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agosto 29, 2010
La verdad es más extraña que la ficción.
(Adagio antiguo)
En el curso de unas investigaciones orientales, tuve ocasión hace poco de consultar el Dezizmeahorah Eshasionno¹, una obra que, como el Zohar de Simeon Jochaides, apenas es conocida incluso en Europa, y que nunca ha sido citada, que yo sepa, por un americano -si exceptuamos quizá al autor de las Curiosities of American Literature-; habiendo tenido ocasión, cómo digo, de hojear algunas páginas de la notabilísima obra mencionada, quedé no poco asombrado al descubrir que el mundo literario había estado hasta entonces completamente equivocado con respecto al destino de la hija del visir, Scherezada, tal como se describe en Las Mil y Una Noches y que el dénouement ahí dado, si bien no del todo inexacto hasta donde llega, debe al menos censurarse por no haber ido mucho más lejos.
Para la plena información de ese interesante tópico remito al lector inquisitivo al propio Eshasionnó, pero, mientras tanto, se me permitirá que dé un resumen de lo que descubrí en él.
Se recordará que, en la versión habitual de esos cuentos, cierto monarca, teniendo razones para estar celoso de su esposa la reina, no sólo la condena a muerte, sino que hace una promesa -por su barba y por el profeta- de casarse cada noche con la más bella doncella de sus dominios y de entregarla a la mañana siguiente al verdugo. Habiendo cumplido a la letra ese voto durante varios años, con una puntualidad y un métodos religioso que le honraban grandemente como hombre de devotos sentimientos y excelente juicio, fue interrumpido una tarde (sin duda, a la hora de sus oraciones) por la visita de su gran visir, a cuya hija, según parece, se le había ocurrido una idea.
El nombre de ella es Scherezada y la idea consistía en que redimiría al país del despoblador impuesto a sus beldades o bien perecería en el intento como corresponde a toda heroína que se precie.
En consecuencia, y aunque no vemos que se trate de un año bisiesto (lo que haría el sacrificio aun más meritorio) comisiona a su padre, el gran visir, para que ofrezca su mano al rey. Este la acepta ávidamente (pues había intentado tomarla de todos modos y sólo aplazaba el asunto un día tras otro por temor al gran visir), pero, al aceptarla ahora, da a entender muy claramente a las partes interesadas que, gran visir o no, no tiene la más ligera intención de ceder un ápice de su promesa o de sus privilegios. Por eso cuando la hermosa Scherezada insistió en casarse con el rey y así lo hizo a pesar del excelente consejo de su padre de no cometer barbaridades, es evidente que tenía sus bellos ojos bien abiertos y que conocía muy bien las circunstancias del caso.
Parece, sin embargo, que esta ladina damisela (que debió leer a Maquiavelo sin género de dudas) tenía un plan muy ingenioso in mente. En la noche de bodas se las compuso, he olvidado con qué especioso pretexto, para que su hermana ocupara un lecho lo bastante cercano del de la pareja real como para permitir una fácil conversación de cama a cama. Poco antes del canto del gallo tuvo buen cuidado de despertar al bondadoso monarca, su esposo (que no le guardaba menos afecto por el hecho de que tuviese la intención de retorcerle el cuello al día siguiente), que, gracias a una tranquila conciencia y una fácil digestión, dormía profundamente, para que escuchara el interesantísimo relato (acerca de una rata y un gato negro, creo) que estaba narrando en voz baja a su hermana. Cuando apuntó el día, sucedió que esta historia no había terminado todavía y que Scherezada, dadas las circunstancias, no podía acabarla en esos instantes, pues era ya hora de que se levantara y fuera a que la estrangularan -cosa poquísimo más agradable que ser ahorcado, aunque una pizca más distinguida.
Lamento decir que la curiosidad del rey prevaleció sobre sus sanos principios religiosos, induciéndole por esta vez a posponer el cumplimiento de su promesa hasta la mañana siguiente, con el propósito y la esperanza de oír por la noche lo que había ocurrido al final con el gato negro (creo que era negro) y la rata.
Llegada la noche, sin embargo, Scherezada no sólo dio el retoque final al gato negro y a la rata (que era azul), sino que, antes de darse cuenta exacta de lo que hacía, se vio envuelta en el intrincado desarrollo de una narración que se refería, si no me equivoco, a un caballo rosado (con alas verdes) que cabalgaba impetuoso por obra de un mecanismo de relojería y al que se daba cuerda con una llave color índigo. Por esta historia se interesó el rey aun más que por la otra y como el día apuntara antes de su conclusión (no obstante los esfuerzos de la sultana por finalizarla a tiempo para el estrangulamiento) no hubo más remedio que posponer otra vez la ceremonia veinticuatro horas. A la noche siguiente sucedió un accidente similar con similar resultado, y lo mismo a la siguiente y a la otra...; hasta que, al fin, el buen monarca, habiendo sido privado inevitablemente de toda oportunidad de cumplir su promesa durante un periodo no inferior al de mil y una noches, lo olvidó por completo al expirar ese término, se absolvió a sí mismo de él o bien -lo que es más probable- rompió sin reserva dicho voto, así como la cabeza de su padre confesor. En cualquier caso, Schrezada, que, por ser descendiente directa de Eva, había heredado quizá los siete cestos de conversación que esta última señora, según sabemos todos, recogió al pie de los árboles del jardín del Edén, Schrezada, repito, triunfó finalmente y el impuesto sobre las beldades fue derogado.
Ahora bien, esta conclusión (que es la del relato tal como aparece escrito) es, sin duda, muy adecuada y agradable, pero ¡ay!, como tantas otras cosas, es más agradable que cierta y yo me hallo muy en deuda con el Eshasionnö por los medios empleados para corregir el error. Le mieux -dice un proverbio francés- est l'ennui du bien, y al mencionar que Scherezada había heredado los siete cestos de charla, debiera haber añadido que los colocó a interés compuesto hasta que subieron a setenta y siete.
-Mi querida hermana -dijo en la noche mil y dos (cito al pie de la letra el lenguaje del Eshasionnó en este punto)-, mi querida hermana -dijo-, ahora que ese pequeño inconveniente acerca del estrangulamiento se ha desvanecido y que ese odioso tributo está felizmente abolido, me siento culpable de una gran indiscreción al no contaros a ti y al rey (quien, lamento decirlo, ronca, cosa que no haría ningún caballero) la verdadera conclusión de la historia de Simbad el marino. Este personaje pasó por muchas otras y más interesantes aventuras que las que relaté, pero la verdad es que precisamente en la noche de su narración tenía yo sueño y en consecuencia quise abreviar la historia, acto injurioso, el cual confío que Alá me perdone. Pero aun así no es demasiado tarde para remediar mi gran negligencia y, en cuanto haya dado al rey un pellizco o dos para que se despierte y deje de hacer ese horrible ruido, te contaré inmediatamente (y a él, si tal le place) la continuación de esa notabilísima historia.
Por lo que he leído en el Eshasionnó, la hermana de Scherezada no se mostró demasiado entusiasmada ante aquella perspectiva; pero el califa, después de recibir suficientes pellizcos, dejó de roncar y dijo finalmente ¡hum!» y luego «¡ah!», con lo que la sultana entendió (porque sin duda estas son palabras árabes) que él era todo oídos; y habiendo arreglado estas cosas a su satisfacción, reanudó sin pérdida de tiempo la historia de Simbad el marino.
-Al fin, ya en la senectud -éstas son las palabras del propio Simbad- y tras disfrutar en mi patria de muchos años de tranquilidad, me sentí una vez más dominado por el deseo de visitar países extranjeros y un día, sin confiar a nadie de la familia mi propósito, hice unos cuantos envoltorios con mercaderías que uniesen su alto precio a su escaso volumen y, contratando a un mozo de cuerda para que las acarrease, bajé con él a la costa a esperar la arribada de alguna nave que me llevase lejos del reino rumbo a alguna región que no hubiera yo explorado aún.
«Después de depositar los bultos en la arena, nos sentamos bajo unos árboles y dirigimos la mirada al océano con la esperanza de divisar un navío, pero durante varias horas no vimos ninguno. Por último me pareció oír un singular zumbido o ronroneo y el porteador, tras escuchar un rato, declaró que él también lo percibía. Luego ese sonido fue creciendo en intensidad de modo que no tuvimos duda de que el objeto que lo causaba se acercaba a nosotros. Por último, en la línea del horizonte, descubrimos un punto negro, que fue aumentando rápidamente de tamaño hasta que distinguimos un gigantesco monstruo que nadaba con gran parte de su cuerpo por encima de la superficie del mar. Venía hacia nosotros con inconcebible velocidad, levantando enormes olas de espuma en torno a su pecho e iluminando toda la parte del mar por la que pasaba con una larga línea de fuego que se extendía muy lejos en la distancia».
«Cuando aquello se nos acercó, lo vimos con toda claridad. Era tan largo como tres de los árboles más altos y tan ancho como la gran sala de audiencias de vuestro palacio ¡oh, el más sublime y munificente de los califas! Su cuerpo, distinto del de los peces corrientes, era sólido como una roca y de un negro azabache por toda la parte que sobresalía del agua, con la excepción de una estrecha raya color de sangre que la circundaba completamente. El vientre, que quedaba bajo la superficie y que sólo podíamos entrever de vez en cuando, en los momentos en que el monstruo se elevaba y descendía al compás de las olas, estaba cubierto enteramente de escamas metálicas, de un color como el de la luna en tiempo neblinoso. El dorso era liso y casi blanco y de él arrancaban hacia arriba seis espinas de una altura casi igual a la mitad de la largura de su cuerpo.
»Aquella horrible criatura no tenía boca visible, pero como para compensar esta deficiencia iba provista de cuatro veintenas de ojos por lo menos, que sobresalían de sus cuencas como los de la verde libélula
y estaban dispuestos alrededor del cuerpo en dos hileras, una encima de otra, y paralelos a la raya de color sangre, la cual parecía hacer el oficio de una ceja. Dos o tres de aquellos espantosos ojos eran mucho mayores que los otros y tenían aspecto de ser de oro macizo.
»Aunque, como he dicho, la bestia se aproximaba a nosotros con la mayor rapidez, debía de moverse por arte de nigromancia, pues no tenía ni aletas como un pez, ni pies palmeados, como un pato, ni alas como la concha marina que marcha impulsada por el viento como si fuera una nave, ni tampoco se retorcía para avanzar como hacen las anguilas. Su cabeza y su cola se parecían mucho, sólo que no lejos de la segunda había dos pequeños agujeros que servían de fosas nasales por los cuales el monstruo expulsaba su denso aliento con prodigiosa violencia y con un sonido agudo y desagradable.
»Grandísimo fue nuestro terror al contemplar aquella cosa tan horrible, pero quedó superado por el asombro que nos produjo ver sobre el lomo de aquella bestia un gran número de animales, aproximadamente del tamaño y la forma de los hombres y que se parecían mucho a éstos salvo en que no llevaban ropas (como los hombres), pues estaban provistos (por la naturaleza sin duda) de una fea e incómoda envoltura muy parecida a la tela, pero tan ajustada a la piel que hacía moverse a los pobres diablos torpemente y les ocasionaba al parecer grandes molestias. En lo alto de la cabeza llevaban una especie de cajas cuadradas que, a primera vista, pensé que harían el oficio de turbantes, pero pronto descubrí que eran sumamente pesadas y sólidas y por tanto deduje que eran artefactos destinados por su gran peso a mantener las cabezas de los animales firmes y sujetas sobre los hombros. Alrededor del cuello las criaturas llevaban collares negros (sin duda, distintivos de servidumbre), como los que ponemos nosotros a los perros, sólo que mucho más anchos y más rígidos, de modo que aquellas pobres víctimas no podían mover la cabeza en ninguna dirección sin mover al mismo tiempo el cuerpo y de esa forma se veían sentenciados a la perpetua contemplación de sus narices, visión respingona y achatada en grado portentoso, por no decir espantosa.
»Cuando el monstruo hubo llegado casi al lugar donde estábamos, proyectó hacia delante uno de sus ojos y despidió por él una terrible llamarada de fuego acompañada por una densa nube de humo y un ruido que no puedo comparar con nada sino con el trueno. Al disiparse el humo vimos a uno de los raros animales-hombre de pie cerca de la cabeza de la gran bestia con una trompeta en la mano, a través de la cual (poniéndosela en la boca) se dirigió luego a nosotros con sonidos fuertes, ásperos y desagradables, que hubiéramos tomado por palabras de un lenguaje de no haber sido emitidos a través de la nariz.
»Era evidente que se dirigía a nosotros, pero no sabía yo cómo replicar, pues no podía comprender en absoluto lo que se nos decía. Y en este trance me volví al porteador, que estaba a punto de desmayarse de miedo y le pregunté qué especie de monstruo le parecía que podía ser aquel, si tenía idea de sus intenciones y qué clase de criaturas eran las que así pululaban por su lomo. A esto replicó el porteador del mejor modo que le permitía su temblor, diciendo que ya había oído hablar una vez de aquella bestia marina, que era un demonio cruel, con entrañas de azufre y sangre de fuego, creado por los genios malos para hacer sufrir a la humanidad; que las cosas aquellas sobre su lomo eran bichos, como los que a veces infestan a los perros y a los gatos, sólo que un poco mayores y más salvajes, y que desempeñaban su función, aunque mala, ya que mediante la tortura que causaban a la bestia con sus mordeduras y picotazos la llevaban hasta el grado de furor requerido para hacerla rugir y cometer iniquidades y así cumplir los vengativos y malévolos designios de los genios perversos.
»Esta declaración me determinó a salir por pies, y, sin siquiera mirar hacia atrás, corrí a toda velocidad a las colinas mientras el mozo corría no menos velozmente, aunque poco más o menos en dirección contraria, de modo que acabó por huir con mis bultos, de los que no dudo que tuviera excelente cuidado, aunque este es un punto que no puedo determinar pues no recuerdo haberle vuelto a ver jamás».
«En cuanto a mí, era tan encarnizadamente perseguido por una multitud de bichos-hombres (que habían llegado a tierra en botes) que muy pronto fui apresado, atado de manos y pies y trasladado a la bestia, la cual inmediatamente salió nadando hacia alta mar».
«Me arrepentí entonces amargamente por mi locura de abandonar un cómodo hogar para arriesgar la vida en aventuras como aquella, pero como no servía de nada lamentarse me adapté lo mejor que pude a mi situación y me esforcé por conseguir la buena voluntad del animal hombre que poseía la trompeta y que parecía ejercer autoridad sobre sus compañeros. Tanto éxito tuve en este esfuerzo que, en unos pocos días, la criatura me concedió varias señales de su favor y, al fin, incluso se tomó la molestia de enseñarme los rudimentos de lo que sería bastante presuntuoso denominar lenguaje; pero gracias a esto pude conversar fácilmente con aquella criatura y logré hacerle comprender el ardiente deseo que tenía de ver mundo.
»-Uashish, scuashish, scuic, Simbad, eh-didel, didel, grunt unt grumbel, hiss, fiss, juis -me dijo un día después de comer-, pero os pido mil perdones, había olvidado que vuestra majestad no está familiarizado con la lengua de los gallorrelinchos (así se llamaban los animales-hombres, porque, según presumo, su lenguaje constituía el eslabón entre el del caballo y el del rey del gallinero). Con vuestro permiso traduciré: «Uashish, scuashish», etc., quiere decir: «Soy feliz al ver, mi querido Simbad, que eres un tipo excelente. Ahora estamos haciendo algo que se llama circunnavegación del globo; y como estás tan deseoso de ver mundo haré una excepción contigo y te daré un pasaje gratuito en el lomo de la bestia». El Eshasionnó relata que, cuando dama Scherezada hubo llegado a este punto, el rey se volvió del costado izquierdo al derecho y dijo:
-Es, en verdad, muy sorprendente, mi querida reina que hayas omitido hasta hoy estas últimas aventuras de Simbad. ¿Sabes que las considero tan entretenidas como extrañas?
Habiéndose expresado el califa de tal modo, según se nos cuenta, la hermosa Scherezada reanudó su historia con las siguientes palabras:
«Agradecí al animal-hombre su bondad -dijo Simbad- y pronto me encontré casi como en mi casa sobre la bestia, la cual nadaba a una velocidad prodigiosa a través del océano, aunque la superficie de éste en aquella parte del mundo no es plana en absoluto, sino redonda como una granada, así que puede decirse que nos pasamos el tiempo viajando cuesta arriba o cuesta abajo».
-Eso me parece rarísimo -interrumpió el rey.
-Sin embargo, es completamente cierto -replicó Scherezada. -Lo dudo -repuso el rey-, pero ten la bondad de proseguir el relato.
-Así lo haré -dijo la reina-. «La bestia -continuó contando Simbad- nadaba, como ya he explicado, cuesta arriba y cuesta abajo, hasta que al fin arribamos a una isla, de muchos centenares de millas de circunferencia pero que, sin embargo, había sido construida en medio del mar por una colonia de animalillos como las orugas².
-¡Hum! -dijo el rey.
-«Abandonando la isla -dijo Simbad (pues, como se comprenderá, Scherezada hizo caso omiso de la inoportuna exclamación de su marido)-, llegamos a otra, donde los árboles eran de piedra maciza y tan duros que hacían añicos las hachas mejor templadas con las que nos esforzábamos en abatirlos³.
-¡Hum! -dijo de nuevo el rey.
Pero Scherezada, sin prestarle atención, continuó con las palabras de Simbad.
-«Después de dejar atrás esta última isla, llegamos a un país donde había una caverna que se prolongaba a lo largo de treinta o cuarenta millas por las entrañas de la tierra y que contenía mayor cantidad de palacios, mucho más grandes y magníficos que los de Damasco y Bagdad juntas. De los techos de esos palacios colgaban millares de gemas, parecidas a diamantes, pero más grandes que los hombres. Y por las calles que pasaban entre torres y pirámides discurrían vastos ríos negros como el ébano, rebosantes de peces sin ojos»⁴.
-¡Hum! -dijo el rey.
-Navegamos luego a una región del mar donde hallamos una elevada montaña por cuyas ladras se derramaban torrentes de metal fundido, algunos de los cuales medían doce millas de ancho por sesenta de largo⁵, mientras que de un abismo en la cumbre salía tan ingente cantidad de cenizas que el sol estaba enteramente oculto en los cielos y el día era más oscuro que la más oscura medianoche, de modo que, cuando nos hallamos incluso a una distancia de ciento cincuenta millas de la montaña era imposible ver el objeto más blanco por cercano que lo tuviésemos ante nuestros ojos»⁶.
-¡Hum! -dijo el rey.
-«Después de abandonar esa costa, la bestia continuó su travesía hasta llegar a una tierra en la que la naturaleza de las cosas parecía haberse invertido, pues allí vimos un gran lago, en el fondo del cual,
a más de cien pies de la superficie del agua, florecía en toda su vegetación de altos y frondosos árboles»⁷.
-¡Ja! -dijo el rey.
-«Unas cien millas más adelante fuimos a parar a un clima en el que la atmósfera era tan densa que podía sostener hierro o acero del mismo modo que la nuestra lo hace con las plumas»⁸.
-¡Quita allá! -dijo el rey.
-«Siguiendo siempre en la misma dirección, llegamos luego a la más magnífica región del mundo entero. A través de ella serpenteaba un espléndido río durante varios miles de millas. Este río era de una profundidad insondable y de una transparencia mayor que la del ámbar. Tenía de tres a seis millas de ancho y sus márgenes, que se elevaban perpendicularmente por ambos lados a mil doscientos pies de altura, estaban coronadas por árboles siempre floridos y perfumadas flores perennes que hacían de todo el territorio un maravilloso jardín. Pero este lujuriante país se llamaba el Reino del Horror y penetrar en él equivalía a la muerte inevitable»⁹.
-¡Jua! -dijo el rey.
-«Abandonamos este reino con grandes prisas y, al cabo de unos días, llegamos a otro, donde nos quedamos asombrados al ver millares de monstruosos animales con cuernos semejantes a guadañas sobre su cabeza. Estas horribles bestias excavan en el suelo amplias cavernas en forma de túnel y revisten sus paredes con rocas, dispuestas de tal modo unas sobre otras que se caen instantáneamente al ser pisadas por otros animales, precipitando así a éstos en las guaridas de los monstruos, que succionan al momento su sangre y luego arrojan despreciativamente el cadáver a gran distancia de las cavernas de la muerte»¹⁰.
-¡Ufl -dijo el rey.
-«Continuando nuestro viaje, divisamos una comarca abundante en vegetales que no crecían en el suelo, sino en el aire¹¹. Había otros que brotaban de la sustancia de otros vegetales¹²; otros que obtenían
su sustento de los cuerpos de animales vivos¹³; y había además otros que resplandecían con un fuego intenso¹⁴; otros que se movían de aquí para allá a placer¹⁵ y, lo que es aún más sorprendente, descubrimos que vivían respiraban y movían a voluntad sus miembros y tenían, además, la detestable pasión del género humano de esclavizar a otras criaturas y confinarlas en hórridas y solitarias prisiones hasta cumplir las tareas que se les encomendaban»¹⁶.
-¡Bah! -dijo el rey.
-Dejamos esta tierra y pronto llegamos a otra en la cual las abejas y los pájaros son matemáticos de tal genio y erudición que instruyen a diario en la ciencia de la geometría a los sabios del imperio. El rey del lugar ofreció un premio por la solución de dos dificilísimos problemas y ambos fueron resueltos al instante, uno por las abejas y el otro por los pájaros. Pero el rey mantuvo en secreto las soluciones y sólo tras profundísimas investigaciones y trabajos y de escribir infinidad de libros durante una larga serie de años llegaron al fin los matemáticos a las mismas soluciones que habían dado al instante por las abejas y los pájaros¹⁷ - «Apenas habíamos perdido de vista este imperio, cuando nos encontramos junto a otro desde cuyas costas volaba sobre nuestras cabezas una bandada de aves, bandada que tenía una milla de anchó por doscientas cuarenta de largo, de modo que, aun cuando volaban a una milla por minuto, requirió cuatro largas horas que todos los pájaros pasaran por encima de nosotros, de lo cual se deduce que había varios millones de ejemplares»¹⁸.
-¡Ilusos! -dijo el rey.
-«No bien nos libramos de estos pájaros, que nos ocasionaron gran molestia, quedamos aterrorizados ante la aparición de un ave de otra clase e infinitamente más grande incluso que los rochos¹⁹ que he encontrado en mis anteriores viajes, pues era mayor que la mayor de las cúpulas de vuestro serrallo ¡oh, el más munificente de los califas! Esta ave terrible no tenía cabeza visible, sino que estaba enteramente constituida por un vientre, de gordura y redondez prodigiosas, formado por una blanda sustancia, suave, brillante y listada de diversos colores. En sus garras el monstruo llevaba hacia su nido en los cielos una casita a la que había arrancado el tejado y en el interior de la cual divisamos claramente seres humanos que, sin género de duda se hallaban en un estado de espantosa desesperación ante el horrible sino que les aguardaba. Gritamos con todas nuestras fuerzas, esperando asustar al pájaro para que soltara su presa, pero él se limitó a dar un resoplido, como de rabia, y luego dejó caer sobre nuestras cabezas un pesado saco que resultó estar lleno de arena».
-¡Bobadas! -dijo el rey.
-«Justo tras esta aventura nos vimos en un continente de vasta extensión y prodigiosa solidez, pero que, sin embargo, se apoyaba enteramente sobre el lomo de una vaca azul cielo que tendría no menos de cuatrocientos cuernos»²⁰.
-Eso sí lo creo -dijo el rey-, porque he leído algo parecido en un libro.
-«Pasamos inmediatamente por debajo de ese continente (navegando entre las patas de la vaca) y, al cabo de unas horas, nos hallamos en un país en verdad asombroso que, según me informó el animal-hombre, era su propia patria, habitada por cosas de su propia especie. Esto elevó muchísimo en mi estima al animal-hombre y, en realidad, comencé a sentirme avergonzado por la despreciativa familiaridad con que le había tratado, pues comprobé que en general los animales-hombre eran una nación de poderosísimos magos, que vivían con gusanos en sus cerebros²¹, los cuales, sin duda, servían para estimularles, mediante sus dolorosos retorcimientos y culebreos, a realizar los más prodigiosos esfuerzos de imaginación.
-¡Tonterías! -dijo el rey.
-«Entre los magos vivían domesticados varios animales de lo más singular; por ejemplo, había un enorme caballo cuyos huesos eran de hierro y cuya sangre era agua hirviente. En lugar de grano le daban piedras negras como alimento habitual y, no obstante, a pesar de esa dieta tan indigesta, era tan fuerte y rápido que arrastraba una carga más pesada que el mayor templo de esta ciudad a una velocidad que sobrepasaría a la del vuelo de la mayoría de las aves»²².
-¡Sandeces! -dijo el rey.
-«Vi también entre aquellas gentes una gallina sin plumas, pero mayor que un camello; en vez de carne y huesos tenía hierro y ladrillos; su sangre, como la del caballo (con el que, en realidad, estaba casi emparentada), era agua hirviendo y, al igual que él, no comía otra cosa que madera o piedras negras. Dicha gallina alumbraba con gran frecuencia un centenar de pollos al día y, después de nacer, éstos permanecían durante varias semanas en el estómago de la madre»²³. -¡Necedades! -dijo el rey.
-«Uno de esta nación de poderosos brujos creó un hombre a partir de latón, madera y cuero y le dotó de tal ingenio que habría vencido al ajedrez a todos los miembros del género humano con la excepción del gran califa Harún-al-Raschid²⁴. Otro de estos magos construyó con parecidos materiales una criatura que haría avergonzarse incluso al genio del que la hizo, pues tan grandes eran sus facultades de razonar que, en un segundo, realizaba cálculo de tan vasta amplitud que habrían requerido la labor combinada de cincuenta mil hombres de carne y hueso durante un año²⁵. Pero un hechicero aun más portentoso hizo algo formidable que no era hombre ni bestia, pero que tenía sesos de plomo entremezclados con una materia negra como la pez y unos dedos que empleaba con tan increíble rapidez y destreza que no habría tenido ninguna dificultad en escribir veinte mil copias del Corán en una hora; y eso con tan exquisita precisión que en todas las copias no se hubiera encontrado una que variase de otra en la anchura del cabello más fino. Este algo tenía una fuerza prodigiosa, de suerte que podía erigir o derrocar de un soplo los más formidables imperios, pero su poder era ejercido por igual para el mal y para el bien».
-¡Ridículo! -dijo el rey.
-«Entre este pueblo de nigromantes había también uno por cuyas venas corría la sangre de las salamandras, pues no tenía escrúpulo en sentarse para fumar su chibuquí dentro de un horno rusiente hasta que su comida se hubiese asado totalmente en el suelo²⁶. Otro tenía la facultad de convertir los metales comunes en oro sin siquiera mirarlos durante la operación²⁷. Otro tenía tal delicadeza de tacto que hacía un alambre tan fino que resultaba invisible²⁸. Otro tenía tal rapidez de percepción que contaba por separado todos los movimientos de un cuerpo elástico mientras éste saltaba hacia delante y atrás a razón de novecientos millones de veces por segundo»²⁹.
-¡Absurdo! -dijo el rey.
-«Otro de estos magos, por medio de un fluido que nadie vio jamás, podía hacer que los cadáveres de sus amigos agitaran los brazos, sacudiesen las piernas, luchasen e incluso se levantasen y bailasen a voluntad³⁰. Otro tenía cultivada la voz en grado tan amplio que podía hacerse oír de un extremo a otro de la tierra³¹. Otro tenía un brazo tan largo que podía sentarse en Damasco y escribir una carta en Bagdad o, verdaderamente, en cualquier lugar por distante que estuviese³². Otro ordenaba al rayo que bajase de los cielos hasta él y el rayo acudía a su llamada y le servía de juguete. Otro tomaba dos sonidos fuertes y de ellos formaba silencio. Otro creaba una densa oscuridad a partir de dos luces brillantes³³. Otro hacía hielo en un horno ardiente³⁴. Otro daba instrucciones al sol para que pintase su retrato y el sol lo hacía³⁵. Otro tomaba este astro junto con la luna y los planetas y tras de pesarlos con escrupulosa exactitud exploraba sus profundidades y averiguaba la solidez de la sustancia de que estaban constituidos. Pero toda la nación posee tan sorprendente habilidad nigromántica que ni siquiera sus niños o sus más vulgares perros y gatos tienen dificultad en ver objetos que no existen o que veinte mil años antes de nacer su propia nación fueron borrados de la faz de la tierra»³⁶.
-¡Ridículo! -dijo el rey.
-«Las esposas e hijas de estos magos incomparablemente grandes y sabios -continuó Scherezada sin alterarse en absoluto por las frecuentes y muy incorrectas interrupciones de su esposo-, son cuanto de cumplido y refinado existe y constituirían lo más interesante y bello, si no fuera por una desdichada fatalidad que les acosa y de la que ni siquiera el milagroso poder de sus maridos y padres han conseguido remediar hasta ahora. Unas fatalidades se presentan bajo ciertas formas y otras bajo diferentes aspectos, pero aquella a la que me refiero se ha presentado en forma de excentricidad.
-¿De qué? -dijo el rey.
-De excentricidad -dijo Scherezada-. Uno de los genios malos que están siempre al acecho para acarrear el infortunio ha metido en la cabeza de esas cumplidas damas la idea de que la cosa que describimos como belleza personal consiste en la protuberancia de la región donde la espalda cambia de nombre. La perfección de la belleza, dicen, está en relación directa con el volumen de esta giba. Dominadas por esta idea largo tiempo y aprovechando que las almohadillas son baratas en ese país, han llegado a tal extremo que resulta difícil distinguir una mujer de un dromedario...
-¡Basta -dijo el rey-. No puedo, ni quiero aguantar más. Me has levantado un terrible dolor de cabeza con tus patrañas. El día además, por lo que veo, comienza a despuntar. ¿Cuánto tiempo llevamos ya casados? Mi conciencia está volviendo a atormentarme. Y luego ese detalle del dromedario... ¿Me tomas por tonto? Lo mejor que puedes hacer es levantarte e ir a que te estrangulen.
Estas palabras, según sé por el Eshasionnó, afligieron y asombraron a Scherezada, pero sabiendo que el rey era un hombre de escrupulosa integridad y nada inclinado a faltar a su palabra, se sometió
a su sino de buen talante. Experimentó, sin embargo, gran consuelo (mientras le apretaban el cuello) pensando que buena parte de la historia seguía aún sin contar y que le estaba bien empleado al petulante y bruto de su marido quedarse sin conocer muchas e inconcebibles aventuras.
FIN
Notas:
¹ Decidme ahora: ¿es así o no?
² La coralina.
³ Una de las curiosidades más notables de Texas es un bosque petrificado, próximo a la fuente del río Pasigno. Hay allí varios centenares de árboles, en posición vertical, transformados en piedra. Algunos, que crecen en la actualidad, están parcialmente petrificados. Este es un hecho sorprendente para los naturalistas y les obligará a modificar la actual teoría de la petrificación. (Kennedy. Texas, I, p. Izo.)
Esta información, al principio desacreditada, ha sido corroborada por el descubrimiento de un bosque completamente petrificado próximo a las fuentes del río Cheyenne o Chienne, que tiene su nacimiento en las Colinas Negras de la cordillera de las Rocosas.
Apenas hay, quizá, un espectáculo sobre la superficie del globo más notable, tanto desde el punto de vista geológico como del pintoresco, que el ofrecido por el bosque petrificado cercano a El Cairo. El viajero, después de dejar a su espalda las tumbas de los califas, nada más pasar las puertas de la ciudad, se dirige hacia el sur, casi en ángulo recto con la carretera que cruza el desierto hacia Suez, y tras haber recorrido unas diez millas por un valle bajo y yermo, cubierto de arena, cascajo y conchas marinas, de aspecto tan reciente que parece como si la marea se hubiese retirado el día anterior, atraviesa una baja sucesión de dunas que durante alguna distancia corren paralelas a él. La escena que se presenta entonces a su vista es increíblemente extraña y desolada. Una inmensa masa de fragmentos de árboles, convertidos en piedra, que al ser pisados por los cascos de su caballo resuenan como el hierro fundido, se extiende a lo largo de millas y millas en forma de bosque descompuesto y derrumbado. La madera es de color castaño oscuro, pero conserva a la perfección su forma y los pedazos, de uno a quince pies de largo y de medio a tres de grueso, están esparcidos de modo tan compacto hasta donde alcanza la vista, que un asno egipcio apenas puede abrirse paso entre ellos, y su aspecto es tan natural que, si estuvieran en Escocia o Irlanda, el bosque podría pasar sin dificultad por algún enorme pantano desecado en el cual yaciesen los árboles desenterrados pudriéndose al sol. Las raíces y rudimentos de las ramas se conservan en muchos casos en un estado casi perfecto y en algunos son fácilmente reconocibles las galerías hechas por la carcoma bajo la corteza. Los más delicados de los vasos de la savia y todas las partes finas del centro del tronco están totalmente enteros y se pueden examinar con las lupas más potentes. Las partes enteras se han petrificado a tal punto que rayan el vidrio y admiten un fino pulimento. (Asiatic Magazine. Vol. III, p. 359; Serie Tercera.)
⁴ La caverna del Mamut en Kentucky.
⁵ En Islandia, en 1783.
⁶ «Durante la erupción del Hecla, en 1766, nubes de esta clase produjeron tal oscuridad que, en Glaumba, a más de cincuenta millas de la montaña, la gente sólo a tientas podía encontrar su camino. Durante la erupción del Vesubio, en 1794, en Caserta, a cuatro leguas de distancia, la gente sólo podía caminar a la luz de las antorchas. El 1 de mayo de 181 z, una nube de cenizas volcánicas y arena, procedente de un volcán de la isla de San Vicente, cubrió todas las Barbados, extendiendo sobre ellas una oscuridad tan intensa que, al mediodía, al aire libre, no se podían distinguir los árboles u otros objetos cercanos y ni siquiera un pañuelo blanco colocado a una distancia de seis pulgadas del ojo". (Murray, p. 215, Edit de Filadel.)
⁷ «En el año de 1769, durante un terremoto en Caracas, se hundió parte del suelo de granito y dejó al descubierto un lago de ochocientas yardas de diámetro y de ochenta a cien pies de profundidad. Era una porción del Bosque de Aripao, que se hundió con él y los árboles permanecieron verdes durante varios meses bajo el agua. (Murray, p. 221.)
⁸ El acero más duro que se manufactura puede quedar reducido, bajo la acción de un soplete de químico, a un polvo impalpable que flotará fácilmente en el aire.
⁹ La región del Níger. Véase Colonial Magazine, de Simmond.
¹⁰ La Myrmeleon, la hormiga león. El término «monstruo es igualmente aplicable a cosas anormales pequeñas que a grandes, mientras que adjetivos como
.
¹¹ La Epidendron, Flos Aeris, de la familia de las orquídeas crece con sólo la superficie de sus raíces unidas a un árbol u otro objeto, del que no obtiene ninguna nutrición, pues subsiste totalmente del aire.
¹² Los parásitos, como el portentoso Rafflesia Arnoldii.
¹³ Schouw defiende la existencia de una clase de plantas que crecen sobre animales vivos: las Plantae Epizoe. De esta clase son los fucos y las algas. El señor J. B. de Salem, Mass., donó al National Institute un insecto de Nueva Zelanda, con la siguiente descripción: "El Hotte, que es una oruga o gusano, crece al pie del árbol Rata y tiene una planta que le crece en la cabeza. Este peculiarisimo y extraordinario insecto sube por los árboles rata y puriri y, penetrando por la copa, se abre camino perforando el tronco hasta alcanzar la raíz; sale entonces de esta y muere o queda adormecido y la planta sale de su cabeza: el cuerpo queda entero e intacto y más duro que cuando estaba vivo. Con este insecto los indígenas hacen un colorante para tatuajes.
¹⁴ En las minas y cuevas naturales encontramos una especie de hongo que despide una intensa fosforescencia.
¹⁵ Las orquídeas, las escabiosas y las valisnerias.
¹⁶ «La corola de esta flor (Aristolochia Clematitis), que es tubular pero termina hacia arriba en un miembro ligulado, se infla hasta cobrar forma globular por la base. La parte tubular está adornada por dentro con pelos muy duros que apuntan hacia abajo. La parte globular contiene el pistilo, que consiste simplemente en un ovario y un estigma, junto con los estambres circundantes. Pero los estambres, como son más cortos que el ovario, no pueden descargar el polen de forma que caiga sobre el estigma, pues la flor se mantiene siempre erecta hasta después de la fecundación. Por eso, de no mediar ninguna ayuda, el polen cae necesariamente al fondo de la flor.
Ahora bien, la ayuda que en este caso brinda la naturaleza es la del Tipula Pennicornis, un pequeño insecto que penetra por el tubo de la corola en busca de miel, desciende al fondo y va registrándolo hasta que queda completamente cubierto de polen; como no puede volver a subir dada la posición de los pelos que convergen en un punto como los alambres de una ratonera e impacientándose por su encarcelamiento, se mueven en todas direcciones intentando salir por todos los rincones hasta que, tras frotarse repetidas veces contra el estigma, lo cubre suficientemente de polen para que se efectúe la fecundación, a consecuencia de la cual la flor no tarda en inclinarse y los pelos en contraerse hacia los lados del tubo, dejando un paso fácil para que se escape el insecto",. (Rev. P. Keith, System of Physiological Botany.)
¹⁷ Desde que las abejas existen, han venido construyendo sus celdas con el número de lados, la cantidad y el ángulo de inclinación que (como se ha demostrado en una investigación matemática que implicaba los más profundos principios de dicha ciencia) se requieren para proporcionar a las criaturas el mayor espacio compatible con la máxima estabilidad de la estructura.
A finales del siglo pasado, se planteó entre los matemáticos la cuestión de «determinar la mejor forma que puede darse a las aspas de un molino de viento conforme a las distancias variables desde los brazos y desde los centros de revolución. Este es un problema sumamente complejo pues significa, dicho de otro modo, hallar la mejor posición posible para una infinidad de variadas distancias y una infinidad de puntos. Hubo mil intentos de aclarar la cuestión por parte de los más ilustres matemáticos y cuando, al fin, se llegó a una solución, comprobaron que las alas de un pájaro coincidían con ella, desde que la primera ave echara a volar.
¹⁸ El teniente F. Hall observó una bandada de palomas de una milla de ancho que sobrevolaba los territorios de Francfort e Indiana; tardó cuatro horas en pasar, lo cual, a un promedio de una milla por minuto, da una largura de 240 millas y, suponiendo tres palomas por cada yarda cuadrada, da 2.230.272.000 palomas. (Travels in Canada and the United States.)
¹⁹ Aves fabulosas de enorme tamaño mencionadas en las leyendas árabes y, especialmente, en los cuentos de Simbad de las Mil y Una Noches.
²⁰ «La tierra está sostenida por una vaca de color azul que tiene cuernos en número de cuatrocientos». (El Korán.)
²¹ «Los entozoos, o gusanos intestinales, han sido descubiertos repetidas veces en los músculos y en la sustancia cerebral de los hombres». (Véase Physiology, de Wyatt, p. 143.)
²² El gran Western Railway, entre Londres y Exeter, ha llegado a alcanzar una velocidad de 71 millas por hora. Un tren que pesaba 90 toneladas fue arrastrado de Paddington a Didcot (53 millas) en 51 minutos.
²³ La incubadora.
²⁴ El jugador de ajedrez autómata de Maelzel.
²⁵ La máquina calculadora de Babbage.
²⁶ Chabert, y desde él otros cien más.
²⁷ El electrotipo (¿galvanotipia?).
²⁸ Wollaston hizo con platino, para el campo de visión de un telescopio, un alambre de dieciochomilavo de pulgada de grosor. Sólo podia verse por medio del microscopio.
²⁹ Newton demostró que la retina, bajo la influencia de los rayos violetas del espectro, vibra 9oo.ooo.oco de veces por segundo.
³⁰ La pila voltaica.
³¹ El electrotelégrafo transmite instantáneamente noticias a cualquier distancia de la tierra.
³² El aparato de imprimir electrotelegráfico.
³³ Experimentos corrientes de física. Si dos rayos rojos procedentes de dos puntos luminosos penetran en una cámara oscura de modo que caigan sobre una superficie blanca y difieren en su largura en 0,0000258 de pulgada, se duplica su intensidad. Lo mismo pasa, si la diferencia de longitud es cualquier número entero múltiplo de dicha fracción. Un múltiplo por 2 1/4, 3 1/4, etc., da una intensidad igual a un sólo rayo, pero un múltiplo por 2 1/2, 2 1/2, etc., da como resultado la oscuridad total. En los rayos violeta se producen efectos similares cuando la diferencia en longitud es de 0,0000157, y con todos los demás rayos los resultados son los mismos, pues la diferencia varía con un aumento uniforme del violeta al rojo. Análogos experimentos con respecto al sonido producen resultados similares.
³⁴ Colóquese un crisol de platino sobre una lámpara de alcohol y manténgase al rojo; viértase ácido sulfúrico, que, a pesar de ser el más volátil de los cuerpos a temperatura normal, quedará completamente congelado en un crisol caliente, sin evaporarse ni una gota, porque estará rodeado por una atmósfera de su propia materia y no toca, en realidad, las paredes. Se añaden unas gotas de agua y el ácido, tomando inmediatamente contacto con las paredes recalentadas del crisol, se evapora en forma de vapor de ácido sulfuroso y tan rápida es su transformación que el calórico del agua se va con él y queda en el fondo un trozo de hielo. Si se extrae rápidamente, antes de que vuelva a fundirse, puede obtenerse un bloque de hielo en un crisol ardiente.
³⁵ El daguerrotipo.
³⁶ Aunque la luz recorre 299.790 km por segundo, la distancia de la que suponemos estrella fija más cercana (Sirio) es tan increíblemente grande que sus rayos necesitarían, por lo menos, tres años para llegar a la tierra. Para las estrellas más allá de ella, una estimación moderada sería la de 20 e incluso 1.000 años. Por eso, si fueron aniquilados hace 20 ó 1.000 años, podríamos verlas todavía hoy por la luz que partió de su superficie hace veinte o mil años. No es imposible, ni siquiera improbable que muchas estrellas de las que vemos estén extinguidas ya. (Nota del Broadway Journal.)
Herschel el Viejo sostiene que la luz de las nebulosas más tenues vistas con su potente telescopio deben de haber tardado 3.000.000 de años en llegar a la tierra. Algunas, hechas visibles por el instrumento de Lord Ross deben de haber necesitado, pues, 20.000.000 por lo menos. (Nota de Griswold.)
FIN