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abril 03, 2010
Camilla Greenley Hutton estaba de pie en medio del camino fangoso, con una pistola Magnum 357 en sus crispadas manos. La lluvia de la primavera de Luisiana caía pesadamente en torno de ella. Grandes gotas repiqueteaban en los charcos, golpeaban en las ramas de los árboles que bordeaban el camino, daban brillo al Cadillac Sevilla de Camilla, detenido en un recodo y hacían que su blusa de seda lavada y sus tejanos se le pegaran al cuerpo como una segunda piel. El viento le llevaba sobre el rostro las largas hebras de cabello dorado que se desprendían del lazo que sujetaba su melena a la nuca. Ella entrecerraba sus ojos color avellana para poder ver mejor entre sus cabellos, la lluvia y la luz escasa del atardecer. Esperaba.
Cammie escuchó el rugido del Land Rover mucho antes de que estuviese a la vista. Keith se acercaba a una velocidad vertiginosa. Estaba tan decidido a seguirla por esas carreteras inseguras, que no le importaba llevarse a alguien o algo por delante en el camino. Siempre era así. Camilla lo sabía.
Su esposo no la perseguía porque la amara con locura, ni siquiera porque la deseara. Era una cuestión de amor propio. Él no podía soportar la idea de que ella estuviese con otro y el sólo hecho de que pudiese intentarlo lo enfurecía. Sin embargo, lo que más lo alteraba era que, desde la petición de divorcio, Camilla hubiese sobrevivido sin ningún problema. Keith lo tomaba como un insulto personal.
Lo más extraño de toda esta situación era que él había sido el que había querido disolver el matrimonio. Durante los primeros meses pareció disfrutar de la libertad, viviendo ostensiblemente con su novia de diecinueve años y estaba embarazada, en un trailer instalado en las afueras de la ciudad. Cammie suponía que estaban pensando en casarse, pero hacía tres semanas, Keith había llamado a su puerta con la maleta en la mano y una sonrisa cínica en el rostro. Había cambiado de opinión respecto del divorcio, según decía. Quería volver a ser su esposo.
Cammie había reído. No había podido evitarlo. Sin embargo, más allá de lo gracioso de la situación, estaba el hecho doloroso de que el hombre con quien había convivido durante seis largos años no pudiese comprenderla para nada. Ella necesitaba amar al hombre de su vida uy confiar en él. Keith había matado esos sentimientos y, no quedaba ya nada.
En ese momento él comenzó a acosarla.
Cammie ya había tenido suficiente. Estaba harta de que el teléfono sonase a cualquier hora de la noche, de que le pidiesen explicaciones de cada uno de sus movimientos. Estaba harta de rechazar envíos de flores que no quería y no podía tolerar una visita más de su antigua suegra, que le suplicaba por su hijo. Más que nada, ya no aguantaba que la espiasen todo el tiempo y la siguiesen a todas partes.
Había intentado una y otra vez hacerle comprender a Keith que ya no deseaba ser su esposa, ni en ese momento ni nunca más y que ansiosamente estaba esperando la disolución legal del matrimonio, que tendría lugar en cinco semanas. Le había dicho directamente que no le gustaba la táctica que él estaba aplicando para intentar recuperarla, pero él no parecía creerle. Cammie sólo veía un modo posible para que él lo comprendiese.
Su padre le había regalado esa pistola cuando se marchó de su casa para estudiar en la Universidad, y le había enseñado cómo usarla. Finalmente pondría en práctica esos conocimientos.
El Land Rover tomó la curva y se acercó. Cammie esperó a que Keith la viese, para que no pudiese tener ninguna duda de que se trataba de ella y de qué era lo que estaba haciendo. Entonces inspiró profundamente y apretó el gatillo de la Magnum.
Sintió un cimbronazo que le sacudió los hombros y un estruendo que la ensordeció.
Volaron los vidrios del faro derecho. Vio como Keith abría los ojos y empalidecía, mientras sus labios murmuraban un insulto. Apuntó nuevamente. Disparó entonces al faro izquierdo.
Los frenos chirriaron. El Land Rover patinó sobre el camino fangoso, arrojando lodo y grava y dio un brusco viraje, encaminándose hacia la cuneta. Se escuchó el estruendo del metal chocando contra un árbol, y luego sobrevino el silencio.
Cammie bajó la pistola y se encaminó hacia su automóvil, pero al ver a Keith tirado sobre el volante, se detuvo abruptamente.
Seguramente estaba fingiendo. Sin embargo, le pareció ver una mancha roja en su camisa.
No podía dejarlo allí. No podía hacer eso, a pesar de las cosas que él le había dicho y le había hecho, a pesar de lo manipulador que era.
-Idiota- masculló. Se refería a ella misma. Apretó los dientes y se encaminó hacia el Land Rover.
Abrió con cuidado la puerta del lado del conductor. Keith respiraba. Podía ver el movimiento de su pecho. Un hilo de sangre salía de su nariz. Sosteniendo aún la Magnum, extendió la mano izquierda y le sacudió suavemente el hombro.
Keith se incorporó de un salto. Retorciéndose en su asiento la tomó de la muñeca. Sus facciones atractivas esbozaban una sonrisa maliciosa y sus ojos pardos reflejaban satisfacción.
-Te engañé de nuevo -dijo con una breve risita mientras saltaba del coche -nunca serviste para herir a nadie.
Lo que ella le respondió no fue precisamente un elogio.
-¿Así que soy eso? -preguntó mientras pescaba un pañuelo de su bolsillo trasero-. Bien, además soy tu esposo y creo que es hora de que lo recuerdes. Este es un buen lugar para eso, creo. Ya es tiempo de que olvides esa estúpida petición de divorcio. Esto será en parte una compensación y pagará también en algo el daño que sufrió el Rover.
Cammie se sentía mal y el corazón galopaba en su interior. Comenzó a sentir que la lluvia que caía la helaba. No hizo ningún intento por liberarse de la presión que él ejercía sobre sus muñecas. Se humedeció los labios con la lengua y saboreó el agua de lluvia, mientras decía:
-Los daños que sufrió el Rover son culpa tuya.
-¿Eso crees? -una mueca de desprecio cruzó por su rostro, aunque sus labios revelaban una excitación perversa-. Yo podría decir lo mismo ¿sabes? Si no fueras tan obstinada, podríamos reconciliarnos en una cama mullida, pero siendo las cosas así...
Él abrió sus piernas y llevó la cadera hacia delante, como para hacerle notar el bulto en sus pantalones. Al mismo tiempo, tomó con fuerza el brazo de ella y la atrajo hacia él.
-Déjame- dijo ella, y tomando nuevamente el arma, acercó el caño al pecho de él.
-¿Crees que eso me asusta? -se burló él-. Eres demasiado blanda como para matar siquiera una víbora. Jamás te atreverías con un hombre.
-No estés tan seguro -dijo ella con tranquilidad.
La intranquilidad se vislumbró en su rostro, pero enseguida comenzó a reír y tomó la pistola.
En ese instante, Cammie impulsó su rodilla hacia la entrepierna de él. Keith la vio venir y trató de volverse, pero no llegó a tiempo. Ella lo oyó gruñir y lo vio doblarse y en ese momento se liberó y se puso fuera de su alcance. Veloz, comenzó a correr hacia el Cadillac.
Keith gritaba detrás. Ella escuchó sus pasos, al comienzo débiles, pero que poco a poco se fueron haciendo más audibles. Iba tras ella. Cammie redobló sus esfuerzos. Su respiración se hizo entrecortada. Él se acercaba cada vez más. La alcanzaría antes de que llegase al automóvil... sólo le quedaba una cosa por hacer.
Se volvió y se situó en la cuneta de la ruta. Levantó la pistola y comenzó a disparar. Las balas salían una tras otra y el efecto de cada disparo la sacudía. Vio como el barro y el agua salpicaban los pies de Keith.
Él gritó y se arrojó hacia atrás, cuan largo era, sobre la ruta fangosa. Ella no se volvió para ver si estaba herido. Se limitó a bajar la cabeza y correr.
Los bosques de la reserva la rodearon, protectores. Las ramas que iba empujando se cerraban tras ella como tranqueras. Escuchó que Keith gritaba llamándola pero no se detuvo. Él nunca la volvería a tocar, ni por pasión, ni por venganza y menos aún por furia. Nunca.
Escuchó los ruidos de sus pisadas. O tal vez no. Tal vez fueran los latidos de su corazón convulsionado. Corrió aún más veloz.
Su matrimonio estaba terminado. La alegría resonaba como un grito en su interior. Quizás esta vez Keith había logrado escuchar ese grito.
Los árboles se estrechaban a su alrededor. Los altos pinos con sus faldas de finas agujas. Los cedros susurrantes que de tan verdes eran casi negros. Los grandes ocozoles aromáticos. Los arces temblorosos con sus hojas de rojas venas y sus líquenes grises en el tronco. Los viejos robles negros. Los frondosos robles rojos y blancos. Los nogales con sus bolitas verdes.
Las ramas altas bloqueaban las últimas luces del atardecer y daban a todas las cosas una dimensión verde. Los matorrales se extendían entre los árboles con sus florecillas silvestres u sus zarzas, y dejaban ver tan sólo unos pocos metros de distancia. También era imposible ser visto.
Cammie adoraba los árboles desde pequeña. Ese amor era propio de la parte femenina de su familia. Las mujeres de los Greenley siempre se habían sentido atraídas por los árboles. Les gustaban las plantas en general, pero en especial los árboles.
Fue su abuela quien por primera vez llevó a Cammie al bosque de la reserva que lindaba con la casa. La anciana había mostrado a su nieta cada variedad de árbol como si le estuviese presentando a un viejo y querido amigo.
Cuando Cammie fue un poco mayor, se habituó a montar sobre las ramas de los sasafrás como si fuesen ponis y a trepar a las altas ramas de los pinos para hallar la paz y el sosiego de la lectura. A veces, cuando nadie la veía, ella apretaba su mano contra la corteza de un roble o un pino y creía sentir como la vida fluía en el interior.
Nunca antes se había perdido en un bosque.
Cuando se detuvo para recobrar el aliento, se dio cuenta de que ya no podía escuchar a Keith detrás de ella. Los árboles la rodeaban.
Un viento helado se filtraba por las copas de los árboles. Cammie experimentó un escalofrío y comenzó a refregarse los hombros mientras miraba en derredor. Sintió temor al darse cuenta de que no tenía la menor idea de cómo hallar el camino hacia la ruta ni hacia su automóvil.
Parecía una traición. Era como si ese bosque que tanto amaba se hubiese vuelto en su contra, tan falso como el hombre con quien se había casado.
Por supuesto, eso era ridículo. Los densos bosques cubrían más de treinta mil acres y ella nunca se había aventurado a pasear tan lejos de su casa. No tenía por qué conocer cada centímetro del bosque.
La reserva se extendía sobre una amplia parte de la región. Circundaba a la fábrica de papel y llegaba hasta el pueblo de Greenley. Posiblemente el lugar donde ella se encontraba estaba a varias millas de su casa yendo por la ruta, pero era probable que, en línea recta sólo estuviese a dos o tres millas, o tal vez aún más cerca. Si supiese cómo ir, podría llegar hasta la misma puerta. Varios caminos cruzaban el bosque y hasta había unas cuantas casas. So caminaba hacia el sudoeste, tenía que encontrar alguno de esos caminos. Encontraría a alguien que pudiese llevarla hasta su casa.
Las sombras grises se estaban tornando negras, y no había manera de decidir cuál era la dirección indicada. En cambio, era muy fácil comenzar a caminar en círculos sin darse cuenta. Era pues preferible quedarse donde estaba y esperar hasta la mañana, cuando tal vez podría descubrir alguna señal. Sin embargo, no le gustaba para nada la idea de pasar la noche en el bosque.
Se volvió a incorporar. La camisa se le pegaba al cuerpo y los pantalones estaban tan mojados que el agua le chorreaba dentro de los zapatos. Un chorro continuo se deslizaba desde su cabello recogido, cayéndole por la espalda.
Helada y agotada, se deslizó entre las raíces de los árboles y los matorrales que se prendían a sus tobillos. Una vez cayó de bruces. La magnum 357 salió despedida y, sin luz, ya no pudo volver a encontrarla entre los altos pastos y zarzas. Siguió sin ella.
Ya casi no podía ver nada, pero aún no se daba por vencida. La temperatura descendía y la oscuridad aumentaba. Podía sentir el frío atravesándola. Tenía que seguir. Tenía que llegar a casa. Nadie sabía dónde estaba. Nadie sabía dónde buscarla.
En un momento se detuvo, como si se hubiese topado con una barrera invisible. Había algo o alguien junto a ella. Su instinto se lo aseguraba con una fuerza apabullante.
Cammie se volvió, escrutando con sus ojos la oscuridad que la rodeaba. No había nadie: ni un movimiento, ni un susurro. Sin embargo, sabía que no estaba equivocada.
Sintió que un temor la invadía, como si estuviese en presencia de un animal salvaje o de un demonio con forma humana, que la seguía y se aproximaba. Normalmente no era fantasiosa pero esta no era una situación para nada normal.
Una rama cayó y se oyó el crujir de las hojas.
De pronto se encontró retorciéndose entre los matorrales, con las piernas temblorosas abriéndose paso entre troncos caídos y zarzas punzantes. Se movía entre los árboles con los pulmones resollantes. Las ramas rasgaban su blusa y lastimaban su piel, pero no parecía percibirlas. Atravesaba con desesperación los troncos, precipitándose para seguir.
Él salió de no se sabe dónde. En un momento ella estaba sola, y al siguiente instante la oscura sombra de un hombre se interpuso en su camino.
Cammie chocó contra un pecho de roca. Unos brazos fuertes la rodearon. Ella se soltó por unos segundos y dio dos o tres pasos a la carrera. Se sintió atrapada por detrás, sometida por los músculos del extraño. Sintió su aliento sobre el cabello mojado y ambos cayeron en la húmeda oscuridad.
Él la arrastró contra su cuerpo mientras caían y Cammie sintió que aterrizaba contra un hombro mullido. Atónita, durante un instante se quedó inmóvil, mientras su mente comenzaba a mostrarle que ese hombre no era, jamás podría haber sido su esposo.
Respiró hondo y sintió un profundo dolor en la garganta. En ese momento comenzó a empujar los fuertes brazos que la sostenía.
-Estáte quieta -la orden le llegó por sobre la cabeza -o te dejaré aquí perdida.
El timbre de esa voz hizo sonar una alarma dentro de su mente. La conocía. Podía escuchar sus ecos en su mente u llevándola hacia años lejanos. ¿Cuántos años? Tal vez quince.
Cammie sabía que ese hombre había regresado. Todos en Greenley lo sabían. Él había estado en el funeral de su padre, pero ella no había asistido. Por supuesto.
-Reid Sayers -dijo ella en un susurro. Él permaneció en silencio en silencio tanto tiempo que Cammie pensó que no le había oído.
-Me siento halagado -dijo él secamente -o tal vez asombrado. No estaba seguro de que pudieses reconocerme, ni en las mejores circunstancias.
-La última vez que nos vimos fue muy parecido -respondió ella-. ¿Me dejarás ponerme de pie?
-No.
Su respuesta le sonó inequívoca, llena de una firmeza que no había vuelto a escuchar desde su último encuentro con él.
-Siempre te gustó el misterio -dijo Cammie-. Lamentablemente no estoy de humor para eso. ¿Me indicarás el camino a casa o nos quedaremos a pasar la noche aquí?
Cammie intentó moverse y sintió que la envolvía un voluminoso poncho para la lluvia. Un escalofrío la recorrió mientras la atrapaba el calor de ese cuerpo. El abrazo del hombre se hizo más estrecho mientras le decía:
-Supón que deseo retomar las cosas donde las dejamos.
Es demasiado tarde para eso.
¿Percibió acaso él el matiz de duda en la voz de ella? ¿Cómo podía haberlo captado, cuando ni siquiera ella misma estaba segura de su reacción? Ella no le temía. Había sentido muchas cosas por él, desde desprecio hasta odio, pero nunca miedo.
-Tal vez -dijo él, pensativo-. Y tal vez no. Una mujer que acaba de intentar matar a su marido, puede ser capaz de muchas cosas.
-¿Cómo lo supiste? -comenzó ella, pero enseguida se dio cuenta de cómo tenía que haber sido.
-Escuché el primer disparo y llegué a tiempo para ver los otros. Sí, te seguí, y tienes razón: podría haberte detenido mucho antes.
Su voz era un murmullo profundo y perturbador. Ella hizo todo lo posible para no prestar atención a ese sonido y concentrarse en el significado de sus palabras:
-Pero no lo hiciste. Esperaste hasta creer que yo estaba desesperada. Supongo que esperabas obtener algo de esto.
-En realidad -dijo él acercándola a su cuerpo- pensé que no debía entrometerme en lo que parecía ser una huida bien pensada. Sin embargo, después pensé que dejarte vagar empapada toda la noche era llevar demasiado lejos mi abstención.
-Además, la oportunidad de arrojarte sobre mí era demasiado buena como para dejarla pasar.
-Esa idea no había cruzado por mi mente-dijo él, sarcástico -pero ahora que lo mencionas, no me parece mal.
El tono de su voz la alarmó y trató de liberarse de su abrazo.
Fue un error. Sin ningún esfuerzo él la hizo rodar y la puso de espaldas dentro de su poncho. Apoyó su peso sobre ella, afirmándola contra el suelo. Uno de los brazos de Cammie estaba bajo su cuerpo. Tomó el otro por la muñeca.
Ella temblaba mientras sentía que su calor masculino disipaba el frío de su cuerpo. En un momento el agua de sus ropas pareció evaporarse contra su piel. Él oprimía los senos de ella contra su cuerpo y le separaba los muslos, dejándola sentir la dureza de su miembro.
Cammie se esforzaba en apartarle, hundiendo los talones en la tierra para tratar de liberarse. Ese movimiento acercó aún más sus cuerpos, poniéndolos en un contacto fervoroso. Ella percibió su excitación y escuchó su respiración agitada.
Sintió que de su interior brotaba un dolor dulce que no sentía desde hacía años. Para ser exactos, desde hacía quince años. Junto con él, llegó también un familiar vacío. Ese que Keith nunca había logrado llenar.
Todo esto la enfurecía, la asombraba y la atemorizaba.
Atrapada en la vorágine de sus propias emociones, contestó a ese hombre que la obligaba a enfrentarlas:
-Siempre fuiste bueno en eso de sacar ventaja. En eso te pareces a todos lo hombres de tu familia.
Un suspiro elevó el pecho masculino y le permitió a ella sentir la presión de sus músculos trabajados. Eso no la ayudaba a concentrarse en lo que él decía.
-¿Todavía estás con esa vieja historia? Pensé que ya habrías crecido lo suficiente como para tener un poco de tolerancia.
-¿Para con las faltas del yanqui de tu bisabuelo? Tendría que haberla extendido también a ti y ya sabes lo que dicen acerca de las astillas y los palos.
-Suerte que mi bisabuelo no fue un árbol.
-Pero engañó a mi abuela y sacó provecho de ella.
-Nunca supe que ella se quejase. Sólo lo hicieron su esposo y sus descendientes.
El bisabuelo de Reid Sayers, casi cien años antes, había llegado al sur buscando una oportunidad. La había hallado al conocer a la bisabuela de Cammie, Lavinia Greenley. Justin Sayers había embarcado a esa pobre mujer casada en una apasionada aventura. Antes de que el romance acabase, Justin se había hecho de trescientos acres de tierra fértil y el esposo de Lavinia había muerto.
Había sido un escándalo cuyos ecos aún sonaban en Greenley, entre otras cosas porque Justin Sayers se había quedado allí, había prosperado y había tenido descendencia. No podía decirse que la división entre los Greenley y los Sayers fuese una pelea, pero la verdad es que se mantenía entre ambas familias una total frialdad y falta de contacto social.
-Lavinia Greenley no solía quejarse -respondió Cammie.
-Aparentemente no. Yo siempre me pregunté cómo era en realidad, cuánto te parecías a ella y qué hubieses hecho en su lugar.
Cammie sintió una opresión en la garganta. Nunca se había imaginado que Reid Sayers pudiese acordarse de ella. Le resultaba doloroso pensar que él hubiese podido identificarla con Lavinia. Sin detenerse a pensar, le preguntó:
-¿Te consideras tú parecido a Justin?
-¿Por qué no?
El sonido de la voz de él reverberaba en medio de la lluvia. Su rostro estaba a escasos centímetros de ella, en la oscuridad. Cammie sentía su aliento caliente en la mejilla. Su aroma la rodeaba. Era una mezcla del aire fresco de la noche, una loción con toques de madera u su propia masculinidad ardiente que exudaba su condición salvaje.
Los músculos de su abdomen se tensaron y la tomó fuertemente por detrás de la nuca. El viento soplaba sobre las copas de los árboles. Las gotas de lluvia repiqueteaban sobre las hojas y sobre la rígida tela del poncho que los cubría, cayendo desde el cabello de él hasta la frente de ella como una caricia.
Repentinamente Cammie supo que si movía un dedo, si respiraba hondo o parpadeaba, él apoyaría los sabios contra los suyos. Si ella hacía algo más, si le rodeaba el cuello con los brazos o abría sus piernas siquiera unos centímetros, la haría suya allí mismo, sobre las hojas,
Por su mente, aunque trataba de reprimirlo, cruzaba el deseo de moverse, de apretarse contra él, incitándolo. Asustada por su instinto, contuvo la respiración.
Detrás de ellos, una rama de un árbol seco cayó al suelo con un ruido sordo, derribada por la tormenta.
Reid experimentó un escalofrío. Murmuró un insulto y abruptamente se levantó dejándola libre. Poniéndose de pie con agilidad, la tomó para también hacerla levantar. Se quitó el poncho y se lo puso sobre los hombros.
-Vamos -dijo con voz monocorde- antes de que haga algo de lo cual nos arrepentiremos.
El recorrido por el bosque fue tranquilo y seguro. El hombre nunca dudó, pocas veces aminoró y nunca se detuvo, excepto para ayudarla a sortear un tronco caído o una rama baja. Parecía que estaba como en su casa, como si recorriera su propia sala de estar.
El poncho que Cammie llevaba era tan largo, que casi lo arrastraba por el suelo. Tropezó con él varias veces antes de recogerlo con sus manos. Reid Sayers la sostuvo cada vez que ella tropezó, casi como si pudiese ver en la oscuridad o como si tuviese un sexto sentido. Cada vez que esto sucedía, inmediatamente la soltaba.
Cammie tenía una incómoda conciencia de la presencia de Reid. En algún rincón de su interior ella ansiaba su sostén y extrañaba su contacto cuando la soltaba. No deseaba sentir eso. No deseaba sentir nada más que una cierta gratitud porque la había rescatado. En cambio, se sentía perturbada.
Hubo una época, hacía ya mucho tiempo, en la cual pensaba en Reid Sayers con una intensa y secreta pasión. Lo miraba a la distancia, disfrutando al ver su cabello rubio desteñido por el sol, la mueca divertida que aparecía con facilidad en su rostro y las pequeñas arrugas que se formaban en torno a sus profundos ojos azules cuando reía. Le gustaba mirarlo moverse, observar el juego de sus músculos bajo la piel bronceada de sus hombros y sus brazos, la fuerza de sus piernas que dejaban ver los pantalones cortados por la rodilla.
Él tenía unos tres años más que los muchachos con los que ella solía ir al cine o de picnic y era notablemente más maduro que ellos. Le parecía que él era sofisticado y experimentado. Además, y sobre todo, tenía el halo atractivo de lo prohibido.
En algún momento había pensado en ellos dos como los amantes de contrariados de alguna antigua fábula. Había imaginado que algún día se encontrarían a solas y se daría cuenta al instante de que eran el uno para el otro. Se casarían y pondrían fin a la discordia que había separado a las familias durante casi cien años. Así de tontas habían sido sus fantasías.
Sin embargo, las cosas no habían sucedido como las había imaginado. Cammie estaba nadando en el lago, cerca del muelle de la casa de campo de su familia. Reid estaba acampado muy cerca con sus amigos, cosa que ella sabía perfectamente. Sin embargo, nunca había pensado que podría salir del agua tan cerca de ella, ni que podría tenerlo tan cerca, con la nariz pegada a la suya y las piernas de ambos tocándose en medio de las cálidas corrientes del lago.
-¿Qué estás haciendo? -había susurrado ella, que era en esa época una adolescente inexperta.
-Te ve -fue su simple respuesta- y no pude resistirme a la tentación de acercarme. Y de esto.
La rodeó suavemente con sus brazos. La luz del sol brillaba como oro sobre sus cabellos, mientras inclinaba la cabeza para sorber suavemente con sus labios las gotas de agua que cubrían los párpados de la joven. Luego la besó, apoyando su boca cálida y dulce sobre la de ella, acariciando, llamando, preguntando.
Durante unos instantes sus labios habían respondido a su llamada, tan naturalmente como respiraba. Sus cuerpos se habían unido con precisión y gracia, como dos esculturas moldeadas cuidadosamente por un maestro con el expreso propósito de que estuviesen juntas.
El abrazo se fue estrechando, mientras el pecho de él se ensanchaba maravillado, respirando profundamente. Los labios acariciaban la boca de ella, aprendiendo a conocer su suavidad, sus contornos delicados, sus rincones inocentes. Él la fue probando, invadiéndola dulcemente con la punta de su lengua, conociendo la de ella, inexperta. La fue encontrando y succionando con dulzura. Ciegamente, le acarició con sus manos los senos, trasponiendo el traje de baño empapado, apoyando sus palmas en los globos firmes de ella, probando sus dulces contornos.
Cammie sintió un enorme, irresistible deseo que la invadía. No estaba preparada para eso. No conocía ese intenso calor ni sabía que fuese posible. En ese mismo instante, percibió la fuerza de la excitación de él contra sus muslos y se dio cuenta de su necesidad, apenas controlada.
Sintió pánico.
Con miedo irracional, se apartó de él. Le gritó algo, aunque estaba tan alterada que no supo, ni jamás recordó qué le había dicho. Se volvió y, moviéndose rápidamente en el agua, alcanzó el muelle en unas pocas brazadas. Subió por la escalerilla y corrió hasta la casa de campo, como si los perros del infierno la persiguiesen.
Sus padres estaban tomando unos tragos con sus invitados en el lado norte de la casa. Cammie se las había ingeniado para entrar subrepticiamente por el lado este. En su habitación, se había quitado el traje de baño y se había envuelto en una toalla. Se arrojó sobre la cama y comenzó a llorar de humillación, con desesperación. Se odiaba por haber dejado ver su inexperiencia. Sufría por haber permitido que Reid la viese corriendo como un conejito asustado. Lo odiaba a él porque le había hecho perder el control y, sobre todo, lo odiaba porque había destruido sus fantasías.
Por lo visto, Reid recordaba ese episodio. Sus palabras lo demostraban. Ese recuerdo no le resultaba cómodo ni aún ahora, pasado tanto tiempo. De alguna manera habían resurgido dentro suyo la consternación y la humillación de ese día.
¿Estaba él realmente arrepentido de haberla besado, hacía ya tantos años? ¿Por qué habría de estarlo? Tal vez había sido un impulso natural en un joven que estaba en el apogeo de sus deseos sexuales. Era ella quien había hecho una escena y había transformado el episodio en una tragedia.
Hasta ese día, nunca había tenido una oportunidad que le permitiese siquiera vislumbrar lo que Reid había sentido. Casi inmediatamente él se había unido al ejército. Cammie se había enterado de que se había transformado en un comando, en un miembro de esa elite de soldados casi superhombres que tenían como misión infiltrarse en las posiciones del enemigo, constituyendo una avanzada. Luego habían llegado rumores de su pertenencia a la CIA y de sus misiones en América Central y Oriente Medio. Hacía unas pocas semanas que había regresado, debido a la muerte de su padre.
Cammie se había concentrado tanto en sus propios pensamientos, que no había visto la luz que se filtraba entre los árboles. Se dio cuenta, cuando ya estaba a la vista, de que se trataba de una casa. Se detuvo, quedándose de pie en medio de la lluvia, que se deslizaba por el poncho que la cubría.
Cuando Reid se detuvo y se volvió hacia ella, le dijo en tono de acusación:
-Este no es mi automóvil.
-Estaba más cerca. -Sus palabras tenían un dejo de impaciencia, como si hubiese estado preparando su objeción, pero de todos modos se sintiese irritado.
-No puedo entrar ahí.
-No seas ridícula. Necesitas ropa seca y beber algo caliente. Prometo no molestarte.
-¡Nunca pensé que lo harías!
Había en sus palabras furia y algo de incomodidad.
-¿No? Me asombra. ¿Entonces cuál es el problema? Se trata tan sólo de una casa. No va a contaminarte.
No era tan sólo una casa. Lavinia Greenley, según cuenta la historia, había sido seducida entre esas oscuras y sólidas paredes. Desde entonces ningún otro Greenley había puesto sus pies allí.
Era una construcción de troncos coronada por un ático. Estaba construida en pino virgen amarillo y cada tronco medía más de un pie de ancho. Había una chimenea de ladrillo a cada lado y ventanas estrechas, que podían cerrarse desde el interior con pesados postigos. Con sus estrechas aberturas y su frente chato, sin el porche o el pórtico que eran tradicionales en la zona, tenía el aspecto de una fortaleza.
Justin Sayers la había construido hacia 1890. Había vivido en ella como un recluso, tras una empalizada de troncos. La alta cerca se había arruinado y la había quitado hacía años, pero para la gente de Greenley, ese lugar seguía siendo simplemente “El fuerte”
Cada tronco de la casa había sido tomado de las tierras que Justin le había robado a Lavinia Greenley. Cada madera había sido cortada en el aserradero que Justin había instalado a pocas millas de allí.
El aserradero se había trasformado inmediatamente en un buen negocio y había convertido a Justin en un hombre rico. Más tarde, a principio de siglo, Justin se había hecho un socio, un hombre llamado Hutton que había trabajado en el norte, en una fábrica de papel y conocía bien esa industria. Sayers tenía las tierras, la madera y los contactos. Los dos hombres instalaron las máquinas y la fábrica de papel reemplazó al aserradero.
La fábrica había crecido y estaba aún instalada junto al pueblo. Pertenecía a los descendientes de Hutton y Sayers. Ahora la compartían Reid Sayers, Keith Hutton, el marido de Cammie y su hermano mayor, Gordon. Como Reid había heredado la tierra y la parte de la fábrica de su bisabuelo, tenía la mayoría en la sociedad, así es que controlaba la fábrica.
Cammie miró al hombre que estaba junto a ella, enfundado en una camisa y unos tejanos gastados y observó su rostro iluminado tenuemente por la luz que provenía de la casa. Antes de hablar, se mojó los labios:
-Si pudieses simplemente llevarme hasta mi automóvil...
-En cuanto estés seca y te calientes un poco. Lo prometo.
-Preferiría ir ahora -dijo ella, meneando la cabeza-. Estaré bien. Seguro.
Él se quedó de pie, mirándola largamente, mientras la lluvia le empapaba el cabello y caía por su mandíbula hasta el cuello. Respiró profundamente y levantó los hombros, como si declinase su responsabilidad, entonces, con un solo movimiento, seguro y suave, colocó una mano bajo las rodillas y otra detrás de la espalda de ella, la levantó y la introdujo en la casa.
-¡No! -gritó ella. Pero ya era demasiado tarde.
Ella se debatió, pateando y retorciéndose, pero él la tomó con tanta fuerza que se quedó sin aliento y comenzó a sentir su rostro apretado contra el cuello de Reid. Sofocada, se dio cuenta de con cuánto cuidado él la había abrazado antes, bajo los árboles.
Dejó entonces de luchar e intentó que sus músculos se relajaran. No podía hacer otra cosa. Poco a poco él fue aflojando la presión, hasta que no fue más que un firme abrazo.
Reid empujó la puerta trasera y atravesó una cocina revestida en madera hasta llegar al pie de una escalera rústica pero bien hecha. Cuando se detuvo, ella dijo:
-Si supones que vas a impresionarme con esta fuerza de macho, te has equivocado conmigo. Prefiero a los hombres delicados. También prefiero que pidan las cosas antes de tomarlas por la fuerza.
-¿Te desvestirás tú sola -preguntó él con los dientes apretados- o deberé hacerlo yo? Te darás cuenta de que te lo estoy pidiendo, aunque podría hacerlo por mi cuenta.
Cammie buscó en su mente alguna respuesta contundente.
-Por lo que veo vas contra tus inclinaciones. Me asombras.
-Nunca antes he forzado a una mujer, pero dicen que para todo hay una primera vez -respondió él con sequedad.
-Claro -respondió ella-. Luego puedes seguir tratando mal a los animales y a los niños. Eso va bien contigo.
Ella sintió como él recibía el golpe de sus palabras como un latigazo inesperado. La hubiese dejado caer, de no ser porque ella estaba firmemente sujeta a su cuello y a su camisa. Sus pies dieron contra el primer peldaño de la escalera con tanta fuerza, que sintió el cimbronazo hasta las rodillas. Se tambaleó, pero pudo recuperar el equilibrio sujetándose a la baranda, mientras Reid se apartaba.
Cuando se alejó, su mirada se puso en blanco, como si estuviese contemplando algún horror que sólo él era capaz de ver. Su rostro perdió el color quedando tan sólo el bronceado como una mancha exterior. Con una voz áspera y casi irreconocible dijo:
-El cuarto de baño está arriba. Hay una bata detrás de la puerta. Baja cuando estés lista.
Sus miradas se cruzaron sólo un instante. Enseguida él se apartó y se dirigió a la cocina.
Fue una retirada rápida y definitiva. Cammie lo siguió con la mirada hasta que los ojos le ardieron y los dedos, agarrados de la barandilla, se le entumecieron.
Había querido herirlo y había triunfado, aunque no estaba segura de cómo lo había logrado. De una cosa sí tenía la certeza: el dardo fue certero, como un martillo en el corazón. En sus ojos, alumbrados por el sol del atardecer, vislumbró una agonía que la hacía sentir mal al solo recordarla.
No quería volver a ver algo así.
La temperatura de la cocina era varios grados más alta que antes y se sentía un fuerte aroma a café. Había dos platos sobre la mesa de madera pulida por el tiempo y a los lados, tenedores y servilletas. En cada plato se hallaba servida una generosa porción de pastel. En el centro de la mesa, junto a la crema y el azúcar, había una botella de Courvoisier.
Reid se sentó a la mesa, mirándose las manos. Su cabello parecía más oscuro, pero tal vez esto se debía a que estaba mojado. La melena de ella, en cambio, ya estaba casi seca. Se entendía pues que él había esperado bastante antes de tomar su ducha. Tenía puesta una camisa clara y unos tejanos todavía más gastados. Sus ojos en cambio, eran color turquesa, pero también se los veía duros y opacos como la piedra.
Cuando Cammie entró se puso de pie, retiró una silla y la sostuvo para que pudiera sentarse. Luego se dirigió a la estufa para llenar dos tazas con café. Volvió con ambas y colocó una frente a ella. Luego tomó la botella de brandy.
-No para mí, gracias -dijo Cammie, apresuradamente.
-No comiences con eso, por favor.
Reid hablaba sin mirarla y sin detenerse. El tono de su voz mantuvo a Cammie en silencio mientras él echaba una generosa cantidad de licor en su café. Ella agregó a la mezcla un poco de crema, mientras esperaba que se sentase.
Ella sabía que pronto sobrevendrían situaciones difíciles. Se mordió el labio inferior y dijo:
-Lo siento si lo que te dije antes te tocó algún resorte. Herir con las palabras se ha trasformado en un hábito para mí.
-Siempre lo fue -dijo él, mordiéndose los labios al tiempo que se sentaba- A los dieciséis años eras verdaderamente letal.
-En realidad no recuerdo demasiado de ese día -dijo ella ruborizándose por esa verdad a medias.
Reid la miró a los ojos:
-Me gustaría poder repetírtelo textualmente, pero me las he arreglado para borrar esas palabras de mi mente. En realidad insultaste a mis antepasados. Dijiste que era un presumido, que mi beso era demasiado húmedo y que tenía mal aliento.
-No es cierto.
-Sí que lo es -respondió él con seguridad-. También me dijiste que si volvía a acercarme a ti me matarías o te descompondrías.
Cammie miró su taza. Las manos le temblaban un poco:
-Me tomaste por sorpresa,
-Tú también me sorprendiste y me juré que nunca más me expondría a algo así. Tal vez por eso fui un poco rudo antes.
-Ya veo. Fue para protegerte.
-Ya una vez me enrolé en el ejército para escapar de las cosas que me dijiste ese día y de la manera como me miraste. Resultó ser una solución un poco drástica. No desearía tener que volver a hacerlo.
-Estás bromeando -dijo ella- ¿Verdad?
-¿Tú crees? -dijo él, sosteniendo la mirada.
Cammie no sabía qué pensar y eso la perturbaba casi tanto como darse cuenta de que había influido un tanto en su vida.
-Si esperas un elogio, vas por mal camino, avanzaste demasiado rápido.
-Y obtuve lo que merecí. Dejémoslo ahí. En realidad también tenía otras razones para irme, pero eso tampoco importa ya.
Él levantó su taza de café y entrecerró los ojos, mostrando sus largas pestañas doradas.
A ella sí le importaba. En realidad estaba sorprendida de cuánto le importaba. Tomó otro sorbo de café y se estremeció al sentir el licor. Era muy fuerte y le quemaba el estómago. Tomó otro sorbo antes de hablar.
-¿Las otras razones tenían que ver con la fábrica de papel?
-No creo que nadie ignore que en realidad yo nunca quise trabajar allí.
-¿Y qué sucederá ahora, que ya no está tu padre? ¿Vas a tomar su lugar?
-Parece que eso esperan.
-No todos -dijo ella, áspera-. Keith esperaba que te quedaras lejos. Él ha ascendido a asistente de gerente y su hermano es el gerente.
-Gordon no ha dicho nada de que quieran conservar esos puestos.
-Nunca lo haría. El hermano de Keith es ante todo un diplomático.
-Es verdad -asintió Reid.
-Por supuesto que es un buen hombre de negocios. Supongo que está esperando a ver qué decides tú.
Cammie nunca había sentido aprecio hacia Gordon Hutton. Él parecía creer que su tonta esposa era un paradigma de perfección y siempre quería indicarle a Keith cómo debía manejarla a ella para que se acomodase al mismo molde. A veces, cuando Cammie se encontraba con él, tenía la impresión de que le costaba mucho no manifestar sus ideas
-Keith era un buen chico -dijo Reid-. Recuerdo que jugábamos al fútbol juntos. Lisbeth me escribió contándome que os casasteis, y que os separasteis luego.
La evaluación que hacía Reid de Keith era demasiado generosa. Cammie recordaba bien esos partidos de fútbol. Keith era rápido y ágil, pero también hacía todo lo posible para quedarse todo el mérito.
-¿Lisbeth? -preguntó ella.
Reid señaló el sabroso pastel que ninguno de los dos había probado aún.
-Es la cocinera y ama de llaves de los Sayers desde hace treinta años. Lo más parecido a una madre que tuve desde que murió la mía. Ella siempre me mantuvo al tanto de todo lo que pasaba en Greenley.
Cammie sabía a quién se refería. La había visto por el pueblo, Lisbeth esa una mujer negra escultural, que llevaba su largo cabello sujeto alrededor de la cabeza y esa piel de un marrón brillante que tanto valoraban los negros. Miró a Reid y lo vio mirándola fijamente.
Él desvió la mirada y jugueteó con el asa de su taza. Con voz neutra, preguntó:
-¿Qué sucedió?
-¿Con el matrimonio? -Una tenue sonrisa se asomó a sus labios-. Fue un error desde el comienzo. Keith y yo comenzamos a salir juntos en el último año de mi estancia en la Universidad. Todos creían que éramos la pareja perfecta. Un día me regaló una sortija y no encontré una buena razón para no aceptarla. Sin darme cuenta me encontré quitando el arroz del cabello y tomando píldoras anticonceptivas.
Cammie echó un vistazo a Reid pero su expresión no había cambiado. Por supuesto, la historia era más larga. A veces ella sentía como si hubiese vivido años en el limbo, esperando que su vida comenzase. Casarse con Keith había sido un débil intento de comenzar a vivir. No había funcionado y no era tan sólo por culpa de Keith. Continuó:
-Entonces me di cuenta de que esperaban que yo formase parte de un decorado y a que no se notase en nada mi presencia.
-Y por supuesto no hiciste eso -dijo Keith afirmando, no preguntando.
-Nuestras peleas al respecto han pasado a ser una leyenda en el pueblo. La piel de Keith es aún más dura que la tuya. -Ella no hubiese querido volver sobre eso, pero seguramente el brandy había aflojado su lengua. Trató entonces de cambiar de tema.
-¿Y tú? ¿Cómo es que nunca te casaste?
-Lo hice -respondió él, moviendo los hombros como si tuviese el cuello tensionado-. Fue en Colorado, al poco tiempo de dejar el ejército. Duró exactamente un mes.
-¿Todo un mes?
Él aceptó la ironía con una sonrisa:
-Traté de advertirle a ella que ese entrenamiento que había recibido como comando y la aplicación de ese aprendizaje en el Caribe habían tenido por objeto deshumanizarnos, transformarnos en animales que actuaban según su instinto. Mi esposa pensaba que podía cambiar todas esas cosas. Llevábamos casados dos semanas cuando entró un día en el cuarto de baño. Yo me estaba afeitando con una maquinilla eléctrica. No la oí entrar. Me rodeó el cuello con su brazo y el instinto sobrevino. Estuvo en el hospital dos semanas. Fue una suerte que no la matara. El día que salió del hospital presentó la demanda de divorcio.
-¡Qué terrible! -dijo Cammie lentamente-. Quiero decir que para ti debe haber sido terrible.
-Para ella tampoco fue muy bueno.
-¿Nunca volviste a intentarlo?
-Estoy harto. No soy un buen candidato para esposo de ninguna mujer.
Por un instante Cammie lo vio como debían verlo las demás mujeres. El físico rudo, la amplia frente y la boca bien dibujada, la nariz recta, con un pequeño bulto en el tabique, como si se la hubiesen quebrado. Sus mandíbulas estaban sombreadas por un leve tinte dorado de barba y una cicatriz se ocultaba tras una de sus cejas. Sus manos eran grandes y estaba bronceadas por el sol, pero eran lindas y sus uñas eran preciosas. Luego estaban sus ojos. Eran claros y miraban fijo. Parecían ocultar algún dolor y burlarse un poco de él mismo, pero de ninguna manera eran los ojos de un animal.
-Creo que te subestimas -dijo ella finalmente.
-Te equivocas.
Sus palabras eran monocordes y parecían revelar alguna reprimida emoción. ¿Acaso había una advertencia? De ser así no tenía nada que ver con ella.
-¿Eso no es todo, verdad? No fue tan sólo tu matrimonio y cómo acabó. Algo más te sucedió ¿verdad?
Él se puso de pie tan abruptamente que la silla se tambaleó:
-Termina tu café y te llevaré a tu casa.
-A mi coche querrás decir -corrigió ella, sintiendo que el color le volvía al rostro. No estaba acostumbrada a que la rechazasen, pero en esta ocasión tal vez se lo había buscado. Por un momento había olvidado quién era él.
-Quise decir a tu casa -respondió él. Mientras Cammie lo miraba inquisitiva, él se dirigió a un armario y tomó una billetera, las llaves y la billetera de ella y puso todo sobre la mesa-. Fui hasta allí para ver que pasaba con Keith, por las dudas y para traer tu coche aquí para ahorrar tiempo. No pudo ser. Alguien había pinchado tus neumáticos.
La idea de que él hubiese hecho todo ese recorrido por el bosque bajo la lluvia helada, tan sólo para ahorrarle una pequeña molestia le producía un sentimiento extraño. Lo dejó pasar mientras, disgustada, decía:
-Fue Keith.
Reid asintió mientras levantaba su taza de café y bebía el último sorbo:
-Sus huellas estaban allí. Creo que no está contento con el divorcio.
-Así es -confesó ella y le contó brevemente el episodio de ese día.
-Alguien debería tener una conversación con él -dijo Reid con dejo de ferocidad reprimida en su voz.
Cammie lo miró mientras retiraba su silla y se levantaba. Su rostro estaba demudado. No tenía idea de cuáles eran las intenciones de Reid. Agregó:
-No creo que sea necesario. No después de esta noche.
Una sonrisa asomó a los labios de él, pero no dijo nada más.
En el garaje del Fuerte había un jeep y un coche marca Lincoln. Como había que atravesar un camino fangoso, Reid eligió el jeep.
Cammie se sentó al lado de él, tratando de cubrir sus rodillas con la bata desteñida y gastada que aún llevaba. Esa bata tenía que ser una reliquia de la época de la escuela secundaria de Reid, ya que era demasiado corta y estaba muy gastada. Pensó que debía de tratarse de una de sus prendas favoritas y que la debía de haber llevado con él a recorrer el mundo. Eso le producía una sensación extraña, pero también le daba rabia pensar lo que diría la gente si la veía así vestida. Los chismosos tendrían un festín con eso. Sin embargo, su preocupación no era suficiente como para que se volviese a poner su ropa interior y sus pantalones empapados. Si no le daba de qué hablar a la gente, igual inventarían algo peor.
Hablaron muy poco durante el camino. En el silencio se destacaban el ruido del limpiaparabrisas y el de las gotas que golpeaban sobre el techo del jeep. Una vez ella lo vio mirarla, desviar la vista hacia la ruta y luego volverse hacia ella nuevamente. Los rasgos de su rostro estaban iluminados por las tenues luces, pero sus ojos permanecían en sombras. Él posó su mirada sobre los cabellos de ella, que le caían sobre los hombros, le rozaban los pechos y llegaban hasta la abertura de la bata, que había vuelto a dejar sus rodillas al descubierto. Cuando él levantó los ojos se encontró con los de ella, a través de la distancia del asiento que los separaba.
Cammie sintió que la recorría como el calor de una caricia íntima. Quería apartar la mirada, pero era como si una red invisible la atrapara. Nunca había tenido mayor conciencia de la presencia masculina de un hombre y de la fuerza contenida de su cuerpo. Había en él algo elemental y permanente, como en los pinares del bosque. Reid tenía al mismo tiempo una barrera impenetrable como una copa frondosa que lo protegía, pero que a veces era también una trampa para los desprevenidos.
Mirándolo, parecía que él tenía algo de razón al describirse a sí mismo como un animal. Parecía que una parte de su naturaleza era salvaje y peligrosa como la de una pantera. Sin embargo, ella no sentía temor. Más bien sentía la necesidad de descubrir si, en caso de que se acercase la atacaría o si acaso le permitiría tocarlo y compartir su animalidad.
Cammie volvió la cabeza y miró hacia la oscuridad apretando los dientes y esperando que se disipase ese momento de locura.
La casa donde Cammie vivía apareció entre la oscuridad cuando comenzaron a subir la colina. Era varias décadas más vieja que el Fuerte y, aunque en los registros apareció como “Evergreen”, todos la conocían como la casa de los Greenley. Era de estilo georgiano y tenía dos plantas con ventanas amplias, y dos porches del estilo típico de la época anterior a la guerra civil. Así eran las casas que habían construido todos los dueños de plantaciones en Luisiana. Pese a las reformas y ampliaciones, conservaba un gracioso aire de otra época más tranquila.
En su apogeo, la casa había estado rodeada por varios miles de acres de algodonales. Con el tiempo, las plantaciones se habían llevado a tierras más lejanas y los terrenos que bordeaban la ruta habían sido vendidos para pagar hipotecas. La casa sólo conservaba a su alrededor unos ocho acres, que para Cammie ya eran bastante trabajosos de mantener en verano.
A Keith siempre le había resultado odioso vivir en la vieja mansión de los Greenley. Decía que era ruinosa y olía a humedad y se quejaba de que siempre necesitaba alguna reparación. Quería demolerla y construir otra que fuese moderna y más conveniente, con mucho vidrio y ventanales, que preferiblemente diesen sobre el lago al este de la ciudad.
Cammie se había negado a ese proyecto. Ella heredó Evergreen a la muerte de sus padres y amaba esa casa. Debía admitir que él tenía razón respecto de las reparaciones: la casa parecía engullir el dinero. Sin embargo las habitaciones espaciosas, el mobiliario antiguo y el jardín con sus viejas planta enormes que habían sido plantadas por las mujeres Greenley ya muertas hace muchos años. Eran para ella un deleite continuo. No podía imaginarse viviendo en ninguna otra parte.
Reid la acompañó bajo la lluvia hasta la puerta trasera. Cammie vio su mirada apreciativa a medida que se acercaban a la casa. Se preguntó si la estaría comparando con el Fuerte.
También se dio cuenta de que Reid estaba escudriñando la oscuridad que rodeaba la casa hasta el final del camino. Ella, aunque también trataba de mirar, no podía percibir nada. Sin duda él tenía el hábito de escudriñar. Ese era uno de los instintos a los cuales se había referido. Era extrañamente tranquilizador.
Cuando llegaron a los peldaños de la puerta trasera, Cammie se volvió, y con toda cortesía le dijo:
-Temo que en ningún momento te agradecí por... por venir a socorrerme esta noche. Quiero que sepas que de verdad aprecio tu actitud.
-Fue un placer.
Sus palabras sonaron tan vacías como las de ella.
Cammie sonrió mecánicamente y agregó:
-Supongo que nos veremos.
Él la tomó de un brazo mientras la joven se volvía para entrar a la casa. Frunció el entrecejo e hizo un gesto mirando la pare oscura del jardín:
-Keith está por aquí. Vigilándote.
-¿Quieres decir que está aquí... ahora?
Reid asintió:
-Su Land Rover está en el camino, a media milla de aquí, junto a la iglesia. Lo vi cuando pasamos. Él está a cincuenta yardas a la derecha, detrás de las camelias.
La idea de que Keith estuviese allí, espiándola, buscando el modo de introducirse en su vida, le producía furia y temor. Con voz tensa, dijo:
-No puedo creerlo.
-El sheriff Deerfield es primo tuyo. Tal vez podrías llamarlo.
La voz de Reid sugería que esa solución estaba lejos de parecerle satisfactoria. Tampoco a Cammie le parecía buena. Si ella hacía esa llamada, en la mañana todo el pueblo estaría enterado. Además era posible que Keith difundir una versión modificada de los episodios de esa noche, que a su persona favoreciese a él. Era imposible saber a qué historia sórdida llegaría el pueblo con la mezcla de ambas versiones.
Cammie meneó la cabeza:
-Tal vez no es necesario. De todos modos no sé qué podrían hacer no el sheriff ni ningún otro, ya que lo único que ha hecho Keith ha sido amenazarme.
Reid respondió sin revelar ningún compromiso al respecto:
-Si quieres acabar con esto, no debes dejarlo pasar.
-Tiene que haber otro camino -contestó ella en tono de desaliento.
-Hay sólo dos posibilidades -dijo él, mirándola fijamente-: o peleas o te rindes.
-Ya probé con una pistola ¿recuerdas?
-Una muestra de fuerza que fue un error, ya que aparentemente no pensabas llegar hasta el final. Si no vas a llamar a la policía, la única táctica que te queda es la subversión.
-¿Quieres decir que debo hacerle creer que voy a regresar con él hasta que el divorcio acabe.
-Pensaba más bien en invitar a tu primo a cenar y pedirle que viniese en su choche patrulla -dijo frunciendo el entrecejo, preocupado- o en conseguir un par de perros doberman o en alquilarle una habitación a un instructor de tae kwondo.
-Tengo una idea mejor -dijo ella, mientras ideas sólo a medias claras circulaban por su mente.
-¿Como qué?
Ella no se detuvo a pensar en cuál era el origen de su idea o qué consecuencias podría tener. A medida que la idea se fue haciendo clara, la puso en práctica.
Se acercó a Reid y se puso de puntillas, rodeándole el cuello con los brazos y con los labios trémulos, susurró:
-Bésame.
Él accedió rápidamente. Su asombro fue apenas perceptible. Inclinó la cabeza y la rodeó con sus brazos. Luego oprimió los labios de ella contra su boca recia y acercó los cuerpos hasta que los pezones de Cammie tocaron su pecho y sus caderas se amoldaron a la pelvis de él.
Reid respiró agitado y estrechó el abrazo, tomando la iniciativa.
Los labios se separaron después de un prolongado beso. Cammie comenzó a sentir un placer que venía desde muy dentro y que recorría cada pulgada de su cuerpo. Su pulso adquirió un ritmo frenético. El calor invadía en oleadas su cuerpo. Aceptaba el cálido y pleno contacto de la lengua de él entre sus labios y lo devolvía con fervor.
Perdida, estaba perdida en sensaciones que recordaba a medias, que creía que sólo habían sido producto de su imaginación. El corazón le saltaba en el pecho. Con un suave sonido que le veía desde lo profundo de la garganta, recorrió con sus dedos la seda de los cabellos de él cerca de la nuca y estrechó el abrazo.
Él aflojó la mano que tenía sobre la espalda de ella y la fue llevando hasta la curva de sus caderas. El suave contacto se detuvo allí, explorando texturas y llevándola cerca, como para que pudiese sentir la dureza de su cuerpo masculino y notar el tenue control que le permitía llegar hasta allí y no más lejos.
La cordura regresó repentinamente, provocándole a Cammie un escalofrío. No podía creer lo que había hecho. Hacía unas horas no hubiese podido creer que eso fuese algo ni remotamente posible. Debía de haber sucedido por los acontecimientos de esa extraña noche mezclados con la descuidada evocación del pasado.
Pero eso no era todo. Con penosa sinceridad, debió reconocer que había otro elemento implicado. En algún lugar de su interior ella había sentido la necesidad de averiguar de una vez por todas si lo que una vez había sucedido entre ella y este hombre habría sido tan sólo una invención o si había sido tan asombroso como ella creía recordar. Además estaba el placer de cazar a la pantera.
Ella retomó el aliento y se apartó con cuidado. Con la voz un poco quebrada, comenzó a dar explicaciones:
-Pensé que tal vez si Keith creía que había otro hombre en mi vida se apartaría y me dejaría tranquila.
-Yo también lo pensé -la respuesta de Reid fue tranquila y suave.
A ella le pareció que él comprendía, pero quiso seguir:
-Además, era mejor que fuese tú. Tú lo intimidas, aunque Keith lo negaría hasta su último aliento. Siempre te tuvo celos, y ahora que has regresado es aún peor.
-Ya veo.
Ella sentía cómo su coraje iba cediendo y era reemplazado por la confusión. Antes de perderlo por completo, se apresuró:
-La treta... la treta sería aún mejor si entraras. No tendrás ninguna obligación, lo prometo. Además, será sólo por un rato.
Mientras hablaba, se dio cuenta de que estaba dando demasiadas cosas por sentadas. El hecho de que Reid no estuviese casado, no significara que no tuviese alguna mujer esperándolo.
-Sólo por un rato -repitió él mecánicamente.
Cammie tragó saliva mientras se dirigía con él hacia la puerta trasera. Las manos le temblaban mientras intentaba poner la llave en la cerradura. Rogó porque no lo notase.
Una vez dentro de la casa, encendió las luces mientras Reid cerraba la puerta. Entonces se volvió y vio que él la miraba con la misma expresión escrutadora que ella sentía en su propio rostro.
Reid exhaló un breve suspiro. Se sentía como si le hubiesen dado una bomba y esta hubiese detonado en sus manos. La explosión lo había sacudido hasta el centro de su ser, le había quitado las fuerzas y había trasformado su interior en un montón de hierros calientes. Además, no estaba seguro de haber sobrevivido a la deflagración.
Con una voz menos apacible de lo que hubiese deseado, le dijo:
-Estás llena de sorpresas.
-No es mi intención.
Ella le echó una mirada rápida y se dirigió a lo que parecía ser una sala de estar, situada al final del un corredor. Su mirada se quedó prendida un instante de la larga cabellera de ella, que le caía por la espalda, en el brillo de la piel de sus piernas y en la curva de sus caderas bajo su bata. El saber que estaba desnuda bajo la bata gastada le producía un calor blanco en la mente. Lo sabía porque lo había sentido. De pronto cayó n una especie de obnubilación y tuvo que sacudir la cabeza antes de seguirla.
Entraron a una cocina grande y aireada, con armarios blancos coronados por azulejos amarillos y con grandes ventanas llenas de plantas que daban al fondo de la casa. Era tanto más luminosa y abierta que la suya en el Fuerte, que se sintió expuesto. La altura a la que estaba la habitación respecto del exterior hacía que fuese muy improbable que Keith pudiese verlos desde afuera. Sin embargo, esa idea lo inquietaba.
Cammie le preguntó:
-Ya que te estoy robando tu tiempo, quisiera ofrecerte algo para cenar ¿Te parece bien un filete con ensalada?
-Está bien - respondió con los labios apretados.
Pensó que ella estaba tratando de conseguir algo para hacer que volviera más natural la situación. En realidad, él no podía ayudarla en eso. Caminó hasta el último de los armarios, se apoyó allí y se metió la mano en el bolsillo.
Cammie iba y venía, sacando los filetes del congelador y poniéndolos a descongelar en el horno microondas. Buscaba lechuga, tomates, zanahorias y brécoles en la nevera. Él la miraba pensando que el hecho de estar en su casa era algo irreal.
Era gracioso de algún modo que fuese su situación en la fabrica -y posiblemente su reputación de tener un sórdido pasado en operaciones secretas- lo que lo tornaba de pronto útil. Esas eran justamente las cosas que él había pensado que la alejarían. A pesar de todo, la emoción que predominaba en su pecho era la gratitud.
Hacía mucho tiempo que no estaba cerca de una mujer. Eran demasiado frágiles y era fácil lastimarlas. Reid no se confiaba en ellas desde hacía mucho tiempo.
Cammie le había respondido. Él sintió un dulce ardor cuando sus cuerpos se habían tocado y comprobó el pulso frenético de ella en la tierna curva de su cuello. Además, descubrió el deseo en el dulce sabor de su lengua. Eso lo había golpeado como un milagro.
Debía irse. Estaba seguro de eso. Quedarse era peligroso para ambos. Si él llegaba a herir a esta mujer entre todas las mujeres, jamás se recuperaría.
No podía irse. No después de lo que había sucedido en el porche. Le debía algo por haberle hecho sentir durante unos minutos que no era el paria que él creía, que no era tan sólo una máquina con instintos brutales. Haría y sería lo que ella quisiera, si es que ella le permitía fingir durante unos instantes más que era un hombre normal.
Miraba el modo como su cabello se balanceaba sobre sus hombros, captando la luz en sus hebras rojizas. Estudiaba la curva de sus caderas, los dulces movimientos de su cintura. No podía evitarlo. Le resultaba irresistible, ‘pese a que seguramente ella se disgustaría si se daba cuenta del efecto que esas miradas causaban en él.
Necesitaba imperiosamente distraerse:
-¿Cómo puedo ayudarte?
-NO hace falta. Yo puedo hacerlo _respondió ella mirándolo, como si nunca hubiese escuchado a un hombre hacer una pregunta así.
Él se acercó, tomando una zanahoria que estaba junto al fregadero y le preguntó, tranquilo:
-¿Puedo pelar las zanahorias?
Ella abrió una gaveta, tomó el utensilio y se lo alcanzó. Lo miró como podría mirar a un niño con un cuchillo filoso, mientras él quitaba la piel de la zanahoria. Aparentemente satisfecha al comprobar que él sabía lo que hacía, siguió lavando la lechuga.
-¿Keith te ayudó en la cocina? -preguntó mientras trabajaba.
Sus labios se curvaron en la sonrisa irónica que él esperaba.
-Al igual que tú, tenemos una casera que viene a diario. Keith siempre consideró que pagarle el sueldo era su contribución a las tareas domésticas.
-Es posible que se hubiese acostumbrado después, si hubierais tenido hijos. A muchos hombres les sucede eso.
-Tal vez.
-¿Hubo alguna razón para que tuvieseis? Me refiero a los niños.
Esa era una pregunta que él tenía en mente desde hacía tiempo. Siempre había estado esperando enterarse de que ella había sido madre.
Ella lo miró con el entrecejo fruncido, y antes de tomar unas toallas de papel para secar la lechuga, respondió.
-Al comienzo Keith pensaba que debíamos esperar. No quería sentirse atado. Más tarde yo decidí que así estaba bien, aunque por razones diferentes.
Repentinamente él se preguntó como se vería ella embarazada. Estaría seguramente encantadora. Tal como ahora, pero más. Le gustaba la forma de la boca de ella: generosos, hecha para sonreír y pensó que le gustaría dedicar mucho tiempo a acostumbrase al modo como arqueaba las cejas. Sus ojos, cambiantes del azul al verde y del dorado al gris, lo fascinaban. Le hubiese gustado estar muy cerca para estudiarlos. Sus mejillas eran un poco enjutas y tenía ojeras. Le hubiesen venido bien algunos kilos más y dormir mejor, pero sin duda, era muy bella. Un embarazo la embellecería aún más.
Dejó una zanahoria extremadamente bien pelada, tomó otra y cambió abruptamente de tema:
-Había olvidado decirte que mañana revisaré tu automóvil y le pondré cubiertas nuevas ¿Estarás en casa si te lo traigo a las nueve?
-No es necesario -dijo ella, mirándolo asombrada- puedo enviar a un hombre del garaje.
-Preferiría revisarlo. Keith puede haberte dejado alguna sorpresita.
-¿Más agresiones? ¿Crees que es posible?
¿Pensaba en eso realmente? Ni él mismo estaba seguro, pero era una buena excusa. Agregó:
-Podré decirte más en la mañana. Entretanto te dejaré el jeep por si necesitas algo.
-¿Y cómo regresarás a tu casa?
-Caminado- Respondió él encogiéndose de hombros-. No está lejos si voy por el bosque.
El microondas dio la señal de que el proceso había terminado. Hubo un silencio mientras ella se encaminaba a sacar los filetes y les quitaba la envoltura plástica. Los colocó en una asadera. Agregó salsa inglesa y tomó una cabeza de ajo, mientras decía:
-Hay otra solución.
Él la miró, sobresaltado por un cambio en su voz.
-¿Cuál sería?
-Podrías pasar la noche aquí.
Él dejó de lado la zanahoria y apoyó las manos sobre la mesa. Los azulejos estaban fríos, pero no atenuaban para nada la ola de calor que subía por su cabeza. Se volvió lentamente para mirarla, sintiendo que cada uno de los músculos de su cuello estaba en tensión.
-¿Hacer qué? -preguntó incrédulo.
-Me escuchaste -respondió ella mojándose los labios con la punta de la lengua.
En efecto, la había escuchado. Ese era al problema.
Afuera, la lluvia había comenzado a caer pesadamente. Él escuchaba su propio pulso en contrapunto con el ruido de la tormenta.
-En uno de los cuartos libres, por supuesto -agregó ella apresuradamente.
Él apartó la mirada y contempló su propio rostro pálido reflejado en el cristal de la ventana. Con la voz quebrada, dijo:
-No puedo.
-¿Por qué? Se trata tan sólo de una noche. No es un compromiso para toda la vida
-Me doy cuenta -finalmente lo había aceptado.
-¿Cuál es el problema? A menos que... ya veo
Ella se volvió, dándole la espalda.
-Lo dudo -dijo él, midiendo las palabras y hablando en un tono más alto de lo que deseaba-. No importa nada que me uses. No hay nada raro en eso. Sería para mí una gran satisfacción poder actuar como amortiguador entre tú y Keith, si es eso lo que necesitas. No me importan los chismes de los vecinos, si a ti no te importan. Tampoco me preocupa ese antiguo litigio entre nuestras familias.
-¿De qué se trata entonces? ¿Acaso caminas dormido? ¿Temes tal vez que en medio de la noche me consuma la lujuria y me arrastre hasta tu cama?
-Eso es lo que menos me afligiría -dijo él con una breve sonrisa.
-¿Entonces? -preguntó ella mientras se volvía parra mirarlo.
-Supón -dijo él, dirigiendo la mirada hacia el cristal mojado por la lluvia que reflejaba el rostro de ambos- que yo pueda lastimarte.
-No lo harías. No podrías.
La mirada de ella era muy segura. Ella no comprendía, ni aun después de las cosas que él le había contado.
Él se movió un poco antes de tomar la decisión. Así funcionaba. Antes de que ella pudiese emitir un sonido, antes de que sospechase siquiera lo que él iba a hacer, la encerró en un abrazo mortal, uno de los tantos que había aprendido muy bien. No la estaba lastimando, pero ella no podía moverse sin sentir dolor. De ninguna manera podría liberarse. Tenía menos fuerza y menos conocimientos.
En los segundos que le tomó acomodar su abrazo, sintió el desacostumbrado fantasma de la duda. Sospechaba que los motivos que lo llevaban a hacer esta demostración estaban lejos de ser nobles. Cualquier excusa era buena para volver a sentir la delicada presión de su cuerpo contra el de él.
Él se movió un poco para situar sus dedos en la dulce curva de su cuello, por detrás y por debajo de la oreja. Con voz susurrante le dijo:
-¿Te das cuenta de que podría matarte en segundos, apretando aquí?
-No lo dudo.
-¿Te das cuenta de que podría hacerte cualquier cosa y que no podrías detenerme de ningún modo?
Las pupilas de ella se dilataron y sus senos se elevaron en una respiración profunda. Ella buscó el rostro de él antes de exhalar el aire y dijo:
-Me doy cuenta de que sería posible.
-¿Te das cuenta entonces de por qué no puedo quedarme?
Ella lo miró airada:
-Me doy cuenta de que si no me sueltas en este instante te parearé allí donde duele, tal como le hice a Keith.
Él sonrió. No pudo evitarlo. Él había tratado de ser tan amenazante. El único modo de que ella hubiese podido herirlo hubiese sido dejándola hacerlo, pero eso no lo inspiraba. Lo que lo hacía reír era su carácter, sus desafíos que no medían nada.
Si había una mujer que pudiese sobrevivir a todos los instintos viciosos que él podía tener, a cualquier acto brutal que él podía infligirle inadvertidamente, posiblemente era ella.
Sí, eso era posible, pero no probable.
Comieron el filete en medio de un virtual silencio. Cammie tenía conciencia de que Reid no había aceptado su propuesta, pero tampoco la había rechazado del todo y no quería decir nada que pidiese dirigir su decisión en la dirección equivocada.
Ella levantó la vista una vez, y vio la de él clavada en un punto de su cuerpo, unos cincuenta centímetros por debajo del mentón. El cinturón de la bata se había aflojado, haciendo que el cuello se abriese y dejase ver las curvas de sus senos.
Debería de haberse cambiado de ropa, pensó. Hubiese estado más cómoda. Sin embargo, le parecía un poco estúpido hacerlo, después de haber estado usando la bata frente a Reid en el Fuerte.
Con un gesto tan tranquilo como pudo, se llevó la mano por debajo del mantel hasta acomodar nuevamente la bata. Cuando miró nuevamente a Reid él estaba dedicando toda su atención al filete y los bordes de sus orejas habían enrojecido.
Le llamaron la atención sus manos mientras cortaba un trozo de carne. Ya las había visto antes. Eran grandes y cuadradas, pero bien formadas. Los dedos eran largos y tenían marcas de pequeñas cicatrices blancas. Las usaba con precisión y controlando bien la fuerza. Ella se preguntaba cómo sería sentirlas sobre ella, dentro de ella.
Suspiró y no se asombró al sentir un calor que venía de la parte baja de su cuerpo. Tomó el vaso de vino que había servido y apuró un trago.
Debía de estar volviéndose loca, o acaso iba a sufrir una crisis nerviosa. No había otra manera de explicar las cosas que había hecho esa noche, comenzando por dispararle a Keith. Eso no era propio de ella.
Hubiese sido fácil decir que su esposo la había llevado a eso, pero no estaba segura de poder aceptar una excusa así. Era como si ella hubiese dado con algún límite invisible en su interior y ahora se estuviese comportando de acuerdo con primitivas intuiciones. Eso la asustaba, pero al mismo tiempo la complacía. Tal vez era como esos instintos peligrosos que Reid había estado tratando de describirle. Había algo seductor en la idea de ser controlada por algo que no fuese la razón pura.
No obstante, Cammie se dijo a sí misma que tal vez estaba exagerando demasiado. Después de todo ¿qué había hecho, aparte de invitar a un hombre a su casa y pedirle que la protegiese durante esa noche? Eso no tenía nada de extraño.
El asunto es que no era simplemente un hombre. Era Reid Sayers.
Ella se sentía atraída hacia él ¿y qué? Ella no era una adolescente con más hormonas que autocontrol. Que Reid estuviese en su casa, si es que decidía quedarse, no modificaría para nada su sueño.
Y aun cuando así fuera, no era un problema insoluble. Ella se quedaría en su cama, y él en la de él. El cuerpo masculino tenía pocos misterios para ella, y no la seducía demasiado. Después de todo ¿cuánta diferencia podía haber entre dos hombres?
¿Cuánta?
No pensaría en eso. Después de todo, sucedería lo que tuviese que suceder.
Recogieron los platos y los dejaron en el lavavajillas para que la casera se ocupase de ellos por la mañana. Después, Cammie dejó a Reid bebiendo café en la sala y se excusó por unos minutos.
Una vez arriba, cambió rápidamente las sábanas de la cama del cuarto azul, que habitualmente ocupaban los invitados y controló que hubiese toallas limpias y jabón en el cuarto contiguo. No tenía garantías de que Reid fuera a usar nada de eso, pero si había dado cuenta de que él algunas veces aceptaba los hechos consumados.
Se detuvo mientras buscaba un cepillo de dientes nuevo en el armario. Creyó escuchar que la puerta trasera se cerraba. El sonido había sido suave, pero ella estaba acostumbrada a registrar cada pequeño ruido que se producía en la vieja casa.
¿Se había ido Reid? No imaginaba que `pudiese hacerlo sin siquiera despedirse. Sin embargo, en realidad no lo conocía.
Cammie encontró a Reid en el cuarto del sol, un lugar íntimo con altas ventanas que daban al sur. Revestido en una tela acolchada a rayas rosa y gris, con un gran filodentro en un macetero de terracota y violetas africanas en las ventanas, era su habitación favorita. Allí pasaba la mayor parte del tiempo, leyendo, tejiendo o pintando sus acuarelas de flores.
Él estaba de pie junto a la chimenea de mármol gris. Con las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros, miraba un retrato de ella situado en una re pisa.
Cammie se detuvo en la puerta y observó su mirada concentrada. Con voz tranquila, dijo:
-Lo hicieron a partir de una fotografía. Keith lo encargó para nuestro quinto aniversario. Es un poco anticuado ¿no te parece?
-Tal vez -dijo él sonriendo mientras se volvía-pero te hace justicia.
Ella no quiso reconocer el placer que le causaba el comentario, y en lugar de hacerlo dijo:
-Tu cuarto está preparado.
Él no se movió, aunque su rostro adquirió una dureza semejante a la del mármol que estaba detrás. En tono de advertencia, dijo:
-No he aceptado quedarme.
-Lo sé. ¿Aceptarás?
En sus ojos se advertía el aprecio por la franqueza de ella y algo más. Era posible que, si algo llegaba a salvarlo, fuese su sentido del humor.
Se volvió hacia la chimenea y tomó algo de la repisa. Cuando se volvió, tenía en las manos la Magnum de ella:
-Te iba a dar esto antes, pero se me olvidó.
Ella la tomó y la sopesó en su mano mientras lo miraba. En su camisa se veían manchas de gotas de lluvia y también el vello de sus brazos mostraba el brillo de pequeñas gotitas. Seguramente había salido de la casa para buscar la pistola en el jeep.
-La tenías desde el comienzo.
-Sí. La vi cuando la dejaste caer en el bosque. Parecía que podías darle uso.
-Así parece.
Luego se produjo una pausa, tras la cual él comenzó a hablar:
-En cuanto a esta noche... desalentar a Keith es una cosa, pero ¿cuál será el efecto de esto en el divorcio? ¿Qué hay si él decide utilizar el hecho de que tú estés con otro hombre en los tribunales?
-No se atrevería. Su adulterio fue tan público que documentarlo sería muy sencillo. Además, no le he pedido nada, de modo que no tiene nada que ganar. Nuestros bienes gananciales están tan hipotecados, que lo único que tenemos para repartir son deudas.
-¿Hasta esta casa? -preguntó él frunciendo el entrecejo.
Cammie meneó la cabeza.
-Evergreen es una propiedad heredada y me pertenece sólo a mí. En realidad Keith quería venderla. Hasta llegó a hacerlo a mis espaldas, pero yo me negué a firmar los papeles.
-Supe acerca de tu padre y tu madre -dijo Reid-. Aunque es un poco tarde para decirlo, lo lamento.
Su padre había muerto en un choque contra un camión maderero tres años después del casamiento de Cammie. Su madre, que para esa época luchaba contra un cáncer de mama, había dejado de pelear y se había dejado morir. Cammie aceptó sus condolencias con un leve movimiento de cabeza antes de seguir:
-Bien, nuestros bienes gananciales consisten en los dos coches, y la platería y la vajilla que recibimos como regalos de bodas.
-Sé que tus ganancias en la fábrica están embargadas, pero de todas maneras tiene un buen salario. ¿Es tan malo administrando el dinero?
La pregunta era demasiado personal, pero Reid tenía algún derecho de preguntar. Un asistente de la gerencia que no podía manejar sus finanzas personales, no podía ser considerado una buena elección para manejar los asuntos de una compañía como la papelera Sayers-Hutton. Sin embargo, entrar en detalles acerca de los gastos de Keith hacía sentir mal a Cammie. Después de dudar por unos instantes, ella dijo:
-Digamos que a Keith le gusta disfrutar de la buena vida.
-Casi había olvidado que existía esa clase de discreción -respondió Reid sonriendo-. Supongo que tu madre te enseñó que no es de buena educación hablar de problemas de dinero.
-Algo así.
-Debes de haber sido la esposa perfecta. Keith es un idiota.
Ella se apartó bruscamente de Reid y, acercándose a una acuarela a medio terminar, se sentó en una banqueta. Dejó la pistola en una mesita y comenzó a tocar el papel sedoso, mientras le contaba:
-Traté de ser perfecta. Tomé clases de cocina y estudié decoración de interiores y presentación de mesas para ser una buena anfitriona. Me inscribí en los mejores clubes para mejorar nuestros contactos sociales. Hice ejercicio y me cuidé con las comidas para estar en buena forma. Dediqué horas a mi vestimenta, mi cabello y mis uñas. Leí para ampliar mis ideas y fui a la ciudad a comprar manuales sobre sexo y así descubrir qué era lo que andaba mal en nuestra vida amorosa. Estudié todos esos artículos de revistas que sostenían que debía ser inacabablemente comprensiva, que no debía hablar acerca de mis problemas y dolores, pero que en cambio debía alentar a mi esposo para que me los contase. ¿Y sabes lo que sucedió?
-Puedo imaginarlo -dijo Reid-. Keith no lo valoró.
-Lo daba por sentado -dijo ella volviéndose hacia él, con los ojos sombríos-. Pensaba que yo estaba obligada a hacer todas esas cosas, que él merecía la perfección.
-Y ahora cree que no tienes derecho de negarle su mundo perfecto si él decide volver.
-Es más una cuestión de orgullo que otra cosa. Cree que si me ruega y me sigue, haciéndome desdichada, me daré cuenta de que ama y me daré por vencida. Está equivocado. El período de seis meses que debo esperar antes de pedir el divorcio pasará pronto. Si se cumplen las condiciones habituales: no hay reconciliación, ni cohabitamos, entonces podremos obtener rápidamente la sentencia.
-¿Crees que él está desesperado?
Ella estaba agradecida por que Reid lo había puesto en palabras. Agregó:
-Me gustaría poder convencerlo de que no importa lo que él haga, yo nunca volveré con él.
-Es ahí donde entro yo.
-Si no te importa.
Cuando encontró su mirada, ella evocó algunas de las cosas que él le había dicho, tanto ahora como antes. Le asombraba no haberle dicho nunca esas cosas a Keith. En sus seis años de matrimonio, su esposo nunca había sospechado que ella leía manuales sobre seco. Nunca Keith había imaginado que era en esos libros donde ella había encontrado algunas de las sutiles sugerencias que le había hecho y que no habían funcionado.
Reid Sayers era diferente. Ella tenía la sensación de que podía decirle cualquier cosa, que nunca se sentiría molesto ni asombrado. En él había un gran cúmulo de tolerancia, tal vez mayor que el que había en la mayor parte de los hombres. Las cosas que le ocurrieron, las que había visto y hecho le dieron esta tolerancia. Él no intentaba juzgar a un hombre o a una mujer, sino que más bien los aceptaba como eran con todas sus faltas. Había perdido su fe en la perfección.
-¿Tienes un empleo? -le preguntó él seriamente.
Cammie se sonrió, porque ella se dio cuenta de que su mente se dedicaba, a diferencia de la de ella, a las cuestiones prácticas.
-¿Me estás preguntando de qué viviré? Tengo una pequeña herencia y una participación en un negocio de antigüedades. Nada de eso me permitirá llevar una vida rumbosa, pero me las arreglaré. Además, tengo un diploma de francés y he trabajado en proyectos para el desarrollo del idioma en Luisiana. Mañana justamente salgo de viaje para un congreso sobre este tema en Nueva Ordenas. Probablemente conseguiré un trabajo enseñando francés a través de esos contactos. Y si todo eso fracasa, me queda la posibilidad de transformar Evergreen en una posada.
-No puedo imaginarte -dijo él divertido- dando la bienvenida a los turistas y levantándote a las seis para darles café y bollos.
-Me las arreglaré. No soy una de esas mujeres indefensas que jamás han pagado una factura o contratado una póliza de seguro. En realidad, fui yo quien siempre se ocupó de esas cosas.
-Perfecta, como dije antes. Entonces, lo único que necesitas en este momento para asegurarte un futuro decente es tener un hombre en tu cama, del cuarto de huéspedes.
Su voz era tranquila, pero de todas maneras ella sentía en su interior una sensación muy parecida al éxtasis. Su rostro estaba caliente, pero su expresión era seria cuando dijo:
-Sí.
Él la miró durante un largo momento. Apartándose de ella, sacó las manos de sus bolsillos. Luego apoyó su mano sobre la repisa de la chimenea y cerrando el puño, dijo:
-Si acepto quedarme, habrá algunas reglas ¿Crees que podrás respetarlas?
-¿Cómo cuales?
-Son muy sencillas, pero muy importantes. Nunca camines detrás de mí. No te muevas muy rápido cuando estés cerca, a menos que yo pueda verte. Y, por el amor de Dios, no te acerques a mí en la oscuridad sin advertírmelo. Si olvidas alguna de estas cosas, los dos lo lamentaremos, pero puede ser demasiado tarde.
Ella se quedó de pie, escuchando los ecos de su voz desolada y le dieron ganas de llorar. Era trágico que un hombre tuviese tanto terror del contacto humano -no por él mismo, sino por los demás- y que por ese motivo se aislara. Era urgente ayudarlo.
-¿Cómo es eso -preguntó ella con tranquilidad- de que puedes estar entre las personas y piensas trabajar en la fábrica, si tienes tan poca confianza en ti mismo?
-No estoy seguro de poder hacerlo. Espero que me resulte sencillo.
-Tú me atrapaste allá en el bosque sin lastimarme. No recuerdo que eso te resultara difícil.
-Eso fue lo que podríamos llamar un ataque planeado -dijo distendiendo la mandíbula-. Yo sabía exactamente lo que hacía. Controlaba la situación.
-¿Y lo que ocurrió en el porche? Me acerqué a ti en la oscuridad y no me lastimaste...
-Estaba frente a ti. Te vi acercarte. No hubo sorpresa.
-Creo que sí hubo un poco -respondió ella secamente-. Por mi propia protección quiero aclarar un punto. Si te das cuenta de lo que va a suceder, no hay peligro. ¿Puedo contar con eso?
-En general es así. Habitualmente no reacciono si no hay un elemento sorpresa, de amenaza.
-Hay muchas clases diferentes de amenazas.
-Me refiero a lo físico.
-Yo también -dijo mirándolo a los ojos.
Un visible temblor recorrió el cuerpo de él, dejándole piel de gallina en los brazos. Se apartó de ella y, con voz seca, preguntó:
-¿Dónde está la cama?
Cammie permaneció despierta hasta un poco más tarde, mirando la oscuridad y los relámpagos cuy a luz se filtraba entre las cortinas de la habitación. El viento se hacía más fuerte y parecía que una tormenta de primavera estaba por estallar.
Se preguntaba si Reid estaría dormido, a dos puertas de allí, o si permanecía despierto en la cama con baldaquín, preguntándose por qué se había dejado convencer de quedarse allí.
No había pijamas de hombre en la casa. Hacía tiempo que había donado a la caridad las cosas de su padre y ella misma había empacado las cosas de Keith y las había enviado a la caravana de su novia. De todas maneras, la ropa de Keith no le hubiese quedado bien a Reid. Keith había engordado en los últimos años y medía al menos cinco centímetros menos.
Se preguntaba si Reid estaría durmiendo en ropa interior o acaso desnudo. No parecía la clase de hombre que aceptaba nada que lo entorpeciera.
Cammie se volvió en la cama, girando sobre su brazo. Llevaba un camisón de seda color durazno que se le pegaba a la piel Pensó en quitárselo, pero le parecía que era como quitarse un límite.
Un límite respecto de qué. Esa era una buena pregunta.
Pero no. No estaba siendo sincera. Sabía perfectamente que estaba siendo tentada por deseos confusos. Su problema había sido siempre que se conocía demasiado a sí misma. Nunca pudo contentarse negando sus propias inclinaciones o impulsos.
¿Era una necesidad de autoinmolación la que la llevaba a fantasear con bajar en medio de los relámpagos? ¿Era acaso una contrariedad femenina, que no podía dejar de desear lo que le estaba prohibido? ¿O sería más bien la antigua necesidad femenina de brindar compasión?
¿Era simplemente la lujuria de una mujer que hacía meses no estaba con un hombre? ¿Era la necesidad de una reparación mutua?
¿Se trataba acaso de la necesidad de hallar una recompensa por las heridas pasadas?
Podía tratarse de cualquiera o de todas estas cosas. Sin embargo, lo sentía como una necesidad de dar abrigo.
Reid Sayers no significaba nada para ella ¿Cómo podía ser de otro modo? Apenas lo conocía y lo que había sabido acerca de sus actividades durante los últimos diez años no era muy alentador.
Tampoco hubiese sabido mucho de él en caso de que se hubiese quedado en el pueblo. Las diferencias entre las familias hubiesen hecho que no se produjese un gran contacto social entre ellos. Aunque se hubiesen visto de tanto en tanto, además, el incidente del lago hubiera puesto distancia entre ellos.
Y como si todo esto fuese poco, estaban además su origen y sus inclinaciones. Si bien él era el dueño de la fábrica, probablemente no había recibido educación mientras estaba en el ejército. Su ropa consistía en vaqueros y ropa de trabajo. Vivía en la reserva y manejaba un jeep. En realidad, tenía todas las cosas que ella despreciaba en un hombre.
¿Por qué, entonces, su cuerpo le respondía como a ningún otro?
Pateó la sábana mientras se volvía para ponerse de espaldas. Este era un momento pasajero de locura. Ya se repondría.
Lo último que necesitaba era otra complicación en su vida. Además, una mujer nunca debía arrojarse en los brazos de un hombre.
Lo deseaba con un dolor intenso que no tenía nada que ver con una necesidad física. Era como si buscase en él algo esencial.
Él pensaría que ella era una loca o depravada. Tal vez lo era. ¿Por qué si no arriesgarse al dolor y al peligro que él podía representar?
Cammie se sentó y se levantó de la cama. Se encaminó hacia la ventana y corrió la cortina para mirar hacia fuera. Los árboles bajo los rayos adquirían un verde plateado. El reverso de las hojas se agrisaba mientras las ramas se encorvaban al viento. Los truenos rugían en advertencia y luego estallaban estruendosamente.
Abrió la ventana. Los sonidos de la lluvia y el viento se introdujeron en el cuarto, aromando el aire. Aspirar ese olor era como inhalar un afrodisíaco. Los truenos eran más fuertes y el resplandor más intenso. Mientras ella estaba arrellanada en la ventana, un tridente de plata cruzó el cielo sobre las copas de los árboles. Luego una explosión hizo temblar el suelo.
Sin embargo, ola mayor tormenta estaba en su interior. Era un conflicto violento entre los valores y el instinto.
Esa noche había pensado y hablado mucho de esas cosas. No era raro que ahora siguiese con lo mismo.
Se enderezó y se encaminó hacia el vestíbulo. Dudó cerrando los ojos con fuerza, y se dirigió hacia el dormitorio que estaba al final del pasillo. Mientras daba un paso tras otro, dentro de sí coexistían la aprobación y la incredulidad. Parecía un encantamiento. Era como si no fuese ella misma la que impulsaba sus pies sobre la mullida alfombra. Era como si alguna fuerza exterior la atrajese.
¿Sería esa la verdad. ¿O era tan sólo una excusa? De cualquier manera, no podía detenerse, y no estaba segura de querer intentarlo.
Sin embargo, quería protegerse. Al tomar el picaporte del dormitorio azul, lo hizo con delicada precisión. Lo giró lentamente para evitar el ruido metálico. Mientras empujaba la puerta, llamó al hombre que estaba en la habitación como para advertirle de su presencia, tratando de no asustarlo si estaba dormido.
No lo estaba.
Su grito fue tan feroz y tan cercano, que sintió como si un viento caliente le cruzase el rostro. En el mismo momento sintió una presión sobre la muñeca, que la impulsaba hacia delante. Fue un impulso casi amable, pero era tanta la fuerza, que podía hacerla girar en torno a la habitación. Se tomó de uno de los postes de la cama y se sentó en ella.
Reid cerró la puerta con violencia y se dirigió hacia ella:
-¿Estás probando mis reflejos? -preguntó con rabia en la oscuridad.
Su ventana estaba abierta en medio de la tormenta, igual que la de ella. Detrás de las cortinas sacudidas por el viento, los relámpagos poblaban el cielo nocturno. En medio del reflejo azul, ella vio la belleza masculina de su cuerpo desnudo y su rostro atormentado.
-No -respondió-, más bien los estoy sufriendo.
-Sientes compasión por la bestia ¿verdad?
Su voz se apartaba de ella, dirigiéndose al rincón más oscuro de la alcoba.
-Más bien se trata de un mutuo consuelo -respondió ella, una vez que estuvo segura de que él no tenía intención de irse de la habitación.
-Y mandas al diablo las reglas.
Ella meneó la cabeza y el cabello se deslizó hacia delante, ocultando a medias el rostro.
-Esto no es algo para siempre. Considéralo, si quieres, como simple contacto humano. Para lograrlo, he respetado los procedimientos.
-¿Viniendo aquí en medio de la noche?
-No estabas dormido. Si lo hubieses estado, no me hubieses escuchado. Traté de acercarme de frente. Te advertí llamándote. Me moví lo más lentamente que pude. Y no creo, para ser sincera, que mi presencia aquí constituya una amenaza.
-Eso es cuestión de opiniones.
-Tal vez yo comprendí mal -dijo ella poniéndose de pie y acercándose a Reid-. Si me acerco así y te toco ¿estoy respetando las reglas?
El viento que penetraba en el cuarto pegaba el camisón de ella a cada una de sus curvas, levantaba la seda, movía el cabello y los acercaba hacia él. Cuando ya lo tocaban cual plumas, ella se detuvo. Levantando una mano, posó las yemas de sus dedos, una a una, sobre el pecho de él. Lentamente las fue deslizando sobre el vello dorado de su pecho.
-¡No hagas eso! -la voz resonó como una orden.
Ella dejó de moverse por completo. Hasta ese momento la habían sostenido el deseo y una extraña sensación de que estaba haciendo lo correcto, pero esos sentimientos estaba comenzando a abandonarla.
Retiró la mano y cruzó los brazos sobre el pecho. Con desesperación y ansias, le dijo:
-No te tengo pena. Tú te bastas para eso. Pero antes de sacrificarnos a ambos, podrías tener en cuenta que las demás personas también tiene problemas que requieren un contacto humano. Y también sienten dolor.
Él pareció escuchar la verdad que ocultaban las palabras de ella y dijo con calma:
-Lo único que estoy hiriendo es tu orgullo. El orgullo se arregla.
Ella pensó en esas palabras y en el escalofrío que había visto recorriendo el cuerpo de él. Su voz sonó temerosa, pero no derrotada:
-Dime que no me deseas y me iré.
-Eso sería una mentira evidente.
Era cierto. Los relámpagos permitían ver la excitación de él.
-¿Por qué es tan complicado, entonces?
-No lo es -contestó él desafiante-, no si lo que quieres es solamente sexo. Pensé que lo que querías era romanticismo y flores. Y también promesas para el futuro.
-Tuve todo eso. Y no duró.
-Tampoco esto durará. Y te lastimaré -hablaba con desesperación-. Si no lo hago ahora, lo haré en el momento en que más necesites de mi ternura, cuando no estés preparada.
-Sólo necesito esta noche -dijo ella, con la voz llena de dolor.
El viento soplaba en torno a la casa y la lluvia arreciaba. Los relámpagos titilaban como una vieja luz de neón gastada.
-Entonces sí quiero -dijo él con un dejo de furia derrotada.
La tomó como si quisiera quebrarle cada uno de los huesos, o quisiera hacerla arrepentirse de su osadía. Ella no titubeó, pero no pudo evitar que la recorriera un temblor cuando él posó sus manos en su cuerpo. La tomó en sus brazos como si ellos fueran las duras ramas de un árbol y se dirigió a la cama con ella.
Ella esperaba que él se arrojase encima, pero en vez de hacerlo, se acomodó a su lado. Sus dedos
Eran cuidadosos mientras la tocaban y la acercaban a su cuerpo. Cuando encontró los labios de ella, los besos fueron tiernos, a pesar de su fuerza.
La garganta de Cammie relajó sus tensiones y se llenó de alegría. Ella también succionaba y situaba sus manos en los hombros de él, abrazándole el cuello. Aceptándolo interminablemente, deliberadamente complaciente, ella se acomodaba a su cuerpo.
Esa fue su última decisión consciente. La boca de él sobre la suya le destruía los pensamientos y las caricias de sus manos rudas derribaban las barreras de las convecciones sociales del mismo modo que quitaban la seda que cubría su cuerpo. Si alguna vez habían sido desconocidos, ya no lo eran.
El aliento caliente de él contra su pezón hizo que se contrajera. Entonces él lamió con su lengua el dulce montículo, circundando la aureola de coral y adueñándose del seno que temblaba al ritmo de los latidos de su corazón. Al mismo tiempo, una gran laxitud se apoderaba de ella. Quería que esta noche de tormenta durara para siempre.
Viva, no recordaba haber estado nunca tan viva. En cada profunda respiración ella revelaba la intensa respuesta de su cuerpo. Cada molécula de su cuerpo tenía conciencia del hombre que la estaba poseyendo, de la formidable fuerza de sus miembros, de su cálido aroma masculino, de los rizos sedosos de sus cabellos, de la elasticidad de su piel.
Él fue dejando una hilera de besos, húmedos y cálidos, primero en el valle que separaba sus senos, luego en el ombligo y después más abajo. Acarició con sus labios la superficie plana del abdomen de ella, haciendo arabescos húmedos con su lengua y luego sopló aire cálido en los sensibles rizos de su pelvis. Cammie experimentó un escalofrío de intenso deseo en su bajo vientre.
Las ansias que él provocaba con refinamientos tan consumados rayaban en el tormento. Inhalando el aroma de ella como si fuese una flor exótica, él se hundió en ella, lamiendo con su lengua el punto más sensible y delicado y bebiendo el néctar que liberaba para él.
Los músculos del abdomen de ella se estremecieron y exhaló un suave suspiro. Él no prestó atención, sino que le tomó los muslos con las manos y la acercó aún más.
La lluvia caía. Nunca lo notaron. Con sus bocas y sus manos ansiosas, con el deseo y la pasión se fueron buscando el uno al otro. En medio del resplandor nocturno, fueron palpando durezas y suavidades, aprendiendo texturas y consistencias, descubriendo los contornos de los huesos y encontrando los puntos de mayor respuesta.
Sólo susurraron. Con cuidado e interés fueron descubriendo las señales del placer y dándoselo el uno al otro. En medio de ese proceso fueron construyendo el mutuo deseo, que tenía en su interior mucho más que la mera lujuria.
Ella acarició su costado, palpando los bordes de una de las muchas cicatrices. Movió sus dedos más allá y lo hizo sentir la suave presión de sus uñas. Besó sus hombros y los arañó dulcemente con los dientes, probando su salado sabor. Él se apretó contra ella y se tensó a su alrededor, en un deseo inacabable.
Él no necesitó más señal. Colocó su rodilla entre los muslos de ella y los abrió por completo, entrando en su humedad más íntima.
Cammie se estremeció de placer. Quería que la penetrase profundamente y se abrió por completo temblando. Él presionaba dentro y fuera lentamente, llevándola cada vez más lejos.
Ella salió a su encuentro, balanceándose y levantándose. Él aumentó la profundidad y el ritmo y sintió como ella se ablandaba, como una arcilla maleable para ser el receptáculo perfecto de su hambre tumultuosa. Sus pieles brillaban y se hacían más sedosas en medio del calor. En el mundo negro y plateado de la tormenta, se miraron a los ojos con ansias desesperadas.
El final los tomó desprevenidos, como una recompensa súbita y cegadora y se estremecieron ante ese esplendor que es el latido de la vida. Se montaron en él y llegaron al final inevitable.
Durante un largo rato yacieron atónitos y unidos, con los cuerpos temblorosos. Finalmente Reid se apartó, retirando los largos cabellos de ella de debajo de sus hombros y apartándolos del rostro de Cammie. Deslizando una hebra por la espalda de ella, como para medirla, dejó allí posada su mano.
Afuera, la lluvia no cesaba y el ruido de las gotas resonaba en sus corazones. Los relámpagos eran tan solo un fulgor lejano.
Reid abrió los dedos, acariciándola lentamente.
-Lo siento -dijo-. No quería apurarte.
-¿Lo hiciste?
-Un poco -dijo riendo sobre el pecho de ella y haciendo que su pezón nuevamente reaccionara-. Hacía mucho tiempo.
-También para mí -dijo ella. Apartándose, ella colocó su índice sobre el pecho de él y lo acarició, mirándolo con los ojos aún velados de placer-. Hace un año por lo menos, pero nunca había llegado a lo mejor.
-¿Nunca? -preguntó él, levantando la cabeza.
Ella movió la cabeza varias veces como negando:
-Keith...
-Era un egoísta -terminó por ella- y un estúpido.
-Él creía que sabía lo que hacía, pero en realidad no sabía nada. Tú sí sabes.
Ella escondió su rostro ruborizado en el cuello de él. Este era otro secreto que nunca le había contado a nadie.
-La próxima vez será mejor -dijo él tranquilamente.
-¿Sí? -preguntó ella con incredulidad.
-Creo que es posible -dijo con aire jocoso y encantado. Le tomó la mejilla entre los dedos y buscó su boca-. ¿Probamos?
Reid se despertó a los pocos segundos de la hora que había fijado, dos horas después de haber cerrado los ojos. La lluvia había cesado. Todo lo que quedaba de la tormenta eran las gotas que aún caían de los árboles.
Se quedó acostado un rato, disfrutando del aire fresco de después de la lluvia, de las sábanas de suave percal, de la blandura del colchón, del toque sedoso de los cabellos de ella sobre su brazo. Cammie estaba acostada junto a él, con las piernas abrazadas a su vientre. ¡Dios! ¡Qué agradable era!
Él estaba inmóvil, guardando indeleblemente en su memoria la sensación de la cercanía de esta mujer, mientras su mente rememoraba la noche anterior. Pensaba en la delicadeza de ella, en el modo como había respondido a cada caricia, en los pequeños sonidos del placer. Todas estas cosas se agolpaban en su mente como un sueño de gloria. No había nada de vulgar en esta mujer. Sólo había gracia y sensualidad. Había sido un honor que ella se le acercase, y él lo sabía. No había podido evitar tomar la mayor ventaja posible del tiempo del que había dispuesto.
Estaba seguro de que nunca, ni aun cuando fuese el arrugado despojo de un hombre, olvidaría cómo se había sentido al saber que era el primer hombre que la ayudaba a alcanzar el orgasmo. Eso lo había afectado tan profundamente que había intentado multiplicarle el placer y así había aumentado varias veces el propio.
Ese recuerdo le daría calor en las noches frías durante mucho tiempo. Ya ahora se lo daba de una manera increíble.
El autocontrol era absolutamente necesario, aun cuando ya fuese un poco tarde para eso. Cerró los ojos y trató de readquirir el control de su cuerpo. Le tomó más tiempo del debido.
Se apartó de Cammie, la cubrió con la sábana y la manta y se deslizó de la cama. Había dejado su ropa en una silla cerca de la puerta. La tomó al salir.
Momentos más tarde, completamente vestido excepto por las botas, bajó las escaleras en la oscuridad y fue hasta el vestíbulo. Cuando pasó junto al cuarto del sol, se detuvo y entró.
El retrato que estaba sobre la chimenea de mármol reflejaba la luz de un faro cercano a la ruta. Uno de los rayos de luz iluminaba los ojos. Él se acercó para mirarlos.
El retrato era de tamaño natural y mostraba a Cammie sentada en una silla tapizada de brocado verde oscuro. Su vestido era de terciopelo gris, con un cuello de encaje que había sido reproducido con delicadas pinceladas. El cabello era brillante y tenía el efecto de un halo. El rostro había sido muy bien captado tanto en cuanto a la belleza de su óvalo, como en cuanto al mentón decidido, la nariz aristocrática, la boca delicada y la sonrisa confiada. Sin embargo, fueron los ojos lo que atraparon su atención. Eran grandes y ostentaban una delicada mezcla de verde, azul y marrón con un aro gris alrededor. Eran misteriosos, secretos.
Mientras estaba de pie mirándolos, Reid descubrió en ellos la tristeza sensitiva de una soñadora. Eran los ojos de alguien que prefiere el mundo imaginario que ha construido, aun sabiendo que es falso, a la triste realidad.
Esa era una parte que Cammie ocultaba muy bien. Él podría no haberse dado cuenta nunca, si no lo hubiese visto cuando ella trataba de no aceptar su ayuda mientras hablaba de su matrimonio. Había construido barreras verbales casi letales para proteger su interior y no dejaba que nadie las traspusiera.
Él quiso entrar a toda costa. Se preguntaba si Keith Hutton había penetrado alguna vez tras las defensas de su esposa, o si más bien ella había construido esas barreras para mantenerlo fuera.
Sin embargo, recordando, parecía evidente que esas barreras siempre habían estado allí. Las adolescentes suelen tener corazones tiernos, y Cammie había sido más sensible que la mayoría. Ella era el tipo de chica capaz de llorar en cualquier momento, no como una treta, sino más bien por el dolor interno que le producía vivir en un mundo donde los demás eran descuidadamente crueles. Ella era el tipo de chica que reparaba en las alusiones poéticas, que esquivaba las flores para no pisarlas, que rescataba a los patos cojos y se encariñaba con los perros callejeros.
Ella había cambiado muy poco desde esa época.
Él sí había cambiado.
No le gustaba pensar en la idea de ser equiparado a un pato cojo o a un perro callejero. Además, si eso sucedía, sería muy peligroso para ella. Nunca se trasformaría en una parte de su mundo tierno, aunque pudiera. La iría socavando desde el interior. No podía ser de otra manera. Había sido entrenado para destruir.
Era también posible que ya le hubiese infligido la peor de las heridas. Involuntariamente, le había demostrado que era posible trasponer los muros de su mundo interior. Es verdad que ella lo había invitado a entrar, pero él hubiese podido, hubiese debido, rehusarse. Al menos le quedaba la suficiente integridad como para irse silenciosamente y cerrar la puerta tras él.
Tal vez se trataba simplemente de su propia conservación. No podría soportar lastimar a Cammie. Nunca lo haría voluntariamente, pero las cosas suelen suceder aunque uno no quiera. Había aprendido eso del peor modo.
Su esposa era muy parecida a Cammie, o al menos eso era lo que él creyó durante un tiempo: el mismo color de cabello, los mismos ojos, aun cuando los de Joanna eran más verdes que color avellana. Sin embargo, lo que él había tomado por sensibilidad era en realidad timidez. Había usado su afectividad para hacerlo sentirse culpable por no ser más tierno, cuando en realidad la pasión de ella era tan sólo un disfraz de sus necesidades afectivas.
Joanna, centrada en sus propios sentimientos y en la idea de lo que un matrimonio debía ser, nunca había comenzado siquiera a comprenderlo. Había sido incapaz de comprender lo que en realidad había sucedido aquella mañana en el cuarto de baño. No creía que eso hubiese sido el simple resultado de reflejos animales, y había insistido en considerar su reacción como un rechazo violento. Si podía herirla de ese modo, no era posible que la amara y que quisiese estar casado con ella.
Tal vez tenía razón. Él en realidad no lo sabía. Si ella lo hubiese perdonado, él hubiese seguido viviendo con ella y hubiese intentado construir una vida mejor. No había sido así, y cuando ella se había ido y el divorcio había terminado, él se había sentido mal ante su propio alivio. Parecía ser que Joanna no había sido la única que deseaba aceptar cualquier sustituto del amor y la vida normal.
Se preguntaba qué hubiese hecho Cammie en el lugar de Joanna. Se lo preguntaba, pero lo último que deseaba era averiguarlo. La respuesta podía ser demasiado peligrosa para ambos.
Él no podía soportar la idea de que alguien se le acercase tanto como para llegar a constituir una amenaza para ella. Ni siquiera su esposo. Especialmente su esposo.
Él no tenía nada mejor que hacer.
No había ninguna señal de Keith Hutton fuera de la casa. Reid no se sintió sorprendido. Cuando había salido a buscar la billetera y la pistola, no había visto señal alguna del esposo de Cammie ni de su Land Rover.
Por supuesto, él no se lo había dicho. Debería haberlo hecho, si hubiese sabido que podía tener alguna importancia. Él en realidad estaba seguro en ese momento de que nada podría hacerlo actuar en contra de su buen juicio, pero no estaba preparado para un asalto frontal.
No estaba orgulloso de haber cedido, pero tampoco estaba arrepentido.
Menos de media hora después de haber llegado al Fuerte, Reid estaba vigilando los bosques húmedos, recorriendo la distancia que separaba la vieja casa de troncos de la casa de los Greenley. Los árboles goteaban y había muchas ramas caídas, pero él recorrió el trayecto rápidamente. Debía hacerlo y sabía cómo hacerlo. Conocía cada montículo, cada pino y cada roble caído desde que tenía diez años y había comenzado a fijarse en Camilla Greenley.
Solía arrastrarse por la parte trasera y permanecer oculto en el bosque, vigilando su casa y esperando una mirada de ella. Durante nueve años él la había acechado. Durante nueve años ella no se había percatado de su existencia.
Una vez la había visto a través de la ventana de su cuarto, vestida con un pijama corto. Había vivido con ese recuerdo durante semanas. Sin esperanzas. Sin embargo, aún al evocarlo ahora, ese recuerdo lo hacía sonreír.
Muchas cosas podían pasarse por alto en un chico prendado de la chica más bella de la escuela. En cambio, no se podía ser tan benévolo con un hombre adulto. Debía tener cuidado.
Estaba tan concentrado en sus pensamientos, que sin darse cuenta se topó con la casa. Todavía estaba en medio de la bruma. Veía el reflejo de los faroles, pero las ventanas aún estaban oscuras.
Su mirada se posó sobre el rectángulo oscuro que correspondía a la habitación azul. Pensó en Camilla allí, acostada tal como él la había dejado, desnuda, y en el dolor de su vida solitaria. Alejó esos pensamientos tal como lo había hecho más temprano, tal como lo había hecho durante los últimos doce años con cada dulce emoción.
¿Cómo se sentiría ella cuando despertase y viese que él se había ido? Podía sentirse enojada o traicionada. También podía sentirse aliviada. Era posible que estuviese contenta. Se preguntaba si alguna vez lo sabría. Le parecía intolerable no enterarse nunca.
Había una sombra moviéndose cerca del suelo de la casa. Reid la observó con los músculos tensos. No había nada natural en ese movimiento. No era un efecto de la luz, ni era un árbol que se movía con el viento, ni una mata sacudida por el vuelo de un pájaro.
Era un hombre que estaba intentado abrir las ventanas.
Un gruñido silencioso inundó la garganta de Reid. Su sensación había correcta.
Se apartó de la arboleda, vigilando un amplio círculo. Mientras se movía en su silenciosa persecución sintió una oleada de rabia al pensar que Keith podía estar tratando de entrar en la casa. ¿Qué derecho tenía a acercarse a ella?
Durante unas semanas más, tendría el derecho de un esposo. Ese era un pensamiento incómodo, pero imposible de eludir.
Frunciendo el entrecejo, Reid se fue acercando. Estaba sombrado. Estaba seguro de que Keith se había ido más temprano, poco después del beso en el porche. Hubiera podido jurar que había escuchado cómo e Land Rover se alejaba. Esa era una de las razones por las cuales se había ido de la casa mientras Cammie dormía. ¿Por qué entonces estaba ahora Keith acechando como un ladrón, tratando de llegar nuevamente hasta Cammie? ¿Estaba tan molesto porque Cammie estaba con otro hombre?
Allí estaba sucediendo algo más que la presencia de un marido ofuscado. Reid quería averiguar qué era. Para lograrlo, no bastaba con ahuyentar a Keith. Debía atraparlo.
Dentro de la casa pudo verse una luz tenue y luego nuevamente la oscuridad. Aparentemente el intento de entrar en la casa había despertado a Cammie. Reid quiso gritar.
Se escuchó entonces el estallar de una pistola Magnum. Sus ecos atravesaron el bosque.
El hombre dejó salir una maldición y luego se escucharon pesados pasos.
Reid rodeó la casa y detuvo al ver a Cammie en el porche trasero, con una bata larga blanca. La forma de la pistola se recortaba claramente contra la tela clara.
Dentro de sí, Reid vio crecer al mismo tiempo la admiración y la rabia a partes iguales. Ella había podido defenderse sin su ayuda, pero para hacerlo había abandonado la seguridad de la casa y se había expuesto al peligro. Había ahuyentado al perseguidor, pero había evitado que él lo atrapara.
Con un esfuerzo extra, él hubiese podido aún atrapar al que estaba arrastrándose en torno a la casa, pero para eso hubiese debido pasar justo enfrente de Cammie. No podía correr ese riesgo.
Un momento más tarde, ya había perdido esa oportunidad. Se escuchó el rugido del motor de un automóvil que se alejaba.
El coche no sonaba como un Land Rover. Reid se quedó preguntándose si estaría enloqueciendo o si la bruma de la mañana camuflaba de alguna manera los sonidos.
Cammie se volvió y regresó a la casa. Se encendió la luz de la cocina. Reid se acercó hasta poder ver a través de la ventana. Ella se movía entre los armarios y el fregadero. Él podía ver solamente su cabeza y sus hombros. Cammie se detuvo y se llevó la mano a las sienes, para luego peinarse el cabello con los dedos.
Su rostro estaba pálido y bajo sus ojos se notaban ojeras. Sus labios estaban rosados y un poco hinchados. Se la veía un poco desencajada, como si hubiese tenido una mala noche.
-Lo siento- dijo Reid para sus adentros, y se quedó quieto, mientras experimentaba la urgente necesidad de entrar en la casa, tomarla en sus brazos y calmar su dolor, o tal vez agregar uno nuevo.
Nunca la había visto más bella.
El aroma del café recién hecho se esparcía por el ambiente de la fresca mañana. Todavía se veía entre los árboles el último fulgor del amanecer. Pronto estaría bien claro y se podría ver y ser visto. Cammie estaría bien. Así debía ser.
Era tiempo de partir.
Cuando Cammie abrió la puerta trasera, estaba sin aliento y de mal humor. Persephone estaba en el lavadero, y desde allí era imposible que escuchase si llamaban a la puerta. Cammie había estado empacando para su viaje a Nueva Orleans y tenía la intención de salir en una hora. Se había visto obligada a correr abajo cuando escuchó que llamaban por tercera vez.
La joven que estaba de pie en el porche era alta y tenía un rostro soso que podía haber mejorado mucho con maquillaje. Su cabello rubio era agradable y lacio y estaba sujeto en el medio, en un peinado que había estado de moda en los años setenta. Sus vaqueros estaban muy desteñidos y gastados y llevaba una camisa bordada suelta por fuera. Era evidente que estaba embarazada.
Cammie la había visto antes sólo de lejos, pero sin dificultad la podía reconocer como la novia de Keith. Con voz sorprendida se dirigió a ella:
-¿Sí?
Los labios pálidos de la chica esbozaron una sonrisa nerviosa:
-¿Es usted Cammie... la señora Hutton? ¿Verdad? Keith siempre dijo que usted era muy atractiva. Yo soy Evie Prentice.
El cumplido y la sonrisa la desarmaron. Tal vez eran sinceros.
-Sé quién eres.
-No quiero crear problemas. Es tan sólo que... Bien, están sucediendo codas que no alcanzo a comprender y pensé, por la manera como Keith habla de usted, que no le importaría si yo le hiciese un par de preguntas.
-Me sorprende que Keith haya hablado de mí.
-Bien, él habla mucho y yo soy buena para escuchar... Creo que eso es lo que a los hombres les gusta de mí.
Cammie pensó que seguramente también les gustaba su simplicidad y su figura de piernas largas, que en mejores momentos seguramente debía de haberse parecido a la de una modelo. Sin embargo, se contuvo y no lo dijo. Ser agresiva con esa chica hubiese sido como perseguir a un ciervo herido por la carretera:
-Creo que es mejor que pase.
Cammie la condujo hasta la cocina y señaló una silla. Luego le ofreció café, pero Evie no acepto. En lugar de eso, le pidió agua
Cammie se la sirvió y se sentó en una silla frente a ella. La chica tomó el vaso y finalmente levantó la vista. Sus pálidos ojos azules parecían desesperados.
-¿Tú no quieres estar con Keith, verdad? -dijo, tensa-. Quiero decir, ¿no deseas regresar con él?
Cammie no estaba segura de lo que la chica quería, pero todos modos respondió:
-Para nada.
-Lo sabía. Sabía que él estaba inventando esa historia. Yo le dije que nunca harías eso. Que eres demasiado orgullosa.
-Espero que sí- contestó Cammie con calma.
-Pero tenía que saberlo. Tenía que estar segura para poder darme cuenta de qué busca con esa historia de que un día se quiere casar conmigo y al día siguiente dice que debe regresar contigo. Se lo pregunté y me dijo finalmente que era porque sentía pena por ti. Según él decía, tú lo echabas tanto de menos que estabas al borde de la muerte. Yo no le creí porque lo escuché hablar contigo por teléfono y sonaba como si en realidad fuese él el que estuviese rogando. Se lo dije y se enojó conmigo.
-Sí, él tiende a alterarse mucho cuando alguien lo descubre -dijo Cammie secamente.
-Todavía no comprendo lo que le pasa -dijo Evie con una sonrisa dolorida-. Yo quiero que sea feliz y si se cansó de mí, creo que podría soportarlo, pero no creo que sea el caso. Él pasa todo el día persiguiéndote. Creo que eso no tiene sentido.
-En eso debo estar de acuerdo contigo.
-Le dije que así sólo empeoraría las cosas. Él me respondió que yo no sabía de lo que hablaba, pero eso no es verdad. Hace un tiempo yo tuve una relación con un hombre, uno de esos tipos importantes en la comunidad. Cuando rompí la relación, él casi me volvió loca para que regresase con él. Cuanto más me perseguía, más furiosa me ponía yo. Finalmente lo amenacé con llamar a su esposa.
-¿Y eso lo detuvo?
-Al menos lo calmó.
Era extraño estar allí sentada, conversando de esas cuestiones con esa chica, y también el hecho de tener con ella un sentimiento de solidaridad.
-Es una lástima que eso no haya funcionado conmigo.
-Sí -acodó Evie -. No creo que tú puedas convencerlo de que te deje de molestar.
-Ya lo intenté.
-Seguro. ¿Qué le sucede? ¿Crees acaso que él está tan obcecado porque no pudo soportar que cuando se fue tú no te desesperas? Hay hombres que no toleran que una pueda vivir sin ellos.
-Podría ser -dijo Cammie, dubitativa- aunque la verdad es que me cuesta pensar que se haya metido en tantos problemas por una razón tan lamentable.
-Tienes razón -dijo Evie suspirando-. A mí también.
Cualquier respuesta que hubiese podido dar Cammie se hubiese perdido en medio del estruendo que provocó la campanilla antigua de la puerta de enfrente.
-Tienes compañía -dijo Evie mientras se ponía de pie-. Creo que será mejor que me vaya.
-No es necesario -dijo Cammie, que no se movió, ya que vio que Persephone se dirigía al vestíbulo.
-Podría ser Keith, y no me gustaría que descubriese que he estado hablado contigo.
-Sospecho que es mi tío. Es la única persona que suele venir por la puerta delantera -dijo Cammie, mientras reparaba en la mirada inquisitiva de Evie-. Es el reverendo Taggart y no cree que su investidura le permita venir por la puerta de atrás como todo el mundo.
-Entonces no quiero entrometerme. Me iré por la puerta de atrás.
Era demasiado tarde. La gran figura del tío de Cammie se dejó ver en la cocina. Su sonrisa era pegajosa y su saludo hacia Cammie fue familiar y afectuoso. Luego miró hacia la otra joven.
-Evie -comenzó a decir Cammie-, este es...
-No es necesario -dijo el reverendo-. Me pareció que era tu automóvil, Evie. Te echamos de menos en la iglesia, especialmente en el coro.
-Sí, claro -dijo la joven, con expresión de evidente incomodidad-. He estado un poco ocupada últimamente.
-Esa no es excusa y lo sabes -dijo el reverendo, deslizando su mirada sobre la figura de Evie-. Nos gustaría contar contigo nuevamente.
-Alguna vez puede ser -dijo la chica-. Ahora tengo que irme corriendo.
Se encaminó a la puerta con una velocidad que obligó al reverendo a moverse para no chocar con ella.
Cammie fue tras Evie hasta el porche:
-Me gustaría haber podido ser más útil.
-No importa -dijo la chica, compungida-. No tendría que haber venido. Sé que fue un error, pero pensé... Bien, lamento haberte molestado.
-No te preocupes por eso -respondió Cammie. Espero que te vaya bien.
-Gracias, de verdad.
La chica la miró unos instantes y luego bajó los peldaños apresuradamente. Cammie la miró hasta que llegó al Honda destartalado. Cuando regresó a la casa, tenía una expresión ceñuda.
Su tío la aguardaba en la cocina, con las manos en la cintura. Su voz sonaba a reprimenda:
-Por el amor de Dios, ¿qué hacía esa chica aquí?
Cammie se sintió irritada. Desde la muerte de sus padres, él se estaba entrometiendo en su vida y, aunque lo hacía con buena intención, ella ya no lo toleraba. Fue hacia la cafetera y le acercó un café, junto con crema y azúcar.
-Evie quería hablarme acerca de Keith. Eso es todo.
-¿Para qué? ¿Para averiguar cuáles son sus recetas favoritas o cómo le gusta que le planchen las camisas? -El tío posó la taza sobre la mesa y permaneció de pie hasta que ella se sentó.
Al verlo tomar asiento, Cammie se dio cuenta de que no se levantaría de allí hasta que no le contase la historia completa, así es que se la contó de la manera más sencilla que pudo.
-Todo eso está muy bien -dijo el tío- pero no creo que debas alentar a esa chica para que se te acerque. No me parece bien.
Su actitud era típica. Llevar a una oveja descarriada al rebaño de la Iglesia era una cosa, pero tenerla en casa era algo diferente:
-Dudo que Evie quiera ser mi amiga del alma -dijo ella, y luego, apresurándose para que él no pudiese decir algo que la irritase aún más, preguntó:
-Pero dime qué es lo que hace que un predicador salga tan temprano de su casa.
-Camilla -dijo el tío con expresión dura-. Sabes que prefiero el título de reverendo.
-Lo siento -respondió ella, aunque no era verdad. El desliz había sido accidental, pero ella estaba convencida de que su tío sería un hombre mejor si de vez en cuando dejaba de lado el amor propio.
-En realidad es tu tía la que me envía. Estaba preocupada por una historia que escuchó en el pueblo.
-¿Sí? ¿Y por qué no vino la tía Sara en persona?
Ya sabes que cuando se pone mal llora todo el tiempo. Además, dice que no debemos meter nuestras narices en tus cosas. Yo le digo que eso no tiene sentido, dado que somos tus familiares más cercanos. Quién mejor que nosotros puede cuidarte ahora que Keith... Ahora que estás sola.
Cammie sintió que se ofuscaba aún más al darse cuenta de cuál era el punto. Con un esfuerzo, se mantuvo tranquila para decirle:
-Tía Sara tiene razón. No es necesario que os preocupéis por mis problemas.
-¿Preocuparnos? Es nuestro deber ocuparnos de ti, especialmente cuando se escucharon disparos saliendo de esta casa a las tres de la mañana.
-Esto es debido a ese problemita con Keith que te estaba contando. Parece no quiere convencerse de que esta ya no es su casa.
-¿Y por eso le disparaste? -La desaprobación era evidente en su rostro.
-Me pareció que era lo que correspondía en ese momento.
-Podría haber hablado con él, haber tratado de arreglar las cosas.
La calva de s tío lucía plateada bajo la luz de la mañana, mientras se inclinaba a beber el café.
-Yo no deseo arreglar las cosas.
-Tú sabes, Camilla, que el matrimonio es una institución sagrada, que no es un simple contrato que pueda romperse en cualquier momento. Deberías buscar en tu corazón y hallar el perdón que te devolverá al lugar de esposa.
-Gracias por tu preocupación -dijo- pero no necesito perdonar. Además, he descubierto que prefiero vivir sola antes que tener un marido que no conoce el significado de la palabra fidelidad y mucho menos el de “sagrado”.
Él no era inmune al sarcasmo. Su rostro enrojeció y sus ojos destellaron, mientras decía:
-¿Te atreves a burlarte de mí, después de haber recorrido todo el pueblo medio desnuda? ¿Después de haber pasado la noche con Reid Sayers?
-Yo no pienso... -comenzó ella.
El reverendo Taggart anuló su defensa con la voz estruendosa que solía reservar para sus sermones:
-No, verdaderamente creo que no piensas. El automóvil de ese hombre estuvo frente a tu puerta durante horas, como para que todos lo viesen. Debes tener cuidado, o te verás en grandes problemas. Sayers no es un hombre de confianza. NO creerías las cosas que se han dicho de él.
-Seguramente tú sí las has creído y te ocuparás de hacérmelas saber.
-Dada tu falta de sentido común, por no hablar de tu falta de arrepentimiento, creo que es mi deber. Sayers es peligroso. Tiene una personalidad psicótica. Fue entrenado para matar en las Fuerzas Especiales. Yo estuve en el ejército, así es que sé perfectamente de qué se trata eso. Él asesinó a muchos hombres y casi mató a una mujer en algún lugar del Oeste. Ha estado en Oriente Medio, metido hasta las orejas en asuntos con los israelíes y quién saber con quiénes más. Ahora ha regresado y está recluido en esa vieja casa sin amigos ni visitas.
-Creí que desearías que alguien lo ayudase -dijo Cammie con la mirada más dura-. ¿Dónde está la caridad cristiana?
-No trates de enseñarme mi trabajo -dijo el reverendo con el rostro alarmantemente enrojecido-. Sayers está más allá de cualquier ayuda terrenal. Dicen que tiene equipamiento electrónico y armas de toda clase, granadas de mano, en din, todo un arsenal. No se sabe cuándo puede querer usarlas.
-Eso es ridículo -dijo Cammie. Sin embargo, mientras hablaba, recordó su propia impresión que la hizo ver a Reid como un hombre peligroso. De todos modos, estaba demasiado enojada con la intromisión de su tío.
-Pensarás de una manera diferente cuando un día el problema caiga sobre ti. Recuerda que te lo advertí. -Bebió el resto de su café de un solo trago y dejó la taza bruscamente.
-Creo que no será necesario. Ahora tengo que acabar de empacar, si no te importa. Dile a tía Sara que no se preocupe. Estaré bien.
Cammie se puso de pie, obligándolo, dados sus modales, a pararse él también. Salió de la cocina y se dirigió a la puerta trasera.
Él la siguió hasta la puerta abierta y se volvió, ceñudo:
-Sé que ya no eres una niña, Camilla, pero también sé que hasta ahora has tenido una vida sencilla y agradable. Eres demasiado confiada y no sabes nada de los hombres como Sayers. Sólo te pido que tengas cuidado.
Ella frunció el entrecejo, ya que sabía que, al menos en parte, la preocupación de su tío podía tener un fundamento. También era posible que él no pudiese reprimir su hábito de sermonear ni controlar su actitud soberbia. Él y su tío no tenían hijos, lo cual, pensaba Cammie, era una pena. Si hubiesen tenido una docena, sin duda su tío tendría menos tiempo para preocuparse por ella.
-Bien -dijo ella-. Trataré de recordarlo.
-Hazlo. Y me gustaría que le dieses una oportunidad a Keith. Él ha cometido errores, pero todos lo hacemos. Me gustaría que me dejases guiarte en esta época de prueba, que vinieses a la iglesia.
Cammie sonrió y no respondió. Solamente repitió el mensaje para su tía. Para el reverendo siempre había sido un bochorno que ni ella ni sus padres acudieran a los servicios de su iglesia. La familia Greenley siempre había concurrido a la pequeña iglesia que estaba junto al camino, en lo que alguna vez habían sido sus tierras y no veía la razón para cambiar.
Vio la figura de su tío alejarse y subir rápidamente a su automóvil. Después de eso, echó un vistazo al garaje.
Allí estaba su Cadillac. Tenía cuatro cubiertas perfectas con llantas blancas.
Reid, ¿cómo se las había arreglado para que el trabajo estuviese ya listo? En ese momento estaría abriendo su negocio. Era un hombre asombroso en muchos sentidos.
Solo necesito esta noche.
Esas palabras resonaron en su mente provocándole dolor.
Él le había tomado la palabra. ¿Por qué no? Ella lo dijo en su momento con sinceridad. O así al menos lo creía.
Habían sido palabras estúpidas.
El calor le subió al rostro al recordar las cosas que le había dicho y las cosas que había hecho con él esa noche.
¿Qué le había pasado? ¿Qué pensaría de ella?
Él se había comportado de una manera muy diferente a Keith. No se trataba sólo de la perfección de su cuerpo, ni de sus habilidades y experiencia, aunque esas cosas habían jugado un papel importante. Había sido más bien la concentración con que lo había hecho. Era como si no existiese nada más que ellos dos y ese momento. No importaba nada más que el placer que él obtenía del cuerpo de ella y el que le daba a cambio. Ella había sentido muchas cosas inimaginables, pero más que nada se había sentido... querida.
Necesitaba más de eso. Como si se tratase de alguna droga peligrosa. Sería fácil para ella hacerse adicta a sus caricias, a su presencia en la oscuridad.
Persephone venía desde el lavadero con alguna ropa recién planchada en las manos. Sus ojos brillaban.
-No le ofreció al reverendo mis bollitos de melocotón.
-No pensé en eso -respondió Cammie.
-Está bien. Seguramente tenía prisa.
-Tiene muchas cosas de otras personar para ocuparse -dijo sonriendo.
-¿Sabe que el señor Reid estuvo levantado hasta muy tarde?
-¿Cómo lo sabe? -dijo Cammie con resignación.
-Me lo dijo Lisbeth, la que trabaja para él. Ella es mi prima.
-No lo sabía.
Sin embargo, eso había sido una distracción por su parte, ya que ambas mujeres tenían el mismo color brillante en la piel y los mismos largos cabellos. Sin embargo, Persephone era un poco más menuda, aunque con una extraña fuerza en su pequeño cuerpo. Su cabello tenía hebras grises y lo llevaba siempre recogido.
-Tengo casi tantos primos como usted -dijo la casera, encogiéndose de hombros- o tal vez aún más. Lisbeth me contó que él estuvo fuera hasta muy tarde y que, en cuanto regresó, volvió a salir al bosque. Ensució y mojó más ropa que cuando era un bebé. Es el hombre más apuesto que he visto en mi vida.
Reid ocultaba pocos secretos a Lisbeth, eso estaba claro. Cammie pensó con resignación que probablemente lo mismo ocurría entre ella y Persephone. Sin embargo, no deseaba dar por terminada esa conversación. Conocer algunos detalles íntimos de la vida de Reid le producía un gran placer.
-¿Pero volvió a su casa sin ningún problema?
-Por supuesto. Sin embargo, parecía un poco apesadumbrado. Después, me contó Lisbeth, que en cuanto amaneció comenzó a hacer llamadas telefónicas. Parece que se va de viaje.
-¡Ah!
En los ojos oscuros de Persephone brillaba la comprensión.
O dijo adónde iba, pero evidentemente se estaba asegurando bien de llegar.
La primera hora de ese viaje de cinco horas la a nueva Orleans, Cammie estuvo entretenida con la información acerca de Reid como podría estarlo con un ratón de juguete. Él no le había dicho nada respecto de viajar fuera de la ciudad. Por supuesto, no había habido oportunidad para que lo hiciese, pero de todas maneras lo podía haber mencionado cuando ella dijo que se iba por el fin de semana.
¿Existía alguna razón que él no explicó? ¿Se estaba viendo con otra mujer? ¿Tenía contactos con algún grupo de locos que querían apoderarse del país con sus armas? ¿Lo habían llamado nuevamente de la CIA para que se hiciese cargo de alguna peligrosa operación en Europa del Este o en China?
Se dijo a sí misma que se estaba comportando de una manera tan ridícula como su tío el reverendo. Reid tenía el perfecto derecho de irse donde le diese la gana y de quedarse allí durante el tiempo que quisiese. Ella no tenía ningún derecho sobre él no deseaba tenerlo. Él no le debía nada, y, desde luego, no tenía derecho a pedirle un itinerario detallado de sus días. Tampoco de sus noches.
Ella iba a divertirse. Ella iba a olvidarse de Keith y de su persecución, iba a olvidarse de Greenley, de Reid, de los chismes y de todo lo demás. Iba a comer bien, a tomar un poco de vino y tal vez a bailar un poco. O tal vez mucho. Necesitaba escapar. Necesitaba distenderse. Si no lo podía hacer allá, no podría en ninguna parte.
Se sintió mejor cuando llegó a Alexandria y pasó de la estrecha ruta 167 a la Interestatal 49. Cuando comenzó a ver el puente del ancho río Mississippi en Baton Rouge, sonrió. Cuando cruzó el camino de Bon Carré por la Interestatal 10 y vio el ancho lago Pontchartrain se sintió feliz.
Nueva Orleans siempre había sido y siempre sería algo especial para ella. El aire era más suave, la música más cálida, la atmósfera más tranquila. Los olivos florecían más pronto y perfumaban las calles con su antigua dulzura. El rico aroma de los frutos de mar cocinándose despertaban a un muerto. La mezcla de colores y de razas, de clases y de tipos humanos era un constante y fascinante rompecabezas. Los viejos edificios, tales como Beauregard House y el Cabildo, le daban la sensación de una asombrosa permanencia, como así también el río, que divide a la ciudad como una gran serpiente. Nueva Orleans era al mismo tiempo un desafío y una cura de reposo. Ella era más ella misma. No era una Greenley. Le encantaba.
El hotel donde tenía lugar el congreso era el más francés de todos los hoteles de Nueva Orleans y se llamaba Royal Orleans Construido en lugar del famoso viejo hotel San Luis, el favorito de los aristócratas antes de la Guerra Civil, estaba situado en el corazón del barrio francés, en la esquina de Royal y San Louis. Cammie no se iba a hospedar allí, pero iba a estar muy cerca. Le habían ofrecido ocupar el apartamento de un amigo de la familia, un abogado de Baton Rouge que lo tenía como pied à terre para sus viajes de placer o de negocios.
Los cuidadores del apartamento, un anciano y su esposa, que habían estado durante años al servicio de este abogado, recibieron a Cammie. Inmediatamente le ofrecieron un trago y la llevaron a un patio para que descansase del viaje, mientras ellos desempacaban su maleta.
El sol ya se estaba poniendo, y las sombras del atardecer invadían las viejas paredes de ladrillo. Cammie se sentó y comenzó a sorber su copa de vino blanco helado, disfrutando del aire cálido y de la leve brisa que venía del río. El ruido del tráfico se convertía en un leve murmullo tras los gruesos muros. Lentamente ella fue sintiendo que su tensión disminuía, disipándose en la intensa fragancia de los jazmines que trepaban por las paredes, por las hojas del bananero y el murmullo del agua de la fuente, rodeada de flores de un rosa coral.
Si cerraba los ojos, casi podía sentir que tenía a Reid a su lado. Si él estuviese allí, seguramente estarían sentados juntos en ese descansado silencio. De no ser así, estarían conversando de pequeñas cosas, conscientes de la larga noche que les aguardaba, una noche llena de amor. Él tomaría sus manos entre las suyas, hasta llenar cada dedo de ella con su presencia, tal vez la acercaría para besarla en la palma, lamiéndola con su lengua...
Soñaba despierta.
Pensaba que ya había superado esas cosas, que era demasiado grande como para necesitarlas. Aparentemente estaba equivocada. Además ¿qué tenía eso de malo, mientras supiese que esos sueños terminaban para dejar paso a la realidad?
Levantarse de la silla fue un gran esfuerzo. Entró. No había más remedio. Tenía que prepararse para la cena inaugural del Congreso.
La madre de Cammie había estado lejanamente emparentada con los Barrows de Virginia. Su madre nunca había aprovechado demasiado ese contacto, pero había heredado de ellos ciertas ideas inamovibles. Para ella siempre había sido una máxima que el dinero no podía comprar la clase de una persona. Para ella, el único criterio importante era la calidad, ya se tratase de automóviles, muebles, ropa, o de cosas tan mundanas como la poda de los jardines.
No cría en las marcas. En cuanto a la ropa, la cuestión eran algunas prendas clásicas en telas naturales que se adaptaban a todo. Todo lo demás era una moda que sólo servía para los nuevos ricos que necesitaban mostrar su dinero o para adolescentes que querían sentirse diferentes.
Cammie solía seguir los razonamientos de su madre, porque era cómodo y sencillo. Su vestido para el cóctel era sencillo y de crêpe de seda negro, sujeto sobre el hombro izquierdo y con un pliegue al costado.
Sus joyas también eran heredadas de su madre. Consistían en un broche de oro y brillantes con la forma de la flor de lis, un par de aretes clásicos de diamantes y unas peinetas con brillantitos con las que sujetaba su cabello, que caía en cascada. El pliegue de su falda se abría unos centímetros por encima de la rodilla, dejando ver provocativamente su delgada pierna mientras caminaba, pero el aspecto era básicamente de elegante sencillez.
Estaba echando fijador en su cabello, para llevar al mínimo las mechitas que se escapaban, cuando sonó la puerta. Se asombró: había una o dos personas en el congreso que sabían dónde paraba ella, pero no había hecho arreglos para encontrarse con nadie antes de la fiesta. Se levantó, alisó su vestido y se dirigió a la sala.
El cuidador, derecho y formal, había abierto la puerta. Condujo al caballero a la habitación y se retiró discretamente.
El hombre se dirigió con desparpajo hacia Cammie, sacudiéndose con la mano los hombros de su perfecto traje de noche e introduciendo una mano en el bolsillo. El movimiento destacó la blancura de su camisa y la faja negra que envolvía su estrecha cintura. Sus ojos azules mostraron admiración al posarse en Cammie, pero también dejaban ver que estaba expectante.
Todos los hombres se veían bien vestidos de etiqueta. A menudo los hombres atractivos resultaban impactantes vestidos así, pero pocos llevaban esa ropa con tanta elegancia.
Mientras se inclinaba para saludar, la luz del candelabro hizo bailar sus rubios cabellos. Una leve sonrisa curvó sus labios, mientras miraba la incredulidad dibujada en el rostro de ella.
-Vine -dijo tranquilamente- para ver si necesitaban un acompañante. Sólo por esta noche.
Era Reid.
Para mantener el acento francés del Congreso, habían arreglado que la cena tuviese lugar en una mansión del barrio francés situada junto a Jackson Square. Los adornos eran casi todos en azul francia y tenían los tres colores de la bandera francesa y de la bandera de Luisiana, con su pelícano anidado sobre el azul.
Estaban allí el embajador francés y su esposa. Ambos parecían bastante aburridos, pero eran amables. El director iba de aquí para allá, sonriendo con todo su carisma y repartiendo palabras corteses. Una cantidad de senadores y representantes se saludaban y susurraban por los rincones. Los hermanos Neville circulaban disfrutando mucho. Harry Connick Jr. permanecía junto a la ventana, no demasiado lejos de la puerta, por si necesitaba escapar velozmente. Por aquí y por allá había figuras conocidas de la televisión local. Se decía que iba a estar presente Ann Rice y una mujer de la alta sociedad preguntaba a la gente si ella debía o no vestirse de negro. La gente del congreso, en su mayoría empleados del estado y maestros de escuela, como así también familiares de los antiguos emigrados franceses, eran famosos por su anonimato.
Estando en Nueva Orleans, la comida era una de las grandes atracciones. Consistía en las habituales bandejas de frutas bien decoradas, los platos de crudités con salsas para acompañar y los chefs con sus gorros altos cortando rodajas de carne de rosbif y colocándolas en panecillos. También había patatas cortadas a la mitad, regadas crema agria con caviar, había ostras en sus conchillas, ostras asadas envueltas en tocino, camarones especiados, bocadillos de cangrejo y otras exquisiteces.
Los camareros de casacas blancas servían el vino y los licores. Una banda de jazz ejecutaba una mezcla de melodías lentas y movidas en el patio y al mismo tiempo un cuarteto tocaba en el salón obras de Verdi y Mozart.
Era muy semejante a otras fiestas a las que Cammie había asistido en Nueva Orleans. Lo más asombroso fue la adaptación de Reid a un encuentro así. Se movía por los salones con toda soltura, sin esconderse en ningún momento contra una pared, el hábito más frecuente en los hombres del sur cuando deben enfrentarse con una situación comprometida. Sonreía pródigamente a las personas y a los grupos, iniciaba conversaciones y expresaba con soltura sus puntos de vista. Las palabras en francés que inevitablemente se escuchaban aquí y allá no le resultaban desconocidas, sino que él mismo en ocasiones agregaba alguna.
El cambio era increíble. Cammie lo miraba una y otra vez, comparándolo mentalmente con el hombre que había conocido en el bosque. Ella no lo había tomado nunca por un inepto o un ignorante, pero jamás se lo imaginó participando del lenguaje de la diplomacia.
Reid, cuando estaban de pie tomando el fresco junto a una puerta que daba al jardín, consciente de sus miradas, se sonrió:
-Es como las fiestas de las embajadas -dijo él como adivinándole el pensamiento-. Estuve bastante tiempo yendo y viviendo de Washington. Tengo un amigo que es un francés de Tel Aviv. Ahora vive en Nueva York.
-¿Trabajaste con él durante la Intifada?
La sonrisa de él palideció. Sus ojos azules tomaron la oscuridad del acero. Su voz sonó como el disparo de un cañón:
-¿De dónde sacaste eso?
-Son rumores de la fábrica. ¿Son equivocados?
-No -respondió él apartando la mirada-. Sólo que a veces lo olvido.
Había algo en su voz que atraía la curiosidad de Cammie:
-¿Estuviste mucho tiempo en Israel?
-Estuve lo suficiente.
Era como si él estuviese cerrándole el acceso a esas cosas. Seguir insistiendo no tenía sentido. Él no iba a decirle una sola palabra más que lo que desease que ella supiese.
De alguna manera singular, esas barreras internas, es duro caparazón en el que no se podía penetrar, le despertaba respeto. Si bien se sentía tentada de averiguar más cosas, tenía los modales suficientes como para reprimirse.
Abandonó pues ese tema delicado y preguntó:
-¿Por qué viniste esta noche? Me refiero al verdadero motivo.
Él miró su vaso de whisky con soda como si acabara de descubrirlo:
-Pensé que era un modo tan bueno como otro cualquiera de pasar el fin de semana.
-Todavía no puedo comprender cómo conseguiste una invitación.
-Contactos.
Eso parecía ser cierto. Había saludado a una de las jefas de relaciones públicas de la Embajada Francesa, que estaba al otro lado del salón. Debía ser otra conocida de sus días en Washington. Además el senador Grafton, un hombre influyente, lo había interceptado cuando Reid había ido a buscar bebidas y se había quedado conversando con él durante quince minutos.
Le resultaba halagador que él estuviera tan interesado en ella como para aparecer en Nueva Orleans. Sin embargo, también la ponía nerviosa. ¿Esperaba acaso él continuar con el arreglo que habían hecho la noche anterior? ¿Ella también quería eso?
-Creo que no dijiste dónde te hospedabas.
En realidad ella tampoco se lo había preguntado. Se había asombrado tanto al verlo aparecer y al ver que era capaz de encontrarla, que había ido con él a la fiesta tan dócilmente como un cordero.
-En el Windsor Court -respondió él con picardía en los ojos- como ves, no daba por hecho que sería bienvenido.
Cammie sonrió diplomáticamente. Sexo sin ataduras entre dos extraños. Eso era lo que ella le había ofrecido y lo que él había aceptado.
En esa idea subyacía un profundo erotismo, especialmente tratándose de un hombre tan atractivo como Reid Sayers. Nunca en su vida ella había estado tan consciente de su condición de mujer. El calor de la mirada de él, cuando no la contenía, era como una caricia. Lo había visto aspirar profundamente el aire junto a ella y sonreír, como si estuviese disfrutando de la fragancia de su perfume de gardenias.
Ella sentía que ciertas partes de su cuerpo se estremecían y otras se distendían bajo el vestido de seda, cada vez que él la rozaba. Eso la asustaba, pero también la entusiasmaba y la tentaba.
Sin embargo, no estaba segura de que esa relación fuese a funcionar más allá de la noche estupenda que habían pasado. Había muchos problemas, muchas diferencias entre ellos. Había muchas personas en medio y demasiada falta de privacidad.
Ella no tenía dudas de que el rumor de que ellos dos estaban juntos en Nueva Orleans ya estaría circulando por Greenley. Podía escuchar en su imaginación los teléfonos sonando y ver a las personas haciendo comentarios en el almacén. La imaginación de aquellos que tenían como único entretenimiento la televisión, era sin límites. Probablemente los imaginaban desnudos en la habitación de algún hotel, bebiendo champán y haciendo cosas salvajes y lascivas con lo que quedaba en la botella.
-¿En qué estás pensando? -preguntó Reid, intrigado por el rubor de sus mejillas.
Ella se volvió, lo miró y respondió con voz áspera.
-En la naturaleza humana.
La noche avanzaba. Cammie comenzó a sentir molestias en sus pies, calzados en zapatos también de seda negra, después de estar tanto tiempo de pie. La funcionaria de la embajada, muy elegante en un vestido amarillo de Saint Laurent bien corto, se había llevado más lejos a Reid para presentarlo a unos amigos. Los dos estaban de pie en un rincón y ella aparentemente hablaba tan bajo que Reid debía inclinarse a pocos centímetros de sus labios para escucharla.
La francesa no era la única mujer en el salón que había notado la presencia de él. Un par de jóvenes maestras pasaron a su lado al menos tres veces sosteniéndole con gran simpatía. Una mujer de rojo, con una melena increíblemente negra, lo miraba con pasión. También una pelirroja con vestido de pedrería le mandaba señales por encima del hombro de su calvo esposo.
De alguna manera era gracioso, pero hubiese sido más entretenido para Cammie si él no hubiese sido tan consciente de todo lo que ocurría.
Ya era tiempo de irse.
Cammie conocía a algunas parejas que llevaban mucho tiempo casadas, a las cuales les bastaba una mirada a través del salón para comunicar que ya había tenido suficiente. Era improbable que ese método funcionase entre ella y Reid, pero podía intentarlo. Echó una mirada en dirección a él.
Reid levantó la vista, le sonrió y asintió imperceptiblemente.
En ese momento, Cammie sintió un ligero toque en su hombro:
-Señora Hutton, he estado toda la noche deseando poder hablar unas palabras con usted, pero ha estado todo el tiempo rodeada de gente. ¿Sería tan amable de concederme un momento?
Cammie se volvió y vio al senador Grafton detrás de ella. Era alto y un poco encorvado, y tenía el rostro alargado, el cabello lacio y un aire melancólico semejante al que se observaba en los últimos retratos de Jefferson Davis. En verdad estaba lejanamente emparentado con ese antiguo presidente confederado, situación que había manejado con habilidad, ya que él era un demócrata y dependía del voto de los negros. Ella le dio la mano y lo saludó amablemente, y luego se quedó esperando saber qué deseaba de ella. No tardó mucho en decirlo:
-Sé que usted es uno de los miembros más prominentes de la generación joven de Greenley y no dudo de la gran influencia que usted tiene allí -comenzó el senador con una sonrisa-. Quisiera pedirle su apoyo para impulsar el arreglo con la fábrica de papel. El grupo sueco está ansioso por entrar en el mercado americano, pero no quieren tener muchos problemas. Sé que la vieja guardia del pueblo no es muy progresista, y probablemente muevan sus influencias para evitar la venta, pero imagino que usted estará de acuerdo con que la perspectiva de dos mil puestos de trabajo es mucho más importante que la tradición.
-¿Quiere usted decir que una empresa sueca está negociando para comprar la fábrica?
-¿No lo sabía? Supuse que estaba al tanto, al verla aquí con Sayers... -dijo el senador, visiblemente incómodo con su error.
-No, no lo sabía -dijo Cammie con inocencia-. Y no estoy segura de que esa idea me convenza, si es que va a haber algún tipo de expansión.
-Los beneficios para la zona serán enormes en lo que concierne al aspecto financiero.
El padre de Cammie siempre había sido un conservador. Ella estaba familiarizada con la discusión acerca de lo industrial versus lo ecológico. Su interés en las tierras que rodeaban Evergreen había acrecentado su interés en esas cuestiones. Ella inclinó la cabeza y dijo:
-Pero la fábrica, trabajando dentro de los límites de su capacidad actual, mantiene un buen equilibrio con los campos y los cursos de agua de la zona. ¿Qué sucederá si aumenta la capacidad industrial?
El senador Grafton se tocó el nudo de la corbata y su rostro adquirió una expresión de incomodidad:
-Ese no es mi campo de acción, pero estoy seguro de que se harán todos los esfuerzos necesarios para actuar según las normas.
-Las normas están bien, pero no siempre controlan la calidad del agua que bebe y el aire que respira la gente. Dos mil puestos de trabajo más significarían supongo, el doble de la producción actual. Sería necesario cortar el doble de árboles y desmontar el hábitat de la fauna silvestre. ¿Se ha pensado cómo se van a medir esos efectos?
-En realidad no lo sé. Mi papel, como usted debe saber, consiste en persuadir a la industria, local o extranjera para que se establezca en el estado de Luisiana, aumente los ingresos y mejore la calidad de vida de la gente.
El senador, al darse cuenta de que Reid se acercaba, vio la ocasión de escapar. Acabó diciendo pomposamente:
-Mi preocupación, por encima de todo, es la gente. En cuanto a lo demás, le sugiero que lo converse con Sayers. Siendo el hombre que tiene la mayor parte de la fábrica, es el que tomará la decisión final.
El senador dividió una formal reverencia entre los dos y se alejó. Reid lo miró y se volvió hacia Cammie:
-Supongo que puedo adivinar de qué hablaba.
-Me temo que sí -su voz, aunque baja, revelaba furia-; ¿por qué no me lo dijiste?
Después de pensar unos instantes, Reid respondió:
-Tenía otras cosas en mente. Además, no hay mucho que decir al respecto. Me gustaría hablarlo, si tú lo deseas, pero no aquí. ¿Te parece durante la cena?
Un restaurante sería un terreno neutral y en ese sentido, mucho mejor que el apartamento donde ella paraba. Estar a solar con él no parecía una buena idea en ese momento. Entonces dijo simplemente:
-¿Dónde?
-Tenemos una reserva en el Luis XVI -dijo mirando su reloj- aproximadamente ahora.
El Luis XVI era un sombrío y elegante restaurante decorado en oro y rojo y era uno de los bastiones de la cocina francesa. El dueño era uno de esos profesionales nada serviles. , que pueden encontrarse sólo en dos lugares de Estados Unidos: Nueva York y Nueva Orleans. Cammie se sintió halagada por las atenciones que le dispensaba Reid esa noche. También disfrutó de los varios soberbios platos que les sirvieron. Sin embargo, su mayor preocupación era la fábrica de papel.
Aparentemente Reid estaba diciendo la verdad: aún no se había definido la venta. Los representantes del grupo sueco habían visitado la fábrica y habían recorrido la zona para ver la reserva de árboles con que contaba la papelera Sayers-Hutton y las otras tierras que estaban arrendadas por noventa y nueve años. Habían hecho arreglos para que un estudio contable independiente controlara la operación y no se había fijado fecha para dentro de dos semanas. Sin embargo, aún no se había hecho una oferta formal y no había ningún compromiso firmado.
Cammie escuchó la versión que Reid le daba, y atendiendo, no sólo a lo que decía, si no también al tono de su voz. Cuando acabó, ella se reclinó en su silla y le dijo:
-Por eso volviste al pueblo, ¿verdad? Para vender la fábrica.
-Regresé porque mi padre me mandó llamar. Punto. Esa misma noche tuvo un ataque cardíaco y me pregunto si su preocupación por la venta no tuvo que ver en eso. No diría que esa perspectiva no me resultara atractiva. En realidad lo es y tú lo sabes.
Sí, ella lo sabía. También sabía que él podía haber mencionado este proyecto cuando hablaron acerca de la posibilidad de que él se hiciese cargo de la fábrica. No lo había hecho, ¿por qué? ¿Era porque quería mantener el negocio en silencio hasta que estuviese concluido, para no tener oposición? ¿Era que había considerado que la venta era un asunto personal de él?
Para ser justos, el asunto no era de su incumbencia. Aunque Keith y su hermano Gordon controlaban una parte de los intereses, la fábrica en realidad pertenecía a Reid. Él podía disponer de ella como quisiese. No tenía obligación de decir ni siquiera lo que había dicho esa noche. Sin embargo, había muchos destinos implicados en esa decisión.
Posando sus dedos en la copa, Cammie la hizo girar y vio como la vela que alumbraba la mesa brillaba a través de ella.
-¿Has pensado en cómo va a afectar esto a Greenley y al resto de la zona?
-No he pensado más que en eso -respondió él enseguida-. Greenley se muere, ¿te has dado cuenta? La mitad de los comercios de la calle principal cerraron. Dos de cada tres concesionarios de automóviles ya no trabajan. Antes había tres cines, siete u ocho cafés y tres o cuatro barberos. Ahora no hay nada. ¿Dónde se han ido?
-Muchos negocios cerraron después de abrir la gran tienda, pero esa tienda sola emplea a más personas que todas las demás. Los cafés cerraron cuando abrieron los restaurantes de comida rápida y los barberos se trasformaron en peluqueros unisex. Por otra parte, el problema parece ser que las personas son más nómadas hoy en día. Prefieren ir a las grandes ciudades, donde tienen más opciones para comprar coches, ropa y más sitios donde ir a comer. No es el único lugar de donde se va la gente.
-Pero se van -insistió Reid-. Aún con la mejor voluntad de mantener a los empleados, la fábrica ha tenido que automatizarse para poder competir. Tenemos menos empleados que hace diez años.
-También nacen menos niños -señaló Cammie.
-Es verdad, pero esa no es la cuestión. Hay que gastar más dinero en educación. Los chicos se gradúan en la Universidad y no tienen nada que hacer en Greenley. Se van a Nueva Orleans y a Baton Rouge. También se van a Atlanta y a Los Angeles. No debería ser así.
-Tal vez. Pero lo que necesitamos es otra industria. No necesitamos más de lo mismo. Greenley ha sido un carro con un solo caballo, un pueblo alimentado por una sola fábrica durante demasiado tiempo.
-Estoy de acuerdo -dijo Reid-. Pero eso no va a suceder hasta que no tengamos un mejor acceso a los mercados nacionales, lo cual dará lugar a una buena autopista en el norte de Luisiana. Eso no sucederá hasta que no ingrese más dinero en el tesoro del Estado. Eso no se arreglará hasta que la economía no cambie y genere más dinero. Estamos hablando de años. Lo de los suecos es ahora.
-Extraerán demasiada madera -dijo Cammie inclinándose hacia él-. Sin las raíces de los árboles en el suelo, las lluvias correrán hacia los cursos de agua y los ríos y lagos se llenarán de sedimentos. Muchos de los cursos de agua se están recuperando ahora de la polución de los años cuarenta y cincuenta. No podrán tolerarlo. La zona perderá en lugares turísticos lo que ganará en industria.
-El servicio forestal supervisa los cursos de agua -dijo Reid con un poco de impaciencia. Nunca permitirán que las cosas se deterioren tanto.
-Es posible que sea así, pero no les importará perder un par de arroyos. Eso se va sumando...
-Pero mientras tanto se crearán dos mil puestos de trabajo. Eso significará que dos mil familias podrán quedarse o que podrán establecer nuevas familias. Serán varios miles de personas con un mejor nivel de vida.
-Hay algo más -insistió Cammie-. El único lugar adonde pueden expandirse es por detrás de la fábrica. Ese es un bosque virgen, uno de los pocos que quedan en el estado. Nunca han talado allí, excepto para abrir algún sendero para las excursiones y para unos pocos viandantes.
-Soy bien consciente de eso -dijo Reid apretando los labios- ya que mi padre y mi abuelo llegaron a extremos para preservar eso.
-¿Sabes también que esa es la zona donde anidan la mayor parte de los pájaros carpinteros del estado? ¿Sabes que esa es una especie en peligro de extinción?
-No es el único lugar donde pueden anidar.
-No -respondió Cammie, percibiendo el tono defensivo de la voz de él-. Todos los pájaros carpinteros necesitan viejos árboles que se pudran de manera natural, pero la especie de cabeza roja es la que más lo necesita. Tienen nidos muy grandes y no pueden construirlos en árboles jóvenes como los que planta el servicio forestal. Además, allí no tienen la gran población de insectos que necesitan. Y, lo que es más importante, precisan árboles de madera dura, no los pinos que plantan ahora.
-¿Desde cuándo -preguntó él irritado- eres una experta en el hábitat de los pájaros carpinteros?
-Los he observado toda mi vida. Mi padre era un aficionado de los pájaros. Solía llamar a esos carpinteros cabeza de indio.
-Mi padre también lo hacía, y siento gran simpatía hacia los pájaros carpinteros. Sin embargo, debo decirte que las personas son para mí más importantes que los pájaros.
-Estás copiando al senador -dijo ella ofuscada-. Al menos podrías ser original.
-Tal vez el senador me esté copiando a mí.
Ella lo miró largamente. Sus manos le temblaban de furia y malestar.
-No importa quién lo haya dicho antes. Es una excusa para hacer lo que más te conviene. Lo que aquí corresponde no importa.
-En ese caso -dijo Reid tranquilo- creo que es una cuestión opinable.
-Muy bien. Así podrás conformar tu conciencia mientras tomas el dinero y te vas.
-¡No es tan fácil! -Exclamó, y sus ojos destellaban como una llama azul.
-Ciertamente no va a ser fácil. Yo me ocuparé de que no lo sea. Organizaré comités, haré peticiones, convocaré a la prensa. Haré tanto ruido que tendrán que escucharme. Desearás no haber escuchado nunca hablar de los suecos.
Él quitó el plato de en medio y se inclinó hacia delante, como para tocarla, pero se retrajo al ver la reacción de ella:
-Escúchame, Cammie -dijo honestamente-. Si haces todo esto por lo que sucedió anoche entre tú y yo...
-¡No tiene nada que ver con eso!
-¿No? Creo que estás asustada. Creo que quieres apartarme de tu vida y esa es una excusa tan buena como cualquier otra.
Ella se sentó derecha y clavó sus uñas en sus manos tensas:
-si quisiera librarme de ti no necesitaría una excusa.
-Te podría resultar más difícil de lo que supones, pero no hay problema. Me voy.
-Te dije...
-Lo hiciste -interrumpió él- pero no creo que haya alguien que quiera tanto a los pájaros carpinteros.
El dueño del local se aproximó por detrás de Reid y escogió el peor momento para preguntar si deseaban algo más.
-Sí, la cuenta -respondió Reid, con los ojos tan estáticos, que se notaba eran sólo un escudo para evitar impulsos demasiado violentos.
Con el rostro más blanco que la servilleta que llevaba en su brazo, el hombre se apresuró a hacerlos salir del restaurante.
Reid llevó a Cammie de regreso al apartamento, pero no entró. Ella no lo invitó, pero tampoco estaba segura de que él hubiese aceptado. Estaba contenta, se dijo con furor. Ella no era la clase de mujer que se excitaba sexualmente con el enojo. Además, no tenía sentido fijarse en un hombre al que le importaba más el dinero que las bellezas naturales. Por unas horas había pensado que Reid era diferente. Lamentablemente eso no era así.
Lo que quedaba del congreso pasó sin pena ni gloria. Asistió a los encuentros, participó de los comités, pero ni se enteró de lo que se habló y se decidió. Se reunió a beber con amigos, pero no registró siquiera qué le dijo a quién.
Caminó por el barrio francés y admiró las obras de los artistas ambulantes de la Plaza Jackson y se detuvo a beber café con leche y a comer buñuelos en el café du Monde y compró un brazalete en un negocio de antigüedades de Royal Street. Llevó a una amiga a conocer las viejas casas del barrio Jardín y compró un traje de verano en Canal Place. Pasó la velada en casa de Pat O’Brien tratando de beber hasta el final un cóctel llamado Huracán. Todo fue agradable, pero nada absorbió más que la superficie de sus pensamientos.
Dedicó su tiempo libre a escribir notas acerca de las cosas que haría a su regreso, dando forma a las amenazas que había formulado a Reid. Haría una campaña de oposición como él nunca había visto. Era posible que él no cambiase de idea, pero cuando acabara se daría cuanta de que le habían dado pelea.
Fue un alivio cuando el congreso acabó y pudo comenzar el largo camino a casa.
La última cosa que deseaba, cuando abrió el portón de Evergreen al atardecer del domingo, era ver el Land Rover de Keith en el jardín. Se sintió molesta y frenética. Su coche le estaba bloqueando el camino al garaje y aparentemente Keith había entrado en la casa.
Estaba en la cocina, de pie junto al refrigerador abierto, comiendo dulce de durazno con una cuchara y bebiendo leche directamente del envase.
-Me dio hambre esperándote -dijo con una sonrisa infantil, mientras veía el disgusto en el rostro de ella. Además, nadie hace el dulce de durazno como Persephone.
Cammie dejó su bolso sobre la pared y apoyó su mochila de cuero negro sobre la mesada. Con voz controlada, preguntó:
-¿Cómo entraste?
Él dejó el dulce en el refrigerador y tomó un buen trago de leche antes de responder:
-Vi al esposo de Persephone por aquí, trayendo tu cena y le dije que yo la traería a la casa.
Eso significaba que había interceptado e intimidado al marido de Persephone, un hombre que lo doblaba en edad y que tenía una pierna artificial y había conseguido que le diese la llave de la casera. Se preguntaba cuánto tiempo habría estado esperando allí.
-Las cerraduras de las puertas de esta casa tienen más de cien años. De no ser así las hubiese cambiado. Quiero que me des la llave de Persephone para no tener que hacerlo ahora.
Él buscó en su bolsillo y luego dudó. Mirándola y sosteniendo la llave en la mano, le dijo:
-Haremos un negocio.
-¿Qué quieres decir?
Tomó el último sorbo de leche, cerró el refrigerador y dejó la cuchara sobre la mesa. Tomando un papel amarillo de su bolsillo, se lo acercó a través de la mesa.
-Esta es la estimación de los daños del Rover.
Cammie pensó en que tiraría el resto del dulce y en que debería comprar más leche. Sin tocar el papel, preguntó:
-¿Por qué me haces el honor de mostrarme esto?
-No seas así, nena. Sabes que me has costado un par de faros, por no hablar de un guardabarros nuevo.
No estaba de humor para eso. Así es que le respondió:
-No soy tu nena, nunca lo fui y lo sabes perfectamente bien. Desprecio a los hombres que llaman a sus mujeres por sobrenombres infantiles. Si tienes problemas con tu Rover, eso no tiene nada que ver conmigo. No soy de ninguna manera responsable de tus deudas.
-¡Pero yo no tengo dinero! -exclamó él abriendo los brazos.
-Y yo sí lo tengo, ¿verdad?
-Y además tú lo hiciste. Lo sabes.
-Por buenas razones.
-Oye, yo soy el que debería estar enojado. Tú me disparaste. Y yo tan sólo estaba conduciendo por el camino.
-Me estabas acosando y me amenazaste.
-Me enfureciste tanto que me propasé un poco. A cualquier hombre le hubiese ocurrido. Debes pasarlo por alto.
-Creo -dijo ella mirándolo fijo- que más bien iré a buscar la pistola y trataré de mejorar mi puntería.
-Me preocuparía si no supiese que eres incapaz de matar una mosca, mucho menos a mí.
Su voz implicaba una advertencia cuando ella respondió.
-No te conviene apostar en ese sentido.
Enseguida se dio cuenta de dónde había adquirido ese tono: de Reid y de sus efectivas advertencias.
Keith abrió los ojos y llevó hacia atrás la cabeza:
-Debes haber tenido un fin de semana muy malo para estar con ese humor, querida. ¿Qué sucedió? ¿Reid Sayers no estuvo a la altura de las circunstancias?
Ella siempre había sabido que Keith era un tipo mediocre y egoísta, pero no se había dado cuenta de lo mal dotado que estaba hasta que había estado con Reid Sayers. Ese conocimiento no la suavizó nada. Amenazante, le dijo:
-Vete.
-No seas así, querida. Mientras esperaba estuve pensando en tu pequeño episodio con Reid. Sé que tenías curiosidad, por el hecho de no haber estado nunca con otro hombre más que conmigo. Te comprendo, créeme que te comprendo.
-¿Fue ese el motivo por el cual tú saliste a buscar algo diferente? ¿Fue por curiosidad?
-Diablos, un hombre necesita variedad. Tal vez una mujer necesite lo mismo. No lo sé.
-Supongo que no importa que hieras a alguien en el camino, a alguien como Evie Prentice.
-La dejaremos fuera de esto, sino te importa -dijo él con una mueca.
-No me importa para nada. Vuelve con ella. Allí es donde perteneces.
-No crees eso realmente. Son celos. En realidad quieres que volvamos a estar juntos. Sé que quieres eso. De no ser así, hubieses cambiado tu testamento.
Hacer ambos testamentos nombrándose mutuamente beneficiarios les había parecido lo más lógico al comienzo del matrimonio, era una cuestión de planteamiento, de seguro de salud y vida. Hacía una eternidad que ella no pensaba en esas cosas. Con una sonrisa irónica, ella le respondió:
-Gracias por recordármelo. Lo haré mañana.
-Vamos, Cammie, ¿a qué me quieres obligar? ¿A que me arrodille y te ruegue?
-No, gracias, aunque sería un buen cambio.
-Estoy tratando de tener la grandeza suficiente como para pasar por alto tu asunto con Sayers. ¿Acaso eso no demuestra lo mucho que deseo volver a estar contigo?
Ella misma se sorprendió de su propia risa:
-Tal vez. Pero también demuestra que no tienes la menor idea de cómo me siento. Quiero que salgas de esta casa. En caso contrario llamaré al sheriff.
-No lo harías -mientras ella se dirigía al teléfono, él se apresuró a agregar-: Está bien, está bien. Espera un momento. -Se mordió los labios cuando ella cubrió el receptor con la mano. Por último, se encogió de hombros-. De acuerdo, dame el dinero para la reparación y te daré la llave. Me parece un trato justo.
Posiblemente valía la pena, pero ella no iba a ser tan estúpida, para darle el dinero. En una semana regresaría sin el dinero y con la deuda sin pagar.
-Dame la lleve y el presupuesto, y yo me ocuparé.
-¡Dios! Antes eras una muchacha tan dulce y confiada.
-Eso fue antes de casarme contigo.
-He escuchado que Sayers es un asesino de mujeres -dijo él con una mueca-. Será mejor que te alejes de él.
Ella lo miró y de pronto recordó. Con movimientos lentos tomó la llave y el presupuesto:
-Dime, ¿sabías que hay una empresa interesada en comprar la fábrica?
-¿Cómo lo supiste? -respondió él con una mirada desconfiada.
-No importa. Tú lo sabías, pero nunca le dijiste una palabra a nadie. Si lo hubieses hecho, lo hubiese sabido todo el pueblo. Me pregunto por qué lo mantuviste en silencio.
-Era una cuestión de la fábrica. Además, aún no había nada arreglado. Se trataba tan sólo de una oferta preliminar. Hubiese pasado por tonto si me hubiese puesto a hablar de eso y luego hubiese quedado en la nada.
Eso le parecía demasiado prudente para ser cierto, de modo que Cammie supuso que había algo más que él no le estaba contando:
-Supongo -dijo con aspereza- que te parece bien.
-¿Por qué no? Gordon y yo no sacaremos tanta ventaja como Sayers, pero de todas maneras será una buena ganancia.
-Pero si nos reconciliamos -de pronto la asaltó la idea-, si vivimos juntos para el momento en que se venda, entonces me correspondería la mitad de lo que tú obtengas. Supongo que eso no te gustaría.
Él dio unos pasos hacia ella y sólo se detuvo cuando ella se apartó. Tomándole la mano. Le dijo:
-No me importaría, sinceramente. Tal vez mejoraría las cosas entre nosotros, ya que tú ya no seguirías siendo la que tiene el dinero.
-El tuyo se iría en un año -dijo ella mientras meneaba la cabeza- y volveríamos al punto de partida.
-Bien, Cammie -dijo él con los ojos bien abiertos y la voz baja-, ¿sería ese un lugar tan malo?
Ese olor de la fábrica de papel, una mezcla de repollo hervido y efluvios de alcantarilla, le había resultado odioso a Reid durante su infancia. Siempre se había sentido responsable de eso, ya que su familia era la dueña de la fábrica. Su padre, un hombre práctico, siempre había dicho que para él ese era el olor del dinero. Eso era cierto. La mayor parte del dinero que circulaba por el pueblo tenía ese origen.
Reid, de pie en la oficina de su padre, exhaló suavemente. Todo allí tenía la marca de ese olor familiar: la silla de cuero, los papeles de los archivos, los cuadros que había en las paredes de los edificios de la fábrica. Todo, hasta las cortinas de la ventana frente a la que estaba de pie. La oficina también exhalaba un tenue aroma a cigarros cubanos que eran una licencia de su abuelo. Ese olor le traía recuerdos. Podía vivir con él sin problemas.
Apoyado en la ventana, mirando el complejo de edificios, sintió un nudo en la garganta. Había fábricas de papel más grandes en el sur, pero pocas eran más eficientes que esta. Sayers-Hutton tenía su propia planta de energía a vapor, así es que no dependía de otros suministros. La parte maderera era un modelo. Desde los amplios portones donde se alineaban los camiones para descargar los troncos, hasta la gran grúa portátil que llevaba la madera hasta las descortezadoras y cortadoras. Luego estaban los grandes receptores donde se mezclaba la madera molida con poderosas sustancias químicas, que arrojaban al aire el humo regulado pero de todas maneras oloroso en un horario riguroso. Las máquinas que hacían el papel regían a un ritmo constante, tomando la pulpa de la madera y transformándola en papel marrón tipo Kraft. La división de bolsas tomaba algunos de los rollos y los trasformaba en bolsas y sacos, pero la mayor parte eran llevados a las hileras de camiones y remolques que esperaban para transportarlos.
Hubo una época, al comienzo, en que el papel era transportado por tren, y la fábrica tenía sus propios vagones. La fábrica de papel y el ferrocarril habían aparecido al mismo tiempo y dependían el uno del otro. Las viejas vías todavía serpenteaban en el interior de la fábrica, recordando viejos tiempos.
La fábrica había crecido, se había expandido, había cambiado con el tiempo. Reid sabía que todavía seguiría cambiando, aun cuando no se diera lo que los suecos. Sin embargo, él consideraba el posible cambio de dueño, a la gran expansión, como una forma de progreso. La única diferencia sería que él y los Hutton ya no tendrían relación directa con la fábrica.
Él suponía que era una vergüenza que la tradición familiar acabase con él. Su padre, su abuelo y el viejo Justin estaban orgullosos de lo que habían logrado y de la contribución que habían hecho al desarrollo industrial del sur y a la mejora del nivel de vida de la población. Él también lo estaba a su manera. Solamente que no estaba seguro de querer vivir para ese papel marrón.
Antes de la aparición de la fábrica, la zona de Greenley, al igual que todo el resto del norte de Luisiana, había sido una región agrícola. Hacia 1840 había algunas casas como Evergreen, pero la mayor parte de los establecimientos eran granjas de subsistencia. La vida en ellas estaba atada a la tierra y eso había sido bueno en los años buenos, cuando la lluvia caía y los insectos se mantenían a raya, pero era pésimo en los años malos.
Las reses y los cerdos vagaban libremente por el bosque y la gente criaba vacas lecheras y pollos y cultivaba hortalizas y frutales. También procesaban el maíz, producían miel de caña, cardaban el algodón y la lana, lo hilaban y hacían su propia ropa. Vendían el algodón, pero lo único que alcanzaba a comprar con él era harina, zapatos de cuero, rifles, cuchillos, algún medicamento y alguna tela especial para un vestido de domingo.
Pocos granjeros de esa zona habían llegado a tener esclavos. Los que los tenían, apenas podían mantener un par de brazos para ayudar en el campo y tal vez a una mujer para ayudar a la esposa con las interminables tareas hogareñas, la costura, la cocina y el cuidado de los bebés que llegaban regularmente año tras año.
La Guerra entre los Estados cambió muy poco las cosas. Los granjeros y los antiguos esclavos habían trabajado por igual para lograr vivir de una tierra que nunca había sido demasiado rica y se habían ido hundiendo en una depresión espiritual y económica cada vez más profunda, de la cual en realidad nunca lograron salir.
La instalación de la fábrica de papel hizo las cosas más sencillas. Los granjeros dejaron las tierras para obtener un sueldo fijo que les permitía comprar ropa en la tienda, coches, lavadoras y juguetes para Navidad. La gente se había establecido en el pueblo, para estar más cerca del trabajo. Las tierras que habían pertenecido a las granjas fueron tragadas nuevamente por los bosques de tal manera que aún a los antiguos habitantes les costaba decidir por dónde habían estado algunas propiedades.
La tierra que había sido tratada especialmente para cultivar el algodón hacía crecer los árboles sin ningún problema. Crecían activamente nueve meses y las raíces crecían los otros tres, haciendo de la producción de árboles la más rápida del mundo. En los últimos veinte años, la madera se había transformado en el principal recurso natural de Luisiana, proveyendo el sesenta y uno por ciento de sus ingresos agrícolas. El estado estaba produciendo cada año un diecisiete por ciento más de madera. No era extraño que los suecos estuviesen interesados.
La puerta de la oficina se abrió detrás de Reid. Gordon Hutton, un hombre de grandes mofletes y fino cabello marrón grisáceo entró en la habitación. Con voz burlona y un poco blanda, dijo:
-Mi secretaria me avisó que usted había aparecido esta mañana. Lo he estado esperando todos los días durante un mes. Haré que quiten mis cosas de aquí.
El primer impulso de Reid fue decirle al hombre que no se molestase. No debía hacer eso. Necesitaba tomar el control e instalarse en algún momento, y bien podía ser ahora. Además, le había causado mala impresión ver las pertenencias de otra persona en el escritorio de su padre, darse cuenta de que otra persona, y alguien pesado, había estado sentado en su silla. Era curioso, nunca había sido del tipo posesivo, pero estaba comenzando a dar señales de serlo. Pensaba que eso había comenzado al regresar, o tal vez el día que había detenido a Cammie en el bosque.
-Se lo agradecería -dijo. Sonrió y continuó sonriendo mientras se acercaba para estrechar la mano del hombre.
-Tengo una cantidad de problemas que debo resolver inmediatamente esta mañana -dijo Gordon Hutton-, en cuanto quede libre, lo llevaré a recorrer el lugar, para que vea lo que hemos hecho mientras usted no estaba.
Detrás de la afabilidad del hombre había condescendencia. Eso crispaba los nervios de Reid, que le dijo:
-No se moleste. Prácticamente me he criado aquí. Encontraré el camino.
-Así que usted estaba aquí. Mi padre no nos dejó ni a Keith ni a mí pisar este lugar hasta que no estuvimos en la Universidad. No quería que lo molestásemos mientras trabajaba. Siempre pensé que era poco previsor.
-Sin embargo, aquí está usted, disfrutando del trabajo, mientras que yo le tengo terror.
-Ya que usted lo menciona, debo decir que nunca pensé que lo volveríamos a ver por aquí. Todos creíamos que el viejo Greenley no sería atractivo para usted, después de haber rondado tanto por el mundo.
-Es gracioso -dijo Reid mirando al otro fijamente - como suceden las cosas.
-Lo es- repuso Gordon, inexpresivo-. Lo dejo para que se siga acomodando- dio media vuelta y se fue cerrando la puerta tras de sí.
Cammie tenía razón. A Gordon no le gustaba nada su regreso. Mirando al hombre, Reid se preguntaba si se hubiese dado cuenta en caso de que n o se lo hubiesen advertido, Probablemente no.
Gordon no había sido nunca una persona especialmente agradable. Había sido robusto aún de niño y se aprovechaba de su tamaño para molestar a los otros niños. Además, el hecho de ser el hijo del patrón le permitía intimidar al resto. Reid, aunque era varios años menos, no caía bajo esas tácticas. Sin embargo, eso no había que hecho que Gordon dejase de intentarlo. Según parecía, aún seguía tratando de hacerlo.
Reid esperó unos minutos para ver si venía alguien a desocupar la oficina. Como nadie lo hizo, apiló todos los papeles, los colocó con todo lo que no necesitaba y arrojó el montón al suelo. Tomó un lapicero y un anotador y los dejó preparados sobre el escritorio y se dirigió al rincón, donde había una vieja caja de seguridad de hierro, reliquia de los tiempos antiguos. Se arrodilló y tocó los adornos rojos y dorados de la puerta.
Cuando niño, la caja fuerte era para él la cosa más fascinante de la fábrica. No tenía más de cuatro años cuando su padre se la había dejado abrir por primera vez. Adentro, había encontrado una caja de caramelos. Su abuelo había fingido que era una gran sorpresa hallarlos allí. Olían a humo de cigarrillo, pero sabían bien. Después de eso, el privilegio especial que tenía Reid cuando estaba allí era ir a buscar cosas de la caja fuerte en la mañana y devolverlas por la tarde.
Una sonrisa apareció en su rostro al recordar la combinación de la caja en el momento en que tocó el dial. Lo sintió girar al tiempo que iba marcando los números y por primera vez pensó que ese era su lugar.
Allí estaba la documentación financiera y operativa, justo en el lugar donde siempre la ponían los Sayers. La única diferencia es que ahora eran papel impresos por la computadora, metidos en carpetas plásticas, en lugar de ser los viejos libros de cuero. Tomó las cuentas de hacía seis meses en adelante, cerró la caja y desparramó las hojas sobre el escritorio. Dos horas más tarde, todavía las estaba hojeando y tomando notas. Él sabía que las operaciones habían crecido durante los últimos quince años, pero no sabía hasta qué punto. Estaba asombrado.
La única manera de comprender los números era comparando porcentajes y promedios. Sin embargo, él estaba un poco asombrado por algunos de los hallazgos.
Investigó más a fondo y estaba ya comenzando a pensar que un día podría controlar las operaciones, cuando escuchó pasos apresurados que se acercaban a la oficina. La puerta se abrió con tanta fuerza que golpeó contra la pared.
Reid se puso de pie en menos de un segundo. Estaba preparado. Tenía la espalda contra la pared y el arma más próxima, un cortapapeles, en su puño crispado.
Keith Hutton entró, tomó nuevamente la puerta y la cerró de un golpe. Su voz revelaba un furor intenso:
-He querido hablar contigo durante los últimos tres días, Sayers. Ya era tiempo de que aparecieras.
Reid se aflojó un poco y distendió los hombros. Dejó el cortapapeles sobre el escritorio y giró en torno al escritorio, apoyándose contra él. Con un brazo sobre el muslo, dijo:
-Si de veras querías verme, creo que me podrías haber encontrado.
-Eso te hubiese gustado, ¿verdad? No soy tan tonto como para ir a buscarte al Fuerte. Demasiados hombres han tenido accidentes en el bosque.
Él se refería a algunos accidentes de caza y a otros asesinatos surtidos que tenían lugar de tanto en tanto en el bosque. La idea no merecía comentario alguno, por lo cual Reid se limitó a decir:
-Yo no tengo nada en contra de ti.
-Pero en cambio yo tengo mucho contra ti. Sé que te acostaste con mi mujer. Al diablo, todo el mundo en el pueblo lo sabe. Pero quiero que eso se termine aquí y ahora ¿está claro?
Durante unos instantes, el único deseo de Reid fue romperle los dientes, por el tono que usaba para referirse a Cammie. No hubiese sido difícil. El rostro agradable y el cuerpo atlético que una vez tuviera Keith se habían vuelto fofos. Sus ojos estaban inyectados y su mano se movía como si no pudiese mantenerla firme. Olía a licor.
Reid pensó que no valía la pena. Con una suerte de desprecio le dijo:
-Creo que Cammie es capaz de arreglárselas sola y de elegir a sus amigos.
-Pero tú no tienes nada que hacer cerca de ella -dijo agitando un dedo-. Todavía es mi esposa, hasta que el divorcio acabe.
-Según he oído, fuiste tú quien la dejó.
-Cualquiera puede cometer un error -dijo Keith apartando la mirada.
-Con una mujer como Cammie, no siempre se tiene una segunda oportunidad. -Él tenía sus propios resquemores respecto de ella. Algunos se remontaban a hacía años y otros eran recientes: del último fin de semana. No debería haber permitido que le hiciese perder la paciencia. No debería habérselo permitido, pero en realidad temía que ella tuviese razón respecto de la fábrica y de sus motivaciones. Pero eso no importaba ahora.
-¿Me estás diciendo que vas a continuar? -dijo Keith entrecerrando los ojos.
-Te estoy diciendo que fuiste un idiota al dejarla ir. También te estoy diciendo, ya que sacaste el tema, que eres tú el que debe dejarla tranquila. No me gustan los hombres que acosan a las mujeres.
-Me gustaría ver cómo hacer para detenerme -dijo Keith, sacando pecho como un adolescente en una pelea entre escolares.
-Sigue así y lo verás.
Algo en la voz de Reid, o tal vez en sus ojos, hizo que Keith cambiase de actitud. Dio un paso hacia atrás y, frunciendo el entrecejo, preguntó:
-¿Cammie te dijo que me amenazaras?
-No, fue idea mía.
-Eso pensé. No pareces muy feliz. Seguramente no te gusta el alboroto que ella está armando, así que tal vez no deba preocuparme.
-A Cammie no le gusta la idea de que la fábrica se venda, pero nada de lo que ella haga podrá hacerme cambiar de idea.
-¿Crees que no? -dijo Keith con un gesto extraño-. ¿Crees que venderás todo lo que quieras y que no habrá problemas? Y bien, viejo, suceden cosas graciosas.
Reid estudió al hombre.
-¿Hay algún problema en la fábrica? ¿Acaso crees que los trabajadores se van a oponer a la venta?
-Eso debes averiguarlo tú. Para eso ahora eres el patrón -rió Keith y, tambaleante como había llegado, se retiró de la oficina.
Reid se quedó de pie durante unos instantes. Sus pensamientos danzaban con precisión, aunque las conclusiones a las que llegaba no le gustaban para nada. Pasándose la mano sobre el cabello, volvió a su escritorio. Los números le parecían sin sentido.
Había roto el lapicero con la fuerza de su mano. Decidió irse de la oficina. Tal vez sería mejor ir a la fábrica. En todo caso, no podía ser peor.
A las siete de la tarde, Reid estaba de pie bajo su pino favorito, detrás de la casa de Cammie, mirando los automóviles que se agolpaban en el camino. Ella había convocado una reunión organizativa del grupo que se oponía a la venta de la fábrica. Él conocía a algunos de los hombres y mujeres que iban llegando, pero a muchos no los había visto nunca. Eso no importaba. Su servicio de informaciones funcionaba a las mil maravillas. Persephone había dado a Lisbeth un reporte completo de los invitados.
El dueño de un semanario, que actuaba como su propio reportero, estaría allí. También estaría la dueña de la estación de radio. Pensaran lo que pensaran sobre el tema, la reunión era una noticia, y, además, eran amigos de Cammie. El orador de esa tarde sería ese barbudo que conducía al grupo ecologista de la zona. También estaría presente Frederick Mawley, un abogado especializado en herencias problemáticas, divorcios contenciosos y casos de bancarrota. Su práctica era lucrativa, pero la gente rica del pueblo lo despreciaba.
Sorprendentemente, se suponía que también iba a estar el sheriff. La mayor parte de los oficiales hubiesen corrido millas con tal de evitar mezclarse en una controversia así. Sin embargo, al parecer el sheriff Bud Deerfield, además de ser el primo de Cammie, estaba preocupado por el probable incremento del delito que se produciría en caso de que la comunidad se agrandase. Además, ya tenía experiencia en las causas liberales. Él era contrario al uso de las armas de fuego para la prevención del delito, una idea que lo hacía impopular en una zona en la cual en casi todas las casas había al menos un arma. La gente se lo dejaba pasar recordando que su hija menor había resultado muerta jugando con un revolver y que su esposa se había vuelto alcohólica después de la desgracia.
El resto de las invitadas eran en su mayoría damas de la sociedad, del club de jardinería y de una media docena de activas asociaciones. Había un grupo que se hacía cargo del trabajo de caridad en el hospital de la comunidad Eran las “Damas rosadas” que hacían numerosas colectas y otras obras de bien. Eran algo así como la “sangre azul” de la comunidad. La mayor parte de ella no se veían así y, si alguna lo hacía, era seguramente la menos calificada. La mayoría se resistía a los cambios por principio, a menos que este cambio tuviese un efecto benéfico sobre sus hijos o sus nietos.
La noche era clara y templada. Reid podía oler la fragancia de las azaleas silvestres del bosque y de las cultivadas que crecían junto a los pinos del jardín. También llegaba, desde cerca de la puerta, un dulce aroma de loa olivos situados en la glorieta.
Después de un rato, pensó que en la glorieta semicubierta podría observar cómodamente sentado en las sillas que rodeaban la mesa de hierro.
En esa estructura octogonal en parte cubierta, con sus enredaderas trepando a los hierros, podía oler el aroma del café que servían junto con refrescos. Las ventanas de la cocina estaban abiertas, como así también una o dos de la sala.
Se arrellanó en una de las sillas y pensó en qué clase de pastel habría preparado Persephone, mientras escuchaba las voces que venían desde el interior. Se sintió abandonado y pensó con envidia en todos lo que eran bienvenidos y podían ir y venir sin problemas por la casa de Cammie. También antes había sentido envidia de Keith Hutton, su esposo.
La manera displicente como Keith se había referido a ella aún le hacía apretar los dientes. La idea de que ese hombre una vez hubiese tenido derechos sobre ella y los hubiese desperdiciado lo dejaba atónito. Si él hubiese estado en lugar de Keith, si hubiese tenido el privilegio de mirarla mientas se bañaba, de abrazarla mientras dormía, de hundirse en su suavidad cada vez que lo desease, hubiese estado dispuesto a matar con tal de no perderla.
Reid observó las ventanas de la casa y la puerta lateral. Cuando todos se hubiesen ido, controlaría todos los puntos de posible entrada. En realidad no era algo demasiado útil. Las viejas cerraduras eran fáciles de violar. A él le hubiese tomado quince segundos entrar por donde quisiese. De todos modos, controlar que todo estuviese lo más seguro posible lo tranquilizaba un poco.
Había pensado en esperar a que Cammie se durmiese y vigilar desde dentro de la casa. Ella nunca se enteraría: eso podía lograrlo sin ninguna dificultad y el lugar sería mucho más efectivo para la defensa.
A menos, por supuesto, que él fuese uno de los peligros de los cuales Cammie debía ser protegida. En ese caso, la táctica era aún poco peligrosa.
Él no debía haber ido nunca a Nueva Orleans. En los últimos dos días había tenido que aceptar ese hecho. Él mismo había fijado los parámetros de su relación con Cammie y ella los había aceptado. Luego él había tratado de cambiar las reglas de juego. Había sido una mala jugada.
¿Por qué había hecho eso?
¿Por deseo? Sí, eso era.
¿Era acaso la necesidad de comprobar la innegable atracción física entre él y una mujer que comprendiese las reglas necesarias para estar segura a su lado? Eso también.
Pero había algo más. La respuesta que había encontrado después de buscar profundamente en su interior, había sido que se trataba del ego. Él sabía cómo lo veía ello: como un hombre tosco, falto de finura y había querido mostrarle otra imagen.
En cambio, le había demostrado que no era para nada diferente de lo que ella pensaba.
Además, había descubierto que ella no confiaba en él, cosa nada asombrosa si se tiene en cuenta que él tampoco confiaba en él mismo.
La reunión parecía prolongarse eternamente. Reid aprovechó para tomarse una de esas siestas de cinco minutos que le permitían seguir alerta cuando debía estar mucho tiempo de guardia. Se levantó cuando el primer invitado se retiró y salió cerrando la puerta tras de sí. Pronto se produjo un éxodo general.
El último en irse fue Mawley, el abogado. Se quedó de pie en la puerta, durante un tiempo que le parecieron siglos. Sostenía una conversación que le permitía tocar de vez en cuando el brazo de Cammie. Reid, que había dejado la glorieta y se había dirigido a la parte trasera del jardín, se quedó de pie observando desde las sombras del garaje. El hombre era alto, con un cabello negro-plateado y un rostro delgado y aristocrático. Llevaba gafas con armazón negro y tenía el aire de un hombre que vive bien y que piensa que merece vivir aún mejor.
Tenía un aspecto que merecía más el nombre de Frederick que el de Fred. A Reid nunca se lo habían presentado, pero de vista ya le disgustaba.
Mientras continuaba la conversación, Reid se preguntó si Mawley estaría manejando el divorcio de Cammie. Eso podía explicar ala larga conversación. Sin embargo, no explicaba la manera familiar que tenía de inclinarse cerca de ella.
Cammie, tal ven en un esfuerzo por lograr que el abogado se fuese, caminó delante de él y bajó las escaleras del porche. Mawley, sin embargo, aún tenía al parecer muchas cosas que decir y continuó hablando.
La voz de Cammie adquirió el tono disciplente de alguien que trata de acabar con una conversación sin ser abiertamente grosero. Dijo algo acerca de que la llamase cuando tuviese listo el nuevo testamento y comenzó a regresar hacia la casa. El abogado la tomó de un brazo y la hizo quedarse en su lugar.
La paciencia de Reid se agotó. Salió de las sombras del garaje y caminó hacia la calle.
Cammie lo vio por encima del hombro del abogado. Abrió la boca durante un instante y luego la contrajo, amenazante.
-Bonita noche -dijo Reid cuando estuvo suficientemente cerca.
El abogado se volvió. Su expresión era de asombro y desagrado.
La voz de Cammie sonó seria:
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Caminando -dijo Reid con afabilidad.
-Te has metido en mi casa.
Él no respondió nada, sino que se quedó de pie junto a ella, mirando al invitado.
Los buenos modales tuvieron primacía sobre el desagrado, tal como Reid había pensado que ocurriría. Ella hizo la presentación de rigor.
-Sí, claro -dijo Mawley, extendiendo la mano-. Deberíamos habernos conocido antes. Me alegro de que finalmente nos hayamos encontrado.
Reid aceptó el gesto y no se dio por aludido respecto del gesto irónico que incluía. No hubiese sido inteligente por parte de un abogado ambicioso ser grosero con el dueño de la industria más importante de la región.
El hombre se volvió hacia Cammie:
-Te llamaré en la semana y hablaremos más en detalles. Mientras tanto, manténme al corriente.
Ella asintió con firmeza y ni miró en dirección a Reid. El abogado se subió a su Porche gris y partió.
-Estabas espiando mi reunión -dijo Cammie, dirigiéndose a él con los brazos en jarras antes de que Mawley hubiese alcanzado la calle.
El abrupto movimiento y el suave viento de la noche acercaron a Reid un suave perfume de gardenias y de mujer. El deseo lo golpeó como un puñetazo en el plexo solar, sus ojos se humedecieron y sus músculos se contrajeron en espasmos, mientras sentía el corazón golpear como un martillo sobre sus costillas. Se preguntaba, consternado, si ella podría sentir y oler su súbito calor animal.
-¿Yo? -preguntó tan inocente y naturalmente como pudo-, ¿por qué haría algo así?
-Por que temes que arruine tus planes y te gustaría detenerme.
Él la observó unos instantes, antes de responderle con tranquilidad:
-si decido vender la fábrica, lo haré, Cammie. Lo que estás haciendo no influirá. Las presiones no me pueden manejar.
-Veremos -dijo ella cruzando los brazos sobre el pecho-. Pero estabas espiando.
Él dejó que su mirada se posara sobre el rostro de ella y luego vagara por las suaves cuevas de sus pechos, levantados por los brazos. Sintió la necesidad de decirle la verdad y no vio razón para reprimirse:
-Sólo me sorprende -dijo riendo- que hasta ahora no te hayas dado cuenta.
-¡Lo admites! -exclamó ella bajando los brazos y abriendo los ojos asombrada.
-Te he espiado durante años -dijo descaradamente-. Te miraba durante horas mientras jugabas en el bosque, recogías violetas o uvas que yo había cortado antes y dejado al alcance de tu mano. Una vez me quedé a un metro durante horas, mientras leías sentada sobre una manta. Lo único que nos separaba eran unos matorrales, pero nunca supiste que yo estaba allí.
La confusión que inundaba el rostro de ella restauró un poco su equilibrio. Entonces ella formuló la pregunta, en un tono esquivo, casi reticente:
-¿Por qué?
Debía haber estado preparado para eso, pero no lo estaba. Pensó que ella tampoco estaba preparada para la verdad absoluta. Levantó los hombros:
-¿Por qué hacen esas cosas los chicos? Para ver si lo logran. Para ver si te dabas cuenta. Tú estabas invadiendo mis bosques. Tenía que estudiarte.
-¿Tus bosques?
-Yo estaba allí desde antes que tú. Después de un tiempo, espiarte se transformó en un deporte, como estudiar los hábitos de una ardilla.
-Un deporte -dijo ella, sintiendo un escalofrío mientras escogía sus palabras-. ¿Quieres decir que me mirabas por diversión, porque disfrutabas de eso? ¡Eres un voyeur!
La furia que lo invadió le impuso un helado dolor en la mente. Sin embargo, no hizo nada para aliviar la caliente necesidad de su cuerpo. Quería arrojarla sobre el pasto. Hacerla retractarse de esas palabras que ensuciaban algo que nunca había tenido el matiz indecente que ella le había dado. Quería que se tragara esas palabras y lograr que lo idolatrara, usando con ella casa artimaña sexual y cada truco de sensualidad que había aprendido. Luchó con tanta fuerza contra esos impulsos, que la transpiración le cubrió la frente. No respondió nada.
-Bien, espero que lo hayas disfrutado -continuó ella, furiosa-. Ahora sé que si te veo espiando otra vez por aquí debo llamar a la policía.
Se alejó y lo dejó allí de pie, mientras entraba a su casa y daba un portazo.
Reid se dijo reflexivamente:
-Sí, lo disfruté mucho. Y ahora lo disfruto más.
La cobertura que dieron los medios a la causa de Cammie durante la semana que siguió a la reunión fue en su opinión buena en general.
El periódico local había tomado una actitud un tanto remilgada, pero ella no esperaba otra cosa, dada la conocida postura absolutamente conservadora de su director. Lo importante es que los diarios de las ciudades cercanas más grandes habían recogido la noticia. La gente siempre se siente más impactada cuando las noticias locales llegan a los titulares de fuera del pueblo.
Parecía haber un cambio de actitud respecto de las cuestiones ambientales. Durante décadas, esos asuntos habían estado subordinados al progreso y al desarrollo industrial. Sin embargo, durante los últimos dos años, se había comenzado a prestar atención a cuestiones tales como la polución del agua, los desechos químicos y los daños al hábitat de los pájaros migratorios de Estados Unidos. Cammie pensaba que su lucha a favor de los pájaros carpinteros y del uso racional de los recursos naturales se inscribía en esta tendencia.
Otro indicio de éxito habían sido las llamadas telefónicas de los últimos días. Una media docena de personas habían aplaudido su deseo de seguir esta causa y otras cuatro habían expresado su voluntad de participar en la lucha. Otros cuatro le expresaron que se estaba equivocando de campaña y dos hombres hicieron llamadas obscenas, aunque en realidad parecían más enojados que excitados.
Cammie se preguntaba, mientras se dirigía al Festival del Pino, si Reid habría visto las noticias en los periódicos. Esperaba que así fuera, que las hubiese sufrido. Se daría cuenta de que ella se tomaba en serio esa pelea con él.
Todavía se sentía molesta porque él se hubiese aparecido la noche de la reunión. Eso era casi tan odioso como su sugerencia de que ella estaba haciendo uso de sus opiniones respecto de los árboles para poner una barrera contra él. ¿De dónde había sacado que sus convicciones eran una mera conveniencia personal? Ella se había preocupado por el medio ambiente mucho antes de encontrarse con él en el bosque aquella noche.
En cuanto a la idea de que estaba usando el problema de la fábrica para apartarse de él. ¿Para qué hacer eso? ¿Acaso no era ella la que prácticamente lo había seducido? Aunque la relación hubiese sido intranscendente, no hubiese existido de no ser por su iniciativa.
Ella no le temía. Si quería librarse de Reid después de la noche que habían pasado juntos, lo podía hacer sin elaborar una estrategia tan complicada.
Si él pensaba que ella estaba decepcionada porque la relación entre ellos había solo meramente física, que Cammie objetaba los límites que él había impuesto, estaba completamente equivocado. Ella no quería nada más de Reid ni de ningún otro hombre. En ese momento o había espacio en su vida para un compromiso afectivo.
Le gustaba la idea de ser libre, de hacer lo que quería cuando quería. Le gustaba poder ir y venir sin verse sujeta a preguntas ni a comentarios. Estaba encantada de no tener que preocuparse por la comida o la ropa de otra persona y de que nadie le dijese lo que debía hacer en las noches. Sentía que estaba comenzando a manejar su propia vida por primera vez en años.
No necesitaba de un hombre. Evidentemente no necesitaba a Reid Sayers.
Cammie frunció e entrecejo mientras miraba a través del parabrisas de su Cadillac. Un hombre mayor que iba en una camioneta levantó los dedos para saludarla. Ella respondió automáticamente y luego se dio cuenta de que no tenía la menor idea de quién era.
Está bien, debía confesarse a sí mima que había echado de menos a Reid. Se había descubierto pensando en él en muchos momentos, en las cosas que le había dicho, en las expresiones de su rostro, en la risa que solía aparecer en sus ojos. Había momentos en que podía sentir la presión de sus labios sobre los de ella o las caricias de sus manos. Era un gran esfuerzo no pensar en las horas que había pasado en sus brazos.
También sentía que le faltaba seguridad. Junto a él se sentía absolutamente protegida. En la cama a su lado había dormido como cuando niña.
Era extraño. Evergreen le resultaba querido y familiar, y raras veces había sentido temor abiertamente. Sin embargo, sabía que de alguna forma, siempre había estado en guardia. Aun cuando Keith estaba allí, se había sentido insegura. A su esposo raras veces se le había ocurrido controlar si las ventanas y las puertas estaban bien cerradas y dormía tan profundamente que pocas veces registraba los ruidos que a ella la sobresaltaban. Con Reid había sido diferente. Había podido bajar la guardia, sabiendo que no era necesario estar atenta. Eso la había hecho sentirse bien.
Sin embargo, extrañar a un protector no era lo mismo que añorar a un amante. Eran cosas bien diferentes.
Está bien. Podía admitir que también la intensidad y la profundidad del placer físico la habían ayudado a dormir profundamente. Reid había sido en ese sentido mucho más considerado de lo que Keith jamás hubiese siquiera imaginado poder llegar a ser.
Reid también había sido muchas otras cosas: había sido fuerte, generoso, dulce y eficiente. En sus brazos había encontrado magia y rudeza.
El súbito dolor de una profunda añoranza la tomó por sorpresa. Con esfuerzo, la dejó de lado, ¿qué sentido tenía dejarse llevar por los recuerdos?
Era mejor concentrarse en la furia. La idea de que él hubiese estado espiando su reunión, como si ella hubiese sido una terrorista, la sublevaba. ¿Dónde creía que estaba? ¿En Israel? No tenía derecho a invadir su privacidad y la de sus invitados, ni a meterse en su propiedad.
Sin embargo, no podía negar que durante un segundo había sentido alivio al verlo.
Fred Mawley podía llegar a ser muy molesto a su manera. Ella había hecho todo lo que había podido para librarse de él después de que se habían ido el resto de los invitados. Él parecía convencido de que era un regalo de Dios para las divorciadas de Greenley, y que ella tenía que estar encantada de desenvolver ese regalo. Decían los rumores que siempre era posible convencerlo de perdonar una parte de sus honorarios, cuando la clienta era una mujer siquiera un poco atractiva. Dadas las insinuaciones veladas que le había hecho, parecía que los rumores estaban bien fundados.
El engaño era algo que no podía tolerar en un hombre. De eso no podía acusar a Reid. No era que ella estuviese interesada en hacer un catálogo de sus puntos a favor. Tenía demasiados en contra.
No podía quitarse de la mente la idea de Reid observándola en el bosque desde hacía tanto tiempo. Siempre había estado segura de estar sola mientras jugaba esos juegos tontos, cantando sola, con una sábana atada a su espalda a la manera de capa. Saber que él la había estado mirando quitaba a esos juegos parte de su inocencia y del placer que le habían dado.
Como la mayor parte de los niños, ella había sido muy imaginativa. Posiblemente era un poco solitaria, pero estaba habituada a eso que se había dado cuenta. A medida que fue creciendo fue encontrado compañeros de juegos. A veces eran niños de la escuela, a veces primos y a veces compañeros totalmente imaginarios, humanos o animales. En el verano de sus trece años, había fingido que con ella estaba un muchacho alto, rubio y fuerte. Juntos jugaban a las escondidas y recogían moras. Compartía con él el almuerzo y él recostaba la cabeza sobre su regazo mientras ella se sentaba a la sombra de un pino. Ella le había hablado acerca de sus sueños y sus ambiciones y le había contado cuánto amaba los bosques. Él la había escuchado y había sido interminablemente comprensivo.
¿Había sido ese el verano durante el cual Reid la había observado tan de cerca mientras ella leía? ¿Era posible que ella hubiera notado su presencia? ¿Acaso lo había visto sin reconocerlo y lo había incorporado a sus ensoñaciones? ¿Había él escuchado todas las tonterías que ella decía, los planes que hacía para el futuro?
El sólo pensarlo le daba escalofríos. En alguna parte de sí tenía terror de que él un día le dijese que había estado allí y lo había escuchado todo.
Ella dejó de jugar en el bosque cuando tenía quince años. Su madre, siempre preocupada por sus exploraciones, se había sentado junto a ella y le había explicado los riesgos que corría una joven. Después de eso, su presencia en el bosque se había limitado a alguna ocasional caminata.
Probablemente había sido una buena idea, después de saber lo que pasaba con Reid. No, en realidad no estaba convencida de eso. No creía que Reid hubiese podido hacerle daño.
¿Qué hubiese pasado si él se hubiese dejado ver? ¿Hubiese acepado su compañía de buen grado? ¿La vieja enemistad entre las familias se hubiese interpuesto, como sucedió luego en el lago? Sinceramente, no lo sabía.
Voyeur.
El haber pronunciado esa palabra la hacía sentirse mal. Ella en realidad no creía que hubiese nada procaz en sus miradas. Simplemente se había sentido tan molesta al saber que él había estado allí que había sentido la necesidad de atacarlo.
Había sido efectiva. Había sentido la furia de él agitándose como el viento caliente. En un momento la piel de su cuello y sus brazos se había erizado como sintiendo un peligro. Estaba segura de que él hubiese querido golpearla, pero ella estaba tan furiosa, que en ese momento no le importó. Es más, hubiese deseado que lo hiciera.
¿Y qué había hecho cuando él se contuvo? Lo había dejado solo, allí de pie y había huido de él nuevamente.
Tal vez, tal vez en realidad ella le temía. O tal vez no le temía exactamente a él, sino más bien al daño que podría causarle si lo dejaba entrar en su vida.
Meneó la cabeza, tratando de disipar esos pensamientos. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que estaba frente al restaurante donde iba a tener lugar la cena de su reunión. Había estado hablándose a sí misma, sujeta al volante como si fuese un salvavidas. Un hombre y una mujer acababan de mirarla con simpatía y un anciano negro se había desviado para no interceptar su automóvil. Con un suspiro, tomó su bolso y se apeó del coche.
La comida que sirvieron no fue ni mejor ni peor de lo esperado. Consistió en una carne misteriosa, unas verduras fibrosas a las que habían agregado azúcar apara mejorar el sabor y una crema que tenía la consistencia de dentífrico. Al menos el té era pasable.
La reunión que siguió a la comida fue breve y útil. La directora, Wen Marston, hizo algunas sugerencias respecto del festival que tendría lugar en dos meses. Nadie se opuso, pero tampoco nadie se ofreció para hacer el trabajo. La directora tenía un ojo avizor para escoger a sus víctimas. Tan pronto como logró que se comprometieran en las tareas, se dio por concluida la reunión y comenzó la parte social.
Cammie estuvo un rato de pie conversando y riendo con Angelica Emmons, una atractiva mujer negra, directora de la escuela secundaria y que resultó ser hija de Persephone. Cuando Angelica se fue a buscar a sus hijos que estaban en un entrenamiento con sus compañeros Cammie se fue en dirección a donde estaban las jarras de café y té. Volvió a llenar una taza de café y estaba bebiendo un sorbo cuando tras ella resonó una voz de contralto.
-¿Qué es eso que he escuchado de que tienes un súbito amor por los carpinteros?
Cammie tosió sorprendida y tuvo que taparse la boca con la mano para no derramar el café. Volvió entonces sus ojos acusadores hacia la mujer que acababa de hablar.
Wen Marston era prima de Cammie en cuarto o quinto grado por la rama paterna. En realidad su nombre era Gwendolyn, pero como lo detestaba, juraba matar a cualquiera que lo usase. Alta, rotunda y de rostro redondo, llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. Era autoritaria y fuerte, pero tenía el corazón como manteca blanda. Wen conocía a todo el mundo en el pueblo, en parte porque era muy activa y en parte porque le encantaba hablar con todo el mundo. Había sido socia de Cammie en el negocio de antigüedades. También era miembro superactivo de cualquier grupo en el que participara. Dirigía la Asociación del Festival del Pino con mano férrea.
Cammie, tratando de hacerse comprender en medio de sus toses, le dijo:
-Los pájaros carpinteros, Wen, son los pájaros carpinteros.
-Ah, diablos. No creía que fuese algo tan interesante para ti, ni siquiera en Greenley. Ahora, en Nueva Orleans...
-Nada sucedió en Nueva Orleans -dijo Cammie con énfasis.
-Yo dije algo... ¡Qué sensible eres! -la voz de Wen sonaba insinuante- He escuchado que Keith no pudo tolerar tu escapada a la ciudad. Eso le enseñará al hijo de perra a no ir tras las muchachas... y ser descubierto.
-No tiene anda que ver con él -afirmó Cammie.
-¿No? Entonces estoy confundida. Si no te fuiste a Nueva Orleans con Reid Sayers porque querías molestar a Keith, entonces debe ser porque el tipo te gusta. Y si eso es así, ¿por qué diablos te pones del lado de los pájaros carpinteros y contra él?
-No estoy haciendo eso... No es así.
-Está bien -dijo Wen revoleando los ojos-, quédate con tus secretos. A mí no me interesan.
-No hay nada personal entre Reid y yo -dijo con firmeza-. Es sólo que me opongo a que venda la fábrica.
-Vamos, Cammie, no querrás hacerme tragar eso... Estas hablando con la vieja Wen... Eres bella y eres una mujer libre... Bien, casi libre. Él es un hombre libre con mejores condiciones y aspecto que el promedio. Es natural.
-¿Qué clase de cosa natural?
-Un cuento para ir a la cama, ¿qué crees tú? Yo no te culparía. Yo lo estuve mirando bien en la reunión de anoche. Puede aparcar sus botas bajo mi cama cuando quiera.
Durante unos instantes Cammie experimentó un temblor que parecía provenir de un sentimiento semejante a los celos. Luego aclaró su mente:
-¿Reunión? -preguntó-. ¿Dijiste reunión?
-¿No lo sabías? Reid invitó a todos los empleados de la fábrica a comer pescado frito en los terrenos de la fábrica que están junto al lago. Yo fui con mi hermano Steve que trabaja allí. Bien. Reid se paró frente a todos y les habló de igual a igual, tal como solía hacerlo su padre.
Cammie bebió un sorbo de café, antes de preguntar:
-¿Y qué tenía que decirles?
-Dijo que sabía que todos habían escuchado rumores y que quería decirles directamente que era cierto que le habían hecho una oferta por la fábrica, pero que aún la decisión estaba lejos de ser una realidad. Dijo que era necesario hacer estudios de mercado, una auditoría profunda y mucho papeleo, antes de tomar una decisión concreta. Prometió que mientras tanto hará lo mejor que pueda a favor de todos y que les asegurará los empleos, no importa lo que ocurra.
-Esa... ¡Esa rata!
-Bien, vamos... -dijo Wen mirándola-. ¿Qué es lo que hizo? Sé que pasó la noche en tu casa, porque Keith se lo contó a Steve y Steve jamás guarda un secreto, ¿él te dejó?
Cammie se puso la mano en la frente. Estaba comenzando a sentir un fuerte dolor de cabeza:
-¿Eso es lo que todo el mundo piensa? ¿Qué la mía es la reacción de una mujer despechada?
-Nunca dije eso -objetó Wen, tocando el brazo de Cammie como para consolarla-. Todo lo que sé es que el tipo se aprovechó de ti y que tú eres demasiado buena como para vengarte de otro modo.
-¡Dios mío! -dijo Cammie disgustada por la imaginación de los vecinos-. No fue así, pero por qué no podrán ocuparse de sus propios asuntos.
-Bien sé entender una indirecta -dijo Wen con aires de ofendida-. Cambiando de tema, desearía decirte unas palabras respecto de esa cuestión de las reuniones, la prensa y todo eso. Me dolió que no me esperaras para comenzar.
Wen había estado ausente varios días por cuestiones de su negocio de antigüedades. Cammie trató de descubrir en su rostro si hablaba en serio o estaba por lanzarse a una nueva broma.
-Te hubiese tenido en cuenta -dijo Cammie- de haber sabido que estabas interesada en el tema.
-Tú sabes que siempre estoy interesada. Nada me gusta más que hacer revuelo. Parece manejaste muy bien las cosas.
-¿Tú crees? -El café le supo repentinamente amargo. Buscó un lugar donde dejar su taza.
-Tienes a los hombres del pueblo cagados en los pantalones. Temen que les arruines el negocio. Ellos esperan ver las ganancias de la ampliación de la fábrica. Ayer escuché que uno te llamaba “puta loca”. Eso quiere decir que los tienes asustados.
-¿Yo los asusto?
-¿Por qué no? Tú lo tienes todo. Dinero, conexiones, belleza. Podrías obtener lo que quisieras. Podrías presentarte para alcalde.
-Yo no estoy tratando de que Greenley no crezca -dijo Cammie, ceñuda.
-¿No? Pues eso es lo que sucederá si te sales con la tuya.
-Además -dijo Cammie-. No debes esperar a que otro no se presente para ser candidata a alcalde. Siempre tendrás su voto.
-Bien -dijo Wen áspera-. Preferiría que me dieras tu apoyo en vez de malgastarlo en los pájaros carpinteros.
-Ya veo. Todo esto era para decirme que mejor sería que me dedicara a otra cosa.
Wen suspiró, emitiendo un ruido como el de un motor descompuesto:
-Mira, querida. Cuanto más se agrande la fábrica, más se agrandará el pueblo. Cuanto más grande sea el pueblo, más grande será el Festival del Pino. Cuanto más crezca el Festival, más creceré yo. Bien, ya estoy bastante crecida, pero tú sabes lo que quiero decir. Tú sabes que quiero ser alcalde, pero ser alcalde de algo, no alcalde de nada. Y eso es lo que llegará a ser Greenley si no lo cuidamos.
-¿Y qué sucederá si Greenley se vuelve un lugar desagradable para vivir? -preguntó Cammie, tensa. Odiaba ser manipulada, y más por una persona que ella había creído que comprendería.
-Sobreviviré.
-No hay nada indestructible. ¿No lees acaso los periódicos? ¿No has leído acerca de cuánto necesitamos de los árboles? ¿No sabes el efecto que está causando la destrucción de la selva? Los árboles de aquí son tan importantes como los de Sudamérica. También lo es la vida silvestre.
-No lo niego, pero aquí no tenemos árboles exóticos y especies que se perderán para la humanidad. Sólo tenemos un puñado de pinos y carpinteros. Quiero decir pájaros carpinteros.
-No tienes remedio -dijo Cammie.
-Soy realista. En cambio tú eres una romántica. No hay demasiado espacio para el romanticismo en Greenley. La gente tiene ansias de otra cosa, de algo que últimamente no tiene en demasía.
-¿Qué cosa?
-Dinero, querida.
-Hay cosas más importantes.
-Sí, el poder. Pero el dinero puede comprarlo. Que nadie te engañe. Tú te interpones para mucha gente en el camino que lleva a ambas cosas. Ten cuidado, porque puedes resultar lastimada.
No había demasiado que decir al respecto. Siguieron hablando de otras cosas, tales como una subasta a la que debían asistir y una reunión de la familia Bates, una rama diferente de la familia, pero la mitad de Greenley estaría allí, ya que había muchos parentescos entre la gente de la zona. Cuando la reunión comenzó a disolverse, Cammie y Wen se encaminaron juntas hacia el estacionamiento.
Las palabras de Wen resonaban en los oídos de Cammie mientras se dirigía hacia su casa y resonaron aún más fuerte cuando vio el huevo podrido que habían estrellado contra su puerta.
El olor nauseabundo del huevo la sorprendió al abrir la puerta de atrás. Atravesó el corredor y abrió con cuidado la puerta delantera. Habían arrojado al menos una docena de huevos contra la puerta y otra docena adornaba el faro en forma de dos naciente que la coronaba y los paneles de vidrio de los lados. Sólo el espesor del cristal había mantenido las luces intactas. Sin embargo, ese pegote amarillo cubría todo como un engrudo primitivo. Se había secado rápido y colgaba de las molduras que rodeaban el vidrio.
Parada a la luz del farol eléctrico que pendía de una cadena en el centro de porche del frente, Cammie sintió que se le erizaban los pelos del cuello. El hecho de que a la gente le disgustara tanto lo que ella estaba haciendo como para agredirla de este modo le provocaba náuseas. Sintió también que había alguien observándola y riéndose de ella.
Levantó el mentón. Que rieran. Ella no iba a ser derrotada por un pequeño huevo. No, ni tampoco por los consejos amistosos ni por las amenazas solapadas. Acababa de comenzar la lucha.
Greenley aún no había visto nada.
Tampoco Reid Sayers.
Reid estaba en la reunión de la familia Bates. También estaba presente Keith. Cuando Cammie vio a ambos al bajar de su automóvil, casi vuelve a subirse y se va. Lo que se lo impidió fue el orgullo. Sabía que la mitad de las personas la estaban mirando por el rabillo del ojo para ver qué había.
Ella no sabía que ninguno de los dos hombres estuviese emparentado con la familia Bates. Probablemente Keith había ido para comer gratis y porque sabía que con eso la irritaría. También era posible que Reid estuviese allí por las mismas razones, pero lo dudaba. Alguien, sin duda, lo había invitado ¿pero quién y por qué?
Reid estaba de pie bajo un frondoso roble, reclinado sobre el tronco. Un rayo de sol se filtraba entre las hojas y le daba a sus cabellos reflejos dorados. Se lo veía tranquilo y relajado, con una mano en el bolsillo. Estaba como en su casa, relacionándose sin problemas con los hombres que lo rodeaban, vestido con una camisa amarilla con las mangas enrolladas hasta los codos. Cuando su mirada se cruzó con la de Cammie, ella observó un desafío en sus ojos.
La reunión familiar, por lo visto, no iba a ser tan placentera como ella esperaba.
Keith la saludó en cuanto la vio. Dejó a los hombres con quienes estaba y, acercándosele, le dijo:
-Siempre me gustó ese atuendo.
Ella llevaba una camisa rosa viejo con un lazo a rayas rosa, verde y celeste y pantaloncitos haciendo juego. Había comprado ese conjunto un mes antes y, que ella supiese, Keith no lo había visto nunca. Se volvió hacia la puerta abierta de su coche y, tomando el jamón asado que había llevado, le preguntó:
-¿Qué estás haciendo aquí?
Él sonrió y con los labios apretados dijo:
-Estoy protegiendo mis intereses.
-¿Qué quieres decir?
-Me encontré con Wen y me dijo que había invitado a Sayers. Me pareció buena idea venir yo también.
-Pareces ser el último -dijo ella mientras le daba el jamón para que lo sostuviese - en percibir que Reid y yo estamos en bandos opuestos en esta cuestión de la fábrica.
-Me enteré -respondió riendo- pero pensé que debía verlo con mis propios ojos. ¿Qué es lo que él hizo mal?
-Nada.
-No me lo digas. Entonces tienes algo en contra de los suecos.
-Lo que me molesta es la expansión, no quien sea el dueño de la fábrica. Aunque, en realidad, me gustaría que se siguiese aplicando la política del padre de Reid.
-¿Control de polución? ¿Pruebas de desperdicios? ¿Enviar a unos niños exploradores para ver dónde anidan los pájaros carpinteros? ¿Aislar regiones enteras hasta después de la temporada de reproducción?
-¿Él hacía todo eso? -preguntó mientras tomaba el pastel de coco que había llevado.
-Claro -dijo Keith con un suspiro-, los madereros pensaban que estaba loco, pero era el dueño.
-No lo sabía. -Miró entonces hacia donde estaba Reid y lo vio observándola. Cuando la vio, desvió la mirada.
-Hay muchas cosas que tú no sabes.
-Ni estoy segura de querer saberlas.
Al ver llegar a Wen, la saludó desde lejos, pero no fue a encontrarse con ella. Tomó el jamón que Keith estaba sosteniendo y lo dejó allí parado, para dirigirse a las mesas, donde estaba servida la comida.
Era un día muy agradable. Brillaba el sol y soplaba una cálida brisa. El pasto lucía un verde tan brillante que mirarlo lastimaba los ojos. Había niños jugando en el jardín, las mujeres mayores estaban sentadas en la galería en cómodas sillas, intercambiando noticias y genealogías y los ancianos estaban conversando de política y deportes bajo los árboles. La mesa estaba servida en un lugar sombreado. Las fuentes y recipientes cubiertos ocupaban cada milímetro de las superficies de las mesas, junto a las jarras de té frío y zumos de frutas y suficiente vajilla como para un ejército. El aroma que emanaba de las mesas se esparcía por el ambiente.
Cammie encontró un lugar para su colaboración con el almuerzo y, al ver a su tía Becky, se dirigió hacia su pariente favorita.
La anciana, completamente lúcida a los noventa, estaba junto a su hija viuda, quien acercaba a las mesas una fuente con pollo y aderezos. La tía Becky hacía todo lo que podía para transportar desde el automóvil una fuente tan grande como ella de ensalada de patatas.
Cammie la saludó mientras se acercaba para darle un abrazo, como estaba establecido para la familia y los amigos más íntimos. Se volvió y tomó la ensalada de patatas. El recipiente plástico estaba caliente.
-¿No debería esto estar conservado con hielo? -preguntó Cammie.
Su tía, una mujer de ojos negros y cabellos blancos cortos, pinados hacia atrás, finos como las alas de un ángel, le replicó:
-¿Con quién crees que estás hablando, niña? Hace setenta años que traigo ensaladas de patatas a las reuniones y aún no he envenenado a nadie. Esta la hice con patatas nuevas con piel y buenas cebollas, pero no tiene huevos ni mahonesa. Tampoco tiene yogur. Te gustará. Pruébala y me dirás si no es la mejor que has comido.
-Sí, señora dijo Cammie divertida. La tía Becky siempre se había hecho cargo de las cosas y nunca olvidaba nada. En su casa, cultivaba orquídeas y bromelias en su invernadero, rastrillaba el jardín, hacía sus propios canteros de flores y plantaba bulbos y semillas cada primavera. Estaba planeando en secreto la fiesta de su centenario y parecía no haber razones para suponer que no la celebraría.
-¿Qué es eso que escuché acerca de ti y el muchacho Sayers?
Los ojos oscuros eran vivaces y hacían que Cammie se sintiese como si tuviese de nuevo siete años.
-Nada importante -respondió.
-Hum. Su abuelo era una buena persona. Se llamaba Aaron. Yo salí con él un par de veces antes de casarme con mi Henry.
-¡Tía Becky! -dijo Cammie fingiendo asombro.
-¿Estás pensando en esa absurda cuestión entre las familias? -preguntó la anciana-. Yo nunca le di importancia a eso. Además, decirles a los jóvenes que no deben mirarse es una tontería. Es como tratar de impedir que un gato se acerque a la comida. Por otra parte, el nieto de Aaron es diferente. Es un retrato del viejo Justin Sayers. Se decía que Justin era el más agradable de los hombres hasta que se ponía en contra de alguien. A partir de allí era el demonio mismo.
-¿Cómo Reid ahora? -preguntó Cammie, sarcástica.
-Lo que estoy tratando de decirte, es que debes tener cuidado.
-Creo que no tienes por qué preocuparte.
-Ahá -respondió la anciana con una mirada escéptica.
La mañana iba transcurriendo y cada vez llegaban más automóviles, que traían a más hombres y mujeres jocosos, a más niños gritones y más comida. Una banda consistente en dos guitarras, un teclado y un bajo, comenzó a tocar conocidas melodías del oeste. Los adolescentes comenzaron a jugar al volleyball y se encendieron algunas barbacoas donde comenzaron a poner pollos y carne que ya estaban asados, ara calentarlos y mejorarles el sabor. El olorcito del asado impregnó la reunión.
Cammie vagaba conversando con uno y otro, encontrándose con conocidos y explorando parentescos. Alguien había hecho un árbol genealógico en una computadora y ella se detuvo a mirarlo y a pedir una copia, como todos los demás.
Reid apenas se había movido del lugar que había escogido, bajo la sombra de un viejo roble, al costado del grupo de los hombres y lo más lejos posible de las mujeres. Varias de las señoras y las muchachas le echaban miradas, y era fácil darse cuenta que era le tema de conversación entre ellas.
Keith era más sociable. Había asistido a muchas de esas reuniones y se sentía cómodo. Sin embargo, cada vez que Cammie lo veía acercarse a ella, cambiaba de lugar, ya fuese rodeándose de niños o mezclándose en las conversaciones de las mujeres mayores. Este último fue un recurso efectivo, ya que en general los hombres no deseaban participar de conversaciones acerca de histerectomías y golpes de calor, acerca de quién se acostaba con quién y a quién habían mencionado en la lista de personas con enfermedades terminales.
Había una persona a quien no le molestaba mezclarse en ese grupo. Como ministro, estaba acostumbrado a tratar con los cerrados grupos de mujeres que concurrían a la iglesia.
-Bien, Camilla -dijo el reverendo Taggart en tono confidencial-. Me alegro de que te hayas dado cuenta de la sabiduría de mi consejo.
-¿Qué consejo? -comenzó Camilla, para luego asentir mirando en dirección a Reid-. No creo que haya sido tanto tu consejo como las circunstancias.
-Sea lo que fuere -dijo el ministro con firmeza- ya verás que es lo mejor. No estoy del todo de acuerdo con lo que estás haciendo respecto de la fábrica, pero al menos estás en el buen camino en cuanto a evitar aventuras extramatrimoniales. La castidad es el camino apropiado para una mujer. Debes buscar en tu alma la ruta de la reconciliación con Keith.
-Te dije que no quiero reconciliarme -respondió Cammie mirándolo con fijeza-. Y tampoco estoy segura de eso de la castidad.
-¡Qué estás diciendo, Camilla! -exclamó el reverendo, desorbitado-. Yo me doy cuenta de que estás bromeando, pero otras personas no te conocen como yo.
-Gracias a Dios.
-No blasfemes. Ya te he dicho que el divorcio es una aberración. Nada puede separar lo que Él ha unido.
La censura de su tío hacía que Cammie ardiese en deseos de coquetear abiertamente con Reid. Sin embargo, esa no parecía ser una buena idea. Cuando miró hacia donde estaba él, se dio cuenta de que había registrado la conversación con su tío, aun cuando parecía estar prestando atención al hombre que estaba a su lado.
-¡Diablos, Jack! -se oyó la voz altisonante de la tía Becky, que estaba sentada cerca de allí en una silla de plástico y aluminio-. Muéstrame en qué lugar de la Biblia dice que el divorcio es una herejía. Además no veo por qué te entrometes en lo que Cammie hace o en con quién lo hace.
La cara del ministro se tensó y sus mejillas temblaron:
-Es mi deber como hombre de Dios.
-Siempre te gustó entrometerte, desde que apenas caminabas. Recuerdo cuando venías a casa con tu padre uy tu madre. Si no te vigilaban, ibas a curiosear a las gavetas de mi escritorio, debajo de la cama y hasta en el refrigerador. Eras un chismoso.
-Creo -dijo el reverendo, que ya no podía ocultar su disgusto- que te confundes con otro niño.
-No. No me confundo. Eras tú. Y cuando no estabas curioseando, estabas escuchando lo que no debías. Nunca comprendí qué te llevó a hacerte predicador, a menos que fuese tu curiosidad respecto de los pecados y los problemas de los demás.
Sara Lou Taggart, la esposa del reverendo, que había estado conversando tranquilamente con una amiga, se acercó con paso vacilante. Acariciándose el cabello con un gesto nervioso, dijo:
-Pero tía Becky ¿por qué dices esas cosas a Jack? Él tan sólo está tratando de guiar a Cammie del modo que considera más adecuado.
-¿Y qué sabe él acerca de Cammie? -dijo la tía con una mueca-. Ni tampoco acerca de dar consejos.
El ministro enrojeció, de enojo o de incomodidad. Su esposa lo miró, ansiosa:
-Él es un hombre de Dios. ¿Qué se supone que debe hacer?
-Ocuparse de su propia conciencia y rezar al Espíritu Santo. Por lo demás, debe dejar tranquilos a los otros.
-Vamos, Sara -dijo el ministro-. Sabes que discutir no tiene sentido.
El tono de su voz parecía querer decir que era Sara la que había comenzado con ese embrollo. Por otra parte, también insinuaba que la mujer era demasiado anciana y que no valía la pena discutir con ella.
-Pavo -murmuró la tía Becky mirándolo con resentimiento.
Cammie, escondiendo una sonrisa, se preguntó de cuál de sus bisnietos habría tomado su tía esa expresión. Tocó el huesudo hombro de su tía, y le dijo:
-Gracias por defenderme.
-No tengo paciencia para los tontos. Ni siquiera para los que son bien intencionados -repuso la anciana.
Cammie, que no estaba segura de quién estaba siendo considerado tonto, pensó que la actitud más inteligente era permanecer en silencio.
Mientras todos comenzaban a morir de hambre a pesar de la cantidad de manjares que había la vista, las mujeres seguían preparando las mesas y murmurando acerca de qué otras personas podían llegar aún. Finalmente decidieron que ya era hora de comer. Alguien levantó la voz para indicarles a los hombres que fuesen a servirse. El reverendo Taggart aceptó la invitación para pronunciar la oración y, después de ella, todos se abalanzaron sobre las exquisiteces.
Un observador podría haber pensado que los hombres y los niños eran los primeros, mientras que las mujeres se veían obligadas a esperar para comer. En realidad, las cosas no eran como parecía. Las mujeres eran quienes controlaban la fiesta y la distribución de la comida. Ellas decidían cuándo comía cada uno, qué comía y ningún hombre se atrevía a tocar la comida a menos que recibiese instrucciones para eso.
También las conductas estaban más ordenadas de lo que parecía. Una cantidad de mujeres había entregado previamente platos a sus esposos, y ellos debían ir a buscar la comida, y después buscar un lugar tranquilo adonde sentarse a comerla. Los hombres que no tenían una mujer que les sirviese, habitualmente debían esperar a que las mujeres se sirvieran para después colocarse en las largas filas que estaban junto a las mesas. Los hombres sureños bien educados, desde muy niños, cuando entraban a las cocinas de sus madres, habían aprendido que si querían comer, debían aguardar a que los invitasen y luego tomar lo que les diesen.
Reid estaba apartado, recostado sobre un roble. Varios hombres solos estaban cerca de él, acabando con una historia acerca de cuestiones de pesca. El sheriff Budd Deerfield estaba entre ellos, sin uniforme pero con el revólver en la cintura. Keith también formaba parte del grupo.
Cammie, mientras ayudaba a servir pollo, ensalada de repollo y aderezos, miraba a Reid por el rabillo del ojo. Aun cuando el resto de los hombres ya se había encaminado hacia las mesas, él permanecía en su lugar.
Una niña pequeña, de cinco o seis años, pasaba junto a él, encaminándose hacia el lugar donde estaba sentada su madre. Embarazada de muchos meses. La niña llevaba un plato muy cargado, coronado por un tenedor y, en su otra mano, un vaso con ponche. Cuando la niña pasaba junto a él, comenzó a perder el equilibrio. El plato se tambaleó y la niña lanzó un grito desesperado.
Reid se movió con agilidad. Atrapó el lato y tomó el vaso con su otra mano, evitando el desastre, antes de que el líquido se derramase sobre el delantal blanco de la niñita. La pequeña le dedicó una sonrisa beatífica y lo miró con adoración. Ni siquiera la aparición del ángel de la guarda la hubiese impresionado más.
Cammie estaba demasiado lejos como para escuchar lo que la niña dijo, pero en cambio, pudo ver el rostro de Reid.
La expresión de sus ojos se tornó por un instante inmensamente dolorida. Un minuto después, cualquier atisbo de emoción se había desvanecido, como si hubiese podido borrar todo rastro de emoción con un ejercicio de voluntad. Con mucho cuidado de no tocar a la niña, le devolvió el plato y el vaso, con tanta delicadeza como si se hubiese tratado de cosas vivientes. Luego se apartó de ella con la misma agilidad con que había llegado hasta allí. Volvió a su lugar bajo el árbol y se apoyó sobre la rugosa corteza con tanta fuerza como si estuviese sosteniendo el pesado tronco.
Cammie sintió un nudo en la garganta, un dolor que le provocó intensos deseos de llorar, aunque no sabía bien por qué. Tomó un plato y comenzó a servirlo. Cuando ya nada cabía en él, sirvió té helado en un vaso de plástico y se encaminó hacia el lugar donde Reid estaba.
Keith, que iba hacia las filas junto con un par de hombres, la vio yendo en esa dirección. Comenzó a sonreír. Mientras ella se acercaba, extendió las manos, pensando que la comida era para él.
Cammie vio a Keith y se dio cuenta de que hubiese debido dar un rodeo más amplio. Ya no podía evitarlo. Él no tenía derecho de esperar que ella lo sirviese. No había ninguna razón por la cual debiese hacerlo. Echó la cabeza hacia atrás y pasó delante de él. Sabía que él estaba maldiciéndola a sus espaldas, pero no le importaba.
-¿Qué es esto? -preguntó Reid, frunciendo levemente el entrecejo, pero tomando de inmediato el plato.
-Parecía que ibas a esperar a que ya no quedase nada antes de moverte.
-Pero tú no comiste tampoco -dijo él, intentando pasarle el plato y el vaso.
-Lo haré en un minuto.
-Te espero -dijo con expresión más amable.
-Está bien -respondió ella, dudando- pero sólo porque debo demostrar algo.
Sus ojos mostraron sorpresa y duda. Abrió la boca como para hacerle una pregunta, pero ella se alejó antes de él pudiese decir nada.
Él estaba sorbiendo su té y la esperaba muy concentrado. Mientras tanto, no se sabe cómo había logrado que alguien le llevase un par de sillas. Mientras él sostenía el respaldo, Cammie se dejó caer sobre una de ellas. Reid tomó la otra. Pusieron el té sobre el suelo y colocaron los platos sobre la falda de cada uno.
-¿Y bien? -preguntó él.
Ella había tenido tiempo suficiente como para pensar qué iba a decir, de modo que respondió con compostura:
-Quería demostrar que nuestro desacuerdo no es algo personal
-Ya veo -repuso él, haciendo una pausa-. ¿Y no lo es?
-No en lo que a mí respecta.
-Es agradable saberlo.
En su tono había un dejo de ironía que la hizo sentirse incómoda. Lo miró, entonces, insegura:
-¿No te importa, verdad?
-¿Ser utilizado para disipar rumores desagradables... especialmente acerca de haber sido probado y hallado... insatisfactorio? Para nada, hazlo con libertad. Úsame como desees.
-Creí -dijo ella con rubor en las mejillas- que los rumores eran más bien acerca de una mujer que había sido probada y hallada insatisfactoria.
-¿Y eso te molestó? -preguntó él tras una pausa.
Ella tomó un ala de pollo frito, pero volvió a dejarla y respondió:
-Digamos que prefiero que la gente adivine.
-Eso es sencillo. Siempre es posible discutir en público y tener una aventura en privado.
Ella apretó los labios y, no muy tranquila, respondió:
-O lo contrario.
-¿Un desacuerdo un privado y una aventura en público? Me sorprende, pero no me desagrada. ¿Te gustaría comenzar aquí, con un beso apasionado, o prefieres que vayamos hasta el lago y nos acariciemos a la vista de todos?
Las miradas de ambos se cruzaron por un segundo. Ella no sabía si él se estaba burlando, si era audaz, o si se trataba de una combinación de ambas cosas.
-Ninguna de esas posibilidades.
-¿No? ¡Qué lástima!
-¿Podrías hablar en serio?
-Lo estoy haciendo -respondió Reid secamente.
Ella cerró los ojos y volvió a abrirlos al instante:
-Bien, está visto que no vas a escucharme hasta que no tengas una satisfacción. Lamento haberte llamado voyeur. ¿Estás contento?
-No -replicó él muy molesto.
Este hombre era totalmente irracional. Además, era un desagradecido, ya que ni siquiera había probado la comida. Cammie apoyó los pies, dispuesta a levantarse.
Reid acercó su mano para detenerla.
-No estoy contento -dio- porque después de pensarlo mucho he decidido que tal vez tengas razón.
Esa era la última cosa que ella hubiese esperado escuchar. Ella lo miró, cautivada por el azul de sus ojos y la candidez de su mirada. Sus dedos, ejerciendo una firme y cálida presión, le recordaban tanto las cosas que había tratado de olvidar, que se sentía desorientada y no sabía qué decir. Fue un alivio cuando él rompió el silencio.
-Yo nunca había pensado en cómo te podías sentir si yo te espiaba. No debería haber hecho eso. O al menos debí mantener la boca cerrada.
Ella rió. No pudo evitarlo, al escuchar su tono de voz y ver la mueca triste de su boca. Era evidente que no se arrepentía de lo que había hecho.
-Desearías no habérmelo dicho.
-Seguramente.
La mirada de Reid seguía siendo intensa, pero la presión de sus dedos había cedido. Cammie se dio cuenta entonces de que estaba acariciándole al brazo levemente con el pulgar, desde el codo hasta la muñeca.
Ella pensó en lo fácil que sería involucrarse en una aventura, privada o no, con Reid Sayers. Si alguien se lo hubiese dicho, ella nunca lo hubiese creído. ¿Cómo era que ese hombre la conmovía tanto?
No funcionaría. Él le había dicho abiertamente que no tenía nada que ofrecerle. Ella le creía. El sexo sin ataduras era bueno para una noche, pero cuando ella fuese finalmente libre, necesitaría mucho más que un día.
Era una vergüenza.
Ella liberó su brazo con firmeza pero sin violencia. Él no trató de retenerla y ella se sintió agradecida por eso. Adquirió entonces compostura y cortesía ante los testigos y comenzó una conversación trivial, que hubiese sido capaz de sostener hasta dormida.
Su táctica tuvo eco. Reid hizo preguntas y escuchó sus respuestas. Le contó acerca de los premios que había obtenido con sus acuarelas en varios concursos, de la senda con rosales que quería construir entre Evergreen y la glorieta, de la pieza de porcelana que había vendido esa mañana en el negocio de antigüedades y de su deseo de viajar alrededor del mundo en barco.
A cambio, supo que a él le gustaba la lasaña pero no mucho los espaguetis, que su amigo francés de Nueva York era judío que ambos jugaban al ajedrez por ordenador los fines de semana, que detestaba los teléfonos celulares, pero de todas maneras tenía uno y que siempre había deseado tener hermanos. También supo que le interesaba mucho la música. Coleccionaba viejos discos de 78 de jazz, que tocaba en un viejo fonógrafo, pero en cambio empleaba un moderno estéreo para escuchar a Haydn, su clásico favorito. A menudo también utilizaba un sistema de interface, con un teclado unido a una computadora, para solazarse con su pasatiempo favorito: escribir música country.
-¿Te refieres a la música country de verdad?
-Son canciones acerca de desengaños y del amor de una buena mujer. ¿No te gustan?
-¿Cómo podrían no gustarme? Son las únicas canciones que tienen una línea melódica agradable y una letra comprensible y que no son un atentado al buen gusto o a la decencia. Además hay muchos nuevos cantantes apuestos.
-Trovadores de los tiempos modernos, que cuentan sus historias en canciones. Es poesía para el hombre de trabajo y es el único modo como puede dar salida a sus sentimientos.
-Podría tratar de compartirlos con la mujer que ama.
-Es demasiado arriesgado -dijo Reid meneando la cabeza-. Ella podría no comprenderlo, o bien comprenderlo perfectamente, pero despreciarlo. También podría compadecerlo.
Cammie vio su mirada oscura, y se sintió atrapada por su inesperada sensibilidad. O tal vez no fuese tan inesperada.
-Eres un hombre sorprendente.
Algo cálido y refulgente brilló en su mirada, pero él lo extinguió rápidamente. Duró sólo un instante, pero Cammie percibió ese resplandor y sintió a su propio corazón latir.
Se dio cuenta de que Reid Sayers era un hombre que mantenía muy escondido lo que sentía y pensaba. Tenía una coraza inmune a la curiosidad ajena. Se preguntó qué le ocurriría si se abriese y permitiese que alguien se pusiese en contacto con su verdadera esencia. No creía poder averiguarlo.
Era una pena.
-Probablemente no me recuerdes -dijo la joven. Se movió nerviosamente en la orilla del sofá del cuarto del sol, un sillón tapizado en una tela con flores salmón, verde agua y amarillas, sobre un fondo color crema.
Tenía razón, por más que lo intentaba, Cammie no lograba recordarla. Baylor, el apellido de la muchacha, era uno de los antiguos apellidos de Greenley, pero Janet Baylor no le sonaba para nada. El rostro le resultaba vagamente familiar, con su piel pálida, sus rasgos suaves y su cabello ceniciento. Sin embargo, esa sensación podía bien provenir tan sólo de un aire de familia.
-Realmente no hay ninguna razón para que me recuerdes -dijo Janet Baylor-. Yo estaba cuatro años detrás de ti en la escuela y ya sabes cómo es eso: los pequeños suelen recordar a los grandes, pero el grande ni siquiera se da cuenta de la existencia de uno más pequeño que él. Yo te recuerdo sobre todo porque cuando el perrito que mi papá me acababa de regalar para mi cumpleaños fue atropellado, tú estabas en el automóvil justo detrás del camión que lo atropelló. Te detuviste, levantaste a Rocky y nos llevaste al perro y a mí hasta el veterinario.
-¡Claro! -dijo Cammie recordando súbitamente.
-Eso sucedió hace muchos años. ¿Salió todo bien con el perro?
-Rocky ya tiene diez años -dijo Janet Baylor sonriendo-. Pero no estaría conmigo si no fuese por ti. Yo nunca olvidé lo buena y amable que fuiste ese día. Por eso, cuando supe acerca de todo ese asunto de la corte, me sentí muy mal. Me dijeron que lo mantuviese en silencio, pero yo no quise. Pensé que tenía que venir a decírtelo.
Persephone entró en la sala en ese momento, llevando una bandeja con lo que Janet había pedido: un vaso de agua. Cammie le había ofrecido té, café o refresco y pastel, pero ella no había aceptado. Dio las gracias a la casera y asó a Janet el agua y la servilleta de hilo con encaje de bruselas que Persephone había considerado apropiada para la ocasión. En cuanto estas formalidades estuvieron cumplidas, comenzó a hablar:
-No comprendo lo que dices ¿qué es lo que supiste en los tribunales?
-Bien, la cosa es así -respondió la visita, sorbiendo un trago de agua-. Trabajo en la ciudad como asistente de Lane, del estudio de Endicott y Lane. La mayor parte de los trabajos son sólo rutina: cancelación de hipotecas, asentamientos de fallos, sucesiones, esas cosas. Hace algunas semanas recibimos una petición por parte de la fábrica, para que buscásemos un título, para ver el acuerdo con Justin Sayers y el original de la cesión de las tierras que hoy ocupa la fábrica.
Cammie sintió que la recorría un temblor que sólo podía deberse a la excitación. Janet Baylor estaba hablando de las tierras que supuestamente su bisabuela Lavinia había cedido a Justin Sayers. Siempre había tenido la idea de que en esa transacción había habido algo extraño.
-Te sigo -dijo, sonriendo a Janet.
-Encontré el contrato entre Justin Sayers y la Sayers-Hutton por noventa y nueve años. Todo estaba firmado y registrado. Pero, en cambio, no pude encontrar ni rastros del legado de Lavinia Anne Wiley Greenley a Justin Sayers. Nada. Tendría que haber estado registrado en tres lugares diferentes. En ninguno de ellos había nada.
-¿Estás sugiriendo acaso que esos papeles fueron traspapelados o robados en algún momento, en estos últimos cien años?
-No, eso no puede ser -dijo la mujer alarmada-. Pensé que tal vez podían haberse quemado cuando hubo u n gran incendio en los tribunales, en los años veinte. Pero aún así hubiese podido encontrar alguna anotación en los libros desde la última parte de los años 1890, ya que ese libro se conservó. Existen otras dos posibilidades.
Se detuvo un momento, pasando su lengua sobre los labios, como si estos se hubiesen secado repentinamente. Cammie había comenzado a sospechar lo que Janet Baylor iba a decir. Ella aspiró profundamente y levantó los hombros:
-La primera posibilidad es que la cesión nunca haya sido archivada por algún otro motivo, y que esté por ahí o en alguna caja de seguridad. La segunda es que nunca haya existido esa cesión.
Que nunca haya existido esa cesión.
Cammie, mirando la chimenea de mármol escuchaba el eco de esas palabras resonar en su mente. Si no había habido cesión, entonces las tierras que ocupaban la fábrica -y posiblemente los edificios construidos en ellas- pertenecían a los herederos de los Greenley, a los herederos de Lavinia Greenley y su esposo Horace. Esos significaría...
-Hay algo más.
Cammie volvió la cabeza y se sintió alertada por la voz temblorosa de la muchacha.
-¿Sí?
Janet Baylor apretaba en su mano el vaso. Luego lo quiso posar sobre la mesita que estaba frente a ella. Sus dedos temblaban tanto que el agua se derramó formando un charco.
-¡Oh, lo lamento!
-No importa -dijo Cammie-. Continúa.
Sus largas pestañas temblaban, y la muchacha se tomó las manos sobre la falda:
-Bien. Estuve investigando en la vieja sucesión de los Greenley, pensando que tal vez la cesión había sido archivada incorrectamente o que había alguna otra complicación, como una hipoteca previa o alguna conexión con alguna transacción mayor. Estaba en eso cuando me topé con los papeles de divorcio.
-¿Cuáles? ¿Los míos? -preguntó Cammie, azorada.
-No -respondió Janet meneando la cabeza-. Los de Horace y Lavinia Greenley.
-Debes estar equivocada. No hubo tal divorcio. En esa época hubiese sido un terrible escándalo.
-Pero lo hubo. Fue en 1890, cuatro años antes de que muriese Horace Greenley. Yo vi los papeles con mis propios ojos. Estaban claramente firmados por Horace. La firma concuerda con las de otras partes del archivo. Sin embargo, los papeles estaban en un sobre lacrado y Lavinia no los había firmado nunca. Creo que es posible que... Nada indica que Lavinia supiese de la existencia de esos papeles.
-Eso no puede ser - dijo Cammie meneando la cabeza-. Los dos vivieron untos como marido y mujer hasta la muerte de Horace y hasta tuvieron un niño pocos meses antes.
-Lo sé -dijo Janet asintiendo-: También averigüé eso.
-Pero eso significaría... -Cammie comenzó a hablar y se detuvo. Pensaba en su bisabuelo Jonathan Wiley Greenley, hijo mayor de Horace y Lavinia, que tenía nueve años cuando murió su padre. También había habido una hija, que había nacido después de la reconciliación de Horace y Lavinia. Había algunos descendientes entre ellos estaba Wen Marston y el sheriff Bud Deerfield. Si había existido ese divorcio en 1890, la hija era ilegítima. Sus descendientes tenían, de todas maneras, lazos de sangre, pero no de la manera legal que ellos creían. Al parecer, nunca habían reclamado sobre las propiedades de los Greenley.
Era extraño. No tenía demasiada importancia. Había ocurrido hacía ya tantos años y desentrañar todas las complicaciones legales costaría mucho más de lo que valía, si a alguien le interesaba hacerlo. A ella no le interesaba.
-Eso significa -dijo Janet - que no interesa que haya habido o no una cesión legal. Significa que Lavinia Greenley, cuando cedió esas tierras, en realidad no tenía derechos legales sobre ellas. Ella no podía usufructuar como viuda las tierras de su ex marido. Lo más que podía haber hecho era retenerlas para su hijo Jonathan, tu bisabuelo.
Janet Baylor miraba a Cammie, expectante. Cammie también la miraba, tratando de comprender el significado de lo que esta mujer le estaba diciendo. Podía vislumbrarlo, pero no lo tenía claro.
La muchacha se inclinó hacia ella:
-¿No te das cuenta? El hijo de Horace y Lavinia, su único heredero legal, tuvo dos hijos y una hija. La hija murió siendo niña de polio. El hijo mayor se casó a los veintitrés años, durante la Segunda Guerra Mundial, pero murió en Guadalcanal sin haber tenido hijos. El único hijo que sobrevivió fue tu padre. Tú eres su única hija, la única heredera legal. Las tierras de la fábrica te pertenecen y la cesión por noventa y nueve años acaba en menos de dos años.
Todo eso era de ella: la tierra y la fábrica. Las palabras se hacían cada vez más claras en la mente de Cammie.
-La compañía sueca no tiene interés en renovar el contrato. Quieren comprar directamente.
-Si quieres evitar la venta de la fábrica -dijo Janet asintiendo- basta con que no vendas.
Cammie estaba exultante. Podía salvar los árboles, la tierra y los pájaros carpinteros. La batalla había acabado antes de comenzar. Como dueña de la fábrica, podría preservar la ecología de la zona como más conveniente le pareciese. Nadie podría interponerse en su camino. El alivio y la alegría burbujeaban en sus venas como champagne. En su boca se dibujó una amplia sonrisa.
Luego, lentamente, su efervescencia comenzó a desvanecerse.
Si el pueblo decaía, ella sería la responsable. Hasta el momento lo era, ya que había otras personas que actuaban con ella oposición de la venta.
-Hay otro asunto -dijo Janet Baylor-. Se me ocurrió anoche y es una de las razones más importantes por las cuales decidí venir a verte esta mañana. Si eres la dueña de las tierras y la única heredera, entonces todos estos años deberías haber estado recibiendo dinero de renta. Esa renta, acordada por Justin Sayers, no es mucho: se trata de un dólar por acre y por año. Sin embargo, si sumamos la renta de cien años y le añadimos el interés -que es lo que la corte ordenaría después de un litigio- el total sería bastante considerable. Los dueños de la fábrica te deben ese dinero, decidas o no vender.
Cammie miró a la otra mujer. Una sospecha había comenzado a anidar en su mente.
-Creo que dijiste que descubriste esto hace ya varias semanas. ¿Significa esto que ya disteis los resultados a la persona de la fábrica que los pidió?
-Sí, así es.
-¿Y te importaría decirme, si es que lo sabes, quién fue el que se puso en contacto con Endicott y Lane?
-Según me parece, la petición vino de Gordon Hutton.
Cammie no se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que dejó salir el aire. Hacía demasiado poco tiempo que Reid había regresado como para que pudiese haber pedido ese trabajo, pero era posible que lo hubiese encargado su padre. En ese caso, era improbable que no hubiese estado al tanto de los resultados. En cambio, si la cosa había partido de Gordon Hutton, no tenía por qué saberlo.
Sin embargo, existía otra persona que casi con seguridad debía estar al tanto. Es persona era su ex marido.
Cammie se fue dando cuenta de la situación. La razón por la cual Keith estaba tratando de dejar sin efecto la petición de divorcio y quería volver a ocupar el lugar de esposo estaba bien clara. Según las leyes de propiedad del estado de Luisiana, la mitad de todo lo que ella hubiese ganado durante el matrimonio, le correspondía a él. Si se vendía la fábrica y la corte reconocía que la propiedad era de ella, le seguiría correspondiendo la mitad de lo que ella percibiera por antiguos alquileres.
Sin embargo, si la demanda de divorcio estaba asentada antes de que esos derechos se le concedieran, entonces no le correspondería nada. Nada en absoluto.
Ella se ocuparía, pensó Cammie, de que él obtuviese exactamente lo que se merecía.
Volviendo a contactarse con dificultad con esa mujer que estaba a su lado, le dijo:
-No sabes cuánto te agradezco que me hayas venido a ver. Espero que no esto no te traerá problemas ¿verdad?
-No lo sé a ciencia cierta -dijo Janet mordiéndose los labios-. Seguramente querrás hacer uso de esta información. De no ser así, mi visita no tendría sentido. ¿Pero podrías tal vez olvidar quién fue la persona que te dio esta información?
-Te por seguro que lo haré -dijo Cammie, tomándole la mano.
Las dos sonrieron comprensivamente al mismo tiempo.
Al día siguiente Cammie decidió hablar con Reid. Ella ya había madurado las cosas en su ente durante veinticuatro horas. Cuanto más lo pensaba, cuantos más aspectos tenía en cuenta, más preguntas le quedaban sin responder.
Sin embargo, la nueva disputa que se cernía entre ella y Reid no era lo único que la preocupaba. Sospechaba otra cosa que la preocupaba más aún.
Tenía que ver con la confesión que le había hecho Reid de que la había espiado la noche de la reunión y que también la espiaba cuando ella era adolescente. Cuando pensaba en todo lo que él le había dicho, se daba cuenta de que en realidad él nunca le había asegurado que esas hubiesen sido las únicas ocasiones en las cuales la había observado. Tampoco había prometido que no volvería a hacerlo.
Esos olvidos eran significativos y quería comprobar lo que pensaba.
Arregló las cosas temprano, no porque tuviese mucho que hacer, sino porque no quería dejar nada para el último minuto.
Preparó un atuendo consistente en un rompevientos gris oscuro, una camisa tejida de mangas largas y pantalones negros. Se quitó rápidamente la ropa que llevaba y se puso el atuendo oscuro. Unos pocos minutos más tarde, cuando aún anochecía, salió de su casa.
Se detuvo un momento en el jardín para oler la fragancia de los olivos y las azaleas. También le llegó un suave perfume de jazmines junto con el olor acre de los ligustros. Ahora ya no había cercos de ligustros en ninguna parte de su casa, pero una vez su abuelo había plantado una hilera, allí por los años treinta. Los habían quitado, pero algunos brotes se habían diseminado en los bosques cercanos y sus semillas habían sido dispersadas por los pájaros. Dirigió sus pasos ligeros hacia ese aroma.
Decidió refugiarse bajo un viejo y enorme ligustro. Era suficientemente espeso como para cubrirla. Las ramas interiores eran lo bastante bajas como para cubrirla bien y suficientemente fuertes como para sostenerla. La mayor ventaja era que, además, el aroma de las flores borraría por completo todo vestigio de su propio perfume.
No quería correr riesgos. Ya había tenido muestras de los reflejos y habilidades de Reid.
Esperar no era fácil. Se escuchaban crujidos y distintos ruidos que se iban acrecentando a medida que la noche se cerraba en el bosque. Las finas hojas del ligustro se movían al correr de la b risa y la rozaban como pequeñas arañas. Los jejenes la encontraron y revoloteaban en torno a sus ojos, zumbando con la insistencia de mosquitos, en busca de piel desnuda.
Ella había dejado varias luces encendidas en la casa. A medida que la noche se hacía oscura, el brillo de las ventanas se reflejaba sobre el pasto formando cuadrados brillantes. Ella miraba los espacios vacíos que dejaban los árboles, tratando de adaptar sus ojos y poder observar cualquier cosa que no fuese natura. La rama en la que estaba sentada comenzó a lastimarla. Se movió un poco y recordó que debía tener paciencia.
Una media hora más tarde vio la sombra que se movía. Contuvo la respiración y trató de seguirla mientras atravesaba los árboles. Era pequeña y baja, y totalmente silenciosa. Se movía ágilmente, manteniéndose fuera del alcance de las luces.
Era un gato.
Cammie se tranquilizó y apoyó la cabeza en el tronco. Una tela de araña cayó sobre su mejilla y se le enredó en las pestañas. La quitó y suspiró.
En un momento, el espacio entre un gomero y un cedro estaba vacío. Al instante siguiente, lo vio ocupado por un bulto del tamaño de las espaldas de un hombre.
Cammie parpadeó para asegurarse de que no eran visiones. La imagen, ancha y poderosa, se mezclaba con las sombras, desapareciendo y volviendo a aparecer.
Era Reid.
Apenas podía respirar mientras lo observaba vigilando la casa y moviéndose silenciosamente en un círculo en torno a ella. Podría haber sido un fantasma o una versión más grande del gato que había visto antes, o de la pantera con la que una vez lo había comparado. Aparentemente satisfecho de que todo estuviese como debía estar, se alejó a un sitio que estaba a unas treinta yardas de distancia, desde el cual se podía ver directamente la ventana de su dormitorio. Se acuclilló y se apostó allí, Un instante después de que dejara de moverse, a ella ya le costaba darse cuenta de que estaba allí.
Ella estaba en lo cierto, y esa coincidencia le producía una sensación extraña. No sabía si sentirse amenazada o protegida, asustada o agradecida.
Lo que no podía sentir era indiferencia. Tenía conciencia de una sensación de entrega. Era como si su condición femenina más primitiva estuviera respondiendo positivamente ante la noche y la tranquila fuerza del hombre que vigilaba. No deseaba sentir eso, pero no podía evitarlo.
¿Qué hacer?
Tenía algunas cosas para decirle, si es que podía acercarse a él sin que la masacrara. Abrió la boca para gritar su nombre. Abruptamente volvió a cerrarla.
Había algo en esa sombre oscura que le molestaba. ¿Era acaso demasiado grande, demasiado compacta? ¿Era que había notado algo extraño en la forma como se acuclilló?
Tenía que ser Reid. ¿Quién más podía ser?
A menos que fuese Keith.
Le parecía muy improbable. Keith nunca había sido un cazador. Además, tenía el cuerpo demasiado menudo como para dar lugar s semejante sombre.
Sin embargo, tenía que ser alguno de los dos.
La brisa le acariciaba el rostro. Eso quería decir que el viento venía en dirección a ella. Seguramente, eso haría que el viento se llevase los sonidos que ella pudiese producir. Entonces, era probable que pudiese acercase más, sin que notasen su presencia.
Se bajó de la rama con exquisito cuidado. Apartando las ramas para que no le lastimasen el cuerpo, se agachó y con precaución salió de debajo del ligustro. Forzosamente, había tenido que desviar la mirada del lugar donde estaba Reid. Cuando se volvió para mirarlo nuevamente, ya no estaba allí.
Había cambiado de lugar. ¿O tal vez era ella la que, al cambiar su ángulo de visión, ya no lograba divisarlo? No lo sabía. Un escalofrío la recorrió. Dio un paso y la indecisión la invadió.
Quedarse allí toda la noche era imposible. Además, no tenía ninguna garantía de que hacerlo fuese seguro, no si allí estaba el hombre, no si allí estaba el hombre que había visto fuese quien fuese.
Dio un lento paso, situando el pie y apoyándolo de a poco para evitar el crujido de las hojas. Poco a poco se fue deslizando entre los árboles, dando un rodeo para alejarse de la casa y del hombre que la vigilaba.
Una hora más tarde, aproximadamente, volvió a ver las luces la casa a través de los árboles. Se situó entre las ramas bajas de un pino joven y trató de mirar en medio de las sombras, volviéndose a uno y otro lado apara escuchar.
Era algo loco, algo estúpido. No podía comprender cómo había pensado que valía la pena arriesgarse de esa manera para descubrir si Reid esta allí. Estaba cansada de jugar a esa versión peligrosa de las escondidas, cansada de esforzar cada músculo para no hacer un solo ruido. Si lograba llegar a la casa, entraría más rápido que un gato.
No podía ver sino árboles y pasto plateado por la luz de la luna. Saldría de allí. Se apartó del pino.
Un brazo fuerte le amarró por la cintura y le oprimió la espalda contra un cuerpo firme como un roble. Su grito de terror fue acallado por una mano caliente que le tapó la boca.
-Si Keith o alguna otra persona usase perfume de gardenias, tendríamos graves problemas -le dijo exasperado al oído.
-¿Cuánto tiempo has estado aquí fuera? -preguntó Cammie en cuanto pudo liberarse de la mano-. ¿Viste a alguien más?
-Eso es lo que estoy tratando de averiguar. Quédate aquí -le dijo decidiendo con rapidez y en tono de voz tan bajo que ella apenas pudo escucharlo- Ponte de espaldas contra ese pino grande que está detrás. No muevas un dedo, ni siquiera un milímetro. No tosas, no emitas ningún sonido. Volveré.
Se fue antes de que ella pudiese responder. Ella se mantuvo tal como estaba durante varios segundos, tratando de controlar el temblor de sus rodillas. Dios, este hombre podía con ella, y lo más irritante era que no sabía si era por temor o por deseo. Sea como fuere, esa sensación no le gustaba.
De todos modos, después de un momento se movió para hacer lo que él le había dicho. No fue por obediencia, sino más bien por instinto de conservación. No quería darle ninguna excusa para que cometiese un error acerca de a quién estaba persiguiendo.
Sabía que notaría su regreso porque él se lo haría saber. En un momento todo era oscuridad, y al instante siguiente pudo ver la silueta de él dibujada contra la luz de la casa. Él no emitió sonido alguno, peor permaneció allí hasta estar seguro de que ella lo había visto. Entonces tomó la mano de ella y la condujo lejos de Evergreen. En cuanto se detuvieron, en medio de los pinos, a más de una milla de la casa, ella se dio cuenta de que lo había seguido muy confiada.
Eso la enojaba, ya que no tenía razones para hacerlo.
Él había fijado el ritmo del paso, y ella estaba aún agitada cuando se detuvieron. Su mano estaba muy caliente dentro de la de él, como si estuviese tocando energía pura.
Él estaba alerta, pendiente del camino. Cammie esperó a que él se volviese para decir en voz queda:
-¿No encontraste nada por allí?
-Había algunas huellas, pero pueden haber sido tuyas. Era difícil saberlo con tan poca luz.
-Había alguien allí, a menos que fueras tú jugando -dijo ella, sin molestarse en ocultar su sospecha.
-Yo no fui, aunque me gustaría.
-A mí, no. Ya he tenido suficiente.
-Bien, puedes encontrar tú misma el camino de regreso.
-Podría hacerlo, aunque tú no lo creas, pero vine aquí porque quería hablar contigo, y voy a hacerlo.
-Creí que la próxima vez que me acercara a tu casa ibas a llamar a la policía.
-Cada vez me parece que tenía más tazón cuando le dije -respondió ella, exasperada.
-Pero no lo harás mientras puedas utilizarme. ¿Pero para qué andar en la oscuridad? ¿No podrías haberme llamado por teléfono?
-No creí que te fuera a encontrar en tu casa. Ya habías tenido la amabilidad de decirme dónde podía encontrarte.
-Tal vez -respondió él- te dije demasiado.
-O no me dijiste suficiente -replicó ella, al sentir que se evadía, para luego proseguir-. Podrías haber mencionado, por ejemplo, que no hay ningún registro de que las tierras de la fábrica hayan pertenecido alguna vez a Justin Sayers.
Mantuvo el silencio durante tan largo rato, que Cammie estaba segura de que estaba sopesando excusas. Sin embargo, cuando comenzó a hablar, se notaba que quería investigar:
-¿Quieres seguir con eso?
Sin revelarle la fuente de la información, Cammie le dijo lo que Janet Baylor le había contado con todos los detalles que pudo recordar. Cuando terminó, hizo una pausa y dijo:
-No estoy segura de cuáles serán las complicaciones legales, pero creo que finalmente acabaré por ser la dueña de tu fábrica.
-Felicidades.
Cammie, al escuchar un dejo de ironía en su voz y al darse cuenta de que no estaba enojado, sintió que su alegría se disipaba.
-¿No vas a pelearlo?
-¿Para qué? Siempre me sentí un poco incómodo con la idea de una fortuna familiar basada en la generosidad de una mujer.
Había algo que ella no acababa de comprender.
-¿Y si la información que tengo es equivocada?
-En ese caso, las decisiones difíciles volverán a ser mías.
-No te comprendo.
-No es un gran problema -respondió él-. Pelearía hasta la muerte por defender algo que es mío, pero no derramaría una sola gota de sudor por algo que no lo es.
-Dudo -dijo ella, esbozando una leve sonrisa- que tus socios piensen lo mismo.
Él era rápido, había que reconocerlo. Pasaron apenas segundos, antes de que él preguntara:
-¿Lo saben Keith y Gordon?
-Eso parece.
-No creo que Keith sólo busque dinero.
Ella se preguntó si lo estaba diciendo porque pensaba que ella deseaba escuchar eso.
-No -respondió-. También es el poder. Le resultaría muy placentero controlaros a ti y a su hermano. Aunque sea a través de mí.
-Nunca dije que no pelearía con Keith.
Su voz era dura. Ella lo miró largamente, pero era imposible ocultar su rostro en la oscuridad.
-¿No le dijiste a Keith que lo sabes, verdad?
Ella meneó la cabeza, pero en seguida se dio cuenta de que él no podía percibir ese movimiento en la penumbra. Luego dijo:
-Aún no.
Estaban en silencio. A lo lejos se oyó el chistido de una lechuza. Él volvió la cabeza y preguntó:
-¿Tienes sueño?
-No. No mucho -dudó ella, no sabiendo adonde podía conducir esa pregunta.
Él se apartó, se quitó la chaqueta y la colocó sobre el suelo. Luego se volvió hacia Cammie y tocándola suavemente en el hombro, la hizo recostarse sobre ella y se tendió a su lado. Las agujas de los pinos debajo de ellos formaban un colchón mullido, aunque un tanto molesto. Se mezclaban allí las fragancias de la resina y de los perfumes primaverales.
Ella y Reid no se tocaban, pero Cammie podía sentir su calor y percibir la fragancia especiada de su loción. Pensó en lo que él le había dicho acerca de su perfume y se preguntó si lo seguía oliendo.
-Sí -dijo él riendo, mientras ella volvía la cabeza para mirarlo-. Creo que está en tu cabello. ¿Acaso te lo lavas con él?
Ella apartó la mirada, como si él pudiese notar el rubor de sus mejillas:
-Lo vaporizo en el aire y camino debajo.
Él asintió, como si un misterio hubiese sido desvelado:
-Después de bañarte, y antes de vestirte.
-¿Cómo?
Reid apartó la mirada:
-No importa. Me gustaría saber más acerca de la historia de Lavinia y Justin. Nadie hablaba de eso en mi familia.
-¿Lo consideraban un hecho desafortunado?
-Creo más bien que Justin era un hombre reservado y su esposa, mi bisabuela, hizo todo lo posible por fingir que nunca había ocurrido nada. Ella se había casado con Justin, según parece, sólo unos meses después de su ruptura con Lavinia. Escuché a mi madre hablar un par ce veces respecto de eso con sus amigas, pero cuando se daban cuenta de que yo escuchaba, cambiaban de tema.
-Yo tampoco estoy segura de conocer toda la historia -dijo Cammie-. Me llegó por fragmentos. Mi abuela, la madre de mi padre, estaba siempre a la defensiva cuando se trataba ese tema. Sin embargo, la idea que quedaba en claro era que Lavinia no había sido feliz en su matrimonio. Ella era diez o doce años menor que Horace, y le gustaba cantar y bailar. Él, en cambio, sólo creía en el trabajo duro y pensaba que la iglesia era suficiente como lugar de intercambio social. Tenían un bebé varón al que Lavinia amaba entrañablemente y al cual trataba como su muñeco. Esa era la situación cuando llegaron los leñadores a la zona. Las empresas llegaron del este, donde se valoraba más la madera y los granjeros estaban contentos estaban contentos de que alguien hiciese por ellos el pesado trabajo de cortar los árboles. Horace fue uno de los que ofreció hospitalidad a los trabajadores. Eso se estilaba por entonces, dado que no había hoteles y la única pensión se llenaba enseguida. Justin Sayers fue uno de los hombres que se hospedó en Evergreen.
-Comienzo a figurarme lo que ocurrió -dijo Reid.
-supongo que fue algo natural -dijo Cammie- Greenley trataba al personal del aserradero como si fuesen miembros de la realiza. Hacía bailes, reuniones sociales y otros entretenimientos. Los leñadores eran muy diferentes de todos los granjeros que las muchachas conocían. Hubo un par de embarazos imprevistos y casamientos apresurados. Cuando se acabaron los grandes árboles, excepto los que eran de muy difícil acceso o algunos que la gente como Horace quiso conservar, los leñadores se fueron, y cuando lo hicieron, Lavinia se fue con Justin.
-Simplemente así.
-Dudo que haya sido fácil y también dudo de que no haya sentido algunas veces arrepentimiento. Más bien sé que tuvo esa clase de sentimientos, ya que después de viajar cerca de un año con Justin por Nueva York, Chicago y Saratoga y de quedarse un tiempo con sus familiares en Vermont, regresó a Greenley. Horace la recibió nuevamente, y todo el mundo pensó que era un gesto muy noble por parte de él. Sin embargo, al parecer, fue tan sólo una venganza. Ya que se había divorciado secretamente de ella.
-Y luego regresó Justin.
-Así es. Y siempre me he preguntado por qué lo hizo.
-Lo hizo por Lavinia, claro está. Pensó que si la había convencido una vez de que se fuese con él, podría lograrlo de nuevo.
Esa certeza de Reid era interesante. ¿Acaso sería lo que él haría en caso de desear a una mujer?
-Justin nunca volvió a irse -dijo Cammie- ni siquiera cuando se casó con otra persona.
-Sí -dijo Reid-. Uno se pregunta por qué se quedó. Tal vez haya sido porque le gustaron el clima templado y las costumbres tranquilas del sur. Además, aún quedaba mucha madera por cortar y él era un neoyorquino que no tenía ningún inconveniente en hacer dinero.
-Yo nunca sostuve -dijo ella mirándolo fijamente en la penumbra- que hacer dinero o aprovechar una oportunidad fuesen cosas malas.
-Justin era un hombre susceptible, según dicen. Su bisnieto también lo es. ¿Dónde estamos?
Cammie dejó pasar unos instantes antes de continuar:
-Aquí es donde todo se oscurece. Cuando Justin regresó, Lavinia estaba embarazada y todo el pueblo estaba sacando cuentas para saber quién era el padre. No sé si ella se rehusó a dejar a su esposo o si estaba haciendo lo correcto, pero el hecho fue que Justin se casó con otra mujer y a las pocas semanas Lavinia dio a luz a una niña.
-¿Y qué decidieron lo que sacaban cuentas? Sólo pregunto porque tal vez algunos de tus primos sean mis primos.
-Nadie lo sabe. Supongo que las fechas eran muy próximas. De todas maneras, lo que sucedió después hizo que la gente dejara de pensar en eso. A las pocas semanas encontraron a Horace muerto en los campos de algodón con una bala en la cabeza. Había una pistola en su mano, pero la gente pensaba que era un hombre demasiado temeroso de Dios como para quitarse la vida. La mayor parte pensó que Lavinia lo había matado.
Reid dejó salir un tenue silbido:
-Nunca escuché que la hubiesen arrestado.
-Ella lo pasó muy mal -dijo Cammie poniéndose de rodillas- y acababa de ser madre. Además, su familia era influyente y no había pruebas. Aparentemente, en esa época, una mujer con esas características, podía quedar impune tras un crimen. Probablemente porque en esa época difícilmente lo hacían sin un buen motivo.
-¿Tú crees que ella lo mató? -preguntó Reid con curiosidad.
-No lo sé. Parece bastante improbable. No obstante, puede ser que ella se hubiese enterado de lo que Horace había hecho. ¿Y si ella se hubiese enterado de que cuando Justin regresó por ella en realidad ella ya estaba divorciada, pero Horace se lo había ocultado? En un caso así, creo que yo también hubiese estado dispuesta a matar.
-Tal vez haya sido Justin el que mató a Horace por razones semejantes. Tal vez Lavinia se enteró y no pudo soportarlo, y por eso nunca volvieron a vivir juntos.
-¿Crees que ella asumió la culpa por él porque sabía que no iban a procesarla?
-No me gusta mucho la idea, pero pudo ser -respondió Reid.
-Sin embargo, eso no explica la cuestión de las tierras ¿Por qué Lavinia le dio a Justin todos esos acres?
-¿Acaso no dudas -preguntó Reid volviéndose hacia Cammie- de que lo haya hecho?
-En realidad, no. Aparentemente Justin pensaba que le pertenecían. De no ser así, no hubiese puesto allí su aserradero.
-Tal vez eran cómplices secretos -sugirió él. Se han visto cosas extrañas.
-O tal vez si Justin disparó a Horace, Lavinia se sintió culpable porque pensó que ella lo había conducido a eso.
-Ningún bisabuelo mío hubiese tomado una recompensa, si es eso lo que estás sugiriendo.
-No exactamente. Pero... ¿y si los dos juntos...?
-No, no creo que él haya matado a sangre fría. Tal vez puede haberlo hecho llevado por las circunstancias, pero no siguiendo un plan ni simplemente para librarse del esposo. Justin era el clásico patriarca victoriano: orgulloso, obstinado, un poco rígido...
-Igual que Horace, sólo que más joven y más apuesto -dijo Cammie, de algún modo divertida-He visto retratos de Justin al revisar la historia del pueblo. Te pareces mucho a él.
-Te daría las gracias, pero no estoy seguro de que sea un cumplido.
En realidad, lo era, pero a Cammie no le pareció que admitirlo fuese una buena idea. Mientras se incorporaba, perdió el equilibrio y sus hombros tocaron los de él. sintió su calor a través del rompevientos y también pudo percibir la dureza de los músculos de sus brazos. Él parecía estar devolviéndole el contacto, sin ningún comentario ni esfuerzo.
Ella se reacomodó y se sentó. Mojándose los labios, repentinamente secos, dijo:
-De todas maneras, dudo que alguna vez conozcamos los detalles. Es posible que Lavinia haya tratado de retener de algún modo a Justin, o tal vez la haya dado las tierras a cambio de que él cortara la madera para ella. También es posible que lo haya hecho por Greenley, consciente de que el pueblo necesitaba una industria. Aparentemente, ella era una persona altruista. Sabes que fue ella la que donó trescientos acres al estado para la creación de la reserva.
-Y desde entonces Sayers-Hutton ha estado agregando tierras a la reserva cada vez que fue necesario, ¿lo sabías?
-Nunca lo supe -respondió ella frunciendo el entrecejo.
-Es posible que el estado no tenga la posesión de esas tierras, pero tiene la jurisdicción para el manejo de la vida silvestre y no creo que nadie pueda siquiera intentar sacar un solo acre del programa.
-Yo no lo haría, aunque pudiera. Nadie quiere matar pájaros carpinteros.
-Yo no quiero matar pájaros carpinteros. -dijo él, con distinción.
-Podrías haberme engañado.
-Mira Cammie, me haces desear... -Se detuvo y produjo un seco suspiro.
Todo el tiempo había existido una gran tensión entre ambos. En el silencio, esa tensión pareció adquirir vida propia. Cammie la sintió en el estremecimiento de su piel. Los músculos de su estómago estaban tensos y sus muslos contraídos. Sintió en su boca el calor que sigue a un beso. Supo de pronto que si se movía, si decía una sola palabra, Reid la abordaría. Lo que más la asombraba era lo mucho que deseaba romper ese equilibrio, lo mucho que le costaba mantenerlo.
Cuando Reid volvió a hablar, su voz pareció venir de muy lejos y contener un dejo de furia.
-Quisiera que me hicieses un favor.
-¿De qué se trata?-Quiero que me dejes hablar con Keith acerca de ese tema de la cesión de las tierras, antes de que le digas que tú lo sabes. Sé que estoy pidiendo mucho, pero me gustaría saber qué clase de excusa va a argumentar para explicar no habérmelo dicho.
-¿Para qué iba yo a hacer eso?
-Solamente para satisfacción mía -dijo un poco sarcástico- ¿Lo harás?
Si él hubiese discutido o exigido, ella se hubiese rehusado, pero la tranquilidad con que lo dijo hizo que no le sonase irracional.
-¿Por qué no?
Al día siguiente, Reid llegó a la fábrica una hora más temprano. Eso se había transformado ya en un hábito. Se había dado cuenta de que durante esa hora podía sacar adelante tanto trabajo como en todo el resto de la mañana.
Cada vez más a menudo, los supervisores y otros empleados iban a plantearle problemas. Se habían dado cuenta de que, además de ser el hijo de su padre, era una persona accesible.
Él estaba orgulloso de la confianza que en él depositaban, pero al mismo tiempo se sentía culpable por estar pensando en vender.
Eso, por supuesto, no era del todo correcto. Por supuesto, habría garantías. La fábrica continuaría como siempre, sólo que sería más grande y mejor. Sin embargo, mirando el retrato de su padre, él a veces se preguntaba si su padre, su abuelo y su bisabuelo hubiesen visto las cosas de esa manera.
Esa mañana no estaba arreglando demasiadas cosas. Había sacado otra vez el libro de entradas y salidas de la caja de seguridad, y lo estaba revisando por décima vez. Seguía habiendo un par de cifras que no le cuadraban. La contabilidad no era su fuerte. Eso era trabajo de Keith. En cuanto llegase su secretaria, le pediría copias de los cheques de las compras y de ñas facturas de los proveedores de los últimos seis meses.
Los recuerdos de la noche anterior no dejaban de concentrase. La manera cómo había encontrado a Cammie en el bosque, esperándolo, coincidía con sus febriles fantasías. No podía evitar preguntarse qué hubiese ocurrido si la hubiese tumbado sobre el colchón de hierba y hubiese probado el tacto de su piel.
Ya se debería haber acostumbrado a la presión del deseo que lo acosaba cuando la veía, ni qué decir al estar sentado junto a ella en la oscuridad. Sin embargo, no podía habituarse a eso. Si cerraba los ojos, podía sentir su perfume de gardenias y de ropa secada al sol, y también el suave aroma de su femineidad.
Por Dios, ni siquiera en su oficina podía librarse del deseo.
A veces se sentía como un muerto de hambre al que le hubiesen permitido probar un banquete una sola vez, para luego obligarlo a vigilar los manjares. Que hubiera llegado a esto por decisión propia, no lo hacía más fácil.
Sin embargo, había en todo ello un placer agridulce. Cammie estaba comenzando a aceptarlo como una parte de su vida, aunque no fuese una parte importante. Lo que había sucedido la noche anterior lo demostraba.
Al menos ella no lo había agredido ni le había propinado uno de sus ataques verbales. Él sentía que había pasado ese par de horas al lado de ella sin recibir heridas de consideración. Quien sabe. Tal vez algún día podrían llegar a tener una conversación entera sin insultarse.
Su trabajo de antes de hora había acabado. Ya se escuchaba el ruido de la gente que llegaba a las oficinas. En algún lugar, inclusive, se escuchaban voces destempladas. Sería bueno que viese si Keith ya había llegado y que mantuviese con él la conversación, para poder salir de eso y concentrarse en otra cosa. Si se presentaba la oportunidad, hasta podía llegar a preguntarle a qué se debían las sumas siderales que habían gastado en algunos insumos, tales como tinta, que la fábrica parecía estar consumiendo en cantidades increíbles.
Al salir de la oficina, se abrió la puerta y aparecieron dos hombres.
Reid se detuvo, impulsado por su certero instinto. Las miradas de los hombres, que parecían querer medirlo y se fijaban en él hasta con insolencia, hicieron que los músculos de su estómago se tensaran. En ese momento lamentó no tener un arma consigo. Era la primera vez en semanas que pensaba en algo así, era la primera vez desde su regreso a Greenley
Los dos hombres, aparentemente extraños, hicieron una educada inclinación de cabeza en su dirección y luego bajaron hacia la entrada de la fábrica. Reid frunció el entrecejo al comprobar que venían de la oficina de Keith. Su rostro se tensó al bajar. Golpeó la puerta y aguardó.
Keith estaba sentado sobre su escritorio, con un brazo cruzado sobre su vientre. Él estaba apretando un pañuelo manchado de sangre contra la comisura del labio y luego inspeccionaba el resultado. Cuando la puerta de la oficina se cerró tras Reid, Keith levantó la vista y Reid pudo ver claramente una herida que se estaba tornando azulada.
-¿Qué quieres?
-Nada que no pueda esperar. ¿Necesitas un médico o alguien que te lleve al hospital? -Reid se dio cuenta de que la era herida era más dolorosa que grave, pero siempre existía la posibilidad de que tuviese lesiones internas.
-No necesito nada, especialmente que venga de ti -dijo con dificultad, mientras se apretaba las costillas-. Vete, déjame sólo.
Estaba claro que Keith no tenía ninguna intención de contarle lo que había sucedido. La razón no era difícil de imaginar. Le habían dado una paliza, uy esos hombres no eran unos viejos conocidos. Reid los podía catalogar como matones a sueldo. Los comentarios de Cammie acerca de los gastos de Keith y sus últimas comprobaciones al respecto parecían estar tomando un significado interesante.
Keith estaba recuperando el color, probablemente debido a la ira. Reid miró a ese hombre débil y dejado que había estado casado con Cammie y se asombró de sentir poca compasión por él. En realidad hubiese deseado, por razones que prefería no analizar, haber sido el artífice de algunos de los golpes que decoraban su rostro.
Después de unos instantes, Reid dijo con aspereza:
-Ya que estas suficientemente bien como para hablar así, Hutton, probablemente podrás comprender una advertencia más: andar merodeando por Evergreen puede ser un entretenimiento peligroso. Si alguien no tiene cuidado, puede resultar lastimado.
-Tú sí que era bueno para hablar.
-Es verdad -respondió Reid intencionadamente-. Por eso te aconsejo que prestes atención.
-Cammie es mi esposa. Ella ya estaría de nuevo conmigo si tú no hubieses estado merodeando por ahí.
-Si piensas eso, eres más tonto de lo que yo creía. Y hablando de eso, tal vez puedas explicarme algo. Me gustaría saber por qué no me informasteis acerca del problema que existía con los títulos de las tierras donde está este edificio.
Keith Hutton lo miró con los ojos vidriosos y lanzó un rugido:
-¡Dios! ¡Qué momento para salir con eso!
-Entonces lo sabías. Yo lo suponía. ¿Cuál era la idea? Algún día iba a enterarme.
-Debes hablar con Gordon. Él te podrá contar.
-¿Contar qué cosa? -se oyó la perentoria pregunta, que venía desde la puerta. Gordon Hutton entró en la habitación. Cuando se dio cuenta del estado de su hermano, sus labios se contrajeron. Cerró de un portazo. Se volvió y preguntó:
-¿Qué sucede aquí?
Keith miró a su hermano con una sombra de temor en los ojos. Dejó caer el pañuelo y, cruzándose de brazos, dijo:
-Sayers está disgustado porque nadie le dijo que faltaba el título.
El rostro de Gordon Hutton estaba pálido, cuando se volvió hacia Reid:
-¿Y eso te llevó a golpear a mi hermano? Si esa es la manera como te conduces en los negocios, me parece que es mejor que te vayas de la fábrica.
Reid levantó una ceja, pero antes de que pudiese hablar, Keith dijo:
-Está bien, Gordie. Probablemente dije algunas cosas que no debía. De todas maneras Sayers tiene curiosidad. Tú puedes decirle cómo fue la cosa, ¿verdad?
Era evidente que Keith no quería que su hermano supiese lo que había ocurrido realmente en su oficina. La primera tendencia de Reid fue esclarecerlo. Sin embargo, después de pensarlo mejor, decidió que sería más provechoso que Keith estuviese en deuda con él. Dirigiendo su mirada hacia el hermano mayor; dijo:
-Tal vez le hice las preguntas a la persona equivocada.
-Tengo una reunión en media hora y debo hacer antes un trabajo urgente, pero puedo darte cinco minutos. Ven a mi oficina.
Lo perentorio de la orden podía deberse a la falta de tiempo, pero Keith pensó que se trataba más bien de un juego de poder, de un intento de dominar la situación obligándolo a enfrentar a Gordon en su propio terreno. Había visto antes ese juego en expertos militares y tenía experiencia suficiente al respecto. Con su voz muy tranquila, pero la mirada firme, dijo:
-Mi oficina está más cerca. No te retendré más de lo necesario.
Gordon lo siguió. Cuando entraron en la oficina de Reid, se hizo evidente que a Gordon le costaba refrenarse y no tomar el lugar que antes ocupaba, detrás de ese escritorio. Se quedó de pie detrás de la silla, con las manos cruzadas en la espalda.
Reid, en lugar de sentarse en el sillón, lo que le hubiese dado la posición de mayor control, se sentó en una de las esquinas del escritorio. No hizo ningún esfuerzo por iniciar la conversación, pero esperó, para que su silencio obligara a Gordon a comenzar. Su expresión era soberbia. Sin embargo, al cabo de unos instantes enrojeció, apretó los labios y habló:
-La cuestión del título se viene tratando desde hace un tiempo, demasiado tiempo a mi criterio. Tuvimos un informe preliminar, pero nos pareció que era mejor controlarlo. Quería asegurarme de que todo eso no fue un error de la chica que contratamos para hacer el trabajo de papeleo. Te darás cuenta de que no me resultaba posible tomar ninguna decisión hasta no estar segur de los hechos.
El sonido de la coz de Gordon exasperaba a Reid.
-¿Fuiste tú el que se puso en contacto con el estudio jurídico y autorizó la búsqueda del título?
-Sí, fue parte del trabajo de rutina cuando surgió la posibilidad de la venta.
-Pero no importaste de los resultados a mi padre.
-Lo que se encontró -dijo Gordon con una sonrisa- era tan extraño que hubiese sido estúpido aceptarlo sin más. Los negocios requieren que se haga una evaluación minuciosa antes de tomar decisiones y que se implementen los controles del caso.
-No me des clases, Hutton. Sé perfectamente que hay que implementar controles y cuidados para evitar errores. Sin embargo, también sé que podías y debías haber presentado hace semanas el informe preliminar. Lo que me interesa es saber por qué no lo hiciste.
-Lo que yo quisiera saber -dijo Gordon apretando la mandíbula- es cómo lo averiguaste. No toleraré infiltraciones en mis operaciones.
-Nuestras operaciones -corrigió Reid-. Y cómo lo averigüé no tiene ninguna importancia. Estoy muy agradecido a esta filtración en particular.
-Está bien, está bien, pero todo lo que yo he hecho ha sido proteger tus intereses junto con los míos y los de Keith. No creo que desees dejar pasar una operación multimillonaria como esta por una estúpida legalidad. No hubieses regresado ni estarías interfiriendo en los asuntos de la fábrica si no quisieses proteger lo que tienes.
Reid sintió que perdía la paciencia, pero se mantuvo controlado:
-Tú creen que me conoces ¿verdad?
-Es cierto -dijo Gordon, presuntuoso-. Estás cansado de arriesgar el cuello por monedas. Creíste que viniendo aquí tendrías una vida fácil, con lo que papá dejó. El momento no era el indicado, con esa venta en puerta. Tomabas lo tuyo y listo. Bien, eso no me importa. Pero no me des indicaciones respecto de lo que debo hacer hasta la venta.
-Supongamos -dijo Reid- que se aclara que esto pertenece a Cammie.
-Bien. No vamos a darle todo a una estúpida mujer que nunca tuvo nada que ver con esto, sencillamente porque falta un papelito.
-¿Por qué no si la cuestión de la tierra es realmente así?
Gordon Hutton lo miró largamente y luego comenzó a maldecir:
-Es puta, debería haberlo sabido. Te ha engatusado, como a todos lo demás, como hizo con Keith hasta que fue suficientemente hombre como para librarse de ella. No puedo entender lo que tiene entre las piernas, que transforma a los hombres en peleles. Debe ser algo muy caliente.
Reid se incorporó. No había mucha distancia entre él y el otro hombre. La atravesó en un par de trancos. Empujó la silla que los separaba y tomó a Gordon de la camisa, levantándolo:
-La dama en cuestión -dijo lentamente- es una hermosa e inteligente mujer. Me molesta que hablen de ella en esos términos y, a veces, cuando algo me molesta, tengo una tendencia incontrolable hacia la violencia. ¿Crees que puedes entender eso?
Los ojos de Gordon estaban vidriosos. Trató de hablar, pero sólo pudo emitir un sonido de tos seca. Reid aflojó la presión.
-Está bien. Ya veo -murmuró.
-Bien -dijo Reid dejándolo libre y alisándole las arrugas de la camisa-. Tal vez puedas comprender que en realidad no me conoces tan bien como piensas. Que no tienes la menor idea de lo que siento o de lo que quiero, y que no tienes elementos, ni mentales ni morales, como para averiguarlo.
Se alejó, ya que la cercanía lo estaba haciendo perder el control, y siguió hablando:
-Te diré una cosa, y espero que la recuerdes. No quiero nada oculto en esta venta. No quiero que molesten a Cammie de ninguna manera. Quiero que me tengan informado de todos los trámites. En realidad creo que será mejor que Edicott y Lane me informen directamente. Creo que será más cómodo para mí de esa manera.
La mirada que le dirigió Gordon Hutton estaba cargada de odio, pero Reid no respondió a eso. El hombre se reacomodó la ropa y dijo:
-Lo lamentarás.
-Tal vez -dijo Reid-. Pero lo dudo. Y tal vez te des cuenta de que es mejor que cuides tu lenguaje, cuando ella nos pida el reembolso de cien años, más el interés.
-Ella no se atrevería.
-¿Crees que no? -preguntó Reid sonriendo-. No digo que yo conozca bien a la dama en cuestión, pero no creo que ella siente demasiado afecto por ninguno de nosotros. Siendo así, creo que es muy posible que pida eso.
El club de campo que daba al lago había sido una vez una mansión familiar. El pórtico con columnas era impresionante y lo que había sido un salón de baile era actualmente el lugar más apropiado para cenar y bailar. Las ventanas y puertas que se abrían sobre el lago y las terrazas que descendían hasta su orilla hacían de ese sitio un lugar privilegiado.
Esas cosas eran lo único bueno que tenía el club. Por lo demás, la casa necesitaba pintura, las cortinas estaban gastadas y la comida era apenas pasable. La piscina y el campo de golf estaban relativamente bien cuidados, pero en cambio las canchas de tenis estaban descuidadas desde hacía años. La cantidad de socios había disminuido en los últimos tiempos, pero a nadie parecía importarle. Ya había pasado la época en la cual ser miembro de un club como ese era un símbolo de estatus.
Posiblemente esa mentalidad de club de campo estaba muriendo junto con la generación de la Segunda Guerra que la había hecho otro síntoma de la decadencia económica del pueblo.
Cammie estaba de pie en el porche de la vieja casa de campo y observaba las actividades. Podía ver las luces del muelle y escuchar la música. Había un banquete de bodas. Ella había asistido a la ceremonia y había entrado un momento en la recepción por cortesía. Había sido agradable, pero en realidad ella no conocía demasiado a ninguno de los dos novios y no sentía la necesidad de quedarse hasta la partida de la pareja Sin embargo, como se iba a quedar en el lago hasta el día siguiente, había preparado un bolso con sus cosas.
Ella y Keith habían celebrado su fiesta de casamiento en el club. Ese era uno de los recuerdos más felices en su matrimonio. Había habido champan y música romántica. Ella llevaba un traje de seda y encaje y Keith parecía el novio de un pastel de boda. Estaba orgulloso y feliz. Se sentía el entusiasmo de algo que comenzaba, o al menos ella había creído eso entonces.
Al terminar un matrimonio, reflexionaba, no todo lo que deja de lado era malo. Había habido también buenos momentos, y ahora estos, aunque hubiesen sido escasos, le pesaban en el corazón.
Recordaba la sortija de topacio que Keith le había regalado en la luna de miel en México. Se había dado cuenta de que a ella le había gustado al verla en una tienda y había esperado que ella estuviese durmiendo una siesta para regresar y comprársela. La había colocado en el fondo de una copa de margarita. A ella no le había gustado el trago y después de unos cuantos sorbos, había comenzado a derramar el resto por el balcón. Keith casi había tenido un ataque cardíaco.
Recordaba también cuando un año después Keith había vendido su lancha para comprarle el automóvil deportivo que pensaba que ella quería tener. Ellos no estaban en condiciones de pagarlo, y ella sólo había demostrado su admiración para complacerlo a él. Sin embargo había sido un gesto muy dulce de su parte querer regalárselo. A ella no le gustaba ese coche, con los asientos prácticamente rozando el suelo, pero habían pasado meses antes de que él se diese cuenta.
Ella pensaba que Keith hubiese necesitado una clase diferente de mujer. Alguien más frívolo, con menos necesidades afectivas. Una que se hubiese sentido embelesada o hubiese creído que una sortija en el fondo de una copa era el máximo romance. Alguien que hubiese aceptado bienes materiales como únicas muestras de amor. Ella nunca había podido ser así, aunque lo había intentado durante mucho tiempo.
Cammie captó algo que se movía con el rabillo del ojo y se puso a mirar el lago. Había una lancha de fibra de vidrio con el conductor dentro de la cabina. Escuchó el ruido del motor y vio que se encaminaba la muelle del club.
Mirándose a sí misma se dio cuenta de que su ropa la hacía muy visible y decidió retirarse hacia la casa, ya que lo último que deseaba era recibir visitas.
-¡No te escapes, querida, soy yo!
La voz cargada de humor de Wen Marston era reconocible en cualquier parte.
Cammie se relajó. Sonriendo, abrió la verja y se encaminó hacia el lago. Cuando la lancha llegó hasta el muelle, tomó el cabo que Wen le lanzó y miró cómo su prima subía por la escalerilla.
Mientras amarraba el cabo, Cammie preguntó:
-¿Qué haces aquí fuera a esta hora de la noche?
-De visita, querida. Me perdí la ceremonia y llegué tarde a la recepción. Me llamó de nuevo la anciana señora Connelly para que tasara su broche de diamantes. Eso es molesto, porque nunca lo va a vender. Alguien me dijo que estabas aquí y vine para contarte una increíble historia que he escuchado por ahí.
Cammie se sonrió al escuchar como los dientes de Wen castañeteaban por el frío.
-Entremos y te serviré un trago.
Cammie preparó a Wen un whisky con cola y se sirvió vino blanco para ella. Como la noche era agradable, salieron con las bebidas al porche. Sentadas en reposeras de ciprés, respiraron el aire puro. Los rostros apenas se veían bajo la tenue luz que venía de la cocina.
-No sé por qué no te mudas aquí. Yo lo haría si tuviese un lugar así.
-Lo pienso de vez en cuando.
La casa de campo, que tenía tan sólo dos dormitorios y una gran sala que oficiaba de sala, comedor y cocina, era cómoda y funcional. El techo con cuatro caídas y la gran chimenea le daban un aspecto más amplio que el que indicaban las medidas reales. Era un lugar para relajarse, con largos veranos e inviernos tranquilos, pero estaba a quince millas del pueblo y no era como Evergreen.
Bebieron un poco más y Cammie preguntó finalmente:
-¿Cuál es la historia? No me tengas en ascuas.
Wen le lanzó una mirada escéptica y finalmente dijo:
-Está bien. Hay una chica que trabaja para Arthur Lane. Se llamaba Reese antes de casarse con el chico de los Baylor. Se divorciaron el año pasado, ¿recuerdas?
-Janet Baylor -dijo Cammie, sintiendo que un escalofrío le corría por la espalda. Janet era la empleada que había descubierto el problema del título.
-Correcto. Parece que ella vive en los apartamentos que están en la Avenida del Cementerio desde que se separó. Bien, ayer por la mañana no fue a trabajar. Una de las chicas de la oficina la llamó, pero nadie contestaba. No prestaron mucha atención al asunto hasta que esta mañana se ausentó nuevamente del trabajo. Como no podían encontrarla, llamaron a su madre. Ella fue a ver qué sucedía y descubrió que Janet se había ido.
-¿Se fue?
-Los armarios estaban vacíos, no había nada en el cuarto de baño, ni su dinero ni su automóvil estaban a la vista. Parecía que ella hubiese arrojado todo en una maleta y se hubiese ido. Dejó sucios los platos del desayuno, comida en el refrigerador, álbumes de fotografías, recuerdos que suelen guardar las chicas, tales como flores secas o cajas de dulces vacías que recibieron de regalo. Estaba todo allí, como si hubiese salido muy apresurada. No le avisó a nadie de que iba, ni de cuándo volvería.
-¿Nadie la vio partir?
Wen meneó la cabeza.
-Encontraron su automóvil esta tarde en el estacionamiento del hospital San Francisco en Monroe. Suponen que tal vez fue a pie a tomar el autobús, ya que la estación está cerca de allí, pero nadie recuerda haberla visto. Desapareció.
Cammie frunció en entrecejo y miró hacia el lago. La luna estaba subiendo por encima de los árboles. El reflejo de la luz plateada cubría el lago:
-¿Por qué puede haber hecho una cosa así? ¿Alguien tiene una idea al respecto?
-No, no hay mucho. Janet no salía con muchos hombres. No bebía ni había nada raro en ella. La única cosa poco habitual fue que la noche antes de irse, la visitó un hombre. La única que lo vio fue una vecina viuda. Como ya estaba bastante oscuro y la señora no ve muy bien, no pudo reconocerlo.
-¿Había algún signo de violencia?
-Nada notable. Al parecer Janet se fue de su apartamento por su propia voluntad. Algunos piensan que tal vez se fue con el hombre que la visitó y que más tarde robaron su automóvil. Otros fantasean con que tal vez no se fueron juntos para que no los viesen y que se encontraron en el aeropuerto para iniciar un viaje romántico. Por otra parte, también puede suceder que se haya estado viendo con algún maniático y su cuerpo aparezca en una zanja.
Cammie permanecía en silencio. Tal, vez la desaparición de Janet Baylor no tuviese nada que ver con su descubrimiento en los tribunales, pero existía la posibilidad de que hubiese una relación entre ambos hechos. Por tanto, era importante informarle al sheriff de lo que estaba sucediendo, por más que a Cammie no le gustaba que el asunto fuese público.
-Janet vino a verme la semana pasada -dijo, posando su vaso en la mesa. Contó entonces a Wen la historia de lo que la muchacha había descubierto.
-Eso explica algunas cosas -respondió Wen-. Nancy Clements, una de las empleadas de los tribunales, me contó que alguien cortó algunas hojas de los libros de registros hace un par de días. Faltan varios folios y no saben exactamente cuándo los robaron.
-Tendría sentido si lo que falta es el registro del divorcio -dijo Cammie- pero no puedo creer que lo haya hecho Janet. Parece otra clase de persona.
-Por la cantidad de dinero correcto -dijo Wen con cinismo-, muchas personas harían cosas que no puedes imaginar.
-Pero todos sabían que ella estaba trabajando en esos registros. Hubiese sido demasiado evidente.
-Las personas que están siempre en un lugar son las que menos llaman la atención. Por supuesto, también pude haber sido otra persona: alguien que esperara que pasase mucho tiempo antes de que descubrieran la ausencia de esos folios. Eso hubiese sucedido de no ser por lo minuciosa que es Nancy Clements. Encontró en el suelo un tricot de papel y se dio cuenta de que pertenecía a los registros.
-Debo volver a casa para llamar a Bud.
En la casa de campo nunca había habido un teléfono. Esa era una de las muchas ventajas que tenía.
-Él estará contento de tener la primicia -asintió Wen- aunque no estoy segura de que esté muy contento de encontrar a Janet y a los papeles. ¿Te imaginas a mi rama de la familia siendo declara ilegítima con retroactividad?
Cammie se volvió hacia ella en la penumbra.
-Yo lo lamento. Pero no creo que so importe mucho ahora.
-No a ti. Tú tienes el apellido y la casa grande y tal vez hasta t4engas la fábrica.
La envidia, aunque encubierta por el humor, aparecía claramente en la voz de Wen.
-Sólo por accidente de nacimiento. No tengo ningún mérito, de modo que tú no tienes ninguna culpa.
-Eso también es agradable. Y además tienes a los hombres peleando por ti. No puedo soportarlo.
-No seas ridícula -dijo Cammie cogiendo su vaso.
-¿No lo sabes? El otro día Keith y Reid se pelearon en la oficina. Keith se llevó la peor parte.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Cammie, con su vaso suspendido a mitad de camino hacia los labios.
-Un ojo amoratado, la nariz sangrante y un par de costillas fracturadas.
-Reid no lo haría... -comenzó Cammie, pero enseguida se detuvo. Reid había dicho algo acerca de hablar con Keith. Tal vez la discusión había llegado demasiado lejos.
-¿Quién difundió esta historia? ¿Fue alguna de las secretarias de la fábrica?
-En realidad creo que fue Vona Hutton. Gordon llegó a su casa furioso, y la pobre Vona fue la que recibió el chubasco. Naturalmente, ella tenía que contárselo a alguien para aliviarse.
La fuente parecía de confianza, pero de todos modos había algo que Cammie no terminaba de comprender. Eso no iba bien con el demostrado autocontrol de Reid. Por supuesto, siempre quedaba la posibilidad de que no hubiese querido controlarse.
Wen se quedó hasta que terminó su trago y las luces de dentro del club comenzaron a extinguirse. Cammie estaba segura de que su amiga hubiese querido profundizar más en las noticias, pero sabía que no era muy discreta.
Cammie acompañó a Wen hasta el muelle, se despidió de ella y escuchó cómo ponía en marcha el motor de su lancha. Soltó el cabo y lo arrojó sobre la borda. Entonces, justo antes de que el ruido del motor no dejara oír nada, Wen preguntó:
-¿Y qué vas a hacer si los registros no aparecen y no puedes probar que la fábrica te pertenece?
-No lo sé -respondió Cammie-. Nunca vi nada que me demostrara que de verdad me pertenece.
La lancha se iba alejando del muelle y el ruido era cada vez más fuerte, pero Wen de todos modos dijo:
-Sí, sé de muchas personas a las que les gustaría asegurarse de que nunca aparezca ninguna prueba, sobre todo sabiendo que tú no deseas la expansión. Además, aparte de mí, hay muchos a los que no les gustaría que destrozaran su árbol genealógico. Ten cuidado. ¿Me oyes?
Cammie levantó una mano y no respondió. El motor cambió su sonido, que pasó a ser un rígido sordo. Wen hizo voltear la lancha y se encaminó hacia el club.
Cammie siguió mirando hasta que la lancha se perdió en la oscuridad. Creyó luego ver cómo llegaba hasta el amarradero del club y escuchó como el motor se apagaba. Sin embargo, se quedó en el muelle, escuchando el eco de las palabras de Wen.
¿En realidad alguien había lastimado a Janet Baylor a causa de lo que ella había averiguado? Y si Janet Baylor constituía una amenaza tan grande ¿qué quedaba entonces para ella?
Cammie deseaba estar de regreso en Evergreen. Al irse sintió como si estuviese escapando de una pecera. Había comenzado a sentir temor de caminar por la casa en la noche y sentía que alguien podía estar acosándola en la oscuridad. Se sentía nerviosa cuando pasaba delante de las ventanas sin cortinas, pensando que la podían ver desde el exterior. Evergreen comenzó a aparecerle un refugio.
La luna ya estaba alta e iluminaba pálidamente la noche. Del lago venía una brisa cálida, que llevaba el aroma del lago: una mezcla de peces y vegetación. Cerca de la orilla, un ciprés desnudo elevaba sus ramas peladas al cielo, como en un gesto de súplica. Se escuchaba el grito de un pájaro nocturno, que hacía contrapunto con el coro de las ranas y los insectos.
Su mirada se desvió hacia el reflejo de la luna en el lago, que formaba pequeños puntos brillantes como pedrería que se iban moviendo hasta debajo del muelle donde ella estaba. Justo allí, a cinco o seis pies del final del muelle, había aparecido Reid hacía ya tantos años. Tal vez era ese recuerdo lo que la había llevado hasta el lago. Ese recuerdo, invasor y antiguo, regresaba a su mente en los momentos más inesperados. Tenía la dolorosa sensación de que había habido en ese instante algo que ella no sabía, que debería haber sabido.
Fuera lo que fuera, seguía sin saberlo. Se volvió, irritada y caminó hacia la casa de campo.
Una sombra se movió en uno de los extremos de la casa. Cammie se detuvo abruptamente. Esforzó sus ojos para ver en la oscuridad.
El movimiento no se volvió a repetir. Podía haber sido el balanceo de un matorral sacudido por el viento. Podía haber sido también un perro o un gato huyendo asustado.
Podría haber sido cualquiera de esas cosas, pero Cammie estaba segura de que no.
El miedo corría por sus venas produciéndole un dolor que quemaba como ácido. Su corazón latía. Podía escuchar el sonido de un pulso acelerado y caliente.
Sintió la necesidad de levantarse la falda y correr hacia la puerta trasera agitando brazos y piernas como cuando era una niña asustada. Reprimir ese deseo la hizo tiritar de miedo. La luz de la cocina era un reflejo dorado que sólo servía para que la parte trasera de la casa se viese más oscura. Cuando había salido con Wen no había tomado la precaución de cerrar la puerta con llave. No había visto motivo alguno para hacerlo.
Por supuesto, era posible que la sombra que se movía fuera Reid.
Al pensarlo se enfurecía, y fue el calor de esa furia lo que le dio fuerzas para moverse. Se forzó a seguir adelante, paso tras paso, acercándose a la casa. Si él estaba vigilándola de nuevo, si se atrevía a aparecer después de haberla asustado tanto, lo mataría. O tal vez se arrojaría en sus brazos y no lo dejaría irse nunca más.
Sí, o tal vez saldría corriendo.
La persona que más podía ganar si se destruían los documentos -y la mujer que los había encontrado ya no estaba- era Reid Sayers. Durante todo ese tiempo Cammie había tratado de evitar ese pensamiento, pero ya no podía evitarlo.
El estrecho camino gastado por años de pisadas parecía no terminar nunca. Las hojas secas crujían ruidosamente bajo sus pies. Podía sentir las caricias del césped de la primavera contra sus tobillos. A través de los árboles divisaba el reflejo de la luz proveniente de la casa de campo más cercana, pero aún estaba demasiado lejos como para escapar hacia allí o pedir auxilio.
Llegó hasta la sombra que arrojaba el techo de la casa. Unos pasos más y alcanzaría la puerta. La abrió rápidamente, sosteniéndola para que no hiciera ruido al cerrarse.
El corredor era un agujero negro. Tuvo que poner en juego toda su voluntad para dirigirse hacia allí. Se quedó de pie adentro y prendió el interruptor de la luz. Sintió un gran alivio a al vista de la habitación, con sus mecedoras rústicas y el viejo diván cubierto de libros.
No había nadie. Cerró la puerta y puso el cerrojo. Apoyó su cabeza sobre la sólida madera y suspiró.
Las manos de Cammie aún estaban temblando cuando se acordó: los vasos que había usado con Wen estaban afuera. Bien: esperarían hasta el día siguiente. Se dirigió al dormitorio. Lo que necesitaba era un buen baño caliente para relajarse y quitarse ese frío que tenía en su interior.
Funcionó. En realidad hasta funcionó demasiado bien.
Sintió un gran calor en su rostro al salir de la bañera. Se secó con una toalla y se puso una loción hidratante en el rostro. Pasó un cepillo por sus cabellos mojados, refrescándose un poco antes de ponerse el camisón de batista y encaje.
La tela del camisón alguna vez había sido suave y opaca, pero los años de uso la había afinado y gastado y los lavados lo habían acortado hasta la altura de los tobillos. Cuando se lo uso, se pegó suavemente a su piel. Lo acomodó y se dirigió al dormitorio.
Se detuvo, como alertada por instinto. Un instante después se dio cuenta de qué estaba mal. La luz estaba apagado y ella la había dejado encendida.
Se dirigió a la cama. Había una larga sombra acostada allí, sobre la sábana recogida.
-¡Dios, querida! Creí que te encontraría al llegar -dijo Keith incorporándose.
Primero se sintió sobrecogida por la sorpresa, pero enseguida la invadió una fría rabia.
El interruptor de la luz estaba en el otro extremo del cuarto, cerca de la puerta. Cammie se encaminó hacia allí. Su ex esposo se deslizó de la cama y se interpuso en su camino.
Ella se detuvo y cruzó los brazos sobre el pecho:
-¿De qué se trata? ¿Hay otra cuenta para pagar?
-Si tienes algo de dinero extra, no me vendría mal, pero en realidad no vine por eso. Pensé que tal vez te sentirías sola aquí en el lago y que querrían un poco de compañía.
-Te equivocaste -sus palabras sonaron duras, como reacción frente a la insinuación recibida. Los ojos de él brillaban, pero ella no sabía si era a causa del malicioso placer de ponerla nerviosa o por una intención lasciva.
-¿Qué te ha ocurrido, Cammie? Antes eras tan amable, tan razonable...
-Me casé contigo.
-Está bien, está bien -respondió él acercándose un poco-. Tal vez sea culpa mía. A veces los hombres hacemos cosas tontas. No podemos evitarlo. Pero si me dejas, yo lo arreglaré.
Ella lo miró de cerca y escuchó atentamente el timbre de su voz, pero sin prestar atención a sus palabras:
-No puedo creer que estés intentando eso de nuevo.
-¿Por qué no? Sólo quiero arreglar las cosas entre nosotros -dijo aproximándose a ella.
-No es necesario que lo hagas -dijo ella recogiéndose el cabello-. Janet Baylor ya no está, y tampoco los registros. Quedarte conmigo no te dará ninguna ventaja.
La confusión de su rostro parecía auténtica, aunque sólo duró un segundo. Con voz áspera, Keith dijo:
-No sé de qué estás hablando y no me importa. Esto es entre tú y yo. No abandonemos todo lo que teníamos. Por favor, Cammie. No me dejes.
La luz del cuarto de baño iluminó el rostro de él mientras se acercaba hacia ella, mostrando el golpe púrpura que estaba desapareciendo bajo su ojo y la hinchazón en el puente de su nariz. Ella apenas registró los indicios de la paliza que había recibido, ya que estaba luchando con el impulso de escapar. Él la alcanzó y pasó una mano tras el cuello de ella, acercando su rostro para darle un beso. Ella le retiró la mano de un golpe.
-¡No hagas eso!
-¡Maldición, Cammie! No seas tan obstinada. Tienes que regresar conmigo.
-¿Ah, sí? ¿Y qué hay de la chica que te está por hacer padre de un día para otro? ¿Crees que puedes hacernos felices a ambas o tienes intenciones de dejarla?
-Ella no tiene nada que ver con esto -dijo Keith con una mueca de frustración.
-Es gracioso. Yo creía que sí. Pensé que ella era la razón por la cual querías tu libertad.
Él la tomó del brazo, y le rodeó la espalda con el suyo:
-Eso fue un error. Ella me hizo sentir importante, pero no te llega ni a los talones.
Viendo el enojo en el rostro de Keith, Cammie se sintió repentinamente apenada por la joven que iba a tener un hijo de él. Su furia se disipó, y con voz tranquila le dijo:
-Vuelve con ella, Keith. Ella te quiere a su lado y yo no.
Él maldijo y sus dedos se transformaron en garras. Acercó a Cammie, colocándola contra su cuerpo y diciéndole al oído.
-Quise hacerlo de la mejor manera, pero tú no quisiste. Ahora lo haremos como habíamos comenzado en la reserva del bosque.
Cammie sintió el peso del cuerpo de él contra sus caderas. Sitió su dureza y se dio cuenta con certeza de lo que intentaba. Si volvía a tener relaciones sexuales, fuese o no con su consentimiento, la petición de divorcio quedaría anulada. Keith sólo tenía que declarar ante la corte que habían vuelto a estar juntos como marido y mujer. Si ella no lo podía negar bajo juramento, él había ganado.
Tenía pocas opciones. Gritar no serviría, ya que nadie podría escucharla. No tenía un arma. Las únicas posibilidades que le quedaban eran convencerlo y pelear.
-Violación es una palabra muy fea, pero haré la denuncia.
Keith la empujó, y ella trastabilló en dirección a la cama.
-Hazlo. Será tu palabra contra la mía y veremos a quién creen en la oficina del sheriff.
-Pienso que Bud me escuchará a mí.
Keith le apretó el brazo nuevamente y ella trató de zafarse, pero él lo apretó más.
-Tal vez sí y tal vez no. No sé si le interesará participar en una tonta discusión doméstica. Y seguramente no te gustará que los detalles estén en boca de todo el pueblo.
Las piernas de Cammie ya estaban contra el borde de la cama. Keith se inclinó sobre ella, arrojándole al rostro su aliento fétido, su olor a whisky y el de las pastillas de menta que había usado para cubrirlo.
Cammie sintió náuseas. Con voz entrecortada, Cammie dijo:
-Tal vez a quien deba llamar sea a Reid. Es posible que no desees ver de nuevo su rostro.
No fueron las palabras indicadas. La cara de Keith se trasformó en una mueca de rabia. La tomó del camisón y con esfuerzo la tiró sobre la cama y se arrojó sobre ella, colocándole una rodilla entre las piernas.
Ella se retorció y lo golpeó. Con un puntapié logró apartarlo unas pulgadas, lo suficiente como para colocar su rodilla entre las piernas de él. Keith detuvo el golpe y se colocó sobre ella, cortándole la respiración. Antes de que se pudiese recuperar, le separó los muslos y le sujetó los brazos y se situó sobre la pelvis de ella.
La furia la invadió. Certeramente mordió un brazo de Keith y al librarse de él lo golpeó con fuerza en la nariz.
Keith maldijo y se inclinó, dolorido. Se incorporó y salvajemente la tomó de una muñeca y luego de la otra. Las retorció y las acercó una a la otra. Ella profirió un grito. Keith le sostuvo ambos brazos con una mano y, llevando la otra hacia atrás, le dio una fuerte bofetada.
Cammie sintió un caliente dolor en su rostro, que iba de su mandíbula hasta el pómulo. Sentía la respiración entrecortada y las lágrimas asomaron a sus ojos. Sólo pudo emitir un sonido estrangulado y vio como él llevaba nuevamente la mano hacia atrás. Pero el golpe nunca llegó.
Repentinamente el cuerpo de Keith se elevó, fue arrastrado, dio contra el suelo y luego contra la pared del cuarto. Dio un grito, insultó y se tomó las costillas heridas, deslizándose al suelo.
En la oscuridad del cuarto, Cammie vio una sombra, que se movía, ligera, con un aura peligrosa en cada línea de su silueta. La sombra se acercó al cuerpo del hombre caído y se inclinó sobre él.
Era Reid.
Reid reconocía perfectamente ese sentimiento de fría enemistad con que estaba mirando al hombre que se retorcía en el suelo. Era esa frialdad que siempre le había permitido matar, si era necesario, sin demasiados escrúpulos. Sin embargo, esta vez se agregaba un elemento más. Estaba buscando una excusa para hacerlo con anticipación. Sentía un enorme desprecio por los hombres que utilizaban la superioridad de sus fuerzas para aterrorizar a las mujeres. Un hombre que hiciese algo así a Cammie se merecía cualquier cosa. Rezando en silencio, esperó que Keith tuviera un arma e intentase usarla.
-¿Reid?
Escuchó la voz de Cammie como si viniese de una gran distancia. Ella se le acercó lentamente en la penumbra, cuidando de quedar todo el tiempo a la vista. La precaución de ella, y el temor que sentía frente a él, le causaron remordimientos y derribaron sus defensas como ninguna otra cosa hubiese podido hacerlo.
Su mirada fue lentamente desde la seda de los cabellos de ella hasta la sombra roja de la marca en su mejilla, para recorrer después las formas y los movimientos que se insinuaban bajo el tenue camisón. Como si una niebla se disipase, Reid sintió que sus sentidos ya no estaban lejos de su alma. Lo lamentó. En ese momento no necesitaba la fuerte sensualidad que se estaba apoderando de él.
Ella estiró su mano, rozando apenas con sus dedos el hombro de Reid. Él sintió ese leve contacto como si se hubiese producido una poderosa serie de descargas eléctricas. Sintió la necesidad de tomarla allí mismo, en ese instante, y de hundirse en su suavidad y olvidarse del mundo. Contuvo la respiración y todos sus músculos se tensaron.
-No lo hagas -susurró ella.
¿No matar a Keith?
¿No tomarla a ella
¿No controlarse, para poder hacer ambas cosas?
Su mente se aclaró. Ya sabía lo que ella quería, y por qué. Hizo un gran esfuerzo para relajarse y se apartó un poco de Cammie, de modo que la mano de ella cayó de su hombro.
Había algo a lo que no renunciaría. No se dio cuenta de en qué momento había tomado la decisión, pero no lucharía contra eso. No iba apartarse de la mujer que tenía en frente. Al menos por esa noche.
Inclinándose, Reid arrastró a Keith y lo hizo ponerse de pie. Ignorando sus gruñidos y sus gritos, Reid lo fue empujando a rastras fuera de la habitación con la fuerza que le daba su furia brutalmente reprimida. Sabía que Cammie los seguía, pero no le importó. Empujó al marido por la sala y llegó hasta la puerta del porche, que abrió con el cuerpo del hombre, para luego expulsarlo al exterior.
Keith cayó hacia delante y luego se incorporó. Se puso de pie y agitó los puños:
-¿Quién diablos te crees que eres? -gritó.
-El hombre que te matará si intentas hacer algo asó otra vez -contestó Reid. Se acercó un paso y no se sorprendió al ver cómo Keith retrocedía. Entonces, con voz amenazante, le dijo:
-Sé dónde dejaste el Rover. Si no te escucho partir en cinco minutos, iré por ti.
El marido de Cammie hubiese deseado pelear, hubiese querido evitar que Reid se quedara allí con ella, pero conocía sus limitaciones y no era del tipo de los que las dejan de lado y atacan de todos modos. Keith Hutton se quedó de pie durante unos instantes, con su rostro descompuesto en una mueca, como si fuese a llorar. Luego desapareció en la oscuridad.
Reid esperó. Al cabo de unos instantes se escuchó el rugido del motor del Rover. Las ruedas chirriaron y el vehículo se alejó.
Reid volvió entonces y entró en el porche. Cammie había encendido las luces de la sala y estaba de pie en la puerta, mirándolo. Su rostro estaba perplejo, con los ojos muy abiertos. Él mantuvo la mirada con esfuerzo a la altura del cuello de ella. Pese a todo, pudo ver periféricamente la perfección de la silueta de ella recortada bajo el camisón.
No era tan tonto como para destruir ese placer haciendo algún comentario. Se acercó lo suficiente como para verla mejor y dijo con naturalidad:
-Lamento no haber podido llegar antes de que te lastimara.
-Estabas siguiendo a Keith, ¿verdad?
Él pudo percibir el temblor que se ocultaba detrás de esas palabras. La fortaleza interior de ella era la cosa que más lo había conmovido en los últimos tiempo. Era culpa de él. Si no se hubiese distraído tanto contemplándola bajo la luz de la luna, no hubiese perdido la vista a Keith. Si lo hubiese tenido todo el tiempo bajo control no hubiese tenido que dar rodeos hasta comprender que estaba allí dentro, con ella.
Reid miró sus propias manos, aún contraídas y se concentró en relajarlas.
-Lo vi en Evergreen. Cuando se dio cuenta de que no estabas allí, pareció que se figuró dónde podía encontrarte. Sí, lo seguí. Si me hubieses dicho dónde ibas, no hubiese sido necesario.
-No sabía que debía informarte acerca de mis movimientos -dijo ella, apartándose y caminando agitadamente por la habitación.
La mirada de él se podó sobre la espalda y las caderas de Cammie. Luego cerró la puerta trasera y echó el cerrojo. Por la tensión de la espalda de Cammie, se dio cuenta de que ella tenía conciencia de lo que él estaba haciendo, pero no se oponía. Lo sintió como un triunfo.
-No estabas obligada a hacerlo -dijo mientras la seguía hacia la cocina- y desde esta noche no será necesario tampoco, ya que he decidido estar más cerca de ti.
-¿Se supone que debo sentirme honrada por eso?
Él hizo una pausa mientras tomaba un puñado de cubitos de hielo del refrigerador. La expresión de ella era entre molesta y curiosa.
-Aceptaría que estuvieses un poco agradecida -repuso Reid y la miró burlón, mientras veía como el rubor iba subiendo desde el cuello de ella.
-Está bien -dijo Cammie con un gesto de resignación-. Te lo agradezco mucho, me alegro de verte y no sé qué hubiese hecho sin ti. ¿Es eso lo que deseabas escuchar?
Él no respondió, pero se sonrió para sí y buscó una bolsa de plástico, para colocar allí los cubos de hielo.
-Si eso es para mí, dijo ella, que se había distraído momentáneamente- no lo necesito.
-Puedes decir lo que quieras, pero deberás dar explicaciones acerca de ese golpe -dijo Reid, concentrando su atención en el cierre de la bolsa.
Los labios de ella se apretaron por un instante. Luego dejó de resistirse y dijo:
-Eres el hombre más exasperante que conozco. Estoy segura de que si yo me hubiese arrojado a tus brazos, llorando y dándote las gracias en el instante en que te vi, hubieses salido corriendo.
-Probablemente tienes razón.
Estaba segur de que ella tenía razón, pero ser totalmente sincero no tenía sentido.
-Y ni siquiera tienes la decencia de negarlo para que yo pueda enfurecerme a mi antojo.
-Tal vez yo no quiera que te enfurezcas.
-Yo creo que sí, que te gusta hacer que mi presión arterial se eleve. Y bien: si estás haciendo esto porque crees que yo necesito distraerme, después de que hayan intentado violarme, entonces más vale que pienses en otra cosa.
-Lo que yo pienso es que eres tan sensata como para darte cuenta siempre de por qué hago yo cada cosa y para actuar en consecuencia. ¿Te sientes -preguntó Reid, sintiendo la aceleración de su propio pulso -generosa en tu triunfo?
Ella elevó la mirada para encontrarse con los ojos de él y Reid vio como la hechizada mirada multicolor de Cammie se oscurecía. Sus labios tenían un suave rosado natural y se abrían delicadamente al respirar. Sus pechos se elevaban bajo la fina tela, con los pezones levemente erguidos. En tonto, todos los músculos de él se tensaban respondiendo a ella.
Abruptamente ella se acercó para tomar la bolsa con hielo. La colocó sobre su rostro y se apartó. Se sentó sobre el diván y colocó su otro brazo sobre el pecho.
Ella acababa de demostrar que lo comprendía muy bien. Era perverso de su parte desear que no lo hubiese hecho. Le hubiese gustado tener una excusa para hacerle el amor. No se trataba de simple deseo -si es que el deseo es alguna vez algo simple- sino más bien de una necesidad de consolarla, de aliviarle el dolor. Ese era el máximo del ego: creer que su esencia masculina tenía el poder de curarla.
-¿Qué victoria se supone que he tenido? La muchacha que averiguó lo del divorcio desapareció del pueblo y las evidencias de que la fábrica puede pertenecerme ya no están. Tú eres el que triunfa ahora.
-Lo supe. Endicott y Lane me llamaron. ¿Crees que yo tuve algo que ver con la desaparición de esa muchacha?
-¿Qué otra persona tiene una razón tan buena?
-Keith no lo sabía. De otro modo ¿para qué venir aquí y hacer lo que hizo?
-Eso es cuestionable. Le puede haber traído alguna otra razón que no fuese el dinero.
-Lo dudo.
-Créeme que es posible.
Los ojos de ella se agrandaron al mirarlo y luego se apartaron.
-No parece preocuparte que la gente piense que fuiste tú el que hizo desaparecer a Janet Baylor.
-¿La gente... o tú?
-Cualquiera -respondió ella, tratando de evitar que él trasformase su pregunta en algo personal.
La atención de Reid se desvió hacia otra parte, y contestó distraído:
-¿Por qué habría de importarme?
-¿Por qué no?
-Tengo tanto orgullo como cualquier otro, y tal vez más. Seguramente me considerarían culpable hasta que pruebe mi inocencia...
-¿Piensas que se basarán en tu propia evaluación de lo sucedido? Yo no lo creo.
-¿Y crees que estoy tan desesperado como para deshacerme de esa muchacha con tal de obtener el título de la fábrica?
Ella tardó mucho en responder. En ese momento, Reid sintió un nudo en la garganta.
-No lo creo, pero no sé por qué no lo creo -respondió finalmente Cammie.
-Porque confían en mí -dijo él, sin poder evitar una sonrisa.
-Sólo hasta cierto punto.
Por ahora era suficiente.
De pie, mirándola, Reid se sintió desvalido como un niño, pese a que no había nada de infantil en el deseo que lo invadía en fuertes oleadas. En la mirada de ella, había algo oscuro y desolado, un reflejo de la pasión que contenía. Una vez él había liberado esa pasión y el recuerdo de eso aún lo obsesionaba. Él sabía que había profundidades a las que no había llegado, a las que no había llegado ningún hombre, a las que tal vez no era posible llegar. Sin embargo, la compulsión de llegar hasta allí era un dolor constante, que Reid creía que iba a llevar hasta la tumba.
Tal vez esos pensamientos se reflejaban de algún modo en el rostro de él. Cammie apartó la mirada, se puso de pie y se apartó.
Él dio un paso hacia ella, pero enseguida se contuvo. Con voz suave, poniendo más sentimiento de lo que deseaba, dijo:
-No temas.
Los cabellos de Cammie se balancearon sobre su espalda mientras volvía la cabeza:
-Espías mi casa y la invades cuando quieres. Quiebras los cerrojos y destruyes mis cosas. Golpeas a personas, apareces repentinamente en medio de la noche. ¿Asustarme? En realidad debería salir corriendo y gritando por el bosque. Dios sabe por qué no lo hago.
-Por que eres valiente... y justa.
-No lo creo.
-¿Por qué entonces?
Una suave sonrisa curvó sus delicados labios:
-Por curiosidad. ¿No se dice que ese fue el pecado de Eva y que así ha sido desde el Edén hasta ahora?
Él sintió que una sensación de prevención congelaba su rostro. Comenzó una vez más a revisar las alacenas, tomó dos vasos y sirvió whisky. Tomó un buen sorbo del suyo antes de acercarse a ella para darle su vaso.
-¿Y tu curiosidad está satisfecha?
Ella no respondió enseguida. Él se dio cuenta de que no era porque no supiese qué responder, sino más bien porque quería evaluar las implicaciones de la respuesta. Tenía razón. En realidad él estaba probando los límites que los separaban.
Ella bebió y un escalofrío la hizo temblar al tragar el licor. Luego dijo abruptamente:
-Tengo mis reservas.
-¿Por ejemplo qué es lo que yo espero ganar con esto?-Ese parece un buen punto para comenzar.
-¿No crees que sea tu bello cuerpo?
-No del todo -dijo ella, dejando escapar una sonrisa.
-Bien -respondió él, antes de acabar con el licor y dejar el vaso sobre la mesa más próxima, para luego aproximarse a ella-. Entonces no pensarás que estoy buscando una recompensa...
Ella lo vio acercarse, inmóvil como una estatua, aunque sus labios estaban abiertos y su respiración era agitada. Él inclinó la cabeza con lentitud deliberada, sosteniendo la mirada de ella, cuidando no intimidarla, alerta al más leve signo de resistencia.
La boca de Cammie, cuando él la tomó entre sus labios, tenía el dulzor del Whisky combinado con la frescura de la pasta dentífrica. Él sintió la reacción de ella cuando la agrazó, pero luego vino la complacencia. Sus labios cálidos se amoldaron a las formas de él. La tensión la abandonó y él se acercó aún más sintiendo las formas de todas sus curvas adherirse a su cuerpo como un molde.
La acarició con los labios, disfrutando de cada sensación del tacto y de cada leve movimiento de respuesta. Tocó con la lengua las comisuras de los labios de ella, saboreando su suavidad, revelando los accidentes de su boca. La piel era tan delicada que a Reid le parecía sentir el flujo de la sangre que corría debajo.
Con un leve susurro, ella se acercó y Reid sintió las yemas de los dedos de Cammie ir desde sus hombros hacia su cuello. Un escalofrío de placer recorrió su espalda y aumentó la presión de su boca, internándose aún más en ella.
La caricia de la lengua de ella era suave y femenina. Había en ella un esfuerzo y consciente por reprimirse que la hacía aún más excitante que la abierta pasión. Invitaba a explorar, prometía ricas maravillas al que tuviese la paciencia de descubrirlas. Él estaba embelesado y abandonado a su pasión. Ya había visto el paraíso una vez y necesitaba desesperadamente encontrarlo de nuevo. Ciego y sordo, siguió explorando con todos los sentidos.
De pronto ella se puso rígida y comenzó a apartarse.
Fueron segundos, breves segundos, en los cuales rompió todas las defensas de él.
Él estaba, lo sabía, peligrosamente cerca del borde. Un poderoso temblor sacudía el centro de su ser mientras intentaba acallar sus instintos.
Ella se apartó, con la mirada perdida. Su voz era áspera al decir:
-No me agradas.
-Nunca te agradé -respondió él, con la voz nada firme.
-Odio lo que quieres hacerle a este pueblo, a esta región.
-Lo sé -dijo él, tocando apenas los párpados de ella con sus labios.
-Sin embargo, ahora que sé que existe la posibilidad de que la fábrica sea mía, me doy cuenta de lo difícil que sería decepcionar a la gente.
Él intentaba clarificar sus ideas, comprender lo que ella decía, de escuchar sus palabras tras la susurrante seducción de los sonidos que salían de su boca y las vibraciones que la voz de ella producían en su pecho. Eso no era sencillo, ya que al mismo tiempo debía luchar contra sus salvajes inclinaciones.
-¿Es así? -preguntó él, con la conciencia incómoda de que sus palabras no fueran muy coherentes.
-De modo que, aunque ya no estén las pruebas de que algo de la fábrica me pertenece, no debes sentirte culpable por mí.
Él se apartó y buscó el rostro de ella:
-¿Crees que me sucede eso?
-Dijiste que sabría darme cuenta por mí misma.
-Fue una afirmación tonta.
Ella se deslizó entre sus brazos. No hubo movimientos bruscos, pero aunque él no recordaba haberse apartado de ella por su propia voluntad, de pronto ella estaba de pie a dos metros de distancia.
-a mí me pareció una afirmación adecuada. Y aún me lo parece.
Él la miró dirigirse hacia la puerta del dormitorio. Cuando casi estaba dentro de la habitación, le preguntó:
-¿Quiere decir eso que ya no vas a luchar contra mí y contra la venta de la fábrica?
Ella le sonrió aunque el gesto no llegó a sus ojos:
-Nunca.
-Bien -respondió él-. Ya estaba preocupándome.
Cammie apoyó un brazo en el vano de la puerta y, mirándolo por encima del hombro, le dijo:
-Ya puedes irte a casa.
-Me conoces lo suficiente como para saber que no lo haré.
¿A qué respondía la expresión del rostro de ella? ¿Era alivia? ¿Era resignación? Reid hubiese dado cualquier cosa por saberlo. Ella desapareció antes de que él pudiese estar seguro.
Reid permaneció donde ella lo había dejado durante unos minutos interminables. Finalmente un temblor recorrió su cuerpo con una violencia tal, que lo sintió hasta en la planta de sus pies. Se volvió y se fue de la casa.
Inspeccionó el contorno de la casa, y caminó hasta la orilla del lago. Se detuvo cerca del muelle. Mirando el agua, respiró profundamente. Observó el br8illo de la luna sobre las aguas oscuras y aceptó como una caricia el reflejo de esa luz contra su piel. Trató de no recordar.
No podía evitarlo. Había sido allí, en ese muelle, donde él había tratado por primera vez de romper la distancia entre Cammie y él. No había resultado. Él había sido demasiado agresivo, sus hormonas habían reaccionado salvajemente ante el contacto con esa mujer tan especial. Incluso ahora se arrepentía de su torpeza.
Ya no era ese muchacho. ¿No lo era?
Tal vez estaba tratando de redimirse, al menos ante sí mismo. Tal vez tenía algo que probarse, tenía que abrir una vieja herida para poder recuperarse.
¿Era el sexo como un cuchillo con el que podía extraer un viejo veneno, aliviar un antiguo dolor? Ese concepto no parecía algo demasiado bueno ni para él, ni para la mujer a la que atacaría con ese arma. ¿Qué otra cosa había? ¿Cuáles eran las razones?
¿Estaba tan desesperado que aceptaría cualquier excusa con tal de poseer una vez más a Cammie? ¿Podía dejar de lado lo que sucedería mañana y pensar tan sólo en hoy? ¿Si podía hacerlo, sería correcto? ¿Sería inteligente hacer algo así?
Las respuestas, en orden eran: sí, sí y no, por Dios, no.
¿Iba a hacerlo de todos modos?
De pie, con los brazos en jarras, bajo el tranquilo resplandor de la luna, sus rasgos se endurecieron. Se volvió para mirar la casa de campo en la oscuridad. Bajó los brazos y comenzó a caminar hacia la colina.
Lo que hiciera dependería en gran parte de Cammie.
Pero no del todo.
Desde la ventana de su dormitorio, Cammie lo miraba mientras Reid regresaba desde el lago hacia la casa. Sus pasos largos, el balanceo de sus brazos, le producían una extraña sensación de vulnerabilidad. Su rostro tenía un aspecto oscuro y casi intimidante El brillo de la luna tocaba sus cabellos y mostraba sus rasgos implacables como los de un antiguo caballero andante en una aventura imposible.
No le provocaba ninguna culpa observarlo mientras él no la veía. Era el turno de ella.
Al darse cuenta de que entraba en la casa, soltó la respiración que estaba conteniendo. Se quedó quieta, de pie, pensando en la fuerza y seguridad de sus movimientos, recordando el modo como él sonreía y los destellos de sus miradas.
Le hubiese gustado poder aclarar lo que realmente pensaba de él. Dentro de ella peleaban el instinto y la lógica, la costumbre y la justicia, la furia y la atracción.
No lo escuchó, no lo sintió, no se dio cuenta de que estaba allí hasta que sintió sus brazos fuertes rodeándola, su calor contra la espalda. Ella trató de volverse, de liberarse de su abrazo. Él se movió y, abruptamente, la tomó de ambos brazos. No podía volverse, no podía inclinarse, no podía liberar sus manos. Su abrazo no era apretado ni hiriente, pero no había en él ninguna debilidad.
La invadió la necesidad de luchar. La controló con un esfuerzo tan grande que la transpiración cubrió su frente. Luchar no sólo hubiese sido indigno, sino que además, contra este hombre hubiese sido inútil. Ya había aprendido esa lección.
Reconocer que estaba indefensa le produjo una extraña sensación en el estómago y el bajo vientre. Con voz tensa, dijo:
-Déjame.
-No quiero -la voz era inexpresiva.
-¿Qué estás haciendo? Acabas de aniquilar a Keith por intentar lo mismo.
-No trataré de forzarte, si eso es lo que temes.
Ella apretó los dientes, en medio de un mareo que nada tenía que ver con el miedo:
-¿Qué es esto, entonces?
-Persuasión amistosa.
-¡No me siento amistosa!
-¿No? -preguntó él. Su brazo rozó los pezones de ella, que respondieron de una manera inmediata y evidente para ambos.
-No hagas eso -respondió ella, con voz más calma pero con un trasfondo de rabia.
-Escúchame.
No había nada de malo en eso. Ella asintió. Él la tomó más fuerte y la acercó aún más:
-Pensaba que sucedería si me consideraras como una especie en extinción. Tal vez yo podría actuar como un pájaro carpintero y entonces sentirías pena por mí.
-Nunca conocí a un hombre que provocara menos pena.
-Entonces compasión. No soy orgulloso.
Lo era. Ella lo sabía. Y también sabía el esfuerzo que debía estar haciendo para rogarle de este modo y para mantener ese humor y tranquilidad en la voz.
Con voz tensa, ella preguntó:
-¿Sólo por un momento, sólo por una noche?
-Así son las cosas. Ocurren de a una por vez y sin garantías.
Los labios de él rozaron los cabellos de sus sienes, como disculpándose.
No confiaba en él. Había demasiadas cosas sin explicar. Sin embargo, su cuerpo estaba cansado de luchar contra la atracción que los unía. Se sentía sobre cogida por sensaciones que no podía ignorar. Pensó que sus dudas y sospechar eran muy frágiles comparadas con la magia del deseo que recorría su sangre.
-¿Qué quieres que diga?
-Sí, nada más. Sólo di que sí.
Ella miró la noche. Después de un momento, preguntó:
-¿Me besarás primero?
-Vuelve la cabeza -respondió él, como si sospechase que era una treta y temiera perderla.
Ella hizo más que eso. Reclinó la cabeza sobre sus hombros y se aflojó, dejando que su cuerpo descansara por completo contra el de él. Luego llevó la cabeza hacia atrás y le ofreció el rostro.
Él se inclinó para posar sus labios sobre los de ella, acariciándole la superficie de la boca con suaves caricias de la lengua, saboreando su entrega. Se tomó mucho tiempo, como si todo lo que hubiese en el mundo fuera tiempo, como si todo lo que permitiera ese tiempo fuera un beso. Con dulce cuidado, apoyó su lengua sobre la de ella y acomodó los labios, ajustando bordes y comisuras. Moviendo suavemente la cabeza, friccionó delicadamente para aumentar el contacto y ejerció con suavidad más presión para entrar todo lo posible. Exploró las mucosas, recorrió la porcelana de los dientes y buscó la lengua de ella, para comprometerla en el juego.
Ella no podía escapar, y esa era la última cosa que deseaba hacer. Vibraba de gozo, como si fuese una cuerda pulsada por un músico maestro. Sentía que se ensanchaba, que cada uno de sus poros era invadido por esa sensual melodía. Recibió todo el sinuoso calor de él y lo siguió. El sabor del whisky y de la masculinidad exaltada tomaron por asalto sus sentidos. Ella también exploró entonces la boca sedosa de él, devolviendo cada incitación.
Cuando la mano de Reid tomó uno de sus pechos, Cammie se sintió sacudida y embelesada al mismo tiempo. Sintió que el globo de su pecho se tensaba mientras la palma de él lo tomaba con firmeza y la llenaba de intensas sensaciones. Con la yema de su pulgar, él fue llevando el pezón a su máxima firmeza, poniendo en ello todo su cuidado y atención. Las manos rudas de él y las carnes tersas de ella, la fuerza vital de él y el hambre indefensa de ella, eran el punto y el contrapunto de una melodía apasionada.
El corazón de él se desbordaba de su pecho. Ella podía sentirlo sobre su espalda. Reid le besó la comisura de los labios y después fue dejando una hilera de besos desde allí hasta el mentón, y de allí siguió besando el rostro hasta la oreja. Lamió con su lengua el lóbulo y luego lo retuvo entre los labios. Ella sintió la suave presión de los dientes y luego la succión, y sus pechos se transformaron, erectos de placer.
-Quítate el camisón -dijo él, susurrándole al oído.
Ella hubiera querido complacerlo, pero no estaba segura de poder mantenerse en pie.
-Quítamelo tú -dijo ella, con voz dolorida-, por favor.
La respiración de él era entrecortada, pero sus manos seguras fueron desabotonando las perlas que abrochaban el camisón. Inclinando la cabeza para mirar por encima del hombro de ella, abrió el escote. Su pecho se expandió al exponer las suaves curvas de los pechos de ella a la luz de la luna. Quitando la tela de en medio, llevó sus dedos hacia las colinas de seda, las fue acariciando lenta y completamente con las yemas de sus largos dedos.
Durante un largo momento se mantuvo así, pellizcando suavemente sus pezones hasta trasformarlos en tiernos y largos montes. Luego la hizo volverse y la colocó frente a su rostro. Le acarició la nariz, los labios, el mentón y después inclinó la cabeza para humedecer con su lengua primero un pezón y luego el otro. Luego tomó uno dentro de su boca y lo succionó de un modo perverso y dulce.
El deseo corría como un torrente por las venas de ella. También flotaba un encantamiento relacionado con la consumada habilidad del amante y la cortesía con que la ponía en práctica. Una dureza interior de ella, que nunca habían podido derribar la fuerza ni la crudeza estaba deshaciéndose bajo el influjo de las intuitivas caricias de él.
-Reid... -el susurro sonaba más bien como un suave ruego que como una queja.
Él levantó la cabeza. La duda y la pasión afloraron en sus ojos, mientras buscaba el rostro enrojecido de ella. Con una voz que era apenas un murmullo ronco, preguntó:
-¿Quieres que me detenga?
Ella sacudió la cabeza en una violenta negativa. Era imposible poner en palabras lo que estaba deseando.
La sonrisa que apareció en los ojos de él era leve, pero estaba iluminada por la satisfacción. Colocó entonces el rostro en el valle de entre los senos de ella y lo exploró con los labios y la lengua. Su cálida respiración fue llevando a la superficie toda la sensibilidad de la piel.
Él le quitó las mangas del camisón y la tela cayó hasta sus caderas, dándole por unos instantes el aspecto de una estatua antigua, con la tela completamente caída sobre las caderas y los tobillos. Él fue siguiendo con la mirada las curvas que resaltaba la luz de la luna. Lentamente las fue recorriendo con las manos. Mientras acariciaba con las palmas la cintura y las caderas, le quitó el camisón, que cayó a los pies de ella.
La expresión del rostro de Reid era casi dolorosa. Eso le provocaba extrañas sensaciones a Cammie. Sentía que iba creciendo en ella una profunda ternura, mientras permanecía de pie e inmóvil, con las manos a los lados. Nunca antes se había entregado de tal manera. Ella lo deseaba, deseaba hacer lo que él quisiese, lo que él necesitase. En ese momento la entrega parecía ser la única razón de su existencia, la única respuesta a su irrefrenable deseo.
En el toque de los fuertes dedos de él se sentía la urgencia, mientras, de rodillas, la acercaba hacia él. Ella tenía las manos sobre los hombros de él. sus ojos estaban cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás, dejando caer su espesa mata de cabellos sedosos sobre la espalda. Al sentir el calor húmedo de la lengua de él sobre su ombligo, contuvo la r espiración. Sintió entonces el contacto de su rostro sobre los rizos de la entrepierna y comenzó a temblar. La sensación que le provocaba su aliento caliente en el sitio más recóndito de su cuerpo, la estaba llevando a un reino de sensaciones puras.
Sin inhibiciones, él fue recorriendo cada uno de los pliegues, probando la textura de cada pétalo, buscando su esencia. La fue llevando a una respuesta, la fue provocando. Mientras las manos de ella se hundían en su cabello, él halló la perla que anidaba en el sitio más íntimo y le dedicó su cuidado más exquisito.
El leve sonido que ella emitió contenía un dejo de desesperación. Las manos de Cammie se crisparon sobre la piel de Reid, por debajo de su camisa. Él respondió tomando con más fuerza las caderas de ella. Fue moldeando cada una de sus curvas y luego liberó una de sus manos, deslizándola entre las piernas de ella. Con las yemas de sus dedos fue buscando entre el fino vello y acariciando las profundidades.
El placer fue tan abrupto, tan feroz, que le cortó la respiración. Se arqueó sobre el cuerpo de él, liberó sus manos y sintió que un estremecimiento inevitable la recorría.
Él la sostuvo mientras la hacía ponerse de rodillas delante de él. Los ojos de Reid emitían destellos azules al acercarla hacia su cuerpo. Tomó su boca con vigor, buscándola. Ella respondió con un murmullo gozoso. Reid fue introduciendo su lengua profundamente, retirándola, volviendo a entrar y buscando su cuerpo al mismo tiempo, hasta esa suavidad que se mantenía abierta para él.
El cuerpo de ella le dio la bienvenida, dándole a cambio una única pulsación interna. Él fue siguiendo la cadencia y probando un segundo dedo, a medida que los músculos de ella se relajaban lo suficiente como para recibirlo.
Ella enloquecía en los paroxismos que le llegaban en oleadas. No podía tolerarlos, no podía contenerlos en su cuerpo y en su mente y mantener al mismo tiempo la cordura. Debía encontrar un alivio y él debía unírsele, o explotaría. Ciegamente buscó la abertura de la camisa de él.
Reid fue en su ayuda, abriendo su camisa en un solo movimiento y quitándola de dentro de sus pantalones, mientras ella buscaba el cinturón. Él apartó los dedos de ella y lo abrió con una mano, mientras con la otra bajaba la cremallera. Él no detuvo los dedos de ella, que pronto encontraron la extensión de su sexo erecto, que ella fue apretando e investigando.
Como para distraerse de esas caricias, Reid tomó con sus manos los pechos de ella y vio, con la respiración entrecortada, como sus pezones rosados se contraían respondiendo a sus caricias.
-Eres tan bella -dijo admirado, como hablando para sí mismo.
-Tú también -respondió ella en un susurro tan leve como la brisa nocturna.
El abrazo se hizo más estrecho y lo mismo sucedió con la presión de las manos de ella.
Abruptamente, Reid llevó las manos a la cintura de Cammie y la levantó en el aire, mientras desplegaba sus propias piernas y se acostaba en el suelo. La colocó entre sus caderas y la inclinó para que se recostara sobre su pecho. Ella permaneció así unos instantes, con su mejilla sobre la mata rubia que cubría el pecho de él, frotando la cabeza contra su corazón.
-Cuando tú quieras -dijo él colocándola sobre su sexo.
Ella se levantó un poco y se situó encima de él, mirando su rostro mientras el miembro penetraba en ella un poco. La expresión de Reid era abierta y fiera, estaba concentrada en su placer. El latir de su corazón expresaba el torbellino oculto, que se revelaba en el parpadeo de sus ojos.
Cammie sintió la imperiosa necesidad de devolverle algo del placer que él le había dado. Se hundió más en él y sintió el estremecimiento de su reacción, que lo hizo incorporarse y alcanzar la profundidad en un solo movimiento de caderas.
Ella gimió y se aferró a sus espaldas musculosas, cerrando los ojos y balanceando las caderas, llevándolo hasta lo más profundo de ella. Lo quería allí, encastrado en su cuerpo.
Él se elevó para responderle y darle la fricción que ella necesitaba, hasta que ya no fue suficiente.
Se movieron entonces al unísono, yendo cada vez más profundo, piel contra piel y susurro con susurro, en medio de un placer intolerable.
Ella no estaba preparada para ese goce. El acoplamiento siempre le había parecido algo cargado de una ridiculez indigna. No había conocido la gracia trascendente de la unión de cuerpos.
Fueron cada vez más lejos, en un crescendo incesante. Era una unión silenciosa de las almas. Eran dos partes de un todo en un equipo perfecto, encontrando la delicada simetría de la emoción y el movimiento. Ni ella ni él se guardaban nada. Se esforzaban febrilmente hasta llegar.
Repentinamente se produjo una nota de claridad y éxtasis. Los recorrió a ambos de una manera tan poderosa que los dejó temblorosos en su arrebato.
Fue una conmoción tal que, si no tenían cuidado, sus corazones podía estallar.
Cammie siempre había pensado que las mujeres que iban de una relación problemática a otra relación problemática, carecían de sentido común. Ahora estaba comenzando a comprender que muchas veces las emociones no se correspondían con las prolijidades de tiempo y lugares.
Nunca antes había estado a merced de sus sentimientos. Durante su matrimonio había mantenido un desapego que le había permitido mirar las cosas desde fuera y no involucrarse con otros hombres ni entrar en situaciones de riesgo. Siempre había pensado que lo hacía por principios morales y por una actitud inteligente de su parte. Ahora se preguntaba si no lo había hecho por temor, o simplemente porque la tentación nunca había sido demasiado fuerte.
Pensaba en estas cosas mientras estaba en la cama bajo la brillante luz de la mañana y veía cómo Reid se acercaba a ella con una toalla enrollada en la cintura y una taza de café en cada mano. El sentido común le hubiese indicado salir corriendo como un conejo asustado.
-Con leche y sin azúcar ¿verdad? -dijo él, mientras colocaba una taza en la mesita de noche. Su expresión era cálida y su mirada recorría la piel de ella, pero su voz no mostraba nada más que un interés educado.
Él era perspicaz. Cammie no tenía dudas de que se daba cuenta de lo incómoda que se sentía. Asintió sin mirarlo a los ojos.
Él volvió a salir de la habitación y regresó instantes después con un plato de tostadas integrales con manteca. Colocó el plato en medio de la cama, subió por un costado y se acomodó sobre las almohadas. Cruzó las piernas, tomó una tostada y la mordió con evidente fruición.
Mientras miraba el contorno de los brazos de él, recubiertos por una capa de ello dorado, Cammie recordaba cómo había llegado hasta la cama. Después de hacer el amor, él la había tomado del suelo, donde ella yacía atónita, la había colocado sobre el colchón y había comenzado una dedicación tan insistente que resistirse había sido imposible.
No se trataba de que él fuese insaciable, si no más bien de que su deseo no era superficial. Era como si tuviese que recuperarse de años de privación. Pensando en esto, sentía removerse los músculos de su estómago.
¿Era él tan increíble como ella pensaba o más bien su matrimonio había sido peor de lo que ella creía? Su limitada experiencia hacía que no pudiese responder a esa pregunta.
Ella tomó el café y lo sorbió. Perfecto. Debería haberlo supuesto.
-¿Qué hacemos ahora?
-¿Qué te gustaría? -preguntó él, con una sonrisa en la asomaba el recuerdo de lo pasado. Ella lo miró, como reprochando, aunque no pudo evitar que el rubor iluminara sus mejillas.
Él fingió pensar, pero se notaba una impudicia en su mirada:
-Podríamos almorzar y cenar en la cama, con un par de recreos, o algo, en medio.
-¡Sabes a qué me refiero!
-Sí, pero sólo tengo respuestas para lo que me interesa.
-Entonces hay algo que está muy mal en el mundo.
-Te cansarías -dijo ella, sorbiendo su café.
-Claro que sí -dijo él sonriendo.
-¡Eres imposible!
-Tal vez un poco improbable, pero no imposible.
Ella se quedó en silencio. Estaba tratando de pensar en el futuro, mientras que él lo estaba apartando. Ella no sabía si lo hacía sencillamente porque por el momento no deseaba hacer ningún esfuerzo, o más bien porque sabía que no tenían futuro juntos.
Ella no había pedido promesas y prefería no pensar en eso.
Reid suspiró profundamente y volvió a colocar en el plato el resto de su tostada:
-Me gustaría llevarte conmigo al Fuerte y que te quedaras allí. Al menos estaría segura.
Seguridad. Sólo se trataba de eso.
-No creo que Keith vuelva a intentar nada -dijo ella-.Todo lo que quería era anular el divorcio. -Reid se limitó a mirarla, y no hizo comentarios. Entonces ella volvió a hablar:
-¿A eso te referías, verdad?
-Creo que tendrás que explicármelo.
Todo hubiera sido menos embarazoso, pensaba Cammie. Si ella hubiese podido afirmar que Keith actuaba inflamado por la pasión. Ella relató los hechos y luego se quedó en silencio.
-Debería haberlo matado -dijo él con un tono de violencia reprimida.
Parecía que lo que Wen le había contado acerca de cómo Reid había golpeado a Keith en la oficina era cierto. Ella había visto las huellas la noche anterior en el ojo de su esposo y se había dado cuenta de lo ocurrido en sus costillas. También se había dado cuenta de la facilidad con que Reid se había deshecho de él y había percibido el temor de Keith
-Es una gran tentación -dijo Cammie- pero no me gustaría tener algo así sobre mi conciencia.
-Entonces seguiremos como antes.
-¿Es una sugerencia o una pregunta?
-Tómalo -respondió él- como un intento de averiguar lo que tienes en mente.
-Nada -dijo ella, exasperada.
Lo que ella hubiese querido, se daba cuenta perfectamente, era saber cuales eran las intenciones de él, qué era lo que quería en el futuro. Fue por precaución o por un instinto masculino de conservación que él no aclaraba nada.
-Entonces -dijo él con una leve sonrisa- no haremos nada.
En realidad, no fue tan sencillo. Leyeron revistas nuevas y viejos ejemplares del “National Geographic” mientras iban y venían por la cama, usando cada uno distintas partes de la anatomía del otro como apoyo. Escucharon la colección de Mozart en el equipo portátil de Cammie. Fueron y vinieron descalzos de la cocina para preparar ensalada de atún, huevos duros y té frío, que tomaron como almuerzo. Hicieron el amor, se ducharon, se amaron de nuevo y comieron pastel de manzana y helado por la noche, ya que la comida no era una prioridad.
No volvieron a la normalidad hasta la mañana siguiente. Recordaron que tenían que estar en el pueblo temprano, ya que ambos tenían obligaciones. Cuando terminaron el desayuno y se vistieron, la conciencia de sus diferencias tomó proporciones gigantescas. No había sentido del humor ni sentido común que pudiese hacerles ver que unión como algo normal, ni mucho menos como algo duradero.
Reid sugirió acompañarla a Evergreen. Ella estuvo de acuerdo, ya que así sería más sencillo. No quería permanecer en la casa de campo. Siempre había tenido recuerdos desagradables de ese lugar. Ahora, ya eran demasiados.
Sin embargo, cuando llegaron a la gran casa, ella no quería que él se fuese. Al mirarlo alejarse, se sintió abandonada y sola. Era como si con él, Reid se llevase la seguridad.
La mañana transcurría. En un esfuerzo para distraerse, telefoneó a Fred Mawley. Él pareció tomar la llamada como un cumplido y quiso conversar. Pasó bastante tiempo antes de que ella pudiese preguntarle lo que quería. No, él no había vuelto a hacer su testamento. No sabía que ella tuviese apuro al respecto. Ella era mucho más joven que los clientes que solían formalizar sus legados. Ella ya sabía que la mayor parte de las mujeres no se molestaban en hacerlo, especialmente en Luisiana. Él tenía el testamento que ella había hecho con Keith el algún lugar de su escritorio, junto con los cambios que ella le había pedido. Lo buscaría. ¿Quería cenar con él el sábado en la noche? Podían ir al Club de la Torre en Monroe. Era tranquilo y muy exclusivo. Ya que había invertido en asociarse a ese club, prefería ir regularmente para recuperar el gasto.
Ella no aceptó, aunque se lo agradeció debidamente. Esa noche había, afortunadamente, otra reunión de los que se oponían a la venta de la fábrica. Tenía que planear cómo obtener publicidad gratuita para la causa.
Al pensar en la reunión que iba a tener lugar, Cammie se dio cuenta que debía cumplir con sus compromisos de ese día. Hacía falta mucho esfuerzo personal para que la organización se consolidara.
Tomó su libreta de direcciones e hizo varias llamadas a la capital del estado, para hablar con hombres y mujeres que podían tener ideas interesantes o deseos de ayudar. Estaba orgullosa por el interés que demostraron varias personas, que iban desde un conocido fotógrafo de la vida silvestre hasta la viuda de un petrolero de Shreveport, que ocupaba su tiempo en distintas causas. Cammie también se puso en contacto con un viejo amigo que estaba en el departamento de fauna y pesca y lo invitó a dar una charla sobre los efectos de la poda de árboles sobre los cursos de agua. No le resultó difícil lograr que aceptara.
Tuvo menos éxito cuando hizo las llamadas locales para recordar a la gente la reunión o para invitar a otras personas a que se unieran al grupo. Un hombre la insultó y dijo que necesitaba una casa llena de niños para mantenerse ocupada y no meterse en los asuntos que no le importaban. La última persona con la que habló, una anciana amiga de la tía Beck, le dijo que ella era la desgracia de sus padres y abuelos.
Cammie se quedó mirando el vacío junto al teléfono durante un largo rato. Sabía que algunas personas del pueblo estaban molestas por su postura respecto del tema de la fábrica, pero no se había percatado de cómo estaban los ánimos. La idea de tanta furia contra ella, la hacía sentirse mal. Además, estaba azorada de que personas que la conocían desde hacía tanto tiempo se hubiesen puesto en su contra tan rápido.
Le resultaba difícil entender que al hombre promedio le importase tan poco su tierra. Todos parecían creer que nada dañaría el ambiente. Ella creía que en eso tenían algo que ver las características de la tierra de Luisiana: era demasiado rica y fecunda.
Las lluvias caían sobre las ramas, los riachuelos y los ríos que eran recipientes que evitaban las inundaciones. La tierra que las raíces de los árboles no sostenían, se deslizaba y se movía, pero como el terreno era muy nivelado, raras veces recorría demasiado trayecto. El calor y la lluvia hacían que la vegetación creciese tanto, que resultaba difícil mantener despejados los caminos, ya que las ramas solían ser obstáculos importantes en las curvas. En los canteros de las casas abandonadas crecían árboles que, si no eran cortados, podían literalmente derribar las viejas viviendas. Los hongos y los líquenes destruían los techos y las paredes.
La vida fluía en constantes ciclos y siempre había sido así. La mayor parte de las personas parecían creer que un poquito de destrucción sería algo bueno y que mucha destrucción no haría demasiado daño. Por supuesto, estaban equivocados, pero no había manera de que lo viesen.
El teléfono sonó y Cammie saltó como si la hubiesen golpeado.
-¿Cammie, eres tú? Hace años que estoy tratando de comunicarme contigo. ¿Estás bien?
La voz, con una tonalidad agónica de persona que está siempre al límite, pertenecía a su tía Sara Taggart, la hermana de su madre. Cammie contestó con toda la amabilidad que pudo.
-Tu tío me aconsejó que te llamase y esta vez no puedo evitar estar de acuerdo con él. Cree que no puedo ocultarte esto, después de todo lo que ha ocurrido.
-¿Qué sucede, tía Sara? -preguntó Cammie, tratando de no demostrar impaciencia, pero no muy segura del resultado.
-Es acerca de esa muchacha que ha desaparecido, la chica Baylor. Una de las damas de nuestra congregación tiene un hermano con cáncer que va al hospital de San Francisco para hacer su radioterapia. Su hermana es quien lo lleva, ya que la esposa tiene que trabajar.
-¿Y qué sucede con la muchacha, tía Sara? -Preguntó Cammie. Su mano había tenido un súbito calambre, debido a la fuerza con que estaba tomando el auricular.
-Ya voy a eso, Cammie. Parece que la dama de nuestra iglesia vio a la muchacha salir de su automóvil y entrar en otro conducido por un hombre. La reconoció, porque antes de casarse, Janet vivía cerca de ella. Jura que el vehículo era un jeep y que el hombre que lo conducía era Reid Sayers.
No le sorprendía que alguien de Greenley viese lo que otro estaba tratando de ocultar. No había ningún lugar a distancia razonable donde alguien pudiese realizar con tranquilidad alguna actividad clandestina. Las personas del pueblo eran muy activas, muy movedizas y se interesaban demasiado en las actividades de sus amigos y vecinos. Alguien siempre veía algo. Alguien siempre lo contaba. Las cosas se sabían.
¿Qué había estado haciendo Reid? se preguntaba Cammie. ¿Había llevado a la muchacha a algún motel en Monroe? ¿La había llevado hasta el autobús? ¿La había llevado a alquilar un automóvil para irse del estado? ¿Le había dado suficiente dinero como para comenzase una nueva vida en otra parte?
También era posible que el cuerpo de la chica apareciese en una zanja o en una tumba oculta.
No, ella no podía creer una cosa así. No debía pensar en eso.
-¿Cammie, estás allí, querida?
-¿Y qué quieres que haga? -preguntó ella, sin poder disimular su enojo.
-Jack pensó que debías saber la verdad. Dice que no quiere que este hombre te engañe. Tú sabes lo que él es, de qué familia proviene. Además, estuvo fuera tanto tiempo que es un forastero. Y uno escucha historias muy extrañas. Uno no sabe que puede llegar a hacer un hombre así. No debes olvidarlo.
-dudo que eso sea posible -aunque lograra hacerlo, siempre habría alguien para recordármelo.
-Tal vez debería enviar a tu tío para que hable contigo. Él ha sufrido muchos dolores y decepciones. Sufrió su prueba de fuego en Vietnam y eso lo hizo comprender muchas cosas. Además, se pasa horas dando consejos y consuelo a las personas.
Cammie había escuchado ya muchas veces la historia de lo buena persona que era su tío.
-No hay nada que hacer, tía Sara. Te agradezco la información, pero no debéis preocuparos por mí.
El tono de su voz estaba dando por finalizada la conversación. Su tía aceptó y también extendió una invitación tan vacía como la que había recibido.
Lo que le habían contado debía de ser un error, o si no un chisme de alguien con demasiada imaginación. Janet Baylor debía de haberse encontrado con un hombre -nada más probable- pero ese hombre no tenía por qué ser Reid.
Él le había dicho que no tenía nada que ver con la desaparición de Janet Baylor. No podía recordar exactamente sus palabras. Era posible que tan sólo la hubiese llevado a suponer que no tenía nada que ver.
No, no podía ser. Él no era capaz de algo así.
¿O tal vez sí?
¿Qué sabía en realidad de él? Irse a la cama con un hombre no es garantía de conocerlo.
Sin embargo, ¿cuándo era una persona más ella misma? Si no era posible juzgar a alguien según el grado de ternura y preocupación que mostraba en el acto de amor, ¿entonces cómo saber como era alguien?
Estaba tan alterada que no podía concentrarse ni hacer ninguna tarea. Debía desempacar su bolso, pero no podía tolerar ver esa tropa y ese camisón. Persephone había hecho una lista, pero lo último que ella quería hacer era ir de compras. Pensó en ir a la tienda de antigüedades, pero enseguida comprendió que no tenía sentido, ya que no era capaz de trabajar.
Trabajar en el jardín solía calmarla. Tomó un par de guantes y unas tijeras y salió de la casa.
Pasó una hora en el jardín, cortando ramos de azaleas para la casa, fertilizando las camelias y quitando los pastos del invierno de los canteros. El día era cálido y agradable. Ya era tiempo de plantarlos canteros para el verano. Decidió ir a ver qué había en el vivero del pueblo.
Entró para buscar su monedero y vio, sobre una de las mesas, la bata de Reid que ella había usado el día que había estado en el Fuerte. Persephone la había lavado y la había dejado allí, para que la devolviesen a su dueño. Podía dejarla de camino.
Reid no estaba en su casa pero volvería al poco rato, según dijo la casera. Lisbeth ofreció a Cammie café y pastel, si deseaba esperarlo, pero Cammie dijo que no, explicando que estaba de paso.
-Me preguntaba dónde estaba esta bata. Era la favorita del señor Reid. -La mujer alta y morena, acarició la prenda con sus graciosos dedos.
-No me había dado cuenta.
-No se preocupe. Si la necesitaba mucho, supongo que habría ido a buscarla.
Cammie no pudo hacer más que asentir, aceptando con resignación que Lisbeth estaba al tanto de todo lo que ocurría. Se disculpó y se dispuso a partir.
-En cuanto a esa cuestión de la fábrica, señora Hutton... -dijo la casera, bajando la voz, como si no estuviese segura de si debía hablar o no.
Cammie se volvió, buscando el rostro de la otra mujer.
-¿Sí? ¿Qué ocurre?
-He estado deseando poder hablar con usted al respecto. El señor Reid está muy preocupado y trata de hacer lo mejor. Eso no es tan sencillo como algunas personas piensa. Su padre, usted sabe, le enseñó desde de pequeño a contemplar todos los aspectos de una situación y él esta tratando de hacerlo, pero tiene dentro el dolor, la preocupación de decidir lo mejor para la gente.
-Sí, lo sé -dijo Cammie, alentándola.
-Mire, él sabe que mi marido Joseph, y mis dos hijos mayores dependen de la madera para vivir. Ellos tienen dos camiones de transporte. El menor, Ty, está haciendo carrera en la fuerza aérea, así que él no tiene problema. Los otros, en cambio, deben cortar madera mientras brilla el sol, ya que es difícil conseguirla en invierno, cuando llueve tanto. Tal como van las cosas, la fábrica no puede guardar nada para los malos tiempo. La única manera de salir adelante es que la fábrica crezca y necesite más madera. Ellos se sienten bien. Se sienten hombres. Lo triste es que no es fácil ver el futuro.
-Sí, pero sería peor si ya no hubiese madera para cortar.
-Joseph y mis hijos son cuidadosos. Dejan en pie árboles para semilla, como siempre les indicaba el papá de Reid. Saben cómo derribar un árbol sin que dañe todo lo de alrededor. Son buenos leñadores. El padre y el abuelo de Joseph ya trabajaban en eso. Saben que su trabajo depende de ser cuidadosos con los bosques.
-¿Y que hay de la vida silvestre? ¿Qué sucede con los nidos cuando cortan árboles?
-Ellos buscan los nidos de los búhos y de los pájaros carpinteros y tratan de no cortarlos. A veces se equivocan y lo lamentan. Es triste, pero son cosas de la vida.
-A veces estas cosas llegan demasiado lejos y hay que hacer algo por la gente, los animales y las plantas.
-Dios sabe que es así -dijo Lisbeth meneando la cabeza-. Pero si las personas de buen corazón se unen, todo funciona bien, ¿no cree?
-Sería bueno que lo hicieran -dijo Cammie con una sonrisa triste-. Más que bueno: sería maravilloso, pero no todas las personas tienen buen corazón.
-Eso es una gran verdad. No puedo negarlo.
La casera ya había dicho lo que quería y no deseaba retener más a Cammie. Mientras se iba, ella no podía quitar de su mente las palabras de la mujer. Haber visto los problemas personales de los demás era duro. Una cosa era saberlo en general y otra cosa era enfrentarse a cada drama en particular.
La simpatía, en un caso como este, resultaba contraproducente. Ella no podía permitir que estas cosas la afectaran, así como tampoco podía acobardarse porque hubiese personas que no aprobaran lo que ella hacía. Sin embargo, la cosa no era fácil.
Como siempre, en el vivero encontró más de lo que necesitaba. Compró media docena de jazmines y una enredadera para la glorieta.
También consiguió un par de hibiscos rosados para colocar a los lados de los peldaños de la puerta trasera. Cuando se puso en camino de regreso, con toda su carga. , ya estaba anocheciendo.
Persephone le había dejado una cena sencilla, consistente en un plato de sopa de verduras y pan de maíz. Cammie comió temprano. No tenía mucha hambre pero sabía que debía comer. Se había quedado sin almorzar sin siquiera darse cuenta.
Estaba poniendo los platos en el lavavajillas, cuando tocaron a la puerta. Encendió la luz del porche y miró a través de las cortinas, antes de abrir la puerta trasera. El sheriff, estaba de pie en la penumbra.
-Lamento molestarte, Cammie -dijo Bud Deerfield llevándose una mano el sombrero-. Tuvimos una llamada avisándonos que había un hombre merodeando por aquí.
-¿Esta noche? -preguntó ella, sorprendida.
-Hace apenas unos minutos. Estaba cerca y pensé en venir a controlar.
Por supuesto, sería Reid. O tal vez no. Ella pensaba que él tenía demasiada habilidad como para hacerse ver. Podía ser Keith nuevamente, en cuyo caso debía estar agradecida a los vecinos chismosos.
Ella se apartó para dejar pasar a su primo.
-Me agradaría que revisases la zona, aunque no he visto ni he oído nada.
-Puedes considerarte afortunada -dijo Bud, limpiándose los pies en el felpudo y entrando-. Parece que ha habido una racha de merodeadores por el barrio. Al menos tres viudas nos han estado atormentando, ya que ven hombres que van y vienen a todas horas. Eso sucede especialmente en sus patios.
-¿Y habéis logrado ver a alguien?
-No hasta ahora. Yo decía que es la cuestión de la chica Baylor lo que ha alterado a las viudas, pero en realidad eso comenzó antes.
Bud entró a la sala y luego fue hacia el cuarto del sol.
-¿Crees que existe alguna conexión?
-¿Quién puede saberlo?
Su voz sonó como un eco, mientras recorría la habitación. Pasó al lado de ella y se dirigió nuevamente al frente de la casa. Bajó las escaleras y volvió a subirlas.
No encontró nada, a pesar de haber revisado los armarios y los baños y haberse agachado para ver bajo las camas. Salió entonces, sugiriéndole que cerrase con llave la puerta trasera y controlase las ventanas. Ella lo vio alejarse, rodeando la casa y revisar la glorieta y el garaje.
Diez minutos más tarde regresó hasta la puerta de atrás. Le indicó que si escuchaba algo debía llamar. Él se ocuparía de que alguien estuviese pendiente.
Ella aguardó hasta que él estuviese fuera de la vista. Entonces cruzando los brazos sobre el pecho, caminó hasta el corredor. Allí, al pie de las escaleras, dijo:
-Bien, puedes salir ahora.
Nada. Se sintió un poco tonta, pero si estaba sola, no importaba. Su instinto le indicaba que no lo estaba y no sabía qué le molestaba más: si era lo que intuía o si era el hecho de estar tan unida a Reid como para sentir su presencia. Se volvió despacio, escuchando los sonidos que venían desde arriba y mirando los rincones oscuros.
-¿Reid?
Él se materializó, saliendo del cuarto del sol. Sus pasos eran silenciosos. Se detuvo a dos metros de ella.
Ella sintió un nudo en la garganta, al comprobar su presencia.
-¿Durante cuánto tiempo estuviste aquí?
-Lo suficiente -dijo lacónicamente. Venía a verte cuando el sheriff llegó y vi que lo hacías pasar. Pensé que debía controlar el asunto por mí mismo antes de aparecer.
-¿Pero cómo lo hiciste... cómo no te vio Bud?
-Habéis hecho suficiente ruido como cubrirla retirada de cualquiera. Lo único que tuve que hacer fue mantenerme a un par de habitaciones de distancia.
-Pero si tú pudiste hacerlo, entonces...
-No hay nadie más aquí, créeme -sonrió al decirlo, pero su expresión alegre se disipó rápidamente- y a quienquiera que hayan visto los vecinos allí fuera, no fue a mí.
-¿Estás seguro? No es que quiera dudar de tu palabra, pero cualquiera puede dar un paso en falso.
-Los pasos en falso y los errores te llevan a la muerte en los lugares de donde yo vengo.
Si no había sido Reid quien había estado fuera, ¿entonces quién había sido? Seguramente no había sido Keith, no después de lo que le había ocurrido la noche anterior. Recordó esa otra sombre que había visto la semana anterior. En ese momento se había convencido de que era Keith, pero en realidad ahora no estaba segura.
Al menos podía creer a Reid. No había razón para que le mintiese en esto. No era como lo de Janet Baylor. En ese caso sí había razones.
Sus ojos azules la miraban oscuramente.
-¿Qué sucede? ¿Son acaso de nuevo mis viejos pecados que vienen a acecharme?
Ella sentía la necesidad de contarle lo que le había dicho su tía y escuchar su respuesta, pero en lugar de hacerlo, dijo:
-¿Fueron tantos los pecados?
-Algunos -dijo con el rostro sombrío- pero si quieres detalles escabrosos, deberás buscarlos en otra parte.
-No, gracias.
Se apartó de él y se dirigió a la cocina. Él dudó, pero luego la siguió. Cammie no parecía prestarle mucha atención. En realidad, estaba tratando de decidir lo que haría esa noche.
-Lisbeth me dijo que fuiste a casa. Podrías haberte ahorrado el viaje. De todos modos iba a venir.
-Olvidé darte la bata cuando estuviste aquí -dijo ella, mirándolo de reojo.
-Eso es alentador -respondió él con una sonrisa-. En realidad creí que querías conversar de algo en particular.
Ella dejó de limpiar la mesa:
-¿Cómo qué?
-No lo sé -contestó él, irritado-. Pueden ser muchas cosas: Keith, la fábrica, los documentos, todas esas cosas en las cuales piensas. También podría ser sobre nada en particular. Podría ser que tan solo quisiese verme. Diablos, de vez en cuando soy optimista.
-No te lo aconsejo -respondió Cammie con expresión dura
-Está bien -dijo Reid, agitando su mano en el aire-. ¿Qué sucede ahora? ¿Qué he hecho o qué no he hecho, para que te pongas así?
-Nada -respondió ella secamente.
-¿No?, ¿entonces por qué cada vez que nos vemos tenemos que comenzar así?
-¿Qué esperabas? ¿Qué me arrojara en tus brazos? ¿Qué te arrastrara a la cama?
-Hubiese sido un cambio agradable.
-Olvídalo.
-Pero creo que correspondía un beso de bienvenida.
-No estoy segura de que seas bienvenido.
-Lo lamento. De todos modos estoy aquí, bienvenido o no.
-¿Por qué? -preguntó ella-. ¿Por qué, si sabes que no quiero?
-Porque soy un hombre constante -dijo Reid, con una sonrisa triste.
En el tono de su voz y en las palabras que escogía, había algo que Cammie no llega a captar del todo, y no estaba segura de querer hacerlo.
Lo miró, recordando esa mañana temprano, cuando había amanecido entre sus brazos. Estaba pegada a la curva de su cuerpo, con la espalda sobre su pecho. Él no estaba dormido. Posiblemente no había dormido en absoluto. La estaba abrazando y con la otra mano le acariciaba los cabellos, hebra por hebra, sobre la almohada.
Eso no iba a suceder. Él se lo había dicho y ella no tenía más remedio que creerle. Además, era lo mejor. En sus locas fantasías ella lo había transformado en algo que él nunca sería.
Con el rostro pensativo y la voz tranquila, Reid le dijo:
-Es posible que no quieras hablar conmigo, pero de todos modos yo quiero decirte algo. Si te puedo demostrar un modo como ambos podemos estar satisfechos con la expansión de la fábrica ¿al menos lo pensarás?
-Pos supuesto -respondió ella, fríamente-. No soy irracional.
La mandíbula de él se contrajo, pero siguió adelante sin hacer comentarios:
-Es enteramente posible colocar en el contrato de compre cláusulas que garanticen el control ambiental. Los suecos podrían no aceptar los términos, pero creo que están tan ansiosos por establecerse en esta parte del país, que finalmente lo firmarán. Siempre tuve la intención de incluir algunas salvedades. Si deseas incluir otras cosas, podrás hacerlo. Eso suponiendo que yo siga siendo el dueño. Si la fábrica pasa a ser de tu propiedad, entonces harás lo que desees. Sin embargo, esta seguirá siendo una manera de proteger lo que a ti te parece importante y de beneficiar a la comunidad.
-¿Qué sé yo acerca de cláusulas contractuales?
-Supongo que más que la mayor parte de las personas y además puedes aprender. Por supuesto, para los toques finales hará falta un abogado.
-Por supuesto. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué tardaste tanto tiempo en decirlo?
-Lo hago porque me parece bien. En cuanto al tiempo, quería hablar antes con los suecos y asegurarme de cuánto interés tienen antes de comenzar a crear problemas.
-Quiere decir -dijo ella con una risa sarcástica- que si algo va mal en las negociaciones, siempre puedes dejar de lado las cláusulas y quedarte con el dinero.
-Yo pelearé por las cosas en las que tú crees, pero no perjudicaré a este pueblo y a los empleos de la gente en ras del destino de unos pájaros.
Él parecía tan sincero y confiable... Sin embargo, lo habían visto con Janet Baylor el día de su desaparición. No era posible que ambas cosas fuesen ciertas.
Cammie abrió la boca para pedir una explicación. En ese momento Reid frunció el entrecejo y se enderezó. Siguió su mirada y vio luces en el jardín. Un automóvil estaba entrando.
Reid levantó una ceja, como preguntando. Cammie meneó la cabeza: no esperaba a nadie.
Sonó un golpe en la puerta, Cammie se preguntó si alguien habría visto a Reid entrando en la casa y habrían llamado a la policía. Enseguida desechó la idea. No tenía sentido ponerse paranoica.
-Cielos, Bud, ¿qué sucede ahora? -Ella se había dado cuenta de que Reid no estaba a la vista, sino que se había dirigido a la cocina. El sheriff tenía el rostro desencajado y daba vuelta su sombrero en las manos.
-Cammie, lamento tener que decirte esto.
-¿¿Qué sucede? -Ella se acercó para verle mejor el rostro. La estrella de su camisa relumbraba bajo el reflejo de la luz del porche.
-Es Keith, querida.
-¿Está herido?
-Más que eso. Esta muerto. Lo encontraron en la reserva. El coronel dice que sucedió en algún momento de la tarde.
Ella contuvo la respiración y preguntó:
-¿Fue un accidente de automóvil?
-Le dispararon -respondió Bud, meneando la cabeza. Fue con una Magnum 357. La encontraron al lado de él.
-¿Él no...? ¿No fue un suicidio? -Cammie se sentía perturbada por muchos motivos. Tenía muchas preguntas y miedos que hacían cortocircuito en su mente.
El rostro de su primo se tornó repentinamente formal al decir:
-No. Fue un asesinato.
Una vez que Bud se fue, Cammie mantuvo su mano en el picaporte. Él había intentado llamar a alguien que la acompañase o darle sedantes, pero ella se rehusó, diciendo que no era necesario. Sin embargo, se sentía extraña, desorientada. No podía pensar en lo que haría.
Su primer impulso fue ir a casa de la madre de Keith. Su suegro había muerto hacía ya varios años y ella, en general se llevaba bien con su suegra y sabía que la anciana tomaría esto muy mal. Sin embargo, también era posible que consideraran su presencia como una intromisión y como un recordatorio de cosas que preferían olvidar.
Keith asesinado y Janet Baylor desaparecida.
¿Qué estaba sucediendo? En el pueblo había habido problemas de sábados por la noche, disputas familiares, accidentes trágicos y actos de desesperación, pero nunca algo como esto.
Asesinado en la reserva.
Caminó hacia las escaleras. Subió y se dirigió al dormitorio, hasta la mesa de luz. Abrió el cajón superior, donde había dejado la pistola con la que había amenazado a Keith poco tiempo antes, la Magnum 357 que Reid le había devuelto. Por supuesto, no estaba.
Reid la había seguido con pasos silenciosos y allí estaba, apoyado contra el vano de la puerta, mirándola. Ella levantó la vista.
Con voz irritada, dijo:
-No, yo no la tomé.
Ella no había pensado en eso ¿o sí? Sin una intención consciente preguntó:
-¿Dónde estuviste esta tarde?
-Revisando madera -y rápidamente espetó- ¿y tú donde estuviste, además de en el Fuerte y en el vivero?
Sospechas. Eran una cosa horrible y un arma de doble filo.
Ella apartó la mirada y la bajó. Volvió a cerrar el cajón y se dirigió al centro de la habitación. Indecisa, se quedó allí de pie, con las manos en la cintura.
Reid se quedó mirándola largamente. Finalmente habló con suavidad:
-Aun cuando lo hubiese hecho, cosa que me resulta difícil de creer, no te culparía. Pensaría, después de haber visto a Keith golpearte, que tuviste tus razones.
Ella levantó la vista y su asombro se disipó al ver la claridad de la mirada de él. Dijo entonces:
-Tú también podrías tener razones.
-¿Y tú me absolverías?
-No estoy segura.
-No -dijo él comprensivo-. A diferencia de ti, no tengo atenuantes. Para mí no habría excusas válidas. ¿Crees que podría haberlo matado por ti? -preguntó entrecerrando un poco los ojos.
-Me parece posible.
El silencio los rodeaba. Se miraron el uno al otro y, de repente, él inclinó la cabeza, asintiendo:
-Lo hubiese hecho. De haber sabido que tú deseabas eso.
Era verdad. Cammie lo supo en cuanto lo escuchó, pero no podía más que negar ese sentimiento. ¿Qué clase de mujer era ella, que se alegraba al saber que había un hombre dispuesto a matar por ella? No se atrevía a pensar.
Ella dijo con calma:
-Para ti hubiese sido más fácil que para cualquier otro.
-Más fácil de llevar a cabo, pero más difícil en cuanto a las consecuencias.
Ella lo miró y se dio cuenta de la lucha entre la vulnerabilidad y el autodesprecio que se estaba librando en su interior y supo de pronto que estaba dejando ver algo que siempre había ocultado. No era que ella hubiese roto sus defensas, pensó Cammie, sino más bien que él las estaba deponiendo voluntariamente ante ella, por razones que no se atrevía a adivinar.
-Entonces, si eres culpable -dijo ella, comprensiva- debo compartir contigo la culpa.
-Sólo -dijo él- si me dejas compartir contigo cualquier culpa que puedas tener.
Mutuas sospechas, desconfianza y deseos de ver las cosas de otro modo. ¿Por qué era todo tan doloroso?
El rostro de Reid se transformó mientras se acercaba a ella:
-Hay algo que debes saber. Algo que sucedió entre Keith y yo en la fábrica.
-Ya lo sé- Y no hace ninguna diferencia. Me gustaría no hablar más de eso, si no te importa preferiría estar sola esta noche.
Él permaneció en silencio concentrado. Era como si estuviese atendiendo a los ecos del significado de la voz de ella, a algo que ni siquiera Cammie podía escuchar. O tal vez estaba pensando consecuencias que preferiría no nombrar. Finalmente dijo:
-Duerme, si puedes. Trata de borrar todo esto de tu mente. No pienses en nada. No tienen sentido. Ya no hay nada que se pueda remediar.
-¿Hablas por tu experiencia con la muerte violenta?
-¿De qué otro modo podía ser? -respondió él, con voz dolorida.
Ella no lo escuchó partir, pero cuando se volvió, él ya no estaba.
Dos días más tarde tuvo lugar el funeral. Hubiese sido aún antes de no ser por el tiempo que demandó la autopsia.
La familia de Keith deseaba que el servicio terminase para poder acabar con el sensacionalismo. Habían recibido incesantes visitas y llamadas de gente con curiosidad morbosa. Por lo menos cinco periódicos habían solicitado permiso para estar presentes en el funeral.
Las informaciones provenían de los chismes y Cammie no sabía cuánto podía confiar en ellos. Se preguntaba si debía asistir o no al funeral. Por una parte no quería que le pidiesen que hiciese algún comentario como viuda. Por otra, pensaba que el no aparecer, provocaría aún más comentarios y que, además, era su obligación asistir, después de tantos años de convivencia.
También era difícil decidir qué debía ponerse. El luto de una viuda podía parecer una burla, pero vestirse de color podía parecer una falta de respeto. Finalmente se decidió por un traje gris con una blusa de seda blanca, esperando que fuera algo suficientemente discreto como parar evitar comentarios.
Los funerales eran en Greenley eventos sociales formales. El muerto solía quedar en una sala de la empresa funeraria con algunos familiares cercanos, que recibían a las personas que iban a presentar sus respetos. Las personas se abrazaban y se daban palmadas de consuelo. Las lágrimas eran silenciosas, aunque siempre había una buena provisión de pañuelos de papel. Se consideraba que la cantidad y la variedad de ofrendas florales era un signo de la posición del fallecido y se prestaba mucha atención a las manijas y la decoración del féretro.
El servicio de Keith comenzó con algunos de los himnos favoritos de su madre. Luego hubo un sermón tan vehemente que parecía que acto seguido se iba a instar a los presentes a convertirse.
Cammie llegó deliberadamente tarde, para evitar tener que relacionarse con la gente y hablar. No pudo evitar al fotógrafo que la encaró a la salida de la capilla ni pudo escapar a las miradas que cayeron sobre ella. Manteniendo el rostro todo lo impasible que pudo, se quedó, esperando que todo acabara lo más rápido posible.
No fue tan rápido. Cuando se encaminaban al cementerio vio el jeep de Reid cerca de la entrada. Era lo normal. Los Hutton y los Sayers habían sido socios durante muchos años y Reid había conocido a Keith en la escuela. Al menos, había tenido el buen sentido de evitar el servicio principal y hacerse presente sólo en el cementerio.
Reid estaba junto a la multitud que esperaba junto al montículo de tierra. No se acercó a ella, cosa que le agradeció para sus adentros. Sin embargo, entre ellos mediaba sólo un estrecho corredor y los murmullos de los comentarios eran fácilmente audibles.
Finalmente el entierro concluyó. Cammie no había aceptado sentarse en los asientos reservados para la familia, pero cuando la madre salió del toldo improvisado, se acercó a ella por instinto.
Durante unos instantes la mujer miró como si no existiese. Cammie, no obstante, decidió expresarle sus condolencias y darle un suave abrazo, sintió el rechazo de la anciana y vislumbró el odio en sus ojos.
-Lo siento -dijo, al no encontrar ninguna otra palabra adecuada.
-¿Lo sientes? -respondió la anciana con voz ahogada-. No lo creo, pero de todos modos pensaba hablar contigo acerca de las cosas de Keith que están aún en tu casa. Te pediría que las envíes... a casa
Vona Hutton, la desagradable esposa de Gordon, estaba de pie, detrás de la madre de Keith.
-Así es -dijo asintiendo. Al mismo tiempo, miró a su esposo, buscando aprobación, pero él estaba conversando con el ministro que acababa de celebrar el servicio.
-Por supuesto -dijo Cammie concentrando su atención en la anciana. Pensaba que no quedaba nada de Keith en Evergreen, excepto tal vez algunas herramientas oxidadas, una vieja bicicleta y algunos repuestos viejos para el coche. Ella le enviaría hasta el último destornillador.
-Luego nosotros -su hermano y yo- no queremos nada más de ti.
-Como queráis -dijo Cammie con calma.
La otra mujer se alejó, con la cabeza alta y el pañuelo en la mano. Vona rodeó con su brazo los hombros de su suegra, como consolándola. Cammie las vio alejarse y trató de no sentir alivio.
Alguien se le acercó en ese momento. Ella se volvió, casi esperando que fuese Reid, pero era Fred Mawley.
El abogado le sonrió atentamente:
-Esperaba que tuviésemos un minuto para conversar.
Cammie murmuró algo adecuado, prestándole atención sólo a medias. Reid estaba saliendo del cementerio. Se unió a un grupo de hombres, que en su mayoría eran empleados de la fábrica, y que conversaban a un costado.
-Quiero que concertemos una entrevista para hablar del testamento -siguió Fred Mawley-. Cuanto antes mejor.
Cammie le lanzó una mirada seca e inquisitiva, mientras iniciaba su marcha hacia la puerta del cementerio:
-¿No crees que ahora ya es un poco tarde?
Él levantó una ceja y dijo:
-No se trata de tu parte, Cammie, sino de la parte de Keith. Tú sigues siendo su beneficiaria, ya que nunca cancelaron esos testamentos ni hicieron otros arreglos. Sus bienes te corresponden, incluyendo su parte de la fábrica.
Sus ojos se abrieron, asombrados. Mawley ni se dio cuenta. Con una irónica sonrisa, le dijo:
-No puedo creer que no lo hayas pensado.
-No lo hice -respondió Cammie mientras se recomponía.
-Gordon Hutton sí lo pensó. Me llamó ayer por la mañana para saber cómo estaban las disposiciones. Me resultó gracioso, que él había sido el que... -El abogado se detuvo, dejando de lado lo que estaba por decir,
-¿Qué fue lo que hizo Gordon? -preguntó Cammie.
-Nada, nada importante -dijo Mawley sin perder la sonrisa-. De todos modos, ¿qué te parece si conversamos acerca de esto durante la cena esta noche? Me gustaría tener mucho tiempo para explicarte los detalles.
Posiblemente en este asunto radicaba parte del resentimiento de la familia Hutton contra ella. Cammie respondió.
-No creo que haya tanto apuro.
-Entonces mañana o pasado. Estoy a tu disposición.
Por encima del hombro, vio que Reid se iba. Algo en la rigidez de su espalda la inquietó. Dijo a Fred Mawley que lo llamaría y salió.
Llegó hasta la puerta del cementerio antes de darse cuenta del significado del comentario que se le había escapado a Fred al respecto de Gordon y el testamento. Parecía que el hermano de Keith había tenido algo que ver con la demora del cambio del testamento que la dejaba a ella como beneficiaria. Si era así, era una broma del destino. La pregunta era ¿por qué lo había hecho?
No podía esperar para contárselo a Reid para ver su reacción, saber qué pensaba al respecto. Sin embargo, a pesar de que había apresurado el paso, cuando llegó al área de estacionamiento, él ya había partido La decepción fue muy grande. Sintió un nudo en la garganta. De pie, allí donde había estado el jeep de Reid, se dio cuenta de lo extraño que era que ella tuviese tanta necesidad de compartir esas noticias con alguien que sospechaba había asesinado al hombre que acababan de enterrar. Además, también pensó que a Reid no le gustaría para nada las noticias.
De regreso en Evergreen, se cambió de ropa. Se puso unos vaqueros y un tricota color coral. Almorzó y salió a mirar los jazmines que había comprado. En un repentino arranque de energía, quitó los pensamientos que languidecían tras el invierno y plantó las flores nuevas para los canteros. Hasta plantó los hibiscos que había comprado para los maceteros de la escalera de atrás.
Se trataba sólo de movimiento superficial. Mientras trabajaba, su mente estaba en otra parte.
Según todos los informes, la muerte de Keith había sido un asesinato demasiado evidente. Cualquier persona que hubiese querido matarlo, hubiese debido esperar hasta la época de caza. En ese momento, los bosques, y hasta la reserva, estaban llenos de hombres con rifles y un disparo podría haber sido considerado accidental. La manera como el asesino había actuado parecía indicar, o bien que lo había hecho llevado por una furia incontenible, o bien que estaba seguro de que ninguna sospecha recaería sobre él.
Ninguna de las dos categorías se aplicaba a Reid. Cammie pensó que si él se hubiese querido deshacer de Keith, lo que hubiese matado limpia y silenciosamente y lo hubiese enterrado en algún lugar oculto, de modo tal que nunca lo hubiesen encontrado, salvo por accidente.
Pero luego también se dio cuenta de que tal vez eso era lo que él mismo sabría que todos supondrían. Un asesinato o una desaparición sin huellas lo hubiera señalado a él como sospechoso con seguridad.
Una y otra vez Cammie pensaba en cómo Reid le había asegurado que no lo había matado. Quería creerle, pero le resultaba muy difícil. Parecía lógico que hubiese querido librarla del acoso de Keith, dado que era un hombre que actuaba con una voluntad implacable y con una versión muy flexible de la mora.
El problema era que, si tenía en cuenta su carácter y cómo le había asegurado su inocencia, llegaba a la conclusión de que tal vez lo estaba juzgando mal. Además, no sabía qué le resultaba más devastador: si llegar a la conclusión de que estaba en lo cierto o a la conclusión de que estaba equivocada por completo.
Este ir y venir de sus pensamientos la estaba enloqueciendo. Esa mañana era la primera vez que lo veía después de su visita a Evergreen. Su comportamiento en el funeral no le había dado ningún indicio. Tenía que haber algo que la ayudase.
Se dio cuenta de que mantenerse apartada, evitar la relación con él, no la ayudaría para nada a comprender a Reid. En realidad, debía más bien acercarse todo lo posible como para quebrar su defensa y averiguar la verdad. Era la única manera de encontrar la paz.
Cammie se quitó sus guantes de jardinería y los dejó junto a la escalera, junto a la pala y las macera. Un instante después, conducía hacia el Fuerte.
Reid no estaba en casa. Lisbeth la miró largamente y le señaló la dirección que había tomado al internarse en el bosque.
El camino la llevó hacia los Grandes Bosques, un sector virgen que estaba detrás de la fábrica y que lindaba con la reserva. Al comienzo, el camino era bastante escarpado, pero al adentrarse más, la sombre de los grandes árboles atenuaba y luego hacía desaparecer los matorrales bajos. Sólo quedaba un suelo marrón, con hongos y hojas que funcionaba como un acolchado. Era un espacio abierto, poblado de ecos, con sonidos de pájaros y ardillas. Todos esos ruidos vibraban en el ambiente, como en una cámara mágicamente sonora.
Cammie se detuvo para retomar el aliento. No sólo había estado caminado rápido, sino que además había recorrido una distancia bastante grande. No parecía, muy inteligente de su parte estar a la caza de u hombre que creía podía haber asesinado a otro en ese bosque. Trató de apartar esos pensamientos y de concentrarse en la búsqueda.
Escuchó un ruido de golpes en un lugar cercano, y se encaminó en esa dirección.
Un momento después vio al causante del ruido: un pájaro carpintero. Tenía el cuerpo de un gris amarronado y una cresta roja que comenzaba en la espalda y le cubría toda la cabeza. El pájaro estaba sobre un pino agonizante. El sólo provocaba reflejos cobrizos en su plumaje y el pájaro estaba haciendo una serie de agujeros alrededor del tronco. Se detuvo como para mirarla y, al no detectar ningún peligro inminente, siguió con su tarea.
Hacía mucho que Cammie no veía a uno de esos pájaros. Al verlo, sintió una especie de nostalgia, como si ella fuese una gran dama medieval que se topase con un unicornio en el bosque. Si esas criaturas extrañas se extinguían el mundo sería más pobre. Lo miró durante un rato y siguió su camino en cuando el pájaro se internó en el bosque.
Lo que la condujo hasta Reid fue la música. Escuchó desde lejos una encantadora melodía, ejecutada en la guitarra. Le recordaba un poco a “Greensleeves” y a “Scarborough Fair”, pero tenía más fuerza.
Él estaba sentado en un claro y tenía la guitarra en sus manos. Detrás de él, había un grupo de fresnos sobre una colina baja, que elevaban sus ramas por encima del colchón de hojas secas.
La luz se reflejaba en sus cabellos, inclinados sobre las cuerdas del instrumento. Estaba concentrado. Se detuvo varias veces y luego prosiguió, cambiando un poco la melodía.
Esa música estaba hecha para ser acompañada por palabras. Era el comienzo de una canción, probablemente de una balada. Era el tipo de música que se escuchaba bebiendo cerveza. Según él, era la única salida para las emociones de un hombre común.
Cammie pensó en regresar, en irse antes de él supiese que estaba allí. No tenía que haber ido.
-No te escapes -dijo él sin levantar la vista-. Ven y siéntate. Dime qué estás haciendo aquí.
Ella se sentó sobre un tronco y respondió, con voz insegura:
-Te buscaba, por supuesto.
Él le lanzó una mirada penetrante, antes de proseguir con la guitarra:
-¿Para qué? ¿Necesitas que asesine a alguien más? ¿Mawley te está creando problemas?
-Pensé que estabas seguro de que podía manejar sola algo así.
La música cesó de repente, con un ruido discordante. Dejó la guitarra a un lado y, mirando al vacío, tomó una bocanada de aire y lo dejó salir. Entonces volvió la vista para mirar a Cammie:
-Olvida lo que dije. Sólo dime qué necesitas.
Parecía haber dejado de lado sus sentimientos personales para escucharla. Ella dijo:
-El otro día quería contarme algo acerca de tu pelea con Keith en la fábrica. Yo te detuve. Penso que no debería haberlo hecho. ¿Me lo contarás ahora?
Un brillo invadió sus ojos antes de que asintiera. Sucintamente le contó acerca de la visita de los dos tipos a la oficina de Keith y de lo que después había ocurrido con Gordon.
Cuando él acabó de contar, ella se quedó sentada, con el entrecejo fruncido, y luego dijo:
-Ya me doy cuenta de cómo fue. Keith y Gordon estaban tratando de apoderarse del título de la fábrica, pero tú arruinaste su plan.
-¿Cómo?
-Le pagaste a Janet Baylor para que robase los registros. Sin esa prueba, todo quedaba como estaba. Tú y los Hutton estabais iguales de nuevo.
-¿Y tú estabas fuera? Entonces debo haber hecho mal algún cálculo, ya que al librarme de Keith te ponía de nuevo en el juego.
-Tú conoces el testamento -él se encogió de hombros, sin responder-. Con él, mi parte no es tan grande como podía haber sido. Es posible que no te guste Gordon Hutton, pero ambos queréis lo mismo. De este modo, me superáis en número para decidir la venta.
-Siempre estuviste en desventaja.
Ella se dio cuenta de que Reid se refería al mismo tiempo a la lucha por detener la venta y a la opinión pública. Ella no podía decir nada al respecto.
-Lo que más me preocupa -continuó Reid- eran las actividades de Keith. Es posible que haya estado en cosas muy dudosas. Por lo que sé, su departamento pagó algo así como medio millón en los últimos seis meses, en concepto de tinta y productos químicos. Quién sabe cuánto más había gastado antes. Esas diferencias convertían a la fábrica en una inversión de alto riesgo.
-¿Él estaba robando? -preguntó ella azorada- pero... ¿para qué? Siendo de él la fábrica...
-No era sólo de él y creo que no quería que su hermanito mayor lo averiguara. Tampoco quería que yo lo supiese. Además, tú misma has dicho que gastaba mucho dinero. Eso debe tener algo que ver con la visita de los dos tipos. ¿Crees que él podía jugar, apostar a los caballos o algo así?
-Iba a jugar a Luisiana y disfrutaba yendo a Las Vegas. Nunca supe que se desbordara con eso, pero hacía meses que yo no estaba al tanto de sus actividades.
-Es posible averiguarlo, si quieres llegar tan lejos.
-¿Tan lejos como qué?
-Lejos como Nueva York.
-Seguro -rió ella, y se sorprendió de su propia risa.
-Ya te hablé de Charles Meyer, un amigo que vive allí. Es un genio -y estoy usando la palabra apropiada en su exacto sentido- con las computadoras. Sigue trabajando discretamente para la Compañía. Su apariencia es normal, pero su trabajo es en realidad infiltrarse en las redes de computación internacionales para obtener información.
Cammie se quedó mirando a Reid, esperando que le aclarase las cosas. Finalmente dijo:
-No veo la vinculación.
-Los federales han estado esforzándose en los últimos años para controlar el crimen organizado. Luisiana ha sido un punto clave, debido a la familia Marcello en Nueva Orleans y a sus conexiones cubana y sudamericana. Se ha establecido una vigilancia, sobre todo a partir del auge de las carreras y apuestas. Si Keith tenía alguna vinculación con esas actividades, debe de estar registrado.
-¿Por qué no llamas a tu amigo y le pides que lo averigüe?
-Preferiría analizar los datos por mí mismo. Me los podrían enviar por módem a mi computadora en el Fuerte, pero no quiero correr riesgos ni comprometerme con Charles.
-Pero a mí me hablaste de él.
-Sí- dijo Reid con la mirada fija.
Eso indicaba que confiaba en ella, en su integridad. Se sintió reconfortada y asombrada al mismo tiempo. Sin embargo, también le preocupaban las complicaciones que podría tener al aventurarse en esos asuntos con Reid.
-No hay razón para que vaya yo.
-¿Ni siquiera para ver las pruebas con tus propios ojos? -preguntó él arqueando las cejas.
-Aceptaré tu palabra.
Él le sostuvo la mirada y en sus ojos comenzó a vislumbrarse un cristalino placer y algo más.
-¿Lo harías? -preguntó con suavidad.
De dónde venía esa seguridad. Cammie no lo sabía, pero no podía negarlo.
-¿Por qué no?
Esas palabras hicieron cambiar la situación entre ellos, provocando una tensión dolorosa. Él le extendió la mano. Cuando ella apoyó los dedos sobre su mano, Reid la atrajo hacia él sin esfuerzo. Le rodeó la cintura con su brazo y la puso a su lado, sobre el colchón de hojas.
-Sería imposible explicarte -dijo él, satisfecho- cuántas veces pensé en hacerte esto.
Era una actitud loca. Cammie debía de haberse mantenido apartada de él, debía de haberse alejado en ese mismo minuto. No era sano acercase tanto a un hombre que tal vez era un asesino. Sin embargo, mientras su mente procesaba las advertencias, su cuerpo se acomodaba junto a él, absorbiendo su calor, su fuerza y su masculinidad.
Reclinó la cabeza contra los firmes músculos del hombro de Reid, mirando los juegos de luces y sombras sobre los planos de su cara y el reflejo del sol sobre sus cabellos. Podía ver el reflejo de sus propios rasgos en el centro de sus ojos, cuando Reid se inclinó sobre ella, tocándole los labios con los suyos, Cammie entrecerró los ojos con un suspiro.
Dulce, firme, ese beso era todo y aún más. Él la invitaba a participar en el juego de sus labios y su lengua, con su delicada succión. Sin apuro, fue explorando cada curva y cada accidente de los labios de ella, cada segmento de sus mucosas, cada espacio de su lengua. Era como si su necesidad de conocerla no tuviese límites ni restricciones. Como si ningún detalle fuese demasiado pequeño.
Se sintió cautivada por el placer y se entregó a su increíble fervor. Levantó su mano y apoyó sus dedos sobre la mejilla de él, disfrutando su calor y de las breves asperezas de su barba crecida. Luego llevó la mano hasta la oreja y hundió las uñas entre sus cabellos, hasta que lo tomó del cuello para acercarlo aún más.
Él suspiró levemente y llevó su mano hasta la abertura de la camisa de Cammie. Sus dedos eran suaves pero no dudaban. La desabotonó y la abrió. Hundió su cabeza sobre las curvas que dejaba ver el sujetador, calentando con su aliento los pezones cubiertos por el satén, que se contrajeron súbitamente y fue penetrando con su lengua en el valle de los senos. Ella se arqueó hacia atrás para permitirle entrar más y sintió el sol sobre los párpados y todo su calor en el centro de su cuerpo.
Se escuchó un ruido distante, como un quebrarse de hojas. El abrazo de Reid se hizo más fuerte, hasta doler.
De repente, la liberó. La cubrió con la camisa, y antes de que ella tuviese tiempo de articular una respuesta de sorpresa, él la colocó detrás de él, como defendiéndola.
Cammie se acomodó y retiró sus cabellos del rostro para ver mejor.
Un muchacho de diecisiete o dieciocho años estaba de pie a unos veinte metros. Tenía un rifle 22 en la mano y un par de binoculares al cuello. En su rostro apareció sorpresa y luego entendimiento.
-¿Dónde diablos crees que vas? -preguntó Reid, amenazante-. Esto es propiedad privada. Sal de aquí.
El muchacho enrojeció, retrocedió un paso y comenzó a alejarse rápidamente, casi trotando. Su paso por el bosque se escuchó durante unos minutos, antes de que el sonido de las hojas se apagara.
Reid suspiró y se relajó. Alisándose los cabellos con una mano, con la voz inexpresiva, dijo:
-Fue un error.
-Sí.
Cammie se daba cuenta de que la situación se podía haber manejado mejor. Un saludo y una sonrisa podrían haber evitado el incidente. Echar al muchacho sólo podía causar resentimiento y hacer que la cosa pareciese más clandestina. Sería un milagro que al anochecer la historia no estuviese circulando por todo el pueblo. Ella pensó que no soportaría eso, sumado a todo lo que ya estaba ocurriendo.
-No tengo excusas -dijo él-. En realidad detestaba la sola idea de ponerte en una situación así.
-No lo hiciste a propósito.
Cuando se volvió hacia ella, Reid encontró en el rostro de Cammie una expresión decidida.
-En cuanto a Nueva York, ¿cuándo podemos partir?
Cammie siempre había disfrutado en Nueva York. Le hubiese gustado permanecer indiferente a la gran ciudad por tradición regional, pero eso no le ocurría. En realidad había muchas cosas que le disgustaban: el aire viciado, que parecía haber sido respirado un millón de veces antes. Las superficies grises, en las que parecía que el uso de cualquier color era un ejercicio de optimismo. Los monstruos de cemento y vidrio que se elevaban al cielo. Sin embargo, esa inmensidad la deleitaba. El ingenio, el humor y la mala educación de las personas, que hacían lo que querían sin tener que disculparse, la atraían mucho. Pensó que Le Courbusier era quien mejor había expresado lo que ella sentía, al describirlo como “una catástrofe que el destino desconsiderado le ha dado a personas confiadas y valientes, pero es una catástrofe grandiosa y magnífica”.
Ella y Reid e tomaron el día libre. Tomaron un taxi desde La Guardia y se registraron en el hotel Roosevelt, un lugar que a Cammie le gustaba porque era céntrico y porque tenía algo de la grandeza decadente del Fairmont de Nueva Orleans. Hicieron reservas para un show y para una cena en Le Perigord. Luego caminaron un poco, para estirar los músculos después del largo viaje y también para disfrutar de un paseo juntos.
Miraron escaparates en la Quinta Avenida y se quedaron viendo a una anciana que alimentaba a las palomas frente a la iglesia de San Patricio. Compraron un pretzel gigante con mostaza a un vendedor callejero, se cruzaron con una modelo en cierne y con un potentado árabe con su custodia. Se detuvieron ante unos leoncitos de juguete, que caminaban y rugían en la vereda, junto a un vendedor adolescente y tomaron un café en el Rockefeller Plaza, mientras discutían acerca de si la estatua de bronce representaba a Prometeo o a Apolo.
El show no era tan bueno como esperaban, pero la cena fue mejor. Luego regresaron al hotel, donde tomaron un baño, se acostaron y se contaron historias graciosas acerca de las noches de bodas, las aventuras vespertinas y las transacciones sexuales que debían haber tenido lugar en esa habitación.
Reid era tan divertido y audaz que Cammie se sentó en la cama y, abrazándole, le dijo:
-Creo que las habitaciones de hotel te excitan.
-Estás equivocada -respondió él con una sonrisa sensual.
-No lo creo.
La expresión de él se hizo seria al ver el desafío en los ojos de ella. Se incorporó y se sentó en la cama, apoyado en la cabecera. Tomándose las manos por detrás de la nuca, en un tono bajo e intencionado, le dijo:
-Te contaré qué cosas me excitan.
-¿Además de las habitaciones de hotel? -preguntó ella, sintiendo una extraña tensión en el bajo vientre
Él meneó la cabeza y la miró largamente.
-Me excitan los días lluviosos, los atardeceres rojos, los bosques espesos, como habrás podido comprobar. También me ocurre con alguna música y alguna poesía. También me pueden excitar los largos cabellos de una mujer, especialmente cuando el viento los balancea.
-Eso está muy trillado -se burló ella.
Él se detuvo y la tomó de los brazos con fuerza, acercándola. La arrastró por encima de su cuerpo y la puso de espaldas, colocándose sobre su cuerpo. Su voz se hizo más baja, para decirle:
-Me excita mucho el modo con tu cabello toca tu espalda, tu mirada suave antes de besarte. También me ocurre con la forma de tus pechos y las formas que insinúa tu camisa. Más todavía me provoca la forma de V entre ellos. También me excita tu costumbre de dejarte las medias hasta que estás completamente desvestida y esa manera tan eficiente que tienes de quitártelas sin advertir, o quizás sabiendo, que te miro.
-Esto no es justo -se quejó ella, con voz agitada.
Él pareció no escuchar. Se mojó las yemas de los dedos con la lengua y acarició uno de los pezones.
-Me excitan los suaves sonidos que emites cuando te toco así. Me excita el tacto de tu piel contra la mía. La idea de que estés debajo de mí y el proyecto de estar dentro de ti me excitan -se detuvo y, finalmente, dijo-: sobre todo, eres tú la que me excita.
Sus ojos se encontraron con los de ella y retuvieron la mirada. Ella irradiaba satisfacción. Había obtenido más de lo que pedía, pero no más de lo que necesitaba.
Reid sintió sobre su hombro el suave suspiro, que le puso la carne de gallina. Ella lo suavizó con la mano y dijo:
-Yo también... Quiero decir que tú...
-Sé lo que quieres decir -respondió él, satisfecho.
Ella le rodeó el cuello con su brazo y se acercó hasta que sus labios casi tocaban a los de él.
-¿Acabaste? -murmuró ella.
-Acabo de comenzar -respondió Reid. y se lo demostró.
Luego Cammie pensó que Reid estaba dormido y se quedó allí, con su cabeza apoyada sobre el pecho de él. Estaba quieta, mirando la nada. El cuarto estaba demasiado iluminado por la luz que entraba por las ventanas, a través de las cortinas. Los problemas que había estado dejando de lado la invadían. Sus dedos, posados sobre el pecho de Reid, se tensaron involuntariamente.
-No pienses -dijo él, con tono de suave reprimenda, mientras le tomaba la mano, oprimiéndola contra él.
-¿Cómo evitarlo? -respondió Cammie.
-Déjame distraerte.
Resultó.
Charles Meyer vivía en Queens, en una serie de casas con frente de ladrillo y entradas idénticas. La puerta estaba pintada de verde muy oscuro, y tenía en el centro un llamador victoriano de bronce. Al costado había un macetero de mármol negro con tulipanes rojos.
El amigo de Reid era, como la casa, simple, agradable y tenía una elegancia que lo distinguía. Tenía un rostro alargado, recubierto con una barba salpicada de canas, tenía manos fuertes y todo el aspecto de pertenecer a algún barrio de la Rive Gauche de París, donde podría estar en contacto con artistas en mangas de camisa. También su acento francés coincidía con esta descripción. Su esposa Michelle no formaba parte del conjunto.
Su hijo de cuatro años, André se parecía mucho a Charles, excepto en los ojos, castaños, cristalinos y enormes, que parecían salidos de una pintura del siglo quince, y las manos de un violinista. Era un ejemplo viviente de las maravillas de la genética, ya que su madre era una graciosa mujer de ojos oscuros, elegante al modo práctico de Nueva York.
La hija, una niña de siete meses llamada Reina, era el vivo retrato de su madre, aunque por el momento con una nota más angelical.
Al comienzo Cammie se sintió un poco incómoda en la casa de los Meyer, temerosa de decir o hacer algo incorrecto. La religión no era una prioridad para ella. La habían criado como metodista, pero su familia las creencias eran algo secundario y privado. En Greenley había un par de familias judías, pero no eran precisamente ortodoxas. Después de los veinte Cammie se había dado cuenta de que había algunas diferencias, que había notado por curiosidad, pero en realidad su conocimiento acerca de las prácticas de los judíos era muy vago.
La preocupación no tenía sentido. Charles y Michelle Meyer la recibieron en su casa con evidente agrado. Rieron y bromearon, en medio de una conversación animada y comentarios agudos. Era muy agradable participar de esa charla y no quedaba ningún lugar para la incomodidad.
Según parecía, Michelle Meyer trabajaba en Wall Street, en algo relacionado con el manejo de un fondo común. Sus inversiones les daban una seguridad económica que permitía a Charles trabajar en lo que quisiera. En apariencia, Charles trabajaba en el desarrollo de programas de ordenador, pero en realidad, según sabía por Reid, su principal tarea era para las Agencias de Gobierno.
Infiltrarse en las redes de computadoras era para él un desafío y algo así como un juego. Su interés mayor residía en constatar la seguridad de la red informática del gobierno. Su ocupación predilecta era adelantarse a todo el que quisiera meterse en los archivos confidenciales para extraer algún tipo de información.
Como resultado de todo esto, había pocas cosas que Charles no supiese acerca de los sistemas de seguridad de computadoras y pocos sistemas en los cuales no pudiese entrar. Estaba absolutamente dispuesto a utilizar esos conocimientos en beneficio de Cammie, dado que Reid era quien se lo pedía.
La cena fue magnífica y la conversación fluyó tan fácilmente como el vino. Luego, Reid y Charles ayudaron a limpiar la cocina y se sentaron juntos delante del ordenador, situado en un diminuto estudio que daba a la sala. Parecían estar probando un sistema de seguridad y chequeando tiempos y condiciones.
Cammie y Michelle se sentaron a conversar. Cammie se dio cuenta de que su atención no se centraba en las palabras de Michelle, sino que más bien estaba pendiente de lo que hablaban en voz baja los dos hombres.
Michelle interrumpió lo que estaba diciendo para seguir la mirada de Cammie. Una sonrisa asomó en su boca amplia:
-Estás en lo cierto. Los dos son un poco paranoicos. Parece que ese es el resultado de intervenir en operaciones secretas. Están controlando el sistema de seguridad. ¿Te habló Reid de eso?
Cammie levantó una ceja con curiosidad, mientras negaba con la cabeza.
-Es realmente sencillo. Los dos tienen sus computadoras conectadas al reloj y pueden acceder a ellas desde el refugio donde pueden ocultarse si los atacan. Hay un código de dos palabras. Si aparece en la pantalla, el otro inmediatamente envía a los Marines... o al menos a la policía.
-¿A larga distancia?
-Eso no existe cuando se trata de computadoras.
-¿Estás bromeando?
-Es totalmente en serio -dijo Michelle, meneando la cabeza-. Parece útil en estos días, llenos de robos y crímenes relacionados con las drogas, para no hablar de las personas a las que les gustaría llevarse a Charles por sus conocimientos especializados, o también a Reid. Se trata de un sistema de alarma, pero más sofisticado.
Cammie tuvo que admitir que era lógico. Dijo:
-Espero que Charles no tenga problemas con esta búsqueda. Me sentiría mal.
-No hay un riesgo especial, aunque Charles no lo haría por cualquiera. Además, tanto Charles como Reid están muy habituados a operaciones secretas, donde siempre deben actuar una pizca más allá de lo legal. Así es que no te preocupes demasiado.
-Ellos parecen disfrutarlo.
-Sin duda. Tienen el mismo tipo de mente, meticulosa pero abierta. Es una pena que Luisiana esté tan lejos -dijo Michelle reclinándose en el diván-. Charles echa mucho de menos a Reid. No puede hablar con demasiadas personas acerca de lo que hace y de las pocas personas con quien puede hacerlo, hay aún menos que lo entiendan.
Era extraño tener esta visión de lo que habría sido la vida de Reid mientras había estado ausente de Greenley. Ella dijo entonces, como probando:
-Tal vez se mude más cerca, si es que la venta de la fábrica funciona.
-Lo dudo -dijo Michelle meneando la cabeza-. Parece satisfecho de vivir allí. Charles estaría fascinado, por supuesto. Han pasado muchas cosas juntos. Reid una vez le salvó la vida a Charles, tú sabes.
-No me extraña. Él sostiene que fue tan sólo una de esas cosas que los hombres hacen en la guerra. Fue durante un ataque de la OLP, antes de la guerra del Golfo. Charles y Reid estaban trabajando en las comunicaciones de un cuartel. Volaron el lugar con un coche-bomba estacionado afuera. Cuatro israelíes resultaron asesinados y uno herido. Charles quedó atrapado por una viga sobre la espalda. Tenía una pierna rota. Reid tenía varias hemorragias, algunas internas. En ese momento atacaron el lugar. Charles y Reid estuvieron rodeados durante horas por las fuerzas palestinas. Reid fue el único que pudo defender el lugar. Para cuando llegaron refuerzos, sólo quedaban cuatro de los dieciséis atacantes. En realidad no conozco más de la historia.
-Parece que Reid puede ser muy... letal.
-Pero también es el hombre más gentil que jamás he conocido. Él es más él mismo, más internamente seguro que cualquier otra persona que yo haya conocido. Es tan fuerte que aparentemente no necesita ninguna defensa emocional. Eso hace que lo que sucedió en Israel antes de que dejara la Compañía fuera más terrible para él que...
Se escuchó el llanto de un bebé y la mujer se levantó y se fue hacia el cuarto donde había acostado a Reina.
-Regreso en un segundo -dijo y desapareció en la habitación de la niña.
Volvió a los pocos minutos con una niña llorosa. Michelle trató de calmarla, le dio un chupete, la hamacó en sus rodillas, le masajeó la espalda y le ofreció juguetes. Nada funcionaba.
Charles salió de su abstracción y miró hacia el otro lado de la habitación. Después de un momento, le preguntó:
-¿Y si me la das a mí?
El alivio apareció instantáneamente en el rostro de Michelle. Le llevó la niña a su marido y la pequeña se calmó inmediatamente.
Al volver junto a Cammie, Michelle se veía disgustada:
-A la niña le gustan los hombres. No es sorprendente, ya que él la cuidó todos los días desde que yo retomé el trabajo hasta que cumplió los seis meses.
Cammie sonrió mirando al hombre barbudo regresar al trabajo manejando a la pequeña con pericia mientras usaba rítmicamente el teclado de la computadora. A su lado, Reid miraba a la niña y corría la silla para dejar más espacio a su amigo.
Charles miró a Reid esbozando una mueca debajo de su barba. Su mirada se hizo penetrante. Abruptamente tomó a la niña y se la pasó a Reid.
Reid se puso tieso, evidenciando la misma angustia que Cammie ya había visto una vez. Un instante más tarde articuló un tenue sonido de protesta. Charles no cedió, sino que buscó la mirada de su amigo, mientras sujetaba a la niña adormecida contra el hombro de Reid. lentamente dejó a la pequeña.
Al lado de Cammie, Michelle estaba sentada muy tensa. Su respiración quebraba el silencio nervioso.
Reid se sacudió y extendió una mano para retener a la niña antes de que cayese. Luego, lentamente, y como contra su voluntad, tomó con el otro brazo las estrechas espaldas de la niña. La pequeña suspiró, como aliviando su tensión contra los músculos firmes de Reid y volvió su cabecita hacia el hueco del cuello.
Reid cerró los ojos y respiró hondo. Se humedeció los labios. Cuando levantó la vista, sus ojos se perdían en el vacío.
-¡Dios! -exclamó Michelle, recostándose en el sofá.
-¿Qué sucede? -preguntó Cammie, perpleja, aunque se daba cuenta de que ella también se había sentido ansiosa.
-Café -dijo de pronto Michelle, poniéndose de pie. -Haré un poco. También tengo pastel de queso, si quieres ayudarme a servirlo, Cammie.
Cammie se daba cuenta enseguida cuando escuchaba una excusa. Siguió a la otra mujer hasta la cocina. No le sorprendió ver a Michelle recostada contra las alacenas, con los brazos cruzados, como queriendo detener el escalofrío que aún la sacudía.
-Seguramente no creías que Reid fuera a hacerle daño a tu bebé, ¿verdad?
-No, no. Es sólo que fue tan milagroso que no puedo soportalo. -dijo Michelle con una sonrisa compungida.
-¿Qué pasa? ¿Qué es lo que sucedió?
-Por un momento me pareció que Reid le iba arrojar a mi hija a Charles como si fuese una bomba a punto de estallar. Él estaba aquí en Nueva York cuando ella nació. Cuando vino a visitarme, cometí el error de dársela para que la alzara. Pensé que iba a desmayarse. Se puso más blanco que los pañales de la niña. Yo, en ese momento no lo sabía. Luego Charles me lo contó.
-¿Te contó que cosa? Me doy cuenta de que algo ocurre, pero no conozco los detalles.
Michelle la miró durante unos instantes, y luego dijo:
-Si Reid no te lo contó, no creo que yo deba hacerlo. Debes preguntarle a él.
-¿Y si no quiere decírmelo? -Cammie vio que Michelle no se inmutaba, y entonces agregó-. Por favor. Tengo que saberlo.
Michelle se volvió pensativa hacia el refrigerador, para tomar el pastel de queso y luego colocó junto a él los platos de postre. Tomó después la cafetera, la llenó de agua y buscó el café en granos y el molinillo. El aroma del café recién molido llenó la habitación, mientras el aparato hacía su ruidoso trabajo. Luego puso el café en la cafetera y la encendió.
Finalmente, Michelle se volvió hacia Cammie y le dijo:
-Tal vez lo lamente pero... Lo que ocurre es que él... bueno... esta cosa que le sucede con los niños casi lo ha destruido. Por eso dejó de trabajar en las operaciones secretas y regresó para enterrarse en los bosques del sur en cuanto pudo. Es que él... mató a una niñita.
Cammie dejó el cuchillo que había tomado para cortar el pastel. No podía creerlo:
-¿Cómo, cómo hizo eso?
-Fue en un pequeño asentamiento en los Altos de Golan. Reid estaba trabajando como asesor de las fuerzas israelíes, dirigiendo un grupo de una docena de hombres. Su trabajo consistía en evitar la infiltración de la OLP y mantener el pueblo en calma. Había habido pillaje de los palestinos en la zona, pero en ese momento todo estaba en calma. Pasaban los días haciendo patrullajes de rutina y ejercicios de entrenamiento. Tenían mucho tiempo libre. Los cuarteles estaban en el centro de la ciudad, cerca del mercado. Un par de familias palestinas vivían en la misma calle. Una de las niñitas de las familias se pasaba todo el tiempo jugando en la calle. Todos le tenían simpatía, especialmente Reid. Le daban dulces, le hacían juguetes y le enseñaban un poco de idish y un poco de inglés.
Cammie sintió que el dolor invadía su boca. Se imaginaba como concluía esa historia.
-Tú debes saber algo acerca del problema árabe-israelí -continuó Michelle, con voz sombría-, conocerás las interminables y sangrientas luchas por una franja de tierra desértica, el odio que fue pasando de generación en generación, la violencia de la Intifada. Es posible que hayas leído o escuchado hablar acerca de lo poco que cuenta la vida en Oriente Medio, especialmente las vidas femeninas.
-Es niñita... -dijo Cammie con dificultad.
-Su padre había sido un líder de la Intifada y había sido asesinado en un levantamiento. La niña, su hermano y su madre, vivían con el tío paterno. Este hombre era un fanático. Era del tipo de personas que piensa que hay que luchar hasta la muerte y que ningún sacrificio es demasiado. Él había enviado a la niña, por supuesto.
-¿quieres decir... ?
-Cuando el grupo de asalto y a estaba acostumbrado a ver a la niña jugando por ahí, cuando la aceptaban entre ellos, el tío la envió por última vez. Llevaba explosivos listos paran detonar fijados fuertemente en el pecho.
-No... -dijo Cammie horrorizada.
-Entró una mañana en el cuartel llevando una bandeja con frutas. Reid descubrió la treta cuando fue a abrazarla para darle las gracias. Sabía que significaba eso. Sabía que tenía segundos para actuar. No podía escoger entre la vida de la niña y la de él. No había la menor posibilidad de salvarla. Es importante que comprendas eso. Todo lo que él podía hacer era apartarla de sus hombres, salvarlos. Era su deber, su responsabilidad. La tomó y la arrojó fuera, a la calle. Él le ha contado a Charles que lo que aún lo persigue es que pudo ver el terror en los ojos de la niña, y se dio cuenta de que sabía lo que habían hecho con ella.
Pasó un largo momento antes de que Cammie pudiese hablar:
-Fue su tío el que la asesinó. No fue Reid.
-Sí, pero según Reid, él debería haberse dado cuenta de lo que iba a ocurrir y debería haberlo evitado, y, si no podía hacer eso, debía haberse quedado abrazando a la niña mientras ella moría.
Cammie hizo suyo el dolor de Reid. Ese horror, con imágenes sangrientas se apoderó de su imaginación como debía haberse apoderado de la mente de él. Comprendió la oscuridad que había visto en los ojos de él cuando lo había acusado de abusar de los niños. Se daba cuenta de por qué una niñita que lo miró con tanta dulzura en la reunión le había causado una impresión tan profunda. Podía comprender mejor la dolorosa ternura de sus caricias. Amargas lágrimas poblaron su rostro y sintió un peso en el corazón.
-No hagas eso, o me harás llorar a mí también -dijo Michelle mientras le daba a Cammie un pañuelo de papel y tomaba otro para ella.
Cammie no podía permitir que Reid se diera cuenta de que ella lo sabía, allí y en ese momento. Se sonó la nariz y respiró hondo. Trató de poner la mente en blanco, como Reid le había enseñado y se preguntó si él había aprendido así esa técnica. También se preguntó si a él siempre le daba resultado.
-Sin embargo -dijo Michelle- , parece que ha comenzado a superarlo. Al menos esta vez pudo sostener a Reina -y agregó la lanzando a Cammie una mirada al mismo tiempo llorosa y burlona -, puede ser que lo haya ayudado sostener primero a una niña grande.
-Dudo que las niñas grandes hayan sido alguna vez un problema para él.
-Reid no es muy conmovible en ese sentido, al menos según cuenta Charles. Una mujer lo lastimó hace bastante tiempo y no digo que se haya convertido en un monje, pero goza al menos de una cierta inmunidad.
Cammie se dio cuenta de que estaba descubriendo más cosas de Reid de las que deseaba saber. Se apartó de Michelle y se concentró en servir el pastel.
Cuando las dos mujeres regresaron a la sala, los hombres estaba mirando la pantalla de la computadora y comentando algo en voz baja. La pequeña estaba durmiendo, tranquila como una muñeca, sobre el hombro de Reid. La ternura del rostro de él, cuando se volvió, casi hizo que Cammie llorara nuevamente.
-Ven a ver esto -la llamó Charles-. Creo que hemos ganado la lotería.
A través de métodos que era mejor ignorar, había conseguido infiltrarse en los archivos del FBI para la región sudeste del país, incluyendo Nueva Orleans. Había trabajado antes para el FBI y por eso tenía idea de cómo buscar lo que Reid deseaba saber. Pese a todo, no era tan sencillo como enterarse de las actividades de la mafia local.
Lo que debes entender -explicó Charles- es que como la mayor parte de las cosas, el crimen organizado es diferente en Nueva Orleans.
Cammie asintió y sonriendo dijo:
-Alguien decía que si había crimen organizado en Nueva Orleans, era la única cosa organizada que había.
-Eso pinta bien -dijo Charles, devolviéndole la sonrisa-. La familia de los Marcello, famoso porque tuvo una cierta conexión con el asesinato de Kennedy, ya ha muerto, pero las cosas siguen más o menos como antes. La versión de la “Cosa Nostra” de los Marcello es más liviana que la de la mafia del Noreste Tienen sus ritos de sangre y sus lealtades, pero no pretenden controlar todos los delitos de la zona. Hay para todos, mientras los nuevos no se metan en su terreno. Tampoco hay una jerarquía rígida, de capitanees y soldados. Es estilo de los Marcello no tienen nada que ver con las disputas por territorios, tampoco crean revuelo en los restaurantes ni llenan las calles de cadáveres. Si es absolutamente necesario deshacerse de alguien, hacen el trabajo silenciosamente, con un funeral decente, o bien reciclan el cadáver con los cocodrilos de los pantanos.
Prosiguió su relato contando que la naturaleza de la alianza criminal de esa familia hacía difícil seguirles el rastro y aún más difícil atraparlos. El FBI había estado vigilándolos, sin embargo, desde que las apuestas se habían legalizado en el estado.
Keith Hutton aparecía en la lista de los grandes apostadores, cuyas deudas habían sido endosadas a una agencia de cobros, manejada por una rama menor de La Cosa Nostra. Debía más de un cuarto de millón.
Reid se levantó, cuidando de no despertar a la pequeña que llevaba sobre su hombro, y mostró la cifra en la pantalla con el cursor.
-Creo que negarse a pagar una cifra así le puede haber valido un tranquilo paseo fuera de la ciudad, como para sirviese de ejemplo.
Tenías razón, entonces -dijo Cammie, y apoyo una de una manos sobre el hombro libre de Reid. Sentía una gran necesidad de tocarlo en ese momento.
-El problema es que no hay ninguna prueba, nada que demuestre que los muchachos se encargaron del trabajo.
-Tú no creías que fuese tan fácil averiguarlo.
-Tal vez no. Tal vez hubiese sido más agradable tardar más -respondió él, sonriendo.
-¿Qué hacemos ahora?
-Esa es la pregunta...
No había nada más que pudiesen descubrir en Nueva York y no tenía sentido quedarse allí por más tiempo. En el aeropuerto, mientras esperaban su vuelo, Cammie tuvo un impulso de abordar el primer avión rumbo a París o a Venecia, a cualquier parte menos a su casa. Tenía que evitarlo. Escapar, aunque fuese una idea seductora, no la ayudaría. Tomaron su avión.
Las cosas que Michelle le había contado bullían en su mente. Quería hablar de eso con Reid, pero ese no parecía ser el momento oportuno. No quería que él pensase que le tenía lástima y le resultaba difícil contarle que ella y Michelle habían hablado de todo eso a sus espaldas. Además, no estaba segura de poder hablar acerca del accidente de la niña sin llorar.
Mientras estaba sentada, escuchando la turbina del avión y sintiendo su vibración, pensó en la mujer que había herido a Reid. ¿Era posible que fuese ella? Le dolía pensarlo. Ella no podía imaginarse negándole amor si él alguna vez se decidía a dárselo. Reid tenía tanto para ofrecer a una mujer...
Si hay algo que yo soy, es constante.
Él le había dicho esas palabras hacía no mucho tiempo. Ahora se preguntaba qué significado había tenido, hasta qué momento del pasado se extendía. ¿Qué había querido decirle?
Ella lo amaba. Lo venía sospechando desde hacía tiempo, pero lo había confirmado al verlo sostener a la niña de Michelle con tanto cuidado en sus manos fuertes.
Le había costado admitirlo, cuando había pensado que rea capaz de asesinar. El corazón no era lógico, ni muy inteligente. Se lo podía conquistar con una mirada, con una sonrisa, con una palabra. Tenía pocos principios y menos sentido común.
Se oyeron las turbinas. La azafata anunció que llegaban al aeropuerto de Monroe. Cammie se ajustó el cinturón.
El aeropuerto era pequeño y las corrientes de aire sobre el río Ouachita eran turbulentas. Los aterrizajes eran siempre un poco movidos y agitados. Ella tomó la mano de Reid y él la miró. Sus ojos eran cálidos y tranquilizadores.
Deseó haber tomado el vuelo a París.
Cuando Cammie y Reid atravesaban el pueblo para ir hasta Evergreen, vieron a Bud Deerfield sentado en su coche patrulla, cerca de la pizzería. Cammie lo saludó con la mano. Segundos después su primo estaba detrás de ellos. Los siguió y se detuvo a pocos metros de ellos. Cammie se apeó y se acercó a sheriff, mientras Reid bajaba el bolso de ella.
-No quiero meterme en tus cosas -dijo Bud mientras salía de su automóvil e iba al encuentro de ella -pero debo decir que te he visto hacer cosas más inteligentes que esto.
Cammie levantó una ceja mientras dirigía su mirada hacia Reid, que estaba colocando su maleta sobre los escalones. Ásperamente dijo:
-No sé que tiene que ver la inteligencia con esto.
-Bien. Te lo diré. La gente me ha estado diciendo cosas respecto de este asunto tuyo con Sayers desde que te fuiste. Parece que piensan que no ha estado bien que te hayas ido inmediatamente después del funeral de Keith. Les molesta. Les hace preguntarse cosas.
-¡Por Dios, Bud! Mi divorció estaba casi concluido.
-Casi no es suficiente. Al menos no lo es en este pueblo. Sabían que Keith quería arreglar cosas contigo, ya que él se lo decía a quien quisiese escucharlo. Piensan que tal vez se arrepintió de darte el divorcio y que tú te enfureciste. La gente ve todos esos programas de televisión en los que los esposos asesinan a las esposas, las esposas contratan a hombres que asesinan a sus maridos y todo eso. Se preguntan si toda esa pelea entre Sayer y tú acerca de la venta de la fábrica no fue simplemente una cortina de humo. Se preguntan sino os pusisteis de acuerdo para libraros de Keith.
Cammie se quedó boquiabierta ante lo que estaba escuchando. Finalmente, dijo, con tono de desesperación:
-¿Y de dónde salió todo esto?
-Sólo Dios sabe. Yo no lo sé -dijo Bud, con las manos en la cintura.
-Tú no lo crees, ¿verdad? -preguntó ella, mirándolo a los ojos.
-Lo que yo piense -dijo él meneando la cabeza- no importa. Debo atender esos asuntos. Y lo que pienso es que deberías habértelo imaginado y haber hecho algo mejor que pavonearte con Sayers como si no tuvieras cerebro.
-Fue mi culpa -dijo Reid acercándose-. Fue idea mía.
-No es así -dijo Cammie, furiosa-. Teníamos buenas razones.
-Espero que sean razones que la gente pueda comprender -dijo Bud- porque es a mí a quien piden explicaciones. Mucha gente se pregunta por qué no detuve a alguien para hacerle unas preguntas.
-¿Gente como Gordon Hutton? -preguntó Cammie sin molestarse en ocultar su cinismo.
-Entre otros. Me gustaría seguir siendo amable, pero tú deberías hacer tu parte, Cammie. En caso contrario, podría verme obligado a dejar de serlo.
Una vez que dijo lo suyo, Bud se subió a su automóvil y se fue. Cammie se quedó mirándolo alejarse, furiosa.
Reid levantó una mano y se alisó los cabellos:
-Parece que será mejor su me mantengo apartado.
-¿Por qué? -preguntó Cammie-. No hemos hecho nada malo.
-Ni bueno. Los dos sabemos cómo son las cosas aquí en Greenley.
-Sabes -dijo Cammie, mientras suspiraba, aceptando-. Creo que sería preferible vivir en un lugar como Nueva York, donde nadie sabe quién es uno y a nadie le importa.
-Pero mientras tanto tenemos que vivir aquí y ahora -dijo Reid, mientras se acercaba para rozarle la boca con un beso suave-. Te llamaré. No olvides cerrar bien las puertas.
Cammie lo vio alejarse y entró en su casa. Nunca en su vida se había sentido tan sola.
Se ocupó de desempacar. Puso a lavar la ropa sucia y colgó la que estaba bien. Persephone, al no saber cuándo regresaría, no le había dejado nada preparado para la cena. Cammie tomó unos champiñones del refrigerados y los limpió, con la vaga idea de preparar unos espaguetis.
Salió de la casa y regó las plantas. Volvió a entrar, tomó un bordado sin terminar y hojeó una revista de jardinería. Estaba tan inquieta que no podía concentrarse en nada. Cuando el teléfono sonó, se sintió aliviada.
La voz clara e irascible de su tía abuela Becky se escuchó del otro lado.
-En el nombre de Dios, ¿dónde has estado? He llamado muchas veces y no contestabas nunca.
-Dejé el contestador automático conectado. Deberías haberme dejado un mensaje -respondió Cammie.
-Odio esas máquinas. Hacen que las personas nos sintamos como idiotas, hablando con alguien que no está. Cuando hago preguntas, deseo que me contesten.
-Sí, señora -dijo Cammie, burlona-. ¿Qué puedo hacer por usted?
-Puedes venir aquí. Hay algo que hace siglos que quiero contarte. Si no lo digo pronto, es posible que me vuelva senil y lo olvide. O que me muera.
-Sólo entonces lo harás.
-Muy graciosa -dijo la tía Becky y cortó la comunicación.
Cammie tuvo que atravesar las ocho millas de camino que la separaban de la casa de su tía. Para cuando llegó, la anciana ya estaba de mejor humor. Lo que más le gustaba era recibir visitas.
La tía Becky tenía sus pequeños rituales. Le gustaba el té caliente, cosa rara en Greenley, donde reinaba el té helado. Lo quería recién hecho y lo servía de su antigua tetera de plata en tazas chinas de fina porcelana. También era imprescindible algo rico para comer, y no podían faltar las servilletas de hilo bordadas a mano por ella misma.
Cammie disfrutaba de esa pequeña ceremonia familiar y la había copiado en aquellas ocasiones en que se había sentido la heredera de las tradiciones familiares... ahora, en cambio, estaba al borde de su paciencia, ya que su tía no quería decir nada sino hasta después de escoger qué mezcla de té prefería, hervir el agua y ver las tazas servidas.
Finalmente la anciana se sentó y comenzaron con las cortesías habituales. La tía Becky preguntó a Cammie qué versión tenía ella acerca de la muerte de Keith y escuchó cuidadosamente las respuestas de su sobrina. Una vez acabadas estas cosas, la vieja dama estuvo en silencio unos instantes, observando a Cammie con una extraña luz en los ojos. Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono completamente diferente.
-Yo te conté que conocí a Aaron, el abuelo de Reid, ¿verdad?
-Creo que lo mencionaste -asintió Cammie, sintiendo que una tensión se cernía sobre su mente como una nube.
-Él también era un muchacho muy apuesto. Yo una vez lo dejé que me besara, cuando estábamos detrás del granero. Pero luego apareció tu tío abuelo y no ocurrió nada más.
Cammie sólo se permitió mostrar un moderado interés, mientras tomaba un pequeño sándwich. Conocía el carácter extraño de su tía y temía que, si la veía vivamente interesada, podía llegar a cambiar de tema.
-Bien. Mi hermana Maybell era mayor y se casó primero. Ella se casó con tu abuelo Greenley. Lo que probablemente desconozcas es que eso sucedió porque nuestra madre era la mejor amiga de Lavinia Greenley y fue una de las pocas personas que permaneció a su lado cuando ella tuvo muchos problemas, después del asesinato de su marido. Era natural que los hijos de ambas se unieran.
-Nunca había escuchado eso -dijo Cammie con el sándwich a medio camino de su boca-. Es posible... -¿te acuerdas tú de Lavinia?
-Como si fuera ayer -dijo la tía Beck con una sonrisa irónica-. Mi madre enviudó joven y nunca se volvió a casar. Ellas tenían muchas cosas en común. En sus últimos años, ambas viajaron juntas por el sur y el sudoeste, y fueron aún hasta México en una vieja cupé Ford. Solían visitar las viejas plantaciones, que muchas veces se arruinaban, antes de que apareciese toda esta cuestión de la conservación. Eran grandes amigas de Cammie Garret, que vivía en Melrose y siempre acogía a todos los escritores y artistas. A ti te bautizaron con tu nombre en honor a Cammie, tú sabes.-
-No, no lo sabía.
-Todo -dijo la anciana con convicción- tiene un sentido. Yo siempre lo digo.
-De modo que Lavinia hizo su propia vida después de que acabó todo el escándalo -dijo Cammie, como para volver al tema.
-Ella era muy especial. Conocía a casi todos los políticos de esa época. Siempre tenía algo que decir de todos los que circulaban por la casa de gobierno en Baton Rouge. Ella apoyó a Huey Long desde el comienzo y se mantuvo en contacto con miembros de su equipo durante años, Así fue como llegó a donar las tierras para la reserva.
-¿Sabes tú algo acerca de lo que ella hizo con sus tierras? -pregunto Cammie, sobresaltada.
-¿Y por qué crees -preguntó la anciana sonriendo- que te hice venir aquí?
-¿Es por las tierras de la fábrica?
-Especialmente por eso. Nunca escuché cosa más ridícula que eso que me contó Wen Marston de que tal vez seas tú la dueña de esas tierras. Es absurda esa idea de que Lavinia no tenía derechos sobre las tierras. Lavinia era muy inteligente y Justin Sayers no era ningún tonto. ¿Por qué iban a arreglar ese negocio de una manera tan absurda? ¡Eso no tiene sentido!
-Estoy de acuerdo contigo, pero parece que existe algún problema legal a causa del divorcio secreto.
-El divorcio secreto, mi querida, no era ningún secreto para la familia. Tú más que nadie, Cammie, deberías saberlo. Respecto de la tierra, me irritan esas personas que creen que todo lo que Lavinia poseía lo heredó de su esposo Horace. ¿Nunca se os ocurrió a ninguno de vosotros que ella podía tener las propiedades por derecho propio?
Cammie dejó su taza sobre el plato, porque temía que se le cayera de las manos. Estaba azorada, no sólo por la revelación que le había hecho su tía, sino sobre todo por el hecho de que ella había caído en los mismos estereotipos de pensamiento que todos lo demás. En medio de su asombro, dijo lentamente:
-Quieres decir que si Lavinia tenía derecho propio sobre las tierras, o bien las tenía desde antes de casarse, o bien las compró después del divorcio, pero si las compró después, entonces debería haber algún registro de esa compra...
La tía Beck mantenía la cabeza en alto, y sus ojos brillaban, burlones:
-Ella las había heredado al morir su madre. La familia de su madre había vivido en esta zona tanto tiempo como la familia Greenley, o tal vez más. Eso hizo que el hecho de que Horace se divorciase de ella de ese modo tan rastrero no modificase un ápice sus derechos. Tenía perfecto derecho a ceder sus propiedades. Y nada le debe haber divertido más que dárselas a Justin Sayers.
Cammie tomó nuevamente su taza. Muy pensativa, comenzó a hablar:
-En los últimos días, por razones obvias, he pensado mucho en el romance que existió entre ellos. Supongo que nadie puede decir lo que verdaderamente sucedió, habiendo pasado tanto tiempo. Pero tú, que la conocías ¿por qué crees que ella regresó después de haberse ido al noreste con Justin?
-Creo que Lavinia regresó por su hijo. Él era muy pequeño: no llegaba a los tres años. Es muy difícil para una madre dejar a un hijo, aun cuando haya un amante de por medio. Por supuesto, Horace no permitió que ella lo viera. No era de la clase de hombre que perdona.
-Tuvo su venganza.
-Se podría pensar que sí, aunque yo no creo que eso le haya dado mucho placer. El divorcio era un pecado en esa época y Horace era un hombre religioso.
-¿Crees tú que Lavinia le mató por eso?
La tía Beck se mantuvo en silencio durante tanto tiempo, que Cammie llegó a creer que no la había escuchado. Iba a repetirle la pregunta, cuando la anciana finalmente contestó:
-Las cosas eran diferentes en esa época. No existían centros de asistencia psicológica ni de ayuda familiar y nadie se preocupaba mucho si un hombre golpeaba a su mujer, especialmente si ella lo había avergonzado yéndose con otro hombree. Escuché decir a mi madre una vez que Lavinia se tenía bien ganado el descanso eterno, ya que su vida de casada había sido un infierno en la tierra. Creo que si mató a Horace Greenley, debe haber tenido buenas razones para hacerlo.
Cammie maduró esa idea antes de preguntar:
-¿Y qué hay de lo que ocurrió después? ¿Por qué nunca se unió a Justin Sayers? Sé que él estaba casado, pero si hubiese estado interesado en Lavinia, podría haberse divorciado. Podrían haberse ido el Este y haber comenzado una nueva vida, si la historia de amor entre ellos era algo tan fuerte.
-Creo que hubo varias razones. Nunca arrestaron a Lavinia por asesinato, pero la sospecha existía. Una mujer decente podía librarse bastante de esas cosas en aquella época, pero las cosas hubiesen sido diferentes si ella se hubiese casado con su amante antes de que se enfriase el cuerpo de su marido. Además, la mujer con la que Justin se había casado, era una dama dulce y agradable, y estaba esperando un hijo. No se merecía que su hogar se destruyera debido a los errores de Lavinia. Además, creo que ante todo Lavinia estaba avergonzada: estaba avergonzada de haber abandonado a su marido y a su hijo y de haber quebrado los votos matrimoniales. Estaba avergonzada por la destrucción de su matrimonio, por haber acabado con una vida humana, y también de haber traicionado a su amor para regresar con su esposo. Lo había destruido todo y se merecía perderlo todo.
-¿Crees tú que fue ella, que fue algo dentro de ella, lo que los mantuvo separados?
-Bueno, creo que mi madre pensaba eso. Ella siempre dijo que Justin Sayers hubiese caminado sobre el fuego por Lavinia. Es probable que hubiese roto su matrimonio si ella se lo hubiese pedido. Pero ella no lo hizo. Además, él tenía un hijo, y ella no podía pedirle que lo dejase, ya que ella no había sido capaz de hacer eso.
-Supongo que puedo entender eso -dijo Cammie-. ¿Pero qué hay de las tierras de la fábrica? ¿Cómo encaja eso?
-¿Quién puede saberlo? Aparentemente fue algo entre ellos dos. Algunas veces me he preguntado si no fue una forma de compensación, si no fue cambiar un sueño por otro.
Cammie intercambió con su vieja tía una larga mirada comprensiva y finalmente preguntó:
-¿Entonces tú crees que Reid es el heredero legal de esas tierras?
-No tengo la más mínima sombra de duda al respecto.
Cammie acabó con su té y posó la taza. Sentada con las manos sobre las rodillas, dijo:
-Supongo que no esperaba otra cosa.
-¿Has pensado... -comenzó la tía Beck, pero luego se detuvo, como para ordenar sus ideas. Luego comenzó nuevamente-. Si lo piensas, existe un paralelo muy grande entre lo que sucedió a Lavinia y los problemas por lo que tú estás pasando, ¿lo has notado?
-¿Porque Keith y Horace fueron asesinados? Creo que...
-Las dos tenían más o menos la misma edad y eran independientes. Las dos tenían problemas matrimoniales y se involucraron con otro hombre. Los esposos de las dos fueron asesinados con sus armas y las dos fueron sospechosas de los asesinatos, ¿no te parece extraño?
-¿Estás sugiriendo que...?
-Es posible que yo sea una anciana mal pensada, pero me pregunto si alguien no lo habrá planeado de este modo.
-Oh, seguro que no -dijo Cammie. Ella creía en la teoría de Reid, de que Keith había sido asesinado a causa de sus deudas de juego.
-Han sucedido cosas muy extrañas, ¿tendrás cuidado de no hacer tonterías?
-Todo eso -dijo Cammie bajando la vista -, los problemas de la fábrica, la desaparición de Janet Baylor la pérdida de los registros, la muerte de Keith, son cosas tan increíbles. Sin embargo, creo que para mí lo peor es cómo habla la gente: las cosas que me dicen y las cosas que dicen de mí.
La anciana asintió:
-Lo que mejor hace la gente es hablar. Sin embargo, he notado que la crueldad con que lo hacen no es natural Cosas como lo que escuché el otro día: que os sorprendieron a ti y a Reid y que el disparó a un cazador que se acercó.
-¡Dios mío! -exclamó Cammie, al ver cómo habían transformado un simple episodio en una historia horrible.
-Yo le dije a la mujer que se atrevió a contarme eso, que su mente era como una cloaca. Eso no podía ser cierto. Mi Cammie no podía hacer algo así. Pero luego pensé que tal vez hay alguien que está desparramando cosas horribles por diversión, o por una razón que no podemos comprender.
-Tú piensas que eso es parte del plan.
-Puedes creer que soy una paranoica, querida, pero te estoy diciendo lo que pienso.
-A veces -dijo Cammie -siento que reniego de la raza humana.
-¿Y prefieres dejárselo todo a los perversos? Eso es lo que ellos quieren. Yo prefiero dejarles sólo el infierno.
Cammie, al ver a su vieja tía sorbiendo con calma el té, en su antigua taza de porcelana, no pudo más que reír. Era mejor que llorar.
Regresó a su casa con las ideas mezcladas en su mente. Había un par de cosas que no le había contado a su tía. La razón no había sido que pensara que su tía no iba a interesarse, sino más bien que podía prever cual sería su reacción, y no deseaba escucharla.
Por un lado estaban los chismes. La idea de la tía Beck de que tal vez los difundieran ex profeso, parecía muy lógica. Los detalles de lo que ella hacía se difundían con tal velocidad, que resultaba asombroso. Era razonable, pues, aunque le resultase odioso, que quién estaba detrás de eso no fuese un extraño. Debía enfrentar esa posibilidad.
Tenía que existir una persona que, en cualquier momento, estuviese bien situada como para saber qué era lo que ella estaba haciendo, cuándo y cómo.
Luego estaban las semejanzas entre sus problemas y los que había padecido su bisabuela. Le daba escalofríos pensar que alguien podía estar manipulando su vida y arreglando las circunstancias, de modo tan que se acomodasen a los hechos de la vida de su antepasada. ¿Qué razón podía existir para hacer algo así?
En principio, podía pensar en dos motivos. El primero era una especie de arrogancia, una necesidad de jugar a ser Dios, o bien para satisfacer una necesidad morbosa o bien para inspirar miedo, cuando el parecido se hiciese evidente. El segundo era hacer aparecer las cosas como si ella estuviese siguiendo los pasos de Lavinia, tratando de emular su plan de asesinato.
Había una persona que tenía las mejores posibilidades para orquestar la situación, creando el paralelo que mostraba la tía Beck.
Había sólo un hombre que tenía las mejores posibilidades para influir en la opinión pública, haciéndola aparecer al mismo tiempo como una inmoral y como culpable de asesinato.
El motivo era el dinero.
El hombre era Reid.
Cammie no se dirigió hacia su casa, sino que se encaminó hacia el Fuerte. No tendría descanso hasta que no pudiese disipar esas enloquecedoras sospechas. Si las respuestas lograban calmar su corazón, había cosas acerca de Justin y Lavinia que Reid debía saber.
Nadie contestó a la puerta. Rodeó la casa para ver si el jeep de Reid estaba en el garaje. Fue en ese momento cuando notó la columna de humo, que se levantaba en el cielo, con su color gris azulado nublando la luz de atardecer.
Miró a su alrededor. La casa parecía estar en orden, como así también lo estaba el garaje. El humo parecía venir del pie de una colina, detrás de la casa y cerca de los bosques. Con el entrecejo fruncido, Cammie se dirigió hacia allí.
El aire era fresco, pero aún corrían algunas brisas cálidas desde la tierra. Los insectos y las ranas cantaban su canción de primavera. Los bosques estaban sombreados por la proximidad de la oscuridad. Ella aspiró el aroma de las madreselvas y de la tierra húmeda, que se mezclaba con el olor acre del humo. Eso era casi suficiente para dar paz. Casi.
Lo primero que vio Cammie fue el origen del fuego. Era una llamarada grande, que ardía con todo su brillo. El suelo de alrededor había sido despejado para evitar que las chispas causasen daño. Un hombre se movía hacia allí desde el bosque, llevando ramas secas hacia la hoguera. Mientras las chispas restallaban elevándose hacia el cielo, Cammie vio al reflejo de la luz resaltar el bronce del rostro y el torso desnudo de Reid.
Él estaba despejando la maleza de una línea de árboles que rodeaba el Fuerte. Un poco más lejos, sobre el suelo, había un hacha y una pequeña sierra. Ella debería haber pensado que, fuese lo que fuese lo que estaba sucediendo por allí, Reid debía estar controlándolo.
Ella se acercó hasta llega4 cerca de la luz del fuego y allí se detuvo.
-Pensé -dijo él entre exasperado y divertido, mientras recogía más matas sin mirarla- que íbamos a actuar de manera sensata, como para que no nos viesen juntos. Si hubiese sabido que vendrías aquí, habría desaparecido.
Ella casi había olvidado las cosas que perturbaban su mente:
-No me quedaré mucho tiempo. Necesitaba hablar contigo.
-No me estoy quejando. - Hizo un gesto hacia el lugar que estaba despejando y al mismo tiempo arrojó las mantas al fuego, luego se acercó a la rama de un árbol, de donde colgaba su camisa. La sacudió y la tendió bajo un pino diciendo:
-Podríamos ir a la casa, pero debo quedarme aquí hasta que el fuego se extinga un poco.
-¿No tendrás frío? -preguntó Cammie , mientras su mirada se dirigía a la fuerte musculatura de Reid, con su torso un poco traspirado y su mata de vellos rubios iluminada por el fuego.
Él sonrió al captar su mirada:
-He estado trabajando. Además...
-¿Qué cosa?
Nada -evitó mirarla mientras le tocaba levemente el brazo, indicándole que tomara asiento en el lugar que había preparado. El se puso en cuclillas a su lado, dejando un pequeño espacio, como para no tocarta.
Había querido decir que ella lo hacía acalorar. Eso era agradable, ya que ella también sentía que la atracción física entre ellos era como una vibración eléctrica. Tratando de apartar su mente de esas cosas, Camie le contó lo que la tía Beck le había dicho y aguardó su respuesta.
-Es una anciana inteligente -dijo en tono inexpresivo.
-Sí, ¿pero está en lo cierto?
El tomó una hoja seca, que fue partiendo en pequeños trozos, para ir arrojándolos al suelo. Miró al fuego y dijo:
-¿Cómo esperas que pueda responder a eso, Cammie? No lo sé.
Ella tampoco lo sabía. ¿Para qué había ido hasta allí, entonces'?
Había ido porque no podía mantenerse alejada, porque no podía permitir que fuesen otros los que dirigiesen lo que ella debía hacer, porque sentía la necesidad de vivir peligrosamente, después de haber llevado siempre una vida tan tranquila.
Todo eso y más.
Lo que necesitaba era que la tranquilizara, no que le respondiera. Además, no estaba segura de que le pudiese dar con palabras esa tranquilidad.
En los cabellos de él había una hoja seca. Ella se acercó para quitarla y entonces le acarició los cabellos rubios, un poco húmedos por la transpiración. Sintió un deseo intenso, casi doloroso y no supo si era físico o emocional.
En el rostro de él estaba claro que se daba cuenta de lo que a Cammie le ocurría. Le tomó la mano y le besó los dedos antes de acercarlos hasta su pecho. Bajo la piel caliente, ella pudo sentir el agitado latir de su corazón.
-Quisiera abrazarte, pero estoy muy sucio.
Sus hombros estaban sombreados por una fina capa de ceniza y olía a humo de madera y a masculinidad. Además, la frescura del pasto recién brotado y el aire libre eran afrodisíacos naturales.
-No me importa -dijo ella y abrió su dedos sobre el pecho de Reid, absorbiendo su calor, mientras se inclinaba para que la besara.
El contacto fue breve, pero intenso. El se apartó con una sonrisa:
-Sabes a té y a pastel. Te comería de un solo bocado.
-Hazlo -dijo ella, y acarició sus hombros, acercándolo.
El se acercó sin objeciones Y se sentó junto a ella. Con voz divertida, le advirtió:
-Cuidado. Hemos dejado algo sin terminar en un sitio como este.
-En varios lugares como este -respondió ella, pensando en la salvaje atracción que se había Producido entre ellos la primera noche, cuando ella escapaba de Keith y después, cuando lo había encontrado en los bosques y se habia sentado a conversar junto a él en la oscuridad. Esos momentos eran tan memorables como la tarde en que se habían descubierto.
-¿Tú también? -dijo él riendo, mientras la tomaba de la cintura-. Qué desperdicio.
-No desperdiciemos nada esta vez -susurró ella y acomodó su cuerpo contra el de Reid, buscando el contacto completo de los cuerpos, necesitada de sentir su fuerza contra ella.
El se acercó, volviéndola sobre la espalda y dándole lo que necesitaba. Cuando sintió toda su hombría y su peso sobre ella, el deseo comenzó a recorrería en oleadas calientes. No quiso pensar, ni dudar y enterró su cabeza en el hombro de él, abrazándolo fuerte, con las manos desesperadas, abrazando con sus piernas los músculos fuertes. El deseo, la necesidad que por él sentía, eran como un agujero en e] centro de su ser que sólo él podía llenar.
Con voz Preocupada, él susurró:
-¿Qué sucede, Cammie?
-Nada. Todo. Oh, Reid, sólo bésame Y no dejes nunca de hacerlo.
Cammie se dio cuenta de que él dudaba, de que percibía que ella estaba tratando de escapar de algo. También se dio cuenta de que en un momento todo se volvió pasión y él se incorporó, poniéndose de espaldas a la luz y al Fuerte.
Sus manos eran seguras y fuertes. Ahora la conocía. Ahora sabía qué caricias la enloquecían, qué contacto deshacía sus huesos y la dejaba atontada.
Lo mismo sucedía con ella. Sabía cómo atormentarle, cómo excitarle hasta el fondo, haciéndole perder el control.
Reid introdujo su mano bajo la camisa de ella y la posó sobre el suave montículo que allí encontró. Haciéndolo crecer con firmes pellizcas, colocó una rodilla entre las piernas de ella, abriéndolas más.
Ella se acomodó con gracia, permitiéndole el acceso y suspirando de placer, mientras él bajaba con su mano las bragas de ella, para lograr un mayor contacto.
Ella inclinó la cabeza y se internó en su boca, lamiéndola con la lengua y succionando. Al mismo tiempo, abrió el botón metálico de los tejanos de él y bajó la cremallera, introduciendo la mano en su calzoncillo y tomando con firmeza el miembro, para acariciarlo e incitarlo.
Reid introdujo uno de su dedos en su sexo, logrando que el vientre de Cammie se estremeciera en convulsiones de placer y se contrajera sobre su dedo. Entonces, Reid apoyó firmemente su mano contra el sexo de ella.
Cammie levantó la cabeza y él le tomó los labios, degustándolos con la lengua, penetrando en ellos con una tierna fricción que los hacía temblar. Se internó entonces más profundamente, invadiéndole y retirándose en un ritmo doble que la estimulaba cada vez más.
Un suspiro resonó en la garganta de ella y una caliente humedad brotó de su entrepierna mientras elevaba los muslos y se situaba con más firmeza en su mano. El también emitió un sonido de satisfacción. Inclinó entonces la cabeza para tomar el pezón entre sus dientes, endureciéndolo con su aliento caliente.
De pronto, fue demasiado y fue insuficiente. Apartaron las ropas molestas y dejaron sólo lo que no importaba. Apasionados y calientes, se unieron firmemente. El movió sus caderas y se hundió aún más. Ella se abrió hasta lo más profundo, llevándolo hasta su centro.
Fue un combate apasionado, una furia de éxtasis, de lujuria, de angustiado deseo. Carne contra carne fueron tras preguntas incontestables. Fue un espléndido encuentro, una unión perfecta de cuerpos y espíritus.
Fue una gloria. La sensualidad encarnada. Fue una batalla sin rendición.
Y sin derrota.
Cuando se alejaba del Fuerte, Cammie estaba reconfortada y al mismo tiempo deprimida. Había hecho el amor a Reid y había aceptado que él le hiciera el amor a ella, como si no hubiese un mañana. Sin embargo, siempre había un mañana
Tal vez eso era lo que la asustaba. No quería que llegase el mañana.
Ella no había querido irse. Reid había insistido. Pensaba que eso era mejor para la protección de ella. Como si eso fuese importante.
El había hecho demasiado bien el trabajo de protegerla. Ahora ella sólo se sentía segura cuando él estaba cerca.
¿Qué le decía a Cammie su sentido común?
Todavía Reid no le había dado una respuesta directa acerca de Janet Baylor. Temor. Eso era lo que hacía que ella no abordase el ma. ¿Que haría si él le confesaba que la había sacado del pueblo, bajo amenazas o por la fuerza?
Además estaba lo de Keith. La perseguía la imagen del terror de Keith cuando supo que iba a morir. La valentía nunca había sido de sus características. Debía haber suplicado. Tal vez no. No era posible juzgarlo.
Las luces aparecieron en su espejo retrovisor en cuanto salió del camino privado que llevaba a la casa de Reid. Fuese quién fuese, con rapidez y se acercaba a su automóvil.
Acercarse de esa manera era peligroso, pero allí, en la oscura reserva del bosque donde podía haber curvas cerradas y se podían cruzar los venados, era una actitud asesina. No había excusa para, eso. Era imposible que la pasase. O bien se trataba de un idiota borracho, o de un adolescente haciendo demostraciones ante sus amigos o ante una chica que había llevado al bosque.
Cammie intentó aumentar la velocidad. Apretó el acelerador un par de veces. Por un instante dejó atrás al otro automóvil, pero luego reapareció.
Sintió alivio cuando llegó a la autopista que conducía a Greenley. Esperaba que quién la seguía se le adelantaría. Aminoró la marcha para hacérselo más fácil.
No ocurrió. El otro automóvil seguía tras ella, casi tocándole el paragolpes trasero. Aceleró de nuevo.
Por primera vez, sintió miedo. Parecía que esa persecución tenía algo de personal. ¿Quién podía hacer una cosa así? Si lo pensaba, había Muchas posibilidades. Podía ser la misma persona que había matado a Keith. Podía ser también al una de las personas que la odiaban por su oposición a la venta de la fábrica. Mantuvo firme la velocidad mientras trataba de decidir lo que haría.
Al cabo de un instante se dio cuenta de que el pánico ya no tenía sentido. En breves instantes aparecerían los alrededores de Greenley, con sus calles iluminadas y sus letreros. Allí podría ver quién era el que la perseguía. Si no se apartaba, lo reconocería.
También podía ser que el conductor la siguiese de más lejos hasta su casa, atravesando Greenley.
La gran tienda estaba iluminada como un aeropuerto en Navidad. Cammie encendió el intermitente, apretó el freno y se detuvo frente a la entrada, entre los surtidores de combustible. Oyó el chirriar de unos frenos detrás de ella, y otro automóvil se detuvo junto a los surtidores, un poco más lejos. El conductor se apeó y fue hacia ella.
Cammie estaba a mitad de camino de la puerta de la tienda cuando vio quién era el conductor del otro automóvil.
Gordon Hutton.
La furia la invadió con la fuerza de una llamarada. No esperó que la alcanzara, sino que le gritó:
-¿Qué diablos estabas haciendo? Podríamos habernos matado ambos.
-Estaba tratando de atraparte -dijo Gordon, con una mueca en su cara redonda-. Hace días que necesito hablar contigo, pero has estado volando por todo el país. Te he visto salir de la casa de Sayers y decidí seguirte hasta que te detuvieras.
-Podrías haberme llamado para arreglar un encuentro -dijo Cammie, disgustada.
-Le dejé media docena de mensajes a tu casera, pero no sirvió para nada. Creo que sólo te pasa los mensajes que quiere.
Cammie no había visto a Persephone, pero no creyó que hubiese razones para decírselo.
-Qué es lo que quieres?
El se acercó y cerró sus manos demasiado blancas en puños que se agitaban. El hedor del whisky se mezclaba con su olor corporal desagradable y una loción barata. Cammie no pudo retroceder, ni siquiera para tomar aire fresco.
-Ya es tiempo -dijo Gordon- de que lleguemos a un entendimiento, ahora que has puesto tus manos en una parte de la fábrica. Ya antes estaba harto de que interfirieras en la venta, pero quería dejarlo pasar, porque sabía que era una estúpida argucia femenina para que Keith dejara de lado el asunto del divorcio. Ahora quiero que acabes con eso.
La presuntuosidad de su voz la enfurecía. El parecia creer que podía decirle lo que debía hacer. Con desdén en los ojos, Cammie respondió:
-Seguramente será un golpe para ti, Gordon, pero nunca me importó demasiado lo que tú quisieras.
-¡Puta! -dijo, apretando los dientes-. Siempre fuiste una egoísta, nunca te importó nada ni nadie. No me extraña que Keith haya tenido que irse de casa para encontrar a la mujer que necesitaba.
Por un momento, Cammie se quedó pensando si él tenía razón. Si había sido su falta de interés lo que había alejado a Keith. Luego, la cordura regresó y sonrió, burlona:
-Tal vez sea al revés. Tal vez aprendí a cuidarme porque nunca nadie me cuidó.
-Eso es una patraña. La mitad de los hombres de este pueblo han estado siempre detrás de ti. Y tú lo sabes.
Había algo en el rostro mofletudo de Gordon que le erizaba la piel. No era la primera vez que lo notaba, aunque era la primera vez que registraba el origen de esa sensación. Gordon Hutton deseaba a la mujer de su hermano. Siempre lo había hecho. Ella levantó el mentón y respondió:
-No es lo mismo.
-Pero ahora has resuelto tu problemita -dijo, burlón-. ¿No es cierto? Tienes a Sayers como a ti te gusta. En tu Postura favorita: de rodillas.
Keith se ponía de mal humor cuando bebía. Al Parecer, Gordon se volvía agresivo cuando había bebido de más El alcohol no cambiaba el carácter, sino que resaltaba algunos rasgos. Los resultados podían llegar a ser instructivos.
-No tengo por qué escuchar estas cosas -dijo Cammie- Siquieres conversar acerca de la fábrica, llama a Fred Mawley cuando estés sobrio. Me encontraré contigo en su oficina.
Gordon abrió los ojos, furioso:
-Tú, tú...
Cammie no se quedó a escuchar. Entró en su automóvil, cerró lapuerta y lo puso en marcha. Retrocedió y retomó el camino rápidamente.
El chirriar de gomas detrás de ella le indicó que Gordon volvía a ir tras ella. El hecho de que él pensase que podía acosarla de ese modo le llenó de una furia que había experimentado pocas veces en su vida. No iba a volver a detenerse, pero tampoco iba a escapar. Si osaba seguirla hasta Evergreen, el hermano de Keith escucharía algunas verdades que seguramente prefería no saber.
Los faros del automóvil de Gordon todavía brillaban sobre susespejos cuando Cammie entró por el sendero. Mientras estacionaba en el garaje, pensó que Gordon iba a meterse en su Cadillac antes que ella pudiese salir.
El detuvo el motor de su automóvil y se quedó de pie, cerrándole el paso. Tenía las piernas abiertas y las manos en la cintura.
-Nadie me habla así, hermana.
-Yo tampoco lo hubiese hecho, si no me hubieses obligado -respondió Cammie, demostrándole que no se dejaría intimidar pero ya que me has forzado a ser asi, aprovecharé para decirte algunas de las cosas que pienso. Para comenzar, no me gusta que estés merodeando y espiándome, ni que me sigas.
-Eso es ridículo. Sólo pasaba cerca del Fuerte...
-Seguro -dijo Cammie, sin creerle. Había cometido un error táctico al intentar defenderse, y ella no le permitiría recuperarse-. Por otra parte puedes haber creído que era inteligente de tu parte alentar a Keith para que me violara y detuviese así nuestro divorcio, pero casi logras que asesinen a tu hermano en esa ocasión. No es que a ti eso te importe. Todo lo que te interesa es obtener tu precioso dinero.
El dinero es lo que amas, y Keith lo sabía. Por eso temía contarte que estaba hundido hasta las orejas en deudas de juego. Por eso estaba tan desesperado que estafaba a la fábrica en lugar de pedirte ayuda.
La expresión se borró del rostro de Gordon Hutton, que quedó como atontado, mirando el vacío
-¿Que hizo qué cosa?
-Estafa. Medio millón por lo menos. Y tú ni siquiera te diste cuenta de que faltaba ese dinero. Reid fue quién descubrió la falta.
-No lo creo -dijo abriendo la boca, para aspirar una bocanada de aire-. Keith no lo haría. Tornar el dinero de la fábrica sería como tomarlo del bolsillo de su hermano.
-Y también del de Reid -le recordó.
Se quedó allí, parpadeando mientras asimilaba las implicaciones de lo que acababa de escuchar:
-Entonces fue por eso que Sayers se vengo...
-Si te refieres al día en que lo golpearon, no fue Reid. Lo más probable es que haya sido un aviso de la gente a la que le debía dinero.
-Dios -los hombros de Gordon se sacudieron-. Yo lo hubiese ayudado a conseguir el dinero si hubiese acudido a mí, ¿por qué lo haría? Los Hutton no hacemos cosas así. Mamá moriría si lo supiese.
Cammie se compadeció. Al menos le importaba. Al menos tenía cierto orgullo: de su familia, de la fábrica, de una larga tradición de decencia. Nunca había habido ningún indicio de que él, su padre, ni su abuelo, hubiesen sido deshonestos en nada. Debía ser un golpe para él enterarse de que su hermano no había seguido la tradición.
Abruptamente, Gordon reaccionó:
-Si Keith tomó el dinero fue por culpa tuya, porque detestaba tener menos que tú.
-Yo no tengo la culpa de sus problemas de identidad
-Tú lo hiciste sentirse un hombre a medias. Pero no creo nada de eso. No de mi hermano. Tú eres una puta mentirosa. No te basta con haberlo echado de su casa y haberío destruido. También quieres manchar su nombre.
-Keith -dijo ella, mirándolo a los ojos- se arruinó sin mi ayuda.
Gordon levantó un puño y lo agitó ante ella:
-¡Cállate! Cierra esa boca mentirosa. Si te escucho difundir esta historia, lo lamentarás. Sólo estás tratando de arruinar la venta de la fábrica diciendo que hay problemas de dinero. No lo tolerare,¿me escuchas? ¡Antes te veré muerta!
-Ten cuidado -respondió Cammie con voz suave y letal El último hombre que me amenazó no vivió mucho.
-¿Te refieres a Keith?
Ella no respondió.
Gordon se apartó y, maldiciendo por lo bajo, subió a su automóvil. Partió tan rápido que quedó flotando en el aire un olor a goma quemada. En pocos segundos desaparecieron las luces y el ruido del motor dejó de escucharse.
Cammie dejó salir la respiración que estaba conteniendo sin querer. Se volvió con las llaves en la mano, pero temblaba tanto que no parecía capaz de introducirlas en la cerradura.
Vio una sombra que se movía y Contuvo un grito en la garganta.
-soy yo -dijo Reid.
En su voz había un tono sombrío que nunca antes había escuchado. Sus rasgos tensos no sonreían. Su pecho subía y bajaba como si hubiese estado corriendo. Habían estado juntos hacía poco. El seguramente la había seguido en cuanto ella se había internado en el bosque. Como ella no respondió, Reid continuó:
-Vi el automóvil y escuché voces mientras hacía mi recorrido habitual. Pensé que podías necesitar ayuda. Me equivoqué.
Su recorrido habitual. Cammie, por supuesto, lo sabía aun aunque nunca lo había admitido. Sin embargo, esos pensamientos se disiparon en su mente, cuando se dio cuenta de lo que él estaba diciendo.
Lo que ella le había dicho a Gordon podía interpretarse más bien como una amenaza más que como la advertencia que ella había deseado hacer . Además, él ya había pensado antes que tal vez era ella quién había matado a Keith, o al menos eso había fingido.
-Estás equivocado -dijo ella. Sí te necesito.
-¿Para qué? -Preguntó él inclinando la cabeza-. ¿Te gustaría que lo matara por ti? ¿Por eso sigues junto a mí?
No era un ofrecimiento. No era una broma. El le estaba preguntando realmente si quería que asesinara a Gordon en lugar de hacerlo por sí misma. Antes había sugerido algo semejante, cuando ella había hecho admitir que era capaz de matar a Keith. Esta vez hablaba muy en serio. Creía realmente que ella quería matar a Gordon.
Cammie le lanzó una mirada incrédula y se apartó. Tambaleante, subió los peldaños del porche y tuvo que hacer tres intentos para introducir la llave en la cerradura. Entró y dio un portazo.
No hubiese sido necesario apurarse. Reid no fue tras ella. Cuando miró por la ventana, no había nadie. Se había ido.
Esa noche pasó mucho tiempo sin dormir. Las imágenes iban y venían en su mente, como en un caleidoscopio sonoro. Keith y Reid en la oscuridad, cerca del lago. Reid con la niña en la reunión familiar. La figura sombría de un hombre que no era Reid vigilando Evergreen. Wen cruzando el lago en su lancha. El reverendo Taggart hablando del matrimonio. Reild y Charles con sus cabezas juntas frente a la computadora. Gordon y su madre en el funeral de Keith. Bud acusándola de estúpida. Gordon bajándose de su automóvil. Parecía que había algo oculto, algo que ella necesitaba descubrir.
Se preguntaba, mientras se repetía las palabras que Reid le había dicho, si las dudas de ella lo lastimaban como estas palabras la habían lastimado a ella. Era una idea rara, ya que eso sólo sería posible en caso de que él fuese inocente. Pero si él pensaba que ella podía ser la culpable ¿entonces cómo podía serlo él? El no podía sospechar que ella había cometido un crimen si en realidad lo había cometido él. Eso era elemental, pero sólo lo era si confiaba en él.
¿Quieres que lo mate por ti?
Cuando las había escuchado, no había tenido dudas acerca del significado de esas palabras. Pero ahora, en la oscuridad de la noche, sus dudas regresaban. Era posible que hubiese entendido mal y que después de todo, sus palabras hubiesen sido un ofrecimiento de servicio. ¿No era esa la posición que él había asumido desde el comienzo: altruista, eficiente?
Cuando se levantó al día siguiente tenía grandes ojeras y un fuerte dolor de cabeza. La idea de quedarse en su casa y pensar todo el tiempo, en un lugar donde la gente podía encontrarla para acusarla, le resultaba intolerable.
Decidió que debía retomar su rutina y ayudar a desempacar una reciente compra, efectuada en una subasta. Había mucha basura: platería arruinada, afiches en marcos ordinarios, cajas de libros viejos, una colección de saleros y pimenteros en forma de animales de granja. Sin embargo, también había piezas de mayólica, porcelana de Limoges y un juego de sillones de palo rosado de 1860, que aún tenía la tapicería de brocato original.
Tanto el trabajo como los comentarios cáusticos de Wen respecto de lo que la gente decía, le levantaron el ánimo. Hacia el anochecer estaba comenzando a sentirse normal.
Wen había ido a la cocina a calentar un poco de sopa de verduras casera para que almorzasen. Cammie se quedó en el frente, atendiendo a una clienta. Estaba envolviendo unos candelabros cuando sonó la campana de bronce del negocio.
Instantáneamente reconoció a la mujer rubia que entró. Evie Prentice, la novia de Keith, esbozó una sonrisa y se quedó de pie, sin acercarse a ella. Luego se puso mirar una colección de ositos de peluche. tomó uno y lo acarició, acercándolo a su gran vientre enfundado en una chaqueta mu ygrande. Cuando lo dejó, sus ojos se llenaron de lagrimas.
Cammie continuó con lo que estaba haciendo. Cuando terminó con la venta y la clienta se fue, se acercó a Evie. Su mirada se detuvo en las grandes ojeras de la muchacha. Luego, con calma, le preguntó
-¿Cómo estás, Evie?
-Bien, bien -respondió sonriendo.
-Te busqué en el funeral, pero no estabas.
-Esas cosas son para la familia -dijo, perdiendo su sonrisa-. Como yo conozco a Ed, de la empresa funeraria, me dejaron entrar cuando todos se fueron. Pude despedirme. Eso es lo que importa.
-¿Y el bebé? ¿Te sientes bien?
-Sí, pero... vi tu automóvil y como antes habías sido tan amable conmigo, pensé que....
-Entonces algo anda mal -dijo Cammie, tomando la mano de la muchacha-. Siéntate y cuéntame.
Había un rincón donde se amontonaban varias sillas antiguas y una estufa panzona. La estufa no estaba encendida, pero el rincón era tranquilo. Cammie le indicó a Evie una mecedora, mientras ella se sentaba en un pequeño sillón.
-Creo que casi todo está mal -dijo Evie, mientras se sentaba en la mecedora. Miró a Cammie y volvió a apartar la vista, mientras su rostro pálido enrojecía-. No quiero hablar mal de Keith. Yo lo amaba y... creo que hubiese sido buena para él. Pero me dejó en medio de un gran lío.
-¿Cómo es eso? -Preguntó tratando de asentarla.
-Bien, él pagaba el alquiler de mi caravana y compraba la comida. Me hizo dejar mi trabajo, por lo que sólo contaba con lo que él me daba. Eso no me gustaba. Con otros hombres, yo siempre había seguido trabajando, para mantener mi independencia. No es que haya tenido muchos hombres: sólo un par. En este caso, y con lo del divorcio a Keith le parecía importante mantenerme, al menos hasta un tiempo antes de morir. Sin embargo, se atrasaba con el pago de la renta y siempre tenía que recordarle cuando no había nada para comer. Yo tenía unos pequeños ahorros, pero no duraron mucho... El ha muerto y yo no tengo nada. Además, nadie va a contratarme en este estado, en este pueblo.
-Me imagino.
Por la amargura de sus últimas palabras, Cammie se dio cuenta de que la muchacha estaba pasando un momento muy duro en su búsqueda de trabajo.
-Odio la idea de vivir de la beneficencia, aunque creo que tengo tanto derecho como cualquier otro. Ya he previsto tener al bebé en el centro médico de Shreveport, donde no me costará nada, pero en realidad, lo que yo quisiera es irme de Greenley y dejar atrás todo lo que ha pasado. Sin embargo, creo que eso es bastante difícil según como van las cosas.
La puerta trasera se abrió y Wen asomó la cabeza. Cuando vieron con quién estaba hablando Cammie, quedó atónita. Cammie hizo gesto con la cabeza y Wen, revolcando los ojos, se retiró, aunque dejó abierta una rendija de la puerta.
Evie Prentice, sin darle importancia, miró sus manos y su vientre y continuó:
-Odio tener que molestarle de nuevo, pero no sé adonde ir. Mi última esperanza era el reverendo Taggart. Creí que tal vez la iglesia tuviese fondos para una situación así -se detuvo y luego continuó, con la voz quebrada-. Uno esperarla que un predicador supiese del perdón de los pecados y de la caridad cristiana, pero él lo único que me dio fue un sermón. Me dijo que yo tenía mi cama y que podía acostarme con quién pagara el precio. Si hay una cosa que desprecio más que la beneficencia es la hipocresía.
En la voz de la muchacha había dolor y desesperación. En un esfuerzo por ayudarla a recuperar la compostura y por evitarle pedir, Cammie dijo:
-Dime cuánto necesitas.
Evie la miró con la duda y la esperanza pintadas en sus ojos azules
-No podría aceptar tu dinero. Sinceramente, no podría. Pero Keith me había dicho que cuidaría de mí y del bebé, no importaba lo que sucediese. Sé que es extraño preguntártelo a ti, pero pensé que tal vez tú sabrías si él arregló algo, una cuenta de banco u otra cosa para nosotros.
No había nada. Cammie lo sabía con absoluta certeza. Lo único que Keith había dejado en el banco eran deudas.
-No sé lo que él habrá hecho, pero lo averiguaré por ti.
-¿Lo harías? ¿De veras? -las lágrimas brotaron en los ojos de Evie-. Sentía tanta vergüenza de contarte mis problemas y lo que me sucedía con Keith. Yo...
-No tiene importancia -dijo Cammie, calmándola-. Averiguaré acerca del dinero y te llamaré en un par de días; ¿está bien?
-Nunca podré agradecerte lo suficiente. Yo... yo amaba a Keith y me puse furiosa cuando me dijo que quería regresar contigo. Sin embargo, nunca lo culpé por desearlo. Me doy cuenta de lo que valías para él.
-No creo -dijo Cammie-. Si te sirve de consuelo, creo que ese repentino cambio de sentimientos, más bien tuvo que ver con el dinero.
Evie Prentice escrutó el rostro de Cammie y luego dijo, con desolación:
-No... no creo que eso sea un consuelo.
Cammie acompañó a la novia de Keith hasta la puerta. Cuando Evie se fue, Wen apareció y se quedó de pie, junto a ella.
-Así es que vas a conseguir dinero para ayudar a la amiguita de Keith.
-Ella era más que eso -dijo Cammie, ausente.
-Sí, ella era la otra, la que se revolcaba con él, la que se reiría de ti después de obtener lo que quería.
-Tal vez.
-¿Lo haces porque sientes pena por ella o porque la quieres fuera de aquí?
-Tal vez le estoy agradecida por haberme librado de Keith.
-Seguro.
-Es posible.
-Sí es posible que seas una idiota de corazón blando.
-Quieres decir de mente blanda.
-También -dijo Wen-. No puedes arreglar el mundo.
-Sí, puedo -dijo Cammie, levantando la cabeza-. Al menos puedo arreglar mi parte.
Sí, te necesitaba.
Esas palabras estaban volviendo loco a Reid.
Eran casi tan perturbadoras como la respuesta que él había dado Las dos frases estuvieron circulando en su mente toda la noche y parte de la mañana, junto con la disputa entre Cammie y Gordon que había presenciado. No había dormido y la sola idea de comer le re volvía el estómago. Hacía tiempo que había aprendido, no obstante, la difícil lección de que el sueño y la comida eran cosas que uno no debía ignorar si deseaba seguir con vida. Nada, ni siquiera la explosión de Golan lo había perturbado tanto como para modificar esos hábitos. Hasta ahora.
Estaba perdiendo esa frialdad cuidadosamente construida. Se la estaban quitando, palmo a palmo, y estaban quedando al descubierto sus sentimientos, como gusanos que aparecen bajo la tierra removida. Aunque lo intentase, no encontraba protección ni alivio para su dolor.
Todo eso había comenzado en Golan, no podía negarlo, pero lo que lo hacía tan vulnerable era estar junto a Cammie.
El Fuerte le parecía una prisión y los ojos de Lisbeth sabían demasiado. Siempre lo había comprendido mejor que la mayoría de las personas. Ella tenía su familia y su propia granja en el norte del pueblo, pero desde que él tenía memoria, siempre había estado en su casa.
Recordaba un caluroso verano, cuando él tenía cuatro o cinco años. Estaba de pie detrás de ella, en la cocina, mirando como bebía un vaso de agua. Notó que el interior de la boca de la mujer era tan rosado como el suyo. Después de eso, siempre supo que eran iguales, aunque ella tuviese ese exterior color marrón.
Ella volvió la cabeza y lo miró, apartando la vista de las cebollas que estaba picando para un guiso.
-¿Qué sucede, señor Reid, le comieron la lengua los ratones?
-Es posible -respondió él, apoyando un codo sobre la mesa y la cabeza sobre el puño. Con la vista fija en la taza de café que revolvía lentamente, preguntó:
-¿Qué hay que hacer para complacer a una mujer, Lisbeth.
-Usted lo sabe -respondió ella inclinando la cabeza- tan bien como yo.
-Estoy Preguntando en serio. No me refiero al sexo, ni al dinero, ni a los músculos o ese tipo de cosas.
-¿Se refiere, por casualidad, a alguna mujer del pueblo en particular o a las mujeres en general?
El la miró a los ojos y no respondió.
-Ya lo sabía -dijo Lisbeth asintiendo En ese caso, le dire que no hay mucho para hacer, excepto amarla. Ella vendrá o no vendrá.
-Tenía la sensación de que ibas a decir eso.
-¿Entonces para qué me lo preguntó? Creo que lo mejor que puede hacer por ahora es sacarse esas cosas de la mente. Irse a pescar o algo así
-Y dejar de molestarle...
-Sabe que no es así -dijo volviéndose hacia él.
-Tal vez -hizo una pausa para pensar en la sugerencia de la mujer. Finalmente preguntó:
-¿Todavía está Ty en casa, de permiso?
-Tiene aún una semana antes de volver a la Fuerza Aérea -dijo, echando las cebollas picadas en una sartén donde bullía la mantequilla-. ¿Quiere que lo llame?
-Dile que quiero que nos encontremos junto al lago -respondió Reid con una sonrisa, dejando ver su gratitud.
El y Ty tenían muchas cosas en común. Tenían la misma edad y jugaban juntos cuando Lisbeth lo llevaba con ella al trabajo durante el verano. Juntos habían recorrido la reserva, habían jugado a ser cazadores, cavernícolas y soldados. Durante los primeros años de integracion racial en la región, habían asistido a la misma escuela y habían formado parte de uno de los primero equipos integrados de fútbol. Ty defendía a Reid y Reid le daba el crédito por todas las jugadas importantes.
Al salir de la escuela, Ty se había unido a la Fuerza Aérea y se había convertido en piloto de helicópteros. Había llegado al grado de coronel y seguía ascendiendo. A través de los años, Reid lo había encontrado en diversos lugares. La última vez había sido en California hacía dos años. Reid había tratado de encontrarse con Ty al regresar a su pueblo, pero hasta el momento había estado ocupado en otras cosas.
El día era perfecto para pescar. El aire era cálido, el viento suave y el sol se escondía tras una columna de nubes. Reid y Ty botaron la lancha de fibra de vidrio y se dirigieron al canal del lago. A los pocos minutos se encontraban en un sitio apartado y bien arbolado.
Tiraron las líneas con la pericia que da la experiencia, pero sin prisa. En realidad, a ninguno de los dos le importaba pescar algo. Les bastaba con deslizarse por las aguas tranquilas, azuladas por el reflejo del cielo, encendiendo de vez en cuando el motor fuera de borda para llegar hasta donde no podían llevarlos los remos.
Pescaron grandes lubinas de Florida, que pesaban entre dos y cuatro kilos, extrajeron el límite de peces permitidos y los pusieron en hielo. Tuvieron cuidado de cómo quitaban los anzuelos de los que pescaron después y los devolvieron al agua.
Reid sintió que las tensiones lo iban abandonando lentamente. Lo habían acompañado tanto tiempo, que al dejarlas se sintió levemente incómodo.
Cuando el día se fue haciendo caluroso, bebieron un par de cervezas, hablaron echando pestes de la política y los políticos y pasaron revista a los últimos cambios en el Pentágono. Era el tipo de charla impersonal que sostienen la mayor parte de los hombres cuando se reúnen. Cuando no tenían nada que decir, permanecían en silencio.
Después de un largo rato de flotar con el sol quemando los rostros y de mirar pájaros exóticos, Reid preguntó:
-¿Alguna vez pensaste en casarte, Ty?
Ty sonrió, meneando la cabeza
-Alguna que otra vez. Cuando era el momento adecuado, no era la mujer adecuada. Cuando era la mujer adecuada, era el momento equivocado. ¿Tú piensas hacerlo de nuevo?
-La idea ha pasado por mi mente.
-Escuché que estabas viendo mucho a Cammie Greenley -era una afirmación que podía o no recibir una respuesta.
-Hutton -dijo Reid, inexpresivo-, Cammie Hutton.
-Cierto. Siempre te interesó. Recuerdo que una vez, después de un partido de fútbol, un grupo de muchachos comenzaron a preguntarle a uno que había salido con ella cuántos goles había hecho. Un idiota comenzó a hacer preguntas sucias y te lo llevaste aparte.
-Era lo adecuado para hacer en ese momento -dijo Reid, sin mirar a Ty.
-Claro. También recuerdo que solíamos ir con tanta frecuencia por detrás de la reserva, pasando por los fondos de la casa de los Greenley, que el camino que quedó marcado era casi una autopista.
-Recuerdas demasiado -dijo Reid, echándole una fugaz mirada
-Sí, por ejemplo recuerdo esa vez que un ratón de campo entró en la escuela y todas las chicas estaban gritando, paradas encima de los pupitres. Tú, todo un macho, atrapaste al animal con las manos y te mordió. Pero cuando Cammie te dijo que no lo mataras, lo dejaste en libertad detrás del campo de baseball. Luego anduviste durante días con las expresión más estúpida que se pueda creer en el rostro. Todo porque ella te había dicho que eras bueno. También recuerdo eso.
Ty estaba bromeando, pero a él no le importaba. Le había traído a la mente recuerdos dulces que estaban sepultados en su mente. Repentinamente, sintió un escalofrío en el corazón.
Cammie no podía haber matado a nadie. Pese a su valentía y a sus bravuconadas, no tenía el interior duro que hacía falta para eso.
Su amenaza de la otra noche al hermano de Keith no había sido más que un montón de palabras vacías, si es que había sido una amenaza. El, más que nadie, debería haberío comprendido. Cammie era capaz de apartar a quienes la herían con palabras más filosas que un cuchillo.
Ella sólo podía haber matado a alguien en caso de no tener otra alternativa.
El siempre había sabido eso, ¿cómo lo había olvidado?
No. No lo había olvidado. Sencillamente, lo había ignorado.
Lo había ignorado porque había sido un idiota. La había oído y la había visto manejar a Gordon Hutton y le había dado rabia que no necesitara de su protección.
Quería que ella lo necesitara porque sentía que era la única manera de retenerla. Y quería retenerla con desesperacion.
Yo sí te necesitaba.
Las palabras que ella había pronunciado permanecían en él, porque contenían una diminuta esperanza de que ella necesitase de él algo más que un brazo fuerte y un cuerpo caliente. El casi había dejado eso de lado, concentrado en sus propias necesidades.
Casi.
¿Y qué sucedería si en las palabras de ella no había nada? ¿Y solamente veía eso porque necesitaba una esperanza?
El la amaba. La había amado durante años. Parecía que la había amado siempre.
Pero nunca había llegado el momento de decírselo.
Tal vez el momento era ahora.
Lo había intentado una vez, y había fracasado. Ese fracaso había hecho que no pudiera verla durante años,
¿Y si él hacía imposible que volviesen a la relación física que habían establecido? El sentía un placer casi intolerable al acariciar su piel desnuda, al mirar su rostro cuando le daba placer. Hundirse en las profundidades de su cuerpo era una gloria. ¿Resistiría dejar de tener eso?
¿Y si lo que él hacía provocaba que se alejara para siempre?
Era un riesgo que tenía que correr. Ya había arriesgado más antes. Y había ganado.
También había perdido. Al menos una de esas veces, había perdido el amor, aunque fuese un amor de otra clase, más suave. Y además, no era él el que había pagado el precio ¿Podía arriesgar eso? ¿Podría soportarlo Y seguir viviendo
¿Qué otra cosa podía hacer, después de tanto tiempo?
Ya era el atardecer cuando acabó de despedirse de Ty, limpiar
su parte del pescado y asearse. Esperando que Lisbeth no protestase mucho por cómo había dejado la cocina, se encaminó a Evergreen.
Cammie no estaba en casa, pero eso no era un gran problema para él. Abrió la cerradura y se dirigió a la cocina.
No podía aguardar para ver la expresión de ella cuando lo encontrase allí. Tomó una sartén y la llenó con aceite de maní. No podía aguardar para escuchar lo que ella le diría. Sabía que podía atacarlo, pero no le importaba. Eso había sido así alguna vez, pero en esos tiempos él no la conocía tanto, ni tampoco se conocía tanto a sí mismo.
Salir finalmente del escondite sería un alivio. ¿Cómo era la frase que utilizaban en las novelas de espionaje? ¿Salir del frío? El nunca había escuchado a nadie usar esa frase para referirse a sí mismo. Sin embargo, era muy gráfica. Estar solo era algo frío.
Pensar en Cammie siempre le había dado calor, aun cuando sabía que estaba casada con otra persona. Tenía que admitirlo.
Abrazarla después del sexo, o sólo por el placer de tenerla cerca, con algún tipo de pasión, pero sin lujuria, había dado calor a un lugar interior, muy dentro suyo, que había permanecido helad o durante años. También le gustaba estar en silencio junto a ella, leyendo o mirando televisión.
Le encantaba verla disfrutar de las cosas, como en Nueva York.
Tal vez podrían viajar juntos. Sería maravilloso dedicar una tarde de invierno a planear viajes y a ponerse de acuerdo en qué lugares visitarían. El sabía bien cuánto -o qué poco-le costaría aceptar ir a cualquier parte que ella quisiera.
El aceite ya estaba caliente. Desenvolvió los filetes de pescado, los lavó en agua fría y los secó con toallas de papel. Colocó harina de maíz en un recipiente y comenzó a buscar sal y pimienta en las alacenas. Esperaba que esa manera de sazonar le gustase a Cammie, ya que él conocía sólo un modo de hacerlo.
Se dio cuenta de que Persephone había estado allí. Había dejado la cena preparada: costillas de cerdo y verduras. Tal vez podría calentar las verduras para acompañar el pescado. También había pastel de coco. Persephone pertenecía a una especie en extinción, al igual que Lisbeth. Ambas se retirarían pronto y sería imposible reemplazarlas.
Pensó que él y Cammie podrían ocuparse juntos de las cosas cuando llegase ese momento. No le molestaba limpiar y le gustaba cocinar. Bien, en realidad le gustaba cocinar algunas cosas. No era un experto.
¿Dónde vivirían? No le importaba. Cualquiera de las dos casas sería un buen museo, si el pueblo quería esa donación. También Podían guardar esa casa para sus hijos.
Una sonrisa se dibujó en su rostro. Estaba llegando demasiado lejos, pero era agradable.
El aceite estaba bien caliente. Debía haber quedado un poco de agua en el pescado, bajo el maíz, ya que al echar los filetes en el aceite, este crujió como una artillería en miniatura.
¿Qué hacer ahora? Debía pelar las patatas. Persephone era una buena cocinera. Sabía que un cuchillo bien afilado era mejor. Tampoco se quedaba atrás con el tamaño o la calidad de los cuchillos.
Se preguntaba si para Cammie no sería demasiado que él entrase así en su casa. No era justo hacer a una sola persona responsable de toda la felicidad de uno. Por supuesto, ella no podía saber todo lo que significaba para él.
Es posible que comenzase a comprenderlo en el momento en que él le dijese lo que sentía. Conociendo a Cammie, no dudaba de eso.
¿Podría tolerar que ella usase contra él lo que él le dijese? Tal vez. Lo que no soportaría sería que ella lo escuchara y le diese lo que él le pedía sólo por compasión. Sospechaba que esa era una posibilidad.
No escuchó la puerta.
Lo primero que percibió fue una ola de aire fresco en su nuca y un suave toque en su espalda. Tan poco y sin embargo fue suficiente.
Los instintos, que acababa de dejar de lado por primera vez en años, para centrarse en su tarea y en sus planes, volvieron a la vida de repente.
Se volvió con el cuchillo en la mano. La parte filosa, hacia arriba, y lo hundió con todas su fuerzas en quien lo amenazaba. Tiempo perfecto, ejecución ajustada: no había posibilidad de defensa.
Un aroma de gardenia combinado con el de pescado y aceite caliente. Era una presencia familiar, que podía sentir más que ver.
La advertencia resonó en su cerebro como una alerta roja y dolorosa. La mente y los instintos colisionaron. Los músculos se contrajeron. El grito que sonó en su propia garganta se mezcló con un suave gemido de terror femenino.
Demasiado tarde. Aterrado, sintió como el filo se hundía en la carne tierna y volvía a surgir.
Cammie.
Cayó con un ímpetu provocado a medias por la acción de él y a medias por la propia reacción de ella frente al peligro. sus ojos estaban muy abiertos, doloridos. La sangre fluía, muy roja, contra el verde pálido de su chaqueta.
El se movió como una tromba, tratando de atraparla antes de que cayese al suelo. Arrojó el cuchillo contra una pared y la sostuvo contra él. Una voz ronca balbuceaba. Pensó que era la suya, aun no podía reconocer sus palabras.
-No fue... tu culpa -susurró ella contra su pecho. Sintió el calor de la respiración contra su pecho y lo recorrió un escalofrío Ella cerró los ojos y dejó la vida.
Durante los instantes que siguieron, él estuvo y no estuvo allí
Desconectó la freidora. Colocó a Cammie en su jeep. Maldijo a la enfermera de la sala de emergencias porque era muy lenta, porque lastimaba a Cammie al desvestirla Y porque esperó a ver la herida antes de llamar al médico de guardia. Se rehusó a dejarla mientras el médico revisaba la herida y la suturaba. Apenas escuchó cuando le dijeron que ningún órgano vital estaba dañado. Sólo escucho que la hoja había pasado a milímetros de la arteria mas importante.
Sabía que era así. Ese había sido su blanco. Dios lo había ayudado.
Para ese momento Cammie estaba despierta y lo disculpaba.
Ella no quería tomar anestésicos. El había tomado la jeringa y se lo había inyectado él mismo.
La llevó a su casa. Durante el camino, calló todas las cosas que deseaba decir. La miraba, imprimiendo en su memoria su rostro claro y su mirada de perdón. Esas imágenes jamás se borrarían.
Ella no quiso que fuese nadie más. Decía que sólo lo necesitaba a él. De todos modos, él llamó a la tía Sara.
Ella lo regañó y le dijo que era un testarudo. Era cierto.
El sedante finalmente hizo efecto. El se quedó de rodillas junto a la cama. Sosteniéndole la mano junto a su labios Y mirando el ascenso y el descenso de su pecho bajo el vendaje. Medía el Pulso que sentía latir bajo sus dedos. Le tocaba los cabellos de seda. Le acariciaba la mejilla con los dedos. Miraba la sombra que arrojaban sus largas pestañas sobre las grandes ojeras.
Finalmente llegó la tía. Dejó que la anciana, ruidosa y asustada, lo hiciese salir del cuarto: hasta le agradeció que no le permitiese hacer algo tan estúpido como besarla para despedirse.
Su jeep estaba en el camino, pero lo olvidó. Caminó hacia los bosques.
Agradeció la oscuridad con que lo acogieron. No se detuvo.
Siguió caminando a través de los árboles, asustando a los ciervos e internándose en la negrura de la noche.
Finalmente el esfuerzo lo venció. Respiraba agitadamente. Escuchaba el latir pesado de su corazón dentro del pecho. Transpiraba. Sus pasos se hacían torpes.
Tropezó y se tomó de una rama espinosa. Sintió la mano dolorida y se sentó, cómo si él hubiese sido el acuchillado. No podía seguir. No podía dejar de lado este horror. Ya no había podido con los anteriores.
El pecho le dolía como si su corazón se estuviese disolviendo en el corrosivo ácido de las lágrimas contenidas. No las derramaría. Era demasiado tarde para eso. Las dejaría de lado, como iba a dejar de lado todos sus planes, todos sus sueños.
Había sido su culpa, y lo sabía muy bien.
Nunca debió tratar de acercarse tanto, nunca debió buscar más de lo que le daban.
Todo lo que sabía era matar. Tal vez sólo era bueno para eso.
Lo que más había deseado era amar y proteger a Cammie. Parecía que la mejor manera de hacerlo era mantenerse lejos. Muy lejos.
Lo haría esta vez, aunque el hacerlo lo matase.
Posiblemente lo mataría.
Cuando Cammie despertó, el dormitorio estaba en penumbra. Se mantuvo quieta unos instantes, dejando que su mente se uniera con su cuerpo. Parecía que había pasado algún tiempo. Recordaba haber salido y entrado y también recordaba que le habían dado un medicamento. Su tía Sara había estado allí. Era extraño.
Repentinamente recordó. Volvió la cabeza, esperando encontrar a Reid a su lado. No había nadie en la habitación. Él había estado allí. Lo sabía. Parecía que todavía sentía la presión de su mano en la de ella.
Pero no podía ser. Había dormido toda la noche y casi todo el día. La última vez que había visto a Reid era noche cerrada.
Lentamente levantó la mano y la posó sobre el vendaje de su pecho. Allí abajo le dolía un poco, pero no era tan grave. La espalda le molestaba de tanto estar en la cama.
Se puso de costado y se sentó. Las puntadas le tironearon un poco, pero no sucedió nada terrible. Se puso de pie y fue hasta la ventana. Su equilibrio no era el mejor del mundo, pero eso parecía ser el efecto de los calmantes. No estaba acostumbrada a tomar nada más fuerte que una aspirina.
Más allá de las cortinas, el atardecer era sereno. Unas nubes cubrían el cielo por encima de los árboles. La luz tenue tenía un tinte verdoso, como silos verdes de la primavera refrectaran sobre el aire como sobre un prisma. Iba a llover. Parecía que la tormenta venía del norte.
Mientras miraba hacia los bosques de la reserva, la inquietud la invadía. ¿Dónde estaba Reid? ¿Por qué no lo había visto? El había estado tan mal, de esa manera callada que tenía, tan desesperado, tan sombrío.
Ella había tenido la culpa de todo. El había impuesto las reglas y ella no las había cumplido. Se había sentido tan sorprendida al verlo. Estaba tan fascinada con lo que él estaba haciendo en su cocina... Además, ella estaba convencida de que él siempre estaba atento al más leve ruido. Ella, presuntuosa, había creído que él siempre sabía cuando ella estaba cerca. Había sido estúpida.
Había tratado de decírselo, o tal vez lo había soñado. En realidad no lo sabía. Sentía como si hubiese estado sin cerebro todo ese tiempo.
-¡Dios mío, Cammie! ¿Qué haces levantada?
Cammie se volvió para ver a su tía entrar en la habitación junto con un aroma a cebollas y pollo asado:
-Estoy bien. Estaba cansada de estar en la cama.
-Te lastimarás. Tienes una herida muy grande.
-No creo que sea tan grave.
-Y todo gracias a Reid Sayers. Cuando recuerdo que te atacó así, mi corazón no resiste. Tu tío trató de advertírtelo. Espero que ahora lo escuches.
-Fue un accidente.
-¡Te podría haber matado! No sabes si no lo intentaba. No después del modo como mataron a Keith, a sangre fría.
-Reid jamás querría lastimarme -dijo Cammie, tratando de mantenerse firme.
-No puedo comprender que lo sigas defendiendo. Nunca estuve más contenta que cuando anoche decidió irse. Estar en la misma habitación que él me erizaba la piel.
-No seas ridícula -dijo Cammie, bruscamente.
-Verás lo ridículo que es cuando te ataque nuevamente. Esas cosas suceden. Aparecen todo el tiempo en los periódicos y en la televisión. Hay personas que son capaces de asesinar como si nada.
-Reid no es uno de ellos -se dirigió hasta el guardarropas y tomó lo primero que encontró, unos vaqueros.
-¿Qué crees que haces? Vuelve a la cama inmediatamente.
Cammie tomó una camisa azul de una percha y se volvió para mirar a su tía. Su voz era firme y triste cuando le dijo:
-Eres la hermana de mi madre y mi única pariente de sangre. Te quiero, tía Sara. Pero hace tiempo que pasé la edad en la cual me podían decir lo que debía hacer, aunque fuera por mi bien. ¿Por qué no te vas a tu casa?
El rostro de su tía se descompuso. Se sentó sobre la cama y se miró las manos.
Cammie cerró los ojos y los volvió a abrir. Dejó la ropa sobre la cama y se sentó al lado de su tía. Rodeándole los hombros con su brazo, le dijo:
-No quise lastimarte. Puedes quedarte, si quieres.
Sara Taggart se sacudió y levantó la cabeza, tratando de sonreír, aunque tenía los ojos enrojecidos:
-No es eso. No tiene importancia... Soy una tonta.
Cammie dudó. No estaba segura de que le estuviese diciendo la verdad. Sin embargo, nunca había sido del tipo de las que ruegan y no estaba segura de poder tolerar ahora otro problema, por pequeño que fuese.
-Soy una bruja. Te he atacado cuando tú me estuviste cuidando tan bien. Por favor, dime que ese maravilloso aroma que huelo es tu pollo con salsa. Me muero de hambre.
Lo dijo por ser agradable, pero cuando se vistió y bajó, sintió verdadera hambre. Su tía había preparado pollo con salsa, budín devcamarones, espárragos Y coliflor y todo olía muy bien . Tomó su tenedor y se preparó para atacar.
Fue entonces cuando vio la freidora y 1as servilletas de papel sobre uno de los armarios, cerca de la puerta.
Su apetito se desvaneció mientras venía a su memoria ese olor a pescado frito y a patatas recién peladas. Los músculos de su estómago se contrajeron y las puntadas le tironearon.
La pequeña conversacion que se había establecido entre ella y su tía murió y todo se limitó a comer. Cammie insistió en ayudar a su tía a recoger los restos de la comida y colocar los platos en el lavaplatos. Luego, cuando su tía insinuó que tal vez podría irse, la resistencia de Cammie fue sólo formal. La tía Sara lo percibió, ya que comenzó a recoger las cosas.
Cuando Cammie salió a acompañar a su tía, el viento sacudió su falda y levantó el cuello de su camisa. vio como las ramas se movían incesantemente. Las nubes se cernían ahora justo arriba. Una tormenta se preparaba. La luz de seguridad ya se había encendido en el camino.
Fue el reflejo de esa luz sobre la superficie del jeep de Reid lo que la hizo mirar hacia allí. El vehículo estaba aún en el camino, frente al Oldsmobile de su tía.
Cammie miró inquisitivamente a Sara Taggart.
-¿Creí que habías dicho que Reid se había ido?
-Se fue caminando -dijo la tía con los labios apretados-. Desapareció en el bosque como un animal herido. Iba llevándose todo por delante. Cuando Lisbeth llamó para preguntar por ti, le recordé que el jeep estaba aquí, pero nadie vino a buscarlo.
-¿Lisbeth llamó?
-Cuatro veces. Ella era la que hablaba, pero yo podía escuchar cómo Reid le decía lo que debía preguntar.
El miedo que había anidado dentro de Cammie se disipó un poco:
-Entonces, regresó a su casa.
-Así parece. Las llaves están en el jeep. Veré si puede venir Jack para llevarlo hasta la casa de Reid, así no te estorba el amino.
Cammie meneó la cabeza, sacudiendo sus cabellos sobre la espalda:
-No importa. Supongo que Reid vendrá a buscarlo cuando lo necesite.
La tía Sara la miró largamente, como si adivinara lo que Cammie tenía en mente. No hizo ningún comentario. Dio a su sobrina un suave abrazo Y más consejos acerca de las cosas que no debía hacer. Luego partió.
Cammie regresó a la casa. Caminó hacia la cocina, y se quedó mirando la freidora. Estaba llena de aceite frío, con restos de maíz flotando y trozos de pescado a medio cocer en el fondo.
En unas bolsas de papel había patatas a medio pelar, repollo y zanahorias, cebollas ,pickles y un recipiente plástico con una mezcla. Eran todos los ingredientes necesarios para un festín sureño.
Reid se había tomado mucho trabajo y todo se había arruinado. Le dolía el corazón al pensarlo.
¿Qué pensaba él mientras freía, cortaba y mezclaba? Le hubiese gustado saberlo.
Keith no había hecho una cosa así en su vida. Nunca había antepuesto el placer de ella a su propia comodidad. Siempre había esperado que ella hiciese esas cosas.
Sin embargo, Keith había cometido un grave error táctico. Le había demostrado, sin darse cuenta, que ella podía vivir sola sin temores, sin un hombre. Específicamente sin él. Después de saber eso, todo fue sencillo. Luego él regresó, deseando volver a comenzar, pero ella descubrió que ya no le tenía confianza, que ya no creía en nada de lo que él decía. Además había descubierto que no lo amaba, que nunca lo había amado.
Lo que sucedía entre ella y Reid era mucho más complicado. Tenían un gran exceso de equipaje en esa relación: el viejo problema entre las familias; la breve atracción de la adolescencia; los problemas de su divorcio; los antecedentes de Reid; los problemas con la propiedad de la fábrica y la decisión de venderla y luego, la muerte de Keith. Era asombroso que hubiesen podido tener algunos momentos luminosos en medio de toda esa mezcla.
¿Pero era en verdad tan complicado? ¿No era acaso posible desenredar toda esa madeja usando la fórmula simple que le había dicho a su tía?
Había tres preguntas, tres piedras fundamentales para la felicidad. Había criterios con los cuales juzgar lo que le ocurría con un hombre. Sólo que esta vez se ocuparía de lo que sentía.
¿Confiaba en Reid? ¿Lo amaba? ¿Podía vivir sin él?
Todo lo que tenía que hacer era hallar esas respuestas.
Recorrió la casa, muy inquieta. Sus sentimientos y sus pensamientos eran cambiantes como el clima, que amenazaba con tormenta. Miró a través de las ventanas, pensando en Keith y en Reid y en las diferencias entre ambos. Miró por las ventanas de atrás, en dirección al bosque y a la casa de Reid, preguntándose qué estaría haciendo y si pensaría en ella.
Se tendió en el diván de la sala y se tomó la herida con las manos, recordando la expresión de Reid cuando estaba de rodillas junto a ella. Se dio cuenta entonces de que esa situación lo había llevado a la memoria de dolores de otros tiempos, que no cicatrizaban. Detestaba con toda su pasión que hubiese ocurrido eso.
Se levantó nuevamente y caminó hasta el cuarto del sol. Estuvo un largo rato mirando su propio retrato, que la mostraba con una sonrisa perfecta. Subió las escaleras y se dirigió al cuarto de huéspedes donde ella y Reid habían hecho el amor por primera vez. En la oscuridad, tocó la cama y se quedó azorada ante las imágenes vívidas y eróticas que se despertaban en su mente.
Finalmente, caminó en la oscuridad y abrió la puerta de su jeep.
Subió y aspiró ese olor a aceite, a cuero y a Reid. Cerró la puerta y se instaló en el asiento donde él se sentaba. Tomó con fuerza el volante que él solía manejar. Por su mente pasaron los momentos en que se había apretado contra él, en que él la había abrazado. Miró hacia adelante, a través del parabrisas, viendo todo y sin ver nada.
No tomó una decisión consciente. Simplemente volteó la llave. El motor se encendió. Condujo el jeep en dirección al Fuerte.
Los rayos se encendían en el cielo. El vehículo avanzaba, rompiendo el viento. Las puntadas le dolían a cada sacudida, pero ese dolor no era nada comparado con el que le producían las dudas de su corazón.
Ya tenía sus respuestas. Ahora sólo debía lograr que Reid la escuchara.
Una sola luz brillaba en la casa de troncos. Venía de la estrecha ventana del estudio de Reid. Eso significaba que estaba en casa, y probablemente estaba solo.
El viento casi le arrancó de la mano la puerta del jeep cuando la abrió. Las hojas volaban, arrastradas por el aire, junto con ramitas y trozos de corteza. Bajó la cabeza y corrió hasta la puerta del frente.
Escuchó sonar el timbre dentro mientras lo oprimía. Pasaron siglos antes de que abrieran.
Reid estaba allí, con la luz detrás, reflejada sobre el oro de sus cabellos. Su rostro estaba en sombras. Cuando habló, su voz sonó llena de enojo:
-Por todos los diablos, ¿qué estás haciendo aquí? Deberías estar en la cama.
-Tenía que hablar contigo. Es importante.
La miró largamente, deteniéndose en las hebras de su cabello, caídas sobre el rostro. Luego, como si no pudiera evitarlo, dirigió su mirada hacia la mano de Cammie, que estaba posada sobre el vendaje. Se endureció. Con voz de acero, dijo:
-Vete a casa, Cammie. Olvídalo. Olvida todo.
Iba a cerrar la puerta. Ella lo vio y la sostuvo con una mano.
-¿Cómo hago para olvidar? -preguntó-. Dímelo y tal vez pueda irme.
El inspiró, o para contestarle o para hacer algo que la alejara.
En ese instante la luz se apagó detrás de él.
Tal vez era un corte debido a la caída de algún árbol sobre los cables. Sucedía muchas veces cuando había tormenta. El apagón podía durar dos minutos o dos días, según cual fuera el daño. De alguna manera, a Cammie la alegró la oscuridad. La hacía sentirse menos expuesta para decir lo que estaba tratando de decir.
Quitó su mano del vano de la puerta y la llevó al sólido y cálido pecho de Reid, sintiéndolo estremecerse con el contacto.
-Por favor -dijo Cammie-. Tengo que decirte muchas cosas. Sé que puede no ser un buen momento o un buen lugar, pero si no lo hago ahora, es posible que no vuelva a tener el coraje de hacerlo.
-No lo hagas -respondió él, cortante. La tomó de la cintura y la apartó de su cuerpo como si no pudiese tolerar el contacto.
Ella trastabilló, perdiendo un poco el equilibrio. En ese momento, a la luz de un relámpago, pudo ver las maletas junto a la puerta.
-¡No, Reid, no puedes hacerlo! ¡No puedes irte de nuevo! No quiero presionarte ni siquiera decirte lo que no quieres oír, pero no podré soportar que te vayas -se acercó para tomarlo de la camisa-. Lo que sucedió anoche fue un accidente. Nada más. No dejaré que tú...
El disparo resonó con un eco sordo. Un silbido pasó por encima de la cabeza de Cammie y el marco de la puerta estalló en innumerables astillas.
Ella fue impulsada hacia adelante con mucha fuerza, un abrazo recio la llevó por encima de un bolso y la liberó junto a la pared lateral, haciéndola susurrar un grito ahogado de dolor. En el mismo momento, la puerta del Fuerte se cerró con fuerza.
-Agáchate -dijo Reid.
El golpe sordo de una tranca en la puerta fue seguido por los disparos de un rifle. Los disparos dieron en la pesada puerta. Reid se agachó y se deslizó como una sombra entre las demás sombras del cuarto.
Cammie se tiró al suelo, contenta de poder relajar sus rodillas temblorosas. Susurrando, preguntó:
-¿Por qué? ¡Dios mío! ¿Por qué?
-Quieren matarnos.
Su voz parecía irritada por tener que decir lo que era evidente.
-Sí, ¿pero por qué? ¿Y quién puede ser?
Reid entraba y salía de las habitaciones, cerrando lo que parecían ser postigos de algún tipo sobre los ventanas.
-Por ahora es un idiota. Y cometió un grave error.
La voz de Reid sonaba totalmente impersonal y era tan letal que provocó un escalofrío en la espalda de Cammie. Se humedeció
los labios
-¿Qué estás diciendo?
-Está en mi territorio, se ha mostrado y lo peor es que escogió mal el primer blanco: te eligió a ti y no a mí.
-¿A mí?
-Muévete o te tendrá -la voz de Reid cesó, como si no tuviese más aire. Cuando volvió a hablar, estaba a su lado.
-Eso no volverá a suceder. Nunca más -dijo implacablemente-. Quienquiera que esté afuera no lo sabe aún, pero es mío.
Reid entró y salió nuevamente del cuarto. Se deslizaba en silencio. Si andar por allí era seguro para él, ahora que las ventanas estaban cerradas, también debía serlo para ella. Se puso de pie y siguió su sombra. Lo llamó y le dijo:
-Debemos llamar a Bud. Puede enviar un coche-patrulla en diez minutos.
-No creo que debamos hacer eso.
Ella ya temía que esa iba a ser su respuesta.
-No puedes salir solo a buscar a ese lunático.
El salió de su estudio y le dijo:
-Quienquiera que sea el que está fuera, ha matado a una persona, tal vez a más. Ahora está detrás de ti, y supongo que yo soy el siguiente en la lista. Si lo aprenden, lo juzgarán por intento de asesinato y puede alegar locura. A lo sumo le darán siete años y estará fuera en cuatro o menos. No deseo tenerlo otra vez encima en tan poco tiempo.
-A la policía no le gusta que uno se tome la justicia por su mano. Acabarás tú en prisión.
-Puede ser.
Volvió a entrar en el estudio. Se encendió una luz, como si fuese una linterna. En ese momento lo pudo ver inclinado sobre un equipo electrónico que estaba sobre el escritorio.
Ella se quedó de pie frente a él, con las manos en la cintura:
-Eso no es todo. Te quieres librar de quienquiera que sea porque así te sentirás bien al irte. ¿Crees que no sé que has estado vigilándome? No soy ciega.
-Especialmente ahora que el que está tras de ti se ha mostrado -dijo él con amargura.
-Lo supe desde que me defendiste de Keith en la casa de campo, y tal vez desde antes, cuando te encontré en el bosque, detrás de la casa. Lo que aún no puedo comprender es por qué.
Ella se quedó esperando la respuesta, pero no hubo ninguna. Parecía estar completamente concentrado en lo que tenía en un bolso con cremallera. Con los labios apretados, Cammie agregó:
-Así es que, ahora que has decidido dejar de ser mi guardaespaldas, piensas que una solución definitiva te dará tranquilidad. Hay un sólo problema. No puedo permitirte correr el riesgo.
El se detuvo y la enfocó con una poderosa luz. La mantuvo durante un instante y luego la apartó. Con voz dura, dijo:
-Si alguien puede detenerme, eres tú, Cammie. Pero como estoy haciendo todo lo que puedo para mantenerte con vida, tengo que seguir mi propio criterio.
Ella apretó los dientes, exasperada. Se volvió y se internó en la oscuridad de la casa, yendo hacia la rústica escalera. Bajo las escaleras estaba el teléfono que había sido el único equipo en la época en que se consideraba que con un sólo aparato bastaba para una casa. Ella sabía que Reid ahora tenía otros, pero este era el más protegido.
Se sorprendió de que Reid no la siguiera. Cuando levantó el pesado auricular negro, se dio cuenta de por qué no lo había hecho.
La línea estaba muerta. El teléfono se había cortado junto con la luz. O mejor dicho, lo habían cortado.
Cammie dejó el auricular. Mientras estaba allí, de pie, sintió un tamborileo sobre su cabeza. Había comenzado a llover. Pesada e insistente, la lluvia golpeaba la casa.
Afuera, en algún lugar, el maniático esperaba. O tal vez estaba en el garaje, descomponiendo el jeep y el Lincoln para que no pudiesen escapar. Tal vez estaba rodeando la casa, buscando una entrada, o colocando una trampa en la puerta que pensaba podían utilizar para escapar.
Seguramente, lo que no estaba haciendo era permanecer sentado y tranquilo. Debía haber escogido ese momento, pensando que tenían pocas posibilidades de escapar, pero debía hacer su trabajo rápido, al menos en unas pocas horas. La tormenta acabaría, la gente comenzaría a moverse de nuevo y la luz del día volvería. El Fuerte estaba aislado, pero transitaban por allí las personas que vivían en la reserva cuando iban a trabajan No podía esperar hasta entonces.
¿Qué iba a hacer Reid? Aparentemente no pensaba permanecer en el Fuerte. Estaba planeando salir de la casa e ir tras el atacante. Eso significaba que había puesto todos esos postigos y trancas para ella. La iba a dejar encerrada en la casa.
De repente se dio cuenta de lo que había estado haciendo en el estudio. Esa maleta con cremallera era de las que servían para llevar un teléfono celular. En su escritorio había una computadora. Sin duda, tenía una batería que le permitía trabajar durante los frecuentes apagones. A través de un modem, podía conectar el teléfono a la computadora de Charles Meyer en Nueva York, completando así el circuito de la señal de alarma que Michelle Meyer había descrito con tanta gracia.
Reid estaba tomando una última precaución antes de dejarla. Una vez que lo hiciese, desaparecería en la noche. Por eso la había dejado apartarse: ella no podía usar el teléfono y él no quería que viese lo que estaba haciendo.
Ella corrió nuevamente hacia el estudio y escuchó el sonido de la computadora antes de entrar. Estaba sobre el escritorio, con el mensaje titilando en azul y blanco sobre la pantalla, mientras las luces del teléfono celular evidenciaban que estaba en uso. Reid estaba cargando un rifle de alto poder con mira telescópica.
-¿Por qué? -preguntó Cammie-. ¿Cuál es la diferencia entre enviar tu señal y que yo llame a Bud?
-Hay dos cosas -contestó él-. La primera es que si Charles hace las llamadas, tendré los diez minutos extra que necesito para deshacerme de ese tipo. La segunda es que él buscará una protección policial más amplia, por si acaso.
-¿En caso de que no lo logres o en caso de que sea Bud quien está allí fuera?
El la miró y respondió secamente:
-En caso de que sea necesario. Punto. Prefiero cubrir todas las posibilidades.
Había acabado de cargar el rifle. Cerró la cremallera de la chaqueta oscura que se había puesto y llenó los bolsillos de cartuchos extra. Casi había acabado con los preparativos.
Se lo notaba distante. No parecía listo para dejarla, sino que más bien parecía que ya se había ido.
Lo vio tomar una pequeña pistola compacta del estante superior. La dejó sobre el escritorio.
Inexpresivo, dijo:
-Es para ti. No es muy grande y basta con apretar el gatillo, pero está cargada con balas largas, calibre 22, que son suficientes para detener a cualquiera. Si decides usarla, no hagas nada tonto, como disparar encima del blanco o al suelo. Apunta y tira a matar.
-Seguro, no crees...
-No lo sé -dijo con dureza-. No hagas preguntas. Sólo escucha con atención. Esto es un cuarto de seguridad. Se cierra por dentro, tiene paredes sólidas, una sola salida, no hay ventanas y tiene un teléfono para pedir ayuda si es necesario. Quiero que permanezcas aquí mientras yo esté fuera.
Era un extraño, un comandante dando órdenes, esperando obediencia. Era como si hubiese dejado de lado todos los sentimientos y hubiese puesto en marcha la eficiencia ante el primer disparo. Era como si todo rastro del hombre al que ella había amado y con el cual había reído se hubiese ido. Era como si Reid lo hubiese matado deliberadamente.
Cammie se sintió más asustada y sola que nunca. Sin embargo, no se rendiría. Si él estaba en medio de una lucha, ella también lo estaba.
-Es porque me heriste ¿verdad?, ¿por eso estás así? Sucedió pese a todo lo que hiciste para evitarlo y no lo puedes soportar. En algún lugar de tu mente, me has colocado junto a la niñita de Israel. Tienes que salvarme, porque no pudiste salvarla a ella. Creo que sé lo mucho que te lastimó esa muerte, pero tú no elegiste que ella muriera, como tampoco elegiste lastimarme. Estas cosas suceden a causa de otra gente, de otras cosas. Tú no tienes la culpa.
El quiso detenerla, pero ella continuó:
-Además, Reid, yo no soy una niña. No soy la víctima de nadie y no estoy muerta. Tú te apartaste, lo sentí. Me salvaste, no sólo de Keith y del que está allí fuera, sino también de ti. Tú no eres ni has sido nunca un animal que mata sin piedad.
Pero él ya se había ido. Escapaba de sus palabras como de un peligro inminente. En un momento estaba junto al vano de la puerta, con los ojos oscurecidos por el dolor, y al instante siguiente sólo había un espacio vacío y silencio.
Cammie se mordió el labio inferior y mantuvo los ojos cerrados. Nada. No había conseguido nada.
Tal vez sólo había conseguido lo más contraproducente. Si alguna vez Reid había necesitado ser un asesino, era ahora. Si no lo era, si ella lo había desarmado con lo que le había dicho, podía morir allí fuera.
La pistola era de verdad muy pequeña. Cuando se acercó a tomarla, vio que encajaba perfectamente en su mano y que el caño no era siquiera del largo de su dedo mayor.
Se quedó de pie, tomándola con fuerza y sintiendo en su pecho el dolor del terror. Uno de los momentos más peligrosos para Reid era el de la salida. El atacante podía estar esperando que él saliera de la casa. excepto por el Los minutos pasaban. Todo seguía en silencio excepto por el ruido de la lluvia y los ocasionales truenos. Seguro que Reid estaba afuera ahora.
Cammie colocó la pistola en el bolsillo de sus vaqueros. Lo hizo más porque Reid se la había dejado que porque sintiese que la necesitaba. Fue hacia la puerta y colocó la mano sobre el picaporte.
Reid le había dicho que cerrara en cuanto él se fuera. Ella no deseaba estar encerrada, sin ver ni oír. Todos sus instintos se rebelaban contra eso. Hasta era posible que lograse ayudarlo.
También podía interponerse en su camino, especialmente si no sabía dónde estaba él. Y aunque lo supiese, cuidar de ella sería una distracción que él no necesitaba. Si alguien podía manejar solo esa situación, era Reid.
La detenían, pensó, las mismas cuestiones que siempre habían mantenido a las mujeres fuera de las peleas. Qué fueran válidas no las hacía más tolerables.
Cerró la puerta y regresó al centro de la habitación. Su mirada se posó en el teléfono celular y en la computadora. El mensaje había pasado y la pantalla le informaba que la línea estaba disponible.
Reid había confiado en que ella no lo usaría. No lo había dicho en palabras, pero ese mensaje estaba implícito en la explicación que le había dado. De todos modos, se acercó y tomó el receptor.
Volvió a dejarlo. No podía interferir con lo que él había hecho. Si Reid tenía razón y algo sucedía por culpa de ella, no lo podría soportar. Sobre el escritorio, cerca de la computadora, había una carpeta.
Era un poco más grande de lo normal y estaba amarilla por el paso del tiempo. Era de un dorado amarronado. Los bordes estaban gastados y exudaba olor a humedad y a cigarro.
Cammie había visto bastantes archivos oficiales de fin de siglo en su negocio de antigüedades como para poder reconocer uno. La curiosidad la llevó a abrirla.
Dentro había un sólo documento manuscrito con una caligrafía perfecta y tinta negra. El lenguaje era formal, con abundancia de términos legales aquí y allá, aunque la intención de quien lo había escrito era bien clara. El tema era una transferencia de propiedad. No se refería a uno, sino a dos tramos de tierras y ambos estaban detalladamente descritos. Las firmas estaban certificadas y los nombres estaban perfectamente claros
Lavinia A. Wiley Greenley.
Justin M. Sayers.
Cammie cerró la carpeta. ¿Durante cuánto tiempo la había tenido Reid? ¿Cómo había llegado a sus manos? ¿Por qué diablos no se la había mostrado o al menos se lo había dicho?
¿Qué importaba eso ahora? Se dijo cerrando los puños.
El cuarto era demasiado pequeño como para pasearse y muy cerrado. ¿Y si el atacante decidía quemar la casa? Cuando ella se diera cuenta sería muy tarde y si salía, matarla sería muy sencillo.
¿Charles Meyer estaba haciendo las llamadas para pedir ayuda o acaso su computadora estaba titilando en un cuarto vacío? Y si lo recibía, ¿con quién se pondría en contacto sino con Bud? ¿Acaso la policía estatal llegaría haciendo sonar sus sirenas o descendería en un helicóptero? ¿Acaso llegarían los amigos de la CIA o una división del FBI en carros blindados? ¿Cuánto tiempo tomaría cualquiera de estas cosas? ¿Cuánto tiempo tenía Reid para llevar adelante la misión que se había impuesto?
¿Donde estaba ahora Reid? Lo podía ver mentalmente arrastrándose en la noche húmeda, agachado bajo los árboles, deteniéndose para escuchar. Dada su experiencia ¿Tenía alguna idea de dónde encontrar al hombre del rifle? ¿Enfrentaría directamente al atacante o lo rodearía para aparecer por detrás? ¿Le apuntaría de lejos con la mira telescópica o se acercaría para darle el tiro de gracia?
Cuando escuchó un golpe, se levantó de un salto y fue hasta la puerta. Sin embargo, el sonido venía de más lejos, como si viniera de la entrada del frente del Fuerte.
¿Debía ignorarlo o acercarse? Debía permanecer donde estaba o ir para ver lo que ocurría?
Podía ser Reid, tratando de entrar. Seguramente él había cerrado todas las puertas para seguridad de ella. ¿Y si estaba herido y no podía volver a entrar como había salido?
Abrió la puerta del cuarto un poco.
Definitivamente, los golpes venían de la puerta de delante. Fue hacia la sala y desde allí escuchó una voz familiar que hablaba en tono preocupado.
-¿Estás bien, Camilla? Creí escuchar disparos.
-Tío Jack -dijo ella, inclinando la cabeza hacia la puerta-. ¿Eres tú?
-Alguien me dijo que te vio venir hacia aquí en el jeep de Sayers. Era tan tarde que pensé en venir para ver si todo estaba bien. Déjame entrar, Camilla.
A veces hasta un entrometido podía ser útil. El había estado en Vietnam y debía saber algo acerca de francotiradores. Además, no podía dejarlo allí afuera, donde podían dispararle por error. Quitó la tranca y abrió la puerta.
Había estado en Vietnam. Debía saber algo acerca de francotiradores.
De pronto se dio cuenta. El francotirador era su tío. Se reclinó sobre la puerta para volver a cerrarla.
La pesada madera la golpeó. Se inclinó hacia atrás y golpeó sobre la pared. E1 dolor la invadió en olas que venían desde el abdomen. Gritó con un sonido apagado. Tambaleó y, aunque trató de recuperar el equilibrio, perdió el pie y cayó al suelo.
Azorada, vio la robusta figura de su tío inclinarse sobre ella. La oscuridad del interior de la casa era tanta, que su silueta se recortaba contra la menor oscuridad de afuera. Llevaba un arma larga, un rifle, en una de sus manos.
Cuando ella gritó, Taggart la pateó y Cammie rodó por el suelo. Allí su tío la perdió. Ella sentía un fuerte dolor a la altura de la cadera, producido por el peso de la pistola que llevaba en el bolsillo. La tomó, apartando la can-usa, mientras todavía rodaba por el suelo encerado.
La puerta que conducía a la sala estaba justo detrás de ella. Podía sentir el espacio abierto. Acuclillada, se dirigió hacia allí, situándose detrás de la pared antes de ponerse de pie. Deslizándose por la habitación, trató de recordar exactamente cómo estaba dispuesta la casa. Su principal ventaja radicaba en que ella la había atravesado antes a oscuras dos veces, mientras que su tío no conocía la casa en absoluto.
Rodeó el sofá y llegó hasta una mecedora. Estaba casi segura de que en algún lugar frente a ella estaba la puerta que llevaba al comedor.
-Regresa aquí -dijo Taggart, enfurecido. Sonó un disparo, que golpeó en la pared donde Cammie había estado apoyada segundos antes. El le estaba disparando a las sombras y a los sonidos, ya que en realidad no podía verla.
Extrajo la pequeña pistola. El no había tenido muy buena puntería, pero si ella disparaba, le advertiría de que estaba armada. Si lograba volver al cuarto de seguridad antes de que él la alcanzase, estaría Protegida. Sólo tenía que atravesar el comedor y pasar nuevamente por el corredor. De allí, el estudio estaba a dos puertas de distancia.
Permaneció de pie, tratando de controlar la respiración. Podía sentir una humedad debajo de la camisa y del vendaje. Seguramente se le habían soltado los puntos.
No tenía tiempo para pensar en eso. Tenía que recordar dónde estaba la mesa y cómo estaban dispuestas las sillas. Moviéndose con cuidado, levantó un pie, dio un paso y luego otro y otro.
Y estaba casi en el corredor cuando rozó un armario con vajilla. Los platos cayeron con ruidos sordos, y el cristal sonó, musical, al entrechocarse las copas. Un fuego naranja atravesó el cuarto.
Cammie se apartó de la vajilla y corrió hacia la Puerta, huyendo en dirección al corredor. Sintió una corriente de aire en el rostro y escuchó el sonido de la lluvia. Luego vio una sombra, y el terror se apoderó de ella.
Corría hacia el fondo de la casa, en dirección opuesta a la puerta delantera, que estaba abierta. Si sentía el viento, era por que la puerta de atrás también estaba abierta. Delante de ella, vio el rectángulo gris de la abertura y la sombra de un hombre que llevaba un arma.
El hombre se colgó el rifle al hombro y con voz tranquila pero cargada de autoridad, dijo:
-Quédate allí.
Cammie se detuvo. Detrás de ella, escuchó los pasos pesados de su tío. Lo escuchó maldecir y sintió el impacto de esa misma voz que solía usar para orar.
El hombre con el rifle al hombro era Reid. La orden no había sido para ella.
-Estoy apuntando a Camilla -dijo Taggart-. Dispara y morirá contigo.
Hubo un instante de silencio cargado. Un rayo iluminó con su pálido brillo el corredor. Camilla vio a los dos hombres de pie y apuntando. Reid estaba más cerca, casi enfrente a la puerta del estudio. A la luz que arrojaba la pantalla de la computadora, su rostro se veía inmutable. Su tío le apuntaba directamente a ella.
La pequeña pistola le pesaba en la mano.
-Bien -dijo el reverendo Taggart con creciente satisfacción-. Baja el arma, Sayers o la mataré.
La tensión en tomo a los ojos fue el único signo de que Reid había escuchado. Luego dijo con calma:
-La matarás no importa lo que haga. No puedes dejarla vivir porque se interpone en tu camino.
-Tú también -dijo el tío de Cammie-, pero pensé que, siendo tan caballero, querrías irte primero.
De nuevo se hizo el silencio. Reid no miró directamente a Cammie, pero ella pensó que no perdía detalle de su aspecto, desde la mancha roja en su cintura hasta la pistola medio oculta en sus dedos. Hizo un mínimo movimientos como si fuese a bajar el arma.
-¡No! -gritó Cammie.
Reid volvió la mirada hacia ella.
-No hay nada que yo pueda hacer.
El no era de los que se rinden. Cammie lo sabía bien. Un instante más tarde se dio cuenta de lo que estaba haciendo: no era una rendición. Era un sacrificio.
-No -dijo Cammie de nuevo, pero ya era tarde. Había bajado el arma.
-Al suelo -dijo Taggart- apuntando todo el tiempo a Cammie.
El rifle de Reid cayó. Antes de que se apagara el sonido del arma al caer al suelo, el tío de Cammie dirigió el carro de su arma en dirección a Reid.
-¡Basta! -dijo Cammie, extrayendo la pistola.
Los ojos de Taggart se abrieron y su boca se tensó, pero al cabo de un instante brotó una sonrisa sardónica en su rostro.
-No dispararás. Eres demasiado blanda.
¿Estaba en lo cierto? Ella no lo sabía. Si hubiese tenido la pistola en la mano cuando él entró, hubiese sido automático. Ahora era tan calculado.
Ella había apuntado a Keith y había disparado. La diferencia era que había disparado al faro del Rover y al suelo, cerca de sus pies. Sus pequeñas heridas habían sido accidentales.
Todo lo que ahora sentía era un miedo indescriptible por Reid y una gran necesidad de detener lo que estaba ocurriendo, para poder decidir.
-¿Por qué? -preguntó mientras apoyaba también la otra mano en la pistola para detener el temblor con que la sujetaba-. ¿Por qué estás tratando de matarme?
-No seas estúpida.
-Es simple -respondió Reid por él-. Su esposa es tu pariente más cercana. Ella es tu heredera legal, según las leyes del estado, ya que has anulado el testamento que tenían con Keith. No importa si tienes la propiedad de la fábrica o si sólo tienes la parte de Keith en Huttor, Sayers. De todos modos él obtendría una porcion importante del control de la fábrica, ya que tiene a su esposa dominada. Aunque tampoco me sorprendería que tuviese programado algún bonito accidente para tu tía Sara en cuanto te sacara a ti de en medio.
-¿Pero por qué a ti? ¿Por qué tratar de matarme aquí, donde estás tú, cuando hubiese sido más fácil en cualquier otra parte?
-¿Le cuento? -Preguntó Reid a Taggart.
-¿Por qué no? No lo has hecho mal hasta ahora.
Reid sonrió agradeciendo:
-Pienso -dijo, sin quitar la vista del otro- que yo vengo a ser el chivo expiatorio Imagino que nuestros cuerpos van a ser encontrados en la clásica posición de homicidio suicidio y que todos pensarán que maté a Keith y estaba atrapado en una aventura sin esperanzas contigo. Además, otra ventaja es que la venta de la fábrica será más fácil sin mí.
-Tú mataste... -ella comenzó y se detuvo-. No, no pudiste hacerlo.
-No -asintió Reid, satisfecho de la conclusión de ella. Creo que el error de Keith fue pedirle dinero a tu tío e interponerse en la diversión de tu tío con la chica del coro.
Cammie se dio cuenta de lo que estaba haciendo Reid: estaba matando el tiempo ¿matando el tiempo para qué? ¿Para que ella actuara? ¿Para darse una oportunidad? ¿O estaba acaso esperando a que alguien respondiera a su petición de auxilio? Lo menos que podía hacer era ayudarlo.
-¿La chica del coro?
Evie, como si no lo supieses -contestó su tío, en tono mordaz-. Hasta Sayers escuchó el rumor. No olvidemos tampoco que la vi en tu casa, bien juntase murmurando acerca de mí. ¿Por qué escuchaste a esa tramposa en vez de escuchar a tu propio tío?
-Tú -susurró Cammie. Tú fuiste el que la acosó cuando se apartó de ti, el que intentaba hacerla regresar.
-Ella fue la única cosa interesante que me ocurrió en la vida. Hice todo lo que pude para tenerla, hasta intentar que le dieses a Keith una segunda oportunidad, para que él la dejase y yo pudiese entrar en acción. El sinvergüenza de tu marido se dio cuenta en la reunión que tuvimos en la reserva. El quería un préstamo y si deseaba, podía servirme a Evie en bandeja. Ese bastardo. Me habló de vuestros testamentos, y estaba claro que se burlaba de mí.
-Dinero y celos -dijo Reid- son una combinación letal. -Era muy simple. Matar a Keith y Cammie heredaba. Matar a Cammie y el dinero pasaba a Sara.
-Matar a la tía Sara -dijo Cammie, comprendiendo- y lo tendrás todo. Mientras tanto, Evie está sola y sin dinero, y cuando todo acabe...
-Yo estaré allí para cuidarla y consolarla y el dinero de la venta de la fábrica la hará acercarse.
-¿Cómo estás tan seguro de que lo hará? No moviste un dedo
-Es demasiado pronto -dijo el reverendo con furia contenida -. No puedo tolerar que las viejas chismosas vuelvan a hablar de ella y de mí como el año pasado. Debo seguir por mi lado y dejar que ellas gasten su gargantas en ti y en Sayers y en todas esas ideas que les he dado acerca del parecido con Justin y Lavinia. Les encantan los escándalos sexuales.
-Pero espera... -dijo ella pensativa- eras tú el que merodeaba por mi casa en la noche. Lo sé porque te vi, y eso fue antes de que matasen a Keith.
-Yo y Sayers. Qué tontería, mirarlo merodear. El creía que era el único que sabía cómo hacerlo. No sabía que yo estaba infiltrando en las líneas enemigas.
-Error -dijo Reid-. Mi error fue creer que era un viejo verde. Para cuando decidí que necesitaba una lección de buenos modales, dejó de venir.
-Tenía que saber si aparecía el esposo, Para ver si se juntaban. Después decidí vigilar cuándo se iba a la cama... y con quién.
-Que fue cuando me escogió como el chivo expiatorio.
-Tú lo Provocaste. Cometiste el error de hacer que desapareciera la chica Baylor. Ella vino a verme, Preguntándome como pastor qué debía hacer con lo que había averiguado. Yo le dije que se mantuviera en silencio, pero tú la ayudaste a que me desobedeciese y así disminuiste lo que Camilla Podría haber heredado. Al igual que Keith y Gordon, no querías que a ella le tocara todo. Eres tan sucio como el resto de nosotros.
-Es verdad -respondió Reid, inexpresivo.
Cammie quería que Reid la mirara para tratar de comprender lo que estaba diciendo. No era posible. Tenía que vigilar a su tío. La tensión en los brazos y en la mente se le hacía insoportable. Un temblor la recorrió. Debía hacer algo pronto.
Su tío rió, mirando a Reid:
-Estoy seguro de que el Señor va a perdonarme por matar a un pecador como tú. Tu alma es negra. El infierno te espera. Yo sólo soy un instrumento de su voluntad. Si El quiere salvarte, puede hacerlo. ¿Quisieras rogar para que se produzca un milagro?
-No lo hagas -advirtió Cammie.
-Camilla, Cammie querida -dijo su tío sonriéndole. - Soy el hombre que te dormía en sus rodillas y te daba pastel de su plato. Soy el que te escondía para que tu madre no te golpeara. Soy el que estuvo a tu lado cuando tu padre y tu madre murieron y el que te dio su hombro para llorar. Sé que no vas a dispararme.
-Lo haré -dijo, núentras gatillaba la Pistola Para demostrárselo
-Deja eso y sé una buena niña.
-Es la vida de Reid o la tuya, la mía o la tuya. No hay mucho que escoger -dijo, con una voz que hasta a ella misma le sonó como un ruego.
-Cammie -dijo Reid casi en un susurro-. Si te das vuelta así, lentamente, yo tomaré tu pistola.
¿Quería adelantar las cosas? ¿Era tan sólo un esfuerzo para aliviarle la tensión o para hacerse cargo él de la responsabilidad? En pocos segundos las opciones pasaron por su mente. Ella podía hacer lo que él le sugería, pero si él le disparaba a su tío ¿quién creería que no había podido evitarlo? En el caso de ella, era diferente. Si ella lo mataba, Bud creería que no había tenido mas opciones. ¿Había sido así con Lavinia y Justin?
-No intentaría eso -dijo el reverendo Taggart. Su voz sonó contundente y levantó el rifle, apuntando al pecho de Reid.
Los músculos de su rostro se tensaron.
Fue toda la advertencia que tuvo. No tuvo más tiempo para pensar, ni para decidir.
Cammie sintió que la calma la invadía. El miedo y la furia disolvieron las dudas. Apuntó al cuerpo y apretó el gatillo con cuidado, sin cerrar los ojos.
La respuesta fue estridente. La pistola retrocedió en su mano, provocándole dolor y llevándole el brazo hacia adelante. Había alcanzado a su tío, que se desplomaba.
Pero el rifle que sostenía se disparó con una descarga de trueno. La llamarada salió en dirección a Reid. El salió impulsado hacia atrás, y Cammie vio como el destello refulgía en su cabello. Su rostro empalideció y sus ojos se abrieron. Cayó como plomo.
En la distancia, bajo el tintinear de la lluvia, se escuchó el ruido de las hélices de un helicóptero que se aproximaba al Fuerte.
-No, por favor, no.
Las palabras no eran más que un susurro. Cammie dejó caer la pistola que sostenía. Su interior estaba lleno de espanto. Trastabilló cerda de Reid y cayó de rodillas junto a él. Con las manos temblorosas, buscó en su pecho, en su abdomen, la humedad de una herida. No encontró nada, por más que la chaqueta estaba rasgada.
Se acercó y colocó los dedos a ambos lados de su rostro, acariciando sus rasgos con dedos inseguros. Volvió el rostro inerte de él hacia la luz de la pantalla de la computadora. Estaba pálido, relajado. No se veían señales de herida alguna.
Su pecho se elevó y Reid respiró con dificultad. Sus labios se abrieron como si buscase más aire. Luego abrió los ojos y la miró, escrutando el rostro muy cercano, buscando sus ojos llenos de lágrimas y la compasión amorosa y el terror que se reflejaba en ellos.
Con una súbita contracción de sus músculos de acero, se apartó de ella y se arrastró para sentarse contra la pared:
-Guarda tu pena. Sólo se me... cortó la respiración... La chaqueta...
-¿Es a prueba de balas? -adivinó Cammie, que había sentido lo pesada y rígida que era.
Él asintió.
-Fue una suerte que me volviera cuando me alcanzó.
No había sido cuestión de suerte. Cammie lo sabía bien. Había visto el momento en que Reid se había movido y había evaluado hacia dónde iba el tiro. También se había dado cuenta, por su mirada, que había sido un último esfuerzo, lo más que había podido hacer por preservar su vida, cuando la de ella estaba en la balanza.
Saber eso le daba una sensación de poder, que esperaba no fuese equivocada.
No había tiempo para más discusiones. El sonido de una sirena que se acercaba se apagó bajo el ruido del helicóptero. Luego comenzaron a escuchar gritos. A través de la puerta abierta, pudieron ver hombres uniformados con pilotos que se acercaban a la casa. Corrían atravesando las flechas plateadas de la lluvia, bajo la luz del helicóptero.
Ella se puso de pie y se apartó el cabello que le cubría el rostro. La luz del exterior penetraba en el corredor. Allí Cammie pudo ver a su tío derribado, con una mancha roja que salía de un agujero en el pecho y que tenía los ojos aún abiertos en una opaca mirada. Pensó que debía vigilarlo, asegurarse de que estaba muerto, pero temía acercarse. Sentía terror de acercarse y que él regresase a la vida y volviese a amenazarles.
Reid, siguiendo su mirada, se puso de pie lentamente. Luego se inclinó sobre él. Le tomó el pulso en el cuello y miró a Cammie, sacudiendo la cabeza. Tomó entonces el rifle que estaba cruzado sobre la garganta del reverendo Taggart.
-¡Quietos! ¡No muevan un músculo!
El grito vino desde la puerta. Un instante más tarde el corredor se llenó de hombres. Iluminaron a Reid con un foco y le apuntaron con media docena de armas.
El se quedó absolutamente quieto. No movió ni una pestaña.
-¡Deja caer el rifle!
-¡No! -gritó Cammie, acercándose a los hombres.
-Está bien, señora. Manténgase fuera -dijo un hombre que llevaba el uniforme de la policía del estado. Apenas la miró al hablarle.
-No importa, Cammie. Puedo manejar esto.
Él quería hacerse cargo de lo que ella había hecho, evitarle las consecuencias de haber matado a un hombre. Eso para él era posible, ya que él había enviado el mensaje a las autoridades. Seguramente le creerían.
Pero no era justo. No estaba bien.
Abriéndose paso entre los hombres que ocupaban el corredor, Cammie pudo ver una silueta conocida. Ella se le acercó y lo tomó del brazo, diciéndole con ímpetu:
-Bud, detenlos. Yo le disparé. Yo maté a mi tío.
Bud le echó una mirada penetrante y luego se detuvo en el hombre que estaba tendido en el suelo y en Reid, que estaba a su lado. Liberándose del brazo de Cammie, fue hacia Reid y tomó un pañuelo de su bolsillo. Tomando el rifle de Reid con la protección de la tela, se volvió hacia los demás:
-Calma, muchachos. Aquí hay más de lo que se puede ver. Iluminemos un poco más esto, y estos dos nos contarán todo.
Las declaraciones tomaron un buen tiempo. Había muchas cosas para decir, muchos detalles para explicar.
Cammie dejó de lado algunas cosas y Reid otras y algunas las obviaron los dos, en silencio y de mutuo acuerdo. Si Bud se dio cuenta, y es muy probable que así fuera, no dijo nada. Las preguntas que él hizo fueron precisas y denotaban que captaba bien la situación y conocía los hechos previos. Pudo inclusive agregar algunas cosas, debido a sus investigaciones oficiales y extraoficiales.
Todo había comenzado con la perspectiva de la venta de la fábrica. El padre de Reid, al revisar los libros para asegurarse de que todo estaba en orden, había encontrado las diferencias en el departamento de Keith. La tensión había colaborado para que tuviese el ataque cardíaco que lo mató. Antes de morir había llamado a su hijo para que regresara. Sin embargo, había muerto sin poder dar una explicación completa de los problemas de la fábrica.
O bien Keith había recibido alguna reconvención por parte del padre de Reid, o bien se había dado cuenta de que, frente a la auditoría que se realizaría para la venta, el dinero faltante quedaría al descubierto. Había pedido entonces dinero a diestra y siniestra para reponer lo que faltaba, pero no había sido suficiente. Con la habitual ceguera de los jugadores, había tratado de multiplicar los préstamos con las apuestas. Se había metido en más problemas.
Los resultados de la búsqueda del título de propiedad, que hacían posible que Cammie se convirtiese en una mujer rica, alentaron a Keith a regresar con ella. Estaba seguro de que podría seducirla para que regresase con él y luego tomaría el dinero para resolver sus problemas.
Cammie acarreó a Keith más problemas de los que él creía. Gordon, que entendió mal los motivos de su hermano, alentó a Keith para que usara cualquier medio con tal de parar el divorcio. El marido de Cammie quiso usarlos. Hizo falta la intervención de Reid, para que desistiera de esos métodos.
Sin embargo, uno de los principales errores fue pedirle un préstamo al reverendo Taggart.
Cuando llegaron a ese punto de las declaraciones, se produjo un silencio. El sheriff Bud Deerfield miró muy serio en dirección a Reid:
-En cuanto a esa cuestión de la chica Baylor, ¿es verdad que lo vieron con ella fuera del pueblo?
-No fue una de mis mejores operaciones -dijo Reid con una media sonrisa-. Se me escapó el hecho de que un pueblo pequeño tiene muchos ojos y oídos. Parecía que había demasiadas personas peligrosamente interesadas en lo que Janet había descubierto. Me encontré con ella en Monroe y de allí la llevé, cruzando la frontera del estado, hasta Little Rock. Le di un pasaje de avión para que volase desde allí e instrucciones para que borrara su rastro. Desde entonces está disfrutando en un condominio sobre la playa en Florida que maneja un compañero mío del ejército.
-Deberías haberme contado lo que pensabas hacer -gruñó Bud- y nos hubiésemos evitado muchos problemas.
-Pensaba hacerlo, hasta que Keith murió -respondió Reid, mirándolo a los ojos-. Su muerte: un disparo limpio, la Pistola robada, tenía el aspecto de un trabajo Profesional. Había tres posibilidades: el crimen organizado, el ejército o...
-¿O la policía? Veo a donde vas. ¿Pero cuál podía ser mi motivo -Keith estaba haciendo correr rumores acerca de tu historia familiar que podían perturbar tu próxima elección. Además, estaba trayendo problemas a Cammie y podía ser que en una advertencia se te hubiese ido la mano. No hubiese sido la primera vez que alguien involucrado con el juego y las estafas tenía conexiones con la policía.
-Es un poco retorcido, pero no importa.
Reid asintió. Los dos hombres Parecían entenderse muy bien. -Está bien -dijo Bud, juntando los papeles desparramados sobre la mesa de la cocina-. Me parece un claro caso de homicidio justificado, y espero que las autoridades lo vean del mismo modo. Parece que es el momento de irnos y de que ustedes se recuperen de este asesinato de ratas.
No fue el mejor eufemismo en ese momento. Bud pareció darse cuenta y se quedó pensando cómo arreglar lo que había dicho. Lo salvó el timbre del teléfono celular.
-Debe ser Charles -dijo Reid-. Le haré saber que la caballería llegó a tiempo, si les parece bien.
El sheriff levantó su mano como autorizando y Reid salió de la cocina. Un momento después escucharon el murmullo de su voz hablando por teléfono.
-Bien, Cammie -dijo Bud, colocando sus notas bajo el brazo-. Sólo puedo decirte que lamento mucho todo lo que ha sucedido.
Ella trató de sonreír, pero no lo logró del todo: -No hay nada que pudieras haber hecho, o que alguien hubiese podido hacer al respecto.
-Supongo que será mejor que vaya a darle la noticia a tu tía. Te aseguro que no es un trabajo que me guste.
-La tía Sara es más fuerte de lo que puedes imaginar -dijo Cammie- pero iré contigo por si necesita que alguien se quede con ella.
Bud la miró ceñudo y le dijo:
-No creo que sea una buena idea, dadas las circunstancias. ¿No te parece?
Pasó un instante hasta que Cammie, que estaba de verdad preocupada por su tía, se diera cuenta de lo que Bud queda decir. Por mucho afecto que Sara sintiese hacia su sobrina, era muy posible que no deseara el consuelo de la persona que acababa de matar a su marido.
-Sí, supongo que tienes razón.
Bud le tomó la mano y le preguntó:
-¿Estás segura de que no quieres que llame al doctor para que te dé algún tranquilizante?
-Estaré bien.
-Puedo llamar a Wen. Ella estará encantada de acompañarte a tu casa y quedarse contigo -y, sonriendo, agregó-: le encantaría escuchar todo de primera mano.
-Llámala para la tía Sara. Ella la necesitará más que yo.
-Como quieras -dijo él, apretándole la mano- pero no hagas nada tonto, como volver a esa gran casa sola. Eres una chica muy valiente y te felicito por eso, pero para todo hay un límite.
-No te preocupes por Cammie -dijo Reid, apareciendo en el vano de la puerta-. Yo la cuidaré.
El sheriff lo miró y asintió:
-Está bien entonces. Si alguno de los dos cree que hay algo importante, algo que queréis agregar, decídmelo ahora.
Pasó otra media hora hasta que la ambulancia se llevó el cadáver y todo quedó en orden. Finalmente el helicóptero despegó y se elevó por encima de los árboles. Las luces de los coches-patrulla se perdieron en el camino. Reid cerró la puerta del frente y la echó llave.
Se volvió hacia Cammie, que permanecía cerca de la entrada, donde se había despedido de los oficiales. La siguió hasta la cocina, tomó el brandy y echó sendas medidas en las tazas de café.
Cammie lo miró servir el café. Reid seguía manteniendo su aire de invulnerabilidad. Eso no le daba esperanzas.
La mirada dura que le lanzó repentinamente, la tomó desprevenida
-Bien -dijo - estoy seguro de que tienes en mente varias cosas que no le dijiste a Bud.
-Unas cuantas.
-Adelante con ellas.
-No creo que sea un buen momento -dijo ella, en voz baja.
-Ahora o nunca. Vamos, pega donde tienes que pegar y salgamos de esto.
Ella podía percibir el dolor que se ocultaba bajo la dureza de su voz. Se apartó de él y fue hacia el estudio, de donde tomó la vieja carpeta amarillenta. Volvió a la cocina y la colocó encima de la mesa.
Él imitó un sonido que era apenas a medias una risa:
-Debí haberío sabido.
-¿Que la encontraría o que lo averiguaría de alguna manera?
-Cualquiera de las dos cosas, pero en el momento menos conveniente -El se veía cansado, pero resignado.
-¿Cuándo iba a ser conveniente?
-Cuando yo estuviese del otro lado del mundo.
Ella lo sabía, pero de todos modos suspiró y preguntó:
-¿Dónde lo hallaste?, ¿o acaso lo tuviste siempre?
-He estado revisando los libros de la fábrica. Los guardan en una caja fuerte que es una reliquia, un monstruo que ha estado allí desde la fundación de la fábrica. En el fondo encontré un puñado de legajos de Justin. Supongo que los guardaron por su Valor histórico o sentimental, o tal vez simplemente quedaron en el fondo y los olvidaron. Comencé a mirarlos Y apareció la carpeta.
Ella sostuvo su mirada durante unos instantes. Aparentemente no había razón para dudar de lo que decía.
-Comprendo lo que dicen -dijo ella, tocando los papeles mohosos-. Mi bisabuela acordó venderle trescientos acres de tierras a Justin Sayers a cambio de un dólar más bienes recibidos, hasta llegar a un total de tres mil acres de tierra. y servicios prestados, no debo olvidar eso. Lo que quiero saber es qué significa.
Reid se pasó la mano por los cabellos. Mirando la mesa, dijo: -El documento es una letra de cambio. Es un acuerdo entre dos partes acerca de la transferencia privada de propiedades. Luisiana es uno de los pocos estados donde eso es legal. Por este acuerdo Lavinia acordó transferir a Justin trescientos acres de tierra a cambio de tres mil que él poseía en otra parte. El dólar es tan sólo una legalidad. No me preguntes acerca de los servicios prestados, porque no lo sé.
Según la descripción de los trescientos acres, formaban parte de las tierras que Lavinia heredó de su madre, una parcela de tierra que estaba frente a lo que en ese momento era la única ruta que llevaba a Greenley. No había dudas de que eran de ella y podía disponer lo que quisiese al respecto.
Las tierras que obtuvo a cambio eran bosques vírgenes con un río y varios arroyos, pero que en ese momento no tenían vías de acceso -señaló Reid-. En general, no creo que haya sido un mal trato.
Ella lo miró irritada:
-Fue un excelente negocio, desde el punto de vista financiero. ¿Te das cuenta de que esos tres mil acres han pasado a ser la reserva? ¿Te haces una idea de lo que valen hoy?
-Lo sé y me imagino.
-Quiere decir que mi bisabuela y tu bisabuelo, que una vez habían sido amantes, vivían a ambos lados de la reserva, y sólo los separaban un montón de árboles.
-Con un camino bien marcado que los unía y que todavía era visible cuando yo era niño.
-Estás bromeando.
-Te lo juro.
Cammie lo miró a los ojos un instante antes de volver la vista a su taza de café con brandy. Bebió un sorbo y sintió que las fuerzas volvían a su cuerpo. Dejó la taza y volvió a tocar el documento:
-En esto no hay nada que no hubiésemos podido adivinar si lo hubiésemos intentado. ¿Por qué no me lo mostraste?
-Parecías tan segura de lo que querías hace con la fábrica. Pensé que tal vez merecías la oportunidad.
-¿Y tu preocupación por la gente, por encima de los pájaros carpintero?
-No soy un hombre de principios firmes, ¿importa mucho?
-Creo que lo eres y creo que sí importa. Pienso que te pareció que Lavinia se llevó la peor parte hace años y decidiste repararlo con la actual generación, es decir, conmigo. No te importó que hubiesen sido tu bisabuelo, luego tu abuelo y después tu padre lo que trabajaron para construir la fábrica. No te importó que fuese tu herencia.
-Estás equivocada -dijo secamente.
-¿Lo estoy? Dime entonces que no ibas a irte y a dejarlo todo. Dime que no intentabas dejármelo todo por... el amor pasado y tal vez por los servicios prestados. ¡Dime por qué pensaste que iba a tomarlo si no me pertenecía por derecho!
-Bueno, Cammie -dijo él levantando la cabeza.
Pero ella siguió:
-Yo no soy como Lavinia. Necesito algo más que generosidad y recuerdos. No trato de escapar de los chismes y dedicar mi vida a la caridad. No me avergüenzo de nada de lo que he hecho y no me conformo con nada que no sea el amor.
Él la miró con los ojos muy abiertos y sin verla. Abruptamente, se puso de pie, apartándose de ella. Con voz vibrante, le dijo:
-No me conoces, Cammie.
-¿Qué hay que conocer? Te entrenaron por muchas razones para hacer un trabajo y lo hiciste lo mejor que pudiste. Muchos hombres lo han hecho antes que tú y no por eso han sido animales asesinos.
-La bondad - dijo él, como para sí mismo -¿sabes que fue lo primero que noté en ti? Temías tal vez cinco o seis años y estábamos en la escuela bíblica de verano. Un niñito, casi un bebé, se cayó y se lastimó la rodilla. Tú secaste sus lágrimas y le limpiaste la sangre y el barro con tu vestido. Luego lo tomaste, aunque era casi tan grande como tú, y se lo llevaste a su madre. Recuerdo...
Comenzó entonces de nuevo, con la voz aún más suave:
-Te miraba como caminabas esquivando las flores silvestres en lugar de pisarlas y cómo sacabas a las arañas por la ventana en lugar de matarlas. Te miré durante años por el placer de hacerlo, porque me hacías sentirme contento por dentro. Solía fingir que eras mi hermana. Te mostraba todos mis sitios favoritos y a veces, cuado estaba acampando o pescando, te hablaba y te contaba cosas. Como te observaba tanto, sabía que tú comprendías a la gente, sabías cuáles eran sus puntos fuertes y sus debilidades y cuáles eran las cosas que más les disgustaban de ellos mismos. Sabía que los mantenías a distancia. Que no los dejabas llegar a tus lugares más íntimos. Los alejabas con palabras, haciendo que sus flaquezas se volvieran contra ellos.
-En eso no era tan bondadosa.-
-Te estabas protegiendo. Si no hubieses usado las palabras para defenderte, no hubiese quedado nada de ti. Se lo hubiesen llevado todo. Pero por algún motivo, pensé que a mí no me lo harías.
-Pero sí lo hice.
Él inclinó la cabeza, pese a que ella no podía ver su rostro.
-En medio de mi arrogancia adolescente, decidí que ya no te quería como hermana, que necesitaba más que eso. Pero eso te atrapé donde no te podías escapar fácilmente y traté de mostrártelo. Y tú tomaste mi alegría y la utilizaste para mantenerme lejos. Pero yo no tenía defensas contra ti y me rompí por dentro.
-No -dijo ella- no puede ser.
Él emitió un sonido parecido a una risa, y dijo:
-Bien. Yo pensé eso, aunque en realidad debo haber sido yo quien me lo hice a mí mismo. Después me fui, entré en el servicio y me rehusé a sentir demasiado por ninguna persona, ni aún por la desdichada mujer que estaba allí cuando yo decidí que si tú podías casarte yo también podía hacerlo. Y eso funcionó, durante mucho tiempo.
Él estuvo en silencio, hundido tanto tiempo en recuerdos que ella no había compartido, que Cammie temió que no quisiera seguir hablando. Obligándose a dejar salir esas palabras, ella le dijo:
-Hasta lo de Israel.
-Sí -dijo él suspirando - hasta Israel. ¿Te acuerdas acerca de eso? ¿Realmente quieres oírlo?
-Por favor -respondió ella.
-Estaba esa niñita. La llamábamos A.J. porque era lo único que sabíamos acerca de su nombre. Tendría cinco o seis años y su cabello era castaño con reflejos rojizos cuando le daba el sol. A veces, cuando su hermanito se caía, ella lo levantaba, le secaba las lágrimas y le limpiaba las rodillas con su vestido. Luego lo lleva alzado a su casa, aunque era casi tan grande como ella. Tenía una sonrisa de sol y le gustaba reír. Era muy buena y se parecía mucho a ti. Y confiaba en mi.
-Reid -dijo ella, con voz dolorida.
-Espera -su voz se enronqueció y un escalofrío sacudió sus hombros. Yo sentí los explosivos pegados a su cuerpo con muchos metros de tela adhesiva ese día. Era demasiada para quitarla y estaba demasiado apretada para cortarla. Vi el terror en sus ojos. Ella sabía lo que su tío le había hecho, Cammie. Ella lo sabía y yo también, porque había leído los informes acerca de él esa noche. Era demasiado tarde para evitar que viviera. Era demasiado tarde para detener la alegría que ella me daba. Y tuve que elegir. Tuve que...
-Tú hiciste lo correcto -le dijo ella desesperada, no pudiendo tolerar el dolor que escuchaba en cada sílaba-. No había otra posibilidad.
-¿Hice bien, Cammie? ¿Hice bien? Sentí los explosivos y vi el reloj. Sólo quedaban segundos. Los segundos pueden ser toda una vida. Dios, ¿recuerdas cómo te tomé en Evergreen? Podía haberte roto el cuello. -Él continuó y su voz era solo un eco-. Su cuello era más pequeño, más frágil. Ella estaba muerta antes de que los explosivos estallaran. Yo la maté.
El único sonido era la respiración de ella.
-Podría haber habido una diminuta posibilidad de que yo hubiese logrado quitar los explosivos. Una oportunidad infinitesimal para su vida. Pero tenía que elegir mi vida y la de mis hombres. Yo la maté. Lo hice yo. Y no sé, nunca sabré, si hice lo que debía.
Ella estaba de pie, acercándose a él antes de que acabara de pronunciar las últimas palabras. Lo tomó del brazo y lo volvió hacia ella. Vio sus ojos afiebrados y llenos de lágrimas y lo abrazó fuerte, apoyando su cabeza en el pecho de él. Reid respiró hondo y Cammie se dio cuenta de que lo estaba lastimando, ya que allí lo había golpeado la bala. Aflojó el abrazo, pero no lo soltó.
-Escúchame -le dijo conteniendo un sollozo en la garganta- tú eres tan solo un hombre. No eres un dios con la facultad de dar y quitar la vida. Las personas se hacen cosas terribles por cosas sin sentido, pero tú no tienes la culpa. Hiciste lo que te habían enseñado y lo que te indicaban el amor y la compasión. Le evitaste el dolor a la niña, no se lo acusaste. Puedes lamentar la pérdida de una vida preciosa, pero no puedes destruirte por eso. No puedes hacerlo, porque yo no te lo permitiré.
Se apartó para mirarlo, para darle todo el amor que había en ella. Tomó el borde de su falda y le secó el líquido salado de debajo de los ojos. Con la voz firme, siguió:
-Te amo, Reid, por todo lo que hay en tu interior, por tu ternura y tu bondad y por la fuerza que te puede llevar a matar o enfrentar la muerte por cualquier razón estúpida. El amor puede curar, si tú lo permites.
-Cammie -susurró.
-No. Ahora es mi turno. Yo sabía que me espiabas y te deseaba todos esos años. Sólo que estaba demasiado asustada, demasiado conmovida por lo que me habías hecho sentir. Por eso no te dejaba acercarte. Me casé con Keith porque tú te fuiste y pensé que nunca ibas a regresar. Si te vas de nuevo, te seguiré, atravesando cada centímetro de tierra y cada gota de agua. No te enterrarás en ninguna sádica pelea por alguna causa perdida, ni tampoco irás tras una muerte fácil. Antes de dejarte hacer eso, te mataré yo misma. Lo haré al menos con amor y compasión y será una opción mejor, si no es la única.
Cuando dejaron de hablar, la casa cayó en un abrupto silencio. Afuera, soplaba el viento y la lluvia repiqueteaba.
-Supongo que podrías hacerlo -le tocó el cabello y contempló sus reflejos de cobre-. Pero Dios mío. Tenía tanto miedo de que no apretaras el gatillo. Sabía que sólo dos cosas podían llevarte a hacerlo: defensa propia o...
-¿O qué? -ella no podía esperar para escuchar la respuesta.
-Miedo por alguien que amaras -dijo Reid con temor.
-Tenías razón -dijo Cammie, abrazándolo más fuerte.
-¿Tienes idea de lo que siento por ti? ¿Puedes imaginar lo que significó que vinieses a mí aquella noche en Evergreen. Tú eres todo lo bello y lo bueno que me ha ocurrido en la vida. Pero no permitiré que gastes la única vida que tienes cuidándome de mis demonios y no dejaré que Greenley convierta esto en algo sucio.
-Mi vida es mía y es cuestión mía en qué quiero gastarla. En cuanto a lo que diga la gente, lamento que no tengan ocupaciones mejores, pero no pueden imponerme reglas y tú tampoco.
-No pretendo hacerlo -dijo él- pero debo vivir por mí misma y conmigo mismo.
Ella se apretó un poco contra su pecho, evitando el lugar donde estaba la herida. Le preguntó entonces:
-¿Y qué hay de la fábrica?
-Guárdatela, véndela, haz lo que creas mejor.
-No es mía.
-Deja que Gordon la venda, entonces. Sólo ocúpate de poner las restricciones ambientales que quieras.
-Está bien. Arreglado.
-¿Y no habrá protección para los árboles y los animales? -preguntó él, con voz suave.
-Los pájaros carpinteros. Sí, me siguen importando y me gustaría salvar a cada pluma de cada pájaro, a cada conejo, cada ardilla y cada armadillo. Pero como me dijo una vez un hombre sabio, las personas son más importantes.
-Recibirás mucho dinero de la venta. Podrías comprar muchas tierras con bosques y que nadie se atreviera a dañar allí un árbol o un animal.
-Podría hacerlo, pero no estaré aquí.
-¿No? -preguntó él y sus ojos se oscurecieron-. ¿Estarás detrás de mí?¿Cada paso? ¿gimoteando?
-Es más probable que sea gritando.
-¿Estás segura?
-¿Cuándo nos vamos?
Él la miró durante un largo momento, con temor y deseo respiró hondo.
-Te dejé solo un momento, hace unas horas y casi mueres. Supón que en ese momento cambié de opinión, al ver a tu tío apuntándote con el rifle. ¿Comprenderías que si acepto ese puesto, también puede ser aquí?
Ella lo miró sonriente y le respondió:
-Me parece perfectamente lógico.
Él la acercó y le susurró incoherentes palabras de amor.
-Reid, tu pecho -protestó Cammie- voy a lastimarte.
-Para nada -dijo él riendo. De pronto la soltó y le preguntó.
-¿Y tus puntos? ¿Te lastimé?
Ella levantó la cabeza para mirarlo cálidamente.
-Nunca, nunca podemos herirnos.
-Podemos, pero no será físicamente, ni intencionalmente, ni por mucho tiempo.
Era suficiente. Cammie preguntó tranquilamente:
-¿Puedo entonces llevarte a mi casa?
-¿O puedo llevarte yo, ya que viniste en mi jeep?
-Sí -dijo ella-. Sabes que debemos casarnos. Greenley no espera menos de nosotros y yo no quiero molestarlos tanto, especialmente si vamos a comenzar una dinastía Greenley-Sayers.
-O Sayers-Greenley. De las dos maneras me gusta cómo suena. ¿Cuándo? ¿Mañana?
Ella rió:
-Con que sea la semana que viene está bien. También acepto el mes que viene.
-La semana que viene. No puedo esperar para comenzar con mi trabajo de guardaespaldas.
Ella le lanzó una mirada enojada:
-No puedo creer que me hayas hecho pedirte así que te quedes, como una desverngonzada.
-Así me gustan las mujeres.
-Te podría hacer alguna maldad en venganza.
-¿Lo harías? Entonces tal vez soy yo el que necesita un guardaespaldas.
-Puede ser -respondió Cammie, prometedora.
Él captó el mensaje y sonrió:
-Ahora es verdad que no puedo esperar. Vamos a casa.
FIN