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abril 08, 2010
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Inglaterra, 1445
— Se marcha tu hija o me voy yo — dijo hoscamente Helen Neville, las manos en jarras, la mirada clavada en su esposo Gilbert. El estaba cómodamente instalado en el acol-chado asiento de la ventana, el sol atravesando las persianas de madera pintadas de azul de la vieja ventana de piedra. Estaba rascando las orejas de su sabueso favorito, y saboreaba apetitosos trocitos de carne molida.
Como de costumbre, Gilbert no respondió a su reclamo y ella cerró los puños, irritada. Gilbert tenía doce años más y era el hombre más perezoso que Helen había conocido. Pese a que dedicaba todos su tiempo a la equitación, siguiendo la pista de un halcón, su vientre era voluminoso y aumentaba día tras día. Por supuesto, ella lo desposó por su dinero, por su vajilla de oro, sus miles de hectáreas de tierra, sus ocho castillos (dos de los cuales él jamás había visto), sus caballos y su ejército de hombres, los hermosos vestidos que él podía ofrecerle a ella y sus dos hijas. Helen había leído una lista de las propiedades de Gilbert Neville y contestado afirmativamente a la propuesta de matrimonio sin pedir siquiera una entrevista con el candidato.
Y ahora, un año después del casamiento, Helen se preguntaba: Si hubiese conocido a Gilbert y advertido su haraganería, ¿se habría preguntado quién administraba sus propiedades? ¿Contaba con los servicios de un mayordomo de jerarquía superior? Sabía que él, tenía sólo una hija legítima, una joven pálida, de actitud tímida, que no le había dicho una palabra a Helen antes del matrimonio; pero quizá Gilbert tenía un vástago ilegítimo que administraba sus posesiones.
Después que se casaron, Helen supo que tenía un marido tan perezoso en la cama como fuera de ella y descubrió quién administraba las propiedades de los Neville.
¡Liana! Helen deseaba no haber oído jamás ese nombre. Esa hija de Gilbert, de aspecto tierno y actitud tímida, era el demonio disfrazado. Liana, como su madre antes que ella, lo dirigía todo. Ocupaba un lugar frente a la mesa del mayordomo, mientras los campesinos pagaban su rentas anuales. Recorría a caballo la campiña, vigilaba los campos y ordenaba la reparación de los techos rotos. Liana determinaba cuándo un castillo se había convertido en un lugar excesivamente sucio y las cosechas eran muy escasas, de modo que los arrendatarios recibían la orden de desalojarlo. Durante el último año Helen tres veces se había enterado de situaciones semejantes, al ver que una criada preparaba su equipaje.
De nada había servido explicar a Gilbert o a Liana que ella, era ahora la señora de la propiedad, y que la joven debía renunciar a su poder en favor de su madrastra. Ambos se limitaron a mirar con curiosidad a Helen, como si una de las gárgolas de piedra de la fuente hubiera comenzado a hablar; después, Liana había retornado a sus tareas como administradora y Gilbert a su eterna pereza.
Helen intentó hacerse cargo por propia iniciativa y durante un tiempo creyó que tenía éxito, hasta que descubrió que cada criado pedía la confirmación de Liana antes de ejecutar una orden.
Al principio, las quejas de Helen a Gilbert fueron moderadas, y generalmente después que ella lo había complacido en el lecho.
Gilbert le prestó escasa atención.
— Deja que Liana haga lo que le plazca, no puedes impedirlo. Sería imposible detenerla, como tampoco a su madre, como no se podría impedir la caída de un peñasco. Era y es mejor apartarse de su camino.
Después, continuó durmiendo, pero Helen permaneció despierta la noche entera, su cuerpo ardiendo de cólera.
Por la mañana había decidido que también ella sería un peñasco. Tenía más años que Liana, y si era necesario podía demostrar mucho más astucia. Después del fallecimiento de su primer esposo, y de que su hermano menor heredara la propiedad, Helen y sus dos hijitas habían sido apartadas por su cuñada. Helen tuvo que soportar que las tareas que otrora estuvieron bajo su responsabilidad quedaran a cargo de una mujer más joven y mucho menos competente. Cuando llegó la propuesta de Gilbert Neville, Helen se arrojó sin vacilar sobre la oportunidad de volver a tener su propio hogar, su propia casa. Pero ahora lo usur-paba una joven menuda y pálida, que hubiera debido casarse y abandonar el hogar de su padre varios años antes.
Helen trató de hablar con Liana, explicarle los placeres que podía hallar en la compañía de su propio esposo, sus hijos y su casa.
Liana la había mirado con esos grandes ojos azules y parpadeantes, parecía tan sumisa como un ángel de los que adornaban el techo de la capilla.
— Pero, ¿quién atenderá las propiedades de mi padre? — se limitó a preguntar.
Helen rechinó los dientes.
— Yo soy la esposa de tu padre. Haré lo que sea necesario.
Liana entrecerró los ojos y contempló el suntuoso vestido de Helen, con su larga cola y el profundo escote adelante y atrás, que dejaba al descubierto una parte considerable de los hermosos hombros, el tocado con sus acolchados y sus profusos bordados y sonrió.
— El sol la quemaría si usara eso.
Helen trató de defenderse.
— Me vestiría apropiadamente. Estoy segura que puedo montar tan bien como tú. Liana, no está bien que continúes en la casa de tu padre, tienes casi veinte años. Deberías tener tu propio hogar, tu propio...
— Sí, sí — dijo Liana— . Sin duda tiene razón, pero ahora tengo que irme. Anoche hubo un incendio en la aldea, y debo examinar los daños.
Y Helen permaneció allí, el rostro enrojecido, el humor sombrío. ¿De qué le servía ser la esposa de unos de los hombres más ricos de Inglaterra, vivir en diferentes castillos donde las riquezas sobrepasaban todo lo que jamás ella había creído posible? De todas las paredes colgaban gruesos y coloridos tapices, todos los techos estaban pintados con escenas bíblicas; y cada cama, cada mesa y cada silla estaba revestida con lienzos bordados. Liana había organizado un cuarto para las mujeres que se dedicaban exclusiva-mente a tejer los tapices. La comida era excelente, pues atraía a los buenos cocineros con excelentes sueldos, regalando a sus esposas vestidos ribeteados de piel. Las letrinas, el foso, los establos, el patio siempre estaban limpios, porque a Liana le agradaba la pulcritud.
Helen pensó: Liana, Liana, y se llevó los puños a las sienes. Para los criados se trataba siempre de lo que lady Liana deseaba, lo que lady Liana había ordenado, o incluso lo que estableció la primera esposa de Gilbert. A juzgar por el poder que ejercía en la administración de las propiedades de Neville, se hubiera dicho que Helen no existía.
Pero cuando sus dos hijitas comenzaron a citar las palabras de Liana, la cólera de la madre alcanzó el nivel máximo. La pequeña Elizabeth había pedido su propio pony, Helen sonrió y contestó que lo tendría. La niña se limitó a mirarla y dijo: Se lo pediré a Liana y salió corriendo.
Este incidente determinó que Helen presentase ahora un ultimátum a su esposo.
— Soy menos que nada en esta casa — dijo a Gilbert. No se molestó en bajar la voz, pese a que sabía bien que los criados que estaban alrededor la escuchaban. Eran los sir-vientes de Liana, hombres y mujeres bien entrenados y obedientes, que conocían la generosidad tanto como la cólera de su joven ama y que si era necesario estaban dispuestos a dar la vida por ella.
— O se marcha tu hija o me voy yo — repitió Helen.
Gilbert examinó la bandeja de alimentos que tenían la forma de los doce apóstoles. Eligió a San Pablo, y se lo metió en la boca.
— ¿Y qué debo hacer con ella? — preguntó perezosamente. No había muchas cosas en la Tierra que pudiesen excitar el interés de Gilbert Neville. La comodidad, un eficaz halcón, un ágil sabueso, la buena comida y la paz eran todo lo que pedía de la vida. No tenía idea de lo que su primera esposa hiciera para acrecentar la riqueza que su padre le había dejado ni de la enorme dote que ella aportó al matrimonio; tampoco sabía lo que su hija hacía. Según él veía las cosas, las propiedades se administraban solas. Los campesinos trabajaban la tierra; la nobleza cazaba; el rey dictaba las leyes. Y al parecer, las mujeres reñían.
Había visto a la bella y joven viuda Helen Peverill cuando ella atravesaba a caballo las tierras de su fallecido esposo. Los cabellos negros le caían sobre la espalda, el busto generoso casi desbordaba el vestido y el viento pegaba las faldas a los muslos fuertes y sanos. Gilbert sintió un desusado acceso de sensualidad y comentó a su cuñado que le habría agradado desposar a Helen. Después, Gilbert no hizo mucho, hasta que Liana le dijo que había llegado el momento de las nupcias. Luego de una lasciva noche de bodas, Gilbert se sintió satisfecho con Helen y esperó que ella fuese a hacer lo que las mujeres hacían a lo largo del día, pero no fue así. Ella había comenzado a renegar y regañar y nada menos que a propósito de Liana, que era una niña tan tierna y bonita, siempre ocupándose de que los músicos ejecutasen las canciones que agradaban a Gilbert y ordenando a las criadas que le trajesen comida, y durante las largas noches invernales relatando cuentos para entretenerlo.
No podía comprender por qué Helen deseaba que Liana se marchase. Era tan discreta, que uno apenas advertía que la joven estaba cerca.
— Imagino que Liana puede tener un marido si lo desea — dijo Gilbert, bostezando. Creía que la gente hacía lo que deseaba. Suponía que los hombres trabajaban en los campos de sol a sol porque eso era lo que preferían.
Helen trató de serenarse.
— Por supuesto, Liana no quiere tener un esposo. ¿Por qué habría de desear que un hombre le dijera lo que debe hacer, cuando aquí goza de libertad absoluta y ejerce un poder absoluto? Si yo hubiese tenido ese ascendiente en el hogar de mi finado esposo, jamás me habría marchado. — Elevó las manos en un gesto de cólera impotente.— ¡Ejercer poder, y que no haya que atender a un hombre! La vida de Liana es el cielo en la Tierra. Jamás saldrá de aquí.
Aunque Gilbert no comprendía las quejas de Helen, sus gritos comenzaron a molestarlo.
— Hablaré con Liana y veré si le interesa alguien como marido.
— Tendrás que ordenarle que se case — dijo Helen— . Tienes que elegirle un candidato y decirle que lo despose.
Gilbert miró a su sabueso y sonrió al recordar.
— Una vez contrarié a la madre de Liana... una sola vez. No quiero cometer el mismo error y contrariar a su hija.
— Si no consigues que salga de mi casa, lamentarás haber provocado mi contrariedad — dijo Helen, antes de volverse y salir de la habitación.
Gilbert rascó las orejas de su sabueso. Esta nueva esposa era lo que un cachorro con un león comparada con la primera. A decir verdad, no podía entender por qué Helen estaba enojada. Jamás se le había pasado por la mente que una persona podía desear realmente responsabilidades. Eligió una figura de San Marcos y se la comió con gesto caviloso. Recordó con imprecisión que alguien le había advertido que no era bueno tener dos mujeres bajo el mismo techo. Quizá convendría hablar con Liana y ver qué opinaba de esa idea del casamiento. Si Helen cumplía su amenaza y se trasladaba a otra propiedad, la extrañaría en el lecho. Pero si su hija en efecto se casaba, tal vez lo hiciera con alguien que era dueño de buenos halcones de cría.
— Bien — dijo en voz baja Liana— , mi estimada madrastra quiere expulsarme de mi propio hogar, de la casa agrandada y enriquecida gracias a mi madre, de la propiedad que yo administré durante tres años.
Gilbert pensó que la cabeza comenzaba a dolerle. Helen lo había regañado la víspera horas y horas. Al parecer, Liana ordenó que se construyesen nuevos cottages en el pueblo amurallado que estaba al pie del castillo y Helen se horrorizó porque la joven proyectaba emplear el dinero de los Neville para pagar estos cottages, en lugar de dejar a los campesinos la tarea de solventar los gastos. Helen se había enojado tanto y había pegado alaridos tan estridentes que los seis halcones de Gilbert salieron volando de sus perchas en dirección a las vigas. Estaban encapuchados para mantenerlos tranquilos y el vuelo a ciegas, por impulso del pánico, causó que un ave se quebrase el cuello. Gilbert comprendió que era necesario hacer algo; no soportaba la idea de perder otro de sus amados halcones.
Su primera idea fue revestir de armaduras a las dos mujeres y que combatiesen para determinar quién continuaba en la casa y quién se marchaba; pero ambas tenían armas más duras que el acero: las palabras.
— Me parece que Helen cree que serás... bien... que te sentirás más feliz en tu propia casa, con tu marido y unos niños.
Gilbert no imaginaba la posibilidad de ser más feliz que en la propiedad de los Neville, pero, ¿quién sabía cómo reaccionaban las mujeres?
Liana se acercó a la ventana y miró más allá del patio interior, de los espesos paredones del castillo, allá abajo, hacia el pueblo rodeado de murallas. Era nada más que una de las propiedades de su familia, sólo una de las muchas que ella administraba. Su madre había dedicado largos años a enseñar a Liana el modo de tratar a la gente, verificar las anotaciones del mayordomo y obtener anualmente una ganancia que podía usarse para comprar más tierra.
Liana se había encolerizado cuando su padre dijo que proyectaba desposar a una viuda joven y bonita porque no le agradaba la idea de que otra mujer intentase ocupar el lugar de su madre, y tuvo el presentimiento de que habría dificultades; pero Gilbert Neville poseía su propia veta de obstinación y sinceramente creía que debía permitírsele hacer su voluntad cuándo y dónde se le antojara. En general, Liana se sentía complacida porque él no era uno de esos hombres que pensaban únicamente en la guerra y las armas. Se dedicaba a sus sabuesos y sus halcones, y dejó los asuntos más importantes en manos primero de su esposa y después de su hija.
Hasta ahora, pues estaba casado con la vanidosa Helen, cuya preocupación principal era la ganancia para comprar más y más lujosas ropas y que tenía cinco mujeres que dedicaban largas jornadas a coser sus vestidos. Una mujer se limitaba exclusivamente a pegar las perlas naturales que adornaban los atuendos. Sólo el último mes, Helen había adquirido veinticuatro pieles, y unas semanas antes compró pieles de armiño sin prestar al asunto más atención que si se hubiese tratado de una canasta de trigo. Liana sabía que si traspasaba a Helen la administración de las propiedades, su madrastra explotaría a los campesinos aunque fuera sólo para tener otro cinturón de oro con diamantes.
— ¿Bien? — preguntó Gilbert, que estaba detrás de Liana.
Pensó: ¡Las mujeres! Si no conseguía una respuesta de su hija no podría salir a cazar ese día. Según estaba comportándose Helen, quizá montase un caballo y lo siguiera, nada más que para continuar regañándole.
Liana se volvió hacia su padre.
— Di a mi madre que me casaré si encuentro un hombre conveniente.
Gilbert pareció aliviado.
— Eso parece bastante justo. Se lo diré, y se sentirá feliz.
Comenzó a caminar hacia la puerta, pero de pronto se detuvo, la mano sobre el hombro de su hija en una desusada muestra de afecto. Gilbert no era un hombre que pres-tase atención al pasado, pero en este momento deseaba no haber conocido a Helen y no haberse casado con ella. Nunca advirtió qué cómodo estaba con su hija, que atendía las sencillas necesidades de su padre y de tanto en tanto una criada se ocupaba de sus necesidades más carnales. Se encogió de hombros. Era inútil lamentarse por lo que no podría cambiar.
— Encontraremos un joven ardiente que te dará una docena de hijos para entretenerte — dijo y salió de la habitación.
Liana se dejó caer sobre el colchón de plumas de su cama y con un gesto de la mano ordenó a la criada que saliera de la habitación. Elevó las manos y vio que le temblaban. Cierta vez había enfrentado a una multitud de campesinos armados con hoces y hachas, con la sola compañía de tres criadas aterrorizadas; sin embargo, mantuvo erguida la cabeza y distraída la atención de la chusma, pues les había entregado los alimentos que tenía en la casa y dado trabajo en su tierra. También luchó con soldados borrachos y cierta vez evitó que un pretendiente demasiado entusiasta la violase. Si pudo evitar un desastre tras otro, fue gracias a su serenidad, su seguridad y su paz mental.
Pero la idea del matrimonio la aterrorizaba. No se trataba sólo de temor, sino de un terror profundo y oscuro. Dos años atrás había visto a su prima Margaret casada con un hombre elegido por el padre de la muchacha. Antes del matrimonio escribió sonetos de amor dirigidos a la belleza de Margaret quien solía decir que su inminente matrimonio era una unión de amor y que ansiaba que llegase el momento de iniciar su vida con ese hombre amado.
Después del matrimonio, el hombre mostró su verdadera personalidad. Vendió la mayor parte de la inmensa dote de Margaret para pagar sus deudas, la abandonó en un castillo antiguo, ruinoso y frío, con unos pocos criados y se dirigió a la corte, donde gastó la mayor parte del resto de la dote de la joven en joyas destinadas a sus muchas prostitutas de alcurnia.
Liana sabía que era muy afortunada porque podía dedicarse a administrar las propiedades de su padre. Reconocía que una mujer carecía de poder a menos que se lo otorgase un hombre. Algunos habían estado solicitando su mano desde que ella tenía cuatro años. Estuvo comprometida una vez, a los ocho años, pero el joven falleció antes de que ella cumpliera los diez. Después, su padre jamás se había molestado en aceptar otras ofertas y así Liana pudo evitar discretamente el matrimonio. Cuando un pretendiente insistía en su petición, todo lo que Liana hacía era recordar a Gilbert el caos que ese matrimonio provocaría; y así, su padre rechazaba el ofrecimiento.
Pero ahora esta codiciosa Helen estaba interfiriendo. Liana contemplaba la posibilidad de transferir la administración de las propiedades a su madrastra y retirarse al castillo de Gales. Sí, ese sería un lugar bastante alejado. Podría vivir allí en la intimidad y pronto tanto Helen como su propio padre olvidarían que existía.
Liana se puso de pie, los puños cerrados contra los costados del cuerpo, el sencillo vestido de terciopelo sin adornos rozando el piso de mosaicos. Helen jamás le permitiría vivir en paz, la perseguiría hasta los confines de la Tierra para asegurarse de que su hijastra se sintiera tan desdichada como al parecer era el caso de todas las mujeres casadas.
Liana tomó su espejo de mano de una mesita puesta junto a la ventana y contempló su propia imagen. A pesar de todos los poemas de amor que habían escrito algunos jóvenes entusiastas que deseaban desposarla, no obstante las canciones que los trovadores trashumantes (que ella misma pagaba) habían entonado no creía ser bella. Se veía demasiado pálida, demasiado rubia, demasiado... demasiado inocente para ser una belleza. Helen era hermosa, con sus penetrantes ojos oscuros que sugerían a todos que ella guardaba secretos, con su modo intenso de mirar a los hombres. Liana a veces pensaba que la razón por la cual podía controlar tan fácilmente a los criados era su propia falta de sexualidad. Cuando Helen atravesaba el patio, los hombres interrumpían lo que estaban haciendo y la miraban, pero se llevaban la mano a la frente en actitud de respeto hacia Liana, no se detenían a mirarla ni sonreían ni se codeaban unos a otros cuando ella pasaba.
Se acercó a la ventana y miró hacia el patio. El ayudante del herrero bromeaba con una bonita lechera y las manos del muchacho buscaban el cuerpo redondo y bien formado de la joven.
Liana se apartó, pues el espectáculo le parecía demasiado doloroso. Ella jamás sería perseguida por un joven. Jamás podría descubrir si un joven deseaba perseguirla. Los servidores de su padre siempre la tratarían con el respeto debido a su jerarquía y al hablarle la llamarían "mi señora". Los pretendientes harían los mayores esfuerzos para obtener su mano porque les interesaba apoderarse de la dote. Poco habría importado que ella fuese jorobada o tuviese tres ojos; incluso así le prodigarían floridos cumplidos y formularían exaltados elogios a su belleza. Cierta vez un caballero le había enviado un poema acerca de sus pies bien formados. ¡Cómo, si jamás los había visto!
— Mi señora.
Volvió la mirada hacia su doncella Joice, que estaba de pie en el umbral y que era lo más cercano a una amiga que Liana tenía. Contaba sólo diez años más que ella, y por eso mismo era casi una hermana. Su madre había empleado a Joice con el fin de que cuidase de Liana cuando ésta era apenas una niña y la propia Joice era también poco más que una adolescente. La madre había enseñado a su hija a administrar las propiedades, pero cuando Liana tenía una pesadilla, era Joice quien la reconfortaba y acompañaba en el curso de sus enfermedades infantiles, enseñándole cosas que no eran precisamente los detalles de la administración de las propiedades. Joice le había explicado cómo nacían los niños, y lo que deseaba hacer el hombre que intentara violarla.
— Mi señora — dijo Joice, que siempre ponía cuidado en mostrar respeto hacia su joven pupila. Liana podía permitirse adoptar una actitud amistosa, pero Joice tenía con-ciencia del lugar que ocupaba, sabía que algún día podía encontrarse sin un techo sobre la cabeza ni comida sobre la mesa. No se apresuraba a formular consejos que podían ser indeseados.
— Hay una riña en la cocina y...
— Joice, ¿te agrada tu marido?
La criada vaciló antes de contestar. El castillo entero sabía lo que lady Helen exigía y la gente estaba convencida de que si Liana se marchaba, las propiedades de Neville se verían arruinadas a lo sumo en seis años.
— Sí, mi señora, me agrada.
— ¿Lo elegiste o tuviste que aceptarlo?
— Lady Neville lo eligió, creo que quiso complacerme de modo que me encontré casada con un hombre joven y sano y he llegado a amarlo.
Liana la miró con atención.
— ¿De veras?
— Oh, sí, mi señora, eso sucede a menudo. — Joice sintió que en este tema pisaba terreno firme. Todas las mujeres abrigaban sentimientos de temor antes del matrimonio.— Cuando una pasa junto al hombre las largas noches de invierno, el amor es la consecuencia frecuente.
Liana apartó la mirada. Pensó: Si una pasa el tiempo junto al hombre. Si el marido codicioso no la rechaza. Volvió los ojos hacia su criada.
— Joice, ¿soy bonita? Quiero decir, ¿tan bonita que un hombre sienta interés por mí y no por todo esto?
Con un gesto del brazo indicó el lecho con el dosel de seda, el tapiz que cubría la pared norte, los objetos de plata sobre la mesa de tocador, los muebles de roble tallado.
— Oh, sí, mi señora — contestó prontamente Joice— . Es muy bonita, en realidad es bella. Ningún hombre, encumbrado o humilde, podría resistirse. Sus cabellos...
Liana interrumpió a la mujer con un gesto de la mano.
— Veamos ese asunto de la riña en la cocina.
No pudo evitar un acento desalentado en la voz.
2
¡Seis meses! — gritó Helen a su marido— . ¡A lo largo de seis meses esa hija tuya estuvo encontrando defectos en los hombres! Ninguno le parece "apropiado". Te digo que si en un mes más no ha salido de aquí, me iré con ese hijo que llevo en mi seno y jamás volveré.
Gilbert miró por la ventana la lluvia que caía y maldijo a Dios, que le enviaba dos semanas de mal tiempo y que además había creado a las mujeres. Observó que Helen se acomodaba mejor en la silla con la ayuda de dos criadas. Según el modo como se quejaba, parecía que ninguna mujer había sufrido antes un embarazo; pero lo que lo sorprendía era su propia complacencia ante la perspectiva de otro hijo y la posibilidad de tener al fin un varón. Las palabras y el tono de Helen lo irritaban, pero estaba dispuesto a hacer todo lo que ella quisiera, por lo menos hasta que su hijo naciese y estuviese sano y bueno.
— Le hablaré — dijo Gilbert con voz sorda, temeroso de otra escena con su hija. Pero ahora comprendía que una de las dos tendría que marcharse y como Helen era capaz de producir hijos, Liana debía ser la que se alejase.
Un criado encontró a Liana y el padre se reunió con ella en una de las habitaciones de huéspedes frente al solar.
Gilbert abrigaba la esperanza de que la lluvia cesara pronto y él pudiera salir de nuevo con sus halcones, en lugar de continuar lidiando con ese desagradable asunto.
— ¿Sí, padre? — preguntó Liana desde la puerta.
Gilbert la miró y vaciló un momento. Se parecía tanto a su madre, y a toda costa él deseaba abstenerse de ofenderla.
— Muchos hombres vinieron a visitarnos desde que tu madre...
— Mi madrastra — lo corrigió Liana— . Desde que mi madrastra anunció al mundo que yo estaba pronta para la venta y era una perra en celo que necesitaba el servicio de un macho. Sí, muchos hombres vinieron a ver nuestros caballos, nuestro oro, nuestras tierras, y también, como de pasada, a la fea hija de Neville.
Gilbert se sentó. Rogaba al cielo que no existieran las mujeres. La única hembra admitida sería la del halcón, ni siquiera aceptaría yeguas o perras.
— Liana — dijo con expresión fatigada— eres tan bonita como tu madre y si me veo obligado a soportar una cena más en compañía de hombres que te explican minuciosamente qué notable es tu belleza renunciaré para siempre a la comida. Es posible que mañana ordene que me sirvan la mesa en los establos. Por lo menos los caballos no se dedican a explicarme qué blanca es la piel de mi hija, qué radiante sus ojos, qué áureos sus cabellos, qué sonrosados sus labios.
Liana no respondió con una sonrisa.
— Entonces, ¿tengo que elegir a uno de esos mentirosos? ¿Estoy obligada a vivir como la prima Margaret, mientras mi marido se gasta la dote?
— El hombre con quien Margaret se casó era un estúpido, y se lo hubiera podido advertir. Canceló una cacería para entretenerse con la esposa de otro hombre.
— Entonces, ¿debo unirme con un hombre que prefiere la cacería? ¿Esa es la solución? Quizá deberíamos organizar un torneo de cetrería, y el que fuese dueño del halcón más eficaz me recibe como premio de sus esfuerzos. Eso es mucho más sensato que todo el resto.
A Gilbert le agradaba bastante la idea, pero con sensatez, se abstuvo de decirlo.
— Veamos un poco, Liana. Algunos de los hombres que vinieron de visita me agradaron. ¿Qué me dices de ese William Aye? Es un individuo apuesto.
— Todas mis criadas opinaron lo mismo. Padre, ese hombre es un estúpido. Traté de hablarle de la estirpe de los caballos que tiene en sus establos y no tenía idea del asunto.
Gilbert se sintió impresionado ante la revelación. Un caballero debía conocer sus propios caballos.
— ¿Y qué me dices de sir Robert Fitzwaren? Me pareció bastante inteligente.
— Aseguró a todos que era inteligente. También que era resuelto y fuerte y valiente. De acuerdo con sus palabras, ha vencido en todos los torneos en los que participó.
— Sin embargo, oí que fue desmontado cuatro veces el año pasado en...
— Comprendo lo que quieres decir. Los fanfarrones pueden ser fatigosos.
A Gilbert se le iluminó la mirada.
— ¿Qué opinas de lord Stephen, el hijo de Whitington? Ahí tienes un hombre hecho y derecho para ti. Es apuesto, rico y sano y también inteligente. El muchacho sabe manejar un caballo y un halcón. — Gilbert sonrió.— Y creo que sabe algo de las mujeres. Incluso vi que estuvo leyéndote algo.
A juicio de Gilbert, el conocimiento de la lectura era una carga innecesaria para una persona.
Liana recordó los cabellos castaños de lord Stephen, sus alegres ojos azules, la habilidad con el laúd, el modo de controlar un caballo brioso y cómo le había leído fragmentos de Platón. Era encantador con todos los que lo conocían y en la casa la gente lo adoraba. Había dicho a Liana no sólo que era hermosa y ciertamente, en un corredor oscuro la había abrazado y la besó hasta que a ella se le cortó el aliento y después murmuró: Me agradaría llevarte conmigo a la cama.
Lord Stephen era perfecto. Impecable. Sin embargo, había algo... Tal vez el modo de mirar los vasos de oro alineados sobre el reborde de la chimenea en el solar o la mirada dura que clavaba en el collar de diamantes de Helen. Había en él algo que no le inspiraba confianza pero Liana no podía decir qué era. No cabía afirmar que estaba mal que él se interesara en la riqueza de los Neville; pero Liana habría deseado ver un poco más de sensualidad en sus ojos, un deseo más vivo por su persona y no por su riqueza.
— ¿Bien? — insistió Gilbert— . ¿Puedes señalar algún defecto del joven Stephen?
— En realidad, nada — dijo Liana— . El...
— Magnífico, entonces el problema está resuelto. Informaré a Helen y ella puede comenzar a organizar la boda. Así se sentirá complacida.
Gilbert se separó de Liana y ella se sentó sobre la cama; el cuerpo le pesaba como si estuviese hecho de plomo. Asunto concluido, tendría que casarse con lord Stephen Whitington. Pasar el resto de su vida con un hombre a quien aún no conocía y que ejercería un poder absoluto sobre ella. Podría golpearla, encarcelarla, reducirla a la miseria y haría todo eso con un derecho perfecto y legal.
— Mi señora — dijo Joice desde la puerta— , el mayordomo pide verla.
Liana volvió los ojos hacia la criada y durante un momento parpadeó sin ver.
— ¿Mi señora?
— Ensilla mi caballo — dijo Liana y pensó: Maldito sea el mayordomo. Ansiaba una buena cabalgata, con el caballo moviéndose brioso bajo su cuerpo. Quizá si hacía bastante ejercicio podría olvidar lo que le esperaba.
Rogan, el mayor de lo que restaba de la familia Peregrine, se puso en cuclillas y contempló el castillo que se elevaba en el horizonte. Sus oscuros ojos estaban cargados de pensamientos y de temor. Hubiera preferido afrontar un combate que lo que lo esperaba hoy.
— Postergar la cosa no conseguirá que sea más fácil — dijo detrás su hermano Severn.
Los dos eran altos y de anchas espaldas, como el padre. Pero Rogan había heredado de él un mechón rojo entre los cabellos oscuros y en cambio Severn, que había nacido de otra madre, tenia rasgos faciales más delicados y los cabellos veteados de oro. Este último también se impacientaba con más facilidad y ahora estaba inquieto ante la inmovilidad de su hermano mayor.
— Ella no será como Jeanne — argumentó Severn y detrás los veinte caballeros cesaron de moverse y contuvieron la respiración. Incluso Severn cesó de respirar un mo-mento, temeroso de haberse excedido.
Rogan oyó a su hermano pero no expresó el sentimiento que lo recorrió al escuchar el nombre de Jeanne. No temía a la guerra; no temía enfrentarse con los animales; tampoco a la muerte, pero la idea del matrimonio lo inducía a vacilar.
Abajo corría un hondo arroyo y Rogan casi podía sentir el agua fría en su cuerpo. Se incorporó y se acercó a su caballo.
— Regresaré — dijo a su hermano.
— ¡Un momento! — le reprochó Severn, aferrando las riendas— . ¿Tendremos que permanecer aquí y esperar mientras tú decides si posees o no valor suficiente para visitar a una jovencita?
Rogan no se molestó en responder y en cambio miró a su hermano con dureza.
Severn soltó la rienda. A veces, éste pensaba que Rogan con esos ojos podía derribar muros de piedra. Aunque había pasado la vida entera con este hermano mayor, Severn sentía que sabía muy poco de él; Rogan no era un hombre que revelase mucho de sí. En su juventud, cuando esa perra de Jeanne lo había traicionado de un modo tan público, Rogan se había encerrado en sí mismo y en los diez años transcurridos desde aquella ocasión nadie había podido penetrar su coraza externa de dureza.
— Esperaremos — dijo Severn, apartándose y dando paso a Rogan.
Cuando Rogan se marchó, uno de los caballeros que estaba cerca de Severn gruñó.
— A veces, una mujer cambia a un hombre — dijo.
— No es el caso de mi hermano — se apresuró a responder Severn— . No existe la mujer que tenga fuerza suficiente para cambiarlo. — Su voz trasuntaba orgullo. El mundo alrededor de ellos podía transformarse de un día para otro, pero Rogan sabía lo que deseaba y cómo conseguirlo — ¿Qué una mujer modifique a mi hermano? — preguntó iróni-camente.
Los hombres sonrieron ante la imposibilidad de semejante idea.
Rogan descendió la ladera de la colina y después durante un rato a lo largo del arroyo. No estaba seguro de lo que deseaba hacer; sólo ansiaba retrasar el momento en que tuviese que acercarse a la heredera de los Neville. Le repelía lo que un hombre tenía que hacer por dinero. Cuando se enteró de que la heredera estaba en venta, por así decirlo, habla dicho a Severn que fuese a buscarla y que la trajera con sus carromatos de riquezas muebles y los títulos de algunas de las propiedades del padre. O mejor todavía, que regresara sólo con el oro y los documentos, y dejase atrás a la mujer. Severn le respondió que un hombre tan rico como Gilbert Neville sólo aceptaría al mayor de los Peregrine, al hombre que llegaría a ser duque apenas los Peregrine eliminaran a los Howard de la faz de la Tierra.
Como de costumbre, el cuerpo de Rogan se endureció de odio, lo que solía sucederle cuando pensaba en los Howard, que eran la causa de todo lo malo que habían sufrido los Peregrine durante tres generaciones. Eran la razón por la cual él ahora tenía que desposar a una heredera solterona, la causa por la cual ahora no estaba en su hogar — en el auténtico de los Peregrine, la residencia que los Howard habían robado. Le usurparon su primogenitura, su hogar e incluso su esposa.
Y Rogan se dijo que el matrimonio con esta heredera podía acercarlo un paso más a la recuperación de lo que le pertenecía por derecho propio.
Había un claro entre los árboles y el arroyo formaba una curva y allí se veía un hermoso estanque rodeado de piedras. Obedeciendo a un impulso, Rogan desmontó, y co-menzó a despojarse de las ropas, desvistiéndose hasta el taparrabos asegurado a la cintura. Entró en el agua helada y comenzó a nadar con toda la intensidad y la rapidez de las que era capaz. Lo que necesitaba era una cacería intensa y prolongada para gastar la energía acumulada en su cuerpo; pero la natación podía ser un recurso igualmente eficaz.
Nadó casi una hora y salió del estanque, jadeando a causa del esfuerzo. Se acostó sobre un retazo de suave pasto verde, a la luz del sol y pronto se durmió.
Durmió tan profundamente que no oyó la contenida exclamación de la mujer que se acercó al estanque en busca de agua. Tampoco advirtió que la joven retrocedía hacia la protección de los árboles y lo observaba.
Liana cabalgó espoleando enérgicamente su montura y así consiguió distanciarse del caballero de su padre, que intentaba mantener el paso. Los hombres de Gilbert comían en lugar de entrenarse, y ella conocía los senderos de la región mejor que su acompañante; era fácil escapar de ellos. Cuando pudo alejarse se dirigió al estanque que se encontraba al norte del castillo. Allí estaría sola y podría pensar en su inminente matrimonio.
Estaba todavía a cierta distancia del lugar cuando vio entre los árboles una especie de mancha roja. Allí había alguien. Liana maldijo su suerte y maldijo su tontería, que la indujo a separarse de su acompañante. Detuvo su caballo, lo ató a un árbol y avanzó en silencio hacia el estanque.
El rojo correspondía al vestido de la esposa de un campesino que vivía en el pueblo y tenía tres pequeños campos más allá de las murallas. Liana vio que la mujer estaba de pie, absolutamente inmóvil y tan absorta en lo que miraba que no oyó que ella se aproximaba. Movida por la curiosidad, ésta comenzó a avanzar en silencio.
— ¡Mi señora! — exclamó la joven— . Yo... vine a buscar un poco de agua.
Su nerviosismo acentuó la curiosidad de Liana
— ¿Qué estabas mirando?
— Nada importante, debo irme, mis hijos me necesitan.
— ¿Ibas lejos del estanque con el jarro vacío? –Liana pasó junto a la mujer, miró entre los arbustos e inmediatamente vio lo que había atraído la atención a la campesina. Acostado sobre el pasto, iluminado por el sol, había un hombre de aspecto espléndido: alto, de anchas espaldas, cintura estrecha, el cuerpo musculoso, con una cara de mentón fuerte y bigotes oscuros y los cabellos largos y negros que despedían reflejos rojos a la luz solar. Liana lo examinó desde los pies hasta la cabeza, los ojos agrandados por el interés mientras observaba la piel color de miel del cuerpo desnudo. No tenia idea de que un hombre podía ser tan hermoso.
— ¿Quién es? — murmuró a la esposa del campesino.
— Un forastero — replicó la mujer por lo bajo.
Cerca de él había una pila de prendas de lana basta. A causa de las leyes suntuarias, a menudo era posible adivinar la posición económica y la situación de una persona ob-servando sus ropas. Este hombre no usaba pieles y ni siquiera los adornos de conejo permitidos a las clases inferiores. No tenía junto al cuerpo un instrumento musical, de modo que no era un músico trashumante.
— Quizás es un cazador — murmuró la esposa del campesino — A veces vienen a cazar animales para el señor. A causa de la boda se necesitarán más presas.
Liana dirigió una rápida mirada a la campesina. ¿ Todos estaban al tanto de lo que sucedía en el castillo? Ella había venido aquí precisamente para pensar en su boda. Volvió los ojos hacia el hombre tendido sobre el pasto: parecía un joven Hércules, una masa de fuerza y músculos ahora dormida, un vigor que sólo esperaba que lo despertasen. Si lord Stephen se hubiese parecido a este hombre, Liana no se hubiese opuesto tanto al matrimonio. Pero incluso dormido este varón irradiaba más energía que lord Stephen, revestido con toda su armadura. Durante un momento ella sonrió e imaginó la escena en que diría a Helen que había decidido contraer matrimonio con un pobre cazador; pero de pronto su sonrisa se disipó, porque en realidad dudaba de que este joven la aceptara, aunque Liana llegase acompañada con carros cargados de plata y oro. De todos modos, al menos durante un día a ella le agradaría representar el papel de muchacha campesina, para comprobar si era suficiente mujer para interesar a un hombre apuesto.
Se volvió hacia la esposa del campesino.
— Quítate el vestido.
— ¡Mi señora!
— Quítate el vestido, dámelo y vuelve al castillo. Busca a mi criada Joice y dile que nadie debe venir a buscarme.
La mujer palideció.
— La criada jamás hablará con una persona como yo.
Liana se quitó del dedo un anillo de esmeralda y se lo entregó.
— Por ahí cerca hay un caballero que probablemente está buscándome. Entrégale eso y él te llevará donde esta Joice.
La expresión de la mujer pasó del temor a la astucia.
— Es un hombre apuesto, ¿verdad?
Liana la miró con los ojos entrecerrados.
— Si oigo una palabra de esto en la aldea, lo lamentarás. Ahora, fuera de aquí.
Despachó a la campesina, vestida sólo con una prenda interior de tosca tela, pues Liana no estaba dispuesta a permitir que ese sucio cuerpo rozara el terciopelo de su lujosa túnica.
El vestido campesino que Liana se puso era muy distinto de su prenda, de cintura alta y amplia falda. La áspera lana se adhería a su cuerpo desde el cuello hasta debajo de las caderas, revelando las curvas esbeltas de su figura. La lana era tosca y sucia y olía mal, pero revelaba mucho. Se recogió hasta los codos las mangas, duras a causa de años de manchas de grasa. La falda le llegaba sólo a los tobillos, bastante corta, de modo que Liana podía caminar libremente e incluso correr entre los matorrales.
Después de ponerse este vestido, Liana sintió que estaba preparada para afrontar lo que la esperaba. Espió entre las ramas para mirar al hombre de nuevo. Volvió a recordar todas las ocasiones en que había visto a los campesinos riendo y persiguiéndose unos a otros por los campos. Cierta vez atisbó a un jovencito regalando una flor a una muchacha. ¿Ese hombre divinamente apuesto le ofrecería flores? Quizá tejería una guirnalda para sus cabellos como había hecho un caballero en su honor unos meses antes, salvo que esta vez la cosa sería real. Esta vez el varón le ofrecería flores en homenaje a su persona, y no por la riqueza de su padre.
Se quitó el pesado tocado, lo ocultó entre los matorrales y sus largos cabellos descendieron sobre su espalda. Liana avanzó hacia el claro en dirección a él. No despertó ni siquiera cuando ella tropezó con una pila de piedras.
Se acercó más, pero el hombre no se movió. En efecto, era un varón hermoso y sus formas precisamente las que Dios deseaba para un hombre. Liana ansiaba el momento en que él la viese. A veces le habían dicho que sus cabellos eran como un recamado de hilos de oro. ¿El pensaría lo mismo?
Las ropas estaban apiladas no lejos del joven; ella se acercó a esas prendas y alzó la camisa, sosteniéndola con el brazo extendido, las manos sobre los anchos bordes de los hombros. La lana era de un tejido burdo y Liana pensó que sus propias criadas sabían tejer mejor.
Mientras contemplaba la camisa vio algo extraño y se inclinó hacia adelante para mirar mejor. ¡Piojos! La camisa estaba infestada de piojos.
Con un gritito de repulsión, arrojó la camisa.
Un instante antes el joven dormía en el suelo y en un segundo se incorporó y se presentó ante ella en toda su gloriosa desnudez. En efecto, era un individuo magnífico: alto, de poderosa musculatura, sin un gramo de grasa. Los abundantes cabellos te llegaban a los hombros, eran oscuros pero parecían casi rojos a la luz del sol; y en su grueso mentón crecía una mata de pelos rojizos. Tenía los ojos verde- oscuro y miraban intensamente a causa de la emoción.
— ¿Cómo estáis? — preguntó Liana, alargando la mano hacia él, la palma hacia arriba. ¿Estaría dispuesto a doblar la rodilla ante ella?
— Tiraste mi camisa al pantano — dijo él, irritado, mirando desde su altura a la bonita rubia de ojos azules.
Liana retiró la mano.
— Estaba infestada de piojos.
¿Qué debía decir a un cazador en el supuesto de que fuese su igual? Hermoso día, ¿verdad? o ¿Quiere llenarme la jarra de agua? Bien, eso parecía lo más probable.
El le dirigió una mirada extraña.
— Puedes sacar del pantano mi camisa y lavarla, hoy tengo que ir a cierto lugar.
La voz era muy grata pero a ella no la complació lo que él decía.
— Es bueno que la camisa se haya hundido. Ya dije que estaba llena de piojos. Tal vez deseáis recoger presas. Estoy segura de que podemos encontrar...
Vio asombrada que el hombre la aferraba por los hombros, la obligaba a volverse hacia el estanque, la empujaba.
— Saca mi camisa del pantano y lávala.
Liana pensó: ¡Cómo se atrevía a tocarla sin permiso! ¡Y pretendía que le lavase la camisa! Decidió que se marcharía inmediatamente, regresaría a sus propias ropas y su caballo y a la seguridad del castillo de su padre. Se volvió, pero él la aferró el antebrazo.
— Muchacha, ¿no oyes bien? — dijo, obligándola a girar— . O retiras la camisa de allí o te arrojo sobre ella.
— ¿Arrojarme? — preguntó Liana. Estaba a un paso de decirle quién era y lo que ella haría o dejaría de hacer cuando de pronto vio los ojos del hombre. Ojos hermosos, sí, pero también peligrosos. Si ella le decía que era lady Liana, hija de uno de los hombres más ricos de Inglaterra, ¿no la apresaría para cobrar rescate?
— Yo... debo retornar a mi marido y... y mis hijos. Tengo muchos hijos — dijo hablando entrecortadamente. Le había agradado la aureola de poder de este hombre cuando dormía, pero cuando le aferraba el brazo eso no le placía tanto, ni cosa parecida.
— Bien — dijo él— , si tienes tantos mocosos sabrás lavar una camisa.
Liana volvió la mirada hacia la turba negra y rezumante, donde sólo podía verse la manga de la camisa. No tenía idea del modo de lavar una prenda y la posibilidad de tocar ésta, infestada de piojos, la repelía.
— Mi... mi cuñada se encarga de lavar la ropa — dijo, y se sintió muy complacida consigo misma porque había pensado una idea tan buena— . Volveré a casa y os la envío. Ella la lavará de buena gana.
El no dijo una sola palabra y señaló el pantano.
Liana comprendió que él no estaba dispuesto a permitirle que se alejase. Con una mueca, caminó hacia el charco y se inclinó para alcanzar el borde de la manga. No pudo llegar, de modo que se estiró más... después más.
Cayó de frente sobre abundante y espeso lodo, sus brazos se hundieron hasta los codos y la cara quedó totalmente sucia. Durante unos instantes se debatió para salir pero no había de qué aferrarse. Entonces, un brazo descendió y la puso en tierra firme. Liana permaneció allí, escupiendo unos instantes, pero él la empujó hacia el estanque.
Boca abajo en el pantano y después boca arriba, cayó de espaldas en el agua helada. Consiguió hacer pie y comenzó a salir del agua.
— Voy a mi casa — murmuró, sintiéndose al borde de las lágrimas— . Joice me preparará una bebida caliente y encenderá fuego, y después...
El hombre la tomó del brazo.
— ¿Adónde vas? Mi camisa continúa allí.
Ella miró los fríos ojos verdes y el temor que él le había inspirado antes desapareció. ¿Quién se creía que era? No tenía derecho de darle órdenes, aunque creyese que ella era la más baja de las campesinas. De modo que se creía el amo, ¿verdad?
Estaba completamente mojada y tenía frío, pero la cólera irradiaba su propio calor. Esbozó lo que según creía era una sonrisa destinada a seducirlo.
— Vuestros deseos son órdenes para mí — murmuró, logrando mostrar un rostro imperturbable cuando él rezongó satisfecho, como si ésa hubiera sido la respuesta que ella debía ofrecer.
Le dio la espalda, bajo un árbol encontró una vara larga y regresó al pantano. Pescó la camisa, la sostuvo un momento con el extremo de la vara y después, con toda su fuerza, la arrojó contra él, golpeándolo de lleno en la cara y el pecho.
Mientras él se desprendía de la camisa, Liana echó a correr. Conocía los bosques mejor que un forastero cualquiera, avanzó en línea recta hacia un árbol hueco y desapareció en su interior.
Lo oyó irrumpir en el bosque, muy cerca, y sonrió para si misma porque el no podría hallarla. Esperaría hasta que se alejase, se acercaría a su caballo, que estaba del lado opuesto del estanque y volvería a su casa. Si era un cazador al día siguiente lo recibiría en el castillo de su padre y tendría la satisfacción de escuchar sus disculpas por la conducta que había mostrado hoy. Quizá tomaría prestado uno de los vestidos de Helen, alguna prenda adornada con pieles, y un tocado enjoyado. Reluciría tan intensamente que él tendría que protegerse los ojos para evitar el deslumbramiento.
— Ya puedes salir — dijo él, de pie frente al árbol hueco.
Liana contuvo la respiración.
— ¿Quieres que vaya a buscarte? ¿O corte el árbol alrededor de tus orejas?
Liana no podía creer que él sabía realmente dónde estaba. Seguramente aparentaba, no se movió.
El largo brazo penetró en el hueco, la aferró por la cintura y la sacó de allí, acercándola a su pecho. Tenía la cara manchada de lodo negro pero los ojos ardían y durante un momento Liana pensó que él quería besarla. El corazón comenzó a latirle con fuerza.
— ¿Estás hambrienta, verdad? — comentó él y sus ojos la miraron con expresión risueña— . Bien, no tengo tiempo. Otra hembra me espera.
La apartó de sí y la obligó a regresar al estanque.
Liana llegó a la conclusión de que limitarse a aparecer ante él con un hermoso vestido no sería suficiente.
— Lo obligaré a que se arrastre — murmuró.
— ¿Quieres hacer eso? — dijo él, que la había oído.
Ella se volvió bruscamente para enfrentarlo.
— Sí — dijo entre dientes— . Conseguiré que te arrastres. Lamentarás haberme tratado así.
El no sonrió y de hecho su cara parecía tallada en mármol. Pero su mirada mostraba que se sentía divertido.
— Tendrás que esperar un momento, pues ahora me propongo obligarte a que laves mis ropas.
— Antes prefiero...
Pero no completó la frase.
— ¿Sí? Dime tu precio y veré si puedo pagarlo.
Liana se apartó. Era mejor terminar de una vez, lavarle las ropas y librarse de él. Ahora el poder estaba en sus manos, pero al día siguiente ella sería la que manejaría las riendas... y el látigo y las cadenas, pensó con una sonrisa.
Ella se detuvo al borde del estanque, negándose a obedecerle ni siquiera con la apariencia del consentimiento. La actitud de Liana pareció divertirlo todavía más. Recogió su camisa lodosa y la arrojó contra el pecho de la joven, de modo que en un gesto instintivo ella la recibió.
— También puedes lavar estas ropas — dijo, y puso sobre los brazos de Liana las restantes prendas infestadas de piojos¿ después, se arrodilló y se lavó el lodo que le manchaba la cara.
Liana contuvo una exclamación y dejó caer las ropas al suelo.
— Date prisa — dijo él— . Necesito esas prendas para cortejar a una mujer.
Liana comprendió que cuanto antes terminase, antes se libraría de él. Levantó la camisa y la hundió en el agua y después la golpeó contra una piedra.
— Ella no te querrá — le aseguró Liana— . Quizá le agrade tu apariencia pero si tiene un poco de criterio, se arrojará desde la muralla del pueblo antes que aceptar tu mano.
El se había extendido sobre el pasto, al sol, la cabeza descansando sobre las manos, mientras la miraba.
— Oh, sí, me aceptará. La cuestión es saber si yo la quiero, no estoy dispuesto a casarme con una arpía. La aceptaré únicamente si es amable y habla en voz baja.
— Y si es estúpida — agregó Liana— . Quería matar los piojos, de modo que tomó una piedra y comenzó a castigar las ropas. Cuando volvió la camisa, vio los minúsculos agu-jeros que la piedra estaba perforando. Los ojos se le agrandaron horrorizados y después sonrió. Sí, le había lavado las ropas, pero cuando terminase, las prendas parecerían la red de un pescador. — ¡Sólo una mujer estúpida podría aceptarle! — dijo en voz alta, con la esperanza de distraerlo de lo que ella estaba haciendo.
— Las mujeres estúpidas son mejores — contestó él— . No deseo una inteligente, éstas nos acarrean problemas. ¿Todavía no terminaste con eso?
— Están sucias y necesitan mucho lavado — dijo con la mayor dulzura posible. La idea de que él aparecería en la casa de una joven con las prendas completamente perforadas le agradaba— . Y supongo que las mujeres te provocaron muchas dificultades en la vida — dijo Liana. La vanidad de este joven era abrumadora.
— Muy pocas.
El estaba observándola atentamente y a Liana no le agradaba el modo en que la miraba. A pesar de sus ropas húmedas, conseguía que ella se sintiese muy acalorada. Ahora se lo veía adormilado y tranquilo, pero ella había presenciado su cólera y percibido la violencia que anidaba bajo su piel.
— ¿Cuántos hijos dijiste que tienes? — preguntó él con voz serena.
— Nueve — afirmó Liana en voz alta— . Nueve varoncitos, todos grandes y fuertes como el padre. Y los tíos — agregó nerviosamente— ¡Mi marido tiene seis hermanos enormes, fuertes como toros, y de muy mal carácter! Nunca vi gente así. Justamente, la semana pasada...
— Qué mentirosa eres — respondió él con voz serena, descansando de nuevo la cabeza en el suelo, sin mirarla — Jamás estuviste con un hombre.
Ella cesó de golpear las ropas.
— Tuve un centenar de hombres — dijo, pero se rectificó— . Quiero decir que estuve con mi marido centenares de veces y... — Estaba haciendo el papel de tonta.— Aquí tienes tus ropas. Ojalá el escozor te torture hasta la muerte. Mereces un cuerpo cubierto de piojos.
Ella estaba de pie, y dejó caer las prendas húmedas sobre el vientre duro y liso. El no se encogió siquiera a causa del frío y la miró con ojos que parecían cálidos y apremiantes. Liana deseaba alejarse y sabía que ahora era libre; pero por alguna razón, permaneció allí, de pie, sus ojos unidos a los del forastero.
— Tan buen trabajo merece una recompensa. Inclínate hacia mí, mujer.
Liana sintió que su cuerpo doblaba las rodillas ante él, y que él se incorporaba para salir a su encuentro; apoyó su amplia mano en la nuca de la joven, sus dedos aferraron los cabellos y acercaron a los suyos los labios de la joven.
Pocos hombres habían tratado de besar a Liana pero nunca demostraron una técnica tan cabal. A diferencia de sus modales, los labios del forastero eran suaves y cálidos y ella cerró los ojos para sentirlo mejor.
El beso era todo lo que ella esperaba que fuera, los brazos de Liana rodearon el cuello del desconocido, mientras apretaba su cuerpo contra su pecho sintiendo a través de sus frías ropas la piel, caliente por el sol., El movió sus labios sobre los de Liana, entreabriéndole suavemente la boca, y ella respondió a la sugerencia. Las manos de Liana se elevaron hasta los cabellos del joven. Estaban limpios gracias al baño que había tomado antes y los sintió tan cálidos que le pareció que podía percibir los matices rojos de algunos mechones.
Cuando él terminó de besarla y se apartó, ella mantuvo cerrados los ojos y se inclinó hacia él, porque deseaba continuar.
— Bien, ya es suficiente — dijo él, con voz que expresaba regocijo— . Un beso virginal para una virgen. Y ahora, regresa a tu casa, a quien debería haberte protegido y no vuelvas a perseguir hombres.
Liana abrió bruscamente los ojos.
— ¿Perseguir hombres? Yo no estuve...
El le dio un beso rápido, con un guiño en los ojos, antes de incorporarse.
— Estabas espiándome desde los arbustos. Deberías aprender qué es la lascivia, antes de que intentes inspirarla. Ahora, vete antes de que cambie de idea y te dé lo que andas buscando. Hoy necesito atender asuntos más importantes que los problemas de una virgen hambrienta.
Liana no necesitó mucho tiempo para reaccionar, en pocos segundos se incorporó.
— Prefiero morir en el infierno antes que tener hambre de individuos como tú.
El se detuvo cuando ya había comenzado a meter una pierna en un par de bragas húmedas.
— Me siento tentado a obligarte a tragar lo que dijiste. No — dijo y reanudó el movimiento anterior — Tengo otras cosas que hacer. Quizá más tarde, cuando ya esté casado, puedas venir a reunirte conmigo. Veré si entonces dispongo de tiempo para ti.
No había palabras profanas suficientemente bajas para describir lo que Liana estaba sintiendo.
— Volverás a verme — consiguió decir— . Oh, sí, volverás verme, pero no creo que te muestres tan arrogante cuando nos encontremos otra vez. Ruega por tu vida, campesino.
Pasó rápidamente junto a él.
— Lo hago todos los días — le gritó él— . Y no creo...
Ella no oyó el resto de la frase, pues una vez que se internó en el bosque, retiró el vestido y el tocado del escondrijo y corrió hacia su caballo. El animal esperó sin moverse mientras Liana se quitaba el vestido de lana. Lo arrojó al suelo y lo pisoteó, hundiéndolo en la tierra.
— ¡Repugnante! — dijo— . Gente sucia y asquerosa — murmuró. Y había creído que la vida de los campesinos era romántica. ¡Se los veía tan libres!
— No tienen a nadie que los proteja — dijo a su caballo. — Si mi guardia o lord Stephen hubiesen estado aquí, habrían desollado a ese cerdo obligándolo a arrastrarse por el suelo. Reiría viendo cómo ese demonio pelirrojo besa el zapato de lord Stephen. ¿Qué haré con él, Belle? — preguntó al caballo— . ¿El potro? ¿El descuartizamiento? ¿Que lo des-tripen? ¿Que lo quemen en la pira? Sí, eso me agrada. Ordenaré que lo quemen, serviré la cena y su muerte por el fuego será la diversión.
Vestida de nuevo con sus propias prendas, montó y dirigió una mirada de odio en dirección al estanque. Trató de imaginar la muerte violenta del individuo, pero recordó su beso y meneó la cabeza como si deseara alejar esos pensamientos. Otra vez intentó pensar en la muerte por el fuego, pero no fue más allá de imaginar ese bello cuerpo atado al poste.
— ¡Maldito sea — exclamó y espoleó su caballo.
Había recorrido una corta distancia cuando encontró a cincuenta de los caballeros de su padre, revestidos de pesada armadura, como si estuviesen yendo a la guerra.
— Ahora han decidido buscarme cerca del estanque— se dijo Liana. ¿Por que no habían aparecido cuando él la arrojaba al agua o la obligaba a lavar sus ropas... o cuando estaba besándola?
— ¡Mi señora! — exclamo el caballero que marchaba al frente— . La estuvimos buscando. ¿Habéis sufrido algún daño?
— En realidad, sí — dijo ella, irritada— . En el bosque, sobre el costado este del estanque hay...
Se interrumpió. No sabía por qué, pero de pronto cincuenta hombres contra un campesino desarmado le pareció una situación muy injusta.
— ¿Qué hay, mí señora? Iremos a matarlo.
— Vi un enjambre tan grande de las mariposas más bonitas que jamás encontré — dijo y ofreció al soldado su deslumbrante sonrisa— . Me olvidé del paso del tiempo, lamento haber preocupado a la gente. ¿Regresamos?
Obligó a su caballo a volverse y cabalgó al frente de los hombres, que se sentían muy desconcertados por lo que ella había hecho. Por supuesto, era mejor esperar y decir a su padre lo sucedido, y cómo la trató ese hombre terrible. Sí, eso era lo más atinado. La actitud que ella estaba adoptando era la más razonable, su padre sabría cómo resolver la situación. Quizá lo encerraría en un barril tachonado de clavos. En efecto ésa parecía una buena idea.
3
Rogan vio alejarse a la joven y lamentó no haber tenido tiempo para ella. Le hubiese agradado tocar esa piel blanca... ¡y esos cabellos! Tenían el color de la crin de un caballo suyo de cuando era jovencito.
Un corcel muerto en combate por los Floward, recordó con amargura, y de un tirón se puso la media tejida.
El dedo grande emergió por un agujero. Sin pensarlo mucho, acomodó mejor la media para cubrir el espacio vacío y volvió a calzarse las bragas. El dedo pequeño se enganchó a la altura del tobillo. Esta vez, sus propias ropas atrajeron la atención de Rogan. Levantó las bragas, las puso a contraluz y así vio los centenares de minúsculos orificios. Por el momento, las medias conservaban su forma por mera costumbre, pero en pocos días más comenzarían a deshilacharse. Elevó la camisa al sol, vio que también estaba llena de agujeros y que otro tanto sucedía con la túnica de lana.
Pensó encolerizado: Al demonio con esa jovencita presuntuosa. Se proponía desposar a la heredera de los Neville y se le estaban cayendo del cuerpo sus propias prendas. Si alguna vez volvía a encontrar a esa hembra, ya vería lo que...
Rogan interrumpió los pensamientos y examinó de nuevo la camisa. Esa mujer no había querido lavar las ropas, lo que deseaba era un buen revolcón en el pasto y como no lo consiguió, se vengó de él; la venganza era algo que Rogan entendía muy bien.
A pesar de su cólera, a pesar del hecho de que ahora tendría que afrontar el gasto de comprar prendas nuevas, miró la luz del sol que se filtraba por los orificios de su camisa e hizo algo que rara vez hacía. Sonrió. Esa hembra atrevida no le temía. Se había arriesgado a recibir unos golpes merecidos cuando se dedicó a agujerearle las ropas. De atraparla, le habría... Siempre sonriendo, pensó que probablemente le habría dado el revolcón que ella deseaba.
Arrojó la camisa al aire, la recibió al caer y comenzó a vestirse. Ahora veía con buena disposición la posibilidad de casarse con la heredera de los Neville. Quizá después del matrimonio encontraría a la rubia belleza y vería si podía darle lo que ella ansiaba. Quizá se la llevaría consigo y tal vez le haría los nueve mocosos que ella afirmaba tener.
Después de vestirse, montó y volvió a la orilla, donde esperaban su hermano y los hombres.
— Hemos esperado bastante tiempo — dijo Severn— . ¿Ahora te sientes más valeroso? ¿Puedes enfrentar a la muchacha?
El buen humor de Rogan desapareció.
— Si quieres conservar esa lengua que tienes, déjala quieta. Monten y marchemos. Voy a casarme con una mujer.
Severn se acercó a su montura, que esperaba, y cuando puso el pie en el estribo, algo azul en el pasto atrajo su atención. Lo recogió y vio que era un pedazo de lienzo. Lo dejó caer nuevamente y no pensó más en él mientras cabalgaba detrás de su obstinado hermano.
— Mi señora — dijo de nuevo Joice, y esperó. Pero Liana no contestó.¡Mi señora! — repitió la criada en voz más alta, pero tampoco ahora hubo respuesta. Joice miró a Liana, que estaba frente a la ventana, su mente muy distante. Había mantenido la misma actitud desde la víspera, al regresar de su paseo— . Quizás era el matrimonio inminente — esa mañana habían enviado el mensajero a lord Stephen tal vez se trataba de algo completamente distinto. De todos modos, Liana no había dicho una palabra a nadie. Joice salió en silencio de la habitación y cerró la pesada puerta de roble.
Liana no había dormido durante la noche y renunció a sus intentos de trabajar. Permaneció sentada frente a la ventana de su cuarto y miraba fijamente la aldea que se extendía debajo. Observaba a la gente que caminaba de prisa, reía y maldecía.
La puerta se abrió ruidosamente.
— ¡Liana!
Era imposible no hacer caso de la voz irritada y cargada de odio de su madrastra. La joven volvió hacia ella una mirada fría.
— ¿Qué deseas?
No podía contemplar la belleza de Helen sin recordar la cara sonriente de lord Stephen, sus ojos que se fijaban en la bandeja de oro depositada sobre el reborde del hogar.
— Tu padre desea que vengas al salón, tiene huéspedes.
En la voz de Helen había cierta acritud que avivó la curiosidad de Liana.
— ¿Huéspedes?
Helen se volvió.
— Liana, no creo que debas venir. Tu padre te perdonará en realidad, te lo perdona todo. Dile que ya viste a ese hombre y no lo quieres. Asegúrale que entregaste tu corazón a lord Stephen y no quieres a otra persona.
Ahora, Liana en efecto estaba interesada.
— ¿Qué hombre es ése?
Helen se volvió para mirar a su hijastra.
— Es uno de los terribles Peregrine — le respondió— Probablemente no los conoces, pero las tierras de mi anterior marido estaban cerca de las que ocupa esta gente. A pesar de su antiguo linaje, son pobres como un carnero y más o menos igualmente limpios.
— Y bien, ¿qué tienen que ver conmigo estos Peregrine?
— Dos llegaron anoche y el mayor afirma que vino a desposarte. — Helen elevó las manos al cielo.— Muy propio de gente como ellos. No piden tu mano... anuncian que una de esas sucias bestias ha venido para casarse contigo.
Liana recordó a otro sucio individuo, un hombre que la había besado y se había burlado de ella.
— Estoy comprometida con lord Stephen. Ya se envió la aceptación de su propuesta.
Helen se sentó en la cama y a causa de su fatiga se le hundieron los hombros.
— Es lo que dije a tu padre, pero no quiere escucharme. Estos Peregrine le trajeron como regalo dos enormes halcones, dos grandes halcones peregrinos, como el apellido que ellos llevan, y Gilbert pasó la noche entera con ellos relatando una anécdota de cetrería tras otra. Está convencido de que son los mejores hombres de la tierra. No percibe su hedor y pobreza. No hace caso de las anécdotas acerca de su brutalidad, el padre de estos dos mandó a la tumba cuatro esposas.
Liana miró tranquilamente a su madrastra.
— ¿Por qué te inquieta con quién me caso? ¿Un hombre no es tan bueno como otro? Lo que deseas es que salga de tu casa de modo que, ¿acaso importa con quién contraigo precisamente matrimonio?
Helen se llevó la mano al vientre cada vez más abultado.
— Nunca entenderás — dijo con expresión fatigada— . Solamente quiero ser el ama en mi propio hogar.
— Mientras yo me marcho y voy a la casa de un individuo que...
Helen alzó una mano.
— Cometí un error cuando quise hablar contigo. Está bien, ve con tu padre, permítele que te case con este hombre, que probablemente te castigará; que se apoderará de cada centavo de tu dote y no te dejará siquiera las ropas que llevas puestas. ¡Las ropas! Nada significan para estos varones. El mayor viste peor que los ayudantes de cocina. Cuando se mueve, alcanzas a ver los orificios de sus sucias prendas. — Helen se puso de pie y se apartó de la cama. — Puedes odiarme, si quieres, pero ruego al cielo que no arruines tu vida sólo para hacer lo que te digo que no hagas.
Salió de la habitación.
Liana no estaba muy interesada en este nuevo visitante que había anunciado su propósito de desposarla. Hombres por el estilo ya llevaban meses visitando la casa noche y día. Por su parte, ella no alcanzaba a ver mucha diferencia entre unos y otros: algunos eran viejos, otros jóvenes; algunos eran inteligentes, y otros no. Lo que los unía era el deseo de apoderarse de la fortuna de Neville. Lo que querían era...
— ¿Agujeros en las ropas? — pensó Liana en voz alta, los ojos muy grandes— . ¿Agujeros en las ropas?
Joice entró en la habitación.
— Mi señora, el señor del castillo...
Liana pasó deprisa frente a su criada y descendió corriendo la empinada escalera de espiral. Tenía que ver a ese candidato, necesitaba verlo antes de que él lo hiciera. Al pie de la escalera corrió hacia la puerta, atravesó el patio, pasó junto a los caballeros que haraganeaban por ahí, a los caballos que esperaban a los jinetes, a los jovencitos que descansaban al sol y entró en la cocina. Los enormes hogares abiertos irradiaban un calor muy intenso, pero Liana continuó corriendo. Abrió bruscamente una puertita que estaba cerca del caño de desagüe y subió los empinados peldaños de piedra que llevaban a la galería de los músicos. Se llevó un dedo a los labios para imponer silencio al violinista cuando vio que éste comenzaba a hablarle.
La galería de los músicos era un balcón de madera que daba sobre un extremo del gran salón, con una alta baranda de madera que impedía ver a los músicos. Liana se acercó a un rincón y miró hacia el salón.
Era él.
El joven que había visto la víspera, el mismo que la besara, estaba sentado a la derecha de su padre, y un enorme halcón encaramado en una percha, entre los dos. La luz de sol que provenía de las ventanas parecía incendiar el rojo de sus cabellos.
Liana se apoyó en la pared, sintiendo que le latía el corazón con fuerza. No era un campesino, había dicho que venía para cortejar a una mujer y se refería a ella. Su visita tenía por objetivo casarse con ella.
— Mi señora, ¿os sentís bien?
Liana alejó con un gesto al violinista y miró a los hombres que estaban abajo, no muy segura de lo que veía. Con su padre se encontraban dos hombres, pero en realidad ella podía ver sólo a uno. El moreno parecía dominar el salón con su corpulento cuerpo desplomado en la silla 'y la intensidad con que hablaba y escuchaba. El padre de Liana se reía y el rubio también, pero su hombre mantenía una expresión seria.
— ¿Su hombre? — Liana abrió muy grande los ojos cuando comprendió lo que se le ocurrió.
— ¿Cómo se llama? — murmuró al violinista.
— ¿Quién, mi señora?
— El moreno — dijo ella, impaciente— . Allí, ése, ahí abajo.
— Lord Rogan — contestó el músico— . Y su hermano es...
— Rogan — murmuró ella, sin prestar atención al rubio— . Rogan, está bien. — Irguió la cabeza.— Helen — dijo, abrió bruscamente la puerta y echó a correr de nuevo. Pasó otra vez por la cocina, dejó atrás una riña de perros en relación con la cual los hombres cruzaban apuestas, atravesó el patio adoquinado en busca de la torre sur, subió la escalera, casi derribó a dos criadas que tenían los brazos cargados de ropa lavada y entró en el solar. Helen estaba sentada frente al bastidor de un tapiz y apenas movió los ojos cuando ella entró corriendo.
— Háblame de él — exigió Liana, jadeante a causa de la carrera.
Helen continuaba irritada a causa de los comentarios formulados por Liana una hora antes.
— Nada sé de ningún hombre, no soy más que una criada en mi propia casa.
La joven tomó un taburete ubicado contra la pared y fue a sentarse frente a Helen.
— Dime todo lo que sabes acerca de este Rogan. ¿Es el que pidió mi mano? ¿Cabellos rojos? ¿Cuerpo grande y piel morena? ¿Ojos verdes?
Todos los que estaban en el solar quedaron paralizados. Lady Liana nunca había demostrado antes el más mínimo interés por un caballero.
Helen miró preocupada a su hijastra.
— Sí, es un hermoso joven pero, ¿tú no atinas a ver nada más que su belleza?
— Sí, sí, lo sé, sus ropas están infestadas de piojos. O lo estaban hasta que yo... Dime lo que sabes de él — exigió Liana.
Helen no entendía en absoluto a su hijastra, nunca la había visto tan vivaz, tan sonrojada y bonita. Un sentimiento de temor comenzaba a dominarla. Liana, esa joven razonable, equilibrada y madura, no podía rendirse ante la belleza de un hombre. Los últimos meses habían visitado el castillo centenares de varones apuestos, y ninguno de ellos...
— ¡Explícate!
Helen suspiró.
— No sé mucho de ellos. Es una familia de larga data. Se afirma que sus antepasados combatieron al lado del rey Arturo, pero hace unas pocas generaciones el mayor de los Peregrine cedió el ducado, la sede de la familia y el dinero a los parientes de su segunda esposa y por ello se declararon ilegítimos a sus hijos mayores. Después de su muerte, la viuda contrajo matrimonio con un primo y el hijo de Peregrine se convirtió en Howard; ahora estos son dueños del título y las tierras que antes pertenecían a los Peregrine. Es todo lo que sé. El rey declaró bastardos a todos los Peregrine y sólo les quedaron dos viejos y ruinosos castillos, un condado sin importancia y nada más.
Helen se inclinó hacia Liana.
— He visto dónde viven, es repulsivo. El techo se derrumbó en varios sitios. La suciedad es indescriptible, a ellos no les importa la roña, los piojos o la carne sembrada de gusanos. Viven para una sola cosa, que es vengarse de los Howard. Este individuo, Rogan, no quiere una esposa. Quiere el dinero de los Neville para hacer la guerra a los Howard.
Helen hizo una pausa y prosiguió:
— Los Peregrine son hombres horribles. Les interesa únicamente la guerra y la muerte. Cuando yo era niña había seis hermanos, pero cuatro han muerto. Quizá sólo viven estos dos, o tal vez esos hombres engendran hijos como conejos — Respondiendo a un impulso, Helen tomó la mano de Liana — Por favor, no tengas en cuenta este candidato. Te devoraría viva al desayuno.
Liana sintió que la cabeza le daba vueltas.
— Soy de una fibra más resistente de lo que tú crees — murmuró.
Helen retrocedió un paso.
— No — murmuró— . No pienses en ello. No puedes contemplar la posibilidad de casarte con ese hombre.
Liana apartó la mirada de su madrastra. Quizá había otra razón por la cual Helen deseaba alejarla de Rogan. Tal vez lo deseaba para ella misma. O quizá habían sido amantes, cuando Helen vivía cerca de los Peregrine, en la época en que su primer marido vivía.
Liana se disponía a decir algo por el estilo cuando Joice entró en la habitación.
— Mi señora — dijo a Liana— , Sir Robert Butler ha llegado. Pide vuestra mano en matrimonio.
Vacilando, Liana atravesó el patio exterior hacia dónde esperaba su caballo.
— Había abrigado la esperanza de conquistar vuestra mano porque me interesan las tierras de vuestro padre — dijo sir Robert con voz amable— , pero ahora que os he visto, debo reconocer que vos misma sois suficiente premio.
— ¿Oh? — Liana se detuvo y se volvió para mirarlo— ¿Mis ojos son como esmeraldas o como zafiros?
Los ojos del joven se agrandaron por la sorpresa.
— Yo diría como zafiros.
— ¿Mi piel es como marfil o como el satén más fino?
El esbozó una leve sonrisa.
— Yo diría que como los pétalos de la rosa más blanca.
La mirada de Liana cobró una expresión dura.
— ¿Y mis cabellos?
La sonrisa de sir Robert se ensanchó.
— Vuestros cabellos están ocultos.
Ella se arrancó el tocado.
— ¿Oro? — preguntó irritada.
— La luz del sol derramándose sobre el oro.
Ella se apartó con impaciencia y no alcanzó a ver la risa contenida de sir Robert.
— ¿Me permitiréis escoltaros en la cabalgata? — preguntó cortésmente el joven— . Juro por el alma de mi madre que no elogiaré un solo aspecto de vuestro hermoso cuerpo. Diré que sois una arpía si así lo deseáis.
Ella no lo miró y se acercó a su caballo, que ya estaba siendo ensillado por el ayudante del establo. No veía nada humorístico en lo que él decía. Por supuesto, le afirmaría que era una bruja. Diría todo lo que ella deseara que expresase.
Se desentendió de él mientras atravesaban la puerta exterior, cruzaban el puente levadizo y avanzaban hacia el bosque cercano. Liana no prestó atención al rumbo que se-guían pero en todo caso enfiló hacia el estanque. Sabía que detrás sir Robert se veía en dificultades para mantener el paso, pero no por eso aminoró la marcha.
Cuando se detuvo cerca del borde de la cisterna permaneció un momento inmóvil sobre el caballo, recordando la escena de la víspera: Rogan acostado sobre el pasto. Sonrió al recordar la expresión de su cara cuando ella le arrojó al pecho las ropas enlodadas.
— Mi señora es tan buena amazona como hermosa — dijo sir Robert mientras sofrenaba su caballo junto al que ella montaba. Cuando Liana comenzó a desmontar, él afirmó que debía ayudarla.
Liana pasó dos horas con él a orillas del estanque, y comprobó que era un caballero perfecto. Un hombre amable, considerado, grato y además culto y la trataba como si ella hubiera sido una frágil flor que podía quebrarse en un instante. Le habló de canciones de amor y modas y supuso que ella estaba vivamente interesada en lo que sucedía en la corte del rey Enrique. Tres veces Liana trató de orientar la conversación hacia la administración de las tierras y el precio de la lana, pero sir Robert no quiso saber nada de eso.
Mientras estaba con éste, Liana pensaba constantemente en su encuentro del día anterior con lord Rogan. Por supuesto, un hombre terrible, un individuo sucio, imperioso y arrogante, impartiéndole órdenes como si ella hubiera sido su esclava. Por supuesto, ella estaba vestida de campesina y él sabía muy bien que era conde, o si lo que Helen dijera era cierto, quizás, en realidad, podía aspirar al título de duque. Pero en él había algo, algo vigoroso y magnético, que determinaba que Liana apenas pudiera pensar en otra cosa que no fuera Rogan.
— Quizá yo pueda enseñaros la nueva danza, lady Liana.
— Sí, ciertamente.
Estaban caminando uno al lado del otro por una ancha huella de carretas, a través del bosque. Dos veces él había propuesto sostener su brazo, pero ella se negó.
— ¿Cómo desea un hombre que actúe una esposa? — preguntó Liana.
No advirtió que el pecho de sir Robert se hinchaba de orgullo pues la pregunta confirmó sus esperanzas.
— La esposa tiene que ofrecer confortamiento y apoyo, organizar el hogar, engendrar hijos. La esposa tiene que dar amor al hombre.
Ella lo miró con el entrecejo enarcado.
— ¿Y toda la tierra que el padre pueda ceder?
Sir Robert sonrió.
— Por supuesto, eso también es útil.
Liana volvía a fruncir el entrecejo al recordar las palabras de Rogan: No me casaré con una arpía. La aceptaré únicamente si es servicial y habla dulcemente.
—Supongo que a todos los hombres les agradan las mujeres sumisas y obedientes—respondió
Sir Robert la miró con deseo, deseo tanto por su belleza como por la riqueza que ella podía aportarle. Por su parte, la joven podía ser una arpía; en realidad más bien le agradaba su aspereza, pero no estaba dispuesto a decir tal cosa a una mujer, era mejor explicarle que debía ser obediente y esperar que todo saliese bien.
Caminaron en silencio pero la cabeza de Liana daba vueltas. ¿Por qué debía. contemplar siquiera la unión con un hombre como lord Rogan? Nada lo recomendaba. La había tratado con la mayor rudeza posible, aunque en realidad él creía que Liana era una campesina. Probablemente hubiera besado su mano y dicho frases tiernas acerca del perfume de su piel, de haber sabido quién era. Y allí se preguntó: ¿Y los piojos que habrían comenzado a trepar por su brazo?
Miró a sir Robert y le ofreció una débil sonrisa. Era un joven limpio, amable y aburrido. Oh, muy, pero muy aburrido.
— ¿Usted me besaría? — preguntó, obedeciendo a un impulso.
Sir Robert no necesitó que se lo dijese dos veces. Suavemente, la abrazó y apretó sus labios sobre los de Liana.
Liana sintió que corría riesgo de dormirse. Retrocedió un paso y lo miró sorprendida. De modo que esa era la razón por la cual contemplaba el matrimonio con lord Rogan.
Lo deseaba. Cuando él la besó, ella se había estremecido. Cuando él estaba de pie frente a Liana, casi desnudo, su propio cuerpo había sentido ondas de calor. Ahora mismo, sir Robert podía quitarse hasta la última de sus ropas y Liana sabía que no sentiría nada.
— Liana — murmuró sir Robert y avanzó un paso hacia ella.
Esta se volvió con tal presteza que el movimiento de aire que ella provocó agitó los cabellos del joven.
— Debo regresar. Debo decir a mi padre que acepto el matrimonio.
Sir Robert se asombró tanto que permaneció inmóvil un momento, incapaz de hacer un solo gesto, Después, corrió en pos de Liana, la abrazó y comenzó a besarle el cuello y la garganta.
— Oh, querida mía, gracias a ti soy el hombre más feliz de la Tierra. No sabes lo que esto significa para mí, desde hace un año los incendios destruyen nuestra propiedad, casi había perdido la esperanza de reconstruir todo lo que se ha quemado.
Ella se apartó del joven.
— Creí que deseabas mis cabellos dorados y mis ojos de zafiro.
— Por supuesto, también eso.
Aferró las dos manos de Liana entre las suyas y comenzó a besarlas entusiastamente. Ella las retiró y corrió hacia su caballo.
— Tendréis que encontrar a otra persona que os ayude a la reconstrucción, he decidido casarme con el mayor de los Peregrine.
Sir Robert emitió un alarido de auténtico horror mientras corría tras ella y le aferraba el brazo.
— No podéis contemplar la posibilidad del casamiento con ninguno de ellos. Son...
Ella alzó una mano para contenerlo.
— A vos no os corresponde decidir. Regresaré a mi casa y podéis permanecer aquí o acompañarme. Cuando en efecto regreséis, sugiero que vos y vuestros hombres salgan de la propiedad de los Neville y vayan a buscar otra heredera que ayude a reparar las propiedades dañadas. Y la próxima vez, quizá podáis cuidar mejor esas propiedades e impedir los incendios antes de que comiencen.
Se acercó a su caballo y montó.
Sir Robert la miró un momento y su decepción comenzó a disiparse. Quizás estaría mejor sin esa marimacho porque el matrimonio con una mujer como ella podía ser infernal. Tal vez le convenía más perder un poco de tierra que atarse a ella por el resto de su vida.
Pensó: No, no quería saber nada con ella. ¡Malditos esos Peregrine! Las mujeres parecían sentirse atraídas por ellos, a pesar de su suciedad y de su lucha permanente para reconquistar tierras y títulos que no les pertenecían. Pensó con cierta satisfacción que si Liana se casaba con uno de esos Peregrine, en el plazo de tres años seria una mujer vieja y gastada, porque se la usaría peor que a un caballo de arado.
Montó y la siguió, era mejor reunir sus hombres y salir inmediatamente. No soportaba la idea de asistir a la ceremonia matrimonial de la hermosa lady Liana con uno de esos Peregrine. Se encogió de hombros, el asunto ya no le concernía.
Liana, de pie frente a su padre y su madrastra en el solar, anunció que se disponía a contraer matrimonio con lord Rogan.
— Muchacha, es una decisión sabia — dijo Gilbert— . El mejor cetrero de toda Inglaterra.
La cara de Helen cobraba lentamente un matiz púrpura.
— No hagas eso — dijo jadeante— . Estás intentando ofenderme.
— Hice lo que querías y elegí marido — dijo fríamente Liana— . Creí que te sentirías complacida conmigo.
Helen trató de calmarse, se hundió pesadamente en su sillón y elevó las manos al techo en un gesto de rendición.
— Está bien, tú ganas. Puedes quedarte aquí, administrar la propiedad y dirigir a los criados. Quédate con todo, por lo que pueda importarme. Cuando vaya a reunirme con el Creador, no quiero que pese sobre mi conciencia la culpa de haber obligado a la hija de mi marido a aceptar esta muerte en vida. Has vencido, Liana. ¿Esto te complace? Y ahora, vete, sal de mi vista. Por lo menos déjame esta habitación, donde ni tú ni tu madre muerta gobernarán.
Liana se asombró ante el discurso de su madrastra y pensó en lo que había oído mientras se volvía para salir de la sala. Estaba casi en la puerta cuando comprendió lo que Helen quiso decirle y regresó deprisa.
— No — dijo con cierto apremio en la voz— , quiero casarme con ese hombre. En realidad, lo vi antes. Ayer estuvimos solos un rato y...
Se miró las manos, la cara púrpura.
— Oh, santo Dios, él la violó — dijo Helen— . Gilbert tienes que ahorcarlo.
Gilbert y Liana exclamaron al unísono:
— ¡No!
— Los halcones... — empezó Gilbert.
— El no... — dijo Liana.
Helen alzó las manos para reclamar silencio y se apretó el vientre. No dudaba de que su hijo nacería con pezuñas en lugar de pies humanos después del infierno que su hijastra le había provocado durante el embarazo.
— Liana, ¿qué te hizo esa bestia?
Ella pensó: Me obligó a lavarle las ropas, me besó.
— Nada — dijo— . Ni siquiera me tocó. — Durante la misa tendría que hacer penitencia por esa mentira.— Ayer, mientras cabalgaba, lo encontré y yo... — ¿Ella qué? ¿Simpatizó con él? ¿Se enamoró? ¿Lo odió? Probablemente todas esas cosas, Pero cualquiera fuese el sentimiento que le inspiraba, era intenso.— Y quiero aceptar su propuesta matrimonial — concluyó.
— Buena elección — dijo Gilbert— . El muchacho es realmente un hombre.
— Eres una estúpida, Liana — murmuró Helen, intensamente pálida— . Rara vez una joven tiene un padre tan débil le permite elegir su propio marido y ahora comprendo por qué es así. Nunca había imaginado que serías tan estúpida. — Suspiró.— Ahora la responsabilidad es tuya. Cuando te golpee, y si aún conservas la vida, puedes retornar aquí y atenderemos tus heridas. Ahora, vete. No soporto continuar viéndote.
Liana no se movió.
— No deseo reunirme con él antes de la ceremonia — dijo.
— Por lo menos, ahora muestras un poco de sensatez — dijo sarcásticamente Helen— . Mantente alejada de él todo lo posible.
Gilbert estaba comiendo uvas.
— El no pidió verte, imagino que lo de ayer fue suficiente, ¿eh? — sonrió y guiñó a su hija. No recordaba cuando una mujer le había agradado tanto. Los muchachos Peregrine podían ser un poco toscos, pero era así porque se trataba de hombres, no de petimetres gobernados por mujeres.
— Supongo que es así — dijo Liana. Temía que si él la veía antes y descubría que era la mujer que le había arrojado las ropas a la cara, se negaría a desposarla. No le agradaban las arpías, y si Rogan deseaba una mujer de hablar dulce, ella tendría que ser una esposa de hablar dulce.
— Bien, es bastante fácil arreglar eso — dijo Gilbert— . Diré que tienes viruela y que él puede intercambiar anillos con una sustituta. Fijaremos la boda para... — Miró a Helen, pero ella se mantenía silenciosa, imperturbable.— Tres meses. ¿Estás de acuerdo, hija?
Liana miró a Helen y en lugar de odiar a su madrastra, recordó que ella estaba dispuesta a permitir que ella permaneciera como solterona en la casa de los Neville. Quizá, después de todo, Helen no la odiaba.
— Necesitaré vestidos — dijo amablemente Liana— . utensilios para mi nuevo hogar. ¿Crees que podrás ayudarme a elegir lo que necesito?
Helen tenía una expresión sombría.
— ¿No puedo conseguir que cambies de idea?
— No — respondió Liana— , no puedes.
— Entonces, te ayudaré. Si mueres, colaboraré en preparar tu cadáver para el entierro y por lo tanto tengo que asistirte también en esto.
— Gracias — dijo Liana sonriendo, y salió de la habitación, sintiéndose maravillosamente ágil y feliz. Tendría mucho que hacer durante los tres meses siguientes.
El estandarte de los Peregrine, un halcón blanco rampante sobre fondo rojo, con los cráneos de tres caballos en diagonal sobre el vientre del halcón, flameaba sobre el campamento. Algunos hombres dormían en tiendas o bajo los carromatos del equipaje, pero Rogan y Severn descansaban en el suelo sobre mantas, los cuerpos rodeados por armas.
— No comprendo por qué aceptó casarse contigo — repitió Severn. Era algo que lo desconcertaba desde el momento en que Gilbert Neville dijo que su hija había acordado con el matrimonio. Rogan se había limitado a encogerse de hombros y empezó a negociar lo que debía incluirse en la dote. Ni el joven ni Gilbert parecieron extrañarse que la novia, después de rechazar a la mayor parte de los candidatos de Inglaterra, aceptara a Rogan sin ni siquiera verlo.
— Rehusó la mano de todos los restantes — dijo Severn— Ciertamente, no apruebo que se permita a una muchacha elegir marido, pero, ¿por qué se negaría ante un hombre como Stephen Whitington?
Rogan se volvió de costado, apartándose un poco de su hermano y rezongó:
— La muchacha tiene buena cabeza, ha elegido bien.
Aquí tocó a Severn el turno de refunfuñar.
— En esto hay más de lo que me dices. Oye, ¿no habrás seducido a esa joven cuando estaban solos?
— Jamás la vi. Estaba muy atareado tratando de seducir a Neville con el fin de que se desprendiese de su oro. Quizá golpeó a la muchacha y le insistió con quién debía casarse, que es precisamente lo que debió hacer desde el principio.
— Quizá — dijo Severn— . Pero todavía creo que tú...
Irritado, Rogan miró desde la sombra a su hermano.,
— Ya te dije que no he visto a la joven, estuve con Neville desde la mañana hasta la noche.
— Excepto cuando te apartaste de nosotros, antes de llegar al castillo de Neville.
— Yo no... — empezó a decir Rogan, y se interrumpió, recordando a la joven que se quejaba de la suciedad de las prendas que él usaba. La había olvidado por completo hasta ese momento. Tendría que recordar que debía buscarla cuando volviese tres meses más tarde, para la boda.
— No vi a la heredera — dijo en voz baja Rogan— . Su padre seguramente arregló todos los detalles. Es un estúpido y habría podido comprar su alma por una docena de halcones.
— Dudo de que hubieras tenido que pagar tanto — se burló Severn, y después hizo una pausa— . ¿Y la heredera no te inspiró curiosidad? A mí me agradaría ver a la mujer con quien voy a casarme antes de la ceremonia. Podría ser obesa y vieja y...
— ¿Qué me importa cómo es esta esposa? Lo que deseo son sus tierras. Ahora, duerme, hermanito, pues mañana es miércoles, y en este día hay que gastar mucha energía.
Severn sonrió en la oscuridad. Al día siguiente vería a Iolanthe y todo volvería a ser igual. Tres meses más tarde lady Liana Neville se incorporaría a sus vidas y sus existencias continuarían de la misma manera pues si se parecía al padre, ella debía de ser una cosita temerosa y cobarde.
4
— No, no, no, mi señora, las buenas esposas no gritan. Las buenas esposas obedecen a sus maridos — la asesoró Joice. Estaba fatigada y exasperada, lady Liana le había pedido que le enseñase a ser una buena consorte, pero Liana había ejercido el control de las propiedades durante demasiado tiempo y era casi imposible lograr que entendiese cómo debía comportarse una esposa.
— ¿Incluso cuando él se comporta en forma estúpida? — preguntó Liana.
— Especialmente cuando es un estúpido — contestó Joice— . A los hombres les agrada creer que lo saben todo, que siempre tienen razón y exigen la fidelidad absoluta de sus mujeres. No importa cuánto se equivoque vuestro marido, pretenderá que vos lo apoyéis.
Liana escuchó atentamente estas palabras. No era lo que su madre pensaba del matrimonio y tampoco Helen tenía esa actitud. Y a ninguna de ellas podía considerarse una esposa bienamada, pensó Liana con una mueca. Durante el último mes ella había llegado a comprender que deseaba que su matrimonio fuese muy distinto de los dos que ella misma conocía, no quería vivir en una atmósfera de odio por el resto de su vida. Al parecer, a su madre no le importó el hecho de que despreciase a su propio marido y ésa era también la actitud de Helen; pero Liana quería que su vida fuese distinta. Cierta vez había visto una unión de amor, una pareja cuyos miembros, después de años de haberse casado, todavía se miraban largamente y permanecían muchas horas juntos charlando. Liana quería esa clase de matrimonio.
— ¿Y él preferirá la obediencia antes que la sinceridad? — preguntó Liana— . Si se equivoca, ¿no debo decírselo?
— Es claro que no, a los hombres les agrada pensar que sus esposas los creen casi dioses en todo. Cuidan de su casa, les dan hijos, y en cuanto a opinión, les dicen que ellos saben mucho más de esas cosas que ellas porque la esposa no es más que una mujer.
— No es más que una... — repitió Liana, tratando de entender el punto. El único hombre a quien ella había conocido realmente, era su padre, y odiaba pensar en lo que serían las tierras de los Neville si su madre no las hubiera administrado.
— Pero mi padre...
— Vuestro padre no es como la mayoría de los hombres — dijo Joice con el mayor tacto posible. Le asombró que lady Liana le pidiese consejo acerca de los hombres, aunque le parecía que en todo caso era necesario abordar el tema. Convenía que su ama supiese cómo eran realmente los hombres antes de que se uniese a gente como esos Peregrine.— Lord Rogan no os concederá la misma libertad que tenéis con vuestro padre.
— No, supongo que no — dijo en voz baja Liana— . Me aseguró que no está dispuesto a casarse con una arpía.
— Ningún hombre quiere saber nada con alguien que se parezca a una bruja, quiere una mujer que lo elogie, que atienda a su comodidad y que sea complaciente en la cama.
Liana creía que podía resolver fácilmente esos aspectos.
— No estoy segura de que lord Rogan se interese mucho por la comodidad, tiene las ropas sucias y no se baña con frecuencia.
— Ah, en ese aspecto una esposa puede tener mucho poder. A todos los hombres les agrada la comodidad, desean ciertos platos de comida, cierta copa para beber su bebida favorita y aunque vuestro lord Rogan lo sepa o no, sin duda le agrada una casa ordenada y tranquila. Su esposa debe atender las riñas entre los criados y cuidará que la mesa esté cargada de alimentos deliciosos. Podéis remplazar sus ropas rasgadas y sucias por otras nuevas, de mejor calidad. Esos son los caminos que llevan al corazón de un hombre.
— Y si sus tierras se encuentran en una situación desastrosa, yo...
— Bien, eso es asunto del hombre, no debe preocupar a la mujer — adujo con firmeza Joice.
Liana pensó que quizás era más fácil administrar propiedades que complacer a un hombre, no estaba segura de que pudiera recordar todas las normas acerca de lo que agradaba y desagradaba a un hombre.
— ¿Estás segura de todo lo que dices? Si me recluyo en el solar y me ocupo exclusivamente de las cosas de la casa, ¿eso conquistará el corazón de mi marido?
— Estoy segura, mi señora. Bien, ¿queréis probaros este nuevo vestido?
Durante tres meses Liana se probó nuevas prendas, ordenó pieles, brocados italianos y joyas. Puso a bordar a todas las mujeres que sabían usar la aguja y no sólo ordenó su propio guardarropa, sino que mandó confeccionar un espléndido conjunto de ropas para lord Rogan. La única vez que su padre prestó atención a lo que sucedía, fue para comentar que el novio debía vestirse por cuenta propia, pero Liana no le prestó atención.
Cuando no estaba con Helen trabajando en su nuevo ajuar, Liana se dedicaba a supervisar la preparación de la dote. Toda la riqueza de los Neville que no se expresaba en las tierras, adoptaba la forma de bienes muebles. Fuentes y jarras de oro fueron envueltas en paja y depositadas en carros, lo mismo que los preciosos vasos de cristal. Liana acumuló tapices, ropa blanca, moblaje de roble tallado, velas, almohadones y colchones de plumas. Había carretas de ricas telas, pieles y un gran arcón con flejes de hierro lleno de joyas y otro de monedas de plata.
— Necesitarás todo esto — dijo Helen— . Esos hombres viven sin la más mínima comodidad.
Liana sonrió al oír esto, porque quizá la comodidad que ella aportaba contribuiría a que su esposo la amase. Helen vio la sonrisa expectante de Liana y gimió, pero no intentó volver a hablar del tema con ella, pues había visto que era imposible razonar con la joven. Se limitó a despojar de sus riquezas al castillo de los Neville y no ofreció consejos a Liana.
La boda sería relativamente modesta, pues los Neville no eran muy apreciados entre la aristocracia y la realeza del país, dado que el padre de Gilbert había comprado su título al rey apenas unos años antes de su muerte. Aún había muchas personas que recordaban la época en que los Neville eran nada más que mercaderes ricos y duros que cobraban por un artículo cinco veces más que lo que pagaban. Liana se alegró de la excusa que le permitía ahorrar el gasto de una enorme celebración, para llevar más al castillo de los Peregrine.
La joven no durmió mucho la víspera de la boda: repasó mentalmente lo que había aprendido acerca de la forma de complacer al marido y trató de imaginar su nueva vida. ¿Cómo sería compartir el lecho con el apuesto lord Rogan? Pensó en el momento en que él la tocaría y acariciaría y le dirigiría tiernas palabras. Había decidido que no se casaría con los cabellos al descubierto y que usaría un tocado con joyas, pues sabía que sus largos cabellos de lino eran el rasgo más atractivo de su persona y deseaba compartirlo solamente con él la noche de la boda. Imaginó largos paseos juntos, riendo, tomados de la mano, o sentada, frente al fuego, una fría noche de invierno, leyendo en voz alta para él, o jugando a las damas. Quizá la apuesta sería un beso.
Sonrió en la oscuridad al pensar en lo que él diría cuando descubriese que se había casado con la mujer del estanque. Ciertamente, esa mujer había sido una arpía, pero la esposa de Rogan sería lady Liana, la recatada, discreta y afectuosa. Imaginó la gratitud de su marido cuando cambiase esas prendas sucias y toscas que ahora llevaba por finas sedas y lanas. Cerró los ojos un momento y divagó viéndolo increíblemente apuesto, vestido de terciopelo oscuro, quizá verde, con una cadena enjoyada que se extendería de uno de los anchos hombros al otro.
Lo iniciaría en los placeres del baño con sales perfumadas de rosa, quizá después le frotaría aceite sobre la piel, incluso entre los dedos de los pies, pensó con un suspiro de placer celestial. Lo imaginó acostado sobre un lecho de plumas limpio y blando, riendo los dos al recordar el primer encuentro, cuán infantiles se habían mostrado porque no habían reconocido desde el primer momento que cada uno estaba destinado al otro.
Poco antes del alba se adormeció con una sonrisa en los labios, pero fue despertada unos instantes más tarde por un horrendo estruendo en el patio, abajo. A juzgar por los gritos de los hombres y la resonancia del acero, estaban siendo atacados. ¿Quién había descendido el puente levadizo?
— Oh, Dios mío, no permitas que muera antes de casarme con él — rogó Liana mientras saltaba de la cama y echaba a correr.
En el pasillo Helen también llevaba prisa y lo mismo parecía sucederle a la mitad de los habitantes del castillo. Liana se abrió paso a través del caos y se acercó a su madrastra.
— ¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado? — gritó para imponerse al estrépito.
— Tu novio al fin llegó — dijo irritada Helen— . Y él y todos sus hombres están borrachos. Ahora, alguien que no aprecie demasiado su propia vida tendrá que conseguir que ese novio tuyo desmonte, se vista y recobre la sobriedad en la medida necesaria para pronunciar sus votos ante ti. — Hizo una pausa y dirigió una mirada de simpatía a su hijastra. — Liana, hoy sacrificas tu vida — dijo en voz baja— . Que Dios se apiade de tu alma.
Helen comenzó a descender la escalera en dirección al solar.
— Mi señora — le advertía Joice, que estaba detrás — Debéis retornar a vuestra habitación. No pueden veros el día de vuestra boda.
Liana regresó a su habitación e incluso permitió que Joice la acostase de nuevo, pero no pudo dormir. Otra vez Rogan estaba bajo el mismo techo que ella, y pronto... pronto estaría allí, compartiendo su lecho. Sólo los dos. Solos, en el íntimo silencio de la habitación. Se preguntó de qué hablarían, sabían tan poco uno del otro; quizá conversarían primero acerca del modo de aprender a montar o tal vez él le explicaría dónde vivía. Ese castillo de los Peregrine sería el nuevo hogar de Liana y ella deseaba conocerlo, tenía que determinar dónde colgaría los tapices de su madre y cuáles eran los mejores lugares para exhibir las fuentes de oro.
Se sentía tan complacida con sus propios pensamientos que se adormeció un rato, hasta que Joice vino a despertarla y cuatro doncellas que intentaban contener las risitas comenzaron a vestirla de brocado rojo con una enagua de tisú de oro. Su tocado de dos puntas era también rojo, bordado con hilos de oro adornado por centenares de minúsculas perlas que le caían sobre la espalda.
— Hermosa, mi señora — dijo Joice, con lágrimas en los ojos— . Ningún hombre podrá apartar los ojos de vos.
Liana así lo esperaba. Abrigaba la esperanza de ser físicamente tan atractiva para su esposo como él lo era para ella.
Cabalgó montando de costado en un caballo blanco hasta la iglesia y estaba tan nerviosa que apenas vio a la multitud alineada a los costados del camino, que a gritos formulaba el deseo de que ella tuviese muchos hijos. Sus ojos se fijaban en un lugar al frente, para ver al hombre que estaba de pie junto a la puerta de la iglesia. Tenía las palmas húmedas cuando se acercó. ¿Quizás él le echaría una ojeada, comprobaría que era la mujer que lo había golpeado con una prenda sucia de lodo y rehusaría desposarla?
Cuando estuvo lo bastante cerca para examinarlo, Liana sonrió orgullosa porque se lo veía tan apuesto como ella imaginó con la túnica de terciopelo verde que le había confeccionado. La prenda apenas alcanzaba al extremo superior de los muslos, y las piernas fuertes y musculosas estaban sólidamente enfundadas en las oscuras calzas tejidas. Sobre la cabeza llevaba un gorro corto de piel, con un gran rubí que centelleaba sobre la faja.
Tanto se hinchó de orgullo al ver lo que las costillas le dolieron al presionar sobre los sostenes de acero del corsé. Después, contuvo la respiración cuando él descendió la escalinata de la iglesia y avanzó hacia ella. ¿La ayudaría a descender del caballo, sin esperar a que su padre, que cabalgaba delante, se encargase de eso?
El caballo de Liana, se movía con irritante lentitud. Quizás él advirtió que era la mujer del estanque y se sentía complacido. Tal vez ella había estado en los pensamientos de Rogan los últimos tres meses, como él había estado en los de Liana.
Pero Rogan no se acercó. En realidad, por lo que ella pudo ver, ni siquiera miró en la dirección donde ella estaba. En cambio, se acercó al caballo de su padre y aferró la brida. La procesión entera se detuvo, mientras Liana observaba: Rogan hablaba a su padre con firmeza. La novia miró desconcertada, hasta que Helen espoleó a su caballo y se acercó a su hijastra.
— ¿Qué le sucede ahora a ese demonio rojo? — escupió Helen— . Esos dos están equivocados si creen que esperaremos mientras ellos hablan de halcones.
— Puesto que él será mi marido, supongo que debemos esperar — dijo fríamente Liana. Ya estaba harta de las quejas de Helen contra Rogan.
Helen clavó espuelas y se acercó a su marido, pero Liana no podía oír lo que decían a causa del ruido de la multitud, no obstante advirtió su cólera. Gilbert permaneció impasible e incluso se recostó en la montura, mientras Helen se dirigía a Rogan encolerizada; éste se limitó a mirarla con rostro inexpresivo.
Liana abrigaba la esperanza de que él nunca la mirase así. Un momento después Rogan paseó la mirada alrededor, parecía ver por primera vez a la multitud y como de pa-sada incluyó a Liana, que esperaba en silencio sobre su montura. La joven contuvo la respiración mientras los ojos fríos de Rogan la examinaban de la cabeza a los pies. No ad-virtió reconocimiento en su mirada y se alegró, porque no deseaba arriesgarse a que él se negara a contraer matrimonio. Cuando los ojos de Rogan encontraron los de Liana, ésta inclinó la cabeza, con la esperanza de parecer modesta y obediente.
Un instante después, levantó la cabeza y vio a Rogan que regresaba a la escalinata de la iglesia y a Helen que se acercaba sobre su caballo.
— El hombre con quien proyectas casarte — dijo Helen con un gesto burlón— , estaba pidiendo la retribución correspondiente a doce caballeros más. Dijo que se marcharía ahora mismo y te dejaría aquí si no recibía lo que pedía.
Liana abrió los ojos, alarmada.
— ¿Y mi padre aceptó?
Helen cerró los ojos un momento.
— Aceptó. Ahora, terminemos con esto de una vez.
Aguijoneó a su caballo para ponerlo detrás del de Liana.
Gilbert ayudó a desmontar a su hija y ella ascendió la escalera para reunirse con su esposo. La ceremonia fue breve y los términos no diferentes de lo que habían sido durante siglos. Liana mantuvo los ojos bajos durante toda la ceremonia, pero cuando prometió mostrarse "sumisa y obediente en la cama y en la mesa", la multitud la vivó. Dos veces miró de reojo a Rogan, pero pareció que él sencillamente estaba impaciente por acabar de una vez, como ella misma, pensó Liana con una sonrisa.
Después que los declararon marido y mujer, la multitud repitió las vivas y los dos cónyuges, las familias de ambos y los invitados entraron para oír misa, pues la boda era asunto oficial y por lo tanto se celebraba fuera de la iglesia pero la misa pertenecía a Dios. El sacerdote bendijo el matrimonio y comenzó a oficiar la oración.
Liana permaneció sentada en silencio, al lado de su marido, escuchando las fórmulas latinas durante un lapso que le pareció prolongarse horas enteras. Rogan no la miró ni la tocó. Bostezó algunas veces, se rascó otras tantas y extendió las largas piernas en dirección al corredor. En cierto momento Liana pensó que escuchaba un ronquido de Rogan, pero el hermano le dio un pellizco y Rogan se enderezó en el asiento de dura madera.
Después de la misa, el grupo regresó cabalgando al castillo, mientras los campesinos les arrojaban granos de cereal y gritaban:
— ¡Abundancia! ¡Abundancia!
Por tres días con sus noches todos los hombres, las mujeres y los niños recibirían cuanto alimento y bebida pudiesen consumir.
Una vez que pasaron el puente levadizo y entraron en el patio interior, Liana detuvo su caballo y esperó que su esposo la ayudase a desmontar. En cambio, vio que Rogan y su hermano Severn desmontaban y se acercaban a los carros cargados que esperaban junto al muro de piedra.
— Se preocupa más por tus riquezas que por ti — dijo Helen, mientras un criado ayudaba a desmontar a Liana.
— Ya dijiste lo que deseabas — le replicó ásperamente ella— . No lo sabes todo, quizá tiene razones que justifican su actitud.
— Sí, por ejemplo que no es humano — dijo Helen— . Es inútil recordarte lo que hiciste, ahora es demasiado tarde. ¿Entramos a comer? De acuerdo con mi experiencia, los hombres siempre vuelven a casa cuando están hambrientos.
Pero Helen se equivocaba, porque ni Rogan ni sus hombres entraron para compartir el festín que le había costado a Liana semanas de trabajo. En cambio, permanecieron afuera, recorriendo los vagones cargados con la dote. Se sentó sola, a la derecha de su padre, pues el lugar que correspondía a su esposo permaneció vacío. Alrededor oyó los murmullos de los invitados, que la miraban con expresión de simpatía. Mantuvo alto el mentón y se negó a manifestar que estaba ofendida, se dijo que era conveniente que el marido se interesase por su propiedad porque un hombre a quien preocupaban tanto sus posesiones probablemente no las perdería en el juego.
Después de un par de horas, cuando la mayor parte de la gente había terminado de comer, Rogan y su séquito entraron en el salón. Liana sonrió, pues estaba segura de que él había venido para disculparse y explicar lo que lo había retenido, pero en cambio, Rogan se detuvo al lado de Gilbert, extendió la mano entre éste y Helen, se apoderó de un gran pedazo de carne asada y comenzó a masticarla.
— Tres carros están llenos de colchones de pluma y artículos de vestir. Los quiero llenos de oro — dijo Rogan, la boca llena.
Gilbert no había tenido nada que ver con la preparación de los carros y por lo tanto no podía responder a la queja de Rogan. Abrió la boca para hablar, pero no dijo nada.
Helen no tenía el mismo problema.
— Los colchones son para la comodidad de mi hija. No, creo que el lugar en que vosotros vivís disponga ni siquiera del confort más elemental.
Rogan volvió los ojos fríos y duros sobre ella y Helen casi retrocedió.
— Cuando quiero la opinión de una mujer, la pido. — Volvió los ojos hacia Gilbert.— Ahora practicaré un recuento, si me habéis engañado os pesará. — Se apartó de la mesa después de engullir la carne, se limpió las manos grasientas en la hermosa túnica de terciopelo que Liana le había confeccionado.— Y vos podéis guardaros vuestras plumas.
Helen se puso inmediatamente de pie y enfrentó Rogan. El era mucho más alto que ella y abrumadoramente más corpulento, pero se irguió, rígida ante él, pues la cólera le infundió valor.
— Vuestra propia esposa, la esposa que habéis decido ignorar, vigiló la carga de esos carros y no os ha engañado. Con respecto a los artículos domésticos, o la acompañan o ella continuará aquí, en casa de su padre. Elegid ahora, Peregrine, o yo haré anular el matrimonio. Una hija mía no sale desnuda de mi casa.
Todos los que estaban en el salón guardaron silencio, sólo alcanzó a oírse el gruñido de un perro en un rincón y también ese sonido pronto cesó. Los invitados, los acróbatas, los cantantes, los músicos y los bufones interrumpieron lo que estaban haciendo, y miraron al novio, alto y apuesto y a la elegante mujer que se enfrentaban.
Durante un momento pareció que Rogan no sabía qué decir.
— Se ha realizado el matrimonio.
— Pero no se ha consumado — respondió ácidamente Helen— . Será fácil anularlo.
La cólera se acentuó en los ojos de Rogan.
— Mujer, no me amenacéis, las cosas de la joven son mías y tomaré lo que quiera. — Retrocedió un paso y aferró a Liana, de un brazo, arrancándola de su silla.— Si la virgini-dad de la muchacha es un problema, la tomaré ahora.
Esta declaración determinó que la multitud medio ebria se echase a reír y la risa se acentuó cuando Rogan subió con Liana la escalera y desapareció de la vista.
— Mi habitación... — dijo nerviosamente Liana, sin saber exactamente lo que estaba sucediendo. Solamente sabía que al fin estaría sola con ese magnífico hombre.
Rogan abrió bruscamente la puerta de un cuarto de huéspedes que había sido asignado al conde de Arundel y su esposa. La criada de la condesa estaba plegando algunas prendas.
— Fuera — ordenó Rogan a la sirvienta y ella se apresuró a obedecer.
— Pero mi habitación está... — comenzó a decir Liana. No era así como debían hacerse las cosas, ella debía ser despojada de sus ropas por sus criadas y una vez desnuda se acostaría entre sábanas limpias y puras; él se acercaría a ella y la besaría y acariciaría.
— Esta habitación es bastante buena — dijo él, la empujó sobre la cama, aferró el ruedo de la falda y la echó sobre la cabeza de Liana.
Esta se debatió bajo varias capas gruesas de lienzo, y contuvo una exclamación cuando el peso considerable de Rogan la cubrió. Un momento después gritó de dolor cuando él la penetró. No estaba preparada para esto y trató de apartarse pero pareció que él no lo advertía, mientras comenzaba a empujarla con movimientos rápidos y prolongados. Liana rechinó los dientes para evitar sus propios gritos y cerró los puños para contener el sufrimiento.
Unos minutos después él terminó y se derrumbó junto a ella, inerte y laxo. Liana necesitó un momento para recuperarse de la oleada de dolor, pero cuando abrió lo ojos pudo ver los cabellos oscuros de Rogan y sintió su suavidad contra la mejilla. Su cara se había apartado de ella, pero los cabellos gruesos y limpios cubrían la mejilla y la frente de su esposa. Ahora ella lo sentía muy pesado y al mismo tiempo muy ligero. Los anchos hombros cubrían el cuerpo pequeño de Liana y sin embargo las caderas de Rogan parecían tan anchas como las de su mujer.
Alzó una mano y le cubrió los cabellos, hundió los dedos en los mechones, también la nariz, e inhaló la fragancia del cuerpo masculino.
Lentamente, él volvió la cara hacia Liana, los párpados pesados de fatiga.
— Duerme un poco — dijo en voz baja.
Ella sonrió a los ojos cerrados de Rogan y acarició sus cabellos, que caían sobre la sien. El tenía las pestañas gruesas, la nariz bien formada, la piel oscura y cálida y tan deli-cada como la de un niño. Las mejillas estaban sombreadas por los bigotes mal afeitados, pero eso no perjudicaba la blanda suavidad de su boca.
El dedo de Liana recorrió la sien de su esposo y descendió por la mejilla hasta la boca. Cuando ella le tocó el labio inferior, Rogan abrió los ojos, de sorprendente color verde. Liana pensó: Ahora me besará, y durante un momento contuvo la respiración, mientras él la miraba.
— Una rubia — murmuró Rogan.
Liana le sonrió, pues le pareció que el color de sus cabellos complacía a su esposo. Se llevó una mano al tocado, con un gesto se lo quitó y los largos cabellos cayeron como una cascada.
— Quise guardarlos para ti — murmuró— . Suponía que te agradarían.
El tomó un mechón de los finos cabellos dorados y lo enroscó alrededor de sus dedos.
— Es...
Se detuvo sin terminar la frase y toda la suavidad desapareció de su cara. Inmediatamente se apartó de ella y se incorporó, mirándola con hostilidad.
— Vístete, ve a ver a esa madrastra infernal y dile que el matrimonio está consumado. Dile que no habrá anulación; puedes prepararte, pues partimos esta noche.
Liana se cubrió las piernas desnudas con la falda y se sentó en la cama.
— ¿Esta noche? Pero la celebración del matrimonio se prolonga dos días más. Para mañana organicé un baile y...
Rogan arregló deprisa sus propias ropas.
— No tengo tiempo para bailes ni para esposas discutidoras. Si es así como proyectas empezar, puedes quedarte aquí con tu padre y yo me llevaré las cosas. Mis hombres y yo partimos en tres horas. Que estés o no allí, poco me importa.
Se volvió y salió de la habitación, cerrando con fuerte golpe la puerta.
Liana permaneció sentada en el mismo lugar, demasiado aturdida para hacer algo. ¡De modo que se proponía dejarla allí!
Después de golpear suavemente la puerta, Joice entró en la habitación.
— ¿Mi señora? — dijo.
Liana miró a su doncella y en sus ojos se leía todo el asombro que experimentaba.
— Se marcha en tres horas y dice que puedo ir con él o quedarme. No le importa lo que haga.
Joice se sentó en la cama y tomó la mano de Liana.
— Cree que no necesita una esposa, todos los hombres piensan así. A vos os corresponde demostrarle que en efecto le es preciso la compañía de una esposa.
Liana se apartó de su criada y cuando movió las piernas sintió una punzada de dolor.
— Me lastimó.
— Siempre es así la primera vez.
Se puso de pie y la cólera comenzó a dominarla.
— Jamás fui tratada así, no se molestó siquiera en asistir a su propio festín de bodas, tuve que estar sola allí, soportando las miradas y las sonrisas compasivas de la gente. ¡Y esto! — Volvió los ojos hacia su propia falda.— Lo mismo hubiera valido que me violase. Le haré saber con quién está tratando.
Tenía la mano sobre el cerrojo de la puerta cuando las palabras de Joice la detuvieron.
— Y él os mirará con el mismo odio con que miró a lady Helen.
Liana se volvió.
— Habéis visto cómo la despreció — continuó Joice, y de pronto se sintió muy poderosa. Su joven pupila podía ser bella y rica, pero ahora la estaba escuchando y obedeciendo.— Creedme, sé lo que quieren los hombres como lord Rogan, si os atrevéis a desafiarlo os odiará como odia a vuestra madrastra.
Liana se frotó los dedos de la mano derecha. Aún podía sentir el roce de los cabellos de Rogan contra su propia piel, recordando que en los ojos de su esposo durante un momento pudo ver reflejada una dulce expresión y no deseaba renunciar a eso.
— ¿Qué debo hacer? — murmuró.
— Debéis obedecerle — dijo Joice con firmeza— . Estar pronta en tres horas. Lady Helen seguramente protestará si os marcháis, pero debéis estar junto a vuestro esposo aun contra ella. Ya os he dicho que los hombres desean que sus esposas sean leales.
— ¿Con lealtad ciega? — preguntó Liana— . ¿Incluso ahora, que se equivoca?
— Sobre todo ahora, cuando se equivoca.
Liana escuchó el consejo, pero todavía no podía entender su actitud.
Al ver que su joven ama se sentía confundida, Joice continuó hablando.
— Es necesario que dominéis vuestra cólera. Todas las mujeres casadas alimentan sentimientos de enojo y los guardan para ellas mismas. Ya lo veréis, aprenderéis a dominar tanta ira, que se convertirá en un modo de vida para vos.
Liana comenzó a decir algo, pero Joice la interrumpió.
— Comenzad vuestros preparativos, porque de lo contrario os abandonará.
Liana salió de la habitación sintiéndose muy confundida. Haría todo lo que pudiese para demostrarle que podía ser buena esposa y si eso la obligaba a contener la irritación, que así fuera. Le demostraría que podía ser la más fiel de las esposas.
Cuando lord Rogan descendió los peldaños de piedra, el bello rostro deformado por el entrecejo fruncido, la primera persona con quien se cruzó fue lady Helen.
— El hecho está consumado y no habrá anulación. Si hay que agregar algo a los carros, háganlo ahora, pues partimos en tres horas.
Quiso reanudar su camino, pero Helen se lo impidió.
— ¿Impediréis que mi hijastra tenga su propio festín de bodas?
Rogan no entendía por qué estas mujeres armaban tanto escándalo. Si lo que querían era comida, ellos podían llevarla en abundancia.
— La muchacha no pasará necesidades — respondió, tratando de atenuar el odio que reflejaban los ojos de Helen, no estaba acostumbrado a que las mujeres lo detestaran. En general, se comportaban como la joven con quien se había casado; lo adoraban y lo miraban con tiernos ojos.
— Con vos pasará necesidad — agregó Helen— , como las esposas de vuestros padres sintieron falta de calor y compañía. — Su voz descendió un poco.— Como Jeanne Howard pasó necesidades.
Helen retrocedió un paso cuando vio la reacción de Rogan. Sus ojos se endurecieron y la miró con tal cólera que ella comenzó a temblar.
— Mujer, nunca volváis a acercaros a mí — dijo fríamente, con voz grave. Después continuó su camino, sin hacer caso de los gritos de los invitados que le proponían acercarse a beber y salió al patio.
Pensó: Jeanne Howard. Hubiera podido retorcerle el cuello a esta mujer por mencionarle a Jeanne, pero el episodio le recordó que debía andarse con cuidado con esta nueva esposa y que no podía permitir que unos bonitos ojos azules y unos cabellos rubios lo desviasen de su camino.
— Pareces decidido a acuchillar a alguien — dijo jovialmente Severn. Tenía la cara enrojecida a causa del exceso de comida y bebida.
— ¿Estás pronto para partir? — gruñó Rogan— . ¿O estuviste muy ocupado encamándote con las hembras, antes que atender las cosas imprescindibles?
Severn estaba acostumbrado a la irascibilidad constante de su hermano y había bebido demasiado vino, de modo que ahora este no lo inquietaba.
— Me he anticipado a tus deseos, hermano, y llené un carro con comida. ¿Dejamos las almohadas de plumas o las llevamos?
— Déjalas — rezongó Rogan, pero vaciló. Recordó las palabras de Helen Neville: "Como Jeanne Howard pasó necesidades", y sintió que un cuchillo le revolvía las tripas. La muchacha con quien se había casado... ¿cómo se llamaba? parecía bastante sencilla.
— Que tenga sus colchones de plumas — gruñó a Severn, y fue a inspeccionar a sus hombres.
Severn vio alejarse a su hermano y se preguntó cómo sería su bonita y menuda cuñada.
5
Liana se vistió deprisa, porque quería asegurarse que todas sus nuevas prendas estuviesen empacadas, y ordenar a sus criadas que recogiesen sus artículos personales. Tres horas era un lapso muy breve cuando tenía que prepararse para una nueva vida.
Y mientras ella corría de un lado para el otro, Joice la sermoneaba.
— No os quejéis — decía Joice— . Los hombres detestan a las mujeres que lo hacen. Debéis aceptar lo que él os ofrezca; nunca expreséis una sola palabra de protesta. Decidle que os alegráis de suspender el festín de la boda y también de disponer de sólo tres horas para preparar la partida; a los hombres les agrada que sus mujeres sonrían y se muestren alegres.
— Todavía no ha dado señales de que le agrado — dijo Liana— . No me prestó la más mínima atención, excepto para eliminar el riesgo de una anulación — dijo con cierta amargura.
— Eso llevará años — respondió Joice— . Ellos no entregan fácilmente su corazón, pero si perseveráis el amor llegará.
Liana pensó: Y eso es lo que deseo. Ansiaba que su poco apuesto marido la amase y necesitase. Si contener un poco de cólera de tanto en tanto podía aportar el resultado deseado, que así fuera.
Estuvo pronta antes de las tres horas y descendió la escalera para despedirse de su padre y su madrastra. Gilbert estaba borracho y hablaba de halcones con varios hombres y apenas dijo una palabra de despedida a su única hija; pero Helen la abrazó con fuerza y le deseó la mejor suerte del mundo.
Afuera, con los caballeros Peregrine montados y esperando para iniciar la marcha, el gran estandarte con el halcón blanco a la cabeza, Liana experimentó un momentáneo sentimiento de terror. Estaba dejando detrás todo lo que ella conocía y confiando su suerte a estos extraños. Permaneció inmóvil un momento y con los ojos buscó a su marido. Rogan, montando un gran corcel, se acercó a ella y Liana alzó un brazo para protegerse la cara de la grava que volaba por el aire.
— Monta tu caballo y marchemos, mujer — le ordenó y se acercó a la cabeza del grupo.
Liana escondió los puños cerrados entre los pliegues de su falda. Pensó: Domina tu cólera y trató de calmarse ante la grosería de su esposo.
De entre el polvo surgió la figura de Severn, el hermano de Rogan, que le dirigió una sonrisa.
— Mi señora, ¿puedo ayudaros a montar? — preguntó.
Liana aflojó el cuerpo y sonrió al apuesto caballero. Estaba tan mal vestido como Rogan, sus cabellos dorados eran demasiado largos y estaban desordenados, pero por lo menos le sonreía. Ella apoyó la mano en el brazo extendido de Severn.
— Será un honor — añadió Liana y caminó con él hacia el caballo que esperaba.
Ella acababa de montar cuando Rogan se volvió hacia ellos. No la miró y frunció el entrecejo a su hermano.
— Si has terminado tu tarea de ayudante de la dama, ven conmigo — ordenó Rogan.
— Quizá tu esposa quiera cabalgar adelante, con nosotros — dijo intencionalmente Severn sin mirar a Liana.
— No quiero mujeres — replicó ásperamente Rogan, que tampoco miró a su esposa.
— No creo que... — comenzó a responder Severn, pero Liana lo interrumpió, porque comprendió que no complacería a su marido que ella fuese la causa de una discusión con el hermano.
— Prefiero quedarme aquí — dijo en voz alta— . Me sentiré más segura rodeada por los hombres y vos, señor — dijo a Severn— sois necesario... a mi marido.
Su cuñado frunció el entrecejo y la miró.
— Como gustéis — dijo y con una breve inclinación de la cabeza espoleó su caballo y se puso junto a su hermano, a la cabeza del cortejo.
— Oh, excelente, mi señora — la alabó Joice, que montaba en su caballo, se acercó a su ama— . Ahora lo habéis complacido. Lord Rogan mirará con buenos ojos a una esposa obediente.
Mientras cruzaban el patio, atravesaban el puente levadizo y salían al polvoriento camino, Liana estornudó a causa del polvo.
— He sido la esposa obediente, pero ahora debo cabalgar detrás de diez jinetes y media docena de carros — murmuró.
— Pero en definitiva triunfaréis — replicó Joice— , ya lo veréis. Cuando comprenda que sois obediente y fiel, os amará.
Liana tosió y se frotó la nariz a causa del polvo. Era difícil pensar en el amor y la lealtad cuando una mantenía la boca llena de tierra.
Cabalgaron horas enteras, Liana ocupando siempre el mismo lugar, en el centro de la procesión; ninguno de los hombres de su marido le habló. La única voz que oyó fue la de Joice, que la sermoneaba acerca de la obediencia y el deber. Y cuando Severn le preguntó si se sentía cómoda, Joice contestó por su ama, diciéndole que si lord Rogan deseaba que su esposa estuviese allí, por supuesto que lady Liana se sentía feliz en el lugar indicado.
Liana dirigió a Severn una sonrisa descolorida y se sofocó nuevamente con una nube de polvo.
— Ese hombre demuestra demasiado interés por vuestra persona — le acotó Joice después de que Severn se alejó— . Será mejor que le indiquéis cuanto antes cuál es su verdadero lugar.
— Sólo se muestra amable — dijo Liana.
— Si aceptáis su bondad, provocaréis problemas entre los hermanos. Vuestro esposo se preguntará dónde está vuestra fidelidad.
— No estoy muy segura de que mi esposo ni siquiera me haya mirado — masculló para sí misma Liana.
Joice sonrió a través del polvo que las envolvía. A medida que pasaba el tiempo se sentía más y más poderosa. Cuando era niña, lady Liana nunca la había escuchado y varias veces Joice fue castigada porque Liana se mostraba desobediente e incurría en travesuras. Pero al fin existía algo que ella conocía y que su ama ignoraba.
Continuaron viajando hasta bien entrada la noche; Liana se percató que Joice y las seis doncellas restantes se caían de cansancio, pero no se atrevió a pedir a su esposo que detuviese la marcha; estaba demasiado excitada para descansar. Esa noche seria su noche de bodas, esa noche dormiría en brazos de su esposo. Esa noche la acariciaría, le tocaría los cabellos, la besaría. Un día cabalgando en medio de un poco de tierra bien valía la recompensa que la esperaba más adelante.
Cuando en efecto se detuvieron para acampar, los sentidos de Liana estaban soliviantados por la expectativa. Uno de los caballeros la ayudó apenas a desmontar y Liana le ordenó a Joice que se ocupase de las demás mujeres. Miró alrededor en busca de su esposo y vio que desaparecía entre los árboles.
Detrás, Liana tuvo cierta imprecisa conciencia de las quejas de sus sirvientes, que no estaban acostumbradas a cabalgar de seguido tantas horas, pero no tenía tiempo para ellas. Tomándose su tiempo y tratando de parecer indiferente, siguió a su esposo hasta el interior del bosque.
Rogan respondió a un llamado de la naturaleza en el bosque y después se internó aun más en la oscuridad, en dirección al arroyuelo. Con cada paso que daba, tensaba más los músculos. Habían viajado para llegar hasta allí más horas que cuando lo hacían sin carros cargados, y ahora la oscuridad era tan absoluta que tenía que avanzar a lo largo de la orilla a tientas.
Pasó un rato antes de hallar el montículo, la pila de piedras de un metro y medio de altura que él había formado allí para señalar el lugar en que su hermano mayor Rowland cayera, abatido por la espada de un Howard. Permaneció un momento, tratando de adaptar su visión a la débil luz de la luna que hería las grises piedras, y su mente evocó de nuevo los sonidos del combate: Rowland y sus hermanos cazando; y aquél, que se sentía seguro porque estaban a dos días de viaje de caballo de las tierras de los Howard — en realidad, la tierra de los Peregrine— se había alejado de la protección de sus hombres y, sentado a orillas del río, bebía solo un jarro de cerveza.
Rogan sabía por qué su hermano mayor prefería estar solo, y por qué con tanta frecuencia bebía por las noches hasta perder el sentido. Lo perseguía el recuerdo de la muerte de tres hermanos y del padre — todos a manos de los Howard.
Había visto a su amado hermano alejarse, refugiándose en la oscuridad, y no intentó detenerle, pero indicó a un caballero que lo siguiese y vigilase para protegerlo mientras yacía sumido en la inconsciencia del alcohol.
Rogan al ver las piedras recordó y de nuevo se maldijo, porque esa noche se había dormido. Un leve ruido lo despertó, o quizá no fue un sonido sino una premonición. Saltó de la manta extendida sobre el suelo, aferró su espada y echó a correr, pero fue demasiado tarde. Rowland yacía junto al arroyo, una espada Howard le había atravesado el cuello y lo sujetaba al suelo. El caballero que vigilaba también estaba muerto, con el cuello cercenado.
Ante el espectáculo echó hacia atrás la cabeza y emitió un grito prolongado, estridente y penetrado de dolor.
Sus hombres y Severn llegaron al instante y revisaron los bosques buscando a los atacantes de Howard y se encontraron a dos, primos lejanos de Oliver Howard, y se ocupó de que sus muertes fuesen prolongadas y lentas. Terminó por fin con la vida de uno de ellos cuando mencionó a Jeanne.
La eliminación de los dos Howard nada hizo para devolverle a su hermano ni alivió su sentimiento de responsabilidad, ahora que era el mayor de los Peregrine; su tarea era proteger a Severn y al joven Zared. Tenía que ampararlos, atender a sus necesidades y sobre todo conseguir la restitución de las tierras de los Peregrine, las tierras que los Howard habían robado a su abuelo.
Sus sentidos estaban amortiguados por la evocación, pero al oír el ruido de una rama rota giró en redondo y apoyó su espada en el cuello de la persona que estaba detrás: era una joven y durante un momento no pudo recordar de quién se trataba. Sí, la muchacha con quien se había casado esa mañana.
— ¿Qué quieres? — preguntó ásperamente. Deseaba estar solo con sus pensamientos y los recuerdos de su hermano.
Liana miró la espada que apuntaba a su cuello y tragó saliva.
— ¿Eso es una tumba? — preguntó vacilante, recordando todo lo que Helen la había prevenido acerca de la violencia de estos hombres. Ahora que él tenía su dote podía matarla, todo lo que debía hacer era decir que la había descubierto con otro hombre y que éste había escapado sin recibir su castigo.
— No — dijo secamente Rogan, que no tenía la más mínima intención de hablarle de su hermano, o para el caso de otra cosa cualquiera— . Vuelve al campamento y quédate allí.
Liana estuvo al borde de decirle que ella iría adonde le diera en ganas, pero la advertencia de Joice en el sentido de que debía ser obediente la llevó a contenerse.
— Sí, por supuesto, regresaré — dijo sumisamente— . ¿Volverás conmigo?
Rogan deseaba quedarse allí, pero al mismo tiempo no quería que ella anduviera sola por el bosque. Aunque no podía recordar el nombre de Liana, ahora era una Peregrine y por lo tanto una enemiga de los Howard. Seguramente a esa gente le agradaría apresar a otra mujer Peregrine.
— Está bien — dijo de mala gana— . Regresaré contigo.
Liana experimentó un breve estremecimiento de placer que le recorrió el cuerpo y se dijo que Joice tenía razón. Ella había obedecido sumisamente a su marido y él estaba dispuesto a acompañarla de regreso al campamento. Esperó que Rogan le ofreciera el brazo, pero, él no lo hizo. En cambio, le volvió la espalda y empezó a caminar. Liana corrió tras él unos pasos, pero entonces el vestido se le enganchó en un tronco caído.
— ¡Espera! — gritó— . Se me enredó el vestido.
Rogan volvió hacia ella y como siempre, pareció que el corazón de Liana latía más acelerado cuando él estaba cerca.
— Aparta las manos — dijo Rogan.
Liana le miró en los ojos, vio cómo se reflejaba en ellos la luz de la luna, y no supo nada más... hasta que él descargó la espada sobre el tronco y cortó un buen pedazo de la falda. Miró asombrada el daño sufrido por su prenda y se quedó muda. Esa seda bordada le había costado las rentas trimestrales de seis fincas.
— Ahora, vamos — ordenó Rogan y de nuevo le dio la espalda.
Liana se dijo: ¡Trágate la cólera! Reprime tu enojo y no lo demuestres. Una mujer aparece siempre buena y afectuosa, una mujer no señala los defectos del esposo. Tratando de mantener, la calma, comenzó a seguir a Rogan y se preguntó si él esperaba la noche de bodas con tanta expectativa como ella.
Con cada paso que daba, Rogan recordaba con mayor intensidad aún la muerte de su hermano. El lapso de dos años había hecho muy poco para amortiguar el recuerdo: aquí, él y Rowland hablaron de comprar caballos. Aquí, él y Rowland habían comentado sobre la muerte de James y Basil ocho años antes. Aquí, Rowland había dicho que era necesario proteger a Zared. Aquí...
— ¿Podrías decirme algo de tu castillo? Tendré que saber dónde puedo colgar mis tapices.
Rogan había olvidado que la muchacha lo acompañaba. William, que tenía tres años más que Rogan, era un joven de dieciocho años y sus últimas palabras habían sido, para recordar la necesidad de recobrar las tierras de los Peregrine, porque eso daría sentido a su muerte.
— ¿Es una construcción grande? — preguntó la muchacha.
— No — contestó hoscamente Rogan— . Es muy pequeño, es el desecho de esa perra Howard.
Se detuvo en el limite del bosque y miró asombrado el campamento: ante él había un mar de colchones de plumas distribuidos en el suelo. Lo mismo hubiera valido que encendieran antorchas y tocaran trompetas para anunciar a los Howard dónde estaban.
Irritado, se acercó al campamento y llegó adonde estaba su hermano, que conversaba y sonreía a una de las doncellas de los Neville. Le golpeó el hombro para obligarlo a volverse.
— ¿Qué estupidez es ésta? — preguntó— . ¿Por qué no invitamos a los Howard a que vengan y nos corten la cabeza?
Severn aplicó a su vez un puñetazo sobre el hombro de Rogan.
— Estamos bien defendidos y se distribuyeron apenas unos pocos colchones para las mujeres.
Rogan descargó otro empellón en el pecho de Severn.
— Los quiero fuera de mi vista, las mujeres pueden dormir en el suelo o regresar a Neville.
Severn cerró el puño y lo descargó a su hermano, pero el corpulento Rogan ni siquiera se movió.
— Algunos hombres quieren dormir con las mujeres.
— En ese caso, es mejor todavía que no duerman demasiado cómodos. Si llega un Howard, estaremos preparados... como no lo estuvimos la noche que mataron a Rowland.
Severn, asintió al oír esto y fue a ordenar a los soldados que recogiesen los almohadones de plumas.
De pie en el borde del bosque, Liana vio a su marido y su cuñado golpearse como si hubiesen sido enemigos jurados. Contuvo la respiración, no fuera que la riña terminase en derramamiento de sangre pero, después de unos minutos en que se dijeron frases en voz grave y gutural, se separaron y Liana respiró hondo. Miró alrededor y advirtió que algunas de sus mujeres observaban atentamente, pero ninguno de los caballeros Peregrine pareció interesarse en el áspero diálogo de sus amos. Sin embargo, Liana sabía que uno cualquiera de esos golpes hubiese derribado a la mayoría de esos caballeros.
En ese momento Joice se acercó corriendo, la cara contraída por el sentimiento.
— Mi señora, no tienen tiendas, tendremos que dormir en el suelo — dijo finalmente con expresión de horror.
Generalmente, durante sus viajes, Liana, el padre, la madrastra, y la mayoría de las mujeres, si no eran huéspedes de otro terrateniente, dormían en suntuosas tiendas. Como trasladaban con ellos, de castillo en castillo, la mayoría de sus muebles, armaban las camas e incluso las mesas en el interior de las tiendas.
— Y no hay comida caliente — continuó diciendo Joice— , tenemos solamente carnes frías que fueron retiradas del festín de la boda. Dos mujeres están llorando.
— En ese caso, tendrán que secar sus lágrimas — rezongó Liana— . Tú me dijiste que una buena esposa no se queja, eso vale también para sus doncellas.
Liana estaba demasiado excitada acerca de la perspectiva de la noche de bodas para preocuparse por las carnes, frías y las tiendas.
Al oír un ruido, ambas se volvieron para ver a los caballeros Peregrine retirar los colchones de plumas y devolverlos al interior de los carros.
— ¡No! — exclamó Joice, acercándose a ellos.
Durante la hora siguiente reinó el caos, mientras Liana convencía a sus doncellas de que durmiesen en el suelo, bajo las estrellas. Retiró sacos llenos de pieles que estaban apilados en los carros y ordenó que los depositasen en el suelo, con el cuero contra el pasto, y eso ayudó a contener las lágrimas. Algunos caballeros Peregrine rodearon con sus brazos a las mujeres y las reconfortaron.
Liana ordenó que arreglasen para ella algunas pieles extendidas fuera del campamento, a la sombra de un roble. Joice la ayudó a quitarse el vestido roto y a ponerse un camisón de hilo limpio; después, Liana se acostó y esperó. Y esperó. Y esperó. Pero Rogan no se acercó y como no había descansado la noche precedente, este hecho y el viaje prolongado determinaron que se durmiese, a pesar de que trató de permanecer despierta para recibir al esposo. Pero se adormeció con una sonrisa en los labios, consciente de que su marido vendría a despertarla.
Rogan se acostó entre las ásperas mantas de lana, cerca de Severn, como siempre lo hacía durante sus viajes.
Soñoliento, Severn se volvió hacia él.
— Creí que ahora tenías esposa.
— Los Howard atacan, y yo estaré revolcándome con una muchacha — dijo sarcásticamente Rogan.
— Es una cosita linda — dijo Severn.
— Si te agradan los conejos, el único modo de saber de quién se trata es mirar el color del vestido. ¿Hoy es jueves?
— Sí — contestó Severn— . Y estaremos en casa el sábado por la noche.
— Ah, bien — masculló Rogan en voz baja— . Entonces, no comeré conejo durante la cena del sábado.
Severn se volvió y concilió el sueño, pero Rogan permaneció despierto una hora más. Sus recuerdos de este lugar eran demasiado intensos y no le permitían dormir y además su mente estaba ocupada por los planes acerca de lo que haría con el oro de Neville ahora que lo tenía. Había que construir máquinas de guerra, contratar y equipar caballeros, comprar alimentos para el prolongado sitio que los esperaba, pues reconquistar las tierras de los Peregrine implicaría un prolongado período de guerra.
Ni una sola vez pensó en su nueva esposa, que lo esperaba en el extremo opuesto del campamento.
A la mañana siguiente el humor de Liana no era precisamente el mejor que exhibiera en el curso de su vida. Joice se acercó a su ama con un torrente de quejas originadas en las doncellas. Los caballeros Peregrine les habían hecho el amor con bastante rudeza y dos de las mujeres estaban lastimadas y doloridas.
— Mejor lastimadas y doloridas que sanas y cómodas — rezongó Liana— . Tráeme el vestido azul y el tocado y dile a ellas que cesen de quejarse o yo les daré verdadero motivo de queja.
Liana vio a su marido entre los árboles y de nuevo trató de contener la cólera. ¿Todos los matrimonios eran así? ¿Todas las mujeres padecían una injusticia tras otra y tenían que morderse la lengua? ¿Realmente era éste el curso del amor?
Se puso una túnica de satén azul con un cinturón dorado adornado con diamantes. Había también pequeños diamantes sobre el alto y acolchado tocado que usaba. Quizás hoy la miraría con deseo, quizá la víspera se había avergonzado ante la idea de dormir con ella en una situación en que todos sus hombres estaban alrededor. Sí, tal vez esos eran los motivos de su comportamiento.
Esa mañana, él ni la saludó. En realidad, pasó a su lado una vez y ni siquiera la miró, fue exactamente como si no la hubiera reconocido.
Liana montó su caballo con la ayuda de un caballero y de nuevo cabalgó en el centro de los hombres, entre el polvo y estiércol de caballo.
Hacia mediodía comenzó a inquietarse, vio que Severn y Rogan estaban a la cabeza de la fila, enfrascados en lo que parecía una conversación seria y quiso saber qué les interesaba tanto.
— ¡Mi señora! — dijo alarmada Joice— . ¿Adónde va?
— Como mi marido no viene a mí, yo iré a él.
— No puede hacer eso — dijo Joice, con los ojos muy grandes— . A los hombres no les agradan las mujeres atrevidas, usted debe esperar hasta que él venga.
Liana vaciló, pero su hastío se impuso.
— Ya lo veré — dijo, y espoleó su caballo hasta que estuvo junto a su cuñado, con Rogan del lado opuesto. Severn la miró pero no así Rogan, y ninguno de los dos le dirigió una palabra de saludo.
— Necesitaremos todo el grano que sea posible recoger — decía Rogan— . Tenemos que almacenarlo y prepararnos.
— ¿Y qué me dices de las cincuenta hectáreas sobre el camino norte? Los campesinos dicen que esos campos no producen y que las ovejas están muriéndose.
— Muriéndose, ¡vaya! — rezongó Rogan— . Estoy seguro de que esos bastardos las venden a los mercaderes que pasan por aquí y se guardan el dinero. Envía a algunos hom-bres que quemen unas pocas casas y flagelen a varios campesinos y veremos si las ovejas continúan muriendo.
Ese era un tema en el que Liana se sentía cómoda. Los problemas relacionados con las ovejas y los campesinos habían sido el centro de su vida durante años y no pensó en la posibilidad de "obedecer" o de callar su propia opinión.
— Aterrorizar a los campesinos nunca sirvió de nada — dijo en voz alta, sin mirar a ninguno de los dos. — Ante todo, hay que averiguar si lo que dicen es cierto, podría haber muchas causas: es posible que la tierra esté agotada, que el agua sea mala, o que se haya pronunciado una maldición contra las ovejas. Si no es ninguna de estas cosas y los cam-pesinos están engañándonos, podemos expulsarlos. He descubierto que la expulsión es tan eficaz como la tortura y mucho menos... desagradable. Cuando estemos allí, me ocuparé del asunto.
Se volvió para sonreír a los hombres.
Liana no pudo entender la expresión que vio en las caras de Rogan y Severn.
— También podrían ser las semillas — agregó— . Hubo un año en que un hongo destruyó todas nuestras semillas y...
— ¡Atrás! — le espetó Rogan por lo bajo— . Vuelve con las mujeres, si quiero la opinión de una, la pediré — afirmó en el mismo tono con que hubiera podido decir que pre-guntara a su caballo acerca del problema de los granos antes de hacerlo a una mujer.
— Yo sólo estaba... — comenzó a explicar Liana.
— Si dices una palabra más te ataré en el interior de una carreta — afirmó Rogan, con mirada dura e irritada.
Liana se tragó su propio enojo, volvió grupas a su caballo y regresó con las mujeres.
Severn fue el primero en hablar cuando de nuevo los dos estuvieron solos.
— ¿El agua? ¿Qué puede tener de malo el agua? Y una maldición. ¿Cree que los Howard pronunciaron una maldición contra nuestras ovejas? ¿Y cómo podemos evitarlo?
Rogan miraba hacia adelante y pensó: Condenada mujer. ¿Qué intentaba hacer? ¿Interferir en el trabajo de los hombres? Una vez había permitido la interferencia de una, en una oportunidad se avino a escuchar a una mujer y ella le pagó con la traición.
— No hay maldición, solamente campesinos codiciosos — dijo Rogan con firmeza— . Yo les mostraré a quién pertenece la tierra que ellos cultivan.
Severn reflexionó un momento porque no padecía el mismo odio hacia las mujeres que caracterizaba a su hermano. Comentaba muchas cosas con Iolanthe, comprobando a menudo que las respuestas que ella le ofrecía eran sensatas y útiles. Quizás esa heredera de los Neville tenía más cualidades que lo que él había creído la primera vez que la vio.
Se volvió y la miró: estaba sentada, el cuerpo rígido sobre el caballo, la espalda erguida, los ojos llameantes de furia. Severn sonrió a su hermano.
— Ahora la ofendiste — dijo jovialmente— . Esta noche no se mostrará tan dulce contigo; he descubierto que un regalo generalmente mejora el humor de una mujer. O quizá sean útiles los cumplidos, dile que sus cabellos son como el oro y que su belleza te induce a sacrificar hasta el alma.
— Lo único que me mueve es el oro que está en los carros, no el de su cabello. Y creo que será mejor que esta noche tomes a una de las doncellas para evitar que continúes pensando en los cabellos de las mujeres.
Severn continuó sonriendo.
— ¿Mientras tú duermes con tu bonita esposa y le haces algunos hijos?
Rogan pensó: Hijos, vástagos que le ayudaran a luchar contra los Howard, que viviesen en las tierras de los Peregrine cuando él las recuperase. Hijos que trotaran a su lado, a quienes enseñar a luchar, a cabalgar y a cazar.
— Sí, le daré hijos — dijo finalmente Rogan.
Liana, después de su enfrentamiento con Rogan, estaba convencida de que Joice tenía razón. Necesitaría un tiempo para acostumbrarse a la obediencia, a escuchar y a callar su propias ideas.
Esa noche volvieron a acampar y de nuevo Liana extendió varias pieles bajo un árbol lejano, pero tampoco esta vez Rogan se acercó a ella. No le habló y ni siquiera la miró.
Liana se negó a llorar y rehusó recordar las palabras de advertencia de Helen, pero en cambio, revivió el episodio junto, al estanque, cuando él la había besado. Pareció que esa vez él la creía deseable; pero no era el caso ahora. Durmió inquieta y despertó antes del alba, cuando el resto del campamento aún estaba sumido en el sueño. Se levantó, una mano sobre la espalda dolorida, y se internó en el bosque.
Cuando se había inclinado para beber de un arroyuelo, tuvo conciencia de que alguien la miraba y al volverse bruscamente, vio en las sombras a un hombre de pie. Contuvo una exclamación y se llevó una mano al cuello.
— No abandones la seguridad del campamento sin un guardia — dijo la voz grave de Rogan.
Ella tuvo intensa conciencia de que cubría su desnudez sólo con la delgada túnica de seda y que sus cabellos le caían sobre la espalda; y él vestía sólo sus bragas y la tela lo cubría de la cintura a los pies; el ancho pecho estaba desnudo.
Avanzó un paso hacia Rogan.
— No podía dormir — dijo en voz baja. Ansiaba que él extendiese las manos para tomarla, que la apretase entre, sus brazos— . ¿Dormiste bien?
El la miró con el entrecejo fruncido. Por cierta razón, le parecía conocida, como si la hubiese visto antes. Era una figura bastante tentadora en esa primera luz de la mañana, pero él no sentía un deseo ardiente de tomarla.
— Regresa al campamento — dijo y le dio la espalda.
— Por todos los... — dijo Liana por lo bajo, pero se contuvo. ¿Había alguna razón que justificaba que ese hombre la ignorase? Joice le aseguraba que ella sería capaz de ha-cerse indispensable para él cuando estuviera en su hogar. Allí, podría atender a su comodidad y ocuparse de sus muchas necesidades.
Y además, pensó complacida, compartirían una cama.
Se dio prisa para alcanzarlo.
— ¿Llegamos hoy al castillo Peregrine?
— Es el castillo Moray — dijo él con voz tensa— . Los Howard ocupan las tierras de los Peregrine.
Ella casi tenía que correr para seguirlo y su larga túnica se enganchaba en las ramas y las piedras.
— Oí hablar de ellos, te robaron las tierras y título, ¿verdad? Si no fuese por ellos, ahora serías duque.
El se detuvo bruscamente frente a Liana y la miró irritado.
— Muchacha, ¿ésa es tu esperanza? ¿Casarte con un duque? ¿Por eso te uniste a mí y rechazaste al resto?
— Caramba, no, nada de eso — dijo Liana, asombrada— . Me casé contigo porque...
— ¿Sí? — preguntó él.
Liana no podía confesar que él la excitaba, que su corazón latía aceleradamente incluso ahora, cuando estaban tan cerca el uno del otro y que ella deseaba más que nada tocar la piel desnuda del pecho masculino.
— Aquí están — dijo Severn, que se había acercado sin ser visto y su presencia ahorró a Liana el problema de la respuesta— . Los hombres están preparados para partir. Mi señora — dijo, asintiendo con la cabeza a Liana.
Los ojos de Severn la examinaron tan atentamente que ella se sonrojó y volvió la mirada a Rogan, para comprobar si él había visto algo, pero no fue así. Había echado a andar en dirección al campamento, dejando a Liana en el lugar en el que estaba. Regresó sola al campamento, siguiendo a varios metros de distancia a los dos hermanos.
— Es más bonita de lo que creía al principio — dijo Severn a su hermano mientras cabalgaban.
— No me interesa en absoluto — dijo Rogan— . Una persona que representa el papel de "esposa" no me interesa.
— Yo habría imaginado que lucharías con todas tus fuerzas si alguien tratara de tomarla.
Severn estaba bromeando con su hermano, pero apenas dijo estas palabras se arrepintió. Diez años atrás alguien, en efecto, había intentado apoderarse de la esposa de Rogan y él luchó con tanta fiereza para recuperarla que dos de sus hermanos murieron.
— No, no lucharía por ella — dijo Rogan en voz baja— . Si deseas esa mujer, tómala. Para mí es menos que nada, el oro que me trajo es todo lo que quiero de ella.
Severn frunció el entrecejo al oír las palabras de su hermano, pero no dijo más.
6
Avistaron el castillo Moray a mediodía: Liana nunca había contemplado un espectáculo más deprimente. Era de estilo antiguo, construido para protección y permaneció sin cambios durante más de ciento cincuenta años. Las ventanas eran ranuras para disparar flechas, la torre tenía paredes espesas y un aspecto de bastión impenetrable. Los hombres se alineaban detrás de las almenas, destruidas en algunos lugares, como si el castillo hubiese sido atacado pero nunca reparado.
A medida que se aproximaban, Liana percibió el olor del lugar, que dominaba el de sus propios caballos y los cuerpos sucios de los caballeros Peregrine. El hedor del castillo.
— Mi señora — murmuró Joice.
Liana no miró a su doncella y clavó la vista al frente. Helen le había hablado de la suciedad del lugar, pero Liana no estaba preparada para esto.
Llegaron primero al foso: todas las letrinas del castillo desaguaban en ese espejo protector de agua espesado por los excrementos y residuos de la cocina y sobre todo por huesos putrefactos de animales. Liana mantuvo alta la cabeza y los ojos al frente y a su alrededor las doncellas tosían y tenían náuseas a causa del hedor.
Cabalgaron en fila india por un túnel largo y bajo encima Liana vio tres aberturas destinadas a las gruesas rejas aguzadas de hierro que podían caer sobre los intrusos. Al extremo del túnel había un solo patio, cuya extensión era la mitad del patio exterior del castillo de sir Neville; pero albergaba el triple del número de personas. Su olfato que ya se sentía ofendido ahora se agregaba su oído. Los hombres martillaban el hierro al rojo sobre yunque; los perros ladraban; los carpinteros martillaban, los hombres se gritaban unos a otros tratando de imponerse al ruido.
Liana apenas podía creer en la realidad de este ruido y el hedor de los establos y las pocilgas, parecía como si no hubieran sido limpiadas en muchos años.
A su derecha, una doncella gritó y su caballo se inclinó sobre el de Liana, que volvió los ojos para ver lo que había atemorizado a la joven. Un orinal instalado en el tercer piso se abría sobre el patio y una cascada de orina caía y salpicaba la pared y terminaba en un hondo charco de agua sucia que cubría parte del piso.
Después del chillido de la doncella ni Liana ni las restantes mujeres dijeron una palabra más. Estaban demasiado horrorizadas para hablar.
A la derecha había dos escalinatas de piedra, una que llevaba a la única torre y la otra conducía al edificio más bajo, de dos pisos, con techo de pizarra. En ese pequeño castillo no había patio interior ni exterior, ni separación entre el señor y los vasallos. Todos vivían juntos en este reducido espacio.
Al final de la escalinata, Liana vio a dos mujeres. Ambas buscaron entre los recién llegados, hasta que la vieron entonces una de ellas la señaló y ambas rieron. Pudo ver, que eran criadas, pero la suciedad del lugar demostraba claramente que no hacían nada. Liana se dijo que pronto las corregiría y les enseñaría a abstenerse a reír en presencia de sus superiores.
Las muchachas descendieron deprisa los peldaños y cuando rodearon el breve muro de piedra Liana pudo verlas: ambas eran de baja estatura y busto prominente, cintura estrecha y caderas anchas, con abundantes cabellos castaños toscos y sucios, colgando sobre la espalda en largas trenzas. Usaban ropas bien ajustadas, de modo que revelaban todas sus formas y caminaban con un meneo insolente y exagerado de las caderas. Atravesaron con pasos lentos el patio, de modo que los grandes pechos se agitaban bajo el vestido; la mayoría de los hombres interrumpió sus tareas para mirarlas.
Mientras un caballero ayudaba a Liana a descender del caballo, la joven vio que las mujeres se acercaban a Rogan. El estaba impartiendo órdenes a algunos hombres acerca de los carros de los Neville, pero Liana vio que se tomaba su tiempo para examinar a las muchachas. Una de ellas se volvió y le dirigió a ella una mirada tal de triunfo, que los dedos de la joven esposa sintieron deseos de cruzarle la cara.
— ¿Entramos, mi señora? — preguntó Joice sumisamente— . Quizás adentro esté...
Su voz se apagó.
Era evidente que su marido no se proponía mostrarle el nuevo hogar y a esta altura de las cosas Liana no esperaba nada semejante. Supuso que la escalinata que las insolentes criadas habían bajado llevaba a las habitaciones del señor del castillo, de modo que alzó sus faldas y comenzó a ascender; en el trayecto apartó con los pies algunos huesos de lo que parecía un ave muerta.
Al final de la escalinata había una amplia habitación; la puerta de acceso estaba dividida por lo que otrora debió haber sido una hermosa hoja de madera tallada, pero ahora se veían hachas clavadas en ella y clavos para colgar mazas y lanzas. Después de pasar las amplias hojas de madera de la puerta, una de las cuales colgaba de un solo gozne, se abría una habitación de unos quince metros por ocho, con un techo tan alto como ancha era la sala.
Liana y sus doncellas entraron en silencio en este lugar, porque no había palabras para expresar lo que veían. Era más que suciedad. El piso parecía el lugar que recibió todos los huesos de todas las comidas consumidas allí durante más de cien años. Las moscas formaban enjambres alrededor de los restos cubiertos de gusanos, y Liana pudo ver cosas — se negó a pensar qué eran— que se deslizaban bajo la gruesa capa de desechos.
Las telarañas con sus gordas ocupantes colgaban del techo casi hasta el piso, los hogares dobles sobre el extremo este del salón tenían casi un metro de cenizas. El único mueble en la habitación consistía en una gruesa mesa formada por una lámina de roble ennegrecido y ocho sillas rotas y agrietadas, todo cubierto de grasa proveniente de años de comidas.
Había varias ventanas en la habitación, algunas a unos cinco metros de altura, pero el cristal y las persianas habían desaparecido, y así el olor del foso, el patio y la sala se mezclaban.
Cuando una de las doncellas que estaba detrás ahogó una exclamación y comenzó a desmayarse, Liana no se sorprendió.
— ¡De pie! — ordenó— . O de lo contrario tendremos que acostarte sobre el piso.
La joven reaccionó inmediatamente.
Haciendo de tripas corazón y recogiendo la falda de seda, Liana cruzó la sala en dirección a la escalera que estaba en el rincón noroeste. También aquí los peldaños estaban cubiertos de huesos, paja aplastada hasta convertirse en polvo y lo que era posiblemente una rata muerta.
— Joice, ven conmigo — dijo por encima del hombro— y que las demás permanezcan aquí.
Después de ascender ocho peldaños una habitación se abría a la izquierda y un retrete a la derecha. Se asomó a la habitación pero no entró en ella. Contenía una mesita redonda, dos sillas y centenares de armas.
Liana continuó ascendiendo la escalinata circular, con la tímida Joice detrás, hasta que llegó al segundo piso de la torre. Ante ella se abría un corredor corto y bajo y después de avanzar pocos metros por él se llegaba a una puerta que se abría a la derecha. Era un dormitorio con un sucio colchón de paja en el piso y la paja era tan vieja que llenaba apenas las dos cubiertas de tosca tela. De esta habitación se pasaba a una letrina.
Joice se adelantó un paso y bajó la mano, como disponiéndose a tocar las dos mantas que estaban al pie del colchón.
— Piojos — fue todo lo que dijo Liana y continuó caminando por el corredor.
Ingresó en el solar, una habitación amplia y espaciosa iluminada por la luz que provenía de numerosas ventanas. Sobre la pared sur había una escalera de madera que llevaba al tercer piso. Un movimiento a cierta altura indujo a Liana a levantar los ojos: a lo largo de la ménsulas talladas que sostenían las vigas del techo había perchas de madera y en ellas estaban encaramados los halcones, todos encapuchados y sujetos por las patas. Eran peregrinos, halcones, azores y gavilanes. Las paredes estaban manchadas de excrementos de las aves y la suciedad había chorreado hasta formar duros montículos en el piso.
Liana levantó un poco más la falda y caminó sobre el sucio piso hacia el lado este de la habitación. Había tres arcos, el central formaba un cuartito, con una hoja de madera que apenas colgaba, mientras la otra había desaparecido. Contra la pared de piedra una pequeña piscina utilizada por el sacerdote para practicar abluciones después de la misa.
— Es sacrilegio — dijo Joice, pues se trataba de un oratorio privado, un lugar sagrado para decir la misa en presencia de la familia.
— Ah, pero aquí tenemos una vista excelente del foso — dijo Liana, asomándose a la ventana y tratando de poner un poco de humor en ese espantoso lugar. Pero Joice no rió ni sonrió.
— Mi señora, ¿qué haremos?
— Trataremos de que mi esposo esté cómodo — dijo Liana con voz firme— . En primer lugar, prepararemos dos dormitorios para esta noche. Uno para mi esposo y yo — no pudo impedir el sonrojo que le tiñó la cara— , y otro para ti y mis doncellas. Mañana nos ocuparemos del resto del lugar. Ahora, basta de quedarse inmóvil, mirando. Ve a buscar a esas mujeres que están ahí abajo, un poco de trabajo les curará la insolencia.
Joice temía estar sola en el castillo, pero la actitud de su ama le infundió coraje. Recelaba de lo que acechaba en las sombras y los rincones. Si alguien la atacaba, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que hallasen sus huesos entre los restantes?
En el solar, Liana pasó a las habitaciones de los costados de¡ oratorio. Aquí los excrementos de las aves eran menos evidentes y pudo advertir que bajo la suciedad, los muros tenían pintadas diferentes escenas. Después de limpiarlos podría ordenar que los reparasen, y allí, sobre la pared oeste, al fondo, colgaría un tapiz. Durante un momento casi pudo olvidar los olores de la habitación, el sonido ominoso del movimiento de las alas de los pájaros y el ruido de lo que estaba moviéndose, fuera lo que fuese, bajo los restos amontonados en el piso.
— Mi señora, no quieren venir — dijo Joice, sin aliento desde la puerta.
Liana regresó a la realidad.
— ¿Quién no quiere venir? ¿Mi esposo?
Joice estaba indignada.
— Las criadas. Las criadas de lord Rogan. Cuando les dije que debían limpiar, se rieron de mí.
— ¿De veras? — dijo Liana— . Veamos qué me dicen.
Estaba dispuesta a pelear con fiereza. Se había mostrado tan obediente y tragado tanta cólera durante los últimos días que deseaba dar salida a su enojo, y las criadas que la señalaban con el dedo y se reían, era un blanco excelente.
Descendió furiosa la empinada escalera, atravesó la cámara del señor, bajó por la escalinata exterior y entró en el patio sucio y ruidoso. Las dos sirvientas a quienes había visto antes estaban holgazaneando cerca del pozo y permitiendo que tres jóvenes caballeros extrajesen cubos de agua para ellas, a la vez que rozaban los bustos prominentes contra los brazos de los hombres.
— ¡Vosotras! — dijo Liana a la que estaba más cerca— , venid conmigo.
Liana comenzó a caminar hacia el castillo pero de pronto advirtió que ninguna de las criadas estaba siguiéndola. Se volvió y comprobó que ambas le sonreían, como si supieran algo que ella ignoraba. Liana nunca había realizado la experiencia de una criada que la desobedeciera, estando siempre apoyada por el poder de su padre.
Durante un momento, no supo qué hacer. Podía sentir los ojos de todos los que estaban en el patio fijos en ella y comprendió que era el momento de afirmar su dominio como señora del castillo, pero no podía hacerlo si no estaba segura de contar con el respaldo de su esposo.
Rogan estaba cerca de la pared del fondo del patio, dirigiendo la descarga de un carro que contenía varias armaduras completas, las que eran parte de la dote de Liana. Irritada, ella atravesó el patio esquivando a tres perros que reñían y pisando una pila de entrañas descompuestas de ovejas.
Sabía lo que deseaba decir, las exigencias que quería formular, pero cuando Rogan se volvió hacia ella, irritado porque lo interrumpía, su confianza se esfumó. Ella deseaba tanto complacerlo, ansiaba que su mirada cambiase al mirarla. Ahora, parecía que él trataba de recordar quién era la joven.
— Las criadas no me obedecen — dijo con voz neutra.
El la miró consternado, como si el problema de Liana nada tuviese que ver con él.
— Deseo que las criadas empiecen a limpiar, pero no me obedecen — insistió Liana.
Esta respuesta pareció aliviar el desconcierto de Rogan. Se volvió hacia los carros.
— Limpian lo que es necesario, creí que tú habías traído criadas.
Ella se puso entre él y el carro.
— Tres de mis doncellas son damas, y las otras... bien, hay demasiado que hacer.
— Abolla esa armadura y te abollaré la cabeza — gritó
Rogan a un hombre que estaba descargando el carro. Miró a Liana.
— No dispongo de tiempo para las criadas y el lugar está bastante limpio. Ahora, vete y déjame descargar estos carros.
Se desentendió de ella como si no existiera; Liana permaneció allí de pie, mirando la espalda de Rogan, y sintiendo clavados en ella los ojos de todos los hombres y sobre todo de las dos mujeres. Bien, Helen le había advertido acerca de esto, así era el matrimonio. Un hombre la cortejaba hasta que la conseguía y después una mujer era menos que... menos que un pedazo de hierro. Por supuesto, en el caso de Rogan ella no había merecido el galanteo.
Ahora, sabía que debía mantener a toda costa su dignidad. No miró a derecha ni a izquierda y en cambio camino en línea recta hacia los peldaños de piedra, ascendió la es-calinata y entró en el castillo. Detrás, alcanzó a oír el estrépito del patio que recomenzaba con fuerza triplicada, e incluso oyó algunas agudas risas femeninas.
Su corazón latió deprisa a causa de la humillación recibida. Helen le había dicho que estaba mal acostumbrada a causa del poder que ejercía en la propiedad de los Neville, pero Liana no había tenido verdadera idea de lo que su madrastra sugería. Sospechaba que pocas personas comprendían cuán diferente era de la suya propia la vida de otros individuos. Ella había esperado que su vida conyugal fuese un poco distinta, pero este sentimiento de impotencia, como si ella misma no existiera, era algo completamente nuevo para Liana.
Seguramente así era como Helen se sentía en la residencia de los Neville cuando los criados obedecían a Liana y no a la propia Helen.
— Se sentía como yo ahora, y sin embargo era buena conmigo — murmuró Liana.
— Mi señora — dijo Joice en voz baja.
Miró parpadeando a su criada, y vio miedo dibujado en la cara de la mujer. Ahora, Liana no parecía tan segura de sí misma como había sido el caso antes de la boda. Por el momento, se sentía fatigada para pensar lo que haría en el futuro. Ahora, las necesidades inmediatas tenían que ver con la comida y un lugar para dormir.
— Envía a Bess, dile que vea dónde están las cocinas y que traiga alimento.... esta noche no deseo comer en compañía. Después, ordena que suban al solar parte de mi ropa de cama. — Alzó una mano para impedir que Joice hablase. — No sé cómo conseguiré algo, parece que carezco de poder en el hogar de mi marido. — Trató de evitar que su voz expre-sara autocompasión, pero no lo consiguió.— Y trae unas palas, esta noche vaciaremos de suciedad dos habitaciones y así podremos dormir. Y mañana...
Se interrumpió, porque no le agradaba pensar en el mañana. Si carecía de poder, aunque fuese para impartir órdenes a una criada, sería una prisionera, exactamente como si la hubiesen encerrado en una mazmorra.
— Averigua todo lo que puedas acerca de este lugar — dijo Liana, como de pasada— . ¿Dónde está lord Severn? Quizás él pueda... ayudarnos.
No había mucha energía en la voz de Liana.
— Sí, mi señora — dijo sumisamente Joice y salió de la habitación.
Con movimientos lentos, Liana ascendió la escalera circular que llevaba al solar. Los halcones se movieron en sus perchas cuando oyeron los movimientos de la joven y volvieron a aquietarse. Si el castillo entero no hubiese mostrado una alfombra de restos, los que la gente producía por el mero hecho de vivir, ella habría podido creer que estaba desierto. Era tan diferente de la casa de su padre, donde los habitantes entraban y salían de los cuartos y se reía y bromeaba. Había solamente hombres, los rostros duros y sombríos, con cicatrices en el cuerpo y armas en las manos. No se veían niños, y tampoco mujeres, excepto las dos zorras que se reían de Liana y se negaban a obedecerle.
Miró hacia abajo, al foso, y a la luz cada vez más tenue vio la cabeza de una vaca flotando en un líquido negro y espeso. Ese lugar sería en adelante su hogar, allí tendría que concebir hijos y criarlos. Y el amor que recibiría era el que podía provenir de un marido que al parecer la olvidaba apenas dejaba de verla una hora.
¿Cómo conseguiría que él la amase? Quizá si ella y sus criadas limpiaban el castillo, si Liana conseguía convertirlo en un lugar apropiado para vivir, él se alegraría de haberla tomado como esposa. Pensaría en ella, y no sólo como la persona que venía agregada a la dote.
Y la comida, pensó Liana. Quizá si traía buenos cocineros y cubría la mesa de Rogan de platos deliciosos y agradables al paladar. Estaba segura de que el hombre que comía bien, que dormía entre sábanas limpias, que vestía prendas pulcras, tenía que sentirse complacido con la mujer que posibilitaba todo eso.
Y después estaba el lecho. Liana había oído decir a sus criadas que una mujer que complacía a un hombre en la cama, por eso mismo podía controlarlo. Al llegar la noche ya tendría el dormitorio limpio y él iría a buscarla, pues al disponer de un lugar íntimo para los dos, desearía estar con su esposa. Liana sonrió por primera vez desde que alcanzara la vista del castillo Moray. Sólo necesitaba mostrarse paciente y lo que deseaba, con el tiempo se convertiría en realidad.
Unos minutos después sus siete doncellas llegaron al solar, los brazos cargados de alimentos, almohadas y mantas, y todas hablando al mismo tiempo.
Liana necesitó un momento para comprender lo que las mujeres decían. Lord Severn estaba con una persona a quien llamaban la Dama y no era probable que se lo viese durante tres o cuatro días. Fuera de la Dama y sus doncellas, había sólo ocho mujeres en todo el castillo.
— No trabajan — dijo Bess— y nadie quiso decirme qué hacen.
— Y las llaman según los días de la semana. Domingo, Lunes, Martes, y así por el estilo, excepto una que se llama la Suplente. Parece que no tienen otros nombres — dijo Alice.
— Y la comida es espantosa, la harina está llena de gorgojos y arena. El panadero cuece todo en el pan.
Bess se inclinó hacia adelante.
— Solían comprar pan a un panadero del pueblo, pero él inició juicio contra los Peregrine por falta de pago y...
— ¿Y qué? — preguntó Liana, tratando de masticar un pedazo de carne que hubiera podido usarse para fabricar una montura.
— Los Peregrine derribaron la puerta de la casa del panadero y... usaron como retrete los cajones llenos de harina.
Liana dejó en el plato la carne incomible. Las mujeres habían limpiado un asiento bajo la ventana y todas se sentaron allí. Del piso bajo llegaban los sonidos del acero contra el acero, de los hombres que gritaban, de la comida masticada con la boca abierta. Al parecer, el esposo de Liana y sus hombres estaban alimentándose en la habitación del piso bajo, pero nadie pensó invitar a la esposa del señor.
— ¿Pudieron averiguar cual es el dormitorio de lord Rogan? — preguntó Liana, tratando de conservar su dignidad.
Las mujeres se miraron, una expresión compasiva en los ojos.
— No — murmuró Joice— Pero seguramente una sala muy amplia que vi al pasar, es su habitación.
Liana asintió. Aún no se había sentido bastante fuerte para ascender los peldaños de madera del solar y ver las salas de arriba — o lo que era más probable, qué clase de su-ciedad había allí. Si en el solar guardaban aves, ¿quizás habría cerdos en el dormitorio del piso alto?
Se necesitaron dos horas de duro trabajo para limpiar dos dormitorios. Liana deseaba ayudar, pero Joice rehusó permitirlo, y ella comprendió. Por el momento sus doncellas eran casi sus iguales, pues todas se sentían perdidas y solas en ese lugar extraño y maloliente; pero Joice no deseaba que su ama perdiese la autoridad que ejercía sobre esas mujeres. De modo que Liana permaneció en el asiento de la ventana del solar y mantuvo cerca de la nariz una naranja salpicada de clavos de olor para combatir el hedor del foso.
Cuando por fin la habitación estuvo lista — no limpia, pero por lo menos podía caminarse sin tropezar con huesos y restos— una de las criadas persuadió a un herrero de que subiese los colchones y con la ayuda de Joice, Liana se desvistió y se acostó. Permaneció despierta un rato, esperando que llegase su esposo, pero él no apareció.
Por la mañana, la despertaron los ruidos estridentes y los inmundos olores. Lo que ella creía una pesadilla, era la realidad.
A primera hora Rogan entró en el salón del piso bajo y vio a Severn sentado a la mesa, la cabeza descansando sobre las manos con expresión fatigada, comiendo pan y queso.
— No esperaba verte por un tiempo. ¿Quieres salir a cazar conmigo?
— Sí — contestó Severn— . Necesito descanso después de la noche con Io. Tú no pareces fatigado. ¿Tu esposa no te molestó mucho anoche?
— Anoche fue sábado — respondió Rogan.
— ¿Y no lo pasaste con tu mujer?
— No, por ser sábado.
Severn se rascó el brazo.
— De ese modo nunca tendrás hijos.
— ¿Estás dispuesto a salir o no? Ya me ocuparé de ella. Tal vez la próxima vez... no sé cuándo será. No es una persona que caliente la sangre de un hombre.
— ¿Dónde está ahora?
Rogan se encogió de hombros.
— Quizás en el piso alto. ¿Quién sabe?
Severn bebió un sorbo de vino para tragar el resto del pan y escupió arena al piso, lo que su hermano hacía no era cosa de su incumbencia.
Durante tres días Liana y sus criadas trabajaron limpiando el solar. Y por tres días ella temió descender al piso bajo porque no se atrevía a enfrentar a la gente del castillo Moray. Todos sabían que su esposo la había rechazado y que no sólo rehusaba dormir con ella sino que se negaba a concederle poder sobre sus criados.
De modo que Liana permaneció sola, sin ver al esposo y sin relacionarse con la gente del castillo. Se dijo que no estaba conquistando con su sumisión el amor del esposo, sino que él ni siquiera le prestaba atención, sin importarle si ella se mostraba sumisa o díscola.
En la tarde del cuarto día se atrevió a ascender por la escalera de madera. El piso alto estaba tan sucio como había sido el caso del solar, excepto que allí no había signos de que nadie hubiese vivido durante años. Se preguntó dónde dormía la gente del castillo y casi instantáneamente los imaginó formando un confuso montón en el piso.
Caminó por el corredor atisbando un dormitorio vacío tras otro asustando a las ratas al pasar y levantando pequeños remolinos de polvo detrás. Cuando se disponía a descender otra vez, le pareció oír el movimiento de una rueca: se alzó las faldas, corrió hasta el dormitorio más alejado y abrió bruscamente la pesada puerta.
Sentada en un lugar de la habitación bañado por el sol había una mujer mayor muy bonita, de cejas y cabellos oscuros, trabajando con una rueca. El cuarto estaba limpio, tenía muebles tapizados y las ventanas mostraban todos sus cristales. Seguramente se trataba de la Dama a quien lord Severn visitaba, o quizás era una tía u otra parienta.
— Pasa, querida, y cierra la puerta antes de que ambas nos sofoquemos con el polvo.
Liana hizo lo que se le pedía y sonrió.
— No sabía que aquí había alguien, en vista del estado en que se encuentra todo.
Se sentía muy cómoda con esta agradable mujer y cuando ella le indicó una silla con un gesto de la cabeza, Liana se sentó.
— Es terrible, ¿verdad? — dijo la dama— . Rogan no prestaría atención a la suciedad aunque formase un colchón tan espeso que él tuviera que avanzar nadando.
Liana cesó de sonreír.
— No me prestaría atención aunque yo estuviese ahogándome en esa suciedad — dijo por lo bajo, porque su intención no era que la dama la escuchase.
Pero ella la oyó:
— Por supuesto, no te prestaría atención. Los hombres ni siquiera ven a las mujeres buenas que se ocupan de que sus ropas estén limpias y sus alimentos bien preparados, y, que les dan hijos sin reclamar nada.
Liana la miró fijamente.
— ¿Y cuáles son las mujeres que les interesan?
— Las que son como Iolanthe. — Sonrió a Liana.— Tú la conoces, es la novia de Severn. Bien, en realidad no la novia. A decir verdad, Io es la esposa de un hombre muy acaudalado, muy viejo y muy estúpido. Io gasta el dinero de ese hombre y vive aquí con Severn, que no es viejo ni adinerado y de ningún modo estúpido.
— ¿Ella vive aquí? Prefiere vivir en esta... esta...
— Tiene sus propias habitaciones sobre la cocina, que son el mejor lugar del castillo. Io exige siempre lo de más calidad.
— Reclamé ayuda a las criadas — dijo amargamente Liana— pero no conseguí nada.
— Hay exigencias y exigencias — dijo la dama, mientras hilaba el lino— . ¿Amas mucho a Rogan?
Liana desvió la mirada y ni siquiera se inquietó ante su propia familiaridad con esta mujer. Estaba muy cansada de hablar únicamente con las criadas.
— Creo que antes hubiera podido amarlo, acepté casarme con él porque fue el único hombre que se mostró sincero conmigo. No elogió mi belleza y sí clavó los ojos en el oro de mi padre.
— Rogan siempre es sincero, nunca finge ser lo que es, ni se ocupa de lo que no le importa.
— Es cierto, y yo no le importo — dijo Liana con tristeza.
— Pero por otra parte, tú le mientes, ¿no es así, querida? La Liana que se oculta de la risa de las criadas no es la que administraba las propiedades de su padre, la mujer que cierta vez enfrentó a una turba de campesinos irritados.
Liana no preguntó cómo era posible que esa mujer supiera tales cosas acerca de su persona, pero sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
— No creo que un hombre pudiera amar a esa Liana, Joice dice que a los hombres les agrada...
— ¿Y quién es Joice?
— Mi doncella. En realidad, es casi una madre para mí. Dice que...
— ¿Y sabe todo lo que hay que saber de los hombres? ¿Fue criada por uno, se casó con otro, es la madre de muchos?
— Bien, en realidad no; creció conmigo. Antes era huérfana y vivía en las habitaciones de las mujeres. Está casada, pero no tiene hijos; en realidad, ve a su marido sólo tres veces al año, de modo que... Oh, comprendo lo que usted quiere decir. Joice no ha tenido mucha experiencia con los hombres.
— No, me lo imaginaba. Recuerda, querida, nadie lucha por la mujer que limpia la casa de un hombre; se lucha por la que a veces usa el látigo.
Esa observación provocó la risa de Liana.
— Me parece inconcebible que yo pueda esgrimir un látigo frente a lord Rogan.
— Sólo una camisa manchada de lodo — respondió la dama con una expresión de regocijo. De pronto, movió la cabeza.— Alguien sube la escalera, por favor, vete, no quiero que me molesten.
— Sí, por supuesto — respondió Liana y salió de la habitación, cerrando la puerta. Casi retornó para preguntarle cómo estaba enterada del episodio de la camisa, pero Joice apareció al final de la escalera y le dijo que la necesitaba.
Liana pasó el resto del día en el solar, con la única compañía de sus criadas, pero a cada momento recordaba las palabras de la mujer. Estaba muy confundida acerca del curso de acción más conveniente. Pensó en la posibilidad de acudir a Rogan y exigirle que obligase a los criados a obedecerle, pero la idea le pareció ridícula, él se limitaría a darle la espalda. No podía concebir que la escuchara sólo porque ella formulase reclamos en voz alta. Por supuesto, Liana siempre podía amenazarlo con una espada, pero la idea casi le provocó risa, de modo que la única alternativa que le restaba era esperar. Quizás un día él llegaría al solar, tal vez para retirar uno de sus halcones y vería que allí estaba limpio, y desearía continuar allí, y se acercaría a ella, con ojos enamorados, y...
— ¿Mi señora? — dijo Joice— . Sé hace tarde.
— Sí — dijo Liana con voz grave. De nuevo tendría que acostarse en su lecho vacío y frío.
Varias horas después despertó al oír un ruido extraño y ver una luz.
— ¡Rogan! — exclamó con voz ahogada y se volvió par ver, no a su marido, sino a un muchacho alto, muy apuesto, con los cabellos oscuros y sucios largos hasta los hombros y una raída túnica de terciopelo sobre calzas abolsadas. Estaba junto a la pared, un pie sobre un taburete, el codo apoyado en la rodilla, comiendo una manzana y mirándola a la luz de una gruesa vela.
Liana se levantó de la cama.
— ¿Quién sois, y qué hacéis en mi habitación?
— Vine a echaros una ojeada — dijo él.
Debía de ser más joven que lo que su estatura indicaba, porque aún no había cambiado la voz.
— Ya me habéis visto, de modo que ahora... ¡fuera de aquí!
Liana no estaba obligada a soportar las insolencias en el cuarto que había elegido como dormitorio.
El masticó ruidosamente la manzana y no hizo el menor intento de salir.
— Imagino que ya hace bastante que estáis esperando a mi hermano.
— ¿Vuestro hermano? — Liana recordó las palabras de Helen, cuando le había dicho cuántos Peregrine aún restaban.
— Soy Zared — dijo el muchacho, retirando el pie del taburete y arrojando por la ventana el corazón de la manzana.— Ya os he visto, sois como dicen y Rogan no vendrá esta noche.
Echó a andar hacia la puerta.
— ¡Un momento! — llamó Liana con una voz que indujo al muchacho a detenerse y volverse— . ¿Por qué decís que soy como dicen? ¿Y dónde está mi marido, que no puede venir esta noche?
Liana abrigaba la esperanza de que el muchacho afirmase que Rogan estaba en una misión secreta, al servicio del rey, o quizás había pronunciado un voto provisional de castidad.
— Hoy es miércoles — dijo Zared.
— ¿Qué tiene que ver el día de la semana con mi esposo?
— Oí decir que las habéis conocido, son ocho. Una para cada día de la semana, y la restante el día en que una de las mujeres tiene molestias femeninas. A veces dos de ellas tienen molestias femeninas al mismo tiempo y entonces Rogan se muestra insoportable. Quizás en ese momento venga a veros.
Liana no estaba segura, pero le pareció que comenzaba a entender.
— Esas criadas — dijo en voz baja— . ¿Queréis decir que mi marido duerme con una diferente cada noche? ¿Que ellas son como... un calendario?
— Antes ensayó tener una cada día del mes, pero dijo que eso lo obligaba a tener muchas mujeres en el castillo y decidió arreglarse con ocho. Severn es completamente distinto. Afirma que Iolanthe le alcanza. Por supuesto, lo es...
— ¿Dónde está? — La irritación comenzaba a dominar a Liana. El enojo que se había tragado desde la primera vez que vio a Rogan comenzaba a difundirse por sus venas, y ahora estaba vomitándolo y tenía un sabor tan inmundo como el líquido del foso.— ¿Dónde está él?
— ¿Rogan? Duerme cada noche en un lugar distinto. Va a los cuartos que corresponden a los días, dice que ellas tienen celos si viene a esta habitación. Esta noche, como es miércoles, seguramente está en el piso alto, encima de las cocinas, la primera puerta a la izquierda.
Liana saltó de la cama, su cuerpo una masa viva de cólera. Tenía todos los músculos tensos.
— No pensaréis ir allí, ¿verdad? A Rogan no le agrada que lo molesten durante la noche y os puedo asegurar que su carácter no es agradable. Cierta vez, él...
— Todavía él no ha visto mi carácter — dijo Liana con los dientes apretados— . Nadie me trata así y vive para contarlo. ¡Nadie!
Pasó frente a Zared, salió al corredor y del sostén de la pared retiró una antorcha llameante. Tenía puesta una bata y caminaba con los pies descalzos sin advertir los huesos que pisaba al caminar y cuando un perro quiso cruzarse en su camino, usó la antorcha como una espada y el animal, se apartó.
— Oí decir que eras un conejo — dijo Zared que venía detrás, con una expresión de asombro en la cara. Pero está esposa de ningún modo parecía un conejo mientras descendía la escalera y atravesaba el salón del piso bajo.
¿Qué se proponía hacer la esposa de Rogan? Cualquiera fuese su propósito, Zared sabía que era necesario llamar a Severn.
7
Liana no sabía muy bien dónde estaban las habitaciones construidas sobre la cocina, pero pareció hallarlas casi instintivamente. El instinto era lo único que le restaba para orientar sus pasos, porque su cerebro estaba ocupado por los recuerdos de las humillaciones sufridas desde el mismo momento de la boda. El no pidió verla antes del matrimonio, exigió más dinero en la puerta de la iglesia, la había violado después del casamiento y sólo para consumar el matrimonio, no porque la deseara en lo más mínimo. Durante días enteros se desentendió de ella, arrojándola al interior de este castillo que era una cloaca y ni siquiera la había presentado a sus habitantes para decirles que era su esposa.
Descendió la escalera que llevaba al patio y después ascendió los estrechos peldaños de piedra que conducían a lo que según ella imaginaba era la cocina, y más tarde, una empinada escalera de piedra en espiral. Algo pegajoso se deslizó bajo sus pies pero ella no le prestó atención. Tampoco tuvo en cuenta a la gente que estaba comenzando a levantarse de sus camas y a seguirla, mirando interesada a esa joven que según todos decían era un conejo sumiso y bondadoso, la mujer que el señor había llevado al castillo.
Liana continuó ascendiendo la escalera y en cierto momento descargó un puntapié, a una rata excesivamente entusiasta que había tratado en morderle los dedos de los pies; finalmente, llegó al piso alto. Abrió en silencio la primera puerta de la izquierda y entró en la habitación. Allí, tendido boca abajo, el bello cuerpo desnudo — el cuerpo que otrora había inspirado tantos deseos— estaba su marido. Y a su derecha, durmiendo, la criada regordeta y también en cueros; que se había negado a obedecer a Liana.
No pensó en lo que estaba haciendo, acercó la antorcha a una esquina del colchón — uno de los que ella había traído de la casa de su padre— y luego puso fuego a otra esquina.
Rogan despertó casi inmediatamente, reaccionando al instante. Arrastró a la mujer dormida fuera de la cama en llamas y se incorporó de un salto. La muchacha despertó, comenzó a gritar y continuó gritando cuando Rogan la arrojó al fondo de la habitación. Arrancó de la cama la manta encendida y comenzó a golpear las llamas que empezaban a extenderse. La puerta se abrió bruscamente, entró Severn y ayudó a su hermano a apagar el fuego antes de que alcanzara las vigas del techo de madera. Cuando por fin las llamas se apagaron, los dos hermanos arrojaron por la ventana los restos chamuscados del colchón, que cayeron al foso. Los gritos de la criada habían cesado, pero ahora estaba acurrucada en un rincón de la habitación, los ojos cargados de terror. Emitía breves gemidos.
— ¡Basta de gritos! — ordenó Rogan— . No fue más que un poco de fuego — agregó y siguió la mirada de la muchacha hasta donde estaba Liana, que aún sostenía la antorcha. Rogan necesitó apenas un momento para comprender lo que había sucedido y entonces no pudo creer lo que ocurrió en realidad.
— Incendiaste la cama, trataste de matarme — afirmó y se volvió hacia Severn— . Está con los Howard, aprésala y quémala por la mañana.
Antes de que su hermano pudiese contestar, antes que alguno de los muchos espectadores entre ellos Zared, que se habían reunido en la puerta, pudiese replicar, estalló la cólera de Liana.
— Sí, traté de matarte — dijo y avanzó hacia él acercándole la llama de la antorcha— , y ojalá lo hubiese logrado. Me humillaste, me deshonraste, me ridiculizaste...
— ¿Yo? — inquirió Rogan, completamente asombrado. Habría podido arrebatarle fácilmente la antorcha, pero era grato mirarla con esos cabellos rubios y la fina bata, a la luz del fuego. ¡Y la cara! ¿Esta era la joven que él había creído fea? — Te he respetado en todos los aspectos. Y apenas me acerqué a ti.
— ¡Cierto! — gritó ella, avanzando otro paso hacia Rogan— . Me dejaste sola en mi propia fiesta de bodas, me dejaste sola la noche de bodas.
Rogan tenía la expresión de un hombre acusado injustamente.
— Ya no eres virgen. Me ocupé de eso.
— ¡Me violaste! — le gritó Liana.
Ahora Rogan comenzaba a enojarse. A su entender, jamás había violado a una mujer en el curso de su vida. No porque se opusiera moralmente al hecho, sino porque con su cara y su cuerpo nunca había sido necesario llegar a eso.
— No hice tal cosa — afirmó por lo bajo, contemplando el busto de Liana, agitado bajo la bata.
— Me parece que nuestra presencia aquí no es necesaria — dijo en voz alta Severn, pero Rogan y Liana estaban tan absortos uno en el otro que no lo oyeron. Severn empujó a los demás fuera de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
— Pero ella tiene que ser castigada — dijo Zared— . Casi mató a Rogan.
— Es una hembra interesante — dijo reflexivamente Severn.
— ¡Tiene mi habitación! — gimió Miércoles, con una manta chamuscada alrededor de su desnudez
Severn sonrió.
— Hubiera podido quitarte más que tu cuarto, ve a dormir con Domingo. Y tú — ordenó a Zared— , acuéstate.
Mientras, Liana y Rogan se enfrentaban. Este sabía que debía castigar a Liana — después de todo, habría podido matarlo— , pero ahora que sabía que su acción era nada más que el acceso de celos de una mujer, comprendió que el asunto no debía preocuparle.
— Tendría que ordenar que te flagelen.
— Ponme una mano encima, y la próxima vez incendiaré tus cabellos.
— Vamos, mira un poco... — dijo Rogan. Ella estaba yendo demasiado lejos. El aceptaba soportar las pequeñas rabietas de las mujeres, después de todo, eran mujeres, pero esto le parecía demasiado.
Liana lo amenazó con la antorcha y Rogan parecía no advertir en absoluto que estaba completamente desnudo.
— No, te toca el turno de escuchar. He permanecido en silencio, sin hacer nada, mientras tú me ignorabas y despreciabas. Permites que esas... esos Días tuyos se rían de mí. ¡De mí! La dama del castillo. Soy tu esposa, y se me tratará como lo merezco. De modo que, Dios me ayude, me tratarás con cortesía y respeto, no reclamo amor, o será mejor que nunca duermas cerca de mí, porque puede suceder que no vuelvas a despertar.
Rogan estaba mudo. Una cosa era ser amenazado por un enemigo, ¡pero esta mujer era su esposa!
— Ninguna mujer me amenaza — dijo con voz grave.
Liana le acercó la antorcha y él, con un rápido gesto, se la quitó y la aferró por la cintura. Pensaba sacarla de la habitación, llevarla abajo y encerrarla en el calabozo, pero cuando tuvo cerca el rostro de Liana su cólera se convirtió en deseo. Jamás había deseado a una mujer tanto como a ésta. Moriría si no podía tenerla.
Apoyó la mano sobre el hombro de Liana y comenzó a quitarle la bata.
— ¡No! — dijo ella, apartándose de Rogan, pero él estaba ciego de pasión, su cerebro concentrado en el ansia de poseerla. Con la mano aferró los cabellos de Liana y la atrajo hacia él.
— No — murmuró ella, sus labios contra los de su esposo. — No volverás a violarme. Podrás hacerme el amor la noche entera, pero no me violarás.
Rogan se sintió desconcertado por esas palabras. Las mujeres se le entregaban, lo habían seducido, pero nunca una de ellas le formuló exigencias. Y de pronto, accedió a su requerimiento. Jamás había pensado en la posibilidad de agradar o no a una mujer; pero deseaba complacer a ésta.
Las manos sobre los hombros de Liana se aflojaron, hasta que los dedos apenas rozaban la piel y la atrajo suavemente. En general, no solía molestarse mucho besando a las mujeres con quienes se acostaba, porque ellas siempre se mostraban ansiosas por atraerlo, y besarlas era mera pérdida de tiempo. Pero quería besar a esta mujer.
Liana echó atrás la cabeza y lo aceptó, sintiendo la suavidad de su boca y sus manos, que se elevaban para tocarle los cabellos. Los labios de Rogan se movieron sobre los de Liana, envolviéndolos, la punta de su lengua la penetró, y ella gimiendo, apoyó su cuerpo contra el de él.
Rogan no pudo continuar esperándola. Sus brazos se cerraron sobre ella, una mano aferró el muslo de Liana para levantar su pierna derecha y rodear con ella la cintura de Rogan. Enseguida, la otra mano alzó la pierna izquierda.
Como tenía tan escasa experiencia con el sexo, Liana no sabía muy bien qué estaba sucediendo, pero le encantaban los besos y la sensación de sus nalgas desnudas contra la piel de Rogan. No estaba preparada cuando él golpeó la espalda de su esposa contra la pared de piedra y la penetró con toda la fuerza de un hombre que utiliza un ariete para atacar una puerta cerrada. Liana gritó, impulsada por el dolor y la protesta, pero su cara estaba sepultada en los músculos del pecho de Rogan, y nadie la oyó.
Pareció que él continuaría durante horas sus ataques profundos y duros y al principio Liana odió el acto, al hombre, todo lo que le estaban haciendo, pero después de un momento abrió muy grandes los ojos, pues sintió un profundo placer interior que comenzaba a difundirse por todo su cuerpo.
Lanzó una exclamación de sorpresa, aferró los cabellos de Rogan y tiró con fuerza mientras acercaba su boca a la de él.
Su súbita pasión fue suficiente para llevar a Rogan a la culminación y con un envión final, él cayó inerte sobre Liana, apretando con fuerza la espalda de la joven contra las piedras, mientras se apoyaba sobre ella, el corazón latiéndole con fuerza.
Liana quería más. No sabía muy bien qué deseaba, pero lo que había recibido no era suficiente. Sus uñas se hundieron en los hombros de Rogan.
Rogan apartó la cabeza del hombro de Liana y la miró sobresaltado, porque advirtió que no la había complacido. En ese momento soltó las piernas de la joven, se apartó de ella, comenzó a buscar sus bragas entre los restos caídos en el piso.
— Ahora puedes irte — murmuró, sintiendo que la cólera lo dominaba.
Liana estaba animada por el acto de amor demasiado breve.
— Tengo un dormitorio frente al solar, y está preparado para recibirnos.
— En ese caso, puedes ir allí y dormir — dijo Rogan irritado, pero cuando se volvió para mirarla, su cólera se disipó. Ella tenía los ojos brillantes y vivaces, los cabellos le caían en desorden. Rogan casi la aferró otra vez, pero en un acto de voluntad obligó a sus manos a permanecer inmóviles, a los costados del cuerpo. Se dijo que las mujeres que eran nuevas para él siempre le parecían excitantes.
Liana no intentó reprimir la cólera que sentía, la imagen de Rogan en la cama con otra mujer era demasiado reciente y dolorosa.
— ¿Para que puedas acostarte con otra mujer? — dijo enojada.
— Caramba, no — dijo él, sorprendido— . Para que yo pueda dormir. Aquí no hay lecho.
Esta declaración, formulada con tanta solemnidad, provocó la sonrisa de Liana.
— Ven conmigo — dijo ella en voz baja, ofreciéndole la mano— . Tengo una cama limpia y fragante, lista para recibirnos.
Rogan no deseaba aceptar su mano, sabía que no debía dormir con ella, porque aprendió por experiencia que cuando uno pasaba toda la noche con una mujer, ella comenzaba a creer que era la propietaria del hombre. Cierta vez había sido "poseído" por una mujer y... bien, a pesar de todos sus pensamientos razonables, aceptó la mano de Liana, y la sonrisa con que ella lo miraba se acentuó.
— Ven — murmuró la joven y Rogan la siguió como un perrito llevado de la cuerda; ambos descendieron la escalera en dirección a la cocina, y salieron al patio. Ahora todo estaba en silencio y ella se detuvo para elevar la mirada hacia las estrellas.
— Son hermosas, ¿verdad?
Al principio, Rogan no supo a qué se refería. Las estrellas eran útiles para conocer el camino cuando uno viajaba de noche.
— Supongo que así es — dijo en voz baja. La luz de la luna sobre los cabellos de Liana le conferían matices plateados.
Ella retrocedió un paso y se apoyó en Rogan, su espalda contra el pecho de su esposo. Así había imaginado el matrimonio; su marido sosteniéndola bajo la luz de la luna. Pero Rogan no intentó rodearla con los brazos, de modo que Liana cerró las manos sobre las muñecas de Rogan, guió los brazos y los apoyó sobre sus propios hombros.
Rogan se sobresaltó un momento. Era pura pérdida de tiempo estar allí afuera, en medio de la noche, junto a una jovencita, los ojos clavados en el cielo. Al día siguiente tenía mucho que hacer. Pero entonces acercó su nariz a los cabellos de Liana, olió la fragancia limpia y penetrante y ya no pudo recordar lo que debía hacer por la mañana.
— ¿Cómo te llamas? — murmuró, los labios junto a los cabellos de Liana. Siempre tuvo dificultades con los nombres de las mujeres, y varios años atrás decidió asignarles una fecha, en lugar de su nombre.
Liana no permitió que su humillación se manifestase.
— Soy lady Liana, tu esposa — dijo, se volvió y le ofreció la cara para que él la besara. Pero como no lo hizo, ella acercó los labios a la mejilla de Rogan y al mismo tiempo sus manos acariciaron su nuca, apoyó la cabeza contra el hombro de Rogan y apretó su cuerpo contra el de su marido.
Rogan se encontró sosteniéndola, allí, los dos de pie, los cuerpos muy juntos. Nunca había hecho cosa parecida, las mujeres estaban destinadas a aportar el sexo, a dar lo que un hombre necesitaba, a hacer lo que un hombre quería. No era para detenerse en el centro de un patio y permanecer allí abrazados. Un gesto semejante no tenía sentido; sin embargo, se sentía impotente para actuar.
Liana oyó un movimiento detrás, quizás alguien insomne. No estaba acostumbrada al matrimonio, y por eso inmediatamente se sintió en falta, en vista de que mantenía un contacto tan íntimo con un hombre.
— Vamos, salgamos de aquí antes de que nos descubran.
De nuevo Rogan la siguió escalones arriba, pasó frente a la cámara principal y subió al corredor que conducía al solar. Aquí estaba el dormitorio que antes había pertenecido al padre de Rogan y a sus esposas. Hacía varios años que no entraba allí. Esta muchacha, esta Liana, colgó un tapiz sobre la pared, varias velas gruesas y fragantes estaban encendidas. Una cama contra la pared, y sobre ella la sagrada cruz.
Rogan retrocedió un paso, pero la muchacha le sostuvo la mano.
— Vamos, tengo vino, buen vino italiano y te serviré una copa.
Rogan no supo muy bien cómo lo consiguió ella, pero un momento después él estaba desnudo y acostado en la cama, suave y limpia, un jarro de plata con vino en la mano y ella presionando sobre su hombro; el brazo de Rogan la sostenía y sus dedos jugaban con los cabellos de la joven.
Liana acurrucó su cuerpo contra el de Rogan, como si estuviera intentando fundirse a él. Deseaba formular tantas preguntas acerca del castillo y de la gente. ¿Quién era la dama a quien había visto hilando? Saber más acerca de la Iolanthe de Severn. ¿Y por qué Zared no estaba asignado a un caballero, y no se entrenaba?
Pero esa noche había soportado muchas emociones y ahora estaba excesivamente cansada para hablar. Apoyó la mano sobre el vello del pecho de Rogan, sintió su cuerpo, grande y fuerte junto al suyo y, satisfecha, se hundió en el sueño.
Rogan oyó la respiración suave y acompasada de Liana dormida y pensó que debía marcharse. Tenía que dejarla ahora y buscar otro lugar para acostarse. Recordó cómo había incendiado la cama, si él no se hubiera despertado, podía haber muerto quemado. En justicia, ella debería estar ahora en la mazmorra, y al alba él la ataría a un poste y la quemaría... exactamente como ella había intentado hacer con él. Pero no movió un dedo y en cambio, levantó la mano de Liana que reposaba sobre su propio pecho y la miró con curiosidad. Se dijo que era una mano pequeña, débil e inútil y eso fue poco antes de dormirse, siempre abrazado a ella.
Cuando despertó, era plena mañana y él podía oír el ruido del patio, abajo. Con la luz del día todos sus sentidos se avivaron. Estaba entrelazado con la muchacha como si hubiesen sido las raíces de un árbol. La apartó de su lado, salió de la cama y avanzó hacia el guardarropa. Había un orinal en el cuartito contiguo al dormitorio y Rogan se detuvo para aliviar su vejiga.
Liana despertó y se estiró perezosamente en la cama, nunca se había sentido tan bien en el curso de su vida. Eso era lo que debía ser el matrimonio: detenerse un momento en el patio, en brazos del esposo y elevar los ojos hacia las estrellas, dormir en sus brazos, despertar y ver que estaba cerca y oírlo en el cuarto contiguo. El salió de la letrina, rascándose el pecho desnudo y bostezando.
— Buenos días — dijo Liana, moviendo las piernas bajo las mantas.
La mente de Rogan estaba en el trabajo de la jornada. Ahora que tenía el oro de los Neville, podía comenzar a contratar caballeros que le ayudasen a luchar contra los Howard. Por supuesto, tendría que adiestrarlos bien porque la mayoría eran patanes perezosos que tenían tanta fuerza como un niño. Y hablando de haraganes, era mejor que arrancase a Severn de la cama de esa bruja, pues de lo contrario su hermano no tendría fuerza para nada. Salió de la habitación sin mirar una sola vez, ni recordar a su esposa, Liana se sentó conmovida en la cama cuando él salió sin saludarla. Jugó con la idea de correr tras él y... ¿Qué? Se recostó sobre las almohadas y sonrió. Mientras ella se mostraba discreta, sumisa y obediente, él no le había hecho caso. Al tratar de matarlo con el fuego Rogan pasó la noche con ella. La dama que hilaba le advirtió que los hombres nunca combatían por las mujeres que eran sumisas y compasivas. ¿Quizá Rogan lucharía por una mujer que trataba de quemarlo?
— ¡Mi señora! — dijo excitada Joice al irrumpir en la habitación, sin cesar de hablar un instante.
Los pensamientos de Liana estaban tan absortos en su esposo que al principio no oyó las palabras de Joice.
— ¿Qué? ¿La Dama de Fuego? ¿De qué hablas?
Cuando comenzó a captar la historia, se echó a reír, Al parecer, el episodio de la cama incendiada de Rogan por Liana había recorrido toda la aldea, además del castillo y le aplicaron el apodo de la Dama del Fuego.
— Dos de los Días ya regresaron a la aldea con sus padres — dijo Joice— , y las otras os temen
Había orgullo en la voz de Joice y Liana pensó que eso era irónico, proviniendo de ella, que le aconsejó sumisión. Si hubiese continuado ateniéndose a los consejos de Joice, la noche de la víspera jamás habría existido.
— ¡Magnífico! — dijo con firmeza Liana, apartando las mantas y saliendo de la cama— . Aprovecharemos el miedo mientras exista, quizá tú y las restantes mujeres deberían hablar de veneno y... víboras. Sí, eso es bueno. Si una criada no hace su trabajo, es posible que yo le meta víboras en la cama
— Mi señora, no creo que...
Liana se volvió hacia su criada.
— ¿No crees qué, Joice? ¿Que no debo usar mi propio criterio? ¿Piensas que debería continuar apoyándome en tus consejos?
Joice comprendió que había perdido la influencia que ejercía sobre su ama.
— No, mi señora — murmuró— . Quise decir...
No completó la frase.
— Tráeme el vestido de seda verde y ven a peinarme — dijo Liana— . Hoy comienzo a limpiar mi casa.
Los habitantes del castillo Moray comprobaron que el Conejo Pálido en efecto se había convertido en la Dama del Fuego. Estaban acostumbrados a trabajar para los her-manos Peregrine, que reclamaban cinco cosas al mismo tiempo a cada persona, pero esta mujercita, con su vestido verde brillante, sus gruesas trenzas rubias que le caían sobre la espalda, exigía diez veces tanto trabajo como los amos. Obligó a todos los hombres y caballeros a renunciar a sus tareas habituales y los puso a recoger basura. Se retiraron paladas y más paladas de cenizas de los hogares. Se llenó un cubo tras otro con huesos y roña y se arrojó el contenido a los carros ahora vacíos de los Neville y la carga salió del castillo. Liana consiguió que Zared le trajese tres jóvenes más y los cuatro se dedicaron a matar ratas. Envió hombres a la aldea en busca de mujeres que cepillasen las paredes, los pisos y los muebles. También contrató hombres que con redes, dragaran el foso, y cuando estos enrejados ya no se hundieron en la roña y flotaron en la superficie del agua ordenó que se cavara una zanja para desagotar la suciedad — en el supuesto de que esa masa se moviera, pensó Liana, Los hombres retrocedieron ante la orden, más temerosos de la espada de lord Rogan que del fuego de Liana.
— Mi esposo lo autorizará — afirmó Liana a los dos trabajadores que tenía frente a ella y que temían por sus vidas.
— Pero, mi señora — dijo uno— , el foso está destinado a nuestra defensa y.....
— ¡Defensa! — exclamó Liana— . Un enemigo podría atravesarlo caminando, según está ahora. — Pero, por mucho que habló, los hombres no quisieron comenzar a cavar y Liana rechinó los dientes.— Bien, ¿dónde está mi marido? Iré a verlo y arreglaremos esto entre nosotros.
— Mi señora, está golpeando a los campesinos.
Liana necesitó un momento para comprender.
— ¿Qué?
— Alguien está robando y lord Rogan castiga a los hombres hasta que alguien le diga quiénes son los ladrones.
Liana se levantó las faldas y corrió hacia el interior de] castillo. Mientras ensillaban su caballo, se informó del lugar en que estaban Rogan y su hermano y minutos después cabalgaba furiosamente a campo traviesa, acompañada por seis caballeros armados.
El espectáculo que la recibió fue horroroso: un hombre estaba atado a un árbol con la espalda ensangrentada a causa de los latigazos. Otros tres permanecían de pie, temblando de terror, mientras un cuarto sostenía en alto un látigo ensangrentado. Cuatro mujeres y seis niños estaban cerca, llorando, y dos de ellas arrodilladas, pedían compasión a Rogan. Seis caballeros Peregrine estaban a un costado de Rogan y Severn, quienes sostenían una animada conversación, al parecer indiferentes a lo que sucedía alrededor.
— ¡Alto! — gritó Liana, desmontando cuando su caballo aún estaba corriendo. Se detuvo frente a los encogidos campesinos — No los matéis — dijo, mirando la expresión dura de Rogan.
Este y sus hombres se impresionaron tanto que el caballero bajó el látigo un segundo.
— Severn, llévatela — ordenó Rogan.
— Yo descubriré quién te roba — gritó ella, apartándose antes de que Severn pudiese apresarla— Te entregaré a los ladrones para castigarlos, pero no puedes golpear a esta gente tomada al azar.
Sus gestos y sus palabras, en efecto, silenciaron a todos. Desde Rogan hasta los niños cuyo padre estaba atado al árbol.
— ¿TU? — dijo Rogan, tan sorprendido, como todos.
— Dame dos semanas de tiempo — dijo Liana, sin aliento— , y encontraré a tu ladrón; los campesinos, cuando están aterrorizados, no producen buenas cosechas.
— Aterrorizados... — empezó a decir Rogan, y entonces desapareció su desconcierto— . Demonios, sácala de aquí — ordenó a su hermano.
El grueso brazo de Severn aferró la cintura de Liana y retiró a la joven del lugar que ocupaba, frente a los tres condenados. Liana pensó deprisa.
— Te apostaré a que puedo descubrir a tus ladrones en dos semanas. Tengo un cofre de joyas que no has visto: esmeraldas, rubíes y diamantes. Te los daré si no los presento en dos breves semanas.
De nuevo Rogan y su gente callaron y la miraron fijamente. Todos se preguntaban qué clase de mujer era, y Rogan era el que más desconcertado se sentía.
La mano de Severn tomada de la cintura de Liana se aflojó, ella se acercó a su esposo y lo miró mientras apoyaba sus palmas sobre el pecho del señor.
— He comprobado que el terror provoca terror, traté antes con ladrones, deja esto por mi cuenta. Si no obtengo lo que persigo, en dos semanas puedes matarlos a todos y tendrás las joyas.
Rogan atinó únicamente a mirarla. Casi lo había quemado en la víspera y ahora apostaba con él como un hombre e interfería en sus asuntos; estaba casi decidido a enviarla a la mazmorra.
— Podría apoderarme de las joyas — oyó que decía su propia voz mientras la miraba y recordaba cuán viva le había parecido la noche anterior. Una súbita oleada de deseo se apoderó de él y se volvió para evitar la tentación de tocarla en presencia de sus hombres.
— Están bien ocultas — dijo ella en voz baja, apoyando la mano sobre el cuerpo de Rogan. El mismo deseo ahora recorría el cuerpo de Liana.
Rogan rechazó la mano de la joven.
— Llévate a esos bastardos ladrones — dijo hoscamente, movido sólo por el deseo de apartarse de ella.— En dos semanas tendré las joyas y habré enseñado una lección a una mujer — dijo, tratando de restar importancia al asunto para evitar perder prestigio frente a sus hombres, pero una mirada a su hermano y a los demás le demostró que no tenían muchas ganas de reír. Todos observaban a Liana con profundo interés.
Rogan maldijo por lo bajo.
— Montemos — gruñó y caminó hacia su caballo.
— Un momento — dijo Liana, corriendo tras él. El corazón le golpeaba, pues sabía que lo que estaba por decir era muy temerario.— ¿Qué recibo si gano la apuesta?
— ¿Qué? — le preguntó Rogan, mirándola, hostil— Recibes a los condenados ladrones. ¿Qué más deseas?
— A ti — dijo ella, las manos en las caderas, sonriéndole— . Si gano la apuesta, quiero que seas mi esclavo un día entero.
Rogan lo miró asombrado; tendría que arrancar parte de la piel de esta mujer y enseñarle cuál era el comportamiento propio de una esposa. No dijo una palabra y calzó el pie en el estribo de madera.
— Un minuto, hermano — dijo Severn, sonriendo. Estaba dominando su propia impresión con más rapidez que el resto. Nadie, incluyéndolo él, habían visto que alguien de-safiara a Rogan, salvo el caso de unos pocos hombres y un número todavía más reducido de mujeres— . Creo que deberías aceptar la apuesta de la dama, después de todo no puedes perder. Jamás encontrará a los ladrones, estuvimos buscándolos durante meses, ¿qué tienes que perder?
Rogan, el mentón decidido, la mirada fría, miró a sus caballeros y después a los campesinos. Ganaría la estúpida apuesta y despacharía a esa mujer antes de que volviese a interferir.
— De acuerdo — dijo, y sin dirigir una mirada más a Liana montó su caballo y partió al galope. Su mente estaba ensombrecida por la irritación. Condenada perra, ¡se había burlado de él en presencia de sus hombres!
Su cólera no se atenuó cuando llegó al castillo. Tan pronto traspuso la puerta, se afirmó en la montura para ver incrédulo, a sus hombres, los peones y las mujeres, todos paleando roña, barriendo y fregando.
— Que me cuelguen — murmuró Severn, que estaba al lado de su hermano, los ojos fijos en un viejo caballero que clavaba una horquilla en una pila de estiércol de un metro y medio de altura.
Rogan sintió como si sus propios hombres estuvieran traicionándolo, echó la cabeza hacia atrás y emitió un grito de guerra sangriento, prolongado y terrible y la gente que estaba en el patio se detuvo.
— ¡A trabajar! — rugió a sus hombres— . ¡No sois mujeres! ¡A trabajar!
No esperó a ver si lo obedecían, en cambio desmontó y ascendió colérico los peldaños que llevaban al gran salón y pasó a la habitación privada que estaba a un costado. Ese lugar era suyo y solamente suyo. Cerró con un fuerte golpe la puerta y se sentó frente a la vieja silla de roble que había pertenecido al jefe de los Peregrine durante tres generaciones.
De pronto, se puso de pie y miró la silla con hostilidad, tenía un poco de agua fría en el asiento, alguien estuvo frotándolo. Tan irritado que apenas podía ver; paseó la mirada por la habitación y vio que estaba limpia. Los montones de restos del piso, las telarañas que unían a las armas colgadas de la pared, habían desaparecido; no se veían ratas, la grasa de la mesa y las sillas fue limpiada.
— La mataré — dijo entre dientes— . Ordenaré que la descuarticen, le enseñaré quién es el dueño de las tierras de los Peregrine y quién gobierna a sus hombres.
Pero cuando apoyó la mano en la puerta vio una mesita contra la pared, recordando que la madre de Zared la usaba pero hacía varios años que no la veía. Se preguntó si estuvo en la habitación todo este tiempo y sencillamente él no lo había advertido. Sobre la mesa, bien ordenada, una pila de papel, un artículo precioso limpio y caro; al lado, un tintero de plata y media docenas de plumas, las puntas afiladas y preparadas para usarlas. El papel y las plumas atrajeron a Rogan como una llama a la mariposa. Durante meses le rondaba la idea destinada a una catapulta, una máquina de madera de guerra que podía arrojar grandes piedras con mucha fuerza. Había estado pensando que si podía construirla con dos manivelas en lugar de una, obtendría un brazo lanzador mucho más alto que arrojaría las piedras con más ímpetu. Varias veces intentó dibujar sus ideas en el polvo del suelo, pero no había conseguido trazar una línea bastante precisa.
— Esa hembra puede esperar — murmuró se acercó a la mesa y lenta y torpemente comenzó a trazar su dibujo. No manejaba la pluma con la misma familiaridad que demos-traba con la espada. Se puso al sol, accionó un pedernal, encendió la vela y continuó dibujando laboriosamente su catapulta.
8
Después de que Rogan se alejó de los campesinos, Liana necesitó un rato para calmar su corazón. Ciertamente, no estaba alcanzando su meta, que era complacer al esposo, ¿verdad? Pudo ver la forma oscura del cuerpo de Rogan todavía vistiendo las prendas que había usado en la boda, que acumulaban grasa día tras día, mientras él cabalgaba hacia el castillo y quiso alcanzarlo y disculparse. Le había dolido ver el sentimiento de cólera en sus ojos. Quizás era mejor cuando él la ignoraba. Quizás era mejor...
— Mi señora, gracias.
Liana volvió los ojos y vio a una campesina delgada, de expresión fatigada, la cabeza inclinada bajo la capucha raída, que recogía el ruedo del vestido de Liana y lo besaba.
— Gracias — repitió la mujer.
Los otros campesinos se acercaron y se inclinaron ante ella; su humillación impresionó a Liana desagradablemente. Detestaba ver que la gente se rebajase así. Los campesinos que vivían en las tierras de su padre eran individuos corpulentos y sanos y en cambio a estos se los veía amarillos a causa de la fatiga, la mala salud y el miedo.
— De pie, todos — ordenó Liana, y esperó, mientras le obedecían lentamente, con creciente temor en los ojos— . Que todos me escuchen. Habéis oído a mi marido: quiere a los ladrones, y vosotros los entregaréis.
Vio que las miradas se endurecían al oír esas palabras. Esa gente tenía orgullo, un orgullo que los inducía a proteger a los ladrones de los castigos de un amo duro.
La voz de Liana se suavizó.
— Pero primero es necesario comer. Tú — señaló a un hombre que, de no haber sido por la intervención de Liana, ahora tendría la espalda ensangrentada— , ve y sacrifica la vaca más gorda que encuentres en las tierras de los Peregrine, también dos ovejas, tráelas aquí y ásalas. Comeréis, porque en las próximas semanas será necesario trabajar mucho.
Ninguno de los campesinos se movió.
— Está haciéndose tarde. ¡De prisa!
Un hombre se arrodilló y su cara expresaba sufrimiento.
— Mi señora, lord Rogan castiga a la persona que toca lo que es suyo. No podemos matar sus animales o comer su grano, lo guarda todo y lo vende.
— Eso era así antes de que yo llegase — dijo pacientemente Liana— . Ahora, lord Rogan no necesita el dinero tanto como antes. Id y matad los animales, yo afrontaré la cólera del señor. — Tragó saliva al decir esto, pero no podía permitir que los campesinos adivinasen el miedo que ella sentía— . Bien, ¿dónde está la panadería?, la del hombre que promovió juicio contra mi marido.
Liana necesitó horas para poner en movimiento lo que se proponía hacer. Dos semanas era muy poco tiempo y puso a trabajar a los seis caballeros que la acompañaban, quienes al principio estaban de pie, en silencio y miraban con esa expresión especial de regocijo que los hombres tienen cuando una mujer hace algo que no está al alcance de ellos mismos.
Liana ordenó que segaran un campo, entregasen el grano al panadero y usaran las vainas para reparar los deteriorados techos de los campesinos. Ordenó a un caballero que vigilase la limpieza colectiva de las calles sembradas de excrementos humanos y animales. Otro caballero supervisó la higienización de los campesinos, a quienes se veía tan sucios como las calles. Al principio, la abrumó la negativa de los mercaderes de aceptar su palabra de que serían pagados, pero al recordar el episodio del ataque de los hombres de su marido al panadero, los perdonó y les entregó monedas de plata del bolso que llevaba en su caballo.
Caía el sol cuando retornó al castillo de Moray y sonrió cuando vio a dos caballeros que cabeceaban somnolientos en sus monturas. El plan de Liana era lograr que los campesinos se sintiesen bastante cómodos, de modo que demostrasen fidelidad al amo y no a unos pocos ladrones que probablemente compartían su botín con los hambrientos agricultores. No sería fácil depurar una aldea en el lapso de dos semanas, pero ella lo intentaría.
Al acercarse al castillo el hedor del foso llegó a su olfato y Liana comprendió que necesitaría el permiso de Rogan para drenar la zanja antes de que los hombres comenzaran a trabajar, pero una vez que estuvo al amparo de los muros, advirtió la diferencia. Había menos suciedad en el suelo, poca basura apilada en los establos y alrededor de las casas bajas construidas a lo largo de los muros. Cuando ella entró, los trabajadores la miraron y algunos se llevaron la mano a la cabeza, en señal de respeto. Liana sonrió para sí misma, ahora comenzaban a prestarle atención.
Ascendió la escalera que llevaba al gran salón: aquí las mujeres habían concentrado sus esfuerzos, pero aún no estaba del todo limpio, al menos según las normas que Liana aplicaba; sería necesario encalar totalmente las paredes y ya ahora ella podía atravesar el piso de mosaico sin tropezar con los huesos.
En el salón, usando la mesa y las sillas limpias, estaban sentados Severn y Zared, las cabezas inclinadas. Sobre la mesa misma habla una larga pila de ratas muertas, las más gordas que Liana jamás había visto. Tenían todo el aspecto de trofeos de guerra.
— ¿Qué es esto? — preguntó ella con voz áspera, despertando a los dos hermanos. El menor le ofreció una sonrisa y Liana pensó de nuevo que era un bonito muchacho, de cara lampiña.
— Nosotros las matamos — anunció con orgullo Zared— . A propósito, sabéis contar, ¿verdad? Rogan también, pero no tanto como para calcular cuántas hay aquí.
Liana no deseaba aproximarse a los animales, pero Zared estaba tan orgulloso que ella consideró que tenía que complacerlo. Comenzó a contar y a medida que ella lo hacía, Zared arrojaba los bichos muertos por la ventana, al foso que estaba debajo. Liana quiso protestar, pero unas ratas no iban a empeorar el estado del agua. Uno de los animales aún estaba vivo y Liana pegó un respingo cuando Zared descargó el puño sobre la cabeza del roedor. Severn sonrió, orgulloso.
La joven contó cincuenta y ocho ratas, y cuando todas desaparecieron de la mesa, se sentó junto a Severn con expresión fatigada y paseó la mirada por el salón.
— ¡Cincuenta y ocho! — exclamó Zared— . Esperen a que lo sepa Rogan.
— Alguien olvidó arrojar esos huesos — les reprochó Liana con expresión fatigada, los ojos fijos en la pared a cierta altura sobre el doble hogar. Allí colgaban seis cráneos de caballos, ella no había advertido antes su presencia y se dijo que tal vez porque estaban cubiertos de telarañas.
Se percató de que Severn y Zared la miraban asombrados, como si de pronto ella hubiese tenido un ojo en medio de la frente. Liana examinó su propio vestido, que estaba sucio, pero no demasiado.
— ¿Sucede algo? — preguntó.
— Esos son los caballos Peregrine — dijo Zared en un tenso murmullo.
Ella no tenía idea de lo que el jovencito quería decir, de modo que miró a Severn. El apuesto joven estaba pasando de una expresión de asombro a una especie de cólera fría y profunda, la misma que hasta ese momento Liana había creído que sólo era posible en Rogan.
Cuando habló, Severn lo hizo con voz tranquila.
— Los Howard sitiaron el castillo de Bevan y nuestra familia pasó hambre. Mí padre, la madre de Zared y mi hermano William murieron allí. Mi padre se acercó a los muros y pidió a los Howard que dejasen libre a su mujer, pero ellos no aceptaron. — Severn bajó la voz.— Antes de morir, se comieron los caballos. — Se volvió hacia los huesos que col-gaban de la pared.— Esos caballos. — Volvió los ojos hacia Liana, y parecía que echaban chispas.— Nosotros no olvidamos y los cráneos no serán retirados de allí.
Liana miró horrorizada los esqueletos. ¡Tener tanta necesidad que uno se vea reducido a comer caballos! Estuvo a un paso de decir que los campesinos de los Peregrine estaban condenados a un sitio vitalicio, y que probablemente se alegrarían de tener jamelgos para saciar su hambre; pero se abstuvo.
— ¿Dónde está mi esposo? — preguntó Liana un momento después.
— En su sala de meditación — dijo animosamente Zared, mientras Severn dirigía al jovencito una mirada de advertencia.
Liana no insistió, porque ahora comprendía más que al principio. Quizás había motivos que explicaban la cólera de su marido, su obsesión por el dinero.
Se puso de pie.
— Si me disculpáis, debo ir a bañarme. Decid a mi marido que yo...
— ¿Un baño? — preguntó Zared, y su expresión era la misma que si Liana hubiese dicho que se proponía saltar de los parapetos.
— Es muy agradable, deberías intentarlo — aclaró Liana, sobre todo porque Severn y Zared eran ahora lo más sucio del salón.
Zared se acomodó mejor en la silla.
— Creo que omitiré eso. ¿De veras dijo a los Días que volviesen a su casa por las noches?
Liana sonrió.
— Sí, eso hice. Buenas noches, Severn. Buenas noches, Zared.
Comenzó a descender la escalera, y se detuvo cuando oyó las voces de los dos hermanos.
— Esa mujer tiene coraje — oyó decir a Zared.
— O bien es completamente estúpida — respondió Severn.
Liana continuó subiendo y una hora más tarde, en su dormitorio, estaba sumergida en una bañera de madera llena de agua caliente perfumada, observando el movimiento de las llamas sobre los leños.
A su derecha la puerta se abrió bruscamente y con estrépito y Rogan entró como un huracán en un día sereno.
— Mujer, has llegado demasiado lejos — rugió— . No te autoricé a despedir a mis mujeres.
Liana volvió la cabeza para mirarlo: Rogan tenía puestas únicamente su amplia camisa blanca, que colgaba hasta los muslos, un ancho cinturón de cuero alrededor de la cintura y sus bragas. Tenía las mangas enrolladas hasta los codos y mostraba los antebrazos musculosos y marcados por cicatrices.
Liana sintió que su frente comenzaba a transpirar. El continuaba gritándole, pero ella no sabía lo que su esposo estaba diciendo. Se puso de pie en la bañera, el cuerpo esbelto y firme, el busto generoso, la piel sonrosada y cálida a causa del agua caliente.
— Por favor, ¿quieres acercarme una toalla? — preguntó con voz suave en el silencio que se hizo entonces, pues Rogan había cesado de hablar.
Rogan apenas pudo mirarla, con la boca abierta. A pesar de que había tenido muchas mujeres, nunca sintió el placer de mirar, realmente mirar a una, y ahora le parecía que jamás vería nada tan bello como esa mujer de piel sonrosada, con la cascada de cabellos rubios que le llegaban casi a las rodillas.
Pensó: No le permitiré que aproveche su cuerpo para inducirme a olvidar lo que hizo hoy. Sus pies dieron un paso hacia ella y Rogan extendió la mano para tocar la curva del seno femenino.
Liana se dijo que no debía perder la cabeza. Sí, deseaba a este hombre, lo deseaba mucho, pero quería algo más que unos pocos minutos de placer. Extendió la mano y desató las cuerdas de la camisa de Rogan a la altura de la garganta y le acarició la piel con las yemas de los dedos.
— El agua está todavía caliente — dijo con voz grave— . Quizá me permitas que te lave.
Un baño era una grave pérdida de tiempo a juicio de Rogan, pero la idea de ser lavado por una mujer desnuda...
En pocos segundos se despojó de sus ropas y cuando estuvo de pie, desnudo ante ella — y todo él erecto— Rogan trató de atraparla. Pero Liana, riendo, lo esquivó.
— Vuestro baño, señor — dijo, y Rogan descubrió que estaba metiéndose en la bañera.
El agua caliente suavizó su sucia piel y las hierbas que flotaban en el agua olían bien; pero lo mejor de todo era la mujer, su esposa, esta bella...
— ¿Leah? — pregunto Rogan, mirándola mientras ella se arrodillaba sobre el extremo de la bañera, y sus pechos, con los pezones rosados y erectos, rozaban apenas el borde de la bañera.
— Liana — contestó ella y le sonrió.
Comenzó a lavarlo, frotándole los brazos, el pecho, la espalda y la cara con las manos enjabonadas. El se recostó sobre el extremo de la bañera y cerró los ojos.
— Liana — dijo en voz baja. Le pareció recordar imprecisamente que esa mujer había hecho algo desagradable ese mismo día, pero ahora no podía imaginar de qué se trataba. Se la veía tan pequeña y angelical, tan rosada y blanca, que él no podía suponer que hubiese hecho nada que mereciese la desaprobación de su esposo.
Levantó las piernas de modo que ella pudiese lavarlas, y después la obedeció cuando le dijo que se pusiera de pie, y sus manos pequeñas, tibias y enjabonadas, lo lavaron entre las piernas. El placer que sintió por el tacto de Liana fue tan abrumador que derramó su simiente sobre esas pequeñas manos. Los ojos de Rogan se abrieron alarmados, y para ocultar su vergüenza él le aplicó un brusco empujón sobre el hombro que casi la envió volando contra la pared.
— Me lastimaste — exclamó Liana.
Rogan había matado a mucha gente y jamás sintió el más mínimo arrepentimiento, pero la exclamación de esta muchacha pulsó en él cierta cuerda. No había tenido la in-tención de lastimarla, era solamente que se sintió avergonzado frente a ella. Consternado, advirtió de pronto que salía de la bañera y se arrodillaba junto a Liana.
— Déjame ver — dijo y la inclinó hacia adelante. Al golpear contra las piedras de la pared, su piel se había irritado, pero sin abrirse.
— No es nada — dijo — Tu piel es demasiado frágil, eso es todo. — pasó la mano grande, tajeada y encallecida sobre la espalda pequeña y esbelta — Es como la piel del vientre de un potrillo recién nacido.
Liana lo miró y casi emitió una risita, pero se contuvo. En cambio, giró el cuerpo entre los brazos de Rogan y apoyó la cabeza sobre el hombro de su esposo.
— Te agradó el baño, ¿verdad?
Rogan sintió que se le enrojecía la cara a causa de la vergüenza provocada por el recuerdo, y después, al mirarla y ver el guiño de sus ojos, comprendió que ella estaba burlándose. Había visto a sus hermanos reír con otras mujeres, sin embargo él encontró muy pocas cosas que fuesen cómicas en las mujeres. No obstante, esta mujer conseguía que él sintiera de otro modo.
— Me agradó mucho el baño — oyó que decía su propia voz y él mismo se asombró.
Liana emitió una risita contra el hombro de Rogan.
— ¿Es posible repetir el goce? — preguntó astutamente— . ¿O es tu último goce?
Durante un momento Rogan contempló la posibilidad de castigarla por su insolencia, pero después deslizó la mano sobre el trasero desnudo de la joven.
— Creo que puedo esforzarme otra vez.
Y entonces hizo algo que jamás intentara antes: la alzó en brazos, caminó hasta la cama y allí la depositó suavemente.
Mientras estaba de pie ante ella y la contemplaba, no sintió deseos de arrojarse sobre Liana, de penetrarla y después echarse a dormir, como solía ser el caso. Quizás era la causa de su anterior "goce", como ella había dicho, o tal vez deseaba tocarla como ella lo había hecho; se acostó al lado de la joven, apoyado en un codo, y extendió la otra mano para sentir la piel del vientre de su esposa.
Liana no tenía idea de que todo esto era nuevo para Rogan, pero así había imaginado que sería acostarse con un hombre. El exploró su cuerpo con la mano, como si antes jamás hubiese visto a una mujer. Liana cerró los ojos mientras Rogan le acariciaba las piernas, se deslizaba entre sus muslos y sus dedos se cerraban sobre la redondez suave y firme y las yemas retorcían el vello del pubis. La mano de Rogan subió por el vientre, el pulgar recorrió el costado del ombligo, y después, lenta, muy pero muy lentamente, la mano ascendió hasta uno de los senos. Encerró primero, uno y después el otro y su pulgar rozó apenas el pezón sensible, duro y pequeño.
Ella abrió los ojos para mirarlo, vio dulzura en los ojos de Rogan, y de pronto comprendió por qué había aceptado casarse con él. Intuyó que bajo su rudeza, bajo la dura cáscara protectora, existía una suavidad que él jamás había manifestado a nadie. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Liana, cuando pensó en el dolor que este hombre debía de haber experimentado en el curso de su vida y que lo había convertido en el ser frío e insensible que manifestaba al mundo. Pero de todos modos, se convenció que el Rogan que el mundo veía no era la verdadera personalidad de este hombre.
Lo amo, pensó. Lo amo con toda mi alma y todo mi ser, y que Dios me perdone, voy a conseguir que también él me ame.
Liana acercó su mano al mentón de Rogan y acarició la barba crecida, que ahora estaba blanda a causa de varios días sin afeitarse, pues parecía que él lo hacía solo una vez por semana. Se dijo: Conseguiré que me necesites y lograré que te sientas suficientemente seguro, de modo que yo pueda ver cierta dulzura en tus ojos, incluso cuando estoy vestida.
Este pensamiento la indujo a sonreír y acercó el cuerpo al de Rogan. El la apretó con fuerza y Liana pudo sentir la pasión que lo dominaba mientras sus manos le acariciaban la espalda, su boca cubría la suya y la besaba con ardor. Los labios de Rogan descendieron por su cuello y finalmente llegaron a sus pechos. Liana se arqueó hacia atrás, y emitió un gritito de placer.
Rogan tenia conciencia de las reacciones de Liana y gracias al episodio de la bañera podía controlar su propia necesidad. Las mujeres que él había tenido habían sido vírgenes temerosas o mujeres muy dispuestas y experimentadas y siempre deseando complacerlo. Por supuesto, ninguna le había propuesto bañarlo y ninguna tampoco había dejado papel y plumas en su habitación. Quizá se trataba sólo del deseo de pagar una deuda, pero en todo caso lo complacía sentir que esta mujer se estremecía bajo las manos inquietas del hombre. El placer que ella sentía también complacía a Rogan.
Los labios de Rogan siguieron el mismo camino que sus manos a lo largo del cuerpo de Liana, y así él descubrió que el olor y el sabor de su piel era dulce y fresco, tan diferente del que exhalaban las criadas de los Días, que a veces hedían tanto que él las expulsaba de la cama. Esta muchacha olía a humo de leña y hierbas.
Cuando su cabeza se elevó nuevamente a la altura de los labios de Liana, Rogan se sorprendió al percibir cuánto la deseaba. Las manos de ella aferraron sus hombros, y cuando la penetró, ella lo buscó con una fuerza y una energía iguales a las de él.
¡Nunca había pasado tanto tiempo en la cama con una mujer! Ella era increíblemente sensual, y en cierto momento lo obligó a ponerse de espaldas y se le echó encima y sus cabellos envolvieron a los dos como una cárcel suave pero sólida.
Rogan nunca antes había tenido en cuenta el placer de la mujer; pero ésta, con sus gemidos y quejidos, sus movimientos primero en un sentido y después en otro, acentuó febrilmente su propio placer, hasta que creyó que podía morir. Cuando por fin terminó, fue una experiencia que lo conmovió, lo impresionó desde la punta de los dedos de los pies hasta la cabeza.
Se desplomó sobre la muchacha y en lugar de apartarla, como solía hacer con las mujeres que llevaba a su cama, la abrazó con fuerza como si él estuviese ahogándose y ella fuese un madero flotante.
Liana se acurrucó contra su cuerpo. Parecía que él se derramaba sobre ella como si hubiera, sido la salsa que se vuelca sobre un budín. La joven nunca se había sentido tan bien en el curso de su vida.
— Eres maravilloso — murmuró— . Lo mejor que jamás me sucedió. Sabía que el matrimonio contigo sería así.
Rogan desprendió los brazos que la sostenían y se movió hacia el extremo más alejado de la cama, pero Liana lo acompañó, la cabeza sobre el hombro de Rogan, el brazo sobre el pecho, un muslo cruzando las piernas de su compañero. Se sentía más feliz que nunca, más feliz que le que había creído posible.
No imaginaba el torbellino que conmovía a Rogan. El deseaba apartarse, y sin embargo no atinaba a moverse.
— ¿Cómo era tu hermano William? ¿Tenía cabellos rojos como tú? — preguntó Liana.
— No tengo cabellos rojos — dijo indignado Rogan.
— Cuando la ilumina el sol, tu cabeza parece un fuego — replicó Liana— . ¿William era como tú?
— Nuestro padre tenía los cabellos rojos, pero yo heredé los negros de mi madre.
— Entonces, ambos tenían la cabellera roja.
— Yo no... — dijo Rogan, pero calló y casi sonrió— . ¿De fuego, eh?
Todas las mujeres que había conocido le decían que él tenía cabellos negros, sin rastros del rojo de su padre. Eso era lo que él deseaba, y por lo tanto era lo que le asegura-ban.
— ¿Y los otros hermanos? ¿También eran pelirrojos?
Pensó en sus hermanos ahora muertos, y recordó qué jóvenes y fuertes eran. ¡Qué bien luchaban! Jamás habría pensado que llegaría el día en que él sería el mayor de los Peregrine y asumiría la responsabilidad de todo.
— Rowland, Basil y James tenían una madre morena, de modo que todos tuvieron cabellos negros.
— ¿Y qué me dices de Severn y Zared?
— La madre de Severn era rubia como... — Dejó inconclusa la frase y continuó acostado, mirando sus propios dedos y uniéndolos a los de Liana. Debía echarla de la cama y dormir un poco, en lugar de evocar con ella recuerdos dolorosos. Pero recordar a sus hermanos como si estuvieran vivos no era angustiante.
— Como yo — dijo Liana, sonriendo— . ¿Y también fue la madre de Zared, que tiene asimismo cabellos negros?
Liana no vio la sonrisa de Rogan en la penumbra.
— Sí, en efecto. Zared es moreno porque su madre también lo fue. La de Severn murió al darlo a luz.
— Entonces, ¿tu padre tuvo cuatro esposas y siete hijos?
Rogan vaciló antes de responder.
— Sí — dijo.
— Seguramente fue agradable contar con varios hermanos. Yo muchas veces deseé que mi madre hubiese tenido otro hijo. ¿A menudo jugaban juntos o te pusieron al cuidado de otras personas?
Sintió que el cuerpo de Rogan se endurecía y se preguntó qué error había cometido.
— En nuestra vida no hubo juego y tampoco nos asignaron a otras personas. — Ahora estaba hablando con voz fría.— Desde que aprendimos a caminar nos entrenaron para la guerra. Los Howard mataron a William cuando él tenía dieciocho años, a James y a Basil a los veinte y veintiuno, y ultimaron a RowIand hace dos años antes de que cumpliese los treinta. Ahora, yo debo proteger a Severn y a Zared.
La tomó por los hombros y la alzó un poco, para mirarla a los ojos.
— Yo maté a James y a Basil y lo hice por una mujer y prefiero morir antes de que eso suceda otra vez. Apártate de mí, y mantente así.
El la arrojó sobre el colchón de plumas, descendió de la cama y comenzó a ponerse la ropa.
— Rogan, no tuve la intención de... — empezó a decir Liana, pero él ya se había marchado— . Maldito sea, maldito sea... — se lamentó, descargando el puño sobre la almohada, se acostó sobre la espalda y clavó la mirada en el techo pintado de blanco. ¿Por qué había dicho que él había matado a sus hermanos? ¿Y por una mujer? — ¿Qué mujer? — preguntó en voz alta— . Me la comeré al desayuno.
La idea la reconfortó y el pensamiento de que habría también otras noches la calmó. Pero sobre todo pensó en el momento de ganar la apuesta. Si los campesinos le entregaban a los ladrones, Rogan sería su esclavo un día entero. ¿Qué haría con él? ¿Obligarlo a hacer el amor todo el día? Quizá tenerlo una jornada completa con ella sería bastante, o que tuviera que acompañarla y contestar sus preguntas. Comenzó a adormecerse.
A la mañana siguiente Liana se levantó temprano, con la intención de buscar a su marido, pero lo que vio en la planta baja la indujo a olvidarse provisionalmente de Rogan. En el gran salón no había nadie, de modo que descendió, salió al patio y comenzó a subir la escalera que llevaba a la sala de los hombres. No había estado antes en ese sector y no la sorprendió que estaba tan sucio como antes estaba el resto del castillo. En el enorme salón, de doble extensión que el principal, había unos doscientos hombres sentados sobre bancos sucios, frente a mesas grasientas, comiendo pan impregnado de arena y bebiendo vino agrio. Nadie le prestó atención cuando ella entró y todos continuaron rascándose, gritando, tragando y eructando y pedorreando.
La buena disposición de Liana y el sentimiento de triunfo desaparecieron. Salió del salón en silencio y pasó al patio, a la luz del sol.
Severn estaba de pie cerca de la pared meridional, acariciando el pecho de un gran halcón.
— ¿Dónde está mi esposo? — preguntó ella.
— Esta mañana partió en dirección a Bevan — contestó Severn, sin mirarla.
— ¿Bevan? ¿Dónde vuestra familia fue sitiada?
El le dirigió una rápida mirada y devolvió el ave a la percha.
— Eso mismo.
— ¿Cuándo regresará?
Su cuñado se encogió de hombros y se alejó. Liana lo siguió, alzándose las faldas para poder caminar deprisa.
— ¿Eso fue todo? ¿Se marchó? ¿Sin decir una palabra a nadie? ¿Y no explicó cuándo se proponía regresar? Quiero que autoricen a los hombres a vaciar el foso.
Severn se detuvo, se volvió y la miró.
— ¿Vaciar el foso? Mujer, ¿estás loca? Los Howard podrían...
— Cruzarlo caminando, según está ahora — dijo Liana, mirando con hostilidad a Severn— . ¿Cuándo regresará mi esposo?
La expresión severa desapareció de la cara de Severn y sus ojos comenzaron a parpadear.
— Mi hermano salió antes del alba y se limitó a decir que se dirigía al castillo de Bevan. Si tú le pediste que ordenase vaciar el foso, imagino que eso tuvo cierta relación con su partida.
Liana no dijo una palabra.
— Temes ordenarlo tú misma, ¿eh? — dijo Severn, y comenzó a sonreír.
Liana no pudo impedir el sonrojo de su cara, pues él había adivinado cuál era la situación.
— No autorizaré eso y que después regrese Rogan y vea el foso vacío — agregó Severn y se volvió nuevamente.
Liana permaneció de pie mirándolo mientras se alejaba. No le agradaba que Rogan se hubiese alejado, pero creía que quizá podría mejorar más fácilmente las cosas en el castillo y la aldea mientras él no estaba. Severn era un hombre mucho más blando que Rogan, eso era evidente para ella y le parecía que quizá había un modo de persuadirlo, el mismo método que ella utilizara para convencer a su padre de que hiciese todo lo que a Liana se le antojaba: la comida.
Liana envió a Joice con la orden de que le trajese su precioso libro de recetas, enderezó su tocado y subió la escalera en dirección a la cocina.
Era tarde en la noche cuando Liana fue a acostarse, sola. Estaba agotada pero también feliz, pues ahora había obtenido el permiso necesario para cavar una zanja que permitiese drenar el hediondo foso.
Necesitó el día entero, pero consiguió limpiar un poco las cocinas y el salón de los hombres, y sirvió a Severn y los caballeros Peregrine, un banquete digno de un rey. Les había presentado carne asada, sonrosada y jugosa, capón con salsa de naranjas, conejo cocido con cebollas y pasas, tartas de espinaca y queso, huevos en salsa de mostaza, peras condimentadas, pasteles y mousse de manzana.
Cuando Severn y sus hombres cesaron de atiborrarse, Liana comprendió que podía obtener de ellos lo que se le antojara. Mientras se palmeaba el vientre repleto, Severn no sólo accedió al pedido de su cuñada, sino que ofreció su ayuda para cavar. Ella sonrió, le dijo que eso no sería necesario, y le presentó una fuente cargada de jalea dulce.
Si fuese tan fácil conquistar a mi esposo, pensó Liana, mientras se hundía fatigada en el colchón de plumas. Evitó pensar en lo que Rogan estaría haciendo en el castillo de Bevan. ¿En brazos de otra mujer?
Rogan estaba sentado frente al hogar del castillo de Bevan, tan indiferente a la rófia y el desorden que había alrededor como solía mostrarse en el castillo Moray. Tenía los ojos sólo para la bonita y joven campesina que estaba ante él.
Esa mañana, cuando salió de Moray, no sabía muy bien por qué se marchaba. Sabía únicamente que al despertar, su primer pensamiento fue para ese demonio hembra de cabellos rubios con quien se había casado. Se rascó las picaduras de las pulgas que de muy buena gana abandonaron el viejo colchón sobre el que se había acostado, para saltar a su cuerpo, y entonces comprendió que deseaba distanciarse un poco, en el tiempo y en el espacio, de esa muchacha que era su esposa.
Ordenó a algunos hombres que se preparasen y todos salieron a caballo y se detuvieron en la aldea para recoger a Jueves, porque deseaba llevarla consigo. Pero ésta retrocedió, lloró y le rogó que no la obligase a ir con él, pues la Dama del Fuego la mataría. Rogan se apartó disgustado de la joven. Oyó las mismas quejas y protestas de labios de Do-mingo y Martes, de modo que fue a Bevan sin mujeres.
Este castillo se elevaba, aislado, sobre una alta y empinada colina; antes de comenzar el ascenso se detuvo en la aldea que estaba al pie, se apoderó de la primera muchacha bonita y de aspecto saludable que vio y la puso sobre su propia montura. Ahora la muchacha estaba de pie, temblando, ante Rogan.
— Cesa de temblar — le ordenó, con el ceño fruncido. Era más joven de lo que había imaginado al principio. Vio que se acentuaba el temblor y frunció más el entrecejo. — Ven aquí y dame un beso — ordenó.
Las lágrimas comenzaron a descender sobre la cara de la muchacha, pero de todos modos ella se adelantó hacia él y le dio un rápido beso en la mejilla. Rogan le aferró los grasientos cabellos, acercó la boca de la joven a sus propios labios y la besó hambriento. Sintió que la joven se estremecía entre sus brazos.
La soltó y al empujarla cayó al piso.
— Mi señor, por favor, no me hagáis daño — rogó la muchacha— . Haré lo que digáis, pero por favor no me hagáis daño.
El deseo de Rogan se apagó. Recordaba demasiado bien a la joven que lo deseaba, una mujer que no olía a grasa y estiércol de cerdo.
— Fuera de aquí — dijo por lo bajo— . ¡Vete antes de que cambie de ideal — aulló al ver que la muchacha estaba demasiada asustada para moverse. Rogan se volvió y ella salió presurosa de la habitación.
Acercándose a uno de los barriles que había contra la pared, se sirvió un chorro de cerveza oscura y amarga en un sucio jarro de madera. Uno de los caballeros estaba dur-miendo cerca y Rogan descargó un puntapié en sus costillas.
— Levántate — ordenó— y trae unos dados. Necesito algo que me ayude a dormir esta noche.
9
Liana acercó la mano a su espalda dolorida. Rogan llevaba ausente dos largas semanas y en ese lapso ella había realizado milagros en el castillo y la aldea. Al principio, los campesinos no quisieron obedecerle porque temían la cólera de lord Rogan. Pero cuando unos pocos aceptaron sus órdenes y no fueron castigados, el resto comenzó a creer en ella.
Se repararon las casas de la aldea, se compraron nuevas prendas de vestir, y se sacrificaron animales para alimentar a la gente hambrienta. Hacia el fin de las dos primeras semanas, los campesinos miraban a Liana como si ella hubiese sido un ángel.
La limpieza del castillo y la aldea provocó satisfacción en ella, excepto en un aspecto; el número de niños pelirrojos dispersos por doquier. Al principio, ella creyó que era una coincidencia que Rogan tuviese los mismos cabellos de color oscuro, tan peculiares, que aparecían en algunos aldeanos. Pero cuando un niño de unos ocho años la miró con la misma expresión dura de su esposo, Liana quiso saber quién era el padre del pequeño.
Los campesinos que estaban alrededor interrumpieron sus tareas y en silencio clavaron los ojos en el piso. Liana repitió su pregunta, y finalmente, una joven se adelantó: Liana la identificó como uno de los Días, que solía dormir con Rogan.
— Lord Rogan es el padre — dijo ésta desafiante.
Liana sintió que alrededor los campesinos se encogían, como si esperasen recibir golpes.
— ¿Cuántos hijos de mi esposo hay aquí?
— Más o menos una docena. — La muchacha elevó todavía más el mentón.— Y el que llevo en mi vientre.
Liana permaneció inmóvil un momento, incapaz de moverse o hablar. No sabía si estaba más enojada con su esposo por tener tantos bastardos o porque éste dejaba que sus propios hijos viviesen en la pobreza. Comprendía que los campesinos la observaban, esperando para ver qué hacía y respiró profundamente.
— Reúnan a los niños y envíenlos al castillo, yo me ocuparé de sus necesidades.
— ¿Con las madres? — dijo la muchacha y su actitud demostraba que ella misma experimentaba un sentimiento de triunfo. Liana miró, hostil, a la joven,
— Tú puedes elegir: dejas el niño a mi cuidado o asumes la responsabilidad de criarlo. Pero no, no recibiré a las madres de los niños.
— Sí, mi señora — dijo obediente la muchacha, inclinando la cabeza.
Cerca de ella, Liana oyó que unas pocas mujeres comentaban la decisión de Liana con muestras de asentimiento.
Era tarde cuando salió de la aldea y sintió deseos de meterse en la cama, al lado de Rogan, Como de costumbre, comenzó a soñar despierta acerca de lo que le pediría cuando él fuese su esclavo por un día. Quizás organizara una comida junto a un arroyo, sólo para ellos dos, O tal vez lo obligase a que le hablara. Nada más que conseguir que paseara un día con ella, una hora con ella, ambos completamente vestidos, sería un éxito. Cualquiera hubiera dicho que él la incluía en la misma categoría que a las mujeres de los Días — es decir, para la cama y nada más.
El repiqueteo de los cascos de su caballo sobre el puente de madera que permitía atravesar el foso, ahora vacío, la devolvió a la realidad. Detrás, cabalgaban los caballeros Peregrine, siempre presentes y silenciosos.
Las dependencias del castillo estaban ahora casi limpias y Liana pudo ascender la escalera para llegar al salón sin tropezar con residuos.
Una vez arriba, evitó a Joice, que tenia una lista de preguntas y quejas y subió a los dormitorios del piso alto. Durante las últimas semanas Liana había buscado varias veces a la Dama, la señora con quien conversó esa primera semana y que le recordó que los hombres nunca luchaban por las mujeres discretas y sumisas. Pero la puerta de su habitación siempre estaba clausurada con cerrojo.
Los cuartos del piso alto estaban ahora limpios y las criadas de Liana ocupaban algunos; pero la mayor parte estaban vacíos, esperando la aparición de huéspedes. Al ex-tremo del corredor la habitación usualmente cerrada, esta vez se encontraba abierta. Liana se detuvo un momento para mirar a la mujer y la luz del sol que caía sobre sus cabellos trenzados, mientras se inclinaba sobre un bastidor de tejer.
— Buenas tardes, querida — le dijo, volviéndose y sonriendo con simpatía— . Por favor, entra y cierra la puerta, hay corriente de aire.
Liana hizo lo que se le pedía.
— Vine a veros antes, pero no había nadie. Rogan fue al castillo de Bevan.
De nuevo tuvo la sensación de que la conocía desde siempre,
La mujer separó hebras de seda escarlata.
— Si, y tú hiciste una apuesta con él. ¿Será tu esclavo por un día?
Liana sonrió, caminó hacia la Dama, y por encima de su hombro contempló la tela sujeta por el bastidor. Era un fragmento de tapiz, la imagen casi completa de una esbelta señora rubia con la mano sobre la cabeza de un unicornio.
— Podría ser tu imagen –replicó sonriendo la Dama. ¿Cómo te propones ocupar tu día con Rogan?
Liana sonrió, soñadora.
— Quizás un largo paseo por el bosque, pasar el día juntos y solos. Ni hermanos, ni obligaciones en el castillo, ni caballeros... solamente los dos. Quiero que él... me consagre toda su atención. — Como la Dama no replicara, Liana la miró y vio que la sonrisa se había esfumado.— No lo aprobáis.
— No me corresponde juzgar — le respondió en voz baja— . Pero por otra parte, creo que él y Jeanne solían pasear juntos.
— ¿Jeanne?
— Jeanne Howard.
— ¡Howard! — exclamó Liana, conteniendo una exclamación— . ¿Los mismos Howard que son los enemigos jurados de los Peregrine? Casi no oigo hablar de otra cosa desde que me casé... que los Howard robaron las tierras de los Peregrine, que mataron a algunos de ellos, que los obligaron a pasar hambre. ¿Estáis diciendo que Rogan cierta vez cortejó a una Howard?
— Rogan estuvo casado con Jeanne antes de que ella fuese una Howard.
Liana se sentó junto a la ventana, el sol sobre la espalda.
— Decídmelo todo — le pidió.
— Rogan estuvo casado con Jeanne Randel cuando él tenía sólo dieciséis años y ella quince. Sus padres y su hermano William habían sido sitiados en Bevan el año precedente y los tres hijos mayores de los Peregrine estaban muy atareados haciendo la guerra a los Howard y por lo tanto no tenían tiempo para casarse. Decidieron que Rogan contrajera enlace, consiguiese la dote de la muchacha y les diera algunos hijos que más tarde ayudarían en la lucha. Rogan se opuso al matrimonio, pero sus hermanos lo convencieron.
La Dama se volvió para mirar a Liana.
— A lo largo de su vida, Rogan ha conocido solamente privaciones y sufrimiento. No todas las cicatrices que tiene en el cuerpo provienen de los combates, sus hermanos y su padre también aportaron lo suyo.
— De modo que "convencieron" a Rogan de que se casara — dijo Liana por lo bajo.
— Sí, pero después de verla no se mostró renuente: era una mujer menuda y bonita, tan discreta y bien hablada. La madre había fallecido cuando ella era pequeña y como pu-pila del rey fue criada en un convento por las monjas. Quizás el paso de un convento al matrimonio con un Peregrine no era una situación especialmente fácil para una niña.
La Dama miró a Liana, pero ésta no respondió. Esa mañana había descubierto a una docena de hijos ilegítimos de su marido y por la tarde se enteraba que había tenido otra esposa.
La Dama continuó hablando.
— Creo que Rogan comenzó a enamorarse de ella. Nunca había gozado de una vida grata y supongo que la suavidad de Jeanne lo fascinó. Recuerdo que cierta vez retornaron de un paseo y ambos tenían flores en los cabellos.
Liana desvió la mirada, pues quería evitar que el dolor que se manifestaba en su cara fuese percibido por su interlocutora. Regalaba flores a su primera esposa y no podía recordar el nombre de la segunda.
— Llevaban unos cuatro meses de casados cuando los Howard se apoderaron de Jeanne mientras ella y Rogan estaban solos en el bosque. Rowland había advertido a Rogan de que no saliera solo, pero éste se creía inmortal, que cuando estaba con Jeanne nada podía dañarlo. Me parece que estuvieron nadando cuando... — la Dama miró el rostro de expresión dolorida de Liana— ... y dormitando, cuando los hombres de Oliver Howard cayeron sobre ellos y se apoderaron de Jeanne. Rogan no pudo llegar a su espada pero consiguió arrancar de sus monturas a dos de los Howard, estrangulando a uno de ellos antes que los restantes pudiesen apartarlo. Creo que uno de los Peregrine acababa de matar al hermano menor de Oliver y éste estaba de un humor terrible, ordenando a sus hombres que sostuviesen a Rogan mientras le disparaba tres flechas, no para matarlo, sino para demostrarle el poder que ejercía. Después, Oliver y sus hombres se alejaron con Jeanne a caballo.
Liana miró fijamente a la mujer e imaginó la terrible escena.
— ¿Y qué hizo Rogan? — murmuró.
— Volvió a pie al castillo — dijo la Dama— . Seis kilómetros, con tres heridas sangrantes, caminando adonde estaban sus hermanos. Al día siguiente atacaron a los Howard. Cabalgó con sus hombres y luchó contra sus enemigos, hasta que al tercer día cayó del caballo, con fiebre muy alta. Recobró el sentido después de casi dos semanas y habían muerto sus hermanos Basil y James.
— Dijo que él mató a sus hermanos — observó Liana.
— Rogan siempre tomó muy en serio sus responsabilidades. El, Rowlan y el joven Severn lucharon contra los Howard por más de un año. Los Peregrine no tenían la fuerza o el dinero necesarios para montar un ataque serio al castillo de los Howard, grande y fuerte, pero lucharon como pudieron, robando los suministros de los Howard, quemando las casas de los campesinos, envenenando los pozos a los que podían llegar. Fue un año sangriento, y entonces...
La Dama no completó su propia frase.
— ¿Y entonces qué? — la apremió Liana.
— Y entonces Jeanne retornó a Rogan.
Liana esperó, pero la Dama no dijo más. Su aguja entraba y salía veloz de la seda del tapiz.
— ¿Qué sucedió cuando Jeanne regresó?
— Tenía un embarazo de seis meses, el hijo de Oliver Howard y estaba muy enamorada de él. Vino a ver a Rogan, a pedirle que le concediera la anulación del matrimonio porque deseaba casarse con Oliver.
— Pobre muchacho — dijo finalmente Liana— . ¿Cómo es posible que ella le hiciera eso? ¿O sucedió que Oliver Howard la obligó a dar ese paso?
— Nadie había forzado a Jeanne. Amaba a Oliver y él le correspondía. En realidad, éste le había prohibido ver a Rogan, se proponía matar al marido de la mujer a quien amaba. Creo que Jeanne sentía algo por Rogan, porque me parece que su visita le salvó la vida. Este volvió aquí después de ver a Jeanne y mientras solicitaba la anulación, los Peregrine y los Howard cesaron de guerrear.
Liana se puso de pie y caminó hasta el fondo de la habitación y guardó silencio durante varios minutos. Finalmente, se volvió para mirar a la Dama.
— De modo que Rogan y Jeanne solían pasear juntos por el bosque, ¿no es así? En ese caso, organizaré una celebración, bailaremos, traeré cantantes y acróbatas y...
— ¿Como en tu boda?
Liana cesó de hablar y recordó el día de su boda, cuando Rogan la había ignorado.
— Deseo que él pase un tiempo conmigo — dijo— . No me presta atención, salvo en la cama. Quiero ser más para él... que un día de la semana. Quiero que él...
— ¿Qué deseas de él?
— ¡Quiero lo que esa zorra de Jeanne Howard tuvo y despreció! — dijo Liana con violencia— . Quiero que Rogan me ame.
— ¿Y lo conseguirás dando paseos por el bosque?
La Dama pareció regocijarse.
De pronto, Liana se sintió muy fatigada. Su sueño de un marido que paseaba con ella y le sostenía la mano, no coincidía con el hombre que, después de recibir tres flechas continuaba luchando durante días enteros. Recordó cuando Zared dijera que Rogan estaba en su cuarto de meditación. Bien, no era extraño que se entregase a sus reflexiones; que nunca sonriera; que no quisiera tener nada que ver con otra esposa.
— ¿Qué puedo hacer? — dijo en voz alta— . ¿Cómo le demuestro que no soy Jeanne Howard?. ¿Cómo consigo que Rogan me ame?
Miró a la Dama y esperó. Pero ésta meneé la cabeza.
— No tengo respuesta para ti. Quizá sea una tarea imposible. La mayoría de las mujeres se sentirían satisfechas con un marido que no las golpea y que aprovecha a otras mujeres para satisfacer sus necesidades. Rogan te dará hijos y los hijos pueden ser de gran confortamiento para una mujer.
Liana apretó los labios.
— ¿Los hijos que crecerán para combatir y morir frente a los Howard? ¿Debo permanecer indiferente mientras mi esposo señala los cráneos de los caballos y enseña a mis hijos a odiar? Rogan se apodera de todo lo que puede arrancarme, de lo que puede obtener de los campesinos, de todo lo que se pone al alcance de la mano, para fabricar máquinas de guerra. Su odio es más importante para él que una vida sobre la Tierra. Tiene hijos con las muchachas campesinas, y permite que los niños pasen necesidades. Si al menos durante un día pudiera olvidar a los Howard, no tomar en cuenta que ahora es el mayor de los Peregrine. Si logra comprender cómo su odio está provocando la muerte lenta de su gente, en ese caso, quizá conseguiría...
Se interrumpió, los ojos muy abiertos.
— ¿Podrías qué?
Liana habló con voz grave.
— Hace unas semanas los campesinos me pidieron permiso para celebrar el día de San Eustasio. Por supuesto, concedí el permiso. Si Rogan pudiese ver a esta gente, hablarle... quizá si conociera a sus propios hijos...
Ahora, la Dama sonreía.
— Rara vez se alejó de su familia y dudo que acepte pasar un día a solas contigo. La oportunidad en que estuvo solo le arrebataron la esposa y a su tiempo eso provocó la muerte de sus dos hermanos. No, no aceptará fácilmente lo que le solicites.
La Dama volvió los ojos hacia la puerta y escuchó.
— Me parece que tu criada está buscándote, ahora debes marcharte.
— Sí — dijo Liana, distraída, su pensamiento concentrado en lo que había estado hablando. Caminó hacia la puerta, se volvió y miró a la mujer— . ¿Puedo veros de nuevo? Su puerta a menudo tiene puesto el cerrojo.
La Dama sonrió.
— Siempre que me necesites, aquí estaré.
Liana retribuyó la sonrisa y salió de la habitación. Oyó enseguida el movimiento del cerrojo en la puerta. Sintió un impulso de llamar, había pensado formular ciertas preguntas a la Dama, pero parecía que nunca conseguía recordarlas cuando estaba en esa habitación.
Cambió de idea, caminó por el corredor y descendió la escalera. En efecto, Joice estaba buscándola. Lord Rogan había retornado y poco después habían llegado casi todos los campesinos de la aldea, trayendo una carretilla. Sobre ella yacían dos muertos, un padre y su hijo.
— Ahí están vuestros ladrones — dijo Joice, con los ojos muy grandes— . Precisamente como dijisteis, los campesinos los ahorcaron. Algunos caballeros afirman que procedieron así para evitar que lord Rogan los torturase. Dicen que los ladrones eran como Robin Hood, que compartían todo lo que robaban y los campesinos los amaban. Pero los colgaron por vos, mi señora.
Liana esbozó una mueca ante ese dudoso honor, se alisó la falda y descendió la escalera para reunirse con su esposo. El corazón le latía con fuerza.
Rogan no había desmontado y los últimos rayos del sol iluminaban sus cabellos, el gran corcel que montaba hacía cabriolas peligrosas, pues sentía la cólera de su amo. Rogan paseaba la mirada por todos los rincones del castillo y fruncía el entrecejo al ver la limpieza del lugar y al observar los limpios campesinos, limpios que perdieron su aspecto macilento y espectral.
Liana intuyó que habría dificultades, podía verlo en la cara bien formada de Rogan.
— Gané la apuesta — dijo con la voz más alta que estaba a su alcance, tratando de atraer la atención de Rogan sobre ella y de apartarla de los campesinos. Como estaba en una posición ventajosa, al final de la escalinata de piedra, su voz llegaba a la gente que estaba abajo.
Ella lo miró, conteniendo el aliento, mientras Rogan movía su caballo para contemplarla. Me recuerda, pensó Liana con placer y lo que es mejor todavía, me desea. Su corazón comenzó a latir con más fuerza.
Pero entonces se le cortó el aliento, porque vio los ojos de Rogan. Parecía enojado con ella... no sólo enojado, sino furioso. Sin duda, ésa era la faz que mostraba ante los Howard. No soy tu primera esposa, pensó Liana mientras mantenía alto el mentón y trataba de dominar el temblor de su cuerpo. Deseaba subir de prisa la escalera, meterse en su dormitorio y ocultarse bajo las mantas, quería apartarse de la fiera mirada de ese hombre.
— He ganado — dijo con esfuerzo— . Ven, serás mi esclavo.
Se volvió, porque ya no podía soportar la hostilidad de Rogan y subió al solar. Quizás unos pocos minutos a solas en la capilla la serenarían.
Rogan la vio alejarse, desmontó y entregó las riendas a un peón pelirrojo. Vio irse al muchacho y le pareció que era una figura conocida.
— ¿Esclavo de una mujer durante un día? — dijo Severn, que estaba al lado de su hermano; y en su voz habla un atisbo de buen humor.
Rogan miró, hostil, a Severn.
— ¿Autorizaste el vaciado del foso? ¿Y esto? — Con un gesto del brazo incluyó el patio, ahora muy diferente y a los muertos en la carretilla.— ¿Todo esto es idea tuya? Apenas les doy la espalda...
— El mérito pertenece a tu esposa, no a mí — dijo Severn sin perder el buen humor— . En estas pocas semanas hizo más que tú y yo...
Se interrumpió al ver que Rogan pasaba a su lado y comenzaba a subir la escalera.
— ¿Ahora cesarán las ejecuciones? — se atrevió a preguntar uno de los campesinos, Severn tenía su propio carácter, también él subió la escalera, dos peldaños por vez. Zared era la única persona que estaba en el salón principal.
— ¿Adónde fue? — preguntó Severn.
Zared señaló la estancia que ellos denominaban el cuarto de meditación. Por tradición pertenecía al jefe de la familia Peregrine — el padre de los hermanos, después a Rowland, y ahora a Rogan. Su intimidad era sagrada y cuando un hombre entraba allí, no podía molestárselo por nada menos importante que un ataque inminente,
Severn ascendió los pocos peldaños que lo separaban de la puerta y la abrió sin vacilar,
— Sal de aquí, vete al infierno — rugió Rogan y su voz demostraba lo que sentía.
— ¿Para escuchar que los hombres afirman que mi hermano es un cobarde? ¿Para oírles comentar que es incapaz de pagar una apuesta?
— La apuesta con una mujer — se burló Rogan.
— Pero una apuesta aceptada en público, frente a mí, a tus hombres, incluso frente a los campesinos. — Severn se serenó — ¿Por qué no le das a ella lo que reclama? Proba-blemente te obligará a cantar un dúo con ella o a traerle flores. ¿Es tan grave ser el esclavo de una mujer sólo un día? Y especialmente de ésta. Al parecer, lo único que le interesa es una casa limpia y... y tú. Sólo Dios sabe por qué, Zared y yo tuvimos que soportar centenares de preguntas acerca de tu persona.
— Y sin duda le revelaron todo, parece que les agrada hablar con las mujeres. TU y esa duquesa casada.
— No digas nada de lo cual puedas arrepentirte — le advirtió Severn— . Sí, hablo con Iolanthe que tiene una cabeza inteligente y parece que lo mismo le sucede a tu esposa. Acertó cuando dijo que conseguiría que los campesinos trajesen a los ladrones. Durante dos años hemos flagelado y golpeado a la gente y continuaban robándonos. Lo único que ella hizo fue alimentarlos y obligarlos a bañarse y los tiene comiendo de su mano.
— Se acostumbrarán tanto a consumir la carne de nuestras vacas que cesarán de trabajar y querrán que les suministremos todo lo necesario. ¿Qué pedirán después? ¿Vestidos de seda? ¿Pieles para defenderse del frío invernal? ¿Lenguas de pavo real para la cena?
— No lo sé — contestó sinceramente Severn— pero en efecto, la mujer te ganó la apuesta.
— Es como los campesinos. Si le doy lo que reclama hoy, ¿qué pedirá mañana? ¿Pretenderá administrar toda la propiedad? ¿También le permitiré sentarse en el tribunal y juzgar? Quizá debería encomendarle el entrenamiento de los hombres.
Severn miró largamente a su hermano.
— ¿Por qué le temes?
— ¿Temerle? — aulló Rogan— . Podría partirla en dos con las manos limpias, ordenar que la encierren, enviarla, con sus altivas doncellas, al castillo de Bevan y no volver a verla jamás. Podría...
Se interrumpió y se desplomó pesadamente en una silla. Severn miró asombrado a su hermano: ahí estaba corpulento, fuerte e invencible, el hombre que jamás flaqueaba antes de una batalla y ahora parecía un niño atemorizado. El espectáculo no era agradable porque Rogan siempre se mostraba seguro de sí mismo, siembre sabía qué actitud tomar, nunca vacilaba cuando había que adoptar una decisión, jamás se detenía, cuando resolvía algo. No, se corrigió Severn, Rogan no sólo era firme, sabía lo que era necesario hacer.
Severn caminó hacia la puerta.
— Presentaré alguna excusa a los hombres. Por supuesto un Peregrine no puede ser esclavo de una mujer, la idea misma es absurda.
— No, espera — respondió, sin mirar a su hermano.— Fui un estúpido al aceptar la apuesta, nunca creí que podía traerme a los ladrones. Ve a verla y pregúntale qué pretende de mí, quizá sólo desea uno o dos vestidos nuevos. No quiero despilfarrar el dinero, pero se los daré.
Como Severn no contestó, Rogan volvió los ojos hacia su hermano.
— Y bien, ¿tienes otra cosa que hacer? Ve a buscarla.
Severn sintió que una oleada de calor le subía por el cuello.
— Quizás ella quiere algo... bien, algo personal de ti. Si lo me tuviese como esclavo un día entero, probablemente me ataría a una cama o... — Se interrumpió al ver la expresión interesada en los ojos de Rogan.— ¿Quién sabe lo que tu esposa desea de ti? Tal vez quiere que te ates una cola de burro y que friegues los pisos. ¿Quién sabe? Esta mujer es-cucha más de lo que habla, creo que sabe más de nosotros que lo que nosotros sabemos de ella.
— Como una buena espía — agregó Rogan con voz sorda.
Severn alzó las manos.
— Espía o no, me agrada el olor que ahora tiene este lugar. Ve a ver qué quiere tu esposa, parece una persona bastante sencilla.
Salió de la habitación y cerró la puerta detrás de sí.
Unos minutos más tarde Rogan dejó el cuarto de meditación y ascendió la escalera que llevaba al solar. Los últimos años había ido allí únicamente cuando necesitaba un halcón. Pero los halcones habían desaparecido, y los muros parecían casi húmedos a causa del reciente encalado donde colgaban tres grandes tapices; lo primero que Rogan pensó al verlos fue que podía venderlos por oro, Había sillas, mesas, taburetes y bastidores de costura de las mujeres dispersos por la habitación.
Las que estaban allí interrumpieron su charla cuando lo vieron y lo miraron como si Rogan hubiese sido un demonio llegado del infierno. En un extremo, sentada frente a una ventana, estaba su esposa. Rogan recordó la mirada serena de Liana, pero sobre todo evocó la sensación de su cuerpo.
— Fuera — fue todo lo que él dijo y permaneció de pie esperando mientras las mujeres, asustadas, salían deprisa.
Cuando los dos estuvieron solos, Rogan no se acercó más a Liana. A su juicio, lo mejor era que lo separasen de ella alrededor de diez metros.
— ¿Qué pretendes de mí? — preguntó, las cejas oscuras unidas en un fruncimiento del entrecejo— . No haré el papel del tonto frente a mis hombres, no fregaré pisos ni usaré una cola de burro.
Liana parpadeó asombrada y después sonrió.
— Jamás me ha complacido obligar a otro a que parezca estúpido. — Con movimientos muy lentos, elevó las manos y se quitó el tocado, permitiendo que sus largos cabellos rubios descendiesen sobre los hombros y la espalda y movió un poco la cabeza.— Sin duda, estás fatigado después de tu viaje, ven y siéntate a mi lado, aquí tengo vino y golosinas.
El permaneció en el mismo lugar, mirándola con hostilidad.
— ¿Intentas atraerme?
Liana lo miró exasperada.
— Sí, lo intento, ¿y eso qué tiene de malo? Eres mi esposo y hace semanas que no te veo. Ven, dime lo que hiciste durante tu ausencia y yo te contaré lo que hallamos en el foso. — Tomó de una mesa un vaso de plata, lo llenó de vino, y lo acercó a Rogan.— Pruébalo, viene de España.
Rogan tomó el vaso y bebió, sin apartar la mirada de ella, y observó sorprendido la copa; el vino era delicioso.
Liana se echó a reír.
— Traje conmigo algunas recetas y convencí a tus cocineros de que las ensayasen. — Apoyó la mano sobre el brazo de su esposo y suavemente comenzó a acercarlo al asiento junto a la ventana.— Rogan, podrías haberme sido muy útil, tu gente es tan obstinada... era como hablar con las piedras. Mira, prueba esto, es una conserva de durazno. Y tal vez te agrade este pan... no tiene arena.
Antes de que Rogan supiera qué estaba haciendo, se había acomodado en la blandura de un asiento acolchado e ingería un manjar delicioso tras otro y perdía tiempo escuchando un montón de tonterías frívolas acerca de la limpieza. Por supuesto, debía estar afuera, entrenándose con sus hombres, pero no se movió.
— ¿Cuántas monedas de oro? — preguntó.
— Encontramos seis monedas de oro, doce de plata y más de un centenar de cobre en el foso. Había también ocho cadáveres, y los enterramos. — Se persignó.— Mira, se te ve incómodo, acuéstate y apoya la cabeza en mi regazo.
Rogan sabía que debía irse, aún no le había preguntado acerca de la apuesta, pero estaba fatigado y el vino lo relajaba. Extendió las piernas sobre el largo asiento y apoyó la cabeza en el suave regazo de Liana. La seda de su falda rozaba apenas la mejilla de Rogan y ella le acariciaba las sienes y los cabellos con las yemas de los dedos, suaves y blandas. Cuando Liana comenzó a tararear, él cerró los ojos.
La joven contempló a su apuesto esposo durmiendo en su regazo y sintió deseos de que ese momento se prolongara eternamente. Parecía mucho más joven cuando dormía, pues desaparecía el malhumor que perjudicaba su belleza y el peso de su responsabilidad no gravitaba tanto sobre sus anchos hombros.
Durmió pacíficamente casi una hora, hasta que Severn entró en la habitación con el ruido de veinticinco kilogramos de armadura.
Rogan, acostumbrado a una reacción instantánea, se sentó sobresaltado.
— ¿Qué sucedió? — preguntó y ahora, otra vez, ya no había suavidad en sus rasgos.
Severn miró primero a su hermano y después a su cuñada. Jamás lo había visto mirar a una mujer antes de la noche y mucho menos apoyar su cabeza en el regazo de la dama. Era sorprendente ver tanta blandura en su duro hermano mayor y de pronto, Severn frunció el entrecejo.
Había estado del lado de su cuñada, pero en realidad la obstinación de Rogan determinaba que a menudo Severn adoptase la posición contraria cuando discutía con su hermano mayor. Pero esto no le agradaba, ni le complacía que esta mujer indujese a Rogan a olvidar sus obligaciones. Apenas unas horas antes éste había temido el momento de reencontrar a su esposa, después de una ausencia de varias semanas. Severn se había mostrado un tanto divertido ante esta actitud, pero quizá Rogan tenía motivos para temer el poder de esta mujer. ¿Era posible que ella lo llevase a olvidar sus deberes? ¿Su honor? Ella tendía a mantener la paz con los campesinos; pero sus actitudes pacíficas, ¿la llevaban a intentar que Rogan olvidase la guerra de los Peregrine contra los Howard?
A Severn no le agradaba que su hermano mayor cambiase. No quería ver suavizados sus ásperos perfiles. Una cosa era jugar infantilmente con una mujer y otra muy distinta descuidar las obligaciones para acostarse en la tarde con ella.
— No tenía idea de que hoy era un día sagrado, destinado al placer — dijo sarcásticamente Severn— . Os ruego me disculpéis, dejaré que los hombres se adiestren solos, sin mi presencia, e iré a juzgar las disputas de los campesinos, puesto que tú estás demasiado... atareado.
— Ve a entrenar a los hombres — replicó ásperamente Rogan— . Yo dictaré justicia, y si no quieres verte masticando esa lengua que tienes allí, mantenla quieta.
Severn volvió a tiempo para disimular una sonrisa. Ese era su hermano, el hombre que gruñía y fruncía el entrecejo, el hombre que lo trataba como si él fuese aún un muchacho. Estaba bien que la mujer cambiase el castillo, pero a Severn no le agradaba que intentara cambiar a Rogan; pensó con una mueca: ¡Como si pudiera hacerlo! Nada ni nadie podía modificar a Rogan.
Liana sintió deseos de arrojarle algo a Severn, aunque comprendió el sentido de su actitud, percibió su incredulidad en sus ojos cuando vio a Rogan dormido sobre su regazo. Parecía que todos conspiraban para evitar que hubiese la más mínima dulzura en la vida de Rogan. Levantó una mano y la apoyó sobre el hombro de su esposo.
— Tal vez podría ayudarte a juzgar, a menudo colaboraba con mi padre — dijo.
En realidad, después de la muerte de su madre ella había asumido la responsabilidad absoluta de dirimir las disputas de los campesinos porque su padre no deseaba que lo molestasen.
Rogan se puso inmediatamente de pie y la miró, hostil.
— Mujer, llegas demasiado lejos. Yo juzgaré, yo impartiré justicia entre mis campesinos.
Ella se puso de pie.
— Y hasta ahora lo has hecho muy bien, ¿no es verdad? — dijo irritada— . ¿Matarlos de hambre es tu idea de justicia? ¿Crees que necesitan que se les caiga sobre la cabeza el techo de sus casas? Si dos hombres vienen a ti con una diferencia, ¿qué haces? ¿Los ahorcas a ambos? ¡Justicia! No tienes idea de lo que la palabra significa. Solamente sabes castigar.
Liana vio la cólera en la cara de Rogan y tuvo la certeza de que él estaba dispuesto a agregarla a la extensa lista de personas a quienes deseaba destruir.
.Abrumada por la furia de Rogan casi retrocedió, pero una gran fuerza de voluntad la obligó a mantenerse firme.
De pronto, cambió la expresión en los ojos de Rogan.
— ¿Y qué harías con un hombre que ha robado la vaca de otro? ¿Los invitarías a que se bañen juntos? Quizá les ordenarías que se limpiasen las uñas dos veces por día, como castigo?
— Caramba, no, yo... — empezó a decir Liana, y entonces comprendió que él estaba burlándose. Sus ojos chispearon— . Los obligaría a soportar tu mal carácter un día entero. Eso, y el olor de tu cuerpo después de varias semanas sin higiene, sería suficiente.
— ¿Sí? — le respondió en voz baja y avanzó hacia ella—Parece que a ti no te importa mi mal olor.
La acercó a un brazo y Liana estrechó su cuerpo contra el de Rogan. No, al parecer no le importaba su olor, su mal carácter, su hostilidad, o sus desapariciones. El la besó, al principio suavemente, después cada vez con más intensidad, hasta que sintió todo el peso del cuerpo de Liana contra el suyo, tan robusto.
Rogan apartó su boca de los labios de Liana pero aun así la retuvo.
— ¿Y qué me exigirás durante mi esclavitud? ¿Pasaremos todo el día acostados? ¿Te plantarás frente a mí cubierta sólo con mi casco y me presentarás tus reclamos?
Liana abrió los ojos. Qué idea interesante, pensó, y casi respondió afirmativamente la sugerencia, pero consiguió dominar su sensualidad.
— Quiero que te vistas de campesino y vayas conmigo a una feria.
Rogan parpadeó un momento, después la soltó tan bruscamente que ella golpeó contra la pared.
— Jamás — dijo, y su cara mostró de nuevo una expresión colérica— . Quieres provocar mi muerte, sí, eres una espía. Los Howard...
— ¡Malditos sean los Howard! — aulló Liana— . No me importan en absoluto. Sólo deseo que pases un día conmigo, los dos solos. Sin guardias que nos vigilen, sin hermanos que te critiquen porque te atreves a pasar una hora con tu esposa. Quiero un día entero contigo vestida. Aquí es imposible, porque no te dejan en paz, por eso te pido que durante un día dejes de ser lord Rogan y compartas conmigo unas horas en el festival de los campesinos. — Se calmó un poco y apoyó las manos sobre los antebrazos de Rogan. — Por favor — dijo— . Son gente sencilla, y sus placeres son simples. Será un día de baile, de bebida y comida. Creo que se proponen representar una obra. ¿No puedes dedicarme un día?
La cara de Rogan no demostró cuánto le atraía la propuesta de Liana. Un día dedicado a la diversión...
— No puedo presentarme desarmado ante los campesinos. Ellos...
— No te reconocerán, además la mitad de los habitantes de la aldea son hijos de tu padre... o tuyos.
Dijo esto último con cierta repulsión. Rogan se sintió impresionado ante la insolencia de Liana. Habría debido encerrarla unos minutos después del casamiento.
— ¿Y crees que tampoco a ti te identificarán?
— No sé cómo me disfrazaré. Usaré un parche sobre un ojo. Los campesinos nunca imaginarán que el señor y su esposa están con ellos. Un día, Rogan, por favor...
Se inclinó hacia él y Rogan olió la lavanda que se desprendía de las prendas de su esposa. Oyó su propia voz que decía:
— Sí — Y él mismo no pudo creerlo.
Liana le echó los brazos al cuello y lo llenó de besos. No alcanzó a ver la expresión de asombro de Rogan, una reacción que poco a poco se suavizó. Durante un momento, un momento muy breve, él también la abrazó y no era una caricia sexual sino sólo una manifestación de placer.
Se desprendió inmediatamente de ella.
— Debo irme — murmuró, apartándose un poco— . Y tú quédate aquí, no interfieras en el funcionamiento de mi tribunal.
Ella trató de parecer ofendida, pero se sentía demasiado feliz para lograrlo.
— Por supuesto, no haré tal cosa, soy una esposa buena y obediente, y me someto a mi marido en todo. Sólo intento conseguir que mi vida sea más agradable.
Rogan no sabía muy bien si ella estaba burlándose o no; realmente, necesitaba frenar tanta insolencia.
— Debo irme — repitió y cuando ella le ofreció la mano y Rogan descubrió que vacilaba, casi huyó de la habitación. Mientras descendía deprisa la escalera pensó: Iría con ella a la feria y después la enviaría definitivamente a Bevan. Y ordenaría que sus Días regresaran, sí, eso haría. Esta esposa estaba desbocándose completamente e interfiriendo su vida.
Pero incluso mientras pensaba en despacharla, también contemplaba la posibilidad de llevar esa noche su casco al dormitorio.
10
Liana contempló el perfil de su esposo dormido a la luz de la temprana mañana y sonrió. No debía sonreírle, pero lo hacía. La noche precedente lo había esperado horas enteras acostada, pero él no apareció. Finalmente, los labios apretados, una antorcha en la mano, ella fue a buscarlo al piso bajo.
No necesitó ir muy lejos, estaba en el gran salón exactamente debajo de su dormitorio, solo con Severn, los dos total y absolutamente borrachos.
Severn levantó la cabeza de la mesa y la miró.
— Solíamos emborracharnos — dijo, con voz estropajosa— . Mi hermano y yo solíamos estar siempre juntos, pero ahora tiene esposa.
— Pero todavía se emborrachan juntos — dijo ella con intención— . Vamos — dijo a su marido— . Pásame el brazo sobre los hombros, y vamos a la cama.
— Las esposas cambian las cosas — masculló detrás la voz de Severn.
Liana tuvo que apelar a todas sus fuerzas para ayudarlo a subir la escalera.
— Tu hermano necesita una esposa — dijo a Rogan— . Tal vez nos deje en paz si tiene su propia mujer.
— Tendrá que ser una con mucho dinero — dijo Rogan, mientras descargaba todo su peso sobre Liana y concentraba la atención en la empinada y estrecha escalera en espiral— . Muchísimo dinero y muchísimo cabello.
Liana sonrió al oír esto y abrió la puerta de] dormitorio. Rogan avanzó trastabillando hasta la cama y se durmió instantáneamente. Ella pensó: Vaya noche consagrada al amor y se acurrucó contra el sucio cuerpo de Rogan. Sí, él tenía razón. Al parecer, a ella no le importaba en absoluto el hedor que despedía Rogan.
Ahora, temprano a la mañana y sonriendo al dormido, ella se sintió alegre y feliz, porque era el día que ambos pasarían juntos. Durante un día entero él le pertenecía.
— ¿Mi señora? — llegó la voz de Joice a través de la puerta.
— Sí — contestó Liana y la mucama entró, evitando que la puerta crujiese.
Joice echó una ojeada al dormido Rogan y frunció el entrecejo.
— ¿No están prontos? Los otros se levantarán en un rato más y los verán.
Su voz expresaba toda la desaprobación provocada por el plan de su ama.
— Rogan — dijo Liana, inclinándose sobre su marido y murmurándole suavemente al oído:— Rogan, amor mío, tienes que despertar, hoy es la feria.
El levantó la mano y tocó la mejilla de Liana.
— Ah, Jueves — murmuró— . Hoy es tu día.
— ¡Jueves! — exclamó ella, y descargó un golpe en las costillas de Rogan— . ¡Despierta, montón de estiércol borracho Soy tu esposa, no una de tus mujeres.
Rogan se llevó una mano al oído y se volvió pestañeando para mirarla.
— ¿Por qué gritas? ¿Sucede algo?
— Acabas de llamarme con el nombre de otra mujer. — Cuando él la miró inexpresivo, porque no tenia idea de lo que la molestaba, Liana suspiró.— Tienes que levantarte, hoy es la feria.
— ¿Qué feria?
— ¡Hombres! — protestó Liana entre dientes— . La feria adonde prometiste llevarme. ¿Recuerdas la apuesta? Tengo preparada ropas de campesinos y debemos salir del castillo tan pronto se abran las puertas. Mi doncella se encerrará en este cuarto el día entero, yo he dado a entender que lo que deseo de ti es un día en la cama, nadie sabrá que nos hemos ido.
Rogan se sentó.
— Te has tomado muchas atribuciones — dijo, frunciendo el entrecejo— . Mis hombres deben saber siempre dónde estoy.
— Si lo saben, hablarán del asunto y todos los campesinos sabrán quién eres. ¿Te arrepientes de haber dado tu palabra?
Rogan pensó que las mujeres que hablaban de honor y de cumplir la palabra empeñada pertenecían a la misma categoría que los cerdos con alas. No debían existir y si existían eran una condenada molestia, porque no aceptaban permanecer en sus pocilgas.
Liana se inclinó hacia él y sus hermosos cabellos se derramaron sobre los brazos de Rogan.
— Un día de placer — dijo en voz baja— , no haremos otra cosa que comer, beber y bailar. No habrá que preocuparse por los guerreros, no habrá que preocuparse por nada. — Sonrió, como respondiendo a una inspiración.— Y tú podrás escuchar si los campesinos saben algo de las actividades de los Howard.
Rogan reflexionó acerca de esto.
— ¿Dónde están las ropas?
Una vez que él se decidió, Liana pudo inducirlo a actuar con rapidez. Cuando estuvieron vestidos, ella tuvo la certeza de que nadie los identificaría... siempre que Rogan recordase que debía hundir los hombros y mantener la cabeza levemente inclinada, los campesinos no caminaban como lo hacía el señor del lugar.
Salieron del dormitorio y llegaron a la entrada en el momento mismo en que los hombres de Rogan estaban levantando el rastrillo. Nadie los miró y cuando ya estaban cruzando el puente levadizo, sobre el foso vacío, Rogan se detuvo.
— ¿Dónde están los caballos? — preguntó.
— Los campesinos no montan caballos, caminan.
Rogan frunció el entrecejo. Permaneció de pie allí, inmóvil. El primer pensamiento de Liana fue recordarle que él solía caminar con Jeanne Howard, pero se dominó.
— Vamos — lo exhortó— . Nos perderemos la pieza teatral si no nos damos prisa. O tal vez pueda comprar ese burro viejo que está allí. Imagino que por unas pocas monedas él
— No es necesario gastar dinero, puedo caminar tanto como un hombre cualquiera.
Caminaron los seis kilómetros que los separaban de la aldea; alrededor de ellos había mucha gente: forasteros que llegaban para vender mercancías, viajeros, parientes de otros lugares. Cuando ya se aproximaban a la aldea, Liana advirtió que Rogan comenzaba a tranquilizarse. Su mirada todavía era cautelosa, pues era soldado y observaba con suspicacia a la gente, pero como parecía que todos reían y aguardaba expectantes los acontecimientos del día, parte de su desconfianza se disipó.
— Mira eso — le dijo Liana, señalando los estandartes que flameaban en el extremo superior de las tiendas levantadas por los mercaderes visitantes— . ¿Qué desayunaremos?
— Tendríamos que haber comido antes de salir — dijo solemnemente Rogan.
Liana esbozó una mueca y abrigó la esperanza de que él no la obligaría a pasar el día entero sin comer para ahorrar unas pocas monedas. Se había organizado la feria en un campo desierto, frente a las murallas de la aldea.
— Este campo jamás volverá a producir grano — masculló Rogan— . Sobre todo después que toda esta gente lo ha pisoteado.
Liana rechinó los dientes y se preguntó si en definitiva llevar a Rogan a la feria había sido una idea tan brillante. Sí él dedicaba todo el, día a observar lo que los campesinos hacían mal, después tendría muchas cosas por las cuales castigarlos.
— ¡La pieza teatral! — exclamó, Liana señalando un gran escenario de madera levantado en un extremo del campo— . Algunos actores han venido de Londres y toda la aldea estuvo trabajando en esto la semana pasada. Vamos, porque si nos retrasamos no tendremos asiento.
Liana tomó la mano de Rogan y comenzó a arrastrarlo, llevándolo hasta uno de los bancos, en el centro del público. Cerca, una mujer con un canasto de verduras podridas,'que arrojaría a los actores si no le agradaba lo que hacían.
Liana hizo señas a Rogan para que mirase las verduras.
— Podríamos haber traído algunas.
— Eso significa malgastar la comida — gruñó Rogan y Liana se preguntó otra vez si había sido buena su idea.
Había un telón remendado y sucio sobre el escenario y ahora un hombre vestido con ropas de arlequín, una pierna roja y la otra negra, el brazo del lado opuesto rojo, y el otro negro, con una túnica con iguales colores, salió para anunciar que el nombre de la pieza era La doma de lord Buitre.
Por alguna razón, este anuncio provocó alegres risotadas de la gente que estaba alrededor de Rogan y Liana.
— Imagino que es una comedia — dijo Liana, y agregó, viendo la expresión severa de Rogan:— Ojalá sea una comedia.
Se retiró el telón y reveló una escena sombría: había varios árboles desnudos en macetas cubriendo el fondo y en primer plano un feo viejo en cuclillas sobre un montón de paja teñida de rojo para que pareciese un fuego. Sostenía sobre la paja una vara de la cual colgaban tres ratas.
— Vamos, hija, la cena está casi lista — gritó el hombre.
Detrás del telón apareció hacia la derecha una mujer — o lo que parecía serlo. Se volvió hacia el público pero en realidad era un hombre horrible. El público aulló. En los brazos de la supuesta mujer había una gruesa muñeca de paja y cuando la mujer se inclinó para depositar al "niño" y se incorporó, el público vio que tenía un busto enorme, tan enorme que su peso la obligaba a doblar el cuerpo. Miró las ratas.
— Padre, parecen deliciosas — dijo con voz aguda y se puso en cuclillas frente al viejo.
Liana sonrió a Rogan y vio que él apenas prestaba atención a la pieza, miraba a la gente que estaba alrededor, como si intentase descubrir enemigos.
Por la izquierda del escenario llegó otro actor, un hombre alto, el tronco erguido, la cabeza bien alta, una peluca de lana roja y sobre su nariz un pico de papel parecido al de un halcón.
— ¿Qué hacen ustedes aquí? — preguntó el actor alto — Soy lord Buitre y ustedes están comiéndose mi ganado.
— Pero, mi señor — gimió el padre— , son sólo ratas.
— Pero son mis ratas — dijo arrogante lord Buitre.
Liana comenzó a sentirse un poco nerviosa, esta pieza no sería una parodia de Rogan ¿verdad?
En escena, lord Buitre aferró por el cuello al viejo y lo obligó a acercar la cara al fuego de paja.
— No, mi señor — exclamó la horrible hija que se incorporó, mientras la raída capa caía de su abundante busto.
— ¡Ajá! — dijo lord Buitre con un gesto sensual— . Ven aquí, belleza.
La referencia al hombre vestido de mujer calificándolo de belleza provocó las risas del público.
La hija retrocedió un paso, mientras lord Buitre se acercaba a ella. El descargó un puntapié sobre el niño de paja enviándolo por el aire a través del escenario.
Entonces lord Buitre abrió su larga capa. Colgando de la cintura y atado a las piernas aparecieron unos genitales enormes. Eran de paja acolchada, de cuarenta y cinco centímetros de longitud y veinte de grosor y debajo colgaban dos enormes calabazas redondas.
Liana sintió una profunda depresión.
— Salgamos — dijo a Rogan, casi gritando, porque el público aullaba de risa.
Pero ahora los ojos de Rogan estaban fijos en la escena. Apretó una mano sobre el hombro de Liana y la obligó a permanecer en su sitio. Ella no tuvo más alternativa que continuar mirando.
En escena, lord Buitre, con la capa abierta, atravesó el escenario en pos de la mujer fea, hasta que ambos desaparecieron. Instantáneamente, uno de los hijos pelirrojos de Rogan, se presentó ante el público e hizo una reverencia, era sin duda el producto de la unión de lord Buitre con la mujer.
Por la izquierda del escenario apareció una anciana trayendo un bulto oscuro, que depositó en el centro, no lejos de donde el padre yacía sobre el fuego de paja.
— Ahora, hija, al fin podremos calentarnos — dijo, y por la derecha apareció otro hombre muy feo vestido de mujer. Sólo que este hombre sobresalía por detrás y no por delante: tenía un trasero acolchado que hubiera podido usarse como un estante y un pecho absolutamente liso.
Mientras la audiencia observaba esto, otro de los hijos pelirrojos de Rogan atravesó corriendo la escena y el público rompió a reír nuevamente.
Liana no se atrevía a mirar a Rogan, era probable que al día siguiente ordenase arrasar la aldea y descuartizar a sus habitantes.
En escena, mientras la madre y su hija de abultado trasero se calentaban las manos sobre la pila de carbón, lord Buitre reapareció, su pico de papel parecía aún más grande.
— Están robando mi combustible — gritó lord Buitre.
— Pero no es más que estiércol de vaca — gimió la anciana— . Estamos congelándonos.
— Queréis fuego, os daré fuego — dijo lord Buitre— . Aprésenla y quémenla.
Por la izquierda aparecieron dos hombres, brutos, corpulentos de fiero aspecto, con cicatrices pintadas en las caras, de manera que parecían monstruos más que hombres. Aferraron por los brazos a la anciana mientras ella gemía y gritaba, la arrastraron hasta el fondo de la escena, la ataron allí a uno de los árboles y depositaron a sus pies manojos de paja teñidos de rojo.
Entretanto, lord Buitre miraba a la hija.
— Ah, ven conmigo, hermosa — dijo.
El hombre muy feo que representaba a la hija se volvió hacia el público, y puso un cara tan horrible, adelantó el labio inferior para tocarse la punta de la nariz que incluso Liana tuvo que reír. De nuevo lord Buitre retiró su capa para revelar los grotescos genitales y persiguió a la "muchacha" y ambos salieron de la escena, mientras detrás la madre gritaba. Dos niños pelirrojos entraron corriendo, uno a cada lado del escenario y chocaron en el centro.
— Del lugar de donde venimos hay más — anunció alegremente al público uno de los niños.
Liana se preparaba para insistir a Rogan que salieran, cuando sufrió una impresión todavía más intensa. Por la izquierda salió una joven muy bonita vistiendo una larga túnica blanca, con una peluca rubia y trenzas que le llegaban hasta los pies. Liana comprendió que esta actriz la representaba a ella misma. ¿Y cómo la retratarían esos crueles seres?
Por la derecha aparecieron lord Buitre y un hombre vestido de sacerdote. Este inició la ceremonia del matrimonio: lord Buitre, sin duda aburrido, ni siquiera miraba a la bonita joven de blanco. En cambio, representaba para el público, enviaba besos a las muchachas, guiñaba los ojos y de tanto en tanto abría la capa para mostrar lo que tenía. La muchacha de blanco mantenía inclinada la cabeza y las manos unidas.
Cuando el sacerdote los declaró casados, lord Buitre aferró los hombros de la muchacha, la alzó y comenzó a sacudirla. De las ropas de la joven cayeron monedas, y los hombres de lord Buitre acudieron corriendo y se apresuraron a recogerlas. Cuando ya no se desprendió más dinero de la dama de blanco, él la depositó en el suelo, le dio la espalda y salió airoso de la escena, siempre coqueteando con el público y abriendo y cerrando la capa. La dama caminó hacia el fondo de la escena con la cabeza inclinada.
Inmediatamente entró un hombre conduciendo una vaca. Lord Buitre se reunió con él en el centro de la escena.
— ¿Qué es esto? — preguntó lord Buitre.
— Mi señor — dijo el hombre— , esta vaca comió vuestras verduras.
Lord Buitre palmeó la cabeza de la vaca.
— Las vacas necesitan comer. — Comenzó a alejarse, pero después se volvió y miró suspicaz al hombre.— Y tú, ¿comiste alguna de mis verduras?
— Comí un pedacito de nabo que cayó de la boca de la vaca — dijo el hombre.
— ¡Ahórquenlo! — ordenó lord Buitre y sus feroces caballeros entraron corriendo.
El hombre se arrodilló.
— Pero, mi señor, tengo que alimentar a seis niños. Por favor, compadeceos.
Lord Buitre miró a sus hombres.
— Colgad a toda la familia, habrá menos bocas que alimentar.
Los caballeros arrastraron al hombre hasta el fondo de la escena y le pusieron una soga al cuello. El campesino permaneció de pie junto al hombre quemado por el fuego, a la vieja atada a la pira y a la dama de blanco. Esta miró a esa gente y meneó con tristeza la cabeza.
De pronto, entraron dos jóvenes bonitas y regordetas a quienes Liana identificó como dos de los Días. El público, y sobre todo los hombres, vivó y silbó y los Días se estiraron y se inclinaron e hicieron todo lo posible para exhibir sus voluptuosos cuerpos. Liana miró de reojo a Rogan: estaba sentado, inmóvil como una estatua, los ojos y la atención concentrados en la escena.
Respondiendo al instinto, ella extendió la mano y tomó entre las suyas la de Rogan y advirtió sorprendida, que él aceptaba el gesto.
Volvió los ojos hacia la representación; lord Buitre regresó a escena, se detuvo a ver los Días y saltó sobre ellas, abriendo su capa. Los tres cayeron al piso formando un confuso montón.
Al ver esto la dama de blanco recobró vida. No le había importado que su marido la ignorase durante la boda, la despojase de las monedas o ahorcase a un hombre por comer un pedazo de nabo escupido por una vaca, pero sí le importó el episodio con las otras mujeres.
Se desgarró el vestido blanco y mostró que debajo llevaba otro rojo. Detrás de una maceta con un árbol sin hojas halló un tocado, también rojo, al que estaban adheridas altas llamas de papel y se lo puso sobre la cabeza, cubriendo la peluca rubia.
— ¡La Dama del Fuego! — gritó complacido el público.
La Dama del Fuego, con su vestido rojo, tomó manojos de paja pintada de rojo de los pies de la anciana atada al árbol y comenzó a arrojarlos a las tres personas que se revolcaban en el centro de la escena. Los Días se incorporaron de un salto, gritando y actuando como si estuvieran apagando el fuego de sus ropas y sus cabellos, y huyeron inmediatamente.
La Dama del Fuego miró a lord Buitre y de su bolsillo extrajo un collar grande, de los que usan para sujetar a un perro bravo. Lo aseguró al cuello del lord Buitre, enganchó una traílla y se llevó al hombre fuera de la escena.
El público aulló y vivó y saltó sobre los bancos y bailó y en escena todos los muertos recuperaron vida. Aparecieron seis hijos de Rogan y arrojaron redes adornadas con flores sobre los árboles muertos, de modo que parecía que incluso éstos retornaban a la vida. La gente en escena empezó a cantar, salieron todos los actores y la Dama del Fuego sujetaba a lord Buitre, que caminaba en cuatro patas. El trató de abrir la capa para mostrarse al público, pero la Dama del Fuego le asestó un golpe en la cabeza y él volvió a tranquilizarse.
Finalmente cayó el telón y cuando el público cesó de vivar y reír, comenzó a levantarse de los bancos.
Rogan y Liana permanecieron sentados, ninguno de los dos se movió, las manos unidas sobre una rodilla de Rogan.
— En realidad, ahora me parece que los campesinos no son tan simples — consiguió decir Liana.
Rogan se volvió para mirarla y sus ojos le dijeron que ese comentario en verdad era sumamente moderado.
11
El público, al levantarse salió de los bancos, reía, unos palmeando las espaldas de otros, y recordando diferentes escenas de la pieza.
— ¿Viste cuando ... ?
— Me agradó la parte en que...
Liana y Rogan permanecieron sentados en el mismo lugar, las manos unidas, hasta que la última persona se retiró.
Gradualmente, a medida que consiguió dominar la impresión, Liana sintió que la dominaba la cólera. Durante las últimas semanas había desafiado la furia de su marido por esta gente, se había fatigado tratando de que estuviesen alimentados y vestidos y ahora le pagaban con esta... esta farsa que la ridiculizaba.
Aferró la mano de Rogan.
— Volveremos a buscar a tus hombres — dijo, incapaz de dominar su irritación— . Veremos si esta gente es tan desagradecida después que tus hombres acaben con ella, creen que conocen la cólera de los Peregrine, pero no han visto nada.
Rogan no contestó palabra y cuando ella lo miró no parecía irritado, sino más bien pensativo.
— ¿Bien? — dijo Liana— . No querías venir y tenías razón. Regresaremos y...
— ¿Quién representó el papel de lord Buitre? — preguntó Rogan, interrumpiéndola.
— Me pareció que era uno de los retoños de tu padre — replicó secamente Liana— . ¿Debo regresar sola?
Se puso de pie y trató de pasar frente a Rogan, pero él le apretó la mano y no le permitió caminar.
— Tengo apetito — dijo Rogan— . ¿Crees que por aquí venderán comida?
Liana lo miró asombrada. Un momento antes él se había negado a gastar los pocos centavos necesarios para comprar alimentos.
— ¿La pieza teatral no te irritó?
El se encogió de hombros, como si no le importase, pero había algo más profundo en sus ojos... algo que Liana quiso descubrir.
— Jamás maté a nadie porque se comiera mis ratas — dijo con un tono un tanto desafiante— . Pueden apoderarse de todas las ratas que deseen.
— ¿Y qué me dices del empleo del estiércol de tus vacas como combustible? — preguntó ella en voz baja. Estaba de pie entre las musculosas piernas de Rogan y él continuaba sosteniéndole la mano. Por cierta razón, ese modo de sujetarla era algo más íntimo que las primeras veces que se habían unido en el lecho. Rogan decía que la pieza no le molestaba, pero el modo de retener a Liana ofrecía otra imagen del asunto.
— Nunca maté a nadie por eso — dijo, la mirada perdida a lo lejos— , pero sí, el estiércol fertiliza los campos.
— Entiendo — dijo Liana— . ¿Tampoco latigazos?
Rogan no contestó, pero pareció que se le enrojecía la oscura piel. En ese momento ella experimentó un impulso muy maternal frente a él. No era un hombre perverso, que gozara matando o viendo sufrir a otros; había tratado de proteger a su familia y de suministrarle las cosas necesarias del mejor modo posible.
— Tengo mucho apetito — dijo ella, sonriendo a Rogan— , y he visto un puesto repleto de bollos de crema. Quizás algunos y un poco de suero de manteca nos reanimará a los dos.
El aceptó que Liana lo guiase, ésta deseaba vivamente saber lo que pensaba su esposo. Cuando Rogan deslizó la mano bajo la tosca camisa de lana de su disfraz de campesino, retiró un bolsito de cuero y dio algunas monedas al vendedor de bollos, Liana se sintió más alegre. Por supuesto, no podía estar segura, pero dudaba de que antes él nunca hubiese gastado dinero en una mujer.
Rogan pagó un jarro de suero de manteca y los dos compartieron el contenido mientras el vendedor esperaba la devolución del recipiente de madera.
Ahora que había satisfecho su apetito, Liana pudo pensar con menos enojo sobre la pieza teatral. En realidad, al rememorarla, le pareció casi humorística. Ella jamás creyó que los campesinos podían ser tan atrevidos... o tan sinceros.
Miró al interior del jarro de madera y trató de evitar una sonrisa.
— Es posible que se equivocaran respecto de las ratas, pero acertaron en lo que tiene que ver con ciertos atributos físicos del señor — dijo.
Rogan la oyó, y al principio no entendió lo que ella quería decirle. Y entonces recordó los genitales de paja ofensivamente exagerados de lord Buitre y comenzó a sentir que se le enrojecía la cara.
— Tienes una lengua muy afilada — dijo, con el propósito de reprender a esta hembra.
— Si recuerdo bien, mi lengua te agradó.
— Las mujeres no deben hablar de esas cosas — dijo él severamente, pero su mirada lo traicionó.
Por el modo en que él la observaba, Liana comprendió que había avivado su interés.
— ¿De veras te acostaste con mujeres feas? ¿Feas pero prominentes adelante o detrás?
Pareció que él estaba dispuesto a reprenderla otra vez, pero en lugar de eso su mirada se suavizó.
— Tu padre debió haberte inculcado algunos buenos modales. Bien — dijo, tomando de las manos de Liana el jarro vacío— . Si has acabado de empobrecerme con tu desme-surado apetito vayamos a ver esos juegos.
Las bromas de Liana lo habían divertido y que él se sintiera complacido determinaba que ella estuviese satisfecha. Mientras caminaban, Liana unió su mano a la de Rogan y él no la rechazó.
— ¿Volverán a ser como antes? — preguntó Rogan, mirando al frente mientras caminaban.
Ella no tenía idea de lo que él quería decir.
— Tus cabellos — dijo Rogan.
Liana le apretó la mano y rió con ganas. Joice le había teñido de negro los cabellos rubios y las cejas, de manera que los campesinos no identificaran su cabellera tan peculiar. Ahora no podían vérsela mucho bajo el tosco lienzo asegurado a las trenzas.
— El tinte desaparecerá con los lavados — le dijo Liana, mirando a Rogan— . Tal vez tú me ayudes a lavarlo.
El la miró y en sus ojos se leía deseo.
— Quizá — dijo.
Continuaron caminando sin decir palabra, las manos unidas, y Liana se sintió muy alegre.
Rogan se detuvo en la periferia de un grupo de personas. Podía ver por encima de las cabezas de los espectadores, pero Liana no estaba en condiciones de hacer lo mismo. Se puso en puntas de pie, después en cuclillas, pero no consiguió ver a través de la gente y. tironeó la manga de Rogan.
— No puedo ver — dijo, cuando él la miró. Liana tuvo una visión romántica: él la alzaba sobre sus hombros y la sostenía; en cambio comportándose como si fuese el dueño del lugar — lo que en efecto era— se abrió paso a través de la gente hasta el frente.
— No atraigas la atención sobre nosotros — susurró ella, pero Rogan no le prestó atención. Liana dirigió descoloridas sonrisas de disculpa al público que los rodeaba, mien-tras caminaba arrastrada por Rogan.
Todos miraban con curiosidad a Rogan y sobre todo prestaban atención a sus cabellos, que sobresalían bajo la capucha de lana. Liana comenzó a experimentar un temor intenso, si esa gente, que odiaba tanto a los Peregrine descubría que el amo estaba solo y desprotegido en medio del pueblo, sin duda lo asesinarían.
— Otros de los bastardos del viejo amo — oyó murmurar a un hombre que estaba cerca— A éste nunca lo había visto.
Liana comenzó a aflojarse y por una vez agradeció la fertilidad de los Peregrine. Siempre aferrando la mano de Rogan, miró, lo mismo que él, el espectáculo: Sobre un es-pacio llano y cubierto de pasto, en medio de un amplío círculo, había dos hombres, ambos desnudos hasta la cintura, combatiendo con largas pértigas de madera que sostenían con las dos manos. Uno de ellos de baja estatura, cuerpo musculoso, y brazos cortos parecía guardia forestal o leñador. Tenía un aspecto muy vulgar.
Los ojos de Liana se clavaron en el otro hombre — lo mismo que la mirada de todas las mujeres que estaban allí. Era el mismo que representó el papel de lord Buitre. Había mostrado una figura apuesta en escena pero ahora, medio desnudo, la piel reluciente de sudor, parecía un magnífico varón.
No tan espléndido como Rogan, se dijo Liana, y se acercó más a su esposo. Este observaba atentamente el combate, interesado en el modo en que se desempeñaba este hombre, uno de sus medio hermanos. Por supuesto, sus movimientos eran toscos y revelaban falta de adiestramiento; pero era rápido. El pequeño leñador no estaba a su altura. Rogan apartó su atención del combate cuando su esposa se le acercó más, volviendo los ojos hacia ella, que estaba observando a su medio hermano con un interés muy vivo, y Rogan comenzó a fruncir el entrecejo. Parecía que ella consideraba deseable a ese medio Peregrine.
Rogan nunca había sentido antes el aguijón de los celos, compartía los Días o cualquiera de sus mujeres con sus hermanos y sus hombres. Mientras no lo molestasen, no le importaba lo que hacían ellas. Pero en este momento no le agradaba el modo en que su esposa miraba a ese individuo flacucho, débil, torpe, incompetente, pelirrojo.
— ¿Crees que puedes derrotarlo? — dijo un viejo desdentado que estaba al lado de Rogan.
Rogan miró altivamente al anciano. El hombre emitió una risa áspera, y su mal aliento impregnó el aire.
— Como todos los Peregrine — dijo en voz alta— , el antiguo amo legó su arrogancia a los hijos.
El medio hermano Peregrine que estaba combatiendo miró al viejo, a Rogan y sorprendido apartó los ojos de su adversario. El leñador golpeó al joven en la cabeza. Este retrocedió, se llevó la mano a la sien y miró la sangre que le manchaba los dedos y con una expresión de disgusto en la cara y con tres fuertes golpes envió al leñador al suelo.
Inmediatamente se plantó frente a Rogan, que lo miraba.
Liana observó que los dos hombres tenían más o menos la misma edad, pero Rogan era más corpulento y para ella mucho, muchísimo más apuesto. Una joven que estaba cerca dejó escapar un suspiró de deseo. Liana aferró con fuerza la mano de Rogan y se acercó todavía más al cuerpo de su esposo.
— Bien, tengo otro hermano — dijo el joven.
Liana se dijo que su mirada era tan penetrante como la de Rogan, y algo en esos ojos le confirmó que el muchacho sabía quién era, Rogan.
— No... — empezó a decir Liana.
— ¿Combatimos o no frente a la gente? — fue el desafío del joven— . ¿O te gobierna una mujer? — Bajó la voz.— ¿Como le sucede a lord Rogan?
Liana sintió que se le oprimía el corazón, pues sabía que Rogan no podría rehuir el desafío. Los dos habían ignorado cortésmente la última escena de la pieza, en la que la Dama del Fuego sujetaba a lord Buitre, pero Liana sabía que Rogan tenía cabal conciencia del sentido de la escena. No permitiría que se lo insultara dos veces el mismo día.
Rogan le soltó la mano y entró en el círculo. Liana sabía que no podía hacer o decir nada sin poner en riesgo la vida de los dos. Contuvo la respiración, viendo a los dos contendientes moverse simultáneamente en el centro, uno frente al otro. Eran muy parecidos: los mismos cabellos, iguales ojos, mentón firme y decidido.
Rogan miró la pértiga depositada en el suelo y, piara horror de Liana, se quitó la capucha que disimulaba sus rasgos y se despojó de la camisa. Hubo un momento de placer cuando él arrojó las prendas a Liana y ella las recibió; pero entonces el temor de Liana se reavivó. No dudaba de que ahora alguien lo reconocería; no le agradaba pensar en quién lo identificaría, pues podía ser una de las mujeres con las cuales se había acostado, o todas.
— La mitad de la aldea — murmuró para si misma.
Paseó la mirada por la multitud y vio a dos de los Días de pie, del lado opuesto del círculo. Las caras de las mujeres revelaban desconcierto, pero Liana no dudaba de que pronto ellas sabrían que era Rogan.
Con movimientos rápidos comenzó a acercarse a las mujeres.
— Si una de ustedes dice una palabra, le pesará — dijo, cuando llegó a ellas. Una de los Días se asustó, la expresión de su cara revelaba miedo; pero la otra era más audaz e in-teligente, y se percató del peligro que corrían Liana y Rogan.
— Quiero que mi hijo sea educado como un caballero — dijo la mujer.
Liana abrió la boca para rechazar ese reclamo ofensivo y temerario, pero la cerró.
— Te ocuparás de que nadie más lo sepa — dijo a su vez.
La mujer miró a Liana a los ojos.
— Diré a la gente que viene de una aldea del sur y que yo lo conocía. ¿Y mi hijo?
Liana no pudo dejar de admirar a esta mujer que se arriesgaba tanto por su vástago.
— Tus hijos serán educados y entrenados, envíamelos mañana.
Se apartó de ellas y volvió al lugar que ocupaba anteriormente.
Rogan y su medio hermano describían círculos uno alrededor del otro, las largas pértigas sostenidas horizontalmente en las manos. Eran hombres imponentes, ambos jóvenes y fuertes, dé anchas espaldas, caderas angostas, los músculos bien formados.
Pero no se necesitaba mucha inteligencia para comprender quién era mejor luchador. Era evidente que Rogan estaba probando a su medio hermano, jugando con él para descubrir qué sabía hacer, y en cambio éste, la mirada colérica, combatía con todo lo que tenía a su alcance. El hermano atacó, Rogan lo esquivó fácilmente y con un rápido movimiento descargó la pértiga sobre el hueco de las rodillas de su contendiente.
— ¿Estás acostumbrado a combatir únicamente con mujeres? — lo aguijoneó Rogan.
La cólera estaba dominando al otro y lo inducía a cometer errores estúpidos.
— Antes nadie ha derrotado a Baudoin — dijo el viejo desdentado que estaba al lado de Liana— . No le agradará ser vencido.
— Baudoin — dijo en voz alta Liana, frunciendo el entrecejo . No le parecía buena idea que Rogan lo convirtiese en enemigo como estaba haciéndolo. Este había pasado la mayor parte de su vida entrenándose con varas y espadas y en cambio el adversario sin duda pasaba casi todo su tiempo detrás de un arado.
Después de un rato, fue evidente para todos los que observaban que Rogan comenzaba a fatigarse de este juego que no le exigía mucho. Se detuvo frente a su hermano, la pértiga en una mano sosteniéndola por un extremo y... el brazo extendido.
Era una actitud insultante y la simpatía de Liana fue para Baudoin, a quien se humillaba así.
Los ojos de éste se ensombrecieron de ira y se arrojó sobre Rogan, en la cara una expresión asesina. La multitud ahogó una exclamación.
Casi sin mirarlo, Rogan dio un paso al costado y descargó su pértiga sobre la nuca de Baudoin. El joven cayó boca abajo, inconsciente sobre el lodo y el pasto.
Sin dirigirle una sola mirada de preocupación Rogan pasó sobre el cuerpo inerte y se acercó a Liana, recibió de ella sus ropas y se vistió. Se abrió paso entre la gente sin mirar a Liana, pero sin duda esperando que ella lo siguiese. No hizo caso de los campesinos que lo rodeaban, le palmeaban la espalda y lo felicitaban, invitándolo a beber con ellos.
Rogan se sentía muy orgulloso de sí mismo. Venció al hombre que provocaba las miradas de deseo de su esposa y demostró quién era el mejor y además estaba orgulloso de la forma como lo había hecho. Ahora, ella no dudaría de quién era superior. Habría podido derrotar a ese medio hermano excesivamente confiado en sí mismo con una mano atada a la espalda.
Muy consciente de que Liana estaba siguiéndolo, se dirigió al bosque. Deseaba encontrarse solo con ella cuando le demostrase cuán complacida estaba con él. Cierta vez, después de imponerse en un torneo, dos damas jóvenes habían ido a su tienda para felicitarlo. ¡Y esa fue una noche para recordarla!
Pero ahora, lo único que necesitaba era el elogio de su esposa. Quizá lo besara como había hecho cuando Rogan dijo que iría con ella a la feria. Continuó caminando hasta que estuvo en la profundidad del bosque, se volvió y la miró.
Ella no le arrojó los brazos al cuello ni le dirigió una de esas sonrisas que él recordaba complacido: una sonrisa que evocaba en su recuerdo el placer, la dulzura y la risa.
— Vencí — dijo Rogan, los ojos brillantes.
— Sí, venciste — confirmó Liana con voz neutra.
El no comprendió el tono de Liana, era como si estuviese encolerizada con él.
— Vencí a ese hombre con bastante facilidad.
— Oh, sí, para ti fue muy fácil. Fue fácil humillarlo, lograr que la gente se riese de él.
Rogan no la entendía y no intentó hacerlo. Esta vez su mujer había llegado demasiado lejos. Preparó la mano para golpearla.
— ¿Ahora me castigarás?. ¿Castigarás a otros que son más débiles que tú? ¿A todos tus parientes? A mi, que soy tu esposa, y a tus hermanos. ¿Por qué no apresas a tus hijos, y los atas a los árboles y los flagelas?
Rogan se convenció que esta mujer estaba loca y sus y palabras carecían de sentido. Bajó la mano, se volvió y comenzó a regresar a la aldea.
Liana le impidió a avanzar.
— ¿En qué estabas pensando cuando castigabas tan cruelmente al muchacho? Lograste que pasara por tonto.
Ahora, el temperamento de Rogan se manifestó. La aferró por los hombros y le gritó a la cara.
— ¿Te desagradó ver que pasara por tonto? ¿Preferías que yo fuese el derrotado? ¿Te habría agradado que él apoyase la cabeza en tu regazo?
Apartó las manos de los hombros de Liana, había revelado demasiado de lo que sentían y comenzó a alejarse. Liana permaneció de pie un momento, los ojos fijos en el suelo mientras reflexionaba en lo que Rogan había dicho. Lentamente comprendió el sentido de sus palabras y tuvo que correr para alcanzarlo. Se plantó frente a él.
— Estabas celoso — dijo, y mientras lo miraba en su voz se manifestaba asombro.
El no contestó y esquivándola continuó caminando. Ella volvió a plantarse frente a él y apoyó las manos sobre el pecho de Rogan.
— ¿Realmente golpeaste así a ese muchacho sólo para impresionarme?
Rogan miró a lo lejos, sobre la cabeza de Liana.
— Deseaba probar su fuerza y su velocidad y después el asunto no me interesó. — Miró a Liana y desvió los ojos.— No es un muchacho, tiene mi edad, o quizás un poco más.
Liana comenzó a sonreír. No le agradaba lo que él había hecho a su medio hermano, pero qué placentero era pensar que su marido estaba celoso a causa del modo en que ella había mirado a otro hombre.
— Puede tener tu misma edad, pero no es tan fuerte como tú, ni tan hábil, ni tan apuesto.
— Estuve demasiado lejos de mis hombres, es necesario que regresemos al castillo.
Tenía el cuerpo rígido.
— Pero la apuesta fue que tú serías mi esclavo un día entero — dijo Liana, que no pudo evitar un leve gemido— . Ven nos sentaremos en el bosque, no necesitamos retornar a la feria.
Rogan se encontró siguiéndola. Ella sabía ingeniárselas para lograr que olvidase su deber y responsabilidades. Desde que se había casado con ella, Rogan había descuidado su trabajo más que durante toda su vida precedente.
— Ven, siéntate aquí, a mi lado — le dijo, indicando un lugar cubierto de pasto y sembrado de flores, junto a un arroyuelo.
Por la expresión de Rogan, Liana comprendió que él aún estaba enojado y comenzó a sonreírle, cuando un movimiento entre los árboles que estaban detrás atrajo su atención.
— ¡Cuidado! — consiguió gritar.
Rogan se apartó instintivamente y así evitó la cuchillada que estaba dirigida a su espalda.
Liana permaneció clavada en el lugar, observando horrorizada como Baudoin atacaba a Rogan con un cuchillo. Vio sangre en el brazo de Rogan, pero en el frenesí del momento no pudo determinar si la herida era grave.
Esta vez Rogan no pudo someter tan fácilmente a su medio hermano, Baudoin estaba furioso y había venido a matar.
Liana pudo hacer poco más que mirar mientras los hombres forcejeaban, cayendo y rodando sobre el pasto, el cuchillo relampagueando de tanto en tanto entre los dos. La cólera aumentaba las fuerzas de Baudoin y Liana comprendió que Rogan estaba luchando por su vida.
Al mirar a su alrededor, vio una rama corta y gruesa. La recogió, sosteniéndola con las dos manos, y después se acercó a los dos vigorosos adversarios. Tenía que retroceder de un salto cuando ellos rodando se le acercaban y avanzar cuando se alejaban. Las dos cabezas, cada cara hundida en el cuerpo del otro, eran tan semejantes que ella temía la posibilidad de golpear al hombre equivocado.
Y de pronto, se le ofreció una oportunidad. Baudoin desprendió su brazo derecho y alzó el cuchillo sobre el cuello de Rogan. Un instante después se derrumbó impotente, porque Liana descargó el garrote sobre su cabeza.
Durante un momento Rogan no hizo un solo movimiento, permaneció acostado, su medio hermano inerte, tendido sobre él. No le agradaba reconocer que podría estar muerto de no haber sido por una... una mujer. Apartó de sí a Baudoin, se puso de pie y no quiso mirar a su esposa.
— Regresaremos y ordenaré a los hombres que vengan a buscarlo — murmuró.
— ¿Y qué harán tus hombres? — preguntó Liana, mientras revisaba la herida del brazo de Rogan. Era sólo una lesión superficial.
— Lo ejecutarán.
— ¿A tu propio hermano? — preguntó Liana.
Rogan frunció el entrecejo.
— Será rápido, no lo quemarán ni lo torturarán.
Liana reflexionó un momento.
— Ve a buscar a los hombres. En un rato más me reuniré contigo.
Rogan la miró y sintió el latido de su propia sangre en la sien.
— ¿Quieres permanecer aquí con él?
Los ojos de Liana se clavaron en los de Rogan.
— Quiero ayudarle a escapar de tu injusticia.
— ¿Mi ... ? — dijo Rogan, estupefacto— . Trató de matarme, si eso nada significa para ti, para mí es mucho.
Liana se acercó a él y apoyó las manos sobre los brazos de Rogan.
— Perdiste a tantos hermanos, la mayoría medio hermanos. ¿Cómo puedes aceptar la posibilidad de perder otro? Acepta a este hombre y entrénalo. Entrénalo para que sea uno de tus caballeros.
Rogan se apartó de Liana y la miró asombrado.
— ¿Pretendes enseñarme cómo debo dirigir a mis hombres? ¿Me pides que conviva con un hombre que intentó matarme? ¿Quieres desembarazarte de mí, para poder tener a este hombre?
Liana elevó las manos al cielo en un gesto de impotencia.
— ¡Qué estúpido eres! Te elegí a ti. ¿Tienes idea del número de pretendientes que pidieron mi mano? Ansiaban desesperadamente el dinero de mi padre y me cortejaron de todos los modos imaginables. Me escribieron poesías, entonaron canciones de homenaje a mi belleza. ¡Pero tú! Me arrojaste a un pantano y me ordenaste que te lavase la ropa y, estúpida de mí, acepté casarme contigo. ¿Y qué recibí en pago de mi estupidez? Otras mujeres en tu cama mientras tú me ignoras, el hedor de tu cuerpo. Y ahora te atreves a acusarme de gustar de otros hombres. He limpiado esa cloaca a la que llamas tu casa, te di mejor comida, he sido una entusiasta compañera de tu lecho, ¿y te atreves a acusarme de adulterio? Vamos, mata a este hombre. ¿Qué me importa? Volveré con mi padre y tú podrás conservar el oro, sin necesidad de lidiar con una esposa embrollona.
La cólera que sentía comenzaba a disiparse y Liana se sintió fatigada y deprimida y al borde de las lágrimas. Había fracasado con Rogan. Exactamente como le advirtiera Helen, había fracasado.
— ¿Qué pantano? — fue todo lo que Rogan dijo después de un momento.
Liana estaba tragándose las lágrimas.
— Junto al estanque — dijo con voz fatigada— . Me obligaste a lavar tus ropas. Bien, ¿nos vamos? El despertará muy pronto.
Rogan dio un paso hacia ella, apoyó los dedos bajo su mentón y la obligó a levantar la cabeza y a mirarlo.
— Había olvidado eso. ¿De modo que eres la bruja que me agujereó las ropas?
Liana se apartó de él.
— Te regalé otras prendas. ¿Vamos ahora? O quizá yo quiera marcharme y tú te quedarás atrás para matar a tu hermano. Tal vez él tiene hermanas y puedas raptarlas y formar un nuevo grupo de Días.
Rogan le aferró el brazo y la obligó a mirarlo. Si, era la muchacha del estanque. Recordó esa tarde, cuando él estaba acostado, sabiendo que lo observaban, complacido al descubrir que era una bonita mujer. Ella había demostrado entonces que tenía carácter, y había revelado aún más entereza cuando acercó la antorcha a su cama.
Le ofreció algo que no había brindado a una mujer en muchos años: le sonrió.
Liana sintió que se le doblaban las rodillas ante el efecto de esa sonrisa. Su cara, apuesta, estaba transformada y había adquirido una dulzura casi aniñada. ¿Este era el hombre que su primera esposa había visto? Y si era así, ¿cómo podía explicarse que lo hubiese abandonado?
— Bien — dijo — Entonces, ¿aceptaste casarte conmigo porque te arrojé a un pantano?
Pero por notable que fuese su apostura, ella no estaba dispuesta a contestarle... sobre todo sí usaba ese tono de voz. Rogan estaban dando a entender que ella era una joven campesina tonta y sensual, no mucho mejor que una de sus Días. Se volvió, la espalda erguida, la cabeza alta y comenzó a caminar hacia la aldea.
El la alcanzó y Liana casi no pudo creer lo que sucedía cuando la alzó en sus brazos como si hubiera sido una niña y después la arrojó al aire.
— Y ahora, ¿que has planeado para mi? — preguntó mientras la sostenía para evitar que cayese— . ¿Volverás a quemarme la cama? ¿O tal vez ahora te propones incendiar todo el castillo? — La arrojó al aire otra vez.— Por ser una persona tan pequeña, tienes un modo muy enérgico de conseguir lo que deseas.
Ella le echó los brazos al cuello, para evitar caer.
— Esto está mejor — dijo él y le besó el cuello.
La cólera de Liana se disipó y Rogan lo supo porque pudo sentir la risa silenciosa de su esposa contra su propio cuello.
— ¡Tú!—dijo Liana, y descargó el puño sobre el hombro de Rogan—Bájame. ¿Matarás a tu hermano?
El la miró y meneó la cabeza.
— No olvidas nada, ¿verdad?
Ella levantó una mano y acarició la mejilla de Rogan.
— No — dijo en voz baja— . Cuando decido que quiero algo, jamás lo olvido.
Los ojos de Rogan adquirieron una expresión seria, mientras la miraba, como si algo lo desconcertara, y comenzó a contestarle, pero un gemido de Baudoin, tendido en el suelo, detrás de los dos, atrajo su atención. Rogan se desprendió de Liana con tal rapidez que ella golpeó contra un árbol.
Cuando recobró el equilibrio, vio a Rogan de pie sobre su medio hermano, el cuchillo en la mano.
Liana empezó a rezar. Rezó fervorosamente, con todo su corazón, pidiendo que su esposo demostrara compasión hacia el joven.
— ¿Y cómo me matarás?
Abrió los ojos y vio a Baudoin de pie, erguido y orgulloso frente a Rogan, sin demostrar miedo.
— ¿Con el fuego? — preguntó Baudoin— . ¿O tus torturadores trabajarán sobre mí? ¿Tus hombres están ocultos en el bosque y nos espían? ¿Quemarán la aldea a causa de la pieza teatral?
Liana miró a los dos hombres, Rogan de espaldas a ella, y contuvo la respiración. Sabía que su esposo podía matar fácilmente a Baudoin si así lo decidía y rogó que no lo hiciera. Rogan pasaba el cuchillo de una mano a la otra y guardaba silencio.
— ¿Cómo te ganas la vida? — preguntó finalmente Rogan.
La pregunta pareció sobresaltar a Baudoin.
— Compro y vendo lana.
— ¿Eres honesto?
La expresión de la cara de Baudoin puso de manifiesto su cólera.
— Más honesto que el hombre que fue nuestro padre, más honesto que nuestros ilustres hermanos. Yo no permito que mis hijos pasen hambre.
Liana no podía ver la cara de Rogan y temió que las observaciones de Baudoin significasen la sentencia de muerte del joven. Cuando Rogan habló, lo hizo con voz suave y un tanto vacilante.
— Los últimos años he perdido varios hermanos, no quiero perder otros. Si te llevase a mi casa, ¿me prestarías juramento de fidelidad? ¿Y lo respetarías?
Baudoin miró atónito a Rogan... estaba tan asombrado que no podía hablar. Siempre había odiado a sus medio hermanos que habitaban el castillo sobre la colina. El vivió en la pobreza y en cambio ellos lo tenían todo.
Liana advirtió la vacilación de Baudoin y pudo adivinar su sentido. También advirtió que la generosidad de Rogan pronto se convertiría en cólera si no era aceptada prontamente. Con un movimiento rápido se puso entre los dos hombres.
— ¿Tienes hijos? — dijo a Baudoin— . ¿Cuántos? ¿Qué edad tienen? Cuando vengas a vivir con nosotros, me ocuparé de su educación. Pueden ir a la escuela con los hijos de Rogan.
— ¿Qué hijos? — preguntó Rogan, mirándola, hostil. ¡Ese mercader de lana rehusaba rendirle homenaje! Habría debido matarlo una hora atrás, pero no lo hizo a causa de la interferencia de su esposa. Dio un paso hacia ella.
Liana aferró el brazo de Baudoin, de modo tal que estaba protegiéndolo y protegiéndose ella misma.
— Por supuesto, todos tus pequeños pelirrojos — dijo vivazmente— . ¿Tu esposa sabe coser? — preguntó a Baudoin— . Necesito mujeres que sepan coser. O hilar. O tejer. Mientras tú te entrenas con Rogan, ella puede acompañarme. Rogan, ¿por qué no explicas a tu hermano — destacó la palabra— Que contigo tendrá que trabajar mucho Quizá prefiera continuar comprando y vendiendo lana.
— ¿Debo tratar de persuadirlo? — preguntó incrédulo Rogan— . ¿Debo explicarle la comodidad del lecho? ¿O atraerlo ofreciéndole carne todos los días?
Baudoin estaba reaccionando de la impresión. Había heredado la inteligencia de su padre y nadie lo acusó jamás de ser estúpido.
— Mi señor, perdonad la vacilación — dijo en voz alta, apartando de Liana la atención de Rogan— Os agradezco mucho vuestro ofrecimiento, y yo... — Hizo una pausa y se le endureció la mirada.— Defenderé con la vida el nombre de los Peregrine.
Rogan lo observó largamente y Liana comprendió que estaba luchando con algo en su fuero íntimo. Por favor, rezó sin hablar, por favor, créele.
— Ven a verme mañana — dijo al fin Rogan— . Ahora, vete.
Una vez que Baudoin se marchó, los ojos de Liana se llenaron de lágrimas de alivio. Se acercó a Rogan, le echó los brazos al cuello y lo besó.
— Gracias — dijo— . Muchas gracias.
— ¿Te sentirás tan agradecida cuando me traigan con la espada de ese hombre en el corazón?
— No creo... — empezó a decir, pero en realidad no sabía si Rogan estaba o no en lo cierto— . Quizá cometí un error. Tal vez debieras darle el cargo de escribiente, o enviarlo al otro castillo, o...
— ¿Crees que soy un cobarde?
— Cuando se trata de tu seguridad, no quiero correr riesgos.
— Algunas mujeres me han dicho lo mismo antes — afirmó Rogan— , y después se vio que no merecían confianza.
Ella acercó sus labios a los de Rogan.
— ¿Quién te dijo eso? ¿Jeanne Howard?
Estaba en brazos de Rogan y un instante después se encontraba en el suelo, mirando la cara que había provocado el temblor de hombres hechos y derechos.
12
Rogan se volvió y comenzó a caminar a través del bosque, alejándose de ella y de la aldea.
Liana comenzó a correr tras él, alegrándose de vestir la corta falda campesina mientras saltaba sobre los troncos caídos y esquivaba los árboles. Pero no pudo alcanzar a Rogan, en pocos minutos él desapareció de la vista.
— Maldito sea y maldito su temperamento — dijo Liana en voz alta, y furiosa golpeó el suelo con el pie.
No había advertido que estaba tan cerca del arroyo o que el suelo descendía allí bruscamente. El piso cedió bajo su peso y comenzó a deslizarse sobre la espalda, en un tramo de unos seis o siete metros, gritando al tiempo que caía.
Cuando llegó al fondo Rogan estaba allí; había extraído una espada corta que ocultaba bajo la túnica. Ahora, estaba de pie y la miraba.
— ¿Quién hizo esto? — preguntó.
Liana no tuvo tiempo de bendecir la buena suerte que le había permitido recuperar a Rogan.
— Caí — explicó— . Estaba persiguiéndote y caí.
— Oh — dijo él, sin el más mínimo interés, mientras guardaba de nuevo la espada bajo la prenda de áspera tela.
Rogan permaneció allí, absorto, como si no tuvieses idea de lo que haría después.
— Llévame al agua, esclavo — ordenó Liana, extendiendo la mano en un gesto arrogante. Como él no se movió Liana agregó:— Por favor.
Rogan se inclinó, la levantó y caminó hacia el arroyo Ella le rodeó el cuello con los brazos y apretó la cara contra Rogan.
— ¿Jeanne era bonita? — preguntó.
El la soltó en el agua fría como el hielo.
Escupiendo agua, Liana emergió para respirar y Rogan ya estaba alejándose otra vez.
— ¡Eres el peor esclavo que existió jamás! — le gritó Liana— . Perderás la apuesta.
Mientras ella estaba en el agua él regresó y a juzgar por la expresión de su cara Liana casi deseó que no hubiese vuelto.
— Mujer, no perderé ninguna apuesta contigo — dijo con un rezongo grave— . En mi vida hay cosas que no conciernen a nadie y... y...
— ¿Jeanne Howard? — dijo ella. Comenzaban a castañetearle los dientes.
— Sí, esa mujer que provocó la muerte de...
— Basil y James — dijo ella.
El se interrumpió y la miró con hostilidad.
— ¿Te burlas de mí? — murmuró.
Los ojos de Liana tenían una expresión de ruego.
— Rogan, jamás tuve la intención de burlarme de algo tan terrible como la muerte. Sólo estaba preguntando a mi esposo acerca de su primera mujer. Todas sentimos curiosi-dad por las otras mujeres que pasaron por la vida de su marido. Oí decir tantas cosas de Jeanne y...
— ¿Quién te habló?
— La Dama. — Como era evidente que Rogan no sabía a quién se refería, Liana agregó:— Creo que es la mujer de Severn, aunque parece un poco mayor que él.
La expresión dura en la cara de Rogan se suavizó.
— En tu lugar, yo no me atrevería a recordar a Iolanthe que es mayor que Severn. — Hizo una pausa.— Io te habló de...
Pareció que no podía pronunciar el nombre de su primera esposa y eso molestó a Liana. ¿Todavía la amaba tanto?
— Nunca hablé con Iolanthe, pero la Dama la mencionó. Rogan, estoy helándome. ¿Podemos hablar aquí? ¿Al sol?
Dos veces Rogan se había alejado de ella cuando mencionó el nombre de Jeanne y en ambos casos había regresado; ahora contemplaba la posibilidad de permanecer con ella para "hablar". Rogan aferró la mano de Liana y la sacó del arroyo.
Cuando estuvieron al sol, él cruzó los brazos sobre el pecho y endureció el mentón. Jamás, jamás en su vida volvería a aceptar la idea de pasar un día con una mujer... y sobre todo como ésta. Tenía un talento especial para descubrir los nervios más sensibles de Rogan.
— ¿Qué deseas saber? — preguntó.
— ¿Era bonita? ¿Estabas muy enamorado de ella? ¿Esa es la razón por la cual el castillo estaba tan sucio? ¿Juraste que jamás amarías a otra mujer porque ella te lastimó mucho? ¿Por qué prefirió a Oliver Howard, antes que a ti? ¿Cómo es él? ¿Ella conseguía que rieses? ¿Por culpa de Jeanne nunca sonríes? ¿Crees que un día podré remplazarla en tu corazón?
Cuando las preguntas por fin cesaron, Rogan estaba allí, de pie, mirando a Liana. Tenía los brazos a los costados, sus labios estaban entreabiertos en un gesto que sugería asombro.
— ¿Bien? — preguntó Liana, induciéndolo a hablar— . ¿Se trata de ella? ¡Dímelo!
Rogan no estaba muy seguro de lo que había esperado oír cuando le preguntó qué quería saber, pero en todo caso no pensó en esas preguntas frívolas, sin importancia, sentimentales. Comenzó a parpadear.
— ¿Bella? — dijo— . La luna temía aparecer sobre el castillo de Moray porque no podía competir con la belleza de... de...
— Jeanne — dijo pensativamente Liana— . Entonces, ¿era mucho más bonita que yo?
El no podía creer que Liana tomase en serio esta conversación. A decir verdad, no recordaba cómo era su primera esposa, hacía tantos años que no la veía...
— Mucho más — dijo con fingida seriedad— Era tan hermosa que... — Buscó un término de comparación.— ...que los corceles de guerra lanzados a la carga se detenían frente ella y comían de su mano.
— Oh — exclamó Liana, se sentó sobre una piedra y sus ropas mojadas emitieron chasquidos— . Oh...
Rogan dirigió una mirada de disgusto a la cabeza inclinada ante él.
— Nunca podía usar ropas bonitas, porque sí lo hacía lastimaba los ojos de los hombres, tenía que vestir siempre prendas campesinas, porque no quería enceguecer a la gente. Si entraba a caballo en la aldea, tenía que usar una máscara, pues los hombres se arrojaban bajo los cascos de su caballo. Los diamantes parecían feos comparados con...
Liana levantó la cabeza.
— Te burlas de mí. — Había esperanza en su voz.— ¿Qué aspecto tenía realmente?
— No lo recuerdo, era joven. Creo que tenía cabellos castaños.
Liana comprendió que ahora él decía la verdad y que no recordaba mucho de la apariencia de Jeanne.
— ¿Cómo puedes olvidar a alguien a quien amaste tanto?
El se sentó en el pasto, de espaldas a Liana, y contempló el arroyo.
— Yo no era más que un jovencito y mis hermanos me ordenaron que me casara con ella. Ella... me traicionó, nos traicionó a todos. James y Basil murieron tratando de recu-perarla.
Liana se acercó a él y se sentó a su lado, el costado húmedo y frío de su cuerpo junto a las prendas tibias y secas que él vestía..
— ¿Ella es lo que te entristece?
— ¿Entristece? — repitió Rogan— . Lo que me entristece es la muerte de mis hermanos. Verlos morir uno por uno, sabiendo que los Howard se han apoderado de todo lo que yo siempre quise en la vida.
— Incluso de tu esposa — murmuró ella.
Rogan se volvió y la miró. Hacía años que no pensaba en su primera esposa como un asunto personal, no podía recordar su cara, su cuerpo, nada de lo que se relacionaba con ella. Pero mientras miraba a Liana pensó que si ella desaparecía, recordaría muchas cosas de su persona... y no sería sólo su cuerpo, se dijo asombrado. Recordaría alguna de las cosas que ella había dicho.
Extendió la mano y tocó la mejilla húmeda de Liana.
— ¿Eres tan simple como lo pareces? — preguntó en voz baja— . ¿Que alguien te ame o crea que eres bella es el asunto más importante de tu vida?
A Liana no le agradó parecer tan frívola.
— Puedo vigilar las cuentas de las propiedades, puedo descubrir a los ladrones, sé juzgar los casos judiciales, también sé...
— ¿Juzgar? — preguntó Rogan, y se apartó un poco para mirarla— . ¿Cómo es posible que una mujer dicte un fallo decente? Los juicios no se refieren al amor ni a la persona que puede presentar el piso más limpio... tienen que ver con problemas importantes.
— Dame un ejemplo — dijo serenamente Liana.
Rogan consideraba que era mejor abstenerse de sobrecargar la mente de una mujer con excesivo número de problemas graves; pero también deseaba darle una lección.
— Ayer, un hombre y tres testigos se presentaron con un documento firmado con un sello, que decía que el hombre era el dueño de una finca; pero el propietario precedente de la vivienda no aceptaba marcharse. Ese hombre aplicó su sello al papel como garantía de una deuda. Bien, no se pagó la deuda, pero el primer propietario continuaba viviendo en la finca. ¿Cómo habrías resuelto el asunto? — preguntó astutamente.
— No habría fallado antes de oír el testimonio del primer propietario, los tribunales reales han dictaminado que es demasiado fácil falsificar un sello. Si el hombre, tenía educación suficiente para poseer un sello, tal vez también podía escribir su propio nombre. Debió haber aplicado el sello y puesto su marca en el papel. También hubiera investigado para determinar si los testigos eran o no amigos del primer hombre. En general, el caso no me parece válido.
Rogan la miró asombrado. En efecto, se había demostrado que el documento era falso y que había sido escrito por un hombre que estaba encolerizado porque vio a su joven esposa hablando con el hijo del propietario.
— ¿Bien? — dijo Liana— . Confío en que no habrás enviado hombres para arrojar de su tierra a ese pobre campesino.
— No hice tal cosa — replicó secamente Rogan— . Tampoco quemé a nadie por comer ratas.
— ¿Ni dejaste embarazada a una hija? — dijo ella burlonamente.
— No, pero la esposa del campesino era una belleza. Tenía grandes... — Esbozó un gesto con las manos delante del pecho.
— ¡Tú! — gritó Liana, y se arrojó sobre él.
Rogan la aferró, fingió que el peso de Liana lo había tumbado y la apretó con fuerza contra su cuerpo. Finalmente la besó.
— Juzgué bien, ¿verdad? El documento era falso, ¿no?
Ahora ella yacía sobre el cuerpo de Rogan, sintiendo los músculos fuertes y duros de su hombre.
— Tienes las ropas mojadas — dijo él— . Deberías quitártelas y ponerlas a secar.
— No me distraerás. Ese documento, ¿era o no falso?
El levantó la cabeza para besarla de nuevo, pero Liana apartó la cara.
— ¿Era falso? — preguntó ella.
— Sí, era falso — dijo Rogan, exasperado.
Liana se echó a reír y comenzó a besarle el cuello.
Rogan cerró los ojos. En su vida había conocido a pocas mujeres que no le temiesen. Las encumbradas de las cortes generalmente le daban la espalda, de modo que Rogan se decía que era preferible tratar con las criadas. Y éstas generalmente manifestaban temor frente a sus enojos y sus rechazos. Pero esta mujer se reía de él, le gritaba... y rehusaba obedecerle.
— Y puedo ayudar — decía Liana.
— ¿Ayudar en qué? — preguntó Rogan.
— En los juicios.
Ahora, ella estaba acariciando con su lengua el cuello de Rogan.
— Sobre mi cadáver — dijo él alegremente.
Liana se echó a reír.
— Estoy sobre tu cuerpo, pero no me parece que hayas muerto del todo.
— Eres una hembra impúdica — dijo él, besándola.
— ¿Me castigarás?
El apoyó la mano sobre la cabeza de Liana y con un movimiento del cuerpo invirtió la posición de ambos e inmovilizó a Liana con un movimiento de la pierna robusta.
— Te dejaré sin fuerzas.
— ¡Imposible! — dijo ella, y un instante después la boca de Rogan le impidió seguir hablando.
De los árboles llegó el ruido de personas que caminaban, pero al principio los amantes no oyeron nada.
— Gaby, te digo que la idea no es buena — se oyó la voz de un hombre.
— Yo siempre pienso que quien nada arriesga nada gana — contestó una mujer.
Liana sintió que se endurecía el cuerpo de Rogan, y con un movimiento rápido extrajo la corta espada y se arrodilló sobre ella, en un gesto protector.
Entre los árboles aparecieron Baudoin y una mujer pequeña y regordeta con una niñita en los brazos, un canasto y un niño entre los dos adultos.
Liana y Rogan se limitaron a mirar, sin comprender el significado de la aparición.
— Ahí estáis — dijo la mujer, adelantándose— . Baudoin me lo dijo todo, debéis perdonar su carácter. Soy su esposa, Gabriela, pero todos me llaman Gaby; y esos son nuestros hijos, Sarah y Joseph. Dije a Baudoin que si voy a vivir con vosotros, es necesario que os conozca. Mi padre fue un caballero, no por cierto un conde, pero un hombre respetable y yo sabía que Baudoin era hijo de un señor y por eso rogué a mi padre que me permitiese desposarlo. — Dirigió una mirada de adoración al joven alto y apuesto.— Y jamás lo lamenté. Mi señora, ¿no tenéis frío con esas ropas húmedas? La tintura está desprendiéndose de vuestros cabellos manchando la cara. Veamos, os ayudaré a arreglar esto.
Rogan y Liana, asombrados, no se habían movido. todavía estaba arrodillado junto a su esposa, el arma preparada, protegiendo a Liana que estaba debajo. Cuando la mujer llamada Gaby le ofreció la mano, Liana no se movió.
Baudoin rompió el silencio.
— Adelante — dijo— . Todos hacen lo que ella dice.
Las palabras parecían de censura, pero había acento afectuoso en la voz. En verdad, no parecía una pareja muy armónica: Baudoin era alto, delgado, muy apuesto, y su cara expresaba una suerte de permanente irritación. Gaby era baja, rechoncha, bonita pero no ciertamente bella y parecía que hubiese nacido con una sonrisa la cara.
Liana aceptó la mano que le ofrecía la mujer y fue con ella al arroyo; estaba acostumbrada a que las mujer de la clase de Gaby le temiesen, pero desde el momento su llegada al castillo de los Peregrine nada había sido como ella lo conociera.
— Ahora, siéntate allí y ten paciencia — dijo Gaby mientras instalaba a su hija en el suelo.
Volvió los ojos hacia Liana.
— Me enteré de lo que sucedió esta mañana, los hermanos no deberían reñir. Siempre dije a Baudoin que un día sus hermanos del castillo verían la luz y tuve razón. Baudoin es un buen hombre, él hará lo que sea necesario. Vedlos, parecen dos arvejas de la misma vaina.
Liana volvió los ojos hacia los dos hombres: estaba de pie, uno cerca del otro, sin mirarse ni hablar. El niño estaba entre ellos, igualmente silencioso.
— Inclinaos aquí y os lavaré los cabellos — ordenó Gaby
Liana hizo lo que se le decía.
— ¿Vuestro esposo habla tan poco como el mío? — preguntó Gaby.
Liana no sabía muy bien qué hacer... si demostrarle cordialidad o adoptar otra actitud. Era extraño de qué modo las ropas afectaban la disposición de una persona. Si ella hubiese vestido su mejor seda azul habría esperado que esa campesina se inclinara en su presencia, en cambio ahora que usaba lana común sentía casi como si hubiera sido... bien, una igual.
— Si lo encadeno a un lugar hablará, pero no demasiado — dijo finalmente Liana.
— No renunciéis a la lucha. Se retraerá completamente si se lo permitís. Y obligadlo a reír, hacedle cosquillas.
— ¿Cosquillas? — El agua teñida de negro corría por la cara de Liana.
— Sí — dijo Gaby— En las costillas. De todos modos, son hombres buenos. No regatean su afecto. Si os ama hoy, lo hará por toda la vida. No será como ciertos hombres que están enamorados y mañana se interesan por otra mujer y una tercera al día siguiente. Bien, ahora está mejor. Vuestros cabellos son rubios de nuevo.
Liana se sentó y se recogió los cabellos húmedos.
— Y ahora no podemos regresar a la feria. Alguien podría reconocerme.
— No — dijo Gaby con expresión seria— . No querréis volver allí, esta mañana ya se comentó quién sería el hombre misterioso que derrotó a Baudoin, no debéis retornar.
Se le iluminó la cara.
— Pero yo he traído alimentos, y podemos permanecer aquí, en este lugar tan bonito.
Gabriela no dijo a Liana que gastó los ahorros de un año en el festín que había traído consigo. Bajo la apariencia alegre y complaciente de Gaby se escondía una mujer muy ambiciosa, pero no para ella misma. Lo que ansiaba estaba destinado a su esposo a quien amaba más que a la vida misma.
Había cumplido doce años cuando vio por primera vez a ese apuesto Baudoin, un joven de mirada fría y determinó que lo conquistaría por mucho que eso le costara. Su padre aspiraba a que ella concertase un buen matrimonio y no que se casara con un bastardo sin futuro. Pero Gaby dio largas y gemido y rogado y renegado, hasta que logró que su padre formulase un oferta al padrastro de Baudoin.
Este se casó con ella por su dote y los primeros años de convivencia habían sido difíciles. El había tenido muchas otras mujeres, pero el amor de Gaby fue más firme que la sensualidad de Baudoin. Poco a poco él comenzó a prestarle atención, a buscarla para obtener amor y confort y cuando nacieron los niños, Baudoin descubrió que también eso le agradaba.
Durante los seis años de matrimonio, éste pasó de la condición de un padrillo que saltaba de una cama a otra a la de exitoso mercader, que se complacía sobre todo en el trato con su esposa y los hijos.
Esa mañana, al ver a lord Rogan entre la multitud, reconoció inmediatamente a su medio hermano. Por primera vez en años su antigua rabia se había manifestado. Varias horas más tarde encontró a Gaby y después de muchos esfuerzos de ella para arrancarle la verdad, le explicó el incidente en el bosque. Se sentía avergonzado por haber atacado a un hombre por la espalda, y reveló a Gaby el ofrecimiento que aceptara, pero agregó que debían abandonar la región y comenzar de nuevo en otro sitio, porque él no podía soportar la idea de enfrentar de nuevo a lord Rogan.
Gaby elevó una rápida plegaria de agradecimiento a Dios, que al fin les ofrecía esa oportunidad, y se dedicó a trabajar sobre Baudoin. Utilizó todas las técnicas imaginarias para quebrar su reserva. Una vez logrado esto, comprendió que tenía que trabajar sobre el señor y su bondadosa y compasiva esposa. Y también supo que su oportunidad era este día, mientras el señor y su esposa vestían el atuendo campesino. Al día siguiente, cuando ellos estuvieran cubiertos de seda y la propia Gaby con prendas de lana, la distancia entre ellos sería excesiva.
De modo que había retirado el dinero de su escondrijo y con él compró carne de vaca, cerdo, pollo, pan, naranjas, queso, dátiles, hijos y cerveza, depositó todo en una canasta y salió en busca de los ilustres parientes de Baudoin. No quiso recordar la reputación de Rogan, reflejada también en la pieza y tampoco pensar en que lord Rogan había visto a Baudoin personificándolo, y en cambio concentró la atención en el esfuerzo por mostrarse entretenida, por ser la igual de los dos señores.
Liana no tenía mucho que decir cuando estaba cerca de Gaby, pero por lo demás nadie hablaba pues ésta conversaba tanto como un ejército. Al principio, Liana se mostró reservada con la mujer, no le agradaba su presunción ni el modo en que se había entrometido en lo que debía ser un momento de soledad entre ella y Rogan.
Pero después de un rato Liana comenzó a suavizarse. Era tan agradable oír cómo otros hablaban. A Rogan ella tenía que arrancarle cada palabra y no había huéspedes en el castillo de Moray, nadie con quien hablar, excepto sus doncellas y la Dama que muy a menudo permanecía detrás de una puerta cerrada.
Y además, a Liana le agradaba el modo en que Gaby adoraba a Baudoin. Su mirada recorría el cuerpo del joven en una actitud posesiva que era en parte la de una esposa, en parte la de una madre y en parte la de un vampiro decidido a devorar la vida del muchacho. Liana pensó: me agradaría saber si yo miro del mismo modo a Rogan.
Los dos hermanos se miraban con cautela, sin saber qué decir o cómo reaccionar uno frente al otro, hasta que Gaby sugirió que Rogan enseñase a Baudoin el modo de luchar con largas pértigas.
Las cuñadas se sentaron en el suelo, comieron pan y queso y miraban cómo se entrenaban los hombres. Rogan era un buen maestro, aunque severo. Tres veces envió a Baudoin a las aguas frías del río, pero Baudoin no por nada era hijo de su padre. La cuarta vez que Rogan quiso arrojarlo al agua, Baudoin hizo un medio giro y fue Rogan quien terminó cayendo de boca en el agua helada.
Liana se incorporó instantáneamente y corrió hacia su marido. El parecía tan sobresaltado, sentado allí en el agua, que ella comenzó a reír, y otro tanto hizo Gaby. In-cluso Baudoin sonrió, Rogan necesitó un momento y también él rió.
Liana extendió la mano para ayudarlo a incorporarse, pero siempre sonriendo él la metió en el agua, a su lado.
— Esto no es justo — exclamó Liana— . Estaba casi seca.
Rogan se incorporó, la alzó de¡ agua y la llevó a un lugar cubierto de pasto e iluminado por el sol y se sentó al lado. Se quitó la camisa y como vio que Liana temblaba, la abrazó, de modo que ella se recostó contra su pecho, y se dijo que jamás se había sentido tan feliz en su vida.
— ¿Qué hay para comer? — preguntó Rogan— , tengo mucho apetito.
Gaby extrajo de la canasta sabrosos alimentos y los cuatro adultos y los dos niños comenzaron a comer; en general, Gaby fue quien habló, relatando entretenidas anécdotas de la vida aldeana. Mostró notable tacto cuando fue necesario evitar toda referencia a las prácticas de terrorismo que la familia Peregrine aplicaba a los habitantes de la aldea.
Liana intuyó que Rogan comenzaba a aflojarse, formuló a Baudoin algunas preguntas acerca del comercio de lana e incluso le preguntó si tenía idea acerca del modo de mejorar la producción lanar de los Peregrine.
La niñita Sarah apenas sabía caminar y de pronto recogió un dátil y con sus piernas regordetas caminó hacia Rogan con la ayuda de su padre, se detuvo, lo miró un momento, hasta que Rogan se volvió para observarla. El nunca había prestado mucha atención a los niños, pero advirtió que era una bonita pequeña, con intensos ojos oscuros que lo estudiaban.
La criatura le entregó el dátil y cuando Rogan lo aceptó, la pequeña pareció creer que eso era una invitación. Se volvió y saltó a las rodillas de Rogan, acurrucándose contra su pecho.
Rogan miró admirado los suaves cabellos rizados.
— Para ella nadie es un extraño — dijo Gaby— . Así es mi Sarah.
— Llévatela — dijo Rogan por lo bajo a Liana— . Quítamela de encima.
De pronto, Liana pareció sorda.
— Oye, Sarah, regala estos higos a tu tío Rogan.
Con un gesto solemne, la niña tomó un higo y lo acercó a la boca de Rogan, pero cuando él trató de tomarlo con la mano, ella emitió un chillido de protesta. Con el aire de quien ejecuta el acto más difícil de su vida, él abrió la boca y permitió que ella le metiese el higo.
Liana mantuvo un flujo permanente de charla con Gaby y fingió que no prestaba atención a Rogan y la niña, pero proveía constantemente a la pequeña de dátiles e higos. Cuando la nena se fatigó de alimentar a su tío, se recostó sobre su pecho y se durmió.
Poco tiempo después, el sol comenzó a descender en el cielo y Liana comprendió que era hora de volver a casa. No deseaba que un momento tan agradable terminase y no quería retornar al sombrío castillo de Moray, y quizás a un marido que la ignoraba. Deslizó su mano en la de Rogan y apoyó la cabeza sobre el hombro de su esposo. Durante largo rato permanecieron sentados, abrazados, la niña durmiendo sobre las rodillas del guerrero.
— Este ha sido el mejor día de mi vida — murmuró Liana— , ojalá no hubiese terminado.
Rogan la apretó con más fuerza. Resultó un día completamente ocioso, y él se dijo que nunca volvería a mostrarse tan frívolo, pero aceptó que había sido... bien, agradable.
Sarah se despertó y comenzó a llorar y así todos entendieron que debían regresar a sus respectivos hogares.
— ¿Vendrás mañana? — preguntó Liana a Gaby y vio lágrimas de gratitud en los ojos de la mujer. Ya había concebido la idea de convertir a Gaby en el ama de la casa, se ocuparía de que las criadas mantuvieran limpio el castillo y Liana dispondría de más tiempo para pasarlo con su esposo.
Pocos minutos después, cuando ya estaba anocheciendo, Rogan y Liana comenzaron a retornar lentamente hacia el castillo de Moray. Las manos unidas, guardaron silencio un rato.
— Ojalá no tuviésemos que volver — dijo Liana— . Quisiera que fuésemos como Gaby y Baudoin, viviésemos en una sencilla choza, por ahí y...
Rogan emitió un rezongo.
— Me parecieron muy dispuestos a renunciar a su simple choza. Esa comida seguramente les costó el salario de un año.
— Medio año — dijo Liana con el tono de quien acostumbraba manejar libros de cuentas— . Pero si se aman — agregó soñadoramente— , lo vi en los ojos de Gaby. — Miró a Rogan. — Seguramente así te miro yo.
Este tenía los ojos clavados en los muros del castillo de Moray. Para ellos había sido fácil salir por la mañana. ¿Qué sucedería si los Howard se disfrazaban de vendedores de verduras y solicitaban entrar? Tendría que redoblar la vigilancia.
— ¿Oíste lo que dije? — preguntó Liana.
Quizás él debería ordenar que los campesinos a quienes se permitía. la entrada usaran un distintivo. Por supuesto, estas insignias podían robarse, pero...
— ¡Rogan! — Liana se había detenido y tirándole de la mano lo obligó a suspender la marcha.
— ¿Qué pasa?
— ¿Estabas escuchándome? — preguntó ella.
— Oí todo lo que dijiste — contestó Rogan— . Quizás algo además del distintivo. Tal vez...
— ¿Qué dije?
Rogan la miró, inexpresivo.
— ¿Qué dijiste acerca de qué?
Ella apretó los labios.
— Estaba diciéndote que te amo.
Quizás un santo y seña, que cambiaría diariamente. O tal vez lo más seguro sería designar a ciertos campesinos, los únicos que podrían entrar; y jamás se permitiría la apa-rición de caras nuevas.
Con gran consternación de Rogan, su esposa le soltó la mano y se adelantó, y por el modo de caminar parecía enojada.
— ¿Y ahora qué? — murmuró él. Hoy había hecho todo lo que ella deseaba y aún no parecía complacida.— ¿Sucede algo?
— Oh, de modo que ahora comprendes que estoy aquí — dijo ella altivamente— . Confío en que no te habré molestado diciéndote que te amo.
— No — dijo él sinceramente— . Sucede sólo que estaba pensando en otra cosa.
— No permitas que mis declaraciones de amor te interrumpan — dijo Liana perversamente— . Estoy segura de que cien mujeres te juraron amor, todos los Días. Por otra parte, antes incluso tuviste Meses. Y por supuesto, Jeanne Howard probablemente te lo dijo todos los días.
Rogan comenzaba a comprender a través de la falta de lógica de Liana. Era otra de esas cosas femeninas, nada grave.
— Ella no era Howard cuando se casó conmigo.
— Comprendo, pero no niegas que te dijo muchas veces que te amaba. Probablemente lo oíste tantas veces que no significa nada viniendo de mí.
Rogan pensó un momento.
— No recuerdo que ninguna mujer me dijese que me amaba.
— Oh — dijo Liana, y volvió a tomarlo de la mano. Caminaron en silencio unos minutos— . ¿Tú me amas?, — preguntó ella en voz baja.
El le apretó la mano.
— Lo hice unas pocas veces. Y esta noche voy a...
— No me refiero a esa clase de amor, quiero decir en tu interior, como amaste a tu madre.
— Mi madre murió al nacer yo.
Liana frunció el entrecejo. .
— Entonces, la madre de Severn.
— Ella falleció al nacer Severn, cuando yo tenía dos años y no la recuerdo.
— ¿Y la madre de Zared? — preguntó Liana con voz dulce.
— No creo que haya sentido mucho por ella, tenía miedo de todos nosotros y solía llorar mucho.
— ¿Alguien intentaba reconfortarla?
— Rowland le decía que cesara de llorar, porque necesitábamos dormir un poco.
Liana pensó en la pobre mujer, sola en un castillo sucio poblado de hombres cuya principal preocupación era que su llanto les turbaba el sueño. Y era la esposa que había muerto de hambre en el castillo de Bevan. Si Rogan no amó a las mujeres de su vida, seguramente había querido a sus hermanos.
— Cuando tu hermano mayor murió...
— Rowland no murió, los Howard lo mataron.
— Está bien — dijo ella impaciente— , lo mataron, lo asesinaron. Lo sacrificaron injustamente sin provocación. ¿Lo extrañaste después de su muerte?
Rogan se tomó su tiempo para contestar, mientras la imágenes de su hermano, fuerte y poderoso, pasaban por su cabeza.
— Lo extraño todos los días — contestó al fin.
La voz de Liana se suavizó.
— ¿Me extrañarías si muriese? Por ejemplo, si me atacase la peste.
El la miró: si ella moría, la vida de Rogan regresaría a lo que había sido antes. Vestiría ropas infestadas de piojos, comería pan lleno de arena, regresarían los Días. Ella no estaría cerca para maldecirlo, ridiculizarlo, avergonzarlo en público, obligarlo a perder el tiempo. Frunció el entrecejo. Sí, la extrañaría.
Y en efecto, no le agradaba en absoluto la idea de extrañarla.
— No tendría que ir a otras ferias — contestó Rogan y se apartó de ella.
Liana quedó clavada en el mismo sitio; no le agradó comprender cuánto le dolían las palabras de Rogan. Estuvieron juntos muy poco tiempo y él significaba tanto para ella; pero era menos que nada para Rogan.
Se dijo que jamás permitiría que él viese cómo la lastimaba, que siempre ocultaría su dolor. Creyó que su rostro era una máscara inexpresiva y que no dejaba traslucir nada; pero cuando Rogan se volvió y vio a su bonita y menuda esposa con el labio inferior sobresaliendo y los ojos llenos de lágrimas que no terminaba de derramar, buscó en su mente para comprender qué le sucedía. ¿Acaso temía regresar al castillo?
Se acercó a ella y puso los dedos bajo el mentón de la joven pero ella lo rechazó.
— Nada te importa de mí — le reprochó Liana— . Si yo muriese, podrías conseguir otra esposa rica y apoderarte de su dote.
Rogan se estremeció.
— Los matrimonios acarrean muchos problemas — dijo— Mi padre tenía la resistencia de mil hombres, soportó cuatro matrimonios.
A pesar de las intenciones de Liana, las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas.
— Si yo muriese, sin duda arrojarías mi cuerpo al foso. ¡Y buen viaje!
Rogan se mostró confuso.
— Si tú murieses, yo...
— ¿Sí? — preguntó ella, mirándolo a través de las pestañas plenas de lágrimas.
— Yo... sabría que no estás.
Liana comprendió que eso era todo lo que podría arrancarle. Le echó los brazos al cuello, y empezó a besarlo.
— Sabía que te importaba — dijo.
Para consternación de ambos, la gente que estaba alrededor comenzó a aplaudir. Se habían enfrascado a tal extremo en su propio coloquio que no advirtieron la gente alrededor que los miraba y escuchaba con mucho regocijo.
Rogan estaba más avergonzado que Liana, la tomó de la mano y echó a correr. Se detuvieron no lejos de los muros del castillo y de pronto también él sintió incomodidad porque el día tocaba a su fin.
Cerca había un vendedor con una bandeja de madera sostenida por una correa que le pasaba sobre los hombros. En la misma había juguetes pintados de madera, que repre-sentaban hombres bailoteando al extremo de una vara. Al ver la mirada de Rogan, el vendedor se acercó deprisa y mostró cómo funcionaban los divertidos muñequitos. Cuando Liana rió al verlos, Rogan descubrió que estaba separándose de dos preciosas monedas para comprar uno.
Liana aferró entusiastamente el muñeco, si su esposo le hubiera regalado esmeraldas, no le habrían agradado tanto. Miró con amor a Rogan y éste trató de desviar los ojos. Un día tan frívolo, ese despilfarro de tiempo y dinero invertidos en una muchachita que formulaba preguntas estúpidas. Y sin embargo...
Le pasó el brazo sobre los hombros y la observó mientras ella se entretenía con el juguete y se sintió bien. Estaba en paz, una condición que había creído que nunca alcanzaría. Se inclinó hacia adelante y le besó la coronilla. Antes, nunca había besado a una mujer, salvo por sensualidad.
Liana apretó su cuerpo contra el de Rogan y éste comprendió que la había complacido. Por supuesto, era absurdo, pero por cierta razón complacerla lo alegraba.
Con un suspiro de pesar, reanudó la marcha hacia el castillo.
13
Severn estaba sentado frente a la mesa ahora limpia, en el gran salón, comiendo queso sin moho y un trozo de carne perfectamente asada y sonreía.
Zared lo miró.
— ¿No quieres compartir lo que te hace gracia?
— Un día entero en la cama con una mujer — dijo Severn— . Ni siquiera yo creía que Rogan podría hacerlo, pero otra vez subestimé a mi hermano. — La expresión de sus ojos reveló el orgullo que sentía.— Su esposa no podrá caminar, probablemente también hoy pasará el día en la cama... descansando.
— Quizá Rogan sea el que necesite reposo.
— Bah — rezongó Severn— . No sabes nada de los hombres. Y sobre todo de los hombres como nuestro hermano. Pondrá a esa mujer en su lugar, ya lo verás. Después de lo que sucedió ayer, ella ya no intentará gobernar este lugar, Rogan no descuidará el entrenamiento para apoyar la cabeza en el regazo de la dama. — Su voz trasuntaba amargura. — Ahora, ella se encerrará en su habitación y no tratará de interferir en nuestras vidas. Basta de esta limpieza constante y...
— La cocina — lo interrumpió Zared— . Me gusta más el lugar tal como está ahora. Y ciertamente, la comida me agrada más.
Severn apuntó con el cuchillo a Zared.
— El lujo puede ser la ruina de un hombre y nadie lo sabe mejor que nuestro hermano. Rogan...
— Perdió la apuesta.
Severn entrecerró los ojos.
— Sí, tal vez perdió la apuesta, pero consiguió como pago lo que él deseaba.
— Quizá — dijo Zared, untando una gruesa rebanada de pan con la manteca recién batida— . Pero por otra parte, ella impuso su decisión acerca de lo que deseaba hacer, ¿no es así? Y en efecto, ganó la apuesta, ¿no? Descubrió a los ladrones, lo que tú y Rogan no pudieron hacer. Y ella...
— Tuvo suerte — dijo con obstinación Severn— . Una suerte ciega y estúpida. Sin duda los campesinos estaban dispuestos a entregar a los ladrones y ella apareció en el momento preciso.
— Ajá — dijo Zared— . Por supuesto.
— No me agrada tu tono — rezongó Severn.
— Y a mí no me agrada tu estupidez, esa mujer hizo muchas cosas en poco tiempo y merece que se le reconozca el mérito. Y lo que es más, creo que Rogan está enamorándose de ella.
— ¡Enamorándose! — exclamó Severn— . ¡Enamorándose! Rogan nunca se mostraría tan débil, ha tenido cien, mil mujeres y nunca se enamoró. No haría tal cosa, es demasiado inteligente.
— No se mostró inteligente con Jeanne Howard.
La cara de Severn comenzó a exhibir un desagradable matiz púrpura.
— ¿Qué sabes de esa mujer? Eras un niño cuando ella vivía aquí y su traición mató a Basil y James. — Se calmó un poco.— De todos modos, Rogan sabe lo que son las mujeres y sobre todo lo que son las esposas. — Miró a Zared y sonrió.— Y además, Rogan nunca se interesó por una luego que se acostó con ella. Después de lo que sucedió ayer, estará tan harto de Liana que probablemente la enviará a Bevan y entonces las cosas retornarán aquí a la normalidad.
— ¿La normalidad significa ratas en las escaleras y cadáveres en el foso? Severn, ¿sabes lo que te sucede? Estás celoso, no quieres que tu hermano preste atención a otra persona que no seas tú. No quieres...
— ¡Celoso! Te diré lo que me pasa: temo que Rogan aparte su atención de la traición de los Howard. Si esta mujer lo ablanda, olvidará cuidarse las espaldas y le clavarán una flecha. Un hombre no puede ser un Peregrine y además usar faldas., Tú deberías saberlo.
— Lo sé — dijo Zared en voz baja— . ¿Pero qué pasa si Rogan en efecto... la ama?
— No la querrá, confía en mí. Conozco a mi hermano mejor que él mismo. Ni siquiera puede recordar el nombre de su esposa, de modo que no hay peligro de que la ame.
Zared empezó a contestarle, pero un ruido en la escalera indujo a ambos a volverse.
Rogan y Liana entraron en el salón, ambos resplandecientes con sus ropas de brocado de seda. El tenía los cabellos húmedos, como si acabara de lavárselos y ambos caminaban tomados del brazo.
Más desusado que las prendas y la apostura, era la expresión de Rogan. No podía decirse que estaba sonriendo, pero lo parecía, y tenía los ojos brillantes mientras contem-plaba la cara de su esposa, que lo miraba con adoración.
— Quizá — decía Rogan.
— ¿Temes que te contradiga frente a los campesinos? — preguntó Liana.
— ¿Que tú me contradigas? — preguntó él— . Una cosa así induciría a los campesinos a creer que tú me domesticaste.
Liana se echó a reír e inclinó la cabeza hacia el brazo de Rogan. Cuando se acercaron a la mesa, pareció que no advertían el profundo asombro que se manifestaba en los rostros de Severn y Zared.
— Buenos días — dijo alegremente Liana y se sentó a la derecha de Rogan— . Decidme si mi comida no os agrada y hablaré con el cocinero... después de la sesión del tribunal.
— Ya veo — dijo Rogan con fingida seriedad— . Y si no participas en el tribunal, ¿qué cenaremos?
Liana le dirigió una sonrisa tierna.
— Lo que siempre comieron, pan con arena, carne con gusanos y para beber agua del foso.
Rogan volvió hacia Severn los ojos chispeantes.
— Esta mujer me extorsiona, si no le permito participar en los casos judiciales, me obligará a pasar hambre.
Severn se había asombrado tanto ante este nuevo comportamiento de su hermano que no supo qué decir, y como no confiaba en el control de sí mismo, se puso de pie con tal rapidez que la silla cayó al piso. Se volvió en redondo y salió furioso de la sala.
Rogan, que había convivido con hermanos que casi siempre demostraban malhumor e irritación no prestó atención a Severn.
No fue el caso de Liana. Se volvió hacia Zared.
— ¿Qué le sucede?
El joven se encogió de hombros.
— No le agrada equivocarse, ya se calmará. Rogan, parece que ayer lo pasaste bien.
Este comenzó a decir algo respecto de la feria, pero consideró mejor que sólo unas pocas personas supieran dónde había estado la víspera.
— Sí — dijo en voz baja— , lo pasé bien.
Zared vio que su hermano miraba a Liana con expresión maravillada. Sin duda, ahora Rogan recordaría el nombre de su mujer, pensó Zared, y de nuevo se preguntó si estaba enamorándose. ¿Cómo sería un Rogan enamorado? ¿Convertiría su sala de meditación en una cámara para escribir poesía?
Zared permaneció sentado en silencio, miró a los dos esposos y vio a un hermano que no se comportaba como un Peregrine. Quizá Severn estaba en lo cierto. Ese hermano jamás podría encabezar un ataque contra los Howard.
Cuando Rogan terminó de comer, dirigió a Liana una mirada sensual y dijo:
— Ven conmigo, hermosa — ante lo cual Liana pareció desternillarse de risa.
En ese punto, Zared comenzó a coincidir con Severn, éste no era el hermano que Zared siempre había conocido, el Rogan que rezongaba, fruncía el entrecejo y odiaba.
En silencio, pensativo, el hermano menor abandonó la mesa, pero Rogan y Liana no lo advirtieron.
La cólera de Severn persistió durante todo el día. Por la tarde estaba con los hombres en el área de entrenamiento y Rogan no apareció.
— Probablemente volvió a la cama con su mujer — murmuró.
— ¿Mi señor? — preguntó el caballero a quien Severn estaba entrenando.
Este descargó su cólera sobre el caballero y lo atacó en el simulacro de combate con una ferocidad que usualmente sólo usaba en el campo de batalla.
— ¡Basta! — rugió Rogan, que estaba detrás— . ¿Quieres matar a este hombre?
Severn se detuvo, espada en mano y se volvió hacia su hermano. Al lado de Rogan había un hombre que se le parecía mucho.
— ¿Qué hace aquí uno de los bastardos de nuestro padre? — rugió Severn.
— Se entrenará con nosotros, te lo encomiendo. — Rogan comenzó a volverse, pero Severn dejó caer la mano sobre su hombro y lo obligó a volverse.
— Que me cuelguen si entreno al bastardo, si lo quieres aquí, entrénalo tú. ¿O debemos permitir que tu esposa lo entrene, puesto que parece que ella gobierna ahora la casa de los Peregrine? ¿Fue idea suya?
Severn estaba muy cerca de la verdad, pero Rogan aferró una pica de hierro que arrancó de las manos de un caballero.
— Te comerás esas palabras — le gritó avanzando hacia su hermano.
Severn también tomó una pica y lucharon larga y duramente, mientras sus caballeros miraban en silencio, pues intuían que ésta no era una de las habituales riñas sin importancia de los hermanos, sino algo más profundo y más grave.
Rogan, en realidad, no estaba colérico, como le sucedía a su hermano. Se sentía menos irritado que lo que había sido el caso en muchos años, de modo que se limitó a esquivar los ataques de Severn.
Los dos se sorprendieron cuando el pie de Rogan tropezó con algo que había detrás y cayó. Rogan comenzó a incorporarse pero Severn rozó el cuello de su hermano con el extremo afilado de la pica de hierro.
— Eso es lo que la mujer te hace — le reprochó Severn— . Bien podría castrarte, ya te puso una cadena alrededor del cuello.
La observación se parecía mucho a lo que los campesinos habían sugerido en la pieza teatral y entonces la cólera de Rogan asomó a la superficie. Apartó la pica, se incorporó de un salto y fue en busca de Severn con las manos desnudas.
Seis caballeros saltaron sobre Rogan y cuatro sobre Severn, para separarlos.
— Siempre fuiste un estúpido con las mujeres — gritó Severn— . Tu última esposa costó la vida de dos hermanos y creo que cuando tienes esposa no significamos nada para ti.
Rogan se inmovilizó.
— Soltadme — dijo a sus hombres, y estos retrocedieron un paso. No hubieran debido intervenir, él era el señor y tenía todo el derecho de hacer lo que había que hacer con su hermano.
Rogan se acercó a Severn cuyos ojos azules aún estaban encendidos por la furia y los caballeros lo retenían.
— Te di otro hermano para que adiestres — dijo con voz grave — Y espero que lo hagas.
Se volvió y caminó de regreso al castillo.
Varias horas después Severn, cubierto de traspiración, ascendió la escalera de piedra que estaba sobre la cocina y entró en las habitaciones de Iolanthe. Aquí, el lujo de la sala amplia y soleada era asombroso: el oro brillaba, los bordados de seda relucían, las joyas que adornaban los vestidos de las damas fulguraban, pero lo que de lejos parecía más hermoso en la habitación era la propia Iolanthe. Su belleza, figura, voz y movimientos eran todos perfectos, de una belleza tan exquisita que a menudo la gente no podía hablar cuando la veía.
Cuando lo percibió la cólera de Severn, movió una mano ordenando a sus tres mujeres que fuesen a sus cuartos. Vertió un delicioso vino en un vaso de oro, lo entregó a Severn y cuando éste lo vació de una sola vez, ella volvió a llenarlo.
— Explícate — le dijo ella en voz baja.
— Se trata de esa condenada mujer — dijo Severn.
lo sabía a quién se refería, porque éste venía quejándose desde hacía cierto tiempo de la nueva esposa de Rogan.
— Es una Dalila — agregó. — Está apoderándose del alma de Rogan, lo gobierna y domina a los hombres, los criados, los campesinos... incluso a mí. ¡Ordenó que mi habitación fuese encalada! Para ella no hay lugar sagrado, invade el cuarto de meditación de Rogan y él ni siquiera la reprende.
lo estaba mirándolo con aire reflexivo.
— ¿Y qué pasó hoy?
— No sé cómo lo hizo, pero lo cierto es que persuadió a Rogan de que trajese al castillo a uno de los bastardos de nuestro padre, y yo debo adiestrarlo. Es un comerciante de lanas.
Severn dijo esto con verdadero horror.
— ¿Por qué tienes ese bulto en la frente?
Severn desvió la mirada.
— Ese hombre tuvo suerte con las pértigas y nunca será un caballero, por mucho que esa mujer lo desee. Y oí decir que ella estuvo hoy junto a Rogan, juzgando casos. ¿Qué hará después? ¿El le pedirá permiso para orinar?
Iolanthe observó a Severn, percibió sus celos y se preguntó cómo era esa esposa de Rogan. lo se había mantenido recluida en sus bonitos cuartos, los abandonaba sólo para pasearse por las almenas y observar lo que sucedía debajo. Al principio pensaba que una mujer jamás lograría cambiar a ese Rogan, un hombre obstinado, insensible y consumido por el odio; pero el paso de las semanas demostró que se equivocó. Iolanthe y sus damas vieron asombradas cómo se limpiaba el castillo (Iolanthe y sus damas se negaban siquiera a descender la escalera a través de la suciedad), y ella había escuchado a las muchachas de la cocina relatar anécdotas durante horas acerca de lo que estaba haciendo la Dama del Fuego. A lo le agradaba sobre todo el episodio cuando lady Liana había acercado la antorcha al colchón en que descansaban Rogan y una de sus prostitutas.
— Habría debido hacerlo hace mucho tiempo — dijo entonces.
lo volvió los ojos hacia Severn.
— Entonces, ¿él la ama?
— No lo sé, es como si esa mujer lo hubiese embrujado. Le está arrebatando su fuerza. Hoy, durante el entrenamiento yo lo derribé.
— ¿No es posible que eso tuviese que ver con que tú estabas enojado y él no?
— Antes de que ella llegase, Rogan siempre estaba enojado. Ahora... ¡sonríe!
Io no pudo evitar sonreír también ella. Hacía todo lo posible para mantenerse al margen de la disputa entre los Peregrine y los Howard porque lo único que a ella le impor-taba era Severn. Por supuesto, no hablaba al joven de amor. Mucho tiempo atrás había adivinado que a la sola mención de la palabra amor él echaría a correr. Y ahora comprendió que tenía razón, estaba furioso porque su hermano amaba a su esposa.
Io se preguntó cómo había hecho esta Liana para conseguir que Rogan le prestase atención. No era por su belleza, pues lo había visto a mujeres realmente hermosas tratando de seducir a Rogan y sin embargo él ni siquiera miraba; y oyó decir que esa pequeña esposa del señor castillo era bonita, pero ciertamente no una belleza. No, era la hermosura lo que atraía a los hombres de la familia Peregrine, porque en ese caso Severn se habría enamorado de Iolanthe.
Mientras miraba a Severn, cuya cara de rasgos regulares estaba teñida por la cólera, pensó que habría vendido su alma al demonio para lograr que él la amase. Sí, él le hacía el amor, le consagraba cierto tiempo, incluso le pedía consejo para resolver algunos problemas; pero lo no se engañaba creyendo que él la amaba, de modo que aceptaba lo que Severn le daba y nunca le permitía saber que deseaba más.
— ¿Cómo es esta mujer? — le preguntó.
— Entrometida — rezongó Severn — . Se entromete en los asuntos de todos, quiere dirigir a todo el mundo... a los caballeros, los campesinos, Rogan, a todos. Y tiene una mentalidad demasiado simple, está convencida de que si limpia algo, resolverá el problema. Estoy seguro de que cree que si nos bañásemos con los Howard, podríamos perdonarnos unos a otros.
— ¿Qué aspecto tiene?
— Común, fea, No sé qué le ve Rogan.
Tampoco lo sabía Io, pero quería averiguarlo.
— Iré a cenar mañana por la noche en el gran salón — anunció.
Durante un momento Severn se mostró asombrado. Sabía que lo no simpatizaba con Rogan, y que el castillo, fuera de su apartamento, lo repelía.
— Bien — dijo al fin— , quizá puedas enseñar a Liana a comportarse como una auténtica mujer. Invítala a pasar el día contigo, mantenla fuera del tribunal y los campesinos y lejos de mi hermano. Quizá si logras que se ocupe de sus propios asuntos, las cosas puedan volver a ser lo que eran antes.
Io pensó: o quizás ella pueda enseñarme cómo debe portarse una mujer. Pero no dijo nada a Severn.
Por milésima vez se asomó Liana a la ventana. Ayer, Rogan había vuelto del campo de entrenamiento su buen humor había desaparecido. Desde el momento en que regresaron de la feria, se mostró tan tierno, tan semejante al hombre que Liana sentía que él podía ser... pero por la noche estuvo hosco e irritado. Se encerró en su cuarto de meditación, corno Zared lo llamaba, y no le permitió entrar.
Esa misma noche, tarde, él se acercó a la cama y se acostó al lado de Liana; soñolienta, ella apretó su cuerpo contra el de Rogan. Durante un momento temió que él la rechazara, pero de pronto la aferró y sin decir palabra le hizo el amor violentamente. Liana casi se quejó de tanta fiereza, pero su instinto le aconsejó que se callase, porque él la necesitaba.
Después, él la abrazó con fuerza.
— Dime lo que sucedió — murmuró Liana.
Durante un momento, pensó que él quizás hablaría, pero Rogan se apartó, le dio la espalda y se durmió. Por la mañana abandonó el lecho y se alejó sin decir palabra.
De modo que ahora ella estaba esperando que él regresara del campo de entrenamiento, para comer. Durante la cena él estuvo con sus hombres, dejando a Liana sola con sus damas y Zared y resultó una comida solitaria.
Io se vistió cuidadosamente para descender; nunca perjudicaba mostrarse con la mejor apariencia cuando una estaba con un hombre.
Al entrar en el gran salón, reinaba un denso silencio. Zared, Severn y Rogan estaban sentados, comiendo y ninguno hablaba. Liana adivinó que la cólera de Rogan tenía algo que ver con su hermano, pero no tenía idea de la causa. Podría haberle preguntado a Zared, pero prefería que Rogan le contara lo que había sucedido.
Se sentó a la izquierda de Rogan, comenzó a comer después que le sirvieron y buscó un tema de conversación.
— ¿Baudoin vino hoy? — preguntó.
Habría parecido imposible, pero lo cierto es que el silencio se acentuó y como los dos mayores no dijeron nada, Liana miró a Zared.
— No es mal guerrero — comentó el muchacho— . Pero por lo demás nuestro padre siempre engendró buenos hombres.
— No es nuestro hermano — rezongó Severn.
Zared lo miró con dureza.
— Es mi hermano tanto como lo eres tú.
— Yo te enseñaré quién es un Peregrine y quién no lo es — le replicó Severn.
Los tres se pusieron de pie al mismo tiempo, Severn buscó el cuello de Zared y Rogan se enfrentó con Severn.
La escena se vio interrumpida por la llegada de una mujer. Liana miró bajo el arco formado por las manos de Severn sobre el cuello de Zared y abrió asombrada los ojos. De pie en el umbral se encontraba la dama más hermosa que había visto jamás. No, no sólo bella: perfecta, impecable, un paradigma permanente de belleza. Estaba ataviada de tisú de oro, de modo que se la veía radiante, como un pilar de luz de sol en una noche oscura.
— Veo que nada ha cambiado — dijo. Su voz era fría y cortante, e inmediatamente consiguió que todo se calmara. Se adelantó con la gracia de un ángel, casi flotando, arras-trando detrás varios metros de tela ribeteada de piel.
— Severn — dijo, y lo miró como una madre podría hacerlo con un niño desobediente.
Este dejó caer inmediatamente las manos y pareció un tanto avergonzado. Obediente, acercó una silla a Iolanthe, quien después de sentarse, miró a los tres Peregrine, que aún estaban de pie.
— Podéis sentaros — aseveró, como una reina que imparte una orden.
Liana no podía apartar sus ojos de ella. Era lo que todas las mujeres ansiaban ser: tan hermosa, tan elegante, tan grácil... y lo que era mejor, conseguía que los hombres se mostrasen dispuestos a servirla.
— Io, nos honras con tu presencia — dijo Rogan— . ¿Por qué?
La hostilidad en su voz era inequívoca y cuando Liana lo miró, vio que casi había un gesto de burla en sus labios, y esa burla la complació mucho.
— Vine a conocer a tu esposa — respondió.
Liana casi preguntó: ¿A mí? Pero se contuvo y respiró hondo. Si Rogan olvidaba de nuevo su nombre en presencia de esta hermosa mujer, ella sentiría que el mundo se había terminado.
— Liana, Iolanthe — las presentó y continuó comiendo.
Por poco, pensó Liana, y se preguntó si el herrero podría fabricar una marca con su nombre y aplicarla al antebrazo de Rogan, donde él pudiese verlo cuando lo olvidase.
— Hola — dijo Liana. ¿Qué podía decir a esa señora? — ¿Habéis comprado la tela de vuestro vestido en Londres?
— En Francia, mi marido es francés.
— Oh — dirigió a Io una sonrisa descolorida.
La comida fue de mal en peor, Rogan no habló; Severn no pronunció palabra. Zared parecía tan intimidado como Liana por la dama. Sólo Iolanthe se mostraba cómoda, tres de sus propias doncellas estaban de pie detrás de su ama sirviéndole su alimento en fuentes de oro. No decía nada, pero observaba con curiosidad al resto, sobre todo a Liana, quien se sintió tan nerviosa que no pudo tomar su sopa.
Finalmente, Iolanthe se puso de pie para salir y Liana sintió que el alivio le aflojaba los músculos.
— Es muy hermosa — dijo a Severn.
Este, con la nariz hundida en el cuenco de sopa, se limitó gruñir.
— ¿Su esposo no está un poco preocupado porque ella vive aquí con vos?
Severn dirigió hacia Liana una mirada cargada de odio.
— Podéis interferir en los asuntos de otras personas, pero no en los míos. Io es asunto mío, no vuestro.
Liana se desconcertó ante la animosidad de Severn. Miró a Rogan, esperando que él se arrojase sobre su hermano, pero pareció que Rogan no había oído nada.
— No pretendí insultaros — dijo Liana— . Y tampoco quiero interferir. Sólo pensé que...
— ¡No quisisteis interferir! — se burló Severn— . Es lo único que habéis hecho desde vuestra llegada. Lo habéis cambiado todo: el castillo, el terreno, los hombres, los campesi-nos, a mi hermano. Mujer, os advierto que debéis mantener la nariz fuera de mis asuntos y dejar en paz a Iolanthe, no quiero que nadie la corrompa.
Liana se recostó en el respaldo de su silla, asombrada ante este ataque. De nuevo miró a Rogan. ¿Por qué él no la defendía? La miraba interesado y de pronto comprendió que estaba probándola. Podía ser una Peregrine por matrimonio, pero aún debía demostrar realmente si lo era.
— Está bien — dijo serenamente a Severn— Podéis tener todo lo que teníais antes de mi llegada. — Se puso de pie, se acercó al hogar, donde había cenizas frías desde la mañana, se apoderó del gran cucharón que estaba cerca y lo llenó de este polvo. Atravesó la habitación hacia Severn, todas las miradas clavadas en ella; volcó las cenizas sobre la comida y las ropas de su cuñado.— Ya está — dijo— Ahora estáis sucio, lo mismo que vuestro alimento. En adelante me ocuparé de que tengáis todo lo que siempre tuvisteis.
Severn, manchados el mentón y las ropas, furioso se puso de pie. Sus manos convertidas en garras buscaron el cuello de Liana. Esta palideció y retrocedió un paso.
Pero no llegó a ella porque Rogan, sin apartar los ojos del hueso cuya carne estaba, masticando, movió el pie en el camino de su hermano y lo envió al piso.
Cuando Severn recuperó el aliento, rugió
— Será mejor que hagas algo con esta mujer.
Rogan se limpió la boca con la manga.
— Parece que puede cuidarse sola.
Liana nunca se había sentido tan orgullosa en su vida. ¡Había pasado la prueba!
— Pero no me agradaría, que le pusieras la mano encima — continuó Rogan.
Severn se puso de pie y se sacudió las cenizas que cubrían sus ropas, impecables pocos minutos antes (Liana había ordenado a las criadas que le lavasen la ropa). Miró de nuevo a la joven.
— Manteneos lejos de Io — murmuró y salió de la habitación.
Liana se sintió exultante, estos Peregrine tenían sus propias normas de conducta, pero ella empezaba a entenderlas y, lo que era mejor, Rogan en efecto la había defendido. No de las frases odiosas, pero si cuando el hermano hubiera podido dañarla físicamente.
Sonriendo, no sólo visiblemente sino también en lo más profundo de su ser, Liana volvió a sentarse a la mesa.
— ¿Más arvejas, Zared? — preguntó.
— ¿Arvejas limpias? — preguntó Zared con fingido temor— . ¿Como a mí me gustan las arvejas? ¿Limpias, como me agradan mis ropas y mi cuarto y los campesinos y los hombres y mi hermano?
Liana rió y miró a su esposo, y este hombre magnífico le guiñó un ojo.
Esa noche, más tarde, Rogan la abrazó y la besó y tiernamente le hizo el amor. Al parecer, lo que había estado molestándolo se había resuelto.
Después, él no se apartó, la apretó contra su pecho. Liana oyó su respiración suave y lenta mientras se dormía.
— Iolanthe no es la Dama — dijo Liana con voz soñolienta.
— ¿Qué dama? — murmuró Rogan.
— La Dama que vive sobre el solar, la que me habló de Jeanne Howard. No es Iolanthe. Por lo tanto, ¿quién es?
— Nadie vive sobre el solar... por lo menos nadie vivía, hasta que tú llegaste.
— Pero... — dijo Liana.
— Basta de hablar y duérmete, o te dejo al cuidado de Severn.
— ¿Sí? — replicó ella fingiendo que la propuesta le interesaba— . Es terriblemente apuesto. Tal vez...
— Informaré a Iolanthe sobre esto que acabas de confesarme.
— Ya estoy dormida — se apresuró a decir Liana. Preferiría afrontar a Severn antes que a la terrible Iolanthe.
Mientras se sumía en el sueño de nuevo se preguntó quién era la Dama.
14
A la mañana siguiente llegaron al castillo Gaby y sus hijos, y por fin hubo alguien con quien Liana podía hablar. Y lo que era mejor, Gaby le explicó el desacuerdo de Rogan y Severn acerca de Baudoin.
— Pero, ¿mi marido me defendió? — preguntó Liana.
— Oh, sí, mi señora. Dijo a lord Severn que cerrase la boca. Este hizo todo lo posible para lograr que mi Baudoin se retirara, regresando a la aldea, pero mi Baudoin jamás se marchará.
— No — dijo Liana con expresión resignada — Parece que los Peregrine jamás abandonan o retroceden, ni siquiera suavizan su actitud.
— No es así, mi señora — le respondió Gaby — Lord Rogan cambió desde que vos llegasteis. Ayer, mientras cruzasteis el puente, lord Rogan cesó en sus gritos a uno de los caballeros y os observó.
— ¿Sí? — Esas palabras sonaron muy dulces en los oídos de Liana.— ¿Y en efecto me defiende frente a su hermano?
— Oh, sí, mi señora.
Parecía que Liana no se cansaba de escuchar a Gaby. A veces estaba persuadida de que no ejercía la más mínima influencia sobre Rogan, que él todavía no atinaba a recordar cómo se llamaba, pero ahora sí; esa misma mañana la abrazó y besó, murmurando su nombre al oído.
Tres semanas después de la llegada de Baudoin y Gaby, Rogan y Severn continuaban tan distanciados que apenas se hablaban. Liana intentó que Rogan le explicase la causa de su irritación, pero él no cedió. No obstante, en la cama la abrazaba con fuerza. Ella sentía la necesidad de Rogan de que Liana le prodigase toda la dulzura que le faltó durante su infancia.
Por las noches, después de la cena, a veces él llegaba al solar con Liana, se instalaba en un sillón tapizado para escuchar a una de las damas que tocaba el laúd y cantaba. Liana había comenzado a enseñarle a jugar ajedrez, y cuando él comprendió que era un juego de estrategia, bastante parecido a la guerra, pronto se convirtió en un jugador eficaz. Zared se reunía con ellos y Liana se sintió complacida de ver al joven sentado en el piso, con las piernas cruzadas, sosteniendo una madeja de hilo que una de las mujeres convertía en ovillo. Una noche Rogan estaba sentado junto a la ventana con Zared muy cerca, en el piso; Liana pudo ver cómo su esposo extendía la mano y acariciaba la cabeza de su hermano. El muchacho le sonrió con una expresión que demostraba tanto amor, confianza y adoración que Liana sintió que se le doblaban las rodillas.
A medida que pasaban los días, ella advertía que el amor por su esposo era más profundo y más intenso. Desde el principio supo que en él había más que lo que mostraba a la gente, que existía una faceta dulce en su carácter.
No era que ese aspecto tierno fuese fácilmente visible, habían sostenido algunas discusiones realmente escandalosas. Rogan se negaba a creer que Liana sirviese para otra cosa que para el placer de la cama y suministrarle comida y bebida. Y no importaba cuantas veces ella le demostró lo contrario, él no lo recordaba y mucho menos reconocía algo de lo que Liana había hecho.
Aunque había pasado la prueba y Rogan incluso bromeaba al respecto con ella, en definitiva tuvo que disputar con él para lograr que le permitiese ayudar en el juzgamiento de las querellas locales, recordándole el episodio de los ladrones de ovejas; pero eso no cambiaba las cosas. Rogan había decidido que no podía intervenir en los juicios y por mucho que ella esgrimía razones o argumentos lógicos, no lograba disuadirlo.
Finalmente, Liana se echó a llorar. Rogan no era hombre que se conmoviese demasiado por las lágrimas de una mujer, pero detestaba que Liana no sonriese. Parecía creer que era obligación de su esposa mostrarse siempre feliz y animosa. Después de un día y medio contemplando su rostro compungido, Rogan cedió y le dijo que podía acom-pañarlo durante las sesiones del tribunal.
Ella le arrojó los brazos al cuello, lo besó... y después, le pellizcó las costillas.
Severn, al entrar en el gran salón, vio rodando a los dos sobre el piso, el tocado de Liana desprendido y los cabellos cayéndole sobre la espalda, mientras hacía cosquillas al hermano mayor, que se desternillaba de risa. La cólera de Severn inmediatamente los calmó.
Liana, pensó Severn. Aún la asombraba que su cuñado pudiese provocarle tanta infelicidad. Después de su llegada, durante los primeros tiempos, parecía que él estaba de su lado, pero al cambiar Rogan, también lo hizo Severn. Ahora era casi como si la odiase y hacía todo lo posible para volver a Rogan contra su mujer y éste jamás le mencionaba lo que estaba sucediendo. Toda la información venía de Gaby. En el campo de entrenamiento Severn ofendía a su hermano y lo ridiculizaba porque se dejaba manejar por una mujer.
Cuanto más conocía Liana lo que estaba haciendo Severn, más comodidades trataba de ofrecer a Rogan. Por las noches, a veces, percibía que él estaba agotado, como sí en su fuero íntimo se librase un combate para determinar si debía entregarse a los placeres del solar donde ella reinaba o permanecer solo en su cámara de meditación.
Esta cámara provocó la segunda riña importante: después que él pasó dos noches solo en ese cuarto, Liana entró. No llamó a la puerta ni pidió permiso para hacerlo, se limitó a ingresar, el corazón latiéndole con fuerza. El le gritó, renegó y protestó, pero en sus ojos había algo que dijo a Liana que en realidad no le importaba esa intromisión .
— ¿Qué es eso? — preguntó ella, señalando la pila de papeles sobre la mesa.
El renegó un poco más, pero finalmente le mostró sus bocetos. Ella no sabía mucho de máquinas de guerra, sólo conocía un poco los artefactos de laboreo de los campos, pero eso no era muy distinto. Formuló algunas sugerencias, que fueron eficaces.
Había sido una hermosa velada, los dos juntos en ese recinto, inclinados sobre los papeles. Varias veces Rogan le preguntó: ¿Así? o ¿Esto es mejor? o Sí, creo que así podría funcionar.
Como ocurría con frecuencia, Severn arruinó la velada. Empujó la puerta entreabierta y permaneció mirándolos.
— Oí decir que ella estaba aquí — declaró en voz baja— , pero no quise creerlo. Esta habitación era sagrada para nuestro hermano Rowland y para nuestro padre. Pero ahora tú permites que entre una mujer. ¿Y para qué? — Hizo un gesto en dirección a los bocetos depositados sobre la mesa.— ¿Para explicarte el modo de construir máquinas de guerra? ¿En ti no quedan ni restos de hombre?
Liana, complacida, vio que cuando Severn salió se rascaba furiosamente un brazo, sabía que de nuevo los piojos le infestaban la ropa y esperaba que se lo comiesen vivo. Se volvió hacia su marido.
— Rogan... — comenzó a decir.
Pero él ya se había puesto de pie. La dejó sola en la habitación y por lo que ella supo posteriormente, no volvió a visitar el lugar.
Evocó la figura de Rogan, desgarrado por esa lucha íntima. Algo en su personalidad deseaba la dulzura y ternura que ella le ofrecía, pero por otra parte quería complacer a su colérico hermano. Se entrenaba y trabajaba muchas horas diarias, tratando de ser el líder de los Peregrine, de demostrar a sus hombres y sobre todo a su hermano que aún era digno de la posición que ocupaba al frente de todos. Y por la noche nunca se aflojaba del todo para gozar de los placeres que Liana le ofrecía.
Pero la tercera riña volcó el tablero y determinó que Rogan se uniese a Severn contra ella. Liana hervía de furia mientras descendía deprisa la escalera para dirigirse al salón. Ambos hermanos estaban sentados frente a la mesa, desayunando tranquilamente, pero sin hablarse.
Liana estaba tan irritada que apenas podía hablar.
— Tu... tu hermano estaba acostado con tres mujeres esta mañana — escupió a Rogan.
Este miró a Severn, asombrado.
— ¿Tres? Yo nunca pasé de cuatro y a la mañana siguiente estaba agotado.
— ¿Cuándo fue eso? — preguntó Severn, como si Liana no estuviese allí.
— Hace un año, en el torneo de..
— ¡No me refiero a él! — gritó Liana— . ¡Hablo de Zared! Tu hermanito, ese niño, pasó la noche con tres mujeres.
Los dos se limitaron a mirarla estúpidamente. Liana dudó de que ellos tuviesen la más mínima idea de que había algo malo en que Zared se acostase con tres mujeres.
— No lo toleraré — dijo— . Rogan, tienes que impedir esto.
Como sí deseara acentuar la furia de Liana, los ojos de Rogan comenzaron a guiñar.
— Sí, tendré que hacer algo.
— No adoptes conmigo ese aire protector, ese muchacho te admira, te idolatra. Cree que eres el sol y la luna y estoy segura de que no hace otra cosa que imitarte.
Severn sonrió y palmeó la espalda de Rogan.
— Sí, es claro, imita a su hermano mayor — dijo riendo.
Liana se volvió hacia Severn y su enojo con él ahora era evidente.
— Por lo menos, Rogan hace un esfuerzo. ¡Pero vos! Vos, con una amante casada viviendo bajo el mismo techo que este niño inocente.
Severn se puso de pie y la miró con odio.
— Mi vida no es asunto que os concierna — le gritó— . y Zared es...
Rogan se puso de pie e interrumpió a su hermano.
— Nos ocuparemos de Zared.
— ¿Como te ocupas de todo el resto, incluso tu mujer ... ? — se burló Severn, y salió furioso de la habitación.
Rogan vio alejarse a su hermano y se desplomó pesadamente en su silla. Las palabras de Severn lo habían conmovido.
— Ese hombre necesita una esposa — dijo Liana.
— ¿Una esposa? — preguntó Rogan— . Iolanthe arrancaría los ojos de la rival.
El parecía tan deprimido, sentado allí, que Liana sintió deseos de decir algo que lo distrajese.
— Tendremos que hallar una mujer tan fuerte que pueda manejar a Severn y a Iolanthe.
— No existe una mujer así.
Liana le acarició la frente.
— ¿No? Yo he conseguido dominarte y eres más fuerte que veinte Severn y Iolanthe.
Había dicho esto en broma, pero Rogan no pareció interpretarlo así y la miró, los ojos brillantes de cólera.
— Ninguna señora me controla — dijo por lo bajo.
— No quise sugerir... — comenzó a decir Liana, pero él se puso de pie, su expresión todavía irritada.
— Ninguna mujer me controla o se impone a mi familia. Mujer, vuelve a tu costura, donde deberías estar.
La dejó sola en el salón todo el día, la tarde y la noche. Ella estaba abrumada por la inquietud, porque tenía la certeza de que él se encontraba con otra mujer.
— Le mataré tan lentamente que ella rogará que le llegue la muerte — Murmuraba Liana, mientras se paseaba por su dormitorio.
A medianoche fue a ver a Gaby, la arrancó de los brazos de Baudoin y consiguió que descubriese dónde estaba Rogan. Ella no necesitó mucho tiempo para regresar e informarle que Rogan estaba en el gran salón emborrachándose con media docena de sus hombres.
En realidad, la noticia logró que Liana se sintiese bien. Su marido estaba tan trastornado como ella por la discusión que habían sostenido. Ya no la ignoraba, ni dejaba de identificarla entre un grupo de mujeres. Cuando por fin fue a acostarse, si no durmió profundamente, por lo menos pudo conciliar el sueño. Despertó antes del alba al escuchar el sonido inconfundible del acero contra el acero.
— Rogan — dijo, el corazón oprimido por el temor. Se puso una bata y echó a correr.
Al alba los Howard habían tratado de introducirse en el castillo de los Peregrine. Arrojaron grandes ganchos sobre los parapetos y comenzaron a trepar por las cuerdas.
Pasaron muchos meses desde el último ataque de los Howard y los Peregrine estaban tan comprometidos en sus propias disputas internas que terminaron por sentirse seguros. La vigilancia se había atenuado y no mantenían los sentidos tan alertas.
Doce de los veinte atacantes escalaron el muro antes de que los soñolientos guardias que vigilaban los parapetos lograsen oírlos. Dos caballeros Peregrine perecieron sin haber siquiera despertado.
Rogan, que yacía en el gran salón sumido en un sopor alcohólico, despertó dificultosamente y Severn llegó allí antes de que Rogan tuviese cabal conciencia de lo que estaba sucediendo.
— Me inspiras asco — dijo Severn, arrojó una espada a su hermano y salió corriendo del salón.
Rogan compensó el tiempo perdido, si su cabeza no se aclaró instantáneamente, su cuerpo recordó el prolongado entrenamiento. A puntapiés despertó a sus hombres y pocos segundos después estaba en el patio combatiendo al lado de Severn y Baudoin.
No se necesitó mucho tiempo para liquidar a los atacantes y cuando Severn se disponía a matar al último, Rogan se lo impidió.
— ¿Por qué? — preguntó a este invasor — ¿Qué quiere Oliver Howard?
— A la mujer — respondió — Teníamos que apresarla y llevarla. — El hombre sabía que moriría poco después y dirigió a Rogan una mirada insolente — Dijo que su hermano menor necesita esposa y las mujeres Peregrine son excelentes para los Howard.
Rogan lo mató: hundió un cuchillo en su corazón, lo revolvió y continuó revolviéndolo hasta que Severn lo apartó de un empujón.
— Está muerto — dijo Severn— . Están todos muertos. Y también cuatro de nuestros hombres.
El temor comenzó a insinuarse en el cuerpo de Rogan. Si Severn no hubiese estado allí.. si él se hubiese emborrachado un poco más... sí sus hombres no hubiesen oído... Tal vez ahora tendrían a Liana en su poder.
— Quiero que revisen este lugar — dijo— Que controlen todos los graneros, los retretes, los cofres. Quiero tener la seguridad de que aquí no hay hombres de los Howard. ¡En marcha! — gritó a los subordinados que estaban cerca.
— Por lo menos te inquietas por los Howard.— dijo Severn— . Pero sólo por ella. Has puesto en peligro la vida de todos... la mía, la de Zared, incluso la tuya. Arriesgas por ella la escasa propiedad que nos queda, no te importa que esta noche cuatro de tus hombres hayan muerto y una docena esté herida, porque te dormiste borracho. ¿Y por qué? ¿A causa de una riña con esa mujer? Mataste a dos hermanos por una esposa. ¿Necesitarás que muera el resto de los Peregrine para sentirte satisfecho?
En ese momento Liana descendió volando la escalera, los largos cabellos rubios flotando. La bata entreabriéndose y mostrando las piernas esbeltas y desnudas. Se arrojó sobre Rogan, y le rodeó el cuello con los brazos.
— Estás a salvo — exclamó y sus lágrimas humedecieron el hombro de Rogan— Estaba aterrorizada por ti.
Durante un momento Rogan olvidó a los hombres ensangrentados que estaban alrededor, así como a su irritado hermano y abrazó a la temblorosa Liana. Solo gracias a la suerte ella aún estaba allí y no había sido apresada por los hombres de Howard. Le acarició los cabellos y la calmó.
— Estoy ileso — murmuró.
Levantó los ojos y vio la expresión de uno de sus hombres, un soldado de su padre, un hombre que había seguido a Rowland a la batalla, y vio repulsión en el guerrero. Disgustado porque un Peregrine estaba allí, a la luz del alba, con dos hombres muertos a sus pies, haciendo arrumacos a una mujer.
Las últimas semanas percibió que sus hombres lo apoyaban frente a Severn, porque nunca había rehuido el entrenamiento; no lo vieron sentado en el solar con su esposa, sentado por la noche, escuchando el canto de las mujeres. Tampoco lo vieron permitiendo que su esposa le ayudase a diseñar máquinas de guerra.
Pero ahora, por las expresiones de los guerreros Rogan comprendió que sus sentimientos de lealtad acababan de modificarse. ¿Cómo seguir a un hombre que, a causa de una disputa con su esposa, estaba demasiado borracho para escuchar los movimientos de los atacantes? ¿Cómo podía él controlarlos? En la pieza teatral representada en la aldea los campesinos lo habían mostrado como un individuo "domesticado" cuya esposa le puso un collar y lo sujetaba con una trabilla. En aquel momento la idea le había parecido a él demasiado absurda, pero ahora Rogan comprendió que la pieza contenía cierto elemento de verdad.
Tenía que afirmar su control sobre los hombres o perdería definitivamente su respeto. Apartó bruscamente a Liana y la empujó.
— Vuelve a la casa, mujer, donde deberías estar.
Liana, que tenía cierta idea de la vergüenza de Rogan, cuadró los hombros.
— Ayudaré. ¿Cuántos heridos hay?
Se volvió hacia el hombre que miraba a Rogan con escaso respeto.
— Lleva estos hombres a la cocina, allí estarán más protegidos y trae...
Rogan tenía que detenerla.
— ¡Obedéceme! — rugió.
— Pero aquí hay heridos.
Sus hombres, heridos e ilesos, lo observaban atentamente y Rogan comprendió que era ahora o nunca.
— Me casé contigo por tu dinero — dijo con voz neutra, y en voz bastante alta para que oyesen sus hombres— y no por tu consejo o tu belleza.
Liana sintió como si hubiese recibido un puntapié en el estómago, quiso contestar, pero se le cerró la garganta y no pudo hablar. Intuyó sonrisas alrededor de ella. Estaban frente a una mujer que había sido puesta en su lugar. Se volvió lentamente y comenzó a caminar hacia el castillo.
Durante un momento Rogan casi la siguió, pero se contuvo.
— Trasladen a estos hombres — dijo. Esa noche intentaría compensarla, quizás un regalo. Le había agradado mucho ese muñequito de la feria y tal vez...
— ¿Adónde los llevamos? — preguntó Severn.
Rogan vio de nuevo respeto en los ojos de su hermano.
— Al gran salón — dijo— Y trae sanguijuelas para curarlos. Después, que vengan aquí los hombres que hoy estaban de guardia.
— Sí, hermano — dijo Severn, y durante un momento apoyó la mano en el hombro de Rogan.
Este tuvo la impresión de que esa mano descargaba sobre él una pesada responsabilidad.
— Lo hizo — dijo orgullosamente Severn a Iolanthe— , sabía que cuando lo necesitáramos estaría allí. Lo hubieras visto ayer por la mañana: "Me casé contigo por tu dinero, no por tus consejos o tu belleza." Le dijo eso; ahora, tal vez ella deje de entrometerse en los asuntos de los Peregrine.
Io lo miró sin dejar de trabajar en su bordado. Había escuchado todos los detalles del episodio de la víspera.
— ¿Dónde durmió anoche tu sabio hermano?
— No lo sé. — Severn vaciló — Quizá con sus hombres; yo habría derribado la puerta del dormitorio, esa mujer necesita que le den una lección.
Io observó que Severn se rascaba; había sido muy agradable verlo limpio durante un tiempo.
— Vosotros habéis conseguido que el castillo vuelva a ser lo que era, tu hermano duerme con sus hombres e imagino que se siente tan desgraciado como antes. Supongo que ahora no sonríe, ¿verdad?
Severn se puso de pie y fue hacia la ventana. Zared había dicho que él estaba celoso y él comenzaba a preguntarse si ese juicio era acertado. La víspera, Severn se había impuesto: Obligó a Rogan a desairar públicamente a su esposa, a ordenarle que se apartase. ¿Y qué había obtenido? Las últimas veinticuatro horas fueron lamentables. Severn no advirtió cuánto había cambiado Rogan desde que se casó con esa mujer.
Retornó en plenitud el antiguo Rogan. En el campo de entrenamiento era un jefe cruel, fracturó el brazo de un caballero que no demostró suficiente rapidez, abrió la mejilla de otro. Y cuando él protestó, un golpe de Rogan lo envió al suelo.
Severn se volvió hacia Io.
— Rogan está tan irritado como lo estuvo siempre.
Iolanthe adivinó los pensamientos de su interlocutor, no había malicia en la personalidad de Severn... y ésa era una de las razones por las cuales ella lo amaba. Pero a semejanza de la mayoría de los hombres, no le agradaba el cambio. Había amado y venerado a sus hermanos mayores, los vio morir uno por uno, hasta que sólo le quedó Rogan. Y ahora temía perderlo también a él.
— Entonces, ¿qué piensas hacer para lograr que se reconcilien? — preguntó Io, mientras cosía el hilo de oro sobre la tela.
— ¿Reconcilien? — exclamó Severn— . ¿Y que Rogan descanse en el solar la tarde entera? Esta casa presenciará su propia destrucción, los Howard, nos matarán mientras dormimos. Y también...
— Rogan los matará a fuerza de ejercicios si no se modifica esta situación.
Severn abrió la boca para contradecirla, pero no lo hizo, y se acomodó mejor en la silla.
— Supongo que ella no es tan mala — razonó él después de un momento— . Y tal vez el lugar en efecto necesitaba una limpieza. — Miró a lo.— Está bien, mucha limpieza, pero ella no tenía que...
Se interrumpió, sin saber muy bien qué decir.
— No necesitaba absorberlo tan completamente — dijo al fin.
— Lo ama — dijo lo— . Y eso es fatal en una mujer. — Miró con amor a Severn pero él no lo advirtió. Iolanthe admiraba a esa pálida y desmañada Liana, que había sido capaz de hacer lo que lo no lograba.— Invita a cenar a Liana, diciéndole que la invitación viene de Rogan; e invita a Rogan de parte de Liana.
Severn se rascó furiosamente el hombro.
— ¿Crees que ordenará lavar mis ropas?
— Estoy segura de que lo hará, si le devuelves a Rogan.
— Lo pensaré — dijo Severn en voz baja— . Si Rogan empeora, lo consideraré.
— ¿El cree que puede reconquistarme tan fácilmente? — preguntó Liana a Gaby. Estaban solas en la habitación, pues aquélla despidió a las restantes mujeres— . ¿Cree que una sola invitación que me envíe logrará que vuelva arrastrándome hasta él? ¿Después del modo en que me humilló?
— Pero mi señora — le dijo Gaby en tono de ruego— , a veces los hombres dicen cosas sin pensarlas y ya pasó una semana entera. Baudoin dijo que lord Rogan está peor que nunca, que jamás duerme ni da descanso a los hombres. Reforzó las guardias en los parapetos, y el que parpadea nada más recibe una tanda de latigazos.
— ¿Y eso qué me importa? El tiene mi dinero, es lo que quiere.
El sentimiento muy profundo de ofensa que ella había experimentado ante las palabras de Rogan no se había calmado durante la última semana. Se engañaba al creer que Rogan tenía el más mínimo interés en ella, la había desposado por su fortuna y dinero era todo lo que deseaba de ella. Ahora que ya lo tenía, no necesitaba soportarla más. No intentaría mediar entre Rogan y los campesinos, no lo perseguiría para lograr que le permitiese participar en los casos ventilados en el tribunal. De hecho, quizá se iría con sus damas al otro castillo que él poseía, o quizá se retirara a una de las propiedades que formaban su dote, si él podía privarse de la renta correspondiente.
— ¿Os proponéis rechazar su invitación? — preguntó Gaby.
— Reuniré una serie de fuentes de oro y las depositaré sobre la silla en lugar de mi persona. Eso lo satisfará, así no necesitará mirar mi fea cara.
— Pero, mi señora, estoy segura de que él no...
Gaby continuó hablando, pero Liana no la escuchaba. El pensamiento del oro y de su carencia de belleza le habían dado una idea.
— Ordena que venga el herrero.
— ¿Mi señora?
— Envíame al herrero, tengo que encargarle una tarea.
— Si me decís de qué se trata, yo...
— No, es un secreto.
Gaby permaneció inmóvil en el mismo lugar.
— ¿Pensáis aceptar la invitación?
— Oh, sí — le respondió Liana— aceptaré la invitación de mi esposo, él tendrá mi oro y no necesitará mirar mi fea cara.
Gaby tampoco ahora se movió.
— A veces es mejor perdonar y olvidar que continuar riñendo. El matrimonio es...
— Mi matrimonio se basa en el oro y nada más. Ahora, márchate.
— Sí, mi señora — dijo sumisamente Gaby, y salió del solar.
Tres horas más tarde, Liana estaba vistiéndose para asistir a la cena a la que su esposo la había invitado. Joice la ayudaba, pues Liana no deseaba soportar la desaprobación de Gaby, y ciertamente estaba segura de esto, no acordaría con su plan.
Tampoco quería escuchar la desaprobación de la Dama. Cuando Liana ascendió la escalera del solar, vio que la puerta de la Dama estaba sin cerrojo y entreabierta.
— Siempre que me necesites estaré aquí — le había dicho y era cierto. Cuando sobrevenía una crisis con Rogan, la puerta se abría.
Pero esta noche Liana no quería hablar con la Dama, para que no la disuadiera de lo que se preparaba a hacer, estaba demasiado ofendida y demasiado herida para hacer otra cosa. ¿Tenía que decir que lo perdonaba? Si procedía así, ¿qué haría él la próxima vez? Podía humillarla diariamente y esperar que ella le perdonase todo.
De modo que Liana ignoró la invitación sugerida por la puerta abierta de la Dama y en cambio se vistió con la ayuda de Joice.
— ¡Fuera de aquí! — gritó Rogan a Severn. Estaban en uno de los cuartos que había sobre la cocina, que otrora había sido ocupado por uno de los Días. Ya estaba sucio, pues nadie limpió en una semana y una enorme rata masticaba un hueso en un rincón oscuro.
— Pensé que tal vez deseabas usar algo que no oliese tan mal... eso es todo. Y tal vez quisieras afeitarte.
— ¿Por qué? — preguntó Rogan con expresión belicosa— . ¿Para comer con una mujer? Tenías razón, todo era mejor antes de que ella interfiriese, creo que la enviaré a Bevan.
— ¿Y cuántos hombres tendrán que salir de aquí para protegerla? Quizá los Howard...
— Los Howard pueden apoderarse de ella, por lo que me importa.
Al decir esto, Rogan se estremeció. ¡Que esa perra se fuese al infierno! Había tratado de verla después del incidente, pero ella mantenía cerrada la puerta. Su primer impulso fue derribar la puerta y demostrarle quién era el amo en la casa; pero llegó a la conclusión de que era estúpido preocuparse. Que continuase detrás de la puerta cerrada si así lo deseaba; eso no le importaba. Había dicho la verdad cuando afirmó que se casó con ella por su dinero.
Pero durante la última semana, él... bien, fue recordando ciertas cosas. La risa de Liana, el modo en que le echaba los brazos al cuello cuando él la complacía y sus opiniones y sugerencias; evocó su cuerpo tibio y complaciente durante la noche. También las cosas que ella promovía: la música, la buena comida, un patio que uno podía atravesar caminando sin tropezar con una pila de estiércol de caballo; el día en la feria. Recordó los momentos en que la tomaba de la mano, cómo Gaby le había lavado los cabellos. Miró con hostilidad a Severn.
— ¿Desde cuándo te importa si me visto o no para mi esposa?
— Desde que encontré arena en mi pan, hace dos días.
— Envíala de regreso con su esposo, y yo despacharé... — apenas pudo pronunciar su nombre— ...yo enviaré lejos a Liana — dijo en voz baja.
— Probablemente será mejor para ambos — afirmó Severn— Por lo menos, habrá más tranquilidad y podremos trabajar un poco y no tendríamos que preocuparnos por la posibilidad de que los Howard nos ataque para apoderarse de nuestras mujeres. Pero, por otra parte, los hombres están quejándose por la calidad del pan. Tal vez...
No terminó la frase.
Rogan miró la túnica de terciopelo verde que Severn aún vestía. Puesto que le había enviado una invitación, quizás eso significaba que ella estaba dispuesta a disculparse por haberlo excluido del dormitorio, y por permitir que hubiese arena en el pan y ratas en los cuartos. Y si ella accedía a disculparse, tal vez él se mostraría dispuesto a perdonarla.
Liana esperó hasta que todos los hombres de Rogan estuvieran sentados en el gran salón y Rogan y Severn y Zared ocuparan su lugar alrededor de la mesa principal. Joice ajustó el velo sobre la cara de su ama.
— Mi señora, ¿estáis segura? — Preguntó sombríamente Joice y su boca de labios apretados reveló un sentimiento de desaprobación.
— Más que segura — dijo Liana y cuadró los hombros.
Todos los hombres y las pocas mujeres que estaban en el salón callaron cuando Liana entró, seguida por Joice que sostenía la larga cola ribeteada de piel. La cara de Liana estaba cubierta por un velo que le llegaba hasta la cintura.
Con movimientos lentos y solemnes, se acercó a la mesa principal y permaneció de pie, esperando, hasta que Severn dio un codazo a Rogan y éste se puso de pie y retiró la silla para que su esposa se sentara. Cuando Liana lo hizo, los presentes continuaron en silencio, clavando la mirada en el señor y su esposa.
Al parecer, Rogan no sabía cómo quebrar el silencio.
— ¿Deseas un poco de vino? — preguntó al fin y su voz arrancó ecos en el amplio salón de alto techo.
Muy lentamente, Liana deslizó las manos bajo el velo y lo alzó. Hubo una exclamación en todo el salón cuando los presentes la vieron: alrededor de su cara, colgadas de cuerdas aseguradas al tocado, había monedas: monedas de oro, de plata y de cobre, que tenían, cada una, perforado un agujero para pasar por él un cordel, unido al tocado.
Mientras los asombrados presentes miraban, Liana tomó un par de tijeras y cortó una moneda de plata que colgaba sobre su frente.
— Mi señor, ¿esto será suficiente para pagar el vino? — Cortó una moneda de oro.— ¿Esto cubrirá el costo de la carne?
Rogan la miró aturdido, contemplando las monedas que ella separaba.
— No temáis, mi señor — dijo Liana en voz alta— . No comeré tanto que tengáis que soportar mi fealdad, estoy segura de que la contemplación del dinero os complace más que mi fea cara.
Rogan cobró una expresión fría y sin decir una palabra a Liana, se puso de pie y salió del salón.
Zared se volvió hacia Severn, que parecía al borde de un ataque y le comentó alegremente:
— Come, Severn. Mañana es probable que nos den piedras con el pan y Rogan nos ejercitará de tal modo en el campo de entrenamiento que provocará nuestra muerte; fuiste muy sagaz con tus intentos de evitar que Liana interfiriese.
Con toda la elegancia y la dignidad de que era capaz, ésta abandonó el salón.
15
— ¡No! — ordenó Liana ásperamente a Gaby y Joice— . No pongan eso allí, ni acá. ¡Y ciertamente no más allá!
Joice salió de la habitación con la mayor rapidez posible pero Gaby permaneció allí, clavó la mirada en la nuca de Liana y se mordió la lengua. Lo cual no significaba que hubiese callado durante las dos semanas que habían pasado desde esa terrible escena en que lady Liana había aparecido con las hileras de monedas, pero aprendió que de nada le servía hablar.
— Tiene lo que deseaba — era todo lo que lady Liana decía ante los ruegos de Gaby, que reclamaba que ella y Rogan se decidiesen a conversar.
Y lord Rogan era peor que su esposa; Gaby había inducido a Baudoin a hablar del tema con el señor, pero éste estuvo a un paso de clavarle una pica en el pecho.
De modo que, a causa de la disputa entre amo y señora, el castillo entero, así como la aldea, estaban sufriendo. Los panaderos se negaban a entregar pan fresco porque Rogan se negaba a pagarles; y Liana no quería tener nada que ver con la casa y por lo tanto, de nuevo había arena en el pan, el patio estaba sembrado de estiércol porque nadie ordenaba a los hombres que lo limpiasen. Los campesinos pasaban hambre, el foso, que tenía menos de medio metro de agua, ya albergaba media docena de putrefactos esqueletos vacunos. Aunque éste había sido antes el modo de vida normal, ahora todos se quejaban: de los pio-jos y las pulgas que poblaban sus ropas y de los residuos que se veían obligados a pisar; del malhumor de Rogan y porque lady Liana no hacía bien su trabajo. (Nadie parecía recordar cómo se habían opuesto a ella en los primeros tiempos.)
En resumen, al cabo de dos semanas no había una sola persona, en un radio de quince kilómetros, que no estuviese afectada por esta discusión entre el señor y su esposa.
— Mi señora — empezó a decir Gaby.
— No tengo nada que decirte — rezongó Liana. Dos semanas no fueron suficientes para calmar su enojo. A pesar de todos los esfuerzos posibles para complacer a su marido, para ser buena esposa, y él la había ignorado y humillado en público. El, tan apuesto, podía creer que la gente menos agraciada del mundo no tenía sentimientos acerca de su falta de belleza, pero se equivocaba. Si creía que ella era tan fea, Liana le evitaría la molestia de mirarla.
— No se trata de mí — le dijo Gaby— . La señora Iolanthe pide veros.
Liana irguió la cabeza.
— Severn se salió con la suya, ha triunfado y su hermano es lo que él quiere que sea, por lo tanto no veo razón para ver a la amante de Severn.
Gaby esbozó una sonrisa.
— Corre el rumor de que lord Severn y su... la señora Iolanthe, también están distanciados, quizás ella desee hacer causa común con vos.
Liana ansiaba conversar con alguien. Gaby insistía constantemente en que debía perdonarle todo a Rogan y creía que ella debía ir a disculparse ante él, pero la joven estaba segura de que Rogan la rechazaría. ¿Cómo era posible que una mujer tan fea como ella ejerciera influencia sobre un hombre como Rogan? ¿Y cómo una mujer que tenía la belleza de Iolanthe podía comprender el problema de Liana?
— Dile que no puedo aceptar — contestó Liana.
— Pero, mi señora, os invita a sus aposentos. Dicen que antes jamás invitó a nadie a visitarla allí.
— ¿Eh? — exclamó Liana— ¿Yo debo ir a sus habitaciones? ¿Yo, la señora del lugar, debo visitar a la amante casada de mi cuñado? Dile que no.
Gaby salió de la habitación y Liana volvió los ojos hacia su bastidor de costura. Estaba irritada a causa de la presunción de esa mujer; pero por otra parte, también sentía curiosidad. ¿Qué tenía que decirle la bella Iolanthe?
La invitación se repitió tres días seguidos y cada vez Liana la rechazó. Pero al cuarto requerimiento se asomó a la ventana y al patio, vio a uno de los Días, el busto generoso presionando sobre la tosca lana del grasiento vestido y se volvió hacia Joice.
— Trae mi túnica de brocado rojo, la que tiene la enagua de tisú de oro, iré de visita.
Una hora después Liana estaba vestida con prendas que destacaban sus mejores rasgos. Tenía que salir y cruzar el patio para llegar a la escalera que conducía a las habita-ciones de Iolanthe, y al hacerlo pudo sentir todas las miradas clavadas en su persona. Pero miró hacia adelante e ignoró a todo el mundo.
Cuando por fin llegó al apartamento y una criada abrió la puerta, Liana necesitó un momento para recobrar el dominio de sí misma y borrar de su cara la impresión de asombro. Nunca había visto una habitación tan lujosa: fuentes de oro y plata por doquier. Alfombras en el piso, espesas, de complicados dibujos. Los muros estaban revestidos con tapices de seda que representaban escenas delicadas, y con un tejido tan intrincado, de una flor que apenas tenía el tamaño de un pulgar e incluía por lo menos una docena de colores. El techo de vigas estaba pintado con escenas pastorales. Las ventanas tenían paneles de vidrio de color, con retoques que relucían como joyas.
Y en la habitación había sillas talladas con asientos acolchados, trabajados bastidores de costura, bellos arcones tachonados de marfil. Todo lo que ella alcanzaba a ver trasuntaba la belleza más exquisita.
— Bienvenida — dijo Iolanthe y su túnica plateada era el objeto más hermoso de la habitación.
— Yo... — Liana respiró hondo para recobrarse — ¿Tenéis algo que decirme?
Un rato antes, ella había pensado en la posibilidad de manifestarle a esta mujer que su conducta era inmoral y que pasaría una eternidad en el infierno porque estaba casada con un hombre y vivía en pecado con otro; pero en presencia de Iolanthe, esas palabras no acudieron a sus labios.
— ¿Deseáis tomar asiento? Ordené que preparen algo para comer.
Liana ocupó la silla ofrecida y sorbió vino aguado de un cáliz de oro engastado con rubíes.
— Tendréis que ir a él — dijo Iolanthe— . Es muy obstinado para ceder ante vos, y además, dudo de que sepa cómo hacerlo.
Liana depositó el cáliz sobre una mesita y se puso de pie.
— No la escucharé a usted. El me insultó con frecuencia y la última ocasión fue la gota que colmó el vaso.
Comenzó a caminar hacia la puerta.
— ¡Un momento! — llamó Iolanthe— . Por favor, venid. Fue grosero de mi parte hablar así.
Liana sé volvió y Io le sonrió:
— Perdonadme. Últimamente las cosas han sido difíciles, Severn está de pésimo humor. Por supuesto, le dije que toda la culpa es suya, que si no hubiese tenido tantos celos de su hermano, Rogan jamás habría dicho que contrajo matrimonio por dinero, y vos no hubierais tenido que apelar a las hileras de monedas.
Liana volvió a sentarse.
— Es cierto — dijo y tomó otra vez su copa de vino— . En presencia de sus hombres, dijo que no podía soportar mi fealdad.
Iolanthe contempló a la joven rubia. De modo, pensó, que no era el dinero, era que Rogan había insultado la apariencia física de su esposa. Los dos hermanos eran hombres tan gallardos y se comprendía fácilmente que una mujer pudiese sentirse intimidada por ellos. Cada mañana Io estudiaba su propia imagen en un espejo y a su edad estaba aprendiendo a sonreír sin arrugar la piel alrededor de los ojos. Vivía aterrorizada ante la proximidad del momento en que Severn ya no creería que era hermosa. No podía imaginar cómo se sentiría si Severn llegaba a decirle que deseaba el dinero de su esposo y no a la propia Iolanthe.
— Comprendo — dijo finalmente.
— Sí — respondió Liana— , yo también comprendo. Pensé que podría inducirlo a amarme, pensé que podía llegar a ser indispensable para él, pero en realidad nunca me necesitó. Tampoco creo que les sea útil a otras personas aquí. Es una situación irónica, mi madrastra trató de explicármelo, pero no quise escucharla. Pensé que yo sabía más que una mujer que había tenido dos maridos y sin embargo, estaba en lo cierto, incluso mi criada Joice tuvo razón, diciéndome que los hombres no deseaban tener esposa. En mi caso, sucedió no sólo que mi marido no me quiso, sino que tampoco me quisieron su hermano, sus amantes, sus hombres, sólo me apreció la Dama pero ahora incluso su puerta está cerrada para evitar que yo entre.
Iolanthe escuchó estas palabras de autocompasión, y comprendió perfectamente lo que le sucedía a Liana. Mientras una mujer se sentía deseable manifestaba confianza en sí misma, podía poner fuego a la cama del marido cuando la ocupaban con su amante; podía atreverse a hacer una apuesta que él perdería; provocar su cólera cancelando las órdenes que Rogan impartía al personal del castillo. Pero cuando creía que no era deseable, perdía gran parte de su fuerza y su fe.
Io no tenía idea de lo que convenía hacer. No abrigaba, ni mucho menos, la esperanza de conseguir que Rogan se acercara a Liana, porque era un hombre obstinado, que no sabía lo que le convenía y no le agradaba la certeza de que una mujer ejercía la más mínima influencia sobre él.
— ¿Quién es la Dama? — preguntó Io, tratando de ganar tiempo mientras meditaba acerca del problema.
Al principio, apenas prestó atención a la explicación de Liana, pero algo en las palabras de la joven atrajo su atención.
— ¿Vive en una habitación sobre el solar?
— Sí, un solo cuarto que casi siempre está cerrado, pero se diría que adivina cuando estoy en dificultades, pues entonces se abre la puerta. Ha sido mi mejor amiga desde que llegué y me habló de Jeanne Howard. Me aseguró que los hombres no luchan por conquistar a mujeres tímidas o feas — agregó Liana.
— ¿Es una señora mayor, bastante bonita, con suaves cabellos castaños?
— Sí. ¿Quién es? Tuve la intención de preguntárselo, pero cada vez que la veo... — Se interrumpió al ver que Iolanthe agitaba una campanilla de plata. Apareció una criada, Io murmuró algo al oído de la mujer y ésta desapareció.
Iolanthe se puso de pie.
— ¿Tiene inconveniente en que nos acerquemos a esa habitación y conozcamos a su Dama?
— Está cerrada, y así estuvo desde que yo... desde que fui a cenar con mi marido.
— Ordené a mi doncella que trajese la llave. ¿Vamos?
La aparición individual de Liana un rato antes había paralizado a los que estaban en el patio; pero cuando Io y ella salieron juntas, todos se detuvieron para contemplar, atónitos, a las dos mujeres. Era bastante desusado ver a Iolanthe, pero parecía imposible creer que se encontrase en compañía de otra mujer.
Liana no hizo caso de la gente que observaba desde dentro y fuera del castillo y condujo a Iolanthe ante la habitación de la Dama.
— Cuando no desea que la molesten, mantiene cerrada la puerta. Creo que deberíamos respetar su intimidad.
lo no respondió y cuando su criada reapareció con una llave grande en la mano, la insertó en la cerradura.
— No creo... — empezó a decir Liana, pero se interrumpió. La habitación, que había sido el único lugar limpio del castillo el día cuando ella llegó, estaba vacía. No vacía no, pues Liana pudo ver, bajo las telarañas y los residuos depositados a lo largo de años, los muebles de la Dama: el banco tapizado donde se había sentado Liana y también el bastidor de costura de la Dama. Las ventanas por las cuales había entrado la luz del sol estaban rotas y un pájaro muerto yacía en el suelo.
— No entiendo— murmuró Liana— . ¿Dónde está ella?
— Ha muerto. Hace muchos años.
Liana se persignó al mismo tiempo que negó lo que Iolanthe afirmaba.
— ¿Queréis decir que es un fantasma? Imposible, hablé con ella y tan real como vos o como yo. Me dijo cosas, cosas que otras personas ignoran.
Abrió muy grandes los ojos.
— Oí decir que en efecto hace eso. Nunca la vi y tampoco Severn la conoce; no sé si Rogan la ha visto o no, pero otras personas la conocieron. Al parecer, le agrada ayudar a las personas que la necesitan. Hace años, una criada que estaba embarazada, pensó arrojarse al foso y de pronto oyó a la Dama, como usted la llama, que cantaba e hilaba y la convenció de que desistiera de la idea. ¿Sabe por qué nadie vive en estos cuartos? La mitad de los hombres se niega incluso a entrar en el solar para retirar a los halcones, pero nadie se atreve a llegar hasta aquí.
Liana estaba tratando de comprender todo esto.
— Nadie me lo dijo, ni siquiera me lo sugirió.
— Supongo que creyeron que la limpieza acabaría con ella, jamás perjudica a ninguna persona y por tratarse de un fantasma, es una presencia benigna.
Liana caminó sobre la capa de polvo del piso y se acercó al bastidor de costura. Era un dibujo antiguo e inconcluso, que representaba a una dama y un unicornio, lo que había estado haciendo el día de la visita de Liana. De pronto, Liana sintió que perdió a una amiga muy querida.
— ¿Quién es? ¿Y por qué persigue a los Peregrine?
— La abuela de Severn, y también de Rogan y Zared, era Jane, la primera esposa del viejo Giles Peregrine. El hijo de ambos fue John, padre de Severn. Después de su muerte, Giles se casó con Bess Howard y la familia de ésta dijo que Jane nunca había estado casada legalmente con Giles y que por lo tanto los hijos de ambos eran bastardos. Este castillo y el de Bevan pertenecían a la familia de Jane; ella creció aquí.
— Y por eso vuelve para perseguir a sus habitantes.
— Años después de su muerte, estaba en esta habitación cuando su hijo John llegó al castillo, después que el rey lo declaró ilegítimo. El cerró la puerta de este cuarto y nunca volvió a abrirla. Ahora, sólo ella la abre. Algunas personas dicen que John fue un tonto, que su madre vino a decirle algo y él no quiso escucharla.
— Probablemente trató de advertirle que se mantuviese apartado de las jóvenes de la aldea — dijo amargamente Liana.
— No — respondió lo— . Todos creyeron que ella deseaba hacerle conocer dónde estaban los registros parroquiales.
— ¿Qué registros?
— John nunca pudo demostrar que sus padres se habían casado, todos los testigos del enlace fallecieron o desaparecieron misteriosamente y nadie pudo hallar los registros que demostraban la realización del matrimonio. La mayoría creyó que los Howard los habían destruido, pero algunos afirmaban que el viejo Giles los ocultó para ponerlos fuera del alcance de su codiciosa segunda esposa. — lo sonrió.— Si volvéis a ver a vuestra Dama, podríais preguntarle dónde están esos documentos. De encontrarse, quizás el rey devolvería a Rogan y Severn las propiedades de los Peregrine y cesaría esta guerra con los Howard.
Liana contempló la posibilidad de que Rogan la amara si ella descubría los registros. No, probablemente no, continuaría siendo una fea mujer aunque poseyera todas las riquezas del mundo.
— Tenemos que marcharnos — dijo— y cerrar con llave la puerta. Es necesario respetar la intimidad de esta mujer.
Salieron de la habitación, lo cerró la puerta y entregó la llave a su criada, que había estado esperando afuera en silencio.
— ¿Iréis a verlo? — preguntó lo.
Liana sabía a qué se refería.
— No puedo, no me quiere; ansía el oro. Y ahora que lo tiene, seguramente estará satisfecho.
— El oro es un frío compañero de cama.
Se formó un nudo en la garganta de Liana.
— Tiene a esas mujeres. Y ahora, ¿me disculparéis? Debo terminar un bordado.
Descendieron la escalera que conducía al solar e Iolanthe se despidió de Liana.
Esa noche, Severn fue a las habitaciones de Iolanthe. Cojeaba y tenía una herida en el costado de la cabeza. Io impartió una orden a su criada y poco después estaba lavándole la cabeza con un lienzo de hilo.
— Mataré a mi hermano — dijo Severn entre dientes— Es el único modo de detenerlo. ¿Conseguiste convencer a la esposa?
— Tuve tanto éxito hablando con ella como tú conversando con tu hermano.
— ¡Cuidado! — dijo Severn, estremeciéndose— No quiero otras heridas. Por lo menos, puedo entender a Rogan, se mostró muy tolerante con su mujer, le permitió acompañarlo mientras él juzgaba los casos que llegaron al tribunal, aceptó hacer lo que ella quiso en la aldea e incluso le concedió un día entero en la cama.
— Ha sido sumamente generoso — dijo sarcásticamente lo.
— En efecto, fue muy generoso, y nunca creí que se mostraría así con una esposa.
— ¿Y qué creíste? ¿Que tu agradable hermano la traería a este sucio castillo para que viviese con criados que la ridiculizan, él ignorándola, y que no recordaría cómo es ella hasta que la dama le pegó fuego al colchón?
— ¡Las mujeres! — murmuró Severn— . Son criaturas tan ilógicas.
— Mi lógica es excelente, tu hermano es quien...
Severn la sentó sobre sus rodillas y le besó el cuello.
— Olvidemos a mi hermano.
Ella lo apartó y se puso de pie.
— ¿Cuántas semanas llevas sin bañarte?
— Antes no te preocupabas por saber si me bañaba y no.
— Creía que el estiércol de caballo era tu olor natural — replicó Iolanthe.
Severn se puso de pie.
— Todo esto es culpa de esta mujer. Si ella...
— Si tú no hubieses interferido, las cosas ahora marcharían muy bien. ¿Qué te propones hacer para reparar daño que tú mismo provocaste?
— Ya hemos hablado de esto, ¿lo recuerdas? Yo estaba dispuesto a reconocer que me mostré... bien, que exagere un poco con Rogan, de modo que respondiendo a tu sugerencia, les envié invitaciones a cenar. Y ya viste lo que resultó de eso, ¿eh? Esa perra estúpida apareció con su colección de monedas. Rogan debió aceptar la oferta de pago. Lo que habría debido hacer es...
— Debió decirle que es hermosa — interrumpió lo— . Liana cree que tu temperamental hermano no la desea, no comprendo por qué. Rogan es capaz de acostarse con una mujer aunque ella le demuestre una feminidad muy dudosa.
Severn sonrió orgullosamente.
— Es un auténtico macho, ¿verdad?
— No discutamos mis opiniones acerca de tu hermano. Tienes que conseguir que Rogan le asegure a Liana que la ve hermosa, y que la desea más que a todas las otras.
— Por supuesto. Y de paso, puedo mover unas pocas montañas. ¿Deseas que cambie de lugar a Londres mientras estoy en ello? Tú nunca intentaste lograr que Rogan hiciera algo que él no está dispuesto a realizar.
— ¿Ha vuelto a dormir con las criadas?
Severn esbozó una mueca.
— No, y creo que eso es la mitad del problema. No ha pasado tanto tiempo sin mujer desde que... — Pensó un momento.— ...desde que los Howard se apoderaron de su pri-mera esposa. No me mires así — prosiguió— . Mi hermano sabe tratar a las mujeres, al margen de que esté casado con ellas o no. Tal vez no necesita una precisamente ahora y me parece una actitud comprensible, en vista del comportamiento que ha mostrado su esposa. Esa maniobra con las monedas fue la gota que colmó el vaso.
— Tú decides — dijo Io con voz tierna— . ¿Por qué no convences a Rogan de que envíe a Liana de regreso al castillo de su padre? De ese modo, podrá desembarazarse to-talmente de ella. Después, puedes traer un carro cargado de hermosas jovencitas, de manera que tu hermano se acueste con una docena cada noche.
— ¿Y cuál se ocupará de que nos sirvan pasteles en las comidas? — murmuró Severn— . ¡Maldición, Io! Y maldita sea esa Liana. ¡Malditas sean todas las mujeres! ¿Por qué no pueden dejar en paz a un hombre? Rogan se casó con ella únicamente por su dinero. Por qué él tenía que... que...
— ¿A qué te refieres? — preguntó lo con aire inocente— . ¿Por qué tenía que enamorarse de ella? ¿Por qué había de empezar a necesitar de ella?
— No quise referirme a eso. ¡Malditos sean ambos! Alguien debería encerrarlos juntos en una habitación y arrojar la llave, los dos me provocan náuseas.
De pronto, irguió la cabeza.
— ¿Qué sucede?
— Nada. Sólo una idea..
— Dímela — lo exhortó lo.
Pasó un rato antes de que Severn comenzara a hablar.
Esa misma noche Severn envió una ofrenda de paz a Liana. Ella estaba sentada, sola con sus damas, como ocurría últimamente. En general no se acercaba ninguno de los habitantes del castillo - como si ella no existiese, o como si lo desearan así - , de modo que se sintió muy sorprendida cuando un viejo caballero cubierto de cicatrices le trajo un jarro de vino y dijo que lord Severn lo enviaba a su bella cuñada.
— ¿Crees que está envenenado? — preguntó Liana a Gaby.
— Quizá con un brebaje de amor — contestó ésta. Nunca había cejado en sus intentos de razonar con Liana. El vino estaba condimentado con especias, llegó caliente y Liana bebió más que lo que había pensado hacer.
— De pronto me siento muy fatigada — dijo. Estaba tan cansada que le pesaba mucho la cabeza y no podía sostenerla.
En ese momento Severn entró en la habitación y las mujeres que acompañaban a Liana contemplaron al apuesto gigante rubio, pero Severn tenía ojos sólo para Liana.
Gaby miraba alarmada a su señora: Liana cerró los ojos y su cabeza cayó hacia atrás.
— Creo que le sucede algo.
— Dormirá un rato — dijo Severn, apartó del camino Gaby y tomó en brazos a Liana.
— ¡Mi Señor! — exclamó Gaby— . No podéis...
— Estoy haciéndolo — contestó Severn, mientras salió con Liana completamente dormida y comenzaba a ascender la escalera en espiral. Pasó frente a los dormitorios que estaban sobre el solar, ascendió otro tramo, hasta que llego a una pesada puerta de roble ribeteada de hierro. Movió el cuerpo de Liana, sosteniéndola con el hombro, mientras tomaba una llave que colgaba del extremo de una cadena unida a su cinturón y abrió la puerta.
Era un cuarto pequeño con un retrete a un costado y otra gruesa puerta cerrada que conducía al camino que corría a lo largo de los parapetos. Esa habitación servía generalmente para albergar a los guardias pero hoy estos habían desaparecido. A veces se utilizaba el lugar como calabozo, y para eso lo quería Severn.
Abrió la puerta y permaneció inmóvil un momento mientras sus ojos se adaptaban a la escasa luz. Acostado e la cama, completamente dormido, estaba Rogan; durante un momento Severn reconsideró su plan. Pero entonces un par de pulgas comenzaron a moverse sobre su espalda y comprendió que lo que estaba haciendo era lo apropiado. Depositó a su cuñada sobre la cama, al lado de su hermano y trató de cazar las pulgas.
— Bien — dijo mientras miraba a los cónyuges— . Pueden permanecer aquí hasta que tengamos un poco de paz.
16
Por la mañana, Liana necesitó un rato para despertar, era como si no pudiese abrir los ojos. Estiró los brazos, las piernas y gozó de la suave calidez del colchón.
— Si quieres comer algo, es mejor que te levantes y te sirvas.
Abrió los ojos y vio a Rogan sentado frente a una mesita, devorando pollo, queso y pan.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó Liana— . ¿Por qué me trajiste a este lugar? ¡El vino! Le pusiste algo.
— Fue mi hermano, mi hermano, cuyo tiempo sobre esta Tierra es muy limitado, agregó una droga al vino.
— ¿Y me trajo aquí?
— Nos trajo a ambos, mientras dormíamos.
Liana se sentó en la cama y paseó la mirada por el cuartito desnudo: una cama, una mesa y dos sillas y un estante para depositar una vela.
— Nos ha entregado a los Howard — dijo en voz baja— . ¿Su plan es cederles el castillo?
Rogan la miró como si ella hubiese sido la idiota de la aldea.
— Mi hermano a veces puede ser estúpido y también obstinado, pero no es un traidor.
— Entonces, ¿por qué hizo esto?
Rogan volvió los ojos hacia el alimento. Liana descendió de la cama.
— ¿Por qué nos narcotizó y nos trajo aquí?
— ¿Quién lo sabe? Ahora, come.
Liana sintió que perdía los estribos. Se acercó a las puertas, trató de empujarlas, descargó los puños sobre la madera y gritó reclamando que la liberasen, pero no acudió nadie. Se acercó a las dos estrechas troneras y gritó tratando de llamar la atención de los que estaban en el patio, pero no hubo respuesta. Se volvió hacia Rogan.
— ¿Cómo puedes comer? ¿Cuánto tiempo estaremos prisioneros? ¿Cómo podemos salir de aquí?
— Mi padre preparó este lugar para guardar detenidos, no podemos salir.
— Es decir, hasta que tu estúpido y prepotente hermano lo permita. ¿Por qué me casé con un miembro de una familia como esta? ¿Quizás alguno de tus hombres tiene un poco de inteligencia?
Rogan la miró con expresión dura y Liana se arrepintió inmediatamente de lo que había dicho.
— Yo... — comenzó a decir.
El levantó una mano.
— Puedes volver con tu padre apenas salgamos de aquí.
Rogan se apartó de la mesa y caminó hasta la estrecha ventana. Liana se acercó a él.
— Rogan, yo...
El se apartó de la joven.
Pasaron el día silenciosos e irritados. Liana miraba a Rogan y recordaba que él había dicho que el dinero era lo único que le interesaba. Y entonces pensaba: Sea. Regresaría con su padre o se refugiaría en una de sus propiedades personales y viviría sin la familia Peregrine y sin los cráneos de caballos colgados sobre el reborde del hogar.
Los alimentos llegaban a ellos envueltos en un lienzo, formando un bulto que podía pasar por la tronera. Rogan recibía la comida y a gritos explicaba a Severn lo que se proponía hacerle cuando estuviese libre. Llevaba su comida al extremo opuesto de la habitación y rehusaba sentarse a la mesa con Liana.
Llegó la noche y aún no se hablaban. Ella se acostó en la cama y se preguntó dónde pensaba dormir Rogan y comenzó a protestar cuando él se acostó a su lado, dándole la espalda; pero en definitiva no dijo nada, sólo tuvo cuidado de que él no la tocase.
Pero cuando las primeras luces del alba penetraron por la tronera, Liana despertó y descubrió que los brazos de su esposo la estrechaban con fuerza. Olvidando las disputas y las diferencias, besó la suave boca de Rogan.
Rogan instantáneamente despertó, y la besó con toda la intensidad que sentía. Después del beso, ambos parecieron aturdirse en un revoltijo de ropas desechadas, porque cada uno buscaba frenéticamente la piel del otro. Se unieron rápidamente y con todo entusiasmo, con una pasión acumulada durante las últimas dos semanas.
Después yacieron uno en brazos del otro, unidos por la piel transpirada, aferrándose mutuamente. El primer impulso de Liana fue preguntarle si creía que ella era en realidad fea y si estaba decidido a repudiarla; pero se abstuvo.
— Vi el fantasma — dijo finalmente.
— ¿En la cámara que está aquí debajo?
— Es la Dama que yo creí que era Iolanthe. ¿Recuerdas que te dije que tenía más edad que Severn? Me habló de Jeanne Howard.
Rogan no contestó y Liana se volvió a sus brazos y lo miró.
— Tú también la viste, ¿verdad? — preguntó después de un momento.
— No, no la vi. No hay fantasmas. Es sólo...
— ¿Es sólo qué? ¿Cuándo fue? ¿Estaba cosiendo o hilando?
El demoró la respuesta un momento.
— Cosiendo el tapiz con el unicornio.
— ¿Se lo dijiste a alguien?
— Hasta ahora, no.
Las palabras de Rogan originaron un sentimiento de triunfo en Liana.
— ¿Cuándo la viste? ¿Qué te dijo? — El le habló en voz baja.
— Fue después que Oliver Howard... se la llevó.
— A Jeanne.
— Sí, a Jeanne — contestó Rogan— Se me acercó y me dijo que amaba a Howard y que tendría un hijo de él y me pidió que suspendiera la guerra. Habría debido matar a esa perra con mis propias manos.
— Pero no pudiste.
— Sea como fuere, no lo hice, regresé aquí en busca de suministros, habíamos estado combatiendo a los Howard un año entero, y una mañana temprano disparé una flecha para probar un arco, el viento desvió la flecha y la llevó hacia una ventana sobre el solar. Por lo menos, eso es lo que pensé entonces. También me pareció oír el grito de una mujer. Fui hacia allí y visité los cuartos de arriba. Nadie vivía en ese lugar desde hacía años, a causa de los rumores sobre un fantasma. Mi padre solía maldecirla, porque cuando tenía invitados ella siempre aparecía y los asustaba.
— ¿Y también te asustaste cuando fuiste a buscar tu flecha?
— Yo estaba entonces tan encolerizado con los Howard que poco me importaba un fantasma. Había perdido mis dos hermanos y se necesitaban todas las flechas.
— ¿Y ella estaba ahí?
Liana vio que Rogan sonreía apenas.
— Yo creía que un fantasma era una presencia brumosa, pero ella tenía un aspecto muy real, sostenía en las manos mí flecha y me reprendió diciéndome que casi la había herido. En ese momento no pensé en que yo había estado disparando hacia el campo desde los muros del castillo.
— ¿De qué hablaron?
— Fue extraño, pero le hablé como nunca lo había hecho con nadie.
— Me sucedió lo mismo, conocía tantas cosas de mí.. ¿Hablaron de Jeanne?
— Sí, y me dijo que ella como esposa, no era la persona señalada.
Liana lo miró.
— ¿Señalada para qué?
— No lo sé. Sus palabras me parecieron lógicas mientras estaba hablando con ella, pero perdieron sentido cuando me marché. Supongo que tenía cierta relación con el poema.
Liana abrió muy grandes los ojos.
— ¿Qué poema?
— Después, y durante años, no volví a pensar en eso. A decir verdad, parecía más bien una adivinanza. Mira...
Cuando el rojo y el blanco forman el negro
Cuando el negro y oro se unen
Cuando el uno y el rojo se funden
Entonces tú sabrás.
Liana permaneció inmóvil en los brazos de Rogan y pensó en el enigma.
— Pero, ¿qué significa?
— No tengo idea. A veces, yo estaba en la cama y pensaba en el asunto, pero no llegué a ninguna conclusión.
— ¿Qué piensa Severn? ¿O Zared?
— Nunca pregunté a ninguno de ellos.
Liana se apartó un poco de Rogan.
— ¿Nunca les preguntaste? Quizá tiene cierta relación con los registros de la parroquia. La Dama es tu abuela, y probablemente es la persona que sabe dónde están los registros.
Rogan frunció el entrecejo.
— Es un fantasma, hace mucho que murió y quizá yo no la vi y soñé con el enigma.
— Yo no soñé la explicación que ella me dio acerca de ti y Jeanne Howard. La Dama me dijo que era muy hermosa y que tú la amaste profundamente.
— Apenas conocí a esa perra Howard y no recuerdo que fuese particularmente bella. Ciertamente, nada parecido a Iolanthe.
Liana se cubrió los pechos desnudos con la sábana y se sentó.
— Ah, de modo que deseas a Iolanthe, con ella podrías tener dinero y belleza.
La cara bien formada de Rogan expresó la confusión que sentía.
— Iolanthe es una perra, estoy seguro de que ella planeó todo esto.
Con un gesto indicó la puerta cerrada.
— ¿Por qué? ¿Quiere obligarme a perdonarte por haber dicho en presencia de tus hombres que yo soy horriblemente fea?
Rogan también se sentó en la cama, la boca abierta en un gesto de asombro.
— Jamás dije cosa semejante.
— ¡Lo dijiste! Aseguraste que te habías casado conmigo por mi dinero, no por mis consejos o mi belleza.
La confusión de Rogan se acentuó.
— Solamente dije la verdad, ni siquiera te vi antes de la boda, excepto una vez, y entonces no sabia quién eras. ¿Podía casarme por una razón diferente que el dinero?
Liana sintió las lágrimas de frustración que afluían a sus ojos.
— Me casé contigo porque pensé que tú... que me deseabas. Me besaste cuando no sabías que tenía dinero.
Rogan jamás había intentado comprender la mente femenina, pero ahora supo por qué adoptaba esa actitud.
— También te besé cuando supe que eras rica. — Comenzó a levantar la voz al mismo tiempo que salía de la cama y se inclinaba sobre ella.— Te besé después que te entrometiste cuando yo estaba castigando a los campesinos, te besé después que me llevaste a ver una pieza teatral que me mostraba como un estúpido, te besé...
— Porque soy tu esposa, y no por otra razón — dijo ella— . Dijiste a todos que creías que yo era fea. Quizá no soy tan bella como Iolanthe o tan bonita como tu primera esposa, pero algunos hombres afirman que les agrada mirarme.
Rogan alzó las manos en un gesto exasperado.
— No eres del todo desagradable cuando no estás lloriqueando.
Al oír esto Liana se echó a llorar, volvió a acostarse, las rodillas recogidas, y lloró con tanta intensidad que le temblaban los hombros.
Mientras, Rogan la miraba y al principio sintió únicamente irritación. Ella lo acusaba de algo pero él no sabía muy bien de qué. Lograba que pareciera que él estaba cometiendo una falta con todo lo que había dicho. El se limitó a decirle la verdad, y habló así para evitar que ella interfiriese en la relación del señor con sus hombres. ¿Qué demonios tenían que ver sus palabras con su belleza o su fealdad? ¿Y con el deseo? ¿Acaso un momento antes él no había mostrado que la deseaba? Y maldición, él no había tocado a otra mujer en dos semanas enteras. ¡Dos semanas largas, larguísimas¡
Rogan sabía que tenía todo el derecho del mundo a enojarse con ella. El debía ser quien recibiese confortamiento, pero al verla llorar sintió que se ablandaba algo en su fuero íntimo. Cuando él era niño había llorado exactamente como ella lo estaba haciendo ahora, y sus hermanos mayores le asestaron puntapiés y rieron de él.
Se sentó en la cama, cerca de la cabeza de Liana.
— Dime... qué te sucede — empezó vacilante, sintiéndose torpe y avergonzado.
Ella no contestó y se limitó a llorar con más fuerza.
Un momento después él la alzó en brazos y la sentó sobre sus rodillas, abrazándola con fuerza. Las lágrimas de Liana le mojaron el hombro mientras él le acariciaba los cabellos y los apartaba de la cara de su esposa.
— ¿Qué pasa? — preguntó de nuevo.
— Crees que soy fea, no soy bella como tú o Severn o Zared o Iolanthe, pero los juglares han compuesto poemas de homenaje a mi belleza.
Rogan empezó a decir que por dinero cualquiera hacía lo que fuese; pero, sensatamente, se abstuvo.
— No eres tan bella como yo, ¿eh? ¿O como Severn? Puedo coincidir contigo si se trata de mi persona, pero tenemos cerdos que son más hermosos que Severn.
— Y también, sin duda, más hermosos que yo — respondió ella y volvió a llorar.
— Creo que ahora estás más bonita que la primera vez que te vi.
Liana aún sollozando, levantó la cabeza para mirarlo.
— ¿Qué significa eso?
— No lo sé. — El le acarició los cabellos.— Cuando te vi en la iglesia, pensé que eras un conejito descolorido y no hubiera podido distinguirte de las restantes mujeres. Pero ahora... — La miró a los ojos.— Ahora compruebo que es bastante agradable mirarte. Yo... pensé en ti las últimas semanas.
— Yo pensé en ti cada minuto de cada día. — Se aferró a él.— Oh, Rogan, dime lo que quieras acerca de mi persona... que soy estúpida, una gran molestia y que te fastidio, pero por favor no me digas que soy fea.
El la abrazó con más fuerza.
— Nunca debes revelar tus secretos a una persona, los usará contra ti.
— Pero yo confío en ti.
Y Rogan en ese momento pensó que la confianza de Liana era una carga y una responsabilidad. La apartó un poco.
— Te diré que eres la más hermosa de las mujeres si no me desautorizas en presencia de mis hombres.
Tocó a Liana el turno de asombrarse.
— ¿Yo? Jamás haría tal cosa. ¡Jamás!
— Tú revocaste mis órdenes a los campesinos.
— Sí, pero estabas flagelando a personas inocentes.
— Trataste de quemarme en la cama.
— Pero estabas acostado con otra mujer — dijo ella indignada.
— Me apartaste de mi trabajo con golosinas y música y bonitas sonrisas.
Ella le sonrió, pues las palabras de Rogan la convencieron de que había acertado al casarse con él.
— Y desobedeciste mis órdenes en presencia de mis hombres.
— ¿Cuándo?
— La mañana que los Howard atacaron.
— Yo sólo estaba...
— Entrometiéndote — dijo él con expresión severa— . No era asunto tuyo, si yo no hubiera estado borracho, podrías haber... — Se interrumpió. No deseaba decirle que mientras él estaba sumido en el sueño del alcohol, los Howard podrían haberla capturado.
— ¿Podría haber hecho qué?
La expresión de Rogan cambió y Liana advirtió que él estaba ocultando algo.
— ¿Qué podría haber hecho?
Rogan se separó de ella y se puso de pie.
— Si ese condenado hermano no nos envía comida, lo ahorcaré después de quemarlo.
— Si tú no hubieras estado borracho, ¿yo podría haber hecho qué? — Liana se envolvió con una sábana y caminó detrás de su desnudo esposo, que entró en el retrete. Incluso cuando él comenzó a usar el orinal, ella no vaciló — ¿Podría haber hecho qué?
Rogan esbozó una mueca.
— Si alguna vez capturo a un espía de los Howard y quiero información, te lo enviaré.
— ¿Podría haber hecho qué? — insistió ella.
— Podrían haberte capturado — replicó secamente Rogan y volvió a la habitación.
— ¿Los Howard querían apresarme? — murmuró Liana.
Rogan estaba poniéndose las bragas.
— Al parecer, ellos siempre desean lo que tienen los Peregrine: nuestras tierras, los castillos y las mujeres.
— Podríamos regalarles las mujeres a quienes ustedes llaman los Días. — A Rogan estas palabras no le parecieron humorísticas. Liana se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos.— ¿Esa mañana estabas tan enojado porque hubo peligro de que los Howard se apoderasen de mí? Entonces, Rogan, en efecto me amas.
— No tengo tiempo para el amor, vístete, puede venir Severn.
Ella dejó caer la sábana, de modo que su busto desnudo se apretó contra el pecho de Rogan.
— Rogan, te amo.
— ¡Hmm! Hace varias semanas que no me hablas, has conseguido que la vida de todos sea miserable, incluso la habitación de Zared tiene ratas. Y estoy tan liviano a causa de la falta de comida decente que mi caballo ya no me conoce. Mi vida era mejor cuando ninguna mujer decía que me amaba.
Pero sus palabras no coincidían con la fuerza del abrazo que la retenía.
— Severn me enseñó algo — dijo ella— . Juro que jamás volveré a dejarte solo. Si me ofendes, y sin duda lo harás a menudo, te prometo decirte por qué estoy enojada, jamás volveré a aislarme de ti.
— Yo no soy lo que importa, pero los hombres necesitan alimento decente y..
Ella se puso en puntas de pie para besarlo.
— Rogan, tú eres quién me importa, jamás te traicionaré como lo hizo Jeanne. Incluso si los Howard me apresaran, continuaría amándote.
— Ellos jamás se apoderarán de otro Peregrine — dijo él con fiereza.
— Y ahora, ¿soy una Peregrine? — preguntó ella sonriendo.
— Un tanto extraña, pero más o menos una Peregrine — dijo Rogan de mala gana.
Ella lo abrazó y no vio cómo Rogan sonreía, los ojos fijos en la cabellera rubia, el modo en que él cerraba los ojos mientras la sostenía. A él no le agradaba pensar cuánto la había extrañado los últimos días o la importancia que llegó a tener una charla frívola de su mujer. Vivió sin ella y se las había arreglado muy bien; pero Liana insinuada en su vida, literalmente lo había enardecido. A partir de ese momento, nada fue lo mismo. El placer, la dulzura y el ocio nunca habían sido parte de la vida de Rogan, pero esta muchacha menuda incorporó todas esas cosas al acontecer del señor del castillo y era sorprendente con qué rapidez él se había adaptado.
Se apartó de ella y con sus grandes manos enmarcó la cara de Liana.
— Creo que mi estúpido hermano nos encerró aquí para conseguir que le limpies el cuarto y hables con los panaderos.
— ¿Oh? ¿Y quién me convencerá de que debo hacer lo que él quiere?
— Quizá yo pueda — dijo intencionadamente Rogan y la sacudió un poco— . Dijiste a todos que una vez pasamos un día entero en la cama, tal vez ahora tu mentira se convierta en realidad.
Hicieron el amor larga y lentamente, pues la primera pasión febril ya estaba agotada. Exploraron cada uno el cuerpo del otro con la mano y la lengua y cuando al fin se unieron, fue un acto descansado, tranquilo y tierno. Liana no tenía idea del modo en que Rogan la observaba, cómo deseaba complacerla, cómo quería que ella gozara del acto de amor.
Después, uno en los brazos del otro, se abrazaron.
— ¿Ahorcamos a tu hermano o le besamos los pies? — murmuró Liana.
— Lo ahorcamos — dijo Rogan con voz firme— . Si hubiese un ataque...
Liana frotó su muslo contra el de Rogan.
— Si hubiese un ataque, estarías demasiado débil para combatir, de modo que no importaría.
— Eres una hembra irrespetuosa, habría que castigarte.
— ¿Quién lo hará? — preguntó ella con insolencia— . Seguramente no será el Peregrine más anciano y agotado.
— Ya te demostraré quién está agotado — le respondió Rogan, echándose sobre ella y escuchando las risitas de Liana.
Pero un golpe en el piso, cerca de los dos, atrajo la atención de Rogan. Cubrió inmediatamente el cuerpo de Liana con el suyo, y miró alrededor buscando la causa del ruido.
— Al fin mi infernal hermano nos envió comida.
Se apartó de Liana, descendió de la cama y se acercó al envoltorio que Severn había conseguido pasar por la estrecha tronera, y soltado de modo que cayese al piso.
— ¿Te interesa más la comida que yo? — preguntó ella.
— Por el momento, sí.
Llevó el alimento a la cama, y allí comieron y cuando algunas migas de pan cayeron sobre los pechos desnudos de Liana, Rogan las recogió con la lengua.
Permanecieron acostados todo el día y Liana consiguió que Rogan le hablase de su vida, de sus años de niño, de las cosas con que había soñado y pensado en la infancia. Ella no podía saberlo con certeza, pero le pareció que en realidad él nunca habló así con nadie en el curso de su vida.
Al atardecer, Liana mencionó la posibilidad de usar parte de su dote para mejorar el castillo de Moray pero Rogan se quedó mudo ante la idea.
— Estas no son las tierras de los Peregrine — dijo— . Los Howard se apoderaron de...
— Sí, sí, ya lo sé. ¿Pero los Peregrine ya llevan viviendo aquí dos generaciones, nuestros hijos serán la tercera. ¿Qué sucederá si se necesitan cinco generaciones más para recuperar las tierras de los Peregrine? ¿Todos tendrán que vivir en un lugar que tiene goteras en el techo? ¿O en un castillo tan pequeño como éste? Podríamos construir un ala hacia el sur... una cosa bien hecha, con muros reformados. Podríamos agregar una capilla y...
— No, no, no — dijo Rogan, poniéndose de pie y mirándola, hostil— . No invertiré dinero en este minúsculo lugar, esperaré a tener las tierras que los Howard nos robaron.
— Y entretanto, ¿gastarás hasta el último centavo que yo traje para hacer la guerra? — Los ojos de Liana llamearon— . ¿Te casaste conmigo para hacer la guerra?
Rogan empezó a gritar que sí, que para eso se había casado con ella, pero la expresión de su mirada cambió.
— Me casé contigo a causa de tu belleza, que sobrepasa la de todas las mujeres — dijo en voz baja— . Incluida mi primera esposa.
Liana lo miró, la boca abierta a causa del asombro; después, saltó de la cama y se arrojó sobre él, rodeándole la cintura con las piernas, los brazos alrededor del cuello.
— Mi apuesto esposo, te amo tanto — exclamó.
Rogan la abrazó con fuerza.
— Gastaré el dinero como me parezca apropiado.
— Sí, por supuesto, y como obediente esposa jamás me opondré, pero permíteme explicarte algunas de mis ideas para mejorar este lugar.
Rogan gimió.
— Primero, me separas de mis mujeres, después me echas encima esa pandilla de mocosos pelirrojos y ahora te propones decirme cómo gastaré el dinero que tanto me costó conseguir.
— ¡Que tanto te costó conseguir! — exclamó Liana— . Ni siquiera asististe a la fiesta de boda que yo había preparado tan cuidadosamente, e insultaste a mi madrastra.
— Necesitaba que la insultaran, es preciso que le pongan una mano en el trasero.
— ¿Y te agradaría hacerlo? — preguntó Liana con picardía.
— Ni en sueños quisiera tocarla — dijo él en voz baja, mirando a Liana a la luz cada vez más tenue del atardecer— . Ahora, vamos a comer, pues mi condenado hermano nos envió la cena.
Pasaron la noche abrazados y cuando ya se dormían, Rogan murmuró que estaba dispuesto a "pensar" en la reconstrucción del castillo de Moray y Liana sintió que había ganado una gran batalla.
Cuando despertó por la mañana, vio que Rogan clavaba la vista al frente. Se incorporó, apoyándose en un codo, siguió la línea de visión de Rogan y vio que la puerta de la habitación estaba abierta. Liana no supo por qué la novedad la deprimía tanto.
— Podríamos cerrarla de nuevo — murmuró.
— No — dijo Rogan— . Debo afrontar el ridículo ante mis hombres.
Liana no pensó en eso: cómo los caballeros de Rogan mirarían a su amo, que a causa de una disputa con su esposa había sido encerrado en una habitación de la torre.
No tuvieron tiempo para formular conjeturas porque Gaby irrumpió, hablando con toda la velocidad de la cual su lengua era capaz. Al parecer, Severn había difundido el ru-mor de que Rogan ordenó que su esposa fuese encerrada con él en la habitación, para castigarla. La reputación de Rogan estaba intacta.
— ¿Y la mía? — preguntó Liana.
— Creen que vos sois una buena esposa — dijo Gaby.
— ¿Una buena esposa? — exclamó Liana.
— No le digas eso — intervino Rogan— , o jamás tendremos paz. No quiero más camas incendiadas.
Gaby mantuvo cerrada la boca y no formuló opinión acerca de] comportamiento de Liana como esposa. Gaby había conquistado a su marido mediante generosidad y suponía que todas las mujeres tenían que hacer lo mismo.
De mala gana, Liana salió de la habitación con su esposo. Había aprendido algo mientras estaba en ese cuarto: que lo que era importante para una mujer, no siempre lo era para un hombre. Rogan no la había llamado fea y lo que era todavía mejor, no creía que lo fuese.
No sabía muy bien por qué, pero sentía que había llegado a un puente y lo había cruzado sin tropezar. Liana no alcanzaba a ver obstáculos en su futuro camino.
17
Durante seis largas y gloriosas semanas, Liana fue la persona más feliz de la Tierra. Ella y Rogan temieron que los hombres los ridiculizaran, sin prever que se sentían agradecidos porque de nuevo comían bien y no había ratas en sus habitaciones que en realidad no les importaba cuál era la causa del cambio.
Y el castillo de Moray en efecto sufrió modificaciones. Los hombres, en lugar de ignorarla o atacarla, ahora saludaban con respeto el paso de Liana, Severn se mostraba amable y cordial e Iolanthe comenzó a acompañarlos en la cena. Pero lo mejor de todo era el cambio en Rogan. Sus ojos seguían a Liana dondequiera que ella estaba, iba a su cuarto de meditación sólo para retirar algo y en cambio pasaba todas las noches en el solar con Liana y sus damas. Severn, en lugar de oponerse a su hermano comenzó a reunirse con ellos, como lo hacían Zared e Io.
La mañana que siguió a una de esas agradables veladas Liana supo que tendría un hijo. Siempre había supuesto que se sentiría mal, como había visto que era el caso de otras mujeres durante los primeros meses, pero no fue así. No estaba fatigada, no sentía nada que fuese desusado, excepto que ahora apenas entraba en sus vestidos. Se llevaba las manos al vientre duro y grande, y soñaba con un niñito pelirrojo.
— ¿Mi señora? — dijo Gaby— . ¿Os sentís bien?
— Muy bien, de maravilla, nunca me sentí mejor. ¿Qué estás haciendo?
Gaby sostenía un canasto repleto de hierbas.
— Lord Rogan y Baudoin luchando cayeron sobre un matorral de ortigas y preparé una infusión de estas hierbas para aliviar su dolor.
Liana se estremeció, las ortigas podían ser dolorosas. Cerca de la casa de su padre crecía una hierba que aliviaba esa irritación mucho mejor que las que Gaby había recogido. Durante el primer viaje al castillo de Moray Liana recordaba haberla visto a los costados del camino. ¿A qué distancia estaban? ¿Quince, veinte kilómetros? Con un buen caballo podría llegar hasta allá y regresar al anochecer. Y esa noche, mientras frotaría la hierba sobre la piel dolorida de su marido, le hablaría de su hijo.
Despidió a Gaby, no sería nada fácil escapar del castillo de Moray. Rogan le había impartido órdenes rigurosas en el sentido de que nunca saliera del terreno sin escolta después del ataque de los Howard, le advirtió que no podía salir del castillo aunque la acompañasen todos los caballeros Peregrine.
Liana contempló su propio vestido de brocado y sonrió. Por supuesto, si se alejaba como otra persona y no como lady Liana, nada tenía que temer. Buscó en un arcón al pie de la cama y encontró las prendas de campesina que había vestido el día de la feria. Lo único que tenía que hacer era cubrirse los cabellos, inclinar la cara y robar un caballo.
Una hora más tarde estaba galopando hacia el este, alejándose del castillo de Moray y la aldea, para llegar a las hierbas que traerían alivio a su esposo. El viento en la cara y los músculos del caballo entre las piernas le parecían maravillosos. Rió alegremente al pensar en el niño que llevaba en su vientre y en la felicidad que era suya.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que no vio ni oyó a los jinetes que salían del bosque y la rodearon antes de que ella los viese.
— ¿Qué os parece esto? — dijo uno de los cinco hombres— . Una campesina montando un animal tan bueno.
No necesitó que le explicasen quiénes eran esos hombres. Estaban lujosamente vestidos y demostraban una arrogancia que únicamente podía provenir de su condición de vasallos de un hombre poderoso. Eran gente de los Howard y la única esperanza de Liana era que no descubriesen quién era.
— He robado el caballo — dijo con voz gimiente— . Oh, por favor, no lo digáis a mi señora.
— ¿Y qué nos darás por callar? — se burló un apuesto joven.
— Lo que queráis, señor, lo que queráis — dijo Liana con voz llorosa.
Otro hombre venía detrás del primer grupo. Tenía más edad, en sus sienes había cabellos grises y tenía el cuerpo sólido y musculoso; y además, lo que parecía un gesto de irritación permanente en lo que podría haber sido una cara atractiva.
— Desmonten a la muchacha y tomen el caballo — ordenó— . Es un caballo de los Peregrine de modo que me apoderaré de él.
A pesar de sí misma, Liana dirigió una mirada dura al hombre. ¿Podría ser Oliver Howard, el mismo que había robado la primera esposa de Rogan? Liana inclinó la cabeza y comenzó a desmontar, pero dos hombres la sujetaron, buscándole los pechos y las caderas. Ella se retorció para esquivarlos... y la capucha se desprendió de su cabeza. Los largos cabellos rubios descendieron sobre su espalda.
— Bien, bien — exclamó uno de los caballeros, tocándole los cabellos— . Creo que esta ladronzuela de caballos me agrada.
— iTraedla aquí! — ordenó el hombre de más edad.
Con los brazos sujetos a la espalda, Liana fue obligada a comparecer ante él. Mantuvo los ojos bajos.
— Mírame — le ordenó — . Mírame o desearás haberme obedecido.
Desafiante, y evitando que él adivinase su miedo, Liana lo miró y cuando él la examinó, el permanente gesto de irritación de su cara pareció diluirse, hasta que, echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada sin alegría.
— Bien, lady Liana, me presentaré. Soy Oliver Howard — dijo al fin— . Y vos, mi estimada dama, me habéis dado algo que ansío desde hace muchos años, me habéis entregado los Peregrine.
— Jamás — dijo ella— . Rogan jamás se rendirá a vos.
— ¿Ni siquiera a cambio de vuestro regreso?
— No se rindió por Jeanne, y no lo hará por mí –dijo Liana, y abrigó la esperanza de que su voz fuese tan enérgica como sus palabras. En el fondo, estaba temblando. ¿Qué pensaría Rogan cuando esos hombres se la llevasen? ¿Creería que ella lo había traicionado como había hecho Jeanne muchos años atrás?
— Llevadla — dijo Oliver Howard a uno de sus hombres— . Que monte vuestro caballo, frente a vos. Si escapa os costará la vida.
Liana se sentía demasiado deprimida para rechazar las manos del hombre sobre su cuerpo. Tenía la culpa de lo que estaba sucediendo; sólo ella era la responsable de lo que le pasaba.
El hombre que la sostenía sobre su montura le murmuró al oído.
— Los Howard saben seducir a las mujeres Peregrine. ¿Desposaréis a uno de ellos? ¿Os divorciaréis de Peregrine para convertiros en una Howard, como hizo la primera?
Liana no se molestó en responder y eso pareció divertirlo.
— No importa lo que hagáis — dijo él, riendo— . Lord Oliver conseguirá que vuestro esposo crea que os habéis convertido en una Howard. En definitiva, triunfaremos.
Liana se dijo que Rogan jamás creería que ella lo había traicionado, pero en el fondo tenía miedo.
Cabalgaron dos días enteros y cuando se detenían, por la noche, maniataban a Liana, sentada con el cuerpo, apoyado contra un árbol y los hombres se turnaban para vigilarla.
— Quizá tendrías que asignar dos hombres para vigilarme — se burló Liana de Oliver Howard— . Soy tan fuerte y poderosa que si corto las ligaduras, puedo vencerlos.
Oliver no sonrió.
— Sois una Peregrine, gente traicionera. Tal vez el diablo os ayudará a huir.
Le dio la espalda y entró en una de las tres pequeñas tiendas ocultas entre los árboles.
Durante la noche empezó a llover, los hombres que la vigilaban se turnaron y ninguno permaneció bajo la lluvia más de una hora. Nadie mencionó la posibilidad de desatar a Liana y llevarla al interior tibio de una tienda.
Por la mañana Liana tenía frío, estaba mojada y exhausta. El vasallo que la sostenía sobre su caballo no la sujetaba como antes y en cambio, permanecía inmóvil. Liana sintió que sus músculos fatigados comenzaban a relajarse. Se durmió apoyada en el cuerpo de su carcelero y no despertó hasta la puesta del sol, cuando llegaron a lo que Rogan denominaba las propiedades de los Peregrine.
Pudieron ver las torres desde un kilómetro y medio de distancia y al aproximarse, el letargo de Liana desapareció. Nunca había visto nada semejante a las estructuras que se alzaban ante ella. No había palabras que describieran la magnitud del lugar: vasto, enorme, grandioso. Todas parecían inapropiadas. Había una serie de seis "pequeñas" torres que defendían el túnel y la muralla externa que llevaba a la entrada del muro interior del castillo y cada una de estas torres era más grata que la única del castillo de Moray.
Detrás de las paredes interiores había torres tan grandes que Liana las observó asombrada. Pudo ver otro muro adentro y edificios con techos de tejas.
Llegaron primero a un puente de madera sobre un foso, tan ancho como un río. En tiempo de guerra, era fácil destruir el puente. Cabalgaron sobre una plancha de piedra, otra de madera, y estuvieron en el túnel. Sobre ella se abrían orificios que en los combates se usaban para derramar sobre el enemigo aceite hirviendo.
Cuando emergieron a la luz del atardecer, cruzaron otro puente de madera sobre otro foso y por fin llegaron a la puerta interior, flanqueada por dos altas y macizas torres de piedra. De nuevo vio orificios sobre ellos, así como las lanzas de un enrejado de hierro.
Entraron en un sector cubierto de césped, con muchas casas de madera construidas contra los muros. El lugar estaba limpio, y tenía cierto aire de prosperidad.
Continuaron cabalgando, por otro túnel, éste flanqueado por dos torres que eran más grandes que las de cualquiera de los castillos del padre de Liana. Adentro amplias extensiones de hermosos patios. Habían edificios de piedra con ventanas de vidrio: una capilla, un solar, un gran, salón, almacenes y gente que entraba y salía con alimento y barriles de bebidas.
Liana se afirmó sobre el caballo y contempló el espectáculo: ni en sus accesos de imaginación más febril, había imaginado, un lugar de esas proporciones y esa riqueza. Pensó: Bien, por esto luchan los Peregrine, esto es lo que ha provocado la muerte de tres generaciones de Peregrine y por lo que odian tanto a los Howard.
Al contemplar la abundancia que había alrededor, comenzó a comprender mejor a Rogan. No era extraño que mirase con desprecio el pequeño y ruinoso castillo de Moray, que con sus murallas incluidas, era apenas un tercio de lo que había tras los muros interiores de esta fortaleza.
También pensó: A este lugar pertenece Rogan, donde su cuerpo, su apostura, su poder armonizarían bien.
— Llévenla a la habitación de la torre noreste — dijo Oliver Howard, y Liana fue arrancada del caballo y medio arrastrada a través del largo patio en dirección a la alta torre de espesas paredes de la esquina noreste. Los hombres la obligaron a ascender escaleras de piedra en espiral y pasaron frente a habitaciones que ella apenas entreveía, pero todas parecían limpias y bien cuidadas.
Había una puerta con barrotes de hierro en el lugar más alto de la torre, uno de los hombres la abrió y empujó hacia el interior a Liana y una vez ella dentro, cerró con ¡lave. Era un cuarto pequeño con un colchón en un marco de madera, una mesita y una silla en uno de los rincones y una puerta que llevaba a un retrete del lado oeste. Tenía una ventana que miraba al norte; asomándose, ella pudo ver los centenares de metros de muro exterior que rodeaban todo el lugar. Los hombres se paseaban por los parapetos y vigilaban.
— Para defenderse de la minúscula fuerza de los Peregrine — dijo Liana amargamente.
Se llevó la mano a la cabeza, se sintió mareada y cansada. Había pasado la noche anterior atada a un árbol, bajo la lluvia y eso, unido a todas las emociones que había ex-perimentado, la agotó. Se acercó a la cama, se acostó, y después de cubrirse con la manta de lana, quedó dormida.
Cuando despertó, era bien entrada la mañana siguiente. Se levantó con mucho esfuerzo para ir al retrete, vaciló sobre sus pies y al llevarse la mano a la frente sintió la piel muy cálida. Alguien había estado en la habitación: sobre la mesita había agua, pan y queso. Sorbió el agua pero el alimento no la atraía.
Se acercó a la puerta y llamó con fuertes golpes.
— Debo hablar con Oliver Howard — gritó, pero si alguien la oyó, no respondió. Se deslizó por el costado de la puerta y quedó sentada sobre el frío piso de piedra. Debía estar despierta cuando alguien entrase en el cuarto. Necesitaba hablar con Oliver Howard y convencerlo de que la dejase en libertad. Si Rogan y Severn trataban de rescatarla, los matarían.
Se durmió y al despertar estaba acostada en la cama sin la frazada y bañada en su propia transpiración. Nuevamente alguien había estado allí; abriendo la puerta, la llevó a la cama, sin despertarla. Caminó vacilante hasta la mesita y se sirvió una taza de agua; tenía las manos tan débiles que apenas pudo alzar el jarro y se desplomó cruzada sobre la cama.
Cuando volvió a despertar, alguien estaba sacudiéndola con brusquedad. Abrió los ojos con movimientos lentos y vio a Oliver Howard inclinado sobre ella. La habitación a oscuras, la vela encendida detrás de él, permitía verlo como una silueta confusa y desdibujada.
— Vuestro esposo no tiene interés en recobraros — dijo fieramente— . Se ha desentendido de todos los pedidos de rescate.
— ¿Por qué queréis lo poco que él tiene? –preguntó.
Liana moviendo apenas los labios secos y agrietados. Como él no contestara, Liana continuó
— El nuestro fue un matrimonio concertado, mi marido sin duda se alegra de que yo haya desaparecido. Si preguntáis en nuestra aldea, oiréis hablar de los horrores que yo le infligí.
— Lo sé todo, incluso que fue desarmado a la aldea para asistir a una feria. De haberlo sabido en ese momento yo habría estado allí y lo hubiera apresado, matando a este Peregrine como él ultimó a mis hermanos.
— Como vos matasteis a sus hermanos. — Las palabras de Liana perdieron toda su fuerza, pues estaba demasiado débil para levantar la cabeza. Pero incluso exhausta como estaba, quería salvar a Rogan.— Que me deis la libertad o que me matéis, poco le importará — dijo— . Pero hacerlo pronto, querrá tomar por esposa a una nueva heredera.
Y Liana se dijo: Si es pronto, Rogan no tendrá tiempo para atacar.
— Veré si en efecto no le importa — dijo Oliver e hizo un gesto a uno de sus hombres.
Liana vio centellear las tijeras a la luz de la luna.
— ¡No! — exclamó y trató de defenderse, pero las manos del hombre eran demasiado fuertes. Lágrimas cálidas y febriles rodaron por sus mejillas cuando le cortó los cabellos, dejándolos a lo sumo largos hasta los hombros.
— Eran lo único bello de mi persona — murmuró.
Ni Oliver ni sus dos acompañantes le prestaron atención mientras salían del cuarto. Sus cabellos cercenados estaban en manos de Oliver.
Liana lloró largo rato y ni una sola vez se llevó la mano hacia su mutilada cabellera.
— Ahora jamás me amará — se repetía. Cerca del alba se sumió en un sueño inquieto y cuando despertó estaba demasiado débil para descender de la cama en busca del agua. Volvió a dormirse.
Despertó otra vez y sintió un paño frío apretado sobre la frente.
— Ahora, calmaos — murmuró una suave voz.
Liana abrió los ojos y vio una mujer de cabellos entrecanos y mirada tan dulce y gentil como la de una paloma.
— ¿Quién sois?
La mujer continuó mojando el lienzo para enjugar la transpiración de su cara.
— Vamos, tomad esto. — Acercó una cuchara a los labios de Liana y le sostuvo la cabeza para que pudiese beber.
— Soy Jeanne Howard.
— ¡Vos! — exclamó Liana, atorándose con la medicina de hierbas— . Apartaos de mí, sois una traidora, una mentirosa, un demonio llegado del infierno.
La mujer esbozó una sonrisa.
— Y vos sois una Peregrine. ¿Podéis tomar un poco de caldo?
— No de vuestras manos, no, no puedo.
Jeanne miró a Liana.
— Imagino que sois buena pareja para Rogan. ¿De veras le incendiasteis la cama? ¿Y fuisteis a cenar cubierta de monedas? ¿Es cierto que ambos se encerraron en una habi-tación?
— ¿Cómo sabéis todo eso?
Con un suspiro, Jeanne se puso de pie y se acercó a una mesa, sobre la cual había un pequeño caldero de hierro.
— ¿No conocéis cuán profundo es el odio que se profesan los Howard y los Peregrine? Cada uno de ellos sabe todo lo que hay que saber acerca del otro.
A pesar de la fiebre y la debilidad, Liana estaba estudiando a Jeanne: esta era la mujer que había provocado tanta furia y parecía una persona de aspecto común, de estatura mediana, los cabellos castaños...
¡Los cabellos! Liana se llevó la mano a los suyos propios. A pesar de sí misma, se echó a llorar.
Jeanne se volvió hacia ella, con la taza en la mano, y la miró compasiva, mientras Liana se tocaba los extremos de su melena. La expresión de Jeanne cambió y se sentó en la silla que estaba junto a la cama.
— Vamos, comed esto, necesitáis el alimento. Vuestros cabellos volverán a crecer, hay cosas peores que esto.
Liana no podía cesar de llorar.
— Mis cabellos eran lo único hermoso de mi persona. Ahora, Rogan jamás volverá a amarme.
— A amaros — dijo con disgusto Jeanne— . Oliver probablemente lo matará; por lo tanto, ¿qué importa que Rogan ame o no a una mujer?
Liana reunió fuerzas suficientes para arrancar la taza de la mano de Jeanne y enviarla volando.
— ¡Fuera de aquí! Sois la causa de todo esto, si no hubierais traicionado a Rogan, él no estaría en las condiciones en que se encuentra.
Con expresión fatigada, Jeanne recuperó la taza, la depositó en la mesa y fue a sentarse junto a Liana.
— Si me marcho, nadie vendrá. Oliver ha ordenado que nadie se ocupe de vos. Pero a mí no se atreven a negarme la entrada
— ¿Por qué Oliver matará a quien contraríe a la mujer que él ama? — dijo Liana con maldad— . ¿A la mujer que traicionó a mi marido?
Jeanne se puso de pie y se acercó a la ventana. Cuando se volvió para mirar a Liana, su rostro parecía haber envejecido muchos años.
— Sí, lo traicioné y mi única excusa es que yo era una joven estúpida e ingenua. Me dieron en matrimonio a Rogan cuando yo era apenas una niña y tenía tantas ilusiones acerca de mi vida de casada; huérfana ya desde muy pequeña fui pupila del rey, de modo que crecí con las monjas... Nadie me amaba, me necesitaba o advertía mi presencia. Pensé que el matrimonio me daría una persona a quien amar, que al fin tendría un verdadero hogar.
Hizo una pausa y habló en voz más baja.
— No habéis conocido a los hermanos mayores, después que Rogan y yo nos casamos, convirtieron mi vida en un infierno. Para ellos, yo representaba dinero, dinero para su guerra contra los Howard y nada más; si yo hablaba, nadie escuchaba; si impartía una orden a un criado, ninguno obedecía. Día tras día vivía en medio de una suciedad in-concebible.
La cólera de Liana comenzaba a disiparse, pues había mucha verdad en las palabras de Jeanne.
— A veces, Rogan venía a verme por la noche y en otras ocasiones estaba con diferentes mujeres. — Jeanne clavó la mirada en la pared que estaba al costado de Liana. — Era terrible — murmuró— . Para esos hombres apuestos y odiosos yo era menos que una huérfana; en realidad, no era nada. Para ellos, yo no existía. Hablaban entre ellos sin ha-cerme caso; si yo estaba de pie en el sitio que uno de ellos deseaba ocupar, me empujaba a un costado. ¡Y la violencia! — Se estremeció al recordarla.— Cuando uno quería atraer la atención del otro, le arrojaba un hacha a la cabeza. Jamás comprendí cómo fue posible que cualquiera de ellos llegase a la edad adulta.
Jeanne miró a Liana.
— Cuando supe que habíais incendiado su cama, intuí que la razón estaba de vuestra parte y era algo que Rogan podía comprender. Sin duda, al proceder así le recordasteis a sus hermanos.
Liana no sabía qué decir. Sabía que todo lo que afirmaba Jeanne era cierto. Conocía cómo era carecer de existencia propia. Y en efecto, procedió con justicia con Rogan, pero ¿habría sido suficiente si ella hubiese tenido que lidiar con sus hermanos mayores? Trató de reaccionar porque de ningún modo quería hacer causa común con esa traicionera mujer.
— ¿Y todo esto — con un gesto señaló la ventana y el castillo entero— justificaba vuestra traición? Dos hermanos murieron tratando de rescataros. ¿Os alegró saber de ello?
La cara de Jeanne expresó cólera.
— Esos hombres no murieron tratando de conseguir que yo regresara, no podrían haberme reconocido en una multitud. Fue combatiendo a los Howard. Mientras viví con los Peregrine, a cada momento oía decir que los Howard eran perversos. Y ahora escucho lo mismo sobre los Peregrine, ¿cuándo concluirá esta horrible guerra?
— La traición no mejoró las cosas — le respondió Liana, y se percató que su energía comenzaba a abandonarla.
Jeanne respondió con voz serena.
— No, no contribuyó a promover la paz, pero Oliver fue tan bondadoso conmigo, y esta casa... — Se interrumpió, como para recordar mejor.— Había música, y risas, Y bañeras colmadas de agua perfumada, y criados respetuosos y Oliver se mostró tan atento y...
— Tan atento que le disteis un hijo — agregó Liana.
— Después del cruel trato de Rogan, Oliver era una alegría en la cama — replicó Jeanne, y se puso de pie.— Ahora, os dejaré, porque debéis dormir. Regresaré por la mañana.
— No lo deseo — replicó Liana— . Puedo arreglarme bastante bien sola.
— Como gustéis — fue la respuesta de Jeanne y salió de la habitación. Apenas Liana oyó el movimiento del cerrojo, se durmió.
Durante tres días lo pasó sola, y su fiebre se agravó en ese cuarto frío y desprotegido. No comió ni bebió permaneciendo en la cama, medio dormida y medio despierta, a veces abrasada por la fiebre y otras castañeteando los dientes de frío.
Al tercer día, Jeanne regresó y Liana la miró como a través de una bruma.
— Me temo que me mintieron — dijo Jeanne— , me dijeron que estabais bien y cómoda. — Se volvió, se acercó a la puerta y llamó al guardia.— Levántenla y síganme con ella — decidió.
— Lord Oliver me ordenó que ella permaneciera aquí — dijo el guardia.
— Y yo estoy contrariando sus órdenes — subrayó Jeanne— . Y ahora, si no quieres que te arrojen al camino, levántala.
Liana tuvo una imprecisa conciencia de que un par de brazos fuertes la alzaban.
— Rogan — murmuró.
Durmió mientras la descendían por la escalera y despertó apenas un momento cuando las manos suaves de las damas de compañía de Jeanne la desvistieron, bañaron con cuidado y la depositaron sobre un blando colchón de plumas.
Durante tres días Liana vio únicamente a Jeanne Howard cuando ésta le suministraba caldo, le ayudaba a sentarse en el orinal, lavaba la transpiración de su cuerpo y se sentaba a su lado. En ese lapso ni una sola vez Liana habló a Jeanne. Tenía cabal conciencia de su actitud traicionera hacia su marido.
Pero al cuarto día, su decisión comenzó a disminuir. La fiebre había desaparecido y ahora solamente estaba débil.
— ¿Mi hijo está bien? — murmuró, quebrando el silencio que había mantenido frente a Jeanne
— Saludable y creciendo día tras día. Se necesita más que un poco de fiebre para perjudicar a un Peregrine.
— Se necesita una esposa traicionera — comentó Liana.
Jeanne clavó la aguja en el bastidor, se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta.
— ¡Esperad! — llamó Liana— . Pido disculpas, habéis sido muy buena conmigo.
Jeanne se volvió, vertió un líquido en un jarro y se lo entregó.
— Bebed esto. Tiene un sabor detestable, pero lo necesitáis.
Obediente, tragó el horrible brebaje de hierbas. Cuando devolvió el jarro a Jeanne, preguntó:
— ¿Qué sucedió desde que me apresaron? ¿Rogan atacó?
Jeanne tardó un momento en responder.
— Rogan envió un mensaje diciendo que... no os consideraba su esposa y que Oliver podía hacer lo que quisiera con vos.
Liana apenas pudo contener una exclamación.
— Me temo que Oliver perdió los estribos, ordenó que cortaran vuestros cabellos y los enviasen a Rogan.
Liana evitó la mirada compasiva de Jeanne.
— Entiendo. Supongo que cuando le llevaron mis... cabellos — apenas atinó a decir la palabra— su actitud continuó siendo la misma. — Volvió los ojos hacia Jeanne.— Y ahora, ¿qué hará vuestro esposo? ¿Me enviará en pedazos a los Peregrine? ¿Una mano hoy? ¿Un pie mañana?
— Por supuesto, no hará nada de eso — replicó secamente Jeanne. A decir verdad, Oliver había amenazado hacer precisamente lo que Liana mencionaba, pero Jeanne sabía que no eran más que palabras. Estaba furiosa con su marido porque había apresado a lady Liana; pero ahora que ella estaba aquí y que Rogan rehusaba morder la carnada, Oliver no sabía muy bien qué hacer con ella.
— ¿Qué harán los Howard conmigo? — preguntó Liana, apoyándose en sus débiles brazos para incorporarse. Jeanne le entregó una bata de terciopelo para cubrirse el cuerpo desnudo y decidió contestarle con sinceridad:
— No lo sé. Oliver comentó que quizá solicite al rey que anule vuestro matrimonio y os despose con su hermano menor.
Liana trató de contener un grito.
— Me alegro de que Rogan no haya arriesgado su vida y la de sus hermanos para rescatarme.
— Como le resta un solo hermano, su renuencia es comprensible — le respondió Jeanne en un tono sarcástico.
— Si organizara un ataque, sin duda obligaría al joven Zared a luchar con los restantes hombres.
Jeanne la miró con atención.
— Lo dudo, incluso los Peregrine tienen ciertas normas. — Hizo una pausa.— ¿Nadie os dijo que Zared es una muchacha? ¿Todavía lo visten de varón?
Liana parpadeó.
— ¿Una muchacha? ¿Zared es una muchacha?
Recordó cuando Zared aplastó la cabeza de la rata con el puño, y Zared en la habitación de Liana en medio de la noche. Miró con asombro a Jeanne, pero recordó la oportunidad en que ella misma se había enojado porque Zared durmió con tres mujeres. ¡Cómo se reían Severn y Rogan al ver la cólera de Liana!
— No — dio Liana, casi entre dientes— . Nadie se molestó en explicarme que Zared es en realidad una muchacha.
— Tenía sólo cinco años durante mi permanencia allí, y creo que los hermanos se sentían avergonzados porque el padre había tenido una hija. Atribuían la culpa a su cuarta esposa, una mujer gimiente y cobarde, pero rica. Traté de proteger a Zared, un error; es tan belicosa como sus hermanos.
— Y yo soy una tonta todavía más grande, pues nunca lo sospeché — dijo Liana. Y pensó: Y ellos jamás se molestaron en explicarme el asunto, me habían excluido de sus vi-das. Ella nunca fue una Peregrine y ahora no deseaban que retornase.
Miró a Jeanne.
— ¿No hubo respuesta de los Peregrine desde que recibieron mis... mis cabellos?
Jeanne frunció el entrecejo.
— Han visto a Rogan y Severn cazando... y bebiendo juntos.
— Seguramente queréis decir celebrando. Pensé que... — No atinaba a decir lo que pensaba. Creía que habían llegado a necesitarla, ya que no a amarla. Estaba convencida que Severn la encerró con Rogan en aquel cuarto porque extrañaba las cosas que ella aportara a todo el castillo.
Jeanne tomó su mano y la apretó.
— Son Peregrine, no se parecen a nadie, se interesan sólo por su propia gente. Para ellos, las mujeres son un medio de conseguir dinero y nada más. No quiero ser cruel, pero es necesario que sepáis esto: los Peregrine ahora tienen vuestro dinero; por lo tanto, ¿para qué os necesitan? Oí decir que os empeñasteis en limpiar el castillo y ofrecerles mejor comida, pero estos hombres no aprecian este tipo de cosas. Las lluvias de la semana pasada llenaron a medias el foso y me dicen que ya hay flotando tres caballos muertos.
Liana sabía que lo que Jeanne le relataba era cierto. ¿Cómo podía haber creído que significaba algo para Rogan? Ahora, ya no tendría que soportar las intromisiones de Liana en su vida.
— ¿Y las mujeres? — murmuró Liana.
— Ya regresaron — contestó Jeanne.
Liana respiró hondo.
— Entonces, ¿qué haréis conmigo? Mi esposo no me quiere. Tampoco creo que mi madrastra desee mi retorno. Me temo que vuestro esposo tendrá que afrontar la situación.
Oliver todavía no ha decidido qué hará.
— Rogan y Severn deben de estar riendo de buena gana. Se desembarazaron de mí, conservan mi dote, y cargaron sobre las espaldas de su enemigo a una arpía fría entrometida.
Jeanne pensó que ésa era más o menos la situación pero no dijo nada. Compartía el sufrimiento de Liana, por que sabía cómo se sentía. Las primeras semanas, mucho años atrás, después que Oliver Howard apresó a Jeanne ella había sufrido mucho. No amaba a su joven marido ni simpatizaba con sus prepotentes hermanos, pero le dolía que hubiese muertes a causa de ella. Durante un tiempo pareció que Rogan también perecería abatido por las flechas de Oliver, y cuando al fin sanó, fue para descubrir que sus hermanos habían muerto.
Y en toda esta situación, Jeanne, marcada por el sufrimiento, había estado Oliver. El nunca se había propuesto amar a la joven esposa de su enemigo; pero la suya no había tenido hijos y fallecido un año antes, de modo que se sentía solo, lo mismo que Jeanne, y así se sintieron atraídos el uno hacia el otro. Al principio ella se había mostrado desafiante, para honrar a un marido que le había dicho muy pocas cosas amables y nunca le había demostrado afecto, excepto quizá durante el acto sexual. Pero en muy poco tiempo la serena bondad de Oliver la suavizó. Mientras más allá de las murallas se libraba la guerra y los hombres morían, en las habitaciones del castillo Jeanne yacía en brazos de Oliver.
Cuando éste supo que le daría un hijo, concibió celos furiosos. Su odio a los Peregrine se acentuó porque la mujer a quien él amaba, la madre de su hijo, era la esposa de otro. Jeanne le rogó que le permitiese ir a ver a Rogan para pedirle la anulación del matrimonio; pero Oliver se encolerizó ante la idea misma. Lo aterrorizaba la posibilidad que Jeanne regresara con los Peregrine — o incluso que, al ver a Jeanne y enterarse de la situación, Ro-gan la asesinara.
Pero desafiando a Oliver y arriesgando su vida, ella fue al encuentro de su esposo. Había sido muy difícil salir del castillo, que estaba asediado. En una noche oscura y sin luna, sus damas la ayudaron a descender la muralla y un hombre a quien se había pagado bien la llevó en bote a través del foso interior, después ella corrió, agazapada, hacia el foso exterior, donde otro bote la esperaba. Le había costado mucho oro sobornar a los guardias de los parapetos para que no diesen la alarma, pero lo consiguió.
Con una capa de áspera tela sobre el vestido, atravesó fácilmente el campamento de Rogan sin que nadie la identificase, Si antes no estaba segura, al comprobar que la gente que había convivido meses enteros no la reconocía cobró más confianza en sí misma. Pasó junto a Severn y Zared y ni siquiera la miraron. Cuando se encontró con Rogan, él no se alegró de verla nuevamente y tampoco porque al fin podía levantar el sitio. Jeanne le pidió que saliesen al bosque, él aceptó y sin perder un segundo ella le explicó que había llegado a amar a Oliver y que le daría un hijo.
Durante un momento Jeanne temió que él la matara. En cambio, la aferró del brazo diciéndole que ella era una Peregrine y que debía continuar con él; que jamás la entregaría a un Howard. Hasta cierto punto, ella había olvidado cómo eran los Peregrine y ante la perspectiva de no ver nunca más a Oliver y tener que pasar el resto de su vida en el inmundo castillo de Moray, Jeanne comenzó a llorar. No recordaba lo que le respondió, pero creía haber afirmado que se mataría si tenía que vivir con Rogan.
En todo caso, él la apartó empujándola contra un árbol.
— Vete — le dijo— . Sal de mi vista.
Jeanne, entonces, echó a correr y no se detuvo hasta estar a salvo en el interior de la choza de un campesino. Ese día los Peregrine levantaron el sitio y un mes más tarde Jeanne supo que Rogan había peticionado al rey, solicitando la anulación del matrimonio.
Ella pudo evitar que Oliver se enterase de su visita a Rogan y así se ahorró muchas acusaciones provocadas por los celos. Pero durante los años que siguieron, alrededor de ellos flotaba el recuerdo de que Jeanne había sido otrora la esposa de un Peregrine. Durante mucho tiempo Oliver miraba con desconfianza a su hijo mayor y cierta vez Jeanne lo sorprendió inspeccionando los cabellos del niño.
— No tiene hebras rojas — le aclaró Jeanne y se apartó de él. Desde la niñez a Oliver le habían enseñado odio hacia los Peregrine, pero ahora los detestaba más. Le parecía que los Peregrine tenían la primera opción de todo lo que él poseía: su castillo y su esposa.
De manera que ahora, muchos años más tarde, Oliver trató de golpear a los Peregrine apoderándose nuevamente de una de las esposas de esa familia, pero esta vez Rogan no estaba dispuesto a luchar. No quería arriesgarse a perder otro hermano por una mujer a la cual desde el principio no había amado.
Jeanne miró a Liana.
— No sé qué sucederá ahora — dijo sinceramente.
— Tampoco yo — fue la sombría respuesta de Liana.
18
Liana dio la última puntada al dragón bordado en la tela sujeta por el bastidor y cortó el hilo. Había terminado la funda de la almohada en pocas semanas; trataba de mantener ocupadas las manos porque de ese modo pensaba menos.
Durante cinco largas semanas había sido la prisionera de los Howard. Después que se recuperó en la medida necesaria para caminar, le habían asignado una habitación de huéspedes, un lugar agradable y soleado, así como todos los elementos de costura que necesitaba. Jeanne le facilitó dos vestidos.
Fuera de ella, Liana no veía a nadie, salvo los criados que venían a limpiar y a estos se les prohibía hablarle. Los primeros días se había paseado por la habitación hasta que se le fatigaron las piernas; pero después comenzó a toser y usó la complicada labor para apartar su mente de las noticias que Jeanne le traía todas las noches.
Los Howard vigilaban de cerca a los Peregrine e informaban a Oliver. Veían a Rogan todos los días: se entrenaba con sus hombres, cabalgaba con su hermano y perseguía como un sátiro a las jóvenes campesinas.
Oliver repitió sus amenazas a Rogan y dejó trascender que Liana estaba enamorada de su hermano. La respuesta de Rogan había sido preguntar si lo invitarían a la boda.
Liana clavó la aguja en la tela y se pinchó el pulgar. Los ojos se lo llenaron de lágrimas y pensó: es una sucia bestia. Diariamente repasaba en su memoria las muchas cosas terribles que Rogan le había hecho. Si alguna vez conseguía escapar de los Howard, no deseaba volver a ver jamás a un Peregrine. Abrigaba la esperanza de que todos, incluso Zared, la muchacha disfrazada de varón, se hundiesen en su propia suciedad y se ahogaran.
Al principio de la sexta semana, Jeanne vino a verla con una expresión preocupada en la cara.
— ¿Qué sucede — preguntó Liana.
— No lo sé. Oliver está enojado, más enojado que nunca. Quiere obligar a combatir a Rogan. — Jeanne se sentó con expresión de desaliento.— No pude descubrir nada, pero quizás Oliver envió un desafío personal a Rogan... una suerte de juicio de Dios.
— Eso resolvería definitivamente la disputa, el vencedor sería el dueño de este castillo.
Jeanne ocultó la cara entre las manos.
— Podéis permitiros decir eso, Rogan es varios años más joven que Oliver, más corpulento y fuerte. Vuestro esposo vencerá y el mío morirá.
Durante las últimas semanas Jeanne había llegado a conocer muy bien a Liana, casi hasta el extremo de que podían considerarse amigas. Liana apoyó una mano en el hombro de su interlocutora.
— Sé lo que sentís, antes yo creí amar a mi marido.
A la derecha se oyó un ruido.
— ¿Qué fue eso? — preguntó Jeanne irguiendo la cabeza.
— El hombre que limpia el retrete.
— No sabía que hubiese alguien aquí, yo también suelo olvidarlo. Vienen y van tan discretamente — dijo Liana— . En mi casa... quiero decir, en el castillo de mi esposo, los criados eran incapaces y perezosos y no tenían idea del modo de limpiar.
De nuevo el ruido. Liana se acercó a la puerta del retrete.
— Fuera de aquí — ordenó al anciano encorvado que los últimos tres días se encargaba de limpiar torpemente la habitación.
— Pero no he terminado, mi señora — gimió el hombre.
— ¡Fuera! — repitió Liana, permaneciendo de pie mientras el viejo se alejaba cojeando y arrastrando una de las piernas.
Cuando estuvieron solas, se volvió hacia Jeanne.
— ¿Qué respondió Rogan al desafío?
— No creo que lo haya enviado, Oliver no puede creer que logrará derrotar a Rogan. Oh, Liana, esto tiene que terminar.
— Entonces, dejadme en libertad — le solicitó Liana— . Ayudadme a huir y una vez que yo desaparezca, la cólera de Oliver se calmará.
— ¿Volveréis a Rogan?
Liana desvió la mirada.
— No lo sé. Tengo algunas propiedades personales. Quizás iré allí, donde seguramente podré encontrar un lugar al que pertenezca, un lugar en el cual yo no sea una carga.
Jeanne se puso de pie.
— Ante todo, debo fidelidad a mi marido, no puedo colaborar con vuestra huida. Ya mismo, no lo complace que os vea todos los días. No — dijo con voz firme— , si lo traicionase se sentiría humillado.
Liana pensó: La traición. La historia de los Howard y los Peregrine abundaba en deslealtades.
Jeanne salió bruscamente de la habitación, como si temiese la posibilidad de cambiar de idea bajo la influencia de Liana.
Al día siguiente, Liana estaba nerviosa y se sobresaltaba con cada ruido. Se abrió la puerta, ella miró hacia allí con la esperanza de ver a Jeanne y enterarse de las novedades; pero era únicamente el anciano encargado de la limpieza. Decepcionada, volvió los ojos hacia el nuevo lienzo extendido sobre el bastidor.
— Llevaos la bandeja de la comida y salid de aquí — dijo contrariada.
— ¿Y adónde iré? — preguntó una voz tan conocida por Liana que un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Con un movimiento muy lento levantó la mirada. De pie delante de la pesada puerta estaba Rogan, un parche sobre un ojo, una joroba y una pierna vendada de tal modo que parecía que estaba deformada.
Le sonreía de manera tal que Liana comprendió que él esperaba verla saltando de alegría.
En cambio, Liana se apoderó de una copa depositada sobre la bandeja del desayuno y la arrojó a la cabeza de Rogan, quien la esquivó y la copa golpeó contra la puerta.
— ¡Bastardo! — dijo Liana— . Sátiro incorregible, asesino mentiroso y tramposo. No quiero volver a verte. — Una por una le fue arrojando las cosas que estaban sobre la bandeja y continuó con todo lo que pudo encontrar en la habitación.— Me dejaste aquí, que me pudriese. Me cortaron los cabellos, pero no te importó. No deseabas verme, nunca me quisiste, ni siquiera me dijiste que Zared era una muchacha. Contestaste a Oliver Howard que por lo que yo te importaba, podía hacer lo que quisiera conmigo, te reías y festejabas mientras yo estaba prisionera, fuiste a cazar con Severn mientras yo vivía encerrada en este cuarto. Tú...
— Era Baudoín — le respondió Rogan.
Agotados los utensilios empleados como proyectiles, Liana comenzó a arrancar las mantas de la cama y a usarlas del mismo modo, las que volando por el aire, fueron aterri-zando a los pies de Rogan. Ahora, alrededor de él había una gran pila de adornos, almohadas y platos.
— Mereces todo lo que los Howard te hacen — aulló Liana— . Tu familia está podrida hasta la médula, casi morí de fiebre mientras tú la pasabas bien. Estoy segura de que no te importa, pero me ataron a un árbol toda la noche bajo la lluvia. Podría haber perdido a nuestro hijo, como si eso te preocupase. Tú nunca...
— Baudoin era el que salía a cazar, yo estaba aquí — dijo Rogan.
— Muy típico de un Peregrine: echar la culpa a otro. El pobre e inocente padre de familia. El se preocuparía si alguien cortase los cabellos de su esposa. El... — Hizo una pausa. En la habitación no había nada más que arrojar a Rogan.— ¿Aquí? ¿Estabas aquí?
Su voz expresaba sospecha.
— Estuve aquí, buscándote durante casi tres semanas pero el cuarto que ocupabas era un secreto bien guardado.
Liana no estaba segura de creerle.
— ¿Cómo pudiste estar aquí sin que nadie lo supiera? Los Howard te conocen.
— No tanto como creen, sus espías han visto a Baudoin cazando y persiguiendo a las muchachas; no era yo. Yo estaba aquí, disfrazado, limpiando habitaciones, encalando paredes, barriendo pisos... y mientras tanto escuchaba.
Liana comenzó a prestarle más atención, quizá las noticias que le habían llegado acerca de su conducta eran falsas.
— ¿Tú limpiaste algo? — preguntó— . ¿Debo creer eso? No sabrías qué extremo de la escoba tienes que usar.
— Si ahora tuviese una, sabría qué extremo usar en tu trasero.
Era cierto, Oh, Dios santo, era cierto. En efecto, había estado buscándola. Las rodillas de Liana se aflojaron y se desplomó sobre el colchón de plumas, hundió la cara entre las manos y comenzó a llorar como si se le destrozara el corazón.
Rogan no se atrevió a tocarla, permaneció de pie en el mismo sitio, en el centro del desorden, mirándola fijamente. No había creído posible volver a verla nunca más.
El día que la habían capturado, cuando él cayó en un lecho de ortigas y la piel le quemaba, imaginó que su esposa le tendría preparada una bañera de agua caliente, que aliviaría su dolor. Pero al ascender la escalera descubrió un solar poblado por mujeres que lloraban. No pudo sacar nada en limpio de las criadas de Liana, pero Gaby, entre sollozos, le informó que los Howard habían capturado a Liana. Oliver Howard había enviado un mensaje en que decía que a cambio de la devolución de Liana quería la entrega del castillo de Moray.
Sin decir palabra, Rogan se dirigió al dormitorio, su intención había sido pasar un rato a solas y planear su estrategia, pero de pronto descubrió que Severn y Baudoin lo sujetaban contra el piso. La habitación estaba destruida. Poseído por una cólera tan ciega que aún no recordaba nada, había llevado un hacha a la habitación y se había dedicado a destruir todo: los objetos de madera, de hierro, de tela. La cera de las velas se mezclaba con las sábanas desgarradas. Con una palmatoria de hierro había destrozado las patas de las sillas de roble y el hermoso crucifijo de Liana era un montón de astillas. Por doquier se veían retazos de los vestidos de Liana: seda roja, brocado azul, tisú de oro, tisú de plata. Cuatro tocados yacían despedazados y el relleno brotaba por las rasgaduras.
Severn y Baudoin derribaron la puerta y finalmente consiguieron sujetar a su hermano, evitando que él mismo se hiriese.
Cuando Rogan recobró el sentido estaba tranquilo, muy tranquilo. Tanto que Severn se encolerizó.
— Atacaremos — le dijo Severn— . Ahora disponemos de dinero, podemos contratar mercenarios y por fin expulsaremos a los Howard del hogar de los Peregrine.
Rogan miró a Severn e imaginó a su hermano lavado y depositado en un ataúd, como había visto a Basil y a James cuando habían luchado para recuperar a su primera esposa. Rogan sabía que no debía adoptar actitudes temerarias, que tenía que pensar con claridad y con calma. No podía atacar un lugar tan importante como las tierras de los Peregrine sin un considerable trabajo de planeamiento.
Durante días trabajó mucho y esforzadamente y obligó a sus hombres a ejercitarse hasta el agotamiento en su preparación para la guerra. Por la noche se detenía sólo cuando ya no tenía fuerzas para continuar; y entonces caía en un sueño sereno y profundo.
Y a pesar de todo lo que trabajaba, continuaba extrañándola. Liana era la única persona en su vida que había conseguido hacerle reír. Ni su padre ni sus hermanos mayores habían bromeado jamás mientras vivían y a pesar de haberse casado con esa muchacha por el dinero que podía aportarle, después nada había sido lo mismo. Era la única que se atrevía a criticarlo; otras mujeres le temían demasiado para quejarse del trato que él les dispensaba y no le decían que estaba equivocado. Pensó: esas mujeres carecían de valor, no le incendiaban la cama, no aparecían a cenar cubiertas de monedas, no se atrevían a preguntarle acerca de su primera esposa.
Estaba vigilando el embarque de algunas máquinas de guerra en las carretas, cuando un caballero Peregrine llegó con un paquete enviado por los Howard. El cofrecito de roble había sido arrojado por encima del muro con un mensaje destinado a Rogan.
Rompió la cerradura con un pico de hierro, retiró el bulto envuelto en lienzo y encontró adentro los cabellos de Liana pero consiguió conservar la calma. Con esos cabellos de seda en la mano comenzó a caminar hacia la torre.
Severn lo alcanzó.
— ¿Adónde vas? — preguntó.
— Este es un asunto entre Oliver Howard y yo — dijo serenamente Rogan— . Voy a matarlo.
Severn obligó a su hermano a volverse.
— ¿Crees que Howard aceptará un combate personal contigo? ¿Que afrontará una lucha limpia? Es un hombre de edad.
Rogan palpó los cabellos que tenía en la mano.
— El la lastimó y por eso lo mataré.
— Piensa en lo que haces — rogó Severn— . Será suficiente que te acerques a la entrada de su castillo y él ordenará que te atraviesen con flechas. Después, ¿qué será de tu esposa? Vamos, ayúdanos a preparar la guerra, atacaremos como corresponde a los Howard.
— ¡Como corresponde! — exclamó Rogan, medio en burla— . ¿Como hicimos anteriormente? Entonces había cinco hermanos Peregrine, y aun así los Howard nos derro-taron. ¿Cómo es posible que, pobres como somos, alimentemos la esperanza de luchar contra los Howard? Llevaremos nuestra minúscula fuerza, los sitiaremos y Howard se reirá de nosotros desde lo alto de sus murallas.
— ¿Y sin embargo crees que tú, un solo hombre, puede hacer lo que no está al alcance de toda nuestra fuerza?
Rogan no tenía respuesta para eso. Fue a su cuarto de meditación, cerró la puerta y estuvo allí veinticuatro horas. Finalmente, supo lo que tenía que hacer. El día que él y Liana habían ido a la feria, vio con cuánta facilidad los campesinos entraban y salían del castillo de Moray. Por supuesto, siempre los vio, con sus canastos de gallinas, sus carretillas de tres ruedas cargadas de toscas mercancías, muchos con sus herramientas al hombro para realizar trabajos de reparación; pero nunca les prestó atención. Sólo cuando el propio Rogan vistió el atuendo campesino comprendió con qué libertad entraba esa gente y cómo se introducía en el castillo sin que nadie les hiciera preguntas. Pero si un hombre con armadura y a caballo se acercaba a menos de veinte kilómetros del castillo de Moray, tenía que enfrentar a sus caballeros armados.
Rogan convocó a sus dos hermanos al cuarto de meditación y por primera vez incluyó a Baudoin como miembro de la familia. Se dijo que eso era lo que haría Liana pues ella le había aportado el más precioso de los dones: otro hermano. Rogan les explicó que planeaba vestirse de campesino y entrar solo en la fortaleza de los Howard.
El grito de protesta de Severn espantó a las palomas del techo. Aulló, rabió y amenazó, pero no pudo conmover a Rogan.
Baudoin, que había guardado silencio durante la explosión de Severn, finalmente habló.
— Necesitarás un buen disfraz, eres demasiado alto, es muy fácil identificarte. Gaby te preparará uno y ni siquiera lady Liana te podrá descubrir.
Ese día, Rogan, Gaby y Baudoin trabajaron esforzadamente para convertirlo en un viejo tullido, tuerto y jorobado. Severn estaba tan irritado que rehusó colaborar, pero Rogan fue a verlo y le pidió ayuda. Este sabía que los espías de los Howard los observaban, y quería que Severn los indujese a pensar que él aún estaba en el castillo de Moray. Severn y Baudoin debían lograr que los Howard pensaran que este último era Rogan.
Se acercó solo a la fortaleza de los Howard. Cuando se despidieron en el bosque, Severn abrazó a su hermano, un gesto desusado entre los Peregrine, que no se había manifestado antes de que Liana llegase y los ablandase un poco.
— Tráela de regreso — le pidió Severn en voz baja— . Y... no quiero perder más hermanos.
— La encontraré — le dirigió una última mirada:— Cuida de Zared.
Severn asintió y Rogan comenzó a alejarse.
Comprobó que el cuerpo inclinado y la necesidad de arrastrar la pierna le provocaba dolor de espalda; y los hombres de los Howard que le impartían órdenes a menudo subrayaban sus exigencias con puntapiés y empujones. Prestó atención a las caras, abrigando la esperanza de encontrarlos un día en el campo de batalla.
Recorrió el castillo retirando residuos y desechos y haciendo todo lo posible para acercarse y escuchar a la gente. En el castillo se comentaba mucho la traición de los Pe-regrine y sus intentos de robar lo que por derecho pertenecía a los Howard. La gente hablaba de Liana, opinando que no era bastante buena para el hermano menor de Oliver. Cierta vez al oír esto Rogan partió en dos el mango de una escoba, lo cual determinó que un cocinero lo golpease con una pierna de cordero.
Comía lo que podía robar y como los Howard, instalados en las propiedades de la familia Peregrine, eran tan ricos, nunca advertían la falta de los alimentos. Dormía en un rincón de los establos o en las pajareras, con las aves.
Trabajaba, escuchaba y mantenía bien abierto el ojo libre, tratando de identificar a los que podían saber algo. Durante la tercera semana, cuando ya estaba perdiendo las esperanzas, un hombre le asestó un puntapié en el trasero y lo derribó.
— Ven conmigo, viejo — dijo.
Rogan se incorporó, lo siguió y mientras ascendía las escaleras ya estaba planeando la muerte de su ofensor. El hombre le entregó una escoba.
— Entra allí y limpia — le ordenó, retirando el cerrojo de una gruesa puerta revestida de hierro.
En la habitación, Rogan permaneció un momento parpadeando, pues allí estaba Liana, su hermoso rostro inclinado sobre un bastidor, los cabellos cubiertos con un lienzo blanco. El no podía moverse, permanecía de pie y la miraba, Liana volvió los ojos hacia él.
— Bien, adelante — dijo— . Tienes mejores cosas que hacer que mirar a la prisionera de los Howard.
Rogan decidió enseguida decirle quién era, pero entonces se abrió la puerta, él se metió en el retrete, permaneciendo junto a la entrada para escuchar. Emitió un suspiro de alivio cuando oyó una voz femenina, y mientras continuaba en la misma posición, Liana pronunció el nombre de la mujer: Jeanne. ¿Esta era la Jeanne con quién él se había casado muchos años antes?
Salió del retrete y comenzó a caminar por la habitación y ninguna de las dos le prestó la más mínima atención. Miró a Jeanne, pensando que era su primera esposa, pero no estaba seguro. El matrimonio con ella había sido breve y terminado mucho tiempo atrás; además, no le dejó un recuerdo muy vivo como esposa.
Escuchó a las dos mujeres comentar acerca de la indiferencia que él mismo demostraba cómo se dedicaba a beber y a cazar y se despreocupaba absolutamente de su esposa, a quien tenían prisionera. Sonrió cuando mencionaban el embarazo de Liana. Pero su sonrisa se esfumó al advertir que Liana creía en todo lo que Jeanne le decía. ¿Acaso las mujeres carecían de sentimientos de lealtad? ¿Qué había hecho él para merecer la desconfianza de su esposa? Le dio techo, la alimentó — además de darle un hijo— e incluso había renunciado a sus mujeres por ella. Y ahora estaba allí, para salvarla de los Howard.
Se sintió tan disgustado por la conducta desleal de Liana que si bien realizó arreglos y sobornó a guardias y vasallos con dinero que era necesario para otras cosas y fue a su habitación todos los días, decidió que era mejor abstenerse de revelarle su identidad.
Ahora estaba allí, después de todo lo que había afrontado para descubrirla y Liana ni siquiera se mostraba agradecida.
— ¿Qué estabas haciendo fuera del castillo? — preguntó Rogan, frunciendo el entrecejo— . Te ordené que no salieras.
El lienzo sobre la cabeza de Liana era muy fino casi transparente, y Rogan vio qué poco quedaba de los cabellos de su esposa. Pensó: si llego a poner mis manos sobre Oliver Howard, la muerte de ese hombre será prolongada y dolorosa.
— Fui a buscar hierbas para calmar tu ardor, Gaby me había dicho que caíste en un lecho de ortigas.
Ahora, Liana sollozaba audiblemente.
— ¡Ortigas! — le reprochó Rogan por lo bajo— . ¿Provocaste todo esto porque fuiste a buscar hierbas para calmar el efecto de las ortigas?
Liana comenzaba a comprender que, en efecto, él había venido a buscarla, y que era falso todo lo que ella escuchó acerca de su indiferencia. Saltó de la cama en un revuelo de sedas, le echó los brazos al cuello y le dio un ardiente beso.
El la sostuvo con tanta fuerza que casi le quebró las costillas.
— Liana — murmuró, la boca pegada al cuello de su mujer.
Liana le acarició los cabellos y de nuevo los ojos se le llenaron de lágrimas.
— No me olvidaste — murmuró.
— Nunca — dijo Rogan, y entonces su voz cambió.— No puedo permanecer aquí más tiempo. Esta noche no hay luna, vendré a buscarte y nos iremos,
— ¿Cómo?
Ella se apartó un poco para mirarlo. Parecía haber olvidado cuán espléndidamente hermoso era Rogan, incluso desfigurado por varias semanas de descuido y suciedad su cara era...
— ¿Estás escuchándome?
— Con toda mi atención — contestó ella, apretándose más contra su cuerpo.
— Compórtate y escúchame. No confíes en Jeanne Howard.
— Pero ella me ayudó, puede decirse que me salvó la vida. Yo ardía de fiebre y...
— Júralo — dijo fieramente Rogan— Jura que no confiarás en ella, no le digas que estuve aquí. traicionó una vez a mi familia y si volviera a hacerlo yo no sobreviviría. No podría combatir solo a los Howard. Júralo.
— Sí — Murmuró Liana— . Lo juro.
El apoyó las manos sobre los hombros de Liana y le dirigió una última y larga mirada.
— Debo marcharme ahora, pero esta noche vendré a buscarte. Espérame, y por una vez trata de serme fiel. — Sonrió apenas.— Y limpia esta habitación. Aprendí a gustar de la limpieza.
La besó otra vez, con mucha fuerza y desapareció
Liana estuvo largo rato apoyada contra la puerta. Había venido a buscarla, no se pasaba bebiendo y cazando mientras ella se encontraba prisionera. En cambio, había arriesgado su vida al entrar solo en el dominio de los Howard. Tampoco demostró que no la necesitaba.
Con expresión soñadora, comenzó a recoger todas las cosas que le había arrojado. No deseaba que Jeanne viera el desorden y formulase preguntas.
Esta noche, pensó. Esta noche vendría a buscarla. Y cuando comenzó a recapacitar con menos romanticismo sobre este encuentro, cuando reflexionó de un modo más realista, tuvo miedo. ¿Qué sucedería si lo atrapaban? Oliver Howard mataría a Rogan. Se sentó en la cama, las manos fuertemente unidas y el temor que comenzó a dominarla le endureció el cuerpo.
Al ponerse el sol, el miedo la dominó tan completamente que hasta sintió como si estuviera mirándose ella misma desde lejos. Se puso de pie con movimientos lentos, se quitó el vestido de seda que Jeanne le había prestado remplazándolo con la ropa campesina que usaba el día que la habían apresado y volvió a ponerse el vestido sobre el atuendo campesino y se sentó a esperar.
Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos mientras se encontraba allí, sentada, inmóvil, los ojos clavados en la puerta cerrada. Percibió el silencio que comenzaba a caer sobre el castillo a medida que los trabajadores se acostaban. Un criado trajo su cena sobre una bandeja y encendió una vela, pero Liana no tocó el alimento. En cambio, esperó que la noche trajese a Rogan.
Alrededor de la medianoche, la puerta se abrió muy lentamente y Liana se puso de pie, los ojos agrandados por el temor.
Jeanne entró en la habitación, fijando su mirada en la cama y sobresaltada, vio a Liana.
— Creí que estabais durmiendo.
— ¿Qué sucede? — preguntó Liana.
— No lo sé. Oliver está muy enojado y se dedicó a beber. Oí decir... — Miró a Liana. No quería repetir lo que había escuchado. En todos los asuntos excepto uno, su esposo era un hombre razonable; pero cuando se trataba de los Peregrine perdía todo el sentido de la proporción, de la honestidad y la sensibilidad y hoy, Jeanne había oído decir a Oliver que se proponía matar a Liana y entregar el cadáver a Rogan.— Debéis venir conmigo — dijo Jeanne— . Es necesario que os oculte...
— No puedo — le respondió Liana— . Tengo que esperar aquí que...
— ¿Esperar qué? — preguntó Jeanne— . ¿Qué? ¿A quién esperáis?
— A nadie — se apresuró a decir Liana— . Ninguna persona sabe que estoy aquí, ¿verdad? ¿Cómo podría esperar a alguien? Estaba sentada aquí, y eso es todo. — Cerró la boca, no podía decir a Jeanne que Rogan vendría a buscarla. Quizás ésta informaría a Oliver. Pero si salía de allí, ¿cómo la encontraría Rogan? — Esta habitación es tan agradable — dijo Liana— . Prefiero permanecer aquí y no ir a otro lugar. Creo que no podría soportar un cuarto helado.
— No es momento ahora de pensar en lujos, estoy preocupada por vuestra vida y si queréis que vos y vuestro hijo sobrevivan, venid conmigo.
Liana comprendió que no tenía alternativa y con el corazón oprimido siguió a Jeanne; ambas descendieron la escalera iluminada por antorchas. Salió con ella de la torre, cruzó el patio interior sumido en la oscuridad y al fin descendió los peldaños de piedra que llevaban al sótano de una de las torres. Allí vio enormes sacos de granos, en algunos lugares apilados casi hasta el techo. Era un lugar húmedo, oscuro, que olía a moho; la única ventana era una al tronera sobre su cabeza.
— No pretenderéis que permanezca aquí — murmuró Liana.
— Es el único lugar adonde nadie vendrá. El grano no será necesario hasta la primavera, de modo que ninguno entrará. Puse allí algunas mantas de lana y hay un orinal en el rincón.
— ¿Quién lo vaciará? — preguntó Liana— . El anciano que viene a mi cuarto parece bastante estúpido, de modo que podríamos llamarlo.
— No en esta situación. Vendré mañana por la noche porque confío únicamente en mí misma. — Temía que cuando Oliver descubriera la desaparición de Liana, ofreciese una recompensa por ella y en ese caso, uno cualquiera podría entregarla.— Lo siento, es un lugar horrible, pero es el único seguro; tratad de dormir, vendré mañana.
Cuando Jeanne salió y echó el cerrojo a la puerta, el sonido arrancó ecos en la redonda habitación de piedra, con su techo abovedado. La oscuridad era absoluta y el lugar estaba tan frío como sólo puede estarlo la piedra que nunca fue calentada. Liana avanzó a tientas, tropezando con los sacos de grano, para encontrar las mantas dejadas por Jeanne. Cuando las halló, trató de hacer una cama sobre los sacos, de superficie irregular, pero no había modo de formar un lecho cómodo.
Finalmente, acostada sobre los sacos duros y polvorientos y con dos pequeñas mantas cubriéndole el cuerpo, se echó a llorar. Afuera, su amado Rogan arriesgaba la vida para encontrarla. Rogó que él no hiciera nada temerario cuando descubriese que había desaparecido, pero incluso si él guardaba silencio, nunca la encontraría en ese sótano, pues ni los guardias ni los criados sabían dónde estaba ahora. Sólo Jeanne Howard conocía el escondite de Liana.
Jeanne no vino al día siguiente y Liana no tenía alimento ni agua, tampoco luz ni calor. Y cuando el día se convirtió en noche, perdió toda esperanza. Rogan había tenido razón en su actitud frente a Jeanne: no era posible confiar en ella. Liana comenzó a recordar que fue Jeanne quien le hablara de la despreocupación de Rogan al enterarse de que la habían apresado; Jeanne la había inducido a creer en la traición de Rogan.
Ella llegó la noche del segundo día, en silencio abrió la puerta y entró en el sótano frío y oscuro.
— Liana — llamó.
La joven estaba demasiado cansada y al mismo tiempo demasiado irritada para contestar.
Tropezando con los sacos de granos Jeanne comenzó a avanzar a tientas por el lugar, lanzando una exclamación cuando tocó a Liana.
— Os traje comida y agua, y otra manta.
Se levantó la falda y comenzó a desatar bultos. Acercó una calabaza de agua a los labios de Liana que ésta bebió ansiosamente; después le entregó carne fría, pan y queso.
— No pude venir ayer, Oliver sospecha que yo he tenido algo que ver con vuestra fuga y ha puesto a todo el mundo a espiar a todos. Tengo miedo de mis propias damas. Atiné a alegar enfermedad y ordenar que me trajesen la comida a mi habitación, para traeros algo de comer.
— ¿Debo creer que habéis renunciado a vuestra cena por mi? — le preguntó, la boca llena.
Estaba oscuro y Liana no podía ver la cara de Jeanne, pero hubo una pausa antes de que ésta hablase.
— Ha sucedido algo — dijo Jeanne— . ¿Qué es?
— No tengo idea de lo que queréis decir. Estuve aquí, sola, en este lugar helado. Nadie entró o salió durante dos días.
— Y eso sin duda salvó vuestra vida — dijo ásperamente Jeanne. — Sois la esposa del enemigo de mi marido y he corrido muchos riesgos para defender vuestra salud y vuestra seguridad.
— ¿Qué riesgo? ¿Vuestras mentiras? — Liana deseó no haber hablado.
— ¿Qué mentiras? Liana, ¿qué ha sucedido? ¿Qué habéis oído? ¿Y cómo oísteis algo?
— Nada — respondió Liana— Estuve encerrada y aislada de todo el mundo, no pude haber oído nada.
Jeanne se apartó de Liana, sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la oscuridad, podía ver, las sombras de los sacos de grano y el perfil más oscuro de Liana. Jeanne respiró hondo y miró a Liana.
— He decidido deciros la verdad, toda la verdad. Mi marido se propone mataros, es lo que oí y por tal razón os retiré del cuarto de la torre, porque ahora no os cree útil. Nunca tuvo el propósito de apresaros; sencillamente, os habéis cruzado en su camino, y él actuó obedeciendo a un impulso. Abrigaba la esperanza de obligar a Rogan a entregarle el castillo de Moray. Lo que él desea realmente es apoderarse de todo lo que poseen los Peregrine.
En su voz había un acento de amargura. Jeanne continuó hablando.
— No sé qué hacer con vos. No puedo confiar en nadie y Oliver ha amenazado de muerte a quien sea sorprendido prestando ayuda a la prisionera. Sabe que aún estáis en el castillo, porque después de vuestra captura ordenó a los guardias observar la cara de todos los campesinos que entran o salen de aquí. Incluso ahora, sus hombres están explorando el bosque que se extiende fuera de las murallas.
Jeanne hizo una pausa.
— ¡Maldito sea Rogan! ¿Por qué no intentó obtener vuestro regreso? Jamás pensé que permitiría que un miembro de su familia se pudriese aquí.
— ¡No lo permite! — dijo Liana, y después se mordió la lengua.
— Sí, vos sabéis algo — Jeanne aferró por los hombros a Liana— . Ayudadme a salvar vuestra vida, es sólo cuestión de tiempo hasta que los hombres de Oliver revisen este sótano y no podré salvaros si os descubren.
Liana rehusó hablar porque Rogan le había ordenado jurar que no confiaría en Jeanne y ella estaba dispuesta a cumplir su palabra.
— Está bien — dijo Jeanne con expresión fatigada— , como gustéis. Haré todo lo posible para que salgáis cuanto antes de aquí. ¿Sabéis nadar?
— No — contestó Liana.
Jeanne suspiró.
— Haré lo que pueda — murmuró y salió por la puerta.
Liana pasó una noche inquieta sobre los sacos de grano. No podía decir a Jeanne que Rogan estaba en el castillo, y que él la ayudaría a fugar porque le revelaría el disfraz de Rogan y ella podría informar a Oliver.
Por otra parte, ¿y si Jeanne estaba diciendo la verdad? Sí, era sólo cuestión de tiempo antes de que la descubriesen. Y si la apresaban, ¿Rogan asistiría indiferente, protegido por su disfraz de mendigo, y miraría en silencio mientras la mataban? No, Rogan no guardaría silencio y Oliver Howard lo apresaría también a él.
Por la mañana, Liana oyó ruidos que venían de la tronera, abierta en la pared a gran altura. Necesitó bastante tiempo, pero consiguió mover los sacos de cincuenta kilogramos hasta que formó una pirámide sobre la cual trepó y una vez arriba pudo ver por el extremo inferior de la larga tronera.
El castillo entero hervía de actividad, los hombres y las mujeres corrían y gritaban, se abrían de par en par las puertas, los caballos salían de los establos, se descargaban los carros repletos de mercaderías. Liana comprendió que estaban buscándola.
Cuando se puso en puntas de pie para ver mejor, al fondo del patio vio a un mendigo viejo y tullido, una joroba en la espalda, arrastrando una pierna al caminar.
— Rogan — murmuró Liana y clavó una intensa mirada en el hombre, exhortándolo a acercarse. Como si él hubiera recibido un mensaje, se aproximó con paso lento.
Cuando él comenzó a caminar, el corazón de Liana latió aceleradamente. La ventana no sobrepasaba en mucho el nivel del suelo exterior y si él se aproximaba lo suficiente ella podría llamarlo. Cuando la distancia se acortó, Liana contuvo la respiración. Abrió la boca para llamarlo.
— ¡Eh! ¡Tú! — gritó a Rogan en ese instante un caballero de los Howard— . Tienes dos buenos brazos, saca de aquí este carro.
Las lágrimas fluyeron a los ojos de Liana al ver a Rogan subir torpemente al carro y alejarse con el vehículo. Se sentó sobre los sacos de grano y comenzó a llorar, lo que Jeanne le había dicho era cierto. Oliver Howard estaba removiendo cielo y tierra en su búsqueda; y si no era hoy, al día siguiente la descubriría,
Un voz interior le dijo que tenía que confiar en Jeanne, que su única posibilidad de sobrevivir era decirle que Rogan estaba cerca y que tenía un plan de fuga. Si no confiaba en ella, seguramente moriría pero si lo hacia, existía una posibilidad de que tanto Liana como Rogan viviesen.
Cuando Jeanne llegó esa noche, Liana afrontaba el sufrimiento de la Indecisión.
— Lo he arreglado todo — dijo Jeanne— . Es lo máximo que pude hacer, pero ignoro si será eficaz. No me he atrevido a confiar en ninguno de los hombres de mi esposo y temo que una de mis damas le esté informando constantemente. Ahora, venid conmigo, no hay tiempo que perder.
— Rogan está aquí — dijo Liana.
— ¿Aquí? ¿En este sótano?
La voz de Jeanne trasuntaba intensa temor.
— No, en el castillo. Vino a verme en el cuarto de la torre. Dijo que tenía un plan y se proponía llevarme la noche que vos me trajisteis aquí.
— ¿Dónde está? ¡Deprisa! Hay gente esperando para ayudaros, y necesitamos urgentemente el apoyo de vuestro esposo.
Liana hundió los dedos en el brazo de Jeanne.
— Si nos traicionáis, juro ante Dios que os perseguiré todos los días de vuestra vida.
Jeanne se persignó.
— Si os atrapan, será porque habéis perdido un tiempo valioso amenazándome. ¿Dónde está?
Liana describió el disfraz de Rogan.
— Lo he visto, debe amaros si se arriesgo a venir aquí solo. Esperad, regresaré por vos.
Liana se dejó caer sobre una pila de sacos de grano. Había llegado el momento en que sabría sí había adoptado la decisión justa. Si se equivocó, podía darse por muerta.
19
Jeanne irrumpió enfurecida en el gran salón, seguida por dos damas vestidas de seda. El piso estaba cubierto de jergones de paja y allí dormían los hombres y los perros. Otros jugaban a los dados en un rincón y un soldado acariciaba a una doncella un poco más lejos.
— El desagüe de mi retrete está tapado — anuncié— . Quiero que alguien lo limpie. Ahora.
Los que estaban despiertos prestaron atención al ver a la señora del castillo, pero nadie se ofreció voluntariamente para la desagradable tarea.
— Enviaré a alguien — comenzó a decir un caballero.
Jeanne vio a Rogan, sentado con la espalda apoyada en una pared, ataviado con sus sucias ropas. Sintió los ojos de Rogan clavados en ella.
— Este servirá. Ven conmigo.
Se volvió, con la esperanza de que él la siguiera y en efecto fue lo que hizo Rogan. Jeanne esperó hasta que estuvieron protegidos por la sombra de una pared, ordenó a sus dos damas que se retiraran y se volvió hacía Rogan.
Antes de que él pudiera retroceder, Jeanne extendió la mano y le arrancó el parche del ojo.
— Eres tú — murmuró— . No podía creer que lo que Liana me dijo era cierto. Ni imaginar que a un Peregrine le importase si una mujer vivía o moría.
La mano de Rogan aferró la muñeca de Jeanne, oprimiéndola dolorosamente.
— Perra, ¿dónde está? Si ha sufrido daño, te haré lo que debí hacerte hace años.
— Suéltame, o no volverás a verla.
Rogan no tuvo más remedio que obedecerle
— ¿Qué le hiciste para conseguir que te hablase de mí? Me agradará matarte si...
— Puedes escupirme más tarde tus dulces palabras — lo interrumpió secamente Jeanne— . Ahora está escondida y me propongo sacarla de aquí, pero necesito ayuda. No sabe nadar, de modo que tiene que cruzar en bote los dos fosos y tú remarás. Ahora, acércate a la muralla que está del lado de la torre noreste. Verás que cuelga una cuerda, atraviesa el patio exterior, hacia el noroeste. Encontrarás otra cuerda colgando de este muro y debajo verás detenido un bote. Espérala en él. Yo le ayudaré a llegar allí; después, a ti te tocará cruzar el terreno y llegar al foso exterior.
— ¿Debo creerte? Estoy seguro de que los soldados de Howard estarán esperándome.
— Mis mujeres distraerán a los guardias que cuidan las murallas. Tienes que creerme, no hay otra solución.
— Si vuelves a traicionarme, yo...
— ¡Márchate! — ordenó Jeanne— . Estás perdiendo minutos preciosos.
Rogan se alejó deprisa, pero arrastrando la pierna en caso de que alguien estuviese observándolo. Nunca se había sentido tan desnudo en el curso de su existencia. Su vida y la de Liana estaban en manos de una traidora y mentirosa. Por una parte tenía la certeza de que cuando llegase a la torre noreste encontraría a los hombres esperándolo para asesinarlo. Pero por otro lado sabía que era la única oportunidad. Durante días estuvo buscando a Liana en vano, y no había tenido más suerte que los hombres de Howard.
No había hombres armados esperándolo en la torre. En cambio, en la oscuridad, una cuerda colgaba del extremo superior de la muralla. Rogan se quitó el parche del ojo, retiró el relleno que formaba una joroba en su espalda y se desató la pierna. Tomó un cuchillo que ocultaba bajo la sucia camisa lo puso entre los dientes y comenzó a trepar.
Pensaba encontrar a los hombres aguardándolo al final de la cuerda, pero no había nadie. En silencio, descendió por otra cuerda que colgaba del lado opuesto de la muralla.
Una vez que volvió a pisar suelo firme, corrió agazapado atravesando el espacio intermedio y cuando oyó risas pegó el cuerpo a la piedra oscura de la muralla exterior. Dos guardias pasaron sin ver a Rogan, que estaba a pocos metros más abajo, con la cuerda colgando en las sombras, a la derecha del lugar en que ellos se encontraban.
Tenía que trepar a una muralla más antes de llegar al foso: perdió minutos valiosos buscando la cuerda y empezó a trepar. Arriba, tuvo que detenerse, porque oyó la voz de un hombre seguida por la risita de una mujer. Rogan esperó hasta que se alejaron y ascendió al parapeto ancho y liso. La cuerda siguiente estaba a cierta distancia, sobre la misma muralla, y Rogan descendió deprisa. En las sombras, oculto entre altos juncos, había un minúsculo bote con dos remos. Embarcó en él, se agazapó y esperó. Mantuvo los ojos fijos en el extremo superior del muro, mirando con tanta intensidad que rara vez parpadeó.
Pasó largo rato antes que atisbara las sombras oscuras de las cabezas, cerca del extremo superior de la muralla, en el lugar donde habían asegurado la cuerda. Había comenzado a perder la esperanza; esa perra Howard ciertamente había puesto las cuerdas y preparado el bote, pero, ¿traería a Liana?
Rogan contuvo la respiración sin apartar los ojos de las dos cabezas que parecía que estaban hablando. Pensó: ¡Mujeres! Necesitaban expresarlo todo en palabras. Para ellas la charla era lo esencial. Hablaban cuando un hombre intentaba llevarlas a la cama, lo hacían cuando un hombre le regalaba algo — querían que él explicase por qué les ofrecía el obsequio. Pero lo que era peor, hablaban cuando estaban en el parapeto de una muralla, rodeadas por hombres armados.
Y entonces, todo sucedió en pocos instantes. Una de las mujeres levantó las manos como si quisiera golpear a la otra. Rogan se puso de pie y corrió hacia la muralla. Se oyó un grito femenino, allá arriba, y después el movimiento de los hombres corriendo a lo largo de la muralla. Rogan tenía las manos sobre la cuerda, y se preparaba a trepar, cuando Jeanne le gritó.
— ¡No! — vociferó— . Sálvate, Liana ha muerto. No puedes rescatarla.
Rogan comenzó a trepar por la cuerda y estaba a un metro y medio del suelo cuando cayó y golpeó la tierra. Arriba alguien había cortado la cuerda.
— Vete, estúpido — oyó gritar a Jeanne, y entonces su voz se acalló, como si alguien le hubiese aplicado una mano sobre la boca.
Rogan no perdió tiempo en vacilaciones, pues las flechas comenzaron a caer alrededor. Corrió hacia el bote, pero dos flechas lo habían alcanzado y estaba hundiéndose. Se zambulló en el agua fría del foso y comenzó a nadar; las flechas zumbaban alrededor de su cabeza.
Llegó a la orilla opuesta y echó a correr, agazapado, a lo largo de la orilla norte, exactamente frente a los muros. Los soñolientos guardias al oír la conmoción, comenzaron a despertar y a observar la estrecha faja de tierra entre los fosos interior y exterior. Cuando vieron movimiento, le dispararon sus flechas.
Rogan llegó al foso externo en el instante mismo en que una flecha le rozó la espalda, abriéndole la piel. Saltó y comenzó a nadar hacia el norte alejándose de las murallas, en dirección al lago que alimentaba los dos fosos. Era un nadador vigoroso pero estaba perdiendo sangre. Cuando llegó a la orilla, consiguió salir a tierra con mucho esfuerzo. Permaneció acostado un momento entre los juncos, expulsando el agua de los pulmones y respirando con dificultad, mientras la sangre le cubría la espalda.
Cuando por fin pudo caminar se dirigió al bosque y oyó los cascos de los caballos que montaban los hombres de Howard, a no mucha distancia. El y los soldados de Howard jugaron al gato y al ratón el resto de la noche y la mayor parte del día siguiente, pues Rogan se ocultaba cuando los oía cerca y entonces ellos viraban en redondo y él volvía a esconderse.
Al anochecer saltó sobre un caballero Howard, le cortó el cuello y le quitó el caballo. Los hombres lo persiguieron pero Rogan espoleó su montura hasta que el animal sangró, y así consiguió distanciarse. Al alba, el caballo se detuvo, negándose a continuar y Rogan desmontó y comenzó a caminar.
El sol estaba alto en el cielo cuando vio el perfil del castillo de Moray. Continuó andando y tropezando con las piedras, pues sus músculos ahora se negaban a responder después de semanas de abuso. Uno de los hombres que vigilaban los parapetos lo vio y pocos minutos después Severn cabalgaba furiosamente hacia su hermano, saltó del caballo antes de que éste se detuviese y sostuvo a Rogan en el instante mismo en que se derrumbaba.
Severn tuvo la certeza de que su hermano se moría cuando vio sangre en sus manos; era la que manaba de la espalda de Rogan. Comenzó a llevarlo hacia el caballo.
— No — dijo Rogan, apartándose— . Déjame.
— ¿Dejarte? Por todos los santos, hemos vivido — en un infierno. Oímos decir que Howard te había matado anoche.
— Sí, él me dio muerte — murmuró Rogan y se apartó.
Severn vio las heridas en la espalda de su hermano. Aún estaba ensangrentada y era bastante profunda, pero no era mortal.
— ¿Dónde está ella?
— ¿Liana? — preguntó Rogan— . Ha muerto.
Severn frunció el entrecejo, había comenzado a simpatizar con esa mujer, aunque acarreaba muchos problemas, como todas las mujeres, pero no era cobarde. Pasó el brazo sobre los hombros de Rogan.
— Te encontraremos otra esposa. Esta vez será una mujer hermosa, y si quieres una que te incendie la cama, también la hallaremos. Apenas nosotros...
Severn no estaba preparado para la reacción de Rogan, que se volvió hacia él, descargando un puño sobre su rostro y lo envió al suelo.
— Estúpido bastardo — exclamó Rogan, mirando con odio a su hermano. Nunca entendiste nada. Tú, con tu trotona aristocrática encerrada en su apartamento, siempre la criticaste, convertiste su vida en un infierno. —
— ¿Yo? — Severn se llevó la mano a la nariz ensangrentada y comenzó a incorporarse, pero una mirada a la cara de Rogan lo indujo a permanecer en el mismo lugar.— Yo no fui el hombre que dormía con otras mujeres, yo no...
Se interrumpió, porque la cólera había desaparecido de la cara de Rogan, quien se volvió y comenzó a internarse en el bosque.
Severn se puso de pie y se acercó a su hermano.
— Mi intención no fue insultar la memoria de Liana, me agradaba, pero ahora ha muerto y hay otras mujeres. Por lo menos, ella no te traicionó con Oliver Howard como hizo tu primera esposa. ¿O sí? ¿Por eso estás tan irritado?
Rogan se volvió hacia su hermano y ante el horror y la incredulidad de Severn, había lágrimas que comenzaron a descender por las mejillas de Rogan. Severn no supo qué decir; él ni siquiera había derramado lágrimas ante la muerte de su padre o de sus hermanos.
— La amaba — murmuró Rogan— . Yo la amaba.
Severn estaba demasiado embarazado para contemplarlo, no podía soportar la idea de que su hermano llorase y retrocedió un paso.
— Dejaré el caballo — masculló— . Vuelve cuando estés pronto.
Se alejó deprisa.
Rogan se sentó pesadamente sobre una piedra, la cara hundida en las manos y se echó a llorar. La había amado, había amado sus sonrisas, su alegría, su carácter, el placer que ella extraía de las cosas más menudas. Y había aportado alegría a Rogan después de una vida entera de odio. Le facilitó ropas sin piojos ni pulgas, alimentos sin arena, logrando que esa arrogante Iolanthe saliera de su escondrijo, y aunque ella misma no lo sabía, consiguió que Zared pidiese a Rogan que le comprase algunas ropas de mujer.
Y ahora ya no existía, víctima de la guerra contra los Howard.
Quizá su muerte hubiera debido acentuar el odio de Rogan hacia los Howard, pero no fue así. ¿Qué le importaban los Howard? Deseaba recuperar a Liana, a su dulce y tierna Liana, que le arrojaba cosas cuando estaba enojada y lo besaba cuando se sentía complacida.
— Liana — murmuró y lloró con más intensidad aún.
No oyó pasos sobre la vegetación y su dolor era tan profundo que no se movió cuando la mano suave le acarició la mejilla.
Liana se arrodilló frente a él y le apartó las manos de su cara. Contempló el rostro bañado en lágrimas y lágrimas afluyeron a sus propios ojos.
— Estoy aquí, amor mío — murmuró, y le besó los párpados cálidos, y después las mejillas— . Sana y salva.
Rogan sólo pudo mirarla asombrado. Liana le sonrió.
— ¿No tienes nada que decirme?
El la aferró, la puso sobre sus rodillas y ambos cayeron sobre el suelo del bosque. Las lágrimas de Rogan se convirtieron en risas mientras rodaba y volvía a rodar con ella abrazada, las manos palpando el cuerpo, como para asegurarse de que ella era una presencia real.
Finalmente, se detuvo de espaldas, Liana sobre él y sosteniéndola con tanta fuerza que ella apenas podía respirar.
— ¿Cómo lo lograste? — murmuró Rogan— . Esa perra Howard...
Ella apoyó las yemas de los dedos sobre los labios de Rogan.
— Jeanne — dijo intencionadamente— salvó nuestras vidas. Sabía que una de sus mujeres la traicionaba y unos instantes antes de venir a buscarme oyó algo que la indujo a creer que sabía quién era. Me envió por un lado y fue con su criada traidora por el camino que tú habías seguido. La mujer pensó que Jeanne, envuelta en una capa, era yo misma y trató de apuñalarla. Pero ella ultimó a la desleal sirvienta mientras yo estaba mucho más lejos, cerca de la muralla. Tuvo que decirte que yo había perecido porque sabía que si no procedía así, tú jamás saldrías del castillo.
Acarició la mejilla de Rogan.
— Te vi nadando y si los soldados de Howard no hubiesen concentrado la atención en ti, me habrían visto. Jeanne tenía caballos preparados, de modo que nunca estuve muy lejos de ti; pero viajaste con tal velocidad que no logré alcanzarte.
La capucha de campesina se había soltado mientras retozaban en el suelo, y ahora sus cabellos estaban al descubierto. Descendían suavemente sobre los hombros de Liana y Rogan los acarició.
— ¿Te parecen feos? — murmuró Liana.
El la miró, con amor en los ojos.
— No hay nada feo en ti. Eres la mujer más hermosa del mundo y te amo, Liana. Te amo con todo el corazón y el alma.
Ella le sonrió.
— ¿Me permitirás que me ocupe de los casos presentados al tribunal? ¿Podremos ampliar el castillo de Moray? ¿Cesarás de luchar contra los Howard? ¿Y cómo llamaremos a nuestro hijo?
La cólera comenzó a dominar a Rogan, pero enseguida se echó a reír y la abrazó.
— Los juicios son asuntos de hombres, no ampliaré ese montón de piedras, los Peregrine siempre combatirán a los Howard, y nuestro hijo se llamará John, por mi padre.
— Gilbert, por mi padre.
— ¿Para que crezca siendo un haragán?
— ¿O preferirás que dedique su vida a embarazar a las campesinas y que enseñe a sus hijos a odiar a los Howard?
— Sí — respondió Rogan, abrazándola y elevando los ojos al cielo— . Podemos discrepar en la mayoría de las cosas, pero en una parece que coincidimos. Quítate esas cosas, hembra.
Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró.
— Siempre he sido obediente.
Rogan empezó a hablar, pero ella lo besó y durante varias horas él no dijo una palabra más.
FIN