Publicado en
abril 25, 2010
Cae la noche....
León Kennedy: un policía novato y lleno de energía, dispuesto a demostrar su valía y con ganas de comenzar una nueva vida en Raccoon City... y que encuentra la ciudad extrañamente desierta. El fantasmal silencio del anochecer sólo se ve roto por el ruido esporádico de unos pasos en las sombras y por el espectral gemido de algo que acecha en las cercanías...
Claire Redfield: la independiente y audaz hermana de Chris Redfield, uno de los miembros de los STARS, desaparecido en Raccoon City. Claire ha llegado a la ciudad para encontrar a su hermano, cueste lo que cueste, y para descubrir qué sucedió realmente la noche en la que el equipo de su hermano quedó atrapado en la mansión que se alza en lo más profundo de los bosques que rodean Raccoon City. Pero lo que descubre no hace sino plantear nuevas preguntas y dudas acerca del destino de Chris...
La maldad sin oposición crece,
la maldad tolerada envenena todo el sistema.
Jawaharlal Nehru
Prólogo
Raccoon Times, 26 de agosto, 1998
EL ALCALDE ANUNCIA UN PLAN PARA MANTENER LA SEGURIDAD EN LA CIUDAD
RACCOON CITY — El alcalde Harris anunció en una rueda de prensa celebrada ayer por la tarde frente a las escaleras del ayuntamiento de la ciudad que el consejo municipal contratará diez nuevos agentes para que se unan a la policía de Raccoon City, como medida de respuesta ante la suspensión de las Escuadras de Rescate y Tácticas Especiales (los STARS), iniciada desde los brutales asesinatos que asolaron Raccoon City a comienzos del verano. Harris, respaldado en todo momento por el jefe de policía Brian Irons y los demás miembros del consejo municipal, aseguró a los ciudadanos que Raccoon City volverá a ser una ciudad tranquila y segura, una comunidad próspera en la que se podrá trabajar y vivir sin temor. También confirmó que las investigaciones sobre los once asesinatos «caníbales» y los tres ataques causados por animales salvajes no han terminado, ni mucho menos.
«El hecho de que nadie haya sido atacado a lo largo del último mes no significa que los policías de esta ciudad se vayan a relajar —declaró Harris—. Las buenas gentes de Raccoon City merecen tener confianza en su policía, y pueden estar seguros de que los miembros del departamento del jefe Irons están haciendo todo lo posible para mantener la seguridad de los ciudadanos. Como muchos de ustedes saben, lo más probable es que la suspensión de los STARS se confirme de forma permanente. La enorme incompetencia que demostraron durante las investigaciones preliminares de los asesinatos y su posterior desaparición de Raccoon City indican que no les importa en absoluto esta comunidad. Sin embargo, yo quiero asegurarles que nosotros sí nos preocupamos por ustedes, y que yo, el jefe Irons y los hombres y mujeres que ven aquí hoy quieren más que nada en este mundo que Raccoon City sea un lugar donde nuestros hijos puedan crecer sin miedo.»
Harris siguió a continuación con la explicación de un plan muy detallado que consta de tres puntos, para aumentar la confianza de los ciudadanos de Raccoon City e impedir que se cometan actos violentos. Además de reclutar entre diez y doce nuevos agentes de policía, el toque de queda continuará vigente al menos hasta finales de septiembre, y el jefe de policía Irons estará al mando de una fuerza de choque compuesta por numerosos agentes y detectives que seguirá en la búsqueda de los asesinos que mataron a once personas entre mayo y julio de este año...
Cityside, 4 de septiembre, 1998
UMBRELLA PLANEA RENOVAR SU COMPLEJO INDUSTRIAL
RACCOON CITY — La planta química propiedad de la compañía Umbrella que se encuentra al sur de la ciudad sufrirá una gran remodelación, que comenzará el próximo lunes. Ésta será la tercera renovación estructural de envergadura en lo que va de año por parte de la próspera compañía farmacéutica. Según declaró Amanda Whitney, portavoz de la empresa, dos de los laboratorios situados en el interior de la planta principal se proveerán de nuevos equipos, por un valor de varios millones de dólares, que se han diseñado para sintetizar vacunas, y el edificio será equipado con un sistema de seguridad de la más alta tecnología. Además, en todos los edificios de oficinas se renovarán las computadoras a lo largo de las próximas semanas. ¿Esto no aumentará los problemas de tráfico en la ciudad? Amanda Whitney afirmó que «sabemos que el edificio del departamento de policía de Raccoon City acaba de finalizar otra de sus renovaciones, por lo que los conductores están bastante cansados de los atascos en el centro, pero no hay ningún motivo para preocuparse: la mayor parte de la reconstrucción será externa, y las demás modificaciones se efectuarán después de las horas de trabajo».
Como nuestros lectores recordarán, en la zona exterior delantera del edificio de la policía aparecieron numerosas grietas tanto en el cemento como en los jardines, lo que obligó a repavimentar toda la zona y a desviar el tráfico durante seis días a lo lago de Oak Street.
Cuando le preguntaron por el motivo de tantas «transformaciones» en los últimos tiempos, la portavoz contestó que Umbrella había permanecido a la cabeza del mercado durante tanto tiempo debido a la utilización de la tecnología más reciente y avanzada, y que estarían ocupados durante un par de meses como máximo para seguir renovándose, pero que creía que el esfuerzo merecería la pena una vez hubiesen acabado...
Editorial del Raccoon Weekly, 17 de septiembre, 1998
¿SE PRESENTARÁ IRONS?
RACCOON CITY — El alcalde Harris posiblemente tendrá una primavera agitada. Las fuentes de información de este diario dentro del departamento de policía han revelado que el jefe de policía de Raccoon City, Brian Irons, que lleva en su cargo desde hace cuatro años y medio, está pensando en presentarse al máximo cargo del ayuntamiento en las próximas elecciones, enfrentándose al popular y hasta la fecha sin oponentes Devlin Harris, que ha permanecido en el cargo desde hace ya tres legislaturas. Aunque Irons no quiso confirmar su posible participación en las elecciones, el antiguo miembro de los STARS tampoco desmintió el rumor ante los medios de comunicación.
Gracias a su popularidad, mayor que nunca y en aumento desde que se puso fin a la serie de asesinatos que se produjeron este verano, y que aún están sin resolver, y al incremento de plantilla planeado para el departamento de policía de Raccoon City, es posible que el jefe Irons sea el único capaz de derrotar a Harris e impedirle que renueve su cargo en el ayuntamiento. Sin embargo, queda pendiente una cuestión: ¿serán capaces los votantes de olvidar los cargos imputados a Irons en el escándalo de los sobornos y la estafa ocurridos en el distrito de Cider? ¿No tendrán en cuenta sus costosos gustos en arte y decoración, que han convertido ciertas zonas del edificio del departamento de policía en un museo más que en una zona de trabajo? Si finalmente se decide por aspirar a la alcaldía, les aseguro que este periodista está más que dispuesto a echar un vistazo a sus cuentas bancarias.
Raccoon Times, 22 de septiembre, 1998
JOVEN ATACADA EN UN PARQUE DE LA CIUDAD
RACCOON CITY — La pasada noche, aproximadamente a las seis y media, la joven de catorce años Shanna Williamson fue atacada por un misterioso extraño en el parque de Birch Street, situado en el centro de la ciudad, mientras se dirigía de regreso a su casa después de entrenar. El individuo, que apareció repentinamente desde detrás de un seto en el extremo sur del parque derribó a la señorita Williamson antes de intentar agarrarla. La joven logró escapar con sólo unos cuantos rasguños y huyó corriendo hacia la cercana casa de Tom y Clara Atkins. La señora Atkins llamó a la policía, que inició un registro exhaustivo e infructuoso del parque, puesto que los agentes no encontraron el menor rastro del atacante. Según declaró la joven (en un comunicado difundido a primera hora de esta mañana por el departamento de policía), el hombre parecía ser un vagabundo. Sus ropas y su pelo estaban muy sucios, y describió el hedor que desprendía como «olor a fruta podrida». También declaró que parecía estar borracho, ya que se tambaleó y se cayó mientras la perseguía cuando ella huyó.
Debido a la serie de asesinatos caníbales que se produjeron entre mayo y julio del presente año (que sigue todavía sin resolver), el departamento de policía de Raccoon City se ha tomado muy en serio el ataque contra la señorita Williamson. El atacante muestra un enorme parecido con los miembros de una «banda» que fue vista por diversos testigos en Victory Park en junio pasado. El alcalde Harris ha convocado una conferencia de prensa para última hora de hoy, y el jefe de policía Irons ha declarado que gracias a la incorporación de los nuevos agentes de policía, cuya llegada está prevista para la próxima semana, los equipos regulares extenderán sus patrullas para incluir los bloques de viviendas del centro de la ciudad...
Capítulo 1
6 de septiembre, 1998
Los demás la estaban esperando fuera, junto a la camioneta de Barry, por lo que Jill procuró apresurarse. No le fue fácil: la casa había quedado completamente revuelta desde la última vez que ella había estado allí. El suelo de todas las habitaciones estaba cubierto por montones de libros y de papeles, y el lugar estaba demasiado oscuro para andar con rapidez por aquel mar de desechos. Le cabreaba que su pequeño hogar hubiese sido invadido de esa manera, aunque no le sorprendía en absoluto. Se figuró que al menos tenía la buena suerte de no ser una persona sentimental... y de que los intrusos no hubieran encontrado su pasaporte.
Agarró un puñado de calcetines y de ropa interior limpia en mitad de la oscuridad de su dormitorio y lo metió todo sin orden en su desgastada mochila, deseando poder encender las luces. Hacer la maleta en la oscuridad era mucho más difícil de lo que parecía, y lo sería de todos modos aunque no le hubieran registrado a fondo la casa. Sin embargo, sabía que no debía correr riesgos. Era poco probable que Umbrella todavía estuviese vigilando sus casas, pero si alguien lo estaba haciendo, una luz en cualquier habitación podría atraer disparos.
Al menos has salido al exterior. Se acabó el esconderse.
Y ésa era la única parte buena. Se dirigían a un país extranjero para asaltar las oficinas centrales del enemigo, y lo más probable es que los mataran en la operación, pero al menos no tendría que permanecer en Raccoon City por más tiempo. Y, por lo que había leído en los periódicos, quizás era lo mejor. Dos ataques en la última semana... Chris y Barry se mostraban escépticos con respecto al peligro que aquello pudiera representar, aun a sabiendas de los efectos del virus-T en la gente. Barry creía que era algún tipo de truco de publicidad, que Umbrella «rescataría» a Raccoon City antes de que nadie resultase realmente herido de gravedad. Chris se mostró de acuerdo con esa idea e insistió en que Umbrella no se atrevería a echar mierda en el jardín de su propia casa, es decir, en la ciudad, y menos si se tenía en cuenta que el desastre de la mansión Spencer había ocurrido hacía tan poco tiempo. Sin embargo, Jill no quería suponer nada: los tipos de Umbrella ya habían demostrado que no eran capaces de «contener» los resultados de su investigación. También habría que tener en cuenta lo ocurrido a Rebecca y David Trapp en los laboratorios de Maine...
No era el momento de ponerse a recordar aquello: tenían que tomar un avión. Jill dejó de apuntar al armario con la linterna y, cuando ya estaba a punto de salir para dirigirse a la sala, se acordó de que sólo llevaba un sujetador encima. Gruñó y se dio la vuelta de nuevo para comenzar a rebuscar en los cajones abiertos. Ya tenía ropa más que suficiente, escogida entre la que Brad había dejado atrás en su piso cuando había salido huyendo de Raccoon City. Ella y los chicos habían permanecido ocultos en la casa vacía durante varias semanas, desde que Umbrella había atacado la casa de Barry. Aunque la ropa de Brad no le servía a Chris, demasiado alto, ni a Barry, demasiado fuerte, ella había logrado aprovecharla. Sin embargo, la ropa interior femenina no era parte del vestuario del piloto de los STARS, y a Jill no le apetecía bajarse del avión e ir a comprar sujetadores en cuanto llegasen a Austria.
—Vanidad, tienes nombre de corsé —murmuró en voz baja mientras manoteaba entre el montón de ropa.
Encontró uno de los esquivos sujetadores después de registrar dos veces los cajones, y lo metió completamente arrugado en la mochila mientras trotaba hacia la pequeña entrada de la casa de alquiler.
Era la segunda vez que había pasado por allí desde que habían decidido ocultarse, y tenía la sensación de que tardaría bastante tiempo en volver. Decidió que se llevaría una fotografía que tenía oculta en uno de los libros colocados en las estanterías.
Pasó con agilidad por encima de los confusos montones y bultos que había en el suelo. Tapó con una mano el extremo de la linterna y apuntó el estrecho haz de luz hacia la esquina donde debía estar la estantería y el libro que buscaba.
La estantería ya no estaba. El equipo de Umbrella lo había arrancado todo de la pared, pero no parecía que hubiesen registrado los propios libros. Sólo Dios sabía qué era lo que buscaban con exactitud. Probablemente intentaban encontrar alguna pista para descubrir el paradero de los renegados de STARS. Después del ataque contra la casa de Barry y de lo que había ocurrido durante la desastrosa misión en la Ensenada de Calibán, ella no se hacía ilusiones con respecto a las probabilidades que tenían de que Umbrella no prestara atención a sus actos.
Jill descubrió por fin el libro que estaba buscando, un ejemplar de tapa blanda de una novela bastante sensacionalista titulada La vida en la prisión. Su padre se habría partido de risa. Recogió el libro del suelo y hojeó entre sus páginas. Se detuvo cuando la luz iluminó el rostro sonriente y burlón de Dick Valentine. Le había enviado la fotografía en una de sus últimas cartas, y ella la había metido en el libro para no perderla. Esconder los objetos importantes para ella era un hábito que había adquirido desde muy pequeña, una costumbre que le había sido útil una vez más.
Dejó caer el libro y, mientras miraba la fotografía, se olvidó de la prisa que tenía. En sus labios se dibujó una leve sonrisa. Probablemente era el único hombre al qué incluso le sentaba bien el traje naranja de la prisión de máxima seguridad. Se preguntó por un momento que pensaría él de la situación en la que se encontraba metida. En cierto modo, él era responsable de ella. Bueno, al menos de que hubiera ingresado en los STARS. Después de que lo encerraran, había insistido para que dejara el negocio de los robos e incluso llegó a decir que se había equivocado al entrenarla como ladrona...
Así que cambié de trabajo, e incluso me puse a trabajar para la sociedad en lugar de enfrentarme a ella, y luego la gente de Raccoon City comenzó a morir. Los STARS descubrimos una conspiración para crear armas biológicas complejas con un virus que convierte a todo bicho viviente en un auténtico monstruo y, por supuesto, nadie nos cree, y los miembros de los STARS que Umbrella no puede comprar son desacreditados ante el mundo o son eliminados. Así que nos escondimos, intentamos sacar a la luz alguna prueba y acabamos con las manos vacías, mientras Umbrella continúa jodiendo a todo el personal con sus peligrosas investigaciones y más gente honrada muere por su culpa. Y ahora nos embarcamos en una misión suicida en Europa, con la intención de infiltrarnos en las oficinas centrales de una compañía multimillonaria y así impedir que destruyan todo el maldito planeta. Me pregunto qué es lo que pensarías. Bueno, suponiendo que te creyeras todo eso, ¿qué pensarías?
—Te sentirías orgulloso de mí, Dick —susurró, sin apenas darse cuenta de que estaba hablando en voz alta.
Tampoco estaba muy segura de que aquello fuera verdad. Su padre quería que trabajara en algo menos peligroso, y comparado con lo que ella y sus ex compañeros de los STARS iban a enfrentar, el robo con escalamiento era tan peligroso físicamente como la contabilidad.
Después de un largo instante, colocó con cuidado la fotografía en uno de los bolsillos de la mochila y miró alrededor, a los destrozados restos de su pequeña casa, sin dejar de pensar en su padre y en lo que diría sobre el extraño rumbo que había tomado su vida. Si todo salía bien, quizá podría contárselo en persona. Rebecca Chambers y los demás supervivientes de la misión en la Ensenada de Calibán todavía se mantenían ocultos. Con discreción, habían entrado en contacto con los demás miembros de confianza de la organización de los STARS en busca de apoyo e información, mientras esperaban que ella, Chris y Barry les contaran lo que sabían de las oficinas centrales de Umbrella. La sede oficial estaba en Austria, aunque sospechaban que las mentes que habían planeado todo el proyecto del virus-T se encontraban ocultas en algún otro lugar...
Lugar que no encontrarás si no mueves el trasero. Los chicos pensarán así que te has parado a echarte una siesta.
Jill se echó al hombro la mochila y dio un último vistazo a la habitación antes de retroceder hacia la puerta trasera, atravesando la cocina. En el aire se percibía un ligero olor a fruta podrida procedente de un cuenco de manzanas y peras que había encima de la nevera y que ya hacía tiempo se había desintegrado en un montón de moho y polvo. Aunque conocía su origen, el olor le provocó un escalofrío que le recorrió toda la espina dorsal. Apresuró el paso para acercarse a la puerta de salida mientras intentaba detener la oleada de recuerdos sobre lo que habían encontrado en la mansión Spencer...
Pudriéndose mientras seguían caminando, intentando agarrarme con sus húmedos y descarnados dedos, con los rostros derritiéndose convertidos en una masa de pus y carne podrida...
Ella apenas pudo contener un grito de sorpresa al oír la llamada en voz baja de Chris, que todavía estaba fuera. La puerta se abrió, y la silueta de Chris quedó recortada en la oscuridad por la luz de una lejana farola.
—Sí, estoy aquí —contestó al mismo tiempo que daba un paso adelante—. Siento haber tardado tanto. Los de Umbrella han pasado por aquí con una máquina excavadora.
A pesar de la escasa luz, pudo ver la media sonrisa en su juvenil rostro.
—Estábamos empezando a pensar que te habían pillado los zombis. —Aunque el tono de voz de Chris era risueño, ella advirtió cierto grado de preocupación en ella.
Jill sabía que su intención era reducir la tensión del momento, pero no pudo responder a la sonrisa. Había muerto demasiada gente por culpa de lo que Umbrella había dejado escapar a los bosques que rodeaban Raccoon City. Si el escape del virus se hubiera producido en el centro de la ciudad...
—No tiene gracia —fue lo único que dijo.
La sonrisa de Chris se esfumó.
—Lo sé. ¿Estás lista?
Jill asintió, aunque no se sentía realmente preparada para lo que se les avecinaba. Sin embargo, tampoco se había sentido preparada para lo que dejaban atrás. Su concepto de realidad había cambiado bruscamente en cuestión de semanas, y las pesadillas se habían convertido en lo habitual.
Grandes compañías malvadas, científicos locos, virus asesinos, sin olvidar los muertos vivientes...
—Sí —contestó por fin—. Estoy lista.
Salieron juntos. En el mismo instante en el que Jill cerró la puerta, tuvo una repentina y ominosa sensación: jamás volvería a poner sus pies en aquella casa, ninguno de ellos regresaría nunca a Raccoon City...
Pero no porque nos vaya a pasar algo. No, algo va a pasar, pero no será a nosotros.
Permaneció, ceñuda, con el pomo de la puerta en la mano, dudando por un momento mientras intentaba darle un sentido a esa extraña sensación. Si sobrevivían a la operación de reconocimiento, si lograban tener éxito en su lucha contra Umbrella, ¿por qué no iban a poder regresar a sus casas? No lo sabía, pero la sensación era tremendamente poderosa. Algo saldría mal, algo iba a ocurrir...
—Eh, Jill, ¿estás bien?
Jill levantó la mirada y vio en su cara el mismo gesto de preocupación que momentos antes. Habían llegado a conocerse bastante bien en las últimas semanas, aunque ella sospechaba que Chris deseaba conocerla aún más.
Ah, vaya. ¿No te gustaría a ti también?
La sensación de catástrofe se fue diluyendo, y otras sensaciones confusas la reemplazaron. Jill sacudió mentalmente su cabeza y asintió con un gesto de la barbilla, mientras dejaba de lado sus sentimientos. El vuelo a Nueva York no iba a esperarla para que se dedicara a revisar sus sentimientos o para que se preocupara por asuntos que no podía controlar, fueran imaginados o verdaderos.
Y, sin embargo, esa sensación...
—Salgamos de una vez de aquí —dijo por fin, y lo dijo de corazón.
Se adentraron en la noche y dejaron la oscura casa a sus espaldas, silenciosa y solitaria como una tumba.
Capítulo 2
3 de octubre, 1998
El crepúsculo ya se había asentado a lo largo de las montañas y había pintado el paisaje quebrado con tonos de penumbra púrpura. El cielo serpenteaba a través de la creciente oscuridad, rodeado por colinas sombrías que se alzaban hacia el cielo sin nubes, extendiéndose hacia las primeras insinuaciones del brillo de las estrellas.
León habría apreciado más la belleza del paisaje si no fuese porque iba a llegar tan tarde. No tendría problema para estar a tiempo en la comisaría cuando comenzara su turno, pero habría deseado pasar antes por su apartamento para soltar su equipaje, darse una ducha y comer algo. Tal como estaban las cosas, sería una suerte si tenía tiempo para pararse a comprar algo en un bar de carretera. En la última parada se había cambiado de ropa y se había puesto su uniforme, lo que le había ahorrado un par de minutos, pero aun así, realmente la había fastidiado bastante.
Muy bien, agente Kennedy, así se hace. El primer día de trabajo y tendrás que quitarte los restos de la hamburguesa de queso de entre los dientes mientras pasan lista y explican las patrullas. Todo un profesional.
Su turno empezaba a las nueve en punto, y ya eran más de las ocho. León apretó un poco más el pedal del acelerador, aunque su jeep acababa de pasar al lado de una señal que le indicaba que estaba a media hora de Raccoon City. Al menos, la carretera estaba bastante despejada. Con excepción de un par de coches, no había visto a nadie en lo que a él le habían parecido horas. Aquello era un cambio agradable comparado con el atasco de tráfico que había sufrido en las afueras de Nueva York y que le había costado la mayor parte de la tarde. Incluso había llamado la noche anterior para intentar dejarle un mensaje al sargento encargado del turno de noche para decirle que quizá llegaría tarde, pero debía haber algún fallo en la línea telefónica, porque lo único que había sonado era la señal de comunicando.
El poco mobiliario del que disponía ya lo había trasladado al pequeño apartamento tipo estudio en el distrito Trask, un barrio de trabajadores pero acogedor. Había un parque a poco más de dos manzanas de su casa, y la comisaría estaba a sólo cinco minutos en coche. Se acabaron los enormes atascos, se acabaron los tugurios superpoblados, se acabaron los actos de brutalidad sin sentido. Si lograba sobrevivir a la vergüenza de empezar su primer turno como agente de policía sin haber tenido tiempo de deshacer las maletas, deseaba vivir en una pequeña ciudad pacífica como Raccoon City.
Este lugar tendrá bien poco que ver con la Gran Manzana , muchas gracias... Bueno, excepto en estos últimos meses, con esos asesinatos...
A pesar de intentar evitarlo, sintió un ligero estremecimiento por la emoción. Por supuesto, lo que había ocurrido en Raccoon City había sido horrible, pero no habían atrapado a los asesinos, y lo cierto es que la investigación apenas había comenzado. Y si le caía bien a Irons, tan bien como les había caído a los directores de la academia de policía, quizá tendría la oportunidad de trabajar en el caso. Le habían llegado rumores de que el tal Irons era un poco capullo, pero León sabía que su entrenamiento había sido de primera clase y que incluso un capullo estaría un poco impresionado. Después de todo, se había graduado entre los diez primeros de su promoción, y no era un completo extraño en Raccoon City, ya que había pasado la mayoría de los veranos allí cuando era un chaval, mientras sus abuelos vivían. Por entonces, el edificio de la comisaría había sido una biblioteca, y a Umbrella todavía le quedaban muchos años para convertir el pueblo en una pequeña ciudad.
Sin embargo, en su mayor parte seguía siendo el lugar tranquilo que recordaba de sus años infantiles. En cuanto los asesinos caníbales estuvieran entre rejas, Raccoon City sería un lugar ideal de nuevo, una comunidad tranquila y limpia asentada entre las montañas como un recóndito paraíso.
Así que me instalo y, en una o dos semanas, Irons se da cuenta de lo bien redactados que están mis informes o lo buen tirador que soy en la galería de tiro. Me pide que eche un vistazo a los informes del caso, sólo para familiarizarme con los detalles antes de enviarme a realizar los trabajos cotidianos, y yo veo algo que nadie ha visto. Quizás una pauta o un motivo común para asesinar a algunas de las víctimas,.. Quizás un error en el informe de un testigo que nadie ha comprobado porque todos llevan demasiado tiempo metidos en el caso. Y fíjate que llega este poli novato y resuelve el caso, y no hace ni un mes que ha salido de la academia...
Algo se cruzó por delante del jeep.
—¡Jesús!
León apretó el freno y el todoterreno viró de un lado a otro mientras él salía de su ensimismamiento y se esforzaba por controlar el vehículo. Los frenos se bloquearon y el chirrido de las gomas de las ruedas sonó como un grito. El jeep dio la vuelta hasta quedar encarado hacia los oscuros árboles que se alineaban a lo largo de la carretera y finalmente se detuvo en el arcén tras una última sacudida de toda la carrocería.
León tenía el corazón en un puño y el estómago en la garganta. Abrió la ventana y sacó el cuello para poder ver al animal que había pasado a toda velocidad por la carretera. No le había llegado a dar, pero había estado muy cerca. Le pareció que se trataba de un perro, pero no lo había visto con claridad. Era de gran tamaño, quizás un pastor alemán o un dobermann algo crecido, pero había algo raro en aquel perro.
Sólo lo había visto una fracción de segundo, como un relámpago de ojos rojizos y un cuerpo esbelto y ágil parecido al de un lobo, pero había algo más, parecía estar...
¿Sudoroso? No, sólo fue una impresión, la luz me ha jugado una mala pasada en la vista. O estabas tan cagado de miedo que viste otra cosa. Estás bien y no le has dado, eso es lo importante.
—Jesús —dijo de nuevo, esta vez en voz más baja, y se sintió a la vez aliviado y bastante enfadado mientras la adrenalina comenzaba a disminuir en su sistema sanguíneo. Los que dejaban sueltos a sus perros eran auténticos idiotas. Proclamaban a los cuatro vientos que querían que sus mascotas fueran libres, pero luego se sorprendían cuando acababan aplastados bajo las ruedas de un coche.
El jeep se había detenido a pocos metros de una señal de tráfico en la que se leía: «Raccoon City 10». Distinguió las letras con la escasa luz del moribundo crepúsculo. León echó un vistazo a su reloj. Todavía le quedaba poco más de media hora para llegar a su comisaría. Le sobraba tiempo, pero, por alguna otra extraña razón, se quedó allí quieto y sentado, respirando profundamente con los ojos cerrados. La suave brisa cargada con el olor a pinos le refrescó la cara. El desierto tramo de carretera parecía tranquilo, pero de un modo antinatural, como si todo el paisaje estuviese conteniendo la respiración, a la espera. Cuando su corazón recobró su ritmo normal, se sorprendió al descubrir que seguía intranquilo, que incluso sentía un poco de ansiedad.
Los asesinatos de Raccoon City… ¿Verdad que algunas de las personas murieron por ataques de animales? ¿Unos perros salvajes o algo parecido? Quizás ése no era un perro de compañía, después de todo.
Un pensamiento inquietante..., que aumentó cuando de repente también sintió que el perro todavía se encontraba en las cercanías, que quizá lo estaba observando oculto entre las sombras de los árboles.
Bienvenido a Raccoon City, agente Kennedy. Vigile las cosas que quizá lo están vigilando...
—No seas capullo —se dijo a sí mismo con un murmullo, y se sintió un poco mejor cuando oyó el tono de adulto en plan «no digas tonterías» en su voz. A menudo se preguntaba si alguna vez se libraría de su imaginación desbordante.
Sueñas despierto como un chaval con la idea de atrapar a los tipos malos y luego te inventas a unos monstruos con forma de perros que acechan en los bosques... Oye, León, intenta comportarte según la edad que tienes, ¿de acuerdo? Por Dios, eres un poli, una persona adulta...
Encendió de nuevo el motor y volvió a la carretera, sin hacer caso de la extraña sensación de intranquilidad que había logrado apoderarse de él a pesar del tono autoritario de su mente consciente. Tenía un nuevo trabajo y un lindo apartamento en una bonita y floreciente ciudad. Era un tipo competente, inteligente y con cierto atractivo: mientras mantuviera a raya a sus glándulas creativas, todo iría bien.
—Y ya estoy de camino —se dijo a sí mismo, obligándose a sonreír de un modo que le sonó fuera de lugar pero que de repente le pareció necesario para tranquilizarse. Estaba de camino hacia Raccoon City, hacia una prometedora nueva vida. No había nada por que preocuparse, nada en absoluto...
Claire estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, y el hecho de que el trasero le doliera desde hacía un par de horas no ayudaba mucho. Le parecía que el rugido del motor de su Harley Davidson se había asentado con firmeza en sus huesos, como contrapunto físico de las mariposas que sentía en el estómago y, por supuesto, lo peor de todo parecía proceder de su recalentado y dolorido trasero. Además, estaba oscureciendo y, como perfecta idiota que era, no llevaba sus ropas de cuero para montar en moto. Chris se cabrearía un montón.
Va a gritarme hasta que se le salten las venas del cuello, pero no me importa en absoluto. Por favor, Dios, que esté allí para gritarme por lo idiota que soy...
La Harley siguió zumbando a lo largo de la oscura carretera. El ruido de su motor regresaba como un eco después de rebotar en las laderas de las colinas, repletas de árboles. Dobló las curvas con mucho cuidado: se había percatado de que la carretera estaba prácticamente desierta, así que, si se caía, pasaría mucho tiempo antes de que alguien pasara para ayudarla.
Como si eso importara. Cáete de la moto sin el equipo de protección puesto y tendrán que apartar tus restos del asfalto con una espátula.
Era una estúpida. Sabía que había sido una estúpida por salir con tanta prisa como para no vestirse en condiciones... pero también sabía que a Chris le había pasado algo. Diablos, algo le había pasado a toda la ciudad. A lo largo de las dos últimas semanas, la creciente sospecha de que su hermano estaba metido en problemas se había convertido en una certidumbre. Y las llamadas que había efectuado a lo largo de la mañana le habían corroborado sus temores.
No hay nadie en casa. No hay nadie en ninguna casa. Es como si todo Raccoon City se hubiera mudado y no hubiera dejado una dirección de contacto.
Era realmente malo, aunque no le importaba lo que le pasara a Raccoon City. A ella lo único que le importaba era que Chris vivía allí, y que si le había ocurrido algo malo...
Ella no podía, no debía pensar de ese modo, no podía pensar en eso. Chris era lo único que le quedaba en la vida. Su padre había muerto durante la construcción de un edificio cuando los dos todavía eran unos críos, y cuando su madre había muerto en un accidente de coche tres años antes, Chris había hecho todo lo posible por adoptar la función de sus padres muertos. Aunque sólo tenía algunos años más que ella, la había ayudado a escoger una universidad y le había encontrado un psicólogo bastante bueno para que la ayudara a superar el trauma. Incluso le mandaba algo de dinero todos los meses aparte de lo que ella cobraba del dinero del seguro de vida de sus padres. Era lo que él llamaba «dinero para salir». Y además de todo eso, la llamaba cada dos semanas, sin fallar, como un reloj.
Ese mes, sin embargo, no la había llamado ni una sola vez, y ni siquiera había contestado a los mensajes que ella le ha había dejado. Había intentado convencerse de que era una tontería preocuparse. Quizás había encontrado por fin una chica, o había ocurrido algo con respecto a la suspensión de los STARS, fuese lo que fuese exactamente eso. Pero después de tres cartas sin contestación y de esperar durante días a que el teléfono sonase, había acabado llamando a la policía de Raccoon City aquella misma tarde, con la esperanza de que alguien supiera qué le había pasado. Lo único que había obtenido era la señal constante de comunicación.
Allí sentada en su dormitorio, mientras oía el latido mecánico sin vida del teléfono, había comenzado a preocuparse de verdad. Incluso una pequeña ciudad como Raccoon City tenía un sistema de contestador automático para todas las llamadas en espera. La parte racional de su mente le aconsejó que no se dejara dominar por el pánico, que una línea sobrecargada no era motivo para alarmarse... pero su parte más emocional ya estaba gritando que una leche, que allí ocurría algo raro, y malo, por añadidura. Tras hojear con manos temblorosas su agenda de teléfonos había llamado a unas cuantas personas a las que ella consideraba amigos de Chris, a sitios o a gente a los que él le había dicho que llamara si estaba metida en problemas y él no estaba en su casa: Barry Burton, el restaurante de Emmy, un policía al que nunca había conocido llamado David Ford... Incluso llamó al teléfono de Billy Rabbitson, aunque Chris le había dicho que había desaparecido hacía meses. Con excepción de un sobrecargado contestador automático en la casa de David Ford, sólo había obtenido señales de comunicación.
Para cuando colgó después de la última llamada, la preocupación se había convertido en algo muy parecido al terror. Sólo tardaría unas seis horas y media desde su universidad hasta Raccoon City. Su compañera de habitación le había pedido prestadas sus ropas de montar en moto para irse con su nuevo novio motero, pero Claire tenía un casco de repuesto, así que, con aquella sensación que todavía no llegaba a ser de pánico entremetiéndose en sus pensamientos, simplemente había agarrado el casco y se había marchado.
Estúpida, quizás. Impulsiva, desde luego. Y si Chris está sano y salvo, los dos podremos reírnos de mis paranoias hasta que reventemos de la risa. Pero hasta que descubra qué está pasando, no tendré un momento de paz.
Los últimos restos de la luz del día se escapaban por el horizonte del cielo sin nubes, aunque la débil luz de la luna casi llena y el faro de su Softail le proporcionaban luz suficiente para ver, más que suficiente para distinguir con claridad el cartel de «Raccoon City 10».
Claire volvió a centrar su atención en conducir su pesada moto mientras se decía a sí misma que Chris estaría bien, que si hubiese ocurrido algo extraño en Raccoon City, alguien habría dado la voz de alarma a aquellas alturas. Pronto sería noche cerrada, pero estaría en Raccoon City antes de que oscureciera demasiado como para montar en moto sin problemas.
Pronto descubriría si Raccoon City era un sitio seguro o no.
Capítulo 3
León llegó a las afueras de la ciudad con veinte minutos de sobra, pero decidió que la posible cena caliente tendría que esperar. Sabía por sus anteriores visitas a la comisaría de la ciudad que había un par de máquinas de aperitivos y chucherías, por lo que podría aguantar el tirón hasta que encontrara tiempo para comer en condiciones. La idea de una chocolatina pasada y unos cacahuetes rancios no pareció agradarle nada a su estómago, que llevaba un rato gruñendo, pero la culpa sólo la tenía él. La próxima vez que se marchara de viaje tendría en cuenta el tráfico de salida desde Nueva York.
Conducir de nuevo hasta la ciudad había hecho mucho por tranquilizar sus agitados nervios. Había pasado al lado de unas cuantas pequeñas granjas que se encontraban al este de la ciudad, con sus terrenos arados y sus almacenes de grano, y finalmente había pasado por el bar de carretera que separaba al Raccoon City campestre del Raccoon City urbano. La idea de que en poco tiempo patrullaría aquellas carreteras secundarias y las mantendría seguras, le proporcionó una sorprendente sensación de bienestar y un ligero orgullo. La primera brisa del otoño que entraba por la ventanilla bajada era agradablemente fresca, y la luz de la luna lo bañaba todo con un resplandor plateado. Después de todo, no llegaría tarde. En menos de una hora sería oficialmente uno de los defensores y protectores de Raccoon City.
Cuando León dobló la esquina que daba a la calle Bybee, en dirección a una de las calles que lo conduciría hasta la comisaría de policía, tuvo el primer indicio de que algo iba mal, muy mal. A lo largo de las primeras manzanas se quedó un poco sorprendido: cuando pasó por la quinta, empezó a quedarse pasmado. No era extraño, era más bien... imposible.
Bybee era la primera calle de verdad de la ciudad, y entraba desde el este, donde el número de edificios superaba ampliamente al de solares vacíos. Había numerosos bares, cafeterías y restaurantes de barrio, además de una sala de cine donde sólo parecían poner películas de terror y comedias picantes, así que era uno de los sitios más populares de Raccoon City para la juventud del lugar. Incluso había unas cuantas tabernas donde en invierno servían caldo casero y bebidas calientes con ron para los alumnos entusiastas del esquí. A las nueve y cuarto de una noche de sábado, la calle Bybee tendría que estar repleta de gente.
Sin embargo, León vio que la mayoría de las tiendas y los restaurantes de ladrillo situados a lo largo de la calle tenían las luces apagadas, y en las pocas que se veía alguna luz no parecía haber nadie en su interior. A los lados de la calle había un montón de coches aparcados, y aun así, no logró ver ni a una sola persona. Bybee, el lugar preferido de los quinceañeros y de los estudiantes de la universidad, estaba completamente desierto.
¿Dónde demonios se ha metido todo el mundo?
Su mente se esforzó por encontrar una respuesta mientras avanzaba con el coche por la desierta calle, en busca de una razón lógica y también, en cierto modo, para aliviar la creciente ansiedad que volvía a apoderarse de su cuerpo. Pensó que quizá todos estaban en alguna celebración multitudinaria, como una misa al aire libre o los festejos de la salsa de tomate. Aquello le dio otra idea: quizá Raccoon City tenía su propia versión de la Oktoberfest y habían empezado a devorar salchichas a diestro y siniestro en otro lugar de la ciudad.
Sí, muy bien, pero ¿se ha ido todo el mundo a la vez? Tiene que ser una fiesta de mil pares de narices.
En ese preciso instante, León se dio cuenta de que tampoco había visto un solo coche circulando desde que se había pegado el susto a diez kilómetros de la ciudad. Ni uno solo. Y, junto con aquel inquietante pensamiento, se dio cuenta de algo más. Era algo menos llamativo, pero mucho más próximo.
Algo olía mal. De hecho, algo olía a mierda.
Demonios, huele como a mofeta muerta, Bueno, es que más bien huele a una mofeta que hubiese vomitado sobre sí misma antes de morir.
Había reducido la velocidad del jeep hasta circular casi al ritmo de un peatón. Había planeado doblar hacia la izquierda en la calle Powell, una manzana más adelante... pero aquel horrible olor y la total ausencia de vida lo estaban atemorizando bastante. Pensó que quizá lo mejor sería detener el coche y bajarse para comprobar si todo iba bien, para echar un vistazo y ver si descubría alguna indicación de...
—Oh, vaya...
León sonrió y sintió una inmensa oleada de alivio que hizo desaparecer su ansiedad y su estado de confusión. Había un par de personas de pie en la esquina, prácticamente delante de él. La luz de la farola no le permitía verlos con claridad, porque estaba justo detrás de ellos, pero León distinguió sus siluetas. Era una pareja, un hombre y una mujer. Ella iba vestida con una falda y él llevaba puestas unas botas de trabajo. Cuando se acercó, se dio cuenta, por el modo en que caminaban hacia la calle Powell, de que estaban borrachos como una cuba. Ambos iban trastabillando de un lado a otro de las sombras provocadas por los edificios, pero iban en su misma dirección, así que no pasaría nada si se paraba a preguntarles qué demonios estaba ocurriendo.
Deben de haber salido del bar de Kelly. Seguro que se han tomado una o dos cervezas de más, pero como no están conduciendo, eso a mí no me importa. Me voy a sentir realmente estúpido cuando me digan que esta noche es el concierto anual gratuito o la gran barbacoa de «come todo lo que puedas sin pagar».
Casi mareado por el alivio que sentía, León dobló la esquina y entrecerró los ojos mirando hacia las densas sombras para intentar descubrir dónde estaba la pareja. No los vio, pero divisó un callejón que se abría entre dos tiendas, una joyería y una de ultramarinos. Quizá sus dos amigos borrachos se habían metido allí para utilizarlo como lavabo o quizás estaban metidos en algo más turbio...
—¡Mierda!
Apretó a fondo el pedal de freno al mismo tiempo que media docena de siluetas oscuras saltaban del asfalto, iluminadas por los faros del jeep como si fueran hojas arrastradas por el viento. Sorprendido, tardó un segundo en darse cuenta de que eran pájaros. No oyó ningún graznido ni ninguna otra clase de grito, aunque estaba lo bastante cerca para oír el batir de sus alas. Eran cuervos, que disfrutaban de un festín, probablemente algún animal atropellado, aunque más bien parecía...
Oh, Dios mío.
Vio un cuerpo humano tendido en mitad de la carretera, a unos seis metros del jeep. Estaba boca abajo, pero parecía una mujer... y, a juzgar por las manchas rojas que cubrían su antaño blusa blanca, no era una estudiante que se había hinchado de cerveza y que se había tumbado para echarse una siesta en el lugar equivocado.
Un atropello con huida. Algún cabrón le pasó por encima y luego huyó. Jesús, qué destrozo...
León apagó el motor, y ya tenía medio cuerpo fuera del jeep cuando sus pensamientos se precipitaron uno detrás de otro. Dudó con un pie puesto ya sobre el asfalto, y con el hedor de la muerte y la podredumbre impregnando todo el aire nocturno. Su mente se había quedado congelada en una idea que no quería ni pararse a considerar, pero sabía que era lo que debía hacer. Aquello no era un ejercicio de entrenamiento: podía estar jugándose la vida.
¿Qué pasa si no es un atropello con huida? ¿Qué pasa si no hay nadie por aquí porque por los alrededores ronda alguna clase de psicópata con su arma automática dispuesto a practicar el tiro al blanco? Puede que todo el mundo esté metido en el interior de las casas, oculto. Quizá la policía de Raccoon City ya viene hacia aquí, y quizás el par de individuos que vi antes no estaban borrachos, sino heridos e intentaban buscar ayuda.
Se metió de nuevo en el coche y rebuscó debajo de su asiento para encontrar su regalo de graduación: una Desert Eagle 50AE Magnum, con un cañón personalizado de diez pulgadas, un arma de fabricación israelí. Su padre y su tío, ambos policías, se la habían regalado entre los dos. No era el arma reglamentaria de la policía de Raccoon City, sino una mucho más potente. Cuando León sacó un cargador de la guantera y lo metió de un golpe seco, sintiendo el peso del arma en sus manos ligeramente temblorosas, decidió que, en aquel momento, era el mejor regalo que jamás le habían hecho. Se metió otros dos cargadores en el cinturón por pura precaución: cada cargador sólo llevaba seis balas.
Mantuvo la Magnum apuntando hacia el suelo mientras salía del jeep y le echaba un rápido vistazo a los alrededores. No estaba familiarizado con Raccoon City por la noche, pero sabía que la ciudad no debería estar tan oscura como estaba en esos momentos. Muchas de las farolas a lo largo de la calle Powell no tenían bombillas o simplemente no estaban encendidas. Las sombras más allá del cuerpo empapado en sangre eran muy profundas: si no hubiese sido por los faros de su jeep, no habría podido ver nada en absoluto.
Empezó a caminar hacia el cuerpo, sintiéndose terriblemente expuesto cuando abandonó la relativa cobertura del jeep, pero a sabiendas de que quizás ella todavía estaba viva. Era poco probable, pero tenía que comprobarlo.
Dio unos cuantos pasos más y pudo ver que sin ninguna duda era una mujer joven. Su pelo de color rojo oscuro y lacio le tapaba la cara, pero las ropas delataban su edad: pantalones vaqueros ceñidos y unas sandalias de moda. Las heridas estaban casi ocultas por la camisa ensangrentada, pero parecía haber docenas de ellas. Los agujeros irregulares en la tela húmeda dejaban entrever carne desgarrada y brillante, y tejidos musculares en las heridas más profundas.
León tragó saliva con esfuerzo y se cambió el arma de mano para luego agacharse a su lado. La piel fría y pegajosa cedió con facilidad bajo la presión de sus dedos en la garganta. Intentó encontrar el pulso con la punta de dos dedos apretándolos contra la carótida. Pasaron unos cuantos segundos, unos segundos durante los cuales se sintió terriblemente joven mientras intentaba recordar el procedimiento que había que seguir para efectuar una recuperación cardiorrespiratoria y al mismo tiempo rezaba para que sus dedos encontraran un solo latido.
Cinco compresiones, dos respiraciones cortas, mantener los codos bien colocados... Vamos, por favor, no estés muerta...
No halló el pulso, y no quiso esperar ni un segundo más. Se metió la pistola en el cinturón y la agarró por los hombros para darle la vuelta y comprobar si al menos respiraba... pero en cuanto empezó a levantarla, vio algo que le hizo dejarla de nuevo en el suelo, mientras el estómago se le subía a la garganta.
La camisa de la víctima se había salido de los pantalones lo suficiente para dejar al descubierto la columna y parte de las costillas. Los trozos blanquecinos de hueso todavía tenían hebras de carne colgadas, y las estrechas y curvadas puntas de las costillas se hundían en trozos de tejido destrozado. Tenía todo el aspecto de haber sido derribada... y masticada. Los retazos de información que su mente había recogido hasta el momento y que le habían parecido poco importantes de repente adquirieron una enorme trascendencia, y en el mismo instante que todos los hechos encajaron, sintió los tentáculos del verdadero miedo apoderarse de los rincones de su mente.
Los cuervos no pueden haber hecho esto. Habrían tardado horas, ¿y quién demonios ha oído hablar de cuervos que se alimentan después de caer el sol? Y ese olor a podrido no procede de ella, ha muerto hace poco y...
Caníbales. Asesinatos.
No. De ninguna manera. Para que ocurriera algo así, para que una persona fuera asesinada y luego parcialmente... devorada en mitad de una calle sin que nadie lo impidiese... Y con tiempo suficiente para que lleguen los carroñeros...
Para que eso pasara, los asesinos tendrían que haber matado a la mayor parte de la población. ¿Parece probable? No. Bien. Entonces, ¿de dónde procede ese olor asqueroso? ¿Y dónde está todo el mundo?
León percibió a su espalda un gruñido bajo y suave. Unos pasos arrastrados y luego otro sonido. Un sonido húmedo.
Tardó menos de un segundo en ponerse en pie y darse la vuelta en redondo mientras su mano desenfundaba de forma instintiva su pistola. Eran la pareja de antes, los borrachos, que se tambaleaban hacia él, a la que se había unido un tercer individuo de aspecto fornido... con toda la camisa empapada de sangre. Sangre en su pechera. Y en sus manos. Y goteando desde su boca, una boca roja con aspecto gomoso en mitad de un rostro descompuesto, como si fuese una herida purulenta. El otro hombre, el que llevaba puestas las botas de trabajo y un mono de faena, tenía un aspecto muy parecido, y el escote de la blusa rosa de la mujer dejaba al descubierto un busto por el que aparecían manchas oscuras, muy parecidas al moho.
El trío continuó avanzando hacia él, tambaleándose, y pasaron al lado de su jeep mientras levantaban sus pálidas manos en su dirección y emitían unos gemidos hambrientos. Un líquido viscoso pero fluido salió de repente de una de las ventanas de la nariz del tipo fornido y le cayó sobre los labios que se movían débilmente. León se quedó inmóvil por el terrible conocimiento de saber que el tremendo hedor era olor a podrido y a carne putrefacta y que procedía de ellos...
Entonces vio a otra de aquellas criaturas que salía de una puerta al otro lado de la calle, una joven con una camiseta manchada y el pelo recogido que dejaba a la vista una cara carente de expresión y sin señal alguna de inteligencia.
Otro gruñido a su espalda. León miró por encima de su hombro y esta vez vio a un joven de pelo oscuro con los brazos podridos que salía de debajo de las sombras de una marquesina.
León levantó su arma y apuntó hacia el individuo más cercano, el tipo del mono de faena, aunque todos sus instintos le gritaban que saliera corriendo. Estaba aterrorizado, pero su lógica entrenada insistía en que debía existir una explicación para todo aquello que estaba viendo, y que lo que estaba viendo no eran muertos vivientes.
Control y procedimiento. Eres un policía...
—¡Muy bien! ¡Ya os habéis acercado bastante! ¡Todos quietos!
Su tono de voz era potente, autoritario, y llevaba puesto su uniforme, así que… Oh, Dios, ¿por qué no se detienen?
El hombre con el mono de faena gimió de nuevo, sin hacer caso de la pistola que le estaba apuntando al pecho, con los demás siguiéndolo de cerca a cada lado, a menos de tres metros de él.
—¡No se muevan! —repitió León, pero esta vez a voz en grito.
El pánico reflejado en su propia voz lo hizo retroceder un paso mientras miraba a izquierda y a derecha. Vio que más gente como aquélla empezaba a salir de todas las sombras de la calle.
Algo lo agarró por el tobillo.
—¡No! —gritó, dando la vuelta con el arma por delante...
Y entonces vio que el supuesto cadáver víctima del atropello estaba arañando su bota con unos dedos empapados en sangre al mismo tiempo que intentaba arrastrar su cuerpo destrozado hasta él. Su agónico lamento de hambre se unió al de los demás mientras intentaba morderle la bota, y unas gruesas gotas de saliva mezclada con sangre resbalaron por encima de su barbilla completamente arañada y le mancharon el cuero del calzado.
León disparó contra su torso superior. El tremendo estampido explosivo del proyectil hizo que ella lo soltara... y a aquella distancia tan corta, probablemente hizo pedazos su corazón. El cuerpo se desplomó de nuevo sobre el asfalto entre espasmos de muerte...
Cuando se dio de nuevo la vuelta y vio que los demás estaban a menos de dos metros, disparó otras dos veces. Los proyectiles hicieron florecer dos fuentes carmesíes en el pecho del más cercano, y de las heridas comenzó a salir un caño de sangre.
El hombre con el mono de faena apenas detuvo su marcha cuando los dos balazos le abrieron el pecho y sólo se tambaleó durante un segundo. Abrió otra vez su ensangrentada boca y de nuevo emitió un gemido lastimero de hambre, mientras mantenía las manos alzadas hacia él como si necesitara que lo dirigieran hacia la fuente de su alivio.
Debe de estar drogado. Esa potencia de fuego habría derribado a un búfalo…
León disparó otra vez mientras retrocedía. Y otra vez. Y otra vez. Y cuando el cargador estuvo vacío, lo dejó caer al suelo y metió otro. Disparó más proyectiles, pero aun así, ellos siguieron acercándose, impertérritos ante los disparos que arrancaban trozos de su podrida y apestosa carne. Sólo era un mal sueño, como en una mala película. Aquello no era real... pero León supo que, si no se convencía con rapidez, moriría enseguida. Devorado vivo por aquellos...
Vamos, Kennedy. Dilo. Por estos zombis.
Aquellas criaturas le impedían acercarse a su jeep, así que León continuó retrocediendo, sin dejar de disparar.
Capítulo 4
Menuda vida nocturna. Este lugar está muerto. Claire sólo había visto a un par de personas cuando finalmente entró en el casco urbano de Raccoon City, ni de cerca las que esperaba ver. De hecho, el lugar parecía estar desierto. El casco le tapaba buena parte de la visión periférica, pero, desde luego, no parecía haber mucho movimiento en la parte oriental de la ciudad. Tampoco parecía haber mucho tráfico. Le pareció muy raro, pero si tenía en cuenta los desastres que se había imaginado, tampoco era especialmente siniestro. Al menos, Raccoon City todavía existía, y vio a un nutrido grupo de gente con aspecto de haber salido de una fiesta cuando se acercaba al restaurante abierto las veinticuatro horas del día que había en la calle Powell. Caminaban por el centro de una calle lateral. Sin duda, eran chavales borrachos con ganas de bronca, si no recordaba mal su última visita a la ciudad. Molestos, pero, desde luego, no los cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Nada de ruinas por bombardeos, nada de incendios colosales, nada de ataque aéreo. Bueno, por ahora, todo va bien.
Había pensado ir directamente a casa de Chris, pero luego se dio cuenta de que iba a pasar por delante del restaurante de Emmy. Claire se acordó de que Chris apenas sabía cocinar, así que vivía a base de cereales por la mañana, un bocadillo frío a mediodía y una cena en Emmy unos seis días por semana. Incluso aunque no estuviera allí, merecería la pena pararse para preguntar por él a una de las camareras, por si lo había visto hacía poco.
Claire se percató de la presencia de un par de ratas cuando detuvo la moto. Los roedores saltaron de encima de los cubos de basura de la acera y escaparon velozmente hacia un pequeño callejón lateral. Bajó la horquilla de la moto y desmontó, se quitó el casco y lo dejó encima del asiento tibio.
Se sacudió el cabello, recogido en una coleta, y arrugó la nariz con desagrado. Estaba claro que, por el olor que desprendía, la basura llevaba bastante tiempo allí tranquila sin que nadie la molestara. Fuese lo que fuese lo que habían tirado en ella, desprendía un olor que sin duda alguna podía considerarse tóxico.
Se sacudió las partes de sus piernas y brazos que estaban al aire antes de entrar, tanto para hacerlas entrar en calor como para quitarse un poco la mugre que se le había pegado por el camino. Unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta ceñida al cuerpo no eran las prendas más apropiadas para una noche de octubre, y aquello le volvió a recordar lo estúpida que había sido por montar de aquel modo. Chris le echaría un sermón de mil demonios... Pero no será aquí.
El cristal de la gran ventana frontal le permitía una buena visión del interior del hogareño e iluminado restaurante, y pudo distinguir con claridad desde los altos taburetes de color rojo del mostrador hasta las sillas acolchadas de las mesas alineadas en las paredes... y no había absolutamente nadie a la vista. Claire frunció el entrecejo, y su decepción inicial dio paso a un sentimiento de confusión. Había visitado a Chris muchas veces a lo largo de los últimos años, por lo que había estado en aquel lugar a casi todas las horas del día o de la noche. Ambos eran bastante noctámbulos, y en más de una ocasión habían decidido salir a las tres de la madrugada a tomarse una hamburguesa, lo que significaba que siempre acababan en el restaurante de Emmy. Y siempre había algún cliente en Emmy, charlando con una de las camareras vestidas con delantales de plástico rosa o inclinados sobre una taza de café mientras leían el periódico, sin importar la hora del día o de la noche que fuese.
Así que… ¿dónde están? Ni siquiera son las nueve de la noche todavía...
En el cartel de la puerta se leía «Abierto», y no descubriría por qué no había nadie si se quedaba allí, en mitad de la calle. Echó una última mirada a su moto, abrió la puerta y entró en el restaurante. Inspiró profundamente y llamó en voz alta, con la esperanza de que alguien le contestara.
—¿Hola? ¿Hay alguien?
Su voz pareció carecer de tono en cierto modo al resonar en el silencio del vacío restaurante. Con excepción del monótono zumbido de los ventiladores del techo, no se oía absolutamente ningún otro sonido. En el aire flotaba el familiar aroma a grasa rancia, pero había algo más. Era un olor muy penetrante, pero a la vez muy dulzón, como el de flores pudriéndose.
El restaurante tenía forma de L, y las mesas se extendían enfrente de ella y a su izquierda. Claire empezó a avanzar, caminando con lentitud. La zona de los camareros se encontraba al final de la barra, y más allá estaba la cocina. Si Emmy estaba realmente abierto, los miembros del personal estarían por allí, tan sorprendidos como ella de que no hubiera ni un solo cliente...
Pero eso no explicaría todo este desorden, ¿verdad?
No era exactamente un desorden. La falta de orden era lo bastante sutil como para que ella no se hubiera percatado desde fuera. Había unas cuantas cartas de menú tiradas por el suelo, un vaso de agua derramado en la barra y un par de piezas de cubertería esparcidas aquí y allá. Aquéllas eran las únicas señales de que algo iba mal, pero eran suficientes.
Al infierno lo de echar un vistazo a la cocina. Todo esto es demasiado raro. Algo está realmente jodido en esta ciudad. Quizá sólo les han robado, o quizás están preparando una fiesta sorpresa. ¿Qué más da? Ya es hora de que me marche a otro lugar.
En ese preciso instante oyó un ruido procedente del hueco al final de la barra, un lugar que no podía ver. Era un sonido débil de algo que se movía, un susurro de tela arrastrándose seguido de un gruñido abogado. Allí había alguien, agachado y oculto a la vista.
Claire habló de nuevo en voz alta mientras notaba cómo su corazón le aporreaba la caja torácica por la tensión que sentía.
—¿Hola?
No percibió nada durante un latido y, a continuación, otro gruñido, un gemido ahogado que le puso los pelos de la nuca de punta.
A pesar de sus temores, Claire se apresuró a acercarse al lugar, sintiéndose de repente muy infantil por su deseo previo de marcharse. Quizá se había producido un robo y los clientes estaban atados y amordazados. O peor incluso, tan malheridos que ni siquiera podían gritar pidiendo ayuda. Le gustase o no, ella estaba involucrada.
Llegó al final de la barra, giró a su izquierda... y se detuvo en seco, quedándose completamente inmóvil, sintiéndose como si le hubieran dado una bofetada. Lo que vio fue un hombre calvo vestido con el uniforme de un cocinero, al lado de un carrito lleno de bandejas, de espaldas a ella. Estaba agachado sobre el cuerpo de una camarera, pero había algo muy raro en ella, algo tan raro que la mente de Claire no pudo aceptarlo al principio. Su mirada recorrió el uniforme rosa, los zapatos de trabajo, incluso la tarjeta de plástico que todavía estaba enganchada a la pechera de su vestido, con el nombre: Julie o Julia...
La cabeza. Le falta la cabeza.
En cuanto Claire se dio cuenta de lo que faltaba, no fue capaz de borrarlo de su mente, por mucho que lo intentó. Donde debería haber estado la cabeza de la enfermera sólo había un charco de sangre secándose, una masa informe y pegajosa rodeada por restos de cráneo, mechones de pelo negro aplastado y trozos diversos de carne. El cocinero tenía las manos sobre la cara, y mientras Claire miraba horrorizada el cadáver sin cabeza, el individuo dejó escapar un gemido lastimero.
Claire abrió la boca, sin saber exactamente qué iba a salir de ella. Un grito, una pregunta sobre qué había ocurrido o un ofrecimiento de ayuda. No sabía qué decir, y cuando el hombre se dio la vuelta y bajó las manos, se quedó pasmada de que no saliera absolutamente nada de su boca.
El tipo se estaba comiendo a la camarera. Sus gruesos dedos estaban cubiertos por oscuros restos de carne. La extraña y enajenada cara que la miraba estaba completamente cubierta de sangre.
Un zombi.
Se había criado oyendo cuentos sobre criaturas monstruosas, tanto en las fogatas de los campamentos de verano como en las películas de terror, así que su mente lo aceptó en el mismo instante que lo vio y pensó: «No estoy loca». La criatura, completamente pálida, desprendía aquel hedor dulzón y enfermizo que ella había olido antes, con los ojos cubiertos por un velo semitransparente.
Zombis en Raccoon City. Eso sí que no lo esperaba.
Al mismo tiempo que su mente lógica aceptaba los hechos con tranquilidad, su cuerpo sintió un repentino espasmo de terror. Claire trastabilló al retroceder, y el pánico ascendió otro grado en sus tripas cuando el cocinero siguió girando mientras se levantaba. Era un tipo enorme, de casi dos metros de alto, y tan ancho como un armario...
¡Y está muerto! ¡Está muerto y se está comiendo a la camarera, así que no dejes que se te acerque más!
El cocinero dio un paso hacia ella, y sus manos ensangrentadas se cerraron en sendos puños. Claire retrocedió con mayor rapidez y casi se resbaló al pisar una de las cartas de menú. Un tenedor chirrió cuando lo pisó con una de sus botas.
¡Sal de aquí ahora mismo!
—Ya me marcho —logró balbucear—. De veras, no hace falta que me acompañe a la salida...
El cocinero se tambaleó hacia adelante, y sus ojos ciegos resplandecieron con un brillo hambriento e insensible. Claire dio otro paso atrás y extendió una mano hacia su espalda. No tocó nada, sólo aire...
Un instante después, tocó el frío metal del tirador de la puerta. Una descarga de adrenalina por la sensación de triunfo recorrió todo su cuerpo cuando se giró, agarró la puerta... y un momento después, gritó, una exclamación de horror y miedo. Había otras dos, no, tres de aquellas criaturas allí fuera, con su putrefacta carne pegada al cristal de la ventana frontal del restaurante. Uno de los seres sólo tenía un ojo: donde debía estar el otro, sólo había un agujero supurante. Otra de las criaturas carecía de labio superior, y su rostro mostraba una constante y desigual sonrisa macabra. Todos estaban golpeando el cristal con sus manos engarfiadas como garras, como animales feroces y torpes. Sus rostros grises estaban casi completamente cubiertos de sangre... y desde las sombras, al otro lado de la calle, otras oscuras siluetas salieron tambaleándose dirigiéndose hacia el restaurante.
No puedo salir, estoy atrapada... ¡Dios, la puerta trasera! Con el rabillo del ojo vio la reluciente luz verde de la señal de salida de emergencia que brillaba como un faro en la oscuridad. Claire se giró de nuevo y apenas miró al cocinero que estaba a poco más de un metro de ella: tenía toda su atención concentrada en su única esperanza de huida.
Echó a correr, y sus botas se convirtieron en un borrón de color al mismo tiempo que sus brazos se convertían en pistones para conseguir mayor velocidad. La puerta daba a un callejón trasero: iba darse de bruces contra ella a toda velocidad y, si estaba cerrada con llave, estaba jodida.
Claire se estrelló contra la puerta, que se abrió de par en par, y luego contra la pared de ladrillo de uno de los lados del callejón... y luego vio un arma que le apuntaba directamente a la cara. Era probablemente lo único que la habría detenido en su carrera en ese momento: alguien con una pistola.
Se detuvo inmediatamente y levantó los brazos de forma instintiva, como para detener un golpe.
—¡Un momento! ¡No dispare!
El tipo de la pistola no se movió, y el arma de aspecto letal continuó apuntando hacia su cabeza...
Va a matarme...
—¡Al suelo! —gritó el individuo, y Claire se dejó caer. Sus rodillas cedieron tanto por la orden que le habían dado como por los fríos dedos que de repente agarraron su hombro...
¡Bam! ¡Bam!
El hombre disparó, y Claire giró la cabeza para ver al cocinero muerto desplomarse hacia atrás justo a su espalda, con un enorme agujero en mitad de la frente. Unos lentos goterones de sangre comenzaron a salir de la herida, y sus ojos blanquecinos quedaron cubiertos por una capa de color rojo. El cuerpo acabó de caer y se estremeció. Una, dos veces... y por fin dejó de moverse.
Claire se volvió para mirar al hombre que le había salvado la vida, y se dio cuenta por primera vez del uniforme que llevaba puesto. Un policía. Era joven y alto... y tenía un aspecto casi tan aterrorizado como ella. Su labio superior estaba completamente cubierto de terror, y tenía los ojos, de color azul, abiertos de par en par. Sin embargo, al menos su voz sonó tranquila y llena de confianza cuando extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—No podemos quedarnos aquí. Venga conmigo, estaremos mucho más seguros en la comisaría de policía.
Mientras decía aquello, Claire percibió un coro de gemidos y gruñidos que se acercaba procedente de la calle. Los hambrientos sollozos de aquellas criaturas sonaban cada vez más fuerte. Claire dejó que la levantara y le agarró la mano con firmeza. Se alegró un poco de que los dedos del hombre estuviesen tan temblorosos como los de ella.
Ambos echaron a correr, esquivando cubos y bidones de basura y saltando por encima de cajas esparcidas por doquier, perseguidos por los tenebrosos gemidos de los zombis que salían del callejón y empezaban a seguirlos.
Capítulo 5
León corrió al lado de la chica mientras intentaba de forma desesperada recordar el trazado general de la ciudad. El callejón debería dar a la calle Ash, no demasiado lejos de Oak Street, la calle donde estaba el edificio de la comisaría... situado a más de quince manzanas al oeste de donde se encontraban en ese momento. A menos que consiguieran algún medio de transporte, no lograrían llegar. Sólo le quedaba el cargador que ya tenía metido en la pistola, y sólo cuatro balas en su interior. Por los sonidos que surgían de las sombras del callejón, había docenas, quizá centenares de aquellos seres en su interior.
Cuando llegaron al final del callejón, León levantó la mano y frenó el ritmo de la carrera hasta convertirlo en un trote. Echó un vistazo a la calle mal iluminada. No pudo ver mucho, pero desde donde se hallaban hasta la siguiente farola, había unas once o doce criaturas a su derecha, tambaleándose y trastabillando mientras atravesaban la pestilente oscuridad. A la izquierda sólo había tres, no muy lejos de...
¡Aleluya!
—¡Allí!
León señaló con el dedo un coche patrulla de la policía que estaba aparcado justo al otro lado de la calle, sintiendo una oleada de alivio y esperanza. No vio agente alguno: ya era pedir demasiado... pero las dos puertas delanteras estaban abiertas, y las tres cosas que vagabundeaban en sus cercanías no llegarían a tiempo de impedir que entrasen. Aunque las llaves no estuviesen puestas, en su interior había una radio y los cristales eran a prueba de bala. Probablemente podrían resistir frente a los cadáveres ambulantes hasta que llegase la ayuda...
—Es la única oportunidad que tenemos. ¡Vamos!
Dudó el tiempo suficiente como para que la chica asintiera con un gesto de la cabeza, con su pelo recogido en una cola de caballo agitándose por el brusco movimiento. Un instante después, ambos volvieron a echar a correr hacia el coche de policía, y el asfalto se convirtió en un borrón bajo sus pies. León mantuvo su arma apuntada hacia las criaturas que estaban más cerca de ellos, a unos quince metros. Deseaba dispararles, impedirles que dieran un solo paso más hacia ellos, pero sabía que debía ahorrar munición, que no podía permitirse el lujo de desperdiciar la poca que le quedaba.
Dios mío, por favor, que las llaves estén puestas...
Llegaron hasta el coche al mismo tiempo y se separaron. La chica se desvió para entrar por la puerta del acompañante, y León se dio cuenta horrorizado de que probablemente ella pensaba que era su coche. Esperó a que cerrara la puerta de un portazo antes de entrar de un salto y colocarse detrás del volante. Una pequeña pero aterrorizada parte de su mente le gritaba que era su primer día de servicio mientras se apresuraba a cerrar la puerta de un tirón.
Su plegaria fue respondida: las llaves estaban puestas. León dejó caer la Magnum en su regazo y las agarró, sintiendo de nuevo aquella esperanza y alivio, como si hubiera otras opciones además de la de morir.
—Ponte el cinturón —le dijo, y sin apenas oír su respuesta afirmativa giró las llaves y las luces se encendieron.
La calle Ash y las criaturas quedaron bañadas por unos pálidos remolinos de luces rojas y azules. Los colores transformaron las sombras, cambiándoles la forma y el tamaño. Era una visión infernal, y apretó el pedal del acelerador a fondo para alejarse de allí con toda la rapidez que pudo.
El coche saltó de la acera con un chirrido de goma. León enderezó las ruedas primero a la derecha y luego a la izquierda, esquivando por poco a una mujer con la mitad del cuerpo cabelludo arrancado. Pudo oír, incluso a través de las ventanas cerradas, su gemido aullante de frustración mientras se alejaban a toda velocidad, al que se le unieron varios... muchos más.
Refuerzos. Pide refuerzos y apoyo.
León manoteó en busca de la radio sin quitar la vista de la calzada. Las criaturas estaban dispersas pero eran numerosas: monstruos tambaleantes de siluetas oscuras que salían trastabillando a la calle como si fuesen atraídos por el ruido del coche que pasaba a toda velocidad. Tuvo que esquivar a varios más mientras el coche patrulla salía de la calle Powell y continuaba a toda velocidad.
La chica le estaba hablando mientras miraba al desolado panorama y León apretaba el botón que abría las comunicaciones de la radio. Su sensación de desamparo aumentó: ni señal de estática, ni nada de nada.
—¿Qué demonios pasa aquí? Llego a Raccoon City y todo el lugar es una pura locura que...
—Estupendo. La radio no funciona —la interrumpió León, dejando caer el micrófono y centrando su atención en la conducción.
Toda la ciudad parecía un mundo alienígena, con las calles envueltas en extrañas sombras. Aquello tenía ciertas cualidades oníricas, pero el olor le impedía pensar que aquello era un sueño. El hedor a carne putrefacta había impregnado incluso el interior del coche patrulla, lo que hacía bastante difícil concentrarse en conducir. Al menos, no había tráfico ni tampoco gente. Bueno, no gente de verdad...
Excepto la chica y yo. Tengo que cumplir mi deber, tengo que protegerla de cualquier daño. Pobre chavala, no debe de tener más de diecinueve o veinte años y probablemente está aterrorizada. Tengo que mantenerme firme y alejarla de cualquier otro peligro, tengo que llegar la comisaría y...
—Eres un poli, ¿verdad?
El tono de voz cantarín pero en cierto modo sarcástico de la chica le sacó de sus aterrorizadas ensoñaciones. Le dirigió una mirada rápida y se dio cuenta de que, aunque estaba bastante pálida, no parecía estar temblando al borde de un ataque de nervios. Incluso detectó cierto destello de humor en sus ojos de color gris claro, y a León le dio la impresión de que ella no era del tipo de personas que tenían ataques nerviosos. Algo realmente bueno, si tenía en cuenta las circunstancias en las que se encontraban.
—Sí. Mi primer día de trabajo. Estupendo, ¿verdad? Me llamo León Kennedy.
—Claire —le contestó ella—. Claire Redfield. He venido a buscar a mi hermano, Chris, y...
Se fue callando poco a poco mientras observaba la calle. Dos de las criaturas se dirigían tambaleándose hacia un punto por donde tenía que pasar el coche. León pisó aún más el acelerador y logró pasar en medio de ellas. La reja de metal que separaba el compartimiento trasero del delantero estaba bajada, lo que le proporcionaba una clara visión por el espejo retrovisor. Los dos zombis continuaron andando como estúpidos detrás del coche.
Hambrientos. Lo mismo que en las películas.
Ninguno de los dos habló durante unos momentos, y la cuestión principal quedó en el aire sin que la mencionaran. Fuese lo que fuese lo que había pasado y que había convertido a Raccoon City en una película de terror, no importaba tanto saber cómo había ocurrido como saber cómo iban a sobrevivir. Sólo tardarían un par de minutos en llegar a la comisaría, suponiendo que las calles permanecieran relativamente despejadas. Existía un aparcamiento subterráneo. Intentaría entrar por allí en primer lugar, pero si sus puertas estaban cerradas, tendrían que cruzar un pequeño trecho a pie. Había un pequeño patio delante del edificio, una zona de aparcamiento...
Me quedan cuatro balas... y quizá toda la ciudad está llena de estas cosas. Necesitamos otra arma...
—Eh, abre la guantera —le dijo. Si estaba cerrada, seguro que una pequeña llave que había al lado de la llave de contacto del coche la abriría.
Claire apretó el botón y metió la mano en su interior. Al agacharse, dejó al descubierto la espalda de su chaleco rosa sin mangas. 'Tenía una ilustración pintada: un voluptuoso ángel femenino que sostenía una bomba. Debajo había un cartel que ponía: «Fabricado en el cielo». Todo el conjunto era el apropiado para ella.
—Hay un arma aquí dentro —anunció, extrayendo una pistola semiautomática.
La sujetó con cuidado y comprobó que estaba cargada antes de meter la mano otra vez para sacar un par de cargadores. Era de las antiguas armas de ordenanza del departamento de policía de Raccoon City, una Browning HP. Desde el comienzo de la serie de asesinatos, los policías de la ciudad habían sido equipados con las Hekler und Koch VP70, también con un calibre de nueve milímetros. La principal diferencia consistía en que la Browning sólo podía albergar trece proyectiles, mientras que la VIVO disponía de un cargador de dieciocho balas más una en la recámara. Por el modo en que la manipulaba, León dedujo que la chica sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
—Será mejor que te la quedes tú —le dijo. En la comisaría encontraría un arsenal más que decente. Suponiendo que todavía quedaran algunos policías allí, podría recoger su arma reglamentaria... ¿Y por qué supones nada en absoluto?
Cuando León estaba doblando la esquina entre la calle Ash y la Tercera, quizás a una velocidad un poco elevada, se dio cuenta de repente de que era posible que la comisaría estuviese repleta de cadáveres. Todo estaba ocurriendo con tanta rapidez que ni siquiera se le había ocurrido aquella posibilidad. Enderezó el coche y frenó un poco, para disponer de algo de tiempo para diseñar un plan alternativo con toda la tranquilidad y la frialdad posible. Quizá se estaba desarrollando una defensa organizada de la comisaría, pero no era fácil sentir esperanza con el hedor a podrido que impregnaba con tanta fuerza el aire.
Tenemos el depósito casi lleno. Es más que suficiente para cruzar las montañas, y podríamos estar en Latham en menos de una hora.
Podrían pasar al lado de la comisaría y si el lugar tenía un aspecto inseguro, salir pitando de la ciudad. A él le parecía un buen plan. Comenzó a girar la cabeza para decírselo a Claire para saber qué pensaba... cuando el asqueroso olor a matanza lo rodeó por completo y algo se lanzó contra él desde la parte trasera del coche.
Claire lanzó un grito, y el monstruo, que había estado oculto desde que ellos entraron en el automóvil, agarró con sus manos heladas el hombro de León, y su apestoso aliento le dio de lleno en el rostro. Le agarró también el brazo derecho y tiró de él para acercarlo a sus labios y dientes babeantes.
—¡No! —gritó León mientras el coche viraba brutalmente a la derecha y se dirigía de frente contra un edificio.
La criatura perdió el equilibrio y aflojó la presión sobre el brazo de León. Éste aprovechó para hacer girar el volante, pero fue demasiado tarde para esquivar por completo la pared. El metal chirrió y una brillante lluvia de chispas iluminó las manos y la macabra expresión del zombi que iba en el asiento trasero cuando el coche salió rebotado hacia el pavimento.
El zombi cambió de objetivo y se abalanzó sobre Claire. León no se lo pensó siquiera y aceleró a tope, girando luego a la derecha. La parte trasera del coche dio un bandazo y se estrelló contra una camioneta de reparto aparcada, lanzando otra lluvia de ardientes chispas. El cadáver babeante cayó tumbado sobre el asiento trasero, pero se levantó de nuevo y se lanzó otra vez contra la chica, intentando despedazarla con garras y dientes.
El coche patrulla avanzó a toda velocidad por la calle Tercera. León intentó mantener el control del vehículo al mismo tiempo que se esforzaba por agarrar su arma y darse la vuelta, con su Magnum empuñada por el cañón. Ni siquiera pensó en apartar el pie del pedal del acelerador, no pensó en nada más que en que el zombi estaba a punto de enterrar sus dientes en el hombro de la forcejeante Claire.
Bajó la pesada arma con fuerza contra su cara. La empuñadura arrancó parte de la piel, que se desprendió en una gran tajada. La sangre saltó de la herida cuando aplastó la nariz y el cartílago se separó del hueso con un crujido húmedo. La criatura lanzó un gorgoteo y se agarró la cabeza sangrante. León tuvo tiempo de saborear un sentimiento de triunfo durante un segundo... antes de que Claire gritara: «¡Cuidado!».
León levantó la vista para darse cuenta de que estaban a punto de estrellarse.
León golpeó al zombi con su arma, y Claire se encogió de forma instintiva ante el chorro de sangre que siguió a continuación. Su mirada horrorizada se fijó en que la calle por la que iban estaba a punto de acabar.
—¡Cuidado!
Vio de reojo sus nudillos blancos de apretar el volante, su mandíbula también apretada por la tensión... y el coche comenzó de repente a girar sobre sí mismo chirriando, y los edificios y las farolas pasaron tan rápidamente a su lado que lo único que pudo ver fue un borrón general, y entonces...
Se produjo una enorme explosión de sonido, cristales rotos y metal aplastado cuando el coche de policía se estampó contra algo sólido, arrojando a Claire contra el cinturón de seguridad, que la detuvo en seco. El impacto lanzó al zombi hacia adelante al mismo tiempo, y ella levantó los brazos de forma instintiva cuando el ser muerto atravesó el parabrisas...
... y luego, todo se detuvo. Sólo pudo oír el sonido del metal caliente crujiendo al comenzar a enfriarse y el palpitar de su propio corazón, atronando en sus oídos. Claire bajó lentamente los brazos y vio que León, que ya se había recuperado, contemplaba el destrozado cuerpo que estaba despatarrado encima de la parte delantera del automóvil, aunque por suerte, la cabeza de la criatura no estaba a la vista. No se movía en absoluto.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Claire se giró y miró a León. Tuvo que reprimir un repentino acceso de risa histérica. Raccoon City había sido tomada por una legión de muertos vivientes y acababan de tener un accidente grave de coche porque un muerto había intentado comérselos. Si tenían en cuenta todo aquello, «bien» no era la primera palabra que se le venía a la mente.
Sin embargo, cuando vio la expresión preocupada y sincera del rostro de León, la necesidad de echarse a reír se le pasó de forma inmediata. Él mismo parecía al borde de un ataque de nervios. Si daba rienda suelta a sus propios nervios, no sería de gran ayuda.
—Todavía sigo de una sola pieza —logró contestarle por fin, y el joven policía asintió, con aspecto de sentirse aliviado.
Claire inspiró profundamente, sintiéndose como si fuese la primera vez que respiraba en horas, y miró alrededor para ver dónde habían acabado. León había logrado efectuar un giro de 180 grados justo al final de la calle, donde terminaba en una pared. El coche patrulla estaba completamente encarado hacia el lugar por donde habían llegado. No había zombis en las inmediaciones, pero Claire tenía el presentimiento de que no disponía de demasiado tiempo para ponerse a cubierto. Por lo que había visto hasta aquel momento, la mayor parte de Raccoon City, si no toda la ciudad, se había visto afectada por... por lo que fuera que hubiese pasado. Empuñó con firmeza la pistola, intentando mantener bajo control sus desbocadas emociones.
—Tenemos que... —comenzó a decir León, pero se detuvo, abriendo los ojos de par en par mientras miraba más allá de ella, hacia la calle. Claire giró la cabeza... y por un segundo, sólo pudo pensar que alguien le había echado una maldición en algún momento en su viaje desde la universidad.
Estoy maldita. Alguien quiere que muera, por eso me pasa todo esto.
Un camión de transporte venía disparado por la avenida lateral que daba a la calle donde ellos estaban. Todavía se hallaba a unos cuantos bloques de distancia, pero lo bastante cerca para darse cuenta de que avanzaba sin control alguno.
El camión daba bandazos de un lado a otro, y aplastó una pequeña camioneta que estaba aparcada a un lado de la calle, y después se lanzó de frente contra un buzón que estaba al otro lado. Con un horror impotente Claire se dio cuenta de que era un camión cisterna y, por el modo en que la cisterna iba oscilando, era obvio que estaba cargado hasta los topes. En la fracción de segundo que tardó en procesar aquella información y en rezar para que no fuese gasolina o gas de calefacción, el camión había recorrido la mitad de la distancia que los separaba de ellos. Pudo llegar a ver las llamas pintadas en la cabina de color verde oscuro, pero ni siquiera entonces fue real, no hasta que León rompió su pasmado silencio.
—¡Ese loco nos va a atropellar! —dijo en un susurro, y en ese preciso instante, ambos comenzaron a manotear para soltar sus cinturones de seguridad, al mismo tiempo que Claire rezaba para que no se hubieran atascado...
El sonido de los cinturones al deslizarse después de abrirse fue completamente inaudible bajo el impresionante rugido del camión y el tremendo crujido de los coches al ser aplastados a derecha y a izquierda. Estaría encima de ellos en menos de tres segundos.
—¡Corre!
Un instante después, ella abrió de golpe la puerta del coche y salió al suave aire de la noche, que le refrescó la sudorosa piel mientras el rugido del motor del camión tapaba todo lo demás.
Dio cinco enormes zancadas y luego oyó tanto como sintió el estampido del impacto, con el asfalto temblando bajo sus pies al mismo tiempo que el enorme chirrido del metal retorciéndose atronaba a su espalda.
Otras dos zancadas y...
¡Baaaammmmm!
Fue empujada sin consideración ni modales por una inmensa onda de presión formada por el calor y el sonido. Logró aterrizar de pie mientras la explosión de la cisterna convertía la noche en día por un brillante momento. Cayó aparatosamente sobre su hombro y rodó sobre sí misma. La suciedad le raspó la piel recalentada y terminó cayendo detrás de un coche aparcado formando una bola jadeante.
Se produjo una breve y chasqueante lluvia de restos humeantes, y momentos después Claire se puso en pie. Se tambaleó hacia el centro de la calle para buscar entre las enormes antorchas de fuego alguna señal de León. El corazón se le encogió con lo que vio. El camión cisterna, el coche patrulla y lo que un minuto antes era una ferretería, todo, estaba envuelto en una enorme nube de fuego y llamas químicas, y la calle estaba completamente bloqueada por una masa de retorcidos restos ardiendo.
—Claire...
La voz le llegó ahogada pero audible a través de la muralla de llamas. Era León.
—¿León?
—¡Estoy bien —gritó él—. ¡Dirígete hacia la comisaría! ¡Nos vemos allí!
Durante un segundo, Claire dudó y se quedó mirando la pistola que todavía sostenía en su temblorosa mano. Tenía miedo, estaba atemorizada ante la idea de encontrarse sola en una ciudad que se había convertido en un cementerio viviente... pero tampoco es que tuviera mucho donde elegir. Desear que las circunstancias fuesen distintas era una pérdida de tiempo.
—¡De acuerdo!
Se giró e intentó orientarse a través del humo y de las luces desprendidas por las ondulantes llamas. La comisaría estaba cerca, a un par de manzanas de allí...
Y también lo estaban las criaturas que salieron de las sombras, desde detrás de los coches y desde el interior de los oscuros edificios. Con un propósito fijo e inmutable, se tambalearon hacia ella bajo la extraña luz producida por el accidente, emitiendo pequeños sonidos hambrientos mientras se acercaban: dos, tres, cuatro en total. Pudo ver su piel desgarrada y sus podridos miembros, y unos agujeros oscuros en el lugar donde deberían estar los ojos... y, aun así, continuaron avanzando hacia ella, como si la carne viva les atrajera de un modo instintivo.
Oyó disparos más allá de la muralla de fuego, dos tiros procedentes quizá de una manzana de distancia, y luego nada más, excepto los chasquidos de las llamas que lo devoraban todo y los gemidos lastimosos de los muertos que se acercaban a ella arrastrando los pies.
León está solo ahora, y ya se ha puesto en movimiento. ¡Muévete tú!
Claire inspiró profundamente. Divisó una abertura en el letal círculo de muertos que se le acercaba y echó a correr.
Capítulo 6
Ada Wong introdujo el brillante disco de metal en la ranura de la estatua, dándole golpecitos hasta que encajó perfectamente en el mármol. En cuanto estuvo colocado en su lugar, percibió el leve ruido producido por los mecanismos ocultos y dio un paso atrás para ver qué pasaba. El eco de sus pasos resonó a través de la enorme sala de entrada de la comisaría de Raccoon City, un eco que llegó hasta sus oídos procedente incluso desde la parte superior del edificio de tres plantas.
¿Otra llave?¿Una de las medallas del subsótano?¿O quizá la mismísima muestra, oculta pero a la vista de todos...? Eso sí que sería una bonita sorpresa.
Si los deseos fueran monedas... La ninfa de piedra que llevaba un cántaro de agua se inclinó un poco hacia adelante, y de la vasija apoyada en su hombro cayó un pequeño trozo de metal sobre el borde de la fuente ya sin agua. La llave de picas.
Suspiró mientras la recogía. Ya tenía las llaves. De hecho, ya disponía de todo lo necesario para registrar la comisaría, y la mayoría de los objetos que necesitaba para entrar en los laboratorios. Si no fuese porque a alguno de los de Umbrella se les había ido la mano, el trabajo habría sido un auténtico paseo. Dinero fácil.
Pero en vez de encontrarme con tres días de vacaciones sans comforts me encuentro con que soy la protagonista de la película «Mantén alejados a los muertos vivientes», y que además tengo que jugar a «Métele una Bala en el Cerebro» y a «Encuentra al Periodista» al mismo tiempo. Las muestras podrían estar en cualquier lugar, dependiendo de quién haya sobrevivido. Suponiendo que logre salir de aquí con la mercancía, voy a pedirme una bonificación de mil pares de diablos. Nadie debería tener que trabajar en estas condiciones.
Ada se metió la llave en una pequeña bolsa que llevaba colgada en la cadera y luego miró sin ver la balaustrada superior de la impresionante sala mientras comprobaba mentalmente todas las estancias por las que había pasado y las que había registrado de forma más concienzuda. Bertolucci no parecía estar en ningún lugar del ala este del edificio, ni en los pisos superiores ni en los inferiores. Había pasado lo que le habían parecido horas mirando los rostros de los muertos, rebuscando entre las hediondas pilas de cuerpos para encontrar su mandíbula cuadrada y su pelo recogido en una anacrónica cola de caballo. Por supuesto, era perfectamente posible que estuviese en movimiento para intentar huir, pero por los informes que tenía sobre él, el periodista era del tipo conejil, y se habría escondido ante la menor señal de peligro.
Y hablando de peligro...
Ada salió de su estado pensativo con una sacudida y se puso en marcha, dirigiéndose hacia la puerta que daba acceso a la parte inferior del ala este. La entrada estaba bastante despejada de portadores del virus, ya que no parecían entender el concepto de los pomos de las puertas... pero había otras amenazas aparte de los infectados. Sólo Dios sabía lo que los de Umbrella eran capaces de enviar para efectuar una «limpieza»... o lo que habría salido de los laboratorios cuando se produjo el escape. Menos temibles pero igualmente molestos eran los policías que todavía estaban vivos y buscaban a alguien a quien salvar. Había oído disparos aislados, unos más cercanos, otros más lejanos, aproximadamente cada hora desde que había llegado al lugar. Estaba claro que había unas cuantas personas que no estaban infectadas en el interior del enorme y antiguo edificio. Sin embargo, la idea de tener que intentar convencer a un aterrorizado machote con una pistola de que ella estaba realmente viva, que no era uno de los muertos vivientes y de que, además, no quería que la escoltase y la protegiese casi hacía atractivo el encuentro con los zombis.
Ada caminó sobre la punta de sus pies para evitar hacer ruido, atravesó la puerta que se encontraba en un extremo de la extensa sala y luego se apoyó sobre ella. Aunque todavía no había explorado el sótano y existían unos cuantos infectados en los despachos de los detectives, todas las puertas de la sala estaban cerradas. Si alguien o algo intentaba atacarla, podría verlo llegar y salir a tiempo del lugar.
¡Ah, la emocionante vida del agente libre! ¡Viaja por el mundo! ¡Gana dinero robando objetos importantes! ¡Enfréntate a los muertos vivientes cuando no te has duchado o has comido en condiciones desde hace tres días! ¡Impresiona a tus amigos!
Se recordó que debía insistir en el tema de la bonificación. Cuando había llegado a Raccoon City hacía menos de una semana, ella creía estar preparada: había estudiado todos los mapas, memorizado los informes y preparado su tapadera: una joven que estaba buscando a su novio, un científico de Umbrella. Esa parte era casi verdad. De hecho, había sido su breve relación sentimental con John Howe diez meses antes la que le había proporcionado el trabajo. La verdad es que más bien se había tratado de un revolcón de una noche, y uno no demasiado bueno, pero John se había creído que era otra cosa, y su relación con Umbrella, aunque era probablemente lo que lo había matado, se había convertido en un golpe de suerte para ella.
Así pues, había estado preparada, pero a las veinticuatro horas de alojarse en el hotel más agradable de Raccoon City, su suerte había cambiado: había oído los primeros gritos en el exterior mientras comía en el restaurante casi vacío del hotel Arklay Inn. Los primeros, pero en absoluto los últimos.
En cierto modo, aquel desastre era una ventaja para ella.
No habían quedado guardias para proteger el exterior de los laboratorios, ni había tenido que efectuar incontables y sigilosos recorridos de prueba. El tiempo que había pasado estudiando la situación y el virus-T la había tranquilizado en el sentido de que su período de vida en el aire era bastante limitado y de que se disipaba con rapidez en el aire, su principal medio de transporte. El único modo de contagiarse en aquel momento era entrar en contacto con alguien infectado, así que no había ningún problema, y en cuanto ella y otro par de decenas de personas habían logrado llegar a la comisaría de policía, había visto que Bertolucci estaba entre los supervivientes. Incluso con el factor de los no muertos dando vueltas por los alrededores, la situación inicialmente parecía estar a su favor.
Objetivos de la misión: interrogar al periodista, descubrir cuánto sabe y matarlo o dejarlo a un lado según sea el caso. Obtener una muestra del nuevo virus, la última maravilla del doctor Birkin. Sin problemas, ¿verdad?
Tres días antes, gracias a que sabía cómo estaban conectados los laboratorios de Umbrella con el sistema de alcantarillado de Raccoon City y con Bertolucci justo delante de sus narices, había pensado que el trabajo ya estaba hecho. Por supuesto, fue entonces cuando todo comenzó a salir mal.
La comisaría reformada, con todos los despachos cambiados de sitio después del fiasco de los STARS, con lo que la mitad de mi preparación se fue al garete. La gente que empezó a desaparecer. Las barricadas que no paraban de caer. El jefe de policía, Irons, lanzando órdenes como si fuera un dictador de pacotilla mientras seguía intentando impresionar al alcalde Harris y a su gimoteante hija, al mismo tiempo que los muertos se amontonaban...
Había vigilado a Bertolucci lo bastante de cerca para darse cuenta de que estaba más que dispuesto a salir corriendo y a esconderse, pero lo había perdido de vista justo en el momento que se escabulló para huir. Ni siquiera había tenido tiempo de entrar en contacto con él antes de que desapareciera en el laberinto que se había convertido la comisaría aprovechando la confusión causada por los primeros ataques.
Ada había decidido marcharse también y permanecer sola cuando tres cuartas partes de los civiles habían muerto después de que a alguien se le olvidara cerrar una de las puertas del garaje. No estaba dispuesta a morir para mantener su tapadera de turista aterrada que buscaba a su novio.
Y así comenzó la espera. Casi cincuenta horas de espera mientras toda la situación se calmaba, encerrada en la torre del reloj de la tercera planta, deslizándose en silencio hasta las plantas inferiores para buscar comida o para utilizar el lavabo durante los períodos de tiempo cada vez más largos entre las ráfagas de disparos. Entre los estampidos de las balas y los gritos y los aullidos...
Estupendo. Así que ahora has salido ¿y qué haces? Quedarte de pie como un pasmarote y ponerte a reflexionar. Sigue con la tarea: cuanto antes termines, antes podrás recoger tu paga y retirarte a una preciosa isla en algún lugar del Caribe.
Aun así, Ada no se movió por unos instantes, mientras tamborileaba con aire ausente el cañón de su Beretta contra una de sus largas piernas, cubiertas por medias de seda. Delante de ella había tres cuerpos tirados a lo largo del pasillo. No pudo dejar de mirar uno de los cadáveres, hecho un guiñapo debajo del alféizar de una ventana. Era una mujer con unos pantalones vaqueros recortados y una camiseta de deporte, con las piernas despatarradas de forma obscena y un brazo puesto por encima de su cabeza ensangrentada. Los otros dos cadáveres pertenecían a dos policías. No reconoció a ninguno de los dos, pero la muchacha había sido una de las personas con las que había hablado cuando había llegado a la comisaría. Su nombre era Stacy nosequé, una chica nerviosa pero de fuerte carácter que acababa de cumplir dieciocho años.
Stacy Kelso, eso era. Había ido a la ciudad para comprar helado y había acabado arrastrada por la multitud que huía. Pero, a pesar de la situación en la que se encontraba, estaba más preocupada por lo que les pudiese pasar a sus padres y a su hermanito pequeño, que todavía estaban en casa. Una chica con conciencia. Una buena chica.
¿Por qué estaba pensando en aquello? Stacy estaba muerta, con un agujero en su sien izquierda, y Ada no era amiga íntima suya. No es que tuviera que sentirse personalmente responsable de lo que le había pasado. Había ido allí por un trabajo, y no era culpa suya que la situación en Raccoon City hubiera saltado por los aires...
Quizá no es un sentimiento de culpabilidad —le susurró una parte de su mente—. Quizá sólo lamentas que no consiguiera sobrevivir. Después de todo, era una persona, y ahora está tan muerta como probablemente lo están ya su hermano pequeño y sus padres...
—Espabila —se dijo a sí misma en voz baja pero con un tono de irritación.
Desvió la mirada de la patética silueta de la muchacha y la concentró en un cenicero roto al otro extremo del pasillo. Sentirse mal por las cosas que ella no había podido controlar no era su estilo. No era de ese modo como había logrado llegar a ser una de las mejores del negocio, y si tenía en cuenta lo mucho que le iba a pagar el señor Trent por mantener sus servicios, aquél no era el mejor momento para comenzar a analizar su capacidad de empatía. La gente moría, así era el mundo, y si algo había aprendido a lo largo de su vida era que sufrir por aquella verdad no tenía ningún sentido.
Objetivos de la misión: hablar con Bertolucci y conseguir la muestra del virus-G. Eso era de lo único que tenía que preocuparse.
Ada todavía debía comprobar un mecanismo en un lugar situado a unos cuantos pasillos de donde se encontraba. Era en la sala de conferencias de prensa. Las notas de Trent sobre las últimas reformas realizadas por el arquitecto en el edificio de la comisaría eran bastante esquemáticas, pero ella sabía que estaban relacionadas principalmente con unas lámparas de gas esculpidas y una pintura al óleo. Quienquiera que hubiese encargado todo aquel trabajo tenía una rica vida secreta. Existían numerosos pasajes secretos en los pisos superiores, detrás de la pared de lo que antaño había sido una habitación de almacenamiento. Todavía no los había registrado, aunque un rápido vistazo a la habitación le indicó que había sido remodelada como despacho. A juzgar por el ambiente sobrecargado y por la neurótica decoración machista, sin duda debía tratarse de la oficina particular de Irons. Se había dado cuenta, incluso en el corto período de tiempo que había permanecido cerca de él, que no era el hombre más estable emocionalmente con quien se había encontrado. Se había percatado con rapidez y de un modo muy claro que estaba a sueldo de Umbrella, pero había algo de él que pedía a gritos un psiquiatra.
Ada comenzó a recorrer el pasillo, con sus sandalias de fiesta resonando con fuerza sobre las baldosas azules. Ya estaba temiendo tener que enfrentarse a otro rompecabezas mecánico que le haría perder tiempo. No es que creyera que sirviera de mucho, porque estaba convencida desde el principio de que el virus todavía estaba en el laboratorio, pero no podía dejar pasar una oportunidad de encontrarlo antes de tiempo. Los informes indicaban que había entre ocho y once pequeños viales con la sustancia requerida. Era una información que procedía de una grabación de vídeo que tenía dos semanas de antigüedad, y el laboratorio de Birkin no era precisamente impenetrable. El laboratorio subterráneo estaba comunicado con la comisaría mediante las alcantarillas, por lo que tenía que pensar en la posibilidad de que hubieran cambiado las muestras de sitio. Además, Bertolucci podía estar escondido en la biblioteca de investigación o en la oficina de los STARS, situada en el ala oeste, o incluso en el cuarto oscuro donde se revelaban las fotografías. Tenía que encontrarlo, vivo o muerto. Así también tendría la ocasión de recoger unos cuantos cargadores de nueve milímetros de los policías completamente muertos.
Siguió avanzando por el pasillo y atravesó una pequeña sala de espera, con una máquina de aperitivos que ya había sido despanzurrada y saqueada. Al igual que el resto de la comisaría, el aire del pasillo era frío y necesitaba urgentemente un ambientador. Había logrado acostumbrarse al hedor, pero el frío la estaba matando. Ada deseó por centésima vez desde que abandonó la mesa en el Arklay Inn haberse vestido de un modo más informal para la cena. El vestido ceñido y sin mangas y las sandalias eran estupendos para su tapadera, pero no resultaban nada prácticos para aquella misión.
Llegó al extremo del pasillo y abrió con cuidado la puerta que daba a la izquierda, con su arma medio alzada. Al igual que antes, el pasillo estaba vacío, pero era otra muestra de la elegancia pretenciosa del edificio: las paredes eran del color pardo de la arena polvorienta y el suelo estaba cubierto de azulejos con decoraciones simétricas. La comisaría debía de haber sido magnífica antaño, pero los años de servicio como edificio institucional le habían arrebatado su grandeza. El gastado aspecto general de mansión de película y el frío y desesperanzado ambiente creaban una atmósfera bastante siniestra, como si, en cualquier momento, una mano helada fuese a posarse sobre su hombro y un soplo de fétido aliento le erizase los pelos de la nuca...
Ada frunció el entrecejo de nuevo: después de aquel trabajo, iba a tomarse unas vacaciones muy, muy largas. De lo contrario, se buscaría otro tipo de trabajo. Su concentración, su capacidad para fijar su atención, ya no era lo que había sido. Y en su trabajo, equivocarse en el momento inadecuado podía significar la muerte, literalmente hablando.
Una gran bonificación. Trent apesta a dinero. Le voy a pedir una cifra de siete dígitos, como mínimo de seis, y el primero muy elevado.
Cuando intentó dejar a un lado sus pensamientos racionales para que su percepción más animal se pusiera al mando, descubrió que no podía desechar una imagen que se introdujo de forma constante en su mente: era el recuerdo de la joven Stacy Kelso, colocándose nerviosamente el pelo detrás de las orejas mientras le hablaba de su hermano pequeño, poco más que un bebé...
Ada logró librarse con una sacudida mental de aquel recuerdo inquietante después de lo que le pareció una eternidad y continuó andando por el siguiente pasillo mientras se prometía a sí misma que ya no tendría más fallos de concentración... y preguntándose por qué no lograba convencerse de ello.
Capítulo 7
Las botas de León hicieron crujir los fragmentos de cristal roto que alfombraban el suelo de la armería Kendo mientras abría los distintos cajones y el sudor manchado de ceniza le bajaba por el rostro. Si no encontraba municiones del calibre 50 para su arma en poco tiempo, estaba jodido. Las pocas armas que quedaban en el interior de la tienda saqueada eran inaccesibles, rodeadas como estaban de un cable de acero de un grosor más que respetable, y el escaparate frontal estaba completamente destrozado. Las criaturas no tardarían mucho en descubrirlo, sólo le quedaba una bala y todavía debía recorrer un par de manzanas antes de llegar a la comisaría.
Vamos, vamos. Alguien tiene que haber pedido munición del calibre 50 para una Magnum, tiene que haber alguien en Raccoon City que...
—¡Sí!
En el cuarto cajón, debajo de los rifles para cazar ciervos. Media docena de cargadores vacíos y otras tantas cajas de munición. León agarró una caja y se dio la vuelta, dejándola en el mostrador mientras dirigía una fugaz mirada a la parte delantera de la pequeña tienda.
No se veía a nadie todavía, si no incluía al tipo muerto que estaba en el suelo. Aún no se movía, pero León dedujo por la frescura de las heridas que todavía rezumaban en su considerable tripa y que manchaban su gruesa camiseta blanca, que no disponía de demasiado tiempo. No sabía cuánto tiempo tardaban los muertos recientes en volver a levantarse, pero no tenía la menor gana de descubrirlo en ese momento.
De todas maneras, tengo que darme prisa. Soy como un faro para esas criaturas, y es fácil entrar en este lugar.
León comenzó a llenar los cargadores mientras dividía sus miradas entre el mostrador, donde se movían sus temblorosas manos, y la parte delantera de la tienda.
Había tropezado por casualidad con la tienda de armas. La había olvidado por completo en su alocada huida de pesadilla de los restos del choque y del posterior incendio. Pero cuando vio que el camino más rápido hacia la comisaría se hallaba obstruido por los restos de la explosión, había decidido que el mejor desvío era a través de la tienda. Había sido una coincidencia que sin duda le había salvado la vida. Aunque había matado a dos o tres de los no muertos en el camino, su número casi lo había derrotado...
—Unnnhhhh...
Una silueta esquelética y tenebrosa surgió entre las sombras de la calle y se dirigió tambaleante hacia la tienda.
—Demonios —murmuró León, y sus dedos lograron descubrir el modo de ir con mayor rapidez. Ya había llenado un cargador. Llenaría otro y el resto se lo llevaría. Si no controlaba sus nervios en aquel momento, estaría muerto antes de llegar a la comisaría.
De repente, otra figura leprosa apareció delante de la destrozada puerta de cristal de la tienda. Estaba tan podrida que León pudo ver los gusanos retorciéndose por entre las fibras musculares.
Cuatro... cinco... ¡Listo!
Agarró la Magnum y sacó el cargador prácticamente vacío, que cayó al suelo. La criatura de los gusanos se estaba abriendo paso con el hombro a través de los trozos de cristal de la puerta que todavía seguían unidos al marco. Algo líquido gorgoteó suavemente en su garganta.
Una bolsa. Necesitaba una bolsa. La nerviosa mirada de León recorrió el espacio que había detrás del mostrador y se detuvo en una bolsa de deporte manchada de grasa que estaba apoyada en un taburete alto en la esquina trasera. De dos veloces zancadas la agarró y vació su contenido mientras regresaba hacia la pila de cargadores y de balas sueltas que había encima del mostrador. Las piezas de un equipo de limpieza de armas cayeron al suelo de linóleo, y León barrió los cargadores hacia la bolsa abierta con el brazo y con la mano, dejando caer las balas sueltas en las cajas que seguían en el cajón del armario.
El monstruo putrefacto continuó arrastrando los pies hacia él, tropezando con el cuerpo del hombre de la gran tripa, y León pudo oler su terrible hedor. Levantó rápidamente la Magnum y apuntó al rostro de aquel asqueroso ser.
En la cabeza, lo mismo que en las películas.
El cráneo reventó con un sonido líquido tras el tremendo estampido del arma, y unos gruesos chorros de fluido se esparcieron con un chasquido húmedo por las paredes y las cajas de muestras situadas a su espalda. León se dio la vuelta incluso antes de que el cuerpo se derrumbara y se agachó al lado del cajón del armario. Metió todas las pesadas cajas en la bolsa de nilón. Tenía el estómago encogido y temblaba de miedo ante la sola idea de que en aquel instante el callejón de la parte de atrás de la tienda estuviese llenándose con más seres como aquél e impidiéndole llegar hasta donde tenía que llegar.
Cinco cargadores por caja, cinco cajas, sal pitando de aquí ahora mismo...
Se puso en pie y se cargó la bolsa al hombro mientras se dirigía hacia la puerta trasera. Vio con el rabillo del ojo que la otra criatura había logrado por fin entrar en la tienda y, por el ruido de cristales rotos al ser pisados, dedujo que no había sido la única, y que unas cuantas más se encontraban detrás de ella.
Abrió la puerta de emergencia y asomó la cabeza, mirando a izquierda y derecha. Terminó de salir y la puerta se cerró a su espalda con un suave chasquido metálico. Sólo vio cubos de basura metálicos y contenedores para el material de reciclaje, todos rebosantes de restos medio podridos y llenos de moho.
Desde donde se encontraba observó que el callejón seguía hacia la izquierda y que luego doblaba de nuevo hacia la izquierda. Si su sentido de la orientación no le fallaba, aquel estrecho y atestado callejón lo llevaría directamente hacia la calle Oak y saldría a menos de una manzana de distancia de la comisaría.
Hasta el momento había tenido suerte. Lo único que le quedaba era desear que la racha de suerte continuase y que le permitiese llegar hasta el edificio de la comisaría de Raccoon City sano y salvo, y que, Dios mediante, encontrase un gran contingente de personas muy bien armadas que supiesen qué demonios estaba ocurriendo.
Y a Claire. Mantente a salvo, Claire Redfield, y si llegas antes que yo, no cierres la puerta con llave.
León se recolocó la pesada bolsa repleta de munición sobre su espalda y comenzó a recorrer el callejón mal iluminado, dispuesto a acribillar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Claire llegó a la comisaría sin apenas tener que disparar. Los zombis que inundaban las calles de Raccoon City en un goteo continuo eran incansables pero lentos, y la adrenalina que todavía inundaba su sistema sanguíneo le había facilitado la tarea de esquivarlos. Supuso que el ruido de la colisión los había hecho salir de sus escondites y que luego se habían limitado a seguir su rastro con la nariz o con lo que les quedaba de ellas: de los más o menos diez zombis que se habían acercado a ella lo suficiente para verlos con claridad, al menos la mitad estaba en un avanzado estado de descomposición, con la carne desprendiéndose de sus huesos.
Estaba tan concentrada en vigilar la calle y en pensar en todo lo que le había ocurrido hasta aquel momento que casi pasó de largo frente a la comisaría de policía. Había estado dos veces con anterioridad en el edificio de la comisaría, cuando había visitado a Chris, pero jamás había entrado por la parte de atrás, menos aún había llegado en mitad de una oscuridad fría y pestilente, perseguida por siniestros cadáveres andantes. Un coche patrulla estrellado y un par de zombis con uniformes de policía le indicaron por casualidad que había llegado donde quería, después de atravesar una pequeña zona de aparcamiento y una especie de cobertizo para herramientas que daba a un diminuto patio cubierto donde, en una ocasión, ella y Chris habían almorzado juntos, sentados en los peldaños que llevaban al helipuerto de la segunda planta del edificio. Y así de fácil, había llegado por fin a su objetivo.
Correr y esquivar a los dos cadáveres ambulantes de uniforme que recorrían sin rumbo fijo el patio en forma de «L» resultó muy fácil. Fue tal el alivio que sintió al ver que se encontraba en un lugar que reconocía, de sentir que estaba a punto de encontrarse a salvo, que no vio a la mujer hasta que casi fue demasiado tarde. La mujer, con un brazo colgando completamente inútil de su correspondiente hombro y una camiseta corta hecha jirones empapada de sangre, salió de las sombras al pie de las escaleras y rozó el brazo de Claire con unos dedos rugosos y fríos.
Claire dejó escapar un pequeño grito de sorpresa y retrocedió trastabillando ante el brazo extendido de la criatura... y a punto estuvo de caer en los brazos de otro individuo, también putrefacto, que había salido de detrás de las escaleras, tambaleándose pero en silencio.
Claire la esquivó echándose a un lado y apuntó su nueve milímetros contra el hombre. Retrocedió un paso... y sintió cómo su pantorrilla chocaba contra los peldaños de la escalera que llevaba al tejado. La mujer estaba a unos dos metros a su derecha; la camiseta recortada y destrozada dejaba al descubierto un pecho medio arrancado, mientras el brazo que todavía le funcionaba estaba extendido hacia Claire. El hombre estaba a un paso de tocarla, y ella ya no podía retroceder más.
Claire apretó el gatillo y se produjo un tremendo estampido. El arma saltó y casi se le cayó de la mano. La parte derecha del reseco rostro sin expresión del hombre desapareció, convertido en un estallido de chorros de líquido oscuro que salieron disparados de su destrozado cráneo.
Agarró con más fuerza la pistola y apuntó a la cara pálida y gimiente de la mujer. Se oyó otro estampido ensordecedor, y el creciente gemido se interrumpió de repente. La frente de color de cera se hundió hacia dentro, y por detrás de su cabeza asomó un chorro de astillas de hueso y sangre. La mujer cayó hacia atrás, estrellándose contra el pavimento como...
Como un cadáver, que es lo que ya era. No volverán a levantarse después de esto.
De repente, se dio cuenta de todo lo que acababa de ocurrir cuando había apretado el gatillo, como si su mente consciente llegara tarde a la cita y se encontrara con todo aquello. Por unos instantes fue incapaz de moverse. Se quedó mirando los dos cuerpos tirados y medio podridos de las dos personas contra las que acababa de disparar y sintió que estaba a punto de perder el control. Había crecido rodeada de pistolas y había acudido a galerías de tiro docenas de veces para practicar... pero con una pistola del calibre 22, y había disparado contra dianas de papel. Eran dianas que no sangraban, que no esparcían trozos de sustancia cerebral cuando acertaba, como los dos seres humanos que ella acababa de...
No —la interrumpió una voz tranquila en el interior de su propio cerebro—. No eran humanos, ya no lo eran. No te engañes ni pierdas más tiempo con un remordimiento inútil. Puede que León ya esté dentro y esté buscándote. Y si han llamado a los STARS, es posible que Chris también esté dentro.
Por si aquello no era una motivación suficiente, los dos policías zombis que ella había pasado de largo cuando entró por primera vez en el patio se dirigían hacia ella, arrastrando las botas sobre las losas del pavimento. Había llegado el momento de irse.
Subió al trote las escaleras, apenas capaz de percibir el eco metálico de sus pasos sobre los peldaños debido al zumbido que sentía en los oídos. Los estampidos de los proyectiles de nueve milímetros la habían ensordecido de forma temporal... lo que explicó por qué no oyó el helicóptero hasta que casi estuvo en el tejado.
Claire llegó a la plataforma que daba paso al tejado y se detuvo en seco. Una agitada ventolera azotó rítmicamente sus hombros desnudos cuando el gran vehículo oscuro se puso parcialmente a la vista mientras se mantenía en el aire, con la otra mitad permanecía perdida en las sombras. Estaba cerca de la antigua torre-depósito de agua que estaba al borde del helipuerto en la esquina sudeste, aunque no estaba segura de si acababa de despegar o se disponía a aterrizar.
No estaba segura, y no le importaba.
—¡Eh! —gritó con todas sus fuerzas mientras levantaba su mano en el aire—. ¡Eh! ¡Aquí! ¡Aquí!
Sus gritos se perdieron en los remolinos de polvo levantados por las aspas y que recorrieron el tejado, ahogados por el continuo rugido del motor y el zumbido de las palas del rotor. Claire agitó los dos brazos con frenesí mientras sentía que le había tocado algo parecido a la lotería.
¡Ha venido alguien! ¡Gracias, Dios mío, gracias!
Un intenso rayo de luz surgió procedente de un foco situado en mitad del fuselaje del aparato. Recorrió el tejado... pero en la dirección equivocada, alejándose de ella. Claire movió los brazos con mayor frenesí mientras inhalaba aire para gritar con mayor fuerza...
Entonces vio lo mismo que vio el foco en ese momento, mientras percibía el ininteligible grito por encima del batir de las aspas: un hombre, un policía, de pie en la esquina opuesta a las escaleras donde ella estaba, apoyado de espaldas contra un pequeño murete del tejado. Empuñaba lo que parecía ser una ametralladora, y también parecía estar muy, pero que muy vivo.
—Ven aquí...
El agente gritaba al helicóptero, con la voz teñida de pánico. Claire vio en aquel instante el motivo de su pánico, y sintió que su alivio y su esperanza se evaporaban: dos zombis se tambaleaban recorriendo la superficie del helipuerto y se dirigían hacia el objetivo perfectamente iluminado que representaba el policía que gritaba. Ella alzó su pistola por un momento, pero la bajó desesperada, temerosa de acertar al hombre acorralado.
El foco permaneció fijo, sin dejar de iluminar todo aquel horror con una brillante claridad. El policía no pareció darse cuenta de la proximidad de los zombis hasta que lo agarraron, con sus resecos brazos invadiendo el círculo de luz blanca.
—¡Retroceded! ¡No os acerquéis más! —gritó.
Esta vez, Claire pudo oírlo perfectamente gracias al puro terror que desprendía su voz, y también oyó su aullante grito de agonía cuando las dos siluetas podridas se abalanzaron sobre él.
El ruido de su arma automática recorrió el helipuerto, y Claire percibió incluso por encima del tronar del helicóptero el zumbido de las balas perdidas. Se dejó caer inmediatamente, y sus rodillas crujieron al estrellarse contra el metal del último peldaño mientras el tableteo de los disparos seguía sin parar...
Entonces se produjo un cambio en el ruido del motor del helicóptero, que se convirtió en un extraño zumbido que elevó su tono hasta terminar siendo un aullido mecánico. Claire levantó la vista y vio que el enorme aparato bajaba el morro mientras la cola se agitaba de un lado a otro de forma errática y salvaje.
¡Dios mío, les ha dado!
El foco del helicóptero comenzó a iluminar en todas direcciones a la vez, restallando brevemente en las tuberías metálicas, en el cemento del tejado y en la todavía forcejeante y moribunda figura del policía, que todavía estaba disparando mientras los zombis le arrancaban trozos de carne...
Y en ese preciso instante, el helicóptero se desplomó de lado y las palas de su rotor empezaron a morder el cemento de la superficie del helipuerto con un chirrido tremendo. Un momento después, antes de que Claire pudiera siquiera parpadear, el morro del aparato se estrelló contra la misma superficie y lanzó una lluvia de fragmentos de cristal y brillantes chispas.
La explosión se produjo cuando el enorme aparato se deslizó hasta chocar con la esquina sudeste... justo encima del policía muerto y de sus atacantes. El tableteo maníaco de la ametralladora fue finalmente interrumpido por el rugido de las llamas que saltaron después de la explosión inicial e iluminaron todo el tejado con un poderoso brillo rojizo. Al mismo tiempo, algo cedió en el tejado con un tremendo crujido y el morro del aparato lo atravesó y desapareció de la vista.
Claire se puso de pie sobre unas piernas que apenas sentía y se quedó mirando incrédula la hoguera en que se había convertido la mitad del helipuerto. Todo había pasado demasiado deprisa como para que ella sintiera que había pasado nada en absoluto, y las llamas y el humo que eran la prueba tangible de lo ocurrido sólo acrecentaban la sensación de irrealidad. El hedor dulzón a carne quemada le llegó con una oleada de aire recalentado, y en el repentino silencio percibió los gemidos de los zombis que todavía deambulaban por el patio.
Echó un vistazo hacia abajo, hacia el pie de las escaleras, y vio que los dos policías muertos permanecían allí, tropezando y cayendo una y otra vez contra el primer peldaño. Al menos, no podían subir las escaleras...
No pueden subir. Las escaleras.
Claire giró sus aterrorizados ojos hacia la puerta que llevaba al interior del edificio de la comisaría, situada a unos diez metros de las rugientes llamas que estaban devorando lentamente el fuselaje del helicóptero. Con excepción de las escaleras, aquella puerta era el único medio de llegar al tejado, y si los zombis no podían subir por las escaleras...
Es que estoy metida hasta el cuello en mierda. La comisaría no es segura.
Se quedó mirando pensativamente los restos ardientes mientras sopesaba sus distintas posibilidades. La nueve milímetros contenía muchas balas y todavía tenía otros dos cargadores: podía regresar a la calle, buscar un coche que tuviera las llaves puestas y marcharse en busca de ayuda.
Pero ¿qué pasa con León? Y ese policía todavía estaba vivo... ¿Qué pasa si hay más gente en el interior, planeando un modo de escapar?
Pensó que se las había apañado muy bien ella sola hasta el momento, pero también sabía que se sentiría mucho más segura si otra persona estuviese al mando. Una escuadra de policías antidisturbios estaría bien, aunque ella se conformaría con un policía veterano cargado hasta los dientes de armas. O con Chris. Claire no sabía si lo encontraría en la comisaría, pero estaba firmemente convencida de que todavía estaba vivo. Si había alguien preparado para sobrevivir a una crisis como aquélla, esa persona era su hermano.
Encontrara a alguien o no, no podía irse sin decírselo a León. Si no lo hacía así, si salía pitando de la ciudad y a él lo mataban por seguir buscándola...
Tomó una decisión. Se dirigió hacia la entrada, bordeando con cuidado las llamas y vigilando las sombras alerta ante cualquier posible movimiento. Cerró los ojos por un momento cuando por fin llegó a la puerta y, con una mano sudorosa, agarró el tirador.
—Puedo hacerlo —dijo en voz baja, y aunque el tono de voz y las palabras no sonaron todo lo confiadas que a ella le hubieran gustado, al menos su voz no tembló ni le falló. Abrió los ojos y luego la puerta: cuando nada se abalanzó hacia ella procedente de las sombras, se deslizó en silencio hacia el interior.
Capítulo 8
El jefe de policía Brian Irons estaba de pie en uno de sus pasillos privados, mientras intentaba recuperar el aliento, cuando sintió el estremecedor impacto que recorrió todo el edificio. También lo oyó, oyó algo: un sonido explosivo lejano, seguido de lo que debió ser un tremendo crujido, pesado y abrupto.
En el tejado —pensó de forma distraída—. Algo en el tejado...
No se preocupó por llevar aquel pensamiento a ninguna conclusión. Fuese lo que fuese lo que había pasado, no podía empeorar la situación.
Irons se separó de la dura pared de piedra sobre la que había estado apoyado con una cadera bien rolliza y a continuación levantó a Beverly con toda la delicadeza de la que fue capaz. Llegarían al ascensor en un momento, y desde allí sólo había un pequeño trecho hasta su despacho. Allí podría descansar, y después...
—Y después —murmuró—. Ésa es la cuestión, ¿verdad? ¿Y después, qué?
Beverly no le respondió. Sus rasgos perfectos permanecieron inmóviles y silenciosos, y sus ojos cerrados... pero le pareció que se acurrucaba aún más entre sus brazos, con su largo y esbelto cuerpo apretujado sobre su pecho. Era su imaginación, sin duda.
Beverly Harris, la hija del alcalde. La joven y preciosa Beverly, que había protagonizado muchos de sus sueños culpables con su belleza rubia. Irons la abrazó con mayor fuerza y continuó andando hacia el ascensor mientras intentaba no mostrar lo exhausto que estaba por si ella se despertaba en ese instante.
Para cuando hubo llegado al ascensor, tanto su espalda como sus brazos eran un puro dolor. Probablemente debería haberla dejado en su habitación de juegos privada, a la que a él le gustaba llamar el Santuario. Se trataba de un lugar tranquilo, y también uno de los lugares más seguros que había en toda la comisaría. Sin embargo, en el momento en que había decidido acercarse hasta su despacho para recoger su diario así como unos cuantos objetos personales, se había dado cuenta de que no podía soportar dejarla atrás. Le había parecido tan vulnerable, tan inocente... Le había prometido a Harris que la protegería, ¿qué pasaría si la atacaban durante su ausencia? ¿Qué pasaría si regresaba de su despacho y ella simplemente hubiera... desaparecido? Desaparecido, como todo lo demás...
Toda una década de trabajo. Intrigando, buscando los contactos adecuados, labrándome una posición con mucho cuidado... Todo eso desaparecía de un plumazo.
Irons la bajó hasta el frío suelo y entonces abrió la puerta mientras intentaba por todos los medios no pensar en todo lo que había perdido. En ese momento, Beverly era lo más importante.
—Voy a mantenerte a salvo —murmuró. ¿No se había levantado un poco una de las comisuras de sus labios? ¿Sabía ella que estaba salvo, que el tío Brian estaba cuidándola? Cuando todavía era una chiquilla, cuando él todavía solía ir a cenar a la casa de los Harris, ella lo llamaba así: el tío Brian.
Lo sabe. Por supuesto que lo sabe.
La llevó medio a rastras hasta el interior del ascensor y luego la dejó apoyada en una esquina, mirando con ternura su angelical rostro. De repente se sintió inundado por un amor casi paternal hacia ella, y no se sorprendió al notar que tenía los ojos llenos de lágrimas, lágrimas de orgullo y afecto. Desde hacía varios días sufría aquellos súbitos accesos de emoción: rabia, terror, incluso alegría. Nunca había sido un hombre especialmente emotivo, sin embargo se había acostumbrado a aceptar aquellos intensos sentimientos, incluso a disfrutarlos, en cierto modo. Por lo menos, no eran confusos. También había habido momentos en los que se había visto inundado por una extraña e inquietante confusión, una ansiedad sin forma ni sentido que lo había dejado profundamente intranquilo... y tan desorientado como si fuera un niño pequeño y perdido.
Se acabó todo eso. Ya nada puede salir mal. Beverly está conmigo y, en cuanto recoja todas mis cosas, nos esconderemos a salvo en el Santuario y descansaremos un poco. Necesitará tiempo para recuperarse y… y… yo puedo, yo puedo resolver la situación. Sí, eso es: la situación necesita ser resuelta.
Parpadeó y a continuación se libró de las lágrimas, ya casi olvidadas, cuando el metálico ascensor comenzó a subir. Luego desenfundó su arma y finalmente sacó el cargador para contar cuántas balas le quedaban. Sus estancias privadas eran totalmente seguras, pero el despacho era otra cosa: quería estar preparado.
El ascensor se detuvo por fin y Irons abrió la puerta con una pierna antes de levantar a la chica, gruñendo por el esfuerzo. La cargó en brazos como hubiera llevado a una criatura dormida, con su fresco y suave cuerpo completamente relajado en sus manos, con la cabeza echada hacia atrás y balanceándose mientras él caminaba. La había levantado mal, y su vestido blanco se le había subido, dejando al descubierto la blanca y sedosa piel de sus piernas. Irons se obligó a apartar la vista y se concentró en el panel de mandos que abrían la pared que daba a su despacho. No importaba las inocentes fantasías que había tenido hasta el momento: ahora ella era su única y total responsabilidad. Él era su protector, su caballero andante...
Logró apretar con fuerza el botón que sobresalía con una de las rodillas y entonces la pared se deslizó lentamente hacia un lado, dejando a la vista su despacho, con una decoración tremendamente recargada... y también absolutamente vacío, afortunadamente. Los únicos ojos que lo miraron fueron los vidriosos globos de las cabezas de los animales que había matado y colgado como trofeos. La enorme mesa de castaño que había importado desde Italia se encontraba justo delante de él, y su resistencia estaba disminuyendo con tremenda rapidez. Beverly era una muchacha pequeña, pero él ya no estaba tan en forma como antaño. Se apresuró a dejarla encima de la mesa, empujando y tirando una jarra llena de bolígrafos con el codo.
—¡Ya está! —dijo con una profunda exhalación, y luego le sonrió.
Ella no le respondió a la sonrisa, sin embargo él sintió que se despertaría en poco tiempo, lo mismo que había ocurrido antes. Metió la mano debajo de la mesa y entonces pulsó uno de los botones que había debajo. La pared se cerró de nuevo a su espalda.
Se había preocupado cuando la había encontrado, profundamente dormida cerca del despacho del agente Scott, en la parte posterior. George Scott estaba muerto, completamente cubierto de heridas, y en el momento en que Irons había visto la enorme mancha roja que había en el regazo de Beverly, había temido que ella también estuviera muerta, pero cuando la tomó en brazos para llevársela hasta el Santuario, hasta un lugar seguro, ella le había susurrado al oído que no se sentía bien, que estaba herida, y también que quería que la llevaran a su casa...
¿De verdad? ¿De verdad lo había hecho? Irons frunció el entrecejo, arrancado de aquel recuerdo confuso por algo, algo que había sentido cuando la había dejado en su mesa de trabajo del Santuario y había alisado su manchado vestido blanco, algo que no podía precisar ni recordar con exactitud. No le había parecido importante en aquel momento, pero ahora, alejado de la oculta comodidad del Santuario, le estaba aguijoneando la memoria, Le recordaba que había sufrido uno de aquellos ratos de confusión cuando, cuando...
Había sentido la fría y gomosa viscosidad de los intestinos bajo sus dedos, bajo la tela del vestido...
Cuando la había tocado.
—¿Beverly? —llamó a la joven con un suave susurro mientras se sentaba detrás cuando sus piernas se quedaron sin fuerzas de repente.
Beverly se mantuvo en silencio, y una turbulenta marea de sentimientos asaltó a Irons como una gigantesca ola, pasando por encima de él y llenándole la mente con recuerdos, imágenes y verdades que él no quería admitir. El corte de las líneas de comunicación después de los primeros ataques. Umbrella y Birkin y los muertos andantes. La matanza en el garaje, cuando el aire se había impregnado del penetrante olor a sangre fresca, cuando el alcalde Harris había sido devorado vivo mientras gritaba hasta el último momento. El número cada vez menor de seres vivos a lo largo de la terrible primera noche, y la brutal y despiadada percepción de que la ciudad, su ciudad, ya no existía.
Después de aquello, le invadió de nuevo la confusión. La extraña e histérica alegría cuando se dio cuenta de que no sufriría ninguna consecuencia por los actos que había cometido. Irons recordó el juego en el que había participado a lo largo de la segunda noche, cuando algunas de las «mascotas» de Birkin habían logrado entrar en la comisaría y se habían apoderado de casi todos los policías que quedaban vivos. Había encontrado a Neil Carson oculto en la biblioteca, y había... había perseguido al sargento como si se tratase de un animal campestre.
¿Qué importaba? ¿Qué importa aquello ahora si mi vida en Raccoon City se ha acabado?
Todo lo que le quedaba, lo único a lo que podía agarrarse era el Santuario... y a esa parte de él que lo había creado, el glorioso y oscuro corazón que habitaba en su interior y que siempre había logrado mantener oculto. Esa parte de él ya era libre...
Irons miró el cadáver de Beverly Harris, extendido a lo largo de su mesa como si fuera un frágil y delicado sueño, y se sintió despedazado por el miedo y el horror que luchaban en su pecho. ¿La había matado él? No podía recordarlo.
El tío Brian. Hace diez años, yo era su tío Brian. ¿En qué me he convertido?
Era demasiado, no podía soportarlo. Sacó de su funda su VP70 cargada sin apartar la vista de su rostro sin vida y comenzó a frotar el cañón del arma con sus dedos insensibles, con suaves caricias que lo reconfortaron en cierto modo mientras giraba la boca del arma hacia él. Cuando el cañón de la pistola estuvo firmemente apretado contra su suave y blanda tripa, sintió que tenía al alcance de la mano una especie de paz. Apoyó dos de los dedos en el gatillo y, en ese preciso instante, Beverly le susurró de nuevo, con sus labios inmóviles y su dulce y musical voz procedente de ningún sitio y de todos los lugares al mismo tiempo.
No me abandones, tío Brian. Dijiste que me mantendrías a salvo, que me cuidarías. Piensa en todo lo que podrías hacer ahora que todo el mundo se ha ido y no hay nada que te impida hacer lo que quieras...
—Estás muerta —susurró Irons totalmente confundido, pero ella continuó hablando, con un tono de voz suave e insistente.
Nada que te impida realizarte por primera vez en toda, tu vida...
Torturado por las dudas, Irons apartó poco a poco, con mucha lentitud, la pistola de nueve milímetros de la boca de su estómago. Tras un instante de inmovilidad, se inclinó y apoyó su frente sobre el hombro de Beverly y cerró sus cansados ojos.
Ella tenía razón: no podía abandonarla. Él se lo había prometido, y había algo de cierto en lo que había dicho acerca de todas las cosas que podría realizar. Su mesa de trabajo en el Santuario era lo bastante grande para dar cabida a toda clase de animales...
Irons suspiró, sin estar seguro de qué era lo siguiente que debía hacer... y preguntándose por qué tenía que decidirlo con tanta prisa. Descansarían durante un rato, quizás incluso echarían una siesta juntos, y, cuando se despertaran, todo estaría mucho más claro.
Sí, eso era lo que harían. Descansarían y luego él podría resolver la situación y ocuparse de todo. Al fin y al cabo, era el jefe de policía.
Brian Irons sintió que volvía a controlar sus nervios. Se deslizó suavemente en un duermevela inquieto, sintiendo la fría piel de Beverly como un bálsamo sobre su febril frente.
Capítulo 9
Gracias a una furgoneta aparcada en el callejón situado detrás de la armería, la ruta directa de León hacia la comisaría se había convertido en unos cuantos desvíos a través de una cancha de baloncesto infestada de zombis, otro callejón y un autobús aparcado que apestaba por la gran cantidad de cadáveres que había en su interior. Era una pesadilla, resaltada por susurrantes aullidos, el hedor de la podredumbre y, en una ocasión, por una distante explosión que le hizo estremecer las piernas. Aunque se había visto obligado a disparar contra tres más de los muertos andantes y estaba hasta las cejas de adrenalina y de un sentimiento de horror, había logrado mantenerse de algún modo de una pieza gracias a la esperanza de que el edificio de la policía de Raccoon City sería un lugar seguro, de que allí se habría establecido algún tipo de gabinete de crisis, dirigido por la policía y con médicos, gente con autoridad dispuesta a tomar decisiones y a reunir el personal necesario. No era sólo una esperanza: era una necesidad. La posibilidad de que no quedara nadie vivo en Raccoon City con capacidad de mando era sencillamente impensable.
Cuando por fin salió a la calle que daba a la comisaría y vio los coches patrulla ardiendo, sintió que lo golpeaban en el estómago. Pero lo que realmente le arrebató toda esperanza fue la visión de agentes de policía gimoteantes y medio podridos, tambaleándose en mitad de las ondulantes llamas. Sólo había cincuenta o sesenta agentes de policía en la comisaría de Raccoon City, y al menos un tercio de ellos estaban atravesando los restos de los coches o se hallaban ensangrentados y tirados a menos de treinta metros de la entrada de la comisaría.
León se obligó a sí mismo a dejar a un lado su desesperación y a fijar su atención en la puerta que llevaba al patio delantero de la comisaría. No importaba si alguien había sobrevivido o no: tenía que aferrarse a su plan e intentar llamar por radio para conseguir ayuda... y también tenía que pensar en Claire. Si se concentraba en sus propios miedos sólo lograría hacer más difícil lo que debía llevar a cabo.
Corrió hacia la puerta, esquivando con agilidad a un agente de uniforme horriblemente quemado que tenía unos huesos ennegrecidos por únicos dedos. Cuando agarró el frío tirador metálico y lo empujó se dio cuenta de que cierta parte de su ser era cada vez más insensible a la tragedia, a la idea de que aquellos seres habían sido antaño ciudadanos de Raccoon City. Las criaturas que recorrían las calles no eran menos horribles por ello, pero el impacto emocional de todo aquello no podía soportarse durante mucho tiempo: había demasiados.
Gracias a Dios, no hay demasiadas por aquí.
León cerró la puerta con un fuerte empujón en cuanto pasó, y se apartó un sudoroso mechón de pelo de la frente al mismo tiempo que inspiraba profundamente una gran bocanada de aire casi fresco mientras registraba con la vista el patio. El pequeño y herboso parque a la derecha estaba lo bastante iluminado como para ver que por allí sólo deambulaban unas cuantas de aquellas criaturas que antes habían sido humanas, y que ninguna estaba lo bastante cerca de él como para ser una amenaza. También divisó las dos banderas que adornaban la fachada del edificio y que colgaban inertes en las inmóviles sobras. Aquella visión le hizo recuperar la esperanza que había perdido: al menos, pasase lo que pasase, por lo menos había logrado llegar a un lugar que conocía. Y ese sitio tenía que ser sin duda más seguro que las calles.
Pasó corriendo al lado de un trío de muertos que caminaba en círculos y los esquivó con facilidad. Eran dos hombres y una mujer, que habrían pasado con facilidad por seres humanos con vida si no hubiese sido por sus lamentos hambrientos y su paso trastabillante y sus movimientos descoordinados. Tenían que haber muerto hacía poco tiempo...
Sólo que no están muertos, porque la gente muerta no echa sangre por la boca cuando les disparas. Eso por no mencionar el hecho de dedicarse a ir dando vueltas intentando pegarle un mordisco a las demás personas...
Los muertos no andan... y los vivos tienden a caer en redondo al suelo después de recibir varios impactos de una bala de calibre 50 y no soportan tener carne podrida pegada a los huesos. Las preguntas que todavía no había tenido tiempo de hacerse a sí mismo inundaron su mente mientras recorría al trote la distancia que lo separaba de los peldaños que lo llevarían a la entrada principal de la comisaría, unas preguntas para las que no tenía respuesta... pero que pronto descubriría, sin duda alguna. Estaba seguro de ello.
La puerta no estaba cerrada por dentro, pero León no se sorprendió por ello. Con todo lo que había pasado desde el momento que había llegado a la ciudad, supuso que lo mejor era procurar no sorprenderse en absoluto y mantener sus esperanzas al nivel más bajo posible. La abrió y entró, con la Magnum por delante y con el dedo en el gatillo.
Vacío. No había signo alguno de vida en la enorme sala de entrada del edificio de la policía de Raccoon City... y tampoco indicio alguno del desastre que había sufrido la ciudad. León abandonó sus intentos de no sorprenderse mientras cerraba la puerta a sus espaldas y se adentraba en el interior.
—¿Hola? —dijo en voz baja, pero el eco le devolvió la palabra como un suave susurro.
Todo tenía el mismo aspecto que recordaba de la última vez que había estado allí: tres plantas de un estilo arquitectónico clásico cubiertas de roble y mármol; una estatua de piedra de una mujer llevando un cántaro de agua en la parte inferior de la gran sala; una rampa a cada lado que llevaban a la oficina del recepcionista; el símbolo de la policía de Raccoon City, que brillaba débilmente, como recién pulido, bajo la difusa luz de las lámparas de las paredes y que estaba en el suelo, justo delante de la estatua.
Ningún cuerpo, nada de sangre... Ni siquiera un casquillo de bala. Si aquí se ha producido un ataque, ¿dónde demonios están las pruebas?
León comenzó a subir por la rampa de la izquierda, sintiéndose intranquilo por el profundo silencio que reinaba en la enorme sala. Se detuvo al llegar al mostrador de recepción y asomó el cuerpo por encima de él: excepto por el hecho de que no había nadie atendiendo a los recién llegados, todo parecía estar en su sitio y no había nada fuera de lo normal. Vio un teléfono en la mesa de detrás del mostrador, y tomó el auricular, colocándoselo entre el hombro y la oreja mientras pulsaba los números con unos dedos que le parecieron fríos y distantes. Ni siquiera oyó el tono habitual: sólo los latidos de su propio corazón, martilleando con fuerza.
Dejó el auricular de nuevo en su sitio y se giró para no perder de vista la amplia sala mientras decidía hacia dónde dirigirse en primer lugar. Por mucho que deseara encontrar a Claire, antes también quería, y de forma desesperada, unirse a otros policías. Había recibido la copia de un memorándum de la policía de Raccoon City en el que se informaba de la reubicación de numerosos departamentos, pero la verdad es que aquello no tenía mucha importancia: si quedaban policías en el interior del edificio, no estarían precisamente preocupados por mantenerse cerca de las mesas de sus despachos.
Vio tres puertas que salían de la gran sala de entrada y que llevaban a diferentes partes de la comisaría, dos en la parte oeste y una en la parte este. De las dos que daban al oeste, una llevaba a través de una serie de salas y pasillos hacia la parte trasera del edificio, más allá de una hilera de oficinas de archivos y de una sala de reuniones; la segunda conducía a las oficinas de los agentes de uniforme y a los vestuarios, que a su vez estaban comunicados con un pasillo que llevaba a unas escaleras que daban a la segunda planta. La puerta que daba al este, bueno, de hecho, toda la parte este del edificio estaba dedicada a los despachos de los detectives: oficinas, cuartos de interrogatorios, una sala de prensa... También había un acceso a la planta sótano y otra escalera que llevaba al exterior del edificio.
Claire probablemente habrá entrado por el garaje... o por las escaleras de atrás que llevan al tejado...
O podía haber dado la vuelta y haber entrado por la misma puerta que él, eso suponiendo que hubiese logrado llegar hasta la comisaría. Podía estar en cualquier sitio. Y si tenía en cuenta que el edificio casi ocupaba el mismo espacio que una manzana de pisos, tenía mucho terreno que registrar.
Por fin decidió que tenía que empezar por algún lado, así que se dirigió hacia la zona de los policías de uniforme, donde estarían los agentes de a pie y su propio armario personal. Era una elección al azar, pero allí era donde más tiempo había pasado en sus anteriores visitas a la comisaría, entre las distintas entrevistas y las revisiones de los horarios de los turnos del trabajo. Además, era la parte del edificio más cercana, y el silencio de cementerio de la gran sala estaba comenzando a atemorizarlo.
La puerta no estaba cerrada con llave, y León la abrió con lentitud, conteniendo la respiración con la esperanza de que la habitación estuviese tan tranquila y despejada como la sala de entrada. Pero lo que vio fue la confirmación de sus primeros y peores temores: las criaturas habían pasado por allí... y se habían cebado con ganas.
La gran estancia estaba arrasada, con las mesas y las sillas hechas pedazos y sus restos esparcidos por todos los rincones. Las paredes estaban decoradas con largas chorreones de sangre seca, como grandes brochazos, y también había grandes manchas rojas y señales de arrastre con la misma sustancia en el suelo, que llevaban hasta...
—Oh, leches...
El policía estaba sentado con la espalda apoyada sobre los armarios personales situados a la izquierda, con las piernas abiertas y separadas de par en par y medio tapadas por una mesa derribada y rota. Al oír la voz de León, levantó débilmente una pistola, empuñada por una mano temblorosa, y apuntó con ella hacia donde se encontraba León... pero la bajó inmediatamente, como si el esfuerzo lo hubiera dejado exhausto. Su vientre estaba cubierto por completo con sangre fresca, y sus rasgos oscuros estaba retorcidos por el dolor.
León se acercó en dos zancadas, se agachó a su lado inmediatamente y le tocó con suavidad en el hombro. No podía ver la herida, pero por la cantidad de sangre que había estaba claro que era muy grave.
—¿Quién eres? —le preguntó el policía con un susurro.
El tono suave y casi somnoliento de su voz atemorizó a León tanto como la herida todavía sangrante y la mirada vidriosa de sus ojos: el hombre estaba perdiendo la vida con rapidez. Nunca habían sido formalmente presentados, pero León ya le había visto con anterioridad. Le habían hablado del joven policía negro como de un tipo muy inteligente que se estaba haciendo acreedor con mucha rapidez del ascenso a detective.
Marvin. Marvin Branagh...
—Soy Kennedy. ¿Qué ha pasado? —le preguntó sin bajar la mano del hombro de Branagh. La piel del agente desprendía un calor enfermizo a través de la camisa hecha jirones.
—Hace unos dos meses —dijo Branagh con un hilo de voz—... los asesinatos caníbales... los STARS descubrieron zombis en la mansión del bosque...
Tosió débilmente, y León pudo ver una pequeña burbuja de sangre formarse en una de las comisuras de sus labios. León pensó en decirle que se tranquilizara y que descansara, pero la mirada fija y perdida de Branagh lo hizo desistir: era evidente que el policía estaba decidido a contarle lo que había ocurrido, le costase lo que le costase.
—Chris y los demás descubrieron que Umbrella estaba detrás de todo el asunto... Arriesgaron sus vidas por nosotros y nadie les creyó... y luego ocurrió esto.
Chris... Chris Redfield. El hermano de Claire.
León no había relacionado aquellos hechos, aunque sabía algo de los problemas que habían tenido los STARS en la ciudad. Sólo conocía algunos retazos del asunto: la suspensión de empleo y sueldo de los miembros de la Escuadra de Rescate y Tácticas Especiales, después de que se los acusara de negligencia durante la investigación de los casos de asesinatos, había sido la razón de la contratación de más policías para la comisaría de Raccoon City, entre ellos, él. Incluso había leído los nombres de los famosos miembros de los STARS en uno de los periódicos locales, junto a unos historiales de su carrera realmente impresionantes...
Y Umbrella es la que en realidad dirige esta ciudad. Se ha producido algún tipo de escape químico, algo que intentaron ocultar echándole la culpa a los de STARS y librándose así de ellos...
Todo aquello pasó por su mente en una fracción de segundo, y en ese instante, Branagh tosió de nuevo, pero con menos fuerza aún que antes.
—Aguanta un momento —dijo; miró con rapidez alrededor en busca de algo con lo que detener la tremenda hemorragia, mientras se fustigaba en su fuero interno por no haberlo hecho antes.
En uno de los armarios que se hallaba cerca de Branagh, parcialmente abierto, vio una camiseta arrugada tirada en el fondo. León la recogió del suelo y la dobló de forma desigual, apretándola contra el estómago de Branagh. El policía colocó una de sus ensangrentadas manos sobre aquel vendaje improvisado, y cerró los ojos cuando comenzó a hablar de nuevo con voz entrecortada.
—No... te preocupes por mí. Hay... tienes que intentar rescatar a los supervivientes...
La resignación en la voz de Branagh era terriblemente evidente. León meneó la cabeza, incapaz de aceptar la realidad, deseoso de hacer algo para aliviar el dolor de Branagh, pero el policía herido se estaba muriendo y no había nadie a quien pedirle ayuda.
No es justo. Esto no es justo.
—Vete —pidió Branagh con un susurro y con los ojos todavía cerrados.
Branagh tenía razón: León no podía hacer otra cosa, pero no se movió, no pudo moverse durante unos momentos... hasta que Branagh alzó de nuevo su arma, apuntándolo con un repentino arranque de energía que le proporcionó a su voz un tono de mando.
—¡Vete de una vez! —le ordenó, y León se puso en pie, preguntándose si él sería tan altruista si se encontrara en la misma situación mientras intentaba a la vez convencerse de que Branagh lograría salir adelante.
—Volveré —dijo con firmeza, pero el brazo de Branagh ya había caído, y su barbilla estaba apoyada sobre su jadeante pecho.
—Rescata a los supervivientes.
León retrocedió hacia la puerta, tragando saliva mientras se esforzaba por aceptar un cambio de planes que podría causarle la muerte, pero que no podía rechazar. Hubiera tomado posesión de su cargo o no, era un policía. Si existían otros supervivientes, su deber moral y cívico era intentar encontrarlos y ayudarlos.
Había un almacén de armas en el sótano, cerca del garaje de aparcamiento. León abrió la puerta y pasó de nuevo a la sala de entrada, rezando para que los armarios del almacén estuviesen bien provistos... y que quedase alguien con vida para ayudarlo.
Capítulo 10
Claire salió del tejado en llamas y atravesó un sinuoso pasillo repleto de fragmentos de cristal, pasando al lado de un policía muy muerto, una ensangrentada confirmación sobre sus temores acerca de la seguridad en el interior de la comisaría. Pasó deprisa por encima del cadáver y continuó avanzando, con su tensión nerviosa aumentando en cada momento. Por las destrozadas ventanas alineadas a lo largo del pasillo entraba una brisa fresca, algo que le daba vida a la oscuridad. Vio unas cuantas plumas negras pegadas a las manchas de sangre que salpicaban el suelo, y su suave y ondulante movimiento la hizo saltar y apuntar su pistola hacia cualquier sombra a cada momento.
Pasó al lado de una puerta que probablemente llevaba al exterior y a unas escaleras, pero continuó avanzando, doblando hacia la derecha y hacia lo que ella creía que era el centro del edificio. El modo en que el helicóptero había enterrado el morro en el tejado le estaba aguijoneando la imaginación y le hacía pensar en toda la comisaría envuelta en llamas.
Por el aspecto de la situación, tal vez no sería una idea tan mala...
Cadáveres y huellas de manos manchadas de sangre por las paredes. Claire no estaba precisamente entusiasmada con la idea de vagabundear por el edificio de la comisaría. De todas maneras, morir por un incendio tampoco era una idea muy atractiva. Necesitaba ver cuan mala era la situación antes de comenzar a buscar a León.
El pasillo acababa en una puerta cuya superficie estaba fría al tacto. Cruzó mentalmente los dedos, la abrió... y retrocedió trastabillando ante la oleada de humo acre que la asaltó, con un cargado olor a metal y a madera quemada en el aire caliente. Se acuclilló ligeramente y entró, echando un vistazo al pasillo que se extendía a la derecha. El pasillo doblaba a la derecha otra vez a unos treinta metros aproximadamente, y aunque no pudo ver el fuego, la luz de las llamas se reflejaba con claridad en las paredes de paneles grises de la esquina. El chasquido de las llamas al restallar era aumentado por la estrechez del pasillo, y resonaba con la misma hambre devoradora y sin sentido de los zombis del patio.
Vaya, menuda mierda ¿Y ahora, qué?
Vio otra puerta situada en diagonal al punto donde estaba acuclillada, sólo a unos pasos. Claire inspiró profundamente y avanzó hacia allí, todavía agachada para permanecer por debajo de la gruesa capa de humo y con la esperanza de encontrar un extintor de incendios... y de que el extintor de incendios fuera suficiente para apagar el incendio que había provocado el helicóptero al estrellarse.
La puerta daba a una sala de espera vacía. Sólo había un par de sofás de vinilo verde y un mostrador redondo, con otra puerta enfrente de la puerta por la que había entrado. La pequeña estancia parecía estar intacta, tan tranquila e inofensiva como ella se había esperado, y, a diferencia de lo que le había ocurrido a lo largo de la noche, no se topó con ningún desastre al acecho entre las sombras causadas por los tubos fluorescentes del techo, ni tampoco con el hedor putrefacto a zombis que arrastraban los pies.
Ni tampoco hay un extintor de incendios...
Bueno, no al menos a simple vista. Cerró la puerta que daba al humeante pasillo y se dirigió hacia el mostrador, levantando la tapa de entrada con la punta de la pistola. Vio una vieja máquina de escribir en una mesa y, a su lado..., un teléfono. Claire se apresuró a levantar el auricular, luchando contra la desesperanza, pero no oyó absolutamente nada. Suspiró, lo dejó de nuevo en su sitio y se agachó para echar un vistazo debajo de la mesa. Una guía telefónica, unos cuantos montones de papeles... y justo allí, medio escondido detrás de un bolso de mujer, encontró la familiar silueta que había esperado descubrir, cubierta por una gruesa capa de polvo.
—Ahí estás —murmuró y se detuvo sólo un momento para meterse la pistola dentro del chaleco antes de levantar el pesado cilindro. Nunca antes había utilizado uno de aquellos aparatos, pero parecía bastante sencillo: una manivela de metal con una anilla metálica con una bocacha de caucho negro a un lado. Sólo medía poco más de medio metro, pero pesaba entre unos veinte y unos veinticinco kilos. Supuso que eso significaba que estaba lleno.
Claire volvió a la puerta con el extintor y comenzó a inspirar con bocanadas breves pero intensas, para llenarse los pulmones de aire puro. Sintió un ligero mareo, pero la hiperventilación le permitiría aguantar más tiempo sin respirar. No quería desmayarse debido a la inhalación de humo antes de apagar el incendio por completo.
Inspiró por última vez y abrió la puerta, recorriendo el pasillo, mucho más caliente en aquellos momentos, en una postura semiagachada. La columna de humo, ahora mucho más densa, y se había convertido en una niebla de más de un metro de grosor que bajaba desde el techo.
Mantente agachada, respira superficialmente y ten cuidado de dónde pisas...
Dobló la esquina y sintió una extraña mezcla de alivio y pena al ver los restos ardientes que se encontraban justo delante de ella. Inclinó la cabeza y aspiró un poco de aire a través de la tela de su chaleco mientras sentía que su piel comenzaba a sentir los efectos del calor. El fuego no era tan peligroso como ella se había imaginado: era más humo que otra cosa, y ni siquiera era tan alto como ella. Las llamas estaban lamiendo la pared con unos dedos amarillo-anaranjados que parecían tener problemas para mantenerse, detenidos como estaban por la gruesa madera de una puerta medio derribada. Fue el morro del helicóptero lo que le llamó la atención, la ennegrecida cáscara de la cabina... y el ennegrecido cadáver del piloto, todavía enganchado con el cinturón a su asiento, con la boca abierta en un silencioso grito. No había manera de saber si había sido un hombre o una mujer: los rasgos faciales se habían borrado por completo, derretidos como cera negra.
Claire tiró de la anilla que mantenía inmóvil la manivela y apuntó con la corta manguera de bocacha negra hacia el suelo, donde las llamas bailaban con colores azules y blancos. Apretó la manivela, y una estela de espuma blanca salió silbando, esparciendo los restos con una nube polvorienta. Incapaz de ver nada con claridad en mitad de aquella tormenta blanca, dirigió la corta manguera hacia todos lados, cubriendo todo el morro del helicóptero con el anulador del oxígeno. El fuego pareció apagarse menos de un minuto después, pero siguió apretando la manivela hasta que el extintor se quedó vacío.
Claire lo soltó cuando salió el último chorro de espuma e inspiró unas cuantas veces antes de inspeccionar los humeantes restos en busca de algún punto todavía en llamas. Ni una sola chispa, pero de la puerta de madera situada al lado de la cabina del helicóptero, cubierta por manchas blancas, todavía salían unas cuantas pequeñas columnas de humo. Se acercó un poco y pudo ver un brillo anaranjado bajo la superficie. La zona alrededor de la puerta ya estaba completamente achicharrada, pero Claire no quiso correr el menor riesgo: dio un paso atrás y propinó una fuerte patada a la puerta, apuntando a las ascuas encendidas.
Cuando su bota golpeó de lleno un punto caliente, la puerta se abrió de par en par con un sonoro crujido, y la madera quemada cedió arrojando una lluvia de chispas encendidas. Unas cuantas aterrizaron sobre su pantorrilla desnuda, pero ella sacó su arma antes de agacharse un poco para quitárselas con el dorso de la otra mano, más temerosa de lo que pudiera aparecer por la puerta que de unas cuantas pequeñas ampollas.
Vio un pequeño pasillo con el suelo cubierto por trozos irregulares de madera astillada y una ligera capa de humo, y una puerta al otro lado y a la izquierda. Claire se dirigió hacia ella, movida tanto por el deseo de respirar un poco de aire fresco como por las ganas de saber adonde llevaba. Había acabado con la amenaza más inmediata, la del incendio, así que tenía que empezar a buscar a León... y a pensar en lo que necesitaban para sobrevivir. Si pudiera echarle un vistazo en el camino mientras encontraba a León, quizás encontrara algo que los ayudara y que pudieran utilizar.
Un teléfono que funcione, las llaves de un coche... Leches, un par de ametralladoras o incluso un lanzallamas nos vendrían bien, pero me conformaré con lo que encuentre.
La sencilla puerta al otro extremo del pasillo no estaba cerrada con llave. Claire la abrió con un ligero empujón, preparada para disparar contra cualquier cosa que se moviera... y se detuvo en seco, bastante sorprendida por el extraño ambiente de la sobrecargada habitación. Era algo así como la parodia de un club exclusivo para hombres de los años cincuenta, un gran despacho cuya extravagante decoración rozaba lo ridículo. Las paredes estaban cubiertas por grandes y pesadas estanterías de caoba y las mesas alineadas debajo hacían juego, rodeando una especie de zona para sentarse compuesta por sillas tapizadas en cuero y una pequeña mesa de mármol, todo ello colocado sobre una alfombra oriental obviamente muy cara. Del techo colgaba una lámpara muy recargada, que lanzaba una luz densa y potente sobre la escena. Aquí y allá había delicados jarrones y cuadros con marcos de aspecto sólido, pero todos aquellos diseños clásicos se veían contrastados y empequeñecidos por las cabezas de animales y los pájaros en diferentes posturas que dominaban el ambiente de la estancia, todos colocados alrededor de una enorme mesa en el otro extremo... ¡Jesús!
Extendida sobre la mesa, como un personaje sacado de una novela de terror gótico, vio a una mujer joven y bella con un largo vestido blanco, que tenía las tripas hechas jirones sangrientos. El cadáver estaba colocado corno si fuera una pieza de decoración central, con los muertos ojos de cristal de las polvorientas cabezas de los animales fijos en ella. Vio un halcón y lo que le pareció un águila, con sus alas colocadas de un modo que imitaba el vuelo, además de un par de cabezas de ciervo con sus correspondientes maderas y la cabeza de un alce, con su característico morro. El efecto era tan inquietante y surrealista que Claire se quedó sin respiración por un momento...
Y cuando la silla de respaldo alto de detrás de la mesa se dio la vuelta de repente, apenas pudo contener un respingo y un grito de terror supersticioso, esperando ver una imagen de la Muerte con sus sonrientes dientes. Sólo era un hombre... pero era un hombre con una pistola, y la estaba apuntando con ella.
Ninguno de los dos se movió durante un segundo... y entonces el hombre bajó el arma y en su porcino rostro apareció una media sonrisa enfermiza.
—Lo siento muchísimo —dijo con un tono de voz tan falso y melifluo como el de un mal político—. Pensé que era otro de esos zombis.
Se pasó un grueso dedo por su erizado bigote mientras hablaba y, aunque Claire nunca lo había visto antes, supo inmediatamente de quién se trataba. Chris había despotricado de él muy a menudo.
Gordo, con bigote, y tan falso como un vendedor de reliquias de santos: es el jefe de policía, Irons.
No tenía buen aspecto: sus mejillas estaban completamente enrojecidas, y unas manchas blancas rodeaban sus ojos porcinos. La forma en que su mirada se posaba aquí y allá por toda la habitación era bastante inquietante. Parecía encontrase bajo los efectos de una tremenda paranoia. De hecho, parecía estar desequilibrado, como si no estuviese en contacto en absoluto con la realidad.
—¿Es usted el jefe de policía Irons? —le preguntó Claire. Intentó que el tono de su voz sonase lo más respetuoso posible mientras se acercaba a la mesa.
—Sí, soy yo —repuso con un tono suave y tranquilo—. ¿Y quién es usted?
Sin embargo, antes de que pudiera contestar, Irons continuó hablando, y lo que dijo a continuación, lo mismo que el tono petulante en el que lo dijo, confirmó las sospechas de Claire.
—No, no me lo diga. No tiene importancia. Acabará como todos los demás...
Dejó el resto de la frase en el aire y se quedó mirando a la joven muerta que estaba delante de él con alguna clase de emoción que Claire no pudo precisar. Sintió lástima por él, a pesar de todo lo que Chris le había contado acerca de él, sobre su personalidad corrupta y su absoluta falta de profesionalidad. Sólo Dios sabía los horrores que había presenciado o lo que había tenido que hacer para sobrevivir.
¿Es tan extraño que tenga tantos problemas para aceptar la realidad? León y yo hemos aparecido en esta película de terror en la última parte. Irons lleva aquí desde los anuncios previos, y probablemente ha visto morir a sus amigos más cercanos.
Bajó la vista hacia la joven tendida a lo largo de la mesa, y Irons habló de nuevo, con una voz que sonó al mismo tiempo triste y pomposa.
—Ésta es la hija del alcalde. Se suponía que yo tenía que protegerla, pero he fallado de forma patética...
Claire buscó algunas palabras de consuelo, deseando decirle que tenía suerte de estar vivo, que no había sido culpa de él... pero las palabras murieron en su garganta, junto a la piedad que sentía, cuando él continuó con su lamento.
—Mírela. Era una auténtica belleza, con una piel prácticamente perfecta. Pero todo eso se pudrirá dentro de poco... y, en una hora o menos, se convertirá en una de esas cosas. Lo mismo que los demás.
Claire no quiso sacar conclusiones precipitadas, pero el tono insatisfecho de su voz y la hambrienta mirada llenada de deseo en sus ojos le puso la carne de gallina. El modo en que miraba a la joven muerta...
Te lo estás imaginando todo. Es el jefe de policía, no un lunático perverso. Además, es la primera persona con la que te has encontrado que puede proporcionarte alguna información. No desaproveches la oportunidad...
—Debe de existir algún modo de impedirlo... —sugirió Claire con un tono de voz amable.
—Sí. Con una bala en la cabeza... o decapitándola.
Levantó por fin la vista del cuerpo, pero no miró a Claire. Se fijó en las criaturas disecadas y colocadas en el borde su mesa, y su voz adquirió un tono resignado pero hasta cierto punto alegre.
—Y pensar que la taxidermia era mi afición favorita. Eso se acabó...
Las alarmas internas de Claire saltaron en un frenético clamor. ¿La taxidermia? ¿Qué demonios tenía que ver aquello con el cuerpo humano muerto que había encima de la mesa?
Irons la miró finalmente, y a Claire no le gustó ni un pelo. Su mirada oscura y lacrimosa estaba fijada en su cara, pero él no parecía verla realmente. Ella pensó por primera vez que él no le había preguntado cómo había llegado hasta allí y que no había comentado nada en absoluto sobre el humo que se había ido filtrando hasta su oficina. Y el modo en que hablaba de la hija del alcalde... No había auténtica pena en su voz por la muerte, sólo autocompasión y una especie de retorcida admiración.
Tío, tío y tío... No es que esté fuera de contacto con esta realidad, es que está en otro puñetero planeta.
—Por favor —pidió Irons en voz baja—. Me gustaría estar a solas.
Se hundió en la silla, cerró los ojos y dejó la cabeza apoyada en el respaldo acolchado, como si estuviera exhausto. Y así, con aquella facilidad, ella había sido despedida del lugar. Aunque tenía un millón de preguntas por hacerle, muchas de las cuales él podría responder sin duda, creyó que quizá lo mejor sería salir pitando de allí, al menos, en ese momento...
Oyó un suave crujido a su espalda y a la izquierda, tan bajo que no estuvo segura de haberlo oído realmente. Claire se giró con el entrecejo fruncido y advirtió que había una segunda puerta en el despacho. No se había dado cuenta de su existencia hasta aquel momento, y el suave crujido había salido de allí.
¿Otro zombi? O quizás alguien que se está escondiendo...
Miró de nuevo a Irons y comprobó que ni siquiera se había movido. Aparentemente, no había oído nada, y ella había dejado de existir para él, al menos, por el momento. Había regresado a cualquiera que fuese su mundo privado antes de que ella entrara en la estancia.
Así que, ¿regreso por donde he venido o pruebo a ver qué hay detrás de la puerta número dos?
León. Necesitaba encontrar a León, y tenía la profunda impresión de que Irons estaba zumbado, sin importar si estaba realmente loco o no. No representaba una gran pérdida que no pudiera unirse a ellos. Pero si había más personas escondidas en el edificio, personas a las que ella y León podrían ayudar o que incluso podrían ayudarlos a ellos dos...
Sólo tardaría un momento en echar un vistazo. Miró por última vez a Irons, derrumbado sobre sí mismo al lado del cadáver de la hija del alcalde y rodeado por sus animales sin vida, y se dirigió hacia la puerta, con la esperanza de no estar cometiendo un error.
Capítulo 11
Sherry llevaba mucho tiempo escondida en el edificio de la comisaría, por lo menos tres o cuatro días, y todavía no había visto a su madre. Ni siquiera una vez, ni siquiera cuando todavía quedaba un montón de gente con vida. Había encontrado a la señora Addison, una de las profesoras de la escuela, justo después de haber llegado allí, pero la señora Addison ya había muerto. Un zombi se la había comido. Poco después, Sherry había descubierto un túnel de ventilación que recorría la mayor parte del edificio, y había decidido que permanecer escondida era mucho más seguro que quedarse con los mayores, porque los mayores no paraban de morir, y porque había un monstruo en el edificio que era peor que los zombis o que los hombres vueltos del revés, y estaba bastante segura de que ese monstruo la estaba buscando a ella. Probablemente no era más que una tontería. Ella no creía que los monstruos escogieran a una persona para perseguirla... pero la verdad es que tampoco había creído en monstruos, hasta ese momento.
Así que Sherry se había quedado escondida en la habitación del caballero. Allí no había gente muerta, y el único modo de entrar, aparte del túnel de ventilación que salía de detrás de las armaduras, era por un largo pasillo guardado por un gran tigre. El tigre estaba disecado, pero daba miedo de todas maneras, y Sherry pensó que quizás el tigre ahuyentaría al monstruo. Una parte de ella sabía que aquello era una tontería, pero de todas formas la hacía sentir mejor.
Había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo desde que los zombis habían tomado todo el edificio de la comisaría. Cuando estaba dormida, no tenía que pensar en lo que podía haberle ocurrido a sus padres o preocuparse por lo que le podría ocurrir a ella. En el túnel de ventilación había el calor suficiente para estar cómoda, y tenía mucha comida que había sacado de la máquina de chucherías de la gran sala, pero tenía miedo, y peor que sentir miedo era sentirse sola, así que había dormido todo lo que había podido.
Estaba dormida, calentita y encogida detrás de los caballeros cuando un tremendo ruido la había despertado, un rugido procedente del algún punto del exterior del edificio. Estaba segura de que era el monstruo. Sólo lo había visto de refilón una vez, y sólo su tremenda y horrible espalda, a través de una rejilla metálica, pero lo había oído gritar y aullar muchas veces desde entonces y por todos lados de la comisaría. Sabía que era terrible, terrible y violento y que estaba hambriento. A veces desaparecía durante horas, y ella tenía la esperanza de que se hubiera marchado por fin, pero siempre regresaba, y no importaba dónde se metiera ella: siempre parecía estar en algún lugar cercano.
El tremendo ruido que la había despertado de su intranquilo sueño fue muy parecido al que provocaría el monstruo si empezara a echar abajo las paredes. Se acurrucó aún más en su escondite, preparada para salir corriendo hacia el túnel de ventilación si el ruido se acercaba mucho más. No lo hizo; no se movió durante mucho rato, esperando con sus ojos firmemente cerrados mientras sostenía con fuerza su amuleto de la suerte, un precioso colgante de oro que su madre le había regalado precisamente la semana anterior, tan grande que le llenaba toda la mano. Al igual que en ocasiones anteriores, el amuleto había funcionado: el tremendo y horrible ruido no se había repetido. O quizás había sido el gran tigre el que había ahuyentado al monstruo y le había impedido encontrarla. De cualquier manera, al oír los suaves sonidos de unos pasos, se había sentido lo bastante segura para salir de su escondrijo y acercarse al pasillo para escuchar. Los zombis y los hombres del revés no podían utilizar las puertas y, si se hubiese tratado del monstruo, seguro que ya habría atravesado a golpes la puerta y habría entrado aullando en busca de sangre.
Tiene que ser una persona. Quizá se trate de mamá...
A mitad del pasillo, donde se abría una puerta a la derecha, oyó a gente hablar en aquella oficina y sintió una oleada de esperanza y de soledad al mismo tiempo. No podía oír con claridad lo que decían, pero era la primera vez que oía a alguien desde hacía dos días sin que esa persona estuviese gritando. Y si había gente hablando, quizás era porque por fin había llegado la ayuda a Raccoon City.
El ejército del gobierno, o los marines, o quizá todos ellos...
Emocionada, se apresuró a recorrer el pasillo. Se encontraba al lado del gran tigre rugiente, justo al lado de la puerta, cuando su emoción se desvaneció. Las voces habían dejado de hablar. Sherry se quedó muy quieta y, de repente, se sintió muy nerviosa. Si hubiera llegado gente para ayudar a los de Raccoon City, ¿no habría oído los aviones y los camiones? ¿No habría oído los disparos y las bombas y los hombres con altavoces diciendo que todo el mundo saliera fuera?
Quizá las voces no son de gente del ejército, después de todo. Quizá son voces de gente mala. Gente loca, como aquel hombre...
Poco después de que Sherry se escondiera, había visto algo horrible a través de la rejilla del conducto de ventilación que llevaba a la habitación de los armarios. Un hombre alto y pelirrojo estaba en mitad de la habitación, hablando solo y balanceándose hacia adelante y hacia atrás sentado en una silla. En el primer momento Sherry había pensado al principio preguntarle si sabía dónde estaban sus padres y pedirle ayuda para encontrarlos, pero algo en la forma que hablaba y se reía en voz baja mientras se balanceaba le hizo sentir miedo; se detuvo y lo observó en silencio durante un rato desde la segura oscuridad del túnel de ventilación. El hombre tenía un cuchillo muy grande en la mano y, después de mucho rato, sin dejar de reírse, de murmurar y de balancearse, se lo había clavado en el estómago. Sherry había sentido más miedo de aquel hombre que de los zombis, porque lo que había hecho no tenía sentido, ningún sentido.
No quería encontrarse con nadie más como aquel hombre. Y aunque la gente de la oficina no estuviese mal de la cabeza, quizá la sacarían de su lugar seguro e intentarían protegerla, lo que equivaldría a su muerte, porque estaba segura de que el monstruo no sentía miedo de los adultos.
Se sentía mal por darse la vuelta, pero no tenía otra elección. Sherry comenzó a darse la vuelta para regresar a la habitación de las armaduras...
¡Crac!
Permaneció inmóvil cuando el suelo de madera crujió bajo sus pies. El chasquido del listón de madera resonó con un ruido increíble, y ella contuvo la respiración, agarrando su pendiente y rezando para que la puerta no se abriera de golpe a sus espaldas y que algún loco saliera por ella y... y la atrapara.
No oyó ruido alguno, pero estuvo segura de que el agitado latir de su corazón la delataría, porque sonaba tremendamente fuerte. Después de diez largos segundos, comenzó a avanzar de nuevo lentamente por el pasillo, pisando con toda la suavidad que pudo y sintiendo que estaba saliendo de una cueva llena de serpientes durmiendo. Le pareció que el pasillo que llevaba de regreso a la sala de las armaduras medía un kilómetro de largo, y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echar a correr en cuanto llegó a la esquina, porque si algo había aprendido de las películas de la tele, era que huir corriendo del peligro siempre significaba tener una muerte horrible.
Llegó por fin a la entrada de la habitación de las armaduras y sintió que casi se desmayaba del alivio. Estaba a salvo de nuevo, y podría acurrucarse otra vez en la vieja manta que la señora Addison había encontrado en una de las oficinas y que le había dado...
La puerta de la otra oficina se abrió y luego se cerró, y Sherry oyó unos pasos un segundo después, unos pasos que iban en su busca.
Sherry entró de golpe en la estancia, sin pensar en nada más que en el arranque de pánico y terror que recorrió todo su cuerpo. Pasó zumbando al lado de tres caballeros, dejando a un lado su refugio porque sabía que tenía que huir, que tenía que alejarse de allí todo lo que pudiera. Sabía que existía una habitación oscura más allá de la vitrina que se alzaba en mitad de la habitación, y oscuridad era lo que ella necesitaba, una sombra en la que desaparecer...
Oyó los pasos que echaban a correr en algún punto a su espalda, resonando sobre el piso de madera mientras ella se metía en la habitación oscura y se apretujaba en el rincón más alejado. Sherry se acurrucó entre los polvorientos ladrillos de la chimenea y la silla tapizada que había a su lado e intentó hacerse lo más pequeña posible, abrazándose las rodillas y escondiendo la cabeza entre ellas.
Por favor, por favor, por favor. No entres, no me veas. No estoy aquí...
Los pasos habían llegado a la puerta de la habitación y ahora eran más lentos, como si dudaran, rodeando la gran vitrina de cristal que se alzaba en el centro de la estancia. Sherry pensó en su lugar de refugio, en la boca del túnel de ventilación por la que podría haberse marchado lejos y se esforzó por contener las tibias lágrimas de rabia y arrepentimiento. La habitación de la chimenea no ofrecía ninguna forma de escapar: estaba atrapada.
El sonido hueco y resonante de cada paso acercaba más y más al extraño a la habitación oscura en la que Sherry estaba escondida. Se apretujó aún más, prometiendo que haría cualquier cosa, cualquier cosa, si el extraño se marchaba...
Pam. Pam. Pam.
De repente, la habitación de llenó de una luz cegadora, y el suave chasquido del interruptor quedó ahogado por el aterrorizado grito de Sherry. Se levantó de golpe del rincón donde estaba metida y echó a correr, chillando y sin mirar, con la esperanza de pasar de largo al lado del extraño y llegar hasta el túnel de ventilación... cuando una cálida mano la agarró con fuerza por el brazo, impidiéndole dar un solo paso más. Gritó de nuevo, retorciéndose con toda la fuerza que pudo, pero el extraño era fuerte...
—¡Espera!
Era una mujer, y su voz sonó casi tan frenética como el acelerado palpitar del corazón de Sherry.
—¡Suéltame! —gimió Sherry, pero la mujer siguió agarrándola e incluso se acercó a ella un poco más.
—Tranquila, tranquila... No soy un zombi. Tranquilízate, todo va bien...
La voz de la mujer había adquirido un tono tranquilizador, y las palabras sonaron casi como una nana. La mano que la tenía agarrada era fuerte pero tibia. La dulce y suave voz musical repitió las tranquilizadoras palabras una y otra vez,
—Tranquila, está bien. No voy a hacerte daño. Ya estás a salvo...
Sherry levantó por fin la vista y miró a la mujer. Vio lo bonita que era, su mirada dulce y llena de preocupación y comprensión. En un segundo, Sherry dejó de forcejear y de intentar huir y sintió que unas tibias lágrimas comenzaban a bajarle por las mejillas, unas lágrimas que había estado conteniendo desde que había visto al hombre de pelo rojo suicidarse. Se abrazó de modo instintivo a la joven y bonita extraña, y la mujer respondió rodeando con sus brazos los temblorosos hombros de la niña.
Sherry lloró durante un par de minutos, permitiendo que la mujer acariciase su cabello y le siguiera susurrando palabras tranquilizadoras al oído. Por mucho que quisiera quedarse acurrucada en los brazos de la mujer y olvidar todos sus miedos, por mucho que le gustaría creer que estaba a salvo, sabía que no era cierto. Además, ya no era una niña: ya había cumplido doce años el mes anterior.
Sherry se separó de los brazos con un gran esfuerzo y se frotó los ojos para secarse las lágrimas. Levantó la vista hacia su bello rostro y se dio cuenta de que no era una mujer mayor, que quizá sólo tendría unos veinte años. Las ropas que llevaba eran realmente juveniles: unas botas, unos pantalones vaqueros de color rosa y de perneras recortadas y una camiseta chaleco sin mangas que hacía juego con los pantalones. Llevaba su brillante pelo castaño recogido en una cola de caballo y, cuando sonrió, le pareció una estrella de cine.
La mujer se puso en cuclillas a su lado, sin dejar de sonreír con dulzura.
—Hola. Me llamo Claire. ¿Cómo te llamas?
Sherry sintió timidez por un momento, avergonzada por haber huido a la carrera de una chica tan amable. Sus padres le decían a menudo que actuaba como un bebé emocional, que era «demasiado imaginativa» para su propio bien, y allí estaba la prueba: Claire no le iba a hacer daño, estaba segura de ello.
—Sherry Birkin —contestó, y luego sonrió con la esperanza de que Claire no estuviese enfadada con ella. No parecía enfadada, de hecho, parecía encantada con su respuesta.
—¿Sabes dónde están tus padres? —preguntó con el mismo tono de voz dulce.
—Trabajan en la planta química de Umbrella, a las afueras de la ciudad —contestó Sherry.
—En la planta química... Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
—Mi madre llamó por teléfono y me dijo que viniera a la comisaría. Dijo que iba a ser muy peligroso quedarse en casa.
Claire se limitó a asentir.
—Por lo que parece, tenía toda la razón. Pero este lugar también es peligroso...
Claire frunció ligeramente el entrecejo, pensativa, pero volvió a sonreír otra vez.
—Será mejor que vengas conmigo.
Sherry sintió que se le formaba un nudo en el estómago y negó con la cabeza, preguntándose cómo podría explicarle a Claire que no era buena idea, que en realidad, era una idea muy mala. En aquellos momentos, quería más que nada en el mundo no estar a solas, pero no era algo seguro para Claire.
Si me marcho con ella y el monstruo me encuentra...
Mataría a Claire. Y aunque Claire era delgada, Sherry estaba bastante segura de que no cabría en el túnel de ventilación.
—Ahí fuera hay algo —dijo por fin—. Lo he visto, es más grande que los zombis. Y viene por mí.
Claire meneó la cabeza y abrió la boca para decirle algo tranquilizador, probablemente para intentar hacerle cambiar de idea, pero de repente, un tremendo sonido repleto de furia inundó la habitación, resonando en tremendas oleadas por todo el edificio y procedente de un sitio indeterminado de su interior... pero de un sitio cercano.
—Raaaarrrrrghhh...
Sherry sintió que su sangre se convertía en hielo. Los ojos de Claire se abrieron de par en par y su piel se quedó pálida.
—¿Qué ha sido eso?
Sherry retrocedió trastabillando, sin aliento, y con su mente corriendo ya hacia su escondrijo seguro detrás de las tres armaduras.
—Eso es lo que intentaba decirte —dijo con un jadeo, y se dio la vuelta y echó a correr antes de que a Claire le diera tiempo a impedírselo.
—¡Sherry!
La pequeña no hizo caso de la súplica en el grito y pasó corriendo al lado de la vitrina para llegar a la seguridad de la entrada al túnel de ventilación. Saltó con agilidad a lo alto del pedestal del caballero y se dejó caer sobre las manos y las rodillas, agachando la cabeza y metiéndose a cuatro patas en el antiguo agujero de piedra que existía en la base de la pared.
Su única oportunidad, la única oportunidad de Claire, era que ella se mantuviera lo más alejada posible de su amiga más reciente. Quizás se encontrarían de nuevo cuando el monstruo ya se hubiera ido.
Sherry abrigó la esperanza de que no fuera ya demasiado tarde mientras reptaba por la estrecha y sinuosa oscuridad del túnel de ventilación.
Capítulo 12
Ada se quedó sentada sobre el borde de la atestada mesa del despacho del jefe de detectives mientras dejaba descansar sus doloridos pies y miraba sin ver la vacía caja fuerte que se encontraba en una esquina. Se le estaba agotando la paciencia. No sólo no lograba encontrar la muestra del virus-G por ningún lado, sino que además empezaba a pensar que Bertolucci había salido volando de allí. Había registrado la sala de descanso, la oficina de los STARS, la biblioteca... De hecho, estaba más que segura de que había registrado todos los lugares a los que el periodista habría tenido acceso con facilidad, y ya había vaciado dos cargadores completos para ello. No es que le fuera a faltar munición. Lo que la molestaba era la pérdida de tiempo que representaban las balas disparadas: veintiséis proyectiles y ningún resultado positivo, excepto que ahora había una docena más de cadáveres cargados de virus tumbados en el suelo. Y dos de los extraños híbridos de Umbrella...
Ada se estremeció al recordar la deforme y retorcida carne roja y los resonantes aullidos de las estrambóticas criaturas contra las que se había enfrentado en la sala de prensa. Nunca se había preocupado por la avaricia de las corporaciones para las que trabajaba, pero lo cierto es que Umbrella había llegado a realizar experimentos ciertamente inmorales. Trent le había advertido sobre los especímenes del proyecto Tirano, seres que, por suerte, todavía no habían aparecido, pero las criaturas humanoides de extensa lengua y largas garras eran toda una afrenta para su sensibilidad. Por no mencionar el hecho de que eran mucho más difíciles de matar que los humanos infectados. Si aquellos seres eran producto de la experimentación con el virus-T, tendría que mantener los dedos cruzados para que Birkin no hubiera puesto a prueba todavía su última creación. Según le había dicho Trent, la serie G todavía no había sido inyectada a ningún ser vivo, pero se suponía que era el doble de potente que la T...
Ada dejó que su mirada vagara por los alrededores y estudió con la vista la oficina práctica y funcional. No era el lugar más propicio o acogedor para tomarse un descanso, pero al menos estaba bastante libre de manchas de sangre y similares. Además, con la puerta cerrada apenas podía oler a los agentes muertos en la sala principal. Ya estaban bastante muertos cuando ella los había matado del todo, y se encontraban en aquella especie de estado húmedo y sin huesos que, al parecer, precedía al colapso total.
Tampoco es que importe mucho si yo puedo olerlos a ellos. A estas alturas, mi pelo y mis ropas han absorbido el maldito hedor. Y cuando las cosas empiezan a ir mal todo parece ocurrir de repente...
Deseó haberse preocupado por aprender algo más sobre el virus-T en el plano científico. Sabía para qué utilizaban el virus-T, pero no había creído necesario investigar sobre los efectos fisiológico-químicos. ¿Para qué preocuparse, cuando no tenía razón alguna para pensar que Umbrella soltaría toda una carga de aquella mierda en su propia ciudad? Estaba obteniendo un montón de información de primera mano sobre lo bien que funcionaba, pero le hubiera venido bien saber exactamente qué ocurría en la parte del cuerpo y de la mente que resultaban infectadas, qué era lo que convertía a una persona en un devorador de carne sin mente ni razón. En lugar de eso, sólo podía almacenar en su mente la información que iba obteniendo por el camino e intentar adivinar la verdad.
Por lo que había visto, antes de que pasara una hora la persona infectada por el virus se convertía en un zombi. A veces, antes de eso la víctima caía en una especie de coma febril, lo que presumiblemente quemaba ciertas partes de su cerebro y reforzaba la impresión de que se estaban levantando de entre los muertos cuando se alzaban en busca de carne fresca. Los síntomas del ataque del virus eran los mismos para todos, pero no la rapidez con que causaba estragos. Había visto al menos tres casos en los que la víctima se había convertido en una criatura sedienta de sangre a los pocos minutos de ser infectada, en la etapa que ella había empezado a llamar «tener cataratas». Una de las características comunes era que los ojos de todas las víctimas quedaban tapados por una capa de mucosa blanca parecida a la clara de huevo cuando se convertían definitivamente en zombis, y aunque el proceso de putrefacción comenzaba inmediatamente, algunos tardaban más que otros en descomponerse...
¿Y por qué demonios estás pensando en todo eso? Tu misión no incluye buscar una vacuna para esto, ¿verdad?
Suspiró y se agachó para frotarse los dedos de los pies. Aquello último era completamente cierto. De todas maneras, era algo en lo que merecía la pena pensar. Concentrarse en todo momento en permanecer viva era una tarea agotadora y absorbente. No tenía ocasión de considerar todas las circunstancias mientras se dedicaba a limpiar de zombis los pasillos. Estaba con los nervios de punta y necesitaba que su cerebro se despejara un poquito pensando en los aspectos más inquietantes y extraños de la misión.
Y existen algo así como un millar con los que distraerse... Trent, lo que Bertolucci puede o no puede saber... los STARS. ¿Qué demonios le ha ocurrido a todo ese equipo?
Por los artículos que Trent había incluido en el memorándum de información sobre su trabajo sabía que los STARS habían sido suspendidos de empleo y sueldo. Si tenía en cuenta lo que habían estado investigando, no hacía falta ser un genio para imaginarse que Umbrella se había encargado de quitarlos de en medio por descubrir parte, si no toda, su operación con armas biológicas. Probablemente, Umbrella ya se habría ocupado de eliminarlos por completo, eso si ellos no se habían escondido. Se preguntó si Trent había tenido algo que ver con la pequeña desgracia de los STARS, o si había intentado ponerse en contacto con ellos antes de lo ocurrido o después.
De lo que estaba segura era de que él no se lo diría. Trent era un auténtico enigma, sin duda alguna. Sólo había tenido un encuentro cara a cara con él, aunque se había puesto en contacto con ella varias veces antes de que Ada partiera hacia Raccoon City, sobre todo por teléfono. Lo curioso era que, aunque ella se jactaba de su capacidad para saber lo que pensaba y sentía la gente, no había tenido ni la más remota idea de qué era lo que realmente le interesaba a aquel tipo, para qué quería el virus-G o cuáles eran sus conexiones con Umbrella. Era obvio que tenía alguna clase de contacto con ellos, ya que sabía demasiado sobre el funcionamiento interno de la compañía, pero si ése era el caso, ¿por qué no tomaba su puñetera muestra propia y luego se marchaba? Reclutar a un agente exterior era la acción que llevaría a cabo alguien que no quisiese involucrarse, pero ¿involucrarse en qué? No era su deber preguntar por qué...
Un buen principio para seguir en la vida: a ella no le pagaban por adivinar qué pensaba Trent. La verdad es que dudaba mucho que fuera capaz de adivinarlo aunque le pagaran por hacerlo: jamás había encontrado a nadie que tuviera una capacidad de autocontrol semejante a la de Trent. Cada vez que habían hablado o se habían encontrado, ella había tenido la sensación de que se reía por dentro, como si supiera algún secreto muy divertido sólo conocido por él. Y, sin embargo, no le había parecido arrogante ni prepotente. Era un tipo tranquilo, y su genialidad era tan natural que ella se había sentido un poco intimidada. Puede que ella no supiera sus motivos con precisión, pero había visto aquel tipo de humor calmado: era el rostro del auténtico poder, de una persona con un plan y con los medios para llevarlo a cabo.
Así que, ¿ha estropeado sus planes, cualesquiera que sean, el escape del virus? ¿O estaba preparado para esta contingencia? Puede que no lo haya planeado, pero no creo que la expresión «pillar desprevenido» esté en el vocabulario de Trent...
Ada se reclinó hacia atrás y giró suavemente su cabeza y su cansado cuello antes de bajarse de la mesa y ponerse de nuevo sus incómodos zapatos. Ya había descansado lo suficiente. No podía dedicarle más que unos pocos minutos a sus dolores e incomodidades, y tampoco creía que fuera a averiguar mucho más hasta que se marchase de Raccoon City. Todavía tenía un par de zonas que registrar en busca de Bertolucci antes de dirigirse a las alcantarillas, y había visto que las barricadas de la primera planta no eran tan sólidas como a ella le hubiera gustado. No le apetecía nada ver su camino interrumpido por un nuevo grupo de seres infectados procedentes del exterior.
También existían los pasillos «secretos» del ala este y las celdas de detención más allá del garaje de aparcamiento. Si no lograba encontrarlo en ninguno de esos dos lugares, tendría que admitir que había abandonado la comisaría y centrar sus esfuerzos en recuperar la muestra.
Decidió probar suerte en el sótano en primer lugar. Le parecía poco probable que él hubiera descubierto los pasillos secretos. Por lo que había leído en los informes, ni siquiera era un periodista lo bastante bueno como para encontrar su propio culo. Y si estaba escondido en las celdas de detención o cerca de ellas, no tendría que seguir dando vueltas por la comisaría, a la espera de la inevitable invasión de zombis. La entrada al subsótano se encontraba justo abajo, así que si no surgían complicaciones, podría dirigirse directamente hacia el laboratorio.
Ada salió de la oficina y frunció la nariz por la vaharada a podrido que la asaltó, empujada por el lento rotar de las aspas de los ventiladores del techo. En aquella estancia repleta de mesas tenía que haber unos siete u ocho cuerpos, todos ellos policías, y al menos los tres contra los que ella había disparado estaban ya bastante podridos...
¿No había cinco infectados todavía caminando cuando pasé antes por aquí?
Ada se detuvo un instante en el exterior de la gran estancia y miró de nuevo el estrecho pasillo que comunicaba con la escalera trasera. ¿Habían sido cinco? Sabía que había acabado con un par en su primera visita. Los demás habían sido demasiado lentos como para incomodarla, y ella creía que había visto cinco. Y sin embargo, sólo había tenido que acabar con tres cuando había regresado para tomarse un descanso.
Había chico. Puede que no esté en el mejor momento de mis facultades físicas y mentales, pero todavía sé contar.
No solía dudar de su capacidad para registrar mentalmente aquellos detalles, y el hecho de que se hubiera dado cuenta hacía sólo un minuto era una demostración de lo cansada que estaba. Dos días antes, se hubiera dado cuenta inmediatamente. No tenía forma alguna de saber si los otros cuerpos habían sido acribillados a balazos o simplemente se habían desintegrado por sí solos sin que ella se expusiera al contacto físico: estaban demasiado descompuestos, pero lo mejor era considerar que todavía quedaban unos cuantos supervivientes por el edificio.
Pero no por mucho tiempo, ya sea de un modo u otro...
No importaba si los zombis lograban entrar o no: Umbrella no tardaría mucho en actuar, si no lo había hecho ya. Lo que había ocurrido en Raccoon City era la peor pesadilla de cualquier accionista, y lo que Ada tenía muy claro era que Umbrella no iba a dejar de lado el problema. Probablemente ya habrían planificado un enorme desastre que lo borrara todo y luego le proporcionarían su propia historia a la prensa. También estaba segura de que intentarían recuperar una muestra del virus-G, el último descubrimiento de Birkin, antes de provocar el desastre que tenían preparado, lo que significaba que ella debía tener mucho cuidado. Al parecer, Birkin había mantenido bastante en secreto todo su trabajo, y Trent le había informado de que Umbrella finalmente no tardaría en enviar un equipo para recuperar la muestra, y con Raccoon City convertida en zona de guerra, aquella posibilidad había aumentado sus probabilidades de cumplirse.
Con suerte un equipo formado por miembros humanos. Puedo enfrentarme a eso. Pero con un Tirano... No necesito esas dificultades.
Ada se alejó de la estancia, caminando hacia la puerta cerrada que la llevaría a la escalera hacia el sótano. «Tirano» era el nombre en clave de una serie de investigaciones de Umbrella para obtener un arma biológica orgánicamente compleja, unos experimentos que comprendían las aplicaciones más destructivas del virus-T. Según Trent, los científicos de White Umbrella, los que trabajaban en los laboratorios secretos, habían comenzado las pruebas para crear una especie de sabueso humanoide, diseñado para perseguir un determinado olor o sustancia para el que se lo hubiera programado, todo ello con unas capacidades inhumanas y con un tesón implacable. Un perdiguero Tirano, un ser casi indestructible compuesto por carne podrida y mecanismos implantados de forma quirúrgica, exactamente lo que enviarían para encontrar algo así, por poner un ejemplo, como una muestra del virus-G...
En cuanto encontrara la muestra que quería Trent, saldría pitando de allí y se marcharía con su dinero a alguna playa lejana para beber margaritas . Y no importaba lo que sintiera o dejara de sentir sobre ese asunto, ni cuántos inocentes habían muerto ni para qué quería Trent la muestra del virus-G. Ése era otro punto en la lista en el que no necesitaba pensar para realizar el trabajo.
Con sus defensas emocionales bien altas, Ada comenzó a bajar hacia el sótano para intentar encontrar al incómodo y problemático periodista.
León se ajustó las cinchas, de pie y delante del saqueado armario del sótano donde se guardaban las armas, mientras intentaba pensar dónde podía estar Claire en esos momentos.
Por lo poco que había podido ver hasta llegar al sótano, la comisaría no era tan peligrosa como había pensado. Hacía frío, apestaba, estaba fatalmente iluminada y había montones de cadáveres por los pasillos, pero no existía tanto peligro como en las calles. No era para dar saltos de alegría, pero se conformaba con lo poco que pudiera sacar de bueno de la situación.
Había matado a dos de sus colegas de uniforme y a una mujer con un uniforme de la patrulla de tráfico completamente hecho jirones en su camino hasta el sótano. A los dos policías les había disparado en la planta superior, y a la mujer fuera del depósito de cadáveres, a unos pocos metros de la pequeña habitación donde se guardaba el armamento de la policía de Raccoon City. Sólo tres zombis desde que había entrado en la comisaría, sin incluir los pocos que había logrado esquivar en las dependencias de los detectives, pero había pasado por encima de al menos una docena de cadáveres y había visto agujeros de balas en la mitad de ellos, justo a través de los ojos o directamente en mitad de la frente. Gracias al número de criaturas «liquidadas» con tanta limpieza y al número de armas que faltaban del armario, León tuvo la esperanza de que Branagh estuviese en lo cierto y de que hubiese supervivientes...
Marvin Branagh... que a estas alturas probablemente estará muerto. ¿Significa, eso que se convertirá en un zombi? Si Umbrella está realmente detrás de todo esto, entonces tiene que ser una especie de plaga o enfermedad. Son una compañía farmacéutica... Pero ¿cómo se contagia? ¿Es algo que se contagia por contacto directo, o sólo con respirar ya puedes...?
León dejó de pensar en eso. El sótano era un lugar fresco y húmedo, pero la sola idea de que podría infectarse con la enfermedad de los zombis lo hizo sudar. ¿Qué pasaba si toda Raccoon City todavía era zona de contagio y él había enfermado sólo con entrar en ella en el coche? Las atestadas estanterías del almacén parecieron echarse ligeramente sobre él, en un repentino ataque de ansiedad de proporciones épicas.
Sin embargo, antes de que el pánico tuviera siquiera tiempo de asentarse, una voz en su mente le recordó la realidad, y con ella llegó su aceptación, lo que le permitió dejar pasar de largo el miedo y el temor.
Si estás enfermo, estás enfermo. Puedes pegarte un tiro en la boca antes de llegar a ponerte realmente malo. Si no estás enfermo, tal vez sobrevives para contarles a tus nietos lo que está sucediendo. De todas maneras, probablemente ya no puedes hacer nada... excepto intentar comportarte como un buen policía.
León asintió suspirando. Ese plan era mejor que quedarse allí preocupándose de forma inútil, y ahora tenía el equipo necesario para llevarlo a cabo con mayores probabilidades. Alguien había abierto a balazos el cerrojo electrónico del depósito de armas, lo que le había ahorrado la necesidad de buscar la tarjeta de acceso o tener que abrirla a balazos él mismo. Era bastante obvio que la puerta exterior había sido forzada: los cerrojos y el tirador de la puerta estaban prácticamente destrozados. Había quedado desilusionado después del primer registro que había efectuado en el lugar, aunque lo más correcto sería decir descorazonado. No quedaba absolutamente ninguna pistola, y muy poca munición en los mellados cajones, pero al menos había encontrado una caja entera de cartuchos de escopeta y, después de una segunda y mucho más desesperada búsqueda, había descubierto una escopeta del calibre 12 oculta detrás de un montón de cajas. También vio un par de arneses de hombro para la Remington que acababa de encontrar, que todavía estaban colgados en la pared de enfrente, además de un cinturón de trabajo con una capacidad aún mayor que el que llevaba puesto. Incluso encontró una pequeña bolsa de cadera con capacidad suficiente para meter todos los cargadores de su Magnum.
Dio un apretón final al arnés y decidió que lo mejor era buscar en primer lugar en los lugares más obvios: cada uno de los pasillos que comunicaban con cada entrada. Regresaría en primer lugar a la sala de entrada, buscaría algo donde dejar un mensaje y...
¡Bam!¡Bam!¡Bam!
Unos disparos, y cercanos. El eco le indicó que se habían producido en el garaje que se encontraba justo al otro lado de donde él estaba. León desenfundó la pistola de un tirón y corrió hacia la puerta, donde perdió unos segundos preciosos forcejeando con el destrozado tirador.
El lugar estaba despejado, con excepción de la policía de tráfico muerta que se hallaba a la derecha, justo delante tenía la entrada al garaje, y León se apresuró a acercarse, recordándose a sí mismo que debía tener cuidado y avanzar con precaución para evitar que alguien armado con una pistola y completamente enloquecido por el temor le abriera un agujero de bala.
Poco a poco, echa un buen vistazo antes de seguir adelante, identifícate con claridad...
La puerta, en la pared de la derecha, estaba abierta de par en par, y cuando León asomó la cabeza por un momento, con el cuerpo protegido por la pared de hormigón, vio algo que lo sorprendió tanto que se olvidó por completo de que allí había alguien armado con una pistola. El perro. Es el mismo maldito perro.
Era imposible y, sin embargo, el animal tendido sin vida en el suelo en mitad del lugar repleto de coches tenía exactamente el mismo aspecto. Incluso con la breve visión que había tenido de él, el demonio con forma canina de aspecto pegajoso y con una piel húmeda, que había estado a punto de provocarle un accidente a diez kilómetros de la ciudad, podría ser de la misma camada que el que tenía delante. Bajo las chasqueantes luces de las bombillas fluorescentes que iluminaban el frío garaje lleno de manchas de aceite, León advirtió lo anormal que era ese perro.
No parecía haber nada en movimiento, y no se oía nada excepto el zumbido de las bombillas, así que León entró en el garaje, sin dejar de empuñar su Magnum, decidido a echarle un vistazo más detenido a la criatura... cuando vio un segundo perro al lado de un coche patrulla aparcado, tan muerto al parecer como el primero. Ambos estaban tendidos sobre pegajosos charcos de su propia sangre, con los miembros despellejados despatarrados.
Umbrella. Los ataques de los animales salvajes, la enfermedad... ¿Cuánto tiempo lleva toda esta mierda ocurriendo? ¿Y cómo lograron mantenerlo oculto después de todos aquellos asesinatos?
Lo que más lo confundía era el hecho de que Raccoon City no estuviese ya llena hasta los topes con el equipo de los servicios de apoyo. Puede que Umbrella hubiese sido capaz de mantener oculta su relación con los asesinatos «caníbales», pero ¿cómo habían podido impedir que los ciudadanos de Raccoon City llamasen para pedir ayuda al exterior de la ciudad?
Y ahora estos perros, como fotocopias el uno del otro... ¿quizás otra cosa que los de Umbrella han creado en sus laboratorios?
Frunciendo el entrecejo, dio otro paso hacia las criaturas parecidas a perros, sin gustarle ni un pelo las teorías de la conspiración que se estaban formando en su cabeza, pero sin ser capaz de desecharlas. Lo que le gustó aún menos fue el aspecto de las manchas de aceite que había en el suelo de cemento: tenían un color rojo oxidado, y había demasiadas como para poder contarlas. Se agachó para echar un vistazo desde más cerca, y estaba tan concentrado en no confirmar la terrible y creciente sospecha, que no oyó el disparo hasta que la bala pasó silbando a escasos centímetros de su cabeza.
¡Bam!
León se giró hacia la izquierda mientras levantaba la Magnum y gritaba, todo al mismo tiempo...
—¡No dispare!
Entonces vio que quien disparaba bajaba su arma. Era una mujer con un vestido rojo corto y unas medias negras que estaba de pie al lado de una furgoneta aparcada al lado de la pared más alejada. Comenzó a andar hacia él, contoneando sus bien formadas caderas, con la cabeza bien alta y los hombros echados hacia atrás, como si se encontrara en una fiesta de copas.
León sintió una momentánea oleada de ira al ver que mostraba tanta calma aun después de estar a punto de matarlo... pero, en cuanto ella estuvo un poco más cerca, descubrió que estaba más que dispuesto a perdonarla. Era preciosa, y mostraba una expresión de alegría genuina al verlo. Era una visión maravillosa después de ver tanta muerte.
—Lo siento mucho —se disculpó—. Cuando vi el uniforme, pensé que era otro de esos zombis.
De rasgos asiáticos, era bastante alta aunque de huesos delicados, y su pelo corto y espeso lanzaba unos atractivos destellos negros. Su voz profunda y melodiosa era casi un ronroneo, lo que provocaba un extraño contraste con el modo en que lo miraba. La ligera sonrisa en sus labios no parecía estar reflejada en sus ojos almendrados, que parecían estudiarlo a fondo.
—¿Quién es usted? —preguntó León.
—Ada Wong.
Aquel ronroneo de nuevo. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado, sin dejar de sonreír en ningún momento.
—Me llamo León Kennedy —dijo por puro reflejo, sin saber qué decir o por dónde empezar—. Yo... ¿Qué está haciendo aquí abajo?
Ada señaló con un gesto de la barbilla la furgoneta que estaba a su espalda, un vehículo para el transporte de prisioneros de la policía de Raccoon City que estaba obstruyendo el paso a la zona de las celdas para detenidos.
—Vine a Raccoon City en busca de un hombre, un periodista llamado Bertolucci. Tengo razones para pensar que está en una de esas celdas de ahí atrás, y creo que puede ayudarme a encontrar a mi novio... —su sonrisa se desdibujó un poco mientras fijaba su mirada electrizante en los ojos de León—. También creo que sabe todo lo que ha pasado aquí. ¿Me ayudará a mover la furgoneta?
León estaba más que dispuesto a ayudarla si así podía conocer a ese periodista encerrado al otro lado de la pared, sobre todo porque podría contarles qué había ocurrido. No estaba seguro de cómo tomarse la historia de Ada, pero tampoco podía imaginarse ningún motivo por el que ella tuviera que mentir. La comisaría no era un lugar seguro, y estaba buscando supervivientes, exactamente lo mismo que él estaba haciendo.
—Sí, claro —le contestó, sintiéndose un poco desconcertado por su forma tan directa de hablarle, aunque fuera de un modo tan suave y tan dulce. Tenía la sensación de que ella había tomado el control de su encuentro, mediante alguna manipulación sutil pero deliberada que la había puesto al mando... y, por el modo tan desenfadado y despreocupado con el que se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la furgoneta, como si estuviese segura por completo de que él la seguiría, León se dio cuenta de que ella lo sabía de sobra.
No seas paranoico. También existen mujeres de carácter fuerte. Y cuanta más gente podamos encontrar, de más ayuda dispondré para encontrar a Claire.
Quizás había llegado el momento de dejar de hacer planes y de mantenerse a la expectativa. León enfundó su pistola y la siguió, con la esperanza de que el periodista estuviera donde Ada creía y de que todo comenzara a tener sentido de una vez.
Capítulo 13
Sherry Birkin se había marchado, desapareciendo a través del túnel de ventilación, y Claire no cabía de ninguna manera en aquel estrecho conducto, por lo que no pudo ir detrás de ella. Fuese lo que fuese lo que había lanzado aquel grito espeluznante que había aterrorizado tanto a Sherry, no había aparecido, pero la chiquilla ya no estaba, y quizá todavía se encontraba gateando frenéticamente en algún oscuro y polvoriento túnel. Al parecer, llevaba escondida cierto tiempo al lado del conducto del aire. Claire encontró envoltorios de chocolatinas y una manta vieja debajo de la abertura, en el patético escondite situado detrás de las tres armaduras que estaban de pie.
Claire se apresuró a regresar a la oficina de Irons en cuanto se dio cuenta de que Sherry no iba a regresar. Tenía la esperanza de que quizás él le pudiera indicar dónde terminaba en túnel de ventilación... pero Irons había desaparecido, junto con el cuerpo de la hija del alcalde.
Claire se quedó allí, de pie en mitad del despacho del jefe de policía, vigilada por los ojos de cristal de expresión vacía de las morbosas piezas de decoración, y por primera vez desde que llegó a la ciudad se sintió realmente insegura con respecto a lo que debía hacer a continuación. Había comenzado todo aquello para encontrar a Chris, una preocupación que se había transformado en esquivar zombis, seguir pegada a León y evitar todo posible contacto innecesario con el macabro jefe de policía Irons, por ese preciso orden. Pero en algún punto entre el momento en que encontró a aquella chiquilla y el instante en que había oído aquel estremecedor aullido, sus prioridades habían cambiado de forma repentina y completa. Una niña se había visto atrapada en aquella pesadilla, una criatura dulce y pequeña que creía que un monstruo la estaba persiguiendo.
Y que quizás existe de verdad. Si tu mente puede aceptar que existen zombis en Raccoon City, ¿por qué no un monstruo? Demonios, ¿por qué no ya vampiros o robots asesinos?
Quería encontrar a Sherry, pero no sabía por dónde empezar. También quería encontrar a su hermano mayor, pero tampoco tenía ni idea de dónde podía encontrarlo... y empezaba a preguntarse si él realmente tendría alguna idea de lo que había ocurrido en Raccoon City.
Él había evitado responder a sus preguntas sobre el motivo de la suspensión de los STARS la última vez que había hablado con él. Chris le había insistido en que no había nada por lo que preocuparse, que su equipo y él se habían enfrentado con ciertos problemas de índole política en la oficina y que habían salido malparados, pero que todo se iba a arreglar. Ella ya se había acostumbrado a sus manías protectoras, pero cuando lo recordó de nuevo, ¿no era más bien que había sido muy evasivo? Y los STARS habían estado investigando los asesinatos caníbales, así que tampoco era necesario ser un genio para relacionar aquello con toda la actividad devoradora de carne que se estaba desarrollando por aquellos alrededores...
Y eso significa... ¿qué? ¿Qué significa? ¿Que Chris y sus compañeros habían descubierto algún plan malvado y me lo estaba ocultando?
No tenía ni idea. Lo único que sabía era que no creía que él estuviera muerto, y que su plan de encontrar a Chris o a León había quedado en segundo plano frente a su necesidad de encontrar a Sherry. Por mala que fuera la situación, Claire disponía de unas cuantas defensas: tenía un arma, tenía cierta madurez emocional y, después de casi dos años de carreras de diez kilómetros diarias, estaba en una excelente forma física. Sin embargo, Sherry Birkin no podía tener más de once o doce años, a lo sumo, y parecía frágil, en todos los sentidos de la palabra, desde su pelo rubio lleno de polvo y suciedad hasta la desesperada ansiedad de sus grandes ojos azules. La chiquilla había despertado todos los instintos protectores de Claire y...
¡Thump!
Una vibración pesada y hueca recorrió todo el techo de la estancia e hizo temblar la gran lámpara del despacho de Irons. Claire miró instintivamente hacia arriba mientras empuñaba su pistola con más fuerza por puro reflejo. No se veía nada más que madera y escayola, y el sonido no se repitió.
Algo en el tejado... ¿pero qué demonios puede haber causado un ruido como ése? ¿Un elefante aterrizando en paracaídas?
Quizá se trataba del monstruo de Sherry. El feroz rugido que había oído en la sala de exposiciones de armaduras había llegado a través del conducto de ventilación o de la chimenea, así que había sido imposible determinar su punto de origen, pero perfectamente podía haber sido el tejado. Claire no estaba muy dispuesta ni muy deseosa de encontrarse cara a cara con el ser que había lanzado aquel aullido, pero Sherry estaba segura de que la criatura la estaba siguiendo...
¿Así que si encuentras al que aúlla, encuentras a Sherry? No es mi ideal de un plan perfecto, pero no tengo mucho donde escoger en este momento. Puede que sea el único modo de encontrarla...
O quizás era Irons el que estaba allí arriba. A pesar del mal sabor de boca que le había dejado su encuentro con él, lamentaba no haber intentado sacarle algo más de información. Loco o no, no le había parecido estúpido. Puede que no fuera tan mala idea encontrarse de nuevo con él, al menos para hacerle unas cuantas preguntas sobre el sistema de ventilación.
No sabría nada hasta que se pusiese en movimiento. Claire se dio la vuelta y salió por la puerta del despacho que daba al pasillo exterior, donde había apagado el incendio provocado por la colisión del helicóptero. El humo se había disipado en el pasillo de al lado, y aunque el aire todavía estaba caliente, ya no era el calor de un incendio en toda regla. Al menos, con aquello había tenido éxito...
Claire regresó al pasillo principal, esquivando con la mirada lo que quedaba del cadáver del piloto, cuando...
¡Crraaaacc!
Se detuvo en seco al oír un tremendo crujido provocado por una gran superficie de madera al astillarse, seguido por los pasos pesados de alguien que debía ser enorme y que estaba atravesando el pasillo que había más allá de la siguiente esquina. Todos los ruidos tenían un matiz deliberado y atronador.
El tío debe de pesar una tonelada, y... Oh, Dios, dime que no era el ruido de una puerta al ser arrancada de cuajo...
Claire miró rápidamente hacia atrás, hacia el pequeño pasillo que llevaba de vuelta al despacho de Irons, con todos sus instintos gritándole que echara a correr al mismo tiempo que su parte racional le recordaba que aquella ruta de escape no tenía salida, por lo que su cuerpo se quedó paralizado entre ambas reacciones contrapuestas...
Y justo en ese instante, apareció el hombre más grande que jamás hubiera visto, ante su atónita mirada, medio oculto por las escasas volutas de humo que quedaban en el pasillo. Estaba vestido con un largo abrigo de color verde oliva, como los del ejército, que resaltaba su enorme tamaño. Era tan alto como una de las estrellas de la liga de baloncesto... No, era más alto, pero su cuerpo era proporcionado, por lo que su tamaño era enorme. Pudo ver un gran cinturón de trabajo alrededor de su cintura, y aunque no distinguió arma alguna, sintió la violencia que emanaba de él en oleadas invisibles. Vio su cara de tez blancuzca y enfermiza, su cráneo sin cabello... y de repente, Claire estuvo segura de que aquello era realmente un monstruo, un asesino con puños cubiertos de guantes negros, puños tan grandes como una cabeza humana normal.
¡Dispara! ¡Dispárale!
Claire le apuntó, pero dudó por un segundo, temiendo cometer un terrible error... hasta que aquello dio un largo paso hacia ella con sus piernas como troncos y oyó el crujir de la madera astillándose bajo sus grandes botas como las del monstruo de Frankenstein, y vio sus ojos negros rodeados de rojo. Eran como pozos repletos de lava rodeados por un peñasco blanco desigual, sin expresión pero con capacidad de ver. Su mirada se encontró con la de ella... y alzó un tremendo puño: la amenaza era inconfundible.
Dispara-dispara-dispara...
Apretó el gatillo una, dos veces, y vio los impactos: un trozo de la solapa de su abrigo saltó en pedazos cuando la bala se hundió debajo de su garganta y un poco hacia un lado, y el segundo proyectil atravesó por completo un lado de la garganta...
El monstruo dio otro paso sin que apareciera el menor rastro de emoción en sus rasgos tallados en piedra, con el puño todavía en alto, en busca de un objetivo, con la intención de aplastarlo...
El agujero negro y humeante en su garganta no estaba sangrando. ¡Oh, mierda!
Claire sintió un acelerón en su cuerpo debido a la descarga de adrenalina provocada por el terror y apuntó la pistola hacia el corazón de la criatura. Apretó el gatillo una y otra vez mientras el gigante daba otro paso avanzando hacia la lluvia de proyectiles sin ni siquiera pestañear...
Claire perdió la cuenta de los disparos, incapaz de creer que siguiera avanzando hacia ella, que estuviera a menos de tres metros mientras los proyectiles se estrellaban contra su mastodóntico pecho...
La pistola se quedó sin balas, justo en el momento en que el monstruo dejó de dar sus enormes pasos y comenzó a bambolearse como un enorme tronco mecido por el viento. Claire sacó otro cargador de su chaleco sin apartar la vista del oscilante monstruo y manoteó intentando meterlo en la pistola mientras su cerebro procuraba darle un nombre a aquel aborto andante.
Terminator, el monstruo del doctor Frankenstein, el Doctor Malvado, el Señor X...
Fuese lo que fuese, las más de siete balas semiperforantes que habían atravesado su pecho habían cumplido su misión.
La tremenda criatura cayó poco a poco y en silencio hacia la derecha, desplomándose contra una pared ennegrecida por el humo. Se quedó allí, medio reclinada, sin caer tumbada, pero sin moverse más tampoco.
Ha caído en un ángulo raro, eso es todo, pero está muerto, sólo se ha quedado así por su propio peso...
Claire no se acercó y mantuvo su arma apuntada hacia el gigante inmóvil. ¿Había sido él quien había gritado de esa manera? No lo creía, a pesar de su aspecto inhumano y poderoso. No era el demonio furibundo y primitivo que debía haber lanzado aquel grito en su búsqueda de sangre. Este ser era más bien una máquina sin alma, una carne sin sangre que podía hacer caso omiso al dolor... o aceptarlo sin problemas.
—Ya está muerto, así que ya no importa—susurró Claire, tanto para tranquilizarse a sí misma como para cortar la interminable sucesión de pensamientos sin sentido.
Tenía que pensar, que averiguar qué era aquello... Eso no era alguna especie de zombi mutante, así que ¿qué demonios era? ¿Por qué no había caído antes? Casi había vaciado un cargador completo... ¿Habría alguien oído los disparos? ¿Quizá Sherry, o Irons, o incluso León? Quizás alguno de ellos o cualquiera que estuviese rondando todavía por la comisaría los habría oído y se acercaría para saber quién era. ¿Debería quedarse allí?
La criatura a la que ella ya había comenzado a llamar como el Señor X ya no respiraba, y su musculoso cuerpo estaba inmóvil, con los ojos cerrados y el rostro inerte como la máscara de la muerte. Claire se mordió el labio inferior mientras contemplaba a la increíble criatura medio apoyada en la pared e intentaba pensar en algo con claridad en mitad de sus aterradas sensaciones... cuando vio que sus ojos se abrían, sus brillantes ojos negros y rojos. Sin mostrar gesto alguno de esfuerzo o dolor, el Señor X se inclinó hacia atrás para recuperar el equilibrio y ponerse en pie, bloqueando todo el pasillo y levantando de nuevo sus gigantescas manos...
Con un tremendo movimiento, balanceó los brazos y sus puños atravesaron velozmente el aire, pasando a escasos centímetros de ella justo cuando trastabillaba dando un paso atrás. El impulso fue suficiente para que sus dos manos atravesasen la pared en la que había estado apoyada momentos antes. El impacto hizo que los dos puños se enterrasen y sus brazos quedasen atascados en la madera y la escayola hasta los codos.
Mi cuerpo, podría haber sido MI cuerpo...
Si huía hacia la oficina de Irons, quedaría atrapada. Sin pensarlo dos veces, Claire echó a correr hacia el Señor X, pasando como una exhalación a su lado, y su brazo llegó a rozar su abrigo, con su corazón perdiendo un latido cuando el tejido rozó su piel.
Siguió corriendo, dobló a la izquierda y atravesó lo que quedaba de pasillo cargado de humo, intentando recordar qué había detrás de la sala de espera, intentando no oír los inconfundibles ruidos de movimiento a su espalda cuando el Señor X sacó de un tirón sus brazos de la pared. Dios, ¿qué es ESO?
Claire llegó a la sala de espera y cerró la puerta tras de sí de golpe mientras seguía corriendo y decidió que ya lo pensaría más tarde. Corrió, sin dejar de pensar en otra cosa que no fuera cómo lograr correr con mayor rapidez aún.
Ben Bertolucci estaba oculto en la última celda de la habitación más alejada del garaje, metido en un pequeño camastro de metal y roncando con fuerza. Ada mantuvo la expresión de su cara cuidadosamente neutral y dejó que León lo despertara. No quería parecer ansiosa por hablar con él, y si algo había aprendido en sus relaciones con los hombres era que siempre resultaba más fácil manejarlos si creían que estaban al mando. Ada miró a León con una paciencia que en realidad no sentía y esperó.
Habían registrado una perrera vacía y un sinuoso pasillo de cemento antes de encontrarlo, y aunque el aire estancado apestaba a sangre y a podredumbre, no habían tropezado con ningún cuerpo, lo que era extraño, si se tenía en cuenta la matanza que, ella sabía, se había producido en el garaje. Pensó en preguntarle a León si él sabía lo que había pasado, pero luego decidió que cuanto menos hablara, mejor. No tenía sentido que él se acostumbrara a que ella estuviera cerca. Había visto un portillo de acceso a las zonas inferiores en una de las perreras, con una reja oxidada y en un rincón oscuro, y se había sentido más tranquila después de ver una palanqueta en un armario abierto cercano. Cuando por fin había visto a Bertolucci roncando delante de ellos, pensó que por fin la situación empezaba a estar bajo control.
—Déjame adivinar —dijo León en voz bien alta, mientras extendía la mano para golpear los barrotes de metal con la culata de su pistola—. Tú debes de ser Bertolucci, ¿verdad? Levántate, ahora.
Bertolucci gruñó y se levantó lentamente para quedarse sentado por último mientras se frotaba la barba sin afeitar de varios días. Ada resistió la tentación de sonreír al verlo con aquel aspecto tan horrible, con las ropas completamente arrugadas y su lacia coleta despeinada, mirándolos a ella y a León con el entrecejo fruncido y el aspecto de estar algo confuso.
Pero todavía lleva puesta su corbata. El pobre idiota probablemente piensa que le da más apariencia de periodista.
—¿Qué queréis? Estoy intentando dormir.
Parecía malhumorado, y Ada tuvo que contener de nuevo una sonrisa. Se lo merecía por ser tan difícil de encontrar.
León la miró, también con aspecto de estar un poco confundido.
—¿Es éste el tipo que buscas?
Ella asintió, y de repente se dio cuenta de que León probablemente creía que Bertolucci era un preso. La conversación disiparía rápidamente aquella idea, pero ella no quería que León supiera más de lo necesario, de modo que tendría que escoger con cuidado sus palabras.
—Ben —dijo mientras imprimía sus palabras con un ligero tono de desesperación—. Les dijiste a los agentes que sabías lo que estaba ocurriendo en la ciudad, ¿verdad? ¿Qué les dijiste?
Bertolucci se puso en pie y se quedó mirándola, frunciendo los labios.
—¿Y quién demonios eres tú?
Ada hizo caso omiso del comentario y subió un grado su tono de desesperación, pero sólo un poco. No quería pasarse en su actuación como hembra indefensa: aquello no pegaba nada con el hecho de que hubiera sobrevivido durante tanto tiempo.
—Estoy intentando encontrar a... a un amigo mío, John Howe. Trabajaba en una oficina de Umbrella con sede en Chicago, pero desapareció hace unos cuantos meses, y me han dicho que estaba aquí, en esta ciudad...
Dejó la frase en el aire, observando con detenimiento la expresión de Bertolucci. Estaba claro que sabía algo, pero ella no creía que lo fuera a soltar con tanta facilidad.
—No sé nada de nada —repuso con un tono de voz gruñón y áspero—. Y aunque lo supiera, ¿por qué iba a decírtelo?
Muy original. Si el poli no estuviese aquí estorbando, probablemente le dispararía aquí mismo y ahora.
La verdad es que ella sabía que en realidad no lo haría. No le gustaba matar por matar o por pura diversión, y pensaba que probablemente obtendría toda la información que necesitaba con alguno de sus métodos más persuasivos: si sus considerables encantos femeninos no funcionaban, siempre le quedaba el recurso del tiro en la rodilla. Por desgracia, no podía hacer nada con el agente León por allí cerca. No había planeado su encuentro, pero, por el momento, no le quedaba más remedio que permanecer a su lado.
Era bastante obvio que al agente de policía no le había gustado ni un pelo la respuesta de Bertolucci.
—Bueno, yo voto por que lo dejemos aquí dentro —dijo con voz molesta, dirigiéndose a Ada pero sin dejar de mirar a Bertolucci con un gesto de irritación más que evidente.
Bertolucci sonrió a medias mientras metía una mano en uno de sus bolsillos y sacaba un manojo de llaves plateadas: las llaves de las celdas en su correspondiente llavero circular. Ada no se sorprendió, pero León pareció aún más cabreado.
—Por mi bien —dijo Bertolucci con aire satisfecho—. De todas maneras, no pienso abandonar esta celda. Es el lugar más seguro de todo el edificio. Por ahí rondan otros seres que no son zombis, podéis creerme.
Por el modo en que lo dijo, Ada pensó que probablemente tendría que matarlo de todas maneras. Las instrucciones de Trent habían sido muy claras: si Bertolucci sabía algo sobre el trabajo de Birkin con el virus-G, debía eliminarlo. No conocía el motivo exacto, ni siquiera estaba segura de sospecharlo, pero ésa era su misión. Si lograra quedarse unos cuantos momentos a solas con él, podría asegurarse de cuánto sabía realmente.
La cuestión era, ¿cómo lograrlo? No quería tener que dispararle a León. Por regla general, no mataba a gente inocente y, además, le gustaban los policías. No es que fueran necesariamente el tipo de personas más inteligentes con las que se había encontrado, pero cualquiera que aceptara un trabajo en el que era necesario poner la propia vida en juego merecía su respeto. Y, para colmo, tenía buen gusto por lo que se refería al armamento: la Desert Eagle era una elección excelente, una de las mejores de su lista...
Así que, ¿por qué lo racionalizas todo? Si lo despisto y luego regreso no significa que me esté volviendo blanda...
¡Raaaarghaaahggg!
Un aullido inhumano y repleto de violenta ferocidad resonó en el tenso silencio. Ada se giró inmediatamente con la Beretta en alto, apuntando hacia la puerta que llevaba a la salida a través de la zona de celdas vacías. Fuese lo que fuese, era algo que estaba en el sótano...
—¿Qué ha sido eso? —preguntó León a su espalda con un susurro.
Ada deseó conocer la respuesta. El eco todavía resonante del aquel feroz aullido no se parecía a nada que hubiese oído antes en toda su vida... y nada para lo que ella estuviera preparada para oír, aun sabiendo como sabía en qué consistían los experimentos de Umbrella.
—Como ya he dicho antes, no pienso abandonar esta celda —repitió Bertolucci, con voz ligeramente temblorosa—. ¡Ahora, largaos antes de que atraigáis a lo que sea eso hasta mí!
Cobarde rastrero...
—Mira, es posible que yo sea el único policía que queda con vida en este edificio —le dijo León.
Algo en la mezcla de miedo y fuerza en el tono de su voz hizo que Ada mirara hacia atrás, hacia él. La mirada del agente estaba fija en Bertolucci, y sus ojos azules mostraban una expresión dura y aguda.
—Así que si quieres seguir con vida, tendrás que venir con nosotros.
—Olvídalo —respondió Bertolucci con brusquedad—. Me quedaré aquí hasta que lleguen los refuerzos... y, si sois listos, haréis exactamente lo mismo.
León meneó lentamente la cabeza.
—Pueden pasar días antes que llegue nadie, así que nuestra mejor oportunidad de sobrevivir es encontrar un modo de salir de Raccoon City. Y ya has oído ese aullido. ¿De verdad quieres recibir una visita de esa criatura?
Estaba impresionada: alguna de las criaturas más monstruosas creadas por Umbrella estaba cerca de ellos en ese instante, y León estaba intentando salvar el despreciable pellejo del periodista.
—Me arriesgaré —dijo Bertolucci—. Buena suerte en lo de salir. Vais a necesitarla...
El desastrado periodista se acercó hasta los barrotes y paseó su mirada del uno al otro mientras se pasaba la palma de la mano por el grasiento cabello.
—Escuchad —dijo con voz más amable—. Existe una perrera en la parte trasera del edificio que tiene un portillo de acceso. Podéis llegar hasta las alcantarillas desde allí. Probablemente es el modo más rápido de salir de la ciudad.
Ada suspiró en su interior. Estupendo: se acabó su ruta secreta de acceso a los laboratorios de Umbrella. Si dejaba atrás a León y lo despistaba, sólo tardaría cinco minutos en encontrarla de nuevo.
Siempre puedes matarlo, si no queda más remedio. También puedes despistarlo en el interior de las alcantarillas y regresar luego por Bertolucci mientras él te despeja el camino.
A diferencia de Bertolucci, no quería ver ni de lejos a la criatura que había lanzado aquel aullido espantoso, y ahora que sabía que el periodista no se iba a mover de allí, el siguiente paso lógico era despistar al policía.
Hay que ver las cosas que llego a hacer para evitar inútiles derramamientos de sangre...
—Muy bien, voy a comprobarlo —dijo, y, sin esperar la respuesta de León, se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta.
—¡Ada! ¡Ada! ¡Espera!
Ella hizo caso omiso de sus gritos y pasó corriendo al lado de los calabozos hasta llegar al frío garaje, aliviada al ver que el pasillo todavía estaba despejado, y también sintiéndose un poco nerviosa por su repentina resistencia a simplificar la situación. El asunto sería mucho más fácil si se limitaba a eliminarlos a ambos. Era una decisión que habría tomado sin dudarlo ni un segundo si las circunstancias hubieran sido diferentes, pero estaba harta de ver tanta muerte, harta y cansada y asqueada con Umbrella por lo que habían llegado a realizar. No iba a matar al policía a menos que no le quedara más remedio.
¿Y qué ocurriría si llegaba a tener que hacerlo? ¿Y si se daba el caso de que tuviera que elegir entre la vida de un inocente y el éxito de su trabajo?
El solo hecho de estar haciéndose aquella pregunta le indicaba más sobre su estado mental de lo que estaba dispuesta a admitir. Llegó a la puerta de la perrera e inspiró profundamente, expulsando todo rastro de duda de su mente. Entró en las alcantarillas para esperar a León Kennedy.
Capítulo 14
Era tan bella... Incluso muerta, Beverly Harris estaba radiante, pero Irons no podía arriesgarse a que se despertara mientras él no estaba mirando. Dobló con mucho cuidado su cuerpo y lo metió en el armario de piedra que había debajo del lavadero. Lo cerró con el pestillo mientras se prometía a sí mismo que volvería más tarde a por ella en cuanto tuviera tiempo. Ella sería el animal más exquisito que jamás hubiera transformado, eternamente perfecta en cuanto la hubiera preparado de la manera adecuada. Era un sueño hecho realidad. Si tengo tiempo. Si me queda tiempo.
Sabía que estaba compadeciéndose de sí mismo de nuevo, pero no había nadie más con quien desahogarse, nadie que se diera cuenta de la enorme magnitud de todo lo que había sufrido. Se sentía fatal, triste y furioso y solo, pero también sentía que por fin la situación se había aclarado de forma definitiva. Él se había dado cuenta, por fin se había dado cuenta de por qué lo perseguían, y aquel conocimiento le había permitido concentrarse. Por deprimente que fuera la verdad, al menos ya no estaba perdido.
Umbrella. Una conspiración de Umbrella para destruirme, en eso ha consistido todo esto...
Irons se sentó en la desgastada y manchada mesa del Santuario, su lugar privado y especial, y se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que la joven viniera a por él. Aquella que tenía aquel cuerpo tan atlético, aquella que se había negado a darle su nombre. En cierto modo, ella era la responsable de la claridad mental que acababa de encontrar. Se trataba de una ironía que no podía evitar apreciar: había sido su repentina aparición la que le había proporcionado una visión de la verdad.
Ella lo encontraría, por supuesto. Era una espía de Umbrella, y era bastante obvio que Umbrella llevaba mucho tiempo vigilándolo. Probablemente tenían listas de todo lo que poseía, tomos enteros de informes de resultados psicológicos, incluso copias de sus cuentas bancarias. Todo tenía sentido ahora que había dispuesto de un poco de tiempo para pensar. Él era el hombre más poderoso de todo Raccoon City, y Umbrella había planeado su caída hasta el más mínimo detalle, había programado cada golpe bajo para causarle la mayor agonía posible.
Irons se quedó mirando sus tesoros, sus herramientas y sus trofeos dispuestos en las estanterías que tenía frente a él, pero no sintió el orgullo habitual que le inspiraban. Todos aquellos huesos pulidos eran simplemente algo que mirar mientras su mente funcionaba, absorbido como estaba por la traición de Umbrella.
Unos cuantos años antes, cuando había comenzado a aceptar dinero para cerrar los ojos ante los delitos de la compañía, todo había sido diferente. En aquel entonces, todo lo había basado en la política, en encontrar su hueco en la estructura del poder que realmente controlaba Raccoon City. Y todo había funcionado a la perfección durante mucho tiempo: su carrera había progresado, había logrado el respeto de los demás funcionarios y de los ciudadanos por igual, y sus inversiones habían dado fruto en la mayoría de los casos. La vida había sido completamente maravillosa.
Y entonces apareció Birkin. William Birkin, la neurótica de su mujer y la bastarda de su hija.
Después del escape del virus en la mansión Spencer, casi se había convencido de que los STARS y el maldito capitán Wesker habían sido los causantes de todos los problemas, pero ahora veía con mayor claridad que había sido la llegada de Birkin y de su familia, hacía ya casi un año, lo que había dado comienzo a su racha de mala suerte, la destrucción de la mansión Spencer sólo había precipitado la situación. Era muy probable que Umbrella lo hubiera estado vigilando desde el día que conoció a Birkin. Al principio, sólo lo habían vigilado: observándolo, instalando micrófonos y cámaras. Los espías habrían llegado más tarde...
Los Birkin habían llegado a Raccoon City para que William hallara una síntesis superior del virus-T, basándose en las investigaciones que se habían llevado a cabo en los laboratorios de la mansión Spencer. William era a veces muy peculiar y muy desagradable, pero desde el principio le cayó bien a Irons. William había sido el chico prodigio de Umbrella, pero, al igual que Irons, no era del tipo de persona que se vanagloriaba de su posición. William era un hombre humilde, interesado sólo en llevar a su máxima capacidad todo su potencial intelectual. Ambos habían estado demasiado ocupados para desarrollar una amistad profunda, pero habían sentido un respeto mutuo. A menudo, Irons se había percatado de que William lo admiraba...
Y mi mayor error fue permitirlo. Permitir que mi bondad hacia él enturbiara mis instintos, y aquello impidió que me diera cuenta de que me estaban vigilando a todas horas y desde el principio.
La pérdida de los laboratorios de la mansión Spencer había sacudido con bastante fuerza la jerarquía de Umbrella, y sólo unos cuantos días después de la explosión, Annette Birkin se había puesto en contacto con él para entregarle un mensaje de su marido... y para pedirle un favor. Birkin estaba preocupado por la posibilidad de que Umbrella le exigiera que entregara la nueva síntesis, el virus-G, antes de que estuviera realmente lista. Al parecer, estaba bastante insatisfecho con las aplicaciones sufridas por su trabajo anterior. Tenía algo que ver con la prohibición de Umbrella de que perfeccionara el proceso de replicación, pero no lo recordaba con exactitud. Umbrella deseaba recuperarse del desastre económico que había supuesto la pérdida de la mansión Spencer, y los Birkin temían que sus ejecutivos pusieran en peligro la integridad del virus, que todavía no había sido puesto a prueba. Birkin le había pedido ayuda a través de Annette y le había ofrecido un pequeño incentivo económico para que todo fuera justo. Por cien mil de los grandes, lo único que tenía que hacer era ayudarlo a mantener oculto el virus-G. En resumen, vigilar la posible presencia de espías de Umbrella y no perder de vista a los miembros supervivientes de los STARS para impedir que efectuaran más «descubrimientos» sobre sus investigaciones.
Eso era todo. Cien mil dólares por hacer algo que ya estaba realizando: vigilar mi ciudad y no perder de vista a ese pequeño grupo de problemáticos rebeldes. Fácil, dinero fácil, y tendría más si todo salía como estaba planeado. Pero se trataba de una trampa, una trampa de Umbrella...
Irons se había metido de cabeza en ella, y fue en ese preciso momento cuando Umbrella comenzó a conspirar contra él, utilizando toda la información que ya había reunido para sellar su destino. De otro modo, ¿cómo era posible que todo empezase a ir tan mal con tanta rapidez? Los STARS habían desaparecido, después lo había hecho Birkin, y antes de que tuviera tiempo siquiera de estudiar y evaluar la situación, los ataques caníbales comenzaron de nuevo. Apenas le había dado tiempo de aislar Raccoon City antes de que todo se fuera al carajo.
Y todo porque quise ayudar a un amigo, y nada menos que para mayor beneficio de la compañía. Trágico.
Irons se puso en pie y comenzó a andar lentamente en círculos alrededor de la mesa de corte, recorriendo con el dedo los tajos y las cuchilladas marcadas en la madera. Detrás de cada una de aquellas señales había una historia, el recuerdo de un logro. Sin embargo, tampoco esta vez pudo encontrar consuelo en ello. El tranquilo y fresco ambiente del Santuario siempre lo relajaba. Era donde practicaba sus aficiones, donde realmente era capaz de ser él mismo... pero aquello se había acabado. Todo se había acabado. Umbrella había logrado arrebatárselo, lo mismo que le había arrebatado la ciudad. ¿Tan descabellado era pensar que habían soltado su propio virus para derribarlo, para lograr quitarle el poder, y que luego habían enviado a la chica de pelo castaño y de escasas ropas para burlarse de él? Si no, ¿por qué era tan atractiva? Ellos conocían sus debilidades, y estaban dispuestos a sacar partido de ellas, en un intento por impedir que le quedara el mínimo retazo de dignidad...
Y dentro de poco vendrá por mí. Quizá seguirá jugando a ser inocente e ingenua, tal vez todavía intente seducirme con su aspecto de indefensión. Una asesina de Umbrella, una espía y una profesional, eso es lo que es. Probablemente se estaba riendo de mí tras esa linda cara...
Quizás el escape había sido de verdad un accidente. William Birkin había mostrado un aspecto un poco paranoico y exhausto la última vez que se habían visto, y además los accidentes ocurren incluso en la mejor de las condiciones, y no digamos en aquéllas. Pero los demás eran hechos demostrados, y no cabía otra posibilidad para explicar la completa ruina en que se había convertido su vida. Aquella chica iba por él, la había enviado Umbrella y la había enviado para asesinarlo. Y no se conformaría con eso. Oh, no, encontraría a Beverly y... y la profanaría de algún modo, sólo para asegurarse de que no quedaba nada de lo que para él representaba algo en la vida.
Irons miró alrededor, la pequeña estancia que había sido completamente suya, deteniendo la mirada en sus instrumentos, que estaban pulidos por el uso, así como mobiliario, impregnados por los familiares aromas del desinfectante y del formol que también emanaban de las rugosas paredes de piedra.
Mi Santuario. Mío.
Recogió la pistola que estaba sobre su mesa de cortes especiales, la VP70 que todavía era suya, y sintió que una sonrisa amarga curvaba sus labios. Su vida se había acabado, se había dado cuenta de ello. Todo aquel asunto había comenzado con Birkin, y acabaría allí, por su propia mano, pero todavía no. Todavía no.
La chica vendría a buscarlo; él la mataría antes de despedirse definitivamente de Beverly, antes de admitir su derrota pegándose un tiro. Pero antes, él se encargaría personalmente de que la asesina entendiera todo lo que él había llegado a sufrir. Ella pagaría en sus propias carnes cada una de las torturas por las que él había tenido que pasar, y la factura infligiría en sus músculos y en sus huesos todo el dolor que él fuera capaz de causar.
Iba a morir, pero no moriría solo, y no sin oír a la chica gritar de agonía, creando así una voz para la muerte de sus sueños: una voz tan clara y auténtica que su eco llegaría incluso a los negros corazones de los ejecutivos que lo habían traicionado.
La oficina de los STARS estaba vacía y desordenada, además de fría y de cubierta de polvo, pero Claire se resistía a marcharse. Después de su atropellada y aterrorizada huida a través de los pasillos repletos de cadáveres de la segunda planta, encontrar el lugar donde su hermano había pasado sus horas de trabajo durante tantos días la había dejado débil por la sensación de alivio. El Señor X no la había seguido, y aunque estaba ansiosa por encontrar a León y por ayudar a Sherry, descubrió que estaba retrasándose a propósito, que tenía miedo a salir de nuevo a los fríos pasillos sin vida... y que dudaba en abandonar el único lugar donde sentía la presencia de Chris.
¿Dónde estás, hermano mayor? ¿Qué voy a hacer? Zombis y fuego, muerte, tu estrambótico jefe Irons y esa pequeña niña perdida. .. y justo cuando pensaba que esta enloquecida situación no podía empeorar, tengo que enfrentarme a El Ser Que No Quería Morir, la locura de todas las locuras. ¿Cómo voy a superar todo esto?
Se sentó en la mesa de Chris y se quedó mirando la pequeña tira de fotografías en blanco y negro que había encontrado en uno de los cajones de la mesa. Las cuatro instantáneas eran de ellos dos gesticulando y poniendo caras en un fotomatón, un recuerdo de la semana que habían pasado juntos en Nueva York las últimas Navidades. El hallazgo de esas fotografías casi la había hecho llorar, y todo el miedo y la confusión que había contenido surgieron por fin al ver su sonrisa encantadora. Sin embargo, cuanto más miraba su cara o bien la imagen de ellos dos riendo y pasándolo bien, mejor se sentía. No contenta, ni siquiera bien, y no menos temerosa de lo que se avecinaba, simplemente mejor. Más tranquila. Más fuerte. Ella lo quería a rabiar, y sabía que dondequiera que él se encontrase, también estaría pensando en ella. Y si los dos habían sido capaces de sobrevivir a la terrible pérdida de sus padres, de reconstruir sus vidas y de compartir unas locas Navidades a pesar de no tener un hogar propiamente dicho al que ir, podrían enfrentarse a cualquier situación. Ella podría.
Podría y lo haría. Encontraré a Sherry y a León y, si Dios quiere, encontraré a mi hermano, y todos juntos vamos a salir de Raccoon City.
La verdad es que tampoco le quedaba otra opción, pero necesitaba pasar por todo el proceso de la aceptación de su escasez de opciones para poder actuar. Había oído decir que el valor no era la ausencia de miedo, sino la aceptación de ese miedo y de hacer lo que fuese necesario en ese momento. En cuanto estuvo sentada y se quedó pensando en Chris, creyó estar preparada para hacerlo.
Claire inspiró profundamente, se metió las fotografías en el chaleco y se alejó de un pequeño salto de la mesa. No sabía hacia dónde se dirigía el gran Señor X, pero no parecía del tipo de personas que se quedan a la espera. Volvería a la oficina del jefe Irons y comprobaría si Sherry había regresado, o Irons, ya puestos. Si el Señor X todavía estaba por allí, siempre podría echar otra vez a correr.
Además, debería haber registrado su despacho en busca de alguna información sobre los STARS, porque aquí no hay nada que me indique qué ha pasado con ellos...
Echó un último vistazo alrededor allí en medio, de pie, deseando que la oficina de los STARS le hubiera proporcionado algo más de información. Lo único que había encontrado era un libro detrás de la mesa de Chris. Según indicaba la tarjeta de biblioteca que estaba en una de sus solapas, pertenecía a Jill Valentine. Claire no la había conocido personalmente, pero Chris le había hablado de ella en un par de ocasiones y había mencionado que era muy buena tiradora con la pistola...
También es mala suerte que no haya dejado ninguna en el cajón de su mesa.
Estaba claro que los miembros del equipo habían retirado todo el material de importancia después de que los suspendieran, aunque todavía quedaba un número sorprendentemente elevado de objetos personales, desde fotografías enmarcadas hasta tazas de café con el nombre de cada uno. Había descubierto cuál era la mesa de Barry casi en el mismo momento en que entró gracias a la maqueta de pistola de modelismo semiacabada que había en ella. Barry Burton era uno de los mejores amigos de Chris, un tipo enorme como un oso y con una enorme afición a las armas. Claire tuvo la esperanza de que dondequiera que se encontrara Chris, Barry se hallaría cerca de él protegiéndole la espalda... a ser posible, con un lanzacohetes.
Y hablando de eso...
Sobre todo, lo que necesitaba encontrar era otra arma o incluso más munición para la que tenía en ese momento. Solamente le quedaba un cargador con trece balas, un cargador completo, y cuando se le acabaran, estaría lista de papeles. Quizá debería detenerse a registrar algunos de los cadáveres en su camino de regreso al ala este. Incluso a lo largo de su alocada huida se había fijado en que algunos de los cuerpos pertenecían a policías, y también que su pistola era la de ordenanza en algunos de ellos. A Claire no le gustaba ni un pelo la idea de tocar alguno de aquellos cuerpos muertos, pero quedarse sin munición era mucho peor, sin duda, sobre todo si tenía en cuenta que el Señor X todavía estaría dando vueltas por la zona.
Claire se dirigió a la puerta y la abrió, intentando organizar sus pensamientos al mismo tiempo que se asomaba al sombrío pasillo. Dejar atrás la oficina de su hermano puso a prueba su resolución y su fuerza de voluntad. Tuvo que reprimir un estremecimiento cuando recordó la imagen del Señor X mientras cerraba la puerta a su espalda, sintiéndose de repente vulnerable de nuevo. Giró a la derecha y comenzó a regresar hacia la biblioteca. Decidió que no pensaría en el gigante a menos que fuese estrictamente necesario, y que no volvería a hacer pasar por su mente el recuerdo de aquellos ojos inhumanos y sin expresión o el modo en que había alzado su terrible puño, como si estuviese dispuesto a destruir todo lo que encontrase en su camino...
Así que, deja de pensar en ello. En su lugar, piensa en Sherry, piensa en cómo conseguir de una puñetera vez algo más de munición o en cómo manejar a Irons la próxima vez que lo veas. Bueno, eso si lo encuentras. Piensa en cómo mantenerte viva.
El oscuro pasillo de madera giraba de nuevo a la derecha delante de ella, y Claire intentó prepararse para la tarea que la esperaba. Si la memoria no le fallaba, había un policía muerto justo al doblar la esquina...
Como si no pudiera adivinarlo por el olor... Tendría que registrarlo. No presentaba un aspecto demasiado asqueroso. Bueno, al menos a ella no se lo había parecido...
Dobló la esquina y se quedó inmóvil, mirando incrédula. El estómago se le encogió y le indicó que estaba en peligro antes incluso de que sus sentidos se lo advirtieran: el cuerpo sobre el que había saltado en su huida hacia las oficinas de los STARS ya sólo era un montón de carne destrozada, con unos cuantos huesos que sobresalían aquí y allá entre los ensangrentados restos y los jirones de su uniforme. Le había desaparecido la cabeza, aunque no estaba segura de si se la habían arrancado o la habían machacado hasta convertirla en una pulpa irreconocible. Parecía que alguien había pasado con un hacha o con un martillo pilón por allí y se había dedicado a mutilar el cuerpo hasta dejarlo irreconocible durante los breves minutos que habían transcurrido desde que ella había pasado por allí y lo había convertido en poco más que una mancha con relieve sobre el suelo.
Pero cómo, cuándo. No he oído nada de nada...
Algo se movió. Una sombra leve y veloz pasó por encima de los restos aplastados, a unos diez metros de donde se encontraba ella, y al mismo tiempo, Claire oyó un extraño sonido rasposo, como una respiración...
Miró hacia arriba sin estar segura todavía de lo que veía u oía: aquella respiración jadeante y el clac de las garras chocando contra la madera, las propias garras, gruesas y curvadas, las garras de una criatura que no podía existir. Era grande, del tamaño de una persona adulta, pero aquél era el único parecido, y era un ser tan imposible, que su mente sólo fue capaz de admitirlo por partes mientras se esforzaba por unirlas para verlo por entero: la carne sonrosada e hinchada de la criatura desnuda y de largos miembros que colgaba del techo; el tejido blanco y grisáceo de su cerebro parcialmente al aire; los agujeros rodeados de cicatrices donde deberían haber estado los ojos...
No estoy viendo esto...
La criatura echó hacia atrás su redondeada cabeza, y su amplia mandíbula se abrió. Un grueso hilo de baba oscura salió de ella y cayó salpicando sobre lo que quedaba del policía. Aquello comenzó a extender su lengua, una lengua rosada del mismo grosor de una anguila, con la superficie rugosa y brillante por la humedad. Siguió saliendo y saliendo, y dejó de ser una lengua, para transformarse en una serpiente que se desenroscaba y que danzaba de un lado a otro. Era tan larga que incluso atravesó la carne podrida del cadáver.
Todavía incapaz de moverse, Claire se quedó mirando con una horrorizada expresión de incredulidad cómo aquella lengua increíble se enroscaba de nuevo con rapidez, esparciendo gotas de sangre por el aire. Todo aquel movimiento solamente había durado un segundo, pero el tiempo parecía haberse detenido. El corazón desbocado de Claire latía a tanta velocidad que todo lo demás ocurría a cámara lenta... incluso la caída de la criatura al suelo de madera, girando en mitad del aire para aterrizar en una postura agachada sobre el cuerpo mutilado del policía.
La criatura abrió de nuevo la boca y aulló...
Y Claire pudo moverse por fin cuando el extraño y agudo grito surgió de la garganta de aquel otro monstruo. Por fin pudo apuntar y disparar. El rugido del arma de nueve milímetros apagó el aullido que resonaba por el estrecho pasillo...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Y la criatura salió disparada hacia atrás, todavía chillando con aquel grito agudo, y sus garras se agitaron en el aire. Los movimientos espasmódicos de sus patas arrancaron grandes trozos ensangrentados del cuerpo destripado, y Claire vio un pedazo de cuero cabelludo desgarrado con la oreja todavía intacta estrellarse con un sonido húmedo contra la pared y quedarse allí pegado un momento antes de deslizarse lentamente hacia el suelo...
La criatura logró poner sus patas bajo su cuerpo de algún modo y se lanzó hacia adelante con un salto. Avanzó corriendo hacia ella como una araña sobre sus patas a toda velocidad, agarrándose al suelo de madera con sus terribles garras mientras continuaba chillando.
Claire disparó de nuevo sin darse cuenta de que ella también estaba chillando. Otros tres proyectiles se estrellaron contra el ser que se lanzaba contra ella medio agazapado sobre sus patas, y atravesaron la materia gris que sobresalía de su cráneo abierto.
Iba a morir. Se le echaría encima en menos de un segundo y la destrozaría. Sus garras ya estaban a escasos centímetros de sus piernas...
Y entonces, tan repentinamente como había comenzado, el ataque cesó. Todos los miembros de su fibroso cuerpo se estremecieron y se desplomaron mientras un líquido grisáceo brotaba de los agujeros en su cabeza, al mismo tiempo que sus garras rascaban la madera del suelo formando un tatuaje frenético. La criatura lanzó un gemido susurrante final y murió. Esta vez no había posibilidad de error: le había agujereado el cerebro y no se levantaría de nuevo.
Se quedó mirando al monstruo mientras su pasmada mente intentaba relacionarlo con algún animal que conociera, o incluso con algún ser mitológico, pero dejó de intentarlo al cabo de unos momentos al darse cuenta de que era imposible. Aquello no era una criatura natural, y ahora que estaba tan cerca, también pudo olerla: era un olor menos penetrante que el de los zombis. Era un hedor más agrio, con un ligero tono aceitoso, más químico que animal...
Ya podría oler a galletas de chocolate, me importa una mierda. Raccoon City está repleta de monstruos, así que ya va siendo hora de que dejes de quedarte pasmada cada vez que veas uno de ellos.
El tono autoritario de su conciencia no era demasiado convincente. Por mucho que quisiera sentirse decidida y valiente, que quisiese hacer pasar sus piernas una por una por encima de aquella criatura monstruosa y seguir con su plan, se quedó allí de pie unos instantes, considerando muy seriamente la idea de regresar a las oficinas de los STARS, meterse dentro, cerrar la puerta con llave y esconderse. Esconderse hasta que llegase la ayuda. Allí podría estar a salvo...
Vamos, decídete. Haz algo. Una cosa u otra, pero deja de dudar y de lloriquear, porque ya no se trata sólo de ti. ¿También estará Sherry a salvo todo el rato? ¿Quieres sobrevivir a costa de su vida?
El momento de duda pasó. Claire pasó con cuidado por encima de la criatura procurando no rozar ni siquiera su roja carne al descubierto y se agachó al lado de los restos del policía. Con el cañón de su arma echó a un lado un desgarrado y ensangrentado trozo de uniforme. Tragó saliva varias veces, con el estómago en la garganta, mientras registraba la carne podrida y los huesos rotos esforzándose en no pensar quién había sido el policía o cómo había muerto.
Nada. Sólo le quedaban siete balas... pero se negó a dejarse llevar por el pánico y, en lugar de eso, dejó que su desilusión alimentara su determinación de continuar. Si podía registrar un cuerpo destrozado como aquél, podía registrar cualquier otro.
Claire se puso en pie mientras echaba un último vistazo al deforme ser que había matado y luego se dirigió con rapidez hacia el extremo del pasillo. Había tomado una decisión: se acabó el esconderse y el huir llena de miedo. Como mínimo, podría llevarse unos cuantos monstruos por delante, lo que elevaría las posibilidades de Sherry de sobrevivir.
Era mejor morir intentándolo que no intentarlo en absoluto. No dudaría más.
Capítulo 15
León encontró a Ada en la perrera, intentando levantar el oxidado portillo de acceso del que les había hablado el periodista. Había sacado una palanqueta de algún lado y tenía metida su punta bajo el borde de la pesada tapa de metal. Sus bíceps perfectamente definidos brillaban ligeramente debido a la capa de sudor mientras se esforzaba por empujar la barra hacia abajo. Había logrado levantar la tapa un par de centímetros, pero la dejó caer de nuevo cuando él entró, y el poderoso chasquido metálico resonó en la fría y vacía estancia.
Antes de que León pudiera decir nada, ella dejó a un lado la palanqueta en el suelo de cemento y lo miró medio sonriente, frotándose las manos cubiertas de óxido y polvo.
—Me alegro de que estés aquí. No creo que tenga la fuerza suficiente para levantarlo yo sola...
No había estado seguro antes, pero la actitud de fragilidad e indefensión que ella adoptaba no le pegaba. Estaba procurando engañarlo o, al menos, lo intentaba con sutileza. Sólo conocía a Ada desde hacía veinte minutos, pero dudaba mucho que jamás se hubiese sentido indefensa en una situación semejante.
—A mí me parece que te las apañas bastante bien —repuso León mientras enfundaba su arma, pero no se acercó al portillo para ayudarla. Se limitó a cruzarse de brazos con el entrecejo ligeramente fruncido. No estaba furioso: sólo sentía un poco de curiosidad—. Además, ¿qué prisa tienes? Pensé que querías hablar con el periodista. Sobre John, tu amigo de Umbrella...
Su actitud de dama en apuros desapareció en un instante y sus rasgos adquirieron una expresión dura y fría, pero no desagradable. Le dio la impresión de que le estaba permitiendo ver su verdadera personalidad, la mujer de personalidad fuerte y de carácter seguro que había conocido en primer lugar. León se dio cuenta de que la había sorprendido al no apresurarse a ayudarla, y aquello le agradó. Ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse para encima tener que procurar evitar ser manipulado por una misteriosa desconocida. Ella había tenido mucho cuidado en no responder a sus preguntas, pero había llegado el momento de que la señorita Wong le explicase unas cuantas cosas.
Ada se puso en pie y lo miró directamente a los ojos.
—Ya lo has oído: no va a decirnos nada. Y con este lugar poniéndose cada vez más peligroso, la verdad es que no quiero quedarme por aquí mientras espero a desarrollar una buena conciencia... —Bajó la vista, y el tono de su voz se suavizó—. Y, además, ni siquiera sé si John está en Raccoon City. Lo que sí sé es que no está aquí, y quiero salir de la comisaría antes de que los zombis la invadan por completo.
Tenía sentido, pero por alguna razón que no podía precisar, sentía que ella le estaba ocultando algo. Se esforzó durante unos cuantos segundos en pensar un modo educado de decirle que se lo contara todo... y después pensó que más le valía enviar al infierno sus dudas: en aquellas circunstancias, tendría que dejar a un lado las convenciones sociales.
—¿Qué es lo que está pasando, Ada? ¿Sabes algo que no me estás contando?
Ella levantó la vista y lo miró fijamente a los ojos, y León tuvo de nuevo la impresión de que había vuelto a sorprenderla... pero su mirada fría y tranquila seguía tan indescifrable como siempre.
—Sólo quiero salir de aquí —dijo, y la sinceridad de su respuesta estaba fuera de toda duda. Aunque no se creyese nada de lo demás que había dicho, al menos eso último era verdad por completo.
Ojalá fuese tan fácil como decirlo, pero está Claire, e incluso Ben, nuestro conocido desagradable, y Dios sabe cuántos más...
León meneó la cabeza en un gesto negativo.
—No puedo irme. Ya lo he dicho antes: es posible que sea el único policía que queda en todo el edificio, y si todavía hay gente con vida por aquí, mi deber es intentar al menos ayudarla. Y creo que lo mejor sería que te quedases conmigo.
Ada lo miró con otra de sus sonrisas a medias.
—Aprecio de veras tu preocupación por mi seguridad, León, pero puedo cuidar de mí misma.
Él no lo ponía en duda, pero tampoco quería ver puesta a prueba su habilidad para sobrevivir. Bueno, puede que quizás él tampoco fuera un veterano encallecido, pero había sido entrenado para enfrentarse a situaciones de crisis. Al fin y al cabo, era parte de su trabajo.
Además, admítelo: has perdido a Claire, no pudiste ayudar a Branagh, y a Ben Bertolucci le importa un bledo tu supuesta capacidad para protegerlo. Lo que no quieres es fallarle a Ada para colmo. Y, además, no quieres estar solo.
Ada pareció darse cuenta de lo que estaba pensando, y antes de que León pudiera contestarle con un argumento convincente, se acercó hasta él y le puso una mano en el brazo. El brillo de humor desapareció de sus ojos.
—Sé que quieres cumplir con tu trabajo aquí, pero tú mismo lo has dicho: tenemos que encontrar un modo de salir de Raccoon City para intentar buscar ayuda exterior, y las alcantarillas probablemente son el mejor modo de lograrlo.
El suave contacto lo sorprendió... y le provocó una descarga eléctrica en el estómago, una inesperada oleada de calor que lo dejó confundido y desorientado. Logró ocultar su reacción, pero a duras penas.
Ada frunció el entrecejo y continuó hablando.
—Qué te parece esta idea: ayúdame a levantar la tapa del portillo de acceso y echemos un vistazo por ahí abajo. Si el lugar tiene un aspecto peligroso, me vuelvo contigo, pero si no tiene mala pinta... bueno, podemos hablar de nuestro siguiente movimiento.
Quiso protestar, pero la verdad era que no podía obligarla a hacer nada en contra de su voluntad, y también quería demostrarle que no era un tipo machista y sobreprotector, sino que era comprensivo y estaba dispuesta a llegar a un acuerdo con ella...
León, ¿te suena el nombre de «John»? Esto no es una cita, por amor de Dios, así que deja de pensar con las hormonas.
Se sintió incómodo por pensar aquello con la mano de Ada todavía posada sobre su brazo, así que dio un paso atrás y asintió brevemente. Se agacharon juntos al lado del portillo de acceso, y León agarró la palanqueta. La incrustó en la hendidura, bajo la tapa. Apoyó su peso al mismo tiempo que tiraba hacia atrás, y Ada tiró con él. La pesada tapa se levantó con un chirriante sonido de metal contra metal, y León la echó a un lado, dejando el hueco al descubierto... y ambos retrocedieron ante el asqueroso olor que salió a borbotones del negro agujero, un hedor asqueroso, mezcla de sangre, orina y vómitos.
—Aaargghh, ¿a qué demonios huele? —dijo León entre toses.
Ada se sentó en cuclillas con una mano puesta sobre la boca.
—Son los cuerpos de los que murieron en el garaje. Deben de haberlos tirado a todos aquí abajo...
Antes de que León pudiera preguntarle de qué estaba hablando, un grito de puro terror resonó por todo el sótano, atravesando incluso la puerta cerrada. El grito continuó sin cesar, repitiéndose una y otra vez. Era la voz de un hombre, sin duda, pero el grito de terror se convirtió de repente en un lastimero aullido de dolor.
El periodista.
León cruzó su mirada con la de Ada, y vio que ella también había llegado a la misma conclusión a través de su sorpresa. Un instante después, ambos estaban de pie y corriendo mientras desenfundaban sus armas y cruzaron la puerta justo antes de que los gritos cesaran de sonar.
Lo he dejado solo. No debería haberlo dejado solo...
Atravesaron a la carrera el pasillo de los calabozos, y el sentimiento de culpabilidad hizo que León corriera a mayor velocidad de la que se creía posible. Algo o alguien había logrado llegar hasta Bertolucci... y había pasado justo a sus espaldas para hacerlo.
Sherry estaba de pie en mitad del despacho de Irons, frotando con los dedos de una mano su colgante de la suerte mientras deseaba que Claire regresara. Había recorrido a gatas una docena de polvorientos túneles para huir del monstruo y para alejarlo de Claire. Estaba bastante segura de que lo había logrado: no había vuelto a oírlo y, finalmente, había regresado, para descubrir que se había marchado. Mejor: si el monstruo la hubiera encontrado, estaría allí muerta y hecha pedazos.
Pero no está aquí. Aquí no hay nadie...
Sherry se sentó sobre una mesita baja que había en mitad de la estancia, preguntándose qué debía hacer. Se había acostumbrado a estar sola, pero su encuentro con Claire había cambiado aquello. Sherry quería verla de nuevo, quería estar con más gente, quería estar otra vez con sus padres con tanta intensidad que casi le dolía. Incluso quedarse con el señor Irons estaría bien, aunque a Sherry no le gustaba nada de nada. Sólo lo había visto en un par de ocasiones, pero era raro. Era presuntuoso y falso y, además, su oficina le daba miedo. Aun así, estaría dispuesta a aguantar a su lado si eso significaba que ya no estaría sola más tiempo...
Pasos. En el pasillo que daba a la oficina donde ella estaba.
Sherry se puso en pie y echó a correr hacia la puerta abierta que llevaba de vuelta a la sala de las armaduras, con la esperanza de que fuera Claire, pero preparada para echar a correr de nuevo si no lo era. Se puso a cubierto detrás de la jamba de la puerta y contuvo la respiración, mirando el tigre disecado del pasillo y rezando en silencio.
La otra puerta se abrió y se cerró. Oyó unos pasos apagados sobre la gruesa alfombra y tensó su cuerpo, preparada para echar a correr otra vez, al mismo tiempo que intentaba reunir el valor suficiente para asomar la cabeza y echar un breve vistazo...
—¿Sherry?
¡Era Claire!
—¡Estoy aquí!
Regresó corriendo al despacho de Irons y allí vio a Claire, con el rostro iluminado por una radiante sonrisa. Sherry se lanzó en sus brazos abiertos de par en par, tan feliz de verla que casi se echó a llorar.
—Te he estado buscando —le dijo Claire mientras la abrazaba con fuerza—. No vuelvas a irte corriendo de esa manera, ¿de acuerdo?
Claire se arrodilló delante de ella, sin dejar de sonreír, pero Sherry pudo ver en sus ojos grises una sombra de preocupación detrás de aquella sonrisa.
—Lo siento —respondió Sherry—. Tuve que hacerlo o el monstruo habría venido por nosotras.
—¿Qué aspecto tiene? —inquirió Claire un instante después de que su sonrisa desapareciera—. ¿Es algo así como rojo y con unas garras enormes?
Sherry tragó saliva con dificultad.
—¡Los hombres del revés! Has visto uno, ¿verdad?
Aunque le pareció increíble en aquella situación, Claire sonrió mientras meneaba la cabeza.
—Sí, eso fue exactamente lo que vi, un hombre vuelto del revés... Buena descripción.
Se calló y miró a Sherry completamente seria de nuevo y frunciendo el entrecejo.
—¿Hombres? ¿Hay más de uno?
—Sí —asintió Sherry—, pero no se parecen en nada al monstruo. Sólo lo he visto una vez, por detrás, pero es un hombre, un hombre muy alto...
—¿Calvo? ¿Con un abrigo largo? —Claire pareció estar muy interesada.
—No, tenía pelo, pelo castaño. Y uno de sus brazos era muy raro, mucho más largo que el otro.
Claire lanzó un suspiro.
—Estupendo. Parece ser que Raccoon City tiene un monstruo distinto para cada persona. Bueno... —Extendió una mano, tomó una de las manos de Sherry y la apretó—. Ésa es razón más que suficiente para que te quedes a mi lado. Te has portado realmente bien, has cuidado muy bien de ti misma y has sido muy valiente, pero hasta que encontremos a tus padres, creo que ahora soy yo quien debe cuidar de ti. Y si viene el monstruo, yo... yo le patearé el culo, ¿de acuerdo?
Sherry se rió, sorprendida por lo que Claire había dicho. Le gustaba que no le hablara como a una niña pequeñita. Asintió con la cabeza, y Claire le apretó la mano de nuevo.
—Bien. Bueno, así que tenemos zombis, hombres vueltos del revés y un monstruo. Ah, y un tipo grande y calvo... Sherry, ¿sabes qué es lo que ha pasado en Raccoon City? ¿Cómo empezó todo esto? Dime lo que sepas, cualquier cosa que sepas... Seguro que será importante.
Sherry frunció el entrecejo y se puso a pensar.
—Bueno, hubo una serie de asesinatos en mayo, o en junio... murieron como diez personas, y luego ya no murió nadie más, pero atacaron otra vez a alguien la semana pasada.
Claire asintió para darle ánimos.
—Muy bien. ¿Hubo alguien más que sufriera ataques o...? ¿Qué hizo la policía?
Sherry negó con la cabeza, deseando poder ayudarla más de lo que lo estaba haciendo.
—No lo sé. Justo antes de que atacaran a esa chica, mi madre llamó muy enfadada desde el trabajo y me dijo que no podía salir de casa. La señora Willis, nuestra vecina de al lado, vino a mi casa y me hizo la cena, y ella fue la que me dijo lo de la chica. Mamá volvió a llamar al día siguiente, y esta vez me dijo que se habían quedado encerrados en la fábrica y que no podrían ir a casa durante un tiempo. Luego, justo hace tres días, me llamó de nuevo y me dijo que viniera aquí, a la comisaría. Me fui a ver a la señora Willis para saber si iba a venir conmigo, pero su casa estaba a oscuras y vacía. Supongo que para entonces todo estaba ya bastante mal.
Claire la estaba mirando muy fijamente.
—¿Estuviste sola todo este tiempo? ¿Incluso antes de venir a la comisaría?
—Bueno, sí —Sherry asintió—, pero me quedo sola muchas veces. Mi padre y mi madre son científicos. Su trabajo es muy importante, y a veces no pueden dejar lo que están haciendo. Y mi madre dice que yo soy muy autosuficiente cuando quiero.
—¿Sabes qué clase de trabajo hacen exactamente tus padres? ¿En Umbrella?
Claire todavía la miraba muy fijamente.
—Inventan remedios para las enfermedades —contestó Sherry con orgullo—. Y fabrican medicamentos, como los sueros que utilizan los hospitales...
Dejó de hablar poco a poco cuando se dio cuenta de que Claire parecía distraída de repente, con la mirada perdida en el infinito. Ya había visto aquella clase de mirada muchas veces antes, en el rostro de su padre y de su madre: significaba que ya no la estaban escuchando. Sin embargo, Claire volvió a concentrarse en ella en cuanto dejó de hablar y levantó la mano para darle un par de palmaditas en la mejilla y, por alguna estúpida razón, aquello hizo que Sherry quisiera llorar de nuevo.
Porque me está escuchando. Porque quiere protegerme.
—Tu madre tiene razón —le dijo Claire con dulzura—. Eres muy autosuficiente, y que hayas sobrevivido sana y salva hasta ahora significa que también eres muy fuerte. Y eso es bueno, porque las dos vamos a tener que ser fuertes para poder salir de aquí.
—¿Qué quieres decir? ¿Salir de la comisaría? —preguntó Sherry con los ojos abiertos de par en par—. ¡Pero hay zombis por todos lados, y no sé dónde están mis padres! ¿Qué pasa si necesitan ayuda o me están buscando?
—Cariño, estoy segura de que tus padres están a salvo —respondió Claire con rapidez—. Probablemente todavía están en la fabrica, ocultos y a salvo, lo mismo que tú, esperando que llegue alguien de fuera de la ciudad, para, para arreglarlo todo...
—Quieres decir para matarlo todo —la interrumpió Sherry—. Ya no soy una niña, ¿sabes? Tengo doce años.
Claire volvió a sonreír.
—Lo siento. Sí, a matarlo todo. Pero hasta que lleguen los chicos buenos, estamos solas. Y lo mejor que podemos hacer, lo más inteligente, es quitarnos de en medio... alejarnos lo más posible. Tienes razón, las calles no son seguras, pero quizá consigamos un coche...
Esta vez fue Claire la que dejó de hablar poco a poco. Se puso en pie y se dirigió hacia la gran mesa que había en el extremo de la estancia, mirando alrededor mientras caminaba.
—Quizás el jefe Irons dejó las llaves de su coche por aquí, o quizás otra arma, cualquier otra cosa que pueda sernos útil...
Claire vio algo en el suelo, detrás de la mesa. Se agachó y Sherry se apresuró a acercarse a ella, tanto por permanecer cerca como para ver qué era lo que había encontrado. Ya estaba completamente segura de que no quería estar lejos de ella, pasase lo que pasase.
—Aquí hay sangre —dijo Claire en voz baja, tan baja que Sherry pensó que no había querido decirlo pero que le había salido solo.
—¿Y?
Claire levantó la vista y miró la pared sin decoración, ceñuda, y luego bajó los ojos de nuevo para mirar al gran goterón de sangre que se estaba secando en el suelo.
—Para empezar, todavía está húmeda. ¿Y ves el modo en que parece que la han interrumpido? Debería de haber más en esta pared...
Golpeó ligeramente la madera oscura que rodeaba la pared, y luego la propia pared. Percibió una diferencia evidente: mientras en el borde había sonado un golpe seco, en la pared notó un sonido hueco.
—¿Hay una habitación ahí detrás? —quiso saber Sherry.
—No lo sé con seguridad, pero por el sonido parece ser que sí. Y eso explica dónde se fue con... con viento fresco a otro lado. El jefe Irons.
Miró a Sherry mientras comenzaba recorrer con los dedos los paneles de madera que rodeaban la pared, empujándolos uno por uno.
—Sherry, mira alrededor de la mesa a ver si encuentras un botón o una palanquita. Sospecho que el mecanismo de apertura tiene que estar escondido en algún lado por aquí cerca, quizás en uno de los cajones...
Sherry también comenzó a buscar el mecanismo, empezando por la parte de atrás de la mesa... y se cayó al suelo al resbalar sobre un puñado de lápices que no había visto. Se agarró al borde de la mesa para intentar recuperar el equilibrio, pero lo único que logró fue caer sólo de rodillas, aunque con bastante fuerza.
—¡Ay!
Claire llegó a su lado en un momento y le puso un brazo alrededor de los hombros.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo me he... ¡Eh, mira!
Sherry se olvidó de sus doloridas rodillas y señaló con la mano un interruptor que había debajo del primer cajón de la mesa, colocado sobre una pequeña placa de metal. Parecía un interruptor de la luz, pero ella sabía que tenía que ser el botón del mecanismo de apertura de la puerta.
—¡Lo encontré!
Claire extendió la mano y pulsó el interruptor... y una sección de la pared de un par de metros de ancho a sus espaldas se deslizó suavemente hacia arriba, desapareciendo en el techo y dejando al descubierto una habitación escasamente iluminada con las paredes de ladrillos de gran tamaño. Una brisa fresca y limpia entró en el despacho: era un pasadizo secreto, como los de las películas.
Se pusieron en pie juntas y se acercaron a la abertura. Claire mantuvo a Sherry a su espalda con un brazo mientras ella echaba un vistazo en primer lugar. La pequeña habitación estaba completamente vacía. Sólo había tres paredes de ladrillo y un suelo de madera manchado, y medía aproximadamente la mitad del despacho. La cuarta pared albergaba una puerta de ascensor de estilo antiguo.
—¿Vamos a subir? —preguntó Sherry.
Estaba intrigada, pero también bastante nerviosa.
Claire había desenfundado su arma. Se agachó junto a Sherry y le sonrió, pero la niña vio que no era una sonrisa de alegría, y supo lo que Claire iba a decir antes de que abriera la boca.
—Cariño, creo que lo más seguro para las dos sería que yo bajara y echara un vistazo antes mientras tú me esperas aquí...
—¡Pero me dijiste que deberíamos estar juntas! ¡Dijiste que encontraríamos un coche y que nos iríamos! ¿Qué pasa si el monstruo regresa y tú no estás aquí? ¿O si te matan?
Claire la abrazó con fuerza, pero Sherry se sintió frustrada por su inútil ira. Ahora ella le diría que no se preocupase, que el monstruo no vendría, que no ocurriría nada malo... y se iría de todas maneras.
Estúpidas mentiras de los mayores...
Claire se separó de ella y le apartó suavemente el cabello que le había caído en la cara.
—No te culpo por tener miedo. Yo también tengo miedo. Es una situación realmente mala, y la verdad es que no sé qué va a pasar, pero quiero hacer lo correcto, y eso significa que no voy a meterte en una situación en la que puedes resultar herida si puedo evitarlo.
Sherry se tragó las lágrimas que tenía en los bordes de los ojos y lo intentó de nuevo.
—Pero yo quiero ir contigo... ¿Qué pasa si no regresas?
—Voy a regresar —contestó Claire con firmeza—. Te lo prometo. Y si... y si no regreso, quiero que te escondas otra vez, como hiciste antes. Verás cómo alguien llega, y pronto, con ayuda, y te encuentra.
Al menos, estaba siendo sincera. A Sherry no le gustaba, no le gustaba ni un pelo, pero al menos no intentaba mentirle... y por la expresión de su cara, se dio cuenta de que nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión. Podía comportarse como una niña pequeña, o podía aceptarlo.
—Ten cuidado —le dijo con un susurro, y Claire la abrazó de nuevo, se puso en pie y se dirigió hacia el ascensor.
Pulsó un botón que había al lado de la puerta y se oyó un zumbido bajo y lejano. Al cabo de unos segundos, el ascensor apareció a la vista y se detuvo con una suave sacudida. Claire tiró de la puerta hacia un lado para abrirla y entró en su interior, dándose la vuelta para mirar una última vez a Sherry.
—Quédate ahí, cariño —le indicó—. Regresaré en unos minutos.
Sherry se obligó a sí misma a asentir con la cabeza, y Claire dejó que la puerta se cerrara. Pulsó algo en el interior del ascensor y éste comenzó a bajar. Su rostro sonriente se perdió de vista y dejó a Sherry completamente a solas en aquel lugar frío y oscuro.
Se sentó en el polvoriento suelo, abrazó sus rodillas para acercárselas al cuerpo, y luego comenzó a balancearse con lentitud hacia adelante y hacia atrás. Claire era valiente y muy lista, y regresaría pronto. Tenía que regresar pronto...
—Quiero que venga mi mamá—susurró Sherry, pero no había nadie allí para oírla. Estaba sola otra vez, lo que menos quería en el mundo en aquel preciso momento.
Pero soy fuerte. Soy fuerte y puedo esperar.
Apoyó la barbilla en una rodilla, rodeó con una mano la gargantilla que le había regalado su madre para traerle buena suerte y comenzó a esperar que Claire regresara en cualquier momento.
Capítulo 16
Annette Birkin estaba sentada en la sala de monitores del laboratorio. También estaba completamente exhausta, pero aun así no dejaba de mirar la pared de pantallas colocadas sobre la consola de vigilancia. Llevaba allí lo que a ella ya le parecían años, a la espera de que apareciera William, pero empezaba a pensar que nunca lo haría. Esperaría un poco más, pero si no lo veía pronto, tendría que efectuar otra búsqueda.
Maldita tecnología...
Era un sistema completamente nuevo, y llevaba en funcionamiento menos de un mes: veinticinco pantallas con un canal de control que le permitía observar todos y cada uno de los rincones de la instalación. Un magnífico avance en el campo de la seguridad... si no fuera porque sólo once de las pantallas funcionaban y estaban encendidas, y más de la mitad de ellas sólo mostraban estática, con una interminable danza de partículas blancas y negras. Y todo lo que veía en las cinco que mostraban una imagen nítida y definida, lo único que había que ver, eran cuerpos muertos en distintas fases de putrefacción y algún que otro Re3, dándose un banquete o durmiendo...
—Lamedores. Los llamaste lamedores por sus enormes lenguas...
Ella había creído que ya había pasado lo peor de su dolor, pero el solitario sonido de su voz en la fría y cavernosa cámara, y el hecho de darse cuenta de que no habría respuesta, que nunca recibiría de nuevo una respuesta de aquella voz familiar, hicieron que sintiera una nueva oleada de pena. William se había marchado, se había ido definitivamente, y ella estaba completamente sola.
Annette bajó la cabeza hasta la consola de mando y cerró sus cansados ojos. Al menos, no le quedaban más lágrimas. Había derramado un océano de ellas desde el día en que Umbrella había ido a reclamar el virus-G, pero ya estaba demasiado cansada como para seguir llorando. Ahora sólo le quedaba el dolor, mezclado con ataques de furia violenta y desesperada por lo que Umbrella les había hecho a los dos.
Sólo otro mes, como mucho dos, y se lo habríamos entregado. Se lo habríamos entregado sin oponer resistencia, y a William lo habrían nombrado miembro del consejo ejecutivo, y todos habríamos estado contentos. Todo el mundo habría estado satisfecho...
Oyó un suave pitido procedente de una de las pantallas. Annette levantó la vista, con miedo y esperanza a la vez... pero sólo se trataba de un lamedor, una planta más arriba, en la sala de cirugía, Se había dejado caer desde su guarida en el techo para darse otro pequeño festín con lo que quedaba del cuerpo de uno de los técnicos, aullando estúpidamente para sí mismo mientras arrancaba trozos de las tripas del cadáver. El muerto se parecía a Don Weller, uno de los encargados de la planta química, pero no podía estar segura: su cuerpo mutilado tenía un aspecto tan desfigurado como el mismo Re3 que lo estaba devorando.
Se quedó mirando en la pequeña pantalla cómo el lamedor se alimentaba, pero sin verlo realmente. Su mente divagaba repasando lo que le quedaba por hacer. Ya había borrado toda la información que había en las computadoras y había cerrado los códigos de las cuentas atrás. El laboratorio estaba preparado, y su ruta de escape estaba asegurada. Sin embargo, no podía acabar con todo hasta que lo viera de nuevo, hasta que hubiera visto que había regresado a las instalaciones de Umbrella. Destruir el laboratorio no serviría de nada si él no se encontraba dentro del radio de acción de los explosivos. Ellos lo encontrarían y extraerían el virus de su sangre...
Umbrella no lo tendrá. Moriré antes que permitir que lo obtengan, por Dios que lo haré.
Su único consuelo a lo largo de todo ese penoso y horrible asunto era que Umbrella no había podido poner sus codiciosas manos en la última síntesis de William. No lo habían hecho y no lo harían jamás. Todo lo que había participado en la creación del virus-G quedaría enterrado bajo cientos de toneladas ardientes de piedra y madera, junto con William y todos los monstruos que habían creado para la compañía. Se escondería durante una temporada, pasaría un tiempo recuperándose y pensando en sus distintas opciones... y luego vendería el virus-G a la competencia. Umbrella era la mayor compañía, pero no era el único grupo comercial que trabajaba en la investigación de armas biológicas... y, cuando acabara con ellos, ya no serían la mayor compañía. No era una gran venganza, pero era lo único que le quedaba.
—Con excepción de Sherry —susurró Annette, y el recuerdo de su pequeña hija le provocó un espasmo de dolor en el corazón, un dolor diferente, pero un dolor de todas maneras.
Annette había deseado pasar más tiempo con ella desde el mismo día que nació, había planeado concentrarse en Sherry más que en el magnífico trabajo de William. Y, sin embargo, los años habían pasado con rapidez, los ascensos de William habían sido imparables y el trabajo había crecido hasta convertirse en algo irresistiblemente interesante y valioso. Aunque tanto ella como William se habían prometido a sí mismos y mutuamente que desarrollarían una vida más familiar, siempre lo habían ido dejando para otro momento.
Y ahora ya es demasiado tarde. Ya nunca seremos una familia, ya nunca seremos padres juntos. Todo ese tiempo desperdiciado, esclavizados para una compañía que al final nos ha traicionado...
Ya era demasiado tarde. No tenía sentido lamentarse por lo que podía haber sido su vida. Lo único que podía hacer era asegurarse de que Umbrella no sacara nada más de la familia Birkin. William se había ido, pero todavía le quedaba Sherry.
Aquella parte de William seguiría viviendo, y Annette estaba decidida a convertirse en la madre que debería haber sido a lo largo de todos aquellos años. Estaba claro que tendría que esperar y mantenerse alejada mientras la situación se tranquilizaba antes de volver para llevarse a Sherry. Deberían pasar al menos unos cuantos meses, pero la chiquilla estaría a salvo: los policías la enviarían a vivir con la hermana de William. Ambos lo habían establecido así en su testamento...
A menos que Irons continúe con vida. Ese cabrón gordo y codicioso podría encontrar el modo de joderlo todo si tiene la mínima oportunidad.
Tenía la esperanza de que hubiera muerto ya. Aunque no fuese directamente responsable del conocimiento por parte de Umbrella de la existencia del virus-G, Brian Irons era un hombre arrogante y repulsivo con la misma capacidad moral que una babosa. Después de permanecer leal a la compañía a lo largo de años, ellos lo habían comprado por sólo cien mil dólares. Incluso William se había quedado sorprendido, y eso que él tenía una opinión aún peor que ella del jefe de policía...
Vio por la pantalla que el Re3 había acabado su comida. Lo único que quedaba del muerto era un cascarón vacío, con unas costillas arqueadas y ensangrentadas y un cráneo sin rostro. Los indudables colores vívidos de la escena se perdían debido las diversas tonalidades de gris de la pantalla. El lamedor se salió del ángulo de visión de la cámara, dejando a su paso un viscoso rastro de fluidos. Gracias al virus-T, todas las criaturas pertenecientes a la serie de reptiles eran unos asesinos muy eficientes, aunque era evidente que los Re3 tenían fallos de diseño. El más obvio era el cerebro protuberante, pero también poseían un metabolismo terrible y ridículamente elevado. Mantenerlos alimentados había sido una molestia continua.
Eso ya no es un problema. Tienen un montón de carroña de la que disfrutar, y van a tener aún más suerte: dentro de poco tendrán una comida caliente de verdad.
Annette se sentía completamente agotada, y no quería regresar a las instalaciones, pero no podía permanecer allí con la esperanza de que William pasara por delante de una de las cámaras que todavía funcionaban. Lo había oído caminar por el nivel tres, hacía ya unos dos días, pero no lo había visto en al menos el doble de ese tiempo. No podía seguir esperando. La gente de Umbrella probablemente ya estaban intentando entrar. Aunque había borrado por completo el sistema principal, existían otros modos de atravesar las puertas...
Y es posible que William haya encontrado una manera de salir. No puedo seguir negándolo, por mucho que quiera lo contrario.
Había una fábrica abandonada al oeste del laboratorio, una antigua compañía de transporte que había sido adquirida por Umbrella para asegurarse de que los niveles inferiores se mantenían en secreto. Así había sido como Umbrella había logrado construir todo aquel complejo sin levantar sospechas. Habían escondido todo el equipo y el material en los almacenes de la fábrica y luego habían utilizado la carretilla mecánica de transporte de material pesado para llevarlos de un lado a otro. La última vez que ella había comprobado las entradas a la fábrica, estaban completamente selladas, pero aun así, existía la posibilidad de que William hubiera logrado entrar en el lugar y, si había podido acceder a la fábrica, también habría podido entrar en el sistema de alcantarillado.
Annette se a obligó a sí misma a levantarse e hizo caso omiso del dolor y de las agujetas en sus piernas y espalda mientras empuñaba la pistola. No sabía mucho sobre armas, aunque se había figurado con rapidez cómo funcionaba después de...
Después de que vinieran por el virus-G. Los hombres con las máscaras antigás, disparando y corriendo, y William muriendo en mitad de un charco de sangre. No vi la jeringuilla hasta que fue demasiado tarde...
Inspiró profundamente una gran bocanada de aire y se estremeció, intentando dejar a un lado el terrible recuerdo, intentando olvidar el incidente que le había arrebatado a William y que había convertido a Raccoon City en la ciudad de los muertos. Ya no importaba. La tarea que tenía por delante no era agradable y tenía que concentrarse. Estaban los Re3, los humanos infectados en la primera y la segunda etapas, los experimentos botánicos, la serie de arácnidos... Podía toparse con cualquiera de los seres infectados con el virus-T, por no mencionar cualquier cosa que Umbrella hubiese decidido enviar.
Y con William. Mi esposo, mi amado... el primer humano infectado con el virus-G, y que ya no es humano en absoluto.
Había estado equivocada al pensar que ya no le quedaban más lágrimas en su interior. Annette se quedó de pie en mitad de la enorme sala esterilizada, cinco pisos por debajo de la superficie de la ciudad, y se echó a llorar con desesperación, con unos sollozos desgarradores que ni siquiera sirvieron para mitigar un poco el dolor provocado por su soledad.
Haría que Umbrella lamentara todo aquello. En cuanto estuviera segura de que William estaba fuera del alcance de sus científicos, destruiría sus preciosas instalaciones, se llevaría consigo el virus-G y echaría a correr. Iba a asegurarse de que se enteraran y de que entendieran que la habían jodido a base de bien... y que Dios ayudase a cualquiera que se entrometiera en su camino.
Capítulo 17
Ada entró en el bloque de los calabozos sólo un paso por detrás de León, justo a tiempo para ver al periodista salir a trompicones de su celda y caer al suelo.
—¡Ayúdalo! —le gritó León, y pasó corriendo al lado de Bertolucci para echarle un vistazo a la celda.
Ada se detuvo delante del jadeante reportero y, sin hacer caso a la orden, se quedó a la espera para ver si lo que lo había atacado salía de un salto por la puerta de la celda...
Estaba protegido por los barrotes. ¡Cómo demonios ha ocurrido esto?
Esperó apuntando a un lado de León mientras éste se colocaba delante de la celda, con el corazón palpitando a toda velocidad... y vio la sorpresa reflejada en su rostro, el asombro en su cara. El modo en que miró a uno y otro lado del calabozo le indicó que estaba vacía y que no había nada en su interior, a menos que el atacante fuese invisible...
De ninguna manera. Ni siquiera empieces a pensar en algo así, no dejes que esa idea se apodere de tu mente.
Ada se arrodilló al lado del periodista y se dio cuenta inmediatamente de que se encontraba en muy mal estado. De hecho, se estaba muriendo. Se había desplomado en una posición medio sentada, con la cabeza apoyada en los barrotes de la celda adyacente a la suya. Todavía respiraba, pero no tardaría mucho en dejar de hacerlo. Ada había visto aquella clase de mirada anteriormente, con los ojos fijos en un punto más allá de donde se encontraban, además del temblor y de la palidez... pero lo que no había visto era lo que lo había provocado, y eso era lo que más miedo le daba. No se veía ninguna herida, así que supuso que debía tratarse de un ataque al corazón, quizás un infarto... Pero, ¿y el grito?
—¿Ben? Ben, ¿qué ha ocurrido?
Ben clavó su mirada perdida en el rostro de Ada, y ésta advirtió que las comisuras de la boca estaban un poco rasgadas y sangraban. Abrió la boca para hablar, pero lo único que logró articular fue un gruñido ahogado e ininteligible.
León se agachó al lado de ambos, tan confundido como ella. Hizo un gesto negativo con la cabeza hacia Ada, como una respuesta no hablada a una pregunta que no había hecho: no existía pista alguna de lo que había ocurrido.
Ada bajó la vista hacia Bertolucci y lo intentó de nuevo.
—¿Qué ha pasado, Ben? ¿Puedes decirnos qué ha pasado exactamente?
Las temblorosas manos del reportero subieron hasta colocarse encima de su pecho. Logró susurrar una única palabra con un esfuerzo visible.
—Ventana...
Ada no se sintió más tranquila al oír eso. La «ventana» del calabozo medía poco más de treinta centímetros y, desde luego, menos de medio metro, y estaba a una altura de unos dos metros y medio del suelo del calabozo. En realidad, no era más que un pequeño agujero de ventilación que se abría al garaje. Nada podía haber pasado por allí... al menos, nada de lo que ella hubiera leído u oído hablar, y eso significaba que existían peligros para los que no estaba preparada.
Bertolucci todavía estaba intentando hablar. Tanto Ada como León se inclinaron para poder oírlo mejor, esforzándose por entender sus doloridos susurros.
—Pecho. Me arde... duele...
Ada se relajó un poco. Estaba claro: había visto u oído algo fuera de la celda, algo que le había provocado un infarto masivo. Podía comprender eso. Una putada para el periodista, pero aquello le ahorraría el trabajo de tener que matarlo...
Bertolucci extendió una mano de repente y la agarró por el antebrazo, mirándola con tal intensidad que la sorprendió. Su apretón tenía poca fuerza, pero pudo ver la desesperación en sus ojos húmedos, una desesperación y una pena frustrada que le inspiraron un poco de culpabilidad por lo que acababa de pensar.
—Nunca he contado... lo que sé sobre Irons —dijo con un fuerte suspiro. Era obvio que estaba agarrándose a la vida con las dos manos para poder explicarlo todo—. Ha estado trabajando... para Umbrella... durante todo este tiempo. Los zombis... son fruto de... las investigaciones de Umbrella... y él encubrió los asesinatos... pero yo no pude... demostrarlo... iba a ser... mi exclusiva.
Bertolucci cerró sus párpados hinchados, y su respiración se hizo aún más débil mientras sus dedos se separaban sin fuerza ya de su brazo, y ella sintió una oleada de compasión sin poder evitarlo. El pobre idiota: su gran secreto era que Umbrella estaba realizando investigaciones sobre armas biológicas y que Irons lo estaba encubriendo. Habría sido todo un bombazo periodístico, pero, al parecer, ni siquiera había podido conseguir pruebas sobre ello.
No sabe ni una mierda sobre el virus-G, nunca lo ha sabido... y va a morir de todas maneras. Eso sí que es una putada.
—Jesús —dijo León en voz baja—. El jefe Irons...
Ada se había olvidado de lo fuera de onda que estaba el joven policía. Era obvio que se trataba de un novato, tanto en el trabajo como en Raccoon City, pero un par de veces le había parecido tan perceptivo que la había sorprendido. Lo que también estaba claro era que el chaval no era un simple caso de testosterona, sino que tenía en buen funcionamiento la parte de la azotea.
Ya vale. No es mucho más joven que tú. El periodista está a punto de estirar la pata y tienes que ponerte en camino, no preocuparte por el agente Don Simpático...
Bertolucci se estremeció espasmódicamente de improviso, y sus manos agarraron su pecho mientras gemía, con un sonido agudo y lastimero de agonía. Arqueó la espalda y sus dedos se curvaron como garras... y el gemido adquirió un tono líquido cuando la sangre comenzó a salir de su boca como un grotesco surtidor. Los miembros de Bertolucci comenzaron a agitarse mientras se ahogaba y se estremecía al mismo tiempo, con todo el cuerpo convulsionándose a la vez que sus toses esparcían gotas rojas por el aire...
Entonces Ada vio que florecía una gran mancha roja en su pecho, que se extendió por toda su arrugada camisa bajo sus frenéticas manos, y en ese mismo instante también oyó el húmedo chasquido de los huesos al partirse. Se levantó de un salto hacia atrás mientras León sostenía las manos del reportero, sin saber qué era lo que ocurría con exactitud, pero absolutamente convencida de que aquello no era un simple ataque al corazón.
¡Dios Santo! ¿Qué es eso?
Bertolucci se quedó inmóvil de repente; sus ojos se le dieron vuelta y se quedaron en blanco, sin ver ya nada más. La sangre siguió saliendo por sus labios agrietados y Ada siguió oyendo aquel ruido, el horrible ruido de la carne al ser desgarrada, y un instante después vio que algo se movía bajo la húmeda tela de la camisa.
—¡Retrocede! —le gritó Ada a León mientras apuntaba con su Beretta al pecho del periodista muerto.
En la fracción de segundo que tardó en apuntar, una cosa surgió del ensangrentado pecho de Bertolucci. Una cosa del tamaño del puño de un hombre, algo completamente cubierto de pedazos de carne que abrió una boca que no era más que pequeño agujero, pero repleto de agudos dientes cubiertos de rojo, algo que lanzó un agudo aullido. La criatura se contoneó para salir del agujero que ella misma se había abierto, salpicando todo el frío cemento de alrededor con trozos de carne y restos húmedos de tejido.
Salió del cuerpo del periodista con un chorro de sangre y, con un último empujón, cayó al suelo... y salió disparada hacia la puerta abierta que daba a la salida, impulsándose con su cola serpenteante y unas patas que Ada no llegó a ver, dejando un rastro ensangrentado a su paso.
Salió por la puerta antes de que Ada se acordara de que estaba empuñando una pistola. Por primera vez desde que había llegado a Raccoon City, por primera vez en toda su vida, se había sentido tan sorprendida que no había pensado en reaccionar.
Una criatura parasitaria que se alojaba en el pecho y luego lo desgarraba para salir, como sacada de una película de ciencia-ficción...
—Eso era... ¿Has visto...? —logró articular León.
—Lo he visto —dijo Ada en voz baja, interrumpiéndolo.
Se giró, bajó la vista y miró la cara de Bertolucci, inmovilizada para siempre en una angustiosa contorsión de dolor, y luego al agujero del pecho del que todavía rezumaba sangre, justo debajo del esternón.
Su boca, agrietada por las comisuras...
Algo le había implantado la criatura. No sabía qué era y no quería saberlo. Lo que quería era terminar cuanto antes su trabajo y luego alejarse todo lo posible de Raccoon City. De hecho, pensó que jamás había querido algo tanto como aquello último. Cuando se había dado cuenta por primera vez de que se había producido un escape del virus-T, había esperado tener que enfrentarse a unos cuantos organismos bastante desagradables, pero la idea de que uno de aquellos seres fuera introducido o se metiera a la fuerza por su garganta, anidara en su cuerpo como un feto aberrante antes de abrirse paso a mordiscos por tu pecho... si no era lo más horrible que podía imaginarse, desde luego no estaba muy lejos.
Miró a León y dejó a un lado todo intento de parecer razonable. Iba a salir de allí para dirigirse al laboratorio, y era una cuestión que, por supuesto, no estaba dispuesta a discutir.
—Me marcho de aquí —anunció, y se dio la vuelta sin ni siquiera esperar una respuesta por su parte.
Comenzó a caminar en dirección a la puerta, evitando con mucho cuidado pisar el reluciente y sangriento rastro que había dejado el pequeño monstruo.
—¡Espera! Mira, creo que... ¿Ada? Eh...
Ella entró en el pasillo con el arma preparada, pero la criatura no estaba a la vista. El rastro de sangre se desdibujaba y desaparecía por fin en la mitad del pasillo, pero ella dio cuenta de que habían dejado la puerta de la perrera abierta...
Y también han dejado la tapa del portillo de acceso levantada. Estupendo.
León llegó a su altura antes de que hubiera avanzado unos cuantos pasos. Se puso delante de ella, impidiéndole seguir, y Ada pensó por un momento que iba a intentar detenerla por la fuerza.
No lo hagas. No quiero hacerte daño, pero te lo haré si no me queda más remedio.
—Ada, por favor, no te vayas —dijo León, con tono de súplica, no de mando—. Yo... Cuando llegué a Raccoon City, me encontré con una chica, y creo que está en algún lugar de la comisaría. Si me ayudas a encontrarla, podremos salir los tres de aquí. Tendremos muchas más posibilidades...
—Lo siento, León, pero éste es un maldito país libre. Haz lo que debas hacer, y buena suerte, pero yo no pienso quedarme. Ya he tenido más que suficiente. Si... cuando salga de aquí, te enviaré ayuda.
Ada lo empujó ligeramente para pasar por su lado, con la esperanza de no tener que utilizar de verdad la violencia, deseando poder decirle que no intentara detenerla, decirle lo peligroso que sería para él siquiera intentarlo... cuando León volvió a sorprenderla.
—Entonces, te acompañaré —concluyó. La miró directamente a los ojos, con una mirada decidida y firme—. No voy a permitir que te vayas sola. No quiero que nadie más... No quiero que sufras daño.
Ada se quedó mirándolo, sin saber qué decirle. Ahora que Bertolucci estaba muerto, no quería tener que dejar colgado y a solas a León en las alcantarillas. No sería demasiado difícil: sabía que el sistema de alcantarillado era muy extenso. Sin embargo, era tan puñeteramente amable, estaba tan decidido a ser servicial, que ella estaba empezando a... no querer que le pasara nada malo. Todo habría sido mucho más fácil si simplemente se hubiera tratado de un capullo con una actitud machista...
Vale, pues haz pedazos tu tapadera. Dile que eres una agente privada que estás intentando robar el virus-G y que no quieres ni necesitas compañía. Cuéntale el alivio que sentiste cuando el periodista estaba a punto de palmarla, o que no tienes ninguna clase de problema con eso de matar, siempre que sea por una buena causa: que te paguen. A ver si es tan amable y servicial después de eso.
No era una opción. Tampoco lo era intentar convencerlo de que no la acompañara, porque no tendría sentido. Y la verdad es que había una parte de ella, una parte que ella no quería admitir, que quería evitar a toda costa quedarse de nuevo a solas. Ver aquella criatura que se había abierto paso a mordiscos a través del pecho de Bertolucci la había dejado con la sensación de que no era tan invulnerable como a ella le gustaba pensar que era.
Bueno, pues entonces deja que venga contigo al laboratorio y, en cuanto encuentres un lugar seguro, lo dejas allí. Si no hay daño, no hay mal.
León seguía mirándola fijamente, como si estuviese estudiándola, a la espera de su aprobación.
—Vamonos —aceptó Ada por fin, y la sonrisa que él le dedicó, aunque fuera encantadora, la hizo sentir todavía más incómoda.
Comenzaron a caminar hacia la perrera sin cruzar ninguna otra palabra. Ada seguía preguntándose en su interior qué demonios estaba haciendo... y si sería capaz de hacer lo que fuera necesario para cumplir con su trabajo.
Claire estaba de pie delante de una puerta de estilo medieval, situada al final de un pasillo muy parecido a los de los calabozos de aquella época, donde se había detenido el ascensor. El aire en el interior de toda la comisaría era bastante fresco, pero la humedad helada que desprendían las paredes de piedra de aquel pasillo hacía que el ambiente del resto del edificio pareciera de verano. Era como si hubiera descendido a las profundidades de un castillo antiguo, sacado directamente con una maldición de la Edad Media.
Aspiró profundamente mientras decidía cómo iba a entrar. Estaba segura de que al jefe Irons no le gustaría ni un pelo tener una visita sorpresa, pero la idea de llamar a la puerta le parecía ridícula, por no decir peligrosa. Descubrió unas antorchas ardiendo en unos candelabros de la pared a ambos lados de la maciza puerta de madera. La puerta estaba reforzada con tiras de metal oxidado. Si había albergado alguna duda de que Irons estaba como una chota de loco, la visión de aquel pasillo de ambiente frío y ominoso, unido a las antorchas chisporroteantes, le habían despejado cualquier indecisión al respecto.
Un túnel secreto, una estancia oculta con su correspondiente iluminación misteriosa... ¿Qué persona todavía en sus cabales se metería en un lugar como éste? No fue el desastre lo que provocó su locura: Irons estaba chiflado mucho antes de que ocurriera el accidente de Umbrella.
También ahora estaba segura de otra cosa, aunque no tenía pruebas para demostrarlo; cuando Sherry le había dicho en qué trabajaban sus padres para ganarse la vida y lo que había sucedido justo antes de que ella se fuera a la comisaría, algo encajó en el interior de su cerebro. Umbrella realizaba investigaciones sobre enfermedades, y lo que estaba claro era que los habitantes de Raccoon City sufrían un grave caso de algo. Sin duda, se había producido alguna clase de accidente, una especie de escape que había dejado suelta una extraña plaga de zombis...
Deja de divagar.
Claire se mordió el labio inferior, sin saber qué hacer. No tenía la menor duda de que Irons estaba en algún lugar de las cercanías, y de que no deseaba encontrarse de nuevo con él. Quizá debería regresar, reunirse con Sherry e intentar encontrar otro modo o camino de salir de allí. Que aquella zona fuese un lugar secreto no quería decir que necesariamente incluyera una ruta de escape.
Sigues divagando, y Sherry sigue allí arriba y sola. Además, todavía empuñas una pistola, ¿te acuerdas?
Una pistola con muy poca munición. Si esa era la guarida secreta de Irons, seguramente guardaba armas en su interior... o quizá sólo era otro pasillo, uno que se hundía aún más en las profundidades de la comisaría. De todas maneras, seguir pensando de aquel modo no le estaba proporcionando una mierda de información con la que decidir.
Claire apoyó la mano en el pomo de la puerta, inspiró profundamente de nuevo, y empujó para abrirla. La pesada puerta giró lentamente sobre sus goznes bien engrasados. Dio un paso atrás y levantó su arma...
Jesús.
Una estancia vacía, tan húmeda y poco acogedora como el pasillo... pero con una decoración y un mobiliario que le puso la piel de gallina y los pelos de punta. Una única bombilla desnuda colgaba del techo e iluminaba el lugar más tétrico que ella jamás había visto. En mitad del recinto había una mesa, manchada y desgastada, con una pequeña sierra y otras cuantas herramientas y utensilios esparcidos por su superficie. También vio un mellado cubo de metal y una fregona, apoyados en una pared manchada de agua, al lado de un fregadero portátil con manchas secas de algo rojo en su interior. Las estanterías de las paredes estaban repletas de botellas polvorientas y de lo que parecían ser huesos humanos, pulidos y de color pálido, dispuestos como si fueran macabros trofeos. Y el olor. Un olor químico, un hedor ácido y penetrante, que apenas lograba tapar otro olor más siniestro. Un olor a locura.
Incluso el mero hecho de mirar la hacía sentir enferma. «Chiflado» era un término que desde luego se quedaba corto para definir el estado mental del jefe de policía, pero no había nadie más por allí, y eso significaba que podría haber otro pasadizo secreto en el lugar. Además, como mínimo debía entrar para encontrar alguna otra arma.
Claire entró en la estancia después de tragar saliva, aliviada de no haber llevado a Sherry con ella. Ver aquella cámara de torturas le habría producido pesadillas, no era cuestión de exponer a la chiquilla a…
—Quieta, o te disparo ahí mismo.
Claire se quedó de piedra. Cada músculo de su cuerpo se congeló mientras Irons empezaba a reírse detrás suyo, desde detrás de la puerta donde no se le había ocurrido mirar.
Oh Dios mío, oh, Dios, oh, Sherry lo siento mucho.
La risita ahogada de Irons creció hasta convertirse en la carcajada jovial y eufórica de un hombre loco, y Claire comprendió que iba a morir.
Capítulo 18
Tratando de no respirar muy profundamente, León llegó al fondo de la escalera de metal y se giro rápidamente, apuntando su Magnum en la gruesa penumbra. El agua turbia chapoteaba bajo sus botas, y cuando sus ojos se acostumbraron a la escasa luz, vio la fuente del terrible olor.
Partes de ella, en cualquier caso...
El túnel del subsuelo que se alargaba enfrente de él estaba cubierto de trozos de cadáveres, cuerpos humanos que habían sido despedazados. Extremidades, cabezas y torsos estaban esparcidos aleatoriamente por todo el pasaje de piedra, bañados por los pocos centímetros de oscura agua que cubría el suelo.
—¿León? ¿Hay algo? —La voz de Ada resonó desde el círculo de luz encima de la escalera, provocando ecos a su alrededor. León no respondió, tenía su conmocionada mirada fija en la terrible escena, mientras su mente trataba de reunir las partes trituradas para calcular un número.
¿Cuántos? ¿Cuántas personas?
Demasiados para contarlos. Vio una cabeza sin cara, con el largo pelo envolviéndola en una nube.
El tronco decapitado de una mujer gruesa, con un pecho sobresaliendo del agua y meciéndose a su compás. Un brazo todavía dentro de los restos hechos jirones de la manga de una camisa de policía. Una pierna desnuda, que aún llevaba un calcinador de gimnasia puesto. Una mano agarrotada, con los dedos blancos y relucientes.
¿Una docena? ¿Veinte?
—¿León?
El tono de la voz de Ada se había agudizado un poco.
—Está... Está bien —contestó mientras se esforzaba para que su voz no sonara entrecortada—. No se mueve nada.
—Voy a bajar —dijo ella.
Se alejó un poco de la escalerilla para dejarle sitio y recordó algo que ella había dicho antes sobre unos cuerpos arrojados allí...
Ada saltó desde el último peldaño de metal y lanzó unas cuantas salpicaduras por el túnel. Los ojos de León ya se habían adaptado lo suficiente a la escasa luz para advertir el gesto de asco en sus delicados rasgos. Asco, y algo parecido a la tristeza.
—Se produjo un ataque en el garaje —dijo Ada en voz baja—. Catorce o quince personas murieron...
Su voz se desvaneció poco a poco y dio un paso para pasar a su lado y echar un vistazo desde más cerca a los restos mutilados. Cuando habló de nuevo, su voz reflejó un tono de preocupación.
—No llegué a presenciar el ataque, pero no creo que los despedazaran de ese modo...
Levantó la vista y registró el techo del túnel con la mirada, empuñando con mayor fuerza su pistola. León siguió la dirección de su mirada, pero sólo vio piedras cubiertas de moho. Ada meneó la cabeza y bajó de nuevo la vista hacia la escena cargada de restos humanos.
—Los... zombis no hicieron esto. Algo destrozó los cadáveres de esta gente cuando ya estaban muertos.
León sintió un escalofrío por la espina dorsal. Eso era precisamente lo último que quería oír en medio de esa oscuridad húmeda y apestosa, rodeado por cadáveres descuartizados.
—Así que no estamos seguros aquí abajo. Deberíamos subir de nuevo y...
Ada comenzó a avanzar, esquivando los restos humanos. El ruido de sus pasos cuidadosos y del pequeño oleaje que provocaban parecía resonar por todo el túnel, que se encontraría en absoluto silencio si no fuese por ellos.
Maldita sea. ¿No hace caso a nadie, o sólo le pasa conmigo?
León la siguió, vigilando dónde ponía los pies, y extendió su mano libre para tocarle el hombro.
—Al menos, deja que yo vaya delante, ¿de acuerdo?
—Bueno —admitió ella con un tono casi exasperado, aunque no del todo— Tú diriges.
Se colocó delante de ella y avanzaron de nuevo. León intentó dividir su atención entre la oscuridad que tenía por delante y los empapados trozos de carne y hueso que tenía a sus pies. Un poco más delante, el túnel giraba hacia la derecha, y en la aceitosa superficie del agua se veía un ligero reflejo luminoso. Los restos humanos disminuyeron poco a poco.
León se detuvo sólo un momento para descolgarse la escopeta Remington del hombro y comprobar que hubiera un cartucho en la recámara. Fuese lo que fuese lo que hubiera descuartizado a los cadáveres, no parecía estar cerca, pero quería estar preparado por si decidía regresar.
Ada esperó sin decir palabra, aunque él podía sentir su impaciencia. Se preguntó, y no por primera vez, si le ocultaba algo más. León tenía miedo, y también tenía frío y estaba cansado. Temía que algo le hubiera ocurrido a Claire, que quizá todavía estaba dando vueltas por la comisaría... pero ni siquiera sabía si Claire todavía estaba viva. No se había sentido nada tranquilo con la idea de que Ada se metiera en una mala situación estando sola.
Ada, en cambio... Parecía tranquila y con los nervios bajo control, como un soldado veterano, y lo único que expresaba era un irritado deseo de continuar adelante con todo el asunto... y, si apreciaba de algún modo su presencia a su lado, se estaba esforzando mucho por no demostrarlo. No es que él necesitara o quisiera su gratitud...
Pero ¿no es cierto que la mayoría de la gente se sentiría contenta y aliviada de tener a su lado a un policía? ¿Aunque fuera uno novato?
Puede que no, y no era el lugar ni el momento adecuado para empezar a realizar preguntas. León dejó de pensar en aquello y comenzó a andar de nuevo, pasando con cuidado por encima de un trozo de carne masticado que no pudo identificar con exactitud.
—Para —le susurró Ada de repente—. Escucha.
León tensó su cuerpo, con la Remington en una mano y la Magnum en la otra. Inclinó la cabeza hacia un lado para intentar escuchar mejor, pero sólo oyó el lejano y constante gotear del agua... y un suave pataleo. Un sonido rápido pero aleatorio, como martillos envueltos en tela que golpearan una superficie cubierta de tela. Fuese lo que fuese, se estaba acercando a ellos, procedente de la esquina del túnel que se veía un poco más adelante.
¿Por qué no oímos el chapoteo? ¿Por qué no se oyen las pisadas en el agua si...?
León retrocedió un paso y levantó sus dos armas ligeramente al recordar el modo en que Ada había mirado antes al techo... y fue cuando la vio, la vio y sintió que su corazón se detenía en mitad de un latido. Era una araña del tamaño de un perro grande, que se deslizaba por encima de las húmedas piedras de la parte superior de la pared interior, con las puntas de sus peludas y huesudas patas resonando...
No es posible...
En ese preciso instante oyó unas tremendas detonaciones casi al lado de su oreja derecha. Bam, bam, bam. El resplandor procedente de la boca del cañón de la pistola iluminó brevemente el túnel cuando él disparó a su vez, y el eco de los estallidos resonaron a lo largo de todo el túnel mientras la gigantesca araña caía de la pared y se estrellaba contra el agua con un chapoteo.
Se irguió de nuevo y continuó avanzando hacia ellos, herida, arrastrando dos de sus múltiples patas a través del agua sucia mientras de su grotesco cuerpo redondeado escapaban unos oscuros fluidos. Saltó por encima de una cabeza humana, y el cráneo rodó hacia un lado cuando lo rozó con su abdomen hinchado. León distinguió sus brillantes ojos negros, cada uno del tamaño de una pelota de ping-pong... y apretó el gatillo de la escopeta, sin siquiera sentir el tremendo retroceso del disparo, con su atención totalmente centrada en aquella araña inconcebible. La descarga le acertó de pleno, y destrozó su cara imposible en mil pedazos. La araña se dio la vuelta de espaldas y se deslizó hacia atrás, con sus gruesas patas estremeciéndose mientras se curvaban sobre su peludo cuerpo.
León cargó de nuevo su escopeta con los oídos zumbando y con el corazón en la boca. Su mente le decía que era imposible que hubiera salido disparada hacia atrás una araña de aquel tamaño, que tenía que haberse desplomado bajo su propio peso, que había algo erróneo en todo aquello...
Ada pasó a su lado dándole un empujón mientras le gritaba.
—¡Vamonos! ¡Puede que vengan más!
León echó a correr detrás de ella, obligado por el atrevido comportamiento de Ada a dejar a un lado su asombro. Atravesó a la carrera la oscuridad, pasando por encima de los restos humanos y de la araña muerta, una araña que no debería haber existido jamás en la ciudad de Raccoon City que él había conocido.
—Suelta tu arma —le ordenó Irons, y ella lo hizo, dudando sólo un momento.
La Browning cayó al suelo con un chasquido metálico, y Irons tuvo que reprimir el deseo de echarse a reír otra vez. Apenas era capaz de creer la forma tan estúpida en la que ella se había comportado. Estaba claro que la asesina de Umbrella se había confiado en exceso, entrando en su Santuario como si el lugar le perteneciera, y su actitud engreída le iba a costar la vida.
—Date la vuelta, muy lentamente, y mantén las manos donde yo pueda verlas —le dijo, sin dejar de sonreír.
¡Ah, que victoria tan fácilmente gloriosa! Era la última vez que Umbrella lo subestimaba de aquel modo.
La chica obedeció de nuevo, girando lentamente con las manos levantadas y abiertas, para mostrar que estaban vacías. La expresión de su cara era impagable: sus bellos rasgos estaban congelados en una máscara de miedo y asombro. No se había esperado algo como aquello. Sin duda, había creído que sería una tarea fácil eliminar a Brian Irons. Después de todo, no era más que un hombre desmoralizado, una sombra de su antigua personalidad, con su ciudad y su forma de vida arrebatadas por completo...
—Te has equivocado, ¿verdad? —dijo mientras sentía que se le acababa el buen humor y surgía de nuevo la rabia.
Mantuvo su VP70 apuntada hacia su rostro ridículamente joven. Era insultante: habían enviado a una chiquilla para realizar el trabajo sucio. Aunque fuera una tan bonita como aquélla...
—Tranquilícese, jefe Irons—dijo la muchacha.
Incluso furioso como estaba, él se sintió complacido al oír la tensión en su seductora voz, las huellas del miedo bajo su inútil súplica. Iba a disfrutar de aquello, mucho más incluso de lo que se había imaginado...
Pero antes, quiero unas cuantas respuestas.
—¿Quién te envía? ¿Es Coleman, de la sede central? ¿O las órdenes las recibes de mucho más arriba...? ¿De la junta directiva, quizá? No tiene sentido que intentes mentirme, ya no importa.
La chica se quedó mirándolo, con los ojos abiertos de par en par simulando que estaba confusa.
—Yo... Yo no sé de qué me está hablando. Por favor, debe tratarse de una equivocación...
—Oh, claro que ha habido una equivocación —respondió Irons con desprecio—. Tú la has cometido. ¿Cuánto tiempo lleva Umbrella vigilándome? ¿Cuáles eran tus órdenes exactas? ¿Se suponía que tenías que matarme directamente o Umbrella quería que yo sufriera un poco antes de eso?
La muchacha no respondió inmediatamente. Era obvio que estaba intentando decidir qué podía contarle. Era muy buena, y la expresión de su rostro sólo dejaba ver un miedo atroz, pero él se dio cuenta de lo que realmente pensaba.
La he pillado. Se ha dado cuenta de que no pienso dejarla con vida, así que va a intentar ocultarme la verdad incluso en un momento como éste. Joven, pero bien entrenada.
—Vine a Raccoon City en busca de mi hermano —repuso con lentitud con sus ojos grises fijos en la boca del arma de Irons—. Era miembro de los STARS, y yo sólo quería...
—¿Los STARS? ¿Eso es lo mejor que puedes inventarte?
Irons se rió con amargura mientras meneaba la cabeza. Los STARS de Raccoon City se habían marchado mucho antes de que todo se fuera a la mierda, y de lo último que se había enterado era de que Umbrella ya había «reconvertido» a la organización para sus propios propósitos y que estaba trabajando para eliminar a todos aquellos que no se vendieran al mejor postor. Como tapadera para su misión, no servía de mucho.
Pero hay algo que...
Entrecerró los ojos y estudió con mayor detenimiento su cara pálida y nerviosa.
—¿Y quién dices que es tu hermano?
—Chris Redfield. Usted lo conoce... Yo soy Claire, su hermana, y no tengo ni idea de lo que ha hecho Umbrella ni nadie me ha enviado para matarlo.
Habló con rapidez, tartamudeando en su intento por decírselo todo.
La verdad es que se parecía a Redfield, pensó, por lo menos en los ojos... aunque el motivo por el que ella pensaba que aquello la iba a ayudar era un misterio para Irons. Chris Redfield siempre había sido un jovenzuelo pomposo e irrespetuoso que lo había desafiado abiertamente en muchas ocasiones. De hecho, cuando lo pensó de nuevo...
—Redfield estaba trabajando para Umbrella, ¿verdad?
Mientras se lo preguntaba en voz alta, Irons se dio cuenta de que estaba en lo cierto, y su furia se incrementó como una marea roja, como un calor infernal que recorrió sus venas y le hizo sentirse enfermo.
Incluso mis empleados, desde el principio, todos unas traicioneras marionetas de Umbrella.
—La mansión Spencer, las acusaciones contra Umbrella.., todo fue un montaje. Le ordenaron que causara problemas para distraerme, y así ellos podrían robar el nuevo virus de Birkin...
Irons dio un paso hacia Claire, casi incapaz de evitar apretar el gatillo a pesar de lo que había planeado para ella. La muchacha dio un paso atrás mientras ponía las manos por delante con las palmas vueltas hacia él, como si quisiera protegerse de su furia justiciera.
—Así es como se enteraron los miembros de los STARS de cuándo debían marcharse de la ciudad —dijo con un gruñido—. ¡Les avisaron de que se fueran de la ciudad antes de que se produjera el escape del virus-T!
Él dio otro paso hacia ella, pero Claire se había detenido, con los ojos aún más abiertos de par en par.
—¿Quiere decir que Chris no está en Raccoon City?
Su leve susurro de esperanza sólo logró aumentar la ira que le recorría el cuerpo, y el sentimiento fue tan poderoso que superó la rabia, y centró sus intenciones en algo mucho más brutal y preciso. No era suficiente que hubiese sido traicionado por Umbrella y por los STARS, no era suficiente que hubiese sido manipulado, atormentado, perseguido...
No. No, además esta chiquita tiene que mentirme, una espía y una asesina procedente de una familia de traidores. Toda una vida dedicada al servicio, toda una vida de experiencia y sacrifico personal, y ésta es mi recompensa.
—Una bofetada en la cara —dijo en voz baja, con un tono de voz tan frío como el salvajismo que lo invadía, convirtiéndolo en el cazador—. Me tratas como si fuera idiota. Ni siquiera me muestras el respeto de mentirme en condiciones.
Extendió el brazo que sostenía su pistola y caminó hacia ella. Cada paso era deliberado y premeditado, y esta vez, él se dio cuenta de que su miedo era real por el modo en que retrocedía, por la manera en que sus labios temblaban y su pecho respiraba entrecortadamente de una forma casi deliciosa. Estaba aterrorizada e intentaba buscar con la vista un arma o un modo de salir de allí mientras lo observaba, todo al mismo tiempo. No logró ninguna de las tres cosas mientras él seguía avanzando.
—Yo tengo el poder —le dijo—. Éste es mi Santuario, éste es mi dominio. Tú eres la intrusa. Tú eres la mentirosa, tú eres la malvada... y voy a despellejarte viva. Voy a lograr que grites, zorra, voy a hacer que desees no haber nacido nunca. Te pagasen lo que te pagasen, no habrá sido lo suficiente.
Ella retrocedió hasta una de las estanterías, tropezando con la pata de la mesa de trabajo, y casi se cayó sobre la puerta de una salida que estaba en la esquina. Irons la siguió mientras sentía aquella emocionante y bella sensación de poder recorrerle el cuerpo, mientras se notaba cada vez más excitado por su indefensión.
—¡Por favor! ¡Yo no soy quien usted se cree que soy! ¡Usted no quiere hacer esto en realidad!
Sus patéticos razonamientos lo hicieron detenerse y soltar una carcajada. Deseaba aumentar su terror, deseaba que sintiera que su control de la situación era absoluto. Estaba situada entre una estantería llena de trofeos y la trampilla del hueco oculto. Irons permaneció a una distancia prudencial, disfrutando de la mirada que se veía en los relucientes ojos de la muchacha: el pánico que sentía un animal atrapado, un animal indefenso, un animal de carne tibia y blanda, de fácil manejo...
Irons se lamió los labios, y su mirada hambrienta recorrió la esbelta silueta de su presa. Otro trofeo, otro cuerpo que transformar... y ya iba siendo hora de que pusiera manos a la obra, de que...
¡Raaaargggh!
¿Qué demonios...?
La trampilla que cubría la entrada al subsótano salió disparada por los aires, partiéndose con un crujido terrible, y una de las grandes astillas se clavó en la cadera de Irons. Trastabilló, incapaz de comprender lo que había ocurrido... Él tenía el control, y sin embargo, algo había salido mal, terriblemente mal...
Algo le agarró el tobillo. Algo que lo apretó con tanta fuerza que oyó cómo crujían los huesos. Sintió un dolor agudísimo que le subía por la pierna... y cruzó su mirada con la de la chica, cuyos ojos mostraban ahora un nuevo terror, y en aquel breve instante de contacto, quiso decirle tanto... Quiso decirle que no era una mala persona, que era un buen hombre, que era un hombre que nunca mereció que le pasasen todas las cosas que le habían pasado...
Pero aquello que lo tenía agarrado pegó un tremendo tirón. Irons cayó al suelo, soltó su arma, y fue arrastrado hacia los gritos, hacia el dolor y hacia la bestia que lo esperaba allí debajo.
Capítulo 19
Un momento antes, Irons estaba de pie delante de ella, mirándola a los ojos con una increíble expresión de odio... y un momento después, había desaparecido. Fue arrastrado por el suelo hasta el agujero por un brazo al que apenas logró ver, del que sólo distinguió unos músculos goteantes y unas garras de unos treinta centímetros. Desapareció de su vista en un instante, llevándose consigo a Irons hacia la oscuridad inferior.
Oyó otro tremendo rugido de la criatura, un aullido poderoso y salvaje que fue inmediatamente superado por el grito aterrorizado y lastimero de Irons. Claire se quedó petrificada por los penetrantes sonidos, incapaz de moverse, mientras los sentimientos de asombro, alivio y miedo recorrían simultáneamente su cuerpo, oyendo los horribles gritos que surgían del agujero abierto y azotaban sus oídos en el frío y tenebroso subterráneo que Irons había creado...
Hasta que los gritos fueron interrumpidos por un gorgoteo, un segundo o dos después... cuando comenzaron los húmedos y rasposos sonidos de carne al ser arrancada y devorada.
Claire se movió. Recogió del suelo la pistola que Irons había dejado caer y corrió alrededor de la mesa situada en mitad de la estancia, deseosa de no ser agarrada y arrastrada del mismo modo que lo había sido él.
Lo ha matado. Lo ha matado, y él iba a matarme...
La fuerza de lo que acababa de ocurrir, de lo que habría ocurrido, golpeó su conciencia de repente, provocando que sus piernas se convirtieran en gelatina. Claire se obligó a sí misma a alejarse un poco más de la trampilla y a desplomarse contra una pared que rezumaba humedad, aspirando grandes bocanadas del aire estancado y cargado de aromas químicos.
Había planeado matarla, pero no matarla de golpe. Ella había visto que su mirada cargada de locura había recorrido su cuerpo de arriba abajo, había sentido el ansia en su enloquecida risa...
Percibió un gruñido bajo procedente de la esquina, un sonido bestial, el gruñido de un león que se ha hartado de carne. Claire levantó su arma, sorprendida de ser todavía capaz de sentir horror... cuando algo surgió del agujero, algo que agitaba los brazos. Claire disparó, pero el tiro salió completamente desviado. Una botella de cristal de una de las estanterías explotó al mismo tiempo que aquello aterrizaba en el suelo...
Y entonces vio que era Irons, aunque sólo la mitad de él. Algo lo había cortado por la mitad, el ser que había tirado de él lo había partido en dos. Todo lo que hasta hacía escasos segundos estaba por debajo de su gruesa cintura había desaparecido, y unos jirones de piel y de músculo colgaban sobre el charco de sangre que se estaba formando y que sustituía a sus piernas.
Claire retrocedió hacia la puerta, con su arma todavía apuntada hacia la abertura, y oyó a la criatura, al monstruo, aullar de nuevo. El eco del rugido se fue desvaneciendo hacia una lejanía que ella no podía imaginar. Un segundo más tarde, dejó de oírlo: se había marchado.
El monstruo de Sherry. Ese era el monstruo de Sherry.
Se acercó lentamente hacia el destrozado cuerpo del jefe Irons, hacia la vacía oscuridad del agujero... sólo que no todo era oscuridad. Pudo ver que hasta allí llegaba un poco de luz procedente de algún lugar inferior, la suficiente para darse cuenta de que había otro piso por debajo, lo que parecía la rejilla metálica de una pasarela industrial... y una escalera que llevaba hasta ella.
Un subsótano... ¿Una salida?
Se alejó de la abertura, con sus pensamientos desorganizados y persiguiéndose, intentando absorber toda la información que le había proporcionado Irons. Chris ya no estaba en Raccoon City, los demás miembros de los STARS también se habían marchado. Aquello representaba un alivio maravilloso, pero también terrible, porque significaba que él no estaría por los alrededores para ayudarla. Se había producido un escape de los laboratorios de Umbrella, lo que al menos explicaba los zombis, pero ¿qué era lo que había dicho sobre Birkin...? No, sobre el virus de Birkin, que además... era el padre de Sherry.
Y quizá los zombis son el resultado de algún tipo de accidente de laboratorio, pero ¿cómo se explicaban las demás criaturas, como el Señor X y los hombres vueltos del revés?
El modo en que Birkin había maldecido a Umbrella sugería que, aunque el accidente había sido algo inesperado, la compañía farmacéutica no era una víctima inocente. ¿Cómo lo había llamado?
—El virus-T —dijo en voz baja, y se estremeció—. Habló del nuevo virus de Birkin, y del virus-T...
La enfermedad de los zombis tenía un nombre, y no se pone un nombre a algo a menos que se conozca bien, lo que significaba que...
Lo que significaba que no tenía ni idea de lo que quería decir todo aquello. Lo único que sabía era que ella y Sherry tenían que huir de Raccoon City, y que aquel subsótano podía ser una vía de escape. No era un callejón sin salida, eso seguro, porque el monstruo que había matado se había marchado a algún lugar...
¿Y de verdad quieres seguirlo?¿Con Sherry, además? Podría regresar... y si es cierto que la está buscando...
No era una idea muy agradable. Sin embargo, tampoco lo era salir a la calle, y la comisaría ya estaba repleta de Dios sabía qué otras criaturas. Claire comprobó cuánta munición le quedaba al arma que Irons había utilizado para amenazarla. Contó diecisiete balas. No eran suficientes para repeler a todas las criaturas de la comisaría... pero sí, quizá, para mantener a raya a un monstruo...
Era una posibilidad, pero ella estaba dispuesta a correr el riesgo. Claire inspiró profundamente y luego dejó escapar el aire con lentitud, intentando calmarse. Tenía que mantener sus nervios bajo control, si no por ella, al menos por Sherry.
Se dio la vuelta y bajó la vista para contemplar los restos destrozados del jefe de policía. Había sido un modo terrible de morir, pero no logró sentirse triste. Irons había estado dispuesto a violarla y a torturarla, se había reído cuando ella le había suplicado por su vida, y ahora era él quien estaba muerto. No se alegraba por ello, pero tampoco iba a derramar una lágrima por lo ocurrido. Su único sentimiento al respecto era que debía tapar lo que quedaba de él antes de ir en busca de Sherry y bajar de nuevo. La chica ya había visto suficiente violencia para toda una vida.
Tú y yo, las dos, chiquilla —pensó Claire con cansancio, y comenzó a mirar a su alrededor en busca de alguna tela suficientemente grande para cubrir el cadáver del jefe Irons.
León la alcanzó en el frío pasillo de estilo industrial que llevaba a la entrada de las alcantarillas, a unos cuantos pasos del subsótano inundado. Ada había echado a correr para adelantarse a él y poder colocar las llaves que les permitirían acceder a las alcantarillas. No quería tener que explicarle cómo las había conseguido. Apenas le había dado tiempo a arrojarlas a un cuarto de calderas antes de que las botas del policía resonaran en los peldaños metálicos a su espalda.
Al menos, no tengo que fingir que tengo que recuperar el aliento…
Ada se dio cuenta por su expresión que tenía que suavizar la situación, así que comenzó a hablar en el mismo instante que él entró en el sombrío pasillo.
—Siento haber echado a correr —se disculpó mientras le sonreía con nerviosismo—. Es que odio las arañas.
León frunció el entrecejo y la miró fijamente. Al ver la mirada de sus ojos azules, Ada se dio cuenta de que tendría que hacerlo mucho mejor, que tendría que esforzarse mucho más. Dio un paso hacia él para acercarse un poco, no lo bastante como para invadir su espacio personal, pero sí lo suficiente para que él sintiera el calor de su cuerpo. Mantuvo el contacto visual e inclinó un poco la cabeza hacia atrás para resaltar la diferencia de altura entre ellos dos. Era un pequeño detalle, pero en su experiencia profesional, los hombres por lo general respondían de forma adecuada a los pequeños detalles.
—Supongo que tengo mucha prisa por salir de aquí —dijo en voz baja, y dejó de sonreír—. Espero no haberte preocupado.
Él bajó la mirada, pero no antes de que ella advirtiera un destello de interés. Estaba confundido y algo aturdido, pero, desde luego, estaba interesado en ella, por lo que se sorprendió mucho más cuándo León dio un paso atrás para alejarse.
—Bueno, pues sí, has hecho que me preocupe. No vuelvas a hacerlo, ¿entendido? Puede que no sea un gran policía, pero al menos lo estoy intentando... y sólo Dios sabe con qué nos podemos topar aquí abajo. —La miró de nuevo a los ojos, y siguió hablando en voz baja—: Vine contigo sólo porque quiero ayudarte, quiero hacer mi trabajo, y no puedo hacerlo si sigues lanzándote a la carga de ese modo. Además —dijo con una leve sonrisa—, si sales corriendo, ¿quién va a ayudarme a mí?
Esta vez le tocó a Ada mirar hacia otro lado. León estaba siendo completamente sincero con ella y admitía sin reparos el miedo que estaba sintiendo. Además, la respuesta que había dado a su insinuación no demasiado sutil había sido dar un paso atrás y decirle que quería ser un buen policía.
Está interesado en mí, pero no se va a dejar arrastrar por sus hormonas. Y, para colmo, es lo bastante hombre para admitir delante de mí que su habilidad como policía no es la mejor del mundo.
Ella se vio obligada a responder a su sonrisa, pero le costó trabajo.
—Haré todo lo que pueda—respondió.
León asintió y se dio la vuelta para registrar con la vista el pasillo, dejando a un lado la conversación, para alivio de Ada. No estaba segura de lo que pensaba de él, pero se estaba dando cuenta, y se sentía incómoda por ello, de que su respeto por él aumentaba a cada momento. Aquello no era nada bueno, si se tenían en cuenta las circunstancias que rodeaban todo el asunto.
No había mucho que ver en el húmedo y escasamente iluminado pasillo: dos puertas y un callejón sin salida. El cuarto de calderas, donde ella había tirado las llaves (aunque más bien eran clavijas como las de los aparatos de música), estaba delante de ellos, y la entrada a las alcantarillas, en una esquina posterior. Según el cartel que había en la pared, la otra puerta daba paso a un pequeño cuarto de almacenamiento.
Ada siguió a León cuando éste se dirigió hacia la puerta más cercana, la del cuarto de almacenamiento, pero se mantuvo a su espalda mientras él la abría con el cañón de su Magnum y entraba con cuidado. Unas cajas, una mesa, un camastro... Nada importante, pero al menos no se habían encontrado con más bichos amenazadores. Después de un rápido registro, él salió de nuevo al pasillo y se dirigieron hacia el cuarto de calderas.
—Bueno, ¿y cómo has aprendido a disparar de ese modo? —preguntó León cuando se detuvieron delante de la puerta. Su tono de voz era indiferente, pero ella creyó detectar algo más que una simple curiosidad—. Lo digo porque eres muy buena. ¿Estuviste en el ejército o algo así?
Buen intento, señor agente.
Ada sonrió, y se dispuso a interpretar de nuevo su ya practicada personalidad de tapadera.
—Pistolas de pintura, aunque no lo creas. Ya sabes, esas que disparan bolas rellenas de pintura. Asistí a una partida con mi tío cuando era una jovencita, y no me atrajo demasiado, pero hace unos años, un amigo de la galería de arte donde trabajo como compradora, en Nueva York, me llevó, bueno, casi me arrastró a uno de esos fines de semana de supervivencia para descansar, y fue toda una experiencia. Me lo pasé genial. Ya sabes: escalamos montañas, hicimos senderismo, de todo eso, y además, otra vez pistolas de pintura. Es divertidísimo, así que vamos una vez cada dos meses, más o menos, aunque nunca pensé que tendría que utilizarlo en la vida real.
Ella se dio cuenta de que él la creía, de que quería creerla. Probablemente era la respuesta a muchas de las preguntas que se había estado haciendo sobre ella, unas preguntas que no se había atrevido a plantear.
—Bueno, pues eres mucho mejor tiradora que algunos de mis compañeros de academia. De verdad. Entonces, ¿estás dispuesta a seguir adelante?
Ada se limitó a asentir. León abrió la puerta que daba al cuarto de calderas. Paseó la mirada por la antigua y oxidada maquinaria que había en aquel amplio espacio antes de indicarle a ella que podía entrar. Ada se esforzó por no bajar la mirada, para que fuese León quien encontrase el pequeño envoltorio que ella había tirado allí minutos antes.
Ella no había mirado a fondo el lugar cuando tiró las llaves. El cuarto, que tenía forma de H mayúscula puesta de lado, disponía de unas barandillas oxidadas y estaba dominada por dos enormes calderas viejas, una a cada lado. Unos cuantos tubos fluorescentes lanzaban pequeños chasquidos por encima de ellos, y la luz de los pocos que todavía funcionaban provocaba una serie de extrañas sombras al tropezar con las tuberías por las paredes repletas de manchas de humedad. La puerta que llevaba al sistema de alcantarillado estaba en la esquina izquierda más alejada. Divisó un portón de hierro de aspecto pesado y, a su lado, un pequeño panel.
—Eh... —León se agachó y recogió del suelo el puñado de clavijas que ella había tirado allí y que, sabía, abrirían el portón—. Parece que a alguien se le ha caído algo...
Antes de que Ada pudiera comenzar a fingir y a preguntarle qué había encontrado, oyó un ruido. Era un sonido suave, como el de algo que se arrastrara, procedente de la zona de la esquina derecha trasera, que estaba tapada por una de las calderas.
León también lo oyó. Se puso en pie con rapidez, dejando caer el puñado de clavijas al mismo tiempo que alzaba la escopeta. Ada también apuntó con su Beretta hacia el punto de donde provenía el ruido, y de repente recordó que la puerta estaba entornada cuando ella llegó procedente del subsótano.
Oh, mierda. El implante.
Sabía lo que era incluso antes de que apareciera ante su vista arrastrándose... y, aun así, se quedó pasmada. La pequeña criatura había crecido, y había crecido muy deprisa, hasta alcanzar un tamaño veinte veces superior al inicial, logrado en otros tantos minutos... y todavía seguía creciendo, al parecer, a un ritmo exponencial. En los pocos segundos que tardó la criatura en llegar hasta el centro de la estancia, pasó de tener el tamaño de un pequeño perro hasta la altura y el grosor de un niño de diez años.
La forma también había cambiado, estaba cambiando, todavía. Ya no era aquella pequeña bestezuela alienígena que se había abierto camino a mordiscos para salir del pecho de Bertolucci. Le había desaparecido la cola, y la criatura que avanzaba centímetro a centímetro sobre el oxidado suelo de metal había desarrollado unas extremidades, unos brazos que se extendían desde su gomosa carne. Vio unas garras que empezaban a sobresalir de su oscura y cambiante piel, acompañadas de un sonido chasqueante como el del cartílago al partirse. De repente, comenzaron a crecerle piernas, al principio blandas como el agua, pero a medida que tomaban forma, los músculos y los tendones adquirieron fuerza, y la criatura comenzó a caminar de un modo más ágil, casi felino.
La escopeta de León y la pistola de Ada dispararon al mismo tiempo, y una serie de fuertes estampidos se intercalaron con el sonido más agudo de los proyectiles de nueve milímetros. La criatura continuó cambiando, alargando su figura e intentando ponerse en pie mientras adoptaba una figura humanoide. Su respuesta a los estruendosos disparos que atravesaban con sonido húmedo su pellejo fue abrir la boca y vomitar un chorro de proyectiles de bilis verde y podrida...
Unos proyectiles que cayeron al suelo y comenzaron a moverse. El chorro que había surgido de sus fauces estaba vivo, y la docena de criaturas similares a cangrejos que habían estado semiocultas en el chorro parecían saber con exactitud dónde se encontraba la amenaza a su fétido y mutante progenitor. Las escurridizas y reptantes criaturas se lanzaron como un silencioso enjambre en dirección a León y Ada mientras el monstruoso implante daba un enorme paso hacia adelante, con unos tendones saltones de su cuello increíblemente largo y grueso.
León tenía una mayor potencia de fuego...
—¡Yo me ocupo de ellos! —gritó Ada mientras apuntaba y disparaba contra el más cercano de los verdes y diminutos cangrejos. Eran veloces, pero ella fue más rápida: apuntó y disparó, apuntó y disparó, apuntó y disparó, y los pequeños monstruos fueron estallando uno tras otro en fuentes de fluidos oscuros y espesos, y muriendo tan silenciosamente como se acercaban.
León disparó una y otra vez con la escopeta, pero Ada no podía mirar en su dirección para comprobar cómo le iba con la bestia madre. Quedaban cinco de las pequeñas criaturas, y sólo le quedaban tres balas...
Y en ese momento oyó que la escopeta golpeaba el suelo, y el estampido de un tono más grave pero menos potente de los proyectiles de la Magnum de León resonó a través de toda la estancia metálica mientras ella eliminaba a otras dos criaturas antes de que el percutor golpeara con un chasquido seco sin que le respondiera el sonido de un disparo.
Ada soltó la Beretta sin pararse a pensar y se tiró al suelo. Agarró la escopeta por el cañón, rodó hacia León y se quedó agachada a su lado, fuera de su línea de tiro. Blandió el arma con fuerza y dos de los seres mutantes quedaron reducidos a pulpa por la pesada culata... pero el tercero, el último, saltó hacia adelante de forma completamente inesperada... y aterrizó en su muslo, agarrándose con sus patas con puntas como garras. Ada soltó la escopeta gritando mientras el animal se deslizaba velozmente por su pierna, y su peso húmedo y tibio casi la hizo enfermar de asco.
—¡Fuera, fuera, FUERA!
Cayó hacia atrás, manoteando frenéticamente contra la criatura que ya le había logrado llegar al hombro y se dirigía hacia su cara, hacia su boca...
Y en ese preciso instante, León la agarró del otro hombro y la levantó con rudeza con una mano mientras con la otra agarraba a la criatura. Ada se tambaleó sobre él y lo cogió de la cintura para no caerse. El bicho se enganchó con fuerza al tejido de su traje de noche, pero León lo tenía agarrado con mayor fuerza. Lo arrancó de allí y, mientras lo arrojaba al otro lado de la habitación, gritó:
—¡Mi Magnum!
El arma estaba metida en el cinturón de León. Ada la sacó de un tirón y vio que la criatura aterrizaba cerca del monstruoso ser que la había lanzado contra ellos, y que yacía destrozada por los disparos de León...
Y disparó contra ella, logrando acertarle de lleno a pesar de no estar en una postura adecuada para disparar y a pesar del pánico que sentía por haber estado a punto de ser implantada con uno de aquellos seres. El pesado proyectil rebotó con un sonido metálico, levantando una lluvia de chispas y restos oxidados, y reventó a la criatura, convirtiéndola en una fea mancha en la pared. Destrozada.
Nada se movió a continuación, y los dos se limitaron a quedarse allí de pie durante unos instantes, apoyados el uno contra el otro como si fueran los supervivientes de un accidente repentino y catastrófico, lo que en cierto modo era verdad. Todo aquel tiroteo había durado menos de un minuto, y habían salido de él sanos y salvos... pero Ada no se engañaba sobre lo cerca que había estado de morir, ni sobre lo que acababan de lograr matar.
El virus-G.
Estaba completamente segura de ello. El virus-T no hubiera podido lograr crear una criatura tan complicada, no sin al menos un equipo de cirujanos. Además, ella la había visto crecer. ¿Cuan grande, cuan poderosa habría llegado a ser aquella criatura si no la hubieran encontrado cuando lo hicieron? Tal vez la bestia era alguna clase de experimento preliminar con el virus-G, pero ¿y si se trataba de un escape? ¿Qué pasaría si existían más criaturas como aquélla?
Las alcantarillas, la fábrica, los niveles subterráneos... Lugares oscuros y resguardados, lugares secretos, donde puede estar creciendo cualquier cosa...
Fuese cual fuese la situación, el camino hacia el laboratorio ya no le parecía un paseo y, de repente, Ada se alegró de que León hubiese decidido acompañarla. Ya que insistía tanto en ir el primero, si algo los atacaba, ella tendría muchas más probabilidades de sobrevivir...
—¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?
León, que todavía la tenía agarrada de un brazo, la miraba con unos ojos llenos de preocupación sincera. Ada se dio cuenta de que podía olerlo muy bien. Desprendía olor a jabón, a limpio, y lo empujó para alejarlo. Extendió la mano con la que empuñaba la Magnum para devolverle su arma y luego se estiró el vestido. Se dedicó a observarlo con cuidado como si buscara alguna rotura, para no tener que mirarlo.
—Gracias, pero no tienes por qué preocuparte. Estoy bien.
Le salió en un tono más desagradable del que ella pretendía, pero se sentía confundida y nerviosa, y no sólo por el feroz ataque seguido del intento de implante. Lo miró, y no estuvo segura de cómo sentirse al ver que su respuesta había pillado a León con la guardia bajada. Parpadeó con lentitud, y en su mirada se posó algo parecido a cierta frialdad, lo que indicaba una fuerza de carácter de la que Ada no lo había creído capaz.
—Dijiste pistolas de pintura, ¿verdad? —contestó él con tono neutro. Sin decir una sola palabra más, se dio la vuelta para recoger del suelo el envoltorio que ella había tirado allí minutos antes.
Ada se quedó mirándolo, diciéndose a sí misma que era ridículo preocuparse por lo que pensase de ella. Estaban a punto de embarcarse en un viaje durante el cual quizá tendría que abandonarlo o ver cómo sacrificaba su vida para que ella pudiera salvar la suya propia...
O quizá tenga que matarlo yo misma. No olvidemos eso, amigos y amigas, así que, ¿a quién coño le importa si él piensa que soy una perra desagradecida?
Enderezó el cuerpo. Debería estarle agradecida por recordárselo.
Ada se agachó para recoger la escopeta, sintiendo que debía tener más claras cuáles eran sus prioridades... y un vacío en el interior de su alma al que no había prestado atención desde hacía mucho, mucho tiempo.
Capítulo 20
El señor Irons había sido un hombre muy malo. Un hombre enfermo. Sherry supuso que lo había sabido en cierto modo todo el tiempo, pero el hecho de ver su cámara secreta de tortura, como el taller de algún científico loco, lo confirmó. El lugar era asqueroso, repleto de huesos, de botellas y con un olor incluso peor que el de los zombis. Quizá por todos esos motivos, ver aquel bulto en el suelo, la silueta de un cuerpo incompleto bajo una tela empapada de sangre, no la inquietó ni la mitad de lo que Claire se esperaba. Sherry se quedó mirando el bulto, preguntándose qué había sucedido exactamente.
—Vamos, cariño. Tenemos que continuar —instó Claire.
El tono de alegría forzada en su voz le indicó a Sherry que el cuerpo del señor Irons había sufrido grandes destrozos. Lo único que Claire le había contado era que el señor Irons la había atacado y que luego algo había atacado al señor Irons, y que existía la posibilidad de llegar a un lugar seguro si bajaban por aquel sitio. Sherry se había sentido tan aliviada al ver a Claire sana y salva que ni se había molestado en hacerle preguntas.
No es un bulto lo bastante grande para que quepa una persona entera ahí debajo... ¿Se lo habrán comido en parte? ¿O lo habrán descuartizado?
—¿Sherry? Vamonos, ¿de acuerdo?
Claire apoyó una mano en su hombro y tiró con suavidad de ella para alejarla de lo que quedaba del jefe de policía. Sherry dejó que la llevara hacia un agujero negro que se abría en una de las esquinas y decidió que dejaría las preguntas que tenía en la cabeza para más adelante. Pensó en decirle a Claire que no le importaba que Irons estuviera muerto, pero no quería parecer maleducada o irrespetuosa. Además, Claire sólo quería protegerla, y a Sherry no le importaba en absoluto que lo hiciera.
Claire bajó por la escalera en primer lugar, y después de un instante, la llamó para decirle que el lugar era seguro y que podía bajar. Sherry apoyó los pies con cuidado en los oxidados peldaños de metal, sintiéndose realmente feliz por primera vez desde hacía muchos días. Al menos, estaban haciendo algo. Estaban saliendo de la comisaría y dirigiéndose hacia una ruta de escape. Pasara lo que pasase, se sentía muy bien.
Claire la ayudó a bajar los dos últimos peldaños levantándola y dejándola luego en el suelo. Sherry se dio la vuelta, miró alrededor y abrió los ojos de par en par.
—Vaya —fue lo único que dijo, y la palabra se alejó en un susurro a través de las sombras, de donde regresó como un eco después de rebotar en la superficie de las extrañas paredes.
—Sí —dijo Claire—. Vamos.
Claire comenzó a caminar, y sus botas provocaron ecos metálicos mientras Sherry la seguía de cerca, sin dejar de mirar alrededor con asombro. Era idéntico al escondite de uno de los tipos malos que aparecían en alguna de las películas de espías que había visto, una especie de pasillo industrial en el interior de una montaña o algo así. Estaban en una pasarela metálica rodeada de barandillas, y una sucia luz verde se filtraba a través de la rejilla del suelo procedente de algún lugar que no podían ver. Aunque la pared de la derecha era de ladrillo, la de la izquierda era de roca natural, como la de una cueva. Divisó unas enormes columnas de piedra que se alejaban hacia la oscuridad hasta desaparecer, manchadas también por la misma luz verdosa y fantasmal.
Sherry frunció la nariz por el mal olor. Por muy interesante que fuera el sitio, apestaba a podrido. Tampoco le gustaba el modo en que los ruidos recorrían aquel espacio frío, haciendo que todo pareciera hueco.
—¿Tú qué crees que es este lugar? —preguntó en voz baja.
Claire meneó la cabeza.
—No estoy segura. Por el olor y su localización, yo diría que estamos en la planta de tratamiento de aguas residuales.
Sherry asintió, contenta de saberlo. Y se sintió aún más contenta cuando vio la salida un poco más adelante, justo delante de ellas. El pasillo no era muy largo: giraba a la izquierda hasta llegar a otra escalera al final, una que subía. Cuando llegaron a ella, Claire se detuvo, con aspecto dubitativo. Miró hacia arriba, hacia la abertura, y luego hacia la cueva oscura y vacía.
—Yo debería subir en primer lugar... ¿Qué te parece si subes detrás de mí, pero te quedas en la escalera mientras yo compruebo que no hay peligro?
Sherry asintió, aliviada. Había temido por un segundo que Claire le dijera que se quedara allí abajo y que la esperara, como había hecho antes.
Ni hablar. Este sitio es oscuro, apesta y me da miedo. Si hubiera un monstruo, seguro que estaría por aquí...
Claire subió con facilidad por los peldaños, y Sherry la siguió hasta que salió por el agujero. Luego se quedó agarrada con fuerza a los fríos barrotes de metal. Sólo tuvo que esperar unos cuantos segundos antes de que los brazos de Claire aparecieran para ayudarla a salir.
Estaban de nuevo en terreno firme, en un corto sendero de cemento que parecía luminoso y limpio comparado con la pasarela de la cueva. Sherry supuso que todavía estaban en la planta de residuos, aunque el olor no era tan desagradable, pero a la izquierda del sendero vieron un río inmóvil de aguas residuales, de unos treinta centímetros de profundidad y de un metro y medio o poco más de ancho. El agua fangosa podía correr en cualquiera de los dos sentidos, hacia un túnel bajo y redondo o hacia una gran puerta de metal, cerrada en ese momento. Por encima de ellos vieron una gran galería, pero Sherry no vio ninguna escalera.
Lo que significa que... Puaj, qué asco.
—¿Tenemos que hacerlo? —preguntó a Claire. Claire lanzó un profundo suspiro.
—Me temo que sí. Pero míralo por el lado bueno: ningún monstruo en sus cabales nos seguiría a través de esta porquería.
Sherry sonrió. No había sido un comentario demasiado divertido, pero apreciaba lo que Claire estaba intentando hacer. Era lo mismo que le había impulsado a tapar el cuerpo de Irons o a decirle que sus padres probablemente estarían a salvo en algún lugar.
Está intentando protegerme de lo realmente mal que está la situación.
A Sherry le gustaba aquello, tanto que ya estaba temiendo el momento en que Claire tuviera que marcharse de forma definitiva. Al final, terminaría haciéndolo: tenía una vida en alguna otra ciudad, con sus propios amigos y familiares, y en cuanto salieran de Raccoon City, volvería a su lugar de origen y Sherry se quedaría sola de nuevo. Incluso si sus padres estaban sanos y salvos, estaría sola otra vez... y aunque ella deseaba muchísimo que estuvieran bien, no deseaba tener que separarse de Claire.
Sólo tenía doce años, pero ya sabía desde hacía un par de ellos que su familia era diferente a la mayoría de las demás. Los demás compañeros de la escuela tenían padres que pasaban tiempo con ellos, daban fiestas de cumpleaños y salían de viaje, además de que tenían hermanos y hermanas, e incluso mascotas. Ella nunca había tenido nada que se pareciera a todo aquello. Sabía que su padre y su madre la querían, que la amaban, pero a veces sentía que, sin importar lo buena, lo tranquila o lo autosuficiente que fuese, ella les estorbaba.
—¿Estás preparada?
La voz suave y tranquila de Claire la hizo regresar de nuevo a la situación y le recordó que tenía que estar más alerta. Sherry se limitó a asentir y Claire se metió en el agua oscura y sucia, para luego darse la vuelta y ayudarla a bajar.
El agua estaba fría y grasienta, y le llegaba hasta las rodillas. Era algo asqueroso, pero no completamente repugnante. Claire le indicó con una seña de su pistola la puerta de metal situada a la izquierda, con aspecto de estar tan asqueada como ella.
—Parece que vamos a tener que...
Un fuerte ruido en la galería la interrumpió, y ambas levantaron la vista. Sherry se acercó instintivamente a Claire cuando el ruido se produjo de nuevo. Parecían pasos, pero eran demasiado lentos, hacían demasiado ruido para que fuera algo normal... y Sherry vio a un hombre con un largo abrigo. Sintió que se le secaba la boca por el miedo. Era una persona gigantesca, de más de dos metros de altura, y su cráneo desnudo brillaba con el mismo color blanquecino y enfermizo que la tripa de un pescado muerto. No podía verlo con claridad debido al ángulo en que se encontraba, pero lo que vio fue más que suficiente. Pudo sentir que era algo malo, que había algo muy malo y extraño en él. Aquella sensación irradiaba de él como si fuese una enfermedad.
—¿Claire? —dijo con voz aguda y temblorosa que se convirtió en un gemido cuando aquel ser comenzó a andar de nuevo y a girarse hacia ellas, de forma lenta, muy lenta. Sherry no quería ver su cara, no quería verle la cara a un hombre que era capaz de atemorizarla tanto con el simple hecho de caminar...
—¡Corre!
Claire la agarró por una mano y las dos comenzaron a correr, chapoteando a través del agua espesa en dirección a la puerta. Sherry se concentró en no caerse y al mismo tiempo en rezar para que la puerta se abriera...
Que no esté cerrada, por favor, ¡que no esté cerrada!
También se concentró en no mirar hacia atrás. No quería ver lo que el gigante, el hombre malvado, estaba haciendo. La puerta estaba cerca, pero le pareció que tardaban una eternidad, y que cada segundo se alargaba mientras luchaban contra la resistencia que ofrecía el agua fría y aceitosa.
Trastabillaron hasta llegar a la compuerta y Claire encontró el botón en mitad de un ataque de pánico que hizo que Sherry tuviera aún más miedo. La puerta se abrió por la mitad, y una parte se deslizó hacia arriba mientras la otra se hundía bajo las olas que ellas habían creado.
Sherry no miró atrás, pero Claire sí lo hizo. Fuera lo que fuera lo que vio, la hizo saltar al otro lado de la puerta tirando de Sherry tras de sí hacia el largo y oscuro túnel que se abría más allá de la puerta. Claire comenzó a buscar el botón y lo apretó manoteando en cuanto pasaron el umbral. La puerta se cerró, dejándolas en la oscuridad goteante.
—No te muevas y quédate en silencio —susurró Claire.
Gracias a una difusa claridad procedente de algún lugar por encima de ellas, Sherry pudo ver que Claire mantenía la pistola que empuñaba por delante de ella, apuntando hacia la densa oscuridad del resto del túnel por si aparecía alguna nueva amenaza. Sherry le obedeció, con el corazón palpitante mientras se preguntaba quién, qué era aquel hombre. Era obvio que se trataba del hombre sobre el que Claire le había preguntado antes, pero aun así, ¿qué era? La gente no crecía tanto, y Claire también se había sentido aterrada...
Clinc.
Un ruido metálico y apagado en la pared que estaba a su espalda... y Sherry sintió de repente que al agua comenzaba a correr alrededor de sus pies, una súbita corriente que empezó a tirar de sus tobillos, que le hizo perder el equilibrio... y la hizo tropezar y caer de cara en la fría y asquerosa agua cuando la corriente se hizo aún más fuerte, y tiró de ella hacia atrás. Sherry extendió la mano en un intento por agarrarse a algo, a cualquier cosa, mientras sentía cómo el resbaladizo suelo de piedra corría bajo sus dedos y las rugientes aguas la alejaban y la separaban de Claire.
No puedo respirar...
Sherry pataleó con frenesí, retorciendo su cuerpo, con los ojos picándole por la sucia agua... y logró inspirar una bocanada de aire cuando su cabeza salió por fin a la superficie. En ese momento, se dio cuenta de que estaba en un túnel, un conducto negro como la noche que apenas medía un poco más que los conductos de ventilación de la comisaría. El veloz flujo de agua la arrastraba y Sherry logró seguir respirando el asqueroso aire a bocanadas cada vez que podía a pesar de la velocidad. Se obligó a sí misma a no luchar contra el tremendo poder del líquido turbulento y siseante. El túnel tenía que acabar en algún lugar y, fuese donde fuese, ella tenía que estar preparada para comenzar a correr si era necesario.
Por favor, Claire, por favor. No me abandones...
Estaba perdida, ciega y sorda y se deslizaba a través de la oscuridad cada vez más y más lejos de la única persona que podía protegerla de las criaturas de pesadilla que se habían apoderado de Raccoon City.
Annette ya no tenía dudas sobre si su marido había salido o no de los niveles del laboratorio. Lo había hecho. No sólo la mitad de las entradas al lugar estaban abiertas, sino que, además, las vallas que rodeaban la fábrica habían sido destrozadas. Para colmo, los túneles de alcantarillado, esos túneles que deberían haber estado prácticamente vacíos, en realidad estaban repletos de humanos infectados que sin duda debían proceder del exterior. A pesar de lo avanzado de su deterioro celular, había tenido que abatir a disparos a cinco de ellos para abrirse paso desde el tranvía eléctrico hasta el centro de operaciones del sistema de alcantarillado.
Después de lo que le pareció una eternidad de vadear a través de las aguas oscuras a medio depurar del laberíntico sistema, llegó hasta la plataforma que buscaba. Subió hasta el túnel de cemento mirando con temor la puerta cerrada que estaba a unos cuantos metros de ella. Cerrada y sin daños aparentes: era una buena señal, pero ¿y si había pasado por allí antes de perder todo rastro de inteligencia humana, antes de que se hubiera convertido en un animal violento y sin capacidad de razonar? Es posible que incluso en aquel momento retuviera algo parecido a la memoria. La verdad es que no tenía ni idea de si aquello era posible. Ninguno de los dos había probado el virus-G en los humanos todavía...
¿Y si ha pasado por aquí? ¿Y si ha logrado llegar a la comisaría?
No podía, no consideraría siquiera esa posibilidad. Si tenía en cuenta todo lo que sabía sobre los progresivos cambios quimiofisiológicos, lo que él sería capaz de hacer si el virus actuaba como se suponía que debía actuar, la idea de que llegara a ponerse en contacto con la población no infectada... bueno, era impensable.
La comisaría está a salvo —pensó con firmeza—. Irons será un estúpido incompetente, pero los policías bajo su mando no lo son. Dondequiera que esté William, no puede haber pasado sus barreras.
No podía permitirse el lujo de pensar otra cosa: Sherry estaba allí, si había hecho lo que se suponía que debía hacer y le había obedecido. Además de ser carne de su carne y sangre de su sangre (lo que ya era razón más que suficiente para preocuparse por ella, se recordó a sí misma), Sherry tenía un papel muy importante en sus planes de futuro.
Annette se apoyó contra una fría y húmeda pared. Sabía que se le acababa el tiempo, pero fue incapaz de seguir dando ni un paso más sin descansar por un momento. Había confiado tanto en su instinto territorial inscrito en los genes para mantenerlo cerca del laboratorio, había estado tan segura de que lo encontraría, de que su aroma a persona viva lo atraería... pero estaba casi al final de la zona de contención, y todo lo que había encontrado era una docena de sitios por donde podía haber escapado.
Y los de Umbrella llegarán de nuevo dentro de poco tiempo. Tengo que regresar y activar el sistema de auto destrucción antes de que puedan detenerme.
William merecía descansar en paz... pero, además, el hecho de destruir a la criatura que antaño había sido su marido erradicaría cualquiera de sus dudas sobre el éxito de su objetivo. ¿Qué ocurriría si hacía volar por los aires el laboratorio y después descubría que Umbrella lo había capturado? Todos sus esfuerzos, todo su trabajo, todo para nada...
Annette cerró los ojos, deseando que existiera un modo más fácil de tomar la decisión que debía tomar. La verdad era que la muerte de William no era un hecho tan crucial como librarse por completo del laboratorio, y además existían muchas posibilidades de que no lo encontraran, de que ni siquiera fueran capaces de darse cuenta de su transformación...
Y tampoco es que tenga muchas más opciones. No está aquí y no tengo ni idea de dónde está.
Se alejó de la pared con un ligero empujón de las caderas y comenzó a caminar lentamente hacia la puerta. Comprobaría los últimos túneles que quedaban, echaría una ojeada a la sala de conferencias para saber si había sufrido muchos daños y después regresaría. Regresaría y acabaría con lo que Umbrella había comenzado.
Annette empujó la puerta para abrirla...
Oyó el sonido de pasos que resonaban en el pasillo, procedentes de algún punto situado un poco más adelante. El pasillo tenía forma de «T», y los sonidos eran confusos, mezclándose entre sí, por lo que era imposible saber exactamente de dónde procedían. Sin embargo, de lo que estaba segura era de que se trataba de los pasos seguros y decididos de un humano que no había sido infectado. Quizás eran más de uno, lo que sólo podía significar una cosa.
Umbrella. Por fin han vuelto.
Una rabia feroz recorrió todo su cuerpo e hizo que sus manos comenzaran a temblar mientras sus labios se tensaban, dejando al descubierto sus dientes apretados. Tenían que ser ellos, tenía que tratarse de uno de sus espías asesinos. Aparte de Irons y de unos cuantos funcionarios del ayuntamiento, sólo la gente de Umbrella sabía que aquellos túneles todavía estaban en uso... y que llevaban a los laboratorios subterráneos. La posibilidad de que se tratara de algún inocente superviviente de la catástrofe ni siquiera se le pasó por la cabeza, como tampoco se le ocurrió la idea de huir. Levantó su pistola y esperó a que el cabrón asesino e inmisericorde apareciera.
Una silueta apareció ante la vista, una mujer vestida de rojo, y Annette disparó...
Bam.
Pero estaba temblando, aullando en su interior, y el disparo salió desviado por arriba. Rebotó en la pared de cemento con un zumbido agudo. La mujer también llevaba un arma, una pistola que alzó y con la que empezó a apuntar...
Y Annette disparó de nuevo, pero de repente apareció otra figura, una silueta borrosa que cruzó el aire y se puso delante de la mujer, derribándola con la fuerza del impulso de su salto, todo a la vez...
Annette oyó un grito de dolor, un grito de hombre, y sintió una oleada de rugiente triunfo.
Le di. Le he dado a él.
Pero tal vez había más, y no le había acertado a la mujer... y ellos eran asesinos entrenados.
Annette se dio la vuelta y echó a correr. Su sucia bata de laboratorio ondeó y sus zapatos húmedos repiquetearon contra el suelo. Tenía que regresar a toda prisa al laboratorio.
Se le había acabado el tiempo.
Capítulo 21
León se detuvo un momento para ajustarse el correaje del hombro, así que Ada siguió caminando hasta adelantarlo, reflexionando sobre lo sorprendentemente despejados que habían estado los primeros túneles. Si no le fallaba la memoria, el pasillo por el que caminaban llevaba directamente a la sala de operaciones del tratamiento de aguas residuales. Pasada la sala se encontraba el tranvía eléctrico que llevaba a la fábrica y después el ascensor que subía a la superficie. Sin duda, la situación se tornaría más peligrosa a medida que se acercaran a los laboratorios, pero el avance había estado libre de problemas hasta aquel momento, así que se sentía optimista.
León se había quedado incómodamente tranquilo después de que se habían abierto paso hasta las alcantarillas, y sólo había hablado cuando había sido estrictamente necesario: ten cuidado donde pisas, espera un momento, hacia dónde crees que deberíamos ir... Ada no creía que ni siquiera se hubiera dado cuenta de las barreras defensivas que había levantado, pero ella ya era capaz de darse cuenta de lo que pensaba. El agente Kennedy era un tipo valiente, poseía más cerebro que la media, era un tirador excelente... pero no sabía una mierda acerca de las mujeres. Cuando ella le había reventado el intento de tranquilizarla, se había quedado confundido y dolido, y ahora él no sabía cómo comportarse con normalidad con ella, así que había preferido retirarse antes que arriesgarse a que le rechazara otra vez.
Es lo mejor, de verdad. No tiene sentido que lo maneje cuando no es necesario, y me ahorra el esfuerzo de alabar su ego...
Llegó a una intersección del vacío pasillo pensando cuál sería el mejor lugar para separarse de su escolta... cuando vio a la mujer, justo en el momento que ésta le disparaba.
¡Bam!
Ada sintió unos cuantos trozos de cemento caer sobre sus hombros desnudos mientras alzaba su Beretta, y toda una serie fugaz de emociones pasaron por su mente en el instante que tardó en reaccionar. Comprendió que no le daría tiempo a responder al fuego de la mujer y que el siguiente disparo la mataría, y sintió una emoción mezcla de rabia y frustración contra sí misma por ser tan estúpida... y, por último, reconoció a la mujer.
Birkin...
Oyó el estampido del segundo disparo, y algo la golpeó... apartándola a un lado y haciéndola caer al frío suelo mientras León gritaba por el dolor y la sorpresa. Su gran cuerpo tibio cayó sobre ella.
Ada inspiró profundamente mientras comprendía lo que había ocurrido, al mismo tiempo que León rodaba para echarse a un lado y quitarse de encima de ella. Se incorporó hasta sentarse y vio que se agarraba el brazo. Oyó unos pasos apresurados a la vez que la respiración dolorida y entrecortada de León.
Oh, Dios mío. Me cago en la leche...
León había recibido un balazo para salvarla.
Ada se incorporó a trompicones y se inclinó sobre él.
—¡León!
Él levantó la vista hacia ella, con la mandíbula apretada por el dolor. La sangre manaba a través de los dedos de la mano que tenía apretada sobre la herida, en el hombro izquierdo.
—Estoy... bien —logró decir con un jadeo.
Aunque su cara estaba pálida por completo y tenía los ojos enturbiados por el dolor, pensó que él tenía razón. Sin duda, le dolía muchísimo, pero no lo mataría, no debería morir por una herida así.
Me habría matado a mí. León me ha salvado la vida.
Y justo después de aquella idea...
Annette Birkin. Todavía sigue viva.
—Esa mujer... —dijo Ada con un barboteo, con el cuerpo azotado por un sentimiento de culpabilidad mientras se daba la vuelta—. Tengo que hablar con ella.
Ada salió corriendo, dobló la esquina y recorrió a toda velocidad el pasillo, viendo que la puerta seguía abierta. León sobreviviría, estaría bien, y si lograba atrapar a Annette Birkin, toda aquella maldita pesadilla se acabaría. Había memorizado todas las fotografías de los informes: era la esposa de William Birkin y, si no llevaba encima una muestra del virus-G, Ada estaba tan segura como que algún día habría de morir que sabía dónde podría encontrar una.
Atravesó a la carrera la puerta y se detuvo justo antes de caer en otro túnel lleno de agua. Se detuvo el tiempo suficiente como para oír con detenimiento y observar la superficie del agua. No se oían sonidos de chapoteo y todavía quedaban unas cuantas olas lamiendo el borde izquierdo... donde había una escalera atornillada a la pared, que llevaba hasta un hueco de ventilador...
Que lleva a la sala de control.
Ada se lanzó al agua y llegó hasta la escalerilla. Vio un pasillo a mitad del túnel, pero llevaba a un callejón sin salida. Sin duda, Annette había preferido escapar.
Trepó con rapidez por los escalones de metal, negándose a pensar en León (¡porque está bien!), mientras asomaba la cabeza al llegar al hueco del ventilador y comprobaba que el lugar estaba despejado. Doña Doctora todavía estaría corriendo, pero Ada no estaba dispuesta a encontrase de bruces con otra bala.
Entró en el conducto, lo atravesó, echó un rápido vistazo más allá de las inmóviles y enormes palas del ventilador que había en el otro extremo y lo atravesó para bajar por otra escalerilla. La gigantesca estancia de dos pisos que albergaba la maquinaria para el tratamiento de las aguas residuales estaba completamente vacía, con un aspecto tan frío y tan industrial como ella se había esperado. En mitad del lugar se alzaba un puente hidráulico que abarcaba a los dos extremos del lugar y que estaba elevado hasta el nivel donde ella se encontraba, lo que significaba que Annette debía de haber salido por medio de la escalera occidental, la única otra vía de salida. Ada comenzó a pasar las páginas de los mapas que tenía en la mente mientras comenzaba a cruzar el puente. Recordó que bajaba hasta uno de los vertederos del centro de reciclaje...
—¡Suéltala, zorra!
Un grito a su espalda. Ada se detuvo, mientras sentía un pinchazo de dolor en su interior: el pinchazo de una bofetada a su ego. Era la segunda vez que la cagaba, y además en otros tantos minutos, pero no estaba dispuesta a obedecer a la histérica orden de Annette. La puntería de su oponente era una mierda, y Ada tensó el cuerpo, preparada para dejarse caer, darse la vuelta y disparar...
¡Bam! ¡Piiinnnng!
El disparo impactó en el suelo al lado del pie derecho de Ada y rebotó contra el metal oxidado del puente. Annette la tenía bien pillada.
Ada dejó caer la Beretta y levantó ambas manos con lentitud mientras se giraba para mirar cara a cara a la científica.
Jesús, merezco morir por esto...
Annette Birkin comenzó a caminar hacia ella, con una Browning de nueve milímetros empuñada por su mano vacilante. Ada frunció la cara con un mohín de susto al ver la temblorosa pistola, pero también vio que tenía una posible oportunidad al darse cuenta de que Annette se acercaba aún más a ella y que por fin se detenía a menos de tres metros de ella.
Demasiado cerca. Está demasiado cerca y además al borde de un colapso nervioso, ¿verdad?
—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
Ada tragó saliva con dificultad y fingió un ligero tartamudeo al hablar.
—Ada, Ada Wong. Por favor, no me dispare, por favor. No he hecho nada malo...
Annette frunció el entrecejo y dio un paso atrás.
—Ada... Wong. Yo conozco ese nombre. Ada... es el nombre de la novia de John...
Ada abrió la boca de par en par.
—¡Si, John Howe! Un momento... ¿De qué lo conoce? ¿Sabe dónde está?
La despeinada científica la miró fijamente.
—Sé quién eres y quién era él porque trabajaba para mi marido, William. A él le conocerás, por supuesto. Es William Birkin, el creador del virus-T.
Annette pareció pavonearse con una mezcla de orgullo y desesperación mientras hablaba, lo que dio una esperanza a Ada: era una debilidad que podría utilizar. Ada había leído los informes sobre William Birkin: su continua y veloz escalada a lo largo de la jerarquía de Umbrella, sus descubrimientos sobre virología y en las secuencias genéticas... y su ambición científica, que lo había convertido en un auténtico psicópata. Parecía que su mujer estaba en la misma onda, lo que significaba que Annette Birkin no tendría problema alguno en apretar el gatillo para matarla.
Hazte la tonta y no le des ningún motivo para que dude de ti.
—¿Virus-T? ¿Qué es...? —Ada parpadeó, y luego abrió mucho los ojos—. ¿William Birkin? ¿Se refiere al famoso doctor Birkin, el bioquímico?
Ella vio un fugaz sentimiento de orgullo recorrer el rostro de Annette, pero desapareció inmediatamente, y sólo quedó un sentimiento de desesperación. Desesperación y un atisbo de locura amargada en el fondo de sus ojos enrojecidos.
—John Howe está muerto —dijo con frialdad—. Murió hace tres meses en la mansión Spencer. Mi más sentido pésame, pero, de todas maneras, estás a punto de reunirte con él, ¿verdad? ¡No vas a llevarte el virus-G, no vas a quitármelo, no vas a quedártelo!
Ada comenzó a hacer temblar todo su cuerpo.
—¿Virus-G? ¡Por favor, no sé de qué me está hablando!
—Lo sabes —respondió Annette con un gruñido—. Umbrella te ha enviado para que lo robes. ¡No lograrás engañarme! William ha muerto para mí, Umbrella me lo arrebató. ¡Ellos lo obligaron a utilizarlo! Ellos lo obligaron...
Su voz se convirtió en un susurro y su mirada quedó perdida de repente. Ada tensó su cuerpo... pero Annette regresó inmediatamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero la pistola seguía apuntando directamente a la cara de Ada.
—Vinieron hace una semana —susurró—. Vinieron para llevárselo, y le pegaron un tiro a William cuando se negó a entregarles las muestras. Se apoderaron de su maleta, se llevaron todas las pruebas finales de las dos series... excepto la que él había logrado guardar: el virus-G...
De repente, la voz susurrante de Annette se convirtió en un grito, pero en un grito patético y a la vez suplicante en cierto modo.
—¡Se estaba muriendo! ¿No lo entiende? ¡No tenía otra elección!
Ada lo entendió. Lo entendió todo por completo.
—Se lo inyectó a sí mismo, ¿verdad?
La científica asintió, y su pelo rubio y lacio cayó sobre sus ojos.
—Revitaliza las funciones celulares. —Su voz se convirtió en un susurro—. Lo... lo transformó. No vi... lo que le hizo, pero sí vi los cuerpos de los hombres que enviaron para matarlo... y oí sus gritos.
Ada dio un paso adelante para acercarse, levantando la mano como si fuera a consolarla, con todo su rostro transformado en una máscara de comprensión... pero Annette la amenazó con su arma. A pesar incluso de todo el dolor que sentía, no iba a permitir que Ada se le acercase más. Pero casi estoy lo bastante cerca...
—Lo siento tanto —dijo Ada bajando sus brazos—. Así que ese tal virus-G se escapó y ha infectado y transformado a todo Raccoon City...
Annette sacudió la cabeza con un gesto negativo.
—No. Cuando los asesinos de Umbrella... fueron detenidos, el maletín con las muestras se abrió y se rompieron. El virus-T se escapó. Los trabajadores del laboratorio que fueron afectados por el virus transportado por el aire fueron retenidos, pero nadie pensó en las ratas. Las ratas del alcantarillado... —Dejó de hablar un momento, con los labios temblorosos—. A menos que William, mi querido William, haya comenzado a reproducirse implantando embriones, replicándose... No debería haber llegado todavía el momento, pero yo...
Se calló de nuevo y entrecerró los ojos. La locura la invadió otra vez, de un modo tan visible como si una ola la hubiera empapado de arriba abajo. En sus pálidas mejillas aparecieron unas fuertes manchas de rubor y sus ojos comenzaron a brillar por la paranoia. Prepárate...
—No lo tendrás —gritó Annette lanzando un pequeño chorro de saliva que salió de entre sus agrietados labios—. Dio su vida para impedir que lo consiguieseis. Eres una espía de ellos y no lo tendrás...
Ada se agachó y, acto seguido, lanzó todo su cuerpo hacia ella, con los brazos por delante para ponerlos por debajo de los de Annette y así alejar el cañón de la pistola. El arma se disparó y envió un proyectil hacia arriba, donde rebotó contra el techo metálico mientras las dos luchaban para apoderarse por completo de la Browning. Annette era más débil físicamente, pero tenía la desesperación que le proporcionaban el odio y la pérdida que sentía, además de la locura, que le proporcionaba una fuerza bruta tremenda. Pero no piensa...
Ada soltó de repente el arma y Annette trastabilló, desequilibrada y sorprendida por la ausencia de fuerza en aquel lado. Cayó con fuerza sobre la barandilla del puente, y Ada se lanzó contra ella, dándole un codazo en el estómago, justo por debajo de su centro de gravedad...
Y Annette se dio media vuelta en una extraña contorsión, con la boca abierta por la sorpresa y agitando los brazos para recuperar el equilibrio... y finalmente cayó por encima de la barandilla, en silencio y sin soltar ni un solo grito o sonido hasta que su cuerpo impactó contra el suelo, a unos quince metros de distancia, con un golpe sordo.
—Mierda —dijo Ada con un susurro.
Dio un paso y se asomó por la barandilla. Allí estaba, boca abajo e inmóvil, con la pistola todavía empuñada en una pequeña mano blanca.
Esto es estupendo. Me meto de lleno en una emboscada, no una sino dos veces, por todos los demonios, y luego voy y mato a la loca que es la única que sabe dónde pueden estar las muestras...
Un ligero gemido surgió del cuerpo de Annette Birkin... y un instante después, empezó a moverse, arqueando la espalda en un intento por darse la vuelta.
Mierda. Mierda. Mierda.
Ada se dio la vuelta y comenzó a correr por el puente, recogiendo del suelo su Beretta sin detenerse, mientras se apresuraba a acercarse a lo que parecía ser un panel de control situado al lado de la escalera que llevaba al conducto del ventilador. Tenía que bajar el puente, tenía que llegar hasta la doctora Birkin antes de que se alejara arrastrando...
Pero el panel era para poner en marcha el ventilador. Oyó otro gemido, un gemido que sonó un poco más fuerte que el anterior y que resonó por toda la estancia. Ada sabía que no le quedaba mucho tiempo.
El vertedero. Puedo pasar a través del vertedero y regresar por uno de los túneles secundarios...
Comenzó a correr de nuevo, incluso mientras todavía lo estaba pensando, en dirección a la escalerilla occidental, con la esperanza de que la penosa científica estuviese suficientemente herida para no poder moverse en un minuto o dos. Vio una pequeña balaustrada al final del puente y que daba al vertedero, y la escalerilla de metal que colgaba de una abertura en el extremo derecha. Ada bajó todo lo deprisa que pudo, dejándose caer los últimos metros y aterrizando sobre la superficie de metal.
El área del vertedero era una gran zona cuadrada con sus paredes repletas de desechos industriales amontonados contra ellas: cajas rotas, tuberías oxidadas, paneles repletos de cables y cartones que se pudrían poco a poco. Se bajó de la plataforma de cemento y se metió en el casi un metro de profundidad de limo negro y espeso que le llegaba hasta los muslos. No le importó: lo único que quería era llegar hasta la doctora Birkin y acabar de una vez con su estancia en Raccoon City...
Pero algo se movió. Bajo el líquido opaco y apestoso algo realmente grande se movió. Parecía una espina dorsal de reptil repleta de espinas deslizarse a través de la asquerosa sustancia, y Ada vio y oyó caer al agua un montón de cajas al mismo tiempo, a pesar de que estaban a más de tres metros del lugar.
No puede ser.
Fuese lo que fuese, era lo bastante grande como para que cambiase de idea y se replantease la prisa que tenía por llegar hasta donde se encontraba Annette Birkin. Ada retrocedió hasta la plataforma y se subió de un salto, sin dejar de mirar por un instante la silueta sin forma que avanzaba sumergida por el fétido y espeso estanque... y que emergió en un tremendo y repentino geiser oscuro, directo hacia ella. Ada levantó la Beretta y comenzó a disparar.
Vio una pequeña plataforma elevadora, como un montacargas, en una esquina de la vacía sala de conferencias, un simple cuadrado de metal que en este caso parecía bajar. Claire se apresuró a acercarse a ella, y el líquido fétido que empapaba sus ropas salpicó el suelo. Se sentía perdida, pero ansiosa de seguir en movimiento para encontrar a Sherry.
Por favor, sigue viva, cariño, sigue viva...
Había encontrado el agujero de drenaje, pero no a Sherry. Gritó durante un rato e intentó meterse en el pequeño hueco, pero tuvo que abandonar sus esfuerzos. Sherry había desaparecido; quizás estaba ahogada, quizá no... pero a menos que la corriente de agua cambiara de repente de dirección, no volvería.
Claire encontró el panel de mando del ascensor unipersonal y apretó un botón. Un motor oculto empezó a zumbar y la plataforma comenzó a bajar a través del suelo. Probablemente la llevaría a otro lugar vacío, a alguna otra estancia desconocida y desolada o, aun peor, directamente al camino de otra de aquellas criaturas antinaturales.
Cerró sus manos empapadas por la frustración que sentía mientras el ascensor bajaba con lentitud. Deseó que bajara con mayor rapidez, que hubiera alguna manera de acelerar su búsqueda. Tenía la sensación de que estaba corriendo a ciegas y que tomaba el primer camino que se le ponía por delante. Había salido del túnel donde había perdido a Sherry y había encontrado un pasillo apenas iluminado que llevaba directamente a la espartana sala de conferencias, con un aspecto casi esterilizado. El lugar parecía una enorme casa de la risa —sans risa— y Claire se sentía muy mal por haber llevado a Sherry hasta allí. Si la niña estaba muerta, sería por su culpa...
Dejó de pensar en aquellas ideas estériles que no servían para nada y se concentró. El sentimiento de culpa era un asesino en aquel tipo de situaciones, y ella no podía permitírselo. El ascensor estaba llegando a un pasillo, y Claire se agachó, apuntando con la pesada pistola por delante de ella mientras el nuevo corredor aparecía ante su vista.
Al final del pasillo de cemento vio otro ascensor, y otro pasillo lo cortaba por la mitad, a unos doce metros de donde ella estaba. También vio un cuerpo apoyado contra la pared al lado del cruce de pasillos. Parecía un policía...
Sintió una mezcla de angustia y disgusto, y en ese momento, sus ojos se abrieron como platos cuando vio los relajados rasgos de su cara, el color de su pelo, la complexión... No puede ser... ¿León?
Claire saltó antes de que la plataforma llegara al suelo y comenzó a correr hacia el cuerpo semi tumbado. Era León, y no se movía en absoluto: estaba inconsciente... o quizá muerto... pero no, respiraba, y cuando ella se agachó a su lado, abrió los ojos. Tenía la mano derecha apretada contra su hombro izquierdo y sus dedos estaban empapados de sangre.
—¿Claire?
Sus ojos azules mostraban una mirada despejada, cansada pero consciente.
—¡León! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Me han disparado. Debo de haberme desmayado durante un minuto...
Separó con cuidado su mano derecha y dejó al descubierto un pequeño agujero justo por encima de su sobaco izquierdo. Un poco de sangre salía rezumando, así que debía dolerle un montón, pero al menos no salía a borbotones.
León entrecerró los ojos por el dolor y puso parte de la tela de la camisa sobre la herida antes de volver a apretar con la mano.
—Duele de narices, pero creo que sobreviviré. Ada, ¿dónde está Ada?
La última frase la dijo en un tono casi frenético mientras se esforzaba por ponerse en pie apoyándose en la pared. Volvió a caer exhalando un ligero gruñido. Era obvio que no estaba en condiciones de moverse.
—Quédate quieto y descansa durante unos minutos —dijo Claire—. ¿Quién es Ada?
—La conocí en la comisaría —le contestó—. No pude encontrarte, y nos enteramos de que se puede salir de Raccoon City por las alcantarillas. La ciudad no es un lugar seguro. Al parecer, se ha producido un escape en los laboratorios de Umbrella, y Ada quería que nos marchásemos inmediatamente. Alguien nos disparó, y me dio a mí. Ada fue detrás de ella por ese pasillo. Dijo que era una mujer...
Sacudió la cabeza como si quisiera despejarla, y luego levantó la vista hacia Claire, con el entrecejo fruncido.
—Tengo que encontrarla. No sé cuánto tiempo llevo desmayado, pero no deben de ser más de un par de minutos. No puede haber ido muy lejos...
Empezó a incorporarse de nuevo, pero Claire lo detuvo y lo empujó con suavidad hacia atrás.
—Yo iré. Yo... yo estaba con una niña que encontré en la comisaría, y la he perdido en algún lugar de las alcantarillas. Quizá pueda encontrarlas a las dos.
León dudó por un momento, y luego asintió, resignándose a sufrir los efectos de su herida.
—¿Qué tal andas de munición?
—Eh, siete en ésta —dijo mientras palmeaba el arma que había sacado de la guantera del coche patrulla y que tenía metida en su cinturón. Le pareció que habían pasado un millón de años desde que habían conducido en el automóvil en aquella carrera salvaje—. Y tengo otras diecisiete en esta otra.
Levantó el arma que había pertenecido a Irons, y León asintió de nuevo.
—Muy bien, eso está muy bien. Podré seguirte en unos cuantos minutos. Ten cuidado, ¿de acuerdo? Y buena suerte.
Claire se puso en pie, deseando disponer de más tiempo. Quería contarle todo sobre Chris, sobre Irons, sobre el enorme Señor X y sobre el virus-T. Quería saber todo lo que él sabía sobre Umbrella y sobre la ruta de escape por las alcantarillas...
Pero puede que esa tal Ada se esté enfrentando ahora mismo a un francotirador, y Sherry puede estar en cualquier sitio. En cualquier sitio.
León ya había cerrado los ojos. Claire se dio la vuelta y comenzó a bajar por el pasillo, preguntándose si alguno de ellos tendría una remota posibilidad de salir con vida de aquella locura.
Capítulo 22
A Annette le dolía todo el cuerpo. Se irguió un poco con lentitud hasta lograr sentarse, sintiéndose enferma por los cientos de dolores y pinchazos que le recorrían el cuerpo y que reclamaban su atención. Su cuello y su estómago eran una sinfonía de dolor, se había torcido la muñeca derecha y sentía cómo las rodillas se le iban hinchando a cada segundo que pasaba. Sin embargo, el dolor que era una pura agonía se localizaba en el costado derecho. Estaba segura de que se había roto una o dos costillas o, al menos, se las había astillado.
Horrible mujer...
Annette se reclinó un poco hacia atrás, apoyando su dolorido cuello en su mano sana, pero lo único que vio arriba fue metal y sombra. Al parecer, Ada Wong, la zorra de Umbrella, había salido corriendo. Había pretendido engañarla diciendo que no sabía de qué iba todo aquello, pero a ella no le tomaba el pelo. Annette Birkin no es ninguna estúpida, pensó. Probablemente la espía ya estaba de camino hacia el laboratorio o quizá corría para llegar hasta ella, ansiosa por rematar su trabajo.
Umbrella, Umbrella es la culpable de todo esto...
Annette logró ponerse en pie con un tremendo esfuerzo, utilizando la rabia para sobreponerse al dolor. Tenía que salir de allí, tenía que llegar al laboratorio antes de que lo hicieran... ¡pero le dolía tanto! La sensación de tener un cuchillo clavado en el estómago era atroz, como si le estuviera aserrando las entrañas, y el laboratorio parecía estar a un millón de kilómetros...
No puedo permitir que le roben su trabajo...
Se tambaleó hacia la puerta de la cavernosa estancia, con un brazo comprimiéndose el pecho, donde también notaba una sensación ardiente... y se detuvo. Inclinó la cabeza hacia un lado para oír mejor.
Disparos. Su eco llegó a través del aire frío, procedente del vertedero adyacente... y un segundo después, un siseo poderoso, más disparos, un tremendo chapoteo...
Annette sonrió, aunque su sonrisa no tenía nada de alegre. Después de todo, ella podría llegar antes al laboratorio. El puente. Baja el puente para que no pueda escapar. Cansada y dolorida, Annette caminó tambaleándose hasta los controles hidráulicos y activó el descenso del puente. El poderoso zumbido de los motores del puente ahogó los sonidos de cualquiera que fuese el enfrentamiento que se estuviese produciendo. La enorme plataforma bajó dando vueltas sobre sí misma y se acopló en su lugar con un gran chasquido metálico.
Annette se alejó de la pared con un empujón y se dejó caer sobre la consola que había al lado de la puerta. Encontró los botones que ponían en marcha el gran ventilador y los apretó, todo ello sin dejar de sonreír. El zumbido agudo de la puesta en marcha fue sustituido en poco tiempo por un rugido bronco. Ada estaba metida en problemas en el vertedero, y Annette no iba a permitir que saliera trepando por la escalera. Con el puente bajado y el conducto de ventilación bloqueado, la señorita Wong tendría que abrirse paso a tiros.
Espero que te hayas encontrado con una manada de lamedores, zorra. Espero que te hagan pedazos ahí dentro...
Annette se dio la vuelta para alejarse de la consola y se cayó. El dolor y el mareo eran demasiado fuertes ya. Sus amoratadas e hinchadas rodillas golpearon el suelo y enviaron una nueva oleada de pinchazos de dolor a lo largo de sus piernas.
Entonces la puerta que tenía justo delante se abrió. Annette levantó la pistola, pero fue incapaz de apuntar, y utilizó las pocas fuerzas que le quedaban en no gritar por el sufrimiento y la frustración.
Lo siento, William, me duele tanto. Lo siento, pero no puedo...
Una mujer joven se puso en cuclillas delante de ella, con un gesto de preocupación en su rostro. Iba vestida con unos pantalones vaqueros recortados y un chaleco, y estaba empapada con agua de las alcantarillas... y también llevaba en la mano una estilizada pistola de aspecto imponente, aunque no la estaba apuntando con ella. En realidad, no parecía estar apuntando a ningún lugar.
Otra espía.
—¿Eres Ada? —preguntó la chica en tono dubitativo mientras estiraba una mano para tocarla.
Aquello fue más de lo que Annette Birkin fue capaz de soportar: ser tocada por un peón conspirador e inmisericorde de la compañía Umbrella.
—Aléjate de mí —le contestó con un gruñido al mismo tiempo que apartaba con una débil palmada la mano de la joven—. No soy tu contacto, y no lo llevo encima. Ya puedes matarme, porque no lo encontrarás.
La chica retrocedió, con una expresión confundida en su rostro sucio.
—¿Encontrar qué? ¿Quién es usted?
Otra vez las preguntas, pero la rabia desapareció, dejándola agotada. Estaba cansada de soportar engaños. El dolor era demasiado grande y ya no tenía fuerzas para pelear.
—Annette Birkin —repuso con voz débil—. Como si no lo supieras...
Ahora me matará. Se acabó, todo se acabó.
Annette no pudo evitarlo. Las lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas, unas lágrimas tan inútiles como sus planes. Le había fallado a William, había fallado como esposa y como madre, e incluso había fallado como científica. Al menos, todo acabaría pronto, al menos existiría un final para toda aquella angustia...
—¿Es usted la madre de Sherry?
Las palabras de la joven la dejaron sorprendida, pero la sacaron de su estado exhausto como si le hubieran dado una bofetada en la cara.
—¿Qué? ¿Quién...? ¿Qué es lo que sabes de Sherry?
—Está perdida por las alcantarillas —contestó la chica con voz rápida y cargada de preocupación mientras se metía la pistola en el cinturón—. Por favor, tiene que ayudarme a encontrarla. Se la tragó uno de los conductos de drenaje y no sé dónde buscarla...
—Pero le dije que se marchara a la comisaría... —se lamentó Annette. Había olvidado todo su dolor físico, y su corazón latía en oleadas de incredulidad horrorizada—. ¿Por qué está aquí? ¡Este sitio es peligroso! ¡Puede morir! Y el virus-G... Umbrella la encontrará y se la llevarán. ¿Por qué está aquí?
La joven extendió el brazo de nuevo y la ayudó a levantarse. Annette no se opuso esa vez: estaba demasiado débil y horrorizada para resistirse. Si Sherry estaba en las alcantarillas, si Umbrella la encontraba...
La chica se quedó mirándola fijamente, y parecía sentirse al mismo tiempo preocupada y culpable, pero también esperanzada, todo al mismo tiempo.
—La comisaría fue asaltada... ¿Adónde llevan las alcantarillas? Por favor, Annette, ¡tienes que decírmelo!
La verdad apareció en mitad de su cansancio y miedo como un amargo rayo de luz.
Las alcantarillas llevan hasta el estanque de filtración... que casualmente está al lado del tranvía de la fábrica. El modo más rápido de llegar a los laboratorios. Todo aquello no era más que un truco. La chica estaba utilizando el nombre de Sherry para llegar hasta las instalaciones de Umbrella y para conseguir información sobre el virus-G. Sherry todavía estaba en la comisaría, sana y salva, y todo no era más que un montaje para engañarla…
Pero la gente de Umbrella sabe cómo llegar al laboratorio, ¿por qué me lo iba a preguntar si ya lo sabe? ¡No tiene sentido!
Annette levantó otra vez su pistola, y su dolorida muñeca no dejó de temblar. Se alejó de la muchacha. Se sentía demasiado confundida, había demasiadas preguntas sin respuesta... y como no estaba segura de nada, no pudo apretar el gatillo.
—No te muevas. No me sigas —dijo, haciendo caso omiso del dolor mientras extendía la mano hacia atrás para abrir la puerta—. Te pegaré un tiro si intentas seguirme.
—Annette... no lo entiendo... sólo quiero ayudar...
—¡Cállate! ¡Cállate y déjame sola! ¿Es que no puedes dejarme tranquila?
Atravesó la puerta sin dejar de retroceder y luego la cerró en las narices de la sorprendida y atemorizada muchacha. Apretó su brazo sobre sus costillas, astilladas o rotas, en cuanto la puerta estuvo cerrada.
Sherry...
Era una mentira, todo aquello tenía que ser una mentira... pero no cambiaba nada, de todas maneras. Todavía podía lograrlo, tenía que lograr llegar hasta las instalaciones para acabar con lo que había empezado.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar tambaleándose, cojeando y jadeando. Entró en la fría oscuridad del pasillo de comunicación y dejó que cada doloroso paso fuera un recordatorio de lo que Umbrella le había hecho.
Una caverna fría y silenciosa, con las paredes recubiertas de hielo, y estoy perdido. Estoy perdido y agotado y llevo corriendo atemorizado desde hace mucho tiempo, así que me he sentado para descansar. Aquí se está tan tranquilo, tan fresco... pero me duele el brazo. Estoy sentado apoyado contra una pared, una pared en la que han empezado a crecer espinas, y una de ellas se me está clavando en la carne, y me está atravesando. Duele mucho, y tengo que levantarme, tengo que encontrar a una persona, tengo que...
Levantarme.
León abrió los ojos y se dio cuenta inmediatamente de que había vuelto a perder el conocimiento. Darse cuenta de ello lo hizo dar un respingo, y el miedo repentino lo despertó por completo.
Ada, Claire... Jesús, ¿cuánto tiempo llevo así?
Apartó con suavidad la mano del hombro y notó la costra todavía húmeda y pegajosa de la sangre entre sus dedos. Le dolía, pero no con tanta intensidad como minutos antes. Al menos, había dejado de salir sangre, como mínimo en la entrada de la herida: los jirones de la camisa habían taponado el agujero, formando un sello junto a la sangre coagulada.
Se inclinó un poco hacia adelante y extendió el brazo para tocar el lugar por donde había salido la bala. Sintió otra amalgama de tejido y de sangre solidificándose bajo el palpitar de la herida. No tenía forma alguna de estar seguro, pero casi estaba convencido de que la bala había atravesado limpiamente su cuerpo, perforando la carne pero sin llegar a tocarle el hueso, lo que significaba que había tenido mucha, mucha suerte.
Aunque me hubiera volado el brazo... Ada todavía está por ahí, y dejé que Claire fuera en su busca. Tengo que buscarlas a las dos.
Pensó que había sido el impacto de la herida, más que la pérdida de sangre o el dolor, lo que le había provocado el desmayo. No podía permitirse pasar más tiempo recuperándose. Apretó los dientes y se apoyó sobre su brazo sano. Sintió sus músculos agarrotados por el frío húmedo que desprendía el cemento sobre el que había estado apoyado.
Su hombro izquierdo rozó un momento la pared, y León jadeó cuando el dolor se intensificó por un momento, punzante y tibio, hasta que retrocedió poco a poco después de unos segundos para convertirse en un latido sordo. Esperó mientras el dolor remitía, respirando trabajosamente y recordándose a sí mismo que podía haber sido mucho peor.
Cuando por fin se puso completamente en pie, decidió que podía seguir adelante. No se sentía mareado ni aturdido, y aunque vio manchas de sangre en la pared y en el suelo, no era tanta como había creído que vería. León se giró procurando no mover demasiado el hombro de la herida y comenzó a recorrer el pasillo que llevaba hasta una puerta cerrada, situada en uno de sus extremos. Avanzó todo lo deprisa que pudo y se atrevió.
Vio otro túnel repleto de agua cuando cruzó la puerta, un túnel que se prolongaba en ambas direcciones. Había una escalera a la izquierda, pero ni siquiera pensó en cómo podría subirla sin abrir de nuevo su herida. Además, en el extremo de la escalera oyó las palas de un enorme ventilador que estaba en marcha. Se dirigió hacia la derecha, metiéndose en el agua oscura y provocando pequeñas olas, con la esperanza de ver alguna pista que le indicara hacia dónde se habían dirigido Ada y Claire.
Perseguir a quien nos ha disparado... ¿Cómo ha podido hacer eso? ¿Cómo ha podido dejarme allí así?
Se había jurado a sí mismo después de su enfrentamiento con el ser que les había vomitado aquellos bichejos que no daría nada por supuesto sobre la señorita Ada Wong. A ratos era encantadora y tonteaba con él, y al momento siguiente se dedicaba a rechazarlo. Además, si de verdad había aprendido a disparar con pistolas de pintura, él era un ejecutivo de banca. Sin embargo, a pesar de su comportamiento capaz de confundirlo y de su más que probable duplicidad, le gustaba. Era inteligente y tenía mucha confianza en sí misma, además de que era muy guapa. Él suponía que debajo de aquella fachada contradictoria se encontraba una buena persona...
Pero te abandonó para perseguir a quien os había disparado, te dejó tirado en el suelo con una bala en el hombro. Si, vaya, es estupenda. Deberías casarte con ella.
Llegó a una bifurcación del túnel y decidió dejar de intentar imaginarse los motivos de las acciones de Ada, y se dijo que debía preguntárselo a ella cuando la encontrara... si la encontraba. La puerta de la derecha estaba cerrada con llave, así que se giró a la izquierda, atisbando con inseguridad en las sombras cada vez más oscuras mientras avanzaba. No debería haber permitido que Claire saliera en busca de Ada sin él. Debería haberse levantado y haberla acompañado...
Se detuvo cuando creyó percibir algo. Disparos, en la lejanía, en algún punto por delante de donde él se encontraba, con el eco distorsionado por el laberíntico diseño de los túneles que formaban el sistema de alcantarillas.
León apretó su muñeca contra la herida sin soltar la Magnum y empezó a correr. El dolor se intensificó de nuevo inmediatamente y le provocó náuseas. No pudo avanzar más rápido que a un pequeño trote, y el agua retrasaba su marcha tanto como el agudo dolor... pero cuando el eco de los últimos disparos se desvaneció, encontró fuerzas para avanzar a mayor velocidad.
Divisó un pequeño ramal lateral a la izquierda un poco más adelante, del que salía un leve rayo de luz amarillenta que iluminaba la espesa agua negra. Incluso antes de llegar allí, se dio cuenta de que debería tomar una decisión, porque un poco más adelante de aquel punto vio una especie de plataforma, con una puerta de aspecto resistente en mitad de los ladrillos que cortaban aquella parte del túnel. Del techo caía más agua en unos delgados chorros continuados. Una elección obvia, aunque quizás..,
León se detuvo en el largo y estrecho haz de luz procedente del ramal de la izquierda. Al fondo vio otra puerta, pero no tenía tiempo para explorar y decidirse, y los disparos podían haber salido de cualquiera de las dos... ¡Bam! ¡Bam!
A la izquierda. León se lanzó hacia el nuevo túnel y el dolor se agudizó aún más, al mismo tiempo que sentía una cálida humedad en la muñeca cuando la herida se abrió y comenzó a rezumar sangre. Hizo caso omiso del dolor, apresurándose en llegar hasta la puerta y abrirla, para oír con claridad más disparos mientras recorría el resto del pasillo en el que había entrado.
El corredor era mucho más amplio que los túneles del sistema de alcantarillado, aunque igual de oscuro y frío. Probablemente era un túnel de transporte para material pesado industrial. Giró a la izquierda y luego a la izquierda otra vez. En la segunda esquina pudo ver, mientras corría, un montón de cajas apiladas y una estantería de metal llena de contenedores metálicos, justo al lado de una puerta de carga y descarga.
Acetileno o quizás oxígeno... Dios, ¿qué clase de criatura necesita tantas balas para morir?
Oyó otra andanada de disparos, luego un chapoteo en el agua... y un ruido diferente, un siseo gutural y profundo que le heló la sangre de las venas. Era un sonido extrañamente familiar, pero demasiado fuerte para que fuera posible.
Un millón de serpientes a la vez, quizás un millar de gatos gigantes o, incluso, algún tipo de dinosaurio primitivo y terrible...
Echó a correr, abandonando por fin la pretensión de mantener cerrada la herida. Necesitaba los dos brazos para impulsarse si quería avanzar con mayor rapidez. El final del túnel ya estaba cercano. Vio un panel de luces titilantes y una abertura a la izquierda, otra puerta de carga enorme... y se detuvo justo a tiempo antes de cruzarse en la línea de fuego cuando sonó otra rápida sucesión de disparos a la vez que una tremenda rociada de líquido inundaba el pasillo, haciendo bajar grandes cortinas de agua de las paredes.
—¡Alto! ¡Voy a pasar! —gritó.
Entonces oyó la voz de Ada. Sintió una enorme oleada de alivio a pesar del horror que, sabía, se encontraba a un paso de ellos.
—¡León!
¡Está viva!
Se plantó delante de la puerta abierta con la Magnum en alto y la herida abierta y sangrando... y vio a Ada al otro lado de un lago de mugre, cajas y maderos rotos que flotaban sobre el turbio y turbulento líquido.
Estaba de pie sobre una pequeña plataforma de cemento que sobresalía, detrás de una escalera, con su Beretta apuntando hacia las agitadas aguas estancadas en el lugar.
—Ada, ¿qué...?
¡Blaaaaffff!
Un gigantesco surtidor salió disparado del pequeño lago y lo arrojó de espaldas hacia el pasillo de nuevo. Ocurrió tan deprisa que no llegó a verlo hasta que se encontró por los aires, y su mente absorbió la imagen justo cuando aterrizaba en el suelo. Cayó sobre su hombro herido y lanzó un grito, provocado tanto por el fuerte dolor como por lo que había visto.
Un cocodrilo...
León se puso en pie y comenzó a alejarse tambaleándose antes de saber ni siquiera si podría levantarse. El gigantesco lagarto, un cocodrilo de diez metros como mínimo, apareció en el pasillo a su espalda lanzando un tremendo rugido. Las superficies temblaron cuando el enorme reptil salió de la guarida que lo albergaba, y su cuerpo arrojó litros de agua además de la que resbalaba por sus fauces abiertas repletas de dientes.
Una boca tan grande como yo; no, más grande...
León empezó a correr, sin sentir ya dolor alguno, con el corazón latiéndole a toda velocidad debido al pánico puramente animal que sentía. Iba a devorarlo, iba a masticarlo hasta convertirlo en un millar de trozos sanguinolentos y aullantes...
Y la bestia rugió de nuevo, un aullido bronco que le hizo temblar los huesos, que le provocó la necesidad de expulsar sudor por todos y cada uno de los temblorosos poros de su cuerpo.
León miró hacia atrás y se dio cuenta de que era mucho, mucho más veloz que el monstruoso lagarto. Todavía estaba subiendo por la puerta de carga, con unas piernas redondas como troncos: su grueso cuerpo era demasiado grande para permitirle desplazarse con rapidez.
León cambió de arma en mitad de su terror, y su herida aulló de dolor cuando metió un cartucho en la recámara de la escopeta con el sistema de carga manual. Caminó de espaldas con cierto bamboleo y, cuando llegó a una esquina, se situó detrás de ella y descargó los cinco cartuchos con toda la rapidez que pudo cargarlos en la recámara. Los pesados proyectiles atravesaron el grotesco morro de la horrible parodia de cocodrilo.
El monstruo rugió, agitando la cabeza de un lado a otro, y la sangre surgió a raudales de su sonriente cara, pero, aun así, siguió avanzando, arrastrando tras de sí su cola blindada desde el estanque de agua fétida.
No es suficiente. No es suficiente potencia de fuego.
León se dio la vuelta y echó a correr de nuevo, horrorizado ante el hecho de tener que retirarse, temeroso de lo que podría pasarle a Ada si dejaba el cocodrilo atrás, pero sabiendo que harían falta cincuenta descargas como aquélla para detenerlo. Eso, o una explosión nuclear...
¿Por qué demonios me entretengo en pensar? Lo que tengo que hacer es salir de aquí y después pensar en algo. Aguanta, Ada.
Los atronadores pasos del gigante resonaron en sus oídos mientras pasaba de largo al lado de las cajas, de los cilindros de metal...
Y entonces dejó de correr. Todos sus instintos le gritaban que siguiera corriendo apelando a su cordura, pero había tenido una idea, y mientras el terrible lagarto seguía avanzando, León se dio la vuelta y regresó.
Que esto funcione. Funciona en las películas, por favor, Dios, escúchame...
La hilera de cinco cilindros relucientes estaba metida en un profundo hueco de la pared y asegurada en su sitio con un cable de acero. Vio un botón al lado para soltar el cable, y León lo apretó de un manotazo con la palma. Un extremo del pesado cable cayó al suelo, mientras el otro se mantenía en su lugar.
Dejó caer la escopeta al suelo y agarró el cilindro que tenía más cerca. Sus músculos se tensaron por el esfuerzo, y la sangre comenzó a empapar la manga izquierda de su camisa. Sintió los débiles regueros de sangre que corrían por su pecho, mezclados con las gotas de sudor, pero no cejó en sus esfuerzos, apoyándose en los talones para tirar con mayor fuerza del contenedor de gas comprimido...
¡Ya está!
León saltó hacia atrás cuando el alargado envase plateado cayó al suelo, donde rodó unos cuantos centímetros. Levantó la mirada y vio que el cocodrilo había avanzado casi veinte metros y se hallaba lo bastante cerca para ver con claridad las puntas de sus colmillos blancuzcos de más de diez centímetros cuando lanzó otro atronador rugido, lo bastante cerca para oler su aliento fétido y asqueroso, que le llegó en una vaharada de aire un segundo después, lo bastante cerca...
León apoyó una bota en el cilindro y lo empujó con toda la fuerza que le quedaba. El artefacto comenzó a rodar lentamente hacia el lagarto que se acercaba. Por algún increíble golpe de suerte, el suelo del pasillo estaba un poco inclinado hacia el monstruo. Los más de cien kilos del cilindro aceleraron un poco su avance mientras se dirigían hacia el monstruo describiendo una ligera semicircunferencia.
Sacó su Magnum del cinturón mientras retrocedía de nuevo. Apuntó con su arma el resplandeciente contenedor y se obligó a sí mismo a no disparar. El cocodrilo siguió avanzando, y su cola azotó las paredes con tal fuerza, que provocó unos pequeños desprendimientos de polvo de cemento que cayeron desde el techo y las paredes con cada coletazo. León estaba completamente asombrado, en un estado de terror tan primario que lo único que pudo hacer para no darse la vuelta y salir corriendo fue seguir allí mirando asombrado. Vamos, cabrón...
El cocodrilo y el cilindro se hallaban a poco menos de treinta metros de donde él se encontraba... y León apretó el gatillo. El primer disparo rebotó en el suelo justo delante del contenedor, y también justo en el momento que las enormes fauces se abrieron. La bestia bajó la cabeza para agarrar el obstáculo y echarlo a un lado.
... Tranquilo...
León disparó de nuevo y... ¡BAAAAMMM!
Fue lanzado de espaldas y al suelo cuando el cilindro explotó. La cabeza del monstruo desapareció literalmente bajo la deflagración de metales retorcidos y gases encendidos y estalló como un globo pinchado. Casi simultáneamente, León fue alcanzado por una oleada de restos humeantes, con trozos de dientes y huesos y pedazos de carne destrozada y rasgada que cayeron sobre él como una manta húmeda.
León se sentó boqueando y con los oídos zumbando, mientras el brazo seguía sangrando sin parar, y miró cómo el cadáver sin cabeza se quedaba finalmente inmóvil sobre el suelo, con las piernas desplomándose bajo el peso sin mente del monstruo reptilesco. Volvió a apretar su mano cubierta de sangre contra la herida. Se sentía exhausto, enfermo, dolorido... y tremendamente satisfecho, más de lo que se había sentido desde hacía bastante tiempo.
—Te pillé, capullo de mierda —dijo en un murmullo, y sonrió.
Así fue como se lo encontró Ada cuando llegó corriendo unos momentos después: mirando los resultados de su proeza con una mirada turbia y mareada, ensangrentado y sangrando... y con una sonrisa de niño feliz.
Capítulo 23
Ada cortó en tiras la camiseta blanca que León llevaba puesta debajo de su camisa de uniforme para vendarle el brazo y el hombro con los trozos y, de paso, confeccionó una especie de cabestrillo para que lo utilizara en cuanto se pusiera de nuevo la camisa. Parecía haber perdido suficiente sangre como para estar un poco mareado, casi indefenso. Ada aprovechó su ligero estado de confusión para explicarle, mientras lo atendía, los motivos que la habían impulsado a marcharse de repente. Ella también se sentía un poco confundida, pero por la mezcla de sentimientos que luchaban en su interior...
—Su cara me resultaba conocida. Creí que John me la había presentado, y casi la alcancé, pero supongo que me dejó pasar de largo en alguno de los pasillos. Me perdí en los túneles mientras intentaba encontrar el camino de regreso...
No había nada de verdad en lo que decía, pero León no parecía darse cuenta de ello, como tampoco parecía darse cuenta de la suavidad y el cuidado con que lo estaba tocando, ni del ligero temblor en su voz mientras le pedía disculpas por tercera vez por dejarlo solo.
Me ha salvado la vida. Otra vez. Y lo único que le doy a cambio son más mentiras, un engaño calculado por toda respuesta a su capacidad de sacrificio.
Algo había cambiado en Ada desde que él había recibido la bala en vez de ella, sólo para salvarla. El problema era que no sabía cómo revertir el cambio y, lo que era aún peor, no sabía si quería revertirlo. Era algo parecido al nacimiento de un nuevo sentimiento, una emoción que no podía precisar y a la que no podía poner nombre, pero que parecía llenarla por completo. Era inquietante, incómoda... pero en cierto modo, no era desagradable. La inteligente solución a la que había llegado para eliminar el problema del cocodrilo casi invencible, la criatura a la que apenas había logrado mantener a raya a pesar de todos sus esfuerzos, había fortalecido aquel sentimiento sin nombre. El agujero de su hombro sólo era una herida leve, pero por los regueros de sangre fresca que le bajaban por el brazo y por el pecho, supo que le había dolido horrores, que le había drenado la vida mientras se esforzaba por salvarle el trasero a ella.
Líbrate de él ahora mismo —le susurró su mente—. Abandónalo, no dejes que esto afecte el trabajo. El trabajo, Ada, la misión. Tu vida.
Sabía que eso era lo que tenía que hacer, que era lo único que podía hacer... pero, en cuanto acabó de vendarlo lo mejor que pudo y le contó su patética mentira sobre lo último que había ocurrido, se olvidó de forma conveniente de escucharse a sí misma. Ada lo ayudó a ponerse en pie y lo alejó del lugar repleto de restos donde el reptil monstruoso había encontrado su fin, mientras seguía balbuceando alguna tontería sobre que había encontrado lo que parecía una salida cuando se había perdido.
Annette Birkin había desaparecido. En cuanto León había atraído al cocodrilo hasta sacarlo del estanque, ella se había apresurado a subir las escaleras para comprobarlo. Efectivamente: la doctora había mantenido el sentido común suficiente como para poner en marcha el ventilador y bajar el puente, lo que había cortado de forma muy eficaz cualquier vía de escape para Ada. Era muy probable que la mujer fuera una psicótica, pero no era estúpida. Y aunque se hubiera equivocado en el nombre del patrón de Ada, había acertado de pleno en el propósito de su misión. Para llevar a cabo la misión, Ada tendría que llegar cuanto antes al laboratorio, antes de que Annette pudiera hacer nada... definitivo. Pero León, el silencioso y tambaleante León, la haría tardar el doble.
¡Suéltalo! Libérate de ese peso, ¡no eres una maldita enfermera, por el amor de Dios! Esa no eres tú, Ada...
—Tengo sed —dijo León con un susurro, y su cálido aliento le acarició el cuello.
Ella levantó la mirada hasta su rostro cubierto de restos ensangrentados y descubrió que esa vez le resultaba más fácil hacer caso omiso de la voz en su interior. Estaba claro que tendría que dejarlo. Al final tendrían que separarse...
Pero todavía no.
—Entonces, me temo que tendré que encontrar algo de agua —y lo condujo con suavidad en la dirección que ella necesitaba tomar.
Sherry se puso en pie en medio de la oscuridad, con un sabor asqueroso y amargo en la boca. Una corriente de una sustancia fría y repugnante tiraba de sus ropas. Entonces oyó un sonido rugiente que la envolvió, un ruido como si el cielo estuviera cayéndose. Durante un segundo, no pudo recordar qué había ocurrido ni dónde estaba... y cuando se dio cuenta de que no podía moverse, le entró pánico. El sonido rugiente fue aminorando poco a poco hasta desaparecer, pero ella siguió atascada en mitad de un río repugnante, aprisionada contra algo duro y húmedo, y estaba sola.
Abrió la boca para gritar... y de repente se acordó del monstruo aullante, del monstruo y después del gigantesco hombre calvo, y por último, de Claire. Acordarse de Claire impidió que se pusiera a gritar. En cierto modo, su recuerdo era como una caricia que le calmaba la sensación de terror y le permitía pensar con claridad.
Me absorbió un agujero, y ahora estoy... estoy en otro sitio, y empezar a gritar no me va a servir de nada.
Era un pensamiento valiente, era un pensamiento fuerte, y pensar en ello la hizo sentirse mejor. Se alejó de la superficie dura que tenía a la espalda y avanzó a través del agua. Descubrió que no estaba inmovilizada en absoluto. Había estado pegada a una serie de barrotes o de aberturas en la roca, y la fuerza de la corriente la había mantenido apretada contra ese lugar, lo que probablemente le había salvado la vida al evitar que muriera ahogada. El repugnante líquido de densidad lechosa seguía fluyendo lentamente alrededor de ella, burbujeando como un arroyo normal, pero no con tanta fuerza como antes. El mal sabor de boca significaba que debía de haber bebido unos cuantos tragos involuntarios...
Recordar aquello le hizo recobrar toda la memoria. Había estado flotando hasta que un remolino de la corriente le había dado la vuelta y la había sumergido, y ella se había tragado parte de aquel líquido de sabor horrible y con regusto químico y había perdido el conocimiento, se había desmayado, o eso creía.
Al menos, el ruido ya no se oía, fuese lo que fuese. Sonaba como un tren en movimiento, o como un gigantesco camión que tronaba en la lejanía. Y en ese momento, ya más despierta, se dio cuenta de que podía ver. No mucho, la verdad, pero lo suficiente para saber que estaba en una gran estancia repleta de agua y que había un pequeño rayo de luz procedente de algún punto de la parte superior.
Tiene que haber una salida. Alguien construyó este lugar, así que necesitaban una salida para llegar fuera...
Sherry nadó un poco más y, al patalear, notó que las puntas de sus zapatos rozaban algo duro. Algo duro y liso. Se sintió estúpida por no haber pensado en ello antes. Tomó una gran bocanada de aire, encogió las piernas... y se puso en pie. El agua le llegaba hasta los hombros, pero podía permanecer en posición erguida.
Los últimos restos del pánico que había sentido se desvanecieron mientras se mantenía en pie en mitad del lugar, girando lentamente sobre sí misma mientras sus ojos acababan de acostumbrarse a la escasa luz... y se percataban de la existencia de la silueta de una escalera en la pared más alejada. Todavía estaba atemorizada, de eso no le cabía la menor duda, pero el descubrimiento de aquellos peldaños de metal significaba que había descubierto una salida, y eso la tranquilizó un poco. Sherry levantó los pies del sumergido suelo y comenzó a chapotear en dirección a la escalera, sintiéndose orgullosa de cómo se estaba comportando.
Nada de gritos ni de lloriqueos. Como dijo Claire. Fuerte. Llegó a la escalera y puso las rodillas sobre el último peldaño, situado a unos cuantos centímetros por encima de la superficie del agua. Luego subió los pies y comenzó a ascender, poniendo cara de asco por el tacto grasiento y resbaladizo de los peldaños de metal. La escalera parecía no tener fin y, cuando se atrevió a bajar la vista para ver cuánto había subido, sólo pudo ver una pequeña mancha de agua que brillaba donde la escasa luz llegaba de forma directa. También pudo ver el origen de la luz: una estrecha abertura en el techo, no mucho mas arriba de donde ella se encontraba.
Casi he llegado arriba. Además, si me caigo, no me pasará nada, así que no tengo nada de que preocuparme.
Sherry tragó saliva, deseosa de que aquel pensamiento fuera absolutamente cierto, y miró hacia arriba de nuevo.
Unos cuantos peldaños más... y de repente, cuando fue a agarrarse del siguiente, su mano tropezó con un techo de metal. La superficie era irregular, pero ella sintió una oleada de orgullo por haberlo conseguido. Empujó con una mano... y la puerta de metal no se abrió. Ni siquiera se movió.
—Mierda —dijo con un susurro, pero la palabra no le sonó enfadada, como ella había esperado. Sonó más bien pequeña y solitaria, casi como una súplica.
Sherry encajó un codo en el último peldaño al que estaba agarrada, tocó su colgante para que le diera buena suerte y lo intentó de nuevo, empujando de veras. Esta vez lo hizo con todas sus fuerzas, y creyó notar que cedía un poco, un poco... pero ni de cerca lo suficiente para poder salir. Bajó la mano y volvió a soltar un taco, pero esta vez en silencio. Estaba atrapada.
No se movió durante varios minutos. No quería bajar de nuevo al agua, pero tampoco quería creer que realmente estaba atrapada. Sin embargo, también empezaba a notar el cansancio en sus brazos, y tampoco quería tener que saltar.
Por fin, comenzó a bajar, a un paso mucho más lento con el que había subido. Cada peldaño que bajaba era una admisión de la derrota.
Cuando había recorrido tal vez la tercera parte de la escalera, oyó unos pasos por encima de su cabeza. Al principio, sólo se trató de un ligero golpeteo, más una pequeña vibración que otra cosa, pero pronto se dio cuenta de que eran pasos y de que cada vez sonaban más cercanos... Aún más cercanos, hasta que se aproximaron al extremo superior del pozo donde se encontraba.
Por un momento Sherry pensó en no hacer caso de los pasos, pero luego se apresuró a subir de nuevo por los peldaños tras decidir que merecía la pena correr el riesgo. Cabía la posibilidad de que no se tratara de Claire ni de alguien dispuesto a ayudarla, pero lo más seguro era de que se tratara de su única oportunidad de escapar.
Comenzó a gritar antes de llegar al final de la escalera.
—¡Hola! ¡Socorro! ¿Alguien puede oírme? ¡Hola! ¡Hola!
Los pasos parecieron detenerse, y en cuanto llegó de nuevo al techo, comenzó a golpear el portillo de metal con el puño.
—¡Hola! ¡Hola! ¡Hola!
Se dispuso a dar otro golpe con su dolorido puño... pero sólo golpeó el aire, y una luz cegadora le obligó a cerrar los ojos.
—¡Sherry! ¡Oh, Dios mío! ¡Cariño, me alegro tanto de verte!
Claire. Era Claire, y aunque Sherry no podía verla, se sintió abrumada por una inmensa sensación de alegría al oír su voz. Unas manos fuertes y cálidas la ayudaron a salir y luego unos brazos cálidos y húmedos la abrazaron con fuerza. Sherry parpadeó y entrecerró los ojos para distinguir un poco mejor los detalles de la enorme estancia a través del velo blanco de luz.
—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó Claire, sin dejar de abrazarla.
—No lo sabía, pero no podía salir por mí misma, y oí pasos...
Sherry miró alrededor, al gran espacio donde Claire la había sacado, y se sintió pasmada y asombrada por el simple hecho de que Claire la hubiera oído. El lugar era enorme, y lo atravesaban de lado a lado largas pasarelas metálicas que lo cruzaban en diagonal... y se dio cuenta de que la sección de suelo donde se encontraba el portillo por el que había salido estaba en la esquina más alejada de la zona más oscura de la sala, y que el portillo en sí apenas tenía medio metro de ancho.
Jolín. Si no hubiera golpeado el portillo o si ella hubiera estado caminando más deprisa...
—Me alegro de que seas tú —dijo Sherry con firmeza, y Claire sonrió, con el mismo aspecto de sorpresa y alegría que tenía Sherry.
Claire se arrodilló delante de ella, y su sonrisa se desvaneció un poco.
—Sherry... He visto a tu madre. Está viva y está bien...
—¿Dónde? ¿Dónde la has visto? —la interrumpió Sherry, excitada por la noticia... pero sintiendo al mismo tiempo una tensión nerviosa indefinida que le dificultaba la respiración.
Miró los ojos llenos de preocupación y se dio cuenta que estaba pensando de nuevo en mentirle, que estaba buscando la mejor manera de decirle algo que iba a resultar desagradable. Unas cuantas horas antes, Sherry quizá se lo hubiera permitido...
Pero eso se acabó. Tenemos que ser fuertes y valientes...
—Dime la verdad, Claire. La verdad.
Claire suspiró y meneó la cabeza.
—No sé hacia dónde se marchó. Tenía... tenía miedo de mí, Sherry. Creo que me confundió con otra persona, alguien loco o malo. Huyó de mí, pero estoy segura de que vino por aquí, y estaba intentando encontrarla cuando te oí gritar.
Sherry asintió con lentitud mientras se esforzaba por asimilar la idea de que su madre se había estado comportando de una manera rara, lo bastante rara como para que Claire intentara dorarle la píldora.
—¿Y crees que vino por aquí? —preguntó Sherry por fin.
—No estoy completamente segura. También me encontré con el policía al que conocí al llegar aquí, León, antes de tropezar con tu madre. Lo conocí en cuanto llegué a la ciudad. Se encontraba en uno de esos túneles por los que te estuve buscando cuando desapareciste. Estaba herido y no podía acompañarme para seguir buscándote, así que cuando tu madre se marchó corriendo, regresé a buscarlo, pero ya no estaba...
—¿Estaba muerto?
Claire negó con la cabeza.
—No, no. No estaba, simplemente se había marchado, así que deshice mis pasos y, por lo que sé, éste es el único camino por el que ha podido venir tu madre. Pero ya te he dicho que no estoy segura...
Se quedó dudando, con el entrecejo fruncido, mientras miraba de forma pensativa a Sherry.
—¿Tu madre te habló alguna vez de algo llamado el virus-G?
—¿El virus-G? No, creo que no.
—¿Te dio algo para que lo guardaras, como un pequeño frasquito de cristal o algo parecido?
Esta vez, fue Sherry la que frunció el entrecejo.
—No, nada. ¿Por qué?
Claire se puso en pie y apoyó una mano sobre su hombro al mismo tiempo que se encogía de hombros.
—No es demasiado importante.
Sherry entrecerró los ojos y Claire volvió a sonreírle.
—De verdad. Vamos, veamos si podemos adivinar hacia dónde se fue tu madre. Apuesto a que te está buscando.
Sherry dejó que Claire tomara la delantera, preguntándose por qué estaba tan segura de repente, con una certeza casi absoluta, de que Claire no creía lo que estaba diciendo... y preguntándose también por qué ella misma no se atrevía a preguntarle más sobre el asunto.
El ascensor de la fábrica, lo mismo que el tranvía eléctrico, estaban exactamente en el mismo sitio donde Annette los había dejado. El margen de tiempo que le quedaba se había reducido sin duda, pero todavía estaba por delante de los espías, de Ada Wong y de su pequeña amiga desarrapada...
Mentiras, me han contado mentiras, lo mismo que hacen siempre, como si el hecho de que haya perdido a William, de que sienta tanto dolor no fuera suficiente para ellos, no fuera suficiente para hacerles sentir vergüenza de sí mismos...
Sacó con mano temblorosa la llave de control del bolsillo de su destrozada bata de laboratorio y apoyó el cuerpo en el panel de control dejándose caer pesadamente sobre él. Metió con dificultad la llave y la hizo girar. Sus temblorosos dedos tocaron el botón de activación, y una hilera de luces apareció en la consola, con un brillo demasiado intenso incluso en la oscuridad sólo iluminada por la luna. Una fresca brisa de otoño recorrió su dolorido cuerpo, un viento amistoso y secreto que olía a fuego y a enfermedad...
Como en Halloween, como las hogueras en la oscuridad cuando sacan a los muertos, y lanzan sus podridos y pestilentes cuerpos al fuego, quemando sus cadáveres repletos de enfermedad...
En el aire nocturno resonaron cuatro bocinazos. Era el aviso de que el enorme ascensor estaba preparado para bajar. Annette subió trastabillando los escalones grises y amarillos, incapaz de recordar qué había estado pensando con anterioridad. Había llegado el momento de irse y estaba tan, tan cansada. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había dormido por última vez? Tampoco podía recordarlo.
Me he dado un golpe en la cabeza, ¿verdad? O quizá sólo estoy somnolienta...
Ya se había sentido agotada en otras ocasiones, pero el dolor incesante de sus heridas la había transportado a un sitio delirante que ella nunca había imaginado que podría existir. Sus pensamientos se perseguían unos a otros en espiral, con unas repentinas oleadas de sentimientos que ella no podía resolver, al menos no hasta el punto de sentirse satisfecha. Sabía lo que tenía que hacer: encender el sistema de autodestrucción, abrir la puerta subterránea para escapar, esconderse en las sombras y esperar hasta que estuviera curada. Sin embargo, todo el resto se había convertido en algo extraño, en un deslavazado grupo de pensamientos inconexos agrupados de forma libre y desordenada, como si hubiera tomado algún tipo de droga que hubiera sobrecargado sus sentidos y que sólo le permitiera pensar en una cosa cada vez y al mismo tiempo.
Ya casi se había acabado. Aquello era algo a lo que podía agarrarse, uno de los únicos pensamientos fijos y constantes en su confusa mente. Era una frase segura y casi mágica en cierto modo, una frase que todavía podía ver, sin importar lo ciega que pudiera quedar. Mientras se dirigía hacia la fábrica, había tosido y tosido una y otra vez, y después había vomitado por el dolor que sentía. Sólo había echado un ligero y ácido chorro de bilis que le había provocado la aparición de unos puntos negros en la vista, y la negrura permaneció en sus ojos durante tanto tiempo que pensó que se quedaría totalmente ciega...
Ya casi se ha acabado.
Se agarró a aquella idea como si fuese su amor perdido, encontró el tirador del compartimiento metálico y se metió en su interior. Pulsó los controles en mitad de un sueño confuso. El movimiento y el sonido provocado por el movimiento la rodearon mientras se tendía en el banco metálico y cerraba los ojos. Unos cuantos momentos de descanso y todo habría acabado...
Annette se dejó llevar por la oscuridad, y el ronroneo de los motores la sumergió de forma casi instantánea en un sueño profundo. Estaba bajando, y sus músculos se relajaban, mientras todos sus dolores dejaban de ejercer influencia sobre ella, y durante un espacio interminable de tiempo, encontró el silencio...
Hasta que un aullido, un grito feroz y terrible penetró como un cuchillo en su oscuridad. Era un rugido que mostraba tal furia y dolor que le habló directamente a su corazón. Ella se levantó de un salto, jadeante y temerosa... y en ese preciso instante se dio cuenta de qué era lo que la había sacado de repente de su descanso sin sueño. Sus pensamientos se reorganizaron, dándole una nueva idea a la que agarrarse.
Se trataba de William. William, que había regresado a su hogar, que la había seguido. Umbrella ya no tendría nada de nada, porque el ser en el que se había transformado su esposo había regresado a la zona de explosión.
El aullido apareció de nuevo, y esta vez, su eco resonó en uno de los numerosos recovecos secretos del laboratorio mientras el ascensor seguía bajando y bajando.
Annette volvió a cerrar los ojos, y el nuevo pensamiento se unió a su antiguo amor perdido, y la unión de ambos le proporcionó la felicidad por fin.
William ha regresado a casa. Ya casi se ha acabado.
El tercer pensamiento siguió a los dos primeros de una forma natural, y se unió a ellos mientras ella se deslizaba de nuevo hacia el silencio, aun a sabiendas de que tendría que levantarse en poco tiempo para empezar su viaje final. Cuando el ascensor se detuviera por fin, se levantaría y estaría preparada.
Umbrella sufrirá por todo lo que han hecho, y todo el mundo acaba por morir.
Sonrió y se quedó dormida, soñando con William.
Capítulo 24
León comenzó a sentirse mejor allí sentado, en la sala de control donde Ada lo había dejado. Había encontrado un botiquín en una de las estanterías cubiertas de polvo, junto a una botella de agua, y le había vendado el hombro. Se había marchado hacía sólo diez minutos, pero la aspirina estaba empezando a surtir efecto y el agua había hecho maravillas.
Estaba sentado delante de una consola repleta de interruptores e intentaba recordar lo que había ocurrido después de la explosión en las alcantarillas. Lo último que realmente recordaba con claridad era la imagen del cuerpo de cocodrilo descabezado desplomándose en el suelo, y luego la sensación de verse asaltado por el mareo y por la debilidad. Ada lo había vendado y lo había llevado hasta allí a través de los pasillos...
Y de lo que parecía un túnel de metro. Estuvimos allí durante un minuto o dos...
Y finalmente habían llegado a aquella habitación, donde ella le había dicho que esperara descansando mientras se marchaba fuera para comprobar algo. León había protestado, recordándole que aquél no era un lugar seguro, pero en ese instante todavía estaba demasiado mareado para hacer otra cosa que sentarse donde ella lo había dejado. Jamás se había sentido tan indefenso o tan dependiente de otra persona. Sin embargo, ya se sentía mucho mejor después de beberse el litro y medio de agua de la botella. Al parecer, la pérdida de sangre provocaba deshidratación...
Así que me dio el agua y luego se marchó para comprobar... ¿qué? ¿Y cómo supo el modo de llegar hasta aquí?
Apenas había tenido fuerzas para andar, y mucho menos para empezar a hacer preguntas, pero incluso en su agotado delirio, se había dado cuenta de la seguridad con que caminaba, de cómo había escogido el camino sin dudar y con una precisión infalible. ¿Cómo podía saberlo? Era una marchante de arte en Nueva York, así que, ¿cómo podía conocer absolutamente nada sobre el sistema de alcantarillado de Raccoon City?
Además, ¿dónde está? ¿Por qué no ha regresado ya? Ella lo había ayudado, de hecho, probablemente le había salvado la vida, pero él no podía seguir creyendo que era lo que decía ser. Quería saber exactamente qué estaba haciendo allí, y quería saberlo ya. No sólo porque ella le había estado ocultando algo: Claire estaba en algún lugar de aquellas alcantarillas, y si Ada conocía el camino de salida de la ciudad, León debía al menos intentar descubrirlo.
León se puso en pie con lentitud, agarrándose al respaldo de la silla, e inspiró profundamente. Todavía estaba débil, pero ya no se sentía mareado, y su brazo tampoco le dolía tanto. Quizá se trataba de la aspirina. Desenfundó la Magnum y se dirigió hacia la puerta de la pequeña estancia polvorienta, prometiéndose a sí mismo que no aceptaría más mentiras ni más sonrisas conciliadoras.
Abrió la puerta y salió a un almacén con un extremo al aire libre y que era lo bastante grande como para guardar un avión. Estaba vacío, y era un lugar decrépito y repleto de sombras, pero la fresca brisa nocturna que lo recorría lo convertía en un sitio casi agradable...
En ese preciso momento, vio a Ada que entraba en una plataforma elevada, justo por fuera del hangar, y desaparecía detrás de lo que parecía el compartimiento de un tren. Era un ascensor de transporte industrial y, por el aspecto de los raíles que recorrían el almacén, era una sección de la fábrica abandonada que no había sido realmente abandonada por completo.
—¡Ada!
León corrió hacia el ascensor mientras mantenía apretado su brazo herido contra su costado. Sintió un feroz enfado cuando oyó el zumbido de los motores del transporte, el eco de su fuerte sonido metálico, reverberar en el aire nocturno: Ada se marchaba, no iba a «comprobar» nada...
Pero no se marchará hasta que me diga el motivo.
León salió corriendo al espacio abierto bajo la luna, oyendo cómo la puerta del transporte se cerraba de golpe justo cuando pasaba al lado de una consola de control y subía hasta la plataforma metálica que temblaba. Casi tropezó y se cayó en los peldaños de colores brillantes, y el ascensor comenzó a descender antes de que hubiera recuperado el equilibrio. Unos paneles de metal corrugado de casi un metro de alto se alzaron alrededor del tren de transporte, rodeando la gran plataforma mientras se hundía con suavidad en la tierra.
León agarró el tirador de la puerta mientras la oscuridad envolvía al transporte que retemblaba, y el cielo se convertía en una mancha estrellada más y más pequeña por encima de su cabeza. La fría y pálida luz de la luna fue reemplazada rápidamente por la luz naranja de las lámparas de mercurio del transporte.
Entró dando tropezones, y vio la expresión de susto y asombro en la cara de Ada mientras se levantaba del banco que estaba atornillado a uno de los lados del ascensor, con la Beretta medio alzada en su dirección. La bajó de nuevo, y él vio un destello de culpabilidad en sus ojos, que desapareció en el tiempo que él tardó en levantar la mano y cerrar la puerta.
Ninguno de los dos pronunció una palabra durante unos momentos, y se quedaron mirándose el uno al otro mientras el ascensor continuaba con su suave descenso. León casi pudo ver el esfuerzo de Ada para inventarse una explicación. Decidió que estaba demasiado cansado para estar de humor para tragarse otra mentira.
—¿Adónde vamos? —preguntó, y esta vez no intentó ocultar la cólera que sentía en su voz.
Ada suspiró y se sentó de nuevo. León vio cómo se le hundían los hombros.
—Creo que es la salida de este lugar —respondió en voz baja. Levantó la vista y sus ojos castaños buscaron los suyos—. Lo siento. No debería haber intentado marcharme sin ti, pero tenía miedo...
León percibió un auténtico arrepentimiento en su voz, lo vio en sus ojos, y sintió que su ira cedía un poco.
—¿Miedo de qué?
—De que no lo lograras. De que yo no lo lograra al intentar mantenernos a los dos a salvo.
—Ada, ¿de qué estás hablando?
León se dirigió al banco y se sentó a su lado. Ella bajó la vista hasta sus manos y siguió hablando en voz baja.
—Mientras te estaba buscando, allá en las alcantarillas, descubrí un mapa en una pared —explicó—. Mostraba lo que parecía ser una especie de fabrica o de laboratorio subterráneo y, si el mapa era correcto, existe un túnel que lleva desde allí hasta las afueras de la ciudad. —Ella lo miró a los ojos, y parecía realmente alterada—. León, no creí que estuvieras en condiciones de realizar un recorrido como ése, tal como estás. Y también tenía miedo de que si te llevaba conmigo, de que si llegábamos a un callejón sin salida o una de esas criaturas nos atacaba...
León asintió con lentitud. Ella había intentado protegerse... y protegerlo a él.
—Lo siento —volvió a decir—. Debería habértelo dicho. No debería haberte dejado allí de ese modo. Después de todo lo que has hecho por mí, yo... yo al menos debía haberte dicho la verdad.
La pena y la culpa que sus ojos mostraban no podían simularse. León extendió su mano para tomar la de ella, dispuesto a decirle que lo entendía y que no debía culparse por ello...
Entonces oyó un fuerte golpe en el exterior. Todo el transporte se estremeció, muy ligeramente, pero lo suficiente para que a los dos se les tensara el cuerpo.
—Probablemente se trata de un pequeño salto en los raíles... —sugirió León, y Ada asintió, mirándolo con una intensidad que lo hizo sentir agradablemente incómodo. También sintió que un repentino calor empezaba a recorrerle el cuerpo...
¡Baaam!
Y Ada salió despedida del banco, arrojada al suelo por algo curvado que había atravesado la pared del transporte y que había desgarrado la superficie de metal del costado del habitáculo como si en realidad sólo fuera papel. Era un puño, un puño con garras de hueso, cada una de más de treinta centímetros de largo, garras de la que goteaba...
—¡Ada!
La gigantesca mano se retiró, y sus garras ensangrentadas abrieron nuevos agujeros en la pared metálica mientras León se dejaba caer al suelo al lado de Ada y agarraba su cuerpo inerte, arrastrándola al centro del transporte. Un terrible aullido recorrió la oscuridad en movimiento del exterior. León estuvo seguro de que se trataba del mismo aullido que habían oído antes en la comisaría, sólo que esta vez era mucho más violento, mucho más cercano, e incluso mucho más inhumano que antes.
León mantuvo agarrada a Ada con su brazo sano, sintiendo el cálido goteo de la sangre empaparle su costado derecho, sintiendo su peso muerto sobre su pecho jadeante.
—¡Ada, despierta! ¡Ada!
Ninguna respuesta. La dejó otra vez en el suelo con suavidad y luego apartó la tela empapada de su vestido, justo un poco por encima de su cadera. La sangre salía de dos agujeros profundos, aunque no había forma alguna de saber su gravedad real, y León arrancó un trozo de tela del reborde de su corto vestido y apretó el tejido doblado sobre sí mismo contra las heridas...
El monstruo aulló de nuevo, y la rabia que desprendía su garganta no era nada comparada con la que León sentía en aquel momento mientras miraba los ojos cerrados y la cara inmóvil de Ada. Extendió el vestido sobre el vendaje improvisado para mantenerlo apretado lo mejor que pudo y se puso en pie mientras se descolgaba la Remington del hombro.
Ada lo había cuidado, lo había protegido cuando él no había podido protegerse a sí mismo. León empezó a cargar la escopeta con gesto ceñudo, sin sentir ninguna clase de dolor mientras se preparaba para devolverle el favor.
Fue Sherry la que adivinó por dónde podía haberse marchado su madre mientras ella y Claire registraban lo que parecía ser el final de la línea de habitaciones. Habían llegado a otra estancia abierta y sombría, pero sólo había una puerta en ella. No parecía existir otro modo de salir de aquel lugar cavernoso, a menos que la madre de Sherry hubiese saltado del piso elevado sobre el que se encontraban y hubiese atravesado caminando la completa oscuridad que las rodeaba.
Se quedaron al borde de la oscuridad, intentando divisar algo a través de la negrura más absoluta, pero sin resultado. La habitación parecía ser un muelle de carga y descarga. Una plataforma con raíles corría a lo largo de la pared trasera a partir de la puerta y luego acababa de repente, dando paso a lo que parecía ser un abismo sin fondo. O Annette había bajado y había comenzado a recorrer alguna clase de sendero secreto o Claire se había equivocado sobre la dirección que la madre de Sherry había tomado cuando huyó de ella.
¿Y ahora qué hacemos? ¿Regresamos o intentamos seguirla? No quería hacer ninguna de las dos cosas, aunque lo de retirarse le sonaba muchísimo mejor que lo de meterse en un agujero negro que no sabía adonde llevaba. Además, lo más seguro era que León estuviese todavía en algún lugar de por allí detrás...
—A lo mejor es un tren. Se parece a una estación de tren —dijo Sherry, y en cuanto pronunció la palabra «tren», Claire se dio mentalmente una fuerte patada en el culo.
Una plataforma que en realidad es un andén, unas vías, un centenar de lo que parecen ser «tuberías» en el techo...
Claire sonrió a Sherry mientras meneaba la cabeza por su propia estupidez. Estaba claro que estaba perdiendo facultades.
—Sí, creo que es eso —asintió—. Pero has sido tú la que lo has adivinado, no yo. Debo de tener el cerebro en huelga...
La pequeña consola de ordenador que estaba a un lado del andén, y que ella había considerado poco importante, era probablemente el panel de mando. Claire se dirigió hacia ella. Sherry la siguió mientras manoseaba de forma inconsciente su colgante de oro y le describía los sonidos que había oído mientras se hallaba en el fondo del pozo de drenaje.
—Y se alejaba, lo mismo que un tren. Me hizo pasar mucho miedo, porque el ruido era muy fuerte.
Allí estaba, justo debajo de la pequeña pantalla del monitor que se encontraba encima de la consola: un código de regreso y un grupo de diez teclas. Claire introdujo el código y pulsó la tecla de «intro»: la cámara se inundó con el sonido del zumbido de la maquinaria que se ponía en funcionamiento. El sonido de un tren.
—Eres una chiquita muy inteligente, ¿sabes? —le dijo Claire, y el rostro de Sherry se iluminó, con toda su cara arrugada por la gran sonrisa que apareció en ella.
Claire le rodeó los hombros con un brazo y regresaron hacia el extremo del andén para esperar la llegada del tren.
Las luces del tranvía aparecieron después de unos cuantos segundos. Los dos pequeños círculos de luz se fueron haciendo más y más grandes mientras los observaban llegar. Después de todos los apuros que habían pasado, Claire decidió que sería todo lo optimista que pudiera sobre aquel acontecimiento. En primer lugar, para alejar cualquier idea sobre cualquier próximo hecho horrible que pudiera ocurrir. El tren las sacaría de la ciudad, sin duda, y estaría repleto de comida y de agua. Tendría duchas y ropas limpias y tibias...
Naaa, olvida eso. Una bañera llena de agua caliente, un par de esos albornoces peludos y unas zapatillas calentitas.
Eso estaría bien, pensó, pero se conformaría con cualquier otra cosa que no incluyera monstruos o gente con trastornos mentales. Miró a Sherry y se dio cuenta de que todavía estaba manoseando el colgante.
—¿Qué es lo que tienes ahí? —preguntó, deseosa de que Sherry sonriera de nuevo—. ¿Tienes una foto de tu novio o algo así?
—¿Aquí dentro? Oh, no, no es un medallón para fotos —contestó Sherry, y Claire se alegró de ver en sus mejillas asomó un ligero tono de rubor—. Mi madre me lo regaló. Es un amuleto de buena suerte... y no tengo novio. Los chicos de mi edad son unos críos todavía.
La sonrisa de Claire se hizo aún más amplia.
—Acostúmbrate, cariño. Por lo que yo he visto, algunos de ellos jamás terminan de crecer.
El tren ya estaba lo bastante cerca para ver su silueta. Se trataba de un único coche de unos cinco o seis metros de largo que avanzaba con suavidad bajo su guía superior.
—¿Adónde crees que lleva? —preguntó Sherry, y antes de que Claire respondiera, la puerta del andén saltó por los aires.
La escotilla estalló hacia dentro, arrancada de cuajo de los goznes con un chillido de metal y un tremendo estampido contra el suelo...
Claire agarró a Sherry y la acercó a su cuerpo, mientras el enorme Señor X entraba, doblando su cuerpo de lado y hacia abajo para pasar a través de la estrecha abertura que representaba para él la puerta. Su mirada sin alma se fijó inmediatamente en ellas.
—¡Ponte detrás de mí! —gritó Claire a Sherry mientras sacaba la pistola de Irons.
Se arriesgó a mirar hacia atrás, al tren que se aproximaba. Diez segundos, lo único que necesitaban eran diez segundos...
Pero el Señor X dio un gigantesco paso hacia ellas, y Claire supo inmediatamente que no los tenía. Su terrible cara sin expresión y sus manos ya alzadas estaban todavía a seis metros de ella, pero eso sólo significaba cuatro de sus inmensas zancadas...
—¡Sube al tren en cuanto llegue! —dijo Claire con otro grito, y apretó el gatillo.
Cuatro, cinco, seis disparos contra su pecho. El séptimo proyectil arrancó un trozo de su blanquecina mejilla, pero el Señor X ni siquiera parpadeó. Tampoco sangró, y tampoco se detuvo. Dio otra gran zancada, y el negro y humeante agujero de su cara fue otra muestra clara de su falta de condición humana. Claire bajó el ángulo de disparo de la pistola y siguió apretando el gatillo.
Piernas, rodillas...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Se detuvo por un momento cuando los proyectiles lo acribillaron. Al menos una de las balas había sido un impacto directo contra su rodilla izquierda, pero sus ojos no dejaron de mirarla, fijos en ella como si se tratase de un proyectil dirigido contra un objetivo...
—¡Aquí! ¡Vamonos!
Sherry le estaba tirando del chaleco, gritando, y Claire comenzó a retroceder, apretando de nuevo el gatillo. Otros dos proyectiles alcanzaron al monstruo en las tripas...
Y, de repente, se encontró en el interior del tren: Sherry había hallado los mandos de apertura de la puerta. La cerró, con un sonido veloz y siseante, y el Señor X quedó encuadrado en la pequeña ventana, sin avanzar más, pero sin llegar a caer. Sin morir.
—¡Sígueme! —le gritó al divisar el tablero de luces intermitentes, que estaba a su derecha. Sabía que la puerta no resistiría ni un segundo si la gigantesca y terrible criatura comenzaba a caminar de nuevo y se lanzaba contra ella.
Corrió hacia el tablero de mandos con Sherry a su lado y, mientras apretaba con mano temblorosa el botón rojo que indicaba «avance», dio gracias a Dios porque el ingeniero que había diseñado el aparato lo había planeado para ser lo más simple posible...
Y el tren se puso en marcha, alejándose con suavidad del andén, alejándose de aquella criatura inhumana e indestructible mientras se internaba en la oscuridad.
Annette estaba sentada en la zona de descanso del personal, en la cuarta planta. Esperaba que el sistema principal respondiera al encendido general mientras discutía consigo misma si iniciar o no la secuencia P-épsilon. En cuanto el sistema de autodestrucción se pusiera en marcha, todas las puertas de los pasillos quedarían desbloqueadas y todas las que estuviesen conectadas electrónicamente quedarían abiertas. Las criaturas que habían permanecido atrapadas a lo largo de los últimos días quedarían libres para salir, y la mayoría estarían muy hambrientas...
Hambrientas e infectadas, supurando virus en su estado más puro a través de su carne putrefacta...
No quería tener ningún encuentro... desagradable al marcharse, pero en cuanto las primeras líneas del código aparecieron en la pantalla, decidió no poner en marcha la secuencia. El gas P-épsilon era sólo un experimento, algo en lo que habían trabajado un par de investigadores de microbiología para dejar tranquilo y satisfecho al personal de control de daños de Umbrella. Si lograba funcionar, dejaría fuera de combate a los Re3 y a todos los humanos infectados por la oleada de virus transportados por el aire, la primera, lo que le garantizaría un trayecto más seguro hasta el túnel del transporte de escape. Sin embargo, los espías estaban cada vez más cerca, y Annette no quería facilitarles el trabajo. Había oído que alguien hacía regresar el ascensor después de que ella saliera trastabillando camino al laboratorio de síntesis. En realidad, aquello era genial: llegarían a tiempo para el gran final, y quería que tuvieran que luchar por sus vidas mientras ella se alejaba a toda velocidad hacia la seguridad, se alejaba de la inmensa explosión que arrasaría las instalaciones de miles de millones de dólares...
Todo arderá, arderá y yo me veré libre de esta pesadilla. Final de la partida, y yo habré ganado. Umbrella perderá, de una vez por todas. Esos cabrones traicioneros y rastreros, asesinos...
Se sintió bien, despierta, completamente consciente y sin apenas sentir dolor. Había decidido dirigirse hacia la terminal de ordenador más cercana en cuanto regresara, para poner en marcha el sistema de autodestrucción incluso antes de recoger la muestra, pero apenas había sido capaz de ver lo que tenía delante cuando salió a tropezones del ascensor. Había tenido miedo de olvidarse de algo o, aún peor, de caerse y no poder levantarse de nuevo. Un pequeño paseo hasta el armario de los medicamentos del laboratorio de síntesis había acabado con todo aquello y lo había arreglado. El terrible dolor ya no era más que un recuerdo lejano, y había desaparecido, lo mismo que los extraños procesos mentales que habían dificultado tanto su concentración. Cuando su pequeña combinación de fármacos perdiera su efectividad, pagaría los efectos, pero durante las siguientes dos horas, al menos, estaba muy bien, mejor que como nueva.
Epinefrina, endorfina, anfetamina. ¡Vaya, vaya!
Annette sabía que estaba drogada y que no debía sobrestimar sus capacidades, pero ¿por qué no iba a sentirse contenta? Sonrió a la pequeña pantalla de ordenador que tenía delante y comenzó a teclear los códigos. Sus dedos volaron sobre el teclado, y sintió que los dientes se le iban a partir por la energía que le había proporcionado la adrenalina sintética que su acelerada corriente sanguínea transportaba por sus arterias. Había logrado regresar al laboratorio, William había regresado también, y la muestra, la única muestra viable de virus-G de todo el laboratorio estaba metida en el bolsillo de su bata de investigadora. La había escondido en una de las cápsulas de fusión antes de marcharse en busca de William, y la había recogido de camino a la estancia de descanso del personal...
76E, 43 L, 17A. Tiempo para ponerse a salvo... 20. Aviso vocal/corte de energía, 10. Autorización personal: 0001 Birkin...
Y eso era todo. Annette no pudo dejar de sonreír. No quiso dejar de hacerlo mientras acariciaba con suavidad la tecla de «intro». La sensación de triunfo fue como una espiral tibia y líquida de alegría que recorrió su magullado cuerpo. Un simple apretón, y nada en la Tierra podría detenerlo. Diez minutos después de pulsar la tecla, las cintas grabadas con los avisos comenzarían a ponerse en funcionamiento, y el ascensor de transporte quedaría inmovilizado, aislando las instalaciones del mundo exterior. Las cintas comenzarían la cuenta atrás: cinco minutos para alcanzar en tren la distancia mínima de seguridad, y otros cinco minutos después y...
Buuummm. Veinte minutos antes de la explosión. Tiempo más que suficiente para llegar hasta el túnel y encender el tren, sin importar lo que ande suelto por ahí. Tiempo más que suficiente para alejarme del reloj que avanzará sin detenerse, bajo las calles de la ciudad, a través de las aisladas laderas de las colinas en las ajueras de Raccoon City. Tiempo más que suficiente para llegar al final de la vía, salir a la extensión de terreno privado, dar la vuelta... y ver cómo Umbrella lo pierde todo.
Cuando la cuenta del reloj llegase a cero, las cargas de autodestrucción de explosivo plástico instaladas en el reactor central de la planta de energía del laboratorio estallarían. Incluso si sólo estallaba una de las doce cargas instaladas, esa única explosión sería suficiente para activar todas las cargas secundarias colocadas a lo largo de las paredes. El sistema de autodestrucción de Umbrella había sido diseñado para destruirlo absolutamente todo. El laboratorio se convertiría en un infierno en llamas que haría saltar por los aires la ciudad muerta, lo que sería visible a kilómetros de distancia... y ella estaría allí para verlo, para saber que había hecho todo lo posible para hacer justicia. Esto va por ti, William...
El pensamiento fue agridulce. Durante cierto tiempo, no habían... disfrutado de su relación como marido y mujer. William era tan inteligente, estaba tan entregado al trabajo, que los placeres de las síntesis y de los desarrollos habían sustituido los hábitos y los deberes diarios de un matrimonio. Ella había llegado a reconocer su genio, a disfrutar de la tarea de apoyarlo sin la incomodidad de las peleas en una relación... Sin embargo, en aquel momento, con el dedo apoyado para acabar con todo para siempre, descubrió de repente que deseaba con todas sus fuerzas que hubiera ocurrido algo mucho más profundo entre ellos a lo largo de los últimos años, algo más aparte de su tremenda adoración por sus increíbles dones, del aprecio de William por su ayuda...
Este es nuestro último beso, amor mío. Esta es mi contribución final a tu trabajo, mi último acto de amor por lo que compartimos.
Sí, exactamente ése era su sentimiento. Annette apretó la tecla con el corazón alegre y vio el código brillar en la pantalla con luz verde.
—Les entrego respetuosamente mi dimisión —dijo en voz baja, y comenzó a reírse.
Capítulo 25
La oscuridad pasó zumbando al lado de la plataforma en movimiento, una oscuridad metálica bañada en una tenebrosa luz naranja. Fuera lo que fuese lo que había abierto el agujero en la pared del transporte, había desaparecido. León había rodeado dos veces el aparato y no había visto absolutamente nada. Tampoco había oído nada, con excepción del suave zumbido de los motores en marcha.
De repente, la criatura aulló por fin y León alzó el cañón de la escopeta, pero lo que vio lo dejó paralizado por completo. En el segundo que tardó en verlo realmente, su furia vengativa se había disuelto como polvo en el viento, y fue reemplazada por un asombro que le heló toda la sangre de las venas. Me cago en...
La criatura todavía estaba aullando, con la cabeza echada hacia atrás, con un grito gutural y gorgoteante que parecía una voz surgida del infierno de la oscuridad que la envolvía. Sin duda, antaño había sido un hombre: todavía podía ver en sus enormes brazos y piernas los restos de las ropas que había llevado puestas... pero todo lo que tenía de humano había desaparecido y cambiado, y todavía estaba cambiando al mismo tiempo que aullaba su rabia a la fría oscuridad, mientras León sólo podía quedarse mirando.
Su cuerpo estaba hinchado y repleto de extraños músculos. Tenía el pecho desnudo y dilatado por completo por su aullido interminable. Su brazo derecho era unos veinte centímetros más largo que el izquierdo, y las ensangrentadas garras de hueso sobresalían de una mano palpitante. Lo más curioso era el tumor bulboso y en movimiento que tenía en su bíceps derecho, y que más bien parecía un ojo del tamaño de plato. Giraba con movimientos húmedos de un lado a otro, como si estuviese buscando algo...
Y el aullido también cambió. Su tono se hizo más profundo, más rugiente. El rostro estaba cayendo hacia adelante... y fundiéndose con el pecho. Como si se tratase de cera caliente, como si fuera un efecto especial sacado de una película, la cabeza de la criatura se hundió en el torso y desapareció bajo la inflamada y aparentemente voraz piel...
Y, al mismo tiempo, otro rostro comenzó a aparecer y a formarse, alzándose desde detrás de su cuello con un horrible sonido crujiente, parecido al de los huesos al astillarse y romperse. La piel se partió de repente y las aberturas de unos ojos parpadearon, a la vez que otra parte de la cara se agrietaba y aparecía un agujero rojizo rodeado de huesos que comenzaba a cumplir las funciones de boca y tomaba el relevo del aullido con una nueva voz...
León apretó el gatillo en respuesta, como una negativa a la impura existencia de aquel monstruo.
¡Bam!
Las postas del disparo le alcanzaron de lleno en el pecho, y un espeso chorro de sangre de color púrpura saltó de la herida, cortando inmediatamente el aullido de la criatura... pero fue lo único que logró. La nueva cabeza del monstruo se giró hacia León, se inclinó hacia un lado... y la criatura bajó de un salto a la plataforma, aterrizando en una postura semiagachada sobre unas piernas que tenían el diámetro del pecho de León. Le bastó un paso que casi pareció un salto para ponerse lo bastante cerca de León como para que éste pudiera oler el extraño hedor químico que emanaba de su reluciente piel... y para que pudiera ver que la herida del pecho había dejado de sangrar, y que la piel ya estaba cubriendo los pequeños agujeros.
La criatura alzó sus tremendas garras y León retrocedió trastabillando. Cargó con un chasquido de la corredera del cañón otro proyectil en la recámara y disparó justo cuando la garra comenzó a bajar... ¡Sshhhiiink!
Una lluvia de chispas salió despedida de la barandilla metálica al mismo tiempo que las postas perforaban el estómago del monstruo, provocando otro chorro de sangre púrpura procedente de su cuerpo. El tremendo impacto del poderoso cartucho disparado a quemarropa apenas detuvo al enorme monstruo. Dio otro paso, y León volvió retroceder mientras cargaba otro cartucho... y tropezó con los peldaños que llevaban hasta el cubículo de transporte, tropezó y se cayó de culo. El disparo pasó por encima de la cabeza del monstruo. Otro paso, y estaría encima de él... Muerto. Estoy...
Pero no dio aquel paso. En lugar de eso, se giró hacia la barandilla e inclinó su extraña cabeza al mismo tiempo que las aletas de su rudimentaria nariz se agitaban...
Y en silencio, de un modo casi grácil, saltó por encima del borde la plataforma, hacia la oscuridad que subía.
León se quedó inmóvil durante unos instantes. No pudo moverse: estaba demasiado ocupado intentando comprender que, al final, el monstruo no lo había matado. Había olido o sentido algo, y había detenido su ataque, que sin duda habría sido letal e imparable... y simplemente había saltado por encima de la barandilla del transporte en marcha. No estoy muerto. Se ha ido y no estoy muerto. El porqué no lo sabía, y no tenía tiempo para intentar adivinarlo. Ya era suficiente aceptar el hecho de que estaba vivo. Poco después, quizás unos escasos segundos después, sus liados sentidos y su confusa mente le advirtieron de que el transporte estaba disminuyendo de velocidad, que el hueco por el que bajaban tenía más luz, y que la oscuridad ya no era tan negra, sino más bien grisácea.
León se puso en pie con dificultad y se acercó para ver el estado de Ada.
Sherry había oído el monstruo a lo lejos, en lo profundo del gigantesco agujero, e incluso sintió más miedo del que había sentido cuando el gigante (el Señor X lo había llamado Claire) había aparecido en la estación de tren. Claire le había dicho que probablemente no se trataba del monstruo, sino más bien de algún problema de la maquinaria, pero Sherry no quedó convencida. El sonido procedía de tan lejos que podría haber sido cualquier otra cosa...
Pero, ¿y si no lo es? ¿Y si Claire se equivoca?
Se quedaron de pie fuera de un almacén en mitad de la helada oscuridad, de pie sobre el gran agujero del suelo, mientras esperaban que los ruidos mecánicos se detuvieran. La luna casi llena resplandecía cerca del horizonte, y Sherry se dio cuenta, por el color azul oscuro del cielo en aquella zona, de que la noche ya estaba muy avanzada y el amanecer estaba cerca. Sin embargo, no estaba cansada. Sentía miedo y nerviosismo, e incluso a pesar de que Claire la agarrara de la mano, no quería bajar a través del negro agujero donde podía encontrarse el horrible monstruo.
Después de lo que les pareció una eternidad, el zumbido de la maquinaria se detuvo. Claire se alejó del agujero —el hueco del transporte, lo había llamado—, y se dio la vuelta hacia el almacén.
—Vamos a ver si podemos llamar al... ¿Sherry?
Sherry no se había movido para seguirla. Se había quedado inmóvil mirando el agujero, agarrando su amuleto y deseando ser tan valiente como Claire... pero no lo era. Sabía que no lo era, y sabía que no quería bajar a la oscuridad.
No puedo, no puedo bajar ahí. No soy como Claire, y no me importa nada que mamá haya bajado por ahí. No me importa nada de nada...
Sherry sintió una calidez que le recorría la espalda y levantó la vista sorprendida. Era Claire, que se había quitado su chaleco y se lo estaba colocando por encima de los hombros.
—Quiero que te quedes con esto —dijo Claire, y Sherry sintió una repentina oleada de alegría y confusión.
—Pero... ¿por qué? Es tuyo, y vas a pasar frío...
Claire no le hizo caso durante un minuto, mientras la ayudaba a ponérselo correctamente. Era demasiado grande para ella, y estaba bastante cubierto de suciedad, pero era la prenda más linda que jamás había tenido puesta. Es para mí. Quiere que yo me quede con él. Claire se arrodilló delante de ella. Ahora sólo llevaba puesta su camiseta negra y sus pantalones cortos, y se quedó mirando con mucha seriedad a Sherry mientras tiraba de las solapas del chaleco y se lo cerraba mejor sobre el pecho.
—Quiero que te lo quedes porque sé que tienes miedo —dijo con firmeza—, y porque hace mucho tiempo que tengo este chaleco, y con él me siento capaz de patearle el culo a cualquiera, como si nada pudiera detenerme. Mi hermano tiene una chaqueta de cuero con el mismo dibujo, y él sí que patea los culos de los malos... pero porque me robó la idea.
Sonrió de repente. Era una sonrisa cansada pero cálida, y aquello le hizo olvidar a Sherry cualquier recuerdo de su madre, aunque sólo fuera por un minuto.
—Así que ahora es tuyo, y cada vez que tú te lo pongas, quiero que recuerdes que eres la mejor chica de doce años con la que jamás me haya cruzado.
Sherry le devolvió la sonrisa, abrazando con fuerza el chaleco de color rosa gastado para apretarlo contra su cuerpo.
—Y además es un soborno, ¿verdad?
Claire asintió sin dudarlo ni un segundo.
—Aja. Y además es un soborno, así que, ¿qué me dices?
Sherry suspiró y extendió su mano para tomar la de Claire, y regresaron al almacén para buscar los mandos del ascensor.
Ada se despertó cuando León la depositó con suavidad en el chirriante camastro. Se despertó sintiendo un dolor punzante en la cabeza y un dolor agudo en su costado. Su primer pensamiento fue creer que le habían disparado, pero en cuanto abrió los ojos y la imagen del preocupado y pálido rostro de León se hizo más nítida, lo recordó todo.
Iba a besarme. Bueno, eso creo. Y después...
—¿Qué ha pasado?
León bajó su mano y le apartó un mechón de pelo de su frente, con una leve sonrisa.
—Ha pasado un monstruo. Creo que ha sido el mismo que mató a Bertolucci. Atravesó con su mano la pared del ascensor y te hirió. Te golpeaste en la cabeza después de que... te atravesara con su garra.
¡El virus!
Ada se esforzó por incorporarse para mirarse la herida, pero el fuerte dolor de cabeza la obligó a tumbarse de nuevo. Estiró la mano y se tocó con cuidado el lugar donde sentía el palpitante dolor. Entrecerró los ojos cuando pasó los dedos por encima del chichón pegajoso.
—Eh, eh, tranquila. Quédate quieta —le advirtió León—. La herida no es demasiado grave, pero te diste un golpe muy fuerte...
Ada cerró los ojos mientras intentaba recuperar el control. Si se había infectado, ya no podía hacer nada para evitarlo... y aquello sería realmente una ironía. Si había sido Birkin quien la había herido y todavía estaba lleno de gérmenes, ella terminaría recogiendo el virus-G de un modo muy personal.
Respira profundamente, mantén la calma. Ya no estás en el transporte. Eso, ¿qué te dice?
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras volvía a abrir los ojos.
León meneó la cabeza con un gesto negativo.
—No estoy seguro. El sitio es como tú dijiste. Estamos en una especie de fábrica o de laboratorio subterráneo. El transporte está justo ahí fuera. Te he traído a la habitación más cercana.
Ada giró su doliente cabeza lo suficiente para ver las pequeñas ventanas, justo encima de una mesa repleta de papeles, que daban a la gran nave donde había llegado el transporte.
Debemos de estar en la cuarta planta, donde se detiene el ascensor...
El laboratorio principal de síntesis estaba en la quinta planta.
León la estaba mirando con tal sinceridad, con unos ojos azules tan decorosamente enternecidos, que Ada pensó seriamente por unos cuantos segundos en abortar la misión. Todavía podían bajar juntos hasta el túnel de escape, montar en el tren y salir de la ciudad. Podrían huir, marcharse lejos, muy lejos...
Y después, ¿qué? ¿Llamarás a Trent y le dirás que vas a devolverle el dinero? Claro. Luego quizá puedas conocer a los padres de León, comprarte un anillo y después una linda casa de color blanco con una pequeña valla de madera también de color blanco, quién sabe, tener un par de críos... Podrías aprender a hacer punto y a lo mejor masajearle los pies cuando regrese a casa después de un duro día de trabajo encerrando a borrachos y despejando atascos de tráfico. Y vivieron felices...
Ada cerró los ojos de nuevo, incapaz de mirarlo a los suyos mientras hablaba.
—León, me duele mucho la cabeza, y el túnel que vi, el del mapa... No sé dónde está exactamente...
—Yo lo encontraré —afirmó él en voz baja—. Lo encontraré, y después vendré a buscarte. No te preocupes por nada, ¿de acuerdo?
—Ten cuidado —le respondió ella con un susurro, y un instante después sintió sus labios rozar muy levemente su frente. Oyó que se ponía en pie y caminaba hacia la puerta.
—Tú sólo tienes que quedarte ahí. Volveré pronto —dijo, y la puerta se abrió y se cerró. Estaba sola.
No le pasará nada. Se perderá intentando encontrar el túnel, regresará y verá que me he ido y tomará el ascensor para regresar de nuevo a la superficie... Yo podré encontrar la muestra y escapar y todo habrá terminado.
Ada esperó un minuto y luego se incorporó con lentitud. El rostro se le torció con una mueca cuando sintió el doloroso palpitar en el interior de su cabeza. Estaba claro que había sido un golpe bastante fuerte, pero no uno capaz de incapacitarla. 'Todavía podía manejarse sola.
Oyó un ruido en el exterior. Se puso en pie y caminó hacia una de las ventanas. Sabía cuál era el origen del ruido antes incluso de mirar a través del cristal, y sintió que el ánimo se le hundía un poquito: el transporte subía de nuevo, probablemente llamado por un equipo de Umbrella que ya se encontraba en la fábrica...
Lo que significa que no dispongo de mucho tiempo. Y si lo encuentran...
No, a León no le pasaría nada de nada. Era un luchador y tenía el sentido común suficiente para alejarse a marchas forzadas de cualquier peligro. Además, era fuerte y honesto... así que no necesitaba en su vida a nadie como ella cerca de él. Había sido una estupidez pensar en ello, aunque sólo hubiera sido por un momento. Había llegado el momento de acabar con el asunto, de llevar a cabo la misión para la que había ido a Raccoon City, de recordar quién era ella en realidad: una agente independiente, una mujer que no tenía reparos ni escrúpulos algunos sobre robar o matar para lograr llevar a cabo una misión con éxito. Era una ladrona fría y eficiente que se enorgullecía de no haber fallado ni siquiera en uno de los trabajos que había llevado a cabo a lo largo de toda su carrera. Ada Wong siempre se marchaba con la mercancía que había ido a buscar, y haría falta algo más que unas cuantas horas con un policía de ojos azules para lograr que lo olvidara.
Ada sacó las tarjetas de acceso y la llave maestra de su pequeño bolso y abrió la puerta, diciéndose a sí misma que estaba haciendo lo correcto... e intentando mantener la esperanza de que esta vez lograría convencerse a sí misma.
Capítulo 26
Annette se había tropezado con un serio problema. El trayecto hasta el compartimiento de carga no había sido complicado. Sólo se había encontrado con un infectado, uno de los primeros enfermos, y le había abierto un agujero en su cabeza reseca y blanquecina con el primer disparo. Había pasado bajo un Re3 dormido, pero éste no se había movido en absoluto en su cómodo lecho del techo, y, al parecer, las demás criaturas que acechaban desde las sombras de las instalaciones no se habían dado cuenta todavía de que eran libres. Si no era así, significaba que se habían desmenuzado convirtiéndose en polvo antes de lo que ella había pensado. En cualquiera de los dos casos, ella se habría marchado del lugar antes de tener que preocuparse por una u otra posibilidad.
Había logrado llegar al compartimiento de carga en menos de tres minutos y había pulsado el código clave con una enorme sensación de logro y de triunfo. El subidón provocado por la mezcla de drogas empezaba a desaparecer, pero todavía se sentía bien... hasta que la escotilla del compartimiento se negó a abrirse. Annette introdujo de nuevo el código, bastante sencillo, pero esta vez con más cuidado... y no ocurrió nada. Era una de las pocas puertas de las instalaciones que no se abría automáticamente cuando se ponía en marcha el sistema de autodestrucción, pero aquello no debería haber supuesto un problema, ya que existía un disco de verificación en una ranura situada bajo los controles de apertura. El disco siempre estaba allí a pesar de la insistencia del personal directivo de seguridad de Umbrella en que sólo debían tenerlo en sus manos los jefes de departamento de cada una de las secciones...
Y, por supuesto, en cuanto había metido la mano en la ranura, se había encontrado con que el disco no estaba allí, donde se suponía que debía estar. Alguien se lo había llevado.
Annette se quedó de pie delante de la compuerta cerrada, en la vacía estancia, y comenzó a sentir los primeros tentáculos de miedo recorrer su mente. Era un ataque de histeria que no podía permitirse.
El laboratorio va a saltar por los aires, y ya he desperdiciado casi cinco minutos, así que, ¿dónde demonios está el maldito disco?
—Tranquila, tranquila. No pasa nada, estás bien...
Un suave eco, un susurro razonado en mitad de la reluciente sala. Sólo tenía que subir en el ascensor hasta la siguiente planta. Al fin y al cabo, tenía la tarjeta maestra de apertura, tenía un arma y tenía tiempo. Tampoco demasiado, pensó después, pero suficiente.
Respiró profundamente y regresó al pasillo que llevaba hasta las escaleras, recordándose a sí misma que todo iba bien y que aquel contratiempo no tenía importancia, que Umbrella iba a pagar de todos modos, lograra o no, salir de allí. No quería morir, no iba a morir, pero los relucientes pasillos de paredes cubiertas de sangre y los laboratorios, antaño completamente esterilizados, iban a arder de todas maneras, así que no había necesidad de dejarse llevar por el pánico...
Justo cuando giró a la derecha y avanzó con rapidez por el pasillo que la llevaría hasta su objetivo, con sus pasos resonando con un sonido hueco en el silencio, un panel del techo cayó precisamente delante de ella... y un Re3, un lamedor, aterrizó en el suelo y aulló exigiendo su sangre. ¡No!
Annette apretó el gatillo, pero el disparo sólo abrió un agujero en el hombro de la criatura en el preciso momento que se lanzaba de un salto sobre ella, extendiendo una garra deforme para destriparla. Sintió un fuerte dolor en el antebrazo y disparó de nuevo, asombrada e incrédula...
El segundo proyectil le acertó de lleno en la garganta. El monstruo aulló de nuevo mientras la sangre salía con un chorro borboteante de su destrozada garganta. Su aullido se convirtió en un feroz grito rugiente cuando se abalanzó de nuevo sobre ella.
El tercer disparo destrozó la gelatinosa sustancia gris que constituía su cerebro, y la criatura cayó al suelo inmediatamente, quedando hecha un montón de carne que se estremecía de forma espasmódica a escasos centímetros de sus piernas, igualmente temblorosas.
Annette comenzó a jadear al darse cuenta de lo cerca que había estado de morir. Bajó la mirada hacia su sangrante brazo, a los profundos cortes que habían atravesado la tela de la bata de laboratorio...
Y algo se rompió de forma definitiva. Algo en su mente, los pensamientos de su mente corrían a toda velocidad, lo mismo que su corazón palpitante: la sangre y el lamedor, el lamedor de William, muerto en el suelo delante de ella. Todo lo anterior giró y giró, danzando mientras formaba un círculo en el interior de su cabeza y se concentraba hasta formar una única idea, un pensamiento increíblemente simple. Un pensamiento que le daba sentido a todo lo que había ocurrido.
No es suyo.
Estaba tan claro, tan claro como el agua. No podía huir del dolor, porque el dolor la encontraría en cualquier lugar hacia el que corriera. Tenía la prueba allí mismo, goteando por su brazo. William lo había comprendido, pero se había perdido a sí mismo antes de poder explicárselo a ella, antes de decirle lo que ella realmente tenía que hacer: tenía que enfrentarse a sus atacantes y asegurarse de que se enterasen, que se enterasen que el virus-G no era suyo, porque no les pertenecía. Pero ¿lo entenderán? ¿Podrán entenderlo? Quizá sí, quizá no. Sin embargo, se sentía tan apabullada por aquella verdad de una sencillez tan profunda que supo que al menos tenía que intentarlo. Era el trabajo de la vida de William. Era su legado, y ahora le pertenecía a ella. Ya lo había intuido antes, pero ahora lo sabía. Era un rayo de luz en su mente que convertía a todos los demás problemas en asuntos triviales.
No es suyo. Es mío.
Tendría que encontrarlos a todos, decírselo, y en cuanto hubieran aceptado la verdad de lo que les diría, tendrían que dejarla tranquila. Después, si todavía le quedaba tiempo, se marcharía.
Pero antes, tendría que pincharse otra vez. Sonrió, con los ojos abiertos de par en par y con la mirada un poco perdida. Annette pasó por encima del lamedor y se dirigió hacia las escaleras.
León creyó oír disparos.
Estaba en una especie de estancia quirúrgica, la primera habitación al final del primer pasillo que había tomado después de dejar atrás a Ada. Levantó la vista del montón de papeles arrugados que había estado revisando y se quedó a la escucha. Sin embargo, los chasquidos no se repitieron, así que continuó con su búsqueda. Pasó con rapidez las páginas, desesperado por encontrar algo más aparte de las interminables listas de números y letras bajo el anagrama de Umbrella.
Vamos, vamos. Tiene que haber algo útil entre toda esta información...
Quería salir de allí, quería agarrar a Ada y salir cagando leches de allí. El cuerpo despanzurrado tirado sobre una esquina era razón más que suficiente, pero había algo más aparte de aquello. El mismo aire de la habitación, del pasillo que daba a la habitación y, estaba seguro, el de todas las estancias de la instalación, era insano. Olía a muerte, pero lo que era aún peor era la atmósfera, el ambiente creado por algo mucho más siniestro, mucho más inmoral. Mucho más... malvado.
Aquí realizaron experimentos, llevaron a cabo pruebas y Dios sabe qué más cosas... y crearon una plaga de zombis y crearon el monstruoso demonio zombi que atacó a Ada. Han matado a toda una ciudad. Fuese lo que fuese lo que pretendían hacer, era algo malvado sin lugar a dudas.
Maldad a gran escala. El transporte los había llevado hasta una instalación secreta de Umbrella, bastante grande. Sabía por los números que aparecían en las paredes que se encontraba en la cuarta planta, significase lo que significase aquello. La pasarela, una de las tres entre las que había podido elegir, por la que había llegado hasta el pasillo y hasta la habitación de operaciones donde se encontraba, pasaba por encima de un espacio abierto de unos veinticinco o treinta metros, cuyo fondo no era visible, completamente perdido en la oscuridad. No sabía a la profundidad que habían bajado Ada y él, aunque la verdad es que tampoco le importaba. Lo único que quería era encontrar un mapa como el que ella había descubierto en las alcantarillas, un diagrama claro y sencillo con una flecha que indicara «salida»... Y no está aquí.
León echó a un lado los papeles, lleno de frustración... y vio un disco de ordenador en la mesa de acero, que había estado oculto por el montón de papeles sobre los resultados de experimentos químicos. Lo recogió con el entrecejo fruncido por la intriga y leyó la etiqueta: «Para la verificación del almacén de carga». Estaba escrito con grandes letras mayúsculas, pero con cierto descuido.
León lanzó un suspiro y se lo guardó en un bolsillo. Se frotó los cansados ojos con la mano derecha. El brazo izquierdo le había quedado casi inútil después de trasladar a Ada desde el ascensor. No quería ponerse a buscar un ordenador para saber lo que había en el disco, no quería ir de habitación en habitación para encontrar la salida, descubriendo una y otra vez nuevas atrocidades llevadas a cabo por Umbrella antes de que todo se fuera al garete. Estaba cansado y dolorido, además de preocupado por Ada... y, mientras se dirigía hacia la puerta de salida, decidió que debía volver para ver cómo estaba y hablar con ella. Quería tranquilizarla, decirle que encontraría la salida, pero que el puñetero lugar era enorme. Si al menos ella recordara la dirección general donde se encontraba la salida, o quizás incluso el número de la planta o piso.
León abrió la puerta, entró en el pasillo... y entonces vio, justo delante de él, una mujer con una pistola en la mano, una nueve milímetros con la que le apuntaba directamente al pecho. La desconocida estaba sangrando. Unos débiles regueros de sangre bajaban lentamente por su sucia bata de laboratorio... y por la expresión de su cara, por la extraña mirada que vio en sus ojos vidriosos, se dio cuenta inmediatamente que estaba drogada hasta las cejas con alguna sustancia, y que realizar cualquier movimiento brusco sería una idea realmente mala.
Jesús, ¿qué es esto?
—Tú asesinaste a mi marido —le dijo—. Tú y tu compañera, y también la joven. Todos vosotros, todos queríais bailar en su tumba, ¡pero yo tengo algo que deciros!
Tenía un subidón tremendo. Podía notarlo en el temblor agudo de su voz y en el modo que a veces su piel se tensaba y temblaba en su cara. León mantuvo las manos a lo largo de sus costados y habló con voz baja y tranquila.
—Señora, soy agente de policía, y estoy aquí para ayudarla, ¿de acuerdo? No quiero hacerle daño, sólo...
La mujer metió su ensangrentada mano en uno de los bolsillos de su bata y sacó algo que sostuvo en alto. Se trataba de un tubo de cristal lleno de un extraño fluido púrpura. Sonrió con salvajismo y lo sostuvo aún más alto, por encima de su cabeza, pero sin dejar de apuntarle al pecho.
—¡Aquí está! Esto es lo que queréis, ¿verdad? Escúchame. ¿Me escuchas atentamente? ¡No es vuestro! ¿Entiendes lo que te digo? ¡No es vuestro! Fue William quien lo creó y yo lo ayudé, ¡así que no os pertenece!
León asintió con lentitud, y luego habló con tranquilidad.
—Tiene razón, no me pertenece. Es suyo, completamente su...
La mujer ni siquiera lo oía.
—Creéis que podéis llegar y tomarlo, pero yo os detendré. Impediré que os lo llevéis. Todavía queda mucho tiempo, tiempo de sobra para matarte, para matar a Ada, ¡y a cualquier otra persona que intente llevárselo!
Ada...
—¿Qué sabe acerca de Ada? —dijo León con voz agitada al mismo tiempo que daba medio paso hacia la enloquecida mujer. Ya no se sentía tan tranquilo—. ¿Le ha hecho daño? ¿Dígamelo?
La mujer se echó a reír, con unas carcajadas completamente carentes de humor y repletas de locura.
—¡Fueron los de Umbrella los que la enviaron aquí, idiota! ¡La propia Ada Wong en persona, la señorita «Los amo y los abandono». Sedujo a John para apoderarse del virus-G, ¡pero tampoco le pertenece a ella! No lo es, no es vuestro, es mí...
Una enorme conmoción sacudió el suelo, arrojando a León contra la pared y luego contra el suelo. La rugiente vibración estremeció hasta las paredes... y ¡bam!, del techo comenzaron a caer tuberías y trozos de yeso. Una gruesa viga abatió a la mujer con un chasquido sordo. León se protegió la cabeza con el brazo derecho cuando varios trozos de cemento y de escayola comenzaron a caer encima de él y alrededor...
Un instante después, todo acabó. León se incorporó y se quedó mirando a la mujer completamente pasmado, sin comprender qué había ocurrido. La desconocida no se movía en absoluto. La viga de metal que la había golpeado todavía estaba colgada del techo, y tenía uno de los brazos atrapado debajo del alargado trozo de metal...
De repente, una voz clara y carente de sentimiento resonó procedente de unos altavoces ocultos en algún lugar de las paredes. Era una voz femenina y tranquila, que resaltaba incluso por encima del clamor de las sirenas de alarma.
«La secuencia de autodestrucción ha sido activada. Esta secuencia de autodestrucción no puede ser abortada. Todo el personal debe evacuar las instalaciones inmediatamente. La secuencia de autodestrucción ha sido activada. Esta programa no puede ser abortado. Todo el personal debe evacuar las instalaciones inmediatamente...»
León trastabilló hasta que consiguió ponerse en pie y se acercó con rapidez a la mujer caída en el suelo. Se agachó, le quitó el cilindro de cristal de su mano abierta y se lo metió en uno de los compartimientos de su cinturón. No sabía quién era, pero sabía que estaba lo bastante loca como para tener metida cualquier cosa en aquel tubo de ensayo.
Ada...
Tenía que regresar junto a Ada y salir de allí. Las alarmas intermitentes y aullantes resonaban por todo el lugar, persiguiéndolo a lo largo de todo el camino desde la puerta hasta la pasarela metálica, junto con el mensaje con voz femenina indiferente que repetía incesantemente el anuncio de su destrucción.
La voz grabada no daba ninguna indicación de cuánto tiempo les quedaba, pero León estaba completamente seguro de que no quería estar por los alrededores cuando el reloj llegara al final de la cuenta atrás.
Capítulo 27
El fresco y oscuro viaje a través del pozo del ascensor terminó con un chirrido de frenos hidráulicos... y, a continuación, sólo se oyó el silencio cuando los motores se apagaron y las dejaron atrapadas en algún punto del aparentemente interminable túnel.
—¿Claire? ¿Qué...?
Claire levantó un dedo y se lo llevó a los labios, indicándole a Sherry que se quedara callada... y percibió un sonido muy parecido a una sirena de alarma, un bramido agudo y repetitivo, aunque sonaba muy lejano. También le pareció oír una voz, pero sólo pudo distinguir un murmullo como el de una voz de tono femenino.
—Vamos, cariño. Me parece que el viaje se ha terminado. Vamos a ver dónde hemos acabado. Y quédate cerca de mí.
Salieron del cubículo del transporte y pasaron a la plataforma. Los sonidos distantes ya no eran tan distantes... y también distinguieron algo de luz, procedente de algún punto por detrás del ascensor. Claire tomó a Sherry de la mano mientras salían a toda prisa. No quería alarmar a la niña, pero estaba bastante segura de que lo que oía sí era una alarma. Sin duda, lo que también se oía era una voz grabada por encima de los bocinazos rítmicos, y Claire quería saber lo que estaba diciendo.
El ascensor se había detenido a poco más de un metro de una especie de túnel de servicio. La luz que había visto procedía de una bombilla que colgaba del techo del pequeño túnel. No había ninguna puerta, pero sí espacio suficiente para permitir que una persona pasase por allí al final del estrecho y corto túnel. Era casi seguro que se trataba un espacio pensado para que un obrero trabajase en caso de avería. Tendría que ser suficiente...
Si no, tendremos que trepar hasta la superficie, y probablemente sólo será un kilómetro o una cosa así hacia arriba...
No les quedaba más remedio. Claire aupó a Sherry y luego subió detrás de ella, pasando delante y arrastrándose por el negro agujero. Los bocinazos de la alarma aumentaron más y más de volumen a medida que se acercaban al espacio adaptado para el trabajo de los obreros, y el murmullo se convirtió en la voz de una mujer. Se esforzó por oír mejor las palabras para entenderlas, con la esperanza de oír algo así como «avería en el ascensor» o la palabra «temporalmente», pero siguió sin oír nada con claridad. No les quedaba más remedio que dejar atrás el ascensor y mantener la esperanza de que lo abandonaban por algo mejor.
Claire giró un poco su cuerpo y lanzó un suspiro.
—Chica, me parece que nos va a tocar arrastrarnos un poco. Yo iré en primer lugar, y tú...
¡Blam!
Sherry gritó cuando algo aterrizó con un ruido tremendo sobre el techo del ascensor de transporte que habían dejado atrás, atravesándolo con un enorme chirrido de metal partido y doblado. Claire tiró de Sherry para acercarla más a ella, con el corazón encogido y la respiración detenida... y una mano, a la que siguió otra, apareció a través del agujero en el techo. Después, dos gruesos brazos, oscurecidos por las sombras... y, por último, el cráneo blanco, enorme y reluciente del Señor X, como una luna llena en una noche sin estrellas.
Claire se giró de nuevo y empujó a Sherry hacia la oscuridad del estrecho espacio diseñado para el personal de reparación, con el corazón palpitándole a toda velocidad y el cuerpo cubierto repentinamente de sudor.
—¡Vete! ¡Vete! ¡Voy detrás de ti!
Sherry desapareció en la oscuridad, desapareciendo de la vista como un ratón asustado, y Claire no miró hacia atrás. Estaba demasiado aterrorizada para volver la vista mientras seguía a Sherry hasta el negro agujero. Estaba segura de que su incansable perseguidor estaba trepando por encima del destrozado ascensor para continuar con su decidida y extraña persecución.
Ada había oído parte de la enloquecida conversación de León con Annette desde las sombras del centro de la pasarela, donde los tres senderos metálicos se encontraban. Se había obligado a sí misma a no acudir en ayuda de León, prometiéndose a sí misma que si oía disparos, volvería a reconsiderarlo..., pero en ese preciso instante, toda la instalación se había estremecido con fuerza, y la suave voz grabada había comenzado su repetitiva letanía. ¡Mierda!
Ada se puso en pie, furiosa con la científica, y una parte de su ser lo sintió por León. Sabía lo que aquello significaba: Annette había puesto en marcha el sistema de autodestrucción. Eso significaba que probablemente les quedaban menos de diez minutos para salir pitando del lugar... Y León no conoce el camino de salida.
No importaba, no importaba. Eso no era importante. Ella iba a recoger la muestra, que sin duda Annette llevaba consigo, y necesitaba hacerlo inmediatamente. León no era su problema, nunca había sido su problema, y no podía abandonar la misión en ese momento, no después del infierno por el que había pasado para conseguir el preciado virus de Trent.
Ada se alejó un paso del panel principal que conectaba las tres pasarelas... y en ese preciso instante oyó unas pisadas que iban en su dirección. Eran unos pasos demasiado pesados como para tratarse de Annette. Se ocultó de nuevo entre las sombras, en la pasarela que llevaba al oeste detrás de la estructura metálica.
Un segundo después, León pasó corriendo por el lugar, probablemente de regreso al lugar donde esperaba encontrarla a ella esperándolo. Ada inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud mientras se esforzaba por sacarse a León de la cabeza. Después salió corriendo en dirección al lugar donde había oído a Annette.
Ada se había marchado.
«... ha sido activado. Esta secuencia de autodestrucción...»
—¡Cállate, cállate. —dijo León con un fuerte susurro.
Se quedó allí de pie, en mitad de la habitación, sintiéndose perdido e inútil, con un nudo en el estómago y las manos crispadas en un puño.
Le habría entrado pánico al oír la sirena y la alarma y habría salido corriendo. Probablemente estaba perdida en el interior de las enormes instalaciones, perdida y confundida. Quizá lo estaba buscando mientras aquella voz infernal y tranquila repetía su mensaje, mientras las sirenas sonaban una y otra vez.
¡El ascensor de transporte!
León se dio la vuelta y atravesó corriendo la puerta... y vio que había desaparecido. Sólo había un gran agujero negro de un par de metros de profundidad donde había estado unos minutos antes. Había estado demasiado concentrado en llegar hasta donde estaba Ada como para darse cuenta de que el ascensor ya no estaba allí...
¡Tenemos que encontrar el túnel! ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Sin el ascensor estamos atrapados!
León se dio la vuelta mientras lanzaba un silencioso aullido de frustración y comenzó a correr hacia las pasarelas, rezando para encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
El espacio para reparaciones se acababa de repente, justo delante de un hueco vertical de unos dos metros de altura que daba a un túnel. A Sherry le zumbaban los oídos y tenía la boca seca como un zapato. Sherry se agarró a los bordes del agujero cuadrado, cerró los ojos y saltó al interior.
Se balanceó sobre el pasillo y se dejó caer en cuanto estuvo en posición vertical. Aterrizó mal y se cayó cuando se le dobló la pierna derecha. Le dolió, pero apenas lo sintió. Empezó a arrastrarse sobre las rodillas y sobre las manos para quitarse de en medio. Se quedó mirando al agujero... y por allí apareció la cabeza de Claire. Sus ojos preocupados inspeccionaron rápidamente a Sherry para comprobar si estaba bien y, a continuación, si el pasillo estaba despejado y era seguro... aparte de que había una mujer hablando por los altavoces, de que las sirenas estaban provocando un jaleo infernal y de que el Señor X les estaba pisando los talones.
Claire extendió al brazo todo lo que pudo, con la pistola en la mano.
—Sherry, necesito que agarres esto. No puedo darme la vuelta.
Sherry se puso en pie, estiró el brazo y agarró la pistola por el cañón. Se sorprendió al descubrir lo mucho que pesaba el arma cuando Claire la soltó.
—No apuntes a nada con eso —le susurró Claire, y se deslizó fuera del agujero, doblando su cuerpo y aterrizando sobre su hombro, con la cabeza inclinada hacia dentro. Dio una pequeña voltereta y sus pies golpearon la pared de cemento.
Claire se puso en pie antes incluso de que Sherry tuviera tiempo de preguntarle si estaba bien. Tomó la pistola de su mano y apuntó hacia la puerta que estaba al otro extremo del pasillo.
—¡Corre! —gritó, y ella misma también empezó a correr, empujando a Sherry por la espalda con una mano mientras se dirigían hacia la puerta, y la voz de los altavoces les decía que salieran del lugar, que la secuencia de autodestrucción había sido activada...
Detrás de ellas oyeron un sonido de metal retorciéndose que superó al de las sirenas, y Sherry corrió con mayor rapidez aún, completamente aterrorizada.
Capítulo 28
Annette Birkin salió a gatas de debajo del aplastante peso del frío metal, sin dejar de empuñar la pistola, pero sin el frasco de virus-G. Cuando abrió la boca para gritar su furia, para maldecir a Dios por la injusticia de su terrible suplicio, un chorro de sangre salió de entre sus labios, como un torrente medio coagulado. Mío, mío, mío... Logró levantarse sin saber ni cómo.
Ada se dijo a sí misma que, de todas maneras, no se merecía la buena opinión de León Kennedy. Nunca se la había merecido.
Perdóname...
Cruzó corriendo la pasarela procedente de la zona de descarga, desesperado por el miedo que sentía por ella, y Ada salió de las sombras y lo apuntó con la Beretta a la espalda.
—¡León!
Él se giró inmediatamente, y Ada sintió que la garganta se le quedaba atenazada cuando vio la expresión de alivio que le recorrió la cara... y se esforzó por no sentir nada más cuando la sonrisa de alegría de León se convirtió en un gesto de amargura, que borró por completo la sonrisa.
¡Dios, perdóname!
—Te he estado esperando —dijo, sin sentir el menor orgullo por lo tranquila y calmada que sonó su voz. Lo fría y profesional que le pareció.
Las alarmas siguieron sonando, y la voz mecánica sonó casi con la misma frialdad que la suya, indicándoles que la secuencia de autodestrucción no podía detenerse. No tenía tiempo de dejar que León se hiciese a la idea de que era un monstruo tan carente de alma como uno de los zombis que se habían encontrado o la criatura en que se había convertido Birkin.
—El virus-G —le dijo—. Dámelo.
León no movió ni un músculo.
—Me dijo la verdad —sin un atisbo de ira, sólo con un dolor que era más de lo que Ada quería oír—. Trabajas para Umbrella.
—No —Ada negó con la cabeza—, pero tampoco es asunto tuyo para quién trabajo. Yo, yo...
Ada sintió, por primera vez en muchos años, desde que era una chiquilla, el picor de las lágrimas en sus ojos, y de repente, lo odió por ello, por hacer que se odiase a sí misma.
—¡Lo he intentado! —gritó con un lamento. Toda su compostura fue barrida por el feroz torrente de rabia que recorrió su cuerpo—. ¡Intenté perderte de vista en la fábrica! ¡Y además, tenías que quitárselo, ¿verdad? ¡No podías dejárselo encima!
Ella vio la compasión reflejada en su rostro y sintió que su furia se desvanecía, reemplazada sin tregua por una oleada de pena, pena por lo que había perdido, por lo que había perdido con él, por la parte de su ser que había perdido hacía tanto, tanto tiempo atrás.
Quiso hablarle de Trent, de sus misiones en Europa y en Japón, de cómo se había convertido en lo que era. Quiso hablarle sobre todo y cada uno de los hechos de su miserable vida repleta de éxitos que la habían llevado hasta aquel lugar, hasta empuñar un arma contra el hombre que le había salvado la vida, un hombre con el que hubiera podido compartir algo, en otro momento y otro lugar. El reloj seguía su marcha atrás.
—Entrégamelo —le dijo—. No me obligues a matarte.
León se quedó mirándola a los ojos, y simplemente dijo:
—No.
Pasó un segundo, y después otro.
Ada bajó su pistola.
León se preparó para recibir el disparo, la bala procedente del arma de Ada que le quitaría la vida...
Y ella bajó con lentitud su Beretta, al mismo tiempo que sus hombros se hundían y una lágrima comenzaba a bajar por su piel de porcelana.
León dejó escapar el aire que había estado conteniendo, sintiendo demasiadas cosas a la vez: una mezcla de tristeza y pena por su traición, junto a la compasión por un alma torturada, reflejada en sus preciosos ojos negros...
Y oyó un disparo procedente de las sombras que ella tenía a su espalda. Los ojos de Ada se abrieron de par en par, y su boca se quedó abierta por la sorpresa mientras caía hacia adelante. La pistola repiqueteó al chocar contra el suelo, y su cuerpo tropezó con la barandilla y pasó por encima.
—¡Ada, no!
Echó a correr y se agachó, y al mismo tiempo que ella lograba agarrarse a la barandilla, él la sostuvo de la muñeca. Su cuerpo quedó colgando de un lado a otro sobre la vacía oscuridad sin fondo, mientras la sangre salía a borbotones de su destrozado hombro.
—¡Ada, aguanta!
—Mío —susurró Annette.
Alzó la pistola de nuevo, preparándose para disparar contra el otro y para recuperar lo que era suyo por derecho, para hacerles pagar a todos... y la pistola comenzó a pesar demasiado. Se caía, y ella se caía con su arma. Cayeron juntas hacia el oscuro metal, y la oscuridad empezó a girar en el interior de su mente. Por fin se llevaba el dolor.
William...
Fue su último pensamiento antes de quedarse dormida.
La puerta daba paso a una habitación repleta de máquinas aullantes. Los chirridos y zumbidos de los siseantes y traqueteantes gigantes ahogaban el gemido de las sirenas de alarma. Claire corrió, tirando y empujando a Sherry junto a ella mientras buscaba desesperadamente una salida. Sabía que el monstruo estaba cerca.
¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué nos persigue? Allí...
Una plataforma en la esquina, a unos dos metros del suelo, con un puñado de cajas echadas a un lado justo debajo de ella.
—¡Por aquí! —gritó Claire.
Echaron a correr, pasando al lado de las temblorosas consolas de metal. Claire sintió un tremendo calor que salía desprendido de las máquinas cuando aupó a Sherry para que subiera y luego la siguió. ¡Crrrraaccc!
Se dio la vuelta y vio que la enorme criatura estaba rajando la puerta de metal. Entró con grandes zancadas en la sofocante habitación y comenzó a buscar...
Vieron una doble compuerta de metal en el otro extremo de la plataforma. Se abalanzaron en aquella dirección mientras Claire no pensaba en otra cosa que no fuera seguir huyendo o en el modo de destruir a aquel monstruo que había sobrevivido a todo lo que...
La compuerta estaba abierta y entraron en otra plataforma. El calor en aquella sombría estancia era tremendamente intenso, terrible... y además el lugar era un callejón sin salida. Claire se dio cuenta de ello antes de dar media docena de pasos en aquella enorme estancia. Se encontraban en la plataforma de observación de una fundición, y el infernal calor procedía de los enormes depósitos al rojo vivo que estaban debajo de ellas.
Tenía doce balas, divididas entre dos pistolas. Claire se acercó a trompicones al borde de la plataforma, con Sherry a su lado. La luz anaranjada del metal fundido las iluminó con su brillo afiebrado. Aquel calor era suficiente como para achicharrar cualquier cosa...
¿Cómo? ¿Cómo lo hago saltar?
—¡Sherry, vete allí!
Apuntó con el dedo el punto más alejado de la plataforma. Sherry negó con la cabeza mientras su rostro temblaba por el miedo.
—¡Hazlo! ¡Ahora mismo! —gritó Claire, y Sherry lanzó a su vez un grito, aunque de terror, mientras echaba a correr, con su gargantilla rebotando contra las solapas del chaleco de tela vaquera...
No es un colgante...
Sherry volvió a gritar. Claire se dio la vuelta y vio al Señor X que se aproximaba a ellas.
Caminó por la estancia con el mismo andar erguido y rígido que Claire había visto cuando lo encontró por primera vez. La extraña luz anaranjada le daba un tono aún más de pesadilla. Claire se mantuvo firme donde se encontraba. Se metió la pistola de Irons en los pantalones mientras el plan a medio formar que tenía en su atemorizada cabeza comenzaba a adquirir detalles. Probablemente no saldría bien, pero tenía que intentarlo de todas maneras...
Se abalanza sobre mí, salto por encima de la barandilla, lo agarro y lo arrastro conmigo...
El Señor X centró su mirada sin emoción en ella mientras daba otro de sus enormes pasos. Los negros agujeros de sus ojos y el que tenía en la garganta eran sólo unos pozos de sombras en su terrible piel pálida, coloreada como una calabaza bajo la luz de aquel lugar... y se giró hacia Sherry. Se abalanzó hacia ella mientras alzaba sus terribles puños.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Estoy aquí! —gritó Claire, pero la criatura no la oyó, no la vio. Todo su monstruoso ser estaba concentrado en la pequeña y acobardada chiquilla gimoteante que estaba acurrucada en un rincón de la pared más alejada mientras agarraba su colgante...
Justo en ese momento, Claire supo lo que quería. Las frases pronunciadas por Sherry y por Annette se unieron en un relámpago de comprensión, que le proporcionó la respuesta.
El virus-G. Destrozarla. Amuleto de buena suerte...
No era un colgante...
—¡Sherry! ¡Quiere tu colgante! ¡Tíramelo!
Si estaba equivocada, ambas estaban muertas. El Señor X se acercó aún más a la niña, lo que le impidió a Claire verla...
La gargantilla, el colgante que contenía en su interior al virus-G y que Annette le había entregado a su hija, junto con el peligro de llevarlo puesto, llegó volando procedente de la caliente oscuridad, y cayó a los pies de Claire, justo delante de ella.
El Señor X dio inmediatamente la vuelta, siguiendo con su mirada inexpresiva el vuelo del colgante, y dejó a un lado a Sherry en el mismo instante que la gargantilla abandonaba la mano de la niña. Había estado en lo cierto.
¡Buena chica!
Claire lo recogió del suelo y lo balanceó delante del monstruo, sintiendo una oleada de increíble rabia y de alegría maliciosa cuando el hinchado gigante comenzó a dirigirse hacia ella con su paso decidido y con los puños en alto de nuevo. Sus ojos sin expresión estaban fijos en la brillante gargantilla.
—¿Quieres esto? —dijo Claire con tono de burla, provocándolo. Las palabras rezumaron su furia por las balas malgastadas, por el miedo que ella y Sherry habían sufrido—. ¿Sí? ¡Pues entonces, ven a buscarlo, miserable monstruosidad sin sesos!
La criatura estaba ya a menos de dos metros de ella cuando Claire se giró y lanzó el regalo de Sherry a la gran superficie burbujeante y abrasadora. La gargantilla desapareció inmediatamente en el hierro fundido... y la criatura sobrenatural que las había aterrorizado a lo largo de toda aquella interminable noche caminó directamente hacia la barandilla. Las barras metálicas se partieron bajo su paso implacable... mientras el monstruo se desplomaba en silencio hacia el gigantesco caldero. Una gran ola de metal fundido y siseante golpeó por un momento los lados del contenedor y unas erupciones espontáneas de llamas saltaron de su cuerpo mientras desaparecía bajo la superficie del burbujeante líquido.
Sintió triunfo, un triunfo dulce y maravilloso... y un instante después, la fría voz mecánica de los altavoces cambió de repente, arrebatándole la alegría que le proporcionaba ver al Señor X darse un baño de lava.
El mensaje que oyó por encima del barullo de las sirenas le heló la sangre.
«Quedan cinco minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad. Todo el personal que quede debe abandonar inmediatamente las instalaciones. Por favor, diríjanse a la plataforma inferior. Repito, por favor, diríjanse a la plataforma inferior. Repito, por favor, diríjanse...»
Sherry ya estaba a su lado, y Claire la agarró de la mano y comenzó a correr.
Sentía un dolor insoportable, y Ada cerró los ojos, preguntándose si bastaría para matarla.
—¡Aguanta, Ada! ¡Tú sólo aguanta, yo te subiré!
A través de los latidos de la sangre y del clamor de las sirenas, Ada oyó el aviso del comienzo de la cuenta atrás del sistema de autodestrucción. Cinco minutos.
Intenta salvarme. Vamos a morir los dos.
El agarrón de León era fuerte, y la determinación en su atemorizada y suplicante voz era casi tan fuerte como la voluntad de ella. Casi, pero no lo bastante.
Ada levantó la cara para mirarlo, y vio que, a pesar de todo lo ocurrido, él quería salvarla, quería que sobreviviera. Quería ayudarla a subir y llevarla a un lugar seguro lejos de allí.
Esta vez no. No por mí...
Su vida se había basado en el egoísmo, en ella misma y nadie más, en la avaricia. Había visto morir a mucha buena gente, y en algún momento de su vida, había perdido su capacidad de sentir preocupación por los demás. Se había dicho a sí misma que aquel esfuerzo era una pérdida de tiempo y un signo de debilidad.
Y estaba equivocada. Fui egoísta y estuve equivocada todo este tiempo, y ahora ya es demasiado tarde.
No, no era demasiado tarde. Fuese lo que fuese lo que la esperase abajo, ya había tomado una decisión.
—León... baja, dirígete hacia el oeste y encuentra el almacén de carga... más allá de la fila de... las sillas de plástico. Necesitarás el... disco. Está en mi... bolsito.
—¡Ada! ¡Ya lo tengo! ¡El disco del almacén de carga y descarga! ¡Ya lo encontré! ¡No hables, sólo aguanta! ¡Déjame que te ayude!
Intentó agarrarse mejor a la barandilla.
Hablar le suponía un esfuerzo horrible, pero tenía que acabar, tenía que advertirle antes de que el tiempo se le acabase.
—El código es 345. Monta en el ascensor y baja. El túnel... subterráneo lleva al exterior. Tienes que ir... a toda velocidad. Ten cuidado con Birkin, el infectado por el virus-G... Ya está cambiando. ¿Lo has entendido?
León asintió, mirándola intensamente con sus profundos ojos azules.
—Vive —dijo ella, y fue una buena palabra, una palabra maravillosa con la que despedirse y marcharse. Estaba cansada, la misión estaba acabada y León estaba a salvo.
Se soltó de la barandilla y León gritó su nombre. Aquel sonido la siguió hacia la oscuridad como un adiós agridulce.
Capítulo 29
Sherry estaba aterrorizada, pero el Señor X estaba muerto, y sin duda, él era el monstruo que había visto, no el de la comisaría, sino el monstruo de verdad, el que había querido despedazarla desde el principio...
Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, porque Claire tiraba de ella mientras recorrían a toda velocidad el camino por el que habían llegado hasta la fundición. A través de la sala de maquinaria, a través del pasillo con el espacio para reparaciones, doblando una esquina...
Y Sherry lanzó un grito al ver un zombi, justo delante de ellas, que se giró en su dirección. Una criatura muerta y blanquecina, apenas unos cuantos huesos polvorientos. Claire levantó la pistola y disparó..., bang, y la cara de la criatura se hundió hacia dentro. La gimiente parodia de ser humano se desplomó al suelo, y Claire tiró de Sherry para que pasara por encima del cuerpo y siguiera corriendo hacia la puerta que estaba al final del pasillo.
Se trataba de un ascensor, y Sherry se apoyó en una de sus paredes como si se derrumbara después de que Claire la metiera de un fuerte empellón. Intentó recuperar el aliento mientras ella pulsaba los botones. Después de la velocidad a la que habían corrido para huir del Señor X, les pareció que el ascensor bajaba a paso de tortuga, con un zumbido pausado y tranquilo.
—Vamos a lograrlo —la animó Claire entre jadeos—. Ya falta muy poco.
Sherry asintió, y su corazón empezó a palpitar con mayor fuerza aún cuando oyó que la voz de los altavoces indicaba que sólo les quedaban cuatro minutos para alcanzar la distancia de seguridad mínima.
León sintió que no sabía cómo ponerse en pie y alejarse. La imagen de su bello y sereno rostro un segundo antes de dejarse caer...
Ya no está. Ada se ha marchado.
Extendió el brazo para recoger la Beretta del suelo, y una nueva oleada de dolor y tristeza le recorrió el alma cuando la empuñó. La pistola todavía estaba tibia con el calor de la mano de Ada... y además pesaba poco. Pesaba muy poco porque no estaba cargada con ninguna bala. Ni siquiera tenía metido un cargador. Ella nunca había querido hacerle daño. Le había mentido, le había mentido siempre, pero nunca había pretendido hacerle daño...
«...quedan cuatro minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad. Todo el personal que quede debe abandonar inmediatamente las instalaciones. Por favor, diríjanse a la plataforma inferior...»
Cuatro minutos. Le quedaban cuatro minutos para llegar lo bastante lejos y cumplir el último deseo de Ada.
Se puso en pie y se dirigió a toda prisa hacia la puerta... y se detuvo de repente, metiendo una mano en un bolsillo del cinturón. Sacó el pequeño tubo de cristal repleto de líquido púrpura. Sabía que no tenía tiempo que perder, pero sólo tardó un segundo en echar el brazo atrás y arrojar con todas sus fuerzas la muestra lo más lejos que pudo. Quiso alejarla todo lo posible de él.
Si el laboratorio responsable de tantas muertes iba a arder, que el virus-G ardiera con él.
—¡Sí!
La puerta del ascensor se abrió... y allí estaba el tren. Un tren subterráneo de color plateado que brillaba suavemente bajo las luces. Estaba oscuro y en silencio, sin ninguna clase de potencia motriz. No se trataba de la máquina llena de energía y dispuesta a partir que Claire se había imaginado, pero era el vehículo de huida más precioso que jamás había visto.
Sherry se mantuvo pegada a su lado, agarrada a su brazo, mientras corrían hacia la puerta delantera de aquella especie de tranvía subterráneo de tres vagones. Las irritantes alarmas seguían sonando, y su eco se multiplicaba a lo largo del túnel de cemento. La suave voz de mujer, la voz que Claire había comenzado a odiar hacía sólo unos momentos, les informó de que les quedaban tres minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
Se apresuraron a subir a bordo del tren. Claire se dio cuenta, aunque no le importó en absoluto, de que no había asientos, sólo un amplio y vacío espacio donde los pasajeros podían permanecer de pie. La cabina de control estaba a la izquierda.
—Vamos a poner en marcha esta preciosidad —dijo Claire, y la radiante y esplendorosa mirada de esperanza que apareció en la sucia y cansada cara de Sherry le partió el corazón, pero sólo un poco.
Oh, cariño...
Claire apartó la mirada con rapidez y subió a saltos los escalones que llevaban al interior de la cabina mientras se prometía a sí misma que si el tren no funcionaba, ella misma llevaría a cuestas a Sherry por el túnel. Haría todo lo que estuviese en su mano para que aquel débil rayo de esperanza en los ojos de la chiquilla no se apagase.
El código y el disco de verificación que había encontrado en la sala de operaciones abrieron la puerta, como Ada le había dicho. La ancha compuerta daba paso a un corto pasillo. A León sólo le quedaban tres minutos, así que lo recorrió a toda velocidad, atravesó otra puerta, que tenía un símbolo de peligro biológico en su dintel, y finalmente llegó a la bodega de carga y descarga.
No tenía tiempo para detenerse y echar un vistazo alrededor. Estaba concentrado en llegar hasta el ascensor antes de que la voz grabada le dijera que ya no tenía posibilidad de salir con vida de las instalaciones. León corrió hacia la parte trasera de la enorme estancia, teñida de un extraño color rojo, y encontró los mandos del enorme ascensor del tipo habitual en los almacenes. Apretó el botón de bajada, preparado para entrar y salir pitando...
Pero no ocurrió nada, excepto que se encendió una hilera de lucecitas, quizás unas veinte lucecitas, en la parte superior de la puerta. Comenzaron a parpadear y a apagarse en orden descendente. Y muy lentamente.
León extendió el brazo y volvió a apretar el botón, sintiendo una aturdida incredulidad mientras el ascensor seguía descendiendo, deteniéndose en lo que le parecieron minutos en las distintas plantas, mientras las alarmas seguían atronando y la cuenta atrás para la destrucción del laboratorio seguía acercándose más y más a su final.
—¡Jesús!
Se dio la vuelta y sintió deseos de gritar si tenía que esperar mucho más... y, por primera vez, echó un vistazo a la estancia en la que se encontraba. Las dos altas y anchas hileras de estanterías múltiples que recorrían el lugar de lado a lado estaban repletas de una «mercancía» muy especial: aunque la media docena de gigantescos contenedores de cristal que se alineaban en cada estantería sólo tenían un líquido claro y rojo en su interior, León sintió un escalofrío sólo con mirarlos. Cada uno de ellos era lo bastante grande para contener a un hombre adulto, y eso le hizo preguntarse para qué los habían fabricado.
No importa. Van a volar hechos pedazos en un par de minutos, lo mismo que yo si este condenado cacharro no se da prisa y no logro salir de este puñetero lugar...
Se giró de nuevo hacia el ascensor, casi agradecido de sentir frustración e ira, de sentir algo aparte de pérdida..., y el techo encima del ascensor comenzó a estremecerse. León dio un paso atrás, apuntando con su Magnum hacia el sólido panel de metal del techo justo cuando salió despedido por los aires...
El monstruo con el que se había enfrentado en el otro ascensor de transporte aterrizó delante de él. Se trataba de la misma criatura demoníaca que había herido a Ada, que casi lo había matado a él...
¿Birkin?
Por el modo en que echó atrás su extraña cabeza y comenzó a aullar, con un grito que ahogó el sonido de las alarmas, León estuvo seguro de que había ido a acabar su trabajo.
El tranvía ya estaba preparado: disponía de la potencia suficiente y estaba listo para ponerse en marcha... si no fuese porque el sistema automático de apertura de la puerta del túnel parecía haberse estropeado. Ante sí tenía toda una consola repleta de pequeñas luces verdes, excepto una única señal roja que insistía en que la puerta tenía que abrirse de forma manual.
Dos minutos para llegar a la distancia mínima de seguridad.
No lo lograremos. No vamos a lograrlo.
—Quédate aquí —le indicó Claire a Sherry, y salió al exterior para encontrar el sistema de apertura manual, rezando para que no fuese una avería grave.
León se dio la vuelta y echó a correr cuando el monstruo comenzó a andar hacia él. Cada uno de sus poderosos pasos resonó en la estancia mientras el eco de su terrible aullido todavía se multiplicaba en las paredes del lugar.
¡Piensa!
La poderosa escopeta no había sido suficiente. Tenía que acertarle en algún punto vulnerable...
Los ojos... Utiliza la Magnum.
León había llegado de nuevo a la puerta. Se giró y disparó, apuntando su arma al rostro de la criatura...
Pero el rostro estaba cambiando de nuevo. La mandíbula estaba bajando mientras gritaba. Unos grandes colmillos o garras salieron de lo que quedaba de su boca, de la parte superior de su palpitante pecho... y León vio, mientras la criatura rugía de nuevo con su boca mutante, que le estaban saliendo otros dos brazos de sus costados. Las extremidades se colocaron en su sitio, y los codos se doblaron mientras de la punta de cada brazo comenzaban a salir unos gruesos gusanos que se convirtieron en unos dedos acabados en garras. ¡Bam! ¡Bam! ¡BAM!
Los disparos fueron muy seguidos y atravesaron con facilidad la tirante piel encima del ojo izquierdo. El monstruo rugió otra vez, pero en esta ocasión de dolor, y León vio saltar unos cuantos trozos de hueso y un fluido púrpura con consistencia de pus, mientras un pequeño chorro de sangre negra le bajaba hasta tapar la pupila amarilla de su ojo.
El ser sacudió la cabeza a un lado y a otro, arrojando más líquido alrededor, agachándose sobre sus enormes piernas como si se tratase de una gigantesca rana mutante... y saltó al aire, hacia arriba y a la derecha. Aterrizó en una de las estanterías de más de dos metros con un gruñido animal. Mierda. ¿Cómo hará eso?
No podía verle los ojos. De hecho, no pudo ver nada más que la espalda mientras la criatura comenzó a bajar... mientras cambiaba de nuevo. De eso no cabía duda: percibió los húmedos chasquidos óseos antes incluso de ver las puntas de las espinas que le salieron encima de la columna dorsal de su carne púrpura.
No quería ver en lo que se estaba convirtiendo, pero el ascensor todavía no había llegado, y le quedaban dos malditos minutos.
León sacó otro cargador y lo introdujo con una palmada y un chasquido, y luego disparó contra lo que podía ver: una forma con seis patas, una silueta que ya había perdido todo parecido con un ser humano.
El proyectil atravesó uno de los musculosos hombros, y la criatura saltó. Cayó al suelo como si se tratase de una especie de bestia salvaje y arácnida y aterrizó a pocos metros de donde él estaba. Su pecho se había convertido en una pared de dientes extraños, de pinchos, que se abría y se cerraba al son de sus jadeos... y en ese momento gritó de nuevo. Era un sonido demoníaco, completamente diferente a cualquier otra cosa que hubiera oído antes. Parecían los gritos moribundos de un millar de almas condenadas al infierno.
León disparó dos veces contra el puñado de dientes y retrocedió y, por fin, bajo el ensordecedor ulular de las sirenas, oyó el campanilleo que anunciaba la llegada del ascensor.
Claire corrió hacia la parte delantera del tren, mirando todos y cada uno de los botones y de las palancas que sobresalían de la pared del túnel, frunciendo el entrecejo, y menos de diez segundos después, encontró la palanca de color rojo y blanco que buscaba y la bajó de golpe. Percibió el chirrido del roce de metal contra metal en algún lugar por delante del tren y echó a correr de nuevo hacia la puerta... cuando oyó otro chirrido metálico: el ruido del acero al ser desgarrado y doblado hasta perder su forma original. El sonido procedía de algún punto detrás del tranvía, en la parte trasera del túnel...
No. No puede ser...
Se quedó mirando hacia los últimos vagones, más allá de las rejas metálicas de una puerta cerrada que llevaba de regreso a las sombras... y percibió un sonido muy parecido al del hueso al chocar contra el cemento, un sonido chirriante y pesado que se repitió una y otra vez.
Pasos.
Claire corrió hacia la puerta, aun a sabiendas de que no podía ser el Señor X, que no podía serlo de ninguna manera. Estaba derretido, ya no existía, y además, ellas ya no tenían el virus-G... y en ese momento, divisó un atisbo de movimiento más allá de las rejas, a unos diez metros de distancia. Era algo grande y alto, y de su silueta salían pequeñas volutas de humo que manchaban la oscuridad... y le llegó el olor acre y penetrante de algo quemado. Aquello salió de las sombras en dirección a la parte trasera del último vagón y alzó unos enormes puños achicharrados...
¡Bam!
El vagón llegó incluso a balancearse mientras Claire se daba cuenta por fin de que sí se trataba del Señor X, o lo que quedaba de él..., y de que, sin duda, era un demonio surgido directamente del infierno.
Había colocado las balas que había en los dos cargadores en un solo cargador mientras estaban montadas en el ascensor. Le quedaban en total once balas. Estaba claro que no iban a ser suficientes, sin embargo era lo único de lo que ambas disponían.
Claire alzó la pistola de Irons, preguntándose si aquél iba a ser su final.
León corrió y rodeó la estantería que tenía a la derecha para regresar al ascensor. Oyó los atronadores pasos justo a su espalda, y supo que no podía parar de ninguna manera.
Dio otro giro, luego atravesó de nuevo el centro de la estancia... y algo lo golpeó en la espalda y lo lanzó disparado hacia adelante y hacia el suelo: la bestia se había abalanzado contra él y lo había embestido.
León rodó sobre sí mismo y la criatura se colocó enseguida encima de él, con sus dientes goteantes de saliva preparados para atravesarle el cráneo mientras las patas lo mantenían inmovilizado. El tumor parecido a un ojo seguía todavía allí, mirándolo desde un hombro...
El policía colocó el cañón de la pistola justo debajo de la babeante barbilla y apretó el gatillo una y otra vez mientras gritaba, vaciando el cargador de pesados proyectiles en la cabeza de la criatura.
La bestia aulló y pataleó, para terminar finalmente cayendo a un lado de León. El enorme y alucinante animal todavía estaba aullando cuando León se puso en pie y se acercó a la carrera al ascensor. Entró y se dio la vuelta, pulsando el botón de bajada.
Vio que la bestia se estremecía, cambiaba y aullaba, al mismo tiempo que despedía trozos de carne y hueso y chorreones de sangre, luego se daba la vuelta y volvía a dirigirse hacia el ascensor. Tomó velocidad con cada paso tembloroso.
La puerta se fue cerrando con gran lentitud, y la criatura casi volaba ya...
León agarró bien la escopeta con las dos manos, metió un cartucho en la recámara y apretó el gatillo. El impacto le dio de lleno en el pecho y la hizo retroceder... justo cuando la puerta se cerró. León ya bajaba. Sólo le quedaba un minuto.
Capítulo 30
¡Bam! Sherry sintió que el vagón se bamboleaba con fuerza.
¡Corre!
Corrió hacia la puerta, recordando que Claire le había dicho que no saliera, pero sin importarle. No sabía de qué se trataba, ni de qué forma ella podría ayudar, pero no iba a quedarse allí, con los brazos cruzados...
¡Bam!
Y la vagoneta se estremeció de nuevo con fuerza de arriba abajo, al mismo tiempo que el eco del tremendo impacto resonaba a través del aire rancio y estanco. Hasta el mismo suelo se estremeció bajo sus pies. Sherry extendió el brazo hasta la puerta y pulsó el botón de apertura. Su corazón le palpitaba a cien por hora, y el sudor le bajaba por el rostro en grandes regueros, arrastrando la suciedad de su cara consigo.
La puerta se abrió deslizándose hacia un lado... y allí estaba Claire, apuntando con su pistola contra algo que Sherry no pudo ver y que estaba en la parte trasera del tren.
La mirada de Claire se posó un momento en ella, y las temblorosas palabras que le gritó estaban llenas de miedo y pánico.
—¡No salgas! ¡Cierra la puerta!
Sherry estiró el brazo de nuevo hacia el mando de cierre y de apertura, pero dudó por un momento, aterrorizada por lo que pudiera pasarle a Claire, deseando ver qué era...
Una mirada rápida...
Sacó la cabeza velozmente, un segundo, buscando con la vista la causa del pánico de Claire, que estaba golpeando de esa manera el vagón del tren. Un olor parecido al de la carne quemada y a productos químicos inundaba el andén escasamente iluminado, un olor procedente de...
Sherry gritó en cuanto lo vio, cuando vio el achicharrado monstruo que estaba provocando las sacudidas del tranvía, justo detrás de una pared de barras metálicas. Vio su gigantesco puño machacar la pared metálica del vagón, pero de donde no pudo apartar la vista fue de la cara del monstruo.
El Señor X.
Su piel se había quemado por completo y había desaparecido de todo su cuerpo. Unas cuantas volutas de humo todavía se desprendían de su cráneo con aspecto de caramelo derretido, pero los ojos seguían allí: rojos y negros, lanzando un humo acre, pero repletos de vida.
—¡Sherry! ¡Hazlo ahora mismo! —le gritó Claire sin apartar ni un instante su mirada del humeante monstruo, de su terrible y gigantesco cuerpo cubierto por músculos rojos y metálicos, tan quemados y rojos como sus impresionantes y desagradables ojos.
Sherry pulsó el botón, y la puerta se cerró justo cuando Claire comenzó a disparar.
El ascensor comenzó a bajar, aunque no como León había esperado, ni todo lo rápidamente que él necesitaba que bajara. La amplia plataforma se deslizó hacia abajo por un túnel en ángulo, como por un tobogán, mientras unas luces de neón sobre unas paredes negras indicaban el avance. Muy lentamente.
—Quedan cuarenta segundos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
—Vamos, vamos, vamos... —dijo León en voz baja.
Había olvidado todos y cada uno de los dolores que sentía en el cuerpo ante el temor creciente que sentía en su cerebro.
La voz había dejado de mencionar la cuestión de llegar a la plataforma de descarga, y ahora sólo anunciaba cada fracción de diez segundos. Por mucho que odiara las instrucciones repetidas, era mucho peor no oírlas. Los silencios que se abrían entre las frases le indicaban que no merecía la pena esforzarse por intentarlo.
Llegar hasta aquí, hasta tan lejos, y morir por culpa de un ascensor lento...
No podía aceptarlo. Había pasado por demasiadas penalidades. El accidente de automóvil, Claire, la huida a la carrera, los monstruos, y Ada y Birkin... Tenia que lograrlo, o todo aquello no habría servido para nada.
No parecía existir un suelo de verdad bajo la plataforma que descendía, o de lo contrario habría intentado bajar a pie, pero, por lo que pudo ver, el ascensor bajaba mediante unos raíles colocados a ambos lados, en la oscuridad, gracias a alguna clase de mecanismo que no llegaba a ver.
«...veinte segundos para alcanzar la distancia...» El cuerpo de León empezó a estremecerse, con la tensión agitando sus músculos y agarrotándolos de tal modo que le costaba respirar. ¿Cuál era la distancia de seguridad? Cuando aquella voz fría e inhumana llegase a cero, ¿cuánto tardaría en producirse la explosión?
A toda velocidad, ella dijo a toda velocidad... El tren tendría que ser muy veloz, y a él sólo le quedaban diez segundos para llegar hasta el aparato. El extraño ascensor continuó su lento, tranquilo y suave descenso hacia la oscuridad.
La puerta se cerró y Sherry estuvo a salvo, de momento. Los pensamientos de Claire se habían acelerado a tope revisando sus escasas posibilidades en un relámpago.
No puedo dejar que lo saque de las vías...
Sabía que no tenía ninguna esperanza de herir a la criatura, pero quizá podría distraerla lo suficiente para poder escapar. Deseó haberle enseñado a Sherry cómo funcionaban los sencillos mandos del tren, deseó que el tren ya estuviera en marcha, alejándose con Sherry y llevándosela a la seguridad del exterior...
Pero no lo hice, y tenemos que irnos ya.
El mensaje grabado estaba contando atrás los últimos diez segundos para llegar a la distancia mínima de seguridad. Claire apuntó a la cabeza mutante del Señor X mientras el cuerpo humeante de la feroz criatura golpeaba brutalmente de nuevo la ya mellada pared del tren.
Cinco disparos. Cuatro de ellos se estrellaron contra el extraño material que formaba su carne, alrededor del punto donde debía encontrarse una oreja en un humano normal. El quinto proyectil salió demasiado alto, y mientras el eco de las explosiones de los disparos resonaba por el helado andén, la criatura que ella había bautizado como el Señor X se giró lentamente hacia ella.
¿Y ahora, qué?
La voz femenina grabada la distrajo por un momento, justo cuando el Señor X dio un único paso hacia ella, un paso gigantesco y monstruoso que lo sacó de las sombras.
«...tres, dos, uno. Es necesaria la distancia mínima de seguridad. La autodestrucción ocurrirá dentro de cinco minutos. Quedan cinco minutos antes de la detonación final.»
Las alarmas siguieron aullando, pero al menos la voz se quedó callada, aunque ella no lo hubiera notado, ya que tenía sus ojos abiertos de par en par fijados en la criatura. Era un ser odioso, sobre todo por su forma todavía humanoide, como una burla de la realidad, de la cordura de la vida. A pesar de los trozos superficiales que se veían quemados en la mayor parte de su cuerpo, su carne antinatural no había perdido nada de su elasticidad. La materia rojiza que se encontraba bajo las quemaduras se contraía y se extendía como si se tratara de auténtico músculo. Tenía todo el aspecto de un gigante despellejado salido de debajo de un edificio en llamas... y no pudo estar segura de si había sufrido con su baño de metal fundido. Otro increíble paso y levantó los brazos, arrancando de cuajo la puerta de rejas. Las barras de hierro cayeron al suelo...
Lento al principio. Al menos, tengo esa ventaja...
Era la única ventaja que tenía. Claire echó a correr hacia la puerta, todavía atemorizada, pero el humeante monstruo era bastante lento, poderoso pero incapaz de moverse de un modo...
De repente, el Señor X dejó de caminar. La criatura se dobló por la cintura, dobló las rodillas... y salió impulsada del suelo con un empuje dinámico que arrancó trozos de cemento del suelo y sus deformes pies se lanzaron hacia ella a toda velocidad.
Claire ni siquiera pensó. Se echó hacia la derecha y corrió para alejarse del monstruo semiagachado, todo lo deprisa que pudo. Estuvo a punto de atraparla, con unos reflejos absolutamente inhumanos, como si la pérdida de su capa de piel lo hubiera liberado, como si el metal líquido lo hubiera reducido a su estado de fuerza más puro. Oyó el sonido de unos dedos que no eran de carne arañando el cemento cuando saltó por encima de la puerta rota y se lanzó hacia las sombras. Miró hacia atrás y vio que el Señor X había levantado un brazo, rasgando el aire donde ella se encontraba un instante antes. Había querido destriparla...
Pero ¿por qué? Ya no tengo el virus-G, no tiene motivo alguno...
Claire corrió para adentrarse aún más en la resonante oscuridad, mientras el sistema de altavoces le informaba de que les quedaban cuatro minutos.
«Quedan cuatro minutos antes de la detonación...»
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Por fin el ascensor se detuvo, justo cuando creía que tendría un ataque al corazón por la frustración que sentía. León se abalanzó sobre la manivela de la gruesa puerta de metal, preparado para salir corriendo.
La puerta se abrió dando paso a la pared de un pasillo, un corredor de cemento que estaba iluminado por unos tubos fluorescentes. No vio ninguna señal de hacia dónde debía dirigirse.
¿Izquierda o derecha?
Los pocos segundos que estuviera dudando podían costarle la vida... eso si todavía tenía alguna oportunidad de salvarla.
Una vez había oído decir que cuando la gente se enfrenta a una decisión así, la mayoría gira de forma instintiva hacia el lado de su mano dominante. Decidió que, con la mierda de suerte que había tenido a lo largo de aquella larga, larga noche en Raccoon City, lo mejor sería ir en la otra dirección.
A la izquierda. León corrió, con las botas resonando contra el suelo, preguntándose si debería importarle hacer tanto ruido.
Claire vio no demasiado lejos de la puerta rota una pasarela que cruzaba la vía por encima del tren. Las escaleras estaban ocultas por las profundas sombras...
Oyó las potentes pisadas del Señor X cuando comenzó a perseguirla de nuevo. Cada paso resonaba con el chasquido de aquella carne mutante contra el suelo de cemento. El terror la impulsó a correr aún más deprisa. Sus pies apenas tocaban el suelo, sin importarle si se estaba lanzando de cabeza contra una pared que no vería a tiempo en aquella oscuridad. Quizás eso sería lo mejor. Aquella criatura era tremendamente poderosa, era veloz, era imposible de matar. No tenía la menor oportunidad si llegaba a atraparla...
Los pasos sonaban cada vez más rápidos y fuertes. Oyó el chasquido de sus dedos con garras al arañar el suelo de cemento. Como mucho le quedaba, quizás, un segundo antes de que su mano la destrozara...
Se lanzó de nuevo a la derecha de forma repentina, arrojándose hacia un pozo de oscuridad que se abría justo al pasar las escaleras. El Señor X pasó zumbando como un mamut, una masa borrosa por la velocidad que llevaba, y ella llegó incluso a sentir el viento provocado por su mano al intentar agarrarla por la pierna cuando se lanzó al suelo.
Sintió un dolor agudo a lo largo del brazo cuando su codo se estrelló con fuerza contra el suelo de cemento. No hizo caso del dolor y se puso en pie de un salto, en busca del monstruo en la oscuridad.
¿Puede verme? ¿Me ve?
Su mano encontró la esquina de una pared a la derecha, con cemento a su izquierda y a su espalda. Estaba en el espacio que se abría debajo de las escaleras, y no tenía ni idea de dónde se encontraba el increíblemente silencioso Señor X. Las sombras no le servirían de mucha ayuda si aquella criatura podía ver en la oscuridad.
Recorrió las paredes con las manos y encontró un interruptor. Lo pulsó, y la textura de las sombras cambió cuando una débil luz se filtró hasta allí procedente de algún punto de arriba... y pudo ver al monstruo a menos de veinte metros justo en el momento que se giraba y su mirada rojiza registraba el desierto andén... y la descubría, fijando su vista en ella. El único sonido que se oía era el leve chasquido de su piel al enfriarse, aunque todavía humeaba, hasta que dio un paso desde la escalera y el cemento crujió bajo una pierna de color púrpura.
Me quedan seis o siete disparos. Los ojos, a los ojos...
Claire salió rápidamente de debajo de las sombras y alzó la pistola de Irons. Apretó el gatillo y comenzó a retroceder hacia las escaleras.
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
El Señor X se puso en posición para lanzarse a un nuevo ataque mientras las balas se estrellaban contra su cara derretida. Dos de los proyectiles rebotaron cuando él giró la cabeza para centrarse en ella.
¡Bam! ¡Bam!
Ella ya estaba en las escaleras, subiendo un escalón de espaldas. Las balas parecían inútiles, y el Señor X comenzó a correr semiagachado de nuevo. Se le echaría encima antes de que tuviera tiempo de darse la vuelta, antes de que pudiera subir por las escaleras.
Voy a morir..., pero al menos, le haré daño antes...
El Señor X dio uno, dos pasos enormes y redujo a la mitad la distancia que los separaba mientras Claire apuntaba con cuidado, decidida a sacar el máximo partido posible a sus últimos disparos. Iba a morir, y sólo lo sentía por Sherry. Sólo deseaba incapacitar todo lo que pudiera al Señor X antes de que la matara.
Disparó, y el ojo izquierdo del monstruo explotó con un estallido de un líquido de color negro tinta y que salpicó todo su contrahecho rostro inhumano.
¡Sí!
El Señor X se giró hacia la derecha, sin detenerse pero sin dirigirse hacia ella... pero se estrellaría contra la base de las escaleras. ¡Demasiado cerca! Tenía que intentar acertarle en el otro ojo, y sólo le quedaban unos dos segundos...
Claire volvió a apuntar con cuidado, se centró en su objetivo y...
¡Clic!
No quedaban más balas y el monstruo ya estaba pisando la base de los escalones. El hedor a carne quemada la rodeó cuando la criatura levantó una de sus gigantescas manos. Por un momento, lo único que Claire pudo ver fue su enorme y terrible corpachón.
Claire se encogió sobre sí misma formando una bola y se dejó caer escaleras abajo...
Y lanzó un grito de dolor cuando los dedos con garras del Señor X la arañaron profundamente a lo largo de su muslo izquierdo. Una voz distante le indicó que sólo le quedaban tres minutos.
Capítulo 31
Se había equivocado de camino. Los diferentes giros y esquinas del pasillo frío y vacío por el que había pasado lo habían llevado hasta una estancia de almacenamiento... un callejón sin salida.
«Quedan tres minutos para la detonación.» León se giró para regresar por el mismo camino por el que había llegado hasta aquel almacén, y se obligó a sí mismo a correr trastabillando con lo que sintió que eran los últimos restos de sus fuerzas. Estaba demasiado cansado para sentirse desilusionado, para sentirse preocupado por la posible cercanía de su muerte, para desear que todo hubiera salido de otro modo. Seguir en movimiento consumía todas las energías que le quedaban.
Lo lograría o no lo lograría. En cualquiera de los dos casos, no creía que se tratase de una sorpresa.
Claire se golpeó contra el suelo al pie de las escaleras, pero se puso de pie enseguida, aunque la sangre le bajaba corriendo por su pierna como un tibio latido de dolor punzante. Se alejó tambaleándose, sin ningún hueso roto..., pero sabía que su pierna desgarrada sólo sería el principio de lo que el monstruo le haría, un preludio del auténtico dolor que se avecinaba.
El Señor X seguía inclinado sobre la barandilla de las escaleras, pero se puso en pie mientras ella se alejaba trastabillando con la espalda vuelta hacia la puerta rota del andén. El monstruo giró su inmenso cuerpo en dirección a ella. Un extraño líquido oscuro y espeso salía de la abierta negrura de su cuenca de ojo vacía. Sin embargo, ella estaba segura de que tendría otros sentidos que compensarían la pérdida del ojo. La compensarían, le harían tomar la dirección adecuada, empezaría a correr de nuevo hacia ella... y la mataría como la máquina implacable que en realidad era. Claire no podría hacer nada para impedirlo.
Al menos, moriré en la explosión...
Tropezó con una de las rejas metálicas de la puerta y a duras penas logró no caerse. La sangre salpicó el suelo cuando dio otro paso tambaleante.
Por favor, que sea rápido...
—¡Toma! ¡Utiliza esto!
Claire se giró, vio que el Señor X se estaba poniendo en posición para lanzarse en otro de sus letales ataques... y también vio una silueta que estaba en lo alto, en la pasarela que cruzaba las vías justo por encima del tren. Eran la voz y la silueta de una mujer. La figura envuelta en sombras le tiró alguna cosa...
¿Quién?
El objeto repiqueteó al caer en el suelo y se deslizó hasta detenerse entre ella y el Señor X. Era de metal, de un metal plateado... Claire lo había visto antes, en las películas: era una ametralladora... y corrió hacia ella. Una nueva esperanza final, otra oportunidad, aunque fuera muy leve, para que ella y Sherry sobrevivieran.
Se agachó para recoger el arma y vio al Señor X que se abalanzaba hacia ella, con el sonido de sus pasos atronando en el aire y estremeciendo el suelo...
En ese preciso instante, Claire agarró la pesada arma y dio una patada al suelo para rodar de espaldas. Su tembloroso dedo encontró el hueco del gatillo y su cuerpo se movió para acomodarse al arma. Culata en el suelo, brazos alrededor del cañón del frío metal. Apuntó...
Por favor, por favor, por favor...
El monstruo sólo estaba a un paso de ella cuando el chorro de balas surgió con un rugido de la ametralladora, una cadena de pequeñas explosiones que sacudieron por completo el cuerpo de Claire... y se estrellaron contra las tripas del monstruo. La fuerza bruta de tantos impactos lo detuvo en mitad de un paso... y lo obligó a retroceder.
Ratatatatatatatatatata...
Sintió que el vibrante metal intentaba librarse de ella así como de su agarrón, por lo que apretó todavía más los brazos, y la culata del arma golpeó el suelo a un ritmo enloquecido. Las balas continuaban atravesando el abdomen de la criatura, tantas y con tanta rapidez, que ni siquiera pudo oír sus propios gritos de alegría y exaltación, ni tampoco sus jadeos de dolor...
El Señor X seguía intentando avanzar, pero algo extraño estaba sucediendo, algo extraño y maravilloso: sus tripas estaban siendo despedazadas por el interminable chorro de proyectiles, y el agujero en su abdomen iba ganando profundidad mientras unos fluidos negros bajaban hasta sus piernas procedentes de la tremenda herida. La boca del Señor X estaba abierta, y era un agujero negro y vacío como la cuenca de su ojo derecho, y al igual que la cuenca, un líquido espeso salía de ella, oscureciendo los rasgos inmisericordes de su cara.
Ratatatatatatatatatata...
Claire continuó con el gatillo apretado dirigiendo el chorro de balas, viendo cómo la criatura se esforzaba por enfrentarse a aquella lluvia de proyectiles que la atravesaban, viendo cómo sangraba, cómo parecía... condensarse, cómo su enorme cuerpo se derrumbaba y su torso se hundía.
Las balas seguían saliendo cuando el Señor X levantó los brazos... y se partió en dos.
Claire separó el dedo del gatillo cuando la parte superior del cuerpo del monstruo cayó al suelo y se estrelló contra él con un sonido húmedo de pieza de carne de matadero, y sus piernas se derrumbaron y cayeron a un lado. De ambas mitades siguieron saliendo más chorros de extraña sangre. Unos grandes charcos de aquella sustancia negra crecieron alrededor de las grandes mitades del cuerpo partido e inundaron el lugar con un fuerte hedor. La criatura estaba muerta... y, en caso de que no lo estuviera ya no importaba. A menos que pudiera arrastrarse por el suelo sobre sus brazos con tanta rapidez como lo hacía con sus piernas, su combate contra el terrible misterio que había sido el Señor X había terminado por fin...
A la mierda con todo eso. ¡Vete ya!
Claire se puso en pie en menos de un segundo, sin hacer caso del chasquido húmedo de la sangre en el interior de su bota y el dolor que lo había causado. Su mirada recorrió la pasarela donde había estado su salvadora. Allí no había nadie, y no sabía si ya había pasado otro minuto. No había podido oír el aviso de los altavoces debido al rugido de la ametralladora.
—¡Eh! —gritó Claire, retrocediendo hacia el vagón del tren—. ¡Tenemos que irnos ahora mismo!
No obtuvo respuesta, ningún sonido excepto el zumbido en sus oídos y el eco de sus temblorosas palabras. Si quería salvar a Sherry...
Claire se dio la vuelta y echó a correr.
«... quedan dos minutos para la...»
León se obligó a sí mismo a correr más deprisa. Las paredes del sinuoso túnel se convirtieron en un borrón gris que pasaba al lado de su dolorida percepción. Hacía tiempo que había perdido la cuenta de todos los giros y de todas las esquinas del corredor, y también perdía rápidamente la esperanza. Una pequeña voz en un rincón de su mente le decía que quizá lo mejor sería que se detuviera, que se sentara y que se quedara descansando...
En ese momento lo oyó, un ruido que destrozó el pequeño susurro desesperado de su mente.
Era el ruido de maquinaria pesada poniéndose en movimiento en algún lugar por delante de él.
¡Un tren!
Más rápido. Sintió las piernas como algo lejano y gomoso. Los pulmones le ardían y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. De un modo u otro, aquello estaba a punto de terminar.
Capítulo 32
Claire entró como una tromba en el tren empuñando un rifle enorme y con la pierna completamente cubierta de sangre. Apenas se detuvo un instante para pulsar el botón de cierre de la puerta antes de continuar corriendo hacia la cabina del conductor. Sherry sabía que estaban metidas en graves problemas, que si lo conseguían iba a ser por los pelos, así que no le hizo perder el tiempo con preguntas inútiles. Se limitó a seguirla, aliviada más allá de lo que jamás se había sentido al ver que Claire estaba viva, pero sin decirlo en voz alta.
Está bien, Claire está bien, y ya nos vamos de aquí...
Una pequeña versión de las alarmas y un diminuto equivalente de la voz de los altavoces de fuera resonó en la pequeña cabina.
—Quedan dos minutos para la detonación.
Claire había dejado caer el rifle de silueta extraña y ya estaba pulsando botones y apretando interruptores, con la atención completamente centrada en la consola de mando. Un gigantesco zumbido mecánico las envolvió de repente, un aullido creciente y agudo que le hizo apretar los dientes a Claire. Sherry no estuvo segura de si se trataba de una sonrisa, pero ella sonrió cuando sintió que el tren comenzaba a moverse hacia adelante... alejándolas del andén.
Claire se giró y vio a Sherry de pie detrás de ella. Intentó sonreír, y colocó una mano sobre el hombro de Sherry, pero no dijo nada; Sherry tampoco lo hizo, a la espera de lo que ocurriría.
El tren comenzó a avanzar con mayor rapidez, pasando al lado de andenes escasamente iluminados, mientras el túnel que se abría ante ellas permanecía oscuro y vacío. Sherry dejó que el calor que desprendía la mano de Claire le recordara que eran amigas, que, pasara lo que pasase, Claire era su amiga...
De repente, vio a un hombre, a un policía, aparecer tambaleante un poco más adelante, a la izquierda, y un instante después, el tren pasó delante de él. Sus ojos estaban abiertos de par en par como buscando algo, con una expresión de desesperación en el rostro.
—¡Claire!
—¡Lo he visto!
Claire se giró y salió corriendo de la cabina de mando hacia la puerta, con sus pies resonando sobre el suelo de metal del tren. Apretó de un puñetazo el botón de apertura de las puertas y la que tenía delante se abrió hacia un lado. Los rugientes ruidos del túnel se colaron junto con el viento en el vagón.
—¡León! —gritó—. ¡Date prisa!
Se echó hacia atrás de forma involuntaria cuando una pared apareció de repente y se giró con el mismo gesto de desesperación que el hombre, que León. Después de un segundo, se giró y cerró la puerta.
—¿Lo ha logrado? —le preguntó Sherry, pero se dio cuenta mientras lo decía de que Claire no tenía forma alguna de saberlo con certeza.
Claire se acercó hasta ella y le rodeó cariñosamente los hombros con un brazo. El tren siguió avanzando y cobrando velocidad mientras su cara mantenía el mismo gesto de preocupación...
Y la voz del altavoz les dijo que les quedaba un minuto...
Y la puerta trasera del vagón se abrió. León entró tambaleante, con un brazo envuelto en un vendaje desgarrado y empapado de sangre y el pelo aplastado contra el cráneo por una sustancia negra y pegajosa. Sin embargo, sus ojos azules seguían brillando con intensidad tras la máscara de suciedad que cubría su rostro.
—¡A toda velocidad! —gritó, y Claire asintió.
León dejó escapar un gran suspiro. Se acercó a ellas trastabillando, con el tren agitándose cada vez más mientras iba tomando velocidad y atravesaba con mayor rapidez el túnel. Puso su brazo sano alrededor de Claire, y ella lo abrazó con fuerza.
—¿Ada? —le preguntó Claire con un susurro—. ¿Aun... la científica?
León negó con la cabeza, y Sherry se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar.
—No. No pude... No.
«... treinta segundos para la detonación. Veintinueve, veintiocho...»
La voz de la mujer continuó con la cuenta atrás. Los números parecían pasar al doble de velocidad de lo que deberían, y Sherry hundió su rostro en el tibio costado de Claire, pensando en su madre y en su padre. Esperaba que hubieran logrado salir, que estuvieran a salvo...
Pero probablemente no es así. Probablemente están muertos.
Sherry percibió los latidos del corazón de Claire y se abrazó con mayor fuerza a su amiga, pensando que ya se ocuparía de ello más adelante.
«... cinco, cuatro, tres, dos, uno. Secuencia completa. Detonación.»
Durante unos segundos no oyeron nada. Las alarmas habían dejado de sonar por fin, y lo que único que se oía era el traqueteo del tren al avanzar a toda velocidad...
Un instante después se produjo una fuerte explosión, un ruido apagado, un aullido amortiguado que fue creciendo y creciendo de volumen, hasta convertirse en un rugido descomunal.
Sherry cerró los ojos con fuerza y el tren se estremeció de forma violenta de un lado a otro con una fuerza terrible, y se vieron arrojados al suelo de metal al mismo tiempo que una brillante luz parpadeó a través de las ventanas, como si los ruidos de un accidente de coche los rodearan por todos lados, a la vez que sobre el techo sonaban unos pesados golpes...
Y el tren continuó su marcha. Continuó su marcha, la luz desapareció, y ellos seguían vivos.
El cegador resplandor disminuyó de potencia y desapareció. León sintió cómo la tensión abandonaba su cuerpo. Rodó hacia un costado y vio a Claire incorporándose mientras extendía una temblorosa mano hacia la chiquilla que estaba a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Claire a la niña, y la pequeña asintió. Ambas se giraron hacia él. Sus caras expresaban claramente lo que sentían: asombro, cansancio, incredulidad, esperanza.
—León Kennedy, te presento a Sherry Birkin —dijo Claire, pronunciando las palabras con mucho cuidado, con un levísimo acento lleno de intención en «Birkin».
Él captó el mensaje incluso sin necesitar ver la intensidad de su mirada, y asintió para mostrar que lo había recibido antes de sonreírle a la chiquilla.
—Sherry, éste es León —continuó diciendo Claire—. Lo conocí nada más llegar a Raccoon City.
Sherry le devolvió la sonrisa, pero se trataba de una sonrisa demasiado cansada y adulta que parecía fuera de lugar en una niña como ella. Era demasiado joven para conocer una sonrisa de aquella clase.
Otra consecuencia negativa debida al comportamiento de Umbrella: una criatura que pierde su inocencia de este modo terrible…
Se quedaron sentados en el suelo durante unos segundos sin hacer nada, simplemente mirándose unos a otros, mientras las sonrisas iban desapareciendo poco a poco. León apenas se atrevía a mantener la esperanza de que todo hubiera acabado de verdad, que estuvieran dejando atrás todo aquel horror. Vio de nuevo esos mismos sentimientos reflejados delante de él, en el ceño de Sherry y en la expresión cansada de Claire...
Así que cuando oyeron el distante chirrido de metal doblado procedente de algún punto en la parte trasera del tren, no se sorprendió en absoluto, ni vio reflejado ese sentimiento en sus rostros. Era un sonido que indicaba que el metal estaba siendo rasgado... al que le siguió un sonido de algo pesado al caer al suelo, aunque casi sonó sigiloso. Después, ningún otro ruido.
Debería haberme imaginado que esto no había acabado...
—¿Un zombi? —preguntó Sherry con un susurro, y las palabras casi se perdieron bajo el ruido del suave traqueteo del tren.
—No creo, cariño —repuso Claire con voz tranquila, y León se dio cuenta por primera vez que su pierna izquierda estaba profundamente desgarrada y la sangre salía de numerosos arañazos de gran tamaño. Había estado demasiado sorprendido por su huida por los pelos como para darse cuenta antes.
—¿Qué tal si voy allí y echo un vistazo? —dijo León, dándose cuenta de la sugerencia no expresada de Claire, pero manteniendo la voz tranquila y calmada. No tenía sentido atemorizar aún más a Sherry. Se puso en pie y señaló con un gesto de su barbilla a la pierna de Claire.
—Sherry, ¿por qué no te quedas aquí con Claire y le echas un vistazo a esa pierna? Voy a ver si encuentro algunas vendas mientras compruebo que no pasa nada. No dejes que se mueva, ¿de acuerdo?
Sherry asintió, y su rostro volvió a mostrar una intensidad de intención que no era la que correspondía su edad.
—Entendido.
—Regresaré en un momento. —Se dio la vuelta para dirigirse hacia la parte trasera del bamboleante tren, rezando para que no fuese nada, pero sabiendo que no iba a ser así. Empuñó con fuerza la escopeta Remington y empezó a caminar para ver de qué se trataba.
León abrió la puerta y los ruidos de la marcha del tren se amplificaron durante un segundo antes de que se cerrara a su espalda. Claire no pudo verlo entrar en el siguiente vagón debido a la posición en que se encontraba tirada en el suelo, y deseó haber estado en la forma física adecuada para acompañarlo. Si había algo más aparte de ellos en el tren, Sherry no estaba a salvo, ninguno de ellos lo estaba...
No pienses de ese modo. Seguro que no es nada. Ya se ha acabado...
¿Como se acabó el Señor X?
—¿Qué debo hacer? —preguntó Sherry, sacando a Claire de aquellos descorazonadores pensamientos—. Tengo que ejercer una presión directa, ¿a que sí?
Claire asintió con una sonrisa.
—Exacto, sólo que ambas estamos bastante llenas de mugre, y creo que la sangre ya está empezando a coagularse. Esperemos para ver si León regresa con algo limpio para tapar la herida...
Su voz se apagó poco a poco, y sus pensamientos regresaron al Señor X. Había algo que la estaba inquietando y no sabía qué era. Estaba un poco mareada por la sangre que había perdido...
El virus-G. Quería el virus-G.
¿Por qué había bajado el Señor X al andén del tren de escape? ¿Por qué había intentado entrar en el tren? A no ser que...
Claire se esforzó por ponerse en pie, intentando sobreponerse al mareo que sentía y al pulsante dolor de su pierna.
—Eh, no te muevas —le dijo Sherry con una mirada de profunda preocupación en sus ojos—. ¡León dijo que te quedaras quieta!
Quizá podría haber superado sus problemas físicos, pero ver a Sherry en aquel estado, a punto de dejarse llevar por el pánico, fue demasiado para ella. Si a bordo del tren se encontraba alguna criatura producto del virus-G, si ése era el motivo por el que el Señor X había bajado hasta allí, León tendría que enfrentarse a semejante monstruo él sólo. No podía dejar sola a Sherry. Si León no regresaba, ella tendría que averiguar cómo desenganchar el vagón en el que se encontraban o detener el tren antes de que la criatura pudiera llegar hasta ellos...
Claire apartó a un lado aquellos pensamientos y se obligó a sí misma a sonreírle a Sherry.
—Sí, señora. Sólo quería asegurarme de que había podido llegar sin problemas al segundo vagón.
Vio cómo una sensación de alivio recorría la cara de Sherry.
—Ah. Bueno, pues olvídate de eso. Yo soy la que te cuida a ti ahora, y te digo que te estés quieta.
Claire asintió con aire ausente, con la esperanza de estar equivocada, de que León regresara en cualquier momento...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
El tronar de la Remington fue perfectamente audible. Sherry la agarró de la mano cuando otros dos disparos destrozaron las esperanzas de Claire mientras el tren seguía avanzando a toda velocidad a través de la oscuridad.
El segundo vagón estaba despejado. Era el espacio completamente abierto por el que había entrado León minutos antes. Todo era acero polvoriento y poco más. Estaba claro que quienquiera que hubiese sido el que había diseñado el vehículo de escape, había planeado y previsto que los empleados de Umbrella tendrían que ir apretados como sardinas en lata.
Sin embargo, sólo vamos nosotros tres... y nuestro polizonte.
No había nada extraño a la vista, pero León avanzó con lentitud, registrando con cuidado las zonas envueltas en sombras y preparándose mentalmente para encontrarse con lo que fuera que hubiese entrado por el último vagón. Fuese lo que fuese, no podía ser tan malo como con lo que se había encontrado en el almacén de carga y descarga, la cosa-Birkin, si realmente se trataba de eso. La idea de que aquella criatura tuviera algo que ver con la joven amiga de Claire era tremendamente inquietante, incluso obscena. Un monstruo y una loca, ambos destruidos, ambos padres de aquella niña...
Llegó a la parte trasera del traqueteante y mal iluminado vagón y miró a través del cristal, dejando a un lado todos aquellos pensamientos mientras se esforzaba por distinguir algo en el último vagón. Oscuridad, nada más.
Leches.
Quizás no había nada que ver, pero no obstante tenía que comprobarlo. Sintió que su corazón comenzaba a bombear nueva adrenalina en la corriente sanguínea y cómo su cansancio desaparecía por momentos. Nada, seguro que no pasaba nada, pero tenía una sensación de inquietud. Mala.
Lo último, ya es lo último...
Aspiró una gran bocanada de aire y a continuación abrió la puerta. El viento producido por la velocidad del tren lo azotó aullando mientras se agarraba a la barandilla. El ensordecedor traqueteo del tren ahogó el palpitar de su corazón cuando abrió la puerta que daba paso al último vagón y entraba en la oscuridad.
Levantó inmediatamente el cañón de su escopeta. Todos sus sentidos le gritaron que diera media vuelta y saliera corriendo mientras la puerta se cerraba deslizándose a su espalda. Alargó el brazo hacia su espalda buscando alguna clase de interruptor de la luz. La oscuridad estaba impregnada de un fuerte olor a lejía o a cloro, y también a un suave sonido húmedo, de movimiento...
Una única bombilla en el centro del vagón se encendió justo cuando encontró el botón y lo apretó, y por un momento pensó que había perdido la cabeza y se había vuelto loco del todo.
Una cosa. Aquella criatura había perdido todo remoto parecido a un ser humano, con excepción del extraño tumor pulsante que tenía a un lado, un orbe que tenía un aspecto muy parecido al de un ojo.
Birkin.
La criatura no era otra cosa que una gigantesca burbuja de materia oscura y pegajosa, que tenía el ancho del vagón, de un lado a otro. León no pudo calcular su altura. La cosa-Birkin tenía extendidos unos gruesos cordones de su ser, unos tentáculos de materia elástica húmeda que estaban agarrados a todos los espacios posibles que tenía delante de sí: el techo, el suelo, las paredes, Y mientras León la miraba fijamente, aquella bestia alienígena se arrastró hacia adelante cuando los oscuros miembros se contrajeron, haciendo avanzar unos pocos metros la masa de su enorme cuerpo.
No estaba loco. Estaba viendo la realidad, estaba viendo el cambio de colores oscuros de su superficie: negro, rojo, verde púrpura a lo largo de sus tentáculos cuando se extendieron de nuevo. Aquel material viscoso se pegó de algún modo a las superficies metálicas del vagón, arrastrando a la burbuja unos cuantos metros más. El cuerpo en sí era poco más que una enorme boca, una húmeda abertura en la que todavía se veían dientes... y que lo alcanzaría en poco tiempo si no salía inmediatamente de su estupor asqueado.
León apuntó hacia el gigantesco agujero que era su boca y apretó el gatillo. Metió otro cartucho en la recámara y disparó, otro cartucho en la recámara y otro disparo... y el gatillo disparó en seco: se había quedado sin cartuchos, y la gigantesca cosa semilíquida todavía seguía avanzando sin dar indicios de detenerse.
No sabía cómo matarla. Ni siquiera sabía si los disparos le habían causado algún daño. Su mente se aceleró en un intento por encontrar la solución, una solución que acabase de una vez por todas con el terrible monstruo que había creado el virus-G. Podía separar el último vagón disparando a los remaches y a las cadenas que lo unían al siguiente, si pudiera encontrar el mecanismo de enganche...
Todavía estaría vivo. Seguiría vivo y cambiando en la oscuridad del túnel, convirtiéndose en algo nuevo...
La forma elástica de su cuerpo indefinido avanzó otro poco, y León extendió la mano hacia atrás para buscar el botón de apertura de la puerta. Tendría que intentar separar los vagones. No tenía otra elección...
A menos que...
Dudó por un momento, pero luego desenfundó la Magnum y apuntó hacia aquella criatura de existencia imposible, hacia el extraño tumor que sobresalía a través de una abertura en su carne gomosa: el ojo que había aparecido en todas y cada una de las formas que había adoptado el ser que antaño había sido Birkin. Apuntó con cuidado...
¡Bam!
El efecto fue inmediato y completo. El pesado proyectil atravesó la esfera semilíquida... y de la enorme abertura dentada que hacía las veces de boca salió una especie de silbido aullante como nada que él hubiera oído jamás en la tierra, como si fuera el rugido de un ser mecánico y enloquecido. Los tentáculos de materia sin forma se encogieron hacia el cuerpo y se ennegrecieron mientras se secaban...
Y entonces la criatura implosionó, metiéndose dentro de sí misma, arrugándose hasta formar una bola humeante con un tamaño menor a una cuarta parte de su tamaño original. El gélido orbe se encogió igual que si se tratase de una pelota de playa que se deshinchaba, deformándose hasta convertirse en un disco grueso y luego en un charco ancho y espeso de materia burbujeante.
—Chúpate ésa —dijo León en voz baja mientras las últimas burbujas explotaban y el charco quedaba convertido en algo inanimado y sin vida. Se quedó mirando durante unos momentos, sin pensar en nada en absoluto... y por fin se dio la vuelta para reunirse con Claire y con Sherry para decirles que todo había acabado.
Es mi primer día en este trabajo —pensó.
—Quiero un aumento de sueldo —dijo León en voz alta, sin dirigirse a nadie en concreto, y no pudo evitar la sonrisa que de repente apareció en su cara, una muestra de alegría cansada que desapareció con rapidez... pero en los pocos segundos que permaneció en su rostro, lo hizo sentirse mejor de lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo.
León había regresado y había encontrado un mono de trabajo que rompió en pedazos y que utilizó para vendar la pierna de Claire. Lo único que dijo fue que ya estaban a salvo, aunque Sherry había visto como él y Claire intercambiaban una de aquellas miradas de «no debemos hablar de esto delante de ella». Sherry estaba tan cansada que ni siquiera se sintió ofendida.
Se acomodó entre los brazos de Claire. Ella comenzó a acariciarle el cabello, y ninguno de los tres habló. No tenían nada que decir, al menos durante un buen rato. Estaban vivos, en un tren que se alejaba a toda velocidad del peligro... y de algún punto no demasiado por delante de ellos, comenzó a filtrarse una suave luz a través del cristal de la cabina de mando, y Sherry pensó que se parecía mucho a la luz del amanecer.
Epílogo
Vieron las consecuencias de la explosión desde una distancia de veinte kilómetros: una enorme nube negra que se alzaba sobre la ciudad bajo la luz del amanecer como si se tratase de una terrible tormenta...
O de un mal sueño —pensó Rebecca—. Un sueño recurrente. Umbrella.
No lo dijo en voz alta, porque no era necesario. John y David no habían pasado aquella infernal noche en la mansión Spencer, pero sí habían estado en las instalaciones de la Ensenada de Calibán, así que habían sido testigos de lo que Umbrella era capaz de realizar. Lo sabían.
Nadie habló mientras David aumentaba la velocidad, con los nudillos blancos a causa de la fuerza con que agarraba el volante. Por una vez, John no soltó ningún chiste sobre lo que podía haber ocurrido. Todos sabían que aquélla era una mala señal. Antes de que Jill, Chris y Barry se marchasen rumbo a Europa, la propia Jill les había comunicado por radio sus sospechas sobre la posibilidad de otro accidente y les había pedido que se mantuvieran alerta. En cuanto las líneas telefónicas se habían quedado sin comunicación, cargaron la furgoneta todo terreno y se dirigieron hacia Maine para ver qué podían hacer. La única pregunta que podían hacerse de momento era: ¿cuánta gente había muerto en aquella ocasión?
Quizás éste sea el final, por fin. Una explosión de esa magnitud... Umbrella no podrá ocultar lo que ha ocurrido con tanta facilidad, no si realmente está tan mal la situación como parece.
Fue John quien rompió por fin el silencio. Su voz profunda y potente parecía extrañamente «acogotada».
—¿Autodestrucción?
David lanzó un suspiro.
—Probablemente. Y por si se ha producido un escape de cualquier clase, no vamos a entrar. Daremos un rodeo alrededor de la ciudad y llamaremos a Latham para pedir ayuda. Seguro que los de Umbrella ya estarán enviando su propio equipo de limpieza.
Rebecca asintió junto a John. Ninguno era ya, en teoría, miembro de los STARS, pero David había sido capitán, y por buenos motivos. Se quedaron de nuevo sumidos en un tenso silencio mientras los árboles apenas tocados por la luz del amanecer pasaban velozmente al lado del vehículo de transporte. Rebecca se preguntaba con qué se encontrarían, cuando vio a las personas que salían a la carretera agitando los brazos en el aire.
—Eh... —comenzó a decir, pero David ya estaba pisando los frenos, bajando la velocidad a medida que se acercaban al trío de desarrapados desconocidos. Se trataba de un policía con un brazo vendado y una joven con camiseta y pantalones cortos, ambos armados, una niña pequeña que llevaba puesto un chaleco rosa que evidentemente no era de su talla. No estaban infectados o, al menos, no mostraban señales visibles de ello a los ojos de Rebecca. No obstante, tenían un aspecto horrible. Con aquellas ropas desgarradas, con unos rostros tan blancos y con unas expresiones tan perdidas bajo sus máscaras de suciedad, podían haber pasado perfectamente por unos muertos vivientes.
—Yo hablaré —dijo David, con su voz de acento británico suave pero firme, y en ese momento se detuvieron al lado de los supervivientes de Raccoon City.
David abrió la ventanilla de su puerta y apagó el motor. El joven policía se adelantó un paso mientras la joven rodeaba los hombros de la chiquilla con un brazo.
—Se ha producido un accidente en Raccoon City —les dijo, y aunque era evidente que estaban muy cansados y heridos, y muy necesitados de ayuda, en el tono de voz del policía se adivinaba un tono de precaución, un tono precavido que era una sugerencia de lo mala que era la situación—. Un accidente terrible. Será mejor que no entren en la ciudad. No es un lugar seguro.
David frunció el entrecejo.
—¿Qué clase de accidente, agente?
Fue la joven la que contestó, con un gesto de amargura en la boca.
—Un accidente de Umbrella —dijo, y el policía se limitó a asentir mientras la chiquilla hundía su rostro en el costado de la joven.
John y Rebecca intercambiaron una mirada, y David apretó el botón que quitaba el seguro de las puertas.
—¿De veras? Ésos suelen ser los peores —dijo con voz amable—. Estaremos encantados de ayudarlos, si quieren, o quizá podríamos llamar pidiendo ayuda...
Era una pregunta. El policía miró hacia atrás, a los ojos de la joven, y luego fijó la mirada en los ojos de David durante unos largos segundos. Debió ver algo en sus ojos que le hizo fiarse de David, porque asintió con lentitud y luego le hizo un gesto a la muchacha y a la chiquilla para que entraran en el vehículo.
—Gracias —dijo con una voz en la que por fin apareció el enorme cansancio que sentía—. Si pudieran llevarnos, sería un gran favor.
David sonrió.
—Entren, por favor. John, Rebecca, ¿podríais echarles una mano?
John agarró un par de mantas que había en la parte trasera del vehículo mientras Rebecca se encargaba de acercar el botiquín, procurando no dejar al descubierto los ocultos rifles que se encontraban colocados al lado del montante de la rueda.
Un accidente de Umbrella...
Rebecca se preguntó si se daban cuenta de la suerte que habían tenido al sobrevivir, pero cuando miró de nuevo aquellos tres rostros agotados y con expresiones parecidas a los de los combatientes después de una batalla, se dio cuenta de que probablemente sí se percataban de aquello.
Comenzaron a hablar incluso antes de que David hiciera girar el vehículo... y muy pronto descubrieron que tenían en común mucho más de lo que ellos creían. La chiquilla se quedó dormida mientras regresaban por el mismo camino que habían llegado, dejando atrás la ciudad en llamas.
FIN DEL VOLUMEN 3