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abril 08, 2010
Marshall Zebantinsky se daba cuenta de que estaba haciendo el ridículo. Le parecía que lo miraban desde el otro lado del tétrico cristal de la vidriera a través del deteriorado tabique de madera; le parecía notar unos ojos posados en él. Ni el traje viejo que había desenterrado, ni el ala doblaba de un sombrero, que por lo de más nunca llevaba, ni los lentes que había dejado en su estuche le inspiraban menor confianza.
Sentía que hacía el ridículo, y eso profundizaba aun más las arrugas de su frente y volvía más pálida su cara de joven prematuramente envejecido. Nunca podría explicar a nadie por qué un físico nuclear como él se había decidido a visitar a un númerologo. (No, nunca podría explicárselo a nadie, se dijo. No podía explicárselo ni siquiera a sí mismo. La única explicación era que se había dejado conven cer por su mujer.
El númerologo estaba sentado ante una vieja mesa que ya debía de ser de segunda mano cuando la compró. Ninguna mesa podría llegar a estar tan deteriorada en manos de un solo dueño.
Casi lo mismo podía decirse de sus ropas. Era un hombrecito moreno que miraba a Zebatinsky con sus ojitos negros, perspicaces y vivarachos. Es la primera vez que un físico viene a visitarme, doctor Zebantinsky - le dijo.
Zebantinsky enrojeció.
Supongo que esto es confidencial - dijo.
El númerologo sonrió, con lo que se le formaron arrugas junto a las comisuras de la boca y la piel de su barbilla se distendió.
Todo lo que aquí se dice queda entre estas cuatro paredes.
Me creo en el deber de decirle una cosa -prosiguió Zebatinsky-. Yo no creo en la numerología y dudo que empiece a hacerlo ahora. Si eso supone un impedimento, me ruego que me lo diga.
Entonces por que ha venido?
Mi esposa cree hasta cierto punto en usted. Me hizo prometerle que lo visitaría , y aquí me tiene.
Se encogió de hombros, sintiéndose cada vez más ridículo.
Y qué es lo que usted desea? Dinero? Seguridad? Larga vida? Qué?
Zebatinsky permaneció inmóvil durante largo rato, mientras el númerologo se dedicaba a observarlo en silencio, sin hacer nada por instarlo a hablar. Entre tanto, Zebantinsky pensaba: “Y qué le digo? Qué tengo treinta y cuatro años y no vislumbro ningún porvenir?”
En voz alta dijo:
Deseo el éxito. Que se me reconozca.
Un empleo mejor?
Un empleo distinto. Una clase diferente de trabajo. Actualmente, formo parte de un equipo y tengo que obedecer las ordenes que me dan. !Equipos! Ésa es la forma de realizar investigaciones que tiene el gobierno. Uno no es más que un violinista perdido en una orquesta sinfónica.
Y usted quiere ser un solista?
Lo que yo quiero es salir del equipo y trabajar por mi cuenta.
Zebantinsky se sintió más animado, casi embriagado al expresar en palabras aquel pensamiento ante una persona que no fuese su esposa. -Hace 25 años prosiguió, con mi educación técnica y lo que yo sé hacer, hubiera podido trabajar en las primeras centr ales de energía atómica. Actualmente estaría al frente de una de ellas o dirigiría un grupo de investigación pura en la universidad. Pero empezando hoy, Sabe adonde habré llegado dentro de 25 años? A ninguna parte. Seguiré siendo esclavo del equipo, aport ando mi granito de arena a la gran organización. Siento que me ahogo dentro de una multitud anónima de físicos nucleares, y lo que yo quiero es un espacio en tierra firme y despejada.... Me comprende usted? El númerologo asintió lentamente.
Tenga usted en cuenta, doctor Zebantinsky -dijo-, que yo no puedo garantizarle nada.
Zebantinsky, a pesar de su falta de fe, experimentó una amarga decepción.
No? Entonces qué es lo que usted garantiza?
Un aumento en el número de las probabilidades. Mi trabajo es de naturaleza estadística. Puesto que usted trabaja con átomos, supongo que comprenderá las leyes de la estadística.
Pues sí, las comprendo. Yo soy matemático y mi trabajo se basa en cálculos rigurosos. No se lo digo para cobrarle más. Mi tarifa es única: 50 dólares por consulta. Pero como usted es un hombre de ciencia, podrá apreciar mejor la naturaleza de mi traba jo que mis demás clientes. Para mí incluso representa un placer explicarle todo esto.
Preferiría que no lo hiciese, si no le importa. Perderá el tiempo hablándome del valor numérico de las letras, su significado místico y todas esas cosas. esa clase de matemáticas no me interesan. Vayamos al grano...
El númerologo replicó:
Así que usted quiere que yo lo ayude a condición de que no le venga con todas esas monsergas anticientíficas que, según ustedes, forman la base de mi trabajo. No es eso?
Exactamente eso es.
Pero es que usted sigue creyendo que soy un númerologo, y la verdad es que no lo soy. Me doy ese nombre para que la policía no me moleste, y también -añadió el hombrecito riendo secamente- para que los psiquiatras me dejen tranquilo. Le
aseguro que so
y un matemático; un matemático de verdad.
Zebantinsky sonrió.
El númerolo dijo:
Construyo computadoras. Estudio el futuro probable.
Cómo?
Acaso le parece eso peor que la numerología? Por qué? Contando con datos suficientes y con una computadora capaz de realizar el número necesario de operaciones por unidad de tiempo, el futuro puede predecirse, al menos de una manera probable. Cuando u stedes calculan el movimiento de un proyectil que debe interceptar a otro, no se dedican a predecir el futuro? El proyectil interceptor y el otro no se chocarían si el futuro no se hubiese calculado incorrectamente. Yo hago lo mismo. Pero como trabajo con un números mayor de variables mi resultados son menos exactos.
Quiere usted decir que podrá predecir mi futuro?
De una manera muy aproximada. Una vez hecho eso, modificaré los datos cambiando su nombre; únicamente su nombre. Entonces introduciré ese factor modificado en el programa de operaciones. Luego probaré con otros nombres modificados. Lo cual me permiti rá estudiar los distintos futuros que irán apareciendo hasta encontrar uno en que usted goce de mayor reconocimiento que en el futuro que ahora se extiende frente a usted... Déjeme decirlo de otra manera: descubriré un futuro en el cual las probabilidades de que usted llegue a situarse como desea serán mayores que las probabilidades que encierra su actual futuro.
Y por qué tendré que cambiar de nombre?
Ese es el único cambio que suelo hacer, y lo hago por varios motivos. En primer lugar, es un cambio sencillo. Tenga usted en cuenta que si realizase un cambio importante o introdujese varios cambios menores, entraría en juego tantos valores nuevos que sería incapaz de interpretar el resultado. Mi computadora todavía es bastante imperfecta. En segundo lugar se trata de un cambio razonable. Yo no puedo alterar su estatura verdad?, ni el color de sus ojos, ni siquiera su temperamento. Luego tenemos que e l cambio de nombre es un cambio significativo. Los nombres son muy importantes; hasta cierto punto son la persona. y finalmente, es un cambio corriente, que todos los días se realiza.
Y si no consigue descubrir un futuro mejor?
Ese es un riesgo que hay que correr. De todos modos su suerte no empeorará, amigo.
Zebantinsky miro con inquietud a su interlocutor.
No creo ni una palabra de todo eso -comentó-. Antes creería en la numerología.
El hombrecito suspiro.
Pensé que una persona como usted se sentiría más animada al conocer la verdad.
Deseo sinceramente ayudarlo, y usted todavía puede hacer mucho. Si me considerase un númerologo, sencillamente no haría caso de mis instrucciones.
Pensé que si le decía la
verdad, dejaría que lo ayudase.
Zebantinsky observó:
Pero si usted puede ver el futuro...
Por qué no soy el hombre más rico de la tierra? Eso es lo que me iba a preguntar? Lo cierto es que si lo soy, puesto que tengo cuanto deseo. Usted quiere que se reconozca su talento y yo quiero que me dejen tranquilo; que me dejen trabajar sin molesta rme, y lo he conseguido. Gracias a eso, me considero más rico que un millonario. Cuando necesito un poco de dinero de verdad para cubrir mis necesidades materiales, lo obtengo de las personas como usted, que vienen a visitarme. Me gusta ayudar al prójimo; un psiquiatra tal vez diría que eso me proporciona una sensación de poder y alimenta mi egolatría. Pero vamos a ver..., desea de verdad que lo ayude?
A cuanto dijo usted que ascendía la consulta?
son 50 dólares. necesitaré un gran número de datos biográficos sobre usted, pero le proporcionaré un formulario que le facilitará el trabajo. Lo siento, pero contiene muchas preguntas. Sin embargo, puede enviármelo por correo a fin de semana, le tend ré la respuesta preparada para el... - Adelanto el labio inferior y frunció el ceño, mientras efectuaba un calculo mental-. Para el 20 del mes que viene.
5 semanas? Tanto tiempo?
Usted no es el único, amigo mío; tengo otros clientes. Si yo fuese un farsante, se lo haría en 4 días. De acuerdo entonces? Zebantinsky se levantó.
Bien, de acuerdo... Le ruego la máxima reserva.
No tema, Le devolveré toda la información que me suministre al decirle que cambio tiene que realizar, y le doy mi palabra que no haré uso de ella. El físico nuclear se detuvo en la puerta.
no teme usted que yo revele que no es númerologo?
El númerologo movió negativamente la cabeza.
Y quién va a creerle, amigo? -dijo-. Eso suponiendo que usted pudiese convencer a alguien de que había estado aquí.
El día 20, Marshall Zebantinsky se presentó ante la puerta despintada, mirando de soslayo a la vidriera, en el que se podía leer, en una tarjeta pegada al cristal “Numerología”, en las letras descoloridas y amarillentas bajo el polvo que las cubría. Atis bó hacia el interior de la tienda, casi con la esperanza de que estuviese alguien que le proporcionase una excusa para volverse a casa, cancelando aquella visita.
Había tratado de olvidarse de ello varias veces. Cada vez que se sentaba para llenar el formulario, se lamentaba malhumorado al poco tiempo. Se sentía increíblemente estúpido, escribiendo los nombres de sus amigos, el alquiler que pagaba, si su esposa l e había sido fiel, etc. Cada vez lo abandonaba dispuesto a dejarlo definitivamente.
Pero no podía hacerlo. Todas las noches volvía a sentarse ante el condenado formulario.
Tal vez se debiese a la idea de la computadora, o al pensar en la infernal jactancia del hombrecito al pretender que poseía una. La tentación de desenmascararlo, de ver que ocurriría resultaba demasiado fuerte. Por último, envió las hojas debidamente cumplimentadas por correo ordinario, poniendo 9 centavos de sellos y sin pesar la carta. “Si me la devuelven -pensó-, no volveré a enviarla”.
No se la devolvieron.
Miró al interior de la tienda y vio que estaba vacía. Zebantinsky no tenía más remedio que entrar. Abrió la puerta y una campana tintineó. El anciano numerologo salió detrás de una cortina que ocultaba una puerta.
Quién es?.... Ah, es usted, doctor Zebantinsky.
Se acuerda de mí? - dijo este esforzándose en sonreír
Naturalmente.
Cuál es el veredicto?
Antes de eso hay un pequeño asunto que resolver....
Sus honorarios?
El trabajo esta hecho, doctor Zebantinsky. Por lo tanto le agradeceré que lo pague.
Zebantinsky no hizo la menor objeción. Ya se hallaba dispuesto a pagar. Después de llegar hasta allí sería una tontería volverse atrás sólo por el dinero. con 5 billetes de 10 dólares y los empujo al otro lado del mostrador.
Es eso?
El numerologo contó de nuevo los billetes, lentamente, y luego los metió en un cajón de su mesa.
Después dijo:
Su caso me resultó muy interesante. Yo le aconsejaría que se cambiase el nombre por el de Sebantinsky.
Cómo dice? Seba...qué?
Zebantinsky lo miró indignado.
El mismo que ahora tiene pero escrito con “S”.
Quiere usted decir que cambie la inicial? Qué convierta la “Z” en un “S”? Con eso basta?
Sí, con eso es suficiente.
Mientras el cambio sea adecuado, es más seguro y conveniente que no sea muy grande.
Pero como puede afectar a mi vida ese cambio?
Como afectan los nombres a la vida de sus poseedores? - pregunto quedadamente el numerologo-. Francamente no lo sé. Francamente no lo sé. Pero ejercen cierta influencia, eso es todo cuanto puedo decirle. Recuerde que le dije que no le garantizaba el r esultado. Naturalmente, si no desea realizar el cambio, dejemos las cosas como están. Pero , en ese caso, no puedo reembolsarle al cantidad.
Zebantinsky preguntó:
Entonces que tengo que hacer? Decir a todo el mundo que mi nombre se escribe con “S”?
Si quiere mi consejo consúltelo con un abogado. Cambie de nombre legalmente.
El le aconsejará sobre los detalles.
Cuanto tiempo se necesitará? Quiero decir cuanto tiempo hará falta para que mi situación empiece a mejorar?
Como quiere que lo sepa? Tal vez mañana empiece a mejorar. O tal vez nunca.
Pero usted ve le futuro. Al menos, eso es lo que pretende.
No me confunda con los que miran bolas de cristal. No, no, doctor Zebantinsky.
Lo único que me proporciona mi computadora es una serie de números cifrados. Puedo darle una lista de probabilidades, pero le aseguro que no veo imágenes del futuro. Zeban tinsky giro sobre sus talones y abandonó rápidamente el lugar. 50 dólares por Sebantinsky! Señor que nombre! Peor que Zebantinsky.
Tuvo que transcurrir otro mes antes de que se decidiese a ir a ver a un abogado.
Mas por último fue.
Se consoló con la idea de que estaba a tiempo de cambiarse de nuevo el nombre.
“No se pierde nada con probar”, se dijo.
Que diablo, no había ninguna ley que lo impidiera.
Henri Brand hojeó cuidadosamente el expediente, con el ojo clínico de un hombre que llevaba 14 años en las Fuerzas de Seguridad. No le hacía falta leerlo palabra por palabra. Cualquier particularidad hubiera saltado de las páginas de sus ojos.
Este hombre me parece intachable - dijo.
Henry Brand también era un hombre de aspecto intachable, con su ligera obesidad y su cara sonrosada y fresca. Era como si el continuo contacto con toda clase de miserias humanas, desde la ignorancia a la posible traición, le hubiese obligado a lavarse con más frecuencia, gracias a lo cual su rostro mostraba aquella tersura. El teniente Albert Quincy, que le había traído el expediente, era joven y se sentía embargado por la responsabilidad de ser oficial de las fuerzas de Seguridad en la comisaría de Hanford.
Pero, por qué Sebatinsky? - preguntó.
Por qué no?
Porque no tiene pies ni cabeza. Zebantinsky es un nombre extranjero, y yo me lo cambiaría si lo tuviese, pero buscaría un patronímico anglosajón, por ejemplo. Si Zebantinsky lo hubiese hecho, la cosa tendría sentido, y yo ni siquiera volvería a pensar en ello. Pero por qué cambiar un “Z” por una “S”? Me parece que hay que buscar otras razones.
Nadie se lo ha preguntado directamente?
Sí. En el curso de una conversación ordinaria, desde luego. Es lo primero que prepare. El se limitó a decir que estaba harto de estar en la cola del alfabeto.
Es una razón pausible, no le parece teniente?
Desde luego. Pero, en ese caso, Por qué no cambiarse el nombre por el de Sands o Smith, si se había encaprichado por la “S” ? O si estaba tan cansado de la “Z”, última letra del alfabeto, por qué no irse al otro extremo y cambiarla por una “A”? Por q ué no adoptar el nombre Aarons, por ejemplo?
No es bastante anglosajón - murmuró Brand añadiendo-: Pero la conducta de este hombre es intachable. No podemos acusar a nadie por escoger un nombre extraño. El teniente Quincy se mostraba visiblemente decepsionado.
Brand prosiguió:
Dígame, teniente Qué le preocupa? Estoy seguro de que piensa en algo; alguna teoría, no sé. En qué piensa?
El teniente frunció el ceño. Sus rubias cejas se juntaron y apretó los labios.
Verá usted señor. Ese nombre es ruso.
No lo es -repuso Brand-. Es estadounidense de tercera generación.
Quiero decir que su nombre es ruso.
La expresión de Brand premiso algo de su engañosa blandura.
Nada de eso, teniente; se ha vuelto a equivocar. Es polaco.
El teniente extendió las manos con impaciencia.
Da lo mismo.
Brand, cuya madre se apellidaba Wiszewsky de soltera, barbotó:
No diga eso nunca a un polaco, teniente.... -Luego añadió, pensativo-: Ni tampoco a un ruso supongo.
Lo que yo quería decir, señor -dijo el teniente, poniéndose colorado-, es que tanto los polacos como los rusos están al otro lado del Telón de Acero.
Eso ya lo sabemos.
Y que Zebantinsky o Sebantinsky, como usted prefiera llamarle, debe tener allí parientes.
Le repito que es de tercera generación. Sí, puede que aun tenga primos segundos allí. Y qué?
Eso, en si no significa nada. Millares de personas tienen parientes lejanos en eso países. Pero Zebantinsky ha cambiado de nombre.
Prosiga.
Y si con ello tratase de no llamar la atención? Tal vez tiene allí un primo segundo que se está haciendo demasiado famoso y nuestro Zebantinsky teme que esa relación de parentesco pueda arruinar su carrera.
Pero cambiar de nombre no le resuelve nada. Sigue siendo igualmente su primo segundo.
Desde luego, pero no será como si nos metiese su parentesco por las narices.
Conoce usted algún Zebantinsky de allende el telón?
No, señor.
Entonces, no debe de ser tan famoso como usted dice. Y como iba a conocer su existencia nuestro Zebantinsky?
Tal vez mantiene el contacto con sus parientes. Eso ya daría pábulo a sospechas de por sí, pero recuerde usted que se trata de un físico atómico. Metódicamente, Brand volvió a repasar el expediente científico.
Eso esta muy traído de los pelos, teniente. es algo tan hipotético que no sirve de nada.
Puede usted ofrecer alguna otra explicación, se por, de los motivos que han inducido a efectuar un cambio de nombre tan curioso?
No, no puedo, lo reconozco.
En ese caso, señor , creo que deberíamos investigar. Debemos empezar localizando a todos los Zebantinsky del otro lado del telón y viendo si existe una relación entre ellos y el nuestro.
El Teniente elevó ligeramente la voz al ocurrírsele una nueva idea-. Y si cambiase de nombre para apartar la atención de ellos, con el fin de protegerlos?
Yo diría que hace exactamente lo contrario.
Tal vez no se da cuenta, pero su motivo principal podría ser el deseo de protegerlos. Brand suspiró.
Muy bien, investigaremos eso de los Zebantinsky europeos...-dijo. Pero si no resulta nada de ello, teniente, abandonaremos el asunto. Déjeme el expediente.
Cuando la información llego finalmente al despacho de Brand, este se había olvidado por completo del teniente y de sus especulaciones. Lo primero que se le ocurrió al recibir un montón de datos entre los que se incluían 17 biografías de otros tantos ciu dadanos polacos y rusos que respondían al nombre de Zebantinsky, fue decir: “Qué demonios es esto?”
Entonces lo recordó, juró por lo bajo y empezó a leer. Empezó por los Zebantinsky estadounidenses. Marshall Zebantinsky (huellas dactilares y todo) había nacido en Buffalo, Nueva York (fecha, estadística del hospital). Su padre también había nacido en Buffalo, y su madre en Oswego, Nueva York. Sus abuelos p aternos eran oriundos de la ciudad polaca de Bialytok (Fecha de entrada en los EE.UU., fecha en que fue concedida la ciudadanía estadounidense, fotografías). Los 17 ciudadanos polacos y rusos que se apellidaban Zebantinsky descendían todos de otros Zebantinsky que, cosa de medio siglo antes, habían vivido en Bialystok, o en sus proximidades. Muy posiblemente eran todos parientes, pero eso no se afirmaba explí citamente en ningún caso particular. (Los censos que se habían realizado en Europa Oriental después de la Primera Guerra Mundial dejaba mucho que desear.) Brand repasó las biografías de los Zebantinsky de ambos sexos cuyas vidas no ofrecían nada en particular (era sorprendente lo bien que habían realizado aquel trabajo los servicios de información; sin duda los rusos lo hubieran hecho igualmente bien.)
Pero cuando llego a uno se detuvo y su frente se arrugó, al arquear las cejas. Aparto aquella biografía[] y siguió leyendo las restantes. Cuando termino, las volvió a meter todas en el sobre, a excepción de la que había apartado. Sin dejar de mirarla, tamborileó con sus cuidadas uñas sobre la mesa. Con cierta frecuencia se decidió a llamar al doctor Paul Kristow, de la Comisión de Energía Atómica.
El doctor Kristow escuchó la exposición del asunto con expresión pétrea. De vez en cuando se rascaba la bullosa nariz con el meñique, como si quisiera quitar de ella una mota inexistente, tenía los cabellos de un color grisacerado, muy escasos y cortado s casi al cero. Prácticamente, era como si fuese totalmente calvo.
Cuando su interlocutor había terminado, dijo:
No, no conozco a ningún Zebantinsky ruso. Aunque, por otra partem tampoco había oído mencionar hasta ahora el norteamericano.
Vera usted -dijo Brand, rascándose el cuero cabelludo sobre la sien-. Yo no creo que haya nada de particular en todo eso, pero tampoco deseo abandonarlo demasiado pronto. Tengo a un joven Teniente pisándome los talones, y ya sabe usted como son esos j óvenes oficiales. Sería capaz de presentarse por su cuenta a un Comité del Congreso. Además, la verdad es que uno de los Zebantinsky rusos, Mijaíl Andreyevich Zebantinsky, también es físico nuclear. Esta seguro de que nunca ha oído hablar de él?
Mijaíl Andreyevich Zebantinsky? No....No, nunca. Aunque eso no demuestra nada.
Podría ser una simple coincidencia pero sería una coincidencia demasiado curiosa. Un Zebantinsky aquí y otro Zebantinsky allí, ambos físicos nucleares, y he aquí que uno se cambia de rrepente la inicial de su nombre y demuestra gran ansiedad al hacer lo. Se enfada si lo pronuncian mal, en cuyo caso, dice con énfasis: “Mi nombre se escribe con ‘S’!”. Resulta demasiado raro en verdad, y mi teniente, que ve espías por todas partes, no duerme pensando en ello... Y otra cosa curiosa es que el Zebantinsky r uso se esfumó sin dejar rastro hará cosa de un año.
El doctor Kristow dijo sin inmutarse:
Lo habrán liquidado en una purga.
Es posible. En circunstancias normales, eso es lo que yo supondría aunque los rusos no son más estúpidos que nosotros, y no matan a tontas y a locas a los físicos nucleares. Sin embargo, existe otra razón para explicar la desaparición súbita de un fí sico atómico. No creo que haga falta que se lo diga. Qué le hayan destinado a una misión ultrasecreta? Eso es lo que quiere decir?
Cree usted que podría ser eso?
Júntelo con todo lo demás que sabemos, añádele las sospechas de nuestro teniente, y hay para empezar a cavilar.
Dame esa biografía.
El doctor Kristow tendió la mano para apoderarse de la hoja de papel y la leyó dos veces, moviendo la cabeza. Luego dijo:
Comprobaré todo esto en los Resúmenes Nucleares.
Los resúmenes nucleares ocupaban toda una pared del estudio del doctor Kristow, en hileras cuidadosamente colocadas en cajitas, cada una de las cuales estaba repleta de microfilmes.
El ilustre miembro de la Comisión de Energía Atómica introdujo los índices en el proyector, mientras Brand contemplaba la pantalla haciendo acopio de la paciencia.
El doctor Kristow murmuró al fin:
Sí, un tal Mijaíl Zebatinsky público media docena de artículos, firmados por él o escritos en colaboración, en las revistas soviéticas especializadas de los últimos 6 años.
Buscaremos los resúmenes y tal vez saquemos algo en claro.
Aunque lo dudo.
Un selector hizo salir los microfilmes solicitados. El doctor Kristow los alineó, los pasó por el proyector y poco a poco una expresión de asombro fue pintándose en su semblante. De pronto dijo:
Qué raro!
Raro? Que es raro? - le preguntó Brand.
El doctor Kristow se repantingó en su asiento.
Aun no me atrevo a asegurarlo. Podría proporcionarme una lista de otros físicos nucleares que hayan desaparecido en la Unión soviética en año pasado?
Quiere usted decir que ve algo?
Aun no. No vería nada si no leyese esos artículos por separado.
Pero al verlos en conjunto y al saber que su autor participa posiblemente en un programa de investigación secreto, además de las sospechas que usted ha despertado en mí... - Se encogió de hombros-. En realidad no es nada Muy serio, Brand le dijo:
Le agradecería que me dijese lo que piensa. No se pierde nada en saberlo; aunque sea una tontería, sólo lo sabríamos usted y yo.
En ese caso... Es posible que este Zebatinsky haya conseguido aportar algunas ideas al problema que presenta la reflexión de los rayos gamma.
y eso qué significa?
Se lo voy a decir: si pudiese crearse un escudo que reflejase los rayos gamma, se podrían construir refugios individuales que protegerían contra la radiación secundaria. El verdadero peligro, como usted sabe, es la radiación secundaria. Una bomba de h idrogeno puede aniquilar una ciudad, pero los desechos radioactivos resultantes de la explosión atómica pueden matar lentamente a todo cuanto viva sobre una franja de miles de kilómetros de longitud y de cientos de kilómetros de anchura.
Brand se apresuró a decir:
Realizamos nosotros trabajos en ese sentido?
No.
Pero si ellos lo obtienen y nosotros no, podrían destruir totalmente los EE. UU. por el precio de 10 ciudades de las suyas, digamos, una vez hayan terminado su programa de refugios contra la radiación secundaria.
esa posibilidad es aun muy lejana... No cree usted que estamos haciendo castillos en el aire? Todas esas sospechas se basan en un simple cambio de una letra en el apellido de una persona....
De acuerdo, estoy loco -dijo Brand-. Pero no pienso dejar las cosas así. hemos llegados demasiado lejos. Tendrá usted se lista de físicos nucleares desaparecidos, aunque tenga que ir a buscarla a Moscú. Obtuvo la lista. Kristow y él examinaron todas las comunicaciones científicas y artículos escritos por aquellos hombres. Convocaron una sesión plenaria de la comisión, y luego reunieron a todos los cerebros nucleares de los EE.UU. Por último, el doctor Kristow salió de una sesión que había durado toda la noche, y a parte de la cual había asistido el propio presidente de la Nación. Brand le esperaba a la puerta. Ambos tenían aspecto cansado y ojeroso. El policía le preguntó:
Qué dicen?
Kristow hizo un gesto de asentimiento.
La mayor parte de ellos se muestra de acuerdo. Algunos todavía dudan, pero la mayoría está de acuerdo.
Y usted que dice? Está seguro?
Nada de eso, pero déjeme que le explique. Resulta más fácil creer que los soviéticos trabajan en la creación de un escudo protector contra los rayos gamma, que creer que todos los datos que hemos desenterrado no tienen relación entre sí.
Se ha decidido que nosotros comencemos también las investigaciones sobre la protección contra los rayos gamma?
Sí.
Kristow se pasó la mano sobre el cabello, corto y enhiesto, produciendo un rumor seco, apenas perceptible.
Concentraremos todos nuestros recursos en ella -dijo-. Conociendo los artículos escritos por los desaparecidos, no nos dejaremos que nos tomen mucha ventaja. Incluso podremos alcanzarlos.... Naturalmente, descubrirán que trabajamos en ello.
Que lo descubran -dijo Brand-. No importa. Así no se atreverán a atacar. No veo que sea buen negocio arrasar 10 de nuestras ciudades a cambio de 10 de las suyas..., si ambos contamos con protección y ellos lo saben.
Pero no tan pronto. No queremos que lo averigüen demasiado pronto. Y qué noticias hay del Zebatinsky- Sebatinsky estadounidense? Brand asumió aspecto solemne y movió negativamente la cabeza.
No existe la menor relación entre él y este asunto.... hasta ahora -dijo-.
Pero le aseguro que lo hemos investigado a fondo. Estoy de acuerdo con usted, desde luego. Actualmente se encuentra en un punto neurálgico, y no podemos permitir que siga allí, aunque este libre de sospechas.
No podemos ponerlo bonitamente de patitas en la calle. Si lo hiciésemos, los rusos se extrañarían.
Qué podemos hacer?
Ambos avanzan por el largo pasillo en dirección al distante ascensor... Sus pasos y sus voces resonaban extrañamente en el silencio de las 4 de la madrugada.
El doctor Kristow dijo:
He mirado su hoja de servicios. Ese muchacho vale más que otros muchos; además, no está contento con su trabajo. No le gusta trabajar en equipo.
Qué sugiere usted?
En cambio, es idóneo para el trabajo académico. Si podemos conseguir que una importante universidad le ofrezca una cátedra de física, creo que el aceptaría encantado. Así podría trabajar en investigaciones inofensivas; nosotros podríamos vigilarlo estre chamente, y todo parecería una consecuencia lógica, un progreso merecido en su carrera, que no sorprendería a nadie, y menos a los rusos. Qué le parece? Brand asistió.
Excelente idea. Muy bien. La someteré al jefe.
Se metieron en el ascensor y Brand se puso a pensar en todo ello. Qué final para lo que había empezado con un simple cambio de una letra de apellido!
Marshall Sebatinsky apenas podía hablar. Con voz ahogada, dijo a su esposa:
Te juro que no se como ha podido suceder esto. Hubiera dicho que eran incapaces de diferenciarme de una detector de mesones.... Buen Dios, Sophie, profesor adjunto de Física en Princeton! Te imaginas?
Sophie repuso:
Supones tal vez que se debe a tu charla en una de las reuniones de la Asociación de Física Norteamericana?
No lo se. Mi comunicación era muy seca, y todos los de la sección me gastaron bromas. - Hizo chasquear los dedos-. Por lo visto Princeton ha estado realizando una investigación sobre mí. No hay duda. recuerdas todos esos formularios que he tenido que l lenar durante los últimos 6 mese; todas esas entrevistas que yo no sabían a que conducían? Para serte sincero te diré que empezaba a creer que me consideraban sospechoso de actividades subversivas... pero era Princeton que me estaba estudiando. Meditan bi en lo que hacen.
Y si fuese tu nombre? -apuntó Sophie-. El cambio de nombre, quiero decir.
Verás ahora. Finalmente, mi vida profesional será mía, y de nadie más. Podré seguir mi camino. En cuanto tenga oportunidad de trabajar sin... -Se interrumpió para volverse hacia su esposa-. Mi Nombre! Quieres decir que la “S” que me he puesto?
Sólo te han hecho esta oferta después de cambiar el nombre, tenlo en cuanta....
Sí, pero mucho después. No, esa es una simple coincidencia. Ya te lo dije entonces, Sophie, me limité a tirar 50 dólares por la ventana para complacerte.
Qué estúpido me he sentido durante todos esos meses, empeñándome en imponer a
todo el mundo esa d
ichosa “S”?
Shopie se puso inmediatamente a la defensiva.
Yo no te obligue a hacerlo. Marshall. Sólo te dije, que me gustarías que lo hicieses, pero no insistí. No digas que te obligue. Además, resulta que salió bien. Estoy segura que todo esto se debe al cambio de nombre. Sebatinsky sonrió con indulgencia.
No es más que una superstición.
No me importa como lo llames, pero la verdad es que te has quedado con la “S”.
Pues si, lo reconozco. Me ha costado tanto que todo el mundo se acostumbrase a llamarme Sebatinsky que la simple idea de volver a empezar me asusta. Y si adoptase como nombre.... Jones, por ejemplo?
Lanzó una carcajada casi histérica.
Pero Sophie no se río.
Déjala como esta.
Claro, Claro... no era más que una broma... Mira, te voy a decir lo que pienso hacer. Un día de estos iré a ver al viejo ese y le daré otros cincuenta pavos. Estarás satisfecha entonces?
Se sentía tan optimista que fue la semana siguiente, esta vez sin disfrazarse.
Llevaba sus propias gafas y su traje, y la cabeza descubierta. Incluso tarareaba una cancioncita al aproximarse a la tienda. Tuvo que apartarse a un lado para dejar pasar a una mujer de aspecto fatigado y expresión avinagrada que empujaba un cochecito con 2 niños. Puso la mano en el picaporte y apoya el pulgar en el pestillo de hierro. Este no cedió a la presión ejercida. La puerta estaba cerrada con llave. La amarilla y polvorienta tarjeta que decía “Númerologo” había desaparecido, advirtió de pronto. Otro rótulo, y que ya empezaba a retorcerse y decolorarse por la acción del sol, ostentaba las palabras “SE ALQUILA”. Sebatinsky se encogió de hombros. Que se le iba a hacer. Él había intentado siempre complacer a su esposa.
Así es que dio media vuelta y se fue, silbando entre diente.
Haround, contento de verse libre de su envoltorio corporal, saltaba algremente, y sus vórtices de energía lucían con una apagado resplandor violáceo sobre varios hiperkilometros cúbicos.
He ganado? He ganado? -iba repitiendo.
Mestack estaba algo apartado, y sus vórtices eran casi una esfera de luz en el hiperespacio.
Todavía no le he calculado.
Hazlo, pues. No cambiarás en nada los resultados, por más tiempo que inviertas.... Uf, qué alivio volver de nuevo al seno de la limpia y resplandeciente energía... Necesité un microciclo de tiempo como cuerpo encarnado; además era un cuerpo muy gastad o y viejo. Pero valía la pena hacerlo para demostrártelo.
Mestack dijo:
De acuerdo, reconozco que enviaste una guerra nuclear en ese planeta.
Y no es eso un efecto de clase A?
Sí, desde luego; es un efecto de clase A.
Perfectamente. Ahora comprueba lo que quieras y dime si no conseguí ese efecto de clase A con un estímulo de clase F. Me limite a cambiar una letra de un nombre.
Como?
Oh, nada. Ahí esta todo. Te lo he reparado.
Mestack dijo algo a regañadientes:
Me entrego. Un estímulo de clase F.
Entonces he ganado, tienes que admitirlo.
Ninguno de los 2 podrá decir que ha ganado cuando el Vigilante vea esto.
Haround, que había asumido la apariencia corporal de un anciano númerologo en la Tierra y todavía no había podido acostumbrarse del todo al alivio que le producía no serlo ya, dijo:
No parecías estar muy preocupado por eso cuando hiciste la apuesta.
No creí que fueses capaz de aceptarla.
Entropía! Pero a que preocuparse? El Vigilante no se enterará jamas de que hamos utilizado un estímulo clase F.
Tal vez no, pero sí descubrirá el efecto de Clase A. Esos corpóreos seguirán por ahí después de una docena de microciclos. El Vigilante se dará cuenta.
Lo que pasa, Mestack, es que tú no quieres pagar. Tratas de pasarte de listo.
Pagaré. Pero espera que el Vigilante se entere de que hemos estado ocupándonos de un problema que no nos habían asignado y que hemos efectuado un cambio no autorizado. Eso, si....
Se interrumpió.
Haround replicó:
Bien, dejaré las cosas como estaban. Así no se enterarán. La energía de Mestack asumió un brillo socarrón.
Necesitaras otro estimulo de Case F, si quieres que no se entere.
Haround vaciló:
Puedo hacerlo - dijo.
Lo dudo.
Te aseguro que puedo.
Quieres que hagamos otra apuesta?
Las radiaciones de Mestack se hacían jubilosas.
Aceptado -dijo Haround, acorralado-. Pondré aquellos corpóreos donde estaban y el vigilante no se dará cuenta de nada. Mestack saco partido a su ventaja.
Anulemos la primera apuesta, pues, y tripliquemos la segunda.
A Haround se le contagió el entusiasmo del otro.
Muy bien, de acuerdo -convino-. Triplicado.
Hecho pues!
Hecho!
FIN