitir que mis hombres viajen en su nave, capitán -manifestó Petrov.
Madison se rascó la cabeza.
- Esta es la primera vez para mí, pero si su país y el mío pueden cooperar en el espacio, ¿por qué no debajo del mar?
- Miró a Austin-. Alguien en la NUMA debe tener mucha mano. No es nada sencillo apartar a un submarino portamisiles de su patrulla para lo que parece ser, si me perdona la expresión, una misión de una banda de renegados.
El Benjamín Franklin, con una eslora de ciento cuarenta metros, era uno de los cuatro submarinos de su clase que había sido reclutados porque estaba equipado para operaciones especiales. Ni siquiera la considerable influencia de Sandecker hubiese podido imponerse a las órdenes navales sin la aprobación, aunque encubierta, de las más altas instancias.
- Esta misión no se hubiera puesto en marcha de no haber sido algo absolutamente crucial.
- Entonces, buena suerte -dijo el capitán-. Estaremos aquí todo lo que haga falta. Llámenos cuando quieran volver a casa.
- Usted será el primero en saberlo. -Austin se acercó al panel de los ordenadores.
- Vamos a salir, Hiram.
Yaeger estaba sentado delante de un teclado en compañía de uno de los expertos informáticos del submarino que le explicaba el programa que controlaba el funcionamiento del navio. Sandecker no había visto con buenos ojos que Yaeger participara de la misión, pero Austin había insistido con el argumento de que los conocimientos informáticos de Hiram podían ser vitales. El almirante cedió solo cuando Austin le dio su palabra de que llevaría a Yaeger a bordo del yate después de haber tomado el centro de control.
Yaeger le estrechó la mano y le deseó buena suerte.
- Todavía me falta descifrar la última parte del código -añadió-. Te informaré si consigo atravesar la última barrera.
A una señal de Austin, Petrov les dio a sus hombres las últimas órdenes. El grupo recorrió los pasillos del submarino y se amontonó en el espacio debajo de la escotilla de carga.
Un tripulante subió la escalerilla y abrió la tapa de la escotilla; una lluvia de agua helada cayó al interior. Austin y Zavala fueron los primeros en salir por la escotilla que daba directamente detrás de la torre. Los hombres de Petrov se unieron a ellos y se ocuparon de izar dos grandes cilindros de plástico. Abrieron los cilindros, sacaron los botes y los hincharon.
El tripulante les susurró: «Buena suerte», y cerró la escotilla.
La escasa luz de luna que se filtraba a través de las nubes le daba al mar un color plomizo. La torre, con sus hidroplanos horizontales, tenía el aspecto de un gigantesco autómata de una película de ciencia-ficción. Austin observó la silueta del yate. A diferencia de su aparición en la bahía de Boston, cuando había estado iluminado como un barco de ruedas del Mississippi, el yate estaba a oscuras, salvo por las luces de reglamento en los mástiles y unas pocas luces en las ventanas de los camarotes de cubierta.
Los satélites habían vigilados el cambio de rumbo del yate a lo largo de la costa de Maine para dirigirse al sur, hasta que finalmente se había detenido frente a la costa de Massachussets a unas cincuenta millas del Atamán Explorer I, que se encontraba al este de Boston. Los otros dos barcos de Atamán se encontraban detenidos al este de Miami y Charleston respectivamente.
Los hombres cogieron los remos, empujaron los botes por la resbaladiza cubierta hasta lanzarlos al agua, y a continuaron saltaron a bordo. Después de colocarse las gafas de visión nocturna, comenzaron a remar silenciosamente, con unos movimientos acompasados que impulsaron a las pequeñas embarcaciones a través del mar.
El aire helado de la noche atravesó las prendas de Austin como una afilada daga, y casi lamentó no haber bebido un trago de vodka para calentarse. Se volvió para mirar hacia el submarino que se había sumergido con un leve chapoteo. La nave permanecería a la espera con la torre apenas un metro por encima de la superficie.
En cuestión de minutos, los botes tocaron las gigantescas paredes de acero del casco de la embarcación. Austin tuvo la sensación de ser un pigmeo junto a una ballena. En cualquier otro momento, hubiese dicho que la misión tenía casi todo en contra, pero Max se había encargado de nivelar las diferencias.
En sus sondeos en el sistema electrónico del yate, Yaeger había encontrado dos importantes conexiones. La primera era el programa de diagnóstico de problemas, muy parecido a los testigos utilizados en los automóviles, solo que mucho más sofisticado. El sistema informaba a los encargados de la navegación del estado de las puertas estancas, el rendimiento de las turbinas de gas, y de todos los mecanismos que hacían funcionar la nave. El segundo y más importante era la ubicación del control central. Todo el grupo llevaba un plano del barco, basado en el espionaje realizado por Max.
Otra cosa importante que Yaeger había encontrado aunque más prosaica era la lista de todas las personas que iban a bordo. Como Razov utilizaba el yate como vivienda particular además de cuartel general de sus empresas, tenía en nómina a todo un ejército de criadas, sirvientes, cocineros, contables y secretarias. La tripulación era inesperadamente pequeña, una indicación de que el yate estaba equipado con una multitud de sistemas automáticos. El interés de Austin se había centrado en una categoría que Petrov había traducido como: «tripulación irregular». En otras palabras, el batallón de matones de Razov, como aquellos que habían perseguido a Austin y Petrov en la bahía de Boston. Sumaban una cincuentena, y su belicosidad y lealtad eran cosas que no se podían pasar por alto. Petrov insistió en que sus hombres eran capaces de superar cualquier obstáculo.
El sigilo sería su arma fundamental. Abordarían el yate en absoluto silencio y correrían hacia el centro de control para destruirlo con las cargas explosivas. Tratarían de neutralizar a los oponentes con el mínimo de ruido posible. Si tenía que abrirse paso a tiros, contaban con la potencia de fuego necesaria y el elemento sorpresa pesaba a su favor. En cualquier caso, Austin y Petrov eran realistas. Sabían que las posibilidades de ser descubiertos eran muy grandes, y que ambos bandos sufrirían bajas. Sin embargo, dado lo que estaba en juego, las bajas que sufrieran serían tolerables.
Las gafas de visión nocturna que llevaban daban al barco y al mar un tinte verdoso. Austin vio la puerta casi a nivel del agua por donde él y Kaela habían entrado para asistir a la fiesta del multimillonario. Hubiese sido muy arriesgado pretender entrar por ese camino porque la apertura de la puerta aparecería señalada en el panel de control. En cambio, emplearían el viejo método utilizado durante muchos años por los piratas, sitiadores de castillos y comandos. Garfios atados a cuerdas.
Los garfios plegados estaban metidos en tubos de metal.
Cuando el garfio era disparado como un proyectil de mortero, se desplegaban los ganchos envueltos en gomaespuma de forma tal que incluso alguien a unos pocos metros no escucharía el ruido del garfio cuando se enganchaba al pasamanos o a la borda de un barco.
Dos garfios salieron disparados de los tubos. Comprobaron las cuerdas; estaban tensas, señal de que los garfios estaban bien sujetos. Los hombres de Petrov apuntaron las armas equipadas con silenciadores hacia la borda donde cualquiera que se asomara se llevaría una sorpresa muy desagradable.
Reinaba un silencio absoluto, y pasaron a la siguiente fase de la operación.
Austin y Petrov fueron los primeros en subir, una tarea un tanto difícil cargados como iban con las mochilas. Pasaron torpemente por encima de la borda, observaron la cubierta, vieron que estaba desierta, y les hicieron señas a los demás para que subieran. En cuestión de minutos todos se encontraban en cuclillas en la cubierta como una bandada de patos negros fuertemente armados. Solo faltaban los dos hombres encargados de vigilar las embarcaciones.
El grupo asaltante se dividió en dos. El que dirigía Austin se encargó de la banda de estribor. Los que estaban al mando de Petrov cruzaron la cubierta para ir a babor. Ambas unidades avanzarían para encontrarse en la escalerilla al pie del puente. Desde allí, el plan era subir las tres cubiertas hasta el centro de control ubicado en una pequeña cámara detrás del puente de mando. Austin le hizo una seña a Petrov, ambos grupos comenzaron a avanzar agachados y con las armas preparadas.
Austin se sintió alentado por la rapidez del avance, pero cuando acababan de pasar por delante del gran salón donde Razov había ofrecido la fiesta, una puerta se abrió bruscamente. La luz que cayó sobre la cubierta fue como la descarga de un rayo en las gafas de visión nocturna. Austin se las quitó rápidamente y vio a unos de los guardias de Razov que se había quedado inmóvil como un ciervo cegado por los faros de un coche en la carretera. El hombre sujetaba una botella de vodka en una mano y con el otro brazo rodeaba los hombros de una muchacha con el uniforme de camarera; tema la mano metida en el escote del vestido. El pelo teñido de rojo le caía sobre el rostro y tenía corrida la pintura de labios. Austin comprendió que había pensado en todas las posibilidades menos en la libido humana.
La sonrisa del borracho se esfumó al ver a los intrusos con las caras pintadas y las armas. Como pistolero profesional sabía exactamente lo que se esperaba de él: silencio. Su acompañante no tenía esas limitaciones. Abrió la boca todo lo posible y más, y soltó un grito estridente. Su capacidad vocal era propia de una cantante de opera. El segundo grito fue todavía más fuerte, tanto que ni siquiera se escucharon las maldiciones de Austin. Cuando la muchacha se quedó finalmente sin aire, puso los ojos en blanco y se desplomó sin sentido en la cubierta.
No se habían apagado todavía los ecos de los gritos, cuando el barco se iluminó como una máquina tragaperras. Se abrieron las puertas en todas las cubiertas, y se escucharon voces de alarma por todas partes, seguidas del ruido de las carreras y más gritos femeninos. Aquellos fueron solo los preliminares. Un segundo más tarde, se abrieron las puertas del infierno.
35
Los helicópteros Sikorsky HH-60H Seahawk volaban lado a lado sobre el océano como dos valquirias gemelas, y tan bajo que sus trenes de aterrizaje rozaban las crestas de las olas. Los aparatos estaban pintados de un color gris que los hacía poco visibles, y habían cubierto casi del todo las insignias y números para dificultar al máximo su identificación.
Mientras miraba a través de la ventanilla del helicóptero que volaba a la derecha, el jefe de la escuadrilla, el teniente de navío Zack Mason, pensaba en la llamada urgente que habían recibido de Washington, y la orden de reunir una unidad de tareas para realizar una misión secreta.
Mason, con su perfil aristocrático y su educados modales, podía pasar por un asesor de inversiones. Sin embargo, debajo de su aspecto patricio había un duro y competente guerrero que no solo había sobrevivido al durísimo entrenamiento de los SEAL[1], sino que había disfrutado con sus rigores. Aunque todavía no había llegado a los cuarenta, Mason había estado en misiones que iban desde un plan para derribar el helicóptero de Sadam Hussein que finalmente había sido abandonado a la seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta.
Su cargo oficial era de jefe del grupo SEAL en la costa Este. Extraoficialmente, era el oficial de enlace en el Comando Conjunto de Operaciones Especiales, una amalgama entre los SEAL, la Fuerza Delta y el 160 Regimiento Aerotransportado de Operaciones Especiales conocido como SOAR. Este grupo disponía de su propio escuadrón de helicópteros. Los equipos de asalto estaban especializados en el ataque a objetivos marítimos como barcos y plataformas petrolíferas. El comando conjunto estaba autorizado para realizar acciones preventivas contra las organizaciones terroristas.
Las órdenes para esta misión no habían pasado por los conductos habituales de la cadena de mando. Esta tarea había sido autorizada directamente por el secretario de Marina, que le había traspasado el problema al almirante al mando del Grupo de Tareas Especiales de la armada con sede en Coronado, California. Al almirante le habían dicho que se saltara la burocracia, y que tomara las decisiones operativas en el nivel más bajo posible. Mason tenía órdenes de informar directamente a Coronado desde el escenario de la misión.
Después de la conversación mantenida con Sandecker, Sid Sparkman había ido a ver al presidente y le había dicho toda la verdad sobre su relación con Industrias Atamán. Había admitido que se había dejado tentar por la oportunidad de ganar miles de millones de dólares, pero había afirmado que no había sabido absolutamente nada de los planes de Razov contra Estados Unidos. Le había entregado su renuncia por escrito, para que fuera anunciada cuando Wallace lo considerara conveniente. También se había ofrecido como cabeza de turco. Si la operación acababa en fracaso y trascendía a la opinión pública, Sparkman asumiría toda la responsabilidad por la actuación clandestina. Tan pragmático como siempre, Wallace había guardado la renuncia en un cajón, había aceptado el ofrecimiento de Sparkman, y después le había ordenado que llamara al secretario de Marina.
El equipo SEAL de Mason, que tenía su base en Little Creek, Virginia, había sido escogido porque había sido entrenado para abordar barcos en alta mar. El objetivo a cumplir era sencillo: abordar el barco por sorpresa y desactivar una bomba. Mason sabía que alcanzar el objetivo sería lo más difícil.
- Aproximándonos al objetivo -anunció el piloto, con un deje cadencioso. El aviso sacó a Mason de su ensimismamiento-. T menos diez minutos.
A pesar de su aparente tranquilidad, Mason no pudo evitar la descarga de adrenalina y el entusiasmo de una misión de los SEAL. Era lo que conocía en la jerga como un «operador», alguien que se había alistado en la marina por la acción.
Consultó su reloj Chase-Durer, y luego se volvió para hacerles a sus hombres una señal con los diez dedos separados como un jugador de baloncesto que ejecuta un tiro libre con las dos manos.
Vestidos con uniformes negros y los rostros embetunados con la pintura de camuflaje, los hombres eran apenas visibles en la penumbra de la cabina. Dada su condición de fuerza de élite, tenían libertad para escoger sus prendas y armas. Algunos llevaban pañuelos atados alrededor de la cabeza al estilo Rambo, mientras que otros se inclinaban por los tradicionales sombreros blandos con el ala vuelta hacia arriba.
Se escuchó un suave golpeteo cuando los hombres palparon los bolsillos de sus chalecos de combate, y cogieron las armas para un último repaso. La mayoría iban armados con fusiles Cok, una versión más corta del M16 que disparaba balas sin cartucho, cosa que les permitía llevar más munición.
Un hombre, con la constitución de un toro, cargaba con la M60 E3, una ametralladora ligera que normalmente requería una dotación de dos hombres para su manejo. Otro llevaba una escopeta de calibre 12 que disparaba balas capaces de perforar el metal. El experto en explosivos, además de cargar con la mochila llena de cargas de explosivo plástico C-4 y detonadores, llevaba un fusil.
Mason estaba al mando del pelotón de dieciséis hombres que abordaría el barco por la banda de estribor. Su segundo dirigiría el grupo que atacaría por la banda de babor. Por muy bien armados que estuvieran, los treinta y dos hombres formaban una fuerza de ataque pequeña para un barco de las dimensiones del Atamán Explorer. A los atacantes no les hacía ninguna gracia tener que enfrentarse en una batalla a tiros con una fuerza numéricamente superior. Su arma principal sería el sigilo; sus aliados principales la confusión y la sorpresa.
- Verificación de comunicaciones -dijo Mason. Como los hombres de su pelotón, llevaba una radio Motorola MX300 con audífono y micrófono en la garganta. Los componentes del equipo respondieron de acuerdo con el orden en que estaban sentados. Mason contó las respuestas. Dieciséis.
Todos estaban conectados. Su segundo le llamó desde el otro helicóptero. Él y sus hombres estaban preparados.
Mason sacó un teléfono móvil de un bolsillo de su chaleco de combate y marcó un número. El teléfono utilizaba un algoritmo especial de cifrado que conectaba a Mason directamente con los otros equipos de asalto.
Mientras la unidad de Mason volaba con rumbo este a la velocidad máxima del helicóptero que era de doscientos treinta kilómetros por hora, los otros escuadrones realizaban misiones similares en el sur. La Fuerza Delta estaba en el grupo delante de la costa de Charleston, Carolina del Sur, y un grupo del regimiento de operaciones especiales de la fuerza aérea volaba hacia el sudeste de Miami. La marina estaba a cargo de toda la operación, y esto significa que Mason era quien daba las órdenes. Si por algún motivo se veía imposibilitado de realizar su cometido, el mando pasaba al líder de la Fuerza Delta, y después al jefe del equipo SOAR.
- Aquí Omega Uno -dijo-. Adelante, Omega Dos.
- Aquí Omega Dos, ¿qué tal vos?
Mason sonrió cuando escuchó el ripio. Durante los entrenamientos conjuntos, había llegado a conocer y respetar al jefe de la Fuerza Delta, un afroamericano muy aficionado a las bromas, que se llamaba Joe Louis, como el gran boxeador.
- Vamos exactamente a horario, Joe. T menos diez.
- Comprendido. Escucha, Zack, ¿cómo es que a los jefazos no se les ha ocurrido algo más original que Omega? ¿Por qué algo así como los Tres Osos?
- Dudo mucho que al almirante le agrade que le llamen Ricitos de Oro. Además, esta vez le tocaba a la fuerza aérea elegir el nombre de la misión.
- Ya se ve. Aviadores. T menos ocho.
- Llámame cuando hagas contacto visual.
- Te llamaré en cuanto lo hagamos. Corto y fuera.
Mason apretó otro botón y se puso en comunicación con Will Carmichael, líder de Omega Tres. A diferencia de Louis, Carmichael era un hombre que seguía las ordenanzas al pie de la letra. Incluso sus comentarios más espontáneos sonaban a cliché. Informó que su equipo cumplía escrupulosamente el horario, y después añadió:
- Pan comido.
Mason sabía por experiencia que lanzarse desde el cielo sobre un barco en movimiento con una tripulación numerosa y probablemente bien armada en mar abierto y desactivar una carga explosiva de características desconocidas no era precisamente algo que pudiera considerarse como pan comido. Habían ensayado el abordaje en alta mar docenas de veces, pero esta vez era real. La misión dependía de demorar al máximo posible ser detectados. El helicóptero HH-60H era ideal para este trabajo. Era relativamente silencioso, contaba con un sistema supresor y de interferencias infrarrojos, un radar de alerta y otros ojos y oídos electrónicos. Su armamento consistía en dos ametralladores M-60 y una batería de misiles Hellfire.
- T menos cuatro -anunció la voz monótona del piloto.
Mason se volvió para levantar cuatro dedos. Era una señal innecesaria porque todos los hombres estaban conectados al sistema de comunicaciones del helicóptero, pero la hizo de todas maneras. La tensión casi se podía palpar. Le pareció que solo habían pasado unos segundos cuando el piloto dijo:
- Contacto visual.
Mason se puso las gafas de visión nocturna y ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo. Vio la silueta de un barco inmenso y la estela fosforescente que dejaba a su paso. Llamó a los otros equipos para comunicarles que había establecido contacto visual. Ambos habían avistado a sus objetivos. Les dijo que volvería a llamarlos en cuanto pisaran la zona de aterrizaje, y se apresuró a guardar el teléfono en el bolsillo del chaleco.
Ahora solo estaban a unos segundos del objetivo. En el último momento, cuando parecía como si se fueran a estrellar contra el casco, los Seahawk redujeron la velocidad, se elevaron verticalmente y se situaron a cada lado de la enorme cubierta de popa. Los visores térmicos exploraron el barco en busca de las zonas calientes que indicarían la presencia humana. Convencidos de que la cubierta estaba despejada, los pilotos maniobraron los aparatos por encima de los mástiles y las antenas, y luego se nivelaron a una altura de unos quince metros.
Todos y cada uno de los hombres sabían que este era el momento en que resultaban más vulnerables. Tal como lo habían practicado docenas de veces, los SEAL sujetaron una cuerda de cinco centímetros de diámetro a un gancho de amarre, dejaron caer el otro extremo hasta la cubierta, y después se pusieron unos gruesos guantes de soldador. Mason fue el primero en asomarse a la puerta, se sujetó a la cuerda y saltó. Se valió de la fuerza física de sus brazos que era resultado del riguroso entrenamiento de los SEAL, para controlar el descenso, y en cuanto apoyó los pies en la cubierta, se apartó rápidamente para dejarle lugar al siguiente hombre que bajaba.
Los helicópteros se vaciaron en noventa segundos. Tan pronto como pisaban la cubierta, los asaltantes se quitaban los guantes. Los primeros cuatro hombres formaron un círculo defensivo que se vio reforzado a medida que bajaban los demás. Los helicópteros se elevaron como libélulas asustadas para situarse esta vez a unos centenares de metros del barco por sus respectivas bandas. Esperarían el aviso de que se había tomado la nave, o que la misión había fracasado. En este último caso, las órdenes eran de evacuar al equipo de asalto y echar a pique el barco con una descarga de misiles.
Mason miró en derredor. Se alegró al ver que el experto en explosivos, Joe Barón, había bajado sin problemas. Mason era tan hábil como cualquiera en el manejo de explosivos, pero Barón era un profesional. El teniente sacó una bengala del chaleco y la agitó para que se mezclaran los productos químicos que contenía. En cuanto apareció un resplandor azul movió la bengala para avisarle al equipo de babor que todo iba bien. Su señal fue respondida en el acto. Evitarían el uso de la radio en todo lo posible mientras recorrían el barco de un extremo a otro. Mason cogió el móvil.
- Omega Tres. Zona aterrizaje a popa asegurada. Sin resistencia visible. Informe, Omega Dos.
- Omega Dos. Popa asegurada. Nadie a la vista, así que vagaremos.
- Aquí Omega Uno. Continúa según el plan y olvídate de la poesía.
- Comprendido -respondió Louis, aunque seguramente le costó horrores no contestar con otra rima.
- Omega Tres. Todo OK.
Mason ordenó el avance de los equipos. Se dividieron en dos grupos en cada banda. Un grupo formaba el elemento base, y adoptaba una posición de tiro para cubrir el avance del otro grupo. Luego el grupo de asalto pasaba a ser el elemento base, y al primero le tocaba ahora avanzar, y así sucesivamente.
En cuestión de minutos, se reunieron con el equipo de babor en la proa del barco. Mason le ordenó al segundo que se ocupara de la superestructura y el puente de mando, mientras él llevaba a su grupo bajo cubierta. Como la misma técnica de antes, Mason y los suyos recorrieron rápidamente las bodegas. Se detuvieron delante de unas puerta soldadas. Como nadie podía entrar, tampoco nadie podía salir, así que continuaron el avance. Entraron en la sala de máquinas con las armas preparadas. Los enormes motores funcionaban pero no había ni rastro del jefe de máquinas y de sus ayudantes.
Sonó una voz en el auricular de Mason.
- Grupo de arriba. Hemos revisado los alojamientos de los oficiales y la tripulación. Todas las camas hechas. Nadie a la vista. Esto es un cementerio.
- Sala de máquinas. Los motores en funcionamiento.
Aquí tampoco hay nadie.
Los grupos continuaron con la minuciosa inspección del barco, sin encontrar absolutamente a nadie. Por fin, decidieron regresar a la cubierta principal. En el camino, Mason recibió la llamada de su segundo.
- Teniente, creo que debe usted venir cuanto antes al puente.
Mason no perdió ni un segundo. Guió a sus hombres hacia el puente. Vio a los hombres apostados en las bordas y en las alas del puente que se encargaban de la vigilancia.
- ¿Alguna novedad? -le preguntó al hombre que llevaba la escopeta.
- No, señor.
Mason llegó al puente. El segundo y otros miembros del pelotón le estaban esperando. Todo parecía estar en orden.
- ¿Qué quería enseñarme?
- Lo que tiene a la vista, señor. Nada. Aquí no hay nadie.
Mientras miraba las pantallas azules de los ordenadores y el parpadeo de los indicadores electrónicos, Mason se dio cuenta de cuál era la verdad. El y sus hombres eran los únicos seres humanos a bordo del gigantesco barco.
Llegaron las llamadas de los otros equipos Omega. Louis y Carmichael informaron que los Atamán II y III estaban desiertos. Mientras escuchaba los informes, Mason advirtió un cambio en el movimiento del barco. Estaba seguro. Había dejado de avanzar. Se acercó a la gran cristalera que dominaba la cubierta y miró hacia la oscuridad. Era evidente que algo estaba pasando. No estaba del todo seguro, pero la enorme nave parecía moverse lateralmente.
- Teniente -llamó uno de sus hombres-. Mire esto.
El hombre se encontraba delante de una gran pantalla de ordenador. En la pantalla había algo parecido a una diana para el tiro con arco. La imagen de un barco aparecía apenas desviada del centro. El barco estaba girando sobre su eje vertical mientras se movía hacia el centro de los círculos concéntricos.
Una luces rojas brillaban de forma intermitente a ambos lados de la imagen del barco. Mason comprendió la situación en un instante. El barco era un autómata. Este y los otros dos barcos estaban siendo dirigidos por control remoto.
Mason ordenó a su segundo que vigilara el puente y después llamó a los pilotos de los helicópteros para que aterrizaran en la cubierta. Luego le ordenó a Joe Barón que reuniera a los demás miembros del pelotón entrenados en el manejo de explosivos en la cubierta de proa. Llamó a los jefes de los otros equipos Omega y les dijo que se ocuparan del objetivo principal: las bombas. Mason bajó al primer nivel y, a continuación, con Barón y los demás, se lanzó escaleras abajo para ir a la puerta soldada que habían encontrado mientras revisaban la bodega.
El teniente comprobó la ubicación en el diagrama del barco. Se encontraban delante mismo del compartimiento de la bomba. Barón puso manos a la obra sin perder un segundo, y pegó varias tiras de explosivo plástico C-4 en la puerta. Luego insertó los detonadores en la sustancia que parecía masilla y desenrolló varios metros de cable para poder rodear una esquina. Mason y los demás se apartaron de la zona y se situaron en un lugar seguro. Se pusieron en cuclillas y se taparon los oídos. Barón apretó el disparador M57 conectado al otro extremo del cable. Un fuerte sonido sordo resonó por toda la bodega.
Se acercaron corriendo a la puerta, que ahora mostraba un boquete más o menos cuadrado y bordes dentados. Barón, que era delgado como una anguila, se escurrió rápidamente por el agujero. Los demás le pasaron las mochilas, y luego pasaron por la abertura con ciertas dificultades. Las linternas resultaron insuficientes para disipar la oscuridad. Entonces alguien accionó un interruptor y el recinto se iluminó con una luz casi cegadora.
El pelotón se encontraba en una plataforma con una gran abertura rectangular en el centro. El misil colgaba cabeza abajo a través del agujero, sujeto por unas grúas que se extendían como brazos desde los mamparos. Se produjo un gran silencio mientras los hombres miraban boquiabiertos el enorme cilindro. La luz se reflejaba en la cubierta metálica del cuerpo y en las carcasas de los motores.
- Vigilad. ¡No es hora de hacer turismo! -les advirtió Mason.
Barón pasó los dedos por la superficie del misil. Luego inspeccionó la intrincada red de mangueras y cables eléctricos conectada al misil desde un agujero en el techo. Respiró ruidosamente.
- Caray, nunca he visto nada como esto.
- La cuestión es, ¿puedes desactivarlo?
Barón sonrió y se frotó las manos.
- ¿No vive el Papa en Roma?
- No, vive en el Vaticano.
- Bastante cerca. -Barón metió la mano en la mochila, sacó un estetoscopio y se lo puso en los oídos. Escuchó en diversos puntos de la superficie; a veces sonreía y otras fruncía el entrecejo como un cardiólogo que examina a un paciente.
- Está preparado para salir pitando. Escucho un zumbido.
- ¿Qué pasa con las conexiones? -preguntó Mason.
- Son del combustible y la electricidad. Podría cortarlas, pero eso podría indicarle a este cacharro que está funcionando por su cuenta.
- En otras palabras, que podría poner en marcha el lanzamiento.
- Tengo que sacarle el corazón a esta cosa -dijo Barton.
Pasó los dedos por un borde ligeramente levantado de un panel en un costado del misil. Después sacó una caja de herramientas de la mochila, y tras un par de intentos encontró una llave de la medida de las tuercas que sujetaban la tapa del panel. La acopló a un taladro y comenzó a desenroscar las tuercas.
Como un comentarista que transmite un partido, Mason fue informando del trabajo de Barón a los demás equipos para que fueran ejecutando los mismos pasos. Sus hombres, mientras tanto, habían revisado la bodega y habían encontrado un cable de acero de dos centímetros de diámetro. Sujetaron el cable por debajo de los propulsores para dificultar en lo posible el lanzamiento del misil.
El trabajo de Barón avanzaba lentamente. Aflojó algunos de los pernos que se habían oxidado con la humedad de la cámara y tuvo que utilizar una herramienta especial para sujetarlos. Estaba apoyado en el misil, con la cabeza muy cerca de la tapa, cuando de pronto interrumpió el trabajo y escuchó.
- ¡Mierda! -exclamó.
- ¿Qué pasa? -le preguntó Mason, que espiaba por encima del hombro de Barón. El técnico le iba a contestar, pero el teniente le hizo callar con un gesto. Su segundo le llamaba desde el puente.
- No sé si esto significa algo, teniente, pero todo el instrumental parece haberse vuelto loco.
- Un momento. -Miró a Barón-. Era el puente. Los instrumentos señalan una actividad inusitada. -Mason se volvió.
Un zumbido cada vez más fuerte sonaba en la cámara.
Barón miró en derredor como si pudiera ver el sonido.
- Esta maldita cosa está a punto de largarse.
- ¿Puede hacer alguna cosa?
- Hay una posibilidad. Si consigo sacar este panel, quizá pueda sabotear el circuito. Tenga preparados los alicates.
Barón desatornilló otra tuerca y estaba desatornillando la siguiente cuando escucharon otro ruido, como el de unos grandes engranajes. El ruido provenía de abajo. Miraron hacia abajo, y eso probablemente les salvó de sufrir daños en los ojos cuando los cables eléctricos y las mangueras se desprendieron con un estallido de las conexiones con el misil muy cerca de sus cabezas. Se tiraron cuerpo a tierra. Las compuertas de la piscina lunar comenzaron a abrirse.
Los rotores comenzaron a girar.
Cuando las compuertas se abrieron del todo, se escuchó otra explosión y los brazos de las grúas que sujetaban al misil volaron por los aires. El cable de acero que habían enroscado en el cohete se cortó como un hilo de coser, y los trozos salieron despedidos con tanta fuerza que hubieran decapitado a cualquiera que se encontrara en su camino.
Entonces el misil cayó.
Las voces resonaban en los oídos de Mason. Los otros equipos estaban viendo las mismas escenas. Joe Louis gritaba:
- ¡Omega Dos. La bomba ha caído!
Luego se escuchó la voz de Carmichael.
- Omega Tres. La nuestra también.
Mason y sus hombres se arrastraron hasta el borde de la abertura que había ocupado la bomba y miraron hacia abajo El agua aparecía cubierta de la espuma creada por los impulsores del proyectil. Mientras miraban el agua oscura, tuvieron la sensación de que estaban mirando las entrañas del infierno.
36
El jefe de los hombres de Petrov, un gigante a quien Austin había bautizado como Chiquitín, se adelantó y descargó un culatazo con su AKM en la cabeza del guardia. El pistolero se desplomó como si le hubieran segado las piernas. Unas figuras corrían hacia ellos. Alguien encendió una linterna que alumbró a Austin con su rayo. Un AKM disparó una ráfaga.
Con una velocidad de tiro de seiscientas balas por minuto, incluso una breve ráfaga era mortal, sobre todo a corta distancia.
La linterna rodó por la cubierta, pero los segundos que había iluminado fueron suficientes para que los hombres de Razov descubrieran el número y la posición del grupo de asalto. Los fogonazos brillaron en la oscuridad. Todos se pusieron a cubierto. En el efecto estroboscópico creado por la descarga, los hombres de Petrov parecían moverse en cámara lenta.
Austin y Zavala se arrojaron cuerpo a tierra y fueron rodando hasta encontrar la protección de un bolardo. Las balas silbaban por encima de sus cabezas y rebotaban en la gran seta de acero. Austin desenfundó el revólver y disparó contra una sombra movediza, sin saber si había dado en el blanco. Zavala disparaba ráfagas con su H y K. Los fogonazos se hicieron más dispersos a medida que los hombres de Razov se desplegaban en abanico.
- Intentan rodearnos -gritó Zavala.
Chiquitín, que estaba tendido a un par de metros más allá, les llamó la atención con una señal.
- ¡Adelante! -vociferó-. Nosotros mantendremos la posición.
Austin tenía sus dudas. Chiquitín y sus hombres podrían defender la posición durante un tiempo, pero como los espartanos cuando defendieron el paso de las Termopilas, acabarían por ser rodeados. El gigante ruso cerró el puño y apuntó con el pulgar por encima del hombro. El gesto no necesitaba traducción. ¡En marcha! Efectuaron unos cuantos disparos y luego comenzaron a retroceder a gatas hasta situarse debajo de uno de los pescantes de un bote salvavidas.
Mientras los hombres de Razov continuaban disparando contra el bolardo, ellos corrieron agachados hacia la puerta del gran salón. No estaba cerrada. Entraron con las armas preparadas. Los candelabros de cristal estaban apagados, y la única luz la daban las lámparas de pared. La iluminación era tan escasa que apenas si veían el contorno de las mesas, las sillas y los divanes. Cruzaron la pista de baile hasta el lado opuesto. Austin se detuvo. Los hombres de Petrov podían estar cerca, y sería un error mortal sorprenderlos. Llamó a Petrov por radio y le comunicó su posición.
- Por lo visto se ha metido usted en un avispero -comentó Petrov.
- No he podido evitarlo. No sé cuánto tiempo podrá contenerlos Chiquitín.
- Se sorprendería -replicó Petrov, sin la menor preocupación-. Salgan a cubierta. Les estaremos esperando.
Austin cortó la comunicación, abrió la puerta y salió con Zavala. No vio rastro alguno de Petrov y sus hombres. Luego unas siluetas aparecieron como por arte de magia de los lugares donde habían estado ocultos los comandos. Petrov se acercó a ellos.
- Han sido muy prudentes en no asomar la cabeza. Mis hombres están un poco nerviosos. He enviado a unos cuantos al otro lado. Tendríamos que saber algo de ellos en…
Se interrumpió cuando se escucharon las explosiones de las granadas de mano. Los disparos se hicieron más esporádicos.
- Es evidente que mis hombres han diezmado las filas de la oposición -añadió-. Les sugiero que continúen adelante hacia su objetivo. ¿Necesitan ayuda?
- Le llamaré si la necesitamos -respondió Austin, mientras caminaba hacia una escalerilla que conducía al puente.
- ¡Buena suerte! -les deseó Petrov.
Zavala y Austin estaban a mitad de camino cuando comenzaron a llegar los escalofriantes informes de los equipos Omega. Austin se detuvo para comunicarle a su compañero las malas noticias que recibía a través de la radio.
- Han soltado las bombas -le dijo a Zavala-. Todas.
Zavala iba en cabeza y se detuvo en mitad de la escalerilla que llevaba a la siguiente cubierta. Se volvió a escuchar las palabras de Austin y soltó una larga retahila de tacos en castellano.
- ¿Ahora qué hacemos?
La respuesta de Austin fue levantar el arma y apuntar a Zavala, que se quedó petrificado. A Joe la detonación le sonó como un cañonazo. La bala pasó tan cerca de su cabeza que el desplazamiento del aire le agitó los cabellos. Un objeto muy pesado cayó desde las alturas y se estrelló contra la cubierta con un ruido sordo. Zavala parpadeó mientras miraba el cuerpo del cosaco despatarrado en la cubierta. Había un sable junto a la mano abierta del cadáver.
- Lo siento, Joe -se disculpó Kurt-. El tipo estaba a punto de decapitarte.
Zavala se pasó la mano por los cabellos en el lado donde había pasado el proyectil.
- No pasa nada. Siempre he querido hacerme la raya de este lado.
- No hay nada que podamos hacer respecto a las bombas -comentó Austin, con un tono sombrío-. Pero sí podemos encargarnos de la escoria que las lanzó.
Austin ocupó la vanguardia, y continuaron subiendo hasta situarse debajo de las alas del puente de mando. Se separaron para ocuparse cada uno de una de las alas. Austin corrió escaleras arriba. Con la espalda contra el mamparo, se acercó a la puerta abierta y asomó la cabeza. La amplia cabina estaba iluminada con las luces de emergencia que lo tenían todo de un color rojizo.
En el puente no había nadie más que la solitaria figura de un hombre de espaldas a Austin, y que parecía ensimismado en la contemplación de una enorme pantalla. Kurt se puso en contacto con Joe y le dijo que lo cubriera mientras él investigaba. Luego entró en la cabina.
Los galgos de Razov captaron su olor en el acto. Aparecieron de la nada y se lanzaron sobre Austin con grandes muestras de alegría. Él los apartó con la mano libre, pero los perros le habían estropeado cualquier intento de una entrada silenciosa. Razov se volvió y frunció el entrecejo al ver la atención que sus animales le dispensaban a Kurt. Dio una orden y los galgos volvieron junto a su amo con el rabo entre las patas y gimoteando. En el rostro del multimillonario apareció una sonrisa malévola.
- Le estaba esperando, señor Austin. Mis hombres me han informado de que usted y sus amigos se encontraban a bordo. Me alegra volver a verle. Fue una pena que la vez anterior tuviera que marcharse tan bruscamente.
- Quizá cambie de opinión cuando volemos todo esto y su operación se vaya al demonio.
- Ya es un poco tarde para eso -replicó Razov. Señaló la pantalla, que ahora aparecía dividida en tres segmentos verticales. En cada una de las divisiones se veía un punto que descendía rápidamente hacia una línea ondulada en el fondo.
- Sé que ha lanzado las bombas.
- Entonces sabe que no hay nada que pueda hacer. Cuando los misiles lleguen al fondo, los impulsores harán que entren en el lecho marino, donde estallarán. Se producirá el escape del hidrato de metano, se hundirá la plataforma y se generaran los tsunamis que destruirán tres de sus principales ciudades costeras.
- Para no mencionar la puesta en marcha de su descabellado plan del recalentamiento de la atmósfera.
Razov pareció sorprendido, luego sonrió mientras sacudía la cabeza.
- Tendría que haber adivinado que descubriría cuál era mi objetivo final. No importa. Efectivamente, Siberia se convertirá en el granero del mundo, y su país estará tan ocupado lamiéndose las heridas e intentando alimentar a su gente que ya no podrán seguir entrometiéndose en los asuntos internos rusos. Quizá les vendamos trigo siberiano, si se portan bien.
- ¿Cree que Irini hubiera estado de acuerdo con esta locura?
La sonrisa desapareció del rostro del ruso.
- Usted no tiene derecho a mencionar su nombre.
- Quizá no. -Austin apuntó al corazón de Razov-. Sin embargo, puedo enviarlo a que se reúna con ella.
Razov dio una orden. Se abrió la cortina que ocultaba la sala de cartas y aparecieron dos hombres, un cosaco barbudo y Pulaski, el falso científico que había secuestrado el NR-1.
Con las metralletas a punto, se acercaron para situarse detrás de Austin. Luego la cortina se abrió una vez más. Un hombre alto vestido con una larga túnica negra hizo su entrada en el puente. Miró al norteamericano con unos ojos que brillaban como ascuas y se lamió los labios con la expresión de alguien que fuera a disfrutar de un banquete. Dijo algo en ruso; su voz era sonora y profunda, como si saliera de una tumba.
Un escalofrío recorrió la espalda de Austin, pero no por eso dejó de apuntar a Razov. Al multimillonario pareció divertirle la reacción de Kurt.
- Quiero presentarle a Boris, mi asociado y más estrecho consejero.
El monje sonrió al escuchar que mencionaban su nombre e hizo un comentario que Razov se encargó de traducir.
- Boris dice que lamenta mucho no haber tenido la oportunidad de conocerle cuando abordó el barco de la NUMA.
- Pues no sabe hasta qué punto lo lamento yo -replicó Austin-. Ahora él ya no estaría aquí.
- ¡Muy bien! No hay nada como hacerse el valiente. Baje el arma, señor Austin. Mientras hablamos, sus compañeros están siendo eliminados por mis hombres.
Austin no tenía ninguna intención de entregar el arma. Si tenía que caer, lo haría en medio de una lluvia de balas y se llevaría a Razov y Boris con él. Se preguntó dónde estaría Zavala. Mientras pensaba en el siguiente paso, escuchó la voz de Yaeger en el auricular.
- Kurt, ¿me recibes? Todavía queda una posibilidad. He estado trabajando en el código, en la parte que aún quedaba por descifrar. Trata de las bombas. No explotarán hasta que las activen. ¿Me escuchas?
Sin desviar el arma del pecho de Razov, Austin miró fugazmente la pantalla. Los puntos intermitentes habían llegado al fondo del mar. Razov se dio cuenta de que Austin miraba la pantalla.
- Ya está hecho, señor Austin.
- No del todo -replicó Kurt-. Las bombas no estallarán hasta que las activen.
El rostro de Razov reflejó su sorpresa, pero se recuperó rápidamente. Sus facciones se convirtieron en una máscara de cólera.
- Es cierto, y usted tendrá el privilegio de ver cómo se activan. Es lamentable que usted deba morir consciente de que sus penosos intentos por detener mi gran plan han fracasado.
Razov hizo un gesto prácticamente imperceptible. En respuesta, Boris fue hasta el teclado que había junto a la pantalla, y acercó sus largos dedos a las teclas. No llegaron a tocarlas.
Austin dejó de apuntar a Razov, apuntó a la mano del monje, y apretó el gatillo. El efecto a corta distancia fue tremendo. La mano estalló en una lluvia de sangre y huesos.
Boris miró incrédulo el sanguinolento muñón. Cualquier otro hombre se hubiera desplomado en el acto. En cambio, Boris lanzó un aullido feroz y miró a Austin con un odio tremendo. Metió la mano izquierda debajo de la túnica y sacó una daga. Sin hacer el menor caso de la sangre que manaba del muñón, fue a por Austin.
Los otros hombres amartillaron las armas. Boris les gritó un aviso. Quería a Austin para él.
Kurt no podía creer que el hombre se aguantara de pie.
Levantó el revólver dispuesto a rematarlo con una bala entre ceja y ceja, pero sin previo aviso, Pulaski le sujetó por detrás.
Boris estaba tan cerca que Austin olió asqueado el hedor del cuerpo sucio y el aliento apestoso. El monje sonrió con una sonrisa que dejó a la vista los dientes podridos, y levantó la daga.
Austin descargó un tremendo taconazo en el empeine de Pulaski. El ruso soltó un gemido de dolor y aflojó la presión de las manos, cosa que Austin aprovechó para doblar ligeramente las rodillas y darle un brutal codazo en las costillas.
Pulaski lo soltó del todo. Austin levantó el revólver y disparó a bocajarro contra el pecho de Boris. El impacto de la bala de grueso calibre lanzó el cuerpo del monje contra el mamparo y acabó finalmente en el suelo.
Pulaski aprovechó para descargar un culatazo en la cabeza de Austin, que vio todas las estrellas de la galaxia; cayó al suelo y, por un instante, lo vio todo negro, pero la intensidad del dolor impidió que perdiera el conocimiento. Vio con los ojos desenfocados que Razov escribía una orden en el teclado sucio de sangre. Sintió el retroceso del revólver en la mano y quedó inconsciente.
El falso científico bajó la metralleta dispuesto a dispararle el coup de grace, pero se escuchó el tableteo de la Heckler y Koch de Zavala desde la puerta. Pulaski se desplomó y, una fracción de segundo después, ocurría lo mismo con el cosaco.
Cuando Austin recuperó el conocimiento, Zavala se encontraba de rodillas a su lado. Los galgos que se habían ocultado en un rincón cuando comenzó el tiroteo, se acercaron para lamer la mano de Kurt.
- Lamento no haber llegado antes. Tuve que encargarme de un par de los gorilas de Razov.
Austin apartó a los galgos.
- ¿Dónde está Razov? -preguntó, mientras echaba una ojeada al recinto.
- Se escapó por el otro lado mientras yo le disparaba al guardia cosaco.
Austin se levantó con la ayuda de Zavala. Miró los cadáveres del cosaco, Pulaski y Boris, y después se acercó al ordenador. La pantalla estaba hecha trizas.
- Las bombas se activaban desde aquí. Razov estaba tecleando la orden para hacerlas detonar. Creo que mi último disparo destrozó el ordenador.
- Espero que tenga la garantía en vigor -comentó Zavala con una sonrisa.
Austin llamó a Petrov por la radio.
- Iván, ¿estás disponible?
- Sí, estamos aquí. ¿Algún problema?
- Ya los hemos resuelto. ¿Cómo van las cosas?
- Cometieron el error de intentar rodearnos. Los estábamos esperando. Esto es ahora una galería de tiro. Perdí un puñado de hombres, pero ahora solo es cuestión de rematar a estos tipos.
- Buen trabajo. Boris está muerto. Hemos evitado que activaran las bombas. Razov intenta escapar. Esté muy atento.
- Sí… un momento. Está despegando un helicóptero.
Austin escuchó el ruido de los rotores por encima de los disparos. Salió a una de las alas del puente de mando a tiempo para ver cómo el helicóptero negro se elevaba por encima del barco. Levantó el revólver, pero los mástiles interferían en la línea de tiro. En cuestión de segundos, el helicóptero había desaparecido en la oscuridad.
Algo empujó las corvas de Austin. Los galgos requerían atención y comida, aunque no necesariamente en ese orden.
Enfundó el revólver y les acarició las cabezas. Escoltados por los perros, él y Zavala bajaron a la cubierta principal para reunirse con Petrov y sus soldados. Quizá encontraría un plato de salchichas para sus nuevos camaradas.
37
Inglaterra.
Treinta y seis horas más tarde, lord Dodson se incorporó bruscamente en su sillón, parpadeó varias veces para acabar de despejarse, y miró los objetos de su estudio con paneles de madera oscura. Se había quedado dormido mientras leía una nueva biografía del almirante Nelson. Se dijo a sí mismo que se estaba haciendo viejo. Era imposible que nunca pudiera quedarse dormido con la lectura de algo tan interesante como la vida de Nelson.
Estaba seguro de que un ruido le había arrancado de su cabezada. Ahora todo estaba en silencio. Jenna, su ama de llaves, se había marchado hacía poco. Que él supiera no había fantasmas en la casa, aunque a veces crujía y se escuchaban susurros. Cogió la pipa apoyada en el cenicero, y pensó en encenderla. La curiosidad pudo más. Dejó la pipa en el cenicero y el libro a un costado, se levantó del sillón, abrió la puerta principal y salió. La noche era tibia.
No soplaba viento y las nubes no alcanzaban a tapar la luz de la luna y el titilar de las estrellas. Empujó con la mano las campanillas sujetas junto a la puerta. No, pensó, no era el tintineo lo que le había despertado. Entró de nuevo en la casa. Cuando cerraba la puerta, se quedó inmóvil al oír que algo acababa de romperse en la cocina. ¿Había vuelto Jenna sin que él lo supiera? Imposible. Se había marchado para atender a su hermana enferma, y su familia tenía prioridad sobre el trabajo.
Dodson se dirigió a su estudio con paso sigiloso y cogió el fusil de caza que estaba sobre la chimenea. Con manos temblorosas, abrió un cajón de su escritorio para buscar la caja de balas. Cargó el fusil y se dirigió a la cocina.
La luz estaba encendida. Entró, y su mirada se fijó inmediatamente en el cristal roto de la puerta trasera. El suelo estaba cubierto de fragmentos de cristal. El sonido agudo que había escuchado sin duda lo había provocado alguien que había pisado los cristales. Ladrones. Cada día eran más atrevidos. Entrar en una casa cuando había alguien dentro. Dodson se acercó a la puerta para echarle una ojeada. En el momento que se agachaba para inspeccionar la cerradura, vio un reflejo de algo que se movía en uno de los cristales.
Se volvió rápidamente. Un hombre acababa de salir de la despensa: empuñaba una pistola.
- Buenas noches, lord Dodson -dijo el hombre-. Por favor, entregúeme el fusil.
Dodson se maldijo a sí mismo por no haber mirado primero en la despensa. Bajó el fusil y se lo entregó al asaltante.
- ¿Quién demonios es usted y qué está haciendo aquí?
- Mi nombre es Razov. Soy el legítimo propietario de un valioso objeto que tiene en su poder.
- En ese caso, acaba usted de cometer una gran equivocación. Todo lo que hay en esta casa es mío.
En el rostro del intruso apareció una sonrisa sardónica.
- ¿Todo?
- Sí -respondió el noble, aunque titubeó antes de contestar.
El hombre se le acercó.
- Vamos, lord Dodson. No es digno de un caballero inglés que le pillen en una mentira.
- Será mejor que se marche. He llamado a la policía.
- Vaya, vaya. Otra mentira. Corté la línea telefónica después de mantener una breve charla con su ama de llaves.
- ¿Jenna? ¿Dónde está?
- En un lugar seguro. Por ahora. Sin embargo, si no me dice la verdad, tendré que matarla.
Dodson no dudó ni por un segundo que el hombre cumpliría con la amenaza.
- De acuerdo. ¿Qué es lo que quiere?
- Creo que lo sabe. La corona de Iván el Terrible.
- ¿Por qué cree que está en mi poder… qué ha dicho?
¿Una corona rusa?
- No abuse de mi paciencia con sus estúpidas excusas.
Cuando no encontré la corona con los otros objetos del tesoro zarista en el Odessa Star, hice lo que hace cualquier buscador experto. Recorrí el camino a la inversa. La corona estaba con la familia del zar hasta que llegaron a Odesa. Pero la zarina tenía el presentimiento de que ella y su familia nunca acabarían el viaje. Quería asegurarse de que incluso si la familia moría, la corona llegara algún día a manos de algún Romanov superviviente para que pudiera utilizarla a la hora de reclamar el trono de Rusia. Le confió la corona a un agente inglés.
- Eso, si es que ocurrió, tuvo que ser mucho antes de que yo naciera.
- Por supuesto, pero ambos sabemos que el agente estaba al servicio de su abuelo.
Dodson abrió la boca dispuesto a protestar. Luego comprendió que era inútil. Este hombre lo sabía todo.
- La corona no significa nada para mí. Si se la entrego, quiero su palabra de que dejará a mi ama de llaves en libertad.
Ño sabe absolutamente nada de todo esto.
- No tengo motivos para hacerle ningún daño. Lléveme hasta la corona.
- Muy bien. Sígame.
Dodson salió al vestíbulo y abrió la puerta de un gran armario empotrado. Apartó las chaquetas y los abrigos de invierno, luego sacó las botas y los zapatos, y entró en el armario. Levantó una sección del suelo y apretó un botón que había debajo. La pared trasera del armario se deslizó silenciosamente. Bajó las escaleras de piedra con Razov pegado a los talones. Se encontraban en un pequeño recinto con las paredes de piedra de unos diez metros cuadrados. En las paredes había varios ganchos de hierro oxidados.
- Esta es la bodega original romana. Aquí guardaban el vino y las verduras.
- Ahórreme la lección de historia, lord Dodson. La corona.
Dodson asintió en silencio y se acercó a dos de los ganchos. Los movió simultáneamente en el sentido de las agujas del reloj.
- Este es el mecanismo de apertura.-Pasó las manos por las piedras hasta que encontró una grieta. Enganchó los dedos y tiró. Todo un trozo de la pared, en realidad una puerta de hierro revistada en piedra, se abrió con un sonoro rechinar de las bisagras. El aristócrata se apartó-. Aquí tiene su corona. En el mismo sitio que la dejó mi abuelo hace casi cien años.
La corona estaba sobre un pedestal cubierto con un terciopelo rojo.
- Vuélvase y ponga las manos detrás de la espalda -le ordenó Razov.
Ató a Dodson de pies y manos con celo y después le hizo sentar en el suelo con la espalda apoyada en la pared. A continuación guardó la pistola y cogió la corona. Pesaba mucho más de lo que creía y gruñó con el esfuerzo cuando la apretó contra su pecho.
El resplandor de los diamantes, rubíes y esmeraldas que cubrían la enorme corona solo se podía comparar con el brillo de la codicia en los ojos del multimillonario.
- Hermosa -susurró.
- A mí siempre me ha parecido un tanto vulgar -opinó Dodson.
- Ingleses -replicó Razov con un tono de desprecio-. Usted es como su abuelo, un tonto. Ninguno de los dos ha sabido apreciar el poder que tenían en sus manos.
- Al contrario. Mi abuelo sabía perfectamente que muerta la familia del zar, la aparición de la corona despertaría las pasiones y haría aparecer a una multitud de pretendientes, legítimos o falsos. -Miró a Razov con toda intención cuando dijo la última palabra-. Se hubieran visto involucrados otros países. Quizá se hubiera llegado a otra guerra mundial.
- En cambio, tuvimos medio siglo de comunismo.
- Lo hubiesen tenido de todas maneras. El régimen zarista estaba absolutamente corrompido.
Razov se echó a reír y se encasquetó la corona.
- Como Napoleón, me corono a mí mismo. Contemple al próximo zar de Rusia.
- Lo único que veo es a un pobre hombre que hace una muy vulgar ostentación de riqueza.
Los ojos de serpiente de Razov se velaron. Cortó otro trozo de celo y lo pegó en la boca del noble, luego cogió la corona y subió las escaleras. Cuando llegó al rellano se detuvo.
- Tendría que haber leído usted «El barril de amontillado» de Edgar Alian Poe. Aquel donde habla de la víctima encerrada para siempre. Quizá encuentren sus huesos algún día. Lo dejaré aquí en lugar de la corona. Mucho me temo que tendré que matar a su criada.
Salió del armario. Tenía las manos ocupadas con la corona, así que no cerró la puerta secreta en el fondo del armario.
Dejaría primero la corona en el coche, volvería para dejar encerrado a Dodson para el resto de la eternidad, y por último mataría al ama de llaves y arrojaría el cadáver al río.
Mientras Razov cruzaba el vestíbulo para ir a la cocina y marcharse por donde había venido, escuchó que llamaban a la puerta. Se quedó inmóvil.
- Lord Dodson, ¿está usted en casa? -Razov escuchó la voz de Zavala. Luego se repitieron los golpes, esta vez más fuertes. El ruso se alejó rápidamente hacia la cocina.
El noble no había cerrado la puerta con llave cuando había salido a ver si soplaba viento. Zavala y Austin entraron con las armas preparadas. Joe volvió a llamar. Entraron en el vestíbulo y se detuvieron ante la puerta del armario abierta.
La luz de la cámara secreta iluminaba el interior. Intercambiaron una mirada. Austin entró con el revólver por delante, y bajó las escaleras mientras su compañero le cubría las espaldas.
Austin vio al lord sentado en el suelo y maniatado de pies y manos, y se apresuró a quitarle el trozo de celo que hacía de mordaza.
- ¿Está usted bien?
- Sí, perfectamente. Vaya a por Razov. Se ha llevado la corona.
Austin utilizó su cuchillo de caza para cortar el celo que ataba las manos y los pies del noble, y salieron de la bodega.
Dodson sonrió cuando vio a Joe.
- Es un placer volver a verle, señor Zavala.
- Lo mismo digo, lord Dodson. Este es mi compañero, Kurt Austin.
- Encantado de conocerlo, señor Austin.
- La puerta de atrás está abierta -dijo Zavala-. Tiene que haber escapado por allí.
- Mi ama de llaves. ¿La han visto? -preguntó Dodson, muy preocupado.
- Si se refiere usted a una señora corpulenta y muy enojada que encontramos atada en el asiento trasero de un coche de alquiler, está sana y salva -respondió Austin-. Le dijimos que fuera a llamar a la policía.
- Muchas gracias. Razov quizá intente dirigirse al río cuando descubra que su coche ha desaparecido. Hay un bote en el embarcadero que podría utilizar en la huida.
Zavala se dirigió hacia la puerta trasera.
- Espere -dijo Dodson:-. Conozco un camino mejor.
Vengan conmigo.
Para asombro de los hombres de la NUMA, Dodson los llevó de nuevo a través del armario a la cámara subterránea.
Hizo girar otro par de ganchos y se abrió otra sección de la pared.
- Este es un viejo túnel que comunica con el fondo de un viejo aljibe cerca del río. Hay unos salientes para las manos y los pies que les permitirán salir. Por aquí podrán llegar al bote antes de que ese asesino. La corona le impedirá ir deprisa.
- Muchas gracias, lord Dodson. -Austin tuvo que bajar la cabeza cuando pasó por la puerta.
- No se les ocurra meterse en el río para perseguirlo -les advirtió Dodson-. La playa es muy peligrosa. El barro es como arena movediza. Se puede tragar a un caballo.
Austin y Zavala casi ni escucharon la advertencia mientras corrían agachados por el túnel. No llevaban linternas y tenían que avanzar a tientas por el angosto y resbaladizo pasaje. El olor a agua estancada y hojas en descomposición era cada vez más fuerte. El túnel se acabó bruscamente, y de no haber sido por la luz de la luna que entraba en el pozo hubieran chocado contra la pared curva.
Austin buscó los primeros salientes y subieron hasta alcanzar el brocal. Vieron el pequeño cobertizo enmarcado en el brillo del agua. Se acercaron al río y ocuparon sus posiciones a cada lado del embarcadero.
No tardaron mucho en escuchar los jadeos de alguien que se acercaba. Razov corría hacia donde se encontraban ellos.
Por un momento pareció que caería directamente en la trampa pero, cuando se acercó al muelle, una nube se apartó de la luna y los cabellos blancos brillaron en la oscuridad. Solo fue un instante. Así y todo, Razov se desvió para evitar la emboscada y corrió a lo largo de la orilla.
- ¡Deténgase, Razov! -gritó Austin-. ¡Es inútil que intente escapar!
El ruido de las ramas rotas se escuchaba con tanta claridad mientras Razov corría entre los arbustos que bordeaban el río. Escucharon un chapoteo. Austin y Zavala avanzaron en la dirección del sonido hasta detenerse en un lugar donde la orilla estaba más o menos a un metro por encima del nivel del agua. Razov intentaba vadear el río, pero solo se había alejado unos pocos metros de la orilla cuando sus pies se hundieron en el fango del fondo. Intentó regresar a tierra firme pero fue en vano. Ahora estaba hundido hasta la cintura, de cara a la orilla, abrazado a la corona.
- No puedo moverme -dijo.
Austin recordó la advertencia de Dodson sobre las arenas movedizas. Encontró una rama rota y se la acercó al multimillonario.
- ¡Cójala!
Razov tenía el agua casi a la altura de los hombros, y no obstante no hizo el menor esfuerzo por coger la rama.
- ¡Tire la maldita corona! -le gritó Austin.
- No, he esperado demasiado tiempo. No la soltaré.
- ¡No vale su vida! -replicó Austin.
El agua había llegado a la barbilla de Razov, y su respuesta fue ininteligible. Levantó la corona bien alto y se la encasquetó. El peso solo sirvió para acabar de hundirle más rápido. Su rostro desapareció de la vista y solo quedó la corona que parecía flotar en el agua. Luego con un último destello de las piedras preciosas se hundió.
- ¡Dios mío! -exclamó Zavala, en su castellano natal-. ¡Qué manera de morir!
Escucharon el ruido de alguien que corría y jadeos. Era Dodson, que venía armado con su fusil y una linterna.
- ¿Dónde está ese ladrón? -preguntó.
- Allí. -Austin arrojó la rama al río en el punto donde había desaparecido Razov-. La corona también.
- ¡Válgame Dios! -Dodson iluminó con la linterna el agua fangosa. Solo unas burbujas marcaban la posición de Razov y, muy pronto, también fueron arrastradas por la corriente.
- Larga vida al zar -dijo Austin.
Se volvió para emprender el camino de regreso a la casa.
38
Washington.
Austin remaba en medio de la bruma dorada, tan concentrado en sus movimientos que no prestó ninguna atención a la lancha que cruzaba el río hasta que se situó a su popa. Austin se detuvo y la lancha hizo lo mismo. Se enjugó el sudor de la frente, bebió un trago de agua y descansó apoyado en los remos, mientras entrecerraba los ojos para protegerse los ojos del resplandor. Mientras miraba a la lancha inmóvil, se preguntó si todavía quedaba vida en algún perdido tentáculo de la inmensa organización de Razov.
Para hacer una prueba, comenzó a remar. No había dado más que unas pocas paladas cuando la lancha reanudó la marcha, aunque manteniendo siempre la distancia. Levantó los remos y dejó que el bote se detuviera. La lancha también se detuvo.
Una rápida mirada arriba y abajo le dijo que estaba librado a sus propios medios. No había más embarcaciones, que era precisamente una de las razones por las que salía a remar a estas horas tan tempranas. Austin trazó una curva muy amplia y luego apuntó la proa hacia el camino de regreso.
Cogió el ritmo, sin olvidar en ningún momento que remar era más un tema de precisión técnica que de fuerza. A medida que se acercaba, vio que la lancha tenía el casco blanco, aunque no podía saber cuántas personas iban a bordo. Aceleró un poco, y el bote salió disparado hacia la otra embarcación, como un misil de crucero.
Se estaba acercando a una parte de la costa que se adentraba en el Potomac como una abultada barriga. Austin sabía que la corriente cerca del saliente creaba un remolino que podía llevar al remero desprevenido casi contra la orilla para después lanzarlo hacia el centro del río. Aunque el bote en su avance creaba la ilusión de navegar en línea recta, en realidad estaba cada vez más cerca del saliente.
Después de la siguiente palada, Austin mantuvo un remo fuera del agua y se sirvió del otro como un timón improvisado. El bote viró bruscamente y Austin controló el repentino cambio de dirección sin volcar. Luego enfiló hacia tierra.
Escuchó el furioso rugido del motor fueraborda.
Había confiado en pillar desprevenido al perseguidor; sin embargo, la reacción había sido inmediata. La lancha comenzó a planear. Austin vio que nunca llegaría a la costa, y que ofrecía su flanco más vulnerable a la embarcación que se acercaba. Abandonó el plan original, volvió a cambiar de rumbo, y se dirigió en línea recta a la lancha que se acercaba rápidamente.
La lancha tenía menos eslora que el bote, pero vista a nivel del agua parecía tan grande como un portaaviones. Cualquier colisión con el frágil bote de regatas sería tan desastrosa como si hubiera chocado con un transatlántico. Austin esperaba que la lancha cambiaría de rumbo en el último momento o, en el peor de los casos, que los cascos se rozarían.
En el momento en que parecía que iban a colisionar, levantó uno de los remos a la altura del hombro como si se tratara de una jabalina, y se afianzó lo mejor posible.
Escuchó cómo el motor reducía la potencia, y vio cómo la lancha bajaba la proa y la resistencia del agua la frenaba casi del todo. No había más de unos tres metros de distancia entre las dos embarcaciones cuando Austin escuchó una risa que sonaba como un ladrido. Alzó la mirada y se encontró con el rostro acerado de Petrov que lo miraba. El ruso iba vestido con una gorra de béisbol y una camisa hawaiana con palmeras y muchachas en biquini.
Austin devolvió el remo a la chumacera. El corazón continuaba latiéndole a cien por hora.
- Hola, Iván. Me preguntaba cuándo aparecería de nuevo. ¿Cómo sabía que estaba aquí?
Petrov se encogió de hombros.
- Quizá le interese saber que he consultado su expediente -añadió Austin-. Por lo visto, se convirtió en Iván Petrov en los últimos dos años.
- Como dijo el poeta, ¿qué más da un nombre?
- ¿Cuándo regresa a casa?
- Mañana. Su presidente ha devuelto el tesoro del zar a mi país. Regresaré a Rusia convertido en un héroe. Incluso se habla de un cargo político. Con la desaparición de Razov, los cosacos se han dispersado y los moderados tienen la oportunidad de continuar en el poder.
- Mis felicitaciones. Se lo merecía.
- Muchas gracias, aunque a fuer de ser sincero, ¿me ve a mí sentado en el parlamento?
- Supongo que no, Iván -respondió Kurt-. Usted siempre será un hombre de las sombras.
- ¿Me culpa por ello? Es donde pertenezco y donde me encuentro más cómodo.
- Quizá quiera contestarme un par de preguntas antes de que asuma una nueva identidad. ¿Razov descendía realmente del zar?
- Eso fue lo que le dijo su padre en el lecho de muerte.
Cuando conoció a Boris, el monje loco creyó que era cosa de la voluntad divina. Tenemos pruebas fehacientes de que Boris era descendiente directo de Rasputin.
- ¿El primer monje loco?
Petrov asintió.
Austin sacudió la cabeza, incrédulo.
- ¿Qué me dice de Razov?
- Su padre estaba mal informado. El párroco del pueblo que llevaba el registro familiar era un borracho. Se enteró de la historia de la hija del zar que había sobrevivido, y la utilizó para sacarle un poco de dinero al padre de Razov.
- Así que no hay tales descendientes de María.
- No he dicho tal cosa. -En el rostro de Petrov apareció una sonrisa enigmática.
Kurt lo miró con una expresión intrigada.
- La gran duquesa María tuvo dos vastagos que todavía viven. Una hombre y una mujer. Hablé con los dos. Viven felices y son conscientes de las repercusiones que podrían producirse si se dieran a conocer. Respetaré su deseo de proteger su intimidad. Ahora soy yo quien tiene una pregunta.
¿Cómo supo que Razov iría a ver a lord Dodson?
- Revisamos su despacho en el yate y encontramos unos documentos donde se mencionaba que la corona había sido enviada al abuelo de Dodson. Cogimos un avión de la NUMA que nos llevó a Londres. Afortunadamente, Razov viajaba solo. No creo que le interesara que nadie supiera que se había visto obligado a robar la corona. Lamento que no pudiéramos salvarla.
- No sufra. Quizá esté en el mejor lugar. Si alguna vez existió un objeto inanimado que fuera maléfico, era esa corona. Todas y cada una de sus piedras se pagaron con la sangre y el sudor de los siervos. -Petrov observó a un halcón que trazaba un lento círculo sobre el río, y añadió-: Bien, señor Austin.
- Kurt. Ya estamos más allá de las formalidades.
- Hasta que volvamos a vernos, Kurt. -Acercó una mano a la frente a modo de saludo, y navegó río abajo hasta que la lancha desapareció detrás de una curva.
Austin volvió a aplicarse a los remos y en cuestión de minutos llegó a su casa flotante. Guardó el bote y subió las escaleras que lo llevaba a la cubierta. Se quitó la camiseta y, en pantalones cortos, preparó una cafetera y busco los ingredientes de un desayuno de primera.
- No hay duda de que eres un tipo muy madrugador.
Austin se volvió para mirar a Kaela Dorn, que bajaba las escaleras desde el dormitorio instalado en la caseta. La muchacha solo vestía la chaqueta del pijama.
- Espero no haberte despertado -dijo Kurt.
Kaela se acercó para oler la fragancia que escapaba de la cafetera.
- Creo que no hay una manera más agradable de despertarse. -Frunció el entrecejo mientras pasaba la mano por algunas de las cicatrices en la espalda de Austin-. Anoche no las vi en la oscuridad.
- Tenías los ojos cerrados.
- Tú también. Debo decir que recuperamos con creces todas aquellas citas que no tuvimos.
- Espero que valiera la pena esperar.
Ella le dio un beso.
- Puedes estar seguro.
El café estaba listo. Sirvió dos tazones, y salieron a la cubierta que daba al río. El aire era puro y transparente. Austin levantó el tazón en un brindis.
- Por tu nueva carrera en la CNN.
- Gracias a ti. Nunca hubiese ocurrido de no haber sido por la exclusiva de la trama de Atamán. Así y todo, echaré de menos a Mickey y Dundee. No sé cómo agradecértelo.
Austin la miró con una mirada a lo Groucho Marx.
- Ya lo has hecho.
- ¿Quieres decir que me diste la exclusiva solo para meterme en tu cama?
- ¿Se te ocurre algún motivo mejor?
Kaela se pasó un dedo por la mejilla y ladeó la cabeza.
- No. La verdad es que no.
Austin había llamado a Kaela antes de abandonar Londres para avisarle que regresaba a Estados Unidos. Habían acordado encontrarse en Washington después de que él presentara su informe en la NUMA. Tal como él le había prometido, le dio la exclusiva del plan de Razov. Había tenido que omitir algunos detalles, pero con las pistas que le había dado ella había completado la historia. El reportaje se había transmitido durante tres noches seguidas en todas las grandes cadenas nacionales, y como consecuencia Kaela se había convertido en la periodista más buscada en la ciudad; tenía tantos compromisos que Austin se había sorprendido cuando ella le llamó para proponerle que fueran a cenar a un discreto restaurante en el campo de Virginia. Después de cenar habían ido a la casa flotante de Austin, y la naturaleza había seguido su curso.
Austin se excusó y fue a la puerta principal, que daba a un precioso prado. Silbó con fuerza, y dos manchas blancas salieron disparadas de un bosquecillo y atravesaron el prado.
Los nerviosos galgos lo siguieron hasta la cubierta.
- ¿Qué piensas hacer con estos dos personajes? -le preguntó Kaela, mientras rascaba la ahusada cabeza de Sasha.
- Por ahora continuarán siendo mis invitados. Les buscaré un nuevo hogar cuando me encarguen mi siguiente misión.
Mientras tanto, me gustaría invitarte a un crucero.
La muchacha se rió.
- ¿Qué tipo de barco tienes?
- La NUMA y yo nos acabamos de hacer con un yate muy grande.
Kaela lo abrazó y sus labios se fundieron en un largo beso.
Con una voz ronca cuyo tono era inconfundible, dijo:
- Asegúrate de que tengan servicio de habitaciones.
FIN
DATOS DE LA PUBLICACION
Título original: Fire Ice.
Diseño de la colección: Equipo de diseño editorial.
Fotografía de la portada: © Guy Motil/Corbis.
Primera edición: febrero, 2003.
© 2002, Sandecker, RLLLP.
NOTAS
[1] Las siglas SEAL corresponden a Sea Air Land (mar, aire, tierra) cuerpo de élite de la marina norteamericana, creado por orden del presidente J. F. Kennedy, a partir del antiguo grupo de Demoliciones Submarinas que actuó en la Segunda Guerra Mundial y en la guerra de Corea.
Title Info
genre: adventure
author: Clive Cussler
author: Paul Kemprecos
title: (Kurt Austin 03) Hielo Ardiente
sequence: (name=Kurt Austin; number=3)