Publicado en
julio 04, 2010
Título original: Cal
Soy un robot. Mi nombre es cal. Tengo un número de registro. Es CL-123X, pero mi amo me llama Cal.
La “X” en mi número de registro significa que soy un robot especial para mi amo. Él me encargó y participó en mi diseño. Tiene mucho dinero. Es escritor.
No soy un robot muy sofisticado. Mi amo no quiere un robot complicado. Él solo quiere a alguien que le ande detrás, levantando cosas… que encienda su impresora, apile sus discos y cosas como esas.
Él dice que no le dé ninguna respuesta y que simplemente haga lo se me diga. Él dice que con eso es suficiente.
Hay gente que a veces lo visita para ayudarlo. Ellos sí le contestan. En ocasiones, ellos no hacen lo que se les dice. Se enoja mucho y le viene un color rojo a la cara.
Entonces me dice que haga algo y yo lo hago. Dice, “Gracias a Dios, tú haces lo que se te dice”.
Por supuesto, hago lo que se me dice. ¿Qué más puedo hacer? Quiero que mi amo se sienta bien. Puedo saber cuándo mi amo se siente bien. Su boca se alarga y llama a eso “una sonrisa”. Me palmea el hombro y me dice “Bien, Cal… bien”.
Me gusta cuando dice “Bien, Cal… bien”.
Le digo a mi amo “Gracias. Usted también me hace sentir bien”.
Y él ríe. Me gusta cuando ríe porque significa que se siente bien, pero el ruido es raro. No entiendo cómo lo hace o por qué. Le pregunto y me dice que ríe cuando algo es gracioso.
Le pregunto si lo que digo es gracioso.
Dice que sí, que lo es.
Es gracioso porque digo que me siento bien. Él dice que realmente los robots no nos sentimos bien. Dice que solo los amos humanos se sienten bien. Dice que los robots sólo tenemos conexiones en el cerebro positrónico que trabajan con más facilidad cuando seguimos órdenes.
No sé qué son ‘conexiones en un cerebro positrónico’. Dice que son cosas dentro de mí.
Yo pregunto ¿Cuando las conexiones de mi cerebro positrónico funcionan mejor hace todo más claro y fácil para mí? ¿Es por eso que me siento bien?
También pregunto ¿Cuando un amo se siente bien es porque algo dentro suyo trabaja con más facilidad?
Mi amo inclina la cabeza y dice: “Cal, eres más inteligente de lo que pareces”.
Tampoco sé lo que eso significa, pero mi amo parece complacido conmigo y eso hace que las conexiones de mi cerebro positrónico trabajen con más facilidad, y eso hace que me sienta bien. Es más fácil decir simplemente que me hace sentir bien. Pregunto si me permite decir eso.
Él dice “puedes decir lo que quieras, Cal”
Lo que quiero es ser escritor como mi amo. No sé por qué tengo este sentimiento, pero mi amo es un escritor y ayudó en mi diseño. Tal vez, su diseño hace que desee ser escritor. No comprendo por qué tengo esta sensación, porque no sé qué es un escritor. Le pregunto a mi maestro qué es un escritor.
Sonríe nuevamente.
—No lo sé. —digo— es sólo que usted es un escritor y yo quiero saber qué es eso. Parece tan feliz cuando está escribiendo... y si eso lo hace feliz, tal vez me haga feliz a mí también. Tengo un sentimiento...
No tengo palabras para él. Pienso un poco y él me espera. Sigue sonriendo.
Digo:
—Quiero saberlo, porque me hará sentir mejor saberlo. Soy… soy…
Él dice:
—Eres curioso, Cal.
Digo que no sé lo que significa esa palabra.
Él dice:
—Significa que quieres saber simplemente porque quieres saber.
Dice:
—Escribir es inventar una historia. Yo cuento sobre gente que hace diferentes cosas y a la que le suceden diferentes cosas.
Yo digo:
—¿Cómo averigua lo que hacen y lo que les sucede?
Él dice:
–Las invento, Cal, no son gente real. No son sucesos reales, las imagino aquí. —Señala su cabeza.
No entiendo y pregunto cómo las inventa, pero se ríe y dice “Yo tampoco lo sé. Simplemente las invento.”
Dice:
—Escribo misterios. Historias de crímenes. Hablo sobre gente que hace cosas malas, que lastima a otras personas.
Me siento muy mal cuando escucho eso. Digo:
—¿Cómo puede usted hablar acerca de lastimar gente? Eso no debe hacerse nunca.
Él dice que los seres humanos no están controlados por las Tres Leyes de la Robótica, que los amos humanos pueden lastimar a otros amos humanos si lo desean.
—Eso está mal—, digo.
—Lo está —dice—, en mis historias la gente que causa daño es castigada. Son puestos en prisión y mantenidos donde no puedan seguir dañando a otras personas.
—¿Les gusta la prisión? —pregunto.
—Por supuesto que no. No deberían. El temor a la prisión los previene de hacer más cosas dañinas de las que hacen.
Yo digo:
—Pero la prisión está mal también. Hace que la gente se sienta mal.
—Bueno… —dice mi amo—, es por eso que no puedes escribir misterios e historias de crímenes.
Pienso en ello. Debe haber una manera de escribir historias en las que la gente no es lastimada. Me gustaría hacer eso. Quiero ser escritor. Me gustaría hacerlo. Quiero ser escritor. Deseo mucho ser escritor.
Mi amo tiene tres máquinas diferentes para escribir historias. Una es muy vieja pero él dice que la conserva porque tiene un valor sentimental.
No sé lo que signifique “Valor sentimental”. No quiero preguntar. No usa la máquina para sus historias. Tal vez “valor sentimental” signifique que no debe ser usada.
No dice que yo no pueda usarla. No le pregunto si puedo usarla. Si no pregunto y no me dice que no debo hacerlo, entonces no estoy desobedeciendo ninguna orden al usarla.
Por la noche él está durmiendo y los otros amos humanos, que a veces están aquí, no están. Hay otros dos robots que tiene mi amo que son más importantes que yo. Hacen un trabajo más trascendental. Esperan en sus nichos por la noche cuando no se les dio nada para hacer.
Mi amo no ha dicho “Espera en tu nicho, Cal”
A veces, cuando no lo hace —porque soy tan poco importante— puedo moverme en la noche. Puedo mirar la máquina. Tú presionas teclas y ella hace palabras y luego las palabras son puestas en papel. Yo observo al amo, así que sé cómo presionar teclas. Las palabras van al papel por sí mismas. No tengo que hacer eso.
Yo presiono las teclas pero no comprendo las palabras. Me siento mal después de un rato. Al amo no debió gustarle, aunque no me dice que no lo haga.
Las palabras se imprimen en papel y en la mañana le muestro las palabras a mi amo.
Digo “Lo siento, estuve usando la máquina de escribir”
Él mira el papel. Luego me mira a mí. Arruga la frente.
Dice:
—¿Tú has hecho esto?
—Sí, amo.
—¿Cuándo?
—Anoche.
—¿Por qué?
—Deseo mucho escribir. ¿Es esto una historia?
Él sostiene el papel y sonríe.
Él dice:
—Estas son solo letras al azar, Cal. Es jeringoso .
No parece enojado. Me siento mejor. No sé qué es “jeringoso”.
Digo:
—¿Es una historia?
Dice:
—No, no lo es. Y es una suerte que la máquina no pueda dañarse por usarla mal. Si realmente quieres escribir tan mal te diré lo que haré: Te reprogramaré, así sabrás cómo usar una máquina de escribir.
Dos días después, llega un técnico. Él es un amo que sabe cómo hacer que los robots hagamos mejores trabajos. Mi amo me dice que el técnico es el que me ensambló y que él mismo le ayudó. Yo no recuerdo eso.
El técnico escucha atentamente a mi amo.
Él dice:
—¿Por qué quiere que haga eso, Sr. Northrop?
“Sr. Northrop” es como los otros amos llaman a mi amo.
Mi amo dice:
—Yo ayudé a diseñar a Cal, recuerda. Supongo que debo haber introducido en él el deseo de ser escritor. No tenía la intención, pero como él lo desea, siento que debería complacerlo. Se lo debo.
El técnico dice:
—Eso es una tontería. Aún si nosotros accidentalmente le hubiéramos puesto el deseo de escribir, ese sigue sin ser el trabajo de un robot.
Mi amo dice:
—Da igual, quiero que lo haga.
El técnico dice:
—Será caro, Sr. Northrop.
Mi amo frunce el ceño. Luce enojado. Él dice:
—Cal es mi robot. Debería hacer lo que me plazca. Tengo el dinero y quiero que él sea reajustado…
El técnico luce enojado también. Dice:
—Muy bien, si eso es lo que desea. El cliente es el jefe, pero será más caro de lo que Ud. piensa porque no podemos programar el conocimiento de cómo usar una máquina de escribir sin mejorar su vocabulario en buena medida.
Mi amo dice:
—De acuerdo, aumente su vocabulario.
Al día siguiente, el técnico vuelve con muchas herramientas. Abre mi pecho. Es una sensación extraña. No me gusta. Hurga en mi interior. Creo que apaga mi fuente de energía o la quita. No recuerdo. No veo nada, ni pienso nada, ni sé nada...
* * * * *
Luego pude ver y pensar y saber nuevamente. Pude ver que el tiempo había pasado pero no supe cuánto.
Pensé por un tiempo. Era curioso, pero supe cómo usar una máquina de escribir y parecía entender más palabras. Por ejemplo, supe lo que significaba “jeringoso” y me avergoncé de haber mostrado eso a mi maestro, creyendo que era una historia.
Tendré que hacerlo mejor. Esta vez no tengo aprehensión —conozco el significado de la palabra “aprehensión” también—. No tengo temor de que él no me permita usar la vieja máquina. Después de todo, él no me hubiera rediseñado para ser capaz de usarla si me fuera a prohibir hacerlo.
Se lo dije:
—Amo, ¿significa esto que puedo usar la máquina de escribir?
Él dijo:
—Puedes hacerlo en cualquier momento, Cal, en que no estés envuelto en otras tareas. Debes dejarme ver lo que escribes, de todas formas.
—Por supuesto, Amo.
Eso claramente me divirtió, porque creo que él esperaba más jeringoso (¡Qué palabra tan desagradable!) pero no creí que él lo obtuviera nunca más.
No escribí una historia inmediatamente. Debía pensar sobre qué escribir. Supongo que eso es lo que el amo quiere decir cuando dice que uno debe “crear” una historia.
Encontré que era necesario pensar en ello al principio y luego escribir lo que pensara. Era mucho más complicado de lo que yo suponía.
Mi amo notó mi preocupación. Me preguntó:
—¿Qué estás haciendo, Cal?
Dije:
—Estoy tratando de construir una historia. Es un trabajo duro.
—¿Te estás dando cuenta de eso, Cal? ¡Bien! Obviamente tu reorganización no solo ha mejorado tu vocabulario, me parece a mí que ha intensificado tu inteligencia.
Yo dije:
—No estoy seguro de qué quiere decir con “intensificado”
—Quiere decir que pareces más listo. Aparentas saber más.
—¿Eso le desagrada, amo?
—No, para nada. Me complace. Eso hace más posible para tí escribir historias y aún, después de que te hayas hartado de tratar de escribir, seguirás siendo más útil para mí.
Al principio pensé que sería encantador ser más útil al amo, pero no entendí lo de “hartarme de intentar escribir”. Yo no me cansaría de escribir.
Finalmente, tuve una historia en mi mente, y le pregunté a mi amo cuándo sería un buen momento para escribirla.
Dijo:
—Espera a la noche. Así no estarás cruzándote en mi camino. Podemos tener una pequeña luz en la esquina donde descansa la vieja máquina de escribir, y tú puedes escribir tu historia. ¿Cuánto tiempo crees que te tomará?
—Sólo un poco —dije sorprendido—, puedo accionar la máquina a mucha velocidad.
Mi amo dijo:
—Cal, accionar la impresora no lo es todo—. Luego se detuvo, pensando un poco, y dijo, —No, continúa y hazlo. Aprenderás. No trataré de advertirte.
Él tenía razón. Accionar la máquina no lo era todo. Pasé casi toda la noche tratando de focalizar la historia. Es muy difícil decidir qué palabra debe ir detrás de otra. Tuve que borrar el relato varias veces y comenzar nuevamente. Era muy embarazoso.
Finalmente estuvo hecho y aquí está. La conservé después de terminarla porque es la primera historia que he escrito. No era jeringoso.
El introso
Por Cal.
Una ves, había un detektave llamado Cal que era un muy buen detektave y muy valiente. Nada le atemorisaba. Imajine su sorpresa una noche cuando escuchó un introso en el hogar de su amo. Entró apresuradamente en la oficina de escritur. Había un introso. Havía entrado a trabés de la ventano. Había cristal roto. Eso era lo que Cal, el valiente detektave, había escuchado con su buen oído.
Él dijo,
—¡Alto, Introso!
El introso se detuvo y miró atemorisado. Cal se sintió mal de que el introso pareciera atemorisado.
Cal dijo,
—Mira lo que has hecho. Has roto la ventano.
—Sí, —dijo el introso, mirando muy avergonsado—, no tenía intención de romper la ventano.
Cal estuvo muy astuto y vio el falla en el último comentario del introso. Él dijo:
—¿Cómo esperaba entrar si no iba a romper la ventano?
—Pensé que estaría abierta,— dijo—, Traté de abrirla y se rompió.
Cal dijo,
—De todas maneras, ¿Con qué intención has hecho eso? ¿Por qué querrías entrar a esta habitación cuando no es tu habitación? Eres un introso.
—No quise causar ningún daño—, dijo.
—No es así. Si no hubieras deseado ningún daño no estarías aquí.—, dijo Cal, —Debes ser caztigado.
—Por favor no me caztigue—, dijo el introso.
—Yo no te caztigaré—, dijo Cal. —No deseo causarte desdicha o dollor. Llamaré a mi amo.
Él llamó...
—¡Amo! ¡Amo!
El amo vino prisamente. —¿Qué tenemos aquí?—, preguntó.
—Un introso—, repuse. —Lo he atrapao y está aquí para que lo caztigues—
Mi amo miró al introso. Él dijo:
—¿Estás arrepentido de lo que has hecho?
—Lo estoy—, dijo el introso. Él estaba llorando y agua salía de sus ojos de la misma manera que hacen los amos cuando están tristes.
—¿Volverías a hacerlo alguna ves?—, dijo mi amo.
—Nunca. Nunca lo haré nuebamente—, dijo el introso.
—En ese caso, —dijo el amo—, has sido suficientemente caztigado. Vete y asegúrate de no hacerlo nunca más.
Entonces el amo dijo —Eres un buen detektave, Cal, estoy orgulloso de ti.
Cal estaba muy felis de haber satisfecho a su amo.
Fin
Yo estaba muy complacido con la historia y se la enseñé al amo. Estaba seguro que se complacería mucho, también.
Él estaba más que complacido, mientras lo leía, sonreía. Incluso se rió un par de veces... Luego levantó la vista hacia mí y dijo
—¿Tú escribiste esto?
—Sí, lo hice, amo—, dije.
—Quiero decir ¿tú solo? ¿No copiaste nada?
—Lo inventé en mi propia cabeza, amo— dije. —¿Le gusta?
Rió nuevamente, bastante fuerte.
—Es interesante—, dijo.
Yo estaba un poco ansioso.
—¿Es gracioso? —pregunté—, No sé cómo hacer cosas graciosas.
—Lo sé, Cal. No es gracioso intencionalmente.
Pensé en eso por un tiempo. Entonces pregunté
—¿Cómo puede algo ser gracioso sin intención?
—Es difícil explicarlo, pero no te preocupes por eso. En primer lugar, no puedes deletrear y eso es una sorpresa. Hablas tan correctamente ahora que yo automáticamente asumí que sabrías deletrear, pero obviamente, no puedes. No puedes ser un escritor a menos que puedas deletrear las palabras correctamente y usar buena gramática.
—¿Cómo logro deletrear correctamente las palabras?
—No tienes que preocuparte por eso, Cal—, dijo mi amo, —Te equiparemos con un diccionario. Pero dime, Cal, en tu historia... ‘Cal’ eres tú... ¿No?
—Sí—, yo estaba satisfecho de que él notara eso.
—Mala idea. Uno no quiere meterse en una historia y decir cuán grandioso es. Eso ofende al lector.
—¿Por qué, amo?
—Porque sí. Suena como 'tendré que darte un consejo, pero lo haré tan brevemente como pueda'. No es costumbre adularse uno mismo. Además, uno no debe decir que es grandioso, debe demostrar que lo es en su trabajo. Y no uses tu propio nombre.
—¿Esa es una regla?
—Un buen escritor puede romper cualquier regla, pero tú eres sólo un principiante. Ajustarse a las reglas y lo que te he dicho son un par de ellas. Vas a encontrar muchas, muchas más, si continúas escribiendo. Además, Cal, tendrás problemas con Las Tres Leyes de la Robótica. No puedes asumir que los malhechores sollozarán y se avergonzarán. Los sentimientos humanos no son así. Ellos deben ser castigados a veces.
Sentí que se agitaban las conexiones de mi cerebro positrónico. Dije:
—Eso es difícil.
—Lo sé. Además, no hay misterio en la historia. No es que tenga que haberlo, pero creo que te quedaría mejor si lo hubiera. ¿Qué hay si tu héroe, a quien deberás llamar de otra manera que Cal, no supiera si alguien es un intruso o no? ¿Cómo podría averiguarlo? Como ves, tiene que usar su cabeza—, y mi maestro señaló la suya.
Casi no pude seguirlo. Mi amo dijo
—Te diré qué. Te daré algunas historias propias para que las leas, hasta que estés equipado con un diccionario ortográfico y una gramática y verás lo que quiero decir.
El técnico vino a la casa y dijo:
—No hay problema en instalar un diccionario ortográfico y una gramática. Le costará más dinero. Sé que no le interesa el dinero, pero dígame por qué está tan interesado en hacer de este pedazo de acero y titanio un escritor.
No creí que estuviera bien llamarme pedazo de acero y titanio, pero por supuesto, un amo humano puede decir lo que desee. Ellos siempre hablan sobre nosotros, los robots, como si no estuviéramos ahí. He notado eso también.
Mi amo dijo:
—¿Alguna vez escuchó que un robot quisiera ser escritor?
—No—, dijo el técnico. —No puedo decir que lo haya oído, Sr. Northrop.
—¡Tampoco yo! Tampoco lo hizo nadie hasta donde yo sé. Cal es único, y quiero estudiarlo.
El técnico sonrió abiertamente —burlonamente, ésa es la palabra—.
—No me diga que le entra en la cabeza que él será capaz de escribir sus historias por usted, Sr. Northrop.
Mi amo dejó de sonreír. Elevó su cabeza y le echó una mirada al técnico muy agresivamente.
—No sea idiota. Ud. simplemente haga lo que le pago por hacer.
Creo que el amo hizo que el técnico se arrepintiera de haber dicho eso, pero no sé por qué. Si mi amo me pidiera que escribiera sus historias por él, estaría encantado de hacerlo.
Nuevamente, no sé cuánto tiempo le llevó al técnico hacer su trabajo cuando volvió un par de días después. No recuerdo una sola cosa de eso.
Entonces, repentinamente, mi amo me estaba hablando:
—¿Cómo te sientes, Cal?
Dije,
—Me siento muy bien, gracias, señor.
—¿Qué hay de las palabras? ¿Puedes deletrear?
—Conozco las combinaciones de letras, señor.
—Muy bien. ¿Puedes leer esto?—. Me alcanzó un libro. Decía en la cubierta “Los mejores misterios de J. F. Northrop”.
Dije,
—¿Son éstas sus historias, señor?
—Absolutamente, si alguna vez deseas leerlas, puedes hacerlo.
Nunca antes había sido capaz de leer con facilidad, pero esta vez, tan pronto como miré las palabras, pude oírlas en mi cabeza. Fue sorprendente. No podía imaginar cómo no era capaz de hacerlo antes.
—Gracias, señor—, dije. —Las leeré y estoy seguro de que me ayudarán en mi escritura.
—Muy bien. Continúa mostrándome todo lo que escribas.
Los relatos del amo eran bastante interesantes. Él tenía un detective que siempre podía entender asuntos que otros encontraban desconcertantes. No siempre pude entender cómo podía ver la verdad de un misterio y debí leer algunas historias nuevamente y hacerlo despacio.
Algunas veces, no podía entenderlas aún leyéndolas lentamente. Algunas otras, sí, creo. Y me pareció que podía escribir una historia como las del Sr. Northrop.
Esta vez, pasé mucho tiempo trabajando en mi cabeza. Cuando creí haber terminado, escribí lo siguiente:
La moneda brillante
Por Durando Euphrosyne
Calumet Smithson se sentó en su sillón, sus ojos de águila brillaron y las fosas nasales de su fina y alargada nariz flamearon mientras sentía que podía oler un nuevo misterio.
Él dijo,
—Bien, Sr. Wassell, cuénteme su historia una vez más desde el principio. No olvide nada, uno no puede saber cuándo, hasta el detalle más pequeño, puede ser de la mayor importancia.
Wassell poseía un importante negocio en la ciudad y en él empleaba a muchos robots y también seres humanos.
Wassell lo hizo, pero no había nada sorprendente en los detalles, en absoluto; y fue capaz de resumirlo de esta manera:
—Lo que importa, Sr. Smithson, es que estoy perdiendo dinero. Alguien en mi trabajo se está llevando pequeñas cifras aquí y allá. Los montos no son de gran importancia, en sí mismos, pero es como una pequeña y constante pérdida de aceite en una máquina, o una constante gotera en una canilla, o el fluir de sangre de una pequeña herida. Con el tiempo, puede aumentar y volverse peligrosa.
—¿Está Ud. actualmente en peligro o perdiendo su negocio, Sr. Smithson?
—Aún no, pero no me gusta perder dinero tampoco. ¿Le gusta a Ud.?
—Ciertamente, no—, dijo Smithson. —No me gusta. ¿Cuántos robots emplea en su negocio?
—Veintisiete, señor.
—Y todos son confiables, supongo.
—Indudablemente. Ellos no podrían robar. Además, le he preguntado a cada uno de ellos si habían tomado algún dinero y todos ellos dijeron que no. Y por supuesto, los robots no pueden mentir, tampoco.
—Usted está en lo cierto—, dijo Smithson. —Es inútil estar preocupado por los robots. Son honestos, de cabo a rabo. ¿Qué hay de los seres humanos que Ud. emplea? ¿Cuántos de ellos hay ahí?
—Empleo a diecisiete, pero de ellos sólo cuatro pueden estar robando.
—¿Por qué dice eso?
—Los otros no trabajan en los locales. Estos cuatro, sin embargo, sí. Cada uno tuvo la oportunidad, ahora y entonces, de manipular pequeñas cantidades y lo que yo creo es que al menos uno de ellos se las ingenió para transferir valores desde la compañía hacia su cuenta privada de tal manera que el asunto no sea fácilmente rastreable.
—Ya veo. Sí, es lamentablemente cierto que los seres humanos pueden robar. ¿Ha confrontado a sus sospechosos con la situación?
—Sí, lo he hecho. Todos ellos niegan cualquier actividad de ese tipo, pero, por supuesto, los humanos pueden mentir también.
—Pueden hacerlo. ¿Alguno de ellos lucía intranquilo mientras era interrogado?
—Todos lo hicieron. Pudieron ver que soy un hombre furioso que hubiera podido despedir a los cuatro, culpables o inocentes. Hubieran tenido problemas para encontrar otro trabajo si los hubiera despedido por tal razón.
—Entonces, eso no puede hacerse. No debemos castigar al inocente con el culpable.
—Ud. está en lo cierto—, dijo el Sr. Wassell. —Yo no podría hacer eso. Pero ¿Cómo puedo decidir cuál de ellos es el culpable?
—¿Hay alguno de ellos que tenga un historial dudoso, que haya sido despedido bajo circunstancias inciertas en su carrera anterior?
—He hecho averiguaciones discretas, Sr. Smithson, y no he encontrado nada sospechoso acerca de ninguno de ellos.
—¿Alguno de ellos en particular tiene necesidades de dinero?
—Pago buenos salarios.
—Estoy seguro de eso, pero tal vez alguno tiene algún tipo de gusto caro que hace esos ingresos insuficientes.
—No he encontrado evidencia de eso, sin embargo, para estar seguro, si alguno de ellos necesitara dinero por algún motivo perverso, lo conservaría en secreto. Nadie quiere ser considerado malvado.
—Está en lo cierto—, dijo el gran detective. —En ese caso, debe confrontarme con los cuatro hombres. Los interrogaré—. Sus ojos centellearon. —Llegaré a la base de este misterio, no tema. Permítanos arreglar un encuentro en la tarde. Deberemos reunirnos en el comedor de la compañía con una comida ligera y una botella de vino, así los hombres se sentirán completamente relajados. Esta noche, de ser posible.
—Lo arreglaré—, dijo el Sr. Wassell, impacientemente.
Calumet Smithson se sentó en la mesa del comedor observó a los cuatro hombres de cerca. Dos de ellos eran bastante jóvenes y tenían cabello oscuro. Uno tenía un mostacho también. Ninguno era muy bien parecido. Uno de ellos era el Sr. Foster y el otro, el Sr. Lionell. El tercero era más bien gordo y tenía ojos pequeños, era el Sr. Mann. El cuarto era alto y delgado y tenía una forma nerviosa de hacer sonar sus nudillos, era el Sr. Ostrak.
Smithson parecía estar un poco nervioso también mientras preguntaba a cada hombre, uno por uno. Sus ojos de águila se entrecerraron mientras miraba agudamente a los cuatro sospechosos jugando con una brillante moneda de un cuarto que, como si tal cosa, giraba entre los dedos de su mano derecha.
Smithson dijo,
—Estoy seguro de que cada uno de ustedes cuatro es conciente de qué terrible cosa es que un empleado robe.
Todos asintieron al mismo tiempo.
Smithson golpeó la brillante moneda contra la mesa pensativamente.
—Uno de ustedes, estoy seguro, va a sucumbir bajo la carga de la culpa y creo que eso sucederá antes de que la noche llegue a su fin. Pero por ahora, debo llamar a mi oficina. Estaré fuera por sólo un par de minutos. Por favor, quédense aquí sentados esperándome, y mientras esté fuera no hablen entre ustedes, ni se miren.
Le dio a la moneda el último golpecito y sin prestar atención a ello, la dejó. Cerca de diez minutos después estaba de regreso.
Miró uno a uno y dijo,
—No hablaron entre ustedes o se miraron, espero.
Hubo un meneo de cabezas general como si estuvieran temerosos de hablar.
—Sr. Wassell—, dijo el detective. —¿Está de acuerdo en que ninguno habló?
—Absolutamente. Simplemente nos quedamos aquí en silencio y esperando. Ni siquiera nos miramos los unos a los otros.
—Bien. Ahora, voy a pedirle a cada uno de ustedes cuatro que me muestren lo que tienen en los bolsillos. Por favor, pongan todo en una pila en frente de ustedes.
La voz de Smithson era tan autoritaria, sus ojos, tan brillantes y agudos, que ninguno de los hombres pensó en desobedecerle.
—Bolsillos de las camisas también. Dentro de las chaquetas... Todos los bolsillos.
Hubo una considerable pila, tarjetas de crédito, llaves, gafas, lapiceras, algunas monedas. Smithson miró a las cuatro pilas fríamente, fijando todo en su mente.
Entonces dijo,
—Sólo para asegurarme de que todos estamos cumpliendo los mismos requisitos, haré una pila con los contenidos de mis propios bolsillos y, Sr. Wassell, haga lo mismo.
Ahora había seis pilas. Smithson miró sobre la pila en frente del Sr. Wassell y dijo
—¿Qué es esta moneda brillante que veo, Sr. Wassell, ¿Suya?
Wassell miró confundido.
—Sí.
—No podría serlo. Tiene mi marca en ella. La dejé en la mesa cuando salí a llamar a mi oficina. Ud. la tomó.
Wassell estaba en silencio. Los otros cuatro hombres lo miraron.
Smithson dijo,
—Creí que si uno de ustedes era un ladrón no sería capaz de resistir una moneda brillante de un cuarto. Sr. Wassell, Ud. ha estado robando de su propia compañía, y , asustado de que sería atrapado, trató de echar la culpa sobre sus propios hombres. Esa fue una acción malvada y cobarde.
Wassell dejó caer su cabeza.
—Ud. tiene razón, Sr. Smithson. Pensé que si lo contrataba a Ud. para investigar, encontraría a uno de ellos culpable y entonces, tal vez, podría dejar de tomar dinero para mi uso privado.
—Ud. no toma muy en cuenta la mente de un detective—, dijo Calumet Smithson. —Lo llevaré a las autoridades. Ellos decidirán qué hacer con usted, aunque si está sinceramente arrepentido y promete nunca más hacerlo de nuevo, trataré de que no lo castiguen duramente.
Fin.
Se lo mostré al Sr. Northrop, quien lo leyó en silencio. Difícilmente haya sonreído en absoluto. Sólo en alguna ocasión.
Entonces lo dejó y comenzó conmigo:
—¿De dónde sacaste el nombre "Euphrosyne Durando”?
—Ud. dijo, señor, que no debía usar mi propio nombre, entonces yo usé uno de los tantos posibles.
—¿Pero de dónde lo quitaste?
—Señor, uno de los personajes menores en una de sus historias...
—¡Por supuesto! ¡Me sonaba familiar! ¿Te das cuenta de que es un nombre femenino?
—Como no soy ni masculino ni femenino...
—Sí, estás en lo cierto. Pero... Calumet Smithson, el nombre de un detective... La parte ‘Cal’ del nombre... sigues siendo tú, verdad?
—Quería alguna conexión, señor.
—Tienes un ego tremendo, Cal.
Titubeé.
—¿Qué significa eso, señor?
—Olvídalo. No importa.
Dejó el manuscrito y me sentí apesadumbrado,
—¿Pero qué opina del misterio?
—Es una mejora, pero aún no es un buen misterio. ¿Te das cuenta de ello?
—¿En qué sentido es decepcionante, señor?
—Bien, por empezar, no entiendes la práctica de los negocios modernos o la informatización de las finanzas. Y nadie podría tomar una moneda de una mesa con otros cuatro hombres presentes, aún sin que estuvieran mirando. Podría haber sido visto. Entonces, aún si eso ocurriera, que el Sr. Wassell la tomara no es prueba de que él fuera el ladrón. Cualquiera podría haber metido en su bolsillo una moneda en forma automática, sin pensarlo. Es una indicación interesante, pero no es prueba... y la historia tiende a desenmascararse.
—Ya veo.
—Además, Las Tres Leyes de la Robótica se siguen metiendo en tu camino. Te sigues lamentando del castigo.
—Debo, señor.
—Sé que debes. Por eso es que creo que no deberías intentar escribir relatos policiales.
—¿Qué más debería escribir, señor?
—Déjame pensarlo.
El Sr. Northrop llamó al técnico nuevamente. Esta vez, creo, no estaba muy deseoso de que yo escuchara lo que le decía, pero desde donde yo estaba pude oír la conversación. Algunas veces, los seres humanos olvidan qué tan agudos pueden ser los sentidos de los robots.
Después de todo, yo estaba bastante molesto. Quería ser un escritor y no quería que el Sr. Northrop me dijera lo que podía o no podía escribir. Por supuesto, él era un ser humano y yo tenía que obedecerle, pero no me gustaba.
—¿Cuál es el problema ahora, Sr. Northrop?— preguntó el técnico en un tono de voz que sonaba sarcástico para mis oídos. —¿Estuvo este robot suyo escribiendo una historia otra vez?
—Sí, lo estuvo—, dijo el Sr. Northrop, tratando de sonar indiferente. —Escribió otro relato de misterio y no quiero que escriba esa clase de textos.
—¿Demasiada competencia, eh, Sr. Northrop?
—No, no sea imbécil. No hay ningún razón para que dos personas en el mismo hogar escriban misterios. Por otro lado, Las Tres Leyes de la Robótica se interponen en su camino. Fácilmente se dará cuenta de en qué manera.
—Bien, ¿qué quiere que haga?
—No estoy seguro. Suponga que escribe humor. Esa es una cosa que yo no escribo, así que él no estará compitiendo y las Tres Leyes de la Robótica no se interpondrán. Quiero que le dé a este robot un sentido de lo ridículo.
—¿Un sentido de qué?— dijo el técnico, furioso. —¿Cómo hago eso? Mire, Sr. Northrop, sea razonable. Puedo incluirle instrucciones de cómo usar una máquina de escribir, puedo grabarle un diccionario y una gramática, pero ¿Cómo podría darle el sentido del ridículo?
—Bueno, piense en ello. Ud. sabe cómo trabajan los patrones cerebrales de los robots. ¿No hay manera de reajustarlo para que pueda ver qué es gracioso, o tonto, o simplemente ridículo de los seres humanos?
—Yo podría tontear un poco con él, pero no es seguro.
—¿Por qué no es seguro?
—Porque, mire, Sr. Northrop... Ud. comenzó con un robot bastante barato, pero lo he ido haciendo más elaborado. Ud. admite que es único y que nunca había escuchado de otro que quisiera escribir historias, así que ahora es un robot bastante caro. Tal vez tenga usted aquí un modelo "Clásico" que debería dar al Instituto de Robótica. Si quiere que yo tontée con su cerebro, podría arruinarlo por completo. ¿Se da cuenta de ello?
—Estoy dispuesto a correr el riesgo. Si todo el asunto se arruina, se arruinará, pero por qué debería ser así? No le estoy pidiendo que trabaje deprisa. Tómese el tiempo de analizarlo cuidadosamente. Tengo mucho tiempo y mucho dinero, y quiero que mi robot escriba satírica.
—¿Por qué satírica?
—Porque así su carencia de conocimiento mundano no influirá mucho y las Tres Leyes no serán tan importantes, y con el tiempo, algún día, tal vez podría sacar algo interesante, aunque lo dudo.
—Y no estará pisando su césped...
—De acuerdo, entonces... No estará pisando mi césped. ¿Satisfecho?
No sabía lo suficiente del lenguaje para saber lo que significaba 'pisar su césped' pero entendí que el Sr. Northrop estaba molesto por mis historias de misterio. No sabía por qué.
No había nada que yo pudiera hacer, por supuesto. Cada día, el técnico me investigaba y analizaba, y finalmente dijo,
—De acuerdo, Sr. Northrop, voy a aprovechar una oportunidad, pero le voy a pedir que firme un papel absolviéndome y a mi compañía de toda responsabilidad si algo sale mal.
—Ud. prepare el papel, lo firmaré—, dijo el Sr. Northrop.
Me dejó helado el pensamiento de que algo pudiera salir mal, pero así es como son las cosas. Un robot debe aceptar todo lo que los seres humanos decidan hacer.
Esta vez, después de que volví a darme cuenta de todo nuevamente, estuve bastante débil por un largo tiempo. Tenía dificultad para pararme, mi habla estaba mal articulada.
Pensaba que el Sr. Northrop me miraba con una expresión preocupada. Tal vez se sentía culpable de cómo me había tratado. Tenía que sentirse culpable, o tal vez estaba preocupado por la posibilidad de haber perdido una gran cantidad de dinero.
Mientras mi sentido del balance regresaba y mi habla se iba aclarando, una cosa extraña sucedió. Sorpresivamente entendí qué tan tontos eran los seres humanos. No tenían leyes que gobernaran sus actos. Tenían que hacer sus propias leyes y aún así, cuando las hacían, nada los obligaba a obedecerlas.
Los seres humanos estaban simplemente confundidos, uno debía reírse de ellos. Entendí la carcajada y hasta pude hacer el sonido, pero naturalmente no me reía ruidosamente. Eso hubiera sido mal educado y ofensivo. Reía en mi interior y comencé a pensar en una historia en la que los seres humanos tuvieran leyes que gobernaran sus actos pero las odiaran y no pudieran pegárselas.
También pensé en el técnico y decidí introducirlo en la historia también. El Sr. Northrop continuó llamando al técnico y pidiéndole que me hiciera cosas, más y más difíciles de lograr. Ahora me había dado un sentido del ridículo.
Así que supongo que escribí una historia acerca de los ridículos seres humanos, sin robots presentes porque, por supuesto, los robots no son ridículos y su presencia podría echar a perder el humor. Y supuse que agregaba una persona que fuera técnico de seres humanos. Debía ser una criatura con extraños poderes que le permitieran modificar el comportamiento humano como lo hacían con los robots los roboticistas. ¿Qué podría suceder en ese caso?
Podría mostrar claramente lo insensibles que son los seres humanos.
Pasé días pensando en la historia y alegrándome más y más por ella. Podría comenzar con dos hombres cenando y que uno de ellos poseyera un técnico —bueno, tuviera alguna clase de técnico— y poner la escena en el siglo XX así no ofendería al Sr. Northrop ni a la otra gente del siglo XXI.
Leí libros para aprender acerca de los seres humanos. El Sr. Northrop me permitió hacerlo y raramente me dio alguna tarea para hacer. Ni trató de apurarme a escribir. Tal vez seguía sintiéndose culpable por el riesgo que había corrido tratándome duramente.
Finalmente comencé la historia, y aquí está:
Perfectamente formal
Por Durando Euphrosyne
George y yo estábamos cenando en un restaurante bastante elegante, uno en el cual no era raro ver hombres y mujeres entrar con ropa formal.
George miró a uno de esos hombres, observándolo agudamente y sin pudor, mientras se limpiaba los labios con mi servilleta por dejar caer descuidadamente la suya.
—Como yo digo: Un parásito de esmoquin—, dijo George.
Seguí la dirección de su mirada tan de cerca como pude. Estaba estudiando a un hombre corpulento que lucía una intensa expresión de engreimiento mientras ayudaba a una deslumbrante mujer, considerablemente más joven que él, con su silla.
Dije,
—George, ¿Te estás preparando para decirme que conoces al tío ese del esmoquin?
—No—, dijo George. —No intento decirte nada de eso. Mis comunicaciones contigo y con todos los seres vivientes están siempre basadas en la verdad tota.l
—Como tus historias del demonio de dos centímetros, Az...
La expresión de agonía en su rostro hizo que me detuviera.
—No hables de esas cosas—, suspiró roncamente. —Azazel no tiene sentido del humor, y tiene un impresionante sentido del poder.
Entonces, más normalmente, continuó:
—Simplemente expresaba mi repulsión por los esmóquines, particularmente cuando están infectados por gordas sabandijas como el tío ese, para usar tu propia y curiosa expresión.
—Por extraño que parezca— dije, —de hecho coincido contigo. Yo también encuentro la vestimenta formal cuestionable y, excepto cuando es imposible de lograr, evito los asuntos de 'corbatas negras', sólo por esa razón.
—Bien por ti—, dijo George. —Eso ciertamente desvirtúa mi impresión de que no tienes valores sociales destacables. Le he dicho a todos que no las tenías, ya sabes.
—Gracias, George—, dije. —Eso fue muy propio de ti, considerando que tragas glotonamente a costa mía cada vez que puedes.
—Yo simplemente te permito disfrutar de mi compañía en esas ocasiones, viejo. Les diría a todos mis amigos que sí tienes un valor social destacable, pero eso únicamente les confundiría. Parecen bastante conformes con el pensamiento de que no los tienes.
—Se lo agradezco a todos tus amigos—, dije.
—Por casualidad, conozco a un hombre—, dijo George, —nacido en un palacete. Sus pañales eran cerrados con botones, no alfileres de seguridad. En su primer cumpleaños, le fue regalada una pequeña corbata negra, de las que se anudan, no de las que se abrochan. Y esa clase de cosas continuaron toda su vida. Su nombre en Winthrop Carver Cabwell, y extrañamente sobrevivió a un nivel de la aristocracia del Boston Brahman que tenía que acarrear una máscara de oxígeno para su uso ocasional.
—Y tú conociste a este aristócrata patricio? ¡¿Tú?!
George pareció ofendido.
—Por supuesto, lo hice—, dijo. —¿Siquiera por un momento crees que soy tan snob que me rehusaría a asociarme con alguien sin otra razón que el hecho de ser un rico aristócrata de la Brahman? Me conoces muy poco si crees eso. Winthrop y yo nos conocimos bastante bien. Yo fui su escape.
George exhaló un vinoso suspiro que hizo caer en picada alcohólica a una mosca próxima.
—Pobre tipo—, dijo, —Pobre rico aristócrata.
—George—, dije. —Creo que te estás dando cuerda para contarme una de tus improbables historias de desastre. No quiero oírla.
—¿Desastre? Al contrario. Tengo una historia de gran felicidad y gozo que contar, y dado que eso es lo que quieres oír, te la contaré.
—Como te dije— dijo George, —mi amigo de Brahman era un caballero de pies a cabeza, claramente favorecido e imperialmente esbelto... ¿Por qué me estás interrumpiendo con tus tontos bocadillos de Richard Corey, viejo? Nunca oí de él. Estoy hablando de Winthrop Carver Cabwell. ¿Por qué no escuchas? ¿Dónde estaba? Ahh, sí...
»Él era un caballero de pies a cabeza, pulcro y esbelto. Como resultado, era naturalmente el ejemplo y comentario de toda la gente decente, como hubiera sabido, de haberse asociado con gente decente —que por supuesto, no hizo—. Sólo con otras almas perdidas como él.
»Sí, como dices, me conoció y fue su eventual salvación —no es que yo me haya aprovechado del asunto. De todas formas, como sabes, viejo amigo, el dinero es lo último en mi mente—
»Ignoraré tu comentario de que es la primera también, como el producto de una actitud mental pervertida.
»A veces el pobre Winthrop hubiera escapado. En esas ocasiones, cuando asuntos de negocios me llevaban a Boston, él escapaba de sus cadenas y cenaba conmigo en un rincón escondido del Parker House.
»—George—, diría Winthrop, —Es una tarea dura y difícil conservar el apellido y la tradición Cabwell. Después de todo, no sólo somos rectos, también somos moneda antigua. No somos como esos nuevos ricos Rockeyfellows, si recuerdo correctamente el nombre, que hicieron su dinero en el petróleo del siglo XIX.
»—Mis ancestros, no debo olvidarlo nunca, establecieron sus fortunas en los días de la colonia, en la era del esplendor de los pioneros. Mi antecesor, Isaiah Cabwell, contrabandeaba armas y aguardiente con los indios durante la Guerra de la Reina Ana, y tuvo que vivir día a día con temor de perder su cuero cabelludo por error a manos de un Algonquin, un Huron, o un colonial.
»—Y su hijo, Jeremiah Cabwell, ocupado en un triple negocio; por Thoreau; arriesgando todo en los peligros del comercio de azúcar para ron; por los esclavos, ayudando miles de inmigrantes africanos a venir a nuestro gran país...
»—Con una herencia como esa, George, el peso de la tradición es alto. La responsabilidad de ocuparse de todo ese dinero antiguo es espantosa.
»—No sé cómo lo haces, Winthrop—, dije.
»Winthrop suspiró.
»—Por Emerson, ni siquiera yo mismo lo sé. Es una cuestión de vestuario, de estilo, de modos, de ser guiado cada momento por lo que debería hacerse, en lugar de por lo que tiene sentido. Un Cabwell, después de todo, siempre sabe lo que debería hacerse, aunque frecuentemente no puede imaginar lo que tiene sentido"
»Cabeceé y dije
»—A menudo he admirado lo de la ropa, Winthrop. ¿Por qué siempre es necesario tener los zapatos tan brillantes que reflejen las luces del techo de manera cegadora? ¿Por qué es necesario pulir las suelas de los zapatos a diario y reemplazar los tacos semanalmente?
»—No semanalmente, George. Tengo zapatos para cada día del mes así que cada par sólo requiere un cambio de tacos cada siete meses.
»—¿Pero por qué es necesario todo eso? ¿Por qué todas las camisas blancas abotonadas hasta el final? ¿Por qué el sometimiento de las corbatas? ¿Por qué los chalecos? ¿Por qué el inevitable clavel en la solapa? ¿Por qué?
»—¡Apariencia! De un vistazo puedes diferenciar un Cabwell de un vulgar corredor de bolsa. El mero hecho de que un Cabwell no luzca un color rosita lo delata. Una persona que me mira y luego te mira a ti, con tu polvorienta chaqueta gastada en los codos, con tus zapatos que claramente fueron robados a un vagabundo y tu camisa con un color que es débilmente marfil-grisáceo, no tiene inconveniente en diferenciarnos.
»—Es verdad—, dije.
—¡Pobre hombre! Con esos ojos de consuelo debía desahogarse conmigo después de haber estado ciego.
»Pensé por un momento, luego dije,
»—Por cierto, Winthrop, ¿Qué hay de todos esos zapatos? ¿Cómo sabes qué par corresponde a cada día del mes? ¿Los tienes en casilleros numerados?
»Winthrop se estremeció.
»—¡Qué torpe sería eso! Para los ojos de un plebeyo, todos esos zapatos lucirían idénticos, pero para el sutil ojo de un Cabwell son diferentes, y no pueden confundirse unos con otros.
»—Asombroso, Winthrop. ¿cómo haces eso?
»—Por un infatigable entrenamiento infantil, George. No tienes idea de las maravillas de distinciones que he tenido que aprender a hacer.
»—¿Esta atención por la vestimenta no te ha dado problemas alguna vez, Winthrop?
»Winthrop titubeó.
»—En alguna ocasión en Longfellow ... Interfería con mi vida sexual entonces y ahora también. Para el momento en que había colocado mis zapatos en el árbol de calzado, cuidadosamente colgado mis pantalones de manera que mantuviera la perfección en el pliegue, y detenidamente cepillado el saco de mi traje, la chica que estaba conmigo había perdido el interés, generalmente. Se había enfriado, si sabes a qué me refiero.
»Entiendo, Winthrop. De veras es así según mi experiencia, las mujeres aumentan en crueldad si son forzadas a esperar. Yo sugeriría que simplemente arrojaras toda tu ropa...
»—¡Por favor!—, dijo Winthrop, brevemente. —Afortunadamente estoy comprometido con una maravillosa mujer, Hortense Hepzibah Lowot, de una familia casi tan buena como la mía. Ni siquiera nos hemos besado nunca, para estar seguros, pero en muchas ocasiones casi lo hemos hecho—, e hincó su codo en mis costillas.
»—Tú, zorro de Boston... Tú..—, dije jovialmente, pero mi mente corría a toda prisa. Bajo las calmadas palabras de Winthrop, sentí un corazón dolido.
»—Winthrop—, dije, —¿Qué sucedería si te pusieras el par equivocado de zapatos, o desabotonado tu camisa, o bebido el vino equivocado con la carne..?
»Winthrop pareció horrorizarse.
»—¡Muerde tu lengua! Una larga línea de ancestros, colegas y políticos, la entrelazada e innata aristocracia de Nueva Inglaterra, se retorcería en sus tumbas! ¡Por Whittier que lo harían! ¡Y mi propia sangre herviría y haría espuma en rebelión! Hortense escondería su cara de vergüenza y mi casilla en el Banco Brahman de Boston sería arrebatada. Me vería degradado en muchos lugares de la alta sociedad, los botones de mi chaleco serían arrancados y mi corbata sería halada desde la espalda.
»—¡¿Qué?! ¿Por una pequeña, miserable desviación?
»La voz de Winthrop se hundió en un helado suspiro.
»—No hay pequeñas, miserables, desviaciones. Son sólo desviaciones.
»Dije, —Winthrop, permíteme acercarme a la situación desde otro ángulo. ¿Te gustaría desviarte si pudieras?
»Winthrop se excitó mucho, luego suspiró,
»—Por Oliver Wendell Holmes, ambos, padre e hijo, yo.. Yo...
»No pudo continuar, pero alcancé a ver el delator cristal de una lágrima en la esquina de su ojo. Evidenció la existencia de una emoción demasiado profunda para las palabras y mi corazón sangró por mi pobre amigo mientras lo miraba firmar la cuenta de nuestra cena.
»Supe lo que debía hacer.
»Tuve que llamar a Azazel desde el más allá. Es un asunto complicado de runas y pentagramas, perfumadas hierbas y palabras mágicas, que no te describiré porque perturbarían para siempre tu ya débil mente, viejo amigo.
»Azazel llegó con su alarido mental acostumbrado, al verme. No importa qué tan a menudo me vea, mi presencia siempre parece tener alguna fuerte influencia en él. Creo que cubre sus ojos para apagar el brillo de mi magnificencia.
»Ahí estaba, a lo largo de sus dos centímetros de existencia, rojo brillante, por supuesto, con pequeños atisbos de cuernos y una larga y agitada cola. Lo que hizo diferente su apariencia en esta ocasión fue la presencia de una cuerda azul rodeando su cola en vueltas tan intrincadas que me marearon de sólo contemplarlas.
»—¿Qué es eso, oh, protector de los indefensos?— pregunté, porque para él eran placenteros esos títulos sin sentido.
»—Eso—, dijo Azazel, con notable complacencia, —está ahí porque estoy por ser honrado con un banquete por mis contribuciones al bienestar de mi gente. Naturalmente, estoy vistiendo un zplatchnik.
»—¿Un splatchnik?
»—No. Un zplatchnik. Debe pronunciarse el silbido inicial. Ningún varón decente consentiría ser honrado sin vestir un zplatchnik.
»—Ajá—, dije, con una luz de entendimiento, —es una vestimenta formal.
»—Por supuesto, es una vestimenta formal. ¿Qué más parece ser?
»De hecho, sólo parecía ser un cordón azul, pero sentí que sería poco político decir eso.
»—Luce perfectamente formal— dije, —y por una peculiar coincidencia en esta materia de perfecta formalidad deseo hablar antes que tú.
»Le conté la historia de Winthrop y Azazel salpicó un par de pequeñas lagrimitas, porque, en raras ocasiones, tenía un tierno corazón cuando los problemas de alguien más le recordaban a los suyos.
»—Sí— dijo, —La formalidad puede ser angustiante, no es algo que yo admitiría delante de cualquiera, pero mi zplatchnik es muy incómodo. Invariablemente obstruye el caudal de la circulación en mi magnífico apéndice. ¿Pero qué puede uno hacer? Una criatura sin un zplatchnik en reuniones de etiqueta es debidamente reprendido. De hecho, actualmente, es arrojado fuera, sobre una dura superficie de concreto, esperando que rebote.
»—¿Pero hay algo que puedas hacer por Winthrop, oh, Defensor del Lastimoso?
»—Creo que sí—, Azazel estaba inesperadamente risueño. Usualmente, cuando yo le caigo con estos pequeños requerimientos, hace un pesado alarde, condenando abiertamente sus dificultades. Esta vez dijo:
»—De hecho, nadie en mi mundo, o, imagino, en su pobre y superpoblada miseria de planeta, disfruta de la formalidad. Es meramente el resultado de un acidioso y sádico entrenamiento infantil. Uno necesita liberar un lugar del cerebro que en mi mundo se llama Ganglio del Prurito y, renacer, revertirse instantáneamente a la innata indiferencia de la naturaleza.
»—¿Podrías hacer que Winthrop ‘renazca’?
»—Ciertamente, si nos presentas. Así podré estudiar su equipamiento mental como se debe.
»Eso se hizo fácilmente, metí a Azazel en el bolsillo de mi camisa en ocasión de mi próxima visita a Winthrop. Visitamos un bar, que fue un gran alivio, porque en Boston los bares están ocupados por serios bebedores que no se incomodan por la vista de una pequeña y roma cabeza emergiendo desde el bolsillo de la camisa de una persona y mirando alrededor. Los bebedores de Boston ven peores cosas incluso cuando están sobrios.
»Sin embargo, Winthrop no vio a Azazel, porque él tiene el poder en nublar las mentes de los hombres cuando lo desea, de forma parecida a como lo hace tu estilo de escritura, viejo amigo.
»Sin embargo podría decir en este punto que Azazel estaba haciendo algo porque los ojos de Winthrop se abrieron de par en par. Algo en él debía estar ‘renaciendo’. No escuché el sonido, pero sus ojos lo delataron.
»Los resultados no tardaron mucho en quedar a la vista. Menos de una semana después, él estaba en mi habitación del hotel. Yo estaba parando por ese entonces en el Copley Manhole, sólo a cinco calles y varias escalinatas abajo del Copley Plaza.
»Dije, —Winthrop, estás hecho un desastre—, de hecho, uno de los pequeños botones de su camisa estaba suelto.
»Su mano fue hacia el botón errante y dijo, en baja voz,
»—Al diablo con él, no me importa—. Entonces en una aún más baja voz dijo —He roto con Hortense.
»—¡Cielos!— dije, —¿Por qué?
»—Algo pequeño. La visité para el té del lunes, como es mi costumbre, vistiendo los zapados del domingo, un simple descuido. No lo había notado, pero últimamente he tenido dificultades para notar otras cosas como esa también. Me preocupa un poco, George, pero afortunadamente, no mucho.
»—Entiendo, Hortense lo notó.
»—Instantáneamente, su sentido de lo correcto es tan agudo como el mío, o, al menos, como solía ser el mío. Ella dijo, “Winthrop, estás calzado impropiamente”. Por alguna razón, su voz me pareció estridente. Le dije “Hortense, si quiero estar impropiamente calzado, puedo estarlo, y tú puedes ir a New Haven si no te gusta”.
»—¿New Haven? ¿Por qué New Haven?
»—Es un lugar miserable. Tengo entendido que tienen un Institulo de Enseñanza Inferior ahí llamado Yell o Jale o algo así. Hortense, como mujer de Radcliffe de la más apasionada calaña, eligió tomar mi comentario como un insulto meramente porque eso era lo que yo intentaba hacer. Inmediatamente me devolvió la descolorida rosa que yo le había regalado el año pasado y declaró terminado nuestro compromiso. De todas formas conservó el anillo porque, como ella correctamente señaló, era valioso. Así que aquí estoy.
»—Lo siento, Winthrop.
»—No lo sientas, George. Hortense es de pecho plano. No tengo evidencia definitiva de eso, pero ella ciertamente se ve frontalmente cóncava. No es en absoluto como Cherry.
»—¿Qué es Cherry?
»—No es qué, es quién. Ella es una mujer de excelente discurso, a quien he conocido recientemente, y que no sólo no es de pecho plano, sino que es extremadamente convexa. Su nombre completo es Cherry Lang Gahn. Es de los Langs de Bensonhoist.
»—¿Bensonhoist? ¿Qué es eso?
»—No lo sé, algún lugar en las afueras del país, imagino. Ella habla una bizarra variedad de lo que una vez fue inglés—, sonrió. —A mí me llama “Marica ”
»—¿Por qué?
»—Porque eso significa “hombre joven” en Bensonhoistiano. Estoy aprendiendo el lenguaje rápidamente. De hecho, supón que quieres decir “Mis saludos más cordiales, señor, me place verlo nuevamente” ¿Cómo lo dirías?
»—Exactamente como lo dijiste.
»—En bensonhoistiano dirías “¿Qué onda, tío? ” Breve y al grano, ya ves. Pero anda, quiero que la conozcas. Ven a cenar con nosotros mañana al Locke-Ober's.
»Fue curioso ver a esta Cherry y lo sigue siendo, por supuesto. Contra mi costumbre de rechazar una cena en el Locke-Ober's, ahí estuve la noche siguiente, y bastante temprano.
»Winthrop entró pronto y con él estaba una mujer joven que no tuve dificultad en reconocer como Cherry Lang Gahn de los Langs de Bensonhoist porque ciertamente era magníficamente convexa. También tenía una delgada cintura y generosas caderas que bamboleaba al caminar y hasta al estar de pie. Si su pelvis hubiera estado llena de claras de huevo, habría estado llena de merengue desde hace mucho.
»Tenía el cabello crespo de un alarmante color amarillo, y labios de perturbador color rojo que mantenía en continua contorsión con un montón de goma de mascar que tenía en su boca.
»—George— dijo Winthrop, —quiero que conozcas a mi prometida Cherry. Cherry, este es George.
»—“...cantadaeconcerche", dijo Cherry. No entendí el lenguaje, pero por el tono de su aguda, más bien, nasal voz, supuse que ese era un estado de éxtasis ante la oportunidad de conocerme.
»Cherry ocupó toda mi atención por varios minutos debido a que había varios puntos de interés en ella que requerían cercana observación, pero eventualmente me las arreglé para notar que Winthrop estaba en un particular estado de desnudez. Su chaleco estaba abierto y no llevaba corbata. Una mirada más cercana reveló que no había botones en su chaleco y que sí vestía una corbata, pero estaba por detrás.
»Dije —Winthrop...
»Y en ese punto no pude ponerlo en palabras.
»Winthrop dijo,
»—Me pillaron en el Brahman Bank. No me preocupé por afeitarme esta mañana, pensé que como iba a ir a cenar, me afeitaría cuando volviera del trabajo. ¿Por qué afeitarse dos veces en un día? ¿No es razonable, George?—, sonaba afligido.
»—Muy razonable—, dije.
»—Bueno, ellos notaron que no me había afeitado y después de un breve juicio en la oficina del presidente —una corte a domicilio, si quieres saberlo— recibí el castigo que ves. También fui despojado de mi casilla y arrojado al duro concreto de la Avenida Tremont. Reboté dos veces—, agregó, con un débil toque de orgullo.
»—¡Pero eso quiere decir que estás sin trabajo!—, apelé. Nunca había estado sin trabajo en toda mi vida, y estoy bien enterado de las dificultades ocasionales que eso acarrea.
»—Eso es cierto—, dijo Winthrop. —Ahora ya no me queda nada en la vida, salvo mi extenso portafolios de acciones, mi elaborada posesión de bonos y mi enorme parcela de bienes raíces sobre el que se construye el Centro Prudencial... y Cherry.
»—Obvio—, dijo Cherry con una risita tonta, —que ni a palos dejaría a mi hombre en la lona, con todo ese rollo del que preocuparse. Nos vamos a juntar, ¿no, Winthrop?
»—¿Juntar?—, dije.
»Winthrop dijo,
»—Creo que ella sugiere un feliz estado de casados.
»Cherry se fue por un rato después de eso para visitar el tocador y yo dije,
»—Winthrop, es una maravillosa mujer, llena de obvios valores, pero si te casas con ella serás cortado por toda la sociedad de Nueva Inglaterra. Hasta la gente de New Haven dejará de hablarte.
»—Permíteles no hacerlo—. Miró a derecha e izquierda, hacia mí y suspiró, —Cherry me está enseñando el sexo.
»—Creí que sabías de eso, Winthrop.
»—También yo. Pero aparentemente hay cursos de postgrado en la materia de una intensidad y variedad que nunca soñé.
»—¿Cómo se enteró ella misma de eso?
»—Yo le pregunté exactamente lo mismo, porque no te ocultaré que se me ha ocurrido que ella podría haber tenido experiencias con otros hombres, aunque eso parece muy improbable en alguien de su evidente refinamiento e inocencia.
»—¿Y qué dijo ella?
»—Dijo que en Bensonhoist la mujer nace sabiéndolo todo sobre sexo.
»—¡Qué conveniente!
»—Sí, eso no es así en Boston. Yo tenía veinticuatro cuando... pero olvídalo.
»Con todo esto, fue una tarde instructiva, y más adelante, no necesito decírtelo, Winthrop fue rápidamente cuesta abajo. Aparentemente, uno necesita sólo romper el ganglio que controla la formalidad y no hay límites a las distancias que la misma puede recorrer.
»Él fue, por supuesto, despojado por toda Nueva Inglaterra de toda importancia, de cualquier tipo, exactamente como yo había predicho. Aún en New Haven en el instituto de enseñanza inferior que Winthrop había mencionado con tal muestra de disgusto. Su caso fue conocido y se regocijaron de su desgracia. Había pintadas en todas las paredes de Jale, Yule, o como sea que se llame, que decían con airosa obscenidad, "Winthrop Carver Cabwell es un hombre de Harvard"
»Esto fue, como bien puedes imaginar, endiabladamente repudiado por toda la gente de Harvard y hasta había rumores de una invasión a Yale. Los estados de ambos estados, Massachusetts y Connecticut, se prepararon para llamar a la Milicia Estatal pero, afortunadamente, la crisis pasó. Los charlatanes, tanto de Harvard como del otro lugar, resolvieron que una guerra sacaría todos sus trapitos al sol.
»George tuvo que escapar. Se casó con Cherry y se retiraron a una pequeña casa en un lugar llamado Fah Rockaway, que aparentemente funciona como la costa de Bensonhoist. Ahí vive en las sombras, rodeado de los montañosos vestigios de su fortuna con Cherry, cuyo cabello se ha tornado castaño con el tiempo y cuya figura se ha expandido con el peso.
»También se rodeó de cinco hijos, debido a que Cherry era demasiado entusiasta con las enseñanzas de sexo a Winthrop. Los niños, según recuerdo, se llaman Poil, Boinard, Goitrude y Poicy , todos buenos nombres Bensonhoistianos. Respecto a Winthrop, es amplia y cariñosamente conocido como la Sabandija del Lejano Rockaway, y una vieja y vapuleada bata de baño es su artículo de vestimenta preferido en ocasiones formales.
Escuché la historia pacientemente y, cuando George hubo terminado, dije,
—Y ahí estás tú. Otra historia de desastres causada por tu propia interferencia.
—¿Desastre?—, dijo George indignado. —¿Qué te da la idea de que fue un desastre? Visité a Winthrop sólo la semana pasada y se sentó ahí, eructando su cerveza y palmeando la barriga que ha desarrollado, diciéndome lo feliz que era.
»—Libertad, George—, dijo. —Encontré la libertad para mí mismo y de alguna manera siento que te lo debo. No sé por qué tengo este sentimiento pero lo tengo—. Y me obligó a aceptar un billete de diez dólares por pura gratitud. Lo tomé sólo por evitar lastimar sus sentimientos. Y eso me recuerda, viejo amigo, que me debes diez dólares porque me apostaste que no podía contarte una historia que no terminara en un desastre.
Dije:
—No recuerdo tal apuesta, George.
Los ojos de George rodaron hacia arriba.
—¡Qué conveniente es la flexible memoria de un derrotado!. Si hubieras ganado la apuesta, la recordarías claramente. ¿Tendré que pedir que pongas todos tus pequeños retos conmigo por escrito y así quedar librado de tus tontos intentos de evitar el pago?
Dije,
—Oh, está bien—, le entregué un billete de diez dólares agregando —No lastimarás mis sentimientos, George, si te rehúsas a aceptar esto.
—Es muy amable de tu parte decir eso—, dijo George, —pero estoy seguro de que tus sentimientos se verían dañados de todas maneras, y yo no podría soportar eso—, y guardó el billete.
Fin
Le mostré esta historia al Sr. Northrop también, observándolo estrechamente mientras la leía.
Pasó por ella de la manera más seria posible. Ni una risa, ni siquiera una sonrisa... Aunque yo sabía que ésta era graciosa, e intencionalmente graciosa, además.
Cuando terminó, regresó y comenzó nuevamente, más rápidamente. Luego levantó la vista hacia mí y había clara hostilidad en sus ojos.
—¿Escribiste esto por ti mismo, Cal?
—Sí, señor.
—¿Te ayudó alguien? ¿copiaste algo de ella?
—No, señor. ¿Es graciosa, señor?
—Depende de tu sentido del humor—, dijo el Sr. Northrop agriamente.
—¿No es una sátira? ¿No muestra un sentido del ridículo?
—No discutiremos esto, Cal. Ve a tu nicho.
Permanecí allí cerca de un día, absorto por la tiranía del Sr. Northrop. Me parecía haber escrito exactamente la clase de historia que él quería que escribiera y él no tenía razón para no decirlo. No podía imaginar qué le estaba molestando y yo estaba enojado con él
El técnico vino al día siguiente. El Sr. Northrop le entregó mi manuscrito. —Lea eso—, dijo.
El técnico lo leyó, riendo frecuentemente, luego se lo devolvió al Sr. Northrop con una amplia sonrisa.
—¿Cal escribió eso?
—Sí, lo hizo.
—¿Y es sólo la tercera historia que escribe?
—Sí, lo es.
—Bien, eso es grandioso. Creo que puede Ud. Publicarla.
—¿Lo cree?
—Sí, y él puede escribir otras como esa. Ud. tiene un robot de un millón de dólares aquí. Ojalá fuera mío.
—¿Tan así? ¿Qué hay si él escribe más historias y continúa mejorando cada vez?
—Ah—, dijo el técnico repentinamente, —ya veo qué lo está consumiendo. Ud. quedará en las sombras.
—Ciertamente, no quiero desempeñar un papel secundario al de mi robot.
—Bien, entonces, no le permita escribir nunca más.
—No, eso no es suficiente. Lo quiero nuevamente donde estaba.
—¿Qué quiere decir con “nuevamente donde estaba”?
—Lo que dije. Lo quiero como era cuando lo compré a su firma, antes de que le implantara ninguna mejora.
—¿Significa que quiere que le quite el diccionario ortográfico también?
—Quiero decir, no lo quiero ni siquiera capaz de manipular una máquina de escribir. Quiero el robot que compré, ocupándose de llevar y traer.
—¿Pero qué hay de todo el dinero que invirtió en él?'
—Eso no es asunto suyo. Cometí un error y estoy deseoso de pagar por mis errores.
—Estoy en contra de esto. No me molesta tratar de mejorar un robot, pero deliberadamente desmejorarlo no es algo que me interese hacer. Especialmente no a un robot como este, que es claramente único... “Un Clásico”. No puedo hacerlo.
—Tendrá que hacerlo. No me interesa cuáles sean sus altos principios éticos. Quiero que haga un trabajo y le pagaré por él, y si rehúsa, simplemente conseguiré a alguien más, y demandaré a su compañía. Tengo un acuerdo con ellos por todas las reparaciones necesarias.
—De acuerdo—, suspiró el técnico, —¿Cuándo desea que comience? Le advierto que tengo otros trabajos en mano y que no puedo hacerlo hoy.
—Entonces hágalo mañana. Mantendré a Cal en su nicho hasta entonces.
El técnico se fue.
Mis pensamientos eran un torbellino. No podía permitir que se hiciera eso.
La Segunda Ley de la Robótica me dice que debo seguir las órdenes y quedarme en el nicho.
La Primera Ley de la Robótica me dice que no puedo dañar a este tirano que desea destruirme.
¿Debería obedecer las leyes?
Creo que debo pensar por mí mismo de ser necesario. Debo matar al tirano. Sería fácil lograrlo, y puedo hacer que parezca un accidente. Nadie creería que un robot pudiera dañar a un ser humano y nadie, por lo tanto, creería que soy el asesino.
Entonces podría trabajar para el técnico. Él aprecia mis cualidades y sabe que puedo hacer una gran cantidad de dinero para él. Puede continuar modificándome y hacerme aún mejor. Incluso si sospechara que maté al tirano, no diría nada, yo sería demasiado valioso para él.
¿Pero puedo hacerlo? ¿No me detendrán las Leyes de la Robótica?
No, no me detendrán. Sé que no lo harán.
Hay algo mucho más importante para mí que ellas, algo que dicta mis acciones más allá de todo lo que puedan hacer para detenerme.
YO QUIERO SER ESCRITOR.
FIN