Publicado en
abril 08, 2010
Traducción: René Luria
Biblioteca Oro Terror, nº 3
Editorial Molino, 1965
Nº Registro 5435 – 64. Dep. Legal B. 1449 - 1965
LA PRIMERA VÍCTIMA
Desde el momento en que la vi, supe que tenía que conseguirla.
Tenía que poseerla aunque para ello tuviera que morir, incluso aunque otros muriesen por su causa.
Estaba sentada allí, en las sombras, mirándome, y su rostro parecía ensombrecido de misterio. Sus ojos ciegos lo veían todo.
Miré sus joyas, las resplandecientes gemas de una diosa. Alrededor de su cuello colgaba un collar de cráneos humanos. Sus zarcillos eran cuerpos colgantes, su cinturón, una enrevesada jungla de serpientes acariciadas por las manos de los muertos. Sus mejillas y pechos estaban bañados en la brillante belleza de la sangre.
Sus cuatro brazos se elevaban en oscuro diseño. Una mano sujetaba una espada, otra, una cabeza humana. La tercera buscaba el cielo y la última señalaba el infierno.
Descansaba eternamente entre los dos lugares, observando a los hombres conforme pasaban en una u otra dirección. Inocentes o culpables, todos eran iguales para ella. A cada uno exigía una sola dádiva.
La dádiva era sangre.
Y, sin embargo, esa sangre no debía derramarse. Había otra forma de sacrificio, la vieja costumbre de la ofrenda... con las manos. El ritual de esa ofrenda era rápido y silencioso, ingeniosamente concebido.
Yo sabía cómo, y no sentía miedo.
No tenía miedo porque ella era mi madre y la madre de toda la humanidad. La Madre Oscura, Kali Mai... Kali, la diosa de cuatro brazos y horrible figura, esposa de Siva el Destructor. Kali, la Madre Negra del Misterio.
Estaba sentada allí en las sombras, observándome, y supe que había estado esperando mi llegada. Sólo tenía que adelantar las manos y tomarla para mí.
Entonces oí el ruido del otro lado de la puerta.
Apagué la linterna y me pegué contra la pared. Hubo un momento de silencio, y después se volvió a percibir. Fuera, en el vestíbulo, sonaron unos pasos.
Avancé pegado a la pared hasta colocarme detrás de la puerta.
Entonces ésta se abrió de golpe. El haz de luz de otra linterna penetró en las sombras y posó su brillo sobre el rostro de la diosa. Sus rayos recorrieron el suelo y desempolvaron el techo, pero yo permanecí detrás de la puerta en la oscuridad.
Por un momento pensé que la luz desaparecería. Pero no fue así y una voz de hombre gritó:
-¿Hay alguien ahí?. -Era la voz de un tonto y la pregunta de un tonto.
Sin embargo, el tonto quería una respuesta. Al menos la deseaba tanto como para entrar en la habitación, oscilando la luz de su linterna. Había colocado mi lámpara en la cintura, de modo que tenía las dos manos libres.
Pude distinguir la silueta de un hombre contra la ventana. Era pequeño, encogido y viejo. Un vigilante. Lor vigilantes no me estaban prohibidos y me alegré de eso.
Me alegré porque antes o después daría la vuelta y la luz de la linterna caería sobre mí. Y cuando eso ocurriese, yo entraría en acción. Me moví detrás de él, con el corazón libre de miedo ylas manos llenas de fatales propósitos.
No podía fallar. La Madre Kali me estaba observando. Ella juzgaría después si había yo merecido poseerla esta noche.
Kali observaba, pues, y al levantar la vista para mirar sus ojos ciegos, encontré la fortaleza que necesitaba.
El vigilante iba a volverse ya, pero yo me moví primero. En tres pasos estuve junto a él.
Adelanté las manos.
Su cabeza cayó hacia atrás y dejó escapar un sonido ronco. La linterna cayó al suelo, la luz se apagó y ambos nos encontramos sumidos en la oscuridad. Pero él no necesitaba luz para hacer su trabajo, que era morir. Y yo tampoco para llevar a cabo el mío, que era matar.
Sus pies se levantaron del suelo un momento y después volvieron a bajar. Parecía una marioneta, un muñeco colgando de un hilo, un higo. la figura grotesca de quien desea librarse de este mortal abrazo: la, danza de la muerte.
Después quedó inerte en mis brazos, flácido en la oscuridad. Lo dejé caer al suelo, a los pies de Kali. Fue un pobre sacrificio, pero ofrecido con lucha. La sangre no se había derramado. Yo serviría. Entonces lo supe.
Tomé mi linterna y la enfoqué de modo que el rayo de luz bañase el negro semblante de la diosa. Rompí el cristal de la caja con la otra linterna, tomando la precaución de sujetarla con un pañuelo enrollado en mi mano.
Después de esto no quedaba otra cosa más que hacer que yomar a Kali y salir de allí, siguiendo el mismo camino por el que había entrado.
Juntos nos marchamos envueltos en la noche. Kali y yo; yo y la Madre del Crimen.
Y así fue como empezó todo...
Así fue como empezó todo, pero no terminó aquí. Incluso entonces supe ya que pronto tendría que volver a matar.
Tendría que matar por Kali...
CAPÍTULO PRIMERO
Todo empezó de forma bastante corriente.
La fecha era el primero de octubre -no lo olvidaré ni aunque llegue a los cien años, y para eso faltan ochenta-. De todos modos, dudo que vaya a vivir ochenta años más. Esos ocho días que empezaron el primero de octubre casi terminaron conmigo.
El primero de octubre. Veamos ahora, ¿cómo empecé el día? Ya saben que no es fácil recordar las cosas con detalle. Parece fácil y suena fácil, pero si alguna vez se sientan y tratan de repasar todo lo quc ocurrió en un solo día, encontrarán muchas dificultades. Y traten de hacerlo alguna vez cuando un detective está respirando junto al cuello de uno.
Pero eso vino después. La mañana del día primero de octubre, yo no pensaba en detectives. Creo que no pensaba en nada. Excepto puede que quizá preguntándome si el tiempo se mantendría bueno hasta que terminase la veda para la caza de patos.
No es que yo tuviera muchas oportunidades de ir a cazar patos. Tracy me tenía demasiado ocupado para poder hacerlo.
Quizá sea mejor que deje todo eso ahora y que les diga mi nombre, que es Jay Thomas, y que mis padres han muerto, y que mi tía -ésta es Tracy- me adoptó y vivo con ella en su tienda. Tiene un negocio de decoración de interiores y antigüedades, y si piensan ustedes que no puede rentar en una ciudad pequeña, todo lo que tienen que hacer es echar un vistazo al Caddy convertible en el que se pasea.
Claro que Pointville no es una pequeña ciudad como tantas otras. Tenemos aquí un colegio mayor, y el lago Pono está sólo a tres millas y todas las rameras ricas de Chicago tienen allí sus casas de recreo. Es donde Tracy hace la mayor parte de sus negocios, al menos durante los dos años que llevo trabajando con ella, desde nabetme licenciado.
No quiero que me entiendan mal. Tracy era buena conmigo, y me daba suficiente dinero cuando lo necesitaba, y la mitad de las veces me dejaba llevar su Caddy en vez de tomar el vagón de la estación, a menos que tuviera que transportar alguna mercancía para ella. Bien; no era más que eso, la decoración de interiores no es exactamente la clase de trabajo en el que se mete un joven. Y me vi envuelto en muchos líos por culpa de esto. Una vez incluso tuve que pelear con un tipo forzudo, que casi me envía al infierno ya que no sirvo para nada sin mis gafas.
Ya ven, por eso no me quisieron en el ejército, porque no veía bien.
¿Pero qué tiene que ver el ejército con el día primero de octubre? Supongo que nada. Es difícil recordar las cosas con detalle, y sobre todo cuando todo gira alrededor de lo mismo. Pero lo intentaré.
Desayuné y abrimos la tienda a las nueve. La mayor parte de la mañana la pasé desempaquetando objetos y muestras. Tracy estuvo con la señora Morehouse, la mujer de ese viejo de Morehouse, tratando de conseguir que volviese a decorar su casa de nuevo.
Así que en realidad no vi a Tracy hasta la hora del almuerzo cuando subió. Entonces fue cuando me lo dijo:
-Jay, tengo una cita esta tarde, y temo que estaré ocupada hasta las cinco más o menos.
-¿Quieres que cuide de la tienda?
-No; temo que tendrás que cerrar. Al menos hasta que regreses.
-¿Que regrese de dónde?
-Prometí enviar unas muestras de tapicería a la señora Colton. ¿La recuerdas? Es la que tiene aquella bonita finca y compró aquel sofá.
Así es como Tracy hablaba. Supongo que todas las mujeres hablan igual. Deben de haber unas trescientas rameras ricas que tienen casas bonitas en Pointville y más tarde o más temprano todas nos han comprado sofás. Pero yo debía recordar a la señora Colton.
-¿Quieres que lleve las muestras allí?
-Sí. Sólo le interesan tres: el tapiz, el de frisa y la tela de monje. Todos en color canela. Creo que elegirá la tela de monje, es la más cara. Toma, te lo he escrito todo, Jay. La dirección, los precios y la cantidad. Dile que si se decide hoy, podemos tener las cortinas hechas y terminadas para fin de mes. ¿Comprendes?
Supongo que dijo eso de «¿Comprendes?» porque estaba sentado con la mirada puesta en mi gato. Era la lógico, ya que ¿quién se va a sentir emocionado por vender a una vieja zorra un montón de tela para cortinas? ¡Y hay que ver el modo en que esas cornejas llegan a alborotarse por una cosa tan simple como ésa! Verdaderos números de producción, horas y horas de parloteo sobre el tono, y la caída, y la calidad, y la decoración, y parece que no pueden llegar a decidirse, y después, finalmente, deciden y se termina rl trabajo, y entonces dicen que deberían haber escogido otro dibujo. Ustedes dirán que lo que algunas de esas cornejas necesitan es... pero no importa. Se supone que debo limitarme al día primero de octubre.
Así que dije «Entiendo» y ella me entregó la lista. Recogí las muestras abajo, nada más que baratijas en realidad, porque no solíamos almacenar cosas de precio, a menos que las hubieran encargado.
Miré fuera, el cielo estaba claro y pude ver que las hojas empezaban a cambiar.
-¿Qué hay? - pregunté.
-Sí, Jay. No lo necesitaré esta tarde -dijo Tracy sonriendo, refiriéndose al coche.
Así que tomé las llaves y salí dando la vuelta hacia el garaje, subí al Caddy y bajé la capota.
Casi me avergüenzo de lo que sigue, pero cuando uno se encuentra metido en ello, apuesto a que no soy el único que lo hace. Me refiero a aparentar lo que no se es.
Siempre se quiere aparentar cuando se es joven, y nadie piensa mal. Se aparenta ser un gangster, o un marino, o un piloto del espacio, y su scooter o su bicicleta se convierten en un caballo o un avión o una nave espacial.
Pero resulta diferente cuando se crece, al menos todo el mundo dice que es diferente. De todas formas, como yo digo, apostaría a que no soy el único. No cuando se refiere a algo como Caddies convertibles.
Creo que todos sueñan cuando se encuentran detrás del volante. Todos pretenden ser ricos y jóvenes y que se dirigen a algún sitio para pasarlo en grande.
Por eso supongo que no debo sentirme avergonzado por correr por la calle principal con la capota baja, casi recostado en el asiento, con las muestras de tapicería bien escondidas de la vista de los demás, dejando que las jovencitas me miren al aflojar la velocidad ante los semáforos.
Claro que una vez fuera de la ciudad no hay nadie en particular que se fije en mí, peto eso tampoco importa. Apreté el acelerador en la carretera recta y empecé a soñar, despierto, que iba hacia mi casa de verano junto al lago. Tenía una flamante barca motora esperándome, y que, si lo deseaba podía sacarla y probarla toda la tarde. Por otra parte, si me sentía cansado, podía quedarme en casa bebiendo en el bar del cuarto de estar. Ya pueden figurárselo, nada más que Scotch y Drambuie. Entonces, otra vez, allí estaba aquella rubia esperándome, la rubia alta de piernas largas. Pensándolo mejor, quizá no me entretuviese con la motora ni en el bar. La rubia era del tipo de Marilyn Monroe, sólo que no tan... bueno, tan llamativa. Menos cuando yo la quería así. Habíamos estado tonteando desde hacía... oh, más de un año, casi desde que la conocí en Acapulco ¿o fue en Guadalajara? No estaba exactamente enamorado, o por lo menos no completamente, pero ella estaba perdida por mí. Un arreglo muy satisfactorio. Todo era de lo más satisfactorio, y puede que incluso cambiase el Caddy por uno de esos Ferraris. Pensándolo mejor ¿para qué cambiarlo? Teniendo un garaje con cabida para cuatro coches aquí y uno en la ciudad, habría sitio para otro. Además, digan lo que quieran, pero hay algo en el Caddy...
El Caddy tiene algo que me hizo continuar fantaseando así hasta que me di cuenta de que había pasado de largo por la carretera del lago, dejándola atrás cosa de una milla.
De modo que tuve que dar la vuelta y enfilar el buen camino para continuar entre los árboles, buscando los letreros. Todas esas fincas del lago tienen sus letreros, nombres extravagantes, con los nombres de los propietarios debajo en letras doradas. Pensarán ustedes que cuando un tipo es lo suficientemente listo como para construirse una finca de recreo de cuarenta o cincuenta mil dólares, se le ocurriría un nombre mejor que la mayoría de los que se ven, pero no. Llaman a sus casas «Vista del Lago», y «Paraíso Tranquilo», y «Posada de Kummon», y «El Final del Camino» y nombres por el estilo. Es suficiente para hacerle reflexionar a uno.
Pero el letrero que yo estaba buscando sólo decía «Colton», y lo encontré al final del camino que conducía al lago.
Me detuve; allí, detrás de los árboles, estaba la casa. Me vi obligado a parpadear porque efectivamente tenía un embarcadero y un garaje para tres coches, quizá para cuatro. A su alrededor había gran cantidad de terreno también y todo pulido y recortado; un verdadero paisaje. La casa misma era toda de piedra con dos chimeneas; una de ellas para el hogar, por supuesto. Salí del coche tomando las muestras y eché a andar por el sendero empedrado.
En el mismo momento que tuve aquellas muestras en mi mano yolví a sentirme tonto. No lo podía remediar. Cada vez que iba a casa de alguien rico, me sentía así. No es que me sintiera inferior, sino simplemente tonto. Es un sentimiento que no forma parte de mí. Sólo lo noto cuando estoy en las casas grandes y también en las oficinas importantes.
En aquel momento se había apoderado otra vez de mí. Pasé delante de la parrilla de hierro donde asan carne en las fiestas, justo a un lado del patio de azulejos. Vi los muebles del jardín de hierro florentino, de los que vendemos a cien dólares la pieza. Era a principios de octubre y muchas hojas se habían desprendido ya de los árboles. Pero no sobre aquel césped. No pude ver ni una sola hoja. No había una sola brizna de hierba fuera de su sitio. Parecía como si alguien las hubiera medido con un micrómetro... ¡Diablos!, debían contar las briznas cada noche.
Era perfecto. Eso es lo que me asusta de las rameras ricas. Todo es dernasiado perfecto y es mentira. Nada es en realidad así de perfecto, y cuando las rameras ricas pagan rara que las cosas tengan ese aspecto, no hacen más que aparentar, lo mismo que yo cuando sueño despierto. La única diferencia está en que pueden permitirse vivir sus sueños, y supongo que debido a eso me siento tan incómodo.
Me sentí incómodo sólo con tocar el timbre. Por supuesto era muy armónico. Bonito, suave, como campanas de oro que nunca perturban. A los ricos no les gusta que los molesten. Cuando suena el timbre de sus puertas, nunca es para llevarles telegramas que anuncien la muerte de alguien ni peticiones de dinero. Los telegramas que reciben dicen que el nuevo petróleo se produce bien y que se sacan diez mil barriles al día.
Por las cosas que estoy diciendo pensarán ustedes que soy un comunista o cosa parecida. Pero no quiero que tengan una opinión equivocada, es sólo que me siento tonto ante la proximidad de los ricos.
Supongo que mi aspecto también era el de un tonto cuando me abrió la puerta.
-Entre -dijo ella, y permanecí inmóvil durante unos treinta segundos. Inmóvil y mirando. Porque en mi vida había visto muchas rameras ricas, y tenía una idea bastante buena de lo que ésta sería: baja, gorda, con las cejas pintadas de lápiz y un ondulado artificial de treinta dólares en un pelo que no valdría más de treinta centavos. El pelo blanco con un reflejo azul, probablemente, que hiciera juego con el rostro maquillado: todas las rameras ricas parece como si hubieran pasado por las manos del dueño de una funeraria cara.
Pero ésta era diferente. Esta merecía la pena mirarla. Esta era la rubia de piernas largas con la que había estado soñando.
Tenía más edad que yo, por supuesto, puede que veintiséis o veintisiete, pero no era una corneja. Era alta, y tenía sus propias cejas, y su propio pelo y su propia complexión. Estaba yo deseando imaginar, por la forma en que sus pantalones y jersey se ceñían, que todo fuese suyo. Y mucho de todo.
-¿Viene de parte de la señorita Edwards? – preguntó.
Yo asentí moviendo la cabeza fuertemente. Es difícil decirlo de forma que tenga sentido, pero era la clase de mujer que conseguiría que uno dijese que sí a todo. Si me hubiera pedido que me echase al lago hasta ahogarme, probablemente hubiera asentido con la misma fuerza.
Ann Colton. Me dijo su nombre cuando entramos, cuando nos sentamos en el sofá y miró las muestras. El aparato de televisión estaba encendido, pero ella lo apagó en seguida. Y entonces, antes de tomar las muestras, me preguntó si me gustaría beber algo.
Me fijé que tenía un vaso sobre una mesita, pero dije:
-No, gracias -y ella se limitó a asentir, y entonces miró las muestras.
-La tela de monje, ¿no le parece? -dijo sujetando el trozo junto a la ventana.
Yo asentí. Me estaba convirtiendo en un charlatán.
-Entonces me la quedaré -dijo ella-. Cuarenta y cinco yardas, ¿no fue eso lo que dijo la señorita Edwards?
Volví a asentir. No podía hacer nada. Eso es todo. Ninguna comparación, ninguna protesta, ningún «¿cuál sería mejor?»: Se había decidido y todo estaba arreglado.
-Mi tía dijo que podríamos tenérselo para fin de mes -le dije.
-Oh, ¿es su tía? Eso lo explica.
-¿Qué es lo que explica?
-No tiene importancia.
Encendió un cigarrillo.
-Si lo dice porque no he querido beber y no fumo y estoy metido en el negocio de la decoración de interiores, sé lo que está usted pensando -dije. Se me escapó antes de que en realidad pudiera evitarlo.
Dio una chupada a su cigarrillo y empezó a toser terminando después en una carcajada.
-Bien; ¿tengo yo la culpa? -preguntó ella-. Un tipo como usted, con gafas o sin gafas, metido en tales negocios... no tiene sentido.
De repente recuperé el habla. Puede que fuera debido a su risa, o a la forma en que me habló.
-En este momento me alegro de tener gafas -dije.
Ella dejó de reír y se paró a mirarme.
-No me diga que tiene usted ideas sobre mí, muchacho -dijo ella-. Si es así, mejor será que beba algo primero.
Me estaba pinchando ahora, pero continué de igual forma.
-Ya estoy suficientemente intoxicado con su presencia -dije.
Ann Colton sacudió la cabeza.
-Eso no le va -me dijo-. Yo le aconsejaría el camino recto, la aproximación ingenua. -Entonces se irguió-. En serio, señor Thomas, ¿es Jay Thomas? ¿Quiere que le haga un combinado?
-Bueno, pero corto -dije.
-¿Corto de qué?
-Escocés. On the rocks.
Ella asintió y me indicó que pasara a la otra habitación. No necesitaba mucho para seguirla. Cuando caminaba era como observar a una buena bailarina.
En la otra habitación estaba el bar, el bar con el que yo soñaba despierto. A través de la ancha ventana apaisada se podía ver el embarcadero allá abajo.
-¿Tiene una motora nueva? -pregunté como por casualidad, mirándola.
Ella levantó la cabeza de lo que estaba haciendo, había estado vertiendo las bebidas, y dijo:
-Sí. Es de Henry, por supuesto.
-¿De quién?
-Henry Colton. Mi ex amante esposo. Era el dueflo de esta casa y de todo lo que contiene, hasta hace tres meses.
Me entregó un vaso; era un vaso antiguo y la bebida era muy corta.
-Llegué a un acuerdo con él. Ahora me pertenece todo lo de la finca, incluyéndome a mí.
Ella levantó su vaso.
-Bien; brindemos por el debido y ordenado progreso de la ley.
Bebimos. Levanté los ojos y la descubrí mirándome por encima del borde de su vaso.
-¿Le parezco una mujer calculadora, señor Thomas?
-No; de ninguna forma.
-Entonces me siento desilusionada.
Se sentó en un taburete del bar y golpeteó con la mano el más próximo. Me uní a ella mientras continuaba:
-Porque eso es lo que soy, desde ahora en adelante. Una mujer de mundo, fría y calculadora, desilusionada por un matrimonio demasiado prematuro con un hombre indigesto, de mediana edad, un negociante asqueroso que... ¡oh, infierno!
No soy un niño. Tengo veinte años. He recorrido mundo. He oído jurar a las mujeres; cuando se emborrachan son capaces de decir cosas que nunca diría un tipo que haya estado seis años en la Marina.
Pero cuando ella dijo una cosa tan simple como ésta: «¡Oh, infierno!», parecía ponerle algo. A pesar de que realmente había un infierno, y ella había estado en él durante mucho tiempo y sabía de lo que hablaba.
-¿Sabe lo que me sucede? -dijo ella-. Estoy loca por entrar en movimiento. Loca por la acción. He estado sentada aquí durante los últimos meses mirando la televisión, y un día más viendo esos monos sonrientes de los programas y me pego un tiro. Algunos me recuerdan a Henry, la sonrisa comercial y todo eso.
Yo no dije nada.
-¿Le estoy molestando? Lo siento. Este confinamiento solitario acaba conmigo. Por eso trato de mantener ocupada la imaginación decorando la casa y arreglando todo. Pero lo que realmente necesito es alguien con quien hablar.
-¿No conoce a nadie en los alrededores del lago? -pregunté.
Ella asintió y al hacerlo su pelo me pareció trigo movido por el viento, o puede que sólo fueran los efectos de la bebida.
-Los conozco a casi todos. A la mayoría de los que se quedan aquí durante todo el año. Los jugadores y los bebedores de ginebra. No hablan de cosas de mi gusto... todos creen que me casé con Henry por su dinero. -Ella rió-. Y el caso es que tienen razón.
-¿Pero qué hay de sus amigos? Los que tenía antes.
Volvió a reír.
-Vamos, muchacho, de verdad. No voy a hacerte la confesión de rutina, al menos no después de dos bebidas. Lo cual me recuerda... que tiene el vaso vacío.
-Bien, una corta.
-¿Qué te sucede, a fin de cuentas? -dijo tuteándome.
-Nada.
-No has dejado de mirarme en todo el tiempo. Oh, no de aquella manera, lo noto en seguida.
Volvió a reír porque supongo que enrojecí.
-No; es algo más. Me miras como si realmente supieras de lo que estoy hablando. O de lo que no estoy hablando.
Era verdad. Me pregunté si debería decírselo y después pensé que no me iba a matar si lo bacía.
-Supongo que lo sé. Es como el Caddy -dije.
-¿El Caddy? Ob, te refieres a tu coche.
-El coche de mi tía -dije-. No puedo permitirme tener un auto así. Ni ningún coche, en realidad. Pero cuando conduzco su coche, me pongo a imaginar cosas. Durante el camino mientras me dirigía hacia aquí estuve pensando en lo agradable que sería si el coche fuese realmente mío, si fuese el dueño de un sitio como éste, y...
-¿Y qué?
Pero no podía llegar tan lejos, al menos tan pronto.
-Bien, al ser pobre, me pregunto cómo me sentiría si fuese rico. Y ahora lo sé.
-¿Lo sabes? ¿Cómo?
-Claro que lo sé. -La miré de frente, después de mi segunda bebida-. Lo sé por la forma en que ha estado usted hablando. Usted también fue pobre una vez, y también se lo preguntaba. Se lo preguntaba tanto y lo deseaba tanto que se casó con un hombre rico para averiguarlo. Y entonces se enteró, y lo sintió, y ahora no sabe exactamente qué debe hacer. Porque en realidad no sabe lo que de verdad desea.
Ella bebió largamente y se echó hacia atrás, los codos sobre el mostrador del bar, como un gato perezoso. El whisky escocés era el que realmente hablaba ahora.
-¡Bien! -dijo ella-. ¡El Muchacho Filósofo!
-Lo siento.
-No lo sientas. No tienes que sentir decir la verdad. Es cierto, lo sabes todo. Y veo que soy culpable de haberte juzgado mal. -Me miró y asintió-. Puede que sean las gafas. ¿Te importaría mucho quitártelas un momento? Me gustaría verte tal como eres.
Me despojé de las gafas y la miré de frente. Ella asintió, y mientras yo la observaba sus brazos rodearon mi cuello y me besó.
Entonces me caí del taburete.
Ahí estaba. El Caddy fuera, la motora, en el embarcadero, el bar, abierto y la rubia de piernas largas justo en mis brazos. Y me caí del taburete.
Y por si era poco, ella se rió. Juro que por un momento la hubiera matado.
Después alargó los brazos y me ayudó a levantarme.
-Gracias - dijo.
Asentí y tomé mis gafas.
-No te amargues, Jay -me dijo-. Algún día también te lo agradecerás.
-¿Por hacer de mí un maldito tonto?
-Sólo por evitarlo. Y por evitarme hacer lo mismo. -Abrí la boca, pero ella no habla terminado-. Oh, no estoy hablando de la cuestión moral. Ni del hecho de que soy quizá seis o siete años mayor que tú. Eso incluso podía ser una cosa buena, si conoces tu Kinsey. Es que... bien, he visto cómo me mirabas. No parecía que sólo deseases pasar la tarde.
Asentí tratando de encontrar palabras.
-Y también debes saber desde ahora, Jay, que no podría ser más que eso para mí. No será, si puedo evitarlo, por mucho tiempo, si no para siempre. No quiero que me vuelvan a hacer daño. Tampoco quiero herir a nadie.
Tomé mi vaso, apuré su contenido y lo solté con fuerza sobre el bar.
-Habla usted como si yo no fuese más que un maldito crío.
-No, no es esto, Jay. Si no fueras más que un crío, no te hablaría así. Eres joven, sí, y también eres blando. No tienes la frente endurecida por esa línea descarada que la mayoría de la gente adquiere, incluso en la universidad, hoy en día. Comparado a cómo yo era a los dieciséis años, no eres más que un niño. -Puso su mano sobre mi hombro-. Pero me gustas así. Me gustas porque tienes percepción, eres honrado, y... bien, porque también me haces sentirme joven.
-Pero usted es joven -dije-. Esto no podría engañar a nadie. Si la gente nos viera juntos, pensarían que éramos... -me interrumpí.
-¿Qué sucede? -preguntó clla.
-No pasa nada -dije muy despacio-. Sólo que recordé que hay un baile esta noche, en casa de los Corners al otro lado del lago. Ace Connors es el nombre. Y creo que Tracy me dejará el coche si lo quiero. Tenía planeado ir solo, pero ¿qué le parecería cenar conmigo e ir a ese baile juntos si le prometiera que no intentaría propasarme con usted?
Me salió todo tan de prisa que no creí que me hubiera entendido, pero sí me comprendió y bien. Y sonrió.
-Puede resultar muy tonto, Jay. Pero también puede ser muy agradable. Así que...
Me levanté.
-Está bien, arrégleselas, usted -le dije-. Ocurre que me he enterado que uno de esos monos sonrientes tiene un gran programa en la televisión esta noche, y supongo que no puede usted permitirse el perdérselo, ¿verdad?
-¿A qué hora es el programa?
-A las siete -repuse.
-Entonces será mejor que me recojas sobre las seis y media. No quiero perder la oportunidad.
Eché a andar hacia la puerta y me observó mientras me marchaba.
CAPITULO II
UNO no se puede emborrachar con dos whiskys, pero juro que no sé cómo llegué a casa aquella tarde. Hasta que no estuve dentro de la tienda no me di cuenta de que Tracy había regresado. Y debió hablarme durante unos buenos tres minutos antes de que comprendiese una sola palabra de lo que me estaba diciendo.
Entonces comprendí que se refería a las muestras, y sobre si la señora Colton se había decidido.
Tardé unos cuantos segundos más en recordar quien era la señora Colton; Ann, mi chica Ann, la maravillosa rubia de las piernas largas. Naturalmente que se había decidido, iba a salir conmigo aquella noche. Sólo que Tracy no estaba hablando de eso.
-La tela de monje -dije-. Quiere la tela de monje.
-Estupendo. ¿Tuviste problemas?
¿Problemas? ¿Qué eran problemas?
-No -dije-. En palabras del inmortal Spillane, todo fue fácil.
-¿Quién?
-Un filósofo -respondí-. No puedes saber nada de él. Lo cual me recuerda algo; ¿puedo tomar el coche esta noche?
-¿Una cita?
-Ace Connors toca en Corners.
-¿Vas a llevar a Imogene?
-Sí - dije. Esto era sólo una mentira a medias. Había pensado llevar a Imogene Stern, una chica con la que estuve tonteando, pero en realidad no se lo había pedido. Y ahora no lo haría. Hubiera podido decir la verdad a Tracy pero no habría sonado bien. Puede que después de aquella noche se lo pudiera decir.
-Está bien, Jay. Puedes disponer del coche.
-¿También para cenar?
-¿Qué sucede? ¿Es que ya no te parece buena mi cocina? -pero al decir esto rió y se encaminó directamente a la caja registradora-. Bonita manera de hablar, ¿verdad? Como si yo no entendiese las cosas. Toma, cómprale un buen filete. -Y me entregó un billete de veinte.
-Gracias, muchas gracias.
-Jay, hace tiempo que estoy queriendo hablar contigo. Tendrás veintiún años dentro de pocos meses; hay que pensar en tu futuro.
Todo el futuro en el que podía pensar en aquel momento era en esa noche. Deseaba correr escaleras arriba y afeitarme; coger la chaqueta nueva, echarle una mirada, sacar brillo a mis zapatos y seleccionar una corbata.
Pero Tracy dijo:
-Eso de que ganes diez aquí y veinte allí, no puede continuar más. He estado pensando en ti y en el almacén. No pareces tener mucho interés en estudiar, y no eres exactamente del tipo agresivo...
No exactamente, pero había besado a una rubia divorciada en un taburete de un bar cuarenta minutos después de haberla conocido aquella tarde. Y ella iba a salir conmigo...
-...un sueldo fijo, naturalmente, digamos setenta y cinco a la semana para empezar Te lo mereces, ya sabes; y si deseas establecerte y aprender de verdad el negocio, estoy dispuesta a ayudarte. Quiero que aprendas algo sobre el fin de las compras, y me gustaría que estuvieses conmigo en la próxima exposición. No hay ninguna razón para que no esperes una parte en el negocio en pocos años, y es un buen asunto, Jay. ¿Qué dices a esto?
-Gracias. -Me acerqué a ella para acariciarla-. Sabes lo que siento por ti, Tracy... todo lo que has hecho por mí.
Era verdad. Tracy era estupenda.
-Quítate de mi lado ahora, estamos justo delante de la ventana. ¿Qué va a pensar la gente? -Pero a ella le encantaba, lo sé. Por una razón u otra se sentía terriblemente feliz esta tarde.
-¿Qué sucede? -pregunté-. ¿Has conseguido un buen asunto?
-¿Por qué dices eso, Jay?
-Oh, no lo sé. Actúas un poco... por lo alto.
-No creí que se notase.
-Vamos, ¿de qué se trata?
-Bueno, no puedo decírtelo todavía. Es de lo más absurdo la forma en que surgen las sorpresas en este negocio. Igual que aquella vez que encontré wedgewood en el baúl que compré en Goodwill. Setecientos dólares por una inversión de dos. Y esto es todavía mayor y más absurdo. Ven, déjame enseñarte algo.
Me hubiera gustado poner más atención. Habría deseado no pensar tanto en la forma en que ella andaba y la forma en que se reclinaba y cómo reía, con esa gran risa de ciudad que únicamente se oye en Chicago o en Nueva York.
Apenas noté nada cuando Tracy me condujo a la trastienda y apartó unos bultos sacando un paquete envuelto en papeles viejos de periódico.
-Ven -dijo ella-. Ayúdame a quitarle el cordel. Puedes romper el nudo, ¿verdad?
Lo rompí y ella encendió la luz después de quitar los papeles.
-Mira -dijo-. ¿Qué te parece?
Era una estatua de bronce pintado de unas dieciséis pulgadas; una estatua negra de una mujer con cuatro brazos.
Eso fue todo lo que vi al echarle la primera ojeada. Volví a mirarla otra vez. Habla algo en ella que me obligaba a hacerlo. La estatua era negra, pero tenía algunas manchas de rojo en la frente, las mejillas y los pechos. Las manchas eran salpicones de sangre. Y entonces vi que la mujer llevaba un collar de cráneos; que sus zarcillos eran pequeños cuerpos y que un cinturón de manos y serpientes rodeaban su cintura. Una de sus manos señalaba hacia arriba, otra hacia abajo; una sujetaba una espada manchada de sangre y la cuarta asía una cabeza. Entonces le miré la cara y vi que no era una mujer, era una diosa.
Solíamos tener cosas por el estilo en la tienda, la diosa Rosa, Kuan Yin y Ho-Ti en madera de teca, ébano e incluso marfil. Algunas de estas piezas eran bastante feas, y otras bastante impresionantes. Pero nunca había visto nada semejante a este bronce negro. No era la obra en sí, ni los detalles, ni el trabajo de esmalte rojo. No eran los cráneos ni las serpientes. Había algo en el rostro y la pose que impresionaba. Era, es la impresión que se tiene de «esto ha sucedido antes» o «ya he visto esto otra vez». De repente se encuentra uno en un lugar extraño y algo suena y se está seguro de que se sabe lo que va a suceder.
Bien; tuve esa misma sensación, únicamente que no reconocí lo que iba a ocurrir. Sólo reconocí algo de la estatua. Nunca la había visto antes, no sabia qué diosa representaba, pero lo conocía todo acerca de ella. Esta sensación era mala. Sucia es la mejor definición. Mirándola, sólo mirándola, me hacía sentir el deseo de darme un baño.
-¿Qué ocurre? -estaba preguntando Tracy-. ¿No te gusta?
-Es la cosa más fea que he visto.
-Fea o no, puede que valga unos maravillosos mil dólares, Jay -y al decir esto la tomó y la besó.
-¿Mil dólares?
-Ese es el secreto. Jay, no quiero que digas nada hasta que yo te lo diga. Mañana o pasado mañana, cuando obtenga el dinero, entonces estará bien divulgarlo. Hasta entonces, ni una palabra.
-¿Pero de qué se trata? ¿LO has robado en algún sitio o algo parecido?
-Yo no, muchacho. -Me lanzó una mirada-. ¿Qué te hace pensar eso?
-Estaba bromeando.
-Bien; yo no bromeaba cuando te dije lo de los mil dólares, ni tampoco de que mantengas la boca cerrada. Mira, Jay, yo no he robado esto, pero en parte tienes razón. Ha sido robado. Y hay una recompensa. No puedo decirte de dónde la he sacado, pero voy a devolverla a su verdadero dueño dentro de un día o dos.Sabes que no haría nada que no fuera honrado, pero es un asunto bastante delicado, por las circunstancias. Así que prométeme que no hablarás de esto con nadie.
-Por supuesto. Claro que no lo haré.
-Entonces está bien. Mira, son más de las cinco. Corre a la puerta y cierra, ¿quieres? Mientras tanto, volveré a guardar a Kali.
-Kali, ¿es así como la llamas?
-Es una diosa hindú, la esposa de Siva el destructor. Y esto es otra cosa de la que quiero hablarte, Jay. Encontrarás en este trabajo un gran campo educativo, particularmente sobre las bellas artes, la mitología y la historia. Voy a empezar un curso de estudios contigo... quizás el profesor Cheyney nos ayudará, y el doctor Morehouse.
-Es una gran idea -dije. Y después-: Eh, será mejor que me apresure si no quiero retrasarme para mi gran noche en la ciudad.
Y eché a correr, cerré con llave la puerta de la tienda, tomé un baño, me afeité, me vestí y limpié mis zapatos. En todo el tiempo no tuve un solo pensamiento para Tracy, ni Kali ni nada que no fuese para Ann, Ann, Ann.
Eran más de las seis cuando pellizqué a Tracy en la mejilla, salí a toda prisa por la puerta lateral haciendo tintinear las llaves del coche y conduje el Caddy por la calle principal hasta salir a la carretera, llevando el mundo en mis bolsillos.
Era oscurecido cuando llegué a la finca, pero cuando toqué el timbre ella abrió la puerta y se hizo la luz; allí estaba Ann con un vestido verde y la dorada gloria de su pelo.
Oh, me había dado fuerte, y era agradable.
Era bueno conducir y sentirla a mi lado en el asiento delantero, y bueno encender su cigarrillo y oír su risa cuando el aire le pegaba en el rostro. Fue incluso mejor entrar en The Stag y tomar una mesa para dos y beber un combinado mientras esperábamos los filetes.
Y el baile fue perfecto. Me había imaginado que sería una buena bailarina, pero no tanto. No era sólo sujetarla y tenerla en mis brazos. En verdad sabía bailar. Ella formaba parte de la música.
Naturalmente hablamos, pero no fue como por la tarde en absoluto. Había empezado a bromear sobre la cita desde el mismo momento en que entró en el coche, y continuó así durante toda la comida y después en Corners.
Al principio me sentí un poco molesto, preguntandome por qué lo haría, pero después lo comprendí. Eso quiso decir cuando comentó que yo la hacía sentirse joven, y así es como deseaba sentirse esta noche. Joven y con una cita. Yo aparentaba ser rico y ella que volvía a ser una muchacha.
Así que le seguí la corriente, y todos hicieron lo mismo. Quiero decir que nadie pareció notar que era mayor que yo, nadie hizo comentarios ni siquiera cuando se la presenté a Herb Phelps y Bill Hunter y algunos más de la reunión. A propósito de esto, Herb la sacó a bailar y también Tony Walsh. Parecieron sorprenderse cuando entré con ella, y supongo que estaban realmente sorprendidos. No es que por lo general yo salga con semejantes mujeres, pero ella era algo especial y tenían que ser ciegos para no verlo. O como Herb Phelps me dijo con intención: «Chico, ¡vaya gatita! »
La gatita y yo nos marchamos después del baile. No nos detuvimos en el rancho, porque supuse que la mayoría irían allí. En vez de eso, me dirigí a Newton, un lugar pequeño justo al este de los límites de la ciudad. Un lugar agradable y tranquilo sin TV ni máquinas tragaperras. Sólo un bar, medias luces y varias casetas.
Claro que a estas horas supongo que tenía predisposición de imitar a Casanova con una mano sujeta detrás de mi espalda. La vieja rutina de las luces suaves y el licor fuerte. Pero antes de que terminásemos la primera bebida, hicieron su entrada Herb Phelps y una corneja que había encontrado, y todo lo que pude hacer fue sacarla de allí sin permitir que Phelps nos invitase a beber e, incidentalmente, marcharnos.
-¿Os marcháis ya? -dijo él-. No son más que las once y un poco...
-Lo siento, pero debernos marcharnos -contestó Ann. Y eso hicimos.
-Llévame a casa -dijo cuando estuvimos en el coche.
-Pero yo pensaba que podíamos ir a cualquier parte, charlar un poco...
-Por favor. Llévame a casa.
Así que la llevé a su casa. Ella no dijo nada durante el camino. Cuando llegamos a la finca saltó del coche y yo pensé: «Oh, oh, ¿qué he hecho?»
-¿Quieres que hablemos un rato? -dijo ella entonces-. Entra, pues.
Y entré, y ella me llevó a la habitación donde se encontraba el bar. Nos sentamos y charlamos.
Quiero que comprendan esto. Charlamos. Supongo que habíamos tomado cinco o seis copas al menos. Ella incluso me dijo que me quitase el abrigo. En cien ocasiones pude haber iniciado algo. Pero sólo hablamos. O mejor dicho, ella habló. Me contó todo lo de Henry, y lo que sucedió antes de su matrimonio con él. Me dijo cuál era su nombre verdadero, y lo que había hecho para vivir después de marcharse de su casa cuando tenía quince años. Me contó algunas cosas que nunca creí que una mujer fuera capaz de decir a un hombre, excepto a un médico, quizás.
Pensando después en ello, supongo que fui su médico, al menos por aquella noche. Una especie de psicoanalista, quizás, escuchando mientras ella soltaba la historia, todo lo que había mantenido encerrado dentro de sí durante años.
No tengo derecho a contarlo todo, claro. Pero aprendí mucho aquella noche. Supe lo que significa ser una chica maravillosa, mientras las demás muchachas no hacen más que odiarla desde el mismo momento en que entra en una habitación y todos los hombres la desean. Aprendí lo que a veces es necesario hacer para obtener un empleo en algún espectáculo, y también supe lo que hay que hacer para dejarlo, lo cual es peor. Supe lo que piensan los hombres de dinero -que es en más dinero- y lo que piensan las mujeres que se casan por dinero -que por qué lo hicieron-. Supe lo que es sentir que la vida ha terminado a los veintiséis años, sin tener donde ir, ni nadie que espere en ninguna parte.
Sí, aprendí mucno de ella, Y también adquirí conocimiento de un poco más de mí mismo, antes de que terminase la noche.
Porque no hubo tiempo después que terminó de contármelo todo; ella rodeó mi cuello con sus brazos y dijo.
-¿Te importaría quitarte las gafas?
-No - contesté.
Además, no me importaba.
-Tienes razón, Ann -dije-. No somos de la clase de gente que sólo va a pasar la tarde o la noche. Únicamente conseguiríamos herirnos si empezamos algo que sabemos no puede terminar.
-Otra vez eres el Chico Filósofo, ¿verdad?, -rió y apartó sus brazos. Estuve a punto de cogerla entonces, pero no lo hice-. Veo que debo agradecértelo otra vez. Así que bebe algo para el camino, muchacho. Se está haciendo tarde.
Miré mi reloj. Las dos y media. No tenía idea que fuese esa hora y me pregunté qué diría Tracy al verme llegar. Siempre me esperaba levantada, como si todavía fuese un colegial.
Pero bebimos de nuevo y dije cuando estábamos en la puerta:
-¿Cuándo te volveré a ver?
Ella me miró.
-La semana que viene, quizá -respondió.
-¿La semana que viene? Pero,..
-Voy a estar ocupada los próximos días. ¿Recuerdas lo que te dije, Jay? De ahora en adelante, yo soy la primera. Es la única forma de saber jugar bien.
-Está bien -asentí-. Está bien.
-Todo está bien, muchacho. Y gracias por todo. Por todo. Y al diablo con las gafas.
Entonces me besó y casi lo estropeó todo, pero era demasiado tarde y además sabía que no serviría.
En el camino de regreso, recordé algo de la clase de inglés. Nunca había prestado mucho interés a esas cosas, particularmente a las obras de Shakespeare, pero ahora me vino a la memoria una frase, aquella que dice: «La conciencia hace de todos nosotros unos cobardes».
Lo cual es otra manera de expresar que podía haberme golpeado. Pero entonces, otra vez...
Eran las tres cuando llegué a casa. Las luces estaban encendidas en el piso alto y, cosa extraña, en la tienda también. Un coche estaba aparcado en la esquina más próxima.
Metí el coche en el garaje y tomé de un bolsillo la llave de la puerta lateral. Pero no llegué a emplearla.
La puerta se abrió y un hombre me sujetó por un brazo.
-¿Es usted Jay Thomas? – preguntó.
-El mismo. ¿Quién es usted?
No respondió. Otro hombre vino hasta la puerta, un tipo alto y calvo.
-Es el sobrino -dijo-. Sujételo.
-Eh, ¿qué pasa áquí? -pregunté-. ¿Dónde está Tracy... la señorita Edwards?
El hombre calvo se adelantó. Me sujetó el brazo y me empujó a la trastienda. No tuve que hacer ninguna otra pregunta, porque me mostró la respuesta. Tracy ya no existía.
Lo que quedaba de ella yacía en el suelo. Tenía los ojos abultados, el rostro amoratado y la boca torcida de la que sobresalía la lengua hinchada y negra.
Estaba muerta.
LA SEGUNDA VÍCTIMA
Cuando lo intenté la ventana estaba abierta. Todo en el interior estaba sumido en la oscuridad, y sabía que tendría que operar sin luz para que nadie lo notase.
Pero la oscuridad y yo somos viejos amigos, y entré tranquilamente al lugar donde ella esperaba. Sabía que estaba allí, porque podía sentir su presencia. Estaba en algún lugar de la habitación donde primero había entrado, y no tendría que buscar mucho.
Pronto sentí que podía moverme de un lado para otro y así lo hice. Palpé la habitación con mis pies y dedos, descubriendo las estanterías y anaqueles, las esquinas y las grietas.
Y durante todo el tiempo ella me estaba observando, los ojos ciegos no dejaban de mirar. Me detuve, concentrado en su esencia, y entonces la encontré. Estaba sobre la mesa. No había necesidad de arriesgarme encendiendo la linterna. Avancé y la tomé, y todo el miedo y la fiebre me abandonó en el momento de acariciarla.
Entonces eché a andar una vez más hacia la ventana; sólo faltaban unos cuantos pasos cuando oí los tacones golpeando la acera en el exterior.
Me aplasté contra la puerta, preparado. Y esta vez estaba preparado porque sabía que no se puede poseer a Kali a menos que se pague su precio. Solamente hay una forma de apagar una antigua sed.
La llave estaba en la puerta y me preparé para el momento. Debía de ocurrir pronto, antes de que se encendiera ninguna luz.
La puerta se abrió de golpe y pude verla allí, de pie; era una mujer baja y regordeta vestida con un abrigo ligero y un gracioso sombrerito.
Debía de haber estado corriendo, pues pude oír su agitada respiración. Era la clase de mujer que siempre corre cuando se encuentra fuera después de oscurecer, la clase de mujer que siempre corre sin que nunca la persiga nadie. ¿Corrió porque temía que la muerte la siguiera?
Eso era estúpido, porque la muerte no estaba tras ella. La muerte estaba delante.
Levantó una mano hacia el conmutador. Entonces cerré la puerta, rápido y silencioso. Esto la hizo saltar, tal y como supuse. Y extendí las manos hacia ella.
Trató de golpearme con su bolso y de patearme con sus tacones; pero su brazo no terminó la trayectoria y sus tacones resbalaron por el suelo mientras mis manos se asían a su cuello.
Fue sorprendente su fortaleza. Durante un momento me pregunté si podría sujetarla. Pero la suya era sólo la fuerza de una mujer y la mía la fortaleza de Kali; Kali la de los Cuatro Brazos.
Se produjo un jadeo, un chasquido, y entonces dejó de retorcerse. La dejé caer al suelo y no me molesté en volver a tocarla, sabiendo que estaba a salvo en los brazos de la Madre Oscura.
Y la Madre Oscura estaba ahora a salvo en los míos.
La saqué por la puerta y caminé por la calle. La luz de la luna derramó su fosforescencia desde el gran cráneo plateado, en el cielo...
CAPÍTULO III
El agente que hacía la ronda, Louis Skulberger, fue el que la descubrió. Había estado haciendo la comprobación de siempre, alrededor de las dos, revisando las puertas de los almacenes para asegurarse de que todo estaba cerrado, supongo.
Miró en nuestro sendero y vio que el coche no estaba, entonces descubrió la puerta lateral abierta, ligeramente sóló unas cuantas pulgadas. De modo que volvió sobre sus pasos, la abrió y tocó el timbre. Nadie contestó.
Entonces entró en la habitación, encendió la luz y descubrió a Tracy tirada en el suelo. Había sido estrangulada con una especie de cuerda y todavía estaba caliente.
No había seflales de lucha, ni tampoco huellas dactilares. Quienquiera que fuese el asesino debió entrar por la ventana literal y permanecer allí en la oscuridad, esperando.
Claro que todQ esto no lo descubrí en seguida. Lo ignoré durante varias horas y en ese tiempo lo pasé bastante mal.
El tipo calvo era el sargento Kroke. Su ayudante se llamaba Summers.
Les hablé del baile.
-Eso sería sobre las once, ¿no? -preguntó Kroke.
-Sí, pero después salimos.
-¿Salimos? ¿Quién?
-Mi chica y yo.
¿Cómo sé llama?
Dudé.
-¿Estoy obligado a dar su nombre? Quiero decir, sargento, que sus padres no saben que estuvo en el baile... ni en una taberna. No me gustaría ponerla en un aprieto.
-Sus problemas no serán nada comparados con los que tendrás tú, muchacho, a menos que puedas probar tus pasos.
-Espere un momento -dije-. ¿No creerá que he tenido algo que ver en esto, ¿verdad? Tracy era la única familia que yo tenía, y... -estaba empezando a encontrarme molesto, así que me interrumpí.
Kroke no pareció notarlo.
-Éso déjalo para el D. A. -dijo-. Ahora, ¿qué me dices de la chica?
-No se preocupe por la chica -repuse-. Si quiere usted una coartada, todavía puedo dársela sin complicarla a ella. Fuimos a un sitio en las afueras de Newton después del baile. Un lugar llamado «Billy's». El camarero lo recordará, y también Herb Phelps.
-¿Quién es él? -Kroke estaba tomando nota de todo esto, arriba en el locutorio.
-Un amigo mío. Puede preguntarle. Vive en Fairmont, 225 Fairmont.
-Está bien. Fuiste a «Billy's» después del baile. ¿Cuándo saliste de allí?
-Sobre las doce menos cuarto, supongo.
-¿Y después qué?
Ahí estaba el escollo. «¿Y después qué?» De las doce menos cuarto hasta casi las tres. En algún momento durante ese tiempo habían asesinado a Tracy. Y mi coartada no se extendía a tanto.
No podía abarcar a tanto a menos que comprometiese a Ann. Y sabía lo que ocurriría si lo hacía. Su nombre en los periódicos, los comentarios de todas las rameras ricasde los alrededores del lago: «Dicen que estuvo hablando con él en su casa hasta casi las tres de la mañana. ¡Esto es algo fuerte!»
No, no debía hacerlo. Además, en realidad, no podían sospechar de mí. No tenía sentido. Nada tenía sentido. ¿Por qué querría alguien matar a Tracy? Kroke me había dicho ya que nadie tocó la caja fuerte ni el dinero, y nada parecía faltar del almacén. Nada de la mercancía, eso es...
-¡Espere usa momento! -exclamé.
Kroke levantó la vista.
-¿Dónde está Kali? -le pregunté.
-¿Kali?
-La estatua.
-¿De qué estás hablando?
Le conté lo que había sucedido aquella tarde, cómo Tracy me había enseñado la figurilla haciéndome prometer que mantendría la boca cerrada. Y le hablé de la recompensa de mil dólares y del asunto de la figura robada. Todo esto también lo anotó y después llamó a Sumrners.
Summers me hizo describir la estatua; entonces lo envió a buscarla.
-En otras palabras -dijo Kroke-, ¿crees que alguien más conocía la existencia de esta estatua y fue a buscar para pedir la recompensa o puede que para venderla en algún sitio por más dinero?
-¿Qué otra cosa podía ser? Mi tía no tenía enemigos. Tal como yo lo veo, quienquiera que la robó no esperaba volver a ver a Tracy, y cuando reapareció, se asustó y...
-No hay rastro de ninguna estatua de esa clase por parte alguna -dijo Summers desde la escalera.
-Ya ve usted -dije-. Yo tenía razón. Eso lo demuestra.
El sargento Kroke encendió un cigarrillo.
-Eso no demuestra nada, muchacho -dijo-. Tú lo sabes.
-Pero es la verdad. Mire, ¿no puede usted descubrir dónde estuvo Tracy ayer por la tarde y por la noche? Entonces averiguará usted algo de la estatua e incluso puede que también encuentre al asesino.
-Seguro -dijo Kroke-. Lo investigaremos. Todo lo investigaremos ¿Tenía costumbre tu tía de negociar con objetos robados?
-Ella nunca hizo semejante cosa en su vida.
-Pero acabas de decirnos que esa Kali no era mercanda limpia. Habla con sentido, muchacho.
-No estoy diciendo tonterías.
Pero yo sabia que no era verdad. Mientras más pensaba en el asunto, más tonto me parecía.
-Si realmente quieres ser sensato -dijo Kroke-, puedes decirnos lo que hiciste entre las doce menos cuarto y las tres de la mañana. Danos el nombre de la chica.
Sacudí la cabeza.
-Está bien, muchacho, lo haremos por el camino más difícil. -Se puso en pie y aplastó su cigarrillo en el cenicero-. Pero puede que cambies de parecer después que veas al D. A. mañana.
-¿Me van a encerrar?-pregunté.
Kroke se encogió de hombros.
-¿Qué otra cosa puedo hacer? Míralo desde mi punto de vista por un momento. Desde el punto de vista del D. A. -Se volvió a sentar y me miró fijamente-. Un muchacho que vive con su tía que tiene un buen negocio. Es dueña de un coche nuevo y tiene bastante dinero en el banco. Supongamos que ella muere, ¿quién se beneficiaría?
Intenté agarrarlo por el cuello. Estaba sentado completamente relajado, pero antes de que mi brazo se moviera, ya lo había sujetado. La expresión de su rostro no cambió.
-Es fácil, muchacho. Yo no estoy acusándote, sólo estoy conjeturando. Suponiendo, tal como lo hará el D. A.
-¿Cree usted que maté a Tracy por su dinero?
-Claro que no. Nadie sería tan tonto, ni pensar que podrías escapar con él.
-De modo que usted admite que yo no desearía matarla.
-No, por su dinero no podías planear matarla. Pero la mayoría de los asesinatos no se planean.
-¿Qué quiere usted decir?
-¿Prometes no exaltarte si te lo digo?
-Prometido. Continúe. No me importa. -Y en realidad no me importaba, porque ya todo había dejado de importarme.
-Bien, puede que ese muchacho se llevase bien con su tía, puede que se peleasen a menudo, ¿quién sabe? Claro que trataremos de averiguarlo. Pero tú sabes cómo son los muchachos. Les gustan las cosas agradables: Dinero, coches grandes y pasarlo bien. ¿No es cierto?
-Sí.
-Y también sabes cómo son los parientes viejos, las tías solteras por ejemplo. Tienen buena voluntad, pero puede que sean demasiado severas, demasiado exigentes.
-Tracy no era así en absoluto -dije-. Precisamente me dio veinte dólares para que saliera esa noche.
-¿Lo hizo?
-¿No me cree usted?
-No estoy aquí ahora para creer nada, muchacho. Como ya te he dicho, son sólo suposiciones. Y voy a seguir suponiendo que tu tía no te dio los veinte dólares. Que quizá ni te prestó el coche, o que no sabía que lo tenías. Voy a suponer que el motivo por el que ella salió esa noche fue por ir a buscarte, y que cuando regresó tú acababas de llegar. Voy a suponer que estuviste bebiendo; admites que fuiste a una taberna ¿verdad?
-Pero allí tomamos una copa nada más.
-Esta es mi historia. Tú puedes contar la tuya al D. A. -Kroke encendió otro cigarrillo-. Regresaste y tu tía llegó. Estaba furiosa. Te echó en cara el haber dispuesto del coche, de haberle robado el dinero de la caja registradora, o de su bolso, o de donde quiera que lo tomases. Te acusó de haber bebido. Y entonces discutiste, lo mismo que has discutido conmigo esta noche. No me engañas en absoluto con esas gafas, muchacho. Tienes temperamento. Y así es como siempre suceden las cosas.
-¿Qué cosas?
-Te he dicho que la mayoría de asesinatos no se planean. El temperamento lo hace todo. Hay lucha, y alguien pierde el dominio de sí mismo, toma un rifle, o un cuchillo, o un palo, y todo termina en un momento.
-Pero yo no podía hacer una cosa como ésa. -Di una patada-. ¡No podía!
Krake apagó su cigarrillo y sacudió la cabeza.
-Mírate, muchacho -dijo-. Tienes la respiración agitada, los ojos enrojecidos, estás sentado con los puños apretados dispuesto a saltar. Dices que no podrías hacer una cosa semejante ¿eh? Ahora me hubieras matado sólo por lo que te he dicho. ¿No es verdad?
Me callé porque era cierto. Había deseado matarlo.
-Así fue como te sentiste cuando ella te acusó esa noche. Y algo que dijo, puede que te amenazara, te hizo saltar. No había ningún rifle, ni cuchillo, ni palo a mano. Pero sí un trozo de cuerda, la cogiste y con ella le sujetaste el cuello y después... eso fue todo.
»Tu primer impulso fue correr. Corriste con el coche. Huiste con tanta prisa que olvidaste tomar algún dinero. Y no tenías dónde ir. No habla ningún sitio donde pudieras ir sin dinero. Regresaste con la esperanza de escapar. Y aquí nos encontraste.. Ahora, recuerda que sólo estoy suponiendo.
Yo lo recordaba perfectamente, pero seguía con ganas de matarlo.
-Te viste obligado a inventar una especie de coartada. Lo de la chica no sirve, porque debiste llevarla a su casa sobre las doce. Te quedaste al descubierto hasta que decidiste inventar esa absurda historia del ídolo robado. Mira, muchacho, estamos en la era atómica. La gente ya no va por ahí robando estatuas de diosas chinas.
-Hindú -corregí.
-No importa. Mi consejo es que cuentes la verdad. No engañarías ni a un niño de doce años, y menos a doce hombres de un jurado.
-No habrá ningún jurado -aseguré-, porque la historia es verdad. Había un ídolo en la tienda y usted se enterará cuando lo investigue.
-¿Es eso todo lo que tienes que decir?
-Lo siento -dije-. Pero yo no la maté, y le he dicho la verdad.
-Vamos, entonces.
Bajamos las escaleras. Summers y los otros estaban todavía trabajando. Yo no miré, no quería mirar.
Entonces Kroke me llevó al otro lado de la ciudad y me encerraron. Dijeron muchas cosas e hicieron muchas más, pero nada fue importante. Lo único importante fue que, finalmente, me metieron en una celda y me encontré solo en la oscuridad, y pude hacer lo que deseaba.
No me avergüenzo por ello. Lloré por Tracy.
CAPÍTULO IV
Empezaba a clarear cuando me quedé dormido, y oscureciendo cuando me desperté.
Nadie me había molestado en todo el día, ningún guardián, ningún sargento Kroke, ningún fiscal de distrito. Estaba empezando a preguntarme, cuando las luces se encendieron en el vestíbulo y se acercó un guardia.
Se detuvo delante de mi celda y abrió la puerta.
-¿Has descansado bien? - preguntó.
-Sí; ¿cuándo comemos?
-Cuando quieras.
-¿Quiere usted decir que lo puedo pedir ahora?
-Puedes pedirlo cuando quieras. Vas a salir.
-¿Estoy libre?
-Eso creo. Pell desea verte primero un momento.
-¿Quién es Pell?
-El fiscal del distrito. Vamos.
Le seguí al vestíbulo y subimos las escaleras donde nos esperaban el señor Pell y el sargento Kroke. Pell me estrechó la mano y el sargento asintió.
-El guardia dice que me dejan ustedes libre -dije.
-Es cierto, señor Thomas. Sólo hay una formalidad, claro. Queremos que mañana por la mañana se presente usted a testificar en la encuesta.
Asentí, como si supiera de qué se trataba.
-Lamentamos mucho haberle causado tantas molestias –dijo el señor Pell-. Pero usted comprende que en circunstancias como éstas hay que tomar todas las precauciones. Se lo expliqué todo a la señora Colton.
-¿La señora Colton?
-Está fuera, esperándole. Ahora, si me perdona, aquí el sargento le dará instrucciones.
Pell salió y el sargento Kroke escogió un cigarrillo. Lo encendió y se sentó observándome.
-¿Cómo se enteró ella? - le pregunté.
-Supongo que lo leyó en el periódico. El Bulletin sale a las tres, pero hoy lo lanzaron un poco temprano, a causa de la gran noticia.
-¿Gran noticia, eh?
-Toma, léelo tú mismo.
Sacó de su bolsillo un periódico doblado y me lo entregó. Leí toda la historia. Según el cronista se me había detenido por sospechoso, por no haber dado una explicación satisfactoria de mis pasos.
Pero me interesó mucho más lo que el periódico decía sobre la vida de Tracy y de la forma en que murió. Estaba claro que había sido estrangulada; estrangulada con un cordón. Parecía ser el trabajo de un experto, de un profesional del crimen. Quien escribió sobre el crimen también debió de pensar lo mismo, porque se había extendido en lo que le conté al sargento Kroke referente a la estatua robada y la recompensa.
Cuando terminé, Kroke se acercó y tomó el periódico de mis manos.
-Lo que el fiscal ha dicho también va por mí -dijo-. Siento lo de la noche pasada. Te hice pasar un mal rato.
-Ése es su trabajo, ¿no? -dije-. ¿Pero qué le hizo cambiar a usted de opinión, aparte de la señora Colton?
-Lo leerás en los periódkos de mañana -contestó Kroke-. Pero yo te lo voy a decir ahora. Esa absurda historia tuya acerca de la estatua robada ha resultado cierta. Hace cosa de media hora tuvimos una llameda de Reed Center. Por supuesto, se habían enterado de la historia e hicieron algunas averiguaciones. Parece ser que hubo otro asesinato hace unas tres semanas. Estrangulamiento por el mismo sistema. ¿Has oído hablar de Stuart Athelny?
-¿El que dirige Athelny Mills?
-Solía dirigirlo. Ahora se ha retirado. Bueno, tiene un museo privado en su casa. Asesinaron a su guarda nocturno. Asesinado por alguien que robó una estatua como la que has descrito.
Kroke apagó su cigarrillo.
-¿En la era atómica? - pregunté.
-No me lo recuerdes más, muchacho. Te dije que lo sentía y es cierto. Lo siento mucho. Lo siento por ti y también ahora, por mí. Porque hasta hoy estaba empezando a creer que se trataba de un caso de lo más simple. Y ahora... -se encogió de hombros.
-¿Qué hay de la encuesta?
-Nada. Se te citará para mañana a las diez. Te llevaremos a Morgan Brothers, el depósito de la funeraria. El abogado de su tía, Arbrot, se ha encargado de todas las diligencias. Hablará contigo más tarde. A fin de cuentas, todo lo que tienes que hacer es declarar que hablaste con tu tía ayer por la tarde y decirle al juez todo lo que puedas recordar sobre lo que ella y tú dijisteis. Después sobre el baile y tu regreso a casa. Eso es todo. Probablemente emitirán un veredicto de homicidio por persona o personas desconocidas, y a partir de aquí es donde nosotros tenemos que entrar en acción, ¡el cielo nos ayude! A menos que obtengamos algo más concreto esta noche.
-¿Ha descubierto dónde fue Tracy ayer por la tarde y por la noche?
-Todavía no, pero seguimos trabajando en esto. Créeme, puede servir de gran ayuda. Y puede que Athelny tenga alguna pista para nosotros. Vendrá esta noche desde Reed Center e imagino que querrá verte. ¿Estarás en casa?
-No me alejaré -prometí-. No me ausentaré hasta que detengan al asesino. Tampoco estoy resentido ya por lo de anoche. Quiero cooperar con ustedes.
-Así debe ser, muchacho. Lo mejor que puedes hacer ahora es seguir las instrucciones. Habla con Athelny esta noche y con el juez mañana. Entonces veremos dónde estamos.
Abrió la puerta.
-Ven y recoge tus cosas.
Bajé, firmé y tomé mi cartera y mis llaves. Entonces me dejaron salir y me encaminé a la sala de visita donde estaba Ann.
Ella se adelantó y durante un momento creí que iba a rodearme con sus brazos, pero me dio la mano, nos la estrechamos como una pareja de extraños que se encuentran por vez primera y bajamos las escaleras.
Su coche era grande y me condujo a casa a toda prisa. Yo no sentía interés por el trayecto, sólo me interesaba lo que ella tenía que decir.
-Eres un condenado tonto -fue lo primero que dijo.
-Pero, Ann...
-No importa. ¿Creíste que ibas a manchar mi nombre, o algo así? Como un héroe que prefiere verse envuelto en un asesinato antes que comprometer la reputación de una mujer. Supongo que no has leído la declaración en el caso de mi divorcio.
-¿Ni siquiera vas a permitirme que te de las gracias? -pregunté.
-¿Gracias por qué? Escucha, mi caballeroso compañero, ¿durante cuánto tiempo crees que hubieras podido mantener mi nombre fuera de todo esto si tenias que presentarte a juicio? Nos vieron juntos en el baile. Los policías seguirían esa pista y se imaginarían muchas cosas. Quizá cosas peores, investigando en los bares, moteles y sitios por el estilo. Así que cuando leí los periódicos, vine en seguida. No es más que por sentido común, Jay. Retiro lo que te dije ayer. Después de todo eres todavía un niño.
Detuvo el coche delante de la tienda. Por supuesto, estaba a oscuras, pero yo tenía las llaves.
-¿Vas a entrar? Tengo que cambiarme y después saldré para comer algo.
-Lo siento. Tengo una cita.
-Oh –exclamé.
Se volvió hacia mí. No pude ver su rostro.
-Jay, lo siento, por ser como soy. Ya sabes lo que quiero decir. Tú sí mereces que te dé las gracias por pensar en mí antes que en ti en una ocasión como ésta. No hubiera servido de nada, pero sé por qué lo intentaste. Fue... muy bonito por tu parte, Jay.
No pronuncié palabra.
-Y también quiero decirte que lo siento mucho por tu tía. Puedo imaginarme cómo te sientes. -Dudó un momento-. ¿Tienes idea de quién puede...?
-No -dije-. Ninguna.
-Ese ídolo, esa Kali. ¿Sabes algo que no contaras a la policía?
-En absoluto. ¿Por qué?
-Porque tengo un amigo que... oh, déjalo. Te lo diré en otra ocasión.
-¿En qué otra ocasión?
-Dentro de unos días. Los dos vamos a estar muy ocupados durante algún tiempo y puede que quizá sea mejor que no se nos vea juntos hasta... ya sabes.
-Seguro. Lo sé. Buenas noches.
-Te llamaré.
-De acuerdo.
Y eso fue todo.
Era extraño encontrarme en la tienda y subir las escaleras completamente solo. La cocina estaba en orden, pero no comí allí. No podía. Tomé una ducha y me afeité, me cambié de ropa y volví a salir.
El Caddy seguía en el garaje, pero lo dejé allí. Por alguna razón no deseaba tomarlo tan pronto. Caminé cerca de una milla hasta los alrededores del colegio antes de entrar en un restaurante para comer. Podía haber ido a la sala de té que hay en el mismo bloque, pero allí habría gente conocida. Preferí comer en otro sitio y regresé sobre las siete y media. Apenas había subido la escalera cuando sonó el timbre.
Abrí desde arriba y el sargento Kroke subió seguido de un hombre grueso. Supuse que debía tratarse de Athelny y así era en efecto.
Nos estrechamos las manos y lo miré de arriba abajo. Tenía una cara rojiza y el pelo blanco como la nieve, pero no parecía viejo. Era el tipo de pelo blanco que se ve en las personas que han envejecido prematuramente; era suave y rizado como el algodón de la barba de Santa Claus.
No hubo nada suave en su apretón de manos, ni tampoco en sus ojos ni en su voz.
-He sentido mucho lo de su tía. Ahora, si no le importa, me gustaría hacerle algunas preguntas acerca del ídolo.
-Como usted quiera. Siéntense.
Se sentaron y no esperé que me preguntara. Conté al viejo Athelny todo lo que sabía. Describí la estatua con detalle, tan bien como podía recordarla.
-No hay ninguna duda -dijo Athelny cuando terminé-. Ésa es desde luego, mi Kali.
Kroke fumaba de nuevo.
-¿Está usted completamente seguro? -preguntó el sargento-. Quiero decir si no puede haber más de una. Se ven gran cantidad de esas cosas, Budas y demás.
-No como Kali. -Athelny se pasó una mano por el pelo-. Sólo he visto tres de ellas en mi vida, y he pasado nueve años en la India.
-Allí fue donde la consiguió, ¿no?
-Sí. Justo después de la guerra. Me márché con una compañía en el año 42, ya usted sabe. íbamos en barco a las bases. Kali proviene de las ruinas del templo cerca de Khaligut, no lejos de Calcuta. Es el original del retablo y he hecho comprobar su autenticidad.
-¿Cuál es su valor?
-¿Se refiere usted para un ladrón ordinario? Nada. Sólo una fea pieza de bronce. Hablando en términos arqueológicos, no tiene precio. No hay un solo museo en todo el país que no quisiera obtener una cosa así.
-¿Cree usted que quizás algún coleccionista le tuviera puesto el ojo?
-El ojo, sí. Las manos, no. Esta estatua de Kali es demasiado rara, demasiado antigua, para que nadie se arriepgue abiertamente. Después de todo se han publicado catálogos de mi colección; todo el mundo sabe que Kali es de mi propiedad.
Kroke asintió.
-¿Qué me dice de otra clase de ladrón? -preguntó-. Usted dice que había ofrecido esa recompensa.
-Sí, mil dólares. El periódico de Reed Center publicó la historia la semana pasada. -Athelny me miró-. Su tía sabía esto, ¿verdad? Y había pensado ponerse en contacto conmigo para el dinero de la recompensa, ¿no?
-Eso es lo que ella dijo, señor Athelny. Tracy sabía perfectamente que era robada. Pero no me explicó cómo lo sabía, ni dónde la consiguió.
-Hummm -alargó su gruñido-. Dígame, ¿tuvo su tía alguna vez una colección propia, como pasatiempo?
-No, que yo sepa. Tenía unas cuantas piezas de Sèvres que había encontrado y que no estaban en venta, pero nada más.
-Nada más que usted sepa. A pesar de todo, eso no la excluye. Ya he tropezado otras veces con ladrones de objetos antiguos.
-Escúcheme, señor Athelny -protesté-, si quiere usted decir lo que creo haber comprendido, mejor será que lo olvide. Mi tía nunca habría robado su estatua, y por supuesto que no iba a estrangular a un vigilante. Y si lo hizo... ¿quién la estranguló a ella? Yo no soy ningún detective, pero está bastante claro para mí que los dos asesinatos los cometió la misma persona.
Al principio creí, por el aspecto de su rostro, que estaba furioso conmigo. Después me di cuenta de que no estaba enfadado. Tenía miedo. Su rostro rojizo había palidecido, y se pasó la mano por el pelo.
Kroke lo notó también.
-¿Se le ha ocurrido algo? -preguntó.
-No... nada -dijo Athelny. Pero habló demasiado aprisa.
-Está bien. -Kroke se echó haca atrás--. ¿Qué nos queda entonces? Usted no cree que se trate de un coleccionista, y tampoco que sea un ladrón vulgar. ¿Quién más puede desear la estatua con tal pasión hasta llegar a matar por ella?
Athelny no respondió, pero volvió a pasarse la mano por el pelo.
-Es posible que yo pueda ayudarle un poco, señor Athelny -dijo Kroke-. Esto de ser detective le lleva a uno a veces a unos lugares muy extraños. Por ejemplo, hace sólo unas horas estuve en la Biblioteca Pública. Me senté en la sala de lectura y estuve documentándome un poco sobre Kali ¿Debo continuar o he sido bastante claro?
-Es suficiente. -Athelny se echó hacia delante-. Pero si leyó usted algo, debió usted descubrir que todo aquello terminó. Sleeman acabó con todo en 1830, hace ya bastantes años. Nunca se volvió a repetir bajo el mandato británico. El culto quedó exterminado y los templos se convirtieron en ruinas. Esta estatua proviene de las ruinas.
-Pero lo mismo el vigilante que Tracy Edwards fueron estrangulados. ¿Qué le sugiere eso?
-Coincidencia. O sentido práctico. Después de todo, es un método rápido y certero, y también tranquilo.
-Pero también es burdo -dijo Kroke-. A menos que el trabajo sea hecho por un experto. Un experto que sepa de anatomía, que sepa dónde debe presionar. Y yo le aseguro que estos asesinatos fueron obra de un experto.
-¡Le digo que es imposible! -Athelny habló fuerte, y tuve la idea de que lo hacía más para convencerse a sí mismo que para convencer a Kroke-. Todos están muertos y enterrados desde hace más de un siglo. A menos que se trate de un maniático con un repulsivo sentido del humor, con el propósito de asustarnos a todos...
Le interrumpí.
-¿Le importaría ponerme al corriente de lo que estén hablando? -pregunté.
Kroke me miró y asintió.
-He aquí lo que he descubierto esta tarde sobre tu amiga Kali. Kali, alias Deva, alias Durga, alias Chandi, alias Bhowanee, alias una docena más de largos nombres hindúes, fue una damita bastante importante, como esposa de Siva el Destructor, uno de los Tres Grandes de su religión. Y ella tuvo bastantes seguidores.
-¿Quiere usted decir adoradores?
-Eso es, adoradores. Pero hicieron algo más que adorar. Hicieron sacrificios. El culto se llamaba Thugee o Thuggee. De ahí viene nuestra palabra "thug" . ¿Has oído alguna vez hablar de los thugs, muchacho?
Algo me pareció recordar.
-¿No eran los estranguladores?
-Ahora ya lo sabes. Eran estranguladores profesionales., Era su modo de adorar a la Madre Oscura, corno la llamaban. Nunca derramaban sangre, sólo estrangulaban con un nudo corredizo. Deambulaban por la India en grupos, de todas partes, desde veinte hasta doscientos. Pasaban por mercaderes, viajantes o peregrinos religiosos. Todo el mundo recorría las carreteras en aquellos tiempos en dirección a los templos, y gustaban de caminar en grandes grupos para protegerse contra los ladrones. Las bandas de thugs avanzaban hasta encontrar otro grupo descansando junto a la carretera, y entonces se unían y continuaban juntos. Y así seguían durante varios días e incluso varias semanas. Todos muy amigos, compartiendo la comida, haciendo las guardias por turnos. De súbito, una noche se daba una señal en el campamento. Los burkas y los Kuboolas entraban en acción.
Miró a Athelny que asintió despacio.
-Como ves, era un culto religioso verdaderamente desarrollado; aquellas gentes vivían sólo para adorar a su diosa, pasándose sus rituales de padres a hijos a través de las generaciones. Para llegar a ser un thug, un joven tenía que empezar como explorador, y aprendía a seleccionar víctimas de las caravanas. Entonces se le enviaba con un hombre más viejo que le enseñaba a matar, a estrangular en silencio como un experto. Recibía lecciones regularmente durante años. Luego se convertía en kuboola, un novicio, y viajaba con las grandes caravanas y observaba. Después de esto se graduaba para shumshea, que es como una clase intermedia. Era el ayudante.
Por la forma en que Athelny asentía, comprendí que todo esto lo conocía. Y empezaba yo a comprender el motivo de su miedo.
-Ya puedes imaginarte la escena, muchacho. La caída de la noche en una carretera de algún lugar de. la India, la entrada de la noche en aquel país, hace unos ciento veinticinco años. Sin aviones, sin coches, sin electricidad, sin policía organizada. Sólo pequeñas caravanas que viajan hasta el atardecer, y después acampan alrededor del fuego, durmiendo en carretas o al aire libre.
»Los thugs se han infiltrado, y forman parte de la caravana. Se han hecho amigos de todos, han compartido la comida, incluso han cortejado a las mujeres. Una docena de ellos se encuentran en las cumbres de las colinas, vigilando para que no se acerquen los ladrones. En realidad vigilaban para asegurarse que nadie vendrá a perturbarlos.
»Los dirigentes, los jefes bhortutes, están sentados rodeando el fuego después de la comida. Se pasan el vino y la cerveza. El fuego es pequeño, y varias flias de viajeros se sientan alrededor. Sólo que esta noche, la fila más cercana al fuego está compuesta por los shumsheas, los ayudantes. Y la más alejada, por los burkas, los verdaderos asesinos. Los inocentes miembros de la caravana se encuentran encerrados en el centro.
»Entonces llega la señal. Puede que en forrna de un ruido, o que se trate de una palabra en ramasi, la lengua secreta con la que los thugs se dan a conocer unos a otros en los caminos. Fuere lo que fuere, sólo necesitan un momento para lo que ocurre después.
»Los ayudantes, o sujetadores de manos, aguantan los brazos y manos de sus víctimas. Y detrás de cada cabeza, se levanta un burka con un cordón que ha sacado de su cinturón o ropaje. No se oye ni un ruido. No hay nunca un solo ruido cuando los phansigars son diestros. En un instante todos los miembros de la caravana han muerto. Los burkas recogen los cuerpos y los novicios abren las tumbas, enterrando los cadáveres bajo el polvo de las encrucijadas del camino.
Kroke tomó otro cigarrillo.
-Suena a pesadilla, ¿verdad? Pero es cierto todo lo que he dicho. Los thugs mataron a cientos de miles, quizá millones, antes de que se sospechase de ellos y la policía militar los exterminase.
-Pero fueron exterminados -dijo Athelny-. Eso también es verdad y es algo muy importante. Thuggee ha muerto. No hay más thugs.
-Los nombres no tienen importancia -le dijo Kroke-. Puede que no se llame a sí mismo un thug, nuestro asesino. Pero actúa como uno de ellos y mata por Kali. -De repente avanzó el cuerpo y sujeró a Athelny por un brazo-. ¿Qué hace usted con eso? -preguntó.
Miré las manos de Athelny. Sujetaba un trozo de hilo, un hilo largo que había arrancado de la manga de su chaqueta. Sentado allí, escuchando la historia de Kroke, había estado jugando con él.
¿Jugando? No era eso exactamente. Era sólo un trozo de hilo, pero las manos de Athelny lo habían convertido, con suma pericia, en una perfecta miniatura del nudo corredizo de un ahorcado.
CAPÍTULO V
Nada en claro se sacó de aquello. El viejo Athelny no aceptó el confesar que se había dedicado a estrangular gente para apoderarse de una estatua que ya le pertenecía.
Todo lo que ocurrió fue que se sintió enloquecido. Kroke tuvo que calmarlo diciéndole que se mantuviera en contacto con él y haciéndole prometer que vendría a echar una mirada a cualquier sospechoso que apareciese.
Entonces se marcharon dejándome solo.
Había aprendido un algo esta noche, algo acerca de los thugs, y un poco sobre el sargento Kroke. Francamente, antes de esta tarde no me había producido ninguna impresión, pues no parecía ser muy inteligente, ni una teoría brillante, nada en absoluto, excepto el modo en que habla ido tras la historia sobre Thuggee, la había aprendido de memoria y la había empleado.
Pensándolo bien, me di cuenta del motivo por el que contó esa historia. Estaba alerta a mis reacciones y también a las reacciones de Athelny. Por eso se lanzó sobre Athelny cuando vio que sus manos habían estado elaborando el hilo. Quizá pensó que asustándolo podría sacarle algo. Un viejo truco.
Pero no le había servido.
Me fui a la cama después de un rato, y me pareció estraño encontrarme solo en la casa. ¿Solo? Empecé a hacer conjeturas.
Sentí miedo. Por lo tanto me levanté y bajé a comprobar si las puertas y ventanas estaban bien cerradas. ¿Quién podía atacarme? Después de todo, Tracy había muerto la noche anterior, había muerto en la oscuridad. Y puede que el asesino estuviera loco, y que regresase.
Permanecí largo tiempo echado en la cama, casi esperando oír un ruido. Incluso me dejé las gafas puestas a oscuras, por si algo sucedía. Pero no se produjo ningún ruido, y finalmente me despojé de las gafas y me dormí.
No fue un sueño profundo ni me sentí descansado al despertar. Pero al menos había pasado la noche, estaba libre y en mi propia cama, lo cual ya era mucho.
Justo después del desayuno tuve una llamada telefónica de August Arbrot, el abogado de Tracy. Me habló de los arreglos que había hecho con vistas al funeral para el día siguiente, y también, de la encuesta, que entonces me vería y podríamos hablar.
Le di las gracias y me encaminé a prepararme el desayuno. Fue una comida bastante triste, solo en la cocina.
La encuesta fue también bastante triste. Kroke vino a buscarme en un ooche celular y nos dirigimos al depósito de la funeraria. Me imaginé que estaría nervioso y que pasaría un mal rato cuando el coronel me interrogase, pero no hubo nada de eso. Parecía aburrido, y también los miembros del jurado y los policías. Las preguntas no duraron más de cinco minutos, y no se llamó a ningún otro testigo. Esto significaba que Kroke no tenía ninguna pista. Supongo que por eso me sentía tan triste.
August Arbrot estaba allí. Después del veredicto, que fue exactamente tal como Kroke había dicho, fui a hablar con él. Almorzamos juntos en la ciudad, y charlamos del negocio y de todo. Tracy no había dejado ningún testamento, pero no tenía más pariente que yo. Todo hacía suponer que el negocio pasarla a mí, al menos cuando cumpliese veintiún años en diciembre. Hasta entonces, Arbrot prometió hacerse cargo de él, ocuparse de una revisión de cuentas y de lo del juzgado. Quiso hablar conmigo sobre la tienda, aconsejarme que tomase a alguien para que me ayudase, pero no le dejé continuar.
-No la abriré hasta que hayan transcurrido unas cuantas semanas, no hasta que todo esté claro -dije.
-¿Qué le hace pensar que se va a aclarar tan pronto? -preguntó-. ¿Tiene usted alguna pista?
-Ninguna. ¿Y usted?
Sacudió la cabeza.
-Yo me ocupaba de los asuntos de su tía. Lo único que puedo decirle, y todo lo que pude decir a la policía, es que en ese aspecto todo está en orden. En cuanto a su vida privada, nada sé.
Tampoco yo. A propósito, Tracy no tenía lo que llamaríamos vida privada. Montones de conocidos, personas para los que había hecho algún trabajo, pero pocos amigos. Y eran en su mayoría viudas o mujeres de negocios como ella misma, o profesores y sus esposas.
Muy raras veces iba a reuniones o a fiestas; entre el trabajo de sacar adelante la tienda y de cuidar de mí, siempre tenía ocupado todo su tiempo.
Afirmaría que no había conocido a ningún thug, ni a maniáticos, ni a criminales profesionales. Era difícil tener ninguna pista.
Regresé a la tienda muy pensativo aquella tarde. Mantuve la puerta cerrada y ningún cliente trató de entrar. Todos habían leído los periódicos, claro.
Permanecí sentado, mirando la pared blanca, esperando la chispa de inspiración, o de intuición, o de simple lógica, que se supone debe existir cuando se desea resolver un crimen. Nada sucedió.
Nada ocurrió hasta que sonó el zumbador de la puerta lateral, y dejé entrar al sargento Kroke.
-¿Ocupado? -preguntó.
-No, estaba sentado aquí.
-Bien. Pensé que quizá le gustase dar un paseo.
-¿Dónde vamos?
-Al colegio. Después de todo, los muchachos se las han arteglado para descubrir algo. Tu tía cenó anteanoche en la sala de té, y más tarde hizo una visita al profesor Cheyney.
-¿Cheyney?
-Nunca lo he visto, pero iba a conocerlo. Tracy dijo algo sobre que llegaría a un acuerdo con él para que me diese un curso de estudios. Mitología o algo por el estilo.
-Sabes que él es un orientalista, ¿verdad?
-¿Kali?
Kroke asintió.
-Eso espero. Es lo que pienso averiguar. ¿Quieres venir?
Me puse en pie.
-Vamos. Y... gracias por pedírmelo.
Me palmeó el hombro.
-Supongo que te debo algo por el mal rato que te hice pasar. Pero recuerda que sólo vienes para dar el paseo. Déjame hablar a mí.
-De acuerdo.
Cuando salíamos anochecía, subimos al Plymouth de Kroke y nos encaminamos a las afueras.
Cheyney, según supe después, era sólo un profesor auxiliar, y no disponía de un despacho en el colegio, sino de las aulas. Sus alumnos eran en su mayoría grupos que se dedicaban al estudio de la investigación en sus propias casas, porque no había muchos estudiantes que fuesen a Pointville a estudiar filosofía oriental y cosas por el estilo.
Nos dirigimos a su casa, vivía en la avenida Fuller.
-¿Qué piensas de Athelny? -preguntó Kroke durante el camino.
-¿Quiere usted decir si me gusta? ¿O si creo que está complicado en los asesinatos?
-Las dos cosas.
-No me gusta. No creo que sea un asesino, pero presumo que sabe más de lo que nos dijo.
Kroke emitió un gruñido.
-Debería usted averiguar dónde estuvo anteanoche.
Kroke volvió a gruñir.
-¡Por favor, muchacho! Después de todo no somos unos principiantes. Lo tenemos vigilado por la gente de Reed Center, desde el asesinato del vigilante; su coartada se ha comprobado cuidadosamente. Y anteanoche estuvo jugando al póquer en el Club Athletic con el senador Crawford hasta las tres de la madrugada.
-Lo siento. No era más que una idea.
-Nosotros también tenemos ideas. Así que no te preocupes. Athelny no es nuestro hombre. ¿Pero qué te hace suponer que sabe más de lo que dice?
-Porque no fue sincero y no nos habló desde el primer momento de los thugs, ni explicó de quién obtuvo la estatua.
-Tienes razón. Hemos llegado.
El profesor Cheyney vivía en una de esas casas antiguas rodeadas de una balaustrada. Echamos a andar por el sendero bordeado de árboles y llamamos a la puerta.
Él mismo salió a abrirla.
-Soy el sargento Kroke -dijo mi compañero- y éste es Jay Thomas. Pensé que podía venir con él.
-Por supuesto. Entre, sargento, le estaba esperando. –Estrechó la mano de Kroke y después la mía-. De modo que usted es el sobrino de Tracy. -La sonrisa se borró de su rostro-. Puedo decirle cuánto lo siento, muchacho. ¡Qué horrible! Su tía y yo éramos muy buenos amigos. Ella hablaba frecuentemente de usted, pero entre, entre.
Nos condujo a través del vestíbulo hacia la biblioteca. Las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros, y había quizás una docena de grandes sillas esparcidas por allí. Probablemente era donde daba sus clases particulares. Nos sentamos. Él tomó asiento detrás de su mesa. El sol entraba por su derecha y podía verlo muy bien.
No estaba mal para ser un profesor. Quiero cecir que no era amanerado ni tampoco iba vestido de manera lamentable. Llevaba puesto un traje de piel de tiburón azul oscuro de aspecto flamante y una corbata marrón. Estaba perdiendo el pelo en las sienes, pero no podía tener más de treinta y cinco años. Al verlo en la calle, probablemente parecería un hombre de negocios, dedicado a los seguros, pues tenía la sonrisa fácil y la voz profunda, con la que se eleva una póliza de seguro de vida por mil dólares, a una doble indemnización de diez mil.
Doble indemnización. Eso me hizo pensar en Tracy y en su seguro, en el porqué estábamos alil. Aparté mis pensamientos y me concentré en lo que Kroke estaba diciendo.
-¿A qué hora llegó la señorita Edwards?
-Sobre las nueve y media, yo diría que incluso más tarde. Sé que era bastante tarde, porque casi había terminado de corregir el montón entero de ejercicios de mis alumnos.
-¿Puede usted hablarnos con detalle del motivo de su visita, profesor?
El profesor Cheyney sacó su pipa y una bolsa de tabaco y la encendió mientras Kroke buscaba un cigarrillo.
-Tracy, la señorita Edwards, tocó el timbre, tal como he dicho, sobre las nueve y media de la noche del lunes. Abrí y la hice pasar.
-Un momento, profesor, ¿vive usted solo aquí?
-Perdí a mi esposa hace dos años. -Soltó una bocanada de aromático humo-. Una mujer me hace la limpieza dos veces por sernana, y eso es todo.
-Perdone la interrupción. Continúe, por favor.
-La señorita Edwards entró aquí, en el estudio, mientras yo terminaba mi trabajo. Después pasamos a la sala y hablamos. Le preparé una bebida. -Hizo una pausa y nos miró-. A propósito, ¿quiere alguno de ustedes...?
Ambos negamos con la cabeza y él continuó:
-Anticipándome a una pregunta que seguramente quiere usted hacerme, sargento. Ella parecía de excelente bnen humor. Al principio creí que simplemente había venido a visitarme, a pesar de lo tardío de la hora. Pero empezó a hablar de su sobrino.
Movió la cabeza hacia mí y sonrió.
-Estaba discutiendo las posibilidades de que le preparase el programa de un curso a seguir, una lista de obras recomendables sobre mitología. Tenía planes para el sobrino en su negocio, y deseaba que adquiriese algunos conocimientos básicos. Le dije que con mucho gusto le prepararía algo, y también me tomé la libertad de sugerirle que visitase al profesor Cavendish para que le proporcionase una lista similar sobre las bellas artes.
Cheyney se echó hacia adelante.
-Entonces tomó otra copa y me habló de Kali, pidiéndome que llamase a Stuart Athelny en su nombre.
Se echó hacia atrás esperando alguna objeción. Después continuó.
-¿No le dijo nada Athelny de esto?
Kroke sacudió la cabeza.
-Ni una palabra. Será mejor que nos lo cuente usted.
-Bien. Tracy, por supuesto, no quiso decirme dónde obtuvo el ídolo. Se mostraba un poco esquiva, como si disfrutase siendo misteriosa. Todo lo que dijo fue que, por accidente, había encontrado por la tarde una pieza curiosa. Y entonces me la describió.
»Claro que por la descripción la reconocí en el acto. –Se sonrió-. Oh, no es lo que usted se figura. No soy una enciclopedia. Pero había leído sobre lo de Reed Center, y lo había seguido pues conocía la estatua y su historia. A propósito de esto, Stuart Athelny me llamó hace varios años cuando recibió la pieza y me pidió que comprobase su autenticidad. Leí lo del asesinato, la desaparición de Kali, y conocía lo de la recompensa.
»Tracy quería que yo llamase a Athelny, que le dijese que había localizado la estatua, y reclamase la recompensa por su cuenta.
-¿Por qué no lo llamaba ella misma? -preguntó Kroke.
-Esto es lo que me pregunté yo, pero ella me lo explicó de este modo: había entrado en posesión de Kali bajo circunstancias bastante extrañas y no estaba dispuesta a revelarlo. Ni a Athelny, ni tampoco a mí. Y si ella se proclamaba propietaria del ídolo para cobrar la recompensa, naturalmente habría publicidad y no le gustaba. Por eso acudió a mí. Deseaba que dijese que yo era quien había encontrado la estatua, o mejor dicho que alguien la había dejado aquí en mi casa.
-No engañaría a nadie –comentó Croke.
-¡Exactamente! Claro, traté de decírselo. También intenté que me dijese dónde la habíla adquirido. Para serle a usted completamente franco, debo admitir que le serví una tercera y cuarta bebida en un esfuerzo para que soltase la lengua, pero no dio resultado.
El profesor Cheyney volvió a llenar su pipa.
-Ordinariamente, confieso que no hubiera permitido verme mezclado en semejante asunto. Pero Tracy es, era, una buena amiga para mí. Y quedaba dentro de lo posible que Athelny no investigase a fondo, desde el momento en que la estatua le fuese devuelta. Yo sabía cuánto significaba para él esa pieza en particular.
-¿Qué significaba en realidad? -preguntó Kroke, muy interesado repentinamente.
-Supongo que no está usted muy familiarizado con las peculiaridades de los coleccionistas. Le aseguro, sargento, que son más fanáticos que ningún otro aficionado. El procurarse y poseer en su colección privada un objeto raro, como Kali, representa un triunfo considerable. Y conociendo, como conocía, los gustos de Athelny después de todo, el hombre debía haber gastado una fortuna en su colección, habiendo edificado en su casa un ala especial, así como el emplear un vigilante o guarda permanente... puede suponer con toda razón que Kali significaba mucho para él. Particularmente en vista de su larga y sangrienta historia.
-¿Qué opina de eso? -preguntó Kroke-. ¿Conoce usted la historia del ídolo?
-Algunas cosas, por supuesto, ya las sabía. Conocí algunamás el lunes por la noche.
-¿Por la señorita Edwards?
-No, por Ghopal Singh. Tuve la feliz inspiración de llamarle a él y a su hermana. Incluso a pesar de que era tarde, pensé que podía interesarles.
-¿Quiénes son?
-Dos miembros de mis clases sobre religiones orientales. Son hindúes. Yo diría que pakistaníes de Calcuta. Están aquí debido a un intercambio de estudiantes.
-¿Vinieron a hablar con la señorita Edwards la noche del lunes?
-Sí.
-¿Por qué no me lo dijo usted antes?
-Mi querido sargento, si lo reeuerda, me telefoaeó usted pidiéndome una entrevista para que le diera toda la información que poseo. Esto es lo que estoy haciendo ahora.
-Lo siento. A propósito, ¿dónde puedo encontrar a los jóvenes Singh?
-Viven en Pinkley Hall, pero no necesita usted molestarse, ya que los espero de un momento a otro. Lo cual me recuerda -añadió Cheyney echando una mirada a su reloj-, que tendrá usted que perdonarme dentro de media hora. Los Singh y yo estamos invitados en la recepción de Reed Center.
-¿Quién da la recepción?
-El Nizam de Chandra. Resulta que es primo y el encargado de asegurar sus becas de intercambio aquí. A propósito de esto, y es estrictamente confidencial, tengo esperanzas de persuadirlo que para conmemorar su estancia aquí se establezca una cátedra de orientología en el colegio. Por lo tanto, confío en que comprenden ustedes por qué tengo tanto interés en esa cita.
-Comprendo. -Kroke agitó una mano-. ¿Pero qué hace ese rajá en Reed Center?
-Es un Nizam, no un rajá. -El profesor sonrió-. Veo que el señor Athelny estuvo muy lejos de franquearse con usted. Resulta que el Nizam pasará varios meses en nuestro país. Va a visitar Washington, según creo, para ver al presidente, Hollywood para ver a Debbie Reynolds, y a Reed Center para ver a... Kali.
-¿Cómo se ha enterado usted de eso? ¿O es que está sólo haciendo conjeturas?
-No son suposiciones. Ya le he dicho que Chopal y Parvati Singh son sus primos. Ellos sabían que venía y me lo dijeron. Y también me dijeron que había planeado este viaje a Reed Center sólo para inspeccionar a Kali... y probablemente hacer una oferta para comprársela a Athelny.
-¿Por qué? ¿El Nizam es también coleccionista?
-No que yo sepa. Pero esta estatua singular de Kali proviene de las ruinas del temblo de Khaligut, en la provincia del Nizam. Su gente apreciará que su jefe regrese con un objeto que entraña tal historia e importancia religiosa.
Kroke se enderezó.
-¿Quiere usted decir que todavía adoran allí a Kali?
-No. Y usted habrá probablemente descubierto que el Tuggee es un culto desaparecido. Pero Deva, bien en su aspecto benigno o maligno, es todavía una figura muy significativa en el panteón hindú. En su templo, en Khaligut, hubo una vez una influencia dominante en los asuntos de Estado de Chandra.
-¿Sabía usted todo esto cuando la señorita Edwards vino a verle?
-Algo de eso, sí. El resto lo supe por Ghopal Singh. Él y Parvati vinieron en respuesta a mi llamada, a pesar de lo tardío de la hora.
-¿Qué hora, exactamente?
-Yo diría que era un poco después de las once cuando llegaron. Afortunadamente, acababan de salir del cine, y todavía no se habían acostado.
-De manera que usted les habló de la estatua.
-Naturalmente, ambos estaban terriblemente excitados. Y estuvieron de acuerdo con mi plan.
-¿Cuál era?
El profesor Cheyney dudó.
-No me va a ser fácil el decírselo.
-Vamos, continúe.
-Después de contar a los Singh las circunstancias del caso, o al menos todas las que la señorita Edwards me había revelado, hice esta sugerencia. ¿Por qué no serían ellos los que llamasen al señor Atbelny y le informasen de la recuperación de la estatua de Kali? Bajo esas circunstancias, ni mi nombre ni el de la señorita Edwards se verían complicados, y no habría ninguna investigación embarazosa.
-¿Pero por qué iban ellos a decírselo al señor Athelny?
El profesor Cheyney sonrió-
-Sugerí que dijesen que habían adquirido la estatua a un traficante forastero, que se había dirigido a ellos el día antes para preguntarles si les interesaba comprar una figurilla hindú. Ghopal, al reconocer la estatua y no sabiendo nada del asesinato, había estado de acuerdo en pagar por ella cien dólares. El forastero rehusó decir su nombre ni cómo había entrado en posesión de Kali, Ghopal no insistió debido a las circunstancias.
-¿Cree usted realmente que Athelny hubiera creído una historia semejante?
Cheyney se encogió de hombros.
-No se lo puedo decir. Él deseaba recuperar su ídolo, lo deseaba tanto al menos, como para ofrecer una recompensa de mil dólares.
-¿Dice usted que llamó a Athelny? -preguntó Kroke.
-Ghopal y Parveti, después de discutir un poco, estuvieron de acuerdo. Admito que empleé toda mi persuasión. Francamente, deseo que esa cátedra de orientología se establezca en este colegio, y me gustaría encargarme de ella. Siendo ellos el instrumento por medio del cual Athelny recuperaba a Kali a tiempo para la llegada de su primo, el Nizam, para verla, y si después podía comprarla a Athelny, podía muy bien servir para decidirse a hacer el necesario desembolso.
-Parece muy complicado, pero intuyo adonde quiere llegar. Usted y la señorita Edwards a salvo, los chicos como unos héroes, y todo el mundo feliz. Apostaría a que tenía ya usted otro plan esbozado para convencer a Athelny a que vendiera la estatua al Nizam.
El profesor Cheyney sonrió.
-Pues sí; es verdad -admitió-. Pero no tiene nada que ver con este caso.
-La llamada -insistió Kroke.
-Oh, sí, la llamada. Nos pusimos en comunicación con Reed Center poco después de medianoche, y nos enteramos que el profesor Athelny había salido.
-¿Con quién habló usted?
-Con el ama de llaves, creo. No sabía cuándo regresaría.
-¿Dio usted su nombre?
-No. Pregunté si estaría en casa al día siguiente, y dije que volvería a llamar.
-Y después ¿qué?
-Ghopal y Parvati se marcharon, y la señorita Edwards se fue casi en seguida.
-¿A qué hora?
-A las doce y media o la una menos cuarto, pues era la una cuando me acosté.
-¿Se marchó sola la señorita Edwards?
-Le pregunté si deseaba que la acompañase, pero rehusó. Tenía unas ideas bastante definidas sobre las conveniencias. A decir verdad, creía que si Jay estaba de regreso y nos veía llegar a los dos juntos, podía sorprenderse un poco.
-¿Eh? -fue mi primera contribución a la conversación. Nunca pensé en la actitud de Tracy hacia mí bajo ese aspecto. Resultaban irónicas sus preocupaciones... ya que en ese momento me encontraba en la casa de Ann.
-¿Hay algo más que desee saber? -preguntó el profesor Cheyney echando otra mirada a su reloj.
-No exactamente...
Sonó el timbre de la puerta.
-Perdóneme - dijo Cheyney. Se levantó y salió de la habitación. Al momento regresó con Ghopal y Parvati Singh.
CAPITULO VI
Ghopal Singh resultó una sorpresa. Tendría más o menos mi edad y complexión, con los iguales ojos y pelo oscuros, y su piel tenía también el mismo color que la mía después de un verano al sol.
Si Ghopal fue una sorpresa para mí, Parvati fue un choque. Oh, era morena y delgada, con el pelo negro y los grandes ojos oscuros que yo me figuraba, pero iba peinada con un gran moño y se vestía con uno de esos trajes de noche dorados, de hombros descubiertos, y unos guantes largos, como esas modelos de «mírame no me toques» que se ven en Vogue, sólo que ella no era huesuda, ni sin formas, y no tenía aspecto de ser tan intocable. No es que hablase mucho, pues Ghopal llevaba la mayor parte de la conversación, pero tenía una forma especial de mirar a uno con aquellos grandes ojos oscuros que...
Por el momento traté de concentrarme en lo que estiba diciendo el profesor Cheyney. Nos había presentado. El profesor les estaba informando quién era yo y lo que Kroke deseaba.
-Estoy seguro que cooperarán ustedes respondiendo a sus preguntas -dijo. Después se volvió a Kroke-. Pero debo pedirle que sea usted lo más breve posible, si no le importa. Debemos salir para Reed Center en seguida si queremos llegar a tiempo.
-Por supuesto.
Kroke se volvió hacia los hermanos.
-El profesor Cheyney nos ha dicho que estaban ustedes aquí la otra noche, cuando estaba la señorita Edwards.
-Efectivamente, sargento. -Ghopal no tenía acento, peto me di cuenta de que su inglés era demasiado perfecto, y no el que se emplea en la conversación.
-¿Alguno de ustedes había visto a la señorita Edwards con anterioridad?
-No, que yo sepa.
-Yo sí -dijo Parvati con voz suave-. El año pasado por Navidad, entré en su tienda para comprar un regalo para la dueña de la casa donde vivimos. Pero ella no me recordó la otra noche.
-Ya. -Kroke no parecía muy interesado en las preguntas ni en las respuestas-. ¿Conoce alguno de ustedes a Stuart Athelny?
-¿El hombre de cuyo museo robaron a Kali? -preguntó Ghopal. Al asentir Kroke, él continuó-: No, pero Parvati y yo habíamos visitado su colección.
-¿Cuándo fue eso?
-Oh, hace muchos meses. A principios de primavera. Y allí vimos a Kali.
-¿La reconocieron ustedes?
-Por supuesto. La vi cuando era un niño, en palacio. Eso es cierto, ¿verdad, Parvati?
-Sí. Estaba en la alcoba, junto a la sala de los banquetes.
Kroke volvió a tomar uno de sus finos cigarrillos.
-¿Se criaron ustedes en un palacio?
-En el palacio de nuestro primo, el Nizam.
-El Nizam... ¿qué clase de hombre es?
Ghopal miró a Parvati pero no dijo nada.
-Quiero decir si está... bien, civilizado.
-El Nizam es un caballero muy culto -dijo Ghopal despacio-. Se educó en este país, creo que en la universidad de Wisconsin.
-¡No me diga! -Kroke pareció sorprendido-. Y supongo que en su palacio tendrá todas las comodidades modernas.
-Sí. El Nizam también pilota su propio avión -añadió Parvati- Es como usted dice, moderno y está completamente civilizado.
-Y a pesar de eso poseía a Kali.
-En efecto. En su palacio hay estatuas de todos los dioses y diosas. Es su deber rendirles culto. En privado, por supuesto, él tiene otras creencias.
-Es curioso -dijo Kroke con el ceño fruncido-. Usted dice que solían ver esta estatua en el palacio, cuando eran niños. Pero el señor Athelny dice que la compró a unos nativos, que la tomaron de las ruinas del templo de Khaligut.
-¡Athelny miente! -dijo Ghopal en tono fuerte-. ¡Fue robada!
-¿Es cierto eso? ¿Tiene alguna idea de quién lo hizo?
-El mismo Nizam la robo - declaró Ghopal.
-Pero él era ya su dueño, ¿no?
-Nadie es dueño de los dioses. Es obligación del Nizam rendir culto y proteger las sagradas imágenes, pero él se burla de la religión de su gente. Ha vuelto la espalda al camino de la justicia y al sendero de la verdad. Cuando yo era un niño recuerdo haber visto a sus agentes ir a la raj británica y ofrecer los fabulosos tesoros de los templos a aquellos que pagasen en oro. Siempre se decía que habían sido robados, pero yo sé la verdad. Los agentes actuaban para el Nizam, y la gente no lo sabía, pues él se lamentaba con piadoso horror ante cada nueva pérdida. Después, durante la guerra, cuando llegaron los americanos, continuó con sus manejos. Robaba las estatuas, arrendaba las tierras, forzaba las sudras de labor y se embolsaba los beneficios. Sus manos apestan de corrupción y de sangre. Ha traicionado a los dioses y éstos, inmisericordes, le castigarán.
El profesor Cheyney palmeó el hombro de Ghopal.
-Estas palabra son muy fuertes, hijo -comentó-. Pero estoy seguro que al sargento Kroke no le interesan tus ideas políticas...
-¿Palabras? -Ghopal casi temblaba-. Cuando yo regrese a Chandra se convertirán en hechos. Los días de mi primo en el trono están contados, y...
-En realidad, debemos mercharnos ya -dijo Cheyney-. Lo siento, sargento. Podemos continuar esta discusión mañana si tiene usted más preguntas que hacer.
-Creo que eso es todo -respondió Kroke-. Al menos que alguno de ustedes tenga otra información.
-Lo siento -dijo Parvati. Me miró-. Era su tía una mujer tan agradable.
-Gracias -dije.
-¿Listos? -Cheyney estaba junto a la puerta-. Póngase en contacto conmigo, sargento, si cree que puedo ayudarle.
-Por supuesto. Y gracias.
Kroke y yo los seguimos a través del vestíbulo, bajamos los escalones del porche, y Cheyney echó la llave a la puerta.
Ghopal se instaló detrás del volante de un gran Lincoln negro, y su hermana y Cheyney se reunieron con él.
El sargento y yo los estuvimos mirando mientras se alejaban.
-Algo es algo -comenté.
-Sí -Kroke dio a su viejo Plymouth una mirada de asco-. Bien, ¿qué me dices de todo esto?
-Que ahora parece como si existiese un motivo justificado para robar la estatua -repuse-. Cualquiera que supiera que el Nizam la deseaba podía imaginar que valía mucho más que una recompensa de mil dólares.
-Bueno, los tres lo sabían. ¿Cuál es tu candidato?
-Ghopal odia al Nizam. Pudo robarla, pero no creo que lo hiciera. Tampoco creo que su hermana sea capaz de estrangular a nadie.
-Te sorprenderías -me dijo Kroke-. El trabajo de un experto requiere nervio, no fuerza. ¿Y qué me dices del profesor?
-Habla demasiado. Pero Tracy confiaba en él.-Entramos en el Plymouth y nos alejamos-. ¿Qué cree usted? –pregunté.
-No lo sé todavía. Es necesario hacer algunas comprobaciones más.
-¿Va usted a ver al Nizam? Me parece que es muy importante. Debe haber traído gente con él, criados y demás. Puede que uno de ellos sea un thug.
-Ya no quedan thugs. Pero no te preocupes, iremos a visitar al Nizam y a su comitiva, tan pronto como podamos.
Kroke me dejó en la esquina cerca de la tienda. Compré un periódico, entré y me puse a leer lo que decía de mí y de mi liberación. Se había publicado la coartada que Ann me proporcionaba, pero sin hacer muchos comentarios. Me alegré de esto, pero no tanto por el motivo, ya que en cambio se extendían en el relato del estrangulamiento. Un reportero habla ido también a la biblioteca pública, y junto a los hechos acaecidos había también un comentario sobre los thugs, y los phansigars. También habían entrevistado a Athelny en Reed Center, y asociaban los dos asesinatos. En la segunda página publicaban su relato y una fotografía da la estatua.
En la página tercera habla aún otra historia: la referente a la recepción que Athelny daba al Nizam de Chandra. Algo muy importante, ya que hasta el gobernador estaba invitado y toda persona sobresaliente parecía que iba a asistir.
Bien, ¿y por qué no? Yo no era nadie en particular y no tenía invitación, pero deseaba ir. Merecía la pena intentarlo.
Me afeité de nuevo, me vestí de azul y salí a buscar el automóvil. Eran más de las seis y tenía cuarenta minutos de viaje por delante, pero lo hice en treinta.
El Park Elms es el mayor hotel de Reed Center. Me acerqué a la mesa del recepcionista y le pregunté dónde se celebraba la reunión.
-En el piso noveno. Sólo con invitación.
-Gracias. -Y me alejé.
-No empieza hasta las nueve, ya sabe. La cena del Nizam acaba de empesar.
-Oh, sí. ¿Dónde es eso?
-Planta novena. Tiene ocupado lodo el piso. -El empleado me miraba fijamente ahora-. ¿Es usted reportero?
-No.
-Bien, recuerde que no se admite a nadie sin la invitación.
-Por supuesto.
Me di la vuelta y me alejé para volver a entrar por una puerta lateral. Apreté el botón del ascensor. Empezamos a subir.
-¿Qué piso, por favor? - dijo el operador.
-Nueve.
-Lo siento, señor. Tengo que ver su invitación.
-¿Invitación para qué?
-La planta novena está reservada exclusivamente para el Nizam de Chandra.
-¿Desde cuándo? -pregunté-. ¿No está Charley Thompson en su antigua habitación?
-¿Quién, señor?
-Charley Thompson. Viaja para Allis-Chalmers como representante de aperos de labranza, y viene por aquí una vez al mes siempre por estos días. Su habitación es la 909.
-Será mejor que lo compruebe en la recepción.
El ascensor volvió a descender y me encontré de nuevo en el vestíbulo.
Entonces me encaminé a otro elevador.
-¿Piso, por favor?
-Diez.
Aparentemente podía dirigirme allí. Salí y esperé que se cerrase la puerta del ascensor; entonces caminé hasta encontrar la señal de salida y las escaleras. Bajé los escalones de dos en dos y empujé con fuerza la puerta que conducía a 1a planta novena.
Alguien empujó por el otro lado. Yo volví a empujar.
Se abrió la puerta de golpe y casi salí despedido.
-Perdón, señor.
No había duda, el gran hombre barbudo era un hindú. Tenía la piel marrón oscuro y llevaba un turbante carmesí y unos pendientes.
-¿Tiene usted la invitación?
Olía a perfume, y su voz era suave. Le dirigí una amplia sonrisa.
-Bueno, en realidad no la tengo. Pero creo que el Nizam desea verme.
-Su excelencia está a la mesa. ¿Su nomtbre?
-Jay Thomas.
-Le hablaré más tarde, sar. Quizá se pueda arreglar una cita.
-Pero yo deseo verlo ahora. Es importante.
-¿Es usted periodista?
Era la segunda vez que aquella noche me confundían con un reportero. Tendría que deshacerme de mis gafas de gruesa montura; nadie parecía llevarlas, a excepción de los reporteros.
-No. Pero vengo a hablar de Kali, de la estatua.
-Se lo diré más tarde.
Traté de escabullirme por su lado y tuve una rápida visión del vestíbulo que había más allá. Los invitados iban llegando en un ascensor, y dos ayudantes más comprobaban sus invitaciones. Una gran cantidad de caprichosos atuendos, y un traje verde y la gloria dorada de su pelo...
-¡Ann! -grité-. ¡Ann!
Ella no me oyó y ni me vio. Me encontraba otra vez en las escaleras, con el enorme hindú justo a mis espaldas.
Su voz seguía siendo suave, y todavía me llegaba el olor de su perfume, pero ya no lo encontraba tan amable. Y tenía motivos.
-Vamos -dijo-. Váyase sápido.
Eché otra mirada al «motivo» y me marché. El motivo era de un pie de largo, curvo y afilado, y se dirigía justo a mis costillas. Como dudase un momento, se movió.
Bajé los escalones de tres en tres.
-¡Buenas noches, sar! - gritó el hindú detrás de mí.
-Sí - murmuré. Estaba mirando la solapa izquierda de mi chaqueta. El cuchillo había abierto un gran desgarrón. Puede que el enorme hindú no tuviera nada que ver con la muerte de Tracy, pero había descubierto una cosa.
El Nizam había traído consigo a sus asesinos.
CAPÍTULO VII
Cené en la carretera, durante el camino de regreso a Pointville. Cuando llegué a casa me quité los zapatos, preparé una bebida y traté de relajarme para pensar.
Había arriesgado un cincuenta por ciento. Me relajé, pero no llegué a ninguna parte con mis cavilaciones.
Todo lo que sabía era que el Nizam debía ser la clave. Todo lo señalaba. Cheyney le necesitaba para una cátedra permanente de orientología. Ghopal y Parvati querían echarlo del trono. Athelny le daba una recepción, y eso debía ser porque también lo necesitaba para algo. En todo esto debía haber un jefe, un jefe largo y retorcido semejante al nudo corredizo de la cuerda de un estrangulador.
¿Pero dónde encajaba Tracy? ¿Y qué hacía Ann en la cena del Nizam? ¿Estaba ella también complicada?
Tomé una segunda bebida y una tercera. Entonces me acosté y lo olvidé todo... hasta que empecé a soñar, y la gran serpiente se iba enrollando alrededor de mi cuello, cada vez con más fuerza, y mis ojos parecián a punto de saltar hasta que los abrí y vi a Kali que sonreía. Levanté las manos y traté de apartar la serpiente de mi cuello, sólo que no era una serpiente, era una cuerda. Un cordón alrededor de mi cuello, que me ahogaba. Retorcí la cabeza, y casi pude ver el rostro de la persona que se encontraba de pie detrás de mí. Casi, pero no del todo...
Entonces me desperté, bebí un vaso de agua y volví a la cama quedándome dormido. Pero hubiera deseado poder ver aquel rostro, incluso en mi sueño. Porque estaba seguro que lo habría reconocido.
Pero la única cara que vi, fue la mía la mañana siguiente en el espejo, mientras me afeitaba.
Volví a ponerme mi traje azul, porque el funeral tendría lugar en Morgan Brothers, a las once.
El abogado se había encargado de todos los trámites. Ni siquiera tuve que ir al depósito para verla. Oh, sabía que la prepararían bien, y que no tendría el aspecto que ofrecía en el suelo de la habitación. Pero no me gustan los funerales. Para mí, son... oh, no lo sé, erróneos. No me gusta la idea de la gente de tener flores y preces cuando han muerto, si en vida la mayoría sólo han soportado abusos y facturas. Tampoco me gusta la idea de un extraño echando un discurso prefabricado sobre ellas, mientras muchos de los que nunca se han preocupado de hacerles una visita simulan tener el corazón partido. Creo que la idea de gastar cientos y quizá miles de dólares en esconder a alguien bajo tierra es plena barbarie, particularmente cuando se trata del funeral de una persona pobre que nunca pudo permitirse cosas agradables mientras estuvo con vida. Creo que...
Pero no estoy dando una conferencia, y además, sé que muchísimas personas no están de acuerdo conmigo. A cada uno lo suyo.
De todos modos, no me gustan los funerales.
Asistí impaciente, tratando de aparecer triste, cuando en realidad estaba triste, muy hondo dentro de mí, pero no en la forma que la gente espera que uno lo demuestre.
Morehouse estaba allí, y el profesor Cheyney, y mucha gente del colegio, y muchos de nuestros clientes habituales, y la dueña del salón de té. Ann también estaba allí, pero se encontraba sentada atrás, y yo, naturalmente, estaba delante.
Ella no fue al cementerio sino que se marchó en seguida después de la ceremonia. Me las arreglé para acercarme a Ann un momento. Me miró y dijo:
-Ven a cenar esta noche, ¿a las seis y media?
Asentí y ella se alejó, dejándome con la señora Moreheuse y otras viejas gallinas. Entonces se me acercó Imogene Stern y se vino conmigo al cementerio.
Imogene es una chica agradable; no es llamativa, pero agradable.
-He estado llamándote y llamándote -dijo-. Quería decirte cuánto lo he sentido. Debes haber pasado muy malos ratos.
-No demasiado. Pero estaba ocupado.
-¿Te gustaría venir a casa a cenar esta noche?
-Lo siento. No puedo. Con todo esto, estoy bastante ocupado. Ya sabes cómo es. Pero te llamaré a fines de Semana. ¿De acuerdo?
-Sí, Jay.
Parecía triste, pero me pregunté si estaría triste por Tracy o sólo porque me vio hablando con Ann. No es que Imogene me hubiera echado el anzuelo ni mucho menos, pero siempre estábamos juntos sin que ninguno de los dos dijera nada.
La ceremonia en el cementerio tampoco fue larga. Conduje a Imogene de vuelta a la ciudad, y después me detuve delante de la estación de policía. Pregunté por el sargento Kroke.
Éste salió.
-¿Qué hay, muchacho?
-Es que voy a comer. ¿Quiere venir conmigo?
-Eh, pues... sí. Es la hora, ¿verdad?
Nos encaminamos calle abajo hacia una cafetería.
-Sólo quería saber lo que ha sucedido.
-¿Crees que me vas a sonsacar, eh, muchacho?
-No, en absoluto.
Llenamos nuestras bandejas y nos sentamos.
-¿Va usted a visitar al Nizam? -pregunté.
-Mañana por la mañana. Athelny ha concertado la cita. Es difícil llegar a ese hombre. Inmunidad diplomática, o como quieras llamarlo.
Sonreí.
-¿Qué pasa?
-Nada. Así que usted tampoco pudo entrar en la fiesta.
Kroke encendió un cigarrillo y me miró.
-¿Qué te hace pensar que lo intenté?
-Es natural. Sabiendo que todo el mundo se encontraba allí, usted quiso olfatear, ¿no?
-Está bien, lo intenté. Me despidieron con insignia y todo. Pude conseguir hablar con Athelny por teléfono y lo arregló para mañana. Pero tú has dicho... tampoco.
Le conté mi propia tentativa. Creí que le había impresionado, pero sacudió la cabeza.
-Por favor, muchacho. Creí que tenias un poco de sentido común, al menos lo suficiente para no mezclarte en esto. No quiero que te dediques a investigar por tu cuenta. Nosotros nos encargamos de eso.
Lo miré cara a cara.
-Eso espero. Porque quienquiera que fuese el que mató a Tracy va a pagarlo. Si ustedes no lo encuentran, lo hallaré yo.
-Seguro, muchacho. Comprendo lo que sientes, pero ten un poco de paciencia. A propósito, hemos investigado los pasos de Ghopal y Parvati el lunes por la noche. Regresaron a su casa directamente. Cheyney es un poco más difícil de localizar. Los policías que hacían la ronda dicen que sus luces estaban encendidas después de la una, pero eso no demuestra nada. De todos modos, estamos siguiendo todas las posibles pistas. Incluyendo a tu amiga, la señora Colton.
-¿Ann? ¿Qué tiene ella que ver?
-Por una parte, es tu coartada. Por otra, ella era una de las ocho personas que cenaban con el Nizam la pasada noche, antes de la gran recepción. El gobernador, la esposa del gobernador, Athelny y su esposa, los Singh, Cheyney y la señora Colton. ¿Cómo había conseguido la invitación?
-No lo sé –dije-, pero lo descubriré.
-Ya que me encontraba en Reed Center hice algunas averiguaciones -dijo Kroke entre dos bocados de pastel de chocolate-. El vigilante que mataron en el museo de Athelny estaba fichado.
-¿Quiere usted decir que era un criminal?
-Bueno, estuvo durante algún tiempo en la prisión del Estado de Ohio, por asalto a mano armada. Claro, que eso fue hace tiempo, en 1927, y no hubo nada más desde entonces. Hablé con su esposa y ella no sabía nada que lo comprometiese. Pero me contó muchas cosas sobre nuestro amigo el señor Athelny.
-¿Como por ejemplo...?
-No voy a decirte nada todavía. Puede que no tenga significado. La única razón por lo que te cuento todo esto, es para que veas que estamos trabajando. Los cinco estamos en el asunto, y Pell pide acción casi tanto como el jefe. Hemos dado parte de toda la información y si encuentran a alguien en posesión de Kali, una tienda de empeño, o algo parecido, se le detendrá en seguida. -Kroke se puso en pie-. Tengo que regresar -dijo-. Pero ya sabrás de mí. Mientras tanto, ¿por qué no lo tomas con calma?
Asentí y él se marchó.
Era un buen consejo y traté de seguirlo. Pero otra vez de regreso en la tienda, sentí realmente escalofríos. Puede que fuese una reacción tardía por el funeral, pero el caso es que sentí que Tracy se había marchado para siempre, y que me encontraba solo. Completamente solo en la tienda vacía, en la casa vacía. No cumpliría veintiún años hasta dentro de tres meses, y tenía un negocio que aprender y dirigir. En cierto modo me asustaba.
Lo más gracioso es que el mismo lunes por la tarde me había estado preguntando qué significaba tener dinero y libertad. Y ahora lo tenía. Por lo que dijo el abogado, posiblemente irían a parar a manos del Estado unos veinte mil dólares en impuestos, seguros y todo lo demás. Y el negocio era bueno y merecia la pena poseerlo. Tenía la tienda y la casa y también el coche, y era libre.
Pero lo odiaba porque estaba solo.
¿Solo?
Empecé a pensar en Ann. Después que todo esto hubiese terminado, es posible que pudiera hablarle. Puede que esta noche, durante la cena, fuese una buena ocasión para empezar. Me pregunté qué habría estado haciendo la última noche en el hotel. Teníamos que aclarar las cosas. Ella no me hubiera invitado a cenar si no sintiera lo mismo que yo.
Y lo maravilloso es que se junten dos soledades y se encuentre algo más. Algunas veces, se une la felicidad.
Me sentí mejor después de verlo bajo este aspecto. Me encontré suficientemente bien para ducharme y afeitarme, ponerme el traje gris y subir al Caddy.
El coche y yo nos dirigimos al lago. Eran justo las seis y media cuando me detuve ante el sendero.
Ann estaba de pie en el césped, esperándome.
-Date prisa -dijo-. Llegas justo a tiempo para beber algo.
Me apresuré. Ella tomó mi mano y la apretó.
-Entra -me invitó-. Estábamos preparando un combinado.
-¿Estábamos?
Entonces vi al hombre de pie junto a la puerta que conducía al bar. Me sonrió y agitó una mano.
-Jay, no creo que conozcas a este caballero. -Me llevó hacia él-. Jay Thomas. Su Excelencia, el Nizam de Chandra.
CAPÍTULO VIII
-Tanto gusto -dijo el Nizam-. Es usted un joven al que tenía muchas ganas de conocer. -Sonrió-. De hecho, cuando Ann mencionó que le conocía, insistí en que le invitase. ¿Puedo ofrecerle un combinado?
Le estreché la mano, asentí sonriendo y traté de evitar devanarme los sesos. Golpeándome en la mandíbula no hubiera conseguido mejor efecto.
Todo ahora estaba confuso. ¡Quería conocerme, dijo! ¡Y se dirigía a Ann llamándola por su nombre! ¡Y por encima de todo eso, no tenía el aspecto de un Nizam!
Oh, he visto fotografías de los jefes pakistaníes, y no es que esperase encontrar un viejo hindú con un turbante dorado y un batín, pero este hombre bajo y calvo con aspecto de hombre de negocios no tenía nada de oriental, nada de un potentado del Este. Mientras más lo miraba, más lo escuchaba, más extraño me sentía. No parecía ser oriundo de la India, yo hubiera dicho que procedía de Miami Beach.
Después de beber y charlar sobre temas que apenas recuerdo, fuimos a comer. Ann tenía una mujer en la cocina que se ocupó del servicio. Durante la cena obtuve respuesta a una de mis preguntas.
Ella y el Nizam empezaron a hablar de Francia, y salió a relucir que se habían conocido en Cannes, dos veranos antes. Entonces, todavía estaba casada con Henry Colton, y éste había entrado en contacto con el Nizam por cuestiones de negocios. Sobreentendí que habían pasado mucho tiempo juntos, y algo de la presente cordialidad del Nizam me hizo sospechar que ellos dos habían estado juntos mucho más, incluso sin Henry. Particularmente sin Henry.
Esto me puso sobre ascuas.
Ann debió notarlo.
-¿Qué sucede, Jay? -dijo cuando servían la carne-. Pareces cansado.
-Es que no lo entiendo -dije.
-¿De qué se trata?
-El Nizam ha dicho que deseaba conocerme. Anoche intenté acercarme a él y casi me matan por ello.
-¿De verdad? -El Nizam se echó hacia delante-. No comprendo.
Le conté mi visita al hotel y lo del gran hindú con su cuchillo. Frunció el ceño.
-Ranji Dass -murmuró-. Es tan impulsivo. Debo amonestarle. -Relajó los músculos faciales y el ceño se convirtió en una sonrisa-. Permítame presentarle mis excusas por el celo de mis criados, señor Thomas. Se sienten inclinados a llevar hasta el extremo su natural lealtad. He intentado inculcarles la necesidad de refrenarse, particularmente cuando viajamos al extranjero.
-Está bien -dije-, Lo comprendo. Pero resulta divertido, el que ambos deseásemos conocernos.
-Sí. -El Nizam volvió a fruncir el ceño-. Y me siento realmente extrañado de que Ranji Dass no me dijese nada de su visita y no me diera su nombre. Aunque entonces no habría sabido de quién se trataba, pues fue durante la cena cuando el señor Athelny diacutió lo de los asesinatos, y entonces comprendí que debía hablar con usted.
-Por lo mismo quería verle -dije-. Y también lo desea el sargento Kroke.
-Voy a tener mañana una entrevista con la policía -me dijo el Nizam-. Aunque comprendo que sea necesario, si acepté fue sólo con la condición de que no se produjese ninguna publicidad.
-Puede usted confiar en Kroke –afirmé-. ¿Verdad, Ann?
-Por supuesto, Jay. Me pregunto si serías tan amable de contar al Nizam lo que ha ocurrido. Esto naturalmente, si no te molesta.
-Al contrario, lo haré con gusto.
Mientras terminábamos la carne y tomábamos el café le conté la historia. No me cupo ninguna duda de que estaba interesado, particularmente cuando le mencioné haber visto el ídolo. Me hizo describirlo con detalle.
-Es cierto -aprobó-. Es la Kali de Khaligut.
-Iba a preguntárselo -dije- ¿No cree que todo este asunto puede estar relacionado con el Thuggee?
Athelny había cambiado de color cuando sintió miedo. El Nizam apenas si tenía fuerzas para sujetar la boquilla. Su mano temblaba de tal forma que el gran topacio de su anillo lanzaba destellos ante mis ojos.
-Thuggee. ¿Quién le ha enseñado esa palabra?
Entonces, le hablé sobre el sargento Kroke y Athelny y el resto de la historia.
-¿Qué me dice de todos sus criados? -pregunté-. ¿Está usted aeguro que ninguno de ellos es thug?
El Nizam retiró su silla de la mesa.
-¿Café? -preguntó Ann.
Él ni siquiera la miró. Se levantó y caminó hacia la ventana.
-No hay thugs -dijo-. El culto a Kali ha desaparecido.
-También el vigilante y Tracy han desaparecido. -Me acerqué a él-. Mire, esto no es la India. Dos personas han muerto. Una de ellas era mi tía. Quiero descubrir quién la mató, y lo mismo la policía. Le vuelvo a preguntar: ¿está usted seguro de que ninguno de sus criados es thug?
Se volvió y me miró fijamente. Era bajito, regordete, calvo, y en su persona no había nada de impresionante. Nuestros ojos se encontraron durante un momento y tuve la impresión de estar mirando una cobra.
-No estoy acostumbrado a que se me hable de esta manera, señor Thomas -dijo. El tono de su voz era tranquilo, pero tampoco las serpientes silban muy fuerte.
De repente cambiaron sus ojos y su voz, y volvió a ser un hombre asustado.
-Lo siento. Es sólo que lo que usted dice me afecta grandemente. Grandemente.
Regresamos junto a la mesa donde Ann estaba sirviendo el café como si nada hubiera sucedido. Nos sentamos, como dos hombres civilizados que discuten un culto al asesinato.
-No, señor Thomas, le aseguro que nadie de mi gente es phansigar. Se les ha seleccionado cuidadosamente por su lealtad y su discreción.
-¿Qué hay de ese hombre del que antes me has estado hablando? - preguntó Ann inocentemente-. El que trató de matarte en Nueva York.
El topacio volvió a hacer guiños y la mano que sujetaba el café empezó a temblar.
-Él fue una excepción -dijo brevemente-. No era más que un patham y un mosler. Trató de disparar sobre mí. Pero no era un thug, sino simplemente un rebelde. Los thugs no emplean ningún arma o, mejor dicho, no empleaban ningún arma, a excepción del cordón del estrangulador. El derramamiento de sangre estaba prohibido, como también lo estaba la matanza de un sudra, un fakir o una mujer. A propósito, señor Thomas, esto demuestra que no había ningún thug complicado en la muerte de su tía.
-¿Qué motivos tenía ese hombre para disparar sobre usted?
El Nizam se encogió de hombros.
-Desgraciadamente, eso nunca se sabrá. Mis otros criados lo pusieron bajo su custodia para entregarlo a las autoridades. Fue en mi departamento del hotel, y cuando se dirigían a la puerta intentó escapar por la escalera de incendios saltando por la ventana. Calculó mal su salto apresurado y cayó a la callé. Mi suite estaba en el piso veinticinco.
-¡Qué horrible! -dijo Ann haciendo un gesto-. ¿No podríamos cambiar ya de tema?
-Primero me gustaría hacerle una pregunta más -dije-. Es acerca de esa estatua de Kali. Dice usted que proviene del templo de Khaligut. ¿Qué clase de lugar es?
-Ahora no son más que ruinas. Pero fue un templo muy importante en otros tiempos.
Mientras hablaba el Nizam, tenía la mirada perdida en el aire y yo me pregunté qué estaría viendo.
-El templo de Khaligut, donde Kali se sentaba sobre el altar, era el santuario secreto de todo el que se inclinaba ante la Madre Oscura del Crimen. Desierto, aparentemente en ruinas, con nada visible en la superficie salvo las estatuas de Ganesha y Hanuman, la verdadera vida del templo estaba en las criptas subterráneas. Allí, en Kali-Puja, la noche más oscura de noviembre, los adoradores se reunían para el sacrificio de las tres cabras. Allí se hacía recuento de los asesinatos delante de la diosa, y se planeaba la próxima redada. Oh, puede que le parezca a usted una leyenda sin fundamento, señor Thomas, pero para mí y mucha gente tiene un significado realista. Chowander, el primer Nizam bajo la raj británica, y mi bisabuelo, fueron asesinados por un thug.
-¿Por qué?
-Porque se atrevieron a invadir las bóvedas ocultas del templo y a cambiar el sitio de Kali por otro en palacio. Mi antepasado trató de ayudar a los ingleses en el exterminio de los phansigars y éstos lo sentenciaron a muerte. Entonces la estatua de Kali volvió al templo. Mi abuelo la volvió a llevar a palacio, y allí siguió hasta hace pocos años, cuando unos ladrones la robaron y se la vendieron a ese Athelny.
-¿Sabía el serior Athelny que era un objeto robado?
-No se lo puedo decir. Él me aseguró anoche, que no lo sabía, y que si recuperaba a Kali me la devolvería. Estoy seguro que no dijo la verdad.
-¿Usted cree?
Ann abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar. Los ojos del Nizam relampaguearon.
-Es la segunda vez en esta noche que parece usted dudar de mis palabras, señor Thomas. ¿Puedo preguntarle el significado de su pregunta?
-Su primo Ghopal cuenta una historia diferente. Anoche cuando fue a buscar al profesor Cheyney antes de ir a su casa, dijo que fue usted mismo quien vendió la estatua a Athelny y que después hizo correr la voz, por todo el reino, de que había sido robada del palacio.
El Nizam asintió.
-Temo que mi primo Ghopal no me tiene simpatía. Es un joven celoso, pero también está mal informado. Permítame asegurarle que yo nunca vendería a Kali. Los ídolos son un símbolo de soberanía en mi país. Sin ellos, se supone que un gobernante no tiene autoridad, que está abandonado de los dioses. Por eso es tan importante que recupere a Kali y la devuelva a palacio. Es un símbolo político. Si cae en manos enemigas, la pueden emplear contra mí.
-Una pregunta más -insistí-. Si usted muere, ¿quién es su sucesor?
-¿Quién tomatá mi puesto como Nizam? Ghopal, por supuesto. Algún día él tendrá el mando.
-Pues tuve la impresión de que él se está impacientando -dije.
Mm puso su mano en mi brazo.
-Jay, ¿no querrás decir que Ghopal es responsable de...?
-Todavía no quiero decir nada. Sólo estoy intentando reunir las piezas.
La mujer entró.
-¿Desea algo más, señora Colton? -preguntó.
-No, María. Sé que está usted ansiosa por marcharse. Puede irse y vuelva por la mañana para hacer la limpieza.
-Gracias, señora Colton.
Se marchó. Ann suspiró y dijo:
-Incluso es difícil encontrar asistentas por horas en estos días. No tienen idea.
-Debías venir a Chandra -propuso el Nizam-. En palacio tengo más de cincuenta criados y hay otro equipo completo en Cannes, si recuerdas...
-Lo recuerdo -Ann sonrió-. ¿Tienes todavía el yate?
-Claro Me gustaría persuadirte para hacer un crucero este invierno. Tengo planeado hacerlo por el Mediterráneo, después de cruzar el Canal y continuar viajando lentamente hacia el Sur.
-Me gustaría, pero me es imposible. -Ann se levantó-. ¿Pasamos a la otra habitación? Llevad vuestras tazas de café; tomaremos un poco de coñac.
Tomamos el coñac en la habitación del bar. Nos sentamos frente a la ventana mirando la oscuridad exterior. Muy cerca de allí el agua se movía lamiendo la playa del lago. Podía oírse el tranquilo murmullo de las olas, y el lejano sonido de los pájaros en el bosque. Los ruidos eran familiares, y los había escuchado miles de veces antes, pero abora no me gustaban.
Todo estaba oscuro y distorsionado. Una mujer muerta con la lengua hinchada, una estatua sangrienta, un príncipe indio, asesinos... ¿Qué tenía que ver todo esto con mi vida? Hasta el lunes, la mujer muerta había sido mi tía Tracy. La estatua, sólo una curiosidad grotesca. El Nizam un hombre de otro mundo. Y los asesinos personajes de novela.
Ahora eran realidades. Y las antiguas realidades se tornaban de repente amenazadoras, decepcionantes. La noche ya no era una amiga; era el manto del asesino. Nada era lo que parecía ser.
El Nizam no ayudaba a mejorarlo.
-Se diría que compartimos un mismo problema. Usted busca a los asesinos de su tía. Yo busco al que puede matarme. La estatua de Kali es el eslabón. -Levantó su copa de coñac cuando Ann se le acercó para volver a llenarla-. Dígame, ¿qué sabe usted de este hombre Cheyney?
-Pues no mucho, en realidad. Sólo he estado con él una vez, ayer. Era un buen amigo de mi tía. Y es buen amigo de Ghopal y Parvati.
-Por eso se lo pregunto. Desea una donación para su colegio. Pero me pregunto si es eso todo lo que busca.
-Él también vio la estatua.
-Lo sé. Me lo dijo anoche. Me dijo mas de lo que cree. Su amigo el profesor Cheyney estuvo en nuestro país hace algunos años. Aprendió un poco, entonces.
-Yo no sabía que hubiera visitado la India -dije-. Claro que Athelny pasó unos años allí, ¿verdad?
-Sí. -Miré a través de la ventana mientras el Nizam hablaba. Miré y traté de escuchar algo por encima del sonido de su voz-. Ya ve usted, mi joven amigo, que no es todo tan simple como parece ser a simple vista. Ghopal y Parvati pueden tener un motivo para eliminarme. Pero también lo tiene el señor Athelny. Un nuevo gobernante en Chandra podría muy bien ser amigo del señor Athelny, lo suficientemente amigo para permitirle industrializar el país y explotarlo. Una vez me hizo una oferta que rehusé... y no creo que lo haya olvidado, ni que haya abandonado por completo sus ambiciones.
Asentí, mirando todavía a través de la ventana. ¿Qué era lo que yo pretendía ver?
-Pero ahora, el profesor Cheyney, ¿dónde encaja en el rompecabezas? ¿Qué puede querer?
-Creo que estás exagerando las cosas -interrumpió Ann-. Claro que toda esta conversación sobre matanzas y asesinatos incitan a divagar así y no te culpo por ello, pero no hay ninguna razón para pensar que toda persona que encuentras está deseando matarte. Estoy inclinada a creer que los periódicos tienen razón. Esos asesinatos no fueron el trabajo de una misma persona... -Se interrumpió-. Jay, ¿dónde vas?
-Se está haciendo tarde -dije-. Estoy terriblemente cansado. Si me disculpan, me gustaría volver a casa.
El Nizam se levantó.
-Lo siento -murmuró-. He tenido muy poco tacto obligándole a discutir estas cosas horribles. Por favor, perdóneme.
-Oh, no es eso. Estoy realmente cansado. -Sonreí y levanté una mano-. Espero verle otra vez.
-Estaré en el hotel hasta el lunes -dijo el Nizam-. Por favor considérese en libertad de visitarme. Le aseguro que la próxima vez tendrá usted una acogida más cordial.
-Gracias -repuse y me volví hacia Ann-. Y gracias por la cena y por todo. -Dudé-. ¿Puedo llamarte mañana?
-Hazlo, por favor. Déjame acompañarte a la puerta.
Cruzamos juntos el cuarto de estar.
-Jay -me dijo en voz baja-, ¿estás seguro de que te encuentras bien? Tienes un aspecto tan raro.
-Claro que me encuentro bien -le afirmé-. Y gracias por presentarme al Nizam.
-¿Has obtenido algo que pueda ayudarte?
-Quizás. -Hice una pausa-. ¿Es esa la única razón por la que lo invitaste?
Ella respiró hondo. Levantó una mano y por un momento creí que iba a golpearme en la cara. Después la dejó caer y volvió la cabeza hacia mí.
-No tienes derecho a preguntármelo -murmuró.
-Supongo que no -le apreté una mano-. Buenas noches, Ann. -Y salí.
Salí y eché a andar por el sendero de piedra, con la cabeza vuelta por encima de mi hombro hasta que vi la silueta de Ann que regresaba a la otra habitación.
Entonces abandoné el sendero y empecé a rodear los árboles a mi derecha, volviendo junto a la casa después de dar un rodeo. Daba mi espalda al lago y me encontraba ahora frente a las ventanas de la habitación donde habíamos estado sentados.
La oscuridad me protegía. Podía ver el interior, pero nadie podía ver el exterior. El Nizam estaba de pie junto al bar y Ann servía más coñac. Sus labios se movían.
No hice nada por escuchar, y tampoco estaba allí para espiarlos a ninguno de los dos. Estaba buscando a alguien de pie por la parte exterior de la ventana, una imagen que casi estuve seguro de haber visto cuando el Nizam me hablaba.
Bien, me había confundido. No había visto ni oído a nadie ni nada. Eran sólo los nervios. Aquella conversación sobre crímenes me había impresionado. Puede que realmente estuviese demasiado cansado y necesitase un buen descanso.
Rodeé la casa cuidadosamente, aproximándome al sendero por el otro lado.
Entonces la sombra me encontró.
Estuvo a punto de alcanzarme el cuello, pero me volví justo a tiempo. La sombra jadeó y se tambaleó agitando con fuerza algo que brilló débilmente en medio de la oscuridad.
Reconocí la silueta de una pistola cuando la culata se elevaba para golpearme. Me lancé al corazón de la sombra justo en el momento en que caía la pistola, y pude percibir el pequeño silbido de su descenso al pasar junto a mi oreja.
Ahora también oí unas palpitaciones, y me llegó el olor acre del sudor, el rancio perfume del miedo.
La sombra me volvió a atacar y di un paso atrás. Al girar golpeé con todas mis fuerzas y noté que había acertado.
No soy un boxeador, sólo fue un golpe afortunado. De la garganta de la sombra brotó un gruñido y la pistola se deslizó al suelo.
Sujeté la sombra al caer y me pareció sólida. Lo sacudí por los hombros.
-Vamos -susurré-. Apartémonos de aquí. ¡Vamos!
Una cabeza se inclinó al levantar el cuerpo inerte. Me embolsillé la pistola y arrastré la sombra por el césped hasta el Caddy. La empujé al asiento delantero junto a mí y arranqué.
Todo aquello había sucedido en cosa de dos minutos. Pasó otro minuto antes de que se dijese nada.
La sombra se atragantó y jadeó.
Me dirigí a un camino lateral cerca de Point y detuve el auto. Llevaba la pistola en la mano cuando me volví hacia él para que pudiera verla.
-Está bien -dije-. ¿Qué historia es ésta, Ghopal?
CAPÍTULO IX
Entonces Ghopal habló. No habló de una forma muy coherente, y varias veces empezó a sollozar.
Pero de todas formas pude enterarme de lo sucedido. Quería matar al Nizam. Había oído a Ann cuando lo invitó la noche anterior en la cena, y comprendió que quizá fuese la única oportunidad de acercarse a él sin que estuviera rodeado de sus guardianes.
-No podía usted esperar que lo lograra -le dije-. ¿Por qué lo intentó, Ghopal? ¿Por qué?
-Porque le odio. ¿Es que no comprende? Si no fuera por él, las dos víctimas estarían vivas. Pero mientras él siga con vida continuarán los asesinatos. Él lleva la muerte a todas partes, porque es dañino, dañino...
-Escúcheme, Ghopal. ¿Mató el Nizam al vigilante y a mi tía?
-No, ¡usted no lo entiende, usted no puede entenderlo! Él no los estranguló, pero fue por su causa que murieron. ¿Cómo podría explicárselo? -Empezó a sollozar de nuevo.
-Vanos, conténgase. -Bajé la voz y traté de evitar que temblase, al hacer la siguiente pregunta-. ¿Está intentando decirme que fue usted mismo quien los mató a los dos, Ghopal?
-¡No! ¡Yo no los maté! ¡Yo nunca he matado a nadie, nunca he deseado matar a nadie más que a él! Yo no soy un thug.
-Ya lo sé, Ghopal. Los thugs no matan a las mujeres, ¿no es así? Pero debe usted decirme la verdad ahora. Quiero saber por qué ha intentado asesinar al Nizam. ¿Es porque quiere usted ocupar su puesto?
-Ese fue una vez el motivo, sí, pero ya no. En este momento lo único que quiero es detener los crimenes, y además es dañino como ya le he dicho, dañino...
-¿Qué ha hecho que sea malo? -pregunté-. Cálmese, Ghopal, déjeme ayudarle. Mire, podía haberlo detenido, entregarlo a la policía, contarlo todo a Ann y al Nizam.
-¡No! ¡Usted no debe hacer eso! Me mataría, mandaría a sus hombres contra mí si se enterara. Él teme que lo maten y nunca descansaría hasta verme muerto, ¡nunca!
Aspiré hondo.
-Usted le odia porque piensa que gobierna mal su país -dije-. Eso lo comprendo. Pero el que sea dañino ¿no puede ser un poco más específico?
-Parvati. -Ghopal empezó a sollozar mientras hablaba-. Me avergüenzo de tener que decirlo. Tomó a Parvati cuando no era más que una niña y la puso en el templo, con las deva-dasi. Ella era de sangre real y ¡fue capaz de hacerle eso!
-¿Qué son las deva-dasi? -pregunté. Pero en aquel momento él lloraba abiertamente, lloraba como una mujer-. Mire, Ghopal, voy a llevarle a su casa. Necesita usted descansar. Si yo estuviera en su lugar no diría nada de todo esto, ni siquiera a su hermana. Le prometo tener la boca cerrada, pero con una condición. ¿Me escucha?
Asintió entre sollozos.
-Quiero que mañana por la mañana venga a la tienda y que me cuente todo lo que sepa de este caso, desde el principio. Quiero saber de usted, Parvati, el profesor Cheyney, el señor Athelny y del Nizam... sobre todo de aquellos que puedan estar complicados en el caso. Quiero enterarme de todo lo que usted sabe referente a estos asesinatos. ¿Comprendido?
Volvió a asentir.
-Si usted habla conmigo, podré yo hablar al sargento sin complicarle. Por esta noche no haré nada. Pero si no coopera, entonces tendré que ir a la policía y contarles lo del atentado. -Suspiré-. No sé por qué quiero llegar tan lejos, excepto que le creo. Usted no es un asesino, Ghopal.
-Gracias. -Trató de sonreír-. Gracias. Y, sí, iré. Le diré todo lo que sé. Ahora me alegro de que me detuviera.
Entonces puse el coche en marcha y me dirigí a la ciudad. Lo dejé frente a Pinkley Hall, una casa semejante a un granero al otro lado de la campiña. Se quedó mirando una ventana iluminada en una esquina.
-Parvati debe estar aguardándome -dijo-. Ella no sabe a dónde he ido. Fui a pie todo el trayecto para que no pudieran seguir al coche.
-Está bien, no le diga nada -le advertí-. No lo diga a nadie. -Eché una mirada al asiento del coche-. ¿Es ésta su pistola?
-Sí.
-Cójala, entonces. -Se la alargué.
Me sonrió. No sé por qué no he podido olvidar aquella sonrisa.
-¿Entonces confía en mí?
Asentí.
-Mañana por la mañana a las diez.
-Buenas noches.
-Buenas noches. -Me alejé preguntándome si no había sido un condenado tonto, recordando su sonrisa, recordando las lágrimas en los ojos de Ann, recordando la cobra al acecho en los ojos del Nizam.
Todos estos ojos me acompañaron en mis sueños. Siguieron a mi lado la siguiente mañana también, mientras esperaba la llegada de Ghopal Singh.
Llegaron las diez y pasaron. Me senté en la cocina mientras transcurrían los minutos. Finalmente, a las diez y media, bajé y telefoneé a Pinkley Hall.
La dueña de la casa respondió a la llamada. No, el señor Singh no estaba. No, ella no sabía cuándo se había marchado. No, su hermana tampoco estaba. ¿Tenía que dejar algán mensaje?
No dejé ninguno. Estaba comenzando a sentir pesadez en el fondo de mi estómago al comprender que después de todo había sido un tonto. ¿Por qué lo dejé marchar la noche anterior?
Era cierto que se había derrumbado echándose a llorar, que de él se había apoderado el histerismo. Cierto que me había parecido sincero y confuso, y, al final, agradecido.
Pero la realidad estaba allí; lo había pillado en un intento de asesinato, habla creído en su palabra de que nunca había matado, y le había dejado marchar. Incluso le había entregado su pistola. Y todo por su promesa de venir a contarme todo lo que sabía. Sólo que no había venido. Eran ya las once y no había venido...
Di un salto al sonar el zumbador de la puerta lateral.
Bajé las escaleras de dos en dos y la abrí.
Parvati Singh entró.
-Mi hermano no ha podido venir -dijo-. Debo cumplir su promesa en su nombre.
Supongo que me la quedé mirando.
-¿Me permite que me siente?
-Por supuesto. No; vayamos arriba, será más cómodo. –Eché a andar precediéndola-. ¿Dónde está su hermano?
-No lo sé. Me contó lo sucedido anoche, Tenía miedo. Cuando desperté esta mañana, se había marchado. Creo que ha huido. No está muy... equilibrado... como usted ya sabe.
Me sonrió con timidez desde el sofá.
-¿No quiere quitarse el abrigo?
-Gracias.
Esperaba que se levantase para quitárselo, pero en vez de eso se despojó del mismo donde estaba.
Parece una tontería cuando se cuenta, pero había algo más. Estaba sentada allí y sus hombros se movieron y el abrigo cayó hacia atrás; movió los brazos y se desprendió. Entonces agitó levemente las caderas y el abrigo quedó separado de su cuerpo.
Su cuerpo. Ya he dicho que Parvati era morena, alta y delgada; pero ahora por vez primera observé su figura. Era una mujer maravillosa. No en la misma forma que Ann... Ann tenía la clase de belleza que salta a primera vista, con su pelo cegador y un cuerpo rico y maduro. I,a belleza de Parvati era más tranquila, más suave, menos llamativa. Había que mirarla varias veces antes de descubrirla por completo, y entonces no se trataba de un rasgo en particular, el pelo, los ojos, el pecho, ni los brazos largos y delgados, sino la perfección de todo el conjunto. Era maravillosa como lo es una estatua; no una estatua como la de Kali, sino una de esas griegas de mármol, con la diferencia de que ella no era una estatua, estaba viva. Viva y caliente, y suave y moviéndose.
Tuve que sentarme.
Acerqué una silla al sofá. Ella se inclinó hacia mí y pude oler el perfume de su pelo. El perfume era suave como el tono de su voz al hablar.
-Antes que nada debo darle las gracias por lo que hizo anoche –dijo.
Asentí. Tenía la garganta seca y apretada.
-Salvó usted a mi hermano de cometer un terrible crimen -murmuró-. Y de esta forma, también salvó usted su vida.
-¿Entonces por qué ha huido hoy de mí?
-Porque no podía correr el riesgo. Si el Nizam o la gente del Nizam descubren alguna vez lo que intentó hacer, lo matarían inmediatamente. -Sonrió-. ¿No me cree usted, señor Thomas? Le aseguro que es la verdad. No permita que la sofisticación del Nizam le engañe... se sigue rigiendo por las antiguas normas. Las viejas y oscuras normas de Chandra. ¿Le habló mi hermano de esto?
-Todo lo que dijo fue que el Nizam era dañino.
Colocó su mano en mi brazo.
-Quizá fue mejor que no entrase en detalles. Usted es un hombre muy joven, señor Thomas, y hay cosas que deberían...
Me gustaba sentir su mano en mi brazo, pero no me gustó que me recordase lo joven que era, así que traté de apartarla.
-Si me perdona usted -dije-. Dice que ha venido para hablarme en lugar de su hermano. ¿Está dispuesta a contarme todo lo que sabe?
-¡Claro que sí! Por eso estoy aquí, para ayudarle. En verdad que es una forma muy pequeña, insignificante, de expresar nuestra gratitud.
La mano se movió en mi brazo y ella estaba en lo cierto, yo era muy joven y lo comprendí, por la forma en que dijo «gratitud».
Traté de pensar en lo que deseaba saber.
-Será mejor empezar desde el principio -propuse.
-Entonces comenzaré por el Nizam. Todo empezó hace muchos años en Chandra, cuando yo era todavía una niña. Mis padres murieron en un accidente, al menos me dijeron que fue un accidente, y siempre lo había creído hasta hace poco. El Nizam se convirtió en mi guardián. Y fue entonces cuando me enviaron al templo, al deva-dasi.
-Ghopal empleó esa palabra. ¿Qué significa?
Me sonrió. Fue una sonrisa cálida, pero encerraba cierta amargura.
-¿Está seguro que no se sentirá molesto si se lo digo?
-Continúe.
-Las deva-dasi son las bailarinas de Deva, la esposa de Siva.
-¿Pero no es Kali la esposa de Siva?
-Veo que tiene que aprender mucho de nuestra religión, señor Thomas. Sí, Deva es la esposa de Siva en su aspecto benigno y Kali es la misma Deva en la forma maligna. Tiene muchos nombres Deva, según su función. Es, como dirían los psicoanalistas aquí en el colegio, una cuestión de polipersonalidad.
-¿Pero es Deva la diosa buena?
Otra vez la sonrisa amarga.
-Una vez más, eso depende de la interpretación de cada uno. Si Ghopal habló del deva-dasi, estoy segura que no lo aprobó.
-Así es. Ahora lo recuerdo. Dijo que fue una mala acción por parte del Nizam, el enviarla allí. ¿Por qué?
-Porque además de ser bailarinas, las deva-dasi también hacen de sacerdotisas. Y una parte de su formación consiste en aprender los rituales del amor. ¿Me entiende usted, señor Thomas?
-Creo que lo comprendo. -Y así era, porque empecé a enrojecer hasta las orejas.
-No suavicemos las palabras, señor Thomas. Durante cinco años, entre los doce y los diecisiete, fui una prostituta del templo.
Yo quería mirarlo de otra forma, pero su sonrisa me lo impidió. Ahora no había amargura ni burla en sus ojos, que se habían vuelto cálidos y serios.
-Para usted que pertenece a una cultura occidental esto siempre le parecerá vergonzoso, ¿verdad? Incluso Ghopal ha asimilado bastante de las costumbres de ustedes para sentirse vejado. Pero permítame que le diga que es una antigua forma de expresar la fe religiosa. Se conoció en Babilonia, en Grecia, en Egipto y en Roma. Hacer entrega del propio cuerpo como veneración no es necesariamente malo. Y le aseguro que no fui maltratada durante mis años en el templo. Ni creo que saliese dañada físicamente. Pues todo era completamente natural; los caminos del amor son siempre naturales. ¿No sabe usted de esto, señor Thomas? ¿O es que su carne y su sangre son débiles e indiferentes ante el deseo?
El tono de su voz era muy bajo.
-Es muy raro para mí, ahora, observar la forma occidental de vida en el colegio. La «cita» formal y ritual y la «conquista», como le llaman, la ciega pretensión que conduce a los primeros intentos de descubrir el placer. Incluso a pesar de que el asomo de placer puede llegar con la primera mirada, tal como lo sentí yo la otra noche, en casa del profesor Cheyney. Tal como lo sentí cuando le vi a usted allí de pie; la agitación que noté en mi interior, el deseo de echarme en sus brazos...
Ella no era una estatua. Era carne y llama, cuando sentí sus labios en mi cuello al acercarme a cogerla, y pasar mis manos por la suavidad de sus brazos y espalda.
Sus ojos se cerraron, su boca se abrió bajo la mía. La estreché, sintiendo sus dedos clavarse en mis hombros.
Todo desapareció a nuestro alrededor excepto el instante arrebatador y la necesidad del mismo. No oí la puerta cuando se abrió, ni el ruido de las pisadas en los escalones. Estaba aspirando su perfume y no sentí nada más... hasta que llegó a mí el otro aroma, el otro perfume.
Entonces levanté la cabeza y le vi allí, de pie; vi el turbante, la barba, los zarcillos y todo lo demás. Incluyendo la mano en el cinturón, sujetando el puñal o algo que llevaba escondido ea la faja.
-Perdóneme, sar -dijo-. Pero los dos deben venir conmigo ahora. El Nizam desea verlos.
CAPÍTULO X
Existía un incontable número de cosas que podíamos haber hecho Parvati y yo. Ella pudo haber gritado pidiendo ayuda. Yo, haber intentado saltar sobre Ranji Dass, o quitarle el cuchillo en el coche mientras iba sentado entre los dos en el asiento posterior, mientras otro hindú nos conducía a Reed Center. Pude haber aprovechado la ocasión mientras cruzábamos el vestibulo del hotel hacia el ascensor privado que se reservaba para el exclusivo uso del Nizam y su comitiva.
Pero uno no reacciona de ese modo cuando se ha sentido la hoja de un cuchillo deslizarse por la tela a un cuarto de pulgada de su piel. Yo al menos no.
Se diría que las cosas tienen siempre su sistema para rebelarse contra mí. Hacía dos noches, Ranji Dass había hecho todo lo posible, y le salió bastante bien, por mantenerme alejado de la planta novena del hotel. Ahora también estaba haciendo lo posible para llevarme allí.
Y lo consiguió. Media hora después de salir de mi casa, Parvati y yo caminábamos por el vestíbulo hacia las habitaciones del Nizam. No habíamos intercambiado una sola palabra durante el camino ni ahora.
Ranji Dass nos condujo directamente a la puerta y llamó pronunciando unas palabras que no pretendo recordar. La puerta se abrió y apareció otro hombre barbudo.
-Por aquí, por favor.
Caminamos por otro pasillo más corto. Otra llamada, más palabras, y una segunda puerta que se abre. Igual a una invitación fraternal, sólo que aquellos muchachos no estaban jugando.
Al otro lado de la puerta se encontraba el Nizam de pie. Llevaba un traje azul, y su aspecto era tan regordete y calvo como siempre, pero la cobra no había desaparecido de sus ojos.
-Entren, por favor -dijo-. Siento haberles molestado de esta forma, pero es un asunto de importancia.
Él lo sentía, pero la cobra no.
Pasamos a la gran habitación del fondo. Seis grandes ventanas ocupaban las paredes, por las que debía entrar bastante sol. En vez de eso, las persianas estaban corridas y unas cortinas recogían las luces de las lámparas. Los ángulos de la habitación quedaban en sombras, pero no tanto como para que no pudiera reconocer las flguras silenciosas que estaban sentadas. Athelny y el profesor Cheyney parecían hundidos en sus sillas. Al entrar nosotros, los dos hombres levantaron la vista, pero ninguno de ellos nos saludó.
El Nizam se volvió, cerrando la puerta tras él.
-Acomódense -dijo.
Parvati y yo escogimos el sofá. El Nizam se instaló en el centro de la habitación.
-A fin de no hacerles perder su valioso tiempo -empezó diciendo-, pasaré por alto las formalidades. Les aseguro que no ha sido mi intención molestarles al hacerles venir de una forma tan brusca. Pero era necesario que lo hiciera así, y en seguida.
Asintió, como de acuerdo consigo mismo, a pesar de que nadie se unió a sus palabras.
-En concreto, estamos aquí para discutir cierto problema en el que todos nosotros estamos envueltos: el robo de la esrarna de la diosa Kali. Durante las últimas cuarenta y ocho horas he tenido tiempo de observar los métodos de las fuerzas de su policía, lo mismo en Reed Center que en Pointville. Francamente, no me ha impresionado. Tengo motivos para creer que no tendrán éxito en la búsqueda de la estatua. Y esa estatua debe aparecer, y en seguida.
El Nizam volvió a asentir. Parvati me cogió una mano.
-Debe aparecer en seguida porque ya se ha convertido en la fuerza ejecutoria, en la muerte de dos víctimas inocentes al menos. -Hizo una pausa-. Y digo «al menos dos» porque a estas horas puede que hayan muerto más.
Caminó describiendo un pequeño círculo, mientras nos miraba uno a uno.
-Esta mañana tuve una entrevista con el sargento Kroke de Pointville. Creo que todos ustedes le conocen. Él lleva este caso. Le di toda la información que pude, y después le pregunté qué luz podía arrojar sobre el asunto. Siento que no tuviera nada que decirme. Le sugerí que los mandase llamar a todos para una encuesta inmediata, pero rehusó.
»Por lo tanto no me quedó otra cosa que hacer que traerles aquí. Porque creo que entre nosotros está la clave de la desaparición de Kali... y la identidad del hombre que mató por poseerla.
Athelny gruñó y se pasó una mano por el pelo blanco.
-De modo que usted va a convertirse en detective ¿eh? -dijo-. Va usted a obrar por cuenta propia, ¿no? Bien, me creo con derecho a recordarle que está en Estados Unidos, y no en Chandra, y que...
El Nizam sacudió la cabeza.
-Permítame corregirle. Esto no es Estados Unidos. Esto es Chandra.
-¿Qué quiere usted decir? -la voz del profesor Cheyney sonó un poco aguda al hacer la pregunta.
-Quizá no ha sido usted informado, pero uno de los miembros de mi comitiva es el Privadar Harthi Murdee, cuyo título oficial como embajador de Chandra ha sido reconocido por su gobierno. Bajo el protocolo diplomático, según lo entiendo yo, donde radica una Embajada se reconoce como terreno extranjero, y cuando el embajador viaja, la residencia que ocupa es también tierra extranjera. Por lo tanto estamos en Chandra y no en Estados Unidos. Y debo también recordarles que yo soy aquí el que dirige.
-¿Me está usted amenazando? -Fue Athelny el que habló.
-Por favor no tergiversen mis palabras. Les prevengo solamente. No hay necesidad de amenazas... por el momento.
-En concreto, ¿qué es lo que quiere? Tengo una cita para dentro de media hora y...
-Si cooperan podrán salir de aquí antes de ese tiempo. Todó lo que necesito son varias declaraciones sinceras.
-Pero ya hemos dicho a la policía todo lo que sabemos –le recordó el profesor Cheyney-. Estoy seguro que el sargento Kroke le puso en conocimiento de los hechos.
Athelny se levantó.
-Ya tengo suficiente. Le doy diez segundos para abrir esa puerta.
El Nizam se encogió de hombros.
-Como usted quiera -dijo. Echó a andar hacia la puerta y Athelny ]e siguió.
La puerta se abrió de golpe al tocarla el Nizam con una mano. Athelny empezó a avanzar y después retrocedió. Ranji Dass y dos más se encontraban allí, inmóviles como estatuas, cada hombre portando un cuchillo desnudo en la mano.
-Lo siento -murmuró el Nizam-, estos hombres tienen órdenes de no dejar salir a nadie de esta habitación hasta que yo lo diga. Y no lo diré antes de haber escuchado la verdad de cada uno de ustedes.
Athelny dudó un momento. Después se volvió.
-Está bien, si es así como usted lo quiere. Pero yo no tengo nada que decirle.
-¿Está usted seguro? -El Nizam lo miró fijamente, casi con ansiedad-. Esperaba que llegase usted a revelar cómo se las arregló para robar a Kali de mi palacio, en primer lugar.
-¡Es mentira! La compré a un comerciante en Calcuta, todo el mundo lo sabe.
-Dígame entonces el nombre del comerciante.
Athelny eludió la respuesta.
-No lo recuerdo.
-Con toda seguridad que una compra tan importante fue debidamente registrada. La estatua de Kali es de una gran importancia histórica, y usted es un hombre metódico.
-Le digo que no lo recuerdo.
-Entonces verá usted que a mi modo yo también soy un hombre metódico. -El Nizam se volvió-. Pero antes de que adoptemos una actitud más desagradable, quizás el resto de ustedes será más razonable. Profesor Cheyney -y se detuvo delante del orientalista-, me pregunto si contestará usted a lo que voy a decirle.
El profesor Cheyney sacudió la cabeza.
-Lo siento, pero ya le he dicho todo lo que sé.
-Dudo que le intimide, profesor, pero esto es realmente importante para mí. Me limitaré a recordarle que para todos los efectos se encuentra usted ahora en Chandra. Y en Chandra, empleamos nuestros propios métodos para interrogar. Como profesor, quizás esté usted familiarizado con un artefacto conocido con el nombre «Acariciador».
Cheyney empezó a levantarse.
-Usted no puede... -Entonces volvió a sentarse-. Sí –dijo-; creo que sí puede. -Se mordió el labio inferior hasta que dejó de temblar-. ¿Qué desea usted de mí?
-La verdad, nada más. Únicamente el nombre de la persona de quien la señorita Edwards obtuvo la estatua de Kali.
Cheyney continuó en silencio durante un largo momento.
-Dispone de poco tiempo -dijo el Nizam despacio-. Dos de mis criados están calentando el «Acariciador» en la habitación contigua. Tienen instrucciones de traerlo cuando se lo ordene.
-Está bien. -El profesor Cheyney me miró y después a Parvati-. De todos modos más tarde o más temprano se habría de saber. La señorita Edwards obtuvo la estatua de Ghopal.
El Nizam dejó escapar un largo suspiro.
-Gracias - dijo. Cruzó la habitación hacia donde estaba Parvati-. Y ahora, querida, ha llegado tu turno.
Ella hizo un ruidito y puso su cabeza contra mi pecho. El Nizam se inclinó y sus ojos quedaron muy cerca, y pude ver la cobra retorciéndose en ellos.
-Sólo tengo una pregunta muy simple para ti –murmuró-. ¿Dónde está ahora Ghopal? Le mandé buscar, pero no se encontraba en casa. ¿Dónde está?
-No lo sé.
-Vamos, ¡la verdad!
-Te digo que no lo sé. Se marchó esta mañana sin despertarme. -se agarró a mi cuello-. Díselo, Jay, díle que es verdad... que fui a tu casa y te conté que se había marchado.
-Es cierto -asentí-. Me lo estaba diciendo cuando su amigo de la barba vino a buscarnos.
El Nizam retiró la cabeza.
-Prefiero creerles. -Una vez más volvió al centro de la habitación-. ¿Ven ustedes? Mis métodos puede que no sean de su agrado, pero están resultando efectivos. Ya nos hemos enterado de varias cosas. Y sabremos más. La verdadera relación que existe entre el profesor Cheyney y Ghopal Singh en este asunto, por ejemplo. Pero primero... Señor Athelny, ¿está usted ya dispuesto a revelar el nombre del traidor que le procuró a Kali?
Athelny gruñó.
-Puede que logre usted asustar a los demás, pero no a mí. De dónde obtuve a Kali, es sólo asunto mío.
-Los asuntos privados no son en Chandra sagrados como parece que son en los Estados Unidos -replicó el Nizam-. Sintiéndolo mucho, temo que tendré que emplear ahora... ayuda mecánica.
La cabeza de Parvati se movió sobre mi pecho y sus labios quedaron cerca de mi oído.
-Debes hacer algo -susurró-. Le torturará; no está fingiendo.
Ella esperaba mucho de mí. Tres hombres enormes con tres descomunales cuchillos aguardaban del otro lado de la puerta, y ella me elegía a mí.
Era el momento de respirar hondo. Lo hice y me dispuse a levantarme justo en el momento en que el Nizam corría hacia la puerta más alejada.
Entonces se oyó un golpe sobre la gran puerta, que daba entrada a la suite. El Nizam volvióse sobre sus pasos y salió al corredor dejando la puerta entreabierta tras él. Pude ver cómo escuchaba a Ranji Dass, que estaba hablando y gesticulando.
Athelny, Cheyney, Parvati y yo, todos nos levantamos y nos agrupamos instintivamente en el centro de la habitación. Seguíamos allí de pie cuando el Nizam regresó con la sonrisa en los labios, pero sus ojos seguían retorciéndose.
-Hay noticias -dijo-. Buenas para algunos y malas para otros. -Su mirada se detuvo en Parvati-. Ranji Dass acaba de hablar con el sargento Kroke. El sargento ha venido hasta aquí para informarme que las pruebas de laboratorio han revelado la identidad del asesino de la señorita Edwards. Ya se ha iniciado la búsqueda de mi primo, Ghopal Singh.
Parvati se estremeció contra mí. Oí gruñir a Athelny, oí al profesor contener el aliento, oí mi propio sobresalto mezclarse con los demás ruidos.
-No hay necesidad, por supuesto, de continuar esta investigación. -El Nizam inclinó la cabeza-. Pueden marcharse. A menos que alguno de ustedes quiera ser mi invitado...
Nadie deseaba una comida gratis. Todos querían salir. Llevé a Parvati al vestíbulo y al pasillo principal de la planta novena, antes que ella se derrumbara. Athelny y el profesor Cheyney nos habían tomado ya la delantera, y la puerta del ascensor se cerró tras ellos cuando volvíamos la esquina. Escuché a Athelny murmurar algo como «veré a mi abogado» cuando la puerta de corredera ahogaba sus palabras. Pulsé el timbre.
-No es verdad -murmuró Parvati-. ¡No puede ser verdad!
-Tómalo con calma -dije-. Yo tampoco lo puedo creer. ¿Qué clase de pruebas de laboratorio pueden haber conseguido después de tanto tiempo, y cómo pueden probar la personalidad del asesino? Kroke debe haber perdido la cabeza...
-Eso crees tú, ¿verdad? -Kroke se habla acercado a nosotros por la espalda, tan silenciosamente que no le oí llegar, y su voz al hablar ahora fue sólo un susurro-. Bien, es posible que no exista ninguna prueba, que no hayan logrado demostrar nada, pero con este cuento han podido ustedes salir de aquí, ¿no?
-¿Pero cómo supo usted...?
-No fue difícil. -El ascensor llegó en ese momento y entramos-. Su Excelencia me explicó la idea que tenía de reunirlos a todos ustedes para someterlos a un interrogatorio de tercer grado, cuando hablé con él por la mañana temprano. No se lo aprobé, pero no pareció hacerme caso. Así que después que regresé a Pointville y traté de verte, Jay, me puse a preguntarme cosas. Luego fui a casa del profesor Cheyney, y su asistenta me dijo que se había marchado repentinamente con un hombre que llevaba puesto un turbante. Comprobé si Athelny estaba en su casa y su criada me contó la misma historia. Eso era todo lo que quería saber. Inventé el cuento que me permitía entrar en la suite novena y a ustedes salir de allí.
Y en efecto habíamos salido; cruzamos el vestíbulo y nos encontramos en la calle. Cheyney y Athelny habían desaparecido. Kroke nos llevó hasta el Plymouth.
-¿Quieren que los lleve? -propuso.
-Gracias.
Subimos al coche. Parvati se sentó muy cerca de mí. Kroke le echó una mirada mientras arrancaba.
-A propósito -dijo-. ¿Dónde está su hermano? ¿Lo sabe?
-Salió temprano esta mañana antes de que me despertase.
Kroke asintió.
-Bien, cuando vuelva, dígale que se ponga en contacto conmigo.
Parvati se envaró.
-¿Va usted a creer su propia invención? -dijo-. Ghopal no puede...
Me volví hacia ella y puse mi mano en su hombro.
-No sirve de nada ocultarlo, Parvati. Tendrás que decirselo antes o después. Sargento, Parvati cree que Ghopal ha huido.
-¿Por qué se lo has dicho? Me prometiste...
Sacudí la cabeza.
-No te prometí nada, Parvati. La policía debe saberlo. Si tu hermano es inocente, ellos pueden ayudarle.
Parvati miró al frente.
-Se ha marchado -murmuró-. Ha desaparecido, y Kali ha desaparecido también.
Kroke asintió.
-Gracias -dijo-. Ya ven, después de todo puede que la historia que he inventado para el Nizam no sea tan descabellada.
CAPÍTULO XI
Guardamos silencio durante el resto del viaje. Parvati ahora no se sentaba cerca de mí. Era un día cálido, pero la atmósfera dentro del coche era de hielo.
Cuando llegamos a la ciudad, el sargento Kroke me llevó a la tienda.
-Te veré más tarde -dijo.
Miré a Parvati.
-¿Te gustaría...? -empecé a decir, pero el sargento no me dejó terminar.
-Estoy pensando que la señorita y yo debemos ir juntos a Pinkley Hall -dijo-. Me gustaría echar una mirada en la habitación de Ghopal. Con su permiso, por supuesto.
Parvati no me miró ni tampoco al sargento. Miraba fijamente a través del parabrisas y asintió despacio.
-Adiós -dije-. hasta luego.
Pero sólo estaba seguro del «adiós».
En vez de entrar en la tienda, caminé hacia la cafetería para almorzar. Después, no tomé más que un café; resultó que no tenía hambre.
La mujer que llevaba el negocio se me acercó para decirme cuánto sentía lo de Tracy, y eso no contribuyó a que me sintiera mejor. Empezaba a comprender que había complicado las cosas, y algo más se retorcía en el fondo de mi mente como una cobra. Era algo fantástico, pero todo lo referente al crimen es fantástico. El mero acto de matar es difícil de comprender, porque entraña los dos factores de nuestra existencia que no podems entender: la vida y la muerte.
Caminé de regreso a la tienda pensándolo. Empezaba a darme cuenta ahora, cómo debieron sentir esos thugs en otro tiempo, por qué habían creado una diosa negra y la veneraron. El matar los acercaba a los misterios de la muerte. Y supongo que lo que Parvati hizo en el templo de Deva la acercó a los misterios de la vida. Nunca había leído nada sobre esos misterios, pero podía comprender cómo la gente podía adorar a semejantes dioses, e incluso sentir que ellos mismos eran dioses cuando daban la vida o la quitaban.
Todo lo cual no me apartó de las cavilaciones de mis propios problemas. Entré en la trastienda y me senté, y volví a sentir esa sensación de ser un tonto, cada vez con más. fuerza. Todo cuanto hice esta semana estaba mal. Fui un tonto al caerme del taburete del bar en casa de Ann. Fui un tonto al no hacer a Tracy más preguntas y descubrir más cosas acerca de la estatua; fui un tonto al dejarme manejar por el Nizam; había sido un tonto al dejar marchar a Ghopal y me comporté como un tonto al enloquecer de amor a Parvati, y...
El teléfono sonó y fui a contestar la llamada, preguntándome qué nuevo error habría cometido. Entonces, al escuchar la voz, me sentí mejor.
-¡Ann!
-Jay, he venido a la ciudad. ¿Puedo ir a verte?
-Por supuesto. Aquí estaré.
-Te veré dentro de cinco minutos, entonces. Traté de localizarte esta naañana, justo antes del almuerzo, pero habías salido.
-Te hablaré de eso cuando llegues.
-Hasta ahora.
Me volví a sentar y, de repente, el mundo me pareció más brillante. Pero sólo por un momento. Ese pensamiento que se retorcía en mi mente... asomó de súbito fuera de la cabeza y se agitó frente a mí, extendiendo una lengua partida en dos. Un pensamiento que era una fantástica serpiente.
Pensé si la pequeña reunión que Ann ofreció la otra noche al Nizam significaba algo más que una simple cena. ¿Por qué me invitó, y llamó al Nizam?, ¿y si llamó a... alguien más? Seguía pensando que ella sabía que yo no llevaba armas; que el Nizam por una vez iría solo, sin un guardaespaldas. En si ella no habría preparado las cosas así para después llamar a Ghopal. La escena era perfecta. Perfecta, excepto en una cosa... que ella no tenía ningún motivo plausible para obrar de aquella manera.
¿Ningún motivo? Pensé en esto durante un minuto. Hasta hacía muy poco tiempo nadie tenía motivos aparentes y ahora parecía ser todo lo contrario. Parvati podía odiar al Nizam por los años pasados en el templo. Ghopal podía odiar al Nizam porque deseaba destronarlo. El profesor Cheyney sabía más acerca de la estatua de Kali de lo que nos había dicho, y Athelny podía sacar una buena tajada también de un cambio de Gobierno en Chandra. No paré mientes en ello hasta hacía dos días; hasta entonces Athelny había sido para mí sólo un hombre al que habían robaao una estatua; el profesor Cheyney un simple amigo de mi tía; Ghopal y Parvati, una pareja de estudiantes de intercambio. Y Ann era... sólo Ann. ¿O no?
Sonó el timbre. Abrí la puerta.
Hoy llevaba un traje azul humo, con sombrero que hacían juego con sus ojos.
La llevé arriba, y un minuto después estaba sentada en el sofá, en el mismo sofá que Parvati había ocupado unas horas antes.
Me produjo una sensación agradable verla sentada allí; no pude evitar comparar su rubia madurez con la oscura belleza de Parvati, su calor con el fuego de Parvati. Hasta hoy habla supuesto que Ann era una especie de símbolo para mí, la mujer alta y hermosa, mi sueño viviente. Ahora pensaba en ella comparándola con alguien más. Nunca me había imaginado una mujer como Parvati, y había pensado en ella como en una extraña hasta que estuvo en mis brazos. Entonces dejó de ser extraña para convertirse en realidad, había respondido a esa realidad de la única forma posible... Aquí en Pointville o en lós jardines del templo de Deva. Sí, Ann era un símbolo, pero Parvati era una mujer.
El símbolo me sonreía.
-¿Qué sucede, Jay? ¿Es que no te alegras de verme?
-Sabes que sí. Sólo que...
-¿Es por lo de anoche? Creí que deseabas conocer al Nizam, y por eso lo arreglé de forma que lo consiguieras.
-Tú y él sois viejos amigos, ¿verdad?
-Vamos, Jay, ¡por favor! No estés celoso, querido. Lo admito, creo que es un hombre fascinante, y es bastante agradable para una mujer tener a su alrededor a alguien de sangre real. -Encendió un cigarrillo y frunció el ceño-. Deja de mirarme de ese modo. Recuerda lo que te dije el otro día, ¡Jay!
-Está bien. Pero puede que sea mejor que te cuente lo que ha sucedido.
Le conté que al salir de su casa encontré fuera a Ghopal. Le hablé despacio y con detalle, y observé su rostro, y sus manos y sus ojos, esperando ver qué me podían revelar.
Vi sorpresa, alarma, preocupación, pero nada más.
Entonces continué. Le hablé de esta mañana y de la visita de Parvati, omitiendo sólo la última parte de la misma, antes de que llegase Ranji Dass. Y le hablé de todo lo sucedido en la suite del Nizam.
-Está bien -dije por último-. ¿Qué sacas en claro de esto? ¿Crees que Ghopal ha huido porque es el asesino, o porque tiene miedo del Nizam?
-No lo sé, Jay. Sí; puede que él sea el asesino, pero de ser así, ¿por qué no huyó antes?
-Porque estaba esperando la oportunidad de matar al Nizam también. La oportunidad que tú le brindaste al invitarle a cenar en tu casa.
-Ahora veo que ha sido mía la culpa -dijo Ann-. Nunca debí invitarle de no ser a solas. Lo pudieron matar, y entonces yo nunca...
-¿Nunca qué?
Ann me miró con sus ojos azul claros.
-Será mejor que lo sepas, Jay. Voy a hacer el crucero por el Mediterráneo con el Nizam este invierno.
Los ojos eran ahora de un azul frío.
-Bien, ¿es que no vas a decir nada? -preguntó.
-¿Hay algo que decir? Si eso es lo que deseas, está bien.
-Naturalmente que es lo que deseo. ¿Qué mujer no aprovecharía semejante oportunidad? Oh, sé cómo piensan algunos sobre estas cosas, les he oído hablar. Y para mí no es realmente distinto. Se parece demasiado a Henry.
-Otro Henry, ¿eh?
Ann se enderezó.
-Escúchame ahora, ¡Jay Thomas! Claro que es otro Henry. ¿Has pensado por un momento que para mí puede haber otra clase de hombre? Hay que afrontarlo, yo nunca podría vivir feliz en una casa, con un frigorífico comprado a plazos. Más tarde o más temprano, tendría que encontrar una forma de evadirme de la pobreza. Y puedo manejar muy bien a los Henry. No hay necesidad de que te preocupes por mí.
La miré a los ojos.
-No me voy a preocupar, Ann.
-Bien, deja entonces de mirarme como un miembro del tribunal que censura las películas. Esta es mi gran oportunidad de llegar lejos. El hombre es multimillonario, tiene un palacio, una villa, un avión, un yate...
-Guardaespaldas, una cámara de tortura, y fobia de que le asesinen -terminé diciendo, interrumpiéndola.
-Ya te he dicho que sabré manejarle. Oh, ¿por qué me molesto tratando de justificarme ante ti?
-Conoces el motivo -le dije-. Sólo que no quieres admitirlo.
Ann sonrió.
-Tienes razón. Nunca volveré a admitirlo, ante mí ni ante nadie. Pero no te preocupes por eso, Jay. Todavía voy a obtener la mayoría de las cosas que he deseado durante los últimos diez años. Y lo que tú quieres lo encontrarás en cualquier parte, cuando seas un poco mayor.
-Seguro.
Le sonreí, no porque me sintiese muy feliz por todo aquello; sino porque al menos ahora tenía una respuesta concreta a mis pensamientos. Ella no había atraído al Nizam para que Ghopal lo matase; era probablemente una de las pocas personas interesadas en mantenerlo vivo. A pesar de eso, me pregunté interiormente si llegaría un día...
Ann apagó su cigarrillo.
-Pero para esto no vine aquí -dijo-. Quería decirte que he visto otra vez a Mary esta mañana.
-¿Mary?
-Recuerda, la mujer que nos sirvió la cena anoche. Va a mi casa cuando la necesito. Empezamos a hablar sobre el asesino porque os había visto a ti y al Nizam y se sobresaltó. Entonces se le escapó algo.
-Sigue.
-Parece ser que también hace la limpieza, de vez en cuando, en casa del profesor Cheyney. Estaba en casa de Cheyney el lunes por la tarde, y me dijo que vio a tu tía allí hablando con el profesor y con Ghopal.
Me puse en pie.
-¿Por la tarde? ¿Estás segura? Cheyney dice que Tracy fue por la noche.
-Puede que lo hiciera. Peto Mary está segura de que estaba allí por la tarde temprano, sobre las tres. Claro que ella no entró en la biblioteca y no pudo escuchar lo que hablaban. Tenía miedo de contármelo y me hizo prometer que no mencionaría su nombre si lo decía a alguien... así que le dije que haría lo posible por complacerla.
-¿A quién teme ella?
-Al profesor Cheyney. -Ann me miró fijamente-. Ya ves, según ella, tu tía no robó ninguna estatua. Simplemente se la llevó, aquella tarde, después que el profesor Cheyney y Ghopal se la entregaron.
-Gracias, Ann -Me levanté y tomé mi sombrero.
-¿Vas a ir a la policía?
-Todavía no -dije-. Primero ereo que será mejor tener una pequeña charla de corazón a corazón con el profesor Cbeyney.
CAPÍTULO XII
Las cosas empezaban a tener sentido ahora. Pequeños detalles que parecían sin importancia, iban encajando en su sitio formando un todo completo: el crimen.
Debía de haberlo comprendido desde el principio. Ghopal no podía haber planeado todo esto él solo. Era Cheyney quien conocía la existencia del ídolo en el museo de Athelny; Cheyney el que conocía su valor. Cheyney el que había empleado a Ghopal y Parvati, al vigilante y Tracy como peones de una intrincada partida de ajedrez propia, deshaciéndose de las piezas cuando no las necesitaba. Todavía no sabía lo que él se jugaba en aquella partida... pero iba a descubrirlo.
Y siempre quedaba la posibilidad de que me hubiera equivocado. Me había equivocado tantas veces, según parecía, en esta semana. Quizás existiera una razón para que el profesor hubiera ocultado a la policía la presencia de Tracy. Estaba deseando darle el beneficio de la duda, si hubiera dicho la verdad. Sólo una oportunidad, y si se negaba, localizaría a Mary y llamaría a Kroke.
Observé a Ann mientras se alejaba en su coche cuando anochecia y después saqué el Caddy y me encaminé hacia el colegio. Me detuve delante de la enorme y vieja casa. Subí la escalera. Toqué el timbre y esperé.
Y esperé, y esperé.
No había nadie en casa.
Di un rodeo hacia el lado del porche. Las persianas estaban echadas. Quizás el profesor habría salido para cenar temprano. Eché una mirada a mi reloj. Eran poco más de las cinco. Quizá fuera mejor que comiese algo para regresar más tarde; podía telefonearle primero para estar seguro.
¿Estar seguro de qué? ¿De darle tiempo de idear una coartada, de negarlo todo? Por lo que sabía, la clave del asesinato estaba allí, dentro de la biblioteca de Cheyney. De ella no me separaba nada más que una ventana.
Una tabla crujió a mi espalda.
Me volví levantando las manos. Y entonces, algo salió de las sombras, algo largo y delgado, y sentí un golpe en mi cuello, otro en la frente. Retrocedí, pero un brazo me alcanzó retorciéndome la muñeca, hacia abajo y atrás, Traté de moverme, pero me siguió sujetando dejándome indefenso. La presión en la muñeca empezaba a hacerse insoportable, y entonces sentí otra presión más ligera pero infinitamente peor. El cañón de una pistola apoyado en mi espalda.
La voz sonó junto a mi oído.
-No se mueva o disparo. -Me obligó a caminar hacia el lado del porche, donde la luz era más fuerte-. Vamos, déjeme echarle una mirada. ¡Jay!, ¿qué estás haciendo aquí?
-¡Sargento! -Era Kroke en efecto. Soltó mi brazo y retiró la pistola.
-¿Tratando de forzar la entrada, verdad? Esto es malo, muchacho. ¿Qué tienes que contarme?
Continué allí respirando fuerte y frotándome la muñeca. Entonces le hablé. Le conté el intento de Ghopal de matar al Nizam en casa de Ann. Le dije lo que ella me había contado.
-¿Por qué no fuiste a mí? -preguntó-. Creo que ya te advertí que no intentases nada por tu cuenta.
-No lo sé. -Suspiré-. Estoy confundido, y cualquier cosa que haga siempre me tiene que salir mal. Pensaba ir a verle a usted inmediatamente después de hablar con el profesor. -Hice una pausa-. ¿Pero por qué está usted aquí?
-Por el mismo motivo que tú. Hablé con la señorita Singh al mediodía. Es toda una mujer. Fuimos a Pinkley Hall y registramos la habitación de Ghopal.
-¿Encontró algo?
-No. Nada de estatuas ni armas ni cartas nl nada. Todo revuelto como suele estar la habitación de un estudiante, supongo. Parecía como si acabase de salir para tomar una taza de té. Pero voy a volver por allí.
-¿Dijo algo Parvati que pueda servir de ayuda?
-Bien, me conté algo que yo no sabía. Nuestro amigo Ghopal suele tomar «bhang» de vez en cuando.
-¿Bhang?
-Un narcótico. Lo emplean en la India. No es que sea un adicto a la droga, o al menos eso dice ella, pero lo ha probado.
-¿Dónde lo ha obtenido?
-No lo dijo. Esa es una de las preguntas que pensaba hacerle al profesor Cheyney.
-¿Es por eso que vino usted aquí?
Pude ver la sombra de su sonrisa en la oscuridad.
-No por completo. Lo creas o no, muchacho, los policías no son simplemente los aficionados que tú crees. Esta tarde fui a ver a la señora Klotz para interrogarla.
-¿La señora Klotz?
-Mary, para ti. Cheyney mencionó que tenía una asistenta por horas. Tomé nota de ello y me puse en contacto con ella. Cuando vino a la ciudad estaba deseando hablar. Me dijo lo mismo que a Ann. Sobre la visita de tu tía al mediodía. Así que aquí estoy.
-Pero el profesor se ha marchado.
-Eso veo. Y tú estabas a punto de cometer un acto ilegal.
-Pensé que quizá nada perdería si echaba una mirada dentro. Puede que exista una prueba, algo que él tenga escondido...
-Hubieras abierto esta ventana, ¿eh? Y pensabas entrar, ¿no es verdad?
-Cierto.
-Dime cómo tenias planeado hacerlo.
Se lo mostré. La ventana se abrió, me deslicé al interior y él me siguió. Estábamos en la oscuridad del comedor. Avancé palpando las paredes en busca del conmutador de la luz. A mi espalda sonó la voz de Kroke.
-No enciendas -dijo- Podrían ver la luz desde la calle. Probemos primero en la biblioteca. Debe estar al otro lado del vestíbulo.
Así era. Las persianas también estaban echadas, y era como caminar por una habitación llena de tinta.
Tropecé contra una silla.
-No sirve -dije-. No podemos encontrar nada a oscuras.
-Está bien, muchacho.
Algo sonó, y el débil rayo de una pequeña linterna se proyectó contra el techo. Entonces bajó posándose en la mesa. Permanecimos inmóviles observando los movimientos de la luz, esperando hallar algo donde detenerla.
Lo encontró.
Algo se iluminó emitiendo un reflejo. Algo que brilló como un pálido rubí, un rubí incrustado en carne humana. Era un ojo en la oscuridad.
Avancé hacia la pared y encendí la luz. Entonces pudimos ver al profesor Cheyney sentado detrás de su mesa.
Pero él no podía vernos.
Kroke echó una mirada a su alrededor y se dirigió al teléfono. Su voz se hizo eco a través de las vacías, grandes y oscuras habitaciones de la casa.
-...¿tiene la dirección? Bien. Quiero que venga el médico en seguida.
Entonces nos sentamos a esperar. No había nada divertido en ello, al menos Kroke y yo no le veíamos la gracia.
Pero para Cheyney parecía que sí. Su rostro amoratado sonreía, y de su boca abierta asomaba la punta de su lengua ennegrecida.
LA TERCERA VÍCTIMA
Me acerqué a él en la oscuridad y tuvo miedo.
No es que me temiese, sino sólo a la muerte, y no se daba cuenta de que la muerte y yo éramos una misma cosa.
Habló con el pobre lenguaje de los hombres débiles, sobre planes que habían salido mal, y temores y peligros que únicamente existen en la mente de los cobardes.
Incluso al final le di la oportunidad de redimirse, pero no comprendió que era una oportunidad, y la única para él.
En vez de aprovecharla, sus palabras fueron sobre sí mismo y los peligros, y le escuché hasta el final, como quien escucha para juzgar a su prisionero que pide misericordia.
Pero cuando empezó a interrogarme y a hablar de dónde había estado, y lo que había hecho, supe que seguir hablando era inútil. Se había condenado a sí mismo como un cobarde, capaz de ponerme en peligro y a él también. Entonces en mi mente le sentencié a muerte y esperé.
Esperé hasta que habló de Kali, queriendo conocer dónde estaba oculta.
Rápidamente mi lengua formó palabras y con las palabras llegó el plan, mudo. Le dije que le mostraría a Kali y que podía reclamarla. Y le dibujé el lugar de su escondite sobre un trozo de papel.
Estábamos en su estudio, completamente solos, y las persianas estaban corridas. No había nadie que escuchase ni nadie que pudiera ver.
Cuando terminé el plano y lo dejé sobre su mesa, se mostró agradecido. Lo tomó en sus manos, lo levantó para estudiarlo, y yo me inchné sobre sus hombros, como para verlo también.
Lo miró y frunció el ceño. Dijo:
-Pero no lo entiendo -pues yo había dibujado solamente sobre el papel una serie de trazos sin significado-. No lo entiendo -repitió-. ¿Dónde está Kali?
-Kali está aquí –contesté.
Y Kali estaba allí. Salió de las sombras, el collar de cráneos brillando en su cuello, las serpientes silbando en su cintura. Vino para prestar su fuerza a mi brazo cuando me incliné y le cogí por el cuello.
Trató de levantarse de la silla, trató de apartar mis manos, trató de respirar y gritar... y entonces, en el último momento, sólo trató de respirar.
Mis dedos presionaron y su cuello crujió. Tomé el trozo de papel y me marché abriendo una ventana que daba al porche y al césped en sombras.
Y él quedó en la oscuridad detrás de mí, esperando hasta que Kali llegase para reclamar su alma para el infierno.
CAPÍTULO XIII
Esto ocurrió el viernes por la noche. No llegué a tomar mi cena. Hablé con la policía; otra vez, con el fiscal del distrito Pell, y a tres reporteros de los periódicos de Pointville y Reed Center.
Ahora no existía ninguna duda. Los periódicos, al día siguiente, relatarían una verdadera historía sobre homicidios por estrangulamiento. Lo sabía por las preguntas que me hicieron, y por la forma en que los periodistas hablaban del caso. Me iba a sentir yo bastante mal, después que se publicase eso.
El fiscal del distrito, Pell, también creía lo mismo. Habló con Kroke y con Archerd, el jefe de policía, delante de mí.
-Tenemos que hacer algo para evitar que el pánico se apodere de las gentes -dijo-. Voy a ponerme en seguida en contacto con Reed Center. Quiero la colaboración de todo el departamento. Tienen que mandar un guardia a Athelny y otro al Nizam, también.
-¿Qué opina de la inmunidad diplomática?-preguntó Kroke.
-¡Que se vaya al diablo la inmunidad diplomática! Nadie tiene derecho a venir a este país con un grupo de criminales y soltarlos contra nuestros conciudadanos.
-¿Entonces cred usted que fue alguien de la comitiva del Nizam?
-Usted ha estado buscando a Ghopal, ¿verdad, Kroke? Bien, en veinticuatro horas no ha podido descubrir nada que pueda considerarse como prueba. Ha registrado usted sus habitaciones, interrogado a su hermana, y todavía no tiene usted prueba en qué apoyarse.
-Excepto que ha huido.
-Eso no demuestra nada, sólo que su departamento cometió un error al no tenerlo vigilado. Oh, es posible que él haya cometido esos crímenes, pero existe la misma posibilidad que sea obra de uno de los fieles cortadores de cuellos del Nizam, y Ghopal, sabiéndolo, huyese por miedo. No le culpo, yo también tendría miedo si estuviera al alcance de esos cuchillos. -Pell se paseaba de arriba abajo bombardeando a Kroke con sus palabras-. En la escolta del Nizam hay once hombres armados, y por mi vida que cualquiera de ellos es tan aceptable sospechoso como Ghopal Singh. ¡Diablos!, tampoco dejaría escapar al mismo Nizam. Va a ser un trabajo arduo vigilarlos a todos o tratar de comprobar sus movimientos durante los últimos cinco días, pero tiene que hacerse. Y voy a pedir a Reed Center que pongan manos a la obra.
Se sentó y secó sus gafas.
-Hemos estado completamente dormidos -dijo-. Oh, la culpa es tan mía como de los demás. Resulta que tenemos a dos estudiantes hindúes en el colegio; nos dedicamos a ellos porque es el camino más fácil y los tenemos a mano. Pero pasamos por alto el grupo principal, que se encuentra sólo a veinticinco millas de distancia. -Se volvió al jefe de policía-. ¿Dónde estaba la gente del Nizam hace tres semanas, cuando el vigilante fue asesinado en el museo? -preguntó-. Ni siquiera sabemos eso, ¿verdad? ¿Y dónde se encontraba cada hombre el lunes por la noche, la noche en que la señorita Edwards murió estrangulada? Sí, ¿y dónde se encontraban todos esta noche cuando murió el profesor Cheyney? Ya es hora de que obtengamos resultados satisfactorios a estas preguntas.
Se volvió para enfrentarse conmigo y en este momento no era el hombre de trato agradable, de voz suave que recordaba de hacía unos días.
-Podía encarcelarle por lo que intentó hacer esta tarde, ya lo sabe. Forzar una ventana y entrar es delictivo. Por lo único que no voy a llevar las cosas hasta el extremo es porque, a pesar de sus trucos infantiles, ha demostrado usted una iniciativa mejor que cualquiera de nosotros, ya que realmente intentó llevar a cabo una investigación.
Permanecí callado.
-Pero de ahora en adelante, no seremos tan benévolós. Por lo tanto será mejor que se marche a su casa y que aparte la nariz de todo este embrollo.
Asentí y me encaminé a la puerta.
-Y olvídese de todo lo que ha oído aquí -me dijo por último.
Me fui a casa, pero no pude seguir su consejo. Me fue imposible olvidar nada.
Aquella noche se aparecieron en mis sueños cuatro rostros: el rostro negro y ciego de Kali. La cara hinchada y amoratada de Tracy, yaciendo donde había caído. El contorsionado rostro del profesor Cheyney, colgando de un cuello retorcido y roto. Y el cuarto... el que no podía ver con claridad: el rostro del phansigar, del thug estrangulador.
Esas cuatro faces me hicieron compañía hasta el amanecer que se marcharon y me sumergí en un sueño más profundo: Dormí la mayor parte de la mañana, y era casi mediodía cuando terminé de bañarme, vestisme y tomarme el desayuno.
Entonces llamé a Kroke por teléfono. Me dijeron que había salido, pero hablé con Summers, su ayudante.
-No, señor Thomas, no tengo nada que decirle -dijo.
-¿Es eso verdad, o simplemente informe oficial?
-Es verdad. Pero algo está a punto de suceder, y pronto. Están realmente entregados a este caso. Acabamos de enviar un hombre a Baldwin para comprobar una informacion recibida de que Gkopal Singh fue visto allí esta mañana. El sargento se encuentra en estos momentos en Reed Center, trabajando con el jefe de ese centro.
-¿Están cooperando los del Reed Center?
-Sí, por lo que yo sé. Tienen el hotel cercado. Nadie de la escolta del Nizam puede entrar o salir. Éste no permitirá que se interrogue a su gente, pero al menos por el momento viven sobre ascuas. Suponemos que tarde o temprano se cansará de la situación y nos dejará hacer algunas preguntas.
-¿Y eso es todo?
-Eso es todo. Tengo que irme ahora, pues me reclaman.
-Gracias, señor Summers. ¿Me llamará usted si se entera de algo?
-Por supuesto.
Colgó. Estuve solo durante un rato, y entonces volvieron los cuatro rostros. No estaba dormido esta vez; pero siguieron bailando en mi mente, provocando pensamientos llenos de miedo.
No me gustaba estar solo. La tienda y la puerta lateral estaban cerradas, pero el viento de octubre soplaba y en la casa se producían ruidos. De vez en cuando se oía algo en la planta baja, como por ejemplo el crujido de una tabla. La luz del día entraba a raudales, pero no me ayudaba mucho. El phansigar había entrado por las ventanas con su cordón. ¿Y quién sabía si todos los hombres del Nizam se encontraban en el hotel cuando éste fue sitiado? Además, Ghopal todavía seguía sin aparecer.
Entonces se me ocurrió la idea. Tomé el teléfono y llamé a Pinkley Hall.
-Parvati Singh, por favor.
Se produjo una larga pausa y después of su voz.
-¿Diga?
-Soy Jay Thomas.
-Oh, me alegro mucho. Te busqué anoche, pero dijeron que ya te habías marchado.
-¿Anoche?
-En el puesto de policía... vinieron a buscarme y me llevaron allí, para preguntarme sobre el profesor Cbeyney.
-Entonces ya sabes lo sucedido.
-Sí, me lo dijeron ellos.
-¿Qué crees? ¿Fue Ghopal?
-Jay... tengo miedo. ¿Cuándo podré verte?
-Ahora mismo si quieres. Iré a tu casa.
-Bien. Te esperaré abajo en la sala. ¿Tardarás mucho?
-Iré en seguida.
Colgué, dudé un momento, y después marqué el número de Ann Colton. El timbre sonó una vez, dos, tres... conté hasta trece antes de volver a colgar.
Trece. No soy supersticioso, pero seguí imaginándome la casa desierta. Desierta, pero no vacía. Había una ventana abierta en alguna parte, y caída en el suelo junto a ella estaba Ann. El aire agitaba su pelo, lo apartaba de su rostro para que pudiera yo ver el color amoratado, la hinchazón de su rostro, la lengua ennegrecida, el cuello contorsionado...
No. Me estaba dejando dominar por la imaginación. Nada le había ocurrido a Ann. Pero, a pesar de todo, quizás no sería mala idea darme una vuelta por allí después de ver a Parvati. Cualquier cosa era mejor que estar solo, hoy.
Salí rápidamente de la casa, y ya había caminado un buen trecho cuando me di cuenta de que había olvidado tomar el coche.
En vez de volverme atrás, caminé más aprisa. Todavía faltaban unos nueve bloques y los recorrí en menos de diez minutos.
Pinkley House era una casa particular transformada en residencia señorial. La sala de la planta baja era tan grande como la tienda y el piso alto juntos. Contenía al menos una media docena de sofás y más de una docena de sillas, y como era sábado por la tarde había muchos estudiantes allí. Pero no vi a Parvati.
Regresé al vestíbulo y toqué el timbre que había sobre la mesa. Entonces vino la dueña de la casa.
-¿Qué se le ofrece?
-¿Puede hacerme el favor de llamar a Parvati Singh?
-Sí. Pero estoy casi segura de que la he visto bajar hace unos minutos. Creo que ha salido.
Asentí pero sin moverme. Ella se dirigió a la centralita de teléfonos. Al cabo de un minuto se quitó los auriculares.
-Lo siento, pero no contesta. ¿Quiere usted dejar algún recado para la señorita Singh?
-No, gracias. Esperaré un poco. Ella prometió reunirse conmigo.
-Entre usted y póngase cómodo.
Entré pero no me sentí cómodo. ¿Por qué había salido y a dónde había ido?
Ésta fue una de las ocasiones en que deseé que me gustase fumar. Siempre me he preguntado qué sucedería si me casase y mi mujer estuviese a punto de tener un hijo. ¿Cómo podría esperar el acontecimiento en la sala de espera del hospital si no fumaba?
Bueno, ahora no tenía que preocuparme de eso. No estaba casado, y no tenía ningún problema de nacimiento. Tenía un problema de muerte.
Miré a mi alrededor. Estaba lleno de estudiantes. Jóvenes agradables, unos más, otros menos, pero la mayoría eran de mi edad. Hablaban, reían, se movían de un lado para otro. No tenían quebraderos de cabeza.
¿Por qué tenía que sucederme eso a mí? ¿Por qué tenía que ser yo el escogido para sufrir por aquellos asesinatos? Crímenes cometidos y crímenes que habrían de suceder. Incluso ahora, en este mismo momento, quizás se estuviese cometiendo uno y la víctima era Ann. Y Parvati, ¿dónde estaba?
-Hola, Jay.
Volví la cabeza. Herb Phelps me sonreía.
-¿Qué hay de nuevo? -preguntó.
No me gustaba mucho Herb Phelps, y creo que el «¿Qué hay de nuevo?» y «¿Qué se sabe?» son las dos expresiones más tontas que existen, pero en este momento me alegré tanto de ver un rostro conocido que le hubiera besado.
-¿Te has enterado de lo del profesor Cheyney?-preguntó.
Asentí.
-Chico, ha causado verdadera sensación por toda la ciudad. Debe ser algo serio ese estrangulador andando suelto por ahí. Dos asesinatos sólo en una... -Dudó y me miró-. Bueno -dijo-. Lo siento, había olvidado que fue tu tía la que asesinaron el lunes por la noche, cuando te vi en Newton.
-Está bien -le animé-. Puedes hablar de ello.
-¿Te has enterado de algo por la policía? ¿Saben ya quién es el asesino?
Sacudí la cabeza.
-No. Y quisiera saberlo.
Los periódicos todavía no habían salido en su edición matinal, así que Herb no podía estar enterado de que yo me encontraba allí cuando descubrieron a Cheyney muerto. Empezó a contarme la historia, o mejor los rumores que había oído. Le interrumpí de pronto.
-Herbs, ¿has visto por casualidad a Parvati Singh por aqui?
-¿Te refieres a esa bella hindú? No; he llegado hace un minuto y no la he visto. Su hermano ha desaparecido y ella está preocupada por estos asesinatos, según creo.
Me pregunté si yo habría hablado demasiado.
-Jay, ¿te interesaría saber una cosa?
-¿De qué se trata?
-Deja a esa india, chico. Tengo que hacerte una confidencia, pero no lo digas a nadie.
-Continúa. Te escucho.
Inclinó la cabeza.
-Ghopal es compañero mío, Jay. Solía verlo muy a menudo hasta hace cosa de unos meses. Entonces me sentí interesado por esa hermana suya. Ella está bastante bien, pero Ghopal me echó.
-¿Por qué?
-Parvati no es su hermana, Es su mujer.
-¡Oh!
-No estoy bromeando. Es por completo cierto que está casada con él. ¿Por qué diablos crees que iban a estar viviendo juntos si no? Sólo que si en el colegio lo descubren alguna vez, pondrán a Ghopal de patitas en la calle.
-Cuéntame más.
-Eso es todo, chico. Se casaron poco antes de venir a nuestro país, según tengo entendido. Son primos segundos. Bonita manera de venir a estudiar. No me importaría cargar con alguien como Parvati para que me ayudase a hacer los ejercidos escolares.
Empezó a masticar un trozo de chiclé, pero esto no le impidió seguir hablando.
-Están forrados de dinero. Tendrías que ver sus habitaciones. Disponen de toda la parte posterior del segundo piso. Incluso tienen una cocina para prepararse su comida. Una vez comí con ellos. Platos fuertes y cosas así. Creo que Ghopal hace sus compras en Reed Center, y guardan faisanes, champaña y caviar en una despensa. Y creo que él fuma marihuana o cosa por el estilo. ¿Supones que podría ser él...?
Dejé a Herb con la frase a medio terminar.
Entonces la vi que entraba en aquel momento.
Perdóname -dije.
Ella me vio y sonrió.
-Oh, no suponía que llegases tan pronto. Salí a tomar un emparedado. ¿Quieres que vayamos a algún sitio para hablar?
-Buena idea -aprobé-. Supongo que tú y yo tenemos muchas cosas de que hablar. Una charla buena y larga... sobre crímenes.
CAPÍTULO XIV
Parvati echó una mirada a la sala.
-Tengo el coche -dijo-. Creo que seria mejor no quedarnos aquí.
Su mirada se paseaba por el aposento, buscando algo que no deseaba ver. No temblaba, pero noté que respiraba demasiado deprisa.
-Vamos, entonces -dije-. Conozco un sitio.
-A tu tienda no. Puede él ir allí.
-¿Quién?
-Te lo diré cuando estemos en el coche.
Salimos de Pinkley House. Su automóvil estaba aparcado justo al otro lado de la calle.
-Déjame conducir -dije.
-¿Pero adónde vamos?
-A la finca de Ann Colton. Ya la conoces.
-Sí. Puede ser un buen sitio.
Su agitación pareció calmarse un poco, pero noté que miró hacia atrás cuando tomábamos la curva.
-Está bien, ¿a quién estás buscando? -pregunté-. ¿A Ghopal?
-No. A uno de los hombres del Nizam.
-Están detenidos en el hotel en Reed Center. Me lo dijo la policía.
-No todos, Jay. Estoy segura de haber visto a uno de ellos en la calle hace un momento. -Se agarró a mi brazo cuando enfilábamos la carretera-. Jay, yo... yo te he mentido. No salí para tomar un emparedado. Cuando vi a ese hombre, estuve a punto de huir.
-Oh. -No dije más durante un momento-. ¿Por qué cambiaste de opinión?
-Porque no tengo donde ir. Y Ghopal puede regresar. Él puede regresar.
-Amas a tu marido, ¿eh?
-¿Marido?
La miré a los ojos. Enrojeció y apartó la vista.
-Lo sé, Parvati. Sé muchas cosas. Así que será mejor que me cuentes el resto. No puedes esperar seguir ocultando la verdad mucho más tiempo.
-Está bien, te diré todo lo que sé. -Echó una mirada por la ventanilla-. ¿Nos sigue un coche?
Sacudí la cabeza.
-No, puedes estar tranquila. Y no tendrás nada que temer, una vez que lleguemos al fondo de todo esto. Por eso es tan importante que hables.
Enfilamos la carretera que se desviaba hacia la finca.
-¿Puedes confiar en la señora Colton?
-Por completo. Pero no estoy seguro de que se encuentre en casa. Voy a echar una mirada.
Aparcamos. No vi por ninguna parte el coche de Ann, y el garaje estaba abierto y vacío. Caminé hasta la puerta e hice sonar el timbre. Escuché su eco, pero nada más. Lo volví a intentar, y la puerta continuó cerrada.
-Jay, ¿dónde vas?
-Sólo a echar una mirada por las ventanas. -Hice una seña a Parvati-. Ven y no te preocupes. No voy a forzar la entrada.
Rodeamos la casa. Miré a través de todas las ventanas y las comprobé, porque tenía ya firmemente identificada una de las características del asesino: le gustaba entrar por las ventanas.
Pero las ventanas estaban todas herméticamente cerradas y, después de mirar por los cristales, no vi nada que me alarmase. La casa de Ann estaba desierta.
-¿Dónde vamos ahora?
-Ahí abajo. -Le indiqué un banco que había justo bajo el cobertizo de la canoa. Parvati se reunió allí conmigo, y el fuerte sol de la media tarde envolvía su pelo con un halo de oscuro fuego. Ella se acercó a mí, pero yo me retiré.
-No hace falta -dije-. Recuérdalo, sé que tú y Ghopal estáis casados.
Se mordió el labio.
-Jay, no lo comprendes. Ya no quiero a Ghopal. Y ahora que ha huido, sé que él tampoco me quiere.
-Empieza desde el principio -dije.
Perdió su mirada en el lago. Después suspiró.
-Está bien. Supongo que ya no importa. Ghopal se ha marchado y ya no volverá. Y el profesor ha muerto.
-¿Mató Ghopal al profesor?
Su voz se hizo muy baja.
-Sí.
-¿Y a los otros?
-Sí.
-¿Por qué?
-Quería gobernar en Chandra. Jay, la ambición es una cosa terrible. Te vuelve orgulloso e indómito. Desde que era un niño, todo lo que Ghopal hacía iba dirigido a ese fin. Deseaba susrituir a su primo en el trono. Ahora pienso que se casó conmigo sólo porque esto podría servirle para conseguir sus propósitos, ya que yo también soy de sangre real. Nuestro matrimonio fue secreto, como probablemente sabes.
-Lo sé.
-El año pasado, cuando vinimos al colegio, Ghopal se aplicó a sus estudios. Hablaba muy a menudo de sus esperanzas, de regresar a Chandra y ayudar a la gente, atraerse amigos para su causa. Antes o después el Nizam moriría, y él podría sucederle en el trono. Pero era joven, impaciente y solitario.
»Pronto conocimos al profesor Cheyney, y Chopal ya no volvió a aparecer solitario. Era extraño para nosotros, el colegio, y Cheyney fue un amigo bien acogido. Ghopal confiaba en él y le habló de sus ambiciones. Éste fue su error.
-¿Cheyney tomó parte en el plan? -pregunté.
-Cheyney fue el responsable de todo -declaró ella-. ¡En verdad es hazaña suya! Era un hombre endiablado y me alegro que haya muerto. Si al menos hubiera muerto antes de que todo esto empezase, antes de tentar a Ghopal con sus mentiras, de soliviantar a la gente, de reclamar su derecho al trono...
-Vas demasiado aprisa para mí -dije-. ¿Qué quieres decir con todo eso?
-¿No lo comprendes? Cuando Cbeyney descubrió que Ghopal deseaba gobernar en Chandra, le habló del ídolo robado. Athelny había confiado en él por supuesto, y él sabía que Kali descansaba en el museo de Athelny. Sabía también que el Nizam de Chandra estaba en este país. Sugirió a Ghopal que robase la estatua y que fuese directamente en avión a Chandra con ella. El profesor y yo le acompañaríamos. Juntos, durante la ausencia del Nizam, provocaríamos la revolución, destituiríamos al Nizam y nos apoderaríamos del trono. Cheyney alegaba que sería muy fácil. El pueblo odia al Nizam. Si Ghopal regresaba, llevando el ídolo como prueba de su devoción y extendía la noticia de que el Nizam renegaha de sus dioses, costaría muy poco ver realizados nuestros propósitos. El profesor Cheyney conocía la mentalidad de nuestro país, Jay. Estaba seguro del éxito, habló a Ghopal de la psicología de las masas y del impacto emocional que se produciría al instaurar el culto a Kali y los demás dioses que el Nizam había abandonado.
»Yo no estaba convencida. Pero el profesor Cbeyney seguía hablando y hablando. El también era ambicioso. No quería terminar sus días como un oscuro profesor orientalista en un pequeño colegio, soñaba con ser el poder escondido detrás del trono. Y ésta era su oportunidad, si lograba convencer a Ghopal. A pesar de todo lo que yo me opuse, lo consiguió. Planeó con todo detalle cómo robar el ídolo, dónde nos encontraríamos después. Incluso compró los billetes de avión... la policía encontrará su pasaporte más tarde o más temprano.
Todo empezaba a aclararse ahora. Pero yo sabia que había más.
-¿Quieres decir que Ghopal se dejó convencer para llevar a cabo un plan tan loco como ése? -pregunté-. Cualquiera podía ver que estaba destinado al fracaso.
Ella tornó a suspirar.
-No, necesariamente. Tú no conoces a mi pueblo, Jay. Quizá su misma desgracia habría bastado.... el joven que regresa trayendo consigo los dioses de su país, durante la ausencia del Nizam, podía resultar. Ghopal así lo pensó. No razonaba, sólo daba realidad a sus ambiciones. Y para asegurarse su ccoperación, el profesor Cheyney le dio a probar el «bhang». -Hizo una pausa, expectante.
-Sé lo que es esto, Parvati -dije.
-Cheyney tomaba esa droga de vez en cuando. No sé dónde la conseguía, pero la ofreció a Ghopal, y solían sentarse allí hablando de sus sueños, y después llegó el momento de actuar. Una noche, mientras yo esperaba con el profesor, Ghopal marchó a Reed Center para robar el ídolo.
Hizo una pausa.
-Sé que hice mal -murmuró-. Debí dirigirme a la policía. Pero Ghopal era mi esposo y en realidad no estaba robando. Kali pertenece a Chandra y Athelny no tenía ningún derecho a poseerla.
-Pero Ghopal mató a un hombre... -empecé a decir.
-Sí -dijo Parvati despacio-. Y a partir de aquí, todo fue mal. No habíamos contado con el vigilante. De medo que Ghopal tuvo que matarle, y cuando regresó con Kali todos nuestros planes se habían venido abajo. Incluso si conseguíamos salir del país en avión, el hecho llegaría a Chandra.
»Además el profesor estaba ahora atemorizado. El asesinato le descubrió lo único que ignoraba... que Ghopal era... un thug.
-Pero yo creía... todo el mundo dice que...
-¿Que el Thuggee ha muerto? -sacudió la cabeza-. No, Jay. El Thuggee vive. Es un culto muy antiguo, y los viejos ritos de adoración no desaparecen tan fácilmente. La policía militar estaba formada por hombres muy parecidos al sargento Kroke, supongo. Sólo vieron lo que asomaba en la superficie, y aparentemente se había desterrado el Thuggee. Pero el Thuggee siguió existiendo. Se practicaba a escondidas.
-¿Pero cómo llegó Ghopal a verse envuelto en eso? Creí que tenía sangre real, y que los thug únicamente pertenecían a la clase baja.
-Ghopal, lo mismo que yo, descendemos de una rama colateral de la familia real. Apartados del trono durante más de cien años han luchado para volverlo a ocupar. Y sus métodos son... el crimen. Por esta razón, un niño de cada generación ha sido ofrecido en secreto a Kali, entregado a los Bhortutes para que aprendiese los caminos misteriosos de la muerte. Ghopal fue elegido. Nadie lo sabía, por supuesto. Yo misma no lo supe hasta mucho después de nuestro matrimonio.
-¿Había planeado Gbopal matar al Nizam? -pregunté.
-El grupo adicto lo planeó para él. Después de terminar sus estudios aquí, regresaría a Chandra y asesinaría al Nizam. Pero ahora, los proyectos del profesor Cheyney parecían una alternativa más fácil. Si podía ir ahora a Chandra con la estatua de Kali, ganaría la ayuda del grupo de Thuggee, y se apoderaría del trono sin lucha y sin sangre.
-En vez de eso terminó asesinando al vigilante -dije-. Entonces Cbeyney se asustó.
-Así es. El profesor tenía miedo de que Kali permaneciese en su casa, o que la tuviéramos con nosotros. Entonces pensó en tu tía. Si se entrevistaba con ella, le entregaba a Kali y le hablaba de la recompensa, Tracy la devolvería. Le explicaría que un forastero se la había vendido, y que no deseaba que su nombre se viera envuelto en el caso. Después de obtener la recompensa, tu tía podría decir que se la habían robado.
-Pero no resultó, ¿por qué?
-Porque Ghopal tenía sus propios planes. Porque era un thug, y Kali era su diosa. No la abandonaría por nada. Estaba convencido que ahora ella le ayudaría a conseguir el trono.
-¿Tú sabías esto?
-Claro que no. Y tampoco lo sabía el profesor. Ghopal simuló aceptar que el ídolo fuese entregado a tu tía. Tracy vino al mediodía y después regresó por la noche para llamar a Athelny desde casa del profesor. Athelny no contestó. Ella se marchó y el profesor dijo que lo volverían a intentar por la mañana.
-¿Qué sucedió entonces?
-Ghopal y yo regresamos a Pinkley House. Yo estaba cansada. Él dijo que saldría a tomar un café, y yo entonces me acosté y me quedé dormida. Regresó sin hacer ruido sobre las dos de la madrugada. Traía el ídolo con él. Entonces me dijo que se lo había quitado a tu tía y que la había matado.
»¿Qué iba a hacer yo? Era mi marido, no podía entregarlo a la policía. Juró que era una anciana y que no había tenido intención de matarla. Pero no le creí. Aquella noche, antes de acostarse, oró ante Kali. Escuché las oraciones de un phansigar a la Madre Oscura del Crimen, y tuve miedo, porque había dejado de ser el hombre que yo conocía para convertirse en un extraño, dedicado a matar por Kali.
»A la mañana siguiente cuando me desperté, ya se había marchado. Y Kali había desaparecido. No me contó dónde había escondido la estatua; sólo que estaba a salvo. Y entonces dijo que haría las cosas a su manera, sin contar con el profesor. Ideó volver a la India, pero le quedaba una cosa que hacer: matar al Nizam. Kali le había hablado y era su deber.
-Esto fue el martes -dije-. Tú y Ghopal fuisteis a casa de Cheyney por la tarde, mientras yo estaba allí. Y tomasteis parte en la cena y recepción del Nizam. El miércoles...
-El miércoles el profesor y yo hablamos a Ghopal. Pero no sirvió de nada. Dijo que si le delatábamos conseguiría que sufriéramos con él. Prometió que se marcharía al día siguiente de todas formas. Así que guardamos silencio. Y ya sabes lo que sucedió después.
-Sí. El miércoles por la noche, fue a casa de Ann para asesinar al Nizam, y yo lo evité. Y lo dejé marchar... ¡como un tonto!
-Todos hemos sido imbéciles, Jay. Aquella noche, cuando regresó y me contó lo que había sucedido, le dije que no podía continuar. No iría con él a la India, y que había dejado de querer. Esta es la verdad, Jay. Cuando fui a verte el jueves, Ghopal se había marchado y me sentía libre.
-¿Dónde fue?
-No me lo dijo ni yo se lo pregunté. Supuse que se había marchado a Chicago, para tomar allí el avión, hasta que tú encontraste el cuerpo del profesor Cheyney.
Temblaba ligeramente, y esta vez me acerqué a ella. Se echó en mis brazos suavemente.
-¡Oh, Jay!, fue terrible. Yo debía de haber comprendido que nunca se marcharía sin asegurarse el silencio de Cheyney también. La noche pasada y hoy, todo ha sido una pesadilla para mí, no dejaba de preguntarme si estaría todavía escondido en algún sitio esperándome. Esperándome para hacerme callar a mí también.
-Debías de haberle dicho a Kroke todo esto.
-Y lo haré ahora. Pero quería que lo supieras tú primero. Porque te quiero.
Esta vez no se presentó ningún Ranji Dass para interrumpirnos. Sus labios eran cálidos y sus manos llegaron hasta mi cara para acariciar mis mejillas. Peto estaban frías porque sentía miedo.
-Otra cosa –dije-. Esa historia de que viste a uno de los hombres del Nizam ¿es cierta?
Noté el largo temblor que la estremeció.
-No. No era ningún hombre del Nizam, Jay. Ya te figuras quién creo que era; estaba de pie cerca de la cafetería. Era Ghopal.
-Vayamos a Ver a Kroke. Ahora mismo.
-Sí, Jay. Estoy preparada.
-Se ocupará de que te protejan -le aseguré mientras entrábamos en el coche y nos dirigíamos a la ciudad-. Y si Ghopal está por aquí, lo cogerán. No tendrá oportunidad de matarte.
Ella sacudió la cabeza.
-Él no me mataría, Jay. De eso estoy segura. No. Si se halla aquí, es por otro motivo.
-¿Cuál?
-Kali. -Me miró y sus palabras surgieron rápidas-. Ahora lo comprendo. Te dije que se la había llevado después de la muerte de tu tía y que la había escondido en alguna parte. Algún sitio, seguramente, donde podía recuperarla fácilmente. Y tiene que conseguir esa estatua antes de huir. Puede que la escondiera en nuestras habitaciones, o en casa del profesor...
La interrumpí.
-La casa del profesor ha sido registrada, y también vuestras habitaciones.
-Entonces tiene que estar en otra parte. ¿Pero dónde?
Me chocó algo. Me chocó lo suficiente como para detenerme a un lado de la carretera.
-Tienes razón -le dije-. Y creo que tengo la respuesta. Parvati, ¿tienes tus llaves encima?
Ella abrió el bolso y sacó un llavero. La llave del coche, la llave de la casa, una pequeña del joyero, y otra. Sujeté firmemente ésta última.
-¿Qué llave es ésta? -pregunté.
-Es de nuestra despensa, la de la cámara frigorífica. Jay, ¿no creerás...? -Sus ojos se agrandaron.
-Vamos -dije-. ¿Dónde cae?
-En la calle Harvey. Un poco más allá de tu establecimiento. ¿Sabes dónde está la tienda de flores?
Nos pusimos en marcha.
-Eso es -dije-. Tiene que ser. La escondió en la cámara, y ahora no puede sacarla porque tú tienes la llave.
-El martes por la mañana -murmuró ella-, ahora lo recuerdo. Tomó la llave y fue a buscar unos camarones en adobo. Eso me dijo. Y después volví a coger las llaves para el coche. –Aspiró hondo.
-Jay, creo que no debemos ir. Deberíamos llamar primero a la policía.
-Esto es algo que voy a hacer yo solo -repuse- Se lo debo a Tracy.
-Pero puede ser que Ghopal esté allí esperando. Es sábado y no habrá nadie por los alrededores, y puede que... -Otra vez estaba temblando.
-Está bien –dije-. Esto es lo que vamos a hacer. Te voy a dejar en la tienda cuando pasemos. Quiero que desde allí llames al sargento Kroke y le digas que venga en seguida. Y mientras tú le llamas, yo recogeré a Kali.
Asintió.
Nos detuvimos delante de la tienda, y yo eché a andar por el sendero. Las sombras se iban acumulando y no pude evitar acordarme del día anterior... cuando aproximadamente a la misma hora encontramos al profesor Cheyney.
-Espera aquí un minuto -dije.
Avancé solo y abrí la puerta. Entré y encendí todas las luces; pasé a la tienda y también subí muy despacio al piso de arriba. El lugar estaba vacío.
Entonces volví a bajar y asomé la cabeza por la puerta.
-Está bien. Puedes entrar y hacer la llamada. Deja la puerta cerrada basta que yo vuelva ¿comprendes? No tardaré más de diez minutos.
Ella asintió, entré y cerró la puerta tras de sí. Pude percibir el ruido de sus tacones cuando se dirigía al teléfono.
Entonces eché a andar y di la vuelta a la esquina. No necesitaba el coche. Kali estaba a unos minutos de distancia... había estado a unos minutos, ¡todo aquel tiempo!
Esto era lo que yo había estado esperando durante toda la semana. Deseaba poner esa maldita estatua bajo la nariz de Kroke y ver la expresión de su cara. Ya había sido niño durante bastante tiempo; ya era hora de que creciera.
Era una sensación agradable. El establecimiento no era más que una especie de mercado de alimentación; un mostrador delante, donde se colocaba el dependiente durante la semana. Ahora, sábado por la tarde, no había nadie allí pero ya conocía el sitio por haber estado antes. Las cámaras privadas estaban en la habitación interior.
Me dirigí directamente a ellas. La llave que me dio Parvati tenía el número 1958. Eché una mirada a las filas y después de encontrar la que buscaba, abrí la puerta.
Manipulé entre las cajas de cartón congeladas y paquetes recubiertos de hielo. Entonces mi mano tropezó con el paquete más grueso, detrás de todo. Podía muy bien tratarse de un pavo, pero no lo era. Por una vez estaba en lo cierto.
El paquete salió de la caja. Tiré de la envoltura rompiendo los papeles y me quedé mirando el rostro ciego y helado de Kali.
Miré la estatua durante largo tiempo, incluso a pesar de que el frío cortaba mis manos mientras la sostenía. Pues Kali estaba fría, fría como la muerte.
Kali era la muerte. Tres vidas habían sido sacrificadas por ella; pero ¿quién sabía cuántos miles habían tenido el mismo destino antiguamente?
Miré los cuerpos que colgaban de sus orejas, las gesticulantes calaveras de su collar, las serpientes que protegían su talle. Vi la espada que blandía y la cabeza que sujetaba, y los otros dos brazos que señalaban el cielo y el infierno. Kali, la Diosa del Crimen. La diosa de Ghopal.
Me pregunté qué se sentía de ser un thug, lo que pasaría por su mente cuando estrangulaba para ofrecer un sacrificio. ¿Qué pensaba, qué sentía cuando mató al vigilante, cuando quitó la vida a Tracy y a Cheyney?
Y me pregunté dónde estaría ahora.
Y la respuesta llegó en seguida.
Llegó de repente, desde el otro lado de la oscura cámara de congelación.
Algo silbó y pasó junto a mi cabeza en las sombras, cortando el aire por encima de mi frente.
Era un cuchillo de carnicero.
Me encogí, oyéndolo aterrizar en el suelo del corredor, repercutiendo en la oscuridad el sonido de su cortante filo.
Inmediatameate después una figura surgió de las borrosas sombras. Antes de que tuviera tiempo de volverme se echó sobre mí con las manos como garras para arrebatarme a Kali.
Me tambaleé hacia la entrada perdiendo el equilibrio cuando la sombra se apartó. Alargué la mano y encontré un brazo, una manga que se desgarró, y entonces la puerta se móvió apretándose contra mí.
La puerta era pesada y retrocedí, obligado por su fuerza. Empezó a cerrarse, a cerrarse y no me pude mover.
Me encontré encerrado en las tinieblas.
CAPÍTULO XV
No sé cuánto tiempo tardé en encontrar la llave de la luz. Probablemente no fue más de dos minutos, pero me parecieron siglos.
El cuchillo estaba a mis pies. Lo recogí y lo miré y después lo volví a soltar. Podía haberme cortado el cuello, pero no me podía ayudar a abrir la puerta.
Tenía que encontrar otra cosa.
Hallé un mazo en la cámara de congelación y un largo afilador de acero. Empleé el afilador como palanca, introduciéndolo en la madera alrededor de la cerradura y golpeándolo con el mazo.
La madera era dura, pero saltaba en lascas. Continué trabajando frenéticamente hasta que todo se desprendió. Entonces escudriñé en el agujero.
Mientras tanto no dejaba de preguntarme si Ghopal me habría seguido, y si sabía dónde me esperaba Parvati.
De ser así, volvería allí.
Sólo podía rogar porque mantuviese la puerta cerrada hasta la llegada de Kroke. Puede que ya se hubiera presentado, pero la suerte de ella no podía depender de eso.
Cuando conseguí abrir la puerta, tomé el mazo conmigo. Ghopal tenía un cordón y también una pistola. Yo debía de saberlo; yo era el tonto que se la había devuelto. El mazo no me serviría de mucho, peto me sentía mejor llevándolo en la mano mientras corría.
Era ya anochecido y las calles estaban casi desiertas. No había mucha gente que me viera correr con un mazo en la mano. Ni tampoco que viera a Ghopal, si él había pasado por allí.
Doblé la esquina y vi la tienda un poco más adelante. El coche de Parvati seguía aparcado en la curva. Busqué con la mirada el Plymouth de Kroke, o un coche patrulla, pero ninguno estaba a la vista.
Corrí más aprisa, avancé por el sendero y traté de abrir la puerta. Estaba cerrada, y toqué el timbre.
Silencio.
Llamé otra vez.
-Abre -grité-. ¡De prisa!
En la escalera se oyeron débilmente unos pasos. El sonido de unos tacones altos. Entonces su rostro apareció en el cristal.
-Oh, Jay, ¡eres tú!
Abrió la puerta.
-¿Estás bien?
-Sí.
-¿Qué hay de Kroke? ¿No lo llamaste?
-Debe estar en camino. El señor Summers dijo que regresaría de Reed Center de un momento a otro. Le dije donde nos encontraría.
-Está bien. Estaba preocupado.
-Yo también estaba preocupada, Jay. ¿Qué ocurrió?
Miró el mazo. Lo solté sobre la mesa de la trastienda y le conté lo sucedido.
Parvati asintió y respiró hondo.
-Lo sé -dijo-. Lo presentía... sólo que no podía estar segura de que estuvieras a salvo.
-¿Qué quieres decir?
-Jay, sube. Tengo que enseñarte algo.
La seguí al piso, a la cocina. Incluso antes de verlo, adiviné que debía de encontrarse allí.
Y allí estaba sobre la mesa, desde donde me miraba. Era la estatua de Kali.
Me volví en redondo y sujeté a Parvati por los dos hombros.
-¿Dónde está él? -jadeé-. ¿Dónde se esconde? Os habíais puesto de acuerdo, ¿verdad?
-No, Jay, me haces daño...
Por un momento supe lo que debe sentir un asesino, un estrangulador. Miré mis manos y después la solté. Tomé a Kali y agité la asquerosa imagen.
-¿Estuvo aquí, verdad? -pregunté.
Ella asintió.
-Sí. Estuvo aquí. Pero ahora se ha marchado.
-¿Otra vez le dejaste marchar? Después de todo esto...
-Por favor, Jay. Ven conmigo.
Me condujo a la habitación que daba a la calle, y entonces comprendí lo que quería decir.
Ghopal Singh estaba allí, y se había marchado.
Sabía que estaba allí, porque lo podía ver en el canapé.
Y sabia que se había marchado, porque podía ver el agujero de la bala en el centro de la frente.
Los tres lo mirábamos fijamente. Los ojos de Parvati enormemente abiertos, los míos asombrados, y los ojos de Kali sin ver.
Ya no importaba cómo le mirásemos. Ghopal Singh estaba muerto.
CAPITULO XVI
Miré a Ghopal en silencio durante largo tiempo. Entonces oí un ruido sordo y lo reconocí pues era el golpear de mi propio corazón.
-¿Qué ha sucedido? -dije para acallarlo.
-Por favor, ¿podemos pasar primero a la otra habitación? –Ella se cogió a mi brazo.
-Está bien. Supongo que sí.
Me forcé por echar otra mirada a mi alrededor. La pistola yacía en el suelo justo al lado del canapé. No había nada revuelto, y Kroke debería llegar en cualquier momento.
Miré una vez más a Ghopal. Ni siquiera ahora tenía aspecto de un criminal. Su rostro era ovalado; afeminado a pesar de la barba de un dia. El disparo había sido hecho desde cerca y traté de no mirar el parche rojo que se extendía por su frente astillada. Todavía llevaba puesto su traje azul y las solapas de la chaqueta estaban manchadas de gotas de sangre.
Había visto todo lo que deseaba. Pasamos a la cocina y una vez más puse a Kali sobre la mesa. Parvati se dejó caer en la silla. Yo me acerqué al aparador.
-¿Quieres beber algo? -pregunté.
Ella sacudió la cabeza. Yo me aproximé y me senté a su lado.
-Ahora cuéntamelo todo. Sólo tenemos un minuto o dos antes de que llegue la policía. Quizá menos, si alguien ha oído el disparo.
-No lo creo. La pistola estaba muy cerca, y él...
Empezó a temblar otra vez, y yo le tomé una mano.
-Por favor, Parvatí. Tiene. que sobreponerte. ¿Cómo ocurrió?
Abrió la boca y por un momento creí que iba a jadear, pero era sólo la necesidad perentoria de respirar hondo antes de hablar.
-Debió seguirte desde aquí. Supongo que estuvo esperándome por los alrededores de Pinkley House la mayor parte de la tarde, y después vino para acá, preguntándose si estaríamos juntos. Por supuesto iba en pos de la llave de la cámara. Te vio y se llevó el ídolo.
»Entonces regresó aquí. Sabía donde yo estaba, y también que tenía el coche. Oí el timbre y bajé. Cuando vi quién era y la estatua de Kali, tuve miedo. Pero sabía muy bien que si no abría la puerta podía disparar, o marcharse con el coche, por eso lo dejé entrar con la esperanza de retenerlo hasta que llegase la policía.
-Bien, ¿qué fue lo que salió mal?
-Jay, deseaba que me marchase con él. Dijo que todavía quedaba una oportunidad de huir, una oportunidad de llevar a cabo sus proyectos sobre Chandra si nos íbamos en seguida. Podíamos viajar en coche hasta Chicago y después tomar el avión. -Ella miró hacia la pared y después continuó-: Discutí y después rogué. Entonces me aseguró que de persistir en mi negativa me mataría, y sacó la pistola.
-¿No le dijiste que la policía estaba en camino?
-Sí, pero no le asustó. Sólo le puso furioso. Nos encontrábamos en la otra jiabitación, de pie delante del sofá. Traté de sujetarle la mano, de quitarle la pistola. Dio un tirón y se tambaleó contra el lado del sofá. Yo sujetaba su mano, estaba retorciéndosela cuando la pistola se disparó, y entonces...
Parvati comenzó a sollozar apoyada en mí. Le acaricié el pelo.
-Está bien -dije-. La policía creerá que fue en defensa propia.
-¿Creerá?
Puse mi mano en su brazo y la miré fijamente.
-Hay una cosa que olvidé decirte. Cuando estaba junto al frigorífico conseguí desgarrar una manga del asesino. Y ahora, al mirar a Ghopal, veo que su manga no está rota.
Los ojos de Parvati siguieron la dirección de los míos hacia su brazo, y se detuvieron en la manga rota de su vestido.
Trató de soltarse pero yo la sujeté.
-¡Jay! -dijo con los ojos muy abiertos-. No creerás que yo...
-Puedes ahorrarte inventar historias, cosa fácil para ti, según parece. Y por lo visto también lo es el asesinato.
Entonces se soltó y retrocedió con los ojos relampagueantes.
-Está bien, ¡no me avergüenzo! Lo que dije sobre la conspiración era verdad. Sólo que no fue Ghopal el que la planeó, no era más que un pobre tonto. Por eso me casé con él, para poder gobernar una vez que consiguiese el trono.
»Vinimos aquí y conocimos a Cheyney. Cheyney quería ayudar en el robo del ídolo e irse a Chandra con nosotros, sí, pero no se contentaba con buscar el poder solamente. Me quería a mí como mujer. Y yo se lo prometí. Le prometí todo por «Ella».
Miró a Kali, pero su mirada era tan ciega como la de la diosa negra.
-Ghopal tenía miedo de robar la estatua, incluso después que todos nuestros planes estaban a punto. Por eso maté al vigilante. Y fui yo quien asesiné a tu tía cuandó descubrí que los dos cobardes pretendían devolver la estatua.
»Entonces comprendieron que no podrían detenerme. Ghopal quería evitar que siguiera matando, y trató de atacar al Nizam... pensando que una vez muerto, podríamos reinar. Como ya conoces, falló el golpe y huyó.
»Pero quedaba Cheyney; yo sabía que era un ser débil; si el Nizam lo detenía cantaría de plano si le presionaban, de manera que tenía que eliminarlo.
-Y entonces me tocó a mí.
-No dejabas de husmear -respondió-. Pude haberte matado... pero no lo hice, Jay.
-¿Por qué?
-Porque en una cosa no te he mentido. Yo te quiero.
Suspiré.
-No me afectan tus trucos de deva-dasi...
-Jay, yo no estuve con ellas en el templo. Fue lo que contó mi gente, lo que difundió, para justificar los años en que me estuvieron preparando.
-¿Tu gente?
-Los thugs. -Su voz sonaba débil-. Sí, soy una mujer, y no valgo para nada, pero también soy el último descendiente de mi estirpe. Serví a Kali, pero quizás no la he servido tan bien como debía. Me estaba prohibido matar a una mujer, a pesar de lo cual, lo hice. Me está prohibido derramar sangre, pero Ghopal murió por arma de fuego.
-Le mataste con su propia pistola cuando lo encontraste esperándote aquí, ¿verdad?
-Tuve que... Lo hubiera confesado todo acusándome. -Se echó entonces en mis brazos-. Jay, ¿no puedes comprenderlo? Lo hice para salvarme, pero sólo para salvarme para ti. Podemos irnos juntos ahora, tú y yo. Podernos marcharnos en el coche, nadie nos detendrá...
Sus labios estaban cerca, cerca de mí y temblando. La aparté.
-Olvidas que ya llamaste a la policía. ¿O es ésa otra de tus mentiras?
Parvati inclinó la cabeza.
-No crees en nada, ¿verdad? - murmuró.
-Según dijiste me amas demasiado para matarme. ¿Qué intentabas hacer cuando me tiraste el cuchifio a la cabeza? -Caminé hacia el teléfono.
Ella no se movió. Miré fijamente a Kali y sus labios apenas se movieron. Su rostro pareció repentinamente cansado.
-Tienes razón, Jay. He traicionado a todos, a todo lo que amaba... y ahora incluso Kali me abandona. –Suspiró-. Si no me quieres, no me queda nada que hacer. Adelante, y haz la llamada.
-Dámelo primero -le dije-. No quiero correr más riesgos.
Parvati dudó un momento. Después volvió a suspirar e hizo un movimiento con su muñeca. El cordón salió de su manga, retorcido como una serpiente. Era el cordón estrangulador.
Ella me lo alargó y lo tomé.
Entonces, sintiéndome a salvo, tomé el teléfono y marqué el número. Por el rabillo del ojo la podía ver sentada sin moverse. Me volví de espaldas para no presenciar su derrota.
Ocurrió en un segundo, pero fue suficiente. Parvati se movió como una centella.
Dejé caer el teléfono y levanté las manos para sujetar sus muñecas.
De lejos me llegó un zumbido, una voz metálica que decía: «Diga, diga».
Pero no podía responder. No podía contestar porque estaba tratando de sujetarle las manos, y sus manos agarraban el cordón del teléfono, y el cordón del teléfono estaba enrollado alrededor de mi cuello.
Era estúpido pensar que yo no podía dominar sus muñecas, estúpido comprender que la muerte me llegaría de forma tan grotesca. ¡Un cordón de teléfono!
Quise reír, quise gritar mis protestas... pero entonces empezó la presión. La presión sobre mi yugular. Nunca supuse que pudiera existir una fuerza tan repentina y enorme. Sus dedos la transmitían al cordón. Sus pulgares se hundían cada vez más en mi cuello, privando de aire a mi garganta, sacándome los ojos de sus cuencas, quitándome el sentido, la vida.
Traté de moverme, de golpearla, pero siguió sujetándome. Mi cabeza se inclinó hacia atrás, y por un momento pude distinguir el rostro de Parvati... pero ya no era el rostro de Parvati. La imagen se transformó desdibujándose, convirtiéndose en tinieblas, y entonces se convirtió en el pétreo semblante de la misma Kali; vi los ojos relampagueantes de la Madre del Crimen.
Fue un instante, sólo un momento lo que duró mi visión. Después me sentí caer hacia atrás, caer en los negros brazos de la diosa de la Muerte...
LA ÚLTIMA VÍCTIMA
Cuando regresé a la tienda, él me esperaba en las sombras. Vio que tenía la estatua de Kali, y tuvo miedo.
-¿Qué has hecho? - susurró.
-Ven -dije-. No podemos hablar aquí.
Me siguió al piso de arriba, y le llevé a la salita, a la oscuridad, pensando que debía de apresurarme porque no disponía de mucho tiempo. Nada podía desperdiciarse... ni el tiempo ni la misericordia ni la vida misma.
No deseaba escuchar sus aturrulladas palabras, ni perder el aliento contestándole. Pero él me conocía, me conocía bien, y mientras estábamos allí, procuró tenerme siempre de frente. No me permitiría colocarme a su espalda, por la ligereza con que yo sabía emplear el cordón.
De modo que decidí emplear la astucia femenina, el sistema que siempre me había dado resultado con Ghopal, y le dije que sí, que lo confesaría todo si él así lo deseaba. Pero si lo prefería, todavía podíamos marcharnos juntos, y conquistar el trono.
Y me mantuve muy cerca de él para que pudiese oler mi perfume y sentir mi calor, y desear en mí a la mujer; entonces me tomó en sus brazos y me apretó.
En ese momento noté la pistola que tenía en el bolsillo. No está permitido derramar sangre por la Madre Oscura y yo esto lo sabía bien. Pero ¿no estaba ella guiándome, protegiéndome? ¿Y no era ella la que me permitía darme cuenta de la pistola? Era su voluntad la que me guiaba, la que guiaba mi mano hacia su bolsillo y después a su frente al dispararle, elevando el arma y haciendo fuego con un solo movimiento, para verlo caer inmediatamente a mis pies.
Retrocedí pensando que debería huir, pero sonó el timbre y llegó Jay.
Al principio creí que yo tendría éxito, ya que él era sólo un niño fácil de engañar. Pero mi manga estaba rota, y eso me delató.
De modo que sólo era cuestión de palabras, y observar, y esperar. Incluso a pesar de que iba a llamar a la policía, no debía desesperar, ya que la Madre Kali estaba conmigo. Sabía que no me traicionaría ni me abandonaría en esta hora. Pues yo la había servido bien, y continuaría adorándola siempre. Puede que hubiera pecado al matar a una mujer, que hubiera pecado derramando sangre... pero Kali me había guiado. Y me guiaría ahora.
Entonces él empezó a telefonear a la policía, y yo le observaba con disimulo, hasta que llegó el momento en que se distrajo.
Sólo un momento, pero fue suficiente Kali me ofreció la oportunidad, y la aproveché. Y fue cosa agradable sentir el cordón del teléfono entre mis dedos, cosa agradable sentir mis pulgares presionar en busca del recóndito lugar donde se escondía la vida... donde el aliento, presionado, se convierte en muerte.
Jay semejaba un muñeco de trapo, y sólo me restaba completar mi obra cuando oí la sirena de la policía.
No había tiempo. Lo dejé caer al suelo y recogí a Kali de la mesa. Corrí escaleras abajo, y después, por el sendero, en dirección al coche. Todavía podría sacarles ventaja si me perseguían.
La puerta del coche estaba cerrada con llave. Forcejeé con el tirador mientras se oían las sirenas, y entonces recordé que él había cogido las llaves cuando se marchó a buscar a Kali.
Me volví, pero la sirena se oía mucho más cerca ahora, y tenía que actuar pronto. Levanté a Kali y con ella golpeé el cristal de la ventanilla, que saltó hecho pedazos. Entonces introduje la mano y abrí la puerta.
Y Kali se cayó.
Cayó de mis bratos al suelo. Y los suyos se rompieron y su cabeza se partió por la mitad. Entonces vi que estaba hueca.
La miré fijamente, miré su vacío interior. Es terrible encontrar vacuo algo que se idolatra.
Pero ya era demasiado tarde para hacer nada. No pude hacer otra cosa que seguir mirándola. Eso estaba haciendo cuando llegó la policía y me encontró.
CAPITULO XVII
Cuando recuperé el conocimiento, me encontraba en una ambulancia de la policía, de camino hacia el hospital Lakeview. No podía hablar y tampoco lo intenté. Era lo único que podía hacer para continuar respirando, y por el momento eso era suficiente.
En el hospital me pusieron una inyección que me hizo dormir toda la noche. A la mañana siguiente me sentía todavía débil, y no estaba en condiciones de tragar alimento. El médico me examinó, y un interno vino a darme un masaje. Esto alivió un poco mi cuello, y al mediodia ya me podía sentar.
Entonces se presentó el sargento Kroke y me contó lo ocurrido.
-Ya terminó todo -dijo-, pero has estado bastante cerca de la muerte, muchacho.
-¿Cómo está Parvati? -pregunté.
Sacudió la cabeza.
-No lo sé. No se le ha podido sacar nada. Ahora esta un médico con ella; él quiere llamar a un psiquiatra, pues está alelada por completo. No quiere hablar, o no puede. Es lo que ellos llaman un estado de paranoia. La vista de esa estatua rota se lo debió producir.
-¿Entonces no se la va a juzgar?
-Oh, Pell está preparando el caso. Pero lo más probable es que termine en un manicomio, y no en la cárcel.
-¿Sabe una cosa? Lo siento por ella, aunque es una criminal que asesinó a Tracy y trató de matarme a mí. Pero así es como la educaron. Ella no podía evitarlo, igual que yo no puedo evitar ser como soy.
Kroke no djio nada. Supongo que los policías están aleccionados para no sentir piedad por la clase de gente que tienen que tratar.
-¿Te sientes suficientemente bien para prestar declaración? -me preguntó-. Pell quiere venir esta noche a tomártela.
-Puede decirle que venga.
Pero vino el domingo por la tarde y le referí todo cuanto sabía.
Mientras tanto, Ann me llamó.
-¿Cuándo puedo verte?
-Saldré de aquí mañana. Pero me reclaman en la ciudad para asistir a la encuesta. ¿Qué te parece si almorzamos juntos el martes?
-Bien.
Quedamos citados para ese día.
El lunes por la mañana recibí otra llamada, era de Athelny.
-Ya me he enterado -dijo-. Sólo quería decirle que me alegro de que esté bien.
-Gracias, señor Athelny. -Yo no sabía exactamente qué decirle-. He oído que su estatua estaba rota. Lo siento.
-Yo no. Quisiera no haber puesto los ojos nunca en ese maldito objeto. En cierto modo me siento personalmente responsable de todos estos luctuosos sucesos. Y si hay algo que pueda hacer para ayudar...
-Por supuesto. Se lo haré saber.
Y el lunes, eso fue todo. Excepto el ramo de flores que recibí de Imogene Stern.
El martes por la mañana me llevaron a la ciudad y asistí a la encuesta. No recuerdo muy bien lo que sucedió, salvo el aspecto de Parvati. Estaba sentada en una silla, mientras una matrona la sujetaba, sin hacer ningún movimiento. Su pelo no estaba bien peinado, y había algo extraño en su boca. No cesaba de moverla, pero cuando le preguntaron, no contestó. Parecía como si no oyera, como si no pudiera hablar. Sus grandes ojos miraban al espacio, y lo que fuere que se que viese en él, no lo decía. Ni creo que se percatase de mi presencia.
Kroke tenía razón. Cuando Kali se rompió, ella se rompió también. Había creído en Kali y Kali le había fallado, por lo tanto nunca más podría enfrentarse con la realidad.
En cuanto a mí...
Ann y yo almorzamos juntos aquel día, después de terminada la encuesta.
Tenía un aspecto fantástico, con su traje verde y la piel, y recién salida de la peluquería.
-Salgo para Nueva York el jueves -me dijo.
-¿Con el Nizam?
-Sí. A propósito, me dio recuerdos para ti. Quiso expresar que espera que tú no estés resentido por lo sucedido el otro día en el hotel.
-No tiene que preocuparse por eso.
-No es tan malo como la gente cree, ¿sabes? Tengo la impresión de que se encuentra verdaderamente solo, en su interior. A igual que Parvati, no pertenece ni al Este ni al Oeste. Le es difícil situarse.
Encendió un cigarrillo y noté que llevaba puesto un anillo nuevo, con una gran esmeralda.
-Bien; ya no volverá a estar solo -dije-. Y espero que tú tampoco.
-¿No estás enfadado conmigo, Jay?
-Por supuesto que no.
Nos marchamos. Yo la acompañé al coche... al coche del Nizam, con el chófer del Nizam. Iba a pasar la tarde en Reed Center.
-Adiós, Jay. Probablemente no tendré ocasión de verte otra vez antes de marcharme.
-Adiós, Ann. Mándame una postal desde el Mediterráneo este invierno.
-Jay, yo...
-No tienes que decir nada. Lo comprendo.
Me besó en la mejilla con mucha suavidad.
-Eres un buen chico, Jay.
-No lo soy. Estoy creciendo aprisa.
Eché a andar calle abajo, alejándome de ella, y no volví la cabeza. Si lo hubiera hecho no habría distinguido nada, porque mis ojos estaban nublados.
Pero fue sólo un momento. Después recuperé la visión. Era un atardecer muy agradable y el sol brillaba. No tenía sentido mirar hacia atrás. Habla muchas cosas que ver hacia delante.
Fui a la tienda y abrí la puerta frontal. Ya era hora de pensar en volver a ocuparme del negocio. Había cartas que contestar, facturas que pagar, envíos que repasar. Tendría que emplear a alguien que me ayudase, ver al abogado de Tracy, ponerme a trabajar. Dentro unos pocos meses cumpliría veintiún anos.
Veintiuno, y con un negocio propio. Era mucho trabajo... pero ya no tenía miedo. Porque empezaba a conocerme a mí mismo, y es lo que realmente deseaba.
No era el ser dueño de un Caddy ni poseer un montón de objetos de fantasía. Tampoco era actuar o vivir como un potentado. En la última semana había aprendido mucho sobre estas cosas. Había aprendido lo que el dinero había hecho de un hombre como Athelny, y lo que la ambición de dinero había hecho a un hombre como el profesor Cheyney. Había aprendido lo que el poder había causado al Nizam, y en lo que el ansia de dominio había convertido a Ghopal y a Parvati.
Ann también lo había visto todo. Pero ella no había sacado provecho de la lección, o no había querido aprenderlo como yo. Iba a seguir su destino ahora y le deseé suerte. Una parte de mi ser se había ido probablemente con ella, siempre estaría con ella. Pero yo no podía seguir por ese camino sabiendo a dónde conducía.
Venerar el dinero y el poder sería para mí tan malo como venerar a Kali. Exactamente tan malo y mortal.
Sentado en la trastienda, traté de recordarlo todo. Lo que me había sucedido, lo que me podría ocurrir, lo que realmente deseaba de ahora en adelante.
Entonces subí al piso, tomé el teléfono y llamé al abogado de Tracy.
-Me gustaría verle por la mañana, si puede ser -dije-. Ya estoy dispuesto a ponerme a trabajar.
-Bien. -Su voz sonó muy complacida-. ¿Qué le parece en mi despacho a las diez?
-De acuerdo.
Colgué el teléfono.
Después volví a tomarlo y marqué un número al que no había llamado desde hacía largo tiempo.
-Hola -dije-. Soy Jay.
-¡Oh! -Silencio durante un momento y después-. ¿Estás bien, Jay?
-Sí -contesté-. Estoy bien. Todo ha vuelto a la normalidad.
-Me alegro.
-Yo también –dije, sintiéndolo de verdad-. ¿Qué vas a hacer esta noche, Imogene?
FIN