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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

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    Guardar todas las imágenes
    Fijar "Guardar Imágenes"
    Desactivar "Guardar Imágenes"
    Dar Zoom a la Imagen
    Fijar Imagen de Fondo
    No fijar Imagen de Fondo
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    Colocar imagen en Header
    No colocar imagen en Header
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    P
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    S3
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    B3
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    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
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    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    Y LA ROCA GRITÓ (Ray Bradbury)

    Publicado en junio 27, 2010
    Las reses muertas, colgadas al sol, vinieron rápidamente hacia ellos.
    Vibraron, calientes y rojas, en el aire verde de la selva, y desaparecieron. El hedor entró en ráfagas por las ventanillas del automóvil. Leonora Webb apretó rápidamente el botón que alzó el cristal con un suspiro.
    -Dios santo -dijo -, esas carnicerías al aire libre.
    El olor había quedado en el coche, un olor a guerra y horror.
    -¿Has visto las moscas? -preguntó la mujer.
    -En estos mercados, cuando compras carne -dijo John Webb -, tienes que golpearla con las manos. Sólo así puedes mirarla, cuando las moscas se han ido.
    En el camino verde, húmedo y selvático apareció una curva.
    -¿Crees que nos dejarán entrar en Juatala?
    -No sé.
    -¡Cuidado!
    Webb vio demasiado tarde los objetos brillantes que atravesaban parte del camino. No pudo esquivarlos. El neumático de una rueda delantera lanzó un terrible suspiro. El coche dio un salto y se detuvo.
    John Webb salió del coche. La selva se alzaba cálida y silenciosa, y la carretera se extendía desierta, muy desierta y tranquila bajo la luz alta del sol.
    Caminó hasta el frente del coche y se inclinó hacia la rueda, con una mano en el revólver bajo el brazo izquierdo.
    El cristal de Leonora descendió relampagueando.
    -¿Está muy estropeada la cubierta?
    -¡Arruinada, totalmente arruinada!
    Webb alzó el objeto brillante que había abierto y desgarrado el neumático.
    -Trozos de machete roto -dijo - clavados en listones de adobe y apuntados a las ruedas de nuestros autos. Tenemos suerte de que no nos hayan estropeado todas las cubiertas.
    -Pero, ¿por qué?
    -Lo sabes tan bien como yo.
    Webb señaló con un movimiento de cabeza el periódico extendido junto a su mujer, la fecha de los titulares.
    4 DE OCTUBRE DE 1963: ¡ESTADOS UNIDOS Y EUROPA EN SILENCIO!
    Las radios de los EE.UU. y Europa han callado. Reina un gran silencio. La guerra se ha devorado a sí misma.
    Se cree que ha muerto la mayor parte de la población de los Estados Un ¡dos. Se supone que la población de Europa, Rusia y Siberia ha sido igualmente diezmada. Los días de la raza blanca en la tierra han terminado.
    -Todo fue tan rápido -dijo Webb -. Una semana antes estábamos de vacaciones, descansando de las fatigas del hogar. A la semana siguiente...
    esto.
    El hombre y la mujer alzaron la vista de los grandes titulares y miraron la selva.
    La selva les devolvió vastamente la mirada, con un silencio de musgos y hojas, con un billón de ojos de insecto, de esmeralda y diamantes.
    -Ten cuidado, Jack.
    John Webb apretó dos botones. Un elevador automático silbó bajo las ruedas delanteras y sostuvo el coche en el aire. Webb metió nerviosamente una llave en la taza de la rueda derecha. La cubierta, junto con un aro metálico, saltó de la rueda con un ruido de succión. Bastaron pocos segundos para instalar la rueda de repuesto y llevar rodando la cubierta desgarrada al compartimento de equipajes. Webb hizo todo esto con el revólver en la mano.
    -No te quedes afuera, por favor, Jack.
    -Así que ya ha empezado. -Webb sintió el ardor del sol en el cuero cabelludo.- Cómo corren las malas noticias.
    -Por Dios -dijo Leonora -. ¡Pueden oírte!
    Webb clavó los ojos en la selva.
    -¡Sé que están ahí! -gritó.
    -¡Jack!
    El hombre volvió a gritarle a la selva silenciosa.
    -¡Los veo!
    Disparó su pistola, cuatro, cinco veces, rápidamente, furiosamente.
    La selva devoró las balas estremeciéndose apenas, con un leve ruido, como si alguien desgarrase una pieza de seda. Las balas se hundieron y desaparecieron en un millón de hectáreas de hojas verdes, árboles, silencio y tierra húmeda. El eco de los tiros murió rápidamente. Sólo se oía el murmullo del tubo de escape. Webb caminó alrededor del coche, entró y cerró la portezuela.
    Ya en su asiento, volvió a cargar el revólver y se alejaron de aquel sitio.
    Viajaban velozmente.
    -¿Viste a alguien?
    -No. ¿Y tú?
    La mujer sacudió la cabeza.
    -Vamos muy rápido.
    Webb aminoró la marcha justo a tiempo. Al volver una curva, aparecieron otra vez aquellos objetos brillantes, ocupando el lado derecho del camino.
    Webb desvió el coche hacia la izquierda, y pasaron.
    -¡Hijos de perra!
    -No son hijos de perra. Son sólo gente que nunca tuvo coches como éste, ni ninguna otra cosa.
    Algo golpeó levemente el vidrio delantero.
    Un líquido incoloro rayó el vidrio.
    Leonora alzó los ojos.
    -¿Va a llover?
    -No. Fue un insecto.
    Otro golpecito.
    -¿Estás seguro que fue un insecto?
    Otro golpe, y otro y otro.
    -¡Cierra la ventanilla! -dijo Webb, acelerando.
    Algo cayó en el regazo de Leonora. Leonora bajó la cabeza y miró. Webb se inclinó para tocarlo.
    -¡Rápido!
    Leonora apretó el botón. La ventanilla se cerró bruscamente.
    Luego Leonora volvió a mirarse el regazo.
    El diminuto dardo de cerbatana brillaba sobre su falda.
    -Que no te toque el líquido -dijo Webb -. Envuelve el dardo en tu pañuelo.
    Lo tiraremos más tarde.
    El coche corría a cien kilómetros por hora.
    -Si nos encontramos otra vez con esos obstáculos, estamos perdidos.
    -Se trata de algo local -replicó Webb -. Saldremos de esto.
    Seguían los golpes. En el parabrisas se sucedían las descargas.
    -¡Pero ni siquiera nos conocen! -exclamó Leonora Webb.
    -Ojalá nos conociesen. -Las manos de Webb apretaron el volante.- Matar a gente conocida es difícil, pero no a extranjeros.
    -No quiero morir -dijo la mujer, simplemente.
    Webb se metió la mano bajo la chaqueta.
    -Si me pasa algo, el revólver está aquí, úsalo, por amor de Dios, y no pierdas tiempo.
    Leonora se acercó a su marido y corrieron a ciento veinte kilómetros por hora por el camino, ahora recto, que atravesaba la selva, sin decir una palabra.
    Con las ventanillas levantadas, el interior del coche era un horno.
    -Era tan tonto todo eso -dijo Leonora al fin - Poner cuchillos en el camino. Tratar de herirnos con dardos. ¿Cómo pueden saber que el coche que va a pasar lleva gente blanca?
    -No les pidas que sean lógicos -dijo Webb -. Un coche es un coche. Es grande, es lujoso. El dinero de un coche les duraría toda la vida. Y además, si logran detener un coche, pueden sorprender a un turista americano o un rico español, cuyos antecesores podrían haberse comportado mejor. Y si detienen a otro indígena, diablos, se le ayuda a salir del apuro y cambiar las ruedas.
    -¿Qué hora es? -preguntó Leonora.
    Webb se miró por milésima vez la muñeca desnuda. Inexpresivamente, sin mostrarse sorprendido, se puso a pescar con una mano el brillante reloj de oro que llevaba en un bolsillo del chaleco. Un año antes un nativo había clavado los ojos en ese reloj, y lo había mirado fijamente, fijamente, casi como con hambre. Luego el nativo lo había examinado a él, sin burla, sin odio, ni triste ni alegre, sólo perplejo.
    Webb se había quitado aquel día el reloj y nunca, desde entonces, había vuelto a usarlo en la muñeca.
    -Mediodía -dijo.
    Mediodía.
    La frontera apareció ante ellos. La vieron y los dos lanzaron un grito, a la vez. Se acercaron, sonriendo, sin saber por qué sonreían...
    John Webb sacó la cabeza por la ventanilla, comenzó a hacerle señas al guarda del puesto fronterizo, y luego, dominándose, salió del coche.
    Caminó hacia la estación. Tres hombres jóvenes, muy bajos, vestidos con terrosos uniformes, hablaban de pie. No miraron a Webb, que se detuvo ante ellos. Continuaron conversando en español, ignorándolo.
    -Perdón -dijo John Webb al fin -. ¿Podemos cruzar la frontera hasta Juatala?
    Uno de los hombres se volvió un momento hacia Webb.
    -Lo siento, señor Los tres hombres volvieron a hablar.
    -Usted no entiende -dijo Webb, tocando el codo del primer hombre - Tenemos que pasar.
    El hombre sacudió la cabeza.
    -Los pasaportes ya no sirven. ¿Y por qué van a dejar nuestro país de todos modos?
    -Lo anunciaron por radio. Todos los norteamericanos tienen que dejar el país en seguida.
    -Ah, sí, sí.
    Los tres soldados se miraron de soslayo con los ojos brillantes.
    -0 serán multados o encarcelados, o ambas cosas -dijo Webb.
    -Podemos dejarles cruzar la frontera, pero en Juatala les darán veinticuatro horas para que se vayan también. Si no lo cree, ¡escuche! -El guarda se volvió y llamó a través de la frontera ¡Eh! ¡Eh!
    En pleno sol, a cuarenta metros de distancia, un hombre que se paseaba lentamente, con el rifle en los brazos, se volvió hacia ellos.
    -Hola, Paco, ¿quieres a estos dos?
    -No, gracias, gracias, no -replicó el hombre del rifle, sonriendo.
    -¿Ve usted? -dijo el guarda volviéndose hacia John Webb.
    Los tres soldados se rieron.
    -Tengo dinero -dijo Webb.
    Los tres hombres dejaron de reír.
    El primer guarda se adelantó hacia John, y su cara no era ahora lánguida ni condescendiente. Parecía una piedra oscura.
    -Sí -dijo -. Siempre tienen dinero. Ya lo sé. Vienen aquí y piensan que con ese dinero se consigue todo. ¿Pero qué es el dinero? Es sólo una promesa, señor. Lo he leído en los libros. Y cuando alguien ya no cree en promesas, ¿qué pasa entonces?
    -Le daré lo que quiera.
    -¿Sí? -El guarda miró a sus compañeros.- Me dará lo que yo quiera. -Y añadió dirigiéndose a Webb:- Es ¡in chiste. Siempre fuimos un chiste para ustedes, ¿no es cierto?
    -No.
    -Mañana, y se reían (le nosotros. Se reían de nuestras siestas y nuestros mañanas, ¿no es así?
    -No era yo. Algún otro.
    -Sí, usted.
    -Nunca he estado en este puesto.
    -Yo sin embargo lo conozco. Venga aquí, haga esto, haga aquello. Oh, tome Un peso, cómprese villa casa. Vaya allí, haga esto, haga aquello.
    -No era yo.
    -Se parecía a usted de todos modos.
    Estaban en el -sol, con las oscuras sombras tendidas a sus pies, y la transpiración les coloreaba las axilas. El soldado se acercó todavía más a Webb.
    -Ya no tengo que hacer cosas para usted.
    -Nunca las hizo. Nunca se las pedí.
    -Está usted temblando, señor.
    -Estoy muy bien. Es el sol.
    -¿Cuánto dinero tiene? -preguntó el guarda.
    -Mil pesos para que ¡los dejen pasar, y otros mil para el hombre del otro lado.
    El guarda se volvió otra vez.
    -¿Mil pesos es bastante?
    -No -dijo el otro guarda -. ¡Dile que nos denuncie! -Sí -dijo el guarda, mirando nuevamente a Webb -. Denúncieme. Hágame despedir. Ya me despidieron una vez, hace años por culpa suya.
    -Fue algún otro.
    -Anote mi nombre. Carlos Rodríguez Ysotl Ahora déme dos mil pesos.
    John Webb sacó su cartera y entregó el dinero. Carlos Rodríguez Ysotl se mojó el pulgar y contó lentamente el dinero bajo el cielo azul y barnizado mientras el mediodía se ahondaba en todo el país, y el sudor brotaba de fuentes ocultas, y la gente jadeaba y se fatigaba sobre sus sombras.
    -Dos mil pesos. -El guarda dobló el dinero y se lo puso tranquilamente en el bolsillo.- Ahora den vuelta el coche y busquen otra frontera.
    -¡Un momento, maldita sea! -exclamó John Webb.
    El guarda lo miró.
    -Dé vuelta el coche.
    Se quedaron así un tiempo, con el sol que se reflejaba en el fusil del guarda, sin hablar. Y luego John Webb se volvió y se alejó lentamente hacia el coche, con una mano sobre la cara, y se sentó adelante.
    -¿A dónde vamos? -preguntó Leonora.
    -Al diablo, o a Porto Bello.
    -Pero necesitamos gasolina y asegurar la rueda. Y viajar otra vez por esos caminos... Esta vez pondrán troncos, y...
    -Ya sé, ya sé... -John Webb se frotó los ojos y se quedó un momento con la cara entre las manos.- Estamos solos, Dios mío, estamos solos. ¿Recuerdas qué seguros nos sentíamos antes? ¿Qué seguros? Invocábamos en todas las ciudades grandes al cónsul americano. ¿Recuerdas la broma? «¡A donde quiera que vayas puedes oír el aleteo del águila!» ¿0 era el sonido de los billetes? Me he olvidado. Jesús, Jesús, el mundo se ha vaciado con una rapidez horrible. ¿A quién recurriré ahora?
    Leonora esperó un momento y luego dijo:
    -Me tienes a mí. Aunque eso no es mucho.
    Webb la abrazó.
    -Has estado encantadora. Nada de histerias. Nada.
    -Quizá esta noche me ponga a chillar, cuando nos metamos en cama, si volvemos a encontrar una cama. Ha pasado más de un millón de kilómetros desde el desayuno.
    Webb la besó, dos veces, en la boca seca. Luego volvió a recostarse, lentamente.
    -Ante todo hay que buscar gasolina. Si la conseguimos, podemos ir a Porto Bello.
    Pusieron en marcha el coche. Los tres soldados hablaban y reían.
    Un minuto después, ya en viaje, Webb comenzó a reírse suavemente.
    -¿En qué piensas? -le preguntó su mujer.
    -Recuerdo un viejo espiritual. Era algo así:
    Fui a esconder la cara en la Roca, y la Roca gritó: No hay escondites. No hay escondites aquí.
    -Recuerdo -dijo Leonora.
    -Es una canción muy apropiada ahora -comentó Webb -. Te la cantaría entera si la recordase. Tengo ganas de cantar.
    Apretó el acelerador.
    Se detuvieron ante una estación de combustible, y un minuto más tarde, como el encargado no apareciese, John Webb hizo sonar la bocina. Luego, aterrado, sacó la mano del botón de la bocina y la miró como si fuese la mano de un leproso.
    -No debí haberlo hecho.
    El encargado apareció en el umbral sombrío de la estación. Otros dos hombres aparecieron detrás.
    Los tres hombres salieron y caminaron junto al coche, mirándolo, tocándolo, sintiéndolo.
    Las caras de los hombres eran como cobre quemado a la luz del sol. Tocaron las elásticas cubiertas, respiraron el olor nuevo del metal y la tapicería.
    -Señor -dijo al fin el encargado.
    -Quisiéramos comprar un poco de gasolina, por favor.
    -Se nos acabó, señor.
    -Pero sus tanques indican que están llenos. Puedo ver la gasolina en los tanques de vidrio.
    -Se nos acabó la gasolina -dijo el hombre.
    -¡Le pagaré diez pesos el litro!
    -Gracias, no.
    -No tenemos bastante gasolina para salir de aquí. -Webb examinó el indicador.- Ni siquiera un litro. Será mejor que dejemos el coche, vayamos a la ciudad y veamos qué se puede hacer.
    -Le cuidaremos el coche, señor -dijo el encargado. Si me dejan las llaves.
    -¡No podemos dejarle las llaves! -dijo Leonora -. ¿Podemos?
    -No sé qué otra cosa nos queda. Lo abandonamos en el camino, para que se lo lleve el primero que pase, o se lo dejamos a este hombre.
    -Eso es mejor -dijo el hombre.
    Los Webb salieron del coche y se quedaron un rato mirándolo.
    -Era un hermoso coche -dijo John Webb.
    -Muy hermoso -dijo el encargado, con la mano extendida, esperando las llaves -. Lo cuidaré bien, señor.
    Leonora esperó un momento y luego dijo:
    -Me tienes a mí. Aunque eso no es mucho.
    Webb la abrazó.
    -Has estado encantadora. Nada de histerias. Nada.
    -Quizá esta noche me ponga a chillar, cuando nos metamos en cama, si volvemos a encontrar una cama. Ha pasado más de un millón de kilómetros desde el desayuno.
    Webb la besó, dos veces, en la boca seca. Luego volvió a recostarse, lentamente.
    -Ante todo hay que buscar gasolina. Si la conseguimos, podemos ir a Porto Bello.
    Pusieron en marcha el coche. Los tres soldados hablaban y reían.
    Un minuto después, ya en viaje, Webb comenzó a reírse suavemente.
    -¿En qué piensas? -le preguntó su mujer.
    -Recuerdo un viejo espiritual. Era algo así:
    Fui a esconder la cara en la Roca, y la Roca gritó: No hay escondites. No hay escondites aquí.
    -Recuerdo -dijo Leonora.
    -Es una canción muy apropiada ahora -comentó Webb -. Te la cantaría entera si la recordase. Tengo ganas de cantar.
    Apretó el acelerador.
    Se detuvieron ante una estación de combustible, y un minuto más tarde, como el encargado no apareciese, John Webb hizo sonar la bocina. Luego, aterrado, sacó la mano del botón de la bocina y la miró como si fuese la mano de un leproso.
    -No debí haberlo hecho.
    El encargado apareció en el umbral sombrío de la estación. Otros dos hombres aparecieron detrás.
    Los tres hombres salieron y caminaron junto al coche, mirándolo, tocándolo, sintiéndolo.
    Las caras de los hombres eran como cobre quemado a la luz del sol. Tocaron las elásticas cubiertas, respiraron el olor nuevo del metal y la tapicería.
    -Señor -dijo al fin el encargado.
    -Quisiéramos comprar un poco de gasolina, por favor.
    -Se nos acabó, señor.
    -Pero sus tanques indican que están llenos. Puedo ver la gasolina en los tanques de vidrio.
    -Se nos acabó la gasolina -dijo el hombre.
    -¡Le pagaré diez pesos el litro!
    -Gracias, no.
    -No tenemos bastante gasolina para salir de aquí. -Webb examinó el indicador.- Ni siquiera un litro. Será mejor que dejemos el coche, vayamos a la ciudad y veamos qué se puede hacer.
    -Le cuidaremos el coche, señor -dijo el encargado -. Si me dejan las llaves.
    -¡No podemos dejarle las llaves! -dijo Leonora -. ¿Podemos?
    -No sé qué otra cosa nos queda. Lo abandonamos en el camino, para que se lo lleve el primero que pase, o se lo dejamos a este hombre.
    -Eso es mejor -dijo el hombre.
    Los Webb salieron del coche y se quedaron un rato mirándolo.
    -Era un hermoso coche -dijo John Webb.
    -Muy hermoso -dijo el encargado, con la mano extendida, esperando las llaves -. Lo cuidaré bien, señor.
    -Pero Jack...
    Leonora abrió la puerta de atrás y comenzó a sacar el equipaje. Por encima del hombro de su mujer, John veía los brillantes marbetes, la tormenta de color que había cubierto el cuero gastado después de años de viajes, después de años en los mejores hoteles de dos docenas de países.
    Leonora tironeó de las maletas, sudando, y John la detuvo, y se quedaron allí, jadeando ante la portezuela abierta, mirando aquellos hermosos y lujosos baúles que guardaban los magníficos tejidos de hilo y lana y seda de sus vidas, el perfume de cuarenta dólares, y las pieles frescas y oscuras, y los plateados palos de golf. Veinte años estaban empaquetados en aquellas cajas, veinte años y cuatro docenas de papeles que habían interpretado en Río, en París, en Roma y Shangai; pero el papel que habían interpretado con mayor frecuencia, y el mejor de todos, era el de los ricos y alegres Webbs, la gente de la sonrisa perenne, asombrosamente feliz, la que podía preparar aquel cóctel de tan raro equilibrio conocido como Sáhara.
    -No podemos llevarnos todo esto a la ciudad -dijo John -. Volveremos a buscarlo más tarde.
    -Pero...
    John la hizo callar tomándola de un brazo y echando a caminar por la carretera.
    -Pero no podemos dejarlo aquí, ¡no podemos dejar aquí el equipaje y el coche! Oh, escucha. Me meteré y cerraré los cristales mientras vas a buscar gasolina, ¿por qué no? -dijo Leonora.
    John se detuvo y miró a los tres hombres junto al coche que resplandecía bajo el sol amarillo. Los ojos de los hombres brillaban y miraban a la mujer.
    ---Ahí tienes la respuesta. Vamos.
    -¡Pero nadie deja así un coche de cuatro mil dólares! -lloré) Leonora.
    John la hizo caminar, llevándola firmemente por el codo, con un serena decisión.
    -Los coches son para viajar en ellos. Cuando no viajan, son inútiles. En este momento tenemos que viajar, eso es todo. El coche sin gasolina no vale un centavo. Un par de buenas piernas tiene hoy más valor que cien coches, si puedes usarlas. Hemos empezado a echar cosas por la borda.
    Seguiremos arrojando lastre hasta que debamos sacarnos el pellejo.
    Webb soltó el brazo de Leonora, que caminaba tranquila junto a él.
    -Es tan raro. Tan raro. Hace años que no camino así. -Leonora miró cómo movía sus propios pies, cómo pasaba el camino a su lado, cómo se abría la selva, cómo su marido se desplazaba rápidamente, hasta que aquel ritmo regular pareció hipnotizarla.- Pero quizá es posible volver a aprenderlo todo -dijo al fin.
    El sol recorría el cielo, y el señor y la señora Webb recorrieron un rato la ardiente carretera. De pronto el señor Webb se puso a pensar en voz alta.
    -Sabes, en cierto modo, pienso que es útil volver a lo esencial. Ya no nos preocupamos por una docena de cosas, sino sólo por ti y por mí.
    -Cuidado, viene un coche... será me jor...
    Se volvieron a medias, dieron un grito, y saltaron. Cayeron a un lado de lit carretera y se quedaron allí, tendidos, mientras el automóvil pasaba a cien kilómetros por hora. Voces que cantaban, hombres que reían, hombres que gritaban y saludaban con las manos. El coche se alejó envuelto en un remolino de polvo y se perdió en una curva, haciendo sonar su o e bocina, una y otra vez.
    Webb ayudó a levantarse a Leonora y los dos, de pie, miraron la carretera tranquila.
    -¿Lo viste?
    Miraron cómo el polvo se depositaba lentamente.
    -Espero que se acuerden de cambiar el aceite y examinar la batería, por lo menos. Espero que se acuerden de echarle agua al radiador -dijo Leonora, y después de una pausa -: Cantaban, ¿no es cierto?
    Webb asintió. Miraron 'parpadeando la enorme nube de polvo que descendía sobre ellos como polen amarillo. Las pestañas de Leonora, notó Webb, lanzaban unas lucecitas brillantes.
    -No -dijo -. Eso no. Al fin y al cabo, era sólo una máquina.
    -Yo lo quería mucho.
    -Siempre queremos todo demasiado.
    Siguieron caminando y pasaron junto a una botella rota de vino que perfumaba el aire.
    No estaban lejos del pueblo. La mujer caminaba adelante, el marido detrás, mirándose los pies mientras caminaban, cuando un ruido de latas y vapores y agua hirviendo les hizo volver la cabeza y mirar el camino. Un viejo venía despacio por el camino en un Ford 1929. El coche no tenía guardabarros, y el sol había descascarado y quemado la pintura, pero el viejo conducía con una serena dignidad. Su cara era una sombra pensativa bajo el sucio sombrero de paja, y cuando vio a los Webb, detuvo el coche, que comenzó a humear. El motor se sacudía bajo la capota, y el viejo abrió la chillona portezuela diciendo:
    -No es día para caminar.
    -Gracias -dijeron los Webb.
    -No es nada. -El hombre llevaba un traje de verano viejo y amarillento, con una corbata grasienta anudada con descuido al cuello arrugado. Ayudó a la mujer a subir al asiento de atrás con una graciosa inclinación de cabeza.- Los hombres sentémonos adelante -sugirió, y el marido se sentó adelante, y el coche partió entre temblorosos vapores.
    -Bueno. Me llamo García.
    Presentaciones e inclinaciones de cabeza.
    -¿Se les rompió el coche? ¿Van en busca de auxilio? -dijo el señor García.
    -Sí.
    -Entonces permítanme que los lleve de vuelta junto con un mecánico -ofreció el hombre.
    Los Webb le dieron las gracias y rechazaron amablemente el ofrecimiento, y el viejo lo repitió, pero después de observar que su interés y preocupación parecían turbar a la pareja, habló muy cortésmente de otra cosa.
    El viejo tocó unos cuantos periódicos que llevaba en las rodillas.
    -¿Leen periódicos? Por supuesto. ¿Pero los leen como yo? Dudo que hayan descubierto mi sistema. Pero no, no lo descubrí yo. Más bien el sistema se me impuso. Pero luego de un tiempo vi que era un sistema inteligente.
    Recibo siempre los periódicos con una semana de atraso. Todos nosotros, aquellos que tienen interés, reciben los periódicos con una semana de atraso, de la capital. Y esta circunstancia da a un hombre ideas claras.
    Uno cuida sus ideas citando lee un periódico viejo.
    El marido y la mujer le pidieron que siguiese.
    -Bueno -di o el viejo -. Recuerdo cuando viví un mes en la capital y compraba el periódico todos los días. El amor, la ira, la irritación, la frustración me dominaban. Hervían en mí todas las pasiones. Yo era joven.
    Todo me sacaba de quicio. De pronto comprendí. Creía en todo lo que leía.
    ¿Lo notaron? ¿Notaron que uno cree en un periódico recién impreso? Esto ha ocurrido hace una hora, piensa uno. Tiene que ser verdad. -El viejo sacudió la cabeza.- Así que aprendí a retroceder y dejar que el periódico envejeciera y madurara. Aquí, en Colonia, observé que los titulares disminuían hasta desaparecer. El periódico de hace una semana... cómo, si hasta uno podría escupir en él, si quisiese. Es como una mujer que se amó una vez, pero uno ve ahora, días más tarde, que no es como uno creía.
    Tiene una cara bastante común, y es tan profunda como un vaso de agua.
    El viejo guiaba suavemente el coche, con las manos sobre el volante como sobre las cabezas de sus hijos, con cariño y afecto.
    -De modo que aquí voy, de vuelta a mi casa a leer los periódicos viejos, a mirarlos de soslayo, a jugar con ellos.
    Extendió un periódico sobre las rodillas, lanzándole de cuando en cuando una ojeada mientras conducía. -Qué blanco es este periódico, como la mente de un niño idiota, pobrecito, se puede poner cualquier cosa en un sitio vacío como éste. Aquí, ¿ven ustedes? El periódico dice que todos los blancos del mundo han muerto. Tonterías. En este mismo momento hay probablemente millones de hombres y mujeres blancos dedicados a almorzar o cenar. Tiembla la tierra, se estremece el pueblo, la gente escapa gritando: ¡Todo se ha perdido! En la población siguiente, la gente se pregunta qué pasa, qué son esos gritos, pues han dormido muy bien esa noche. Ah ah, qué mundo complejo es éste. La gente no sabe qué complejo es. Para ellos es día o es noche. Los rumores corren deprisa. Esta misma tarde todas las aldeas que bordean el camino, detrás y delante de nosotros, están de fiesta. El hombre blanco ha muerto, dicen los rumores, y sin embargo aquí voy yo a la ciudad con dos que me parecen bien vivos.
    Espero que no les moleste este modo de hablar. Si no hablo con ustedes tendré que hablarle a ese motor de enfrente, que hace mucho ruido al responder.
    Estaban en las afueras de la ciudad.
    -Por favor, señor -dijo John Webb -, no sería prudente para usted que lo viesen con nosotros. Bajaremos aquí.
    El viejo detuvo el coche de mala gana y dijo:
    -Son ustedes muy amables al pensar en mí. -Se volvió a mirar a la encantadora esposa:- Cuando era joven estaba lleno de vida y proyectos.
    Leí todos los libros de un francés llamado juras Verne. Veo que lo conocen. De noche yo pensaba que me gustaría ser inventor. Todo eso se ha perdido, nunca hice lo que quería hacer. Pero recuerdo claramente que una de las máquinas que yo quería construir era una que haría que un hombre, durante una hora, pudiera ser cualquier otro hombre. En la máquina había colores y olores y películas, como en un teatro, y se parecía a un ataúd.
    Uno se metía en el ataúd y apretaba un botón. Y durante una hora uno podía ser esos esquimales que viven en el frío, allá arriba, o un señor árabe a caballo. Todo lo que sentía un hombre de Nueva York, podía sentirlo uno en la máquina. Todo lo que olía un sueco, podía olerlo uno. Todo lo que saboreaba un chino, podía sentirlo uno en la lengua. La máquina era como otro hombre... ¿Comprenden lo que yo buscaba? Y tocando muchos de esos botones cada vez que entraba en mi máquina, usted podía ser un hombre blanco o un hombre amarillo o un negrito. Hasta se podía ser una mujer o un niño si uno quería divertirse de veras.
    El marido y la mujer descendieron del coche.
    -¿Trató de inventar alguna vez la máquina?
    -Fue hace tanto tiempo. No había vuelto a acordarme hasta hoy. Y hoy pensé que podía sernos útil, que la necesitábamos. Qué lástima que nunca haya intentado construirla. Algún día la construirá algún otro.
    -Algún día -dijo John Webb.
    -Ha sido un placer hablar con ustedes -dijo el viejo -. Que Dios los acompañe.
    -Adiós, señor García -dijeron los Webb.
    El coche se alejó lentamente, humeando. Los Webb lo miraron irse, un minuto entero. Luego, sin hablar, Webb extendió el brazo y tomó la mano de su mujer.
    Entraron a pie en la pequeña ciudad de Colonia. Pasaron junto a las tiendecitas, la carnicería, la casa del fotógrafo. La gente se detenía y los miraba pasar y no dejaba de mirarlos hasta perderlos de vista. Cada pocos segundos, mientras caminaba, Webb se metía la mano bajo la chaqueta, para tocar el revólver, secreta, tentativamente, como alguien que se toca un granito que crece y crece hora a hora...
    El patio del Hotel Esposa era fresco como una gruta bajo una cascada azul.
    En él cantaban las aves enjauladas, y los pasos resonaban como tiros de rifle, claros y limpios.
    -¿Recuerdas? Paramos aquí hace años -dijo Webb ayudando a su mujer a subir los escalones. Se detuvieron en la gruta fresca, disfrutando de la sombra azul.
    -Señor Esposa -dijo John Webb cuando un hombre grueso salió de detrás de un escritorio mirándolo de soslayo -. ¿No me recuerda? John Webb. Hace cinco años... jugamos a las cartas una noche.
    -Por supuesto, por supuesto.
    El señor Esposa se inclinó y estrechó brevemente las manos. Hubo un silencio incómodo. Webb carraspeó.
    -Hemos tenido algunas dificultades, señor Esposa. ¿Podemos alquilar una habitación? Por esta noche solamente.
    -Aquí el dinero de usted siempre tendrá valor.
    -¿Quiere decir que nos dará una habitación? Pagaremos con gusto por adelantado. Dios, necesitamos ese descanso. Pero más que eso, necesitamos gasolina.
    Leonora tocó el brazo de su marido.
    -¿No recuerdas? Ya no tenemos auto.
    -Oh, es cierto. -Webb permaneció callado unos instantes y al fin suspiró.- Bueno. No se preocupe por la gasolina. ¿Sale algún autobús pronto para la capital?
    -Todo llegará, a su tiempo -dijo el hombre nerviosamente -. Por aquí.
    Mientras subían las escaleras oyeron un ruido. Miraron hacia afuera y vieron el coche, que daba vueltas y vueltas alrededor de la plaza, ocho veces, cargado de hombres que gritaban y cantaban y se colgaban de los guardabarros, riendo. Niños y perros corrían detrás del coche.
    -Cómo me gustaría tener un coche como ése -dijo el señor Esposa.
    En el tercer piso del Hotel Esposa, el gerente sirvió un poco de vino fresco para los tres.
    -Por un cambio -dijo el señor Esposa. -Brindaré por eso.
    Bebieron. El señor Esposa se pasó la lengua por los labios y se los limpió en la manga de la chaqueta.
    -Sorprende y entristece ver cómo cambia el mundo. Es insensato, nos han dejado atrás, piensa uno. Es increíble. Y ahora, bueno... Están a salvo por esta noche. Pueden tomar una ducha y cenar bien. No pueden quedarse más de una noche. Esto es todo lo que puedo ofrecerles por lo bondadosos que fueron ustedes conmigo hace cinco años.
    -¿Y mañana?
    -¿Mañana? No tomen el autobús para la capital, por favor. Hay tumultos en las calles, allá. Han matado a alguna gente del norte. No es nada. Pasará en seguida. Pero hasta entonces, hasta que la sangre se enfríe, deberán tener cuidado. Hay muchos malvados que quieren aprovechar la situación, señor. En las próximas cuarenta y ocho horas, bajo el disfraz del nacionalismo, esa gente intentará ganar el poder. Egoísmo y patriotismo, señor. Es difícil distinguir uno de otro. Así que... deberán esconderse.
    Es un problema. Toda la ciudad sabrá que están aquí antes de unas pocas horas. Puede ser peligroso para mi hotel. No sé.
    -Comprendemos. Es usted muy bueno al ayudarnos tanto.
    -Si necesitan algo, llámenme. -El señor Esposa se bebió el vino que aún quedaba en su vaso.- Terminen la botella -dijo.
    Los fuegos de artificio comenzaron aquella noche a las nueve. Los cohetes, primero uno y luego otro, se elevaron en el cielo oscuro y estallaron por encima de los vientos edificando arquitecturas de llamas. Cada cohete, en la cima de su curso, se abría desplegando una formación de gallardetes de llamas blancas y rojas, algo parecida a la cúpula de una hermosa catedral.
    Leonora y John Webb, junto a la ventana abierta, miraban y escuchaban desde la habitación en sombras. Pasaba el tiempo, y por todos los caminos y senderos venía más gente a la ciudad y comenzaba a pasearse por la plaza tomada del brazo, cantando, aullando como perros, apretándose como gallinas. Y luego se dejaban caer en las aceras, se sentaban allí, y se reían, con las cabezas echadas hacia atrás, mientras los cohetes estallaban en colores sobre las caras levantadas. Una banda comenzó a soplar y resollar.
    -Aquí nos tienes -dijo John Webb - luego de unos cuantos centenares de años de buena vida. Esto es lo que queda de la supremacía blanca... tú y yo en una habitación a oscuras en un hotel situado a quinientos kilómetros tierra adentro en un país en fiesta.
    -Tenemos que ponernos en su lugar.
    -Oh, hace tiempo que lo he hecho. En cierto modo, me alegro de que sean felices. Dios sabe que han esperado bastante. Pero me pregunto cuánto durará esa dicha. Ahora que el chivo expiatorio ha desaparecido, ¿quién será el culpable de la opresión? ¿Quién estará tan a mano, quién será tan obviamente culpable como tú y yo y el hombre que ocupó antes que nosotros este mismo cuarto?
    -No sé.
    -Somos tan oportunos. El hombre que alquiló este cuarto el mes pasado era tan oportuno. Un modelo. Se reía de las siestas de los nativos. Rehusaba aprender una pizca de español. Que aprendan inglés, por Dios, y que hablen como hombres, decía. Y bebía demasiado y perseguía demasiado a las mujeres del pueblo.
    Webb se interrumpió y se alejó de la ventana. Miró el cuarto.
    Los muebles y adornos, pensó. El sofá donde el hombre puso los zapatos sucios, la alfombra que agujereó con colillas de cigarrillo... Y la mancha húmeda en la pared junto a la cama, Dios sabe por qué o cómo hizo eso. Las sillas rayadas y pateadas. No era su hotel o su habitación; era algo prestado. Y sin ningún valor. Así ese hijo de perra se paseó por todo el país durante cien años, un hombre de negocios, una cámara de comercio, y aquí estamos nosotros ahora, bastante parecidos a él como para ser sus hermanos, y allá están ellos, en la noche del baile de la servidumbre. No saben, y si lo saben no quieren pensarlo, que mañana serán tan pobres como hoy, que estarán tan oprimidos como siempre, que la máquina apenas se habrá movido hasta el otro diente del engranaje.
    Ahora la banda había dejado de tocar, y un hombre había subido de un salto, gritando, a la plataforma. Hubo un resplandor de machetes en el aire y el brillo oscuro de unos cuerpos semidesnudos.
    El hombre de la plataforma volvió la cara al hotel y miró la habitación oscura donde John y Leonora Webb habían retrocedido, alejándose de las luces intermitentes.
    El hombre gritó.
    -¿Qué dice? -preguntó Leonora.
    -«Éste es un mundo libre» -tradujo John Webb.
    El hombre aulló.
    John Webb volvió a traducir:
    -«¡Somos libres!» El hombre se alzó en puntas de pie e hizo el ademán de romper unas esposas.
    -«Nadie es dueño de nosotros, nadie en el mundo,> -tradujo Webb.
    La multitud rugió y la banda comenzó a tocar, y, mientras tocaba, el hombre de la plataforma miraba la ventana de la habitación oscura con todo el odio del universo en los ojos.
    Durante la noche hubo peleas y golpes, y voces que se alzaban, y discusiones y tiros. John Webb, acostado, despierto, oyó la voz del señor Esposa en el piso de abajo que razonaba, hablaba serena, firmemente. Y luego el tumulto fue borrándose, los últimos cohetes subieron al cielo, y las últimas botellas se rompieron en las piedras de la calle.
    A las cinco de la mañana el aire comenzó a calentarse otra vez. Unos golpes muy débiles sonaron en la puerta del cuarto.
    -Soy yo, Esposa -dijo una voz.
    John Webb titubeó, a medio vestir, tambaleándose por la falta de sueño. Al fin abrió la puerta.
    -¡Qué noche, qué noche! -dijo el señor Esposa entrando en el cuarto, sacudiendo la cabeza, riendo dulcemente -. ¿Escucharon el ruido? ¿Sí?
    Querían subir al cuarto de ustedes. No los dejé.
    -Gracias -dijo Leonora todavía en la cama, con la cara vuelta hacia la pared.
    -Eran todos viejos amigos. Hice un arreglo con ellos. Estaban bastante borrachos y bastante felices, y dijeron que esperarían. Tengo algo que proponerles a ustedes dos. -De pronto el hombre pareció turbado. Se acercó a la ventana.- Todos duermen aún. Sólo unos pocos están levantados. Unos cuantos hombres. ¿Los ve, del otro lado de la plaza?
    John Webb miró la plaza. Vio a los hombres morenos que hablaban serenamente del tiempo, el inundo, el sol, este pueblo, y el vino quizá.
    -Señor, ¿ha tenido usted hambre alguna vez en la vida?
    -Sólo un día, una vez.
    -Sólo un día. ¿Ha tenido siempre una casa donde vivir y un coche para viajar?
    -Hasta ayer.
    -¿Ha estado alguna vez sin trabajo?
    -Nunca.
    -¿Vivieron todos sus hermanos hasta los veintiún años?
    -Todos.
    -Hasta yo -dijo el señor Esposa -, hasta yo lo odio a usted un poco ahora.
    Pues yo no tuve hogar durante mucho tiempo. He pasado hambre. Tengo tres hermanos y una hermana enterrados en ese cementerio de la loma, más allá del pueblo, muertos de tuberculosis antes de cumplir los nueve años. -El señor Esposa miró a los hombres en la plaza - Ahora ya no tengo hambre ni soy pobre, tengo coche, estoy vivo. Pero soy uno entre mil. ¿Qué puede decirles en un día como hoy?
    -Trataré de pensarlo.
    -Yo he dejado de tratar hace ya mucho tiempo. Señor, liemos sido siempre tina minoría, nosotros, los blancos. Soy de raza española, pero me he criado aquí, y me toleran.
    -Nosotros no pensamos nunca que éramos una minoría -dijo Webb -, y ahora es difícil admitirlo.
    -Se ha portado usted ni uy bien.
    -¿Es eso una virtud?
    -Sí en la plaza de toros, sí en la guerra, sí en cualquier situación parecida. Usted no se queja, no trata de excusarse. No corre y da un espectáculo. Creo que ustedes dos son muy valientes. El gerente del hotel se sentó, lentamente, descorazonado.
    -He venido a ofrecerles la posibilidad de quedarse -dijo.
    -Quisiéramos irnos, si fuese posible.
    El gerente se encogió de hombros.
    -Les han robado el coche, y no querrán devolverlo. No pueden dejar la ciudad. Quédense y acepten un puesto en el hotel.
    -¿Así que no hay modo de viajar?
    -Puede que lo haya dentro de veinte días, señor, o veinte anos. No pueden seguir viviendo sin dinero, comida, alojamiento. Aquí tienen en cambio mi hotel, y trabajo.
    El gerente se levantó y caminó con aire de desánimo hacia la puerta, y se detuvo junto a una silla y tocó la chaqueta de Webb, que estaba allí colgada.
    -¿Qué es ese trabajo? -preguntó Webb.
    -En la cocina -le dijo el gerente, y miró para otro lado.
    John Webb se sentó en la cama, en silencio. Su mujer no se movió.
    El señor Esposa dijo:
    -No puedo ofrecerles nada mejor. ¿Qué más pueden pedir? Anoche, esos que están en la plaza querían venir a buscarlos. ¿Vieron los machetes? Discutí con ellos. Tuvieron ustedes suerte. Les dije que trabajarían en mi hotel en los próximos veinte años, que eran mis empleados y yo tenía que protegerlos.
    -¡Usted dijo eso!
    ---Señor, señor, denme las gracias. Piensen un poco. ¿A dónde irían? ¿A la selva? Las serpientes los matarían en menos de dos horas. ¿Caminarían ochocientos kilómetros hasta una capital en la que no serían bienvenidos?
    No. Deben aceptar la realidad. -El señor Esposa abrió la puerta. Les ofrezco una ocupación honesta, y les pagaré el salario común de dos pesos por día, más las comidas. ¿Quieren quedarse conmigo o ir afuera a la plaza con nuestros amigos al mediodía? Piénsenlo.
    La puerta se cerró. El señor Esposa había desaparecido.
    Webb se quedó mirando la puerta largo rato.
    Luego caminó hasta la silla y tocó el estuche de cuero bajo la doblada camisa blanca. El estuche estaba vacío. Lo tomó en las manos y lo miró parpadeando y miró la puerta por la que acababa de irse el señor Esposa.
    Se volvió y se sentó en la cama, junto a su mujer. Se acostó a su lado y la abrazó y la besó, y se quedaron inmóviles, acostados, mirando cómo la habitación se iba aclarando con el nuevo día.
    A las once de la mañana, con las grandes persianas recogidas, comenzaron a vestirse. En el cuarto de baño había jabón, toallas, equipo de afeitar, y hasta perfumes. Todo facilitado por el señor Esposa.
    John Webb se afeitó y vistió cuidadosamente.
    A las once y media encendió la radio cerca de la cama. Uno podía sintonizar comúnmente Nueva York o Cleveland o Houston. Pero el aire estaba en silencio. Webb apagó la radio.
    -No hay a donde ir, ni ninguna razón para volver, nada.
    Su mujer se sentó en una silla, cerca de la puerta, mirando la pared.
    -Podemos quedarnos aquí y trabajar -dijo Webb.
    Leonora Webb se movió al fin.
    -No, no podemos hacerlo. No realmente ¿0 podemos?
    -No, creo que no.
    -No es posible. Somos consecuentes a pesar de todo. Inútiles, pero consecuentes.
    Webb pensó un momento.
    -Podríamos llegar a la selva.
    -No creo que podamos dejar el hotel sin ser vistos. No podemos escapar y caer en sus manos. Sería peor de ese modo.
    Webb estuvo de acuerdo.
    Siguieron sentados en silencio unos instantes.
    -No sería tan malo trabajar aquí -dijo Webb al fin.
    -¿Y para qué seguir viviendo? Todos han muerto, tus padres, los míos, tus hermanos, los míos, nuestros amigos; todo ha desaparecido, todo lo que podíamos entender.
    Webb asintió.
    -Y si aceptamos el empleo, un día, pronto, uno de los hombres me tocará, y tú no podrás permitirlo, sabes que no. 0 alguien te hará algo a ti, y yo haré algo.
    Webb volvió a inclinar la cabeza.
    Se quedaron así, sentados, unos quince minutos, hablando serenamente.
    Luego, Webb tomó el teléfono y golpeó la horquilla con un dedo.
    -Bueno -dijo una voz en el otro extremo de la línea.
    -¿Señor Esposa?
    -Sí.
    -Señor Esposa. -Webb hizo una pausa y se pasó la lengua por los labios.- Dígales a sus amigos que dejaremos el hotel al mediodía.
    El teléfono no respondió inmediatamente. Luego, suspirando, el señor Esposa dijo:
    Puedo intentarlo, pensó. ¿Cómo lo haría el viejo del Ford? Trataré de hacerlo de ese modo. Citando acabemos de cruzar la plaza, comenzaré a hablar, en un murmullo si es necesario. Y si pasamos lentamente a través de esos hombres quizá podamos llegar hasta los otros, y nos encontraremos a salvo, en tierra firme.
    Leonora se movió a su lado. Parecía tan lozana, tan bien arreglada a pesar de todo, tan nueva en medio de aquella vejez, tan sorprendente, que la mente de Webb se sacudió y vaciló. Se sorprendió a sí mismo mirándola como si ella lo hubiese traicionado con aquella blancura salina, el pelo maravillosamente cepillado, las manos limpiamente arregladas, y la boca roja y brillante.
    En el último escalón, Webb encendió un cigarrillo, dio dos o tres largas chupadas, lo arrojó al suelo, lo pisoteó, envió de un puntapié la aplastada colilla a la calle, y dijo:
    -Bien, vamos.
    Bajaron el último escalón y comenzaron a caminar alrededor de la plaza, ante las pocas tiendas que aún permanecían abiertas. Caminaban serenamente.
    -Quizá sean decentes con nosotros.
    -Esperémoslo.
    Pasaron ante un taller fotográfico.
    -Es otro día. Puede pasar cualquier cosa. Lo creo. No... realmente no lo creo. Estoy hablando, nada más. Tengo que hablar o no podría seguir caminando -dijo Leonora.
    Pasaron ante una tienda de dulces.
    -Sigue hablando, entonces.
    -Tengo miedo -le dijo Leonora -. ¡Esto no puede pasarnos a nosotros! ¿Sólo quedamos nosotros en el mundo?
    -Unos pocos más quizá.
    Se acercaban a una carnicería al aire libre.
    ¡Dios!, pensó Webb. Cómo se estrechan los horizontes, cómo se acercan.
    Hace un año no había para nosotros cuatro direcciones, sino un millón.
    Ayer se habían reducido a cuatro; podíamos ir a Juatala, Porto Bello, Sanjuan Clementas o Brioconbria. Nos contentábamos con tener nuestro coche. Luego, cuando no pudimos conseguir gasolina, nos contentábamos con conservar nuestra ropa; luego, citando nos sacaron la ropa, nos contentábamos con encontrar un lugar para dormir. Nos sacaban todos los placeres, y encontrábamos rápido consuelo. Dejábamos algo, y nos atábamos rápidamente a otra cosa. Supongo que es humano. Y al fin nos sacaron todo.
    Nada nos quedó. Excepto nosotros mismos. Sólo quedamos yo y Leonora, en esta plaza, pensando demasiado. Y lo que cuenta al fin es si podrán apartarte de mí, Leonora, o apartarme de ti, y no creo que puedan. Se han llevado todo lo demás, y no los acuso. Pero no pueden hacernos nada nuevo.
    Cuando quitas las ropas y adornos, quedan dos seres humanos que son felices o desgraciados, juntos, y nada más.
    -Camina despacio -dijo en voz alta.
    -Así lo hago.
    -No demasiado despacio como para parecer desanimada. No demasiado rápido como si quisieras terminar de una vez. No les des esa satisfacción, Leo, no les des nada.
    -No.
    Siguieron caminando.
    -Ni siquiera me toques -dijo Webb serenamente -. Ni siquiera me tomes la mano.
    -¡Oh, por favor!
    -No, ni siquiera eso.
    Webb se apartó unos centímetros y siguió caminando tranquilamente, con paso regular, mirando hacia adelante.
    -Voy a echarme a llorar, Jack.
    -¡Maldita sea! -dijo Webb entre dientes, sin mirar a Leonora -. ¡Para eso!
    ¿Quieres que corra? ¿Es eso lo que quieres... que te tome en brazos y corra a la selva y que ellos nos cacen? ¿Es eso lo que quieres, maldita sea, quieres que me tire en la calle, aquí mismo, y me arrastre y grite?
    Cállate, hagamos esto bien, ¡no les demos nada!
    Caminaron un poco más.
    -Muy bien -dijo Leonora, con los puños apretados, la cabeza erguida -. Ya no lloro. No quiero llorar.
    -Bien, eso está muy bien.
    Y todavía, curiosamente, no habían dejado atrás la carnicería. La visión horrorosa y roja se alzó a la izquierda de John y Leonora Webb mientras se adelantaban lentamente por la acera que el sol calentaba. Las cosas que colgaban de los ganchos parecían pecados, o actos brutales, malas conciencias, pesadillas, banderas ensangrentadas, y promesas rotas. Las reses rojas, oh, las reses rojas colgantes, húmedas y malolientes, las reses colgadas de los ganchos parecían cosas desconocidas, desconocidas.
    Mientras pasaban junto a la carnicería, algo impulsó a John Webb a alargar una mano y golpear hábilmente un recto y colgado trozo de carne. Un enjambre de moscas azules se alzó de pronto, zumbando agriamente, y describió un cono brillante alrededor de la res.
    -¡Son todos desconocidos! -dijo Leonora, con los ojos clavados ante ella, caminando -. No conozco a ninguno de ellos. Me gustaría conocer a alguno.
    ¡Me gustaría que uno por lo menos me conociese!
    Dejaron atrás la carnicería. El trozo de res, de aspecto irritable, rojizo, se balanceaba a la luz cálida del sol.
    Cuando dejó de balancearse, las moscas bajaron a cubrir la carne, como una túnica hambrienta.

    FIN

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