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junio 27, 2010
Gracias a la vida, que me ha dado tanto,
me ha dado la risa y me ha dado el llanto…
VIOLETA PARRA
PREFACIO
John H. Burkitt:
Con profunda emoción admiré el colorido espectáculo que fue El Rey León. Secretamente guardaba el deseo de conocer a estos personajes, de colmarlos con el gran amor que sentía en mi interior y compartir la dicha que me iluminaba.
Mi deseo se ha concedido con Crónicas. He vivido por un instante en compañía de vidas grandiosas, y he experimentado a través de mi pluma sus triunfos y tragedias. Humildemente presento mi trabajo, sosteniéndolo en la cima de la Roca del Rey. Admirar a mi hijo, porque realmente es mi hijo, y haber concluido este trabajo es una forma de decir hasta pronto. ¡Asante sana!
Julio 15, 1996, Nashville, Tennesse
David A. Morris:
Cuando vi El Rey León por primera vez, allá por 1994, tuvo un efecto asombroso en mí. Nunca antes me había sentido tan cautivado por una historia. Su magia, esplendor y grandeza me llevaron consigo.
Con este trabajo se me presentó la oportunidad de retribuir algo de ello, de expresar por la palabra escrita mi amor por una historia que me ha conmovido profundamente en diversos aspectos. La paternal guía de Mufasa, la sabiduría de Rafiki y la desinteresada amistad de Simba han tenido un gran impacto en mi vida, así que me dispongo a devolver un poco de esa magia, y quizá aprender algo sobre mí mismo en el trayecto.
Una vez más, he recibido más de lo que esperaba.
Julio 15, 1996, Wilmington, Carolina del Norte
PRELUDIO
El sol matutino se reflejó en los ojos de la Reina Akase . El Rey Ahadi observó su brillo y susurró la palabra “amada”. Ella sonrió y lo acarició , y después besó a sus gemelos recién nacidos, como si los cuatro estuviesen solos en su propio reino de amor.
Pero no estaban solos. A su lado estaban Shaka—el hermano del Rey—, su esposa Avina y sus hijas gemelas Sarabi y Elanna, recibiendo al amanecer. Y a lo largo de la pradera, en sus propias familias, se encontraba en todo su esplendor la creación de Aiheu el Hermoso —los solemnes elefantes, las altas jirafas, las gráciles cebras rayadas, mucho más dichosas que el ave más resplandeciente. Permanecieron lado a lado, de rango en rango, de fila en fila. Y jamás mostraron los colmillos, ni extendieron las garras. Habían venido a celebrar el misterio de la vida a través de la presentación del nuevo Príncipe. Por aquél día, la muerte no estuvo entre ellos.
ZAZÚ : “Que las buenas nuevas se propaguen por todo el lugar.
¡Desde la cima de la ladera se han de proclamar!
¡Griten Ai-heu a-ba-ma-mi, pues un nuevo Príncipe va a llegar!”
AKASE: “Nuestro amor, por fin, en ti ha logrado encarnar,
(A TAKA ) Nuestro amor, por fin, será visible en lo que hayas de lograr;
Tu forma de sentir, sonreír y mirar,
La grandeza de nuestro amor a todos ha de revelar.”
“¡Cómo te amo! Haces que la mañana de partida.
Mi corazón se llena de dicha al tu nombre proclamar.
Eres mi adoración, a mi mundo te doy la bienvenida,
Sin importar el Destino, mi vida no tendrá par.”
AHADI: “Serás un Rey, serás grandioso, tus sueños verás hacer realidad,
(A MUFASA ) Pero por ahora se mi hijo y duerme con tranquilidad.
Amo a mis hijos por igual, les ofrezco todo con sinceridad;
Las riquezas y la salud no han de evadir la soledad.”
“¡Cómo te amo! Haces que la mañana de partida.
Mi corazón se llena de dicha al tu nombre proclamar.
Eres mi adoración, a mi mundo te doy la bienvenida,
Sin importar el Destino, mi vida no tendrá par.”
A través de los invitados caminó Makedde , el mandril . Aquellos que estaban cerca de él retrocedían y despejaban el camino. Él los bendijo con las señales del amor de Aiheu, tocando a los más jóvenes con sus dedos extendidos, e incluso a los más viejos.
Makedde franqueó los bordes que protegían la base de la Roca del Rey , un formidable monolito de piedra cuyos brazos protegían a los leones de las incertidumbres de la noche. Trepó el sinuoso camino hasta alcanzar el promontorio de roca donde lo aguardaba su destino. Mientras todos mantenían la respiración, Makedde se aproximó a los hijos de Akase. Ahadi señaló al pequeño Mufasa y asintió solemnemente.
“Toco tu melena,” dijo Makedde con profundo respeto. “Incosi aka Incosi, Gran Rey.” Roció a Mufasa con Alba pulverizada y untó Chrisum en su frente. Después tomó al pequeño tesoro dorado y lo sostuvo. Un haz de luz atravesó las nubes y tocó al cachorro como si lo besara. Aquel pequeño nacido del amor, y que no había conocido nada más que amor en su corta vida, observó a la admirada multitud. Entre los gritos y el clamor de la muchedumbre, a través de la luz del sol, se escuchó una voz de infinita dulzura, “Makedde, ¿cuidarás de él?”
“Con tu ayuda, Aiheu, sé que no fallaré.”
Abajo, la multitud sintió, con respeto y admiración, la presencia de Dios, y se postraron en la tierra con reverencia, clamando en sus propias lenguas las palabras de adoración en las que cada uno creía. Pero Makedde no los escuchó. Tomó al pequeño en sus brazos y lo besó. “Que la brisa sople en ti gentilmente. Que el sol te alumbre con esplendor. Que los dioses te guíen a su corazón.” Una lágrima de dicha rodó por su faz.
Después regresó el cachorro a Akase. El pequeño Taka miraba expectante, con sus ojos llenos de inocente curiosidad. Sonriendo, pero con cierta pena, Makedde acurrucó al cachorro bajo su barbilla y sintió su suave ronroneo. “De los dos, él será el sabio,” susurró Makedde. “Habría sido un gran rey.”
CAPÍTULO I
APRENDIENDO SU LECCIÓN
Ahadi amaba jugar con sus pequeños, pero también se tomaba algún tiempo para ver por su educación. Algunas lecciones eran divertidas—como acechar y sorprender. Otras no eran tan agradables, pero eran igualmente importantes.
Mufasa siempre fue bueno para acechar y sorprender, y cuando luchaba con su hermano Taka casi siempre vencía. Pero Taka podía pasar horas escuchando las Crónicas de los Reyes y la Ley de la Manada mientras Mufasa se distraía en observar los rebaños perdidos en la distancia.
Ahadi descubrió que Taka era como una esponja sedienta de conocimiento, y adulado por toda la atención que de él recibía le daba la sabiduría acumulada a lo largo de toda su vida y le contaba cosas maravillosas y sorprendentes ante el inspirador paisaje del promontorio.
“Algunas veces, las palabras de sabiduría son difíciles de escuchar,” dijo Ahadi. “N’ga y Sufa, hijos de Ramallah, ignoraban las enseñanzas de su padre, y el hacerlo les trajo desgracias. Un padre enseña por amor, y rehuir sus enseñanzas es despreciar su amor. Lo mismo es para ustedes, hijos míos. No me gustaría verlos sufrir…” Ahadi se detuvo y miró de reojo a Mufasa, quien estaba atrapado en su propia ensoñación, después le guiño el ojo a Taka y continuó hablando en el mismo tono. “Y así fue como cierto cachorro observaba las manadas de ñus, soñando con el día en que no tendría más lecciones que estudiar. Y al hacerlo llenaba su cabeza con pasto seco en vez de conocimiento.” Después agregó con cierto énfasis: “¿¿No es verdad, Mufasa??”
“Sí, padre.”
Taka rió hasta revolcarse, al mismo tiempo que cantaba, “¡Pasto seco, pasto seco, ña-ña-ñaaa-ña-ñaaa-ña!”
“¿¿Qué es tan gracioso??” Mufasa miró a Taka con irritación, pero su padre frunció el ceño y Mufasa bajó la mirada apenado.
“Taka, ¿de qué estabamos hablando?” Ahadi sabía que podía confiar en él.
“Había dos hermanos llamados N’ga y Sufa, y eran muy famosos. Un día, N’ga comenzó a pelear con Sufa por causa de una chica. No era cualquier chica: era blanca como las nubes, y poseía magia, y si alguno de los dos la desposaba lograría tener un reino grandioso. Y como era fenomenal, ambos querían casarse con ella. Así que vinieron a este lago—ésta es la mejor parte—y pelearon sin detenerse durante todo el día y toda la noche. Y continuaron peleando el segundo día.”
Taka comenzó a caminar alrededor de Mufasa mientras hablaba. “Pelearon durante todo el tercer día. No se detuvieron ni para dormir. Pelearon durante cinco días con sus noches, por que ella era realmente hermosa, y eran tan testarudos que ninguno se rendía. Pero en el quinto día ambos cayeron, exhaustos, al mismo tiempo. Y mientras dormían , la chica se escabulló y se casó con un león mágico, tan poderoso como ella, ¡y N’ga y Sufa se sintieron como un par de idiotas!”
“¡Grandioso!” Ahadi acarició a Taka. “Y que interpretación tan maravillosa.”
Mufasa se sintió desanimado.
“Ven acá, Muffy.” Ahadi acercó a Mufasa con su pata y lo acarició. “Desearía que pudieras jugar todo el tiempo si eso te hace feliz, pero necesitas aprender las habilidades del liderazgo. Además, el aprender estas lecciones a través de mi padre fue un momento especial que ambos compartimos. Disfruta de este tiempo mientras dure, y sácale el mayor provecho.”
“Lo intento. De verdad.”
“Lo sé. Pero recuerda que no los amo por su inteligencia o por su fuerza. Los amo por que son mis hijos. Cualesquiera que sean los dones que Aiheu les ha dado deben aprovecharlos al máximo, y eso requiere educación. ¿Lo entiendes?”
“Sí, papá.”
Ahadi sonrió con indulgencia. “Vayan a jugar un rato.”
Los cachorros se alejaron dando cabriolas, pero Ahadi les gritó, “¡Hey! ¿No se olvidan de algo?”
Muffy y Taka regresaron y besaron a su padre.
CAPÍTULO II
TODO LO QUE TOCA LA LUZ
A la mañana siguiente, Ahadi despertó más temprano de lo acostumbrado. Sigilosamente se acercó a donde descansaban sus hijos, y con mucho cuidado movió a Mufasa. El cachorro respingó, pero no despertó. Ahadi insistió con mayor firmeza, alejando a Mufasa de sus sueños. Muffy miró con sorpresa e irritación, pero Ahadi lo detuvo antes de que pudiera hablar y movió ligeramente la cabeza como diciendo “sígueme.” Interesado, Muffy lo siguió silenciosamente hacia el exterior de la cueva.
Taka, que tenía el sueño ligero, sintió frío donde antes había habido calor. Gruñó e intentó acercarse a un hermano que ya no estaba ahí. Aún somnoliento palpó los alrededores, y al echar un vistazo se dio cuenta de que se estaba perdiendo de algo muy importante.
Se escabulló sigilosamente y se arrastró por la plataforma que servía como puerta principal. Ahí, en la luz matutina, estaban sentados padre e hijo. Mufasa estaba recargado en su padre, iluminado por el esplendor de la luz matutina.
“¿Por qué no me invitaron?” se preguntó Taka. Deseaba sumergirse en la fragante suavidad de la melena de su padre y disfrutar del amanecer. Por un momento consideró acercarse por el otro lado, pero entonces Muffy dijo, “¿Qué sucede, Papá?”
“¡Shhh! Despertarás a Taka.”
A Taka le encantaban los secretos, así que permaneció agazapado en el pórtico, donde nadie pudiera verlo.
“Mira lo que toca la luz,” susurró Ahadi. “Ese es el límite de mi reino. Algunas veces me siento aquí a contemplarlo con humildad. Muchas personas dependen de mí, y debo sobreponer sus necesidades a las mías. Pero ha sido maravilloso. Es hermoso sentirte necesitado, especialmente cuando das lo mejor de ti para cubrir esas necesidades. Algún día, cuando ya no esté aquí, conocerás ese sentimiento, pues te he elegido como mi sucesor.”
“¿A mí?” Mufasa lo miró con genuina sorpresa. “¡Hey, fantástico!”
Taka se sobresaltó. Sus labios formaron las palabras “¡No! ¡No es justo!”, pero ningún sonido salió de ellos.
Muffy dijo, con un poco de dificultad, “Pero Taka siempre ha sido el más inteligente. Estaba seguro de que él sería el Rey. Él lo sabe todo.”
“No todo, hijo, a pesar de que es muy brillante. Tú también eres brillante, aunque necesitas aplicarte en tus estudios. Te traje aquí con la esperanza de que pondrías más empeño al saber lo que hay en juego. Lo que estás aprendiendo es la sabiduría de nuestra gente. Eres el futuro rey. Mientras sepas cómo ser un buen rey tendrás leonas que hagan la cacería.” Ahadi suspiró profundamente. “La decisión no fue fácil. No se lo digas a Taka aún. Por ahora, éste será nuestro pequeño secreto.”
“¿Por qué debe ser un secreto, Papá?”
“Porque, como dijiste, Taka es inteligente. Se esfuerza mucho. Si supiera que no será Rey se desanimaría y desperdiciaría los talentos que Aiheu le ha dado, como tú estuviste tentado a hacer.” Miró profundamente, pero sin juicio alguno, en los ojos de Mufasa. “Sabes que digo la verdad, ¿no es así? Eres muy inteligente cuando te lo propones.” Suspiró profundamente. “Ésta debería haber sido una ocasión feliz. En vez de ello, me está rompiendo el corazón. Desearía tener un reino para cada uno, pero no es así.”
“¿Por qué no lo dividimos? El tendría una mitad, y yo la otra.”
“Es muy lindo de tu parte, Muffy, pero no funcionaría. La cacería sería pobre en un reino pequeño. Acepta el destino—el reino les pertenece a ambos, pero tú serás Rey y él no. Es por eso que les enseñé la historia de N’ga y Sufa. Si se la pasan peleando sin llegar a ningún acuerdo, el premio será para alguien más. Si amas a Taka, y sé que es así, no le dirás nada por ahora. Quiero decírselo yo mismo, cuando sea el momento adecuado. Intentaré hacerle entender.”
“Entiendo.” Mufasa dijo pensativo, “Me gustaría ser Rey algún día, pero me siento mal respecto a Taka. No se lo diré hasta que creas que es correcto.”
Ahadi sonrió. “Tal vez tengas que esforzarte más en tus lecciones, pero tienes un buen corazón. Esa era mi más grande esperanza: dejar este mundo sin preocupaciones o arrepentimientos. Cuando pienso que serás el próximo Rey, me siento tranquilo.”
Por un momento Taka sintió un gran enojo, pero pronto su coraje se tornó en dolor. Se alejó con la cabeza agachada y las orejas caídas y regresó a la cálida seguridad de su madre.
CAPÍTULO III
NO HAY TIEMPO PARA SIESTAS
“Minshasa , blanca como las nubes, atravesaba el corazón de la sabana cual sueño de amor. Nadie que tuviese melena podía mirarla y permanecer tranquilo. Minshasa, voz de frágiles deseos. Minshasa, amada de los dioses. ¡Cuídense, hijos míos, de sus tremendos encantos!”
— RAMALLAH, DE LA SAGA LEÓNIDA , Sección “D”, Variación 1
Akase estaba preocupada por Taka. Ella tenía una gran sensibilidad respecto a lo que sentían sus hijos, y sabía que Taka no se sentía bien. Él estaba abatido. Algunas veces ni siquiera podía sostenerle la mirada, y otras la observaba como si intentara descubrir algo oculto.
Incluso Ahadi se dio cuenta de que algo no marchaba bien. Lo empujó con la nariz juguetonamente. “¿Hay algo que te preocupa, Taka?”
“No, señor.”
“Puedes decírselo a Papá. ¿Qué te parecería una bonita historia? Ya sabes, sobre los Grandes Reyes del Pasado. ¿Ya te he contado acerca de Moko Melenudo ?”
“Sí, señor.” Taka suspiró profundamente. Ahadi comenzó a decir algo, pero Akase movió ligeramente su cabeza y susurró, “No.”
Ahadi dio a su hijo un cálido beso en la mejilla. “Te amo, hijo. Sabes que puedes decirme todo lo que quieras cuando te sientas listo.”
Taka lo miró lastimeramente. “¿De verdad, Papá? ¿En verdad me amas todavía?”
Ahadi se mordió el labio. “Por los dioses, ¿es que acaso no lo sabes?” Miró al cachorro con una profunda aflicción y, tras algunos momentos, se alejó unos pasos y se sentó observando las distantes montañas.
Akase estaba un poco irritada. “¿Pero qué es lo que te hizo decir eso? Por supuesto que te ama. ¡Tan sólo míralo!” Suavizó su tono. “Cariño, ¿qué es lo que te ha hecho pensar que no te ama?”
“Yo…” Taka pudo haber dicho la verdad, pero ella habría sabido que había estado espiando a su padre. Luchó contra su propia carga por un momento y después dijo, “Tan sólo preguntaba, eso es todo. Lo siento.”
En silencio, Taka hizo un recuento secreto de todas las cosas tontas que alguna vez había hecho, preguntándose cuál había sido la que lo había condenado a estar en segundo lugar por el resto de su vida. ¿Fue acaso la vez que se escapó sin decírselo a Mamá? ¿Fue aquella mala broma que tanto disgustó a Uzuri ? Quizás Uzuri se lo dijo a Papá, a pesar de que le rogó que no lo hiciera. ¿Debería atreverse a preguntarle? No, por supuesto que no. Supuestamente él no estaba enterado al respecto. Además, la decisión ya estaba tomada, y era demasiado tarde para cambiar las cosas.
Era cerca de medio día y Taka tenía que tomar su siesta, pero Mufasa se acercó brincando, tan lleno de entusiasmo infantil que estaba a punto de estallar. Su humor era contagioso “¡Taka, tienes que ver esto!”
“¿Ver qué?”
“¿Qué cosa, hijo?” preguntó Akase. “¿Otro puercoespín? ¿Quizás una suricata ?”
“Bueno, es—” Su cola se crispó. “Sí, una suricata.”
“¿Qué tiene de grandioso una suricata? Las vemos todo el tiempo,” dijo Taka acurrucándose. “Ya casi es mediodía. Hace tanto calor que tu cerebro podría derretirse, si es que acaso tienes uno.”
“Pero esta suricata es DIFERENTE,” dijo Mufasa al tiempo que guiñaba el ojo. Taka observó como se movía la cola de Mufasa, algo que siempre pasaba cuando decía una mentira. Le lanzó una leve sonrisa de complicidad.
“¿Así que es diferente?” Taka se sacudió su propia autocompasión. “Bueno, está bien. ¿Puedo ir, Mamá?”
“Si no se tardan. Ya han estado afuera mucho tiempo.”
Antes de que pudiera terminar, Mufasa y Taka ya habían emprendido la carrera, provocando la huida de una parvada de gallinas de Guinea. Se dirigieron hacia los pastizales, pero se detuvieron un momento entre el alto pasto.
Entre el forraje estaba la pequeña Sarabi, y al observarlos supo que tramaban algo que bien valía la pena. Se apresuró para alcanzarlos a través de la verde marea. Después de mucho logró dar con ellos, jadeando.
“¿Qué es lo que sucede?” les preguntó.
“Oh, nada,” dijo Mufasa. “Estamos practicando—como acechar.” Su cola comenzó a moverse.
“Siempre que no están haciendo nada,” dijo Sarabi, “es que algo están tramando.”
“Íbamos a observar una—suricata,” se atrevió a decir Taka.
“¿Una suricata?” preguntó Sarabi, no muy convencida. Vio como su nariz respingaba, una señal segura de que estaba mintiendo.
“Bueno, ésta es diferente,” dijo Taka.
“Entonces yo también quiero verla,” dijo Sarabi.
“Bien hecho, poco seso,” dijo Mufasa entre dientes. Golpeó a Taka en la mejilla. Taka gruñó y le regresó el golpe. Ambos fueron con las garras retraídas, pues estaban bien educados, pero después comenzaron a pelear.
Muffy era más fuerte, y peleaba limpiamente. Taka era un oponente determinado, y después de algún tiempo comenzó a jalarle las orejas y la cola. Después la pelea comenzó a ponerse en verdad fea, y Sarabi los rodeo en pequeños círculos, muy molesta.
“¡Deténganse! ¡Deténganse ahora mismo!” Sarabi estaba muy indignada. “Si siguen así jamás veremos esa estúpida suricata—si es que acaso existe.”
No tuvo éxito. Los gruñidos comenzaron a hacerse más graves. Taka estaba perdiendo, como solía pasar, pero no se daba por vencido. “¡Ríndete!”
“¡No hasta que—¡ouch!—dejes de ponerme apodos! ¡El que seas más grande que yo no significa que seas más listo!”
Sarabi gritó, “¡Si no se detienen voy a decírselo a su Madre! Ustedes pueden ser tan tontos algunas veces.”
“Tan sólo nos divertíamos,” dijo Mufasa, encima de su hermano.
“Sí. No lo hacíamos en serio,” dijo Taka, sacudiéndose y dándole a Mufasa un último golpe, esta vez con las garras extendidas.
Sarabi miró a Taka, y al observar una pequeña gota de sangre escurriendo de su oreja derecha se sintió muy conmovida, y comenzó a limpiarla con su lengua.
Taka siempre podía contar con su simpatía, pero esta vez quería lucir como todo un león. “No me duele.”
“Pero estás sangrando.”
“No es nada, en verdad.”
“Sí, claro,” dijo Mufasa, limpiándose una fea cortada que tenía en su pata. “Bueno, si aún quieres venir, cerca del bosque hay un tejón mielero. Es blanco—mucho más que las nubes. ¿Recuerdas aquella leona blanca por la que pelearon N’ga y Sufa? ¿Aquella que era mágica y concedía deseos?”
“¿Te refieres a Minshasa?” Taka pensó por un momento. “¡Por supuesto! Pero no puedes casarte con un tejón. ¿O acaso piensas hacerlo?”
“No quiero casarme con él. Sólo quiero pedirle un deseo.”
“¿Qué es lo que vas a pedir, Muffy?”
Mufasa sonrió tímidamente. “Por eso es que te pedí que vinieras. Quiero que estés a mi lado cuando me reúna con los Grandes Reyes del Pasado. Papá quiere que yo sea Rey cuando él muera.”
“Lo escuché. Estaba escondido tras una roca cuando te lo dijo.”
“No deberías espiar a los demás,” dijo Mufasa con severidad, pero después añadió, “Tal vez no seas un rey en esta vida, pero si ese tejón realmente concede deseos, lo serás cuando mueras.”
“¿En verdad?” Taka estaba embelesado. “¿Harías eso por mí? ¡Qué idea tan fantástica!” Él era muy afectuoso, y acarició a Mufasa. “¡Eres el mejor! Dijiste que querías darme la mitad del Reino. Lo escuché.”
“Sí. No va a poder ser, así que no le digas a nadie que dije eso.”
“No lo haré. Ya no importa ahora, pero fue muy tierno. ¡Eres el mejor, Muffy!” Rió y le dio un empujón a su hermano. Los dos comenzaron a pelear, riendo y retozando. Ambos dieron lo mejor de ellos, pero como siempre Mufasa ganó rápidamente, inmovilizando a Taka.
Mufasa sonrió ligeramente. Estaba feliz de no haber pedido algo para sí mismo. Mientras sostenía a Taka, dijo, “Mira, cuando Papá te diga que yo voy a ser Rey, hazte el sorprendido. Será lo mejor. Sabes que te reprenderá si descubre que estabas espiándonos.”
“Yo quiero estar donde esté Taka,” dijo Sarabi. “¡Taka, yo quiero sentarme a tu lado!”
“Ese va a ser mi deseo,” dijo Taka. Se deslizó por debajo de Mufasa, se acercó a ella y la acarició. “¿Y qué es lo que vas a desear tú?”
Sarabi le dio a Taka una repentina lengüetada en la mejilla. “Ya lo sabrás.”
Una vez pactado, los tres cachorros se dirigieron hacia la madriguera que estaba en el límite del bosquecillo de acacias.
CAPÍTULO IV
LA MADRIGUERA
La entrada a la madriguera era un amenazante agujero negro. Mufasa comenzó a entrar en él, pero la abertura apenas permitía que un cachorro de tamaño regular se deslizara, y no permitía maniobrar libremente. Mufasa era un poco grande para su edad, y no tenía oportunidad de poder entrar. Sugirió que tal vez podrían llamar al tejón.
“¡Hola!”
No hubo respuesta.
“Vamos, tejón. Puedo escucharte, sé que estás ahí.”
Esperaron durante un momento, pero no sucedió nada.
“Ya vámonos,” dijo Sarabi. “Parece que no está de humor.”
“Espera. Creo que nos está retando.” Gritó, “Soy el Príncipe Mufasa—algún día seré Rey, y te estoy tomando como mi rehén. ¡Si quieres que te libere, debes bendecirnos a mí y a mis amigos!”
Escucharon gruñidos procedentes de las inmensidades del túnel. El eco, amplificado por las paredes de la madriguera, sonaba como las olas del mar que quedan atrapadas dentro de los caracoles; fue un ruido rápido, casi con urgencia y enfado.
“Tal vez está sordo, Su Majestad,” dijo Taka con ironía. “¿Me hiciste caminar hasta aquí sólo para ver un agujero en la tierra? Apuesto que es un conejo. ¡Tan sólo un conejito asustado! ¡Y TÚ me llamaste a MÍ poco seso!”
“¡Pero es un tejón blanco, lo juro!” Mufasa miró a Taka, y después a Sarabi. “¿Verdad que me creen? Es decir, ¿¿acaso les parece que huele como un conejo??”
Taka olfateó cuidadosamente la abertura. Nunca antes había olido a un tejón mielero, pero sabía que no era un conejo. Era un olor extraño y picante, lleno de posibilidades. “Ya vine hasta aquí,” dijo Taka. “Si quiero mi deseo, supongo que voy a tener que entrar ahí.”
“Jamás te atreverías,” dijo Mufasa, mirando aquel agujero con cierto temor. “Parece ser que está muy enojado. Además está muy obscuro, y tú le tienes miedo a la obscuridad.”
“¿Quién lo dice?”
“¡Lo digo yo! Siempre piensas que las hienas van a atraparte. Algunas veces te duermes hasta muy tarde, y luego tienes pesadillas.”
Taka estaba muy ofendido. Constantemente tenía la misma pesadilla, en que era despedazado por las hienas. Akase tenía un oído delicado, y siempre estaba ahí para confortarlo con cálidos y amorosos besos, permitiéndole recargar la cabeza en su abdomen hasta que caía dormido bajo el suave arrullo de su respiración. Nunca estuvo seguro de si alguna vez había despertado a Mufasa, pero ahora no había duda alguna. Sintió un retortijón en el estómago. Miró hacia el agujero, y entonces supo lo que tenía que hacer.
Sarabi pudo ver su temor, y se acercó a él. “No lo hagas si no quieres. Yo no lo haría.”
“Pero tú eres una niña,” dijo Taka, mirándola con dulzura. Después se dirigió al agujero. “No le tengo miedo a la obscuridad. No le tengo miedo a ese tejón. Soy un león, y los leones no le tememos a nada…” Volteó a ver a Mufasa. “…no importa QUÉ piensen los demás.”
Taka se deslizó a través del estrecho pasaje con los hombros encorvados y la cabeza agachada. Muy reaciamente se dirigió hacia el obscuro corazón de la caverna, pulgada tras pulgada, y repitiendo a cada instante, “No vamos a hacerte daño. Tan sólo queremos que nos concedas unos deseos, ¿sí? Somos tres, así que únicamente serán tres deseos.” A través de las profundidades se escuchaba una respiración que cada vez se volvía más agitada, al igual que la de Taka. “Tres deseos deben ser algo muy fácil para alguien como tú. Quiero decir, ¿qué son tres deseos para un verdadero Nisei?” No hubo respuesta alguna. “Por favor, di algo. Lo que sea.”
“Oye Taka,” dijo Mufasa, “No tienes que hacerlo.” Metió su cabeza en el agujero y dijo, “Lamento haber dicho que eras un mentecato.”
“Lo llamaste poco seso,” dijo Sarabi.
“¡Lo que sea!” gritó Mufasa. “Oye Taka, regresa. Sólo bromeaba cuando dije que le temías a la obscuridad.” Se impacientó. “Taka, YA DIJE QUE LO SIENTO, ¿¿de acuerdo?? ¡Ahora sal de ahí inmediatamente o se lo diré a Mamá!”
“No bloquees la entrada,” dijo Sarabi. Se acercó para escuchar cuidadosamente. “¿Qué tanto estará haciendo?”
“¿Cómo puedo saberlo. Ya cállate.”
Finalmente, desde las profundidades, lograron escuchar la voz de Taka Se oía distante, débil y vacilante. “No vamos a lastimarte. Verás, mi hermano Mufasa va a ser Rey cuando crezca, y yo tan sólo soy su hermano. Se le ocurrió que yo podría sentarme junto…”
Se escuchó un ligero estrépito en las profundidades. Sonó como un gruñido.
“Ayuda, por favor. Tengo miedo. Está muy obscuro aquí.” Era Taka. Mufasa y Sarabi no sabían si estaba hablando con el tejón o con ellos. Mufasa trató de entrar en el agujero.
Era muy estrecho, y se dio cuenta de que no tenía sentido intentarlo. Comenzó a excavar.
“¡Detente!” Sarabi lo empujó. “¡Harás que se derrumbe!”
“Pero está en problemas.”
“Si la cueva se derrumba, realmente tendrá problemas.” Se acercó a la abertura. “¿Taka, estás bien?”
“¿Eres tú, Sassie?”
“Por favor, sal de ahí. Si me quieres, sal ahora.”
“En un minuto.”
“¡Ni un minuto! ¡Sal ahora!”
Los sonidos de respiración se agitaron una vez más. Se escuchó algo moviéndose, y después un profundo silencio. Después de un momento, Mufasa volteó a ver a Sarabi. “Jamás creí que lo intentaría. Debe ser muy valiente, o muy estúpido.”
“Él no es estúpido,” dijo Sarabi con firmeza. “¡Si no lo hubieras llamado así, jamás se habría metido en ese lugar! El que sea más pequeño que tú no lo hace un estúpido.” Lo llamó una vez más, con mayor fuerza. “¡Por favor sal! ¡Estás asustándome!”
En ese momento se escuchó un gruñido fuerte y amenazador. “¡Ya me voy! ¡Por los dioses! ¡Déjame ir! ¡Déjame, me lastimas!” Escucharon como Taka trataba de retroceder.
Mufasa comenzó a cavar con furia. “Aguarda: ¡puedo ver tu cola! Retrocede un poco más. ¡Tan sólo unas pulgadas!”
Mufasa alcanzó su cola y la sostuvo con toda su fuerza. Sarabi agarró la cola de Mufasa y tiró de ella, tratando de no lastimarlo. Taka salió a tropezones del agujero, con la cara cubierta de sangre y uno de sus ojos sobresaliendo de su cuenca. El tejón blanco estaba tras de él observando a los otros dos cachorros, que tenían los lomos erizados y lanzaban terribles gruñidos. Reconsideró sus opciones, y con enfado regresó a su agujero. Taka yacía en la tierra. “¡Por los dioses! ¡Me duele tanto! ¡Ayúdenme! ¡Quiero a mi Mamá!”
Mufasa observó su ojo, bañado en un charco de sangre. Le tomó algunos momentos el poder alejarse de esa atrozadora imagen. “Iré por Mamá—no, mejor traeré a Makedde.” Comenzó a alejarse, pero se detuvo. “No, tardaría mucho en regresar. ¿Puedes caminar, Taka?”
Taka trató de levantarse, y comenzó a moverse con gran dificultad. La sangre escurría por su cara y caía en el pasto. “Lo intentaré. ¿Está muy lejos?”
“No. Sólo sígueme.”
CAPÍTULO V
LA PROFECÍA
“Hay tres cosas que no pueden recuperarse. El vino derramado, la flecha disparada y la palabra pronunciada.”
— MENELAO DE NAXOS
Fue un largo camino hacia el baobad en el que se encontraba el hogar de Makedde. A causa del sol, la sangre sobre el pelaje de Taka comenzó a formar costras, y las moscas se abalanzaban sobre él sin piedad alguna. Su paso iba perdiendo firmeza y, a pesar de sus esfuerzos, su voluntad estaba cediendo.
“¿Falta mucho?”
“Sólo un poco más,” dijo Mufasa.
“Eso dijiste la última vez.” Taka comenzó a jadear descontroladamente. “Me duele. ¿De verdad crees que podrá ayudarme?”
“Él puede curarlo todo,” dijo Sarabi. “No te preocupes, Taka. Todo va a estar bien.”
“¿Todavía falta mucho?”
Sarabi se le adelantó y lo miró directamente a la cara. Su ojo sano no parecía estar enfocando. Se dio cuenta de que tan sólo estaba siguiendo el sonido de las pisadas de Mufasa. “No te des por vencido,” dijo Sarabi. “Hazlo por mí.”
La sangre perdida y el inmenso dolor estaban provocándole un colapso a Taka, y sus extremidades se debilitaban cada vez más. “Sassie, no creo poder lograrlo.”
“Puedes hacerlo,” le dijo, y se acercó a su costado. “Taka, ¿te han contado el chiste de los dos ñus y la cebra?”
“No.”
“Bueno, pues resulta que había dos ñus, y uno le dijo al otro, ‘Te apuesto que puedo hacer que esa cebra se ría antes que tú’. Así que se acercó a la cebra y le dijo, ‘¡Mira!’ Entonces se paró de cabeza y le enseñó la lengua. Pero la cebra no se rió. Y, ¿sabes que hizo el otro ñu?”
“¿Cuál ñu? No veo ninguno.” Tropezó y cayó al suelo.
“¡Taka, ponte de pie! ¡Vamos, tienes que seguir!”
Sarabi lo golpeó ligeramente en el costado, trató de levantarlo con sus patas, e incluso tiró de sus orejas. “¡Ponte de pie!”
“No puedo.”
“¡Tienes que hacerlo!” Le mordió la pierna.
“¡Ouch!” Volteó a verla directamente.
“Si no te paras te voy a morder otra vez.”
Muffy puso su hocico debajo de Taka y lo empujó. Con la ayuda de su hermano, Taka logró ponerse en pie y comenzar a caminar. “Ya puedo ver su árbol. ¡Gracias a Dios!”
Makedde, el Gran Sabio Mandril Babuino , le enseñaba a su joven hermano Rafiki como adivinar el futuro a través de un cuenco con agua. Esta técnica, a la que llamaba hidromancia , era la mejor manera de ver el futuro. El agua, como solía decir, vuela mucho más alto que las aves, y después regresa a la Tierra colmada con energía divina. Y no puede ser de otra manera, pues cualquiera puede ver como la fuerza de la lluvia hace reverdecer los campos.
Makedde abandonó inmediatamente su trabajo cuando divisó al cachorro ensangrentado y a sus dos amigos. “¡Rafiki, prepara un fomento inmediatamente!” Observó cuidadosamente el ojo de Taka. “Oh, pequeño Amo Taka, ¡y ahora que hiciste!”
Makedde sostuvo la cabeza de Taka con ambas manos. “Este lado no responde. Esto es malo, muy malo. Pero tal vez pueda remediarlo.”
Makedde tomó un poco de Alba humedecida, que Rafiki le entregó, y comenzó a aplastarla contra el suelo. La tierra comenzó a formar lodo, y Makedde tomó esa mezcla cuidadosamente en su mano.
“Esto es obra de un tejón,” dijo Makedde. “Aún cuando no pudiera verlo, podría olerlo.” Sacudió su cabeza. “¿En qué estabas pensando cuando te pusiste a jugar con tejones? Sabes que son muy peligrosos.”
“Era un tejón blanco,” dijo Taka. “Quería pedirle un deseo, como N’ga y Sufa.”
“Ya veo.” Frunció el entrecejo. “¡Es que no conoces las diferencias que hay entre una leona blanca y un tejón blanco! Así que querías pedir un deseo, ¿eh?”
“Fue idea mía,” dijo Mufasa. “Después de que hayamos muerto quiero que mi hermano esté a mi lado, junto con los Grandes Reyes del Pasado.”
Makedde lanzó un suspiro. “En verdad es un noble sentimiento. Pero todas las criaturas son preciosas para Aiheu. Él los recibe a todos y los mantiene muy cerca de él, no por su valentía o la fortaleza de sus cuerpos, sino por su Ka inmortal.” Se lavó las manos en una pileta. “Si tu Ka esta lleno de amor y sabiduría, no importa que seas más pequeño que tu hermano.” Acarició a Taka. “Ten valor, pequeño.” Los dientes de Taka rechinaron. Su ojo saludable se cerró suavemente, y sus orejas se agacharon.
Makedde era bondadoso con el pequeño cachorro. El lodo cubría por completo el ojo lastimado de Taka, pero no era tan molesto como pensó que sería. Después, con un ligero apretón de su mano, devolvió el ojo, aún intacto, a su lugar. Con infinito cuidado tomó un poco de agua y retiró el lodo poco a poco. “No parpadees. Haces que sea más difícil.”
Una vez que retiró toda la sangre, y que el ojo quedó perfectamente limpio, Makedde tomó una ramita de Dwe’dwe y la partió a la mitad. Dejó caer una gota de resina, y con gran habilidad la distribuyó a través de la cortada, al tiempo que presionaba los bordes de la herida con sumo cuidado. Después sopló algunas veces sobre la herida para asegurar que se mantuviera cerrada.
Rafiki trajo un cuenco con agua. Makedde le agregó algunas hierbas que le ayudarían a recuperar sangre y aliviar el dolor, y una pizca de Raíz Tiko para prevenir cualquier infección. Finalmente agregó un poco de miel. “No sabe muy bien que digamos, pero te hará sentir mejor.”
Taka encontró que la bebida era soportable, y además estaba terriblemente sediento después de haber perdido tanta sangre. Además, realmente se sintió mejor.
Para Sarabi había sido una eternidad. Reunió el valor suficiente y se atrevió a preguntar, “¿Podrá volver a utilizar su ojo?”
“Rafiki,” inquirió Makedde, “Ya escuchaste a la damisela. ¿Qué va ser de Taka?”
Rafiki estaba nervioso. Era la primera vez que iba a ver el futuro de alguien más. Observó el agua profundamente, tratando de recordar todo lo que su hermano le había enseñado. Entonces sopló una tremenda ráfaga de viento proveniente del oeste, formando ondas en el agua. Traía consigo el olor de la putrefacción. Las ondas del agua se disiparon, y Rafiki emitió un quejido. “Aguarden, veo algo. Creo que…”
“¿Qué?” preguntó Sarabi con impaciencia.
Rafiki miró fijamente el agua, como si estuviera poseído. Su voz se volvió profunda y forzada. “El camino es largo y difícil. Aquellos que sonríen en tu presencia te muestran los dientes cuando les das la espalda.” Se alejó del cuenco y se dirigió a Taka. Lo señaló acusadoramente, y dijo. “Encontrarás amigos en lugares desolados, pero te abandonarán en tu hora de necesidad. Aquel que te tocó por primera vez habrá de causar tu perdición, aquella que te entregó su amor habrá de tornarlo en odio.”
“¡Rafiki!” gritó Makedde. “¡Contrólalo! ¡Es un espíritu maligno!”
“La ira es tu única salvación,” murmuró Rafiki, y agarró la mejilla de Taka. “Ármate con el más cruel de los odios. Toma lo que es tuyo por la fuerza, ya que no te será entregado fácilmente.”
Taka logró librarse y trató de esconderse detrás de Sarabi y Mufasa, agachándose y temblando. “¡No! ¡No puede ser! ¡Dime que no es verdad!”
“¡Detente!” Makedde lo sacudió con violencia. “¡Detente en el nombre de los dioses!”
Rafiki lo miró estupefacto, como si hubiera visto a un fantasma. Le tomó algunos momentos volver en sí. “¿Hermano? ¿Qué me pasó? No pude controlarme. ¡Estaba paralizado, y algo estaba controlándome!”
Mufasa estaba horrorizado. “¿De verdad va a pasar? ¿No podemos evitarlo?”
Rafiki se dirigió hacia el atemorizado Taka. “No te asustes, hijo mío.” Acarició al pequeño. “¡Por los dioses! No era yo el que hablaba. No era yo. Yo jamás habría dicho esas cosas. Debes amar a todos, siempre, como yo te amo a ti. Perdóname, por favor perdóname.” Comenzó a llorar.
“Mi hermano no sabía lo que decía,” dijo Makedde con firmeza. “No estaba controlando el agua—el agua lo controlaba a él. ¿Sienten el olor de muerte que hay en el aire? Los espíritus malignos nos hablan con frecuencia, pero usan verdades a medias para causar daño a los demás. Cuando esté a solas contigo, Taka, voy a decirte tu futuro. Y lo haré correctamente.”
Taka comenzó a llorar. “¿Es que ellos realmente me odian?”
“No, Taka,” dijo Mufasa firmemente. Después se sintió un poco apenado. “Todos te amamos, aún cuando estés metiéndote en problemas todo el tiempo.”
“¿Pero que tal si es verdad?” inquirió Sarabi. “Es decir, si es una verdad a medias… ¿no quiere eso decir que la mitad es verdad?”
“Nada de eso es verdad,” dijo Mufasa. Se acercó a Taka y lo rodeo con su pata. “Ahí tienes—soy el primero en tocarte. Yo soy tu mejor amigo en todo el mundo, así que no tienes de que preocuparte.”
“Y yo soy la que más te ama,” dijo Sarabi en voz alta, sin importarle que todos se enteraran. “Cuando seamos grandes, quiero casarme contigo.” Sin pensarlo dos veces, le dio a Taka un cálido beso en la mejilla. El sabor de la sangre le recordó su error. “Oh, Taka. ¿Estás bien?”
Taka la miró, y luego inclinó la cabeza. Sonrió. “¡Puedo verte! ¡Puedo verte con ambos ojos!” La acarició con afecto. “¿Tú jamás me lastimarías, verdad Sassie?”
“¡Jamás! Ni en un millón de años.”
Taka le dio una lengüetada. “Siempre vamos a estar juntos, te lo prometo. Hablabas en serio—sobre casarte conmigo—¿verdad?”
“Sí, Taka. Ese iba a ser mi deseo.”
Taka sonrió. “Ahora ya no es necesario, pero valió la pena. En verdad. ¿Caminarás a mi lado de regreso a casa?”
“¡Por supuesto!” dijo Sarabi.
“Papá no te castigará esta vez,” dijo Mufasa. “No se puede castigar a alguien que está herido. Ya ves, DEBISTE haber salido cuando te lo dije. Tal vez la próxima vez me harás más caso.”
“Ajá.” Miró a Mufasa de cerca. “¿Se nota mucho? ¿Crees que Mamá se dé cuenta?”
Mufasa lo observó cuidadosamente, como si tratara de convencerse a sí mismo, pero no había duda alguna. “Sí lo notará. Creo que te va a quedar una cicatriz.”
Los tres cachorros se fueron tan rápido como le era posible a Taka. Después de que se alejaron lo suficiente, Rafiki se recargó contra un muro del baobad, llorando descontroladamente. “¡Pobre pequeño! ¡No permitan que lo lastimen! ¡Por favor no lo permitan! ¡Sería capaz de darle la sangre de la misericordia! ¡Sería capaz de morir por él!”
“Rafiki, ¿Te encuentras bien?” inquirió Makedde.
“¡Qué importa cómo estoy yo! ¿¿Taka se encontrará bien??”
“¿Tú que crees?” le respondió Makedde. “Hermano, estoy seguro de lo que vi,” dijo Rafiki. “No sé por qué lo dije, pero sé que era así.”
“Lo sé,” dijo Makedde. “Pero algunas veces, la manera en la que decimos las cosas es la que hace que éstas se realicen. Olvidaste la oración de admonición—y quedaste desprotegido. Los espíritus malignos aguardan por oportunidades como ésta. Ellos dicen su parte, y llenan cabecitas inocentes con ideas tontas para causar problemas. Algunas veces, el silencio es la profecía más sabia de todas.”
Rafiki hundió su cabeza. “Estoy tan avergonzado. ¿No puedo remediarlo, hermano? ¿Es que no hay algo que pueda hacer?”
Makedde caminó hacia el cuenco de hidromancia. Miró el agua profundamente. Durante mucho tiempo no dijo nada, pues su cabeza estaba llena de preocupaciones. Entonces comenzó a soplar una apacible brisa procedente del este, impregnada con la dulce esencia de la miel silvestre. El viento formó ondas en la superficie del agua y, después de que se hubieron disipado, el poder de un espíritu bendito hizo a un lado las sombras.
Makedde miró fijamente, como si estuviese en trance. “Rafiki, si escuchas las palabras de Aiheu, pon atención. Una verdad pequeña es como una diminuta rama que no puede alcanzar el fruto anhelado.”
El joven mandril hizo una reverencia. “Te escucho, Señor.”
“Has liberado la maldad, y serás el responsable de detenerla. Lo que te resta de vida habrás de emplearlo para enmendar un momento de descuido. La leche y el lodo se mezclan con facilidad, ¿pero es igual de fácil separarlos? Tus palabras han mancillado la leche, pero no te he abandonado. Ya que la leche y el lodo son mis creaciones, puedo encomendar a quien yo quiera el separarlos. Y así ha de ser.”
CAPÍTULO VI
LA PRUEBA
Es muy difícil, si no se que imposible, ocultarle un pelea a unos padres que poseen instintos de cazador y un magnífico sentido del olfato. Taka pudo ver el horror en los ojos de su Madre cuando le contó el incidente ocurrido en la madriguera del tejón, y sintió alegría y tristeza entremezcladas. Era una especie de alegría muy extraña, una que abrigaba su corazón con el dulce sentimiento de sentirse amado. Ella lo acurrucó a su lado y comenzó a acariciarlo y a besarlo.
Su Padre Ahadi se alejó rápidamente, sin pronunciar palabra alguna. Taka deseaba, en secreto, que su Padre estuviese arrepentido de haber elegido a Muffy como su heredero, y reconsiderara quién de los dos era más valiente. En vez de ello, todo lo que Ahadi dijo fue, “Ahora regreso.”
Akase mantuvo la herida limpia con la gentil caricia de su lengua, pero a pesar de ello se volvía más rígida y molesta a medida que latía el corazón de Taka.
Taka comenzó a quejarse cada vez más, a medida que el dolor le impedía moverse. Quería descansar, pero la mayor parte del tiempo no podía permanecer dormido y tenía que conformarse con tomar algunas breves siestas.
“¿Cuánto tiempo más va a dolerme?”
“No lo sé, hijo.” Akase comenzó a limpiar la herida una vez más. “Debería ir a ver si Makedde tiene algo para reconfortarte.”
“Ya no puedo más,” dijo Taka. “Por favor, tráeme algo. Me arde toda la cara. Me esta doliendo la cabeza.”
“No sé donde estará Zazú. Tendré que pedirle a tu Padre que vaya en cuanto esté de vuelta.”
“¿A dónde habrá ido?”
“No lo sé, pero tengo mis sospechas. Espero que regrese pronto, muy pronto.”
“Yo también.” Taka cerró sus ojos y trató de dormir.
Sarabi se acercó. “¿Cómo se encuentra?”
“Está durmiendo.”
“¿Todavía le duele?”
“Sí, mi pobre pequeño. En cuanto regrese Ahadi lo enviaré por Makedde.”
“¡Yo iré!” dijo Sarabi. No se lo preguntó ni tampoco esperó a recibir una respuesta, y se dirigió rumbo al distante baobad.
El frágil sueño de Taka estaba colmado de pesadillas. Sus piernas se movían violentamente, y su boca y orejas se fruncían. “Está muy obscuro,” murmuró. “¡Déjame ir! ¡Déjame ir!” Akase no sabía si despertarlo o no, pero alguien más tomó la decisión por ella.
“¡Hijo, despierta!”
Taka volteó y abrió los ojos. Pudo ver los enormes ojos avellanos de su Padre mirándolo directamente. Estaba lleno de tierra. Había rastros de sangre en sus labios, y su nariz estaba rasguñada y ensangrentada. Taka se sobresaltó.
Al bajar la mirada pudo observar al tejón; su blanco pelaje estaba teñido con el carmín de su propia sangre.
“Jamás volverá a hacerte daño.”
“Papá, estás sangrado.”
“¿En serio?” En su cara se dibujo una leve sonrisa. “Supongo que se asustó un poco cuando encontré su entrada secreta. ¿Es mi nariz?”
“Sí.” Por las mejillas de Taka comenzaron a rodar algunas lágrimas. “Te quiero.”
“Yo también te quiero. ¿Verdad que me crees?”
Taka corrió y se sumergió en la melena de Ahadi, besó la herida de su nariz y lo acarició con inmensa ternura. “Prométeme que siempre seremos amigos. ¿Lo harás?”
“No te lo prometo, te lo juro.” Una gran sonrisa se trazó en su rostro. “¿Ya te sientes mejor, campeón?”
“¡Puedes apostarlo?”
“¿Qué te parecería una historia?”
“¡Genial!”
En ese momento se acercó Yolanda. Cuando observó el rostro de Taka no pudo contenerse a si misma, “¡Dios mío! ¿¿Pero qué es lo que te pasó??”
Taka se horrorizó, y ocultó la cabeza rápidamente.
CAPÍTULO VII
¡CORBAN!
Avina era un leona que había nacido con un espíritu indomable. Como a muchas otras leonas, le encantaba cazar en compañía de sus Hermanas de Manada, pero también le gustaba probarse a sí misma cazando por su propia cuenta, a la manera de los leopardos. Esa era una cualidad muy peculiar en ella; su habilidad en la cacería solitaria podía igualarse con la maestría de Uzuri para guiar a la Cuadrilla de Caza. Como la esposa del hermano del Rey se suponía que debía servir de ejemplo a sus Hermanas, pero no podía evitar salir a solas para llevar a cabo sus exploraciones en la sabana.
Siempre salía durante el día, con el propósito de no entorpecer con la cacería nocturna. Jamás se perdonaría echar a perder el trabajo de las demás leonas. Cazar durante el día presentaba un mayor reto, pero valía la pena cuando lograba obtener su trofeo y compartirlo con el resto de la Manada, lo cual la llenaba de orgullo. “Lo hice yo sola, y a plena luz del día,” solía decir. A las demás no les molestaba demasiado. A ellas les gustaba saborear un buen bocado tanto como a Avina, quien siempre llegaba canturreando alegremente, “¡A comer!” Era una invitación abierta a cualquiera que quisiera compartir con ella los frutos de su labor.
Con Sarabi y Elanna al cuidado de la Tía Akase, Avina se sentía libre para aventurarse en los pastizales, camuflajeando su dorado cuerpo con el resto de la sabana. Sarabi estaría segura jugando con Taka, mientras que Muffy se conformaría con platicar con Elanna. Nunca conversaban por largo tiempo pues, a pesar de que muchos pensaban que Mufasa se casaría con Elanna, entre ellos no existía la magia que compartían Taka y Sarabi.
Avina avanzaba como una fantasmal aparición entre la pradera, observando todo y siendo observada por nadie. El orgullo que sentía por sus habilidades era evidente, y tenía derecho a sentirse así.
Cerca de ahí había una manada de antílopes que ni siquiera se percataron de su presencia a pesar de que estaban muy inquietos, deteniéndose de tiempo en tiempo para olfatear los alrededores. Los antílopes conocían perfectamente las señales que los hacían una presa fácil.
Avina permaneció con las orejas y la cola agachadas, y sus piernas estaban perfectamente acompasadas al ritmo de la Madre Tierra. No apartaba su mirada de la manada; se acercó gradualmente, acortando la distancia. De tiempo en tiempo se detenía y echaba un vistazo.
Avina sabía que su éxito era seguro, y sonrió para ella misma. Cerca de ahí había un ciervo que se había alejado de los demás, y Avina fijó su atención él. Era viejo, y los más probable es que fuese más lento que los demás. Se concentró profundamente, hecho un vistazo, y comenzó a acercarse con sigilo, pero repentinamente se vio obligada a salir corriendo.
Una gacela la había descubierto. Sin pensarlo dos veces, Avina saltó de sus escondite y se abalanzó sobre el viejo ciervo.
En efecto, era más lento que los demás. La manada completa salió disparada, pero Avina no apartó la mirada de su objetivo. Era un asunto privado en el medio de una gran manada. Su fuerza fluía vivamente al tiempo que su determinación se avivaba, y a cada momento el ciervo se acercaba más y más.
La gacela cambió su dirección repentinamente, pero Avina no perdió el rastro. Cada vez se acercaba más a su objetivo. “¡Eres mío!”
Avina saltó con toda su fuerza, como otras tantas veces. A cada instante se elevaba más, hasta que pudo colocar su poderoso brazo alrededor del cuello de su víctima, y entonces la empujó hacia ella.
Pero calculó mal su movimiento. “¡Maldición!”
Una pezuña la golpeó en la mejilla con una fuerza descomunal. Toda su energía la abandonó en un breve instante. Perdió el control, se detuvo bruscamente y rodó a un lado. Ahí estaba, paralizada y sin fuerzas. Se retorció agonizante y se cubrió la cara, pero sintió un inmenso dolor que la obligó a detenerse. Trató de pedir ayuda, pero su mandíbula yacía colgada de su cara y lo único que pudo hacer fue lanzar un chillido quedo e inentendible. La ira y la decepción pronto dieron paso al terror que le causaba su predicamento. Necesitaba a un amigo desesperadamente. Alguien, quien fuera. Pero no había nadie. Permaneció en la tierra, preguntándose si éste sería el lugar en que conocería la muerte.
“¡No!” se dijo a sí misma. Acumuló todas sus fuerzas para levantar su maltratado cuerpo y, luchando contra la gravedad, logró mantenerse en pie.
Una vez que estuvo en pie, sintió que algo goteaba de su quijada. Sangre y saliva entremezcladas caían profusamente de su lacerado rostro, escapando a través de su boca. Sintió pánico.
Jadeante, luchó contra las sombras que enturbiaban su pensamiento. “Tengo que ir con Makedde,” pensó. No sabía donde se encontraba con exactitud, y perdió valioso tiempo en tratar de divisar el baobad en la distancia. “Aiheu abamami—Señor, dame fuerza.”
Comenzó a marchar bajo el ardiente sol. El dolor de su quijada se avivaba a cada paso, y luchó por mantener sus ojos enfocados.
Trató de palparse con la pata para ver que tan graves eran las heridas. La mandíbula rota estaba atravesándole la piel. Era como una daga cubierta con su propia sangre. “¡Por los dioses!” pensó. “¡Mi cara! ¡Mi cara—se ha ido! ¡Se ha ido!” Se preguntó cual sería su aspecto, y lo que haría si el dolor no disminuía.
¿Qué es lo que haría Shaka cuando la viera?” Seguiría amándola, ya que era un león noble y gentil, pero su radiante belleza se había ido para siempre. Y con seguridad jamás podría volver a cazar. ¡Qué desperdicio! ¡Qué estupidez! Y eso si es que vivía para verlo nuevamente. Toda su astucia y orgullo ahora eran tan sólo un reproche contra ella misma. “¡Qué tonta fui!” pensó. “¡La más tonta de todas!” Ahora todos la compadecerían, sería el ejemplo que los padres señalarían a las niñas imprudentes.
Siguió avanzando, tratando de mantener su cabeza en alto. No era fácil. Su cuello estaba torcido, sus lamentos se ahogaban en su garganta, y uno de sus ojos comenzaba a salirse de la órbita. “Vamos, muchacha,” pensó. “No puedo detenerme. Tengo que encontrar a Rafiki. ¡Por favor, dioses, permítanme dar con él!”
El sol la atormentaba. Las moscas se abalanzaban sobre ella y no podía hacer nada para evitarlo. Con dificultad podía mantener el ritmo.
Su vista comenzó a desvanecerse, y no podía remediarlo. Todo se obscurecía a su alrededor, y lo poco que lograba divisar se desvanecía ante sus ojos. “¡No, no puedo morir! ¡Tengo dos hijas! ¡Tengo que regresar a casa! ¡Tengo que hacerlo!”
Su pecho y sus piernas estaban bañados en sangre. El olor de su propia sangre entró por el orificio nasal que aún podía utilizar. Muy seguramente ya habría llegado a otros lugares.
Alcanzó a percibir pisadas a su alrededor.
“¿Quién está ahí?” Sus palabras fueron casi inentendibles, así que habló lenta y pausadamente. “¿¿Quién… está… ahí??”
“Sólo somos nosotros.”
Era la voz de una hiena. “Ayúdame. Soy la esposa del Príncipe Segundo .” Las palabras le quemaban como el mismísimo fuego. “Si me llevas… con Rafiki… mi esposo te… recompensará. Imagina… ¡tendrás todo lo que puedas comer!”
“Es lo que estaba imaginando en este preciso momento.”
“¡No! ¡No lo hagas! ¡En el nombre de Dios!”
“No lo tomes como algo personal, cariño,” dijo la voz. Como si hubiera lanzado una señal, toda una jauría salió de entre el pasto y se abalanzó sobre ella.
CAPÍTULO VIII
PATRULLANDO LA FRONTERA
Era el turno de Shaka para patrullar la frontera del Reino. Era un trabajo que no le gustaba, aunque tampoco lo odiaba del todo: le quitaba tiempo precioso que podía aprovechar para convivir con su familia. Podría estar jugando con Sarabi y Elanna, pero en vez de ello tenía que defender las Tierras del Reino de enemigos que muy de vez en cuando se atrevían a dar la cara.
Sin darse cuenta estaba recitando para sí los viejos pasajes de la Saga Leónida que su padre le enseñara cuando cachorro. Shaka era bueno recitando, y era una enciclopedia viviente de tradiciones y cantos ceremoniales. Comenzó a cantar la canción favorita de Sarabi.
“Moko Melenudo en su talla exageraba,
Este gato en estatura nunca regateaba.
Un día por la montaña con valor trepaba
Para ver si a lo lejos algo divisaba.
El gato iba trepando y la lluvia lo golpeaba,
Y el viento con fuerza lo enfrentaba…”
“¡Qué tal!” le gritó Zazú. “¡Lamento interrumpirte, Majestad, pero hay hienas en las praderas del este! Han tomado una presa.”
“Gracias,” dijo Shaka. “Iré a echar un vistazo.”
De cualquier forma necesitaba algo de emoción. Le divertía el pensar lo que harían las hienas cuando lo vieran, así que se apresuró a atravesar la sabana, hundiéndose entre los cañaverales. “Con que cazando en las Tierras del Reino, ¿eh? No mientras yo este patrullando.” Su paso era ligero pero firme, y llegó con prontitud a su destino.
Por fin logró divisarlas; comían rápidamente, como si supieran que no tenían mucho tiempo.
Les lanzó un tremendo rugido. Las hienas le gruñeron, pero se retiraron de los restos y se alejaron algunas yardas.
“¡Por los dioses, es una leona!” No la reconoció hasta que se acercó lo suficiente como para ver su cara. El terror que había sentido en sus últimos momentos había quedado grabado en su maltrecho rostro.
“Avina,” susurró levemente. Su cuerpo yacía, despedazado, bajo el cielo solitario, mientras las moscas zumbaban alrededor. “¡Avina!” Shaka miró al cielo, suspiró profundamente y grito, “¡¡¡Avina!!! ¡¡¡Dios, noooooo!!!”
Su dolor y su furia competían como dos conejos tratando de entrar al mismo agujero a un tiempo. Su furia ganó. Sus ojos se encendieron con odio, y a lo lejos divisó su objetivo. “¡¡¡Malditos asesinos!!! ¡¡¡Voy a matarlos!!!”
Comenzó a seguir a las hienas a toda velocidad. Su agilidad era admirable, incluso para ser un león. Pero había sido dotado con fuerza, no con velocidad; no podía competir con la ligereza de las hienas de la manera en que lo habría hecho una leona. Sin embargo, no perdió su rastro.
Los carroñeros atravesaron la sabana con la velocidad de las golondrinas. Hicieron un último esfuerzo, y con gran alivio atravesaron la frontera del Cementerio de Elefantes, donde comenzaba su territorio.
Se detuvieron un momento para echar un vistazo—un terrible error. Shaka los seguía de cerca. Atravesó la invisible línea donde terminaba su autoridad. La velocidad y firmeza de su paso disminuyeron al adentrarse en el obscuro reino de la muerte. Al fin, una de las hienas se tropezó con una pila de huesos, frenando de golpe su carrera.
Shaka lo atrapó rápidamente bajo el abrumador peso de su cuerpo. “¡Mataste a mi esposa! ¡Has destrozado mi corazón, así que yo destrozaré el tuyo! Será mejor que le reces a tu dios.”
“¡Suéltalo!” dijo Amarakh, la Roh’mach en turno. “Has invadido nuestro territorio. Has aprisionado a uno de los míos.”
“¡Es un asesino!” Shaka la miró con furia. “¡Asesinó a mi esposa a sangre fría en mi propia tierra! Ella tenía hijas, Amarakh. ¡Dos hijas que no tendrán a su madre esta noche! ¡La despedazaron viva! ¡Viva!”
“Voy a investigarlo. Lo conozco. Es un busca pleitos; puedes estar seguro de que será castigado, si es culpable.”
“¿¿SI ES CULPABLE??” Shaka observó a la inmovilizada hiena. “Yo vi su cuerpo. Zazú presenció la matanza. ¡Díselo! ¡Díselo sabandija!”
La hiena estaba temblando. “¡Ayúdenme!”
“No lograrás que confiese de esa manera.” Amarakh lo miró con rabia. “Esta es mi tierra, y te juro que investigaré de acuerdo a nuestras leyes. Pero debes dejarlo ir. Déjalo—¡ahora!”
“No te creo.”
“No estás en posición de negociar,” dijo Amarakh. “Vete ya. Veré a tu hermano el Rey esta noche. Tendremos una charla.”
“Tienes razón,” dijo. “Tienes toda la razón. NO estoy en posición de negociar.” Shaka miró al cielo. “¡Aiheu abamami!” gritó con profundo dolor. Después bajo la cabeza y lanzó una poderosa mordida. La hiena dio algunos terribles espasmos antes de caer muerta, con los ojos completamente perdidos. Se escuchó un profundo gruñido entre la multitud. Después, llenos de furia, se abalanzaron sobre Shaka.
CAPÍTULO IX
REUNIENDO EVIDENCIAS
Sarabi y Elanna estaban jugando con Mufasa y Taka. Eventualmente comenzaron a preguntarse a que hora llegarían sus papás. Ahadi también comenzó a inquietarse, pues empezaba a atardecer. “¿No nos habrán dejado a las niñas para tomarse unas vacaciones?” Akase tan sólo bromeaba, pero estaba realmente preocupada.
Zazú llegó para entregar su reporte. “Mi Señor, Khemoki de los Cebra’ha está seguro de que…”
“Aguarda Zazú. Necesito saber dónde están Shaka y Avina. ¿Los has visto?”
“Bueno, Mi Señor, Shaka fue a ahuyentar algunas hienas. Tomaron una presa en las praderas del este y le aconsejé ir a averiguar.”
“¿Hace cuánto de eso?”
“Oh, cerca de dos horas. Quizá tres.”
“¿¿Dos o tres horas??”
“Bueno, Mi Señor, podría equivocarme.”
“¿¿Dónde está Avina??”
“No lo sé. Estaba de cacería en la pradera del este y…” Zazú se frenó de golpe. “¡Dios mío! Ahí es donde vi a las hienas, y…”
“Enséñame el lugar.” Ordenó Ahadi. “¡¡Sarafina , Uzuri, Isha !! Acompáñenme. ¡¡Rápido!!”
Temiendo lo peor, Zazú condujo a los cuatro hacia las praderas del este, directamente al lugar en que vio la cacería. Incluso desde las alturas en que se encontraba pudo reconocer el dorado color de la piel del cadáver. Aterrizó estremeciéndose.
Ahadi se acercó al cuerpo—lo que quedaba de él—y observó su cara. “¡¡Dios mío!! ¡¡Avina!!” Se dio la vuelta y maldijo. Pasaron algunos terribles momentos en los que no se dijo una palabra. Después, tratando de recuperar su compostura, Ahadi permitió que Uzuri viera el cuerpo. Uzuri estaba temblando, pero pudo hacer las observaciones necesarias. “Su cara fue…” Se estremeció. “Le dieron una coz. Fue un animal con pezuñas, no hay duda. Pero hay un rastro de sangre tras ella. Deambuló hasta llegar aquí.”
Uzuri siguió el rastro de sangre por una corta distancia, notando con horror el rastro de las hienas. “Las hienas la encontraron cuando todavía estaba viva. ¡Dios Divino, esas perversas escorias se la comieron viva!”
Regreso al lugar donde estaba el cuerpo, y después siguió el rastro en dirección al Cementerio de Elefantes. “Es Shaka—puedo olerlo. Las persiguió hacia esa dirección.”
El grupo de leones siguió el rastro, débil pero definitivo, hasta llegar a las fronteras del Cementerio de Elefantes. Los aguardaba un grupo de hienas, con Amarakh al frente.
Los leones llegaron en grupo, mostrando los colmillos amenazantemente. Ahadi reclamó, “¿Dónde está Shaka?”
“Lo que queda de él ya ha sido retirado del lugar donde murió.” Amarakh frunció el entrecejo. “Tomó la ley en sus propios colmillos y mató a uno de los nuestros en nuestra propia tierra, sin haber llegado a un acuerdo. Ofrecimos llevar a cabo una investigación, un juicio justo de acuerdo a nuestras leyes. Pero nos rechazó y mató a un macho cuya esposa está embarazada.”
“¡Así que lo asesinaron!”
“Lo EJECUTAMOS. No podíamos esperar a que matara a otros. Era muy peligroso para ponerlo bajo arresto.”
“No hay duda de que era peligroso después de que su esposa fue despedazada viva. Hemos visto la evidencia.”
“Nosotros no, Mi Señor. No podíamos estar seguros, y no podíamos esperar a estarlo. Aquí está la esposa del macho muerto,” dijo Amarakh, ordenando a Fabana pasar al frente. Uno de sus ojos estaba marcado con una brutal cicatriz. El temor corría por la sangre de Fabana cuando se encontró frente al poderoso Rey.
“Si quieres tu venganza,” dijo Amarakh, “permite que todos vean que peleas con honor, cuerpo a cuerpo. Permite que vean que le has dado a esta hembra una oportunidad JUSTA para defender el honor de su familia.”
La temblorosa hiena tartamudeaba, “¡Piedad! ¡Ten piedad! ¡Estoy embarazada!”
Ahadi la miró con lástima. “Ahora sabes lo que se siente perder a alguien que amas. La Roh’mach me ofrece una víctima para jugar con mi dolor, pero ella ha ganado este encuentro. No te dañaré.”
Pero Ahadi miró severamente a Amarakh. “Ya que tu gente mató a mi hermano y asesino cobardemente a su esposa, los marco con la señal de Corban. Jamás volverán a buscar carroña en las Tierras del Reino. No hasta que el último de los que mataron a Avina haya muerto.”
“¡Pero Mi Señor, pasaremos hambre!”
“Tal vez algunas noches sin comida te motivarán a mejorar tus leyes, Amarakh. Además, éste no es un mal lugar para buscar carroña. Nunca se sabe cuándo querrá morir algún elefante.”
Ella levantó la cabeza y lo miró fijamente. “Te burlas de mí por que eres poderoso, y yo tan sólo soy una hiena. Pero los dioses saben que debo ser justa con mi gente. La pena te ha cegado, ha dañado tu juicio y te ha despojado de tu sabiduría.”
Ahadi y las leonas se retiraron. Alguien tenía que darles la noticia a Sarabi y Elanna. Ahadi sabía que las pequeñas eran su responsabilidad, y era él quien debía comunicárselos. “Aiheu abamami,” tartamudeó. “Por favor, Dios mío, dame fuerza.”
CAPÍTULO X
CON TODAS SUS FUERZAS
Muffy y Taka tenían seis lunas de edad. Las motas que cubrieron su piel en la niñez se habían ido, y su tamaño y fuerza habían aumentado. Era tiempo de que aprendieran algunas lecciones importantes sobre la defensa del Reino.
Durante sus jugueteos infantiles desarrollaron un repertorio de reflejos y movimientos que les serían de gran ayuda como adultos. Pero había movimientos reservados para el combate serio, movimientos que necesitarían para defender las Tierras del Reino de intrusos y rivales. A pesar de que Ahadi trataba de hacer las lecciones un poco divertidas, esto ya no era un juego.
Ahadi sabía muy bien que un león debe conocer perfectamente tanto sus puntos fuertes como los débiles. Ahadi observó en Mufasa fuerza y resistencia. Debido a esto, Mufasa dominó rápidamente la arremetida frontal que su Padre le enseñó, la cual consistía en pararse sobre sus piernas y ejercer presión con sus poderosas patas. Taka era pequeño pero rápido, y su Padre le enseñó en primer lugar el agarre de cadera, enseñándole a escabullirse lo suficientemente bajo, morder la pierna y voltear al oponente. Por supuesto, había defensas para estos ataques, y también debían aprenderlas. Un león con una sola estrategia no podrá ser rey por mucho tiempo.
Yolanda, que era una leona muy poderosa, asistía a Ahadi en las demostraciones. Las lecciones lucían mucho más violentas en la demostración que durante la enseñanza. Mufasa y Taka permanecían hechizados mientras observaban, con horror, como Yolanda y Ahadi se enfrentaban haciendo acopio de todas sus fuerzas. No gruñían ni rugían pero, incluso en su dignidad, el crudo poder de la agresiva pelea era suficientemente evidente. Por supuesto, Ahadi y Yolanda tenían cuidado de no infringirse daños serios. Tenían sus garras retraídas y no ejercían presión en sus mordidas, pero utilizaban una gran cantidad de fuerza, y el olor del sudor impregnaba el ambiente.
Sarabi se acercó a Mufasa, tratando de no verse sospechosa. “Ten cuidado con él, Muffy,” le susurró. “Sabes que tú eres más fuerte. No tienes que probar nada lastimándolo.”
“No te preocupes, Sassie. Es mi hermano.”
“¿Entonces no lo harás quedar tan mal?”
Él sonrió. “En verdad te agrada, ¿verdad?”
“Sí.” Sarabi le dio una rápida lengüetada en la mejilla. “Gracias, Muffy. En verdad eres adorable.”
“Eso sin mencionar que es muy atractivo,” dijo Elanna, coqueteando.
Jadeando, Ahadi y Yolanda al fin se detuvieron. Ahadi se apartó la melena de los ojos y dijo. “Claro que (ahhh), si esto hubiera (ohhh) sido real (ufff), habría un (ahhh) ganador y (ohhh) un perdedor.”
Yolanda lo acarició. “Incosi (ahhh), toco tu melena.”
“Puedo (ohhh) sentirlo.” Ahadi respiró profundamente y exhalo con lentitud. “Muy bien, hijos míos. Ahora inténtenlo ustedes.”
Los dos hermanos se pararon cara a cara. Taka respiró profundamente y comenzó a rodear a Mufasa muy lentamente. Su cabeza comenzó a balancearse, trazando un patrón irregular al tiempo que aguardaba el momento pertinente para comenzar el ataque.
Mufasa se agazapó sobre sus patas delanteras y comenzó a dar la vuelta, cuidado siempre de estar frente a Taka. La velocidad con que Taka era capaz de saltar y agarrar la cadera era peligrosa, por lo que no se atrevía a dejar expuestas sus vulnerables piernas.
Taka frunció el entrecejo. “Muy bien,” pensó. Comenzó a rodear a Mufasa nuevamente, apresurando su paso e inhalando al compás de sus movimientos. Después dio una respiración corta y rápida.
Muffy se dio cuenta de sus intenciones y esquivó el ataque justo a tiempo. Taka cayó en un espacio vacío, mientras sus patas luchaban para no resbalar.
Ahadi asintió en silencio.
Al voltear a su alrededor, Taka observó a Muffy sonriendo burlonamente. Mostró los dientes amenazadoramente y comenzó a atacar con furia a su hermano. Muffy se sobresaltó, y comenzó a bloquear cada ataque con sus patas. Taka emitió un quejido al darse cuenta, con terror, de que estaba a punto de perder—nuevamente. Miró de reojo a Sarabi, tratando de percatar lo que sentía.
Eso fue todo lo que Muffy necesitó. Golpeó a Taka con la fuerza suficiente para desbalancearlo. Taka se encontró aprisionado bajo el enorme peso de Muffy antes de haber podido responder al ataque. “¡Ríndete!”
“¡No!” jadeó Taka, luchando por respirar mientras se esforzaba inútilmente. Muffy era muy fuerte para él.
Taka dio lo mejor de sí, pero Muffy tenía demasiada fuerza.
“¡Ríndete!”
“¡No!”
Taka no podía soportar que lo humillaran así, ¡no en frente de Sarabi! Se dio cuenta de que la pierna de Muffy estaba al alcance de su boca.
“¡Ríndete!”
“¡Dije—que—NO!” Hundió sus dientes en la pierna de Muffy. Mufasa se levantó de un salto al tiempo que gemía lastimeramente. Taka aprovechó la oportunidad para comenzar a atacarlo con toda su fuerza. Golpeó a Mufasa bajo la barbilla, provocando que sus dientes entrechocaran dolorosamente.
“¡Ya basta, Taka!” Mufasa comenzó a retroceder, frunciendo la frente con enojo. “No me obligues a ser rudo contigo.”
“Dame tu mejor golpe,” respondió Taka arrogantemente. “Sé que no estás peleando con toda tu fuerza. Después de todo, eres un bonachón.”
“Y tú eres un tonto.” Apretó sus ojos. Se acercó a Taka y comenzó a enfrentarlo. Taka trataba de golpear sus piernas para hacerle perder el balance, pero Muffy bloqueaba todos sus ataques. Taka comenzó a rodearlo e intentó atacar desde otro ángulo, sólo para obtener el mismo resultado. Comenzó a sentir temor al darse cuenta de que su fuerza disminuía. Desesperado, intentó repetir su ataque, tratando de agarrar la pierna de Muffy con los dientes totalmente expuestos.
“¡No!” Mufasa le dio un fuerte golpe con las garras extendidas. Taka cayó al suelo rodando. “¡Intenta hacer eso de nuevo y te golpearé en esa dura cabeza que tienes!”
Los pies de Taka temblaban, dio algunos pasos en falso, y después volvió a caer. Frotó su cara con su pata.
Sarabi quería correr a su lado a consolarlo, pero sabía que no debía hacerlo. Sólo haría que la situación empeorara.
Muffy observó la expresión de Sarabi y recordó su promesa. Volteó a ver a Taka y vio su aturdido rostro. “Taka, ¿estás bien?”
“Sobreviviré.” Trató de ponerse en pie y sacudió su cabeza.
Ahadi observó la herida en la pierna de Muffy. Volteó a ver a Taka y frunció el entrecejo. “Vaya pelea.”
“Hizo trampa,” dijo Elanna. “Y lo hizo dos veces.”
Taka los ignoró y se alejó, respingando por las punzadas que sentía en la mejilla, donde Mufasa lo había golpeado con tanta fuerza. Apartó con rabia las piedrecillas que se atravesaban en su camino, murmurando palabras que su Madre jamás le había enseñado.
Se dirigió hacia el frente de la Roca del Rey y se recostó en su lugar de descanso favorito, una repisa que descansaba bajo la confortable sombra de una saliente de granito. Con algo de aprensión levantó una pata y se tocó la cara cuidadosamente. Se sintió aliviado al no encontrar rastros de sangre.
“¿Taka?”
Volteó y vio a Sarabi acercarse elegantemente a donde él se encontraba. Sonrió apáticamente. “Hola, Sassie.”
Ella se acercó, mirándolo con irritación. “No me hables así, estoy muy enojada. ¡¿Qué crees que estabas haciendo?!”
Su sonrisa se desvaneció. “¿De qué estás hablando?”
“¿Acaso querías que te mataran? Déjame ver tu cara.” Comenzó a examinar la hinchazón bajo la cicatriz de su ojo izquierdo, pero el se lo impidió.
“No te preocupes. Habría ganado esa estúpida pelea si él no hubiese hecho trampa.”
Las cejas de Sarabi se levantaron. “¿Qué el hizo trampa? ¡Taka, le mordiste la pierna! ¡Me sorprende que él no te haya dado un buen golpe en la cabeza!”
Taka se enojó y la miró con disgusto. “Vaya, aprecio tu apoyo, Sarabi.” Agregó burlonamente, “Oh, Muffy, no seas duro con él, no es tan fuerte como tú.” Escupió con rabia. “¡No quiero que me DEJE ganar, quiero DERROTARLO por mí mismo! ¡Por una vez, me gustaría ser mejor que él en algo!”
“Pero lo eres,” dijo Sarabi. “No quiero que te lastimen, eso es todo.” Su voz comenzaba a temblar a la vez que luchaba por contener sus lágrimas. “Lamento si mi amor por ti está interviniendo en sus riñas.” Se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Taka se quedó paralizado. “¡Sassie, espera!” La observó alejándose por donde había llegado. “¡Dios mío, está comenzando!” gritó.
Corrió tras ella, se le adelantó y le cortó el paso. Sarabi se detuvo, perpleja.
“¡Lo siento! ¡Por favor, perdóname!” Comenzó a rogar con desesperación. Rodó sobre su espalda y comenzó a lanzarle leves zarpazos. “¡Te quiero! ¡Por favor no me dejes, Sassie!”
Sassie pudo ver el evidente terror que había en sus ojos, y sintió que el pelo de su cuello se erizaba. Dejó a un lado su ira.
“Intenté ganar limpiamente,” tartamudeó. “Si siempre estoy perdiendo, quizás dejes de quererme. Soy un perdedor, Sassie. No importa cuánto me esfuerce.”
“¿Es que tienes la cabeza llena de pasto seco?” Sarabi levantó la barbilla de Taka con su pata hasta que pudo verlo directo a los ojos. Te quiero porque eres agradable e inteligente y muy simpático. Eso no va a cambiar por el simple hecho de que Mufasa te gane en las luchas.” Sarabi le dio un beso con su cálida lengua y comenzó a acariciarlo. “Sin embargo, estoy un poco decepcionada de que hayas hecho trampa. Siempre pensé que estabas por encima de eso.”
“Oh.” Él no sabía si estar de acuerdo con ese comentario, pero la quería mucho. La besó en la mejilla y dijo, “Te querré hasta el día que me muera. Incluso más. Algún día todos podrán ver dos estrellas, juntas, en el cielo, y sabrán que somos nosotros.” Sus ojos se llenaron de lágrimas, sin sentirse apenado por ello. “Mi amor será más fuerte que el destino, y sobreviviré. Mi cuerpo quizá sea débil, pero Sassie, mi corazón es fuerte.”
“Taka, es esa profecía de nuevo. Lo sé. ¿Cuándo aprenderás a confiar en mí?” Le dio un golpe en la mejilla.
“Creo que tu bondad es lo suficientemente fuerte como para vencer esto, pero ya lo has escuchado. ‘Aquel que te tocó por primera vez habrá de causar tu perdición.’” Bajó la mirada. “Muffy fue el primero en tocarme. Él va a matarme, Sassie.”
“Eso es estúpido. ¡Él te ama!”
“Sabes que es más fuerte que yo. Un día vamos a tener una verdadera pelea, y entonces dejará a un lado su amabilidad y me matará.” Volteó a ver la basta sabana que se extendía ante ellos.
Sarabi estaba horrorizada. “¡Deja de hablar así, me asustas!” Se acercó a él y acarició su cabeza gentilmente. “Taka, creo en verdad TIENES la cabeza llena de pasto seco. Muffy te ama. Te necesita. Es tu hermano. Rafiki se equivocó—incluso Makedde lo dijo.”
Taka sonrió ligeramente. “¡Sí, es cierto! ¿En verdad crees que saldremos victoriosos? ¿Los tres juntos?”
Sarabi besó su mejilla dulcemente. “Por supuesto.” Se levantó moviendo la cola alegremente. “Quédate aquí y descansa, Taka. Regresaré en un minuto.”
“Está bien.” Recargó la cabeza en sus patas lentamente y cerró los ojos.
Sarabi corrió por el camino hacia la intersección con el promontorio, al frente de la Roca del Rey. Pisó suavemente por su lisa superficie y penetró en la frescura de la caverna principal. Sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la obscuridad, y finalmente pudo ver a Mufasa sentado cerca de ella, lamiendo su herida cuidadosamente.
“Muffy, tengo que hablar contigo.”
“Claro,” dijo Mufasa sonriendo.
“Es sobre Taka.”
Comenzó a irritarse. “Hey, traté de no ser muy duro, pero cuando me mordió me volví loco.”
“Lo sé, no estoy molesta contigo.”
Sarabi suspiró. “Es esa profecía de nuevo.”
“¿Volvieron a pelearse ustedes dos?”
“No. Bueno, sí, pero ese no es el punto.” Suspiró nuevamente. “No quiero que te preocupes, Muffy, pero, ¿recuerdas ese asunto acerca de que el primero en tocarlo causaría su perdición?”
“Sí, pero…” Sus ojos se abrieron de par en par. “Por los dioses, ¿¿es que acaso piensa que intento lastimarlo??”
Sarabi lo miró de cerca. “Jamás lo harás, ¿verdad? ¿Lo prometes?”
“¡Por el amor de los dioses!” Parpadeó muy sorprendido. “¡Por supuesto que lo prometo! ¡Es mi hermano!” Sacudió la cabeza. “¿Qué es lo que VOY a hacer con él, Sassie?”
“Decírselo. Él necesita oírlo de ti más que de cualquier otra persona.”
Asintió en silencio y comenzó a alejarse.
El pobre Mufasa quería pedirle consejo a sus padres, pero ese asunto lo hacía sentirse profundamente avergonzado. Se resignó y decidió tratar a Taka de “la manera acostumbrada”: seguirle la corriente, sin importar que tan ridículo fuera, y recordarle en todo momento cuanto lo querían.
Finalmente dio con Taka.
Taka estaba descansando en un extremo del promontorio. Era el mejor lugar que conocía para olvidar su mal humor cuando sentía que todo el mundo estaba contra él. El paisaje le ayudaba a poner sus problemas en perspectiva ante el gran espectáculo de la vida.
“¿Taka?”
“¿Qué?” Taka no se molestó en voltear.
“Acabo de ver a Sassie.”
Taka volteó esta vez. “¿¿Qué te dijo??”
“No mucho.” Muffy trató de mantener su cola quieta. Aparentemente lo logró. “Estaba irritada. Se veía un poco deprimida, así que le pregunte si algo le molestaba.”
“Por los dioses, ya vamos a empezar.” Taka se dejó caer nuevamente.
“Ella vio como nos peleamos, y recordó la profecía. Ya sabes, la parte que decía que el primero en tocarte causaría tu perdición.”
“¿Oh?” Taka lo miró de reojo. “¿Y qué le dijiste?”
Mufasa sonrió, pero una lágrima rodó por su mejilla. “Le dije que eres mi hermano. Lamento haberte lastimado. Me mordiste, y entonces me volví loco. Sabes que Sassie y yo te amamos. Ella se preocupa por ti. Siempre está hablando sobre el día en que se casarán cuando sean mayores.” Mufasa sentía un nudo en la garganta. “No sabes lo afortunado que eres, Taka. Yo tengo el reino, pero tú tienes a Sassie.”
Taka le sonrió, esta vez con sinceridad. “Sí, creo que sí. Ella es muy linda, ¿verdad?”
Mufasa asintió en silencio, incapaz de responder.
Taka lo miró de cerca. “Pero Muffy, estás celoso…”
“¡No me vengas con eso!”
“No, de verdad.” Taka sonrió muy sorprendido. “¡Por los dioses! ¡Estás celoso de mí! Y todo este tiempo…” Se puso de pie, lleno de vigor, estiró las piernas y corrió hacia Muffy. Lo acarició y puso su pata alrededor del hombro de Mufasa. “Debes pensar que estoy loco.”
“No. Bueno, no mucho.”
“Algunas veces siento como si lo estuviera. Papa siempre está en su juicio. Él siempre sabe como salir de los problemas.” Una lágrima rodó por la mejilla de Taka. “Ayúdame a lidiar con esto, Muffy. Si los tres nos esforzamos, podremos vencer esta profecía. Podemos hacerlo. En el fondo eres bueno; también Sassie lo es. Tenemos que ser muy buenos para salir victoriosos.”
Mufasa luchó contra el nudo que sentía en la garganta y dijo, “No te preocupes. Lo lograremos.”
CAPÍTULO XI
LA FIEBRE LEONINA
“…Y así fue como Aiheu el Hermoso creó el Mundo de Ma’at (tierra) y se lo entregó a sus pequeños espíritus para que lo habitaran. Y ellos lo alabaron, pues la tierra que les ofrecía era muy hermosa. Pero durante los primeros días, que fueron llamados los Días del Ka (espíritu), hubo quienes no eran tan felices como Aiheu deseaba.
‘¿Qué es lo que puede ofrecernos está tierra?’ le preguntaron. ‘El sol no nos calienta. El agua no nos purifica. El viento no nos refresca. ¿Cómo es que éste puede ser nuestro hogar si no somos capaces de sentir el pasto moviéndose bajo nosotros?’
Así que Aiheu tomó ma’at (tierra) y la mezcló con maja (agua) hasta que adquirió la consistencia necesaria para poder ser moldeada. Y a aquellos Ka que deseaban conocer el placer les entregó cuerpos que había formado con el barro, y soplando en ellos el aliento de la vida permitió que, mientras fuesen capaces de respirar, formaran parte del Mundo de Ma’at. Y el sol pudo calentarlos, y el agua purificarlos, y el viento refrescarlos. Ellos conocieron estos y muchos otros placeres que Aiheu les entregó como un derecho de nacimiento, pero también les hizo una advertencia. Ya que el dolor es hermano del placer, aquellos que están hechos de ma’at deben aceptar el dolor junto con el placer.”
— EL GÉNESIS SEGÚN LOS LEONES , Variación D-4-A
Rafiki despertó con su baja espalda agarrotada. A su edad, los dolores matutinos eran muy frecuentes, y tenía que tomar una preparación herbácea para poder iniciar sus labores. Debido a que la medicina debía estar fresca y húmeda para ofrecer resultados satisfactorios, Rafiki tenía que preparar dosis individuales cada vez que era necesario. Eso significaba que tenía que trabajar cansado y adolorido. Sin embargo, Rafiki no se quejaba. Es por ello que vivía solo, sin nadie con quien discutir; además él era un chamán, y aceptaba lo que la vida le daba con agradecimiento.
Un poco de bonewort remojado en un cuenco con agua aliviaría la rigidez de su columna. Inmediatamente seguía un poco de corteza de Senophalix y algunas raíces de Psamnophis gelleri para el dolor. Pero el último ingrediente era polvo de Alba, una rara flor roja. Ésta no crecía en las cercanías, y Rafiki tenía que llegar a ciertos acuerdos para poder conseguirla. Sus reservas de este raro medicamento estaban casi agotadas, así que por esa vez usó un poco menos de lo que acostumbraba. Rafiki ya había solicitado un poco de Alba a los monos que vivían en bosque próximo a su baobad.
Los otros mandriles pensaban que Rafiki era extraño. No podían entender la necesidad que él tenía por esa flor, pero con gusto aceptaban los comisiones que Rafiki les daba. Por esa razón, el valioso tiempo que podría utilizar para ayudar a los demás lo empleaba en recolectar hierbas y chucherías por montones que le sirviesen para efectuar trueques.
Rafiki mezclaba los ingredientes en un tazón utilizando un hueso de antílope, hasta darles una textura pastosa, y después tomaba la amarga mezcla con cierto reproche; inmediatamente bebía algo de agua y un poco de miel para disipar el sabor que la medicina le dejaba. El medicamento no actuaba de inmediato. Sin embargo, se sentía mejor al saber que la ayuda ya estaba en camino.
Mientras el alivio llegaba se preparaba para rezar sus oraciones matutinas, comenzando siempre por dar las gracias, después pedía por el bienestar de cada león del Reino sin importar que estuviesen sanos o enfermos, y al final pedía con humildad, “Recuerda al viejo Rafiki, quien confía en ti.”
Su desayuno era muy sencillo. El mango era su favorito, seguido de una Kannabia australoafricanus madura, a la cual él llamaba por su nombre en Mandrileño , que era igualmente impronunciable. La miel era difícil de obtener, y su edad no le ofrecía gran ayuda; además, incluso en la mejor de las colectas, había que tener mucha suerte para conseguirla. Debido a ello, Rafiki tan sólo puso algunas gotas de miel en la fruta, para sazonarla, y terminó de tomar el desayuno. Tal vez en la otra vida habría suficiente miel para saciar su apetito, el cual aumentaba junto con su edad. Él sabía que pronto despejaría sus dudas respecto al más allá; éste un hecho que siempre recordaba cuando veía sus plateados cabellos reflejarse en el cuenco de hidromancia.
Después de que tomaba su desayuno y limpiaba sus dientes con una rama de acacia masticada comenzaba con sus labores diarias. La flor de Alba lo esperaba—los monos dijeron que se la darían en tres días, y ya era tiempo. Esos monos eran unos sinvergüenzas, pero eran muy puntuales. Ya había juntado tres montones de ramas y hojas, los roció con agua y los envolvió en una hoja de Rattasia asegurada con espinas de acacia. El trueque se realizaba con todo el cuidado que merecía el modesto cúmulo de rojas flores que aguardaban por Rafiki en el bosque.
Rafiki estaba a punto de irse cuando llegó Mufasa. Muffy tenía un año y medio de edad, y algunas matas de melena comenzaban a crecer alrededor de sus orejas y cuello, dejando ver que estaba convirtiéndose en todo un león.
“Casi me había olvidado de nuestra cita.” Rafiki puso sus montones de hierba a un lado. “Tienes problemas para dormir, supongo. ¿Has perdido el apetito?”
“Sí.”
“¿Tienes dificultad para concentrarte?”
“Y no te olvides de la depresión. Me he sentido triste antes, pero ahora estoy realmente abatido.”
“Ya veo.” Rafiki puso su oído sobre el pecho de Muffy. “Inhala. Muy bien. Ahora exhala muy lentamente.” Dio unos golpecillos sobre el pecho de Muffy con sus nudillos. “Una vez más.” La respiración de Muffy parecía estar de acuerdo con su diagnóstico. Le tocó el cuello para tomar su pulso y parpadeó. “Dentro de muy poco voy a tener que tomarte el pulso en el brazo. Esta vieja melena está comenzando a estorbar.” Mufasa sonrió orgullosamente. “Y dime, ¿cómo está Taka?”
“Muy bien.”
“Supongo que la tos ya cesó.”
“Sí, Rafiki. Me aseguré de que se tomara toda su medicina. Esta vez no tuvo oportunidad de esconder las hierbas bajo su lengua y escupirlas cuando no lo viera.”
“¿Cómo lo lograste?”
“Froté su cuello hasta que tuvo que tragar saliva.”
Rafiki se rió. “Tan sólo es un gran cachorro. ¿Y Sarabi?”
“Oh, ella está bien.”
Rafiki lo miró muy sorprendido. “¡Pero qué tenemos aquí! ¡Tu pulso está saltando como una liebre!” El mandril miró a Muffy directamente a los ojos. “Yo diría que tienes la fiebre.”
“¿La fiebre?”
“La fiebre leonina.” Rafiki comenzó a frotar su barba. “Y Sassie es la razón de esa fiebre, puedo asegurarlo. ¿Taka lo sabe?”
“No, eh—quiero decir…”
Rafiki sacudió su dedo ante Mufasa. “No trates de ocultarlo poniendo esa cara de inocente. Yo sé que es lo que está pasando.” Miró los ojos de Muffy y suspiró profundamente. “Te golpeó muy fuerte, hijo mío.”
Mufasa comenzó a mirarlo muy nervioso. “Debe haber una cura para esto. No voy a traicionar a mi propio hermano. Debes tener algo por ahí que haga que las personas no se enamoren.”
“Ni siquiera tengo algo para hacer que las personas SE enamoren. Pero dime, ¿Sarabi TE quiere?”
“Bueno, es mi amiga. Por supuesto que me quiere.”
“Sabes a lo que me refiero… fiebre leonina . ¿Nunca te ha dado alguna señal? Ya sabes, como sentir que está persiguiéndote y que en cualquier momento va a lanzarse sobre ti.”
“No. Yo—bueno, ella—no. Ella es muy apegada a mi hermano. Oh, Rafiki, algunas veces desearía ser tan sólo un cachorro. Quiero a Taka, en verdad, pero Sassie está en mi mente todo el tiempo. No puedo ser débil, no con la chica de mi hermano. ¿Estás seguro de que no hay nada que pueda hacer?”
“Tal vez un buen chapuzón en agua fría te ayude.” Le dio unos golpecitos a Muffy en el costado. “No tienes nada que no se arregle con un poco de conciencia y algo de tiempo. Pero mantén los ojos abiertos. Se justo con Sarabi. Lo que ella desee también es importante. Y creo que te estás subestimando en ese aspecto.” Le obsequió una gran sonrisa y le murmuró al oído, “Si no puedes complacer a ambos, entonces complace a la chica. ¡No tienes que preocuparte por algo que ella no siente!”
CAPÍTULO XII
UNA SEÑAL DE PODER
Habían pasado seis lunas desde la plática de Muffy y Rafiki. Mufasa y Taka habían aumentado en tamaño y fuerza. Este milagro se hizo aún más evidente por la rapidez con que se dio. No se apreciaba gran diferencia entre un día y otro, pero no había duda de ello cuando había que caminar por debajo de alguna rama baja. Los hermanos, hijos del Rey, comenzaban a llamar la atención de los demás con su poderosa y atractiva apariencia.
El orgullo de Mufasa estaba desproporcionado en comparación con los dispersos cabellos que comenzaban a incursionar en su cabeza y cuello, haciendo que se vieran más peludos que el resto de su cuerpo. Pero era igualado por el orgullo de sus padres Ahadi y Akase. Ahadi siempre insistía en que estaba igualmente orgulloso de Taka, y Taka quería creerlo con desesperación.
Taka tenía la melena obscura, algo que muchas leonas consideraban muy atractivo. Continuamente su madre Akase le decía que la felicidad era más importante que el poder, y que si tenía que elegir alguno, eligiera la felicidad. Taka sabía que tenía razón. Con frecuencia era infeliz, pero creía en su madre y en su amor incondicional. Y en cierto grado creía en el amor de Sarabi, a pesar de que en los últimos días habían tenido más riñas que pláticas.
La Ceremonia de Cubrimiento parecía ser el único tema de conversación entre Ahadi y Akase—y de hecho, de cualquier persona. Las primeras matas de melena son, para la mayoría de los cachorros machos, la señal de que están a punto de aventurarse en El Gran Mundo, y ello les trae lo mismo temor que esperanza. Comienzan a sentir un interés por las leonas que va más allá de simples juegos. Para Mufasa, éste era un paso que lo acercaba cada vez más al trono—el Príncipe estaba creciendo. Nadie esperaba que el hermano de Mufasa se aventurara en El Gran Mundo. Él, como Mufasa, recibiría una ceremonia con todos los honores, y sería nombrado Príncipe Segundo.
No había duda alguna de que todos los habitantes de las Tierras del Reino estarían ahí para admirar al futuro Rey. El Cubrimiento de Taka era lo último en lo que se interesarían, y Taka tenía que soportar el verse obscurecido por la gran sombra de su hermano.
Taka estaba sentado en el promontorio de la Roca del Rey, inmerso en sus propios pensamientos. Observaba la basta sabana debajo de él, ahora ocupada por algunos ñus; pronto estaría llena con la multitud aclamando a su futuro Rey. Y ese hermano suyo—el de la cicatriz en el ojo. No fue sino hasta recientes días que los demás leones dejaron de hablar con él sin observar su ojo. Ya había pasado la etapa en que todos se morían por preguntarle, “¿Cómo te sientes?” o “¿Puedo ayudarte?” Ahora ya estaba sano, y todos se habían hecho a la idea. Pero conforme se familiarizaban con la situación, los rumores sobre cómo es que había ocurrido aquél incidente—la mayoría ciertos—empezaron a dispersarse, y muchos comenzaban a referirse a él por el apodo de Skar . No era de extrañar que nadie culpara a Mufasa por lo que le había pasado al ojo de Taka. En lugar de ello se preguntaban como es que había sido tan estúpido para meterse en la madriguera de un tejón. Todos saben cómo son los tejones—es decir, todos los que tienen sentido común.
“¡Hey Taka!” dijo Mufasa, sentándose a su lado. “¿Estás pensando en el gran día?”
“Sí, claro.”
“Bueno, pues no te ves muy contento que digamos.”
“Estoy bien,” dijo Taka firmemente. “No puedo hacer nada con mi apariencia.”
“Bueno, está bien.” Mufasa saltó ágilmente y se sentó al otro de su hermano para poder mirarlo a los ojos. “¿Qué es lo que te pasa? Es decir, también es tu gran día. Todo el Reino estará presente para ver tu melena. Además, ¡a las chicas les encantará! Ya sabes, sin la melena tan sólo eres un gatito.”
“Debes pensar que soy muy estúpido,” dijo Taka. “¿Quién se va a preocupar por mí? La mitad del Reino ni siquiera sabe que existo. Para ellos tan sólo soy el chico del ojo chistoso.”
“Tú me ayudas a proteger las Tierras del Reino,” dijo Mufasa. “Eso es importante. Y oye, si algo llega a pasarme, tú te convertirás en Rey.” Señaló la sabana con su pata. “Todos lo saben. Y será mejor que te traten con respeto, o tendrán que vérselas conmigo.”
Taka miró a Mufasa directamente a los ojos, algo que incomodaba mucho a Muffy. Sentía como si Taka pudiera ver a través de él y analizara sus entrañas. Estaba buscando un recuerdo lejano de su inocente infancia, cuando la amistad era un verdadero tesoro. “¿Me extrañarías si muriera?”
“Por supuesto que te extrañaría,” dijo Mufasa, algo irritado. “¿Por qué me preguntas algo tan estúpido?”
“¡No me digas estúpido! ¡Odio que la gente me llame así!”
“No te llame estúpido,” dijo Mufasa, retrocediendo. “¿Cuál es tu problema? Ve a refunfuñar a otro lado—es lo que siempre haces. Pero más vale que te comportes bien mañana. Eres el hijo del Rey, así que actúa como tal. No quiero que estropees mi Cubrimiento, ¿entendido?”
“Lo entiendo perfectamente. No voy a estropear TU Cubrimiento, hermano.”
Tras haber hablado, Taka se alejó del promontorio y lentamente se dirigió camino abajo.
Sarabi estaba descansando, semidormida, a la sombra de un árbol de acacia cuando Taka se aproximó. Sus agudos instintos le advirtieron de las suaves pisadas que se acercaban a ella. Alzó la mirada rápidamente, y después se sintió relajada. “Oh, tan sólo eres tú, Taka.”
“¿Tan sólo yo?”
Sarabi frunció el entrecejo. “No empieces otra vez. Leones… tan sólo les crece algo de pelo en el cuello y se sienten tan importantes.” Le dio un ligero golpecillo. “Dime, Taka, ¿vas a estar así cuando estemos los dos solos?” Sonríe si pensaste en alguna diablura.”
“No digas tonterías.”
“Sonríe si crees que soy atractiva.”
El apartó la mirada. “Ya deja eso, ¿quieres?”
Añadió con un ligero y sensual ronroneo, “Sonríe si crees que sobrevivirás a la luna de miel.”
Taka sonrío un poco apenado, y trató de ocultarse tras una pata.
“Eres un diablillo optimista, ¿verdad?” Sarabi lo acarició afectuosamente. “Así me gusta. En verdad detesto que nos peleemos.”
“Yo también,” dijo Taka. “Debería darte la razón más seguido.”
Sarabi lo miró con reproche. “No quiero que me des por mi lado. Ambos deberíamos de estar de acuerdo cuando hablamos. No quiero que seas complaciente conmigo.”
“No quise decir eso.”
“¿Entonces qué quisiste decir? No soy estúpida.”
“Lo sé.” Taka comenzó a lamer su pata y acicalar su melena. Era algo que siempre hacía cuando estaba nervioso. “Sassie, no quiero que volvamos a pelear. He estado pensando en la profecía. He pensando mucho en ella últimamente.”
“No creo en ella,” dijo Sarabi firmemente. “Pensé que ya lo habías olvidado.”
“No puedes culparme por estar preocupado. Quiero decir, antes del estúpido incidente del tejón, tú y yo nunca peleábamos.” Comenzó a lamer su pata nuevamente, y empezó a acicalar el otro lado de su cuello.
“Deja de hacer eso,” dijo Sarabi.
“¿Qué cosa? Oh…” Taka bajó su pata. “¿Siempre me querrás? Quiero decir, Makedde dijo que algunas veces podemos forjar nuestro propio destino. Si nos esforzamos lo suficiente podemos cambiarlo.”
Sarabi lo acaricio. “Algunas veces ni tu propia madre podría quererte,” le dijo. “Pero éste no es uno de esos momentos. Olvida esa profecía—me gustaba más como eras antes, cuando confiabas en mí.”
“Confío en ti,” dijo Taka, acicalando su melena nuevamente. “En verdad no creo que alguna vez QUISIERAS odiarme. Pero a veces suceden cosas—cosas malas.”
“¿Cómo qué?”
“No lo sé, pero sabes a lo que me refiero. Es decir, tal vez haré algo realmente estúpido y entonces dejarás de quererme.”
“¿Qué estás tratando de decir?”
“Estoy a punto de llegar a la mayoría de edad, el momento en que un león se aventura en El Gran Mundo para buscar fortuna. Más que sustento o bebida, yo tengo una necesidad. Amor, Sassie. Papá y Mamá me aman. Quizá no tanto como a Muffy, pero me aman. Y tú me amas, ¿no es verdad?”
“¡Sí! ¿¿Cuántas veces tengo que decírtelo??”
“Una vez,” susurró Taka. Colocó su pata izquierda sobre el hombro de Sarabi. Pudo sentir cómo ella temblaba. “Es tiempo de que pongamos en claro nuestras intenciones. Te amo.”
“No tienes la edad suficiente,” dijo Sarabi. “Al menos no en los ojos de la Manada. Es corban. Jamás estarían de acuerdo.”
“Entonces no pidamos su aprobación,” dijo Taka. “Si estás segura de tu amor por mí, entonces hagamos un voto. No volveré a pedírtelo hasta que vengas a mí por tu propia voluntad. Pero si accedes, los dos escaparemos. Esta misma noche, si así lo deseas.”
“Me siento honrada, en verdad,” dijo Sarabi. “¿Pero cómo estás seguro de que siempre me querrás como tu leona? Somos amigos pero, ¿en verdad sabes qué es lo que deseas?”
Taka colocó una vez más su pata en el hombro de Sarabi, y comenzó a recorrer su fuerte y hermosa figura. “Nuestro amor podría mover la Tierra y el Cielo,” le susurró seductivamente. “Se propagaría como las ondas en un riachuelo, cada vez más grande, extenso y profundo. Sabes que te amo. Cuando me miras, cuando me tocas, te amo. Sarabi, mírame. Sabes que te amo.”
Sarabi sintió como los ojos de Taka se encontraban con los de ella. Era lo que las leonas llaman ‘La Mirada’. “Te creo.” Trató de apartarse de La Mirada, y bajó la vista. “Serás Príncipe Segundo. Es tonto pretender marcharte cuando te quieren aquí. Estamos seguros aquí—allá afuera, en El Gran Mundo, hay muchas incertidumbres. Tenemos que pensar en nuestros hijos.”
“Tan sólo necesito saber algo con certeza,” dijo Taka apasionadamente. “Ante los dioses, ante las estrellas, ante todos juro darte por siempre mi protección, mi amor y mi consuelo.” La observó suplicante, como un pequeño cachorro temeroso de la obscuridad. “Vamos, Sarabi. Dilo.”
Sarabi intentó tocar la pata de Taka con la suya. Estaba temblando, y no pudo hacerlo. En la intensidad del momento no pudo decir una palabra.
Transcurrió un momento de pena. La cara de Taka cambió visiblemente—era como verlo agonizar. “Lo entiendo,” dijo. “Tan sólo eres una pequeña leona en un gran mundo. ¿Cómo esperar que te enfrentes al destino?” Sus orejas descendieron sobre su cabeza con desaire, y su cola cayó al suelo. “Sería mejor para todos que yo me fuera. Quiero ser recordado con cierto cariño—tal vez con un poco de pesar por lo que pudo haber sido. Y pudo haber sido hermoso, Sassie.”
Sarabi sintió que sus ojos se nublaban. Taka comenzó a alejarse entre la maleza sin decir nada más.
“En el fondo del corazón las sombras están congregadas
En una tierra por sollozos y lágrimas inundada,
Donde los sueños perdidos y las esperanzas olvidadas
Llegan a reunirse en una obscura y profunda hondonada.”
“¡Más esos emisarios no se marchan con sumisión
A ese olvidado reino de infinita desolación!
Ellos te sacudirán el alma hasta llamar tu atención.
Aunque intentes enterrarlos hallarán una evasión.”
“Pesa el corazón de los decepcionados
A lo largo del vacío camino que han de recorrer.
Ese es el destino de los descorazonados,
Cuando la obscuridad su luz ha llegado a ensombrecer.”
“¡Más esos emisarios no se marchan con sumisión
A ese olvidado reino de infinita desolación!
Ellos te sacudirán el alma hasta llamar tu atención.
Aunque intentes enterrarlos hallarán una evasión.”
Sarabi observó como se alejaba cada vez más y más, hasta que se convirtió en una pequeña mancha parda entre la bruma. El pánico la dominó, y las palabras brotaron de su boca. “¡Taka! ¡Espera! ¡Lo haré!” Aparentemente él no escuchaba otras voces que las de su propia cabeza. “¡Taka!”
A pesar de que su esencia aún impregnaba el aire, ya no estaba ahí. Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Sarabi. “Que los dioses te acompañen.”
CAPÍTULO XIII
AMIGOS EN LUGARES DESOLADOS
Taka se marchó de las Tierras del Reino sin recibir siquiera la bendición tradicional. Jamás aprendió a cazar, pues nunca pensó que algún día se iría de su hogar. Ahora se dirigía hacia el valle del río. Se consolaba pensando que a donde iba no necesitaría habilidades para cazar ni un lugar donde recargar su cabeza. Tal vez, una vez que estuviese con los antiguos reyes, podría mirar hacia abajo y ver a su amada a través de la bóveda celeste. ¿Se casaría? ¿Tendría hermosos cachorros cuyas sonrisas infundiesen amor al corazón del mismo Aiheu? ¿Llegaría a recordarlo con el paso de los años?
Al fin llegó al borde del valle del río. Ahora que estaba en el umbral de la muerte, la sangre corría por sus venas y su corazón golpeaba como un martillo. Cerca de donde se encontraba había una escarpada vertical, la clase de lugar del cual un león puede caer y caer sin golpearse contra los peñascos, hasta llegar al final. Llegar al final—vaya idea. ¿Sería doloroso? ¿Tendría tiempo para sentir dolor? ¿Abría alguna diferencia en la forma en que cayera? Muy pronto lo sabría.
“Gran Aiheu, creador del universo, aquí estoy lejos de todos, solo, para recibir mi muerte. Perdona todo el daño que he causado. La noche se cierne sobre mí al tiempo que el aliento que me otorgaste regresa a ti.” Rezó sus oraciones formales, y gritó, “¡Dioses, ayúdenme! Tengo miedo. Permitan que sea rápido. ¡Aiheu abamami!” Tensó sus piernas para dar el último salto hacia el olvido.
Justo cuando estaba a punto de saltar hacia su muerte escuchó el agonizante alarido de una gacela, y volteó para observar de donde provenía. Entonces pudo ver a una hiena solitaria jadeando; estaba arrastrando un trozo de carne fresca. A pesar de su profunda pena, estaba hambriento. Incluso si decidía morir, no moriría con hambre. “Aiheu provee.”
Estaba gustoso de poder experimentar un último placer antes de morir, y corrió hacia la presa mostrando los colmillos. La hiena, una hembra, retrocedió. Taka la miró; era la primera vez que veía una hiena de cerca. Había algo en ella que lo tomó por sorpresa. En un lado de su cara había unas horrendas cicatrices, y le faltaba un ojo. Su mirada se quedó fija en la horrible herida, petrificado por el pensamiento de que, al menos en ese aspecto, ambos eran iguales, con la única diferencia de que ella estaba tuerta. De alguna manera se dio cuenta de que ella observaba su ojo. Durante un momento ambos se observaron mutuamente.
“Tengo hijos, mi señor,” dijo la hiena finalmente. “Ten piedad de la pobre Fabana. Después de que te hayas ido, tendremos que seguir luchando para vivir.”
“En efecto,” le contestó. “Hay suficiente para todos. Yo…” dudó un momento en decírselo. “No me gustaría morir hambriento.”
“¿Qué es lo que te pasó? ¿Tu padre te hizo eso?”
“¿Qué?”
“Tu ojo. Ustedes lo leones piensan que somos rudas,” le dijo. “Dicen que no merecemos vivir en las Tierras del Reino. Pero nosotras no arrojamos a nuestros hijos a las incertidumbres del mundo. Los amamos. Dime, extraño, ¿alguna vez has escuchado que una hiena intentara suicidarse?”
“No, creo que no.” Cambió inmediatamente el tema. “Dijiste que eras madre. ¿Dónde están tus cachorros? También tienen que comer. No voy a lastimarlos. En estos momentos sólo soy un peligro para mí mismo.”
“Creo que puedo decírtelo.” Comenzó a llamarlos suavemente. “Shenzi , Banzai , Edward . No hay peligro. Vengan.”
Tres cachorros salieron de entre la maleza y observaron al león. Taka nunca antes había visto hienas pequeñas. La joven hembra miró a Taka en la misma forma que lo había hecho su madre unos momentos antes.
“Mi nombre es Taka,” dijo tranquilamente. “No tengan miedo.” Se echó sobre el suelo, asemejando una enorme esfinge. Ahora que lucía menos aterrador, los cachorros se acercaron cautelosamente y comenzaron a olfatearlo. “Así que éste es Edward. ¿Qué significa?”
“Es el nombre de un hombre. Él me salvó cuando era pequeña. Mis padres murieron en un incendio. Siente mi cuello.”
Taka recorrió muy cuidadosamente el cuello de la hiena con su pata. Pudo sentir un lugar en el que no había pelaje.
“Es por el collar,” dijo la hiena. “Estaba atada a un árbol con una soga. Una soga es algo así como una enredadera, pero mucho más fuerte.”
“¿Entonces era cruel contigo?”
“No, pero su perro sí. Un día los insultos no le bastaron, y el infeliz me hizo esto. Le mostró su cicatriz a Taka. “Lo maté. Fue por eso que el hombre me echó. Pero no olvido que él me salvó la vida, así que llamé a mi primogénito Edward.”
“Tú me has salvado la vida. No creo tener el valor para acercarme a ese precipicio una vez más.” La miró suplicante. “Por favor, no me corras de aquí.”
“Tus problemas no son tan malos,” le dijo. “Muchos leones logran sobreponerse a ello. Algún día encontrarás seguridad y amor.”
“De hecho ya los tenía, o al menos eso pensaba. No sabes lo que he sufrido.”
“Come y después me contarás.”
Taka acometió contra el cadáver con desesperación; después de que las primeras mordidas aminoraron su apetito, la sabiduría regresó a él. Se detuvo a tiempo para dejar algunas buenas porciones, e insistió en que Fabana terminara con el botín.
“Mi padre, Ahadi—has escuchado sobre él, ¿verdad?”
“Es el Rey León, ¿no es así?”
“Sí.”
“¿Entonces tú eres el Príncipe?” Fabana se quedó boquiabierta.
“No, Príncipe Segundo.”
“Oh, eso lo explica todo.” Sacudió la cabeza. “Jamás pensé que un príncipe desearía suicidarse. ¿Supongo que no te llevas muy bien con tu hermano?”
“En realidad, me agrada mi hermano. No es muy inteligente, pero tiene un buen corazón.”
Ella se relamió. “Entonces sólo queda una posibilidad. Es una chica. Apuesto que te dejó por el Príncipe, ¿no es así?”
“No.” Lo negó rápidamente, aunque no era del todo imposible. “Ella no es cualquier leona, y éste no es cualquier problema sentimental.”
“Eso es lo que todos dicen.”
“Sí, pero detrás de esto hay una maldición. Espíritus malignos. Makedde estaba atendiéndome por mi problema con este ojo cuando su hermano Rafiki trató de decirme mi futuro.”
“¡Rafiki!” Fabana dejó de comer. “Por Dios, cariño, debiste decírmelo antes. ¿Así que espíritus malignos? ¿Una maldición?”
Durante más de una hora Taka le abrió su corazón a Fabana, y mientras lo hacía observó como ella asentía una vez tras otra. El decírselo todo lo hizo llorar, pero las lágrimas lo hicieron sentirse mejor, mucho mejor.
Una vez que hubo terminado, esperó ansioso a oír la historia de Fabana. Pero ella no habló mucho de su vida. Una cosa fue lo que sí dijo—Jalkort , el padre de sus hijos, había sido asesinado, culpado injustamente por el asesinato de la Princesa Avina. “Él comió después de que ella había muerto; hizo muchas tonterías, pero el no mató a tu Tía. Algún día me enfrentaré al Rey para defender su honor.”
“¿A pesar de que ya está muerto? ¿Qué ganarías con eso?”
“Él era mi esposo.”
“Eres una romántica,” dijo Taka, besándole la mejilla. “Si estuviera en dificultades, no me molestaría el tenerte de mi lado. Tal vez pueda arreglar un encuentro.”
Fabana sintió compasión por Taka y le enseñó todas las contraseñas y señales que le permitirían pasar a salvo por sus tierras. Pero lo que es más importante, le dio algunos consejos que cambiarían su futuro para siempre. “Conozco al mandril del que hablas. Él también me dijo mi fortuna. Dijo que conocería amigos en lugares desolados, pero que me traicionarían en mi hora de necesidad. Tú no me has traicionado. Mi consejo es que te olvides de esa profecía—es una tontería sin sentido que te ha costado muy cara. Discúlpate con tu amada. Besa a tu madre. Has que tu padre esté orgulloso de ti. Y recuerda a la vieja Fabana. Si algún día llegas a ser Rey, enséñale a tus hijos que todos tenemos un corazón y un alma bajo nuestras distintas apariencias.” Llevó a sus cachorros junto a ella. “Levanta el castigo que pesa sobre ellos.”
CAPÍTULO XIV
LA CONFRONTACIÓN
Sarabi estaba llorando cuando Mufasa la encontró. Él la acarició afectuosamente, y trató de encararla cuando ella volteó la mirada. “Sassie, puedes decírmelo.”
“Es Taka. Se ha ido.”
“¿Qué es lo que quieres decir?”
“Se ha ido. Ha abandonado las Tierras del Reino. Me suplicó que fuera con él, pero yo no estaba segura. Ahora desearía haberlo hecho. ¡Él está solo, Muffy! Es amable y bondadoso, pero no sabe nada sobre cómo sobrevivir en El Gran Mundo.”
La noticia tomó a Mufasa por sorpresa, a pesar de que le creía a Sarabi. “¿Te dijo a dónde iba?”
“No. Tan sólo se fue.”
“Sassie, no llores. Sé lo mucho que lo amas. Todos lo amamos. Quizá, cuando las cosas se calmen, él regresará.”
“¿Tú crees? ¿En verdad lo crees?”
“Sí, Pero tal vez tome algo de tiempo. Es un león muy orgulloso.”
Sarabi bajó la mirada. “¿Qué es lo que voy a hacer? Siempre pensé que Taka y yo estaríamos juntos—sólo nosotros y nuestros cachorros. ¿Qué es lo que tengo ahora? Envejeceré sola y sin amor como la pobre Barata .”
Mufasa sintió que se le formaba un nudo en la garganta. “Sassie, tengo que decirte algo que va a sonar atroz dadas las circunstancias.” La miró a los ojos. “Yo no quería entrometerme en el camino de mi hermano. Pero las cosas han cambiado, y tengo que decírtelo o voy a reventar.”
“¿Es lo que creo que es?”
“Probablemente.” La acarició suavemente. “¡Por los dioses, Sassie, me siento como el canalla más vil del mundo! Como la sabandija más rastrera que haya salido de una roca. Pero te amo. Siempre te he amado. Hubo momentos en que habría dado cualquier cosa por que tú me amaras en vez de a Taka. Pero no quiero perder a mi hermano, ni lastimarlo. Toda mi vida he sentido como si me partieran en dos. No podría soportar el perderlos a ambos. No me odies por ser sincero.”
“No te odio.” Sarabi lo acarició. “Siempre he sabido lo que sientes. No puedes ocultar algo como eso.”
“Quizá no me ames en la forma que yo te amo. Pero al menos te agrado, ¿no? Es decir, siempre me aseguraré de que tengas lo que necesites. Cuidaré de ti. Si te casas conmigo, haré cualquier cosa que me pidas—cualquier cosa.”
“¿Incluso perdonar a Taka?”
“Haces que suene muy duro. Él es mi hermano. En verdad quiero que regrese a casa.”
“Necesito pensarlo,” dijo Sarabi.
Mufasa asintió. “Por supuesto.”
Sarabi se disculpó, se levantó del lugar donde estaba recostada y se alejó lentamente. Comenzó a vagar por entre los altos pastizales de la sabana, sola con sus pensamientos. Todo era tan simple antes. Ayer tan sólo era una cachorrita, pero ahora era una leona. Una leona que tenía que decidir a qué león amaría, y a qué león tendría que compadecer.
Ahora comenzaba a darse cuenta de que su amor por Taka era un hermoso amor de hermana, un amor que no necesitaba, ni siquiera deseaba, ser expresado en pasión. Por otro lado, Muffy despertaba en ella sentimientos nuevos y un poco de temor, pero de una forma maravillosa. Rafiki le había dado algunas señales; Sarabi no le dijo nada a Mufasa, pero comenzó a observarlo cuidadosamente. Se sentía halagada, honorada, e incluso un poco triste al pensar cómo sentía compasión por ella misma sin mencionar palabra alguna. Mufasa había sido amable y bondadoso, y le había hablado honestamente. Sarabi no podía resistirse, y no quería hacerlo. Ella deseaba a Mufasa en una forma en que nunca había deseado a Taka, y eso la llenaba de vergüenza. Vergüenza por que si alguien se había esforzado por ganar su amor, ese había sido Taka. Vergüenza por que ella no había podido entregarle su amor. Vergüenza al pensar como lastimaría a Taka cuando él se enterara.
La pena por Taka comenzó a inundarla. Se esforzó en ver la diferencia entre la compasión y el amor. ¿Es que en verdad había tal abismo, al grado que su corazón lloraría ante sus avances en vez de latir al ritmo del de él? ¿En verdad habría diferencia en estar con un león o con otro? ¿Quedaría incapacitada para amar una vez que su frenético corazón hubiese sido reprimido por jurar falsos votos? ¿Sería posible que advirtiera el fervor de su pasión sin ser capaz de sentir su calor?
Trató de pensar en Taka aproximándose a ella a través de las sombras, lleno de emoción por las expectaciones de su noche de bodas. Pudo escuchar su calmada voz inundada de pasión preguntando, “¿Estás lista, amada mía? ¿Estás lista?” Trató de imaginarse viéndolo a los ojos, los mismos ojos con los que la había mirado por última vez, profundos y anhelantes. “Estoy lista.” Su corazón latía, pero con temor, no con deseo. “¡No, no estoy lista!” gritó finalmente. “¡No lo quiero! ¡No de esa manera! ¡Por los dioses, se daría cuenta!” Se desplomó en el pasto, sollozando. “Ayúdame Aiheu, los amo a ambos, pero no quiero casarme con Taka—¡antes preferiría morir!” Abrió los ojos y pudo ver la sabana a través de un borroso manto de lágrimas. Parpadeó al tiempo que una sombra pasaba sobre ella. Miró hacia arriba, y pudo ver al mayordomo de Ahadi planeando en las cercanías.
Entonces se agachó, rezando por que él no pudiera verla en ese lugar, llorando como una cachorrita hambrienta. Aliviada observó como se alejaba en dirección al río. Se sintió afortunada; a la aguda visión de Zazú raramente se le escapaba algún objetivo.
Comenzó a dirigirse a casa, pero se detuvo, pensativa. ¡A la aguda visión de Zazú raramente se le escapaba algún objetivo, incluso Taka! Avivada con nuevas fuerzas saltó de su escondite y comenzó a correr tras de él, tratando de no perderlo de vista. “¡Zazú! ¡Espera!”
Arriba de ella, el cálao se dirigía rápidamente hacia el río; el viento silbaba a través de sus oídos y ensordecía cualquier sonido que pudiese llegar a él. Se deslizó sobre una superficie plana y comenzó a acercarse a la orilla del río, ansioso de empezar con su ritual de mediodía. Se posó en un tranquilo lugar a la sombra de unas cañas, aspiró profundamente, extendió sus alas y sumergió una pata en el agua. “¡Uhhhhh!” Sacó su pierna rápidamente. “Perfecto.”
Retrocedió unos cuantos pasos, tomó un poco de vuelo, y tras algunos poderosos aletazos se plegó y cayó como una piedra en el agua fría.
“¡Ooo-hoo-HOOO!” Comenzó a chapotear en el agua hasta que se habituó a su frescura. Se sentía bien ante el opresivo calor. Cantaba a la vez que salpicaba sus alrededores, empapándose desde las plumas exteriores hasta el plumón.
“Maisie, yo nunca te he dejado de amar,
Tus hermosos ojos me hacen desatinar.
Una margarita te invito a cortar;
Sabes que a ti nunca te podría engañar.”
“Los fragantes pétalos tú vas a arrancar
Y de uno por uno los verás volar.
Mucho te amo, y ambos vamos a escapar
A un paraíso hecho sólo para amar.”
Una gansa con sus polluelos lo miraba con inocente sorpresa. Una de las crías nadó hacia él y lo miró de cerca.
“¿Qué estás haciendo?”
“¿Quién? ¿Qué?” Zazú sacudió su cabeza y miró al jovencito. “Oh, tan sólo tomaba un baño.”
“Pensé que estabas en problemas.”
“No lo creo.” Zazú lanzó una carcajada.
La pequeña bolita de plumas volteó la mirada sin parpadear.
“¿Qué tanto miras, pequeño?”
“¡Caramba! Tienes un gran pico. ¿Qué eres?”
“Soy un cálao.”
“Me gustan los cálaos.”
“Gracias.” Zazú sonrió. “Será mejor que te alejes o voy a salpicarte. A los cálaos nos encanta hacer eso.”
Zazú presionó el fondo el río con sus patas y sacudió sus alas, y después empezó a caminar hacia la orilla con mucha dificultad. Comenzó a sacudir sus alas y, al hacerlo, un centenar de diamantinas gotitas salpicaron de ellas; haciendo uso de su pico comenzó a arreglarse las plumas con sorprendente delicadeza. El espectáculo había terminado, y el gansito regresó con su madre para comenzar a pescar camarones.
Se acercaba el momento de darle las noticias de mediodía a Ahadi. En pago por sus servicios, Zazú vivía una vida tranquila. Podía tomar los frutos más apetitosos de los árboles en los que los depredadores tenían sus cautelosas viviendas, ya que él era corban—algo prohibido—para todos aquellos a los que les apetecería un cálao bien alimentado.
Ya estaba lo suficientemente seco como para marcharse, pero una leona apareció de entre la maleza. “¡Zazú! Gracias a Dios que aún estás aquí.”
“¡Sarabi! Buen día.”
“Éste NO es un buen día,” dijo con aflicción. “Cuando vayas a hacer tus rondas, dime si ves a Taka. Se ha ido y estoy preocupada por él.”
“¿Se ha ido? ¿Ese diablillo quejumbroso? Jamás pensé que tuviera las agallas.” Se frotó los ojos. “Yo no me preocuparía por él. Regresará cuando haya visto cómo es el mundo.”
“¡Zazú! Sé que no te agrada, pero yo sí, ¿o no?”
“Por supuesto que me agradas. Valoro mucho tu amistad.”
“Y también te agrada Mufasa, ¿verdad?” No esperó a que le contestara. “Escucha, es importante para Muffy y para mi saber dónde está Taka. Además, esa sería una noticia importante para el Rey. Akase está volviéndose loca por la preocupación.”
“Me encargaré de ello inmediatamente.”
Zazú extendió sus alas y en un instante se elevó por encima de las copas de los árboles, alistándose para comenzar su recorrido habitual.
“¡Buena suerte!”
CAPÍTULO XV
LA CEREMONIA DE CUBRIMIENTO
A la mañana siguiente, las verdes praderas de las Tierras del Reino estaban cubiertas por cebras, antílopes, elefantes, jirafas, y muchas otras familias que se empujaban para ganar el mejor lugar. Zazú, el mayordomo del Rey, se pavoneaba nerviosamente. Nunca antes había hablado ante una audiencia tan grande. El Rey Ahadi estaba desgastado, pero trataba de guardar las apariencias. A la Reina Akase le costaba trabajo el permanecer quieta detrás de su esposo. Tenía la mirada perdida.
Sarabi y Elanna eran pupilas de la Reina, y habían sido invitadas a sentarse en compañía de la familia real. Para Sarabi era muy especial el poder estar sentada al lado de Akase y sentir el familiar olor de su leche materna.
“Zazú,” preguntó Sarabi disimuladamente, “¿Has visto a Taka?”
“Lo siento. Ya he propagado la noticia, pero me temo que ya está muy lejos.”
“Oh.” Sarabi agachó la cabeza.
“Ni siquiera Gopa la cigüeña lo ha visto, y a él nada se le escapa. Pero puedo volar más allá de las fronteras del reino, si lo deseas. Después de la ceremonia, por supuesto.”
“No será necesario.”
Akase se acercó a Sarabi y la acarició afectuosamente. “Eres un gran consuelo para mí. Tú fuiste su hermana de leche, y todas las veces que te amamanté te veía como mi pequeñita, como si yo te hubiera concebido.”
“Lo sé,” dijo Sarabi, apoyando su cabeza en el hombro de Akase. “Dime la verdad—¿crees que debí haber ido con Taka?”
Akase ronroneó. “No, mi pequeña. Ya es muy triste perder a un hijo y además tener que perder a una hija. Y estoy segura de que serás mi hija antes de que termine el día.”
Mufasa obtuvo la aprobación de su padre, y comenzó a caminar hacia la punta del promontorio para ver de frente a la multitud. Pero antes se detuvo al lado de Sarabi y sonrió al ver lo delicada que se veía al estar recargada en Akase. “El último pensamiento de mi niñez será para ti, Madre” le dijo. “Y mi primer pensamiento de león adulto será para ti, Sassie. ¿Crees que algún día querrás recargar tu cabeza en mí?” Ella lo miró profundamente a los ojos, y su barbilla tembló. “Muffy,” susurró, “Amado mío.”
Mufasa caminó hacia el promontorio. Un vago y momentáneo recuerdo llegó a él. “Buen Makedde,” pensó. “¿Es que fui tan pequeño como para que pudieras sostenerme?” Sonrió y miró a la multitud. Era bueno regresar a donde todo había empezado.
Zazú gritó, “¡Qué viva el Príncipe Mufasa, hijo del Rey Ahadi!”
Toda la muchedumbre se llenó de júbilo e hizo reverencias. Las cebras relincharon, los elefantes trompetearon y los antílopes golpearon con sus pezuñas contra el suelo. Sólo se detuvieron cuando Zazú extendió sus alas.
El Rey se encontró con su hijo en la punta de la Roca del Rey. “Que todos sepan por mí que mi hijo se está acercando al sendero de sus ancestros. Miren, trae la señal.”
Akase tomó la palabra. “Oh, dioses, observen a mi hijo y denle sus bendiciones ahora que es un león.” Se estremeció notablemente. “Y bendigan a mi hijo Taka, dondequiera que esté. Escuchen el ruego de una madre, y tengan piedad de él.”
Un gran silencio inundó la pradera. Las cebras se miraron unas a otras y los elefantes sacudieron la cabeza. Akase permaneció inmóvil en el promontorio de la Roca del Rey tratando de conservar su dignidad, pero una gran tristeza hizo que su cabeza cayera y sus hombros se encorvaran. La multitud aguardó unos momentos a que dijera algo, cualquier cosa. Una cebra acarició a su potrillo. Los leopardos agacharon la cabeza y Bhetu, el zorro, aulló penosamente. Ahadi se aproximó a su esposa y la besó, llevándola consigo a un santuario de dolor privado. Zazú despidió a multitud con una rápida bendición, tras lo cual todos comenzaron a alejarse, conscientes de que algo muy grave había pasado.
Mufasa se apartó del promontorio y se dirigió a la caverna en la que había pasado su niñez. “Así que ahora soy un león.”
“Ahora eres mi león,” señaló Sarabi. Salió de entre las profundas sombras para encontrarse con él. Mufasa reunió el valor suficiente, y puso su pata sobre el hombro izquierdo de Sarabi. Ella le respondió con un profundo ronroneo. Tan sólo podía significar una cosa.
Mufasa dijo, “Ante los dioses, ante las estrellas, ante todos juro darte por siempre mi protección, mi amor y mi consuelo.”
Sarabi se estremeció y lo acarició afectuosamente. “Hasta el último latido de mi corazón, hasta mi último aliento, nuestras vidas serán una. Dioses, denme fuerza.”
“Que los dioses te bendigan, Sassie. Te amaré por siempre.”
“Vayamos a algún lugar alejado,” susurró Sarabi.
“¿Ahora?” murmuró Mufasa. “¿Estás segura de que quieres hacer esto?”
“Sí.” Sarabi lo besó. “Alguna vez Taka me necesitó, pero ahora quiere algo que no puedo darle. Espero que algún día lo encuentre.” Lo acarició y agregó, “Permíteme ser egoísta, Muffy. Déjame pensar en mí por una vez. Dame lo que necesito. Ámame. Déjame sentir tu aliento sobre mi mejilla.”
“Sassie,” susurró apasionadamente. “Si pudiera amarte tan sólo por un momento y después morir, me iría sin lamentaciones.”
Mufasa hizo una señal a sus padres y Ahadi asintió. “Diviértanse, chicos. Hay un bonito sendero cerca del estanque en la roca agrietada. Pueden ver como nadan los peces.”
Una vez que Mufasa se retiró con su nueva y tímida esposa, Ahadi le susurró a Akase. “Gracias a los Dioses. Sarabi es una buena leona, y ha tomado la decisión correcta. Taka es un buen chico, muy inteligente, pero es tan inmaduro. Además, es como dice Rafiki—Muffy en verdad la ama.”
“¿También te lo dijo? Es un mono viejo y entrometido, pero tiene un corazón digno de los dioses.” Akase sacudió la cabeza. “Detesto tener que estar de acuerdo contigo, querido, pero tienes razón sobre Taka.” Suspiró. “¿Crees que algún día volvamos a verlo?”
“Probablemente no en esta vida, cariño. Es muy orgulloso, no hay otra forma de llamarlo. Orgulloso y testarudo.”
“Entonces vayamos con él,” dijo Akase.
“¿Ir con él? ¿A donde? Ésta no es una cacería de antílopes. Su rastro se encuentra por todo el Reino. Sabes que no soy un dios.”
“No tienes que decírmelo,” le contestó, tratando de bromear inútilmente. “Pero si tú no lo buscas, lo haré yo.”
“¡Akase! ¡Debes ser prudente! No podría soportar que abandonaras las Tierras del Reino. Ya perdí un hijo—¿es que también tengo que perder a su madre?”
“Entonces ven conmigo.”
“No estoy seguro de que estemos haciendo lo correcto. Pero al menos le debemos eso.”
Justo en ese momento Zazú entró a la cueva, muy agitado. “¡Oigan todos! ¡Hay buenas noticias! ¡Jamás lo adivinarán!” Asintió profundamente. “¡Sus Majestades, Taka ha regresado! ¡Lo vi entre la maleza, y se dirige hacia acá!”
“Esas son buenas noticias para nosotros,” dijo Ahadi. “Sólo espero que también lo sean para él.”
CAPÍTULO XVI
LA NOTICIA DE SARABI
Taka se sentía devastado por su pérdida. Fue demasiado para él, y no pudo aceptarlo por completo; constantemente buscaba oportunidades para estar a solas con Sarabi. Esas ocasiones eran muy escasas, pues Muffy estaba con ella día y noche, embebido con un amor profundo y desinteresado. Y Sarabi no era un objeto pasivo de sus avances. Ella acariciaba a su esposo sin razones obvias, jugaba a las escondidas con apasionado interés, y sumergía su cabeza en la suave melena de Mufasa. Cuando las leonas se reunían para iniciar la cacería, todo lo que Sarabi podía decir era Muffy esto y Muffy aquello. Su atracción era grande y fuerte, y todos aquellos que la conocían sabían que pronto tendría la luz en su mirada.
Una vez Sarabi disfrutó de la compañía de Taka. Ahora trataba de evadirlo. Él la encontró en el manantial y le rogó que escapara con él. Una vez esperó a que regresará de la cacería, y puso su pata sobre el hombro izquierdo de Sarabi, ante las demás leonas. Sarabi temía que Muffy pudiese llegar a escuchar los comentarios de Taka y tratase de defender su honor. Taka malinterpretaba las advertencias de Sarabi como algo que estaba implícito en “su relación,” y negaba las evidencias de la poderosa atracción que Sarabi demostraba por Mufasa. Para él, ella había sido atrapada en un matrimonio que no deseaba, y sólo trataba de proteger a su amor verdadero de la ira de un esposo celoso o de dioses indignados.
Sarabi trataba de desencantarlo de esa fantasía, pero sólo conseguía hacer que se aferrase más a ella. Para Taka, Sarabi era una hermosa leona, valiente y frágil, que prefería darle su amor a otro antes que ver a su amado muerto a manos de su propio hermano. Al principio fue fácil para Taka aferrarse a esa creencia y hacer más soportable el rechazo de Sarabi. Es cierta forma la hacía más hermosa y deseable, y eso lo atormentaba mucho.
Pero un día el amor que Sarabi sentía por Muffy tomó una forma tangible. Una mañana se acercó a Mufasa, lo acarició y lo llamó “padre”. Él la beso, con lágrimas en sus ojos, y la llamó “madre.” Ahadi y Akase fueron los siguientes en saberlo, y después Sarabi se acercó a Taka para decirle que estaba embarazada. Para ella fue casi una obligación, y no le fue grato el hacerlo.
Taka permaneció viendo hacia el suelo por un momento, y luego miró a Sarabi. “Así que estás esperando un hijo. Como ha pasado el tiempo.”
“Espero que estés feliz por mí.”
“Podría estar feliz por nosotros.” Extendió su pata izquierda y tocó el hombro de Sarabi.
“Me gustaría que no hicieras eso.” Sarabi comenzó a retroceder. “Muffy te usaría como un tapete. Además, estoy embarazada. ¿Es que eso no te dice nada? Taka, todo ha terminado entre nosotros. ¿Es que no puedes verlo?”
“¿Sólo por que una nueva vida está formándose en tu interior? Sassie, esa criatura podría ser nuestra. Te amo tanto, y también amaría a tus cachorros. Es que no puedo resignarme a perderte. Nadie en el mundo podrá amarte como yo te amo. No puedo culpar a Muffy por quererte. No puedo culpar a ningún león por quererte. Pero tú me amabas. Te esperé, rogué por tu amor, me preparé a darle la espalda a mi familia y a mis amigos, incluso a los dioses, sólo por ti.”
Sarabi estaba sorprendida. “¿Es que no le temes a los dioses?”
“¿Los dioses?” Taka emitió una breve y burlona carcajada. “Si esos dioses existen, me odian. Han permitido que esta maldición me consuma y no han hecho nada para evitarlo.” Sus ojos se clavaron en los de Sarabi. “Ahora tú eres mi diosa. Tú y la criatura que está dentro de ti. Te adoraré. Te brindaré sacrificios. ¡Sassie, mírame!”
“¡Deténte! No voy a ir contigo a ningún lado. Te amo como a un hermano—un pequeño hermano malcriado que tuvo sus buenos momentos. Pensé que podría llegar a amar el sentir tu aliento en mi mejilla, pero eso no va a pasar. Muffy es lo primero en lo que pienso cuando despierto, y lo último cuando me duermo. Cuando me toca, todo mi cuerpo se estremece. Tú nunca me hiciste sentir de esa manera.”
Taka apretó sus mandíbulas con fuerza. “No quiero escuchar esto.”
“¡Tú NECESITAS escuchar esto! Él y yo nos amamos. Yo sentía lástima por ti, y quería hacerte feliz. Pero eres irritante, dependiente, egoísta e insoportable, y esas son sólo algunas de tus cualidades MENOS exasperantes. Eso no habría cambiado aunque me hubiese casado contigo. Pero, gracias a los dioses, logré escapar del que casi fue el peor error de mi vida.”
Taka estaba pasmado. Su sueño había sido destrozado. La miró sorprendido durante algunos segundos, incapaz de pronunciar palabra alguna. “Parece ser,” dijo con profundo resentimiento, “que me alejé en un momento muy conveniente. Espero que sean muy felices juntos.” Comenzó a marcharse.
“¡Espera, Taka! No sé qué fue lo que me hizo decir esas cosas tan horribles.”
“¿Qué cosas horribles, Sarabi?” Le lanzó una mirada fulminante. “Yo soy la que te ama, dijiste. Taka, cuando seamos grandes quiero casarme contigo, dijiste. Y aquella broma sobre cómo no sobreviviría a la noche de bodas. Pues por poco no lo hago.” Sarabi comenzó a retroceder al tiempo que Taka se aproximaba a ella. “Mientras su aliento perfumaba tu delicada mejilla y el tuyo perfumaba la de él, yo me encontraba planeando mi propia muerte.”
Sarabi se tapó la boca con una pata, horrorizada.
“Nunca supiste por que me fui, ¿verdad Sassie? Me fui para olvidarte de una vez por todas. Pensé que tú merecías un pequeño salto por un desfiladero. Ahora, al fin, sé por que no lo hice.” Taka asintió para sí mismo. “Alguna fuerza divina me salvó para que pudiera darme cuenta de que no vales la pena.”
Sarabi lo abofeteó. “¡Lárgate de aquí!”
Taka se dio la vuelta y se alejó. Con frecuencia salía a caminar sin compañía, y nadie en la Manada sabía a donde iba. Tomó una cadera de cebra y se dirigió hacia el Cementerio de Elefantes.
Fabana, la hiena, lo esperaba. Ella podía darse cuenta de esas cosas.
“Fay, que bueno es verte otra vez.”
“¿Qué pasó ahora, Skar?”
“Ella tiene la luz en su mirada. Está esperando un hijo de él.” No tuvo que ahondar en detalles, pues ella lo escuchaba con regularidad.
Los cachorros habían crecido, y ya lo reconocían. “¿Qué nos trajiste hoy, Tío Skar?”
“Cebra. ¿Te gusta la cebra, Banzai?”
“¡Es mi favorita!”
“Todo es su favorito,” dijo Fabana, al tiempo que los cachorros se abalanzaban sobre sus porciones preferidas. “Hay bondad en ti, Skar. Eres un verdadero hijo de Roh’kash .”
“¿Roh’kash?”
Fabana lo miró muy sorprendida. “¿Es que tu madre nunca te habló de la Creadora?”
“Oh, te refieres a Aiheu.”
Ella sonrió con indulgencia. “Tal vez.”
“Dime algo, Fay. ¿Por qué los dioses permiten que una tonta maldición pronunciada por un chamán consuma poco a poco todo lo que me importaba? Es decir, ¿acaso Aiheu—o Roh’kash, o lo que sea—no tiene poder sobre un espíritu maligno? Ahora mi único camino hacia la fama y la gloria se ven bloqueados por una bola de pelos—porque, ¿sabes?, va a ser un macho; pareciera que los dioses me han dado la espalda.”
“No digas eso en frente de mis cachorros,” le reprochó Fabana. “No es bueno hablar mal de los dioses, ni aún siendo un pagano.”
“Lo siento. No quise decir eso. Es sólo que algunas veces me siento así.”
“Tal ves deberías rezar. Yo creo que la Gran Diosa escucha todas las oraciones, sin importar la forma en que la llamen.”
“¿Y crees que no lo he hecho? Por cerca de dos lunas prácticamente me convertí en un chamán.” Taka arqueó una ceja. “Dime algo, Fay. Es sobre esa Roh’kash en la que crees. ¿Ella nos pide que perdonemos a nuestros enemigos o nos da el poder para vencerlos?”
“¡Qué pregunta tan tonta! La Gran Diosa es justa. Ella destruirá a aquellos que lastimen a sus hijos. Fuimos hechos a su imagen y semejanza; si queremos ser justos, entonces debemos destruir la injusticia.”
Taka sonrió. “Con que esas tenemos.” Comenzó a meditar en la enormidad de aquellas palabras. “¡Qué tonto he sido! ¡Todo este tiempo la Gran Diosa ha tratado de ayudarme, pero yo he rechazado sus dones uno por uno! Debes enseñarme más sobre Roh’kash—podría llegar a ser una buena amiga mía. Y mientras tanto, debo dejar de reaccionar y comenzar a actuar. Convócame una audiencia con tus líderes, cariño. Si la Gran Diosa está de nuestro lado, ¿quién se atreverá a hacernos frente?”
CAPÍTULO XVII
EL ULTIMÁTUM
Por algún tiempo, Taka dejó a un lado su autocompasión. Irónicamente, éste cambio no fue bien recibido, pues el antiguo e indefenso Taka era más atractivo para la mayoría de las leonas. Debido a su nueva y secreta fe él ya no necesitaba piedad, ni tampoco la inspiraba. Solía alardear agresivamente; era un fervoroso creyente de su grandioso destino.
Mufasa se conducía con cierta dignidad. Él jamás rogaba o imploraba por algo, y aún así siempre obtenía lo que quería. Tal vez eso era lo que le atraía a Sarabi. Quizás a ella le gustaba tener a su lado un brazo firme con un ligero toque de malicia.
Taka se acercó a la cisterna de la Roca del Rey, donde la lluvia se colectaba en pequeños estanques. Quería satisfacer, al menos, una de sus sedes antes de que el día terminara. Un pequeño pez parecía querer burlarse de él al nadar lentamente mientras Taka miraba los cristalinos huecos de la roca. Su tranquilo lengüeteo formaba ondas que se extendían por la superficie, rompiendo su reflejo. Aún así, pudo ver como una silueta se formaba por detrás de él. Incluso antes de voltear sabía que esa era su oportunidad.
“El agua está tan fresca como la lluvia primaveral, Sarabi.”
“Taka, eres tú.”
Él alzó la mirada y sonrió cordialmente. “Te ves hermosa hoy.”
“Yo, eh, gracias.”
Taka bajó la mirada y continuó bebiendo. Sarabi lo acompañó una vez que estuvo segura de que no iba a retirarse. De cuando en cuando, Taka volteaba a ver a Sarabi; finalmente terminó de beber y se limpió la boca con la pata. “Estaba recordando los viejos tiempos. Siempre querías protegerme. Muffy se disgustaba tanto cuando tú me adulabas. Yo jamás sospeché del cariño que él sentía por ti. Si lo hubiese sabido, te habría apreciado más. Habría sido mejor contigo.”
“Bueno, eso está en el pasado.”
“¿En verdad lo está?” Sonrió cautivantemente. “Aún te hago sentir incómoda. Extraño las veces en que no podías mirarme a los ojos sin sentir que algo malo estaba a punto de ocurrir. Tienes unos ojos hermosos. Dios, cómo los extraño.” Taka apartó la mirada. “Ahora ya casi no hablamos, y casi siempre prefieres estar en otro lado, haciendo cualquier cosa. Sassie, te extraño. Eres mi hermana de leche. Sólo quiero saber que aún te agrado.”
“Por supuesto que me agradas. Si tan sólo te comportaras no tendría temor de demostrártelo.”
“¿¿Temor??” Taka se contuvo, rió deliberadamente y dijo, “Vaya, mi querida Sassie, ningún león que se precie de serlo podría mirarte sin que su corazón comience a latir. No hay por que tener miedo de eso. Es que tus ojos son flores frescas humedecidas con el rocío matinal. Cuando los veo me siento feliz. Amo la forma en que te ves, la forma en que hueles, la forma en que te mueves. ¿Acaso existe alguien capaz de no hacerlo?”
“Eres muy dulce, Taka,” contestó cautelosamente. “Pero en la Manada hay más leonas, muy lindas. Deberías conocerlas. Deberías conocer a alguna en particular. Quiero que seas feliz de la misma forma en que lo somos Muffy y yo. En verdad lo deseo.”
“Hay otras leonas,” dijo Taka suavemente. “Tal vez haya quien piense que son tan lindas como tú, pero Sassie, ninguna de ellas lloró cuando estaba lastimado. Ninguna de ellas fue amable conmigo. Ninguna de ellas aparecía en mis sueños. Sólo tú, siempre tú. Muffy ha sido un buen hermano y tú una buena amiga. Pero por los dioses, cada vez que te hace el amor quisiera morir. ¡En verdad quisiera morir!” Taka se mordió el labio tan fuerte que una pequeña gota de sangre manchó su pelaje.
“¡Taka!” dijo Sarabi firmemente. “¡Debes controlarte! Cuando encuentres a una leona podremos ser amigos. Amigos, Taka, igual que cuando éramos cachorros. Cuando te comportas de esta manera me asustas. No confío en ti. Si quieres que una leona te ame, tú debes amarla a ella y hacerla sentir especial. Encuentra a alguien que necesite sentirse especial y llena esa necesidad.”
“¿No lo entiendes, verdad?” Taka comenzó a alejarse. “No puedo sacarte de mi cabeza. Sassie, estás matándome por dentro.”
Taka se acomodó a la sombra de un kopje para refugiarse del sol, y comenzó a acurrucarse para tomar una siesta. Entonces otro león pasó a su lado. Era Ahadi.
“Ven a caminar conmigo, hijo.”
Ahadi se dirigió lenta y silenciosamente hacia el sinuoso camino que dirigía al promontorio de la Roca del Rey. En lugar de entrar en la caverna se dirigió a la saliente de roca y, una vez en que estuvo en la punta, se sentó en regio silencio. Taka lo alcanzó poco después y se sentó junto a él.
“Recarga tu cabeza en mi melena,” susurró Ahadi.
Taka lo hizo, reaciamente. “¿Para que querías verme?”
“Soy tu padre. ¿Necesito alguna razón?”
Aparentemente no la necesitaba, pues estuvieron sentados por mucho tiempo mientras la ligera brisa alborotaba sus melenas. Algunas nubes navegaban a través de un celeste mar en el que, resistiendo silenciosamente, había un águila pescadora planeando majestuosamente, indiscutible Señor de los aires. Por un momento, dos reyes por derecho propio se miraron uno al otro. El águila inclinó su ala y Ahadi agitó su pata. Taka comenzó a relajarse al tiempo que sus tensiones se aminoraban, lentamente, con el paso del viento. Pudo sentir el firme pulso de su padre por debajo del profundo y suave manto de su pelaje, así como sus suaves costillas subiendo y bajando al ritmo de su respiración. Era una sensación de seguridad y comodidad que removía viejas memorias de entre las sombras de su mente.
“Una vez te dije que podías decirme todo lo que quisieras cuando te sintieras listo.” Ahadi acarició a Taka dulcemente, “He envejecido y estoy cansado de esperar, hijo. Tienes problemas; estás atrapado por tus propios sentimientos. Tienes que confiar en mí.”
“Estoy bien. En verdad.”
“Debe ser terrible sufrir de la manera en la que has sufrido por Sarabi.”
“Pero padre, yo no sufro por Sarabi.”
“¿Ah, no?” Ahadi suspiró. “Muffy solía mover la cola cuando mentía. Tú siempre respingabas la nariz. Un padre sabe esas cosas. Ahora te pregunto, ¿sueno molesto?”
“No, señor.”
“Pero sí sueno preocupado, ¿no es verdad?”
“Sí, señor.”
“Estoy muy preocupado. Tu madre y yo queremos que seas feliz. También queremos que Muffy sea feliz. Se está haciendo difícil desear que ambos tengan lo que quieren cuando todo lo que tú quieres es lo que Muffy tiene.” Ahadi le dio un golpecito con la pata a Taka. “Él te ama, hijo. Es tu hermano. Estoy feliz por él, y me gustaría que tú también lo estuvieras. Lo que es más, me gustaría que él estuviera feliz por ti. ¿Entiendes lo que estoy tratando de decir?”
“Eso creo.”
“Hijo, te amo. Siempre fuiste tan sabio y sensible. Cualquier leona que se case contigo será muy afortunada. Ella atesorará cada momento que pases a su lado, hijo mío. Tú piensas en el romance y sueñas con él, pero tan sólo son sombras. Debes dar un paso en la luz. Sarabi ha hablado con tu madre y conmigo, y sabemos lo que has intentado.”
Taka se quedó paralizado. “Por los dioses.”
“No te preocupes. No le ha dicho nada a Muffy, ni tampoco nosotros. Ella no quiere lastimarte. De hecho, está muy triste por toda esta situación, y se siente culpable por decepcionarte. Akase y yo estamos convencidos de que debes encontrar otra leona tan pronto como sea posible.”
“Pero no quiero otra leona. Ella es a la que siempre he querido. Era mi Reino. Muffy ya tenía uno, y tuvo que tomar el mío también.” Comenzó a llorar. “Ella me amaba, Papá. Me lo dijo.”
Ahadi suspiró y besó a su hijo. “A tu edad será fácil encontrar un desahogo para estos fuertes y nuevos sentimientos. Entiendo cuánto querías a Sarabi, pero hijo, no puedes tenerla. Lamenta tu pérdida—llora por ella, y luego sigue con tu vida. Elanna se ha estado fijando en ti desde hace algún tiempo. Si tan sólo abrieras los ojos te darías cuenta. Tal vez quieras hablar con Rafiki y ver qué es lo que tienen que decir los espíritus—y no empieces a decir que él está en tu contra, no quiero escucharlo.” Volteó a ver a Taka a los ojos. “Voy a darte tres lunas—una temporada completa. Tienes todo ese tiempo para sostener una relación seria con alguien más.”
“¿O de lo contrario?”
“Si no lo haces, tendré que hacer algo para proteger a Muffy y Sassie de tu constante acoso. Recibirás el cubrimiento de un plebeyo, y tendrás que adentrarte en El Gran Mundo.”
“¡Padre!”
“Lo digo en serio. Nos dolerá a tu madre y a mí, pero tenemos que pensar en los demás. Muffy es un buen león, y algún día será tu Rey. Tiene derecho a esperar lealtad de su propio hermano. Si no puedes dársela, entonces tu lugar es en El Gran Mundo, en donde tienes sólo dos opciones: ser responsable o ser carroña. Taka, ya no eres un cachorro.”
CAPÍTULO XVIII
LA ENFERMEDAD
Pasó una semana. Para Taka fue un tiempo difícil, lleno de frustración y dolor. Comenzó a hablar con distintas leonas, pero sólo encontraba desengaños en cada rincón. No era de extrañar que siempre evadiera a Elanna, a pesar de lo que su padre le había dicho. Después de todo Elanna era hermana de Sarabi, y las hermanas siempre comparten sus secretos.
El estar junto a sus padres lo hacía sentirse incómodo, sobre todo cuando se ponía a pensar en lo que podrían estar hablando a su espalda. Su madre actuaba perfectamente normal mientras que su padre actuaba muy extraño, no sólo con él sino con todos. Taka comenzaba a preguntarse si Ahadi tenía otros problemas en la cabeza. En efecto, muchas leonas acudían con la esperanza de saber que es lo que le sucedía al Rey.
Ahadi estaba quisquilloso y propenso a llevar la contraria. Akase trataba de disculparlo diciendo “es por el clima.” Trató de exhortarlo para que fuera a ver a Rafiki, pero él le dijo que no se preocupara por “tonterías sin sentido,” pidiéndole que fuera una “buena chica.”
Taka estaba muy preocupado como para percatarse de la salud de su padre. Se acercó al tranquilo páramo al sur de la Roca del Rey, y pudo ver a Muffy acostado sobre su espalda… al lado de Sarabi. Ellos no lo habían visto, así que se detuvo a espiarlos.
“¿Cachorrito, estás ahí?” preguntó Mufasa, al tiempo que recorría con su pata el vientre de Sarabi. Sarabi comenzó a patalear y reírse.
“¡Ya basta, diablillo!”
“Soy tu esposo. Puedo tocarte donde yo quiera.”
“Pues yo soy tu esposa. Eso se aplica en ambos sentidos.” Y diciendo esto lo golpeó en las costillas.
“¡Ouch! ¡Eso duele!”
“Te haré que sentir mejor.” Comenzó a besarlo y a acariciar su melena con la pata. “¿Qué es lo que he hecho para merecer tanta felicidad?”
Taka sintió que el corazón se le subía a la garganta. Se alejó de la pradera descendiendo a través de los matorrales y avanzando entre los pastizales. El infame sol del mediodía lo quemaba cual fuego ardiente. Todo era horrible. Lo único real era su odio. Odio por la criatura que su hermano había concebido con ella. Odio por Sarabi. Odio por la vida misma.
Su frenética carrera provocó que un conejo saliera de su escondite. Le bastaron un par de zancadas para cerrarle el paso y después saltó sobre la indefensa criatura, aprisionándolo contra el suelo con sus poderosas patas.
El conejo estaba paralizado por el terror y lo único que podía observar eran unos ojos enrojecidos por la ira. “¡Oh dioses!” murmuró. “¡Por los dioses, déjame ir! ¡Te lo ruego!”
“Así que él cree que es adorable, tocándola de esa manera.” Sus ojos se entrecerraron. “Voy a matarlo. Ayúdame, Gran Diosa. ¡Voy a matarlo!”
El conejo se sacudía violentamente ante el sofocante abrazo de Taka. “No sería un buen aperitivo. ¡Por los dioses, voy a morir! ¡Oh dioses, oh dioses! ¡Por favor, no me lastimes!”
“¿Sabes que es lo que hago con esa clase de escoria? ¿Con esas sucias serpientes que me roban lo que es mío por derecho?” Taka aproximó su cabeza al conejo. Su aliento, impregnado con su esencia leonina, resaltaba cada una de sus palabras. “Espero a que llegue el momento adecuado, y luego las despedazo como a una gacelas.”
Taka dio el golpe final. El conejo apenas tuvo tiempo de emitir un chillido antes de ser destrozado por los colmillos de aquel león. Taka dejó caer el ensangrentado e inerte despojo sobre el pasto. “¡Como a una gacela! ¡Ayúdame, Gran Diosa! ¡Voy a abrirlo de un tirón!”
Mientras tanto, la situación del Rey iba de mal en peor. A la mañana siguiente, Akase lo encontró con fiebre.
“¡Sácalas de aquí!” le gritó. “¡Sácalas de aquí!”
“¿Sacar a quienes?”
“¡Tan sólo sácalas de aquí!” Comenzó a tambalearse contra el muro de la caverna, y una vez que su retaguardia quedó protegida comenzó a mirar los alrededores, lleno de pánico. “¡Akase! ¡Rápido, quédate a mi lado! ¡Todo va a estar bien! ¡Yo te protegeré!”
Akase lo acarició con su pata. “¡Ahadi, querido! ¡Todo está bien! Estas a salvo.”
“¿A salvo?” replicó, sus ojos claramente desenfocados. “¿Dónde está Akase? Tengo que alejar a las hienas de las Tierras del Reino.” Gotas de sudor empezaban a empapar su espléndida melena. “Estoy tan cansado. Las hienas—pareciera que siempre saben cuando estoy cansado. Baja tu guardia por un momento…”
“Por favor, recuéstate. Las hienas se han ido. Mufasa las echó.”
“¿Mufasa? Él es un buen chico. ¿En dónde está?””
Akase corrió a la entrada de la caverna. “¡Zazú! ¡Por el amor de Dios, ven rápido!”
Zazú entró revoloteando. “¿Qué sucede, Su Majestad!”
Ahadi volteó. “Debemos descansar por un momento. Me voy a quitar del sol—tengo tanto calor. Taka, acompáñame.” Ahadi se dirigió a Zazú, pero no lo vio en lo absoluto. “¿Qué creen que están haciendo? ¡Isha, tus cachorros están enlodando el estanque otra vez!”
“Oh, Dios mío,” susurró Zazú. “Iré por Rafiki.”
Zazú comenzó a alejarse tan rápido como sus alas se lo permitían. Akase se recargó en la ardiente piel de Ahadi y lo besó. “Te amo, querido. Ya fueron por ayuda. ¿Puedes oírme, Ahadi? ¿Sabes quién soy?”
Ahadi comenzó a jadear rápida y notoriamente, pero recargó su pata en Akase. “Creo que voy a tomar una siesta, cariño. ¿Te quedarás conmigo?”
“¡Siempre, amor! ¡Siempre!” Añadió en un suspiro, “Por los Dioses, que se den prisa. Me siento tan indefensa. Dios, ayúdanos.”
Le tomó una eternidad a Rafiki el llegar a la caverna, a pesar de que hizo su mejor esfuerzo. Rafiki llegó sin aliento; tría consigo un pequeño paquete con polvo de Chi’pim y su bastón.
Rafiki tomó un poco de agua de la cisterna, la mezcló con las hojas y le dio la preparación a Ahadi, con la esperanza de que le bajase la fiebre y recuperara la cordura. Después de que Ahadi hubo tomado la medicina, Rafiki comenzó a revisarle los ojos, e incluso sus párpados. Le introdujo el dedo en la comisura de la boca y le palpó alrededor. Después comenzó a escucharle el pecho. Se le notaba preocupado.
Le pidió a Akase que lo acompañara a la parte posterior de la caverna. “¿Ha tenido problemas para dormir últimamente?”
“Sí.”
“¿Y cómo le ha ido con el agarrotamiento?”
“¿Te habló de eso?”
“No. Mucho me temo que no. Es un síntoma del Koh’suul.” Susurró, “Cuando vuelva en sí, llévalo a las orillas del bosque.”
“¿A dónde?”
“Al lugar más adecuado. La fiebre va cesar, y podrá pensar claramente por un par de horas. Pero debes apresurarte, pequeña mía. No vivirá para ver la luna.”
“¡Oh dioses, no!”
“¡Shhh!”
“Eres un chamán,” le susurró, pero cada palabra era tan urgente como un grito. “¿Es que no puedes hacer algo por él? ¿Cualquier cosa? ¡No puedo permitir que la muerte me lo arrebate de esa manera! ¡No puedo!”
Rafiki la miró a los ojos al tiempo que le cerraba los párpados, suavemente, con su pulgar. “No te preocupes, Aiheu te ha mostrado piedad a su manera.” Silenciosamente trazó un círculo, con la yema de su dedo, alrededor del ojo derecho de Akase, y después la tocó por debajo de la barbilla. Quería darle a entender que muy pronto estaría frente a Dios para llamarlo por su nombre. “Dos, quizás tres días de soledad. Utiliza ese tiempo para prepararte.”
“Oh.” Ella asintió al tiempo que las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. “Entiendo. Aiheu es misericordioso. Si tan sólo pudiese ver a mi nieto antes de morir. Dile que lo amé aún antes de que llegara al mundo.”
Rafiki le secó las lágrimas. “Si los amas, no te despidas. No debes beber de manantiales o arroyos hasta que hayas cruzado la pradera. No deberás descansar hasta que hayas encontrado el lugar apropiado. Tendré que purificar la caverna para que sea segura.” Besó a Akase. “¿Hay algo que quieras que le diga a Mufasa?”
“No, sólo despídeme de él.” Lanzó un profundo suspiro. “Mi pobre Taka, no viviré lo suficiente para decirle lo que siente mi corazón. Prométeme que cuidarás de él. Es tan dependiente. Prométeme que lo harás.”
“Te prometo hacer todo lo posible.”
“¿Murmurando a mis espaldas, querida?” Era Ahadi; estaba un poco recuperado.
“Sólo le contaba a Rafiki acerca de la sorpresa. No te has sentido bien últimamente, y ahora que la medicina te ha ayudado, estoy segura de que podrás acompañarme para ver algo muy especial.”
“Sí, estoy mucho mejor. No tienes que forzarme a ir; sé que es una sorpresa agradable. No creas que no sé que mi tiempo se acaba. La muerte me ha estado acechando—ahora está ansiosa por capturar a su presa.” Observó a Akase dulcemente. “Te hizo la señal de Aiheu. ¿Debo suponer que estamos juntos en esto, amada mía?”
“Como siempre.” Akase lo acarició suavemente.
Ahadi dijo, “Rafiki, debes decirle a mi hijo Taka que cometí una grave falta.”
“¿Mi Señor?”
“Una vez maté a un tejón. No era un macho, como le dije. Ella tenía cachorros.” Suspiró profundamente. “Atacó a mi hijo tan sólo para proteger a sus pequeños. Trataba de probarle mi amor a Taka, y al hacerlo rompí una de mis propias leyes. No puedo ir frente a Aiheu llevando este secreto en mi consciencia.”
“Se lo diré.” Una lágrima rodó por el rostro de Rafiki. “Estoy seguro de que Él ya te ha perdonado. Toco tu melena.”
“Puedo sentirlo. Y, amigo mío, dile que siga buscando. Él lo entenderá.”
“Así lo haré.” Rafiki sacó de su bolso un pedernal afilado. Se acercó a Ahadi y cortó un pequeño mechón de su melena, lo besó y lo guardó en su bolsa. Después le hizo la señal de Aiheu a Ahadi. “Llegó la hora.”
Ahadi y Akase abandonaron la caverna por última vez y descendieron por la ladera de la Roca del Rey. Sin decir ni una palabra se alejaron de su acogedora residencia por la ruta más directa, cruzando los silenciosos pastizales.
Con el corazón abatido, Rafiki reunió pasto seco de la sabana y lo amontonó en el centro de la caverna. Colocó algunos helechos en la cima del montón de pasto, y lo roció con Alba pulverizada. Después tomó una vasija de arcilla y depositó en ella carbón encendido para iniciar una fogata.
El carbón comenzó a satisfacer su fogoso apetito al tiempo que una nube de humo se elevaba rápidamente, llenando la cueva con su penetrante olor. El humo se elevaba hacia el cielo, pero al toparse con el techo de la cueva se desperdigaba, cual grises dedos, buscando una salida. Finalmente encontró la entrada de la cueva y comenzó a elevarse, libremente, por el cielo zafiro.
“¡Fuego! ¡Fuego!” Era Taka. Corrió dentro de la cueva y comenzó a toser y respirar pesadamente a causa del humo. “¿Hay alguien aquí?”
“Debes salir de este lugar,” dijo Rafiki.
“¡Tú, mono imprudente! ¿¿Qué crees que estás haciendo?? ¿¿Acaso has perdido la razón?? ¡Cuando Mamá y Papá vean esto te darán tu merecido!”
“Ellos jamás verán esto,” respondió Rafiki. “Fue el Koh’suul. Huye de aquí. Corres un gran peligro si permaneces en este lugar.”
“¿Koh’suul?” Taka abrió los ojos de par en par. “Pero eso es mortal. ¿Intentas decir que Papá está muriendo? ¿Mamá lo sabe?”
“Akase se ha marchado con él.”
“¡¿Qué?!” Taka se quedó paralizado. “Ella estaba sana. La vi esta mañana. ¡Estaba sana! ¿Qué quieres decir con eso de que se ha marchado con él? ¿¿Sin decírmelo?? ¡Se va a contagiar! ¿¿En dónde está ella??”
“No puedes verla. Significaría tu muerte. Lo siento, pero ella ya lo había contraído cuando llegué. La muerte la ha marcado.”
“¡Debo verla!” Se abalanzó sobre Rafiki y lo aprisionó contra el suelo con sus patas. “¡Dime en dónde está, si es que aprecias tu vida!”
“Tu madre me hizo prometerle que cuidaría de ti. Si debes matarme, entonces hazlo.”
Taka estaba confundido y profundamente triste. Finalmente liberó a Rafiki. Se dio la vuelta y quedó de frente al muro. “Sassie no me ama. Mi hermano no me ama. Los dioses no me aman. Todo lo que tenía en el mundo estaba aquí. Ahora estoy completamente solo. Están matándome pedazo a pedazo. Esta vez han matado mi corazón.” Se estremeció. “Puedo caminar y hablar, pero en mi interior estoy muerto. Muerto.”
“Debe haber algo que pueda hacer por ti,” inquirió Rafiki al tiempo que se ponía en pie.
“¿Es que no has hecho ya suficiente?”
“Eso no es justo, Taka. Cuando era joven, mi madre murió a causa del Beh’to. Antes de que su vida terminara se golpeó la cabeza con un tronco, una vez tras otra, en un desesperado intento por aminorar sus dolores. Yo la vi morir presa de la más horrenda agonía. Fue entonces cuando supe que mi deber era convertirme en chamán. No quería volver a sentirme tan impotente.”
“¿Entonces por qué no los ayudaste?”
“Conforme crecía mi conocimiento me di cuenta de que con cada respuesta llegaban nuevas preguntas. No puedo aliviar todas las heridas, así que más importante que mis hierbas y hechizos es saber las palabras correctas para reconfortar el Ka cuando estos frágiles cuerpos de Ma’at sucumben.”
“Entonces di algo que logre reconfortarme.”
Rafiki acarició la melena de Taka. “He estado pensando en la profecía. Pienso en ella constantemente. Oh, estaba tan seguro de lo que quería hacer con mi vida dentro de un año, cinco años, diez años… Ahora estoy comprometido para luchar contra esto. Todas mis esperanzas y sueños se han desecho. Desde ese punto de vista ambos somos iguales, amigo mío. Nuestros sueños infantiles se han terminado. La mañana ha llegado, y tenemos que despertar y encarar la realidad de frente al sol. Debemos encontrar algo verdadero en la luz del sol, algo que nos complazca, y aferrarnos a ello. Todo lo demás es vanidad.”
“Eres un mono tonto,” dijo Taka. “Pero hasta un tonto puede decir las palabras correctas, de vez en cuando.”
Con ello, Taka se alejó silenciosamente a un lugar secreto en el que podía estar solo. Estas ausencias se habían hecho más frecuentes a medida que su vida se derrumbaba. La pérdida de su padre fue un golpe tremendo, pero tras la muerte de Akase jamás volvió a ser el mismo. Ella había sido su Madre, su amiga y su aliada. Sería justo decir que era su misma consciencia, su bondad, su fe en los dioses. Todo eso y mucho más.
Pasaron las horas sin que hubiese rastro de él. Mufasa y Sarabi lograron despejarse un momento de la profunda pena que sentían y trataron de encontrar el refugio secreto de Taka para confortarlo. No lograron dar con él. Yolanda dijo, posteriormente, que había visto a una hiena tuerta con su camada acompañando a Taka, muy cerca del Cementerio de Elefantes, y que él lloraba desconsoladamente. Nadie le creyó—era muy improbable. Seguramente había visto al pobre Ahadi, aunque afirmó que el que había visto era un león de melena obscura…
Más tarde, esa misma mañana, cuando Mufasa estaba preguntándole a Rafiki sobre el paradero de su hermano, Zazú llegó volando.
“¿Alguna noticia? ¿Has encontrado a mi hermano?”
Zazú respondió, “Tu padre…” Bajó la cabeza y suspiró profundamente. “Ten valor, Majestad.”
Rafiki se aproximó, abrazó a Mufasa y susurró, “Llegó la hora.”
Mufasa ascendió lentamente al promontorio de la Roca del Rey, y se detuvo un momento una vez que alcanzó la cima. Entonces alzó la cabeza y rugió. Era un rugido terriblemente triste que desgarró el mismo cielo, al tiempo que las leonas se le unían. El Rey ha muerto. Que viva el Rey.
Un profundo silencio reino tras el estremecedor rugido, y Mufasa pudo escuchar la voz de su padre hablándole desde un pasado distante. “Es hermoso sentirte necesitado, especialmente cuando das lo mejor de ti para cubrir esas necesidades. Algún día, cuando ya no esté aquí, conocerás ese sentimiento.” Muffy suspiró. “No se siente tan hermoso, Papá. Desearía que estuvieses aquí. Hay tantas cosas que quisiera decirte.”
Sarabi se acercó y se sentó junto a él, apoyando la cabeza en su melena. “Déjalo salir Muffy. No trates de retenerlo.”
La barbilla de Mufasa comenzó a temblar. Trató de conservar la compostura, pero las lágrimas brotaron de sus ojos. “Se han ido, Sassie. ¡Se han ido!” Se inclinó sobre ella y comenzó a llorar.
CAPÍTULO XIX
LA LUZ EN SU MIRADA
“Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.”
— SAN MATEO 2:7-8
Con el paso de las semanas, Sarabi comenzó a dar muestras de la vida que se gestaba en su interior. Las otras leonas la mimaban y permanecían a su lado, sugiriendo nombres tanto para macho como para hembra. Entre las propuestas más recurrentes estaban “Shanni” si era niña, y “Simba ” si era niño. Simba había sido idea de Ajenti, y de inmediato se convirtió en el favorito de todos. Taka jamás se preguntó si sería un macho. Sentía que era su destino combatir arduamente hasta su último aliento: sería un varón, tan sólo para hacerle la vida más difícil.
El ver la “luz en su mirada” lo enfermaba. Era la huella de la pasión de Muffy—el último insulto de su hermano. Siempre volteaba cuando Sarabi pasaba a su lado para evitar el mirarla en ese estado. Una vez intentó ahogar su dolor con una noche de pasión sin amor, pero fue rechazado abiertamente aún cuando se ofreció a tomar los votos. Cierto día fue descubierto observando a Isha, que era conocida por su gusto de asolearse sobre las rocas con las poses más provocativas que su femenina belleza le permitía tener. La mandíbula de Taka se estremeció y su cola se movió de un lado a otro mientras le hacía el amor con la mirada. Yolanda, que de alguna manera sospechaba de Taka, lo descubrió y amenazó con decírselo a Isha. “Sabes que despedazaría tu lasciva e insignificante carroña en mil pedazos.”
“Ella lo entenderá. Has estado algo celosa desde que lo nuestro terminó.”
“¿¿Qué??”
“La noche antepasada, cuando te disculpaste de la cacería.”
“¡Estaba enferma!”
“Enferma de amor. Oh, nena, las cosas que hiciste jamás me las mencionó mi padre. ¿Cuál fue la que te gustó más—los conejitos traviesos o la venganza del ñu?”
Los ojos de Yolanda se abrieron de par en par. “¡Tú, asqueroso embustero!”
“No soy peor que tú, pequeña y sucia soplana. No te metas conmigo, o sabrás de lo que soy capaz.”
Jamás se volvió a mencionar el incidente de Isha. Aún así, Taka estaba acostumbrado a comportarse en público. Sus visitas a las hienas eran más frecuentes a medida que el nacimiento del hijo de Sarabi se acercaba, y su interés por la Familia Real se incrementó.
Todos experimentaron alegría y tristeza cuando el gran día llegó. El pequeño fue nombrado Simba, y su hermanita recibió el nombre de Shanni. Shanni era débil y pequeña, y ni siquiera alcanzó a probar la leche de su madre antes de partir para encontrarse con los dioses. Simba era fuerte y bien parecido, y tenía el vigor de dos cachorros. Sus grandes patas y su excelente complexión provocaban la admiración de parientes y amigos cercanos, tan pronto como le echaban un vistazo.
Finalmente llegó el turno de Taka para ver al pequeño. “Es como su padre,” mencionó. Fue algo que Mufasa, erróneamente, tomó como un cumplido. “Tendrá una vida interesante.”
A pesar de que no tenía duda alguna de que el cachorro sería macho y heredero al trono, el ver a Simba con sus propios ojos fue el último cimiento de la decisión que había tomado. Era un cachorro inocente, que ignoraba por completo el resentimiento que se alojaba en el corazón de su Tío. Sería fácil de eliminar.
No es de extrañar que fuese hasta ese día cuando Taka se dio cuenta de cuanto se parecían Elanna y Sarabi. Sólo que Elanna no lo evadía. De hecho, ella le hablaba sin necesidad de que Taka diera el primer paso. Se acercó a él, sonriendo, y señaló, “¿Acaso no es un sueño? Estoy segura de que vas a consentir mucho a tu nuevo sobrino.”
“Puedes apostarlo.” La miró a los ojos y sonrió. “Pero es una lástima que no haya heredado los ojos de su madre. Las hijas de Shaka tienen unos ojos hermosos.”
Elanna sonrió tímidamente. “Bueno, los hijos de Ahadi no son mal parecidos.”
“¡Mhhh!” Se enderezó un poco y comenzó a acicalarse la melena. Después de que Elanna se fue la siguió con la mirada, hasta que la perdió de vista entre los pastizales.
El recuerdo de Ahadi le trajo a su memoria un inmenso pesar que terminó por arrebatarle el buen humor. Una profunda pena comenzó a arrastrarse entre las penumbras de su corazón al tiempo que se preguntaba que es lo pensarían Ahadi y Akase si supieran de los planes que había trazado. Simba era el nieto al cual no pudieron ver antes de morir. No había duda de que lo amarían. Por un momento, pero sólo por un momento, recordó al pequeño cachorro rodeado por un glorioso amanecer que quería compartir el Reino con su hermano. “No, Muffy,” susurró Taka. “Papá tenía razón. Sólo puede haber un Rey en esta tierra.” El recuerdo le nubló la visión. “Padre, si tan sólo me hubieses elegido a mí. ¡Maldito seas, Rafiki! ¡Maldita sea la nodriza que te amamantó! Algún día te mataré, pero no será de una sola vez. Voy a destruirte pedazo a pedazo, de la misma manera en que tú hiciste conmigo.”
Esas palabras tan llenas de odio endurecieron su corazón. Se dirigió hacia el refugio de las hienas para darles la noticia del nacimiento de Simba, y para planear su muerte.
CAPÍTULO XX
UN DÍA MUY LARGO
“La muerte de Mufasa es una terrible tragedia. Pero perder a Simba, quien comenzaba a vivir… para mí, es una pérdida profunda y personal, y con el corazón destrozado subiré al trono. Pero desde las cenizas trágicas ascenderemos para saludar el principio de la nueva era, en la que el león y la hiena se unirán, en un futuro grande y glorioso.”
— EL LAMENTO DE TAKA
Durante los siguientes tres meses Simba dejó de ser un gatito dormilón y se convirtió en un alegre y efusivo cachorro. Había momentos en los que podía hacer enfurecer hasta a un árbol. Pero tenía un buen corazón, aunque su encanto no invitaba a los demás a adorarlo—en realidad los obligaba. Nala también cayó bajo su hechizo, y lo seguía a todos lados como si fuera un perrito.
Pero repentinamente, de la misma manera en que un árbol es despedazado por un relámpago, llegó Skar tremendamente alarmado y trayendo consigo la terrible noticia de que había una estampida en el cañón. Simba estaba en problemas.
¡Y vaya que eran problemas! Taka se lamentaba mientras describía el pequeño y mancillado cuerpo que yacía sobre la tierra. ¡Aquellos ojos tan llenos de inocencia y amor por toda la creación de Aiheu ahora miraban hacia el cielo, sin vida, impregnados con un último gesto de terror! Taka parecía estar realmente afligido—nadie habría sospechado todo el rencor que guardaba contra el pequeño hijo de su hermano. Frecuentemente Simba dormía bajo la protección y vigilancia de su Tío. Todos aquellos momentos hicieron que hasta la leona más escéptica creyera en la palabra de Taka.
Nala se acurrucó junto a Sarafina, sollozando. Sarabi trató de pensar en lo que sería de ella dentro de un minuto, incluso dentro de un sólo segundo, pero no le era posible imaginar algún futuro, ni siquiera el momento de la próxima comida. Quería acurrucarse y dormir, pero no despertar nunca más. Sin embargo las cosas no eran tan simples en el mundo real como en los sueños.
Rafiki llegó corriendo a la Roca del Rey. Vio a las hienas y no supo que hacer. Entró a la cueva preguntando, “Mufasa, escuché el lamento. ¿Quién ha muerto? ¿El viejo Maloki?”
“No. No fue el viejo Maloki.”
“¿Taka?” Rafiki miró alrededor. “¿Dónde está tu hermano?”
“Mi hermano está muerto. También Simba. Hubo una estampida en el cañón.”
“¡Por los dioses!” El impacto lo hizo caer de rodillas. “¡Aiheu, ha sido un día muy largo!” El viejo mandril apenas y logró deslizarse al exterior de la cueva. Vio a Sarabi con la cabeza agachada y las orejas caídas. “Sassie, ¿es cierto? ¡Dime que no es cierto!”
Ella lo miró, y su mandíbula se estremeció. “Rafiki, que bueno que viniste.”
Rafiki se arrodillo, abrazó a Sarabi y lloró en su hombro. “Mi pequeñita. Oh, mi corazón está roto—¡roto, aún cuando sigo vivo!”
Sarabi lo miró y le dio un beso. “Eres un simio, pero también eres un león. Reza por mi, viejo amigo. Mi corazón yace en el cañón aún cuando el amanecer y el anochecer continúan su rumbo. Desearía haber estado allí para presentarme ante Aiheu junto con ellos.”
“Te necesitamos aquí, por favor quédate con nosotros. No puedo entenderlo, solo aceptarlo.”
“Reza por mi.”
“Así lo haré, Sassie.” La besó. “Mañana, tarde y noche.” Tocó la frente de Sarabi con su mano. “Permitan que sus corazones se conmuevan por nosotros. Tengan piedad de ella en su momento de dolor. Recíbanla en sus amorosos brazos y cólmenla con la sangre de la misericordia…”
“Rafiki,” interrumpió una hiena. “El Rey quiere hablarte—en este momento.”
El mandril volteó muy sorprendido. Trató de recuperar la compostura. “¿Dijiste el Rey?” Tomó su bastón y trató de mantenerse tan erguido como le era posible, pero era un poco difícil dada la situación. Fue escoltado hacia la que ahora era la Cueva de Skar, y se encontró frente a Taka y sus guardias.
“Es un triste deber el que debo pedirte,” dijo Taka. “Una vez dijiste que mi camino sería largo y difícil. Ahora soy Rey, pero no puedo disfrutarlo. Es una obligación que debo cumplir, y necesito ayuda divina para desempeñarme sabia y apropiadamente. Dame tu bendición.”
Rafiki se acercó a Taka. No podía saber, por supuesto, que sus patas estaban manchadas con la sangre de su propio hermano. Pero al ver a Taka a los ojos no vio tristeza alguna. Tan sólo pudo ver el destello del triunfo, y lo hizo sentirse enfermo. “Esta bendición he de concederte. Que los dioses divinos te otorguen en abundancia todo lo que merezcas. Que encuentres toda la paz interior a la que tengas derecho. Que recibas misericordia en la medida en que la has otorgado. No más, no menos.”
“Voy a tomar eso como un cumplido,” dijo Taka al tiempo que le daba unos suaves golpecillos a Rafiki en la mejilla, para luego darle un tremendo golpe que lo hizo impactarse contra el muro. “Tú, pequeño mono desquiciado. Fueron tus palabras las que nos condujeron a esto. Te odio. Tu cara pintada me da náusea.” Taka asintió, y las dos hienas que le hacían guardia se colocaron junto a Rafiki, una a cada lado. “Te marco con la señal de Corban. Por el resto de tu vida habrás de permanecer en un radio de dos zancadas a partir de tu árbol, excepto cuando tengas que ir al manantial, y lo harás con una escolta de hienas… sólo cuando yo no esté cerca. La próxima vez que nos veamos será el día de tu muerte. Krull, encárgate del prisionero.”
Taka le aventó el bastón a Rafiki, quien lo tomó y se puso en pie. Le lanzó una anhelante mirada a Sarabi antes de abandonar la Roca del Rey. “¿También rezarás por mí?”
Las leonas lo vieron partir. Había sido la última de todas las heridas en medio de la tremenda pena que las inundaba. Elanna era la única que no veía maldad alguna en Taka, y pensó que debía tener una buena razón para aprisionar a Rafiki. Entró a la cueva humildemente, se echó sobre su espalda y estiró las patas. “Toco tu melena.”
“Puedo sentirlo. Levántate, querida.”
“Tu corazón es valioso para mí, aún cuando esté destrozado.”
“¿Y has venido para reconfortarme?” Taka estaba sinceramente conmovido. Pudo ver en los ojos de Elanna el amor que alguna vez vio en los de Sarabi. Se atrevió a arriesgarlo todo, y le tocó el hombro. Elanna ronroneó profundamente. “Esta noche mi hermano yace muerto al lado de su hijo. El día que hagamos el amor por primera vez debe ser un recuerdo dichoso. Regresa en tres días, y entonces tomaremos los votos.”
“Incosi aka Incosi,” dijo Elanna. “Gran Rey.” Después susurró la palabra, “Amado.”
El que esta palabra viniera de una leona era como recibir un rayo de luz de inmaculada belleza. Las hienas que lo rodeaban eran aduladoras y muy propias, más todo lo que sentían por él era temor y ambición, no compasión verdadera. Ni siquiera las que en verdad le estaban agradecidas eran capaces de manifestarle el más mínimo placer. Sólo había una hiena a la que en verdad amaba, y su amor era tal que toleraba a las demás.
ELANNA: “¿Por qué no lo ven como yo lo comienzo a ver?
Su luz resplandece, ¿por qué lo ven obscurecer?”
TAKA: “Conozco su faz, mas nueva la comienzo a ver,
Uno de mis caros anhelos empieza a ser.”
CORO: “El amor renace, su aliento a la obscuridad extinguió,
Y ante su esplendor la densa neblina languideció.
Los espíritus despertaron, el dolor falleció.
Su embriagante luz en nosotros resplandeció.”
TAKA: “Surcando las colinas llega un carmesí resplandor.
El sol se prepara para confortarnos con su calor
¡Y comenzar a brillar sobre nuestro nuevo amor!”
CORO: “La esperanza renace, después de que languideció,
Y al hacerlo con nuestro amargo llanto terminó.
Los espíritus despertaron, la soledad se evadió.
Nos han traído alivio y nuestro dolor finalizó.”
ELANNA: “Permite que salga el sol con su dorado esplendor,
Para llenar nuestros corazones con su resplandor
¡Y comenzar a brillar sobre nuestro nuevo amor!”
Rafiki fue empujado bruscamente al interior del baobad por los presuntuosos guardias de los cuales dependía su vida. Estaba demasiado triste como para sentir temor de la muerte, pero se asía a la vida gracias a algún impulso divino heredado por sus antepasados.
Rafiki miró el retrato de Simba. “Pobre criatura. Tan inocente, y ahora está muerto por culpa mía.” Entristecido pasó su mano por encima de la pintura, tratando de borrarla, manchando así la muestra de su adoración. “De alguna manera, sin importar lo que tenga que hacer para lograrlo, voy a terminar con toda esta maldad. Juro que no dejaré de intentarlo hasta que la muerte me lleve de este mundo.”
CAPÍTULO XXI
ES DIFÍCIL ENCONTRAR BUENOS ASISTENTES
“En el tercer año del reinado del Rey Ramallah existió una leona llamada Alba, la devota. Ella servía a la Reina Chakula por los días en que se aproximaba a su mayoría de edad, y frecuentemente la Reina le confiaba a sus hijos N’ga y Sufa. Cierto día, en que la Reina se encontraba merodeando por los alrededores, la tierra tembló y la cueva en la que vivía Alba se derrumbó, con ella y los cachorros adentro. Tomó cinco días el poder escarbar una salida de aquella trampa mortal, y Chakula había perdido toda esperanza de encontrarlos con vida. Mas cuando finalmente logró abrirse una entrada a la cueva, N’ga y Sufa salieron ilesos de ella. Tan sólo Alba había muerto. Debido a que en su cuerpo no había leche, se había abierto las venas de su propia pata y alimentado a los cachorros con su propia sangre, para que así pudiesen sobrevivir. En el lugar donde murió creció la primer flor que ahora lleva su nombre, roja como la sangre de la misericordia.”
—LA SAGA LEÓNIDA, Sección “E”, Variación 5
A Rafiki le molestaba el estar confinado en su baobad. Aquel lugar, que siempre le había parecido tan inmenso, ahora le resultaba escaso—casi claustrofóbico. Aún se le permitía curar heridas y fiebres… bajo la supervisión de sus guardias. Los visitantes casuales eran bruscamente rechazados.
No pasó mucho tiempo para que las Tierras del Reino se vieran invadidas por una epidemia de torceduras, contusiones y carraspeos. Los guardias comenzaban a sospechar que muchas de las visitas tan sólo iban a darle sus buenos deseos a Rafiki, pero no tenían forma de probarlo. Sin embargo, ese misterio quedaría resuelto cuando las menguantes provisiones de hierbas de Rafiki se agotaran, ya que no se le permitía recoger provisiones más allá de los límites de su confinamiento.
Rafiki estaba desesperado. A menos que Aiheu le mandase alguna ayuda, muy pronto se encontraría sin capacidad para curar y se convertiría en un vago vestigio de pasados días felices. Tomó un poco del preciado color ocre que aún le quedaba y dibujo el Ojo de Aiheu en la pared de su morada. “Cuida de mí, Señor. Sé que a su tiempo habrá una respuesta a mis problemas.”
Acababa de terminar su oración cuando sucedió algo que cambiaría todas sus expectativas. Krull, el líder de la guardia de hienas, llegó quejándose de un ojo irritado. “Si eres tan bondadoso como tus amigas dicen que eres, entonces no habrá problemas con el hecho de que sea una hiena.”
“Sé poco acerca de la bondad,” contestó Rafiki. “Pero no importa lo que seas mientras tengas una molestia.”
“¿Por qué te odia tanto Skar?”
“¿Es que nunca te lo ha dicho?”
“Supongamos que no. ¿Qué tienes que decir?”
“Diría que en parte soy culpable. Una vez jugué con poderes que no comprendía del todo, y al hacerlo le di pie a la maldición que lo consume.”
“¡Ufff! ¡Vaya que eres sincero! Una verdad a medias es como una carroña a medias—puede alargarse hasta el doble. Háblame de esa maldición—ayúdame a entenderla.”
“El sólo mencionarla es corban. Si la pronuncio en voz alta tus huesos se pudrirán… pero puedo susurrártela.”
Rafiki se le acercó y se inclinó sobre su oreja. “Lo que voy a hacer,” susurró, “es lo que tengo que hacer.” Con la rapidez de un rayo agarró la pata de Krull y comenzó a retorcerle un nervio. Con la otra mano le tapo la boca, justo a tiempo para callar un quejido de dolor. Krull comenzó a luchar y quejarse, pero el agarrón de Rafiki estaba bien asegurado. Las hienas pueden cerrar la boca con una gran fuerza, pero tienen músculos muy débiles para abrirla. Krull apenas y pudo emitir un apagado gemido. “Escúchame, y escúchame bien. Cuando te suelte la boca quiero que las primeras palabras que pronuncies sean ‘Juro por mi Dios que seré tu leal sirviente.’ ¿De acuerdo?”
La hiena luchó, pero cuando Rafiki la apretó con mayor fuerza empezó a quejarse de nueva cuenta. “Detesto la violencia. Detesto causarle dolor a los demás, pero te juro por mis dioses que voy a matarte si no cooperas.”
La hiena se tranquilizó un momento para después lanzar otro quejido. Rafiki le soltó la mandíbula.
“Juro por Aiheu que seré tu leal sirviente.”
“Tú no crees en Aiheu. Debes jurarlo por Roh’kash.”
“¡Lo juro por Roh’kash! ¡Por el amor de la Gran Diosa, ya suéltame!”
Rafiki lo soltó y comenzó a masajear el adolorido hombro de la hiena. “De vez en cuando necesitaré una escolta. No planeo estar encerrado por el resto de mi vida. Necesito hierbas y sustento. Necesito Alba para atender a los heridos. Si me tratas bien, te juro que le agradecerás a Roh’kash el haberme conocido. No soy malo. Jamás voy a lastimarte.” Tomó un ungüento. “Ahora veamos ese ojo. El viejo Rafiki te curará en un parpadeo, como lo prometí.”
CAPÍTULO XXII
UNA VISITANTE DEL ESTE
Taka no era un gobernante admirado. Su impopular reputación iba más allá de la llegada de las hienas, aún cuando eran universalmente despreciadas. La inseguridad de Taka era abrumadora; tenía que luchar contra toda amenaza y tratar de establecerse con fuerza feroz. Sin embargo, y a pesar de todo, Taka quería agradarle a los demás. Había veces en que se acercaba a alguna leona tan sólo para susurrarle una palabra amable—con la única intención de sostener una conversación amistosa—pero sólo conseguía que lo rechazaran o simplemente lo ignoraran. Era en esos momentos cuando se volvía más peligroso, pues la frustración y el dolor lo hacían encolerizar. Las leonas pronto se dieron cuenta de que podían sobrellevarlo mediante simples cortesías, así que comenzaron a responder sus saludos y hacer comentarios sobre lo hermoso que era el clima. Pero un profundo resentimiento podía escucharse en sus voces, y Taka eventualmente optó por dejar de hablar con ellas en vez de apelar a su hipocresía.
Después de que Taka estuvo en el trono por un año llegó una leona llamada Kako, proveniente del este, buscando asilo para ella y la criatura que llevaba en su vientre. Taka vio en ella a una persona cuya opinión acerca de él no había sido envenenada, y pudo darse cuenta de que la extranjera era bien acogida por las demás leonas. Así que un poco deliberadamente, y principalmente para impresionar a las demás leonas, la invitó a quedarse.
Kako estaba profundamente agradecida. Pasó por alto su avanzado embarazo y se unió a la cuadrilla de caza, a pesar de que su condición no le era muy favorable.
Una noche se encontraban cazando ñus cuando Kako, repentinamente, comenzó a sentir los dolores del parto. Fue atendida por dos leonas, mientras las demás continuaban con la cacería. Fue ahí, en la sabana abierta, donde Kako dio a luz a su hijo.
Kako se sintió inundada por la alegría y tristeza entremezcladas con que su vida había sido marcada desde el nacimiento. Isha limpió al cachorro y dijo, “Madre, observa a tu hijo.” El recién llegado era pequeño, estaba empapado y tenía la nariz arrugada; era la clase de belleza que un león no es capaz de apreciar, pero que es la adoración de una leona. “Ven, hijo mío.” Tomo al pequeño y lo colocó a su lado para que tomara su primer alimento, bajo el cobijador manto de un cielo estrellado.
KAKO: “Pequeño mío, diminuta y suave es tu faz,
Pequeño mío, junto a mi corazón dormirás.
Algún día crecerás y aventuras buscarás,
Mas tu jornada tan sólo comenzando estás.”
“Quédate conmigo, el mundo puede esperar,
La vida es corta y tan sólo acaba de iniciar.
Mi amor y mi corazón yo te he de entregar,
¡Hijo mío, ante Dios juro que te he de amar!”
Isha se acercó y tocó al pequeño con su lengua. “¡Acaso no es hermoso! ¿Cómo lo llamarás?”
“Será Mabatu, como su padre.” Esa era la única parte de su pasado que no estaba sellada por el silencio.
CAPÍTULO XXIII
EL PEQUEÑO MABATU
Taka descubrió que Kako podía ofrecerle una conversación cordial, aún cuando ella no le manifestaba una amistad totalmente abierta. Sin embargo le hablaba con franqueza, y el poder conversar con ella era el único placer que tenía Taka, además de su esposa Elanna.
Cuando Mabatu abrió los ojos por primera vez, la primer persona a la que vio fue su madre. La segunda fue Taka, quien lo miraba con una sonrisa llena de regocijo y curiosidad. “¡Mírenlo! ¡Acaso no es precioso!”
Durante la lactancia de Mabatu, Taka acostumbraba guardar las mejores porciones de la cacería para Kako. Más tarde comenzaría a darle tentadores bocados al pequeño Mabatu. Baba , como solían llamarle, encontró en Taka algo más que un Tío; en realidad era como un padre para el pequeño cachorro. El amor era un tesoro poco común para Taka, y se lo imploraba a aquellos que estaban dispuestos a ofrecérselo. Taka era capaz de manifestar una gran ternura, a su manera, cuando le satisfacía el hacerlo. Esta protección alarmaba a las demás leonas, quienes sabían que la fuerza de su amor tan sólo se igualaba con la fuerza de su odio. Aquellos que traicionaran su amor muy probablemente morirían.
Aún así, el cuidado que le daba a Mabatu era el último fragmento de respeto que las leonas sentían por él. Incluso comenzaron a dirigirle la palabra cuando pasaba junto a ellas. Le sorprendió tanto que fueran las demás las que comentaran con él sobre lo divino del clima que al principio pensó que todo se trataba de una broma. Pero poco a poco las conversaciones comenzaron a sonar más y más sinceras. Si no hubiese sido por las hienas habría podido hacer algunas amistades.
Cuando Mabatu tenía tres lunas de edad cayó una fuerte tormenta. Ese día sería recordado por mucho tiempo, pues fue la última lluvia que cayó antes de la sequía.
Le tomó algo de tiempo al sol el evaporar los últimos rastros de agua y dejar el pasto completamente seco. Las temporadas de sequía eran frecuentes en la sabana, así que no se podía hacer nada más que esperar. La primer semana nadie se alarmó. Una semana después llegaban a escucharse comentarios de las leonas a la hora de la cacería. Pero después de cuatro semanas sin lluvia la cacería comenzó a verse afectada. El pequeño Baba tenía cuatro lunas de edad, y su apetito crecía junto con su cuerpo. A su “Tío” le costaba cada vez más trabajo encontrar suficiente comida para satisfacer su apetito. Cierto día, en que la cacería fue muy escasa, Taka le trajo a Mabatu un par de pescados que se habían atascado en un charco que alguna vez formó parte del río. Mabatu los miró y frunció la nariz; entonces Taka lo miró profundamente dolido y señaló, “Pero los atrape especialmente para ti.”
Baba probó uno, y al encontrar que era apetitoso lo devoró rápidamente. Comenzó a olfatear el otro, pero entonces alzó la mirada. “¿Qué vas a comer tú?”
“Ya encontraré algo.”
“Toma.” Baba le ofreció el pescado a Taka. “Cómete éste.”
Taka miró a Mabatu a los ojos. Había algo en ellos que le recordaba al pequeño Simba. Por un momento sintió, si no arrepentimiento, por lo menos algo de pena. “Es muy lindo de tu parte,” dijo, acariciando al cachorro. “Te quiero mucho, Baba.”
“Yo también te quiero.”
No existía diferencia alguna entre Simba y Mabatu. Simba solía decirle a su Tío “te quiero” de vez en cuando. Taka juró en su corazón que, a partir de ese momento, sólo morirían aquellos que descubrieran toda la maldad que había causado. Él sentía que había salvado a Baba, y que al hacerlo había sido absuelto por el asesinato de Simba (ya que él pensaba que el cachorro estaba muerto). A pesar de que no estaba del todo convencido acerca de Roh’kash, y de que le había la espalda a Aiheu, se sentía inquieto por lo que le pasaría a su alma después de que hubiese muerto. Baba sería su expiación. Baba sería su salvación. Baba debía vivir.
CAPÍTULO XXIV
ASUNTOS DEL CORAZÓN
Isha pasaba mucho tiempo con Kako y su hijo Mabatu. Se esforzaba por ayudarlos en todo lo que le era posible. Y ellos no dejaban pasar la oportunidad de manifestarle su agradecimiento.
Un día Isha cuidaba de Mabatu mientras Kako iba a ver a Rafiki. Antes de partir, Kako le dijo a Isha, “Eres la hermana que nunca tuve. ¿Qué es lo que hice para merecer el haberte encontrado?”
Isha la acarició. “Es la misma pregunta que yo estaba haciéndome.”
“Es la tercera vez en este mes que te haces cargo de Mabatu. Debe haber algo que pueda hacer por ti.”
“Quiero mucho al pequeño. Atesoro cada momento que pasamos juntos.”
Isha pensó que bastaría con echarle un vistazo al pequeño Baba durante la ausencia de Kako. Pero al parecer él quería estar más involucrado, así que solían jugar a las luchas. Mabatu era muy joven para derrotar a una leona madura, especialmente si se trataba de una cazadora experta como Isha. Ella trataba de no hacerlo quedar tan mal.
Mabatu era muy veloz, si no es que más. A Isha le tomaba por sorpresa perder el balance cuando el hacerlo no estaba entre sus planes. Mabatu saltó sobre su estómago, riendo alegremente. “¡Te tengo!”
Después de que le permitió ponerse en pie, Isha se sacudió el polvo y dijo “Te atraparé la próxima vez, pequeño demonio.”
Mabatu la besó y dijo, “Te quiero mucho.”
“Yo también te quiero.”
Comenzó a sonreír. “¿Estás casada?”
Isha se rió, un poco apenada. “No. Pero algún día encontraré al león adecuado.”
Muy tímidamente le contestó, “Cuando sea grande quiero casarme contigo.”
Isha se rió nuevamente.
“Por favor, no te rías de mí. Lo dije en serio.”
“No me reía de ti. Fue algo muy lindo. Es sólo que no me lo esperaba.”
“¿No estás enojada?”
“No.” Isha lo besó. “Es la propuesta más linda que me han hecho, y créeme que he escuchado muchas.” Ella lo acercó a su lado. “Ya es hora de tu baño, pequeño malcriado.”
Mabatu no se quejó, como era habitual. Comenzó a ronronear tranquilamente al tiempo que Isha le limpiaba el pelaje.
Por la noche, cuando las leonas comenzaban a reunirse para comenzar la cacería, Uzuri se acercó a Isha con una gran sonrisa. “¡Felicidades!”
“¿Por qué?”
“Por el gran acontecimiento. Mabatu acaba de darme las buenas noticias.” Comenzó a reírse, algo que no era muy frecuente en ella.
Isha estaba apenada, y le preguntó, “¿Qué más ha estado diciendo?”
“No lo sé. Pero si yo fuera tú, iría a detenerlo lo antes posible.”
“Hablaré con él.” Isha se quedó pensando un momento y comenzó a reírse. “Me preguntó si estaba casada. Ese pequeño demonio… ¡debí haber adivinado que es lo que se proponía!”
CAPÍTULO XXV
SHIMBEKH
Entre las hienas había muchos videntes, pero pocos podían compararse con Shimbekh. Se decía que ella tenía el Oído de Roh’kash y que sus palabras nunca debían tomarse a la ligera.
Sin Rafiki como consejero de la Roca del Rey, Taka contaba con el juicio de Shimbekh para tomar todas las decisiones importantes. Esto era de gran interés para Shenzi, pues vio en ello la oportunidad para asegurar el control sobre Taka y, prácticamente, gobernar las Tierras del Reino.
Shimbekh siempre estaba rodeada de multitudes inquisitivas, pues todos anhelaban su sabiduría, pero eran pocos sus verdaderos amigos. Los obscuros e inciertos aspectos del futuro le significaban un gran obstáculo para poder ser vista como una amiga. Para la mayoría de las hienas, Shimbekh y el futuro eran inseparables, como si ella fuera una fuerza invisible que hubiese tomado una forma familiar para poder caminar entre ellos.
Makhpil era una vidente tímida pero talentosa, a pesar de que tan sólo era un adolescente. Ella se aferraba a Shimbekh, quien era su único consuelo. Sus propios padres le tenían miedo, a pesar de que no tenían razón alguna para sentirse así. Es por eso que Shimbekh fue como una madre para Makhpil, y en verdad la amaba de esa manera. Las dos le habían dado la cara al futuro, y éste no podría interponerse entre ellas.
Una profecía es una espada de dos filos—puede cortar en ambos sentidos. Shenzi, en un principio incapaz de hacer que Shimbekh mintiera, la convenció de decir solamente aquellas verdades que fuesen útiles a la causa de las hienas. Una verdad a medias es como una carroña a medias; puede alargarse hasta el doble.
Sin embargo, Shimbekh y Makhpil sabían que los videntes que mienten pierden su poder. Los dioses le arrebatarían la verdad a aquellos que no la usasen correctamente. Así que por mucho tiempo Shenzi sólo alentó a Shimbekh a manipular la verdad, pues habría sido una lástima el perder sus singulares talentos. Por alguna razón la sensibilidad personal de Shimbekh nunca fue tomada en cuenta por Shenzi, y Shimbekh estaba consciente de ello.
Pero algunos meses después, cuando Shimbekh ya estaba demasiado comprometida, Shenzi pudo chantajearla. Shenzi ordenó que Shimbekh la acompañara a sus aposentos, esta vez sin la compañía de Makhpil. Una vez que estuvo a solas con ella dijo, “Vas a decirle a Skar que es una tontería abandonar la Roca del Rey. Vas a decirle que el día que intente marcharse será el día en que morirá.”
“Pero Mi Señora Roh’mach, los dioses no han dicho eso. Un vidente es un sirviente de la Gran Diosa. Mentir es blasfemia.
Shenzi sonrió evasivamente. “¿Aún cuando los más grandes beneficios dependen de ello?”
“Querrás decir TUS más grandes beneficios.”
“Como sea.” Shenzi se deslizo detrás de Shimbekh y le dio un golpecillo en la mejilla. “No me gustaría ser tú, encanto, cuando Skar descubra la manera en que has estado manipulando la verdad.”
“Bajo TUS órdenes.”
“¿Perdóname?” Shenzi sonrió con malevolencia. “¿Acaso sería capaz de pedirte que le mintieras a mi Rey? ¡Por favor!”
Shimbekh le respondió, “No te atreverías a retar a los dioses.”
“Oh, por supuesto que sí. Las supersticiones de Taka son su gran ruina. Yo creo en lo que da buenos resultados, y esto dará muy buenos resultados. Si juegas bajo mis reglas no tendrás ningún motivo para preocuparte.”
Shimbekh contestó, “Tengo una predicción para ti. Este camino ha de llevarte a la derrota. No puedes echarle tierra a los dioses y obtener un beneficio con ello.”
“¿¿Estás amenazándome??”
“No. Te estás amenazando a ti misma. Todos pagamos por nuestros pecados, Roh’mach. Yo pagaré por los míos, pero tú pagarás por los tuyos.” La vidente la miró de cerca antes de retirarse. “Voy a rezar por ti.”
“Haz lo que quieras. Pero primero ve a ver a Skar.”
Shimbekh se retiró. Mientras hablaba con el Rey asentía profundamente. Le tomó todo su valor el mantener la postura. “Mi Señor, Rey de Reyes, hay algo que debo decirte.”
“¿Si?”
“Es sobre la Roca del Rey, Su Majestad. Es la fuente de tu vida. El irte de aquí significaría tu muerte.”
“¿Oh?” Las orejas de Taka se irguieron. “¿Mi muerte?”
“Sí, Mi Señor. La cacería y la lluvia son escasas, pero si conservas la fe y permaneces aquí, el agua caerá y las presas regresarán.”
“¡Qué bien! ¡Muy bien! Y yo que estaba comentando con Shenzi sobre la necesidad de irnos. ¡Dile lo que acabas de decirme, querida!”
“Lo haré, Mi Señor.”
Shimbekh asintió profundamente y salió de la cueva. Se adentró en la sabana, pensando en lo que pasaría por lo que había hecho. No tenía idea alguna. Para ella ver el futuro era un sentido, como lo son el oído y la vista para la mayoría de las hienas. Repentinamente, y por primera vez en su vida—como si se hubiese quedado sorda o ciega—tan sólo tuvo en ella la visión del presente.
La sensación de aislamiento la aterrorizó. Miró al cielo y trató de concentrarse. “¡Por favor, dioses, no me abandonen! ¡Por favor no me abandonen! Ella me obligó a hacerlo. ¡Ella me obligó!”
Sintió un gran pánico y emprendió la carrera hacia su cueva, donde Makhpil la aguardaba. No sabía como iba a decírselo, pero antes de que pudiese decir palabra alguna Makhpil la miró a los ojos. “Se ha ido,” dijo funestamente. “¿¿Qué has hecho, Shimbekh?? ¿¿Qué has hecho??”
CAPÍTULO XXVI
EL ÉXODO
El calor era opresivo. Taka estaba parado en el promontorio esperando alguna leve brisa que refrescara su día. No había llovido por semanas y el sol había drenado drásticamente el suelo. Era como si Aiheu estuviese enojado y dispuesto a probarlo. Rafiki observaba como iba secándose la tierra, pero estaba confinado en su baobad y lo único que podía hacer era rezar por que pronto regresaran las lluvias. El manantial ya tan sólo era un lodoso recuerdo en medio del seco y agrietado terreno. Era frecuentado por elefantes, quienes no se preocupaban por los leones. Ellos pisoteaban el lodo y lo revolvían con el escasa agua que había, dejándola prácticamente inservible para beber.
Khemoki, Incosi de los Cebra’ha, conducía a su gente para que tomaran un trago en el estanque, cada vez más reducido. El lugar estaba repleto de elefantes que formaban una barrera infranqueable.
“¡Ahem!” dijo Khemoki. Esperó una respuesta. “¡¡¡Ahem!!!”
No hubo respuesta alguna.
Se impacientó y comenzó a golpear el suelo con su pezuña, y después empujó a un elefante hembra. “Señora, ¿¿le molestaría mover su gris y pesado cuerpo y permitirme tomar un trago??”
La elefante comenzó a moverse, pero cuando volteó su expresión era todo menos amable.
“Por que no te callas la boca, querido.”
“¡¿Pero qué?!” Comenzó a mirar a todos lados en un arranque de furia. “Whinny , querida, ¿escuchaste eso? ¡No tenemos por qué quedarnos aquí y soportar que nos insulten! Bien podemos buscar otro manantial fuera de esta tierra olvidada de Dios.”
“Vaya, vaya,” gritó una de las cebras. “Buena manifestación, Mi Señor.”
Las Tierras del Reino estaban desoladas. El canto de las aves ya no se escuchaba por entre los árboles. Los pocos animales que aún caminaban a través de los resecos pastizales removían el polvo a su paso. Los cielos, donde alguna vez planearon águilas y flamencos, ahora estaban inundados por buitres en busca de presas. Y la lluvia seguía sin caer. No había nube alguna. No había esperanza alguna.
Taka aguardaba el reporte de Gopa la cigüeña. Gopa no tenía el encanto y educación de Zazú, pero era extremadamente detallado en sus informes.
La enorme ave aterrizó con la misma gracia de un flamenco lastimado, hizo una reverencia y dijo, “Señor, los Cebra’ha han abandonado las Tierras del Reino. El Incosi decidió que sería mejor pastar hacia el norte, además de que es muy peligroso para su gente que los leones y las hienas estén juntos. Para ser preciso, Khemoki las llamó “Esa condenada gentuza.’”
“¿¿No trataste de detenerlos??”
“No, Señor. Tan sólo reporto las noticias, no las hago.”
Ya había otra ave irritante en la lista de Taka. “Uno de estos días,” pensó Taka, “voy a torcerte ese enorme cuello.”
Ya no había más cebras. Los ñus se habían marchado y los antílopes habían desaparecido. Las Tierras del Reino se encontraban en un aspecto deplorable.
Beesa estaba bajo el sol de mediodía, en compañía de algunas de las leonas. Arriesgaban sus vidas con cada piedra que se atrevían a levantar, esperando encontrar un lagarto o una serpiente que pudiera saciar su apetito y reconfortarles el alma. Isha, jadeando, volteó a mirar hacia un cielo sin nubes. El sol irradiaba su ardiente calor como si quisiera vengarse de alguien. “Aiheu, ¿por qué nos has olvidado? Creo que voy a volverme loca.”
El insoportable calor provocaba que la imagen de los distantes árboles ondulara como reflejos en un estanque. El viento comenzaba a soplar y levantar el polvo, provocando un ligero cambio en las constantes molestias de las leonas.
Beesa pudo oír algo moviéndose entre el pasto. Se detuvo, sostuvo su pata en el aire, se agazapó y dio un salto. “¡Ouuu!” Le lanzó una mordida a la enorme rata que había atrapado con su pata. Sólo hasta que la cabeza de la rata estuvo triturada entre sus poderosas mandíbulas fue que pudo sacar sus afilados incisivos de entre la carne de la presa.
“Miren,” dijo Isha. “¡Mi hermanita atrapó algo! Es una gran rata. ¡Miren que grande es!”
“Corrección,” dijo Beesa. “Ella me atrapó a mi.”
“Bueno, es lo suficiente grande para ti—ahem—¿y tal vez algún familiar afortunado?”
“Sí, Isha. Algún familiar afortunado como mi hija. Será todo para ella.”
Uzuri dijo, “Beesa, siempre has sido como una segunda madre para mí. ¿Me adoptarías?”
“¿Y a mí?” agregó Isha. “Al menos pudiste comértela. Entonces podría haberte llamado egoísta y sentirme resentida.”
Beesa lamió su pata para limpiar la herida. Después tomó la rata y se dirigió a la Roca del Rey. La pata no le molestaba tanto. Si los dioses estaban de su lado, esa herida no interferiría con sus habilidades de cacería.
Lisani vio a su madre acercándose y corrió a recibirla.
“¿Qué trajiste?”
“Una rata,” respondió Beesa orgullosamente. “Y es toda para ti.”
“¡Ughh! ¡Una rata!”
“Deberías estar contenta de poder tenerla. La pequeña fastidiosa trato de comerme primero.” Beesa suspiró y dijo. “Mira, si me prometes comer aunque sea un poco de esta rata, hoy por noche haré un esfuerzo especial para traerte algo en verdad agradable, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo, lo intentaré.” Le dio un mordida, y al encontrar que no estaba tan mal arrasó con desesperación el resto del festín. Cuando terminó no quedó nada más que algo de piel y huesos. “Mamá, no me molestaría comerme otra rata. Todavía tengo hambre.”
“Lo sé, cariño.” Beesa comenzó a acicalar a su pequeña hija. “Pero recuerda esto: cuando las cosas ya no pueden empeorar, tan sólo pueden mejorar.”
CAPÍTULO XXVII
EL FRUTO DEL PECADO
Uzuri se sentó tranquilamente, tratando de ignorar el constante gruñido de su estómago, mientras observaba el ocaso. El carmesí disco se hundía bajo las copas de los árboles; Uzuri se levantó y caminó hacia Isha.
“Reúne a la cuadrilla.” Miro al cielo esperanzada. “Lo intentaremos de nuevo esta noche. Quizás Aiheu nos muestre piedad.”
La joven leona sacudió la cabeza al tiempo que se ponía en pie. “No mientras ese estúpido nos obligue a permanecer aquí,” gruñó Isha.
“¡Shh! No estoy segura si es traición o blasfemia, pero será mejor que cuides tu lengua. ¡Hay espías de Taka por todos lados!”
“¡Traición o no, es la verdad!” Comenzó a caminar lenta y penosamente al tiempo que su cola se arrastraba desanimadamente sobre el polvo, y comenzó a llamar a las demás leonas; era tiempo de empezar la cacería.
Uzuri suspiró mientras la veía alejarse. El problema era que Isha tenía razón. La negativa de Taka para permitir que los leones abandonaran la Roca del Rey en búsqueda de lugares más fructíferos para la cacería significaría la muerte de todos. Algunas leonas estaban demacradas y sus costillas comenzaban a resaltar claramente sobre su piel, alguna vez hermosa y brillante pero ahora parda y apagada debido a la mala nutrición. Sacudió la cabeza con desesperanza, se levantó y se reunió con las demás leonas.
Sarafina se levantó para saludarla. “Uzuri,” le susurró con urgencia. “Tenemos que hablar.”
“Por supuesto.” La miró con curiosidad. “¿Qué sucede, Fini?”
“No podemos seguir así por mucho tiempo. ¿Por qué estás reuniendo a la cuadrilla?”
“Supongo que quieres comer, ¿o no?”
Sarafina emitió un bufido. “Claro que sí, pero no quiero morir para obtener mi cena. Todo lo que pudimos encontrar esta mañana fue una pequeña manada de elefantes. Tú mejor que nadie sabes lo difícil que es poder alejar a una cría del resto de la manada y reprimirla.”
“No tenemos que preocuparnos por eso,” dijo Uzuri firmemente. “Decreto que cazar elefantes es corban.”
Sarafina la miró por un largo momento. “¿Entonces que es lo que nos queda? ¿Matar a los escasos vagabundos que llegan a pararse por aquí? ¡No podemos depender de eso!”
Uzuri suspiró profundamente. “Lo sé,” respondió con desánimo. “¿Y qué es lo que TÚ sugieres?”
“¡Ajenti!” gritó Sarafina. “Ven un momento. Dile a Uzuri lo que me dijiste la noche pasada.”
Ajenti sonrió. “Tuve la idea más maravillosa hace unos días que estabamos explorando.” Una terrible tos la interrumpió.
“Por cierto, no quiero que nos acompañes esta noche,” señaló Uzuri con preocupación. “Te oyes muy mal.”
“¿En verdad? ¡Grandioso!” Ajenti comenzó a reírse al ver la expresión de Uzuri. “Verás, he estado fingiendo esta tos desde hace algunos días.”
“¿Por qué?”
“Voy a aparentar que estoy enferma y permaneceré aquí mientras ustedes van a cazar. Planeo escaparme por algunas horas a la media noche.”
“¿Y a dónde piensas ir?” preguntó Uzuri. “No hay nada que comer en millas a la redonda.”
“No voy a buscar comida, sino a pedir ayuda. Voy a tratar de escabullirme por entre esas estúpidas hienas para ver a Rafiki.” Su gesto se puso serio. “Tal vez pueda pedirle ayuda a los dioses; puedes estar segura de que Taka no lo hará.”
Uzuri estaba sorprendida por la audacia de ese plan.. “¿Tienes idea de lo que te harán si te sorprenden? ¿Qué hay con los guardias? ¿Cómo piensas escabullirte entre ellos?”
Ajenti respondió, “Tal vez si estoy suficientemente enferma logre que me permitan ir a ver a Rafiki. Soy una de las mejores cazadoras, y a Taka no le gustaría perderme.”
La áspera voz de Taka atravesó el aire. “Si ya terminaron de conversar, señoritas, podrán ver que ya pasa del ocaso. Se hace tarde para comenzar la cacería.”
Uzuri levantó la voz. “Si, Señor.” Bajó el tono de su voz hasta que fue un ronco susurro, y volteó a ver a Ajenti. “Permanece aquí, por ahora. Pretende estar enferma, como lo has estado haciendo, pero no te vayas esta noche. Lo discutiremos cuando regresemos.”
Ajenti asintió con la cabeza. “Sí, señora.”
Uzuri y Sarafina se unieron al resto de las leonas que estaban aglomeraradas e inquietas, ansiosas de comenzar la cacería. Después de verificar que todas estaban presentes, Uzuri condujo a la cuadrilla al interior de la Cueva de Taka. El Rey estaba recostado en el umbral, acicalándose en silencio conforme se aproximaban. Uzuri aclaró su voz y dijo, “Mi Señor, te pedimos tu bendición.”
Taka alzó la mirada y asintió. “Aiheu provee. Agradezcámosle a Aiheu.”
“Aiheu provee,” respondió Uzuri. Se dio la vuelta para abandonar la cueva, pero se detuvo. “Taka, ¿por qué seguimos con esta farsa? ¡Ya no hay comida! Te lo imploro, permite que nos vayamos y busquemos mejores lugares para cazar.”
Volteó a verla repentinamente. “¡No! Permaneceremos aquí. Esta sequía no durará por mucho tiempo. La vidente lo ha predicho.”
“¡Si no nos vamos pronto los chacales se van a hartar con carne de león!” Uzuri hizo una reverencia. “Taka, por favor reconsidéralo. ¿Crees que tu padre habría antepuesto la palabra de un vidente al llanto de su gente?”
“¡He dicho que nos quedaremos!” gruñó. “Estás traspasando tu autoridad, líder de caza. NO voy a tolerar que me comparen con mi padre, que el Señor guarde en su gloria. Ahora vete de aquí antes de que las presas escapen.”
“Sí, Señor,” dijo apretando los dientes. Se dio la vuelta y se dirigió a la cabeza de la cuadrilla.
Las crías de los elefantes eran motivo de repetidos ataques suicidas por parte de las leonas debido a que no había mucho de donde elegir. Finalmente, y a pesar de las protestas de las demás leonas, Uzuri había prohibido atacar a los elefantes debido a que era arriesgarse insensatamente. De vez en cuando, muy en cuando, algún animal llegaba a pasar por las Tierras del Reino y entonces podían atraparlo. Sin embargo, el esfuerzo que realizaban para capturar algún animal grande casi siempre no valía la pena porque las hienas se apoderaban de él inmediatamente.
Las hienas no eran bien recibidas en la cacería, pues no eran tan hábiles como los leones. Se la pasaban platicando—algo que Uzuri no podía tolerar. De cualquier manera, ninguna de las hienas podía capturar buenas presas. Uno de los mayores temas de conversación cuando las leonas comenzaban a reunirse para iniciar la cacería era sobre cómo deshacerse de las hienas. Al menos hasta que empezaron a sospechar que había espías de Shenzi en todos lados, lo cual no era una sospecha absurda. Uno de ellos, Skulk , era particularmente silencioso.
Algunas horas después, la pálida luz de la luna alumbraba un pequeño grupo de elefantes. El pulso de Beesa se aceleró cuando vio a una cría apartada del resto de la manada. Calculó la distancia que la separaba de la cría y decidió que le sería posible cortarle el paso y separarla de la manada. La boca se le hacía agua con sólo pensarlo. Dioses, toda esa carne… la Manada por fin podría tener una comida medio decente. Comenzó a acercarse pero luego se detuvo, indecisa, al recordar la advertencia de Uzuri. Pero el recuerdo de su hija royendo la demacrada carroña de esa horrenda rata asaltó su mente. Recordó el tremendo golpe que sintió al darse cuenta de que podía contar fácilmente las costillas de su hija con tan sólo mirarla. Eso fue lo que terminó de decidirla.
“Aiheu provee,” susurró. Se deslizó entre el pasto seco, y silenciosamente comenzó a acechar al joven elefante.
Uzuri ya había visto a los elefantes algunos momentos antes. Comenzó a dar algunas ordenes en voz baja y cambió el patrón en V invertida, que normalmente seguían a la hora de la cacería, por uno en diagonal a la izquierda; ella estaba a la cabeza mientras las demás leonas se escalonaban al lado opuesto de los elefantes. Uzuri volteó la cabeza para indicarle a Beesa que cambiara su posición, pero tan sólo vio pasto en el lugar donde debía estar una leona. “¿Beesa?”
Malaika gritó. “¡Oh dioses! ¡Uzuri, mira!”
Uzuri comenzó a mirar a todos lados rápidamente hasta que divisó el lugar que Malaika estaba observando, y se quedó estupefacta. “Pero que…”
Un elefante hembra se acercaba silenciosamente por detrás de Beesa. Uzuri gritó, “¡Beesa! ¡Cuidado!”
Beesa volteó demasiado tarde, al tiempo que sus ojos se abrían de par en par al ver elefante abalanzándose sobre ella. Lanzó un tremendo chillido cuando el elefante aventó las cuatrocientas libras de leona por los aires, como si fuera una muñeca de trapo, para después pisarla con sus piernas delanteras, produciendo un atronador sonido.
“¡Cierren las filas!” gritó Uzuri. Las leonas corrieron hacia donde yacía Beesa y formaron un círculo alrededor de ella, ahuyentando al elefante. La hembra trompeteó ruidosamente y aproximó la cría a su lado, y posteriormente se reunió con resto de la manada que comenzaba a alejarse cautelosamente.
“Siento como si me hubiesen partido,” gimió Beesa. “¿Isha?”
“¿Beesa?”
“¡Isha!”
“¡Aquí estoy, cariño!” Isha se acercó para escuchar las apagadas palabras de su hermana.
“Cuida de mi pequeña Lisani. Prométemelo.”
“Te lo prometo, cariño.” Las lágrimas comenzaron a caer por los ojos de Isha. Acarició a Beesa y la besó. “Lo prometo. Te quiero mucho, Beesa. Reza por mí.”
“Lo haré, hermanita.”
“Oh, Beesa, ¿por qué lo hiciste?”
“Porque lo prometí.” Hizo un gesto de tremendo dolor. “Llévale algo especial a Lisani. Dile que es un regalo mío.” Comenzó a jadear. La sangre comenzó a brotar de su boca. “¿Isha?”
“Aquí estoy.”
Beesa levantó su pata lenta y dolorosamente, y acarició la mejilla de Isha. “Cuídate mucho.” Después su brazo cayó al tiempo que su último aliento escapaba en un profundo suspiro.
“¡Oh dioses!” Isha observó el cuerpo horriblemente lastimado. “Mi hermana,” murmuró. “Está muerta. ¿Qué le vamos a decir a Lisani?” Comenzó a mirar a las demás leonas, una a una. “¿Por qué tuvo que matarla ese elefante? ¿Por qué? ¿¿Por qué??”
La leona se mantuvo silenciosa por un momento, indispuesta a dar el siguiente paso que sabía era necesario. Finalmente, Uzuri se adelantó. Se agachó y besó suavemente la mejilla de Beesa. “Aiheu abamami.” Una lágrima rodó por su rostro y cayó silenciosamente sobre el pelaje de Beesa. “Reza por mí, Beesa.”
Retrocedió al tiempo que Malaika comenzaba a avanzar, seguida de Sarabi. Una a una, las Hermanas de Cacería de Beesa se le acercaron para decirle adiós. Al final sólo quedaba Isha. Las leonas permanecieron inmóviles, mirando el cuerpo de su hermana. Isha se agachó para besar su mejilla, pero se desplomó sollozando al lado del cuerpo sin vida. “¡Oh dioses!” Alzó la cabeza al cielo y rugió dando rienda suelta a su dolor mientras las demás leonas se le unían, provocando un espeluznante eco que retumbaba entre los acantilados.
Las hienas en la Roca del Rey escucharon el Lamento. Acudieron a Taka buscando una explicación, pero no tenía ninguna. “No se oye nada bien,” fue lo único que respondió.
Finalmente llegaron las leonas arrastrándose lentamente, con los ojos cerrados y llenos de lágrimas. Taka las miró una a una, indeciso, conforme se iban acercando.
“¿Uzuri? ¿Qué pasó? Escuché un lamento.”
Uzuri lo miró llena de furia. “Cuéntanos, Majestad. ¿Tú que crees?” Pasó a su lado violentamente y se sentó; su rostro se estremecía mientras luchaba por controlarse.
Lisani se acercó a la cuadrilla de caza dando cabriolas. Se acercó a su tía Isha, ronroneando alegremente, para recibirla. “Isha, ¿dónde está Mamá? ¿Qué es lo que me trajo? ¿Una cebra?” Su rostro comenzó a abatirse. “¿Otra rata?” Observó las lágrimas de Isha. “¿Nada?”
La mandíbula de Isha se estremeció. “Lisani, cariño, quiero que seas una pequeñita valiente. Muy valiente. Tu madre…” Comenzó a llorar. “Vas a quedarte conmigo a partir de hoy.”
Lisani observaba mientras comenzaba a comprender la dolorosa expresión en el rostro de su tía. Volteó a ver a las demás, y pudo ver el mismo semblante reflejado en sus vacías miradas.
“¿Está lastimada?” Se acercó a Uzuri. “Tía Uzuri, ¿¿que es lo que pasó??”
“¡Oh, mi pobre nenita!”
De repente se dio cuenta de que había pasado lo peor. Corrió hacia Isha y se refugió en su cálido cuerpo, estallando en lágrimas. “¡Quiero a mi mami!” sollozó. “¡Tía Isha, quiero a mi mami!” Isha la abrazó. “Todos queremos a tu mami, pero se ha ido.”
Kh’tel, una de las hienas, preguntó, “Creo que eso significa que la pobre Beesa está muerta.”
“Eso ES lo que significa,” dijo Uzuri severamente.
“Entonces el cuerpo es corban por una luna. Ese es el plazo, ¿no es así?” Con marcado entusiasmo dijo, “Díganlo ya, ¿dónde está el cuerpo? No violaremos la ley.”
Uzuri mostró los colmillos. “¡Ciertamente no lo harás! ¡Si tan sólo te atreves a tocarla, tú serás nuestra próxima cena!”
“Su Majestad,” protestó Kh’tel. “Simplemente trataba de seguir la costumbre leonina. Me ofenden estas ruines acusaciones.”
“¡Yo te enseñaré sobre ruines acusaciones!” En tan sólo un segundo Uzuri se abalanzó sobre la hiena, aprisionándola contra el suelo. Las demás hienas se aproximaron, amenazadoras, pero ella les rugió, “¡Si se acercan un paso más lo mataré!”
“Te prohibo que lo lastimes,” gritó Taka. “¡Déjalo ir!”
“¡Beesa está muerta, y es por culpa de él! ¡Él y los de su género! Que no se atreva a tocarla. Los chacales podrán hartarse, ¡pero yo misma mataré a la primer hiena que se atreva a tocarla!”
“Sé que estás molesta,” dijo Taka. “Pero sabes que estás exagerando. No queremos iniciar una guerra, ¿o sí?”
Las hienas la observaron fijamente, al tiempo que las leonas les regresaban la mirada Era como una chispa a punto de estallar en flamas.
“Déjalo ir,” dijo Taka severamente. “Detestaría tener que OBLIGARTE a soltarlo.”
“¿Quieres decir sólo tú y yo? ¿Uno a uno, sin ningún tipo de interferencia?” Los ojos de Uzuri irradiaban un poderoso brillo que heló la sangre de Taka. Era claro que estaba dispuesta a cumplir su amenaza. “¿Son esos tus términos, Señor?”
Taka se encontraba claramente en desventaja. Se estremeció en su interior tratando de pensar en algo que pudiese decir, lo que fuera, de lo cual no tuviera que arrepentirse.
Elanna dijo, “Por el amor de los Dioses, ustedes dos, lleguen ya a una concesión. Uzuri, deja que la hiena se vaya. En pago, mi esposo no te castigará.” Miró a Taka y sonrió ligeramente. “Dile que le permitirás marcharse, querido. Ella es muy razonable.”
Taka asintió. “Sí, sí. Elanna ha hablado por mí. Todos somos amigos aquí. Tan sólo tenemos algunos pequeños desacuerdos.” Observó a Uzuri. “¿No es así, cariño?”
“Sí, Señor.” Volteó a mirar a la hiena que aún estaba atrapada bajo sus patas y dijo, “Todos somos amigos aquí.” Besó a Kh’tel en la punta de la nariz con una húmeda y larga lengüetada que hizo a la hiena balbucear con sorpresa. “Mmmmm. No trates de comer alimentos con dientes, cariño. Podrías recibir una invitación a cenar.”
Liberó a Kh’tel, quien salió huyendo de la cueva, lleno de terror, para después limpiarse la nariz en el pasto mientras temblaba.
CAPÍTULO XXVIII
LA MÁS MARAVILLOSA DE LAS CALAMIDADES
La unión de Taka y Elanna ocurrió cuando Taka, supuestamente, guardaba luto por su hermano y Simba. Pero un día Taka experimentó el cambio más maravilloso, aunque algo estremecedor. Fue a ver a Elanna, quien se encontraba recostada bajo el frescor de la cueva. El opresivo calor había empapado con sudor el dorado cuerpo de Taka, arrebatándole el brillo de sus ojos y la dicha de su corazón.
Fue entonces cuando ocurrió un pequeño milagro. “Querido, sé que no tenemos suficiente comida, pero hay alguien que quiere unirse a la Manada.”
“¿Acaso lo conozco?”
“No, aún no.”
“Así que sabemos poco de él. ¿Es macho o hembra?”
“No lo sé.”
“Has hablado con él, ¿y no lo conoces? ¿Era un cachorro o algo por el estilo?”
“Algo por el estilo,” le respondió. “Sentí los cambios en mi cuerpo hace algunos días, pero hasta hoy estuve segura. Taka, eres muy inteligente, ¿cómo es qué no has notado la luz en mi mirada?”
“¿La luz en tu mirada?” El pelo de su espalda se erizó. “¿Quieres decir que voy a ser padre?”
“Por favor, no te molestes conmigo. Tendremos que racionalizar las provisiones, pero de alguna manera saldremos adelante.”
“¿¿Molestarme??” Las lágrimas brotaron de sus ojos y se acercó para acariciarla, rozando suavemente sus orejas y mejillas al tiempo que la besaba. “Te amo, Lannie. Mi amada y preciosa niña. ¿¿Molestarme?? ¡Estoy deleitado! Oh dioses, ya casi había olvidado que en el mundo existían belleza y alegría. Lannie, voy a darte hijos e hijas. Vas a llenar al mundo de belleza.”
Elanna lo besó y retiró las lágrimas de su rostro. “Ve y díselo a todos.”
Taka corrió hacia la punta del promontorio de la Roca del Rey y gritó, “¡Escuchen todos ustedes! ¡Elanna está embarazada!” Danzaba con la alegría de un cachorro. “¡Voy a ser padre!”
Taka sentía que esa pequeña criatura lo amaría de la misma forma en que él amó a Ahadi. Al diablo con las Tierras del Reino, este pequeño tesoro que su amada le entregaba sería sólo de él, totalmente suyo, y él lo adoraría. Sin importar que fuese macho o hembra sería el cielo y la tierra para él, incluso Dios. Y no habría injusticia alguna en el corazón de Taka: si tenía hijos gemelos, el Reino sería dividido después de su muerte. Jamás le infligiría a sus propios hijos el dolor y la pena que él mismo había sentido. Pero también decidió algo más, algo obscuro y siniestro. Para proteger a los suyos, el día que Elanna diera a luz sería el día en que Rafiki moriría. Al respecto le dio órdenes explícitas a la guardia de hienas. La maldición no viviría en sus hijos.
Esta vez no hubo un desfile de leonas felicitando a la feliz pareja. Tan sólo algunas hienas fueron a adularlo, únicamente para congraciarse con él. Taka detestaba eso—hacía que la ausencia de las leonas fuera más evidente.
Entonces llegó Fabana. Estaba profundamente deleitada. “Te dije que no debías morir, ¿o no? Te dije que el amor llegaría, y al fin ha llegado.” Se paró en sus patas traseras, rodeó la melena de Taka con sus brazos y lo besó. “¡Estoy tan feliz!”
Taka ronroneó profundamente, la besó con su larga lengua y la acarició con su enorme pata. “Me preguntaba cuando vendrías. Tú eras la primer persona a la que quería contarle sobre el pequeño Fabana.”
“¡El pequeño Fabana!” Lo besó una vez más. “¡Eres adorable! ¡Sí que lo eres!” Taka comenzó a reír y revolcarse como un gran cachorro, dándole leves zarpazos con su enorme pata. La noticia infundió un acorde de terror en algunas de las leonas. Isha y Uzuri se acercaron a Kako y la llevaron a un lugar apartado. Cerca de la cisterna había un recodo en el cual soplaba una fría brisa durante todo el año, la cual procedía de una pequeña y húmeda caverna. Era un lugar agradable para escapar del calor del verano; se decía que era la entrada a un extraño reino subterráneo que era corban a todas las criaturas del mundo del sol. Las hienas detestaban ese lugar por causa de la constante humedad, así que no había mucho riesgo de que pudieran ser escuchadas.
“Ese cachorro podría ser una hembra,” dijo Isha cautelosamente. “Pero también podría ser un macho. Si es así, no apostaría ni una pálida calavera de cebra por la vida de Baba. Skar lo matará o lo correrá de aquí. Los buenos desafíos le dan temor. ¡Pffft! Casi desearía ser un macho—¡le enseñaría una o dos cosas!”
“Hasta ahora sólo me ha mostrado amabilidad,” respondió Kako.
“Es cierto. Cuando le complace puede ser un pequeño y lindo gatito. Pero ese gatito tiene garras, cariño.”
Uzuri comentó, “Escúchala, Kako. Con el tiempo he llegado a considerarte como mi pequeña hermana. Mi alma sangraría si tu hijo muriera. No cometas errores, queremos protegerte. Tu hijo está en grave peligro.”
“Me mantendré alerta,” contestó Kako. “Es todo lo que puedo hacer. No puedo regresar a casa. En verdad no puedo hacerlo.”
“Estás en casa,” dijo Isha acariciándola. “Ahora somos tu familia.”
“Yo también las amo,” susurró Kako. “No crean que no es verdad. Si tienen un plan—cualquier plan—háganmelo saber. Incluso si significa librarse de—su problema.” No se atrevió a decir “matar al Rey,” pero quedaba entendido. “Viviremos juntas o moriremos separadas.”
“Entonces ha quedado pactado,” dijo Uzuri. “Veremos hasta donde podemos llegar. Tal vez Aiheu alumbrará nuestro camino.”
CAPÍTULO XXIX
COMO SU MADRE
Elanna comenzó a tener contracciones después de dos meses y medio de haber contraído matrimonio con Taka.
“¡Cariño!”
Taka entró a la cueva corriendo. “¿Qué sucede?”
“Me duele. ¡Algo anda mal! ¡Terriblemente mal!”
Fue entonces cuando vio la sangre. Taka sintió terror. “¡Pero aún faltan dos semanas!” Comenzó a mirar para todos lados, indefenso, mientras gritaba, “¡Comadronas! ¡Vengan rápido!”
Sarafina e Isha entraron corriendo. La miraron y sintieron terror. “Necesitamos hierbas. Su Majestad, Rafiki siempre nos ha ayudado con estas cosas. No podemos hacer mucho sin él.”
Rafiki estaba bajo arresto domiciliario y no habría podido encontrar todo lo necesario ni aunque lo liberaran. Pero eso no impidió que Taka lo mandara llamar.
Le tomó mucho tiempo al mandril el poder llegar a la cueva. Cuando finalmente apareció, Taka le hizo una reverencia y cerró los ojos. “No importa que es lo que sientas por mí, debes salvar al pequeño. ¡Cualquiera que sea el Dios en el que crees, debes salvar al pequeño! ¡Haré lo que sea! ¡Lo que sea! Quedarás en libertad. ¡Me aseguraré de que nunca más tengas que trabajar! Oh Dios, ¿¿es que acaso tu corazón es de piedra??”
Rafiki preguntó, “¿Hace cuánto comenzaron los dolores?”
“Cerca de una hora.”
“¿Una hora?” Se cubrió la cara con las manos. “Oh Señor, tan poco tiempo y tanto que hacer.”
“¿Qué es lo que necesitas? Te mandaré ayuda. Llévate a Sarafina. Monta en su lomo si es necesario. ¡Pero apresúrate!”
Rafiki trabajó febrilmente en tratar de aliviar los dolores de Elanna. La desesperación comenzó a inundarlo, hasta que le fue imposible permanecer en la cueva por un segundo más. Salió de la caverna suplicado por una ayuda que jamás llegaría.
Finalmente regresó a sus labores; estaba a punto de solicitar los servicios de Zazú para conseguir una rara medicina que tal vez podría salvar a Elanna, pero antes de que la discusión se diera por sentada Isha salió de la cueva llevando consigo el pequeño cuerpo de un macho muerto.
“¡Suéltalo!” ordenó Taka. Isha depósito al pequeño ante Taka. “Tu hijo, Bayete. Mano lo ha llamado ante él.”
Las leonas inclinaron la cabeza. “Él aguarda por ti. Él aguarda al lado de Minshasa.”
Taka miró el pequeño cuerpo. “¡Rafiki, haz algo! ¡Lo que sea! ¡¡Mi hijo, mi hijo!!”
Rafiki tomó al pequeño y lo abrazó. Las lágrimas brotaron de sus ojos. “Tan pequeño. Tan hermoso. Que horrible pérdida.” Rafiki miró a Taka con compasión. “Su espíritu ya está con los dioses. No puedo hacer que regrese.”
Taka acarició a su pequeño mientras las lágrimas inundaban sus ojos. “Aiheu abamami,” dijo finalmente.
Isha tocó a Taka con su lengua. “Bayete.” Se alejó llevando consigo el pequeño cuerpo sin vida.
Rafiki se acercó a Taka y observó sus silenciosos sollozos. “¿Hay algo que pueda hacer?”
“Eres inútil para mí,” respondió Taka. “Regresa a tu árbol.”
“Taka, hijo mío, puedo sentir tu dolor. Permíteme que…”
“¡Lárgate!”
Sarafina, con auténtica lástima, le dijo a Taka, “No podrás tener más herederos. Lo siento mucho.”
“Sí, está bien. Ahora márchense. ¡Todos!”
Taka estaba inundado por la pena. Salió al promontorio, bajo el cielo estrellado, y llamó a su padre Ahadi. “¡Desearía poder tener fe!” Sollozó, “¡Dios, si en verdad existes, ayúdame!” Fabana se acercó silenciosamente y se sentó a su lado, apoyando la cabeza sobre él. No dijo palabra alguna—no había necesidad de ello.
Taka rugió. Las leonas se le unieron. No había duda alguna de lo que eso significaba.
Con las rodillas aún débiles, Taka se dirigió a la parte baja de la Roca del Rey y lentamente se acercó al refugio de Kako, donde la encontró en compañía de su hijo.
“Parece ser que los Dioses han hablado,” dijo Taka. “No habrá príncipes en mi familia.” Su barbilla comenzó a estremecerse.
Kako se aproximó silenciosamente y le acarició la mejilla. “Lo siento tanto. Oh, pobre pequeño—quiero decir, Su Majestad.”
“Kako, los dioses te trajeron a mí. Tu bondad es una de las pocas cosas que puede reírse de la maldición que me quema la sangre.” Suspiró y haciendo un gran esfuerzo dijo, “Mabatu será mi Príncipe, y tu futuro Rey.”
“Nos honras, Bayete.”
Taka miró a Mabatu. “Hola, muchacho.”
“Hola, Su Majestad.”
“Ahora eres un príncipe. Deberías llamarme por mi nombre, o si lo prefieres puedes llamarme… por favor llámame… Papá.”
Mabatu se sentó al lado de Taka y hundió la cabeza en su melena. “Te quiero mucho, Papá.”
“Yo también te quiero.” Taka besó a Baba. “Eres mi última esperanza, hijo mío. Quiero que hoy te vayas a dormir un poco más temprano, por que mañana te voy a despertar al amanecer. Hay algo que quiero mostrarte.”
“¿Qué cosa?”
“Ya lo verás.”
CAPÍTULO XXX
ADMINISTRANDO LOS RECURSOS
Las reservas de comida estaban agotándose, y Shenzi buscaba maneras para hacerlas durar el mayor tiempo posible. Entre las hienas se volvieron cada vez más frecuentes los castigos de comer al final o sólo las sobras del día. A las hienas comunes les parecía que los líderes del clan estaban buscando excusas para reducir el número de bocas que alimentar, y no se equivocaban.
Los castigos más efectivos eran, desde luego, el destierro y la muerte. Sin embargo, no todas las hienas estaban dispuestas a traicionar a sus compatriotas por simple capricho. Amarakh, la antigua y amada Roh’mach, tenía una hija llamada Takyla; muchos sentían que era ella la que debía haber sido Roh’mach, y no Shenzi. La joven Takyla era presa de hostigamiento constante por parte de Shenzi y sus amigos. El expulsar a Takyla bajo el cargo de traición consolidaría la posición que Shenzi tenía en el clan y significaría uno o dos bocados extras para todos a la hora de la comida. Todo lo que Takyla hacía o decía era reportado por alguno de los espías de Shenzi, a quienes había llamado los “Guardianes del Clan del Espíritu,” pero todos podían reconocer a un espía con tan sólo mirarlo.
Deshacerse de un león era una opción mucho más efectiva que desterrar a una hiena. Sin embargo, era muy difícil acumular quejas lo suficientemente fuertes, y aún más reunir alguna evidencia sólida. Las leonas estaban juntas en casi todo lo que hacían, y eran prácticamente impenetrables por los Guardianes del Clan del Espíritu. Tan sólo quedaban los cachorros macho.
Había un cachorro en particular que representaba una gran amenaza. Taka había comenzado a recuperar su juvenil fanfarronería desde que nombró Príncipe a Mabatu. Comenzaba a hacer apariciones en público más de una vez al día; también había empezado a tomar el mando y hacer decisiones difíciles que usualmente dejaba a cargo de alguien más. Cada vez se hacía más problemático poder controlar a Taka; además, a Shenzi le preocupaba que Mabatu cobrara ánimo y se convirtiera en un líder poderoso tras la muerte de Taka.
Y algún día tendría que morir. Makhpil había predicho que Taka moriría joven y violentamente. Era una profecía ambigua, pero provocó la urgencia de Shenzi. No había tiempo que perder.
Denunciar a Mabatu como un cachorro traería graves consecuencias. Taka adoraba al cachorro y se enfrentaría a los mismos dioses para protegerlo. La vaga idea de que Taka estuviese dispuesto a dar su vida por alguien más preocupó a Shenzi. Si eso llegara a ocurrir perdería su dominio sobre él.
Matar a Mabatu era una solución imposible. Taka no descansaría hasta descubrir la verdad. Jamás creería el testimonio de los demás, ni siquiera en el supuesto caso de que alguien decidiera sacrificarse y echarse la culpa, muriendo como un mártir del Clan de Roh’kash; Taka jamás aceptaría el que hubiese actuado por su propia cuenta. Debían ser más astutos.
Las semanas pasaron y se convirtieron en meses. En todo ese tiempo tampoco habían podido dar con la forma de eliminar a Takyla. Pero a la hora de la comida siempre faltaban una o dos hienas, víctimas de la estricta disciplina.
Mabatu pasaba más y más tiempo con Taka conforme transcurrían los días. La profecía de Makhpil estaba constantemente en la mente de las hienas, y les preocupaba que en cualquier momento el débil líder fuera reemplazado por un poderoso sucesor. Cuando Mabatu cumplió un año y medio de edad algunas matas de pelo comenzaron a crecerle alrededor del cuello; fue entonces cuando los líderes del clan de las hienas tuvieron una reunión privada y decidieron que ya era hora de que Mabatu se fuera
¿Pero cómo lo lograrían? Por supuesto, Shimbekh estaría involucrada.
Shimbekh aún le daba predicciones correctas a Taka… gracias a la información que Makhpil le proporcionaba previamente. Esto era suficiente para encubrir todos los engaños tramados por Shenzi.
Se supeditaron al viejo proverbio de las hienas: verdad a medias es como una carroña a medias—puede alargarse hasta el doble—y decidieron utilizar una mentira que aminoraría el golpe, pero que conseguiría un resultado efectivo.
Shimbekh se acercó a Taka, temblando tímidamente, para darle una noticia que podía costarle la vida. “Mi Señor, hay malas noticias.”
“¿Oh?” Taka se cubrió la boca con la pata involuntariamente. “¡No puede ser!”
“No sé cómo decirte esto, Mi Señor. Hay un espíritu maligno en este lugar. Uno que es demasiado poderoso para ahuyentarlo con nuestros poderes. Si Mabatu no es expulsado de la Manada enloquecerá al día siguiente de su Cubrimiento y matará a su madre. Después te matará a ti.”
“¿¿Qué??” Taka se acercó abruptamente a Shimbekh, hasta que estuvo a sólo unas pulgadas de su cara. “¡Si estás mintiéndome te juro que te destrozaré!”
Shimbekh comenzó a llorar; se acercó y besó la mejilla de Taka, pasando por alto su propia seguridad. “Lo quieres mucho, ¿no es así?”
“Sí, lo quiero mucho.”
“Entonces…” Se esforzó para poder hablar. “Debes echarlo ahora, mientras su corazón es puro. Tú sabes lo que se siente sufrir desde el interior. No hay ningún lugar donde esconderse.” Su voz comenzaba a desvanecerse. “Nadie conoce el tormento que sufrimos en nuestro interior. Tratamos de sonreír cuando nuestro corazón está destrozado.”
A Mabatu se le comunicó con dos días de anticipación que recibiría el cubrimiento de un plebeyo, para que así pudiera despedirse y tener una apropiada preparación espiritual. Pero no se le dijo por qué iba a ser echado. Taka estaba claramente afectado; a pesar de la obvia tentación, Mabatu no le mostró odio o resentimiento. También era claro que Taka sentía afecto por él.
Mabatu y Kako eran presas del pánico. Baba aún no estaba listo—tenía habilidades de cacería mínimas y no podía considerarse lo suficientemente maduro. Kako imploraba fervorosamente por un poco más de tiempo—alegaba que el no retrasar el inevitable día por una luna o dos significaría la muerte de Mabatu—pero era rechazada por Taka. “Ya aprenderá. Ese es el modo de la Naturaleza. Además, voy a rezar por él todas las noches.”
CAPÍTULO XXXI
UNA ÚLTIMA PETICIÓN
Era la noche anterior al cubrimiento de Mabatu; la mayoría de los jóvenes leones pasaban esos momentos al lado de sus madres, tratando de decirse palabras confortantes que puedan acompañarlos por toda una vida. Pero Mabatu no estaba preparado todavía, así que cada momento era valioso. Por esa razón fue que Isha permaneció en casa, en lugar de asistir a la cacería; quería estar con Mabatu, enseñándole sobre cacería, combate y otras habilidades necesarias.
La más grande esperanza de Mabatu era aprender a deshacerse de las hienas, pues su única esperanza era poder vivir de carroña si es que podía vivir del todo. Era necesario que supiera cuales eran sus debilidades y cuántas de ellas podían ser ahuyentadas fácilmente. Había pocas esperanzas de que llegara a convertirse en un gran cazador; Isha lo sabía mejor que nadie, pues sus habilidades como cazadora sólo eran igualadas por Uzuri. Y cómo siempre había querido a Mabatu, deseaba con desesperación dar lo mejor de ella misma.
“Pasemos a los agarrones,” dijo Isha. “En este punto del brazo puedes restringir el movimiento.” Le mordió levemente la parte superior del brazo, por encima del codo. “Por aquí, en el costado, puedes rasgarles la piel. Pero el agarrón de garganta es el más importante…” Isha rodeo la espalda de Mabatu con su brazo. “Debes golpearlas justo aquí y entonces presionar con todo tu peso.” Isha se reclinó sobre él. “Es importante que dejes que tu peso haga el trabajo. Entonces debes ir directo al cuello y cortarles la respiración.” Con sumo cuidado mordió el cuello de Mabatu.
Un momento después se detuvo y lo miró. “Tu corazón está latiendo. ¿Te encuentras bien?”
Mabatu la miró. Su nariz se estremecía ante el paso de su cálida respiración. “Isha…”
“No fue mi intención ofenderte. Lo siento.”
“No te preocupes. Soy yo quien te ha ofendido.”
“Pero que disparate,” respondió Isha, acariciándolo.
Mabatu la acarició apasionadamente, mordisqueando levemente su oreja. Observó la sorprendida expresión de Isha. “Por favor, no me odies. No sabes por cuánto tiempo he querido hacer esto. Mucho tiempo.”
“Tenemos que regresar a las lecciones,” balbuceó Isha, al tiempo que observaba como la barbilla de Mabatu se estremecía. “No tenemos mucho tiempo.”
“No tenemos mucho tiempo,” respondió Mabatu. “Debo comenzar a cazar ahora. Tal vez no tenga oportunidad alguna de lograrlo, pero he estado acechando por mucho tiempo. Ahora debo salir del escondite y correr hacia ti.”
“¿Aunque tenga edad como para ser tu madre? Me siento halagada. En verdad. Pero cuando seas mayor encontrarás a alguien de tu edad. Entonces me recordarás y te reirás.”
“Sabes muy bien que no llegaré a ser muy grande. Voy a ser sacrificado para ayudar a los demás. Lo sabes perfectamente.”
Isha se sintió perturbada. “Desearía que no dijeras eso.”
“Pero no lo has negado.”
“¿Cómo podría hacerlo?”
“Te amo, Isha. Siempre te he amado. ¿Recuerdas que una vez dije que cuando creciera me casaría contigo? En ese entonces te reíste, pero si te ríes ahora moriré. Te amaré mientras la vida mantenga mi alma y mi cuerpo unidos. Te amaré incluso después de la muerte.”
“¿Después de la muerte?” Isha lo acarició. “No pienses en la muerte. Estás vivo.”
“¿Cómo puedo estar vivo? Jamás he vivido. Isha, si tan sólo pudiera estar cerca de ti, aunque fuera sólo por esta noche, entonces habría VIVIDO.
Isha lo miró a los ojos y le dio un golpecito con la pata. Mabatu le regreso el golpe juguetonamente. Isha comenzó a rodearlo, buscando algún lugar sin defensa. “Si estás en busca de una gran presa será mejor que te prepares.”
Isha saltó hacia él, sosteniéndole el cuello con los brazos y luchando con gran maestría. Entre risas y jadeos estuvo a punto de empujarlo hacia la tierra. Mabatu comenzó a golpearla, pero eran golpes tan débiles que no habrían despertado ni aun cachorro. Isha logró derribarlo.
Mabatu se puso en pie para volver a intentarlo. Trató de utilizar su peso para poder derribarla, pero Isha pesaba mucho más que él y pudo hacerse a un lado fácilmente. Isha colocó su brazo sobre la espalda de Mabatu y comenzó a reclinarse sobre él. Las piernas de Mabatu se flexionaron debido al peso. Entonces Isha se quedó totalmente quieta, justo cuando parecía que estaba a punto de inmovilizarlo. Mabatu colocó la cabeza bajo el brazo de Isha y logró volcarla sobre el pasto; después permaneció mirándola. “¡Te atrapé!”
Isha lo miró a los ojos profundamente, y su mandíbula se estremeció. “Ahora que me has atrapado,” ronroneó suavemente, “puedes hacer lo que quieras.”
“¡Oh, dioses!” Comenzó a acariciarla apasionadamente, mordisqueado sus orejas y tocando su mejilla suavemente. “¡Isha, amada mía!”
ISHA: “Perfumando la obscuridad la noche ha de llegar,
Permitiéndonos retener este momento tan escaso.
Por el amable y fugaz camino ha de serpentear,
Separando ansiosamente al amanecer y al ocaso.”
MABATU: “El ayer se desvanece y el mañana incierto es,
Mas lo que permanece contigo he de compartir.
Siente mi corazón, es tuyo tal cual es,
Hasta que la luna sobre el rocío venga a morir.”
AMBOS: “Llegó la hora de abrazarnos con fervor,
Mirarnos a los ojos y amarnos sin temor,
Y atesorar cada instante ante un resplandor
Que ha de develar el misterio de nuestro amor.”
Bajo la plateada luz de la luna Isha susurró, “Ven, amado mío, adonde la obscuridad pueda refugiarnos.” Mabatu la besó y se puso en pie. Isha lo siguió, apoyando la cabeza sobre su escasa melena; abandonaron aquel lugar y caminaron, lado a lado, hacia la obscuridad.
CAPÍTULO XXXII
EN LA DISTANCIA
Por un momento, Kako tuvo la esperanza de que su hijo sería el soberano de la Roca del Rey.
Pero las cosas se les habían vuelto en su contra, y en vez de la pompa y celebración asociadas a una presentación real se llevó a cabo una ceremonia privada en la silenciosa pradera del este. Ahí, rodeada por una profusión de flores, Kako volvió a experimentar la pena que sienten la mayoría de las leonas que tienen hijos machos. Supuestamente debería ser un día positivo, el comienzo de una gran aventura. Desde ese punto de vista, Kako estaba equivocada, y sonrío cariñosamente. “¿A dónde se ha ido mi pequeño cachorro? Todo lo que veo es a este león.”
“Siempre seré tu hijo,” respondió Baba, acariciándola.
“Recuérdame,” susurró Kako. “Cuando seas un gran rey, no olvides que yo te alimenté con mi leche.”
“Cuando te hayas marchado para reunirte con tus ancestros, reza por mí.” Las palabras se le atoraron en la garganta. Sentía que jamás volvería a verla hasta el día en que los dos se hubiesen ido para estar al lado de Aiheu.
“Voy a rezar por ti,” dijo Kako, al tiempo que su cola caía al suelo. “¡Oh dioses, mi hijo, mi pequeño hijo!”
“No llores, madre.” Mabatu la besó, apartando las lágrimas de sus mejillas. “Debes ser fuerte por mi. Voy a llevar este momento conmigo por el resto de mi vida.”
“Lo siento.” Aspiro profundamente y sonrió. “Además, algún día nos volveremos a encontrar, entre las estrellas, y ya nada podrá separarnos.” Kako tocó la mejilla de Mabatu con su pata. “Que el Gran Señor Aiheu te sonría. Que el pasto se mueva suavemente bajo tus patas. Que los Grandes Reyes te cobijen. Que encuentres amor y seguridad, adondequiera que vayas.”
“Estaré a salvo,” susurró Mabatu. “Los dioses me acompañaran.”
Isha se aproximó. Miró al joven macho al tiempo que las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas, lo cual no pasó desapercibido por Kako.
Mabatu se le acercó, la besó, le limpió las lágrimas y susurró, “Regresaré por ti. Si Aiheu me permite vivir, encontraré un hogar para los dos. ¿Me esperarás?”
“Toda mi vida. Lo prometo.”
“Siempre te amaré. Si muero, mira a las estrellas. Estaré cuidándote.”
Mabatu acarició a Kako. Quería llevarse consigo el recuerdo de su pelaje, su aroma, el sonido de su respiración. La miró a los ojos. “Madre.”
“Hijo mío.” Lo besó por última vez.
Sin decir una palabra más, Mabatu se dio la vuelta y caminó en dirección al norte. No volteó la mirada; habría estado mal el hacerlo. Llegó al límete de los árboles y caminó a través del sombreado sendero del bongo, hacia la escondida pradera a la que muchos leones van a morir. Sobre el pasto había una silenciosa calavera mirando ciegamente; era todo lo que quedaba del viejo Maloki. No se detuvo a observarla, pero volteó a contemplar los confines de la pradera. Era la frontera de las Tierras del Reino. La observó con un poco de nostalgia. Nunca antes había abandonado las Tierras del Reino, y ahora El Gran Mundo se extendía ante él. Inhaló profundamente, y después exhaló con calma. Comenzó a caminar entre los árboles y las sombras se cerraron sobre él cual obscuras cortinas cayendo sobre el escenario.
CAPÍTULO XXXIII
ENFRENTANDO AL DESTINO
Shimbekh observó el cubrimiento de Mabatu, oculta entre las sombras. Fue como si una espina atravesara su corazón. “Él morirá por culpa mía. No puedo verlo, pero tiene muy poca preparación. Es tan joven.”
Se dirigió hacia la Roca del Rey para refugiarse del sol y hablar con Makhpil. Conforme caminaba trataba de pensar en una sola cosa que la hiciera diferente de una asesina. ¿Era suficiente el que hubiese sido la Roh’mach en persona quien se lo hubiese ordenado?
Makhpil la estaba esperando. ¡Que maravilloso debía ser poder ver las cosas antes de que sucediesen! Con gran tristeza y envidia, Shimbekh le preguntó a Makhpil lo que le deparaba el destino.
“Puedo verte parada en el desfiladero del río,” dijo Makhpil. Besó a Shimbekh. “Experimentarás una gran dicha.”
La dicha era algo sobre lo que Shimbekh sabía muy poco, especialmente en días recientes. Pero de alguna manera sabía que Makhpil decía la verdad. Era como un débil eco de los grandiosos poderes que alguna vez tuvo.
Shimbekh se apresuró a salir de la cueva. Usualmente las hienas no le dirigían la palabra a las leonas de manera directa; fue por eso que Uzuri se sorprendió cuando Shimbekh le habló. Shimbekh le dijo que el permanecer en la Roca del Rey no había sido idea suya ni de los Dioses. Era el deseo de Shenzi, como sucedía con la mayoría de las cosas. Lo mismo había pasado con Mabatu. Debían encontrarlo y traerlo de vuelta a casa antes de que la muerte lo hiciera.
Uzuri estaba indignada y algo desconfiada. “Esta plática podría costarte la vida, a menos de que se trate de alguna clase de truco.”
“Claro, un truco.” La vidente se rió amargamente. “Tu sangre se pulverizaría si supieras tan sólo la mitad de todos los trucos que les han tendido. Mis poderes se han ido. La verdad me abandonó por haber mentido y ahora sólo soy capaz de ver un futuro—el mío.” Shimbekh se alejó silenciosamente.
Shimbekh caminó en dirección al cañón donde Taka mató a Mufasa. “He confesado mi culpa. Permítanme ver la verdad con mis propios ojos sólo por una vez más.” Cerró los ojos con fuerza y respiró profundamente. “Sí, Gran Diosa. Gracias. ¡Memu kofasa, Muti! ¡Roh’kash ne nabu!” Se agazapó sobre sus piernas traseras y saltó por el desfiladero. Durante varios segundos cayó libremente, pero después chocó contra el muro del desfiladero y comenzó a rodar, ensangrentada y golpeada, a través del canto, para finalmente detenerse sobre el suelo.
CAPÍTULO XXXIV
LOS CACHORROS DE ISHA
Pasó el tiempo y llegó el día en que Isha tuvo tres cachorros. A su hijo lo llamó Habusu, y sus dos hijas fueron nombradas Jona y Minshasa.
Algunas de las leonas se agruparon para poder verlos, con más curiosidad que dicha. Kako no estuvo entre ellas.
Isha no había sido desterrada socialmente, pero estaba claro que nadie dudaba quién era el padre de los cachorros y cuáles habían sido las circunstancias de la concepción. Había tensión y un sentimiento de desaprobación entre los miembros de la Manada que se detenían a observar, oler y tocar a los cachorros; después decían algo agradable, sólo para después apartarse y comenzar las habladurías. Isha tenía un excelente oído, y sin duda alguna escuchó muchas cosas dolorosas antes de que el día terminara.
Los comentarios de las leonas eran muy descarados. “Será una madre devota,” dijo alguien; “Sabe muy bien CÓMO tratar a los NIÑOS.”
Después de la penosa presentación por la que Isha acababa de pasar llegó la líder de caza. El cariño de Uzuri por Isha era absoluto e incondicional. Ante sus ojos, la belleza del nacimiento era inmaculada. Miró a cada uno de los cachorros, los olfateó suavemente y los tocó con su lengua. “Habusu es idéntico a Mabatu cuando tenía su edad—es muy bien parecido. Algunas veces me preocupo por Baba; siempre me pregunto en dónde andará, qué es lo que estará haciendo, y si acaso te extraña. Debes rezar por él.”
“Así lo hago.” Isha la acarició. “Te quiero mucho, Uzuri.”
“¿Por qué? ¿Qué es lo que he hecho?”
“Nada—y todo. Te quiero sólo por ser como eres.” Uzuri se marchó; Isha aproximó a los pequeños hacia su cálido vientre para alimentarlos con su leche. Los acarició con delicadeza mientras se alimentaban. “No me importa lo que piensen las demás. Ustedes son mis hijos, y son maravillosos. Son los hijos de Mabatu. Nuestros pequeños.” Entrecerró sus ojos. “Mi pequeño Mabatu. Dondequiera que estés, espero que sepas lo hermosos que son.”
Taka se aproximó. “Mira a esos pequeños angelitos,” susurró. “¡Acaso no son hermosos!”
“Son los hijos de Mabatu, “ respondió Isha. “Es lo que venías a averiguar, ¿no es así?”
“Mabatu,” dijo suavemente. “No dejaré de lamentarme hasta el día de mi muerte. Era mi hijo, y siempre lo será.”
“¿Entonces por qué lo expulsaste?”
“No tengo por qué decírtelo, pero lo haré. Tan sólo tu tienes derecho a saberlo.” Suspiró profundamente. “La vidente me dijo que si permanecía aquí tendría que enfrentarse a un destino maligno. Quería mucho a Mabatu, lo suficiente como para darle una pequeña oportunidad entre la desesperanza que le estaba destinada.”
Había sinceridad en las palabras de Taka. Isha pudo ver la tristeza que nublaba su rostro al recordar a su amigo.
Taka miró al pequeño varón. “¿Cuál es su nombre?”
“Habusu.”
“Habusu, eres el hijo de mi hijo. Serás mi heredero, y el único Rey verdadero. No soy un vidente, pero predigo que no te odiarán como me odian a mí. Has traído cierta paz a mi corazón. Eso no es algo fácil de hacer.”
“Me honras.” Isha lo miró con algo de preocupación. “Por favor no se lo digas a las hienas aún.”
Cuando Taka le preguntó por qué, Isha respondió. “Si la vidente es tan buena, deja que sea ella quien te lo diga.”
Taka se rió, sorprendido. “Sí. Vamos a permitírselo. ¿Pero no sientes algo de curiosidad sobre qué es lo que le depara el destino?”
Sí. Por eso planeo estar ahí cuando suceda. Todos tenemos que experimentar pena y dolor, y todos tendremos que morir algún día; pero es mejor no saber cómo ni cuándo.”
Taka la miró muy sorprendido. “Pero Isha, eres toda una filósofa.”
“Todas las madres somos filósofas.”
Isha lo observó marcharse, y entonces recordó a su hermana Beesa. Ella alguna vez fue una filósofa. Afortunadamente ella sólo tenía una cachorrita a quien alimentar, una hija llamada Lisani. Fue adoptada por Isha tras la muerte de Beesa, y la cuidó como si fuera su propia hija; al igual que Uzuri, Isha no hacía distinciones entre los cachorros. Tal vez, algún día Lisani crecería para amar a Habusu. Quizás, en su infinita compasión, Aiheu los proveería a todos con algún futuro. Sin embargo, Isha trataba de mantener su mente fija en el presente. Era la única manera en que podía mantener la cordura.
CAPÍTULO XXXV
PENA Y DOLOR
Cuando los cachorros de Isha tuvieron edad suficiente para alejarse de Mamá, descubrieron que había otros cachorros con sus madres. Pero mientras los demás cachorros tenían la libertad de hacer todos los amigos que quisieran, los cachorros de Isha se encontraron con dificultades cuando intentaron ser aceptados por las demás madres.
Por lo general había evasivas corteses. Un día Gobiso se acercó diciendo, “Mi madre me dijo que no podía jugar ustedes.”
Debido a esto, los hijos de Isha crecieron pensando que todos los cachorros debían permanecer exclusivamente al lado de sus madres. Era una fantasía que los ayudaba a sobrellevar el dolor del rechazo, y así no sentirse tan lastimados.
Pero Uzuri siempre estaba ahí para visitarlos, conversar amablemente con Isha e instruir a Lisani. A la Señorita Liss, como se le conocía, con frecuencia la llamaban Señorita Priss, debido a que era muy propia y estudiosa. Habusu era muy educado y gentil; él y la Señorita Priss se llevaban muy bien. No sólo eran primos, también eran Hermanos de Leche. Uzuri siempre hizo sentir a Habusu bienvenido y muy amado. A Jona y Minshasa les gustaba jugar juntas, pero Habusu constantemente estaba al laso de Uzuri como si fuera su segunda madre, y siempre seguía a Lisani como un perrito.
Pero, eventualmente, Habusu comenzó a querer jugar con otros cachorros macho. Comenzó a acercarse a los hijos gemelos de Uzuri, Togo y Kombi. Cuando esas ocasiones llagaban era el turno de Isha para sentirse aprehensiva, pues Togo y Kombi tenían una gran reputación de ser muy traviesos. Todo el mundo lo sabía con excepción de, claro era, su madre Uzuri.
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades a las que tenía que enfrentarse, Habusu era amado incondicionalmente por su madre, Uzuri, y unos cuantos amigos especiales. Incluso el Rey y su Reina lo amaban.
Su primer experiencia con la muerte ocurrió cuando tenía dos meses de edad. Su hermana Minshasa, que siempre había sido muy débil, comenzó a desarrollar síntomas de Dol Sani, lo cual no habría sido demasiado grave si no hubiese estado tan desnutrida. Isha la miró decaer sin poder hacer nada. Finalmente, después de una semana de sufrimiento, Minshasa murió mientras dormía pacíficamente.
Después de la muerte del primer cachorro Isha comenzó a ser vista con simpatía, aunque la testaruda de Tameka llegó a mencionar, “Sí, es muy doloroso. Pero ella se lo buscó.”
Una luna después, cuando la neumonía se llevó a Jona, incluso Tameka se reprochó a sí misma. La efusión de simpatía y pena que las demás leonas sentían por Isha fue espontánea y sincera. El dolor hizo que las facciones de Isha, que ya eran muy hermosas, lucieran casi divinas. Atesoraba al único hijo que le quedaba, y el cuidado que le profesaba fue una señal, para todos, de que algo maravilloso había escapado a su atención desde un principio.
Pero, finalmente, Habusu comenzó a debilitarse. Taka sintió pánico. Sentía que alguna clase de maldición había llegado para arrebatarle lo poco que le quedaba y destruirlo por completo. Algunas leonas ayudaron a Isha trayéndole hierbas de contrabando que Rafiki les había proporcionado; ayudarían a que Habusu recuperara sangre y le curarían las infecciones. Incluso Taka permitió que Isha comiera de la ración del Rey, para que pudiera enriquecer su leche.
A pesar de todo, Habusu seguía teniendo pocos amigos con quienes jugar. Aunque era educado y amable, tenía sobre sí la obscura marca del tiempo que Taka y Elanna pasaban con él. Para Isha ésta era una situación difícil de sobrellevar, pues Taka no le agradaba más de lo que le agradaba al resto de las leonas.
Los hijos mayores de Uzuri, Togo y Kombi, solían jugar con Habusu, pues entre la amistad de su madre e Isha no existían prejuicios. Tras la muerte de sus hermanas, la relación con Togo, Kombi y la Señorita Priss se volvieron de gran importancia para Habusu.
Desde edad muy temprana, Togo y Kombi jugaban rudo con Habusu; pero él pudo sobrellevarlos. Comenzó a aprender malos hábitos, e Isha tuvo que combatirlos pacientemente con su firme pero gentil maternidad. La única cosa que estuvo a punto de poner en riesgo su amistad fue la horrible ocasión en que Togo y Kombi le dijeron a Habusu que él era un hijo ilegítimo.
Habusu no sabía lo que significaba ser un hijo ilegítimo; entonces ellos le dijeron que su padre tan sólo era un jovenzuelo que se había aprovechado de su madre. “Pregúntaselo a cualquiera.”
Habusu comenzó a llorar. Isha lo llevó a un lugar apartado y le explicó gentilmente lo que en realidad había pasado. Le dijo que ella amaba a su padre, que se casó con él, y que él le prometió que algún día regresaría por ellos. También le dijo que estaba segura de que él habría amado a su hijo, y que habría sido dichoso de poder estar junto a él. Isha no sabía si Mabatu estaba vivo o muerto, pero no le dijo eso Habusu.
Esa misma noche miró al cielo, tratando de encontrar la estrella de Habusu. Se preguntó si había podido verlo o no.
No le era posible acercarse a Rafiki para pedirle ayuda, así que en su desesperación recurrió a Makhpil.
“Por favor, dime la verdad. Te lo suplico. Sé que hemos sido enemigos en el pasado, pero los dioses te han dado este talento por alguna razón. Por favor, úsalo para bien. No me mientas.”
“Las mentiras me costaron a mi mejor amiga,” le respondió Makhpil. “Ella era mi única amiga. Jamás mentiré como ella lo hizo.”
“Yo seré tu amiga,” susurró Isha.
Escéptica, pero con buena voluntad, Makhpil miró a Isha a los ojos. “Sí, hay sinceridad en ti. Es una bondad que no esperaba encontrar. Tu amistad me honra.”
Makhpil no utilizaba un cuenco de hidromancia. Tan sólo tenía que cerrar los ojos y emitir un quejido suave, aunque algo agudo. “Puedo verlo. Sí, tu esposo está vivo. Pero no sé que es lo que estará enfrentando.”
Isha acarició a Makhpil con su pata, llena de esperanza y dicha. “Tal vez algún día regresará a mí. Tal vez algún día venga a reclamar lo que es suyo.”
CAPÍTULO XXXVI
LA BÚSQUEDA DE NALA
Después de dos años de reinado, la Sequía de Taka—como comenzaba a ser llamada—había drenado el alma misma de las Tierras del Reino. Era otro caluroso y seco día en la ardiente sabana; las leonas volteaban rocas y excavaban en prometedoras madrigueras con la esperanza de encontrar algo, lo que fuera. Nadie más sería tan tonta como para atacar una cría de elefante—Uzuri se había asegurado de ello. Cualquier leona que fuese sorprendida rompiendo las reglas sería suspendida de la cacería por una luna completa, y tendría que depender de la generosidad de los demás.
Nala podía recordar días mejores; desde que se había convertido en una leona adulta ya no había habido buena cacería. De alguna manera conservaba la esperanza de que la lluvia regresaría, y que en un futuro no muy lejano podría poner en práctica todo lo que su madre le había enseñado sobre cómo cazar ñus y antílopes.
El opresivo calor hacía que los deslumbrantes y azules parches de cielo parecieran refrescantes lagos sobre la árida sabana. Las ondas de calor hacían que los árboles danzaran, y provocaban que su pelaje se empapara con sudor. Comenzó a jadear.
“Nala, ve a descansar en la sombra,” le dijo Uzuri. No era una petición, sino una orden. Uzuri era estricta, pero sólo por que en verdad se preocupaba por ella. Durante la cacería era la madre de todas las leonas, y ejercía su maternidad al pie de la letra.
Nala se sentía un poco aliviada de poder tomar un descanso. Se acurrucó a la sombra de una acacia y se dispuso a tomar una breve siesta. El calor, literalmente, la había drenado.
Un enorme saltamontes trepó a la punta de un tallo de pasto. En su desesperación, Nala le dio un repentino zarpazo.
“No hay tiempo para descansar, Nala,” dijo una voz. Nala se sobresaltó y comenzó a mirar en todas direcciones.
Una leona la observaba, sonriendo dulcemente. “Mi pequeña Nala, cuanto has crecido.”
La cara le resultaba familiar, pero Nala comenzó a olfatear el aire en un vano intento por reconocerla—la extraña no tenía olor alguno. “¿Quién eres tú?”
“¿Acaso importa?” La leona se recostó al lado de Nala. “Qué día tan caluroso. Y tú tratando de encontrar serpientes y lagartos debajo de las rocas. ¿Algunas vez has cazado presas grandes?”
“Bueno—eh—no.” Vaya que esta visitante era impertinente. “¿Y qué hay de ti?”
“Grandes presas, también pequeñas, todo lo que te imagines. Y lo que es más, yo sé en dónde puedes encontrar lo que estás buscando. Conozco los mejores lugares para cazar. Con mi ayuda, podrías ser la salvadora de las Tierras del Reino.”
“No hasta que me digas quién eres.”
La leona le dio un suave golpecillo. “Pero cariño, tú sabes quién soy—tan sólo te niegas a creerlo. Mírame de cerca.”
Nala se estremeció levemente. “Por los dioses—¡Beesa!”
“Jamás había escuchado que lo pronunciaran así.” Comenzó a reír suavemente. “¿Acaso pensabas que me había vuelto mala y fea sólo por haber muerto?”
“Pero no eres mala ni fea.”
“¿Entonces que es lo que te preocupa, cariño?” Besa la tocó con su cálida y húmeda lengua. “Dime que te da gusto verme. ¿A dónde se han ido tus buenos modales?”
Nala se aproximó y la acarició. “¡Mi querida Beesa! Te eché tanto de menos.”
“Así está mejor.” Beesa le regresó la caricia. “Sígueme, pequeña. Te llevaré a la jungla, donde aguarda tu destino.”
“¿A la jungla? Pero Uzuri dijo que debía…”
“No te preocupes por ella. No puede verme, y tampoco te verá a ti.”
Beesa se levantó, se estiró y comenzó a marchar en dirección al sol. Nala la siguió. Atravesaron la sabana y caminaron entre la sombra de los árboles.
CAPÍTULO XXXVII
LA REUNIÓN DEL CLAN
Taka había acumulado muchos enemigos después de haber sido Rey de las Tierras del Reino por dos años. Pero su más viejo enemigo era al que más le temía. Durante la noche, atrapado por el sofocante abrazo de sus pesadillas, Taka gemía y tenía espasmos. El terror podía reflejarse muy claramente en su rostro cuando exponía sus colmillos, incluso estando dormido. Elanna se despertaba y lo miraba. Sus gemidos le llamaban la atención, y entonces lo sacudía. “¿Taka?”
Taka despertaba aterrorizado, casi a punto de morderla.
“Soy yo. Elanna. Tranquilízate, cariño.”
“Las hienas,” balbuceaba. “Siempre es lo mismo. ¡Ojalá los dioses me permitieran poder vagar por la tierra día y noche, y nunca tener que dormir! Trato de convencerme de que tan sólo es un sueño, pero me es imposible despertar, y entonces se abalanzan sobre mí y me despedazan vivo.”
Taka miró los ojos de Elanna profundamente, algo que la hacía sentirse incómoda. “¿Qué es lo que se siente poder dormir? ¿Qué se siente poder recostarte y dormir sin temor?”
Elanna bostezó. “Es maravilloso. Me gustaría poder intentarlo.” Lo besó con indulgencia. “Mañana ve con Rafiki y pregúntale qué es lo que significa ese sueño.”
“Rafiki me odia,” respondió Taka. “Mentiría tan sólo para verme muerto. En verdad le gustaría que las hienas me despedazaran. Justicia poética, diría. Él comenzó el problema. No soy tan tonto como para confiar en ese mono por segunda vez.”
“¿Entonces por qué no lo matas?”
“Los dioses lo protegen. Es muy poderoso. Esa Makhpil es muy apegada a Shenzi. Tampoco confío en ella.”
“Si todos están en tu contra, ¿por qué continúas aquí? Yo te seguiré a dondequiera que vayas—lo sabes bien. Podemos comenzar de nuevo, sólo nosotros dos.”
“No estaríamos seguros en ningún otro lado. La verdadera vidente lo dijo, y creo en su palabra.” Taka acarició a Elanna. “Elanna, debes vivir para siempre. Eres todo lo que tengo. Júrame que nunca me abandonarás.”
Elanna lo acarició una vez más, frotando su tensado cuerpo con la pata. “Eres todo lo que tengo. He dado todo lo que tenía por ti. No puedo darte hijos, no me has permitido volver a cazar, y las demás no me soportan. Taka, deja todas tus dudas afuera de esta cueva. ¿Es que no sabes que jamás te abandonaría?”
“Lo sé.” Taka la besó. “Tengo que confiar en ti. Si me traicionaras me suicidaría. Eres la única razón que me permite aferrarme a esta miserable existencia.”
“No digas eso, Taka. Sabes lo mucho que me duele. Desearía que todos pudieran verte como yo lo hago.” Elanna lo tocó con su lengua. “Ya déjate de niñerías y vamos a dormir. Voy a abrazarte y permaneceré así toda la noche. Y si veo que algo malo está pasando, te despertaré.”
“¿Lo prometes?”
“Lo prometo.”
Taka bajó la cabeza y Elanna lo rodeó con su brazo, acariciando su melena. Después de algunos momentos comenzó a respirar lenta y calmadamente, señal segura de que estaba pacíficamente dormido.
Los ojos de una hiena brillaban levemente en la obscuridad, al tiempo que unos silenciosos pies se alejaban de la cueva.
Skulk se dirigió a una reunión especial del clan, una que tenía como tema de conversación a Skar. Shenzi lo recibió afectuosamente y ordenó a todos que guardaran silencio. “Nuestros oídos han regresado. ¿Qué es lo que escuchaste?”
“No fue un disparate el que mi madre me llamara Skulk. Fui muy silencioso; nadie me vio y lo escuché todo.” Complacido con el silencio expectante de las hienas, Skulk continuó hablando. “Parece ser que nuestro Rey ha estado teniendo algunos sueños, horribles sueños en los que es despedazado por hienas. No una vez, ni dos. Ha soñado lo mismo noche tras noche, y siempre es igual. Ahora les pregunto, ¿es éste un sueño peligroso?”
Los demás se le quedaron viendo sin saber que decir. “Vaya que ES un sueño peligroso,” vociferó Skulk. “¡Especialmente porque él cree que es una visión, una señal!”
“Debería haber sido actor,” susurró Banzai. Shenzi le ordenó callar.
“Les digo que no podemos confiar en Skar. Nos traicionará en cuanto se sienta amenazado.”
“¿Y qué es lo que piensas hacer?” preguntó Banzai.
“Podremos dar un buen golpe cuando la ventaja esté de nuestro lado.”
“Aún cuando pudiéramos atacarlo en grupo y vencerlo, las leonas pelearan de su lado tan sólo para deshacerse de nosotros.”
“Es cierto, Banzai. ¿Pero acaso piensas que tan sólo soy un tonto impulsivo?” Su gesto hizo que Banzai dejara a un lado su interrogatorio. “Él es una concha hueca, una vaina seca. Su vida cuelga de la balanza.”
“Estás hablando de asesinato,” interrumpió una hiena.
“¡Dímelo en mi cara, y entonces te mostrare un asesinato!”
Hubo un silencio devastador. Skulk era una mortífera máquina de pelea.
“Como iba diciendo, escuché con mis propios oídos cómo Skar le decía a Elanna que si llegara a perderla se suicidaría.”
El comentario fue seguido por algunos gemidos de sorpresa. “Sin él de por medio, podríamos idear algo más creativo. Tal vez las leonas estén dispuestas a llegar a un acuerdo con nosotros. Sabemos que hay un cachorro macho, un adolescente en realidad, que podría llegar a necesitar o querer nuestra ayuda. Él será el próximo rey. Nos entregaría su alma. Pero a diferencia de Taka, él es un muchacho equilibrado que sabe exactamente que lado de la carroña morder.”
Bree lo interrumpió, “Si lastimamos a Elanna Taka tratará de vengarse de nosotros, y DESPUÉS se suicidará. No podemos depender de eso.”
“No, pero si lo hiciéramos ver como un accidente, o hacerle creer que Elanna lo dejó por otro león, quizás podría funcionar.”
“¿Un accidente?” inquirió Shenzi. “La cuida tanto que apenas y le permite respirar. No será fácil envolverla en alguna clase de accidente.”
“Yo me encargaré de eso,” respondió Skulk.
“¿Pero acaso esto no es traición?” preguntó Bree.
SKULK: “Su mente fue brillante, pero se empieza a enmohecer;
Está tratando de huir por entre la obscuridad.
No me agrada decirlo, pero Taka va a perder;
En pocas palabras, muy mal está Su Majestad.”
BANZAI: “Creo que te comprendo, su cerebro está echado a perder,
Y aunque a veces es un gatito que inspira mucho amor,
Pesa quinientas libras, y ¡hermano! eso lo hace ver
Como un ‘pequeño minino’ capaz de causar dolor.”
CORO: “¡Es un demente malcriado que no deja de llorar,
Está muy confundido, es un loco como ves!
¡Es una enorme pena que te habrá de decepcionar,
En pocas palabras, uno de nosotros no es!”
BREE: “¿Qué es un demente?”
SKULK: “Es alguien que está muy confundido, como Skar.”
BREE: “¡Pero eso es traición!”
SKULK: “¡Puedes apostar tus bigotes! ¡Y recuerda que aquí lo escuchaste primero!”
BANZAI: “Nos prometió una comilona, mas no la he visto llegar,
Y además de todo ya empezó a desvariar.
Hasta cuando está dormido mis dientes oigo castañear;
Es un buen momento para matar a Skar.”
SHENZI: “Mucho he callado ante su absurda manía;
Ya he tolerado por mucho su obvio desatinar.
Basta y sobra, este Rey no tiene valía;
Ya es tiempo de que a mi favor empiecen a apostar.”
CORO: “¡Es un demente malcriado que no deja de llorar,
Está muy confundido, es un loco como ves!
¡Es una enorme pena que te habrá de decepcionar,
En pocas palabras, uno de nosotros no es!”
Entonces habló Skulk, “Saben muy bien que Skar se está volviendo loco. Cree que su sueño es una señal—yo también lo creo.”
“No deben hacer algo tan diabólico,” gritó Fabana. “Hay bondad en él.”
“¿Quién es esa tonta?” preguntó Shenzi. “Que alguien la haga callar.” Shenzi no se dio cuenta que se trataba de su madre.
“No nos faltará ayuda,” le gritó Shenzi a la muchedumbre, que comenzaba a conmocionarse. Repentinamente, el lugar se quedó completamente callado. “Hay algunas leonas que nos apoyarían en nuestro plan.”
Fabana hizo un comentario que le pareció razonable a los demás, a pesar de que en los últimos días había perdido su poder de persuasión. “Si Taka debe morir, permitan que sea yo quien lo mate.”
Shenzi sonrió abiertamente. “Vaya, Mamá está tan ansiosa como los demás de deshacerse de este diente de león. ¿Fue tu idea el convocar a esta reunión?”
“No fue idea mía,” respondió Fabana. “Él ha sufrido mucho. Por favor, no hagan que su vida sea más dolorosa todavía. Si Taka debe, morir, primero haré que se sienta feliz. Voy a decirle todo lo que le gusta oír; cuando su corazón esté lleno de dicha le daré algún brebaje para dormir, preparado por Rafiki. Una vez que esté calmado, le cortaré la respiración. Seré rápida y misericordiosa. Al menos merece eso.”
Shenzi observó a su madre con un poco de respeto. “Podría funcionar.” Se quedó pensando por un momento. “Pero Elanna lo descubriría. Siempre está a su lado cuando duerme. Lo siento mucho, pero ese plan queda descartado.”
“Tú no lo entiendes. Tan sólo es un pobre cachorro atormentado, un fizh’lo que debió haber sido llevado ante los dioses cuando era un lactante pequeño e inocente.”
“¿Estás tratando de aconsejar a los dioses?”
“No, estoy tratando de aconsejar a mi hija. Adopté a Taka—él es mi hijo, y un verdadero creyente de nuestra fe. Debes darle los mismos derechos que le darías a cualquiera de los nuestros. Los derechos que dicta nuestra ley. No podemos torturarlo. Si él muere, debe morir honorablemente. Debemos pelear con él, uno a la vez.”
“¿Quieres decir que esa vana y absurda excusa de rey es mi hermano?” Shenzi se estremeció. “No estoy de acuerdo. Jamás lo aceptaré. Ese pequeñito tuyo es peligroso. Te traicionará. Será mejor que no trates de advertirle, si es que sabes lo que te conviene.”
“Tienes razón. Él no es tu hermano, pues de serlo tú tendrías que ser mi hija.” Fabana le dio la espalda a Shenzi y le aventó tierra con las patas traseras. “Roh’kash es mi testigo; te desconozco como mi hija.”
Las hienas se conmocionaron.
La mirada de Shenzi estaba llena de horror, pero no tardo mucho en tornarse en furia. “El ser mi madre era todo lo que te permitía permanecer aquí, tonta entrometida. Tal vez también quieras adoptar a Rafiki. Pasarás el resto de tu vida en su baobad.” Shenzi le dio la espalda a su madre y le aventó tierra con las patas traseras. “Roh’kash es mi testigo; te desconozco como mi madre.”
Banzai y Ed estaban asustados, y lo único que se les ocurrió hacer fue unirse a su hermana y darle la espalda a su madre, a pesar de que no pronunciaron palabra alguna.
“Guardias, lleven a esta hembra al baobad—asegúrense de que no escape.” Sus facciones se endurecieron, ocultando sus emociones. “Prosigamos. Antes de que fuera interrumpida tan abruptamente, te llamé para dar conocer una noticia de gran importancia. Skar está a punto se salir de nuestra existencia. Sí, estamos en el umbral de un gran poderío e independencia que nos convertirá en la envidia de todos. Tenemos un plan que será recordado por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Si nos mantenemos fieles a este plan, no habrá forma alguna de que fallemos. La sesión está cerrada.”
CAPÍTULO XXXVIII
EL VIENTO TRAE NOTICIAS
“‘El león es un extranjero, y sólo le dirá su nombre al Rey,’ dijo su hermano. El Rey Amalkozi se preguntaba si acaso estaba siendo desafiado, así que salió a recibir al extranjero con palabras amables al tiempo que trataba de juzgar el poder que podría mostrarle como enemigo.
Pero cuando el extranjero se acercó al Rey, M’hetu—el viejo amigo del príncipe perdido—se arrodilló y lloró, ‘Contempla a Zara, quien estaba perdido pero ha regresado. Observa, mi Rey, el cachorro ha vuelto convertido en un león.’ Entonces el Rey lo observó de cerca y, cuando vio que se trataba de su hijo, lloró lleno de dicha.”
— LA SAGA LEÓNIDA, Sección “M”, Variación 5
Rafiki observó de cerca el ojo de Krull y sonrió. “Eso es todo. No necesitas más tratamientos.”
“No, no digas eso.” Krull le acarició la mejilla. “No le digas a nadie que estoy curado, pues soy muy feliz cuando tenemos oportunidad de conversar. Me tratas como si fuera tu hermano, no tu esclavo.”
“No tengo ningún esclavo—sólo un asistente. Todas las criaturas vivientes le pertenecen sólo a Aiheu. Pero yo también he disfrutado estos momentos. Tu compañía es lo único que me mantiene cuerdo. Pensé que me gustaba vivir solo, pero ahora me siento como un topo que no puede salir a la superficie. Es como si me estuviera sofocando bajo la tierra. Tú eres la única luz que hay en mi vida.”
“Me siento honrado.”
Rafiki le mostró un dibujo que estaba en una de las paredes; era una hiena. “Ese eres tú.”
“Pero ese es tu muro de oración.”
Así es. Es una oración por ti, Cuando recuerdo como te lastimé el brazo, me siento muy mal.”
“Estoy feliz de que lo hayas hecho. Fue, como tu lo dijiste, la sangre de la misericordia, así que ya no tortures por eso.” Krull observó el dibujo una vez más, y después se disculpó con Rafiki. Era muy importante que los demás no sospecharan de la amistad que mantenía con el mandril. La noticia podría llegar a oídos de Skar, y ambos serían condenados a muerte.
Muy lejos de las Tierras del Reino se encontraba Simba, quien observaba un extraño y valioso tesoro: un bongo. Esos antílopes son muy cautelosos, y deben de serlo, pues su carne es muy apreciada por los leones. Debido a que suelen recorrer los bosques, su principal preocupación son los leopardos que traen la muerte desde las alturas. Aquel bongo vio a Pumba y pensó, con toda razón, que los ruidos que se escuchaban por detrás de él eran producidos por otro jabalí. Pero no era así.
Simba pudo alcanzar al bongo con tres veloces zancadas, y le dio una fatal mordida en el cuello. Pumba y Timón observaron el mortal espectáculo llenos de horror. “¿No te da gusto que esté de nuestro lado?” señaló la suricata. “¡Carnívoros! ¡Aaaay!”
Por supuesto, su actitud cambió cuando Simba se ofreció a compartir su comida. Pumba siempre tomaba muy poco, ya que era principalmente vegetariano, aunque esta presa estaba más fresca que la carroña a la que estaba acostumbrado. Para Timón, en cambio, no había nada que no fuese bueno para comer.
Estuvieron comiendo durante horas, y aún les sobró bastante para días posteriores. Estaban totalmente satisfechos y comenzaron a sentirse somnolientos, especialmente Simba, quien se limpió la cara y se sentó a reposar en un pequeño claro, en compañía de sus amigos.
Simba sonrió muy satisfecho, y entonces eructó con muy poca delicadeza. Timón dijo, “¡Ah! Ese estuvo bueno, Simba.”
“Gracias… Chispas, estoy lleno.”
“Yo también,” agregó Pumba. “¡Comí como cerdo!”
“Pumba, eres un cerdo.”
“Ah. Es cierto.”
Pumba comenzó a inspeccionar el cielo nocturno. Cuando era pequeño, con frecuencia trataba de contar las estrellas, pero como no había recibido una muy buena educación, le era imposible llegar muy lejos. “¿Timón?”
“¿Qué?”
“¿Nunca te has preguntado que son esos puntos brillantes de arriba?”
“Pumba. No me lo pregunto; lo sé.”
“Ahhh… ¿y qué son?”
“Son luciérnagas. Luciérnagas que se quedaron pegadas en esa cosa negriazul de arriba.”
“Ah, ¿sí? Siempre pensé que eran bolas de gas quemándose a millones de kilómetros de aquí.”
“Pumba, contigo todo es gas.”
El jabalí se quedó esperando una respuesta más profunda. “Simba, ¿tú que crees?”
“Pues… no sé.”
“Oh, vamos Simba… dinos que crees. Por favor. ¿Sí?”
Simba se sintió un poco perturbado. “Bueno. Alguien me dijo una vez que, desde arriba, los Grandes Reyes del Pasado están cuidándonos.”
Pumba suspiró. “¿En serio?”
A Timón le dio risa aquella respuesta, tal y como Simba pesó que sucedería. “¿O sea que un montón de cadáveres reales nos están mirando?” Timón comenzó a reírse y Simba que tuvo que seguirle la corriente, aunque sólo por un momento.
“¿Quién te contó esa tontería? ¿Qué bestia lo inventó?”
“Sí,” respondió Simba, al tiempo que su rostro se entristecía. “Que tontería, ¿eh?”
“Me estás matando.”
Los ojos de Simba comenzaron a examinar los cielos. Casi podía olfatear la familiar esencia de su padre al lado suyo. Era como estar sentado en la cima de la Roca del Rey, observando el amanecer. Y entonces, repentinamente, pudo ver ante si el golpeado cuerpo al cual le robó un último abrazo. El horror del recuerdo le hizo perder el aliento, y tuvo que marcharse antes de que el dolor lo obligara a lanzar un rugido.
Simba caminó hacia una saliente cercana. Miró a las estrellas en búsqueda de alguna señal de esperanza, pero no encontró ninguna. “Dijiste que siempre estarías cuidándome, pero no es cierto. ¡No es cierto!” se dijo Simba a sí mismo. Entonces se desplomó sobre el suelo, presa de la desesperanza. Una nube de flores de algodoncillo se levantó a causa del impacto, elevándose lentamente alrededor de Simba. Fueron atrapadas por una corriente de aire, y comenzaron a ser arrastradas por la brisa.
Rafiki esta listo para tomar su refrigerio de media tarde cuando una refrescante brisa pasó por encima de él. Era una brisa que provenía de la dirección equivocada, tomando en cuenta la hora del día. Lo que es más, traía consigo una nube de flores de algodoncillo, y esas flores no crecían cerca de esa área. Rafiki tomó un puñado de esas flores. Había algo en ellas que hizo que sus dedos se estremecieran. Las depositó en un cuenco y las revolvió en la dirección que recorre el sol. En el cuenco se formó una figura que sólo tenía significado para un astrólogo como él. Era la constelación de Amalkozi, donde la estrella de Mufasa brillaba resplandeciente. Una vez más las revolvió, en la misma dirección, y pudo ver como nuevamente se formaba la constelación de Amalkozi. Para estar seguro del significado, las revolvió en la dirección contraria. Entonces formaron una constelación que reconoció muy claramente: M’hetu.
Con reverencia comenzó a susurrar unas palabras provenientes de una antigua historia: “Observa, mi Rey, el cachorro ha vuelto convertido en un león.” Se dio la vuelta y observó el retrato de Simba. Estiró su brazo y colocó sus dedos sobre el dibujo, y entonces se estremeció. Su mano comenzó a temblar. “¿¿Simba?? Simba. ¡¿Esta vivo?! ¡¡Está vivo!!” Comenzó a reírse escandalosamente, lleno de dicha. “¡Llegó la hora!” Trató de controlar sus temblorosas manos; entonces tomó un poco de color rojo ocre y, lleno de emoción, empezó a dibujar una melena en el retrato de Simba. “¡Krull, ven rápido!”
La hiena llegó algunos segundos después. Observó la radiante expresión de Rafiki y sonrió con genuina felicidad. “¿¿Sí??”
“Necesitaré una escolta.” Se acercó a Krull y le dio una afectiva palmadita. “Escucha con mucho cuidado,” le susurró. “Ha llegado el momento en que presenciarás el gran poder de Aiheu golpeando con la fuerza de un relámpago. Serás bendecido por tus acciones, incluso si éstas van en contra de tu propia voluntad.”
“¿En contra de mi propia voluntad?” inquirió Krull. “Mi antigua devoción a Roh’kash ya no significa nada para mí. A través de ti he conocido a Aiheu, y he ofrecido mi vida por Él. Ahora soy su fiel sirviente.”
Rafiki sonrió radiantemente. “Hoy he sido bendecido dos veces. Los demás te llaman Krull, que en tu lengua significa pedernal, pero yo te llamaré Uhuru, que significa armonía.” Rafiki tomó su bastón y dijo, “Hay un gran camino ante nosotros, amigo mío, y no regresaremos solos.”
“¿A dónde nos dirigimos, Mi Señor?”
“Hacia el viento, Uhuru. ¡Vamos a ver al Rey!”
CAPÍTULO XXXIX
EL PLAN DE SHENZI
Un par de días después, toda la guardia de hienas sabía del escape de Rafiki. Pero por su propia seguridad, no le dijeron nada a los demás. Todos los visitantes eran rechazados, incluso los que estaban enfermos, y comenzaron a correrse rumores de que alguien, secretamente, había matado y devorado al mandril. Después de todo, y debido a la escasez de comida, no era tan imposible. El hijo de Uzuri, Kombi, se había perdido. Fueron las dos horas más largas en la vida de Uzuri; recorría las Tierras del Reino en búsqueda de su pequeño, con la seguridad de que lo único que encontraría serían sus restos. Cuando finalmente lo encontró escarbando en un montículo de termitas, le dio un buen golpe, luego lo besó y comenzó a llorar. “Nunca más vuelvas a escaparte. Este lugar ya no es seguro.” Así era como se sentían la mayoría de las leonas, por lo que solían dormir abrazando fuertemente a sus pequeños.
Un par de hienas se acercaron sigilosamente a Elanna.
“¿Qué es lo que hacen aquí?”
“¡Shhh!” Bot’la se acercó a ella y le susurró al oído. “Mi Señora, se ha presentado una emergencia. Pero no debes decírselo al Rey.”
“¿De qué se trata todo este ir y venir que no puede ser tratado con el Rey?”
“Tengo esposa,” dijo Bot’la. “Nosotros somos como ustedes—amamos a nuestras esposas y cachorros tanto como ustedes aman a los suyos. También tenemos sentimientos.”
“¿Y qué hay con eso?”
“Pues…” Bajó aún más el tono de su voz. “Tú amas a Skar.”
“Taka,” corrigió Elanna, muy indignada.
“¡Baja la voz, por favor!” El tono con el que habló Bot’la lo hizo sobresaltarse, y entonces respingó. “Lo amas. En tu corazón sabes bien que nadie más siente eso por él.”
“Eso es traición.”
“Esta bien, es traición. Muy bien. Taka no nos importa en lo más mínimo, pero mi amigo y yo pensamos diferente respecto a ti. El amor que le profesas es—bueno—casi como el que le demostramos las hienas a los nuestros. Creo que mereces una oportunidad, así que voy a ser franco contigo. Si deseas ayudar a tu esposo, entonces escúchame.”
Elanna asintió. “Puedes hablar.”
“No me corresponde a mí el decírtelo, pero Rafiki, el mono al que Taka odia tanto, me ha mostrado cosas. Cosas horribles. Ha jurado proteger al Rey verdadero, el hijo de Ahadi—y no está dispuesto a romper un juramento hecho ante su Dios. Estaba lleno de rabia y temor, pues el desastre se avecina sobre las Tierras del Reino y nadie quiere escucharlo. Son cosas malignas, pero podrían evadirse fácilmente si tan sólo alguien a quien el Rey escuchara actuara con rapidez.”
“¿Como qué cosas podrían suceder?”
“He jurado no repetir lo que he visto,” dijo Bot’la. “Tales palabras son capaces de causar mucha maldad con tan sólo pronunciarlas. Rafiki ha puesto toda su fe en tratar de acabar con la maldad que ha liberado. Tú debes ser la voz de la razón. Debes influir en tu esposo.”
“¿Acaso te das cuenta de lo que estás diciéndome?”
“Sí. Si las cosas toman el rumbo que llevan hasta ahora, todos moriremos. Esta tierra está contaminada. El agua se ha ido. Y hay cosas mucho peores—hay locura y desesperación. No quiero morir, Elanna. No quiero que mi familia muera. Y tampoco quiero que tú mueras.”
Elanna guardó silencio por un momento. “¿Cómo voy a salir de aquí?”
“Ya lo hemos arreglado. Síguenos y te llevaremos con él.”
Elanna asintió. “Tienes razón.” Comenzó a llorar. “Pensé que no teníamos amigos, pero hay bondad en ti, Bot’la. Puedo ver la misericordia de Dios en ti; ahora estoy segura de que Dios sí existe.”
Bot’la respingó como si una espina afilada le hubiera atravesado el corazón, pero no tardó en disimularlo. La condujo al exterior de la cueva con gran sigilo. Comenzaron a rodear la cisterna y las euphorbias; se alejaron de la Roca del Rey con dirección a los pastizales.
Elanna desconocía que Rafiki se había marchado desde hacía mucho tiempo para buscar a Simba. Todo lo que sabía era que algunas almas generosas se refugiaban en diferentes lugares. En algún lugar, de alguna forma, ellos se sentarían con los Grandes Reyes del Pasado.
Elanna no se preocupó cuando a la pequeña escolta de hienas se le unieron otros dos guardias. Pero no supo si sentirse halagada o asustada cuando se percató que dos guardias más se acercaban, formando un séquito de seis hienas. Ella no tenía tantos amigos, mucho menos Taka.
Después de atravesar el kopje sur, cuatro hienas más se unieron a la profusión. Fue entonces cuando Elanna se dio cuenta de lo que estaba pasando. Estaba siendo alejada del baobad, y no era tan sólo para esconderla de la vigilancia de su esposo. Se dirigían hacia las tierras desoladas, el lugar donde los pobres de Ahadi y Akase fueron para encontrarse con su Dios. Ahora ella moriría lejos de su familia y sus amigos.
“Perdóname, Aiheu. Perdóname por haberlo amado, pero, ¡oh dioses! ¡Cómo lo amé! Bendice a mi pobre esposo, y dale consuelo en su hora de dolor.”
Una de las hienas se le aproximó. “¡Shhh!” Al menos trata de morir con dignidad.”
“Mi dignidad ante los dioses está intacta. Preocúpense por ustedes—han traído diez cazadores para matar a una sola leona.”
“¡Silencio!” ordenó Bot’la. Agregó con un poco de pena. “No creas que estoy disfrutando esto. Tan sólo tratamos de protegernos a nosotros y a nuestras familias. ¿Puedes entenderlo?”
Entonces se escuchó un tremendo grito proveniente de la Roca del Rey. Bot’la volvió la mirada. Había fuego en la Roca del Rey. Los leones rugían, y las hienas gritaban llenas de rabia y dolor.
“¡La guerra ha comenzado!” Miró a Elanna y pensó por un momento. Bot’la dijo finalmente, “Ésta es nuestra tierra ahora. Vete de aquí.”
Elanna se alejó rápidamente de las hienas. La guardia de hienas se dirigió hacia la Roca del Rey para pelear la última batalla. “¡Por la muerte o la gloria, compañeros! ¡Afuera los leones!”
CAPÍTULO XL
ESTÁ PASANDO DE NUEVO
La batalla por la Roca del Rey finalizaba; Taka recibió un golpe por parte Simba que lo hizo caer desde la parte baja del promontorio. Cayó en la base del promontorio, pero seguía con vida.
Ahí lo esperaban Shenzi, Banzai y Ed. Se veían muy molestos. Taka trató de moverse, pero una de sus patas traseras estaba rota y sus costillas estaban quebradas.
“Ahhh, amigos míos.”
“¿Amigos?” Shenzi lo miró con profundo desprecio. “¿Que no había dicho que éramos enemigos?”
“Sí, eso dijo,” respondió Banzai. “¿Ed?”
Ed comenzó a reírse.
Taka estaba temblando. “Déjenme explicarles. No-no-no-no lo entienden. En realidad… Yo… la verdad… No fue mi intención. Yo no quise traicionarlos. No fue mi intención. ¡De verdad! ¡¡No!! ¡¡¡Noooo!!!” Las hienas comenzaron a rodearlo.
“¡Oh Dioses! ¡Oh dioses, es el sueño otra vez! ¡Despiértame, Elanna! ¡Está pasando de nuevo!”
“¡Despiértame, Elanna!” dijo burlonamente Shenzi. “¡Está pasando de nuevo!” Skar estaba helado de terror, y era incapaz de soportarlo. Shenzi cerró sus mandíbulas sobre la tráquea de Taka. Él luchó por tan sólo un momento, después se estremeció y cayó sin fuerza alguna, faltando poco para que aplastara a Shenzi.
“Pero que…”
Shenzi lo dejó caer; estaba totalmente sorprendida. Le mordió la nariz a Taka, pero su rostro no experimentó cambio alguno.
“Lo espantaste tanto que murió,” dijo Banzai. “Imagínate eso.”
“Muy extraño. Pero asegurémonos de que está bien muerto.” Le dio un masivo zarpazo en el estómago, revelando los más profundos secretos de Taka. “Ahora si que no irá a NINGÚN LADO.” Debajo de ese obscuro escondite se veía igual que un ñu.
“Miren” dijo Banzai. “¡Su sueño al fin llegó!”
Shenzi agregó, “Es tan feo por adentro como por afuera.” Una malévola sonrisa se dibujó en su rostro. “¿Recuerdas cómo solían decir que en su interior había un pequeño y temeroso cachorro? Si buscamos un poco, tal vez podríamos encontrarlo.”
“¿Estás diciendo que Skar tenía la luz en su mirada?”
Shenzi comenzó a reírse escandalosamente. “¡Oh dioses, ESA sí que estuvo buena! ¡Skar, embarazado!”
Repentinamente llegó Sarabi, arruinándoles la diversión. “¡Lárguense!”
“¿¿Quién lo dice??” Shenzi le mostró los dientes.
“¡Lárguense ahora!”
Shenzi respondió, “A ver si lo entiendo. ¿Crees que tú sola podrás vencernos a nosotros tres? Ya matamos a un león.”
“Por lo menos mataré a uno de ustedes.” Comenzó a mirar a todas las hienas. “¿Cuál de todos será?”
Las hienas comenzaron a sentirse nerviosas y se miraron unas a otras. “Creo que será mejor que nos vayamos,” dijo Banzai. “Esto ya no es divertido.”
“Sí, a quién le importa,” agregó Shenzi. “Déjenla que se quede con él. Probablemente su carne está podrida.”
Se dieron la vuelta y comenzaron a alejarse.
Algunas gotas de lluvia comenzaron a caer en la seca y humeante pradera. Éstas primeras gotas, húmedas y curativas, fueron seguidas por otras; cayeron por millares, muchas más que las estrellas de una fresca noche de otoño. La purificadora lluvia comenzó a aliviar los pastos, limpió las cenizas desperdigadas sobre el suelo y trajo nueva vida al moribundo arroyo y al manantial.
Simba estaba en la cima de la Roca del Rey, mirando a Dios directamente y sintiendo como su pelaje se empapaba con la pureza del regalo que les había mandado. Respiró profundamente y rugió. Su voz retumbo entre los kopjes y las rocas. Atravesó los ahora frescos campos y llegó hasta los bosques. Las leonas entendieron la señal y se unieron para dar a conocer su mensaje de esperanza. El elegido de Mufasa era Rey—¡qué viva el Rey! Tan sólo Sarabi permanecía en silencio. Estaba observando los restos de su primer amor, que por primera vez dormía pacíficamente.
“¿Por qué mataste a Muffy? Me amaste una vez, pero después me arrebataste todo lo que tenía en la vida.” Le acarició la melena. “Ahora te veo y aún siento compasión por ti. ¡Maldición! ¡Incluso muerto eres capaz de lastimarme!”
Fabana se aproximó a Sarabi. Se sentó a su lado y lanzó un triste aullido. “¡Mi hijo, mi hijo! Sarabi, ¿tú mataste a mi hijo?”
“No. Fue Shenzi.”
Fabana inclinó la cabeza y comenzó a llorar. “Oh dioses, esa niña tan sólo me ha traído desdichas. Es como su padre—peor aún.” Acarició la ensangrentada melena de Taka. “Taka fue el único que en verdad me quiso. En verdad me quería, lo sabes bien, sin importar lo que haya hecho. Él me quería.” Fabana besó a Taka por última vez y comenzó a llorar desconsoladamente, “Memu kofasa, Taka. Roh’kash ne nabu. ¡Roh’kash ne nabu!”
FABANA: “Largo fue el camino, y no pudiste reposar.
Hubo raciones escasas y muy pesada fue la presión.
Muchas y amargas penas tú tuviste que afrontar.
Descansa, hijo querido, y encuentra paz para tu aflicción.”
“Mi corazón no está lejos, tú lo puedes alcanzar;
A dondequiera que vayas mi amor siempre tendrás.
Lo mucho que me quisiste siempre habré de recordar;
El amor está presente, tú siempre lo sabrás.”
SARABI: “A pesar de que sufrimos demasiada aflicción
El recuerdo de días felices siempre habrá de prevalecer.
Te has ido de mi vida, mas no de mi corazón;
La muerte no es tan poderosa como para al amor vencer.”
“Tu corazón no está lejos, sé que lo puedo alcanzar;
A donde quiera que vaya tu amor siempre tendré.
Lo mucho que yo te quise siempre habré de recordar;
El amor está presente, yo siempre lo sabré.”
Sarabi extendió su pata y abrazó a Fabana, y ambas lloraron sobre el cuerpo de Taka.
CAPÍTULO XLI
INCOSI AKA INCOSI
El olor de Taka impregnaba la cueva que alguna vez había sido su hogar. A Simba le resultaba muy desagradable, pero no podía dejar que Nala estuviera expuesta a la lluvia. Fue en ese lugar, en la misma cueva en que había nacido, donde Simba le juró amor a Nala y la hizo su esposa. Rafiki les hizo quedar muy claro a Timón y a Pumba que la cueva era muy pequeña como para recibir visitas. “No se preocupen, la lluvia los hará sentirse frescos y limpios.”
“Él único que necesita refrescarse por aquí es Simba,” dijo Timón en un seco intento por hacer una broma. Se encorvó bajo la lluvia. “Bueno, Pumba, vámonos de aquí.”
Pero la luna de miel tendría que esperar. Los pocos habitantes de las Tierras del Reino que aún quedaban comenzaron a formar una procesión que se dirigía a la Roca del Rey, atraídos por la triunfal llamada de Simba. El Incosi de las Cebras fue el primero en inclinarse ante el nuevo Rey. “Khemoki, Su Majestad, Incosi de las Cebra’ha por la gracia de Aiheu. Estoy listo para servirte.”
Pa’hal, Incosi de los Ñus, fue el siguiente. “Imploro a los dioses que no estés resentido hacia mi pueblo.” Inclinó su cabeza hasta tocar el suelo.
“Levántate, uh…” Zazú le susurró en el oído algo a Simba. “Levántate, Pa’hal. No tengas temor de eso.”
Se acercaron los líderes de cada familia de antílopes, al igual que Jebweel de las Jirafas y Boga Kwitu de los Elefantes. Estos eran los Incosi, los líderes, quienes se acercaron con la certeza de que no serían cazados mientras estuvieran ahí para hablar en nombre de su gente. Era el deber de Simba tratar de recordar a todas aquellas mojadas criaturas el día que volviera a encontrarse con ellas, pero eran las leonas quienes prestaban mayor atención.
El Rey León, por tradición, no debía intervenir en los asuntos internos de su gente. Tan sólo podía interponerse en los asuntos de otros leones, y sólo si sentía que era necesario. Pero Simba dio a conocer su influencia de una poderosa manera cuando ordenó que trajeran ante él a la hiena Uhuru.
“Tú eres al único que reconocemos como Incosi.”
Con estas palabras, Simba había impuesto su voluntad sobre las hienas. Entre las hienas, el Incosi es conocido como Roh’mach (Gran Líder). Pero las hienas se consideraban como un pueblo independiente de las órdenes impuestas por el Rey. Consideraban al Roh’mach como su soberano en todos los sentidos, así que estaban furiosas por este intento de influir en algo que ellas consideraban eran sus propios asuntos. A pesar de que Shenzi intentaría mantener su rígido control sobre las hienas ya no podría representarlas más ante el Rey León. Habría una gran presión para que Uhuru fuera reconocido como Roh’mach debido a que la suerte de las hienas había empeorado más de lo normal.
Simba sentía que su trato con las hienas había sido exitoso. Finalmente, cerca de la media noche, el último Incosi le presentó sus respetos a Simba, y después se quedó a solas con Nala. Se sentó en la entrada de la caverna y observó como caía la lluvia, inmerso en sus pensamientos.
Nala lo acarició y le mordisqueo la oreja. “¿Qué te pasa, cariño? ¿Algo te preocupa?”
“¿Qué?” Simba la miró. “Oh”. La besó con su cálida y rosada lengua. “Soy Rey, Nala. Cuando era un cachorro solía esperar con ansia que llegara este día, pero ahora me asusta. Hay mucho que hacer, y he recibido tan poca preparación.”
“Tienes muchos amigos,” ronroneó Nala. “Amigos que se preocupan por ti.”
“Sí, los tengo, ¿no es verdad?” Observó el estéril paisaje. “Sólo me queda dar mi mejor esfuerzo. Cuando esté cara a cara con Aiheu, Él sabrá que hice lo que pude.”
“Serás un buen Rey. ¿Qué tal si duermes un poco, querido? Estaré a tu lado cuando despiertes.”
“¿Estarás a mi lado cuando despierte?” Simba observó los profundos y verdes ojos de Nala. “Serás la primer persona a la que veré cuando abra los ojos.” Simba acarició a Nala apasionadamente y le tocó el hombro izquierdo con la pata. “Mañana seré Rey. Esta noche soy un león.”
CAPÍTULO XLII
UNA TREGUA INCÓMODA
El cementerio tenía un aspecto tranquilo, interrumpido tan sólo por los siseos y burbujeos del metano que escapa por los cráteres. Las hienas, algunas vez numerosas, habían reducido su número durante la terrible batalla; comenzaban a reunirse lentamente. Banzai estaba cojeando y refunfuñaba con furia; su cadera tenía marcas de garras. Ed lo seguía por detrás, riéndose maniáticamente a pesar de las molestias de Banzai. Shenzi estaba exhausta; se dirigió a un tranquilo lugar entre las rocas y se sentó. Skulk estaba dando vueltas por los alrededores, levantando las orejas al tiempo que Shenzi gruñía con furia.
“¡Ese soplón, infeliz e insignificante IDIOTA! ¡¿Quién se cree que es?!” Mostró los colmillos.
Skulk se agazapó, atemorizado. Jamás la había visto tan enfurecida. “¿Quién? ¿Krull?”
Shenzi se levantó con la rapidez de una serpiente a punto de atacar y le dio un fuerte golpe en la quijada. Skulk se alejó gimoteando.
“¡Por supuesto que me refiero a Krull! ¿A quién CREÍSTE que me refería?” Shenzi apretó sus mandíbulas, y sus músculos comenzaron a flexionarse notoriamente. “He esperado toda mi VIDA para convertirme en Roh’mach. ¿Y ese estúpido rey se atreve a darle el título a un MACHO?”
Skulk asintió energéticamente. “Tienes toda la razón. Tú debiste haber sido elegida como Roh’mach. Eras la opción más lógica. Eres más astuta y poderosa que Krull.”
“Mi nombre es Uhuru,” interrumpió una voz. Las hienas observaron como su nuevo líder entraba al cementerio. Uhuru se acercó a Skulk hasta que quedó a una distancia peligrosamente corta. “Pero para ti soy Roh’mach.”
Skulk perdió el control y empujó a Uhuru. “¡Tú, traidor infiel!” le gritó. “¡Y pensar que ahora tengo que respetarte!”
“¿Es un reto?”
“No, mi querido Roh’mach. Jamás me atrevería a retarte.”
“¿Así que vas a respetarme?” Uhuru lo miró. “¿Vas a demostrármelo o a guardarlo para ti mismo?”
La mandíbula de Skulk se estremeció. ¡Ese secuaz de los leones lo estaba desafiando! El antiguo Krull ya no existía; ahora sólo quedaba Uhuru, una fuerza contra la que habría que lidiar: el nuevo Roh’mach. Skulk retrocedió un paso y escupió lleno de furia. “¡Ja! ¡Si quisiera manchar mis colmillos con la sangre de un cobarde, entonces saldría de cacería!”
Los ojos de Uhuru se entrecerraron. “Por esta ocasión no tomare esto como un reto a mi honor. Pero ya has provocado demasiada insurrección, así que serás el último en comer hasta que aprendas a comportarte.”
Skulk volteó a mirar a Shenzi. “¿Acaso tengo que soportar todo esto?”
“Aparentemente sí. Está claro que Uhuru es el indiscutible líder, ¿o es que nadie te ha dicho que un reto a medias es poco menos que nada?”
Skulk apretó los colmillos. Su cuerpo estaba muy tenso y comenzó a alejarse en silencio, ignorando las burlonas risas que podían escucharse por detrás de él.
Shenzi esperó a que cesara el alboroto, y después se levantó silenciosamente. Echó un rápido vistazo por los alrededores para asegurarse de que nadie la estuviera observando. Cuando estuvo segura de que no había ningún espía cerca, comenzó a adentrarse entre las sombras. Pasó por debajo de unas costillas y comenzó a rodear los siseantes géisers que conducían a un solitario rincón del cementerio.
Finalmente encontró a Skulk sentado frente a un enorme y amarillento cráneo, y sonrió para si misma. Se acercó lentamente a él y se sentó a su lado. “Vamos, Skulk. No hay por qué enojarse.” Se rió levemente.
Los ojos de Skulk brillaban con un resplandor fantasmal entre la verdosa luz que inundaba el cementerio. “¿Por qué te quedaste tan tranquila?” le preguntó, profundamente adolorido. “¿Por qué no me ayudaste?”
“No puedo pelear todas tus batallas. Si quieres algo, debes tomarlo.” Comenzó a respirar con exasperación. “¿Por qué no pueden ser un poco más como las hembras?” Shenzi se levantó y comenzó a alejarse, pero volteó y le lanzó una evasiva mirada a Skulk. “Pero por otro lado, me excito cuando tu pelaje está erizado.” Pasó por enfrente de Skulk y le golpeó la nariz juguetonamente con su cola al tiempo que se alejaba.
Skulk se quedó paralizado por un momento, incapaz de moverse. Finalmente logró despabilarse; dio un salto y se sacudió violentamente. Se detuvo un momento, y después comenzó caminar en la dirección que Shenzi había tomado, manteniendo los ojos fijos en su delicado cuerpo.
Skulk siguió a Shenzi hacia sus aposentos privados. Una vez ahí, en la privacía de la fisura de una roca, Skulk se reunió con Shenzi bajo la pálida luz, y le acarició la mejilla con la pata. No encontró resistencia por parte de Shenzi, y entonces la besó apasionadamente. “Shenzi, te deseo.”
“¿Me deseas?” Shenzi lo besó y acarició. “¿Y qué tan fuerte es tu deseo?”
“Oh dioses, déjame demostrártelo.” Su respiración estaba agitada; Shenzi casi podía escuchar los latidos de su corazón en el silencio de la noche. “¿Estás lista?”
“Sí. Estoy lista… lista para ser Roh’mach.” Le dio un zarpazo. “Déjame decirte que no vas a tener lo que tanto deseas mientras ese tonto de Uhuru esté dando órdenes. Oh, pero el poder me hace ver atractiva—muy atractiva. Te llevaría hasta los rincones de tus más secretas fantasías.”
“No deberías jugar conmigo de esa manera,” le dijo Skulk entre dientes. “Tal vez no me parezcas tan atractiva cuando TÚ ESTÉS lista.”
“Lo dudo.” Shenzi le acarició la mejilla y le mordisqueo la oreja. “Tu corazón está latiendo muy fuerte. Anhelas estar a mi lado. Me deseas.”
“¡Detente, Shenzi!” Se arrastró hacia una esquina y comenzó a estremecerse. “No juegues conmigo de esa manera—no puedo soportarlo.”
“Nadie está jugando contigo. En realidad es muy simple: cuando Uhuru pase a la historia vendremos a este lugar y haremos el amor hasta que tu corazón se detenga.”
“¿Pero cómo vamos a enfrentarnos al Roh’mach de los leones? Si lo hacemos no habrá nadie que hable ante el Rey en nombre de nuestra gente.”
“¿Y quién necesita al Rey? No nos permite cazar en sus tierras. ¿Alguna vez has pensado en eso? Y de cualquier manera, ¿para qué nos sirve un Roh’mach que se ha aliado con los leones?” Shenzi le susurró, “Cuando conoces el punto débil de alguien, entonces puedes atacarlo. Esa es la manera en que se mata a una gacela. Le das justo en su punto débil. Así que dime, ¿cómo podemos lograr que los leones cooperen con nosotros?”
“¿Tienen algún punto débil?”
“No quiero matarlos, tan sólo quiero asegurarme de que cooperen a nuestra causa.”
“Pues—mhhh—bueno, tú sabes que ellos adoran a sus pequeños tanto como nosotros adoramos a los nuestros.”
“¿Y bien? ¿Qué hay con eso?”
“Pues si pudiéramos atrapar a un cachorro…”
“Ellos te matarían.”
“Claro, si lanzáramos un ataque directo; pero en ocasiones como ésta se requiere actuar con sutileza. Podríamos tenerlos a nuestra disposición.”
“¿¿Es ésta otra de tus actuaciones, o es que acaso tienes un plan en mente??”
“Puedes apostar tus lindos colmillos a que es un plan. Y te lo susurraré al oído después de que hayas sido mía. Haré de ti una Roh’mach o moriré en el intento, pero esta noche nos pertenece.”
“Yo no lo creo así,” señaló Shenzi. “Tan sólo recuerda esto: mientras más pronto nos deshagamos de Uhuru, más pronto tomaremos los votos.”
CAPÍTULO XLIII
LA INVITACIÓN
El sol matutino calentaba la piel de Isha mientras se recostaba sobre el fresco pasto. Ella era una madrugadora, y le divertía el pensar que las demás leonas tendrían que asolearse sobre las duras rocas; a pesar de la sequía y el incendio de la noche pasada todavía quedaba un poco de precioso pasto sobre el cual recostarse.
Se dio la vuelta y pudo ver a su pequeño hijo Habusu sentado a su lado. El cachorro observaba muy atentamente algo que estaba fuera del rango de visión de su madre. Isha se acercó a él y lo acarició. “¿Qué estás haciendo, Habu?”
Habusu volteó a verla. “Mira, mamá, ahí están Togo y Kombi. ¿Puedo ir a jugar con ellos, por favoooor?” Habusu se quedó viendo a Isha suplicantemente. Isha no pudo evitarlo y comenzó a reírse.
“¡Está bien, pequeño diablillo! Anda, ve, pero permanece al lado de Uzuri; no quiero que te le escapes, ¿entendido?”
Una gran sonrisa se dibujo en el rostro del cachorro. “¡Me portaré bien!” Comenzó a corretear hacia donde se encontraban los otros dos cachorros.
Habusu se sorprendió mucho cuando Togo lo recibió con un empujón. “¡Hey, Habu! ¿Quieres jugar a Enlodados?” le preguntó Togo.
Habusu se levantó tembloroso. “Uhh, claro, eso creo.”
Kombi sonrió amenazadoramente. “Pues entonces… ¡es tu TURNO!” Le dio un fuerte empujón que hizo rodar al pobre cachorro directamente hacia un charco de lodo. Habusu se arrastró por entre las salobres aguas; por sus ojos comenzaron a brotar algunas lágrimas cuando escuchó a los otros dos cachorros riéndose. No pudo resistirlo más, y salió corriendo.
Todas sus acciones eran seguidas muy de cerca por dos pares de oscuros ojos. Shenzi y Losara estaban escondidas tras un montón de pasto seco; al lado de ellas se encontraba Bashak, el cachorro de Losara. Losara observaba a su amiga impacientemente, y entonces sacudió la cabeza.
“Shenzi, ¿qué es lo que hacemos aquí? ¿Y si nos descubren?”
“¡Shhh! Se está acercando.” Los dientes de Shenzi formaron una enorme sonrisa. “Perfecto.” Miró al aburrido cachorro que estaba echado junto a ella, y su sonrisa se intensificó. “Bashak, ¿te estás divirtiendo?”
“No, señora.” Estaba muy inquieto; se acercó a su madre y la acarició. “Mamá, estoy aburrido,” dijo el cachorro, un poco malhumorado. Losara lo miró y sonrió dulcemente.
“¿Por que no juegas un rato con ese cachorro? No nos tardaremos demasiado.”
“Está bien.” Se alejó corriendo. No había ningún cachorro a la vista, pero pudo ver a un saltamontes entre el pasto. Le dio un golpecillo con la pata, y el saltamontes dio un brinco. Bashak comenzó a seguirlo, y el saltamontes brincó otra vez. Bashak comenzó a saltar como si fuera un saltamontes, lo que le divertía mucho.
Un pardo manchón salió de entre los matorrales y acometió contra la pequeña hiena con la velocidad de un relámpago; cayó sobre él y ambos rodaron. Finalmente se detuvieron, y Bashak pudo respirar.
“¡Chispas! ¡Por qué no te fijas por donde vas!” Bashak se quedó observando a la pesada criatura que estaba delante de él. “¿Pero qué es lo que te pasó?”
Habusu se le quedó viendo con extrañeza. “Ehhh, nada.” Parpadeó con confusión. “¿Pero que cosa eres tú?”
“Soy una hiena, tonto. Mi nombre es Bashak.” Se quedó observando a Habusu. “Ehhh, ¿y qué hay de ti?”
Habusu alzó el pecho orgullosamente. “Soy Habusu. ¡Soy un león!”
Bashak lo miró estupefacto. “¡Guau! ¡Nunca ante había visto un león tan de cerca!” Pero después lo miró una vez más. “De lejos se ven mucho más grandes.”
“Es que todavía no he crecido totalmente.”
“¿Qué tan grande serás cuando hayas terminado de crecer?”
“¿Ves ese arbusto?” Habusu sonrió. “Mucho más grande.”
“¡En serio!” Se quedó pensando un momento. “¡Entonces vas a ser tan grande como yo!” Bashak sonrió y saltó sobre Habusu. Ambos rodaron sobre la tierra, riendo alegremente. Habusu se dio la vuelta con gran agilidad, y aprovechando que era mucho más pesado logró acorralar a la hiena y atraparla contra el suelo.
Se escucharon unas pisadas por entre la maleza. Losara asomó la cabeza, haciendo las ramas a un lado con su nariz. “Muy bien, Bashak, es hora de irnos…” Sus palabras se detuvieron y sus ojos se entrecerraron cuando vio a su hijo acorralado entre las patas de un cachorro de león. Shenzi apareció a su lado. “Bien, bien, bien, ¿pero qué es lo que tenemos aquí?”
Habusu retrocedió, asustado por la repentina aparición de las dos hembras. “Mira, mamá,” dijo Bashak muy emocionado. “Éste es mi amigo Habusu. ¡Es un león! Sólo que todavía no ha terminado de crecer.”
“Ya veo.” Losara tuvo que contenerse. Se esforzó en mostrar una sonrisa que era demasiado grande para su cara, y miró a los pequeños con agrado. “Es hora de ir a casa.”
Bashak se entristeció. “Ohh, cielos,” reclamó Bashak. “¿Tenemos que irnos?”
“Sí, si es que quieres alcanzar algo para comer.” Losara levantó la cabeza como si estuviera pensando en algo. “Si tu amiguito tiene hambre podría acompañarnos. Después de que hayan comido algo podrían explorar el Cementerio de Elefantes.”
“¡¿De veras?!” Bashak estaba muy emocionado. “Hey, Habusu, ¿te gustaría?”
El cachorro le regresó la sonrisa a su nuevo amigo. “¡Claro! ¡Sería genial!”
Shenzi sonrió. “Pues bien, ¿Qué estamos esperando? ¡Vamos a comer!”
CAPÍTULO XLIV
EL CACHORRO EXTRAVIADO
Nala bostezo esplendorosamente ante la luz matutina. Parpadeó rápidamente, se puso en pie y estiró las patas; luego se dio la vuelta y se estiró una vez más. Cerró sus ojos con éxtasis al sentir el estremecimiento que le provocaba el aflojar sus músculos.
Se enderezó y se acercó al lugar donde estaba recostado Simba. Sonrió para ella misma, se agachó y le lamió la nariz. “Despiértate, cariño.”
Simba respingo involuntariamente, pero fuera de eso no tuvo reacción alguna. Nala sonrío una vez más, y entonces le acarició la cara. Apretó sus labios y le sopló suavemente en la oreja. Simba tuvo un espasmo, e intentó alejarla con la pata. “¡Ya basta, Pumba!” balbuceó Simba entre sueños.
“¡Conque Pumba!” Nala le dio una amplia lengüetada en la cara. Se divirtió mucho al verlo abrir los ojos, lleno de sorpresa, relajándose después de haberla visto.
“Eres tú, cariño,” susurró, dándole un golpecito con la pata. “¿Qué hora es?”
“Casi medio día.”
Simba dio un tremendo bostezo. “Medio día, ¿eh? Dioses, debo haber estado muy cansado para haber dormido hasta tan tarde.”
Nala se rió alegremente. “Oh, lo siento,” dijo con falso arrepentimiento. “Creo que no debí mantenerte despierto hasta tan tarde.”
Simba le sonrió, pero antes de que pudiera contestarle entró Isha a la cueva con los ojos abiertos de par en par.
“¡Perdóname que te interrumpa, Incosi, pero no puedo encontrar a mi hijo! ¡Ayúdame por favor!” Las palabras de Isha eran incoherentes. “¡Le permití ir a jugar con los cachorros de Uzuri, pero ellos no lo han visto y Habusu no responde a mis llamadas!”
“Tranquilízate, Isha.” Nala se le aproximó. “¿Dónde lo viste por última vez?”
“Estaba recostada en los pastizales del lado norte. Él se alejó para ir a jugar con Togo y Kombi. Le dije que permaneciera al lado de Uzuri, pero no me hizo caso.” Isha golpeó el suelo con su pata. “¡Jamás debí permitirle que se fuera!”
Uzuri entró en la cueva; sus cachorros iban tras de ella, ocultándose entre sus patas. “No puedo encontrarlo, Isha. No sé a dónde pudo haber ido, pero sé por que se fue.” Volteó a mirar al par de cachorros, quienes agacharon la cabeza muy apenados. “Parece ser que Togo y Kombi estaban jugando un poco… rudo.” Otras leonas se acercaron a Isha para consolarla. “No te preocupes, querida, debe estar refunfuñando por algún lugar.”
“No lo creo; él siempre responde a mis llamados sin importar su estado de ánimo. Es un buen chico…” Recargó la cabeza en el hombro de Uzuri y comenzó a llorar; sus sollozos eran silenciados por el pelaje de Uzuri.
Simba volteó a ver a Nala muy preocupado. “¡Vaya, hombre! Iré a preguntarle a Rafiki si puede ayudarnos. Tal vez pueda decirnos en dónde buscar. Mientras regreso organicen algunas cuadrillas para comenzar a buscarlo.”
Nala asintió, y condujo a las demás leonas al exterior de la cueva. Simba corrió por la ladera de la Roca del Rey hasta llegar a la base. Aceleró su paso y corrió hacia una acacia cercana; sus patas levantaron un montoncillo de cenizas que se desperdigó lentamente sobre el carbonizado suelo. Al ir acercándose al baobad gritó, “¡Rafiki!”
Por fin alcanzó la base del baobad; al llegar alzó la mirada hacia las deshojadas ramas. Logró ver al mandril parpadeando amodorradamente. “¿Rafiki? ¿Estás despierto?”
“Vaya que lo estoy. Pero no por tus rugidos, amigo mío; no creo haber podido pegar los ojos en toda la noche.” Miró las ramas del baobad con cierto reproche. “Hay demasiadas espinas aquí; no sé como es que la gente civilizada puede soportar vivir en lugares como éste.” Rafiki volteó a ver a Simba y frunció el entrecejo. “¿Pero a qué se debe toda esta conmoción?”
“Habusu está perdido. ¿Puedes hacer algo para ayudarnos? Tenemos que encontrarlo rápido, antes de que otra cosa lo haga.”
Rafiki se estremeció con tan sólo pensarlo. Los Perros Salvajes solían venir de vez en cuando. “Que Aiheu no lo permita. Haré todo lo que pueda.” Tomó su bastón y descendió cuidadosamente al suelo. “Guíame, amigo mío. Iré tan rápido como pueda.”
Simba se quedó pensando por un momento y después se agazapó. “Espera, yo te llevaré; así acortaremos tiempo.”
“No voy a insultar tu dignidad de esa manera,” dijo Rafiki, claramente nervioso.
Simba se sorprendió. “No estabas tan preocupado por mi dignidad la noche en que me golpeaste la cabeza, viejo amigo.”
Rafiki retrocedió, un poco apenado. “Eso fue diferente.” Miró la gran distancia que había entre su baobad y la Roca del Rey, y suspiró con resignación. “Tú ganas.” Se acercó al león, vacilando en montar sobre su espalda. Se agarró firmemente a un mechón de melena cuando el Rey se puso en pie.
“¡Ouch!” susurró Simba. “Tranquilízate.”
Rafiki aflojó las manos, pero sólo un poco. Pudo sentir el gran peso que estaba bajo él cuando el león comenzó a correr. El mandril contuvo la respiración cuando sintió el viento corriendo a través de sus cabellos. Era la velocidad más rápida a la que alguna vez había viajado, y lo único que pudo hacer fue lanzar un tremendo grito.
Simba dijo, “Sabía que te gustaría.”
Rafiki se rió nerviosamente. “¿Gustarme? ¡Estoy muerto de miedo!”
Khemoki, Incosi de los Cebra’ha, sacudió la cabeza violentamente para tratar de librarse de las molestas moscas.
Entonces vio algo que lo hizo olvidarse de las moscas. Simba se dirigía hacia él corriendo a una velocidad increíble, y un viejo mandril estaba montado sobre él emitiendo los más escandalosos gritos que pudieran imaginarse. “¡Oh Dios mío!” Khemoki se apartó del camino justo a tiempo.
Se dirigió hacia su esposa quien se revolcaba alegremente sobre la tierra, ignorando por completo qué es lo que sucedía.
“¿Qué crees, Whinnyfred? ¡Acabo de ver la cosa más extraordinaria! ¡Ese tal Rafiki estaba montando a Simba!”
“¿Qué cosa?”
“Te lo digo, Whinny querida, este vecindario esta volviéndose loco. Loco, te digo; no me sorprendería que ese viejo mono estuviera tramando alguna pillería. Nada bueno puede pasar, tú sabes.”
“Oh, Khemoki, ¿no has estado comiendo Throckberries de nuevo, verdad?”
“¿Throckberries? No seas ridícula. Rayos, yo sé lo que te digo. Además, todavía es muy temprano. Whinny, hay algo que no marcha bien por aquí. Y creo que ese mono está detrás de todo.”
“¿Él?”
“¿Y por qué no? Le interesan las artes ocultas, lo sabes bien. Creo que está pasando algo y, por Jove , planeo descubrir de qué se trata. No me gustaría que estemos del lado de los perdedores.”
Rafiki ignoraba todo el alboroto que estaban armando a causa de él. Bajó la mirada y vio como la tierra se desvanecía en un manchón de tonos verdes y cafés. Sintió una repentina nausea que lo obligó a cerrar los ojos al tiempo que sentía los enormes músculos de Simba moviéndose rítmicamente por debajo de él. Simba cambió la dirección abruptamente, y Rafiki abrió los ojos. Pudo ver cómo una zanja poco profunda se acercaba rápidamente hacia ellos. Rafiki se horrorizó al ver cómo el mundo giraba en torno suyo; la tierra y el cielo intercambiaban posiciones al tiempo que salía volando por encima de la cabeza del león para encontrarse con él frente a frente, sosteniendo aún un mechón de melena en su mano.
Simba se sacudió violentamente. “Rafiki, ¡¿qué estás haciendo?! ¡No puedo ver nada!”
El mandril observó sus ambarinos ojos a sólo unas cuantas pulgadas de los suyos y gritó horrorizado. “Mi mami tenía razón,” pensó. “Debí haberme quedado en casa con mis hermanos en vez de convertirme en un chamán.”
Simba agitó la cabeza suavemente provocando que el pobre mandril regresara a su posición original. Rafiki se aferró con mayor fuerza, a pesar de las protestas de Simba, como si de ello dependiera su vida; comenzó a rezar una oración de agradecimiento cuando pudo divisar la Roca del Rey delante de ellos. Simba continuó corriendo sin detenerse ni un momento, y comenzó a ascender por el promontorio. Finalmente se detuvo y permitió que su pasajero lo desmontara.
Rafiki se deslizó de la espalda de Simba y se arrodilló en el suelo con las piernas temblorosas. “Gracias, Simba. Me has concedido un gran honor.”
Simba se encogió de hombros. “Tal vez lo hagamos de nuevo algún día.” Entró a la cueva. “¿Isha?”
La leona se apresuró a salir de la caverna, esperanzada, pero su rostro se entristeció al percatarse de que no había señal alguna de su cachorro.
“Isha, mi pobre pequeñita,” dijo Rafiki, abrazándola. “No te preocupes. Encontraremos a tu pequeño.”
Rafiki tomó su bastón y su cuenco de hidromancia, y luego se sentó sobre la tierra con las piernas cruzadas. La calabaza que colgaba de su bastón estaba llena de agua; le quitó el tapón y vació su contenido en el cuenco.
“Isha, ¿tienes algún objeto que el pequeño haya tocado, o algo con lo que haya jugado recientemente? Un hueso viejo, tal vez.”
“No, él no acostumbra jugar con juguetes; lo que más le gusta es saltar y luchar.”
Rafiki frunció el entrecejo. “Mhhh. Entonces va a ser un poco difícil; no creo que podamos encontrarlo si no tenemos algo que él haya tocado.”
“Isha agregó, “¿Te serviría un poco de pasto seco? El otro día le hice un lugar cómodo para que durmiera.”
Rafiki se quedó pensativo, acariciándose el blanco y ondulante cabello que le crecía por debajo de la barbilla. “Sí. Sí, podría funcionar.”
Isha le trajo un pequeño montón de pasto seco, pero Rafiki tan sólo tomó algunas ramitas. Isha observó con detenimiento como depositaba las ramas en el cuenco, donde flotaron formando un pequeño círculo. Isha y Simba miraron por sobre el hombro de Rafiki, llenos de interés, mientras él rezaba una pequeña oración pidiendo la guía y protección de los dioses. Rafiki se inclinó sobre el cuenco, removió ligeramente el agua con un dedo, estudiando con detenimiento las ondas que se formaban en ella y que provocaban que las ramas de pasto rebotaran en las paredes del cuenco. Repentinamente se puso de pie; tenía la boca entreabierta. “Makpelah sea el Ciclo. Está con vida.”
Simba suspiró aliviado al tiempo que Isha se sentaba en el suelo. “Alabado sea Aiheu,” susurró Isha. “¿En dónde está?”
Rafiki se rascó la cabeza. “No lo sé; las señales son muy confusas y están demasiado revueltas. Todo lo que sé es que aún vive… También pude ver una calavera. Es muy extraño.”
Los ojos de Isha se abrieron llenos de terror. “Oh, no.”
“El pequeño Habusu está con vida, yo sé lo que te digo. Lo demás no lo sé.” Se quedó viendo el cuenco de hidromancia, pensativo. “Déjame intentarlo una vez más.”
Se inclinó sobre el cuenco y agitó el agua suavemente. Se inclinó aún más, hasta que su arrugada cara quedó a sólo unas pulgadas de la superficie del agua. “Muy interesante…”
“¡Hey, Su Majestad!” llamó una voz chillona. Rafiki pegó un salto, sobresaltado, y el cuenco de hidromancia salió volando junto con su contenido. Simba echó un vistazo y pudo ver a Shenzi al pie de la Roca del Rey. “HUMILDEMENTE solicito una audiencia contigo.”
Simba se aproximó a la cima del promontorio. “Estoy ocupado en este momento. Manden al Roh’mach más tarde. Hablaré con él.”
Simba se dio la vuelta y se reunió con los demás, pero Shenzi lo llamó nuevamente. “Ah, ¿cómo es que un rey tan cariñoso y dedicado como tú abandona a uno de los suyos, dejándolo en manos de las hostilidades del mundo?”
Simba volteó la cabeza rápidamente. “¿¿Qué??”
“Nuestro nuevo Roh’mach ha ofrecido su cooperación y comprensión,” dijo Shenzi con desprecio, “¡Y a pesar de ello continuas rechazándonos!”
Los ojos de Simba se clavaron en los de Shenzi. “¿De qué estás hablando?” le preguntó. “¿A qué servicios te refieres?”
“Verás, te ofrecemos nuestra ayuda para encontrar al cachorro que han perdido.”
Simba se quedó boquiabierto.
Nala apareció por detrás de él; sus ojos ardían en cólera. “¿¿Quién se los dijo?? ¿¿Cómo es que lo saben??”
Shenzi se rió entre dientes. “Oh, yo siempre estoy alerta, cariño. Las noticias son más rápidas cuando el Rey está molesto.”
“Creo que esta vez han sido muy rápidas,” replicó Nala.
“No he venido aquí para ser insultada, Su Majestad.” Shenzi miró a Nala, llena de rabia. “Te hemos ofrecido nuestra ayuda, y tú nos respondes con acusaciones sin fundamento.” Suspiró muy decepcionada. “Sólo espero que el pequeño no sufra mucho cuando los perros salvajes lo encuentren. A ellos les ENCANTA despedazar sus presas mientras todavía están vivas.”
“Ya es suficiente,” gritó Simba. “De acuerdo, Shenzi. En nombre de la cooperación, aceptaremos gustosamente cualquier ayuda que puedan ofrecernos.”
“Por supuesto; en nombre de la cooperación,” dijo Shenzi, frunciendo el ceño. “DETESTO el sólo imaginar lo que pudiera pasarle al pobre pequeñito si NO ESTUVIÉRAMOS en buenos términos, ¿tú no?”
Simba permaneció en silencio mientras digería aquellas palabras. Y pensar que la vida de su cachorro dependía de la buena voluntad de la criatura que estaba bajo ellos… Simba cerró los ojos y se estremeció. Después la vio directamente a los ojos.
“Sí,” le respondió deliberadamente. “Sería una gran tragedia… para todos.”
Shenzi parecía enorgullecerse de esta amenaza. La vida del cachorro colgaba de una balanza y, al contrario de Simba, ella no tenía nada que perder pero sí mucho que ganar.
CAPÍTULO XLV
LEJOS DE CASA
Losara tenía la cabeza recargada sobre sus patas mientras observaba a Habusu y Bashak correteándose por entre los huesos y rocas del cementerio. Ambos parecían haber sido bendecidos con una reserva de energía inagotable; Losara tuvo que convencerlos de que dejaran de jugar a ver quién podía sostenerle la cola con los colmillos por más tiempo. A pesar de todo, no pudo evitar reírse al verse obligada a echarse a un lado cuando Bashak pasó junto a ella a toda velocidad, aullando. “¡Ña, ña, ñaaa, no puedes atraparme!”
Habusu iba detrás de él rápidamente, pero se detuvo súbitamente cuando vio a la pequeña hiena desvanecerse entre la cuencas de una enorme calavera. Con mucho cuidado echó un vistazo al interior, pero no pudo ver nada entre la tremenda obscuridad. Se quedó pensativo por un momento, y después dio un salto al frente.
Se escucharon unas risitas en el interior de la pálida calavera conforme Habusu comenzaba a gatear hacia el interior, sonriendo levemente. Se adentró lentamente entre los despostillados colmillos; sus patas y garras estaban completamente extendidas, para así no perder el equilibrio. Se acurrucó al frente de la calavera, inclinó la cabeza y presionó una oreja contra la superficie. “¡Ya sal de ahí, dondequiera que estés!”
Se escucharon más risas en el interior. “¡Ya basta! ¡Tienes que salir y atraparme!”
Sonrió para sí. “¡Te tengo!” pensó. Alzó la vista y midió la distancia. Se agazapó y dio un salto; extendió las garras y quedó colgando en una de las cuencas de la calavera. Hizo un gran esfuerzo y logró trepar. Sus piernas estaban listas para impulsarlo cuando una cara apareció justo enfrente de él. Bashak le mostró los colmillos y gritó “¡BUUUU!”
Habusu estaba sorprendido y perdió el equilibrio; comenzó a rodar por la calavera y cayó sobre un montón de huesos astillados. “¡Ouch!”
Bashak dejó de reírse y volteó a ver a Habusu, muy preocupado. “Hey, Habu, ¿estás bien?”
El cachorro se sentó y sacudió la cabeza; comenzó a examinar un rasguñón ensangrentado que tenía en la pata. “Sí, estoy bien.”
Losara apareció por detrás de la calavera; estaba muy molesta. “¿Pero qué creen que están haciendo?” Vio como Habusu sacudía su pata lastimada y se acercó a él. “¿Pero que es lo que han hecho?”
“Me resbalé y caí, eso es todo. Sólo es un rasguñón, ¿ves?” Le enseñó su pata lastimada lleno de orgullo. “No me duele.”
Losara lo miró severamente. “Será mejor que seas más cuidadoso.”
“Sí, señora.” Habusu suspiró aliviado cuando Losara regresó al lugar en el que estaba recostada. Se habría entristecido mucho si lo hubiera obligado a regresar a casa. A casa…
De repente se acordó de su madre, y se sintió preocupado. Una vez más se había marchado sin decirle a dónde iba. Todo su cuerpo se estremeció cuando recordó lo que había pasado esa última vez. Escuchó unos susurros, y entonces vio a Bashak emergiendo por la boca de la calavera.
La pequeña hiena lo miró, muy apenada. “Lo siento; no quería espantarte de esa manera, amigo.”
“¡No me espantaste!” respondió Habusu indignado. “Tan sólo, ehhh, perdí el equilibrio.”
Bashak se rió. “¡Con esas patas que tienes no me sorprende!”
“¿A si? Bueno, tu no tienes las patas más bonitas del mundo.” Los ojos de Habusu se abrieron de par en par cuando vio las patas de Bashak.
Bashak bajó la mirada. “¿Qué? ¿Qué pasa?”
Habusu miró con horror la sombra que proyectaba el cachorro que estaba frente a él. Ya casi era mediodía.
“¡Oh, cielos, Mamá va a MATARME!,” gimió. “¡Tengo que irme a casa!”
Bashak se entristeció. “¿De veras?”
“Sí. Te veré más tarde, ¿de acuerdo?”
Habusu comenzó a retirarse, pero rebotó en el brazo de una hiena macho que le bloqueaba el camino. “¿A dónde crees que vas?” Skulk le frunció el ceño a la sorprendida bola de pelos que estaba frente a él. Shenzi apareció por detrás de él, sonriendo con malevolencia.
Habusu estaba asustado. “Ehhh, tan sólo me dirigía a casa, señor. Mi madre se volverá loca si no regreso pronto.” Intentó rodear a Skulk, pero una pata lo empujó con fuerza. Resbaló por el suelo y se estrelló contra Bashak; ambos salieron rodando. Habusu estaba sorprendido; se tapó la cara con una pata y comenzó a llorar.
“¡CÁLLATE! Estoy cansado de escuchar tu vocecita chillona.” Skulk fijó su mirada en él y le mostró los colmillos; se dio la vuelta y se dirigió a Kh’tel, uno de sus vigías. “Vigilen muy bien a esta pequeña bola de pelos. No lo pierdan de vista. Si trata de escapar deténganlo, pero no lo maten… aún. Si Shenzi tiene razón, podría sernos de utilidad.”
El guardia asintió enérgicamente. “Oye, hombre, Shenzi es muy astuta, ¿eh, Skulk?” Comenzó a reírse frenéticamente. “Apostaría a que ella te cuenta TODOS sus secretos ¿o no?”
Skulk simplemente permaneció en silencio, observándolo, hasta que su risa se convirtió en un silencio nervioso. “Enviaré algunos guardias más para que te ayuden. Por ahora, solo mantén un ojo sobre él.” Se acercó a la otra hiena hasta que sus narices quedaron separadas por sólo algunas pulgadas. “Te haré personalmente responsable por cualquier cosa que le pase. ¿Lo has entendido?”
Kh’tel tragó saliva notoriamente. “S-sí, señor.”
Skulk asintió con la cabeza y volteó a mirar a Habusu y Bashak, quienes lloraban a todo pulmón. “Losara,” gruñó, “¡haz algo útil y asegúrate de que estos dos malcriados permanezcan CALLADOS!” Volteó a mirar a Shenzi. “Todo esta marchando de acuerdo al plan.”
SHENZI: “Se piensa que él es el líder, mas no sabe mandar;
Podrá aparentar, pero es malo para actuar.
A un león malcriado acabamos de raptar,
¡Y Uhuru ni siquiera se lo ha de imaginar!”
SKULK: “Creo que te entiendo, en él no puedes confiar;
A sus costillas fácilmente te puedes burlar.
Él no está calificado para órdenes dar;
Es un buen momento para a nuestro amigo expulsar.”
AMBOS: “Él es un pelele, no nos debe gobernar;
Es un estúpido al que suelen sobrestimar,
Un pobre imbécil al que deberíamos matar,
Y es que simplemente él no sirve para mandar.”
KH’TEL: “¿Qué es un pelele?”
SKULK: “Es alguien que tiene madera en vez de cerebro.”
KH’TEL: “¡Pero eso es traición!”
SKULK: “¡Puedes apostar tus bigotes! ¿Dónde he escuchado esto antes?”
SHENZI: “Es un plan brillante, no puedo parar de reír;
Y es que me encanta burlarme a sus costillas.
Para que Junior regrese Uhuru debe salir;
Con sólo pensarlo ya siento cosquillas.”
SKULK: “Quisiera ver la cara que al saberlo pondrá;
Apuesto a que con los ojos bizcos hará.
Uhuru descubrirá que en aprietos está;
Hay que enseñarle quién las órdenes dará.”
TODOS: “Él es un pelele, no nos debe gobernar;
Es un estúpido al que suelen sobrestimar,
Un pobre imbécil al que deberíamos matar,
Y es que simplemente él no sirve para mandar.”
Shenzi y Skulk se dieron la vuelta y se alejaron.
Losara los siguió con la mirada al tiempo que se aproximaba a los pequeños. “Shhh,” les susurró, abrazándolos con una pata. Habusu hundió la cabeza en el pecho de Losara y continuó llorando desconsoladamente. “¡Qui-quiero a mi MADRE!”
“Lo sé, cariño. Shhh, todo estará bien.” Losara le limpió las lágrimas. “Esta noche tendrás que quedarte con tu tía Losara, eso es todo.”
Bashak la miró, lloriqueando. “Mamá, Skulk no va a lastimar a Habu, ¿verdad?”
Losara lo besó dulcemente en la frente. “No, Bashak. Él no va a lastimar a tu amigo.” Alzó la cabeza para tratar de ver a la hiena que ya se había marchado, apretando los dientes firmemente. “No mientras yo esté con vida.”
CAPÍTULO XLVI
UNA VAGA SEÑAL
Sarafina se detuvo para recuperar el aliento; las leonas que estaba tras de ella se dejaron caer sobre el suelo suavemente. Habían estado buscando a Habusu por horas; ya era mediodía y el sol calentaba sus ardientes cuerpos, agotando todas sus fuerzas.
“Fini,” le llamó una tímida voz. “No creo que lo encontremos en este lugar, Sarafina. Estamos demasiado cerca de ELLAS.” Señaló hacia la derecha con la cabeza. El Cementerio de Elefantes estaba frente a ellas, destellando a través del caluroso día. “No creo que el pequeño ande por aquí, de cualquier manera. Además, ellas pueden rastrear esta área mucho mejor que nosotras; están más familiarizadas con el territorio.”
“No tengo ninguna intensión de dejar que sean ellas quienes encuentren a Habu, no importa lo que esa bestia melosa haya prometido. Si ellas lo encuentran, ¿qué probabilidades hay de que lo traigan de vuelta?” Sarafina emitió un burlón bufido. "No, yo no confío en hienas demasiado amables.”
Yolanda asintió con resignación. “Tienes razón, es sólo que…” se detuvo gruñendo con frustración y golpeando la tierra fuertemente con su cola. “Hemos buscado por horas. ¡¿En dónde está?!”
Zazú pasó volando por encima de ellas. “No hay ninguna noticia, señoritas. Ya le he preguntado a los buitres. Saben bien que ellos son despiadadamente honestos, y me dijeron que ellos no han—pues, que no hay visto nada.”
Ajenti se puso en pie y rugió. “Bueno, no lo vamos a encontrar aquí sentadas.”
Sarafina asintió. Se levantó y una vez más se puso a la cabeza de la cuadrilla. Formaron un triángulo y cubrieron la tierra lentamente; sus ojos registraban el área que estaba frente a ellas mientras sus cabezas se movían de un lado a otro, buscando cualquier pista que pudiera serles útil.
El sol comenzó a moverse lenta e inexorablemente hacia el oeste. Las horas pasaron lentamente; su tarea se dificultó a causa de las sombras que comenzaban a cubrirlas, ocultando a su vista pequeños huecos y grietas. Cuando cayó el crepúsculo lograron llegar a las afueras del cementerio. Un séquito de hienas se acercó por los alrededores para darles una no muy grata recepción. “¡Qué tal! ¿Quién es?”
“Algunas leonas de la Roca del Rey, señor.” Sarafina detestaba tener que ser cordial con la aborrecible criatura que estaba frente a ella, pero no podía arriesgarse a ofenderlos bajo la situación en la que se encontraban. “¿Tienen alguna noticia del cachorro extraviado?”
La hiena le sonrió fingidamente. “No, señorita; me temo que no. Pero no se preocupen; si lo encontramos, ustedes serán los primeros en enterarse.”
Las cejas de Yolanda se arquearon cautelosamente. Estos guardias estaban siendo demasiado corteses. Se adelantó e interrumpió a Sarafina. “Muchas gracias, señor. Apreciamos su ayuda.” Le dio un ligero golpe a Sarafina en el hombro, y comenzaron a alejarse entre las sombras hasta estar seguras de que nadie las escuchaba.
“¿Pero qué es lo que estás haciendo?” Las cejas de Sarafina se arquearon.
“Esa hiena exuda amabilidad. No confío en él. Echemos un vistazo, ¿sí?” Comenzó a moverse a lo largo de la frontera del cementerio.
Sarafina caminaba a su lado; Ajenti iba atrás de ellas. “Hey,” se rió levemente. “Y tú que querías dejar que ellas lo busca-” Se detuvo tan abruptamente que Ajenti chocó contra ella.
“¡Ouch!” Ajenti se sobó la nariz con una pata. “Pero que-”
“¡Shhh!” Sarafina inclinó la cabeza y comenzó a olfatear. Sus ojos destellaron entre la pálida luz que las rodeaba al tiempo que su cabeza se erguía. “¡Ya encontré su rastro!”
Yolanda volteó la cabeza, muy sorprendida. “¿Qué?”
Sin contestarle, Sarafina comenzó a dirigirse rápidamente en dirección al cementerio; su nariz estaba sobre el suelo, casi pegada a él. Ajenti y Yolanda intercambiaron una mirada, y después se apresuraron a seguirla. Fueron tras de ella rápidamente, deteniéndose sólo hasta que unas espinosas ramas de acacia les cortaron el paso.
Sarafina comenzó a infiltrarse entre los espinosos arbustos. Se arrastró sobre el suelo, se dio la vuelta y se retorció entre los matorrales mientras las otras dos leonas permanecían observándola, muy sorprendidas. Casi la mitad de su cuerpo estaba enterrada entre los arbustos cuando repentinamente se detuvo. Su apagada voz se escuchó entre los matorrales. “Pero en el nombre de Aiheu…”
Ajenti se aproximó a ella. “¿Qué viste?”
Sarafina le contestó llena de ira. “Oh, ellas están siendo de mucha ayuda. Parece ser que se las han arreglado muy bien para poder encontrar a Habusu, sólo que se han negado a decírnoslo. Hay un cráneo de elefante a unos cuantos pasos de aquí. Habusu esta sentado en frente de él.”
Un terrible rugido emergió del pecho de Yolanda. “¡Vamos por él!”
“No, eso no funcionaría. Hay un grupo de hienas rodeándolo. Son demasiadas como para enfrentarlas. Casi es una cuadrilla de batalla; quizás sean más.”
Yolanda abrió los ojos de par en par. “¿Todas esas hienas para resguardar a un sólo cachorro? En el nombre de Aiheu, ¿qué es lo que está pasando?”
Sarafina comenzó a salir lentamente de entre los arbustos. Una vez que estuvo en pie se sacudió violentamente para apartar la tierra de su pelaje. “No lo sé, pero será mejor que se lo digamos a Simba.”
Ajenti se negó inmediatamente. “¡No podemos dejarlo aquí!”
“No le haremos ningún bien si ellas nos matan. Debemos irnos. Quiero regresar a la Roca del Rey antes de media noche.”
CAPÍTULO XLVII
HACIENDO DEMANDAS
La fresca brisa agitaba el pelaje de las leonas, quienes estaban sentadas en la cima de la Roca del Rey. Isha permanecía en silencio, mirando huecamente el hermoso paisaje que estaba delante de ella; todos sus pensamientos estaban volcados en su interior.
Sintió que alguien le tocaba el hombro y volteó la cabeza; era Kako, que estaba sentada junto a ella.
“¿Ha habido noticias?”
Kako sacudió la cabeza. “Lo siento, Isha. “Nadie lo ha visto; tampoco han podido olfatear algún rastro de él.”
Isha asintió tristemente y siguió mirando el obscuro paisaje que se extendía delante de ellas. Una serie de frustrados deseos le tiraban del corazón. Era la hora del baño de Habu. Anhelaba tenerlo a su lado, poder sentir su cálida presencia junto a ella. Te atormentaba el sólo pensar que pudiese estar atemorizado en algún lejano lugar, completamente solo, lastimado o hambriento. Podría estar pasando frío. Podría estar llamándola, o suplicándole piedad a algún enemigo. Incluso podría estar muerto, o estar muriendo presa de la más grande agonía. Su mandíbula se estremeció y una lágrima rodó por su mejilla, empapando su pelaje. Otra lágrima siguió a la primera; cayeron una tras otra sobre las heladas rocas que estaban a sus pies. “¡Por Dios, Kako, no puede morir, no puede hacerlo! Es el único cachorro que me queda. ¡No puedo perderlo!”
“Isha, tenemos que hablar.”
“No sé si pueda hacerlo en este momento.”
“Isha, por el amor de Dios, tengo que saberlo. Tú lo hiciste con mi hijo, ¿no es verdad? Es su hijo el que está allá fuera, ¿verdad?”
“Sí y sí,” balbuceó Isha.
“Él era sólo un cachorro. Te aprovechaste de él.”
“Él me lo suplicó,” respondió Isha, mirándola directamente a los ojos. “Me lo suplicó, Kako. Él me deseaba.”
“¿Cómo puedes quedarte sentada allí y decir eso?”
“Él siempre me amó. Taka lo expulsó para que muriera de hambre. Baba lo sabía perfectamente.” Una lágrima rodó por su mejilla. “Mi pobre y pequeño Baba. Él no quería morir, pero lo único que lamentaba era no haber podido estar a solas conmigo. Él me amaba como ningún otro león me ha amado, así que le di lo que tanto deseaba.”
“¿Por lástima?”
“¿Lástima? No, no sólo fue lástima.” Isha levantó una pata y acarició la mejilla de Kako. “Yo lo amaba. Pensé que lo hacía por lástima, y en realidad así fue al principio. Pero tu hijo era un león, no un cachorro. La noche que hicimos el amor…” Los ojos de Isha se llenaron de lágrimas. “Las cosas que me dijo. No sabes cuánto he anhelado poder escucharlas de nuevo. Daría cualquier cosa por que él regresara a mí.” Suspiró profundamente. “Su hijo está allá fuera. Es tu nieto. Una vez tú lo rechazaste; él ni siquiera sabe quién eres en realidad. Y tal vez ya sea demasiado tarde para decirle a Habu cuánto lo querías.”
“Lo sé, y siento lástima por él y por ti. Pero, ¡por los dioses! ¿por qué tuviste que provocar tantos escándalos?”
“Él es mi esposo,” dijo Isha firmemente. “Me he mantenido fiel a él. Y le seré fiel hasta el día que muera.”
“¿Por qué no me lo dijiste?”
“¿Por qué no me lo preguntaste?”
Kako suspiró profundamente. “¿Acaso sabía qué era lo que estaba haciendo?”
“Sabes que tuve tres cachorros.”
“No es lo que quise decir.”
“¿Quieres decir que si me amaba? Sí. ¿Y te preguntas si yo realmente lo amaba? Sí. ¿Quieres saber si lo volveríamos a hacer? Sí, y los dioses son mis testigos. Quiero pasar el resto de mi vida haciéndolo feliz, atendiendo sus heridas, cazando su comida, criando a sus cachorros. Oh dioses, lo que daría por tenerlo de regreso en este preciso momento. Mi esposo se ha ido, dos de mis cachorros están muertos, mi tercer hijo está perdido, y la leona que pensé era mi mejor amiga me ha dado la espalda.”
“No, Isha. Eso no es verdad.” Kako recargó su cabeza sobre Isha y la acarició mientras ronroneaba suavemente. “Siempre te quise como a una hermana. Es sólo que me cuesta un poco de trabajo poder verte como mi hija.” La acarició una vez más. “Lo intentaré. En verdad voy a hacerlo. Sólo necesito un poco de tiempo.”
Simba corrió apresuradamente a donde se encontraban Isha y Kako. “Acabo de ver a la cuadrilla de Sarafina dirigiéndose hacia acá. Son las únicas leonas que todavía no se han reportado; tal vez traigan buenas noticias.”
Los tres esperaron impacientemente a que Sarafina y sus acompañantes ascendieran por el promontorio. Finalmente alcanzaron la cima y Sarafina se acercó; estaba muy cansada. Se arrodillo en frente de Simba; sus músculos temblaban por la fatiga. “Incosi aka Incosi,” dijo entre jadeos. “Toco tu melena.”
“Puedo sentirlo,” contestó Simba. “Descansa un momento, Fini. El reporte puede esperar.”
Sarafina sacudió la cabeza violentamente. “No hay tiempo, Señor. Hemos encontrado a Habu.” Se puso en pie silenciosamente al tiempo que las otras leonas permanecían boquiabiertas. “¿En dónde está?” preguntó Isha finalmente. Comenzó a mirar en todas direcciones. “¡Oh Dios! ¡No me digas que está muerto!”
Nala vio la miserable expresión en el rostro de su madre y sintió que su sangre se helaba. “No puede ser,” pensó. “¡Oh no! ¡Por favor, no!”
Sarafina habló finalmente. “Está vivo, Isha.” Las leonas comenzaron a sonreír, pero su felicidad no duró por mucho tiempo. Sarafina continuó hablando. “Que Aiheu me perdone por lo que voy a decir, pero sería mejor para él si estuviera muerto. Los hienas lo han capturado.”
Los ojos de Isha se abrieron de par en par, llenos de terror; Simba dio un paso al frente. “¡¿Qué?” Miró a Yolanda y después a Ajenti. Ambas asintieron con tristeza.
“Estabamos buscando cerca del cementerio, y entonces sentí un leve rastro de su esencia. Nos condujo directamente a las acacias que rodean los exteriores del cementerio.”
“Conozco ese lugar” dijo Simba, asintiendo. “¿Cómo pudiste entrar?”
“Bueno, me arrastré por un extremo hasta que pude ver el interior del cementerio. Pude verlo claramente, Señor.”
“¿Qué más viste?”
Sarafina cerró los ojos y trató de recordar. “Había un enorme grupo de hienas rodeándolo en una especie de círculo, como si estuvieran cuidándolo, o…”
“…o asegurándose de que no escapara,” agregó Nala, llena de furia. “SABÍA que esa canalla mentirosa quería obtener algo con todo esto. Shenzi y Uhuru no son tan diferentes después de todo.” Volteó a mirar a Simba, esperando que él estuviera de acuerdo con ella.
En vez de ello, Simba permaneció sentado y en silencio, observando lo tierra por un momento. Se levantó lentamente, avanzó hacia la cima del promontorio y alzó la cabeza para poder ver las estrellas que brillaban por encima de él. Su rostro se entristeció y sus bigotes cayeron flácidamente. Su mandíbula se estremeció al tiempo que observaba el cielo estrellado. “Pensé que podía confiar en él. Le dijo a Rafiki que creía en nuestro Dios. ¿¿Cómo es que Aiheu no le envió la muerte en ese momento??”
El dolor de Simba era grande y profundo. Por más de un minuto permaneció en silencio, mirando las estrellas fijamente. Entonces suspiró. “Uhuru arriesgó su vida para ayudarme. Ayúdame, Dios mío. Tengo que darle el beneficio de la duda. Si se atrevió a mentirnos, ¡que Dios se apiade de su alma!” Simba se acercó a Isha y la acarició. “Llegó la hora de que les mostremos a nuestras amigas las hienas quién es el que manda en este lugar,” dijo; su voz retumbaba dentro de su garganta. Miró el cielo una vez más, respiró profundamente y rugió. Rugió tan fuerte que todos los que estaban en la tierra y los cielos o en las cuevas pudieron darse cuenta de que un león estaba furioso. El resto de la Manada se le unió; el sonido comenzó a crecer y a formar un espectral eco que era capaz de infundir temor hasta en el corazón de una roca.
“Vamos, Isha. Vamos a rescatar a tu hijo.”
Se prepararon para marcharse, y Simba miró una vez más el cielo estrellado. Rezó una silenciosa oración a Aiheu, pidiéndole que viera por ellos durante la batalla que estaba por venir.
Lejos de allí, una joven hiena miraba las estrellas y rezaba, aunque por una razón menos noble.
“¡Roh’kash, permite que el amanecer llegue pronto! ¡Detesto tener que estar en guardia!” Griz’nik gruñía mientras se movía de un lado a otro, luchando por permanecerse despierto. Por una razón o por otra siempre terminaba en la guardia nocturna. Ya era suficiente malo tener que hacer guardia, ¿pero tener que hacer guardia nocturna? Estaba convencido de que Skulk estaba en su contra. Desde que Skulk había conseguido los favores de Shenzi actuaba como si estuviera a cargo de todo.
“Denme cinco minutos con él y le mostraré quién es el jefe por aquí-” sus mandíbulas se abrieron para dar paso a un descomunal bostezo. Echó un rápido vistazo por los alrededores para cerciorarse de que nadie estaba cerca; entonces se acercó a una columna de piedra para recostarse.
“Sólo será un momento,” pensó. “Un buen guardia no puede mantenerse alerta a menos que esté bien descansado. Además, nadie lo ayudaría en su trabajo si permaneciera despierto todo el tiempo.”
Repentinamente abrió los ojos. Parpadeó rápidamente, se puso en pie y se sacudió. Miró a los alrededores y se sobrecogió al percatarse que un débil resplandor se formaba hacia el este, iluminando la bruma matutina que lo rodeaba. No vio a nadie, y suspiró aliviado; aparentemente, su pequeña siesta había pasado desapercibida. Se dio la vuelta y caminó hacia la entrada del cementerio; estaba a punto de llamar a su relevo cuando escuchó un débil sonido detrás de él.
Se dio la vuelta y observó la bruma que estaba a su espalda. Aguzó su oído, esforzándose por escuchar cualquier sonido. El pelo de su cuello se erizó al escuchar un tenebroso susurro. Sus ojos miraron en todas direcciones, tratando de descubrir la fuente de aquel ruido, pero sólo pudo ver un grisáceo vacio, interrumpido tan sólo por los borrosos bordes de las rocas. Dio un temeroso paso al frente, con la intención de investigar, y entonces escuchó un tremendo ¡CRASH! que provenía de su derecha.
Se quedó paralizado, con las orejas caídas por el temor, esperando a que algo apareciera, pero tan sólo reinaba el silencio total. El tiempo marchaba muy lentamente mientras él se mantenía agazapado contra el suelo; estaba desesperado por la tardanza de su relevo, pero tenía miedo de dejar su espalda desprotegida. La bruma se iba despejando conforme salía el sol; sus cálidos rayos comenzaban a calentar el húmedo ambiente. Griz’nik suspiró aliviado y comenzó a reírse.
“Que bueno que Skulk no me vio,” dijo entre risas. “Temblando como un cachorro asustado de la obscuridad.” Entonces se escuchó otro sonido; volteó la mirada, muy nervioso.
Un par de centelleantes ojos avanzaban hacia él a través de la bruma; sus pupilas brillaban como fuego infernal a través de la luz matutina. Muy pronto se unieron otro par de ojos, y luego un par más… Griz’nik comenzó a aullar al percatarse de que estaba rodeado; los ojos se acercaron aún más y revelaron las borrosas siluetas de los leones, demasiados como para contarlos; sus robustos cuerpos se movían lentamente a través del húmedo pasto.
La silueta más cercana a él se aproximó y reveló a una leona que le mostró los colmillos y rugió. “Saludos, amigo mío,” le dijo. Sus patas traseras se plegaron sobre el suelo conforme se preparaba para saltar sobre él.
“Sa-su-sa-saludos,”, balbuceó. “¿Tan tarde y siguen cazando? Verás, una vez escuché que las hienas no formaban parte de su dieta. Eso es bueno, ¿sabes? Nunca puedes estar segura de lo que hemos estado comiendo. Créeme, comemos cosas muy repugnantes. Algunas veces comemos animales que han estado muertos durante días, en verdad. Sabes, algunas veces el sol hace que los cuerpos se hinchen, pero los pordioseros no podemos darnos el lujo de elegir.” Observó fijamente los ojos que estaban frente a él. “¡Oh, por la Gran Diosa! ¡Voy a morir!” Griz’nik gritó repentinamente. “¡AYÚDENME! gruñó al tiempo que sus piernas se estremecían sobre la tierra, tratando de escapar. Entonces sintió un enorme peso sobre él que lo hizo impactarse contra el suelo, haciendo que perdiera el aliento. Sintió como unas garras se le clavaban en los hombros mientras luchaba desesperadamente para poder respirar. Repentinamente una voz le habló al oído.
“Cállate y quédate quieto, o te convertirás en carroña para los buitres,” le susurró Uzuri ferozmente. Volteó la cabeza y le asintió a Simba. “Señor, lo he atrapado. Puedes traer a las demás.”
Simba asintió y lanzó un leve rugido que atravesó la neblina. Las leonas aparecieron por detrás de él, ansiosas de iniciar la batalla en contra de sus enemigos. Repentinamente se escuchó una serie de chillidos y gruñidos por entre la ligera niebla al tiempo que varias hienas comenzaban a aparecer por el centro del cementerio. Repentinamente se escuchó un espeluznante aullido; alguien había dado la alarma.
Simba estaba sorprendido y permaneció en silencio, para después lanzar un ensordecedor rugido que hizo que Griz’nik se estremeciera hasta los huesos. La hiena comenzó a temblar cuando el león se abalanzó sobre ella con las cejas arqueadas por la furia.
“¿Dónde está el cachorro Habusu?” gruñó Simba. “Dímelo y seré misericordioso.”
Griz’nik comenzó a balbucear incoherentemente. “¿Señor?” farfulló. “Todo lo que me dijeron es que vigilara para que no entraran extraños. No me dijeron por qué. Por favor, déjame ir. Si descubren que fracasé me matarán. Tan sólo quiero huir de aquí. Dame una oportunidad, por favor.”
“Déjalo ir,” dijo Simba. Se dio la vuelta y comenzó a adentrarse en el cementerio. La neblina se disipaba conforme su presencia se hacía notoria, pero los vapores del cementerio ocultaban las sombras que comenzaban a aproximarse, abriéndose paso por entre los montones de huesos. Una silueta se hizo evidente; era Uhuru, quien salía de su cueva bostezando.
“¡Señor!” dijo sorprendido. “Es un honor.” El Incosi inclinó la cabeza con curiosidad al tiempo que observaba el imponente semblante de Simba. “Me temo que no ha habido noticias del cachorro extraviado.”
Simba rugió y dio un brinco que lo hizo quedar enfrente de Uhuru, mostrándole los colmillos. “En el nombre de los dioses, ¿qué es lo que están haciendo con nuestro cachorro? ¿¿Acaso creíste que nunca nos daríamos cuenta??”
Uhuru se estremeció al ver los enormes colmillos que estaban a sólo algunas pulgadas de su rostro. “¿Se-señor? No comprendo-”
Isha se aproximó a ellos. “¡Embustero! ¡Dónde está mi hijo? ¿¿Qué es lo que han hecho con él??” Comenzó a registrar el área frenéticamente. “¿Habu? ¡Habu, soy Mamá! ¡Oh dioses, responde!” El eco de su voz retumbo por los alrededores. Volteó a ver a Uhuru; sus orejas estaban contraidas por el coraje. “¿Qué es lo que han hecho con él?”
Arriba de ellos estaba Shenzi, sentada sobre la saliente de una roca. Los observaba silenciosamente; sus costillas se estremecían con una risa muy poco disimulada. “¡Ay CARAMBA!” pensó, “¡Esto es demasiado bueno! ¡Uhuru parece un cachorrito asustado!” Tuvo que morderse el labio para poder dejar de reírse. Después de algunos minutos recuperó el control y continuó observando la escena que se desarrollaba debajo de ella.
Uhuru trataba de resguardarse en la cueva a la que Simba e Isha lo habían hecho retroceder. “¡Señor, por favor! ¡No entiendo! ¡No es mi culpa! ¡Te ayudé una vez! ¡Arriesgué mi vida por ti!”
Simba empezó a hablar, pero Isha lo interrumpió. “Es obvio que no lo entiendes,” le dijo entre dientes. “Déjame decírtelo claramente. Si no me traes a mi hijo inmediatamente voy a despedazarte y a dejar tu carne como alimento para los chacales.”
Uhuru le mostró los colmillos y gruñó. “Muy bien. Despedázame entonces. Aiheu vengará mi sangre inocente.”
Isha levantó una pata, pero una voz la interrumpió. “Ya, ya, cariño; esa conducta no es propia de una dama.” Rafiki le golpeó la garra con su bastón. “Guarda esas cosas antes de que lastimes a alguien.”
“Pues esa ES la idea,” le contestó muy indignada. “Jamás aceptará su culpabilidad, Rafiki. ¿Puedes creerlo?”
Rafiki levantó una ceja. “¿Podría ser posible que el no fuese culpable?” El mandril volteó a ver a Uhuru. “Paz, amigo mío. La verdad será revelada.”
Uhuru dijo, “Perdóname, Mi Señor, pero si el pequeño estuviera aquí por lo menos te lo mostraría. De esa forma tendría una amenaza tangible, pero no puedo lastimar algo que no tengo.”
Sarafina se aproximó a él. “Oh, en verdad,” dijo entre dientes. “¿Entonces qué es lo que hacía ese cachorro de león en ladera norte del cementerio la noche pasada? No lo niegues. Lo vi con mis propios ojos; lo rodeaban al menos doce guardias.”
Uhuru estaba horrorizado. “¡Oh dioses!” Comenzó a caminar alrededor de la cueva; su frente estaba arrugada por la preocupación. Repentinamente se quedó boquiabierto y con la mirada fija sobre el suelo, por un largo momento. “Señor, no estaba preparado para ser Roh’mach. Me elegiste por gratitud, pero eso no me convierte en un gran líder.” Alzó la mirada hacia el lugar en el que Shenzi permanecía escondida. “Creo que sé que es lo que pudo haber pasado. Me hago completamente responsable por lo que le suceda al cachorro de Isha mientras esté en mis territorios. Te ofrezco mi vida si algo le llega a pasar.”
“Quisiera poder creerte,” dijo Simba. “En verdad quisiera poder hacerlo.”
“¿Qué es lo que tienes que yo pudiera querer? ¿Por qué razón secuestraría a uno de tus cachorros? Ya me has nombrado Roh’mach. Comprendería que se tratase de algún rival celoso, tratando de calumniarme.” Entonces vio a Shenzi. “Por los dioses, te ayudaré a despedazarlo cuando demos con él.”
Simba acarició a Uhuru. “Perdóname.” Entonces alzó la vista y vio a Shenzi. “¿Eres tú responsable por esto?”
“¿Y qué si lo soy, cachorrito? ¿Qué es lo que harás al respecto?” Su voz estaba llena de desprecio. “Atrévete a tocarme y tu bebito será la comida de esta noche.”
Isha se atemorizó al tiempo que Simba avanzaba hacia Shenzi rápidamente. “¿Qué es lo que quieres?”
Shenzi se rió. “¿Acaso eres tonto? Quiero que esa patética excusa de Roh’mach sea reemplazada. Necesitamos a alguien más calificado.”
“Y resulta que ese alguien eres tú, ¿no es así?” rugió Simba.
Los ojos de Shenzi se abrieron con una burlona expresión. “Pero, cariño, pensé que nunca me lo pedirías. Me encantaría ofrecerme.”
“Estoy seguro que sí,” respondió Simba. Lanzó un rugido tan fuerte que los huesos de las cercanías se sacudieron. “No voy a permitir que nadie me imponga órdenes, especialmente tú. Tú ayudaste a Skar a matar a mi padre, y juro por Dios que si no nos regresas a Habu te destrozaré.”
“¿Así que también ayudó a matar a Mufasa?” Uhuru se enfrentó a Shenzi. “Terminemos con esto aquí y ahora. Pongo a los dioses como testigos de nuestro Shih’kal. Te reto a muerte.”
Un silencio mortal inundó el lugar al tiempo que Shenzi observaba fijamente a Uhuru, totalmente sorprendida. “¿Qué? ¡No puedes hacer eso!”
Azuba dio un paso al frente. “Pero lo ha hecho,” dijo fríamente. “Debes aceptar el reto, o declinar tu demanda por el puesto de Roh’mach.”
Shenzi comenzó a mirar a las demás hienas. Todos habían presenciado el reto, y sólo tenía dos opciones. “Muy bien. Acepto el reto.” Escupió a los pies de Uhuru. “Estúpido. Pudiste perder tan sólo tu título. Ahora perderás la vida.”
“¿En verdad?” Le clavó la mirada fijamente. “Ya lo veremos.”
CAPÍTULO XLVIII
HACIA LA MUERTE
Shenzi rodeó a Uhuru lentamente, evaluando su fuerza. El macho no era tan corpulento como Shenzi, pero su rapidez y agilidad eran bien conocidas. Una de las razones por las que Taka lo había elegido para vigilar a Rafiki fue su rapidez de pensamiento ante las situaciones imprevistas; Shenzi se enfrentaba a un oponente que la igualaba en inteligencia, y eso lo hacía dos veces más peligroso.
Uhuru permaneció quieto, manteniendo la vista fija en aquella hembra que lo superaba en tamaño. Trataba de no mostrarlo, pero estaba terriblemente asustado del oponente al que enfrentaba; Shenzi ya había demostrado con anterioridad de lo que era capaz. Trataba desesperadamente de recordar todo lo que su madre le había enseñando sobre el combate; mantenía la cabeza pegada al suelo para restringir al máximo sus puntos vulnerables.
Repentinamente se le abalanzó Shenzi; sus mandíbulas se abrieron y dejaron escapar un terrible gruñido. Uhuru se dio la vuelta rápidamente para apartarse del camino, provocando que Shenzi se estrellara contra el suelo. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, Shenzi ya estaba en pie y fuera de alcance.
“Oooh, vaya que somos rápidos, ¿verdad?” Shenzi lo miró de reojo, jadeando. “¿Por cuánto tiempo crees que podrás esquivarme antes de que mis dientes encuentren tu gargan-” Su frase se vio interrumpida por un agudo chillido cuando se percató de que Uhuru se dirigía hacia ella. Shenzi imitó el anterior movimiento de Uhuru, logrando apartarse del camino y caer con las patas cruzadas.
Uhuru le regresó la sonrisa. “Como ves, estoy lleno de sorpresas.” Se lanzó una vez más contra ella y sus mandíbulas se cerraron sobre su hombro, llevándose consigo un pedazo de carne y pelo. Shenzi rechinó los dientes dolorosamente. Se abalanzó sobre Uhuru y puso las patas sobre sus hombros; utilizó su enorme peso para derribarlo y aprisionarlo contra el suelo. Uhuru se retorcía debajo de Shenzi como si fuera una serpiente, esquivando desesperadamente los afiliados colmillos que se cerraban sobre él; finalmente pudo escapar y quedar frente a ella nuevamente.
Uhuru comenzó a rodearla una vez más; su rostro era iluminado por la pálida luz del cementerio. Shenzi comenzó a avanzar en círculos; podía sentir como la sangre le escurría por su adolorido hombro y a lo largo de toda la pata.
Skulk maldijo silenciosamente cuando vio la cara de Shenzi. Ella se había confiado demasiado, segura de que su superioridad en tamaño lograría intimidar a Uhuru, pero ahora la situación estaba en su contra y tendría que pagar el precio de su descuido. El temor reflejado en el rostro de Shenzi era prueba inequívoca de que sólo era cuestión de tiempo para que cayera ante los ataques de Uhuru. Sin embargo, las reglas del Shih’kal eran estrictas; no había nada que Skulk pudiera hacer para interferir en el combate. Volteó a ver a los leones, quienes observaban absortos el combate que se libraba frente a ellos. Su mirada se fijó en Isha, y una sonrisa se dibujó en su angulosa cara.
“Tal vez haya una forma de solucionar este contratiempo,” pensó. Comenzó a mirar furtivamente hacia todos lados; cuando estuvo seguro de que todos estaban concentrados en la batalla retrocedió y desapareció entre las sombras, corriendo en dirección al Cementerio de Elefantes tan rápido como le permitían sus piernas.
A pesar de que su escape había sido impecable, su llegada no pasó desapercibida. Bashak se deslizó desde lo alto de la calavera en la que había estado sentado y corrió a través del área donde el clan solía celebrar sus reuniones, hasta que se encontró a Losara. “Mama,” dijo sin aliento, “¡ya viene!”
Losara asintió; su rostro tenía una expresión molesta. “Es lo que esperaba. ¿Recuerdas lo que tienes que hacer?”
Bashak asintió ansiosamente. “Sí.”
“Muy bien; entonces, andando.” El cachorro salió corriendo hacia la parte posterior del cementerio tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Losara se dio la vuelta y se dirigió a la entrada; una vez ahí se sentó a esperar.
La silueta de Skulk emergió lentamente entre la obscuridad. “Saludos, Losara.”
Losara asintió. “¿Skulk? ¿Por qué no estás con Shenzi?”
“Las cosas no están saliendo como lo planeamos. Estoy aquí para rectificar la situación.” Pasó a un lado de ella y se dirigió hacia la calavera que estaba en la distancia. “Nuestro grande y glorioso Roh’mach retó a Shenzi para que lo enfrentara en el Shih’kal, y ella no tardó en tener la situación en contra de ella.” Miró a Losara de reojo. “Planeo darle a los leones un pequeño incentivo para resolver nuestro problema. Uhuru ha ofrecido su vida para proteger al cachorro. Dejaremos que cumpla su promesa.”
Losara corrió hacia él y le bloqueó el camino. “¿Pero qué es lo que vas a hacer?”
“Voy a aventar la pequeña carroña de ese cachorro enfrente de nuestro glorioso Roh’mach. Después me sentaré y presenciaré el espectáculo.” Sus ojos se entrecerraron con furia cuando Losara le bloqueó el paso una vez más. “Harías bien en no volver a atravesarte en mi camino, criadilla,” le dijo al tiempo que le mostraba los dientes.
“¡Idiota! Ya no tienes que preocuparte por ese cachorro.” Losara lo miró con desprecio. “Tu estúpida selección de guardias ya ha hecho lo suyo.” Su cara se entristeció. “Dioses, ¿es que no lo escuchas?”
Skulk la miró atónito, y entonces aguzó el oído. Escuchó un distante y apagado lamento que provenía de la ladera norte, en donde el cachorro estaba prisionero. Sus ojos se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Su mirada estaba llena de terror. “¡NO!”
Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Losara. “Traté de detenerlo, pero era demasiado fuerte.” Skulk la apartó violentamente del camino y comenzó a dirigirse hacia la lejana calavera. Losara se puso en pie y se rió ligeramente. “Idiota.” Se sacudió y comenzó a seguirlo.
Griz’nik estaba serenamente sentado en la boca de la calavera, tratando desesperadamente de ignorar los horribles sonidos que provenían de su interior.
“¡Roh’kash todopoderosa!” balbuceó, “¿Por qué suceden cosas como ésta cuando yo estoy a cargo?” Skulk apretó los dientes al escuchar un agudo chillido proveniente del húmedo interior del cráneo en el que el cachorro había sido encarcelado. Kh’tel le había ordenado a los demás guardias que permanecieran afuera mientras él “interrogaba” al prisionero. A Griz’nik no le pareció una conversación muy refinada, a juzgar por los sonidos que emitía el cachorro. Pudo sentir un impacto amortiguado por las paredes del cráneo, interrumpido por un repentino CRACK. Un horrible grito se escuchó en el interior. Los guardias se miraron unos a otros, muy sorprendidos.
Griz’nik respingó y sacudió la cabeza con compasión. “Dioses, eso debe haber DOLIDO.”
Skulk corrió como si lo hubieran poseído; los lamentos del cachorro retumbaban en sus oídos, obligándolo a correr más rápido. Conforme se acercaba a la ladera pudo ver al resto de los guardias rodeando la calavera; algunos tenían rostros disgustados, y otros rebozaban de alegría. Repentinamente cesaron los chillidos del interior de la calavera; Kh’tel emergió por la boca de ésta, relamiéndose los labios con regocijo.
Skulk apareció en frente de él y lo confrontó inmediatamente. “¡¿Pero que demonios estás haciendo?!” le gritó.
Kh’tel se agazapó, asustado. “Cálmate, Skulk. Nuestro pequeño invitado se estaba volviendo muy molesto, así que me hice cargo de él.” Frunció el ceño severamente. “Déjame decirte que los leones son muy difíciles de digerir.” Su frase se vio interrumpida por un tremendo eructo.
Skulk metió la cabeza en el interior de la calavera. Comenzó a examinar los adentros, y descubrió pequeños rastros de sangre en las paredes. Bajó la vista y vio un pequeño mechón de pelo dorado, agitándose levemente a causa de su respiración. Emergió lentamente y le mandó una funesta mirada a su compañero. Las comisuras de la boca de Skulk se apretaron fuertemente mientras trataba de contener su ira. “¿Acaso tienes idea de qué es lo que has hecho?”
Kh’tel lo miró muy sorprendido. “¿Pero qué te pasa? ¡¿No me digas que te agradaba esa bola de pelos?!”
“¡No, imbécil! ¡Pero si tuviéramos el cuerpo podría probar que está muerto! Habría resuelto todos nuestro problemas de una sola vez. ¡Ahora tendré que pensar en algo que los convenza de que está muerto!” Skulk permaneció quieto por un momento; entonces tuvo una idea. “No es probable que funcione, pero podría distraerlos.” Metió la cabeza en la calavera y recogió el mechón de pelo del cachorro. Después sacó la cabeza y pasó violentamente al lado de Kh’tel; se alejó gruñendo, pero se detuvo y volteó a mirarlo. “Quédense aquí,” les dijo, mirando intencionalmente a Kh’tel. “Acabaste con él muy rápido.”
Las comisuras de la boca de Kh’tel se crisparon ligeramente. “Bueno, ehhh, era muy pequeño-”
Skulk sacudió la cabeza con disgusto. “Zopenco glotón.” Su voz sonaba muy molesta. “Pudiste dejar algo para mí.”
Kh’tel sonrió un poco apenado. “Lo siento.”
Skulk permaneció observándolo por un momento más, y después se alejó rápidamente.
Kh’tel mantuvo la sonrisa hasta que el sonido de las pisadas se desvaneció entre la noche. Rodeó a los guardias restantes y les mostró los colmillos amenazantemente. “Bueno, ¿de qué se están riendo? ¡Váyanse de aquí! ¡Vamos, piérdanse!”
Las hienas se dispersaron, gruñendo entre dientes. Los observó cuidadosamente hasta que todos desaparecieron en la obscuridad. Se arrastró hacia una cueva apartada, se sentó silenciosamente y escuchó con sumo cuido. Permaneció así por algún tiempo. Satisfecho, lanzó un grito de alivió y se dio la vuelta. “Ya pueden salir, muchachos.”
La cabeza de Habusu emergió por una cuenca que estaba arriba de la cabeza de Kh’tel. “¿Funcionó?”
“Claro, chico. Ahora ven acá, rápido.” Habusu se deslizó por la superficie del cráneo, riendo alegremente. “¡No puedo creer que se lo haya tragado!”
Una obscura sombra emergió y comenzó a acercarse. Losara acarició suavemente al cachorro. “Qué Roh’kash te bendiga por lo que has hecho esta noche, Kh’tel. Sin embargo, por ahora no hay tiempo para celebrar. ¡Bashak! ¡Vamos!”
El cachorro pasó corriendo por una roca oculta entre las sombras. “¿A dónde vamos, Mamá?”
“Vamos a llevar a Habu a casa, hijo mío,” contestó Losara, sonriendo. “Me temo que su hora de dormir pasó desde hace mucho.”
La respiración de Shenzi comenzaba a tornarse en una serie de pesados jadeos. Sacudió su cabeza, tratando de mantener despejada su visión al tiempo que se tambaleaba, intentando mantenerse en pie; su piel estaba marcada por media docena de sangrientas cicatrices. Frente a ella se encontraba Uhuru, jadeando rápidamente; en su costado había una horrenda cortada, prueba de las habilidades que Shenzi había demostrado durante la batalla. Pero confiaba totalmente en sus habilidades; las demás hienas tan sólo esperaban a que el combate llegara a su inevitable conclusión. Por afuera del círculo comenzaban a acercarse los chacales; se relamían los labios como preparándose para el festín que vendría con el final de la batalla, ya que ni los leones ni las hienas se comerían los cuerpos muertos de los Elegidos de Roh’kash; son corban para todos, excepto los carroñeros más bajos.
Shenzi llamó la atención de Uhuru mediante un silencioso y amenazante gruñido; ella no estaba dispuesta a entregar su vida tan fácilmente. Lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas, preparándose para dar un último salto. Quedaría totalmente descubierta, pero al menos podría darle una mordida certera en la garganta antes de morir.
Uhuru la golpeó en la cara, haciéndola caer a un lado. Rápidamente se aproximó a ella y le puso una pata en cada hombro, aprisionándola contra el suelo. Shenzi pudo ver como los colmillos de Uhuru centelleaban, listos para cerrarse sobre su garganta. Cerró los ojos y rezó, rogando que fuera rápido.
Skulk sacudió la cabeza con desesperación cuando finalmente logró llegar al lugar donde estaban congregados sus hermanos. “Lamento ser yo quien tenga que informarte esto, pero es mi deber el hacerlo, Roh’mach.”
Uhuru comenzó a escucharlo, pero mantuvo los ojos fijos en Shenzi, cuidando que no fuera a hacer alguna treta. “Habla, Skulk, pero se rápido. ¿Qué es lo que quieres?”
Skulk avanzó al frente y depósito el mechón de pelo dorado a la vista de los combatientes. “Es todo lo que queda del cachorro. Uno de los traidores guardias de Shenzi decidió comérselo como botana.”
Se escuchó un profundo silencio, roto tan sólo por los lamentos de Isha. Uhuru miró incrédulamente el mechón de pelo. “Quieres decir que…”
Skulk asintió tristemente. “Me temo que así es.” Se enderezó y carraspeó. “Me temo que una vez que finalice el combate tendrás que ser ejecutado, mi Señor. Ofreciste tu vida si algo le llegaba a pasar al cachorro, y no permitiré que nuestro poderoso Rey sea engañado con mentiras como las que Shenzi ha dicho.”
Shenzi miró a Skulk y una sonrisa se dibujo entre sus labios. “Tú, perverso canalla,” pensó. “No creí que fueras tan astuto.” Sacudió su cabeza. “Si tan sólo lo hubiera sabido antes…”
Un repentino movimiento llamó su atención; era una parda figura que se abría paso hacia el interior del círculo. “¡Hey, Shenzi!”
“Cállate, Habu,” gruñó. Se quedó petrificada, y necesitó algunos segundos poder reaccionar. “¡¡¿Habu?!!”
Skulk se sorprendió al ver la pequeña silueta. “¿Qué? Pero él-. Quiero decir, ¿tú…?” Sus ojos se encendieron con rabia al tiempo que corría al frente, gruñendo amenazantemente. “No me importa. ¡Yo mismo me encargaré de ti!”
“¡DETÉNTE!”
Todos los movimientos cesaron al tiempo que Isha se abría paso a través del círculo, aproximándose hacia las hienas. Se interpuso entre Uhuru y Shenzi, separándolos suave pero firmemente.
“Mi hijo ha sido rescatado, Uhuru. No hay necesidad de matarla.” Se dio la vuelta y se acercó a Losara y Kh’tel, quienes se encontraban protegiendo al cachorro. Uhuru permaneció en silencio; no podía creer lo que estaba pasando.
“¡Ultraje!” gritó una de las hienas que estaban congregadas. Todos voltearon y vieron como uno de los sacerdotes se abría paso entre la multitud. “¡No puedes interferir con el Shih’kal!”
Las hienas comenzaron a aproximarse, pero antes de que pudieran mover una pata cayó de las alturas una silueta muy familiar para todos, bloqueándoles el paso.
“Esperen un minuto, amigos míos.” Rafiki blandió su bastón, provocando que las hienas retrocedieran. “El Shih’kal es inviolable; nadie debe intervenir. Shenzi morirá de una forma u otra.”
Isha sintió que la sangre se le congelaba.
“Pero,” meditó Rafiki, frotándose la barbilla con una mano, “Si Shenzi acepta rendirse, Uhuru puede elegir el método por el cual ella morirá, ¿no es verdad?”
“En efecto,” respondió el sacerdote.
“Y si decidiera que debe morir de una forma lenta, como encerrándola en una cueva, ¿sería válido?”
“Por supuesto que sí,” dijo el sacerdote, claramente entusiasmado.
“En ese caso, ¿me permitirían sugerir un método que sería muy lento, aunque totalmente inevitable?”
“Por supuesto.”
Rafiki se abrió paso a través de la multitud y se aproximó a Uhuru. El macho aún tenía a Shenzi atrapada contra el suelo. “Tengo una sugerencia, ¿estás dispuesto a escucharla?”
Uhuru observó a Rafiki, listo para atacar a Shenzi ante el más leve movimiento. “Como tú digas, chamán. Así será.”
Fabana se acercó y se arrodilló ante Rafiki. “¡Piedad! ¡Piedad! No atormentes a mi hija. Permíteme morir en su lugar.”
“Pensé que me habías desconocido como tu hija,” susurró Shenzi. “Lamento haberte desconocido como mi madre. Permíteme morir como tu hija.”
“Tú vivirás. Yo moriré como tu madre.”
“Como desees, Fabana,” contestó Rafiki. “Fabana morirá lentamente en lugar de Shenzi—la condeno a morir de vejez. El mandril se rió alegremente. “He elegido el instrumento de muerte. ¿Aceptas mi decisión, Roh’mach?”
“Que así sea,” respondió Uhuru, sonriendo. “Tu sabiduría no tiene límite.” Uhuru miró a la temblorosa hiena. “Te expulso del clan con la misma bendición que le diste a Simba. Huye de aquí, huye lejos. Si alguna vez regresas, te mataré, pero no será condenándote a morir de vejez. Y llévate contigo a Skulk. Los marco a ambos con la señal de Corban.”
Shenzi se levantó temblorosa, oscilándose de un lado a otro. Observó a Uhuru por un largo momento; después se dio la vuelta y comenzó a alejarse. Banzai y Ed la siguieron y se colocaron junto a ella, uno a cada lado.
“No te preocupes, hermanita,” susurró Banzai tan suavemente como su ronca voz se lo permitió. “Iremos contigo. No vamos a darle la espalda a nuestra familia.”
Fabana los miró alejarse; se dio la vuelta y le sonrió a Simba tristemente. “Que Dios te acompañe. Toco tu melena.”
“Puedo sentirlo.”
Fabana caminó lentamente y se unió al pequeño grupo. Repentinamente se abrió paso una de las hienas restantes, uniéndose a los desterrados. Le siguieron otras dos, y luego dos más.
Corrieron para unirse al grupo de Shenzi; se desperdigaron en torno a ella, formando una barrera protectora.
Una débil sonrisa se dibujó en el rostro de Shenzi al observar el creciente grupo. Se rió entre dientes y volteó a ver a Skulk. “Por otro lado, tal vez aún podamos sacar provecho de esta situación.” Bajó el tono de su voz. “Escúchame bien. Lo que quiero que hagas ahora…”
Skulk la miró fríamente. “Cállate.”
El grupo se petrificó; voltearon a mirarlo muy sorprendidos al tiempo que Skulk sacudía la cabeza. “Sólo cállate y sigue caminando. Ya estoy harto de tus planes. De ahora en adelante seré yo quien se encargue de tratar con los forasteros.” Volteó la mirada furtivamente. “En caso de que no te hayas dado cuenta, la mayoría de nuestros hermanos se han aliado con el Rey. El Roh’mach amablemente nos ha permitido partir.” Su voz se agravó con desprecio al mencionar a Uhuru. “Aún estamos vivos. ¿O es que quieres regresar y dejar que la comadreja termine el trabajo?” La miró fijamente. “Puedo encargarme de ello si gustas.”
Banzai le bloqueó el paso, indignado. “¡Hey, no puedes hacer eso!”
Skulk lo miró fijamente. “Acabo de hacerlo hace un momento,” le susurró. “Ahora cállate.” Volteó a mirar a Shenzi una vez más; ella lo observaba con una inexplicable sonrisa en sus labios. “Bien, estoy esperando.”
Se le acercó cojeando y frotó su mejilla contra la de él. “Oh, Skulk, me encanta que seas malo conmigo.”
Se recargó sobre su hombro y caminó a su lado. Sus compañeros los seguían de cerca; pasaron junto al baobad lentamente, llamándose los unos a los otros en su propia lengua, hasta que desaparecieron entre la obscuridad.
Uhuru permaneció en silencio mientras los observaba alejándose. Susurró una pequeña oración de agradecimiento. Por un momento temió que se desatara una guerra civil. Tuvo que luchar contra su fatiga para dirigirse a los chacales que estaban en las cercanías, esperando que la situación estuviera a su favor.
“¿Puedo ayudarlos en algo?”
Los chacales lo miraron cortantemente; se dieron cuenta que no habría cena esa noche. Dieron la vuelta reaciamente y se marcharon.
Isha acicalaba a su hijo dulcemente; lágrimas de felicidad rodaban por su rostro mientras Habusu le contaba todas sus aventuras. “¡Mamá! Debiste haber estado ahí. Bashak y yo estuvimos jugando en la calavera más grande del mundo, e hicimos quedar a Skulk como un tonto en frente de todos, y…” Isha levantó la cabeza y miró a Losara.
La hiena acicalaba juguetonamente a su cachorro; le hablaba suavemente y se reía de sus pequeñas travesuras. Losara levantó la cabeza e intercambió la mirada con Isha. Leona y hiena se observaron por un largo momento. Una sonrisa se dibujó lentamente en el rostro de Isha. Se inclinó sobre Habusu y le dijo al oído: “Habu, si alguna vez descubro que está jugando con esa hiena otra vez…”
El cachorro la miró con la orejas caídas por la aflicción. “¿Sí, señora?”
Isha lo miró y sonrió. “…harás bien en decirme en dónde estás, ¿de acuerdo?”
Habusu sonrió con tanta alegría que Isha estuvo a punto de llorar. “¡Claro! No hay problema.”
Simba caminó al frente y Uhuru se arrodilló ante él. “Toco tu melena.”
“Puedo sentirlo.” Ronroneó profundamente. “Ponte en pie, amigo mío.” Miró por un momento a las hienas que se encontraban reunidas en aquel lugar. “Sólo puede haber armonía cuando hay justicia. Proclamo esto ante los dioses y los Grandes Reyes de Pasado: la prohibición de buscar carroña en las Tierras de Reino, impuesta por el gran Ahadi, ha terminado. No hay razón alguna por la que no podamos vivir en la forma que Aiheu pretendía.”
Muchas hienas se congregaron ante Simba y se arrodillaron sobre la tierra. “¡Ebu Simba, Roh’mach aka Roh’mach!”
CAPÍTULO XLIX
MUY LEJOS DE LOS DEMÁS
Habían pasado seis meses desde el rescate de Habusu, aunque para la mayoría de los leones no había parecido tanto tiempo.
Durante ese tiempo, el milagro de la vida había llegado a las Tierras del Reino, provocando cambios maravillosos. Los campos habían reverdecido, los árboles se elevaban hacia el cielo, y las manadas apacentaban en la sabana una vez más. Incluso Khemoki se dignó a permanecer en las Tierras del Reino con sus Cebra’ha.
Misha, una cachorrita nueva, estaba sentada en una roca alta justo enfrente de la cueva de su madre. Aquel era uno de sus lugares favoritos, pues desde allí podía observar todo el lugar.
Su madre Ajenti le preguntó, “¿A quién estás esperando con tanta ansiedad?”
“A mi abuela; está por llegar. Es hora de nuestra caminata.”
“Mejor regresa a la cueva, Misha. Ella no se siente bien hoy. Lo siento.”
“Pero ella me lo prometió. Estuvo enferma ayer y anteayer.”
“Si la quieres, deja que rompa su promesa. Sueles sentirte muy enfermo cuando llegas a tener la edad que ella tiene,” le explicó su madre Ajenti.
“¿Algún día estaré como ella?”
“Sí, pero será dentro de mucho, mucho tiempo.”
Misha se malhumoró. A ella le encantaba salir a recorrer el manantial con Yolanda por las mañanas. Su abuela era una enciclopedia viviente sobre historias de los antiguos reyes, de los dioses, e incluso de los chismes más recientes. A pesar de que estas caminatas estaban enfocadas a que ambas se ejercitaran, Yolanda siempre veía algo que le traía algún viejo recuerdo y la caminata se convertía en plática.
Misha era brillante y entendió muy pronto que su abuela estaba envejeciendo con el paso de los días. “Su edad” las estaba separando cada vez más y más, pero nunca las había separado por tres días consecutivos. Misha trató de imaginar como sería la vida sin su abuela—el sólo pensarlo la deprimía.
Ajenti la acarició afectivamente. “¿Por qué no vas a jugar con Tanabi ? Tú le caes muy bien.”
“Él también me cae bien,” le contestó desanimadamente. En realidad Misha disfrutaba mucho de la compañía de Tanabi, pero no era lo mismo. Ese era el momento especial de su Abuela, y no de nadie más. Si su Abuela no podía ir a verla, entonces ella iría a ver a Yolanda. Sería una bonita sorpresa.
Había muchos lugares en los que Yolanda acostumbraba estar. Algunos de los más intrépidos, como su rama favorita en el árbol bajo, últimamente había empezado a ser descartados. Era más probable que estuviera dormitando sobre alguna roca soleada. Misha se dirigió hacia las rocas, pero no había nadie allí. Tampoco se encontraba en el árbol. La pequeña cisterna, donde el agua se acumulaba en una grieta, estaba ocupada por dos leonas, pero ninguna de ellas había visto a Yolanda.
Simba se topó con Misha y le dio los buenos días. “Tanabi quería verte. Claro, eso si es que no estás tomando tu caminata matutina.”
“Es lo que voy a hacer, Su Majestad, en cuanto pueda encontrar a mi Abuela. ¿De casualidad has visto a Yolanda?”
“No, me temo que no.”
“Pensé que tú sabías el paradero de todos. Eres el Rey, ¿o no?”
Simba le sonrió. “Claro que lo soy, pero no puedo hacer milagros. Si la encuentro antes que tú le diré que la estás buscando. Ha estado enferma desde hace algunos días. Quizás aún esté dormida.”
“Iré a ver,” dijo Misha, un poco distraída.
Misha se fue rápidamente y sin despedirse, pero no tenía idea alguna de a donde dirigirse. Ya había buscado en todos los lugares en los que su Abuela solía estar, así que debía encontrarse en algún lugar fuera de lo común. Decidió tomar el camino que conducía a la sabana, extendiéndose por el frente de la Roca del Rey. Los pastizales eran altos, y era muy fácil que una leona desapareciera entre ellos; esto era algo que le perturbaba mucho a los antílopes y a las cebras. “¡Abuela! ¡Yolanda! ¿Estás por aquí?” Buscó por todos lados, lo cual era sumamente difícil para una leona adulta y mucho más para una cachorrita. “¡Abuela! ¡Soy yo, Misha!”
Estaba a punto de darse por vencida cuando pudo ver a Yolanda en la distancia.
“¡Abuela! ¡Soy yo!” Misha corrió a través de los pastizales. “¡Espérame por favor! ¡Te he buscado por todos lados! ¿Es que no me escuchaste?”
Yolanda se detuvo un momento para que Misha la alcanzara, y luego continuó caminando lentamente. “Lamento no haberte acompañado a tomar nuestra caminata. Es que no me he sentido bien.”
“Pero ya te sientes bien ahora, ¿verdad? Es decir, ya estás caminando.”
“Cariño, estoy caminando por que no me siento bien. No quiero estar en casa cuando me pase algo. Los demás tendrían que llevarme a un lugar más conveniente, o dejar que las hienas profanaran mi guarida. Pase lo que pase, no quiero que aquellos a los que amo recuerden mi muerte, sino mi vida.”
“¿Vas a morir?”
“Algún día todos tendremos que morir. Es parte de la vida.”
“Desearía que no dijeras eso. Sabes que estaría muy triste si murieras.” Misha corrió al frente de su Abuela, lo cual no era muy difícil con el paso al que caminaba Yolanda. “¿Puedo acompañarte?”
“Supongo que no tengo opción, y además podría platicar con alguien.”
“Tal vez podrías contarme una historia. ¿A dónde vas?”
“Voy a ver a mi esposo. Tu abuelo, a quien nunca conociste. Su nombre era Simba, como el Rey. Fue un buen esposo. El verlo otra vez me hará sentirme joven otra vez.”
“En realidad no. Quiero decir, sólo te refieres a sentirte joven, ¿verdad? Pensé que había muerto.”
Yolanda sonrió indulgentemente.
“¿También podré verlo?”
“Algún día, Misha. Pero no ahora.” Caminó dolorosamente a través de la pradera. Sus articulaciones habían estado adoloridas desde la mañana, y su cojera resultaba obvia hasta para Misha.
“¿Te sientes bien?”
“Eso no importa ahora. Estoy cansada. Sólo cansada.”
“Entonces descansemos un momento.”
“Ya habrá tiempo para descansar,” respondió con determinación. “Aún no estamos lo suficientemente lejos.”
“¿Suficientemente lejos de qué? ¿Cuándo vamos a estar lo suficientemente alejadas?”
“Ya lo sabrás.”
Continuaron caminando. Yolanda se estaba esforzando demasiado; comenzó a sudar y su respiración comenzó a hacerse forzada. Se tropezó con una pequeña roca de la misma forma en que Misha habría caído en el agujero de un topo. “¿Qué es lo que estás buscando?” le preguntó Misha. “Aquí no hay nada mas que pasto.”
“Esa es la idea,” le contestó. “Esta es la clase de lugar a la que nadie iría sin tener una buena razón.”
“¿Por que no descansas un poco?”
“¿Es que estás cansada, Misha? Eres tan joven y fuerte. Y yo soy…” Yolanda dejó de hablar. Entonces hizo un gesto lleno de dolor. “¡Oh dioses!”
“¡Abuela!”
Yolanda reunió todas sus fuerzas y dijo calmadamente. “Tenías razón, Misha. Éste es el lugar apropiado. Descansaremos aquí.” Se dejó caer sobre el suelo y gimió. “Estoy muy cansada, cariño. Creo que voy a dormir un poco. ¿Por qué no vas a jugar por ahí y me dejas descansar un rato. Estaré bien.”
“¿Abuela?” balbuceó Misha. “¿Quieres que vaya por Rafiki? No está muy lejos de aquí.”
“No, cariño. Estaré bien.” Después de hablar recargó su cabeza sobre el pasto. “¿Oh, puedes sentir esa fresca brisa, Misha?”
“Sí, señora.”
Yolanda cerró los ojos. “¿Acaso no es maravillosa? Ha hecho mucho calor en los últimos días, y no ha habido lluvias que refresquen el aire. Tal vez sea un buen día, después de todo. Agradable y fresco.” Yolanda respiró profundamente y después soltó un largo y lento suspiro. Misha observó ansiosamente el pecho de su Abuela por un largo momento, esperando que se mantuviera subiendo y bajando. Aguardó durante mucho tiempo.
“¡Despierta, Abuelita! ¡No puedes dormir aquí!” Comenzó a correr nerviosamente alrededor del cuerpo; le mordió las piernas y le lamió la mejilla. “No me dejes, Abuelita. No puedes morir. ¡No puedes!”
Misha retrocedió del cuerpo y comenzó a buscar a alguien, cualquiera que pudiera ayudarla. ¿Por qué tenía que haberse alejado tanto? Tal vez Rafiki podría ayudarla. ¡Ojalá que los dioses le permitieran estar en casa! “¿Hay alguien por aquí?”
Finalmente logró ver a una leona entre los pastizales, y corrió hacia ella. “¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Es Yolanda!”
“Corres peligro si permaneces aquí,” le dijo la leona. “Debes irte.”
La voz hizo que Misha se arrebatara. Permaneció quieta, observando el triste y amable rostro que estaba ante ella. Parecía resplandecer con su propia luz interior; Misha no sabía si sentir temor o felicidad. “Por favor, no me dejes. No sé a donde ir. Haré cualquier cosa. ¡Sólo quédate un poco más, por favor!”
“Corres peligro aquí,” dijo la leona firmemente. “Los buitres se acercan, y la hienas no tardarán en llegar. Corre, cariño. ¡Corre a casa! ¡Ahora!”
Misha estaba profundamente triste, pero tuvo que huir de allí antes de que el terrible funeral se llevara a cabo. A su edad no le era posible enfrentarse a los carroñeros, así que corrió hacia la Roca del Rey. Corrió y corrió, y no se detuvo hasta que encontró a su madre.
CAPÍTULO L
APRENDIENDO SOBRE LA MUERTE
Cuando Misha encontró a su madre le contó lo que había sucedido; Ajenti lloró como si la hubieran lastimado. Corrió por la ladera de la Roca del Rey, trepó hasta la cima y lanzó un desgarrador rugido. Los demás leones no tuvieron que preguntar que era lo que había pasado, pues la muerte había estado acechando a Yolanda durante los últimos días. También rugieron, y el sonido de su dolor llevó el terrible mensaje a lo largo de las Tierras del Reino. Pudo haber durado algunos segundos, o algunos minutos—el tiempo parecía haberse detenido. Ajenti bajó del promontorio y desapareció entre los pastizales; junto con ella se disipó la compasión pública del resto de la Manada. A partir de ese día sólo se discutió del tema con amigos y familiares, y sólo cuando era inevitable. Todos sabían que Ajenti amaba a su madre—no había necesidad de que se lo demostrara a todos. Además, si alguien se hubiese atrevido en poner en duda el dolor que Ajenti sentía—y nadie lo haría—ella le habría respondido con un indignado zarpazo.
Por un par de horas todo lo que Misha pudo hacer fue acurrucarse junto a su madre. Ajenti necesitaba de su pequeña y cálida presencia. Pero llegó un momento en que Ajenti necesitó estar a solas. Era su turno de recordar cuando era una cachorrita, cuando Yolanda le contaba historias de los antiguos reyes, y la forma en que la acicalaba con su cálida y húmeda lengua. Eso podía hacerlo mejor cuando estaba sola.
Misha quería estar con madre, pero aprovechó la oportunidad para poder recorrer la sabana sin necesidad de escoltas; se dirigió al baobad de Rafiki. Su corazón estaba lleno de preguntas que necesitaban una respuesta—había sido su primer experiencia con la muerte.
Rafiki tenía el extraño habito de hablar con él mismo. Colocó algunas pequeñas piezas de fruta en un cuenco; tomó un hueso con la mano y con la otra sostuvo el recipiente. “¡Cuidado, pequeñitos! ¡Aquí viene el elefante!” Comenzó a machacar la fruta, formando una pasta. “¡Oh no! ¡Esto es terrible! ¡Pero que vergüenza, viejo elefante! ¡Je, je!”
A continuación tomó un huevo. Rafiki no solía incluir carne en su dieta, y cuando lo hacía era carroña exclusivamente. Aquel huevo era lo más cercano a la carne que tenía aquel día; era un raro premio que había logrado hurtar de un nido justo esa mañana.
“¡Oooh, hay que hacerlo con mucho cuidado!” Comenzó a acercar el huevo a la orilla del recipiente. “A la una,” dijo, golpeando el huevo en la orilla del trasto muy ligeramente. “¡A las dos!” dijo, golpeando el huevo un poco más fuerte. Después le dio un ligera vuelta. “¡A las tres!” Finalmente, con una gran sonrisa en los labios, dijo, “¡Y no hay nada!”
“¡Rafiki!”
El cascarón se despedazó entre sus dedos. De sus manos chorreaba huevo con pedazos de cáscara. “A las cuatro,” dijo con un profundo suspiro, al tiempo que sacudía su mano. “¿Quién está ahí?”
“¿Estás ocupado?”
“¡Misha!” Sonrió y se sacudió la mano rápidamente. “¡Pasa, cariño! ¡Siéntate!” Le dio un beso en la frente y la abrazó. “Tu presencia honra mi humilde casa.”
“¡Oh, Rafiki! ¡Se ha ido! ¡Mi Abuelita Yolanda se ha ido!”
“Escuché el llanto,” respondió Rafiki. Él sabía mucho acerca del dolor de los leones, así que era muy cuidadoso en sus acercamientos. “¿Hay algo que quieras preguntarle a Rafiki?”
“Pues… sí.”
“Siéntate conmigo,” dijo Rafiki. La abrazó y le dijo, “Puedes preguntarle a tu Tío Rafiki todo lo que quieras.”
Los ojos de Misha se llenaron de lágrimas. “Yo no quería que muriera. ¿Por qué tuvo que morir? Ella era muy buena. ¿No puedes ayudarla? ¿Por qué los dioses permiten que las personas buenas se mueran, si pueden hacer todo lo que quieran? ¿Por qué?”
“Oh, la pequeña damita ha comenzado a hacer grandes preguntas.” Rafiki suspiró. “En primer lugar, no puedo hacer nada para remediarlo. Lo siento, pero está más allá de mis poderes el traerla de vuelta. Si pudiera ayudarla, habría ayudado también a Mufasa. Y respecto a por qué tenemos que morir, existe una leyenda entre los mandriles sobre cómo fue que la muerte llegó al mundo. Mi padre me la contó, y él la aprendió de su padre. No te la voy a contar, pues no es la verdad.”
“¿Y entonces cual es la verdad?”
“La verdad es que la muerte siempre ha sido parte de este mundo. Es parte de la vida. De otro modo no habría lugar para poder movernos. La muerte permite que haya espacio para que nuevas generaciones crezcan y prosperen. Renueva al mundo. Como ves, la muerte tiene sentido.”
“Ya veo.” Misha suspiró anhelante. “¿Pero entonces para que vivimos, si todo lo que vamos a hacer es morir algún día? ¿Qué sentido tiene?”
“Por que si no estuvieras viva, no podría abrazarte y tener estas pequeñas charlas contigo.” Rafiki la besó nuevamente. “Tu sangre enrojece con el barro. Es la arcilla de la Madre Tierra que nos conecta al gran Ciclo de la Vida. Cuando morimos, el agua—que es la fuerza vital—regresa a los cielos junto con el rocío matutino. Entonces nos liberamos del barro y su dolor. Nos liberamos de todo, excepto del dolor de la separación, el cual sólo puede curarse con el tiempo. Recuerda siempre que los espíritus benditos nos cuidan, y que sus oraciones por nosotros siempre son escuchadas por los dioses. Observa el cielo por las noches, y siente el amor que te rodea. Entonces sabrás que tu abuela está viva.”
“Pude verla,” admitió Misha. “Me dijo que debía irme antes de que llegaran las hienas.”
“¿La viste?” Lo dijo con auténtica credibilidad. Misha estaba feliz de poder decírselo a alguien. “Mi Abuelita resplandecía como la luna. Mamá dice que las estrellas son los espíritus de los Grandes Reyes, ¿así que a dónde fue? ¿Podrá ver a mi abuelo?”
“No puedes contar las estrellas. ¿Crees que pueda haber tantos reyes, incluso en un centenar de creaciones?” Rafiki sonrió. “Ella es una estrella al igual que tu abuelo, y si tuvo una vida recta será la estrella más hermosa del firmamento.”
“Tendrás seguridad si en tu corazón sabes amar,
Por que aquellos que tú amas por siempre han de existir.
Lo que con ella compartiste siempre te ha de acompañar,
La forma en que sus bromas te hacían sonreír;
Son recuerdos que en tu memoria querrás siempre atesorar,
Pero que tras un breve instante deberán partir…”
“Aiheu es maravilloso, Él conoce tu dolor;
Él te brindará alivio a través de la obscuridad.
A quienes tú más amaste Su mano dará calor,
Hasta que logres verlos en Su eterna claridad.”
“Cuando, como ahora, tu alma sienta dolor,
Podrás darte cuenta de que a tu lado ella está.
Ella te abrazará y olvidarás el temor;
Siempre te cuidará, y por ti rezará…”
“Aiheu es maravilloso, Él conoce tu dolor;
Él te brindará alivio a través de la obscuridad.
A quienes tú más amaste Su mano dará calor,
Hasta que logres verlos en Su eterna claridad.”
Misha recargó su cabeza en el hombro de Rafiki. “Te quiero mucho.”
“Yo también te quiero.” Le dio una palmadita. “¿Qué te parecería un buen bocadillo?”
“¿Es algo sabroso?”
“Es dulce, y es repugnante. Te va a encantar.”
Rafiki tomó el recipiente de madera y mezcló su contenido muy bien. Se lo dio a Misha, quien empezó a comer con entusiasmo.
“¿Qué es?”
“Yo lo llamó estofado de elefante.”
CAPÍTULO LI
LAS RACIONES
Los cachorros observaban, fascinados, como las leonas corrían enfrente de ellos; perseguían un enorme búfalo de agua que tropezaba y bramaba mientras corría, lleno de pánico. Uzuri dio un salto al frente y cayó sobre la espalda del animal; su peso provocó que el búfalo perdiera el balance y se estrellará contra el suelo. Las extremidades del búfalo se despedazaron al tiempo que Uzuri cerraba los colmillos sobre su garganta, cortándole su suministro de aire.
“¡Sorprendente!” Tanabi miró a Misha. “¿Cómo lo hizo?”
Kombi lanzó un bufido de desprecio desde donde se encontraba, junto a su hermano Togo. “Principiante. Cuando seas grande como nosotros lo sabrás. Es muy fácil.”
Lisani le dio un codazo a Habusu, quien estaba a un lado de ella, y sacudió la cabeza. “Sí, claro. Ustedes son muy torpes, ni siquiera podrían derribar a Timón.”
Tanabi y Misha se rieron ligeramente mientras los dos hermanos intercambiaban miradas con Lisani. A pesar de que ellos tenían la apariencia estirada de la mayoría de los cachorros de seis meses, Lisani conservaba la apariencia delgada y graciosa que había poseído desde que era una cachorrita. Misha miró sus propias piernas y suspiró. Tan sólo tenía cuatro meses de edad, pero sus piernas ya habían perdido la robusta y linda apariencia que habían tenido en su infancia; habían comenzado a alargarse de forma bonita, aunque le parecía que sus patas aún eran demasiado grandes. Siempre rezaba por que la bendijeran con la misma suerte que tenía Lisani, pero dudaba en ser tan afortunada.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Ajenti. “¡Vamos, muchachos, es hora de comer!”
Los seis cachorros se amontonaron para poder salir del escondite en el que se les había ordenado permanecer; salieron dando cabriolas mientras bajaban alegremente por la loma. Sin embargo, comenzaron a tranquilizarse conforme se acercaban al animal derribado. Uzuri estaba agachada y con los dientes clavados en el cuellos del búfalo. Una vez que estuvo segura de que había dejado de moverse aflojó lentamente sus mandíbulas, vigilando en caso de que aún tuviera fuerzas para luchar.
Isha comenzó a husmear el costado del animal hasta que encontró el lugar apropiado. Asintió para ella misma y carraspeó hasta que tuvo la atención de todos los presentes. Isha agachó la cabeza, y los demás siguieron su ejemplo. “Aiheu abamami,” dijo. “Aiheu provee.”
“Aiheu provee,” repitieron todos. Ésta no era una simple rutina, ya que cada león hablaba con su corazón; le agradecían al Señor la comida recibida, y también le pedían protección contra posibles heridas que pudieran recibir en futuras cacerías. Todas las leonas sabían muy bien que la cacería estaba plagada por espíritus malignos, esperando la oportunidad de convertir un pequeño error en una herida fatal.
Isha levantó la cabeza ansiosamente después de terminar la oración de agradecimiento. Observó el lugar que previamente había marcado con sus incisivos y entonces comenzó a rasgar la carne, abriendo el estómago. Empezó a gruñir fuertemente mientras pelaba por mantener su posición ante sus compañeras, quienes comenzaban a congregarse.
Ajenti se abrió camino y hundió su cabeza en el animal; sacó su porción con codicia. Isha, finalmente, se deslizó hacia afuera, malhumorada; cualquier leona que fuera demasiado tímida a la hora de la comida terminaría hambrienta invariablemente. Uzuri se unió al grupo por el otro lado; hundió su cabeza con gran destreza y tomó una buena mordida de carne, que se comió de un sólo bocado. Le gruñó ligeramente a Togo y a Kombi, quienes se estaban acercando más de lo debido.
Los cachorros no hicieron caso y continuaron acercándose hasta que pudieron tomar un pedazo para ellos. Una vez que lo lograron se alejaron corriendo, cada uno con un extremo de la carne, hasta que estuvieron lejos del alcance de las leonas.
Ajenti se detuvo un momento para poder afianzar el pedazo de carne que estaba entre sus dientes. Sus músculos estaban hinchados por el esfuerzo pero logró arrancar el pedazo, que se desprendió haciendo un curioso sonido. Se alejó y lo tiró a un lado, al tiempo que le decía a los demás. “Este pedazo es para Nala; recuerden que no pudo venir.”
Uzuri asintió. “Buen pedazo. Que malo que se haya lastimado la pierna; le habría gustado esta cacería.” Retrocedió y gruñó muy molesta cuando vio que Isha se unía nuevamente al grupo. “¡¿Isha, qué es lo que estás haciendo?!”
Isha sacó la cabeza; su cara estaba enrojecida con la sangre, pero sonreía triunfalmente a causa de lo que ostentaba entre sus quijadas. “El Derecho del Cazador, Uzuri. Es el corazón; tú derribaste al búfalo, así que es tuyo por derecho.”
Uzuri le sonrió. “Gracias, hermana.” Devoró el delicado bocado en dos mordidas, cerrando sus ojos con éxtasis.
Isha se dio la vuelta y descubrió a Lisani agachada tranquilamente, atiborrándose de comida. “¡Hey! ¡¿Qué crees que estás haciendo?!” La pequeña le sonrió a su tía, pero permaneció inmóvil; había encontrado un buen lugar, y evidentemente se proponía conservarlo.
Ajenti sonrío con la boca llena. “Creo que la educaste muy bien, Isha.” Se movió un poco, permitiendo que los cachorros se acercaran a comer. “Vamos, muchachos.”
Misha y Tanabi comenzaron a acercarse, un poco dudosos. La experiencia les había enseñado que debían esperar a que los adultos hubiesen satisfecho su apetito antes de acercarse a comer. Tanabi concluyó que todo estaba seguro cuando vio a las leonas conversando amigablemente. Se acercó a los restos del animal y arrancó un pequeño pedazo de intestino. Lo tomó entre sus dientes y comenzó a tambalearse cómicamente mientras el extremo del intestino se arrastraba por detrás de él.
Kombi lanzó un bufido cuando Tanabi pasó frente a él. “Qué bobo eres, no lo estás haciendo bien.”
Tanabi se detuvo y lo vio malhumorado. “¿En serio?” balbuceó con la boca llena. “¿Y quién lo dice?”
“Yo lo digo.” Kombi se paró junto a Misha, que aparentemente tenía problemas para poder arrancar su propia ración. “Observa.” Tomó el enorme pedazo de intestino que Misha había tratado de arrancar y lo sacó de un tirón. Los cachorros observaron cuidadosamente como lo sostenía entre sus dientes. Se detuvo un momento, saboreando la atención que estaba recibiendo. “Éste es el truco. ¿Están listos?” Tanabi y Misha asintieron energéticamente. Kombi sonrió, y después apretó los labios. Comenzó a chupar ruidosamente el intestino, el cual se introdujo rápidamente en su boca, hasta que el extremo desapareció entre sus fauces dando un pequeño serpenteó. Se sentó y comenzó a masticar tranquilamente; su rostro tenía una expresión de absoluta felicidad. “Mmmm.”
Lisani lo miró y sacudió su cabeza con desesperación. “Zopenco.”
Tanabi y Misha observaban al cachorro mayor, boquiabiertos. “¡QUÉ sorprendente!” exclamó Tanabi. Inmediatamente se inclinó sobre su pedazo de intestino y lo agarró como Kombi acababa de hacerlo.
“Espera un momento,” le dijo Kombi. “El secreto es-”
Tanabi no le hizo caso y comenzó a chupar con fuerza. Repentinamente el intestino saltó del suelo, como si hubiera cobrado vida propia, al tiempo que se enrollaba alrededor del cuello de Tanabi, dándole un húmedo golpe en la mejilla.
Misha cayó sobre su espalda, riendo a carcajadas. “¡Oh, pero que TONTO! ¡Hazlo otra vez!”
Ajenti se aproximó sacudiendo la cabeza; su estómago estaba peligrosamente hinchado. “Deberías dejar de jugar con la comida y empezar a comer de una buena vez, cariño; no habrá mucho que tomar cuando Simba llegué aquí.”
Isha llegó por detrás, riéndose ligeramente. “Amén. ¡Ese es un león que aprecia su comida!” Las dos leonas se rieron entre diente mientras se alejaban; se recostaron sobre el pasto y comenzaron a acicalarse una a la otra, retirando los restos de sangre de sus rostros.
Tanabi se deshizo del ofensivo intestino y se acercó al búfalo, colocándose al lado de Misha. Pasaron juntó a Uzuri, que seguía ocupada con las entrañas del animal, y se dirigieron hacia la cadera del búfalo; Habusu estaba sentado tranquilamente, masticando su carne y mirando la sabana pensativamente. “Hey, Habu, ¿qué sucede?”
Tanabi le dio un juguetón golpecillo a su amigo; Habusu sonrió y respondió a los jugueteos de Tanabi. Las pequeñas zarpadas de Tanabi siempre eran juguetonas, a diferencia de las de Togo y Kombi, quienes evidentemente sentían la necesidad de golpear todo lo que estuviera entre sus patas. Habusu le devolvía los golpes amistosamente, y después empujó con su cabeza el gran trozo de carne que había estado comiendo. “Mira, aquí hay mucha carne. Además, ya estoy lleno.”
Los cachorros no necesitaron mayor incentivo, así que se abalanzaron sobre el pedazo de carne, disfrutando los deliciosos tendones de la pierna. Habusu bostezó y comenzó a acicalarse, muy satisfecho, extendiendo al aire sus largas piernas.
Misha observaba con curiosidad como Uzuri tiroteaba de algo al tiempo que gruñía con disgusto. Arrastró un sacó redondo algunos pasos antes de sentarse a descansar. “¿Qué es eso?”
Uzuri sacudió la cabeza. “Eso está lleno de pasto, cariño. No sabe muy bien que digamos, sin embargo,” dijo señalando con la pata, “es muy nutritivo.”
Misha le echó un vistazo. “¿Esa cosa grande y café?”
Uzuri asintió. “Mm-hmm. Así es.” Se agachó y rasgó un pedazo con sus dientes. “Prueba un poco.” Uzuri observó con interés como la cachorrita tomaba un pequeño bocado. “No te preocupes, la vieja Uzuri no te daría algo que no fuera bueno.”
Misha comenzó a masticar cuidadosamente. “Hey, está muy bueno.”
Uzuri se rió entre dientes. “No comas mucho de eso hasta que seas un poco más grande; te enfermarás si lo haces.”
Misha comenzó a observar los restos del animal; vio a Tanabi, quien aún estaba comiendo de la cadera que le había dado Habusu. Su rostro se llenó de confusión. “Tía Uzuri, ¿qué hay con eso? ¿Está bien?”
Uzuri miró hacia donde Misha estaba observado e hizo una mueca. “Eh, cariño, eso es… un poco difícil de explicar. Tienes que ser un poco más grande para que puedas entenderlo.”
“¿Qué? Pero si ya tengo cuatro lunas de edad-”
“Y todavía no es suficiente.” Uzuri la miró fijamente. “Ahora apresúrate a comer antes de que la carne se ponga dura.”
CAPÍTULO LII
LA BROMA FUE PARA TI
Misha observaba, encantada, como los pequeños cachorros se enroscaban ciegamente hacia el vientre de su madre. “Son tan pequeños,” susurró.
Malaika le sonrió dulcemente. Su esfuerzo había sido fructífero; tres saludables cachorros estaban acostados y alimentándose de su vientre, con sus pequeños ojos ligeramente cerrados ante el mundo. “Tú fuiste aún más pequeña, según puedo recordar.”
“¿De veras?”
Tanabi estaba sentado a la entrada de la cueva de Malaika, revolcándose muy agitado. “¡Misha, ya vámonos! Togo y Kombi nos están esperando.”
“¡Shhh! Misha se quedó observándolo. “¡Vas a espantar a los bebés!”
Tanabi miró hacia el cielo y giró los ojos con frustración. “Ohhh, vamos, Misha. Por favor.”
Misha sacudió la cabeza. “No. Quiero quedarme y ayudar a Malaika.” Volteó a ver a la leona, llena de ternura. “Ella va a enseñarme cómo cuidar a los cachorros.”
Tanabi sacudió la cabeza con disgusto. “Que tontería. ¡Como quieras! ¡Quédate aquí a ver a esos tontos bebés! Yo voy a divertirme.” Se dio la vuelta y salió de la cueva haciendo pucheros.
Malaika lo vio alejarse y frunció el ceño. “Cariño, no tienes que quedarte aquí. Ve a jugar con tus amigos; estaré bien.”
Misha sacudió la cabeza. “No. En verdad quiero ayudarte, Malaika. Déjame quedarme.” Se dio la vuelta para ver como se alejaba Tanabi. “De cualquier manera, todo lo que Tanabi quiere hacer es ir a jugar con Togo y Kombi.”
Tanabi apartó con enojo un guijarro que se atravesó en su camino. Había estado esperando esa tarde desde hace algunos días; quería mostrarle a Misha la broma que Togo y Kombi iban a jugarle a Uzuri. Y ahora… suspiró profundamente, muy deprimido. Antes le había parecido divertido, pero ahora toda la broma parecía no tener sentido alguno.
“¡Puf!” dijo muy disgustado. “De cualquier manera no es divertido hacerle bromas a Uzuri.” Se dio la vuelta para dirigirse a la cueva principal y tomar una siesta, cuando de repente algo le cayó encima y lo aprisionó contra el suelo, emitiendo un sobresaltado “¡UFFF!” Tanabi estaba muy sorprendido, y entonces pudo ver que Togo estaba encima de él, mirándolo con un gesto que era una mezcla de diversión y menosprecio. “Ja, ja,” rió tristemente. “Caíste otra vez muchacho.”
Kombi salió por detrás de una roca muy molesto, y con toda razón. “¡Qué bobo! ¿Cuántas veces tendremos que derribarte para que lo aprendas?”
“¡Cállense!” les gritó Tanabi, muy molesto. “¿Por qué siempre están saltando sobre mí? ¡Saben que me disgusta!”
“Ufff, cálmate, ¿quieres?” Kombi lo miró, lleno de interés. “¿Qué es lo que te tiene tan molesto?”
“Misha.” Tanabi apartó la mirada, muy apenado. “No quiere venir y ver la broma que íbamos a hacer.”
Togo abrió los ojos de par en par. “¡¿Quieres decir la broma que le íbamos a hacer a Mamá?!” Sacudió la cabeza violentamente. “Vamos, hombre, no podemos dejar pasar esta oportunidad. ¡Es la mejor broma que hemos planeado!” Volteó a ver a Kombi con un gesto de preocupación. “Vamos, Tanabi. ¡Hay que hacerlo!”
Tanabi se quedó mirando al suelo. “No. No me siento de humor. Vayan sin mí.”
Kombi sacudió la cabeza. “No podemos, recuérdalo. Tienes que distraer a Mamá; fue por eso que te lo dijimos. Tienes que venir.”
“¿Por qué mejor no se lo piden a Habu? Él es más discreto que yo.”
“¿Ese apretado?” Togo se rió burlonamente. “Él no es divertido. Anda, Ty . Vamos.”
“Él no es un apretado, sesos de buitre,” le dijo Tanabi, muy disgustado. “Es sólo que a él no le gustan las bromas.” El príncipe se puso de pie, se sacudió vigorosamente y comenzó a alejarse. “Lo siento.”
“Espera un minuto.” Kombi permaneció en silencio al tiempo que pensaba; esa era una expresión poco común en él. “Si Misha VINIERA, ¿tú también vendrías?”
Tanabi lo miró sospechosamente. “Bueno, sí… supongo. Pero le está ayudando a Malaika a cuidar a sus cachorros. Ya intenté convencerla, pero no quiere venir.”
Kombi le sonrió. “¡No hay problema! Todo lo que hay que hacer es lograr que Malaika haga que Misha la deje sola; ¡entonces podrá venir con nosotros!”
Tanabi giró los ojos y lanzó un bufido. “¡Oh, que brillante! Pero dime una cosa, ¿cómo es que vamos a lograrlo?”
“Muy simple. Hay que pedírselo.”
El joven príncipe se echó sobre su espalda y rompió en carcajadas. “Oh, eso sí que es gracioso. Van a ir con Malaika y le van a decir, ‘Hey, en verdad queremos que Misha venga a jugar con nosotros; ¿podrías decirle que se largue de aquí?’”
En el rostro de Kombi se dibujó una sonrisa propia de un depredador. “No. Tú lo harás.”
“A ver, déjame ver si entiendo. ¿Pretendes que le diga a la pequeña que no quiero que me ayude? Ridículo.” Malaika sacudió la cabeza. “Ella es muy valiosa para mí. Además, no podría hacerle eso; le rompería el corazón.”
“Ohhh, por favor.” Tanabi hizo su más lastimera expresión, lo que le costó un gran esfuerzo. “No es divertido jugar a los encantados sin Misha, Tía Malaika.”
Malaika arqueó una ceja. “¿Tú y Misha van a jugar a los ‘encantados’ con esos dos? ¿De verdad?”
“¡En serio! No estoy bromeando.” Tanabi estaba muy confiado en su mentirijilla; la jugarreta que iban a hacerle a Uzuri REQUERÍA que la distrajeran con un falso juego de encantados, así que técnicamente no estaba mintiendo. Bueno, al menos no mucho.
Malaika pensó en la situación por un minuto o dos, y después llegó a una decisión. “Oh, está bien. Dejaré que vaya contigo.”
“¡Sí!” Tanabi le dio un beso en la mejilla. “¡Gracias, Malaika!” Salió corriendo, ansioso de informarle a sus amigos las buenas noticias. La leona observó como se alejaba; una ligera sonrisa se dibujó en su rostro. “Misha, cariño, ¿escuchaste todo?”
“Aha.” La cachorrita salió por detrás de la leona. “No quiero jugar con Togo y Kombi; ¡siempre están tratando mal a alguien! Tanabi siempre es muy amable con Habu y conmigo; no sé por qué está tan empeñado en andar con esos dos.”
La leona se quedó observándola, muy pensativa. “Sabes, cariño, se me acaba de ocurrir una idea que podría solucionar todos nuestros problemas.”
“¿En serio?” Misha la observó, un poco confundida. “¿Qué idea?”
Malaika se rió. “Vamos a darles una probada de su propia medicina, Misha.” Se acercó al oído de Misha y comenzó a susurrarle su idea.
Algunos minutos después, Tanabi observaba a su amiga lleno de sorpresa. “¡¿Que dijo QUÉ?!”
Misha lloraba incontrolablemente. “M-Malaika d-dijo que no les estaba poniendo suficiente at-t-t-tención a los bebés, que me la pasaba co-corriendo y jugando con ustedes en vez de cuidarlos.” Se tiró sobre el suelo y se cubrió la cabeza con las patas. “E-Ella me dijo que jamás me permitiría volver a verlos otra vez; está muy molesta conmigo. ¡Pero yo no HICE nada!” gritó Misha muy molesta, esperando que Tanabi la apoyara, pero ambos se habían quedado viendo al suelo, como si trataran de esquivar sus miradas a como diera lugar. Tanabi se acercó a Misha y le acarició la mejilla para tratar de hacerla sentir mejor. “Bueno, como ya no estás cuidando a los cachorros, tal vez te gustaría ir a ver nuestra broma.” Le sonrió un poco desganado. “Quizás te haga sentir mejor.”
“¡Oh, AL DIABLO contigo y tu estúpida broma! Ni siquiera te importa cómo me siento, ¿verdad?” Los ojos de Misha centelleaban de rabia. “¿Que crees que dirá mi mamá cuando Malaika le diga que no sirvo ni para cuidar cachorros recién nacidos? ¡Soy una tonta!” Se dejó caer nuevamente; las lágrimas corrían por sus mejillas. “Pensé que eras mi amigo, Tanabi. Creo que me equivoqué, ¿verdad?” Se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Tanabi se quedó petrificado, incapaz de pronunciar palabra alguna; Togo se acercó a su lado. El cachorro le dio un codazo y lanzó un bufido. “Vaya, no puede soportar una broma, ¿verdad?”
Los tendones del cuello de Tanabi se desgarraron cuando volteó la cabeza para verlo frente a frente. “Aléjate de mí,” dijo fríamente. Togo retrocedió al tiempo que Tanabi se alejaba y corría tras de Misha, llamándola tan fuerte como podía.
Corrió al lado de una saliente de granito hasta que la alcanzó, dando tropezones. “Misha, espera.”
Misha se detuvo, pero no dio la vuelta. “¿Qué es lo que quieres?”
Tanabi la rodeó hasta que estuvo frente a ella. “T-Tengo que decirte algo.” Se quedó viendo al suelo, incapaz de mirarla a los ojos. “E-Es mi culpa que Malaika te haya corrido.”
“¿Qué?” Misha levantó una ceja. “¿De qué estás hablando?”
La oreja derecha de Tanabi comenzó a temblar nerviosamente. “Le pedí a Malaika que te dejara salir a jugar con nosotros,” dijo tímidamente. “Jamás pensé que lo tomaría tan en serio. Tú sabes, pensé que tan sólo te dejaría descansar por un par de horas, o algo por el estilo.” Finalmente alzó la cabeza y la miró lleno de tristeza. “No eres una tonta, Misha; el tonto soy yo. No debí tratar de obligarte a hacer algo que no querías. Eres mi mejor amiga en todo el mundo; todo lo que quería era estar contigo, nada más.” Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas; se frotó la nariz con una pata, sollozando. “En verdad lo siento, Misha. Por favor no me odies.”
Misha observó en silencio el entristecido rostro de Tanabi. De repente comenzó a reírse y dio un saltó, tratando de tumbarlo contra el suelo. Tanabi perdió el equilibrio, se tambaleó y emitió un sonoro “¡OUUU!” al tiempo que su espalda se encontraba una vez más con las duras rocas.
“Tontuelo; tu cabeza debe estar llena de pasto seco.” Misha se rió alegremente. “¡Por supuesto que no te odio! Malaika no me corrió; ¡las dos planeamos todo esto!”
Tanabi se quedó boquiabierto. “¿Q-Qué? ¡¿Ella lo sabía?!” Se rió temblorosamente. Cielos, en verdad me engañaste, Misha.” Tanabi frunció el ceño. “¡Ese fue un truco muy sucio!”
“Igual que el que tenías planeado para mí, joven príncipe.” Tanabi se encogió ante el familiar tono de voz. Estiró la cabeza y pudo ver a Uzuri caminando tranquilamente hacia él; sus desobedientes cachorros la seguían sumisamente. Uzuri se detuvo. Su imponente figura estaba justo encima de Tanabi, quien estaba totalmente sorprendido por la serena sonrisa que se dibujaba en el generalmente estricto rostro de la leona. “De todas maneras no habría funcionado, Tanabi. Soy la líder de caza, ¿lo recuerdas? Puedo detectar un patrón de ataque a una milla de distancia, especialmente uno que yo misma inventé.” Se dirigió desdeñosamente a sus cachorros. “En verdad, muchachos; TIENEN que aprender a inventar sus propios patrones de acecho.” La leona comenzó a reírse y se alejó del lugar; Togo y Kombi la siguieron reaciamente.
Misha puso su pata bajo la barbilla de Tanabi y le cerró la boca con dulzura. “Se te van a meter las moscas, Ty.” Se rió suavemente y lo acarició. “¿Eras sincero cuando dijiste que querías estar conmigo?”
“Claro.”
Misha sonrió al ver como Tanabi caía en su trampa. “Grandioso. Vamos, te voy a enseñar a cuidar cachorros.”
CAPÍTULO LIII
EL MOMENTO ESPLENDOROSO
Las lluvias primaverales habían traído prosperidad y abundancia de flora al valle; la flores comenzaban a abrirse, trayendo un alboroto de colores que deslumbraba los ojos de los dos cachorros, que ya tenían un año de edad, quienes correteaban por entre las fragantes flores, riendo alegremente.
Tanabi le sonría a Misha mientras se agazapaba sobre un cúmulo de flores amarillas; su cola se movía con gran fuerza de un lado a otro. Misha reía y le seguía la corriente; permanecía quieta y erguida, jactándose por entre el follaje, como si nadie estuviera con ella. Tanabi saltó repentinamente y se abalanzó sobre ella; ambos salieron rodando cuesta abajo.
Tanabi perdió el control y salió volando sobre su amiga; ambos cayeron sobre un montículo. Tanabi se puso en pie, riendo, pero se quedó petrificado cuando escuchó que Misha gritaba. Alzó la cabeza y vio a Misha saliendo de entre un arbusto de zarzamoras, tambaleándose tiempo que agitaba su pata. “¿Qué pasa?”
Misha sacudió su pata cuidadosamente y miró a Tanabi; una lágrima rodó por su mejilla. “No puedo pararme sobre esta pata, Tanabi, ¡me duele!”
“Déjame ver.” Sintió un nudo en el estómago cuando se aproximó a Misha. Nala, su madre, se había torcido una pierna hacía tan sólo unos meses; tenía poco tiempo de haber vuelto a sus actividades normales, a pesar de que Rafiki había hecho todo lo posible por ayudarla. A Misha podría haberle pasado lo mismo, o algo peor; ¿y si se había roto un hueso…? Suspiró aliviado cuando vio el problema. “Es sólo una espina, Misha. No hay problema.”
Misha lo miró preocupada. “¿Puedes sacarla?”
“Aha. Quédate quieta.” Comenzó a escudriñar entre el pelaje y sujetó la espinilla entre sus dientes, con sumo cuidado. Sacó la espina con un tranquilo y suave tirón.
Misha gimió por el dolor, pero después se relajó lentamente. “Gracias, Tanabi.”
Tanabi le sonrió. “No fue nada.” Comenzó a acicalarle la pata suave y tranquilamente, observando lo mucho que había crecido últimamente. Sus piernas, que eran la única vanidad de Misha, habían crecido bastante, como ella siempre había querido, y su belleza rivalizaba con la de las piernas de la misma Lisani.
Misha se sentó tranquilamente, disfrutando la sensación. Cuando Tanabi terminó de limpiarle la herida alzó la cabeza y sonrió. “Así está mejor.”
Misha sintió una oleada de afecto por su amigo. Tanabi siempre era tan dulce. Nunca jugaba rudo como los otros cachorros, y si tenía algo agradable para comer siempre estaba dispuesto a compartirlo. Repentinamente, Misha lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
Tanabi se quedó helado por un momento, y después sonrió. “¡Ya basta!” le dijo, y después le devolvió el beso. Pero no se alejó inmediatamente. En vez de ello permaneció parado sobre sus tres piernas, fijando su atención en los ojos de Misha. “¿M-Misha?” balbuceó. “Yo, eh-”
Misha se rió graciosamente y le dio un golpecillo con la pata, provocando que Tanabi rodara sobre el suelo. “¡La traes! ¡Te toca!”
“¡¿Ah, sí?!” Tanabi se pudo de pie en un salto, comenzó a reír y a perseguirla. Misha comenzó a correr, riendo alegremente. Evadió las malezas que se cruzaban en su camino; deliberadamente se detenía a sólo unas pulgadas de Tanabi, para después correr a través de la sabana. Comenzaban a acercarse a la Roca del Rey cuando Tanabi logró interceptarla a la mitad de un salto; ambos salieron rodando sobre el pasto. Los cachorros se detuvieron un momento para recuperar el aliento, al tiempo que reían suavemente.
Tanabi miró una vez más a Misha, incapaz de apartar sus ojos de ella; Misha lo miró y sonrió. El sol salió de entre las nubes; la brillante luz la rodeó con un dorado resplandor, y el sol brillo sobre su pelaje. Tanabi se quedó sin aliento, incapaz de hablar.
Misha parpadeó, perpleja. “¿Tanabi? ¿Estás bien?”
Tanabi carraspeó. “Ohhh, sí. ¿Ya estás lista para regresar?”
Misha asintió. Ambos se encaminaron hacia la Roca del Rey lentamente, disfrutando el cálido brillo del sol y la agradable brisa que alborotaba su pelaje, provocando que algunos rizos volaran a través de los verdes campos que cubrían el terreno.
Misha recargó su cabeza amistosamente sobre el hombro de Tanabi, y pudo apreciar lo voluminoso que se había puesto desde hace algunos meses. “Excelente,” pensó ella. “Me pregunto como se verá Tanabi cuando tenga melena.” Trató de imaginarse a su amigo rodeado por un mechón de pelo como el de Simba, y se rió para si misma.
Uzuri caminaba hacia la dirección opuesta; al pasar junto a ellos se rió suavemente. “Los periquitos salieron a pasear otra vez, ¿eh?”
Misha retrajo sus orejas, apenada, y el pelo de la espalda de Tanabi se erizó. “Sí… este… ¡quiero decir no! Es decir, no estamos-“
La leona le dio un juguetón golpe con su cola a Tanabi cuando pasó junto a él. “Ah-hah. Eso es lo que pensé.” Sonrió y sacudió la cabeza. “Siempre supe que ustedes eran el uno para el otro.”
Tanabi se estremeció, muy avergonzado. “¡Uzuri!”
Uzuri se rió suavemente y lo acarició. “Sólo estoy bromeando, cariño. Vamos, sigan jugando.” La leona prosiguió su camino, pero continuó riéndose para ella misma.
Misha comenzó a acicalarse tímidamente. “Yo, este, será mejor que regrese. Le prometí a Malaika que le ayudaría a cuidar a sus cachorros mientras iba de cacería.”
“Está bien.” Tanabi la observó alejarse, pensativo. De repente se dio la vuelta y corrió hacia la cuesta del promontorio de la Roca del Rey. Divisó a su padre y se dirigió hacia él lentamente, indeciso sobre qué es lo quería decirle.
Simba estaba a la mitad del reporte de Zazú cuando vio a su hijo sentándose silenciosamente por detrás de él. Interrumpió a Zazú y volteó a ver al cachorro, lleno de curiosidad. “¿Qué sucede, Tanabi?”
El cachorro se retorció inquietamente. “Ehhh, Papá, ¿puedo hablar contigo a solas por un segundo?”
Simba levantó una ceja. “¿Sobre qué? En este momento estoy a la mitad de un asunto; ¿es muy importante?”
“Pueees, algo así.” Tanabi movió la cola, apenado. “Es sobre… ehhh, una amiga mía.”
La frente de Simba se frunció. “¿Quién? ¿Alguien está en problemas?” Miró firmemente a su hijo. “¿Han estado molestando a Uzuri otra vez?”
Tanabi suspiró con exasperación. “No, es sobre Misha.”
Simba emitió un silencioso “Ohhh,” y volteó a ver a Zazú. El cálao sonrió astutamente y carraspeó. “Bien, Señor, así concluyo mi reporte por ahora. Regresaré más tarde para informarte cualquier cosa que pudiera ocurrir.”
“Por supuesto, Zazú. Gracias.” Zazú se alejó volando y Simba volteó a ver a su hijo. “Bien, Tanabi. ¿Qué es lo que tienes en mente?”
La frente de Tanabi se frunció alarmantemente. “¡Papá, no puedo sacármela de la cabeza!” Comenzó a balbucear indefensamente. “Me siento tan raro. Quiero jugar con Habu y los otros chicos, pero también quiero jugar con Misha. Además, no me gusta que los demás nos acompañen cuando estoy con ella. Después de todo es mi mejor amiga, pero…” Se sintió inseguro y bajó el tono de su voz.
Simba levantó una oreja. “Pero… ¿qué?”
El cachorro bajó la mirada, apenado. “Está mañana me pareció que lucía muy bonita, así que… le di un beso.”
Su padre comenzó a reír ligeramente. “ES muy bonita, ¿verdad? Y dime, ¿fue divertido?”
“¿Qué fue divertido?”
“Darle un beso.”
“Bueno, no fue divertido. Mas bien… me gustó. No me pareció que fuera divertido.”
Simba acercó al cachorro a su lado con la pata. “Hijo, aunque no lo sepas estás creciendo. No hay nada de malo en que quieras estar solo con Misha, si eso es lo que quieres hacer.” Se levantó, se estiró y comenzó a dirigirse hacia la cima de la Roca del Rey. Tanabi lo siguió lentamente, al tiempo que escuchaba lo que le decía.
“Tanabi, puede ser que esto sea difícil de entender para ti, pero a tu edad es perfectamente normal el querer estar con una chica.” Simba sonrió. “Recuerdo cuando pensaba que las chicas estaban aquí sólo para jugarles bromas.”
“¿En serio?”
Simba asintió.
“¿Conoces alguna buena broma pesada?”
“No existen las bromas ‘pesadas.’ No cuando llegues a tener mi edad. Me gustan el tipo de bromas en las que todos se ríen y nadie se siente como un tonto.”
“Oh. Claro.”
Los dos leones alcanzaron la cúspide; caminaron hacia el extremo del promontorio y se sentaron. “Éste es tan sólo el comienzo, hijo mío. Todos los días ocurren milagros en tu interior; la vida misma es un milagro al que hay que apreciar por lo maravilloso que es. Los cambios que tú estás experimentando solían asustarme. Yo no tuve a alguien con quien hablar. Quiero recordarte que no sólo soy tu padre…”
“También eres mi rey.”
“No… bueno, sí. Pero quiero decir que también soy tu amigo.”
Simba acarició a su hijo suavemente; ambos miraron las Tierras del Reino que se extendían bajo ellos. “Hijo, ¿sabes cuando llegará el día en que hayas crecido y seas un león?”
“¿Cuando reciba mi Cubrimiento?”
“En los ojos de la Manada, sí. Pero en toda tu vida no existe un sólo día en el que te despiertes siendo una persona totalmente diferente. Un Cubrimiento puede adelantarse una semana por conveniencia. También puede retrasarse por un par de días. Tan sólo es una ceremonia.” Simba pensó en lo que acababa de decir. “Bueno, no es SÓLO una ceremonia—es muy importante—pero no hay nada sagrado acerca del momento en que se lleva a cabo, pues crecer es un proceso, no un evento.” Simba le dio una palmadita a Tanabi en el hombro. “Hijo, estás en una edad en la que con cada día que pasa eres menos cachorro, y más adulto. Eso te conduce a muchos y muy confusos sentimientos, como la manera en la que te sentiste cuando besaste a Misha. Verás, yo beso a tu madre todo el tiempo. Algunas veces se siente sólo como cuando tú me besas. Pero hay otras veces, momentos especiales, que experimentarás cuando llegues a tener mi edad. Cuando esos momentos lleguen la besarás, pero sentirás que hay algo más que está a punto de ocurrir. Como si ese beso no fuera el final, sino el comienzo.”
“Sí,” dijo Tanabi. “Eso es. Sentí como si estuviera esperando a que ocurriera algo más.” Bajó la mirada, avergonzado.
Simba dijo tranquilamente, “Misha te quiere, hijo. Llegará un día en que la besarás, y ella también esperará a que algo más ocurra. Y yo sé qué es ese algo.”
“Kombi me dijo que supuestamente yo…” Tanabi se detuvo.
“Kombi es muy inteligente, pero no lo sabe todo. Si fuera así, sabría que el amor entre un león y una leona es algo sagrado y hermoso.” Simba sonrió. “¿Cuántas veces ha hecho Kombi esa cosa de la que te habló?”
Tanabi retrajo sus orejas y bajó la mirada. “Ninguna, supongo.”
“¿Entonces cómo sabe que está en lo correcto?” Simba sonrió astutamente. “Por otro lado, tu padre está felizmente casado y tiene un hijo.”
Tanabi levantó la cabeza y sonrió. “Sí.”
Simba lo acarició. “¿Así que a quién vas a creerle? A tu padre, ese es quien. Es tiempo de que hagamos a un lado esos rumores y tengamos una plática de corazón a corazón.”
El cielo tomó el color púrpura obscuro del crepúsculo. Los Grandes Reyes del Pasado tomaron sus lugares, uno por uno, en la bóveda celeste. Tanabi se sentó silenciosamente al lado se Simba, y aprendió acerca del amor.
CAPÍTULO LIV
EL JUEGO DE LA ESPERA
Misha nunca se enamoró oficialmente de Tanabi. Cuando cachorros eran los mejores amigos, prácticamente inseparables. La mayoría de los miembros de la Manada no podía imaginarse a uno de ellos sin la compañía del otro. Siempre se habían amamantado junto a Ajenti o Nala; esa era la manera en que sus madres podían reconocer su creciente amistad. Ajenti sabía que muy pronto tendría otro hijo en Tanabi; Nala sentía lo mismo respecto a Misha. Desde luego, para ese entonces tanto Misha como Tanabi tenían una dieta y apariencia más propia de adultos. Con ello llegó un amor más maduro que se profundizó en vez de reemplazar sus antiguos sentimientos.
Ajenti aún tenía autoridad sobre su “pequeña niña,” y le prohibía seducir descuidadamente a Tanabi, pues todavía no era una leona. Misha seguía siendo su cachorrita a pesar de los nuevos sentimientos que surgían en ella, y eso no cambiaría hasta que la Manada la reconociera como una leona adulta. Sus sentimientos por Tanabi se profundizaban, y Misha anhelaba ansiosamente el día en que recibiera su rito de aprobación; con él obtendría, al fin toda la libertad que ansiaba.
Misha estaba asoleándose sobre las rocas cuando llegó Tanabi. “Mira, Missy, ¿notas algo diferente en mí?”
“¡Oh sí! ¡Es maravilloso! ¡Mira, Mamá, su melena es un día más larga respecto a la última vez que nos la mostró!”
“Eso no es muy amable,” dijo Tanabi. “Después de todo, la razón principal por la que vine fue para desearte buena suerte en la cacería de esta tarde. Según escuche es tu primera vez.”
“Sabes muy bien que así es.” Misha sonrió. “Habló tanto de esa cacería como tú sobre esa vieja y tonta melena—olvida que dije eso; en realidad no es tonta. Es muy atractiva, como tú.”
Tanabi le besó la mejilla con su lengua. “Mañana es mi Cubrimiento. Sé que ya he hablado mucho sobre el tema, pero quería decirte que lo retrasé sólo por ti.”
“¿Por mí?”
“Porque esta tarde será tu Primer Cacería. Quiero que el día de mañana te sientes junto a mí durante la ceremonia. Quiero hacer un anuncio. Tú serás una cazadora, y yo seré un cazador.”
“¿Y qué es lo que vas a cazar?”
“Voy a cazarte a ti.”
“¿Crees que podrás atraparme?”
“Lo haré,” respondió apasionadamente. Tanabi se estremeció y le susurró al oído. “Las palabras terminarán pronto, Missy. Mi amor por ti es algo más que palabras bonitas.”
“Lo sé.”
“Dime la verdad. Después de esta tarde, ¿tus sentimientos por mí serán los de una leona o los de una cachorrita? Sé que eres mi amiga, ¿pero anhelas esta unión tanto como yo? ¿Estás segura de que me querrás?”
Misha se puso en pie y caminó al lado de Tanabi muy lentamente; rozó su cuerpo contra el de él y pasó su flexible cola por debajo de su garganta. “Te quiero en éste preciso momento. Una vez que hayan marcado mi mejilla con la Primer Sangre no me detendré ni para comer. Regresaré a este lugar para encontrarte. Será todo lo que siempre has esperado—lo prometo.”
“Misha,” susurró Tanabi, acariciándola afectivamente. Su cálido aliento caía sobre el rostro de Misha; para ella era embriagante. “Tómate el tiempo necesario para gozar tu Primer Cacería. Sabes que no seré un león hasta mañana. Sólo es un tonto y fugaz paso del sol, y algunas grandiosas palabras de mi padre. Odio las ceremonias—son tan inconvenientes.”
“Y tan largas,” agregó Misha. “Has un discurso corto. Después de todo, sólo serás un verdadero león cuando estemos solos.”
“¡Oh dioses!” Tanabi la acarició una vez más, y después se contuvo. “Por favor vete ya. No puedo confiar en mí mismo.”
“Lo siento, cariño.” Misha le dio una pequeña e inocente lengüetada en la mejilla. “Te amo.”
“Yo también. Buena cacería.”
CAPÍTULO LV
LA CACERÍA ESTÁ EN MARCHA
La cacería daba inicio, pero para Misha parecía haber pasado una eternidad; ella aguardaba en el lugar de reunión, a la sombra de la Roca del Rey. Las leonas comenzaron a llegar una por una; Misha empezó a platicar nerviosamente con ellas.
A las leonas les encantaba platicar mientras se reunían para comenzar la cacería. Era terapéutico el poder hablar antes del profundo silencio que se requería para acechar. Misha recibió una enorme cantidad de consejos gratuitos, desde todo lo necesario para cazar hasta como criar cachorros bien educados. De hecho, Isha le preguntó a Misha si su madre había tenido La Plática con ella. Misha asintió tímidamente.
“Isha, ¿qué se siente estar con un león?”
Todas las leonas se rieron. Malaika dijo, “Continúa platicando sobre ese tema, cariño, y NO habrá cacería esta noche.”
“Podría contarles algunas historias,” agregó Isha. “¿Recuerdan a Taka?”
“¿¿Taka?? ¿¿Tú y Taka??” Se escucharon más risas.
“¡No! ¡Ni en un millón de años!” Fingió estar muy indignada, y después agregó en voz baja, “Pero escuché de buena fuente que él y Elanna solían escabullirse a…”
“¡Ten cuidado con lo que dices sobre mi hermana!” dijo Sarabi, mostrando levemente los colmillos.
Isha miró a Sarabi y agregó tranquilamente. “Vamos, Sarabi. ¿No sientes ni siquiera un poco de curiosidad? Tú misma dijiste que no sabías que era lo que Elanna había visto en él. Yo también lo dije, así que fui directo a la fuente de información. Lannie no se reprimía ni en el más pequeño detalle…”
Sarabi se quedó boquiabierta. “¡No me digas! Ella nunca me contó nada.”
“Supongo que no. Hay algunas cosas que no le cuentas a una hermana, como ‘¿Qué vamos a hacer hoy, los conejitos traviesos o la venganza del ñu?’”
Las leonas comenzaron a reírse y se acercaron aún más, expectantes. “¿Los conejitos traviesos?” preguntó Misha, muy preocupada. “Mi madre nunca me habló de eso…”
“¡Silencio!” dijo Uzuri. “Misha todavía es una niña.” Uzuri era la líder de caza, así que todas las leonas la obedecieron sin objetar.
“Tú no tienes necesidad de los conejitos traviesos,” susurró Uzuri. “El amor entre un león y una leona es algo hermoso, cuando viene del corazón. Tanabi te mirará a los ojos y te implorará que lo ames. Tú lo amarás por tu propia voluntad, y te sentirás dichosa de hacerlo. Entonces su amor será tan brillante como los ojos de Aiheu; Tanabi compartirá su cuerpo contigo, y ambos serán uno solo. El amor no es algo de lo que haya que sentir temor o vergüenza.”
Sarabi agregó, “Algunas veces él será testarudo e irresponsable, y sentirás que estás lidiando con un gran cachorro. Habrá veces en que sus tonterías te harán disgustar. Entonces él sentirá como si lo hubieras herido de muerte; se acercará a ti y te suplicará que lo perdones, como el pasto secó suplica a la lluvia que caiga. Y tú lo perdonarás por el amor que sientes por él. Hacer el amor está bien, pero hay muchas formas de sentir el amor. Siempre recuerdo lo segura que me sentía al estar al lado del hermoso y fuerte cuerpo de Mufasa durante la noche. A veces me despertaba a media noche y acariciaba su melena. El no se despertaba, pero ronroneaba suavemente.” La mandíbula de Sarabi se estremeció. “Lo siento. Escuchen a la tonta y vieja leona que vive atrapada en el pasado.”
Misha dijo, “No digas eso. Tú NO eres tonta.”
Esa no era la Primer Cacería de Misha. Su madre había salido a solas con ella en numerosas ocasiones para mostrarle como cazar presas pequeñas. Una vez Ajenti logró cazar un antílope, y con el cuerpo del mismo le mostró a Misha todos los lugares propicios para un buen agarrón.
Pero ésta era la primera vez que Misha salía con las demás leonas. La vida que tomaría entre sus colmillos lucharía desesperadamente por una hora más de vida, incluso un minuto más. Misha tendría que ser firme pero, en lo posible, rápida y piadosa. Ese pensamiento logró alejar a Tanabi de su mente el tiempo necesario para que se despejara y tomará el ritual con la seriedad apropiada.
“Ya es hora, Hermanas,” dijo Uzuri. “Isha, Nala, ustedes me rodearán. Malaika, tu dirigirás al grupo de la izquierda. El resto la seguirá, excepto tú, Misha. Tú vendrás conmigo. Ahora, ¡silencio!”
A partir de ese momento hablarían entre susurros, y sólo cuando fuera necesario. Comenzaron a avanzar en forma de abanico por entre los pastizales,, tomando una formación en forma de almeja.
No había necesidad de discutir sobre el ángulo de ataque, pues los rápidos y sutiles movimientos de las orejas, cabeza y cola de Uzuri decían más que suficiente. Uzuri comenzó a dirigir a la cuadrilla con dirección al manantial, desde los pastizales y rumbo al viento. Era un plan muy simple, encaminado a cazar presas pequeñas y fáciles, no para atrapar a los grandes animales que eran necesarios para satisfacer el apetito de la Manada. Ésta era la cacería de Misha, un legado que había llegado a ella a través de innumerables generaciones, y que seguiría pasando a través de sus hijas.
Siempre había habido un hueco en la vida de Misha. Ninguno de sus amigos le había podido decir que era lo que pasaba cuando la cuadrilla de caza partía. Ahora se daba cuenta de que, incluso en el forzoso silencio del acecho, había un sentimiento de hermandad y un sólo objetivo en común que no querría—ni podría—encontrar en otro lugar. No había leona alguna que no recordara su Primer Cacería como si hubiese sido el día de ayer. Lo único que cambiaba con los años era el tamaño y velocidad de las presas. La Primer Cacería siempre mejoraba con el tiempo.
Durante el silencioso y calculado paso del acecho sólo podía escucharse el zumbar de los insectos, el cantar de las aves y el suave sonido del pasto bajo sus pies. Misha había acumulado experiencia durante sus juegos de acecho y combate con Tanabi, en divertidas peleas llevadas a cabo bajo las acacias. Sin embargo nunca había peleado con seriedad; algunas veces dejaba ganar a Tanabi, por que lo amaba. Ahora debía ganar a toda costa, por amor a él. Y tan fuerte como su amor por Tanabi era el resentimiento que sentía por la presión que sus emociones le provocaban durante su Primer Cacería. “Debes ganar,” pensó. “¡Concéntrate!”
Misha pudo divisar a través de los pastizales a las Gacelas Thompson que estaban acechando. ¡Qué suerte! ¡Era la misma especie con la que su madre le había dado lecciones! Misha sabía dónde atacar y qué hacer. ¡Los dioses estaban de su lado!
El manantial era el común denominador de la cacería. Grandes y pequeños, débiles y fuertes, todos tenían que beber. Para algunas criaturas, como los leones, el manantial era algo seguro. Para otros era un premio que debía ser ganado con la maestría de un hábil ladronzuelo. La gacelas eran los mejores ladronzuelos en las praderas, pero no eran infalibles. Ese día, en particular, tenían la guardia muy baja.
Uzuri jugaba astutamente. De vez en cuando alguna de las gacelas alzaba la mirada nerviosamente, para detectar cualquier tipo de problema. En ese momento todas las leonas se detenían sin necesidad de decir palabra alguna. Se acercaban a favor del viento para que no pudieran ser olfateadas. Saldrían victoriosas si aprovechaban el tiempo disponible. Si dejaban pasar mucho tiempo, las gacelas terminarían de beber y se irían—nunca permanecían cerca del manantial más del tiempo necesario. Uzuri podía evaluar como nadie más cuándo era el momento óptimo para atacar, y sabía sacar el máximo provecho de la situación.
La tensión era grande; Misha se mantenía alerta. No habría movimientos ni sonidos repentinos hasta que se diera la señal. Incluso la arremetida debía hacerse silenciosamente, pues un sólo segundo, incluso la más mínima fracción de segundo, podría significar una crítica diferencia entre el éxito o el fracaso. Misha observaba cuidadosamente las orejas y cola de la leona que estaba a la cabeza de la cuadrilla, esperando la señal de ataque.
Repentinamente las orejas de la líder se alzaron y su cola se movió. Una gran cantidad de doradas saetas salieron disparadas rumbo a la manada de antílopes, la cual comenzó a desperdigarse en un momento de incredulidad; la cuadrilla de caza se abrió hacia todas direcciones como una flor dorada. La tierra se sacudió como si hubiese cobrado vida.
La manada de antílopes dio vuelta hacia la derecha; por un momento, las gacelas actuaron como si hubieran sido un sólo animal, manteniéndose en formación estrecha. Sin embargo, una de las gacelas cayó al suelo, apartándose de las demás; Uzuri se dirigió hacia ella, animando a Misha a que tomara la decisión. Las demás leonas enfocaron su atención en la desafortunada criatura a medida que se acercaban. Repentinamente las demás se detuvieron; Uzuri gritó, “¡Misha, ahora!”
El corazón de Misha latía fuertemente; sus nervios estaban tensados hasta el límite. Comenzó a acercarse a su objetivo; la gacela volteó la cabeza, lo que provocó que su velocidad disminuyera por medio segundo. La instintiva reacción de Misha valió la pena, pues ella esperaba que la gacela volteara.
Misha dio un salto. Su poderoso brazo logró alcanzar el cuello de la gacela; un impulso eléctrico de su pata le permitió aferrarse a su peludo objetivo, permitiendo que sus mandíbulas se cerraran sobre—el aire vacío. Misha cayó de espaldas a causa de una tremenda patada que recibió en su hombro por parte del escurridizo antílope.
Rodó sobre el suelo un par de veces, pero se recuperó rápidamente y comenzó a correr una vez más. Pero el antílope ya estaba fuera de alcance.
“¡Misha, regresa! ¡Detente!”
Misha obedeció a Uzuri, pero volteó a mirarla con furia. “Necesito esta cacería.”
“Perdiste esta oportunidad,” dijo Uzuri. “Así es la vida.” Se acercó a Misha y observó su hombro. “¿Puedes caminar?”
“Estoy bien,” contestó Misha, profundamente desilusionada. Comenzó a caminar. “Sólo estoy un poco adolorida.”
“No estás sangrando,” dijo Uzuri. “Estarás bien, pero debemos regresar.”
“No podemos regresar,” replicó Misha, horrorizada. “¡No podemos! ¡Por favor, estoy bien! ¡De verdad!”
“Volveremos a cazar dentro de dos noches. Si estás bien para entonces, serás bienvenida. A decir verdad, fue culpa mía. Debí haber supervisado tu entrenamiento y ayudarte más. Sé que un león espera por ti, y en verdad lo siento.”
En ese momento salió un conejo de entre la maleza y corrió hacia su madriguera. Una leona alerta saltó sobre él y lo atrapó entre sus colmillos.
“Debiste dejar que lo hiciera Misha,” dijo Uzuri fríamente. Después cambió su expresión. “Hermanas, tal vez no sea demasiado tarde.” Mojó su pata con la sangre del conejo y dijo, “Misha, ven aquí.”
Misha obedeció; Uzuri trató de untarle la mejilla con la sangre.
“Por favor no lo hagas,” replicó Misha, dando un paso atrás.
“Nadie te acusará,” dijo Uzuri, mirando a las demás leonas. “¿O sí?”
“No,” contestaron todas al unísono. “Claro que no.”
“Pero yo lo sabré,” respondió Misha. “Cada vez que mi esposo me toque recordaré este momento. Todas dicen que la Primer Cacería nunca se olvida, y tendría que vivir con esto por el resto de mi vida. Por favor, Uzuri, no me tientes.”
Uzuri asintió solemnemente. “Hablas con sabiduría.” Acarició a Misha afectuosamente. “Tienes honor, como tu madre.”
CAPÍTULO LVI
EL RESULTADO ES ANUNCIADO
Tanabi le preguntó a su padre por décima vez, en tan sólo la última hora, si había visto regresar a la cuadrilla de caza. El cachorro deseaba poder estar sentado en la cima de la Roca del Rey para poder ver en cuanto llegaran las leonas, pero tenía que permanecer en la apacible cueva donde había venido al mundo; Rafiki le estaba dando algunas lecciones adicionales sobre cómo debía comportarse. Zazú no tenía buena visión nocturna, y sólo Simba tenía tiempo de observar si las leonas se acercaban.
“¿Crees que regresarán pronto” preguntó Tanabi.
Simba descendió del promontorio y se acercó a si hijo. “Mira, Tanabi. Te diré lo que vamos a hacer. Vas a dejar que me siente allá afuera para que pueda vigilar tranquilamente, y no vas a decir una palabra más; cuando la vea acercarse, voy a llevar a cabo una rápida ceremonia privada antes de que entre a la cueva. Será nuestro pequeño secreto. Mañana habrá una ceremonia pública, pero para entonces estoy seguro de que estarás de muy buen humor. ¿Entiendes?”
Simba regresó al promontorio y se sentó nuevamente en el cálido lugar donde había estado. Se sentía muy cómodo.
“¿Papá?”
“¿Qué pasa ahora, hijo?”
“Gracias.”
Simba sonrió. “No es nada.” Simba quería que el Cubrimiento de su hijo fuera todo lo que no fue el de él. Timón y Pumba habían sido los únicos testigos de la mayoría de edad de Simba, e hicieron todo lo que pudieron para que fuera un momento feliz en la vida de su joven amigo. Las Tierras del Reino no habían presenciado una buena Ceremonia de Cubrimiento Real, conducida de la manera en que había hecho por generaciones, desde que a Ahadi le había salido su primer mechón de melena. La bendición del Cubrimiento no era solamente para el león al que se estaba haciendo homenaje. Era una bendición para toda criatura que surcara el aire, la tierra o el agua. Era la razón por la que aquellos que temían a los leones seguían amando y venerando al Rey León, pues a través de él llegaban las bendiciones de los dioses para todos los habitantes. Todos los que acudieran a la Ceremonia de Cubrimiento desearían poder tocar esa melena y obtener fuerza a través de ella, una fuerza que podrían pasar a su propia descendencia.
Simba estaba ansioso de que la ceremonia hiciera felices a los dioses para así poder compensar los años perdidos. Pero también estaba ansioso de que su hijo fuera feliz. Entonces vio llegar a las leonas de la cacería. “¡Mira, son ellas!” dijo Simba, saltando como un cachorro. “Tanabi, ¿¿lo escuchaste??”
Tanabi salió de la cueva dando brincos. Los dos leones se encontraron a la mitad de la Roca del Rey y comenzaron a luchar como un par de gatitos. “Así que ya estás muy grande para tomar de la leche de mamá, ¿eh?”
“Estás celoso.”
“Aún puedo hacerte esperar hasta mañana.”
“¡Padre!”
“Ve a recibirla, hijo mío. Tráela aquí. Y recuerda, yo debo ser el primero en besarla.”
Tanabi se puso en pie y se sacudió el polvo que tenía en su escasa melena. Se dirigió rápidamente al pie de la Roca del Rey. “Espera a que se lo diga,” pensó Tanabi mientras corría a través de los pastizales cual barco que navega sobre las plateadas aguas del mar. Sus ojos resplandecían con tonos verdes y dorados bajo la luz de la luna. Estaba buscando los brillantes ojos de su amada. “¡Misha! ¡Misha, querida! ¡Soy yo!”
Uzuri pasó frente a él sin alzar la mirada; su rostro tenía una sombría expresión. Isha sacudió la cabeza como diciendo “No hagas preguntas.” Misha iba detrás de ella; su cabeza estaba caída y tenía una polvorienta huella en su hinchado hombro.
“¿Misha?”
Misha lo miró silenciosamente, y después estalló en lágrimas.
“Será mejor que te vayas,” le aconsejó Uzuri. “Volverá a intentarlo dentro de poco.”
Para cuando estuvieron de regreso en la Roca del Rey no había necesidad de decirle a Simba lo que había pasado. “Le he dado a Zazú ordenes precisas,” le susurró suavemente a su hijo. “Él te escoltará hasta que Misha logre hacer su Primer Cacería. Confío en ti, pero debemos callar las habladurías antes de que empiecen.”
CAPÍTULO LVII
LA CEREMONIA
“Hablo con las palabras de Aiheu el Hermoso, quien sopló en nosotros el aliento de la vida: Vengan, permitan que mis hijos crezcan en gracia y tamaño, y dejen que mi regalo de vida perdure de generación en generación por mientras que el sol surque los cielos. También les entrego una señal de que mi favor estará entre ustedes por siempre.”
— EL GÉNESIS SEGÚN LOS LEONES, Variación D-4-A
El Cubrimiento de Tanabi sería una ceremonia que se realizaría de acuerdo a las antiguas costumbres. Todas las celebraciones se llevarían a cabo estrictamente, incluyendo la tregua de un día en toda actividad de cacería, lo que permitiría a todos los animales de las Tierras del Reino celebrar la buena fortuna del príncipe. Incluso se esperaba que los guepardos y los leopardos se abstuvieran de la sangre por ese día, lo cual no era muy popular entre ellos; sin embargo, solían comportarse con mucha dignidad y pocas ganas de discutir. Misha estaba muy deprimida; no habría cacería esa noche para probarse a si misma. Además, Rafiki le había dicho que no podría cazar durante una semana, por lo menos.
Para levantarle el ánimo a Misha, Nala le pidió que se sentara junto a ella durante la Ceremonia de Cubrimiento. El sentarse junto a la Reina era un privilegio exclusivo para una hermana o una futura princesa. Nala sabía que Simba jamás lo sabría—Misha había rechazado el regalo de la sangre de alguien más. Nala la respetaba, e incluso consideró el implorar por una excepción, para que así Misha pudiera contraer matrimonio en el que sería el día perfecto para Tanabi. Pero Simba solía recordarle que la Primer Sangre no era sólo una costumbre cualquiera, sino una costumbre religiosa ideada para proteger a los jóvenes e inexpertos.
La mañana de la ceremonia había llegado; el espacio que estaba al pie de la Roca del Rey era un verdadero trofeo reservado para los madrugadores. Los elefantes y las cebras se acercaron, seguidos de los búfalos y las gacelas. Las jirafas decían que no les molestaba estar hasta atrás, pues eran suficientemente altas; pero durante el siguiente cuarto de hora fue evidente el esfuerzo que hicieron para poder ganar terreno, hasta que lograron estar casi junto a los elefantes.
Zazú permaneció en la cima de la Roca del Rey, observando la enorme congregación de animales. El discurso que una vez planeó para Mufasa llegó a su memoria tal y como Ahadi y Makedde se lo habían enseñado; además, acababa de practicarlo con la asistencia de Rafiki. Extendió sus alas y la multitud guardó silencio, sobresaltada. Así de grande era el poder del Rey y sus representantes.
“Hablo con las palabras de Aiheu el Hermoso, quien sopló en nosotros el aliento de la vida: Vengan, permitan que mis hijos crezcan en gracia y tamaño, y dejen que mi regalo de vida perdure de generación en generación por mientras que el sol surque los cielos. También les entrego una señal de que mi favor estará entre ustedes por siempre.”
Zazú, profundamente conmovido, agregó, “Escuchen muy bien todos ustedes. La señal ha aparecido una vez más; en esta ocasión le ha sido entregada al Príncipe Tanabi, el legítimo hijo del Rey. Los dioses nos han recordado a través de él.”
Tanabi caminó al frente. La multitud hizo una silenciosa reverencia ante la visión de su nueva melena, aún con lo corta que era. El ver a tantos de pie y en tan profundo silencio lo hizo sentirse intimidado. Por un momento, Tanabi se olvidó de sus problemas y se irguió con orgullo.
Simba permaneció detrás de él para dar la bendición. “Grandioso eres, oh Aiheu, padre de todas las criaturas. Unge a Tanabi, tu elegido, con la sangre de la misericordia y la lluvia del amor. Otórgale el viento de la libertad. Permite que pise la tierra de la esperanza. Permite que brille sobre él la luz de tu sabiduría. Y mediante él bendice a todos aquellos que te aman.”
Misha susurró suavemente, “Y permite que sepa cuanto lo amo.”
Nala le tocó la mejilla con su lengua. “Él lo sabe, cariño. Él lo sabe.”
Ni la ceremonia ni el discurso de Tanabi fueron apresurados. No había necesidad de ello. Para todos aquellos que atendían a las Crónicas de la Manada, hasta los más pequeños detalles valían la pena. Pero Misha no prestó mucha atención. Estaba muy deprimida; después de que los grandiosos discursos y bendiciones hubieron terminado se escabulló del lugar, profundamente abatida. Tanabi comenzó a seguirla, pero le aconsejaron que sería mejor para ella estar a solas por un momento.
Al caer la noche la multitud ya se había retirado, y el silencio reinaba una vez más; Tanabi observaba las Tierras del Reino. “Cuanta tranquilidad. Por esta noche no hay temor en los corazones.” Miró a Simba con una leve sonrisa. “Una pequeña cebra se acercó a mí. Me preguntó qué es lo que era. ¿Puedes creer que no sabía lo que es un león?”
“Fue su inocencia la que vino a ti. Recuerda siempre ese momento,” dijo Simba. Ellos también piensan y tienen sentimientos. Recuerda siempre a esa cebra, y que nunca debes cazar por deporte o matar con crueldad. Hijo, yo pude haber sido una cebra o un antílope. El ser otro animal no me haría amar a mis hijos menos de lo que te amo a ti, aquí y ahora.”
“Supongo que todo es cuestión de suerte, ¿no es así?”
“En cierta forma, sí. Pero podemos ir más allá de la suerte con ayuda de la fe y el valor, y así vencer todos los retos de la vida. El amor de Misha es valeroso, y con el tiempo será capaz de vencer cualquier obstáculo. Todo lo que ella necesita es tener fe. Debes ayudarla a tener confianza en ella misma. Debes creer en ella.”
“Pero no estaba hablando de ella,” objetó Tanabi, pero después suspiró profundamente. “A quién trato de engañar.”
CAPÍTULO LVIII
SÓLO NOSOTROS TRES
A la mañana siguiente Tanabi entró en la guarida de Misha. “Buenos días, Misha. Es un bonito día para salir a caminar—sólo nosotros tres.”
“ES una mañana encantadora,” dijo Zazú con un tono muy optimista. “Misha, ya sabes lo que dijo Rafiki sobre tu hombro. Empecemos con una pequeña y agradable caminata—es hora de aflojar esos viejos músculos y recobrar tu animoso andar.”
“Cualquier cosa que me ayude a regresar a la cacería,” dijo Misha con cansancio. Se puso en pie y se estiró, respingando levemente por el dolor en su hombro.
Comenzaron a alejarse de la Roca del Rey y se dirigieron hacia el manantial. La tregua había terminado, y todos los animales se mantenían convenientemente alejados del par de leones que paseaban por los pastizales. Tanabi miró a una manada de asustadas cebras, preguntándose si alguno de los potrillos podría ser el que había conocido el día anterior. “Es una pena que no podamos tener treguas más seguido.”
“¿Como hoy, tal vez?”
“¡Cielos, no!” Tanabi le susurró a Misha, “Cada día sin ti me parece una eternidad.”
“Pienso en ti todo el tiempo,” le contestó Misha en otro susurro.
“Te esperare, Misha. Todo el tiempo que sea necesario. Lo juro.”
“No hagas promesas que tal vez no puedas cumplir. Es posible que sea una inútil para cazar, y entonces tendrías que olvidarme.”
“Sólo tienes que ser buena en la cacería por una vez. Jamás me olvidaré de ti. Mi amor por ti está anclado hasta lo más profundo de mis huesos.”
“¿En verdad me esperarás, Tanabi?”
“Siempre te he esperado, ¿o no?”
“Los estoy escuchando susurrar, tortolitos,” dijo Zazú. “Espero que no estén tramando alguna especie de plan.”
“De hecho es una especie de plan,” dijo Tanabi. “Un plan para hacer que Misha se sienta bien otra vez.”
Zazú revoloteó y se posó sobre la columna de Tanabi. El suave andar del león balanceó a Zazú mientras estuvo sobre de él. “Su Majestad, en verdad siento compasión. Los cálaos también tenemos algunos rituales de matrimonio muy ridículos.”
“¿Estás diciendo que nuestras leyes son ridículas?”
“Oh, no, Su Majestad. A pesar de que no soy un buen conocedor de la belleza leonina, reconozco una buena pareja cuando la veo. Cuando un cálao y su pareja están enamorados, todo lo que tienen que hacer es aletear y graznar—no más de una docena de veces—y eso es todo.”
“¿Aletear y graznar?”
“Ya sabes…” Zazú movió sus alas rápidamente, sacudió las plumas de su cola y comenzó a graznar, “¡Squ-WAWK! ¡Squ-WAWK!”
Misha comenzó a reírse. “¡Así que eso fue lo que me despertó esta mañana!”
“¡Cielos, no!” Zazú plegó sus alas con indignación. “Señorita, yo soy muy discreto con mi vida privada y me cuido mucho de las habladurías de la gentuza. De donde yo vengo…”
Las orejas de Misha se irguieron y comenzó a prestar atención a sus alrededores. Entonces se detuvo.
“¿Qué sucede?” preguntó Zazú.
“¡Shhhhh!”
Se escuchó un estrépito al tiempo que la tierra comenzaba a temblar con expectación. Segundos después, un grupo de antílopes salieron corriendo por entre el bosquecillo y se dirigieron ciegamente hacia el trío. Zazú tuvo que volar rápidamente para poder apartarse del camino. Desde las alturas pudo ver a las leonas que habían provocado la estampida. “Ésta clase de cosas no suceden por la mañana. ¿Qué es lo que están tratando de hacer?”
Misha y Tanabi corrieron para interceptar a uno de los antílopes. Misha se acercó tanto a uno que casi pudo tocarlo, pero su hombro estaba lastimado y le dolía. Comenzó a perder el equilibrio; se aterrorizó ante la posibilidad de volver a lastimarse. “¡Ayúdenme, dioses! ¡Necesito un milagro!”
En ese momento, unas garras y un montón de plumas se cruzaron ante la cara del antílope. Se atemorizó y trató de detenerse para continuar en otra dirección. El cálao se interpuso en su camino una vez más. “¡Quítate de mi camino, estúpido!”
Las poderosas mandíbulas de Misha se cerraron sobre la garganta del antílope. Todo terminó en unos segundos.
Algunos momentos después llegaron las demás leonas. “¡Miren nada más quién logró hacer su Primer Cacería!” Uzuri tomó un poco de la sangre del antílope con su pata y se untó su propia mejilla; después untó la mejilla de Misha. “¡Qué todos sepan que una leona anda por los alrededores!”
Todas las leonas rugieron, provocando que una parvada de flamencos se dispersaran en una rosada nube. Los elefantes trompetearon sorprendidos y se ocultaron bajo los árboles.
Zazú caminaba temblorosamente sobre la tierra. “Oh, dioses, creo que voy a enfermarme.” Se escuchó el estremecedor sonido de un abdomen siendo desgarrado. Zazú miró por un momento el abdomen abierto, y se dio la vuelta rápidamente. “¡Sí que voy a enfermarme!”
“¡Zazú!” Tanabi corrió hacia el cálao. “¡Zazú! ¡Viejo astuto! ¡Qué buen trabajo!”
“¿Buen trabajo? ¿Estás tratando de decir que esto fue bueno?” Zazú se sentía como un gran canalla. “Jamás le digas a nadie que yo participé en este desagradable espectáculo. Nunca lo admitiré. ¡Siempre me mantengo lo más lejos posible de la sangre!”
“Sólo trata de agradecerte,” dijo Misha, “Fue algo muy noble, Zazú. En cierta forma te convierte en una especie de… pues…”
“Por favor no digas leona honoraria,” interrumpió Zazú, observando su ensangrentada mejilla. No me veo bien de rojo.”
“No, quise decir héroe.”
“¿Héroe? ¿Yo?” Zazú agachó la cabeza un poco avergonzado. “Perdonen mis modales—no fue nada. Era lo menos que podía hacer en vista de las circunstancias. Ya saben, tan sólo es un día de trabajo. Y como es obvio que ya no necesitan de ninguna escolta, será mejor que los deje solos. Pórtense bien, ¿entendido?”
Zazú se alejó volando, pero Tanabi y Misha no estaban precisamente solos. Las demás leonas se acercaron sonriendo; era la clase de sonrisa que hacía sentir a Tanabi como si hubiese perdido todo su pelo. “Señoritas, ¿no tienen algún mejor lugar a donde ir? ¿¿Ehhh?? Pues entonces busquen alguno. ¡Ahhh! ¡Shuuu!”
“¡Ohhh, quieren estar a solas!” dijo evasivamente una de las leonas. Comenzó a escucharse un coro de risitas.
“Vaya con la ingratitud,” replicó otra leona. “No tengo por que permanecer aquí y soportar este trato. Yo me voy.”
Misha las observó alejarse lentamente por entre los pastizales. “Tanabi, ellas nos ayudaron. ¿En verdad crees que hiciste lo correcto?”
“Sí, querida. Y lo volvería a hacer.”
Misha lo acarició. “Sólo quería estar segura.”
CAPÍTULO LIX
ANTE LA MULTITUD CONGREGADA
“Cuando la melena aparece, los dioses esperan ciertas cosas de un león. Deberá ser puesto a prueba por la naturaleza; si demuestra su valía, entonces podrá convertirse en Rey.”
— LA SABIDURÍA DE JABANI
Habusu, el hijo de Isha, era más que el mejor amigo de Tanabi. Era su hermano en todos los sentidos. Debido a esto y a los fuertes sentimientos que habían surgido a causa de su secuestro, Simba no quería perderlo.
Sin embargo tenía la obligación de hacer algo respecto a Habusu, pues su melena había crecido completamente y ya había cumplido dos años de edad.
Cada luna llena Simba ofrecía un sacrificio a los dioses y les pedía que le otorgaran un poco más de tiempo. Pero el por qué de ello, así como cuánto tiempo más quería, lo mantenía en secreto.
Un día Zazú llegó volando agitadamente con noticias del exterior del Reino. Simba convocó a toda la Manada, desde el más joven hasta el más viejo. “¡Por fin llegó el día!”
“¿¿Qué sucede??” preguntó Sarafina.
“¡Ya lo verás!”
Isha se acercó para ver a qué se debía tanta conmoción. Simba la acarició afectuosamente. “Isha, quiero que tú, Habusu y la Señorita Priss vengan conmigo. Vamos a tener una Reunión de Manada en la pradera del este. Quiero que tu familia se siente a mi lado.
“Me honras.” Isha lo miró con preocupación. “¿Es éste el día en que voy a perderlo? Se suponía que me avisarían con dos días de anticipación.”
“Jamás vas a perderlo. Te lo juro.”
“¿Pero y los dioses?”
“Los dioses se regocijarán.”
“Es él, ¿no es así? ¿Ha regresado por mí?”
Simba le obsequió una enorme sonrisa. “Adivina otra vez.”
El rostro de Isha se iluminó de felicidad. Acarició a Simba y le humedeció la melena con sus lágrimas. “¡Bendito seas! ¡Bendito seas!”
“Ya, ya,” le dijo Simba, acariciándola con la pata. “No querrás tener el olor de otro león cuando tu esposo venga por ti.”
La Manada comenzó a congregarse en la pradera del este; había muchas especulaciones sobre lo que pasaría. La mayoría eran rumores acerca de que Simba planeaba ofrecerle a Habusu una Ceremonia de Cubrimiento especial que se realizaba muy de vez en cuando. Otros pensaban que Rafiki había descubierto una razón por la cual Habusu debía quedarse, y que tal vez se convertiría en Príncipe Segundo. Todos esperaban que se llevara a cabo un proceso de adopción. Pero no importaba que fuera lo que pensaran, todos aguardaban en silencio y mantenían la mirada sobre Habusu.
Pasaron varios minutos. Simba permaneció erguido y aguardó pacientemente; mientras estuvo ahí nadie se movió. Algunos cachorros jugaban sobre el pasto, pero nadie parecía molestarse mientras se mantuvieran haciéndolo en silencio. Los adultos y los jóvenes permanecían quietos, esperando a que Simba diera la orden para comenzar.
Pasó una hora. Muchos de los leones estaban muy inquietos. ¿A qué hora se dignaría Simba a decir, “Comencemos”? Entonces Zazú rompió la monotonía. “¡Aquí viene!”
Un león grande y bien proporcionado surgió de entre las sombras; ostentaba una abundante y obscura melena. “¡Es muy atractivo!” susurró una de las leonas.
El extranjero se acercó a Kako y le dijo tranquilamente, “Madre.”
Kako salió de entre la multitud y se dirigió hacia él; lo abrazó y acarició afectuosamente. “¡Mi hijo! ¡Mi hijo!”
Era el heredero al reino de Taka, el hijo que había regresado. Muchas de las leonas observaron al león en el que se había convertido aquel adolescente. El milagro de su madurez era aún más grandioso debido a que nadie lo había visto desarrollarse día a día.
Mabatu besó a su madre suavemente; después se dirigió hacia Simba. Hizo una reverencia ante él y dijo respetuosamente, “Toco tu melena.”
“Puedo sentirlo. ¿Qué es lo que te trae a mi reino?”
“He venido a reclamar lo que es mío—si es que ella aún me quiere.”
“¡¡Sí, sí, SÍ!!” Isha saltó al frente y abrazó a Mabatu, acariciándolo afectuosamente. “¡Siempre seré tuya!”
En ese momento se perdió todo el orden. “¡Oye muchachote, creo que vas a tener una noche romántica!” gritó Sarafina.
“¡Yo soy la verdadera Isha!” gritó Ajenti. “¡Ella es una impostora! ¡Llévame a mí, llévame a mí!”
“¡Hora de irse, Isha! ¡Si te cansas de él, mándamelo!”
“Ya es suficiente,” dijo Simba, ordenándole a todos que guardaran la compostura. “¿Qué no se dan cuenta de que ellos dos tienen algunos asuntos pendientes?”
“¿Podemos verlos?” dijo Sarafina.
“Que vergüenza, Fini.” Simba no pudo evitar reírse ante el comentario.
Cuando por fin reino la calma, Mabatu observó a su hijo por primera vez. “¿Papá?” murmuró Habusu anhelantemente. Mabatu se acercó a su hijo. “Hijo mío…” Volteó a mirar a la multitud y exclamó, “Éste es Habusu, mi hijo, y el único heredero verdadero.” Acarició a Habusu y agregó, “Es un reino pequeño. Lo comparto con un viejo león. Somos un equipo; un amanecer y un ocaso. Es un muy querido amigo mío; aprenderás a quererlo.”
Lisani se acercó y acarició a su tía.
“¿Y quién es ella? ¿Mi hija?”
“Lisani, pero la llamamos Señorita Priss. Es la hija de Beesa. Mi hermana murió hace mucho tiempo.” Isha miró a Lisani con ternura. “¿Qué es lo que quieres hacer, Señorita Priss?”
“Tía Isha, tú eres mi familia. Iré a donde tú vayas, pero el sobrenombre se queda aquí, ¿de acuerdo?”
Mabatu sonrió. “Me parece justo, Lisani. Creo que eso nos hace cinco.”
“Te estás llevando a mis dos mejores leonas y a un segundo hijo,” dijo Simba. “Mejor vete antes de que cambie de opinión.”
“Tres de tus mejores leonas,” dijo Kako con poca modestia, pero causando una gran impresión. “Alguien tiene que asegurarse de que mi hijo, y mi hija, estén comiendo bien.”
Y fue así como la visitante del este regresó por el camino del que había llegado, llevándose su misterio con ella. Pero esta vez estaba rodeada del amor de su propia familia.
CONCLUSIÓN
“La furia de Duma se encendió, y juró que Obade moriría. Y dijo, ‘La leche y el lodo se mezclan con facilidad, ¿pero quién habrá de separarlos? De la misma manera el juramento ha sido mezclado con sangre, y sólo derramando sangre podré liberarme.’ Pero Aiheu lo reprendió, y dijo, ‘Yo soy el Señor que creó la suciedad y la leche materna. A aquellos a quienes elijo les entrego el poder para separar el lodo de la leche, así como para separar la imprudencia de la rectitud. ¿Qué madre juraría darle lodo, en vez de leche, a su cachorro? ¿Crees tú que esté bien el jurar que vas a matar a tu hermano, sabiendo que es algo maligno?’”
— LA SAGA LEÓNIDA, Sección “J”, Variación 2
Sarabi fue apartada de sus sueños por una pata amable pero firme. Abrió los ojos, pero sólo pudo ver la obscuridad de su cueva; gruñó débilmente y volvió a cerrar los ojos.
“Sarabi,” le llamó un león amablemente. Ella se sobresaltó. “Sarabi, por aquí.”
Sarabi miró alrededor; parado frente a ella estaba el más profundo anhelo de su corazón. “¡Mufasa!”
Mufasa se acercó a ella, la acarició, la besó y le limpió las lágrimas que rodaban por sus mejillas. “Mi amor.”
“¡No me dejes, Muffy!” Quédate aquí, mi amor. Quédate aquí.”
“No puedo quedarme mucho tiempo.”
Los ojos de Sarabi se llenaron de lágrimas. “¿Por cuánto tiempo, entonces? ¿Un día? ¿Una hora?” Susurró débilmente—“¿Un minuto más?”
“El tiempo suficiente para llevarte conmigo.”
Sarabi lo tocó con su lengua. Pudo sentirlo cálido y lleno de vida, no como un espectral espíritu. “¿Será doloroso?”
“Mira detrás de ti, Sarabi. Dime qué es lo que ves.”
Sarabi miró sobre su hombro; en el suelo había una leona dormida. Pero en realidad no estaba dormida.
“Ya estamos juntos, Sassie.”
Por un largo momento todo lo que pudieron hacer fue compartir su dicha; jugaron como un par de cachorros, se acariciaron y se dieron cálidos besos leoninos. Entonces Mufasa llamó a una leona cuyo rostro era desconocido para Sarabi, aunque al mismo tiempo le resultaba familiar. “Shanni, ella es tu madre.”
“¿Shanni?” Sarabi la miró de cerca. “¿Ya eres una leona? Eres muy hermosa.”
“Como su madre,” dijo Mufasa, sonriendo. Pero incluso en su enorme dicha parecía haber algo que perturbaba a Mufasa—algo que era evidente ahora que los Ka se encontraban cara a cara, haciendo que los pensamientos se volvieran realidad.
“¿Qué sucede? ¿Estás preocupado, esposo mío?”
“Un viejo amigo te está esperando. Es alguien que tiene miedo de decirte hola.”
Por la entrada de la cueva se acercó tímidamente un león que era menos corpulento, pero de gran belleza. La profundidad de su amor y humildad le habían devuelto a su rostro la inocencia de su niñez, borrando la crueldad de su vida pasada. “Muffy, ¿ya le hablaste sobre mí?”
Sarabi observó a Taka. “Eres tú.”
Las orejas de Taka se retrajeron y su cola cayó débilmente. “¿En qué estaba pensando cuando vine aquí?” Comenzó a alejarse.
“Espera.”
Sarabi se acercó a Taka y lo miró a los ojos. “Mírame.”
Taka apartó la mirada y se estremeció. “No me compadezcas. Ni siquiera en la muerte soy capaz de soportarlo.”
Sarabi alzó la pata y obligó a Taka a que la viera. “Mírame.”
Taka abrió los ojos y miró a Sarabi directamente. “Puedo ver al antiguo Taka que me jalaba la cola cuando volteaba.” Sarabi sonrió. “Por fin has encontrado paz. Siempre recé por que pudieras hacerlo.” Sarabi lo acarició, lo besó y le limpió las lágrimas de su triste rostro.
Taka sintió como unas cálidas lágrimas caían sobre sus mejillas. “Mira, Muffy. Cuando llora se ve tan hermosa. ¿Acaso no es hermosa, Muffy?”
Mufasa sonrió. “Sarabi, eres hermosa. Vengan, amigos míos. Vamos a mostrarle los alrededores.”
“Aiheu es maravilloso, Él conoce tu dolor;
Él te brindará alivio a través de la obscuridad.
A quienes tú más amaste Su mano dará calor,
Hasta que logres verlos en Su eterna claridad.”
FIN
CRÓNICAS DEL REINO: EL LEGADO DE AHADI
APÉNDICE I
EL GÉNESIS SEGÚN LOS LEONES
Una Versión Moderna en Español
En el principio existía Aiheu el Hermoso, el primer ser viviente y el origen de toda la vida. Aiheu tenía muchos pequeños espíritus, y Él compartía su amor y sabiduría con ellos. Esa fue una era feliz, pero no era suficiente para los pequeños espíritus que se sentían solitarios. Y Aiheu sintió que sus pequeños anhelaban algo más.
Así que Aiheu fue al mundo de Ma’at (tierra), que en ese tiempo era completamente obscuro y estéril. Él puso dos luces en los cielos, y las llamó Sol y Luna. El calor del Sol provocó que el agua formara nubes; las nubes derramaron lluvia sobre la tierra seca, y verdes plantas comenzaron a crecer. Con el tiempo, el mundo de Ma’at se llenó de belleza.
Y Aiheu el Hermoso convocó a sus pequeños espíritus para mostrarles su obra. La belleza de esa tierra era lo primero que habían visto, y se sintieron muy complacidos. Exploraron el mundo por algún tiempo; algunos prefirieron los cielos, otros la tierra, otros los árboles, y otros el agua. Pero aún no se sentían satisfechos, ya que el sol no los calentaba, la brisa no los refrescaba, el agua no los purificaba y no podían sentir el pasto moviéndose bajo ellos. Así que se acercaron a Aiheu y le dijeron, “¿Qué es lo que puede ofrecernos esta tierra? Somos extraños en este lugar.” Entonces Aiheu mezcló un poco de tierra con agua, y le dio forma a los primeros cuerpos. Algunos fueron peces, otros fueron aves, y otros fueron los animales que caminan sobre la tierra o que trepan a los árboles; cada uno estaba diseñado de acuerdo a los dominios para los que había sido creado. Entonces sopló sobre los cuerpos y al hacerlo cobraron vida, convirtiéndose en moradas para sus pequeños espíritus. Y finalmente pudieron formar parte del mundo, y pudieron sentir el calor del sol, el frescor del viento, el agua y el pasto. Ellos experimentaron estos y muchos otros placeres, pero también recibieron una advertencia. Con frecuencia, el precio del placer es el dolor. No pasó mucho tiempo para que comenzaran a experimentar el dolor, pero le aseguraron a Aiheu que el placer merecía ese precio. Así quedó pactado el primer acuerdo: el placer va acompañado del dolor.
Pero esos cuerpos no eran permanentes. La tierra, el agua y el aire sólo pueden descansar cuando están separados. Cuando están juntos se vuelven inquietos y luchan por separarse. Es por eso que la muerte y la desintegración siempre han sido parte del mundo, ya que con el tiempo los elementos habrán de prevalecer. Aiheu lo sabía, así que tomó algunas medidas para evitar que el mundo se volviera estéril. Entonces fue al Lago de Mara y convirtió sus aguas en la primer leche. Y trajo a todos los animales a que bebieran la leche.
La leche fertiliza a los animales de la misma forma en que la lluvia fertiliza a las plantas, pues hace que la tierra, el agua y el aire puedan convivir en armonía por algún tiempo. Y todos aquellos que bebieron leche obtuvieron el don de producir leche en sus cuerpos. La leche del macho era capaz de despertar nueva vida en el cuerpo de su pareja, y la leche de la hembra podía sustentar esa nueva vida después del nacimiento, pues ninguna criatura mas que Aiheu es capaz de crear vida de la tierra con tan sólo soplar sobre ella. Así quedó pactado el segundo acuerdo: la vida debería continuar.
La tierra era basta, pero estaba limitada. Así que Aiheu les ofreció a sus pequeños dos caminos. Podían elegir quién de entre ellos sería la raza elegida para poblar la tierra, o ser tratados con igualdad, y entonces Aiheu encontraría alguna manera de controlar su crecimiento. Y todos dijeron, “Trátanos con igualdad,” pues ninguno quería vivir solo. Fue así como Aiheu eligió a ciertos animales para que fueran cazadores, y a otros para que fueran cazados, para que de esa forma la tierra se mantuviera en equilibrio. Y así fue como surgieron todas las distintas familias que aún pueblan la tierra hasta este día. Así quedó pactado el tercer acuerdo: la vida requería esfuerzo.
Así fue como Aiheu puso su creación en movimiento, y Él les mostró a sus pequeños que su obra no era resultado del azar, sino que así lo había planeado desde el principio. Los ciclos de nacimiento, crecimiento, muerte y desintegración eran como cuatro patas—tenían que trabajar juntos para poder moverse. Y fue a través de su constante amor que sus pequeños acordaron seguir los tres acuerdos por su propia voluntad.
Pero hubo algunos pequeños espíritus que no quisieron seguir esos acuerdos. Ellos se convirtieron en los primeros Nisei, quienes son los espíritus buenos que supervisan el balance de la creación. Con frecuencia son llamados dioses menores, aunque en realidad son hermanos de los animales. Los dioses principales se originaron del lago de leche y eran bondadosos como Aiheu. Un día sucedió que Koko, el gorila, arrojó lodo en el lago, contaminando la leche. Esto originó a los corrompidos Makei, los espíritus malignos. Pero Koko le confesó a Aiheu lo que había hecho, y fue perdonado. Aiheu le concedió autoridad sobre el lodo para que pudiera purificar el lago, convirtiéndose así en el guardián del lago de leche hasta que estuvo completamente purificado. Así se marcó el final de la primer era. Koko bebía del lago todos los días, y debido a ello comenzó a envejecer sólo hasta que el lago desapareció; vivió durante doscientos setenta años.
Sería ignorante el preocuparse de la muerte, pues ésta forma parte del plan de Aiheu. Si un animal tiene una vida aceptable ante Aiheu, al morir se convierte en un segundo Nisei. Ellos ven por el bienestar de aquellos a quienes dejaron atrás. De entre los segundos Nisei, los más grandiosos son las Grandes Reyes del Pasado, así como aquellos a quienes Aiheu ha bendecido por sus servicios. Koko se convirtió en uno de los segundos Nisei. Pero también hay animales que constantemente obran con maldad, y al hacerlo se unen a los Makei. Ellos están condenados a vagar por la tierra, sin cuerpos, hasta el día en que puedan ver a Aiheu dentro de si mismos y estén dispuestos a obtener la redención a través de sus servicios. Son llamados los Makei por que su sufrimiento hace llorar a Aiheu.
Los primeros pequeños de Aiheu eran muy cercanos a Él y a sus hermanos, pues sus espíritus aún eran libres. Pero sus hijos nacieron con cuerpos de tierra, y no eran capaces de escuchar las palabras del Señor. Para evitar que sus pequeños perdieran totalmente el contacto con Él, Aiheu ungió a algunos de los pequeños con Chrisum, para que así fueran capaces de escucharlo desde el día de su nacimiento. Los pequeños a los que ungió fueron llamados chamanes, y tenían la estricta labor de traer la palabra de Aiheu a su pueblo, con honestidad y generosidad. Un chamán mentiroso es peor que un Makei, y Aiheu no llorará por él ni se arrepentirá por estar enfadado con él.
Por mientras que esta historia sea transmitida de viejos a jóvenes, sin ser ampliada ni reducida, las bendiciones de Aiheu caerán sobre aquellos que la escuchen.
APÉNDICE II
LA HISTORIA DE N’GA Y SUFA
Ramallah era el gobernante de un grandioso reino; su esposa Chakula tuvo hijos gemelos. Ellos fueron los hermanos N’ga y Sufa, sobre quienes se cuentan numerosas historias. N’ga y Sufa eran tan intrépidos que luchaban aún antes de haber nacido, y Chakula tenía que comer hierbas para aliviar sus dolores.
Cuando finalmente dio a luz a los gemelos los llamó N’ga y Sufa, en honor del sol y la luna, pues sabía que ambos se perseguirían de la misma forma en que el sol persigue a la luna. A pesar de que constantemente estaban pelando, sus corazones eran buenos y ambos caminaban en el sendero de Aiheu. La Reina Chakula periódicamente consultaba con los chamanes sobre el futuro de sus hijos, y al hacerlo siempre sentía felicidad y tristeza entremezcladas, pues todos coincidían en que N’ga y Sufa tendrían vidas felices pero cortas. Desde ese momento se sintió muy preocupada de dejar a sus hijos con cualquiera que no fuera su hermana Alba.
Un día la Reina salió a merodear por los alrededores; Alba se llevó a los cachorros a su cueva para que durmieran. Esa noche la tierra tembló y la entrada de la cueva quedó sellada. Cuando Chakula regresó se encontró con los escombros que obstaculizaban la entrada de la caverna, y trató de cavar una salida. Pero ni todo su esfuerzo y amor maternal fueron suficientes para abrir un pasaje. Las demás leonas se turnaron para continuar excavando; continuaron con el trabajo hasta que se ocultó la luna y salió el sol. Pasaron uno, dos tres y cuatro días, y los cachorros seguían fuera de alcance. Todos habían perdido las esperanzas, y Chakula se quedó sola, continuando con su labor. Conservaba la fe, así que continuó excavando hasta el quinto día, con la esperanza de poder ver sus pequeños cuerpos por última vez. Chakula estaba segura de ese sería el día en que la profecía llegaría a su realización.
Pero al quinto día logró abrir un pasaje hacia la cueva. N’ga y Sufa salieron de ella, débiles pero sin daño alguno. Chakula lloró de dicha, y le dio las gracias a Aiheu. Pero después entró a la cueva, y entonces vio que su hermana yacía muerta. Alba no tenía leche en su cuerpo, así que se abrió las venas del brazo y alimentó a los cachorros con su propia sangre para que pudieran sobrevivir.
El cuerpo de Alba fue llevado al campo, pero en el camino cayeron algunas gotas de su sangre. Y en todos los lugares donde cayó su sangre creció una roja flor que hasta el día de hoy es llamada Alba, en su memoria. Con esta planta se elabora un medicina llamada “la sangre de la misericordia,” la cual tiene un gran poder curativo y es capaz infundir bondad al corazón.
N’ga y Sufa crecieron en poder y tamaño, hasta que llegó el día en que estuvieron listos para elegir una esposa. Fue por ese tiempo cuando apareció en su reino una leona blanca, llamada Minshasa. N’ga y Sufa quedaron prendados de su gran belleza y los poderes que poseía. Ambos eran fuertes y determinados, y lucharon durante cinco días con sus noches, sin detenerse para comer ni para dormir. En el quinto día, ambos cayeron en un profundo sueño. Mientras estaban dormidos, Minshasa se fue y encontró a Mano, con quien se casó eventualmente; ambos engendraron un pueblo grandioso. Cuando N’ga y Sufa despertaron se sintieron molestos y muy tontos, y juraron que jamás volverían a pelear.
APÉNDICE III
EL GÉNESIS SEGÚN LAS HIENAS
Roh’kash (La Gran Madre) fue la primer criatura viviente. En ella estaba la esencia de la vida, y fue a través de ella que la vida llegó al mundo. Primero engendró al sol. El sol fue el hijo de su fuerza, pues Roh’kash era brillante y valerosa. El crear al sol le tomó la mayor parte de su energía, pero intentó hacerlo una vez más; así fue como le dio vida a la luna. La luna era del mismo tamaño que el sol, pero era muy pálida y tímida. Así fue como Roh’kash agotó sus poderes de fertilidad. Ella estaba cansada, así que vino a la tierra—que en ese entonces estaba desolada—para descansar. Al llegar, se recostó sobre una roca y durmió bajo la luz de la luna. Esto resultó—para su sorpresa—en la primer unión, la cual llevó a cabo con Roh’khim (El Gran Padre). Debido a que esa unión se realizó entre un ente espiritual y uno físico, Roh’kash dio a luz una descendencia que tenía tanto componentes espirituales como físicos. Estos hijos de Roh’kash fueron los antepasados de todas las distintas familias que aún pueblan la tierra hasta este día.