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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
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    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


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    PAULINO LUCERO (Hilario Ascasubi)

    Publicado en mayo 02, 2010
    O Los gauchos del Río de La Plata cantando y combatiendo contra los tiranos de la República Argentina y oriental del Uruguay
    (1839 a 1851)

    HOMENAGE
    A la memoria del doctor don VALENTÍN ALSINA,
    eminente patriota, virtuoso ciudadano
    e ilustre jurisconsulto argentino.

    HILARIO ASCASUBI.
    París, 2 de agosto 1872.



    Prólogo

    Después de algunos años consagrados al sostén de los principios de libertad y civilización, en que, teniendo en vista ilustrar a nuestros habitantes de la campaña sobre las más graves cuestiones sociales que se debatían en ambas riveras del Plata, me he valido en mis escritos de su propio idioma, y sus modismos para llamarles la atención, de un modo que facilitara entre ellos la propagación de aquellos principios, es sólo a instancias de mis amigos que he podido resolverme a publicar, reunido a un solo cuerpo, todas las poesías que contiene este libro.

    En globo, ellas presentarán al lector como el horizonte lejano de nuestros hechos y sus diversas peripecias; el cual irá perdiéndose de nuestra vista cuando más vamos entrando en la actualidad, donde el cuadro de la realidad principia a hacer desaparecer el aparente límite que a lo lejos diseña aquel ficticio horizonte.

    Sin haber podido formar conciencia del mérito real y positivo de mis producciones, lejos de haber tenido en vista antes de ahora poner en un solo cuerpo las que contiene este libro, he temido por el contrario el exponerlas como en un cuadro sobre el cual el público pudiere juzgar de ellas, fuera de la escena en que me fueron inspiradas; circunstancia que tanto contribuye a realzar el mérito de toda producción literaria.

    Pero personas más competentes que yo para juzgar de trabajos de esta naturaleza, ya sea movidas por un espíritu de patriotismo, amistad, o simpatía por los principios que he vertido en mis escritos, han conseguido al fin lanzarme el campo de la publicidad. Ellas me han impulsado a ofrecer a mis compatriotas una colección completa de mis trabajos, y no obstante que agradezco el generoso sentimiento que les induce a aconsejármelo así, debo sin embargo hacer caer sobre ellas ya sea el aplauso o el sarcasmo con que fueren recibidos mis trabajos, pues a no ser por sus insinuaciones no me habría expuesto a hacerme acreedor a una u otra cosa; desde que tampoco habría llegado el caso de ofrecer la colección que hoy sale a luz.

    HILARIO ASCASUBI.



    Jacinto Amores, gaucho oriental, haciéndole a su paisano Simón Peñalva, en la costa del Queguay, una completa relación de las fiestas cívicas, que para celebrar el aniversario de la jura de la Constitución oriental, se hicieron en Montevideo en el mes de julio de 1833


    JACINTO llegando a casa de su aparcero Peñalva antes del mediodía

    JACINTO: ¡Aquí está Jacinto Amores!
    Vengo, paisano Simón,
    a ganarle un vale cuatro,
    y al grito rayarseló.


    SIMÓN: Pues, amigo, si tal piensa,
    fieramente se engañó.

    JACINTO: ¡Qué me he de engañar, nunquita!

    SIMÓN: Se engaña, y creameló,
    que en la redondez del mundo
    hasta ahora no alumbra el sol
    a gaucho alguno que pueda
    alzarme al truco la voz.

    JACINTO: ¡Barbaridá! Y ¿cómo está?

    SIMÓN: Alentao, gracias a Dios.
    Y usté ¿diaónde diablos sale
    en ese pingo flanchón?

    JACINTO: De la ciudá caigo, amigo,
    rabiando, y con su perdón
    voy a soltar a este bruto,
    que desde que lo parió
    su madre la yegua...

    SIMÓN: ¡Ahijuna!
    La madre del redomón,
    si le parece, y...

    JACINTO: De juro.
    (¡Qué viejo tan cociador!)
    Pues, como le iba diciendo,
    nunca en la vida se vio
    de este bruto una obra buena.
    ¡Ah, maula!


    SIMÓN: Pues largueló,
    que de flautas de esa laya
    dos tropillas tengo yo;
    por supuesto, a su mandao.

    JACINTO: Eso sí, siempre pintor.

    SIMÓN: Como guste; desensille,
    y vamos para el fogón,
    pues le conozco en la cara
    que viene algo secarrón;
    y allí, mientras toma un verde,
    me contará por favor
    si ha visto esas funcionazas
    de nuestra Custitución,
    de las cuales en el pago
    no hay gaucho que dé razón.
    Así, merecer deseo
    de su boca un pormenor.

    JACINTO: Me parece razonable,
    amigo, su pretensión;
    así, voy a complacerlo,
    aunque vengo calentón
    por causa de que el caballo
    también cuasi me tapó,
    allí al cair a la cañada,
    aonde tan fiero rodó
    que, si no le abro las piernas
    en su lindo, hecho mojón
    entre el barrial de cabeza
    me planta, o me hace colchón.

    SIMÓN: No me venga con preludios,
    pues ya sé que es parador.

    JACINTO: A veces, pero no en todas;
    por fin, eso ya pasó.
    Y volviendo a su deseo,
    en cuanto a conversación
    traigo más cuento que infierno
    y podré darle razón,
    como guste, en lo tocante
    al todo de la función.

    SIMÓN: ¡Cosa linda!, sientesé;
    velay mate, apureló,
    y empiece, que estoy ganoso
    de escucharlo.
    JACINTO: Pues, señor,
    partiendo de una alvertencia,
    desde el día veintidós,
    ya rumbeando a las funciones,
    fui a golpiarme al Canelón,
    adonde jugando al truco
    con el ñato Salvador,
    me pasé todo ese día;
    y el liendre con su intención,
    sintiéndome algunos riales,
    y sabiendo mi afición
    a echar un trago, a la fija
    esa noche me apedó,
    y orejiando la pasamos;
    y la jugada siguió
    hasta el veintitrés de tarde,
    que del todo me peló,
    y largándome el barato
    a la ciudá se largó.
    Yo, después de churrasquiar,
    apenas escureció,
    ensillé el ruano y salí
    al trote hasta el Peñarol,
    adonde desensillé
    en la chacra de Almirón;
    y de allí, a la madrugada,
    cuanto el lucero apuntó,
    cogí despacio, y después
    que asiguré un cimarrón,
    rumbié al galope a la Aguada,
    aonde llegué a la sazón
    en que la primer orilla
    iba descubriendo el sol.
    ¡Barajo!... ¡Pero, qué helada,
    la que se me levantó
    en esa cruzada! ¡Ah, Cristo!
    Por poco me endureció,
    con todo que para el frío
    presumo de aguantador;
    pero, esa mañana... ¡eh, pucha!
    las narices, crealó,
    me gotiaban, y entumido
    me apié en lo de un Español,
    pulpero de mucho agrado;
    y luego que alabé a Dios,
    le pedí un vaso de anís,
    que para entrar en calor
    es bebida soberana;
    y apenas me lo alcanzó,
    al pegarle el primer beso,
    de atrás sentí... ¡Bro... co... tón!
    el trueno de un cañonazo
    que a la casa estremeció.
    Y al crujido de los frascos,
    los vasos y el mostrador,
    por supuesto, mi rocín
    de la sentada que dio
    hizo cimbrar el palenque,
    y en seguida reventó
    el cabresto, al mesmo tiempo
    que el cojinillo voló
    y en medio de las orejas
    al pingo se le enredó;
    de manera que espantao
    y echando diablos salió
    campo afuera hasta el Cerrito,
    en donde me le prendió
    las boliadoras un criollo
    que allí se le atravesó.

    SIMÓN: Vaya un mozo comedido!

    JACINTO: Cabalmente, se portó.
    Y como le iba diciendo,
    tras del trueno del cañón
    un repique general
    por todo el pueblo sonó,
    y al mesmo tiempo soltaron
    en el Cerro un banderón
    de la Patria azul y blanco,
    y en la esquina con el Sol.
    De ahí siguieron menudiando
    las campanas y el cañón,
    y de tal modo, aparcero,
    se me ensanchó el corazón,
    que doblé el codo y de un trago
    sequé el vaso, crealó;
    y luego un ¡Viva la patria!
    le atraqué por conclusión.

    SIMÓN: En su vida, amigo Amores,
    no ha hecho usté cosa mejor;
    y en un caso semejante
    lo mesmo hubiera hecho yo
    y cualquier criollo patriota.
    Prosiga.


    JACINTO: Pues, sí, señor.
    Luego que el vaso apuré
    y el cuerpo me entró en calor,
    enderecé al bullarengo
    cantando muy alegrón;
    y al embocarme en la calle
    que le llaman del Portón,
    la vide de punta a punta
    que parecía una flor,
    adornada con banderas
    de toda laya y color:
    las unas de Buenos Aires,
    las otras de la Nación;
    pero, eso sí, acollaradas,
    como quien dice: en unión;
    después las de Ingalaterra,
    las de Uropa y qué sé yo...
    Era puro banderaje
    de lo lindo lo mejor.
    Así, medio embelesao
    con tantísimo primor,
    fui a torcer por una esquina,
    cuando en esto el redomón
    de una yunta de mujeres
    se hizo poncho y se tendió
    al ver que una en la cabeza
    traiba un escarmenador
    que era capaz de espantar
    al famoso Napolión.
    ¡La pu... rísima en el queso!
    ¡si aquello daba temor!
    Era más grande que un cuero
    la peineta, sí, señor;
    de manera que el caballo
    tan de veras se asustó
    que fue preciso atracarle
    las espuelas con rigor.
    Al sentir las nazarenas,
    tiritando atropelló
    en derechura a las hembras,
    y una de ellas se enojó
    tantísimo y tan de veras,
    que la gente se juntó,
    al comenzarme a gritar:
    «¡Ah, camilucho ladrón,
    que te hago pelar la cola
    si ruempo mi peinetón!
    ¡Jesús, mis ochenta pesos!
    Favorézcanme por Dios;
    vayan a la Polecía
    y tráiganme un celador;
    o que venga el comisario
    y amarre a este saltiador,
    gaucho, atrevido, borracho...».
    Y la hembra se calentó
    a decirme desvergüenzas,
    que a no ser por la afición
    que le tengo y le tendré
    siempre al ganado rabón,
    me dejo cair y allí mesmo
    la castigo, o qué sé yo.

    SIMÓN: Pues, amigo, en no hacer caso
    no hay duda que la acertó,
    porque las hembras puebleras
    en cuanto se enojan son
    como víboras toditas;
    y en teniendo un camisón
    de tafetán o lanilla,
    ya tienen la presunción
    de unas virreinas, y así
    se largan de sol a sol
    con el corpiño ajustao
    y llenas de agua de olor,
    sin camisa algunas veces,
    pero con su peinetón;
    pues como es prenda de moda,
    ahí largan todo el valor;
    lo mesmo que en el ponerse
    en cada hombro un pelotón
    como panza de novillo.
    ¡La gran punta! ¡qué invención!
    ¿No la ha visto?

    JACINTO: Quitesé;
    de eso también procedió
    que el animal se espantase,
    de suerte que me obligó
    a volverme para atrás;
    fortuna a que en el portón
    vive un mozo portugués
    en un medio corralón,
    adonde me resolví
    a dejar mi redomón.

    Luego a pie me fui a la esquina,
    y al sentirme delgadón
    compré pan y gutifarras
    y un rial de vino carlón;
    atrás me chupé otro rial,
    después me soplé otros dos;
    y en seguida a la guitarra
    me le afirmé tan de humor,
    que ni el mesmo Santos Vega,
    que esté gozando de Dios,
    se hubiera tirao conmigo;
    porque estaba de cantor
    con la mamada, paisano,
    lo mesmo que un ruiseñor.

    En esto, a la doce en punto,
    otra vuelta... ¡Bro... co... tón!,
    dianas y repicoteos
    por toda la población:
    cosa que me hizo acordar
    de cuando en Ituzaingó
    nos tiramos cuatro al pecho...
    ¿Se acuerda, amigo Simón?

    SIMÓN: Glorias como esa, paisano,
    nunca Peñalva olvidó;
    pues ya sabe que este brazo
    allí también se blandió.
    Bien que los gauchos patriotas
    peliamos por afición;
    y en cuanto se arma una guerra,
    sin más averiguación.
    de si es rigular o injusta,
    nos prendemos el latón,
    y dejando las familias
    a la clemencia de Dios,
    andamos años enteros
    encima del mancarrón,
    cuasi siempre unos con otros
    matándonos al botón.
    Así de la paisanada
    los puebleros con razón
    suelen reírse, porque saben
    que los gauchos siempre son
    los pavos que en las custiones
    quedan con la panza al sol;
    y el que por fortuna escapa
    de cair en el pericón,
    después de sacrificarse
    saca un pan como una flor,
    cuando tiene por desgracia
    que arrimarse a un figurón
    de los que al fin se asiguran
    del mando y del borbollón.
    Y si no, vaya por gusto
    en cualesquier aflición
    o atraso que le suceda,
    y procure la ocasión
    de alegarle a un gobernante,
    a quien usté lo sirvió
    con su persona y sus bienes
    hasta que se acomodó;
    vaya y pídale un alivio...
    ¿Y qué le daban?, ¡pues no!
    Ni bien llega usté al umbral,
    le sale algún adulón
    atajándole la entrada
    y haciendo ponderación
    de que se halla vuecelencia
    muy lleno de ocupación,
    porque le está dando taba
    algún ricacho, o dotor,
    o la señora fulana,
    o el menistro, o qué sé yo
    todas las dificultades
    que pone con la intención
    de cerrarle la tranquera
    a cualesquier pobretón;
    y si usté ve que lo engañan,
    y se mete a rezongón,
    le largan cuatro bravatas
    y lo echan de un repunjón
    cuando menos, que otras veces
    le acuden con un bastón
    a medirle las costillas
    sin más consideración.
    ¿No es así?... Pero por fin,
    mudemos conversación;
    platique de las funciones.
    Velay otro cimarrón.

    JACINTO: ¿Qué dice de las costillas?
    ¡Barajo!, amigo Simón,
    a mí nadies me aporrea
    ni me ronca sin razón.
    ¡Qué!, ¿así no más se dan palos?
    ¡La pu... nta del maniador!,
    pues estábamos lucidos
    después de tanto arrejón
    y trabajos por ser libres.
    No, amigo, eso sí que no.
    Yo, aunque soy un pobre gaucho,
    me creo igual al mejor,
    porque la ley de la Patria,
    como las leyes de Dios,
    no establece distinciones
    de ninguna condición
    entre el que usa chiripá
    o el que gasta casacón.
    Todos los hombres iguales
    ante la justicia son,
    la cual tan sólo distingue
    y le da su proteción
    al hombre más bien portao;
    y sobre ese punto yo
    presumo como el que más,
    y es tanta mi presunción
    que me creo en cualquier parte
    del todo merecedor.
    Siendo así, no puedo, amigo,
    sufrirle a ningún pintor.

    Cabalito. Con que así,
    mudando conversación,
    seguiré mi cuento aquel:

    Me había puesto alegrón,
    y al sentir los cañonazos
    me tiré del mostrador,
    y echando mano a sacar
    plata de mi tirador,
    me encontré sin un cuartillo.
    ¡Voto al diablo!, dije yo;
    a la cuenta en el galope
    la mosca se me perdió.

    Entonces quise al pulpero
    darle una sastifación,
    dejándole el poncho en prenda;
    pero el hombre no entendió
    de disculpas, al contrario,
    como un tigre se enojó,
    y para echarme a la calle
    me dio tal arrepunjón
    que me hizo sentar de culo.
    ¡Ahijuna!, le grité yo,
    y en cuanto me enderecé
    sin más consideración
    le sacudí un guitarrazo,
    y en ancas con el farol
    adonde estaba el candil;
    pero el pulpero sacó
    el cuerpo, haciéndose gato,
    y no sé diaónde agarró
    un espadín, con el cual
    como un toro me embistió.

    Pero, amigo, es como robo
    peliar con un chapetón
    y a cuchillo, hágase cargo;
    ni medio a buenas llegó,
    con todo que sobre el lazo
    se me vino, y me tiró
    tres viajes, que en el tercero
    cuasi, cuasi me aujerió;
    por suerte le metí el poncho,
    y cuando él menos pensó
    le hice una media cabriola,
    ¡y apenas se descuidó
    le crucé los dos cachetes
    con un tajo de mi flor!

    Por supuesto, el maula viejo
    al coloriar aflojó,
    y le cacé el espadín
    que asustao me lo soltó;
    entonces salí a la calle,
    y atrás de mí se largó
    el pulpero, dando gritos,
    de manera de que yo,
    temiendo a la Polecía,
    me le senté a un mancarrón
    que estaba frente a una puerta
    con apero de dotor;
    y de allí como balazo
    me fui a golpiar al Cordón,
    adonde solté el rocín,
    y se me proporcionó
    el venderle las cangallas
    a otro pulpero Nación,
    que por la silla y la espada
    siete pesos me aflojó.

    Agarré el mono y a pie
    caí por el otro portón,
    y haciéndome zonzo entré
    hasta la Plaza mayor.

    ¡Ah, cosa! ¡Bien haiga Cristo!
    Viese, aparcero Simón;
    eso era una maravilla
    de cortinas de color,
    pilares, arcos, banderas,
    de la plaza al rededor;
    y allá en el medio una torre
    de muy lucida armazón
    que nombraban la Pirami,
    aonde estaba un figurón
    arriba con la bandera
    de nuestra Custitución.

    Luego, esa misma Pirami
    tenía abajo al redor
    letreros y versería,
    y un mozo que se arrimó
    anduvo dándole güeltas,
    y uno por uno leyó
    el cómo, el cuándo, y el pago
    aonde la patria triunfó.

    Luego la farolería,
    amigo, daba calor;
    era cosa de asombrarse,
    ver tantísimo farol.

    ¿Y la soldadesca? ¡Ah, cosa!
    Encantao estaba yo
    viéndola tan currataca
    luciendo en la formación,
    cuando la musiquería
    redepente resonó,
    al tiempo que de la iglesia
    el gobierno despuntó
    con toda la oficialada
    saliendo de la función.
    ¡Qué uniformes galoniaos!,
    ¡qué penachos de color!,
    ¡qué corbos y qué murriones
    relumbrantes como el sol!

    Luego con los melitares
    entreverada salió
    una manada de escuros,
    vestida de casacón
    y fachas de teruteros;
    porque traiban el calzón
    no más que hasta la rodilla;
    de ahí, espadín y bastón,
    y zapatos con hebillas,
    y un gran sombrero flauchón...
    vestimenta singular
    que usa todo ese montón
    de alcaldes y escrebenistas,
    y dotores, como son
    todos por lo rigular:
    gente, amigo, superior
    para armarle una tramoya
    y chuparle el corazón
    al diablo, si se le antoja
    el meterse a pleitiador.

    Al fin, se largó el hembraje
    en la última división.
    ¡Ah, mozas de cuerpo lindo!,
    ¡si eso daba comezón!
    Salió una muchacha rubia
    así como de su altor,
    con un vestido celeste
    y su triángulo punzón,
    y una cara como un cielo.
    ¡Ah, hembra linda!, ¡crealó!
    Y tan pintora, eso sí;
    toda se zangolotió
    al bajar las escaleras,
    de suerte que se enredó
    en las polleras tan fiero
    que medio trastabilló.

    Entonces un cajetilla
    que estaba allí de mirón,
    y tendría con la moza
    conocencia, o qué sé yo,
    cuanto la vido ladiarse,
    cuanto se le acollaró
    por la cintura y salieron
    requebrándose los dos.
    ¿Qué le parece?

    SIMÓN: ¡Divino!
    Me gusta, amigo, ¡pues no!,
    ya sabe que me deleita
    oír platicar del amor...
    Pero, entre tanto, dispense,
    y alcánceme ese asador,
    voy a prenderle un matambre;
    y prosiga por favor,
    que recién me va gustando
    el cuento.

    JACINTO: Pues, sí, señor;
    cuando todos se raliaron
    yo también me iba a largar,
    y me topé redepente
    con el amigo Olimar,
    tan apedao que a gatitas
    se podía enderezar.
    Al verlo tan chamuscao
    le quise allí gambetiar,
    pero me pilló tan cerca,
    que no me pude escapar
    de que me pegara el grito:
    -¡Amigo!, ¿cómo le va?
    -Muy lindamente... Y lueguito
    se me pegó al costillar,
    con un porrón de giniebra,
    y me comenzó a informar
    de las rifas que vendían,
    mostrándome un chiripá
    que con dos riales y medio
    acababa de sacar.

    Al ver esa prenda linda
    se me antojó el arresjar,
    y al punto de resolverme
    echamos a caminar,
    llegando hasta una ventana,
    aonde primero a jugar
    entré a la gata parida
    para poderme atracar,
    porque el gentío que había
    era con temeridá.

    Allí adentro estaba un mozo
    de facha muy rigular,
    haciendo la mazamorra
    con cartuchitos no más;
    y al verlo tan trajinista
    me hizo medio desconfiar;
    pero, como en todo soy
    incapaz de recular,
    largué mis dos petacones,
    y luego salí a pelar
    papeles en la vedera,
    sin conseguir acertar
    en alguno con letrero,
    que era el modo de ganar.

    Como soy medio suertudo
    de nuevo volví a largar
    otro petacón y medio;
    pero, ¡qué Cristo!, al pelar
    saqué puro blanco y blanco...
    ¡Mire qué infelicidá!

    Dándome por trajinao
    cuasi empecé a renegar,
    y por no perderlo todo
    rejunté para pitar
    todos estos papelitos.
    ¡Mire si es barbaridá,
    vender a medio cada uno!
    ¡Vaya un modo de robar!

    SIMÓN: Pero, amigo, ¿quién lo mete
    en juegos de la ciudá?
    ¿No sabe que los puebleros
    son capaces de embrollar
    al gaucho más orgulloso?
    Valiente no maliciar.
    Velay, pite, y otro día
    no se deje trajinar.
    Con que, prosiga adelante.

    JACINTO: Por fin, me iba a retirar
    después de la peladura,
    cuando empezaron a entrar
    las yuntas de danzarines,
    que venían a bailar
    sobre un tablao que sería
    del tamaño del corral.

    Primero entraron a pie
    dos pandillas, luego atrás
    entraron los de a caballo,
    y en el istante a volar
    principió la cuhetería,
    culebriando hasta trepar
    allá por los infiernillos;
    y de arriba... ¡tra... ca... tra!,
    lo mismo que maíz en la olla
    era un puro reventar.

    Al rato los danzarines
    empezaron a marchar,
    moniando por el tablao
    y sin quererse largar.
    Así anduvieron rodiando,
    pero en cuanto entró a tocar
    la música el fandanguillo,
    se agacharon a bailar
    primorosísimamente.
    ¡Ah, mozos de habilidá!,
    y luego tan currutacos,
    eso era temeridá;
    porque cada danzarín
    parecía un general:
    chaqueta y calzón de raso,
    toditos por el igual;
    luego en el pecho una cosa
    a manera de pretal
    de puro galón dorao.
    De ahí, ceñidor y puñal
    y unos bonetes cacones
    con sortijas de metal;
    y otra porción de primores
    que se veían relumbrar.
    Luego unos arcos floridos,
    cosa muy particular,
    con los que hacían mudanzas
    y figuras al bailar;
    hasta que al fin se cansaron,
    y le dieron el lugar
    a otra tropilla distinta
    que luego subió a danzar;
    y si bien lo hicieron unos,
    no se quedaron atrás
    los segundos, que bailando
    se pusieron a trenzar
    unas cintas de la patria
    con toda preciosidá.

    Sujetaron un istante;
    y entonces vide trepar
    a un muchacho como un cielo,
    que principió a platicar
    a gritos con los mirones;
    y todos al escuchar
    las razones del mocito,
    en cuanto cesó de hablar
    gritaron: ¡Viva la Patria!,
    y entraron a palmotiar
    de la plaza y los tejaos
    las gentes como maizal.
    A los gritos los danzantes
    se volvieron a agachar,
    y dele guasca... otra vez;
    bailando hasta destrenzar
    las cintas completamente.

    En seguidita no más
    los que estaban a caballo
    se echaron a disparar,
    maniobrando de este lao,
    para luego irse a topar
    a fuerza de chuza y bala
    por el otro lao de allá;
    y otra vuelta a sable en mano
    se volvían a encontrar,
    y de revés se tiraban
    unos viages sin piedá:
    eso sí, todo chanciando,
    no era cosa de peliar.
    Pero, ¡ah, pingos belicosos!,
    se podía atropellar
    al diablo en cualquiera de ellos.
    Nunca he visto en la ciudá
    unos fletes más bizarros.

    Al fin se empezó a nublar
    la tarde, y un aguacero
    se principió a descolgar;
    de suerte que me largué
    en derechura al corral
    del portugués que le dije,
    quien me salió a preguntar
    aónde me había entretenido.
    ¡Ah, mozo de voluntá!
    Esa noche nos mamamos,
    y cuando no pude más,
    cojí y me acosté a dormir,
    y me vine a despertar
    al otro día a la tarde,
    que, sin comer ni matiar,
    cuanto vi el tiempo asentao,
    me fui a la plaza a golpiar,
    aonde las fiestas seguían
    con la mesma majestá,
    y estaban los de a caballo
    prontitos para jugar
    la sortija, que en un arco
    entraron a disputar
    quién la ensartaba primero;
    y echándose a disparar
    uno atrás de otro al galope
    ninguno pudo embocar.

    Pero... ¡eh, pucha!, ¡ah, mozo diablo
    uno llamao Piquimán!,
    ojo al Cristo se venía
    a fuerza de rebenquiar,
    y cuando estaba cerquita
    comenzaba a sujetar,
    y así mesmo cabuliando
    no consiguió el acertar;
    hasta que un hombre en un zaino
    rompió, y después de embocar,
    le tocaron los clarines
    y sentó el pingo ahí no más.
    Pusieron otra sortija
    y comenzaron a entrar
    otras nuevas mojigangas,
    que era para reventar
    al verles la facha, amigo;
    y después de chacotiar
    a vueltas y cogotazos
    no sé aónde fueron a dar.

    Tras de esto, las luminarias
    empezaron a alumbrar,
    y así que estuvo escurito
    mandó el alcalde quemar
    una porción de castillos
    primorosos a cual más.

    Después de eso a las comedias
    la gente empezó a rumbiar,
    y yo atrás del bullarengo
    también entré a cabrestiar
    voluntario, de manera
    que cuando quise acordar
    estuve entre las comedias,
    aonde tuve que aflojar
    en la puerta cuatro riales,
    que tengo que lamentar
    mientras viva en este mundo;
    porque, después de pagar
    para ver las comediantas,
    nada conseguí el mirar,
    y allí entre unos callejones
    cuasi me hacen reventar
    a encontrones; y así anduve
    dando güeltas sin cesar,
    hasta que en ese trajín
    me empezaron a sonar
    las tripas como organito:
    con que me mandé mudar,
    y en la primer pulpería
    que vi me entré a merendar
    pescao frito y vino seco,
    medio frasco o poco más;
    de suerte que me templé,
    y de allí me puse a cantar
    hasta las diez, cuando el hombre
    me dijo que iba a cerrar
    la pulpería; y de allí
    sin saber aónde rumbiar
    salí en pedo, y... ¡vea el diablo!,
    en cuanto salí no más,
    pasó frente a mí una moza
    y se empezó a zarandiar,
    como diciéndome: envido,
    de suerte que al costillar
    me le pegué y al instante
    la comencé a requebrar,
    y, como que me rascaba,
    la mosca le hice sonar;
    pero la hembra redepente
    al ñudo echó a disparar,
    y dando güelta ahí cerquita
    se trepó sin resollar
    por una escalera arriba;
    y yo me volví a topar
    otra vez en las comedias,
    aonde iban a fandanguiar.

    Como ya había pagao,
    de nuevo quise dentrar,
    y al tiempo que me colaba
    muy orondo y muy formal,
    redepente, ¡voto al diablo!,
    un pueblero gamonal
    me sujetó del cogote
    y me pegó el grito: -¡Atrás!
    Ahora no se entra de poncho.
    Salga, no sea animal.
    -Paisano, le contesté,
    usté puede dispensar,
    que siendo yo mozo pobre
    no me puedo presentar
    de casaca como usté,
    que algún platudo será
    por lo guapo y vanidoso;
    y si es de menospreciar
    este poncho para usté,
    patrón, me voy a largar,
    permitiéndome tan sólo
    decirle con claridá,
    que entre un gaucho y un pueblero
    no encuentro disigualdá,
    cuando el primero es honrao
    y se sabe comportar.

    En esto un don Chutipea
    vestido de militar,
    agradao de mis razones,
    de la mano me hizo entrar,
    así no más, emponchao...
    ¡Vaya un hombre liberal!

    Luego adentro, por sopuesto
    me traté de acomodar
    sentao como vide a muchos,
    y como al lao de enlazar
    viché un cajón boca arriba,
    de dos varas poco más,
    con muchas sillas adentro,
    ahí me entré a repatinguiar
    sobre la más bien dorada;
    y vi una temeridá
    de puebleros que a la sala
    principiaron a dentrar
    con unas mozas, amigo,
    lindas como una deidá.

    A poco rato salieron
    dos madamas a bailar,
    de unas cinturas, ¡ah, Cristo!,
    si no hay cómo comparar
    la finura, porque a un soplo
    se les podía quebrar.
    Cada una con su cortejo
    hizo yunta, y a la par,
    haciéndose cortesías,
    entraron a recular,
    y cuanto hacía la dama
    lo mesmo hacía el galán.

    De ahí bailaron otras cosas
    que yo no puedo explicar;
    pero lo que me gustó
    fue, amigo, que al rematar
    se armó un cielito con bolsa,
    y ya se largó a cantar
    sin guitarra un mozo amargo
    de aquellos de la ciudá.
    ¡Bien haiga el criollo ladino,
    cómo se supo quejar!
    Al fin se hizo un entrevero
    algo más de rigular;
    y yo al ver la cosa en punto
    me iba ya a desemponchar;
    pero, apurándome el sueño,
    comencé luego a vichar
    aónde poderme tender
    para medio dormitar;
    y tantiando en un rincón,
    (mire qué casualidá),
    trompecé en una limeta
    tapada con alquitrán;
    luego le rompí el pescuezo
    y le empecé a menudiar,
    sin saber qué diablos era,
    que se colaba no más
    como dulce de aguardiente;
    pero con la suavidá
    tomé un pedo tan tremendo,
    que me tuve que anidar
    debajo de una escalera,
    aonde comencé a roncar
    sin saber más del fandango,
    porque volví a dispertar
    al otro día a la tarde
    revolcao como animal;
    y así me largué a la plaza...
    Y al momento de llegar,
    de nuevo los bailarines
    empezaron a bajar;
    y otro vez la cuhetería
    y música sin cesar:
    gentío que no cabía,
    banderas cada vez más,
    rompecabezas, tucañas,
    y muchachos a montar
    en caballitos de palo,
    que hacían remoliniar
    al lao de unos cochecitos,
    cosa muy particular.
    ¿Y las mozas, aparcero?
    ¡Jesucristo!, ¡qué beldá!,
    se cruzaban en tropillas
    de a diez, de a doce y de a más;
    mojigangas como hormigas,
    soldados como trigal;
    Naciones como mosquitos,
    y en un puro lengüetiar;
    cajetillas, por supuesto,
    muchos, ¡con temeridá!,
    eso sí, currutacones
    todos ellos a cual más.

    Finalmente, a la oración
    se principió a iluminar
    toda la farolería
    en la plaza y la ciudá;
    y prendieron los castillos...
    y acabados de quemar,
    las gentes a las comedias
    se volvieron a largar.

    Al ratito yo también
    cansao me mandé mudar,
    porque estaba tan rendido
    que a gatas podía andar;
    de suerte que a un bodegón
    fui y me puse a merendar;
    y a las ánimas en punto
    fatigao me vine a echar.
    Dormí en lo del portugués,
    y en cuanto quiso aclarar
    me levanté, calenté agua,
    me senté a cimarrionar;
    de ahí pagué lo que debía,
    después me puse a ensillar;
    monté y me largué a mi pago,
    adonde espero llegar,
    si el Señor quiere y la Virgen,
    con toda felicidá.

    Velay todo lo que he visto;
    no tengo más que contar.

    SIMÓN: Dichoso de usté, aparcero,
    que ha sabido disfrutar
    funciones tan soberanas.
    ¡Viva el Gobierno oriental!...
    Y el año que viene, amigo,
    si Dios nos deja llegar,
    y yo tengo cuatro pesos
    para poderlos gastar,
    desde ahora ya le suplico
    que me venga a acompañar
    para que nos vamos juntos
    a la función a gauchar.

    Después que el viejo Peñalva
    acabó de platicar,
    Jacinto ensilló un obero
    y Simón un alazán;
    se echaron un trago al pecho
    y salieron a la par:
    el uno cortó a su pago,
    y el otro se fue a campiar.

    El Truquiflor
    Remitido de un soldado oriental del ejército del general don Fructuoso Rivera, para el número cuatro del periódico titulado El Gaucho en Campaña, el cual se publicaba en Montevideo en el año de 1839

    Campamento en marcha a 25 de otubre de 1839.

    Amigo relator de la Gaceta del Gaucho:

    Ya que va a soltar su número 4, lárguelo a la fija, patroncito, como nosotros, velay ahora se lo hemos atracao a los Rocines de Echagüe ayer 24 en las puntas del arroyo de Mendoza; y nos han reculao fieramente, porque no es fácil resistir a un ¡vale cuatro!, el cual le ataja la orina al diablo.- Y si no, vea lo que ha sucedido entre nosotros y los invasores de Juan Manuel el porteñazo.

    Pues, señor, oído a la cosa
    dende que los entrerrianos
    se vinieron a esta banda
    con las miras de atrasarnos,
    viene a ser casi lo mesmo
    que si vinieran jugando
    al truquiflor con nosotros
    un partido interesado,
    en el cual los orientales
    como por PRENDAS jugamos
    la libertá y la fama;
    y aquellos, por el contrario,
    arrejan la esclavitú
    y el sostén de esos tiranos
    Rosas, Echagua y Urquiza,
    que los están gobernando
    pior que como en Portugal
    se gobiernan los esclavos.

    En fin, dende el Uruguay
    nos vinimos barajando,
    y la jugada empezó
    del Uruguay a este lao.

    Nos traiban una empalmada,
    y nosotros descuidaos
    cortábamos ande quiera,
    y así nos fueron tantiando
    creyendo ponerse en güenas
    hasta que dende el Durazno
    les conocimos el juego;
    de suerte que comenzamos
    a quererles a la fija,
    pues para eso asiguramos
    en todas manos el DOS.
    ¡Don FRUTOS!, ¡háganse cargo,
    si flor que tiene ese triunfo
    puede retrucarla el diablo!

    Por fin así nos vinimos
    nosotros siempre falsiando
    con un punto cualquierita,
    hasta que los igualamos,
    y acá por Santa Lucía
    ya nos pusimos a tantos.
    En esta disposición,
    de los dos lados cuajamos
    una flor rigularita,
    y ellos cuanto la orejiaron
    al instante un contraflor
    vanidosos nos echaron.

    Haciéndonos los petizos
    nosotros nos achicamos,
    para dejarlos venir
    y en el truco revolcarlos,
    que es donde luce el poder.
    Por supuesto, nos jugaron
    carta grande en la primera;
    pero ahí no más la empardamos
    cantándoles ¡flor y truco!
    con todo el DOS, por si acaso...
    ¡Retruco!... nos respondieron
    queriendo largar el guacho.
    ¡Oigale a los embusteros!,
    les dijimos... ¡VALE CUATRO!,
    a que no aguantan maulones...
    y medio les amostramos
    la carta por la orillita.

    ¡Qué aguantar!, ¡ni por los diablos!
    Se jueron a la baraja
    al ver el DOS coloriando,
    y han ido a dar al infierno;
    y se hallan tan atrasados
    que ahora... ¿cuándo nos alcanzan,
    si sólo nos falta un tanto?,
    y ese en el primer envite
    fijamente lo ganamos.

    Con que así el amigo Echagüe
    ya se puede ir refalando
    el poncho, si es medio güeno;
    porque no hay duda, paisanos,
    los vamos a revolcar,
    de balde está valaquiando
    ese Rosas... ¡Ah, malhaya,
    si viniera!... pero, cuando
    arreja, ¡si es tan vilote!
    aunque hemos de ir a buscarlo
    hasta allá por Güenos Aires,
    y hemos de darle trabajo
    a ese gaucho quebrallón.
    ¡Sí, maula!, ¿qué te has pensado,
    que hemos de perder las vacas
    y cuanto nos han robado
    esa punta de ladrones,
    que aquí se nos han soplado
    burlándose de la patria?,
    ¿y que esto hemos de olvidarlo?
    ¡Pues no, mi bien!, al instante...
    ya verán en acabando
    con toda esta sabandija,
    si de coplada nos vamos
    a pasiar por las estancias
    de Rosas el afamao,
    y repasarle los pingos
    y comer güenos asaos
    con el general Rivera.

    Entonces por decontado,
    si lo topo yo algún día...
    pero, ¡no quiero asustarlo!
    ¡Ahijuna!, aunque se me escuenda,
    allá tengo que rastriarlo.
    Diálogo

    Diálogo que en la costa del arroyo de Canelones en la Banda oriental tuvieron los paisanos Norberto Flores y Ramón Guevara, el 29 de noviembre de 1839, época en que fue invadida aquella República por el ejército de Rosas al mando del general Echagüe

    GUEVARA al recibir a Norberto en el palenque

    GUEVARA: ¿Es usté, amigo Norberto?
    ¡Dichoso de quien lo ve!
    ¡Mire que se hace desiar!
    ¡Ah, hijo de la... no sé qué!

    FLORES: Yo soy, paisano Guevara:
    con salú lo guarde el cielo;
    tiempo hacía, le asiguro,
    que andaba desiando verlo.

    GUEVARA: Pues, velay, acá me tiene
    a su mandao, aparcero:
    déjese cair de una vez;
    desensille el azulejo,
    y vamos a la ramada
    a tomar un verde al fresco,
    o un churrasco, si le agrada.
    Como guste, compañero.

    FLORES: Pues, señor, vamos allá.
    Con que, ¿cómo le va yendo?

    GUEVARA: Rigularmente; ¿y a usté?

    FLORES: A mí me va medio fiero;
    pero por fin, con salú,
    que es todo cuanto aprecéo,
    hoy que me hallo en el deber
    de pelear duro y parejo
    en donde quiera. ¿Y usté,
    qué tal se siente, aparcero?

    GUEVARA: La pregunta es excusada,
    porque nunca saco el cuerpo
    para defender mi tierra,
    y en el día mucho menos,
    al ver las atrocidades
    que por ahí vienen haciendo
    los guaicuruces de Rosas,
    que nos vienen invadiendo.

    FLORES: ¿Ha visto? Esta madrugada
    me contó Perico Cielo,
    que en la Costa de Queguay,
    a lo del amigo Antero
    cargaron los guaicuruces,
    allá al rayar el lucero,
    y rodearon la tapera,
    a la cuenta presumiendo
    que fuese una estancia rica;
    y después, apenas vieron
    los mojinetes al aire,
    para el ranchito embistieron
    como baguales al agua.
    Y ya usté sabe, aparcero,
    que allí junto a la tapera
    está la casa de Antero,
    que es un rancho miserable
    que de mirarlo da sueño.

    Con todo, los guaicuruces
    se dejaron caer al suelo
    y a la puerta atropellaron
    como a la carne los perros;
    y al primer arrempujón
    ¡a las pu... ntas saltó el cuero!,
    y en seguida se colaron,
    y principió el manoteo.

    La infeliz dueña de casa,
    que tenía el buche lleno
    y ya andaba por parir,
    del julepe soltó el güevo:
    y luego en la escuridá,
    dejando la cría adentro,
    apenas en una jerga
    se envolvió y salió juyendo,
    y a fin de salvar la vida
    se azotó en un pozo ciego,
    que está allí junto a las casas,
    por fortuna cuasi lleno
    de osamentas y basuras;
    y allí fueron los lamentos
    de la infeliz ña Severa,
    al sentir que estaba ardiendo
    por todas partes el rancho.
    Pues oiga, amigo, no es cuento
    lo que voy a relatarle:

    Después de matar al viejo
    y robarse cuanto había,
    le atracaron mecha y fuego
    al rancho en las cuatro puntas:
    de conformidá que luego
    quedó la casa pareja
    con el piso del rodeo,
    y en medio de los tizones
    hecho chicharrón Antero
    y el pobre recién nacido.
    Últimamente salieron,
    y entre gritos y alaridos
    apuntaron al chiquero,
    y mataron las ovejas
    lo mismo que a los carneros,
    y al fin hasta a las gallinas
    les quebraron el pescuezo.

    Después de esas fechurías
    a media rienda rompieron;
    y luego señá Severa,
    al sentir el pago quieto,
    saliendo del pozo apenas
    y arrastrando por el suelo,
    se sentó junto al rescoldo
    y entró a llorar sin consuelo
    al ver su hijo chamuscao
    y a su marido lo mesmo;
    de suerte que la infeliz
    también allí hubiese muerto,
    si no es la casualidá
    que el mismo Perico Cielo
    llegó y la montó en las ancas
    y la trujo al campamento,
    aonde la vi antes de ayer...
    ¡delgada que daba miedo!

    GUEVARA: ¡Barbaridá! Ahí tiene, amigo,
    lo que hemos aventajado
    después de tantos afanes
    por hacer patria... ¡Barajo!,
    ¡si seremos infelices!
    Pero... ¡por Cristo, paisano!,
    usté, que es más alvertido,
    no me dirá: ¿diaónde diablos
    nos salen los guaicuruces
    y los gauchos entrerrianos
    a traernos a nuestras tierras
    esta guerra, estos estragos?

    FLORES Eso pregunteseló
    a nuestros propios paisanos,
    que es a quienes les debemos
    la situación en que estamos;
    particularmente a Oribe,
    y en seguida a cuatro diablos
    ambiciosos que pretienden
    mamar siempre del Estado,
    como si una vaca sola
    diese leche para tantos.
    Luego estas calamidades
    también proceden, paisano,
    de nuestra credulidá
    en más de cuatro bellacos
    de esos alborotadores,
    que andan siempre zizañando
    y salen a las cuchillas
    y engatusan a los gauchos
    con mentiras y promesas;
    y que luego cabrestiamos,
    porque, como no entendemos
    sino de bolas y lazos,
    cualesquiera nos engaña
    cuanto nos pasa la mano.

    GUEVARA: Cabal que sí: mesmamente,
    esa es la causa, está claro;
    pues, cuando cesó la guerra
    que en el Palmar rematamos,
    a nuestras casas en paz
    toditos nos retiramos,
    de tristes rivalidades
    completamente olvidados;
    y luego la paisanada
    volvió anhelosa al trabajo.

    En esos días, recuerdo
    que anduve en varios fandangos,
    y también en las carreras
    con una porción de blancos
    que fueron en algún tiempo,
    y con ellos muy ufano
    me divertía a mi gusto
    sin mencionar un agravio;
    y redepente al botón
    cuatro ambiciosos cruzaron
    a la otra Banda, y allá
    con Rosas se concertaron;
    y a fin que el Restaurador
    lo repusiera en el mando
    a Oribe, éste le ofreció
    servirle como un esclavo,
    y que en la Banda oriental
    sería Rosas el amo.
    Por supuesto, el gaucho aquel
    cerró el quiero y dijo: «vamos;
    que si yo le ato las bolas...
    ¡que se las desate el diablo!».
    Y en seguida les largó
    de auxilio a los presidarios,
    y a esa recua de malevos
    guaicuruces y entrerrianos,
    que vienen en la invasión
    a la obediencia o al mando
    del general Chaguané.

    FLORES: ¡Qué Yaguané, ni qué Zaino,
    si el hombre se llama Echagua,
    Santafecino mentado!...
    Que fue aguatero en su tierra,
    y por eso le ha quedao
    el nombre de Echagua.

    GUEVARA: Mesmo.
    Ese es el que viene al mando
    junto con un tal Chuquiza,
    que desde que soy cristiano
    no he oído de ese animal
    ni las mentas en mi pago.

    FLORES: Pues, amigo, esa es la gente
    a quienes nuestros paisanos,
    Oribe y los que lo siguen
    de ruines se han humillado;
    y esos son los generales
    de Rosas el afamado,
    el tigre que en Buenos Aires
    ya se tiene dijuntiados
    más de tres mil infelices;
    porque es gaucho desalmao
    y matador sin agüela.
    Así, no anda con reparos,
    y a su madre, si se ofrece,
    ¡le atraca cuatro balazos!
    Ya ve si será una dicha
    que Rosas venga a mandarnos
    a los gauchos orientales,
    y que quiera sobajearnos
    del modo y conformidá
    que suele en el Otro Lado,
    cuando está de mal humor;
    ensillar a sus paisanos,
    ponerlos en cuatro pieses,
    y así con un fuelle inflarlos:
    de ahí echarles lavativas
    de ají... para refrescarlos;
    y por última calilla
    meterles velas... ¡y el diablo!
    ¿Qué le parece el empeño?
    ¡La pu... janza, el porteñazo!

    GUEVARA: ¿Qué me parece, decía?
    Velay la contestación:
    acá está mi garavina,
    mis bolas y mi latón,
    seis paquetes por lo pronto,
    y un rosillo volador;
    y últimamente en el alma
    completa resolución
    de atracarle bala al diablo,
    sin recular: crealó;
    que si en las guerras pasadas
    por no dentrar en faición
    anduve sacando el cuerpo
    sin meterme a peliador,
    en esta lucha, ¡lo juro,
    no tener contemplación
    con ningún malevo de esos
    que vienen en la invasión!

    FLORES: Amigo, de un parecer
    nos encontramos los dos.

    GUEVARA: Dejuramente, es preciso
    forcejiar en la ocasión,
    porque peligra la patria,
    y debemos en unión
    defenderla a toda costa;
    pues morir será mejor
    encima de una cuchilla,
    que sufrir la humillación
    con que quiere someternos
    a ese tal Restaurudor.
    Y al que piense lo contrario,
    como se lo alvierta yo,
    al menos le he de prender
    la mitá del alfajor;
    y luego, aunque me afusilen,
    muero a gusto: sí, señor.

    FLORES: Me agrada; pero, entre tanto
    ya se va dentrando el sol,
    y yo debo reunirme
    esta noche a mi escuadrón.
    Si tiene algún pingo bueno,
    y demás, prestemeló:
    el mesmo que de mañana
    se lo mandaré...

    GUEVARA: Pues no!
    Velay ese malacara;
    con franqueza ensilleló,
    y dele como a prestao,
    que es caballo aguantador.
    Y, si llega por la Villa,
    quiero que me haga el favor
    de comprarme una devisa
    bordada, de lo mejor,
    con un letrero que diga:
    ¡Viva la Custitución
    y los orientales libres!
    ¡Muera Echagua el invasor!
    Guevara habló de esta suerte
    mientras Flores ensilló;
    y luego que al malacara
    de un salto se le afirmó,
    todavía allí Guevara
    al estribo le alcanzó
    una limeta con caña,
    a la cual se le durmió
    Flores, pegándole un beso;
    y luego que se templó
    gritando: ¡Viva Rivera!,
    dando güelta rebenquió,
    y enderezando al camino
    a media rienda salió,
    diciendo: ¡adiós, aparcero!

    Amigo, vaya con Dios.


    ADVERTENCIA:

    Las décimas siguientes fueron compuestas por el señor don Gerónimo Galigniana, que residía emigrado en San Salvador, pueblo de campaña en la república de la Banda oriental, cuando tuvo lugar la batalla de Cagancha.
    Al insertarla entre mis poesías, he tenido por objeto el hacer más explicativas las otras décimas que se leerán a continuación del parte de Echagüe, suponiéndose como la contestación del Restaurador de las Leyes, y cuya composición es mía.
    H. A.


    Parte de Echagüe

    Al Ilustre Conculcador de las Leyes don Juan Manuel de Rosas, sobre su victoria en Cagancha, y contestación de éste: encontradas ambas en una balija que el Restaurador del desasosiego público de Entre Ríos dejó caer, disparando de unos cornetas del ejército del general Lavalle. Contienen detalles sumamente curiosos y cosas de hacer reír y llorar.
    Paso de los Higos, enero 1.º de 1840.

    I
    ¡Ay, Juan Manuel, qué te cuento!
    nuestro ejército afamado
    mandinga se lo ha llevado
    al infierno en un momento;
    yo disparé como un viento
    al Uruguay muy arriba,
    y he llegado sin saliva,
    recién al Paso del Higo.
    Así, no extrañes, amigo,
    que tan de prisa te escriba.

    II
    Te contaré de ligero,
    pues me hallo bien afligido,
    que la batalla he perdido
    y la he perdido muy fiero.
    ¡Cómo ha de ser, compañero,
    el pleito ya se acabó!
    Rivera nos traginó
    de diciembre el veintinueve;
    y, ya que escampa y no llueve,
    escucha lo que pasó.

    III
    Sabiendo por un espía
    que estaban muy descuidados
    Rivera y sus colorados,
    juzgué la victoria mía.
    Mandé que la infantería
    sin que perdiera momentos,
    llevando todo a los tientos,
    montase al punto a caballo,
    y partiera como el rayo:
    yo iba de sangre sediento.

    IV
    Cuando dispuse atacar,
    me dijo don Juan Antonio:
    -Mi compadre es el demonio,
    no se vaya a descuidar.
    -Conmigo no ha de chancear,
    respondí muy arrogante;
    yo cargaré por delante,
    y entonces sus escuadrones,
    sus infantes y cañones
    sucumbirán al instante.

    V
    Yo, como jefe valiente,
    alegre mandé a la carga,
    cuando en esto una descarga
    nos sujetó de repente.
    Lleno de rabia y caliente,
    ataqué a la artillería,
    mas Pirán con grosería,
    perro unitario, canalla,
    nos recibió con metralla,
    que nos amoló ese día

    VI
    Lavalleja derrotó
    los bueyes y las carretas,
    equipajes y maletas,
    y cuanto pudo atrapó:
    en esto bien se portó;
    pero, en un decir Jesús,
    rompió como el avestruz,
    y salió el pobre orejeando,
    del compadre disparando
    como el diablo de la cruz.

    VII
    Mirando con poca tropa
    la izquierda del enemigo,
    pensé derrotarle, amigo,
    como tomarme una copa;
    al punto con viento en popa
    cantando los embestí;
    pero, ¡ay, infeliz de mí!,
    que Medina me topó,
    y sin piedad me sopló
    buenas jeringas de ají.

    VIII
    Con tal golpe me postré
    en un profundo desmayo,
    y como herido de un rayo
    agonizando quedé.
    Apenas me recobré,
    disparo y pierdo la espada,
    dejando las caballadas,
    armamento y equipajes,
    municiones y bagajes,
    y mi casaca bordada.

    IX
    Sufriendo todo el tormento
    de un general asustado,
    al uno y al otro lado
    miraba con ojo atento;
    mas sintiendo en el momento
    a lo lejos un tropel,
    «esto ya huele a cordel»,
    les dije a mis compañeros;
    y rompí de los primeros:
    no lo dudes, Juan Manuel.

    X
    A la voz de ¡ya te alcanzo!,
    que en mis orejas sonaba,
    veinte leguas me tragaba
    volando cual cisne o ganso.
    Quise tomar un descanso
    al verme en senda más ancha:
    pero, al pensar en Cagancha,
    me le dormí al fletecillo,
    y corrí como el potrillo
    que reconoce su cancha.

    XI
    Gauchaje más desatento
    yo no espero ver jamás;
    me gritaban: ¡Satanás!,
    sin respeto y miramiento;
    y para mayor tormento,
    soltando las tercerolas,
    casi me prenden las bolas;
    de suerte que yo no sé
    cómo por fin me escapé
    con tanto diablo a la cola.

    XII
    Por todas partes, señor,
    lo mismo que unos borrachos,
    las mujeres y muchachos,
    detrás de mí con fervor,
    entonaban con primor
    en verso bien concertado:
    ¡Viva ese Echagüe mentado,
    ese general badana,
    que vino buscando lana
    y ha salido trasquilado!

    XIII
    El amigo don Servando
    con Lavalleja y los otros
    dispararon como potros,
    sin saber cómo ni cuándo.
    Garzón se escapó arañando;
    Raña, muriendo en la acción,
    pagó su negra traición,
    y al cacique mi aparcero
    lo tomaron prisionero;
    y se acabó la función.

    XIV
    De mi Urquiza no sé yo,
    con certidumbre, ni jota:
    dicen que en una pelota
    al Uruguay se azotó;
    cuentan que ya se juntó
    con Oribe y Mascarilla,
    y que soltó su tropilla,
    pues ya no quiere, ni espera,
    que los niños de Rivera
    le soplen otra calilla.

    XV
    Tú bien puedes, Juan Manuel,
    la tristeza divertir,
    haciendo luego emitir
    diez millones de papel,
    y sentado en un dosel
    diciendo con gravedad:
    «Antes que la libertad
    borre del pueblo las penas,
    horca, fusil y cadenas
    sostendrán mi autoridad».

    XVI
    Lo peor de todo será
    que pasando al otro lado,
    me salga medio enojado
    el vencedor del Yeruá;
    yo no sé como me irá,
    pues si Lavalle me pilla
    me cuelga como morcilla,
    o me deja con su espada
    en la primera topada
    sesteando en una cuchilla.

    XVII
    Ya me voy al Occidente,
    no quiero Banda oriental;
    y, si quieres que Pascual
    vuelva a pelear esta gente,
    me has de mandar prontamente
    dos o tres mil escuadrones,
    mil y tantos batallones,
    diez carretas de dinero,
    catorce mil artilleros
    con novecientos cañones.

    XVIII
    Adiós, bravo general,
    adiós, gran Restaurador,
    ya me someto al rigor
    de mi destino fatal;
    y si a la Banda oriental
    piensas hacerme volver,
    con tiempo te hago saber
    que aquí los niños chiquitos
    han sacado un refrancito:
    «aflígete, que has de oler».


    ¡Viva la Federación!




    Buenos Aires, enero 20 de 1840.

    Año 1.° de los salvajes unitarios, que se me vienen encima, a causa del borrico unitario Pascual Echagüe, vendido al oro inmundo de los asquerosos, aunque perfumados, franceses, etc.

    El Ilustre Restaurador, en su lenguaje, tal cual se lo permiten sus doloridas circunstancias, contesta al otro Restaurador sin lustre.

    I
    ¡No te lo dije, Pascual,
    que la cosa no iba holgada,
    porque es maldita gauchada
    la de la Banda oriental!
    ¿Has visto?... ¡Como a Bagual
    te han corrido!... ¡Pucha, digo!,
    que se me ha entrao el umbligo
    del suspiro que he pegao,
    al ver el salto que has dao
    de CAGANCHA al Paso de Higo.

    II
    Bien me decia Batata:
    -Mire, señor, que a Pascual,
    si don Frutos le echa un pial,
    le ha de quebrar las dos patas;
    de balde va con bravatas.
    Créame, por su difunta;
    se va a guasquiar en la punta,
    sin aguardar que RIVERA
    lo recueste a la manguera
    y le haga alguna pregunta.

    III
    ¿Con que creíste que Rivera
    se estaba chupando el dedo,
    porque un Tape vino en pedo
    a decirte una zonzera?
    ¡Mirá qué NENE!, ¡friolera
    ha sido el arrempujón!
    El diablo es que en la función
    yo también caigo de pavo,
    pues se me ha encogido el rabo
    lo mesmo que chicharrón.

    IV
    Porque al tiempo de atacar
    te dijo don Juan Antonio:
    «Mi compadre es el demonio
    no vaya a facilitar»,
    echastes a disparar
    para Entre Ríos que es pior.
    ¡Cuidao, che, Restaurador!
    Mirá que HORNOS es travieso,
    no se te vaya el pescuezo
    y te atraque el alfajor.


    V
    No niego que sos valiente;
    pero lo malo es aquello,
    que se te ataja el resuello,
    y te empacas de repente.
    Ya se ve, teniendo al frente
    tantísima artillería,
    yo también emplumaría,
    no digo de los cañones,
    el chaschás de los latones...
    ¡quién sabe si aguantaría!

    VI
    Hay hombres a la verdad
    que no les entra razón,
    ciegos de una presunción
    que toca en barbaridad
    tal es la tenacidad
    del compadre de Rivera;
    si siempre que arma carrera
    se la ganan sin rebenque,
    a que es volver al palenque
    ni pasar por la tranquera.

    VII
    ¿Con que te salió a topar,
    y le juistes a Medina?,
    ¡qué vileza tan cochina,
    no se puede soportar!
    ¡Qué!, ¿no pudistes aguantar
    siquiera entre las carretas,
    haciendo algunas gambetas,
    y no disparar tan fiero,
    dejándole hasta el sombrero,
    la baraja y las maletas?

    VIII
    Los de Rivera ese día,
    por supuesto, se han avíao
    porque hasta el pobre Palao
    largó la chafalonía;
    me hago cargo que sería
    la cosa muy ensilgada,
    pues perdistes la entorchada,
    el corbo, el poncho y la jerga;
    pero colgate una verga,
    y te servirá de espada.

    IX
    Sufriendo un duro tormento
    estoy yo aquí en un rincón,
    por confiar en un collón
    como tú, que es lo que siento.
    ¡Vaya que está lindo el cuento!
    ¿Con que echaste a disparar?
    ¡Qué más se puede esperar
    de un general de tu laya!
    Todo lo creo, cangalla;
    ¡qué diablos he de dudar!

    X
    Si te hubiera repuntao
    algún muchacho oriental,
    creo que un medio bozal
    por maula te hubiera echao.
    ¿Pero quién?, si me han contao
    que de atrás, lo que olfatiaste,
    ahí no más te acomodaste,
    y estabas... rompo, o no rompo;
    y que al flete, como un trompo,
    diste vuelta, y te agachaste.

    XI
    Los que sentías gritar
    eran unos alarifes,
    que iban atrás de tus chifles
    por hacértelos largar.
    ¡Ah, Cristo!, ¡qué no topar,
    entre toda esa gauchada,
    uno que en la disparada
    te prendiera bien las bolas,
    y te hiciera hacer cabriolas
    con la casaca bordada!

    XII
    Ya sé que en la dispersión
    salieron de las cocinas
    los muchachos y las chinas,
    ofreciéndote jabón;
    pero, ve si es juguetón
    Núñez que te ha traginao;
    porque me han asigurao
    que las chinas te soltó,
    y con ellas te corrió
    sin precisar ni un soldao.

    XIII
    ¡Qué me importa de Servando
    ni de naides de los otros,
    cuando aquí estamos nosotros
    con el julepe mosquiando!
    Yo el primero me ando, me ando,
    y a pesar que soy arisco,
    me hago el duro como risco;
    pero Batata es tan flojo,
    que de balde yo me enojo:
    no sale de San Francisco.

    XIV
    Yo supe luego que Urquiza
    aunque anduvo balaquiando,
    al Uruguay disparando
    vino a lavar la camisa.
    Ese sí anduvo de prisa
    sin hacer tanta pirueta...
    Ya se ve, es otro trompeta
    como su gobernador,
    que de la yunta el mejor
    no sirve para corneta.

    XV
    Calmaría mis pensiones,
    si te pudiera atrapar
    para hacerte resbalar
    con Usebio los calzones;
    yo mismo diez ocasiones
    te inflaría por morao:
    y después de estar soplao
    te haría echar una ayuda,
    con una vela morruda
    para dejarte foguiao.

    XVI
    Mirá, che, que no me gusta
    el que me hablen de Lavalle;
    y ójala te descangalle
    si presumes que me asusta.
    Aquí yo le tengo justa
    su cuentita; sin embargo,
    ya que se ofrece, te encargo
    me lo atajés por allá,
    porque si endereza acá...
    ¡Ay, Pascual!, hacete cargo...

    XVII
    Te puedes ir al infierno
    y ponerte en invernada,
    que es tierra muy abrigada
    para pasar el invierno;
    que yo también ando tierno
    por largarme a los ingleses,
    y ya más de cuatro veces
    he querido atropellar;
    pero vuelvo a recular
    de miedo de los franceses.

    XVIII
    Adiós, general badana,
    por fin has vuelto a tu tierra,
    y has venido de la guerra
    más pelado que una rana.
    Asigurá la picana,
    porque yo, más que me aflija,
    voy a largarle manija
    a LAVALLE, y esta vez
    tu refrán sale al revés:
    «ÉSE VA A OLER A LA FIJA».


    Cielito gaucho, compuesto en la ciudad de Montevideo en febrero 1843, a la salud del coronel don Melchor Pacheco y Obes, por el soldado José Crudo, de la división Medina


    Vaya un cielito rabioso,
    cosa linda en ciertos casos
    en que anda un hombre ganoso
    de divertirse a balazos.

    ¡Ay, cielo, cielo y más cielo!,
    este año por las cuchillas,
    a costa de la invasión
    hemos de comer morcillas.

    Cierto es que los mashorqueros
    se nos vienen al pescuezo
    con asierra y alfajor,
    y ¿qué han de sacar con eso?

    Digo, cielo, que el serrucho,
    no se usa en nuestra campaña;
    pero ya que lo hacen moda
    también nos daremos maña.

    Llegado el caso, a la juerza
    hemos de andar muy contentos
    con lanza, latón y bolas,
    y a más, serrucho a los tientos.

    Allá va cielo y más cielo,
    siendo pareja la guerra,
    lo mismo es tierno que blando,
    lo mesmo sierra que asierra.

    Acá no somos muy pocos,
    allá diz que son más muchos;
    quiere decir, que nosotros
    menearemos más serrucho.

    Cielito, cielo, eso sí:
    estamos en nuestra cancha,
    y hemos de desempeñarnos
    mucho mejor que en Cagancha.

    Aunque en el Arroyo Grande
    perdimos una jugada,
    no ha sido cosa: la erramos
    de lleva en esa parada.

    Digo, mi cielo, cielito,
    cielo de Martín Sorondo,
    acá verán si don Frutos
    les ha de cubrir el fondo.

    ¡Ea, rosines!, ¡a ver
    ese valor federal,
    si sujeta como quiera
    a la gauchada oriental!

    Allá va, cielo y más cielo,
    ¡qué Cristo han de sujetar!,
    si somos tan presumidos
    para esto de no aflojar.

    Son de balde esas balacas,
    que han de tomar la ciudad:
    ¿no ven que coger un zorro
    tiene su dificultad?

    Cielito, cielo, bien saben,
    mientras viva don Frutuoso,
    llegar a Santa Lucía
    les ha de ser trabajoso.

    Con una yegua bellaca
    y un cuero viejo a la cola,
    los hemos de entretener,
    y de ahí, que corra la bola.

    Cielito, cielo y más cielo,
    cielito de las tres cruces,
    con esta sola maniobra
    han de montar avestruces.

    En teniendo redomones
    y bolas como tenemos,
    y que nos mande don Frutos,
    ya ni chiripá queremos.

    Digo, mi cielo, y si piensan
    que andamos muy desaviaos,
    ya verán cuando les llueva
    bala y corvo a todos laos.

    ¿Presumen que a infantería,
    nos han de medio pasar?,
    ¡poquita es la morenada
    que les hemos de soltar!

    ¡Cielito, cielo y más cielo,
    cielito de la ciudá,
    que ha hecho cuatro mil infantes
    LA LEY DE LA LIBERTÁ!

    ¡Ah, cosa!, es verlos morenos
    bramando como novillos,
    preguntando a cada rato:
    «ondé e que etá esem branquillos».

    Allá va, cielo y más cielo,
    cielito de Canelones,
    atiendan como se explican
    en todos los batallones:

    «¡Líjalo no ma vinise
    a ese rosine tlompeta,
    que cuando le tlopellamo
    lon diablo que no sujeta!».

    ¡Ay, cielo, cielo y más cielo,
    cielito digo, eso sí;
    no hay duda, están los morenos
    más bravos que cumbarí!

    ¡Viva pues la infantería
    y los Guardias Nacionales,
    marinos y artillería,
    y todos los orientales!

    Cielito, cielo, y más cielo,
    cielito de la despedida,
    muera Rosas y seremos
    libres por toda la vida!


    Noticias mashorqueras y de moquillo, que circularon en el campamento de Oribe el 11 de junio de 1843

    Montevideo, junio 13 de 1843.

    Ayer se vino un pasao
    soldao de caballería,
    que dice que allá servía
    con Montoro el Renegao
    y diz que le oyó decir
    que el general entrerriano,
    para fines del verano
    dejuro debe venir.

    Y que si no ha caído ya,
    es porque fue a Maldonao,
    a pastoriar el ganao
    que trai con temeridá.

    Que podemos aprontarnos,
    porque se dan mucha prisa
    Alderete con Urquiza
    para venir a tragarnos.

    Ansí es que se han asustao
    toditos en la trinchera,
    con las noticias de ajuera
    dadas por el Renegao.

    Y otros dicen que a don Justo
    se le fue la caballada,
    y que en esa disparada
    no ha tenido chico susto.

    Y otros dicen de que no;
    pues RIVERA en San José,
    le salió, y no sé por qué
    los caballos le cobró.

    Y otros ya cuentan primores,
    de una tendida que le hizo
    Urquiza, el ESPANTADIZO,
    viendo a don Venancio Flores.

    Y otros dicen que Medina,
    Estibao y Centurión,
    lo echaron de un rempujón
    al arroyo de la China.

    Y otros dicen de que Luna
    y Báez lo arrean de atrás,
    para que no vuelva más
    a su tierra... ¡qué fortuna!

    Pero dice el Briste Pake,
    que Urquiza está en el Cerrito,
    según carta que le ha escrito
    a Juan Manuel Estoraque.

    Y otros dicen que Alderete
    fue a buscarlo y no lo halló;
    y caliente se volvió
    con la burra al Miguelete.

    Y en tanto dime y direte,
    ¿saben lo que digo yo?,
    es, que FLORES lo atrasó
    a Urquiza y le rompió...

    el siete de agosto la cabeza, contra un pedegral, pues lo echó por sobre las orejas del pingo de un chuzazo, que lo hizo pericantar.


    Saludo al valeroso coronel don Marcelino Sosa


    Montevideo. Julio 8 de 1843.

    Mi coronel Marcelino,
    valeroso guerrillero,
    oriental pecho de acero
    y corazón diamantino:
    todo invasor asesino,
    todo traidor detestable,
    y el rosín más indomable
    rinde su vida ominosa,
    donde se presenta SOSA,
    ¡y a los filos de su sable!

    UN SOLDADO DE SU ESCUADRÓN.


    Indirecta, encaminada a cierto agente norteamericano que dijo en Montevideo, que, teniendo dudas sobre si Oribe tenía o no derecho para habilitar puertos y embargar en el Estado oriental todos los frutos del país, no podía resolverse a contestar de acuerdo con una circular que le pasó el gobierno de Montevideo a ese respecto, y concluyó (el agente) por entregarse a los consejos de un abogado oribista y rosista, quien (por supuesto) le aconsejó que contestara al Gobierno, de que Oribe tenía completo derecho como beligerante para establecer bloqueos, habilitar puertos, y robar a troche y moche.


    ¡Nunca falta un Güey Corneta!

    Pues, sí, señor: de Alderete,
    presume el de los nutriales,
    que puede juntar sus riales
    robando en el Miguelete
    hasta cueros de bagüales.

    Porque UNO en letra menuda
    dijo: «sí puede, ¡pues no!»,
    cuando el nutrial dijo: «Yo
    tengo en el derecho duda.
    Usté por mí espliqueló».

    De suerte que en el Cerrito,
    está Oribe pataliando;
    y acá está UNO aconsejando
    que se le haga compadrito
    el nutrial, que está boyando.

    Ansí mesmo, me confundo,
    y dudo que en la ocasión
    hombres que dicen que son
    los liberales del mundo,
    se recuesten a un ladrón.

    Aunque cierto gaucho dijo,
    y acertó como profeta:
    «que no hay boyada perfeta»,
    porque mesmamente, fijo:
    ¡nunca falta un Güey Corneta!





    Al triunfo de los patriotas en el Cerro de Montevideo, sobre los soldados de Rosas en 1843.


    Media caña gaucha, para que la bailen los italianos armados en defensa de la libertad oriental y argentina

    ¡Oiganle a los rosines
    balaquiadores!
    ¿Cómo dicen que son
    aguantadores?,
    y redepente
    en el cerro aflojaron
    tan fieramente.
    ¡Ciriaco!, ¡triste Ciriaco!,
    Rivera te tiene flaco.
    Por delante y por detrás,
    ¡qué suspiros pegarás!
    Ahora que la cosa
    se va enderezando,
    y que tus soldaos
    la van olfatiando...
    a desgranarse
    empieza tu mazorca
    hasta pelarse.

    En el Cerro esa tarde,
    de una coplada,
    ¡cincuenta se vinieron!
    Y eso no es nada,
    que a la trinchera
    se pasan todo el día
    como chorrera.
    Van trescientos y cuarenta:
    en fin, no llevamos cuenta:
    diariamente de tu gente
    del Cerrito, Ciriaquito...
    Se van escurriendo,
    y acá se nos vienen,
    y en esto demuestran
    la fe que le tienen...
    al Restaurador
    y Ciriaco Alderete,
    el degollador.

    De PACHECO, Bausá,
    y su división,
    ¡qué de quejas tendrá
    Barcena el ladrón!,
    que en la ladera
    del CERRO le soplaron
    la vela entera.
    ¡A Barcena, pobre tuerto!,
    ¿si del susto se habrá muerto?
    ¡Qué escapada, qué mamada
    tomaría ese día!
    ¡Qué jabón llevó
    hasta el Miguelete,
    y si no dispara
    le rompen el siete!
    ¿Si será verdad
    que iba jediendo fiero?
    ¡Qué temeridá!

    Ya se van los puebleros
    medio amansando;
    vuélvanse mashorqueros,
    que fue chanciando
    la rebenquiada
    que en el Cerro les dieron
    por humorada.
    Y el juego tiene reveses,
    albur y gallo, y entreses,
    y se echa culo, y se echa suerte,
    y se reniega, y se divierte.
    A veces se pierde,
    a veces se gana,
    y también sucede
    que uno va por lana,
    y trasquilao
    sale de la jugada
    por desdichao.

    Vieran a los pasaos
    del otro día
    cómo andan de platudos,
    ¡Virgen María!
    y voracean;
    a la cuenta hacen gala
    de que los vean.
    Se vinieron como alambres,
    comieron buenos matambres;
    ya están gordos y fortachos
    y salvajes, ¡ah, muchachos!,
    y ninguno quiere
    dejar de servir,
    hasta que al tirano
    lo hagan sucumbir;
    y están prendaos
    de nuestros oficiales
    y sus soldaos.

    Tenemos acá un jefe
    sombrero gacho,
    se llama GARRIBALDE,
    y los tiene ¡a macho!,
    y es mozo anfibio
    que en la tierra y el agua
    no les da alivio.
    ¡Mansito es el italiano!
    ¡Pu... cha!, ¡si pilla a Mariano!
    Sin tin tin, ni violín,
    redepente con su gente,
    se les cuela allá
    en el vericuete,
    y la refalosa
    le toca a Alderete.
    ¡Abran el ojo,
    que el hombre no se quiere
    morir de antojo!
    Con que, vuelvan al Cerro
    con siguridá,
    que no les hacen nada
    los de la ciudá;
    y en cuatro viajes
    apuesto a que se vuelven
    todos salvajes.
    Se vienen como a la miel,
    crealó, amigo Manuel:
    y si no, sueltelós,
    y al ratito busquelós.
    Verá si le escupen
    por la Figurita
    con bala, y que son
    de la gentecita;
    que lo han dejao,
    porque dicen que está
    agusanao.


    Carta de un jefe asustado del Restaurador Rosas, dándole cuenta de cierto funesto encuentro que tuvo con las fuerzas del general Rivera, en el Departamento de Maldonado en la Banda oriental

    Cerrito de Montevideo a 23 de julio de 1843.

    Juan Manuel, a estos parajes,
    después de aventuras tiernas,
    con el rabo entre las piernas
    me han arriado los salvajes;
    es preciso que trabajes
    por auxiliarme lueguito,
    pronto, por Dios, hermanito,
    que estamos muy apuraos
    y todos apeñuscaos
    en la falda del Cerrito.

    Confieso que disparé
    completamente asustao,
    y aunque todo desollao,
    por fin el bulto salvé:
    en otra vez trataré
    de comportarme mejor;
    pero en ésta, por favor,
    sacame de esta apretura
    donde el hambre nos apura,
    y los tapes, que es lo pior.

    El diablo me hizo topar
    con Rivera el otro día,
    y por pocas ¡Virgen mía!,
    cuasi me hace desnucar:
    que si no echo a disparar
    más ligero que un venao
    ya me hubiera basuriao,
    pues cada tape es un moro,
    y son más bravos que toro
    cuando está recién capao.

    Bien podías arrejar,
    vos que sos tan balaquero,
    verás si sois el primero
    que al infierno vas a dar:
    ¡y que te ibas a escapar,
    sin sacarte un mamador!
    Animate por favor,
    y en la primera topada,
    ¡a que te dejan hinchada
    la panza como un tambor!

    ¡Ah, salvajes!, figurate
    que juimos más de mil hombres,
    y ellos con cien ¡no te asombres!,
    cuasi nos rompen el mate.
    ¡Ah, diablos!, imaginate,
    ¡qué gauchos son los que tiene
    Rivera, que se nos viene
    haciéndonos corralito!
    para limpiarnos el pito,
    si el diablo no lo entretiene.

    Luego, PAZ y la gringada,
    y el ejército pueblero,
    que nos tiene al retortero
    como un lobo a una majada.
    Después toda la inglesada,
    y en la punta el comodoro
    don Purvis que es otro toro,
    que nos quiere atropellar,
    y por vernos pataliar
    daría mil onzas de oro.

    ¡Ay!, si vieras qué cosquillas
    le hace este inglés a Ciriaco;
    ¡infeliz!, que ya de flaco
    le relumbran las canillas;
    así es que hasta las costillas
    se le están por desgranar,
    y a todos nos va a pasar
    otro tanto en este invierno,
    porque está el pasto muy tierno
    y no hay cómo adelantar.

    Y el ejército se va
    de una vez adelgazando,
    y de yapa resertando
    con mucha temeridá.

    En fin, no sé qué será
    de todos los mashorqueros,
    tus cañones y morteros;
    pues no hay cómo disparar,
    y están por atropellar
    los de ajuera y los puebleros.

    Si Mandevil se empeñara
    con el comodoro inglés,
    presumo yo que, tal vez,
    el hombre nos aliviara;
    o al menos si se embarcara
    el Briste Pake y viniera,
    puede ser que consiguiera
    pillarlo de buen humor;
    porque si no, el comodoro
    le hace pelar la cadera.

    Por último te prevengo,
    como amigo de confianza,
    que no me queda esperanza
    sino en los barcos del Rengo;
    a Brun tan sólo me atengo,
    aunque el viejo desconfía
    que lo atrasen, ¡Virgen mía!
    Me cuelgo de una cumbrera,
    y concluye su carrera
    Tu amigo:
    ¡JESÚS MARÍA!


    Felicitación al cumpleaños del Presidente Legal don Ciriaco Alderete

    Agosto 8 de 1843.

    SAN CIRIACO Y COMPAÑEROS MÁRTIRES

    Vean no más si esto es leche,
    cuento, mentira o cabriola;
    porque, ni parece bola
    de don Ciriaco Escabeche.

    Allá van noticias ciertas,
    en puertas;
    que andan sonando por ahí:
    velay.
    No sé si será moquillo
    blanquillo,
    pero se dice que Urquiza,
    ¡qué risa!,
    ya viene por San José
    ¡che, che!,
    arriando mucho ganao
    salao;
    y una inmensa caballada
    pintada:
    pues se ha guasquiao señó Justo
    por gusto,
    sólo a darle un convite
    muy currutaco,
    hoy viernes que es el día
    de don CIRIACO.
    ¿Será verdad? Digamé
    quién sea más entendido;
    porque yo estoy persuadido
    que es moquillo: pero ¡qué!
    Si no tiene la noticia
    malicia,
    ni parece contra fuego,
    tan luego,
    ahora que está el COMODOR
    de humor
    de ir a pasiar al Cerrito
    prontito,
    y darle con sus ingleses
    entreses;
    pues el hombre anda en la güena,
    y suena,
    que no les cuenta ni dos,
    ¡por Dios!,
    ¡que en la primera
    ya le atraca a Ciriaco
    la Lujanera!

    Con que ansí, siga la historia
    de Urquiza, porque han sabido
    que al COMODOR le ha escrebido
    primores doña VITORIA.


    Retruco a Rosas por una infame calumnia que publicó en Buenos Aires respecto al señor general don José María Paz


    Gaucho embustero, mentís
    brutalmente en cuanto hablás
    contra del general PAZ,
    y en lo demás que decís.
    Pues de balde te aflijís,
    ya tu carta es conocida,
    y en todas partes sabida
    la aflición en que te hallás;
    y para apurarte más
    yo te buscaré la vida.


    Juan de Dios Oliva y otros dos gauchos orientales platicando el día 11 de junio de 1843 en el campamento del general don Frutos Rivera


    JUAN DE DIOS: Conque, mi amigo Vicente,
    ¿de adónde sale?, apiesé;
    venga al fuego, arrimesé:
    ¿cómo le va?


    VICENTE: Lindamente,
    ño Juan de Dios: ¿cómo está?

    JUAN DE DIOS: Alentao, sin novedá,
    amigo, hasta la presente.

    VICENTE ¡Mire el diablo!, y se corrieron
    de su salú malas mentas,
    pues, en resumidas cuentas,
    ha de saber que dijieron:
    «a ño Juan de Dios lo han muerto»,
    y yo creí que fuera cierto,
    porque como usté es mansito
    para las balas, lueguito
    se lo asiguré a Ludueña.

    JUAN DE DIOS: ¡La gran p... ulida y risueña!,
    eso ya es mucho decir:
    ¿si me andaré por morir?

    Escuche, amigo Zamora,
    las mentas; porque una mora
    fría me sacó una achura
    me creen en la sepultura
    o en la cuchilla estirao,
    cuando estoy tan alentao
    y me siento tan güenazo.

    ¡Pero qué!, ¡quién hace caso!
    Yo nunca creo en visiones,
    ni excuso las ocasiones;
    porque nada me hace estorbo
    tratando de meniar corvo.

    ¡Qué Cristo!, he de forcejiar
    y me he de hacer aujeriar
    una y diez veces, primero
    que ver mi Patria, aparcero,
    esclava de un asesino,
    como ese vil argentino
    que nos quiere suyugar.
    ¿No es esto muy rigular?

    VICENTE: Sí, amigo, ¡pues no ha de ser!,
    y así los hemos de hacer
    c... ejar a esos saltiadores
    asesinos, forzadores,
    y muy pronto...
    JUAN DE DIOS: Deje estar
    que luego hemos de acabar
    con toda esa sabandija,
    de siguro, y a la fija:
    y a ellos se les hace broma,
    pero si medio se asoma
    Pacheco por la cuchilla,
    frutos Rivera ni ensilla...
    y en pelos me lo desloma.
    De balde anda matreriando;
    aquí lo andamos ronciando
    día y noche, ya lo ve.

    Además, andan a pie:
    y así el viejo los apura;
    luego después la flacura,
    que ya los tiene a gatitas,
    y si no montan mulitas,
    montarán en osamentas
    o en rocines a la cuenta.

    VICENTE: Así ha de ser: pero, ¿ha visto
    al tal Oribe? ¡Por Cristo!,
    amigo, ¿quién pensaría,
    que don Manuel nos traería
    tal guerra y calamidá?
    ¡Un oriental!... ¡qué ruindá!,
    costiarse de la otra banda,
    porque ese Rosas lo manda
    a trairnos la guerra a muerte;
    ¡ha visto cosa más fuerte!

    JUAN DE DIOS: Mesmamente: ¡es cosa cruel!,
    pero el paisano Manuel,
    hace una máquina de años
    que nos preparó estos daños
    y desgracias que recién
    en nuestra tierra se ven.

    Doce años hacen cabales,
    a que nos armó estos males;
    y él solo por sinrazones
    que en tiempo de los barbones
    tuvo allá con don Frutoso,
    ahora se viene furioso
    contra inocentes paisanos:
    que todos somos hermanos
    y no lo hemos ofendido.
    ¿Qué causa, pues, ha tenido
    para que venga tan cruel
    unido a ese Juan Manuel,
    a matarnos sin piedá?,
    ¿ha visto barbaridá
    de esta laya? Velay mate:
    y si quiere que relate
    la causa sin que me entibie,
    es menester que me alivie
    con un cigarro, si tiene.

    VICENTE Amigo, al pelo le viene:
    tengo aquí, pero no es naco ,
    sino una hostia de tabaco
    que me dio un francés que masca;
    tome... pite, y dele guasca.
    Lárgueme a mí la caldera,
    yo cebaré mientras quiera
    cimarroniar; siga, amigo.
    Gracias a Dios que consigo
    el oírlo moralizar,
    y que me quiera explicar
    la causa de esta custión:
    a pesar que la razón,
    ¿quién la tiene?...

    JUAN DE DIOS: Le diré
    ciertamente, creamé:

    En el año treinta y dos...
    ¿por julio?, sí, Juan de Dios;
    estaba Frutos Rivera
    de presidente, y afuera
    por el Durazno se hallaba,
    y Oribe entonces estaba
    de comendante del puerto.
    ¡Como hay Dios!, esto lo es cierto.

    Vivíamos felizmente;
    ¿se acuerda, amigo Vicente?,
    cuando por fatalidá
    armaron en la ciudá
    la primer revolución,
    origen de esta custión.

    Fue en julio..., sí; el día tres:
    pues me acuerdo que esa vez
    se solevó un batallón
    con el coronel Garzón
    gritando: ¡muera Rivera!
    No hay duda que Oribe era
    figurón en el motín:
    pues todo se sabe al fin;
    y aunque no se puso al frente,
    he oído generalmente
    una porción de ocasiones,
    que los dos jefes Garzones,
    como los dos Lavallejas,
    de Oribe tenían quejas;
    porque en aquella ocasión,
    diz que les hizo traición
    y que los abandonó
    cuando él los comprometió
    y los metió hasta el cuadril.
    ¡Mire si es partida vil
    en don Manuel! -Adelante.

    Pues, señor, desde el istante
    en que se alzó la pueblada,
    luego le hicieron la armada,
    y a don Frutos se la echaron,
    y por fortuna le erraron.

    Rivera estaba inorante
    que le iban a echar el guante
    con miras de asesinarlo;
    y derechito a matarlo
    fueron, ¿qué duda nos queda?,
    pues el capitán Ojeda
    lo atropelló con Santana;
    pero por una ventana
    el Viejo fue tan feliz,
    que se les hiso perdiz,
    y en cuanto saltó de allí
    cogió y se azotó en el Yi .

    Yo no sé cómo está vivo
    porque con un gomitivo
    de Larruá se echó en el río:
    si no es eso, ¡Cristo mío!,
    ahí lo atrasan fieramente,
    pero al fin llegó a su gente
    que estaba del otro lao,
    donde se puso alentao
    y formó su reunión.

    Entre tanto, de mirón
    Oribe se dejó andar,
    y en cuanto vido flaquiar
    a sus amigos, salió
    y vino, y se recostó
    a don Frutos, por si acaso.

    El Viejo que es tan güenazo,
    no se dio por entendido,
    y habiéndolo recebido
    con la mejor voluntá,
    le brindó con su amistá,
    que Oribe se la almitió
    y también se la juró.

    Siguió la revolución
    flaquiando cada vez más,
    hasta que don Frutos... ¡tras!,
    le dio un golpe y la aplastó;
    y a todos los aventó
    a los quintos apuraos,
    pues salieron a dos laos
    en cuanto nos divisaron,
    y ahí no más se terminaron
    la guerra y las disensiones
    como en otras ocasiones.

    Don Manuel a la ciudá
    cayó luego con Rivera
    que en cuanto llegó de afuera,
    en prueba de su amistá,
    con gusto y sinceridá
    lo hizo ministro de guerra,
    que es un cargo en esta tierra
    más grande que general;
    y naides lo tuvo a mal.

    Lejos de eso, lo aplaudimos,
    y los paisanos dijimos:
    ya no habrá más anarquía,
    pues marchan en armonía
    Oribe y Frutos Rivera;
    ¡ah, tiempo!, ¡ojalá volviera!

    En fin subió don Manuel
    a ministro, como he dicho;
    y como santo en un nicho
    don Frutos se veía en él.
    Siguió fingiéndose fiel
    don Manuel, en la aparencia,
    porque ya la presidencia
    de Rivera iba a cesar,
    que era todo su anhelar;
    desde que don JUAN ANTONIO
    salió llamando al demonio
    y renegando de Oribe.

    En esto bien se percibe,
    que don Manuel, al dejarlo
    solo, trató de obligarlo
    a disparar al infierno,
    para subir al gobierno;
    porque sólo Lavalleja
    podría sacar la oreja
    a todo el que pretendiera
    mandar después de Rivera.

    Y mesmo, así sucedió:
    Lavalleja disparó
    abriéndole la tranquera
    para que Oribe pudiera
    conseguir sus pretensiones.

    Llegaron las eleciones,
    que es lo mesmo que apartar
    aquel que ha de gobernar:
    y se nombran capataces,
    o mozos todos capaces
    de elegir el más mejor,
    y Rivera por favor
    lo señaló a don Manuel,
    diciendo: que «sólo él
    debia montar el potro,
    y que después ningún otro
    sería buen presidente».
    Alvierta, amigo Vicente,
    no faltó en esa ocasión
    quién cruzara el mancarrón
    y le dijiera a don Frutos:
    «¡Mire que muchos disgustos
    le va a causar don Manuel!
    No se empeñe usté por él».

    Entonces Frutos Rivera
    les contestó, que: «cualquiera
    hiciera la oposición;
    que era libre la opinión
    en ese particular;
    (y dijo): me he de empeñar
    para que Oribe gobierne,
    aunque a mí no me concierne
    meterme en el nombramiento»;
    y otro le dijo al momento:
    «pues yo me voy a oponer».

    «Amigo, lo puede hacer,
    (contestó). No meta bulla;
    y si sale con la suya
    crea que lo sentiré».

    Pues cabalmente así fue,
    que el hombre fiero se opuso;
    pero Rivera que es buzo
    y no se ahuga en los arroyos,
    le largó todos los rollos
    al lazo de su esperanza,
    y lo soltó en la confianza
    que al dar el Viejo un tirón,
    la más fuerte oposición
    él la haría sujetar,
    y el suelo vendría a dar
    ganando al fin la eleción.

    VICENTE Tome, amigo, un cimarrón,
    no se le seque el garguero.
    ¡Ah, cosa linda, aparcero!,
    ¡eh, pucha, que está ilustrao
    en todo lo que ha pasao!

    JUAN DE DIOS Pues, señor, que lo nombraron,
    y viera con qué alegría;
    salvas y musiquería,
    y también le repicaron:
    por las calles lo aclamaron
    las gentes de la ciudá,
    y fue con temeridá
    lo mucho que se alegraron.

    Así lo engolosinaron
    en cuanto subió al poder,
    cosa que no es bueno hacer
    jamás entre los paisanos.

    Ese día, él dio las manos
    a todos al despedirse:
    y yo me acuerdo que al irse
    del Fuerte, allí en un salón,
    le dijo a la reunión
    con una voz muy contrita:
    «¡Compatriotas! Dios permita
    que esta pública alegría
    dure hasta el último día
    que yo descienda del mando»;
    y ya salió trompezando.

    De esta manera legal
    largó el mando don Frutoso;
    y Oribe lo hizo gustoso
    comendante general.

    Salió Rivera a campaña;
    y el diablo, amigo, quizás,
    cuando todo estaba en paz,
    vino a meter la zizaña
    aunque no fue cosa extraña
    la vuelta que Oribe dio,
    pues luego se le cambió
    al mirarse poderoso,
    faltándole a don Frutoso
    en todo a la buena fe.

    Lo primero que hizo fue
    llamar a los emigraos
    que él mismo dejó ensartaos:
    y al momento de llegar,
    a todos los hizo armar.

    Eso sólo fue un capricho
    de don Manuel; pues me han dicho,
    que don Frutos al salir
    no le dejó de pedir,
    y le rogó por su madre,
    que «en caso que a su compadre
    Lavalleja lo llamara,
    tan de pronto no lo armara,
    porque es viejito fogoso,
    y pudiera rencoroso
    guardarle un resentimiento
    y darle algún sentimiento.

    «Que le avisara al llamarlo
    para venir a amansarlo,
    y Rivera respondía:
    Que el compadre volvería
    a su rango y su valer,
    como al mismo tiempo a ser
    como de antes su aparcero
    y su viejo compañero».

    Pues, vea: Oribe solito
    lo hizo venir calladito,
    y le dio una división
    con su segunda intención,
    y los demás emigraos
    toditos fueron armaos,
    sin que don Frutos dijiera
    ni una palabra siquiera,
    porque no quiso hacer caso
    y le sufrió el chaguarazo.

    Dígame, aparcero, ahora:
    ¿si acá el amigo Zamora
    ve que usté y yo nos tiramos,
    y de firme nos pegamos
    hasta ojalarnos el cuero,
    reparando el compañero
    que usté al fin de la disputa
    dispara hasta la gran p...
    renegando contra mía,
    y conmigo en armonía
    queda Zamora en mi rancho,
    y me hace después un gancho
    metiéndolo en mi cocina
    a usté con su garabina,
    sin avisarme «esto pasa»,
    viviendo en mi mesma casa;
    si de Zamora me quejo,
    será una ofensa?...


    VICENTE: ¡C... anejo!,
    eso sería chanchada.


    JUAN DE DIOS: Pues así fue la jugada
    que a don Frutos le hizo Oribe.

    En seguida, va y escribe
    unas cartas muy rabiosas,
    que Rivera entre otras cosas
    le asiguró por afuera,
    y en todas decía que «era
    don Frutos un salteador»;
    y para hacerla mejor,
    por órdenes terminantes
    le quitó los comendantes
    de cada departamento:
    cosa que la hizo de intento,
    y el mandar matar a Osorio
    como es público y notorio
    por agraviar a Rivera,
    que andaba por la frontera
    sirviéndole a don Manuel,
    después que se vio con él
    y don Llambí en Cerro Largo,
    que tuvo su rato amargo
    por no mostrarse ofendido,
    que de no, ¿qué hubiera sido
    de Oribe en esa ocasión?,
    pues ya tenia razón
    don Frutos para amolarlo,
    y no hizo sino palmiarlo
    mostrándole buen agrado,
    para no verse obligado
    a dar lugar a otros males,
    ni armar guerra entre orientales;
    hasta que al fin reventó,
    porque Oribe lo hostigó;
    y al llegar del Cerro Largo,
    le mandó quitar el cargo,
    y que bajara lueguito
    para agarrarlo mansito.

    Pero Rivera no es lerdo;
    pues todavía me acuerdo
    que allá le armó una ensilgada,
    y le largó esta empalmada.

    Pues, señor, lo llamó a Luna
    que estaba allí por fortuna,
    y le dijo que ensillase
    y a la ciudá se largase,
    fingiendo que con don Frutos
    tenía grandes disgustos.

    Para esto mandó quitarle
    una estancia, a fin de darle
    todo el valor al moquillo,
    y el viejo Luna que es pillo
    se le agachó y del tirón
    vino a dar hasta el Cordón,
    y anduvo por ahí renguiando,
    y en voz alta renegando
    de Rivera, y qué sé yo.

    Oribe se la tragó;
    porque lo mandó llamar,
    y, al empezarlo a tantiar,
    le ofreció que le daría
    el Fuerte y la Polecía.

    Luna se mostró blandito,
    y entonces don Manuelito
    le hizo dar una partida,
    para que fuese en seguida
    y a don Frutos le prendiera
    de atrás, aunque más no fuera.

    Salió Luna y del camino
    al Viejo se lo previno;
    y éste los hizo aguardar
    con su escolta, y al llegar
    les menió lata y estaño,
    y con este desengaño
    Rivera se resolvió
    en cuanto Luna volvió,
    porque no es zonzo ninguno
    tratando del número uno;
    y porque entonces no vino
    y se puso en el camino
    a dejarse trajinar,
    entró Oribe a alborotar:
    «¡El indio Frutos se ha alzao!
    ¡Es un malevo!, ¡un malvao!,
    ¡que está haciendo reuniones!».

    Velay tiene las razones
    porque al Viejo nos juntamos,
    y en seguida nos topamos
    allá en la Carpintería.

    Yo no sé qué más quería
    don Manuel esa ocasión.
    Él era primer mandón;
    toditos le obedecían;
    las muchachas lo querían;
    y ÉL ¡que es tan aficionao!,
    que eso lo tiene atrasao.

    En fin, ese es cuento aparte:
    sí, señor: por otra parte,
    don Frutos no le faltaba,
    al contrario, lo halagaba;
    cuando en esto redepente,
    de incapaz y de imprudente
    con Rivera se trenzó,
    y el Viejo lo castigó
    en Yucutujá, en el Yi,
    y en Palmar, ¿no es así?
    Entonces, dígame, amigo
    (fijese en lo que le digo)
    ¿por qué venció don Frutoso?,
    ¿será por ser más buen mozo?
    Claro es que no: luego ha sido
    porque Rivera ha tenido
    siempre más linda opinión,
    y mejor disposición
    que don Manuel, siete veces;
    pues no precisa intereses,
    porque todos lo hemos visto
    que don Frutos sin un cristo
    anduvo por Portugal
    como una águila imperial.
    Cuando la traición de Raña;
    que bien la pagó, el lagaña,
    mientras que Oribe tenía
    todito cuanto quería:
    armas, moneda, soldaos
    y barcos por todos laos.
    Con todos estos avíos
    y los negros de Entre Ríos,
    tristemente lo vencimos
    cuatro gauchos que vinimos,
    y él dice que con porteños,
    con los cuales hizo empeños
    Rivera por desbancarlo.
    A ninguno fue a buscarlo
    don Frutos; y si vinieron,
    tan solamente lo hicieron
    muy pocos esa ocasión,
    y ¿sabe por qué razón?,
    por muchísimas diabluras
    que Oribe en sus calenturas
    mandó hacer en la ciudá,
    quitando la libertá
    para escrebir en la imprenta,
    y agarrando por su cuenta
    a una porción de argentinos,
    porque eran hombres ladinos
    y hablaban fiero de Rosas,
    a quien ante todas cosas
    Oribe empezó a adular,
    queriendóselo ganar
    por si acaso disparaba,
    para ir a donde él mandaba
    a someterse a ese güaso
    degollador, ladronazo,
    como lo hizo sin rubor.
    ¡Eso, sí, es buscar favor
    de un porteño infame y ruin!
    ¿No es así, amigo Martín?


    MARTÍN: Cabal, amigo: pues no;
    y si Rivera almitió
    argentinos a su lao,
    fue uno que otro desgraciao,
    y cada uno conocido,
    pues todos habían sido
    compañeros en la guerra
    del Brasil, cuando esta tierra
    llegó a ser independiente;
    y no era como esa gente
    que viene con don Manuel,
    degolladores sin hiel,
    mashorqueros corrompidos
    y diablos desconocidos,
    coroneles, generales,
    de allá de los federales,
    y nada más que de allá.


    JUAN DE DIOS: Eso es la pura verdá;
    Oribe se ha envilecido,
    desde que se ha reunido
    a esos viles saltiadores;
    y él es uno de los piores...


    VICENTE Amigo, no se caliente,
    y lo pille el presidente
    Rosín -mashorqui- legal.
    Mire que es hombre formal,
    y dicen...


    JUAN DE DIOS: Calle, no diga;
    que da dolor de barriga
    oírlo llamar presidente.

    ¿Se acuerda, amigo Vicente,
    cuando después del Palmar
    los hicimos encerrar
    dentro de la ciudadela?,
    ¿que esa vez casi se cuela
    don Frutos en la ciudá,
    y hace una barbaridá
    si lo pilla a don Manuel,
    que estaba con el cordel
    (como quien dice) al pescuezo?


    VICENTE: ¿Y qué tenemos con eso?


    JUAN DE DIOS: ¡Qué hemos de tener!, aguarde:
    pues, señor, en una tarde
    que yo caí del Peñarol
    antes de ponerse el sol,
    vi un coche en el campamento;
    ya andaba sonando el cuento,
    y eran ciertos los rumores,
    pues vinieron tratadores
    a hacer la paz con el Viejo,
    y estuvieron en consejo
    cuatro o cinco diputaos,
    que vinieron bien delgaos
    porque la carne escaseaba,
    con todo, le dieron taba
    al general, y por fin
    largaron un boletín
    en el que Oribe firmaba,
    «que hasta hoy no más aguantaba,
    pues como era inconveniente
    el que fuera él presidente
    para que la paz se hiciera,
    se hacía José de afuera,
    muy contento y muy ufano,
    escribiendo él de su mano
    aquella renunciación
    ante toda la nación»,
    y no sé qué más decía.

    Pues, amigo, al otro día
    alzó moño a la otra Banda,
    y desde entonces ha que anda
    nombrándose Presidente
    a todo vicho viviente.
    Y como el Restaurador
    es gaucho de buen humor,
    en cuanto fue, le dio cuerda,
    y después lo echó a la... mi... licia;
    y en esa mesma ocasión
    mandó con la otra invasión
    al pobre Pascual Badana;
    y le reculó macana,
    al Presidente corrido,
    cuando éste debió haber sido
    el general esa vez.

    Pero Rosas, al revés,
    lo mandó por los rincones,
    de Entre Ríos y Misiones,
    donde anduvo de ordenanza
    de López: esto no es chanza.

    Se me hace que lo estoy viendo
    a don Manuel; que leyendo
    esta mi conversación,
    dice así: «tiene razón
    Juan de Dios: ¡si será el diablo!».
    También dirá don Juan Pablo
    el general: «es verdad»;
    porque ésta es la rialidá:
    créalo, amigo Martín,
    anduvo así, hasta que al fin
    Rosas lo mandó a esas tierras
    de para arriba, a las guerras,
    en donde le hizo servicios
    y mandó hacer sacrificios,
    piores que Poncio Pilatos,
    de incendios y asesinatos,
    robos y degolladuras,
    reyunadas y forzaduras,
    y agenció esos compañeros
    que ahora trae, los mashorqueros,
    con los que hizo esas hazañas;
    y todavía, ¡qué entrañas!,
    quiere su patria entregar,
    ¡a Rosas!, por gobernar
    cuatro días a lo sumo,
    porque luego, como el humo,
    le quita el mando VIOLÓN,
    o cualquier otro ladrón
    de esos que vienen con él,
    y al presidente Manuel
    me le sacan el pellejo
    en cuanto chiste; eso es viejo.

    ¿O estará Oribe en la creencia
    que hoy juega Rosas el resto,
    para después de todo esto
    largarle la presidencia?,
    y que para el Vuecelencia
    nos llena nuestra campaña
    de mazorca, media caña,
    refalosa, moño, cinta,
    y sobre todo, la quinta
    esencia del ladronicio?
    Un hombre con tanto vicio,
    tan cruel y tan ambicioso,
    tan vil y tan revoltoso
    como ese Restaurador,
    que ha llenado de terror,
    ¡trece años, como un rabioso!
    ¡A propósito es el mozo!


    VICENTE: No, amigo, ya don Manuel
    quisiera zafarse de él,
    sacándose la manea.
    Créalo, que tal desea:
    pero está muy apretao,
    abatido y ultrajao;
    porque ya sin disimulo
    le dicen, que es hombre nulo,
    entre esos mesmos rosines,
    tal son de bajos y ruines;
    y ¿qué ha de hacer?, se sostiene,
    pues más remedio no tiene.


    ZAMORA ¿Por qué de ellos no se aleja,
    como lo hizo Lavalleja,
    y como lo ha hecho Garzón?
    También esos hombres son
    enemigos de don Frutos:
    y por eso, ¿como brutos
    han de venir contra nuestra?
    En esto bien se demuestra
    que sólo Oribe es malvao:
    así se ve abandonao
    aun de sus mesmos amigos,
    que hoy están siendo testigos
    de la triste situación,
    miseria y desolación
    en que su tierra ha sumido,
    y ahí lo contemplan metido
    entre taperas quemadas
    y de cabezas cortadas,
    lleno de peste y flacura,
    enfermo de calentura
    y rodeado de asesinos,
    que los pueblos argentinos
    y que la Banda oriental
    han cercenado a puñal
    por orden de don Ciriaco,
    que así se llama ahora el Flaco.
    Y el apellido también
    se lo ha puesto, ¡ah, cosa fiera!
    Alderete... ¡Si supiera
    de a dónde lo fue a campiar!
    Oiga, le voy a contar,
    como Curro me ha contao,
    que no es andaluz negao.

    Cuando las primeras guerras,
    que apenas por estas tierras
    indios había y chimangos,
    cayeron los maturrangos,
    al mando de un tal Cortés,
    que el rey de España esa vez
    a Méjico lo mandó
    y fue quien lo conquistó.

    Ahí vino de habilitao
    un Alderete mentao
    y más ladrón que Turpín
    porque a un tal Guatimocín
    que era el Rey de aquellos pagos,
    cuentan de que le hizo estragos
    porque Alderete era moro,
    y, por soliviarle el oro
    al indio, lo atormentó
    fiero y lo descoyuntó,
    y cuando lo hizo cecina,
    hasta le robó la china.

    Mire que bien ha elegido
    de Alderete el apellido.
    Con que así, amigo Vicente,
    vea si estará caliente.


    VICENTE: Debe estar, porque sin duda
    se le ha puesto peliaguda
    la custión en esta vez,
    y es preciso ver lo que es
    ese ejército pueblero.
    ¡Qué soldados, aparcero,
    esos Guardias Nacionales!,
    ¡qué gefes, y qué oficiales!,
    ¡y esos siete batallones
    de morenos que son liones!
    ¡Ese Marcelino Sosa !,
    ¡que canta la pegajosa
    con su escuadrón todo el día!,
    y lo que es pior todavía,
    todita esa francesada
    que al sentir la rosinada
    se juntan como aguaciles,
    atraviesan los fusiles
    y a bayoneta calada
    atropellan de coplada
    cuando gritan: ¡Al avante!,
    llevándose por delante
    cercos, zanjas y palenque,
    y los sacan a rebenque
    a los rosines... ¡barajo!,
    ¡gente que les da trabajo!

    Luego de ahí, la italianada,
    también gente desalmada:
    ¡eh, pucha, pero si viera!,
    se topan con los de afuera;
    y al grito de... ¡Sacramento!,
    les atajan el aliento
    a fuerza de bala y tiza;
    y siempre muertos de risa.
    Vea pues lo que ha ganao
    Oribe cuando ha dejao
    de ser paisano oriental
    por ser rosín federal.


    JUAN DE DIOS: Como ya lo es, y se explica
    desde que a todo le aplica:
    ¡Viva la Federación!,
    que es decir en conclusión
    Viva la Mashorca y Rosas.
    ¿A qué vienen esas cosas?,
    si acá somos orientales,
    gauchos todos liberales,
    ¿por qué nos pretende uñir
    y que nos haga morir
    en el yugo ese tirano?

    No, amigo Ciriaco, en vano
    son sus viles pretensiones:
    arruine las poblaciones,
    degüelle, saque maneas,
    de su cuero las correas
    han de salir algún día.
    Ya ve que la gauchería
    del viejo Frutos Rivera
    le viene haciendo manguera.

    Ande vivo, le aconsejo,
    que ya para zonzo es viejo.

    Mire si está la estribera
    sigura, porque pudiera
    que se le corte un estribo,
    y yo no he de andar esquivo
    si lo pillo medio a pie,
    pues la refalosa...


    ZAMORA: ¡Che!
    Esa será la infinita
    que le toquemos... ¡Ah, hijita!
    En fin, vamos a ensillar,
    que ya empiezan a tocar
    los clarines.


    JUAN DE DIOS: ¡Ah, rosines!
    Siquiera fuese a la carga;
    porque esa ha de ser amarga
    y prontito... ¿No se le hace?


    ZAMORA: Amigo, quizás no pase
    de quince días lo más.
    Ya lo ve, como Aguarás
    anda don Frutos vichando.
    Mírelo; ahí viene bajando
    por la cuchilla...


    VICENTE: ¡Qué pingo!
    ¡Como de día domingo!


    JUAN DE DIOS: Amigo, así están toditos
    delgados... y parejitos,
    como para una pregunta
    y agachársele en la punta,
    mañana si Dios quisiera,
    gritando, ¡viva Rivera
    y el Gobierno Nacional!


    ZAMORA: ¡Viva!, ¡y nuestro general
    Aguiar, y viva Medina,
    que es amargo como quina!


    VICENTE: Y ¡vivan los coroneles
    siempre patriotas y fieles,
    Silva, Blanco y Estivao;
    Viñas, Flores, y el mentao
    Luna, y Báez, Cuadra, Camacho,
    y Olavarría!...


    JUAN DE DIOS: ¡Qué cacho
    es, amigo, ese oficial!,
    es buen mozo y ternejal
    de lo lindo lo mejor.
    ¡Que viva el Rubio-valor!,
    así lo hemos de llamar.


    VICENTE: ¿Y a PAZ?


    JUAN DE DIOS: El manco de amar
    de todos los orientales;
    y a Pacheco, el Rubio..., males
    de Rosas y los Ciriacos,
    porque a todos los trai flacos.


    VICENTE: Y ¿a ese coronel mentao
    del sombrero arremangao
    que le llaman GARIBALDE?


    JUAN DE DIOS: Ese, amigo, ni de balde
    se puede chanciar con él.
    Es más bravo que un infiel,
    y patriota el italiano:
    ahí le tengo un rabicano
    para dárselo cuando entre,
    donde quiera que lo encuentre.

    VICENTE: Pues yo, amigo, al comodoro
    inglés le guardo mi moro,
    que es lo más que puedo hacer,
    porque como a mi mujer
    lo apreceo, esto es verdá,
    pero es de mi voluntá
    que él lo muente, si le agrada.
    Siendo así... no he dicho nada.


    JUAN DE DIOS: Con que, será hasta la vista,
    que ya me voy a la lista.

    Esto dijo Juan de Dios
    del modo más agradable;
    y luego se prendió el sable
    montó a caballo y trotó.
    Martín también se largó
    para su escuadrón lueguito,
    y Vicente al galopito
    campo ajuera enderezó.


    El gaucho Jacinto Cielo

    Con este título apareció un periódico en Montevideo, y en su primer número publicado el 14 de julio de 1843 les dirigió las salutaciones siguientes al público y a todos los periódicos que en aquellos días se publicaban en la plaza sitiada

    AL PÚBLICO

    Pueblo de todo mi afeto,
    allá va Jacinto Cielo
    echándose por el suelo
    en prueba de su respeto:
    que aunque rudo y gaucho neto,
    venera a la sociedá;
    de suerte y conformidá,
    que si comete un error
    al largarse de escritor,
    no será de voluntá.

    AL NACIONAL

    Un gaucho sin más caudal
    que las bolas y el apero,
    hoy sale de gacetero
    paisano del Nacional:
    como a viejo ternejal
    y amigo de los paisanos,
    le besa el gaucho las manos,
    y le promete ayudar
    a escrebir y proclamar
    la ley contra los tiranos.

    AL CUSTITUCIONAL

    Amigazo y compañero,
    si me permite llamarlo:
    dispense que al saludarlo
    lo haiga dejao el tercero.
    Un cariño verdadero
    lo ofrezco con amistá,
    pues me gusta su lealtá,
    y respeto su saber
    para hablar y defender
    la Patria y la Libertá.

    AL PATRIOTA FRANCÉS

    Aunque usté no es oriental,
    señor patriota francés,
    los gauchos sabemos que es
    un patriota liberal,
    y como es acidental
    ser francés o americano,
    lo estimo como a paisano,
    porque dice quien lo entiende,
    que usté muy lindo defiende
    la causa contra el Tirano.

    AL BRITANIA

    Señor Britania: un tesoro
    es su modo de escrebir,
    pues lo he oído trasducir,
    y me ha parecido de oro
    su pico; así es que lo adoro
    por ser el primer inglés
    que, clarito y sin doblez,
    le ha dicho a don Mendevil
    que fieramente servil
    se ha mostrado de esta vez.



    A principios de julio de 1843 se hallaba el ejército sitiador de Montevideo tan hostilizado a retaguardia por las fuerzas orientales del GENERAL RIVERA, que el titulado Presidente Legal don Manuel Oribe tuvo que despachar con una fuerte división de caballería al general Núñez, encargándole muy especialmente, que del Departamento de la Colonia le remitiera tropas de ganado para abastecer al ejército, y también algunas yeguadas y potros para amansar, pero como el general Núñez anduvo muy lerdo para tales remesas, en un día apuradísimo, el Presidente legal le escribió la súplica siguiente, a la cual Núñez contestó con el parte de su derrota, que va a continuación.

    Al señor general don Ángel Núñez

    Cerrito de la Victoria a 16 de julio de 1843.

    Núñez: ¡por Dios, Angelito!
    ¡Mandame ganao!, ¡ganao!,
    porque estoy esperanzao
    tan sólo en vos, hermanito.
    Mandá ganao, te repito:
    toros, novillos o vacas;
    aunque se caigan de flacas
    lo que yo quiero es ganao;
    pues sino, desesperao,
    me comeré las petacas.



    MANUEL ORIBE.

    Lastimosísimo parte oficial, que desde la Colonia del Sacramento, le dirige el traidor general Núñez a su Presidente legal don Manuel Oribe, dándole cuenta de haber sido derrotado por el valiente coronel oriental don Venancio Flores en la Horqueta del Rosario el 18 de julio de 1843, día del aniversario de la Constitución de aquella República

    Al excelentísimo señor Presidente legal de la República oriental del Uruguay, Brigadier General don Manuel Oribe y «Alderete».

    ¡Viva la Federación!
    ¡Muera el salvaje unitario
    manco Paz!, ¡y el incendario
    anarquista Pardejón!

    En la Horqueta del Rosario;
    día del Universario
    de nuestra Costitución,
    ¡nos han tocado el violón!

    Mi estimado Presidente;
    participo a Vuecelencia,
    que el día de nuestra ausiencia
    se me acabó el aguardiente,
    pues se largó mi asistente
    aonde se hallaba Estibao
    y lo impuso de contao
    de toda mi expedición,
    resultando en conclusión
    que el diablo se la ha llevao.

    Yo empecé a juntar potrada,
    y toros, y algunas yeguas,
    pero no me daban treguas
    para remitirle nada;
    pues toda la Salvajada
    se alborotó a mi salida,
    y me han tenido en seguida
    tan sumamente apretao,
    que nunca, nunca he pasao
    susto más grande en la vida.

    Hasta que hoy de trasnochada
    FLORES se me apareció,
    y a Estibao se reunió
    para darme una sabliada.
    Yo aguardé la atropellada;
    pero como no soy ñato,
    en cuanto tomé el olfato
    a pura gente resuelta,
    ahí no más me les di güelta
    haciendo ¡fus! como el gato.

    Crea, señor, que disparo
    no por cobarde, sino
    porque claramente yo
    veo los bueyes con que aro:
    pues entre su gente es raro
    el hombre que medio aguante;
    así fue que en el istante
    que los salvajes cargaron,
    mis rosines me llevaron
    como a bagual por delante.

    Después de eso, disparamos
    todos tan en confusión,
    que soltamos el montón
    de hacienda que rejuntamos;
    pero por fin escapamos
    yo y cuatro hombres, a lo sumo,
    los demás se hicieron humo,
    y me queda el sentimiento
    que han ido a llevar el cuento...
    ¡a los infiernos!, presumo.
    Con que ansí, tenga paciencia,
    mi querido general,
    y si me he portado mal
    dispénseme Vuecelencia.
    Siento no hacer diligencia
    ahora mesmo por ganao,
    pero allá con bacalao
    medio se puede aguantar,
    porque yo de disparar
    me siento muy escaldao.

    ÁNGEL NÚÑEZ el guasquiao.



    ¡No se rían! Atención y ensebarse que hoy es el último plazo


    Trincheras, a 25 de agosto de 1843.

    Sabrán, paisanos, al fin,
    que hoy veinticinco sin falta,
    Alderete nos asalta,
    y nos mete el espadín.
    Ahí vendrá Maza violín,
    y esto no queda en amago,
    ¡luego verán el estrago
    que nos hace don Ciriaco!
    ¡Ah, general currutaco!,
    no lo pean, que es del pago.

    Ésta es la última amenaza,
    hoy mesmo se colarán.
    cola alzada, los verán
    sin mosquiar hasta la plaza.
    Todos vienen de coraza,
    y don Turpín con serrucho:
    ¡cuidao!, que ese barbarucho
    es militar muy foguiao;
    ¡ya verán mozo alentao!
    No lo pean, que es matucho .

    Por supuesto, en el Cerrito
    hoy naides come porotos,
    para evitar alborotos
    y hasta el más leve ruidito.
    Ansí ordenó don Panchito,
    y ese es como la Isidora
    de bravo, y si se acalora,
    ¡el diablo que le resuelle!,
    siendo ansí lo que atropelle...
    no lo pean, que es manflora.

    Luego, desde la Estanzuela,
    mandará veinte escuadrones
    a enlazarnos los cañones
    el general don Pajuela,
    que no hay duda, se nos cuela
    sin falta, esta tardecita:
    ¿o piensan que es mariquita?,
    ya lo verán, si atropella
    lo mesmo que una centella.
    No lo pean a Vidita.

    Falta lo más peliagudo
    y lastimoso del lance,
    que se ha de ver cuando avance
    ¡don Violón el corajudo!
    A ese lo espero, y no dudo
    que sin falta, a la oración,
    nos pega el atropellón.
    con más gente que langosta:
    ya verán si es poca bosta...
    no lo pean a Violón.

    JACINTO CIELO.



    La Refalosa
    Amenaza de un mashorquero y degollador de los sitiadores de Montevideo dirigida al gaucho JACINTO CIELO, gacetero y soldao de la Legión argentina, defensora de aquella plaza

    Mirá, gaucho salvajón,
    que no pierdo la esperanza,
    y no es chanza,
    de hacerte probar qué cosa
    es Tin tin y Refalosa.
    Ahora te diré cómo es:
    escuchá y no te asustés;
    que para ustedes es canto
    más triste que un Viernes Santo.

    Unitario que agarramos
    lo estiramos;
    o paradito no más,
    por atrás,
    lo amarran los compañeros
    por supuesto, mashorqueros,
    y ligao
    con un maniador doblao,
    ya queda codo con codo
    y desnudito ante todo.
    ¡Salvajón!
    Aquí empieza su aflición.

    Luego después, a los pieses
    un sobeo en tres dobleces
    se le atraca,
    y queda como una estaca
    lindamente asigurao,
    y parao
    lo tenemos clamoriando;
    y como medio chanciando
    lo pinchamos,
    y lo que grita, cantamos
    la refalosa y tin tin,
    sin violín.

    Pero seguimos el son
    en la vaina del latón,
    que asentamos.
    el cuchillo, y le tantiamos
    con las uñas el cogote.
    ¡Brinca el salvaje vilote
    que da risa!
    Cuando algunos en camisa
    se empiezan a revolcar,
    y a llorar,
    que es lo que más nos divierte;
    de igual suerte
    que al Presidente le agrada,
    y larga la carcajada
    de alegría,
    al oír la musiquería
    y la broma que le damos
    al salvaje que amarramos.

    Finalmente,
    cuando creemos conveniente,
    después que nos divertimos
    grandemente, decidimos
    que al salvaje
    el resuello se le ataje;
    y a derechas
    lo agarra uno de las mechas,
    mientras otro
    lo sujeta como a potro
    de las patas,
    que si se mueve es a gatas.

    Entre tanto,
    nos clama por cuanto santo
    tiene el cielo;
    pero hay no más por consuelo
    a su queja:
    abajito de la oreja,
    con un puñal bien templao
    y afilao,
    que se llama el quita penas,
    le atravesamos las venas
    del pescuezo.
    ¿Y qué se le hace con eso?,
    larga sangre que es un gusto,
    y del susto
    entra a revolver los ojos.

    ¡Ah, hombres flojos!,
    hemos visto algunos de estos
    que se muerden y hacen gestos,
    y visajes
    que se pelan los salvajes,
    largando tamaña lengua;
    y entre nosotros no es mengua
    el besarlo,
    para medio contentarlo.

    ¡Qué jarana!,
    nos reímos de buena gana
    y muy mucho,
    de ver que hasta les da chucho;
    y entonces lo desatamos
    y soltamos;
    ¡y lo sabemos parar
    para verlo REFALAR
    en la sangre!,
    hasta que le da un calambre
    y se cai a patalear,
    y a temblar
    muy fiero, hasta que se estira
    el salvaje: y, lo que espira,
    le sacamos
    una lonja que apreciamos
    el sobarla,
    y de manea gastarla.

    De ahí se le cortan orejas,
    barba, patilla y cejas;
    y pelao
    lo dejamos arrumbao,
    para que engorde algún chancho,
    O carancho.

    Con que ya ves, Salvajón;
    nadita te ha de pasar
    después de hacerte gritar:
    ¡Viva la Federación!



    ADVERTENCIA

    La composición siguiente me fue exigida en Montevideo por mi respetable amigo el doctor don Florencio Varela, quien a su costa la mandó imprimir con profusión para mandarla como un obsequio al Ejército argentino libertador que en esos días invadió al Entre Ríos a las órdenes del valeroso general Juan Lavalle.

    También con esta composición celebré la espléndida victoria obtenida por las tropas orientales al mando del señor general don Fructuoso Rivera, sobre el ejército de don Juan Manuel Rosas, que invadió a la República oriental a las órdenes del general don Pascual Echagüe, el cual fue completamente vencido en la batalla de Cagancha el 29 de diciembre de 1839.


    Media Caña del campo para los libres

    Al potro que en diez años
    naides lo ensilló,
    don Frutos en Cagancha
    se le acomodó,
    y en el repaso
    le ha pegado un rigor
    superiorazo.
    Querelos mi vida -a los orientales,
    que son domadores -sin dificultades.
    ¡Que viva Rivera!, ¡que viva Lavalle!
    Tenemeló a Rosas... que no se desmaye.
    Media caña,
    a campaña.
    Caña entera,
    como quiera.
    Vamos a Entre Ríos, que allá está Badana,
    a ver si bailamos esta Media Caña:
    que allá está Lavalle tocando el violín,
    y don Frutos quiere seguirla hasta el fin.
    Los de Cagancha
    se le afirman al diablo
    en cualquier cancha.

    A ese Rosas mentao
    tenemos gana
    de ver si lo sobamos
    como a Badana;
    porque es la gala
    de un oriental tirarse
    con gente mala.
    Desde el Entre Ríos vamos a toriarlo;
    pues Lavalle sólo quiere basuriarlo.
    Dejénselo al Rubio, que es de su ensillar,
    y aunque muerda el freno, lo ha de sujetar.
    Caña entera,
    no lo espera
    media caña,
    es su maña.
    Y ahora que a Macana, que fue haciendo bulla,
    la jaca lancera le metió la pulla,
    y ahora que a Badana y al morao Urquiza
    la Correntinada les saca la frisa...
    ¡que viva Ferré,
    que ha jurao a la Patria
    morir o vencer!

    Frente de la Bajada
    está Lavalle,
    con toda la mozada
    de Güenos Aires.
    Y Mascarilla,
    dicen que está muy flaco
    para morcilla.
    Ea, mascarita, veremos a ver
    si sos cualquier cosa, o has de endurecer:
    allá va Badana, juntate con él,
    que es de los más crudos de don Juan Manuel.
    Caña aguada,
    ¡qué mamada!
    Caña pura,
    es más dura.
    Dale china, dale al Restaurador,
    que chupe y se ponga de más buen humor.
    Mirá que ya el hombre entra a desconfiar,
    que los propios suyos lo han de traginar.
    Vuelta redonda...
    Allá van con Lavalle
    los de Coronda.
    Dejen no más que griten
    los mashorqueros;
    que quizás faciliten
    de los primeros.
    No los apuren;
    que puede que al ilustre,
    me lo asiguren.
    Esa es buena gente -para una voltiada,
    y en habiendo mosca -no se para en nada.
    Vaya pues, ingratos -no anden reculando,
    al Restaurador -váyanlo amarrando.
    Media caña,
    ¡qué lagaña!
    Como gusten,
    no se asusten.
    Aten a ese gaucho -los convidaremos;
    que por lo demás -nos arreglaremos.
    Ya ven que la cosa -está muy ñublada,
    ya ven que Lavalle -se va a la charquiada;
    y de esta suerte
    les haremos sin duda
    pitar del juerte.

    Tucumán y la Rioja
    y Catamarca,
    se han puesto la divisa
    celeste y blanca.

    Miren qué dolor,
    que La-Madrid ha voliao
    al Restaurador.
    ¡Ay, Felipe, Felipe Batata!
    Mirá que la cosa se pone muy ñata:
    subite a la torre, mirá al horizonte,
    verás que se arriman los de guardamonte.
    Caña larga,
    que descarga.
    Caña corta,
    qué te importa.
    Tocá tu cencerro y a los tucumanos,
    llamales devotos, deciles hermanos;
    hermanos, vení, vení con piedá,
    que yo soy batata de vuestra hermandá.
    También los bravos
    salteños ya no quieren
    ser más esclavos.

    Las muchachas porteñas
    en la Campaña,
    bailarán este invierno
    la media caña...
    con la mozada
    que les lleva Lavalle
    de la Bajada.
    Que vengan, que vengan los de barba larga,
    los que a los esclavos se van a la carga;
    dicen las porteñas hasta en la ciudad:
    «¡Qué lindo es un gaucho de la libertá!».

    No se tarden,
    vida mía,
    ¡qué contento,
    qué alegría!
    ¡Que viva Lavalle y los correntinos;
    y los orientales y los argentinos!
    ¡Jesús, cómo tardan!, ¡cuándo los veremos
    con esas divisas que tanto queremos!
    Vuelta postrera.
    ¡Viva la libertá!
    ¡Rosas... que muera!


    Carta del sargento Miranda al gaucho Jacinto Cielo, que le contestó con las décimas que se leerán después de éstas

    Acampamento en el medio de la Línea, a 3 de agosto.


    SEÑOR DIRETOR DEL GAUCHO

    I
    Amigo Jacinto Cielo,
    empriésteme su gaceta,
    que yo también soy pueta
    y en coplear tengo consuelo;
    soy su amigazo Marcelo,
    Miranda por apellido,
    en San Salvador nacido,
    domador de profesión,
    y patriota de opinión
    todita la vida he sido.

    II
    Cuando vide su papel,
    me alegré como era justo,
    ¡y si viera con qué gusto
    lo lemos en el cuartel!
    Basta que platique en él
    de nuestra guerra presente
    y en nuestra lengua, que hay gente
    que ya no nos tiene en menos,
    porque ve que semos güenos
    pa escrebir tan lindamente.

    III
    De esos otros gacetones
    que salen tuitos los días,
    hablando de extranjerías,
    no entendemos dos renglones:
    los hacen los señorones
    tan sólo pa la ciudá,
    y nadita se les da
    que nosotros no sepamos
    por qué a veces nos matamos,
    que es una barbaridá.

    IV
    Ansina es, amigo Cielo,
    que el gauchage se ha alegrao,
    porque ve que le han hablao
    clarito, que es un consuelo:
    todo vicho en este suelo
    entiende lo que usté dice,
    pues es claro que maldice
    a Juan Manuel el tirano,
    y usté puede estar ufano
    que el gauchage lo bendice.

    V
    Platique, amigo, clarito,
    del modo que va diciendo:
    yo también voy escrebiendo
    un trabacuí y un cielito,
    para que lo entienda al grito
    la gente de chiripá
    y calzonzillos, que está
    contenta con sus gacetas,
    y Alderetes y Alderetas
    rabean en la ciudá.

    VI
    Con que, si me da licencia,
    en un lao de su papel,
    echaré coplas en él,
    y excuse la impertinencia;
    usté es mozo de experencia,
    y sabe que hacer favor
    nunca ha sido deshonor;
    y ya que aparceros semos
    si está de humor, payaremos
    sobre guerra o sobre amor.

    [Fin de la Carta del sargento Miranda Jacinto Cielo]



    EL SARGENTO MARCELO MIRANDA.

    Contestación del gaucho a su amigazo y compañero el sargento Marcelo Miranda, ternejal y payador del pago de San Salvador

    [Contestación del gaucho Jacinto a Miranda]

    I
    Recebí, amigo Marcelo,
    su carta tan apreciada,
    que empieza con la versada:
    «Amigo Jacinto Cielo».
    Al fin no es chico consuelo
    que usté me haya saludao,
    como el que yo haiga prendao
    a un patriota y payador,
    gaucho de San Salvador
    dejuramente alentao.

    II
    Me dice más atrasito
    de que han leído mi papel
    muy a gusto en el cuartel,
    porque se explica clarito:
    ¡Qué quiere, compañerito,
    si ansí se usa entre el gauchage!,
    deje que allá el dotorage
    se pronuncie en lo profundo,
    que los gauchos en el mundo
    tenemos nuestro lenguaje.

    III
    Mesmamente en la ciudá,
    esas gacetas a macho
    largan cada terminacho,
    que ya es con temeridá;
    pero, aplíquese y verá,
    si no las lé de tropel,
    que tiran por nuestro aquel
    siempre con güenas razones;
    y le hablan en ocasiones
    muy al alma a Juan Manuel.

    IV
    Yo siempre soy muy clarito:
    y ¿a qué he de andar con rodeo
    para esplicar mi deseo?
    ¿No es ansí, compañerito?
    Mi papel es peticito,
    pero es gaucho, y han de ver
    que al Diablo le ha de correr
    en cuanto a decir verdades;
    porque no hay dificultades
    que me puedan encoger.

    V
    Siendo ansí, yo he de rumbiar
    por la senda que empecé,
    sin ladiarme, pues ya sé
    aonde debo enderezar.
    Si llego a desagradar
    no ha de ser a la gauchada,
    por lo demás ¡no sé nada!,
    deje que rabien no más,
    que redepente de atrás
    les arrimo una guasquiada.

    VI
    Ahí tiene, pues, mi papel
    disponga, compañerazo,
    porque me dará un gustazo
    al soltar coplas en él.
    Allá iré por su cuartel
    un día y platicaremos,
    y entonces lamentaremos
    las desdichas de esta tierra,
    y bien de amor o de guerra...
    como guste, payaremos.

    Su amigo, JACINTO CIELO.



    Carta clamorosa del mashorquero Salomón, a su aparcero Mariano Maza; la cual me la ha mandado su asistente a Montevideo por dos yuntas de chorizos. ¡Qué hambre!

    Buenos Aires. Agosto 8 de 1846.

    Querido Maza Violón:
    Extrañando tu silencio,
    te escribo con Juan Asensio,
    y es la tercera ocasión.
    Sabrás que está como león
    don Juan Manuel de enojao,
    pues ya se ha desengañao
    de que tu amigo Alderete,
    ni sale del Miguelete,
    ni vuelve más a este lao.

    ¡Qué diablos hacen, por Cristo!
    ¿Oliendo a Montevideo,
    y del Cerrito al Buseo,
    y del Buseo al Cerrito?,
    ¡pues, sabés que está bonito,
    que en lugar de atropellar,
    se alisten para emplumar,
    los ternes, los valaqueros,
    y esos bravos mashorqueros
    que se han metido a cuerear!

    Mirá que el Restaurador
    está de una vez cortao,
    porque ya no le ha quedao
    ni carne en el asador:
    pues la parada mejor
    que ha jugao en esta vida,
    la considera perdida
    allá por el Miguelete,
    aonde dejará Alderete
    a la Mashorca fundida.

    Sobre todo, a Mistre Yon
    lo vemos muy agachao;
    no sé si tiene entripao,
    o porque anda tan tristón;
    pero él muestra su jabón,
    pues con el Restaurador
    se ponen de mal humor,
    porque han sabido que el cojo
    ya le anda clavando el ojo
    don PURVIS el Comodor.

    Ansí es que la mashorcada
    medio-medio malicea;
    y por supuesto, orejea,
    y anda medio atribulada.
    En ancas, la salvajada
    se ha alborotao en la Rioja;
    tan luego ahora se le antoja
    alzar el poncho al gauchaje:
    ¡ah, gente es esta salvaje,
    ni por los diablos afloja!

    Ya de Núñez ¡volavero!,
    otra vez lo han trajinao,
    y solito se ha escapao
    lo mismo que terutero.
    Urquiza, aunque es tan matrero,
    también se encuentra apurao,
    pues suena que lo ha apretao
    Rivera en una voltiada,
    de suerte que en la jugada
    queda Alderete pelao

    Últimamente, Mariano,
    ¡cuidao que algún oriental,
    no te eche MEDIO BOZAL
    y que te asiente la mano!,
    porque siendo lomo sano
    muchos te han de cudicear;
    y por sacarte el hijar,
    o bien por redomonearte,
    se han de empeñar en voliarte;
    ¡no te vas a descuidar!

    Recebirás expresiones
    de tu compadre Juan Bolas,
    que ahí te manda esas pistolas,
    cada una de ocho cañones.
    Dice, «que a los salvajones
    no les reculés cañita»,
    lo mesmo que Manuelita
    dice, que no la olvidés,
    mandándole de un francés
    una lonja sobadita.
    Tu aparcero, SALOMÓN.






    Publicación alegrona hecha en el sitio grande de Montevideo por el gaucho Jacinto, el 24 de agosto de 1843, víspera del día para el cual Oribe anunció desde el Cerrito que asaltaría a la ciudad indispensablemente; amenazando a los sitiados con ofrecerles, que para el día del ataque desplegaría al frente de las trincheras de la plaza ¡diez y ocho mil soldados y cuarenta piezas de artillería!
    Con tan terrible amenaza se asustaron todos los sitiados; y el gaucho más asustado que ninguno, apenas atinó a cantar los versos siguientes que le dedicó al presidente legal, antes del ataque. ¡Y qué atacaba!

    Cuatro coplas a la salú del generalazo don Manuel Ciriaco Oribe y Alderete el proclamador, amenazador y atacador. Sí, señor

    Línea de Montevideo a 24 de agosto de 1843.

    AL MESMÍSIMO SEÑOR PRESIDENTE ROSÍN

    Pero, amigo don Ciriaco,
    usté solo se ha guasquiao,
    pues naides le ha preguntao
    si está en carnes o está flaco.
    Con diez y ocho mil y el naco
    de los cuarenta cañones
    nos sacan a pescozones:
    ¡qué diablos se anda empacando!,
    ¿o sigue siempre esperando
    el verano y los melones?

    Con seis mil de gente infante,
    toda tropa violinista ,
    ¡el demonio que resista,
    y la burra que lo aguante!
    Atropelle y al istante
    verá aónde vamos a dar:
    ¿a qué nos quiere asustar?,
    ¿no es mejor de que mansitos,
    nos agarre a todititos,
    y nos mande aserruchar?

    Luego, doce mil caballos
    sin contar la bagualada;
    ¡no fue tan grande la Armada
    del tiempo de don Ceballos!
    Cuentelos como zapallos,
    no se vaya a equivocar,
    porque ha de necesitar,
    aunque acá somos poquitos,
    largarnos medio muchitos
    si nos piensa traginar.

    Aunque, usté, amigo Alderete,
    siempre juega a punto errao;
    y siendo ansí, es excusao
    que nos cante treinta y siete.
    No nos venga con falsete,
    queriéndonos retrucar,
    si al fin ha de recular
    al grito de ¡CUATRO VALE!
    O veremos cómo sale,
    si piensa medio aguantar.




    Cielito del Curandero

    A la salú del señor comodoro Purvis.

    Voy a cantar un Cielito
    a salú del COMODOR,
    que tiene noticias lindas
    y está de muy güen humor.

    Cielito, porque ya ve,
    que no sube a la cucaña
    el ministro Mandevil
    que engañó a la Gran Bretaña.

    Al fin el Gobierno inglés
    ha descubierto la embrolla;
    y a Rosas, y al Pastelero,
    les manda sumir la boya.

    Cielito, cielo, mi cielo,
    cielito en el Miguelete,
    ¿qué dirá de estas noticias
    nuestro paisano Alderete?

    Ahora que el tal Mandevil
    le dice por fuerza a Brun ,
    que se largue y desensille,
    porque ya suena el rum-rum...

    Cielito, que don Purvis
    nos regaló su Morcillo;
    y que a Rosas por soberbio
    piensa atracarle el lomillo.

    Pues tiene a un rocín inglés
    enfermo de la vejiga,
    y piensa ir a Buenos Aires
    a pegarle en la barriga.

    Digo, cielito, y ansí
    lo hará orinar a la fija,
    en cuanto le dé un galope
    y le golpié la verija.

    Yo le aconsejo, señor,
    que si lo pilla alunao,
    le queme las carretillas
    con un fierro bien caldiao.

    Cielito, cielo, velay,
    cómo curan los paisanos
    a los rocines con luna,
    que lueguito quedan sanos.

    Cierto es que de la vejiga,
    hay animales muy viles;
    pero con cualquier paisano
    le hará orinar los cuadriles.

    ¡Ay, cielo!, y más abajito
    mande que le hagan cosquillas,
    y que le corten lueguito
    el pelo de las ranillas.

    Luego que lo cure ansí,
    y le haga apretar la cincha,
    móntelo, dele un rigor,
    lo verá cómo relincha.

    Cielito, cielo, y después
    puede echarlo a Ingalaterra,
    que animales de esa laya
    no sirven en nuestra tierra.

    Con que, señor comodor,
    yo soy suyo, mandemé,
    que en servirlo al pensamiento
    feliz me contemplaré.

    ¡Ay, cielo!, y por despedida,
    tan sólo le pediré
    que a Oribe le arrime bochas,
    ¡si acaso TIENE CON QUÉ!


    Los payadores

    Sentados en rueda a la orilla de un fogón y al pie de las trincheras de Montevideo, cantando las trovas siguientes, se lamentaban tres mozos argentinos y payadores, en el mismo día en que, abandonando las filas del ejército rosín y sitiador a las órdenes del general Oribe (alias Alderete), se pasaron a las de los Defensores de la Plaza


    ENTRERRIANO: ¡Ay!, ¡en el nombre del Señor!...
    a cantar va un entrerriano,
    ea, lengua no te turbes,
    en lance tan soberano-
    -en lance tan soberano;
    al tirano abandoné,
    ya estoy con los orientales,
    ya gaucho libre seré.


    PORTEÑO: ¡Virgen mía de Luján!...,
    ayudá mi entendimiento
    y que el corazón se explique
    en este puro momento-
    -en este puro momento,
    y en esta conformidá
    ya vuelve un gaucho porteño
    a gozar la libertá-


    CORRENTINO: A gozar la libertá...
    también vuelve un correntino.
    Atención pido, señores,
    al relatar mi destino-
    -al relatar mi destino
    en la Provincia oriental
    se acabaron mis desdichas,
    volvió mi felicidá.


    ENTRERRIANO: ¡Ay!, con el general Rivera...
    nos vemos en la ocasión
    libres de la tiranía;
    y de la infausta opresión
    -y de la infausta opresión
    nuestra patria libraremos,
    y hasta acabar los tiranos
    no lo desampararemos-


    PORTEÑO: No lo desampararemos:
    me cautiva la afición,
    y al compás de un instrumento
    se lo digo en la ocasión-
    -se lo digo en la ocasión,
    soy gaucho fiel y porteño,
    y hasta ver la patria libre
    no he de salir del empeño-


    CORRENTINO: No he de salir del empeño...
    hasta que no llegue el día
    de vengar mis padeceres;
    si Dios me presta la vida-
    -si Dios me presta la vida,
    y el arcángel San Miguel,
    voy a buscar a Lavalle
    para juntarme con él-


    ENTRERRIANO: Ay!, para juntarme con él...
    Me aprisionó don Pascual
    trayéndome riguroso
    para esta Banda oriental-
    para esta Banda oriental
    nos ha traído ese mandón,
    de la suerte en que nos vemos
    en la presente ocasión-


    PORTEÑO: ¡Ay!, en la presente ocasión...
    suelto al viento mis pesares,
    yo también vengo infeliz
    dende allá de Güenos Aires-
    -dende allá de Güenos Aires;
    yo era mozo acomodao,
    pero ahora por el tirano
    me miro tan desgraciao-


    ENTRERRIANO: ¡Ay!, me miro tan desgraciao...
    Canta un triste correntino
    arrastrado de su tierra
    para seguir un destino-
    -para seguir un destino
    en contra de la opinión,
    para ponernos al fin
    en la triste situación-


    ENTRERRIANO: ¡Ay!, en la triste situación...
    Entrando a considerar
    las desdichas de mi tierra,
    no me quisiera acordar-
    -no me quisiera acordar,
    pero es una sinrazón
    porque ya mi patria es libre
    y feliz en la ocasión-


    PORTEÑO: Y feliz en la ocasión...
    La libertá de Corrientes
    muy clara se deja ver
    y lo publican las gentes-
    -y lo publican las gentes.
    ¡Ea, lengua, no desmayes!,
    para cantar las vitorias
    del libertador LAVALLE-


    CORRENTINO: ¡Ay!, del libertador LAVALLE
    suena el clarín de su fama;
    ansí al pronunciar su nombre
    el pecho se me hace llama-
    -el pecho se me hace llama;
    perdón pido al auditorio
    soy súdito de Lavalle,
    soy argentino notorio-


    ENTRERRIANO: ¡Ay!, soy argentino notorio...
    Aquí entran los gustos míos;
    yo soy José Santos Vera,
    payador del Entre Ríos-
    -payador del Entre Ríos,
    que presumo en la ocasión
    presentármele a Lavalle
    general de la nación-


    PORTEÑO: General de la nación...
    ¡Viva don Frutos Rivera!,
    muera Rosas el tirano,
    Echagüe y Urquiza mueran-
    -Echagüe y Urquiza mueran,
    lo dice Pancho Morales
    porteño de los pasaos;
    y en las filas orientales-


    CORRENTINO: Y en las filas orientales,
    ¡vivan todos los franceses!,
    compañeros en la causa,
    liberales sin dobleces-
    -liberales sin dobleces,
    y sin más aspiración
    que hacer sucumbir a Rosas
    tirano, injusto y ladrón.


    Carta gauchi-refalosa escribida a ¡las últimas! por el mashorquero invernao, a su compadre y paisano el coronel mordedor Mariano Maza Violón


    ¡Viva la Federación!
    ¡Mueran los salvajes
    gringos!
    Buenos Aires, julio a
    20,
    del año cuarenta y
    cinco.

    Al coronel mordedor Mariano Maza Violón.

    Querido compadre amao;
    me alegraré que al recibo
    de la presente, ande vivo
    y no lo pillen turbao;
    yo no ando muy alentao,
    ni su comadre tampoco;
    y así mesmo entro de poco
    tendremos que rebenquiar,
    y al quinto infierno iré a dar
    si acaso no me equivoco.

    Digo al quinto, la verdá,
    porque los cuatro anteriores,
    que son sin duda los piores,
    están en esta ciudá:
    ¡ni qué otro infierno tendrá
    más diablos que los que aquí
    tenemos con DOFODÍ,
    ULEY y un tal BORBOLÓN,
    y en ancas la INTERVICIÓN!
    ¡Vea, pues, qué camuatí!

    ¡Ay, compadre!, ¡en qué pantano
    han caído hasta la encimera
    la Mashorca, la LEONERA,
    y el Sistema Americano!
    Ya pataliamos en vano:
    por un palo enjabonao
    se viene despatarrao,
    contra el suelo, Juan Manuel,
    como ha de caer atrás de él
    la mashorca, de contao.

    ¡Ya sabrá de la morcilla
    tan tremenda y horrorosa
    de violín y refalosa
    que nos ha hecho Mascarilla!,
    y cuasi, cuasi lo pilla
    en ella al pobre BADANA:
    por fortuna en la jarana
    diz que Pascual se asustó,
    y al Paraná se azotó
    de un salto como una rana.

    Allá en Entre Ríos, Paz,
    diz que lo topó a Garzón,
    y al primer arrempujón
    que lo redotó ahí no más:
    a Lagos también de atrás
    le salió la salvajada,
    y le han hecho una voltiada
    tan sumamente completa
    que allí ha estirado la geta
    todita la rosinada.

    Todo es porque Juan Manuel,
    ser la América ha querido
    él solo, y se ha presumido
    que no hay más patriota que él.
    Veremos quién es aquel
    que al ilustre defensor
    lo cuartea por favor:
    o si al Gran Americano
    le pasa el manco la mano,
    y le atraca... ¡de mi flor!

    Justamente el CORDOVÉS
    diz que anda bravo y alzao,
    y que a rebenque doblao
    se nos viene de esta vez:
    y ¿sabe, amigo, quién es
    quien va a toparlo?... Mansilla.
    Adónde irá esa polilla,
    y hágase cargo ¿qué hará?,
    ¡cuando día y noche va
    con el ojo a la tropilla!

    Mientras que la montonera
    de Santa Fe y de Corrientes
    viene crujiendo los dientes
    por tirarse a la LEONERA,
    vea si se ha puesto fiera
    la custión en la presente:
    quiera Dios que no reviente
    con este tirón el lazo,
    y le hagan dar un culazo
    al héroe del Continente.

    Pues si la carcamanada
    no afloja en la Intervición,
    y le dan un manotón
    al cojo viejo y su armada,
    o si la correntinada
    no se ahuga en el Paraná,
    y si ustedes los de allá
    no entran en Montevideo,
    Juan Manuel rueda, y no creo
    que lo alce la Caridá.

    ¿No ve a los cipotenciaros
    de Francia y de Ingalaterra,
    echándola en esta tierra
    de salvajes unitarios?
    Vea no más lo contrarios
    que nos son los UROPEOS,
    y al fin con sus lengüeteos
    como nos han traginao,
    por no haberlos desangrao
    asigún nuestros deseos...

    Velay el inglés ULEY
    si es lerdo; y cuando se apió
    a muchos les pareció
    que era lo mesmo que güey:
    y ¿qué dice de la ley
    del francés MUSIOFODÍ?
    ¡Ahijuna!, si es como ají,
    y tocante a Juan Manuel
    y a sungarlo en un cordel...
    a todo responde: güí.

    Anda el infeliz Batatas
    atrás de esos ministriles,
    que se le caen los cuadriles
    y se le dueblan las patas:
    ansí mesmo, él sigue a gatas,
    pero es afanarse al ñudo,
    porque, amigo, ni el PELUDO
    tiene más concha y dureza
    que mala sangre y firmeza
    MUSIOFODÍ: ¡ah, hombre crudo!

    Y en ancas musió LANÉS
    dende allá lo picanea,
    ¡ah, diablo!... Maldito sea,
    ese salvaje francés:
    y ese otro almirante inglés
    que se llama don Inglifés.
    ¡Ah, Cristo!... ¡qué par de chifles
    de dos cabezas hiciera,
    si entre mis uñas cogiera
    las dos de esos ALARIFES!

    ¡Oh!, quién pudiera enlazarlos
    siquiera por el cogote,
    y por un barrial al trote
    a la cincha revolcarlos,
    desnudos, y al aujerearlos,
    pisarles el costillar,
    y hacerles relampaguiar
    los ojos, como un novillo,
    cuando le atracan cuchillo
    que comienza a tiritar.

    ¿Y esa Legión italiana?
    ¡Ah, hijos de una gran!... Amigo,
    créame que los maldigo
    de la noche a la mañana;
    daría de buena gana
    todo cuanto he manotiao
    por pillarlos de este lao,
    y a uno por uno lonjiarlos
    vivos, y después echarlos
    de cabeza en el Salao.

    ¿Y a esos gauchos orientales
    y toda esa morenada?,
    ¡quién la viese degollada
    como quien mira costales!
    ¿Y a esos guardias nacionales?,
    ¡quién los pudiera atrapar
    para hacerlos talariar
    en rueda la REFALOSA!,
    y luego atrás, ¡qué cosa!,
    ¡entrarlos a desnucar!

    Con los franceses, no sé
    lo que haría, mesmamente:
    porque, compadre, esa gente
    merece, quién sabe qué,
    pero, ¡por Dios!, creamé
    que un san Luis que había en casa,
    lo zampé en la olla de grasa,
    lo freí a mi gusto, y luego
    lo colgué y le pegué fuego
    delante de Nicolasa.

    En fin, yo estoy aturdido,
    yo no sé lo que he de hacer
    desde que hasta mi mujer
    asustada ha mal parido.
    No hay mashorquero estreñido,
    no sé si es por la calor
    de Santa Fe y del VAPOR,
    porque al mesmo Juan Manuel
    los que platican con él
    le toman muy fiero olor.

    Con que, será hasta otra vez,
    si Dios nos saca con vida
    de esta fatal embestida
    de LÓPEZ y el CORDOVÉS,
    a Bruno y a Juan Andrés
    y a su aparcero el pelao,
    réceles, que han espichao
    al rigor de los salvajes,
    y ordene en estos parajes
    a su cumpa-

    EL INVERNAO.

    PODATA.
    ¿Sabe el refrán que anda aquí
    traído por la INTERVINCIÓN?,
    lo diré, con su perdón:
    «¡Vas a morder TONGORÍ!».



    Los misterios del Paraná o la descripción del combate de Obligado

    Bajada del Paraná. Dicembre 25 de 1545.

    Mi querida Estanislada:
    he llevao un gran sustazo,
    pero, a Dios gracia, buenazo
    hoy me encuentro en la Bajada;
    aonde veo muy ñublada
    la causa de nuestro aquel,
    pues ya viene de tropel
    toda la correntinada
    y atrás la paraguayada
    a tragarse a Juan Manuel.

    Ya ves, lo van apurando
    muy fiero al Restaurador,
    y sin duda a lo mejor
    lo han de sacar apagando:
    ve quien le viene apuntando,
    ¡PAZ!, que con el Paraguay
    ha hecho una vaca, y la trai
    tan sumamente preñada,
    que a la hora menos pensada
    nos largan el vacaray.

    ¿Quién será ese paraguayo
    que la echa de Presidente,
    y al héroe del Continente
    le ha atravesao el caballo?
    ¡Ah, hijito!... ¡si será gallo!,
    Mesmo, ha de ser algún crudo
    que no echa panes al ñudo,
    y ha de traer un camuatí
    de más gauchos que maní:
    por eso es tan corajudo.

    En ancas la extranjerada
    de estos malditos naciones,
    también tiene sus razones
    para andar endemoniada:
    y al lao de la salvajada
    se han recostao, de manera
    que nos tienen la tranquera
    tapada con barquería,
    y hasta Rosas desconfía
    de caer en la tapadera.
    ¡Infeliz!, y nos decía:
    «si dentran al Paraná
    »van a morder: ¡Ja, ja, ja!,
    ¡tramojos de batería!».
    ¡Ah, gaucho!, ¡qué fantasía!,
    y tan morao, que de flojo
    no ha ido a ver, ni por antojo,
    sus castillos de Obligao,
    que los barcos le han dejao
    polviando como rastrojo.

    El día que aparecieron,
    en cuanto los descubrimos
    de balde les sacudimos,
    mansitos se nos vinieron:
    y aguas arriba embistieron
    con la velería inflada,
    ocultando la güevada,
    redepente... ¡Virgen mía!,
    abrieron la aujurería
    y mostraron la nidada.

    Traen en cada costillar,
    del pecho al cuarto trasero,
    de trecho en trecho un ahujero
    que parece palomar:
    ¿Quién diablos iba a pensar
    que allí traiban los cañones?,
    y ahí mesmito en dos tirones
    los cargan y ¡bra... ca... tán!,
    ¡Virgen mía de Luján!
    ¡Que aguanten los cimarrones!

    ¡Ah, día amargo y fatal
    tuvimos en Obligao!
    Los gauchos, por de contao,
    peleamos a lo animal;
    y al fin hasta al general
    Mansilla lo machucaron,
    porque hasta nos atracaron
    con metralla embotijada;
    ansí de la paisanada
    la mitá nos dijuntiaron.

    ¡Ahijuna, gringos de ley,
    y diestros en los cañones,
    para largar botijones
    como cabezas de güey!,
    al primer bulto yo creí,
    ¡como hay Dios!, que era un zapallo,
    pero bochó en un caballo...
    ¡la pujanza... y reventó,
    y hecho tiras lo aventó
    a las pu... ntas de Ramayo!

    ¡Y qué barcazos! ¡Che! ¡Che!,
    tan morrudos nunca he visto;
    si había algunos, por Cristo,
    como de aquí a Santa Fe.
    ¡Y tan muchos!, ya se ve,
    como en Uropa hay manadas,
    no andan con habas contadas,
    sino en puntas a la guerra
    de Francia y de Ingalaterra
    los echan como yeguadas.

    Tres barcos ñatos venían,
    muy cosa extraña su laya,
    con ruedas y con hornalla,
    ¡barajo!... ¡y qué estrago hacían!,
    no sé que diablos tenían
    arriba del espinazo,
    que hasta nos dieron humazo,
    y de yapa ¡Cristo mío!,
    chapaliando por el río
    nos largaban el bochazo.

    Hubo hombre tan acosao
    de esos brutos, de manera
    que ganó una vizcachera
    por crerse más resguardao.
    ¡Pero qué!, si era excusao
    andarse haciendo chiquito;
    ansí es que ahí mesmo, lueguito,
    vino un triunfo y reventó;
    y hasta el pelo lo tapó,
    después de limpiarle el pito...

    Últimamente emplumamos,
    porque era cosa insufrible
    la desventaja terrible
    con que ese día peleamos.
    Ni yo sé como aguantamos
    que Rosas ansí nos meta,
    y al botón se comprometa
    a pelear con los naciones,
    que de cuatro manotones
    lo han de aplastar por trompeta.

    Si él hiciera un arrejón
    algún día, fuera bueno,
    pero siempre al cuero ageno
    se atiene ese baladrón,
    y ya ves en el montón
    de guerras que se ha empeñao,
    y que al cuhete ha desafiao,
    al Brasil, al Uruguay,
    a Bolivia, al Paraguay
    y a Uropa por decontao.

    Presume de ternejal,
    y no es más que presumido,
    que en siete años no ha podido
    ni con la Banda oriental;
    y eso, que de Portugal
    (dicen), y muy bien pudiera,
    que de miedo ¡ah, cosa fiera!,
    lo palanquean, y tal...
    porque puede cada cual
    tener el miedo que quiera.

    Y como se ha titulao
    el héroe del Continente,
    ¿quién sabe, allá cierta gente
    si de esto no se ha asustao?,
    y a la cuenta han opinao
    que al continente de allá
    la mashorca le entrará,
    y ésta al diablo lo acobarda,
    aunque ande con espingarda
    y con faca. ¿No es verdad?

    Con todo eso, Estanislada,
    y como te iba diciendo,
    la custión se va poniendo
    para Rosas muy ñublada.
    Y mirá que destapada
    acá mesmo me ha hecho el Cura,
    que no es lerdo, y me asigura
    que antes de entrar el otoño,
    si el Ilustre no alza moño
    le dan en la matadura...

    ¡Vieras al cura caliente
    rascuñando la sotana,
    hablar fiero esa mañana
    de Rosas únicamente!
    Me dijo a gritos: -«Vicente,
    demasiados desengaños
    hemos sufrido en quince años
    que ese diablo ha gobernao,
    y a su antojo ha degollao
    los suyos y los extraños.

    »Ya es preciso abandonar
    la causa inicua de Rosas,
    y estas guerras desastrosas
    con él deben terminar:
    ¡hasta cuándo hemos de andar
    matándonos entre hermanos,
    por caprichos inhumanos
    de ese tigre carnicero,
    que odea a todo extranjero
    y extermina a los paisanos!

    »Por esto la Intervinción
    lo quiere, y lo ha de apretar:
    no vos viene a conquistar...
    miente ese loco ladrón,
    sólo enfrenar su ambición
    es la razón que la trai;
    viendo que hasta al Paraguay
    quiere manotiarlo ya
    cerrándole el Paraná
    que le han abierto... ¡Velay!

    »¿Ni por qué a un barco extranjero,
    le han de privar dende allá
    que ande por el Paraná?
    ¿O es el río su potrero?
    Se engaña el gaucho muy fiero:
    las aguas del Paraná
    son también de propiedá
    de los pueblos costaneros,
    de balde los mashorqueros
    niegan esta realidá.

    »Y estos pueblos, a la vez,
    por más que Rosas se aflija,
    se le han de alzar a la fija
    colijiendo su interés.
    Luego, a estos puertos verés,
    que de Uropa en derechura
    se vienen con su fatura
    las gentes y barquería,
    y correrá pesería
    como haberá baratura.

    »Pues cada ciudá a su duana
    sus reglamientos le hará,
    y sus derechos pondrá
    como le dé gusto y gana:
    y si hoy no vendemos lana
    ni a doce riales quintal,
    es cosa muy natural
    que habiendo mucho tragín
    se venda tanta, que al fin
    nos den por la libra un rial.

    »De consiguiente vendrán
    a levantar poblaciones
    gentes de todas naciones,
    que sus familias trairán,
    y se desparramarán
    por los campos y ciudades;
    y hasta en las inmensidades
    de costas del Paraná
    dentro de poco no habrá
    desiertos ni soledades.

    »¡Verás miles de artesanos,
    cuántas fábricas pondrán!,
    y en ellas enseñarán
    a nuestros hijos o hermanos:
    y en lugar de ejercitarnos
    en destruirnos cual lo hacemos,
    a trabajar nos pondremos
    para curar tantas ruinas;
    y sables y garabinas,
    ¡al infierno arrojaremos!

    »Y los gauchos en su hogar
    vivirán como unos reyes,
    al abrigo de otras leyes
    que entonces se han de formar:
    leyes que han de terminar
    la anarquía en que nos vemos,
    y a las cuales juraremos
    obedecer ciegamente.
    Entonces, todos, Vicente,
    ¡qué felices viviremos!

    »Vos mismo, pongo por caso,
    topando en algún camino
    a un emigrao argentino,
    le has de soltar un abrazo,
    y has de decirle: ¡amigazo!,
    vámonos a divertir;
    y a la par han de salir
    a las yerras y carreras,
    aonde semanas enteras
    podrán los gauchos lucir.

    »Pues los barcos de vapor
    y multitú de otras clases,
    traerán a estos Paranases
    prendas lindas de mi flor,
    y lo más fino y mejor
    en paño, lienzo y zaraza,
    que en cambio por sebo y grasa,
    nos darán más que de prisa:
    ¡y hoy comprar una camisa
    mirá cuánto nos atrasa!

    »Además, un barco de esos,
    para un flete o para un viage,
    por lejos que esté el paraje
    te lleva por cuatro pesos:
    porque no tiene trompiezos
    río arriba o río abajo;
    y sin tener más trabajo
    que echar humo y chapaliar,
    empezando a disparar,
    ¡ni el diablo les pone atajo!».


    ¡Bien haiga el padre ladino
    y profundo en su razón!,
    atendé por conclusión
    con qué prosa se me vino:
    pues ponderando el camino
    de esos barcos, y la historia
    de la ventaja notoria
    que nos trai la intervinción,
    me largó esta relación
    que conservo en la memoria.

    «Estos barcos concluirán
    (dijo) la obra de Cornejo
    subiendo por el Bermejo
    desde el Paraguay a Orán;
    de allí a Salta anunciarán
    por los ecos del cañón,
    que por primera ocasión
    saludan a esas riberas
    las naves y las banderas
    de la... ci... vi... liza... yción!».

    ¡Voto al diablo!, ¡ahí me enredé
    en un terminacho al fin!,
    porque tiene un retintín
    que me cuesta ¡ya se ve!,
    pero te lo explicaré
    sigún yo lo he comprendido.
    El cura sólo ha querido
    decirme en esa expresión
    que va a llegar la ocasión
    en que no haiga hombre tupido.

    De manera, Estanislada,
    que como al cura le creo,
    hoy mesmito me guasqueo
    a campiar la salvajada.
    Ya no quiero saber nada
    de Rosas ni de esa gente;
    pues deseo solamente
    vicharle a PAZ una oreja,
    verás qué cuento le deja
    a Juan Manuel..
    .
    TU VICENTE.



    Cuentecito dirigido al regimiento de tiradores de nueva creación


    Mi coronel Gomenzor:
    el domingo muy contento
    lo vide a su regimiento
    que ha salido... ¡de mi flor!
    Maniobraron con primor,
    y se portó la mozada.
    ¡Ah, cosa! ¿Y la oficialada?,
    esa es como ñandubay,
    y ya los verán por ahí
    si se ofrece una sabliada.

    Con todo, se descuidó
    ese día una mitá;
    y en cierta dificultá
    medio-medio... qué sé yo.
    En fin, eso ya pasó:
    no hay que trabarse, ¡cuidao!,
    ni mirar de medio lao
    por reparar a las mozas;
    ¡miren que por esas cosas
    muchos hombres se han turbao!

    ¿O se hacen en la ocasión
    los que no saben marchar,
    como queriendo extrañar
    la garabina y latón?...
    Cuando hay en cada escuadrón
    de ustedes más veteranos
    que terneros orejanos
    hay desde acá hasta Corrientes;
    y se hacen los inocentes...
    ¡No echen pelos, pues, paisanos!

    Larguen no más el valor,
    porque saliendo a campaña,
    si la vista no me engaña
    tienen que entrar en calor:
    pues dice don Gomenzor,
    que pronto van a marchar,
    y entonces los va a mandar
    el coronel don Savedra;
    ¿si dará fuego esa piedra?...
    ¡Cuándo se ha de entreverar!



    Media Caña salvaje del Río Negro

    Vámonos arrimando
    al Miguelete,
    que anda una bagualada
    con Alderete.
    Y aunque es rosina,
    como está muy hambrienta
    es muy dañina.
    Allá va don FRUTOS, con güena pionada,
    toda ¡de mi flor! para una voltiada.
    Tin tin por la Aguada,
    tin tin o el Cordón,
    señora Santa Ana,
    abuela de Dios.
    Ponémelo a tiro... a Maza Violón,
    que lo pongo a parto al primer tirón.
    No me lo aflijas,
    que se le irá la cincha
    a las verijas.
    Hasta el viejo Frutoso
    viene resuelto
    a echarle un pial al Flaco
    de codo vuelto...
    Que lo quiere hacer
    en cuanto se le afirme
    revolcar y... per-
    ...mita Cristo que no me le afloje;
    verán si lo quiebra aonde se le antoje.
    Tin tin de la Aguada,
    tin tin del Cordón,
    señor, no lo apure,
    que está delgadón.
    Prendale a la burra que es lo mesmo que a él
    y es como sacarle la panza y la hiel:
    pues se ha hecho mamón
    con tanta calentura
    en esta invasión.
    Golpiando las caronas
    viene Medina,
    recostando a los Blancos
    de garabina:
    Y sin compasión
    se los trai a rebenque
    desde San Ramón.
    Ahí viene Servando y el terne Melgar
    que a gatas de susto consiguió enfrenar.
    Tin tin de la Aguada,
    tin tin del Cordón:
    dicen que Melgar
    en esa ocasión,
    a pesar de ser tan degollador,
    se asustó tan fiero que daba temor...
    Y sin saliva,
    de susto, metió el freno
    patas arriba.

    Cuando de acá de ajuera
    los apuremos,
    repúntenlos de adentro
    y nos reiremos.
    Que luego en montón
    nos voltiamos a toda
    la Federación.
    ¡Ay, rubio del alma, Mariano Violón,
    a quien le tenemos tamaña afición!
    Tin tin de la Aguada,
    tin tin del Cerrito,
    que no se te frunza,
    por Dios, Marianito.
    De balde presumes de tan yesquerudo,
    puede que te vuelvas medio tartamudo,
    llegado el día
    que te suelte los perros
    OLAVARRÍA.
    Encima del Cerrito
    que hicistes salva,
    ahí te quiere don Frutos
    pelar la nalga.
    Ya nos veremos,
    de aquí a unos pocos días
    platicaremos.
    ¡Ánima bendita del dijunto Raña,
    háceme topar con ese lagaña!
    Tin tin de la Aguada,
    tin tin del Cordón,
    no importa que sea
    rosín ariscón.
    Con los tres-marías lo he de sujetar
    y ahí no más lueguito... lo hago pataliar:
    eso a la fija,
    cuanto suelte las bolas
    de la manija.

    ¡Aguiar, Silva, Estibao,
    Flores y Luna;
    Olavarría, y Blanco
    el sin fortuna!...
    Vienen ganosos
    de ver si son los blancos
    tan rigorosos.
    A la refalosa de los federales
    traen la pegajosa estos orientales.
    Tin tin del Cerrito,
    tin tin al Cordón,
    hay unos pantanos
    que da compasión;
    y al fin del invierno se han de componer
    con tanta osamenta que tiene que haber
    de los rosines,
    que vamos a cueriar
    flacos y ruines.

    Cuando Badana vino
    la vez pasada,
    y en Cagancha le dimos
    una guasquiada,
    creo que apenas
    le quedó a Juan Manuel
    sangre en las venas.
    Pero de esta vez sucumbe Ciriaco,
    y le va a fundir todo su tabaco.
    Tin tin del Cerrito,
    tin tin de la Aguada,
    Oribe es la sota
    en esta jugada:
    y el Restaurador jugando, esta sota,
    juega contra el dos y queda en pelota,
    porque don Frutos
    se lo ha de echar en puertas
    fijo y sin sustos.

    Hay cosas desgraciadas
    como esta invasión,
    que hasta la extranjerada
    le tiene aprensión...
    Pues en la ciudá
    se han armado naciones
    con temeridá:
    y ésta es buena gente-
    ...porque como copla
    donde el uno apunta-
    ...el resto se sopla.
    Tin tin de la Aguada
    tin tin del Cordón,
    los puebleros andan
    con mala intención:
    y si los morenos y los nacionales
    me los atropellan a los federales,
    ¡Jesús te valga!,
    cuando Paz y la güeba
    del pueblo salga.

    El rosín que se aparte
    de la manada,
    ese sale siguro
    a la carniada:
    Que en la presente
    nos vamos al pescuezo,
    muy suavemente.
    Peregil y chauchas-rábanos y choclos,
    zapallo, batatas-habas y porotos.
    Tin tin de la Aguada
    tin tin del Cordón,
    ya no hay más alivio
    que toro flacón.
    Con que así rosines-
    ...pónganse a sembrar,
    mientras los de afuera-
    ...les damos lugar.
    Que ya las vacas
    las espantó Alderete
    con sus balacas.
    Vaya la despedida,
    que está lloviendo
    y se va la invasión
    humedeciendo.
    Y en este invierno
    ha caído en un barrial
    hasta el infierno,
    sable, tercerola, lanza y alfajor:
    y dele memorias al Restaurador.
    Tin tin que en la Aguada,
    tin tin y el Cordón,
    tiene empantanada
    la Federación.
    Amigo Alderete, la cosa está fiera,
    mire que lo pilla don Frutos Rivera;
    y en esta zurra,
    dicen que lo ha de hacer
    montar su burra.



    Solicitud de Lucero a los señores que formaban en Montevideo la Comisión de Equipo, con la cual el gaucho debía entenderse para que le pagaran cierta cantidad que le adeudaba el Gobierno, quien recomendaba a Paulino para que fuera atendido por dicha Comisión

    A LOS SEÑORES COMISIONEROS.

    Caballeros los nombraos,
    Portal, Bustamante y Costa,
    de la Comisión angosta
    principales titulaos:
    ya que andan de aficionaos
    voraceando al parecer,
    ¡qué Cristo!, vamos a ver
    si auxilian a un guacho flaco;
    pobre, infeliz, sin tabaco,
    ni cangallas que vender.

    Yo sé que en la situación
    los que pueden aliviarme
    como también traginarme,
    solamente ustedes son:
    pues ya la gobernación
    está bien enternecida,
    y a servirme decidida
    con la mejor voluntá,
    pero al mesmo tiempo está
    enteramente fundida.

    También sé de que en la hacienda
    el Ministro hoy los rejunta,
    y yo me largo en la punta
    a esperar en la trastienda:
    allí aguardo la tremenda,
    mesmito, y si salgo mal,
    de allí atropello al corral
    del Juerte, y sin alboroto
    voy de cabeza y me azoto
    en el pozo de Vidal.

    P. LUCERO.



    La primer montada a caballo que hizo Jacinto Cielo saliendo del Hospital


    HOY YA ME LE ACOMODÉ

    Sabrán que el viejo FRUTOSO,
    que nunca se muestra ingrato,
    le dio para mí este flete
    al coronel Fortunato.

    Por supuesto, es prenda mía,
    ¡cuando el viejo me lo cobra!,
    y para boliar rosines
    tengo caballo de sobra.

    ¡Eh p... ucha, el pingo que está
    soberbio con la soltura!,
    pues como recién lo muento,
    un rayo se me afigura.
    Aflojarle es una gloria:
    ya ven, lo voy recogiendo,
    pues presumo que a Violón
    cerquita le voy midiendo.

    ¡Dos pares le he de prender,
    a un tiempo a ese baladrón!,
    y he de llevar a los tientos
    para Barcena otros dos.

    Déjenlo que me aventaje
    ese mashorquero viejo;
    que ¿aónde diablos se me va
    si le aflojo al azulejo?

    ¡Y que se me iba con bolas!,
    ¡y que aguantaba el sogazo!,
    ¡y que al primer chaguarazo
    no sale haciendo cabriolas!

    En fin, ya tengo salú
    y un pingo ¡superiorazo!
    ¡Ya verán esas dos liendres
    si han de morir a este brazo!



    Aprobación de Jacinto al nombramiento de sargento primero de una reunión de caballeros tertulianos del Revesino, en la cual el referido sargento era el jugador más aventajado en saber, como el más precaucional para llevar el caballo; mientras que el dueño de casa lo jugaba regularmente mal puesto, y así lo perdía, y luego se desagradaba en los términos que dicen los versos siguientes


    SEÑORES REVEINSEROS.

    Aprobando el nombramiento
    de que es tan merecedor
    por diablo y por mosquiador
    el titulado sargento,
    afirmo con sentimiento
    que es ¡un gran camandulero!,
    y un jugador picotero,
    porque se araña y se muerde
    ¡la gran pucha!, y cuando pierde
    grita más que un terutero.
    Sin embargo, lo aventaja
    alegando a lo cotorra
    otro que hace mazamorra
    revolviendo la baraja.
    Veremos si ahora se ataja
    y dice que no es verdá:
    pero, no lo negará,
    pues sabe la reunión
    que en comenzando el patrón
    rezonga a lo mangagá.



    La extremaunción

    Patrón don
    Palemón,
    como es tiempo
    de fusión,
    creo que la
    repetición
    de esa
    antigualla composición
    vendrá muy al
    pelo en la situación.

    La Extremaunción.

    Montevideo. Agosto 6 de 1846.

    Querido primo Ramón;
    no te cause admiración
    el tremendo notición
    que te doy de sopetón;
    y aunque su confirmación
    todavía está en embrión,
    no es cuento, ni es ilusión
    que, como una exhalación
    ha venido de Londón
    un vapor como el Gorgón,
    llamado Desvastación
    «dicen» que con la misión
    de concluir esta cuestión
    mediante una transación;
    y que es fijo y de cajón
    que se acaba del tirón
    la guerra y la desunión.
    de hombres de toda opinión
    celeste, blanca o punzón.
    Yo, primo del corazón,
    siento tal satisfación,
    que nunca tuve alegrón
    como éste, y por precisión
    creo que de esta ocasión
    concluirá la destrución,
    la miseria y la aflición
    de toda la población:
    y también la aspiración
    de cualquier bando o fación;
    si hacemos la reflexión,
    que nuestra infeliz Nación
    al concluir el pericón
    se halla sin ponderación
    más pelada que un pelón,
    sin un solo patacón,
    por la sencilla razón
    que en esta revolución
    le han dado sin compasión
    ¡tantísimo manotón!...
    los que tienen afición
    al suelo y al borbollón,
    y hoy echan tragos de ron
    a costa de una porción
    de hombres de mi condición,
    que soy paisano lerdón;
    y que en esta confusión,
    de pelearnos con tesón
    he tenido un apretón,
    y he vendido hasta el facón
    por yerba, pan o jabón:
    y que al fin en un rincón,
    con el suelo por colchón
    estoy sin medio y flacón,
    rotoso, sucio y barbón,
    contemplando un familión
    macilento y delgadón,
    y lamentando tristón
    ¡tanta vaca y mancarrón
    que me han hecho humo al botón!
    Pero... pase el nubarrón.
    Vena la paz y la unión.
    Y, por San Pascual Bailón,
    y la Pura Concepción
    santos de mi devoción,
    que echo al infierno el latón
    y me afirmo a un azadón,
    gritando de corazón:
    ¡viva, viva la fusión,
    y viva la constitución,
    y viva la intervención,
    y viva la Devastación!,
    que es ¡la última!, che Ramón,
    pues solo a su aparición
    y piadosa intercesión
    vamos a deber el don
    de la tranquilización...
    Aunque, ando con aprensión
    que antes de la conclusión,
    de balde estoy ariscón,
    después de tanto arrejón,
    que algún chumbo o perdigón
    me estire en un albardón,
    y patitieso y panzón
    de ahí me tiren a un zanjón,
    como han tirado a un montón
    de criollos, que siempre son
    los pavos de la función,
    y espichan como un ratón
    sin paternóster ni Kirieleisón.
    Tu primo-José Hilarión.



    Prevención del periodista Jacinto, para recoger la suscripción de las primeras diez gacetas que publicó en Montevideo; advirtiéndose que debía cobrar al repartir el n.º 10, y que en el n.º 9 dijo al público, que desensillaría su caballo y no haría más gacetas, si no le pagaban corrientemente la primer suscripción.


    Proclama de Paulino Lucero a sus suscritores

    Montevideo, a 25 de agosto de 1843.

    Caballeros: -¿El decir
    diez y tarja, es afirmar
    que yo iba a desensillar?
    ¡Valiente no colegir
    que tarjé para juntar!

    Pero, los que no colijan,
    dirán: -¿Rejuntar el qué?,
    pues, señor, se lo diré:
    Aflojen, y no se aflijan,
    ¡diez realitos!... ¡Oiganlé!

    No aguanto más suscrición
    cinco pares de gacetas
    les he de largar completas,
    y en tocando a reunión
    lárguenme cinco pesetas.

    Con que ansí, guarden la paja,
    y vénganse con el trigo,
    porque, clarito les digo,
    que me les voy a baraja
    si andan con güeltas conmigo.

    Por lo demás, no hay cuidao,
    tengo más que escribaniar,
    que hay rosines que boliar
    dende aquí hasta el Otro lao,
    si los dejamos llegar.

    Pues estando arremangao
    cualquier gaucho decidido,
    en la vida ha sucedido
    que eche al suelo su recao
    sin montar lo que ha querido.



    Súplica gaucha dirijida al ilustrado redactor del Comercio del Plata doctor don Florencio Varela, pidiéndole anunciara la publicación que se iba a efectuar del poema Paulino Lucero

    SEÑOR RELATOR DEL COMERCIO DEL PLATA.

    Montevideo. Noviembre 14-1846.

    Muy señor mío:
    Velay le mando, señor,
    a que lea mi argumento,
    que en este puro momento
    ha soltao el imprentor.
    Hágame pues el favor,
    usté que es hombre maestrazo,
    de pegármele un vistazo,
    y verá un pial de volcao,
    en que a Rosas le he largao
    la armada de todo el lazo.

    Y si por felicidá
    le agradase mi versada,
    en su gaceta mentada
    avísele a la ciudá
    del modo y conformidá
    que el gaucho saldrá lueguito;
    ya que usté es el primerito
    a quien le largo este envite,
    a fin de que me acredite,
    si es su gusto, patroncito.

    PAULINO LUCERO.



    ADVERTENCIA

    En la siguiente composición Paulino Lucero es un gaucho correntino enemigo acérrimo de la tiranía de Rosas, que acompañó constantemente al general Lavalle, en clase de soldado, y fue uno de los bravos que salvaron el cadáver de su general de las impías manos del feroz don Manuel Oribe que, cual chacal hambriento y rabioso, escarvaba los sepulcros buscando la cabeza descarnada de aquel valiente infortunado. Después que sus fieles y esforzados compañeros pudieron, en tierra extranjera, darle la cristiana sepultura que le negaron los tiranos de su patria, aquel puñado de héroes escapados del puñal de los verdugos de Rosas, se dispersó buscando su salvación en los países limítrofes. Lucero se refugió al fin en los campos del Cuaró, donde vivía a monte, siempre con la esperanza de que amaneciese un día de libertad para su patria. Así que supo que el general Urquiza había levantado su espada contra los tiranos, voló a la Provincia de Entre Ríos a ofrecerle sus servicios. En estas circunstancias es cuando se encuentra con su antiguo amigo Martín Sayago. La primera edición de este diálogo se hizo en Montevideo el año de 1846. En la segunda, publicada en 1851, salió enteramente refundido y aumentado; y ahora se reproduce así corregido.


    Martín Sayago recibiendo en el palenque de su casa a su amigo Paulino Lucero


    MARTÍN: ¡AMIGO! De aquella loma
    que atrás del monte se ve,
    apenas lo devisé,
    dije: aquel mozo que asoma
    se me hace por la presencia
    ser el paisano Lucero;
    felizmente, aparcero,
    me ha salido...


    LUCERO: A la evidencia:
    porque como nunca juyo
    de esta causa en el afán;
    y como dice un refrán,
    en un pie a tu tierra, grullo,
    cuanto el general Urquiza
    (a quien lo conserve Dios)
    pegó el grito: «vamonós
    contra Rosas», a la prisa,
    como es justa la contienda,
    por lo justo, al grito yo,
    decidido, del Cuaró
    me vine a tirar la rienda
    frente de Gualeguaychú,
    y al Uruguay me azoté
    y lueguito me largué,
    a saber de su salú.
    ¿Y mi aparcera?


    MARTÍN: Buenaza.
    siempre mentándolo a usté.
    Vaya, aparcero, apiesé;
    ya sabe que está en su casa,
    y no precisa...


    LUCERO: Al momento
    velay refalo el recao
    y me pongo a su mandao.


    MARTÍN: Adelante: tome asiento.


    LUCERO: Pues, mire, amigo Sayago,
    yo al venir me presumía
    que no me conocería
    al volver por este pago.
    Pero si usté a la fortuna
    es igual en la memoria,
    ya puede hacer vanagloria
    de conocedor: ¡ahijuna!


    MARTÍN: Lo que yo estoy conociendo
    es que usté viene templao
    y como siempre alentao.
    Con que, váyame diciendo:
    ¿diadónde sale?


    LUCERO: ¡Chancita!
    De lejas tierras, cuñao,
    después de haberme troteao
    media América enterita:
    de suerte que de mulita
    ya nada tengo, ¡qué Cristo!,
    pues con las cosas que he visto
    en tanto como he andao,
    de todo estoy enterao
    y para todo estoy listo.

    Pero, paisano Martín,
    yo creiba que su amistá
    con mi larga ausiencia ya
    hubiese aflojao al fin.
    Ya ve que ¡siete años largos
    sin vernos hemos pasao!,
    ¡y cómo estoy de arrugao
    por tantos ratos amargos!...
    Así, yo hubiera apostao
    a que me desconocía,
    y que ni mentas haría
    de mí.


    MARTÍN: Se había equivocao:
    y lejos de eso, aparcero,
    tan presente lo he tenido
    que lo hubiera distinguido
    en el mayor entrevero.

    Digo esto, en la persuasión
    que usté en la otra tremolina
    habrá andao de garabina,
    por supuesto, y de latón;
    sobre el pingo noche y día
    peliando al divino ñudo,
    medio en pelota o desnudo
    y con la panza vacía.

    Pero ya por estos pagos,
    lo mesmo que por su tierra,
    se anda por concluir la guerra
    y las matanzas y estragos:
    bajo la suposición
    de que no corcoviará
    Rosas, y se allanará
    a organizar la nación
    por el ORDEN FEDERAL,
    que Entre Ríos y Corrientes
    han proclamado valientes,
    y han de sostener... ¿qué tal?


    LUCERO: ¡Muy lindo!... pero... veremos;
    porque ese Rosas, amigo,
    ¡es tan diablo... pucha, digo!,
    ¡cuántos males le debemos!
    Y aunque usté haiga forcejeao
    en otro tiempo por él,
    éste no es el tiempo aquel,
    y se habrá desengañao...


    MARTÍN: ¿Forcejeao, dijo? Se engaña:
    por un deber he seguido,
    siempre medio persuadido
    que Rosas es un lagaña.


    LUCERO: ¿Medio no más, aparcero?,
    ¿o se le hace rana el sapo?,
    ¿a que si se lo destapo,
    se persuade por entero?

    ¡Es un tigre hasta morir,
    con unas garras que asusta!,
    y a ese respeuto, si gusta,
    le explicaré mi sentir.


    MARTÍN: ¡Pues no!, amigo: desde luego
    prosiga, y dele por ahí:
    y arme un cigarro, velahí,
    también voy a darle fuego.


    LUCERO: No... deje estar... ¡Voto a bríos!
    ¡Maldito sea el rocín!
    ¡Por Cristo!, amigo Martín,
    he perdido los avíos.
    ¡Ah, bruto!, ¡si ha corcoviao
    hasta cortarme la cincha,
    y todavía relincha;
    y mire, se ha revolcao!


    MARTÍN: Tiene laya de buenazo
    y bellaco...


    LUCERO: Sin piedá,
    pero de conformidá,
    que luego es ¡superiorazo!

    Hoy cuasi me descompuso,
    porque en pelos me dejó,
    y ya también se volió,
    pero salí ¡como un huso!


    MARTÍN: ¡Ah, gaucho!... Vení, Ramón;
    velay, agarrá ese overo,
    y acolláralo ligero
    al zaino viejo rabón.
    ¿No será algún pescuecero
    su redomón, ño Paulino,
    que saque por el camino
    a la rastra a mi aguatero ?
    No le hace: andá y del tirón
    traite el mate y la caldera;
    vaya, hijito, y de carrera
    cébanos un cimarrón.


    LUCERO: Pues, yo creí que usté viviera
    siempre en la otra población,
    y hoy al darle el madrugón
    me encontré con la tapera.
    Luego me pude informar
    de su salú y paradero,
    y en la cruzada al overo
    se le antojó retozar.


    MARTÍN: ¡Voto-alante!, en fin ya ve,
    después de tanto rodar,
    me he conseguido afirmar
    siempre en la costa del Clé,
    donde en otro tiempo, amigo,
    cuanto rancho he levantao,
    lueguito me lo han quemao,
    como si fuera castigo:
    hasta hoy que como la rosa
    vivo y puedo trabajar
    con miras de adelantar,
    si Dios no manda otra cosa.
    Pues acá de varios modos,
    siendo los hombres honraos,
    todos viven sosegaos
    y ganan su vida todos,
    mediante la proteción
    que el gobernador Urquiza
    al pobre que la precisa
    le presta de corazón.

    Así, el hombre es bendecido,
    como bajado del cielo,
    después de tanto desvelo
    y atraso que hemos sufrido.


    LUCERO: Que dure es lo menester,
    y pronto, amigo, verá
    que esta provincia será
    feliz como debe ser:
    porque la naturaleza
    y Dios mesmo se ha esmerao
    en darle como le ha dao
    en el suelo su riqueza,
    corriendo la agua a raudales
    por sus ríos caudalosos,
    y de ahí sus montes frondosos,
    sus campos y pastizales.

    Luego sus puertos y haciendas
    su trajín y produciones...
    ¿No valen más estos dones,
    que ejércitos y contiendas
    sin término?, ¿y para qué?,
    para que al fin el tirano
    llegue a ser el soberano
    de estos pagos.


    MARTÍN: Riasé
    del Supremo y de su antojo,
    pues para tal pretender,
    Rosas no debía ser
    tan ruin, tan malo, y tan flojo;
    ni debía ese asesino
    apoyarse en el terror,
    ni ser tan manotiador
    como tacaño y mezquino.
    Así condición ninguna
    tiene, sino fantasía;
    pero, ya se allega el día
    de que se le acabe, ¡ahijuna!...

    ¡Qué distinto proceder
    tiene acá el gobernador,
    a quien el restaurador
    le debe todo su ser!

    Usté lo verá, paisano;
    por supuesto, lo verá,
    y si ha visto (me dirá)
    hombre más liso y más llano.

    Y verá con el empeño
    que proteje al hombre honrao,
    sin fijarse en lo pasao,
    ni en si es de Uropa o porteño.

    Porque su único sistema
    es perseguir los ladrones,
    pero que por opiniones
    ya ningún hombre le tema.

    También verá el adelanto
    de nuestra provincia entera,
    y al cruzar por aonde quiera
    le parecerá un encanto:

    Ver la porción de edificios
    que se alzan en todas partes
    para protejer las artes
    y diferentes oficios.

    Luego en los campos verá
    las escuelas que sostiene
    la Patria, en las cuales tiene
    a hombres de capacidá:

    Enseñando satisfechos
    y con esmeros prolijos
    a que aprendran nuestros hijos
    a defender sus derechos.

    Y últimamente, paisano,
    si hay gobiernos bienhechores,
    quizá uno de los mejores
    es el Gobierno entrerriano.


    LUCERO: ¡Qué primor! Así debía
    proceder todo gobierno
    veríamos que al infierno
    iba a parar la anarquía.
    Pero, desgraciadamente
    Rosas es tan envidioso,
    y tan diablo y revoltoso,
    que ya pretende al presente
    largarnos un buscapié
    para hacernos chamuscar,
    porque no le ha de agradar
    esta quietú; creamé.
    Pues la Libertá y la paz
    son dos cosas que aborrece,
    a punto que se estremece
    de oírlas nombrar nada más.
    A bien que le he prometido
    destapárselo enterito,
    y voy a hacerlo lueguito;
    ¿quiere atender?...


    MARTÍN: Decidido
    le prometo mi atención:
    que un hombre de su razón
    merece ser atendido.


    LUCERO: Pues bien, amigo Sayago,
    debajo de una amistá
    oirá con la claridá
    y la franqueza que lo hago.

    No hablo como lastimao;
    menos como correntino:
    hablaré como argentino,
    patriota y acreditao,
    que nunca ha diferenciao
    a porteños de entrerrianos,
    ni a vallistas de puntanos,
    porque todos para mí,
    desde este pago a Jujuí,
    son mis queridos paisanos.

    Y en el rancho de Paulino
    puede con toda franqueza
    disponer de la pobreza
    cualquier paisano argentino;
    pues nunca ha sido mezquino,
    y a gala tiene Lucero,
    el que cualquier forastero
    llegue a golpiarle la puerta,
    siguro de hallarla abierta
    con agrado verdadero.

    Sólo aborrezco a un audaz
    que piensa que la nación
    es él solo en conclusión,
    y su familia, a lo más:
    y ese malevo tenaz,
    matador, morao y ruin,
    que ha promovido un sin fin
    de guerras calamitosas,
    no es una rana... ¡ése es Rosas!
    mesmito, amigo Martín,

    que grita ¡federación!
    y degüello a la unidá,
    mientras que a su voluntá
    manotea a la nación;
    y en veinte años de tesón
    que mata y grita audazmente
    ¡federación!, que nos cuente,
    ¿qué provincia ha prosperao
    o al menos se ha gobernao
    de por sí federalmente?

    Ninguna, amigo: al contrario,
    hoy miran su destrución
    y que en la Federación
    Rosas se ha alzao unitario,
    porque, a lo rey albitrario,
    desde San José de Flores
    fusila gobernadores,
    niñas preñadas y curas,
    y comete en sus locuras
    otra máquina de horrores.

    ¡Vea qué Federación
    tan gaucha!, y yo le respondo
    que aunque soy medio redondo
    conozco su explicación,
    que consiste en mi opinión,
    en que los pueblos unidos
    vivan, y no sometidos
    a tal provincia o caudillo
    que les atraque cuchillo
    y los tenga envilecidos...


    MARTÍN: ¡Ahijuna!...


    LUCERO: No se caliente:
    deje estar que le relate.


    MARTÍN: Siga, amigo: velay mate;
    velay también aguardiente.
    ¡Barajo!... ¡qué relación!
    ¡Ah, Rosas, si en este istante
    te topara por delante!,
    si hasta me da comezón...


    LUCERO: ¡Viera, aparcero Sayago,
    por esos pueblos de arriba,
    como he visto yo cuando iba,
    redotao por esos pagos!,
    ¡qué mortandades, qué estragos!,
    ¡cuánta familia inocente
    hasta hoy llora amargamente
    la miseria y viudedá
    que deben a la crueldá
    de Rosas únicamente!

    Luego, el encarnizamiento
    con que a los hombres persigue,
    y los rastrea, y los sigue
    lo mesmo que tigre hambriento.
    Así es que he visto un sin cuento
    de infelices desterraos,
    y hombres que han sido hacendaos
    rodando en tierras agenas
    y viviendo a duras penas
    pobres y desesperaos.

    ¡Y así pretende el tirano
    que el país esté sosegao,
    habiéndolo desangrao
    de un modo tan inhumano?
    Ahora, dígame, paisano:
    si a usté también lo saquiara,
    lo persiguiese y rastriara
    así con un odio eterno,
    usté desde el quinto infierno
    ¿con Rosas no se estrellara?


    MARTÍN: Siguro, hasta el fin del mundo
    como a pleito lo seguía,
    y hasta lo perseguiría
    de la mar en lo profundo.

    Y a la prueba me remito
    en la presente patriada,
    yendo a darle una sableada
    allá en Palermo mesmito.

    Y siendo tan revoltoso
    el paisano Juan Manuel,
    preciso es librarnos de él
    lo mesmo que de un rabioso;
    y entre todos sin reposo
    dejándonos de pelear,
    lo debemos corretear,
    que dispare a lo ñandú
    y se vaya a la gran-pu
    y nos deje sosegar.


    LUCERO: Y que deje de amolarnos
    con tanta guerra al botón
    que arma allá ese baladrón
    con miras de esterminarnos.
    Que acá para gobernarnos
    federal y lindamente,
    sin hacer matar la gente,
    pero haciendo prosperar
    la patria, no han de faltar
    gobiernos como el presente.


    MARTÍN: ¡Ah, gaucho sabio y ladino!,
    si es la cencia consumada,
    y patriota más que nada;
    eche un trago, ño Paulino.


    LUCERO: Vaya, amigo, ¡a la salú
    de sus pagos y los míos,
    y el GOBIERNO DE ENTRE RÍOS
    que nos ha de dar quietú!,
    ¡y por la FEDERACIÓN!


    MARTÍN¿La gaucha?...


    LUCERO: No: ¡la entrerriana!,
    la linda, la veterana,
    que hará feliz la nación,
    hoy que su proclamación
    alza el general URQUIZA,
    diciendo: «¡Aquí finaliza
    todo el poder de un tirano,
    que el ejército entrerriano,
    va a reducir a ceniza!».


    MARTÍN: Amigo, ahí tengo un changango
    que pasa de rigular,
    y ahora mesmo hemos de armar
    para esta noche un fandango.

    Aunque ya no me acordaba
    que ayer, cuando iba al arroyo,
    mi Juana Rosa en un hoyo
    medio se sacó una taba.

    Y hoy de mañana salió
    con la Nicasia en las ancas,
    y en aquellas casas blancas
    debe estar, presumo yo,
    haciéndose acomodar
    la pata que se le ha hinchao:
    pero así mesmo, cuñao,
    esta noche ha de bailar.

    ¡Y usté templando el changango
    saquémele hasta la frisa,
    a salú de don Urquiza
    federal lindo y de rango!


    LUCERO: Lo haré por él, lo prometo;
    pues, si antes fui su enemigo,
    ahora de veras le digo,
    me ha cautivao el afeto,
    viendo el empeño completo
    con que llama a los paisanos
    para que se den las manos
    y se dejen de matar:
    así es que lo han de apreciar
    todos los americanos.

    Y así, yo de corazón
    rendiré la vida a gusto
    en las filas de don Justo,
    sosteniendo su opinión
    de organizar la nación,
    hoy que el caso se presenta,
    para ajustarle la cuenta
    a ese tirano ambicioso,
    causal de tanto destrozo
    que nuestra patria lamenta.

    Y a quien el mesmo Entre Ríos
    le debe tantos atrasos,
    por las trabas y embarazos
    que antes le puso a estos ríos;
    creyendo en sus desvaríos
    Juan Manuel, que el Paraná
    era de su propiedá:
    y cuando le daba gana
    no entraba ni una chalana.
    ¡Mire qué barbaridá!

    Y a todo barco atajaba,
    sin más razón ni derecho
    que sacarle hasta el afrecho
    en tributos que cobraba:
    de otro modo no largaba
    a ningún barco jamás,
    y sólo a San Nicolás
    cuando más podían dir,
    pues si querían subir
    los hacía echar atrás.

    ¡Qué diferencia hoy en día
    es recostarse a estos puertos,
    y verlos siempre cubiertos
    de purita barquería!,
    con tanta banderería
    y tanta gente platuda,
    que al criollo que Dios lo ayuda
    se arma rico redepente;
    lo que antes cuasi la gente
    andaba medio desnuda.
    Luego, en ganar amistades,
    ¿acaso se pierde nada?...
    ¿y con gente bien portada
    que nos trae comodidades,
    cayendo de esas ciudades
    de Uropa tantos naciones,
    a levantar poblaciones
    en nuestros campos disiertos,
    que antes estaban cubiertos
    de tigres y cimarrones ?

    ¿O debemos ahuyentar
    la gente que habla en la lengua?
    No, amigo, porque no hay mengua
    en que vengan a poblar;
    pues nos pueden enseñar
    muchas cosas que inoramos
    de toda laya: ¿a qué andamos
    con que naides necesita,
    si hay tanto y tanto mulita
    entre los que más pintamos?

    Dicen que «la extranjerada
    (algunos no dicen todos)
    nos ha de comer los codos».
    ¿Qué nos han de comer? -¡Nada!,
    podrán comer carne asada,
    cuando apriendan a enlazar;
    y no se puede negar
    que son muy aficionaos
    a echar un pial, y alentaos
    si se ofrece trabajar.

    Allá en mi pago tenemos
    un nacioncito bozal,
    muchacho muy liberal
    con quien nos entretenemos;
    y al lazo le conocemos
    mucha afición de una vez.
    Y, ni sé qué nación es;
    pero cuando entre otras cosas
    le grito: «piálame a Rosas»,
    se alegra y responde: ¡yes!


    MARTÍN: Será el diablo! Pues aquí
    anda otro carcamancito
    que contesta a lo chanchito,
    y a todo dice: «güi, güi»,
    y ayer peló un bisturí
    de dos cuartas, afilao,
    y yo que estaba a su lao
    le dije: «¿para qué es eso?»,
    y él señalando el pescuezo
    nombró a Rosas, retobao.


    LUCERO: ¡Pero, si es temeridá
    lo que el hombre es malquerido
    y putiao y maldecido
    en todo pago y ciudá!

    Ya le dije, yo he corrido
    muchas tierras, y embarcao
    desde la mar del Callao
    hasta la Esquina he venido;
    y en Bolivia he conocido
    a hombres que no morirán
    de antojo, y le pegarán
    al Supremo una sumida,
    si Dios le presta la vida
    al general Ballivián.

    Éste anda por Chuquisaca,
    y allá en Lima anda un Castilla,
    general, que si lo pilla
    a Rosas le arrima estaca;
    porque es liberal de a placa
    ese general limeño;
    y a todo gaucho abajeño
    que anda infeliz por allá
    en cualquier necesidá
    lo proteje con empeño.

    Así, yo vine prendao
    de otro general Torrijo.
    ¡Ah, mozo!, un día me dijo,
    viéndome medio atrasao.
    «¿Muchacho, sos emigrao?».
    Sí, señor, le respondí.
    «Pues tomá», y le recebí;
    y como quien no da nada
    ahí me largó una gatiada
    que luego la redetí.

    Después en Chile, paisano,
    también me puse las botas,
    con muchos mozos patriotas
    que detestan al tirano;
    y el gobierno es tan humano,
    que a todos nos compadece,
    y dice que no merece
    Buenos Aires esa suerte,
    en que hoy se mira, y de muerte
    a Juan Manuel lo aborrece.

    ¿Y el general Virasoro?,
    ¿y el ejército que manda?,
    ¡por Dios!, le asiguro que anda
    contra Rosas, como un toro;
    y antes en manos de un moro
    caiga ese bruto asesino,
    que no en las de un correntino.
    Así, que ande Rosas listo,
    pues si lo pillan, ¡ah, Cristo!,
    ¡infeliz de su destino!

    Luego, en colmo de sus males,
    al Presidente su aliao
    ya lo tienen apretao
    veintidós mil imperiales,
    todos mozos ternejales
    que lo han de sacar muriendo,
    y todos, estoy creyendo
    como una cosa sigura
    que por sacarle una achura
    a Rosas se andan lambiendo.
    Y en todo el género humano,
    no crea, ni le parezca
    que hay hombre que no aborrezca
    a Juan Manuel por tirano.
    ¿Y en el Paraguay, paisano?,
    ¡viera a los paraguayitos
    todavía mamoncitos
    que apenas andan gatiando,
    y ya se largan gritando:
    «¡que muera Rosas!»...


    MARTÍN: ¡Ah, hijitos!
    Ya además el Presidente
    es un quiebra, sigún veo,
    pues le ha pedido rodeo
    al héroe del Continente.


    LUCERO: Sí, amigo, muy suavemente
    al principio lo ha palmeao,
    y ya lo ha redomoneao,
    hasta el verano que viene,
    que puede ser que lo enfrene
    y lo haga de su recao.


    MARTÍN: ¡Ah, cosa! Dios lo bendiga,
    y le dé su santa gracia.
    ¡Che!, mire: ahí viene Nicasia
    con mi china. Pero, diga:
    ¿se acuerda de Sandoval
    el payador?


    LUCERO: ¡Cómo no!


    MARTÍN: Un chumbo lo desnucó.


    LUCERO: ¿Dónde?...


    MARTÍN: En la Banda oriental:
    donde también por mi mal
    andando por esa tierra,
    cuando la maldita guerra
    en que Rosas nos metió,
    cuasi, cuasi, quedé yo
    estirao en una sierra.


    LUCERO: Velay otra guerra, amigo,
    que hace Rosas al botón,
    de cuya desolación
    usté habrá sido testigo:
    y ¿qué oriental enemigo
    tiene Entre Ríos?, pregunto.
    ¿A qué cargas, a qué asunto
    mandó allá a la paisanada?
    ¿Sabe a qué, aparcero? A nada;
    a peliar por él, por junto.

    Cierto es que Frutos Rivero
    vino acá la vez pasada,
    porque allá la entrerrianada
    a él lo atropelló primero
    con don Pascual, que altanero
    se guasquió a Santa Lucía,
    pues de terne presumía,
    hasta que en una mañana
    le zurraron la badana:
    y que vuelva, ¡y qué volvía!

    Y de ahí, Rosas se ha propuesto
    destruir la Banda oriental,
    que no le ha hecho ningún mal,
    ¡mire si es hombre funesto!,
    y no alega otro pretexto
    que mudarle presidente:
    ¿qué le importa que Vicente,
    o Pedro, o Juan o Tadeo
    gobierne en Montevideo?,
    ¿no digo bien?


    MARTÍN: Mesmamente.


    LUCERO: Pues ya ve a los orientales
    matándose con horror,
    lo que es, amigo, un dolor,
    ¡porque son tan liberales!,
    y hay mozos tan racionales
    entre uno y otro partido,
    que si ya no se han unido
    no es por rencor, creamé,
    es solamente porqué
    ahí anda Rosas metido.

    Lo que antes, los orientales
    se daban cuatro sabliadas,
    y al tiro de camaradas
    quedaban todos iguales:
    mas hoy, con los federales
    quo Rosas les ha ingertao
    tan fiero los ha trenzao,
    que algunos ya lo coligen,
    y Dios permita y la Virgen
    que le hagan el cuerpo a un lao.

    Dios lo permita, repito,
    que se abracen como hermanos;
    porque, sin ser mis paisanos
    los apreceo infinito;
    pues ya sabe, aparcerito,
    que yo me crié por allá,
    y así es con temeridá
    lo que esa gente me agrada,
    y esas hembras más que nada,
    porque son una deidá.


    MARTÍN: ¡Oiganlé al cantor Lucero
    cómo se explica y se amaña!
    Pues bien, una media caña
    conciérteme, compañero.

    Toda de amor enterita,
    que se alborote el hembraje
    con las coplas, y le faje
    hasta la madrugadita.


    LUCERO: Media caña y cielo junto,
    será más lindo, aparcero,
    y que yo duerma primero,
    porque... ya me siento en punto...


    MARTÍN Echesé, aunque Juana Rosa
    venía y se ha entretenido,
    y si lo pilla dormido
    quizá se muestre quejosa.

    Pero ya que está templao,
    no hay que hacer caso, echesé,
    que yo lo dispertaré
    con un buen cordero asao...

    Aunque, amigo, la patrona
    lo ha de querer agradar:
    déjeme, voy a carniar
    con cuero una vaquillona.

    Y ya enderezó Martín
    rumbiando para el rodeo;
    y Paulino a su deseo,
    hizo estas coplas por fin.



    Coplas de Cielito y Pericón que concertó Lucero para el fandango que armó esa noche Sayago

    A LA SALÚ DEL EJÉRCITO ENTRERRIANO Y CORRENTINO.

    Vaya para Rosas solo
    este cielo y pericón,
    pues a los demás rosines
    les toca de refilón.
    ¡Ay, cielo de la Victoria!,
    cielito del Paraná...
    ¡Oído! que ya la corneta
    tocó un punto alto en Cala.
    ¡Atención!... En el campo
    tocan a montar.
    ¡A caballo, soldados
    de la libertad!
    ¡Guerra al tirano!
    Garabina a la espalda,
    sable a la mano.
    Ya brillan los corvos y las tercerolas:
    y lucen las lanzas... lindas banderolas
    de los valientes
    patriotas entrerrianos
    y de Corrientes.

    Vamos a ver en Palermo
    si es garbosa la persona
    de ese general Vejiga,
    Juan Manuel Rosas Corona.

    ¡Cielito de la tristura!...
    con que se dice al remate
    que ese bruto es general
    por las campañas de uñate.

    Cuando va al tranco esa maula,
    la panza le hace: ¡cla!, ¡cla!
    de aguachado, de bichoco
    y de barrigón que está.

    ¡Cielito!... y de precisión
    tenemos que adelgazarlo,
    para lo que vamos todos
    dispuestos a galopiarlo.

    Él piensa de Tucumán,
    Salta, Córdoba y la Rioja,
    San Juan, Mendoza y San Luis,
    seguir con la cincha floja.

    ¡Cielito!... y por desengaño,
    pronto, tirano, has de ver,
    que entre todos, de un tirón,
    dos barrigas te han de hacer.

    Y si nos facilita
    un tal Badana
    para cruzar el río
    cualquier chalana:

    No hay necesidá
    de hacernos capiguaras
    en el Paraná.

    Ya verás, ingrato, cuando la embestida,
    dónde aparecemos de una zambullida.

    Y después de eso,
    ¿no te da comezón
    en el pescuezo?

    También quiero prevenirte
    de que el general Garzón
    va de un galope al Cerrito
    a echarle un ¡truco! a Violón.

    ¡Ay, cielo mío!... y después,
    si no te parece mal,
    le piensa pasar la mano
    al titulado Legal.

    De balde te vas poniendo
    tan cumplido y tan blandón,
    tratando de hacer compadres
    a los de la Entreinvención

    ¡Cielito de la sordera!
    Salí, Supremo lagaña,
    ¿no ves que los Uropeos
    ya te conocen la maña?

    Pues si el general Urquiza
    no te hubiese abandonao,
    atenido a él estarías
    mordedor y endemoniao.

    ¡Cielito!... porque en lo guapo
    sos enteramente igual
    a un perro bayo que tiene
    en la estancia el general.

    Dicen que en Buenos Aires,
    en la situación,
    se ha puesto redepente
    muy caro el jabón.

    ¡Qué calamidá!,
    ¡cuando el Jefe Supremo
    tan jediondo está!

    Dormite, morrongo, dormite, mi amor;
    dormítele Urquiza al Restaurador,
    y la pichona
    que pretende su parte
    en la corona.

    Si Rosas mata al botón,
    le juega mi general
    a cuál de los dos resulta
    con más charque en el tendal.

    ¡Ay, cielo, y de la mashorca,
    si endurece la pandilla,
    lo que ha de tener de sobra
    Juan Manuel... será morcilla!

    Y si Corona presume
    de un ejército infinito,
    el que de acá le larguemos
    no ha de ser muy peticito.

    ¡Cielito!... y ya los rosines
    deben saber que no es broma,
    que el ejército entrerriano
    como se las dan las toma.

    También saben que no usamos
    echar de lejos balacas,
    ni peliar con los matreros,
    ni robar pingos y vacas.

    ¡Ay, cielo!... pero si alguno
    medio a forcejear nos sale
    por sostener al tirano,
    ¡a qué te cuento, más vale!

    El diablo es que anda sonando...
    ¡Cristo!, ¿si será verdá?,
    que el ejército rosín
    lo debe mandar Biguá.

    ¡Ay, cielo!... de la barriga
    cómo vendrá el pobrecito,
    después que lo largue Rosas
    soplao hasta lo infinito.

    ¡Jesús nos favorezca,
    si viene Biguá!,
    y nos larga la inflada,
    ¡qué barbaridá!

    ¡Cuando atropelle
    y que nos desenvaine
    tamaño fuelle!

    Y traiga a los tientos las armas de Rosas
    fuelles y jeringas, vergas y otras cosas,
    con que en Palermo
    se divierte el Ilustre
    cuando está enfermo.

    Velay, el sol aparece,
    y al escurecer la luna,
    ¡miren cómo resplandece
    de los libres la coluna!

    ¡Ay, cielo!... digan conmigo:
    ¡viva la Federación!,
    ¡viva Urquiza y Virasoro!,
    ¡y también viva Garzón!
    Con que, ¡adiosito, paisanas!,
    que aquí concluye el cielito;
    y ya para mi escuadrón
    también me largo lueguito.

    Cielito, y por conclusión,
    la más linda moza diga,
    si no me hace algún encargue
    para el general Vejiga.

    Esta versada cantaron
    en el baile de Sayago,
    y al cantor de trago en trago
    esa noche lo apedaron;
    y, como lo calentaron,
    a lo mejor del bureo
    ahí les largó un bordoneo
    para llamar la atención,
    y las mozas con razón
    le hicieron un palmoteo.

    Luego, sacó a su aparcera
    la Juana Rosa a bailar,
    y entraron a menudiar
    media caña y caña entera.
    ¡Ah, china!, ¡si la cadera
    del cuerpo se le cortaba!,
    pues tanto lo mezquinaba
    en cada dengue que hacía,
    que medio se le perdía
    cuando Lucero le entraba.

    En fin, allá al aclarar
    se tocó la despedida,
    porque la gente rendida
    ya se comenzó a raliar.

    ¡Qué divertirse esa gente!,
    ¡qué beber y qué bailar!,
    eso fue hasta rematar
    en el patio últimamente.

    Y fue un fandango de humor,
    donde acudieron con ganas
    lindas mozas entrerrianas,
    que las hay ¡como una flor!

    Luego Paulino y Sayago
    a la cocina surquiaron,
    en donde cimarronearon
    sin dejar de echar un trago,
    y en ese mesmo momento
    Martín le dijo a Lucero:

    -No se vaya a ir, aparcero,
    sin hacerme otro argumento
    como ese de la ramada,
    que fue cosa superior,
    aun cuando el Restaurador
    nos eche alguna putiada.

    -¿Qué me importa que se enoje?,
    contestó el gaucho Paulino,
    si él sabe que correntino
    no hay ninguno que le afloje;
    con que así, monte, cuñao,
    vaya no más a campiar,
    que al volver me ha de encontrar
    pronto y listo a su mandao.



    Relación, que del embarque, del viaje, y del fin trágico de la Arroyera, le fue remitida desde el campamento de Oribe al gacetero Jacinto Cielo, por su amigo Anastasio el Chileno, el cual andaba de bombero de los patriotas entre los sitiadores de Montevideo.

    Isidora la federala y mashorquera

    1.ª PARTE

    La Isidora regordeta
    se va a embarcar al Buseo:
    ¡vieran con qué zarandeo
    va arrastrando una chancleta!

    Que lleva un pie desocao
    de resultas de un fandango,
    en que le rompió el changango
    en la cabeza a un soldao.

    Y en esa noche con Brun
    bailando la refalosa,
    anduvo poco mañosa
    queriendo hacerle el betún.

    Sabrán que esta moza al fin,
    no es porteña, es arroyera,
    pitadora y guitarrera
    y cantora del Tin tin.

    Que vino de la otra banda
    junto con los invasores,
    y que sabe hacer primores
    por todas partes donde anda.

    Y que hace mucho papel
    como güena federala,
    pues su refriega en su sala
    con la hija de Juan Manuel.

    En fin, dicen que esta dama
    del Miguelete se aleja,
    y a mis paisanas les deja
    los recuerdos de su fama.

    También dicen de que al borde
    ha estado de perecer,
    y se quiere reponer
    porque ha perdido el engorde.

    Pues no le asientan los pastos,
    y luego con la escasez
    que hay por ajuera, esta vez
    se ha fundido en hacer gastos.

    Así es que bien trasijada
    se retira la infeliz,
    echando por la nariz
    como suero de cuajada.

    Un ojo le lagrimea,
    del aire, dice Garvizo
    que para él es un hechizo
    otro que le centellea.

    El andaluz se hace almiba
    por agradar a Isidora,
    que es muchacha seguidora
    y nunca se muestra esquiva.

    Así es que a la despedida
    la acompaña una patrulla,
    marchando sin hacer bulla
    como gente dolorida.

    Pero la Isidora marcha
    sin demostrar sentimiento,
    con un semblante contento
    y más fresca que la escarcha.

    Lleva el rebozo terciao,
    airoso, a lo mashorquera,
    y en la frente de testera
    luce un moño colorao.

    Marcha con aire jitano,
    y una mano en la cadera,
    que sacude sandunguera
    con un garbo soberano.

    Para lucir los encajes,
    viste a media pantorrilla
    un vestido de lanilla
    colorao y sin follages.

    Ella no gasta bolsita
    como gasta una pueblera;
    pero carga una jueguera
    y también su barajita.

    Todo el cortejo se empeña
    en complacerla al partir,
    pero ella se quiere dir
    y a todo vicho desdeña.

    Casi se cai de barriga
    el cirujano, en mala hora
    se le cayó a la Isidora.
    el cuchillo de la liga...

    Que lo levanta el galán
    trompezando, y cariñoso
    se lo presenta gustoso
    a la prenda de su afán.

    La Isidora lo recibe,
    y exclama: -¡Cristo me valga!,
    antes perdiera una nalga
    que no esta prenda de Oribe.

    Con la cual he de volver
    y a todas las unitaria,
    de balde han de ser plegarias,
    yo las he de componer.

    ¿Ha visto, dotor tuertero,
    estas zonzas de orientalas,
    que a todas las federalas
    nos tratan como a carnero?

    Esas mesmas que ahí están
    faroliando en el Cerrito,
    y haciéndole asco al moñito,
    no sé lo que pensarán.

    Pues mire, ¡a fe de Isidora,
    me voy con sangre en el ojo!,
    y he de volver por antojo
    con mi comadre Melchora.

    Y a toda la que se piensa
    que me ha de andar con diretes,
    le he de cruzar los cachetes
    y le he de cortar la trenza.

    ¡Moño grande! que se vea,
    se han de poner a la juerza:
    y a la que medio se tuerza
    se lo he de pegar con brea.

    ¡Caray!, si me da una rabia
    el ver que a mí, ¡a la Isidora!,
    quieran ganarle a señora
    porque tienen mejor labia.

    ¡Y porque gastan corsé,
    y gorras a la francesa,
    ni levantan la cabeza
    a saludar! -Ya se ve...

    Aún no están acostumbradas
    a la mashorca y tin tin,
    pero de todas, al fin,
    me he de reír a carcajadas.

    Deje no más que entre Oribe
    y tome a Montevideo,
    que hemos de tener bureo
    como Rosas me lo escribe.

    Con que ansina, dotorcito,
    a todas digamelés,
    que he de volver otra vez,
    ¡que me anden con cuidadito!

    En esta conversación
    hasta la playa llegaron,
    y en el momento mandaron
    los rosines un lanchón.

    Era preciso llevarla
    cargada para embarcarse,
    por no dejarla mojarse,
    que eso podía resfriarla.

    Entonces de la cadera
    se la prendió el andaluz,
    y ella le gritó: ¡Jesús!
    ¡No me ruempa la pollera!

    Con todo, se la echó al hombro,
    y hasta el lanchón la llevó;
    y al dejarla suspiró
    el tal Garvizo, ¡qué asombro!

    Con que ansina desde ahora
    es bueno que se prevengan,
    y las orientalas tengan
    ¡cuidado con la Isidora!

    2.ª PARTE

    Por un duende que ha venido
    y que estuvo en lo de Rosas,
    esta y otras muchas cosas
    diz que Anastasio ha sabido.

    Porque me escribe el chileno,
    con respeuto a la Isidora,
    de que tuvo la señora
    un viage pronto y muy güeno.

    Pues la tarde del embarque
    alzó moño la Palmar,
    y a Güenos Aires fue a dar
    con la Arroyera y su charque.

    Y con viento rigular
    amaneció la Boleta,
    frente de la Recoleta
    aonde empezó a sujetar.

    Por supuesto, en la cruzada,
    la muchacha se almareó,
    y cuasi, cuasi largó
    la panza y la riñonada.

    Pero le dieron giniebra,
    que cura la indigestión;
    y diz que sopló el porrón,
    y se lo limpió de una hebra.

    Luego lo ofrecieron té;
    pero ella dijo: -No quiero
    ningún remedio extranjero,
    como no sea el culé...

    ¡O mate de manzanilla
    junto con flor de mosqueta,
    que cuando estoy indijesta
    me asienta a la maravilla!

    Quién sabe al fin si tomó
    a bordo esa medicina;
    pero luego en la cocina
    de golpe se amejoró:

    Comiéndose allí una tripa
    que le brindó el cocinero,
    con más de medio carnero
    y de galleta una tipa.

    Últimamente llegaron
    hasta dentro con el barco,
    y en lo más hondo del charco
    a soga larga lo ataron.

    Y al echar un bote al río
    le dijeron a Isidora:
    Venga a embarcarse, señora,
    con su petaca y su avío.

    Mesmamente la embarcaron
    en la culata del bote,
    y más ligero que al trote
    hasta la orilla llegaron.

    De allí la montó a babucha
    un marinero fornido,
    que llegó a tierra rendido
    y soltó a la camilucha.

    Cuando llegó un adecán
    flauchoncito y muy viejazo,
    que al soltarle ella un abrazo,
    le dijo: ¡Che, Corbalán!

    ¿Cómo estás?, ¿y Juan Manuel?,
    ¿siempre con salú? Contamé,
    o más bien acompañamé,
    voy a platicar con él.

    ¡Isidora de mi vida!,
    díjole el viejo moquiando;
    ¡pues no!, vamos disparando
    y que seas bien venida.

    Y ya también la sacó
    de bracete acollarada;
    que salió medio trabada
    desde el punto en que partió.

    ¡Qué de noticias traerás
    (le dijo) de esos parajes!
    Y ¿se aguantan los salvajes
    Rivera y el manco Paz?

    Nada te puedo contar
    ahora, dijo la Arroyera,
    pues se me anda la vedera
    y ya me voy por echar.

    Apurate por favor:
    vamos ligero, viejito,
    y lleguemos, hermanito,
    a lo del Restaurador.

    Llegó la yunta, y adentro,
    en la puerta de la sala
    ya tuvo la Federala
    su primer feliz encuentro.

    Pues salió la Manuelita,
    y en cuanto la devisó,
    luego vino y se abrazó
    de firme con su amiguita.

    Queriéndosela comer
    con los besos que le dio,
    hasta que le preguntó:
    -¿De dónde salís, mujer?

    ¡Mirá que sos una ingrata!,
    pues ni de mí te acordás
    queriéndote mucho más
    que lo que me quiere tata.

    -Salí, porteña pintora,
    federala zalamera;
    que si yo no te quisiera,
    velay, (dijo la Isidora)...

    No te trujera esta lonja
    que le he sacao a un francés,
    para vos, ahí la tenés:
    esto es querer, no lisonja.

    Ansí es que me acuerdo yo,
    tomá, y dejate de quejas;
    júntala con las orejas
    que Oribe te regaló.

    -Ya no las tengo, hermanita,
    le respondió la pichona,
    pues como eran cosa mona
    se las regalé a tatita.

    Ahora mesmo las verás
    en su cuarto, adonde tiene
    todo lo que lo entretiene:
    vení, mujer, te reirás.

    Entonces se despidió
    Corbalán de Isidorita:
    que a un tirón de Manuelita
    para el cuarto cabrestió.

    Se colaron, ¡Virgen Santa!,
    en ese cuarto que espanta
    de pensar que vive en él
    el tirano Juan Manuel,
    restaurador de las leyes,
    entre geringas y fuelles,
    puñales, vergas, limetas;
    armas, serruchos, gacetas,
    bolas, lazos maniadores
    y otra porción de primores;
    pues lo primero que vio
    Isidora en cuanto entró,
    fue un cartel,
    con grandes letras sobre él,
    y una manea colgada
    de una lonja bien granada:
    y el letrero
    decía así: «¡Ésta es del cuero
    del traidor BERÓN DE ASTRADA!,
    ¡lonja que le fue sacada
    por unitario salvaje,
    en el paraje
    del Pago Largo afamado,
    donde fue descuartizado!
    -Con razón:
    por malvao y salvajón,
    dijo la recién venida.
    Y en seguida,
    miró encima de una mesa,
    y entre un nicho, una cabeza
    cortada,
    y con la lengua apretada
    mordida,
    y la vista ennegrecida
    y con rastros de llorosa.

    Al pie tenía una losa
    escrita, y decía así:
    «¡Zelarrayán!
    Los salvajes temblarán
    cuando se acuerden de ti».
    -¿Pues no?,
    la Arroyera dijo, y vio
    ahí no más, en seguidita,
    colgada en una estaquita
    una cola o cabellera,
    y al preguntar de quién era
    pudo ver sobre un papel
    esta letra: «¡De Maciel!».
    Ésta es la barba y bigote,
    que con lonja del cogote
    le manda al Restaurador:
    Oribe, su servidor.
    -¡Qué bonito,
    dijo Isidora, el versito!

    Y agarró
    un puñal, que reparó
    en diez o doce que había,
    que sobre el cabo tenía
    en la chapa este letrero:
    «Yo soy el verdadero
    recuerdo, en homenaje
    del infame salvaje
    Manuel Vicente Maza.
    Si salgo de esta casa,
    ¡tiemble algún presidente
    que no sea obediente,
    y altanero se oponga
    cuando Rosas disponga!».
    -Qué receta para Oribe,
    dijo Isidora, que vive
    sirviéndole a Juan Manuel,
    y queriendo hacer papel
    de Presidente legal,
    cuando en la Banda oriental
    tan sólo el Restaurador
    debe ser amo y señor,
    aunque el diablo se sacuda
    las OREJAS... ¡Ah, mujer!,
    haceme al momento ver
    las de Borda: ¿dónde están?,
    ¿qué sequitas no estarán?
    Entonces la Manuelita
    las sacó de una cajita,
    y cuando se las mostró,
    la gaucha las escupió,
    y pensó hacer otras cosas,
    pero en esto dentró Rosas
    en camisa y calzoncillos
    golpiándose los tobillos,
    con la cabeza amarrada,
    una cara endemoniada,
    y en la cintura una verga.
    Tendió en el suelo una jerga,
    puso al lado una botella,
    y se acostó cerca de ella
    sin soltar una expresión...
    y cuál fue la confusión
    de Isidora y Manuelita
    al sentir que su tatita
    redepente dio un bramido
    como tigre enfurecido,
    y echando espuma se alzó,
    y estas palabras soltó:
    ¡En la Horqueta del Rosario!
    ¡Flores... salvaje unitario!
    ¡Núñez, salvaje traidor...!
    Entonces le dio un temblor,
    y rechinando los dientes,
    y con gestos diferentes:
    ¡asesino!, le gritó
    a Isidora; y la mandó
    degollar con sus soldaos,
    que acudieron asustaos.
    Cayó entonces desmayada
    la Arroyera, y arrastrada
    fue por dos indios; y al rato
    degollada como un pato.
    Cuando la iban a matar,
    Manuela se echó a llorar
    a los pies de Juan Manuel,
    suplicándole; pero él
    dijo: «¡Muera la ovejona!,
    pues, si no, sale y pregona,
    que ya tengo convulsiones,
    de ver que los salvajones
    se lo limpian a Alderete;
    y después, que lo sujete
    el demonio al Pardejón,
    que viene, y en un cañón
    de taco me hace meter,
    y ahí no más lo hace prender;
    cosa que en cuanto reviente
    ¡a los infiernos me avente,
    donde con vergas y fuelles
    vaya a restaurar las leyes!...».
    Luego pidió una botella
    de bebida, y se arrimó
    a Isidora; la miró,
    y de ahí se sentó sobre ella.
    ¡Fría estaba y desangrada!,
    pero Rosas, con todo eso,
    se agachó, le pegó un beso,
    y largó una carcajada.
    Luego acabó de beber
    muy ufano, y se paró,
    y a los indios les gritó:
    «Saquen de aquí esta mujer;
    llévenla a la sepultura;
    vamos, prontito, al istante,
    y que venga y la levante
    el carro de la basura».
    Ansí la triste Arroyera
    un fin funesto ha tenido,
    sin valerle el haber sido
    FEDERALA Y MASHORQUERA.

    Anastasio el Chileno.

    Agachada o cuchufleta satírica de un gaucho salvaje, dirigida a un almirante que les ofreció garantías de completa seguridad a los argentinos que se sometieran a Rosas

    Estos versos a la paz,
    los larga un gaucho voraz.

    A decir cuatro verdades
    va un miliciano oriental:
    que cuando es pura y cabal,
    no tiene dificultades
    ningún gaucho liberal.

    Es ruindá que en la contienda
    de Rosas y el almirante,
    pierda el francés el aguante,
    pues sin tirarle la rienda
    lo han sujetao al istante.

    A la cuenta don Macó
    será mozo asustadizo;
    pues Batata como quiso
    la mashorca le atracó
    cuando lo vio espantadizo.

    Pues mire... los orientales,
    a pesar de sus trataos
    no andamos muy asustaos;
    aunque usté y los federales
    se vengan acollaraos.

    Ya verá que sin vapores,
    el Viejo Frutos Rivera
    no deja ni polvadera
    de los dos Restauradores,
    sin hacer tanta humadera.

    ¡Ah, hijo de... Dios!, ¡quién diría!
    que el almirante Macó
    de Uropa se nos apió
    a poner carbonería,
    y Rosas se la fundió.

    Así es que la francesada
    patriota y de calidá,
    al ver tamaña ruindá,
    está toda endemoniada,
    y habla con temeridá.

    Y dicen que si Macó
    tan fiero pudo ladiarse
    y a Rosas arrecostarse,
    los demás franceses no
    son capaces de humillarse.

    Bien puede un ruin capataz
    hacer cuerear la manada,
    será de él la cochinada;
    sin que deba ser jamás
    descrédito a la pionada.

    En fin, el Restaurador
    ahora andará más holgao,
    pues dicen que ha retozao
    a su gusto en un vapor
    que el Barón le ha regalao.

    ¡Qué Cristo!, de aquí a unos días,
    por diciembre, cuando más,
    le hemos de salir de atrás
    cobrando las galantías
    que nos promete en la paz.

    Pero el diablo es que LAVALLE
    se ha de querer empacar:
    a bien que lo va a buscar
    Batata, y adonde lo halle;
    diz que lo va a desarmar.

    ¡Valientes americanos,
    paisanos de toda laya!,
    antes que Macó se vaya,
    le haremos ver que un tirano
    a ningún libre avasalla.

    ¡Vencedores de Cagancha!,
    ¡valerosos del Yeruá!
    Rosas nos aguarda allá,
    pues presume que en su cancha
    medio nos aguantará.

    ¡A las armas, argentinos!,
    vamos juntos a peliar,
    que hasta morir o cueriar
    al salteador asesino,
    ¡naides debe recular!

    Él piensa que en desunión
    nos ha pillado la paz.
    ¡Ah, bruto, ya lo verás!,
    ¡si al primer atropellón
    no te boleamos de atrás!...

    ¡Degollador afamao!
    ni tu compradre Macote
    te ha de valer; del cogote
    el día menos pensao
    te hemos de sacar cerote.

    JACINTO EL GAUCHO.



    A la tramoya de la Intervención conjunta representada por los ministros europeos, mister Gore y monsieur Gros

    SEÑOR EDITOR DE LA GACETA DEL CONSERVADOR.

    Trincheras de Montevideo, a 25 de julio de 1848.

    Ando ganoso, patrón,
    y con la alma atravesada
    por largar una ensilgada
    amarga hasta el corazón:
    y cuando formo intención,
    nunca, en la vida me encojo;
    así, con sangre en el ojo
    voy a llenar mi deseo,
    porque soy gaucho y no creo
    jamás morirme de antojo.

    Sólo espero, patroncito,
    para ingertar mi versada,
    que en su gaceta mentada
    usté me haga un lugarcito:
    y ya verá qué cielito
    por prima alta y bordoneo
    le canto a cada Uropeo
    de Francia y de Ingalaterra,
    de los que han caído a esta tierra
    a embrollarnos, sigún veo.

    Eso sí, los invernaos
    no entrarán en la voltiada,
    a pesar que en la manada
    hay bastantes desalmaos;
    que ya los tengo marcaos,
    para algún día si acaso
    prenderles como de paso
    a media espalda no más,
    y cuando mucho de atrás
    hacerles cimbrar el lazo.

    Luego, patroncito, intento
    escrebir a lo paisano,
    y en estilo americano
    decir todo lo que siento:
    y formarle un argumento
    a la Entrivención cojunta,
    y agachármele en la punta
    a la misión Gore-Gros,
    y probar entre los dos
    cuál es el pior de la yunta.

    Con que así, voy a esperar
    siempre ganoso, ya sabe;
    y en cuanto usté me haga un cabe
    le empezaré a menudiar,
    hasta hacerle calentar
    a la yunta las orejas,
    y echando al aire mis quejas,
    a esos maulas tratadores
    les diré cuatro primores
    y sabrán quién es...
    ¡CALLEJAS!



    Presentación gaucha que a fuer de letrado la escribió el gacetero Jacinto Cielo para un compañero suyo, el cual habiéndose presentado antes al Gobierno, solicitando el pago de algunos pesos que le debían, en la primer solicitud le recayó el decreto de Ocurra oportunamente. Por consecuencia, ocurrió segunda vez en circunstancia que en Montevideo circulaba con mucha validez la noticia de que ya estaba en camino para el Río de la Plata una fuerte expedición de tropas francesas de desembarco, y una poderosa escuadra naval al mando del almirante Debourdieu, quien además venía trayendo dos millones de pesos fuertes para auxiliar al Gobierno de Montevideo; noticia de la que se burló el abogado gaucho como se verá más abajo: advirtiéndose que la siguiente representación fue escrita y presentada el Lunes Santo de 1818 cuando el ejército de la plaza sitiada se mantenía a porotos, fariña y bagres barrigones

    Al excelentísimo señor Gobierno.

    Montevideo. Marzo 26 de 1846.

    Señor, me le hago presente
    en un grandísimo aprieto,
    atenido a su decreto
    de: OCURRA OPORTUNAMENTE.
    Siento serle impertinente,
    pero más siento el andar
    sin tener ni qué pitar,
    y flaco y aniquilao,
    porque ya no me ha quedao
    ni a donde ir a churrasquiar.

    En ancas, mi muchachada
    ya sin alivio ninguno
    de tanto comer de ayuno
    se encuentra como soplada,
    y del todo resabiada
    porque se aventan y se hinchan,
    a pesar de que los cinchan,
    al comer porotos viejos:
    así al verlos desde lejos
    todos mis hijos relinchan.

    ¡Vea, pues, mi situación
    en esta Semana Santa!,
    cosa que ya me quebranta
    el alma y el corazón.
    Así me afligen, patrón,
    ansias y penas ¡morrudas!,
    a que se agregan las dudas
    que hasta el domingo tendré;
    por las que me encerraré
    hasta que cuelguen los Judas.

    Pues sería ¡la infinita!,
    que me atrapasen, señor;
    por lo que me hará el favor
    de arreglarme mi cuentita:
    pues todo lo facilita
    una buena voluntá;
    y en esta conformidá
    espero que vuecelencia
    se ablande por mi ocurrencia
    tan en oportunidá.

    Y en saliendo de mi apuro,
    le haré unas coplas después
    al almirante francés
    ese tal don Sepeduro:
    al mesmo que de siguro
    lo aplastará otro Musiú
    don no sé qué LAMORDIÚ
    que para pascua vendrá,
    o para la Trinidá,
    con la escuadra de Mambrú.

    Con que, si me quiere armar,
    lárgueme cualquier papel,
    que, si yo puedo, con él
    al diablo lo he de ensartar:
    y al infierno irá a cobrar
    si falla la Intervinción;
    y si no falla, patrón,
    los riales que ahora me dé
    no le harán falta, porque
    ¡ahí le vendrá el BORBOLLÓN!

    Excelentísimo señor.
    PERUCHO EL ZURDO.



    Carta particular que le dirigió el compañero de Jacinto al señor ministro de la guerra solicitando hablarle para recomendarle la presentación de la Semana Santa

    SEÑOR MINISTRO Y PATRÓN

    Sudo en vano y lo rastreo
    deseando acercarmelé,
    y al fin ya me encuentro a pie
    sin conseguir mi deseo:
    pues de vuecelencia creo
    que al ver mi traza infeliz,
    y que como una lumbriz
    encojo el cuerpo o me estiro,
    por no ponérseme a tiro
    juye y se me hace perdiz.

    Así, hay un refrán muy cierto,
    y es cosa muy verdadera,
    que en el Juerte y donde quiera
    hombre pobre jiede a muerto:
    por eso es que yo no acierto
    a medio hablarle; y lo pior
    es que, como hace calor,
    el gaucho ni bien se allega
    vuecelencia de una legua
    juye al tomarle el olor.

    PERUCHO EL ZURDO.

    Diálogo que tuvieron, en el campamento del general don Manuel Oribe, los soldados porteños Ramón Contreras y Salvador Antero, a los ocho meses después de puesto el sitio a Montevideo

    Montevideo, 1849.

    Contreras recibiendo a su amigo SALVADOR.

    RAMÓN: ¡Por fin vuelve con salú
    el paisano Salvador!
    ¿Ha visto, amigo, qué helada,
    y frío que da temor?


    SALVADOR: ¡La p... ujanza en el invierno
    que nos trata con rigor!,
    como a gente forastera;
    ¿qué dice, amigo Ramón?


    RAMÓN: ¡Qué he de decir, voto al diablo!,
    que como por cernidor
    se cuela en el poncho el frío,
    y este barrial que es lo pior.


    SALVADOR: Pues, amigo, no hay remedio
    en la presente ocasión,
    sino sufrir sosteniendo
    a nuestro Restaurador,
    que algún día...


    RAMÓN: ¡Voto-alante!
    Que le sufra un redomón;
    que ya es bastante trece años
    que encima del mancarrón
    andamos de arriba abajo
    con la tal federación,
    matándonos unos a otros;
    mientras el Restaurador
    se lo pasa en la ciudá,
    en completa ostentación,
    lleno de plata y deleites
    y durmiendo en su colchón,
    de donde si se levanta
    un poco de mal humor,
    comienza a largar sentencias
    y a fusilar en montón
    a los paisanos. ¡Ahijuna,
    hombre de mal corazón!
    Mire, deseaba toparlo
    para tener ocasión
    de franquearme en amistá
    y abrirle mi corazón.


    SALVADOR: Diga, amigo, lo que siente
    con toda sastifación;
    pues sabe que lo apreceo
    como a un hombre de razón,
    y que siempre sus pensares
    merecieron la opinión.


    RAMÓN: Pues, bajo de ese entender,
    le ruego que sin pasión
    me atienda, y que me dispense
    que le haga esta prevención;
    porque los hombres a veces,
    llevados de una ilusión,
    sostienen una injusticia
    y defienden un error...

    Y como le iba diciendo:
    van trece años de un tirón,
    que servimos de istrumento
    para que el Restaurador
    nos gobierne como a esclavos,
    notando la desunión
    que existe entre los paisanos,
    que es la desdicha mayor,
    y en lo que Rosas apoya
    su tiranía y rigor.

    ¿Y qué hemos adelantado?,
    ¿qué ventajas, cuáles son
    los bienes que disfrutamos?,
    degollarnos con furor,
    y asolar las poblaciones,
    cargando la maldición
    de familias infelices
    que en la triste proscrición
    ni resollar les permite
    Rosas el degollador.

    Usté mesmo ¿no conoce
    nuestra infeliz situación,
    y que Rosas es un hombre
    con más garras que un león?

    Solo esos Representantes
    a tanta desolación
    se muestran indiferentes;
    y por codicia o temor
    disfrazan con sus maquines
    la más terrible ambición,
    y aumentan nuestra desdicha
    renovando la eleción
    de un hombre que ha exterminao
    la mitá de la nación;
    pues ya repetidas veces
    que el tiempo se le cumplió,
    ¿ha visto como le ruegan
    que se aguante por favor
    otros seis meses no más?
    Y el gaucho, que es socarrón,
    les contesta que lo «dejen
    llorar a su Encarnación
    y reparar sus quebrantos,
    porque los salvajes son
    la causa de sus atrasos
    y perjuicios...». ¡Ah, ladrón!
    En fin, así los tornea;
    resultando en conclusión,
    que después de diez renuncias
    vuelve a tomar el bastón
    y decantar los peligros
    de la confederación,
    y la máquina infernal,
    los gringos, y qué sé yo
    todas las cosas que inventa
    para hacer expedición
    y mandarnos a matar.

    Así con este tesón
    van trece años, (como he dicho)
    de guerra y desolación,
    que yo, amigo, le confieso,
    ya no tengo corazón
    para ver tantas crueldades
    que causan pena y terror.

    Usté que anduvo conmigo
    en la otra federación
    cuando el finado Ramírez,
    y en cuanta revolución
    hubo en los tiempos de atrás,
    dígame ¿cuándo se vio
    tan infeliz nuestra tierra,
    ni Buenos Aires lloró
    tantas lágrimas de sangre
    como llora en la ocasión?

    Nunca, jamás, confesemos,
    en la vida se sintió
    tal ruina y calamidá;
    ni tampoco se atrasó
    nuestra campaña al extremo
    que da tristura y horror
    ver reducida a taperas
    tantísima población.

    ¡Qué soledá!, ¡qué disiertos!
    Viera, amigo Salvador,
    al apiarse en algún rancho
    que por fortuna quedó;
    estremecerse los viejos:
    que causa veneración
    ver que se hincan de rodillas
    cuando sienten un latón,
    mientras está la familia
    sollozando en un rincón:
    porque, ¿quién hay que no tenga
    qué llorar en la ocasión?,
    ¿ni qué sitio en esos campos
    de sepulcro no sirvió
    a paisanos infelices,
    que en esta revolución
    Rosas y tan sólo Rosas
    a la tumba los echó?,
    reduciendo a cementerio
    lo que era una bendición
    de estancias llenas de hacienda,
    que un mozo trabajador
    en esos tiempos, amigo,
    con el descanso mayor
    en cuatro días pasaba
    de jornalero a patrón.

    ¡Ah, tiempo dichoso aquel!,
    de cierto, amigo Ramón,
    era una gloria el juntarse
    en cualquiera diversión
    a voraciar los paisanos,
    sin que se hiciera mención
    de federal ni unitario...


    RAMÓN: ¿Ni qué sabe usté ni yo
    lo que son esos dos nombres,
    que sólo el Restaurador
    se los aplica al que quiere
    hacerle mal o favor?

    Yo tan solamente sé,
    que la desgracia mayor
    de nuestros paisanos es
    nuestra fatal desunión,
    y que Rosas ha sabido
    con meditada intención
    enemistarnos de suerte,
    que ni al amigo mayor
    pueda usté abrirle su pecho,
    sin que lo impida el temor
    de que le atraque un puñal
    a la menor expresión
    o queja de ese tirano.
    Y diga ¿por qué razón
    sufrimos como animales
    tanta infamia y opresión?
    ¡Es posible, compañero!


    SALVADOR: Sí, amigo, tiene razón:
    Rosas nos trata a lo pampa,
    porque ve la humillación
    con que ciegos le servimos.


    RAMÓN: Pues, amigo Salvador,
    juntémonos los porteños
    de cualquiera condición
    y salgamos del letargo
    que nos tiene en desunión,
    oponiéndonos de firme
    a sujetar la ambición
    y las miras de concluirnos
    que tiene el Restaurador.

    Es preciso sucumbirlo
    pronto, aparcero, si no,
    mientras nos gobiern Rosas,
    ha de seguir con tesón
    siempre buscando pretextos
    para peliar sin razón,
    y mandarnos al infierno;
    porque en esa confusión
    nos adormece y arruina,
    y él se pone barrigón
    gobernando nuestra Patria
    como moro sin señor,
    y pensando suyugarnos
    mientras nos alumbre el sol.

    Luego es preciso alvertir
    que el gaucho buen trenzador
    no desperdicia tientito,
    y que toda su atención
    aplica a cortar derecho
    la lonja que consiguió,
    y sigue así despacito,
    sin ladiarse en lo menor,
    hasta que llega a su fin
    sacando el fruto mayor;
    y después trenza a su gusto
    todo lo que aprovechó.

    Así lo comparo a Rosas,
    el cual por ese tenor
    después que de nuestra Patria
    con astucia y ambición
    para trenzar su fortuna
    hizo lonja y la estiró,
    le empezó a meter cuchillo:
    y vea si se ladió,
    y cómo sigue cortando
    derecho a su pretensión,
    que es uno por uno a todos
    desde el rico al pobretón,
    al concluir emparejarnos
    con su cuchillo y rigor,
    sin que naides se le escape,
    como hace el desvirador
    que repasa los tientitos
    de la lonja que acabó.

    Esto hemos de ver por fin,
    en lugar del galardón,
    el descanso y los primores
    que tanto nos prometió
    dende su primer gobierno,
    y lleva ya veintidós
    degollando sin piedá,
    y sin hacer distinción
    de porteños ni orientales,
    ni de ninguna nación:
    y el infeliz de nosotros
    que llegue a la conclusión
    de esta guerra y mortandá,
    y no quede de mojón
    en una loma, ha de ser
    mozo gaucho...


    SALVADOR: Sí, señor;
    ha de ser hombre muy gaucho,
    aquel que en esta ocasión
    que vamos tan cuesta abajo
    no le apriete el mancarrón.

    Yo mesmo ando tamañito,
    y soy mozo parador;
    pero de esta vez no sé
    si saldré, amigo Ramón

    Ya ve cómo nos apura
    tan de cerca el Pardejón,
    como Juan Manuel lo llama,
    y este otro Flaco collón,
    que le anda sacando el cuerpo,
    después que le adelantó
    medio juego en Entre Ríos,
    y que lo menospreció.


    RAMÓN Hace bien de recularle;
    ¿no ve que le ha visto el DOS,
    y sabe de que Rivera
    es gaucho asigurador,
    y se le viene agachando
    con un truco superior,
    tanto a Oribe como a Rosas?,
    porque le juega a los dos
    con el manco PAZ que siempre
    ha sido sujetador,
    y ahora con el cuatro en cruz
    se le está haciendo talón.
    Y Oribe, ¿qué juego tiene?
    que se meta a roncador;
    verá si Rivera solo
    con cuarenta y tres de flor
    lo suspende a los infiernos
    en cuanto le alce la voz.


    SALVADOR: A la cuenta así será:
    porque, amigo, vealó
    al tal Oribe; aquí está
    como poste rascador,
    plantado en la playa limpia
    de un rodeo sin verdor,
    después de tantas bravatas
    que en Entre Ríos echó,
    diciendo que a esta ciudá
    se guasquiaba de un tirón,
    sin tener quien le pusiera
    la más leve oposición;
    y ya hacen treinta semanas
    que tomamos el olor
    de la ciudá y nada más;
    y para esto una porción
    rigular de compañeros
    ya el diablo se los llevó.


    RAMÓN: Yo nunca creí las bravatas
    que allá Oribe nos largó,
    porque estaba en su interés
    hablar con ponderación.
    Pero también le asiguro,
    que ni Oribe presumió
    que Rivera tan al grito
    le retrucara a la flor
    que el seis de diciembre el Flaco
    por fortuna le cuajó.

    Pero la guerra y el juego
    es igual comparación,
    y aunque don Manuel Oribe
    en esta tierra nació,
    casi es como forastero,
    y el tiro de un maniador
    no conoce en su provincia:
    y Rivera es como Urón,
    vaquianazo en estos campos,
    gaucho vivo y domador,
    que sabe cuando se ofrece
    dormírsele a un redomón,
    y aflojarle si es preciso,
    o tratarlo con rigor.

    ¿No se acuerda cómo a Echagüe,
    la primer vez que invadió,
    para trairlo hasta Cagancha
    la chaguara le aflojó,
    y cuando se le hizo güeno
    ahí no más se le agachó;
    y que el general Badana
    ni siquiera bellaquió?
    ¿Qué no hará con este Oribe
    que es hombre tan novatón?,
    aunque mezquine la oreja
    lo ha de enfrenar, crealó:
    todo está en que el viejo Frutos
    forme una resolución,
    y si llega a suceder
    no es la primera ocasión;
    porque es capaz de montar
    al mesmo Restaurador.

    Usté verá de esta vez,
    si Rivera entra en calor,
    que a las yeguas va a parar
    la Santa Federación,
    la Mashorca, Oribe, Rosas,
    y toda esta reunión.


    SALVADOR: ¡La p... unta de San Fernando!,
    entonces será mejor
    refalarse del corral
    en la primer proporción;
    porque, a la verdá, estos jefes
    andan con mucho jabón,
    particularmente Oribe.
    ¡Ya no puede de flacón!,
    y es de miedo al parecer:
    ¿no será, amigo Ramón?
    Eso no más ha de ser,
    miedo viejo, y con razón
    desde el día que en Solís
    Rivera le basurió
    toditita la vanguardia,
    que ahí no más nos dijuntió
    más de cuatrocientos hombres,
    sin contar los que agarró
    prisioneros ese día.
    Pero, paisano Ramón,
    ¡si viera en los fletes que andan!,
    parecen exhalación.
    ¡Eh, p... ucha, y qué tapes bravos!,
    mire lo que le pasó
    a mi compadre Agapito,
    ¡que esté gozando de Dios!

    Como era tan presumido,
    ese día se cortó
    solito, porque un soldao
    de Rivera lo torió.
    Viera, lo que se toparon,
    el dijunto le largó
    tres balas de un naranjero,
    y el tape ni se encogió;
    y... ¡Jesucristo le valga!,
    cuanto me lo descuidó
    al pobre Agapito, amigo,
    el corte uno le afirmó
    y le sacó media res
    limpia, sin ponderación,
    porque allá en la rabadilla
    prendida se le quedó.
    ¡Qué hachazo!, ¡barbaridá!,
    medio a medio lo partió,
    y ahí no más como maletas
    sobre el pingo lo dejó.


    RAMÓN: ¡Pero qué!, ¿se piensa, amigo,
    que esos alarifes son
    de arriarlos con el rebenque?,
    verá al fin de la función
    en qué apuro se ha de ver
    este Mariano Violón,
    que anda ya con la quijada
    caída como mancarrón.
    Y vea si se descuida,
    y el apuro y aflición
    con que a cada istante le hace
    chasques al Restaurador,
    y oficios y más oficios,
    y viajes que es un primor:
    se va, se vuelve la escuadra
    con más comunicación,
    y cañones y morteros,
    Cañutero o qué sé yo
    lo que es un Mamboretá
    que en figura de cañón
    han traído para tirar
    los cuhetes a la congró,
    como dice mi teniente
    que es más redondo que la O.
    Y esto ¿para qué nos sirve?,
    para estorbo y confusión;
    pues con los cuatro elementos,
    ya ve, estamos a ración
    de carne flaca y de oveja:
    ¡que de vaca, sabe Dios
    si volveremos a oler!


    SALVADOR: Sí, amigo, es una irrisión
    el sitio y las mojigangas
    que mandan esta invasión:
    porque ya ve; los sitiaos
    están comiendo mejor
    que nosotros... carne gorda,
    y cada uno en su galpón
    meniándole a la guitarra;
    y, si están de mal humor,
    a la hora que les da gana
    nos sacan en procesión
    a balazos y a metralla
    y nos echan del fogón:
    y si fueran medio pocos;
    ¡pero qué!, ¡es un borbollón!,
    porque han hecho aparcería
    hombres de toda nación,
    para atrasarnos de firme
    en la presente ocasión.


    RAMÓN Pues, velay tiene, aparcero,
    una prueba la mayor,
    de que es injusta la causa
    que quiere el Restaurador
    sostener con nuestra sangre:
    y voy a mostrarseló.

    Al principio de esta guerra
    Rosas nos engatusó
    a una porción de paisanos,
    de los cuales pienso yo
    que no viven la mitá,
    porque él mismo los mató.
    ¡Cómo ha de ser, compañero!,
    cometimos el error
    de ayudarlo hasta subir
    al mando como subió;
    porque toda la campaña
    sus esperanzas fundó
    en que Rosas nos daría
    la dicha, la paz, la unión.
    Así fue que del gobierno
    la rienda se le entregó,
    y lo que apretó la cincha,
    al sentir que se encogió
    Buenos Aires con el peso
    de su poder, se afirmó
    de piernas, ¡y las espuelas
    hasta el diablo le sumió!

    Entonces, amigo, en vano
    nuestra patria corcovió
    por ver si lo soliviaba:
    el gaucho se le aguantó,
    dándole por la cabeza
    hasta que la atolondró;
    y, sin alivio, tres años
    seguidos la galopió.

    Luego, el año treinta y tres,
    después que la aniquiló,
    rendida, y al consumirse
    de flaca, se la soltó
    al pobre viejo Balcarce,
    que medio la pastorió
    cuatro días, porque Rosas
    otra vez se la enlazó,
    y echándole las caronas
    de nuevo, se la montó,
    y otros diez años seguidos
    pelo a pelo le arrimó,
    y por fin la última gota
    le ha sacado de sudor.

    Y en trece años de este afán
    de tiranía y rigor,
    no ha podido rematar
    (como él dice) la faición
    de salvajes unitarios.
    ¡La pu... nta que lo lambió!,
    entonces ¿cuándo se acaba?,
    ¿no ve, amigo Salvador,
    que eso es querer gobernar
    contra toda la opinión,
    y acabarnos de matar
    a todos sin distinción?
    Y si esto ha de suceder,
    ¿no será mucho mejor
    que salga el río y nos trague,
    o se alce algún ventarrón
    que nos dé güelta la tierra
    y nos apriete en montón,
    si tantas calamidades
    no han de tener conclusión?
    Así es que los extranjeros
    que le han tomado afición
    a esta tierra, y los paisanos,
    se resisten con razón
    a que nos devore un tigre:
    tal es la comparación
    que se puede hacer de Rosas,
    pues muerde sin compasión,
    y mata a todo cristiano
    que se opone a su ambición.

    Hacen bien los extranjeros;
    por lo demás, dejelós
    que se hagan ricos, no le hace:
    el hombre trabajador
    merece ser aonde quiera
    tratado de lo mejor;
    sólo a Rosas no le gusta
    ver un hombre que a rigor
    de trabajar se hace gente,
    pues todas sus miras son
    proteger a esa pandilla
    que tiene a su devoción,
    y para eso no repara
    en causar la destrución
    de todo el mundo: sí, amigo.

    Ahora, vea quiénes son
    los hombres a quien distingue,
    con expresa condición
    de que han de ser mashorqueros,
    que es decir, loco, ladrón,
    asesino, desalmao,
    embustero, forzador,
    tramposo, borracho, vil,
    y serviles, como son
    González, Parra, Cuitiño,
    ese bruto Salomón,
    Maestre, Gaitán, Pablo Alegre,
    Bárcena el tuerto, y Violón.

    Ahí tiene los personages
    que en esta revolución
    se han elevado a la altura
    de aquellos jefes de honor,
    que peliaron por la Patria
    cuando la Revolución
    del 25 de mayo:
    como Casteli y Rondó,
    Martín Rodríguez, Balcarce,
    Savedra, Álvarez, Viamón,
    Díaz-Vélez, Martínez, y otros
    patriotas de corazón,
    que no nombro uno por uno
    porque me da compasión
    acordarme de esos hombres
    y su triste situación.


    SALVADOR: Mesmamente: causa pena,
    y también le digo yo,
    que muchas veces, amigo,
    se me quiebra el corazón,
    cuando medito a mis solas
    en la desesperación
    que pone a los hombres Rosas:
    cada vez con más rigor
    ciego y tenaz persiguiendo,
    como tigre rastriador,
    a tanta infeliz familia
    que en la desdicha mayor,
    llenas de necesidad,
    a mendigar el favor
    salen a tierras extrañas
    sólo al amparo de Dios...
    y sin consuelo ni hogar
    donde llorar su aflición,
    al ver sus criaturitas
    que gimen en un rincón
    por el hambre y desnudez
    en que Rosas las sumió,
    después que a cada familia
    la mitá le degolló.


    RAMÓN: Pues bien: si usté se convence
    y se arrima a la razón,
    es preciso acreditarlo
    formando resolución
    de abandonar esta causa
    que nos llena de baldón;
    pues estamos sosteniendo
    a ese asesino ladrón
    y azote de nuestra patria.

    Sí, amigo: bastantes son
    trece años (vuelvo a decirle)
    de ruina y desolación,
    sin ninguna otra esperanza
    que morir en la custión
    los pocos que hemos llegao
    con vida hasta la ocasión.

    Ésta es de Rosas, paisano,
    la principal pretensión;
    y escuche si en un istante
    no se lo demuestro yo.

    Cuando Rosas de los hombres
    tiene mucha precisión,
    los palmea, los halaga,
    y les ofrece un montón
    de premios y de riquezas
    para el fin de la custión:
    pero ¿ese fin cuándo llega?,
    ¿no estamos viendo usté y yo,
    que cuasi todos aquellos
    a quienes nos prometió,
    hacen diez años, un premio,
    ya el diablo se los llevó
    y han dejado sus familias
    en la miseria mayor?

    Pues de eso Rosas se alegra,
    porque al fin sus miras son
    el que nos maten cuanto antes,
    y ansí, amigo Salvador,
    ajusta cuenta con todos
    los que se comprometió.

    Tal es de ruin ese gaucho,
    que tiene por condición
    que en su vida oferta alguna
    a ninguno le cumplió;
    ni en sus tratos de negocio
    cuando el interés medió:
    como les ha sucedido
    a muchos que habilitó
    con estancias y ganaos,
    y que al fin allá buscó
    pretextos para matarlos,
    y con esto chanceló.

    De manera que ya ve,
    aparcero Salvador,
    la esperanza que le queda
    si no hace lo que haré yo,
    que es dejarle el cuento a Oribe,
    y a Marianito Violón,
    y largarme a la ciudá
    mañana al primer albor
    con otros diez compañeros.


    SALVADOR: Pues, amigo, vamonós,
    ya que Dios ha permitido
    que ilumine mi razón
    con evidentes verdades
    que me sacan de un error.

    Así lo siente mi pecho,
    le juro, amigo Ramón,
    y la luz del sol me falte
    si lo engaño esta ocasión.


    RAMÓN: No diga eso, amigo Antero,
    porque duda la menor
    nunca tuve de su fe
    ni de su buen corazón;
    y mientras Dios le dé vida
    viva en esta persuasión.

    Con que ansí no hay más que hablar,
    manos a la obra y valor,
    que la Virgen de Luján
    nos ha de dar proporción,
    para tener en el pueblo
    la grande satisfaición
    de abrazar tanto paisano
    y amigo que tengo yo,
    con los que pienso alegrarme
    y gritar sin opresión:
    ¡Viva el general Rivera!,
    ¡y muera el Degollador!


    SALVADOR:Y ¡viva el general Paz!,
    manquito sujetador,
    que lo ha de dar contra el suelo
    al gaucho Restaurador.
    ¡Y vivan los argentinos!,
    que ese tigre desterró,
    para que unidos volvamos
    algún día, ¡quiera Dios!,
    a reparar las desdichas
    que nuestra patria sufrió;
    y no andemos con quimeras,
    ni luego frunciendonós
    por crerme yo más que usté,
    o crerse usté más que yo:
    ni haciéndole asco a los gauchos
    como despreciandolós,
    tal cual Rosas nos decía
    cuando nos engatusó,
    y con suavidá y falsía
    a todos nos amoló.

    Con que ansí, no hay más que hablar,
    disponga, amigo Ramón,
    y en cuanto se le haga bueno
    haremos punta los dos.

    Ansí fue que al otro día
    antes de salir el sol
    se golpiaron en la boca
    Contreras y Salvador,
    y con otros diez paisanos
    se vinieron del tirón
    gritando: ¡Viva Rivera!,
    y revoliando el latón.



    Baldomero el gaucho o la intervención de los californarios en la Banda oriental

    Conversación que tuvieron en el cuartel de extramuros de Montevideo, el 9 de abril del año de 1850, los paisanos Anselmo Morales y Rudesindo Olivera, que llegó del Río Grande con carta y noticias lindas para el primero.


    MORALES:¡Paisano!, ¿qué es de su vida?
    ¡Por Cristo!, ¿cuándo ha llegao?
    Después de haberle rezao
    como a una cosa perdida,
    y tanto, amigo Olivera,
    que yo me hacía la cuenta,
    de que ya de su osamenta
    ¡ni caracuces hubiera!


    OLIVERA: Llego, amigazo, ¿qué quiere?,
    forcejiando por vivir;
    y como suelen decir
    «cosa mala nunca muere».

    También por eso será
    que vengo tan alentao
    a ponerme a su mandao
    y saber cómo le va.


    MORALES: Aquí me tiene, ya ve,
    de patriota y de pueblero,
    atrás del pleito, aparcero;
    sin recular. Sientesé:
    pite un cigarro, velay;
    le pagaré las albricias
    porque me dé las noticias
    que presumo que me trai
    de esos laos del Continente,
    si viene de por allá,
    donde dicen que se va
    alborotando la gente,
    echándola entre otras cosas,
    los nuevos CALIFORNARIOS,
    de salvajes unitarios
    por pisarle el poncho a Rosas.


    OLIVERA: Cabal: y ahora que se ofrece
    se lo han de pisar no más,
    porque los creo capaz,
    sí, amigo: y ¿qué le parece?

    ¿Hasta cuándo hemos de andar
    brasileros y orientales
    sufriendo como animales,
    y dejándonos robar
    de esa plaga de asesinos
    que, dejándolos en cueros
    a infinitos brasileros
    de nuestros campos vecinos,
    los persiguen y maltratan,
    y después de mil ultrajes
    como a enemigos salvajes
    los azotan o los matan?

    Velay, tiene la razón
    porque hoy pelea esa gente,
    de la cual se ha puesto al frente
    un imperial de opinión:
    el mesmo que, no lo dude,
    sin balacadas ruidosas,
    hoy que lo atropella Rosas,
    no recula y le sacude.


    MORALES: Pues, me parece, ¡barajo!,
    muy peliagudo el empeño,
    porque es diablo ese porteño,
    y puede darles trabajo:
    mucho más, cuando al presente
    quiere atracarle el bozal
    y el sistema federal
    al Brasil y al Continente.
    Así, no es broma, paisano,
    meterse hoy día con él,
    porque, dice Juan Manuel,
    «que es el gran americano,
    y el más terne de la sarta
    de los Gobiernos legales...».


    OLIVERA: No me jo... robe, Morales,
    porque le empaco esta carta,
    la mesma que recibí
    de su hermano Baldomero
    que allá de californiero
    lo dejé cuando salí.


    MORALES: ¡Amigo!, cuánto apreceo
    tener carta tan a tiempo;
    velay, que al punto le ruempo
    el sobrescrito, y ya leo

    Dice así... ¡Qué letra fiera!
    Fortuna a que soy letor
    de lo lindo lo mejor:
    escuche, amigo Olivera.

    A DON ANSELMO MORALES

    Campamento en
    Arapey,
    división de la
    derecha,
    a nueve del mes
    de marzo,
    mil ochocientos
    cincuenta.

    MI QUERIDO ANSELMO

    Con la mejor voluntá
    te escribo, hermano, esta vez,
    y deseo que te hallés
    con salú y felicidá:
    que a Dios gracias por acá
    yo quedo muy alentao,
    y más que nunca enrestao,
    como muchos orientales
    que con los continentales
    nos hemos acomodao.

    También por estos contornos
    andan, sea como sea,
    en reunión de samblea
    Santander, Calengo y Hornos:
    que, a fin de evitar trastornos,
    a Rosas le van a entrar
    en discusión... ¡qué amolar!
    ¿Sabes lo que es discusión?,
    es decir que a la invasión
    la pensamos basuriar.

    Esto, Anselmo, es evidente,
    y anda al galope, eso sí;
    porque al barón de Yacuí
    lo han nombrado Presidente:
    jefe que apuradamente
    anda con sangre de pato
    por dejarlo a Rosas ñato
    de una sola manotada;
    así, atrás de la nombrada
    le ha largao el ultimato.

    Por lo cual Silva Tabares,
    jefe lindo y brasilero,
    y el coronel Juan Severo,
    ya están por estos lugares
    reuniendo a centenares
    mozada continental,
    que acude como cardal
    bien templada por derecho,
    y a tirarse cuatro al pecho
    con la chusma federal.

    Y ¡allá va otra intervención
    Río-Grandesa-Oriental,
    compuesta en lo principal
    de lanza, bala y latón!,
    que, sin más alegación
    que una peonada fortacha,
    de madrugada se agacha
    en la sierra o la cuchilla,
    y a los rosines que pilla
    les menea chuza y hacha.

    Y como me gusta el caso,
    yo también en la colada
    voy con la alma atravesada
    y dándole gusto al brazo;
    porque me siento buenazo
    con gente así parejita,
    decidida y unidita,
    que a donde topa un estorbo
    no le hace asco: pela el corvo
    y todo lo facilita.

    Así, no hay río-grandés
    estanciero ni soldao,
    que ya no ande arremangao
    contra Rosas de esta vez;
    y esta gente, ya sabés
    que también sabe pialar
    de codo vuelto, y domar,
    y prenderle el bracamarte
    al demonio en cualquier parte,
    cuando se ofrece pelear.

    Por eso tengo la pena
    de que no estés por aquí
    con el barón de Yacuí,
    mozo que ha entrao en la buena;
    y anda por ver si lo enfrena
    y le saca hasta el añil
    a ese Rosas, gaucho vil,
    que siempre esta balaquiando
    de la otra banda, pensando
    retozar en el Brasil.

    A ese mesmo gaucho audaz,
    a más gaucho puede que otro
    de un pial le solivie el potro
    y se le vuelque de atrás:
    dejá, hermanito, no más,
    que medio apure el invierno,
    y el Restaurador eterno
    con todo su balaquiar
    puede ser que vaya a dar
    a la loma del infierno.

    Con esa intención no más
    lo va apurando el barón,
    que es un jefe quebrallón,
    mozo, platudo y voraz:
    al mesmo que lo tendrás
    por esos pagos lueguito,
    pues ya pretende el mocito
    rumbiar a Montevideo,
    animado del deseo
    de golpiarse en el Cerrito.

    Además, la salvajada
    le tiene tanta afición,
    que anda detrás del barón
    cabrestiando cola alzada:
    y el que salga a la cruzada
    queriéndonos atajar,
    tiene mucho que apretar,
    pues, al diablo que endurezca,
    donde quiera que se ofrezca
    lo hacemos pericantar.

    Velay cómo a don Servando,
    que es un general guapazo,
    y así mesmo, de un albazo
    lo sacamos apagando:
    porque andaba faroliando
    con multitú de escuadrones,
    infantería y cañones
    del ejército de Rosas,
    y con todas esas cosas
    perdió el rumbo y los calzones.

    Volviéndosele al revés
    el plan que Gómez formó
    con las vanguardias que echó
    de Lamas y de Valdés:
    pues Chico Pedro a los tres
    tanto se les achicó,
    que a Lamas me lo dejó
    teniendo la caña al frente,
    y a Valdés muy suavemente
    por un costao se le entró:

    Y fingiendo retirada,
    al caer el sol, de moquillo
    la sierra del Infiernillo
    cruzó de una trasnochada:
    y al rayar la madrugada
    sujetamos, hermanito,
    junto a Servando mesmito;
    y a las tres de la mañana
    en cuanto tocaron diana
    le sacudimos... ¡Ah, hijito!

    Don Servando, aunque no es vil,
    del madrugón se asustó,
    y entredormido saltó
    a caballo en un barril;
    y dé gracias que al candil
    una pata le asentó,
    que entonces se despertó
    queriendo alzar las pistolas,
    pero apenas con las bolas
    y en camisa disparó.

    ¡Ahijuna!, ¿y la Rosinada?,
    ¡la vieras en ese istante
    aturdida y vacilante
    toda a pie y desmelenada!,
    y no les hicimos nada:
    tan sólo los manotiamos
    medio, medio, y los peinamos,
    ¡cosa linda!, con pomada;
    y luego la caballada
    que tenían les compramos.

    De allí con Hornos después
    nos volvimos sobre el lazo,
    a fin de darle un repaso
    al yesquerudo Valdés:
    al cual por primera vez
    fuimos de comisionaos,
    a imponerle los trataos
    de la nueva entirvinción;
    pero tan de sopetón
    que el mozo salió a dos laos.
    En fin, hemos correteao
    muy fiero a la Rosinada,
    haciéndole una voltiada
    del Río Negro a este lao:
    en la que sólo ha escapao
    Lamas por ser ariscón;
    pero, así mesmo, el barón
    se ha propuesto arrosinarlo
    a su gusto, y manosiarlo
    muy pronto, de un madrugón.

    Últimamente, sabrás,
    Anselmo, que esta guerrita
    se ha de poner grandecita
    de aquí a unos días no más,
    ¡con una cola!... verás,
    ¡soberana de largor !,
    en la que el Restaurador
    muy fiero se va a enredar,
    y lo hemos de hacer gritar
    que ¡viva el EMPERADOR!

    Con que así, recibirás
    lo que te lleva Olivera,
    dispensando la friolera
    hasta mandarte algo más:
    y esas cuatro onzas sabrás,
    que a un siete las acerté,
    parada que la jugué
    con la intención de aliviarte,
    y si logro remediarte
    con ellas me alegraré.

    Lueguito al coronel Tajes
    dámele muchas memorias,
    y le dirás que en mis glorias
    me encuentro en estos parajes,
    pensando con los salvajes
    volver por allá, siguros
    de ponerlos en apuros
    a los rosines, sin duda,
    y espantarlos con la ayuda
    de los criollos de extramuros.

    A mi compadre Figueira,
    decimelé que en Pay-Paso,
    para él me largó un abrazo
    una moza brasileira:
    y a mi coronel Silveira
    me le dirás que lo espero,
    con un zaino parejero
    que vale... ¡mil patacones!,
    y le darás expresiones
    de tu hermano
    BALDOMERO.


    MORALES: ¡Ah, carta linda!, ¡y qué apuro
    para el crudo Juan Manuel,
    tan luego hoy que encima de él
    se larga don Sepeduro!...

    De orden de Uropa a intimarle
    que se retire violento,
    y si no lo hace, al momento,
    manda la Francia atracarle.

    Pues ya del todo caliente,
    para hacerle una apretada,
    le ha soltao otra manada
    de barcos, que, a la presente,
    cada rato están llegando
    trayendo a bordo, aparcero,
    más franceses que aguacero,
    y toditos renegando,
    porque llegue la ocasión
    de pelearlo al porteñazo,
    para pegarle un sustazo
    si se mete a baladrón.


    OLIVERA: Entonces hace la paz
    con ellos, de cualquier modo,
    y les afloja del todo
    si lo asustan.


    MORALES: No es capaz:
    porque si medio aflojara
    después de tanta bambolla,
    le sumíamos la boya
    en cuanto se descuidara.


    OLIVERA Amigo, ¡qué equivocao
    con ese embustero está!,
    si lo apuran, cejará
    como siempre ha reculao.
    Pues cuando mira las cosas
    que lo van poniendo a parto,
    se arrastra como lagarto
    ese fantástico Rosas;
    que es con el débil audaz,
    con el fuerte, flojo y ruin;
    y de los gauchos, al fin,
    el más ladrón y falaz.


    MORALES: Con todo, yo le sostengo
    que es duro como bigornia.


    OLIVERA: Pues, bien; yo de California
    a la intervención me atengo:
    y le juego lo que quiera
    sin levantarme de aquí,
    a que el barón de Yacuí
    lo ablanda como una cera.


    MORALES: Pues yo, amigo, vistas pago;
    con que así, no disputemos;
    alce el poncho y nos iremos
    juntos a tomar un trago,
    que de aquí a la pulpería
    muy corto trecho nos queda;
    y de ahí, si usté no se apeda,
    vamos a hacer mediodía
    en casa de un maturrango
    que tiene un buen bodegón;
    y después a la oración
    armaremos un fandango
    de rechupete, eso sí,
    y caña entera, aparcero,
    a salú de Baldomero,
    y del barón de Yacuí.


    OLIVERA: ¿Entonces me hará bailar
    con una hembra seguidora?


    MORALES: Para eso, amigo, a la AURORA
    lo voy a recomendar.



    Salutación enflautada del gaucho Retobao, a la llegada del almirante Mackau a Montevideo después del tratado que celebró en Buenos Aires con don Juan Manuel Rosas

    Dispense, amigo Macote,
    si digo mi sentimiento,
    porque es la gala de un
    gaucho
    echar sus quejas al
    viento.

    Al barón Cipotenciario
    que vino con una armada,
    en la primera topada
    lo ha vencido su contrario:
    pues de Rosas temerario
    a la ley se sujetó,
    y el que de Francia costió
    tanto barco con mortero,
    del general mashorquero
    al freno se sujetó.

    Lárguese, amigo, a su pago
    arriando su barquería,
    con la que yo presumía
    que a Rosas le haría estrago,
    y luego al primer amago
    Batata lo traginó,
    pues diz que se le trepó
    en la fragata y de un soplo
    ahí no más le peló el choclo.
    y ¡hasta el diablo le sumió!

    ¡Voto-alante!, ¡quién pensara
    que a nuestro aliao y aparcero
    el almirante, tan fiero
    Juan Manuel lo revolcara!
    Ya se ve, no es cosa rara
    que Rosas a un chapetón,
    dándole un atropellón,
    lo eche por el costillar;
    de eso se puede alabar
    ese maula baladrón.

    Yo pensé que el almirante
    fuese guapo y de cacumen,
    al ver tamaño volumen
    con casaca relumbrante,
    y al verlo tan arrogante
    desde su vapor tremendo
    hacer tantísimo estruendo
    con sus cañones de a ochenta;
    que de todo eso, a la cuenta,
    Rosas se estará riyendo.

    Pero ahí va la muchachada
    del presidente FRUTOSO;
    porque el viejo está ganoso
    de soltarle la pionada.
    En la primera topada
    le pienso dar gusto al brazo;
    pues del primer chaguarazo,
    si no le atraco las bolas,
    lo saco haciendo cabriolas
    al mariscal de un sogazo.

    Si la gauchada oriental
    se le agacha como al paro,
    puede que le cueste caro
    la jugada al mariscal;
    ¡qué Cristo!, aunque juegue mal
    y haga las yuntas que quiera,
    si le alza Frutos Rivera,
    aunque se la dé empalmada,
    en la primer relanciada
    le mete la Lujanera.

    Dicen que el rey quiebra juego
    llegando a cambiar el lao;
    si el rey de Francia ha cambiao
    se ha de quebrar desde luego.
    Dejen que le tome apego
    Rosas a la rejugada,
    que es fijo que en la cambiada
    pierde la carta su ley,
    y ahora que se arrima al rey
    echa culo en la parada.

    Ya de LAVALLE sabemos
    de que se le va arrimando,
    y que le anda mezquinando
    la oreja por lo que vemos:
    pero, en cuanto nos juntemos
    los paisanos orientales
    con los gauchos nacionales
    de Lavalle el ternejal,
    a la p... ucha el mariscal
    va a dar con sus federales.

    Ya ha comenzado el repunte
    nuestro general Rivera,
    y en cuatro güeltas espera
    que la gauchada se junte:
    ¡mire, mariscal, qué apunte,
    va a tener este verano!
    No se muestre tan ufano
    porque ha domao a un francés,
    que a nosotros, al revés,
    nos gusta un amor tirano.

    En fin, allá nos veremos;
    vaya aprontando a Macana
    y juntelo con Badana,
    que quizás los asustemos;
    pues ya por acá sabemos
    que entre toda la manada
    de su mashorca mentada
    y el bruto más pajarero
    el que se espanta más fiero,
    despunta en la entrerrianada.

    EL RETOBAO.



    La Encuhetada o los gauchos y la intervención en el Río de la Plata en 1848

    Montevideo, a 18 de agosto de 1848.

    Señor patrón y relator del Comercio de la Plata.

    Hoy hará una trasnochada
    apretando el imprentero,
    y allá al rayar el lucero
    piensa acabar mi versada.
    Siendo ansí, a la madrugada
    la echaré en la población;
    pero antes hago intención
    (se lo alvierto por si acaso)
    de ir a pegarle un albazo
    llevándosela, patrón.

    Por ahora voy a largar
    solamente el primer trozo,
    y hay otro más cosquilloso,
    que después le he de atracar
    hasta hacerlo corcoviar
    a ese conde PALMETÓN;
    y le asiguro, patrón,
    que no desprecio a otro inglés
    más que a ese maula, y después
    a otro de un ZAINO RABÓN.

    Con que, ya sabe, temprano,
    mañana al venir el día,
    me cuelo en la imprentería
    de HERNÁNDEZ el Valenciano,
    y me agarro mano a mano
    a cimarroniar con él:
    y en cuanto acabe el papel
    dándomelo, de ahí mesmito
    me guasquiaré, patroncito;
    a su casa de tropel.

    Verá, señor, con qué esmero
    ha pintao la estampería,
    que le ha hecho a mi versería
    Musiú LEBAS el santero.
    ¡Ah, francés, lindo!, ansí quiero
    pagarle muy rigular;
    y ansí tienen que alumbrar
    los que pretiendan libritos,
    con diez y ocho vintencitos
    al tiro y sin culanchear.

    Su amigo, LUCIANO CALLEJAS.



    Advertencia a los uropeos cosquillosos

    Van tres gauchos liberales
    a quejarse, con razón,
    de una floja y ruin aición
    de dos gobiernos desleales.
    Siendo gauchos, como tales,
    se explicarán sin rodeos,
    sin que dentre en sus deseos
    ni un remoto pensamiento
    de hacer en el fundamento
    agravio a los uropeos.


    Dedicatoria

    Señor conde Palmetón:
    a usté por lo bien portao,
    y el haberse acreditao
    ¡tan lindo en su Intervinción!
    ¡Callejas, de refilón,
    a nombre de la gauchada,
    le dedica está enflautada,
    celebrando entre otras cosas,
    que en ancas le largue Rosas
    por el Harpy una ensilgada!

    ¿Sabe lo que es ensilgada?
    Es una vaina, patrón,
    sin grano, y (con su perdón)
    que jiede a bosta quemada:
    medio aceitosa, y buscada
    en los pagos del Tandil,
    y propia para el candil
    de cualesquier baladrón;
    ¡con que, atráquele, patrón,
    esa mecha a Mistre-Pil!


    La Encuhetada

    Sorpresa del gaucho Morales al recibir a su amigo OLIVERA en su rancho junto a las trincheras de Montevideo

    ¡Cristo!... ¿Si será verdá
    lo que dudo en la ocasión?...
    Cabal... no es una ilusión...
    que es él mesmo... ¡voto-va!,
    lléguese, amigo Olivera:
    ¿Diaónde sale?, ¿qué anda haciendo?


    OLIVERA: ¡Tristemente consumiendo
    la vida, hasta que Dios quiera!
    Ansí caigo a su presencia
    dichosamente, aparcero,
    pues acá soy forastero
    sin la menor conocencia.


    MARCELO: Debe serlo, me hago el cargo,
    como que de Maldonao
    presumo que habrá llegao,
    y habrá padecido largo...


    OLIVERA: ¡Largo y fiero!... mesmamente:
    y toda laya de penas,
    tanto mías como agenas,
    que es mejor que ni las mente,
    porque el corazón, lueguito
    que dentro a considerar,
    se me oprime de pesar
    y se me hace chiquitito.


    MARCELO: ¡Infeliz viejo Olivera!,
    ¡lagrimiando!... sientesé;
    aunque no tengo, ya ve,
    ni un triste tronco siquiera.

    Ansí, amigazo, en el suelo
    crúcese sobre este hijar;
    a bien que no ha de extrañar...


    OLIVERA: ¡Qué he de extrañar, ño Marcelo!,
    después que me han baquetiao
    ocho años de sacrificios
    tan crudos, que hasta los vicios
    ¡sin sentir he olvidao!


    MARCELO: Dejuramente lo creo:
    porque yo en el mesmo caso
    de infelicidá y atraso
    con la familia me veo.

    Ahora mesmo mi Pilar
    cogió y fue desesperada
    a vender una frezada,
    ganosa de yerbatiar.


    OLIVERA: ¿Con que, Dios se la conserva
    alentada?...


    MARCELO: Y traginista,
    mientras la salú le asista:
    ya verá como trai yerba,
    y tabaco y aguardiente,
    y en ancas puede que traiga
    la frezada, sin que la haiga
    ni empeñao siquieramente.

    Por lo tanto, a prevención
    voy a mandar hacer fuego,
    cosa que, en llegando, luego
    tomemos un cimarrón...

    Con su licencia... ¡Agapito:
    vení, llená la caldera!...


    AGAPITO: ¡La bendición, ño Olivera!


    OLIVERA: ¡Que Dios te haga un santo, hijito!
    ¡Temeridá que ha crecido
    el muchacho!... y memorista:
    en cuanto me echó la vista
    al golpe me ha conocido.

    Vení, largame un abrazo,
    rubio amargo... ¿cómo estás?,
    y decime... ¿te acordás
    de tu potrillo picazo?...


    AGAPITO: ¿Cuál?... ¿Aquel bellaco viejo?,
    me lo ageniaron cuantuá
    en las puntas de Aceguá,
    junto con otro azulejo.

    Que yo le puse collera
    y se lo prendí al picazo,
    porque como era malazo
    presumí que se me juera.

    Y ni bien se aquerenció
    cuando cierta madrugada,
    con la yunta y la manada
    una partida se arrió.


    MARCELO: Vaya un recuerdo prolijo
    del tiempo de don Echagua:
    pero de calentar agua,
    ¿a que no te acordás, hijo?

    Aunque... alvierto a ño Severo
    ganoso de hablar con vos;
    así, quédense los dos,
    que voy y vuelvo ligero.
    OLIVERA: Bueno, paisano... ¿Con que,
    Agapito, ahora andarás
    como andamos, a cual más
    atrasao, pobre y a pie?


    AGAPITO: Pobre, a veces suelo andar,
    y ansí mesmo siempre yo
    me amaño, creameló,
    y agenceo qué ensillar.

    Luego verá, ño Severo,
    un potrillo pangaré,
    ¡lindo!, que le traginé
    a un inglés, que fue chasquero:

    Y salía cola alzada
    ajuera continuamente,
    y de ahí volvía caliente
    a presumir en la Aguada:

    Aonde se apea y se cuela
    atrás de cualquier muchacha,
    a pesar que tiene facha
    de más zonzo que su agüela...


    OLIVERA: ¡La del inglés, Agapito!...
    ¡barajo!... no te turbés...


    AGAPITO ¿Cuál quiere que sea, pues?,
    la del Bisquete mesmito:
    ese maula que cruzaba
    lo mesmo que autoridá,
    del Cerrito a la Ciudá,
    y aquí nos menospreciaba...

    Tanto, que a mí en la avanzada,
    porque le pedí un cigarro,
    si no ando vivo, en el barro
    me arronja de una pechada.

    ¡Ahijuna!... y se la juré.
    Ansí un día que salió
    de mañanita y volvió
    trayendo el tal pangaré,

    dije entre mí... «¡si te pillo
    hoy en pedo lo verás,
    matucho, si te me vas
    golpiao y sin el potrillo!».


    OLIVERA: ¡La purísima, el muchacho,
    que es propio para un descuido!,
    me alegra que haigás salido
    alentao y vivaracho.

    Proseguí, no te parés,
    que recién me va gustando.


    AGAPITO: Pues, como le iba contando,
    resolví dende esa vez
    no darle alce ni cuartel,
    y sobre el rastro ahí no más
    largámele por atrás,
    ¡y que se me iba el infiel!

    Alvierta, señó Severo,
    que dende que lo seguí,
    y aun antes, ya conocí
    que el pingo era pajarero.

    De suerte que en cuanto entró
    en el pueblo esa mañana,
    le dio al potrillo la gana
    de espantarse, y se tendió.

    Y ya por el costillar
    lo echó al hombre de cabeza,
    y en colmo de la maleza
    medio lo empezó a arrastrar.

    Porque al cair, en la estribera
    de una pata lo enredó,
    fortuna que reventó
    el ojal de la arcionera.

    Entonces echó el caballo
    a disparar como flecha
    por esa calle derecha
    del Veinticinco de Mayo:

    Y yo atrás dél me largué,
    hasta que allá entre las tiendas
    se enredó fiero en las riendas,
    se sofrenó y lo agarré.


    SEVERO: Mirá el diablo... ¡de manera
    que en cuanto lo asiguraste,
    de ahí mesmo ya enderezaste
    a media rienda hasta juera!


    AGAPITO: Al contrario, le aflojé
    la cincha, y bajo la silla
    el tronco de una costilla
    de punta le acomodé.

    Luego le cinché flojito,
    dejando el cuhete tapao,
    y el pingo, por de contao,
    comenzó a lomiar lueguito.

    Últimamente, tirando
    volví a traírselo al inglés,
    al cual lo encontré otra vez
    alentao y renegando.

    Y después que le arreglé
    el estribo como pude,
    dije entre mí: ¡Dios te ayude!...
    y el potrillo le arrimé.

    Con que, patrón... ¿cómo se halla?,
    le pregunté medio en broma;
    y él me contestó en su aidioma:
    «¡Machi diabli la caballa!».

    Y al verlo en disposición
    de montar, cuasi me río;
    porque... cuándo... ¡Cristo mío!,
    ¡se aguantaba el chapetón!

    Mesmamente, la acerté.
    El hombre apenas montó,
    y ni bien se acomodó,
    ¡la gran... punta el pangaré!

    Cuanto le asentó la nalga
    a-la-inglesa, y con el peso
    le hizo tomar gusto al güeso,
    se encogió, y ¡Cristo le valga!

    Conoció al ginete tierno,
    y al pingo se le hizo robo
    aliviarse, y de un corcovo
    echó la carga al infierno...


    OLIVERA:¡Óiganle al matucho inglés!,
    ¡cómo aflojó de un tirón...
    y tan altivos que son
    en sus barcos!... y ¿después?


    AGAPITO: Hasta frente a un conventillo
    que le llaman de Pozolo,
    siguió guasquiándose solo
    y corcoviando el potrillo:

    Tanto, que al fin se quedó
    en pelos completamente,
    y como era consiguiente
    entonces se sosegó.

    Ahi-mesmito lo agarré;
    y... «¡ahora sí, lo verás, Laucha,
    si has de pelar esta chaucha!»,
    le dije, y me le senté.

    Y dende allí cachetiando
    y meniándole talón,
    me fui a golpiar del tirón
    a la Aguada disparando.

    Y como hasta hoy en el pago
    ni el inglés me lo ha cobrao,
    que lo habrá descogotao
    es la cuenta que yo me hago.

    Con que ansí, señó Olivera,
    supuesto que se halla a pie,
    disponga del pangaré
    como guste y cuando quiera...


    MARCELO: Pero, hijito, ¿todavía
    estás meniándole taba ?,
    ¿y usté soltando la baba,
    aparcero? ¡Virgen mía!


    OLIVERA: ¡Voto-alante, ño Marcelo!,
    por su tardanza ha perdido
    de oír cómo me ha divertido
    su Agapito, que es un cielo,
    y gaucho crudo y a macho:


    MARCELO: Y prosista más que todo
    si no, repare del modo
    con que a mí me largó el guacho
    de hacer fuego y calentar
    la agua que yo le mandé.
    ¡Ah, diablito!... pero... che,
    ¡velay, acá está Pilar!...


    PILAR: ¡Aparcero ño Olivera,
    gracias a Dios que lo veo!,
    ¿y ña Petrona, y Mateo?...


    OLIVERA: A su mandao, aparcera.


    MARCELO: ¡María Santísima!, amigo,
    perdone si he olvidao
    el haberle preguntao
    por su mujer... pucha digo:


    OLIVERA: Recién se acaba de apiar,
    y ya quería venir;
    pero no puede salir
    basta medio pelecha.


    PILAR: ¡Por vida!... Y ¿cómo les ha ido
    en tanto apuro o redota?


    OLIVERA: ¡Hágase cargo!... en pelota,
    y en montón hemos venido:

    Pues mandaron embarcar
    de un modo tan redepente,
    que fue rejuntar la gente:
    y al momento de mandar,

    como aguacero a la costa
    la botería acudió,
    y el criollaje ahí se juntó
    como manga de langosta.

    De ahí empezaron a echar
    viajes al barco a menudo,
    y en el bordo como pudo
    nos hizo desparramar...

    Del pértigo a la culata
    de un barcazo roncador,
    ñato viejo y rodador
    a impulsos de una fogata:

    Cosquilloso a una ruedita
    que de atrás un marinero
    se le prendió a lo carnero,
    como haciéndole colita.

    Pero, paisana... ¡qué cosa
    de barco tan maquinal!,
    y grandote el animal
    de una manera asombrosa.

    Oiga, le relataré
    la laya de barco que era:
    que no es fácil, aparcera;
    pero, en fin, me amañaré.

    Era un barco... ¡tamañazo!,
    de madera de mi flor,
    y tendría de largor
    como dos tiros de lazo.

    En la barriga tenía
    un pozo, donde se apiaba
    la gente que traginaba
    en pura carbonería.

    Arriba los comendantes
    rodeaos de la oficialada,
    y mucha marinerada,
    con sombreros relumbrantes.

    Que a unos horcones tan altos,
    que en las nubes se perdían,
    por unas cuerdas subían
    de tropel y dando saltos.

    Abajo había cuarteles
    y corrales y galpones;
    y encima grandes cañones
    con rondanas y cordeles.

    Y un cañuto ¡temerario!
    enterrao yo no sé cómo
    en lo más ancho del lomo,
    y más allá un campanario:

    Y luego en cada costao
    una rueda con aletas,
    que no he visto ni en carretas
    de esa laya de rodao.

    Viese, aparcera, al montar,
    ¡qué julepe y qué jabón
    nos pegó una quemazón
    que abajo entró a reventar!...

    Y ver salir apuraos
    como avestruces corridos...
    los hombres, que a unos chiflidos
    subían todos tiznaos.

    Yo me empecé a refalar
    el poncho para aliviarme,
    y estuve por azotarme
    como carpincho a la mar.

    Pero supe que de intento
    prendían abajo el fuego,
    y vi a un oficial que luego
    se puso a vichar atento.

    Y en cuanto por el cañuto
    vido salir la humadera,
    le aflojaron, aparcera,
    y echó a correr ese bruto.

    A dos laos, y relinchando,
    campo ajuera salió al mar,
    aonde empezó a bellaquiar:
    y ya nos juimos echando.

    Luego no más, en tendales
    quedó todito el hembraje,
    y atrasito entró el machaje
    a rodar como costales.
    Al momento una fatiga
    y un asco tal nos entró,
    que a todos nos revolvió
    tan de-una-vez la barriga...

    Que con los ojos saltaos,
    haciendo juerza bramaban
    los criollos, y gomitaban
    quedando despatarros:

    Y sin poder aguantar
    a semejante alboroto,
    hasta el último poroto
    nos hizo desembuchar.

    Ansí he cruzao el camino
    con todito ese trabajo,
    y he venido cuesta abajo
    a entregármele al destino.


    MARCELO: ¿Ha visto cuán rigoroso
    el nuestro nos ha salido,
    que a todos nos ha sumido
    en un abismo espantoso?

    ¿Y cuánta sangre y estrago
    aún devora nuestra tierra?,
    sin terminarse esta guerra,
    porque hay hombres...


    PILAR: Eche un trago;
    y arme , aparcero: velay
    papel, tabaco y facón,
    pues alvierto en la ocasión
    que usté ni cuchillo trai.


    OLIVERA: Cabal, paisana: ni quiero
    negarle que traigo apenas
    muy poca sangre en las venas,
    y ojales por todo el cuero.


    MARCELO: ¿Y cuándo, amigo, al remate,
    de esta custión llegaremos?
    ¡Por Cristo!, que ya debemos
    tener juicio y...
    AGAPITO: Velay mate.


    MARCELO: ¿Será posible que siendo
    tan poquitos los paisanos,
    como fieras entre hermanos
    nos sigamos destruyendo?

    Usté que tiene experencia
    profunda, y conocimiento,
    y en cada razonamiento
    el poder de una sentencia:

    Diga, si por desventura
    nos ha condenao el cielo
    a tener el desconsuelo
    de cair a la sepultura...

    Sin que logremos jamás
    bendecir a cualesquiera
    que a nuestros hijos siquiera
    les ponga su tierra en paz...


    OLIVERA: Sí, amigo: no desespere
    de que esta calamidá
    puede terminarse ya
    si la Virgen y Dios quiere.

    Pues ya sabe que en la vida
    no hay cosa que no termine,
    por más que el hombre imagine
    de que no tiene medida.


    MARCELO: Con todo eso, van ocho años
    de ruina que hemos tenido;
    ¡y en la guerra hemos sufrido
    tan amargos desengaños!...

    De ambición en los de acá
    hasta asigurar el mono,
    y a lo último de abandono
    y perfidia en los de allá...

    ¿No ha visto de Ingalaterra
    y de Francia, lo que han hecho
    con nosotros, que hasta el pecho
    nos han metido en la guerra?

    Haciendo al principio roncha
    con tanta alianza y promesa,
    y a lo último con vileza
    juir y meterse en la concha...

    Queriéndonos entregar
    después de sacrificaos
    por esos mesmos aliaos
    que nos han hecho matar...

    ¡Maltidos sean... ahijuna,
    ciertos monarcas del mundo,
    a quienes odio profundo
    les juro y piedá ninguna!

    Y de corazón, quisiera
    que cierto rey reculao
    algún día ande arrumbao
    y con las tripas de juera.

    Pues, si algún criollo no sale
    a sacarnos de este infierno,
    será nuestro mal eterno,
    ¡y cairse muerto más vale!


    OLIVERA: Dejuro, tiene razón
    de quejarse y renegar;
    pues a eso ha dado lugar
    la ruinosa Entrivención:

    Que la figura más ñata
    con fantástico poder,
    es lo que ha venido hacer
    en el Río de la Plata.

    Ansí es, paisano Marcelo,
    que me alegro de que Rosas
    a esas potencias famosas
    hoy las humille hasta el suelo.

    Sin que ninguno le ladre
    de esos diablos coronaos,
    que de miedo y sobajeaos.
    lo están haciendo compadre:

    Y le quitan el bocleo
    como diciendo: «nos vamos,
    y velay que te entregamos
    por junto a Montevideo».

    Aonde nos echan bravatas
    a nosotros, pero a aquel,
    al tirano Juan Manuel
    lo saludan con fragatas.

    En fin, usté me ha templao,
    y malo es que me caliente;
    pero... deme el aguardiente,
    y luego me oirá, cuñao.


    MARCELO: ¡Ah, viejo terne!... de balde
    lo traquea la vejez,
    se conserva cada vez
    con más letras que un alcalde.

    Sí, amigo: me ha de gustar
    oírlo a usté, y oír a Callejas;
    casualmente hacen parejas
    en el modo de pensar.


    OLIVERA: ¿Con que, mi amigo Luciano,
    también anda por acá?,
    me alegro: y ¿cómo le va?


    MARCELO: Rigularmente paisano.

    Hoy ha venido un ganao
    que lo están desembarcando,
    y allí lo dejé enlazando
    por seis pesos y un asao.

    Y ahí mesmo me asiguró
    que viene a hacer mediodía,
    conmigo, y que me trairía
    vino duro, y ¡qué sé yo!

    De suerte que comeremos;
    y luego con mi patrona
    a traer a señá Petrona
    al cuartel nos largaremos.

    Pero... ¿usté está cabeciando?
    Mal dormido... ya se ve...
    OLIVERA: Es verdá...


    MARCELO: ...Pues echesé,
    vaya medio dormitando.

    Y... andá, Pilar, por favor,
    mientras duerme ño Severo,
    ve si te empriesta el pulpero
    un vaso y el asador.

    Y en cuanto llegue Luciano,
    la venida de Olivera,
    celebraremos siquiera
    con un pedo soberano.

    Ansí, apróntate, mujer,
    como para cocinar;
    que yo voy a traginar
    más leña, que es menester.

    Vos, Agapito, por la olla
    andá al muelle, ya sabés...


    AGAPITO: ¿Y si me topa el inglés?


    PILAR: Sumile, hijito, la bolla.


    AGAPITO: Entonces, por si lo pillo,
    y me atropella Balija,
    para irme más a la fija
    voy a llevar mi cuchillo.

    Pues, si me atraviesa el zaino
    en que ahora anda, y con la tranca
    me ataja, y volea la anca,
    ahí mesmo le desenvaino...


    MARCELO: Salí... maula... farolero:
    si te ronca, ¿qué has de hacer?


    AGAPITO: Nadita... aunque... ¡puede ser
    que le haga sonar el cuero!

    Al nacimiento de Geromo

    Campamento en Montevideo, al lao zurdo de la Zanja, el 21 de julio, el día de SAN GEROMO.

    Aparcero Jacinto, me hará la gracia de imprentarme esa versada, porque quiero celebrar a un cogotudo que anda «amontonando laureles» a la par de Alderete y su tropilla; como les ha dicho el paisanito Lasala el 17 julio en un papel de letra de molde, más tierno que un zapallal: porque a lo último bien claramente se explica diciéndoles que «el Sol los contempla y que Dios los ayude en este invierno para que puedan con la carga». ¡Mire qué maravilla de mozo ladino!

    Con que, será hasta la vista, que bien ganoso ando de darle un vistazo.

    Su aparcero, ROCAMORA.

    A la salú y nacimiento de don Geromo Frasco, o de cualquier ministro de Alderete.

    ¡Téngalos muy felices,
    señó GEROMO!,
    y Dios me lo conserve
    sano del lomo,
    para que cargue
    su montón de laureles,
    cuando se largue.

    Tin tin de la Aguada,
    tin tin del Cordón:
    no se me entristezca,
    póngase alegrón.

    Allá va giniebra, coñaque y anís:
    a ver si se alegra y baila el mis-mis...
    con gallardía,
    para que lo publique
    la orden del día.

    A estas horas le estoy
    adivinando
    que le están los ojitos
    relampaguiando.

    ¡Escupa, amigo!,
    y no se eche las babas
    en el umbligo.

    Tin tin por la Aguada
    tin tin o el Cordón,
    cuidado no pegue
    algún trompezón
    con un inglesito llamado SAMUEL,
    que ha de darle sueño toparse con él;
    que al Miguelete
    se larga, por hacerles
    un bifisquete.

    Dígale de mi parte
    a don Panchito,
    el que larga poclamas
    desde el Cerrito...

    Que es un Salomón
    y el mozo más ladino
    de la expedición.

    Tin tin de la Aguada,
    tin tin del Cordón
    ya los bonetudos
    ofrecen perdón;
    porque don Ciriaco, Lasala y Turpín,
    andan con el lomo como un espadín...
    en este apuro,
    en que ningún rosín
    está siguro.

    Con que, amigo GEROMO,
    ¡que Dios lo ayude!,
    y que el Sol lo contemple
    sin que estornude.

    Y no se ofusque,
    que salga algún Musiur
    y lo desnuque.

    Tin tin por la Aguada,
    tin tin y el Cordón,
    andan los rosines
    medio en confusión;
    como los baguales cuando los acosan,
    que medio se empacan y medio retozan...
    hasta que al cabo
    a bolas se les liga
    patas y rabo.





    Pocos días después de que en la Horqueta del Rosario fue batida la columna del general Núñez por las fuerzas del general Rivera, irritado Rosas por tal descalabro, mandó publicar un artículo en la Gaceta Mercantil de Buenos Aires negando completamente tal derrota, y diciendo que, por el contrario, Núñez se había incorporado intacto el ejército de Urquiza, y este a Oribe, quien con tales refuerzos había intentado un reconocimiento para asaltar luego las trincheras de Montevideo, de las cuales con esa sola operación Oribe había conseguido el que todos los defensores de la plaza huyesen aterrorizados; y que los extranjeros armados, esa noche salieran desbandados a robar y matar en la ciudad.

    El mismo artículo, después de otras mentiras, decía también, que la extrema miseria del Gobierno de Montevideo lo había puesto en el caso de ordenar al señor Lamas (jefe de Policía entonces) que violentamente le sacara una fuerte contribución pecuniaria a un don Juan M. Pérez (a quien nunca se le pidió un real para la defensa), y que Pérez había abierto sus cofres, de los cuales el señor Lamas habíale sacado los únicos cuarenta y cinco patacones que tenía el señor Pérez en esos días.

    Por último, el artículo decía también, que el señor Lamas arbitrariamente había mandado fusilar por la espalda a varios orientales oribistas, porque tenían armamento escondido y preparado para una revolución en favor de Rosas, la cual se les había descubierto, etc., ¡qué mentir de Restaurador!

    La nota embustera que se deja referida, dio lugar a la siguiente composición.


    Brama el tigre

    Oigan lo que dice Rosas
    el día ocho de este mes,
    en un Gacetón que suelta
    más bravo que un buscapiés.

    Dice que acá repicaron
    al pedo la vez pasada:
    que ¿cuándo le han hecho nada
    ni a Núñez lo revolcaron,
    si juntos se incorporaron
    con Urquiza en el Cerrito?,
    y veremos si lueguito
    Oribe nos basurea
    y nos saca una manea
    a cada oriental... ¡Ah, hijito!

    Dice que nos asustaron
    la otra noche los rosines,
    pues sólo con sus clarines
    acá ya se alborotaron:
    que las campanas sonaron,
    y se juntó la gringada
    saliendo desesperada
    a robar por la ciudá,
    y de la zanja, ¡ja, ja!,
    corrió la gente asustada...

    Que ninguno se ha pasao,
    dice también con frescura:
    que aquí todo es impostura
    y un mentir desesperao.
    Que a naides han degollao
    sus mashorqueros jamás:
    ¡eh, pucha, el gaucho falaz!,
    pues dice que los rosines
    nos corren como mastines...
    ¡de hambre será y nada más!

    Dice que mandó el Gobierno,
    apurao el otro día,
    saquiarle a un don Juan María
    más patacones que infierno:
    que el hombre se mostró tierno
    para que le soliviaran,
    y dejó que le robaran
    cuarenta y cinco no más...
    ¡Vaya un paisano voraz!,
    ¡puede ser que lo ablandaran!

    Del jefe de Polecía,
    dice que está muy caliente
    y afusilando a la gente
    por la espalda todo el día;
    porque tiene una armería
    escondida en la ciudá:
    tal es la fidelidá
    de los buenos orientales
    a Oribe y sus federales.
    ¡Cristo!... ¡qué barbaridá!

    Dice al fin que al COMODORO
    ya verán como le va;
    pues, Ingalaterra está
    contra Purvis como un toro,
    que no es inglés, sino moro,
    que ojalá lo descuarticen,
    y lo frían y lo guisen:
    que aunque los dé contra el suelo,
    los rosines por consuelo
    todo el día lo maldicen.

    En los últimos meses del año 1818, dirigió Rosas a la Sala de Representantes una nota acompañando unos documentos y un tratado, y para ocultar los nombres de las personas que se decían comprometidas en ellos, las determinaba con enes: el ministro N. N., el diputado N. N., el coronel N. N.; y para ridiculizar esta patraña del tirano se escribió la siguiente composición.

    Aviso anunciando la aparición de La Indireuta

    SEÑOR EDITOR Y PAISANO

    No tan sólo Rosas tiene
    nueva laya de escrebir,
    y de amolar y embutir
    al ñudo tanta N... N.,
    ahora de atrás se nos viene
    un chasquero inglés de Flandes
    largando otras enes grandes
    que ni Cristo las entiende,
    ni el librero que las vende
    en lo del amigo Hernández.

    ¿No ha visto, patrón, las enes?,
    vaya, y lea por favor;
    aunque le será mejor
    aflojar ocho vintenes,
    para no andar con va-y-vienes
    un hombre así como usté.
    Con que, afloje y digamé,
    después que lea la cosa,
    si entiende esa geringoza...
    y se lo agradeceré.

    ROCAMORA.



    La Indireuta

    Allá van estos ENTRESES
    contra EL CABALLO RABÓN:
    con el permiso y perdón
    de los AMIGOS ingleses.


    Para el Federal más chocho

    del pago de la Raleise:

    Aguada y noviembre trece

    del año cuarenta y ocho.

    Señor comeloro Herbete.

    Mi comadre tiene una hija
    que expliquí-tu-macho inglés,
    y a esa le escribe esta vez
    un tal don N. Balija:
    diciéndole que a la fija,
    en la semana que viene,
    usté empluma, pues ya tiene
    orden de ser reculao
    por rosín y apasionao
    a don N. N. de N.

    Tal noticia, en el cuartel,
    a la tropa le gustó,
    y luego la celebró
    a cencerro y cascabel:
    porque dijo el coronel,
    que el mesmo N. le ha escrebido
    así también, persuadido
    que usté alza moño y se va:
    noticia que en la ciudá
    de N. y más N. ha salido.

    Pero ¿por Cristo?, tanta N.
    ¿qué diablos quiere decir?,
    ¿y ese modo de escrebir
    con qué Balija se viene?
    Yo, patrón, que me condene
    si lo entiendo, y no soy bruto:
    al contrario, me reputo
    por lenguaraz en inglés;
    velay si me explico: -Yes,
    ¡Gotejel y very guto!

    Con todo, no es duda poca
    la que tengo, y me interesa
    que usté se largue de priesa,
    para golpiarles la boca
    a las hembras, que les toca
    llorar su ausencia, patrón;
    porque usté tiene opinión
    de galante y bien portao;
    y de ¡muy aficionao!
    a la cachucha y al ron.

    ¿Al ron dije?, he dicho mal,
    queriendo decir al rin,
    a lo que usté es bailarín
    de lo lindo y principal:
    como afeuto sin igual
    a bailar la refalosa,
    pues me asigura una moza,
    de que usté salía enfermo
    de calor, cuando en Palermo
    bailaba con Ene Sosa.

    ¡Ah, gaucho!... de esa manera
    con otras habilidades
    cautivó las voluntades
    de la gente mashorquera;
    y hasta el Ilustre, aonde quiera
    presume de su amigazo,
    diciendo que usté es buenazo,
    hombre llano y sin bambolla,
    y para hacer una embrolla
    ¡ahijuna... superiorazo!

    Y dice, que, en esta guerra,
    usté a chismes y cabriolas
    lo enredó y le ató las bolas
    al Ministro de su tierra;
    y que hoy en Ingalaterra
    N. N. Palmetón,
    lerdo viejo barrigón,
    recién entra a corcoviar,
    como queriendo largar
    las bolas por el garrón.

    ¡Ah, hombre infeliz!, que se fiaba
    en su comeloro inglés,
    siendo federal como es
    desde el pelo hasta la taba,
    y el mesmo que se tiraba
    al vizconde chapetón
    y a la inglesada en montón;
    porque usté don N. N.
    ¡la p... ucha!, dicen que tiene
    más alma que un redomón.

    Por eso le arrima guasca
    la inglesería todita,
    y allá en su lengua le grita,
    San-Babichi-deme-rasca:
    y es justo que se complazca
    en que lo haigan reculao,
    porque usté los ha dejao
    metidos en el pantano,
    y que el Gran Americano
    se los haiga traginao.

    Así dicen sus paisanos
    don N. y don N. N.
    de que su ausencia le viene
    lindamente a los Britanos:
    y alzan al cielo las manos
    creyendo que usté se va;
    y diz que esa noche habrá
    luminarias, cuhetería,
    y pedo y musiquería,
    ¡todo con temeridá!

    Ojalá esté despachao,
    y del Río de la Plata
    se largue con su fregata
    a enredar por otro lao.
    Mire que si el agraviao
    fuese yo, siendo Gobierno,
    atrás le soplaba un cuerno
    a quien tan mal me tratase,
    y le hacía que mosquiase
    hasta el rincón del infierno.

    En fin, patrón, me despido
    deseando que le aproveche
    esta INDIREUTA; y no la eche
    en el rincón del olvido.
    Luego, por favor le pido,
    (y no extrañe que apetezca,
    ni de que yo le agradezca
    hallándome tan delgao)
    el que me largue un asao,
    si le sobra CARNE FRESCA.

    Luego me dispensará
    que, siendo gaucho y soldao,
    de escrebirle me he tomao
    la confianza y libertá,
    por lo que, si mi amistá
    le agradare y le conviene,
    en la avanzada me tiene
    siempre a su disposición:
    con que, adiosito, patrón.

    N. N. N. N.

    P. D.
    Si se va y me hace el favor130
    de hacerse cargo de un choclo
    para el coronel Cradoclo
    se lo estimaré, señor;
    pues apreceo a ese Lor
    don N. de Morondanga,
    desde que armó la bullanga
    en el Janeiro ahora poco,
    porque un negro medio loco
    le chulió a la maturranga.

    VALE.- N. N.



    Contestación de Jacinto Cielo

    A un bonetudo que de hambre
    me remitió esa canción,
    le mando en contestación
    estas coplas y un matambre.

    Mirá, trompeta rosín:
    si sos capaz de agarrarme,
    a gusto dejo tocarme
    tu Refalosa y tin tin.

    Pero, si no te das maña,
    cuando te topés conmigo,
    sin tanta bulla te digo
    que has de largar ¡una entraña!

    Siendo así, no hablemos más,
    seguí con tu refalosa:
    pero al fin... ¿no será cosa
    que te las prienda de atrás?

    Porque ya los mashorqueros
    muy fiero han mostrao la hilacha;
    y si uno se les agacha
    salen como parejeros.

    Con que, será hasta después:
    y aunque roncás y me gruñes,
    dale memorias a Núñez
    si por fortuna lo ves.
    JACINTO CIELO

    Carta ensilgada que le escribió el gaucho Juan de Dios Chaná, soldado de la escolta del general Rivera para don Antonio Tier, ministro que fue de la ciudad de Francia en 1840

    Campamento general
    al frente
    del Cerro Largo:
    a
    veintinueve de agosto
    del año
    cuarenta cuatro.

    Don Tier: voy con su licencia
    a escrebirle de atrevido,
    aunque jamás he tenido
    con usté una conocencia:
    pues sólo la buena ausiencia
    que ha hecho usté de la opinión
    que defiendo en la ocasión,
    es la que me ha decidido
    a ofrecerle agradecido
    mi cabal estimación.

    Tal es, que si lo topara
    algún día en un apuro,
    por sacarlo le asiguro
    ni la vida mezquinara.
    ¡Ah, malhaya, se animara
    y a estos pagos se viniera!,
    para que yo mereciera
    entonces servirle en algo,
    pues, aunque de poco valgo
    puede ser que lo sirviera.

    En esta conformidá
    me le daré a conocer,
    porque, al fin, pudiera ser
    que yo caiga por allá.
    Soy Juan de Dios el Chaná,
    gaucho salvage y negao,
    forastero desgraciao
    que rueda en tierras agenas,
    por no arrastrar las cadenas
    de un tirano endemoniao.

    Ése es Rosas, a quien tengo
    que rastrear toda mi vida,
    sigún la fe decidida
    que de aujerearlo mantengo,
    porque yo también sostengo,
    sin recularle al mejor,
    que ese vil degollador
    todita su vida fue,
    lo mesmo que ha dicho usté,
    un brigán o salteador.

    ¡Le cae tan lindo en francés
    brigán a Rosas, ahijuna!,
    como cae a treinta y una
    para con veintiocho el tres.
    Mesmamente, de esta vez
    usté el nombre le ha acertao,
    y tanto nos ha gustao
    su agachada de brigán,
    que como copla o refrán
    entre el gauchage ha quedao.

    Pero, extrañamos, patrón,
    que un hombre tan escrebido
    como usté, se haiga metido
    en tratos con un ladrón.
    Así es que su Convención
    de octubre estuvo muy ñata,
    y, si le he de hablar en plata,
    diré que está bien empleao
    que Rosas se haiga burlao
    tan fiero de su contrata.

    De balde ahora alega usté
    que Rosas no le ha cumplido;
    como diciendo: «se me ha ido
    con las bolas que le até».
    Ni por esas, ya lo ve:
    dos ministros a la par
    le han salido a retrucar
    diciendo: «no te quejés,
    porque vos mesmo esa vez
    lo dejaste retozar».

    ¡Ah, patrón!... cuando se halló
    lindamente acomodao,
    antes de ser reculao
    del cargo que disfrutó,
    no sé cómo se mostró
    tan manso y tan halagüeño,
    ni por qué hizo tanto empeño
    en tratar con Juan Manuel;
    pues, de atrás quejarse de él,
    mesmamente causa sueño.

    De suerte que, aunque sabemos
    cuánto alega por nosotros,
    como se lo cruzan otros
    poca esperanza tenemos:
    ¿ni qué quiere que esperemos
    de hombres como don Guisote,
    si usté no les pega un trote,
    y los echa cuesta abajo,
    a que no le den trabajo
    tantos maulas y Macote?

    Usté me dispensará
    si le hablo en este lenguaje,
    pues como gaucho salvaje
    me explico con claridá:
    pero mire que de allá
    han caído por estos laos,
    de esos maulas retobaos
    con veneras y medallas,
    que ¡al diablo le dan tres rayas
    a rudos y desalmaos!

    No quiero decir por esto
    que jamás ningún francés
    vuelva a llevarme otra vez,
    como dicen «del cabresto»;
    por eso si le protesto
    y le digo con verdá,
    que los franceses de acá
    son hombres de mejor ley
    que algunos que mandó el rey
    a traginarnos de allá.

    Tal vez por eso en usté
    no todos tengan confianza,
    y ahora se les haga chanza
    su afición, (dispensemé).
    ¿Qué quiere, señor?, ya ve,
    si anda la gente ariscona,
    es porque de las caronas
    que nos echó en su tratao,
    a muchos nos han quedao
    las uñeras frescachonas.

    Velay: y temen que vaya
    de esta vez haciendo el juego
    a costa nuestra, y que luego
    salga diciendo: «otro talla»
    y como ahora usté no se halla
    lo mejor asigurao,
    presumen que haiga formao
    con los salvajes pretexto
    para calzar cierto puesto,
    y de ahí hacernos a un lao.

    ¿A qué le he de andar mintiendo,
    si eso malician de usté?,
    y asiguran, creamé,
    de que nos está meciendo,
    pero acá yo lo defiendo
    ¡en su lindo!, a la verdad;
    y así con ingenuidá
    usté pudiera decirme,
    si ahora es moquillo o es firme
    su decisión y amistá.

    Por lo demás, no hay cuidao,
    aun cuando a la Entirvención
    se le aplaste el mancarrón
    antes que llegue a este lao;
    que ha de ser el resultao,
    si usté la quiere apurar,
    después que le hizo aguachar
    el pingo cuando el tratao:
    y estando el pingo aguachao
    dejuro se ha de aplastar.

    Eso fue la vez pasada,
    como cuatro años harán,
    luego que el viejo Leblán
    alzó moño con la armada;
    y cuando aquella ensartada
    de nuestra alianza famosa,
    en que, después de la prosa,
    que la Francia nos metió,
    al fin solos nos dejó
    a sufrir la refalosa.

    ¡Ah, viejo ese don Leblán,
    tan buenazo y sin dobleces!,
    creo que entre los franceses
    pocos de su laya habrán:
    pues naides con más afán
    voltiar a Rosas pensó;
    pero se le atravesó
    por desgracia Doputié,
    que el diablo no sé por qué
    antes no se lo llevó.

    Me acuerdo que en cuanto vino,
    otro viejo, un tal Dupuí,
    se apareció por aquí
    medio despiao y chapino,
    y ya le salió al camino,
    y al fin ganó mucha plata,
    haciendo que don Batata
    con Doputié platicara
    mano a mano, y se mamara
    almorzando en la fregata.

    Después que se retiró
    don Leblán de estos destinos,
    que orientales y argentinos,
    todo vicho lo sintió:
    lo mesmo que se alentó
    todo el mundo a su llegada,
    hasta hacer una pueblada
    al principio del bocleo,
    cuando le paró rodeo
    a Rosas nuestra gauchada.

    ¡Viese, patrón, qué mozada
    se le alzó al Degollador!,
    créame que fue la flor
    de nuestra gente hacendada
    pero más acostumbrada
    a lidiar con lazo y bolas
    que con sable y tercerolas,
    anduvo medio trabada,
    y en la primera topada
    dejamos las mentas solas.

    Dejamos digo, porque
    yo también de Chascomún
    al apurar el ¡tun!... ¡tun!,
    ya salí tendiendomé,
    y a rebenque enderecé
    rumbiando al rincón de Ajó,
    aonde mesmo enderezó
    el resto de la gauchada,
    que caliente y de coplada
    a los barcos acudió.

    Pues don Leblán que sabía
    que Rosas nos apuraba,
    por si acaso nos golpiaba
    nos mandó su barquería:
    ¡ah, Francés que nos quería!,
    lo mesmo la oficialada;
    y de ahí la marinerada
    tan liberal y corriente:
    ¡viera usté en que redepente
    se embarcó a la paisanada!

    ¡Ah, Cristo!, ¡qué sentimiento
    tuve al soltar mi gatiao
    y después liar el recao
    para embarcarme al momento!...
    Pero bien o mal contento
    me arremangué el chiripá,
    y «obre Dios, dije, allá va
    Juan de Dios, ¡cómo ha de ser!,
    si el destino es padecer,
    cúmplase su voluntá».

    Ahí no más nos embarcó
    un oficial en el bote,
    que se llamaba el canote,
    y echando diablos salió,
    hasta que fue y sujetó
    allá en el medio del río,
    junto a un barco, ¡Cristo mío!,
    morrudo como un galpón,
    y que era una confusión
    de cañones y gentío.

    Montó al bordo el oficial
    cuanto tocaron el pito,
    y de subir al ratito
    a mí me hicieron señal:
    yo me le prendí a un torzal
    que a una escalera colgaba;
    porque, amigo, se me andaba
    la cabeza dando güeltas,
    y aun las entrañas revueltas
    sentía cuando trepaba.

    Luego de estar embarcaos
    subió la marinería,
    le aflojó la velería,
    y el barco salió a dos laos.
    Me acuerdo que bien delgaos
    hicimos esa cruzada,
    pues toda la paisanada,
    cuanto el barco corcovió,
    a vomitar comenzó
    y a quedar despatarrada.

    Viera al barco, ¡Virgen mía!,
    ¡correr con el ventarrón,
    crujiendo la tablazón,
    chiflando la cuerdería!
    Mesmamente parecía,
    al disparar tan ligero,
    nube que arrea el pampero
    cuando zumba, y de allá lejos
    trai a los ombuses viejos
    dando güeltas de carnero.

    En fin, después del jabón
    que nos dio tanto meneo,
    el barco a Montevideo
    se vino a dar del tirón.
    Ya murieron un montón
    de infelices argentinos,
    que entonces a estos destinos
    cayeron esperanzaos
    en la alianza, y por confiaos
    Rosas los puso barcinos.

    También yo entonces llegué
    tan sumamente cortao,
    que una tarde de apurao
    hasta el cuchillo empeñé:
    desde entonces, creamé,
    ni de mi gaucha sé nada,
    pues la dejé abandonada
    con cuatro criaturitas,
    mis ovejas y vaquitas,
    mi tropilla y mi manada.

    Oiga no más mis lamentos:
    aunque mejor es callar,
    que no entrarle a relatar
    todos mis padecimientos;
    pues sería en los momentos
    hablar de güeyes perdidos,
    mencionarle lo fundidos
    que todos hemos quedao,
    a causa de aquel tratao
    que hasta hoy nos tiene tullidos.
    Así mesmo, hoy lo tenemos
    al saltiador en conflitos,
    y puede ser que solitos
    cualquier día lo estiremos:
    sigún la fuerza que hacemos
    los criollos, y sus paisanos
    los franceses milicianos,
    que con valor sin igual
    por la causa liberal
    pelean de ciudadanos.

    Viendo la partida fiera
    que su rey nos hizo, ¡ha visto!,
    de hacer compadre, ¡por Cristo!,
    al brigán... ¡quién tal hiciera!,
    ni menos quién presumiera
    que un rey así se portara
    después que de MALA CARA
    lo trató un gaucho albitrario,
    cuando todos, al contrario,
    ¡creímos que se lo tragara!...

    Pero, vanas esperanzas,
    pues el loco Juan Manuel
    anduvo a güeltas con él
    hasta que le echó las mansas.
    Lo pior es que en las cobranzas
    de usté, nos ha traginao,
    pues a mí que fui su aliao,
    y a otros por estos parajes,
    Juan Manuel como a salvajes
    ¡ni guascas nos ha dejao!

    Al fin ese basigote
    se lo aguantamos a Rosas,
    pero no las cuatro cosas
    que nos quiere hacer Guisote:
    pues en ancas que Macote
    nos amoló una ocasión,
    que ahora nos largue a Pichón
    a que nos venga a enredar...
    eso ya es mucho amolar:
    ¿no le parece, patrón?

    Ahí anda a lo volantín,
    luciendo por el Cerrito,
    de leva y de bigotito,
    echándola de rosín.
    ¡Vaya un mozo malo y ruin!,
    ¿de qué manada será?,
    no he visto, ni se verá,
    un vicho más cabulista,
    buscapleitos y enredista.
    ¡Jesús, qué barbaridá!

    Gracias a qué don Lané
    es un jefe de razón,
    y con todo eso Pichón
    medio lo hizo... no sé qué;
    pero el hombre, ya se ve,
    era novato y cayó;
    mas, en cuanto coligió
    que Pichón es un lagaña,
    vea como se dio maña
    y a las yeguas lo aventó.

    Esto por acá, patrón,
    es lo que hay entre dos platos;
    no sé allá sus alegatos
    si serán conversación:
    pero si al gaucho ladrón
    quiere darle un rato amargo,
    sin más esperas le encargo
    que sólo con don Lané
    le haga sacudir, porque
    lo demás... ¡es cuento largo!

    Con que así, dispensará
    el que lo haiga molestao;
    y cuente por decontao
    con mi aprecio y voluntá:
    y si acaso por allá
    me lo ve a don Martiní
    me hará el favor, eso sí,
    de pegármele un abrazo,
    diciéndole que, si acaso,
    vuelva a disponer de mí.

    No ofreciéndose otra cosa,
    concluyo, bien persuadido
    que esta carta le habrá sido,
    por supuesto, fastidiosa;
    aunque una prueba amistosa
    al mesmo tiempo será,
    por la cual usté podrá
    ver mi cariño completo
    y disponer del afeto
    de...
    JUAN DE DIOS EL CHANÁ.
    Jacinto Cielo dando noticias de la derrota del queneral Núñez a los sitiadores flacones

    ¡Salgan no más rosines a juntar potros,
    ya los amansaremos... entre nosotros!

    ¿Con que Núñez por la Horqueta
    se andaba haciendo el potrillo,
    y para verle el colmillo
    FLORES le estiró la jeta?,
    y que es mancarrón sotreta...
    ha visto, porque mosquiando
    fue a dar a la Colonia, pero chanciando.

    ¿Qué dice, amigo don Pancho,
    de ese montón de laureles?
    Siga largando papeles,
    y diga que ha sido gancho.
    Con que, ¿cómo va de rancho?
    pues a Núñez hasta el chifle
    se lo quitó CALENGO, que es alarife.

    Si acá el ministro PACHECO
    quisiera que yo saliese,
    y por contrata les diese
    carne gorda y charque fresco,
    lo haría, porque apetezco
    servir a los apuraos;
    y a ustedes los contemplo, muy atrasaos:

    Con todo eso que ha marchao
    últimamente a campaña
    Alderete, a darse maña
    para acarriarles ganao;
    pero sale tan delgao,
    que si vuelve con salú
    ha de ser gambetiando, como ñandú

    ¿Y Urquiza no llegará
    con Juan Bolas y Badana?,
    ¿o se les quitó la gana
    de bailar en la ciudá?
    ¡Mire qué temeridá
    no aprovechar la ocasión!
    Tin tin de la Aguada, tin tin del Cordón.

    ¿Y Violón, no se ha templao?,
    ¿y el general Cinturita,
    no le manda a Manuelita
    expresiones de Estibao?
    Vamos, que se le ha arrugao
    el cuajo con la noticia,
    o ha visto que la cosa lleva malicia.

    Y Ángel Chifle que la embarra
    a lo mejor, ¡voto-alante!,
    puede ser que ahora les cante,
    que otra cosa es con guitarra;
    miren, si FLORES lo agarra
    al salvaje federal,
    ¡ahí se pone las botas con el queneral!

    Que a la Colonia llegó
    casi en pelos, y a dos laos,
    sólo con cuatro soldaos
    de ochocientos que llevó.
    ¿Y las vacas que juntó?,
    ¿y las yeguas, y los potros?,
    ya los amansaremos... entre nosotros.



    Disputa y arrehlo que ocurrió en el sitio de Montevideo entre un ayudante y un sargento, ambos del ejército de Oribe; con motivo de la escasa ración de carne de carnero que se le daba al sargento para racionar a su compañía

    SARGENTO: ¡Mi ayudante: a la verdad,
    es muy chica esta ración!


    AYUDANTE: ¡Rezongón!,
    cállese y agarrelá.
    Pues qué ¿no ve cómo andamos,
    que de flacos nos cortamos
    jefes y oficialería?,
    ¿y que hay día
    de que al palo lo pasamos?


    SARGENTO: Ya lo veo:
    pero al mesmo tiempo creo,
    que toda mi compañía
    no puede comer un día
    de medio carnero aspudo,
    y de yapa catingudo
    y flacón,
    que eso ya da compasión;
    porque nos causa fatiga
    y blandura en la barriga:
    de no, vea mis soldaos
    apuraos,
    y siempre con seguidillas,
    y las caras amarillas
    de hambre y de necesidá:
    porque cuando se les da
    cada dos días ración,
    ya les causa almiración;
    y después,
    la carne es tan de-una-vez,
    azul de flaca y cansada,
    que está la gente apestada:
    de manera,
    que siempre andan de carrera,
    porque ni tiempo les da
    a sacarse el chiripá.


    AYUDANTE: Mentira: no sea puerco.


    SARGENTO: ¿El qué?
    Mire: vaya, asomesé
    a la zanja de aquel cerco,
    verá si hay una porción
    que parece un batallón,
    y en los apuros que está:
    pues me río del Larruá,
    sí, señor,
    esta carne es mucho pior.

    Luego después, sin pitar,
    aguantar
    diez días como sabemos,
    no sé cómo poderemos
    resistir;
    porque, vamos al decir:
    si hubiese facilidad
    de colarse en la Ciudá...
    NORABUENA;
    ya sería menos pena
    y nos daría corage;
    ¡pero, si hay tanto salvaje,
    y tanto cañón morrudo!,
    que con sólo un estornudo
    de cada uno
    no queda vivo ninguno
    de nosotros; ni Alderete
    creo que salve el rosquete:
    pues discurro
    que no se escape ni el burro.

    De balde dice Espadín
    que se ha de colar al fin:
    pero, ¡qué!,
    ¿o tiene esperanza usté,
    mi ayudante?


    AYUDANTE: ¿Que si yo tengo esperanza?
    Mire: le diré en confianza;
    que nos lleven por delante,
    y que nos saquen el cuero
    sólo espero:
    y créamelo, sargento,
    que le digo lo que siento.
    Por supuesto,
    sé que usté es hombre discreto
    y que también es mi amigo;
    ya sabe por qué lo digo.
    Pero, mire:
    aunque Alderete se estire
    como tripa al arrancarla
    de la panza y desebarla,
    ha de ver,
    que fiero se ha de encoger
    el día que la pueblada
    nos pegue una atropellada,
    o Rivera
    nos haga un dentro cualquiera;
    pero yo, para ese trance,
    cierto lance
    les voy a jugar aquí.
    Si usté quiere unirse a mí,
    y a otros varios, creamé,
    le irá bien, acuerdesé,
    ya lo digo.


    SARGENTOÑ: Sí, señor; cuente conmigo,
    lo mesmo que con mi gente,
    que andan apuradamente
    y endeveritas rabiosos
    de ganosos
    por hacer una embarrada...


    AYUDANTE: Bueno, escuche la jugada,
    y desde ahora piense ya
    el fruto que nos dará.

    El día que nos apuren,
    antes que nos asiguren,
    nosotros asiguramos
    y amarramos
    a Bárcena y a Violón:
    porque, en la tribulación
    que esos diablos se han de ver,
    todo se les puede hacer.
    ¿No se le hace?


    SARGENTO: ¡Pues no!, señor, al istante,
    diga no más, mi ayudante,
    si quiere que yo lo enlace;
    y desde ahora le prometo
    que a Violón se lo sujeto
    ese día,
    si corre de cuenta mía
    hacer de él lo que yo quiera;
    que es llevarlo a la trinchera
    para que al general PAZ
    le vea el gesto no más:
    que luego éste lo destina
    a la Legión argentina.
    ¡Ya usté ve
    las botas que me pondré!,
    ni a qué quiero más caudal
    que entregar a ese animal.


    AYUDANTE: Pues, corriente:
    aliste no más su gente,
    y dispondrá de Violón
    con toda satisfación,
    que al tuertito
    Bárcena lo necesito,
    para venderlo muy bien
    y hacerme rico también,
    porque don Frutos Rivera,
    como quiera,
    me da diez mil patacones
    por sacarle los calzones
    y pelarle la picana,
    que es de lo que tiene gana;
    y después ensebadito
    se lo remite fresquito
    al conde de Poblaciones,
    restaurador federal,
    y capitán general
    de mashorqueros ladrones.



    Disculpa dirigida a un caballero inglés a quien le transmitió una falsa noticia que otro negociante inglés le dio de sorpresa y maliciosamente como positiva a Paulino Lucero, habiéndolo encontrado en la retreta del Viernes Santo en Montevideo, precisamente en la noche en que, con bastante atraso, llegó de Europa el paquete inglés, por el cual en aquellos días se esperaban noticias importantísimas para la causa de la libertad

    SEÑOR PATRÓN D. J. B.

    Montevideo 6.- Febrero de 1848.
    Perdone la bola güera
    que el Viernes Santo, patrón,
    por pegarle un alegrón
    le llevé a toda carrera;
    si usté se la tragó entera,
    así me la tragué yo,
    desde que me la sopló
    el hijo de la gran pu...
    cara de ñacurutú
    que en la plaza me topó.

    ¿Cómo pude afigurarme
    de que ese sanabicha,
    con su nariz de salchicha,
    allí se fuera a olfatiarme
    tan sólo para boliarme?
    ¡Si será el diablo ese ñato!
    En fin, se habrá reído un rato
    a mi costa, deje estar;
    yo también le he de mostrar
    que tengo sangre de pato.

    De balde me dicen que es
    bruto que suele, de una hebra,
    a un botellón de giniebra
    dormírsele alguna vez;
    y que se goza después
    que ha tomado su chubasco
    de una cuarta o medio frasco,
    en largarse con el pedo
    a soltar bolas sin miedo
    de que le peguen un chasco.

    Así me las ha prendido,
    porque sé que en los paquetes
    y allá entre los Bifisquetes
    el ñato es introducido;
    y, como es tan decidido
    y salvaje, me amoló:
    de suerte que consiguió
    (por supuesto, con malicia)
    embocarme la noticia...
    ¡ahijuna!, y me traginó.

    Pero si otra vez intenta
    divertirse a mis costillas,
    y tiene el ñato cosquillas,
    no le ha de salir la cuenta:
    veremos, pues, si escarmienta
    y aguanta esta cuchufleta,
    que sólo es una indireta,
    mientras no me da ocasión
    de soltarle un nubarrón
    más grande que la gaceta.

    Con que, patrón, siendo así
    el chasco dispensará,
    si no salió la verdad
    el notición que le di
    conforme lo recebí
    del bruto que me lo dio:
    a quien ya le he dicho yo
    que no aguanto bolas de ufa.
    ¡Vaya el ñato a que lo sufra
    la p... unta de San Fernando!

    P. D.
    Por si no acierta, patrón,
    a saber quién es el ñato,
    velay, le haré su retrato:
    fíjese en la filiación.

    Es colorao, vivaracho,
    ni muy alto ni petizo;
    chato de anca, lomo liso
    y máscara de capacho;
    de narices, sólo un cacho
    desde potrillo ha llevao,
    muy fieramente pegao
    desde la frente al bigote;
    que a no ser por tal pegote
    sería un ñato agraciao.
    Su servidor y pión,
    P. LUCERO.



    Remitido al Conservador, periódico que se publicó en Montevideo en tiempo del sitio grande

    Amigo y patroncito del Consilgador,

    Como apareao al invierno
    ha caído por esta tierra
    un Loro de Ingalaterra,
    ¡mozo lindo para yerno!

    Hombre Loro tratador
    que en el Río de la Plata
    trató con Loro Batata,
    y el Loro Restaurador.

    Y como tengo mis dudas
    de cómo se llama el hombre,
    pues no estoy cierto si el nombre
    es don Juden o don Judas...

    El que comió mazamorra
    allá en los Santos Lugares,
    y tantió los costillares
    de Manuela la cotorra...

    Bailando la refalosa
    y el cielito federal,
    porque es Loro liberal,
    y no Loro cualquier... cosa.

    Aunque al gaucho Juan Manuel
    fieramente le aflojó,
    y al decirle el gaucho: ¡No!,
    le respondió el Loro: ¡Well!

    Pues a ese Loro, patrón,
    que acá trata de voliarnos
    y a la mashorca entregarnos,
    porque él le tiene afición:

    Yo que soy de la banda
    de los Loros cimarrones,
    le diré cuatro razones
    en una carta ensilgada...

    Si usté, patrón imprentario,
    a quien ésta le dirijo,
    me asigura el nombre fijo
    de Loro Cipotenciario...



    Hoja de servicios del Brigadier general don Juan Manuel Rosas, gobernador del Continente Americano que el gaucho Santos Contreras le retruca en una carta

    Anuncio de Santos Contreras al señor relator del Comercio del Plata.

    Señor patrón, allá va
    esa carta ¡de mi flor!,
    con la que al Restaurador
    le retruco desde acá.
    Si usté la lé, encontrará,
    a lo último del papel,
    cosas de que nuestro aquel
    allá también se reirá:
    porque, a decir la verdá,
    es gaucho don Juan Manuel.

    CONTRERAS.

    Excelentísimo señor Restaurador de las Leyes y Gobernador del Continente Americano

    Montevideo, a 30 del mes de Rosas de 1849.

    También de acá, vuecelencia,
    pido como el porteñaje,
    aunque soy gaucho salvaje
    (con su perdón y licencia),
    que sea su permanencia
    infinita en el Gobierno;
    porque será caso tierno
    que vuelvan los unitarios
    y que a sus peticionarios
    los aventen al infierno.

    ¡Ah, gente linda!, jamás
    tuvo tanta efervecencia:
    ¡barajo!, ¡qué diferencia
    a la del tiempo de atrás!,
    ya no puede ofrecer más
    la pueblada que anda al trote
    ofreciéndole el cogote,
    y la fortuna y la fama:
    velay, eso sí se llama
    antusiasmo y no CEROTE.

    Yo apenas, señor, le ofrezco
    una pistola reyuna,
    porque de fama y fortuna
    completamente carezco.
    Pero siempre que amanezco
    con pescuezo, en realidá,
    bendigo la libertá
    que debo a la providencia,
    ausente de vuecelencia
    que es tan feliz por allá.

    De eso me alegro, y no importa
    que yo esté en Montevideo
    atrasao como me veo,
    y de yapa a soga corta:
    esto un gaucho lo soporta
    por más que haiga sido inquieto;
    así, yo aguanto sujeto,
    y aunque me voy aguachando
    también me estoy preparando
    para buen FEDERAL NETO.

    Si tal me vuelvo, señor,
    por allá me le apiaré,
    y espero que lo hallaré
    siempre de gobernador:
    hágame pues el favor
    hasta entonces de aguantarse,
    no vaya a precitriparse,
    déjese andar sosegao,
    que bastante le ha costao
    el poder acreditarse.

    ¡Vea el peligro fatal
    que vuecelencia corrió
    la vez que se le chingó
    una máquina infernal!,
    ¡y esa campaña triunfal
    que ha olvidado el almanaque,
    la cual sin un triquitraque
    vuecelencia terminó,
    cuando al desierto marchó
    y nos trujo el estoraque!

    Después... la hazaña atrevida
    que hizo en los Santos Lugares,
    que en sus glorias militares
    es la más esclarecida:
    pues con sólo una partida
    y en mulas con aparejos
    mandó traer desde allá lejos,
    vivos para desollarlos
    a sangre fría y matarlos,
    a unos cuatro curas viejos.

    Agregue en ancas, patrón,
    la sensible y dolorosa
    muerte de su cara esposa
    y adorada Encarnación:
    angustia que con razón
    lo dejó de una sentada
    con el alma atravesada,
    deliriando de pesar,
    hasta que mandó matar
    a una mocita preñada.

    Además, la decadencia
    de su salú y los perjuicios
    que tantísimos servicios
    le han causado a vuecelencia,
    por los que en Dios y en concencia
    se le debe suplicar,
    que no deje de mandar
    aspótico y disoluto,
    hasta que dé todo el fruto
    y leche que puede dar.

    Toda vez que no se acorte
    ni se achique en el mandar,
    pues merece gobernar
    la patria de sur a norte,
    debiendo hacerle la corte
    los gobiernos interiores;
    y si los gobernadores
    quieren medio culanchar,
    del cuerpo hágales sacar
    maneas y maneadores:

    Lo que podrá conseguir
    fácilmente sin fatiga;
    de ahí tendido de barriga
    coja y échese a dormir,
    que ya basta de servir
    del año diez al presente,
    y de estar costantemente
    con fina benevolencia
    salvando la independencia
    y el honor del Continente.

    Eso sí, a la extranjerada
    que firma en la petición,
    debe premiarla, patrón,
    siquiera con una inflada:
    y ordenando la soplada
    ¿sabe vuecelencia a quién
    a fuelle, y vela también,
    le hará soplar la viruta?,
    a ese hijo de la Gran... Bretaña
    titulado don SARTÉN.

    Y a quienes le hablen de asuntos
    o reclamos al gobierno,
    despáchelos al infierno
    o a cenar con los difuntos;
    o que acudan todos juntos
    a la niña Manuelita,
    pues ya estará la mocita
    vaqueanaza en el despacho,
    y será un ministro ¡a macho!,
    como para su tatita.

    Sólo de la Intervención
    encárguese en el asunto,
    y no le recule un punto
    en ninguna pretensión;
    duro y parejo, patrón,
    dele guasca, retrucando,
    y si le siguen mandando
    condes, loros y marqueses,
    a gauchadas y dobleces
    váyaselos traginando...

    Como hizo en aquel invierno
    cuando cayó a nuestra tierra,
    creyendo cortar la guerra,
    Lor Jauden del quinto infierno:
    que cuando estuvo más tierno
    para arreglar la pendencia,
    ahí mesmito vuecelencia
    medio lo deschabetó;
    y alzó moño, que, si no,
    lo sopla en la Residencia.

    ¡Ah, loro manso y rosín!,
    me acuerdo que se dio maña
    a bailar la media caña
    y ya se olvidó del rin,
    tan de una vez, que al violín
    le hacía asco en un fandango:
    pero, al sentir un changango,
    en cualesquiera cocina
    se le afirmaba a una china
    y no era muy maturrango.

    Yo no sé quién me hizo el cuento
    que ya se ha restablecido;
    pero ¡cuándo!... si he sabido
    que estuvo en un parlamento,
    donde soltó un argumento
    alabando a vuecelencia;
    lo que prueba a la evidencia
    que si no es zonzo es un pillo,
    o que el último tornillo
    se le ha aflojado en la ausencia.

    Pero, ¡por Cristo!, todo esto
    ¿qué importa en mi pretensión?,
    ¡voto al diablo que al botón
    me iba saliendo del tiesto!
    Así, otra vez me recuesto
    volviéndole a suplicar,
    que no se vaya a enojar
    con la gente que hoy alega
    y de rodillas le ruega
    que no se piense largar.

    Aunque yo estoy presumiendo,
    que vuecelencia se empaca,
    y a la junta me le atraca
    su negativa, diciendo:
    «De que lo están ofendiendo
    con tantos ruegos en vano,
    y que es un paso villano
    el que ha dado el pueblo todo,
    suplicándole de un modo
    tan antirrepublicano».

    Pero, si los hombres andan,
    calientes, le untan la mano
    al obispo de Medrano
    y de empeño se lo mandan,
    siguros de que le ablandan
    vuecelencia el corazón;
    largándole en procesión
    a ese obispo que anda a gatas
    con flaires, curas y beatas,
    y con igual petición.

    Yo no creo que se enoje
    en ese caso, señor,
    aunque a lo Restaurador
    hará lo que se le antoje:
    pero en caso de que afloje
    a ese clamor general,
    voluntario, liberal,
    de todo el pueblo argentino,
    ábrale cancha a un destino
    ¡ALTAMENTE FEDERAL!

    Entonces no desespero
    que almitir a vuecelencia
    volviéndole su clemencia
    al pobre campanillero,
    que como buen artillero
    se aguanta al pie del cañón:
    de balde en la estimación
    de vuecelencia ha fallao,
    así mismo maltratao
    no le larga el esquilón.

    Luego en pago del afán,
    con que tan fiel le ha servido,
    merece ser ascendido
    lo menos a sacristán;
    que, si lo hiciera guardián
    de allá de la Recoleta,
    sería una obra completa,
    dina del Restaurador,
    concederle ese favor,
    ya que está viejo y maceta.

    Yo pienso hacer la zonzera
    de aguantarme por acá,
    mientras vuecelencia va
    llenando allá su manguera;
    entre la cual bien pudiera
    alzarse la salvajada
    ahora que está entreverada:
    y esos brutos y baguales
    de sus buenos federales
    sufrir una disparada.

    Por último, esta ocurrencia,
    velay, señor, me ha venido:
    por su madre se lo pido
    y suplico a vuecelencia,
    que me haga la complacencia,
    cuando el caso se lo exija,
    y haiga de soltar manija
    por cualesquier desacierto,
    o porque ¡se caiga muerto!,
    de largarle el mando a su hija...

    Que así la niña podrá,
    si el cargo le desagrada,
    soltárselo de humorada
    a don Eusebio, o Biguá,
    a quien Batata inflará;
    y cuando esté barrigón,
    lo hará empuñar el bastón
    y que salga a gobernar,
    y al mismo tiempo a solfear
    A LOS DE LA PETICIÓN.

    Hasta la
    vista, patrón.
    El
    Gaucho,
    SANTOS
    CONTRERAS.



    La despedida al comeloro don Herbete

    A fin largando manija,
    sin esperar que oscurezca,
    se va el Viejo CARNE FRESCA
    y el chasquero don Balija:
    ojalá a tal sabandija
    luego la avente un arriero
    rempujador del pampero,
    y en lo más hondo del charco,
    a los DOS SOLOS el barco
    se les ponga de sombrero.

    Cosa que de la sumida
    como zamaragullones
    a salir a Patagones
    vayan de una zambullida:
    y que al hacer su salida
    por la costa, entre dos luces,
    los vean los guaicuruces
    a pie y con la panza hinchada,
    y me los corra la indiada
    creyéndolos avestruces:

    Y los lleve pisotiando
    por el monte y por la sierra,
    desde allí hasta Ingalaterra,
    donde lleguen trompezando:
    y así que vayan llegando
    a sus pagos, la inglesada
    caliente y alborotada,
    y en la punta PALMETÓN,
    se les vengan en montón
    y les larguen la perrada.

    Después de este zamarreo,
    que no pasará de chanza,
    pueden con toda confianza
    volver a Montevideo
    donde yo espero y deseo
    que vuelvan otra ocasión
    don Balija y su patrón,
    y los aguardo, al primero
    con un reyuno aguatero,
    y al otro... un zaino rabón.

    Remitido que salió a consecuencia de la publicación anterior

    Señor auditor del COMERCIO DEL PLATA

    También las gauchas sabemos
    escrebir como cualquiera,
    y de la mesma manera
    de hacer coplas entendemos:
    siendo así, le alvertiremos
    a Contreras, que se engaña
    si ha creído que en la campaña
    la china más inorante
    recibe por consonante
    tras de viruta... Bretaña.

    Ni aguanto que nos atraque
    la otra trova que nos sopla,
    queriendo hacer cair en copla
    primavera y estoraque;
    y aun cuando Santos le achaquel
    las culpas al imprentero,
    digo que es verso muy fiero,
    por lo que me hallo caliente:
    y ansí se lo hago presente
    por su conduto al coplero.

    Su paisana, la Isidora.


    El Zorrocloco

    Montevideo. Agosto 28 de 1850.

    Ayer tuve mis trompiezos
    con un maldito rosín
    mansito, pero muy ruin,
    y más blanco que los güesos.

    ¡No sirve!, porque es arisco,
    zorro viejo de-una-vez:
    ¡qué diablo!, ¿saben quién es?,
    es un zarco o medio vizco.

    Bajito de aujas, lunanco,
    y de muy mal ensillar,
    que se puede desgrasar
    muy bien su levita blanco.

    Frentoncito, cara angosta:
    usa un sombrero enflautao,
    y al caminar es doblao
    como pierna de langosta.

    Anda con una devisa
    finita, y como viruta
    de arrugada, y sin disputa
    más sucia que su camisa.

    Que acostumbra dir a misa,
    y haciéndose el santulón,
    no se le escapa pichón
    con aquel ojo de liza.

    Porque se pone muy tieso
    al lao de la agua bendita,
    y a mocita por mocita
    les brinda y duebla el pescuezo.

    Pero en llegando a las viejas
    figura que está rezando;
    pues se agacha rezongando
    y entre-frunciendo las cejas.

    De allí sale a su tragín,
    que lo tiene por la Duana,
    aonde suele de mañana
    dir a ler un boletín...

    Diciendo que se lo halló
    allí cerquita, al dar güelta,
    y es de los que Pancho suelta,
    si no es que se lo mandó.

    Pues ayer, medio trabao
    al camino me salió,
    que ni sé cómo me vio
    con aquel ojo ñublao.

    Por supuesto, se me vino
    a platicarme derecho
    después de templar el pecho
    en la mitá del camino.

    Y a mí, cuando me cocea
    este rosín, ni me engaña...
    si le conozco la maña
    y del vaso que renguea.

    Pues, señor, me pilló a pie;
    ansí es que sin embarazo,
    luego que me dio un abrazo,
    me dijo: «¿Cómo está usté?

    ¡Cuánto me alegro de verlo
    tan gordo y tan colorao!
    ¡Qué!, ¡si está desfigurao,
    y no es fácil conocerlo!».

    Con que, yo le contesté:
    «Estoy güeno a su mandao;
    gracias a Dios, he sanao
    de un balazo que llevé».

    «¡Pobre mi amigo Jacinto!
    (me dijo), nada he sabido:
    y el no verlo he atribuido
    a otro motivo distinto».

    «¿Pobre yo? (le respondí),
    no, amigo, usté se equivoca;
    a cada hombre al fin le toca,
    y ahora me ha tocao a mí».

    Entonces encogió el hombro
    el tuerto señó... ¡C... anejo!...
    que le sacan el pellejo
    si por descuido lo nombro.

    Y me dijo: «¡pues, cuidao!,
    o para mejor decir,
    ándese usté a ver venir,
    ya que por suerte ha escapao».

    Al tiro le contesté:
    «cuando vienen, bien los veo,
    y también me los arreo
    por delante: creamé...

    Que a rosín que agarro a tiro,
    bien pudiera ser a usté,
    con franqueza digolé,
    le haría dar un suspiro».

    «Sí se lo creo, ¡pues no!»,
    (dijo el liendre, medio fulo)
    y luego ansí al disimulo,
    oigan cómo se me apió...

    «¡Ay, amigo!... con verdad,
    hablando acá entre nosotros,
    matarnos unos con otros
    ¡es una infelicidá!

    Y agregue usté a los reveses
    de nuestra triste fortuna,
    que ahora sin razón ninguna
    se nos mezclan los ingleses...

    Que es motivo principal
    para que esto no se acabe,
    pues todo paisano sabe
    de que a la Banda oriental...

    Todita la extranjerada
    le tiene mucha afición,
    y ahora encuentra la ocasión
    de colarse la inglesada...
    Que se desembarcará
    a intervenir en la guerra:
    y por fin, de nuestra tierra,
    ¡quién sabe lo que será!

    Así es que yo más quisiera,
    antes que con los ingleses,
    arreglarme una y mil veces
    con esa gente de ajuera.

    Y someterme también
    a ellos con gusto, y primero
    de que a ningún extranjero:
    ¿diga usté, no digo bien?».

    «Pues no ha de decir ¡friolera!,
    muy clarito se ha explicao:
    y lo que más me ha gustao
    ha sido el con los de ajuera.

    Pero sería mejor
    que usté no se haga el mulita,
    y el diablo luego permita
    que le cueste un sinsabor...

    Criticar a los ingleses
    parque no son mashorqueros,
    ni los otros extranjeros,
    y menos a los franceses.

    ¿O ahora recién cosquillea
    viendo que la extranjerada
    se opone unida y armada
    a que le saquen manea?

    ¿Pues, usté antes festejaba,
    entusiasmao de una vez,
    a cierto ministro inglés
    que a Rosas lo palanquiaba?

    Cuando a Rosas el gobierno
    de allá de la Ingalaterra
    le ofreció para la guerra
    plata y barcos como infierno...

    ¿Cómo entonces no decía:
    qué será de nuestra tierra,
    ni que era injusta la guerra
    en que el inglés se metía?
    Finalmente, amigo Ce...
    bastante hemos conversao:
    ¿en qué cuerpo está enrolao?,
    haga favor, digamé».

    «¿En dónde estoy enrolao,
    dice? En la... ¿cómo se llama,
    un cuerpo que tiene fama,
    de... la... la?... Se me ha olvidao».

    «¿En la Mashorca, será?,
    ahí mesmo, sí, debe ser:
    ¿y su papeleta?, a ver,
    amuéstreme, saquelá».

    «Hombre: no la traigo aquí
    casualmente (respondió);
    pero usté sabe que yo
    soy su amigo; ¿no es así?».

    «Bien; si no la trai consigo,
    iremos hasta la Aguada;
    ¡que no le ha de pasar nada!,
    pues yo también soy su amigo.

    Pero tengo orden direta
    que me dio mi coronel,
    de llevarle a todo aquel
    que pille sin papeleta».

    Al decirle estas razones,
    el rosín se atribuló,
    y ahí no más ya le chorrió
    algo por los zapatones.

    «¿Qué es eso?, le pregunté:
    ¡cómo!, ¡qué!, ¿se está orinando?,
    no se asuste, si es chanciando:
    ¡voto al diablo!... larguesé».

    Y ya salió muy ufano
    mirando de rabo de ojo,
    y luego como de antojo
    un granadero italiano
    llegó a pedirle la mano,
    que el rosín se la soltó;
    cuando en esto reparó
    que pasaba don PURVIS,
    y el vizco como perdiz
    ¡hasta el suelo se agachó.

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