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      0  
      0.01  
      0.02  
      0.03  
      0.04  
      0.05  
      0.06  
      0.07  
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      1  
      1.1  
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      2.1  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      4  
      5  
      6  
      7  
      8  
      9  
      10  
      15  
      20  
      25  
      30  
      35  
      40  
      45  
      50  
      55  
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    Reloj
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    ESPEJO

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    ▪ Slide
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    Reloj
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Hora
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    0 seg
    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

      45     90  

      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

      1     2     3  

      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
    Avatar - Elegir
    AVATAR - ELEGIR

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    Avatar1

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    Avatar 4

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    TAMAÑO

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    10%
    )


    Avatar 2(
    10%
    )


    Avatar 3(
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    )


    Avatar 4(
    10%
    )


    Avatar 5(
    10%
    )


    Avatar 6(
    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

      20     40  

      60     80  

    100
    Más - Menos

    10-Normal
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    GENERALIZAR

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    ▪ Filtros, Cambio automático
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    ▪ Imágenes para Efectos y Cambio automático
    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

    ▪ Voltear

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    ▪ Centrar

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


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    Prog.R.2

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


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    Prog.R.3

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
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    D


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    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


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    PROGRAMAR ESTILO

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

    H
    M

    Estilo #

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    M
    M
    J
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    D


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    L
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    M
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    D


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    Prog.E.4

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    M
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    S
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    PROGRAMAR RELOJES


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    6 7 8 9 0

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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
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    ▪6
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    ▪4 ▪5 ▪6
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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R S T

    U TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
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    Header

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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


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    T 13 (50 seg)


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    LOS ASTRONAUTAS DE YAVE (J. J. Benítez)

    Publicado en mayo 09, 2010
    ALGO ASÍ COMO UNA «DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS»

    Supongo que este momento le llega a todo el mundo.
    Y aunque debo advertir al lector —no por afán de justificarme, sino por el más estricto respeto a la verdad—
    sobre mi profunda ignorancia, es tiempo ya de definirm y definir lo que ha ido posándose en mi corazón.
    No soy ajeno al negro fantasma del error. Sé que ahor mismo puede estar planeando sobre estas líneas. Pero, pesar de ello, correré el riesgo.
    A estas alturas, y después de dar varias veces la vuelt al mundo, he reunido suficientes pruebas y testimonio como para saber —con absoluta certeza— que los mal llamados ovnis existen. Si después de comprobar que ha sido filmados, fotografiados, detectados en los radare civiles y militares, que han sido perseguidos por los «cazas»
    de los Ejércitos de medio mundo, que han sido observados, en fin, por miles de testigos de todas las categoría profesionales y culturales, si después de todo eso y d haberlos visto y fotografiado personalmente no creyer en la realidad ovni, no sería un prudente investigador, como pretenden algunos...
    Sería un estúpido de solemnidad.
    No voy a cubrirme, por tanto, con frases tan hueca como cargadas del «miedo al qué dirán...» Al menos e aquellas facetas del fenómeno ovni en las que las prueba cantan. Las hipótesis sobre el origen de estas naves sobre las intenciones y objetivos de sus ocupantes e harina de otro costal...
    Y he dicho «naves». He aquí un segundo pronunciamiento. El análisis de esos cientos de miles de prueba —las formas y aspecto de los ovnis, sus bruscas aceleraciones y frenazos, su pasmoso desafío a las leyes gravitacionales, el silencio con que se desplazan y las velocidades que desarrollan, inimaginables aún para la tecnologí humana— llevan a cualquier mente medianamente lúcid y racional a una única conclusión: nos hallamos ante máquinas. Supermáquinas, quizá...
    Esto es lo que creo: los ovnis —una vez separada l «harina» de los casos auténticos del «salvado» de la confusión y del error— no son otra cosa que «astronaves».
    Pero ¿de dónde?
    Y llegamos al tercer y último postulado. En mi opinió —y a la vista también de los miles de casos espigados e todo el mundo desde hace ya más de treinta años—, esa máquinas o vehículos son dirigidos o tripulados en l mayor parte de los casos por seres de formas antropomórficas. Es decir, y para no andarnos con laberintos, sere parecidos al hombre. En mi andadura tras los ovnis h podido investigar más de 200 casos de personas de tod honestidad que afirman haber visto a estos «tripulantes».
    He dicho seres «parecidos» al hombre. Quiero refleja con ello que, de acuerdo con esos miles de avistamientos, los «pilotos» de los ovnis no son exactamente iguales nosotros. Varían en sus tallas, volumen craneal, ausenci de pabellones auditivos, movimientos más o menos naturales —siempre sosteniendo como referencia nuestra gravedad—, presencia de escafandras y un largo «etc.», ¿Dónde quiero ir a parar?
    Muy sencillo: en base a esas miles de declaraciones d testigos que afirman decir la verdad, los expertos e investigadores con un cierto sentido común —y espero encontrarme todavía en dicho «pelotón»— consideran que dicho «tripulantes» no pueden ser habitantes de la Tierra. Su características, aun ofreciendo los rasgos y atributos esenciales de la naturaleza humana, no los etiquetan com rusos, norteamericanos, latinos o asiáticos.
    ¿Qué piloto yanqui se vería obligado a utilizar una extraña escafandra en plena sierra Cespedera, en la provincia de Cádiz? ¿O qué astronauta soviético se moverí «a cámara lenta» en mitad de un bosque sueco, a escaso kilómetros de Estocolmo?
    ¿Es que tenemos noticias de «humanoides» inglese o alemanes que no alcancen siquiera el metro de estatura?
    ¿Cuándo se ha conocido en toda la Historia de la Medicina de este astro frío un solo ciudadano «normal» cuy occipital arroje un tamaño triple al de una cabeza estándar?
    Y ejemplos como éstos —insisto— se cuentan po miles...
    Para una mente sana, racional y lo suficientemente informada, esos seres sólo pueden proceder de fuera de planeta.
    Llegados a este punto —y manteniendo siempre el mismo grado de sinceridad—, los investigadores y estudioso del fenómeno sólo podemos encogernos de hombros.
    Es precisamente a partir de aquí cuando —necesariamente— todos elucubramos. Mientras no se registre es histórico encuentro entre el hombre de la Tierra y lo «hombres» que nos visitan, lo más que podemos hacer e teorizar, sospechar, imaginar...
    Y en esa órbita me moveré a partir de ahora. Qu nadie tome mis palabras como una verdad demostrada.
    Ni siquiera como una verdad. Sólo me mueve el corazón.
    Y por encima, incluso, de los sentimientos, el respeto.
    Respeto —no docilidad borreguil— a unas tradicione que, como trataré de exponer, no comparto en ocasiones.
    Pero no nos desviemos del sendero principal...
    Una vez sentado que los tripulantes de los ovnis no so «terrestres», ¿cuál puede ser su origen?
    Un cuidadoso reconocimiento de los más sólidos caso de «encuentros» con estos seres me ha hecho reflexiona sobre una posible doble procedencia.
    Al desmenuzar las descripciones de los testigos, un deduce —casi por pura lógica— que esos tripulantes so de carne y hueso. Me estoy refiriendo a la casi totalida de los «encuentros».
    Todo hace pensar que no son otra cosa que «astronautas» —con o sin cascos espaciales, con o sin las ya esbozadas diferencias anatómicas respecto al hombre, co o sin sometimiento, en fin, a la gravedad terrestre— e misiones específicamente científicas y exploratorias. ¿Po qué si no se les ve recogiendo muestras de cultivos, d minerales, de ganado...? Sólo un afán de conocimient podría llevarles a sobrevolar las grandes urbes, las instalaciones militares, las centrales nucleares, las más destacadas factorías del planeta, las flotas o los monumentos.
    A través de este prisma puramente intelectual —posiblemente «universitario»— sí cabe encontrar una razón qu satisfaga la lógica humana. Esto no quiere decir, ni much menos, que nuestra lógica sea la de ellos...
    Pero, suponiendo que así fuera, esos objetivos «científicos» justificarían de alguna manera sus violentas aproximaciones a turismos, aviones, embarcaciones o sonda espaciales.
    A la luz de esta hipótesis, esos cientos —quizá miles—
    de razas que estamos observando desde hace siglos tendrían sus hogares en mundos básicamente parecidos a nuestro. Es lógico creer que toda esa miríada de sere pensantes y de formas anatómicas iguales o parecida a las del hombre de la Tierra debe arrancar de astros cuya condiciones fisicobiológicas estén en los límites —má o menos— que conocemos para nuestro propio habitat.
    Si sabemos que nuestra galaxia tiene más de 117.años — luz, en su longitud máxima, ¿cuántos miles d millones de planetas serán «hermanos» o «primos-hermanos»
    de la Tierra? No debemos caer en este sentido en la «miopía» o «ceguera» mental de otras generaciones, que, po ejemplo, a pesar de los miles de testigos, rechazaron «qu pudieran caer piedras del cielo, por la sencilla razó —esgrimieron los científicos franceses de finales del siglo XVIII— de que en el cielo no hay piedras...»
    Y se quedaron tan anchos. Hoy, la presencia de meteoritos no sólo ha sido mundial mente aceptada, sino que, gracias a esas «piedras» siderales, la Ciencia ha llegado a convencimiento de que los «ladrillos» (los aminoácidos)
    para la «edificación» de la Vida son básicamente iguale en todo el Cosmos.
    Entra dentro de lo posible también que parte de eso visitantes proceda, no de nuestro Universo físico y visible, sino de otro o de otros llamados «paralelos», cuya comprensión se hace todavía más angustiosa.
    Esos Universos, seguramente, son tan físicos y mensurabies como el que apenas conocemos y que nos envuelve.
    La gran diferencia podría estar —siempre de la mano de l especulación— en el hecho evidente de que no logramo verlos ni registrarlos. Y, sin embargo, como digo, puede «ocupar» el mismo «espacio» y el mismo «tiempo» qu el nuestro —¡cómo limitan las palabras!— aunque sometidos a ritmos o vibraciones atómicas diferentes a las qu conocemos.
    Por esta misma regla de tres, nuestro Cosmos pued permanecer ignorado para muchas de las posibles civilizaciones que habiten en dichos Universos «paralelos» que no hayan alcanzado aún el suficiente nivel técnic o espiritual como para «descubrir» esos otros «marcos dimensionales» y «viajar» hasta ellos.
    Éste, precisamente, puede ser el «camino» para lo grandes viajes interestelares o para pasar de unos a otro universos. Supongamos que una raza ubicada en un Universo «paralelo» alcanza un nivel técnico capaz de detecta otros mundos habitados, pero en un Cosmos como el nuestro; es decir, invisible del todo para ellos. Bastaría co hacer «saltar» una de sus naves o vehículos de su marc tridimensional natural al nuestro. Y esos «astronautas»
    —de carne y hueso— «aparecerían», por ejemplo, en cualquier punto de nuestro Universo, sin necesidad de habers «trasladado» por el Espacio, tal y como lo concebimos e nuestro cerebro. Para eso, claro está, hace falta un perfecto conocimiento de los llamados «Universos paralelos» una tecnología tan sofisticada que hoy, en pleno siglo xx, Sólo podemos relacionarla con la ciencia ficción.
    Pero, salvando las distancias, ¿es que no hubiera sid ficción para Napoleón una visita a cualquiera de los portaaviones de la VI Flota USA en el Mediterráneo? Y sól han transcurrido doscientos años...
    ¿Qué habría pensado el bueno de san Pedro si alguie le hubiera hablado, no de su silla papal, sino de otra «silla»
    —la «eléctrica»— capaz de electrocutar a un hombre e un segundo?
    Para qué seguir...
    ¿Cómo podemos hablar de «imposibilidad para salva tales distancias intergalácticas» si ni siquiera conocemo la naturaleza y estructura de nuestras propias partícula subatómicas? ¿Cómo podemos ser tan insensatos de juzga lo que no conocemos?
    El hecho de que no tengamos la explicación definitiv para el fenómeno ovni no quiere decir que éste no exista.
    En cuanto a la segunda gran fuente de origen de esto seres extraterrestres —y también en base a una no meno considerable relación de casos—, creo firmemente en otro «planos» o «realidades» en los que existe una vida pensante.
    (Si las palabras me limitaban a la hora de interpretar lo «universos paralelos», ¿qué puede ocurrirme ahora...?)
    «Planos» o «realidades» o «estados» o «Universos»
    —qué más da la etiqueta que le colguemos— en los qu seres inteligentes e infinitamente más evolucionados qu el hombre de la Tierra y que los «hombres» quizá de l galaxia o de esos mundos «gemelos», vivan bajo forma físicas tan asombrosas para nuestra mente como pued ser, por poner un ejemplo, la pura energía lumínica mental. «Seres» quizá no encadenados al torrente del tiempo, como ocurre con nuestra civilización. «Seres» adimensionales tan cercanos, en definitiva, a Dios que sólo podrían ser asociados con el pensamiento o con los sentimientos...
    «Seres» que quizá escalaron esa cómoda y desconcertante «vida» después de un largo y penoso proceso de perfección. «Seres» —¿quién sabe?— que quizá fueron creado directamente en dicho estado...
    «Seres», en fin, capaces de penetrar en los miles o millones o infinitos «marcos dimensionales» tan ajenos com distantes de su «habitat» y que, de alguna forma, «tiene encomendados ».
    No creo que repugne a la razón la existencia de entidades cuyas «estructuras» mentales —otra vez las palabras...— hayan alcanzado niveles tales de perfección qu se vean libres de las cadenas que todavía sujetan a formas humanas como la nuestra.
    Obviamente —y al estar mucho más cerca de la Verdad que nosotros— esas «civilizaciones» podrían entra o descender a planetas como la Tierra con objetivos radicalmente distintos a los de la pura investigación o exploración científica.
    Su presencia a lo largo de la Historia de una Humanidad como la que está pasando sobre el planeta obedecería, por ejemplo, a necesidades de «rango superior». Esto más convencido cada día de que nada queda al azar en lo «Universos» o en nuestras existencias individuales.
    Pero antes de aventurarme en el análisis de esas estrategias o misiones de «rango superior», quisiera ir más allá.
    Es más que probable que, a partir de unos niveles mínimos en el desarrollo mental y tecnológico de las razas qu pueblan los infinitos Cosmos, la intercomunicación se una realidad igualmente clara y constatable.
    Si la espiral de la evolución en cualquier forma pensante —como creo— conduce inevitablemente a una má profunda vinculación con la Fuerza o Energía que llamamos Dios, es casi matemático y obligado que todas esa civilizaciones o seres terminen por «trabajar» con un única y formidable meta: la aceleración del conocimient de Dios en todos los rincones y en todos los tiempos d la Creación. (Y no puede quedar más lejos de mi ment en estos momentos el pobre y demacrado panorama de u Dios única y exclusivamente clerical o antropomórfico...)
    Ese hermosísimo «trabajo» —que quizá lleguemos comprender algún día y en el que participaremos a nive cósmico— está siendo desplegado por una legión de sere y entidades, mucho antes, incluso, de que el hombre apareciera sobre la Tierra.
    ¿Y en qué puede consistir esa «estrategia» o «misión»
    de «rango superior»?
    Por un mero principio de economía estimo que la Creación estará organizada de tal forma que núcleos inmenso de seres sean los responsables de «parcelas» concretísimas. Es muy posible que, las «responsabilidades» aparezcan en razón directa al índice de perfección de tales sere o «paquetes» de seres.
    Echemos mano de un ejemplo que, aunque grosero, quizá ilustre lo que intento definir.
    Todos somos conscientes del grado de responsabilida y desarrollo técnico y espiritual que llena nuestro mundo.
    Aunque nos duela, ese «termómetro» o «radio-faro» d la Humanidad del planeta Tierra arroja una temperatur y unos destellos tan fríos y débiles que sería poco meno que una locura otorgarnos la tutela de una determinad área universal. Tal y como se comporta nuestra civilización, los hipotéticos seres pensantes a proteger recibiría de todo menos ayuda.
    Es más. Suponiendo, como supongo, que una de la banderas más respetadas en el orden cósmico es la de l libertad individual y colectiva, difícilmente puedo pensa en «mensajeros», «misioneros» u «operarios» de la Gra Energía que no hayan superado —y con creces— este principio sagrado.
    Es muy posible, incluso, que sólo a partir de muy alta gradas en la escala evolutiva sea posible la «intervención»
    o «mantenimiento» o «vigilancia» en Universos o mundo que están en los comienzos de esa gran carrera hacia l Perfección.
    Una vez sentada esta premisa, todo resulta más fácil.
    Los «mandos intermedios» en ese formidable «escalafón» que deben conformar las creaturas al servicio de l Perfección conocen «su trabajo». Y lo cumplen y ejecutan, siempre de acuerdo con principios y programas establecidos «a niveles superiores».
    Y aunque tampoco me satisface, he aquí otro ejempl que —ojalá— puede que simplifique mis pensamientos:
    En esa caricatura de lo que Jesús de Nazaret quis hacer y decir en el planeta Tierra —y que llamamos Iglesia— difícilmente los «mandos intermedios» (obispos) llegarán a ocuparse personalmente del cúmulo de trabajo a que obligan, por ejemplo, las pequeñas o grandes parroquias de cada zona. Esas misiones, sencillamente, está en manos de la «infantería»: los sacerdotes.
    Éstos, salvo excepciones, tampoco se sitúan en las «órbitas» del «estado mayor» (el Colegio Cardenalicio), qu suele ser quien planifica y vela por las líneas maestras d la gran superestructura.
    Cada cual tiene su misión y el conjunto —al menos teóricamente— debe funcionar con un único propósito: eleva al hombre, cada vez más, en su dignidad de hijo de Dios.
    Pues bien, en una audaz traspolación, éste podría se el «esquema» de «trabajo» a escala cósmica. Y nosotros, los mundos como la Tierra, entraríamos de pleno —queramos o no— en el catálogo de las «parroquias» más atrasadas, polvorientas y maltrechas de la gigantesca «diócesis» que debe ser la Creación.
    Y en nuestro caso particular, con ciertos «agravantes»
    de todos conocidos.
    Nuestra «parroquia», en fin, es casi seguro que fue encomendada a concretísimos «mandos intermedios» de l jerarquía celeste. Y con ella, otros muchos seres pensantes, también en pleno período evolutivo y ubicados físicamente en una o quién sabe cuántas galaxias. Esos «mando intermedios» —siempre conectados al «estado mayor»—
    pueden disponer de legiones o miríadas de seres (la «infantería») que son los encargados y responsables de pone en marcha, de «ver cómo van las cosas» o de «corregir»
    todos y cada uno de los mecanismos que intervienen en e nacimiento y progresiva evolución de una colectividad d seres inteligentes.
    Encuentro perfectamente posible, y mucho más racional que las doctrinas tradicionales al respecto, que «misiones» de «inyección» —por utilizar una expresión terrestre— de la «conciencia espiritual» en determinados sere irracionales sea asunto de los «mandos intermedios» o, incluso, de la «infantería» que del propio Dios. Siempre h creído que la Gran Energía utiliza a esa inmensa lista d «intermediarios» suyos para perpetuar lo ya creado.
    ¿O es que el Papa es el responsable directo y persona del bautizo de cada nuevo cristiano?
    En mi opinión —e insisto en el hecho de que sólo esto teorizando— resulta mucho más hermoso y propio de u Dios «generador» que sean sus creaturas las encargadas, ni más ni menos, de la selección del momento y de lo seres que, por sus características, están llamados a se hijos del Innominado. Pero para desempeñar esa trascendental tarea, como apuntaba anteriormente, se necesita una talla mínima en la espiral de la Perfección. Nosotros, sencillamente, ni sabríamos ni podríamos...
    Una vez depositada en el ser la semilla o la chispa d la inteligencia y de la inmortalidad, los servidores de Dio —llamémosles «ángeles», «enviados» o «astronautas»— deberán permanecer muy cerca de esa nueva colectividad, procurando que su libre albedrío no se vea anulado y que, al mismo tiempo, dispongan de los elementos mínimo para un lento pero firme proceso de integración en l magna comunidad de la que han surgido y de la que n serán conscientes por mucho tiempo.
    Esta apasionante «misión» —así me lo dicta el corazón— puede estar encomendada en ocasiones no sólo seres puramente energéticos o desprovistos de soport físico, sino también a civilizaciones de carne y hueso, per que hayan dejado atrás muchas de las miserias que todavía esclavizan al hombre del planeta Tierra. Civilizacione supertecnificadas que pueden habitar en Universos com el nuestro o —¿por qué no?— en otros Cosmos «paralelos».
    Civilizaciones, en fin, que tuvieron acceso un día buena parte del conocimiento de la Verdad. Civilizacione que, en esa espiral de la Perfección, han llegado a tale extremos que puedan «dominar» el tiempo, las fuerzas d la Naturaleza y algo peligroso y que galopa siempre a l sombra del progreso y que nosotros llamamos soberbia...
    Civilizaciones que nada tienen que ver, evidentemente, con la nuestra.
    Esos seres —a mí me gusta llamarles «astronautas»—
    pueden estar colaborando íntimamente con la «infantería»
    o con los «mandos intermedios» de escalas superiores de naturalezas, repito, básicamente distintas a las suyas y, consecuentemente, a la nuestra.
    Ese entendimiento —¿por qué no?— puede ser perfectamente posible cuando se alcanzan esas cotas mínima de perfección evolutiva. Salvando nuevamente las distancias, ¿es que el hombre no está tratando de «comunicarse»
    con las plantas, mediante el uso de sofisticados panele electrónicos? ¿Qué hubieran pensado nuestros antepasados ante semejantes ensayos científicos?
    Como consecuencia de esos «contactos», los «astronautas» pudieron hacer acto de presencia en nuestro mundo.
    E inevitablemente fueron tomados por «dioses», «ángeles»
    o «enviados». Y así consta en las tradiciones, leyendas libros sagrados.
    Pudo ser prudente que en determinadas fases de la difícil y atormentada evolución de la Tierra, esos «vigilantes» del Espacio tomaran parte de una forma directa más activa de lo habitual. ¿A quién enviar entonces? ¿A lo seres adimensionales o puramente energéticos? La má elemental lógica no lo hubiera considerado eficaz. ¿Cóm se habrían comunicado con los primitivos pueblos humanos? ¿Cómo hubieran conjugado una mínima aproximación al hombre con la transmisión de los mensajes e idea claves para su evolución? El terror a lo desconocido s hubiera incrementado en estos casos hasta límites traumatizantes y de imprevisibles consecuencias...
    ¿Qué hacer entonces?
    Muy simple: el «estado mayor» o los «mandos intermedios» de la Creación pudieron aconsejar y arbitrar qu fueran seres básicamente idénticos al hombre del planet Tierra los que descendieran sobre el hermoso mundo azul.
    Y que esas civilizaciones de carne y hueso, supertecnificadas y tan próximas a los planes divinos, fueran las responsables de aquellos «trabajos» en los que era obligad una o múltiples «aproximaciones» al género humano.
    Y esto, sin duda, pudo quedar establecido mucho antes, incluso, de que el hombre apareciera sobre el mundo...
    La presencia de esas civilizaciones siderales en la historia de muchos pueblos de la Tierra, en sus leyendas religiones, en sus ceremonias y folklore, quedaría así má que justificada. Y, sobre todo, aparecería más que lógic su enigmático comportamiento.
    Y entre esos «programas de trabajo», los «misioneros»
    o «astronautas» espaciales recibieron uno definitivament solemne: preparar la llegada a la Tierra de un ser superior, perteneciente al «alto estado mayor» de toda la Creación: un ser que iba a ser llamado Jesús de Nazaret.
    LOS PREPARATIVOS DEL GRAN «PLAN»
    No puedo evitarlo. Aunque sé el riesgo que entrañan la comparaciones, me veo empujado a tomar un nuev ejemplo.
    Hace tan sólo unos días pude ver y escuchar en la pequeña pantalla al obispo portavoz de la Conferencia Episcopal Española. Los «mandos intermedios» de la Iglesi se habían reunido para estudiar y tratar los afilados problemas que la acosan. Uno de los asuntos clave de dich asamblea fue la programación de un próximo viaje de Papa, Juan Pablo II, a España.
    Los obispos españoles —y es natural— se mostraro preocupados por esta visita del máximo responsable jefe del «estado mayor» de la gran «estructura».
    «...Tenemos que verificar muchas cosas —apuntó e obispo encargado de las relaciones con la Prensa—. Ha que perfilar esta estancia del Papa hasta en sus mínimo detalles. Por supuesto, habrá nuevas reuniones y se nombrarán comisiones especiales de trabajo...»
    Las palabras del representante de los «mandos intermedios» me parecieron lógicas. Y supongo que así pensaron también los millones de telespectadores que pudieron oírle.
    Pues bien, y saltando nuevamente a la arena de la hipótesis, si la Iglesia española se preocupa —y de qu forma— por el histórico viaje de su jefe supremo en l Tierra a nuestro país, ¿qué no pudo ocurrir hace mile de años, «una vez llegada la plenitud de los tiempos», cuando el Padre o la Gran Fuerza estimó que ya era e momento de que su Hijo apareciera en el planeta Tierra?
    Y aunque dudo que los «métodos» y «recursos» de «estado mayor» o de los «mandos intermedios» de la Creación tengan algo que ver con los de la Iglesia Católica, parece lógico y sensato (siempre en base a nuestra raquítica lógica, claro está) que aquellas jerarquías celeste adoptaran también las medidas oportunas para el feli desarrollo del gran «plan de la Redención humana».
    Colocar a Jesús en la Tierra no creo que fuera una tare complicada, aunque no por ello —supongo— debían descuidarse los detalles...
    La gran complicación, imagino, pudo centrarse en e hecho de —por encima de todo— tener que intentar respetar la libertad individual y colectiva de los habitantes d tan arisco y primitivo mundo.
    Y el «plan» recibió «luz verde»...
    Y un buen día —hace ya más de 4 000 años—, esas civilizaciones elegidas o «voluntarias» —¿quién puede decirlo?— aparecieron con sus vehículos espaciales y su extraordinaria tecnología en esta mota de polvo que es l Tierra. Los «astronautas», sin duda, conocían el «plan»
    a la perfección. Su contacto y vinculación a los «mando intermedios» o al «estado mayor» de los Cielos tenía qu ser poco menos que constante. ¿Quién podría describi hoy las facultades y recursos mentales, espirituales y técnicos de estos seres, tan lejos de nuestra oscura form de vida?
    Estoy seguro que la Tierra fue «peinada» en su totalidad, con el fin de elegir la zona ideal donde pudiera nace un día el gran «Enviado». Es posible que las naves de lo «astronautas» llevaran a cabo minuciosas tareas de rastreo e investigación.
    Y al fin fue detectado el que debería ser el «puebl elegido». Y comenzaron los primeros «contactos» y «encuentros» con los primitivos patriarcas.
    Y se produjo un fenómeno, quizá previsto por las jerarquías celestes y por los propios ejecutores materiale del gran «plan», por los «astronautas»: desde un prime momento, los hombres y mujeres elegidos por los seres de Espacio confundieron sus brillantes y poderosos vehículos con los tripulantes de los mismos, y viceversa. El «ángel del Señor», la «gloria de Yavé», la «nube de fuego» la «columna de humo» venían a significar una misma cosa.
    La absoluta falta de nociones y de vocabulario por part de aquellas gentes sencillas del desierto en relación a «máquinas» capaces de volar, de vencer la ley de la gravedad, de emitir luz y dé las que entraban y salían otros sere no menos extraños, enfundados en trajes espaciales —quié sabe si provistos de escafandras— tuvo que provocar e sus cerebros una grave confusión a la hora de distingui «astronautas» de «máquinas».
    Imagino que este problema no revestía mayor importancia para los «astronautas». Todo lo contrario. Es posible que, a veces, lo considerasen altamente práctico y beneficioso para sus fines.
    Dado el formidable abismo mental y evolutivo que separaba a los hombres de la Tierra de sus visitantes, cualquier intento para explicarles las verdaderas «razones»
    de su presencia en el mundo hubiera sido rematadament negativo. No se trataba, a fin de cuentas, de mostrar a lo seres pensantes del planeta Tierra unas técnicas o realidades que jamás hubieran asimilado o utilizado, sino de preparar un camino, un pueblo, una «infraestructura» —si s me permite la fórmula— para el gran momento: para l llegada, miles de años más tarde, del Cristo.
    Siempre me he preguntado por qué el Padre o la Gra Energía o quizá el «estado mayor» de los cielos estimaro aquella remota época como el momento propicio para l encarnación de Jesús. Hoy sí hubiéramos «reconocido»
    —espero— esas formidables máquinas voladoras y a lo «astronautas» celestes... ¿O no?
    Hoy estamos en condiciones de interpretar y de comprender la luz eléctrica, la ley de la gravedad, los viaje espaciales, la utilización de cascos y de trajes «anti-g»...
    Y hasta hemos empezado a aceptar la idea de unos visitantes extraterrestres que llegan a nuestro mundo en vehículos que popularmente son bautizados con el nombr de «ovnis».
    ¿Por qué no fue retrasada entonces la llegada del «Enviado»? ¿No hubiera sido más fácil hoy su misión?
    A decir verdad no he perdido la esperanza de llegar saber algún día los motivos que decidieron al Padre o a «estado mayor» celeste a considerar aquellas fechas com «la plenitud de los tiempos...»
    Es posible que muchas personas se pregunten por qu asocio términos bíblicos como «el ángel del Señor» o «l gloria de Yavé» o «la columna de humo» o «la nube d fuego» con astronaves y «astronautas».
    Sé que no dispongo de las pruebas finales o absolutas.
    Nadie las tiene. Sin embargo, leyendo y releyendo los pasajes del Antiguó y Nuevo Testamento, así como los Evangelios apócrifos, las descripciones de aquellos testigos coinciden asombrosamente con las que hemos reunido e pleno siglo xx sobre ovnis.
    He meditado mucho antes de dar este paso. Y ahora, al hacerlo, estoy contento de mi decisión. Sé que jueg con puras teorías, pero algo me dice en el fondo del alm que puedo estar en lo cierto...
    Aquellas formidables «luminosidades» que nos relata los Libros Sagrados, aquellos seres «resplandecientes», aquel «carro de fuego», aquellas «nubes como ascuas» inmóviles sobre la Tienda de la Reunión, aquellos «ángeles»
    que subían y bajaban del cielo en mitad de una «gran luz», aquella «estrella», en fin, que guió a los Magos hasta Belé de Judá guardan una sospechosa semejanza con las naves, brillantes y silenciosas, que son observadas hoy en los cielos del mundo. Para cualquier persona medianamente informada de la realidad ovni, las coincidencias son abrumadoras.
    Y lo he dicho muchas veces. Admitir que los «ángeles»
    que aparecen en la Biblia pudieran ser seres del Espaci —«astronautas» de carne y hueso— no oscurece, ni much menos, la grandiosidad y divinidad del «plan» de la Redención.
    ¿Por qué tenía que restar belleza o solemnidad a l llegada de Jesús de Nazaret la presencia en el mundo d todo un «equipo» de seres supertecnificados y superpróximos a Dios? ¿Es que el Papa no se sirve de los más rápidos y cómodos aviones a reacción para cruzar los cielo del planeta y llevar la palabra de Dios? ¿Es que el Crist le haría ascos —suponiendo que apareciera en 1980— a la cámaras de televisión o a la difusión «vía satélite»?
    SENSACIONALES «NOTICIAS»
    No deseo extenderme más. Y creo que nunca hubiera adelantado mis pensamientos, de no ser por la delicada naturaleza de lo que voy a exponer a continuación. Siempr me ha gustado que sea el lector quien vaya descubriend por sí mismo los resultados de mis investigaciones y hast el trasfondo de mis últimas inquietudes.
    En esta oportunidad, sin embargo, he querido que fuer diferente. No siempre se enfrenta uno a pasajes tan trascendentales como la concepción virginal de María, su infancia, el nacimiento de Jesús y las posibles vinculacione de todo un «equipo» de «ángeles» o «astronautas» co estos hechos.
    Porque éstos, nada más y nada menos, han sido los blancos de mi investigación.
    Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento ofrece abundantes relatos donde ese «equipo» de «astronautas»
    aparece siempre en momentos decisivos. No obstante, y pesar de mi interés por hallar explicaciones lógicas y racionales, ninguna de las que ha llegado a ofrecerme l Iglesia y los exégetas o especialistas en temas bíblicos h terminado de apagar mi inquietud. No eran suficientes la cómodas «salidas» de los teólogos, que sumergen siempr los «temas difíciles» o «comprometidos» en la neblina de «misterio de fe» o de los «géneros literarios» o del «hech sobrenatural»...
    Por otra parte, como digo, esos «ángeles» y sus manifestaciones guardan demasiada semejanza con lo que y llevo investigado en ese otro campo de los «no identificados». Era preciso bucear, por tanto, en otras direcciones.
    Aun con riesgo de equivocarme. Lo sé...
    Había —y hay— demasiadas incógnitas en la preparación de la llegada de Jesús. ¿Cómo pudo ser la concepció virginal? ¿Por qué fue elegido aquel pueblo y no otr como «base o infraestructura» de todo un sistema monoteísta? ¿Por qué el «estado mayor» celeste consideró e Próximo Oriente como la zona idónea para el nacimient del Mesías? Y, sobre todo, ¿cómo pudo desarrollarse e parto del «Enviado»?
    Ni los Evangelios canónicos, ni por supuesto los teólogos, aclaran estos extremos con la suficiente transparencia. En ocasiones —para qué engañarnos— el miedo a encuentro con tales verdades les paraliza y casi todo «huyen», disimulando su impotencia con tesis rimbombantes que, supongo, no convencen ni a ellos mismos.
    Y en esa búsqueda tropecé un día con los llamado Evangelios apócrifos.
    Mi sorpresa fue creciendo conforme fui devorand aquellos textos poco menos que malditos hasta hace uno años. Allí encontré datos, precisiones, informes, referencias y descripciones que me estremecieron. Aquello sí er racional. Aquello sí despejaba algunas de las grandes incógnitas...
    Allí, por ejemplo, sí empecé a intuir por qué Jesús tuv que nacer en una cueva y no en un establo.
    Allí sí me ofrecían una información infinitamente má verosímil sobre la persona de san José, sobre sus duda y sobre el curioso juicio a que se vio forzado...
    Allí me di cuenta del gran error que ha supuesto considerar a la familia «humana» de Jesús como pobres ciudadanos, poco menos que harapientos e indigentes de solemnidad. Nada más lejos de la realidad...
    A través de los apócrifos ratifiqué hasta la saciedad l constante y meticulosa «inspección» del «equipo» de «ángeles» o «astronautas» en relación a los «abuelos» de Jesú y no digamos respecto a la pequeña María.
    Allí estaba claro como la luz que la «estrella» de Belé no había podido ser una estrella...
    Y lo más hermoso y esperanzador —no me cansaré d repetirlo— es que las «nuevas noticias» sobre la llegad del Salvador sólo contribuían a engrandecer el «plan» d la Redención del hombre de este viejo y rebelde planeta, perdido en una de las más bajas curvas de la espiral d la Perfección.
    Y antes de pasar ya a la exposición de esas sensacionales «noticias» sobre un «plan» que no considero cerrado, espero que después de la lectura de este trabajo ningú principio o sentimiento se vean heridos.
    Esto no es Teología, ni mis aspiraciones son las d sentar cátedra. Si mi impaciente búsqueda de la Verda —y este reportaje es sólo eso— estimula a otros a segui buscando, mi esfuerzo no habrá sido baldío.
    LOS ASOMBROSOS Y DESCONOCIDOS EVANGELIOS APÓCRIFOS
    «... Y en aquel momento la estrella aquella, que había visto en el Oriente, volvió de nuevo a guiarles hasta qu llegaron a la cueva, y se posó sobre la boca de ésta. Entonces vieron los magos al Niño con su Madre, María, sacaron dones de sus cofres: oro, incienso y mirra.»
    Este párrafo —extraído de los Evangelios apócrifos concretamente del llamado Protoevangelio de Santiag (XXI, 3)— me decidió, en buena medida, a escribir el presente libro.
    Me impresionó.
    E inicié una devoradora lectura de cuantos apócrifo pude localizar.
    La famosa estrella de Belén de Judá me intrigaba desd hacía tiempo. Y ahora, nuevamente, la tenía ante mí. Y volvieron las viejas preguntas:
    ¿Se trataba realmente de una estrella? ¿Por qué guiab a los magos? ¿Por qué se «posó» delante de la cueva dond nació Jesús de Nazaret?...
    Tengo que reconocer que, después de recorrer más d 300.000 kilómetros tras los ovnis, la estrella en cuestió me resulta «familiar».
    Pero vayamos por partes.
    La verdad es que no podía sospechar lo que encerraban estos apócrifos.
    Al concluir el estudio de los mismos sentí la necesida de escribir mis pensamientos e impresiones. Creo que mu pocas personas han tenido la oportunidad de conocer lo textos de dichos Evangelios apócrifos. Y esto me anim a transcribirlos. Al menos, a divulgar aquellas partes que, para mí, guardan un interés muy especial.
    LOS EVANGELISTAS «TITULADOS» Y LOS «INTRUSOS»
    Si he de ser sincero, tuve que recurrir al Diccionario d la Real Academia para conocer exactamente el significad de «apócrifo».
    Había oído hablar de los Evangelios apócrifos. Per no terminaba de entender por qué, precisamente, se le llamaba así.
    He aquí lo que apunta el Diccionario Ideológico de l Lengua Española.
    «Apócrifo: dícese de los libros de la Biblia que, aunqu atribuidos a autor sagrado, no están declarados como canónicos.»
    El problema empezaba a esclarecerse. Sin embargo, a leer lo de «canónicos» me entraron nuevas dudas. ¿Y qu es exactamente «canónico»? ¿Por qué unos libros está declarados como tales y otros no? ¿Qué criterio o valoración se había seguido para ello?
    La cosa era sencilla. «Canon» es «el catálogo de libro sagrados admitidos por la Iglesia Católica».
    En realidad, la cuestión quedaba reducida a un únic punto: ¿y qué criterio seguía la Iglesia Católica para decidir si un libro tenía carácter apócrifo o canónico?
    El asunto, según he podido comprobar, recibe una «larga cambiada» por parte de los teólogos y estudiosos de l Biblia con un planteamiento pleno de fe, pero disminuid en su carácter racional y científico.
    «La Biblia, y por tanto los libros canónicos —dicen lo expertos— está inspirada por Dios.»
    Esto significa que todo cuanto hubiera podido ser escrito sobre Cristo —incluso en vida del Maestro—, per que no fuera reconocido por los hombres que forman l Iglesia como «inspirado», no tiene el menor valor canónico.
    El tema, cuando menos, se presta a discusión.
    Y no es que yo dude del referido carácter divino d esos libros. Creo en Dios y considero que, efectivamente, puede ser. Pero si la propia Iglesia Católica reconoce qu buena parte de esos Evangelios apócrifos fueron confeccionados por autores sagrados, ¿por qué no son incluido en el «lote» bíblico? Y lo que es peor: ¿por qué durant siglos han sido perseguidos y condenados?
    Según la propia Biblioteca de Autores Cristianos —declarada de interés nacional—, «apócrifo», en el sentid etimológico de la palabra, significa «cosa escondida, oculta». Este término servía en la antigüedad para designa los libros que se destinaban exclusivamente al uso privad de los adeptos a una secta o iniciados en algún misterio.
    Después, esta palabra vino a significar libro de origen dudoso, cuya autenticidad se impugnaba.
    Entre los cristianos —prosigue la BAC— se design con este nombre a ciertos escritos cuyo autor era desconocido y que desarrollaban temas ambiguos, si bien se presentaban con el carácter de sagrados.
    Por esta razón, el término «apócrifo» vino con el tiempo a significar escrito sospechoso de herejía o, en general, poco recomendable.
    En algo tiene razón la Iglesia. No todo el «monte e orégano». Quiero decir que, con el paso del tiempo, ha surgido tantas historias de la vida y milagros de Jesús qu resulta laborioso separar el grano de la paja.
    Sin embargo, y a pesar de todo ello, la propia Iglesi Católica reconoce hoy el valor de algunos de estos texto —llamados, como digo, Evangelios apócrifos—, en los qu se amplían o dan a conocer por primera vez algunos pasajes de la natividad, infancia y predicación del Señor.
    El mismo san Lucas asegura que, ya desde el principio, muchos emprendieron el trabajo de coordinar la narración de las cosas que tuvieron lugar en tiempo de Jesús.
    Esto resulta lógico y del todo humano. En realidad s venía haciendo desde hacía siglos con los grandes personajes griegos, romanos, sumerios, egipcios, etc. ¿Por qu no hacerlo con Jesús de Nazaret, hacedor de milagros, Hijo del Dios vivo, revolucionario para muchos y enfrentado a los Sumos Sacerdotes de Israel?
    Resulta igualmente verosímil que alguien tuviera la feli iniciativa de relatar y dejar por escrito cuanto había hech y dicho el Maestro. Esa idea —estoy seguro, como periodista que soy— debió florecer muy poco tiempo despué de la muerte y resurrección del Cristo.
    Parece claro que esa tarea de «reconstruir» la vida d Jesús fuera emprendida no sólo por los cuatro evangelistas oficialmente aceptados, sino por otros apóstoles, discípulos y «voluntarios» en definitiva.
    Y ahí están los Evangelios apócrifos de Santiago, d Mateo, el Libro sobre la Natividad de María, el Evangeli de Pedro y el Armenio y Árabe de la Infancia de Jesús, entre otros, para ratificarlo.
    Estos textos apócrifos son hoy reconocidos por la Iglesia Católica como parte de la Tradición. Y aunque, e efecto, hay pasajes en los mismos que resultan dudosos, otros, en cambio, coinciden entre sí y —a su vez— con lo de los cuatro evangelistas... «titulados».
    Esta situación, salvando distancias, me recuerda u poco la planteada en nuestros días.
    En mis 20 años como profesional del periodismo h conocido a decenas de hombres y mujeres que, a pesar d no haber estudiado en la Facultad de las Ciencias de l Información y de no poseer, lógicamente, título algun que les acreditase como periodistas, han demostrado siguen demostrando que, a la hora de «hacer periodismo»
    son tan buenos o mejores que los «canónicos», si se m permite la licencia...
    ¿Qué quiero decir con todo esto?
    Algo muy simple.
    Estoy seguro que hubo otros cronistas —incluso apóstoles y discípulos de Cristo— que llevaron al papel un excelente trabajo sobre la vida y milagros del Maestro. Relatos, incluso, que pudieron servir de base en determinados momentos a los cuatro evangelistas «oficiales».
    Hoy, esos textos —aparecidos en su mayor parte en lo siglos II y IV— son considerados como «apócrifos».
    En realidad, lo que les distancia y diferencia de lo cuatro Evangelios canónicos no es otra cosa que lo y apuntado anteriormente: el hecho de que «no han sid inspirados por Dios».
    Y yo sigo preguntándome: ¿dónde está la prueba científica y palpable de esa «inspiración divina»? ¿Es que Dio ha vuelto a descender sobre el Sinaí para entregar el «catálogo» de los libros «canónicos», como si se tratara d un vendedor de libros a domicilio?
    ¿Hasta qué punto no se ha manipulado —por parte d los hombres que han formado la Iglesia— esa circunstancia de la «inspiración divina»?
    ¿Hasta qué punto no se han distorsionado las propia palabras de Jesús, con el fin de «arrimar el ascua a la sardina» de esa institución llamada Iglesia?
    Hace más de dos siglos que el doctor Fréret, uno d los más eminentes filólogos y orientalistas de su época, el que mejor supo aplicar la filosofía a la erudición —según frase de Turgot— escribió, al margen de sus numerosos trabajos de crítica histórica, uno de crítica religiosa que puede resultar esclarecedor en relación a aquellos confusos primeros tiempos del Cristianismo.
    En el capítulo XII, al hablar de los motivos para cree en los milagros y en cada uno de los que se refieren e los Evangelios canónicos, Fréret pide que cada cual s asegure —por demostración— de la autoridad de tale libros, y también de que las pruebas de que son auténticos en firmeza a cuanto han dicho las demás sectas cristianas en favor de sus Evangelios respectivos, para llamarlos inspirados. Conforme a tan sano criterio, Frére examina los Evangelios, oponiendo a la autenticidad d los reputados verdaderos los muchos considerados com falsos y que corrían desde un principio.
    «Es un hecho cierto —decía el gran filólogo—, reconocido por todos los sabios, confesado por los defensore del Cristianismo, que, desde los primeros tiempos de l Iglesia, y aún desde los de la fecha misma de los libro del Nuevo Testamento, se publicaron una multitud d escritos falsamente atribuidos, ya a Jesús, ya a la Virgen, ya a los apóstoles, ya a los discípulos. Fabricio, que recogió cuantos pudo reunir, cuenta hasta 50 con el solo títul de Evangelios, y un número mucho mayor bajo diferente títulos. Cada uno de estos escritos tenía en aquel tiemp sus partidarios. De aquí resulta con evidencia que, entr los cristianos de aquel tiempo, unos eran trapaceros impostores y otros, hombres sencillos y crédulos. Si co tanta facilidad se logró engañar a estos primeros fieles, si tan factible era inducirles a ilusión con libros supuestos, ¿en qué vienen a parar todos los sofismas con que s pretende demostrar la imposibilidad de una suposició con respecto a los Evangelios canónicos?
    »En medio de tamaño caos de libros publicados a u mismo tiempo, y todos recibidos entonces con respeto, ¿cómo podremos ahora distinguir los que eran auténtico y los que no lo eran? Pero lo que hace aún más ardu esta distinción es que vemos citados con. veneración po los primeros Padres de la Iglesia los Evangelios apócrifos.
    Las Constituciones Apostolicae, san Clemente Romano, Santiago, san Bernabé y aun san Pablo, citan palabras de Jesucristo tomadas de esos Evangelios. Hay más, y es qu no vemos que los apologistas de la secta que quedó dominante, hayan conocido los cuatro Evangelios que se ha conservado como canónicos y auténticos...
    «Hasta san Justino, no encontramos en sus escritos má que citas de Evangelios apócrifos. Desde san Justino hast san Clemente Alejandrino, los Padres de la Iglesia se sirven de la autoridad, ya de los Evangelios supuestos, ya d los que ahora pasan por canónicos. Finalmente, desd Clemente Alejandrino, estos últimos triunfan y eclipsa totalmente a los demás. Es verdad que, en los primero Padres, se ven algunos pasajes semejantes a las palabra de los actuales Evangelios. Pero, ¿dónde consta que esté tomados de ellos? San Mateo, san Marcos, san Lucas san Juan no están nombrados, ni en san Clemente Romano, ni en san Ignacio, ni en otro alguno de los escritore de los primeros tiempos. Las sentencias de Jesús, que esto padres repiten, podían haberlas aprendido de viva voz po el canal de la tradición, sin haberlas tomado de libro alguno. O, si se quiere que hayan sido tomadas de algú Evangelio esas palabras, no hay razón que nos obligue creer que se tomaron más bien de los cuatro que no quedan, que de los muchos otros que se han suprimido.
    »Los Evangelios que se han reconocido como apócrifo se publicaron al mismo tiempo que los que pasan po canónicos, y de la misma manera y con igual respeto s recibieron, y con idéntica confianza, y aún con preferencia, se citaron. Luego no hay un motivo para creer en la autenticidad de los unos que no milite, al menos con igua fuerza, en favor de la autenticidad de los otros. Y, puest que éstos han sido, evidentemente y por confesión d todos, unos escritos "supuestos", nos hallamos autorizado para creer que aquéllos han podido serlo asimismo.»
    Es indiscutible lo que asienta Fréret. Hacia el final de siglo II, según mis averiguaciones, la literatura evangélic parece agotada. Pero el canon documental del Cristianismo, si bien tiene en su pro la autoridad de los tres grandes doctores de la época —Clemente Alejandrino, san Ireneo y Tertuliano—, dista mucho de haberse establecid definitivamente. Al lado de los escritos canónicos o «auténticos» circulaba un número considerable de Evangelios:
    los ya citados de los Hebreos, de los Egipcios, de san Pedro, de san Bartolomé, de santo Tomás, de san Matías, d los Doce Apóstoles, etc. Y estos Evangelios no eran d uso exclusivo de las sectas llamadas heréticas... Más d una vez, como digo, se sirvieron de ellos los doctore ortodoxos y los más preclaros Padres de la Iglesia.
    Pero, desde comienzos del siglo ni hasta la celebración del Concilio de Nicea, el año 325, las autoridade eclesiásticas se inclinaron a la admisión exclusiva de lo cuatro Evangelios simétricos sobre los que, incluso lo Padres de la Iglesia de más sentido crítico, pensaba cosas como las siguientes y que, evidentemente, no tiene desperdicio:
    1. Que el Evangelio de san Mateo era una colecció de sentencias, discursos y parábolas de Jesús, hecha po su autor en lengua aramea, y anterior al relato de sa Marcos, y que el Cristo mismo eligió a aquel apóstol par que fuese testigo de los hechos, y para que diese de ello un testimonio público, poniéndolo por escrito.
    2. Que san Marcos, discípulo e intérprete de san Pedro, a quien acompañó a Roma el año 44 de Jesucristo, redactó en forma de Evangelio un resumen de la predicación de su maestro, a instancias de los fieles que a ést habían oído, y que el apóstol lo aprobó y mandó que s leyese en las iglesias como escritura auténtica.
    3. Que san Lucas, discípulo e intérprete de san Pablo, hizo lo mismo con la predicación del gran evangelizado de los gentiles, y que su obra lleva todos los caracteres d la certidumbre.
    4. Que san Juan escribió sobre Jesús pasado ya de lo noventa años, con objeto de confundir a los herejes gnósticos, y que su Evangelio, como el de san Mateo, es el d un testigo de mayor excepción.
    Esto viene a demostrar, ni más ni menos y en hono a la más pura objetividad informativa, que ni san Marco ni san Lucas conocieron a Jesús. Escribieron, en fin, d oídas y siempre según lo que les relataron san Pedro san Pablo, respectivamente.
    Los otros dos evangelistas «titulados» —Mateo y Juan—
    se supone que refirieron los hechos como testigos directos...
    Y ambas «suposiciones» atravesaron el tiempo y e espacio, tanto en el Catolicismo como en el Protestantismo, llegando hasta últimos del siglo XVIII, en qu alguno sabios de la última religión empezaron a dudar de qu tales suposiciones fueran verosímiles.
    La primera duda recayó sobre que fuera escrito po orden de Cristo el Evangelio de san Mateo. Según sa Epifanio y san Juan Crisóstomo —que vinieron al mundo, dicho sea de paso, algunos siglos después—, san Mate escribió su Evangelio, no por orden del Cristo, sino «a ruegos de los judíos convertidos y como seis años despué de la muerte del Señor». No se vio entonces inconvenient en que hubiese escrito su libro en arameo, pero se descubrió que de él circularon varias traducciones griegas, algunas muy antiguas, con numerosas faltas, algunas esenciales. Y no se logró averiguar quién hizo la primera traducción griega, ni quien sacó del griego la versión latina.
    En cuanto a san Marcos, la crítica del siglo XVIII n vaciló en dirigir nuevos ataques contra su origen apostólico. Dudó, en primer lugar, que san Marcos fuese compañero de san Pedro, alegando que nadie sabe positivamente quién fue la persona del evangelista, que ni deb confundirse con el Marcos, primo de san Bernabé, ni parece probable que se identifique con aquel a quien san Pedr llama hijo suyo, ni es posible considerarle —como aseguraban algunos teólogos— como judío y de la familia sacerdotal de Aarón. Si así fuese, ¿cómo hubiera podid escribir en griego y en Roma su Evangelio?
    Como muy bien apunta el injustamente criticado Edmundo González-Blanco en su obra Los Evangelios apócrifos, «que un judío no helenista escribiese en griego, po muy en boga que esta lengua estuviese en toda la extensión del Imperio, no es verosímil».
    Las Iglesias cristianas, católica, griega y protestante, en suma, impusieron, desde el Concilio de Laodicea hast el siglo XVIII, cuatro Evangelios simétricos, con prohibición absoluta de dar crédito a otros. Y vivieron confiada en su autenticidad y en su veracidad durante todo es tiempo. Algo así como lo acontecido en las islas Baleares, que permanecieron felices durante 500 años, con sólo siet leyes, una de las cuales prohibía introducir otra nueva.
    Sin embargo, la crítica, desde sus primeros pasos en e terreno de la investigación documental, halló que el número de Evangelios tenidos al comienzo por «divinos», de cuya existencia no cabe dudar por conocerse sus título o, mejor dicho, los nombres de sus supuestos autores, as como el contenido de muchos de ellos, era, no de cuatro, sino de 62 o, por lo menos, de 50, según Fabricio. Entr los Evangelios desechados se cuentan, entre otros, los d san Pedro, santo Tomás, Nicodemo, san Andrés, san Bartolomé, san Pablo, Santiago, san Matías, san Tadeo, e Evangelio de la Perfección, el de la Infancia, el de lo Doce Apóstoles, el de los Egipcios, los de san Bernabé, san Felipe, Marción, Apeles, etc.
    LA PROFUNDA CONFUSIÓN
    Si me he extendido más de lo necesario en estos árido aspectos de la historicidad de los Evangelios canónico y apócrifos ha sido con toda la intención del mundo. Deseaba asomarme y asomar al lector, aunque sólo durant breves minutos, al oscuro —yo diría que tenebroso— panorama del origen y de la autenticidad de unos y otro textos.
    Algo aparece, no obstante, con un mínimo de pureza:
    hubo numerosos «evangelios» que fueron escritos, copiado y conservados a lo largo de los dos primeros siglos de Cristianismo. Escritos que sirvieron en buena medida par construir o completar los que, a partir del siglo ni, fueron ya «bendecidos» y considerados como canónicos definitivos.
    En otras palabras: es casi seguro que buena parte d los hechos y dichos atribuidos al Maestro y que hoy conocemos mediante los cuatro Evangelios tradicionales y «legales» estén basados en los primeros documentos —paradójicamente calificados por la Iglesia como «poco fiables»— y que son conocidos por «apócrifos».
    Así se hace la Historia...
    Si a este batallón de problemas añadimos la inevitabl deformación que ha podido sufrir la realidad como consecuencia del paso de los siglos, esa natural y encomiabl confianza en el rigor de los cuatro Evangelios canónico —y sólo pretendo ser leal conmigo mismo— puede vers muy mermada...
    Sí, ya sé que se levantarán voces airadas desde las cerradas filas del fanatismo religioso. Sé que los hipercríticos echarán mano de la revelación y que me dirán «qu esos libros —como el resto de la Biblia— han sido inspirados directamente por Dios y que por eso no cabe dud alguna».
    Lo he dicho anteriormente. Creo en Dios —no precisamente en el Dios de largas y blancas barbas— y sé que l Revelación es, o puede ser, una de tantas maravillas qu emanan de la divinidad. Pero aquí entramos ya de llen en un «problema de fe», no en el canal de la razón...
    Y si, como hemos visto, existe en el mundo un considerable volumen de escritos o Evangelios que fueron manejados y respetados como verdaderos cofres o depósito de las enseñanzas de Jesús de Nazaret y de los hechos qu protagonizó mientras vivió en el planeta Tierra, ¿por qu negar siquiera una pizca de «inspiración divina» a mucho de esos «apócrifos»? Con mayor razón cuando, como e bien sabido de los «mineros» de la exploración bíblica, hay constancia de que los Santos Padres de los tres primeros siglos de la Era Cristiana se sirvieron indistintamente de esos «apócrifos»...
    En todo esto ha podido ocurrir lo mismo que suced y que sucederá con los acontecimientos pasados y de lo que apenas han sobrevivido pruebas o testimonios ta fríos y enteros como puedan ser hoy, por ejemplo, las películas o fotografías. Cada uno escoge aquellas noticias qu mejor arman sus objetivos, perfectamente preconcebidos.
    Y es muy humano que esas mismas personas le den l espalda a los conceptos contrarios. Después, ante los demás, se ufanan de haber hallado la verdad en el tópico tópicos de su preferencia.
    Los Santos Padres de los primeros tiempos del Cristianismo carecían, salvo excepciones, de espíritu crítico.
    Era lógico. Y encontraban creíble todo lo que les podí parecer edificante. El criterio que presidía y dirigía l selección realizada por ellos era esencialmente emotiv o piadoso y, cuando no, teológico o doctrinario, sin los alcances críticos e históricos, indispensables a todo lo concerniente a lo que empezaba a entenderse por canon «catálogo» sagrado.
    Además, el simbolismo exegético formaba entonces, frente al puro y objetivo estudio de la literatura bíblica, una tendencia de fondo místico, que se desenvolvía paralelamente a la tendencia realista, sin abrir surcos en el camino del análisis histórico.
    Así atribuían crédito y autoridad a unos libros y rechazaban otros, sin atenerse a más norma que a los dictados de la comodidad intelectual o de las preocupacione religiosas.
    Y descendiendo al terreno de lo concreto, veamos algunos ejemplos sobre los criterios y pautas que seguía estos Santos Padres de la Iglesia para «descalificar» a uno Evangelios y «aupar» a otros.
    San Ireneo —muerto hacia el año 202— se expresaba así:
    «El Evangelio es la columna de la Iglesia, la Iglesi está extendida por todo el mundo, el mundo tiene cuatr regiones, y conviene, por tanto, que haya cuatro Evangelios...»
    El citado Padre basaba también su preferencia por lo cuatro Evangelios canónicos en afirmaciones como éstas:
    «El Evangelio es el soplo o viento divino de la vid para los hombres, y, puesto que hay cuatro vientos cardinales, de ahí la necesidad de cuatro Evangelios...
    »E1 Verbo creador del universo reina y brilla sobre lo querubines, los querubines tienen cuatro formas, y he aqu por qué el Verbo nos ha obsequiado con cuatro Evangelios...»
    Aun dejándose llevar de la más espesa caridad, uno n puede por menos que sonreír al leer al Santo Padre...
    Los que pretenden probar la supremacía de los cuatr Evangelios tradicionales sobre los apócrifos por el hech de que la Iglesia los haya recibido umversalmente desd los primeros siglos ignoran u olvidan que esto no fu exactamente así. Por los escritos de muchos Padres de l Iglesia vemos que algunos de aquellos Evangelios estuvieron largo tiempo sin ser recibidos y sin ser tenido como obra de los autores con cuyos nombres circulaba en el seno de ciertas sectas cristianas. Únicamente despué de muchos años vinieron a ser reconocidos como canónicos.
    Holbach, en el prólogo de su Historia crítica de Jesucristo recuerda ya a los «olvidadizos» que fue el Concili de Nicea, en el año 325 y refrendado en el 363 por el d Laodicea, el que hizo la separación de Evangelios canónicos y Evangelios apócrifos. Entre los cincuenta textos existentes escogió solamente cuatro, desechando el resto.
    Un milagro, según cuenta el autor anónimo de la obr Libelas Synodicus, decidió la elección...
    Y aunque esta referencia tampoco es muy seria, entrando de lleno en el plano de lo anecdótico, veamos l que narra el autor anónimo:
    «... Según una versión, en fuerza de las oraciones d los obispos, los Evangelios inspirados fueron por sí mismos a colocarse sobre un altar. Conforme a otra versió (más grosera y tan imprudente que llevó a los racionalistas a asegurar que el altar se hallaba dispuesto artificiosamente y con deliberado propósito), se pusieron todos lo Evangelios, canónicos y apócrifos, sobre el altar, y lo apócrifos cayeron bajo él.
    »Una tercera versión da la variante de que sólo se pusieron sobre el altar los cuatro Evangelios verdaderos, que los obispos, en sentida y ferviente plegaria, pidiero a Dios que, si en alguno de ellos hubiese una sola palabr que no fuese cierta, cayera aquel Evangelio al suelo, l que no se verificó.
    »Pero más inocente es una cuarta versión, la cual, cambiando el aparato de las anteriores, afirma que el mism Espíritu Santo entró en el Concilio en figura de paloma, que ésta pasó a través del cristal de una ventana sin romperlo, que voló por el recinto con las alas abiertas e inmóviles, que se posó sobre el hombro derecho de cad obispo en particular, y que empezó a decir, al oído d todos, cuáles eran los Evangelios inspirados...»
    No creo, naturalmente, que la separación de los Evangelios «legales» se llevara a cabo de una forma tan infanti y ridicula. Aunque tampoco tengo la absoluta certeza d que el criterio más generalizado entre los obispos d Nicea a la hora de elegir los Evangelios canónicos distar mucho del ya apuntado índice valorativo de san Ireneo...
    Si hemos de ser sinceros, quizá lo ocurrido en aque Concilio llenase de dudas y angustias a los actuales estudiosos de la Biblia y no digamos a los honorables obispo y cardenales...
    Los defensores de la Revelación divina podrán alega a todo esto que ha habido concilios muy posteriores e los que el «problema» ha resultado definitivamente despejado...
    Y siguiendo en este temporal papel de «abogado del diablo», les diré que sí, pero...
    VATICANO II: EL CONOCIDO ARTE DE NO COMPROMETERSE...
    Uno de mis primeros movimientos al topar con el delicado asunto de la revelación divina fue ponerme en inmediato contacto con los más prestigiosos teólogos y beber, naturalmente, en las fuentes «oficiales» de la Iglesia.
    ¿Y qué dice el Magisterio de la Iglesia sobre la divin revelación? ¿Qué piensa la gran «estructura» sobre eso libros «inspirados» directamente por Dios?
    El espinoso tema —tratado ya en el Concilio Tridentino y en el Vaticano I— fue depurado finalmente en e reciente Vaticano II .
    En su capítulo II —«La transmisión de la Revelació divina»—, dice textualmente la Constitución Dogmátic sobre dicha revelación:
    «7. Cristo mandó a los Apóstoles predicar el Evangelio. Los Apóstoles transmitieron cuanto habían recibid con las palabras, los ejemplos y las enseñanzas. De est forma, algunos (Apóstoles y discípulos de éstos), inspirados por el Espíritu Santo, pusieron por escrito el anunci de la salvación. Los Apóstoles confiaron después a lo Obispos, sus sucesores, el propio puesto de maestros. Est Tradición y la Sagrada Escritura son como un espejo e el que la Iglesia contempla a Dios.»
    Y algo más adelante se dice:
    «... Los Padres atestiguan la presencia de esta Tradición, a la cual debemos el conocimiento del canon de lo Libros Sagrados y su más profunda inteligencia. De est forma, Dios, que habló en el pasado, continua habland por medio de la Iglesia y del Espíritu Santo.
    »9. Tradición y Escritura están unidas y se comunica entre sí. Por nacer de la misma fuente, forman como un sola cosa y tienden al mismo fin. Una y otra deben se aceptadas con igual piedad y reverencia, en cuanto qu la Iglesia no alcanza de la sola Sagrada Escritura su certeza sobre todas las cosas reveladas.
    »10. Tradición y Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia...»
    La frase conciliar «algunos (Apóstoles y discípulos d éstos), inspirados por el Espíritu Santo, pusieron por escrito el anuncio de la salvación» me parece digna de un cierta meditación. Si es evidente que antes de la aparició de los cuatro Evangelios «legales» o canónicos —aceptado oficialmente a partir del Concilio de Nicea en el siglo IV—
    circulaban por la Cristiandad decenas de escritos y narraciones —amén de la propia Tradición oral— sobre la vid y enseñanzas de Jesús, y si los cuatro textos oficiales bebieron sobradamente de esa Tradición y de los «apócrifos», ¿dónde empieza y dónde termina la «inspiración»
    divina?
    Pongamos otro ejemplo. Si el autor o autores de cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos investigó a fond antes de poner en limpio su trabajo —caso de Lucas—
    eso presupone, simplemente, que escuchó a testigos, a discípulos, a hombres y mujeres que pudieron tener relació con el Maestro. Además, es lógico imaginar que el «reportero» en cuestión acudiera a aquellos escritos y «evangelios apócrifos» que, como refiere la Tradición, ya existían entre los primeros cristianos. ¿A quién debemos considerar en este caso como «depositario» de la inspiració divina: a los que recordaban y guardaban por vía oral l ocurrido en tiempos de Jesús de Nazaret, a los escrito donde empezó a reflejarse esa Tradición o a los mencionados evangelistas, que hicieron acopio de muchos de lo hechos, palabras y descripciones existentes ya en los do anteriormente citados «frentes» informativos?
    El propio Lucas nos lo está diciendo: «Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente...»
    Y que conste —y esto debe aparecer absolutament transparente para el lector— que no estoy negando la «inspiración divina». Ya he dicho que me parece algo perfectamente posible dentro de la incomprensible maravilla d la divinidad. Lo que ya no me convence es que esa revelación sea una exclusiva de los cuatro Evangelios canónicos, cuando se sabe que buena parte de los materiales qu los sostienen proceden de los documentos apócrifos y d la transmisión oral. En todo caso, sería mucho más razonable y hasta justo «repartir» esa «inspiración» entr todos... Y, por supuesto, no caer en la aberración y e el absurdo de condenar dichos apócrifos —como hizo l Iglesia en determinadas épocas— sin antes espurgarlos..., honradamente.
    El hecho de que en algunos de esos escritos —cas nunca en los primitivos— se deslizaran herejías no e razón para hacer pagar a justos por pecadores.
    Y estamos llegando al final de este obligado preámbulo.
    En su capítulo V, la citada Constitución Dogmátic sobre la Divina Revelación expone lo siguiente:
    «... Los evangelistas escribieron, escogiendo algunas d las cosas transmitidas de viva voz o por escrito, con l intención de hacernos conocer la verdad...»
    ¡Qué grave me parece esta declaración del Concilio Vaticano II!
    Esto viene a decir que los autores sagrados —siguiendo esa vía oral y de los apócrifos— tomaron unas cosa y dejaron otras... Cuando uno lee los Evangelios canónicos y se enfrenta a continuación con los apócrifos, se d cuenta que los hechos que se dejaron los evangelistas e el tintero fueron muchos y, a veces, importantes.
    ¿Qué nos dicen los cuatro Evangelios «legales», po ejemplo, de los «abuelos» de Jesús? ¿Qué sabemos de l infancia de María? ¿Por qué los «reporteros titulados»
    —excepción hecha de Mateo y Lucas— no hablan de lo maravillosos prodigios que rodearon el nacimiento d Jesús?
    Si Mateo es el único que hace mención de la «estrella»
    de Belén y de los Magos es porque, sencillamente, lo ley o se lo contaron o ambas cosas. Pues bien, cuando un estudia detenidamente los más importantes apócrifos s da cuenta que el relato sobre dicha «estrella» es much más extenso y apasionante de lo que nos han dicho...
    Y curiosamente, mientras en los cuatro textos canónico apenas si se abordan las interrogantes anteriormente referidas, en los apócrifos, los también autores sagrados l dedican amplios pasajes. Y ante mi sorpresa, tanto el Protoevangelio de Santiago como el de Mateo, el Libro sobr la Natividad de María, el Libro de la Infancia del Salvado y la Historia de José el Carpintero, así como los Evangelios Árabe y Armenio sobre la Infancia de Jesús (todo ellos apócrifos), coinciden de forma esencial en esta áreas de la preparación de la llegada del Salvador y d su nacimiento.
    En mi opinión, que los evangelistas dejaran fuera esto pasajes resulta tan inexplicable como lamentable. Sé qu uno tropieza también en estos apócrifos con narracione altamente dudosas y sujetas a una innegable fantasí popular. Pero esos párrafos —esencialmente los relacionados con los primeros años de la vida de Jesús— nad tienen que ver con esos reveladores y hasta ahora ignorados capítulos donde uno termina por comprender po qué, por ejemplo, José y María tuvieron que refugiarse e una cueva; por qué, por ejemplo, a Jesús de Nazaret l atribuían varios hermanos; por qué, por ejemplo, fuero juzgados José y la joven María; cómo, por ejemplo, l «estrella» de Belén llegó a «posarse» junto al lugar dond nació el «Enviado»...
    Pero entremos ya en materia.
    LOS «ABUELOS» DE JESÚS: UNA FAMILIA ADINERADA
    He aquí la parte esencial del llamado Libro sobre l Natividad de María, un apócrifo que durante la Edad Media fue atribuido a san Jerónimo pero que, según los má recientes estudios, pudo ser escrito —por un autor anónimo— en los tiempos de Carlomagno (siglo IX).
    Con el fin de «contemporizar», parece ser que dich autor eliminó del relato aquellos pasajes que habría podido «escandalizar» a sus contemporáneos, poniendo, incluso, en grave peligro su integridad física...
    Por ejemplo, han sido suprimidos capítulos como el de primer matrimonio de san José, las famosas pruebas d las aguas amargas y la escabrosa constatación ginecológic de la partera Salomé respecto a María.
    Pero de todo ello me ocuparé en capítulos sucesivos, a exponer los restantes apócrifos.
    Veamos primero qué dice este famoso «Evangelio apócrifo» en sus primeros pasajes:
    OTRA VEZ EL «ÁNGEL» DEL SEÑOR
    1. La bienaventurada y gloriosa siempre Virgen María descendía de la estirpe regia y pertenecía a la famili de David. Había nacido en Nazaret y fue educada en e templo del Señor en la ciudad de Jerusalén. Su padre s llamaba Joaquín y su madre Ana. Era nazaretana por parte de su padre y betlemita por la de su madre.
    2. La vida de estos esposos era sencilla y recta e la presencia del Señor e irreprensible y piadosa ante lo hombres. Tenían dividida su hacienda en tres partes:
    una la destinaban para el templo de Dios y sus ministros; otra se la daban a los pobres y peregrinos; la tercera quedaba reservada para las necesidades de su servidumbre y para sí mismos.
    3. Mas estos hombres, tan queridos de Dios y piadosos para con sus prójimos, llevaban veinte años de vid conyugal en casto matrimonio, sin obtener descendencia. Tenían hecho voto, sin embargo, de que si Dios le concedía un vastago, lo consagrarían al servicio divino. Por este motivo acostumbraban a ir durante el añ al templo de Dios con ocasión de las fiestas.
    II
    1. Estaba ya próxima la fiesta de la Dedicación de templo y Joaquín se dirigió a Jerusalén en compañía d algunos paisanos suyos. Era sumo sacerdote a la sazó Isacar.1 Éste, al ver a Joaquín entre sus conciudadano dispuesto con ellos a ofrecer sus dones, le menospreció desdeñó sus presentes, preguntándole cómo tenía car para presentarse entre los prolíficos él que era estéril.
    Le dijo, además, que sus ofrendas no debían ser aceptas a Dios por cuanto le consideraba indigno de posteridad, y adujo el testimonio de la Escritura, que declara maldito al que no hubiere engendrado varón en Israel.
    Quería, pues, decirle que debía primero verse libre d esa maldición teniendo hijos y que sólo entonces podrí presentarse con ofrendas ante la vista del Señor.
    2. Joaquín quedó muerto de vergüenza ante tamañ injuria y se retiró a los pastizales donde estaban los pastores con sus rebaños, sin querer tornar para no exponerse a semejantes desprecios por parte de los paisano que habían presenciado la escena y oído lo que el sum sacerdote le había echado en cara.
    III
    1. Llevaba ya algún tiempo en aquel lugar, cuand un día que estaba solo, se le presentó un ángel de Dios, rodeado de un inmenso resplandor. Él quedó turbad ante su vista, pero el ángel de la aparición le libró de temor diciendo: «Joaquín, no tengas miedo ni te asuste por mi visión. Has de saber que soy un ángel del Señor.
    Él me ha enviado a ti para anunciarte que tus plegaria han sido escuchadas y que tus limosnas han subido hast su presencia. Ha tenido a bien poner sus ojos en tu confusión, después de que llegó a sus oídos el oprobio d esterilidad que injustamente se te dirigía. Dios es verdaderamente vengador del delito, mas no de la naturaleza. Y por eso cuando tiene a bien cerrar la matriz, l hace para poder abrirla de nuevo de una manera má admirable y para que quede bien en claro que la prol no es fruto de la pasión, sino de la liberalidad divina.
    »2. Efectivamente: Sara, la madre primera de vuestra prosapia, ¿no fue estéril hasta los ochenta años?
    Y, no obstante, dio a luz en extrema ancianidad a Isaac, quien aguardaba la bendición de todas las generaciones.
    También Raquel, a pesar de ser tan grata a Dios y ta querida del santo Jacob, fue estéril durante largo tiempo.
    Sin que esto fuera obstáculo para que engendrara después a José, que fue no sólo señor de Egipto, sino también el libertador de muchos pueblos que iban a perece a causa del hambre. Y ¿quién hubo entre los jueces má fuerte que Sansón o más santo que Samuel? Sin embargo, ambos tuvieron madres estériles. Si, pues, la razó contenida en mis palabras no logra convencerte, ten po cierto cuando menos que las concepciones largament esperadas y los partos provenientes de la esterilida suelen ser los más maravillosos.
    »3. Sábete, pues, que Ana, tu mujer, va a darte a lu una hija, a quien tú impondrás el nombre de María. Ést vivirá consagrada a Dios desde su niñez en consonanci con el voto que habéis hecho, y ya desde el vientre d su madre se verá llena del Espíritu Santo. No comer ni beberá cosa alguna impura ni pasará su vida entre e bullicio de la plebe, sino en el recogimiento del templ del Señor, para que nadie pueda llegar a sospechar n a decir cosa alguna desfavorable de ella. Y cuando vay creciendo su edad, de la misma manera que ella nacer de madre estéril, así, siendo virgen, engendrará a s vez de manera incomparable al Hijo del Altísimo. E nombre de Éste será Jesús, porque de acuerdo con s significado ha de ser el salvador de todos los pueblos.
    »4. Ésta será para ti la señal de que es verdad cuanto acabo de decirte: Cuando llegues a la puerta Dorad de Jerusalén te encontrarás a Ana, tu mujer, que vendr a tu encuentro. Ella, que ahora está preocupada por t tardanza en regresar, se alegrará hondamente al poderte ver de nuevo.»
    Y dicho que hubo esto, el ángel se apartó de él.
    EL «ÁNGEL» SE ELEVÓ...
    Este texto coincide de forma esencial con los apócrifos llamados de san Mateo y con el Protoevangelio de Santiago.
    Tanto en uno como en otro, los autores reconocen qu Joaquín, el «abuelo» de Jesús, era hombre adinerado. Poseía reses y tierras y su estirpe era respetada entre la tribus de Israel.
    Dice, por ejemplo, san Mateo a este respecto:
    «1. El Señor en recompensa multiplicaba de tal manera sus ganados, que no había nadie en todo el puebl de Israel que pudiera comparársele. Venía observando est costumbre desde los quince años. Cuando llegó a las veinte, tomó por mujer a Ana, hija de I sacar, que pertenecía a su misma tribu —la de Judá—; esto es, de estirp davídica. Y después de vivir veinte años de matrimonio, no tuvo de ella hijos ni hijas.»
    De estas afirmaciones cabe deducir que la familia d Jesús no era de origen humilde, como se ha pregonado.
    Sus «abuelos» terrenos —si se me permite la expresión—
    disponían de considerables bienes. Y José, su padre, com carpintero, gozaba igualmente de una sólida posición. Com veremos más adelante en otros pasajes de los apócrifos, el ebanista y carpintero era igualmente constructor. Y e aquella época (no digamos ahora), un carpintero con talle propio tenía más que asegurado su sustento...
    Dentro de lo puramente circunstancial, estos dos apócrifos —san Mateo y Santiago— no coinciden, por ejemplo, con el Libro sobre la Natividad de María en lo qu se refiere a la localización exacta del sumo sacerdote qu injurió a Joaquín. Para los apóstoles no fue Isacar, suegr de Joaquín, sino Rubén, un escriba.
    El hecho, como vemos, tampoco reviste mayor trascendencia.
    Sí se produce, en cambio, una mayor matización po parte de san Mateo en cuanto a la aparición del «ángel»
    a Joaquín. Yo diría que aporta una serie de precisiones detalles muy jugosos.
    1. Por aquel mismo tiempo —dice el apócrifo de sa Mateo—, apareció un joven entre las montañas dond Joaquín apacentaba sus rebaños y dijo a éste:
    «¿Cómo es que no vuelves al lado de tu esposa?»
    Joaquín replicó:
    «Veinte años hace ya que tengo a ésta por mujer, y, puesto que el Señor ha tenido a bien no darme hijos d ella, me he visto obligado a abandonar el templo de Dio ultrajado y confuso. ¿Para qué, pues, voy a volver a s lado, lleno como estoy de oprobios y vejaciones? Aqu estaré con mis ganados mientras quiera el Señor qu me ilumine la luz de este mundo. Mas no por ello dejar de dar de muy buena gana, por conducto de mis criados, la parte que le corresponde a los pobres, a las viudas, a los huérfanos y a los servidores de Dios.»
    San Mateo habla de «un joven». Al menos, la impresió que debió causarle a Joaquín —retirado voluntariament a las montañas— fue la de una persona de aspecto juvenil. Y el diálogo, según los textos, fluyó sin problemas. N se produjo espanto alguno en Joaquín, tal y como ocurr en otras narraciones sobre ángeles. No así en la desaparición del «joven», tal y como nos cuenta el Evangeli apócrifo en cuestión:
    2. No bien hubo dicho esto, el joven respondió:
    «Soy un ángel de Dios, que me he dejado ver hoy de t mujer cuando hacía su oración sumida en llanto; sábet que ella ha concebido ya de ti una hija. Ésta vivirá e el templo del Señor, y el Espíritu Santo reposará sobr ella. Su dicha será mayor que la de todas las mujere santas. Tan es así, que nadie podrá decir en los tiempo pasados hubo alguna semejante a ella, y ni siquier habrá una en el futuro que pueda comparársele. Por tod lo cual baja ya de estas montañas y corre al lado de t mujer. La encontrarás embarazada, pues Dios se ha dignado suscitar en ella un germen de vida (lo cual te obliga a ti a mostrarte reconocido para con Él); y ese germen será bendito y ella misma será también bendita quedará constituida madre de eterna bendición.»
    3. Joaquín se postró en actitud de humilde adoración y le dijo: «Si es que he encontrado gracia ante tu ojos, ten a bien reposar un poco en mi tienda y bendeci a tu siervo.» A lo que repuso el ángel: «No te llames siervo mío, sino más bien consiervo; pues ambos estamo en la condición de servir al mismo Señor. Mi comida e invisible y mi bebida no puede ser captada por ojos humanos ; por lo cual no haces bien en invitarme a que entre en tu tienda. Será mejor que ofrezcas a Dios en holocausto lo que habías de presentarme a mí.»
    Entonces Joaquín tomó un cordero sin defecto y dij al ángel:
    «Nunca me hubiera yo atrevido a ofrecer a Dios u holocausto si tu mandato no me hubiera dado potesta de hacerlo.»
    El ángel replicó:
    «Tampoco te hubiera invitado yo a ofrecerlo de n conocer el beneplácito divino.»
    Y sucedió que, al ofrecer Joaquín su sacrificio, juntamente con el perfume de éste y, por decirlo así, co el humo, el ángel se elevó hacia el cielo.
    Entonces Joaquín se postró con la faz en tierra y estuvo echado desde la hora de sexta hasta la tarde. Cuando llegaron sus criados y jornaleros, al no saber a qu obedecía aquello, se llenaron de espanto, pensando qu quizá quería suicidarse. Se acercaron, pues, a él y a viv fuerza lograron levantarlo del suelo. Entonces él les contó su visión, y ellos, movidos por la admiración y el estupor que les produjo el relato, le aconsejaron que pusiera en práctica sin demora el mandato del ángel y qu a toda prisa volviera con su mujer.
    Mas sucedió que, mientras Joaquín cavilaba sobre s era conveniente o no el volver, quedó dormido y se l apareció en sueños el mismo ángel que había visto anteriormente cuando estaba despierto. Éste le habló así:
    «Yo soy el ángel que te ha sido dado por custodio; baja, pues, tranquilamente y vete al lado de Ana, porque las obras de misericordia que tanto ella como t habéis hecho han sido presentadas ante el acatamient del Altísimo, quien ha tenido a bien legaros una posteridad tal cual nunca han podido tener desde el principi los santos y profetas de Dios, ni aún podrán tenerla en e futuro.»
    Joaquín llamó a los pastores, cuando hubo despertado, para referirles el sueño. Éstos le dijeron, postrado en adoración ante Dios:
    «Ten cuidado y no desprecies más a un ángel del Señor. Levántate y vamonos. Avanzando lentamente, podremos ir apacentando nuestros rebaños.»
    TRES HORAS DE TERROR
    La última parte del apócrifo de san Mateo —cuando e ángel abandona a Joaquín— guarda un significado mu especial. Ésa, al menos, es mi opinión.
    Si analizamos la aparición del «joven» —«entre la montañas donde Joaquín apacentaba sus rebaños»—, e hecho en sí no parece revestir mayor importancia. Mateo, al menos, no le presta atención. En el Libro sobre la Natividad de María, en cambio, el autor matiza y afirma qu «el ángel de Dios se presentó a Joaquín rodeado de u inmenso resplandor...».
    Lo más probable es que nunca sepamos la verdad. Si embargo, y aunque los apócrifos no terminan por poners de acuerdo en la forma en que se le apareció el ángel Joaquín, lo que sí es evidente es que dicho «mensajero»
    existió. Y que era «algo» físico.
    «Algo» que no se desmaterializó o desapareció súbitamente de la vista de Joaquín, sino que «se elevó hacia e cielo», según reza el testimonio de san Mateo.
    Y yo sigo preguntándome:
    ¿Qué puede ser ese «algo» que se eleva desde la tierr hacia el cielo y que, además, es capaz de provocar semejante estado de shock en un nombre adulto como Joaquín?
    El apócrifo se extiende largamente en lo ocurrido e las horas inmediatas al ascenso o «despegue» del «ángel».
    Y precisa que los pastores encontraron a Joaquín con l faz en tierra y que les costó trabajo levantarlo del suelo...
    Hay algo que verdaderamente no encaja. Veamos.
    Si uno analiza los diferentes textos apócrifos ya mencionados puede deducir que el ángel necesitó, al meno de tres a cinco minutos para exponer su mensaje a Joaquín. Pues bien, durante todo el tiempo que duró la conversación, los apócrifos no hacen referencia al miedo incertidumbre de Joaquín. Sólo al final, cuando el «ánge se eleva hacia el cielo», el abuelo de Jesús cae a tierra, presa del terror. Y así permanece «desde la hora sext hasta la tarde». Es decir, posiblemente más de tres horas...
    ¿Por qué un hombre que contaba ya 40 años y que debí estar hecho a la soledad del campo y de las montaña siente ese pavor y queda prácticamente inmóvil durant tanto tiempo?
    Si el ángel había conversado con él y el miedo no s había manifestado en la persona de Joaquín, ¿por qué es turbación surge precisamente en el instante en que el «ángel», con el humo, se elevó hacia el cielo»?
    Sólo mencionaré algo:
    Conozco en estos momentos a decenas de testigos de paso, aterrizaje o despegue de ovnis que han sufrido, poc más o menos, el mismo terror que el padre de la Virgen.
    Si hoy, en pleno siglo xx, conscientes de la existenci de la ley de la gravedad, de los aviones supersónicos y d los módulos lunares resultamos gravemente afectado cuando uno de estos objetos aparece ante nuestros ojos, ¿qué se podría esperar de unos elementales pastores qu poblaban las montañas de Israel hace 2 000 años?
    ¿Cómo podrían asimilar la idea de un artefacto que desciende iluminando el terreno y que se eleva violentamente, quizá entre llamaradas y estampidos?
    E insisto en el hecho de que el «ángel» no se present ante el testigo —ante Joaquín— como un ente inmaterial.
    Todo lo contrario. Hasta tal punto debía ser un personaj físico que, según Mateo, el futuro abuelo de Jesús «se postró ante él y le invitó a reposar en su tienda...».
    Esta invitación incluía ya un refrigerio, tal y como tienen por costumbre los nómadas y habitantes de los desiertos del Extremo y Medio Oriente.
    Y el ángel le matiza incluso a su interlocutor:
    «Mi comida es invisible y mi bebida no puede ser captada por ojos humanos...»
    Es posiblemente una de las pocas veces en la que u «mensajero» aclara que su sistema de alimentación nad tiene que ver con lo que conocemos en nuestro mundo.
    Reconoce, en fin, que también se alimenta, aunque de otr forma.
    Si estos seres —los llamados ángeles— pertenecían civilizaciones superiores, incluso a otras dimensiones o esdos de la realidad, ¿cómo podría comprender Joaquín l dieta alimenticia de los mismos?
    Dudo, incluso, que nosotros fuéramos capaces de asimilarlo.
    LA NAVE Y EL TRIPULANTE
    Y antes de proseguir con los textos de los apócrifos, quisiera llamar la atención sobre un hecho que se repite co gran frecuencia en la casi totalidad de los libros que integran la Biblia, así como en los Evangelios apócrifos, y qu he adelantado ya en el prólogo.
    Un detalle que también aparece en el pasaje que no ocupa y que, pienso, puede constituir grave motivo de confusión.
    Para Joaquín —y es natural que así sea—, es o tien la categoría de «ángel», tanto el «joven» que le habla y quien invita a reposar en su tienda como el que se elev hacia el cielo, provocando su espanto...
    Este hecho —concretísimo— se sucede en decenas d textos de la Biblia y, salvo excepciones, los testigos, com digo, engloban en una misma definición —«el ángel de Señor»— a los posibles tripulantes y a sus naves.
    Tampoco puede ser de otra forma, repito, cuando lo que observan el fenómeno carecen de los más elementale conceptos y palabras sobre lo que están presenciando.
    Para aquellos hombres del desierto o de las campiña judías el descenso entre luces de un objeto brillante al so sólo podía tratarse de la «gloria de Yavé». ¿Qué otra cos podían imaginar? ¿Es que estaban en condiciones de sospechar o de entender todo un gigantesco «plan» —a nive cósmico— para hacer posible la llegada a este planeta de Hijo de Dios?
    Pero dejemos para más adelante la posible interpretación de la presencia de dichas naves sobre aquella zon del mundo.
    De acuerdo con la teoría que sostengo en el arranqu del presente trabajo, los «astronautas» que tomaban part en el cumplimiento del gran «plan» de la Redención — una vez consumida la dilatada fase de la selección, rescat y conducción del pueblo elegido hasta la Tierra Prometida— iniciaron con estas «apariciones» a los «abuelos» de Enviado una última y decisiva etapa: la puesta a punto d los humanos que, al final del proceso, iban a participa directamente en el nacimiento de Jesús.
    Tal y como señalaba en esa misma previa exposició de las ideas generales, los «ángeles» o «astronautas» qu fueron «elegidos» para materializar buena parte del «plan»
    divino sobre la Tierra tenían formas humanas. Eran d carne y hueso... Y así parece ratificarlo Joaquín. E insist en la circunstancia de que el «joven» no se desvaneci súbitamente, como quizá podría haber hecho un ente d otra naturaleza. Aquel «ángel» necesitó de un vehículo par elevarse a los cielos. Y el «despegue», como digo, debi ser tan traumatizante para el testigo que lo dejó paralizad por el terror o, quien sabe, quizá inconsciente a causa d la suma proximidad de Joaquín a la nave en la que viajab el «astronauta». Estudiando los miles de casos ovni qu se registran en el mundo he podido comprobar cómo muchos testigos, efectivamente, quedan inmovilizados o pierden el sentido cuando estas máquinas se aproximan viceversa...
    EL NO MENOS MISTERIOSO EMBARAZO DE LA «ABUELA» DE JESÚS
    Precisamente en el apócrifo de Mateo, el «ángel» revel a Joaquín un hecho de enorme trascendencia para el se humano. También es la primera vez, si no recuerdo mal, que un «enviado» o «mensajero» de los cielos aclara s misión o «trabajo» en relación con la especie humana.
    «Yo soy el ángel que te ha sido dado por custodio...», dice nuestro personaje a Joaquín.
    Si esto fuera cierto —y no veo razón alguna que pued impedirlo dentro de un orden superior—, cada hombr gozaría, desde el instante de su nacimiento, de uno de esto «guardianes» o «guías», encargados de velar por su seguridad y evolución durante el tiempo previsto para su existencia en este mundo.
    Y casi sin querer me vienen a la memoria las afirmaciones de algunos «contactados» de hoy día, que asegura que esos «guías» o «maestros» cósmicos existen físicament y que pertenecen a dimensiones superiores.
    «LA ENCONTRARAS EMBARAZADA»
    Analizando este mismo Evangelio apócrifo de san Mateo, uno tropieza con otros hechos de muy alta significación.
    Por ejemplo, el «ángel», en su larga conversación co Joaquín, le anuncia con rotunda claridad:
    «... Por todo lo cual baja ya de estas montañas y corr al lado de tu mujer. La encontrarás embarazada, pues Dio se ha dignado suscitar en ella un germen de vida...»
    Estas frases del enviado me dejaron perplejo.
    Si el marido de Ana llevaba ya — según el Evangeli apócrifo de Mateo — cinco meses en aquellas soledades, ¿cómo podía ser que la hubiera dejado embarazada?
    E insisto en el hecho de que las palabras del ángel so definitivas:
    «...La encontrarás embarazada...»
    Esto pone de manifiesto un hecho insólito y prácticamente desconocido hasta hoy:
    María, la hija de Ana y Joaquín, fue concebida de forma tan misteriosa como lo fue Jesús.
    El mismo ángel se encarga de subrayar este extrem cuando le dice a Joaquín:
    «... Pues Dios se ha dignado suscitar en ella un germe de vida.»
    La obra del Espíritu Santo aparece igualmente clar en la concepción de María, tal y como ocurriría años má tarde en la de Jesús de Nazaret.
    En el fondo, y si analizamos el problema con objetividad, no podía ser de otra forma.
    Si el delicado «plan» cósmico de la Redención habí obligado a toda una depuración de una de las mejore razas sobre la Tierra — como era la judía — , a fin de obtener lo que los antropólogos de hoy hubieran considerad como un tipo étnico sin mezclas, es lógico pensar que lo últimos pasos de esa «cadena» fueron controlados y mu estrechamente por el «alto mando».
    Desde el punto de vista de los códigos genéticos, incluso, la combinación resultaba así perfecta.
    En un «plan» de semejante alcance, todo — hasta l más mínimo — tenía que estar previsto y calculado. D ahí que las palabras del mensajero a Joaquín, haciéndol ver que «Dios había escuchado sus plegarias y que po ello haría fértil a Ana, su mujer», se me antojan como un «salida airosa»...
    Tampoco era cuestión de explicar al voluntarioso per sin duda primitivo Joaquín, los pormenores de la Redención del género humano...
    Y otra de las pruebas de que «todo» debía estar perfectamente previsto «en las alturas» fueron las revelaciones del ángel respecto al nombre que debían imponer la niña — María — , así como la no menos importante nada gratuita advertencia de que «no debería comer n beber cosa alguna impura».
    La terminante prohibición de comer o beber «alimentos impuros» entrañaba evidentemente un objetivo d orden sanitario. Muchos años antes, otro «enviado» d alto rango y al que el pueblo judío llamaba Yavé —confundiéndolo sin duda con el Gran Dios— tuvo especia cuidado en dictar las mínimas leyes sanitarias para aque pueblo, recogidas en el Levítico.
    Pero dejemos para más adelante el curioso y significativo capítulo de la alimentación de María, madre de Jesús, y de cómo le era suministrada a diario, tal y como relata los apócrifos.
    TRES AÑOS DE LACTANCIA
    El Evangelio apócrifo de Mateo prosigue su relato. Joaquín, tras la segunda aparición del ángel, decide levanta su campamento y se pone en camino.
    Y dice textualmente el autor sagrado:
    Anduvieron treinta días consecutivos y cuando estaban ya cerca, un ángel de Dios se apareció a Ana mientras estaba en oración y le dijo:
    «Vete a la puerta que llaman Dorada y sal al encuentro de tu marido, porque hoy mismo llegará.»
    Ella se dio prisa y se marchó allá con sus doncellas.
    Y, en llegando, se puso a orar. Mas estaba ya cansad y aún aburrida de tanto esperar cuando de pronto elev sus ojos y vio a Joaquín que venía con sus rebaños. Y e seguida salió corriendo a su encuentro, se abalanzó sobre su cuello y dio gracias a Dios diciendo:
    «Poco ha era viuda, y ya no lo soy; no hace much era estéril y he aquí que he concebido en mis entrañas.»
    Esto hizo que todos los vecinos y conocidos se llenara de gozo, hasta el punto de que toda la tierra de Israe se alegró con tan grata nueva.
    Como vemos, se confirma nuevamente la hipótesis d que María, la madre de Jesús, fue engendrada también po obra del Espíritu Santo. O, lo que viene a ser lo mismo, por un procedimiento misterioso o sobrenatural.
    Un hecho que —dicho sea de paso— jamás ha sid valorado o divulgado por la Iglesia Católica...
    EL ÁNGEL SE APARECE A ANA
    Por su parte, el Libro sobre la Natividad de María concluy este capítulo de la historia de Ana y Joaquín, los abuelo de Jesús, con un relato básicamente similar al anterior.
    Dice así este apócrifo:
    Después se dejó ver de Ana (se refiere al mismo ánge que se había mostrado a Joaquín en las montañas) y l dijo:
    «No tengas miedo, Ana, ni creas que es un fantasm lo que tienes a tu vista. Soy el ángel que presentó vuestras oraciones y limosnas ante el acatamiento de Dios.
    Ahora acabo de ser enviado a vosotros para anunciaro el nacimiento de una hija cuyo nombre será María, y qu ha de ser bendita entre todas las mujeres. Desde el momento mismo de nacer rebosará en ella la gracia del Señor y permanecerá en la casa paterna los tres primero años hasta que termine su lactancia. Después vivirá consagrada al servicio de Dios y no abandonará el templ hasta que llegue el tiempo de la discreción.1 Allí permanecerá sirviendo a Dios con ayunos y oraciones d noche y de día y absteniéndose de toda cosa impura.
    Jamás conocerá varón, sino que, ella sola, sin previ ejemplo y libre de toda mancha, corrupción o unión co hombre alguno, dará a luz, siendo virgen, al hijo, y siendo esclava, al Señor que con su gracia, su nombre y s obra es Salvador de todo el mundo.
    »2. Levántate, pues, sube hasta Jerusalén. Y cuand llegues a aquella puerta que llaman Áurea por esta dorada, encontrarás allí, en confirmación de lo que t digo, a tu marido, por cuya salud estás acongojada.
    »Ten, pues, seguro, cuando tuvieren cumplimiento estas cosas, que el contenido de mi mensaje se realizar sin duda alguna.»
    1. Ambos obedecieron al mandato del ángel y se pusieron camino de Jerusalén desde los puntos donde respectivamente se hallaban. Y cuando llegaron al lugar señalado por el vaticinio angélico, vinieron a encontrars mutuamente. Entonces, alegres por verse de nuevo y firmes en la certeza que les daba la promesa de un futur vastago, dieron las gracias que cumplía a Dios que exalt a los humildes.
    «ALABADO SEA DIOS POR NO HABERME HECHO MUJER»
    Es de suponer que el «equipo» de seres del Espacio qu «trabajaba» ya en esta «fase» del «plan» de la Redenció humana se plantease —y con extrema preocupación— qu clase de reacciones podía provocar en Joaquín y Ana e anuncio, por parte de uno de sus «hombres», del futur nacimiento de una niña.
    La razón era simple. En aquella época —e incluso en l actualidad— la situación de la mujer en Oriente no er muy justa, que digamos...
    Tener niños era de suma importancia para la muje judía. Es más, la carencia de hijos era considerada com una gran desgracia. Incluso como un castigo divino. Si l esposa daba a su marido un varón, aquélla empezaba a se respetada y considerada entre las familias fieles al cumplimiento de la Ley. Si, por el contrario, tenía una hembra, el acontecimiento se veía acompañado con frecuencia d indiferencia y tristeza.
    La inferioridad de la mujer en tiempos de Jesús llegab a tales extremos que uno de los escritos rabínicos (el llamado Berakot) recomendaba rezar todos los días la siguiente oración: «Alabado sea Dios por no haberme hech mujer.»
    Resulta, por tanto, poco comprensible que Ana —y n digamos su marido— expresase una tan grande alegrí ante el nacimiento de una hija.
    Ni siquiera las palabras del «astronauta» —«...y qu ha de ser bendita entre todas las mujeres»— podía tranquilizar con seguridad el inquieto corazón de la futur «abuela» de Jesús. Era lógico.
    Ella, como mujer, conocía el grado de sumisión a qu estaban sometidas todas las féminas. Cuando una mujer judía de Jerusalén salía de casa, por ejemplo, llevaba la car cubierta con un tocado que comprendía dos velos sobr la cabeza, una diadema sobre la frente con cintas colgante hasta la barbilla y una malla de cordones y nudos; de est modo no se podían reconocer los rasgos de su cara. L mujer que salía sin llevar la cabeza cubierta —cuenta Joachim Jeremías—, es decir, sin el tocado que velaba el rostro, ofendía hasta tal punto las buenas costumbres que s marido tenía el derecho —incluso el deber— de despedirla, sin estar obligado a pagarle la suma estipulada, en cas de divorcio, en el contrato matrimonial. (Así se especific en el también escrito rabínico Ketubot.)
    Esto me inclina a pensar que la Virgen María, siend ya adulta y madre de Jesús, también se vería obligada respetar la referida norma. He aquí, en fin, otro hech que tampoco ha sido recogido con fidelidad por la tradición pictórica mundial... La Virgen, como sabemos, aparece siempre con el rostro descubierto cuando, en realidad, debía ser todo lo contrario.
    Esta precaria situación social de la mujer en Orient llegaba a situaciones tan calamitosas como las siguiente y que son perfectamente registradas por los escritos rabínicos Qiddushin, Ketubot y Berakot:
    La buena educación prohibía encontrarse a solas co una mujer en la calle; mirar a una mujer casada e inclus saludarla. Una mujer que se entretenía con todo el mund en la calle, o que hilaba en público, podía ser repudiad sin recibir el pago estipulado en el contrato matrimonial.
    Filón dice a este respecto: «Mercados, consejos, tribunales, procesiones festivas, reuniones de grandes multitude de hombres, en una palabra: toda la vida pública, con su discusiones y sus negocios, tanto en la paz como en l guerra, está hecha para los hombres. A las mujeres le conviene quedarse en casa y vivir retiradas. Las jóvene deben estarse en los aposentos retirados, poniéndose com límite la puerta de comunicación (con los aposentos de lo hombres), y las mujeres casadas, la puerta del patio com límite.»
    Los derechos religiosos de las mujeres, lo mismo qu los deberes, estaban limitados. Según Josefo, las mujere sólo podían entrar en el templo al atrio de los gentiles y a de las mujeres. Durante los días de la purificación mensua y durante un período de 40 días después del nacimiento d un varón y 80 después del de una hija, no podían entra siquiera en el atrio de los gentiles.
    La enseñanza estaba rigurosamente prohibida a la mujeres. En casa, la mujer no era contada en el númer de las personas invitadas a pronunciar la bendición después de la comida. Tampoco estaba obligada a presta testimonio puesto que, como se desprende del Génesi (18,15), «era mentirosa»...
    Ante un panorama tan oscuro y poco grato, ¿qué clas de futuro podía adivinarse para cualquier mujer nacid en aquella época? De ahí que la alegría de Ana y Joaquí por los anuncios del «ángel» —según los apócrifos— estuviera provocada quizá, más que por la llegada de un niña, por el hecho en sí de quedar encinta y, supongo, porque esta circunstancia les «reivindicaba» de cara a l sociedad en la que vivían. Amén, naturalmente, del hech de haber podido contemplar a un ser «sobrenatural». S tenemos en cuenta que las mujeres de aquella época — muy especialmente las de la clase alta, como era el caso d Ana— casi siempre permanecían acompañadas de doncellas, esclavas, etc., era muy probable que el «astronauta»
    o su nave —o ambos— hubieran sido vistos también po aquéllas. Y la noticia habría corrido como la pólvora po la ciudad y comarca.
    Si uno reflexiona sobre este tardío embarazo de An —que posiblemente había entrado ya en los cuarent años— no necesita mucho tiempo para caer en la cuent de lo maravillosamente bien planeada que debió estar l llegada del Mesías. Me refiero, una vez más, al «estad mayor»...
    Lo fácil —aunque al mismo tiempo menos efectivo—
    hubiera sido suscitar en Ana y Joaquín uno o varios hijos, y en la edad habitual. Esto, sin embargo, no habría contribuido tanto a subrayar la acción divina. Era, por supuesto, mucho más «espectacular» cerrar temporalment la maternidad de las «abuelos» de Jesús, someterlos a un situación tensa y difícil como debió ser el reproche de sumo sacerdote y, por último, hacer brillar ante la parej y ante todo el pueblo judío el inmenso poder de lo Cielos.
    Y no me referiré ahora a ese asombroso o misterios o sobrenatural fenómeno —anunciado por el «astronauta.»—
    por el que el óvulo de Ana quedó evidentemente fecundad y que nada tuvo que ver con acción de varón alguno. Prefiero esperar a ese otro instante —prácticamente «gemelo»
    del que hemos leído— y en el que otro «tripulante» anuncia a la joven María que concebirá un hijo sin mediació humana. Desde el punto de vista genético, por ejemplo, l incógnita es apasionante...
    EL DILEMA DE LA LACTANCIA
    Otra parte de ese «plan» —y que me fascina por su carácte preventivo— es el que hace referencia a los primeros año de la infancia de María. Recordemos las palabras de «astronauta»: «... y permanecerá en la casa paterna los tre primeros años hasta que termine su lactancia».
    Al principio, sin embargo, me asaltó una duda... Lo pediatras con quienes he consultado han coincidido e algo: tres años de alimentación a base de leche matern constituye, o puede constituir, un error.
    He aquí algunas razones:
    En un bebé normal —y no hay razones para que, fisiológicamente hablando, María fuera diferente—, los diente empiezan a brotar entre los seis y nueve meses de vida. E precisamente a esa edad cuando los médicos recomienda que cese la lactancia natural. En el caso de que la madr siga dando el pecho al pequeño, éste puede morder lo pezones, dando lugar a la aparición de grietas, etc. Paralelamente, en esos momentos surge en la madre una especi de rechazo a la lactancia.
    Está demostrado también que, precisamente a partir d esos nueve meses, la secreción láctea pierde su valor proteico. Como se sabe, la leche materna reúne entre su principales elementos los hidratos de carbono, grasas, sales minerales, proteínas y vitaminas.
    Una alimentación exclusivamente anclada durante tre años en la leche materna podría provocar en el niño u déficit general que podríamos traducir, por ejemplo, e anemia, desnutrición, avitaminosis, distrofias, falta de defensas, eczemas, deficiencias respiratorias...
    Pero, frente a estas realidades —científicamente probadas— nos encontramos también con otro dato muy significativo. En pleno siglo xx, los médicos han observado cóm en países como el Zaire, la mortalidad infantil es mu elevada, pero a partir de los dos años de edad. ¿Por qué?
    La explicación parece sencilla: los niños africanos so amamantados justamente hasta esa edad de dos años...
    ¿Es que la leche de la madre encierra también defensa especiales? Según los expertos, rotundamente sí. Y com muy bien plantean especialistas en pediatría tan célebre como Waldo E. Nelson y Schaffer, es muy probable que, a pesar de todos nuestros conocimientos, todavía no hayamos descubierto la totalidad de los elementos que integra la leche materna.
    En ese caso, la acción del «equipo» de «astronautas» qu ordenó la lactancia de María por un período de tres año pudo ser correcta. Desconozco si existen cifras fiables sobr los índices de mortalidad infantil en la época de Jesús, pero supongo que debían ser preocupantes. Si aquello seres supertecnificados eran conscientes de semejante amenaza, cosa más que segura, la medida en cuestión resultab del todo razonable, por encima, incluso, de los problema anteriormente referidos.
    La medicina de hace 2 000 años no estaba en condicione de saber que, por ejemplo, el calostro (la leche materna d la primera semana) es rico en anticuerpos contra el viru poliomielítico, contra el Coli y contra los estafilococos.
    Según los médicos de hoy, el niño alimentado con lech materna está prácticamente inmunizado contra infinidad d infecciones y su flora intestinal presenta igualmente considerables ventajas.
    Los psiquiatras y pediatras se muestran también d acuerdo en otro hecho de gran trascendencia para el equilibrio emocional del niño: un bebé que recibe la correspondiente alimentación láctea experimenta normalment una mayor afectividad. Crece sin miedos y traumas y e mero hecho de ponerle al pecho anula en él el llamad «reflejo de Moro». Éste consiste en un susto natural qu invade al pequeño cuando se ve boca arriba.
    Si los «astronautas» —se supone que infinitamente má adelantados que nuestros actuales pediatras y psicólogos—
    pretendían que María creciera plena de afectividad, si miedos y traumas y con un mínimo de defensas, de car a las muchas enfermedades que debían asolar a la población infantil, una lactancia prolongada podía ser el «tratamiento» ideal.
    Por otra parte, y puesto que los padres de la niña habían hecho voto solemne de entregar el hijo al servici del Templo, cabe pensar que el «equipo» estableció es margen mínimo de tres años, con el fin de evitar un prematura entrega de la pequeña a los sacerdotes. Est claro que el lugar natural donde debe permanecer tod infante es siempre el seno familiar.
    Me resisto a creer, además, que María fuera alimentad en sus tres primeros años única y exclusivamente a bas de leche materna. Lo más probable es que esta dieta fuer acompañada de otros productos, propios para dicha eda y que podían servir como complemento.
    En suma: la afirmación de los Evangelios apócrifo sobre los tres años de lactancia de la pequeña María podrí estar plenamente justificada, desde el punto de vist médico.
    Esto fortalece mi criterio de que muchos de los pasajes d estos textos olvidados ocurrieron en verdad.
    EL «EQUIPO», ATENTO A LA NIÑEZ DE MARÍA
    Quizá sea ésta, la parte de los Evangelios apócrifos qu relata los primeros años de María, la que resulta fantasios o pueril en extremo, al menos en algunos de sus capítulos.
    Otros pasajes, en cambio, comunes incluso en los apócrifos, me parecieron reveladores.
    Veamos, en primer lugar, el texto del Evangelio apócrif de Mateo:
    IV
    Cumplidos nueve meses después de esto, Ana dio a lu una hija y le puso por nombre María. Al tercer año, su padres la destetaron. Luego se marcharon al templo, y, después de ofrecer sus sacrificios a Dios, le hiciero donación de su hijita María, para que viviera entre aque grupo de vírgenes que se pasaba día y noche alaband a Dios. Y al llegar frente a la fachada subió tan rápidamente las quince gradas que no tuvo tiempo de volve su vista atrás y ni siquiera sintió añoranza de sus padres, cosa tan natural en la niñez. Esto dejó a todos estupefactos, de manera que hasta los mismos pontífice quedaron llenos de admiración.
    Y prosigue más adelante el autor sagrado:
    VI
    Y María era la admiración de todo el pueblo; pues, teniendo tan sólo tres años, andaba con un paso tan firme, hablaba con una perfección tal y se entregaba co tanto fervor a las alabanzas divinas, que nadie la tendría por una niña, sino más bien por una persona mayor. Era, además, tan asidua en la oración como si tuviera ya treinta años. Su faz era resplandeciente cual nieve, de manera que con dificultad se podía poner en ell la mirada. Se entregaba con asiduidad a las labores d la lana, y es de notar que lo que mujeres mayores n fueron nunca capaces de ejecutar, ésta lo realizaba e su edad más tierna.
    2. Ésta era la norma de vida que se había impuesto:
    desde la madrugada hasta la hora de tercia, hacía oración; desde tercia hasta nona, se ocupaba en sus labores; desde nona en adelante, consumía todo el tiemp en oración hasta que se dejaba ver el ángel del Señor, de cuyas manos recibía el alimento. Y así iba adelantando más y más en las vías de la oración.
    Finalmente, era tan dócil a las instrucciones que recibía en compañía de las vírgenes más antiguas, que n había ninguna más pronta que ella para las vigilias, ninguna más erudita en la ciencia divina, ninguna más humilde en su sencillez, ninguna interpretaba con más donosura la salmodia, ninguna era más gentil en su caridad, ni más pura en su castidad, ni, finalmente, más perfecta en su virtud. Pues ella era siempre constante, firme, inalterable. Y cada día iba adelantando más.
    Cada día usaba exclusivamente para su refección (sustento) el alimento que le venía por manos del ángel, repartiendo entre los pobres el que le daban los pontífices.
    Frecuentemente se veía hablar con ella a los ángeles, quienes la obsequiaban con cariño de íntimos amigos. Y si algún enfermo lograba tocarla, volvía inmediatamente curado a su casa.
    Salta a la vista que el autor —en este caso Mateo cuantos pudieran colaborar en la redacción del referid Evangelio apócrifo— se «pasó de rosca» a la hora de valorar las excelencias de María.
    Que un niño o niña camine «con paso firme» a los tre años debe considerarse como algo absolutamente normal.
    Lo extraño, en todo caso, sería lo contrario...
    Y aunque no dudo de la calidad de la leche matern de Ana, el hecho constatado por los apócrifos de que «fu destetada a los tres años» me parece una circunstanci que, como ya he comentado, lejos de proporcionar la adecuada fortaleza al organismo de María, le hubiera puest en grave riesgo de desnutrición. Es de suponer, por tanto, que la solícita Ana acompañara el pecho con otro tipo d dieta...
    Dudo también que la pequeña Mariam —porque ést era su verdadero nombre— se entregara ya a sus escaso tres años a las alabanzas divinas y a tan intenso ritmo d oración. Y me permito dudar, no porque no crea en e poder del Profundo, sino porque siempre lo consideré u Dios extremadamente sensato.
    El hecho de que aquella criatura hubiera sido seleccionada para servir de claustro durante nueve meses al Hij del Altísimo, no significa que la Naturaleza tuviera qu romper su equilibrio natural.
    Supongo, por tanto, que por muchas doncellas vírgene de que fuera rodeada la niña, ésta se comportaría com tal. Es decir, con las mismas travesuras, rabietas, juego y,actitudes de un bebé primero y de una niña después.
    Tampoco creo que «nadie, jamás, la viera airada...».
    ¿Es que ha existido alguna vez en la Historia de est Humanidad un solo niño que no haya llorado, patalead o protestado a todo pulmón por las pequeñas cosas qu ocupan y preocupan a los niños?
    Sinceramente, este enfoque por parte de los Evangelio apócrifos, como apuntaba anteriormente, me parece fuer de tono.
    Como encuentro igualmente exageradas las afirmacione de Santiago en su Protoevangelio y en las que, entre otra cosas, puede leerse:
    VI
    Y día a día la niña se iba robusteciendo. Al llega a los seis meses, su madre la dejó sola en tierra para ve si se tenía, y ella, después de andar siete pasos, volvi al regazo de su madre. Ésta la levantó, diciendo:
    «Vive el Señor, que no andarás más por este suel hasta que te lleve al templo del Señor.»
    Y le hizo un oratorio en su habitación, y no consintió que cosa común o impura pasara por sus manos. Llamó, además, a unas doncellas hebreas, vírgenes todas, y éstas la entretenían.
    Y dice más adelante el apócrifo:
    ...Al llegar a los tres años, dijo Joaquín:
    «Llamad a las doncellas hebreas que están sin mancilla y que tomen sendas candelas encendidas, no se que la niña se vuelva atrás y su corazón sea cautivad por alguna cosa fuera del templo de Dios.» Y así lo hicieron mientras iban subiendo al templo de Dios. Y l recibió el sacerdote, quien, después de haberla besado, la bendijo y exclamó:
    «El Señor ha engrandecido tu nombre por todas la generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará e ti su redención a los hijos de Israel.»
    Entonces la hizo sentar sobre la tercera grada de altar. El Señor derramó gracia sobre la niña, quien danzó con sus piececitos, haciéndose querer de toda la cas de Israel.
    VI
    Bajaron sus padres, llenos de admiración, alaband al Señor Dios porque la niña no se había vuelto atrás.
    Y María permaneció en el templo como una palomita, recibiendo alimento de manos de un ángel.
    OTRO ABSURDO
    En verdad que resulta poco menos que ridículo levanta un oratorio en la habitación de un niño de tan corta edad.
    Lo que quizá ya no deba extrañarnos tanto es qu María pudiera caminar un trecho a sus seis meses. Aunqu lo normal, al menos hoy, es que un niño empiece a da sus primeros pasos a los doce meses, hay abundantes ejemplos de otros que se lanzan ya a los siete u ocho.
    Y no podemos olvidar en ningún momento que en e organismo de María —y especialmente en su código genético— existía ya «algo» misterioso que, indudablemente, l diferenciaba de los demás pequeños judíos.
    De todas formas, y por muy diferente que pudiera se su información genética, no creo que las reacciones de l niña fueran tan absurdas e impropias como señalan lo apócrifos. He aquí un punto, como digo, en el que esto textos caen en plena fabulación.
    ¿O es que una niña de tres años que ha vivido siempr rodeada de sus padres puede olvidar su hogar y dirigirs a la carrera —y sin volver la vista atrás— hacia un luga extraño?
    Si la pequeña Mariam fue encomendada al Templo a ta corta edad es de suponer que el trance tuvo que ser ta duro para ella como para sus padres...
    Y esto, en mi opinión, no le resta un solo gramo d esplendor al gran papel que debía jugar María.
    Pero, al igual que encuentro exageradas las expresione de los autores sagrados en lo concerniente a estos pasaje de la infancia de la Virgen, también reconozco que lo apócrifos aportan nuevos y sensacionales datos sobre l vida de la misma. Uno de estos «informes», en particular, me ha hecho pensar extensamente...
    UNA ALIMENTACIÓN ESPECIAL
    ¿Sería tan descabellado pensar que María —la que ib a ser madre del Hijo del Altísimo— fue «vigilada» estrechamente por «aquellos» que, precisamente, tenían encomendada parte de la realización del «plan» cósmico de l Redención humana?
    Trataré de explicarme.
    Si, tal y como aseguran los Evangelios apócrifos, Marí fue engendrada de forma misteriosa y no por la acció directa de Joaquín, su padre, es lógico que «aquellos» qu estaban «supervisando» el citado «plan» se encargara también de su cuidado. Y muy especialmente en los siempre difíciles y delicados años de la infancia.
    Resulta revelador que en los tres apócrifos de mayo peso —el Protoevangelio de Santiago, el de san Mateo y e Libro sobre la Infancia de María—, los narradores coincidan también en un hecho que viene a ratificar lo que acab de exponer.
    Dice el capítulo VII del último apócrifo citado:
    1. Mas la Virgen del Señor iba adelantando en la virtudes al par que aumentaba en edad; y, según las palabras del salmista, su padre y su madre la abandonaron, pero Dios la tomó consigo.
    Diariamente tenía trato con los ángeles. Asimism gozaba todos los días de la visión divina, la cual la inmunizaba contra toda clase de males y la inundaba d bienes sin cuento. Así llegó hasta los catorce años, haciendo con su conducta que los malos no pudieran imaginar en ella nada reprensible y los buenos tuvieran s vida y comportamiento por dignos de admiración.
    EL «FANTASMA» DE LA DESNUTRICIÓN
    Hay una preocupación especial en estos autores por recalcar la idea de que la pequeña María recibía su comida d manos de los ángeles.
    En el Evangelio apócrifo de Mateo, por ejemplo, est afirmación se repite por dos veces.
    Y lo mismo sucede con Santiago, en su apócrifo de l Natividad.
    A primera vista, uno podría creer que tal expresión e producto quizá de la imaginación oriental, tan generos sin duda y tan manipulada —que todo hay que decirlo—
    por muchos de los teólogos, exégetas e hipercríticos.
    Y es posible —¿por qué no?— que lleven razón.
    Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si esos ángeles hubiera existido en verdad, tal y como queda reflejado en decena de pasajes de la Biblia?
    Vamos a suponer que los apócrifos dicen verdad. Y vamos a imaginar que esos ángeles bajaban cada día hast el recinto del templo para proporcionar el alimento a l niña.
    ¿Es que tenían alguna razón especial para hacerlo?
    ¿Existía la necesidad real de vigilar la comida de María?
    ¿O es que se trataba —además— de otro tipo de control o «chequeo»...?
    Intentemos racionalizar el asunto.
    Si aquella criatura humana —María— había sido seleccionada para acoger en sus entrañas a un ser ta diferent y elevado como Jesús, parece necesario, más que lógico, que aquellos «ángeles» la sometieran a un estricto control.
    En una época tan elemental, desde el punto de vist sanitario y de la alimentación, no estaba de más —ni mucho menos— que un «equipo» especializado fuera comprobando sus constantes metabólicas y de crecimiento.
    Sólo así podía estar garantizado un perfecto estad de salud. Sólo así era posible evitar el indudable y crónic déficit de vitaminas que padecía aquel pueblo y la mayoría de los que se asentaban en el Medio Oriente.
    Cualquiera de las enfermedades propias de la infancia, y que hoy se evitan merced al complejo abanico de vacunas, y que indudablemente podían asaltar también a l pequeña María, quedaba de esta forma conjurada.
    Si uno —por simple curiosidad— echa la vista atrás examina los índices de mortalidad infantil en épocas pasadas, quedará conmocionado. Hoy en día, incluso, com todos sabemos, siguen muriendo millones de niños en e planeta a causa del hambre y de dolencias como la difteria, meningitis, fiebres y, sobre todo, desnutrición. Segú UNICEF, de los 1 500 millones de niños que tenemos todavía en el mundo, más de 500 millones están gravement desnutridos.
    ¿Qué podía esperarse entonces en una civilización d hace 2 000 años, en la que llegar a los 40 años —edad de padre de la Virgen— ya era un triunfo?
    Podemos hacernos una ligerísima idea de la dramátic situación de la Humanidad hace 2 000 años en lo que concierne, por ejemplo, a desnutrición sondeando el problem en nuestros días. Veamos.
    En 1979 —y según datos oficiales de la FAO— diez millones de niños de todo el mundo estaban tan desnutrido que sus vidas corrían grave peligro. Otros 400 millones d personas viven al borde de la inanición. Cada día muere de hambre 12 000 seres humanos y sólo en la India fallece cada año un millón de niños, víctimas de la desnutrición...
    Si esto está ocurriendo ahora, en plena Era del Espacio, ¿qué no sucedería en tiempos de Ana y Joaquín?
    La desnutrición puede producirse, según nuestros científicos, de cuatro formas. En primer lugar, puede ser sencillamente que una persona no ingiera suficientes alimentos:
    es lo que se llama subnutrición. Puede ser que su dieta n incluya uno o varios alimentos básicos, lo que provoc enfermedades deficitarias tales como la pelagra, el escorbuto, el raquitismo y la anemia del embarazo, debida a una insuficiencia en ácido fólico. Puede ser también qu tenga una malformación física o una enfermedad —d origen genético o ambiental— que le impida digerir correctamente los alimentos o asimilar algunos de sus componentes: esta circunstancia produce lo que se llama desnutrición secundaria. Finalmente, y este caso es más d malnutrición que de desnutrición, puede ser que esté consumiendo demasiadas calorías o tomando en exceso un o varios de los componentes de una dieta correcta: es l que entendemos por sobrealimentación.
    Pero me referiré fundamentalmente a los tres primero tipos de desnutrición —y que, sin duda, podían ser lo «fantasmas» que hicieran temblar al «equipo» de «astronautas», de cara a la joven María y a sus ancestros.
    Una insuficiencia crónica de calorías, por ejemplo, hubiera provocado en la Virgen niña apatía, desgaste muscula y fallos en el crecimiento. Las personas subalimentadas, se cual fuere su edad, son más vulnerables ante las infecciones y otras enfermedades, y se recuperan más lentament y con mayor dificultad. Si María hubiese padecido un deficiencia proteínica crónica, su crecimiento hubiera sid más lento y su talla habría sido sensiblemente inferior a l normal. Además, hubiera presentado ciertos síntomas característicos: erupciones cutáneas y palidez, edemas de hambre, cambio en el color del pelo...
    Es curioso pero, de haber padecido este problema, María —en lugar de presentar un tinte moreno, propio d la raza judía— habría sido pelirroja...
    Si bien la desnutrición proteínico-calórica es la form predominante de desnutrición, las enfermedades producidas por deficiencias de determinadas vitaminas o minerale también están muy extendidas. Si esto sucede en nuestro días, ¿qué podemos pensar de hace 2.000 años?
    En aquella época serían frecuentes las enfermedade deficitarias clásicas: el «beriberi», la «pelagra», el «raquitismo». Esta última, que puede encontrarse todavía en s forma adulta en las mujeres musulmanas («osteomalacia»), por sus hábitos de vida que les impide recibir l luz solar, me ha hecho pensar en un «detalle» no meno asombroso y que fue «planeado», sin duda, con tod intención por el «equipo».
    Me refiero al insólito hecho de que los «astronautas»
    accedieran al voto o promesa de Ana y Joaquín —en ciert modo inhumano— de entregar a su único vastago, y desd tan tierna infancia, al servicio del Templo. Aquí habí algo que no encajaba...
    Si uno se pone a pensar, la postura del «equipo» n resulta tan desnaturalizada. Era precisamente en el gra Templo de Jerusalén —construido de acuerdo con lo patrones y normas que dictó en su día el propio «equipo»
    de «astronautas»— donde mejor podían «controlar» e Crecimiento y desarrollo físico y psíquico de la niña. Allí, además, abundaban los patios abiertos, en los que el so caía a raudales. Un «chequeo» casi constante de Marí mientras hubiera vivido en la casa de sus padres habrí supuesto, quizá, una evidente complicación de las maniobras y trabajos de los «astronautas».
    No creo, en fin, que la estancia de la niña en el Templ —suponiendo que fuera cierto tal relato— obedecier a razones de orden espiritual. Ésta, en todo caso, pud ser la excusa de la que echaron mano los responsables d la integridad física y mental de la Virgen.
    Era poco menos que imposible —insisto en ello— qu los «astronautas» explicaran a los padres de María la auténticas razones de aquel meticuloso control...
    Un control que debió recaer igualmente sobre Ana, antes y durante el embarazo.
    Hoy sabemos que los seres más indefensos ante lo estragos de la desnutrición son precisamente los niño —hasta los cinco o seis años— y las mujeres lactantes. La proteínas son particularmente necesarias durante el desarrollo del feto, para la formación de huesos, músculos órganos. El hijo de una madre desnutrida tiene más probabilidades de nacer prematuro o enclenque, y su riesgo d morir o de ser víctima de malformaciones neurológica o mentales irreversibles es mucho mayor. El cerebro inici su desarrollo in útero y lo completa a temprana eda (antes de los dos años). La desnutrición durante est período, en el que se están formando las neuronas y la conexiones neuronales, puede ser causa de retrasos mentales no susceptibles de posterior recuperación. Las consecuencias a largo plazo, no sólo en el orden individual, sin también en el social, no necesitan ser expuestas...
    No quiero ni pensar en lo que podría haber sucedid si, por una falta de control, esta penúltima fase de l Redención —embarazo de Ana, crecimiento de María, etcétera— se hubiese malogrado. Aunque estoy hablando e teoría, ¿qué hubiera hecho el «equipo» celeste si, de pronto, y por razones de una deficiente nutrición o por cualquie enfermedad, la madre de María hubiese abortado o l pequeña llega a este mundo prematuramente o con un complicación cerebral, metabólica, etc.?
    La vigilancia de la salud de Ana y Joaquín, así com de sus abuelos y demás ancestros, tuvo que ser otra d las «misiones» del viejo «equipo» que se había responsabilizado del «plan» divino desde los remotos tiempos de lo patriarcas. Ésta que vemos ahora, precisamente, pudo se —en mi opinión— una de las razones básicas para la elección, depuración sanitaria y mantenimiento —a cualquie precio— de la pureza de la raza del «pueblo elegido». Er absolutamente necesario que los últimos «eslabones» en l cadena que debía terminar en y con Jesús fueran sanos «especialmente» preparados... ¡Y lo lograron!
    Este vendaval de amenazas que, sin duda, se cerní sobre la población en general del pueblo judío de aquello tiempos —desnutrición, enfermedades infecciosas, alta cotas de mortalidad infantil, etc.— me conduce, casi si querer, a otra reflexión, no menos sutil: una de las escasa fórmulas que pudo utilizar el «equipo», para ir sorteand esta carrera de obstáculos que debió ser la consecució de una «rama» genética y fisiológicamente en condicione en el pueblo elegido, fue quizá el sostenimiento de familia con posibilidades económicas y a cuyos miembros no le faltasen, al menos, los alimentos básicos. ¿Por qué si no l necesidad de que el Mesías descendiera de estirpe real?
    ¿Por qué si no la familia de Joaquín y Ana gozaban de numerosos rebaños y grandes propiedades? Ésta, repito, pudo ser la solución en mitad de tanta miseria y enfermedades. Pero volvamos a las estadísticas de 1979, estremecedoras por sí mismas y mucho más si las traspolamos tos años previos al nacimiento del Enviado.
    Estimaciones basadas en los resultados de 77 estudio sobre el estado nutritivo de más de 200 000 niños en eda preescolar y realizados en 45 países de Asia, África y Latinoamérica, sitúan el número total de niños que presenta algún grado de desnutrición proteínico-calórica en 98,4 millones. Los porcentajes oscilan de 5 a 37 en Latinoamérica, de 7 a 73 en África y de ¡15 a 80 en Asia!, exceptuand China, ¡Qué no ocurriría en las tierras de Palestina hace 2 años! Y tampoco podemos olvidar que aquellos pueblo sé vieron sumidos en diferentes épocas en sequías, huracanes, epidemias y hambres sin cuento que ensombrecieron aún más el ya crónico déficit alimenticio de la población.
    En el año 64 antes de Cristo, un huracán destruyó tod la cosecha, «hasta el punto de que el modius de trigo fu vendido entonces a 11 dracmas, tal y como relata J. Jeremías. Es decir, que por 11 dracmas se compraron 8,litros, al precio de 0,7 litros por dracma. En épocas normales, en cambio, se adquirían 13 litros de trigo por dracma. Esto quiere decir que también en aquellos tiempo subían los precios. Y las subidas de los elementos básico -como era el caso del pan— desencadenaba y desencaden siempre más hambre, más enfermedades y, en definitiva, más muertes.
    Frente a situaciones como éstas, sólo las familias má pudientes podían escapar —y no siempre— a los ya citados fantasmas de la desnutrición, avitaminosis, etc.
    Y aunque estoy convencido que en el Espacio no deb prosperar ningún tipo de régimen político o económico, ¿qué otra cosa podían hacer los «astronautas», que ademá debían intentar conjugar su tarea con el máximo respet a la libertad individual y colectiva de los humanos?
    Si a este complejo abanico de razones higiénico-sanitarias añadimos otras que, por supuesto, escapan a nuestr entendimiento, la constante presencia de los «ángeles»
    —día tras día— junto a la pequeña María o Mariam est más que justificada.
    Es posible que el suministro de esos alimentos po parte del «equipo» eliminara los posibles riesgos de avitaminosis, desnutrición, raquitismo, etc., que soportab la población infantil en aquellas fechas.
    Y aunque la familia de María era rica, no podemo siquiera comparar el valor nutritivo de los alimentos qu pudieran ofrecer los «ángeles» o «astronautas» con l rudimentaria dieta judía.
    Salvando las distancias, vendría a ser como tratar d equiparar la esmerada y variada alimentación de un niñ sueco de hoy con la de otro de cualquiera de los desierto arábigos... de hace 2 000 años.
    Y aunque creo que mi postura respecto a los «ángeles»
    que aparecen en la Biblia ha quedado suficientement clara en el prólogo de este trabajo, no quiero seguir adelante sin reafirmar ahora uno de aquellos extremos. Lo «astronautas» tenían que tener un aspecto absolutament físico. Esa figura humana —esa materialidad, en definitiva—, a pesar de sus uniformes o vestiduras brillantes metalizadas, terminaba por dar confianza.
    ¿Cómo entender si no que los testigos hablaran co ellos y que hasta la pequeña María fuera vista con u grupo de «ángeles», como si se tratara de viejos amigos?
    Esa naturaleza física queda bien patente cuando e propio Joaquín trata de invitar al «mensajero» que se l ha aparecido en las montañas a entrar en su tienda y reponer fuerzas con un buen festín. Y aunque el ánge rechaza la comida, al final desaparece de la vista del asombrado testigo en «algo» que asciende hacia los cielos y qu Joaquín, como ya he comentado, confunde con el propi «ser sobrenatural». Estoy convencido que aquel «ángel»
    necesitó de un aparato o nave para elevarse, porque, simplemente, era de naturaleza tan física como el propio aterrorizado futuro abuelo de Jesús, a quien acababa d dar un mensaje...
    Utilizando, incluso, el más puro sentido común, era de todo necesario que aquella niña fuera acostumbrándos poco a poco a la presencia de los «ángeles» o «astronautas»
    del equipo, que enfrentarle de golpe y porrazo—años má tarde— a estos o a otros seres similares, encargados d velar por el éxito de misiones tan sumamente delicada como la llamada «Anunciación», «Concepción virginal» posterior y no menos milagroso «Parto»...
    En mis muchas correrías tras los ovnis, he podido hablar con infinidad de testigos que han visto muy de cerc los mal llamados «objetos volantes no identificados» y su ocupantes. Pues bien, la mayor parte ha sufrido alteraciones de tipo psíquico, llegando, incluso, a desmayarse.
    Cuando el autor sagrado especifica en el Libro sobre l Natividad de María, que ésta «gozaba todos los días de l visión divina, la cual la inmunizaba contra toda clase d males» es posible que se esté refiriendo a algo que entonce sólo podía ser asimilado por la mente humana como u hecho divino o sobrenatural, pero que hoy —en plen carrera espacial— podemos empezar a concretar, po ejemplo, en el descenso de una de estas naves espaciale o en la salida a tierra de sus ocupantes: los famosos «ángeles».
    Estoy convencido de que si cualquiera de nuestros hijo -a sus tres o cuatro años— pudiera establecer un contact físico con los tripulantes de ovnis que se ven hoy día e cualquiera de los continentes, y si ese contacto se prolongara durante años, su familiaridad y la aceptación de esto seres sería completa. Sin reservas físicas ni mentales.
    LA COMPLICADA ELECCIÓN DE UN ESPOSO PARA MARÍA
    Y pasaron los años.
    Y María alcanzó la pubertad. Fue entonces —segú relatan los Evangelios apócrifos— cuando surgió el primer problema...
    Según la costumbre judía, cuando las vírgenes que habían sido educadas y que habían vivido al amparo de templo registraban su primera menstruación, abandonaba el recinto sagrado y, generalmente, regresaban a sus casa para contraer matrimonio.
    Pero la joven María se negó a aceptar las diversas proposiciones de matrimonio. Algunas, sin duda, muy ventajosas...
    En este punto, por primera vez, aparece la figura de —para mí— siempre enigmático san José.
    Muy poco se dice en los Evangelios canónicos sobr este importante personaje. Sólo en los apócrifos se aporta algunos datos más sobre su pasado y sobre la curiosa historia de su «elección» como marido de María.
    Veamos qué dice en este sentido el Libro sobre la Natividad de María:
    VII
    Así llegó María hasta los catorce años...
    2. Solía entonces anunciar públicamente el Sum Pontífice que todas las doncellas que vivían oficialment en el templo y hubiesen cumplido la edad convenida, retornaran a sus casas y contrajeran matrimonio, de acuerdo con las costumbres del pueblo y el tiempo de cad una. Todas se sometieron dócilmente a esta orden menos María, la Virgen del Señor, quien dijo que no podí hacer aquello. Dio como razón el que estaba consagrada al servicio de Dios espontáneamente y por volunta de sus padres, y que, además, había hecho al Señor vot de virginidad, por lo que no estaba dispuesta a quebrantarlo por la unión matrimonial.
    Viose entonces en gran aprieto el sumo sacerdote, pensando por una parte que no debía violarse aquel vot para no contravenir a la Escritura, que dice:
    «Haced votos al Señor y cumplidlos.»
    Y no atreviéndose por otra a introducir una costumbre desconocida para el pueblo. Así, pues, mandó que, con ocasión de la fiesta ya cercana, se presentaran todos los hombres de Jerusalén y sus contornos para qu su consejo pudiera darle luz sobre la determinación qu había de tomarse en asunto tan difícil.
    3. Realizado el plan, fue sentir común de todos qu debía consultarse al Señor sobre esta cuestión. Se pusieron, pues, en oración y el sumo sacerdote se acerc para consultar a Dios. Y al momento se dejó sentir e los oídos de todos una voz proveniente del oráculo del lugar del propiciatorio. Decía esta voz que, en conformidad con el vaticinio de Isaías, debía buscarse alguien a quien se encomendase y con quien se desposase aquella virgen. Pues es bien sabido que Isaías dice:
    «Brotará un tallo de la raíz de José y se elevará un flor de su tronco. Sobre ella reposará el Espíritu del Sefior; Espíritu de sabiduría y de entendimiento, Espírit de consejo y de fortaleza, Espíritu de conciencia y d piedad. Y será inundada del Espíritu de temor de Señor.»
    4. De acuerdo, pues, con esta profecía, mandó qu todos los varones pertenecientes a la casa y familia d David, aptos para el matrimonio y no casados, llevara sendas varas al altar. Y dijo que el dueño de la var que una vez depositada hiciera germinar una flor y e cuyo ápice se posara el Espíritu del Señor en forma d paloma, sería el designado para ser el custodio y esposo de la Virgen.
    VIII
    1. Allí estaba, como uno de tantos, José, hombre d edad avanzada que pertenecía a la casa y familia de David. Y mientras todos por orden fueron depositando su varas, éste retiró la suya. Al no seguirse el fenómeno extraordinario anunciado por el oráculo, el sumo sacerdote pensó que se debía consultar de nuevo al Señor. Ést respondió que precisamente había dejado de llevar s vara aquel con quien debería desposarse la Virgen. Co esto quedó José descubierto, pues nada más deposita su vara, se posó sobre su extremidad la paloma procedente del cielo. Esto patentizó bien a las claras que er él con quien debía desposarse la Virgen.
    2. Se celebraron, pues, los esponsales como de costumbre, y José se retiró a la ciudad de Belén para arreglar su casa y disponer todo lo necesario para la boda.
    María, por su parte, la virgen del Señor, retornó la casa de sus padres en Galilea, acompañada de las siet doncellas coetáneas suyas y compañeras desde la niñez, que le habían sido dadas por el sumo sacerdote.
    LA VERSIÓN DE MATEO
    Pero antes de pasar a comentar algunos de los curioso aspectos de este relato, veamos qué dice el Evangelio apócrifo de Mateo sobre este mismo asunto:
    VII
    El sacerdote Abiatar ofreció entonces cuantiosos dones a los pontífices para que éstos entregaran a la virge María y él pudiera a su vez dársela en matrimonio a s propio hijo.
    Pero María por su parte se oponía resueltamente, diciendo :
    «No es posible que yo conozca varón o que varó alguno me conozca a mí.»
    Pero los pontífices y sus parientes le decían: «Dio es honrado en los hijos y adornado en la posteridad, como siempre se ha observado en Israel.» A lo que Marí repuso:
    «A Dios se le honra, sobre todo, con la castidad, com es fácil probar.»
    VIII
    1. Y sucedió que, al llegar a los catorce años, lo fariseos tomaron en ello pretexto para decir que era y antigua la costumbre que prohibía habitar a cualquie mujer en el templo de Dios. Por esto se tomó la resolución de enviar un mensajero por todas las tribus de Israel, que convocara a todo el pueblo para dentro de tre días en el templo. Cuando estuvo reunido todo el pueblo, Abiatar se levantó, subió a las gradas más altas co el fin de ser visto y oído por todos, y después de hacerse silencio, habló de esta manera:
    «Escuchadme, hijos de Israel; que vuestros oído perciban mis palabras: desde la edificación de este templo por Salomón han vivido en él vírgenes hijas de reyes, de profetas, de sumos sacerdotes y de pontífices, llegando a ser grandes y dignas de admiración. No obstante, en llegando a la edad conveniente, fueron dadas en matrimonio, siguiendo con ello el ejemplo de las que anteriormente habían precedido y agradado a Dios de est manera. Pero María ha sido la única en dar con un nuevo modo de seguir el beneplácito divino, al hacer promesa de permanecer virgen. Así, pues, creo que nos ser posible averiguar quién es el hombre a cuya custodi debe ser encomendada, preguntándoselo a Dios y esperando su respuesta.
    2. Agradó tal proposición a toda la asamblea. Echaron suerte los sacerdotes sobre las doce tribus de Israel, y ésta vino a recaer sobre la de Judá. Entonces dijo e sacerdote:
    «Vengan mañana todos los que no tienen mujer y traiga cada cual una vara en su mano.»
    Resultó, pues, que entre los jóvenes vino tambié José trayendo su vara. Y el sumo sacerdote, después d recibirlas todas, ofreció un sacrificio e interrogó al Señor, obteniendo esta respuesta:
    «Mete todas las varas en el interior del santo de lo santos y déjalas allí durante un rato. Mándales que vuelvan mañana a recogerlas. Al efectuar esto, habrá un de cuya extremidad saldrá una paloma que emprender el vuelo hacia el cielo. Aquel a cuyas manos venga est vara portentosa, será el designado para encargarse d la custodia de María.»
    3. Al día siguiente todos vinieron con presteza. Y, una vez hecha la oblación del incienso, entró el pontífic en el santo de los santos para recoger las varas. Fuero éstas distribuidas sin que de ninguna saliera la palom esperada. Entonces el pontífice Abiatar se endosó la doce campanillas juntamente con los ornamentos sacerdotales y entró en el santo de los santos donde prendió fuego al sacrificio. Y mientras hacía su oración se l apareció un ángel que le dijo:
    «Hay entre todas las varas una pequeñísima, a la qu tú has tenido en poco y la has metido entre las otras.
    Pues bien, cuando saques ésta y se la des al interesado, verás cómo aparece sobre ella la señal de que te he hablado.»
    La vara en cuestión pertenecía a José. Éste estab postergado por ser ya viejo y no había querido reclama su vara por temor de verse obligado a hacerse cargo d la doncella. Y mientras estaba así en esta actitud humilde, como el último de todos, le llamó Abiatar con un gran voz, diciéndole:
    «Ven a recoger tu vara, porque todos estamos pendientes de ti.»
    José se acercó lleno de temor, al verse tan bruscamente llamado del sacerdote. Mas cuando fue a extender su mano para recoger la vara, salió del extremo d ésta una hermosísima paloma, más blanca que la nieve, la cual, después de volar un poco por lo alto del templo, se lanzó al espacio.
    4. Entonces, el pueblo entero le felicitó diciendo:
    «Dichoso tú en tu ancianidad, ya que el Señor te h declarado idóneo para recibir a María bajo tu cuidado.»
    Los sacerdotes le dijeron:
    «Tómala, porque tú has sido el elegido entre todo los de la tribu de Judá.»
    Mas José empezó a suplicarles con toda reverenci y a decirles lleno de confusión:
    «Soy ya viejo y tengo hijos. ¿Por qué os empeñái en que me haga cargo de esta jovencita?»
    Entonces, Abiatar, sumo sacerdote, dijo:
    «Acuérdate, José, cómo perecieron Datan, Abirón Coré, por despreciar la voluntad divina. Lo mismo te pasará a ti si no haces caso a este mandato del Señor.»
    José repuso:
    «No seré yo quien menosprecie la voluntad de Dios, sino que seré custodio de la joven hasta que aparezc claro el beneplácito divino sobre quién de mis hijos h de tomarla por mujer. Séanle dadas algunas de sus compañeras vírgenes, con las que pueda mientras tanto alternar.»
    El pontífice respondió:
    «Sí, le serán dadas algunas doncellas para su sola hasta que llegue el día prefijado en que tú debas recibirla; pues has de saber que no puede contraer matrimonio con ningún otro.»
    LA VERSIÓN DE SANTIAG Por último, Santiago trata así la elección del esposo d María en su Protoevangelio:
    2. Pero, al llegar a los doce años, los sacerdotes s reunieron para deliberar, diciendo:
    «He aquí que María ha cumplido sus doce años en e templo del Señor, ¿qué habremos de hacer con ella par que no llegue a mancillar el santuario?»
    Y dijeron al sumo sacerdote:
    «Tú que tienes el altar a tu cargo, entra y ora po ella, y lo que te dé a entender el Señor, eso será lo qu hagamos.»
    3. Y el sumo sacerdote, endosándose el manto d las doce campanillas, entró en el sancta sanctorum y or por ella. Mas he aquí que un ángel del Señor se apareció diciéndole:
    «Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudo del pueblo. Que venga cada cual con una vara, y de aque sobre quien el Señor haga una señal portentosa, de és será mujer.»
    Salieron los heraldos por toda la región de Judea y, al sonar la trompeta del Señor, todos acudieron.
    IX
    1. José, dejando su hacha, se unió a ellos y, una ve que se juntaron todos, tomaron cada uno su vara y s pusieron en camino en busca del sumo sacerdote. Ést tomó todas las varas, penetró en el templo y se puso orar. Terminado que hubo su plegaria, tomó de nuev las varas, salió y se las entregó, pero no apareció seña ninguna en ellas. Mas al coger José la última, he aqu que salió una paloma de ella y se puso a volar sobre s cabeza. Entonces el sacerdote le dijo:
    «A ti te ha cabido en suerte recibir bajo tu custodi a la Virgen del Señor.»
    2. José replicó:
    «Tengo hijos y soy viejo, mientras que ella es un niña; no quisiera ser objeto de risa por parte de lo hijos de Israel.»
    Entonces el sacerdote repuso:
    «Teme al Señor tu Dios y ten presente lo que hizo co Datan, Abirón y Coré: cómo se abrió la tierra y fuero sepultados en ella por su rebelión. Y teme ahora tú también, José, no sea que sobrevenga esto mismo a tu casa.»
    3. Y él, lleno de temor, la recibió bajo su protección.
    Después le dijo:
    «Te he tomado del templo; ahora te dejo en mi cas y me voy a continuar mis construcciones. Pronto volveré. El Señor te guardará.»
    X
    1. Por entonces los sacerdotes se reunieron y acordaron hacer un velo para el templo del Señor. Y el sacerdote dijo:
    «Llamadme algunas doncellas sin mancha de la trib de David.»
    Se marcharon los ministros y, después de haber buscado, encontraron siete vírgenes. Entonces al sacerdot le vino a la memoria el recuerdo de María y los emisarios se fueron y la trajeron.
    2. Después que introdujeron a todas en el templo, dijo el sacerdote:
    «Echadme suertes a ver quién es la que ha de borda el oro, el amianto, el lino, la seda, el jacinto, la escarlata y la verdadera púrpura. Y la escarlata y la púrpur auténtica le tocaron a María, quien, en cogiéndolas, s marchó a su casa. En aquel tiempo se quedó mudo Zacarías, siendo sustituido por Samuel hasta tanto qu pudo hablar. María tomó en sus manos la escarlata y s puso a hilarla.»
    LOS «MICRÓFONOS» DE YAVÉ
    Según estos textos apócrifos, coincidentes en buena medid como puede comprobarse, José debía ser un hombr mayor.
    El hecho —lo confieso— me llenó de estupor. Siempr había leído, y así me lo enseñaron desde mi más lejan infancia, que san José era un modesto carpintero, más menos de la misma edad que María. Pues no. He aquí qu estudiando dichos apócrifos, uno deduce que se trataba d un hombre de cierta edad, viudo de su primera mujer y co hijos.
    Ciertamente extrañado, amén de consultar en cuanta fuentes me fue posible, me dirigí al eminente arqueólog y reconocida autoridad mundial en el estudio de los Evangelios apócrifos, el franciscano Bellarmino Bagatti, actualmente residente en Jerusalén.
    El padre Bagatti me hizo saber —y poco después me l Confirmaría otra gran figura en el estudio bíblico, el padr Ignacio Mancini— «que, tal y como ha sido publicado en l reciente obra Edizione critica del testo arabo della Histori Josephi fagri lignarii e ricerche sulla origine, los primero cristianos, de ascendencia judía, tenían en gran estima veneración al carpintero de Nazaret y que el hecho de qu José —según el citado apócrifo— hubiera tenido seis hijo dé la primera mujer, que le dejó viudo a los 89 años, n rebaja en nada su santidad».
    La confirmación de los franciscanos Bellarmino Bagatti, Antonio Battista —que es el responsable de la traducció y transcripción de la Historia de José— y del tambié Padre Mancini congelaron mi mente durante algún tiemp frente a otra interrogante:
    ¿Por qué el «estado mayor» eligió precisamente a u hombre tan anciano como esposo de María?
    Tenía que haber alguna razón. Dios —eso lo voy aprendiendo poco a poco— siempre tiene «razones» para todo.
    Y algunas, hay que reconocerlo, muy buenas...
    Y he aquí que un buen día, meditando sobre este particular, se me ocurrió algo.
    El «equipo» de «astronautas» —lo he repetido hasta l saciedad— lo tenía casi todo previsto. Si ellos sabían qu el embarazo de la Virgen podía levantar polémicas, infundios y hasta difamaciones, ¿cuál podía ser el medio má eficaz para que las sospechas de la maternidad de la niñ no cayera primero y directamente sobre José, su esposo?
    Sencillamente, uniendo a María a un hombre que —cas con seguridad— debía ser ya poco menos que impotent para la procreación.
    Esa vejez —según Bagatti, José tenía 90 años cuand se unió en matrimonio con María— tenía posiblemente l finalidad de hacer más creíble a los ojos del pueblo l concepción milagrosa de Jesús y la virginidad de María.
    Si pensamos un poco sobre ello notaremos que la «estrategia» era buena, muy buena...
    Esta ancianidad de José está refrendada en los ya mencionados apócrifos de Mateo y Santiago. Nuestro hombr cree que la custodia de la niña es una obligación temporal.
    Sus pensamientos van más allá y llega a considerar que l tutela concluirá cuando María pueda casarse con uno d sus hijos. Al parecer, y según todos los indicios, el ebanista-constructor —y éste es otro error que se ha cometid con José— tenía un total de seis hijos, algunos, incluso, de más edad que la propia Virgen. Y decía que se h cometido un error con el venerable esposo de María porqu José no era un «pobre carpintero», como se ha dicho siempre. José, además de ebanista, era constructor. Pero d este curioso asunto me ocuparé más adelante...
    Y antes de pasar a comentar el sabroso episodio de la varas y la paloma, no quisiera olvidarme de otro hecho, que se repite en los pasajes que nos ocupan.
    Curiosamente, e ignorando la voluntad de la niña, e «equipo» hace saber a los sumos sacerdotes y a todo e pueblo que María debe ser entregada a aquel que se previamente designado por la «voluntad divina».
    Esto pone de manifiesto dos cosas:
    Primera: que Ana, la madre de la Virgen, no le habí hecho mención de aquellas palabras que pronunciara e ángel» ante ella unos 14 o 15 años atrás. Como se recordará el «astronauta» dejó bien claro ante la «abuela» d Jesús que la niña que iba a concebir sería bendita entr todas las mujeres, puesto que de ella nacería el Salvador.
    ¿Por qué Ana no se lo comentó a su hija? Una circunstancia tan trascendental hubiera hecho cambiar de ide a la pequeña y, con ello, todos se habrían ahorrado disgustos y quebraderos de cabeza. A no ser, claro, que e «equipo» se hubiera manifestado ante Ana en este sentido.
    Todo es posible.
    Segunda: que en los planes de los «astronautas» n entraba —ni mucho menos— que María siguiera consagrada a Dios y recluida en el Templo. Una vez cubierta l peligrosa etapa del crecimiento, la siguiente fase —la má delicada de todas— obligaba a la Virgen a contraer matrimonio, a fundar un hogar y a cuidar, como cualquier madr de familia judía, a su hijo. Y todo ello, en el marco de l más estricta legalidad.
    Y así sucedió. En el fondo, los deseos de la pequeñ no fueron tenidos en cuenta. Y los sumos sacerdotes, ta y como estaba previsto, siguieron la voluntad de Dios y d sus «intermediarios». En este caso, de los «astronautas».
    Un «equipo», como vemos, que estaba pendiente de todo.
    Incluso, de la comunicación directa —directísima— con e pueblo de Israel. Veamos cómo.
    LA TIENDA DEL ENCUENTRO
    Mateo, en su apócrifo, nos está diciendo —nos está recordando en realidad— el sistema que usaba Yavé y su «ángeles» para expresar su voluntad, sus decisiones hasta sus disgustos...
    Y digo que nos lo está recordando porque el libro sagrado que llamamos Éxodo detalla con minuciosidad la características y el modo de construir la «Tienda del Encuentro o de la Reunión» y que, en el fondo, no debía se otra cosa —siempre hablando en hipótesis— que un «Centro de Comunicaciones».
    Hasta ese lugar —primero en el desierto y años despué en el gran templo que hizo levantar Salomón en plen ciudad de Jerusalén— acudían los pontífices y sumo sacerdotes, que «consultaban» a Yavé y obtenían de él l «respuesta» adecuada...
    Previamente, claro, una sospechosa «nube» descendí sobre la Tienda del Encuentro y sobre el Santo de lo Santos, en el Templo, y «la gloria de Yavé —dice la Biblia— llenaba la Tienda del Encuentro...».
    En el caso del apócrifo de Mateo, como digo, se repit parte de la historia.
    . . .Y el sumo sacerdote —relata el autor— despué de recibirlas todas (las varas), ofreció un sacrificio e interrogó al Señor, obteniendo esta respuesta:
    «Mete todas las varas en el interior del Santo d los Santos y déjalas allí durante un rato. Mándales qu vuelvan mañana a recogerlas. Al efectuar esto, habr una de cuya extremidad saldrá una paloma que emprenderá el vuelo hacia el cielo. Aquel a cuyas manos veng esta vara portentosa, será el designado para encargarse de la custodia de María.»
    3. Al día siguiente todos vinieron con presteza. Y un vez hecha la oblación del incienso, entró el pontífice e el Santo de los Santos para recoger las varas...
    Acostumbrados como estamos en los tiempos que corre a que Dios no se manifieste ya de una forma física —incluida su voz— podríamos caer en la tentación de imagina que el autor sagrado ha empleado en este caso una nuev metáfora. Algo así como si Dios hubiera inspirado, simplemente, al sumo sacerdote.
    Yo pienso, en cambio, que el Evangelio apócrifo d Mateo está recogiendo —al igual que ocurre en los restantes libros sagrados que constituyen la Biblia— todo u hecho real. En otras palabras: que Yavé habló en verda al pontífice. Y éste escuchó la «respuesta divina» com cualquiera de nosotros puede captar hoy la voz que amplifica un micrófono.
    La «voz» que salió del propiciatorio y que fue escuchada por miles de testigos tenía que ser, obviamente, un voz «física» y en el idioma común de los habitantes d Jerusalén. No creo que los «astronautas» tuvieran demasiados problemas para dirigirse al pueblo judío. Llevaban casi dos mil años tratando con aquellas gentes y, dad su tecnología, así como su capacidad mental, aprender lo idiomas y dialectos de la zona debía ser Un juego de niños.
    Y aunque me referiré a ello al llegar al capítulo d «Yavé», y de su posible interpretación, es posible que e lector haya empezado ya a intuir por qué el «equipo d astronautas» al servicio de la Gran Fuerza o del Gra Dios ordenó —desde un principio— el levantamiento d una «Tienda de la Reunión», en pleno desierto primero, y de un gran Templo en Jerusalén, algunos siglos má tarde... ¿Y qué otra cosa podían hacer para establece una estrecha vigilancia y un «diálogo» con el puebl elegido?
    En cuanto al sucedido de las varas y la paloma, si ta hecho fue cierto, la «operación» debió ser tan pueril com divertida para los «astronautas». Pero, precisamente po su sencillez, el procedimiento resultó de lo más direct y positivo. Todos, sencillamente, quedaron con la boc abierta.
    Y sin ánimo de menospreciar el hecho, supongo qu hoy podría repetirlo —y hasta mejorarlo— cualquiera d los grandes prestidigitadores que andan por el mund sacando conejos de las chisteras o palomas de las manga de sus americanas.
    Lo que verdaderamente debía importarle al «equipo»
    era que la totalidad del pueblo y de los sacerdotes fuera testigos de otro hecho «milagroso» que, además, vinculab a José a la pequeña María. Un hecho que, por añadidura, daba cumplida cuenta de la mencionada profecía d Isaías.
    Sea como fuere, este encuentro de José con Marí —tal y como lo detallan los apócrifos— resulta quiz «aparatoso», aunque, bien mirado, la narración es much más «informativa» que la suministrada por los evangelista «titulados», que nos presentan los «esponsales» de ambo como un hecho consumado, sin que nadie logre sabe cómo, cuándo y dónde aparece José.
    Pero, llegados a este punto, quizá fuese convenient hacer un alto en los Evangelios apócrifos y contemplar l dura tarea que llevaban ya realizada los «astronautas»
    y que fue recogida a las mil maravillas en ese libro fascinante que llamamos Éxodo.
    Las «sorpresas» en dicho texto son inagotables.
    UNA «NUBE» QUE HA SIDO VISTA POR NUESTROS PILOTOS
    Cuantas más vueltas le doy al capítulo 24 del Éxodo — concretamente a los versículo 12 al 18— más fuerte crec en mi corazón la teoría de que Moisés tuvo un intens y decisivo «entrenamiento» o «instrucción» dentro de l que hoy conocemos y comprendemos como una nave espacial.
    Y espero que el lector no termine de rasgarse las vestiduras...
    He aquí lo que reproduce textualmente dicho pasaje:
    Dijo Yavé a Moisés:
    «Sube hasta mí, al monte; quédate allí, y te daré la tablas de piedra —la ley y los mandamientos— que tengo escritos para su instrucción.»
    Se levantó Moisés, con Josué, su ayudante; y subieron al monte de Dios. Dijo a los ancianos:
    «Esperadnos aquí que volvamos a vosotros. Ahí quedan con vosotros Aarón y Jur. El que tenga alguna cuestión que recurra a ellos.»
    Y subió Moisés al monte.
    La nube cubrió el monte. La gloria de Yavé descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por sei días. AI séptimo día, llamó Yavé a Moisés de en medi de la nube. La gloria de Yavé aparecía a la vista de lo hijos de Israel como fuego devorador sobre la cumbr del monte. Moisés entró dentro de la nube y subió a monte.
    Y permaneció Moisés en el monte cuarenta días cuarenta noches.
    En mi opinión personal —y como investigador del fenómeno ovni— la descripción del Éxodo guarda una semejanza sencillamente extraordinaria con muchos de los caso que hoy se estudian en la joven Ciencia llamada Ufología.
    En los últimos años —y no digamos en épocas pasadas—
    se han registrado abundantes casos de extraños y a vece gigantescos objetos que permanecen inmóviles o se desplazan por los cielos, envueltos en un humo o gas que recuerdan las nubes.
    Esas «nubes», incluso, han llegado a desplazarse e contra del viento o han sido detectadas en las pantalla de radar como un eco sólido y metálico.
    En otras oportunidades, el «camuflaje» o nube que rode al ovni desaparece y los testigos han contemplado la siluet de un disco o de un gran cilindro.
    No hace muchos meses, un comandante de la compañí aérea española Aviaco comunicaba al Centro de Control d Vuelo de Madrid la presencia a 21 000 pies de altura sobre la provincia de Navarra, de una enigmática «nube»
    con forma de hongo y de un diámetro formidable. Permanecía estática y solitaria en un cielo absolutamente azu y despejado. Aquello impresionó tanto al comandante Sed que pidió autorización para rodear la «nube». Y Madri le autorizó a ello.
    Cuando me entrevisté con este gran profesional de aire, su opinión fue rotunda:
    «Aquello parecía una nube, pero no era tal. Tenía uno contornos perfectamente definidos. Sin la menor irregularidad. Y tú sabes que eso es imposible en una simple formación nubosa.
    «Después de hacer un giro de 360 grados en torno a l enorme masa flotante, seguí rumbo a Barcelona.
    »Estoy seguro —subrayó el veterano comandante— qu allí dentro se ocultaba algo...»¹
    Poco tiempo antes, otros dos pilotos españoles —Carlo García-Bermúdez y Antonio Pérez—, también de la compañía Aviaco— sufrieron un no menos enigmático «encuentro» con otra «nube».
    Volando a plena luz del día entre Valencia y Bilbao, e mal tiempo en este último aeropuerto les obligó a desviars hacia el «alternativo». En aquel caso, el de Santander.
    Pues bien —según me relataron el comandante y el segundo—, a muy pocas millas de Bilbao, y con rumbo y a Santander, el avión entró en una brillante y solitari nube de tipo lenticular. Desde ese mismo instante —y po espacio de unos siete minutos—, la casi totalidad del instrumental electrónico, brújulas, horizontes, etc., «se volvi loco». La radio dejó de recibir y los pilotos, por su parte, tampoco fueron escuchados por las torres de control d vuelo más próximas. En el colmo de los colmos, el vuelo, que debería haber durado entre 12 y 15 minutos en condiciones normales, se prolongó durante casi 35. Y un últim fenómeno, tan incomprensible como los anteriores: a entrar en la misteriosa nube, el «cuentamillas» del Caravelle se detuvo y comenzó a «retroceder» como si el reacto volase «hacia atrás». El citado «cuentamillas» llegó a «cero»
    y siguió «retrocediendo» hasta «menos nueve millas». Alg así como si se hubiese situado sobre Pamplona. Al salir d la «nube», el citado medidor de distancias volvió al mism número que marcaba al perforar la nube por primera vez.
    ¿Cómo podía ser esto?
    Los pilotos, lógicamente, comprobaron la totalidad d los sistemas, generadores, instrumental, etc. Justament al dejar la nube atrás, el avión había vuelto a la má estricta normalidad. Y tanto Bermúdez como Pérez, a quienes conozco personalmente y cuya pericia y honradez está fuera de toda duda, me aseguraron que el avión no perdi jamás el rumbo hacia Santander.
    ¿Qué había sucedido en el interior de aquella «nube»?
    ¿Por qué consumieron más del doble del tiempo necesari para saltar de Bilbao al aeropuerto de la capital de l Montaña?
    ¿Se trataba de una nube normal? Evidentemente, no.
    Pero, entonces, ¿qué era o qué encerraba aquel misteri con forma de nube?
    El 17 de junio de 1977, otro piloto, en este caso portugués, observaba a las 12 horas y a unos 2 000 pies de altitud un extraño objeto, «camuflado» entre nubes.
    El piloto de la Fuerza Aérea Portuguesa, José Francisc Rodrigues, perteneciente a la 31 Escuadra de B.A.-3, e la localidad de Táñeos, conducía en aquella ocasión u avión DO-27, y al pasar sobre la vertical de Barragem d Castelo de Bode se fijó en un objeto oscuro que se hallab medio oculto entre los estratocúmulos.
    Estaba prácticamente inmóvil y no correspondía a ningún modelo conocido de avión. Tenía la clásica forma d media naranja, con una hilera de ventanillas rectangulares.
    Cuando el piloto solicitó información sobre un posibl tráfico o avión en aquel sector, el radar BATINA respondió negativamente. Al cabo de unos minutos, el objet desapareció a gran velocidad.
    Según declaraciones de Rodrigues, aquel aparato —d unos 13 a 15 metros de longitud— estaba casi «camuflado»
    entre las nubes...
    Poco tiempo antes, también en Portugal, varios avione de combate de la Fuerza Aérea del país hermano despegaron en busca del más ridículo de los «objetivos»: una nube.
    El radar militar había detectado un eco metálico n identificado y, como sucede casi siempre en estos casos, el Alto Mando portugués había ordenado la salida de do «cazas», con el fin de identificar el supuesto «avión». A llegar a la altitud y coordenadas señaladas por la pantalla, los pilotos comunicaron a su base que «allí sólo habí una nube...»
    De pronto, la «nube», ante la sorpresa de los piloto y de los militares que seguían la presencia del eco no identificado en la pantalla de radar, se elevó en vertical, desapareciendo a gran velocidad.
    Ninguna nube, por supuesto, puede realizar semejant maniobra. Y mucho menos cuando, como en aquella ocasión, no había viento...
    ¿Qué ocultaba la nube en su interior? Casi con seguridad, un objeto metálico. Así lo denunciaba el radar.
    Recientemente tuve la oportunidad de investigar otr caso, que entra de lleno en este fenómeno.
    Sobre la bellísima costa santanderina, y concretament sobre la Peña de Santoña, a plena luz del día, cientos d vecinos de la zona pudieron observar un día azul y totalmente despejado cómo una nube de muy extrañas características se colocaba a baja altura sobre la citada Peña.
    En el interior de la masa nubosa, los testigos percibiero Una mancha oscura.
    Aquella nube permaneció sobre el lugar durante má de una hora. (Hay que hacer notar que en las inmediaciones de la Peña de Santoña se extiende precisamente e famoso penal del Dueso...)
    Pues bien, al cabo de un tiempo, los asombrados testigos vieron cómo la nube se elevaba y desaparecía...
    ¿Y qué podríamos decir de aquella otra famosísim «nube» que se hallaba pegada al terreno y en la que entr el 5° Regimiento inglés de Norfolk, en plena guerra co Turquía, y del que no ha vuelto a saberse? ¿Dónde está aquellos cientos de hombres? ¿Qué ocultaba realmente l densa nube?
    En el pasado verano de 1979, sin ir más lejos, un prestigioso administrador de fincas con residencia en Málag me contó otro «encuentro» que da mucho qué pensar e torno a los ovnis y la utilización de las nubes como «camuflaje».
    Mi amigo, cuyo nombre no estoy autorizado a revelar, circulaba hacia las doce o doce y cuarto del mediodía po la carretera de Málaga a Fuengirola. Conducía su mujer.
    Había viento de poniente y antes de llegar a Carvajal, un formidable nube tormentosa que quizá se encontrase 2000 o 2500 metros de altitud se abrió súbitamente. E administrador quedó atónito al ver en dicho hueco u objeto redondo, de color plomo y mucho más grande qu una plaza de toros. La totalidad de la «panza» de dich cuerpo aparecía repleta de ventanas por las que salía o podía verse luz. A los pocos segundos, la nube se cerró y e ovni quedó oculto.
    A pesar de lo fugaz de dicha observación, el testig —hombre de toda confianza— se dio perfecta cuenta d que «aquello» permanecía oculto tras la nube tormentosa.
    Y así, con casos más o menos similares, podríamo llenar páginas y páginas...
    En Ufología, la posible explicación a este fenómen podría proporcionarla hasta un niño. ¿Qué mejor sistem para permanecer ocultos e inmóviles sobre una ciudad, un base militar o cualquier otro objetivo que «dentro» o po encima de una nube?
    Y es perfectamente admisible que, como en el caso de comandante Martín Sedó, el ovni o los ovnis puedan ser lo «fabricantes» de esas nubes. Una tecnología superior n encontraría mayores dificultades para que sus naves s desplazasen, incluso, manteniendo a su alrededor el ga o las nubes que ellos mismos creasen. ¡Ay de nosotros e día que rusos o yanquis descubran un sistema como éste!
    Los ataques por sorpresa a cualquier país o continent pueden llegar bajo la apariencia de un inofensivo frente d chubascos...
    Utilizando el sentido común —e imagino que los tripulantes de los ovnis gozan en este aspecto de un tant por ciento más elevado que el hombre de la Tierra—, ¿e que puede encontrarse un procedimiento «natural», y qu no llame la atención de los «indígenas», como el de la nubes? Si vivimos en un planeta en el que las nubes so algo consustancial a su atmósfera, ello quiere decir qu la presencia de estas masas —en cualquier rincón de globo— no herirá jamás el estado emocional de sus habitantes. Y esto es de gran importancia para aquellos sere que deseen conocernos y estudiarnos..., sin ser descubiertos.
    Si el «equipo» de «astronautas» que pretendía establecer un «contacto en la tercera fase» con Moisés y Josu no deseaba ser molestado por los posibles curiosos —qu de todo habría— del campamento judío, ¿qué mejor «barrera» que «fabricar» toda una espesa nube o niebla cubrir el Sinaí?
    Pero dejemos por un momento este posibilismo ufológico y veamos qué dice la voz de la Iglesia respecto a l «nube» y a la «gloria» de Yavé.
    LA OPINIÓN DE LA IGLESIA
    Aunque los comentarios de los teólogos y exégetas católicos sobre la espectacular aparición de Yavé en el mont Sinaí discurren por los más variados caminos interpretativos, he aquí, a mi entender, aquellos de mayor peso que —de alguna forma— sintetizan la «conciencia» de l Iglesia.
    Según la Biblia Comentada, declarada de interés nacional y publicada bajo los auspicios y alta dirección de l Pontificia Universidad de Salamanca, la nube que descendió sobre el Sinaí «era una imagen que tomaron con gust los autores sagrados para representar la majestad e inaccesibilidad de Dios».
    Y dicen también los profesores de Salamanca:
    «...Para impresionar a aquellas gentes sencillas er preciso presentar a Yahvé en toda su majestad, como Seño de las fuerzas de la naturaleza...
    »Los antiguos siempre se han impresionado por las tormentas acompañadas de relámpagos y truenos. Hoy sabemos por qué leyes físicas se produce este fenómeno natural, que se reduce a descargas eléctricas; pero para lo antiguos era un misterio, y la explicación natural er relacionarlo con la ira del Dios omnipotente.»
    Los comentarios de la Universidad Pontificia de Salamanca al Éxodo, en lo concerniente a esta presencia d Yavé en el monte sagrado, continúan más adelante:
    «...La descripción de la teofanía3 es grandiosa: truenos, relámpagos y nubes espesas acompañan a Yahvé e su manifestación majestuosa. La "nube" tenía por fin ocultar la "gloria" esplendente de Yahvé, para que los israelita no fueran cegados por su furor y heridos de muerte a s presencia. Los comentaristas liberales —prosigue Salamanca— han querido ver en esta teofanía la descripción d un "dios de las tormentas" que sería adorado antes d Moisés por las tribus del Sinaí. Nada de ello se insinú en el contexto, y, por otra parte, los datos arqueológico que conocemos de aquella zona no avalan esta hipótesi gratuita. Más inconsistente aún es suponer que la teofaní del Sinaí es la simple descripción de una erupción volcánica. Ni la montaña es de tipo volcánico, ni los documento extrabíblicos hablan de una zona volcánica en aquella part del Sinaí, ni el relato bíblico sugiere algo parecido a un erupción volcánica. No se habla de cenizas ni de lav ardiendo; el pueblo está al pie de la montaña contemplando el espectáculo maravilloso sin moverse, lo que no e concebible en caso de un desbordamiento del volcán. Lo fenómenos relatados por el autor sagrado se limitan a lo truenos, relámpagos y humo. Todo ello no tiene otra finalidad que realzar la manifestación majestuosa de Dios, qu iba a establecer las bases de la alianza con Israel.»
    «MAJESTAD INACCESIBLE» PARA LA «BIBLIA DE JERUSALÉN»
    La Biblia de Jerusalén, una de las obras más prestigiosa de la Iglesia Católica, publicada bajo la dirección de l Escuela Bíblica de Jerusalén y en la que han participado, entre otros, figuras tan relevantes como R. de Vaux, P. Benoit, Cerfaux, P. Dreyfus, M. Boismard y el equipo de la Concordancias de la Biblia se pronuncia así sobre el posible significado de la «gloria de Yavé»; «La "gloria de Yahvé", en la tradición sacerdotal, es l manifestación de la presencia divina. Es un fuego que s distingue claramente de la nube que lo acompaña y l envuelve. Estos rasgos están tomados de las grandes teofanías que se desarrollan en él marco de una tempestad, pero se impregnan de un sentido superior: esta brillant luz, cuyos reflejos irradiará el rostro de Moisés, expres la majestad inaccesible y temible de Dios, y puede aparece con independencia de toda tempestad, como también tomará posesión del Templo de Salomón...»
    Curiosamente, la Biblia de Jerusalén —al contrario d lo que hemos visto en los comentarios de los profesores d la Universidad de Salamanca— sí se refiere a la hipótesi «volcánica». Veamos:
    «... Las tradiciones yahvista, sacerdotal y deuteronomista describen la teofanía (presencia de Dios) del Sina en el marco de una erupción volcánica. La tradición elohísta la describe como una tempestad. Se trata de dos presentaciones inspiradas en los más impresionantes espectáculo de la naturaleza: una erupción volcánica, tal como lo israelitas habían oído contar a los visitantes de la Arabi del Norte, o tal como ellos mismos habían podido ver d lejos, desde la época de Salomón (expedición de Offir).
    «Estas imágenes —concluye el comentario de la Bibli de Jerusalén— expresan la majestad y la gloria de Yahvé, su trascendencia y el temor religioso que inspira.»
    «DIOS MISMO», SEGÚN DUFOUR
    Por su parte, el gran equipo que dirigió el padre Xavie León-Dufour describió la «gloria de Yavé» «como a Dio mismo, en cuanto se revela en su majestad, su poder, e resplandor de su santidad y el dinamismo de su ser».
    «LA NUBE: SÓLO UN VELO DE DIOS», DICE BAUER
    Y llegamos a J. B. Bauer quien, con 47 especialistas, h estudiado las doctrinas teológicas de fe y las costumbre de cada libro o de cada lugar bíblico. En su Diccionario d Teología Bíblica, este formidable equipo se pronuncia as respecto al término bíblico «gloria de Yavé»:
    «El Dios trascendente se revela en los fenómenos meteorológicos terrestres, por ejemplo, en la oscura nub tormentosa. Esta nube es sólo el velo de la verdadera aparición de Dios, del fuego y luz celeste abrasadores, que, sin velo, aniquilaría al hombre. Se puede, pues, definir l palabra kabod («gloria») como Dios mismo en cuanto s revela en solemne epifanía entre truenos y relámpagos, tempestad y terremotos.»
    CON TODOS MIS RESPETOS...
    Creo que, a veces, la prudencia de la gran «estructura»
    -de la Iglesia— puede llegar a ser tan irritante com ridícula. Y no quiero pensar que nefasta...
    u Comprendo que nadie —ni siquiera los teólogos (qu estudian los «atributos» de Dios)— pueda entender, n aproximarse siquiera, a la Divinidad. Y yo, mucho menos.
    Pero, de ahí a tratar como deficientes mentales a toda un confiada y dócil población de creyentes...
    Ésta es mi opinión —con todos los respetos— en relación a algunos de los comentarios que acabamos de ve y que «reflejan» el sentimiento de la Iglesia sobre lo qu dice la Biblia, el Libro Sagrado por excelencia, no lo olvidemos.
    Es posible —yo ya no estoy tan seguro como los exégetas— de que «los antiguos» no conocieran las leyes física que rigen las descargas eléctricas, los truenos, las formaciones nubosas y las fuerzas en general de la naturaleza.
    Pero afirmar —insinuar siquiera— que esos fenómeno naturales «eran relacionados por dichos antiguos con l fía del Dios omnipotente» me parece más infantil y primitivo que esa supuesta «barbarie» que los maestros de l Teología gustan de colgar a los seminómadas, por ejemplo, de la península del Sinaí. No niego que hubo y hay sobr la faz de la Tierra pueblos y culturas que atribuyeron a Sol, a la luna y al rayo un poder sobrenatural. Pero, de ah a esmaltar a todos los «antiguos» con las mismas supersticiones y miedos —como afirman estos teólogos— hay u trecho...
    ¿Qué podríamos pensar hoy de unos supuestos sabio del siglo treinta que, por poner un leve ejemplo, enseñara y escribieran para los hombres de su tiempo que los «antiguos» del siglo veinte sentían un miedo irracional y mágic hacia la lluvia y que, puesto que no habían aprendido controlarla, trataban de «conjurar» la «ira de Dios» co paraguas...
    Evidentemente, estos doctores se han olvidado de «antiguos» tan cultos y preparados como los egipcios (much más «antiguos» en el tiempo que los judíos), los súmenos, los acadios, los mayas, etc. Precisamente el pueblo qu conducía Moisés por él desierto procedía de una de la naciones más cultas de la Tierra: Egipto. ¿Es que lo israelitas no habían aprendido en los cientos de años qu convivieron con los faraones lo que verdaderamente era y representaban las lluvias torrenciales, las tormentas d verano en el Delta o los relámpagos en las templada noches de Ramases?
    Aquel pueblo llevaba escasos días en el desierto de Sinaí cuando llegó hasta la montaña sagrada. No podí haber olvidado en tan corto tiempo lo que en Egipt —según las estaciones— es pura rutina.
    La mayor parte de los hombres y mujeres que formaba la expedición de Moisés habían trabajado durante toda s vida en las labores del campo. Estaban familiarizados co las nubes, mucho más —estoy seguro— que los eminente teólogos del siglo xx. ¿Por qué iban a sorprenderse o a cae rostro en tierra cuando se presentaba ante ellos la «nube»
    de Yavé? Y si ocurrió así —tal y como está escrito—, l razón hay que buscarla en otra dirección...
    No debemos olvidar que la masa granítica del Sina —cuyo pico más alto se encuentra a 2 400 metros sobre e nivel del mar— se levanta, y se levantaba entonces (hac unos 3440 años) en mitad de una zona desértica, dond las nubes no eran muy frecuentes que digamos. Las precipitaciones actuales —que pueden servirnos de referenci aproximada— arrojan alrededor de 100 mm por metr cuadrado al año.
    De acuerdo con estos datos científicos, ¿qué podemo pensar de esas otras interpretaciones teológicas sobre tormentas, erupciones volcánicas o terremotos?
    En la actual formación montañosa del Sinaí no existe vestigios de volcanes. Es más, según los vulcanólogos, jamás los hubo en la zona. Sólo en el área de Madián h habido cierta actividad volcánica. Pero eso queda al otr lado del golfo de Aqaba, en el desierto arábigo, y a mucho Cientos de kilómetros del monte Sinaí.
    Mi pensamiento sí concuerda, en cambio, con las afirmaciones de Dufour que, con más sensatez que los anteriores, se limita a «clasificar» la «gloria de Yavé» como el reflej de la Divinidad o como Dios mismo.
    En el fondo viene a ser como no decir nada...
    Es curioso cómo los doctores en Teología y los grande exégetas encuentran siempre explicaciones para todo. N importa que no sean racionales. No importa que aparezca mucho más fantásticas e increíbles que lo que realment quiso decir el escritor sagrado. Y así han florecido lo llamados «géneros literarios», aceptados por el Magisteri de la Iglesia y refrendados en el Concilio Vaticano II, que, en muchas ocasiones, no son otra cosa que una negativa a reconocer que no se sabe lo que realmente ocurri en tiempos del Antiguo o del Nuevo Testamento. Jamá he escuchado o leído a uno de estos personajes confesa humildemente que «no tiene ni idea de lo que quiso deci tal o cual autor sagrado...»
    Afirmaciones como la del equipo de Bauer —«Dios s revela en los fenómenos meteorológicos terrestres...»—
    puede que llene de lógica satisfacción a mis amigos lo meteorólogos, pero uno no puede evitar una cierta sonris de incredulidad...
    De acuerdo con esa premisa, Dios se revela también e las arenas del desierto, en los cañonazos de las guerras en la Coca-Cola. Y estamos convencidos que así es, per eso no es responder a la preguntar concreta sobre la naturaleza de la «nube» del Sinaí o de la «gloria de Yavé».
    Eso, en mi pueblo, se llama «salir por peteneras...».
    Sí estoy plenamente de acuerdo con esa otra frase d Bauer en la que se dice «que la nube es sólo el vel de Dios, del fuego y de la luz celeste, abrasadores, que, si velo, aniquilaría al hombre». Pero presumo que tal coincidencia se refiere tan sólo a las puras palabras y no a l intención de las mismas.
    En mi planteamiento general —e insisto en que pued estar equivocado— las coincidencias entre las investigaciones actuales sobre los «no identificados» y la descripción bíblica de la «nube» que cubrió el Sinaí y del «fueg devorador sobre la cumbre» son alarmantes.
    «Aquello» sí tenía entidad como para dejar atónito a los israelitas.
    «Aquello» sí quedaba fuera de lo normal, de lo conocid y de las tormentas y fenómenos meteorológicos a los qu estaban acostumbrados los hombres de Israel. Y es qu estoy convencido que la «nube» que ocultó el Sinaí durant tantos días no era otra cosa que un simple «camuflaje», igual o parecido a los que ya he mencionado y en cuy interior fueron vistos o captados en radar unos misterioso «objetos volantes no identificados».
    Y decía que Bauer acertó sin querer en su interpretación sobre el «velo» que protegía a los hombres de l luz y fuegos divinos porque, posiblemente, aquellos vehículos siderales emitían algún tipo de radiación, capaz d fulminar o afectar gravemente a quien cayera en su radi de acción.
    Por esta razón, precisamente, Yavé advierte repetida veces a Moisés de la necesidad de no traspasar determinados límites. «Guardaos de subir al monte —dice Yavé e el Éxodo (19)— y aún de tocar su falda. Todo aquel qu toque el monte morirá. Pero nadie pondrá la mano sobr el culpable, sino que será lapidado o asaeteado; sea hombre o bestia no quedará con vida...»
    Estas palabras —demasiado duras— sólo podían encerrar una clave: cualquier aproximación hasta la nave o la naves del «equipo» de «astronautas», que habían descendido sobre la cumbre del Sinaí, debía ser evitada a cualquier precio. Y no por miedo a las reacciones de los judíos, sino para salvaguardar la integridad física de los mismos.
    Los «astronautas» debían saber —tal y como nos const hoy a nosotros— que una contaminación de tipo radiactiv echaría a perder los planes previstos para con aquel pueblo «elegido». Si lo que se estaba fraguando era la consecución de una raza especial y genéticamente preparad para la encarnación en dicho pueblo de un ser tan especial como Jesús, la amenaza de una posible mutación d tipo genético debía ser desterrada a toda costa.
    A esto, por supuesto, habría que añadir una necesari e irremediable «teatralidad» por parte de los «astronautas», si de verdad querían ver florecer las ideas y proyectos de «estado mayor» celeste.
    A pesar del «camuflaje», la nave principal —quizá l única que descendió sobre la montaña— debía verse desd muchos kilómetros y en especial durante la noche. Ho tenemos cientos de miles de casos de ovnis que han sid vistos en todo el mundo y que brillan en la oscuridad co una luz «como candela», «como ascuas de fuego» o «com mil soles», empleando descripciones de los propios testigos.
    Es precisamente esa luminosidad y los fascinantes cambios de colores lo que más llama la atención de las personas que han llegado a verlos. Muchos de estos testigo con los que he podido conversar aseguran que se trata d un espectáculo majestuoso e inolvidable. Algo que m recuerda las expresiones de los «testigos de la gloria d Yavé en el Sinaí». Recuerdo las palabras de un médic de la población de Guía, en la isla de Gran Canaria, que fu testigo, juntamente con otras personas, del casi aterrizaj de una nave esférica y tremendamente luminosa y transparente:
    «Aquello irradiaba majestad —manifestó Julio Césa padrón—. Si hay algo parecido a Dios, tiene que ser com "aquello"...»
    Está claro que si a un médico del siglo xx —que h visto llegar al hombre a la Luna— le faltan palabras y conceptos para explicar la maravilla que dice haber visto, ¿qué no les sucedería a los sencillos campesinos, artesano o ganaderos de hace 3 500 años y que conformaban el pueblo judío?
    Y Moisés fue llamado por Yavé y traspasó la nube.
    Y permaneció cuarenta días y cuarenta noches en el mont sagrado. Pero, ¿por qué?, ¿qué fue lo que sucedió realmente en ese período de tiempo? ¿Qué clase de «instrucción»
    recibió Moisés? Y lo más trascendental: ¿qué «clase» d Dios era Yavé?
    MOISÉS: CUARENTA DÍAS DE «ENTRENAMIENTO»
    Resulta tan fascinante como difícil de imaginar lo qu realmente les ocurrió a Moisés y a su ayudante en el interior o en las proximidades de la nave de Yavé.
    Algo, no obstante, ha quedado reflejado en el citad libro sagrado, el Éxodo.
    Sabemos, por ejemplo, que tras esos cuarenta días en l cumbre del Sinaí, los dos dirigentes del pueblo judío recibieron las famosas tablas de piedra de la Ley, «escritas po el dedo de Dios».
    Nos dice el Éxodo que Yavé les mostró unos planos modelos de cómo debía ser la Morada y la Tienda de Encuentro, a construir junto al campamento.
    Y que Yavé les habló también del descanso sabático, de las características y de la forma de construir la referid Tienda de la Reunión, así como de todo un conjunto d máximas, normas y leyes.
    Es muy posible —aunque no está especificado directamente en el Éxodo— que Moisés recibiera toda una «iniciación» especial que le permitiera comprender mejor e objetivo final de aquella larga marcha por el desierto.
    ¿Quién puede afirmar o negar que Moisés no fuer entonces —durante ese mes largo en el interior de un nave espacial— entrenado o aleccionado sobre los diferentes sistemas para «contactar» con cualquiera de las mucha naves que, indudablemente, formarían parte de la gra misión?
    Su cerebro, incluso, pudo ser «activado» de una form especial, agilizando y desarrollando así las dormidas facultades paranormales de aquella civilización.
    ¿Por qué no?
    La realidad es que, cuando descendió del Sinaí, ademá de las tablas sagradas de la Ley, Moisés puso manos a l obra y levantó a cierta distancia del campamento la famos Tienda del Encuentro.
    El Éxodo dedica nada más y nada menos que quinc capítulos a las vicisitudes de la edificación de dicha Tienda, del Arca y de todo cuanto debía reunir la Tienda, ornamentación de la misma, de los sacerdotes, etc.
    Aquella Tienda era realmente importante para Yavé para el pueblo judío.
    Pero, ¿por qué?
    ¿A qué venía tal lujo de detalles en las medidas, materiales, distribución, etc., de la misma?
    La respuesta la proporciona el mismo Éxodo, en su capítulo 40, versículos 34 al 38.
    Dice así:
    YAVÉ TOMA POSESIÓN DEL SANTUARIO
    La nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y l gloria de Yavé llenó la Morada. Moisés no podía entra en la Tienda del Encuentro, pues la nube moraba sobr ella y la gloria de Yavé llenaba la Morada.
    En todas las marchas, cuando la nube se elevaba d encima de la Morada, los israelitas levantaban el campamento.
    Pero si la Nube no se elevaba, ellos no levantaban e campamento, en espera del día en que se elevara. Porque durante el día la Nube de Yavé estaba sobre la Morada y durante la noche había fuego a la vista de tod la casa de Israel. Así sucedía en todas sus marchas.
    Está claro que, una vez terminada la Tienda del Encuentro, alguna de las naves espaciales se situó sobre aquélla.
    Y Moisés —el único «iniciado»— podía penetrar en l misma, «hablando cara a cara con Yavé», tal y como relat el Éxodo.
    Allí, quizá, recibía las órdenes o recomendaciones oportunas. Y desde allí —¿por qué no?— el pueblo podía escuchar la «voz de Dios».
    En realidad tenía que ser muy sencillo para los «ángeles» o «astronautas» que la voz de Yavé llegase hasta el último rincón del campamento judío.
    Una vez terminado el éxodo por el desierto, Salomó mandó edificar un soberbio templo en la ciudad de Jerusalén. Y dice también textualmente el Libro Primero de lo Reyes (8,10-12):
    «Al salir los sacerdotes del "Santo de los Santos", l Nube llenó la Casa de Yavé. Y los sacerdotes no pudiero continuar en el servicio a causa de la Nube, porque l gloria de Yavé llenaba la Casa de Yavé.»
    Fue precisamente en ese sancta sanctorum —un luga especialmente diseñado por el propio «equipo» de «ángeles», tanto en la Tienda del Encuentro como para e Templo— donde Yavé se dejó ver y oír en numerosa oportunidades. Un lugar al que sólo tenían acceso los «iniciados», es decir, los sacerdotes.
    Y fue ahí, por tanto, donde el sumo sacerdote del Evangelio apócrifo de Mateo acudió para «consultar» a Dios.
    Y ahí precisamente escuchó la respuesta. Una aclaració larga y concretísima sobre lo que debía hacer con los «candidatos» para María y con las varas que debía portar cad uno.
    Si dichas varas —como relata el apócrifo— fueron depositadas durante un tiempo en el «santo de los santos», en el lugar secreto y al que, sin duda, tenía acceso direct Yavé, tuvo que ser extremadamente sencilla la preparació de la citada elección y de todo el «aparato» de que, necesariamente, tuvo que ser rodeada...
    Pero sigue en el aire la pregunta clave:
    ¿Qué clase de Dios era entonces Yavé?
    UNA DELICADÍSIMA «MISIÓN»
    Pocos capítulos me han producido tanto miedo como e que ahora empiezo.
    Miedo a estar absolutamente equivocado. Miedo —sobr todo— a herir sensibilidades o empañar ideas.
    Si lo hago es, únicamente, y como expuse en el prólogo, porque me lo dicta el corazón. Porque, personalmente, estoy convencido de lo que aquí —penosamente— voy a intentar exponer. Y porque, en definitiva, considero que e concepto que podamos tener de Dios se ve con ello —es creo, al menos— seriamente ennoblecido.
    Ojalá no cometa un nuevo error...
    ALGO FALLÓ
    Hasta para los exégetas y doctores más retrógrados de l Iglesia aparece con claridad que en este planeta «falló algo».
    La especie humana «se torció». O, quién sabe, quizá «alguien» ajeno a nuestro mundo se encargó de alterar el ritmo evolutivo.
    Y la Humanidad se desplegó en desorden. Alterada po la muerte y las enfermedades. Presa de la violencia, de l angustia y del egoísmo.
    Los planes primitivos de la Suprema Sabiduría quedaron convertidos en simple papel mojado.
    Fue preciso, quizá, reorganizarlo todo. Trazar, com quien dice, un nuevo «proyecto de hombre». Otro modelo.
    Pero ¿corno llevarlo a cabo sin estridencias? ¿Cómo lograrlo sin hacer sombra a la libertad humana, premis principal en toda creación divina?
    Y el «alto mando» —y sigo utilizando aquellas palabra que fluyen espontáneamente en mi corazón— optó por enviar a Alguien. Un ser lo suficientemente importante y preparado como para causar el suficiente impacto, no sólo e el momento histórico y concreto de su existencia en e mundo, sino durante siglos y siglos.
    Alguien que —sutil pero claramente— dejara trazad el único camino para enderezar el rumbo de los hombre de la Tierra.
    Y quizá ese «alto mando» —tras no pocos estudios consideraciones— fijó una fecha.
    Y las «fuerzas intermedias» al servicio de Dios rastrearon el planeta de norte a sur y de este a oeste. Y elevaron su informe. Y todos coincidieron en un pueblo y e una zona del mundo.
    La «operación» debería centrarse en los hombres qu integraban una raza todavía incipiente y que habitaban entre el Nilo y el Tigris. La llamada «Fértil Creciente» y que, en aquellas fechas —hace ahora 4 000 años— constituí el mayor centro cultural del globo. Ningún otro rincó del planeta, casi con seguridad, ofrecía a los «exploradores del espacio» un mayor índice de progreso y florecimiento.
    ¿Qué continente podía reunir en tan reducidos kilómetros cuadrados un cruce tan soberbio de culturas com las de Egipto, Babilonia, Nínive o Ur?
    ¿África, quizá? Era evidente que no.
    ¿Europa, bajo el dominio de tribus bárbaras?
    La Atlántida, suponiendo que hubiera existido, fue tragada por las aguas del océano Atlántico unos 8 000 año antes.
    ¿Qué quedaba entonces?
    Sólo América. Pero todavía se necesitarían al meno otros dos mil años más para que florecieran en el Nuev Continente culturas tan prometedoras como la maya, inc o tolteca.
    Australia, por su parte, era una zona tan descolgada primitiva que ni siquiera fue tomada en consideración.
    En cuanto a Asia, excepción hecha de China, era igualmente un territorio medio vacío y asolado también po grupos tan belicosos como incultos.
    En honor a la verdad, tan sólo el Próximo y Medi Oriente habían adquirido un nivel mínimo para acoge a tan alto «Enviado».
    Y con el beneplácito del «alto mando» fue iniciada l «Operación Redención».
    PRIMER PASO: REUNIR UN PUEBLO
    Siguiendo quizá un lento, metódico, pero riguroso «plan», los «mandos intermedios», en estrecha colaboración co los «astronautas», fueron seleccionando y controlando determinados individuos y familias. Y dieron comienz las apariciones y «encuentros» con los primeros y antediluvianos patriarcas.
    El objetivo número uno para el «alto mando» tení que ser, a todas luces, la consecución o establecimient de un pueblo o de una comunidad lo suficientemente estable. Y lo más importante: un núcleo humano virgen.
    Desprovisto de anteriores ideas religiosas y ajeno a los mi dioses que tiranizaban y desconcertaban las conciencia de egipcios, amorreos, babilonios, etc.
    Pero ¿dónde encontrar semejante «mirlo blanco»?
    Efectivamente, tal pueblo no existía. Todos, en mayo o menor grado, estaban contaminados o deformados.
    No hubo más remedio que «crear» esa nación.
    Y dice el Génesis (12,1-3):
    «Yavé dijo a Abraham: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición.»
    Este tipo de promesas y apariciones de Yavé, com sabemos, se suceden en aquellos tiempos con cierta regularidad.
    Es evidente que los responsables de la materializació del «plan» —los «astronautas»— querían ir explicand a «su» pueblo —al pueblo de Dios— por qué los había elegido.
    Tal y como avancé en las primeras líneas de este ensayo, en buena lógica —y dentro de la variadísima escal de seres inteligentes que, estoy seguro, ha creado el Profundo—, el «alto mando» que tenía a su cargo la «Operación Redención» debió elegir o designar para los «encuentros» con los hombres de Israel a «fuerzas» o «civilizaciones» relativamente próximas a nuestra forma física.
    La elección de seres de formas físicas diferentes a l humana sólo hubiera contribuido a la confusión. Si e «alto mando» pretendía inculcar en aquel nuevo pueblo l idea de un único Dios, era preciso hacerlo con extremada sencillez.
    Y aparecieron los «ángeles».
    Curiosamente, en las casi doscientas intervenciones d estos seres en el Antiguo y Nuevo Testamento, siempr son descritos como jóvenes de gran belleza y de ropaje o vestiduras blancos y brillantes.
    Sus formas, evidentemente, son humanas. Algunos, incluso, llegan a pasar inadvertidos entre la población.
    Otros, como consta en el Antiguo Testamento, acompañan a los patriarcas y comen con ellos —caso d Abraham— o les fuerzan a abandonar una ciudad —cas de Lot en Sodoma—, después de dejar medio ciega a un muchedumbre que trataba de violarlos...
    Para estos dos «astronautas» que acudieron hasta l casa de Lot no creo que resultase excesivamente complicado deslumbrar momentáneamente a la masa de vecinos que quería sodomizarlos. Una civilización tan adelantada debía disponer de armas —rayos paralizantes, gase anestésicos, etc.— para casos extremos.
    SAN LUIS. «ERA COMO UN ÁNGEL»
    Y abundando en la posibilidad de que aquellos «ángeles»
    no fueran otra cosa que «hombres» del espacio —«hombres» de naturaleza física igual o parecida a la nuestra—, quiero relatar un hecho ocurrido no hace muchos mese y que me ha fortalecido en dicha idea.
    El caso, sucedido a unos 38 kilómetros de la ciuda argentina de San Luis, ha sido investigado con la minuciosidad y seriedad que caracterizan a mi entrañable amigo y hermano Fabio Zerpa.
    He aquí lo ocurrido:
    En las primeras horas del sábado, 4 de febrero de 1978, un grupo compuesto por seis hombres llegó en automóvil al club de pesca de dicha ciudad, situado en el diqu La Florida.
    Descendieron del coche Manuel Alvarez, de 32 años; Ramón, Pedro y Jenaro Sosa, de 30, 32 y 34 años, respectivamente; Regino Perroni, de 26 y Eduardo Lucero, d 24 años, quienes, tras una frugal comida, prepararon su elementos de pesca a fin de, una vez más, probar suert en medio de las aguas del dique. Para ello dispusieron d una balsa.
    De acuerdo con sus relatos, a partir de las 2.30 de l madrugada comenzaron a registrarse ráfagas de vient que produjeron una fuerte corriente. Tan sólo Manuel Alvarez, Pedro Sosa y Regino Perroni continuaron con su cañas de pescar. El resto decidió dormir «para estar e forma por la mañana».
    Pasó el tiempo y a las 5 una súbita e intensa luz —«com si el sol se encontrara en el cénit»—, los sorprendió todos. Aquella luminosidad era tan fuerte que debiero cerrar los ojos y taparse la cara con las manos por algunos instantes. Al abrirlos se encontraron frente a ellos u objeto volador, con la forma de un plato sopero invertido, del cual había descendido un extraño ser. Tenía una sonrisa enigmática y presentaba ambas manos extendida hacia el grupo de atónitos pescadores. Sus palmas estaban vueltas hacia arriba y les miraba fijamente.
    Aquella situación se prolongó cerca de un minuto. «E realidad —contaron los testigos— no podríamos precisa con exactitud el tiempo transcurrido. Los segundos no parecieron siglos...»
    Por último, el tripulante de la nave volvió a introducirse en ella para luego, en segundos, emprender el vuel y desaparecer.
    «Tenía un físico perfecto»
    Para Manuel Alvarez, auxiliar de tráfico de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto de San Luis, «fue como una visión que nos hubiese atrapado».
    He aquí su relato:
    «Alrededor de las 5 de la mañana todo se ilumin como si fuera un día de sol radiante. Cuando, tras la primera sorpresa, abrí los ojos vi una luz tremenda. Algo as como varios reflectores de los que se usan en los estudio de televisión, pero mucho más potente.
    »En un instante y a una velocidad desconcertante apareció un plato volador que frenó de golpe y se quedó suspendido a unos tres metros del suelo y como a unos de nuestra balsa. Entonces, de su parte inferior salió un escalerilla, igual a la que tienen los aviones Focker, per sin pasamanos. Por ahí descendió un ser muy raro.
    «Parecía un ser humano. Sin embargo, su piel tenía u color y una textura muy fuertes. Como la de una muñeca...
    «Tenía unos dos metros de altura y su físico era perfecto. Parecía un "super-hombre".
    »Bajó de la nave con movimientos completamente normales y se detuvo frente a nosotros, a unos 15 metros d la balsa. Sonrió y mostró las palmas de sus manos, qu tenían unos guantes tipo mitón.
    «Lucía un traje plateado y escamado. Más o meno como la piel de los peces...
    «Usaba una escafandra. Pero aquello no nos impidió ve su rostro, sereno, rosado y de fuerte textura.»
    A la pregunta de los investigadores de si aquel se había intentado comunicarse con ellos, Alvarez respondió:
    «Creo que no. Al menos no escuchamos nada ni pudimos percibir mensaje alguno telepático, tal y como he sabido que ha llegado a ocurrir en otros casos.
    «Nos miró sonriente. Subió a la nave y en un momento desapareció sin dejar rastro ni sonido algunos.
    «Nosotros estábamos tan confundidos y atemorizado que no podíamos ni hablar...»
    «Sólo le faltaban un par de alas...»
    No fue muy distinta la narración de Pedro Sosa, empleado de la gobernación local quien, no obstante, agregó algunos elementos en los que, al parecer, no reparó su compañero:
    «Tan sólo le faltaban un par de alas —dijo— para qu pareciera uno de esos ángeles que se ven en los frescos d las iglesias o en los grabados antiguos. La perfección de s cuerpo, el brillo de lo que parecía ser su vestimenta y l escafandra que rodeaba su cabeza como una aureola, as me lo recordaron.
    »En cuanto al ovni —añadió— tenía la forma comú de esos objetos: nos recordó un plato sopero boca abajo.
    En la parte superior pude distinguir una especie de gra ventana de donde salían destellos verdes y rojizos. Po abajo lanzaba una intensa luz blanca, como un inmenso foco. En cuanto a su estructura, quizá alcanzase lo 20 metros de diámetro. Su color era gris plomo.»
    «Me asusté y corrí»
    «Yo, prácticamente, lo único que recuerdo es que me invadió mucho miedo —afirmó a su vez Regino Perroni, empleado del casino provincial—, así que, cuando la luz m cegó, sólo atiné a salir corriendo para despertar a mi compañeros. Por eso no vi a ese misterioso ser, aunqu sí, y a la perfección, el ovni. Especialmente cuando despegó. En mitad de aquella luz vimos a Pedro y a Manue como paralizados frente a la nave.
    »Al alejarse el objeto y quedar nuevamente en tinieblas, no supimos qué hacer ni qué decir durante casi minutos. Estábamos como alelados. El amanecer, en comparación con la luz del ovni, semejaba una noche cerrada, sin luna ni estrellas.»
    UN CONCEPTO LLAMADO «YAVÉ»
    Si estos «encuentros» —a cientos en todo el mundo—
    traen a la mente de los testigos las viejas ideas de lo «ángeles», como hemos comprobado en el caso de Sa Luis, ¿qué sentimientos y deducciones brotarían en lo cerebros de hombres de hace 2 000 y 3 000 años ante situaciones parecidas?
    Todos los caminos parecen llevarnos a un mismo final: nuestra civilización está despegando hacia las estrellas y ahora —sólo ahora— es capaz de empezar a descubrir la auténtica naturaleza de aquellos «ángeles» bíblicos...
    Unos seres que, seguramente, vestían de forma parecida a como nos cuentan hoy los testigos de tripulantes. Co uniformes o trajes adecuados a los cortos o largos desplazamientos en el interior de sus naves. Vestimentas que, la luz de sus brillantes vehículos, debían resplandecer majestuosamente.
    Siento verdadera impaciencia por conocer el día en qu un sacerdote sea catapultado fuera de la Tierra en un vehículo espacial. Creo que sentiremos todos una profund emoción al ver fundidas dos ideas tan aparentemente dispares: «Dios y tecnología...»
    Y el «plan» de la Redención del género humano echó andar. Pero aquella magna operación no podía fructifica si los patriarcas primero y el pueblo elegido después n recibían con claridad la idea de un Dios único, soberan y poderoso.
    Estaban calientes en todo el mundo las múltiples erupciones de dioses y divinidades que se reproducían com langostas y que, en definitiva, iban sangrando l auténtica Verdad. Una Verdad —también es cierto— que dud mucho hubiera podido ser revelada a todos y cada un de los pueblos existentes en la superficie de la Tierra.
    «La plenitud de los tiempos» —pienso— podía estar estrechamente relacionada con este momento histórico d la revelación por parte de las «jerarquías celestes» de es único y gran Dios.
    Sin esa noción básica de la existencia de un sólo Creador, el pueblo escogido para la encarnación del Enviad no habría sido útil.
    Eso debía figurar entre los primeros «artículos» de proyecto de Redención humana. Y los «astronautas» fueron comunicando tan decisivo «concepto» a patriarcas y, por último, a los israelitas. Y debieron hacerlo sin prisas.
    Suave pero firmemente. Haciendo coincidir, lógicamente, las apariciones de sus naves —con todo su esplendor—
    con la transmisión de tal idea. Era de vital importanci que aquellas gentes, apenas intoxicadas por los cientos d dioses que llenaban los corazones de la «Fértil Creciente», quedaran total y definitivamente impresionadas y convencidas por la «gloria de Yavé». Los «astronautas» —er lógico— jugaron con ventaja. Ninguno de los diosecillo de bronce, oro o piedra de Ur, Nínive o Egipto podía volar, irradiar luz, destruir un ejército o una ciudad o hace brotar agua de las rocas del desierto...
    ¿Qué poder tiene hoy el cántico zumbón y el toque de tam-tam de un hechicero africano, al lado de las sulfamidas o de una operación de cataratas?
    Y nació, poco a poco, el concepto y el término «Yavé».
    Y aquí debieron empezar los primeros graves contratiempos para el «equipo». Ninguno de aquellos seres —eso est claro— era realmente Dios. Ellos mismos, en algunos «encuentros cercanos» con los testigos, se encargaron de dejarlo bien sentado: «Sólo somos servidores de Dios», repiten.
    Y así debía de ser en verdad. Yo no sé cómo es Dios, pero sé que siempre se vale de sus criaturas o de «intermediarios» para actuar. No imagino al Gran Creador metido en una nave espacial, descendiendo sobre la cumbr del monte Sinaí...
    Si una de las partes de la «misión», insisto, era la d entroncar en aquel pueblo elemental la idea de un Dio único, parece del todo consecuente y justo que aprovecharan su poder y majestuosidad para sembrar tal propósito.
    Y aquellos seres —el gran «equipo» que formaba seguramente la «misión»— invocaron el nombre de Dios de Yavé siempre que lo consideraron oportuno.
    Era necesario que la joven comunidad asociara aquellos «fenómenos» luminosos, aquellos objetos brillante y a sus tripulantes con algo sagrado y divino.
    Debió bastar una leve orientación por parte de los «astronautas» para que el pueblo elegido identificara tod aquello con el único y verdadero Creador.
    Y en algunos «encuentros», incluso, la voz que part de la «nube» o de la «gloria de Yavé» establece con tota claridad que dicha voz es la «voz de Dios».
    Pero ¿qué otra cosa podían hacer?
    ¿Es que los «ángeles» o tripulantes de las naves espaciales podían sentarse a dialogar con los patriarcas —todos ellos pastores o agricultores— y exponerles el «plan»
    de una Redención?
    No era el momento oportuno.
    La Verdad no hubiera sido asimilada por aquellas gentes elementales. Ni siquiera hoy estamos en condición d hacerlo...
    Los «astronautas» tenían ante sí una tarea tan compleja y laboriosa —dada la abrumadoramente corta evolución mental de sus «protegidos»— que se veían obligado incluso a «camuflar» bajo la apariencia de «mandato divino» o de «alianza» algo tan elemental como la sanida e higiene pública.
    «¿Cómo tratar de constituir una comunidad genéticamente aceptable si ni siquiera conocían las medidas básicas de salubridad?
    ¿U es que puede tener otro sentido que todo un Dio hable con aquel pueblo (Génesis, 17,1-15) y establezca com «alianza»..., el corte del prepucio?
    Hoy sabemos que la circuncisión constituye una medida sanitaria de primer orden.
    Si aquel pueblo incipiente tenía que mejorar desde e punto de vista biológico, era obligado empezar por ést y por otras medidas, tal y como se recogen en el Levítico.
    Revisemos, por curiosidad, el citado pasaje del Génesis:
    LA ALIANZA Y LA CIRCUNCISIÓN
    17. Cuando Abram tenía noventa y nueve años, se l apareció Yavé y le dijo:
    «Yo soy El Sadday,2 anda en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y t multiplicaré sobremanera.»
    Cayó Abram, rostro en tierra, y Dios le habló así:
    «Por mi parte, he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamará más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pue padre de muchedumbre de pueblos te he constituido.
    Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser y el Dios tuyo y el de tu posteridad. Yo te daré a ti y tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo ser el Dios de los tuyos.»
    Dijo Dios a Abraham:
    «Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Ésta es mi alianza que habéi de guardar entre yo y vosotros —también tu posteridad—: Todos vuestros varones serán circuncidados. O circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la seña de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días ser circuncidado entre vosotros todo varón, de generació en generación, tanto el nacido en casa como el comprad con dinero a cualquier extraño que no sea de tu raza.
    Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero, de modo que mi alianza esté e vuestra carne como alianza eterna. El incircunciso, e varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por habe violado mi alianza.»
    La preocupación de «Yavé» —del «equipo» espacial, e definitiva— por el estado sanitario de aquel pueblo elegido, es palpable.
    Y la verdad es que debían sobrarle las razones...
    Pero ¿cómo explicarle a gentes tan primitivas la necesidad del corte de la piel del prepucio para evitar así l transmisión de enfermedades que arruinarían el «plan»?
    Era mucho más inteligente —y no digamos práctico—
    que el pueblo asimilara dicha medida sanitaria como u rito o alianza. De esta forma casi infantil, el «equipo» s ahorraba el trabajo de recordar casi a diario la necesida de la circuncisión.
    LA CIRCUNCISIÓN: ¿UN NUEVO ERROR INTERPRETATIVO DE LA IGLESIA?
    Es altamente significativo que ya desde los primeros «encuentros» entre los «astronautas» y los patriarcas —acabamos de verlo en el «avistamiento» de Abraham—, e «equipo» se preocupe y anteponga la circuncisión a otro planes concretos. Y aunque sólo sea a título de anécdota, conviene llamar la atención sobre esa auto identificació de los «astronautas» —Sadday— que nada tiene que ve con el nombre revelado años más tarde a Moisés. El porqué de este cambio de «Sadday» (Dios de la Montaña o d la Estepa) a «Yavé» es algo que, como tantos otros asuntos, ha quedado en el enigma.
    Cabe pensar que en un principio, las naves de los «astronautas» se vieron obligadas a permanecer largos períodos de tiempo en las montañas. Precisamente en aquello tiempos iniciales, Abraham y su familia habitaron tambié en la región montañosa de Jarran...
    Allí debieron tener lugar los primeros contactos de «equipo» con la semilla del futuro pueblo elegido: co los patriarcas. Quizá por eso, éstos conservaron el nombre de «Sadday». Pero, con el paso de los siglos, y al establecer a los judíos en los desiertos del Sinaí, los «astronautas» variaron el epíteto de «Dios de la Montaña» po «Yavé».
    Pero volvamos al tema de la circuncisión.
    ¿Qué interpretación da hoy la Teología Católica a ta «alianza» entre Yavé y los judíos?
    En síntesis, los teólogos antiguos y también los actuales han salido del paso con declaraciones como las siguientes:
    «La circuncisión es un rito, sin duda, tomado del ambiente, al que se le da un nuevo sentido, el de la vinculación a la comunidad bendecida de Abraham. Y la razó de la elección de ese extraño rito se ha de buscar, si duda, en la promesa de bendición a la descendencia, por eso se santifica y consagra el órgano de la transmisió de la vida...»
    Otros exégetas y estudiosos de la Biblia afirman qu tal «operación» «se convierte en señal que recordará Dios (como en el caso del arco iris) su alianza y al hombre su pertenencia al pueblo elegido y las obligacione consiguientes».
    San Pablo, por quien siento una gran curiosidad y admiración, llegó a decir de la circuncisión:
    «Es el sello de la justicia de la fe.»
    Honradamente, ninguna de estas interpretaciones m Convence.
    No creo que Dios, ya lo he manifestado, se sirviera d una «alianza» tan poco poética, a no ser, claro está, qu persiguiera otros fines...
    ¿Por qué si no Yavé o Sadday se extiende con tal luj de «detalles» a la hora de comunicar a Abraham la «alianza» en cuestión?
    «...A los ocho días... La carne del prepucio... De generación en generación...»
    Es cierto que el «equipo» habló de alianza, pero, com decía anteriormente, ¿cómo podían hacer comprender Abraham los múltiples obstáculos de tipo genético, infeccioso, etc., que podrían caer sobre aquella futur nació si no se respetaban unas normas mínimas sanitarias?
    Analicemos, aunque sólo sea superficialmente, alguno de los inconvenientes y consecuencias que se derivan ho —y no digamos en aquellas épocas— de la fimosis.
    De acuerdo con las consultas evacuadas por mí a prestigiosos urólogos, la principal enfermedad que puede contraer un hombre afectado de fimosis es la «balanitis».
    Esta dolencia supone una inflamación de la superficie mucosa del glande que, al estar acompañada frecuentement de una hinchazón participada de la mucosa del prepucio, motiva el cuadro de «balanopostitis». Este proceso inflamatorio con participación de ambas partes es mantenido por gérmenes comunes.
    Lógicamente —afirman los médicos—, la fimosis favorecería severamente a este tipo de infección, al no permitir las atenciones higiénicas normales. Provocaría, además, el estancamiento de secreciones irritantes y de lo propios gérmenes.
    En la forma aguda de la enfermedad, el paciente sufr tumefacción del prepucio y glande —que agrava naturalmente la fimosis, si es que existía ya—, apareciendo enrojecimiento, erosiones más o menos extensas de la mucosa, dolor agudo al tacto y eventuales trastornos de l micción.
    En las formas crónicas, estos síntomas aparecen atenuados y la evolución, generalmente, puede llevar a la esclerosis del prepucio.
    El paciente que ha sufrido «balanitis» crónica —y est es de gran importancia— determina, estadísticamente, un mayor incidencia de cáncer de pene. Puede considerars a esta enfermedad, y más aún la «balanopostitis», com procesos que tienen una influencia positiva y directa e la aparición de cáncer en dicho órgano.
    Por supuesto, la «balanopostitis», que implica la existencia de una inflamación balano-prepucial y, obviamente, la presencia de gérmenes, puede ser transmitida durante el acto sexual, con la consiguiente contaminació vaginal.
    Por tal motivo, los urólogos aconsejan la abstenció sexual durante la evolución clínica del referido cuadr inflamatorio, suponiendo que esta circunstancia no hiciera ya más que difícil el coito...
    La circuncisión —y empezamos a ver ya las ventaja de la «alianza» de Yavé con los judíos—, por supuesto, evita en un alto porcentaje la aparición de «balanopostitis» agudas y, más aún, de las formas crónicas.
    Otra circunstancia de importancia, y que afecta al varón no circuncidado, es la de la eyaculación precoz.
    Al tener aquél el glande cubierto permanentemente, conserva una mayor sensibilidad que el hombre operado.
    En éste, por el constante contacto de la ropa, se produc un cierto reforzamiento de las células epiteliales del prepucio, como respuesta al estímulo mecánico del roce. Y e circuncidado, de esta forma, pierde una discreta sensibilidad en el glande.
    Esta leve pérdida de sensibilidad permite al varón operado unos coitos de mayor duración, proporcionando, incluso, a la mujer una más intensa satisfacción sexual —lo que es más importante— evita en cierto modo la eyaculación precoz.
    Tiene su gracia que los «astronautas», incluso, velase por estos «detalles» eróticos del pueblo israelita...
    Al interrogar a los especialistas en urología sobre l existencia de estadísticas, a nivel mundial, sobre estas enfermedades en hombres «no circuncidados», me respondieron:
    «La "balanopostitis" es mucho más frecuente en el varón no circuncidado. En este sentido, las estadísticas so tan numerosas como concluyentes. Resulta demostrativ la verificada en el Mont Sinaí Hospital de Nueva York sobre pacientes de raza judía y que ha permitido observa un solo caso de cáncer de pene, dándose la circunstanci de que el paciente no estaba circuncidado.»
    En general, las enfermedades venéreas contraídas po ascensión de los gérmenes a través de la uretra durant el coito, encuentran sin duda una circunstancia favorecedora en varones con fimosis o no circuncidados, precisamente por la posibilidad de acantonamiento de gérmenes y la dificultad de poder llevar a cabo una higiene adecuada.
    Mi sorpresa fue considerable al escuchar la respuesta de los médicos a la pregunta concreta de cómo podrí afectar la circuncisión de sus hombres a un pueblo entero, como fue el caso de los judíos hace ahora 3 200 años.
    Desde el prisma genético —me explicaron—, y de forma directa, el hecho de la circuncisión no ha demostrad una influencia sobre la descendencia. Sin embargo, la posibilidad de un aumento de las enfermedades venérea —sobre todo las que se contraen y plantean el posible ascenso de los gérmenes por el canal genitourinario— puede llegar a provocar esterilidades en el hombre y en l mujer.
    En estas consideraciones —apuntaron los especialistas— no pretendemos hacer entrar a la sífilis, cuya existencia no está probada en aquella época, sino más bie a la gonococia en primer lugar y quizá a la linfogranulomatosis venérea y al chancro blando de Ducrey.
    Una raza circuncidada, en consecuencia, mejoraría s índice de natalidad, puesto que descendería el de las enfermedades potencialmente esterilizantes, como son lo casos ya mencionados.
    En resumen: las ventajas de la circuncisión son básicamente higiénicas, con probabilidades de incremento en la natalidad y alargamiento del acto sexual.
    Los «astronautas», como vemos, tenían razones sobradas para establecer la circuncisión como una práctic obligada entre los varones que debían formar el pueblo d Israel. Un pueblo que podía verse zarandeado, como el resto de las comunidades humanas, por los azotes de las enfermedades venéreas, por las infecciones y, en definitiva, por la falta de higiene.
    Y puesto que tampoco era cuestión de saltarse el ritmo evolutivo de aquellas gentes —inyectando antibiótico o «penicilinas espaciales»— el «equipo» no tuvo más remedio que recurrir al símbolo del rito o de la ceremonia para alcanzar la verdadera meta: una raza sana.
    No estoy de acuerdo, por tanto, con esa otra corrient de la Iglesia que trata de explicar la «alianza» de la circuncisión como una «iniciación», en base a que otros pueblos del mundo ya la practicaban antes, incluso, que e pueblo judío.
    Dudo mucho que los «astronautas» tuvieran el meno interés en iniciar a aquel pueblo en ritos más o meno mágicos o misteriosos, cuando, precisamente, lo que intentaban era inculcar en los israelitas la idea básica de u Dios único, omnipotente e implacable para con sus enemigos...
    El hecho cierto de que otros pueblos como el egipcio, etíope, fenicio, sirio, así como numerosos grupos étnico de África, Polinesia, América, etc., practicaran de muy antiguo la circuncisión masculina y la extirpación del clítoris en la mujer, no está justificando —ni mucho menos—
    la decisión de Yavé. Eso sería absurdo, si partimos de l base que estamos hablando de la «divinidad» o, de acuerdo con mi hipótesis, de «intermediarios» del gran Dios.
    Lo repito: las razones tenían que ser otras... Razone puramente higiénico-sanitarias.
    Pero el programa de trabajo de los «astronautas» n iba a concluir, desde el punto de vista «médico», con l implantación de la circuncisión.
    Si uno sigue leyendo la Biblia —especialmente el texto Levítico— se dará cuenta del fabuloso «manual» d medicina-preventiva que llegaron a dictar aquellos seres.
    TUVIERON QUE HACERLO TODO
    La verdad es que aquel grupo de «hombres del Espacio»
    —portavoces siempre de la voluntad de Dios y del «alt mando»— tuvo que hacerlo prácticamente todo en el orden de la constitución social, económica, religiosa y hast política de la comunidad elegida.
    Partiendo de cero e invocando siempre el nombre d Yavé, explicaron a Moisés y a otros «iniciados» cómo hacer los censos, cómo construir sus campamentos en plen desierto, cómo debían distribuirse las doce tribus en dichas acampadas, cómo tratar a los leprosos e impuros, cómo seleccionar los alimentos «puros» de los «impuros», cómo condimentarlos, cómo saber distinguir los animale aptos para el consumo de los que podían resultar peligrosos o nocivos...
    El Levítico, como digo, resulta revelador en este sentido. Jamás en toda la Historia de nuestra Humanidad, u «dios» se había preocupado de confeccionar tan perfect «catálogo» de las piezas aptas y no aptas para la despensa...
    La «molestia», sin duda, no era gratuita o folklórica.
    Aquellas normas del «equipo» celeste obedecían a razone precisas y vitales. Razones de salud, ni más ni menos.
    Y sin ánimo de extenderme en el asunto de los «alimentos» puros e impuros, veamos un mero ejemplo:
    En el Levítico (11,1-30), los «astronautas» proporcionan las listas de estos alimentos. Entre los animales considerados «impuros» se citan, entre los de tierra, al cerdo. Entre los «malditos» de mar, a todos aquellos «qu tengan patas».
    Si uno reflexiona sobre estos dos ejemplos se dar cuenta de la enorme carga sanitaria de los consejos de «equipo». Por un lado, el cerdo, al no estar sujeto a u riguroso control veterinario, puede transmitir al hombr las peligrosas enfermedades conocidas como tenia y triquinosis.
    Por otro, los «animales de mar y con patas» —que n son otros que las sabrosas centollas y demás mariscos—
    fueron considerados «impuros» por los «astronautas» po una sencillísima razón, fácil de comprender en nuestro tiempos: hace 3 000 años, y en pleno desierto, el posibl almacenamiento y posterior consumo de este tipo de ejemplares marinos implicaba el grave riesgo de descomposición, a causa sobre todo de las altas temperaturas (hast 70 grados en verano). Una intoxicación por marisco e aquellos tiempos —y aún ahora si no se remedia a tiempo— hubiera sido catastrófica.
    ¿Y qué podían hacer, una vez más, los «astronautas», si era del todo imposible que proporcionaran cámaras frigoríficas o los correspondientes «controles veterinarios» a recién fundado pueblo judío? Sólo el «truco» de un mandato divino podía garantizar un cierto alivio en la incidencia de epidemias, infecciones intestinales, índices d mortalidad, etc.
    Fue poco tiempo después —una vez iniciado el éxodo— cuando los «astronautas» se vieron sometidos de verdad a los más arduos problemas.
    LOS «ASTRONAUTAS» PREPARAN EL ÉXODO
    A pesar de sus formidables naves, de la insospechada tecnología que manejaban y del extremo conocimiento de lo lugares donde se estaban registrando los acontecimientos, los «astronautas» debieron tropezar con el primer gra problema a la hora de controlar y mantener en pleno desierto a aquella muchedumbre de más de seiscientos mi hombres, sin contar los rebaños.
    Para colmo, la cerrada postura del faraón —lógica, po otra parte— que no consentía en ver marchar a los eficaces esclavos judíos, lo complicó todo.
    Y muy a pesar del «equipo», el pueblo egipcio tuvo qu ser disuadido. Primero con las plagas y demás calamidades. Por último —e imagino que esta decisión tuvo que resultar dolorosa para los «astronautas»— con la sangrient matanza de los primogénitos.
    Yo me he preguntado muchas veces: ¿es que no pud arbitrarse otra solución para que los israelitas pudiera salir de Egipto?
    La verdad es que la imagen de Yavé no queda muy bie parada después de aquel «holocausto»...
    ¿Por qué sacrificar a tanto inocente?
    Es posible que los responsables de la misión tuviera sus razones para hacerlo.
    Para mí, sin embargo, éste es uno de los puntos má oscuros de la «operación». Siempre he considerado a Dio como dador de vida. Jamás como verdugo y menos d niños inocentes...
    En el fondo, esta matanza refuerza mi convencimient de que el «equipo» estaba formado por «astronautas». Seres que, en definitiva, también podían equivocarse.
    LA COLUMNA DE FUEGO
    Lo cierto es que aquella partida —el gran éxodo— debí preocupar profundamente a los «astronautas».
    Y desde el primer instante, una o varias naves se situaron en cabeza de la gran masa humana. Así parece desprenderse del texto recogido en el capítulo 13 del Éxodo:
    ... Partieron de Sukkot y acamparon en Etam, al borde del desierto.
    Yavé iba al frente de ellos, de día en columna d nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiese marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo n la columna de nube por el día, ni la columna de fueg por la noche.
    La descripción de la «columna» de nube o de fueg coincide con lo que, desde hace años, los estudiosos e investigadores de la Ufología conocemos como naves cilindricas, «cigarros-puros» o grandes objetos fusiformes.
    Generalmente se trata de naves «madres» o «nodrizas»
    —de considerables dimensiones— en cuyo interior se recogen otros vehículos más pequeños, casi siempre utilizados en misiones exploratorias.
    Hoy, cuando los testigos del paso de estos gigantesco ovnis tratan de describirlos, casi siempre los asocian co formidables «columnas volantes», «cigarros voladores», «cilindros», etc.
    Si dichos objetos son observados durante la noche, lo testigos recuerdan maravillados la potencia de su luz los diferentes colores que emiten.
    ¿Cómo es posible que la descripción del pueblo judí hace más de 3 000 años coincida —y de qué forma— co la de los testigos de ovnis «nodrizas» de nuestros días?
    En mi opinión, la larga marcha por el desierto exigí la presencia constante de las más grandes naves. Las razones resultan obvias: amén del diario abastecimiento hombres y ganado, el «equipo» de «astronautas» iba a tener que velar por la seguridad física de aquellos ciento de miles de israelitas, que se verían acosados por las epidemias, por la sed y por los ataques de los pueblos de gran desierto.
    Al mismo tiempo, el «equipo» tendría que enseñar aquel pueblo a convivir de acuerdo con una nueva Ley un nuevo y único Dios, tal y como exponía en capítulos anteriores.
    Y, efectivamente, las mencionadas naves «nodriza» n tardaron en demostrar su eficacia...
    DOS MATANZAS MUY POCO CLARAS...
    He aquí otro asunto tan oscuro como el de la muerte d los primogénitos egipcios: el descalabro ocasionado po «Yavé» al ejército del faraón en el no menos famoso y misterioso paso de los israelitas por el mar Rojo.
    Leyendo el Éxodo (14,1-5), uno empieza a sospecha que el «equipo» de «ángeles» de Yavé sabía de las posible intenciones del ejército egipcio. Es más: ante las palabra de Yavé a Moisés, a uno no le queda más remedio qu pensar que —por razones ocultas—, a los tripulantes d aquellas naves les interesaba dejar fuera de combate las tropas del faraón, demostrando, una vez más, ante e pueblo elegido el poder del Dios que les acababa de saca de la esclavitud.
    De no ser así, ¿cómo entender estas frases de Yavé Moisés?:
    Habló Yavé a Moisés, diciendo:
    «Di a los israelitas que se vuelvan y acampe frent a Pi Hajirot, entre Migdol y el mar, enfrente de Baa Sefón. Frente a ese lugar acamparéis, junto al mar. Faraón dirá de los israelitas: "Andan errantes en e país, y el desierto les cierra el paso." Yo endureceré el corazón de Faraón, y os perseguirá; pero yo manifestaré m gloria a costa de Faraón y de todo su ejército, y sabrá los egipcios que yo soy Yavé.»
    Así lo hicieron.
    Después de dos mil años, y muy especialmente a raí de la construcción del canal de Suez, el antiguo territori que sirvió de escenario al gran éxodo del pueblo judío h variado tan sustancialmente que los expertos n logra ponerse de acuerdo respecto al lugar exacto donde se produjo el milagroso paso, entre las aguas.
    El Éxodo, sin embargo, establece con claridad qu Yavé guio a los israelitas hasta el llamado «mar de Suf».
    Dice así:
    Cuando Faraón dejó salir al pueblo, Dios no los llev por el camino de la tierra de los filisteos, aunque er más corto, pues se dijo Dios:
    «No sea que, al verse atacado, se arrepienta el pueblo y se vuelva a Egipto.»
    Hizo Dios dar un rodeo al pueblo por el camino de desierto del mar de Suf...
    Y prosigue la Biblia:
    «Partieron de Sukkot y acamparon en Etam, al bord del desierto.»
    Lo malo es que los especialistas tampoco coinciden la hora de ubicar el citado mar de Suf. En hebreo, ya suf significa «mar de las Cañas». En otras ocasiones, est palabra ha sido traducida también como «mar Rojo». Y e caso es que si uno repasa los Libros Sagrados observ cómo se habla, en repetidas ocasiones, del «mar de lo Juncales» o «mar de los Cañaverales».
    En Josué, por ejemplo, se dice en su capítulo 2,10:
    «... Porque nos hemos enterado de cómo Yavé secó la aguas del mar de las Cañas delante de vosotros a vuestr salida de Egipto.»
    Hoy sabemos, sin embargo, que no crecen cañaverale en las orillas del mar Rojo. Este «mar» al que hace alusió la Biblia debió existir en verdad, pero al norte de lo qu hoy es el golfo de Suez. La construcción del gran canal, como digo, y el paso del tiempo, han borrado por completo la vieja fisonomía de aquel territorio. Nada se sabe, po ejemplo, del lago Ballah, situado al sur de la ruta de lo filisteos. También ha desaparecido.
    Según consta en los archivos egipcios, en tiempos d Ramsés II, el golfo de Suez estaba comunicado con los lagos «Amargos». Y estas ramificaciones —en su mayorí pantanosas— llegaban, incluso, hasta el lago Timsah, e lago de los Cocodrilos.
    Cabe entonces la posibilidad de que la Biblia se refiera precisamente a esta zona pantanosa cuando habla de «mar de Suf o de los Cañaverales». En las marismas qu debían formar los lagos «Amargos» sí podían prodigars los juncos y cañas.
    Los «astronautas», en fin, prefirieron sacar a la muchedumbre judía por esta zona que arriesgarse a caer e mayores conflictos si tomaban la ruta del Este, la de lo feroces filisteos. El mismo «Yavé» lo comenta en el Éxodo (13,17-19).
    Era lógico que el «equipo» no deseara agobiarse y agobiar a los israelitas con un problema tan grave como e de las continuas y sangrientas luchas con aquel pueblo, y que, sin duda, hubieran tenido que sostener en el cas de marchar hacia Canaán por la ruta más corta.
    DE NUEVO LAS NAVES
    Y, como apuntaba al principio del presente capítulo, lo "ángeles" de Yavé no tardaron mucho tiempo en utiliza las grandes naves...
    En esta ocasión fue contra el ejército del faraón.
    Pero sigamos el hilo de la narración, tal y como aparece en el Éxodo:
    Cuando anunciaron al rey de Egipto que había huid el pueblo, se mudó el corazón de Faraón y de sus servidores respecto del pueblo, y dijeron:
    «¿Qué es lo que hemos hecho dejando que Israel salga de nuestro servicio?»
    Faraón hizo enganchar su carro y llevó consigo su tropas. Tomó seiscientos carros escogidos y todos lo carros de Egipto, montados por sus combatientes. Endureció Yavé el corazón de Faraón, rey de Egipto, el cua persiguió a los israelitas, pero los israelitas salieron co la mano alzada. Los egipcios los persiguieron: todos lo caballos, los carros de Faraón, con la gente de los carro y su ejército; y les dieron alcance mientras acampaban junto al mar, cerca de Pi Hajirot, frente a Baa Sefón. Al acercarse Faraón, los israelitas alzaron su ojos, y viendo que los egipcios marchaban tras ellos, temieron mucho los israelitas y clamaron a Yavé. Y dijeron a Moisés:
    «¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que no hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho co nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: déjanos en paz, queremos servir a lo egipcios? Porque mejor nos es servir a los egipcios qu morir en el desierto.»
    Contestó Moisés al pueblo:
    «No temáis; estad firmes y veréis la salvación qu Yavé os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. Yavé peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos.»
    PASO DEL MAR
    Dijo Yavé a Moisés:
    «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelita que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yo vo a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa de Faraón y d todo su ejército, de sus carros y de los guerreros de lo carros.
    «Sabrán los egipcios que yo soy Yavé, cuando m haya cubierto de gloria a costa de Faraón, de sus carros y de sus jinetes.»
    Se puso en marcha el Ángel de Yavé que iba al frent del Ejército de Israel, y pasó a la retaguardia. Tambié la columna de nube de delante se desplazó de allí y s colocó detrás, poniéndose entre el campamento de lo egipcios y el campamento de los israelitas. La nube er tenebrosa y transcurrió la noche sin que pudieran trabar contacto unos con otros en toda la noche. Moisé extendió su mano sobre el mar, y Yavé hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó e mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraro en medio del mar a pie enjuto, mientras que las agua formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcio se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos, e medio del mar, todos los caballos de Faraón y los carro con sus guerreros.
    Llegada la vigilia matutina, miró Yavé desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcio y sembró la confusión en el ejército egipcio.
    Trastornó las ruedas de sus carros, que no podía avanzar sino con gran dificultad.
    Y exclamaron los egipcios:
    «Huyamos ante Israel, porque Yavé pelea por ello contra los egipcios.»
    Yavé dijo a Moisés:
    «Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverá sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros de los carros.»
    Extendió Moisés su mano sobre el mar, y al raya el alba volvió el mar a su lecho; de modo que los egipcios, al querer huir, se vieron frente a las aguas. Así precipitó Yavé a los egipcios en medio del mar, pues al retroceder las aguas cubrieron los carros y a su gente, todo el ejército de Faraón, que había entrado en el ma para perseguirlos; no escapó ni uno siquiera.
    Mas los israelitas pasaron a pie enjuto por en medi del mar, mientras las aguas hacían muralla a derech e izquierda.
    Aquel día salvó Yavé a Israel del poder de los egipcios ; e Israel vio a los egipcios muertos a orillas del mar.
    Y viendo Israel la mano fuerte que Yavé había desplegado contra los egipcios, temió el pueblo a Yavé, y creyeron en Yavé y en Moisés, su siervo.
    EL «MILAGRO»
    Pocos relatos adquieren un brillo tan fascinante como e que acabamos de leer en la Biblia.
    ¿Qué fue lo que ocurrió realmente en el «mar de lo Cañaverales?»
    Si consideramos el Éxodo, los egipcios fueron engullidos por el mar.
    Si, en cambio, consultamos el libro de Josué, la versión varía.
    Dice este último texto sagrado:
    «...Ya sé que Yavé os ha dado la tierra —dice el capítulo 2,9— que nos habéis aterrorizado y que todos lo habitantes de esta región han temblado ante vosotros:
    porque nos hemos enterado de cómo Yavé secó las agua del mar de Suf delante de vosotros a vuestra salida d Egipto...»
    Y más adelante, en el mismo libro (24,6-8), Josué especifica:
    «Saqué a vuestros padres de Egipto y llegasteis al mar; los egipcios persiguieron a vuestros padres con los carro y sus guerreros hasta el mar de Suf. Clamaron entonce a Yavé, el cual tendió unas densas nieblas entre vosotro y los egipcios, e hizo volver sobre ellos el mar, que lo cubrió.»
    Es evidente que el «equipo» de «ángeles» o «astronautas» se vio obligado a desplegar una vez más su poderos tecnología —su «gloria»— en pro de un doble objetivo:
    poner a salvo al pueblo judío y dejar fuera de combate a ejército egipcio. Con ello se iba a lograr un relativo período de calma en el inminente peregrinar por el desierto —como así fue, en efecto— un también provisional «sometimiento», por temor, de los israelitas a la voluntad d Yavé.
    Los seres que integraban aquella insólita «misión» n debían ser ajenos al rechazo que sentía la població israelita hacia aquel «proyecto loco» de Moisés y de Yavé, s Dios. ¿Por qué dejar Egipto, donde —a pesar de la esclavitud— tenían comida y techo asegurados? Allí habían nacido sus hijos y allí estaban enterrados sus mayores.
    ¿Po qué tener que salir precipitadamente de las tierra de Nilo para ir a morir al desierto?
    Estos temores —como vemos en el Éxodo— fueron esgrimidos ante Moisés por el pueblo en cuanto la cosa empezaron a torcerse...
    Era necesario, por tanto, que el «equipo» diera un «escarmiento» especialmente brutal y estremecedor, a fi d que el «pueblo se llenase de temor...»
    Y los «astronautas» —seguimos suponiendo qu mu a pesar suyo—, tuvieron que matar de nuevo.
    Moisés, por su parte, «jugó» con ventaja ante los israelitas. Él sabía ya lo que iba a suceder. Poco antes se l había adelantado el «equipo». El asunto era realmente ta grave y decisivo que los «astronautas» —siempre en nombre de Yavé— debieron celebrar con él, tal y como narr el Éxodo (14,1-5), una reunión previa en la que le informaron de los «detalles» de la operación.
    Era lógico, por otra parte, puesto que el «equipo» tenía que fortalecer la autoridad y seguridad de su «representante» e «iniciado», Moisés.
    Y llegó el «milagro».
    He aquí que «se puso en marcha el Ángel de Yavé qu iba al frente del Ejército de Israel, y pasó a la retaguardia.
    También la columna de nube de delante se desplazó d allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campament de los egipcios y el campamento de los israelitas».
    La precisión del relato es total. Tal y como interpret yo los conceptos «Ángel de Yavé» y «columna de nube»
    —e insisto por enésima vez en el carácter absolutament personal de dicha interpretación—, el Éxodo nos está diciendo cómo los israelitas vieron el súbito cambio de posición de, al menos, dos naves. La «columna de nube» nave «nodriza» dejó la vanguardia y se situó justament detrás del campamento judío. Y otro tanto hizo el «Ánge de Yavé».
    Para los israelitas —como he referido ya en otros pasajes— tenía que resultar muy difícil establecer una clar diferenciación entre los «ángeles» y sus naves. Todo vení a ser una única cosa, un único concepto, una única realidad: el «Ángel de Yavé» o la «gloria de Yavé».
    Lo que parece probable es que existiera una diferenci en la forma y dimensiones de ambas naves. De lo contrario, el Éxodo hubiera hablado de dos «columnas de nube»
    o de un solo «Ángel de Yavé». La especificación, sin embargo, es contundente: primero «se puso en marcha e Ángel de Yavé». Después, la «columna de nube»...
    Y hasta cierto punto, también el orden en los movimientos de las naves es lógico. Cualquier estratega militar envía primero sus «exploradores» o vehículos má pequeños y ligeros a «explorar» o «reconocer» el terren y la situación. Después, llega el «grueso» del ejército: l poderosa y gigantesca «nodriza» o «columna de nube».
    Estos primeros movimientos del «equipo» se desarrollaron naturalmente durante el día.
    Al caer la noche, el Éxodo afirma que «la nube era tenebrosa y que transcurrió la noche sin que pudieran trabar contacto unos con otros en toda la noche».
    La nueva definición de «nube tenebrosa» encaja igualmente con absoluta precisión en las actuales descripciones de aquellas naves «madres» que han sido vistas durante la noche.
    En uno de los últimos casos que pude investigar sobr naves «nodrizas», precisamente en el País Vasco, los testigos —vecinos del pueblo vizcaíno de Castillo y Elejabeitia— me aseguraron que aquel objeto con forma de «cigarro» era tan descomunal que algunos de los testigos creyeron que «llegaba el fin del mundo...».
    Las dimensiones del gigantesco ovni —según cálculo de triangulación, puesto que fue visto simultáneament desde la capital de Santander— nos dejaron perplejos.
    Aquel aparato monstruoso pasaba de los 750 metros d longitud...
    Y no es tampoco de los más grandes.
    ¿Qué impresión podía producir entonces a los israelitas una de estas naves —con forma o apariencia de «columna de nube»— a tan baja altura? Y no olvidemos qu el aspecto de nube podía proceder de un perfecto «camuflaje», tal y como ya vimos en casos actuales de ovnis.
    Está igualmente claro que los «astronautas» dejaro pasar la noche. Para una «operación» como la que estab a punto de abrirse, la luz del día resultaba poco meno que esencial.
    Pero las naves no perdieron el tiempo. Y dice el Éxodo que «Yavé hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron la aguas».
    Es posible que las naves provocaran una corriente d aire tan fuerte y prolongada que parte de las aguas de «mar de Suf» o de «las Cañas» sufriera un anormal retroceso, quedando al descubierto —y en seco, por tanto—
    un canal o paso, previsto para la salida de emergencia de pueblo elegido.
    Y el Éxodo sigue entrando en detalles:
    «... Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derech e izquierda.»
    Entrar a «pie enjuto» puede significar «sin mojarse»
    o «con facilidad». En cuanto a la «muralla de agua», aqu la cosa se complica considerablemente.
    Ni siquiera los exégetas se ponen de acuerdo en est punto.
    Mientras unos aseguran que los israelitas pasaron e mar entre esas dos «murallas» de agua, otros se inclina por un retroceso de las aguas, que descalabró al ejércit del faraón como consecuencia del reflujo.
    En el fondo, tanto en un caso como en otro, lo importante es que se produjo un hecho anormal y extraordinario que permitió a unos el ponerse a salvo y a otros le aniquiló...
    Ahora bien, ¿cómo pudo el «equipo de astronautas»
    separar las aguas o, en la segunda hipótesis, hacerlas retroceder y mantener inmóvil tan considerable masa?
    Ni .siquiera hoy, con nuestra fastuosa tecnología, podemos desvelar el secreto.
    Tan sólo nos cabe, por tanto, seguir especulando.
    Si se trató de un «callejón» entre las aguas del mar d Suf —como afirma el Éxodo— podemos pensar que varias de estas naves «clavaron» en el fondo marino sendo y largos «campos de fuerza», que pudieron actuar com sólidas paredes o muros de contención. El resto era sencillo: otras naves —incluso la gigantesca «nodriza»— hubieran llevado a cabo un «barrido» de las aguas que qued entre las dos «cortinas». Y apareció ante los asombrado ojos de los israelitas —y no digamos del propio Moisés—
    todo un fantástico «callejón».
    Nuestra ciencia no ha desarrollado todavía a plena satisfacción los «campos de fuerza». Pero sabemos qu existen. Que son una esperanza.
    En la actualidad, algunas experiencias en este terreno han demostrado que dichos «campos magnéticos electromagnéticos», a pesar de ser invisibles, gozan de un estructura física concreta. Y pueden ser ta impenetrable como una plancha de plomo.
    En la casi totalidad de los casos ovni que se registra hoy en el planeta, aparecen efectos directa o indirectamente provocados por los respectivos campos magnético o electromagnéticos de estas naves. Cuando uno de esto objetos se aproxima a automóviles, barcos, aviones o instalaciones eléctricas, las luces se apagan, las baterías s descargan, las ondas de radio o televisión sufren interferencias y los sistemas electrónicos, brújulas, etc., queda bloqueados o «enloquecidos».
    Es un hecho comprobado, en fin, que los ovnis se rodean o «desprenden» determinados «campos d fuerza».
    ¿Por qué no imaginar, por tanto, que aquellas nave pudieran utilizar dichos «campos magnéticos» puest que, sin duda, los conocían y los tenían al alcance de s mano?
    UNAS DENSAS NIEBLAS
    Si nos inclinamos por la segunda teoría —el retroceso d las aguas y el posterior reflujo de las mismas— el asunt se hace más difícil.
    En este caso, quizá los «astronautas» eligieron u determinado sector del «mar de los Cañaverales» y mediante un procedimiento que ni siquiera sospechamos, empujaron las aguas en una determinada dirección acumulándolas como si se tratase de una presa.
    Una vez desalojado el campamento, hubiera bastad con suprimir los «campos de fuerza» que podían actua como muros para que las aguas regresasen a su cauce natural con toda la violencia propia de la más impetuosa d las riadas.
    La descarga de las aguas sobre el ejército egipcio, si embargo, no parece que tuviera lugar durante la noche.
    El Éxodo aclara que fue a la llegada de la vigilia matutina —es decir, a partir de las seis de la mañana— cuando «miró Yavé desde la columna de fuego y humo haci el ejército de los egipcios y sembró la confusión en e ejército egipcio».
    Y surge nuevamente, como vemos, la descripción de l «columna de fuego». Señal inequívoca de la presencia d una de las grandes naves durante la noche. El texto griego del Éxodo hace alusión concreta al «transcurso de l noche». Y por su parte, el hebreo especifica mucho más.
    Dice «que hubo la nube y la oscuridad; y aquélla iluminó la noche».
    Y Símaco añade:
    «La nube era oscura por un lado y luminosa por e otro.»
    Esta última descripción podría interpretarse —puesto que la gran nave «nodriza» o «columna de nube» s había colocado entre ambos campamentos— como una iluminación parcial de dicha nave. La mitad de la misma, quizá la cara que daba al campamento israelita, permanecía iluminada y la otra mitad, la que veían los egipcios, e tinieblas. Esto, unido a sus indudables dimensiones, podí ofrecer —tanto para unos como para otros— el ya conocido aspecto tenebroso.
    Pero, obviamente, tampoco podemos estar seguros.
    Lo que sí está muy claro es que, cuando el «equipo»
    lo consideró oportuno, «abrió» o «alejó» las aguas y s inició la travesía. Y los egipcios, que permanecían también a la espera del nuevo día, se lanzaron en persecució de los que habían sido sus esclavos.
    Parece probable que los tripulantes de las naves dejaran penetrar a los carros y a los infantes en el lecho marino, estimulando así su confianza.
    Una vez en la «trampa», Yavé —dice Josué— «tendi unas densas nieblas entre los judíos y los egipcios».
    Esta nueva maniobra debió frenar los ímpetus de lo egipcios, que empezaron a tropezar con serias dificultades.
    El Éxodo añade, incluso, que «Yavé trastornó las rueda de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad».
    Tanto la niebla como las dificultades en las ruedas d los veloces y ligeros carros egipcios no parecen tener otr sentido que retrasar o congelar la carga del ejército del faraón, dando tiempo así a que la totalidad de los israelitas pudiera salir del «canal» o de la vaguada sobre la qu debían volver las aguas.
    Y en el instante en que las naves tuvieron la segurida de que el pueblo de Moisés se encontraba ya al otro lado, provocaron el cataclismo.
    Pero el «equipo» —consciente siempre de su «misión»— no olvida los detalles. Y antes de proceder a l descarga de las aguas sobre los egipcios, se dirige a Moisés y, posiblemente a la vista de todo el pueblo, le «ordena» que vuelva a extender su mano sobre el mar «par que las aguas se traguen a los perseguidores».
    Es evidente que los «astronautas» no desperdician l menor oportunidad de fortalecer —siempre de cara a l «galería» israelita— la autoridad y la personalidad d Moisés.
    Se trata, en mi opinión, de un simple gesto. Cuand Moisés extendió nuevamente su brazo hacia el mar, lo «ángeles» que hacían posible el «milagro» desde el interior de sus naves accionaron los correspondientes mecanismos, desbloqueando todo el «sistema».
    Y la «coincidencia» dejó maravillados a los judíos...
    Ni qué decir tiene que las mencionadas «dificultades»
    en las ruedas de los carros del ejército egipcio pudiero estar provocadas por una paralización parcial o colectiv de las diferentes unidades.
    ¡Cuántos casos se dan hoy en día de ovnis que «paralizan» a los testigos y animales próximos!
    Basta en realidad con hacerlos caer o envolverlos e esos mismos campos magnéticos o electromagnéticos qu parecen proteger a las mismas naves, para conseguir ta efecto.
    Al final volvemos al mismo dilema: ¿es que era de todo necesario que los «hombres» de Yavé provocara esta nueva carnicería? ¿Es que no pudieron arbitrars otros sistemas, con tal de evitar nuevas y violentas muertes?
    OTRA VEZ LA COMODIDAD DE LA IGLESI Y aunque lo he intentado, me resisto a seguir adelante pasar por alto la interpretación de algunos autores modernos sobre el «milagro» del paso del «mar de los Juncos.
    En el comentario bíblico San Jerónimo, por ejemplo, dirigido por especialistas tan sonados como Raymon Brown, del Union Theological Seminary de Nueva York; Joseph A. Fitzmyer (SJ), de la Fordham University d Nueva York y Roland Murphy de la Duke University, s cierra el asunto con la siguiente frase:
    «... la Providencia divina se sirvió en esta ocasión d una serie de fenómenos naturales.»
    Y para terminar de sacudirse la responsabilidad, apuntalan la afirmación con el siguiente comentario:
    «El hecho no es único en la historia. Las fuentes clásicas nos dicen que el viento hizo retroceder el agua de l laguna y así pudo Escipión capturar Cartago Nova. El mismo texto bíblico nos informa del papel que desempeñ el viento, facilitando a los hebreos el cruce de las superficiales aguas del mar de las Cañas.»
    En mi opinión, descargar la posible explicación de hecho en los elementos y fenómenos de la naturaleza e caer nuevamente en lo fácil. En lo cómodo... Con esta postura, los teólogos y exégetas, amén de no terminar de convencer a los espíritus medianamente críticos y racionales, pueden hacer peligrar la confianza de los fieles en otra interpretaciones.
    ¿Qué semejanza puede encerrar el episodio de la retirada de las aguas de Escipión con la presencia del «Ángel de Yavé» y de la «columna de fuego» entre los campamentos judío y egipcio, con las «murallas» de agua qu se levantaban a ambos lados del camino, con las «nieblas»
    y con la «paralización», en fin, de las ruedas de los carro del faraón?
    Al centrar la causa principal del milagroso paso entr las aguas en «los fenómenos y fuerzas de la naturaleza», los teólogos y exégetas olvidan la otra cara de la moneda:
    al faraón y a sus hombres .
    Si aquel territorio se presentaba ante los judíos com poco o nada conocido, no creo que ocurriera lo mism con los egipcios. Tanto el faraón como sus tropas —y n digamos sus cuerpos especiales de exploradores— debía moverse por los lagos amargos, zonas desérticas y orilla del actual golfo de Suez como «Pedro por su casa».
    Había sido Ramsés II quien, precisamente, había hech resurgir de nuevo las viejas minas de cobre y turquesa existentes en el monte Sinaí. Desde el Nilo hasta las montañas de la península se desarrollaba un antiquísimo camino de herradura —con una antigüedad de 3 000 año antes de Cristo— por el que habían circulado siempre interminables columnas de trabajadores y esclavos. Esta minas habían sido abandonadas en varias ocasiones y ahora en la época del éxodo judío prácticamente habían sid puestas de nuevo en explotación.
    Si en aquella zona semilacustre y pantanosa del ma de Suf se producían fenómenos extraños, propios de l naturaleza —cosa que dudo—, el pueblo egipcio tenía qu conocerlos y mucho mejor, por supuesto, que el judío.
    ¿Por qué el faraón iba a caer en la trampa de uno d estos «fenómenos naturales», como apuntan los teólogos, si él y sus guerreros sabían de su alcance y peligrosidad?
    Tuvo que ser «otra cosa», insisto, lo que provocó l masacre. «Algo» tan insólito y fuera de lo común que jamás hubiera pasado por la mente de los egipcios.
    Y tampoco comparto el criterio de los exégetas católicos al exponer «que el viento facilitó a los hebreos el cruce de las superficiales aguas del mar de las Cañas».
    Es posible que en determinadas zonas y canales de «mar de las Algas o de los Juncos», la profundidad de la aguas no fuera excesiva, pero no ,se puede afirmar tan rotundamente que todas las áreas fueran iguales. El text bíblico, al menos, no habla de «aguas superficiales». Tod lo contrario. Moisés y su pueblo, y los egipcios después, estuvieron situados entre dos «murallas» de agua. Hubiera sido más que suficiente para provocar el aniquilamiento del ejército del faraón Merneptah que la profundida del canal o del lago o del mar hubiera alcanzado los tre o cuatro metros.
    Si el viento sopló durante toda la noche y secó la aguas superficiales de dicha zona, ¿qué clase de riada cay sobre el faraón? En el supuesto esgrimido por los teólogos y expertos en las Sagradas Escrituras, el ejército enemigo podría haber cruzado la zona desecada con la misma o mayor celeridad que los israelitas.
    Personalmente me resulta desalentador ese consejo recomendación de muchos expertos que ven en «el pas del mar Rojo» un simple y bello «género literario». Per ¿es que hay algo más cómodo y vacío a un mismo tiemp que sentenciar aquello que no se entiende como «géner literario», «hermosa metáfora» o «gesta literaria»?
    Otros exégetas, por ejemplo, han creído ver en est hecho milagroso una prueba más del poder taumatúrgico de Moisés. No creo que el «equipo» de «astronautas» necesitase adornar la personalidad del «iniciado» con facultades de tipo paranormal. El «poder» del grupo celest era tal que resultaba más que suficiente. Otra cosa es, como ya he mencionado, que «Yavé» aprovechara esas actuaciones portentosas para enriquecer la autoridad y personalidad de su gran «intermediario».
    Hay que recordar a los eminentes doctores de la Iglesia que Moisés, aceptando la posibilidad de que hubier sido «entrenado» o «iniciado» por Yavé, subió a la cumbre del Sinaí mucho tiempo después del «paso del ma Rojo». Tal y como comenté en capítulos anteriores, es posible que en aquellos «cuarenta días y cuarenta noches», los «astronautas» informaran a Moisés de sus planes despertaran en él —todo es posible— las facultades taumatúrgicas a que se refieren los exégetas. Pero todo esto, como relata el Éxodo, fue posterior.
    Y yo vuelvo a preguntarme: ¿es que atribuir el «milagro» del paso de Moisés y sus hombres por el «mar de lo Juncos» a una elevadísima tecnología, precisamente al servicio de los planes divinos, resta o suma belleza y trascendencia a ese Gran Dios?
    LOS «ASTRONAUTAS» PERDIERON LA PACIENCIA
    Lo que aconteció después —en los siguientes años— est perfectamente registrado en ese formidable testimonio escrito que forman libros como el Levítico, Números, etc.
    Si uno repasa la Biblia con calma —y a la luz de est nuevo planteamiento— comprobará que el «equipo» d Yavé no tuvo más remedio que llevar a cabo toda un serie de «purgas» entre los israelitas. Una «limpieza» d elementos «no gratos o poco propicios», que podrían entorpecer seriamente el objetivo final de la «misión».
    Aquel pueblo de «dura cerviz» ocasionó a los «astronautas» problema tras problema. Desde el incidente de l falta de comida, a los tres días del paso del mar de Suf, a la grave revuelta registrada al regreso de los exploradores a la tierra de Canaán, pasando por altercados e incidentes como el ocurrido al pie del Sinaí, cuando parte d los israelitas creyeron que Moisés no regresaría jamás decidieron tornar a las viejas creencias e idolatría egipcias, fundiendo un toro de oro.
    El «equipo» debió comprender que aquella comunida necesitaba de una selección y así lo anunciaron a Moisés:
    «... Ninguno de los que han visto mi gloria —dice e Números (14,22-38)— y las señales que he realizado e Egipto y en el desierto, que me han puesto a prueba y diez veces y no han escuchado mi voz, verá la tierra qu prometí con juramento a sus padres. No la verá ningun de los que me han despreciado. Pero a mi siervo Caleb, ya que fue animado de otro espíritu y me obedeció puntualmente, le haré entrar en la tierra donde estuvo, su descendencia la poseerá.
    »E1 amalecita y el cananeo habitan en el llano. Mañana, volveos y partid para el desierto, camino del ma de Suf.»
    Yavé habló a Moisés y Aarón y dijo:
    «¿Hasta cuándo esta comunidad perversa, que est murmurando contra mí? He oído las quejas de los israelitas, que están murmurando contra mí. Diles: Por m vida —oráculo de Yavé— que he de hacer con vosotro lo que habéis hablado a mis oídos. Por haber murmurado contra mí, en este desierto caerán vuestros cadáveres, los de todos los que fuisteis revistados y contados, de veinte años para arriba.
    »Os juro que no entraréis en la tierra en la que, mano en alto, juré estableceros. Sólo a Caleb, hijo d Yefunné y Josué, hijo de Nun, y a vuestros pequeñuelos, de los que dijisteis que caerían en cautiverio, lo introduciré, y conocerán la tierra que vosotros habéi despreciado.
    «Vuestros cadáveres caerán en este desierto y vuestros hijos serán nómadas cuarenta años en el desierto, cargando con vuestra infidelidad, hasta que no falte un solo de vuestros cadáveres en el desierto. Según el número de los días que empleasteis en explorar el país, cuarenta días, cargaréis cuarenta años con vuestros pecados, un año por cada día. Así sabréis lo que es apartarse de mí. Yo, Yavé, he hablado. Eso es lo que har con toda esta comunidad perversa, amotinada contr mí. En este desierto no quedará uno: en él han de morir.»
    Los responsables de la «operación» debieron percatarse de la necesidad de entregar la tierra prometida —Canaán— a una generación limpia de corazón. A hombre y mujeres que no flaquearan en sus ideas y creencias.
    A aquellos israelitas que, verdaderamente, demostrara su fidelidad a la nueva idea de un Dios único. De no se así, todos los esfuerzos del «equipo» hubieran quedad en nada...
    De ahí que Yavé decide perdonar a los menores de años. El resto —incluido Moisés— es apartado prácticamente del proyecto final y relegado a un peregrinaje si sentido por el desierto. Un peregrinaje que, simbólicamente, fue fijado en cuarenta años.
    En el fondo, la razón básica de ese aparentemente absurdo caminar de los judíos durante tantos años por u desierto tan reducido, hay que buscarla en esa necesida de «selección» de los hombres que estaban destinados crear la comunidad última, en la que debería nacer el «Enviado».
    Resulta verdaderamente grave la tozudez y «dura cerviz» de aquel pueblo...
    ¿Cómo es posible que pudieran seguir dudando de l eficacia y presencia de Yavé, cuando éste les había sacado ya de mil apuros?
    ¿Cómo podían desear regresar a Egipto —tal y com manifestaron antes de la «condena» del «equipo» —s habían visto y seguían viendo cada jornada la «gloria» d Yavé y sus «columnas de nube o de fuego»?
    En este sentido es comprensible la irritación y hast la desesperación de los «astronautas», que veían cómo cada paso la retorcida y perversa comunidad israelita le ignoraba, maldecía y hasta traicionaba.
    No tiene sentido que los judíos sintieran temor ant las palabras y manifestaciones de los exploradores qu marcharon a las tierras de Canaán, cuando ellos mismo habían sido testigos de excepción del exterminio de lo primogénitos de los egipcios y hasta del propio ejércit del faraón...
    Y, sin embargo, así fue:
    Yavé habló a Moisés —cuenta el Números (13 y 14)—
    y le dijo:
    «Envía algunos hombres, uno por cada tribu paterna, para que exploren la tierra de Canaán que voy a da a los israelitas. Que sean todos principales entre ellos.»
    Los envió Moisés, según la orden de Yavé, desde e desierto de Paran: todos ellos eran jefes de los israelitas...
    Y tras la relación de los nombres de cada uno de ellos, prosigue el Números:
    ...Moisés los envió a explorar el país de Canaán, les dijo:
    «Subid ahí, al Negueb, y después subiréis a la montaña. Reconoced el país, a ver qué tal es, y el pueblo qu lo habita, si es fuerte o débil, escaso o numeroso; y qu tal es el país en que viven, bueno o malo; cómo son la ciudades en que habitan, abiertas o fortificadas; y cóm es la tierra, fértil o pobre, si tiene árboles o no. Tene valor y traed algunos productos del país.»
    Era el tiempo de las primeras uvas. Subieron y exploraron el país, desde el desierto de Sin hasta Rejob, a l entrada de Jamat. Subieron por el Negueb y llegaro hasta Hebrón, donde residían Ajimán, Sesay y Talmay, los descendientes de Anaq.
    Hebrón había sido fundada siete años antes que Tani de Egipto. Llegaron al valle de Eskol y cortaron allí u sarmiento con un racimo de uva, que transportaron co una pértiga entre dos, y también granadas e higos. A lugar aquél se le llamó Valle de Eskol, por el racimo qu cortaron allí los israelitas.
    RELATO DE LOS ENVIADOS
    Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra. Fueron y se presentaron a Moisés, a Aarón y a tod la comunidad de los israelitas, en el desierto de Paran, en Cades. Les hicieron una relación a ellos y a toda l comunidad, y les mostraron los productos del país.
    Les contaron lo siguiente:
    «Fuimos al país al que nos enviaste, y en verdad qu mana leche y miel;. éstos son sus productos. Sólo que e pueblo que habita en el país es poderoso; las ciudades, fortificadas y muy grandes; hasta hemos visto allí descendientes de Anaq. El amalecita ocupa la región de Negueb; el ni tita, el amorreo y el jebuseo ocupan l montaña; el cananeo, la orilla del mar y la ribera de Jordán.»
    Caleb acalló al pueblo delante de Moisés, diciendo:
    «Subamos y conquistaremos el país, porque, sin duda, podremos con él.»
    Pero los hombres que habían ido con él dijeron:
    «No podemos subir contra ese pueblo, porque es má fuerte que nosotros.»
    Y empezaron a hablar mal a los israelitas del paí que habían explorado, diciendo:
    «El país que hemos recorrido y explorado es un paí que devora a sus propios habitantes. Toda la gente qu hemos visto allí es gente alta. Hemos visto también gigantes, hijos de Anaq, de la raza de gigantes. Nosotro nos teníamos ante ellos como saltamontes, y eso mism les parecíamos a ellos.»
    REBELIÓN DE ISRAEL
    Entonces toda la comunidad alzó la voz y se puso gritar; y la gente estuvo llorando aquella noche. Lueg murmuraron todos los israelitas contra Moisés y Aarón, y les dijo toda la comunidad:
    «¡ Ojalá hubiéramos muerto en Egipto! Y si no, ¡ ojalá hubiéramos muerto en el desierto! ¿Por qué Yavé no trae a este país para hacernos caer a filo de espada que nuestras mujeres y niños caigan en cautiverio? ¿N es mejor que volvamos a Egipto?»
    Y se decían unos a otros:
    «Nombremos a un jefe y volvamos a Egipto.»
    Moisés y Aarón cayeron rostro en tierra delante d toda la asamblea de la comunidad de los israelitas. Per Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Yefunné, que era de los que habían explorado el país, rasgaron sus vestiduras y dijeron a toda la comunidad de los israelitas:
    «La tierra que hemos recorrido y explorado es mu buena tierra. Si Yavé nos es favorable, nos llevará a es tierra y nos la entregará. Es una tierra que mana lech y miel. No os rebeléis contra Yavé, ni temáis a la gent del país, porque son pan comido. Se ha retirado de ello su sombra, y en cambio Yavé está con nosotros. No tengáis miedo.»
    CÓLERA DE YAVÉ
    Toda la comunidad hablaba de apedrearlos, cuand la «gloria de Yavé» se apareció ante la Tienda del Encuentro, a todos los israelitas. Y dijo Yavé a Moisés:
    «¿Hasta cuándo me va a despreciar este pueblo? ¿Hasta cuándo va a desconfiar de mí, con todas las señale que he hecho entre ellos? Los heriré de peste y los desheredaré. Pero a ti te convertiré en un pueblo más grand y poderoso que ellos.»
    Moisés respondió a Yavé:
    «Pero los egipcios saben muy bien que, con tu poder, sacaste a este pueblo de en medio de ellos. Se lo ha contado a los habitantes de este país. Éstos se han enterado de que tú, Yavé, estás en medio de este pueblo, te das a ver cara a cara; de que tú, Yavé, permanece en tu Nube sobre ellos, y caminas delante de ellos d día en la columna de Nube, y por la noche en la columna de fuego. Si haces perecer a este pueblo como u solo hombre, dirán los pueblos que han oído hablar d ti:
    »"Yavé, como no ha podido introducir a ese puebl en la tierra que les había prometido con juramento, lo ha matado en el desierto." Muestra, pues, ahora tu poder, mi Señor, como prometiste...
    «Perdona, pues, la iniquidad de este pueblo confor-'
    me a la grandeza de tu bondad, como has soportado este pueblo desde Egipto hasta aquí.»
    UNA TIERRA PRÓSPERA
    Por las palabras de los exploradores, era evidente que e «equipo» había sabido elegir la tierra. Un lugar próspero, donde crecían abundantes y grandes frutos.
    Como evidente era también —y lo observamos justamente en este pasaje— la constante «vigilancia» a que er sometido el campamento israelita...
    En el momento justo, cuando Moisés, Aarón y dos d los exploradores, fieles a Yavé, corrían grave riesgo de se apedreados, entonces surge sobre la Tienda del Encuentro la «gloria» de Yavé.
    En el fondo tenía que ser sumamente sencillo controlar los movimientos y hasta los pensamientos de los judíos.
    Desde cualquiera de las naves —y muy especialment desde la «nodriza»— los «astronautas» sólo hubieran tenido que accionar las pantallas de televisión para recoger, en directo, lo que pasaba a cada momento entre los hombres de Moisés.
    Por eso, en cuanto notaron que cundía la rebelión que, incluso, peligraba la vida de sus «contactos», una d las naves —la «gloria de Yavé»— apareció o descendió sobre el campamento. Ambas operaciones hubieran sido perfectamente posibles: bien «aparecer» sobre la Tienda, pasando instantáneamente de dimensión, o bien descende físicamente hacia el lugar donde se asentaba la comunidad.
    Y allí, por enésima vez, el portavoz o responsable de «equipo» hizo más que palpable la indignación general.
    ¿UNA NUEVA INJUSTICIA?
    Pero no quisiera cerrar este capítulo sin antes señalar l que, para mí, constituye una nueva «ligereza» del «equipo»
    de Yavé. Y he entrecomillado la palabra porque, obviamente, no sé cómo calificar la larga cadena de invasione *—hoy se llaman agresiones— que practicó el joven pueblo israelita, con las naves espaciales a la cabeza.
    Lenta pero firmemente, el ejército judío —siempre co I la «gloria de Yavé» por delante— fue expulsando de lo i que habían sido sus territorios y ciudades a los amalecitas, hititas, amorreos, jebuseos y cananeos.
    Una expulsión que se prolongó durante años y que significó otro caudaloso río de sangre...
    Creo que si alguien hiciera el balance final veríamo |. con inquietud cómo la conducción y el definitivo asentamiento del pueblo elegido hasta las tierras de Canaán, supuso decenas de miles de muertos, incendios, lágrima | y violencia sin cuento...
    Reconozco de la misma forma —puesto que ya he dicho y admito que aquel «equipo» de «ángeles» estaba a la órdenes de Dios— que quizá no había otra fórmula, otr camino.
    Y aunque sé que los «caminos del Señor son inescrutables», no puedo evitar un cierto malestar al descubri tanta muerte y destrucción, allá por donde pasaba el pueblo israelita...
    Si nos limitamos a enjuiciar fría y objetivamente e «momento» elegido por el «equipo» de Yavé para el pas del Jordán y la entrada de la comunidad israelita en l Tierra de Promisión, hay que reconocer que los «astronautas» —una vez más— sabían lo que se llevaban entre manos...
    Veamos. ¿Cuál era la situación del mundo conocido e aquellas fechas, unos 1 200 años antes del nacimiento de «Enviado»?
    Cuando Israel se encuentra acampado al otro lado de río Jordán, dispuesto a penetrar en las tierras de Canaán, en el Mediterráneo está a punto de decidirse también l suerte de Troya.
    Los héroes de Hornero —Aquiles, Agamenón y Ulises— están preparados para sus hazañas.
    El reino del Nilo, por su parte, está en plena decadencia. Ha pasado su viejo esplendor y el último rey —«So Eknatón»— ha terminado por debilitar políticamente Egipto. Lo que había sido una provincia egipcia desde lo años 1550 antes de Cristo, tras la expulsión de los hyksos, es ahora una tierra dividida y corrompida por lo que queda de la ocupación egipcia. Canaán, en fin, es presa fáci para el pueblo elegido.
    Y el «equipo» de Yavé lo sabe. Y ordena al bravo Josué —sucesor de Moisés— que entre en Canaán sin pérdida de tiempo.
    Comienza así una larga y no menos dura etapa. Un período en el que se consumirán alrededor de 1 200 años en el que los «astronautas» establecerán ya de forma definitiva la patria de los israelitas.
    Trece siglos más tarde, el pueblo elegido habrá alcanzado la madurez suficiente como para ver nacer en su sen al «Enviado».
    Y, curiosamente, una vez asentado el pueblo «elegido», las apariciones de la «gloria» de Yavé y de las famosas «columnas de nube o de fuego» —que prodigaron ta intensamente su presencia entre los judíos— se desvanecen casi. Durante los últimos 500 años antes de Cristo, estas naves apenas si son visibles.
    Parece como si la misión del gran «equipo» hubiera pasado a un segundo plano. Ahora todo sigue su curso natural. Ni más ni menos, lo que ya estaba programado...
    Pero ese momento —el de la aparición en nuestro planeta del Hijo del Altísimo— iba a estar precedido po otros fenómenos similares o muy parecidos a los que y habían vivido los patriarcas y antepasados del pueblo israelita en la salida de Egipto y en el largo camino haci Canaán.
    Y volvieron las naves espaciales y los «ángeles» o «astronautas». Pero este «retorno» no fue ya —como en l antigüedad— bajo el signo del temor o de la sangre. E esta última fase, la culminación de la «Operación Redención», todo iba a ser radicalmente distinto.
    A veces me he preguntado si estos «ángeles» o «astronautas» que «colaboraron» con el «alto mando» en e cuidado de María, en la Anunciación, en el Nacimient de Jesús y en la vida pública de Éste, fueron los mismo que sacaron a la colonia israelita de Egipto o los que condujeron pacientemente a Moisés y su pueblo por la Península del Sinaí...
    Nadie, por supuesto, puede conocer por ahora la respuesta. Lo que sí cabe pensar es que si se trataba d I seres mucho más evolucionados que nosotros, quizá habían remontado los ridículos límites de nuestra vida media. Quizá —¿por qué no?— gozaban o gozan de un existencia infinitamente más larga que la nuestra. Quiz su tecnología o su naturaleza —diferentes a la que nosotros conocemos— les permitía vivir cientos de años, suponiendo que nuestro cómputo del tiempo fuera ajustable a sus vidas.
    Quizá se produjo lo que nosotros conocemos por «relevo». Y otros seres vinieron a sustituir, cada determinados períodos de tiempo, a los que mostraban signos d cansancio.
    Pero esta apasionante incógnita, bien merece un tratamiento aparte...
    Sea como fuere, lo cierto es que unos 15 años ante del nacimiento de Jesús de Nazaret, los «astronautas»
    tomaron nuevo contacto con el pueblo judío.
    LA ANUNCIACIÓN: ¿UN DOBLE «ENCUENTRO» CON LOS «ASTRONAUTAS»?
    Sólo en los Evangelios apócrifos —a cuyos textos m reintegro de nuevo— he podido encontrar una descripción más detallada del delicado tema de la Anunciació a María.
    Un asunto en verdad apasionante y misterioso y par el que el ser humano casi no tiene palabras.
    A la hora de analizar dicho pasaje, lo hago con el máximo respeto de que soy capaz. Bien lo sabe Dios...
    No pretendo, como quizá puedan pensar los intransigentes o fanáticos, desvelar ningún misterio... Sería ridículo. Sería como equipararse a Dios. Y yo sólo soy u reportero, siempre en busca de la Verdad.
    Un reportero —eso sí— a quien le hubiera gustad estar presente en aquellos momentos...
    EL APÓCRIFO DE SANTIAGO
    Pero veamos qué dicen los textos de los Evangelios apócrifos.
    Y empecemos por el Protoevangelio de Santiago:
    XI
    1. Cierto día cogió María un cántaro y se fue a llenarlo de agua. Mas he aquí que se dejó oír una voz qu decía:
    «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres.»
    Y ella se puso a mirar en torno, a derecha e izquierda, para ver de dónde podía provenir esta voz. Y, tod temblorosa, se marchó a su casa, dejó el ánfora, cogi la púrpura, se sentó en su escaño y se puso a hilarla.
    2. Mas de pronto, un ángel del Señor se present ante ella, diciendo:
    «No temas, María, pues has hallado gracia ante e Señor omnipotente y vas a concebir por su palabra.»
    Pero ella, al oírlo, quedó perpleja y dijo entre sí:
    «¿Deberé yo concebir por virtud del Dios vivo y habr de dar a luz luego como las demás mujeres?»
    3. A lo que respondió el ángel:
    «No será así, María, sino que la virtud del Señor t cubrirá con su sombra; por lo cual, además, el frut santo que ha de nacer de ti, será llamado Hijo del Altísimo. Tú le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvar a su pueblo de sus propias iniquidades.»
    Entonces dijo María:
    «He aquí la esclava del Señor en su presencia; hágase en mí según tu palabra.»
    XII
    1. Y, concluida su labor con la púrpura y la escarlata, se la llevó al sacerdote. Éste la bendijo y exclamó:
    «María, el Señor ha ensalzado tu nombre y serás bendecida en todas las generaciones de la tierra.»
    2. Llena de gozo, María se fue a casa de Isabel s parienta. Llamó a la puerta y, al oírla Isabel, dejó la escarlata, corrió hacia la puerta, abrió y, al ver a Marí la bendijo diciendo:
    «¿De dónde a mí el que la madre de mi Señor veng a mi casa?; pues fíjate que el fruto que llevo en mi sen se ha puesto a saltar dentro de mí, como para bendecirte.»
    Pero María se había olvidado de los misterios que l había comunicado el arcángel Gabriel y elevó sus ojo al cielo y dijo:
    «¿Quién soy yo, Señor, que todas las generaciones m bendicen?»
    3. Y pasó tres meses en casa de Isabel. Y de día e día su embarazo iba aumentando, y, llena de temor, s marchó a su casa y se escondía de los hijos de Israel.
    Cuando sucedieron estas cosas, tenía ella dieciséis años.
    EL APÓCRIFO DE MATEO
    Antes de seguir adelante con el Protoevangelio de Santiago, observemos lo que cuenta Mateo en su apócrif de la Natividad sobre estos hechos concretos:
    IX
    1. Al día siguiente, mientras se encontraba María junto a la fuente, llenando el cántaro de agua, se le apareci el ángel de Dios y le dijo:
    «Dichosa eres, María, porque has preparado al Seño una habitación en tu seno. He aquí que una luz del ciel vendrá para morar en ti y por tu medio iluminará todo el mundo.»
    2. Tres días después, mientras se encontraba en l labor de la púrpura, vino hacia ella un joven de bellez indescriptible. María al verlo quedó sobrecogida de miedo y se puso a temblar. Mas él le dijo:
    «No temas, María, porque has encontrado gracia ant los ojos de Dios. He aquí que vas a concebir en tu sen y vas a dar a luz un rey cuyo dominio alcanzará no sól a la tierra, sino también al cielo, y cuyo reinado durar por todos los siglos.»
    APÓCRIFO DEL LIBRO SOBRE LA NATIVIDAD DE MARÍA
    Por último, el mismo pasaje de la aparición del ángel e relatado así en el texto del Libro sobre la Nativida de María:
    IX
    1. En estos mismos días —es decir, al principio d su llegada a Galilea— fue enviado por Dios el ángel Gabriel, para que le anunciase la concepción del Señor para que la pusiera al corriente de la manera y orde como iba a desarrollarse este acontecimiento.
    Y así, entrado que hubo hasta ella, inundó la estancia donde se encontraba de un fulgor extraordinario.
    Después la saludó amabilísimamente en estos términos:
    «Dios te salve, María, virgen gratísima al Señor, virgen llena de gracia: el Señor está contigo; tú eres má bendita que todas las mujeres y que todos los hombre que han nacido hasta ahora.»
    2. La Virgen, que estaba bien acostumbrada a ve rostros angélicos y a quien le era familiar el verse circundada de resplandores celestiales, no se asustó por l visión del ángel, ni quedó aturdida por la magnitud de resplandor, sino que únicamente se vio sorprendida po la manera de hablar de aquel ángel. Y así se puso a pensar a qué vendría saludo tan insólito, qué pronóstico podría traerle y qué desenlace tendría finalmente. El ángel, por inspiración divina, vino al encuentro de tale pensamientos y le dijo:
    «No tengas miedo, María, de que en este mi salud vaya velado algo contrario a tu castidad. Precisament por haber escogido el camino de la pureza has encontrado gracia a los ojos del Señor. Y por eso vas a concebir y dar a luz un hijo sin pecado alguno de tu parte.
    »3. Éste será grande, pues extenderá su dominio d mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra.
    Será llamado Hijo del Altísimo, porque quien va a nace humilde en la tierra está reinando lleno de majestad e el cielo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará eternamente en la casa de Jacob. Su reinado no tendrá fin. Él es rey de reyes y señor de los qu dominan. Su trono durará por los siglos de los siglos.»
    4. Entonces, la Virgen, no por incredulidad a las palabras del ángel, sino deseando únicamente saber cóm habrían de tener su cumplimiento, respondió:
    «¿Y cómo se verificará esto? ¿Cómo voy a poder da a luz si no voy a conocer nunca varón, de acuerdo co mi voto?»
    Repuso el ángel:
    «No pienses, María, que vas a concebir de maner humana: sin unión marital alguna, alumbrarás siend virgen y amamantarás permaneciendo virgen. El Espíritu Santo vendrá, en efecto, sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra contra todos los ardores de la concupiscencia. Por tanto, solamente tu vastag será santo, porque siendo el único concebido y nacid sin pecado, sé llamará Hijo de Dios.»
    María, entonces, extendió sus brazos y elevó sus ojo al cielo, diciendo:
    «He aquí la esclava del Señor, puesto que no soy digna del nombre de señora: hágase en mí según tu palabra.»
    ¿POR QUÉ DOS «ENCUENTROS»?
    En los dos primeros apócrifos —los de Santiago y Mateo— los autores hablan con claridad de dos «encuentros» de María con los «ángeles». Primero en la fuent —posiblemente en las afueras del pueblo donde residí en aquellos momentos la Virgen— y por último, el má trascendental, en su propio domicilio.
    Pero, ¿por qué dos «encuentros»? ¿Es que los miembros del «equipo» lo consideraron más prudente? ¿Necesitaba quizá María de una «familiarización» con esto seres ?
    Encuentro quizá en ello un contrasentido, puesto qu en los pasajes anteriores de estos mismos apócrifos s repite una y otra vez el «trato» diario que sostenía Marí con los «ángeles» o «astronautas». Debía estar, por tanto, muy acostumbrada a su presencia. Y así lo especifica, po ejemplo, el tercero de los textos apócrifos, cuando asegura que María no se asustó ante la llegada del ángel y de «fulgor extraordinario que llenó la estancia».
    Un fulgor que bien podía proceder de las propia ropas del «astronauta» o, incluso, de la proximidad a l casa de María de la nave en la que quizá se había aproximado el «ángel» a la aldea.
    También cabe, por .supuesto, que tal resplandor nacier de la misma constitución del ser.
    DOMINIO DE LA TELEPATÍA
    Y prosigue el Libro sobre la Natividad de María y apunta que el ángel «por inspiración divina vino al encuentr de los pensamientos de la Virgen».
    Yo supongo que un ser tan extraordinariamente evolucionado —los tres' apócrifos y hasta los Evangelios canónicos coinciden en la identidad del «mensajero»: Gabriel— dominaba perfectamente lo que nosotros conocemos como transmisión del pensamiento o telepatía. N tuvo que ser un problema para él captar los sentimiento y dudas que estaban apareciendo en la mente de María.
    De ahí que la expresión «por inspiración divina» n se parezca la más apropiada, aunque la verdad es qu tampoco reviste mayor importancia.
    RESPETO A LA LIBERTAD HUMANA, HASTA EL LÍMITE
    Hay que reconocer que, tanto si fue un «astronauta»
    como si intervinieron dos en el anuncio a María, el «alt mando» demostró un gran respeto por la libertad humana. Puestos a considerar, ¿qué necesidad tenía de advertir a la niña del embarazo? La misteriosa concepción d Jesús podía haberse producido sin más. Y quizá en e transcurso de la gestación —o no—, el «equipo» podí haber descendido nuevamente hasta María y José y hacerles partícipes de las razones y origen del súbito embarazo.
    Pero nada de esto sucedió.
    Un miembro del «equipo», en definitiva, llegado e gran instante, se presentó ante la Virgen y le advirtió d las intenciones «superiores».
    Y yo me he preguntado alguna vez: ¿y si la jove María, por las razones que fueran, se hubiera negado?
    ¿Qué habría pasado? ¿Qué hubiera hecho el «estado mayor» y los propios «astronautas»?
    Lo que indudablemente resulta fascinante es el cómo.
    ¿Cómo pudo producirse realmente la concepción virgina y milagrosa en aquella niña que, según todos los informes históricos, debía rondar los 13 o 14 años? ¿Cuál pud ser el «sistema» de que se valió el Espíritu Santo? Y l más problemático y delicado: ¿intervino en esta «fase»
    el «equipo» de «astronautas»?
    Algunas personas que han conocido mis inquietude en este terreno me han acusado de soberbio e irreverente. Me gustaría dejar perfectamente claro que, aunqu soy consciente de mis muchos pecados y limitaciones, espero no caer jamás en la estupidez de la soberbia.
    Porque de necios tiene que ser conocer la maravillos profundidad y poder de Dios y revelarse contra Él. Es entiendo por soberbia.
    En mi caso —y en este caso concreto— sólo me mueve una constante curiosidad, un afán de saber...
    Sé que Dios —con su sola voluntad— puede hacer e milagro de la concepción virginal de María. Pero alg me dice que —sin perder ese carácter sobrenatural— e aquel «acto» pudieron intervenir también las criatura o jerarquías al servicio de Dios. ¿Qué sabemos en realidad de los métodos, tecnologías y medios de esos sere tan próximos a la Suprema Perfección?
    Que nadie me juzgue, por tanto, como un insensat irreverente. Si acaso, como un atormentado buscador d la Verdad...
    ¿UNA CONCEPCIÓN VIRGINAL «CONTROLADA»?
    Creo que, a veces, el hombre de nuestro tiempo corr un serio peligro de perder el sentido de la perspectiva.
    Hemos olvidado, por ejemplo, que hace tan sólo ochenta años, la idea de una sociedad manejada por una gra computadora central hubiera sonado en los oídos de lo ciudadanos como el más alucinante de los relatos d ciencia-ficción. Hoy, sin embargo, la entrada de los cerebros electrónicos en la sociedad occidental es un hech generalmente aceptado. Yo diría que, incluso, hasta esperanzador.
    ¿Quién hubiera apostado hace doscientos años po un comunidad servida y casi a punto de ser manejada po robots?
    —¿Cómo hubiera reaccionado la sociedad napoleónic -por no retroceder excesivamente en el tiempo— ant un proyecto como el que hoy maneja Japón: la construcción de una «segunda generación» de robots, encargado del árido y duro ensamblaje de máquinas?
    ¿Por dónde hubiéramos debido empezar a explicarl al amigo Napoleón que en la segunda mitad del siglo x se iban a ganar y perder batallas gracias a la existenci de unas «bombas» o proyectiles teledirigidos desde u centro de control?
    ¿Es que la Santa Inquisición hubiera aceptado qu una Ley como la de Trasplantes de Órganos fuera siquiera discutida en el Parlamento de la nación?
    ¿Cuántos políticos, y no digamos religiosos, hubiera corrido el grave peligro de ser enviados a la hoguera po el Santo Oficio si en aquella época hubieran llegado cuestionar la necesidad de un control de la natalidad?
    ¿Qué palabras o terminología habrían empleado lo sabios y grandes humanistas del Renacimiento para explicar ante su sociedad los actuales experimentos de «marcapasos cerebrales»?
    ¿Cómo hubiera reaccionado la Iglesia Católica en plen Concilio de Trento si alguien hubiese podido mostrar a Sagrado Colegio Cardenalicio una simple película del Pap Juan Pablo II aterrizando en Nueva York en un gigantesc «pájaro» de acero...?
    Los esquemas mentales de aquellas sociedades —tanto los individuales como los colectivos— habrían quedad «bloqueados» ante la «terrible» noticia de la consecució pocos cientos de años más tarde de un «niño probeta».
    ¿Lograr la fecundación del óvulo femenino fuera de molde natural del vientre materno?
    El experimento hubiera sido tomado como «cosa de diablo» o, en el mejor de los casos, como un «milagro»...
    Hoy sabemos que el «niño probeta» es una realidad, un hallazgo de la Ciencia. A nadie se le ocurre pensar e un milagro ni en la intervención sobrenatural de ángele o santos.
    ¿Qué sucede entonces?
    ¿Por qué hoy, en plena Era Espacial, se registran ta pocos milagros y, en cambio, hace quinientos años estaban a la orden del día?
    ¿No será que los avances científicos y técnicos ha empezado a esclarecer muchos de los puntos oscuro para los que, en el pasado, sólo cabía la explicación milagrosa?
    ¿Cómo podemos o debemos entender entonces el concepto de «milagro»?
    La propia Iglesia nos enseña hoy, en un gesto de prudencia, que el milagro es aquello que rompe las leye físicas y naturales y que sólo puede ser asimilado a la lu de una intervención exterior al hombre.
    Y me estoy aproximando al final de este planteamiento.
    Aunque reconozco que el poder de Dios es ilimitado que puede lograr todo cuanto se proponga, ¿por qué n aceptar igualmente la posibilidad o hipótesis o teoría d una «intervención» o «acción» puramente técnica o científica —no sé qué palabras emplear— en la «fase intermedia», llamémoslo así, de la Concepción Virginal d María?
    Intentaré explicarme.
    Si la «Operación Redención» estaba siendo «conducida» en buena medida por todo un «equipo», integrad por lo que hoy podríamos calificar como «astronautas»
    o «misioneros del Espacio» al servicio de Dios, ¿por qu rechazar la idea de una Concepción Virginal «controlada»
    o «dirigida» físicamente y mediante un «sistema» qu sólo dos mil años más tarde estaríamos en condicione de empezar a entender?
    Si la propia presencia de las naves y de sus ocupante —de los «ángeles»— era ya, en mi opinión, motivo d asombro y sólo podía encajar en las conciencias de lo israelitas como la «gloria de Yavé», ¿cómo conseguir qu aquella comunidad llegase a asimilar el carácter quiz puramente científico de una concepción virginal?
    Es lógico que los «responsables» de la misión, conscientes del corto grado evolutivo de aquellos hombres mujeres, acudieran sencillamente a la fórmula de la «intervención sobrenatural».
    ¿Para qué y por qué complicar más las cosas?
    Pero, ¿qué entiendo por una Concepción Virginal «controlada o dirigida físicamente»?
    Es posible que muchas personas se rasguen las vestiduras ante lo que voy a exponer...
    ALGUNAS HIPÓTESIS
    Sólo se me ocurre adelantar algo que intentaré expone con más calma al final de este apartado: que no cuestiono ni pongo en tela de juicio —Dios me libre— el orige absolutamente divino de Jesús de Nazaret. Creo firmemente en ello.
    Pero vayamos con las teorías o posibilidades que hac tiempo anidan en mi corazón y que, quizá, encierran l clave de la concepción virginal de María:
    Primera teoría: ¿inseminación artificial?
    Hoy sabemos que, gracias a los avances de la Medicina, la inseminación artificial es una realidad. Existen numerosos bancos de esperma en el mundo, utilizados par lograr, cuando así se desea, la fecundación del óvul femenino.
    Los niños nacidos por este procedimiento son cad vez más.
    Hoy, en España, existen ya tres bancos de esperma.
    El primero, obra del doctor Simón Marina, en Barcelona, El segundo, en la Residencia Sanitaria Enrique Sotomayor de la Seguridad Social, en Bilbao, que dirige e docto Portuondo y el tercero, en Madrid, obra del doctor Giménez y ubicado en el centro Ramón y Cajal.
    Los primeros y afilados problemas de la supervivencia del esperma masculino han quedado ya definitivamente resueltos, merced a los prodigiosos adelantos técnicos. La verdad es que almacenar los espermatozoides, congelados a —196 grados centígrados en nitrógen líquido, sin que sufran daños y así conserven su poder fecundador no fue posible hasta que se encontró un medi crioprotector adecuado. Los cristales de hielo que se formaban dañaban las estructuras celulares y en el caso d los espermatozoides se perdía la capacidad de fecundación. Jean Rostand encontró un medio idóneo par impedir que se formaran estos cristales de hielo, a la vez qu no afectaba químicamente a las células vivas. Esto ocurría en 1954. Desde entonces, el desarrollo de los banco de semen ha ido hacia arriba.
    El semen, almacenado en unas pajuelas de plástic de unos 0,25 mililitros de capacidad, pued conservars intacto durante más de cinco años.
    Y surge la pregunta: ¿es qué la concepción virgina de María pudo practicarse a través del método d l inseminación artificial?
    Aunque el sistema hubiera sido absolutamente «milagroso» para los hombres de hace 2 000 años, personalmente «no» creo que los «astronautas» utilizasen est procedimiento.
    Además de su carácter irremediablemente groser —hay que introducir una jeringa especial por vía vaginal—, la inseminación artificial, tal y como la conocemo hoy, no es segura. Los porcentajes de éxito en dich inseminación son todavía difícilmente calculables, debid a los muchos factores todavía desconocidos que intervienen. Se puede decir, sin embargo, de forma aproximada, que de todas las mujeres que solicitan la inseminació artificial, y teniendo en cuenta los abandonos por distintos motivos, el porcentaje de fecundación es de un 40 po ciento al cabo de seis meses de iniciarse, no sobrepasando el 60 por 100 al cabo de un año.
    Evidentemente, el «equipo» no podía correr esto riesgos...
    Aparece claro, además, a través de los libros sagrados, que la concepción de la Virgen debió producirse prácticamente en el momento mismo del anuncio del «astronauta» o poco después.
    Pero hay, además, otro factor que invalida —segú nuestros actuales conocimientos, claro está— la teoría d la inseminación.
    Me refiero a la presencia física de los espermatozoides. Éste, ni más ni menos, es el gran «caballo de batalla» que tiene enfrentados a la Iglesia y al racionalism científico.
    Mientras la Teología no acepta la presencia de tale cuerpos, puesto que ello podría implicar el reconocimiento de la presencia de varón en la concepción, alguno sectores de la Ciencia —a los que resulta muy duro aceptar el «misterio» religioso— se plantan en la imposibilidad de fecundación y posterior gestación natural si n existe ese aporte de, al menos, un espermatozoide.
    Y digo que la inseminación artificial queda anulada e este sentido porque —al menos en la actualidad—, la cantidad de espermatozoides que se lanzan a la carrera de óvulo en cada inseminación es astronómica. El poder fecundante del semen viene caracterizado, precisamente, po la concentración en espermatozoides y la movilidad d éstos. El eyaculado de una persona normal tiene un volumen variable de 2 a 5 mi con más de 70 millones de espermatozoides por mililitro, de los cuales más del 80 po 100 son móviles. Esto quiere decir que una persona normal lanza entre 140 y 350 millones de espermatozoide en cada acto sexual.
    Recientemente, el gran científico David Epel aseguraba que, por medio de fotografías efectuadas con microscopio electrónico de barrido, Mia Tegner había observado en el laboratorio de la Scripps Institution of Oceanography que, en condiciones de saturación, pueden unirs a un único óvulo hasta 1 500 espermatozoos. (Se refier en este caso a experiencias hechas con erizos de mar.)
    Pues bien, traspolando el tema al óvulo humano, aunqu esta superabundancia es necesaria para asegurar que a menos un espermatozoo llegue a fecundar el óvulo, pued derivar también, en potencia, en otros graves problemas.
    A saber: si más de un espermatozoide perfora el óvul —fenómeno que se conoce como «polispermia»—, el número de cromosomas será mayor que el de una dotació normal, y el desarrollo se detendrá en los primeros estadios de la embriogénesis. Por ello, las especies animale —y también el hombre— han debido crear mecanismo que impiden que más de un espermatozoide penetre e el óvulo.
    Si aceptásemos la tesis de la «inseminación artificial»
    como el procedimiento de que se valieron los «astronautas» en la concepción virginal de María podríamos tropezar —casi con seguridad— con este grave riesgo de l «polispermia».
    ¿Y qué hubiera sucedido si el embarazo de la Virge se hubiera malogrado como consecuencia de la perforación de su óvulo por parte de más de u espermatozoide?
    Y lo que hubiera sido aún más insólito: ¿qué habrí ocurrido si María hubiese concebido... ¡gemelos o trillizos!?
    Eran demasiados riesgos, en mi opinión, para que e «equipo» celeste pudiera adoptar este sistema. A no ser, naturalmente, que la «inseminación artificial» que pudiera haber practicado una civilización tan extraordinari reuniera otras características.
    De todas formas, siempre terminaríamos por tropeza en la misma piedra: el espermatozoide o los espermatozoides estarían igualmente presentes. Y esto, como digo, no encaja con la acción sobrenatural y misteriosa del Espíritu Santo.
    Segunda teoría: ¿fecundación in vitro?
    Todos quedamos confusos o sorprendidos cuando, en l madrugada del 26 de julio de 1978, los médicos del Hospital General de Oldham, en Inglaterra, traían al mund a una niña «probeta». El bebé, con un peso de dos kilo y 700 gramos y un estado de salud «excelente», era l primera criatura de este planeta que había sido fecundad fuera del seno materno.
    La técnica de los doctores Steptoe y Robert Edward consiste en tomar un óvulo de la mujer y fertilizarlo co los espermatozoides del marido en un tubo de ensayo.
    Tras un período de incubación, el nuevo .ser humano e implantado en la matriz materna, donde prosigue ya s desarrollo normal hasta el nacimiento.
    Si el sistema de la «inseminación artificial» hubier sido «cosa del diablo» para nuestros ancestros —y no digamos para los israelitas de hace 2 000 años—, ¿qué habrían pensado de la concepción de un hombre «fuera»
    de la mujer? En tiempos de Galileo —e incluso en época más cercanas— los doctores Steptoe y Edwards y tod el hospital habrían sido «purificados» con el fuego de la hogueras...
    Este revolucionario y prometedor hallazgo de la Medicina difícilmente habría sido entendido por los hombres de la Edad Media o por nuestros propios abuelos.
    He aquí otro hecho que fortalece mi creencia respect a la incomprensión de los hombres de hace 4 000 o 2 años en relación a seres que fueran capaces de desplazarse en naves siderales o que procedieran de otros astros.
    Pero volvamos al espinoso tema de la concepción virginal de María.
    ¿Podemos pensar que los «astronautas» se valiero de este sistema de la fecundación in vitro para fertiliza el óvulo de la Virgen?
    Aunque tal procedimiento resulta más sofisticado sutil que el de la inseminación artificial, tampoco me inclino a creer en él como una solución.
    En definitiva nos encontramos en el mismo callejó sin salida: la presencia de los necesarios espermatozoides. El problema se repite.
    Como ya he insinuado anteriormente —y utilizand las palabras más elementales del mundo—, si Jesús d Nazaret era el Hijo de Dios, su concepción en el sen de María no podía ser obra de un espermatozoide, puesto que éste es un «transmisor» humano de la vida.
    Ahora bien, en mi opinión, la naturaleza humana d Cristo fue total y absolutamente normal, dentro de s marco físico-biológico. Era, en definitiva, un hombre com cualquier otro. Y no me estoy refiriendo ahora, lógicamente, a su carácter o sello divino...
    Y la Ciencia nos dice que para el desarrollo embrionario y la perfecta gestación de un ser humano, es condición básica una carga perfecta y completa de lo que s denomina «código genético». Lo normal es que el óvul de la mujer encierre la mitad de ese «código» (23 cromosomas) y el espermatozoide del varón el resto (otro 23 cromosomas). Si ambas células se funden con éxit tiene lugar la conocida fecundación y ya tenemos u nuevo individuo, con su dotación normal de cromosomas: 46. Cualquier alteración en este «paquete» de cromosomas puede conducir al aborto o a la aparición d alteraciones en el futuro ser humano. Nada de esto sucedió, evidentemente, con Jesús.
    Pero, entonces, ¿cómo pudo ser la fecundación de óvulo de María?
    Tercera teoría: ¿transporte por una radiación desconocida?
    Llegados a este límite, aparentemente infranqueable par la Ciencia y la tecnología humanas de 1980, uno entra si querer en el mismo y oscuro terreno del misterio en qu se ha desenvuelto y se desenvuelve la Iglesia durant 20 siglos. A partir de aquí, por tanto, mis planteamiento tienen que despegarse de lo que sabe o marca el conocimiento del hombre. Lo cual no quiere decir que m someta a la fácil situación de los que profesan la «fe de carbonero»...
    Creo con fuerza en la sensatez de Dios. Ya lo he dicho.
    Una sensatez que dudo mucho le haga saltarse, así com así, las leyes físicas que proceden de su poder y de su inteligencia. Aquí, precisamente, puede estar la clave par entender o aproximarse algún día al todavía «misterio»
    de la concepción de Jesús.
    Si la Gran Fuerza o Dios quiso que su Hijo se hicier como uno cualquiera de nosotros, seguramente intent respetar las líneas maestras de su desarrollo embrionario. Algo estaba claro y así fue anunciado por el «astronauta» a la futura madre:
    «... Concebirás sin obra de varón.»
    Pero esto no tenía por qué significar que el óvulo d María quedara «huérfano» de esos 23 cromosomas restantes e indispensables, según la genética, para que prosperase un hombre. Hoy sabemos que con la fecundació se produce una activación general del aletargado metabolismo de la célula, dando comienzo así al desarroll embrionario. Y está demostrado igualmente que esta activación e iniciación no se deben a que el espermatozoid aporte algún factor del que carezca el óvulo. La investigación ha demostrado en este sentido que el «despertar»
    del citado óvulo femenino puede inducirse con .sólo punzarlo mediante una aguja o bien exponiéndolo a soluciones acidas o salinas. La diferencia entre estos último métodos de estimulación del óvulo y el natural del espermatozoide es que los embriones resultantes por aquello procedimientos no sobreviven. Y la razón es clave: eso «posibles» seres mueren porque carecen de la mitad d la dotación cromosómica característica de la especie.
    ¿Cómo podría haber sobrevivido, entonces, el embrió de Jesús de Nazaret si sólo hubiera contado con los 23 cromosomas propios del óvulo de María?
    Es por esto por lo que creo firmemente en algún tip de acción física a la hora de fecundar a la Virgen.
    Pero, ¿cómo?
    La pregunta termina siempre en primer plano...
    Permítanme un último rodeo antes de exponer mi hipótesis.
    Esa lamentable falta de perspectiva a que está sometido el hombre de nuestro tiempo le lleva, por ejemplo, a no percatarse de que hasta 1877, la Humanidad n había logrado ver aún la «carrera de un espermatozoid hacia un óvulo». Sólo entonces, y gracias al zoólogo suiz Hermann Fol, que observó al microscopio cómo un espermatozoo de estrella de mar se adhería al óvulo y lo fecundaba, concluyeron siglos de especulaciones sobre e cómo, dónde y por qué se producía realmente la fertilización de una mujer.
    Es decir, hace sólo 100 años que hemos «descubierto»
    el «secreto» de la vida...
    ¿Cómo podríamos imaginar siquiera los medios o canales de fecundación de una civilización que pueble nuestro propio planeta o cualquier otro, dentro de un milló de años?
    Esto, precisamente, pudo ser lo ocurrido hace 2 años en las tierras de Israel con aquellos «astronautas»
    llegados de Dios sabe dónde.
    Aquellos seres —tan cercanos a la Fuerza Creadora—
    pudieron «transportar», incluso a distancia, la «carga genética» necesaria para colmar el óvulo de la Virgen. Quiz algún día nosotros también lleguemos a descubrir que l fecundación de la mujer es posible sin tocarla siquiera.
    Imaginemos por un momento la posibilidad de manejar esa «carga genética», pero sin necesidad del «estuche»
    que lo transporta: el espermatozoide. Si descubriésemo un s istema p a r a que d i c h a «carga» n o s e d a ñ a s e e n s nuevo estado, quizá fuese posible «lanzarla» o «dirigirla»
    desde el exterior hasta el óvulo de la mujer.
    En este caso, la fecundación sería perfecta y normal.
    Pero María habría conservado su virginidad. Esto, po otra parte , permi ti ría la selección previa de esa «carg genética», de forma que siempre obtendríamos individuo sin taras o alteraciones. Por este procedimiento, todaví ideal para nosotros, no s e r ían necesario s esos millone de «cargas genéticas» que —merced a los espermatozoides— ascienden en cada eyaculación hacia el óvulo.
    Para ese «lanzamiento» o «transporte» a distancia habría que arbitrar igualmente un adecuado «apoyo logístico». Quizá una determinada radiación. Quizá un láser, De aceptar esta posibilidad, el mismo «astronauta» qu dio el anuncio a María pudo «disparar» sobre ella la citada «carga genética». Era lógico suponer que el «equipo»
    tuviese controlada la menstruación de María.
    Es posible también que los «astronautas» llegaran «desmaterializar» esa «carga genética» fuera del cuerp de María, «materializándola» casi instantáneamente un vez en el óvulo de la Virgen . Si eran seres que podía manipular los cambios de dimensiones, ¿por qué rechazar la hipótesis? Hubiera sido suficiente, quizá, un cambio o variación en los ejes de las partículas subatómica que integraban esos genes para hacerlos «saltar» de d imensión.
    El gran problema del origen de esa «carga genética»
    —y puesto que estamos hablando de la Divinidad— e algo que escapa ya definitivamente a mi ridículo cerebro.
    Cuarta teoría: Una acción absolutamente directa de la Divinidad
    Por último, ya lo he dibujado en otros rincones de est ensayo, no podemos descartar —incluso desde el punt de vista científico— otro tipo de «acción», absolutamente vinculada quizá a la mano o a la voluntad de esa Gra Fuerza.
    Caería en mi propia trampa si cerrase el camino otra o a otras posibilidades, tal como la fecundación d dicho óvulo humano «por la simple voluntad de esa Gra Energía que llamamos Dios».
    No es mi propósito violar los límites de mi propi entendimiento. Y sé que Dios o la Verdad están much más allá...
    Esta última tesis, naturalmente, no habría afectad al «equipo». La acción y responsabilidad habrían recaíd directamente en esa Divinidad.
    En cualquier caso, la virginidad de la niña podría haber quedado perfectamente a salvo. Cuantas consultas h hecho con ginecólogos han arrojado siempre el mismo fin:
    La virginidad no constituye hoy un obstáculo insalvable para alcanzar la concepción.
    La Medicina actual está cuajada de casos en los qu mujeres que no han perdido su virginidad han quedado, sin embargo, embarazadas. Todo depende, por ejemplo, de las circunstancias y de la resistencia del himen.
    Me contaba un veterano ginecólogo cómo en las Facultades de Medicina se sigue poniendo como ejempl aquel caso de una muchacha que, tras bañarse en la bañera de su casa, quedó fecundada. La explicación era mu simple. Minutos antes, un hermano de la chica se habí bañado en el mismo lugar, masturbándose. Millones d espermatozoides quedaron flotando en los restos de agua.
    Cuando la joven procedió a bañarse —y a pesar de habe llenado la bañera con agua limpia—, algunos de los espermatozoides lograron penetrar en la vagina, fecundándola.
    Y aunque esto, evidentemente, resulta poco menos qu anecdótico, los médicos sí coinciden y conciben que un mujer pueda seguir siendo virgen, incluso, después d un parto. Como decía, todo depende de la naturaleza elasticidad del himen.
    LA CONCEPCIÓN PUDO SER EN ENERO
    Es evidente que aquel «equipo» lo tenía todo previsto.
    Y entre otros «detalles», el momento oportuno para dich concepción. Si los «astronautas» sabían de antemano e lugar y las circunstancias del alumbramiento del Enviado, no tuvieron más remedio que enfrentarse al entonce insalvable problema de las lluvias.
    La época de los viajes en aquellas tierras comenzab hacia febrero o marzo. Esto se debía básicamente al clima. En estos meses precisamente concluye la época d lluvias y sólo entonces se podía pensar en viajar. Lo caminos mojados eran una grave amenaza para los peregrinos, que sólo podían desplazarse a pie o a lomos de ganado. «Rezad para que vuestra huida no sea en invierno», dice san Mateo.
    Era, pues, necesario esperar a los meses secos —d marzo a septiembre— para ponerse en marcha y acudir, por ejemplo, a las fiestas y mercados de Jerusalén.
    Precisamente en esa época del año crecía enormemente el número de extranjeros en la gran ciudad, qu llegaban desde todas las partes del mundo para celebra las tres grandes fiestas de peregrinación: Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos.
    Esto debían saberlo muy bien los miembros del «equipo». Y puesto que Jesús debía nacer en Belén de Judá, l lógico es que el desplazamiento de José y María se llevar a cabo durante la época seca.
    La meteorología actual ratifica esta idea.
    Según san Lucas «...había unos pastores en aquell misma comarca que pernoctaban al raso y velaban po turno para guardar sus ganados» (2,8). Los meteorólogo han efectuado mediciones muy precisas de las temperaturas en el Hebrón. Esta localidad, situada al sur de la montañas de Judá, tiene el mismo clima que la cercan Belén. La curva de la temperatura ofrece heladas en tre meses: en diciembre, con 2,8 grados bajo cero; en enero, con 1,6 bajo cero y en febrero, con 0,1 bajo cero (temperaturas Celsius).
    Los dos primeros meses ofrecen, al mismo tiempo, la precipitaciones más altas del año: 147 milímetros en diciembre y 187 en enero. Y puesto que el clima de Palestina no ha sufrido variaciones notables en los último 2 000 años, estas cifras pueden servirnos de base par nuestro planteamiento.
    En tiempo de Navidad reina en Belén la helada. Est quiere decir que los pastores no podían estar al raso e pleno mes de diciembre. En esas fechas, como en lo meses de enero y febrero, lo normal es que los rebaño se encuentren bajo techo. Esto coincide, además, con e ya mencionado problema de las lluvias. Este hecho, po otra parte, queda reforzado por una noticia del Talmu según la cual en aquellos lugares, los rebaños salían a campo en el mes de marzo y eran recogidos a principio de noviembre.
    Esto demuestra que el nacimiento de Jesús no pud ser en diciembre, sino hacia los meses de octubre o quiz septiembre. En ese caso, la concepción pudo tener luga a primeros de año. Más o menos hacia enero o febrero.
    Una concepción que, aunque parezca mentira, y segú los textos de los Evangelios apócrifos, llenó de problemas y amargura a José y María...
    JOSÉ Y MARÍA, SOMETIDOS A JUICIO
    Tanto si la concepción de la joven María fue «dirigida»
    por el equipo de «astronautas» como si no, lo que sí debi constituir un grave problema —digamos social— fuero los «síntomas» inmediatos de dicha fecundación.
    Tal y como aparece en los Evangelios canónicos apócrifos, la virgen, que vivía, al parecer, en Nazaret, pequeña aldea de Galilea, empezó a dar evidentes señales de su estado de buena esperanza. Y puesto que, tanto José como María se hallaban todavía en plenos desposorios —es decir, simplemente «prometidos»— el asunto, como ocurre siempre, empezó a envenenarse, siendo e objetivo principal de los comadreos e intrigas.
    ¿Qué otras noticias podían amenizar la vida gris rutinaria de una comunidad tan escasa y remota com Nazaret?
    La propia Galilea, región septentrional de Palestina, tanto por su considerable distancia a Jerusalén como po sus contactos con los gentiles, era mal vista en los centros religiosos oficiales. Precisamente se la llamaba «Galilea de los gentiles». Es más, Nazaret no figura ni e los textos del Antiguo Testamento ni en los escritos d Flavio Josefo. Debía tratarse, en fin, de una aldea diminuta donde el modo de vida era muy primitivo. Inclus en tiempos de Heredes. Los últimos descubrimientos arqueológicos de los Franciscanos así lo confirman. Dud mucho, por tanto, que el lugar donde Jesús pasó su niñe y juventud fuera un modelo de comodidad. Incluso, de belleza. San Jerónimo llamaba a Nazaret la «Flor de Galilea».
    Supongo que este piropo nació más por su celo cristian que por un conocimiento objetivo de la realidad. Un aldea sin agua corriente, sin luz, con las calles de tierr o arena y sumida posiblemente en nubes de moscas, n podía ser un paraíso...
    Hoy, y gracias al turismo y a los dólares que aporta los miles de curiosos y peregrinos llegados desde todo e mundo, Nazaret ha sufrido un cambio radical. En la arcadas de sus calles y callejuelas están situados los talleres abiertos y las tiendas de muchos carpinteros. ¡Curiosa coincidencia...!
    En ellos se construyen yugos de madera para los bueyes, arados y una gran variedad de utensilios para la faenas propias del campo.
    Hoy se conserva incluso una fuente situada al pie d una colina, que brota en forma de manantial. La llama la «fuente de María» (Ain Maryam) y, de ser ciert su origen, podía tratarse del mismo lugar donde cuentan los apócrifos que la Virgen fue .sorprendida por «aquella voz misteriosa» y por el no menos misterioso «ángel»
    o «astronauta».
    Supongo que como una «atracción» turística más, la mujeres actuales de Nazaret siguen portando los cántaros de agua sobre sus cabezas.
    En aquel ambiente tan reducido —quizá la aldea n llegase siquiera a los mil habitantes (hoy tiene uno 10 000)—, el embarazo de la niña tuvo que ser todo u «acontecimiento»...
    La Ley hebrea, además, era muy dura en este aspecto.
    Si José o cualquier otro miembro del pueblo había violado a María en plenos desposorios, la carga de esa le sería implacable con el responsable. Es más que lógica, por tanto, la actitud de José, «que resolvió repudiarla e secreto», tal y como dice el Evangelio según san Mateo.
    LA MUJER: CIUDADANA DE SEGUNDA CATEGORÍ Para los hombres del siglo xx, y especialmente para lo de la cultura occidental, resulta extraño aquel «sistema» de matrimonio que regía entonces. Sin embargo, e vital conocerlo si se quiere comprender mejor la tremenda angustia de José.
    Como ya he citado con anterioridad, la situación social de la mujer en la comunidad judía de hace 2 000 año no era muy floreciente. Estaba excluida de la vida pública.
    Mientras era niña debía permanecer en la casa patern o, como en el caso excepcional de María, en el Templo.
    Bajo la protección del padre, las hijas «debían pasar despues de los muchachos. Su formación se limitaba al aprendizaje de los trabajos domésticos, coser y tejer particularmente. Cuidaban de los hermanos y hermanas má pequeños y, respecto al padre, tenían los mismos debere que los hijos: alimentarlo y darle de beber, vestirlo cubrirlo, sacarlo y meterlo cuando era viejo, lavarle l cara, las manos y los pies. Pero no tenían los mismo derechos que sus hermanos respecto a la herencia. E este caso, los hermanos y sus descendientes precedía las hijas.
    La patria potestad era extraordinariamente grande respecto a las hijas menores antes de su matrimonio. Estaban totalmente en poder de su padre. He aquí la curios distinción que se hacía entonces de las mujeres:
    «La menor» (hasta la edad de «doce años y un día»).
    «La joven» (entre los doce y los doce años y medio) «la mayor» (después de los doce años y medio). A est edad, aproximadamente, se registraban las primeras menstruaciones.
    Hasta la edad de doce años y medio, el padre tení toda la potestad. Su hija no tenía derecho a poseer. Tod absolutamente —desde sus ropas al fruto de su trabaj y hasta lo que pudiera encontrar en la calle— pertenecí a su padre.
    La hija que no había alcanzado los doce años y medi tenía además muy poco derecho a disponer de sí misma.
    El padre, ,si así lo deseaba, podía anular sus votos. H aquí un dato importante a tener en cuenta si pensamo en el voto hecho por María...
    El padre representaba a su hija en todos los asunto legales y muy especialmente a la hora de aceptar o rechazar una proposición de matrimonio. Hasta la edad d doce años y medio, una hija no tenía derecho a rechaza el matrimonio decidido por su padre. Insólito: ¡podía, incluso, casarla con un deforme! Más aún: el padre, d acuerdo con la Ley, podía vender a su hija como esclava, siempre que no hubiera llegado a la citada edad de lo doce años y medio.
    Los «esponsales», que tenían lugar a una edad mu temprana según nuestro particular modo de ver las cosas, preparaban el paso de la joven del poder del padre a del esposo. Ésta era la clave. La edad normal para dicho esponsales era —para la mujer— entre los doce y doc años y medio. Justamente al llegar a la pubertad. Ha datos, incluso, de esponsales y matrimonios aún má precoces. Era muy corriente, por ejemplo, prometerse co una pariente. Y no sólo en los círculos elevados, en lo que, al mantener a las hijas separadas del mundo exterior, era difícil el conocimiento entre los jóvenes.
    Estos «esponsales», en definitiva, significaban algo parecido a lo que nosotros conocemos y practicamos —n sé si la costumbre sigue todavía en vigor...— como la «petición de mano». Precedían al matrimonio propiament dicho y a la estipulación del contrato matrimonial. Significaba la «adquisición» de la novia por el novio. De est forma se constituía la formalización válida del matrimonio. La prometida era llamada «esposa». Podía queda «viuda» en ese período de tiempo y ser «repudiada» mediante un libelo de divorcio y condenada a muerte en cas de adulterio. El «matrimonio» tenía lugar un año después de los «esponsales».
    La fundamental importancia del contrato matrimonia —que se llevaba a cabo después de los esponsales— consistía, según la Ley, en la reglamentación de las relaciones jurídicas entre los esposos en cuestiones financieras. Las principales disposiciones eran las siguientes:
    1. Fijación de lo que debía pagar el padre de la novia: bienes extradotales (es decir, que seguían siend propiedad de la novia y de los que el marido sólo obtení el usufructo y bienes llamados «en hierro». O sea, qu pasaban a la propiedad del marido, pero cuyo equivalent debía ser devuelto a la mujer en el caso de ruptura matrimonial).
    2. Estipulación de la garantía matrimonial. Es decir, de la suma que debería percibir la mujer en caso de separación o de muerte del marido.
    El más claro indicativo de la lamentable situación d la mujer judía de aquella época era el parangón existent entre la «adquisición» de la mujer y de la esclava. «S adquiere la mujer por dinero, contrato y relaciones sexuales.» Así rezaba el escrito rabínico Qiddushin. Asimismo, «se adquiere la esclava pagana por dinero, contrato y toma de posesión». Hay que reconocer que er una «sutil» matización...
    ¿Qué diferencia podía haber entonces entre la esposa y la esclava?
    Quizá las únicas diferencias las marcaba la ley: la esposa conservaba el derecho de poseer los bienes (n d disponer de ellos) que había traído de su casa com biene extradotales y, en segundo término, la seguridad qu podí darle el contrato matrimonial.
    El amor, como podemos apreciar, no aparece por ninguna parte.
    El marido, además, podía llevar a su casa concubinas.
    Según R. Meir, la diferencia entre una esposa y un concubina es que «aquélla dispone de un "contrato" l concubina no».
    Generalmente, una vez celebrado el «matrimonio» —u año después de los «esponsales»—, la joven er llevad a la casa del marido y pasaba a su «jurisdicción» «dominio». Y aquí debía empezar un nuevo calvario par l mujer. Allí debía enfrentarse a todos los pariente de esposo. Y generalmente era mirada con hostilidad desprecio. Esto me ha hecho pensar algunas veces si l jove María, una vez en la casa de José, pudo choca igualmente con los hijos y demás parientes del «carpinteroconstructor». Si José era viudo y de avanzada edad y co sei hijos en la casa, ¿cuántos problemas y tensiones surgirían al ingresar María en la nueva familia? No creo, com pretenden los místicos y beatos, que «todo fuera colo de rosa»...
    A la vista del ruin comportamiento que se tenía co las mujeres en general, dudo mucho que María fuer un excepción. Esta parte de la vida (yo diría qu infancia)
    de la Virgen es sumamente oscura. Sólo lo Evangelio apócrifos aportan alguna luz, aunque tampoc podemo estar seguros, al cien por cien, de su veracidad. Per e lo único de que disponemos...
    Sabemos por los escritos rabínicos y por la Ley, as como por otros documentos históricos, que en la vid conyugal de aquellos tiempos —siempre después del «matrimonio»— la mujer tenía el derecho de ser sostenid por su marido, pudiendo exigir su aplicación en los tribunales. El marido tenía que asegurarle alimentación, vestido y alojamiento y cumplir el deber conyugal. Ademá estaba obligado a rescatar a su mujer en caso de cautiverio. Debía procurarle medicamentos en caso de enfermedad y la sepultura en su muerte. El más pobre, incluso, estaba obligado a procurarse, al menos, dos flautista y una plañidera. Por último tenía la obligación de pronunciar un discurso fúnebre en el entierro de su mujer...
    ¿Y cuáles eran las obligaciones de la esposa? ¿Qué trabajo haría normalmente María en Nazaret?
    Veamos.
    Los deberes de la esposa consistían en primer luga en atender a las necesidades de la casa. Debía moler, coser, lavar, cocinar, amamantar a los hijos, hacer la cam de su marido y, en compensación de su sustento (tome nota las «feministas») elaborar la lana, hilar y tejer, hasta preparar la copa a su marido; lavarle la cara, la manos y los pies...
    Pero los derechos del esposo llegaban mucho más allá.
    Podía reivindicar lo que su mujer encontraba en el campo o en la calle. Y también el producto de su trabaj manual. La mujer, en fin, tenía la obligación de obedece a su rab, como se hacían llamar los esposos. Esta palabra, ni más ni menos, venía a significar «dueño». Dich obediencia —por si fuera poco— había sido considerad como un «deber religioso».
    Un hecho que me confirma en la creencia de que María pudo tener problemas con los hijos de José aparec precisamente en estas leyes. Las relaciones entre los hijo y los padres estaban determinadas también por la obediencia que la mujer debía a su marido. Los hijos, po ejemplo, estaban obligados a colocar el respeto debido a padre por encima del respeto debido a la madre. En cas de peligro de muerte, había que .salvar primero al marido.
    Hay dos hechos significativos respecto al grado d dependencia de la mujer con relación a su marido:
    1. La poligamia estaba permitida. A veces, los maridos tomaban una segunda esposa cuando no se entendía con la primera y no podían repudiarla por la elevad suma de dinero que había sido fijada en el contrato matrimonial. Como dato puramente comparativo, en 1927 en la localidad de Artas, cerca de Belén, sobre un total d 112 hombres casados, 12 tenían varias mujeres. Es decir, en números redondos, un 10 por 100. Once tenían dos uno, tres mujeres.
    2. El derecho al divorcio estaba exclusivamente d parte del hombre. Cuando Salomé, hermana de Herede el Grande, envió el libelo de divorcio a su marido, Costábaro, actuaba, como expresamente constata Josefo (Antigüedades, XV), en contra de las leyes judías, las cuale sólo concedían al marido el derecho de dar libelo d divorcio.
    ¡LAS DUDAS DE LOS TEÓLOGOS
    Estas dos «fases» en los matrimonios de hace 2 000 año ha planteado desde un principio a los teólogos católico una gran duda:
    ¿Estaba María realmente casada con José al quedars embarazada o sólo se hallaba en la primera «etapa»: e los «esponsales»?
    De seguir las palabras de Mateo —el único que, juntamente con Lucas, suministra algunas «pistas»—, la pequeña María debía encontrarse en la casa de sus padre —Ana y Joaquín— y «prometida» únicamente a José. E decir, en ese período de un año, quizá, que era conocid como tiempo de «esponsales».
    Hay que aclarar que las relaciones sexuales eran legales en ese tiempo, aunque «estaban mal vistas»...
    Es muy probable, por tanto, y puesto que no disponemos de más información al respecto, que María se encontrase realmente en plenos «esponsales», pendiente d los trámites del «contrato matrimonial» y de la posterio «conducción», entre fiestas y alegrías, a la casa de s futuro marido.
    María, en resumen, estaba legalmente «casada».
    Hast tal punto obligaba esta situación, como ya he referid anteriormente, que el «prometido» podía repudiarla e caso de adulterio o, en caso de muerte del futuro marido, aquélla recibía las consideraciones de toda «viuda».
    Esta situación —por pura deducción lógica— encaj mucho mejor con las dudas y angustias de José, su prometido. En el caso de que se hubiera ultimado el «contrato matrimonial» y María viviese ya en la casa de José, su embarazo, además, no hubiese llamado la atención de pueblo y de los escribas y sacerdotes, como veremos seguidamente en los Evangelios apócrifos.
    Es una lástima que sólo Mateo se atreva a tocar e tema de las vacilaciones de José ante el inesperado embarazo de María. El resto de los evangelistas no dice «est boca es mía».
    Sin embargo, como señala fugazmente Mateo, aque aparente «desliz» de la virgen tuvo que ser motivo d grave preocupación, tanto para su «prometido» como par los familiares de ambos y no digamos para los sacerdote del templo que —según los apócrifos— la habían guardado hasta esas fechas.
    ¿Cómo es posible entonces que el resto de los evangelistas no se ocupen del problema?
    ¿Quizá por un absurdo sentido de reverencia?
    Si uno consulta, sin embargo, los Evangelios apócrifos, verá cómo el «desliz» de María tuvo más trascendencia de lo que imaginamos. Y si el propio Mateo dice verdad en su apócrifo de la Natividad, el asunto debió se tan grave que poco faltó para que, tanto José como l niña, fueran, incluso, lapidados o expulsados del pueblo.
    Si el evangelista Mateo es parco en palabras a la hor de relatar el «percance» en su testimonio canónico, n ocurre lo mismo con el mencionado apócrifo.
    Repasemos la curiosa historia:
    JOSÉ, OCUPADO EN SUS CONSTRUCCIONES
    Dice así san Mateo:
    1. Mientras esto sucedía (se refiere a la Anunciación), José se hallaba en la ciudad marítima de Cafarnaum ocupado en su trabajo, pues su oficio era el d carpintero. Permaneció allí nueve meses consecutivos, cuando volvió a casa, se encontró con que María estab embarazada; por lo cual se puso a temblar y, todo angustiado, exclamó:
    «Señor y Dios mío, recibe mi alma, pues me es mejo ya morir que vivir.»
    Pero las doncellas que acompañaban a María le dijeron:
    «¿Qué dices, José? Nosotras podemos atestiguar qu ningún varón se ha acercado a ella. Estamos seguras d que su integridad y su virginidad permanecen invioladas, pues Dios ha sido quien la ha guardado. Siempre ha permanecido con nosotras dada a la oración. Todos los día viene un ángel a hablar con ella y de él recibe tambié diariamente su alimento.
    «¿Cómo es posible que pueda encontrarse en ella pecado alguno? Y si quieres que te manifestemos claramente lo que pensamos, nuestra opinión es que su embarazo no obedece sino a una intervención angélica.»
    2. Mas José repuso:
    «¿Por qué os empeñáis en hacerme creer que ha sid precisamente un ángel quien le ha hecho grávida? Pued muy bien haber sucedido que alguien se haya fingid ángel y la haya engañado.»
    Y al decir esto lloraba y se lamentaba diciendo:
    «¿Con qué cara me voy a presentar en el templo d Dios? ¿Cómo voy a atreverme a fijar la mirada en lo sacerdotes? ¿Qué he de hacer?»
    Y mientras decía estas cosas, pensaba en ocultarse despacharla.
    XI
    1. Estaba ya determinado a levantarse de noche huir a algún lugar desconocido, cuando se le apareció u ángel de Dios y le dijo:
    «José, hijo de David, no tengas reparo en admitir María como esposa tuya, pues lo que lleva en sus entrañas es fruto del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, qu se llamará Jesús, porque será quien salve a su pueblo d sus pecados.»
    Levantóse José del sueño y, dando gracias al Señor, su Dios, contó a María y a sus compañeras la visión qu había tenido. Y consolado por lo que se refería a María, le dijo a ésta:
    «He hecho mal en abrigar sospechas contra ti.»
    XII
    1. Después de esto, fue cundiendo el rumor de qu María estaba encinta. Por lo cual los servidores del templo arrestaron a José y lo llevaron ante el pontífice. Ést y los sacerdotes, empezaron a injuriarle de esta manera:
    «¿Por qué has usurpado fraudulentamente el derech matrimonial a una doncella, a quien los ángeles de Dio alimentaban en el templo como si fuera una paloma, que nunca quiso ver siquiera el rostro de un varón, y qu tenía además un conocimiento perfecto de la ley de Dios?
    »Si tú no la hubieras violentado, ella hubiera permanecido virgen hasta el día de hoy.»
    Mas José juraba que no la había tocado. Entonces, e pontífice Abiatar le dijo:
    «Vive Dios que ahora mismo te haré beber el agu del Señor y al instante quedará descubierto tu pecado.»
    2. Y se reunió el pueblo entero de Israel en cantida tal, que era imposible contarlo. María fue llevada tambien al templo de Dios. Y los sacerdotes, al igual qu sus parientes y conocidos, le decían llorando:
    «Confiesa tu pecado a los pontífices: tú que eras com una paloma en el templo de Dios y recibías el aliment de manos de un ángel.»
    Fue llamado José ante el altar de Dios y le dieron beber el agua del Señor. Aquel agua que, al ser gustada por un hombre perjuro, hacía aparecer en su rostr una señal divina, después de dar siete vueltas en torn al altar de Dios. José la bebió con toda tranquilidad dio las vueltas rituales, sin que apareciera en él seña alguna de haber pecado. Entonces los sacerdotes, lo ministros de éstos y todo el pueblo le proclamaron inocente con estas palabras:
    «Dichoso eres, porque no se ha encontrado en ti reat alguno de culpa.»
    3. Después llamaron a María y le dijeron:
    «Y tú, ¿qué excusa podrás alegar? ¿O es que podr haber alguna señal en tu descargo de más peso que es embarazo que te está delatando? Ahora, puesto que Jos es inocente, sólo exigimos de ti que nos digas quién h sido el que te ha engañado. De todas maneras será mejo que tú misma te delates antes de que la ira de Dio ponga el estigma en tu cara a vista de todo el pueblo.»
    Entonces María, sin vacilación alguna ni temor, dijo:
    «Si es que hay en mí alguna contaminación o pecad por haberme dejado llevar de la concupiscencia o de l impureza, manifiéstelo el Señor a la vista de todas la gentes y sirva yo a todos de escarmiento.»
    Y dicho esto, se acercó decididamente al altar d Dios, dio las vueltas rituales y bebió el agua del Señor, sin que apareciera en ella señal alguna de pecado.
    4. Estaba todo el pueblo lleno de estupor, y al mismo tiempo perplejo, al ver por una parte las señales d su embarazo y constatar por otra la ausencia de indicio que comprobaran su culpabilidad. Por lo cual se form un revuelo de opiniones en torno al asunto. Unos la proclamaban santa. Otros, de mala fe, se convertían en detractores de su inocencia. Entonces María, viendo cóm el pueblo sospechaba aún de sí, pensando que no estab perfectamente justificada, dijo en voz clara para qu todo el mundo la oyera:
    «Por vida de Adonay, Señor de los ejércitos, en cuy presencia estoy, que no he conocido nunca varón ni aú pienso conocerlo en adelante, ya que así lo tengo decidido desde mi infancia. Éste es el voto que hice al Seño en mi niñez: permanecer pura por amor de Aquel qu me creó. En esta integridad confío vivir para Él solo, transcurriendo mi existencia libre de toda mancha.»
    5. Entonces todos la abrazaron, rogándole que le perdonara sus injustas sospechas. Y toda la multitud, juntamente con los sacerdotes y las vírgenes, la conduj hasta casa. Todos estaban llenos de júbilo y clamaba con gritos de alegría:
    «Bendito sea el nombre de Dios, que se ha dignad poner en claro tu inocencia ante el pueblo entero d Israel.»
    «APARICIONES EN SUEÑOS» Y MUCHO MÁS
    Los Evangelios apócrifos nos descubren otro dato de gra valor «periodístico».
    José, además de carpintero y ebanista, posiblement tenía sus propios «negocios» como constructor.
    Era lógico puesto que en aquellos tiempos —con má razón que en la actualidad—, las edificaciones exigían u mayor volumen de madera.
    Es muy posible que José —como cuenta Mateo y Santiago— dejara a María una vez celebrados los «esponsales» y se dedicara a aquellas construcciones y trabajo que eran su medio de vida. Si el futuro cónyuge de Marí tenía, como afirma Bagatti, una edad avanzada y una prol de seis hijos, no tenía más remedio que trabajar.
    ¿Y en qué podía trabajar José?
    Aunque nada se sabe al respecto, cabe también la posibilidad de que nuestro hombre «se moviera», a efecto de negocios, en la gran ciudad sagrada: en Jerusalén. Allí, en definitiva, es donde más trabajo podía darse.
    Los príncipes de la familia herodiana eran soberano amantes de las construcciones. Y su ejemplo indujo a l imitación. Por eso la industria de la construcción —cuenta J. Jeremías— alcanzó durante su gobierno y en la époc posterior una gran importancia. He aquí, por ejemplo, algunas de las principales edificaciones llevadas a cab en tiempos de Herodes el Grande (37-4 antes de Cristo)
    y bajo cuyo mandato vivió José:
    1. Restauración del Templo (del 20-19 a.C. hasta e 62-64 d.C.).
    2. Construcción del palacio de Herodes, cerca de l muralla oeste, junto a la «Puerta occidental que conduc a Lydda», hoy Puerta de Jaffa.
    3. Construcción, en el mismo lugar, de las tres torre de Herodes: Hippicus, Fasael y Mariamme.
    4. Al norte del Templo, dominándolo, se construyó l torre Antonia, emplazada en el mismo lugar — según opin Jeremías — en que se había levantado anteriormente l fortaleza del templo llamado Bírah y Báris.
    5. El magnífico sepulcro que Heredes se hizo construi en vida.
    6. El teatro construido por Heredes en Jerusalén.
    7. Y es posible que el hipódromo de la ciudad sant perteneciera también a la época herodiana.
    8. Construcción de un acueducto.
    9. Monumento sobre la entrada al sepulcro de David.
    Se sabe, por ejemplo, que la construcción y restauración del Templo de Jerusalén daba trabajo a más d 18.000 judíos. Entre todos esos operarios debían ser absolutamente necesarios — y hasta muy estimados — lo carpinteros-ebanistas.
    Esto me inclina a pensar que José, hombre honrad y cumplidor de la ley, tenía que trabajar asiduamente e estas obras, sin contar las que llevaron a cabo los romanos...
    Poncio Pilato, por ejemplo, aunque dudo que José llegara a trabajar en esa época, mandó levantar un acueducto. Para su construcción no se le ocurrió otra cos que echar mano del dinero del Templo y, naturalmente, provocó una revuelta.
    En todas estas construcciones — palacios, templo, sinagogas, etc. — era necesario el concurso de numeroso gremios. Y entre ellos, obviamente, el de los carpinteros.
    Flavio Josefo cuenta que el palacio de Heredes er especialmente lujoso. Los más diversos oficios había rivalizado tanto en el ornato exterior como en la decoración interior, tanto en la elección de los materiales com en su aplicación.
    Las principales actividades de Jerusalén, en definitiva, eran la artesanía artística y la construcción monumental, la construcción ordinaria — a la que José dedicarí también una atención importante — , la industria textil (n olvidemos que aquellos telares eran de madera) y la elaboración del aceite, donde también intervenía el gremi de carpinteros.
    Estoy plenamente convencido que José debió dedica buena parte de su atención al trabajo en la construcció del gran Templo de Jerusalén.
    «En cuarenta y seis años se construyó este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?» (Juan, 2,20) dijeron lo judíos a Jesús hacia el año 27. En aquella época las obra aún no estaban terminadas. Heredes había comenzad las nuevas construcciones en el año 19-20 antes del nacimiento del Enviado y no concluyeron definitivament hasta el año 62-64 después de Cristo, en tiempo del gobernador Albino.
    En aquellos trabajos, como digo, se utilizaron los servicios de 18 000 hombres. Se necesitaron canteros, carpinteros, plateros, orfebres y fundidores de bronce principalmente. Los carpinteros tenían que preparar las maderas, que en parte eran de cedro. Los troncos se traían de vecino Líbano. Los pórticos que rodeaban la explanad del templo estaban cubiertos igualmente con artesonado de madera de cedro. También se empleó esa misma madera en los cimientos del santuario.
    La lista, en fin, de ocupaciones en las que pudo colaborar José se haría interminable. Sin contar las estancias, más o menos prolongadas, en Nazaret y en otras aldea y poblaciones próximas. Allí, seguramente, podía trabaja en construcciones de tipo ordinario (viviendas, hornos, norias, acueductos, sinagogas, etc.), así como en trabajo directa o indirectamente relacionados con la pesca. N olvidemos que junto a Nazaret —aldea en la que, al parecer, residió durante un tiempo prolongado— se encontraban poblaciones como Cafarnaum, Genesaret, Magdala, Tiberíades, Cana, Naím, Betsaida, etc.
    Un buen artesano como José, ayudado por sus hijos, pudo dedicarse igualmente, y con el mismo esmero, a l construcción de pequeñas o grandes embarcaciones.
    ¿Y qué decir de los utensilios, herramientas y apero de labranza? ¿Es qué no los construiría también el marido de la Virgen?
    José y sus ayudantes —seguramente sus hijos, a lo que un día se uniría el mismo Jesús— pudieron conoce asimismo la técnica de la construcción de enseres par las casas. En aquella época no existía aún el plástico la mayor parte de las viviendas, muchas de ellas imitand las lujosas mansiones romanas, gozaban de sólidos y primorosos muebles: mesas, taburetes, lechos, sillas, cubiertos, etc.
    Algunos estudiosos de la Biblia han creído ver, incluso, en la palabra tekton —con la que se designa a vece el oficio de José y posteriormente la de Jesús— los oficio de carpintero, constructor y ¡herrero!
    Todo esto, en definitiva, me hace pensar que José n era un «pobre carpintero», tal y como nos lo han pintad siempre. Ejercía el oficio de carpintero, sí, pero tambié debía practicar el «pluriempleo» en actividades tales com la construcción de viviendas, restauraciones, fabricació de muebles, aperos para la labranza y un largo etcétera.
    Los artesanos de aquella época, en la medida en qu eran propietarios de sus talleres y no trabajaban com asalariados, pertenecían —nos guste o no— a lo que ho podríamos llamar la «clase media». Y estos círculos artesanales eran más prósperos cuanto más vinculados se hallaban al Templo.
    Tampoco debemos olvidar que José contrajo matrimonio con la única hija de Ana y Joaquín, una familia d gran fortuna y que poseía tierras, rebaños y siervos. L dote aportada por Joaquín a la boda tuvo que ser sencillamente espléndida.
    Generalmente, la suma para el matrimonio —mohar— que el padre de una joven de Jerusalén recibí del novio forastero el día de los esponsales era, según s dice, particularmente elevada. Y al revés. Y que nosotros sepamos, la citada familia de María debió vivir e Jerusalén.
    No quiero decir con esto que José fuera rico. Nada d eso. Sin embargo, su situación social —fruto de su trabajo— debía ser, al menos, honrosa. Un hecho que, com veremos más adelante, iba a tener su importancia...
    ¿Y SI HUBIERA REPUDIADO A MARÍA?
    Volviendo a las congojas de José, ¿qué hubiera sucedid en el caso de que éste la hubiera repudiado públicamente?
    Sé que esto no habría sucedido de ninguna de las maneras, puesto que el «plan» del gran «equipo» —de lo Cielos, en suma— no podía fallar en los últimos «cie metros» por una razón como esta. Sin embargo, y puesto que los Evangelios canónicos afirman que José pas algún tiempo dándole a la idea, ¿qué suerte habría corrido María, en el supuesto de que el «astronauta» no hubiera intervenido?
    Dada la situación de la Virgen —en plenos «esponsales»—, el peso de la Ley habría sido casi con seguridad, brutal. Veamos lo que decía el Deuteronomio (22,20) e estos casos:
    «... Si un hombre se casa con una mujer —caso de lo "esponsales"— y después de llegar hasta ella... la difam públicamente diciendo "Me he casado con esta mujer y, al llegarme a ella, no la he encontrado virgen"... y si resulta que no es verdad, si no aparecen en la joven la pruebas de la virginidad, sacarán a la joven a la puert de la casa de su padre (donde debía estar viviendo María)
    y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre...»
    Las dudas de José al comprender que María —su «prometida»— estaba encinta, ante la alternativa de repudiarl públicamente, son totalmente comprensibles. Aquel hombre, justo y bueno, no creo que pudiera desear la muert de nadie y mucho menos de una niña de 13 o 14 años.
    Aquí, precisamente, aparece mucho más patente la posibilidad de que José fuera un hombre de avanzada edad.
    De haberse tratado de un joven, y dada la naturaleza gravedad de la supuesta falta de María, la reacción d José quizá hubiera sido mucho más primaria y temperamental. Y eso habría sido fatal para el «plan».
    Pero no fue así. José, una vez consciente del problema, se retiró posiblemente en sí mismo y pensó. Y dudó...
    Pero, en suma, su reacción no fue violenta ni inmediata.
    Hubo tiempo suficiente para que «los de arriba» reaccionaran...
    Siempre hubiera quedado la esperanza de que, si Jos llega a repudiar públicamente a su «esposa», a la hora d efectuar la prueba de la virginidad, los sacerdotes y e pueblo entero se habrían encontrado con la enorme sorpresa de su virginidad. Pero, ¿qué habrían hecho en es caso? Es más, si María presentaba ya un vientre suficientemente pronunciado —como así debía ser—, ¿es qué s hubiera cumplido la Ley, practicando en ella la citad prueba de la virginidad? En este caso, al menos para lo ojos de los humanos, la prueba de esa falta de virginida estaba bien palpable...
    Y suponiendo que María no hubiera sido lapidada — que dadas las «influencias» de su padre, Joaquín, y de su parientes y amigos se le llegara a perdonar la vida—, ¿qu habría sucedido con el hijo que llevaba en las entrañas?
    El futuro para el niño, y no digamos para la madre para la propia familia de María, habría resultado casi peo que la muerte.
    La Virgen habría dado a luz a un hijo bastardo. ¿Y cuá era la situación social de estos hombres en Israel?
    «El bastardo —decía la Ley— no se admite en la asamblea de Yavé; tampoco sus descendientes hasta la décima generación serán admitidos en la asamblea de Yavé»
    (Deuteronomio, 23,3). Los bastardos, por tanto, no se podían casar, no tenían derecho a las dignidades públicas, siendo despreciados por todos.
    Si se piensa que la mancha del bastardo marcaba todos los descendientes varones para siempre, e indeleblemente, y que se discutía vivamente si las familias d bastardos participarían en la liberación final de Israel, se comprenderá que la palabra «bastardo» haya constituido una de las peores injurias. Hasta tal punto que, por ejemplo, quien la empleaba era condenado a 39 azotes.
    La situación, en fin, de Jesús de Nazaret, suponiend que hubiera venido al mundo en estas circunstancias, habría sido realmente nefasta, de cara al «trabajo» que l esperaba.
    ¿Es qué hubieran seguido las multitudes a un bastardo? ¿Es qué hubiera podido entrar siquiera en el Templ o participar en las fiestas y tradiciones religiosas? Le hubiera estado prohibido hasta el acceso a las sinagogas...
    ¿Con qué autoridad hubiera hablado ante los doctore de la Ley o ante los fariseos?
    Estaba claro que esa posibilidad no era la correcta n deseada por los «mandos» celestes ni por los «astronautas de Yavé».
    Y, lógicamente, no lo consintieron, abortando toda las intenciones de José.
    Uno, sin embargo, se pregunta por qué el «equipo»
    dejó que las cosas llegaran a extremos tan peligrosos comprometedores.
    ¿O es que no hubo otro remedio?
    La verdad es que la inquietud de José, y no digamo de su «esposa» María y de los familiares de ésta, debi ser tan aguda que no pueden extrañarnos las afirmaciones de Santiago en su apócrifo:
    1. Al llegar al sexto mes de su embarazo, volvi José de sus edificaciones; y, al entrar en casa, se di cuenta de que María estaba encinta. Entonces hirió s rostro y se echó en tierra sobre un saco y lloró amargamente, diciendo:
    «¿Con qué cara me voy a presentar yo ahora ante m Señor? ¿Y qué oración haré yo por esta doncella? Porqu la recibí virgen del templo del Señor y no he sabid guardarla. ¿Quién es el que me ha puesto insidias y h cometido tal deshonestidad en mi casa, violando a un virgen? ¿Es que se ha repetido en mí la historia de Adán?
    Así como en el momento preciso en que él estaba glorificando a Dios, vino la serpiente y, al encontrar sola Eva, la engañó, lo mismo me ha sucedido a mí.»
    TODOS HABLAN DE LOS «ÁNGELES»
    Mateo, por su parte, escribe que las doncellas que había acompañado todo aquel tiempo a María esgrimieron e defensa de la joven «que ningún varón se había acercad a ella y que todos los días se aproximaba a María u ángel, del que recibía su alimento y con el que conversaba».
    Y en un gesto de audacia, las muchachas opinan ant el confuso José que «el embarazo de la Virgen no obedece sino a una intervención angélica».
    Pero José —que todavía conservaba un mínimo d sentido común— les hizo ver que no aceptaba el hech insólito de que «un ángel la hubiera dejado grávida».
    Para mí, lo que verdaderamente estaban insinuand —quizá inconscientemente— las doncellas, es que el embarazo de María obedecía a un hecho sobrenatural. Incomprensible para ellas.
    Y amén del dato concreto —repetido en otros pasaje de los Evangelios apócrifos— del famoso «ángel» qu acudía a diario hasta Nazaret para proporcionar los alimentos a la niña, volvemos a encontrarnos con la posibilidad de que las palabras del «ángel» Gabriel —«el qu está delante de Yavé»— en la Anunciación, hubieran sid realmente el aviso de la «llegada» de una nave espacial.
    Una nave en la que —¿por qué no?— se iba a procede al decisivo momento de la Concepción Virginal.
    «El Espíritu Santo vendrá sobre ti —dice san Lucas—
    y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra...»
    Los propios comentaristas de la Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada por Desclée de Brouwer, afirma en una de sus notas al pie de la página 1 458, que est expresión del evangelista Lucas «evoca la nube luminosa, señal de la presencia de Yavé o las alas del pájaro qu simboliza el poder protector y creador».
    Si esto es aceptado por la propia Iglesia Católica, ¿po qué no admitir —traspolando el hecho— que ese pode del Altísimo podía estar materializado, tal y como he comentado en el capítulo anterior, en el «equipo de astronautas o ángeles» y en las naves que manejaban?
    En este caso, la «intervención angélica» a que hace referencia las doncellas en el apócrifo de san Mateo s vería plenamente justificada.
    No se trataría, naturalmente, de una «acción puramente carnal» por parte de los «astronautas», sino de un «mediación», quizá, a la hora de llevar a cabo la fecundación del óvulo de la joven virgen.
    LOS MISTERIOSOS «SUEÑOS»
    Y cuando el consternado José, después de no pocas cavilaciones, decide repudiarla en secreto, he aquí que, precisamente en ese momento, aparece de nuevo el «ánge del Señor».
    Lo hace «en sueños», afirman los evangelistas, tant en los textos «oficiales» (canónicos) como en los apócrifos. Y este tipo de apariciones —siempre durante l noche— se repite una y otra vez...
    Pero, lógicamente, surgen nuevas dudas:
    ¿Cómo debemos entender estas «apariciones» nocturnas? ¿Es que uno de los «mensajeros» o «astronautas»
    entraba materialmente en los sueños del personaje y l dictaba lo que debía poner en práctica?
    No cabe duda de que seres de otras dimensiones —s es que éstos lo eran— podían hacerlo a la perfección.
    Conozco a decenas de personas que afirman estar e «contacto» con seres del Espacio y que «reciben» buen parte de las informaciones a través de sueños. Ellos, a menos, aseguran que «se sienten ante seres de aparienci humana —generalmente de gran altura— y de aspect resplandeciente, uniformados con trajes metalizados, co los que conversan».
    Otros, incluso, expertos en «viajes astrales», afirma que pueden «salir» de sí mismos y entrar en las nave de estos seres superiores y de aspecto «angélico».
    ¿Qué fue lo que realmente le sucedió a José?
    Dudo mucho que aquel rústico carpintero supiera cóm hacer un «viaje astral».
    Por otra parte, si la presencia del «ángel» se registrab únicamente en un estado de ensoñación, ¿no cabía el riesgo de que José, al despertar, pudiera olvidar el sueño?
    ¿Cuántas personas son incapaces dé recordar lo que, si lugar a dudas, han soñado la noche anterior?
    El fenómeno es frecuente...
    También es posible que José recordara tal sueño. Entra dentro de lo posible. Pero, ¿es racional que el frut de un sueño haga cambiar de opinión al atormentad «prometido» de María? Evidentemente, no. Se necesitab «algo» claro y palpable —y mucho más si tenemos e cuenta la mente sencilla del carpintero— como para qu José adoptara una postura terminante. Una actitud ta sólida como para aceptar el famoso «juicio del agua», tal y como narran los Evangelios apócrifos de Mateo Santiago... Pero, ¿qué podía ser «eso», tan claro y palpable?
    Creo que no rompemos, ni mucho menos, la esenci del citado pasaje evangélico si planteamos la «aparició en sueños» desde otro punto de vista...
    Una vez más aparece claro que, tanto María com José y aquellos personajes directa o indirectamente, involucrados en la «operación», debían estar permanentemente «vigilados».
    El procedimiento es lo de menos. Quizá alguna de la naves —de la que descendía a diario el «ángel» o «astronauta» que entregaba a María los alimentos— permanecí muy próxima al lugar de residencia de la joven. Y quiz desde dicho vehículo se procedía a un sistemático y exhaustivo «chequeo» de la virgen. Algo parecido a lo qu nosotros hacemos en la actualidad desde Cabo Kenned con los astronautas que lanzamos al espacio.
    Pero ese «control» no terminaba quizá en el capítul puramente físico o clínico de María. Es posible que s tecnología o la evolucionada mente de los «tripulantes»
    les permitieran un conocimiento de los pensamientos sentimientos de cada uno de los protagonistas de la «operación.
    Sólo así hubieran podido percatarse del gran error qu estaba a punto de cometer José. Y evitaron el inminent repudio con un «encuentro» directo o «cercano», como s dice ahora, entre el «prometido» de María y alguno de lo «astronautas».
    Aquel «ángel del Señor» eligió obviamente la noche, puesto que se trataba del momento más discreto. Todo e mundo dormiría en la aldea. Incluso José, que quizá fu despertado materialmente.
    Una vez despierto y apaciguado, José recibió la explicación oportuna. Y de alguna forma, el «prometido» d la virgen quedó convencido de dos cosas: de que aque «encuentro» había sido efectivamente real y de la inocencia de la joven.
    Si matizamos, desde este nuevo ángulo, la expresió «aparición en sueños» veremos que la interpretación cambia sustancialmente, sin que ello implique deformació alguna en la esencia del pasaje.
    Dios sigue influyendo en José aunque —éste es m punto de vista— de una forma más normal y racional.
    Claro que estos calificativos sólo pueden ser comprendidos a partir de nuestra segunda mitad del siglo xx, cuando ya hemos empezado a disfrutar de la carrera espacial.
    Para el bueno de José, aquel «astronauta», como he repetido varias veces, sólo podía ser una «aparición» divina...
    Pero es que, además, tal «ángel» o «astronauta» gozaba de ese carácter de «enviado» o «misionero» divino, puesto que, en mi opinión, formaba parte de una «operación celeste».
    LA PRUEBA DEL AGUA
    Al leer los apócrifos de Mateo y de Santiago he podid observar también cómo ambos autores coinciden en l que denominan la «prueba del agua». Y aunque se produc una cierta diferencia a la hora de «aplicar» dicha agua los supuestos culpables, la esencia es la misma.
    El apócrifo de la Natividad de Santiago dice así e relación a este curioso hecho, también relatado por Mateo, como hemos podido comprobar:
    «Devuelve, pues —continuó el sacerdote— la virge que has recibido del templo del Señor.»
    Entonces a José se le arrasaron los ojos en lágrimas.
    Pero añadió el sacerdote:
    «Os haré beber el agua de la prueba del Señor y ell pondrá de manifiesto vuestros pecados ante vuestros propios ojos.»
    2. Y tomándola se la hizo beber a José, enviándol después a la montaña; pero él volvió sano y salvo. Hiz después lo propio con María, enviándola también a l montaña; mas ella volvió sana y salva. Y todo el puebl se llenó de admiración al ver que no aparecía pecad en ellos.
    Tanto Mateo como Santiago «obligan a José y Marí a beber de esa misteriosa agua». Pero, mientras el primero aseguraba que, una vez apurada la bebida, ambos s dirigieron a la montaña, Mateo escribe que cada «sospechoso» debía dar siete vueltas en torno al altar del Señor.
    Si el hecho fue cierto, lo importante en definitiva e que los supuestos pecadores debían beber algún líquid especial que, como afirma san Mateo, «hacía aparecer e el rostro una señal divina».
    En el fondo, este asunto me recuerda los célebre «juicios de Dios», tan frecuentes en la Edad Media.
    A no ser, claro está, que la costumbre en cuestió del pueblo judío tuviera algún origen «divino», previamente señalado por el «equipo» de Yavé.
    Sin embargo —y por más que he buceado en el Antigu Testamento— lo más próximo que he encontrado a dich «prueba del agua» se refiere al ritual de las aguas lústrales, descrito en el Números (19,17-22).
    Pero sigo pensando que dicho ritual poco o nada tien que ver con la «prueba» a que hacen alusión los apócrifos.
    ¿Qué clase de «señal divina» podía aparecer en lo rostros de los supuestos culpables, después de ingeri dicha «agua»? ¿O no se trataba de agua?
    ¿Nos encontramos ante un nuevo caso de autosugestión?
    En una de mis últimas andanzas tras los ovnis tuv la fortuna de conocer a Manuel Laza Palacio, el penúltim romántico, infatigable buscador —desde hace 30 años!—
    del tesoro de los «Cinco Reyes». Un caudal de joyas, procedente, según la leyenda, de los últimos monarca almorávides y que, según mi amigo Laza, se encuentr enterrado y bien enterrado en la enigmática gruta existente en Málaga y que lleva, precisamente, el nombre d «Cueva del Tesoro».
    Pues bien, he aquí que en una amena charla con e «buscador del tesoro», éste me relató algo que —instantáneamente— me recordó la famosa «prueba del agua» d los Evangelios apócrifos.
    «... Investigando sobre las supersticiones y esoterism en general de los pueblos orientales —me explicó el malagueño— encontré un día una noticia que me dejó d piedra. Al traducir la crónica latina de Alfonso VII pud comprobar cómo a propósito de la llegada a Valenci del conde castellano Rodrigo de Lara, que volvía d Jerusalén y que se hospedó junto al famoso jefe almorávid Aben Gañía, al guerrero castellano le dieron a beber un copa de "agua" y al poco quedó leproso...
    »La cuestión podría mover a risa a cualquiera que n esté familiarizado con el mundo medieval y sus asombrosas creencias y prácticas mágicas.
    »Pero continué con mis investigaciones y tuve la suert de conseguir un valioso libro, escrito por el sabio docto Mauchamps, que actuó muchos años como médico en Marruecos, estudiando a fondo la hechicería berberisca. Pue bien, los hechiceros marroquíes lo asesinaron en 1907, pero el libro del doctor pudo ser recogido y publicado po el especialista Jules Bois. Gracias a esta obra pude comprobar que la noticia dada en la crónica latina sobre l mágica enfermedad provocada al conde Rodrigo de Lar era absolutamente cierta.»
    ¿«Agua» capaz de provocar la lepra y casi de form inmediata? ¿No me encontraba ante un caso «gemelo» a del «agua» dada a José y María?
    ANTES DEL PARTO: ¿PARALIZACIÓN TOTAL DE LA ZONA?
    Y llegó el momento culminante.
    La «Operación Redención» estaba a punto de entrar e su etapa decisiva: el nacimiento del «Enviado». La llegad al viejo planeta Tierra del Hijo del Altísimo.
    Todos, más o menos, conocemos lo que narran los Evangelios canónicos sobre este trascendental hecho.
    Pero, ¿qué dicen los apócrifos? ¿Fue el nacimiento d Jesús de Nazaret como siempre hemos creído?
    Veamos lo que dice el Protoevangelio de Santiago:
    XVII
    1. Y vino una orden del emperador Augusto par que se hiciera el censo de todos los habitantes de Belé de Judá. Y se dijo José:
    «Desde luego que a mis hijos sí que les empadronaré, pero ¿qué voy a hacer de esta doncella? ¿Cómo voy incluirla en el censo? ¿Como mi esposa? Me da vergüenza. ¿Como hija mía? ¡Pero si ya saben todos los hijo de Israel que no lo es. Éste es el día del Señor, que E haga según su beneplácito.»
    2. Y, aparejando su asna, hizo acomodarse a Marí sobre ella, y mientras un hijo suyo iba delante llevand la bestia del ronzal, José les acompañaba. Cuando estuvieron a tres millas de distancia, José volvió su rostr hacia María y la encontró triste; y se dijo a sí mismo:
    «Es que el embarazo debe causarle molestias.»
    Pero, al volverse otra vez, la encontró sonriente, le dijo:
    «María, ¿qué es lo que te sucede, que unas veces ve sonriente tu rostro y otras triste?»
    Y ella repuso:
    «Es que se presentan dos pueblos ante mis ojos, un que llora y se aflige, y otro que se alegra y regocija.»
    3. Y al llegar a la mitad del camino, dijo María José:
    «Bájame, porque el fruto de mis entrañas pugna po venir a luz.»
    Y le ayudó a apearse del asna, diciéndole:
    «¿Dónde podría yo llevarte para resguardar tu pudor?, porque estamos al descampado.»
    XVIII
    1. Y, encontrando una cueva, la introdujo dentro, habiendo dejado con ella a sus hijos, se fue a buscar un partera hebrea en la región de Belén.
    2. Y yo, José, me eché a andar, pero no podía avanzar ; y al elevar mis ojos al espacio, me pareció ver com si el aire estuviera estremecido de asombro; y cuand fijé mi vista en el firmamento, lo encontré estático y lo pájaros del cielo inmóviles; y al dirigir mi mirada haci atrás, vi un recipiente en el suelo y unos trabajadore echados en actitud de comer, con sus manos en la vasija.
    Pero los que simulaban masticar, en realidad no masticaban; y los que parecían estar en actitud de tomar l comida, tampoco la sacaban del plato; y, finalmente, lo que parecían introducir los manjares en la boca, no l hacían, sino que todos tenían sus rostros mirando haci arriba.
    También había unas ovejas que iban siendo arreadas, pero no daban un paso, sino que estaban paradas, y el pastor levantó su diestra para bastonearlas con el cayado, pero quedó su mano tendida en el aire. Y al dirigir m vista hacia la corriente del río, vi cómo unos cabritillo ponían en ella sus hocicos, pero no bebían. En una palabra, todas las cosas eran en un momento apartadas d su curso normal.
    XIX
    1. Y entonces una mujer que bajaba de la montañ me dijo:
    «¿Dónde vas tú?»
    A lo que respondí:
    «Ando buscando una partera hebrea.»
    Ella replicó:
    «Pero, ¿tú eres de Israel?»
    Y respondí:
    «Sí.»
    «¿Y quién es —añadió— la que está dando a luz en l cueva?»
    «Es mi esposa», dije yo. A lo que ella repuso:
    «Entonces, ¿no es tu mujer?»
    Yo le contesté:
    «Es María, la que se crió en el templo del Señor, qu aunque me cayó en suerte a mí por mujer, no lo es, sin que ha concebido por virtud del Espíritu Santo.»
    Y le interrogó la partera:
    «¿Es esto verdad?»
    José respondió :
    «Ven y verás.»
    Entonces, la partera se puso en camino con él.
    2. Al llegar al lugar de la gruta, se pararon, y h aquí que ésta estaba sombreada por una nube luminosa.
    Y exclamó la partera:
    «Mi alma ha sido engrandecida hoy, porque han vist mis ojos cosas increíbles, pues ha nacido la salvació para Israel.»
    De repente, la nube empezó a retirarse de la gruta brilló dentro una luz tan grande que nuestros ojos n podían resistirla. Ésta por un momento comenzó a disminuir hasta tanto que apareció el niño y vino a toma el pecho de su madre, María. La partera entonces dio u grito, diciendo:
    «Grande es para mí el día de hoy, ya que he podid ver con mis propios ojos un nuevo milagro.»
    3. Al salir la partera de la gruta vino a su encuentr Salomé, y ella exclamó :
    «Salomé, Salomé, tengo que contarte una maravill nunca vista, y es que una virgen ha dado a luz; cosa que, como sabes, no sufre la naturaleza humana.»
    Pero Salomé repuso:
    «Por vida del Señor, mi Dios, que no creeré tal cos si no me es dado introducir mi dedo y examinar su naturaleza.»
    XX
    1. Y habiendo entrado la partera, le dijo a María:
    «Disponte, porque hay entre nosotras un gran altercado con relación a ti.»
    Salomé, pues, introdujo su dedo en la naturaleza, ma de repente lanzó un grito, diciendo :
    «¡Ay de mí! ¡Mi maldad y mi incredulidad tienen l culpa! Por tentar al Dios vivo se desprende de mi cuerp mi mano carbonizada.»
    2. Y dobló sus rodillas ante el Señor, diciendo:
    «¡Oh Dios de nuestros padres, acuérdate de mí, porque soy descendiente de Abraham, de Isaac y de Jacob; no hagas de mí un escarmiento para los hijos de Israel; devuélveme más bien a los pobres, pues tú sabes, Señor, que en tu nombre ejercía mis curas, recibiendo de ti m salario.»
    3. Y apareció un ángel del cielo, diciéndole:
    «Salomé, Salomé, el Señor te ha escuchado. Acerca t mano al Niño, tómalo, y habrá para ti alegría y gozo.»
    4. Y se acercó Salomé y lo tomó, diciendo:
    «Le adoraré porque ha nacido para ser el gran Rey d Israel.»
    Mas de repente se sintió curada y salió en paz de l cueva. Entonces se oyó una voz que decía:
    «Salomé, Salomé, no digas las maravillas que has visto hasta tanto que el Niño esté en Jerusalén.»
    OTRA VEZ LOS MEDIOCRES «REPORTEROS»...
    Leyendo estos pasajes de los apócrifos he comprendido qu son muy pocas cosas las que de verdad nos han llegad sobre el nacimiento de Jesús.
    Parece mentira que un hecho de tamaña trascendenci sólo fuera recogido por Mateo y Lucas. Y este último, n con demasiada generosidad. Los restantes evangelistas «titulados» —Juan y Marcos— o no le dieron importancia no supieron cómo sacar adelante la «investigación».
    Una vez más me lamento de haber nacido 2 000 año tarde...
    ¡Cuántas veces he deseado ese sueño imposible! Cuántas veces he pensado en el «seguimiento oficial» de Jesú de Nazaret! ¿Cuántos datos, cuántas noticias, cuánta informaciones ignorados o perdidos tendríamos hoy?
    Pero, ciertamente, los caminos de «los de arriba» so imprevisibles.
    Además, si uno se pone a pensar, seguro que si lo periodistas hubiéramos tenido esa gran oportunidad d acompañar a Jesús en su vida, al menos en la pública, las grandes cadenas USA de televisión habrían comprad la exclusiva... Claro que siempre hubiera habido «tico medina», «cuadras salcedo», «manus leguineche», «fernandos múgica» o «pepes garcía martínez» que habría terminado por «comer el pan del morral» a los monstruos...
    Pero olvidemos los sueños y volvamos a los apócrifos.
    Para empezar, en los textos expuestos me encuentr de nuevo con una circunstancia que brilla y espejea si cesar: la ancianidad o avanzada edad de José.
    ¿Qué otro significado puede encerrar ese medio lament del patriarca?: «Desde luego que a mis hijos sí que le empadronaré, pero, ¿qué voy a hacer de esta doncella?
    ¿Cómo voy a incluirla en el censo? ¿Como mi esposa? M da vergüenza. ¿Como hija mía? ¡Pero si ya saben todos lo hijos de Israel que no lo es!...»
    Sobran casi los comentarios.
    ¿Por qué podía darle vergüenza a José? Sólo se m ocurre una salida: si José había pasado —y bien pasado—
    la edad de la procreación, ¿cómo iba a presentarse ant las autoridades responsables del censo o ante el puebl de Belén con aquella jovencita y en muy adelantado estad de gestación?
    La «papeleta» era fina...
    ¿QUÉ RUTA SIGUIÓ JOSÉ?
    Otra precisión que, en mi opinión, tiene mucho jugo e la del itinerario que siguió el grupo.
    Ninguno de los evangelistas aporta un solo informe a respecto. ¿Por dónde tiró José y su familia?
    Si María vivía ya con José —cosa más que segura—, eso significa que debían residir, tal y como apunta Lucas e dos ocasiones, en la aldea de Nazaret, en la provincia d Galilea, al norte de Jerusalén. Si José era de la famili de David y debía empadronarse en Belén, al sur y en l provincia de Judea, el camino era considerable. Pero aqu se presenta el primer dilema: ¿qué ruta escogió José y s familia? Si uno observa el mapa de Palestina en los tiempos del Nuevo Testamento se dará cuenta que, entre l provincia de Galilea y Judea, donde se encuentra Belén, aparecía como una «cuña» el territorio de Samaria y un esquina de la Decápolis.
    Para algunos especialistas católicos, María y José debieron salir de Nazaret y a los cinco o seis días llega a Siquén —donde Abraham tuvo su más importante «visión» y promesa (Génesis, 12,6)— para, posteriormente, cruzar poblaciones como Silo, Betel (donde Jacob tuv también la misteriosa visión de la no menos «misteriosa»
    «escala») y de allí a Jerusalén y Belén.
    Este recorrido, suponiendo que existiese un camino, supone, aproximadamente, unos 120 kilómetros.
    Sin embargo, esta ruta, desde mi punto de vista, encerraba en aquella época un serio inconveniente: Samaría.
    Hoy es difícil que podamos asimilar el odio y las náuseas que producían los samaritanos a los judíos y viceversa, naturalmente. Desde que los habitantes de Samarí —pueblo mestizo judeo-pagano— se separaron de la comunidad israelita y construyeron su propio templo en e monte Garizín (hacia el siglo iv antes de nuestra Era), la relaciones fueron tensas y hasta violentas.
    En el Eclesiástico (50,25-26), por ejemplo, se dice:
    «Hay dos naciones que aborrezco, y la tercera no es pueblo: los habitantes de Seír, los filisteos y el pueblo neci que habita en Siquén (Samaría).»
    Fue durante el gobierno de Asmoneo Juan Hircan (134-104 antes de Cristo) cuando las tensiones fuero mucho más peligrosas. Poco después de la muerte de Antíoco VII (129 antes de Cristo), Juan se apoderó de l ciudad samaritana de Siquén y destruyó el templo de Garizín. Así lo relata el historiador Flavio Josefo en su libr Antigüedades.
    No es de extrañar, por tanto, que, en lo sucesivo, e ambiente entre judíos y samaritanos echara realment humo...
    Esto nos puede hacer comprender mejor, por qué lo fariseos y sumos sacerdotes echaban constantemente e cara a Jesús que comiera y se relacionase con samaritanos...
    Es más. La palabra «samaritano», al igual que «bastardo», constituía toda una infamia en boca de un judío.
    Según Jeremías, una noticia tardía pero digna de crédito, surgida en las últimas décadas anteriores a la destrucció del templo, nos informa sobre una norma puesta en vigo hacia el año 48 después de Cristo y por la que la comunidad judía decidió considerar a los samaritanos «com impuros desde la cuna y en grado supremo y causantes d impureza».
    En el colmo del odio, dicha norma especificaba: «... la samaritanas son menstruosas desde la cuna y sus maridos, perpetuamente manchados por las menstruosas».
    Y aunque debió producirse una mejora pasajera e dichas relaciones hacia finales del siglo i antes de nuestr Era —precisamente por el posible casamiento de Herode el Grande con una samaritana— las cosas, en general, n debían estar nada claras cuando José y su familia decidieron ponerse en camino desde Nazaret a Belén.
    Las agresiones de los samaritanos a cuantos judío atravesaban su territorio debían ser tan comunes, qu Flavio Josefo, por ejemplo, lo registra en sus textos históricos. Y cuenta cómo en el año 52 d.C. guerrilleros judío atacaron pueblos samaritanos para vengar la muerte d uno o varios peregrinos galileos, precisamente, que al ir Jerusalén en peregrinación a una de las fiestas, había tomado el camino que atraviesa el citado territorio de Samaría y habían sido atacados en la frontera norte, en e pueblo limítrofe de Ginaé; es decir, en Djenin.
    Cuando Jesús atraviesa Samaría en una de sus andaduras, el pueblo le niega hasta el agua...
    Si José, hombre ya de experiencia en la vida, estab al tanto de estos problemas, tuvo que pensárselo muy bie antes de decidir el camino a seguir. ¿Qué habría hech cualquiera de nosotros si, en aquellas circunstancias, hubiéramos tenido que cruzar un territorio potencialment hostil y con la responsabilidad de varios muchachos y un joven esposa embarazada?
    Yo, personalmente, hubiera meditado sobre la posibilidad de elegir una segunda vía.
    Y si uno vuelve sobre el mapa de Palestina, se da cuent que esa ruta existía realmente. Me refiero al «camino de río Jordán». José podía haber salido de Nazaret y, tra pasar por Naím, entrar en la Decápolis, salvando los escasos 15 kilómetros existentes entre la frontera y la ciudad d Escitópolis, situada en uno de los pequeños afluentes de Jordán. Desde allí, la comitiva sólo habría tenido qu seguir el curso del mencionado río sagrado, por su marge derecha. A unos 45 o 50 kilómetros de Escitópolis (Beisán), José se habría hallado ya en territorio de Judea.
    A unos 18 kilómetros de ese punto —y en el que confluyen los territorios de Samaría, Perea y Judea—, se levant la mítica Jericó. De allí a Betania tenemos unos 22 kilómetros y medio y de esta población a la gran ciudad d Jerusalén unos cuatro o cinco kilómetros. Por último, de Jerusalén —paso casi obligado para José— hasta Belé quedarían otros 7,5 kilómetros.
    Esta segunda opción sumaba, aproximadamente, uno 127 o 130 kilómetros. La diferencia con el camino qu cruzaba Samaría es muy poca. Los riesgos, e cambio, eran considerables por aquel territorio.
    Naturalmente, al peligro que suponía el paso por entr el pueblo samaritano hay que añadir el constante y fero bandolerismo, así como el pésimo estado de los caminos.
    Los atracos y matanzas en pleno campo o en las montañas debían ser tan frecuentes que los peregrinos, comerciantes y viajeros en general solían organizar largas caravanas, protegiéndose de este modo contra las incursione de los bandidos. Lucas, en su Evangelio, habla, por ejemplo, de la caravana de Nazaret, en la que los padres d Jesús tenían sus parientes y conocidos. Esta caravana, precisamente, pasó por Jericó (Marcos, 10,46).
    En cuanto a los caminos, es fácil suponer su lamentable estado. Sobre todo, en época de lluvias. Como ya h hecho referencia anteriormente, los peregrinos y viajero se lanzaban a las caravanas a partir de los meses de febrer o marzo. En estas fechas, y hasta septiembre u octubre, e tiempo era seco y los caminos no resultaban tan desesperadamente incómodos. José y María, supongo, debiero esperar a esos meses tranquilos y secos para ponerse e marcha.
    Y es casi seguro igualmente que, tanto José como su hijos, hicieran el viaje a pie. Quizá José, dada su considerable edad, cubriera algunos tramos a lomos de los asno que, indudablemente, debían acompañar al grupo. En lo apócrifos vemos cómo María fue acomodada sobre un asna. Era del todo lógico y necesario, puesto que dud mucho que pudiera hacer largos trayectos a pie y much menos por terrenos abruptos.
    Mientras el Sanedrín, como primera autoridad nacional, tuvo los caminos a su cuidado, la verdad es que no se hiz gran cosa por mejorarlos. Así lo delata también la negligencia de este organismo respecto al estado de conservación del acueducto de Jerusalén. Al ocuparse los romanos, la cosa varió. Herodes, incluso, se esforzó en lograr un mayor seguridad en los caminos. Y muy especialmente e la ruta principal: en la que partía de Jerusalén y se dirigí al norte, hacia los importantes «mercados» de Babilonia.
    El viejo Herodes el Grande llegó a establecer en Batane al judío de Babilonia Zamaris, que protegía a los viajero contra los bandoleros de la Traconítide.
    Pero volvamos a la vieja incógnita. ¿Qué camino pud escoger José y su familia?
    En los apócrifos aparece una «pista» que me inclin a pensar que José pudo elegir precisamente la segund senda: la del río Jordán. Dice el Protoevangelio de Santiago que José «dirigió su mirada hacia la, corriente de río...» Allí, además, había unos trabajadores que comía y ovejas que estaban siendo arreadas por el pastor. Si n me equivoco, «a mitad de camino» entre Nazaret y Belé —tal y como dice el autor del Evangelio apócrifo—, n existe un solo río en lo que podríamos llamar «el prime camino»: el que cruza Samaría. Sí los hay, en cambio, e la «segunda vía». Allí está, por supuesto, el gran cauce de Jordán y sus afluentes (seis por la margen derecha y doc por la izquierda). No creo, por otra parte, que en e montañoso terreno que se extiende desde Idumea a Samaría —con toda la Judea de por medio— pudiera practicarse un pastoreo tan cómodo y fácil para el ganado com en los fértiles pastos que corren a orilla del Jordán. E esta parte, el terreno se encuentra al nivel del mar o unos 300 metros por debajo de dicha cota. En aquello tiempos, el límite extremo de los cultivos mediterráneos — se supone también que de los buenos pastos— podía marcarlo una línea que pasara desde la base del monte Hebró por las cercanías de Jerusalén hacia Rimmon, este d Siquén y de allí hacia el norte. Pero esa franja de terreno, cuyo eje central era el río Jordán, se encuentra exactamente en la segunda ruta. La de Samaría, en cambio, qued fuera.
    Por supuesto, el presente planteamiento —creo yo—
    pudiera tener su importancia. Si algún día se demuestr cuál fue la ruta exacta y precisa que siguió José camino d Belén, y suponiendo que esa vía fuera la del río Jordán, el valor histórico de los apócrifos se vería extraordinariamente reforzado.
    Otro de los extremos que no es fácil descifrar en s totalidad es el de si José, María y los hijos de aquél iba solos o formaban parte de una caravana mayor. Com hemos visto, la costumbre parecía ser la de formar bloque compactos de viajeros, a fin de protegerse mutuamente.
    Si el censo ordenado por Roma afectaba a todo el puebl judío, era de suponer que en Nazaret habitasen otro vecinos que también debían dirigirse a Belén, Jerusalé o a otras localidades del centro y sur de la Judea. En es caso, ¿no hubiera sido del todo práctico y lógico que todo esos vecinos se hubieran puesto en camino a un mism tiempo y formando una sola caravana?
    Esta teoría, sin embargo, no concuerda con lo que acabamos de leer en el apócrifo de Santiago. Si José tuv que refugiar a María y a sus hijos en una cueva y sali en busca de una partera es porque, seguramente, estab solo. De no haber sido así, los restantes miembros de l caravana, entre los que hubiera habido mujeres, le habría ayudado con presteza.
    Por otra parte —y si tenemos en cuenta el gran momento que estaba a punto de producirse—, era comprensible que el «equipo» de «astronautas», que debía segui a José y a María muy estrechamente, no deseara la presencia de demasiados testigos.
    Y nuevamente me fascina la historia que proporciona los Evangelios apócrifos. ¿Por qué? Precisamente porqu en «esa mitad del camino» entre Nazaret y Belén —quiz muy cerca de la corriente del Jordán o de algunos de su afluentes— iba a tener lugar el formidable nacimiento de enviado.
    Este nuevo enfoque de la Historia sí resulta mucho má racional y sensato, como veremos a continuación...
    ¿LLEGARON REALMENTE A BELÉN?
    Creo que, como casi todo el mundo, siempre di por buen aquella explicación tradicional sobre el nacimiento de Jesú en un pesebre.
    Sin embargo, un buen día, al leer los textos apócrifos, caí en la cuenta de algo que no encajaba...
    Y acudí de nuevo al Evangelio canónico —al de sa Lucas (2,1-7)— pero seguía sin entenderlo.
    ¿Cómo podía ser que un hombre como José, artesan y, por tanto, con ciertas posibilidades económicas, y co familia, amigos y hasta antepasados en la aldea de Belén, no pudiera encontrar alojamiento en dicha población?
    No lo entendía...
    Cuanto más meditaba sobre ello, más clara se presentaba ante mi espíritu la realidad de una lamentable «laguna» en los Evangelios canónicos. A excepción de Luca y de otra cita fugaz por parte de san Mateo (2,1) sobr el lugar del alumbramiento de Jesús, el resto de los evangelistas «oficiales» no hace mención de un dato tan «periodístico» y emotivo como el de la «patria chica» del «Enviado».
    Pero no nos separemos del carril principal de este curioso asunto.
    La propia Biblia de Jerusalén, al comentar el Evangeli de Lucas (página 1460) dice textualmente refiriéndose a problema de la falta de posada en Belén:
    «2.7 (b) Mejor que una posada (pandojeion), la palabra griega katalyma puede designar una sala en la qu se alojaba la familia de José. Si éste tenía su domicilio e Belén, se explica mejor que haya regresado allí para e censo y también que haya traído a su joven mujer encinta.»
    Y prosigue este interesante comentario:
    «El pesebre, comedero de ganado, estaba sin duda instalado en una pared del pobre albergue, y éste se hallab tan lleno que no pudieron encontrar lugar mejor par recostar al niño. Una piadosa leyenda ha dotado a est pesebre de dos animales...»
    Aquí hay, al menos, una contradicción. Si los exégeta y teólogos católicos reconocen que José podía tener s domicilio en Belén, ¿por qué dirigirse a una posada o a u pesebre?
    Tampoco perdamos de vista esa curiosa anotación d los dos animales, considerada por la propia Iglesia com «una piadosa leyenda...»
    Voy más allá, incluso. Es muy probable que Jos hubier participado en la construcción de algunas de las casas d Belén. La naturaleza de su profesión lo hace perfectament verosímil. Pero, aunque esto no fuera así, es inadmisibl que entre esos cientos de vecinos que vivían en la alde —de donde procedía toda la familia del artesano, no l olvidemos— no hubiera uno solo que permitiera a Marí descansar o refugiarse en su hogar. Y si no en sus habitaciones, al menos en los patios interiores de dichas viviendas.
    Bien por dinero, por lazos familiares, por amistad o po caridad, estoy seguro que alguien hubiera ofrecido su cas a José y a su mujer. Y si, para colmo, José disponía de s propio domicilio, ¿cómo podemos imaginar a Marí dand a luz en un foco de infecciones tan peligroso como u establo? Jesús debía nacer de forma humilde, lo sé, per ese honroso gesto no tiene por qué estar reñido co u mínimo de higiene. Y la verdad es que, de acuerdo con lo apócrifos, Jesús iba a nacer en un lugar mucho más olvidado y deplorable...
    No olvidemos que el pueblo israelita —por tradición—
    era y es un pueblo absolutamente hospitalario. Y much más para con sus amigos y familiares. Y con más justificación —me atrevo a añadir— si hubieran notado e estado de gestación de la esposa del carpintero.
    No me contento, por tanto, con esa frágil excusa d san Lucas cuando dice:
    «... Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se l cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a s hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en u pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.»
    Tiene, al menos para mí, mucho más sentido que Jos y María se vieran obligados a entrar en una cueva —no e un establo— porque, sencillamente, tal y como exponen e Protoevangelio de Santiago y el Evangelio apócrifo de sa Mateo, «el momento del parto sobrevino en pleno camin hacia Belén».
    Esto, obviamente, tiene más sentido...
    ¿Por qué entonces san Lucas afirma que «se cumpliero los días del alumbramiento mientras ellos estaban allí»?
    La exposición del evangelista, en mi opinión, es dudosa.
    Si José y su gente llevaban ya varios días en Belén —com parece deducirse de las palabras de Lucas—, ¿dónde dormían o descansaban?
    Si José, efectivamente, era de la casa y familia de David, lo lógico es que tuviera familia en aquella población. E ese caso, lo «ilógico» hubiera sido que llevara a Marí hasta la posada o alojamiento. Y muchísimo menos a u establo.
    Tal y como señala Santiago, a María, todavía camino d Belén, le debieron llegar las primeras señales o molestia del inminente parto.
    ¿Y qué podía hacer José en pleno descampado? É mismo, en dicho apócrifo, exclama:
    «¿Dónde podría yo llevarte para resguardar tu pudor?, porque estamos al descampado.»
    Imagino el trance del carpintero, acostumbrado al trají de su ruda profesión, pero incapaz de saber «por dónd empezar» en un alumbramiento...
    Y, como primera medida, tanto José como sus hijo optarían por buscar alguna casa, cualquier refugio dond llevar a la parturienta.
    Ese lugar de emergencia —según los textos apócrifos—
    fue precisamente una cueva subterránea, no un establo.
    El Evangelio de la Natividad, de Mateo, revela alguno puntos decisivos en este mismo sentido. Veamos:
    «... Mandó el ángel parar la caballería, porque el tiempo de dar a luz se había echado ya encima. Después mand a María que bajara de la cabalgadura y se metiera en un cueva subterránea, donde siempre reinó la oscuridad, si que nunca entrara un rayo de luz, porque el sol no podí penetrar hasta allí.»
    Santiago, por su parte, como ya hemos visto, dice qu «encontrando una cueva, la introdujo dentro, y, habiend dejado con ella a sus hijos, José se fue a buscar un partera hebrea en la región de Belén».
    UN FÉRREO CONTROL
    De nuevo, y absolutamente a tiempo, aparece ante el grup un «ángel» del Señor.
    No resulta difícil sospechar que el «equipo» de «astronautas» debía estar trabajando en aquellos últimos momentos «con los cinco sentidos».
    Si la joven Virgen hubiera llegado a Belén antes d «romper aguas», todo se habría complicado. ¿Cómo «actuar» en plena aldea? ¿Cómo evitar el revuelo que, si duda, provocaban las naves? Y lo más grave: de habe nacido Jesús en Belén, la noticia de su llegada al planet habría llegado a los oídos del temido Herodes el Grand mucho antes de lo necesario y de lo previsto. No olvidemo que la aldea está a muy corta distancia de Jerusalén.
    Quizá, aunque a nosotros nos parezca increíble, fuer preciso ganar tiempo. Y ese lapsus podía proporcionarl un nacimiento a distancia, «a mitad de camino entre Nazaret y Belén». No todo concluía con el alumbramiento d Jesús...
    Y, naturalmente, dentro de esta teoría general —no olvidemos que sólo se trata de una hipótesis de trabajo—, e momento y el lugar exactos del parto debían estar perfectamente estudiados por parte de los tripulantes de la naves. Y, de la misma manera, estoy persuadido que lo «astronautas» no habían perdido —ni por un segund el control de las constantes físico-biológicas de María. S nosotros somos capaces hoy de controlar desde Housto el ritmo cardíaco, la respiración o la presión sanguíne de los hombres que pasean por la Luna o que giran e torno al planeta, ¿qué no podrían lograr unas civilizacione tan sumamente adelantadas?
    Era natural que este «chequeo» a distancia fuera extremadamente riguroso. Dos mil años largos de preparación no podían naufragar ahora, ante cualquier contingencia...
    Jamás «los cielos» habían estado tan pendientes de un niña y del asno que la llevaba. Nuestros médicos tambié habrían actuado así.
    Y si ese «mareaje» sobre la persona de María y d cuantos la rodeaban era realmente así de férreo, no tien nada de particular que, en el momento crítico, uno o varios de los «astronautas» descendieran a tierra y detuvieran la marcha del grupo. Una marcha que, quizá, Jos o la propia Virgen se habían encargado ya de congelar, ante las primeras molestias.
    Y se presenta aquí otro interesante dilema:
    ¿Sufrió María de los conocidos dolores previos a parto?
    La Iglesia, amparándose en el, a veces, agujeread «paraguas teológico», ha llegado a afirmar que no, que l Virgen no pudo sufrir esos dolores «puesto que era l única criatura sobre la Tierra que había nacido sin culp original».
    Respeto esta opinión pero, francamente, me cuest trabajo creerlo...
    En los Evangelios apócrifos se especifica clarament «que le habían llegado los primeros síntomas...» Clar que la palabra «síntomas» puede querer significar mucha cosas.
    ¿UNA PARALIZACIÓN?
    Pero volvamos con los «astronautas»...
    La gravedad y responsabilidad debían ser tales e aquellos momentos que —según mi punto de vista— un o varias naves espaciales tenían que estar muy próximas.
    Pendientes. Dispuestas. Alguna, incluso, aterrizada ya mu cerca de la cueva...
    Y quizá una de las primeras medidas adoptadas por e «equipo» fue la paralización de cuanto existía junto a l gruta y en un amplio radio.
    También es posible que esa «paralización» se debier a la extrema proximidad de los vehículos de los «astronautas».
    ¿Que por qué hablo de paralización?
    Los pasajes del apócrifo de Santiago, y en los que Jos trata inútilmente de echar a correr en busca de un partera, son elocuentes.
    Cuando los leí por primera vez no daba crédito a l que tenía ante mí.
    E invito al lector a que lo repase con suma calma...
    ¿Es que puede concebirse —y escrito hace dos mi años— una fórmula más hermosa y plástica para describir una paralización de hombres, animales y de la propi Naturaleza?
    Para el «testigo», para José, la única explicación qu quizá podía encajar en su cerebro era que «todas las cosa eran en un momento apartadas de su curso normal».
    ¿Y qué otra cosa es una paralización masiva?
    La causa de este enigmático fenómeno habría que buscarla posiblemente, como ya he adelantado, en los siguientes e hipotéticos hechos:
    Ante la inminencia del parto, algunas de las naves, lógicamente, se vieron obligadas a descender sobre la zona.
    Es posible, incluso, que tomaran tierra. Y que esa «aproximación» a la gruta subterránea implicara una mayo o menor paralización de cuanto se movía en torno al punt elegido. Una paralización que pudo ser instantánea o d una cierta duración en el tiempo...
    En este caso, el fenómeno habría estado absoluta deliberadamente provocado por los «astronautas». En e fondo quizá se trataba de una elemental medida de seguridad...
    También cabe pensar que fue un hecho fortuito, originado por los potentes campos magnéticos o electromagnéticos de dichas naves.
    Al establecerse o aterrizar a tan corta distancia, tod lo que entró dentro de su radio de acción se vio así afectado.
    Y hombres, ovejas, pájaros, viento, etc., quedaron com «congelados». Y entre ellos, José, quien, a pesar de «n poder avanzar», se daba cuenta de todo...
    ¿Qué me recuerda esto?
    Sencillamente, otros muchos casos de misteriosas paralizaciones, experimentadas por decenas de testigos ovn en nuestros días...
    EL PILOTO QUE QUEDÓ INMOVILIZADO
    He aquí, como una prueba infinitesimal de lo que digo, algunos hechos, todos ellos investigados personalment por mí y que ponen de manifiesto la posibilidad de dich paralización.
    Hace algunos años —y así ha quedado detallado en m libro Cien mil kilómetros tras los ovnis— un piloto español de líneas aéreas, Antonio Manzano, me contó cómo un madrugada, cuando caminaba por la zona llamada «E Cobre», en la provincia de Cádiz, observó un extraño objeto luminoso posado en tierra...
    «Yo estaba cazando —me dijo— y llevaba una lintern en mi mano. De pronto, al remontar un pequeño cerro, vi en la vaguada siguiente una especie de disco muy luminoso, aterrizado. Me encontraba a corta distancia y, a intentar avanzar hacia aquella "cosa" tan llamativa, me v paralizado. Pero no era de miedo...
    »Yo podía ver y sentir. Sin embargo, mis músculos n obedecían. Era imposible seguir o retroceder. ¿Qué m estaba pasando?...
    «Recuerdo que a pocos pasos de aquel disco de lu blanca e intensísima había alguien. Me pareció un hombre, pero más alto de lo normal. Al menos, de dos metros.
    «Estaba dándome la espalda y en actitud de contempla algún detalle del objeto. Llevaba una especie de "mono"
    metalizado, como si fuera una vestimenta de una sola pieza.
    »A1 cabo de unos segundos empezó a caminar hacia e disco. Se inclinó y se introdujo por la parte inferior de objeto. Después ya no lo vi más.
    »Y poco tiempo después, aquel aparato cambió de color.
    Ascendió lentamente y a pocos metros de tierra volvió estabilizarse. Y ante mi asombro, se alejó a una velocida endemoniada. ¡Y lo perdí en el horizonte en menos d cinco segundos!
    »En ese momento, al perderlo de vista, recobré el movimiento. Mi linterna, sin embargo, seguía apagada. Y e reloj de pulsera estaba detenido. Ya no he podido logra que funcione...»
    EL CASO DEL EBANISTA-ENCOFRADOR
    Otro caso de paralización tuvo lugar en 1978, en la zon minera de Gallarta, en el País Vasco.
    El testigo principal fue un modesto ebanista y encofrador, Juan Sillero, que vive en una casa situada en el paraj denominado «La Florida», en el citado término vasco d Gallarta.
    Una noche —y según me explicó Sillero— sintió u zumbido extraño y potente. Se asomó al balcón de su cas y quedó aterrorizado. Frente a él, a escasa distancia, habí un enorme disco —de unos cincuenta metros de diámetro— que brillaba como jamás había visto en su vida.
    El aparato parecía estar en dificultades...
    «Sí —comentó el testigo— estaba inmóvil y en un posición muy forzada. En lugar de estar horizontal, e disco se había situado "de canto". Tenía unas largas "patas" o tubos que a punto estuvieron de quebrarme e tejado.
    «Cuando quise darme cuenta, me encontré como agarrotado. ¡No podía moverme!...»
    Al preguntarle a Juan Sillero si aquella súbita paralización podía deberse al miedo, el ebanista respondió qu no, que aquella situación se prolongó únicamente hast que el objeto se perdió muy lentamente por detrás de u pinar que da sombra a la casa de Sillero.
    «Me asusté —añadió— pero no fue ésa la razón de m inmovilidad. Aquel objeto, estoy seguro, era la causa d que yo no pudiera siquiera gritar...»
    UN CAMPESINO IGUALMENTE PARALIZADO
    El caso de Valensole es también muy revelador.
    En su día fue investigado por mi buen amigo J. C. Borret, así como por la Gendarmería francesa.
    Todo sucedió en 1965, a unos dos kilómetros al noroest de Uclensole, centro de cultivo de espliego, y cabeza d partido de casi dos mil habitantes, en el departament de los Alpes de Haute-Provence.
    El testigo fue un agricultor de unos cuarenta años. U hombre igualmente serio e incapaz de inventar una histori tan asombrosa como aquélla...
    «En la mañana del 1 de julio —cuenta el protagonista—
    yo me encontraba en un campo de espliego de mi propiedad. Trabajaba en las faenas del escordio y a eso de la seis de la mañana, mientras hacía un alto en el trabajo, escuché un pitido breve. Yo no vi nada y pensé que quiz alguno de los helicópteros de la Fuerza Aérea había tenid algún problema, aterrizando en las proximidades.
    »Me dirigí rápidamente hacia el lugar del que habí procedido el ruido y, al dejar atrás un montón de piedra que me tapaba la visión, observé —como a unos cie metros— un objeto muy raro, posado en uno de los campos de espliego. Aquello me indignó...
    »Y apresuré la marcha.
    »Pero conforme avanzaba hacia el supuesto helicóptero comprendí que "aquello" no era un helicóptero...
    »Era como un balón de rugby, con un tamaño aproximado al de un coche "Dauphine".
    »¡Qué extraño! —pensé—, pero seguí caminando.
    «Junto al "huevo" había dos hombres. Mejor dicho, do "niños". Ésa fue la primera impresión que recibí, mientra me acercaba. Pero, ¿qué hacían dos "niños" en mi camp de espliego y junto a un aparato tan raro?
    »Y mentalmente reconocí que no podían ser niños...»
    El campesino llegó hasta unos diez metros. Según su propias palabras, los dos seres estaban ligeramente agachados. Uno le daba la espalda y el otro se hallaba d frente. El propietario del campo asegura que ambos miraban —y con gran curiosidad— una de las plantas de espliego.
    «... Y cuando estaba ya a cosa de ocho o diez metro —continuó el testigo— el individuo que estaba frente a m me vio. Los dos se irguieron. Y el que me había estad dando la espalda levantó su mano derecha y me mostr •—eso creí yo entonces— un objeto pequeño. A partir d ese instante, no me pude mover. Quedé como agarrotado.
    Y el caso es que me daba cuenta de todo: veía, sentía, escuchaba...
    «Aquel ser metió rápidamente el objeto en una "cartuchera" que llevaba al cinto y allí se quedaron, frente a mí, como si discutieran.
    »—¿Cómo eran los "niños"?
    »—Bueno, no eran niños. Eso lo vi claro. Eran "hombrecitos" de un metro, o poco más, de altura. Las cabezas era grandes. Desproporcionadas respecto al resto del cuerpo.
    Vestían un buzo azul oscuro y a los lados llevaban una especie de estuches. El de la derecha más voluminoso que e de la izquierda.
    »Su piel era lisa y de una tonalidad muy similar a l de los europeos. No tenían párpados y sus ojos eran com los nuestros. Sus bocas, en cambio, eran un simple agujero redondo. No tenían barbilla y sus cabezas estaba totalmente calvas. Éstas parecían salir directamente de lo hombros, sin cuello alguno.
    »E1 resto del cuerpo parecía normal: brazos, piernas, etcétera. Durante algún tiempo, como le digo, aquellos do seres hablaron entre sí, pero como si discutieran. Emitía un sonido gutural indefinible para mí...
    »Y, curiosamente, aunque no podía mover ni la cabeza, tampoco experimenté miedo. Aquellos dos seres infundía una gran tranquilidad.
    »Después, al cabo de unos minutos, treparon ágilment por el aparato. Primero ayudándose con la mano derecha.
    Después, con ambas. Y una vez en el interior del objeto, una puerta corredera se cerró de abajo arriba, como si s tratara de la puerta de un archivador.
    »E1 "balón de rugby" tenía en su parte superior com una cúpula trasparente. Algo así como el plexiglás. Y all aparecieron de nuevo los dos seres.
    »—¿Usted seguía inmóvil?
    »—Completamente.
    »—¿Y qué pasó?
    »—Pues que aquel aparato —de casi tres metros d altura— emitió un ruido sordo. Se elevó cosa de un metr sobre el suelo y comenzó a desplazarse hacia las colinas.
    Los dos extraños seres permanecieron todo el tiempo d cara a mí.
    »Cuando el aparato aquel había recorrido unos treint metros, su velocidad se hizo asombrosa y lo perdí de vist en cuestión de décimas de segundo.
    »Y allí seguí yo, todavía paralizado, por espacio d unos diez o quince minutos más. Después, al cabo de es tiempo, recobré la normalidad.
    »Cuando pude acercarme al sitio donde había estado e "huevo" observé una zanja de escasa profundidad y d un metro y veinte centímetros de diámetro. En el centr había un agujero cilindrico de 18 centímetros de diámetr y 40 de profundidad. Y cuatro surcos poco profundos, d una anchura de 8 centímetros y de una longitud de metros.
    »Estos surcos formaban una cruz cuyo centro geométrico pasaba por aquel agujero.»
    El espliego no volvió a crecer en aquel lugar hasta die años después. Y nadie se explica la razón.
    Los casos de paralización, en fin, se harían interminables. Para los que investigamos la presencia ovni e nuestro mundo, es evidente que estos tripulantes dispone de los oportunos sistemas para evitar que los humanos s aproximen a sus naves o, sencillamente, para «congelar» l capacidad de movimiento de los intrusos.
    Incluso —como en el caso del piloto y del ebanistaencofrador— el ingreso voluntario o involuntario por part de los testigos en una determinada área, próxima a lo vehículos espaciales, pueda afectar a dichos testigos, bie paralizándoles o provocando en ellos síntomas de desfallecimiento, mareos, etc.
    Los campos magnéticos o electromagnéticos de qu parecen gozar estos objetos a todo su alrededor —com si se tratara de un «escudo» o «colchón» protector— originan frecuentes alteraciones en los motores de explosió de coches, motocicletas, etc., así como en los circuitos eléctricos o electrónicos, pantallas de televisión, ondas de radi y un largo etcétera.
    Los casos dados en Ufología son prácticamente incontables.
    Esto me lleva a sospechar que en aquellos momento —hace dos mil años— el influjo de los campos de fuerz de la nave o de las naves espaciales que se hallaba cerca de la gruta donde estaba a punto de nacer Jesús, hubiera podido ocasionar estas mismas reacciones, en e supuesto de que hubieran existido tales vehículos.
    Al no disponer de sistemas eléctricos o motores, es acción —puramente artificial— se dejó sentir únicament en los seres vivos o en todo aquello que podía tener movimiento.
    Para colmo, la descripción del apócrifo de Santiag aporta otro «detalle» altamente significativo:
    Según el autor, «la totalidad de los hombres de lo alrededores tenían sus rostros mirando hacia arriba».
    Pero, ¿a causa de qué?
    Aquella paralización general, en mi opinión, tenía qu haber estado precedida —al menos durante segundos décimas de segundo— por aquel gesto colectivo de «mira hacia arriba».
    Y así quedaron.
    Pero vuelvo a plantear la pregunta: ¿por qué precisamente con los rostros mirando hacia arriba?
    El razonamiento más lógico puede ser éste: porqu allí arriba, en el cielo, había algo que había llamado l atención de cuantos campesinos o pastores se hallaban e esos momentos en la zona. Elemental...
    ¿Y qué podía haber en el cielo que llamase la atenció de todos a un mismo tiempo y que, casi inmediatamente, les paralizase?
    La respuesta, para mí, es fácil:
    Una o varias naves. Las formidables y ya familiare «columnas de fuego», también llamadas la «gloria de Yavé»
    o «el ángel del Señor»...
    En esta descripción, precisamente, cuyo origen se remonta a casi 2000 años, surge ante mí una nueva prueb de la presencia de «astronautas» y de «vehículos siderales»
    en los tiempos bíblicos.
    De tratarse de un simple relato literario —«más o meno fantástico», como dirían los teólogos—, ¿cómo es posibl que el autor del mismo haya hecho una perfecta descripción de lo que hoy y sólo hoy, 20 siglos después, interpretamos como una paralización física? ¿Y por qué ese auto iba a hacer coincidir la paralización general de hombres, ganado, pájaros, etc., con el gesto de los trabajadores «d mirar hacia lo alto»?
    El caso podría guardar cierto parecido con otro supuesto. Imaginemos que el genial manco de Lepanto hubier sido testigo del aterrizaje de un helicóptero, del que hubieran descendido varios pilotos con los emblemas y banderas de los Estados Unidos. Y que esos militares pertenecieran al siglo xxi.
    Sigamos suponiendo que Cervantes describiera la escena con todo lujo de detalles, aunque, naturalmente, acomodando lo que había visto a su lenguaje y conceptos, propios de una época en la que el ser humano todavía n podía volar.
    Para nosotros, hombres del siglo xx, que no conocemo ni hemos descubierto aún la técnica para «viajar» al pasado o al futuro, la formidable descripción del helicóptero, de las banderas USA y de los pilotos nos llenaría de asombro, pero no admitiríamos el hecho como un acontecimiento real.
    Unos hablarían de casualidad. Otros de premonición, d profecía, de admirable «género literario»...
    LA CUEVA, PERMANENTEMENTE ILUMINADA
    Según el Evangelio apócrifo de Santiago, los «ángeles»
    debieron esperar quizá a que José se alejara de la cueva, donde acababa de entrar María, para —definitivamente—
    asistir al gran instante.
    Mateo, en su texto, también apócrifo, viene a vivifica esta idea cuando dice:
    3. Hacía un rato que José se había marchado en busca de comadronas. Mas cuando llegó a la cueva, ya habí alumbrado María al infante. Y dijo a ésta:
    «Aquí te traigo dos parteras: Zelomí y Salomé. Per se han quedado a la puerta de la cueva, no atreviéndos a entrar por el excesivo resplandor que la inunda.»
    Creo que hemos llegado a otra fascinante interrogante:
    ¿Qué era, y sobre todo, de dónde provenía ese «excesiv resplandor» que inundaba la gruta?
    Mateo, a la hora de describir la entrada de la Virge en dicha cueva subterránea, pone especial cuidado en deja bien sentado que el sol jamás había penetrado en la misma.
    Y por una razón fácil de comprender: porque aquell oquedad —posiblemente natural— estaba configurada d tal forma que la luz no podía llegar al interior.
    «Mas, en el momento mismo en que entró María —continúa Mateo— el recinto se inundó de resplandores y qued todo refulgente, como si el sol estuviera allí dentro. Aquell luz divina dejó la cueva como si fuera el mediodía. Y mientras estuvo allí María, el resplandor no faltó ni de día n de noche.»
    También Santiago coincide con Mateo en tan enigmática y potente luz:
    Al llegar al lugar de la gruta se pararon (se refiere, como sabemos, a José y a la partera), y he aquí que ést estaba sombreada por una nube luminosa. Y exclamó l partera:
    «Mi alma ha sido engrandecida hoy, porque han vist mis ojos cosas increíbles, pues ha nacido la salvación d Israel.»
    De repente —prosigue el Evangelio apócrifo— la nub empezó a retirarse de la gruta y brilló dentro una luz ta grande, que nuestros ojos no podían resistirla.
    Ésta, por un momento, comenzó a disminuir hast tanto que apareció el Niño...
    Quizá la clave nos la da ya Santiago al referirse a es «nube luminosa» que estaba sobre la boca de la cueva.
    De nuevo aparece la «nube»...
    Si analizamos el pasaje con detenimiento, notaremo que la «nube» en cuestión estaba «sombreando la gruta».
    Señal ésta —inequívoca— de que los hechos transcurría a plena luz del día. De lo contrario, la «nube» no habrí arrojado su sombra sobre tierra...
    Sin embargo, el autor sagrado califica dicha «nube»
    como «luminosa». ¿Cómo podía ser si, generalmente, la «columnas» o «nubes» de fuego sólo aparecían durante l noche?
    La posible explicación, para mí, surge con idéntica claridad.
    Si era efectivamente de día, el sol debía estar cayend de plano sobre la nave. Los datos obtenidos hoy por l Ufología nos dicen que los ovnis observados a pleno so brillan o espejean extraordinariamente. Su fuselaje, segú la inmensa mayoría de los observadores, resplandece al so como el acero inoxidable o como un metal muy pulido.
    Ésta podría ser, quizá, una de las explicaciones.
    También podía ocurrir, naturalmente, que la nave en s estuviera emitiendo luz en esos momentos...
    No sería el primer caso en la ya amplia casuística ovni.
    Sea como fuere, lo importante es que la nave —sin dud con cierta forma de nube— se había colocado sobre l gruta. Pero, ¿por qué?
    Al empezar a retirarse de la gruta —dice Santiago—
    los testigos pudieron contemplar cómo del interior de dich cueva salía luz. Una luminosidad tan extremada que «nuestros ojos no podían resistirla».
    ¡Cuántos casos he podido investigar hasta ahora e que los testigos del paso o aterrizaje de ovnis me ha hablado de «aquella formidable luz que despedía el objet y que les permitía ver como si fuera de día...».
    Decenas de personas me han repetido que la luminosidad era tan intensa que llegaba a herir sus ojos.
    Y he aquí que —¿por casualidad?— dos escritores d hace casi dos mil años están señalando lo mismo.
    El espectáculo debió ser tan fuera de serie para Jos y las parteras que, como afirma Mateo, éstas prefiriero quedarse en el exterior, por miedo a semejante resplandor.
    Y supongo que José —aunque el autor sagrado no hac referencia a ello— también «tropezaría» con algún qu otro problema a la hora de decidirse a traspasar la entrad de la gruta...
    EL PARTO
    ¿Cómo pudo ocurrir realmente el nacimiento de Jesús?
    Ni los evangelistas «oficiales» ni los que nos dejaron lo textos apócrifos aportan datos concretos como para establecer la «mecánica» del mismo. Y la Iglesia, con un prudencial criterio, proporciona un sonado carpetazo al asunto, dejándolo envuelto en el misterio. Otro más...
    Yo, por mi parte, no me siento con fuerzas como par descender y bucear en dicho misterio.
    Salvando las distancias, viene a ser como plantear a l Medicina actual cuáles pueden ser los sistemas o mecanismos clínico-quirúrgicos que imperarán en la especialida ginecológica dentro de quinientos o mil años.
    ¿Qué madre del siglo xv hubiera imaginado que, cinc siglos más tarde, los dolorosos partos podrían practicarse... sin dolor?
    Una afirmación como ésta, hecha en pleno tiempo de l Inquisición, me hubiera conducido —sin remedio— a l hoguera.
    ¿Qué puedo suponer que ocurrió en aquellas hora tensas, en el interior de la gruta?
    ¿Por qué aquella nave espacial se había aproximad a la gruta? ¿Por qué el interior de la cueva se vio inundada de luz? ¿De dónde nacía aquella luminosidad?
    Sólo una idea —casi un presentimiento— aletea en m corazón: es posible que el «equipo» de «astronautas» —llegado el momento— hubiera descendido materialmente tierra y entrado, incluso, en el lugar donde se encontrab la joven María. Y que —de alguna forma que ni siquiera podemos sospechar— contribuyeran o ayudaran en e parto.
    ¿Qué «técnicas» utilizaron en el alumbramiento? E posible que ninguna. Es posible que el parto en sí fuer realmente «milagroso», en el más literal de los sentidos.
    O es posible que Dios —una vez más— se sirviera de l más compleja y depurada Ciencia para hacer realidad e nacimiento de su «Enviado».
    ¿Cómo saberlo? ¿Cómo saber si María sufrió los mismo dolores que el resto de las mujeres?
    En el apócrifo denominado Liber de infantia Salvatori pude encontrar unos pasajes que arrojan un rayo de lu sobre la forma en que, quizá, se produjo el gran acontecimiento:
    ...y la comadrona entró en la cueva. Se paró ant la presencia de María. Después que ésta consintió en se examinada por espacio de horas, exclamó la comadron y dijo a grandes voces:
    «Misericordia, Señor y Dios grande, pues jamás s ha oído, ni se ha visto, ni ha podido caber en sospech humana que unos pechos estén henchidos de leche y qu a la vez un niño recién nacido esté denunciando la virginidad de su madre. Virgen concibió, virgen ha dad a luz y continúa siendo virgen.»
    70. Ante la tardanza de la comadrona, José penetr dentro de la cueva. Vino entonces aquélla a su encuentr y ambos salieron fuera, hallando a Simeón (uno de lo hijos de José) de pie. Éste le preguntó:
    «Señora, ¿qué es de la doncella?, ¿puede abrigar alguna esperanza de vida?»
    Dícele la comadrona:
    «¿Qué es lo que dices, hombre? Siéntate y te contar una cosa maravillosa.»
    Y elevando sus ojos al cielo, dijo la comadrona co voz clara:
    «Padre omnipotente, ¿cuál es el motivo de que m haya cabido en suerte presenciar tamaño milagro, qu me llena de estupor?, ¿qué es lo que he hecho yo par ser digna dé ver tus santos misterios, de manera qu hicieras venir a tu sierva en aquel preciso momento par ser testigo de las maravillas de tus bienes? Señor, ¿qu es lo que tengo que hacer?, ¿cómo podré narrar l que mis ojos vieron?»
    Dícele Simeón:
    «Te ruego me des a conocer lo que has visto.»
    Dícele la comadrona:
    «No quedará esto oculto para ti, ya que es un asunt henchido de muchos bienes. Así pues, presta atención mis palabras y retenías en tu corazón:
    71. «Cuando hube entrado para examinar la doncella, la encontré con la faz vuelta hacia arriba, mirando a cielo y hablando consigo. Yo creo que estaba en oració y bendecía al Altísimo. Cuando hube, pues, llegado hast ella, le dije:
    »"Dime, hija, ¿no sientes por ventura alguna molesti o tienes algún miembro dolorido?" Mas ella continuab inmóvil mirando al cielo, cual una sólida roca y como s nada oyese.
    72. »En aquel momento se pararon todas las cosas, silenciosas y atemorizadas: los vientos dejaron de soplar; no se movió hoja alguna de los árboles, ni se oyó el ruido de las aguas; los ríos quedaron inmóviles y el ma sin oleaje; callaron los manantiales de las aguas y ces el eco de voces humanas. Reinaba un gran silencio. Hasta el mismo polo abandonó desde aquel momento s vertiginoso curso. Las medidas de las horas habían y casi pasado. Todas las cosas se habían abismado en e silencio, atemorizadas y estupefactas. Nosotros estábamos esperando la llegada del Dios alto, la meta de lo siglos.
    73. «Cuando llegó, pues, la hora, salió al descubiert la virtud de Dios. Y la doncella, que estaba mirando fijamente al cielo, quedó convertida en una viña, pues ya s iba adelantando el colmo de los bienes. Y en cuant salió la luz, la doncella adoró a Aquel a quien reconoci haber ella misma alumbrado. El niño lanzaba de sí resplandores, lo mismo que el sol. Estaba limpísimo y er gratísimo a la vista, pues sólo Él apareció como paz qu apacigua todo...
    «Aquella luz se multiplicó y oscureció con su resplandor el fulgor del sol, mientras que esta cueva se vi inundada de una intensa claridad...
    74. «Yo, por mi parte, quedé llena de estupor y d admiración y el miedo se apoderó de mí, pues tenía fij mi vista en el intenso resplandor que despedía la lu que había nacido.
    »Y esta luz fuese poco a poco condensando y tomand la forma de un niño, hasta que apareció un infante, com suelen ser los hombres al nacer.
    »Yo entonces cobré valor: me incliné, le toqué, le levanté en mis manos con gran reverencia y me llené d espanto al ver que tenía el peso propio de un recién nacido. Le examiné y vi que no estaba manchado lo má mínimo, sino que su cuerpo todo era nítido, como acontece con la rociada del Dios Altísimo; era ligero de pes y radiante a la vista.
    75. ...«Cuando tomé al infante —prosigue su explicación la comadrona— vi que tenía limpio el cuerpo, sin la manchas con que suelen nacer los hombres, y pensé par mis adentros que a lo mejor habían quedado otros feto en la matriz de la doncella. Pues es cosa que suele acontecer a las mujeres en el parto, lo cual es causa de qu corran peligro y desfallezcan de ánimo.
    »Y al momento llamé a José y puse al niño en sus brazos. Me acerqué luego a la doncella, la toqué, y comprob que no estaba manchada de sangre.
    »¿Cómo lo referiré?, ¿qué diré? No atino. No sé cóm describir una claridad tan grande del Dios vivo...»
    NINGÚN RESTO DE SANGRE
    Prescindiendo de la multitud de exclamaciones, más o menos poéticas, de la comadrona —y que se deben sin dud al entusiasmo o fervor del autor sagrado— el texto en sí, suponiendo que recoja la verdad, aporta algunos detalle interesantes.
    Por ejemplo, la partera queda lógicamente aterrorizad al comprobar cómo el niño y su madre están limpios d sangre y de aquellos flujos y humores propios en tod parto.
    ¿Cómo podía ser?
    ¿Cómo los pechos de María se encontraban ya repleto de leche, si prácticamente acababa de registrarse el alumbramiento?
    Y lo más curioso:
    ¿Por qué la comadrona habla de una «luz que, poc a poco, va condensándose y tomando la forma de u infante»?
    El Evangelio apócrifo de Mateo, así como el de Santiago, coinciden con este último en la falta de manchas d sangre, en los pechos henchidos de leche, y, por supuesto, en la virginidad de la joven. Y de nuevo bajo el «camuflaje»
    del milagro, surge otra interrogante, no menos sospechosa:
    ¿Qué sucedió realmente con la mano de una de las comadronas? ¿Por qué dice Mateo que quedó seca nada má tocar la vagina de María?
    He aquí el texto de dicho apócrifo:
    4. La otra comadrona, llamada Salomé, al oír que l madre seguía siendo virgen a pesar del parto, dijo:
    «No creeré jamás lo que oigo, si yo misma en person no lo compruebo.»
    Y se acercó a María diciéndole:
    «Déjame que palpe para ver si es verdad lo que acab de decir Zelomi.» Asintió María, y Salomé extendió s mano, pero ésta quedó seca nada más tocar. Entonces l comadrona empezó a llorar vehementemente...
    Santiago es más explícito y afirma que la mano de l partera quedó carbonizada.
    ¿Qué fue lo que pasó?
    Sin querer me viene a la memoria un hecho igualment misterioso, registrado precisamente en el instante de l resurrección de Jesús de Nazaret y que los técnicos de l NASA han demostrado recientemente como una formidabl radiación, emitida por la totalidad del cadáver del Nazareno.
    Una energía o radiación desconocida por la técnica de hombre, pero que dejó impresa la huella de Jesús en l célebre Sábana Santa que se conserva en Turín.
    ¿Pudo ocurrir algo parecido en aquel momento, igualmente decisivo, del nacimiento del «Enviado»? ¿Pud aquella «luz» que vio la partera en el alumbramiento habe dejado algún tipo de radiación en el bajo vientre d María? ¿Fue esto lo que provocó accidentalmente la grav quemadura en la mano de la comadrona incrédula?
    Me cuesta trabajo creer que fuera la «maldad» o l lógica duda de Salomé lo que provocó la carbonización d su mano...
    Para aquélla y para todas las comadronas del mund hubiera sido un acontecimiento singular comprobar co sus propios ojos cómo una mujer da a luz un bebé, conserva intacta su virginidad y, sobre todo, no present manchas de sangre. Ni ella ni el niño.
    Considero este último asunto como más important que la conservación de la virginidad porque —según lo criterios médicos actuales— resulta mucho más difícil es insólita limpieza que la rotura del himen. Se han llegad a dar algunos casos de partos en los que la madre sigu conservando su virginidad. La razón nada tiene que ve con hechos milagrosos o sobrenaturales. Simplemente, l naturaleza de dicho himen —que es la membrana que cierr el conducto vaginal y, por tanto, prueba evidente de virginidad— es lo suficientemente elástica o resistente como par dilatarse al máximo, permitiendo el paso del recién nacido.
    Una vez terminado el alumbramiento, dicho himen vuelv a sus dimensiones naturales. Y nadie diría que aquell mujer había sido madre.
    Ignoro si fue éste el caso de María. Posiblemente no.
    Posiblemente, como digo, la «técnica» desplegada por e «equipo» fue tan perfecta, maravillosa y desconocida, tant para los israelitas como para nosotros, que difícilment podríamos asimilarla.
    De lo que no cabe duda es de que los «astronautas» estuvieron nuevamente muy cerca.
    Tan cerca como para proporcionar a aquella cueva subterránea la iluminación necesaria en un trance como aquél.
    Tan cerca como para inmovilizar a cuantos seres vivo se encontraban en las proximidades.
    Tan cerca —¿por qué no?— como para atender a l joven en el instante del parto. Es Mateo quien afirma e su Evangelio apócrifo:
    «Finalmente, dio a luz un niño, a quien en el moment de nacer rodearon los ángeles...»
    Tan cerca y tan pendientes de la seguridad del niñ y de su madre como para que una «voz» dijera a Salom la comadrona, cuando salía de la gruta:
    «Salomé, Salomé, no digas las maravillas que has vist hasta tanto que el Niño esté en Jerusalén.»
    Una medida muy prudente si tenemos en cuenta, com digo, la existencia del cruel Heredes y de los acontecimientos que estaban a punto de ocurrir con la llegada de lo Magos...
    Era normal que los «astronautas», que indudablement debían sentirse satisfechos por el éxito de la llegada de «Enviado», no quisieran remover del lugar a María y Jos y al recién nacido, hasta tanto no hubieran transcurrid los hechos que, necesariamente, debían acontecer.
    LOS GINECÓLOGOS NO SABEN QUÉ PENSAR
    He consultado a prestigiosos médicos. Al concluir la lectur de estos apócrifos no quise quedarme ahí, en la pura especulación. Deseaba escuchar la voz de la Ciencia. ¿Qu puede aportar la medicina actual al subyugante misteri del parto de María?
    Casi en su totalidad, los ginecólogos a quienes interrogué me contemplaron con asombro. Tanto los creyente como los indiferentes o ateos.
    «¿Que cómo pudo ser el nacimiento de Jesús? Eso deberías preguntárselo a los teólogos...» Pero, naturalmente, los exégetas no tienen respuesta. Cuando acudí a los má preclaros representantes del Magisterio de la Iglesia, s encogieron de hombros y con una sonrisa de benevolenci me aconsejaron que no me «metiera en estos líos».
    Los médicos —mucho más humildes— sí trataron, a menos, de satisfacer algunas de las cuestiones que hervía en mi mente... Trataré de resumir las muchas horas de diálogo con estos especialistas:
    1. Prácticamente, la totalidad de los ginecólogos consultados respondieron afirmativamente a la posibilidad d que una mujer pueda concebir sin que por ello pierda s virginidad. Es difícil, pero no improbable.
    2. La medicina actual no conoce, por ahora, otros métodos para fecundar el óvulo femenino que los estrictamente naturales, así como la inseminación artificial, i vitro, y los experimentales de punción o estimulación acida o eléctrica del óvulo. Estos últimos, no obstante, n conducen a un desarrollo embrionario normal.
    3. En cuanto a los partos, la ginecología de 1980 reconoce y ha podido comprobar cómo en determinadas circunstancias —no muy frecuentes— una mujer puede da a luz y seguir conservando su virginidad. Todo depend de la elasticidad de la membrana que cierra el canal vaginal y que se denomina «himen».
    4. Los médicos consideran que —excepción hecha d las operaciones llamadas «cesáreas»— cualquier embaraz normal tiene como única salida natural el canal vaginal.
    Cualquier parto que no se realizara por este método irí contra las leyes de la propia naturaleza.
    5. Cabe la posibilidad —manifestaron los especialistas— que en determinados partos, en los que el periné ced de forma natural y durante un tiempo prolongado, no s produzca derrame alguno de sangre.
    Si en los partos de hoy en día se registran hemorragia o pérdidas normales de sangre se debe, fundamentalmente, a que, dada la celeridad con que se practican, es precis rasgar los tejidos. En tiempos pasados —y sin las prisa que caracterizan a nuestros días— la preparación al part podía durar hasta dos y tres días. Hace 40 o 50 años, po ejemplo, el parto en sí podía tener una duración norma de 10 a 12 horas. Hoy, y por razones que todos conocemos, los partos pueden durar entre 4 y 6 horas, por términ medio.
    Lo que ya resulta casi imposible es que el niño aparezca absolutamente limpio. Los líquidos y secreciones que l cubren y protegen en el seno materno no son eliminado en el proceso del alumbramiento.
    6. Un parto que se salga de estos límites sólo podrí ser asimilado por el hombre en base a una ciencia o tecnología superiores y actualmente ignoradas o por la ví del «milagro». Es decir, por encima de las leyes físicas naturales conocidas.
    TRES «TÉCNICAS»... «MILAGROSAS»
    El juicio de la Medicina sobre el espinoso tema no pued ser más prudente.
    Y en buena medida comparto esos criterios. Creo qu un parto podrá ser considerado como «natural», siempr y cuando la criatura venga al mundo tal y como ha marcado la naturaleza. Pero entiendo que éste no es el caso d Jesús. Los Evangelios coinciden en ello: el Hijo de Dio hecho hombre fue parido de forma misteriosa.
    Y sin querer nos deslizamos nuevamente al origen de planteamiento:
    ¿Era un parto «milagroso» o «misterioso» porque la gentes sencillas de hace 20 siglos no estaban capacitada para comprender técnicas quirúrgicas como las nuestras, por poner una comparación? ¿O fue un parto «sobrenatural», en el sentido literal de la palabra? Es decir, un alumbramiento «por encima de las leyes naturales»...
    Por supuesto, no puedo contestar a semejante interrogante. ¡Qué más quisiera yo...!
    Sí haré otra cosa: Depositar en el corazón del lector un nueva incógnita. Y para ello me serviré de tres hechos reales y concretos:
    Uno. Parece ser que en algunos centros hospitalario de los Estados Unidos se trabaja en la investigación de u láser que podría sustituir en buena medida a la comadron e incluso, al médico.
    Si el descubrimiento prospera, no tardaremos mucho e ver en nuestros hospitales un láser especial que, en segundos, abre el vientre de la futura madre. El niño es extraído limpiamente y ese mismo rayo cierra y cauteriza la herida, ¡sin dejar cicatriz alguna! La operación puede dura menos de cinco minutos.
    Dos. En muchas clínicas se utiliza ya la llamada «vigilancia electrónica». Fue la Maternidad Baudeloque, en París, una de las primeras en utilizar este nuevo descubrimiento. Aunque la mortalidad infantil está disminuyend en los países occidentales, no sucede lo mismo con los niño anormales. Cada vez hay más. Y parece ser que una de la causas primarias son los partos difíciles. Pues bien, mediante la «vigilancia electrónica», los médicos disponen de l necesaria información para saber «si el bebé puede o no sufrir antes y durante el parto». Para ello colocan sobre e vientre de la madre un pequeño aparato detector del qu pende un cable electrónico, unido directamente a una máquina registradora. Este ingenio se encuentra en una habitación contigua, donde médicos especialistas observan la bandas magnéticas, las gráficas, las pantallas y toda la información que les viene a través del cable. Paso a paso minuto a minuto, los médicos saben cómo va a desarrollarse el parto.
    La información más importante es la del ritmo cardíaco del feto. Si se comprueban síntomas de insuficiencia cardíaca, la intervención de los médicos puede ser decisiv para salvar la vida del pequeño.
    Se sabía ya desde hace tiempo que el niño puede sufri en el vientre de la madre, pero lo que no se conocían era las causas ni la intensidad de ese sufrimiento.
    Durante las contracciones de la madre, la circulació de la sangre en la placenta se para y el feto se queda momentáneamente sin oxígeno. Si esta situación se prolong unos segundos de más, el niño corre el peligro de sufri una lesión cerebral irreversible. La experiencia llevada cabo con dos monas demostró que si esta situación —denominada «anoxia»— se prolonga durante seis minutos, la células del cerebro se destruyen totalmente, mientras qu el corazón resiste perfectamente.
    Este nuevo «robot» para la «vigilancia electrónica» puede remediar este grave riesgo. Y como estos problemas, lo de la comprensión del cordón umbilical, RH, mala colocación del bebé, etc.
    Tres. En los países más avanzados se han instalado e hospitales y clínicas privadas sofisticados aparatos para e diagnóstico, mediante ultrasonidos, en obstetricia y ginecología. Gracias a estos ultrasonidos,1 los ginecólogos pueden «ver» en pantallas bidimensionales el desarrollo, posición, anomalías y características del feto en todo momento.
    Pues bien, a la vista de estos tres frentes concretos d la ginecología moderna, yo preguntaría al lector:
    «¿Cómo hubieran sido calificadas estas técnicas y sistemas científicos en las épocas de Abraham, Heredes e Grande, Carlomagno, santo Tomás de Aquino, Alfonso el Sabio, Cal vino o Benedicto XV?
    ¿Se hubiera hablado de «milagro», de «misterio» o d «intervención sobrenatural»?...
    ¿UN CAMBIO TRIDIMENSIONAL INSTANTÁNEO?
    ¿Cómo reaccionaríamos nosotros si un grupo de científico de la Tierra anunciara al mundo el descubrimiento de lo «cambios tridimensionales» a voluntad?
    No hace mucho pude estudiar un informe de los supuestos habitantes de un planeta supuestamente ubicado en la inmediaciones de la estrella «Wolf 424», a unos 14 años-lu de la Tierra. Se trataba, como ya habrán adivinado los seguidores de la Ufología, de «Ummo».
    En ese «informe», y al hablar de cómo hacen desaparecer sus naves, dicen textualmente:
    «Un observador que se encuentre a una distancia no excesiva, puede observar la aparente "aniquilación" instantánea de una astronave de este tipo visualizada por él.Do pueden ser los motivos de esa pseudodesaparición:
    »Como hemos reiterado en páginas precedentes, en e instante en que todos los "ibozoo uu" (modelo de entida física elemental) correspondientes al recinto limitado po la "itooaa" (zona exterior envolvente de sus naves) cambia de "ejes" (dimensión) en el marco tridimensional en qu está situado el observador, toda la MASA integrada en dicho recinto deja de poseer existencia física. No es que ta masa sea "aniquilada", puesto que el substrato de tal mas la constituyen los "ibozoo uu" o dicho de otro modo l "MASA" se interpretará como un "plegamiento de la urdimbre de los ibozoo uu". Nuestra física —prosiguen los supuestos "ummitas"— interpreta este fenómeno como si l orientación de esta depresión o pliegue de las entidade constitutivas del espacio, cambie de sentido de modo qu los órganos sensoriales o los instrumentos físicos del observador no son capaces de captar tal cambio.
    »En este instante, t° el vacío en el recinto es absoluto.
    No ya una sola molécula gaseosa y por supuesto cualquie partícula sólida o líquida, sino ni siquiera una partícula subatómica (protón, neutrino, fotón, etc.) puede localizars probabilísticamente en ese recinto. Dicho en lenguaje d ustedes:
    »La función de probabilidad es nula en t°. Sin embargo, tal situación inestable dura una fracción infinitesima de tiempo. El recinto se ve "invadido" consecutivament por "iboayaa" (cuantum energéticos), es decir, se propaga en su seno campos electromagnéticos y gravitatorios de distintas frecuencias, inmediatamente es atravesado por radiaciones iónicas y al final se produce una "implosión" al precipitarse el gas exterior en el vacío dejado por la estructura "desaparecida". Esta "implosión" es la explicación d esos "estampidos" o "truenos" que algunos observadore de ovnis hermanos terrestres suyos han creído percibir e alguna ocasión tras la desaparición aparente del vehículo.»
    Este documento, en mi opinión, podría estar dándono una «pista» sobre un futuro conjunto de métodos científico-técnicos para «viajar» por el espacio y —¿por qué no?—
    para «hacer desaparecer» cualquier cuerpo (líquido, sólid o gaseoso o todos ellos a un mismo tiempo) y volverlo «recomponer» o «materializarlo» en otro lugar.
    Si la Ciencia humana llega algún día a semejante grad de perfección, el «cambio tridimensional», instantáneo y voluntad, de un feto, por ejemplo, sería como un juego.
    Momentos antes del alumbramiento, esa tecnología superior podría variar los «ejes» de todas y cada una de las partículas subatómicas del bebé, haciéndolo «saltar» al exterior de la madre y «materializándolo» segundos más tarde.
    Supongo que sería necesario salvar ese grave arrecife de «vacío» de que habla el «informe» de «Ummo» y que, según parece, se presenta en el lugar donde «estaba» el cuerpo «aniquilado».
    Aunque este esquema resulta hoy puramente hipotétic —casi ciencia-ficción—, ¿no estaremos planteando una dud «gemela» a la que podrían haber tenido los Caballeros d la Tabla Redonda si alguien hubiera intentado explicarle el funcionamiento de un portaaviones o de una cámara fotográfica Polaroid?
    Quizá ese «transporte» de la totalidad de una masa d un marco tridimensional concreto a otro y su posterior «retorno» al primero, pudiera dar cumplida explicación a es misteriosa frase de la partera del Evangelio apócrifo:
    Yo, por mi parte, quedé llena de estupor y de admiración y el miedo se apoderó de mí, pues tenía fija m vista en el intenso resplandor que despedía la luz qu había nacido.
    Y esta luz fuese poco a poco condensando y tomand la forma de un niño, hasta que apareció un infante, com suelen ser los hombres al nacer.
    ¿Es que esta forma de «nacer» no se aproxima maravillosamente a la omnipotencia divina?
    Quizá alguien pueda esgrimir aquel argumento de «qu va contra la naturaleza». Es posible que vaya, en efecto, contra las vías que nosotros, hasta hoy, interpretamo como «naturales», pero ¿quién puede jurarnos que ese cambio de dimensiones no sea igualmente otra de las infinita «vías» de la Naturaleza? Una Naturaleza, claro está, a l que ni siquiera hemos tenido acceso.
    Durante siglos —aunque ya lo hemos olvidado—, el promedio de vida de un hombre normal venía siendo de 40 45 años. Incluso menos. Hoy, esa esperanza de vida se fij ya en los 70 u 80 años. ¿Quiénes están o estaban atentando contra la Naturaleza: los hombres de la Edad de Piedra, que podían aspirar a vivir 20 o 30 años como máxim o nosotros, con 70 u 80? Posiblemente, ni los unos ni lo otros...
    ¿Qué podemos pensar, por tanto, de unos «astronautas»
    capaces de desplazarse hace 2000 años en naves siderales cuyos hogares podían hallarse en remotos confines de nuestro Universo o de otros Universos «paralelos»?
    ¿Quién tirará la primera piedra de la duda sobre su posibilidades tecnológicas?
    Y por si alguien puede seguir dudando sobre la presencia de esas naves hace 2000 años, he aquí, en el siguient capítulo, lo que nos cuentan los asombrosos apócrifos.
    UNA NAVE LES GUIÓ DESDE PERSIA
    Mis sospechas sobre la famosa «estrella» de Belén se confirmaron plenamente al conocer los textos de los apócrifos.
    Si después de la lectura de san Mateo y de san Luca en el Nuevo Testamento estaba ya casi seguro de que la «estrella» en cuestión no podía ser lo que astronómica y científicamente se conoce hoy por una estrella, al tropezar co los textos apócrifos, como digo, mis dudas desapareciero por completo.
    Como el lector recordará, el Evangelio de san Mate dice, entre otras cosas, sobre dicha «estrella»:
    Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del re Heredes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo:
    «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?
    Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido adorarle.»
    Y oyéndolo, el rey Heredes se sobresaltó y con é toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdote y escribas del pueblo y por ellos se estuvo informand del lugar donde había de nacer el Cristo...
    Y prosigue Mateo:
    ... Entonces Heredes llamó aparte a los magos y po sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella...
    Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Orient iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encim del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría...
    EL OTRO TESTIMONIO DE MATEO
    ¿Y qué dice el Evangelio apócrifo atribuido a Mateo? H aquí algunos de los pasajes claves:
    6. También unos pastores afirmaban haber visto a filo de la media noche algunos ángeles que cantaba himnos y bendecían con alabanzas al Dios del cielo. Éstos anunciaban asimismo que había nacido el Salvado de todos, Cristo Señor, por quien habrá de venir la restauración de Israel.
    7. Pero, además, había una enorme estrella que expandía sus rayos sobre la gruta desde la mañana hast la tarde, sin que nunca jamás desde el origen del mund se hubiera visto un astro de magnitud semejante. Lo profetas que había en Jerusalén decían que esta estrell era la señal de que había nacido el Mesías, que debí dar cumplimiento a la promesa hecha no sólo a Israel, sino a todos los pueblos.
    Antes de continuar con este apócrifo, creo que merec la pena reflexionar sobre dos extremos del mismo.
    Por un lado, Mateo coincide con el escrito de san Luca sobre aquellos pastores «que dormían al raso (Lucas, 2,8-14)
    y vigilaban por turno durante la noche su rebaño».
    Por enésima vez, «se les presentó el ángel del Seño —sigue Lucas— y la gloria del Señor los envolvió en s luz; y se llenaron de temor...».
    El único evangelista «oficial» que habla de los pastore al raso y del «mensaje» que les dieron los «astronautas»
    es san Lucas. A decir verdad, siempre lo tomé por buen y hasta normal. Sin embargo, las cosas se complican cuando uno araña en los textos históricos de la época y contempla el gran «plan» en toda su dimensión. Veamo por qué:
    En mi opinión no era racional que los «astronautas»
    descendieran hasta los apriscos donde debían descansa los pastores. El «equipo», perfecto conocedor del puebl «elegido», tenía que saber que este oficio estaba incluid en la «lista negra» de las profesiones israelitas...
    La pureza de origen, en una amplia medida, había id determinando ciertamente la posición social del judío dentro de la comunidad de su pueblo. Pero había tambié circunstancias —independientes del origen— que lo manchaban a los ojos de la opinión pública. Me estoy refiriendo sobre todo a una serie de profesiones y trabajos considerados como «despreciables». Estos oficios rebajaba socialmente a quienes lo ejercían. Y los judíos llegaron, incluso, a redactar listas de estos trabajos «despreciables».
    Veamos las cuatro «listas negras», de acuerdo con lo manifestado en los escritos rabínicos Qiddushin IV, Ketubor VII, Qiddushin 82.a y Sanhedrin 25b., respectivamente:
    «Asnerizo, Camellero, Marinero, Cochero, Pastor, Tendero, Médico y Carnicero.» (Primera lista.)
    «Recogedor de inmundicias de perro, Fundidor de cobre y curtidor.» (Segunda lista.)
    «Orfebre (fabricante de cribas), Cortador de lino, Molero, Buhonero, Tejedor (sastre), Barbero, Blanqueador, Sangrador, Bañero y Curtidor.» (Tercera lista.)
    «Jugador de dados, Usurero, Organizador de concursos de pichones, Traficante de productos del año sabático, Pastor, Recaudador de impuestos y Publicano.» (Cuart lista.)
    Otros escritos marginales recogen asimismo a los bandidos, autores de actos de violencia, sospechosos en asuntos de dinero, jugadores de azar, etcétera.
    En estas curiosas «listas negras» eran excluidos, po ejemplo, los maleteros. Abbá Shaul —que vivió hacia e 150 después de Cristo— cita estos oficios y escribe qu son «ocupaciones de ladrones» y que llevan de modo especial «a la maldad». El gremio de los transportistas, po ejemplo, excepción hecha de los citados maleteros, quedab incluido casi en su totalidad en este «paquete» de oficio poco recomendables. Y el maletero quedaba libre de tamaña «mancha», no porque fueran honrados, sino porque, al ser requeridos para trayectos cortos, «se les podía controlar más fácilmente...».
    Los pastores —dicen los textos de la época de Jesús—
    no gozaban de buena reputación. La experiencia probab que, en la mayoría de los casos, se trataba de tramposo y ladrones. Conducían sus rebaños a propiedades ajenas y, además, robaban parte de los productos de los rebaños.
    Por eso estaba prohibido comprarles lana, leche o cabritos.
    «A los recaudadores de impuestos, pastores y a los publícanos —decía un escrito rabínico— les es difícil la penitencia.» La razón era porque no pueden conocer a todo aquellos a quienes han dañado o engañado, a los cuale deben una reparación...
    Los oficios de la cuarta «lista negra» no sólo eran soberanamente despreciados, incluso aborrecidos, en el espíritu del público, sino también de iure, pues se tenía oficialmente como ilegales y proscritos. Quien ejercía un de estos trabajos, por ejemplo, no podía ser juez y la incapacidad para prestar testimonio lo equiparaba al esclavo.
    En otras palabras: estaba privado de los derechos cívico y políticos que podía poseer todo israelita, incluso aque que, como el bastardo, tenía un origen gravemente manchado.
    ¿Cómo comprender entonces, insisto, el hecho de qu los «astronautas» revelaran el nacimiento de Jesús a uno pastores? Todo el mundo sabía que eran «mentirosos», «ladrones» y «despreciables». ¿Quién podía creerles? No encuentro muy clara, por tanto, la afirmación de san Luca (2,17-19) cuando dice: «... Al ver al niño, los pastores diero a conocer lo que los ángeles les habían dicho acerca d aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban d lo que los pastores les decían.»
    Una de dos: o el bueno de Lucas cuenta la verdad medias, y en este caso las gentes seguramente no habría dado crédito a las afirmaciones de los pastores, o el relat más verosímil sería el del apócrifo de Mateo, en el que n se dice que los ángeles fueran directamente hasta los pastores a comunicarles noticia alguna sobre el nacimient de Jesús. Esto sí sería más lógico. Los pastores pudiero ver las naves y a los «astronautas», pero no recibir mensaje alguno de aquéllos. Si los tripulantes eran consciente de este nulo índice de credibilidad hacia la profesión d pastor, ¿para qué malgastar fuerzas en comunicar ta buena nueva a quienes, por principio, no iban a ser creídos?
    Esa «precipitada» comunicación de los «astronautas»
    a los pastores que velaban el ganado al raso —como dic san Lucas— hubiera supuesto, además, otro riesgo: si Jerusalén distaba entonces unos siete u ocho kilómetros d Belén la noticia del nacimiento del nuevo «rey» de Israe habría llegado hasta el palacio de Heredes el Grande e horas. No creo que al «equipo» celeste le interesara qu los guerreros herodianos tomaran cartas en el asunto ta pronto. Debieron pasar, en mi opinión, algunas semana o quizá meses hasta que los «astronautas» dieran «lu verde» a la propagación masiva y oficial de la «buena nueva». Otra cosa es que, individuos o testigos esporádicos, hubieran visto el paso de las naves...
    El propio apócrifo de Mateo dice que «había una estrella que expandía sus rayos sobre la gruta desde la mañan a la tarde... y que los profetas que había en Jerusalén decían que esta estrella era la señal de que había nacido e Mesías...».
    Era lógico. Si Jesús había nacido en una gruta, en e camino, por ejemplo, de Jericó a Belén, otros peregrino o viajeros pudieron ver la «estrella» o su fortísima iluminación. Y la noticia, qué duda cabe, llegaría hasta Jerusalén. Y es posible que hasta el propio Heredes conociera e rumor. Pero se trataba sólo de un extraño «fenómeno», un «señal». La preocupante noticia del nacimiento de un nuev «rey» le llegó al tirano con la visita oficial de los «Magos»
    que procedían de tierras ajenas a Palestina. Y en ese momento sí debió crecer la angustia de Herodes...
    Las más elementales medidas de seguridad debieron, pues, obligar a los «astronautas» al más estricto silenci sobre el alumbramiento de Cristo. Al menos, en una buen temporada...
    Otra cosa es, y bien diferente, que los pastores fuera testigos del agitado paso de las naves, con su luminosidad, cambios de colores, etc.
    En segundo lugar —y siguiendo con el comentario a apócrifo de Mateo—, ¿qué podemos deducir, en especia cuantos investigamos e indagamos e^ fenómeno ovni, d la descripción de esa «estrella» de enorme volumen o luminosidad y que expandía o lanzaba sus rayos sobre l gruta desde la mañana a la tarde?
    ¿Cuándo se ha visto una «estrella» que aparezca durante el día? ¿Y cómo es posible que una estrella norma —situadas las más próximas a decenas de años-luz de Sistema Solar— pueda iluminar o lanzar su luz sobre un cueva y sólo sobre una cueva? Si el Sol —otra «estrella»—
    lanza sus rayos a medio mundo y no a una parcela reducida de terreno, ¿por qué iba a obrar este «milagro» otr estrella, lógicamente situada mucho más lejos de la tierra?
    La descripción de tal «fenómeno» sí encaja, en cambio, en los cientos de miles de casos recogidos hoy en todo e mundo sobre ovnis...
    Pero, ¿cómo puede un autor de principios de nuestr Era describir tan admirablemente lo que hoy, veinte siglos después, ha sido, incluso, fotografiado en color? Aque evangelista «apócrifo», evidentemente, no podía estar mintiendo ni inventando. ¿Cómo podía sospechar que mile de años más tarde, otros hombres —nosotros— íbamos tener pruebas irrefutables de la presencia de ovnis en lo cielos?
    Y aquella, según mis cálculos, era la segunda «estrella»
    que describen los apócrifos. La primera, recordémoslo, s situó cerca de la cueva y proyectó su sombra sobre la misma poco antes o en el mismísimo momento del nacimient del Enviado. Y no iba a ser la última «estrella» que fuer vista en las proximidades de la gruta...
    ¿DE LA CUEVA AL ESTABLO?
    Y prosigue así el Evangelio apócrifo de Mateo:
    Tres días después de nacer el Señor, salió María d la gruta y se aposentó en un establo. Allí reclinó el niñ en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Entonce se cumplió lo que había sido anunciado por el profet Isaías:
    «El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre d su Señor.» Y hasta los mismos animales entre los que s encontraba le adoraban sin cesar. En lo cual tuvo cumplimiento lo que había predicho el profeta Hababuc:
    «Te darás a conocer en medio de los animales.»
    En este mismo lugar permanecieron José y María co el Niño durante tres días.
    He aquí un pasaje en el que tampoco puedo estar mu de acuerdo. Si José y María llegaron a salir de la grut a los tres días, no parece sensato que se metieran en u establo. Lo normal, y mucho más después de semejant acontecimiento, es que la familia prosiguiera camino haci Belén. A no ser, claro está, que los «astronautas» determinaran lo contrario y por razones que nadie puede precisar.
    La única razón que me viene a la mente, y forzand mucho la lógica, es la ya expresada sobre la seguridad de Niño. Pero, si nadie propagaba el hecho de su Divinidad, no veo la razón por la que pudiera peligrar su seguridad, incluso, en la propia aldea de Belén o en Jerusalén. Y l prueba está en que María y José, fieles cumplidores d la Ley, circuncidaron a Jesús a los ocho días del alumbramiento...
    Pero, ¿quién puede saber la verdad, toda la verdad nada más que la verdad?
    El mismo apócrifo, más adelante, reconoce este hecho:
    1. Al sexto día, después del nacimiento, entraron e Belén, y allí pasaron también el séptimo día. Al octav circuncidaron al Niño y le dieron por nombre Jesús, qu es como le había llamado el ángel antes de su concepción.
    XVI
    1. Después de transcurridos dos años, vinieron a Jerusalén unos magos procedentes del Oriente, trayend consigo grandes dones. Éstos preguntaron con toda solicitud a los judíos:
    «¿Dónde está el rey que os ha nacido? Pues hemo visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle.»
    Llegó este rumor hasta el rey Heredes. Y él se qued tan consternado al oírlo, que dio aviso en seguida a lo escribas, fariseos y doctores del pueblo para que le informaran dónde había de nacer el Mesías según los vaticinios proféticos. Éstos respondieron:
    «En Belén de Judá, pues así está escrito: Y tú, Belén, tierra de Judá, en manera alguna eres la última entr las principales de Judá, pues de ti ha de salir el jefe qu gobierne a mi pueblo Israel.»
    Después llamó a los magos y con todo cuidado averiguó de ellos el tiempo en que se les había aparecido l estrella. Y con esto les dejó marchar a Belén, diciéndoles:
    «Id e informaos con toda diligencia sobre el niño, cuando hubiereis dado con él, avisadme para que vay yo también y le adore.»
    2. Y mientras avanzaban en el camino, se les apareció la estrella de nuevo e iba delante de ellos, sirviéndoles de guía hasta que llegaron por fin al lugar donde s encontraba el Niño. Al ver la estrella, los Magos se llenaron de gozo. Después entraron en la casa y encontraro al Niño en el regazo de su madre.
    Entonces abrieron sus cofres y donaron a José y María cuantiosos regalos. A continuación fue cada uno ofreciendo al Niño una moneda de oro. Y, finalmente, el primero le presentó una ofrenda de oro; el segundo, una d incienso, y el tercero, una de mirra. Y como tuvieran aú la intención de volver a Herodes, recibieron durante e sueño aviso de un ángel para que no lo hicieran. Y entonces adoraron al Niño, rebosantes de júbilo, tornand a su tierra por otro camino.
    LOS ESCRIBAS: DEPOSITARIOS DEL ESOTERISMO
    Y llegamos, al fin, a los misteriosos «Magos».
    Sólo Mateo los cita en su Evangelio canónico. Alguno sectores de la Iglesia Católica niegan hoy que tales personajes existieran realmente. Pero estos teólogos no aporta pruebas contundentes sobre esa supuesta falta de rigo histórico en el evangelista. El hecho de escudar su incredulidad argumentando que «estamos seguramente ante un hermosa leyenda oriental» no es científico. Por esa mism regla de tres, también podríamos estar ante un «cuento»
    o «metáfora» o «parábola» en el caso de la matanza de lo inocentes o en la huida a Egipto o en la mismísima resurrección de Jesús de Nazaret.
    Los teólogos llaman y aceptan esta incongruencia baj el pomposo nombre de «género midráshico» o «construcción haggádica». Es decir, una forma o modo de narra la historia, añadiendo detalles pintorescos para recalcar l enseñanza teológica que de los hechos realmente acaecido se desprende.
    Por supuesto, no comparto tal criterio. Creo, sencillamente, que tanto los «Magos» como la «estrella» que le guió hasta Belén pudieron existir física e históricamente.
    La única explicación medianamente racional que he encontrado en este sentido por parte de la Iglesia Católic es la que se cita en la Biblia Comentada de los profesore de Salamanca y que dice textualmente:
    «Sobre la estrella que vieron los magos se han lanzad muchas hipótesis. Orígenes, a quien siguen aún alguno modernos, cree que se trata de un cometa. Célebre es l hipótesis que se atribuye a Keppler: se trataría de la conjunción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte, que tuv lugar el 747 de la fundación de Roma. Difícilmente se explican todas las características de esta estrella —prosigue los profesores de Salamanca— que aparecen en el text de una constelación o astro natural. Todo hace supone que se trata de un meteoro luminoso próximo a la tierra, dispuesto o creado por Dios para este fin, como dispus aquella columna de fuego que guiaba a los hebreos por e desierto a su salida de Egipto.»
    Evidentemente, Orígenes no estaba muy ducho en Astronomía. ..
    Pero prefiero comentar y dedicar otro capítulo a la posibles «explicaciones» científicas sobre la «estrella» d Belén.
    No quiero soltar, por ahora, el hilo de esa, para mí, nada sólida teoría de los Magos y la estrella como un mer cuento o leyenda...
    Si tal narración fuera un simple «género midráshico», como afirman muchos teólogos y exégetas, ¿cómo se explica esa reunión —en la «cumbre»— de Heredes con los escribas, fariseos y doctores del pueblo?
    Llegados a este nivel hay que recordar a tales hipercríticos el papel que jugaban los escribas en tiempos de Jesús.
    Precisamente, el único factor del poder de aquéllos recaía en su «sabiduría». Quien deseaba ser admitido en l corporación de los escribas por la ordenación debía recorrer un regular ciclo de estudios de varios años. Y recordemos que fuera de los sacerdotes jefes y de los miembro de las familias patricias, sólo los escribas pudieron entra en la asamblea suprema, el Sanedrín. El partido farise del Sanedrín, por ejemplo, estaba compuesto íntegrament por escribas. Pero su influencia y poder en el pueblo n radicaba en el hecho de que poseyesen el conocimient de la tradición en el campo de la legislación religiosa y d que, debido a ese conocimiento, pudieran llegar a los puestos clave. No. Su prestigio estaba basado en un hecho cas desconocido por los hombres del siglo xx: los escriba eran portadores de una ciencia secreta, de la «tradició esotérica».
    Esta circunstancia, lógicamente, resultará desconcertante para cuantos hoy en día atacan o ignoran el mund del esoterismo... Y la Iglesia se ha distinguido y se distingue aún por tales características.
    Veamos, como ejemplo, algunas de las sentencias recogidas por el Talmud de Jerusalén (Venecia, 1523) y manuscrito de Cambridge: «No se deben explicar públicament las leyes sobre el incesto delante de tres oyentes, ni l historia de la creación del mundo delante de dos, ni l visión del carro delante de uno solo, a no ser que éste se prudente y de buen sentido. A quien considere cuatro cosa más le valiera no haber venido al mundo (a saber: en primer lugar), lo que está arriba (en segundo lugar), lo qu está abajo (en tercer lugar), lo que era antes (en cuart lugar), lo que será después.» Así, pues, la enseñanza esotérica en sentido estricto tenía por objeto, como indica también muchos otros testimonios, «los secretos más arcanos del ser divino (la visión del carro) y los secretos de l maravilla de la creación», tal y como relata Joachi Jeremías.
    Otra vez el «carro de fuego»... ¡Y era considerado po los escribas como un gran secreto dentro del esoterismo!
    Esta teosofía y cosmogonía se transmitían privadamente, del maestro al discípulo más íntimo. Se hablaba mu suavemente y, además, en la discusión de la sacrosant visión del carro, se cubría la cabeza con un velo —tal como narra el escrito rabínico Yebamot— por mied reverencial ante el secreto del ser divino.
    Los escribas, en fin, eran los grandes «iniciados», lo auténticos depositarios de la tradición esotérica. ¿A quiénes podía recurrir entonces Heredes el Grande ante un emergencia tan grave para él como la supuesta aparició en su reino de un «rey»? A los doctores y fariseos, sí, pero, sobre todo, a los escribas.
    Y éstos, precisamente, le manifestaron lo que todos sabemos: que el Mesías debía nacer en Belén.
    ¿Quién puede considerar estos hechos como pura «leyenda» o «género midráshico»? Y si el propio «carro d fuego» figuraba en los escritos y tradiciones orales com algo absolutamente histórico, ¿por qué la «estrella» —qu también podía haber sido descrita como un «carro de fuego»— no iba a gozar de ese mismo carácter? Sobre todo, cuando había decenas o centenas de testigos que la había visto...
    LA MATANZA DE LOS NIÑOS: ¿OTRO «CUENTO» ORIENTAL?
    Esta corriente teológica de los «géneros literarios» ha llevado a otros exégetas y teólogos a considerar la matanz de los inocentes como un simple «cuento» oriental. Exactamente igual que el pasaje de los Magos o de la «estrella» de Belén.
    Y basan su teoría, por ejemplo, en el hecho de que e historiador judío-romanizado Flavio Josefo no incluye ta infanticidio en sus escritos.
    Personalmente sigo sin estar de acuerdo con estos «midráshicos»...
    Herodes era muy capaz de semejante matanza. Lo habí demostrado con largueza. Además, muchos de los estudiosos de aquel período coinciden en otro hecho vital: a Herodes le interesaba apagar cualquier conato de sublevació popular. Y la llegada del Mesías —el libertador de Israel—
    pudo intranquilizarle hasta extremos poco frecuentes.
    La crueldad de Herodes el Grande, como digo, es un verdad tristemente demostrada. Mató a su primera mujer, Marianna, a tres de sus hijos y a un hermano. La más vag sospecha de traición era suficiente para que condenase muerte aún a sus más íntimos amigos y colaboradores.
    Poco faltó para que los «principales» de la región fueran hechos prisioneros y ejecutados, simplemente porqu Herodes deseaba que, una vez muerto, «todo el mund llorase...». La orden fue abortada oportunamente por s hermana, que odiaba a Herodes tanto o más que el rest de sus subditos.
    Si añadimos a esto que la vida de los niños —aunqu nos parece mentira —no tenía entonces el valor de hoy, e perfectamente posible que la matanza de Belén pudier pasar inadvertida para Josefo o que, sencillamente, no l incluyera en sus relatos.
    Y existe otra razón —no menos importante— por l que deduzco que el degüello de los inocentes no tiene nad que ver con un simple «cuento» o «leyenda».
    Todos los historiadores modernos saben que la famili real herodiana formaba parte del grupo que, entre los judíos, era conocido como «los prosélitos». Herodes el Grande no tenía sangre judía en sus venas. Su padre, Antípater, era de familia idumea y su madre, Kypros, descendí de la familia de un jeque árabe.
    Herodes intentó inútilmente ocultar que descendía d prosélitos. Es decir, que era lo que Flavio Josefo llamab un «semijudío». A través de su historiador de corte, Nicolás de Damasco, el amigo Herodes procuró propagar l noticia de que procedía de los primeros judíos llegado del destierro de Babilonia. Pero nadie le creyó. Y muy especialmente después del sospechoso y gravísimo gesto d mandar quemar los registros y archivos genealógicos judíos...
    Herodes, descendiente de prosélitos, es posible, incluso, que de esclavos emancipados, no tenía por ello derech alguno al trono real de los judíos. El Deuteronomio (17,15)
    lo prohibía expresamente: «Nombrarás rey tuyo a uno d tus hermanos, no podrás nombrar a un extranjero.» L exégesis rabínica de este texto excluía igualmente de l dignidad real al prosélito. Y Herodes había dicho: «¿Quié interpreta el Deuteronomio?» Los rabinos se lo explicaro pero, como esto no convenía a Herodes, los mandó matar.
    Esto, según Josefo, debió ocurrir a su llegada al poder, e el año 37 antes de Cristo. Y cayeron bajo su espada «lo 45 principales miembros del Sanedrín, miembros del partido de Antígono», rey y sumo sacerdote.
    ¿Cómo no iba a preocuparse Herodes el Grande por e nacimiento de un Mesías salvador? Y mucho más a la vist de la conmoción que, sin duda, provocó en Jerusalén y e media Judea la llegada de varios y exóticos personajes d tierras orientales que afirmaban «haber visto la estrell del rey de los judíos por el Oriente»...
    Aquella oleada de entusiasmo popular, que debió coincidir con la aparición de la estrella vista en las proximidades de la gruta donde había nacido Jesús, tuvo que pone tan nervioso al sanguinario rey que no dudó en manda eliminar a todos los niños menores de dos años.
    ¿Y por qué de esas edades?
    La explicación parece brotar de la entrevista sostenid entre Herodes y los Magos. Si aquella «estrella» había sid vista aproximadamente dos años atrás, el «rey» de lo judíos tenía que tener ya esa edad.
    Si estos misteriosos personajes orientales —posiblemente filósofos, doctores y astrólogos, que no reyes— procedían de alguna de las ciudades de Babilonia, el tiemp normal para llegar hasta Jerusalén podía estimarse en varios meses. Es posible, incluso, que hasta en un año. Tod dependía de la prisa de la caravana y de las circunstancia y contratiempos del camino.
    Entre unas cosas y otras, quizá los Magos llegaron Belén cuando el Niño tenía ya más de un año. Esto explicaría perfectamente que la estrella se detuviera, justamente, encima de la casa donde habitaban María y José. Lo Evangelios no hablan de establo o cueva. Citan una «casa».
    Después de tantos meses, lo lógico es que la familia d José —que había viajado hasta Belén para empadronarse, no para dar a luz— viviera ya en cualquiera de las casa de sus familiares o amigos o, repito, de su propiedad.
    Si José no hubiera tenido intereses o propiedades e dicha aldea, ¿por qué permanecer tanto tiempo en la misma? Es más. ¿Qué hubiera sucedido si el «astronauta» n se presenta ante José y le ordena salir de inmediato haci Egipto? Es muy probable que la familia de Jesús se hubiera asentado definitivamente en Belén.
    ¿UNA NAVE EN PERSIA?
    Pero el relato de la «estrella» y los Magos no termin aquí. Veamos otro interesantísimo apócrifo —el Evangeli árabe sobre la Infancia de Jesús—, que coincide con lo anteriores y aún los enriquece:
    1. Y sucedió que, habiendo nacido el Señor Jesús e Belén de Judá durante el reinado de Heredes —dice e manuscrito— vinieron a Jerusalén unos Magos según l predicción de Zaradust (Zoroastro). Y traían como presentes oro, incienso y mirra. Y le adoraron y ofreciero sus dones. Entonces María tomó uno de aquellos pañale y se lo entregó en retorno. Ellos se sintieron muy honrados en aceptarlo de sus manos.
    Y en la misma hora se les apareció un ángel que tení la misma forma de aquella estrella que les había servid de guía en el camino. Y siguiendo el rastro de su luz, partieron de allí hasta llegar a su patria.
    La predicción de Zaradust o Zoroastro —según el manuscrito laurentino del siglo XIII conservado e Florencia—
    es una profecía hecha por el propio Zoroastro y en la qu afirmaba que una virgen había de dar a luz un hijo qu sería sacrificado por los judíos y que luego subiría al cielo.
    A su nacimiento aparecería una estrella, bajo cuya guí se encaminaran los Magos a Belén y adorarían allí al recié nacido.
    Esta misma profecía de Zoroastro se encuentra firmemente vinculada con la redacción siríaca de este mism Evangelio árabe de la Infancia. En dicha versión se presenta el mismo episodio de la adoración de los Magos, aunque notablemente amplificado.
    En la siríaca, por ejemplo, se dice que aquella mism noche del nacimiento de Jesús fue enviado a Persia u «ángel guardián». Y que éste apareció en forma de «estrella» brillante a los magnates del reino, adoradores de fuego y de las estrellas, cuando se encontraban celebrand una gran fiesta.
    Entonces, tres reyes, hijos de reyes, tomaron tres libra de oro, incienso y mirra; se vistieron de sus trajes preciosos, se ciñeron la tiara y, guiados por el mismo «ángel»
    que había arrebatado a Habacuc y alimentado a Daniel e la cueva de los leones, llegaron a Jerusalén.
    Preguntaron a Herodes sobre el paradero del nuevo re y, al salir del palacio, volvieron a ver la «estrella», per esta vez en forma de «columna de fuego».
    Adoraron al niño y durante la noche del quinto día d la semana posterior a la Natividad, se les apareció d nuevo el «ángel» que vieron en Persia en forma de «estrella», quien les acompañó hasta que llegaron a su país.
    Mi hipótesis acerca de la constante asociación de «ángeles» con «estrellas» y «nubes luminosas» o «columna de fuego» y viceversa se ve fortalecida en este caso co el testimonio del citado Evangelio árabe.
    Ya no cabe duda de que aquellos pueblos —tanto lo persas como los israelitas— tenían un mismo concept para las naves espaciales como para sus ocupantes o «astronautas».
    Encuentro hasta obligado, en fin, que si aquel «equipo»
    había sacado de sus tierras a los Magos —guiándoles co una de sus naves espaciales— les condujera nuevamente, sanos y salvos, al mismo territorio.
    De ahí que el testimonio de san Mateo en el Nuevo Testamento se me antoje, una vez más, incompleto cuando dic que los magos, «avisados en sueños, se retiraron a su paí por otro camino».
    Es mucho más preciso, pues, el pasaje del Evangeli apócrifo árabe, que deja bien sentado que aquel mism «ángel» que vieron en Persia con forma de «estrella» fu el encargado de acompañarles por el nuevo rumbo.
    UN ANÁLISIS CIENTÍFICO
    Un «ángel» con forma de «estrella»...
    Pero, ¿es que se puede hablar con mayor claridad?
    Y sigo preguntándome: ¿qué clase de «estrella» pued guiar a una caravana durante semanas o meses, a travé de desiertos, valles y montañas?
    ¿Una «estrella» que es capaz de posarse en tierra?
    Eso dice el apócrifo de Santiago:
    «3. Y en aquel momento —al salir del palacio de Herodes— la estrella aquella, que habían visto en el Oriente, volvió de nuevo a guiarles hasta que llegaron a la cueva, y se posó sobre la boca de ésta. Entonces, vieron los mago al Niño con su Madre, María, y sacaron dones de su cofres: oro, incienso y mirra.»
    Como adelanté en las primeras páginas, este pasaje, precisamente, me electrizó de tal forma que decidí emprender la presente aventura.
    ¿Una «estrella» que toma tierra frente a la boca de un gruta? ¿Dónde y cuándo se vio maravilla semejante?
    «RADIOGRAFÍA» DE LA LLAMADA ESTRELLA DE BELÉN
    Aunque mi corazón ha intuido desde el principio la verdadera «naturaleza» de la estrella de Belén, quiero hace un nuevo esfuerzo e intentar racionalizar dicho fenómeno.
    Suponiendo que el evangelista Mateo y los restante autores de los Evangelios apócrifos dijeron la verda —como así creo—, ¿qué posibles «explicaciones» lógicas terrestres podemos remover, en busca de la verdad?
    Intentaré para ello seguir un orden absolutament «científico».
    ¿PUDO SER LA ESTRELLA DE BELÉN UN SOL?
    Si nuestro Sol —como dice la Astronomía— es una «simple» estrella de «tipo medio», resulta absurdo —desde u punto de vista científico— pensar que una de estas estrellas o soles haya podido aproximarse, no ya a nuestro planeta, sino al propio Sistema Solar que constituye nuestr «barrio» sideral.
    Si cualquiera de los 100 000 millones de estrellas qu parece conforman nuestra galaxia hubiera abandonado s posición inicial para «llegar» hasta Belén, la «intrusa»
    habría desencadenado un apocalíptico desastre cósmico, mucho antes de divisar siquiera nuestro sistema planetario.
    Y lógicamente, Belén y el resto del planeta hubiera quizá desaparecido del mapa celeste...
    Basta asomarse hoy al firmamento para saber que l estrella o sol más próximo a nosotros —algo así como nuestro «vecino de escalera»— dista más de cuatro años-luz.
    Ese «vecino» —Alfa de Centauro—, suponiendo que hubiera podido llegar hasta nuestro mundo, habría necesitado, además, y viajando a la velocidad de la luz (a 300 kilómetros por segundo), un total de cuatro años.
    Y según las cartas de todos los astrónomos, la «vecin de escalera» no se ha movido de su sitio desde que el hombre tuvo la posibilidad de mirar hacia las estrellas.
    Es cierto que Dios puede lograrlo todo. Incluso, que u sol de millones de kilómetros de diámetro y altísimas temperaturas, pueda cruzar los espacios y «guiar» a unos magos de Oriente.
    Sin embargo, sigo creyendo que Dios tiene que ser bastante más sensato...
    ¿PUDO SER UN COMETA?
    Después de contemplar la imposibilidad de que la «estrella» de Belén fuera un sol, nos queda también la hipótesi de que «aquello» se tratara en realidad de un cometa. E nuestros árboles de Navidad y «nacimientos», casi siempre representamos esa «estrella» con una larga estel o cola.
    Pero, ¿qué dicen los astrónomos?
    Cuantos estudian el firmamento saben que un cometa, cuando todavía se encuentra muy alejado del Sol (en la proximidades de Plutón o más lejos), está constituido simplemente por una agregación de cuerpos rocosos —el llamado «núcleo»—, cuya estructura no se conoce todaví con seguridad.
    Al aproximarse ese núcleo cometario a nuestro Sol, l energía radiante solar hace que del mismo se desprenda gases y pequeñas partículas sólidas, los cuales quedan gravitando a su alrededor y dan lugar a la llamada «cabellera»
    del cometa.
    Al llegar a la órbita de Júpiter, esta «cabellera» se desarrolla ampliamente, y en algunas ocasiones alcanza un longitud superior a los 150 000 kilómetros.
    A una distancia del Sol de dos unidades astronómica (unos 300 millones de kilómetros), a partir de la «cabellera» del cometa surge y se desarrolla una estrecha «cola», también a expensas de la materia del núcleo. Y se extiende en dirección opuesta al Sol, a lo largo de varios millones de kilómetros.
    ¿Qué quiere decir esto?
    Sencillamente, que la existencia de un cometa —po muy pequeño que éste sea— lleva implícita unas dimensiones gigantescas, del todo ajenas a las característica descritas por san Mateo en el Evangelio para la famos «estrella» de Belén.
    Y hay que añadir, por supuesto, que ningún cometa ingresa en la atmósfera terrestre sin ocasionar su autodestrucción, así como un sinfín de serias perturbaciones. Ah tenemos el ejemplo del cometa Halley, que «tocó» las últimas capas de la atmósfera con su «cola» en 1911 y provocó un histerismo mundial.
    Si la «estrella» de Belén hubiera sido un cometa —com afirmaba Orígenes—, su proximidad al mundo habría sid delatada por la inmensa mayoría de los pueblos. Y su pas figuraría hoy en los anales de la Historia. Hecho éste qu no consta.
    Las únicas referencias históricas a la presencia de cometas en las épocas inmediatamente anteriores y posteriores al nacimiento de Jesús de Nazaret son las siguientes, según he podido constatar:
    Después del asesinato de César, a poco de las idus del mes de marzo del año 44 a.C., apareció un brillant cometa. En el año 17 de nuestra Era surgió también, de repente, otro, con una magnífica cola que, en los paíse mediterráneos, pudo ser observado durante toda una noche.
    El siguiente en importancia —al menos que nos const históricamente— fue visto en el año 66, poco antes del suicidio de Nerón.
    Y en el intermedio se produjo un relato de mucha precisión, procedente de los astrónomos chinos.
    En la enciclopedia Wen-hien-thung-khao, del sabio M Tuanlin, se cuenta lo siguiente sobre dicha aparición:
    «En los primeros años del (emperador) Yven-yen, e el 7.° mes, el día Sin-uei (25 de agosto), fue visto un cometa en la parte del cielo Tung-tsing (cerca de Mu de l constelación de "Los Gemelos"). Se desplazó sobre lo U-Tchui-Heu ("Los Gemelos"), salió de entre Ho-su (constelación "Castor" y "Polux") y emprendió su carrera haci el Norte y penetró en el grupo Hienyuen ("Cabeza de León") y en la casa Thaiouei ("Cola del León").
    »En el 5.° día desapareció en el Dragón Azul (Constelación "Escorpión"). En conjunto, el cometa fue observad durante 63 días.»
    El detallado relato de la antigua China contiene —según ha podido averiguarse modernamente— la primera descripción del célebre cometa Halley, el vistoso astro qu pasa por las «cercanías» del Sol cada 76 años y que ha sid visto, efectivamente, desde la Tierra. La última vez qu surgió, como relataba anteriormente, fue del año 1al 1911.
    Y volverá en 1986...
    Sin embargo, los cometas, aunque tengan un carácte cíclico como el Halley y unas dimensiones tan considerables, no siempre son vistos por todo el mundo. Así, e el año 12 antes de Cristo, el Halley constituyó un acontecimiento celeste y fue visible con todo detalle. En cambio, ni en los países del Mediterráneo, ni en Mesopotamia, n en Egipto se hace mención, en aquella época, a un cuerp sideral tan luminoso e impresionante.
    En cambio, para el mundo del esoterismo, sí puede resultar importante —quizá trascendental y altamente significativo— que ese formidable Halley pasase sobre nuestro mundo poco antes del nacimiento de Jesús...
    Y, para concluir este capítulo, hagamos una nueva pregunta:
    ¿Qué cometa podría «guiar» a unos magos, desaparece del firmamento al llegar a la ciudad de Jerusalén y, poc después, cuando estos magos reemprendieron el viaj hacia la aldea de Belén, presentarse de nuevo ante la caravana, marcándoles el rumbo?
    Y como filigrana cósmica final, el «cometa» se «detuv encima del lugar donde estaba el niño...».
    «Demasiado» para un cometa...
    NI METEORO NI METEORITO
    Este intento de justificación «razonable» de la «estrella»
    que vieron y siguieron los Magos llegados de Oriente s nos antoja más descabellado, incluso, que los anteriores.
    Los meteoros —reza la Ciencia— son minúsculas partículas, del tamaño de una cabeza de alfiler, metálicas pétreas, que aparecen sólo visibles cuando penetran en l atmósfera terrestre, a velocidad de algunas decenas de miles de kilómetros por hora.
    El calor que se produce en el roce con la atmósfera lo pone incandescentes. Y trazan entonces en el cielo nocturno esas estelas luminosas tan conocidas con el nombre d «estrellas fugaces».
    Por el contrario, los meteoritos alcanzan a veces dimensiones de algunos metros y, por tanto, son siempre lo suficientemente grandes para no consumirse por completo durante su caída.
    Cuando un meteoro entra en la atmósfera de nuestr mundo, tiene la misma velocidad que un cuerpo en órbit alrededor del Sol, a una distancia igual a la de la Tierra.
    Esta velocidad depende del tipo de órbita. Para las circulares —como la terrestre— es de 30 kilómetros por segundo. Si es una órbita parabólica, la velocidad de caída de meteoro o meteorito será de 42 kilómetros por segundo.
    Para que nos entendamos mejor: esos meteoros que vemo rasgar con su luz las noches de verano caen a la frioler de ¡150000 kilómetros por hora!
    Naturalmente, la visión de esa caída apenas se prolong unos segundos o décimas de segundo.
    Y si el meteorito es ya de dimensiones respetables, e asunto se envenena mucho más...
    A esa espeluznante velocidad de caída hay que suma su peso, a veces de hasta un millón de toneladas. Es mundialmente famoso, por ejemplo, el caído el 12 de febrer de 1947 en la Siberia Sudoriental. El meteorito se fraccionó en el aire en multitud de pedazos, que cayeron sobr tierra como una lluvia de hierro. Se cubrió de agujeros cráteres un área de un kilómetro cuadrado, de los que e más grande tiene un diámetro de 27 metros.
    Sobradamente conocido es también el cráter meteóric de Arizona. Alcanza un diámetro de 1 250 metros y un profundidad de 170. Se estima que la cantidad total de fragmentos encontrados alrededor del cráter pesa, aproximadamente, 12 000 toneladas.
    Y así podríamos seguir enumerando multitud de casos.
    Es evidente que ningún meteoro o meteorito habrí podido sostener un «vuelo horizontal», guiando a una caravana, soltando chorros de luz, y, para colmo, deteners sobre una casa.
    ¿FUE LA ESTRELLA DE BELÉN UNA NOVA O UNA SUPERNOVA?
    Cualquier astrofísico o aficionado a la Astronomía se habr percatado ya, al leer el título de este capítulo, que la interrogante resulta poco menos que absurda. Pero veamo por qué tienen razón...
    Como marcaba al estudiar la primera posibilidad —l de que la estrella de Belén fuera un sol— no podemos olvidar en ningún momento que sería catastrófica la aproximación de uno de estos gigantescos astros a nuestro Sistema Solar.
    Con más razón, por tanto, si el fenómeno pudiera se identificado con una «nova» o con una «supernova».
    Dice la Astrofísica del siglo xx:
    «Las modernas teorías de la evolución estelar predicen, para gran número de estrellas (al menos para aquella cuya masa, al llegar a la secuencia principal, superan e más de cuatro veces la de nuestro Sol), una explosió como etapa final de sus vidas. Este resultado no deja d plantear numerosos problemas, pero parece dar la clav de uno de los fenómenos más espectaculares estudiado por la Astronomía: las supernovas.
    »Una supernova es una estrella en la que se produc un aumento rápido —en unos pocos días— y extraordinariamente grande (varios millones de veces) de su brillo, seguido también de una rápida extinción.»
    Se trata de algo relativamente poco frecuente. En lo últimos 1 000 años, por ejemplo, en nuestra galaxia sólo s han observado tres supernovas. La primera en el año 1y fue estudiada por los astrónomos chinos y japoneses. Lo restos de esta explosión constituyen la nebulosa del «Cangrejo», aún en expansión.
    La segunda apareció en la constelación de «Casiopea», en 1572. La tercera, en la zona de «Sagitario», fue observada en 1904.
    Actualmente se admite que —por término medio— e una galaxia aparece una supernova cada 30 años.
    En cuanto a las estrellas denominadas novas son, e su apariencia inmediata, muy semejantes a las supernovas, aunque a una escala mucho menor. Su luminosidad aumenta de 10 000 hasta 100 000 veces la inicial. Pero, a diferenci también de las supernovas, constituyen un fenómeno qu se repite al cabo de cierto número de años.
    Conclusión: ninguna nova o supernova puede registrarse dentro de nuestro Sistema Solar. Entre otras razones, porque en este «barrio» planetario donde se mueve l «vieja canica azul» a la que llamamos Tierra, no hay n ha habido este tipo de estrellas.
    Que el estallido de una de estas estrellas en el firmamento —a miles de millones de años-luz de nuestro mundo— alertara a los Magos y les pusiera en camino, en busc del Rey de los judíos, es otro problema a discutir...
    Pero esta apreciación prefiero analizarla en el próxim apartado: el de una supuesta «conjunción» planetaria. Un teoría que, dicho sea de paso, está «de moda» entre los exégetas y teólogos modernos...
    ¿ESTAMOS ANTE UNA «CONJUNCIÓN» DE PLANETAS?
    He aquí un debate interesante.
    Hoy, astronómicamente hablando, se conoce como «conjunción» el hecho de que dos planetas se sitúen en el mismo grado de longitud.
    O, para ser más claros, que se «acerquen» o alinee tanto entre sí, que puedan llegar a parecer una única estrella de gran luminosidad.
    ¿Fue esto lo que vieron y lo que «guió» a los Magos?
    Empecemos por el principio...
    La historia de la «conjunción» planetaria se puso d moda en el mundo a raíz del descubrimiento hecho por e matemático imperial y astrónomo Juan Kepler.
    La noche del 17 de diciembre de 1603, el célebre personaje estaba sentado en el Hradschin de Praga, sobre el rí Moldava. Y observaba con gran atención la aproximació de dos planetas. Aquella noche, Saturno y Júpiter se dieron cita en la constelación de «Los Peces».
    Y al volver a calcular sus posiciones, Kepler descubr un relato del rabino Abarbanel que da pormenores sobr una extraordinaria influencia que los astrólogos judío atribuían a la misma constelación. «El Mesías —aseguraban— tendría que venir durante una conjunción de Saturno y Júpiter, en la constelación de "Los Peces".»
    Y Kepler pensó:
    «La conjunción ocurrida en la época del natalicio de Niño Jesús, ¿habría sido la misma que ahora se repetí en 1603?»
    El astrónomo tomó papel y lápiz e hizo los cálculos necesarios.
    Resultado: observación de una triple «conjunción» dentro de un mismo año. Y el cálculo astronómico señaló l fecha del año 7 antes de Cristo para este fenómeno.
    Según las tablas astrológicas, tuvo que haber ocurrid el año 6 antes de Cristo.
    Kepler se decidió entonces por el año 6 y remitió l concepción de María al año 7 antes de Cristo.
    El matemático dio a conocer su fascinante descubrimiento en una porción de libros y artículos. Pero Keple fue «víctima» de una crisis de misticismo y —como suel ocurrir en estos casos— sus hipótesis y hallazgos cayero en el olvido o fueron menospreciados.
    Y llegó el siglo xx. Y con él, otro descubrimiento qu vendría a reivindicar lo dicho por Kepler (un poco tarde, eso sí): en 1925, el erudito alemán P. Schnabel descifr unos trozos cuneiformes, procedentes de un célebre «Instituto Técnico» de la antigua escuela de Astrología de Sippar, en Babilonia. Allí había una noticia sorprendente.
    Se trataba de la situación de los planetas en la constelación de «Los Peces». Los planetas Júpiter y Saturno vienen cuidadosamente señalados durante un período de cinc meses. Y esto ocurre —referido a nuestro cómputo— e el año 7 antes del nacimiento de Jesús.
    El hallazgo era tan importante, que buena parte de l Astronomía oficial se volcó en la comprobación del cálculo.
    Y merced a los ultramodernos «planetarios» se ratific —para satisfacción de todos, a excepción del ya difunt Kepler, claro— que en el año 7 antes de nuestra Era hub una «conjunción» de Júpiter y Saturno en la constelació de «Los Peces».
    Como había calculado el matemático del siglo XVII, s repitió por tres veces. Y parece ser que dicha «conjunción»
    debió ser visible en condiciones muy favorables desde e espacio del Mediterráneo.
    Según estos cálculos astronómicos modernos, las tre «conjunciones» citadas se produjeron en las siguiente fechas:
    El 29 de mayo del año 7 antes de Cristo tuvo lugar, visible durante dos horas, la primera aproximación de lo planetas.
    La segunda «conjunción» ,se registró el 3 de octubre, los 18 grados, en la constelación de «Los Peces».
    El 4 de diciembre tenía lugar la tercera y última.
    El hallazgo astronómico —importante en sí mismo, qu duda cabe— ha servido para que muchos estudiosos de la Sagradas Escrituras hayan asociado esta triple «conjunción» con la «estrella» de Belén.
    A ello ha contribuido —¡y de qué forma!— la no meno importante confirmación de que Jesús no nació en el añ cero de nuestra Era, como se creía, sino —precisament entre los años menos 6 o menos 7.
    ALGUNOS PUNTOS OSCUROS
    Hasta aquí, la teoría de la famosa «conjunción» planetaria. Y aunque el planteamiento es científicamente aceptable, e incluso convincente, también aparecen en él punto oscuros...
    Veamos algunos.
    Concedamos que los Magos —sin duda astrónomos astrólogos— radicaban en la ciudad de Sippar, en la floreciente Babilonia, donde han sido halladas las tablillas qu confirmaron el descubrimiento de Kepler.
    Si dichos Magos habían visto la «conjunción» en e Oriente, tal y como le notificaron a Herodes, ¿por qué s pusieron en camino hacia Occidente? Es decir, en el sentido opuesto...
    Y otro nada despreciable dilema:
    ¿Es que tal «conjunción» sólo fue vista por los astrónomos y astrólogos de Babilonia?
    No tiene sentido que dicha «conjunción» —divisada seguramente desde toda la cuenca Mediterránea— sólo fuer «interpretada» por los doctores de la lejana Babilonia. N podemos ignorar que Jerusalén era en aquellos tiempo un foco extraordinario de cultura. En tiempos de Herodes, por ejemplo, llegó Hillel desde Babilonia para escuchar Shemanya y Abtalyon, sin arredrarse ante un viaje a pi y de semanas o meses...
    Por su parte, Janán ben Abishalon llegó de Egipto a Jerusalén, donde más tarde fue juez, y Najum, colega suy en el mismo tribunal de Media. Pablo también se traslad desde Tarso de Cilicia a Jerusalén para estudiar al lado d Gamaliel.
    Si la venida del Mesías era esperada con auténtica expectación en el pueblo hebreo, ¿cómo es posible que lo doctores, astrónomos, escribas y doctores judíos que vivían en Palestina —y que debían ser tan buenos o mejore «profesionales» que los de Sippar— no se dieran cuenta d que la traída y llevada «conjunción» planetaria era la seña tan larga y ansiosamente esperada?
    Y dado que la «conjunción» de los planetas se repiti por tres veces en el mismo año, no podemos imaginar que, en las tres ocasiones, el fenómeno les pillara durmiendo..., o en huelga.
    Esto me lleva a pensar, en fin, que las tres «conjunciones» del año «menos siete», poco o nada tuvieron que ve con la cada vez más intrigante «estrella» de Belén.
    Si consideramos, además, que el viaje de los Mago hacia Jerusalén debió durar meses, ¿cómo explicamos qu la «conjunción» permaneciera todo este tiempo en el firmamento? Estas aproximaciones entre planetas se prolongan, como máximo, varios días. Quizá una semana...
    Y otro hecho fundamental que han olvidado igualment los exégetas defensores de esta teoría. Los Magos debiero seguir, suponiendo que procedieran de Babilonia, un dirección Este-Oeste. Al salir de Jerusalén y encaminars hacia la aldea de Belén, ese rumbo varió hacia el Sur-Oeste.
    ¿Cómo es posible que una «conjunción» cambie tambié hacia dicha dirección? Por último, que tal «conjunción»
    se coloque sobre una casa de la humilde aldea de Belé me parece una tomadura de pelo...
    Y aunque los Magos se informaron sobre la aldea concreta donde debía nacer el «rey de los judíos», puesto qu así se lo acababa de comunicar Herodes, también es extraño (por no decir cómico) que la «conjunción» en cuestión fuera por delante de la caravana y se «parase» just encima del lugar. Belén no debía ser muy grande po aquella época, pero sí agruparía el suficiente número d casas, establos, cuevas y apriscos como para confundir un extranjero que iba buscando a uno de los muchos bebé del pueblo.
    Razón de más, en fin, para que la «estrella» se paras encima del lugar exacto donde vivía el Niño que buscaba y respecto al cual —con toda seguridad—, los Magos n disponían de filiación alguna.
    Resulta muy difícil de creer que una «conjunción planetaria», a millones de kilómetros de nuestro mundo, pued comportarse de esta forma.
    CAMINABAN DE DÍA
    Tampoco podemos olvidar un detalle de suma trascendencia. La totalidad de los testimonios históricos hacen referencia a que las caravanas que circulaban en aquellas fechas —e incluso posteriormente— lo hacían generalment de día. Raramente avanzaban por la noche.
    Tanto los mercaderes como los «correos», emigrante o, incluso, las expediciones militares, hacían sus viajes «d sol a sol».
    Las más elementales normas de seguridad —frente salteadores, accidentes en el terreno, ataques de animales, etc.—, así lo aconsejaban.
    Pero, según esto, y dado que las estrellas, cometas, meteoros, meteoritos y conjunciones planetarias no son visibles a plena luz del día, ¿qué clase de «estrella» era la qu guiaba a los astrólogos?
    ¿FUE LA «ESTRELLA» DE BELÉN UNA NAVE SIDERAL?
    Y puesto que la posibilidad de que el relato del evangelista sobre los Magos y la estrella de Belén fuera tan sól un «género midráshico», como defienden algunos teólogos, ya la he razonado en capítulos anteriores, sólo resta —e mi opinión— una única y posible explicación.
    Si la estrella de Belén no fue un sol, ni tampoco un nova o una supernova. Si es imposible que se tratase d un cometa, de un meteoro o de un meteorito. Si la «estrella» de Belén no fue una «conjunción» de planetas ni ha posibilidad de confundirla con un fenómeno óptico o meteorológico, ni tampoco con un globo-sonda o el planet Venus (como dirían hoy los militares...), y si tampoco er una leyenda oriental o un invento de san Mateo y de lo Evangelios apócrifos, ¿qué queda?
    Sencillamente, la estrella de Belén —como ya he expuesto con largueza en páginas anteriores— podía ser lo qu hoy conocemos como «nave sideral». Una brillante nav espacial que, por supuesto, no podía proceder de l Tierra...
    Una nave que yo, personalmente, identifico y asocio co lo que hoy, en nuestra civilización, se conoce por «objeto volantes no identificados» (ovnis).
    Y algo muy fuerte vuelve a clamar en mi espíritu. Y m dice que no estoy equivocado.
    LOS «ASTRONAUTAS», HOY
    Pero los «astronautas» de Yavé no han olvidado al planeta llamado Tierra.
    En mi opinión, el gran «plan» no ha sido cerrado todavía.
    ¿Por qué?
    Intentaré escapar fugazmente de mi propia falta d perspectiva en el tiempo y en el espacio. Sólo así pued aproximarme e intentar aproximar al lector a la «verdad»
    que late en mi Yo interior.
    Tal y como hemos visto, estos seres celestes dejaro sus huellas en el mundo hace ahora unos 4 000 años.
    Abraham y los restantes patriarcas fueron testigos directo de la presencia de la «gloria», de la «nube», de la «columna» o del «ángel» de Yavé.
    Poco después —hace ahora unos 3 200 años—, Moisé y el resto de los «elegidos» tuvieron ante sí a los mismo «astronautas» de Yavé.
    Y otro tanto ocurrió en la época del rey Salomón —hac ahora unos 2 900 años—, cuando el «equipo» de seres a servicio del Gran Dios diseñó el templo de Israel, «dond moraba la nube de Yavé...».
    Por último —hace ahora 2 000 años—, aquellos «astronautas» culminaron la fase más delicada del «plan»; Jesús de Nazaret apareció sobre el planeta.
    Si, como he afirmado en las primeras líneas de la presente tesis, los «astronautas» de Yavé eran seres de carn y hueso, procedentes quizá de otros Universos o plano «paralelos» al nuestro, ¿cómo es posible que pudieran «estar presentes» a lo largo de 2 000 años?
    ¿Es que el tiempo —tal y como nosotros lo concebimos— no cuenta para ellos?
    Naturalmente sólo podemos seguir especulando.
    Y surgen ante mí dos variantes:
    Primera: que aquellos seres que trabajaron en el gra «plan» de la Redención humana no fueran los mismos lo largo de esos 2 000 años.
    En este caso, y si los «astronautas» estaban encadenados a la realidad física del tiempo, como ocurre con e hombre, la única explicación medianamente razonable esa constante y constatable presencia de los «celestes» entre los patriarcas y en la mismísima vida de Jesús, es l de un «relevo» perfectamente organizado.
    Dentro de un único y monolítico «plan», los «astronautas» —siempre según esta primera hipótesis— habrían id sucediéndose en las diversas fases del mismo. Quizá su vehículos, trajes espaciales y medios técnicos pudiero variar con el paso de los siglos. Sin embargo, está clar que no ocurrió lo mismo con su objetivo final. Éste fu sostenido con todo rigor.
    Segunda: que los «astronautas» fueran los mismos durante los 2 000 años de preparación del «plan».
    Esta teoría, lo sé, resulta más dura e irreal. Si nuestr cerebro no está preparado aún para «saltar» del tiempo para asimilar otras «realidades» donde la vida inteligent transcurra fuera de esa «dirección única y sin retorno»
    que es el paso de los días, ¿cómo podemos imaginar a uno seres total y absolutamente libres de esta «cadena» o d este «torrente» que nos limita implacablemente?
    Pero, aunque no podamos comprenderlo, ¿por qué negar o cerrar los ojos de la mente a dicha posibilidad?
    Hace precisamente 2 000 años, cuando Pedro tomó la riendas de la Iglesia, ni él ni sus sucesores podían sospechar siquiera que veinte siglos más tarde, esa misma Iglesia tendría que enfrentarse a realidades tan concretas com el aborto institucionalizado, la pildora anticonceptiva, l eutanasia o los «niños-probeta». Ni en aquellos primero tiempos del cristianismo, ni en la Edad Media ni tampoc en el siglo xix, los teólogos o Padres de la Iglesia hubiera encajado con facilidad los conceptos y fenómenos sociale que caracterizan a nuestras actuales generaciones. ¿Y e que por ello estamos los hombres de 1980 más alejado que Pedro o que san Agustín o que Juana de Arco del gra mensaje divino?
    Hace 2 000 años —incluso en el referido siglo XIX—, lo sacerdotes y fieles cristianos hubieran tenido serias dificultades para entender dos palabras tan rutinarias com «ordenadores electrónicos». En mayo de 1980, la celebración de un Congreso sobre la Iglesia y los ordenadore electrónicos, en Saint Paul de Vence (costa Azul), constituyó un hecho casi intrascendente. Porque la tecnología a servicio de Dios, al fin, empieza a tener un carácter absolutamente lógico y normal...
    ¿Por qué rasgarnos entonces las vestiduras ante la fascinante posibilidad de unas civilizaciones —al servicio d la Gran Fuerza— capaces de controlar algo tan arisco par nosotros como es el tiempo?
    Sólo así, siendo capaces de estar dentro de nuestro tiempo y, a la vez, fuera de él, los «astronautas» podrían habe llevado a cabo misiones tan distintas y distantes en e tiempo como el paso del mar de los Juncos, la promulgación de las Leyes en el monte Sinaí, la conducción de pueblo elegido hasta Palestina o de los Magos hasta l aldea de Belén de Judá.
    Para estos seres, el paso de las generaciones no representaría ningún trastorno. Esto, incluso, casaría matemáticamente con muchas de sus manifestaciones a hombre como Jacob, Moisés o Joaquín. En aquellas apariciones, los «astronautas» repitieron sin cesar «que eran los mismos que se habían mostrado a los padres y ancestros d estos patriarcas y profetas».
    Personalmente —y tampoco dispongo de pruebas— m inclino por esta segunda teoría. El dominio del tiemp resulta quizá mucho más natural en seres cuya sabidurí y experiencia les ha llevado prácticamente a las puerta o al interior—¿quién sabe?— de la Verdad.
    Si el Cristo descendió a este mundo para enseñarno cómo vencer a la muerte, ¿no parece lógico que sus servidores y colaboradores disfrutaran ya de semejante prerrogativa?
    Einstein nos dio un primer aviso con su teoría de l relatividad. Ni siquiera hoy podemos sostener con firmez en nuestro cerebro la «reducción» que sufriría el tiemp de un cosmonauta humano si pudiera ser lanzado a espacio a una velocidad aproximada a la de la luz (300 kilómetros por segundo). Doscientos años terrestres quedarían reducidos en esas circunstancias a 24 meses... Y es cosmonauta norteamericano o soviético, después de quema dos años por el Universo a la velocidad de la luz, regresaría a la Tierra ¡200 años después de su partida!
    ¿Cómo comprender hoy esta maravillosa distorsión de tiempo?
    Y si todo pudo ser así, si aquellos «astronautas» celestes no estaban ni están sujetos al tiempo, ¿por qué supone que levaron anclas de este mundo?
    Es cierto que el Cristo nació y murió hace 2 000 años.
    Y es cierto también que cumplió su «trabajo». Es ciert que nos dejó su mensaje. Es cierto que los hombres, desd entonces, disponen de una «autopista» segura hacia e Conocimiento. Pero, en mi humilde opinión, el «plan» n fue archivado con la partida del Enviado...
    Si uno de los cometidos básicos de la presencia de «equipo» de «astronautas» sobre la Tierra fue la elevació espiritual del ser humano —perfectamente apuntalada raíz de la llegada de Jesús—, no creo que estos seres fuera tan torpes como para no percatarse que esa apertura de hombre hacia la Perfección iba a necesitar de un cas permanente «engrase» y «mantenimiento».
    Era normal, por tanto, que no se alejaran demasiad y que, por el contrario, siguieran el devenir de la Histori humana con toda atención.
    Si los israelitas de hace 3 200 años eran un pueblo d «dura cerviz», ¿cómo podríamos calificar a los hombre de la Santa Inquisición, a los traficantes de esclavos de siglo XVIII o a nuestras generaciones, capaces de hace estallar ingenios nucleares sobre Japón o de «adorar» a «becerro de oro» del dinero o del poder por encima, incluso, de las vidas o de la dignidad humanas?
    ¿Es que una Humanidad semejante no necesita de progresivos «empujones» o «descargas» que hagan subir e termómetro de su espiritualidad? ¿Es que esos millone de hombres que han nacido en los últimos 2 000 años n han pedido a gritos una respuesta a su profunda inquietud? ¿Es que el género humano no ha necesitado y necesit líderes, señales, milagros o prodigios que iluminen su penoso peregrinaje?
    Y llegamos al final de mi planteamiento.
    Curiosamente —sospechosamente diría yo—, a parti de los primeros siglos de nuestra Era, y conforme ganab terreno en el mundo la doctrina de Jesús de Nazaret, otro prodigios empezaron a registrarse a lo largo y ancho de planeta. Así, desde los .siglos x y xi hasta la primera mita del siglo xx, el mundo tradicionalmente cristiano ha contabilizado unas 21 000 «apariciones marianas». Y otro tant sucedía en las órbitas orientales y americanas, aunque, lógicamente, no han recibido jamás tal calificativo.
    Todas estas «visiones», «apariciones», «milagros» «contactos» con seres y «esferas» sobrenaturales han desembocado irremisiblemente en una nítida elevación espiritual de los pueblos. Ahí tenemos los ejemplos de Santiag de Compostela, Lourdes, Fátima, Guadalupe, el Pilar...
    El «catálogo», como digo, alcanza las 21000 «apariciones».
    Y aunque una profundización en este nuevo campo no llevaría demasiado lejos, creo que es suficiente con mencionarlo para que nos demos cuenta que la presencia d estos seres ha sido y es permanente en la Historia.
    Cuando uno analiza esas «apariciones» con un máxim de objetividad cae en la cuenta que, a raíz de las mismas, el nivel espiritual de los pueblos próximos y lejanos a lugar donde se registró sube casi violentamente. Y la masas experimentan un inusitado fervor.
    Se preguntará el lector por qué asocio las llamada «apariciones marianas» con aquel «equipo» de «astronautas» o seres celestes.
    Muy sencillo. Al estudiarlas exhaustivamente —y yo l he hecho con generosidad— uno termina por hallar demasiados puntos en común con los relatos que encierran lo libros del Antiguo y Nuevo Testamento, así como con la historias, leyendas y escritos de los místicos y con las actuales investigaciones ovni.
    Yo invito al lector a que se informe, a título de simpl curiosidad, sobre los hechos milagrosos que tuvieron luga hace 60 años en Fátima. Quizá encuentre detalles y descripciones que parecen sacados de cualquier «encuentro»
    o avistamiento ovni actual.
    Y hay que reconocer que todas o casi todas esas «apariciones» han dado fruto. En los campos, encinas o montañas donde «se presentó el ángel o la gran luz o la hermos señora» se levantan hoy formidables basílicas o humilde ermitas...
    Si la intención del «equipo» era mantener el fuego sagrado de la espiritualidad, la verdad es que, en línea generales, lo han ido logrando.
    Por supuesto, y siguiendo en la misma línea de franqueza, creo que muy pocos estudiosos de la Biblia —quiz ninguno— han llegado a establecer este puente entre lo «ángeles» de Yavé y las «apariciones marianas». Según lo exégetas ambos hechos son diferentes. Siento no esta conforme con el veredicto de los teólogos y estudioso católicos. Para mí, insisto, todo forma parte de un únic «plan»: el gran plan.
    ¿Cómo explicar si no esas coincidencias a la hora d describir a los «ángeles» del Antiguo o Nuevo Testament y a los que vieron los videntes de la Edad Media o d nuestro propio siglo? ¿Por qué esas semejanzas de luminosidad, grandioso resplandor, etc., de la Biblia y de la inmensa mayoría de las citadas apariciones marianas?
    Y lo más significativo: ¿qué sentido pueden encerra esas 21 000 apariciones, justamente después del nacimient del Cristianismo? Si Jesús había dejado ya su «mensaje», ¿por qué tantas señales, milagros y manifestaciones «sobrenaturales»?
    Ya he dicho que no creo en las puras manifestacione «gratuitas» por parte de Dios o de sus servidores. Si s producen es siempre por algo.
    Y en este caso —y siempre según mi criterio—, la clav habría que buscarla en esa necesidad de ir elevando l espiritualidad y la inquietud humanas. Unos rasgos que, s echamos un vistazo a la Edad Media, sólo descubriremo en el seno de los monasterios, de algunas órdenes religiosa y en determinadas sociedades y hermandades secretas.
    Pero, ¿y qué pasaba con el pueblo liso y llano?
    Por lo general, y basta con echar un vistazo a la Historia para comprobarlo, aquellas masas de seres humano apenas si recibían un barniz pseudorreligioso, más colorista, folklórico y supersticioso que otra cosa...
    En honor a la verdad, esas súbitas y «estratégicas»
    apariciones .sí caldeaban nuevamente los ánimos espirituales de los hombres del pueblo. Ahí tenemos, sin ir mu lejos en el tiempo y en la geografía, las multitudinaria peregrinaciones a Lourdes, Fátima o Santiago de Compostela.
    Pero, como digo, no quiero dejarme arrastrar por l magia de este fenómeno. Tiempo habrá de analizarlo e otra oportunidad...
    Para mí está claro que los «astronautas» no perdiero el contacto con los hombres de la Tierra. Y es más: m larga y solitaria carrera tras los «no identificados» m dice que los «astronautas» todavía están aquí.
    Yo no podría hacer semejante afirmación de no posee uno de los más ricos y completos archivos sobre aparicione de ovnis. Es precisamente en base a esa impresionant información que obra en mi poder por lo que —a través d un simple proceso de deducción— asocio o identifico la «columnas de fuego» o la «gloria» de Yavé del Antigu Testamento con las «luces» sobre las encinas de la Eda Media y del siglo XVIII o XIX y con los actuales disco silenciosos, majestuosos y brillantes, que surcan nuestro cielos o aterrizan en los campos.
    Pero, si este fenómeno se repite —¡y con qué precisión!— desde hace 4 000 años, ¿qué puede desprenderse d la actual presencia ovni en el mundo?
    Creo que lo he dicho en otras ocasiones. En mi opinión, los ovnis que se ven actualmente pertenecen sin duda cientos o miles de civilizaciones distintas. Pues bien, e más que probable que algunas de esas naves exteriore estén siendo tripuladas por los «astronautas» de Yavé...
    Seres celestes —libres del tiempo—, y al servicio de l Gran Fuerza, que siguen muy de cerca la evolución humana.
    Seres que un día «nos fueron dados por custodios».
    Seres —«astronautas»— que navegan por nuestros cielo como un día lo hicieron sobre el pueblo elegido o sobre l gruta donde nació Jesús de Nazaret.
    Seres que todavía «trabajan» en ese gran «plan»...
    Seres que, como hemos visto, no podían mostrarse a lo patriarcas o a los discípulos de Jesús o a los hombre del siglo xiv o xix como realmente son: como «astronautas».
    Ésta, quizá, sea la gran diferencia entre nuestra generación y las que poblaron la Tierra desde los años d Abraham. Nosotros sí empezamos a estar preparados par comprender algunas verdades. Nosotros sí podemos concebir la más depurada técnica al servicio de la Divinidad.
    Pero han tenido que pasar 4 000 años...
    Y es muy probable que todavía necesitemos un larg trecho para sentarnos frente a esos «hombres» de otro Universos y retirar el velo que cubre nuestros ojos.
    Bueno es, a pesar de todo, que el ser humano del astr frío llamado Tierra haya empezado ya a plantearse ta posibilidad.
    Porque si todo esto fuera así, ¿no será que habremo encontrado, por añadidura, la razón principal de ese «n contacto» entre los hombres de nuestro mundo y los qu tripulan esas naves exteriores?
    ¿No estará ocurriendo que son los «astronautas» celestes quienes, precisamente, esperan con impaciencia que e hombre de la Tierra termine de dar esos «pasos» en s evolución mental para descender definitivamente?
    Y tal y como sucedió en la época bíblica, quizá eso «astronautas» hayan tomado ya la iniciativa y numerosa personas en el mundo saben, intuyen o sienten su presencia...
    Y todos, consciente o inconscientemente, trabajan y por una nueva Humanidad.
    Ahora, casi sin querer, cuando contemplo las estrella en mis largas noches de soledad, un escalofrío me estremece.
    «... ¿Es que esas naves que yo persigo podrían ser la mismas que un día, hace 2000 años, iluminaron la grut donde nació el gran Enviado?»
    Y por qué no...

    Septiembre de 1980.

    PERSONAS CONSULTADAS
    1. José Manuel Arroniz, doctor en Teología y licenciado e Sagradas Escrituras.
    2. Bellarmino Magatti y Antonio Battista (Studium Biblicu Franciscanum de Jerusalén).
    3. Ignacio Mancini, Teodoro López y Manuel Crespo, d Tierra Santa.
    4. Ignacio Mendieta, sacerdote.
    5. Teólogos y exégetas de las facultades de Teología d Deusto, Comillas, Salamanca y Navarra.
    6. Sara Ruhin, jefe de la Sección de Verificación Climátic del Servicio de Meteorología del Ministerio de Transportes del Estado de Israel.
    7. Miguel Ángel de Frutos, consejero cultural de la Embajad Española en El Cairo.
    8. Laurinda Jaffe, de la Universidad de California.
    9. Mía Tegner y David Epel, del Laboratorio de la Scripp Institution of Oceanography. 10. Paul Berg y Cohén, médicos e investigadores en genétic por la Universidad de Stanford.
    11. Doctora Barral, médico e investigadora en genética (Ciudad Sanitaria Enrique Sotomayor de la Seguridad Socia en Cruces-Baracaldo).
    12. Doctor Portuondo, director del Banco de Esperma de l Ciudad Sanitaria de la Seguridad Social en Bilbao.
    13. Doctor José Moya Trilla, del Centro Médico de Diagnóstic y Tratamiento Educativo (Barcelona).
    14. Doctor Manuel Sarria Díaz (aparato digestivo), de Málaga.
    15. Doctor Modesto Marín (urólogo), de Bilbao.
    16. Doctor Pedro Sustacha y equipo de ginecólogos de la clínicas San Francisco Javier y Doctor Sansebastián d Bilbao.
    17. Doctor César Abadía Arechaga (pediatría y puericultura)
    Bilbao.
    18. Especialistas del Laboratorio de Genética de la Universidad Autónoma de Bilbao.
    19. P. Valverde Tort (Mataró).
    20. Pilar Cernuda, redactora jefe de Agencia Sapisa.
    OBRAS CONSULTADAS
    1. Diccionario Teológico de Kittel.
    2. Diccionario Teológico X. León-Dufour (Biblioteca Herder).
    3. Biblia Comentada (autores cristianos-profesores de Salamanca).
    4. Comentario bíblico San Jerónimo (Antiguo y Nuevo Testamento).
    5. Biblia de Jerusalén (Desclée de Brouwer).
    6. Joachim Jeremías (Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudi económico y social del mundo del Nuevo Testamento).
    7. Werner Keller (Y la Biblia tenía razón).
    8. Revelación y Teología, de E. Schillebeeckx.
    9. La Revelación como Historia, de W. Pannenberg, R. Rendtorff, U. Wilckens y T. Rendtorff . 10. Arqueología bíblica, de G. E. Wright.
    11. R. de Vaux: Historia Antigua de Israel.
    12. Teología del Antiguo Testamento, de Gerhard von Rad.
    13. Geología, de Richard M. Pearl.
    14. Diccionario de Teología bíblica, de Johannes B. Bauer.
    15. Los Evangelios apócrifos, de Aurelio de Santos Otero (Biblioteca de Autores Cristianos).
    16. La Biblia apócrifa, de Bonsirven-Daniel Rops.
    17. Los Evangelios apócrifos, de E. González-Blanco.
    18. Tratado de la Virgen Santísima, de Gregorio Alastrue (BAC).
    19. Mariología, de J. B. Carol (BAC).
    20. Vaticano II. Documentos (Biblioteca de Autores Cristianos).
    21. Vaticano I. El Concilio de Pío IX, de Enrique Rondet.
    22. Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento, d Siegfried Herrmann.
    23. Estudios sobre el Antiguo Testamento, de Von Rad.
    24. Teología de san José, de Bonifacio Llamera, OP.
    25. El Evangelio ante el psicoanálisis, de Francoise Dolto.
    26. Meteorología, de Ledesma Baleriola.
    27. La teoría de la relatividad, de Landau y Rumer.
    28. Guía de campo de las estrellas y los planetas, de Donal H. Menzel.
    29. Cosmología, de H. Bondi.
    30. El Universo, de Margherita Hack.
    31. La aventura del Cosmos, de Albert Ducrocq.
    32. Conocimiento actual del Universo, de Bernard Lovell.
    33. Hijos del Universo, de Hoimar von Ditfurth.
    34. El Sistema Solar, Estrellas, cúmulos y galaxias (Colecció Salvat).
    35. Cosmos, de Andreas Faber-Kaiser.
    36. El Sistema Solar, de Selecciones de Scientific American.
    37. Patología externa y Medicina operatoria, de A. Vidal.
    38. Tratado de patología quirúrgica, de Begouin, Bourgeois, Pedro Duval» Gosset, Jeanbrau, Lecene, Lenormant, Prous y Tixier.
    39. Diagnóstico con ultrasonidos en obstetricia y ginecología, de F. Bonilla-Musoles.
    40. Estudios bíblicos (cuadernos 3.° y 4.°), del Consejo Superio de Investigaciones Científicas. Patronato Menéndez PelayoInstituto Francisco Suárez.

    FIN

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