Publicado en
abril 08, 2010
—No quiero verlo, señorita Handy —dijo irritadamente el avejentado y malhumorado presidente de Libros Obelisco—. El libro ya está en imprenta; si hay un error en el texto ya no podemos hacer nada al respecto.
—Pero, señor Masters —dijo la señorita Handy—, es un error muy importante. Si él está en lo correcto. El señor Brandice afirma que el capítulo entero...
—Leí su carta; también hablé con él por videófono. Sé lo que dice.
Masters caminó hasta la ventana de su oficina, observando de mal humor la árida superficie de Marte, maltratada por los cráteres, que había contemplado durante tantas décadas. Cinco mil ejemplares impresos y encuadernados, pensó. Y la mitad en piel de wub marciano estampado en dorado. El material más elegante y caro que pudieron encontrar. Ya estábamos perdiendo dinero con la edición, y ahora esto.
Sobre su escritorio había un ejemplar del libro. De Rerum Natura de Lucrecio, en la elegante y noble traducción de John Dryden. Con irritación, Barney Masters volvió las brillantes páginas blancas. ¿Quién se imaginaria que en Marte alguien conocería un texto antiguo tan bien?, reflexionó. Y el hombre que esperaba en la antesala era solo uno de los ocho que habían escrito o llamado a Libros Obelisco por el discutido pasaje.
¿Discutido? No había discusión; los ocho académicos en latín estaban en lo correcto. Simplemente era una cuestión de lograr que se fueran sin hacer ruido, olvidando incluso que habían leído la edición de Obelisco y encontrado el pasaje estropeado en cuestión.
—Muy bien, que pase —le dijo Masters a su recepcionista, presionando el botón del intercomunicador de su escritorio. De lo contrario, el hombre nunca se iría; era la clase de personas que se quedaría esperando afuera. Los académicos generalmente son así; tienen una paciencia infinita.
La puerta se abrió y un hombre alto de pelo gris, con anteojos pasados de moda al estilo terrestre, se acercó, portafolios en mano.
—Gracias, señor Masters —dijo, ingresando—. Déjeme explicarle, señor, por qué mi organización considera semejante error algo tan importante.
Se sentó ante el escritorio, abriendo enérgicamente el portafolios.
—Después de todo, estamos en un planeta colonizado. Todos nuestros valores, costumbres, artefactos y tradiciones provienen de la Tierra, GuaDAF considera que la impresión de este libro...
—¿GuaDAF? —interrumpió Masters. Nunca había escuchado sobre ello, pero aun así gruñó. Obviamente, uno de los muchos grupos de vigilancia que controlaban todo lo impreso, todo lo que surgía localmente en Marte o llegaba de la Tierra.
—Guardianes de las Distorsiones y Artefactos Fraguados —explicó Brandice—. Traje conmigo una edición terrestre, auténtica y correcta, de De Rerum Natura, la traducción de Dryden, la misma de su edición local.
Su énfasis sobre local hizo que sonara vil y de poca calidad, como si, caviló Masters, Libros Obelisco estuviera haciendo algo deshonesto.
—Consideremos las interpretaciones que no son auténticas. Primero debería examinar mi ejemplar... —depositó un ejemplar envejecido y deteriorado de la edición terrestre sobre el escritorio de Masters—...en el cual aparece correctamente. Y luego señor, un ejemplo de su propia edición: el mismo pasaje.
Junto al antiguo libro azul dejó uno de los grandes y hermosos ejemplares en piel de wub que había publicado Libros Obelisco.
—Permítame llamar el responsable de la edición —dijo Masteres. Presionando el botón del intercomunicador, le habló a la señorita Handy—: Pídale a Jack Snead que venga, por favor.
—Sí, señor Masters.
—Citando la edición auténtica —dijo Brandice—, obtenemos un efecto métrico del latín como sigue. Ejem —aclaró su garganta, luego comenzó a leer en voz alta:
«De la sensación de pesar y dolor seremos liberados;
no sentiremos, porque no seremos.
Aunque la tierra en los mares, y los mares en el cielo estén perdidos,
no nos moveremos, solo seremos suprimidos.»
—Conozco el pasaje —dijo Masters cortante, sintiéndose molesto; el hombre le leía como si fuera a un niño.
—Este cuarteto —dijo Brandice— está ausente de su edición, y el siguiente cuarteto espurio (Dios sabe de qué origen) aparece en su lugar. Permítame.
Tomando la suntuosa copia de Obelisco encuadernada en piel de wub, la hojeó, lo encontró, y leyó:
«De la sensación de pesar y dolor seremos liberados;
lo que ningún hombre nacido en la Tierra puede calificar ni ver;
una vez muertos, sondeamos mares por encima de este mar:
Nuestras penurias sobre la tierra anuncian una dicha sin fin.»
Contemplando con atención a Masters, Brandice cerró ruidosamente el ejemplar encuadernado en piel de wub.
—Lo más molesto —dijo Brandice— es que este cuarteto predica un mensaje completamente opuesto al del libro entero. ¿De dónde proviene? Alguien lo escribió; Dryden no lo hizo... Lucrecio tampoco.
Miró fijamente a Masters como si pensara que él personalmente lo hubiera hecho.
La puerta de la oficina se abrió y entró el responsable de la edición, Jack Snead.
—Está en lo correcto... —dijo con resignación a su superior—. Y ésa es solo una alteración en el texto entre más de treinta; he estado examinando la cuestión, desde que comenzaron a llegar las cartas. Y ahora estoy revisando otros títulos recientes del catálogo de nuestra lista de otoño —agregó, gruñendo—. Encontré alteraciones en varios libros.
—Eras el último corrector de pruebas antes de que fueran a imprenta —dijo Masters —¿No había errores entonces?
—Absolutamente ninguno —dijo Snead—. Yo revisé las pruebas de galera personalmente; los cambios no estaban en las galeras, tampoco. Los cambios no aparecen hasta las copias finales encuadernadas... y esto no tienen ningún sentido. O más específicamente, las encuadernadas en dorado y piel de wub. Los ejemplares corrientes... están bien.
Masters parpadeó.
—Pero todos son de la misma edición. Van a prensa juntos. En realidad no teníamos planeado originalmente una exclusiva de lujo; fue solo a último minuto que lo hablamos y la oficina comercial sugirió que la mitad de la edición se ofertara en piel de wub.
—Creo —dijo Jack Snead— que vamos a tener que examinar con más detenimiento la cuestión de la piel de wub marciano.
Una hora más tarde, el avejentado y tembloroso Masters, acompañado por el editor Jack Snead, se sentó frente a Luther Saperstein, agente comercial de la firma procuradora de piel Intachable, Incorporada; de ella, Libros Obelisco obtenía la piel de wub con la cual encuadernaba sus libros.
—Antes que nada —dijo Masters en un tono profesional y cortante —¿qué es la piel de wub?
—Básicamente —dijo Saperstein—, en el sentido en el que está haciendo la pregunta, es el pelaje del wub marciano. Sé que eso no les dice mucho, caballeros, pero al menos es un punto de referencia, un postulado sobre el cual todos nosotros podemos estar de acuerdo, donde podemos empezar a construir algo más concreto. Para ser más útil, déjenme que les expliqué la naturaleza del wub mismo. La piel es cara, porque entre otras razones, es rara. La piel de wub es rara porque un wub muere muy de vez en cuando. Lo que quiero decir es que es casi imposible matar a un wub, incluso a uno enfermo o anciano. E incluso si un wub es asesinado, la piel sigue viva. De esa cualidad surge su valor único para la decoración del hogar o, como en su caso, para la encuadernación de libros destinados a perdurar.
Masters suspiró, miró distraídamente por la ventana mientras Saperstein hablaba con monotonía. Junto a él, el corrector de ejemplares tomaba unas breves notas crípticas, con una expresión sombría sobre el rostro enérgico y juvenil.
—Lo que nosotros les suministramos —dijo Saperstein—, cuando ustedes vinieron a nosotros (y recuerdo eso: ustedes vinieron a nosotros; no los buscamos) consistió en pieles selectas y perfectas de nuestro inventario: Estas pieles vivientes brillan con un lustre único; nada se les asemeja en Marte o en La Tierra. Si se desgarra o raspa, se repara a sí misma. Crece, a lo largo de meses, una piel más y más lujosa, haciendo que las tapas de sus libros sean cada vez más lujosas, y por lo tanto con más demanda. En diez años, la calidad de estos libros encuadernados en piel de wub...
—Entonces la piel todavía está viva —dijo Snead, interrumpiendo—. Interesante. Y el wub, como usted dice, es tan hábil que es virtualmente imposible matarlo.
Le echó una breve mirada a Masters.
—Cada una de las treinta y tantas alteraciones efectuadas en los textos de nuestros libros tienen que ver con la inmortalidad. La revisión de Lucrecio es típica; el texto original predica que el hombre es transitorio, que incluso si sobrevive después de la muerte esto no importa porque ya no tendrá recuerdos de su existencia aquí. En su lugar, el nuevo pasaje habla de un futuro de la vida sostenido sobre ésta; digamos, una completa contradicción con la filosofía entera de Lucrecio. Comprende ante lo que estamos, ¿no? La filosofía del maldito wub sobreimpresa a la de varios autores. Es eso; comienzo y fin.
Se interrumpió, y volvió a hacer anotaciones, en silencio.
—¿Cómo puede una piel —preguntó Masters—, incluso una piel viva eternamente, ejercer influencia sobre los contenidos de un libro? Un texto ya impreso: las páginas refiladas, los folios encolados y cosidos... va en contra de la razón. Incluso si la encuadernación, la maldita piel, está realmente viva, no puedo creerlo.
Observó a Saperstein.
—Si vive, ¿de qué vive?
—De minúsculas partículas de sustancias alimenticias suspendidas en la atmósfera —dijo Saperstein suavemente.
Poniéndose de pie, Masters dijo:
—Vamos. Esto es ridículo.
—Inhala las partículas a través de los poros —dijo Saperstein. Su tono era digno. Incluso reprobador.
Estudiando sus notas, sin seguir la línea de su patrón. Jack Snead dijo pensativo:
—Algunas de las correcciones son fascinantes. Varían de una oposición completa al pasaje original (y el sentido del autor), como en el caso de Lucrecio, hasta correcciones muy sutiles, casi invisibles (si esa es la palabra) en los textos que están más de acuerdo con la doctrina de la vida eterna. La verdadera pregunta es ésta: ¿estamos enfrentándonos con la opinión de una forma de vida particular, o el wub sabe sobre lo que está hablando? El poema de Lucrecio, por ejemplo; es muy grande, muy hermoso, muy interesante... como poesía. Pero como filosofía, tal vez esté equivocado. No lo sé. No es mi trabajo; simplemente edito libros, no los escribo. Lo último que debe hacer un editor es editorializar, por si mismo, en el texto del autor. Pero eso es lo que el wub, o cualquier cosa en la piel de wub, está haciendo.
Luego se quedó en silencio.
—Me interesaría saber si agregaron algo de valor —dijo Saperstein.
—¿Poéticamente? ¿O quiere decir filosóficamente? Desde la poética o la literatura, el punto de vista estilístico de sus interpolaciones no es mejor ni peor que el de los originales; se las compone para mezclarse con el del autor lo suficientemente bien para que no se note —agregó cavilando—. Nunca se sabría que es la piel la que está hablando.
—Quiero decir desde un punto de vista filosófico.
—Bien, siempre es el mismo mensaje que se repite monótonamente. No hay muerte. Vamos a dormir; despertaremos... en una vida mejor. Es lo que hizo con De Rerum Natura; es típico. Si lo ha leído aquí ya lo ha leído todo.
—Sería un experimento interesante —dijo Masters pensativo—, encuadernar un ejemplar de la Biblia con eso.
—Lo hice —dijo Snead.
—¿Y?
—Por supuesto no pude tomarme el tiempo para leerla toda. Pero le eché una hojeada a las Epístolas de Pablo a los Corintios. Había sólo un cambio. El pasaje que comienza «He aquí, os digo un misterio...» aparece todo en mayúsculas. Y repite las líneas: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» diez veces seguidas; las diez veces completamente en mayúsculas —dijo después, pensando cada palabra—: Ésta es, básicamente, una disputa teológica... entre público lector y el pellejo de un animal marciano que parece la mezcla de un puerco y una vaca. Qué extraño.
Luego regresó a sus notas otra vez.
—¿Cree que el wub tiene información interior o no? —dijo Masters, después de una pausa solemne—. Como dijo, puede que no sea solo la opinión de un animal particular que ha evitado la muerte con éxito; puede ser la verdad.
—Lo que se me ocurre —dijo Snead— es esto. El wub no solo ha aprendido a evitar la muerte; hace realmente lo que predica. Es matado, desollado, y su piel, todavía viva, es convertida en parte de algunos libros, ha conquistado la muerte. Sigue viviendo. En lo que parece considerar una vida mejor. No solo tratamos con una forma local de vida con opinión; estamos tratando con un organismo que ya ha hecho algo que nosotros todavía dudamos. Seguro que lo sabe. Es una confirmación viviente de su propia doctrina. Los hechos hablan por sí mismos. Tiendo a creerle.
—Tal vez la vida continúa para él —Master estuvo en desacuerdo—, pero eso no quiere decir necesariamente que para nosotros también. El wub como señala el señor Saperstein, es único. La piel de ninguna otra forma de vida de Marte, de la Luna o de la Tierra continúa viviendo, absorbiendo la vida de partículas microscópicas en suspensión en la atmósfera. Sólo él puede hacerlo...
—Es una lástima que no podamos comunicarnos con el pellejo del wub —dijo Saperstein—. Lo intentamos, aquí en Intocable, desde que notamos el hecho de su supervivencia postmortem. Pero nunca encontramos la forma.
—Pero en Obelisco lo hicimos —señaló Snead—. De hecho, ya intenté un experimento. Imprimí un texto de una oración, una simple línea: «El wub, a diferencia de cualquier otra criatura viva, es inmortal». Luego lo encuaderné en piel de wub; entonces lo leí otra vez. Había cambiado. Aquí, —le pasó un delgado libro, generosamente encuadernado, a Masters—. Lea cómo quedó ahora.
Masters leyó en voz alta:
—«El wub, como cualquier otra criatura viva, es inmortal» Bien, todo lo que hizo fue reemplazar tres palabras por una —dijo devolviendo el ejemplar a Snead—; no es un gran cambio.
—Pero desde el punto de vista del significado —replicó Snead—, es una bomba. Hemos conseguido una respuesta sobre qué hay más allá de la tumba... por así decirlo. Quiero decir, enfrentémoslo; la piel del wub está técnicamente muerta porque el wub está muerto. Esto está tan terriblemente cerca de proveernos una verificación indiscutible de la supervivencia de la vida inteligente después de la muerte.
—Por supuesto que hay algo —dijo Saperstein vacilante—. Odio decirlo; no sé si en qué se relaciona con todo esto. Pero el wub marciano, más allá de su inusual, incluso milagrosa habilidad para preservarse a sí mismo, es desde un punto de vista mental una criatura estúpida. La zarigüeya terrestre, por ejemplo, tiene un tercio del cerebro de un gato. El wub tiene un cerebro de una quinta parte de una zarigüeya.
Parecía deprimido.
—Bien —dijo Snead—, la Biblia dice «los últimos serán los primeros»; probablemente los humildes wub estén incluidos en esta declaración; esperemos que sea así.
—¿Usted desea la vida eterna? —dijo Masters, mirándolo con atención.
—Seguro —dijo Snead—. Todos lo hacemos.
—Yo no —dijo Masters con decisión—. Tengo suficientes problemas ahora. Lo último que deseo es vivir como la encuadernación de un libro... o en cualquier otra cosa que esté de moda.
Pero en su interior comenzó a vacilar silenciosamente. De un modo diferente. De un modo muy diferente, en realidad.
—Suena como algo que le gustaría a un wub —reconoció Saperstein—. Ser la encuadernación de un libro. Yacer allí supino, en un estante, año tras año, inhalando minúsculas partículas del aire. Y presumiblemente meditando. O cualquier otra cosa que hagan los wubs después de muertos.
—Piensan en teología —dijo Snead—. Oran.
Se dirigió a su jefe:
—Supongo que ya no encuadernaremos libros en piel de wub.
—No con propósitos comerciales —agregó Masters—. No para vender. Pero...
No podía negarse a sí mismo la convicción de que algún uso tendrían.
—Me pregunto —dijo—, si le otorgarían el mismo alto nivel de supervivencia a cualquier cosa que se hiciera con él. Por ejemplo, las cortinas de una ventana. O el tapizado de un coche flotante; tal vez eliminarían la muerte en las rutas. O el forro de los cascos para las tropas de combate. Y para los jugadores de béisbol.
Las posibilidades parecían enormes... pero vagas. Tendría que meditarlo, pensarlo un buen rato.
—De todos modos —dijo Saperstein—, mi firma declina darle una indemnización; las características de la piel del wub se dieron a conocer públicamente en un folleto que entregamos a comienzos de año. Declaramos categóricamente...
—Muy bien, es nuestra pérdida —dijo Masters irritado, con un gesto de la mano—. Vamos.
Le dijo a Snead:
—¿Y dice definitivamente, en los treinta y tantos pasajes que interpoló, que la vida después de la muerte es agradable?
—Completamente. «Nuestras penurias sobre la tierra anuncian una dicha sin fin». Es un resumen, esta línea es de De Rerum Natura; está todo allí.
—«Dicha» —repitió Masters, asintiendo—. Por supuesto, realmente no estamos en la Tierra; estamos en Marte. Pero supongo que es lo mismo; solo quiere decir vida, en cualquier lugar donde estemos viviendo.
Una ves más, incluso más gravemente, ponderó:
—Lo que sucede —dijo pensativamente—, es que una cosa es hablar abstractamente sobre «vida después de la muerte», y otra desde la experiencia. La gente está haciéndolo desde hace cincuenta mil años; Lucrecio lo hizo hace dos mil años. Lo que más me interesa no es gran cuadro filosófico sino el hecho concreto de la piel del wub; la inmortalidad que lleva consigo.
Le dijo a Snead:
—¿Qué otros libros encuadernó con él?
—La edad de la razón de Tom Paine —dijo Snead, consultando la lista.
—¿Cuáles fueron los resultados?
—Doscientos sesenta y siete páginas en blanco. Excepto justo en el medio la palabra bleh.
—Continúe.
—La Británica. No es que precisamente cambiara algo, sino que agregó artículos enteros. Sobre el alma, la trasmigración, el infierno, la maldición, el pecado o la inmortalidad; los veinticuatro volúmenes fueron orientados religiosamente —levantó la vista—. ¿Debo continuar?
—Seguro —dijo Masters, escuchando y meditando simultáneamente.
—La Summa Theologica de Tomás de Aquino. Dejó del texto intacto, pero periódicamente insertaba una línea bíblica: «La letra mata pero el espíritu da vida». Una y otra vez. Horizontes perdidos de James Hilton. Shangri-La resulta ser una visión de la vida después de...
—Muy bien —dijo Masters—. Captamos la idea. La cuestión es, ¿qué hacer con esto? Obviamente no podemos encuadernar libros con esa piel... al menos libros con los que está en desacuerdo.
Pero él estaba empezando a ver otro uso; uno mucho más personal. Y por lejos valía más que cualquier cosa que la piel de wub pudiera hacer con los libros... en realidad con cualquier objeto inanimado. En cuanto consiguiera un teléfono.
—De especial interés —estaba diciendo Snead—, fue la reacción a un volumen de informes recopilados sobre psicoanálisis por algunos de los más grandes analistas freudianos vivos de nuestro tiempo. Dejaba que cada artículo quedara intacto, pero al final de cada uno agregaba la misma frase —rió entre dientes—. «Médico, cúrate a ti mismo». Un poco de sentido del humor.
—¿Sí? —dijo Masters, pensado incesantemente, en el teléfono y la llamada vital que haría.
De regreso en su oficina en Libros Obelisco, Masters intentó un experimento preliminar: ver si esta idea funcionaba. Cuidadosamente envolvió una taza y un plato amarillos de porcelana china Royal Albert en piel de wub, piezas favoritas de su propia colección. Luego, después de un examen de conciencia y vacilación, ubicó el paquete en el piso de su oficina y, con toda su declinante fuerza, saltó sobre él.
La taza no se rompió. Al menos no lo pareció.
Desenvolvió el paquete e inspeccionó la taza. Estaba en lo correcto: lo envuelto en piel de wub no podía ser destruido.
Satisfecho, se sentó al escritorio, pensando una última vez.
La envoltura de piel de wub había convertido a un objeto frágil en algo temporalmente irrompible. Así que la doctrina de la supervivencia externa había funcionado en la práctica... exactamente como había esperado.
Levantó el teléfono, tecleó el número de su abogado.
—Este es mi testamento... —le dijo a su abogado cuando estuvo al otro lado de la línea—. Sabe, el último lo hice hace unos pocos meses. Tengo una cláusula adicional para agregar.
—Sí, señor Masters —dijo agudamente su abogado—. Diga.
—Un pequeño ítem —susurró Masters—. Tiene que ver con mi ataúd. Quiero que sea obligatorio para mis herederos: mi ataúd debe estar revestido a todo lo largo, encima, debajo y a los lados, con piel de wub. De Intocable, Incorporada. Quiero ir hacia mi Hacedor vestido, digamos, en piel de wub. Da una mejor impresión así.
Rió despreocupado, pero su tono era mortalmente serio, y su abogado lo entendió.
—Si eso es lo que quiere —dijo el abogado.
—Y le sugiero hacer lo mismo —dijo Masters.
—¿Por qué?
Master agregó:
—Consulte la biblioteca médica de referencia que vamos a editar el mes próximo. Y asegúrese de conseguir una copia encuadernada en piel de wub; será diferente de las otras.
Pensó, luego, en su ataúd recubierto de piel de wub. Profundo bajo tierra, con él en su interior, con la perenne piel de wub creciendo, creciendo.
Sería interesante ver la versión de sí mismo que elegiría producir la envoltura de piel de wub.
En especial después de varios siglos.
FIN
Título Original: Not by its cover © 1968.