Publicado en
julio 18, 2010
ARGUMENTO:
Jacques Challier le había confesado a Sandi que la deseaba con locura, pero ella no podía confiar en él. Jacques simplemente la consideraba un desafío, nada más; el matrimonio no figura entre sus planes, y Sandi no quería conformarse con una aventura.
Además, era su enemigo. Su aristocrática familia había rechazado a su joven hermana...y él debía haber participado en aquella conspiración. Entonces ¿cómo se atrevía a intentar seducir a Sandi? Hasta ahora no había podido ignorarlo, pero debía resistirse a sus encantos.
Capítulo 1
CÓMO está, señora Challier? -la voz profunda y tranquila era tan distante como el rostro sombrío, de rasgos atractivos, que la miraba con fijeza-. ¿Es usted la señora Ann Challier? -su acento francés, al igual que el de Emile, resultaba escalofriante.
-Yo... -Sandi vaciló por un segundo, turbada.
-Me dijeron que esta era la residencia de la señora Ann Challier -su expresión era fría como el hielo, y casi arrugó la nariz con un gesto de desdén al pronunciar la palabra «residencia»-. ¿No es así?
-¿Quién es usted?
-Creo que lo sabe. Emile debió de habérselo dicho.
Sandi miró fijamente a aquel forastero alto, de anchos hombros, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad. Debía de tratarse de André o de Jacques. Se parecía demasiado a Emile para no tener un estrecho parentesco con él, pero... ¿qué hermano sería? Cualquiera que fuera, ese cuerpo esbelto y musculoso, y ese rostro duro e implacable, presagiaban problemas.
-No estoy de humor para juegos, señor...
-¿Juegos? -sus oscuros ojos brillaron amenazadores, y por un instante la joven estuvo a punto de cerrarle la puerta en las narices, de puro miedo – yo jamás juego, señora Challier. Soy Jacques, hermano de Emile. Lamento haberme presentado de en un momento tan poco delicado, pero confío en que comprenderá que necesitamos hablar.
- ¡Tiene que estar bromeando!- exclamo Sandi; ¿así que aquel era el gran, el venerable Jacques Challier?
Tenía que haberlo adivinado. La rabia la hizo levantar la barbilla y mirar con ojos brillantes al hombre impecablemente vestido que permanecía en el umbral- Aunque la suya fuera la última familia viva sobre la tierra, no hablaría con un solo miembro de su despreciable clan, señor Challier- declaró tensa- A propósito
no soy Ann , sino Sandi, su hermana. Pero para el caso es lo mismo: puede considerar mis palabras los pensamientos de mi hermana.
-Le pido perdón... – se disculpó el recién llegado con frialdad.
-¡No! -exclamó, furiosa y dolida -. La ilustre familia Challier nunca ha pedido perdón en toda su existencia. Ustedes prefieren la fuerza, ¿no es verdad? Eso y la sucia manipulación. Bueno, todos deberían sentirse contentos ahora, de vuelta a su precioso castillo, ¿no? Emile está muerto y ustedes rompieron el corazón a Anna, ¿qué mas quieren?
-¿Cómo se atreve a hablarme así?-preguntó él, muy pálido.
-Oh, claro que me atrevo, señor Challier. Por supuesto que me atrevo- replicó tensándose al ver que Jacques se disponía a entrar en su minúsculo piso, e interpuso su menudo cuerpo a modo de barrera, como una furiosa tigresa que defendiera a su pequeño-. ¡Quédese donde está! -su voz, baja y llena de odio, lo obligó a detenerse-. No va a entrar aquÍ. Prefiero morir antes que permitir que ensucie la casa de Ann con su presencia. Puede marcharse ahora mismo; el único lazo que la ligaba a ella con su familia ya ha desaparecido. No nos sentimos intimidadas por su riqueza, señor Challier; ya no. Mi hermana no era lo suficientemente buena para su aristocrática familia, ¿verdad? No tenía los contactos adecuados y tampoco era francesa -se mordió el labio y añadió, sin poder contenerse-: Pues bien, permítame que le diga lo siguiente: Ann vale más que todos los Challier juntos. Ninguno de ustedes es digno siquiera de lamerle los zapatos. Emile lo sabía. Al menos disfrutaron de unos pocos meses de felicidad juntos, y ustedes nada pueden hacer ya para evitarlo. Si les preocupa que podamos reclamar o aspirar a la fortuna de los Challier, olvídenlo. Los despreciamos profundamente. No hay nada... nada... que queramos de ustedes. ¿Me he explicado con claridad?
-Con transparente claridad, desde luego -los ojos negros de Jacques se habían convertido en finas rendijas, aunque su rostro no parecía traicionar ninguna emoción-. Dramáticamente, me atrevería a añadir.
-Puede usted decir lo que quiera -repuso Sandi con tono suave-. Ya no puede hacer más daño a Emile del que ya le ha hecho, y no permitiré que se lo haga a Ann.
De repente se oyó una débil voz femenina al otro lado de una puerta, preguntando:
-¿Sandi? ¿Sandi, quién está ahí?
-Tranquila, Ann. Estaré contigo dentro de un minuto -se dispuso a cerrar la puerta-. Adiós, señor ChaIlier.
-¿Es su última palabra?
-Será mejor que lo crea asÍ -repuso tensa, pensando que probablemente aquella era la primera vez que Jacques Challier recibía un desaire semejante... y además, por una mujer. Ann le había dicho que Emile solía burlarse de que Jacques, su hermano mayor y el socio de su padre en el riquísimo negocio familiar, se relacionaba con tantas mujeres que no sabía qué hacer con ellas. Después de verlo en persona, a Sandi no le extrañaba nada.
-Esta conversación podría haber supuesto un beneficio económico para su hermana...
-¿Qué les pasa a las personas como usted? -preguntó horrorizada Sandi, sin preocuparse por disimular su desdén-. ¿Su único Dios es el dinero? ¿Es eso? Bien, pues tenga bien presente que no es el nuestro. Ann
tiene sus recuerdos y... -se interrumpió bruscamente mordiéndose el labio al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir-. Y ya está. AsÍ que ya ha cumplido con sus obligaciones para con la viuda de su hermano, señor Challier, Ya ha hecho el gesto de dar su sangre para lavar su culpa, y ahora me gustaría que se marchara. Mi hermana lleva días enteros sin poder dormir. Esta es la primera vez que logra descansar durante el día y ahora acaba de despertarla...
-Oh, vamos, señorita...
Sandi se negó a decirle su nombre, y al cabo de unos segundos él se encogió de hombros con gesto despreciativo.
-Seguro que puede tomar pastillas para dormir o algún tipo de medicación para circunstancias difíciles. Su médico le habrá prescrito...
-No puede tomar pastillas para dormir... -de nuevo Sandi se interrumpió y aspiró profundamente, furiosa consigo misma por su imprudencia-. Mire, váyase, ¿quiere? No le queremos aquí.
Pero cuando iba a cerrar de un portazo, él se las arregló para bloquear la puerta con un pie.
-No tan rápido -dijo con tono suave, pero frío-.aquí hay algo que no de comprender bíen...
-No hay nada que comprender -le espetó Sandi con voz temblorosa. –No quiero que moleste Ann,
eso es todo. Déjenos en paz...
Se interrumpió bruscamente en el mismo momento en que se abrió la puerta del vestíbulo, y los dos se volvieron para mirar a la joven que permanecía en el umbral. Aunque su cuerpo delgado y menudo revelaba un vientre abultado, producto de su embarazo, Ann Challier parecía auténticamente una niña. Una hermosa, pálida, indefensa niña de cabello largo y rubio, con unos azules ojos asustados que miraban con asombro al recién llegado.
-No...- pronunció mientras miraba aterrada a su hermana-. ¿Sandi? No...
Y se desmayó con tanta rapidez que habría caído al suelo si Jacques no la hubiera sostenido. Abrazándola, le apoyó la cabeza en sus rodillas.
-Mire lo que ha hecho.- exclamó Sandi, también inclinada sobre el cuerpo inerte de su hermana-. ¿Por qué ha tenido que venir hoy? Ni siquiera se molestó en enviar una nota cuando el funeral, y ahora se presenta de repente..
-Está embarazada- pronunció, asombrado-. ¿De Emile?
-Por supuesto que sí- Sandi lo miró rabiosa-. ¿Cómo ha podido pensar que...? ¡Oh, los Challier!
-Me he expresado mal- Jacques sacudió ligeramente la cabeza-. Lo que pasa es que no lo sabía. No fuimos informados de...
-¿Por qué tendríamos que habérselo dicho?- le preguntó, tensa-. Usted y su familia dejaron perfectamente claro que si Emile se casaba con Ann, para ellos sería como si estuviera muerto. Bueno, pues ahora lo está, ¿no? -añadió emocionada, pálida-. El pobre chico llevaba una vida muy dura, estudiando de día y trabajando de noche, robándole al sueño todas las horas que podía. Pero a ustedes no les importaba; nunca les importo. ¿Que es lo que saben ustedes del trabajo duro, sin descanso? Nada. Su hermano se mató cuando volvía del almacén donde trabajaba, si quiere saberlo. La policía concluyó que se quedó dormido al volante de su coche; era la única explicación plausible, ya que se estrelló de lleno contra un muro de ladrillo.
-Ya he leído el informe policial -replicó él, tenso.
-¿Por qué no pudo asistir al funeral? -le preguntó Sandi-. De todas formas, ¿por qué habría de hacerla? Él sólo era su hermano, la oveja negra que había desafiado a la familia Challier, y por tanto era menos que nada.
-Vine tan pronto como me enteré -repuso mirándola con los ojos brillantes-. Estábamos fuera. Mi madre no se sentía bien y necesitaba descanso.
-¿ y allá donde fue a descansar no había teléfono? -le preguntó ella, incrédula-. La policía debió de hacer algún intento de contactar con ustedes...
-Así fue, y al final lo lograron. Como usted podrá ver.
-Lo que yo puedo ver... -se interrumpió al darse cuenta de que su hermana empezaba a parpadear, gimiendo débilmente-. ¿Podría ayudarme a llevarla su habitación? -se apresuró a preguntarle-. Ha estado muy enferma desde el accidente de Emile...
-Por supuesto. ¿Me permite? -deslizó un brazo bala el cuerpo de Ann y la levantó como si no pesara mas que una pluma.
Sandi lo guió hacia el dormitorio, apartó el edredón de la cama y le ayudó a acostarla. Ann no tardó en abrir los ojos y, aterrada, se llevó un puño a la boca al ver el sombrío rostro de Jacques, tan parecido al de su hermano.
-Tranquila, Ann, tranquila -Sandi ocultó a Jacques de la mirada de su hermana, abrazándola-. Te has desmayado, eso es todo.
¿Quien...?
-Es Jacques -respondió Sandi ,con tono suave-. Pero todo está bien, te lo prometo. El solo quería... vaciló y se obligó a sí misma a adoptar un tono firme-. Sólo quería saber si podía ayudar en Algo.
-¿Ayudar? -inquirió Ann nerviosa.
-Señorita Challier -Jacques se dirigió a ella colocándose al otro lado de la cama y mirándola con expresión amable y solícita-. No quiero hacerle ningún daño, por favor, créame. No sabía nada del accidente de Emile hasta hace unas pocas horas -se apresuro a añadir antes de que Sandi pudiera interrumpirlo-. Es importante que comprenda esto. Desgraciadamente mi madre no se encuentra bien, y esta noticia... como es natural, la ha afectado mucho..
-Oiga, ¿qué es lo que quiere exactamente? -Intervino Sandi atrayendo la mirada de Jacques.
De inmediato fue consciente de que iba vestida con una descolorida camiseta y unos viejos vaqueros, además de que no estaba maquillada. Sus ojos, de un color castaño intenso, adquirieron la frialdad del acero cuando
la miró.
Por el contrario, Jacques presentaba una aspecto impecable, vestido con ropa informal pero ostensiblemente cara. Tenía una apariencia innegablemente atractiva.
-Mi hermana está muy cansada -continuó Sandi-, y el funeral de ayer la afectó muchísimo.
-Por supuesto....
-Necesita reposo y tranquilidad, Y tengo que decir: le que su presencia aquí no la ayuda nada -se apresuró a continuar, antes de que acabara por perder la paciencia. Había algo intimidante en Jacques Challier... algo de lo que ara muy consciente y procuraba aprovecharse, pero ,Sandi no estaba dispuesta a dejarse amedrentar ni por el ni por ningún otro miembro de aquella familia que con tanta crueldad había tratado a su hermana.
-.Es su actitud la que no ayuda nada -replicó él con frialdad-. y a su hermana menos que nadie.
-Creo que, estando ella en mis manos, usted puede quedarse tranquilo -le espetó Sandi con el mismo tono.
-Estoy seguro de ello -replicó Jacques, deslizando la mirada por su esbelta figura y por su dorada melena recogida en una cola de caballo.
-Entonces, si no le importa... -le indicó la puerta, indicándole que se marchara.
-No me iré -declaró Jacques y se volvió hacia Ann para decirle con tono amable-: Quería tratar algunas formalidades, pero como parece que su hermana ya se ha ocupado de esas cosas, lo hablaré directamente con ella, ¿le parece bien?
Sandi observó la extremada palidez y la mirada nerviosa de su hermana, temiendo que llegara a perder el bebe. SI eso ocurría...
-Sí... -la voz de Ann era un mero murmullo, pero al parecer su respuesta satisfizo a Jacques, porque de inmediato abandonó la habitación cerrando cuidadosamente la puerta tras de sí.
-Iré a ver lo que quiere -le dijo Sandi a su hermana forzando una sonrisa y dándole unas palmaditas cariñosas en la mano-. No tardaré.
-Lo siento, Sandi -medio incorporándose, Ann la miro con los ojos brillantes por las lágrimas-. Pero se parece, tanto a Emile que por un momento pensé... ¡Oh, no tenía que haberte metido en esto!
-No seas tonta -Sandi se sentó en la cama estrechando el cuerpecillo de su hermana entre sus brazos, antes de volver a levantarse. Pensó que era demasiado débil. Incluso antes del accidente de Emile, el médico le había pronosticado un embarazo difícil. y delicado-. Ya te lo dije ayer: me quedaré contigo mientras me necesites.
-Pero... ¿y tu trabajo?
-Ningún trabajo es tan importante como tú -declaró Sandi con firmeza-. Si no me lo guardan hasta que vuelva, serán ellos quien salgan perdiendo, no yo..
Eran valientes palabras, pero no pudo evitar inquietarse mientras las pronunciaba. Había tenido que abandonar la universidad ocho años atrás, en mitad de sus estudios para cuidar de Ann cuando sus padres murieron. Sabía perfectamente que le resultaría mucho más difícil trabajar sin una preparación adecuada pero en aquel momento no lo dudó, dispuesta a sacrificarse por el bien de su hermana.
Después de una gran dosis de tenacidad, cuando se le presentó la oportunidad adecuada ocho meses atrás, no la desaprovechó. Un empleo de directiva en el mundo de la publicidad, en los Estados Unidos, era un verdadero sueño: un piso de su propiedad, un coche, un jugoso salario... Pero su hermana seguía siendo prioritaria. De nuevo Sandi sonrió a Ann antes de abandonar la habitación, pensando que su hermana, soñadora e idealista insistía en ver el mundo de color rosa al contrario que ella, que era una persona eminentemente práctica y Emile, a pesar de su Juventud, había compartido ese mismo carácter con Sandi; siempre firme y decidido, profesando una verdadera devoción por Ann.
Cuando Ann y Emile decidieron casarse ocho meses atrás, coincidiendo con la maravillosa oferta del trabajo en América que recibió Sandi, ésta no tuvo ningún problema en dejar a su hermana a su cuidado para marcharse a los Estados Unidos. En eso estaba pensando cuando entró en el salón, donde Jacques Challier la estaba esperando. Alto y fuerte, impecablemente vestido, su presencia parecía contrastar con el ambiente que lo rodeaba: la alfombra raída, el diminuto sofá de dos plazas y la vieja mecedora que constituían el único mobiliario, además de un pequeño televisor. La tercera parte del salario de Sandi había cruzado el Atlántico para ayudar a Emile y a Ann, que habían pasado muchas necesidades. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar que, en medio de su pobreza, los dos habían sido ricos en amor.
-Voy a prepararle a mi hermana una taza de té. ¿Le gustaría tomar una, señor Challier? -le preguntó con tono frío, indicándole que tomara asiento. Se dijo que durante los próximos minutos se comportaría con dignidad, a pesar de que habría dado cualquier cosa por lanzarle a la cara todos los insultos que se había estado guardando durante los últimos días.
-Gracias -Jacques no sonrió-, señorita...
-Gosdon. Sandi Gosdon -de nuevo le indicó que se sentara-. Siéntese, señor Challier. Siento que los muebles no sean como los que usted está acostumbrado a usar, pero...
-Señorita Gosdon, soy perfectamente consciente de que arde de ganas de insultarme, pero ¿no le parece que, en estas circunstancias, podríamos intentar hablar tranquilamente?
-¿Por qué? -lo miró con los ojos brillantes.
-Por su hermana.
-Ann no le necesita... ni ella ni nadie -repuso Sandi, tensa-. El único Challier que le importaba está muerto, así que... ¿puede decirme qué es lo que puede usted hacer por ella? Y no me hable de dinero -le advirtió furiosa-. No se atreva...
-¿Cree que Ann puede vivir del aire?
Sandi se preguntó cómo podía alguien, que tanto se parecía a Emile, ser tan odioso. El disgusto y la amargura se reflejaban en su mirada.
-Yo puedo cuidar de ella...
-¿Usted? -había un matiz de desprecio en su voz-. Me resulta difícil de creer, aunque estoy seguro de que está llena de buenas intenciones: Ann tiene veinte años, y usted... ¿cuantos tiene? ¿Veintiuno? ¿Veintidós? Y con el bebé...
-¡El bebé de Ann! -la voz de Sandi temblaba de rabia.
-y de Emile.
-Pero Emile está muerto y ella está viva –repuso tensa-. y resulta, señor Challier, que yo tengo veintiocho años y un trabajo muy bien pagado en América. Puedo mantener económicamente a mi hermana y a su bebé durante los próximos años sin ningún problema.
-¿De verdad?..
Sandi pudo ver la sorpresa reflejada en sus ojos antes deque tuviera tiempo para disimularlo. Pero además había visto otra cosa: una ardiente y oscura rabia que había convertido su rostro en una mascara de frialdad.
-Sí, de verdad -afirmó consciente de que, evidentemente: al señor Jacques Challier no le gustaba nada que sus planes se vieran frustrados..
-¿Y usted piensa que es adecuado, Incluso prudente negarle al hijo de su hermana las comodidades que podría proporcionarle la familia de su padre?-le preguntó con tono suave después de un tenso silencio, durante el cual se miraron el uno al otro como dos gladiadores al entrar en la arena-. Por Emile me entere de que sus padres murieron y de que no tienen ningún pariente cercano. Siendo ese el caso, ¿piensa que una sola tía, es decir usted, podría compensar la carencia de abuelos, tíos, tías, primos...?
-Si pertenecen a la familia Challier, entonces la respuesta es «sí».
-Pero su sobrina o sobrino tendrá que llevar ese odiado apellido, ¿no?.
-No tengo intención alguna de discutir con usted. Creo que ya le he dejado clara mi postura.
-y yo creo que evidentemente he fracasado a este respecto -Jacques sonrió con frialdad-. Hoy he venido aquí en nombre de mi familia, para presentar mis respetos a la viuda de Emile, pero ahora... -se interrumpió bruscamente para mirar en dirección al dormitorio de Ann-. Ahora todo ha cambiado.
-No ha cambiado nada.
.Sandi no podía imitar su tono frío y autoritario; ni siquiera lo intentó. En lugar de eso lo miró rabiosa, apretando los dientes. Sabía lo que había querido decir Jacques; se había referido al bebé, al bebé nonato de Ann y Emile. Solo era eso lo que había capturado su atención. .Había escuchado muchas historias sobre aquellas antiguas y nobles familias, como la de los Challier, y sus obsesiones por conseguir herederos varones a toda costa. André, el otro hermano, tenía cinco hijas, y Emile solía decir que Jacques jamás se casaría, con lo cual...
-Cuando Emile murió, todos los lazos con la familia Challier quedaron cortados...
-No sea ingenua, señorita Gosdon.
En aquel momento el tono profundo de su voz era definitivamente peligroso, mientras se le acercaba mirándola con los ojos entrecerrados. Todo en él hablaba de poder ,influencias, de armas formidables, pero Sandi percibió algo más... El súbito reconocimiento del abrumador atractivo de aquel hombre, un vigor y una fuerza sensual que parecían latir aun cuando estuviera completamente inmóvil.
-Porque sé que no lo es -añadió él-. Creo que ya es hora de que seamos sinceros, ¿no le parece?.
Sandi no dijo nada; no podía hablar. Estaba congelada de miedo delante de él, como un ratón frente a una serpiente.
-Mis padres tienen derecho a saber que tendrán otro nieto o nieta en un futuro próximo --continuo Jacques-. Creo que incluso usted estará de acuerdo conmigo en esto..
-Se equivoca -le espetó ella-: y SI ahora va a sugerirme que los Challier van a cambiar de actitud solo porque Ann esté esperando un hijo de Emile, le advierto que me niego a creer en sus palabras. Como muy justamente acaba de señalar, no soy una ingenua, y no me voy a quedar quieta viendo cómo tratan a mi hermana como si fuera una ciudadana de segunda categoría.
-Lo sé, lo sé -la interrumpió levantando una mano-. Mi familia no es digna de... ¿cómo era? Ah, sí, de lamerle los zapatos. Ya he recibido el mensaje.
-Bien -Sandi lo miró con expresión de sospecha-. ¿Entonces acepta que no tiene sentido que su familia visite a Ann?
-No hay duda sobre eso -su tono era demasiado tranquilo, y su gesto de firme decisión no presagiaba nada bueno-. Sería mucho más... apropiado que su hermana me acompañara a la casa de mis padres en Francia y se quedara a vivir allí con mi madre hasta que naciera el niño.
-Debe de estar bromeando... -Sandi lo miraba con la boca abierta.
-Nunca bromeo, señorita Gosdon; lo considero una estúpida forma de perder el tiempo- declaró con tono suave y marcado acento francés-. MI familia puede satisfacer todas las necesidades de Ann. ¿No preferiría usted misma que tuviera el niño en esas condiciones?
-¿Esas condiciones? -lo miró furiosa-. Puedo asegurarle que hay opciones mucho mejores, señor Challier. Este piso podrá ser pequeño...
-No es el lugar adecuado para un Challier...
-Pero, apenas la semana pasada, a ustedes no les preocupaba nada en absoluto lo que pudiera sucederles a Emile y a Ann -protestó indignada-. y ahora, sólo porque está embarazada, ¿todo tendrá que hacerse conforme a sus deseos? No puede obligarla a hacer nada que no quiera... como llevársela a un país extranjero con gente que no conoce...
-Señorita Gosdon... -Jacques aspiró profundamente ,mientras se sentaba en el sofá; cruzó las piernas y la miro con fijeza-. ¿Vamos a tomar ese té? -inquirió con tono suave-. Estoy seguro de que Ann está esperando el suyo. Quizá cuando ambos nos hayamos tranquilizado un poco, podamos hablar de este asunto con propiedad. Comprendo sus temores, y su preocupación por su hermana es admirable, pero hay cosas que no entiende... y que yo debo explicarle.
-Yo... -lo miró indefensa, sin saber qué hacer; obviamente Jacques no tenía intenciones de marcharse. Pensó que tendría que conducirse en aquella situación de la mejor manera posible. Le ofrecería ese maldito té y escucharía tranquilamente todo lo que tuviera que decirle, asintiendo cuando fuese necesario, y luego lo acompañaría hasta la puerta, decidida no volver jamás a dejar entrar en su casa a un miembro de la familia Challier.
De no haber sido por la tacañería de aquella familia, que lo dejo sin un céntimo, Emile no habría tenido necesidad de aceptar aquel trabajo agotador que al final acabó matándolo. ¿Y cuál fue su crimen? Casarse con la mujer a quien amaba. Una mujer que ellos habían despreciado al negarse a conocerla.
-Iré a hacer el té.
Jacques seguía sentado en el mismo lugar cuando Sandi volvió con el té, esforzándose por disimular su agitación.
-Lo siento; no tengo tazas ni platos -dijo mientras le entregaba una jarra.
-No importa. Así está mejor. ¿Puedo llamarte Sandi? -le preguntó con tono suave, sorprendiéndola.
-¿Qué?
-Te estoy preguntando si podemos tutearnos. Es ridículo todo esto de señorita Gosdon y señor Challier, ¿no te parece? Y tenemos mucho de qué hablar.
-No creo que tengamos nada que...
-Por favor; vayamos abordando los problemas uno a uno, Sandi. Primero, ¿Ann ya tiene su té? -al ver que la joven asentía, declaró-. Entonces empecemos a hablar. Antes que nada, tengo que decirte que mi madre está devastada por lo ocurrido.
Sandi advirtió que no hizo mención alguna de su padre, y se preguntó extrañada por el motivo.
-Emile dejó de recibir apoyo económico de nuestros padres cuando se caso, ¿no es cierto? -inquirió, y ante la respuesta afirmativa de ella, añadió-: Yo no tenía ni idea de esto. Lo ignoraba.
-¿Cómo? -Sandi sacudió ligeramente la cabeza-. Lo siento, pero me resulta difícil de creer. ¿Por qué no te lo dijeron tus padres?
-Porque sabían que, en ese caso, yo le habría pagado los estudios a Emile -respondió con tono tranquilo-. Sandi... hay algunos problemas... de tipo personales, que me resultan muy difíciles de tratar. Baste con decir que mis padres, en vista de las presentes circunstancias, están sinceramente arrepentidos de su comportamiento. La convicción de que tendrán que arrastrar las consecuencias durante el resto de su vida ya es suficiente castigo, ¿no te parece?
Sandi se limitó a encogerse de hombros. Después de todo, no había nada que decir sobre eso.
-Mi hermano André y yo tuvimos las primeras noticias de la relación de Emile con tu hermana hace más o menos años y medio; en aquella ocasión yo le advertí que llevara cuidado.
-Estoy segura de ello.
-Pero no por lo que estás pensando -repuso Jacques con tono tranquilo.
-¿Ah, no? ¿Entonces cuál era el motivo?
-No puedo decírtelo.
-¡Oh, esto es ridículo! --exclamó Sandi, haciendo un gesto de desprecio-. No puedo creer que...
-El motivo era de peso... o al menos así me lo parecía en aquel tiempo. Cuando empezó a haber problemas y Emile le dijo a la familia que tenía intención de casarse con tu hermana, la noticia no fue bien recibida como sabrás. Mi hermano André y yo pensábamos que una vez que los hechos estuvieran consumados, el natural
orden de las cosas seguiría su curso. El tiempo lo cura todo...
-¿Qué es lo que podía curar? -inquirió Sandi, tensa-. ¿El hecho de que Emile se hubiera casado sin contar con la opinión de sus padres? ¿O el hecho de que Ann no fuera francesa? Creo que la esposa de André es hija de un conde. ¡Supongo que a ella sí que la aceptaron con los brazos abiertos!
-No estamos hablando de Odile...
-No estamos hablando de nada, realmente -repuso furiosa-. Tú me estás diciendo cosas sin revelar nada sustancial. De verdad, creo que sería mejor que te marcharas...
-No tengo intención alguna de marcharme Sandi -replicó clavando en ella sus ojos oscuros, brillantes-. Hay algunas confidencias que no puedo revelar, pero una vez que Ann conozca a mi familia.
-Si es que eso llega a ocurrir -lo corrigió-. Es una decisión suya, después de todo.
-Desde luego. Solamente suya. Me alegro de que lo hayas dicho tú misma..
El desafío que revelaban sus palabras era incuestionable, y Sandi se ruborizó intensamente.
-Yo también -dijo con el tono mas frío del que fue capaz, dominando el impulso de lanzarle, el té a la cara
- Ann es mayor de edad, así que la decisión final será suya. Quería muchísimo a Emile y tus padres le hicieron un daño enorme, irreparable. Supongo que tendrá eso en cuenta cuando se vea obligada a decidirse.
-Émile también los quería mucho, ¿sabes? –le confesó Jacques-. Y ellos a él. Yo tengo treinta y seis años, y André treinta y cuatro. Emile era el benjamín de la familia, y mi madre lo adoraba.
-Pues tuvo una forma muy curiosa de demostrárselo -le espetó ella sin poder evitarlo.
Extrañamente Jacques no reaccionó como Sandi había esperado: con furia e indignación. En lugar de eso, entrecerró los ojos y se levantó lentamente para acercarse a ella y observarla con extremada atención, pensativo. La joven también se levantó y lo miro desafiante, levantando la barbilla.
-Todo este desprecio justificado, todo este resentimiento... -murmuró Jacques con tono suave, acariciando con la mirada su rostro ruborizado, ardiente-. Das la apariencia de ser dura y cínica... cualquiera pensaría que incluso te has trabajado esa imagen. Pero tus ojos me dicen algo diferente, muy diferente. ¿Que es lo que te convirtió en alguien tan hostil, tan dispuesta a desconfiar de todo el mundo?,
-No me importa lo que puedas pensar de mi –le espetó ella.
-No he dicho que pensara que eras dura y cínica- la corrigió con tono amable-, sino que esa es la imagen que te gusta proyectar. ¿Me equivoco en mi suposición?
-Claro que sÍ -lo miró furiosa, esforzándose para que su expresión no la traicionara, porque en el fondo sabía que tenía razón. Después de todo lo que había tenido que superar después de Ian, prefería distanciarse del mundo en general y de los hombres en particular.
-Volveré esta tarde, y me gustará hablar directamente con Ann. ¿Crees que será posible? -le preguntó Jacques con tono suave.
-Ann verá la situación como yo -Sandi sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho mientras hablaba.
-Lo veremos -de repente una expresión decidida e implacable apareció en sus ojos oscuros, de un color castaño profundo-. Pero defenderé mi posición ante tu hermana, Sandi, te guste o no. Y me mostraré firme en eso. ¿Me comprendes?
-Perfectamente -rezongó con los dientes apretados.
-Bien -de nuevo sonrió, y le tendió la mano a manera de despedida. Sandi no quería tocarlo; el corazón se le aceleraba con solo pensarlo. Se dijo que Jacques era muy atractivo, de un encanto abrumador para muchas mujeres pero no para ella. Ya se había quemado antes los dedos con hombres que pensaban que sólo tenían que sonreír para que las mujeres cayeran rendidas a sus pies.
- Yo no muerdo, Sandi -dijo con tono burlón y divertido.
-Ya lo sé -replicó con frialdad mientras le estrechaba la mano.
-Hasta esta tarde, entonces.
Cuando Jacques se llevó su mano a los labios para besársela levemente, Sandi experimentó una sensación
casi eléctrica como si el contacto la hubiese quemado. Por un fugaz segundo pudo ver la sorpresa reflejada en sus ojos oscuros, antes de que volviera a adquirir una expresión fría y distante.
-Volveré a las siete -pronunció con tono seco-. Por favor, que no se te ocurra aconsejarle a Ann que no esté aquÍ para entonces. Sería una tremenda imprudencia por tu parte.
-¿De verdad? -por un momento, Sandi se preguntó si también tendría la capacidad de leerle el pensamiento. ---De verdad -se dirigió hacia la puerta y se volvió para mirarla con los ojos entrecerrados-. Considero un deber advertirte que soy un hombre muy testarudo, además de decidido. Siempre consigo lo que busco.
-¿Y también siempre consigues lo que te mereces?-le preguntó ella con falsa dulzura.
Por un momento Sandi pensó que habla ido demasiado lejos, al ver la forma en que la miraba, con un brillo de fuego en las profundidades de sus ojos oscuros. Pero luego esbozó una sonrisa divertida, encogiéndose de hombros.
-Quizá pueda darte una respuesta adecuada a esa pregunta uno de estos días, ¿quién sabe? -sonrió de nuevo.
En ese momento Sandi se dio cuenta de que había perdido el aliento y le sudaban las palmas de las manos ¿A qué se debería? ¿Temor, atracción sexual, pánico?. Pero de inmediato se dijo furiosa que no debería dejarse alterar tanto por un hombre como él. ¿Acaso no había aprendido nada de sus propias experiencias?
-Pues yo no creo que nuestros caminos vuelvan a cruzarse otra vez a partir de hoy.
-Quizá no -Jacques se encogió de hombros y se volvió para marcharse- y quizá sí. La vida nos reserva muchas sorpresas. Nos veremos a las siete.
Mientras oía el ruido de la puerta al cerrarse, Sandi se quedó inmóvil, con los puños cerrados a los costados y el corazón latiendo furiosamente. Pensó que la vida ya le había deparado demasiadas sorpresas; Jacques se asombraría de lo mucho que sabía sobre ese asunto. Cerró los ojos para borrar las imágenes del pasado que asaltaron su mente, y cuando Ann la llamó, se sintió aliviada de poder volver a la realidad y acudir al lado de su hermana.
Capítulo 2
CUANDO Jacques Challier volvió a las siete, los peores temores de Sandi se vieron confirmados. Se mostró absolutamente encantador mientras charlaba tranquilamente con Ann, explicándole con voz persuasiva la tremenda impresión que se habían llevado sus padres, sobre todo su madre, al conocer la muerte de su hijo menor.
Le habló de sus remordimientos por la manera en que había sucedido todo, de su preocupación por la joven viuda y de la alegría que se llevaron esa tarde al enterase de que iban a tener un nieto, todo ello trasmitido con gran tacto y delicadeza. En opinión de Sandi, Jacques trabajó con Ann como un maestro de música afinando su instrumento, mirándola con simpatía y comprensión.
-Emile habría querido que ahora mismo estuvieras con su familia -le dijo con tono suave-, aunque quizá no nos perdones por la manera en que te hemos tratado. Puedo comprender que nos culpes de su muerte...
-No, no es eso -replicó Ann, incómoda-. Quizá al principio sí, pero no ahora. Fue un accidente, lo sé...él estaba tan cansado, ¿sabes? Preparaba los exámenes por el día y trabajaba por la noche. Pero necesitábamos el dinero. Incluso con lo que Sandi nos enviaba...
-¿ Tú les enviabas dinero? -le. preguntó bruscamente Jacques a Sandi, que permanecía de pie a un lado del sofá.
-Por supuesto -y no le dio más explicaciones.
-Incluso con el dinero que nos enviaba Sandi, no nos alcanzaba -continuó Ann-. Yo había dejado la universidad y ya no percibía el subsidio.
-El embarazo de Ann fue difícil desde el principio –explicó Sandi-. No había manera de que pudiera continuar con sus estudios, aunque tanto Emile como ella habían decidido que los retornaría más tarde... una vez que naciera el niño y él consiguiera un buen trabajo.
-Ya veo -Jacques se volvió de nuevo hacia Ann tomando una de sus manos entre las suyas-. El resto de la familia no sabíamos que Emile había dejado de recibir dinero, Ann; por favor, créeme. Cuando esta tarde hablé con mi madre, me pidió que te contara el motivo por el que tomaron esa decisión... tan estúpida y de la que tanto tendrán que arrepentirse. Es una cuestión muy delicada, y te estaría muy agradecido si no se la contaras a nadie más.
-Vaya preparar un café...
-No, por favor, Sandi -se apresuró a decirle Jacques-. Es necesario que tú también te enteres de esto para el futuro... ¿de acuerdo?
«No», se dijo ella, pero a pesar de todo se sentó en la mecedora, frente a ellos.
.-Cuando Emile les comunicó a mis padres que ibais a casaros, se lo tomaron muy mal... sobre todo mi madre -explicó Jacques-. Ella pensaba que Emile reconsideraría su decisión si veía en peligro la ayuda económica que le proporcionaban, y se olvidaría de la boda hasta que acabara sus estudios. Mientras tanto, tenía la esperanza de que vuestra relación terminara fracasando o se quedara en nada. Le preocupaba las consecuencias que pudiera tener el matrimonio en los estudios de Emile, además de que los dos erais muy jóvenes. Pero habla otro motivo más importante, que primaba sobre los demás -se interrumpió, levantándose del sofá para acercarse a la ventana-. Hace dos años, mi padre cometió la estupidez de tener una aventura con una joven inglesa que había empezado a trabajar para nosotros -continuo con tono inexpresivo-. Al sospechar lo que estaba sucediendo, mi madre se enfrento con el y lo obligo a dar por terminada su relación con aquella joven. Pero el daño, por lo que a ella se refería, ya estaba hecho. Sufrió una crisis nerviosa de la que todavía no se ha recuperado del todo..
Ann y Sandi lo miraban asombradas, bebiendo sus palabras..
-Yo soy el único que tuvo conocimiento de ese suceso, como socio que soy en el negocio de mi padre. Nadie más de la familia, incluyendo a Emile y Andre; sabía cuál había sido el motivo de la enfermedad de mi madre. Cuando poco después de todo esto Emile se enamoró de ti, mi madre no pudo... aceptarlo. En aquel entonces se comportaba de manera imprudente, irracional, pero es que todavía seguía sufriendo mucho y mi padre estaba consumido por la culpa... y todavía lo esta, creo yo. Mi madre quiere que sepas todo esto no para que disculpes su comportamiento, sino para que, quizá algún día, llegues a comprenderla.
-Yo... -empezó a decir Ann con un nudo en la garganta-. Lo siento, Jacques; tu madre debía de sufrir mucho.
-Sí -asintió sombrío-. Pero nada de esto puede compararse con el dolor por la pérdida de Emile. Mi padre y yo no le hemos contado todos los hechos. Ella piensa simplemente que fue un accidente de coche; si llegara a saber que fue una consecuencia de la tensión a la que estaba expuesto....
-Yo no se lo diré -se apresuró a declarar Ann-. No tiene ningún sentido, y Emile no lo habría querido.
-Gracias -Jacques asintió con la cabeza y miró a Sandi. Se había quedado tan impactada como su hermana ante aquella revelación, pero seguía desconfiando de la familia Challier, y en particular de Jacques. No podía evitar sospechar que tal vez les había contado todo aquello para persuadir a Ann de que hiciera exactamente lo que le pedía. Y sus siguientes palabras confirmaron sus temores.
-y ahora debo pedirte un favor mucho mayor. Mi madre esta deseosa de conocerte, de hablar contigo. ¿Me acompañarías a Francia para verla?
-Yo... -Ann en seguida miró a su hermana-. Creo que no. No me siento bien, y está el bebé...
-Razones más que suficientes para que te quedes en la casa de mis padres -insistió Jacques con tono suave-. Su médico es excelente y el hospital más cercano se encuentra a pocos kilómetros de allí... recibirás un cuidado constante, y se te facilitará todo lo necesario. Aquí las comodidades que puedes tener son un poco... ¿básicas? Entiendo además que Sandi tiene un trabajo pendiente en los Estados Unidos. Estoy seguro de que descansara mejor por las noches sabiendo que te están cuidando bien.
-Ya te he dicho que soy perfectamente capaz de cuidar de Ann -intervino Sandi, harta de tanta manipulación-. No la abandonaré; está decidido.
-¿Pero y tu trabajo? -le preguntó Jacques con sospechoso interés-. Si te quedas con Ann en Inglaterra, eso pondría en peligro tu empleo, y si ella vuelve contigo a América estará sola durante la mayor parte del tiempo.
-Puedo realizar en casa una buena parte de mi trabajo.
-Pero no todo -la miró fijamente, con expresión impasible-. No serías capaz de quedarte absolutamente tranquila cuando no estuvieses con ella, mientras que en Francia estarían mi madre, los asistentes...
-No me digas lo que puedo o no puedo hacer -le espetó Sandi-. Si es necesario, puedo renunciar.
-¡Oh, no, Sandi!.
Al escuchar la exclamación de su hermana, Sandi se dio cuenta de que había cometido un error al sugerir esa posibilidad. Ann sabía lo mucho que le había costado conseguir ese trabajo, y no podía soportar la idea de que lo perdiera, especialmente después de lo ocurrido con Ian...
-Por favor, no quiero que te preocupes más por mí... -insistió Anny, además, me gustaría conocer a los padres de Emile. De verdad...
-Ann...
-Te lo digo muy en serio, Sandi -interrumpió sus protestas con una firmeza inusual en ella-. Tendrá que ocurrir tarde o temprano, y es mejor que sea ahora. Sabes que no soy muy buena enfrentándome a las cosas, pero con el bebé... -sacudió lentamente la cabeza-. Iré contigo a Francia durante unos días, Jacques -se volvió hacia él, que había permanecido silencioso escuchando su conversación-. ¿De acuerdo?
-Por supuesto. Podrás quedarte allí todo el tiempo que quieras.
Con expresión sombría, Sandi pensó que una vez que Ann estuviera en Francia, Jacques podría retenerla hasta que naciera el niño. ¿Cómo no se daba cuenta su hermana de lo que pretendía? O tal vez lo supiera y no quisiera reaccionar. Ann siempre había sido muy buena para esconder la cabeza bajo tierra.
-Entonces ya está todo arreglado -Jacques miró burlón a Sandi, que seguía sentada en la mecedora, tensa de rabia-. Si esto encaja en tus planes, ¿qué te parecería acompañar a Ann a Francia? Estoy seguro de que para ella sería muy... reconfortante.
-¿Sandi? ¿Querrías acompañarme? -le preguntó Ann con voz ansiosa.
-Por supuesto -le sonrió a su hermana, pero su expresión se transformó al mirar a Jacques-. Pero antes tengo que dejar arregladas algunas cosas aquí.
-Excelente -el frío tono de Jacques contenía una nota de diversión que irritó aún más a Sandi-. Entonces, ¿podría recogeros mañana después de comer, a eso de las dos? Así tendréis tiempo de prepararlo todo. ¿No te parece?
Sandi asintió en silencio, conteniéndose.
-El castillo de mis padres está a sólo unas horas en coche del Canal, así que el viaje no le resultará cansado a Ann. Me encargaré de que uno de nuestros coches nos esté esperando.
Sandi continuó mirándolo fijamente, perdida en un remolino de pensamientos. Estaba experimentando la sensación de que ya había vivido todo aquello, como si estuviera escuchando a Ian. Ian, con su poderoso aire de autoridad que tanto le había atraído en un principio, y que tantas traiciones había ocultado. Ian, tan atractivo, tan confiado en su poder de dominar y subyugar. y a ella le había cautivado ese poder. Qué cara había pagado su ingenuidad...
-¿Sandi? ¿Te encuentras bien? -le preguntó Ann, preocupada.
-Sí, claro -forzó una sonrisa-. Voy a preparar un poco de café.
Cuando momentos más tarde oyó que alguien entraba en la cocina, se quedó boquiabierta al ver a Jacques.
-¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó sonriente.
-No. No, gracias, puedo arreglármelas sola -respondió con tono cortante mientras preparaba la bandeja.
-De eso no tengo ninguna duda. ¿No piensas que sería mejor que te relajaras visto el curso de los acontecimientos?
-¿Acontecimientos? -le preguntó Sandi con frialdad-. Si con ese término te refieres al hecho de que mi hermana y yo vamos a ser huéspedes en tu casa, no entiendo...
-No en mi casa, Sandi -la corrigió con tono suave-. En la casa de mis padres. Yo vivo cerca de allí. Pero, por supuesto, si prefieres quedarte conmigo... -al ver la indignada expresión de Sandi, rió entre dientes-. Vaya un genio que tienes... -murmuró pensativo-. Te pones como una verdadera fiera.
-No te creas -replicó con los dientes apretados-. Sólo porque me disgusten tus tácticas de chantaje...
-¿Chantaje? esa no es una palabra muy agradable-la recriminó con tono suave.
-y tus técnicas tampoco.
-¿Eso es lo que piensas de las ganas que tiene mi familia de ayudar a tu hermana? ¿Sospechas acaso de sus intenciones?
-Considerando el hecho de que hace sólo unas horas el apellido Challier era sinónimo de rechazo y dolor, ¿cómo esperas que me sienta? -le preguntó tensa-. Ann está embarazada de seis meses, ¡Y en todo ese tiempo nadie de tu familia le ha enviado ni siquiera una postal!
-Pero Ann está dispuesta a ser razonable...
-Ann es demasiado confiada.
-y tú... tú no -declaró Jacques con tono tranquilo, acercándose a ella y mirándola fijamente. Su tez bronceada, su cabello oscuro y brillante, su cuerpo grande y musculoso, abrumadoramente atractivo, parecían hipnotizarla-. ¿Quién fue, Sandi? ¿Quién fue ese hombre que inyectó tal miedo y desconfianza en esos maravillosos ojos azules? ¿Todavía lo amas?
-No sé de qué estás hablando -quiso adoptar un tono cínico, pero le tembló la voz.
-¿No? -le levantó la barbilla con un dedo, estremeciéndola de la cabeza a los pies-. Desde el primer momento que te vi has estado luchando conmigo,.. y no me digas que es a causa de Ann, porque entonces tendría que llamarte mentirosa -se había acercado tanto a ella, que su boca estaba a sólo unos centímetros de la suya-. ¿Es porque sospechas que quiero hacer... esto?
Sandi no estaba preparada para sentir el contacto de sus labios sobre los suyos, y se quedó estupefacta cuando Jacques la atrajo hacia sí, besándola con pasión.
-¿Cómo te atreves? -inquirió retrocediendo un paso, llevándose una mano a la boca.
-Me he atrevido porque te deseo -repuso con tono suave.
-¿ y te basta con eso? -le preguntó mordaz, la rabia le corría por las venas-. Ves algo, te gusta y lo tomas... ¿es así? ¿Te consideras el gran macho primigenio? Bueno, pues yo soy inmune a todo eso... así que olvídate de ponerme las manos encima. Si lo intentas otra vez...
-¡Vaya! Si sólo ha sido un beso...
-Ya lo sé -replicó tensa-, y no estoy interesada, ¿de acuerdo? ¿Me he explicado con claridad?
Jacques murmuró unas palabras entre dientes, y Sandi se alegró de no saber francés.
-No te estoy pidiendo que te acuestes conmigo-le dijo él con expresión sombría-, ni siquiera que entres a formar parte de mi vida. Ese beso sólo ha sido un sencillo homenaje a tu belleza, una muestra de la antigua atracción entre el hombre y la mujer...
-¡Oh! -lo miró furiosa-. ¿Con cuántas pobres mujeres habrás ensayado esta técnica? De verdad no puedo creer...
-Sandi, si dices una sola palabra más, creo que no voy a poder responsabilizarme de mis actos.
La joven pudo ver con inmensa satisfacción que, bajo su frío exterior, Jacques se estaba esforzando por dominarse. Por un instante fue el rostro de Ian el que vio delante de sí, su cuerpo musculoso y atractivo. Luego la imagen se desvaneció, y con ella su rabia al oír que Ann la llamaba desde el salón.
-¿Sandi?
-No quiero que nada la altere -se apresuro Sandi a advertirle a Jacques-. Ha sufrido mucho...
-¿Qué diablos estáis haciendo aquí? -preguntó Ann irrumpiendo en la cocina, mirándolos con una sonrisa que no lograba disimular cierta aprensión.
-Yo... -Sandi no sabía qué decir.
-Tu hermana me estaba hablando de su trabajo explicó Jacques con naturalidad-. Debes de sentirte muy orgullosa de ella.
-Oh, claro que sí -Ann le sonrió, completamente tranquilizada-. Sandi dejó la universidad para trabajar cuando nuestros padres murieron, para que las dos pudiéramos seguir juntas. Se ha esforzado muchísimo, empezando desde abajo...
-¿Ah, sí?
-¿ Te ha contado ya cómo...?
Ann se llevó a Jacques de vuelta al salón, y Sandi, una vez sola, tuvo que apoyarse en el armario de la minúscula cocina para no caer. ¿Quién se creía que era aquel hombre para haberla besado de esa forma?, se preguntó con asombro. Mientras servía el café, pensó decidida que ella no iba a derretirse ante sus encantos.
Mucho más tarde, mientras yacía despierta en la cama sin poder dormir, al lado de Ann, Sandi dio rienda suelta a los recuerdos que la habían asaltado desde que vio por primera vez a Jacques Challier. Por supuesto, todavía había mujeres que se rendían ante una cara bonita y una profunda, tierna voz y ella lo sabía mejor que
nadie.
Una vez que levantó la barrera de los recuerdos, ya no pudo detenerse. Todavía no había cumplido veinticinco años cuando conoció a Ian Mortimer, y seguía siendo tan inocente como un bebé. Desde el primer instante en que la miró con sus hermosos ojos grises, la joven se sintió cautivada. Desplegó con ella su considerable encanto, con una depurada técnica, y a Sandi en ningún momento se le ocurrió dudar de lo que le contó sobre sí mismo.
Ya llevaban cuatro meses saliendo juntos cuando Ian le propuso que se casaran; en cuestión de semanas se celebró la boda civil. Decidieron abrir una cuenta bancaria conjunta que vino a ser como una muestra más de amor y confianza, según le aseguró Ian, a pesar de que todo el dinero procedía de la pensión que tanto Sandi como su hermana habían heredado de la muerte de sus padres.
Aquella terrible mañana... sus recuerdos se deslizaron hacia una soleada mañana de mayo, hacía ya casi tres años, cuando Sandi oyó el timbre de la puerta y corrió a abrir, en el pequeño piso que Ian y ella habían alquilado. Ann ya había salido para la universidad y a Sandi se le estaba empezando a hacer tarde para ir al trabajo, pero no le importaba; el pensamiento de que pudiera ser Ian, de vuelta de su viaje de negocios que ya
duraba dos semanas, puso alas en sus pies. «Otra vez se habrá olvidado de la llave», pensaba con alegría mientras se disponía a abrir la puerta..
Pero no era Ian, sino una mujer alta y atractiva, de expresión amable. Tenía el cabello oscuro y corto, y unos preciosos ojos de color castaño.
-¿Señora Mortimer? -le tendió la mano-. ¿Cómo está? Me llamo Carol Prescott. Quizá Ian le haya hablado de mí...
-¿Ian? -Sandi negó lentanente. con la cabeza-. No, lo siento. ¿Usted conoce a mI marido?
-Desgraciadamente, sí -respondió con tono suave-. Mire, es necesario que hablemos. ¿Puede concederme unos minutos?
-Bueno, ya llego tarde al trabajo y...
-Esto no puede esperar, señora Mortimer -la mujer le sonrió, como disculpándose-. Y, por favor, créame lo siento muchísimo.
Y comenzó la pesadilla. Descubrió que su marido, el maravilloso Ian, con sus preciosos ojos grises y sus románticas miradas, era un estafador de primera clase. Carol Prescott le mostró un montón de documentos en los que aparecía el historial de las actividades de Ian durante los últimos años, fruto de sus investigaciones.
Sandi sintió náuseas al leerlos. Ian se aprovechaba de mujeres jóvenes, y no tan jóvenes, que disponían de algún dinero, para intimar con ellas y luego huir con las ganancias. Los motivos eran variados: problemas de negocios, una madre enferma:.. pero el resultado final era siempre el mismo. Una mujer con el corazón destrozado y, además, arruinada.
-Pero no comprendo... --el corazón de Sandi latía como un tambor mientras miraba asombrada a Carol Prescott-. ¿Por qué no ha intervenido la policía si todo esto que me acaba de decir es verdad?
-Es verdad -afirmó Carol con tono tranquilo-, y la policía está metida en esto... al menos en dos casos en los que Ian falsificó firmas. En cuanto a los otros... -se encogió de hombros-. Si hay mujeres estúpidas que deciden regalar dinero o artículos de joyería a sus amantes, eso es un problema privado, según la burocracia de las comisarías. La policía está muy ocupada y no tiene tiempo para buscar a ese hombre por toda Inglaterra, además de que utiliza una gran variedad de falsas identidades, con lo cual el problema se vuelve mucho más complejo.
-¿Pero por qué...? Quiero decir...
-¿Qué por qué estoy en esta especie de cruzada?-inquirió Carol-. Porque alguien tiene que hacerla... alguien tiene que intentar detenerlo. Yo lo conocí hace cinco años, justo después de que mi madre muriera y me dejara la casa y una cierta cantidad de dinero en herencia. Cuando empecé a sospechar algo, este hombre desapareció de repente con las joyas de mi madre... incluso se llevó su anillo de boda. Eso es algo que jamás le perdonaré -miró fijamente a Sandi con el dolor reflejado en sus ojos-. Un amigo mío, que dispone de muchos contactos, me ayudó con las primeras investigaciones. Debe de tener unos treinta años, y lleva en este juego desde que salió de la universidad...
-Pero... -Sandi aspiró profundamente y se obligó a hablar, a pesar de que tenía la garganta seca y sentía una fuerte opresión en el pecho-. Pero nosotros nos casamos. ¿O es que eso también es una mentira? ¿Ya estaba casado con otra mujer?
-No, usted está legalmente casada -le explicó Carol-. Aunque francamente, más le habría valido que no lo estuviera. Por lo que sé, nunca se ha casado con nadie antes, y tampoco creo que tenga ninguna necesidad de hacerla, para ser sincera. La mayoría de las mujeres se enamoran tan locamente de él que no pueden esperar a hacerle regalos. ¿Le ha dado usted mucho? -le preguntó con tono suave.
-No -Sandi negó lentamente con la cabeza-. No le he dado nada.
Pero Ian había querido vivir con ella, había deseado que fuera su amante. Y Sandi se había negado a mantener relaciones con él hasta la noche de bodas, para que fuera su primer y único amante... Cerró los ojos con fuerza. «Que sea un error, un malentendido rezaba en silencio. No; aquello no podía haber sucedido en realidad.
-¿Tienen una cuenta conjunta?
-¿Qué? -Sandi abrió los ojos, aturdida..
-¿Los dos comparten alguna cuenta bancaria?-Carol repitió la pregunta con paciencia, y vio que asentía con la cabeza-. ¿Dónde se encuentra Ian ahora?
-En una viaje de trabajo...
-No hay ningún trabajo -le dijo Carol suavemente-, y creo que Ian sabía que me estaba acercando a él... Será mejor que vaya usted al banco...
El director del banco se mostró muy amable con Sandi cuando fue a visitarlo aquella misma mañana. El le comentó su extrañeza al enterarse de su súbita decisión de unificar sus cuentas bancarias, informándole de que el propio Ian le había explicado que iban a realizar un viaje al extranjero. Esperaba que no hubieran tenido ningún problema...
Veinte mil libras. ¿Destrozar la vida de alguien valía acaso ese precio?, se preguntaba Sandi, desconsolada. Obviamente, Ian así lo había creído. Porque se había desvanecido sin dejar rastro.
Los meses que siguieron fueron terribles. Sin Ann no habría podido haberlo superado. Seis meses más tarde, cuando ya había comenzado a recuperarse, volvieron a llamar a la puerta. Era una pareja de la policía.
-¿Señora Mortimer? ¿Es usted la esposa de Ian Mortimer? -le preguntaron con tono amable-. Es acerca de su marido. Siento tener que comunicarle que...
Ian había muerto ahogado en la costa de Francia, mientras navegaba en el yate de una amiga ocasional. Al parecer, el nombre de Sandi había sido encontrado entre sus papeles. Cuando murió, sólo disponía en su cuenta de quinientas libras; había dilapidado la mayor parte de las veinte mil en lujos y en regalos para su nueva compañera, que debía de ser riquísima. Cuándo exactamente había planeado casarse con ella, eso nunca llegó a aclararse.
Sandi sacudió la cabeza, resignada. Aquel último golpe había cerrado con llave la puerta de su corazón para siempre. Jamás volvería a confiar en ningún hombre, fuera rico o pobre. Ian había matado a la feliz y confiada niña que había sido. ¿Y la nueva Sandi Gosdon? Era una mujer independiente, dueña de sus actos, y así pretendía seguir. Nada de aventuras, nada de relaciones.
Sacudió la cabeza mientras las lágrimas le corrían por el rostro. Nunca más. El único y salvaje encuentro que había tenido con el amor le había enseñado una cosa... que no podía confiar en su propio corazón, y menos aún en cualquier hombre. Su vida sería su trabajo, y así quedaría contenta. ¿Contenta? La palabra parecía burlarse de ella, pero se esforzó por desechar esos temores. Tendría que conformarse con eso. Era la única salida.
Capítulo 3
HAREMOS una breve parada para tomar algo declaró Jacques volviéndose para mirar a Sandi y luego a su hermana, que estiraba los brazos desperezándose en el asiento trasero-. ¿Estás cómoda, Ann? -le preguntó con amabilidad.
-Sí, voy muy bien -respondió soñolienta. Llevaban dos horas recorriendo la campiña francesa de camino hacia el castillo de los Challier, en el valle del Loira, y Ann estaba empezando a resentirse del viaje, aunque lo estaba soportando mucho mejor de lo que Sandi había temido. Hacía una tarde soleada y a lo lejos se destacaban los verdes prados, los coloridos frutales y los campos de vides, las viejas ciudades con sus tejados de pizarra y los espectaculares castillos. El Mercedes que los había estado esperando al otro lado del Canal devoraba los kilómetros sin forzar la marcha.
Ann se había encontrado muy cómoda en el asiento de atrás, pero Sandi no podía decir lo mismo dada su proximidad a Jacques.
Lo miró por el rabillo del ojo, a su lado, convencida de que había advertido su inquietud. Podía asegurarlo
por su sonrisa divertida, como si estuviera disfrutando con aquella situación.
Se preguntó entonces por qué la afectaba tanto, a pesar de que se esforzaba por concentrarse en el paisaje francés. Había decidido que ningún otro hombre volvería a afectarla tanto desde su desastrosa experiencia con Ian, y lo había logrado hasta que conoció a Jacques. Todo en él la irritaba. Todo.
Se mordió el labio con fuerza. Incluso cuando se mostraba amable y solícito con Ann, el oscuro poder de aquel hombre se hacía evidente, como un feroz animal que se hubiera sosegado temporalmente. Era arrogante y autoritario, demasiado seguro de sí mismo, y desde aquel incidente en la cocina, Sandi había sido incapaz de borrar el recuerdo de su beso. Aquello la estaba volviendo loca. Quería permanecer distante e indiferente, hacer como si no existiera, pero Jacques Challier no era un hombre a quien se pudiera ignorar.
Pensó que, afortunadamente, tenía su propia casa aparte de la de sus padres. Con un poco de suerte, después de aquel difícil viaje, ya no tendría por qué soportar su compañía.
-Quería detenerme en aquel pequeño bar que acabamos de pasar, pero parece que Ann se ha quedado dormida -comentó con voz suave y profunda-. ¿Quieres que sigamos, Sandi?
-Sí, por supuesto -se obligó a forzar una sonrisa. La manera en que Ian la había tratado, el hecho de
que se hubiera aprovechado de su juventud y de su inocencia, la había humillado tan profundamente que le había costado mucho recuperar su propia autoestima. No quería volver a sentir nada por ningún hombre, e incluso aquellas... sensaciones que le suscitaba el hermano de Emile le resultaban aterradoras.
-Todavía nos queda bastante para llegar al castillo,¿podrías intentar relajarte un poco? -le preguntó con tono calmo-. No voy a hacerte ningún daño, puedes tranquilizarte. Sobre todo cuando soy yo el que conduce y vamos a más de cien kilómetros por hora -la miró de soslayo, y aunque Sandi no volvió la cabeza, podía sentir cómo sus ojos oscuros le quemaban la piel.
-No seas ridículo...
-No parece que estemos congeniando mucho... -la interrumpió levantando una mano-, ¿verdad? Es muy triste, pero estoy seguro de que ambos podremos soportarlo. En cualquier caso, la presente situación entre mi madre y Ann es muy delicada y no quiero que se produzca ninguna complicación. Mi madre ya ha sufrido bastante...
-¿Y qué pasa con Ann? -inquirió furiosa-. Ella ha perdido a su marido y...
-y mi madre ha perdido a su hijo -replicó sombrío.
-¿De quién fue la culpa?
En el mismo momento de pronunciar esas palabras, Sandi se quedó horrorizada, pero ya era demasiado tarde. La expresión de Jacques ya se había endurecido, y repuso con tono helado:
-Su sufrimiento iguala a su pecado; eso puedo asegurártelo. Si quieres venganza, la tendrás cuando mires a mi madre a la cara.
-Yo no quiero venganza -negó Sandi, muy pálida.
Ya había padecido bastante durante los últimos tres años, y no deseaba que nadie más sufriera.
-¿Ah, no? -la miró rápidamente antes de volver a concentrarse en la carretera-. ¿Entonces quizás quieres algún tipo de compromiso? ¿Te parecería bien que declarásemos una tregua de hostilidades, y nos comportáramos como dos seres civilizados el uno con el otro?
Sandi sabía que Jacques estaba intentando aligerar la tensión del ambiente y en su fuero interno se lo agradecía, pero por un momento no pudo responder, mientras luchaba por contener las lágrimas.
-Sí -murmuró al fin.
-Entonces trato hecho -sonrió Jacques-. ¿Sandi? -le preguntó preocupado, tocándola levemente una mano antes de volver a agarrar el volante-. ¿Seguro que te encuentras bien?
-Seguro -respondió mientras se esforzaba por controlarse.
A pesar de su acuerdo, continuaron sumidos en un silencio incómodo durante una hora más, y Sandi suspiró aliviada cuando al fin Ann se despertó.
-¿Me he quedado dormida? -preguntó la joven con un tono de disculpa-. Lo siento...
-No hay problema -repuso Jacques-. ¿Quieres tomar algún refresco ahora?
-Me encantaría -respondió Ann, agradecida.
Se detuvieron en un pequeño hotel rústico con restaurante. Un precioso patio con una fuente central comunicaba con el comedor, y allí se sentaron durante un rato a tomar unos refrescos antes de comer.
Mientras comían, Sandi fue muy consciente de las miradas de curiosidad que atraían. La presencia del alto y moreno francés flanqueado de las dos inglesas había ocasionado un pequeño revuelo en el restaurante. Sandi se dijo que muy probablemente los clientes pensarían que Ann era la esposa embarazada de Jacques. ¿Y qué pasaba con ella? ¿Pensarían acaso que era la carabina de la pareja?, se preguntó con cierta irritación.
Durante la comida, Jacques derrochó una cortesía y un buen humor peligrosamente encantadores. Luego las escoltó de vuelta al coche tomándolas de la cintura; cuando ese contacto cesó, Sandi no pudo menos que suspirar aliviada.
-y ahora iremos directamente al Cháteau des Reves -Jacques se volvió para sonreír a Ann, después de ayudarla a sentarse en el asiento trasero.
-¿Cháteau des Reves? -inquirió Ann, interesada.
-El castillo de los sueños -explicó con tono tranquilo-. La casa de mis padres es muy hermosa, como pronto podréis observar; en cierto modo, es como de cuento, y se remonta al siglo catorce.
-Emile me hablaba mucho de su casa -dijo Ann en voz baja-. Pero después... de todo lo que sucedió, le resultaba muy difícil hablar de Francia.
-Es comprensible -Jacques volvió a sonreírle antes de encender el motor y salir del aparcamiento-. Espero que te encariñes con esa casa tanto como él.
«No lo dudo», pensó Sandi con gesto sombrío, ya que eso le facilitaría su tarea de persuadir a Ann para que se quedara en Francia, por lo menos hasta que naciera el bebé...
Para cuando llegaron al valle del Loira ya era de noche, pero el ambiente seguía conservando el calor del día. Jacques abandonó la carretera principal para internarse por otra más pequeña. flanqueada de enormes robles. Minutos después, Sandi pudo distinguir a lo lejos las torretas y capiteles de una gran mansión, desdibujados por la oscuridad apenas atenuada por la luz de la luna. Entraron por una verja abierta, empotrada en un alto muro de piedra, y siguieron por un sendero iluminado.
-El castillo -les dijo Jacques, señalando el enorme edificio de piedra que recordaba de inmediato los típicos castillos de fantasía, con capiteles, torreones, arquerías y balconadas esculpidas en piedra.
-Es precioso -pronunció Ann sin aliento, detrás de ellos.
-y consume mucho -le sonrió Jacques, mirándola por el espejo retrovisor-. Cuesta una fortuna mantenerlo, pero hace siglos que pertenece a mi familia... mi padre nació en una de las habitaciones del segundo piso- aparcó el coche frente a la entrada y se volvió hacia Sandi nada más apagar el motor-. ¿Qué te parece? -le preguntó en voz baja-. ¿Merece tu aprobación?
-Nadie podría desaprobar un edificio tan maravilloso -respondió con cuidado-. Me sorprende que decidieras marcharte de aquí. ¿Cuánto tiempo hace que tienes tu residencia actual?
-Ocho años.
De repente, las enormes puertas de roble se abrieron y en el umbral apareció una mujer pequeña y delgada, elegantemente vestida, acompañada de otras personas que se mantenían en un segundo plano.
-Es Arianne, ni madre -le informó Jacques en voz baja-. André y su familia viven en una de las alas de la casa, así que me temo que esta noche tendremos a toda la familia en masa - abrió la puerta del coche y se volvió para ayudar a Ann a salir; después, fue al encuentro de su madre-. Mamá, te presento a Ann y a Sandi.
-Ann... -pronunció la señora Challier, emocionada-. Te agradezco muchísimo que hayas venido, querida. Siento tanto lo ocurrido... -de repente su voz se convirtió en un sollozo y sacudió la cabeza con expresión triste-. De verdad, yo... ¿Podrás perdonamos algún día por la manera en que te hemos tratado?
-Entra en la casa, por favor -le pidió el hombre alto y de cabello gris que permanecía a su espalda, también con la mirada húmeda por la emoción-. Soy Claude Challier, el padre de Emile -se dirigió a Ann con tono suave- y me alegro muchísimo de conocerte. Pero debes de estar cansada por el viaje. Por favor, Arianne, encárgate de nuestros huéspedes -luego se volvió hacia Sandi-. Has sido muy amable al acompañar a tu hermana, Sandi; tu presencia a su lado ha debido de ayudarla mucho.
Una vez dentro de la casa, les presentaron a André, a su esposa y a sus hijos. El café fue servido en un magnífico salón, decorado con hermosos tapices antiguos, pero André y su familia declinaron quedarse y volvieron a sus aposentos, una vez concluidas las presentaciones.
-¿Habéis tenido un buen viaje? -les preguntó la señora Challier. Resultaba evidente que se esforzaba por comportarse como una anfitriona ideal, pero seguía mirando a Ann con los ojos llenos de lágrimas y el ambiente estaba cargado de tensión.
-Sí, gracias -Ann dejó su taza de café sobre la mesa, sin saber qué decir-. Ha sido usted muy amable al pedimos que viniéramos...
-Papá, ¿no crees que sería oportuno dejar a mamá y a Ann solas por un rato? -inquirió Jacques, haciéndose cargo de la situación-. Le enseñaré a Sandi una parte de la casa. ¿Podrías encargarte de que Pierre sacara las maletas del coche y las dejara en nuestras habitaciones?
-Por supuesto, por supuesto -dijo su padre, contento de aprovechar esa oportunidad.
-Pero...
Antes de que Sandi pudiera formular una protesta, Jacques la sacó amable pero firmemente de la habitación, mientras Claude Challier se disponía a hablar con Pierre. De inmediato la joven se volvió hacia Jacques, con los ojos brillantes de indignación.
-Ann está agotada... debería acostarse ahora mismo. Necesita...
-Necesita hablar con mi madre -su tono frío era inflexible-. Los primeros minutos de conversación tienen una importancia vital. ¿Es que no lo sabes?
-Lo que sé es que eres el hombre más testarudo que he conocido nunca -repuso tensa.
-Esto yo no lo considero un defecto -se apoyó en la pared, mirándola con toda tranquilidad-. Es bueno que un hombre sepa lo que quiere.
-¿Ah, sí? --de inmediato Sandi pensó en el destrozo que Ian había causado en tantas vidas, y declaró con amargura-: Tendrás que perdonarme por no compartir tu opinión.
-¿Sabes? Para ser una sofisticada mujer de mundo, tienes un pésimo humor -murmuró con voz perezosa-. Prefieres que los hombres sean como perritos falderos, ¿es eso?
-Yo no prefiero nada -le respondió, ardiendo de furia-. De hecho...
-De hecho, Ann no es la única que está cansada –rápidamente, casi antes de que pudiera darse cuenta, Jacques la tomó del brazo y la guió por el pasillo-. Has defendido con mucha valentía a tu hermana, siempre velando por sus derechos, pero ya es hora de que tome sus propias decisiones sin que tú intervengas.
Cuando ya habían llegado a la escalera, Sandi tiró con fuerza y se liberó de su brazo.
-Me quedaré a esperar a Ann.
-No -la expresión de Jacques se endureció-. Mi madre no la retendrá durante mucho tiempo y luego Ann se reunirá contigo en la suite que os han preparado, a la cual quiero llevarte ahora. Ann es tu hermana, Sandi, no tu hija, y ya es una mujer adulta. Ya es hora de que cortes el cordón umbilical que te une a ella. Tiene que vivir su propia vida.
En el mismo momento en que Sandi abría la boca para emitir otra airada réplica, Jacques la levantó en brazos y empezó a subir las escaleras.
-¡Bájame! -no se atrevía a luchar, en caso de que los dos pudieran rodar escaleras abajo'-. ¡Ahora mismo!
-Dentro de un momento -repuso Jacques con tono inexpresivo.
La sensación de encontrarse entre sus brazos la privó de todo pensamiento racional; podía sentir el contacto de su duro cuerpo contra el suyo y aspirar el delicioso aroma que emanaba de su piel bronceada. Apenas daba crédito a la manera en que su cuerpo reaccionaba ante un hombre al que odiaba y despreciaba. Incluso con Ian, al principio de su relación, no se había visto en trance de perder el control de sí misma, y ese pensamiento la aterrorizaba.
-Te he dicho que me bajes ahora mismo -siseó furiosa, arriesgándose a forcejear con él.
Fue un error, porque Jacques había estado esperando ese momento para abrazarla con más fuerza y besarla con pasión; le entreabrió los labios con la lengua y penetró en la interna suavidad de su boca, torturándola de placer.
A lo largo de su relación, Sandi había descubierto que Ian era un hombre de vasta experiencia, un experto en el arte de amar, pero nada la había preparado antes para las sensaciones que le suscitaba Jacques. No fue consciente de que había cerrado los ojos; no fue consciente de nada excepto del contacto de su cuerpo contra el suyo y del placer que le provocaban sus labios. Cuando la dejó en el suelo, en lo alto de la escalera, Sandi recuperó un resabio de lucidez; pero entonces Jacques se inclinó sobre ella y continuó besándola, incansable.
-No... -hizo un débil intento por apartarlo, pero en el fondo sabía que en realidad estaba correspondiendo a su beso; la fuerza de su propio deseo se imponía a todo pensamiento racional.
Jacques empezó a deslizar las manos por su cuerpo en una leve pero apasionada caricia que suspiraba por un contacto más íntimo, más allá de la barrera de la ropa.
-Ma chérie... -gimió contra sus labios.
De repente, el hecho de que no la hubiera llamado por su nombre la hizo tensarse, poniéndola a la defensiva, y se preguntó qué estaba haciendo. El súbito giro que hizo para liberarse de su abrazo tomó por sorpresa a Jacques.
Sandi sabía qué tipo de hombre era Jacques Challier. Emile le había dicho que las mujeres lo acosaban, entonces, ¿acaso no había aprendido nada de su experiencia con Ian? Jacques sólo pretendía divertirse con ella, hasta que se cansara. Exactamente como Ian. Se estaba comportando como una estúpida, como una auténtica estúpida...
-¿Sandi?
Cuando Jacques fue a acercársele, ella se apartó con tanta violencia que estuvo a punto de chocar contra la pared.
-No me toques. No te atrevas a tocarme -gruñó furiosa-. y mantente alejado de mí en el futuro. Estoy segura de que te crees irresistible, pero yo no me vaya dejar atrapar por tus evidentes habilidades -«que se lo crea, por favor», rezaba en silencio mientras hablaba.
-¿Qué diablos es esto...?
-Conozco a los de tu clase, Jacques Challier; te acuestas con la primera mujer que se te presenta, ¿no es así? Estoy segura de que ni siquiera recuerdas sus nombres: Bueno, pues aquí hay una que no quiere jugar a ese juego.
-Ah, ya veo -Jacques la miró fijamente-. De noche, todos los gatos son pardos, ¿ verdad? ¿Ese el tipo de hombre que supones que soy? ¿Crees que soy un mujeriego, un hombre sin moral, sin sensibilidad?
-¿ y no lo eres? -inquirió, acorralada contra la pared.
-No te preocupes, Sandi -se tensó de repente, y una máscara inexpresiva veló su mirada, ocultando toda emoción que pudiera sentir-. No tengo intención de repetir lo que ha demostrado ser un experimento interesante pero demasiado fácil. Simplemente, me gustan los desafíos.
La indignación dejó momentáneamente sin habla a Sandi, mientras Jacques la guiaba por el pasillo.
-Esta es la suite que Ann y tú compartiréis -le informó con frialdad al tiempo que le abría la puerta-. Confío en que la encuentres cómoda.
-Gracias -dijo Sandi cuando pudo recuperar la voz, entrando en la lujosa suite-. Seguro que será adecuada -de inmediato se dijo que aquella palabra nunca podría hacer justicia a aquellas magníficas habitaciones.
-Una de las doncellas, Charlotte o Claire, te subirá la cena tan pronto como Ann haya terminado de hablar con mi madre. El desayuno se sirve normalmente a las ocho, pero si preferís quedaras en la cama, sólo tenéis que decírselo a la doncella.
-Gracias -le gritaba en silencio que se fuera, que se marchara de una vez, mientras miraba aquel rostro frío como el hielo, de mirada glacial. Había hecho un ridículo espantoso; la manera en que había respondido a sus caricias... Sintiéndose humillada, añadió-: Buenas noches.
Una vez sola se llevó las manos a las mejillas, que le ardían, y cerró los ojos con fuerza. ¿Cómo podía haberse comportado de esa manera? Jacques ni siquiera le gustaba. Era arrogante, autoritario y demasiado atractivo para su propio gusto. Gimió en voz alta e intentó recuperar la compostura.
Cuando Ann entró en la suite minutos más tarde, resultaba evidente que había estado llorando, pero al mismo tiempo tenía una expresión de felicidad que resultaba insólita en ella desde la muerte de Emile.
-¿Qué tal la conversación? -le preguntó Sandi mientras dejaba su maleta en el gran dormitorio y entraba en el salón, donde Ann se había dejado caer en una silla, agotada.
-Oh, Sandi... -sacudió la cabeza lentamente-. Cuánto habrá sufrido esa pobre mujer... tan llena de remordimientos por el accidente de Emile. Se siente responsable de su muerte, y eso que no lo sabe todo...
-Entonces, vas a quedarte hasta que nazca el niño... -declaró Sandi con expresión cansina.
-No lo sé... Ella quiere que me quede -Ann se levantó para acercarse a su hermana-. ¿Te importaría que lo hiciera? Creo que eso es lo que Emile habría querido.
-Ann... -Sandi le tomó las manos y la miró a los ojos-. Se trata de tu vida, de tu bebé... tienes que tomar tu propia decisión. Al margen de mí o de cualquier otra persona; ¿qué me dices?
-Quiero quedarme -afirmó Ann con tono suave.
-Entonces quédate -Sandi sonrió mientras le soltaba las manos.
-¿Cuento con tu aprobación? -le preguntó, dudosa.
-¡Por supuesto que sí, tonta! -Sandi la abrazó con fuerza antes de indicarle el dormitorio-. Ahora, dúchate y ponte el camisón; creo que dentro de un momento alguien nos subirá la cena. Y, en caso de que no vuelva a tener la oportunidad de comentártelo, espero que me informes cuando el bebé esté a punto de nacer.
-Claro -afirmó Ann, algo sorprendida.
-y durante los próximos días tendrás que pensar seriamente -añadió Sandi con tono tranquilo- sobre si vas a querer conservar o no el piso de Londres. No puedes dejarlo a la improvisación.
-¿ Te quedarás conmigo durante unos días más? se apresuró a preguntarle Ann-. La madre de Emile quiere llegar a conocerte bien... se siente muy mal por la forma en que Jacques prácticamente te echó del salón, antes de que habláramos.
-Él pensó que era importante que vosotras dos hicierais un primer contacto en privado -repuso Sandi, y de inmediato se preguntó por qué lo estaba disculpando. ¡Como si Jacques necesitara que alguien lo defendiese!
-Gracias por ser tan comprensiva. No sé lo qué habría hecho sin ti durante estas últimas semanas -dijo Ann con voz ronca y la mirada velada por las lágrimas-. Me has ayudado tanto...
-¿Para qué están las hermanas si no? -inquirió Sandi, adoptando a propósito un tono ligero y desenfadado. Habían tenido un día muy duro, y lo que necesitaba Ann era cenar algo y acostarse. ¡ Y ella también!
Hizo una mueca cuando Ann la dejó sola en el salón. En toda su vida jamás se había sentido tan cansada emocionalmente, al menos desde... Intentó no pensar en Ian y volvió al dormitorio para deshacer su maleta.
Más tarde, cuando yacía despierta en la cama a pesar de su cansancio, volvió a revivir una y otra vez la escena que había tenido lugar con Jacques en la escalera. Se decía que aquello era ridículo, absolutamente ridículo.
En el momento en que el reloj dio las dos se levantó sigilosamente de la cama y, después de asegurarse de que su hermana seguía dormida, salió a la pequeña terraza del salón. Aspiró por unos momentos el aire fresco de la noche, aliviada, antes de sentarse cómodamente en un sillón en un intento por calmar sus nervios.
Habría dado cualquier cosa por bajar a la cocina para prepararse un vaso de leche caliente. En vez de eso, mientras se arropaba con la manta que se había llevado de la cama, pensó que sería mejor sacar una botella de agua mineral de la pequeña nevera del salón... o tal vez un buen vaso de zumo de naranja ...ese fue su último
pensamiento coherente antes de quedarse dormida en el sillón, agotada de cansancio.
-¿Sandi?
La agradable voz femenina la sacó de su sueño y abrió los ojos para encontrarse con que Arianne Challier la miraba fijamente, con preocupación.
-¿Te encuentras bien?
-Yo... -miró a su alrededor, dándose cuenta de que se había quedado dormida en el sillón de la terraza-. No podía dormir; me vine aquí a sentarme un rato y...
-¿Eso es todo? -el alivio se reflejó en los hermosos ojos castaños de Arianne. Mientras se esforzaba por despertarse, Sandi pensó que Arianne tenía un rostro hermoso y cálido, que suscitaba una inmediata simpatía. -Lo siento -se disculpó, incorporándose-. No quería quedarme dormida aquí...
-No, soy yo quien debe pedirte disculpas -se apresuró a decir la madre de Jacques mientras se sentaba en otro sillón, frente a ella-. Normalmente la doncella habría subido el desayuno, pero hoy he querido hacerlo yo misma. Me quedé preocupada al ver tu cama vacía, hasta que te descubrí aquí.
Continuaron hablando durante unos minutos, y mientras lo hacían una sensación muy especial se apoderó de Sandi. Se sorprendió a sí misma consolando a Arianne de una manera que no había creído posible incluso el día anterior, pero al mismo tiempo era consciente de que se resistía a reaccionar de esa forma.
No quería encariñarse con aquella familia, con la tierna y amable Arianne, la madre del arrogante y autoritario Jacques. Quería mantener una actitud fría, distante, revestirse de una armadura impenetrable a los sentimientos. Pero aquella gente estaba empezando a encontrar grietas en su armadura. De repente se levantó, suavizando la brusquedad de su gesto con una sonrisa.
-¿No ha dicho antes algo del desayuno? -inquirió con tono ligero.
-Oh, Dios mío, sí, se me había olvidado -Arianne se incorporó, avergonzada-. He dejado el carrito al lado de la puerta. Espero que no se haya enfriado el desayuno. Hay algunos platos calientes, pero...
-Estoy segura de que estará estupendo -Sandi volvió a sorprenderse a sí misma consolando a aquella mujer, como si hubieran cambiado los papeles. Había algo especialmente enternecedor en Arianne; Sandi podía comprender por qué Jacques se mostraba tan protector con ella-. ¿Vamos a ver si Ann se ha despertado ya?
Poco después las tres mujeres tomaban el desayuno juntas en la terraza, disfrutando de la soleada mañana. Cuando ya estaban terminando el café, alguien llamó a la puerta de la suite.
-Debe de ser Claire, que habrá subido para recoger los platos -dijo Arianne, antes de levantar la voz ordenando a la doncella que entrara.
Pero no fue la doncella quien apareció segundos después en la terraza, sino Jacques, vestido con unos vaqueros negros y una camisa de seda gris que revelaba parte de su ancho pecho bronceado. Al verlo, Sandi estuvo a punto de atragantarse con el café.
-Buenos días, señoras. Me he tomado la libertad de ahorrarle el trabajo a Claire -le dijo a su madre-, y aprovecho para deciros que vuestra presencia es requerida en la cocina para elegir el menú de hoy.
-Oui, oui -Arianne le acarició la mejilla mientras se levantaba-. ¿Has dormido bien? -le preguntó con tono suave.
Jacques asintió antes de mirar la mesa del desayuno. -¿Queda algo de café?
-No -respondió Sandi con demasiado apresuramiento, temiendo que se sentara delante de ella cuando sólo iba cubierta con una manta y su fino camisón, demasiado revelador. Se preguntó qué estaría haciendo allí cuando tenía su propia casa; al menos eso era lo que le había dicho.
-No hay problema.
Su sardónica sonrisa le indicaba a Sandi que sabía exactamente lo que estaba pensando, y a la joven le entraron ganas de pegarlo.
-Creo que deberías dejar a Ann y a Sandi que se vistieran antes -intervino Arianne-. Jacques se ha quedado esta noche aquí -explicó de manera innecesaria-. Ya había conducido demasiadas horas, y como conoce demasiado bien la carretera que lleva hasta su casa, existía la posibilidad de que se confiara y cometiera alguna imprudencia...
-No te preocupes, mamá.
Jacques abrazó cariñosamente a su madre y Sandi comprendió que no le había pasado desapercibida su expresión de tristeza y dolor, ante el recuerdo de Emile. De inmediato, su anterior sonrisa burlona desapareció para dar paso a un gesto de preocupación.
-Ahora podrías prepararme un café, si no te importa -le propuso Jacques a su madre-. El brebaje que Claire sirvió ayer me ha recordado lo mucho que necesito mantener mi independencia. ¿Por qué sigues conservando a un ama de llaves que se presenta después del desayuno y se marcha todos los días a las ocho? No acierto a comprenderlo.
-Sabes que la señora Jenet lleva años trabajando para mí -repuso su madre con tono conciliador mientras se marchaban, después de despedirse de las dos jóvenes-. ¿Ya te he contado que su hija...?
Cuando cerraron la puerta detrás de sí, Ann se volvió hacia Sandi con una irónica sonrisa.
-Jacques sabe tratarla muy bien -comentó pensativa.
-La quiere mucho -repuso Sandi. La manera en que Jacques había distraído a su madre de su dolor la había conmovido, yeso no le gustaba. No le gustaba nada en absoluto. La personalidad de Jacques era demasiado compleja; tenía tantos matices que empezaba a desconcertarla. Yeso tampoco era de su gusto.
¿Cuándo podría marcharse de allí?, se preguntaba mientras se daba una ducha y se vestía. Resultaba evidente que Ann se encontraría bien en aquella casa, así que quizá al cabo de un par de días Sandi podría dar por terminada su visita.
Decidida, se dijo que a lo sumo se quedaría dos días. Necesitaba volver a América, a su trabajo, a la normalidad y rutina que representaba. Quería estar a salvo.
Capítulo 4
SABES, Sandi? Puedo imaginarme mucho mejor a Emile aquí, que en Inglaterra -le comentó Ann, reclinada en una de las numerosas tumbonas que rodeaban la gran piscina, a la sombra de una enorme haya roja-. ¿No te parece extraño?
-En realidad, no -Sandi se incorporó sobre un codo mientras miraba fijamente a su hermana a través de sus gafas de sol-. Emile era muy francés, ¿no?
-Sí.
Ann volvió a quedarse callada y el silencio reinó durante unos momentos antes de que fuera turbado por unas risas infantiles. Las dos hermanas se incorporaron para mirar hacia un extremo de la piscina, y allí vieron a tres niñas pequeñas que se acercaban alegres al agua, saltando y jugando. Sandi se levantó de inmediato, alerta, pero se tranquilizó al ver a Jacques detrás de ellas.
-Por un momento creí que iban a caerse al agua - comentó Sandi, llevándose una mano a la garganta debido al susto.
Se dijo que Jacques era un irresponsable al permitir que aquellas criaturas se pusieran a jugar tan cerca de la
piscina. No fue consciente de su gesto adusto, entre irritado y preocupado, hasta que el pequeño grupo se les acercó y Jacques la miró con una sonrisa burlona.
-Vas a asustarlas si sigues poniendo esa cara -señaló al pequeño trío de niñas, que se agarraba a sus piernas.
Sandi lo miró por un momento antes de dirigirse a las niñas, sonriente.
-Hola, ¿cómo os llamáis?
-Bonjour. Comment allez-vous? -preguntó la mayor del grupo, que no tendría más de cuatro años.
Como no entendía ni una palabra de francés, Sandi miró a Jacques sin saber qué decir.
-Te ha preguntado cómo estás -le tradujo Jacques arrodillándose al lado de la niña.
Sandi no pudo evitar fijarse en su cuerpo musculoso y bronceado. Llevaba. un pequeño traje de baño, y su cercanía la estaba poniendo cada vez mas nerviosa. Jacques les dijo algo en francés a las niñas, haciéndolas sonreír mientras miraban alternativamente a Ann y a Sandi.
-Je vais tres bien, merci. Et vous?
Cuando Ann respondió a la anterior pregunta en su propia lengua, las tres niñas se le acercaron, curiosas.
-Emile me enseñó algunas palabras básicas -explicó Ann sonriendo. Luego les dejó a las niñas un sitio en su tumbona, ocasión que no dudaron en aprovechar.
-¿Has dormido bien? -le preguntó Jacques a Sandi, dejando que las niñas jugaran con su hermana. La joven se preguntó por qué tenía que presentarse ante ella medio desnudo. ¡Era una indecencia! Su pequeño traje de baño revelaba más de lo que escondía. Invadida de un calor que nada tenía que ver con la temperatura ambiente, bajó la cabeza, ruborizada, dejando que la melena rubia le tapara el rostro.
-Sí, gracias -se obligó a adoptar un tono ligero del que se sintió bastante satisfecha hasta que percibió un brillo de diversión en sus ojos oscuros-. ¿Y las niñas? Supongo que son de André, ¿no? -preguntó para cambiar de tema de conversación..
-Supones bien -se volvió hacia las niñas, que seguían jugando con Ann-. Las dos pequeñas, Anna Marie y Suzanne, son gemelas, y tienen tres años. La mayor es Antoinette, que tiene cuatro. Tiene dos hermanas más, Ghislaine y Chantal, que están en la escuela; seguramente esta tarde las conocerás. Creo que esta mañana tienen cierta vergüenza de conocer a sus tías; por eso se han quedado en la casa.
«¿ Tías?», se preguntó Sandi, extrañada. «Tía, en singular», añadió para sí. No tenía ninguna intención de entrar a formar parte de aquella familia.
-¿Has nadado esta mañana? -le preguntó Jacques.
-Yo... yo... -titubeó un poco y respondió-: No -luego aspiró profundamente y lo intentó de nuevo-. No, hoy no he nadado. Ann y yo nos olvidamos de traer los trajes de baño.
-Eso no es ningún problema -repuso él mientras deslizaba la mirada por la esbelta figura de Sandi, vestida como iba con una camiseta corta y una larga falda blanca-. No creo que los trajes de baño de Odile te sentaran bien, pero creo que mi madre tendrá algo para ti. Me encargaré de que te consiga uno más tarde.
-No, no, está bien, de verdad. No me vaya quedar aquí mucho tiempo...
-¿No te gusta el agua? -le preguntó él con tono suave.
-No mucho -era mentira, y sospechaba que Jacques se había dado cuenta. Sentía la necesidad de que aquel hombre no conociera ningún detalle sobre ella, por muy insignificante que fuese. Tenía que protegerse de él.
-Qué pena. Para mí un buen baño es uno de los más grandes placeres de la vida, aunque hay otros, por supuesto, tan buenos o mejores... -comentó con un tono aparentemente inocente-. Evidentemente, dado que tenemos piscina, Odile y André han enseñado a sus hijas a nadar prácticamente desde que nacieron, y cuando están en casa estas crías se pasan más tiempo en el agua que fuera.
Llamó a sus sobrinas por su nombre y se acercó a la piscina con ellas. En cuestión de segundos, las tres niñas se quitaron los albornoces y se zambulleron en el agua.
-¿Has visto eso? -le preguntó Ann a su hermana, sonriendo-. No necesitabas preocuparte porque pudieran caerse al agua, Sandi. Nadan como peces.
-Mmmm... -en ese momento sólo había una figura en la piscina que le preocupara especialmente a Sandi; el hombre musculoso, casi desnudo, que nadaba vigorosamente, sin cansarse. Se irritó consigo misma porque sabía que era incapaz de dejar de mirarlo.. ¿Qué le estaba sucediendo?, se preguntaba alarmada-. Vuelvo a casa un momento; quiero ir a buscar un libro.
-De acuerdo -Ann seguía sentada en la tumbona con la mirada fija en las niñas.
Al ver la extraña expresión de su hermana, Sandi le preguntó:
-¿Estás bien?
-Oh, Sandi, ver a estas niñas me ha hecho recordar que llevo a una parte de Emile dentro de mí -explicó con los ojos .llenos de lágrimas-. Estoy tan contenta de haber venido...
-¿Y eso no te molesta? Me refiero al hecho de que tanto André como Jacques se parezcan tanto a Emile...
-No -respondió Ann-, para nada. De hecho, lo encuentro reconfortante.
-Bien -Sandi le dio un cariñoso abrazo antes de alejarse hacia la casa.
Pensó que había estado completamente equivocada, al contrario que Jacques, en cuanto a lo que había pensado que convendría más a su hermana. Pero no le importaba; no después de ver la expresión de felicidad de Ann. Cualquier cosa que le proporcionara un poco de paz y tranquilidad, era bienvenida. y Ann, con su naturaleza tranquila y amable, encajaría perfectamente en el hogar de los Challier; eso resultaba evidente. Tan evidente como el hecho de que Sandi, por el contrario, no. Al menos siempre y cuando Jacques Challier estuviera de por medio.
Se tomó su tiempo antes de volver a la piscina y se encontró con Odile. Había salido a buscar a sus hijas para darles de comer y en ese momento volvía con ellas. Durante el rato que estuvieron charlando, Sandi descubrió que Odile era tan amable y simpática como su suegra; luego, cuando se dirigió a la piscina, encontró a su hermana dormida a la sombra del haya. Y, para su disgusto, Jacques estaba saliendo en ese momento del agua.
En seguida pensó que lo había hecho a propósito. Había esperado a que regresara para volver a exhibir delante de ella ese magnífico cuerpo que era su mayor ventaja. Era el mismo tipo de truco del que Ian se había servido, aunque en aquel tiempo Sandi no se había dado cuenta de ello. Pero la situación había cambiado.
-Deja de fruncir el ceño.
-¿Qué? -Sandi abrió la boca, sorprendida, al ver que se acercaba a ella.
-Me refiero a esa feroz expresión que adoptas cada vez que me ves -explicó al pasar de largo a su lado, para ir a tumbarse al sol-. Es muy poco social.
-¿Poco social? -Sandi seguía de pie al lado de su tumbona, y al ver que el sol la daba de lleno, la acercó a la de Ann.
-Sí, poco social -Jacques se incorporó un poco para mirarla, arqueando las cejas-. Oye, no hay necesidad de que te muevas de ahí. No voy a morderte.
-No quiero que me dé el sol --explicó tensa.
-Qué prudente -se burló, entrelazando las manos detrás de la cabeza y exhibiendo su torso musculoso-. Habría pensado que un pequeño toque de color a esa pálida piel inglesa que tienes habría sido algo más... ¿práctico?
-¿Ah, sí? -le preguntó ella, sarcástica. Se dijo que no le importaba que a Jacques no le gustase el tono de su piel.
En vano intentó relajarse. La figura masculina que estaba a su lado le tensaba los nervios como si fueran las cuerdas de una guitarra, y no había manera de que pudiera ignorarla. Por el contrario, Jacques se encontraba tan relajado que parecía como si se hubiese quedado dormido.
Lo miró furiosa. ¿Por qué seguía Jacques allí? Él le había dicho que tenía una casa propia. Podía comprender que se hubiera quedado la noche anterior, pero ya era casi mediodía. De repente, se dijo que estaba sacando las cosas de quicio; Jacques parecía tener la virtud de alterarla sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.
-Nunca he conocido a ninguna mujer que pudiera adoptar tantas y tan variadas expresiones de desagrado -comentó Jacques de repente, sobresaltándola-. y con un rostro tan precioso, además. Realmente no sabes aprovechar los dones que Dios te ha dado.
-Pero tú, por supuesto, sí que sabes hacerlo con los tuyos -replicó con evidente ironía-. Y, sin duda, te sirves de ellos a conciencia.
-¿Qué es exactamente lo que has querido decir?-le preguntó él con tono perezoso-. Siento ser tan torpe, pero no sé de qué me estás acusando.
-Yo... -lo miró indefensa, repentinamente consciente de que había cometido un error. Si le contaba que había pensado que estaba explotando su cuerpo para su propio beneficio, Jacques descubriría de qué manera la afectaba y eso, definitivamente, no la convenía. Pero entonces, ¿cómo podría explicar tan críptico comentario?
-¿ y bien? -Jacques claramente estaba disfrutando con su desconcierto.
De repente una voz lo llamó, y Jacques se incorporó para dirigirse rápidamente a la entrada de la piscina. Allí lo estaba esperando una joven pelirroja, alta y delgada, acompañada de Arianne y de otra mujer mayor. Empezaron a hablar en francés justo en e] momento en que Ann se desperezaba, soñolienta.
-¿Quién?
-Parece que Jacques tiene visita -murmuró Sandi con tono seco mientras contemplaba cómo la efusiva pelirroja le echaba los brazos al cuello, apretándose contra él... para después darle un beso en los labios.
Cuando el grupo se fue acercando a ellas, Sandi y Ann se levantaron de las tumbonas.
-Ann, Sandi -les dijo Arianne-, quiero presentaros a mi querida amiga Simone Lemaire y a su hija Monique. Simone, Monique... os presento a mi nueva nuera ya su hermana, Sandi.
-¿Qué tal? -Simone se adelantó para saludarlas a la manera francesa, besándolas en las mejillas-. Qué bien que hayáis venido.
Sandi no sabía si eran imaginaciones suyas, pero tuvo ]a inequívoca sensación de que Simone había dirigido ese comentario únicamente a Ann, y su extraña mirada se lo confirmó. Al momento Monique siguió el ejemplo de su madre; en esa ocasión Sandi se quedó plenamente convencida de que su presencia en el hogar de los Challier no era apreciada ni por Simone ni por su hija.
-Simone y Monique van a quedarse a comer. ¿Crees que estaría bien que Pierre preparara una barbacoa al lado de la piscina? -le preguntó Arianne a Jacques, mientras todos se sentaban alrededor de una mesa, bajo una sombrilla-. Creo que será mejor para Ann. Me encargaré de que Charlette y Claire nos sirvan unos refrescos.
-¿No estás trabajando, Monique? -le preguntó Jacques, que había tomado asiento junto a la pelirroja.
-Acabo de venir de las Bermudas -respondió la joven con voz suave y sensual, marcada por un acento francés especialmente sexy-. Estoy agotada, querido. Necesito que me mimen mucho -y le lanzó una mirada especialmente significativa.
-Monique es modelo -explicó Arianne-. Y muy buena.
-Qué interesante -comentó Sandi, forzando una sonrisa-. ¿Viajas a menudo?
-Demasiado a menudo -Monique se encogió de hombros antes de fijar la mirada en Jacques-. Necesito estar más en casa.
Sandi se dijo que no había duda alguna sobre el sentido de su insinuación. La molestaba aquella conversación tan trivial e insulsa. «Así que Monique y Jacques tienen una aventura», pensó abstraída. Eso no debería sorprenderla. Monique era exactamente el tipo de mujer preciosa y sensual que él debía de admirar. Tuvo que recordarse que no era asunto suyo con quién estuviera relacionado Jacques.
-¿Sandi?
De repente fue consciente de que los otros la estaban mirando, expectantes.
-Perdón; me temo que estaba distraída.
-Le he explicado a Monique que trabajas en los Estados Unidos -.le informó Arianne-. Ella ha pasado algún tiempo en América y dice que eres muy afortunada al vivir allí.
-No sé si soy afortunada o no, pero disfruto con mi trabajo -se dirigió a la joven francesa justo cuando las doncellas les servían los refrescos-. Aunque es bastante agotador.
-Sí, me lo imagino -Monique la miró pensativa-. ¿Tienes un novio en América?
-Tengo amigos, pero con ninguno de ellos mantengo una relación especial -Sandi sabía que no era eso lo que a Monique le habría gustado oír, pero era la verdad-. Mi trabajo consume todo mi tiempo.
-¿Ah, sí? -la pelirroja arqueó las cejas-. Entonces estás... ¿cómo diría? ¿Libre y sin compromiso?
«Es persistente», pensó Sandi sombría mientras forzaba una sonrisa.
-Pues sí.
-Mmm... -Monique cruzó sus largas piernas, mirándola con los ojos entrecerrados-. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí, haciendo compañía a tu hermana?
Procediendo de cualquier otra persona habría sido una pregunta completamente inocente, pero Sandi sabía que ese no era el caso, y se sintió impulsada a responder:
-La verdad es que no tengo ni idea, Monique.
y de inmediato volvió la cabeza, dando por terminada la conversación. Durante todo el tiempo había sido consciente de que Jacques las miraba sombrío, aunque no estaba segura de quién había suscitado su disgusto.
Jacques le ofreció en ese momento a Monique una copa de brandy, y Sandi se dio cuenta de que no había
tenido necesidad de preguntarle qué bebida prefería tomar; lo sabía perfectamente.
-¿Sandi? ¿Qué quieres beber?
La joven se irritó de repente y, haciendo caso omiso de su pregunta, se dirigió a la doncella:
-Tomaré una copa de vino blanco, gracias, Claire.
Pensó que Jacques era el tipo de hombre que disfrutaba coqueteando con las mujeres, con todo tipo de mujeres. Pero eso no significaba nada para ella, y...
-Aquí tienes.
Jacques le entregó la copa que Claire le había servido, y por un momento le rozó los dedos; ese mínimo contacto le transmitió una especie de corriente eléctrica por todo el brazo.
-Gracias.
Odiaba a ese hombre tan ostentosamente viril y agresivo, que pensaba que sólo tenía que chasquear los dedos para que las mujeres acudieran a su llamada. Era demasiado guapo, demasiado rico, demasiado poderoso y era muy consciente de ello.
La barbacoa transcurrió en un ambiente agradable. Odile y sus hijas se reunieron con ellos justo cuando empezaban a comer y, al menos para Sandi, aquello fue como una bendición, ya que aprovechó la oportunidad para jugar con las pequeñas y así mantenerse aparte de los adultos.
Un rato después, cuando Odile les dijo a sus hijas que debían volver a la casa para dormir la siesta, las tres protestaron al unísono ante la perspectiva de tener que abandonar a su nueva amiga.
-Se te dan muy bien los niños -le comentó en ese momento Jacques mientras le ofrecía una silla, para que volviera a sentarse a la mesa con los demás.
-Son muy divertidos -comentó desenfadada, aunque acababa de asaltarle un penoso recuerdo. Cuando se
casó con Ian, había soñado con tener varios hijos, si su situación económica se lo permitía; y aquel sueño se había visto trágicamente frustrado.
-¿Divertidos? -el tono de Monique era una mezcla de burla y desdén-. ¿Tú crees que esos pequeños monstruos son divertidos? -miraba directamente a Sandi mientras hablaba, y la abierta hostilidad de su expresión la dejó sin habla por un momento.
-Oh, a mí también me encantan los niños -intervino Ann, poniendo una mano sobre el brazo de su hermana con gesto cariñoso-. Algo lógico, por otro lado -se rió mientras se acariciaba el vientre abultado, y la conversación derivó hacia los nombres de los niños y las preferencias de cada cual.
Pero Monique era muy insistente y la diversión sólo duró unos minutos. Por tercera vez en aquel día, sorprendió a Sandi volviéndose directamente hacia ella para comentarle:
-Si tanto te gustan los niños, ¿por qué has preferido concentrarte nada más que en tu trabajo? ¿Por qué no te has preocupado de tener uno?
Sandi no sabía por qué le había molestado tanto a Monique que hubiera estado jugando antes con las niñas de Odile, pero así parecía ser; en sus ojos oscuros podía leer un mensaje de desprecio.
-¿O quizá es que el mundo de la publicidad era más... lucrativo? --continuó Monique, con un falso tono dulce- A pesar del esfuerzo que tengas que hacer para sobrevivir. Y evidentemente tú has alcanzado el éxito en tu profesión.
Sandi tuvo que contar hasta diez para dominarse. Con unas pocas palabras bien escogidas, Monique le había insinuado, con perfecta inocencia, que era una mujer materialista únicamente interesada por el dinero... el tipo de mujer de negocios implacable, capaz de hacer cualquier cosa con tal de llegar a la cumbre.
-Sí, Monique debe de saberlo muy bien –intervino Jacques antes de que Sandi pudiera abrir la boca para replicar-. El mundo de las modelos es un insuperable ejemplo de la insensibilidad más pura y absoluta. ¿No es así, Monique? -estaba sonriendo, pero habla algo en su expresión que Sandi no sabía cómo interpretar-. Simone está muy orgullosa de la forma en que su hija ha sabido salir adelante, en medio de una competencia feroz.
-Oh, sí. Estoy muy orgullosa de mi pequeña hija- comentó Simone, sin percibir el verdadero sentido de las palabras de Jacques, disimuladas por su sonrisa.
Muy al contrario, Monique había comprendido perfectamente el mensaje; resultaba evidente por la tensión de su expresión y por su sonrisa forzada..
Poco después llegó la hora de la despedida, cuando Simone comentó que tenía una cita por la tarde y Ann decidió que quería volver a su habitación para descansar. Todos se dirigieron charlando hacia la entrada de la piscina, más allá de la cual se extendían unos hermosos jardines.
Simone y Arianne se colocaron a cada lado de .Ann mientras salían de la zona de la piscina, y en ese mismo momento detrás de ellos, Monique tomó del brazo a Jacques con un gesto deliberadamente posesivo. Sandi se retrasó un poco mientras seguía a los demás hacia los jardines.
-¿Sandi?
La joven no estaba segura de si Monique le había soltado el brazo a Jacques o si había sido él quien se había apartado, pero al instante siguiente se encontró entre los dos, guiada firmemente por Jacques.
-¿Te gustaría que te enseñara los los jardines un momento?
-Yo... -Sandi era agudamente consciente de la presencia de Monique al otro lado, y podía percibir su hostilidad-. No... no, gracias. Creo que me retiraré con Anny...
-Absurdo. Has estado descansando durante toda la mañana y tú no estás embarazada; no tienes ninguna excusa para mostrarte tan perezosa. Daremos un corto paseo antes de cenar, ¿de acuerdo? -no le dio oportunidad para replicar, y miró entonces a la joven francesa-. ¿Te encargarás de llevar a tu madre en tu coche, verdad, Monique?
-Sí -la pelirroja pronunció esa única palabra con un tono seco y cortante, y después recurrió a esa habilidad camaleónica que tenía para cambiar súbitamente de expresión-. ¿Querido? -se había acercado a Jacques por el otro lado para colgarse de su brazo, hablando en francés con tanta rapidez que Sandi no entendió ni una palabra.
-En inglés, por favor, Monique -le indicó Jacques con tono tranquilo.
-Esta noche vamos a celebrar una fiesta -Monique miró rápidamente a Sandi antes de volver a concentrarse en Jacques-. Nada formal, sólo una celebración por el próximo cumpleaños de mi madre, que será la semana que viene. ¿Te gustaría venir?
Resultaba muy claro que la invitación estaba destinada únicamente a Jacques, y cuando llegaron al sendero de entrada de la casa, donde estaba aparcado su lujoso deportivo, Simone se volvió para escuchar lo que estaba diciendo su hija.
-Oui, oui. Por supuesto que tienes que venir, Jacques -le sonrió-. Habrá poca gente de la edad de Monique; sería estupendo que vinieras.
-Por supuesto que iremos -declaró con tono inocente mientras se volvía para mirar a Sandy-. Así tendré la oportunidad de enseñarte algo de Francia mientras estés aquí, ¿de acuerdo?
Sandi era consciente de que Jacques sabía que ella no había sido incluida en un principio en la invitación; estaba irritado, a pesar de su aire tranquilo. ¿Acaso tantas groserías vertidas contra ella lo habían molestado, cuando la familia Challier, por el contrario, se había mostrado tan hospitalaria? ¿O quizá simplemente se estaba compadeciendo de ella? Fuera lo que fuera, Sandi no tenía intención de ir a ninguna parte con Jacques, y menos aún a la casa de la familia de Monique.
-No creo que...
-Oh, vamos, Sandi. Será estupendo. Sabes que necesitas un descanso... antes de que vuelvas a América.
-Pero si ya estoy descansando -Sandi forzó un sonrisa-. Me estoy divirtiendo mucho aquí...
-Esta noche todavía te divertirás más.
Había un tono sardónico en su voz que no le pasó desapercibido a Sandi, y cuando levantó la mirada hacia él, leyó un inequívoco desafío en sus ojos. La estaba animando a que lo acompañara, a que pasara esa velada con él.
-Si Sandi no quiere venir... -intervino en ese momento Monique. Su expresión era tan hipócrita que Sandi se sintió impulsada a decir con tono ligero:
-La verdad es que me encantaría ir a tu fiesta. Si no hay inconveniente, por supuesto.
-No, no -exclamó la pelirroja, con los labios apretados de disgusto.
Al mirar a Jacques, Sandi vio que esbozaba una fugaz sonrisa de satisfacción y se preguntó a qué estaría jugando. Continuó mirándolo con expresión sospechosa mientras Monique y su madre subían a su lujoso deportivo. ¿Imaginaría Jacques que tendría a dos mujeres peleándose por ganar sus favores? ¿O habría algún significado más profundo detrás de todo aquello? ¿Se encontraría ella quizá en medio de una discusión de amantes?
Sandi se sorprendió a sí misma deseando con todo su corazón no haber aceptado aquella invitación a la fiesta, pero cuando al momento siguiente vio que Monique sacaba la cabeza por la ventanilla para despedirse, se echó atrás en su decisión de anular la cita. y en el instante en que el coche se marchó, tomó conciencia de que había perdido toda oportunidad de escapar de una velada que estaba condenada a convertirse en un desastre sin precedentes.
Capítulo 5
ESTÁS maravillosa, Sandi... absolutamente maravillosa -Ann suspiró satisfecha mientras, tumbada en la cama, observaba cómo su hermana daba los últimos toques a su maquillaje-. Y por favor, diviértete y no te preocupes por mí. Estaré bien aquí.
-Pues no lo estabas hace poco, cuando volví antes de la cena -la acusó Sandi con tono suave-. Siempre adivino cuándo has estado llorando.
-Bueno, lo reconozco -repuso Ann con un tono práctico insólito en ella-. Quería a Emile, Sandi; siempre lo he querido. Pero eso no significa que la vida tenga que detenerse para todo el mundo. Quiero que salgas esta noche y te diviertas mucho con Jacques... de verdad.
«¿Divertirme con él?», se preguntó Sandi, irónica. No esperaba divertirse, sino algo muy diferente... Pero pensar en aquello no la ayudaría. Tenía que agarrar el toro por los cuernos y seguir adelante. y el toro en cuestión la estaba esperando en ese mismo momento.
-¿Entonces piensas que me queda bien este vestido? -le preguntó dando una vuelta ante el espejo y mirándose por última vez. Había escogido un vestido de seda rojo oscuro, sin mangas, que había comprado unas semanas atrás en América.
Llevaba recogido el cabello en un moño alto, dejando sueltos algunos mechones rizados para atenuar su estilo severo, y se había maquillado discretamente. Estaba satisfecha con su apariencia, mundana y a la vez formal. -Vas a arrasar, Sandi -Ann le sonrió con expresión cálida. Habían transcurrido más de tres años desde que vio por última vez a su hermana arreglarse para una cita, y esbozó una mueca al pensar en Ian Mortimer.
Sandi la abrazó rápidamente y se dispuso a salir de la suite. Se sentía como si estuviera preparándose para una batalla. La tensión de los músculos, el latido acelerado de su corazón y el flujo de adrenalina que le corría por la sangre indicaban que se sentía disgustada a la vez que resentida. Pero eso era todo. No había excitación alguna mezclada con aquella sensación. y no se sentía atraída por Jacques Challier
Jacques la observó mientras bajaba las escaleras, poniéndola nerviosa. Para dominarse, Sandi mantuvo la vista fija al frente, y sólo al llegar abajo lo miró. Con su impecable traje de noche, tenía una apariencia que quitaba el aliento.
-Estás preciosa, Sandi -le comentó con voz sensual.
-Gracias -repuso turbada-. Tú también estás bastante bien.
-¿Bastante bien? -inquirió burlón-. Eso es muy inglés, ¿verdad?
-Resulta que yo soy inglesa -declaró tensa, a la defensiva.
-Eso es cierto -reconoció Jacques entre dientes-, pero no eres ni mucho menos la típica inglesa fría y distante... te he estado observando con tu hermana, defendiéndola como una tigresa, y con los niños esta tarde...
-Los niños son los niños -declaró con voz temblorosa, aunque había hecho todo lo posible por adoptar un tono ligero y burlón.
-Y, en tu opinión, ¿qué es lo que les diferencia de los adultos? -le preguntó Jacques con tono suave, muy serio-. ¿El hecho de que son pequeños, indefensos, y que por tanto no tienes necesidad de ponerte tu armadura para protegerte de ellos? ¿Es eso?
-No seas ridículo.
La expresión de Jacques se endureció, y un brillo de furia apareció en sus ojos mientras le sostenía la mirada. -Nunca soy ridículo -declaró con tanta arrogancia y autoridad que, en otras circunstancias, sus palabras habrían resultado sencillamente cómicas-. Te estás escondiendo de la vida. Yo lo sé y tú también. Todos tus gestos transmiten el sutil mensaje de que eres inabordable...
-¿Por eso es por lo que querías invitarme a salir esta noche? -le espetó con una voz entre dolida y rabiosa-. Porque piensas que soy una especie de desafío...
-En parte, sí -la interrumpió Jacques-. Pero sólo en parte. Tengo que confesar que te encuentro intrigante, señorita Gosdon. Me gustaría saber cómo es que a estas alturas una mujer tan preciosa como tú todavía no se ha casado y cómo es que algún tipo especial, más valiente que la mayoría, aún no ha osado ponerte en el dedo anular un anillo de matrimonio...
-Pues alguien lo hizo -le confesó ella con tal expresión de dolor en sus brillantes ojos azules, que Jacques se quedó impresionado, sin habla-. y ese tipo tan especial está muerto. ¿Ya podemos irnos? -y pasó de largo delante de él, de camino a la puerta.
Transcurrieron al menos diez segundos antes de que Jacques Challier pudiera moverse, e incluso cuando lo hizo fue de manera automática, abstraído en sus pensamientos.
-¿Sandi? -la tomó del brazo cuando ya se acercaban al deportivo plateado que estaba aparcado frente a la entrada-. Por favor, mírame.
La joven se volvió hacia él, con los labios apretados.
-No tenía ni idea, de verdad -se disculpó Jacques.
-No importa. Todo aquello sucedió hace tres años. Ahora es historia.
¿Historia? Jacques Challier se sintió súbitamente invadido por una sensación que jamás antes había experimentado: una mezcla de ardiente curiosidad, arrepentimiento, oscura furia y otros muchos sentimientos. Sandi se había casado. Y, al parecer, todavía amaba a ese hombre, a pesar de que había muerto. No sabía por qué eso le molestaba tanto, pero así era; no le gustaba nada.
-En cualquier caso, no era mi intención hacerte daño -pronunció con un tono casi formal-. ¿Aceptas mis disculpas, Sandi? -su voz era tranquila y controlada, carente de toda emoción.
-Sí -contestó de manera automática-, sí, claro -añadió con tono suave-. Olvidemos lo sucedido, ¿de acuerdo?
Jacques asintió con la cabeza antes de señalarle el coche, y le abrió la puerta. En el momento en que subía al deportivo, Sandi fue consciente de que se encontraba ante un aspecto de su personalidad desconocido para ella. Esa misma tarde, un poco antes, cuando paseaban por los jardines, Jacques se había comportado como un anfitrión modélico: cortés, atento y muy correcto.
Pero en ese instante, mientras conducía, parecía otra persona: frío, reservado, distante... El silencio era denso y pesado, y hasta poco antes de llegar a la residencia de los Lemaire, Sandi apenas pudo relajarse para admirar
el hermoso paisaje que estaban atravesando: pueblos encantadores, suaves colinas salpicadas de árboles frutales, inmensos campos de vides...
-Ann me ha dicho que la familia de los Challier lleva siglos dedicada al negocio de la fabricación de vinos --comentó Sandi de repente, siguiendo un impulso.
-Es verdad.
-Tus viñedos están cerca de aquí -le preguntó con cautela.
-Sí -la miró por un momento, acelerándole el corazón-. Puedo prepararte una visita antes de que te marches, si quieres...
-Estaría muy bien -declaró Sandi con tono ligero-. Estoy segura de que a Ann también le gustaría.
-Sí --convino Jacques, lacónico.
Ya había anochecido cuando llegaron al imponente castillo de los Lemaire, y la joven se quedó impresionada por la riqueza de aquella familia. Había numerosos coches en el aparcamiento situado frente a la entrada. Sandi miró a su alrededor mientras salía del coche y, para su disgusto, nuevamente se acordó de Ian. En aquella casa se encontraba el tipo de gente con quien su marido siempre había querido codearse, en su pasión por el lujo y el dinero. Sacudió la cabeza ligeramente ante ese pensamiento, inconsciente de que Jacques la estaba observando.
-¿Qué te sucede? -su voz era tranquila y controlada, pero tenía un matiz extraño.
-Nada.
-¿Nada? -Jacques la miró fijamente, cruzándose de brazos-. He leído la desaprobación, incluso el disgusto, en tus ojos. ¿Me equivoco?
-Yo... -Sandi no sabía qué decir-. Creo que tengo derecho a la privacidad de mis pensamientos, ¿no te parece? -replicó con la misma frialdad-. No sé qué interés pueden tener para ti.
En ese momento Jacques pensó que tenía una boca tan sensual que, por muy frío que fuera su gesto, suscitaba precisamente la sensación contraria a la deseada. Todavía admiró durante un segundo la forma de sus labios antes de acercarse para abrazarla, besándola con una pasión que la dejó sin aliento. Deslizó una mano por su cintura, y subió la otra a su cuello mientras profundizaba el beso, sorprendiéndola completamente.
-No... -Sandi intentó apartarlo, desesperada, pero cuando emitió un gemido de protesta, Jacques se apoderó nuevamente de sus labios, apretándola contra su cuerpo.
Entonces el beso se tornó más suave, más íntimo, y él inició una lenta exploración de su boca con los labios y la lengua, aturdiendo sus sentidos. El cuerpo de Sandi reaccionó a sus caricias como la primera noche de su llegada a Francia, cuando se encontró entre sus brazos presa de un intenso deseo, sin preocuparse de pensar en nada... Pero necesitaba pensar.
De repente Jacques se apartó, mirándola fijamente sin retirar las manos de su cintura.
-Dijiste... -dijo Sandi con voz temblorosa-. Dijiste que no volverías a hacerlo otra vez.
-Te mentí -sonrió lentamente, deslizando la mirada por su cabello dorado antes de volver a posarla en sus ojos.
-No quiero... -sacudió la cabeza ligeramente- no quiero esto, Jacques... de verdad.
-¿Qué es lo que no quieres? -le preguntó suavemente, todavía sin soltarla-. ¿Que te bese? ¿Qué tiene de malo un pequeño beso?
Sandi se preguntó cómo había podido Jacques cambiar tan radicalmente de actitud. Durante el trayecto hasta el castillo de los Lemaire se había comportado de manera fría y distante, pero ahora... sus labios esbozaban una tierna sonrisa que le quitaba el aliento. Tenía que levantar mucho la cabeza para mirarlo y se sentía pequeña e indefensa ante él, intimidada por su estatura. Pensó entonces que una mujer tan alta como Monique le habría convenido mucho más.
Ese pensamiento, cuyo origen le resultaba desconocido, le dio la fuerza necesaria para apartarse de Jacques con firmeza.
-No tiene nada de malo -replicó con una frialdad que estaba muy lejos de sentir-. Pero yo no quiero aventuras breves, de una sola noche, así que si no te importa...
-¿Aventuras de una sola noche?
-Sí, no sé cómo se dice en francés -añadió, inquieta-. Ahora, ¿podemos ir ya a la fiesta...? -se interrumpió al ver su oscura expresión.
Jacques la miró durante un buen rato sin hablar, para luego agarrarle la mano con fuerza y arrastrarla prácticamente hacia la entrada.
-¿Qué estás haciendo? -le preguntó Sandi sin aliento mientras casi corría a su lado, incapaz de guardar bien el equilibrio con los zapatos de tacón alto que llevaba.
-¿No quieres ir a esa condenada fiesta? –inquirió tenso-. Pues vamos. Sandi lo insultó para sus adentros, odiando sus maneras arrogantes. La estaba tratando de esa manera sólo porque ella se había atrevido a rechazarlo... -y sonríe.
-¿Qué?
-¡Que sonrías! -exclamó Jacques sin alzar la voz, pero con el mismo efecto que si le hubiera gritado al oído-. No podemos entrar ahí contigo mirándome como si fuera el marqués de Sade en uno de sus peores momentos -gruñó entre dientes.
Cuando se abrió la puerta, una doncella los hizo pasar a un aristocrático vestíbulo y Sandi pudo forzar una sonrisa a duras penas. Casi de inmediato apareció Monique, procedente del enorme salón donde ya se encontraban los invitados. Llevaba un vestido negro muy ajustado que resaltaba su figura, y tenía un aspecto impresionante; al ver a Jacques, esbozó una radiante sonrisa.
-Querido... -se lanzó a sus brazos con un gesto teatral-. Aquí estás... y Sandi... La joven se quedó sorprendida cuando la pelirroja la abrazó con la misma efusividad. -Qué alegría volver a verte -exclamó Monique con tono dulce-. Vamos, voy a presentarte a los invitados.
Simone se les acercó en el mismo momento en que entraron al salón y, tomando del brazo a Sandi, la separó de Jacques y de Monique. A partir de ese instante, Simone se dedicó a presentarle a cada persona con la que se encontraban, con lo cual Sandi tuvo que practicar sin cesar la sonrisa que había ensayado en el vestíbulo.
Casi media hora después, cuando ya le dolía la cara de tanto sonreír, Sandi volvió la cabeza y se encontró con Jacques, que la miraba divertido.
-¿Ya han terminado las presentaciones? -le preguntó a Simone con tono suave.
-Creo que sí -Simone buscó la mirada de Monique mientras hablaba.
-Entonces déjame relevarte de tus obligaciones como anfitriona -murmuró Jacques acercándose a Sandi y quitándole la copa vacía que sostenía en las manos-. ¿Eso era vino?
-Yo... sí -la joven se volvió para darle las gracias a Simone, y en ese mismo momento sorprendió a la mujer mayor intercambiando un guiño de complicidad con su hija.
Fue entonces cuando se dio cuenta, asombrada, de que lo habían planificado todo desde el principio. Simone deliberadamente la había retenido a su lado con el fin de que Monique dispusiera de tiempo suficiente para estar con Jacques. Precisamente en ese instante esta llamando a su hija para que se acercara. ¿Acaso consideraba a Sandi como una rival en la relación de Monique con Jacques?
Cuando Sandi vio que Monique se les acercaba, Jacques la tomó de la cintura y la sacó del salón para llevarla a un amplio corredor, donde podía oírse la música procedente de los jardines del castillo.
-Primero tomaremos algo y luego bailaremos, ¿de acuerdo? -la llevó a otra enorme habitación, donde había mesas con comida y un ejército de camareros atendiendo a los invitados.
-Yo creía que esta era una fiesta informal, como dijo Monique... --comentó Sandi, inquieta.
-y lo es, créeme. Al menos según los criterios de los Lemaire -le dijo con tono suave-. Monique y su madre son animales sociales en primer grado, y Philippe Lemaire consiente todos sus caprichos -añadió cínicamente-.¿Ya has conocido al anfitrión?
-Sí.
Jacques la llevó a un rincón de la sala, ante una barra de bebidas, y pidió para ella una copa de vino blanco.
-¿Qué piensas de él? -le preguntó.
-Parece simpático -respondió Sandi, tomando un sorbo de vino, y se quedó asombrada al ver que esbozaba una sonrisa burlona.
-Sí que lo es. Philippe es quien mantiene una verdadera amistad con mis padres, más que su esposa. Mi padre y el de Monique son amigos desde que eran niños, y ahora las dos familias están estrechamente ligadas por asuntos de negocios.
-Entiendo -Sandi pensó que aquello era muy conveniente, al menos para Monique. No sólo tenía el respaldo de sus padres para mantener relaciones con Jacques, sino que además las dos familias estaban unidas por los negocios; la pelirroja se le presentaba en bandeja. Le sorprendía lo mucho que le había dolido ese descubrimiento.
-Vamos a bailar.
Jacques le quitó la copa de la mano y la dejó sobre una mesa antes de guiarla fuera del salón, hacia los jardines del castillo. Una pequeña orquesta estaba ejecutando una romántica balada, y en el césped bailaban numerosas parejas.
-No quiero...
-Vamos, vamos, pequeña -Jacques le puso un dedo sobre los labios-. Tienes que divertirte -añadió con tono suave y burlón-. No nadas, no bailas...
-Yo no he dicho que no bailara -le espetó indignada.-Pero no quieres bailar conmigo -en ese momento todo rastro de burla desapareció de su expresión, y la miró fijamente.
-Jacques...
-No, no, Sandi. Bailarás conmigo. Quiero tenerte entre mis brazos, y como tú has dejado perfectamente claro, esta es la única oportunidad que tendré para disfrutar de ese placer... por lo que pienso aprovecharla.
-Eres un cerdo -lo insultó en voz baja.
-No es la frase más adecuada para esta ocasión, pero tendré que conformarme con eso a falta de otra cosa.
Mientras Jacques la acercaba hacia sí y empezaba a bailar, Sandi no pudo evitar pensar que aquello no era
más que un juego para él, sólo un juego divertido... Era consciente de las oleadas de placer que barrían su cuerpo cuando aspiraba su aroma, sintiéndolo tan cerca, pero aun así seguía resistiéndose.
Se dijo que ya había pasado por aquella experiencia, y no le había hecho ningún bien; había terminado viviendo un verdadero infierno. Nunca había creído que algún día llegaría a salir del pozo de desesperación y dolor en el que había caído por culpa de Ian... Y no quería repetir aquel error nunca más.
-Deja de luchar, Sandi.
La joven se quedó asombrada de que hubiera podido leerle el pensamiento de aquella manera, y en el momento en que echó la cabeza hacia atrás, Jacques aprovechó para acariciarle los labios con los suyos, tierna y sensualmente.
-No... -protestó Sandi con escasa convicción.
-¿No? -Jacques la miró burlón, arqueando las cejas-. Te sientes atraída por mí. Yola sé y tú también, aunque no quieres reconocerlo...
-¿Cómo te atreves?
-Oh, me atrevo a mucho más que esto -murmuró con tono suave-. Tu marido falleció hace tres años, ¿verdad?
La sorpresa que le provocaron sus palabras la hizo apartarse de él, pero Jacques la sujetó con más fuerza. -¿Verdad?
-Esto no tiene nada que ver contigo...
-Si no interpreto mal tu comportamiento, me parece que tú misma has estado en lo alto de la pira funeraria durante todo este tiempo -Jacques sabía que esas palabras eran muy crueles, pero le parecía la única manera de destruir la barrera que Sandi había erigido entre ambos. y él quería destruirla a toda costa. La sensación de su cuerpo en contacto con el suyo lo estaba afectando de una forma que nunca antes había creído posible. Hacía mucho, mucho tiempo que no sentía aquella punzada de deseo corriéndole por las venas-. Olvidándote de ti misma en el trabajo, manteniéndote alejada de los hombres para centrarte en tu carrera...
-No hay nada de malo en ello.
-Sí lo hay cuando el coste personal hace que te conviertas en un ser solitario, en un robot..
-Tú no sabes nada sobre mí -protestó acalorada-. Nada.
-Eso es algo que me gustaría remediar –replicó suavemente. -Estás hablando de sexo -le espetó, tensa-. Eso
es todo. Sólo se trata de una satisfacción corporal.
-¿Ah, sí? -la abrazó con más fuerza-. ¿Crees que eso es todo? Por supuesto, el aspecto físico de una relación siempre es importante...
-¿Cuántas mujeres has conocido, Jacques? -inquirió furiosa-. ¿Cuántas?
-¿Qué?
Sandi acababa de hacer lo que la mayoría de la gente habría tomado por imposible: sorprender a Jacques Challeir dos veces en una misma tarde. Eso le provocó cierto sentimiento de satisfacción.
-Ya has oído lo que he dicho. Te he preguntado a cuántas mujeres has conocido en tu vida: líos, aventuras, llámalo como quieras. Quiero saberlo.
-¡Vaya! Más de las que me había gustado, si tengo que decirte el número exacto en este momento.
Su sincera respuesta la sorprendió, y se quedó callada.
-Tengo treinta y seis años, Sandi, y no soy ningún santo. Jamás he pretendido serlo. En mi defensa te diría que he gobernado mi vida bajo mis propias reglas, y nunca he tomado lo que, conscientemente, sabía que no era mío.
-¿Y con eso te basta?
-Sí -la miró sombrío-. Y ahora voy a preguntar te yo algo. Desde el momento en que nos vimos por primera vez, me has dejado muy claro que te disgusto. Te sientes atraída por mí... -le puso un dedo sobre los labios cuando vio que iba a interrumpirlo- pero te disgusto. Esto es un hecho. Ahora creo que merezco saber por qué. Ya no puede ser a causa de Ann; ya has podido ver por ti misma que es más que bienvenida, y querida por mi familia. Yo esperaba que... esta hostilidad disminuyera cuando Ann tomara la decisión de quedarse, pero ha sucedido precisamente al contrario... esto es, conmigo. Y sabía que no estabas enfurruñada por que yo hubiera tenido razón y tú no con respecto a Ann; tienes un carácter demasiado bondadoso para reaccionar de esa manera.
Sandi se dijo que debería haberla alegrado esa especie de cumplido encubierto, pero extrañamente no era así. De hecho, en ese momento todas sus energías estaban concentradas en no romper a llorar. No había querido aquello, no había querido nada de eso... Había tomado el avión para Inglaterra sólo dos semanas atrás con un único pensamiento en la cabeza: consolar a Ann. La familia Challier, Jacques, habían provocado aquella situación, y ya no podía soportarla su anterior vida, más o menos tranquila, se había visto trastornada por completo. Ella no quería tener ninguna vida amorosa, y menos aún con un mujeriego como Jacques.
-De acuerdo, de acuerdo; hablaremos más tarde cedió él al verla tan turbada, y continuaron bailando en silencio.
Sandi se preguntó furiosa qué era lo que le estaba pasando; un extraño calor se iba apoderando lentamente de todo su cuerpo.
-¿Estás disfrutando de la fiesta, Sandi?
Al escuchar aquella voz femenina a su lado, Sandi cerró con fuerza los ojos por un segundo, antes de levantar la cabeza y mirar a Monique, que estaba bailando con su pareja.
-Sí, gracias -respondió cortés, mientras seguía bailando. Pudo ver que la pareja de Monique era un hombre alto y bien parecido, de cabello castaño y ojos de un azul profundo.
-Déjame presentarte a Jean Pierre -añadió Monique con tono dulce, mientras apoyaba una mano en el hombro de su compañero-. Trabaja conmigo.
-¿También eres modelo? -le preguntó Sandi.
-No, no -Jean Pierre se echó a reír-. Soy fotógrafo -hizo un gesto gracioso y expresivo, como si tuviera una cámara fotográfica en las manos.
-y muy bueno, además, ¿verdad, Jean Pierre? comentó Monique-. A pesar de algunos... ¿cómo lo diría?.. bombones con los que tiene que trabajar.
-Qué traviesa -Jean Pierre sacudió la cabeza y luego se dirigió a Sandi-. Esta chica es muy malvada
«Me lo creo», pensó Sandi, irónica. No necesitaba que la convencieran de eso.
-¿Quieres bailar conmigo, Jacques? -le propuso Monique-. Jean Pierre se encargará de Sandi, ¿verdad, querido?
-Por supuesto; será un placer.
El joven francés parecía entusiasmado con la idea, y Jacques lo miró con frialdad durante unos segundos antes de tomar en sus brazos a Monique. Jean Pierre no era tan alto como Jacques, según advirtió Sandi, pero había algo en su expresión, simpática y divertida, que le gustó desde el principio. Mientras bailaban, la joven vio confirmada su primera impresión, ya que Jean Pierre la hizo reír con sus comentarios ingeniosos e irónicos sobre multitud de temas.
En todo momento Sandi no apartó la mirada de su rostro, de rasgos atractivos. De alguna forma, la perspectiva de ver a Monique en los brazos de Jacques tenía que ser evitada a toda costa. Pero a ello le obligó el propio Jean Pierre unos minutos después.
-Hacen una buena pareja, ¿verdad?
Cuando Sandi siguió la dirección de su mirada, Sandi sintió que se le encogía el corazón.
-Cuando los veo juntos de esta manera, siempre me pregunto por qué Monique no abandona esa absurda carrera de modelo para concentrarse en la fortuna de los Challier -añadió Jean Pierre.
-¿Los has visto juntos muchas veces? -inquirió Sandi con el tono más ligero y natural del que fue capaz.
-Sí, en fiestas como ésta -respondió con tono ausente-. Ya descubrirás que el círculo de esta jet sef es restringido y selecto. El precio de entrada a estos eventos es demasiado caro para que los simples mortales puedan acceder a ellos.
-Pero tú estás aquí...
Sandi había hablado por impulso, y Jean Pierre la miró asombrado por un segundo antes de estallar en carcajadas, atrayendo la atención de varios invitados entre los que se encontraba Jacques.
-Eso es muy cierto -rió de nuevo-. Pero en el fondo lo mío es como una especie de fraude, ¿sabes? Mi sitio no está aquí. Lo que pasa es que mi padre tiene muchísimo dinero... ya sé que es de mal gusto mencionarlo, pero en todo caso es la verdad.
-¿Así que tú también perteneces a la jet sef? –le preguntó Sandi con una sonrisa irónica.
-Eso parece -Jean Pierre desvió la mirada hacia Monique-. O al menos lo intento... por interés -pronunció esas palabras casi como para sí mismo antes de volver a mirar a Sandi-. Estoy seguro de que te gustaría tomar una copa, ¿verdad? ¿Y quizá también comer algo?
-Sí, por favor.
Aquella sutil revelación apagó el entusiasmo de Sandi mientras Jean Pierre la llevaba de la mano hacia donde estaban las mesas de comida. Allí encontraron dos asientos, y él se ausentó para volver casi en seguida con dos platos y dos copas de vino blanco.
Sandi intuía que el descubrimiento de que Jean Pierre estaba interesado en Monique fortalecía de alguna manera la relación de ésta con Jacques, aunque no podía explicárselo. ¿Mantendrían relaciones con otras personas, aparte de entre ellos?, se preguntaba mientras tomaba un sorbo de vino. Sabía que había gente a quien le gustaba eso, pero ella era incapaz de entenderlo.
-Pareces triste -le comentó Jean Pierre.
-No, no... claro que no -le sonrió-. ¿Cómo podría estarlo en tan agradable compañía?
-No es tan mala para una inglesa tan reservada como tú, creo yo -se burló Jean Pierre, divertido.
En ese momento Sandi se dijo que realmente aquel joven le gustaba, y ese hecho, unido a la convicción de que estaba enamorado de Monique, la hizo relajarse en su compañía de una manera que nunca habría sido posible con Jacques. En un determinado momento, los dos se echaron a reír cuando el langostino que Sandi había pinchado con su tenedor se le cayó en el plato, rozándole el escote del vestido.
-Debe de ser un chiste muy bueno cuando te hace reír tanto.
Aquellas palabras pronunciadas con sequedad le sentaron a Sandi como un jarro de agua fría, y se sobresaltó tanto que el plato estuvo a punto de caérsele de las rodillas. Alzó la mirada y se quedó sorprendida al ver a Jacques y a Monique frente a ella.
-No era ningún chiste -Jean Pierre se apresuró a levantarse, ofreciéndole su asiento a Monique-. ¿Quieres que te traiga algo de comida? -le preguntó a ella después de mirar el rostro adusto de Jacques.
-Gracias, querido.
La ausencia de Jean Pierre dejó a los tres sumidos en un tenso e incómodo silencio, que Sandi no supo cómo romper. Se sentía aturdida, casi mareada. ¿Cómo se atrevía Jacques a criticarla por pasar un rato divertido en compañía del joven francés, cuando él había estado flirteando con su amante?
Casi en el mismo instante en que volvió Jean Pierre con la comida, Jacques levantó a Sandi de su asiento y comentó con voz fría y controlada, a modo de despedida:
-Ha sido una velada estupenda, Monique...
-¿Os marcháis? Pero si es muy temprano... Jacques interrumpió las protestas de Jean Pierre con una sonrisa helada.
-Es igual; ya es hora de que nos despidamos -y se dirigió luego a Monique-. ¿Querrás despedirnos de tu madre? De inmediato Jacques sacó a Sandi de los jardines.
Cuando ya habían llegado al aparcamiento, la joven le preguntó, casi sin aliento:
-¿Qué es lo que pasa?
-Nada. ¿Qué tendría que pasar?
-No sé, pero pareces... disgustado por algo.
-¿Ah, sí? -Jacques esbozó una fría sonrisa-. Bueno, ¿nos vamos ya de una vez?
Le señaló el deportivo con un gesto brusco, y Sandi comprendió que estaba conteniendo la rabia con gran esfuerzo. ¿Pero por qué? ¿Qué era lo que lo había molestado? ¿Habría tenido quizá alguna discusión con Monique? Tal vez ella le había echado en cara que se hubiera presentado en la fiesta en compañía de otra mujer...
Como Sandi seguía inmóvil, abismada en sus pensamientos, Jacques le lanzó una última mirada de exasperación antes de dar media vuelta y dirigirse hacia el coche. Y mientras lo seguía lentamente, cabizbaja, pensó de repente que nunca en toda su vida se había sentido tan sola y tan triste.
Capítulo 6
JACQUES? Tengo la impresión de que el trayecto de ida ha sido más corto -se atrevió a comentar Sandi, en el coche.
-Así es.
-Pero entonces no comprendo... -se interrumpió bruscamente cuando vio que Jacques abandonaba la carretera principal para continuar por otra más pequeña, bordeada de árboles-. ¿Dónde estamos? ¿A dónde me llevas?
-Estamos a tres kilómetros de mi casa... que es a donde precisamente nos dirigimos -respondió con frialdad.
-¿A tu casa? -inquirió, asombrada; no podía creerlo-. ¿Me vas a llevar a tu casa... sin decírmelo... sin preguntármelo? Da la vuelta ahora mismo. ¿Me oyes, Jacques? Quiero volver.
-Claro que volverás... pero más tarde -se volvió para mirarla por un momento, sonriendo-. Sólo quiero enseñarte mi casa, Sandi... eso no es ningún crimen, ¿ verdad? Me estaba aburriendo un poco en la fiesta, pero todavía nos queda mucha noche por delante. Mis padres se quedarían extrañados si volviésemos a una hora tan temprana; pensarían que hemos tenido una discusión -añadió con tono irónico.
-No me importa lo que piensen -replicó furiosa-. y quiero regresar.
-No seas terca -el tono de Jacques era perezoso y levemente divertido, como si estuviera disfrutando con la reacción de Sandi-. Te enseñaré mi casa, tomaremos tranquilamente un café como dos personas civilizadas y quizá podamos hablar sin discutir -la miró de nuevo, suspirando al ver su expresión furiosa-. ¿O quizá la última parte es demasiado ambiciosa?
-No tienes derecho a traerme aquí sin preguntarme primero.
-Lo sé -sonrió-. Pero si te hubiera pedido que me acompañaras a mi casa, ambos sabemos exactamente lo que habrías dicho. ¿O no?
-Eres imposible -Sandi se dijo que aquello era un hecho consumado, y que lo único que podía hacer era salir de la situación con un poco de dignidad.
-Eso también lo sé.
Minutos después la carretera se estrechó hasta convertirse en un camino de tierra, y no tardaron en atravesar una verja que conducía a un hermoso jardín, frente al cual se levantaba la casa.
-Ya hemos llegado.
Jacques detuvo el coche frente a una antigua granja restaurada, con el tejado de paja y los muros de piedra cubiertos de rosas y enredaderas. Las ventanas y puertas de madera oscura, junto con los balcones de los que colgaban buganvillas de color rojo y violeta, le daban un aspecto encantador.
-Oh, es maravillosa... realmente maravillosa Sandi se volvió hacia Jacques, en un impulso--. Es un lugar maravilloso para vivir.
-Sí que lo es. No es para nada el estilo del castillo, pero me gusta.
-¡Es mucho más bonita que el castillo! -comentó sin pensar, sólo para ruborizarse al darse cuenta de lo que había dicho-. No es que la casa de tus padres no lo sea... lo que pasa es que la tuya es más acogedora. Quiero decir que...
-Sé lo que quieres decir -la interrumpió-. Y convengo contigo en ello. Ahora, vamos dentro.
Varios gansos pasaron por su lado, y Sandi advirtió que en el estanque del jardín había algunos patos.
-¿ y todos estos animales? -le preguntó.
-Ya estaban aquí cuando compré la granja, y me gusta tenerlos -respondió con tono suave-, Algunas veces estoy ausente de casa bastante tiempo, pero los animales se las arreglan bien con la comida que les dejo.
-Ya veo -Sandi no se atrevió a preguntarle si sus prolongadas ausencias se debían a motivos de trabajo o de placer.
Había esperado que el interior de la casa fuera tan acogedora como el exterior, y no se quedó decepcionada al ver las paredes encaladas cubiertas de valiosas pinturas, el artesonado del techo y el antiguo mobiliario de madera. La cocina era amplia y estaba muy bien restaurada. Todos los detalles parecían conjuntar perfectamente, acentuando la primera impresión de serenidad que transmitía el exterior del edificio.
Sandi descubrió que la molestaba que Jacques viviera en una casa como aquella. Habría preferido encontrárselo viviendo en un moderno apartamento de soltero, en pleno corazón de una ciudad, y no en aquella vieja granja que transmitía tanta tranquilidad y sosiego. Y el hecho de que estuviera reflexionando sobre eso mismo la disgustó todavía más. A ella no tenía por qué importarle dónde viviera Jacques o dejara de vivir...
-Estás frunciendo el ceño otra vez.
-¿Qué?
-Que estás frunciendo el ceño otra vez -repitió sombrío, de pie en el centro del gran vestíbulo del que ascendía una escalera de caracol-. Iba a preguntarte si te gustaría subir a ver los dormitorios, pero con esa expresión que tienes, quizá no sea una buena idea.
-No estoy frunciendo el ceño -su protesta era débil, y ambos lo sabían-. Tienes una casa maravillosa, encantadora, y me gustaría subir a ver el piso superior, si no es mucho problema.
-¿Qué es lo que te ha disgustado?
-Nada... ya te lo he dicho -Sandi forzó una sonrisa.
-¿Esta casa no coincide con lo que esperabas de mí? -le preguntó, adivinándole el pensamiento-. ¿Esperabas algo menos... tranquilo?
-Para nada -se esforzó por mentir.
-No creo que estés diciendo la verdad pero, como tú misma me comentaste en una ocasión, tus pensamientos te pertenecen -repuso Jacques con voz profunda y tranquila, acercándose a ella y poniéndole las manos en la cintura-. Para ser tan pequeña, tienes un corazón y una mente de hierro, ¿lo sabías?
-No...
-Pues sí -cuando Sandi intentó liberarse, Jacques la sujetó con fuerza-. De hierro -la miró con los ojos entrecerrados-. Cuando te vi por primera vez en la puerta del piso de Ann, pensé que eras una frágil chiquilla... y te confundí con la esposa de mi hermano. Luego descubrí que eras la hermana de Ann, su hermana mayor, una mujer fuerte y decidida...
-Jacques...
-Una mujer concentrada en su trabajo, dura y fría. Pero casi inmediatamente esa ilusión se desvaneció
cuando la tigresa defendió a su cría, o a su hermana, en tu caso... y descubrí que habías sacrificado muchas cosas por ella cuando murieron tus padres, en un tiempo en que nadie te habría culpado por anteponer tu educación, por priorizar tu propia formación...
-Mira, todo eso es historia... ¿podemos subir arriba de una vez? Quiero decir... tú... ibas a enseñarme el resto de la casa.
-Luego, la doncella de hielo me acompañó a la casa de mis padres... la inglesa desdeñosa, altiva, orgullosa...
-Jacques, por favor...
-y justo cuando pensé que me había equivocado contigo, que realmente eras tan fría e indiferente como me habías hecho creer, descubrí que habías estado casada... y habías enviudado... que habías amado a un hombre...
-¡Jacques! -se apartó de él, con expresión furiosa.
-y en aquel momento descubrí otro aspecto de tu personalidad, que resplandeció como un relámpago en mi vida. Un lado fiero, apasionado... pero también lleno de dolor...
-No quiero continuar con esta conversación, Jacques. No quiero hablar contigo -lo miró pálida, temblorosa.
-¿ y Jean Pierre? ¿Es el tipo de hombre con quien sÍ podrías hablar de esas cosas? -le preguntó, tenso.
-¿Jean Pierre? -por un segundo pareció como si Sandi no reconociera el nombre; casi se había olvidado por completo de él.
-Esa ha sido otra Sandi, la que se reía con él y lo miraba de una forma.. -Jacques se interrumpió bruscamente, suspirando -...que jamás había visto antes.
La joven sabía que no eso no era lo que había querido decirle en un principio, pero prefirió no abordar ese tema.
-Jean Pierre es muy divertido, eso es todo -Sandi no podía creer que estuviera manteniendo aquella conversación. Durante los tres últimos años se las había arreglado para mantener a los hombres a una prudente distancia, y aquella noche se encontraba en casa de uno al que había conocido hacía tan sólo unos días y, lo que era aún peor, ¡estaba esperando que le desnudara su alma!
Sintió una punzada de pánico en el pecho. Resultaba obvio que ella representaba una especie de desafío para Jacques, pero también que si bajaba la guardia acabaría enredándose con él en una aventura que terminaría en el mismo momento en que le llegara la hora de marcharse. Una aventura más para Jacques, que volvería con Monique mientras que ella... se quedaría destrozada, devastada.
Pero se dijo que eso nunca sucedería. La mayoría de los hombres tomaban lo que se les ofrecía, pero ella no iba a ofrecerle nada a Jacques. Era tan sencillo como eso.
-Sandi...
-Me has traído aquí para enseñarme tu casa -le recordó con frialdad-. Así que enséñamela.
De repente, Jacques recorrió la distancia que los separaba y la tomó en sus brazos, besándola con furia y pasión. Y, tal como había sucedido antes, a pesar de sus temores a resultar herida, Sandi no pudo evitar corresponder a su beso. Ni ella misma comprendió su propia reacción al sentir sus caricias... fue presa de un extraño y potente anhelo que nunca antes había experimentado, ni siquiera con Ian... y contra el cual no tenía defensa alguna.
-Eres preciosa... tan, tan preciosa... -pronunció Jacques con voz ronca y suave-. Te deseo tanto... que si subimos arriba, creo que... ¿me comprendes? Por eso no es una buena idea. Pero tampoco lo es que ahora nos pongamos a hablar, porque acabaremos discutiendo...
Sandi descubrió en sus ojos oscuros un leve brillo de diversión, y eso la molestó.
-Oh, esa mirada otra vez. Querida, vamos a tener que solucionar eso. Pero ahora, nadaremos. Tengo que admitir que me he valido de una pequeña treta. Le pregunté a Ann si te gustaba el agua y me aseguró que sí, que nadas como un pequeño pez dorado. Mi piscina es grande y muy... agradable.
Arqueó las cejas al pronunciar esa última palabra, pero Sandi no dijo nada. En ese momento Jacques había vuelto a convertirse en el hombre frío, mundano y cínico de costumbre, yeso le dolía, pero también demostraba lo que había sospechado: que para él ella no era más que un momentáneo pasatiempo, un juego, una distracción en su ajetreada vida.
Se miraron fijamente en medio de un denso silencio, y luego Sandi se obligó a decir:
-No tengo traje de baño.
-Eso no es ningún problema. No me importan esas cosas cuando tomo un baño en la piscina de mi casa repuso Jacques con tono suave.
-¿Que a ti no...? -recordó el bronceado intenso de su magnífico cuerpo cuando esa mañana lo vio salir de la piscina del castillo, y se ruborizó intensamente-. Bueno, pues a mí sí.
-Oh, siempre tan inglesa... -Jacques sacudió la cabeza, con expresión irónica -...tan conservadora, tan
avergonzada de lo que el mismo Dios te ha dado. Nadar desnudo es una sensación maravillosa. ¿Nunca lo has probado?
-No -su tono vehemente lo hizo sonreír.
-Entonces te conseguiré una camiseta que te llegue hasta las rodillas. ¿Nadarás vestida con eso?
-Preferiría no tener que hacerlo.
-Pues lo harás. Quiero que lo hagas, por favor, Sandi.
Más que sus palabras, fue el tono de voz con que las pronunció lo que acabó con su resistencia. Contra su poderosa persuasión no tenía defensa alguna.
-Yo...- vaciló y se encogió de hombros con la actitud más natural de que fue capaz-. Bueno, sólo un baño rápido, entonces. No quiero que Ann se preocupe. Y quiero esa camiseta- le advirtió cuando Jacques, sonriente, la tomaba de la mano para llevarla al jardín trasero de la casa.
-Deja de preocuparte. Tendrás tu camiseta.
Salieron a un patio decorado con macetas de flores, desde el cual podía verse la piscina, grande y de forma ovalada, con varias mesa y sillas a su alrededor. Al lado había un largo y bajo edificio de piedra, que evidentemente en tiempos había sido un granero y que estaba dividido en dos habitaciones. La más grande servía de bar y comedor y la otra contenía duchas y vestuarios, en los cuales había una gran variedad de bañadores de diversos tipos y tallas, una colección de albornoces y toda clase de artículos de baño.
-Oh...- Sandi miró a Jacques, asombrada.
-¿Ves?- señaló los trajes de baño-. ¿Ya estás contenta? Puedes cubrir ese precioso cuerpo tuyo tanto o tan poco como quieras. Te esperaré en la piscina- añadió con expresión burlona-. Y si necesitas sentirte más protegidas, en ese armario tienes decenas de camisetas.
-Estoy segura de que uno de estos trajes de baño será más que adecuado- repuso con tono remilgado, ruborizándose todavía más cuando Jacques se alejó riendo entre dientes.
Una vez sola, permaneció inmóvil por un momento, mirándose en uno de los espejos que había en la habitación. Cuando empezó a desnudarse, no pudo evitar sentirse más vulnerable que nunca. Se dijo que debía de estar loca. Estaba jugando con fuego al haber ido allí.
-¡Oh, diablos!- exclamó para sí, con un nudo en la garganta-. ¿Qué estás haciendo, Sandi Gosdon?
Jacques ya estaba en el agua cuando Sandi salió del vestuario. Era tan masculino , tan viril, tan ...controlado. al igual que Ian, pensó de inmediato. Tranquilo, frío, cínico.
Había conocido antes a muchos hombres, pero Jacques era diferente. Tenía algo que no sabía calificar, pero que era inmensamente poderoso, capaz de afectar a cualquier mujer de los dieciséis hasta los sesenta años. Ian también había disfrutado de esa extraña cualidad.
No alcanzaba a imaginar que Jacques pudiera comportarse con tanta crueldad con ella como Ian, pero aún así...Sandi permaneció en las sombras admirando su vigorosa forma de nadar. Se recordó que él había tenido relaciones con mujeres, con muchas mujeres; se deleitaba en la vida de soltero que llevaba, aparentemente con el visto bueno de Monique.
De nuevo recordó las palabras que le había dirigido Jean Pierre hacía tan sólo unas horas, mientras bailaban: hacen una buena pareja, ¿verdad? Cuando los veo juntos, siempre me pregunto por qué Monique no abandona esa absurda carrera de modelo para concentrase en la fortuna de los Challier.
Bueno, algún día lo hará, pensó Sandi en ese momento. Por supuesto que lo haría. Los dos estaban hechos el uno para el otro, después de todo.
El agua estaba fresca, y Sandi contuvo el aliento mientras entraba lentamente, con cuidado. De repente, dio un grito cuando Jacques emergió a su lado y la arrastró con él, besándola en los labios.
-Pero si estabas al otro lado de la piscina... -protestó cuando él dejó de besarla, y se. quedó asombrada al ver que estaba completamente desnudo.
-Estás preciosa -le comentó Jacques-. ¿Por qué has tardado tanto en entrar en el agua?
-¿Me estabas observando?
-Durante todo el tiempo -respondió con voz ronca-, Me gusta observarte.
Su cuerpo confirmaba plenamente sus palabras. Sandi, por su parte, mientras sentía la fuerza de su excitación rozándole la tela del traje de baño, se alegraba de que el agua fresca pudiera calmar su propio ardor. De repente Jacques la soltó y continuó nadando.
-Vamos -se detuvo y levantó un brazo para llamarla-. A ver cómo nadas...
Sandi siempre había sido una gran nadadora y en ese momento puso en práctica todo lo que había aprendido. No tardó en alcanzar a Jacques, consciente de su presencia nadando a su lado mientras continuaba hasta el final de la piscina. Una vez allí, se llevó las manos al cabello, que se le había soltado con tan enérgicos movimientos.
-Estoy impresionado -le comentó él mientras le apartaba un rizo de la frente-. Nadas como una verdadera sirena.
Sandi se echó a reír, y durante la siguiente media hora nadaron, bucearon y se divirtieron juntos hasta el punto de que casi se olvidó de que debía mantenerse en guardia con aquel hombre...
-¿Te apetece un café? -le propuso Jacques advirtiendo que había empezado a temblar. Sin importarle su desnudez, salió del agua y se inclinó sobre el borde de la piscina para ofrecerle la mano.
Sandi intentó no bajar la mirada y centrarla en su torso, pero le resultó difícil. Sus ojos parecían contar con voluntad propia y, de repente, se sintió como una niña curiosa espiando a sus mayores. Aquello era absolutamente ridículo, pero la visión de su cuerpo desnudo la trastornaba profundamente, acelerándole el corazón.
Jacques la ayudó a salir de la piscina sin aparente esfuerzo, y Sandi se encontró de pie delante de él, estremeciéndose... pero no de frío.
-Cuanto más te miro, más te deseo -le dijo Jacques suavemente-. Me has hechizado, mi pequeña inglesa.
Sandi quería hablar, hacer algún ingenioso y cínico comentario, pero tenía seca la garganta y el corazón le latía como un tambor. Era profundamente consciente de cada detalle de su cuerpo musculoso, y se sentía temerosa y fascinada al mismo tiempo.
-No me gusta el pensamiento de que otros hombres te hayan tocado, besado... -continuó él con voz ronca-. ¿Lo sabías? Nunca he sentido antes estas cosas y tampoco me gusta, pero no puedo hacer nada para evitarlo.
Sandi sabía que se refería a Ian, y de repente su nombre ejerció el mismo efecto que un talismán, para dominar el deseo que amenazaba con apoderarse de ella.
-¿ Te refieres a mi marido?
-A tu marido, sí, que ya falleció -la corrigió suavemente Jacques-. Está muerto, Sandi. Muerto. Cualquier cosa que compartieras con él, por muy buena que fuera, es irrecuperable.
-Lo sé -repuso, volviéndose de repente.
-No, no creo que lo sepas -la tomó de un bazo, obligándola a que lo mirara-. No puedes vivir a base de recuerdos, ¿es que no lo comprendes? No te estoy sugiriendo que lo olvides, ya sé que eso sería imposible, sino que aceptes que ya pertenece al pasado...
-¡Déjame en paz de una vez!
Sandi había pensado que podría utilizar a Ian como protección contra las insinuaciones de Jacques, pero en ese momento se daba cuenta de que no era tan fuerte como pensaba. La amarga humillación, la duda, la incertidumbre, el sentido de lamentable fracaso, todas esas sensaciones la abrumaron de repente. Ian había conseguido destruir su propia autoestima cuando se apoderó de su inocencia para después aprovecharse de ella.. Había confiado en él, lo había amado, y de repente todo se había revelado al final como una monstruosa ilusión.
-¿Sandi?
-¡No!
De pronto Jacques se evaporó y en su lugar apareció Ian. Sandi reaccionó entonces con todo el dolor y la amargura que se le habían acumulado en el corazón abalanzándose contra él para golpearlo en el pecho con los puños. Jacques se quedó inmóvil por un momento, asombrado, y después se apresuró a sujetarle las muñecas, levantándola en brazos para llevarla rápidamente hacia la casa.
En el momento en que Sandi sintió que la llevaba en volandas, empezó a sollozar de rabia y de dolor. Se rebelaba contra la injusticia que había padecido.., Ella no había hecho nada para merecerla... Era inocente de todo y todavía seguía pagando un precio, No era justo.
-Bébete esto.
Sandi se dio cuenta entonces de que se encontraba tumbada sobre un sofá, y de que Jacques le acercaba un vaso a los labios.
-Bébetelo todo, Sandi.
Al principio el brandy le quemó la garganta, pero después se las arregló para beber varios tragos antes de apoyar la cabeza en el sofá, con los ojos llenos de lágrimas.
-Ahora deja de llorar... basta ya. ¿Me oyes, Sandi? Basta ya. Muy bien, ahora no te muevas; vaya traerte una taza de café, ¿de acuerdo?
-Lo-lo siento -musitó Sandi, tranquilizándose-. Yo no quería esto.,. yo...
-Soy yo quien debo pedirte disculpas. Me he comportado como un estúpido y he dicho cosas que no tenía ningún derecho a decir.
-No -lo miró sorprendida-. Ha sido culpa mía. No sé por qué he reaccionado de esa manera. Pensarás que estoy enferma, loca...
-No, no pienso eso -estaba de rodillas a su lado, tomándole las dos manos-. Lo que pienso es que te has guardado todo ese dolor durante mucho, mucho tiempo.
-Yo...
-Lo que necesitas es un café.
Con Jacques de pie delante de ella, desnudo, a Sandi le resultaba imposible concentrarse en otra cosa más que en su cuerpo, y esbozó una débil sonrisa.
-¿Vas a ponerte algo primero'? -le preguntó con voz temblorosa.
-Desde luego -repuso Jacques, sonriendo-. Esta gran escena de seducción no ha funcionado demasiado bien, ¿verdad? -inquirió burlón-. Habitualmente no hago llorar a las mujeres cuando me desnudo delante de ellas.
-Estoy segura de eso -comentó con aparente tono desenfadado, aunque la conciencia de que se había comportado de una manera terriblemente ridícula empezaba a abrumarla. Cerró los ojos con fuerza y apoyó la cabeza en el sofá, estremeciéndose.
-Tienes frío.
Sandi lo oyó moverse mientras hablaba, y cuando al cabo de unos segundos sintió que la arropaba con una manta cálida y suave, todavía seguía sin abrir los ojos.
-Gracias.
-Ahora te traeré el café.
Sandi podía sentir la presencia de Jacques frente a ella, y cuando el silencio se prolongó decidió abrir los ojos. La expresión sombría con que la miraba la hizo encogerse.
-No es ningún crimen expresar tus sentimientos ¿lo entiendes, Sandi?
-Ya lo sé -le contestó mientras deseaba por el bien de los dos que Jacques se pusiera alguna ropa encima.
Era consciente de que los franceses tenían pocas inhibiciones, de que la desnudez podía llegar a ser algo habitual en muchas playas francesas, pero en ese preciso instante, su total despreocupación por aquel detalle le estaba causando serios trastornos. ¿Y Jacques pretendía que en una situación semejante le hablara de sus sentimientos? Estaba completamente loco.
-No, no lo sabes. En realidad eres como una ostra, que se esconde del mar y de la vida, ocultando la hermosa perla que esconde en su interior a cualquier precio.
-¿ y sabes lo que ocurre cuando a una ostra se la obliga a desprenderse de su perla? -le preguntó con tanta frialdad como sus sentimientos le permitían-. Que lo pierde todo.
-¿ y es eso lo que sientes? ¿Que si te abres al mundo y empiezas a vivir de nuevo lo perderás todo por segunda vez?
Sandi estaba convencida de que Jacques no la entendía pero, a pesar de todo, se había acercado tanto a la verdad que se quedó mirándolo fijamente, con los ojos abiertos de par en par.
-Jacques... -sacudió la cabeza lentamente y bajó la mirada-. Ahora mismo no puedo hablar de esto contigo... de verdad, simplemente no puedo.
Entre otras cosas, porque en ese momento no podía saber si la preocupación de Jacques era sincera o si sólo quería marcarse un último tanto para acostarse con ella. No se le ocultaba el tipo de vida amorosa que llevaba. Cerca de una hora antes, cuando llegaron a su casa, él le había comentado que a menudo se ausentaba durante varios días, por motivos de negocios o de índole personal. Algunas mujeres podían disfrutar con un hombre así, vivir plenamente una breve aventura, pero Sandi no. Nunca había podido hacerla.
Lo oyó salir sigilosamente de la habitación, y cuando levantó la cabeza no pudo evitar sentirse sola y desamparada. Para darse ánimos, se repitió sin cesar que todo aquello pasaría. Tendría que pasar pronto.
Minutos más tarde, Jacques apareció con la bandeja del café, vestido únicamente con unos vaqueros negros, descalzo y con el torso desnudo.
-¿Azúcar? -inquirió mientras le ofrecía una taza.
-Dos terrones, por favor.
Jacques se sentó a su lado mientras se servía su taza, y cuando Sandi hizo un movimiento para bajar las piernas del sofá, él se lo impidió.
-No, no te muevas. Quédate así.
Apoyó una mano sobre la manta, y aunque la tela era gruesa, la joven sintió como si la quemara su contacto. Había esperado que siguiera haciéndole preguntas, o incluso una continuación de la escena de seducción que él mismo había mencionado antes, pero Jacques permanecía en silencio tomando su café, abismado en sus pensamientos.
Lo miró de reojo un par de veces. Deseaba que todo entre ellos hubiera sido diferente, que se hubieran conocido años atrás, antes de encontrarse con Ian, cuando todavía creía en el amor...
El peligro que entrañaban aquellos pensamientos la hizo ponerse alerta de inmediato, conteniendo el aliento. ¿En qué estaba pensando? No importaba cuándo pudiera haberlo conocido, porque Jacques siempre había sido el mismo. Era tan mujeriego como Ian. ¿Cuántas veces tendría que repetirse la lección?
Sandi se decidió a bajar los pies del sofá, y se levantó.
-Voy a cambiarme, ¿de acuerdo?
-Por supuesto -Jacques se levantó también, y la miró sonriente-. Pareces una niña pequeña y desvalida, envuelta en esa manta...
-¿Ah, sí? -no le gustaba nada su sonrisa; no podía imaginar a ningún hombre diciéndole esas cosas a Monique. La alta pelirroja siempre parecería una mujer adulta y deseable, en cualquier circunstancia.
-Sandi... -le dijo Jacques con voz ronca, acercándose a ella-. ¿Ya has entrado en calor?
-Sí... -«en realidad estoy ardiendo», pensó al sentir sus manos bajo los pliegues de la manta, acariciándole lentamente los muslos y las caderas. Había estado esperando aquello. Ese repentino pensamiento le provocó el mismo efecto que una descarga eléctrica. Esperándolo, deseándolo...
-No sé por qué te deseo tanto -murmuró Jacques-. Oh, Sandi...
En el instante en que la besó en los labios, todo pensamiento racional desapareció de la mente de la joven. Sintió cómo la manta se deslizaba hasta el suelo, pero apenas se dio cuenta; lo único que le importaba era el placer que estaba experimentando. Jacques profundizó el beso y empezó a explorar el interior de su boca con la lengua, acariciando tiernamente sus secretos contornos, provocándole un efecto devastadoramente sensual. Mientras tanto, continuaba deslizando las manos por su cuerpo, por sus senos, y Sandi pudo sentir cómo se le endurecían los pezones bajo sus caricias.
-No puedo creer lo que me haces... -su seductor acento francés se sumaba a la magia de sus palabras-. Eres increíble...
Empezó a deslizar los labios por su cuello, por su garganta, cada vez más abajo. Sandi sabía que le había bajado los tirantes del traje de baño, pero nada la había preparado para sentir el violento contacto de su boca sobre sus senos. Nunca había experimentado algo parecido, aquella combinación de fuerza y ternura que la convertía en puro fuego.
Jacques apartó entonces la cabeza y la miró; Sandi gemía de deseo contra sus labios, murmurando palabras incoherentes, sin poder controlarse. Estaba ardiendo, había perdido todo control de sí misma.
-¿Sandi?
Por un instante no pudo creer que Jacques se había apartado tanto de ella, para mirarla fijamente. Era incapaz de articular palabra.
-Un momento más y ya no habría podido detenerme. ¿Comprendes lo que estoy diciendo? Te tendré, Sandi, tanto si lo quieres como si no. Pero no será una sombra que hayas conjurado en tu mente; te tendré yo, Jacques Challier. Escúchame, Sandi.
La joven permanecía delante de él, tambaleante, esforzándose por entender lo que le estaba diciendo.
-No permitiré que me uses como un sustituto.
«¿ Un sustituto? ¿De qué diablos está hablando?», se preguntaba Sandi.
-Cuando te tenga, y te tendré, será porque me desees tanto como yo a ti. Lo que compartieras con tu marido, por mucho que lo amaras, no se interpondrá como un espectro en nuestra relación.
-Yo... -intentó decir algo, aturdida.
-Mírame -su tono se había endurecido, en directo contraste con su ternura anterior-. Mírame. Estoy vivo- le tomó una mano y se la puso sobre el pecho-. ¿Ves?
-Déjame... -se apartó de repente, asustada.
-Te deseo, Sandi -pronunció con voz tensa, ahogada-. Te deseo muchísimo, pero no a costa de perder el respeto por mí mismo.
De inmediato la tomó del brazo y la sacó de la habitación, hacia la parte trasera de la casa. La hizo entrar en el vestuario y se volvió para retirarse.
-¿Jacques? -Sandi se sentía impresionada, abrumada por su reacción. -Vístete, Sandi -le ordenó con tono frío, conteniéndose con evidente esfuerzo--. Te esperaré en el coche. y se marchó, cerrando con violencia la puerta tras de sí. Sandi pensó que, evidentemente, Jacques ya no había podido contenerse por más tiempo. Volvía a estar irritado con ella.
Capítulo 7
TE marchas hoy? ¿Pero por qué?
En el balcón, Sandi se inclinó sobre la mesa para tomarle las manos a su hermana, que la miraba fijamente, decepcionada....
-Necesito volver a mi trabaja, Ann -le dijo con tono suave-. Ya han pasado cerca de tres semanas desde que lo dejé, y no puedo seguir así. Tú eres feliz aquí, te sientes segura, y precisamente quería estar convencida de eso antes de marcharme.
-Te echaré de menos. Esto no será lo mismo sin ti.
-Desde el principio sabías que no podría quedarme. El tiempo pasará rápido. Cuando te quieras dar cuenta, ya habré vuelto para conocer a mi sobrino o a mi sobrina.
-Sí, lo sé -Ann suspiró y miró la mesa, con los restos del desayuno-. y te agradezco mucho que me hayas acompañado hasta aquí, en vez de haberte vuelto a América... Me has ayudado muchísimo.
«A mí no me ha ayudado nada, nada en absoluto», no pudo evitar pensar Sandi, irónicamente. Cuando la noche anterior, Jacques la llevó de vuelta al castillo, se limitó a abrirle la puerta, sin salir del coche.
-¿A dónde vas? -le había preguntado Sandi, sorprendida.
-A mi casa.
-Pero... yo pensaba -empezó a protestar, pero el frío brillo de sus ojos la disuadió de hacerlo.
-¿Qué habías pensado? Habías pensado que te suplicaría, ¿ verdad?
-¿Que me suplicarías? No sé lo que quieres decir...
-¿No? -la miró con los ojos entrecerrados-. Bueno, quizá sí y quizá no, mi bella rosa inglesa, pero en realidad no me importa. Me has dejado perfectamente claro lo que sientes y, al contrario que muchos otros de mi sexo, nunca he tenido la extraña costumbre de golpearme la cabeza contra un muro.
-¿Golpearte la cabeza...?
Sandi seguía mirándolo fijamente, aturdida, cuando Jacques soltó una exclamación y la besó en los labios con furia, segundos antes de volverse para subir al coche. Casi en el mismo instante arrancó para alejarse a toda velocidad, dejándola sola y desamparada. Aquellas sensaciones no tardaron en ser reemplazadas por otras muchas mientras se aprestaba a acostarse sin despertar a Ann: desconcierto, rabia, amargura, furia, dolor, resentimiento... La lista era interminable. Jacques estaba furioso con ella, eso era evidente, ¿pero por qué? Porque no se había acostado con él, se contestó. Era así de sencillo.
¿ y por qué no se había acostado con él?, se preguntó mientras se miraba en el espejo del cuarto de baño. Porque Jacques, en un determinado momento, había renunciado a hacerle el amor. Cerró los ojos, pero cuando volvió a abrirlos, la mirada de reproche seguía allí, en su reflejo. Después de todo lo que le había dicho a Jacques, después de todas sus intenciones, todo se reducía a eso. Jacques podría haberla llevado de vuelta a su casa y ella no se lo habría impedido, y él lo sabía. Entonces, si ese era el caso, ¿cómo se había atrevido a culparla por el triste fin de la velada?
Se miró furiosa en el espejo, frunciendo el ceño. Jacques se había interrumpido de repente cuando le estaba haciendo el amor, había empezado a hablarle de Sustitutos y de Dios sabía qué otras cosas más, y luego le había echado a ella la culpa de todo, diciéndole que había esperado que él le suplicara...
Hasta que Jacques se hubo marchado, Sandi no se había dado cuenta de lo mucho que le había dolido aquella palabra. ¿Cómo se había atrevido a decirle algo parecido?
Más tarde, mientras yacía en la cama sin poder dormir, empezó a llorar. Y fue al amanecer cuando se dio cuenta de que debía abandonar aquel lugar, alejarse de Jacques Challier cuanto antes. De inmediato.
-¿Cómo vas a volver?
La pregunta de Ann la devolvió a la realidad y se obligó a sonreír.
-Por avión -contestó-. Es más rápido. Un taxi vendrá a recogerme a las once.
-Siempre tan organizada -comentó Ann.
-Siempre he tenido que serlo, ¿no?
Había un matiz de amargura en sus palabras. Desde que murieron sus padres, había tenido que desempeñar el papel de tutora de su hermana; toda la responsabilidad había recaído sobre ella. Y después de la muerte de Ian había sido muchísimo peor, porque había dudado de sus propias capacidades..
-¿ Vas a volver directamente a los Estados Unidos? -le preguntó Ann-. Creí que volverías primero a Inglaterra para arreglar el asunto del piso y...
-No; me iré directamente a casa -respondió Sandi, irguiéndose. Necesitaba alejarse todo lo posible de allí, e Inglaterra no se encontraba lo suficientemente lejos. No era que temiese que Jacques saliera en su persecución. Por supuesto que no lo haría... la noche anterior le había dejado perfectamente claro lo que pensaba de ella, pero aun así... Sólo quería volver a su apartamento, retomar su vida normal, segura...
-Me he traído a Francia todas mis cosas, así que no tengo ningún motivo para pasar antes por Inglaterra... sería malgastar el dinero. En cualquier caso, tú misma puedes arreglar el asunto del piso por teléfono siempre pagas un mes por adelantado, así que no tendrás problemas, Ann.
-Supongo que no -Ann le sonrió de repente-. Y ya es hora de que tome mis propias iniciativas, ¿no? Especialmente con el bebé en camino. Emile siempre me decía que sería capaz de hacer muchas más cosas si me presionase un poquito.
-y tenía razón -Sandi se levantó, rodeó la mesa y abrazó con fuerza a su hermana-. Pero no te presiones mucho en tu estado -añadió con tono irónico-. Tómatelo con calma y todo saldrá bien.
De repente se sintió como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Que Ann empezara a actuar por sí misma era lo mejor que podía hacer para ella misma y para su bebé.
El otro gran peso, sin embargo, seguía firmemente en su lugar, y durante todo el tiempo que dedicó a hacer las maletas estuvo pensando en Jacques Challier.
El taxi entró en el castillo a las once, y Ann, Arianne y Odile salieron a despedir a Sandi; Claude y André se habían ausentado esa mañana para ir a supervisar los viñedos. Anna Marie, Suzanne y Antoinette se habían encariñado mucho con su nueva amiga, y le arrancaron la promesa de volver pronto para verlas..
-Volveré para veros a vosotras... y a vuestro primo o a vuestra prima, cuando haya nacido -les aseguro Sandi mientras subía al taxi, con los ojos brillantes por las lágrimas.
Cuando su madre les tradujo sus palabras las niñas asintieron encantadas, y el taxi emprendió el camino hacia el aeropuerto. Sandi se sentía triste y confusa, y en el fondo tenía la sensación de que se habla comportado deslealmente con Jacques. No sabía por qué, pero tenía esa sensación.
Jacques sabía que ella no había querido prestarse a tener una simple aventura, y había sido sincera con el... casi. Se había apresurado a sacar la conclusión de que todavía seguía enamorada de Ian, y aunque tenía que admitir que no había hecho ningún intento por quitarle esa idea de la cabeza, Sandi sabía que el resultado no habría cambiado aunque le hubiera contado toda la verdad. Algo que, por cierto, jamás podría haber hecho.
Se encogió en su asiento; el dolor que le provocaban aquellos pensamientos era casi físico. Nunca podría contarle a nadie la humillación que había sentido, la degradación a la que había llegado... Todo aquello permanecería oculto en su corazón para siempre.
Una vez de vuelta en los Estados Unidos, Sandi se zambulló de lleno en su trabajo, en el ajetreado mundo de la publicidad, pero aun en los momentos más tensos seguía sintiendo un nudo de dolor en el pecho que no conseguía ignorar. Diariamente se quedaba trabajando hasta la noche, y sólo abandonaba la oficina cuando se encontraba exhausta, consciente de que esa era la única manera de poder conciliar el sueño. E incluso así tampoco podía dormir bien.
Pero era feliz, o al menos eso era lo que se decía sin falta cada mañana, cuando se miraba en el espejo del cuarto de baño antes de salir para el trabajo. Feliz y contenta con la vida que llevaba. Tenía que estarlo. Pero su imagen, reflejada en el espejo, parecía desmentirla; sobre todo sus ojos, nublados por las lágrimas.
Telefoneaba a Ann tres o cuatro veces por semana, y cada vez se quedaba más reconfortada al hablar con ella, y más convencida de que todo estaba saliendo bien. Todo parecía marchar perfectamente... o al menos eso se decía Sandi.
Ya llevaba un mes en los Estados Unidos cuando una mañana abrió un sobre de fotografías, realizadas la víspera en un pase de modelos, y se encontró con una en la que aparecía Monique, desfilando por la pasarela. Se quedó sentada observando la imagen de la hermosa pelirroja antes de levantar la cabeza y llamar por el intercomunicador a Andy, el joven asistente al que había enviado a cubrir aquella exhibición en compañía del fotógrafo.
-Dime -le dijo Andy, presentándose ante ella-. ¿Pasa algo malo? ¿No te gustan esas fotos? ¿Quieres que saquemos otras?
-No, no... las fotografías están bien -respondió Sandi con tono ausente-. Me dijiste que las chicas iban a estar aquí durante esta semana... ¿estarán todas?
-Efectivamente -la miró sorprendido.
-Muy bien, gracias, Andy -continuó observando las fotos durante un minuto más antes de guardarlas y enviarlas a otro departamento. Sabía que no podría ser imparcial a la hora de seleccionarlas. Estaba decidida a que los sentimientos personales no interfirieran en su
juicio profesional, pero de alguna manera tenía la sensación de que Monique acababa de invadir deliberadamente su mundo.
Todavía estaba pensando en las fotografías cuando aparcó el coche y entró en el vestíbulo del bloque de apartamentos donde vivía.
-¿Señorita Gosdon? -un vigilante jurado la llamó cuando se disponía a entrar en el ascensor, con expresión ausente-. Este caballero lleva tres horas esperando aquí para verja.
Al volverse, Sandi descubrió sorprendida a Jacques, de pie en el vestíbulo.
-Bonjour, Sandi.
Su voz era suave y profunda, con aquel ligero acento que tan bien recordaba. Tenía un aspecto estupendo, y Sandi pensó de inmediato que estaría acompañando a Monique en su pase de modelos y disfrutando de cada momento.
-Jacques, qué sorpresa -se obligó a sí misma a avanzar hacia él para saludarlo, forzando una sonrisa-. ¿Qué es lo que te trae por aquí?
-Negocios -respondió mirándola con expresión amable-. ¡Llevo horas esperándote! -ignorando su mano extendida, la atrajo hacia sus brazos y la besó en los labios, dejándola sin aliento-. ¿Dónde has estado? Son más de las nueve.
-Trabajando -respondió Sandi, luchando por mantener la compostura-. Deberías haberme avisado de que venías. Te habría dicho que estaba muy ocupada.
-Quizá por eso no te lo dije -repuso con tono
seco.
¿ Y quizá estaría entreteniéndose entre los di versos compromisos que tendría Monique?, se preguntó Sandi, tensa. Sus intenciones le resultaban tan transparentes como el cristal. ¿Acaso la tomaba por una estúpida?
-¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí? -le preguntó mientras se dirigía hacia el ascensor.
-¿Cuánto tiempo quieres que me quede? -se apresuró a replicar, despidiéndose del vigilante en cuanto las puertas se cerraron.
-Jacques... -Sandi se interrumpió bruscamente, esforzándose por conservar la paciencia. Se dijo que no tenía derecho alguno a sentirse molesta. Jacques era libre y no se había comprometido con nadie; ella no tenía nada de qué culparlo. Todo lo que tenía que hacer era ser agradable con él durante una hora o dos hasta que se marchara, sin duda para encontrarse con Monique, y tratarlo con cortesía mientras lo mantenía a distancia
-. Simplemente contesta a mi pregunta.
-He venido para pasar cinco días aquí, Sandi –la miró con expresión inescrutable.
«Justo el tiempo que va a pasar Monique en Nueva York», pensó Sandi. Debería haberlo sabido.
-¿ Y cuál es exactamente el negocio que te ha traído a Nueva York? -le preguntó con cautela cuando se abrían las puertas del ascensor.
-¿Exactamente? -le preguntó burlón, avanzando por el pasillo y mirando a su alrededor-. Esto es muy elegante. Me gusta.
«De acuerdo, pero ¿querrás contestar a mi pregunta?», se dijo Sandi, irónica.
-He venido para arreglar los detalles de un nuevo contrato con uno de nuestros comerciantes de vinos, que ha sido firmado recientemente -respondió con tono perezoso mientras esperaba a que abriera la puerta de su apartamento-. Podría haberlo resuelto por teléfono, pero siempre es mejor hacer negocios cara a cara en estas circunstancias, además de que... Quería alejarme unos días de los viñedos, y América me pareció el lugar perfecto.
«Bueno, no es exactamente una mentira; eso tengo que concedérselo», pensó Sandi mientras abría la puerta y le hacía pasar. No dudaba ni por un momento de que la explicación del contrato fuera verdad, pero también era cierto que no le había explicado por qué América era el «lugar perfecto».
La imagen de Monique asaltó su mente, y sonrió .con expresión sombría cuando siguió a Jacques al amplio y cómodo salón. Le había dado una oportunidad de que le dijera toda la verdad, y la había desaprovechado; no sería ella la que forzara el asunto. Pero se sentía agradecida de que el azar hubiese querido que aquellas fotografías de Monique llegaran esa tarde a sus manos; de otra manera, podría haber pensado que... Sandi sacudió la cabeza, sorprendida de su propia ingenuidad. Podría haber pensado que Jacques había viajado a Nueva York para verla a ella.
En aquel momento Jacques estaba ocupado observando los detalles del apartamento. Ya estaba amueblado y decorado cuando lo alquiló Sandi, y lo único que hizo fue añadirle algunos toques personales. Era muy diferente de la casa que había compartido con Ian, tan llena de vida y carácter, una especie de oasis acogedor para disfrute de los dos.
Pero cuando el matrimonio le explotó en la cara, fue corno si algo muriera en el interior de Sandi; no era consciente de que había desterrado de su corazón el deseo de hacerse con un verdadero hogar. Jacques sí se dio cuenta de ello, y le preguntó por qué la decoración del apartamento era tan fría y austera.
-Ya estaba amueblado cuando llegué -respondió Sandi, disgustada consigo misma por sentir la necesidad de explicarle algo a Jacques. Cuando se volvió para mirarla fijamente, ella había percibido algo en su actitud que no le gustaba nada, algo parecido a la compasión-. Yo lo encuentro relajante.
-Sí -convino Jacques-. Te protege del bullicio del exterior, ¿ verdad?
-Exactamente -inquieta, se ruborizó al ver que se dirigía a la pequeña cocina.
¿Por qué no se marchaba de una vez? No lo quería allí. ¿Por qué había ido a visitarla? ¿Acaso no tenía suficiente con Monique?-.
¿Te apetece un café?
-No, ya he tomado demasiados cafés mientras te esperaba, durante las tres últimas horas.
-¿Una copa de vino, entonces? ¿O quizá algo más fuerte? -le preguntó nerviosa.
-Sí, un vino estaría bien -observó a Sandi mientras sacaba una botella de la nevera y dos copas de uno de los armarios-. ¿Has comido? -inquirió con naturalidad.
-¿Que si he comido? -lo miró fijamente, extrañada.
-Sí, ya sabes, eso que se hace con un tenedor, un cuchillo y una cuchara, o con los dedos...
-Ya sé lo que significa esa palabra, gracias -replicó Sandi con frialdad.
-¿Entonces me vas a contestar o no? -le preguntó tenso-. Estás muy nerviosa. ¿Qué crees que vaya hacerte? ¿Abalanzarme sobre ti para tomarte aquÍ y ahora, sobre el suelo de la cocina?
-No seas...
-No, no te atrevas a utilizar otra vez esa palabra- la interrumpió furioso-. «Ridículo». Nunca nadie me había llamado «ridículo» hasta que te conocí, pero... ¿sabes una cosa? Tú haces que me sienta ridículo -pronunció irritado-. Ridículo por molestarme en venir aquÍ, por preocuparme por cómo te va la vida, por desear verte. No esperaba que me recibieras con los brazos abiertos, pero sí un mínimo de cortesía...
-¡He sido cortés contigo! Te he invitado a entrar en mi casa, ¿no?
-Oh, muchísimas gracias -replicó Jacques, sarcástico-. Se supone que el hecho de que te hayas mostrado tan simpática como un bloque de piedra andante debería haberme agradado, ¿no?
-No sabía que esperabas que te agradara -repuso Sandi con frialdad, pensando que para eso estaba precisamente Monique.
-¿Ah, no? Bueno, pues quizá quiera hacer algo que pueda agradamos a los dos... ¿una pequeña terapia amorosa, tal vez?
Sandi abrió la boca para replicar, pero en ese mismo instante Jacques se apoderó de sus labios con un beso que expresaba toda su rabia y frustración. y tras una breve lucha, como tantas otras veces, ella terminó rindiéndose a sus caricias.
-Basta ya de terapia por ahora -afirmó Jacques, apartándose de repente-. Ahora, tomaremos esa copa de vino y elegiremos el restaurante al que vaya llevarte a cenar esta noche, ¿de acuerdo?
-No -lo miró fijamente con expresión incrédula, humillada y avergonzada. No podía creer que tuviese el atrevimiento de invitarla a salir después de la forma en que se había comportado, con Monique esperándolo en alguna parte-. No iría a ninguna parte contigo aunque fueras el último hombre sobre la tierra -replicó acalorada.
-Un poquito exagerado, pero he captado el mensaje -sonrió Jacques-. En ese caso, cenaremos aquÍ. Yo me ocupo de encargar la comida.
-No vaya pasar la tarde contigo
-Oh, pero si ya lo estás haciendo ahora, mi pequeña inglesa -le recordó con tono suave-. Y no tienes ninguna necesidad de mostrarte tan indignada porque hayas respondido tan bien a mis caricias. No es ningún crimen disfrutar de los placeres del amor, te lo aseguro. Y un día, cuando sepa que es mi cuerpo el que ves y disfrutas, y mi voz la que oyes, en esa ocasión no me detendré. ¿Entiendes?
«No, no comprendo nada», pensaba Sandi mientras lo miraba indefensa. Resultaba evidente que Jacques no tenía intención de marcharse, y que estaba decidido a imponerle su compañía.
-Eres un cerdo -lo insultó desesperada.
-y tú te estás comportando como una chiquilla -repuso, mirándola con expresión burlona-. No sé si calmarte o darte unos azotes.
-Será mejor que no intentes ni una cosa ni la otra.
-No me tientes, Sandi. Ahora, ¿dónde tienes la guía de teléfonos? Voy a encargar la cena. ¿Prefieres comida china, italiana, india...?
-No; si insistes en. quedarte, cocinaré algo. Tu familia está cuidando a mi hermana, después de todo.
-No es precisamente la invitación más amable que he recibido en mi vida -repuso con tono seco Jacques, pero acepto. Y mientras tú te encargas de la comida, yo iré a buscar un vino decente -le había arrebatado de las manos la botella de vino barato que antes habla sacado de la nevera, mirándola con expresión horrorizada-. ¿Tinto o blanco?
-Cualquiera. No me importa -respondió Sandi, ruborizada; no le gustaba la manera en que Jacques la hacia sentir,. pero tampoco podía hacer nada para evitarlo. La inquietud que sentía en las entrañas y el latido acelerado de su pulso no hacían más que confirmar la dolorosa traición de su cuerpo.
Sorprendentemente, en vista de su estado nervioso Sandi preparó a la perfección el soufflé con verduras. El vino que había comprado Jacques era exquisito, al igual que la fruta escarchada que tomaron de postre.
-Estaba seguro de que cocinabas maravillosamente bien -le comentó Jacques con tono suave, repitiendo postre por tercera vez.
-No me lo creo.
-Es verdad. Quizá tenga algo que ver con ese viejo refrán que dice: «el camino que lleva al corazón de un hombre pasa por su estómago».
-Creo que esa no es la parte anatómica correcta repuso secamente Sandi-. Me temo que está un poco más abajo.
-Me sorprendes -exclamó riendo Jacques.
-Lo dudo. No creo que haya muchas cosas que puedan sorprenderte en la vida, Jacques Challier -replicó, pensando que el vino debía de haberle soltado la lengua.
-En eso tienes razón. Pero creo que no es bueno ser tan inmune a las sorpresas. Quiero decirte algo, Sandi -dijo con tono serio-. Esto puede ayudarte a entender el tipo de persona que soy, y quizá también a comprender lo que no puedes aprobar...
-No creo que...
-Por favor -Jacques la interrumpió, poniéndole un dedo sobre los labios-. Eres la hermana de Ann y ya formas parte de la familia lo quieras o no, y no creo que esta hostilidad que existe entre nosotros sea positiva para nuestro sobrino o sobrina... Cuando era joven... mucho más joven -comentó con tono irónico, dando comienzo a su relato-,.estuve comprometido durante un tiempo. La prometida en cuestión era una mujer de mi edad... la conocí durante mi primer año de universidad y desde entonces siempre estuvimos juntos.
-¿Siempre? -le preguntó Sandi con cautela. -Figurativamente hablando -le explicó Jacques-.
Jacqueline era un espíritu libre, pero por mutuo acuerdo tácito ninguno de nosotros mantuvo otras relaciones.
-Oh -exclamó Sandi, diciéndose que todo aquello no le importaba. Ni siquiera sabía por qué Jacques le estaba contando todo eso...
-Nos graduamos el mismo día, encontramos un piso en París, y con el dinero que nos enviaron sus padres y los míos, fundamos un negocio propio.... un pequeño bistrot. Al cabo de un par de meses señalamos la fecha de la boda para principios de noviembre, cuando el negocio nos dejara más tiempo, y el trece de octubre mi esposa fue encontrada muerta en la calle, en una zona famosa por el tráfico de drogas.
-¿Drogas? -Sandi lo miró horrorizada.
-Al parecer había empezado a tomarlas cuando estaba en la universidad -respondió Jacques con voz inexpresiva-. La policía descubrió que se había pasado a la heroína sólo algunas semanas antes de su muerte. La buena marcha de nuestro negocio le había permitido probar algo más caro. Sus padres se quedaron destrozados. Ella todavía era una chiquilla y, quizá eso fuera lo natural en esas circunstancias, me culparon a mí. No se creyeron que yo no sabía lo que estaba sucediendo. Mis propios padres se mostraron más comprensivos, pero el caso es que yo seguía vivo... y ellos no habían perdido a su hijo.
-Pero... -Sandi se interrumpió bruscamente-. ¿No viste ningún síntoma, ninguna señal de que tomara drogas?
-No. Irónicamente, resulta que fue nuestro mejor amigo, un hombre que era un hermano para mí, quien la había incitado a tomar drogas. Al enterarse de la muerte de Jacqueline se sintió culpable y lo confesó todo a la policía; al parecer, le había vendido sin saberlo una dosis adulterada. Su suministrador había mezclado la heroína con otra sustancia. Más de cinco personas murieron por culpa de ese suministro -se interrumpió, aspiró profundamente y continuó-: El hecho es que... yo no lo sabía. No tenía ni idea. Hacía años que los conocía a los dos, llevaba viviendo cerca de cinco meses con Jacqueline, y no tenía ni idea de que... No puedes imaginarte cómo me sentía
Sandi se dijo que, desde luego, podía imaginárselo perfectamente.
-Así que me impuse una especie de penitencia continuó Jacques-. Fue una etapa de remordimientos, de culpa, de amargura... todo mezclado -por un instante la máscara de frialdad pareció abandonar su rostro, y Sandi leyó un profundo dolor en sus ojos-. Luego decidí seguir adelante con mi vida, pero bajo mis propias condiciones. Nada de confiar en la gente, nada de compromisos. Ya había pasado por eso y no había funcionado, así que desde entonces decidí no esperar nada y tampoco dar nada; de esa forma, si lo dejaba perfectamente claro desde el principio, nadie resultaría herido.
-¿ y funcionó? -le preguntó ella suavemente.
-Sí -la miró a los ojos-. Hasta hace poco tiempo.
Sandi supuso que se estaría refiriendo a Monique. La impresión que le habían provocado las palabras de Jacques, y el amargo sentimiento de traición que había leído en sus ojos la habían impulsado a consolarlo, a decirle que lo comprendía perfectamente porque ella había pasado por lo mismo. Pero en ese momento, el recuerdo de Monique le había dejado paralizada la lengua y el corazón.
Jacques le había revelado aquella dolorosa confidencia porque estaba preocupado por el efecto que su tormentosa relación pudiera ejercer sobre Ann y, en última instancia, sobre su hijo. Eso era todo. Aquella fiera atracción sexual que había estallado entre los dos debía y podía controlarse, y un hombre como él no pretendía nada más que una breve satisfacción física. Jacques se había mostrado suficientemente explícito.
Sandi se dijo que tenía que aceptar el hecho de que Jacques había confiado en ella lo suficiente como para revelarle su pasado. Lo amaba; ahora estaba segura de ello. Siempre lo había sabido, pero hasta ese momento se había negado a aceptarlo.
-Gracias por haberme contado todo esto, Jacques... -se le quebró la voz, pero logró conservar su dignidad mientras se levantaba de la mesa, esbozando una temblorosa sonrisa-. Estoy segura de que todo esto redundará en beneficio de Ann.
.-Ann... -Jacques la miró fijamente, con gesto cansino
Sandi volvió la cabeza, incapaz de mirarlo. El hecho de verlo allí, la certidumbre de que lo amaba y de que aquel amor suyo era una especie de suicidio emocional, y lo celosa que se sentía de Monique, todo aquello la abrumaba hasta un punto insoportable.
-Voy al cuarto de baño. Sólo será un momento.
Jacques la llamó en el mismo momento en que salía del salón, pero Sandi no se detuvo. Si lo hubiera hecho, él habría descubierto que estaba llorando, y para ella eso habría significado la suprema humillación.
Sandi se había buscado aquella situación, y no tenía derecho a culpar a nadie. Lo único que podía hacer era soportar lo que quedaba de velada con un mínimo de aplomo y confianza en sí misma. Sabía que le resultaría difícil, pero durante los tres últimos años había tenido que soportar y hacer frente a tantas desgracias, que aquella sería simplemente una más.
Capítulo 8
SANDI?
La voz de Andy la sacó de sus tristes reflexiones. La noche anterior se había encerrado durante unos diez minutos en el cuarto de baño, intentando borrar de su rostro las huellas del llanto. Cuando por fin volvió al salón, vio a Jacques sentado cerca de la ventana. Y, para su sorpresa, se marchó casi al momento después de darle las gracias por la cena, de manera fría y formal.
Luego Sandi se quedó sentada durante horas, llorando sin consuelo. Cuando pensó que ya no le quedaban lágrimas, se fue a la cama y allí permaneció despierta, hasta que llegó la hora de levantarse.
-Lo siento, Andy -se disculpó con su joven asistente-. Me temo que estaba un poco distraída.
-¿Te encuentras bien?
-Sí, gracias. Ahora dime, ¿cuál es el problema? -Esas fotos de la revista Rage; no creo que...
Para cuando aquel largo día tocaba a su fin, Sandi se encontraba más cansada que nunca. El remate final fue
una llamada de recepción justo a la hora de salida, cuando ya todo el mundo se marchaba.
-Ya no puedo ver a nadie más esta tarde, Belida le dijo Sandi a la secretaria, con tono levemente irritado
-. Sea quien sea, dile que concierte una cita mañana.
-Creo que no es posible. Se muestra muy insistente.
-¡No me importa! -Sandi cerró los ojos, intentando dominarse-. Mira, lo siento, Belinda. Si se pone muy pesado, enviaré a Andy abajo con mi agenda de citas para que fije una mañana. ¿De acuerdo? No te preocupes.
-Muy bien, gracias.
Belinda parecía más aliviada, y Sandi sacudió la cabeza, agotada. No era habitual que una visita intempestiva se mostrara tan insistente con la secretaria de recepción. Maldijo en silencio al darse cuenta de que ni siquiera le había preguntado el nombre...
Gruñó entre dientes al ver en ese momento a Andy salir apresurado de su despacho, charlando con varios compañeros. «Maravilloso», pensó Sandi; ahora tendría que ser ella quien bajara a recepción para enfrentarse con aquel desconocido. y todavía le quedaban dos horas de trabajo antes de que pudiera marcharse a casa.
¿Debería llamar a Belinda para decirle a esa persona que subiera a verla al despacho?, se preguntó. Eso sería lo mejor, ya que de otra manera ella misma tendría que bajar a recepción. Le concedería diez minutos; ni uno más.
Estaba concentrada en su trabajo cuando unos golpes en la puerta de su despacho la hicieron levantar la cabeza.
-La eficiente Belinda me dijo que tendría el honor de entrar en este santuario -murmuró Jacques.
-¿Tú? -lo miró con los ojos de par en par.
-Yo -entró en el despacho con decisión y tomó asiento frente a su escritorio.
-Pero Belinda no me dijo... tú no me dijiste...
-Si estás intentando preguntarme si le di mi nombre a la secretaria, la respuesta es no -respondió sin embarazo alguno-. Le dije que era tu novio, que había llegado de los Estados Unidos para pasar un par de días, y que quería darte una sorpresa.
-¿ y se lo creyó? -le preguntó Sandi, asombrada.
-Por supuesto -sonrió burlón-. Cuando quiero, puedo mentir de manera muy convincente, y la seguridad que tenía de que me echarías de aquí si le revelaba mi nombre a tu secretaria, me volvió todavía más persuasivo.
-¿Cómo sabes que te habría echado de aquí? -inquirió Sandi con el corazón acelerado, intentando tranquilizarse; le resultaba difícil tratar de iniciar una discusión con él cuando todo lo que quería era echarse en sus brazos.
-Touché, señorita Gosdon -inclinó la cabeza, como reconociendo su derrota-. ¿Lo habrías hecho? ¿Me habrías echado de aquí?
-No, por supuesto que no. Eres el cuñado de Ann, por el amor de Dios.
-¡El maldito cuñado de Ann! -exclamó Jacques-. Te he preguntado si habrías querido verme a mí, a Jacques Challier -añadió después de aspirar profundamente-. Eso es muy diferente, y tú lo sabes.
-Jacques...
-No te molestes en decir nada -su sonrisa era tan fría como la expresión de sus ojos-. Tu rostro ya es suficientemente expresivo.
Sandi esperaba que no fuera así. Si su cara pudiera expresar al menos una fracción de lo que realmente sentía en ese momento, estaba segura de que Jacques se quedaría horrorizado. Horrorizado y avergonzado de cargar con la responsabilidad de algo más que una simple y mutua atracción sexual. -Así que aquí es donde trabajas... Estoy impresionado.
Sandi se encogió de hombros y sonrió, sin saber qué decir. No había esperado volver a verlo hasta que naciera el bebé de Ann.
-¿Cuándo terminas? Me gustaría invitarte a cenar... sólo a cenar -añadió sarcástico al ver que se ruborizaba-. Te recogeré a eso de las ocho en tu apartamento.
-¿Cómo sabes que no tengo algún compromiso?-le preguntó Sandi, molesta por su arrogancia.
-¿Lo tienes?
-No.
--A las ocho entonces -se levantó mientras hablaba y se dirigió a la puerta; antes de salir, se volvió para mirarla con los ojos brillantes-. Creo que sería una gran velada si por una vez pudieras fingir que disfrutas con mi compañía.
-Si piensas eso, ¿por qué me invitas a cenar? -inquirió Sandi.
Cuando pensaba que había pasado toda la noche sin dormir por ese monstruo... Se estaba comportando como una loca, como una estúpida
-Me encantaría poder responder a esa pregunta, pero ni yo mismo lo sé -la miró con expresión sardónica-. Atribúyelo al hecho de que... no puedo soportar el pensamiento de que una mujer sea inmune a mis encantos, ¿quieres? -añadió arqueando las cejas, antes de abandonar el despacho.
Aquella tarde marcó la pauta de las tres siguientes, hasta que Jacques partió para Francia. Solía llegar a su apartamento poco antes de las ocho para invitarla a cenar en un sitio diferente cada noche. En la primera cenaron en un pequeño y tranquilo restaurante, donde servían una excelente comida; su dueño se mostró particularmente amable con ellos, contándoles apasionantes historias de su juventud en Sicilia para deleite de Sandi.
Pasaron la segunda velada en una elegante sala de fiestas, y acabaron cenando a medianoche en un kiosco de perritos calientes, antes de tomar un taxi para regresar al apartamento.
Sandi se había gastado el sueldo de toda una semana en un carísimo perfume pero, para su decepción, Jacques no pareció notarlo. Lo mismo ocurrió durante la tercera y cuarta noche. Jacques se mostraba siempre como un ameno y divertido conversador, pero resultaba evidente que se preocupaba por guardar las distancias con ella. Nada de insinuaciones ni de acercamientos, ni sexuales ni de cualquier otro tipo. Habitualmente se despedía de Sandi con un inocente beso de buenas noches en la puerta de su apartamento.
Eso la molestaba, y mucho. Consideraba insultante, además de doloroso, que Jacques se comportara con ella como lo hubiera hecho con una tía soltera o con una hermana suya. y en aquella situación, ¿en qué lugar quedaba Monique?, se preguntaba constantemente. Aunque Jacques pasara algunas horas de la mañana con la bella pelirroja, las tardes se las dedicaba enteras a Sandi, y por lo poco que sabía de ella, dudaba que pudiera aceptar gustosa ese papel tan secundario.
En cualquier caso, Sandi seguía preguntándose que tipo de relación mantendría Jacques con Monique. No podía comprenderlo; cuanto mas lo intentaba, mas confusa se sentía. Y sobre todo, segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora, su amor por Jacques crecía hasta adquirir proporciones aterradoras.
Sandi no quería amar a ningún hombre, y menos aún a Jacques Challier, un reconocido cínico de primer orden, para quien las mujeres eran un mero pasatiempo. Monique era la única mujer que parecía haber durado en su lista.
Cada mañana tomaba la decisión de decirle que sabía que se encontraba allí en compañía de Monique, y de preguntarle exactamente qué tipo de relación mantenía con la hermosa modelo. y cada tarde hablaba de cien tópicos diferentes sin atreverse a abordar aquel tema tan vital para ella.
El día de la partida de Jacques, a las dos y diez de la tarde, Sandi se encontraba sentada en el vestíbulo del aeropuerto, esperando... Pero ni ella misma sabía qué era lo que esperaba... tal vez sorprenderlo en compañía de Monique, para así demostrarle que no era la mujer estúpida, ciega y crédula que creía que era. No tenía ni idea de por qué se encontraba allí. De hecho, le había dejado creer a Jacques que tenía mucho trabajo en la oficina, y que por eso no había podido acompañarlo al aeropuerto. Pero el hecho era que se había presentado allí.
Lo vio mucho antes de que él la descubriera a ella, destacando entre la multitud que avanzaba por el enorme vestíbulo.
-Hola, Jacques -lo saludó, apresurándose a colocarse a su lado.
-¡Sandi!
Cuando Jacques la abrazó con efusividad, besándola en los labios, la joven estuvo a punto de cambiar de idea y no decirle nada acerca de lo de Monique. La alegría que demostró al verla allí parecía verdaderamente sincera.
-Qué bien que has venido -la miró sonriente-.¿Has terminado de trabajar antes de lo previsto?
Frenética, Sandi se dijo que aquel recibimiento no era el que había esperado... el abrazo, el beso... ¿Pero dónde estaba Monique? Debió de hacerle esa pregunta en voz alta, porque Jacques exclamó:
-¿Monique? ¿Cómo diablos voy a saber yo dónde está Monique? -la miró asombrado.
-Pues está aquí... -repuso confundida.
-¿Que está aquí? -miró a su alrededor-. ¿Dónde?
-En Nueva York. Monique está aquí... y tú lo sabes -en el momento en que vio que su expresión se endurecía, convirtiendo su rostro en una fría máscara, se dio cuenta de que había cometido un terrible error.
-¿Que yo sé que Monique se encuentra en Nueva York? -inquirió Jacques con tono inexpresivo mientras se agachaba para recoger su maleta a la vez que tomaba del brazo a Sandi-. Me parece que necesitamos hablar -la llevó a un apartado rincón y dejó su equipaje en el suelo-. Bueno, vamos a ver. ¿Por qué estás aquí? ¿Y por qué pareces esperar a que Monique aparezca de un momento a otro? Y, más concretamente -añadió, mirándola con dureza-, ¿por qué has venido si esperabas encontrarla aquí? Yo creía que vosotras dos no congeniabais muy bien...
-Yo... -levantó la mirada hacia él, pálida. ¿Qué podía decirle? ¿Que lo había estado espiando? Porque eso era precisamente lo que habla estado haciendo...
-¿Y bien?
Sandi sabía que Jacques no iba a dejarla en paz, y se obligó a contestarle con lo único que tenía: la verdad.
-Creía que habías venido a Nueva York con Monique -declaró, con el corazón acelerado-. El mismo día que llegaste me enteré de que había venido a trabajar unos días aquí y pensé que la estabas acompañando.
-Pero yo te dije que había venido a Nueva York por negocios -repuso sombrío.
-y yo pensé que combinabas los negocios con el placer.
-¿Placer?
«Esto se está poniendo peor», pensó Sandi, nerviosa.
-¿Pensaste que me había traído a Monique a Nueva York, y que estaba manteniendo relaciones con ella? ¿Es eso? -al ver que asentía con expresión triste, inquirió de nuevo-: ¿Y las tardes? ¿Cuando estaba contigo?
¿Cómo...?
-Yo pensaba que... -se interrumpió, confundida. No había pensado nada; eso era lo peor de todo. Había permitido que toda la amargura del pasado corrompiera el presente-...pensaba que estabas con ella por las mañanas, y conmigo por las tardes.
-iVaya! --exclamó él, luchando por contenerse.
-Jacques... Jacques, lo siento...
Interrumpió sus disculpas con un gesto y Sandi se quedó callada, mirándolo con los ojos muy abiertos, brillantes por las lágrimas.
-Entonces, ¿este es el tipo de hombre que crees que soy? -le preguntó con un tono terriblemente inexpresivo-. ¿Piensas que sería capaz de traerme a una mujer a Nueva York por una semana, dormir con ella, hacer el amor con ella, y luego distraerme con otra por las tardes?
En ese momento aquella suposición le parecía irreal a Sandi, pero eso era exactamente lo que había pensado, y sabía que no tenía ninguna justificación.
-Respóndeme, Sandi. ¿Es eso lo que pensabas?
-Supongo que sí -sacudió la cabeza, arrepentida-. Pero no estaba segura, de verdad... por eso
-Por eso has venido hoy al aeropuerto –terminó Jacques por ella, mirándola furioso-. Y pensar que me sentía tan contento de verte... -se interrumpió bruscamente-. Qué estúpido. Qué estúpido he sido.
-Yo no pretendía...
-Ni una palabra más.
Sandi estaba desesperadamente asustada. Lo había insultado, lo había acusado de todo tipo de crímenes
y se había equivocado por completo.
-Jacques...
-Te lo digo en serio, Sandi. Ni una palabra más o no me responsabilizo de mis actos.
-Por favor, escúchame -le suplicó.
-¿Como tú me escuchaste a mí... -le preguntó él con una amargo cinismo que le rompió el corazón-...cuando te hablé de Jacqueline, cuando compartí mis más íntimos sentimientos contigo, cuando desnudé mi corazón sólo para que tú te retrajeras como si te hubiera revelado alguna obscenidad? Luego incluso me culpé a mí mismo, diciéndome que me estaba apresurando demasiado contigo, que todavía no estabas preparada para iniciar una nueva relación después de la muerte de tu marido. Pero había algo más que eso, ¿verdad, Sandi? Más que tu nostalgia por un hombre que lleva muerto tres años, más que tu escasa disposición a volver al mundo de los vivos. Yo no te gusto. Es más; creo que me odias.
-No te odio -repuso Sandi con un tono de súplica que no logró ablandar su expresión; de hecho, Jacques retrocedió un paso, mirándola con tal dolor y frialdad que ella apenas pudo soportarlo.
-Bueno, pues ya has venido y lo has visto -declaró él-. Estabas equivocada. Pero no te preocupes. En el pasado me han acusado de cometer todo tipo de crímenes de los que me he sentido culpable, y estoy seguro de que podrás desenterrarlos si lo intentas. Y no dudo de que habrá más en el futuro. Como antes te dije, no soy ningún santo. Nunca lo he sido y no sé si alguna vez podré serlo. Así que, aquí lo tienes; lo confieso.
Sandi sabía que las piernas no la sostendrían durante mucho tiempo. La rabia que Jacques estaba proyectando contra ella la ponía enferma, la debilitaba por momentos.
-Pero todo esto no te importa, ¿verdad? –continuó él-. Como tú misma dijiste, yo soy solamente el cuñado de Ann. No necesitamos volver a vernos otra vez. Me aseguraré de no estar presente cuando vayas a Francia a ver a tu hermana. ¿Te parece bien?
-No... -protestó Sandi-. Yo no quiero eso, Jacques. Déjame explicarte...
-Pero yo... sí lo quiero -repuso orgulloso, pronunciando las palabras con rabia-. Adiós, Sandi.
Quiso gritar, chillar, llorar, correr detrás de él, interponerse en su camino... cualquier cosa con tal de que comprendiera. Pero no hizo nada de eso cuando él se marchó. Había pensado que, después de averiguar la verdad acerca de Ian, jamás podría sucederle nada peor. Pero se había equivocado.
El amor que había sentido por Ian, o por el hombre que había creído que era, sólo había sido un pálido reflejo del que sentía por Jacques. Él era su corazón, su sangre, su vida, y Sandi tenía la sensación de que Jacques se estaba llevando consigo todo eso mientras lo veía desaparecer entre la multitud. Y ella era la única responsable, la culpable de todo. No creía que fuera capaz de soportarlo.
Gimió de dolor, despreocupada de la gente que la rodeaba, y entró apresurada en el lavabo de señoras, donde estuvo encerrada durante mucho tiempo... tanto que luego no pudo recordarlo. Se quedó allí sentada, torturándose sin descanso, hasta que se sintió como si le hubieran arrancado de cuajo el corazón.
A pesar de sus esfuerzos por justificarse a sí misma, terminó descubriendo que, simplemente, no tenía ninguna excusa. Jacques jamás la perdonaría. Jamás.
Al fin salió del lavabo y caminó cabizbaja hacia el aparcamiento del aeropuerto. Pero no fue hasta que se encontró sentada en su coche, frente al volante, cuando se preguntó cómo iba a poder seguir viviendo.
Capítulo 9
SANDI? -la llamó por teléfono Arianne, nerviosa y excitada-. Gracias a Dios que te he localizado. Te he estado llamando a tu despacho, pero me dijeron que te habías marchado a casa.
-¿Ann? -pronunció Sandi, con el corazón encogido.
-El bebé está en camino. Claude y yo acabamos de traerla al hospital...
-Pero todavía es pronto -protestó débilmente Sandi-. Falta un mes. ¿Hay algún problema?
-No, no; por favor, no te preocupes. Todo va bien -pero su tono nervioso desmentía sus palabras.
-¿Realmente ha empezado ya? -se apresuró a preguntar Sandi-. Quiero decir...
-Ha roto aguas -respondió Arianne, ya más tranquila-. No hay duda de que el bebé nacerá pronto. Una vez que se ha roto aguas, el riego de infección es demasiado grande como para que se prolongue el embarazo.
-¿ Tiene dolores?
-Un poco, pero sólo un poco. ¿Te parece que te llame dentro de una hora, cuando sepa algo más? Los médicos se están ocupando de ella ahora...
-No; salgo ahora mismo para allá -Sandi se levantó de la silla donde había estado sentada-. Estaré allí tan pronto como pueda... Ahora mismo vaya llamar al aeropuerto. Si me retraso, telefonearé al hospital. ¿Te quedarás con ella? -le preguntó ansiosa.
-Por supuesto, Sandi. No te preocupes -se apresuró a tranquilizarla Arianne-. Ann es nuestra hija ahora. La cuidaremos hasta que vengas como lo habrías hecho tú misma.
-Gracias, Arianne. Estaré allí lo antes posible. Dale muchos besos a Ann de mi parte.
Colgó el auricular y se quedó mirándolo por un momento, ensimismada, antes de levantarlo otra vez y marcar el número del aeropuerto con dedos temblorosos. Increíble, milagrosamente, había sido cancelado un vuelo para Francia esa misma noche. Llamó luego a un taxi, hizo la maleta y telefoneó a Andy para darle una serie de instrucciones durante su ausencia. Diez minutos después de recibir la llamada de Arianne, salía apresurada del apartamento.
Durante el trayecto al aeropuerto apenas tuvo tiempo para pensar, pero una vez que se encontró sentada en el avión, el pánico se apoderó de ella al pensar en Ann... y en Jacques.
Las semanas que habían transcurrido desde la partida de Jacques habían sido horrorosas para Sandi. Durante los primeros días había estado como aturdida, pero luego la herida había empezado a sangrar, y había terminado por pasar las noches despierta hasta altas horas de la madrugada, desesperada, gimiendo de dolor.
La seguridad de que había destruido, de manera completa e irrevocable, algo que podía haber tenido, le resultaba imposible de soportar. El hecho de que Jacques no hubiera ido a los Estados Unidos con Monique tenía que significar que había ido allí sólo para verla a ella. Ese era el pensamiento que la estaba .volviendo loca. Y ahora Sandi había perdido la oportunidad de estar incluso en la periferia de la vida de Jacques, Y todo por culpa de su propio miedo y de su propia cobardía. Miedo a que la historia se repitiera y Jacques terminara abandonándola, como Ian, y cobardía, ya que no habla querido ver cómo era en realidad, ofuscada como estaba por el espectro de su marido..
Pero ahora tenía que concentrarse en Ann. Mientras el avión se elevaba majestuosamente en el aire, Sandi luchó por transmitirle su cariño y confianza a través de los kilómetros que las separaban. Durante el viaje de
siete horas de duración, no dejó de rezar por su salud y por la de su pequeño, incapaz de dormir y de descansar.
Cuando llegó a Francia estaba destrozada, Y una abrumadora sensación de abatimiento se apoderó de ella durante el largo trayecto en taxi desde el aeropuerto hasta el hospital, que estaba situado a varios kilómetros del castillo de los Challier.
Era julio, y el sol brillaba con fuerza a pesar de la temprana hora de la mañana, pero mientras el taxi devoraba los kilómetros, Sandi parecía ajena al paisaje que la rodeaba. Ensimismada, todo su ser estaba concentrado en Ann y en el pequeño que estaba naciendo demasiado pronto. Una y otra vez se decía a sí misma que no habría ningún problema. En esos días se salvaba a niños prematuros de seis meses y medio, incluso de seis meses... la tecnología moderna era asombrosa... Pero esos pensamientos no la consolaban. Nada podía consolarla. Sólo quería estar al lado de su hermana...
Cuando el taxi se detuvo frente al hospital, Sandi sintió un doloroso nudo en el estómago. Jacques le había dicho que aquel pequeño hospital privado era muy bueno y estaba muy bien equipado. Esperaba que los médicos hubieran estado pendientes de su hermana durante toda la noche...
Cuando el taxista sacó su equipaje del maletero y Sandi abrió su bolso para pagarle la carrera, alguien apareció de repente a su lado, impidiéndoselo.
-No te preocupes, Sandi; yo me encargaré de esto -le dijo Claude Challier-. Ahora entremos a ver a Ann. -¿Está... ? -se le quebró la voz-. ¿Se encuentra bien?
-Puedo asegurarte que sí; está bien... muy bien. Vamos -la hizo entrar en el edificio y la guió por un pasillo, hasta llegar a la habitación.
-¿Ann? -preguntó Sandi al entrar, creyendo que estaría dormida. Pero no lo estaba. Se encontraba sentada en la cama abrazando un pequeño bulto en su regazo.
-¡Sandi... oh, Sandi! Me moría de ganas de que llegases... -exclamó con los ojos llenos de lágrimas-. Mira, aquí tienes a tu sobrina.
-¿Una niña? -Sandi contempló maravillada la diminuta carita que asomaba envuelta en las sábanas-. ¡Oh, Ann, es tan pequeñita...!
-¡No es tan pequeñita! -replicó Ann con alegría-. Pesa casi cuatro kilos, ¡y eso es bastante, puedo asegurártelo! Si hubiera esperado un mes más...
-¿Qué tal el parto?
-Bastante mal -Ann esbozó una mueca-. Pero Arianne fue maravillosa conmigo. La niña nació a las cinco de esta mañana y Arianne se quedó conmigo durante todo el tiempo. Acaba de irse para traerte el desayuno, pero creo que realmente lo ha hecho para permitirnos estar solas durante unos minutos.
-¿Cómo vas a llamarla? -le preguntó Sandi cuando Ann le entregaba a la niña; era tan preciosa, tan pequeña... y ella nunca tendría una. Tuvo que apartar a un lado ese pensamiento para concentrarse en Ann..
-Emily -respondió, a punto de llorar y Sandi le tomó una mano.
Para cuando volvieron Claude y Arianne con la bandeja del desayuno para Sandi, diez minutos más tarde, las dos hermanas ya habían logrado dominar su emoción, aunque tenían los ojos brillantes por las lágrimas. Los cuatro se pusieron a charlar, y Emily no tardó en quedarse dormida en una pequeña cuna dispuesta al lado de la cama.
De repente, alguien llamó a la puerta. Era Jacques.
Sandi sintió que el corazón se le detenía por un momento, para continuar luego latiendo acelerado. Cuando pudo recuperarse, tomó un largo trago de café, esbozó una cortés sonrisa y no dijo nada.
-¿Dónde está la criatura? -ignorando completamente a Sandi, Jacques lanzó una tierna mirada a Ann-. ¿Puedo verla?
-Por supuesto -Ann le señaló la cuna.
Cuando Jacques se inclinó sobre ella, Emily abrió los ojos y bostezó.
-Tómala en brazos -lo animó la joven madre-.No temas.
La visión de Jacques levantando a la pequeña en brazos fue demasiado para Sandi, y el nudo que sentía en la garganta amenazó con convertirse en una cascada de sollozos... y así habría sido si no se hubiera apresurado a disculparse, diciendo que tenía que ir al lavabo. Cuando volvió diez minutos más tarde, ya recuperado el control , de sí misma, se encontró con que Jacques ya se había marchado.
Durante todo aquel día y el siguiente, cuando Ann volvió al castillo con Emily, Sandi estuvo esperando volver a encontrarse con Jacques... pero no apareció. Al final del segundo día, se convenció de que no iba a regresar. Para él, ella ya no existía. Y aquella certidumbre se presentó acompañada de un profundo dolor mezclado con una violenta rabia.
Pensó que Jacques era como Ian. Realmente, nunca la había querido. La había deseado físicamente, pero nada más; de otra manera nunca habría sido capaz de ignorarla con tanta frialdad, sin darle una sola oportunidad de explicarse. Y Sandi lo odiaba, lo detestaba. De ella, Ian sólo había querido su dinero; Jacques sólo había deseado su cuerpo. Y de los dos, tenía la sensación de que Ian le había hecho un daño menor.
A la mañana siguiente reservó un billete de vuelta para Nueva York, contenta de dejar a Ann y a su bebé en buenas manos. Toda la familia Challier estaba a todas luces encantada con su nuevo miembro.
-¿Nos dejas mañana, Sandi? Ya sabes que puedes quedarte todo el tiempo que quieras -le aseguró Claude.
Ya todos habían terminado de cenar y se habían retirado al cómodo salón para tomar el café.
-Lo sé -repuso Sandi, sonriendo-. Pero es necesario que vuelva al trabajo. Yo...
Cuando, en ese mismo instante, alguien abrió con insólita brusquedad la puerta del salón, Arianne dio un respingo, exclamando alarmada:
-Oh, mon Dieu! ¡Vaya susto que nos has dado, Jacques! ¿Qué es lo que pasa?
Por primera vez en su vida, Jacques Challier rompió todas las normas de cortesía. Cruzó el salón en dos zancadas y se detuvo delante de Sandi, sin mirar ni a derecha ni a izquierda.
-¿Te marchas mañana temprano? ¿Sin decirme nada?
-Yo... -Sandi se llevó una mano a la garganta, confundida-. Yo...
-¿Cómo te atreves? ¿Cómo te has atrevido a pensar que podrías hacerlo?
'-¿Jacques...? -intervino Claude, mirando asombrado a una y a otra; Sandi, muy pálida, y Jacques, dominando con esfuerzo su furia.
-No te metas en esto, papá. Esto es entre Sandi y yo -se volvió para mirarla, entrecerrando los ojos-. ¿Y bien? ¿Te marchas mañana?
-Sí -respondió ella con gesto orgulloso, levantándose de la silla-. ¿Por qué no podría hacerlo? Tú ni siquiera te has puesto en contacto contigo...
-¿Cómo podría haberlo hecho, si estaba en París?-replicó-. Tú sí que podrías haberme telefoneado... te di el número.
-¿El número?
Sandi lo miró asombrada, y Jacques, al ver su expresión, giró en redondo para preguntarle a Arianne con tono suave: -¿Le diste a Sandi la carta?
-Oh, Jacques, lo siento tanto... pero con el bebé... me olvidé. Todavía la tengo en mi bolso -se disculpó Arianne, avergonzada.
-C'est impossible! -exclamó Jacques volviéndose hacia Sandi-. Le di a mi madre una carta para que te la entregara el primer día, en el hospital. Tenía que ir a París. En la carta te lo explicaba todo.
-Lo siento -volvió a disculparse Arianne, entristecida, pero Jacques la ignoró y tomando del brazo a Sandi, intentó sacarla de la habitación.
-Te vienes conmigo. Estoy harto de esta ridícula situación -subrayó la palabra que ella tantas veces había utilizado contra él-. No recibiste la carta pero tampoco preguntaste a nadie por mí, no preguntaste dónde estaba, lo que sucedía. Simplemente ibas a desaparecer otra vez, ¿verdad? ¿Verdad?
-¿Otra vez? -Sandi levantó tanto la voz que despertó a Emily, que dormía tranquilamente en su cuna-.Fuiste tú quien me dejaste, ¿recuerdas? No me permitiste que me explicara, que te dijera...
-¿Sandi? -preguntó Ann, desconcertada, y cuando todos los rostros se volvieron para mirarla, Sandi vio que la cómica expresión de sorpresa de su hermana se reflejaba en la de todos los presentes-. ¿Has estado viendo a Jacques? ¿Sin decirme nada?
-No he estado viéndolo -se apresuró a decir Sandi en su defensa-. No es eso...
-¡Cómo que no es eso! -Jacques miró a todos los presentes mientras empujaba a Sandi hacia la puerta-. Sandi se queda conmigo esta noche. Eso es todo lo que necesitáis saber. y como es dudoso que se vuelva mañana a los Estados Unidos, sugeriría que alguno de vosotros llamara al aeropuerto para decirles que...
-¡No! ¡Yo me vuelvo...! -exclamó Sandi. Cuando Jacques terminó de sacarla del salón y todos los presentes oyeron el portazo que dio al salir de la casa, Odile y André entraron en la habitación, alarmados.
-¿Qué diablos está pasando? -André miró a Ann, que se había acercado a la cuna para arrullar a Emily-. Creía que algo malo le sucedía a la niña...
-Emily está bien -respondió Ann, esbozando una sonrisa al ver la cara de sorpresa de todo el mundo-. Y creo que quizá ahora Sandi también va a estar bien continuó-. Debería haberlo adivinado.
-Bueno, yo tampoco me di cuenta y soy su madre --comentó Arianne con tono suave.
-¿Querría alguien decirme qué es lo que pasa? Claude miró a las dos mujeres-. y por favor, no quiero que nadie más diga que alguien está bien, ¿de acuerdo?
Pero Sandi estaba muy lejos de encontrarse bien cuando se sentó al Iado de Jacques en su deportivo. Que
él estaba más furioso que nunca resultaba obvio, pero lo que era realmente aterrador era lo que ella misma sentía por dentro.
La reacción de Jacques era muy explícita; hablaba de algo más que de un simple deseo físico, y el pensamiento de que, a pesar de todo, quizá pudiera existir un futuro en su relación, la llenaba de terror. Lo amaba, no tenía ninguna duda sobre eso, pero seguía sin confiar en él. Dudaba que alguna vez pudiera volver a confiar en ningún hombre.
Cuando equivocadamente pensó que Jacques había acudido a Nueva York en compañía de Monique, una parte de su ser, desconocida hasta ese momento, se había revelado. Había sido como una vía de huida, una excusa para proteger aquel fondo secreto que se ocultaba en su corazón. Porque no podía soportar el pensamiento de volver a comprometerse con nadie, ante el peligro de resultar herida de nuevo. Realmente no podía.
-¿A dónde vamos? -inquirió cuando el tenso silencio que mantenían le resultó insoportable.
-Lo sabes perfectamente -repuso Jacques sin mirarla-. A mi casa.
-No puedes hacer esto...
-Lo estoy haciendo -le lanzó una rápida mirada, y la joven se estremeció al ver el brillo de sus ojos-. He hecho el ridículo delante de todo el mundo por tu culpa, ¿ya estás contenta?
-Por favor, no digas eso...
-¿Por qué no? Nunca he tenido miedo de decir la verdad. Sabes que me gustas, y que yo te atraigo a pesar de esa obsesión tuya por tu marido...
-No tengo ninguna obsesión por Ian -«bueno, quizá sí», pensó entristecida. Pero ciertamente no de la forma que insinuaba Jacques-. No lo comprendes.
-Porque tú no me dejas que lo comprenda. En América me volviste loco; no voy a negarlo. Cuando me contaste lo que habías estado sospechando durante todo el tiempo que estuviste conmigo... -se interrumpió bruscamente, furioso-. Podría haberte estrangulado allí mismo, en el aeropuerto, sobre todo cuando te había contado cosas que jamás le había revelado a nadie... acerca de Jacqueline, de lo que sentía... Lo pasé tan mal desde que abandonaste Francia, que planeé un viaje a América sólo para pasar unos días contigo, y me sentí traicionado. Tal vez no fue así, pero esa fue mi sensación. Una vez que volví a casa empecé a darme cuenta de que había ido demasiado deprisa contigo, había forzado el asunto, cuando lo habíamos pasado tan bien... ¿disfrutaste en aquellas veladas que pasamos juntos en Nueva York?
-Ya sabes que sí.
-y yo me contenía muchísimo, ¿te acuerdas? No te tocaba, me limitaba a darte un beso de buenas noches... ¡Pero si parecía otra persona! -exclamó, como burlándose de sí mismo-. Así que decidí que lo que había tenido éxito una vez podría volver a tenerlo con el tiempo. Podría ser paciente... diablos, no tenía elección. Esperaría hasta que volvieras a ver a Ann, y entonces continuaría con mi táctica hasta haber ganado. Así de sencillo.
-Jacques...
-Pero tú no eres tan sencilla -la miró-. ¿Qué es lo que odias tanto en mí?
-Yo no te odio -declaró Sandi rotundamente.
-¿Entonces siempre tratas a la gente que te gusta de esa manera? Sandi prefirió no replicar a ese comentario sarcástico. Poco después Jacques aparcó el coche delante de la casa y entraron.
-Quiero volver.
-No -de pie en medio del salón, Jacques la miró fijamente, deteniéndose en su esbelta figura-. Has perdido peso. ¿Por qué? Ya estabas demasiado delgada.
-¡Muchas gracias! -exclamó; en ese momento ya no pudo contener las lágrimas que habían asomado a sus ojos al entrar en la granja, cuando había creído que ya nunca volvería a pisar ese lugar-. En cambio tú... tú eres perfecto, supongo...
-Estoy muy lejos de serlo -sonrió Jacques.
-Te comportaste de una forma horrible conmigo en el hospital, la misma mañana en que nació Emily -le reprochó-. Absolutamente horrible.
-Me había quedado petrificado -repuso Jacques, sacudiendo lentamente la cabeza-. ¿Te resulta difícil de aceptar? Crees que soy un hombre de piedra, ¿es eso? Pues bien, puedo asegurarte que me quedé aterrado cuando entré en la habitación y te vi, Sandi. Una parte de mí quería olvidarse de todo el mundo y estrecharte entre mis brazos... pero otra, la parte razonable, me aconsejaba que siguiera el plan que había elaborado y me comportara contigo con cuidado, midiendo los pasos. Y otra más... -de pronto se interrumpió bruscamente, pasándose una mano por el cabello-. Oh, diablos, podría seguir así durante toda la noche, pero eso no nos ayudaría en nada. Por una sola vez en mi vida me sentí confuso, sin saber qué hacer... Se suponía que ese mismo día, a media mañana, tenía que estar en París, pues tenía una cita ineludible, de vital importancia. Apunté el número de teléfono de mi hotel en la carta y te escribí pidiéndote que me llamaras.
-No lo sabía.
-¿Me habrías llamado de haberlo sabido? -le preguntó con tono suave-. ¿Lo habrías hecho, Sandi?
-No lo sé... -desvió la mirada y se sentó en un sillón, sacudiendo la cabeza-. Yo pensé...
-Sé lo que pensaste -repuso tenso, y continuó observándola, admirando el brillo dorado de su cabello a la luz de las lámparas del salón-. La mañana que salí de Nueva York me dejaste absolutamente claro qué tipo de hombre pensabas que era, pero esperaba que cuando te dieras cuenta de que te habías equivocado con lo de Monique, quizá te replantearas las cosas... -se interrumpió para apresurarse a añadir-: Monique es una mujer muy bella, muy sensual... -vio cómo Sandi levantaba la mirada hacia él, sorprendida por sus palabras y también tremendamente caprichosa, vana, irritable, egoísta... ¿necesito continuar? -le preguntó con expresión sardónica.
-Pero te llevabas tan bien con ella... -protestó Sandi débilmente.
-Sandi, es la hija de los mejores amigos de mis padres -repuso con paciencia-. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Escupirla en un ojo? Su madre lleva años intentando enredamos, pero Monique sabe perfectamente que eso no es posible. Aunque frecuentemente tengo que ponerla en su lugar...
Sandi pensó que a una mujer como Monique, acostumbrada a que los hombres cayeran rendidos a sus pies, debía de afectarla mucho que Jacques fuera inmune a sus encantos. De hecho, eso debía de volverla loca.
-¿Alguna vez... has salido con ella? -se atrevió a preguntarle.
-Algunas veces, cuando ella era más joven y tenía mejor carácter -respondió Jacques con tono indiferente-. Hemos ido a fiestas de amigos comunes, ese tipo de cosas, pero lo nuestro nunca ha pasado de una simple amistad. La verdad es que nunca he disfrutado realmente de su compañía -la miró intensamente y se arrodilló a su lado--. Esa es la verdad, Sandi. Yo nunca he sido un santo ni he pretendido serlo. ¿Pero Monique? No.
-Entiendo.
Sandi creía en sus palabras, y también sabía que Jacques no era el tipo de hombre que pudiera relacionarse con dos mujeres a la vez, pero... ella no podía relacionarse con él. No podía resignarse a ser una más en su larga lista de conquistas. Un día se cansaría de ella, y entonces...
-¿Entiendo? ¿Eso es lo único que me vas a decir?¿Eso no te afecta de ninguna manera?
-Jacques...
-No; basta ya de «Jacques esto... Jacques lo otro...» -le dijo bruscamente, levantándose otra vez para mirarla con ojos brillantes-. Siempre que me llamas por mi nombre es para distanciarte de mí. Es cierto que esperé demasiado de ti cuando te conté lo de Jacqueline; lo reconozco. Me sentí como si estuviera dando una información privilegiada, lo que desde luego fue una gran presunción por mi parte. Tú no me pediste que te lo dijera, sino que yo decidí contártelo... y el hecho de que eso no significara diferencia alguna en la manera en que me tratabas, no fue culpa tuya. Me comporté como un niño mimado; estaba tan pendiente sólo de mis propios sentimientos que... no pensé en ti. Admito que me equivoqué, pero no dejaré que vuelvas a encerrarte en ti misma, Sandi, lo quieras o no. Yo te atraigo, lo sé, y eso es un comienzo.
-No puedo permitirme sentirme atraída por ti. Lo siento -declaró entristecida.
-Sí puedes. Por mucho que amaras a tu marido, por mucho que lo eches de menos, él no está aquí y yo sí había pronunciado esas palabras de manera brutal, para conseguir que reaccionara, pero se quedó confundido al ver que no era así-. Te amo, Sandi. He luchado contra ello, me he dicho a mí mismo que era una locura comprometerme emocionalmente con otra mujer después de lo de Jacqueline. Pero no es un problema de la mente, sino del corazón, contra el cual no puedo hacer nada. No quería decírtelo, pero debo hacerlo y no permitiré que vuelvas a enterrarte en vida, como has hecho durante estos tres años. Tal vez nunca llegues asentir por mí lo que yo siento por ti, pero al menos podré hacerte revivir de nuevo.
Sandi se dijo que Jacques no lo sabía, pero la estaba matando. Realmente la estaba matando. Era el último clavo en su ataúd. Acababa de destruir sus últimas resistencias con dos sencillas palabras: «te amo».
-No digas esas cosas, Jacques...
-¿Por qué? ¿Porque no crees que te esté diciendo la verdad? -le preguntó suavemente-. ¿Es eso? Pero yo te amo, Sandi. Lo que siento por ti me convierte en alguien vulnerable, expuesto a resultar herido, pero no puedo evitarlo. No amé a Jacqueline como a ti y nunca volveré a amar tanto a nadie. Eres el amor de mi vida...
-¡No! -gritó Sandi, sin poder contenerse. La estaban ofreciendo el cielo y no tenía el coraje de aceptarlo. Ella no podía hacer lo que Jacques había hecho y abrirse tan completamente a otro ser humano.
-Quiero casarme contigo, Sandi, quiero comprometerme contigo -continuó Jacques, implacable, intuyendo que estaba a punto de ceder-. Quiero compartir mis días y mis noches contigo, tener hijos contigo...
-Nunca volveré a casarme -declaró, con un nudo en el estómago-. Nunca.
-¿Tanto lo amabas?
Había tanto dolor en su voz, que Sandi se quedó profundamente conmovida.
-¿Que si lo amaba? Lo odiaba, lo aborrecía -le confesó, angustiada-. Era un verdadero monstruo salido del infierno. y empezó a hablar, a contárselo todo, con los ojos cerrados con fuerza y la voz llena de tanto dolor y humillación, que en un determinado momento Jacques la abrazó emocionado, apretándola contra su pecho. -No -se liberó con una firmeza tan tranquila que él no supo cómo reaccionar-. Debes oírlo todo -y así fue, desde la primera a la última palabra, hasta que Sandi se desahogó por completo--. Y yo te amo, Jacques. Quiero que lo sepas -le dijo con absoluta rotundidad, con total carencia de emoción-. Nunca amé realmente a Ian... ni siquiera supe quién era realmente... pero te amo a ti. Y porque te amo... quiero que me olvides, que encuentres a otra mujer que pueda ser lo que quieres que sea. Jacques se quedó inmóvil, rígido, y las palabras de Sandi colgaron pesadamente en el aire, en medio del denso silencio que siguió.
Cuando Sandi lo miró a la cara, pudo ver cómo delante de sus ojos, Jacques parecía convertirse en un extraño... un extraño furioso, enloquecido, con ojos que despedían llamas.
-¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a decirme que debería buscarme a otra mujer? -murmuró entre dientes, y Sandi retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared-. ¿Qué crees que es lo que siento por ti? ¿Algo que se pueda olvidar fácilmente? Te amo, maldita sea. Quiero casarme contigo; quiero tener hijos y quiero que tú seas su madre. No puedo cambiar lo que te hizo Ian; no puedo hacer desaparecer las cicatrices que te dejó; todo lo que puedo prometerte es que yo no seré como él. Que te amaré, te cuidaré, te protegeré durante todos los días de mi vida. ¿Me crees, Sandi?
Se sentía paralizada por la violenta emoción que veía en su rostro; era incapaz de moverse, de responder a sus preguntas.
-¿Me crees, Sandi? -inquirió con un tono más suave, más tranquilo, pero con la misma determinación-. ¿ Crees en mi amor, crees que puedes confiar en mí?
-No... -respondió, gimiendo de dolor y angustia-. No puedo. No puedo... ¿no te das cuenta? jNo sé si alguna vez seré capaz de decir eso! No puedo ser lo que tú quieres que sea; es demasiado tarde para eso. Quiero confiar en ti, creer que siempre estaremos juntos, pero no puedo... sentirlo aquí dentro --empezó a golpearse el pecho con los puños hasta que Jacques la detuvo, atrayéndola hacia sí para reconfortarla.
-Tranquila, tranquila. Estás demasiado cansada para hablar más... ya está bien. No llores más.
Hasta que él habló, Sandi no se dio cuenta de que estaba sollozando. Y se sentía demasiado débil para resistirse cuando Jacques la levantó en brazos para subir por la escalera; con la cabeza apoyada contra su cálido pecho, al fin pudo relajarse un poco.
No quería perderlo. Ese era su único pensamiento mientras Jacques entraba en un precioso dormitorio y la depositaba suavemente sobre la cama de dosel. No quería perderlo, pero así tenía que ser. Sin embargo, aún podrían disfrutar de una noche juntos una sola noche
que le durase toda la vida no sería pedir demasiado. Cuando él ya se volvía para marcharse, Sandi le tomó una mano para pedirle con voz temblorosa:
-No te vayas, Jacques. Por favor, no te vayas. -Tranquila; todo saldrá bien -se apresuró a con solarla mientras se sentaba en la cama, a su lado, acariciándole con ternura el rostro húmedo por las lágrimas. Pero Sandi no quería su cariño paternal; lo deseaba. Lo necesitaba. Aunque sólo fuera una sola vez.
-Hazme el amor.
-¿Qué? -inquirió sorprendido.
-Te deseo, Jacques -lo atrajo hacia sí, besándolo en los labios antes de que pudiera protestar-. Te amo. Yo...
Por un momento Sandi pensó que iba a resistirse, pero luego Jacques reaccionó con un deseo tan urgente y desesperado que a ella misma la sorprendió. Sus caricias y sus besos eran frenéticos, violentos, mientras la despojaba de la blusa para deslizar los labios por su piel desnuda, ardiente. No tardó en tumbarse a su lado sin dejar de besarla, murmurando palabras de amor.
-Eres maravillosa, increíble...
Jacques estaba a punto de perder el control, y Sandi ansiaba que la tomara... quería fundirse con su cuerpo en aquella gloriosa noche.
-Te amo... -murmuró su nombre, disfrutando de la caricia de sus labios sobre sus senos desnudos-. Quiero poder recordar esto durante toda mi vida.
Pero nada más pronunciar aquellas palabras sintió cómo Jacques se tensaba súbitamente, quedándose inmóvil, rígido.
-¿Toda tu vida? -se incorporó sobre un codo, con el cuerpo temblando todavía por la fuerza del deseo-. ¿Por qué toda tu vida, Sandi? Habrá muchas más noches y días que compartiremos...
Fue entonces cuando Sandi comprendió que él había malinterpretado sus palabras cuando le pidió que le hiciera el amor. Había pensado...
-¿Creías que iba conformarme sólo con esta noche? ¿Que esto sería algo parecido a un regalo de despedida? -inquirió Jacques, tenso, luchando por dominarse-. No, Sandi; sácate eso de la cabeza. Voy a tenerte por entero... voy a tener tu corazón, tu alma y tu cuerpo; ya puedes ir haciéndote a la idea. No me importa cuánto tenga que esperar pero al final serás mía, y te casarás conmigo. No eres un amor transitorio, una aventura de la que después pueda olvidarme fácilmente, y tampoco yo seré eso para ti. No lo permitiré. No me dejarás reducido a eso. Ahora, duérmete.
Sandi no podía dar crédito a sus palabras. ¡No podía dejarla ahora, marchándose tranquilamente de la habitación!
-Jacques...
-He dicho que te duermas, Sandi.
-Me marcharé por la mañana -sus palabras fueron tanto una súplica como una advertencia-. Lo digo en serio, Jacques. Me volveré a Nueva York, a la vida que he escogido. Es lo único que puedo hacer... tienes que comprenderlo. Yo no te haría ningún bien... destruiría todo lo que podríamos tener
-¿Ya has terminado? -le preguntó Jacques con una actitud fría y distante.
-Sí, ya he terminado -se sentó en la cama, cubriéndose con la sábana.
Sabía que ella nunca podría ser el tipo de esposa que Jacques quería, por mucho que lo ansiara. ¿Cómo podría serlo cuando la misma base de su amor por él estaba marcada por su falta de confianza? Sería como un cáncer que los devoraría a los dos...
Y Sandi no se prestaría a fingimientos; no podría hacerlo. Jacques se merecía lo mejor y ella no lo era; era así de sencillo. Algo se había desgarrado en su interior cuando Ian la traicionó, algo tierno y vital, cálido y mágico. Lo había perdido, y aunque lo había buscado, sobre todo durante las últimas semanas, seguía sin recuperarlo. No podía confiar en Jacques.
-Buenas noches, Sandi.
La puerta se cerró a su espalda y Sandi volvió a tumbarse en la gran cama, temblando de manera incontrolable. Aquello era el fin. Al día siguiente saldría para siempre de la vida de Jacques. Porque así tenía que ser.
Capítulo 10
Tu vuelo sale a mediodía, ¿verdad? -le preguntó Jacques.
La noche anterior, Sandi había oído el timbre del teléfono, pero había sido incapaz de averiguar quién llamaba, yeso que se había levantado de la cama para acercarse a la puerta y escuchar la conversación que Jacques había mantenido desde el receptor del salón.
-Sí, pero necesito volver a tiempo al castillo para hacer la maleta y despedirme de todos.
Se hallaban sentados en el patio, desayunando. Al principio, Sandi había sido incapaz de probar bocado, pero el orgullo había acudido en su ayuda y había terminado por comer algo.
-Es comprensible.
Sandi no entendía el comportamiento de Jacques, tan tranquilo y relajado después de lo ocurrido la víspera.
-Tengo que hacer un par de llamadas -añadió él-, y luego podremos marcharnos -se levantó de la silla-. ¿Me esperarás aquí?
-Sí -su voz era apagada, aletargada, pero así era como se sentía. No había dormido más de media hora en toda la noche, y solamente cuando ya despuntaba el amanecer. Se sentía cansada y abatida. A pesar de que había intentado arreglarse un poco, estaba muy pálida y tenía los ojos hinchados de tanto llorar.
Jacques, por el contrario, parecía la viva imagen de la salud. Recién afeitado, con el cabello húmedo de la ducha, los ojos brillantes y una sonrisa en los labios. A Sandi le entraban ganas de pegarlo... y también de besarlo, y de...
«Detente», se dijo a sí misma firmemente cuando el corazón empezó a latirle acelerado, ante el pensamiento de que no volvería a verlo otra vez. No debía pensar, ni tampoco sentir. Sólo tenía que soportar aquel día lo mejor que pudiera y luego sacar fuerzas. De dónde, no lo sabía. El resto de su vida a partir de ese momento se le presentaba como una inacabable pesadilla. Si Jacques no le hubiera dicho que la amaba, que quería casarse con ella, Sandi podría haber intentado fingir que sólo se había tratado de una atracción física. Pero ahora...
-Ya estoy listo. ¿Nos vamos? -Jacques reapareció en el patio, sonriente, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
-Sí -Sandi se levantó bruscamente, intentando recuperar su dignidad a toda costa, y lo siguió con la cabeza alta.
Una vez que Jacques se sentó al volante, adoptó su actitud remota y distante de costumbre, volviéndose a poner la fría máscara de indiferencia que había llevado durante toda la mañana. En cuanto a Sandi, pasó la primera media hora sentada en silencio en el coche, sumida en tristes pensamientos. Pensó que Jacques al fin se había dado por vencido; había renunciado. Y ella debería sentirse contenta por eso. De hecho, intentó convencerse de que así era como se sentía.
Sólo hubiera deseado que Jacques no se hubiera acostumbrado tan rápidamente, con tanta facilidad, a la idea de perderla. Cerró los ojos al darse cuenta de lo injusto de sus pensamientos. ¿Qué le estaba sucediendo? Jacques la había pedido en matrimonio y ella lo había rechazado... varias veces. ¿Qué esperaba todavía? El ya le había dicho una vez antes que no era el tipo de hombre que se rompiera la cabeza contra un muro, y Sandi no podía culparlo por ello.
-¿Jacques? -llevaban media hora de viaje, y Sandi recordó que ya la había engañado una vez, llevándola a su casa en vez de al castillo-. ¿A dónde vamos?
-¿ Que a dónde vamos? -inquirió él, lanzándole una rápida mirada.
En ese momento, Sandi comprendió que sus sospechas eran acertadas; no se dirigían al castillo. Miró ansiosa por la ventanilla antes de volverse para mirarlo.
-Sí, ¿a dónde vamos? -le preguntó, alzando la voz-. Este no es el camino.
-Es el camino hacia donde quiero ir -declaró Jacques con tono suave-. Nos dirigimos a Soane et Loire; ¿contenta?
-Por supuesto que no estoy contenta -repuso con tensión-. Porque sabes muy bien que no tengo ni la menor idea de dónde está eso.
-En Borgoña, ¿de acuerdo?
-No, no «de acuerdo» -no podía creerlo; sencillamente no podía creerlo-. ¿Qué pasa con mi avión?
-¿Qué avión? -inquirió Jacques con falso tono inocente.
-El único que se suponía que iba a tomar hoy.
-Le dije a Ann que cancelara el vuelo cuando me llamó la noche anterior -respondió con frialdad-. Al mismo tiempo me encargué de que te llevaran la maleta a mi casa justo después de desayunar. Pensé que podríamos desperdiciar el tiempo que estemos juntos si no podías sentirte cómoda sin tus cosas...
-¿El tiempo que estemos juntos? No puedes... -se interrumpió bruscamente-. Esto es una locura, Jacques. ¿Qué vas a hacer? ¿Guardarme como prisionera en algún sitio hasta que consigas lo que quieres?
-Exactamente -ya no había ninguna diversión en su tono de voz-. Durante todo el tiempo que pueda, amor mío.
-No me lo puedo creer -Sandi cerró los ojos, apoyándose en el respaldo del asiento-. No puedo creer que esto me esté sucediendo a mí...
Jacques no dijo nada, concentrado como estaba en la carretera.
-¿Qué hay en Soane et Loire? -se decidió a preguntar ella.
-Comida.
-¿Comida? Entonces, ¿a dónde nos dirigimos? ¿Cuál es nuestro destino final?
-Una pequeña cabaña que tienen mis padres en las montañas -respondió Jacques con tono calmo-. Allí era donde estábamos cuando Emile... -se interrumpió bruscamente-. Es nuestro refugio, nuestro lugar de retiro -continuó con tono suave-. Nada de teléfonos ni de televisión... El mismo cielo, vamos.
-¿ y dónde está exactamente situado ese cielo?
-En Saboya, en los Alpes franceses.
Sandi cerró los ojos y no dijo nada. No había nada que decir, a fin de cuentas.
Comieron en el restaurante de un lujoso hotel situado cerca de una iglesia románica, detrás de la cual podían contemplar un majestuoso paisaje de montañas y bosques.
La tensión de las últimas semanas, el insomnio de la noche anterior y el empecinamiento de Jacques por tenerla a su lado habían terminado por convertir a Sandi en una especie de autómata, que hablaba y obedecía sin rechistar. Estaba mental, física y emocionalmente agotada, y Jacques lo sabía; mientras salían del restaurante para dirigirse hacia el coche, la había mirado un par de veces con expresión preocupada.
Siguieron camino por una carretera que ascendía entre montañas, desde la que podían contemplar las ruinas de un aran monasterio. En un determinado momento, Jacques le reclinó el asiento recomendándola que descansase.
-Duérmete, anda. Todavía nos queda bastante para llegar a Saboya... primero tenemos que cruzar Borgoña,
y luego el Rin... y tienes muy mal aspecto.
En cuestión de segundos, Sandi se quedó profundamente dormida. Cuando volvió a abrir los ojos, la tarde estaba cayendo y se acercaban a Saboya. El paisaje era maravilloso y el aire fresco entraba en el coche a raudales, por las ventanillas abiertas.
-Creo... que me he quedado dormida –murmuró mientras se esforzaba por despertarse del todo.
-Como un tronco... si no fuera porque los troncos no roncan -Jacques la miró con una irónica sonrisa.
-Yo no ronco -declaró enfática para diversión de Jacques. Oyendo su risa, la asaltó una sensación de pánico. Aquella situación era demasiado agradable, demasiado acogedora... y no debía pensar que... -.No puedes tenerme encerrada en esa cabaña para siempre, Jacques, y debes saber que no es posible que podamos mantener una relación permanente -se apresuró a decir.
-¿Debo saberlo? -inquirió con tono indiferente.
-Hablo en serio. Todo esto es...
-¿Ridículo? -sugirió Jacques-. Esa es la palabra que normalmente utilizas, ¿no?
-Sí, es ridículo -afirmó tensa-. Todo esto es ridículo. Nosotros somos ridículos...
-No -Jacques aminoró la velocidad y aparcó en la cuneta, desde donde se divisaba una pequeña aldea con altas montañas cubiertas de nieve como telón de fondo-. Nosotros no. La situación tal vez... pero eso es culpa tuya, no mía.
Su tono era furioso, y Sandi se dio cuenta por primera vez en ese día de que la actitud distante y remota que había adoptado durante todo aquel día sólo era aparente. -Vas a quedarte en la cabaña conmigo, Sandi, y me vas a hablar, maldita sea. No voy a hacerte el amor. Por mucho placer que eso nos diera a los dos, ahora mismo significaría confundir las cosas... y tenemos el resto de nuestras vidas para disfrutar...
-Jacques...
-Así que vamos a hablar... a hablar de verdad. Vas a abrir esa pequeña caja de Pandora que ocultas en tu corazón y me vas a comunicar tus miedos, tus angustias, tus sentimientos de dolor y humillación... Lo quiero todo, para que pueda verlo y enfrentarme a ello, y tú puedas curarte. Yo no soy Ian, Sandi, pero tampoco soy un adivinador del pensamiento, y no podré ayudarte hasta que te comuniques verdaderamente conmigo.
-Yo no quiero que me ayudes -protestó con los ojos llenos de lágrimas.
-Pues lo haré de todas formas -replicó Jacques con voz ronca-. Porque no puedo soportar el pensamiento de dejarte escapar ahora que ya te he encontrado. Te amo, Sandi; te necesito. Lo mínimo que puedes hacer por mí, si dices que me amas, es hablar conmigo.
-¿Y si eso no cambia nada? -le preguntó con voz quebrada por la emoción-. ¿Y si sigo sin poder confiar en ti, sin casarme contigo? ¿Qué pasará entonces?
-Lo harás -le lanzó una mirada llena de amor y ternura-. No puedo creer que nos hayamos encontrado sólo para tener que renunciar antes de empezar.
-Jacques...
-Basta de palabras por el momento. Iremos a la cabaña, cenaremos y dormiremos. Mañana será un nuevo día.
Y al día siguiente, cuando Sandi se despertó en la preciosa cabaña y salió a la balconada de madera, desde donde podía contemplar las cristalinas aguas de un lago cercano en medio de una absoluta serenidad, recordó las palabras de Jacques. La cuestión era si tendría la suficiente valentía para hablar sinceramente con él.
Fue entonces cuando empezó un tiempo agridulce, inquietante, doloroso y mágico a la vez. Un tiempo de largos paseos de la mano con Jacques por los prados de los Alpes, de nadar en el lago en días calurosos, de montar a caballo por las montañas, de pasar las tardes en la veranda de la cabaña admirando el paisaje.
Y en todo momento, Jacques se atuvo a la palabra que le había dado. Más allá de tomarla de la mano no hubo ningún contacto corporal. Y lenta, muy lentamente, Sandi empezó a contarle sus problemas.
Fue una experiencia traumática, y había veces en que Sandi montaba en cólera y le gritaba, pero... todo aquello la ayudaba más de lo que nunca había creído posible.
Y Jacques seguía guardando las distancias con ella.
Hacía tiempo que Sandi había dejado de preocuparse por su trabajo, pero todo aquello parecía pertenecer a otro mundo, a otro universo. Pero aún así, todavía no podía pronunciar las palabras sinceras que Jacques tanto deseaba escuchar. Seguía conteniéndose en su interior, guardándose cosas para sí misma, y como ya llevaba una semana allí, ya empezaba a convencerse de que nunca iba a ser capaz de abrirse por completo a él.
-¿Te lo estás pasando bien? -le preguntó Jacques con tono perezoso, mirándola con los ojos entrecerrados.
-Claro que sí -respondió sonriente.
Habían decidido hacer una excursión a un valle particularmente encantador que conocía Jacques, accesible sólo a lomos de caballo, y en ese momento avanzaban cuidadosamente por un sendero de montaña con profundos barrancos a ambos lados. Por el camino, Sandi iba pensando que nunca podría llegar a sincerarse del todo con Jacques. No podía cambiar. Nunca podría volver a casarse otra vez.
Y entonces sucedió. De repente, una pequeña serpiente apareció en el sendero delante de ellos, y los caballos se asustaron. Sandi fue derribada por el suyo y cayó al barranco, aterrada; rodó unos metros por la pendiente hasta que consiguió agarrarse a un pequeño arbusto, llamando a gritos a Jacques.
-¡Sandi! -Jacques se asomó de inmediato al borde, y cerró los ojos por un segundo al verla suspendida en el vacío, agarrada al arbusto-. Gracias a Dios. Quédate quieta. Ahora bajo.
-No puedes bajar por aquí... te caerás, te matarás-sollozaba de terror.
-Voy a bajar. Espera un momento -y empezó a descender con precaución, agarrándose a las rocas.
-Vuelve, Jacques; por favor, vuelve. Los dos nos vamos a matar. Puedes ir a buscar ayuda...
-No aguantarías tanto tiempo.
Sandi sabía que tenía razón, pero el pensamiento de perderlo le resultaba insoportable.
-Ahora -añadió él-, mantente tranquila y haz exactamente lo que yo te diga.
-Jacques, el arbusto está empezando a ceder -gritó aterrada, pero de inmediato Jacques la agarró firme
mente de la mano que tenía libre.
-Vamos. Suelta el arbusto, Sandi, y te subiré.
-No puedo -estaba sollozando de miedo, y el dolor que laceraba sus manos, así como la perspectiva de subir la pendiente agarrándose solamente a las rocas, la aterrorizaba aún más.
-Dame la otra mano -le dijo Jacques con tono firme y suave-. Agárrate a mí, Sandi.
-No puedo... no puedo soltarme... -gritó.
-Vamos, Sandi.
-¡No puedo! -nunca en toda su vida había sentido tanto miedo. Estaba completamente ofuscada, fuera de sí-. Déjame, sálvate tú es una estupidez que muramos los dos.
-Yo no puedo vivir sin ti, Sandi -le dijo con un tono aparentemente falto de emoción, en contraste con sus sollozos-. Te amo y tú me amas a mí. En la vida, así como en la muerte, quiero estar contigo. Puedo hacer que los dos salgamos de esto si confías en mí, Sandi. ¿Confías? ¿Confías en mí?
Tenía el rostro bañado en lágrimas y estaba tan alterada que todo aquello le parecía irreal, pero el contacto de su mano agarrándola de la muñeca desmentía esa engañosa sensación. Aquello era el final, el último desafío, y en ese instante se preguntó cómo podía haber dudado durante tanto tiempo, porque la solución estaba muy clara.
-Sí... -murmuró débilmente y suspiró mientras soltaba el arbusto, decidida-. Sí, confío en ti, Jacques. Confío en ti plenamente.
Para cuando llegaron al sendero, los dos estaban cubiertos de polvo y sudor, y tenían sangre en las manos. Durante unos segundos permanecieron abrazados, sin moverse y sin hablar. Luego Jacques se apartó sonriendo, mirándola con ternura.
-Le dije a Ann que iba a lograr que confiaras en mí a cualquier precio- murmuró con suavidad- De ahora en adelante, ¿podrás recordarme que tenga cuidado con lo que digo?
-Oh, Jacques. Te amo. Te amo tanto...-pronunció con voz temblorosa.
-¿Y confías en mí?
-Y confío en ti- le prometió
-¿Y te casarás conmigo?- murmuro Jacques contra sus labios.
-Mañana mismo, si quieres.
-No sé si podré esperar tanto tiempo- repuso con alegría-. Oh, amor mío....Vas a ser la mujer más querida y amada del mundo, ¿lo sabías?
-Sí...- respondió riendo, libre al fin de todo el dolor y la amargura que había acumulado durante tanto tiempo, feliz de que sus caminos se hubieran juntando para siempre. Para toda la eternidad.
FIN