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junio 27, 2010
Me voy haciendo viejo, y puesto que Shakespeare y Mr. Emmons han muerto, no es imposible que incluso yo pueda morir. He pensado, por consiguiente, que puedo retirarme del campo de las letras y reposar sobre mis laureles. Pero tengo la ambición de marcar mi abdicación del cetro literario con algún importante legado a la posteridad; y, tal vez, para eso lo mejor que puedo hacer sea escribir sobre los comienzos de mi carrera literaria. Mi nombre, en realidad, ha aparecido durante tanto tiempo y tan constantemente en público que no sólo admito la naturalidad del interés que ha excitado en todas partes, sino que me preparo a satisfacer la extrema curiosidad por él inspirada. De hecho, es un deber para el que llega a la grandeza dejar detrás de sí, en su ascensión, unos hitos que puedan guiar a otros hacia la cumbre. Me propongo, por eso, en el presente escrito (que tuve la idea de llamar "Memorándum al servicio de la historia literaria de América") detallar aquellos importantes, aunque débiles y titubeantes, primeros pasos, por los que al final alcancé el alto camino hacia el pináculo de la gloria humana.
De mis más remotos antepasados es superfluo hablar mucho. Mi padre, Thomas Bob, durante muchos años estuvo en la cima de su profesión, que era la de comerciante-barbero en la ciudad de Smug. Su almacén era el punto de reunión de las gentes principales del lugar, y especialmente del cuerpo de redactores: un cuerpo que inspira en todos una profunda veneración y terror. Por mi parte, yo los miraba como a dioses y bebía ávidamente la rica corriente de sabiduría que fluía perennemente de sus augustas bocas durante el proceso de lo que se conocía por el nombre de "jabonadura".
Mi primer momento de inspiración positiva debe de datar de aquella época, siempre memorable, cuando el brillante director del Tábano, en los intervalos del importante proceso que acabo de mencionar, recitó en voz alta, ante un cónclave de nuestros aprendices, un insuperable poema en honor de "la única auténtica brillantina de Bob" (así llamaba a mi padre aquel talentudo inventor), y por cuya efusión el director del Tábano fue remunerado con una regia liberalidad por la firma de Thomas Bob & Co., comerciantes-barberos.
El genio de las estrofas de la "brillantina de Bob" fue el primero en alentar dentro de mí, repito, el divino afflatus. Resolví convertirme en un gran hombre, y para ello comenzar por ser un gran poeta. Aquella misma tarde caí de rodillas a los pies de mi padre.
—Padre—dije—, ¡perdóname!; pero poseo un alma que está por encima de la jabonadura. Mi primera intención es abandonar la tienda. Seré redactor. Seré un poeta. Quiero escribir estrofas a la "brillantina de Bob". Perdóname y ayúdame a ser grande.
—Mi querido Thingum...—replicó mi padre (yo había sido bautizado con el nombre de Thingum por un pariente muy rico que se llamaba así)—. Mi querido Thingum—dijo, levantándome por las orejas—; Thingum, muchacho mío, eres todo un hombre y tienes el alma de tu padre. Tu cabeza es inmensa también, y en ella debe de alojarse un enorme cerebro. Lo he visto desde hace mucho tiempo, y por ello había pensado en hacerte jurisconsulto. El negocio, sin embargo, progresa mucho, y el ser político no recompensa. Tu criterio sobre todas las cosas es muy sensato; el oficio de redactor es mejor: y si al mismo tiempo puedes ser un poeta, como lo son casi todos los redactores, mejor que mejor, porque matarás dos pájaros de un solo tiro. Para animarte en tus comienzos te regalaré una buhardilla, pluma, tinta y papel, un diccionario de rimas y un número del Tábano. Supongo que no exigirás más.
—Sería un vil desagradecido si lo hiciese—repliqué entusiasmado—; tu generosidad es infinita. Te lo pagaré convirtiéndote en el padre de un genio.
Así concluyó mi conversación con el mejor de los hombres, e inmediatamente me dediqué fervorosamente a mis haceres poéticos; en ellos, sobre todo, fundé mis esperanzas para la ascensión última a la silla editorial.
En mis primeros intentos de composición, comprendía que las estrofas de "la brillantina de Bob" suponían más bien una dificultad que una ayuda. Su esplendor, antes que iluminarme, me oscurecía. La contemplación de su excelencia me inclinaba, naturalmente, a desanimarme, en comparación con mis propios abortos; así, durante una larga temporada trabajé inútilmente. Finalmente, llegó a mi cabeza una de esas ideas exquisitamente originales que de cuando en cuando se dignan colar en el cerebro de un hombre genial. Sucedió así, o, mejor, así se ejecutó. En una librería de lance, en un apartado rincón de la ciudad, adquirí algunos volúmenes antiguos y completamente desconocidos u olvidados. El librero me los dio a cambio de un poema. De uno de ellos, que tal vez fuera una traducción del "Infierno", de Dante, copié pulcramente un largo pasaje acerca de un hombre llamado Ugolino que tenía unos cuantos chiquillos. De otro, que contenía una gran cantidad de antiguas comedias cuyo autor no recuerdo, copié del mismo modo, y con el mismo cuidado, un gran número de líneas acerca de "ángeles y de ministros dando gracias" y de "duendes condenados" y otras cosas por este estilo. De un tercero, que era la composición de algún hombre ciego, griego o choctaw —no me es posible ahora recordar exactamente este pequeño detalle—, copié unos cincuenta versos, empezando por el "furor de Aquiles" y "el soborno", o algo así. De un cuarto libro recogí también el trabajo de un ciego, seleccioné una página o dos acerca del "granizo'' y la "luz sagrada"; y aunque no le toca a un ciego escribir sobre la luz, a pesar de ello, los versos eran bastante buenos en su estilo.
Puestas en limpio las copias de aquellos poemas, firmé cada uno de ellos con el nombre de Oppodeldoc (un nombre sonoro y bonito), y metiéndolas en un sobre, las envié a las cuatro revistas principales, con el ruego de una publicación rápida y un pronto pago. El resultado de este plan tan bien tramado (cuyo éxito me habría librado de muchas dificultades en el futuro), sin embargo, sirvió para convencerme de que algunos directores no son tan fácilmente engañables y dieron el coup de grace (como dicen en Francia) a mis esperanzas nacientes (como dicen en la ciudad de los trascendentales).
El hecho es que todos y cada uno de los periódicos en cuestión dieron a míster Oppodeldoc una gran paliza, en la sección de "avisos mensuales a los corresponsales". El Hum-Drum lo hizo así:
"Oppodeldoc (sea quien sea) nos ha enviado una larga tirade que se refiere a un loco a quien llama "Ugolino", que tenía un gran número de chiquillos, a todos los cuales les había propinado una buena azotaina y enviado a la cama sin cenar. El tema es demasiado doméstico, por no decir estúpido. Oppodeldoc (sea quien sea) carece enteramente de imaginación, y la imaginación, según nuestro humilde parecer, no es sólo la fuente de POESÍA, sino también su auténtico corazón. Oppodeldoc (sea quien sea) tiene la osadía de pedirnos, para su trabajo, "una publicación rápida y un pronto pago". Nosotros, ni publicamos ni pagamos tonterías de ese tipo. Sin embargo, es indudable que para desechos semejantes puede encontrar un mercado abierto en las oficinas del Rowdy-Dow, el Lollipop, o el Goosetherumfoodle."
A pesar de todo, hay que reconocer que todo eso era demasiado severo para Oppodeldoc; pero lo más duro de todo fue poner la palabra POESÍA en mayúsculas; ¡en esas seis grandes letras, qué mundo de amargura no se halla encerrado!
Pero Oppodeldoc fue castigado con parecida severidad en el Rowdy-Dow con las siguientes palabras:
"Hemos recibido la más extraña e insolente comunicación de una persona, quienquiera que sea, que firma con el nombre de Oppodeldoc, desacreditando así la grandeza del ilustre emperador romano de ese nombre. Acompañando la carta de Oppodeldoc (quienquiera que sea) encontramos varias líneas en un lenguaje de lo más engolado, de lo más asqueroso y falto de sentido, acerca de "los ángeles y ministros de gracia", tan repugnante como sólo un loco de la especie de Nat Lee o de Oppodeldoc podrían perpetrar. Y por esa basura de las basuras se nos pide modestamente "un pronto pago". ¡No señor, no! No pagamos nada de esa clase. Vaya usted al Hum-Drum, al Lollipop, o al Goosetherumfoodle. Esos periódicos aceptarán sin duda alguna todos los desechos literarios que usted les envíe, e indudablemente prometerán pagárselos."
Todo esto sin duda alguna fue muy amargo para el pobre Oppodeldoc; sin embargo, el peso de la sátira caía principalmente sobre el Hum-Drum, el Lollipop y el Goosetherumfoodle, a quienes sarcásticamente ponen el mote de periódicos, en letra cursiva además, lo cual, sin duda alguna, les ha debido de llegar al corazón.
Poco menos salvaje fue la contestación del Lollipop:
"Cierto individuo, que responde jocosamente al apelativo de Oppodeldoc (a qué usos tan bajos son dedicados a menudo los nombres de los difuntos ilustres), envía cincuenta o sesenta versos que comienzan de la siguiente forma:
"La cólera de Aquiles, que tanto llanto
le costó a Grecia, esa horrible cólera..."
A Oppodeldoc (quienquiera que sea) le comunicamos respetuosamente que en nuestra oficina no hay un solo pobre diablo impresor que no esté acostumbrado diariamente a componer mejores líneas. Este Oppodeldoc no quiere pensar. Oppodeldoc no quiere aprender a distinguir. Pero ¿cómo se le habrá ocurrido la idea de que nosotros (nosotros, entre todos los demás) íbamos a desacreditar nuestras páginas con sus indecibles insensateces, que sobrepasan toda comprensión? Porque ese absurdo trabajo apenas sirve para el Hum-Drum, el Rowdy-Dow, para el Goosetherumfoodle, que acostumbra publicar "las melodías de la madre gansa" como poemas líricos originales. Y Oppodeldoc (quienquiera que sea) se ha atrevido a pedirnos que le paguemos por esa idiotez. Sepa, pues, Oppodeldoc (quienquiera que sea) que no podemos pagarla ni publicarla."
Mientras examinaba atentamente este escrito me iba empequeñeciendo paulatinamente, y cuando llegué al punto en el que el editor se reía del poema, como "versos", debía de ser ya del tamaño de una onza. Y ante Oppodeldoc, empecé a experimentar compasión por el pobre muchacho. Pero el Goosetherumfoodle me mostró, si es posible, menos misericordia que el Lollipop. El Goosetherumfoodle decía así:
"Un miserable poetastro, que firma con el nombre de Oppodeldoc, es lo suficientemente idiota para imaginar que nosotros íbamos a publicar y pagar un engendro de incoherencias y errores gramaticales que nos ha enviado y que empiezan con la línea siguiente, que es la más inteligible:
"¡Granizo , santa luz! Prole del cielo, primogénita..."
Decimos la más "inteligible". Oppodeldoc (quienquiera que sea), probablemente quiera ser tan amable de decirnos cómo el "granizo" puede ser "luz santa". Siempre nos ha parecido "lluvia helada". ¿Quiere explicarnos, también, cómo la lluvia helada puede ser a un tiempo las dos cosas?: ¿Sagrada luz (sea lo que sea) y prole? (esta última palabra, si es que entendemos algo de inglés, sólo se aplica propiamente a los niños pequeños de unas seis semanas). Pero es necio descender a tales absurdos, aunque Oppodeldoc (sea quien sea) tenga la inigualable desvergüenza de suponer que no sólo "publicaremos" sus ignorantes lucubraciones, sino que (con toda seguridad) "se las pagaremos".
¡Pero lo divertido es esto!: tenemos medio pensado castigar a este joven poetastro por su egoísmo, publicando realmente su trabajo, verbatim et literatim, tal como él lo ha escrito. No encontraríamos mejor modo de castigarle más severamente, y estamos a punto de hacerlo, pero al pensar en el aburrimiento de nuestros lectores, no lo haremos.
Que Oppodeldoc (quienquiera que sea) envíe cualquier "composición" futura de este tipo al Hum-Drum, al Lollipop o al Rowdy-Dow. "Ellos" lo publicarían. "Ellos" publican todos los meses porquerías semejantes. Envíeselos. A NOSOTROS no se nos puede insultar impunemente."
Esto fue el final para mí; pero nunca pude comprender cómo sobrevivían el Hum-Drum, el Rowdy-Dow y el Lollipop. Citarlos en la letra más pequeña (ahí estaba lo malo, así se insinuaba su pequeñez, su bajeza), mientras NOSOTROS les seguía mirando por encima del hombre con mayúsculas gigantescas. ¡Oh, eso era demasiado amargo!; era despreciable; era irritante. Si yo hubiera sido alguno de aquellos periódicas, no hubiera parado hasta procesar al Goosetherumfoodle. Debería hacerse bajo la ley de "prevención de crueldad contra los animales". Sobre lo que decía de Oppodeldoc (quienquiera que fuese), había yo perdido entonces toda paciencia con aquel muchacho que me empezaba a ser muy antipático; era un idiota, indudablemente (quienquiera que fuese), y había recibido lo que se merecía.
El resultado de mi experiencia con aquellos libros viejos me convenció, en primer lugar, de que "la honradez es la mejor política", y en segundo lugar, de que si no podía escribir mejor que Mr. Dante, y que los dos ciegos, y que el resto de los antiguos, al menos sería muy difícil escribir peor. Así tomé la decisión de convertirme en "enteramente original" (como reza en las cubiertas de las revistas), a cualquier precio de estudios y sufrimientos. De nuevo puse ante mis ojos, como modelo, las brillantes estrofas a "la brillantina de Bob", del director del Tábano, y decidí construir una oda sobre el mismo tema sublime, rivalizando con lo que ya había sido hecho.
Mi primera línea no tuvo dificultad material. Escribí así:
"Escribir una oda sobre la brillantina de Bob."
Habiendo buscado cuidadosamente todas las rimas legítimas con la palabra Bob, encontré que era imposible seguir. En tal situación recurrí a la ayuda de mi padre; y, tras algunas horas de meditación profunda, mi padre y yo construimos lo siguiente:
"En escribir una oda a la brillantina de Bob,
Hay toda suerte de tarea.
(Firmado) SNOB.
Realmente la composición no era muy extensa, pero "aún tenía que aprender", como dicen en la Edimburgh Review, que la simple extensión de un trabajo literario no tiene ninguna relación con su mérito. Sobre la jerga del trimestral en torno al "esfuerzo continuado" es imposible encontrar algún sentido. Así, me sentí satisfecho del éxito de mi tentativa virginal, y la única cuestión que se me presentaba era el uso que podía hacer de ella. Mi padre me hizo la sugerencia de que debía enviarlo al Tábano, pero encontré dos razones que me apartaban de hacer esto. Temía la envidia del director y, aparte de eso, había sabido que no pagaba las colaboraciones originales. Así, tras una deliberación, envié el original a las páginas de Lollipop, y esperé con ansiedad y resignación.
En el siguiente número que apareció tuve la gran satisfacción de ver finalmente mi poema, presentado como trabajo original, con las siguientes palabras significativas, en bastardilla y entre paréntesis:
(Llamamos la atención de nuestros lectores sobre las admirables estrofas añadidas a "la brillantina de Bob". No tenemos nada que decir de su sublimidad, o de su sentimiento: Es imposible leerlas sin lágrimas. Los que han sentido náuseas ante una triste dosis sobre el mismo augusto tema, obra de la pluma de ganso del director del "Tábano", podrán comparar las dos composiciones.
P. S.—Estamos consumidos por la ansiedad de desvelar el misterio que envuelve al evidente seudónimo "Snob". ¿Podemos esperar una entrevista personal?)
Todo eso no era más que justicia, pero también era, lo confieso, más de lo que yo esperaba: hay que reconocerlo, para eterna vergüenza de mi país y de la humanidad. No perdí tiempo, sin embargo, en acudir al director del Lollipop, y tuve la buena suerte de encontrar a este caballero en su casa. Me saludó con un aire de profundo respeto, ligeramente teñido de una admiración paternal y protectora que, sin duda alguna, le causó mi aspecto de extrema juventud e inexperiencia. Pidiéndome que me sentara, entró al momento en la cuestión de mi poema; pero la modestia no me permite repetir los mil cumplidos que me hizo. Los elogios de Mr. Crab (así se llamaba el director) no estuvieron, sin embargo, faltos de crítica. Analizó mi composición con mucha libertad y gran habilidad, no titubeando en señalar algunos triviales defectos, y esta circunstancia hizo que aumentara mucho mi estimación por él. El Tábano, por supuesto, fue colocado sobre el tapete, y no espero nunca ser sometido a una crítica tan aguda o ser censurado de un modo tan afrentoso, como fui obsequiado por Mr. Crab por aquel desdichado desahogo. Yo estaba acostumbrado a mirar al director del Tábano como algo sobrenatural, pero en seguida Mr. Crab me apartó de tal idea. Ponía la literatura, tanto como el carácter personal de La Mosca (así designaba Mr. C, satíricamente, a su director rival), bajo su verdadera luz. Ella, La Mosca, en realidad era un poco mejor que él. Había escrito cosas indignas. Era un periodista de a penique la línea y un bufón. Era un cretino. Había escrito una tragedia que produjo una carcajada en todo el país, y una farsa que inundó todo el universo en lágrimas. Además, tuvo la imprudencia de escribir un panfleto sobre él mismo (Mr. Crab), y la temeridad de titularlo Un asno. Si yo sentía alguna vez el deseo de expresar mi opinión sobre Mr. Mosca, Mr. Crab me aseguraba que las páginas del Lollipop estaban a mi entera disposición. Al mismo tiempo, como era casi seguro que yo sería atacado desde La Mosca por componer un poema que rivalizaba con la "Brillantina de Bob", él (Mr. Crab) lo tomaría como asunto personal y defendería mis privados intereses personales. Si no me convertía en un hombre en seguida, él (Mr. Crab) no sería el culpable.
Habiendo hecho Mr. Crab una pausa en su discurso (cuya última parte me fue imposible comprender), me aventuré a sugerirle algo sobre la remuneración que pensaba conseguir por mi poema, según un anuncio en la portada del Lollipop, en el cual se declaraba que (el Lollipop) "insistía en que se podía permitir el lujo de pagar precios exorbitantes por todas las colaboraciones aceptadas, gastando frecuentemente más dinero en un solo poema breve que el coste anual de el Hum-Drum, el Rowdy-Dow y el Goosetherumfoodle juntos.
Al mencionar yo la palabra "remuneración", Mr. Crab abrió primero sus ojos, luego la boca, de una manera muy notable, lo cual hizo que por su aspecto personal me recordara a un gigantesco ganso aleteando en el momento de graznar; y en esta situación permaneció (poniendo una y otra vez las manos sobre la frente como en un estado de desesperada irreflexión) hasta que terminé de hablar.
Al acabar, se dejó hundir en su sillón como si estuviera vencido, dejando caer los brazos sin vida sobre sus costados, pero conservando aún rígidamente abierta la boca al modo del ganso. Mientras yo permanecía sin habla, asombrado de una actitud tan alarmante, de repente se levantó e hizo un movimiento brusco hacia la campanilla; pero en el mismo instante de alcanzarla pareció cambiar dé intención, cualquiera que fuese ésta, y se metió debajo de una mesa e inmediatamente volvió a aparecer con una estaca. Estaba en el acto de levantarla (aunque no me puedo imaginar con qué propósito) cuando, repentinamente, se dibujó una sonrisa benigna sobre sus facciones y se hundió plácidamente en su sillón.
—Míster Bob—dijo, porque yo le había entregado mi tarjeta de visita—, míster Bob, usted es aún muy joven, lo supongo...
Yo asentí, añadiendo que aún no había cumplido mi tercer lustro.
— ¡Ah! —replicó—. Muy bien; ya lo veo..., no digo más. En lo tocante a su compensación, lo que usted observa es muy justo, realmente lo es. Pero, ¡ah..., ah...! La primera colaboración..., la primera, digo..., no se acostumbra nunca a pagar en una revista, porque..., usted comprende, ¿eh? La verdad es que ordinariamente nosotros somos los receptores en casos semejantes —Mr. Crab sonrió dulcemente al recalcar con énfasis la palabra "receptores"—. Casi siempre nos pagan por la inserción de un primer intento especialmente en verso. En segundo lugar, Míster Bob, es norma de la revista no desembolsar nunca lo que en Francia conocemos con el nombre de argent comptant; tengo la seguridad de que usted me entiende. Pasado un trimestre o dos, tras la publicación del artículo, o un año o dos, no nos oponemos a dar nuestra nota a los nueve meses; previsto siempre que podamos arreglar nuestros asuntos en cuanto estemos completamente seguros de un "estallido" a los seis. Ahora espero realmente, Míster Bob, que será para usted suficientemente satisfactoria esta explicación.
Aquí concluyó Mr. Crab con los ojos llenos de lágrimas.
Triste mi espíritu por haber sido, aunque inocentemente, el causante del dolor en un hombre tan eminente y sensitivo, me apresuré a pedir disculpas y a serenarle, señalando mi exacta coincidencia con sus puntos de vista, lo mismo que mi entera apreciación de su posición delicada. Tras haber dicho todo esto en un elegante discurso, me marché.
Una hermosa mañana, no mucho más tarde, "me desperté y me encontré famoso". La extensión de mi renombre podrá ser juzgada haciendo referencia a las opiniones de los editoriales del día; estas opiniones, como se verá, fueron insertadas como notas críticas en el número del Lollipop, que transcribía mi poema, y son perfectamente satisfactorias, terminantes y claras, con la excepción tal vez de la jeroglífica nota "sep. 15-1 t." añadida a cada una de las críticas.
El Owl, un periódico de profunda sagacidad y bien conocido por la deliberada gravedad de sus críticas literarias; el Owl, digo, decía lo siguiente:
"El Lollipop, el número de octubre de esta deliciosa revista, supera todos los anteriores y desafía toda competencia. En la belleza de su tipografía y papel, en el número y excelencia de sus planchas de acero, como en el mérito literario de sus colaboraciones, el Lollipop es, comparado con sus plúmbeos rivales, como Hiperión con un sátiro. El Hum-Drum, el Rowdy-Dow y el Goosetherumfoodle sobresalen, es cierto, en fanfarronería, pero en todos los demás puntos nos quedamos con el Lollipop. Cómo pueda sostener este famoso periódico sus gastos, evidentemente tremendos, es algo que no podemos entender. Sabemos a ciencia cierta que tiene una circulación de cien mil ejemplares, y que sus suscripciones han aumentado en una cuarta parte durante el último mes, pero, además, las sumas que desembolsa siempre por las colaboraciones son inconmensurables. Se dice que Mr. Slyass recibió nada menos que treinta y siete centavos y medio por su insuperable artículo sobre Cerdos. Con Mr. Crab como director, y con unos nombres en la lista de colaboradores como SNOB y Slyass, no puede existir la palabra "quiebra" para el Lollipop. Venga y suscríbase. Sep. 15-1 t."
Tengo que decir que me sentí muy satisfecho con una noticia tan altamente lisonjera en un periódico de tanta respetabilidad como el Owl. La colocación de mi nombre, es decir, de mi nom de guerre antes del nombre del gran Slyass, era un cumplido tan agradable como para sentirse dichoso con él.
Mi atención se detuvo después en los siguientes párrafos del Toad, un periódico altamente distinguido por su rectitud e independencia, y por ser completamente libre a las adulaciones y al servilismo de los que ofrecen banquetes:
"El Lollipop de octubre supera a todos sus contemporáneos, y los supera, por supuesto, en el esplendor de su embellecimiento como en la riqueza de su contenido. El Hum-Drum, el Rowdy-Dow y el Goosetherumfoodle sobresalen, hay que admitirlo, en fanfarronería, pero en todos los demás puntos nos quedamos con el Lollipop. Cómo esta famosa revista pueda sustentar sus gastos, evidentemente tremendos, es algo que no podemos entender. Sabemos a ciencia cierta que tiene una circulación de doscientos mil ejemplares, y que sus suscripciones han aumentado una tercera parte durante la última quincena; pero, por otra parte, las sumas que mensualmente desembolsa en colaboraciones son fabulosamente grandes. Sabemos que Mr. Mumblethumb recibió no menos de cincuenta centavos por su última colaboración: Elegía al barro de una charca.
Entre los originales colaboradores del presente número vemos (aparte del eminente director, Mr. CRAB) hombres tales como SNOB, Slyass y Mumblethumb. Aparte del editorial, el trabajo más valioso indudablemente es, a nuestro parecer, una joya poética de Snob sobre "la brillantina de Bob"; pero nuestros lectores no deben suponer, por el título de este inestimable bijou, que tiene cierta similitud con el disparate sobre el mismo tema de cierto sujeto despreciable, cuyo nombre no puede ni mencionarse ante unos oídos educados. El presente poema sobre "la brillantina de Bob" ha excitado una universal ansiedad y curiosidad por conocer al poseedor de ese evidente seudónimo "Snob", una curiosidad que felizmente tenemos posibilidades de satisfacer. "Snob" es el nom de plume de Mr Thingum Bob, de esta ciudad, pariente del gran Mr. Thingum (cuyo nombre lleva), y además está emparentado con las más ilustres familias del estado. Su padre, Thomas Bob, es un opulento comerciante de Smug. Sep. 15-1 t."
Este generoso halago me llegó al corazón, y más por venir especialmente de una fuente tan sincera y de tan proverbial pureza como era el Toad. La palabra "disparate", al ser aplicada a la "brillantina de Bob" de La Mosca, la encontré singularmente punzante y apropiada. Las palabras "joya" y bijou, sin embargo, al referirse a mi composición, me parecieron un tanto débiles. No tenían suficiente fuerza; no eran lo suficientemente prononcés (como decimos en Francia).
No había terminado casi de leer el Toad cuando un amigo colocó en mis manos la copia del Mole , un diario que gozaba de gran reputación por su perspicacia en tratar los asuntos y por lo franco y honesto que era y por el elevado estilo de sus editoriales. El Mole hablaba de Lollipop de la forma siguiente :
"Hace un momento hemos recibido el Lollipop de octubre, y tenemos que decir que nunca habíamos leído un número de una revista con tanta fruición. Lo decimos con toda sinceridad. El Hum-Drum, el Rowdy-Dow y el Goosetherumfoodle deben examinar bien sus glorias. Estas publicaciones, indudablemente, sobrepasan todas las cosas en ruidosa pretensión, pero en los demás aspectos, dadnos el Lollipop. Cómo pueda esta celebrada revista mantener sus gastos, evidentemente tremendos, es algo que no podemos comprender. Sabemos a ciencia cierta que tiene una circulación de trescientos mil ejemplares, y sus suscripciones han aumentado en un cincuenta por ciento en la última semana, pero la suma que se desembolsa mensualmente por colaboraciones es asombrosamente gigantesca. De fuente bien informada se nos ha asegurado que Mr. Fatquack recibió nada menos que sesenta y dos centavos y medio por su última novela breve hogareña, El paño para platos.
Los que colaboran en el número que tenemos delante son Mr. Crab (el eminente director), SNOB, Mumblethumb, Fatquack y otros; pero, exceptuando las inimitables composiciones del director, preferimos el efluvio diamantino de la pluma de un poeta principiante que escribe bajo el seudónimo de "Snob", un nom de guerre del que predecimos que algún día podrá eclipsar el esplendor de Bob. "SNOB", según sabemos, es Mr. Thingum Bob, heredero único de un rico comerciante de esta ciudad, Thomas Bob, y pariente cercano del distinguido Mr. Thingum. El título del admirable poema de Mr. Bob es "Brillantina de Bob", nombre un tanto desafortunado, hay que indicarlo, porque ha sido utilizado por un despreciable vagabundo relacionado con la prensa de a penique, un individuo que había disgustado ya a esta ciudad con unas tonterías sobre el mismo tema. Sin embargo, incluso así, no se pueden confundir las composiciones. Sep. 15-1 t."
La generosa alabanza de un periódico tan ilustre como el Mole se introdujo en mi espíritu deliciosamente. La única objeción que se me ocurrió fue que los términos "despreciable vagabundo" podían haber sido completados con "odioso, despreciable, mísero, villano y vagabundo". Eso habría contribuido a hacer una frase de una sonoridad más graciosa, pienso yo. "Diamantino", también tengo que admitirlo, era una palabra apenas suficientemente intensa para expresar lo que el Mole, evidentemente, pensaba sobre el esplendor de "La brillantina de Bob".
La misma tarde en que leí estas notas en el Owl, el Toad y el Mole, me encontré por casualidad con un número del Daddy-Long-Legs, un periódico famoso por la extrema extensión de su comprensión. Y así decía el Daddy-Long-Legs:
"¡¡ El Lollipop, esta sublime revista que ya está ante el público con su número de octubre!! La cuestión de preeminencia ha quedado decidida para siempre, y en el futuro será excesivamente absurdo que el Hum-Drum, el Rowdy-Dow o el Goosetherumfoodle hagan intentos espasmódicos de competencia. Estas revistas pueden sobresalir sobre el Lollipop en ruido, pero en todos los demás puntos nos quedamos con el Lollipop. Cómo pueda sustentar esta famosa revista sus gastos, evidentemente tremendos, es algo que no podemos entender. Sabemos a ciencia cierta que tiene una circulación de medio millón de ejemplares y que su suscripción ha aumentado en un setenta y cinco por ciento en los dos últimos días; pero, en cambio, las sumas desembolsadas mensualmente por las colaboraciones son casi increíbles. Sabemos que "Mademoiselle Cribalittle" recibió nada menos que ochenta y siete centavos y medio por su último y valioso cuento revolucionario conocido con el nombre de El escarabajo de la ciudad de York y la cucaracha del carbón.
Los artículos más interesantes del presente número son, por supuesto, los escritos por el director (el eminente Mr. Crab), pero también hay magníficas contribuciones de nombres tales como SNOB, Mademoiselle Cribalittle, Slyass, Mrs. Fibalittle, Mumblethumb, Mrs. Squibalittle, y finalmente, el no menos interesante de Fatquack. Puede muy bien desafiarse al mundo a que produzca una galaxia de tan enormes genios.
"El poema firmado por el seudónimo SNOB, a nuestro modo de ver, atraerá la alabanza universal, y nos complace afirmar que merece, probablemente, mayores aplausos aún de los que ha recibido. "Brillantina de Bob" es el título de esta obra maestra de elocuencia y arte. Tal vez uno o dos de nuestros lectores guarden todavía algún débil recuerdo, aunque muy desagradable, de un poema (¿?) con un título semejante, crimen de un miserable poetastro, pordiosero y chupatintas, con capacidad de pinche, a nuestro modo de ver, en una imprenta indecente de los arrabales de la ciudad; ¡por amor de Dios!, suplicamos que no se confundan estas composiciones. El autor de "Brillantina de Bob" es, según nos hemos enterado, Thingum Bob, un gentleman de gran ingenio y un hombre de letras (SNOB es meramente un nom de guerre). Sep. 15-1 t. "
Difícilmente pude contener mi furia cuando leí la conclusión de esa diatriba. Era claro para mí que la forma, en pro o en contra, no digo la mansedumbre, la positiva tolerancia con que la Daddy-Long-Legs hablaba de aquel cerdo, el director del Tábano..., era evidente para mí, digo, que aquella suavidad de lenguaje no podía tener otra procedencia que un parcialismo respecto a La Mosca, con la clara intención de la Daddy-Long-Legs de aumentar su fama a mis expensas. De igual manera podía verse, a simple vista, que lo que se intentaba señalar por parte de la Daddy se podía haber expresado en términos más directos, más punzantes y más intencionados. Las palabras "poetastro", "pordiosero", "pinche" y "chupatintas" eran epítetos tan intencionadamente inexpresivos y equívocos que resultaban peor que nada cuando se aplicaban al autor de las estrofas peor escritas por un miembro de la raza humana. Todos conocemos lo que significa "maldecir con débil alabanza", y por otra parte, ¿quién podría engañarse viendo a través del oculto propósito de la Daddy lo que glorificaba con débil condena?
Lo que la Daddy había elegido para decir a La Mosca, sin embargo, no era asunto mío. Mi asunto era lo que decía de mí. Tras las nobles maneras con que el Owl, el Toad y el Mole se habían expresado sobre mi capacidad, era hablar fríamente más bien lo que la Daddy-Long-Legs decía simplemente: "un gentleman de gran ingenio y un hombre de letras". ¡Sólo gentleman! Pensé inmediatamente en escribir a la Daddy-Long-Legs exigiéndole una apología o desafiándola.
Movido por este propósito, busqué un amigo a quien poder confiar un mensaje para la Daddy, y como el director del Lollipop me había dado a entender una gran consideración, acudí finalmente a él en busca de ayuda para aquella ocasión.
Nunca he sido capaz de saber, de una manera satisfactoria para mi entendimiento, por el peculiarísimo semblante y ademán con que Mr. Crab me escuchaba, qué pensaba sobre mis ideas. Volvió a hacer la escena de la campanilla y el garrote, sin omitir lo del ganso. Hubo un instante en que me pareció que realmente iba a oír sus graznidos. Su agitación, sin embargo, se serenó finalmente, y empezó a moverse y a hablar como un ser racional. Sin embargo, declinó el honor de llevar mi reto, y de hecho me disuadió de que yo lo hiciera; pero fue lo suficientemente cándido para admitir que la Daddy-Long-Legs había cometido desgraciadamente una equivocación, sobre todo en lo que se refería a los epítetos gentleman y "hombre de letras".
Al final de mi entrevista con Mr. Crab, quien realmente parecía demostrar un interés paternal por mi asunto, me sugirió que podía ganarme honradamente un penique, y al mismo tiempo elevar mi fama, haciendo ocasionalmente de Thomas Hawk para el Lollipop.
Pedí a Mr. Crab que me informase sobre quién era Mr. Thomas Hawk, y cómo podía hacer yo su papel.
Aquí, Mr. Crab abrió de nuevo "unos grandes ojos" (como dicen en Alemania), pero finalmente, recobrándose de un profundo ataque de asombro, dijo que empleaba las palabras "Thomas Hawk" para evitar el familiarismo de la palabra Tommy, que resultaba baja, pero que la verdadera idea era el Tommy Hawk o tomahawk ; y que por "hacer de tomahawk" entendía él escalpar, partir el coco, y además otra serie de palabras empleadas por autores pobres diablos.
Aseguré a mi director que, si aquello era todo, estaba completamente resignado a hacer de Thomas Hawk, y así Mr. Crab me deseó que pusiese de rodillas al director del Tábano inmediatamente, utilizando el estilo más feroz de que fuera capaz, como una muestra de mis poderes. Puse manos a la obra con una crítica sobre la versión original de Brillantina de Bob que ocupó treinta y seis páginas del Lollipop. Encontré el papel de Thomas Hawk realmente como una profesión mucho menos onerosa que la de poetizar, ya que usé de aquel sistema reunido, y por ello actué a la perfección. Mi sistema era éste: compré unos ejemplares de viejo (baratos) de Los discursos de Lord Brougham, Obras completas de Cobbett, Los nuevos vocablos de la jerga, El arte completo de la riña, El aprendiz de los arrabales (edición infolio) y Lewis G. Clarke en lengua. Corté estos libros con una almohaza y luego los puse en una criba, y recogí los que me parecían más decentes (una menudencia); aparté las frases duras, y las metí en una gran lata de pimienta con aberturas longitudinales, de tal manera que cada sentencia pudiera entrar en ella sin ninguna injuria material. La mezcla estaba dispuesta para su uso. Cuando tuve que desempeñar el papel de Thomas Hawk impregné una hoja de papel en clara de huevo; luego, desmenuzando otra vez las palabras como lo había hecho con los libros, aunque con más cuidado, para sacarlas más separadamente, arrojé estas palabras, con las primeras, sobre el papel, moviéndolo para conseguir una perfecta mezcla. El efecto era muy hermoso. Era cautivador. Realmente, las críticas que recibí por este simple recurso no han tenido nunca igual y eran la maravilla del mundo. Al principio estaba muy avergonzado —resultado de mi inexperiencia—, me desconcertaba un poco una cierta inconsistencia, un cierto aire de bizarre (como dicen en Francia) mostrado en la composición. Todas las frases no caían (como dicen los anglosajones). Algunas eran completamente equivocadas. Algunas incluso estaban invertidas; y no hubo ni una siquiera que no perjudicase el efecto, al ocurrir esta última especie de accidente, con excepción de los párrafos dedicados a Mr. Lewis Clarke, que resultaron tan vigorosos y tan enteramente macizos que no parecían estar desconcertados por ninguna posición extrema, sino igual de felices y satisfechos, bien se les mirase de cabeza, bien se les mirase boca abajo.
Lo que sucedió al director del Tábano después de la publicación de mi crítica a su Brillantina de Bob es algo muy difícil de averiguar. La conclusión más lógica es que rabió hasta morir. De todas formas, desapareció instantáneamente de la faz de la tierra y ningún hombre ha vuelto a ver su espectro de nuevo.
Terminada felizmente esta cuestión, y apaciguadas las Furias, crecí ante el alto favor de Mr. Crab. Me consideró su hombre de confianza, me dio un puesto permanente de Thomas Hawk en el Lollipop, y como por entonces no podía darme un salario, me consiguió beneficiarme a discreción de su experiencia.
—Mi querido Thingum —me dijo cierto día después de cenar—, respeto sus habilidades y le amo como a un hijo. Usted será mi heredero. Cuando muera le dejaré en mi testamento el Lollipop. Entre tanto le haré un hombre; quiero hacerlo, siempre que usted siga mis consejos. La primera cosa que hay que hacer es deshacerse del viejo pelmazo.
—¿Jabalí? —dije inquisitivamente—. ¿Cerdo, eh?... ¿Aper?..., ¿como decimos en latín...) ¿Quién? ¿Dónde?
—Su padre—dijo.
—Exactamente—contesté—, cerdo.
—Tiene usted que hacer fortuna, Thingum —prosiguió Mr. Crab—, y ese tutor de usted es una piedra de molino pendiente de su cuello. Debemos cortarla en seguida —aquí saqué mi cuchillo—. Hemos de cortarla —continuó Mr. Crab—, decididamente y para siempre. Él no querrá..., no querrá. Pensándolo mejor, usted haría bien en darle patadas o una paliza, o algo así.
—¿Quiere usted decir—sugerí modestamente— que primero le dé patadas, le dé una paliza después, y termine retorciéndole la nariz?
Míster Crab me miró pensativamente durante breves momentos y luego continuó:
—Pienso, mister Bob, que lo que usted se propone no estaría mal; realmente no estaría mal, es decir, si saliera bien; pero los barberos son muy duros de cortar, y pienso que, tras de hacer las operaciones que usted sugiere sobre Thomas Bob, sería interesante que usted le dejase ciego a puñetazos, con mucho cuidado, para prevenir que él le pudiera ver de nuevo en los paseos de moda. Y hecho esto, realmente no veo qué más podría usted hacer; aunque tal vez pudiera enrollarle una o dos veces en el canalón y luego llamar a la policía para que se encargase de él. A cualquier hora de la mañana siguiente, usted podría llamar al cuerpo de guardia y emprender un asalto.
Me afectó mucho la amabilidad de sentimientos hacia mi persona que había demostrado aquel consejo de Mr. Crab, y no tardé en aprovecharlo inmediatamente. El resultado fue que me deshice del viejo jabalí y empecé a sentirme un poco independiente y con aire de señor. La necesidad de dinero, sin embargo, durante algunas semanas, fue origen de muchas incomodidades; pero finalmente, cuando fui usando con todo cuidado de mis dos ojos y observando cómo se presentaban las cuestiones ante mis narices, comprendí cómo había de llevarse la cosa. Digo "cosa", como puede observarse, porque me dijeron que en latín se decía rem, y hablando de ... latín, ¿hay alguien que pueda decirme el significado de quocumque o el de modo?
Mi plan era muy simple. Compré por nada de dinero la dieciseisava parte del Snapping-Turtle , y eso fue todo. La cosa estaba hecha y me embolsé el dinero. Hube de hacer algunos preparativos triviales para estar seguro; pero ello formaba parte de mi plan. Eran una consecuencia, un resultado. Compré, por ejemplo, pluma, papel y tinta, y me lancé a una furiosa actividad. Completado un artículo así para la revista le puse el título de "FOL-FOL, por el autor de LA BRILLANTINA DE BOB" y lo envié a Goosetherumfoodle. Sin embargo, habiéndolo seleccionado este periódico como "charla" en los "avisos mensuales a los corresponsales", cambié el título por el de "Hei-Diddle-Diddle por THINGUM BOB, autor del poema a la "brillantina de Bob" y director de la Snapping-Turtle". Envié esta enmienda al Goosetherumfoodle, y esperando la respuesta, escribí diariamente en la Turtle seis columnas sobre lo que podía llamarse investigaciones filosófico-analíticas de los méritos literarios del Goosetherumfoodle, y sobre el carácter personal del director del Goosetherumfoodle. Al fin de una semana el Goosetherumfoodle descubrió que, por una lamentable equivocación, había "confundido un estúpido artículo titulado Hei-Diddle-Diddle, escrito por algún ignorante desconocido, con una joya de esplendente fulgor, de título parecido, obra de Thingum Bob, el célebre autor de "La brillantina de Bob". El Goosetherumfoodle "lamentaba profundamente este accidente natural", y prometía además una publicación del "auténtico" Hei-Diddle-Diddle en el siguiente número de la revista.
Realmente yo "pensaba" —lo pensaba realmente entonces, y no tengo razones para no pensarlo ahora— que el Goosetherumfoodle había cometido una equivocación. Con las mejores intenciones del mundo, nunca he sabido qué hacer con algunas equivocaciones como la del Goosetherumfoodle. Desde aquel día me aficioné al Goosetherumfoodle, y así resultó que pronto descubrí sus méritos literarios, verdaderamente profundos, y no dejé de anunciarlos a los cuatro vientos en el Turtle, en cualquier oportunidad que se me presentaba. Y ha de ser considerado como una rara coincidencia —una de esas notables coincidencias que hacen pensar a un hombre con toda seriedad que precisamente una revolución total semejante de la opinión, un tan completo bouleversement (cómo decimos en Francia)—, un tan completo topsiturviness (si es posible usar una palabra tan enérgica de los chotaws), que lo que sucedió, en pro y en contra, entre mí mismo, por una parte, y el Goosetherumfoodle, por la otra, haya vuelto a ocurrir actualmente, después de un breve período y en circunstancias muy similares, en el caso de mí mismo y el Rowdy-Dow y en el caso de mí mismo y el Hum-Drum.
Así fue, por un magistral golpe de genio, como con el tiempo fui completando mis triunfos, "embolsándome dinero" y tan sencillamente puede decirse que de hecho empecé la brillante y memorable carrera que me convirtió en un ilustre, y que ahora me permite que pueda decir con Chateaubriand: "He hecho historia". "Je fait l'histoire".
Realmente he hecho historia.
Desde la brillante época que recuerdo, mis acciones, mis obras, son propiedad de la humanidad. Son familiares al mundo. Por tanto, es innecesario para mí el detallar cómo, al subir tan rápidamente a la cumbre, heredé el Lollipop, cómo fundí este periódico con el Hum-Drum, cómo adquirí, además, el Rowdy-Dow, y así, combinando los tres periódicos, cómo, finalmente, llegué a un convenio con el único que quedaba como rival, y finalmente uní toda la literatura del país en una magnífica revista conocida en todas partes con el título de Rowdy-Dow, Lollipop, Hum-Drum, y Goosetherumfoodle.
Sí; he hecho historia. Mi fama es universal. Se extiende hasta los más apartados rincones de la tierra. Usted no podrá ojear ningún periódico corriente sin ver alguna alusión al inmortal THINGUM BOB, quiero decir: "Míster Thingum Bob dijo esto, y Míster Thingum Bob escribió lo otro, y Míster Thingum Bob escribió lo de más allá." Pero no soy orgulloso y muero con un corazón humilde. Después de todo, ¿qué es esto? ¿Ese indescriptible algo que los hombres se empeñan en llamar "genio"? Estoy de acuerdo con Buffon Hogarth: "Después de todo no es más que diligence."
¡Miradme! ¡Cómo he trabajado, cómo me he movido, cómo he escrito! Vosotros, dioses, ¿no escribís? Nunca conocí la palabra "ocio". Durante el día, pegado a mi pupitre, y por la noche, como un pálido estudiante, consumí el aceite de medianoche. Ustedes me habrán visto; me habrán visto. Inclinado a la derecha. Inclinado a la izquierda. Sentado hacia delante. Sentado hacia atrás. Sentado tête baissée (como se dice en el Kickapoo), inclinando mi cabeza sobre la página alabastrina. Y, además, yo..., escribía. Estando triste y estando alegre, yo... escribía. Con hambre y con sed, yo... escribía. Con buenas y malas noticias, yo... escribía. Con luz de sol y con luz de luna, yo... escribía. No es necesario decir lo que he escrito. El estilo: ésa era la cosa. Lo tomé de Fatquack, silbando, siseando, dándoles en este momento una muestra de él.
FIN