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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
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  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
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  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    RELOJES:
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    ESTILOS:
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    Ocultar Reloj

    ( RF ) ( R ) ( F )
    No Ocultar
    Ocultar Reloj - 2

    (RF) (R) (F)
    (D1) (D12)
    (HM) (HMS) (HMSF)
    (HMF) (HD1MD2S) (HD1MD2SF)
    (HD1M) (HD1MF) (HD1MD2SF)
    No Ocultar
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    Fijar "Guardar Imágenes"
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    P
    S1
    S2
    S3
    B1
    B2
    B3
    B4
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    B7
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    B18
    B19
    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
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    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    EL CAMPAMENTO (Poul Anderson)

    Publicado en julio 18, 2010
    Título original: Wildcat © 1958 By Mercury Press.

    Llovía otra vez. Era una lluvia caliente y pesada que caía de un cielo oscuro, y el aire olía a ciénaga. Herries sólo veía las torres de los pozos a un kilómetro de distancia, a la luz resplandeciente de los proyectores, y sólo oía el murmullo de las bombas. Más allá gritó un brontosaurio, y un trueno cruzó la noche.
    Las botas de Herries resonaron en el muelle de madera. Tenía las ropas empapadas de sudor, bajo el impermeable, y la lluvia le chorreaba del sombrero y le entraba en el cuello. Lanzó una maldición con una voz cansada y entró en la pasarela.
    La luz de la cabina se filtraba entre las tablas empapadas. Herries vio el cuello retorcido justo a tiempo, cuando se doblaba sobre la baranda y caía sobre él. Dio un salto atrás, buscando la carabina Magnum que le colgaba del hombro. El plesiosaurio siseó monstruosamente y sus aletas golpearon el agua, como cañonazos.
    Herries se llevó el rifle al hombro y disparó. El largo cuello recibió la bala —en alguna parte— y la bestia aulló roncamente lastimándole los oídos a Herries.
    En el embarcadero resonaron unas pisadas. Dos guardias llegaron junto a Herries y dispararon sus armas en el agua oscura. La puerta de la cabina se abrió de amarillo se recortó una figura con un rifle automático que tartamudeó como un idiota.
    —¡Basta! —chilló Herries—. Suficiente. ¡Alto el fuego!
    Durante unos instantes sólo se oyó la grave voz de la lluvia. Luego el brontosaurio mugió otra vez, lejos, y algo se agitó y gruñó en el agua.
    —Se fue —dijo Herries—. O más probablemente sus colegas están dejándolo en los huesos. Huele a sangre. —Sintió que crecía en él una ira sorda, se volvió y tomó por la solapa al guardia más próximo—. ¿Cuántas veces les dije que cerca de cada pasarela tiene que haber un hombre con granadas?
    —Sí, señor. Lo siento, señor. —Herries era un hombre corpulento, y el otro alzó hacia él una cara asustada, blanca a la pálida luz eléctrica—. Sólo había ido a...
    —Su puesto está aquí —dijo Herries—. Nuestra presencia los atrae, y usted ya debía saberlo. Se han llevado dos hombres de este puente. Casi se llevan a otro esta noche... a mí. Tan pronto como sospeche algo, tira una granada al agua, ¿entiende? Otro error igual y está despedido... No. —Herries se interrumpió, sonriendo sin humor—. Eso no sería un castigo, ¿no es cierto? Una semana a pan seco.
    —Oiga, señor Herries —intervino el otro guardia—. Tenemos nuestros derechos. El sindicato...
    —Su preciado sindicato está a un millón de años en el futuro —ladró el ingeniero—. El trabajo es peligroso, estamos bajo la ley marcial, y puedo castigar a cualquiera que se salga de la línea. Muy bien, recuérdenlo.
    Se volvió y caminó pesadamente por el tablón hacia la cubierta de la barcaza. La excitación había terminado y habían cerrado otra vez la puerta de la cabina. Herries entró despojándose del impermeable.
    Cuatro hombres jugaban al póquer bajo una lámpara desnuda. En el brumoso aire del cuarto, pequeño y desordenado, flotaba humo de tabaco y niebla jurásica. Un quinto hombre estaba tirado en uno de los camastros, leyendo. Las paredes brillaban con coloreadas fotografías de mujeres.
    Olson barajó los naipes alzando los ojos.
    —Pronto es mi turno, jefe —dijo con una voz indiferente—. ¿Quiere sentarse?
    —No ahora —dijo Herries. Sentía que el cansancio le distendía la cara, grande y cuadrada—. Estoy agotado —saludó con un movimiento de cabeza a Carver que había vuelto de un viaje de exploración al norte—. Perdimos otra torre hoy.
    —¿En? —dijo Carver— ¿Qué ocurrió esta vez?
    —Parece que es la época de celo. —Herries encontró una silla, se sentó, y empezó a sacarse las botas—. Cómo distinguen entre una estación y otra, no lo sé; por la duración del día quizá. Pero de cualquier modo los brontosaurios ya no nos tienen miedo. Están volviéndose locos. Galopan alrededor derribando cercas electrizadas y todo lo que encuentran. Han aplastado tres aparejos hasta hoy, y un hombre.
    Carver alzó una ceja en aquella cara achocolatada que era casi una broma de mal gusto; los negros tenían aquí mejor aspecto que los otros. Un hombre blanco podía pasarse la vida entera al aire libre sin perder su color de masilla.
    —¿No han tratado de dispararles? —preguntó.
    —¿Alguna vez intentó matar un brontosaurio con un rifle? —gruñó Herries—. Podemos estropearlos un poco con una ametralladora calibre 50 o una bazuka, lo suficiente como para que decidan alejarse. Pero como son menos inteligentes que una gallina siguen en cualquier dirección, haciendo el mismo alboroto, y los mismos estragos. —La bota izquierda de Herries golpeó apagadamente el suelo—. He pedido un par de obuses atómicos, pero no hay aún autorización. ¡Autorización! —Herries hablaba con furia ahora—, ¡Quinientos seres humanos metidos en este mundo de pesadilla y hay que esperar autorización!
    Olson empezó a dar cartas. Polansky le lanzó al hombre del camastro una ojeada fría.
    —Usted es la clave, Symonds —dijo—. ¿Por qué diablos no les habla a los de la Compañía Petrolera Transtemporal?
    —Tonterías —dijo Carver—. El benevolente y sabio gobierno de los Estados Unidos es lo que cuenta. ¿Qué dice, Symonds?
    Nunca lograban alterarlo a Symonds; la cinta grabadora humana; el registro de la última línea oficial. Symonds dejó el libro a un lado y se sentó en el camastro. Herries notó que el volumen era de Marcus Aurelius, en latín.
    Symonds miró a Carver a través de sus anteojos de armazón de acero y dijo en un tono fatigado:
    —Soy sólo oficial de control y supervisor de abastecimientos. El señor Herries es el responsable de las operaciones.
    Era un hombre pequeño y encogido, de fino pelo grisáceo sobre una delgada cara grisácea. Aun aquí llevaba corbata y camisa de cuello duro. Una de las cosas más insoportables en él era la larga nariz, que se le movía cada vez que hablaba.
    —¡Responsable! —Herries le disparó al piso un hábil escupitajo—. Sí, dirijo las exploraciones y perforaciones, y hasta la cocina. ¿Pero quien maneja los papeles, los informes y recibos y pedidos? Usted. —Dejó caer la bota derecha—. No sé de que vale el título de jefe si no puedo defender a mis hombres.
    Algo golpeó la barcaza del supervisor. El casco se estremeció y las tablas chillaron. Como no hubo ningún grito de alerta de las guardias, Herries ignoró el asunto. Alguna bestia acuática gigante. Y excepto los plesiosaurios y los torpes e inocentes brontos, los grandes dinosaurios encontrados hasta ahora no eran muy peligrosos. Podían ponerle un pie encima a uno, distraídamente, pero eran casi todos pacíficos, y uno podía escaparse de los que no lo eran. Los culpables de la mayoría de las pérdidas eran los pequeños carnívoros, del tamaño de un hombre, de cráneos espinosos, que aparecían de pronto detrás de un matorral o un terraplén. Tenían una vida de reptiles, casi sin centro vital; aun mortalmente heridos por un rifle de caza mayor o una granada seguían luchando durante horas. Eran el motivo que obligaba a los hombres a dormir en estas barcazas amarradas a la costa cenagosa, a lo largo del golfo que un día sería Oklahoma.
    Symonds habló con su tensa vocecita.
    —Mandé su recomendación, por supuesto. La oficina de proyectos se la pasó a ellos.
    —Seguro que sí —murmuró el joven Greenstein irreverentemente.
    —Por favor, no me acusen —insistió Symonds.
    No sé. Herries lo miró fijamente. Symonds estaba de algún modo adentro. Era obvio. Un simple empleado no sería llamado a Washington para conferencias no especificadas, con gente no especificada, tan a menudo como Symonds. ¿Pero qué era entonces? ¿Un pariente favorecido? No... A pesar de los altos sueldos, la operación no era un regalo político.
    ¿FBI? Difícil. Los servicios de seguridad estaban todos ocupados en el futuro. ¿Un alquilón de la burocracia? Era lo más probable. Symonds estaba aquí para cuidar de que se extrajera el petróleo y que se mantuviesen alejados a los dinosaurios, y que la selva espantosamente fecunda no traspasara la cerca de acuerdo con la ultima coma de las últimas instrucciones de la oficina central.
    —Ya se les explicó oficialmente —continuó el hombrecito— ellos necesitan las armas más pesadas. La situación internacional es crítica. Pueden dar gracias de encontrarse a salvo en el pasado.
    —Calor, lagartos de tamaño económico, y ni una mujer en cien millones de años —gruñó Olson—. Preferiría saltar en pedazos. ¿A quién le toca jugar?
    —A ti —dijo Polansky—. Dame dos cartas, y que sean buenas.
    Herries se desnudó descubriendo un cuerpo ancho y velludo, fue hacia el fondo de la cabina y se metió en el cubículo de la ducha. Dejó la puerta abierta, para oír la conversación. Un jefe era siempre un hombre solitario. Quizá hubiera debido casarse, cuando había tenido la oportunidad. Pero entonces no estaría aquí. Excepto Symonds, que era viudo, y en todo caso más del gobierno que de la compañía, los hombres de la Transtemporal eran todos jóvenes solteros.
    —Es bastante cómico eso de hablar de la situación internacional —señaló Carver—. Diablos, no habrá situación internacional durante varios períodos geológicos.
    —El efecto de inercia hace que la simultaneidad sea un concepto aproximadamente válido —declaro Symonds pedantemente. Su costumbre de dictar clase a hombres de ciencia e ingenieros no le habían ganado muchas simpatías—. Si pasamos un año en el pasado cuando volvemos a nuestro tiempo de origen ha transcurrido también un año. El proyector principal opera sólo en el punto de su propia existencia que...
    —Oh, por favor —dijo Greenstein. Yo también leí el manual de instrucciones—. Esperó a que todos tuviesen cartas, adelantó algunas fichas, y añadió: —Me hubiese gustado pasar mi tiempo un poco más cerca, digamos con Cleopatra.
    —Imposible —dijo Symonds—. Otra vez el efecto de inercia. Para enviar un cuerpo al pasado, el proyector ha de acumular tanta energía que la mínima distancia-tiempo que puede cubrir es precisamente la que hemos cubierto nosotros: cien millones trescientos veintisiete mil etcétera de años.
    —¿Pero por qué no saltar al futuro? No hay atascamiento de entropía en esa dirección. Es decir, supongamos que haya efecto de inercia ahí también, pero tendría que ser mucho más reducido, así que uno podría ir al futuro...
    —...en saltos de cien años según el manual —adelantó Polansky.
    —¿Por qué no van a mirar al siglo veintiuno? —preguntó Greenstein.
    —Entiendo que eso es información secreta —dijo Symonds en un tono que parecía implicar que Greenstein había proferido alguna inimaginable obscenidad.
    Herries sacó la cabeza de la ducha.
    —Claro que es información secreta —dijo—. La rueda también lo sería, si pudiesen. Pero usen la cabeza y verán que el viaje al futuro no es práctico. Supongan que saltan cien años adelante. ¿Cómo vuelven para contar lo que han visto? El proyector los llevará cien millones de años atrás, menos el tiempo que han ido hacia adelante.
    Symonds se hundió de nuevo en su libro. De algún modo daba la impresión de que se había quedado tieso de asombro al descubrir que los hombres seguían pensando luego que él pronunciara la frase tabú.
    —Ah... sí, ya entiendo —asintió Greenstein.
    Lo habían reclutado un mes atrás para reemplazar a un hombre que se había ahogado en una ciénaga oculta, cubierta de hierbas. Antes de eso, como casi todos los habitantes del mundo, no había imaginado que existiesen los viajes por el tiempo. Luego había estado muy ocupado, y no había podido estudiar las posibles implicaciones.
    Para Herries era una vieja y gastada historia.
    —Oí decir que enviaron una expedición cien millones de años adelante, para que pudiese volver a la misma semana de la partida —dijo—. No me pregunten qué descubrieron. Clasificación: secreto máximo. Informe destruido antes de ser leído.
    —Bueno —dijo Polansky—, he estado pensando, también. ¿Por qué estamos aquí? Quiero decir, el petróleo es necesario para la defensa y todo eso, pero me parece que sería más cómodo para el ejército venir al pasado, cruzar el océano e instalarse donde van a estar las naciones enemigas. Luego reapareceríamos apuntándoles con un fusil a las cabezas.
    —Buena teoría —dijo Herries—. Yo también lo soñé algunas veces. Pero sólo hay un proyector principal. Y para construirlo se necesitaron casi todas las reservas mundiales de ciertos minerales raros. En fin, su capacidad es limitada. El envío de unidades militares al pasado sería una operación dificultosa y lenta. No soy agente del servicio secreto, y no estoy seguro de que ellos no sepan que hemos descubierto el viaje por el tiempo, pero Washington recibiría, probablemente, algún ultimátum: «Empiecen a mandar al pasado material de guerra, y responderemos con todas nuestras armas.» Pero evidentemente el hecho de que nos pongamos a sacar petróleo de nuestro propio suelo, o de lo que será un día nuestro suelo, no puede parecerles un... casus belli.
    —Así como no creemos que esa base satélite del siglo veinte sea tan peligrosa para nosotros —dijo Greenstein—, pero por eso seguramente aceptaron la neutralización de la luna. Hay que mantener el equilibrio de fuerzas.
    —Me pregunto cuánto podrá durar —murmuró Polansky.
    —No mucho —dijo Olson—. Lee tu manual de historia... Veo, Greenstein y subo dos más.
    Herries dejó que el agua le corriera por el cuerpo. Por lo menos no había escasez de agua caliente. La Transtemporal había enviado toda una pila atómica. Pero la civilización y la guerra dependían todavía del petróleo, pensó, y el petróleo escaseaba allá terriblemente.
    El tiempo, reflexionó, era algo paradójico. Los hombres de ciencia le habían dicho que era completamente rígido. Quizá —pero por supuesto, a nadie se le escaparía una palabra— los muchachos de capa y espada habían pensado en probar la teoría, intentando adelantarse a la revolución bolchevique retrocediendo en el pasado histórico. Podía hacerse, sospechaba Herries, aunque dando un rodeo que consumía fabulosas cantidades de energía. Sin embargo, ni el pasado ni el futuro podían cambiarse, sólo podían descubrirse. Algunos de los hombres de la Transtemporal habían descubierto la muerte un eón antes de nacer... Pero no hubiera habido escasez de petróleo en el futuro sí la compañía no lo hubiese extraído del pasado. Un futuro que se causaba a sí mismo...
    Materia primordial, el petróleo. La idea de Hoyle parecía acertada, no se había formado con la descomposición de los dinosaurios. Había estado presente desde el principio. Era la goma que había pegado los planetas.
    Y ahora, pensó Henies, se le estaba pegando a él. Extendió la mano hacia el jabón.

    La tierra giró lúgubremente, pasaron las horas, y la mañana se alzó sobre anchas aguas castañas. No había realmente día, tal como lo entendían los hombres; el cielo era una sabana plomiza, con nubes de lluvia de un sucio color negro que se deslizaban bajo las perennes capas de niebla.
    Herries se levantó temprano, pues ese día llegaba un cargamento. Salió de la cabaña de los jefes y se quedó mirando un rato la barrosa bahía y los pocos kilómetros cuadrados de tierra desbrozada, frágiles construcciones y delgadas torres de perforación rodeados por la cerca electrificada. La automatización reemplazaba a miles de trabajadores, de modo que quinientos hombres bastaban para manejarlo todo, pero el campamento no era más que un rasguño en aquel mundo y la jungla seguía siendo un terrorífico muro negro. Y no porque los árboles fuesen tan totalmente extraños... Además de la arcaica y grotesca vegetación de helechos y musgos de enorme tamaño, había cicadáceas, pinos gigantes, y unos pocos prototipos de robles, sauces y abedules. Pero Herries añoraba las flores silvestres.
    Un equipo de trabajadores reparaba con sus máquinas la cerca que el brontosaurio había destruido el día anterior, y el pozo que había estropeado, y eliminaba las irrupciones viciosamente persistentes de hierbas y lianas. En la tierra desnuda y roja un tractor arrastraba una hilera de vagones. Arriba zumbaba un helicóptero, en busca de dinosaurios. No había nada más en el aire. Hada un tiempo había habido allí cerca un nido de pterodáctilos, pero los hombres lo habían eliminado en seguida.
    Greenstein se unió a Herries. El nuevo asistente era alto, delgado, de rizado pelo castaño, y con la cara indefensa de la juventud. Se había puesto unas botas, y una camisa azul. Era una suerte de desafío a aquel mundo terrible.
    —¿Fuma? —invitó,
    —Gracias. —Herries aceptó el cigarrillo, con los ojos vueltos aún hacia las torres. Los móviles balancines subían y bajaban, subían y bajaban como en una cópula indiferente. Quizá un hombre pudiese acostumbrarse a las húmedas florestas jurásicas y hasta quizá pudiese descubrir en ellas alguna oscura belleza, pues por lo menos allí había vida; pero este campamento sería siempre algo espantoso, un sitio muerto donde se bombeaba la muerte de los hombres.
    —¿Cómo van las cosas, Sam? —preguntó cuando el tabaco le suavizó el paladar.
    —Muy bien —dijo Greenstein—. Estoy habituándome. Pero, Dios, es bueno saber que hoy llega correo.
    Caminaron juntos hacia la estación transmisora. Las botas aplastaban el barro con un ruido líquido. Herries vio a sus pies unos penachos que no podían ser hierbas. Demasiado pálidos. Demasiado carnosos. La patrulla tendría que arrancarlos pronto o en una semana invadirían el campamento.
    —Una amiga, supongo —dijo—. Un mes sin cartas es endemoniadamente largo, ¿eh?
    Greenstein enrojeció y asintió gravemente.
    —Nos casaremos cuando terminen mis dos años aquí —dijo.
    —Los planes de casi todos. Sueldos ahorrados y valiosa experiencia. Sí, una vida sin problemas.
    Herries tuvo ganas de añadir que la vida podía ser corta, pero calló.
    Sintió su soledad de pronto; nadie lo esperaba en el futuro. Era quizá mejor, se decía en las noches interminables. Bastante le costaba dormir aun sin preocuparse por una mujer que vivía en la época de la bomba de cobalto.
    —Tengo una fotografía aquí, si quiere verla —ofreció Greenstein tímidamente.
    Ya se llevaba la mano a la cartera cuando una cansada sonrisa torció la boca a Herries.
    —Muy cerca del corazón, ¿en? —murmuró.
    Greenstein parpadeó, echó atrás la cabeza, y se rió. Era una risa divertida, una risa que se oía poco en el campamento. Le mostró a Herries la fotografía de una muchacha común, de rostro agradable.
    Allá en el pantano algo ululó y se agitó.
    Herries preguntó de pronto, impulsivamente:
    —¿Qué opina usted de esta operación, Sam?
    —¿Eh? Bueno, es un trabajo... interesante. Y todos son buenos muchachos.
    —¿Aun Symonds?
    —Oh, tiene buenas intenciones.
    —Nos divertiríamos un poco más si no viviese con nosotros.
    —No puede impedir ser... viejo —dijo Greenstein.
    Herries le echó una ojeada al muchacho.
    —Bueno —dijo—, usted es el primer hombre en el período jurásico que tiene unas palabras amables para Ephraim Symonds. Me parece bien. No digo que yo comparta sus sentimientos, pero me parece bien. —Las botas de Herries se adelantaron en el barro, cada vez más pesadas— Todavía no contestó a mi primera pregunta —dijo al cabo de un rato—. No le pregunté si le gustaba el trabajo. Le pregunté qué le parecía. Qué propósito le encuentra usted a todo esto. Problemas que la ciencia ha planteado, planteará, durante siglos pueden resolverse aquí. Y sin embargo, excepto un par de paleobiólogos incipientes, que no están autorizados a publicar sus descubrimientos, no hacemos otra cosa que saquear la tierra en una época en que ni siquiera nos había concebido.
    Greenstein titubeó. Luego dijo, con una sorprendente sequedad:
    —Está usted poniéndose demasiado psicoanalítico para mí, me parece.
    Herries rió entre dientes. El día de pronto le pareció más vivo.
    —Touché. Bueno, le daré otra forma a la pregunta de Polansky de anoche. ¿Le parece a usted que el equilibrio atómico de nuestra era, en el que esta operación tiene potencialmente cierta importancia, es estable?
    Greenstein meditó un momento.
    —No —admitió—. La política de disuasión es como un tapón de trapos, hasta que se encuentre algo mejor.
    —Eso dijeron cuando empezó. Nada se ha hecho. Es improbable que se haga algo. Ole Olson describe la situación internacional como el choque de una irresistible fuerza del mal con un objeto inconmoviblemente estúpido.
    —A Ole le gustan las exageraciones —dijo Greenstein—. Pero dígame, ¿qué puede hacer nuestro bando?
    —Ojalá yo tuviese una respuesta —suspiró Herries—. Perdón. Evitamos la política aquí, todo lo posible, somos evadidos, en muchos sentidos de la palabra. Pero francamente, yo examino a mis nuevos hombres. Y esto es lo que he estado haciendo con usted. Porque a pesar de lo que cree Washington, para trabajar aquí se necesita algo más que inteligencia.
    —¿Y yo pasé el examen? —preguntó Greenstein con fingida ligereza.
    —Sí, señor —Con exceso. Quizá hubiese sido mejor que no lo pasara. Hoy lo importante aquí no es tolerar un «neutralismo privilegiado» o lo que sea allá el lema de moda. Hay algo más importante: conseguir el armamento que he estado pidiendo.
    La estación transmisora se alzó ante ellos. Era una construcción de zinc acanalado, empequeñecida por los tanques que brillaban detrás. Todos estaban llenos, sabía Herries. Hoy bombearían el petróleo crudo al futuro. Es decir, si se quería ser exacto, el gigantesco proyector del siglo veinte, en contacto con la pequeña unidad temporal del campamento, «absorbería» el líquido. Y como compensación, ellos recibirían alimentos, herramientas, armas, suministros, y correspondencia. Herries rogó que hubiese al menos un obús... ¡Aquel senador de hacía unos meses!
    Mientras contemplaba la desnuda fealdad de los tanques, las bombas y los cobertizos, Herries sintió de pronto la presencia del tiempo. Abandonarían el sitio algún día, cuando los pozos se agotaran, y la lluvia y la jungla devorarían rápidamente los últimos rastros del nombre. Más tarde llegaría el mar, y luego asomaría otra vez la tierra firme, una pradera fría atravesada por vientos glaciales, y que luego se calentaría y... así durante años hasta que inventaran el proyector principal y la gran máquina se alzase en este mismo sitio. ¿Y luego? Herries no quiso pensar en lo que vendría luego.
    Symonds ya estaba allí. Había salido del edificio como un conejo de un sombrero, con unos papeles en código en una mano y un lápiz detrás de la oreja.
    —Buenos días, señor Herries —dijo, con el tono habitual en él, de tiesa superioridad.
    —Buenos días. ¿Todo listo?
    Herries entró en el depósito. Una nueva ráfaga de lluvia cayó ruidosamente sobre el techo de zinc. Los técnicos estaban en sus puestos. Afuera, uno a uno, llegaron los otros hombres. Era día de correo, y ya no se trabajaría mucho.
    Herries dejó la saca de cartas al futuro en el lugar indicado. Su cronómetro indicaba que faltaba un minuto.
    —¡Háganse a un lado! —dijo.
    En el momento preciso se oyó un débil silbido y un oscuro resplandor latió en el aire. Los medidores se animaron. Las bombas comenzaron a golpear trayendo petróleo crudo al extremo abierto de un oleoducto que terminaba en el cobertizo. Herries no vio que saliera nada. Bien. Todo en orden. El otro extremo del oleoducto estaba en el futuro, a cien millones de años. La saca de correspondencia se desvaneció con un leve ruido sordo, y el aire se precipitó a ocupar su sitio, Herries salió.
    —Eh... perdón.
    Herries se volvió bruscamente. Estaba cada vez más nervioso.
    —¿Sí? —gruñó.
    —¿Puedo hablarle un momento? —preguntó Symonds—. ¿A solas?
    Y detrás de los cristales los ojos pálidos dijeron que no era un pedido sino una orden.
    Herries asintió cortésmente con un movimiento de cabeza, les lanzó un juramento a los hombres que andaban por ahí ociosos cuando aún faltaban horas para que llegase la carga de vuelta, y fue hacia un porche que se abría a un lado de la estación transmisora. Había algunos taburetes allí. Symonds se remangó los kakis como sí fuesen los pantalones de un traje de calle y se sentó cuidadosamente con las manos en las rodillas.
    —Hoy esperamos un cargamento especial —dijo—. No estoy autorizado a informar hasta último momento.
    Herries torció la boca.
    —Vaya y dígale a los servicios de seguridad que el Kremlin no será construido hasta dentro de cien millones de años. Quizá no se enteraron aún.
    —Lo que nadie sabe no puede ponerse en una carta.
    —Censuran la correspondencia, de cualquier modo. Nuestros amigos y parientes piensan que estamos trabajando en algún lugar de Asia. —Herries escupió en el barro y dijo—: Y dentro de un año el primer contingente será repatriado. ¿Piensan fusilarlos a medida que vayan saliendo, así no podrán hablar en sueños?
    Symonds parecía demasiado falto de humor aun para reconocer el sarcasmo. Frunció los labios y declaró:
    —Habrá que guardar algunos secretos, un mes solamente, pero en ese período hay que guardarlos.
    —Muy bien. Muy bien. Oigamos lo de hoy.
    —No estoy autorizado a decírselo. Pero la mitad aproximadamente del cargamento vendrá marcado «secreto máximo». Los cajones quedarán en el cobertizo, vigilados día y noche por hombres armados. —Symonds sacó del bolsillo un trozo de papel— La misión estará a cargo de estos hombres, ocho horas por semana cada uno.
    Herries echó una ojeada a la lista.
    —Valientes, discretos, y suscriptores de la National Review —murmuró—. Los mimados del maestro. Muy bien. Tendré que reducir las exploraciones. O sacar a algunas guardias de sus puestos y sacrificar unas pocas vidas.
    —Me parece que no. Déjeme continuar. Recibirá usted estas órdenes en el correo de hoy, pero quiero prepararlo. Se construirá un cobertizo especial para esta carga, tan rápidamente como sea posible, y se la llevará allí inmediatamente. Tengo las características en la caja fuerte de mí oficina. Esencialmente, ha de tener aire acondicionado, y ha de ser seguro y bastante fuerte para resistir los azares naturales.
    —¡Eh! —Herries dio un paso adelante—. Eso exige cemento armado y...
    —Se proveerán los materiales —dijo Symonds sin apartar los ojos de la jungla que se alzaba al otro lado del nublado y lluvioso campamento. Tenía una cara sin expresión, y el reflejo de la luz sobre los anteojos le daba un raro aspecto de ciego.
    —¡En nombre de Judas! —Herries arrojó su cigarrillo al suelo, donde desapareció en el agua y el barro. Sintió que el calor lo envolvía como una manta—. Cómo diablos podré ampliar esta operación si...
    —Habrá un alto temporario —interrumpió Symonds—. Se mantendrán simplemente los trabajos comunes con unos pocos trabajadores. La mayoría pasará a trabajos de construcción.
    —¿Qué?
    —La cerca del campamento será extendida y reforzada. Se construirán nuevos almacenes para los materiales que llegarán pronto. Necesitaremos también más barcazas para otros quinientos hombres. Esto significa por supuesto más enfermerías, cuarto de recreo, comedores, lavanderías y otras comodidades.
    Herries, estupefacto, miraba a Symonds. Unos relámpagos pálidos brillaban en el cielo.
    Lo peor era que Symonds ni siquiera se molestaba en mostrarse arrogante. Hablaba como un maestro de escuela.
    —Oh, no —murmuró Herries al cabo de un rato—. No irán a instalar esa base militar jurásica.
    —Los propósitos del plan son secretos.
    —Sí. Claro. Secreto. Arriba, ciudadanos de la democracia y poned vuestros votos en asuntos secretos, que vuestros jefes con nombres secretos y funciones secretas... Libre. Derecho Al Voto De Miércoles. —Herries tragó saliva. Sintió vagamente que apretaba los puños— Iré allá —dijo—, iré a protestar personalmente a Washington.
    —No está permitido —dijo Symonds en un tono seco y cortante—. Lea su contrato. Se encuentra usted sujeto a la ley marcial. Por supuesto —concluyó con una voz que no era más suave ni más dura—, puede presentar un pedido por escrito.
    Herries se quedó quieto un momento. Del otro lado de la cerca había una draga arruinada y abandonada. Las lianas la habían tapado casi del todo, y ahora vivían allí unos pequeños marsupiales. Quizá eran sus propios remotos antecesores. Un día toma ría un 22 y acabaría con ellos a tiros.
    —No se me permite saber nada —dijo al fin—. ¿Pero se me permite al menos ser curioso? Quinientos hombres más no es mucho. Supongo que con unos pocos aeroplanos y lo demás un millar de nosotros podríamos sembrar bombas atómicas en los emplazamientos de las futuras ciudades enemigas. ¿O no? No podríamos localizarlas sin estudios astronómicos, y aquí está siempre nublado. Sí, las armas de destrucción masiva serían algo más práctico. Unas pocas bombas de cobalto, por ejemplo. Pero hay cohetes para esas bombas en el siglo veinte. Entonces... no sé.
    —Lo sabrá a su debido tiempo —respondió Symonds—. Por el momento el gobierno tiene ciertas necesidades militares.
    —¡Ja! —dijo Herries, cruzándose de brazos y apoyándose en el poste que sostenía el porche. El poste se movió un poco... Trabajo falso, mundo falso, destino falso—. ¡Militares! Me gustaría que uno de esos parásitos de ojos de camarón se pasara aquí una semana con sus papeles secretos y un hermoso brontosaurio. Pero me mandaría probablemente a ese senador de cabeza de tocino que se paseó por aquí dos días investigando las posibilidades de poner una chacra. ¡Una chacra!
    —El senador Wien es de un Estado agrícola, y le interesa...
    —...que nadie se ponga aquí a producir alimentos y bajen los precios en casa permitiendo que algunos no se mueran de hambre. Si. Nos costó por lo menos mil horas de trabajo probar este suelo y decirle sí, con la maquinaría apropiada aquí se podría cultivar algo. Por supuesto, quizá soy injusto con él. El senador Wien pertenece también a la comisión de asuntos militares, ¿no? Quizá nos visitó como tal, y pronto nos dirán que preparemos el jardincito de la victoria.
    —Le advierto que ese lenguaje es casi subversivo —dijo Symonds arrugando la boca— El senador Wien es un famoso estadista.
    La cara del legislador asomó un momento en la memoria de Herries. Era la cara más vieja y más cansada que hubiera visto nunca. Algo se había consumido en aquel hombre que durante una década había luchado por una paz honorable. El conocimiento de que no había paz y de que no podría haberla había sido para él una especie de muerte. El senador había abandonado la lucha por un mundo unido para dedicarse a armar a los suyos. Brevemente, y ya sin ira, Herries compadecía al senador Wien. Y al presidente, y al vicepresidente, y al secretario de Estado, matar dinosaurios era más fácil.
    Hasta compadecía a Symonds. Le preguntó si el pedido del arma atómica había sido autorizado al fin.
    —No, por supuesto que no —respondió Symonds.
    Herries lanzó un escupitajo a los pies del funcionario y se alejó en la lluvia.
    Luego de haber recibido el cargamento, y haber dispuesto las guardias, Herries despidió a sus hombres. Hubo algunos murmullos intranquilos a propósito de la anormalidad de lo que había llegado, pero después de todo aquel era día de correo, y no meditaron mucho en el asunto. Herries no anunciaría las nuevas órdenes hasta el día siguiente. Tomó las revistas y periódicos a los que estaba suscrito (nadie de allá arriba mostraba interés «ahora» en escribirle, aunque sus padres habían existido en una sección de espacio-tiempo que había concluido sólo un año antes que él tomara este trabajo), y fue hacia la barcaza mayor para leer un poco.
    El siglo veinte tenía peor aspecto que el mes anterior. Las naciones sentían el cosquilleo del orgullo y no encontraban modo de retroceder. La guerra de Medio Oriente estaba tomando un curso decisivo, que no convenía a ninguna de las grandes potencias. Herries se preguntó si no estaría condenado a quedarse en el jurásico. Una sola explosión podía destruir el proyector principal. Quinientos hombres, sin mujeres, en un mundo de reptiles... Prefería el futuro, aun con bombas de cobalto.
    Luego del almuerzo hubo en el campamento una tranquila atmósfera de domingo. Los hombres se quedaron echados en sus camas, leyendo sus cartas una y otra vez. Herries fue a mirar las máquinas, la cocina, la enfermería.
    —Creo que podremos dar de alta a O'Connor mañana —dijo el doctor Yamaguchi—. Ya puede hacer trabajos livianos con ese brazo. La próxima vez dígale que no se acerque a la excavadora.
    —¿Qué clase de enfermos ha habido últimamente? —preguntó el jefe.
    Yamaguchi se encogió de hombros.
    —Lo común, nada importante. Nunca hubiera pensado que estos pantanos pudiesen ser tan saludables. Imagino que los gérmenes de los mamíferos placentarios no han aparecido aún.
    Cuando Herries dejaba la enfermería se le acercó el padre González, uno de los tres capellanes del campamento.
    —¿Puede concederme un minuto?
    —Naturalmente, padre. ¿Qué pasa?
    —Quisiera organizar algunos equipos de béisbol. Necesitamos más distracción. Este mundo no es para los hombres.
    —El matasanos me estaba diciendo...
    —Sí, ya sé. Nada de gripes, nada de malaria. Sí. Pero un hombre no es sólo cuerpo.
    —No estoy seguro a veces —dijo Herries—. He visto los últimos titulares. Los dinosaurios tienen más sentido común que nosotros.
    —¿Qué no podríamos hacer? —dijo el padre González—. En este momento, quiero decir en el siglo veinte, estamos haciendo magníficamente el mal. Podríamos hacer el bien, si se nos diese la oportunidad,
    —¿Y quién nos la niega? —preguntó Herries—. Sólo nosotros mismos. El Homo Sapiens. Así que me pregunto si seremos realmente capaces de hacer el bien.
    —No confunda el pecado con la condenación —dijo el sacerdote—. Quizá nuestros éxitos no han sido afortunados. Y sin embargo, aun nuestras más amenazadoras hazañas tienen algo de sublime. El proyector temporal por ejemplo. Si las mentes que modelan de ese modo el metal emplearan la misma inteligencia en resolver los problemas humanos, ¿qué no ocurriría?
    —Pero ese es justamente mi argumento —dijo Herries—. No hacemos las cosas mejores. Hacemos cosas triviales y malvadas, tan consistentemente que me pregunto si no será esa la naturaleza humana. Hasta esto de los viajes por el tiempo... Pienso a veces que hay aquí algo de fundamentalmente erróneo. Un invento que sólo una mente poco madura pudo haber ideado primero.
    —¿Primero?
    Herries alzó los ojos hacia el cielo humeante. Un viento maloliente le rozó la cara.
    —Hay estrellas sobre esas nubes —dijo—, y la mayor parte de las estrellas han de tener planetas. No sé cómo funciona el proyector, pero un cálculo diferencial elemental demostraría en seguida que viajar al pasado es lo mismo que alcanzar momentáneamente una velocidad infinita. En otras palabras, la ley natural básica en que se funda el proyector va más allá, de algún modo, de la teoría de la relatividad. Si un proyector temporal es posible, también lo es una nave del espacio capaz de llegar a las estrellas en pocos días, quizá en minutos o segundos. Si fuésemos gente cuerda, padre, no nos hubiésemos preocupado tanto por un poco de grasa orgánica, y la pequeña ventaja militar que eso supone, hasta el extremo de venir al pasado muerto a buscarla. No, hubiésemos inventado esa nave del espacio primero, y hubiésemos ido a las estrellas, donde hay sitio para todos. El proyector de tiempo hubiese venido luego, como una herramienta de investigación científica —Herries calló, embarazado, y trató torpemente de sonreír—. Lo siento. Los sermones son más su especialidad que la mía.
    —Era interesante —dijo el padre González—. Pero usted piensa demasiado. Como casi todos estos hombres, por otra parte. Aunque no están muy atados al futuro, y fue bueno tenerlo en cuenta al elegirlos, son todos de una inteligencia poco común, y saben lo que pueden esperar del futuro. Me gustaría quitarles esa preocupación. Si tuviésemos más comodidades para deportes...
    —Seguro. Ya veré qué puedo hacer.
    —Por supuesto —dijo el sacerdote—, el problema es principalmente filosófico. No se ría. Usted también se estuvo metiendo en filosofías, y seguramente se considera usted un hombre común, de poca imaginación. Quizá no hayan leído ustedes a Aristóteles, pero son gente que piensa, de algún modo. Mi creencia personal es que esta herejía de un tiempo fijo, rígido, es la fuente de todas nuestras tristezas, aunque ustedes mismos no lo sepan quizá.
    —¿Herejía? —El ingeniero alzó unas pobladas cejas rubias—. Ha sido probado. Es la base de la teoría que ayudó a construir el proyector, creo. ¿Cómo podríamos estar aquí si el mesozoico no fuese tan real como el cenozoico? Pero si los tiempos coexisten, entonces tienen que ser fijos, inalterables, pues todo instante es el pasado inmutable de algún otro instante.
    —Quizá sea así, desde el punto de vista de Dios —dijo el padre González—. Pero somos hombres mortales. Y tenemos un libre albedrío. El concepto de tiempo fijo no conduce necesariamente al fatalismo. Al fin y al cabo, la libre voluntad de Herries es un eslabón de esa cadena causal. Sospecho que este fatalismo irracional es una de las razones por las que el siglo veinte está suicidándose. Si pensamos que el futuro es inmutable, si todos nuestros actos están predeterminados, ¿qué importa lo que hagamos? ¿Para qué pensar y luchar por una respuesta y querer que otros la acepten? Si creyésemos realmente en nosotros mismos, buscaríamos una solución, y la encontraríamos.
    —Quizá —dijo Herries, incómodo—. Bueno, deme una lista de los equipos que necesita y haremos el pedido en el próximo correo.
    Mientras se alejaba se preguntó si habría realmente un próximo correo.
    Cuando pasaba por la sala de entretenimientos, notó que en la puerta había un pequeño grupo y se acercó a ver qué ocurría. No podía permitir que los hombres se reuniesen a intercambiar temores y dudas, o toda la operación estaría amenazada. En simples palabras, se dijo a sí mismo con creciente y amarga sinceridad, no puedo permitir que piensen.
    Pero los sonidos que llegaron a él bajo el sutil y extraño murmullo de las hojas de la floresta y el del trueno, fueron sólo los de una guitarra. Las cuerdas bailaban bajo dedos expertos, y una voz joven entonó:
    —Mucho fui por el mundo, más de un millar de kilómetros, pero una vaca lechera ensillada nunca había visto hasta hoy...
    Mirando por encima de algunos hombros, Herries descubrió a Greenstein que tocaba y cantaba sentado en un banco. Los oyentes reían entre dientes. Risas merecidas; el chico cantaba bien. A Herries le hubiese gustado descansar y disfrutar de la música, pero lo primero que se le ocurría pensar era que aquellos hombres estaban contentos, que no pensaban en las ciénagas y en la guerra.
    La canción terminó. Greenstein se puso de pie.
    —Hola, jefe —dijo. Unas caras de contornos duros, curtidas por el viento, se volvieron hacia Herries y un murmullo de bienvenida pasó de boca en boca. Los hombres lo querían bastante, lo sabía, hasta donde puede quererse a un jefe. Pero no era demasiado. Un jefe puede inspirar confianza, lealtad, lo que se quiera, pero no puede ser querido como un ser humano, o no es un jefe.
    —Muy bien —dijo Herries—. No sabía que usted tocaba.
    —No traje la guitarra conmigo porque no sabía a dónde iba —contestó Greenstein—. La pedí a casa y llegó hoy.
    —Tendrías que estar en el comité de recreo —dijo un hombre musculoso de pelo corto.
    Herries reconoció a Worth, uno de los patriotas profesionales que iban a vigilar los cajones de Symonds. Un hombre no muy insoportable realmente, cuando uno aprendía a ignorar sus bastante tediosas opiniones.
    Greenstein dejó escapar una palabra poco delicada.
    —Estoy cansado de comités. Parece que no podemos perder la costumbre de que nos arreen. Todos en el siglo veinte hacen lo mismo. Como si no pudiésemos divertirnos un rato sin comités.
    Worth pareció ofendido, pero no replicó. Comenzó a llover otra vez, un poco.
    —Vamos —dijo Joe Ala de Águila—. No nos tomemos tan en serio, ¿Otra canción?
    —No bajo la lluvia.
    Greenstein metió la guitarra en la caja. El grupo empezó a disolverse; algunos entraron en la sala, otros se alejaron hacia las barcazas.
    Herries se demoró, con pocas ganas de quedarse solo.
    —Acerca de ese comité —dijo—. Habría que pensarlo. Lo que usted dice quizás sea cierto, pero estamos en una situación particular. Si no les dice a los muchachos: «Ahora hay que estar contentos» nunca lo estarán.
    Greenstein frunció el ceño.
    —Quizás. ¿Pero a nadie se le ocurrió intentar otra cosa? ¿Olvidar los viejos hábitos?
    —No puede hacerlo en el cuadro de una sociedad en decadencia —dijo Herries—. ¿Y cómo va a salirse usted del cuadro?
    Greenstein lo miró largamente.
    —¿Cómo diablos consiguió este empleo? —preguntó—. Si los de arriba lo oyeran... No lo aceptarían ni como pinche de cocina.
    Herries se encogió de hombros.
    —El totalitarismo me ha gustado siempre menos que eso que llaman democracia. Me metieron en un par de guerras menores y... no importa. Posiblemente no me darían el puesto si yo lo pidiera ahora. Llevo aquí más de un año, y eso me ha cambiado un poco.
    —Era inevitable —dijo Greenstein echándole una ojeada a la jungla.
    —¿Cómo andan las cosas en casa? —dijo Herries, cambiando de tema.
    El muchacho sonrió.
    —Oh, muy bien —dijo—. Miriam, mi muchacha, bueno, es una artista, y la han contratado para...
    El altoparlante tosió y trompeteó a través del campamento y la lluvia que ahora arreciaba.
    —Atención. Helicóptero a tierra. Atención, gran dinosaurio bípedo se acerca en dirección noreste.
    Herries lanzó una maldición y echó a correr, Greenstein lo siguió, chapoteando.
    —¿Qué pasa? —llamó.
    —No sé todavía... pero tiene que ser... un carnívoro... realmente grande.
    Herries llegó al cuartel central y abrió la puerta de par en par. Junto a su escritorio había un panel de palancas. Golpeó una con la palma de la mano y la voz de la sirena se alzó en el campamento.
    —No sé qué interés podemos tener para ese bípedo, a no ser que haya olido la sangre de la bestia que matamos ayer. Los carnívoros más pequeños no son peligrosos. La cerca electrificada los mantiene apartados. Pero a un dinosaurio no creo que le haga otra cosa que enfurecerlo. Sígame.
    Cuando Herries y Greenstein salieron, los jeeps ya dejaban los cobertizos. El barro saltaba bajo las ruedas, y caía de los guardabarros. La lluvia creció, hasta ocultar la floresta más allá de la cerca. La tierra humeaba. El helicóptero volaba sobre las torres como el esqueleto de un buitre que otea un ejército de esqueletos, y en el aire oscuro chillaban las sirenas de alarma.
    —¿Sabe manejar esas carretillas? —preguntó Herries.
    —Lo hice en el ejército —dijo Greenstein.
    —Bueno, iremos en el de adelante. Lo principal es detener a esa criatura antes que se meta entre los pozos.
    Herries tiró de la portezuela derecha y se dejó caer en los empapados cojines de material plástico. Sobre la capota del jeep habían montado una ametralladora calibre 50, y en el tablero colgaba un micrófono. Greenstein arrancó, seguido por otros cinco jeeps. El resto de los hombres —hormigas ridículas en esos anchos y mojados espacios— corrió con sus armas a defender las instalaciones vitales.
    Alzaron la barrera del norte y los coches chapotearon más allá de la cerca. Había allí una cinta de tierra desnuda de varios metros de ancho. Luego se alzaba el muro de la jungla, negro, castaño, anaranjado, verde y amarillo. Aquí y allí, a lo largo de la cerca, asomaba en el barro un hueso brillante: algún animal electrocutado o muerto por un guardia. Era raro, recordó Herries no muy a propósito, que esos cadáveres atrajeran a bastantes insectos como para que los limpiaran en menos de un día, pero que fuesen en cambio ignorados por los desagradables dinosaurios carniceros, del tamaño de un hombre, que merodeaban escurriéndose por las cercanías. A los reptiles no les interesaba la carroña. Sin embargo, seguían el olor de la sangre.
    —Más al este —dijo la radio del helicóptero—. Ahí. Paren. Frente a los árboles. Aparecerá en un minuto. Buena suerte, jefe. La próxima vez deme algunas bombas y yo mismo acabaré con el bicho.
    —Nada de armas pesadas, dicen. —Herries se pasó la lengua por los labios resecos. El corazón le latía pesadamente. Nadie había enfrentado antes un tiranosaurio.
    Los jeeps se pusieron en fila y durante un momento sólo se movieron los limpiaparabrisas. Luego la maleza cedió, y el monstruo apareció ante ellos.
    Era realmente un tiranosaurio, pensó Herries confusamente. Un pariente cercano por lo menos. Se acercó tambaleándose con ese peso excesivo, esa torpe tesitura de que habían hablado los paleontólogos, y que según algunos indicaba que había sido una especie de hiena gigantesca, devoradora de carroña. Habían olvidado que como la serpiente o el cocodrilo del cenozoico era demasiado poco inteligente para reconocer un posible alimento en la carne muerta, que los brontosaurios de que se alimentaba eran todavía más estúpidos, y que sus largos pasos podían llevarlo por la tierra desnuda con bastante rapidez.
    Herries vio una rígida cabeza a más de cinco metros de altura, y una cola de quince metros.
    Unas escamas de un color gris acerado, inapropiadamente hermosas, brillaban en la lluvia, que caía en pequeñas cascadas por los flancos y el retorcido pescuezo y las diminutas e inútiles patas delanteras. El animal avanzó sacudiendo el pesado vientre con cada paso, y entrechocando los dientes en un involuntario reflejo. Cada vez que dejaba caer una pata erizada de garras el suelo se estremecía con el peso de las toneladas de carne. La bestia no prestó atención a los jeeps, y fue hacia la cerca con movimientos bruscos. La mera inercia la llevaría del otro lado de los alambres.
    —¡Córtele el paso, Sam! —aulló el ingeniero.
    Tomó la ametralladora, apretó los dientes, y disparó. La línea de balas abrió una grieta sangrienta a lo largo del vientre blanco. El tiranosaurio se detuvo, balanceando la cabeza a un lado y a otro, y lanzó un rugido hueco y entrecortado. Greenstein acercó el jeep.
    Los otros atacaron por los costados. La línea de fuego atravesó la cola de lagarto y las patas de pájaro. Una granada estalló sordamente sobre el muslo derecho, abriendo un cráter en la carne, como una úlcera roja. El tiranosaurio giró lentamente hacia uno de los coches. El jeep lo esquivó.
    —¡Acérquense! —gritó Herries. Greenstein se precipitó hacia adelante a través de una fuente de barro. Herries se permitió una ojeada. El muchacho sonreía mostrando los dientes. Bueno, sería algo para contarle a los nietos.
    El jeep pasó junto al tiranosaurio, resbaló en dos ruedas, y fue alcanzado por un martillazo de lluvia. El reptil se detuvo. Herries disparó otra vez. El monstruo que se alzaba allí balanceándose un poco, rugiendo y sangrando, no era enteramente real. Esto ha ocurrido cien millones de años atrás, pensó Herries. La lluvia siseó sobre el caño caliente de la ametralladora.
    —De los costados otra vez —gritó Herries en el micrófono—. El dos y el tres a la derecha. Cuatro y cinco a la izquierda. El seis detrás, y que plante una granada en la base de la cola.
    El tiranosaurio inició otra torpe media vuelta. Debajo el agua era roja.
    —¡Apúntenle a los ojos! —aulló Greenstein, y volvió el jeep hacia el perfil del animal.
    La granada estalló debajo de la cola. Con una repentina e increíble rapidez el tiranosaurio dio media vuelta. Herries vislumbró un instante la cola que se alzaba como una serpiente, y luego golpeaba. Alzó un brazo protegiéndose la cara de la lluvia de vidrios del parabrisas. Luego el metal del jeep cedió, y aunque el ruido no fue muy grande Herries lo sintió en todo el cuerpo. El jeep siguió avanzando. Herries se arrojó instintivamente al piso. Sintió el impacto terrible del coche contra la pata izquierda del tiranosaurio, que se elevó en el aire. Abrió los ojos y vio el monstruoso talón que llenaba el cielo, y descendía. La capota se hundió, y el motor fue arrancado del chasis.
    Luego el tiranosaurio continuó su marcha. Herries se arrastró hasta el asiento, doblado en un ángulo raro.
    —San —llamó—. Sam. Sam.
    La cabeza de Greenstein era materia cerebral y esquirlas, con media mandíbula inferior en las rodillas. Un globo ocular miraba a Herries desde el asiento.
    Herries se puso de pie. Vio la ametralladora destrozada en el barro. A cien metros, a orillas de la jungla, el tiranosaurio luchaba con los jeeps. La bestia arremetía torpemente, y el coro de jeeps lo esquivaba escupiendo, y mordisqueando. Herries pensó confusamente, remotamente: Esto no puede seguir así. Un hombre muere con facilidad. Un coletazo y todas sus canciones son unos restos rojos bajo la lluvia. Pero un reptil muere difícilmente, pues está menos vivo. No veo el fin de esta lucha.
    El jeep número cuatro corrió adelantándose. Un hombre saltó a tierra y retrocedió.
    —Párate, idiota —murmuró Herries en un micrófono muerto—. Párate, idiota —El hombre se metió entre las patas traseras. Se movía pesadamente con las botas embarradas, pero tenía una rapidez increíble y hermosa bajo aquella masa traqueteante. Herries reconoció a Worth. Llevaba una granada en la mano. Sacó la espiga y esquivó las garras un momento. El vientre fofo y ensangrentado era como una bóveda sobre su cabeza. Las mandíbulas buscaban ciegamente allá arriba.
    Worth tiró la granada y corrió. La granada explotó contra el vientre del tiranosaurio. El monstruo gritó. Una pata subió y bajó. El talón rozó apenas a Worth, pero el hombre rodó por el suelo, cayó entre los matorrales a tres metros de distancia, y trató inútilmente de levantarse.
    El tiranosaurio se alejó tambaleándose, desparramando entrañas. Sus gritos tenían algo de horriblemente humano. Alguien se detuvo y recogió a Worth. Otro se acercó a Herries y le dijo algo rápidamente. El tiranosaurio tropezó con unos metros de intestino, cayó lentamente, y forcejeó, enredándose.
    Aun entonces costó matarlo. Los coches lo acometieron durante media hora; el animal tendido en el suelo respondía con coletazos y siseos. Herries no estaba seguro de que hubiese muerto cuando él y sus hombres decidieron alejarse. Pero los insectos habían comenzado su trabajo hacía tiempo, y algunos de los huesos ya estaban limpios y blancos.

    El teléfono chilló en el escritorio. Herries tomó el aparato.
    —¿Si?
    —Yamaguchi en la enfermería —dijo la voz—. Pensé que quería saber algo de Worth.
    —¿Bien?
    —Vértebra lumbar fracturada. Vivirá, y no habrá parálisis probablemente, pero tendrá que volver para el tratamiento.
    —Y lo tendrán incomunicado un año, hasta que el contrato termine. No sé qué clase de patriota será en ese entonces.
    —¿Cómo?
    —Nada. ¿Puede esperar hasta mañana? Todo está tan desorganizado. No es momento de activar el proyector.
    —Oh, sí. Le di un sedante de todos modos —Yamaguchí hizo una pausa—. Y el hombre que murió...
    —Sí. Lo embarcaremos mañana también. El gobierno proveerá un lindo ataúd. La muchacha sabrá apreciarlo.
    —¿Se siente bien? —preguntó Yamaguchi secamente.
    Herries tomó otro trago de whisky. Había oscurecido y ya casi no veía la botella.
    —Como de cualquier modo el patriotismo... en el futuro quiero decir... en nuestro hogar, dulce hogar... como el patriotismo es necesariamente aliado de la necrofilia, y se espera que el leal ciudadano se regocije cada vez que el gobierno consigue un nuevo aparato para la producción en masa de cadáveres, estoy seguro de que a esa muchacha le gustará tener un lindo ataúd. Mucho más lindo que un simple marido. Un ataúd seguramente enchapado en cromo.
    —Un momento...
    —Con alas de plata.
    —Oiga —dijo el doctor—, parece usted un caso de neurosis de guerra. Sé que tuvo un shock hoy. Venga a verme y le daré un tranquilizante.
    —Gracias —dijo Herries—. Ya tengo uno. —Tomó otro sorbo y trató de hablar en un tono firme—. Los mandaremos mañana a la mañana entonces. No me moleste ahora. Estoy escribiendo una carta para explicarle al gran padre blanco que esto no habría ocurrido si nos hubiesen mandado un hediondo obús atómico. No porque espere sacar algo en limpio. Las normas dicen que aquí no podemos tener armas pesadas, ¿y quién ha oído hablar de hechos que alteren las normas? Caramba, los hechos pueden ser antipatrióticos.
    Herries colgó el tubo, puso la botella, en su regazo y los pies en el escritorio, encendió un cigarrillo, y se quedó mirando por la ventana. La oscuridad entraba solapadamente en el campamento, como un humo. Había dejado de llover, y la luz amarilla de los faroles y las ventanas se quebraba en los charcos, pero la noche era tan negra que aislaba las luces. No había nadie en las oficinas a esta hora. Herries no había encendido la lámpara.
    Al diablo con todo, pensó. Al diablo con todo.
    La punta del cigarrillo se estremecía pálidamente con cada bocanada, como una pequeña estrella moribunda. Pero el humo no sabía bien en la oscuridad. ¿O había brindado tantas veces por los hombres muertos que se le había entumecido la lengua? No podía saberlo, y no importaba mucho.
    El teléfono chilló otra vez. Herries tanteó en la oscuridad y alzó el tubo.
    —Jefe de operaciones —dijo con humor—. Váyase al diablo, sea quien sea.
    —¿Qué? —La voz de Symonds sonó un poco desafinada—. He estado buscándolo. ¿Qué está haciendo ahí tan tarde?
    —A ver si acierta. ¿Jugando a las cartas? No. ¿Un sórdido romance con una señora iguanodonte? No. ¿Nada que le importe? ¡Muy bien! Denle al caballero una caja de cigarros.
    —Oiga, señor Herries —refunfuñó Symonds—, no es hora de bromas. He sabido que Worth quedó malherido. Le tocaba guardia esta noche... el cargamento secreto. Esto ha desarreglado todos mis planes.
    —Caramba. Qué triste me pone usted.
    —Hay que revisar los horarios. De acuerdo con mis notas, Worth tenía que montar guardia desde media noche hasta las cuatro. Como no sé a qué trabajos están asignados los demás no puedo elegir el reemplazante. ¿Quiere hacerlo usted? ¿Un hombre que pueda dormir hasta tarde mañana?
    —¿Por qué? —preguntó Herries.
    —¿Por qué? Porque, porque...
    —Ya sé. Porque Washington lo dice. Washington teme que algún sucio dinosaurio venga del lugar donde estará Rusia, se meta aquí, espíe el cargamento, y corra a casa con la información. Bueno, me ocuparé. Sólo quería oírlo farfullar.
    —Muy bien —dijo el funcionario—. Haga los arreglos necesarios para esta noche, y mañana ordenaremos otra vez los turnos.
    Herries colgó el tubo.
    La lista de hombres de mente cerrada y boca cerrada estaba en algún lugar de su escritorio, creía saber. Una copia por lo menos. Symonds tenía una copia, y sin duda había copias también en el Pentágono y el FBI y la oficina de personal de la Transtemporal y... bueno, había que buscar la lista, compararla con los turnos, ver quién no tenía nada importante que hacer mañana al mediodía y ponerlo como centinela. Simple.
    Empinó otra vez la botella. Podía renunciar, pensó. Podía abandonar toda aquella operación, fantásticamente estúpida, y fantásticamente disparatada. No estaba obligado a trabajar. Por supuesto, podían encerrarlo hasta que terminara el contrato. Sería un año de soledad. O quizá no. Quizá algunos otros irían con él y le harían compañía. Claro que estarla bajo vigilancia el resto de su vida. ¿Pero quien no lo estaba en un siglo dividido en dos bandos?
    La mayor dificultad, pensó, era que un hombre no podía cambiar la situación. Uno podía convertirse en un pacifista a-toda-costa, o uno podía responder peleando, exponiéndose de cualquier modo a los azares de una incineración planetaria. No. Era probablemente demasiado tarde. Aunque hombre importantes de ambos bandos desearan un arreglo, ¿qué podían hacer contra los fanáticos, los intereses comprometidos, la gente asustada, el momentum mismo de la historia?
    Todo se irá al diablo, pensó Herries. Estamos condenados, ¿pero por qué entrar como tontos en el negocio?
    En alguna parte gritó un brontosaurio, hundiéndose ciegamente en un pantano nocturno.
    Bueno, sería mejor que... No.
    Herries clavó los ojos en la punta de su cigarrillo. Estaba casi quemándole los dedos. Por lo menos, pensó, por lo menos podía averiguar qué ocurría ahora. Una mirada a esos cajones, que debían haber traído las armas que necesitaban, y quizá algunos instrumentos musicales, o algunos instrumentos científicos... y que en cambio guardaban vaya a saber que idiotez característica del Pentágono... Una mirada sería algo más que un puñetazo en la relamida cara de Symonds. Sería la confirmación de que él aún era Herries, un hombre libre, cuya existencia no había sido destruida insensatamente por un cráneo destrozado. El, el individuo, sabría lo que planeaba el Equipo, y si resultaba ser un crimen contra la razón, podía por lo menos renunciar, y aguantar lo que siguiese.
    —Sí. Por la dudosa existencia de la misericordia divina, sí.
    Lloviznaba ahora. Sólo un leve roce sobre la cara, como lágrimas. Herries llegó enlodado al edificio del transportador y se detuvo a la luz repentina de una linterna. Al fin, de la oscuridad, salió la voz:
    —Oh, es usted, señor.
    —Aja. ¿Sabe que lastimaron a Worth? Yo tomaré su turno.
    —¿Qué? Yo creía...
    —Ordenes.
    La fórmula de encantamiento fue suficiente. El otro hombre se adelantó y puso el rifle en las manos del ingeniero.
    —No vino nadie —comentó.
    —¿Qué hubiera hecho usted si alguien hubiera tratado de entrar?
    —Bueno, detenerlo, claro.
    —¿Y si no se hubiese detenido?
    Bajo el chorreante sombrero la cara pálida miró estupefacta a Herries. El ingeniero suspiró.
    —Lo siento, Thorton. Es demasiado tarde para hacer preguntas filosóficas. Váyase a la cama.
    Herries se quedó en el umbral, fumando un cigarrillo húmedo, y mirando como el otro se alejaba. Todas las luces estaban apagadas ahora, salvo algunos faroles remotos que brillaban aquí y allá. Herries, de pie en un pozo de sombra, se preguntó en qué fase estaría la luna, y qué constelaciones formarían las estrellas.
    Esperó. Había tiempo de sobra para su rebelión. Demasiado tiempo, realmente. Un hombre de píe en la lluvia, con nieblas a sus pies, respirando un aire que olía a reptiles. Recordó anémonas en primavera, bajo árboles todavía fríos y sin hojas, con un poco de nieve entre las raíces. Un día de otoño en Nueva Inglaterra, con una botella de cerveza en una mesa, y la puerta que se abría de par en par a unas flores rojas y a una playa amarilla y un lejano cielo azul. Recordó un hombre caído en los negros tembladerales jurásicos, un hombre sentado en un jeep con la cabeza abierta y la fotografía de una mujer. Y se preguntó qué sentido tenía todo aquello, y decidió en seguida que no tenía ningún sentido, pues no, las cosas no podían haberse ordenado así para que no hubiese anémonas o tabernas a orillas del mar.
    Al fin Herries se volvió, abrió la puerta del cobertizo, y entró. Adentro el calor era sofocante. Cerró otra vez la puerta y encendió su linterna sintiendo que el sudor le corría por el cuerpo. La lluvia golpeaba ruidosamente el techo de zinc. Allí estaban los cajones, uno sobre otro, bastantes grandes algunos para contener un dinosaurio. Se había necesitado mucha energía para traer todo este tonelaje al pasado. No era raro que los impuestos aumentasen. ¿Y qué podía haber en los cajones? unos cuantos tanques, quizá... Algunas bombas de petróleo... No era posible saber qué idea habían concebido aquellos hombres que vivían en oficinas, aislados del cielo. Y Symonds había insinuado que era sólo un principio. A este cargamento seguirían probablemente otros, y otros...
    Herries buscó el estante de las herramientas. Tenía que tomar precauciones; no había necesidad de ir a la cárcel. Puso la linterna sobre una barrica y se inclinó a mirar. El cajón era de madera dura, con tablas atornilladas. Sería difícil abrirlo, pero luego no se notaría. Por supuesto, quizá había una trampa adentro. No era posible saber a qué extremos podían llegar aquellos oficinistas, acólitos de la religión del secreto.
    Oh, bueno, si vuelo con el cajón no perderé mucho. Herries se quitó el impermeable. La camisa se le había pegado al cuerpo. Se puso en cuclillas y empezó a trabajar.
    Avanzó lentamente. Luego de sacar varias tablas, descubrió una armazón de madera de pino. Adentro había algo envuelto en arpilleras; una superficie curva de metal sobresalía ligeramente. ¿Qué diablos era aquello? Herries buscó una palanca e hizo saltar una tabla. Los clavos chillaron. Se quedó tieso un instante, escuchando, pero sólo se oía la lluvia, cada vez más ruidosa. Metió la mano y tironeó de la arpillera. Dios, hacía calor.
    No reconoció la hoja metálica hasta que sacó toda la arpillera. Y aun entonces su pensamiento se negó a funcionar; se quedó mirando boquiabierto largo rato antes que la mente registrara las palabras.
    Un arado de reja.
    —Pero allá no saben qué hacer con los excedentes agrícolas —dijo en alta voz, tontamente.
    Empezó a poner las tablas en su sitio con manos que no parecían suyas. No podía entenderlo. Ya nada era real. Por supuesto, reflexionó oscuramente, podía haber cualquier cosa en las otras cajas; pero sospechaba que encontraría más arados, tractores, discos... ¿Y por qué no sacos de semillas? ¿Qué piensan hacer?
    —Ah.
    Herries dio media vuelta. La luz de la linterna lo alcanzó como una espada.
    Buscó a ciegas el rifle. Detrás de la luz una voz seca dijo:
    —No le recomiendo la violencia.
    Herries dejó caer el fusil, que golpeó el piso.
    Symonds cerró la puerta, y dio un paso adelante con esos movimientos afectados de siempre, una sombra entre otras sombras móviles y deformadas. Sólo se había puesto unos pantalones y una camisa, pero las rayas de oscuridad parecían sugerir una corbata, un chaleco, una chaqueta.
    —Verá usted —explicó sin pasión—, todos los guardias tenían la orden sub rosa de avisarme si ocurría algo insólito, aunque no hubiesen tenido que actuar. —Señaló el cajón—. Por favor, continúe.
    Herries se agachó otra vez. Había un vacío en él, y sólo se preguntaba cuál sería el mejor modo de morir. Pues si lo enviaban de vuelta al siglo veinte, seguramente, sí, seguramente, lo encerrarían y perderían la llave, y el color gris de la muerte era mejor que eso. Era raro, pensó, como sus dedos manejaban las herramientas, con una segura habilidad.
    Symonds de pie a sus espaldas iluminaba el cajón con su linterna. Luego de un largo rato preguntó muy lentamente:
    —¿Cómo se le ocurrió esto?
    Podía matarlo, pensó Herries, no tiene armas. Podría retorcerle el flaco pescuezo con estas dos manos, y tomar un fusil, y hundirme en la marisma a vivir unos días... Pero sería mucho más fácil volver el rife contra mí mismo.
    Buscó con cuidado las palabras, pues tenía que tomar una decisión, aunque ahora esa decisión pareciese poco real y escasamente importante.
    —No es pregunta fácil de contestar —dijo.
    —Las preguntas significativas nunca lo son.
    Asombrado, Herries alzó rápidamente los ojos y miró hacia atrás. Era sorprendente sobre todo que aun pudiera sentir sorpresa. Pero la cara del hombrecito estaba en la oscuridad. Herries vio sólo un pálido brillo inexpresivo en los lentes.
    —Expliquémoslo de este modo —dijo—. Aun el derecho de matar en defensa propia tiene sus límites. Si un asesino me ataca, puedo contestarle con lo primero que encuentre a mano. Pero no estaría bien que utilizase un niño como escudo.
    —Así que usted quiso estar seguro de que no había nada ilegal en los cajones —comentó Symonds académicamente.
    —No sé. ¿Qué es legal o ilegal en estos tiempos? Yo... me sentía asqueado. Me gustaba Greenstein, y murió porque Washington ha decidido que no tengamos obuses o bombas atómicas. Yo no sabía hasta dónde resistiría. Tenía que descubrirlo.
    —Ya veo —asintió el funcionario—. Para su información le diré que todo es equipo agrícola. Los cargamentos siguientes incluirán material industrial y científico, grandes cantidades de alimentos envasados, y toda la cultura terrestre que pueda traerse en microfilms.
    Herries dejó de trabajar, se volvió y se incorporó. Las rodillas no lo sostenían. Se apoyó en el cajón y pasó un minuto antes que pudiese decir:
    —¿Por qué?
    Symonds no respondió en seguida. Extendió una mano precisa, tomó la linterna que Herries había dejado en el barril y se sentó con los tubos de luz sobre las piernas. El resplandor le recortaba la cara en sombras, y sus lentes eran dos círculos oscuros. Luego dijo, como si estuviese enumerando los puntos de una agenda:
    —Usted hubiese sido informado a su debido tiempo, cuando llegaran las otras quinientas personas. Ahora llevará una carga que hubiera podido evitarse durante meses. Sólo nos queda esperar que sabrá guardar el secreto sin sentirse demasiado agobiado. Por lo menos esa presunción es necesaria.
    Herries sintió que su propio aliento le quemaba la garganta.
    —¿Quién es esa otra gente? —preguntó.
    El rostro del color del papel, visible a medias, estaba vuelto hacia los pozos de sombra del cobertizo.
    —Ha caído usted en un error común —dijo Symonds, como si le hablara a un alumno— Ha supuesto que unos hombres obligados por las circunstancias a actuar de cierto modo, son necesariamente malvados o estúpidos. Le aseguro que el senador Wien y los otros responsables no son ni una cosa ni otra. Han tenido que ocultarle la verdad aun a gente comprometida en el proyecto, y que respondería con furia o terror en vez de pensar en salvar algo. Como no disponen de ilimitados poderes, no se pusieron a gritar. Esa misma división de esfuerzos y conocimientos a que obliga la seguridad nacional los ha ayudado a ocultar sus proyectos y a confundir a aquellos que han de recibir necesariamente alguna información.
    Symonds hizo una pausa. Frunció levemente el ceño, y golpeó impacientemente con el borde de una uña el metal de una Linterna.
    —No me interprete mal —continuó—. El senador Wien y sus socios no han olvidado sus juramentos ni pretenden atribuirse poderes divinos. Todos sus esfuerzos tienen como única meta tratar de resolver los problemas del siglo veinte. No son ellos quienes ocultan el dato realmente significativo, un dato que, incidentalmente, podría ser descubierto por cualquiera, mediante un simple razonamiento. No, los responsables aquí son las autoridades legalmente constituidas, autorizadas para señalar ciertas informaciones como secreto máximo. Por supuesto, el senador ha utilizado toda su influencia para salirle al paso de este modo a la presente eventualidad, pero esto pertenece al mecanismo normal de la política.
    —¡Vaya al grano, maldita sea! ¿De qué demonios habla? —gruñó Herries.
    Symonds sacudió la delgada cabeza gris.
    —Tiene miedo de saberlo, ¿no es cierto? —preguntó serenamente.
    —Yo... —Herries se volvió, miró el cajón, y le descargó un puñetazo. La voz reseca continuó en la noche:
    —Sabe usted que un proyector temporal puede dar un salto de un siglo en el futuro, pero sólo puede retroceder en períodos aproximados de cien millones de años. Usted mismo ha hablado de la técnica que podría utilizarse para explorar ciertos sectores del pasado histórico, a pesar de este handicap, dando suficientes saltos de un siglo hacia adelante antes de dar el gran salto hacia atrás ¿No se le ocurre cómo podría predecirse el futuro? ¿Saber qué va a ocurrir dentro de un siglo? Vamos, vamos, es usted un hombre inteligente. Conteste.
    —Sí —dijo Herries—. Ya entiendo.
    —El equipo A, un grupo de bien provistos voluntarios, fue al siglo veintiuno —prosiguió Symonds—. Anotaron sus observaciones y las pusieron en una caja químicamente inerte, dentro de un gran bloque de cemento reforzado, en un lugar ya decidido, y que según una expedición que había saltado cien millones de años en el futuro permanecería estable. Presumo que pusieron también material radiactivo en el cemento, para ayudar a encontrar el sitio. Por supuesto, los saltos en el tiempo son de tal naturaleza que esos hombres no podrán volver al siglo veinte. Pero el equipo B dio luego un salto de cien millones de años en el futuro, recogió los documentos, y regresó.
    Herries endureció el cuerpo y miró de frente al hombrecito. Se sentía interiormente vacío, tan fatigado que no podía hacer otro esfuerzo que el de seguir manteniéndose en pie.
    —¿Qué encontraron? —preguntó con una voz sin tono.
    —Ha habido varias expediciones al año 100.000.000 —dijo Symonds—. La energía requerida para visitar el año 200.000.000, antes o después de nuestra era, es prohibitiva. Pero en el año 100.000.000 la vida evolucionaba otra vez en la Tierra. Sin embargo, las plantas no habían liberado aún bastante oxígeno para que la atmósfera fuese respirable. Recordará usted que las rocas fijan oxígeno de modo que si no hay procesos biológicos para reemplazarlo continuamente... Pero usted tiene una educación técnica superior a la mía.
    —Muy bien —dijo Herries, con una voz seca y dura—. La tierra es estéril en el futuro, por lo menos durante mucho tiempo. ¿También en el siglo veintiuno?
    —Sí. La radiactividad había disminuido mucho, de modo que el equipo A dijo que no había corrido peligro, pero aun podían medirse algunos de los isótopos de más larga vida. Por medio de distintas mediciones el equipo A pudo calcular cuando habían caído las bombas.
    —¿Y?
    —Aproximadamente un año después de la fecha actual del siglo veinte.
    —Un año... después de ahora. —Herries alzó los ojos, y encontró la oscuridad. Oyó la lluvia jurásica en el techo metálico, como un redoble de tambor.
    —Posiblemente menos —dijo Symonds—. Hay un factor de incertidumbre. Es necesario completar este proyecto antes que llegue la guerra.
    —Que llegue la guerra —repitió Herries—. ¿Tiene que llegar? Tiempo fijo o no fijo, ¿tiene que llegar? ¿No puede informarse al enemigo? ¿No podríamos nosotros... capitular si es necesario?
    —Se están haciendo todos los esfuerzos posibles —dijo Symonds como una máquina—. Aparte de la teoría del tiempo rígido, parece improbable que tengamos éxito. La situación es demasiado inestable. Un solo hombre que pierda la cabeza y apriete erróneamente un botón, escribirá el fin, y hay muchos botones. La sola revelación de la verdad, a unos pocos líderes escogidos o a los pueblos del mundo, provocaría el pánico. ¿Y quién puede decir de lo que es capaz un hombre dominado por el pánico? A eso se refería cuando dije que el senador Wien y sus compañeros no han olvidado sus juramentos. No han pensado en buscar refugio, saben que son hombres viejos. Tratarán de salvar el siglo veinte, hasta el fin. Pero no saben si será posible, así que tratan de salvar a la raza humana.
    Herries se enderezó tomándose del cajón donde había estado apoyado.
    —Esos quinientos que vienen —murmuró—, ¿mujeres?
    —Sí, y se traerá más gente si hay tiempo. Pero por lo menos habrá un millar de adultos jóvenes y sanos aquí en el jurásico. No sé cómo se las arreglará usted cuando llegue el momento de decirles la verdad. Ya ve por qué hay que guardar el secreto hasta entonces. Es muy posible que alguien pierda la cabeza. Por eso no han enviado armas pesadas: una sola persona fuera de sí no alcanzará para matar a todos. Pero usted tiene que recobrarse. Es necesario.
    Herries abrió la puerta de par en par y clavó los ojos en la rugiente oscuridad.
    —Pero no hay huellas de nosotros... en el futuro —dijo, en un tono alto y lastimoso, como un niño.
    —¿Qué huellas piensa usted que podrían encontrarse luego de varias eras geológicas? —preguntó Symonds. Era aún el maestro de escuela, pero sentado en la barrica miraba fijamente las grandes y móviles sombras de un rincón—. Se supone que ustedes se quedarán aquí durante varias generaciones, hasta que hayan crecido suficientemente en número y recursos. El equipo A de que le hablé se unirá a ustedes dentro de un siglo. Está compuesto también de hombres y mujeres en cantidades iguales. Pero un planeta en esta época no es un lugar adecuado para el hombre. Confiamos en que los descendientes de ustedes perfeccionen la nave del espacio que según sabemos es posible construir, y tomen en cambio posesión de las estrellas.
    Herries se apoyó en el marco de la puerta, doblado por el cansancio y la monstruosa obligación de sobrevivir. Una ráfaga de lluvia le golpeó los ojos. Oyó la voz de unos dragones que llamaban en la noche.
    —¿Y usted? —preguntó, sin saber por qué.
    —Llevaré el último mensaje que ustedes quieran mandar al futuro —dijo aquella voz seca.
    Unos pasos precisos y breves resonaron en el piso y Symonds se detuvo junto al ingeniero. Durante un momento no se oyó otro ruido que la lluvia.
    —Seguramente merezco ir a casa —dijo Symonds. Y de pronto tomó aliento, y el aire le silbó entre los dientes apretados, y alzó los dedos como garras y chilló: —¡Me dejarán ir entonces!
    Symonds echó a correr hacia la barcaza del supervisor, y desapareció en la oscuridad. Herries se quedó un rato apoyado en la puerta.

    FIN

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  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  • Para cargar por Sub-Categoría, presiona
    "Guardar los Cambios" y luego en
    "Guardar y cargar x Sub-Categoría 1, 2 ó 3"
         
  •          ---------------------------------------------
  • ■ Marca Estilos para Carga Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3
    ■ Marca Estilos a Suprimir-Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3



                   
    Si deseas identificar el ESTILO a copiar y
    has seleccionado GUARDAR POR POST
    tipea un tema en el recuadro blanco; si no,
    selecciona a qué estilo quieres copiarlo
    (las opciones que se encuentran en GUARDAR
    LOS CAMBIOS) y presiona COPIAR.


                   
    El estilo se copiará al estilo 9
    del usuario ingresado.

         
  •          ---------------------------------------------
  •      
  •          ---------------------------------------------















  •          ● Aplicados:
    1 -
    2 -
    3 -
    4 -
    5 -
    6 -
    7 -
    8 -
    9 -
    Bás -

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:
    LY -
    LL -
    P1 -
    P2 -
    P3 -
    P4 -
    P5 -
    P6

             ● Aplicados:
    P7 -
    P8 -
    P9 -
    P10 -
    P11 -
    P12 -
    P13

             ● Aplicados:
    P14 -
    P15 -
    P16






























              --ESTILOS A PROTEGER o DESPROTEGER--
           1 2 3 4 5 6 7 8 9
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                           ---CAMBIO DE CLAVE---



                   
          Ingresa nombre del usuario a pasar
          los puntos, luego presiona COPIAR.

            
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    --------------------MANUAL-------------------
    + -

    ----------------------------------------------------



  • PUNTO A GUARDAR




  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"

      - ENTRE LINEAS - TODO EL TEXTO -
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - Normal
      - ENTRE ITEMS - ESTILO LISTA -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE CONVERSACIONES - CONVS.1 Y 2 -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
      1 - 2 - Normal


      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Original - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar



              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

              FORMA DEL BLOCKQUOTE

      Primero debes darle color al fondo
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - Normal
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2
      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -



      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 -
      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - TITULO
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3
      - Quitar

      - TODO EL SIDEBAR
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO - NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO - BLANCO - 1 - 2
      - Quitar

                 ● Cambiar en forma ordenada
     √

                 ● Cambiar en forma aleatoria
     √

     √

                 ● Eliminar Selección de imágenes

                 ● Desactivar Cambio automático
     √

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar




      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Quitar - Original



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    Bloques a cambiar color
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    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

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    Set personal 2:
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