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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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  • CON RELLENO

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  • SIN RELLENO

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  • ▪ Bungee Shade: H25-V56

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  • ▪ Moirai One: H34-V64

  • ▪ Rampart One: H31-V63

  • ▪ Rubik Burned: H29-V64

  • ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

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  • ▪ Ewert: H27-V62

  • ▪ Londrina Shadow: H41-V67

  • ▪ Londrina Sketch: H41-V67

  • ▪ Miltonian: H31-V67

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  • ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

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    H
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
    ---------------------------------------------------
    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

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    Guardar todas las imágenes
    Fijar "Guardar Imágenes"
    Desactivar "Guardar Imágenes"
    Dar Zoom a la Imagen
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    Colocar imagen en Header
    No colocar imagen en Header
    Mover imagen del Header
    Ocultar Mover imagen del Header
    Ver Imágenes del Header


    Imágenes Guardadas y Personales
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    P
    S1
    S2
    S3
    B1
    B2
    B3
    B4
    B5
    B6
    B7
    B8
    B9
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    B11
    B12
    B13
    B14
    B15
    B16
    B17
    B18
    B19
    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
    Widget 1 Widget 2 Widget 3
    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    LOS BANQUETES DE LOS VIUDOS NEGROS (Isaac Asimov)

    Publicado en marzo 27, 2010
    1984
    índice

    SESENTA MILLONES DE TRILLONES DE COMBINACIONES 3
    POSTFACIO 11
    LA MUJER DEL BAR 13
    POSTFACIO 21
    EL CONDUCTOR 23
    POSTFACIO 31
    EL BUEN SAMARITANO 33
    POSTFACIO 42
    EL AÑO DE LA ACCIÓN 43
    POSTFACIO 51
    ¿PUEDE PROBARLO? 53
    POSTFACIO 61
    EL ADORNO FENICIO 63
    POSTFACIO 71
    UN LUNES DE ABRIL 73
    POSTFACIO 81
    NI BESTIA NI HUMANO 82
    POSTFACIO 91
    LA PELIRROJA 92
    POSTFACIO 101
    LA CASA EQUIVOCADA 102
    POSTFACIO 112
    LA INTRUSIÓN 113
    POSTFACIO 122


    SESENTA MILLONES DE TRILLONES DE COMBINACIONES
    Ya que era Thomas Trumbull el que actuaba como anfitrión para los Viudos Negros ese mes, no llegó en el último minuto, como era su costumbre, jadeando por su trago.
    Allí estaba, después de llegar dignamente temprano, conferenciando con Henry, el incomparable camarero, sobre los detalles del menú de la noche, y saludando a cada uno de los otros a medida que arribaban.
    Mario Gonzalo, que llegó último, se sacó el ligero sobretodo con cuidado, lo sacudió suavemente, como si quisiera sacarle el polvo del taxímetro, y lo colgó en el guardarropa. Regresó frotándose las manos.
    —Hay un otoño helado en el aire —dijo—. Creo que el verano ha terminado.
    —Ya era hora —dijo Emmanuel Rubin desde donde estaba conversando con Geoffrey Avalon y James Drake.
    —No me estoy quejando —respondió Gonzalo. Y a Trumbull—: ¿Ha llegado ya tu invitado?
    —No he traído un invitado —respondió Trumbull con claridad, como si estuviera cansado de explicar.
    —¿Oh? —dijo Gonzalo, sin expresión. No había nada absolutamente irregular en eso. Las reglas de los Viudos Negros no obligaban un invitado, aunque no tenerlo era bastante poco habitual—. Bueno, supongo que está todo bien.
    —Es más que todo bien —dijo Geoffrey Avalon, que se había desplazado en su dirección, mirando desde la altura de setenta y cuatro pulgadas de espalda derecha. Sus espesas cejas grises se fruncieron sobre los ojos y dijo—: al menos eso garantiza un encuentro en el que podemos hablar abiertamente y relajados.
    —No sé nada sobre eso —dijo Gonzalo—. Estoy acostumbrado a los problemas que vienen. No creo que ninguno de nosotros se sienta cómodo sin uno. Además, ¿qué pasa con Henry?
    Miró a Henry mientras hablaba y Henry permitió que una discreta sonrisa cruzara su rostro sesentón y sin arrugas.
    —Por favor, no se preocupe, señor Gonzalo. Será un placer servir la comida y escuchar la conversación aunque no haya nada desconcertante.
    —Bueno —dijo Trumbull, frunciendo el ceño y sacudiendo el cabello esplendorosamente blanco sobre el rostro bronceado—, no tendrás ese placer, Henry. Soy yo el que tiene el problema y espero que alguien lo resuelva, al menos tú, Henry.
    Los labios de Avalon se tensaron.
    —Bueno, por el descarado trasero de Belcebú, Tom, podrías habernos dado un anticuado...
    Trumbull se encogió de hombros y se volvió, entonces Roger Halsted le dijo a Avalon en voz baja:
    —¿Qué es ese trozo de Belcebú? ¿Dónde lo encontraste?
    —Oh, bueno —Avalon parecía complacido—, Manny está escribiendo una especie de historia de aventuras de la Inglaterra de Isabel -Isabel I, por supuesto- y parece...
    Rubin, habiendo escuchado el mágico sonido de su nombre, se aproximó.
    —Es una historia en el mar —dijo.
    —¿Te has cansado de los misterios? —preguntó Halsted.
    —También es de misterio —dijo Rubin con los ojos resplandecientes detrás de los gruesos cristales de sus anteojos—. ¿Qué te hace pensar que no puedes tener una perspectiva misteriosa en cualquier clase de historia?
    —En todo caso —dijo Avalon—, Manny tiene un personaje que siempre está jurando repetidamente y nunca dice lo mismo dos veces, y necesita algunos juramentos resonantes. El descarado trasero de Belcebú es bueno, creo.
    —O las mamas munificentes de Mammon —dijo Halsted.
    —¡Ya están haciéndolo! —dijo Trumbull, con violencia—. Si no traigo algún problema que nos ocupe de manera provechosa y comprometa la mente superlativa de nuestro Henry, toda la noche degenerará en estúpidos tresillos -por el diminuto trombón de Tutankhamón.
    —Te atrapa después de un rato —sonrió Rubin, imperturbable.
    —Bueno, dejémoslo —dijo Trumbull—. ¿Está lista la cena, Henry?
    —Sí lo está, señor Trumbull.
    —Muy bien, entonces. Si ustedes idiotas mantienen esta repetición por más de dos minutos. Me iré, anfitrión o no.
    La mesa parecía vacía con sólo seis a su alrededor, y la conversación parecía un poco apagada sin un invitado que le dé brillo.
    Gonzalo, sentado al lado de Trumbull, dijo:
    —Debería hacer un retrato de ti para la colección ya que eres tu propio invitado, por así decirlo —Levantó la vista complacido hacia la larga fila de las caricaturas de los invitados que se alineaban en el muro—. Nos faltará espacio en un par de años.
    —Entonces no te molestes conmigo —dijo Trumbull, amargo—, y siempre podemos hacer espacio quemando esos tontos garabatos.
    —¡Garabatos! —Gonzalo pareció debatir consigo mismo vivamente considerando la posibilidad de sentirse ofendido. Entonces transigió diciendo—: Pareces estar de mal talante, Tom.
    —Lo parece porque es así. Estoy en la situación de los sabios Caldeos en frente de Nabucodonosor.
    Avalon se inclinó a través de la mesa.
    —¿Estás hablando del Libro de Daniel, Tom?
    —Allí es donde está, ¿verdad?
    —Perdónenme —dijo Gonzalo—, pero ayer no he tomado mi lección de Biblia. ¿Qué son estos tipos sabios?
    —Dile, Jeff —dijo Trumbull—. Pontificar es tu trabajo.
    —No es pontificar —dijo Avalon— contar un simple relato. Si tú quieres...
    —Prefiero que seas tú, Jeff —dijo Gonzalo—. Lo haces con mayor autoridad.
    —Bueno —dijo Avalon—, fue Rubin y no yo, una vez un predicador infantil, pero lo haré lo mejor que pueda. El segundo capítulo del Libro de Daniel cuenta que una vez Nabucodonosor estaba preocupado por un sueño y envió por los sabios Caldeos para que lo interpretaran. Los sabios le ofrecieron hacerlo apenas hubieran escuchado el sueño, pero Nabucodonosor no lo recordaba, sólo que lo había perturbado. De todos modos, razonó que si los sabios podían interpretar un sueño, podrían también descubrir el sueño, y entonces les ordenó que le dijeran el sueño y la interpretación. Cuando no pudieron hacerlo, él, muy razonablemente -según los estándares de los potentados orientales- ordenó que les mataran. Afortunadamente para ellos, Daniel que estaba cautivo en Babilonia, pudo hacer el trabajo.
    —¿Y es esa tu situación, Tom? —preguntó Gonzalo.
    —En cierto modo. Tengo un problema que involucra un criptograma -pero no tengo el criptograma. Tengo que descubrir el criptograma.
    —¿O te matarán? —preguntó Rubin.
    —No. Si fallo, no me matarán pero no me hará nada bien, tampoco.
    —No me extraña que hubieras sentido innecesario traer un invitado —dijo Gonzalo—. Cuéntanos más.
    —¿Antes del brandy? —dijo Avalon escandalizado.
    —Es invitado de Tom —dijo Gonzalo a la defensiva—. Si él quiere contarnos ahora...
    —No quiero —dijo Trumbull—. Esperaremos el brandy como siempre hacemos, y seré mi propio interrogador, si no les importa.
    Cuando Henry estaba sirviendo el brandy, Trumbull tocó la copa de agua con la cuchara.
    —Caballeros —dijo—, me excusaré de responder la primera pregunta admitiendo abiertamente que no puedo justificar mi existencia. No pretenderé seguir con pregunta y respuesta, de modo que sencillamente presentaré el problema. Están libres de preguntar, por amor de Dios, y no me lancen a la caza de gansos salvajes. Esto es serio.
    —Adelante, Tom —dijo Avalon—. Pondremos lo mejor de nosotros en escucharte.
    —El asunto involucra un tipo llamado Pochik —comenzó Trumbull con cierto cansancio—. Les tengo que contar un poco sobre él para permitirles comprender el problema, pero como es habitual en estos casos, espero que no les importe que no diga nada relevante.
    »En primer lugar, él es de Europa Oriental, de algún lugar de Eslovenia, creo, y llegó al país a los catorce. Aprendió inglés solo, fue a la escuela nocturna y a una extensión universitaria, esforzándose a cada paso en su camino. Trabajó como camarero unos diez años, mientras tomaba sus varios cursos, y entienden lo que eso significa. Perdona, Henry.
    —No es una ocupación necesariamente placentera —dijo Henry tranquilo—. No todos son camareros de los Viudos Negros, señor Trumbull.
    —Gracias, Henry. Es muy diplomático de tu parte. De todos modos, no habría sido fácil para él si desde el principio no hubiera resultado un genio matemático. Era el tipo de joven que cualquier profesor de matemáticas en su sano juicio hubiera movido cielo y tierra para retener en la escuela. Era su oportunidad de ser mencionados en los libros de historia: habían enseñado a Pochik. ¿Lo comprenden?
    —Lo comprendemos, Tom —dijo Avalon.
    —Al menos, eso es lo que ellos me dicen —continuó Trumbull—. Está trabajando para el Gobierno ahora, que es donde entro yo. Me dicen que es algo más. Me dicen que es único en su clase. Me dicen que puede hacer cosas que nadie más puede. Me dicen que tienen que tenerlo. Ni siquiera sé en qué está trabajando, pero ellos tienen que tenerlo.
    —Bueno, ellos lo tienen, ¿verdad? —dijo Rubin— No ha sido secuestrado y llevado detrás de la Cortina de Hierro, ¿Verdad?
    —No, no —dijo Trumbull—, nada como eso. Es bastante más irritante. Miren, aparentemente un matemático puede ser un idiota en todos los demás aspectos.
    —¿Literalmente idiota? —preguntó Avalon—. Habitualmente los idiotas suelen tener memoria notable y pueden hacer notables trucos con un ordenador, pero eso está lejos de ser alguna clase de matemáticos, menos aun uno grande.
    —No, tampoco nada como eso —Trumbull estaba transpirando e hizo una pausa para secar su frente—. Quiero decir que es infantil. No aprendió nada más que matemáticas y en eso está bien. Lo que queremos de él son las matemáticas. El problema es que se siente tímido; se siente estúpido. Maldita sea, se siente inferior, y cuando se siente demasiado inferior, para de trabajar y se esconde en su habitación.
    —Entonces, ¿cuál es el problema? —dijo Gonzalo—. Todos tienen que decirle todo el tiempo lo grandioso que es.
    —Se enfrenta con otros matemáticos que son tan locos como él. Uno de ellos, Sandino, odia ser el segundo mejor, y cada vez que puede mete a Pochik en un pozo de lamentos. Tiene un sentido del humor, este Sandino, que disfruta gritándole: ‘Hey, camarero, traiga la cuenta’. Pochik nunca aprendió a resistirlo.
    —Léanle a este Sandino el código de conducta —dijo Drake—. Díganle que lo quitarán si intenta hacer cualquier cosa como esa otra vez.
    —Lo hicieron —dijo Trumbull—, o al menos tanto como se atrevieron. Tampoco quieren perder a Sandino. De cualquier manera, las payasadas terminaron pero ocurrió algo mucho peor. Saben que hay algo que se llama, si lo recuerdo bien, ‘La Conjetura de Goldbach’.
    Por primera vez, Roger Halsted demostró un vivo interés.
    —Seguro —dijo—. Es muy famosa.
    —¿La conoces? —preguntó Trumbull.
    —Puedo enseñar álgebra en una escuela secundaria —dijo poniéndose algo tieso—, pero sí, conozco la conjetura de Goldbach. Enseñar a jóvenes en una escuela no me hace...
    —Está bien. Pido disculpas. Fue muy estúpido de mi parte —dijo Trumbull—. Y ya que eres un matemático, también puedes ser temperamental. De todos modos, ¿puedes explicar la conjetura de Goldbach? Porque no estoy seguro de poder hacerlo.
    —Realmente —dijo Halsted— es muy sencilla. En 1742, creo, un matemático ruso, Christian Goldbach, afirmó que él creía que cada número par mayor que dos podía ser escrito como la suma de dos primos, donde un primo es cualquier número que no puede ser dividido por otro, excepto por sí mismo y por la unidad. Por ejemplo, 4 es 2+2; 6 es 3+3; 8 es 3+5; 10 es 3+7; 12 es 5+7; y así, tan lejos como quieran ponerlo.
    —Entonces, ¿cuál es el gran tema? —dijo Gonzalo.
    —Goldbach no pudo probarlo. Y en los doscientos y pico de años desde su tiempo, ningún otro ha podido. Los más grandes matemáticos han sido incapaces de probar que es cierto.
    —¿Entonces? —dijo Gonzalo.
    —Todos los números pares que han sido controlados siempre pueden resultar de la suma de dos primos —dijo Halsted pacientemente—. Han llegado muy lejos, y los matemáticos creen que la conjetura es verdad... pero ninguno ha podido probarlo.
    Gonzalo dijo:
    —Si no pueden encontrar ninguna excepción, ¿no es prueba suficiente?
    —No, porque hay números más altos que el más alto controlado, y además no conocemos todos los primos, y no podemos; y cuanto más alto llegamos, más difícil es saber si un número en particular es primo o no. Lo que se necesita es una prueba general que nos diga que no tenemos que buscar excepciones porque no hay ninguna. Eso molesta a los matemáticos, el que un problema pueda ser establecido tan simplemente y que parece funcionar también, pero que aún no pueda ser probado.
    Trumbull había estado asintiendo.
    —Muy bien, Roger, muy bien. Lo tenemos. Pero dime, ¿importa eso? ¿Realmente le importa a nadie que no sea matemático si la conjetura de Goldbach es verdadera o no; o si hay excepciones o no?
    —No —dijo Halsted—. A nadie que no sea matemático; pero cualquiera que lo sea, y que consiga probar, o rechazar, la conjetura de Goldbach, tendrá un lugar inmediato y permanente en el salón de la fama de las matemáticas.
    —Allí lo tienen —dijo Trumbull, encogiéndose de hombros—. Lo que Pochik está haciendo realmente es de la mayor importancia. No sé si es para el Departamento de la Defensa, el Departamento de Energía, la NASA, o cuál; pero es vital. Sin embargo, él está interesado en la conjetura de Goldbach, y para eso ha estado usando un ordenador.
    —¿Intenta números más altos? —preguntó Gonzalo.
    —No —dijo prontamente Halsted—, eso no haría ningún bien. Aunque en estos días se pueden utilizar ordenadores en problemas bastante recalcitrantes. No producen una conclusión elegante, pero es una solución. Si se puede reducir el problema a una cantidad finita de situaciones posibles -digamos, un millón- se puede programar el ordenador para probar cada una de ellas. Si cada una pasa el control, y seguro lo pasará, entonces tienes la prueba. Recientemente resolvieron de esa manera el problema del mapeo a cuatro colores; un problema bien conocido y tan recalcitrante como la conjetura de Goldbach.
    —Bien —dijo Trumbull—, entonces eso es lo que Pochik ha estado haciendo. Aparentemente ha logrado la solución como un lemma en particular. Ahora, ¿qué es un lemma?
    —Es una solución parcial —dijo Halsted—. Si están trepando una montaña, e instalas estaciones en diferentes niveles, los lemmas son analogías de esas estaciones, y la solución de la cumbre de la montaña.
    —Si resuelve el lemma, ¿resolverá la conjetura?
    —No necesariamente —dijo Halsted—, no más que si llegas a una estación en particular sobre la pendiente. Pero si no resuelves el lemma, parece que no podrás resolver el problema, al menos no en esa dirección.
    —Muy bien, entonces —dijo Trumbull, apoyándose en el respaldo—. Bueno, Sandino llegó primero al lemma y lo envió a publicar.
    Drake estaba inclinado sobre la mesa, escuchando cuidadosamente.
    —Mala suerte para Pochik.
    —Excepto que Pochik dice que no fue suerte. Declara que Sandino no tiene cerebro para eso y que no pudo haber dado esos pasos independientemente; eso es mencionar demasiada coincidencia.
    —Es un cargo serio —dijo Drake—. ¿Tiene Pochik alguna evidencia?
    —No, por supuesto que no. La única manera en que Sandino le puede haber robado a Pochik sería haber tomado la información del ordenador de Pochik y el mismo Pochik dice que Sandino no pudo haberlo hecho.
    —¿Por qué no? —dijo Avalon.
    —Porque Pochik usó una palabra clave —dijo Trumbull—. La palabra clave tenía que ser usada para alertar al ordenador contra el interrogatorio de una persona en particular. Sin esa palabra clave, todo lo que entró bajo ella sería guardada.
    —Podría ser que Sandino descubriera la palabra clave —dijo Avalon.
    —Pochik dice que eso es imposible —dijo Trumbull—. Tenía temor de los robos, particularmente de Sandino, y nunca escribió la palabra clave, nunca la usó, excepto cuando estaba solo en la habitación. Lo que es más, utilizó una de catorce letras, dice. Millones de trillones de posibilidades, dice. Nadie pudo haberla adivinado, dice.
    —¿Qué dice Sandino? —preguntó Rubin.
    —Dice que lo descubrió por sí mismo. Rechaza la acusación de robo, como desvaríos de un loco. Francamente, cualquiera podría afirmar que tiene razón.
    —Bueno, consideremos la cuestión —dijo Drake—. Sandino es un buen matemático, y es inocente hasta que se pruebe su culpa. Pochik no tiene nada con que fundamentar su acusación y Pochik realmente niega que Sandino pudiera haber obtenido la palabra clave, la cual es la única manera en que el robo podía haber tenido lugar. Creo que Pochik tiene que estar equivocado, y Sandino en lo cierto.
    Trumbull dijo:
    —Dije que cualquiera podía afirmar que Sandino estaba en lo cierto, pero el punto es que Pochik no trabajará. Está en su habitación enfurruñado, leyendo poesía, y dice que nunca trabajará otra vez. Dice que Sandino le ha robado la inmortalidad y que la vida sin ella no significa nada para él.
    —Si necesitas a este tipo tanto —dijo Gonzalo—, ¿puedes hablar con Sandino para que le deje el lemma?
    —Sandino no hará el sacrificio y no podemos obligarle a menos que tengamos razones para pensar que hay fraude. Si conseguimos cualquier evidencia a tal efecto podemos presionar lo suficientemente fuerte para aplastarlo. Pero, escuchen, creo que es posible que Sandino lo haya robado.
    —¿Cómo? —dijo Avalon.
    —Por medio de la clave. Si supiera cuál es la clave, estoy seguro de imaginar una forma lógica en que Sandino pudiera haberla descubierto, o adivinado. De todos modos, Pochik no me permitirá tener esa clave. Cuando se la pedí, me gritó. Le expliqué, pero dijo que era imposible. Él dijo que Sandino lo hizo de alguna otra manera, pero no hay otra manera.
    —Pochik quiere una interpretación —dijo Avalon—, pero no te contará el sueño, y tienes que imaginar primero el sueño para obtener una interpretación.
    —¡Exactamente! Como los sabios Caldeos.
    —¿Qué harás?
    —Trataré de hacer lo que Sandino debe haber hecho. Trataré de imaginar cuál es la palabra de catorce letras que hace de clave y la presentaré a Pochik. Si estoy en lo cierto, será claro que lo que pude hacer, también Sandino pudo, y será que el lemma parece ser robado.
    Hubo un silencio alrededor de la mesa.
    —¿Crees poder hacerlo, Tom? —dijo Gonzalo.
    —No creo. Es por eso que traje el problema aquí. Quiero que todos lo intentemos. Le dije a Pochik que le llamaría esta noche antes de las 10:30 horas —Trumbull miró su reloj de pulsera—, y le diría la clave para mostrarle que puede ser quebrada. Supongo que estará esperando junto al teléfono.
    —¿Y si no la conseguimos? —dijo Avalon.
    —Entonces no hay manera razonable de suponer que el lemma fue robado y realmente ninguna manera ética de tratar de forzar a Sandino a que lo admita. Pero al menos no estaremos peor.
    —Entonces, comienza —dijo Avalon—. Has estado pensando en ella por más tiempo que nosotros, y está en tu línea de trabajo.
    Trumbull se aclaró la garganta.
    —Está bien. Mi razonamiento es que si Pochik no escribió esa cosa, entonces tiene que recordarla. Hay personas con memorias especiales y ese tipo de talentos es bastante común entre los matemáticos. De todos modos, hasta los grandes matemáticos no siempre tienen la habilidad de recordar cadenas largas de símbolos inconexos, y de acuerdo a lo que preguntamos a sus compañeros de equipo, la memoria de Pochik es de las ordinarias. No puede confiar en recordar una clave a menos que sea fácil de recordar.
    »Eso la limitaría a una frase común o alguna progresión regular que no sea posible olvidar. Supongamos que sea ALBERTEINSTEIN, por ejemplo. Tiene catorce letras y no puede haber temor de olvidarla. O SIRISAACNEWTON, o ABCDEFGHIJKLMN, o de otra manera, NMLKJIHGFEDCBA. Si Pochik intentara algo así, podría ser que Sandino intentara varias combinaciones obvias, y que una de ellas funcionó.
    —Si eso es cierto —dijo Drake—, entonces no tenemos esperanzas de resolver el problema. Sandino puede haber intentado cualquier cantidad de posibilidades diferentes durante un periodo de varios meses. Una de ellas finalmente funcionó. Si la obtuvo por azar, y en ello pasó mucho tiempo, no tenemos oportunidad de tener la correcta en hora y media, sin haber probado cualquiera de ellas en el ordenador.
    —Está eso, por supuesto dijo Trumbull—, y es posible que Sandino haya estado trabajando en el problema por meses. Sandino hizo la rutina del camarero a Pochik en junio pasado, y Pochik, fuera de sí le gritó que le mostraría cuando la prueba estuviera lista. Sandino puede haber puesto esto con el frecuente uso del ordenador que hizo Pochik, y se puso a trabajar. Puede haber pasado meses, desde entonces.
    —¿Dijo Pochik en esa ocasión algo sobre la clave? —preguntó Avalon.
    —Pochik jura que todo lo que dijo fue, ‘Te la mostraré cuando la prueba esté lista’, ¿pero quién sabe? ¿Podría Pochik recordar sus propias palabras exactamente cuando estaba fuera de sí?
    —Me sorprende —dijo Halsted— que Pochik no haya intentado golpear a Sandino.
    —No te sorprenderías si los conocieras —dijo Trumbull—. Sandino tiene la constitución de un jugador de fútbol, mientras que Pochik pesa 110 libras con la ropa puesta.
    —¿Cuál es el nombre de este tipo? —preguntó repentinamente Gonzalo.
    —Vladimir —dijo Trumbull.
    Gonzalo hizo una pausa, con todos los ojos sobre él.
    —Lo sabía —dijo—. VLADIMIRPOCHIK tiene catorce letras. Ha utilizado su propio nombre.
    —Ridículo —dijo Rubin—. Sería la primera combinación que cualquiera intente.
    —¡Seguro! Como el asunto de la carta robada. Sería tan obvio que nadie pensaría en utilizarlo. Pregúntale.
    —No —dijo Trumbull sacudiendo la cabeza—. No puedo cree que haya usado eso.
    —¿Dijiste —preguntó pensativo Rubin— que estaba en su habitación leyendo poesía?
    —Sí.
    —¿Es esa su pasión? ¿La poesía? Pensé que habías dicho que fuera de las matemáticas no era particularmente educado.
    Sarcástico, Trumbull respondió:
    —No tienes que tener un doctorado para leer poesía.
    —Tendrías que ser un idiota —dijo Avalon apenado— para leer poesía moderna.
    —Esa es una cuestión —dijo Rubin—. ¿Lee Pochik poesía contemporánea?
    —Nunca se me ocurrió preguntar —dijo Trumbull—. Cuando le visité estaba leyendo un libro de poesía de Wordsworth, pero es todo lo que puedo decir.
    —Eso es suficiente —dijo Rubin—. Si le gusta Wordsworth entonces no le gusta la poesía contemporánea. Nadie puede leer esa cosa chapada a la antigua por placer y gustarle la basura que sacan en estos días.
    —¿Entonces? ¿Qué diferencia hay? —preguntó Trumbull.
    —La poesía más antigua tiene ritmo y el ritmo es fácil de recordar y puede servir como clave. La clave puede ser un pasaje de catorce letras de uno de los poemas de Wordsworth, posiblemente uno común: LONELYASACLOUD tiene catorce letras. O cualquier combinación de catorce letras de líneas como, ‘El niño es el padre del hombre’, o ‘arrastrando nubes de gloria’, o ‘¡Milton! Deberías estar vivo ahora’. O tal vez de algún otro poeta del tipo.
    —Aunque nos limitáramos —dijo Avalon— a los pasajes de los poetas románticos y clásicos, hay un enorme campo para adivinar.
    —Lo repito —dijo Drake—. Es una tarea imposible. No tenemos el tiempo para intentarlo. Y no podemos decidir una u otra sin intentarlo.
    —Es aun más imposible que lo que tú piensas, Jim —dijo Halsted—. No creo que la clave esté en inglés.
    —¿Quieres decir que utilizó su idioma nativo? —preguntó Trumbull frunciendo la frente.
    —No, quiero decir que utilizó una colección de letras al azar. Mencionaste que Pochik dijo que la clave era inquebrantable porque había millones de trillones de posibilidades para una combinación de catorce letras. Bueno, supón que la primera letra pueda ser cualquiera de las veintiséis, que la segunda pueda ser cualquiera de las veintiséis, y que la tercera, y así todas. En ese caso, el total de combinaciones sería de 26 x 26 x 26... tendrías que obtener el producto de catorce 26 multiplicadas juntas y el resultado sería... —tomó su calculadora de bolsillo y la manipuló por un rato—... cerca de 64 millones de trillones de posibilidades diferentes.
    »Ahora, si se utiliza una frase en inglés o una frase en cualquier idioma europeo razonable, la mayor parte de las combinaciones de letras simplemente nunca ocurren. Nunca tendrás un HGF o un QXZ, o un LLLLC, si incluimos solamente las combinaciones de letras posibles en palabras, entonces podríamos tener trillones de posibilidades. Pochik, al ser un matemático, no diría millones de trillones a menos que quisiera decir exactamente eso, de modo que creo que la clave es una serie de letras al azar.
    —Él no tiene la clase de memoria... —comenzó Trumbull.
    —Incluso una memoria normal puede manejar catorce letras al azar si se repite el tiempo suficiente.
    —Espera un poco —dijo Gonzalo—. Si hay tantas combinaciones se podría utilizar un ordenador. El ordenador podría probar todas las combinaciones posibles y detenerse en la que lo destraba.
    —Ahora no te das cuenta lo grande que es realmente el número 64 millones de trillones, Mario. Supón que puedes hacer que un ordenador pruebe un billón de combinaciones diferentes en un segundo. Tomaría dos mil años de constante trabajo, día y noche, probar todas las combinaciones posibles.
    —Pero no tendrías que probarlas todas —dijo Gonzalo—. La correcta podría salir en las primeras dos horas. Tal vez la clave fuera AAAAAAAAAAAAAA y sucede que es la primera que el ordenador controla.
    —Bastante improbable —dijo Halsted—. No utilizaría una clave de sólo A como tampoco su propio nombre. Además Sandino tiene de matemático lo suficiente para no comenzar un intento de ordenador que le tomaría cientos de vidas.
    —Si utilizó una clave al azar —dijo Rubin pensativo—, apuesto que no fue realmente al azar.
    —¿Qué quieres decir, Manny? —dijo Avalon.
    —Quiero decir que si no tiene una memoria superlativa y si no la ha escrito, ¿cómo podría haberla repetido una y otra vez en su cabeza para memorizarla? Solamente repite para ti mismo catorce letras al azar y mira si tienes confianza en repetirlas otra vez en el mismo exacto orden inmediatamente después. Y aunque hubiera logrado una serie de letras al azar y se las arregló para memorizarla, está claro que tiene muy poca confianza en cualquier cosa que no sea razonamiento matemático. ¿Podría enfrentar la posibilidad de no ser capaz de recuperar su propia información porque ha olvidado la clave?
    —Podría comenzar todo otra vez —dijo Trumbull.
    —¿Con una nueva clave al azar? ¿Para también olvidarla? —dijo Rubin—. No. Aunque la clave parezca al azar, apuesto que Pochik tiene alguna forma a prueba de tontos para recordarla, y si podemos imaginar esa forma, tendremos la respuesta. De hecho, si Pochik nos diera la clave, veríamos cómo la memoriza y cómo Sandino la quebró.
    —Y si Nabucodonosor hubiera recordado el sueño, los sabios podrían haberlo interpretado. Pochik no nos dará la clave, y si la conseguimos con ayuda nunca estaremos suficientemente seguros de que Sandino la quebró sin ayuda.
    »Muy bien, tendremos que darnos por vencidos.
    —Podría no ser necesario darnos por vencidos —dijo Henry de repente—. Creo...
    Todos giraron hacia Henry, expectantes.
    —Sí, Henry —dijo Avalon.
    —Tengo una fuerte sospecha. Puede estar mal. Tal vez es posible llamar al señor Pochik, señor Trumbull, y preguntarle si la clave es WEALTMDITEBIAT —dijo Henry.
    —¿Qué? —dijo Trumbull.
    Halsted levantó las cejas y dijo:
    —Es una fuerte sospecha, está bien. ¿Por qué eso?
    —No tiene sentido —dijo Gonzalo.
    Nadie podía recordar haber visto a Henry ruborizado, pero estaba claramente rojo en ese momento.
    —Si me pueden excusar —dijo—, no deseo explicar mi razonamiento hasta que la combinación sea probada. Si estoy equivocado, pareceré demasiado tonto. Y, ahora que lo pienso otra vez, no deseo que sea probada.
    —No, no tenemos nada que perder —dijo Trumbull—. ¿Puedes escribir esa combinación de letras, Henry?
    —Ya lo hice, señor.
    Trumbull la miró, caminó hasta el teléfono en un rincón de la habitación, y marcó. Esperó por cuatro tonos, los que se podían escuchar claramente en el silencio de aliento contenido de la habitación. Entonces se escuchó un clic, y una voz aguda dijo, ‘¿Hola?’.
    —¿Doctor Pochik? —dijo Trumbull—. Escuche. Voy a leerle algunas letras... No, doctor Pochik, no estoy diciendo que haya averiguado la clave. Es solamente un exper... Es un experimento, señor. Podemos estar equivocados... No, no puedo decirle cómo... Escuche, W, E, A, L... Oh, buen Dios —colocó la mano sobre la bocina—. El hombre está teniendo un ataque.
    —¿Porque es correcta o porque es errónea? —preguntó Rubin.
    —No lo sé —Trumbull volvió a acercar el tubo—. Doctor Pochik, ¿está allí? ¿Doctor Pochik? El resto es... —consultó el papel—... T, M, D, I, T, E, B, I, A, T. —Escuchó—. Sí, señor, también creo que Sandino la quebró, del mismo modo que nosotros. Tendremos un encuentro con usted y con Sandino y pondremos todo en orden. Sí, por favor, doctor Pochik, haremos lo mejor que podamos.
    Trumbull colgó y tomó una enorme bocanada de aire.
    —Sandino pensará que Júpiter le cayó encima... Está bien, Henry, pero si no nos dices cómo la obtuviste, no tendrás que esperar a Júpiter. Te mataré personalmente.
    —No es necesario, señor Trumbull —dijo Henry—. Se los diré. Simplemente escuché a todos ustedes. El señor Halsted señaló que debería ser una serie de letras al azar. El señor Rubin dijo, respaldando mi propio sentimiento en este asunto, que debía haber algún sistema para recordarlo en ese caso. El señor Avalon, temprano esta noche estaba jugando el juego de juramentos repetitivos, lo que señalaba la importancia de las letras iniciales. Usted mismo mencionó que al señor Pochik le gustaba la poesía anticuada como la de Wordsworth.
    »Se me ocurrió que catorce era el número de líneas de un soneto, y que si tomamos la letra inicial de cada línea tendríamos una serie de catorce letras aparentemente al azar, y que puede no ser olvidada mientras el soneto sea memorizado, o por lo menos, ser releído.
    »La pregunta era: ¿cuál soneto? Me parecía que tenía que ser uno bien conocido, y Wordsworth ha escrito varios que lo son. De hecho, el señor Rubin mencionó la primera línea de uno de ellos: ‘¡Milton! Deberías estar vivo a esta hora’. Eso me hizo pensar en Milton, y se me ocurrió que debía ser su soneto ‘En su Ceguera’, el que sucede me sé de memoria. Por favor, tomen nota de las primeras letras de las líneas sucesivas. Dice así:
    Cuando considero cómo se pierde mi luz
    En la mitad de mis días, en este mundo ancho y oscuro,
    Y aquel talento que es la muerte a ocultar,
    refugiado conmigo sin razón, aunque mi alma más se inclina
    A servir a mi Hacedor, y presentar
    Mi verdadera cuenta, la que él reprenderá;
    ¿Acaso Dios niega la luz de un día de trabajo?
    Pregunté vanamente; pero Paciencia, para prevenir
    Ese murmullo, presto responde, ‘Dios no necesita
    Ni el trabajo del hombre si sus dones; quien mejor
    Comparte su suave yugo, le sirve mejor. Su estado
    Es de realeza. Miles a la velocidad de su deseo
    Y enviados sobre tierra y mar sin descanso...’
    Henry hizo una pausa y dijo suavemente:
    —Creo que es el soneto más hermoso de la lengua, incluyendo los de Shakespeare, pero esa no era la razón por la que sentí que era la respuesta. Era que el doctor Pochik había sido un camarero y estaba consciente de ello, y soy uno, y es por eso que he memorizado el poema. Una tonta fantasía, sin duda, hasta la última línea, la que no he citado, y la cual es tal vez la más famosa que Milton haya hecho jamás...
    —Continúa, Henry —dijo Rubin—. ¡Dila!
    —Gracias, señor —dijo Henry, y solemnemente dijo—:
    También sirven a los que solamente están parados y esperan.

    POSTFACIO
    He sentido que los títulos son una parte importante de una historia y tomo un considerable cuidado al elegirlo. De hecho, no puedo comenzar una historia hasta que he elegido el título.
    De todos modos, no sigo reglas ciertamente inteligentes al hacer la elección. No sé realmente qué hace bueno un título, o lo contrario. Es solamente una sensación interna. Elijo uno que parece adaptarse a la historia, e incluso agregarle.
    Y frecuentemente, Fred Dannay, el editor de EQMM estará en desacuerdo conmigo, y entonces estaré en desacuerdo con él y repondré mi propio título cuando ponga la historia en una colección.
    Por otro lado, algunas veces Fred puede elegir un título que es una mejora (o al menos me lo parece) y, ya que no soy un hombre obstinadamente terco y obstinado, seguiré con él.
    Por ejemplo, denominé la historia que han terminado de leer como ‘Catorce Letras’ lo cual es, después de todo, de lo que se trata; pero Fred, cuando apareció en el número de mayo de 1980 del EQMM, la llamó ‘Sesenta millones de trillones de combinaciones’. Lo cual también es de lo que trata; y el de Fred es infinitamente más dramático de modo que lo acepté -con el habitual enfado conmigo mismo por no haber pensado en él al comenzar a escribir.





    LA MUJER DEL BAR
    Los tantos y faltas del béisbol, como regla, no han perturbado la ecuanimidad (o falta de ella) de los banquetes de los Viudos Negros. Ninguno de los Viudos Negros era un deportista, en el sentido ordinario de la palabra, aunque se sabía que Mario Gonzalo apostaba a los caballos en ocasiones.
    De todos modos, después de la costilla de cordero Tom Trumbull sacudió su cabello blanco y marcadamente crespo y pareció completamente descontento.
    —He perdido todo interés en el béisbol —dijo—. Desde que comenzaron a negociar franquicias, han quebrado la clase de lealtad que se hereda del padre de uno. Cuando era joven, era fanático de los Gigantes de Nueva York, como mi padre antes que yo. Los Gigantes de San Francisco son extraños para mí, y en cuanto a los Mets, bien, ya no son lo mismo.
    —Todavía están los Yankees de Nueva York —dijo Geoffrey Avalon, separando diestramente la carne del hueso y arqueando sus oscuras cejas por la concentración en la tarea—, y en mi propia ciudad, todavía tenemos los Phillies, aunque hemos perdido los Athletics.
    —Chicago todavía tiene a sus dos equipos —dijo Mario Gonzalo—, y todavía están los Indians de Cleveland, los Red de Cincinnati, los...
    —No es lo mismo —dijo Trumbull, con fuerza—. Aun si yo fuera a cambiarme a los Yankees, la mitad de los equipos que juegan son equipos de los que nunca oyeron hablar Lou Gehrig ni Bill Dickey. Y ahora tienes cada liga en dos divisiones, con finales de torneo antes de las World Series, lo que lo vuelve aun más decepcionante, y un bateador estrella hace un promedio de bateo de 0.29. Maldición, recuerdo cuando necesitabas 0.35 si querías tener la chance de obtener la posición de cuarto bateador.
    Emmanuel Rubin escuchaba con la tranquila dignidad que consideraba adecuada a su posición de anfitrión -al menos hasta que su invitado se volvió hacia él y dijo:
    —¿Es Trumbull un aficionado al béisbol, Manny?
    Ante eso, Rubin regresó a su rol natural y resopló con voz muy alta. Su escasa barba se erizó.
    —¿Quién? ¿Tom? Puede haber mirado un partido de béisbol en la televisión, pero eso es todo. Piensa que un doble son dos medidas de escocés.
    —Vamos, Manny —dijo Gonzalo—, tú crees que un pitcher sirve para poner leche.
    Rubin se quedó mirándolo fijo, a través de los gruesos cristales de sus anteojos.
    —Sucede —dijo— que jugué una temporada de béisbol semiprofesional como shortstop a finales de 1930.
    —Y un shorter stop... —comenzó Gonzalo y se detuvo, sonrojándose.
    El invitado de Rubin sonrió. Aunque Rubin estaba a sólo cinco pulgadas por encima de la marca de los cinco pies, el invitado tenía tres pulgadas menos que eso.
    —Yo sería un shorter stop, si jugara —dijo.
    Gonzalo, haciendo un visible intento de recuperar su compostura, dijo:
    —Es más difícil ascender cuando uno tiene una estatura menor que el promedio, señor Just. Eso digo.
    —Uno es grandemente subestimado de otras maneras, también, lo que es conveniente a veces —acordó Just—. Y a propósito, no soy muy aficionado al béisbol. Dudo si pudiera distinguir una pelota de béisbol de una de golf con poca luz.
    En ese momento, Darius Just levantó la mirada rápidamente.
    —Camarero —dijo—, si no le importa, tomaré leche en lugar de café.
    James Drake, esperando ansioso su propio café, dijo:
    —¿Es un rechazo momentáneo, señor Just, o usted no bebe café?
    —No lo bebo —dijo Just—. Ni tampoco fumo, ni bebo alcohol. Mi madre me explicó todo muy cuidadosamente. Si bebo mi leche y evito los malos hábitos, creceré para ser grande y fuerte; y así lo hice -y no lo conseguí. Al menos, no soy grande. Soy bastante fuerte. Todo es bastante “anti-americano”, como que a uno le disguste el béisbol. Al menos, se puede fingir que a uno le gusta el béisbol, aunque eso también le puede meter a uno en problemas... Aquí está la leche. ¿Cómo llegó hasta allí?
    Gonzalo sonrió.
    —Es nuestro Henry. Silencioso y eficiente.
    Just bebió un sorbo de leche con satisfacción. Los rasgos de su rostro eran pequeños pero vivos, y los ojos parecían repasar todo en la habitación. Los hombros eran anchos, como si estuvieran hechos para un hombre más alto, y caminaba como un atleta.
    Drake se sentó con su café, quieto y pensativo, pero cuando Rubin golpeteó su copa de agua con la cuchara, la quietud terminó. La mano de Drake se elevó.
    —Manny, ¿puedo hacer los honores? —dijo.
    —Si lo deseas —Rubin se volvió hacia su invitado—. Jim es uno de los Viudos Negros más reservados, Darius, de modo que no esperes que su interrogatorio sea penetrante. De hecho, la única razón por la que se ofrece es porque él mismo ha escrito un libro y quiere codearse con otros escritores.
    Los ojos de Just brillaron con interés.
    —¿Qué clase de libro, señor Drake?
    —Ciencia popular —dijo Drake—, pero las preguntas van en sentido contrario. Henry, ya que el señor Just no bebe, podrías reemplazar el ginger ale por brandy. No quiero que él esté en desventaja.
    —Ciertamente, señor Drake —murmuró Henry, ese milagro de camarero—, si el señor Just lo desea. De todos modos, y con el debido respeto, no me parece que el señor Just quede en desventaja fácilmente.
    —Ya veremos —dijo oscuramente Drake—. Señor Just, ¿cómo justifica su existencia?
    Just se rió.
    —Se justifica sola, ahora y entonces, cuando me llena de felicidad. En lo que concierne al resto del mundo, eso puede bastar. Con el debido respeto, como diría Henry.
    —Tal vez —dijo Drake—, al mundo puede bastarle aun sin su permiso. De todos modos, durante esta velada usted debe justificar su existencia ante nosotros respondiendo nuestras preguntas. Hasta ahora he estado involucrado con los Viudos Negros por más de la mitad de una razonablemente prolongada existencia y puedo oler afirmaciones que han sido elaboradas. Usted dijo que podía meterse en problemas si fingía el gusto por el béisbol. Sospecho que una vez lo hizo, y me gustaría escuchar sobre ello.
    Just pareció sorprendido, y Rubin, mirando fijo su brandy, dijo:
    —Te lo advertí, Darius.
    —Conoces la historia, ¿verdad, Manny? —dijo Drake.
    —Sé que hay una, pero no conozco los detalles —dijo Rubin—. Le advertí a Darius que lo descubriríamos.
    Just levantó la caricatura que Mario Gonzalo había hecho. Había un rostro, con amplia sonrisa y los brazos con bíceps prodigiosos levantaban pesas.
    —No soy un levantador de pesas —dijo.
    —Eso no importa —dijo Gonzalo—. Así es como lo veo yo.
    —Levantar pesas —dijo Just—, le hace a uno más lento. Un ataque exitoso depende íntegramente de la velocidad.
    —Usted no está siendo muy veloz en responder mis preguntas —dijo Drake, encendiendo un cigarrillo.
    —Hay una historia —dijo Just.
    —Bien —dijo Drake.
    —Pero no es satisfactoria. No puedo suministrarles ninguna razón, ninguna explicación...
    —Mejor que mejor. Por favor, comience.
    —Muy bien —dijo Just.
    »Me gusta caminar. Es una excelente manera de mantener la condición y una noche me había propuesto ir hasta el nuevo apartamento de un amigo al que no había visto por un tiempo. Tenía que estar allí a las nueve de la noche, y era una caminata moderadamente larga por la noche, pero no temo los peligros de las calles de la ciudad en la oscuridad aunque admito que no busco vecindarios particularmente peligrosos.
    »De todos modos, como estaba a unas manzanas de mi destino y era temprano, me detuve en un bar. Como les dije, no bebo, pero no soy absolutamente fanático sobre eso y puedo beber, en raras ocasiones, un Bloody Mary.
    »Cuando entré, había un juego de béisbol en la TV, pero el sonido estaba bajo, lo que me gustó. No había muchas personas presentes, lo que también me gustó. Había dos hombres en una mesa contra el muro, y una mujer sobre un taburete frente a la barra.
    »Tomé el taburete dejando uno entre la dama y yo, y la miré brevemente mientras ordenaba un trago. Era razonablemente bonita, razonablemente formada, y completamente interesante. Bonita y formada estaba bien -a quién no le gusta- pero interesante va más allá de eso que puede ser descrito fácilmente. Es diferente para cada persona, y ella era interesante en mi marco de referencias.
    »Entre mis abstenciones, las mujeres no están incluidas. Incluso especulé si era absolutamente necesario que mantuviera la cita con mi amigo, quien sufría la desventaja, en estas circunstancias, de ser hombre.
    »Capté su mirada el tiempo justo antes de que mirara hacia otro lado. El ritmo lo es todo y no carezco de experiencia. Entonces levanté los ojos hacia la TV y observé un rato. Uno no quiere parecer muy ansioso.
    »Ella habló. Yo estaba bastante sorprendido. No niego que tengo lo mío con las mujeres, a pesar de mi altura, pero mi encanto habitualmente no trabaja tan rápido. Ella dijo: “Usted parece entender el juego”. Era sólo por hablar. Ella no podía conocer mi posible relación con el béisbol por mi mirada fija en el aparato.
    »Me volví, sonreí, y dije: “Es mi segunda naturaleza. Lo vivo y lo respiro”.
    »Era una completa mentira, pero si una mujer marca el paso, tú la sigues con ritmo.
    »Bastante seria, ella dijo: “¿Realmente lo entiende?”. Miraba dentro de mis ojos como si esperara leer la respuesta en mi retina.
    »Decidí continuar y dije: “Querida, no hay movimiento en el juego del que no pueda ver sus motivaciones. Cada movimiento de la pelota, cada golpe del bate, cada postura del jugador, es una nota de una sinfonía que puedo escuchar en mi cabeza”, después de todo, soy un escritor; puedo apoyarme en eso.
    »Ella se veía desorientada. Me miró dudosa; entonces, brevemente, a los hombres de la mesa. Yo también miré en esa dirección. No parecían interesados... hasta que noté sus ojos en el espejo del muro. Estaban mirando nuestro reflejo.
    »La miré a ella otra vez y fue como un calidoscopio que cambiaba y tenía sentido. Ella no estaba conquistándome, estaba atemorizada. Estaba en el ritmo de su respiración y en la tensión de sus manos.
    »Y ella pensaba que estaba allí para ayudarla. Ella estaba esperando a alguien y me había hablado con eso en la mente. Lo que respondí estaba bastante cerca -accidentalmente- de hacerle pensar que yo podía ser el hombre, pero no tan cerca para hacerla sentir segura.
    »Le dije, “Enseguida me voy. ¿Quiere venir conmigo?”. Sonó como una conquista, pero estaba ofreciendo protegerla si eso era lo que quería. Qué podía pasar después... bien, ¿quién podía saber?
    »Ella me miró sin entusiasmo. Conocía la mirada. Decía:
    »“Usted tiene cinco pies y dos pulgadas; ¿qué puede hacer por mí?”
    »Es una subestimación crónica lo que tenía en las manos. Lo que siempre hago es tanto más de lo que esperan que asume enormes proporciones. Soy el beneficiario de una línea de comparación baja.
    »Sonreí. Miré en dirección de los dos hombres de la mesa, la miré a ella, dejé que mi sonrisa se ampliara y dije, “No se preocupe”.
    »Había recipientes con adicionales para cóctel justo detrás de la barra donde estábamos. Ella alcanzó las cerezas al marrasquino, tomó un puñado y les quitó los tallos, entonces, una a una, les dio capirotazos pensativamente hacia mí, con los ojos fijos en los míos.
    »No sabía cuál era su juego. Tal vez estaba sólo considerando si me daba una oportunidad y éste era un hábito nervioso al que estaba acostumbrada cuando estaba en un bar. Pero siempre digo: Sigue jugando.
    »Había pescado cuatro y me preguntaba cuántas me lanzaría, y cuándo vendría el tabernero (barman) a rescatar su provisión, cuando mi atención cambió.
    »Uno de los hombres que había estado sentado ahora estaba entre la mujer y yo, y me estaba sonriendo sin el menor buen humor. No me había dado cuenta de su aproximación. Estaba atrapado como un aficionado, y de repente el calidoscopio cambió otra vez. Ése es el problema con los calidoscopios. Siempre cambian.
    »Seguro que la mujer tenía miedo. No tenía miedo de los hombres de la mesa. Tenía miedo de mí. No pensaba que era un posible rescatador; pensaba que era un posible agresor. De modo que mantuvo mi atención distraída mientras uno de sus amigos se acercó... y yo permití que sucediera.
    »Cambié mi atención hacia el hombre ahora, minutos después de lo que debía haber hecho. Tenía rostro de luna, ojos aburridos, y una mano pesada. Esa mano pesada, la derecha, descansaba sobre mi mano izquierda sobre la barra, dejándola inmóvil.
    »Dijo, “Creo que está molestando a la dama, compañero”.
    »Él también me subestimó; me tomó por lo que no era.
    »Verán, nunca fui más alto que lo que soy ahora. Cuando era más joven era, en realidad, más pequeño y más liviano. Cuando tenía diecinueve tendría que haber engordado cinco libras para ser un debilucho de noventa y seis.
    »Pueden adivinar el resultado. La caballerosidad y el espíritu deportivo de los jóvenes es tal que yo era regularmente derrotado para alegría de la multitud. No lo encontraba inspirador.
    »Desde los diecinueve en adelante, sin embargo, me suscribí a los cursos de incremente-su-fuerza. Luché con extensores de pectorales. Tomé lecciones de boxeo en la Y. Trozo a trozo, estudié cada una de las artes marciales. Eso no me hizo más alto, ni una pulgada, pero sí más ancho, grueso y fuerte. A menos que me enfrente a una brigada, o a un arma, no soy derrotado.
    »De modo que el hecho de que mi brazo izquierdo estuviera paralizado no me molestó. Le dije, “Amigo, no me gusta que un hombre me tome de la mano, de modo que creo que tendré que pedirle que la quite”. Tenía mi propia mano derecha a la altura de los ojos, con la palma hacia arriba, en algo que podía parecer un gesto de súplica.
    »Él mostró los dientes y dijo, “No me pida nada, amigo. Yo pediré”.
    »Él tuvo su oportunidad. Ustedes deben comprender que no peleo para matar, pero sí para bloquear. No me interesa quebrar un amarre; quiero estar seguro de que no habrá otro.
    »Mi mano se movió entre los dos. La velocidad es la esencia, caballeros, y mis uñas rozaron de costado su cuello en el camino, mientras el filo de mi mano caía en arco sobre su muñeca. ¡Duro!
    »Dudo que se la haya quebrado en ese momento, pero pasarían días, tal vez semanas, antes de que pudiera ser capaz de utilizar esa mano en alguien más como lo había hecho conmigo. Mi mano estuvo libre en un momento. De todos modos, la belleza del golpe estaba en que él no se podía concentrar en su muñeca aplastada. Su garganta tenía que estar ardiendo y tenía que sentir allí la sangre pegajosa. Era sólo una herida superficial, literalmente un raspón, pero probablemente le atemorizaba más que el dolor de la muñeca.
    »Se dobló, con la mano izquierda en el cuello y el brazo derecho colgando. Gemía.
    »Todo había pasado muy rápido, pero el tiempo corría. El segundo hombre se estaba aproximando, y el tabernero, y un recién llegado estaba en la entrada. Era grande y ancho y no tenía dudas de que era un miembro del encantador grupo en el que me había metido.
    »Los riesgos se acumulaban y la diversión adelgazaba, de modo que salí rápidamente, justo por donde estaba el tipo enorme, que no reaccionó muy rápido sino que se quedó parado allí, confuso y sorprendido, por los cinco segundos que necesité para empujarlo y salir.
    »Por alguna razón, no creí que informarían el incidente a la policía. Tampoco que sería seguido, pero esperé un rato para ver. Estaba en una calle con casas en fila, cada una con una serie de escalones que conducían a la puerta principal, por encima del nivel de la calle. Entré en uno de los patios y a la sombra cerca de la puerta de reja del sótano que no tenía luces.
    »Nadie salió del bar. No estaban detrás de mí. No estaban seguros de quién era yo y todavía no podían creer que uno tan bajo como yo pudiera ser peligroso. Era la providencial subestimación que me había beneficiado incontables veces.
    »Entonces me moví rápidamente hacia mi ruta original, atendiendo las pisadas detrás de mí o las sombras cambiantes a la luz de las calles.
    »Ya no era temprano y llegué a la esquina donde estaba ubicado el complejo de apartamentos de mi amigo sin necesidad de más demoras. La luz verde parpadeó y crucé la calle, y me di cuenta de que el asunto no era tan sencillo como yo había esperado.
    »La casa de apartamentos no era un hijo único, sino que era uno de los miembros de una gran familia de hermanos idénticos. Nunca antes había visitado el complejo y no sabía en qué edificio en particular encontraría a mi amigo. Parecía no haber un directorio, ningún mostrador con un amistoso informante. Parecía la habitual suposición neoyorquina de que si uno no ha nacido con el conocimiento de cómo localizar su destino, no tiene derecho a tener uno.
    »Los edificios individuales mostraban un número, cada uno, pero discretamente... en un susurro. Tampoco estaban iluminados, sino sólo por el brillo de las luces de la calle, de modo que encontrarlos fue una aventura.
    »Uno tiende a vagar al azar al principio, tratando de orientarse. Eventualmente, encontré una pequeña señal con una flecha que me dirigió hacia un patio interno con la promesa de que el número que quería podía realmente ser encontrado allí.
    »Un momento más y hubiera entrado cuando recordé que era, o sólo podía ser, un hombre marcado. Miré hacia la dirección de la que venía.
    »Había evitado la confusión de las multitudes. Aunque no era mucho después de las nueve de la noche, la calle tenía el vacío característico de una noche en cualquier ciudad americana en la Era del Automóvil Universal. Había automóviles, seguro, en una corriente sin fin, pero en la calle por donde había caminado sólo podía ver tres personas en el brillo de las luces de la calle, dos hombres y una mujer.
    »No podía ver los rostros, ni detalles de las ropas, aunque tengo visión 20/20, no veo mejor que eso. De todos modos, uno de los hombres era alto y grande, y su perfil era irresistiblemente parecido al del hombre en la entrada y que había empujado al salir del bar.
    »Lo habían estado esperando, por supuesto, y ahora aparecían. Probablemente hubieran salido enseguida, pensé, pero había sido necesario cuidar del que había dañado, y supuse que lo habían dejado atrás.
    »Me di cuenta de que tampoco estaban buscándome. Aun a esa distancia podía asegurar que su atención no estaba sobre algo exterior al grupo, como si estuvieran buscando a alguien. La atención estaba completamente dentro. Los dos hombres estaban a cada lado de la mujer y la apresuraban. Me pareció que ella no deseaba moverse, que se resistía, que estaba siendo urgida hacia adelante.
    »Y una vez más, el calidoscopio cambió. Ella era una mujer en apuros, después de todo. Había pensado que yo era su rescatador y la había dejado plantada... y todavía en apuros.
    »Corrí a través de la avenida contra las luces, esquivando coches, y apurándome hacia ellos. No me malentiendan. No soy contrario a defenderme; casi lo disfruto como cualquiera disfruta algo que hace bien. Por lo mismo, no soy un héroe irracional. No ando buscando batalla sin razones. Estoy por la justicia, pureza y rectitud, pero ¿quién puede decir qué lado -si hay alguno- de una pelea representa esas virtudes?
    »Un ángulo personal es algo más, y en este caso, se me había pedido ayuda y yo me había achicado.
    »Oh, me achiqué. Admito que honestamente había decidido que la mujer no estaba de mi lado y que no necesitaba ayuda, pero no me quedé a averiguarlo. Era a ese voluminoso hombre a quien yo estaba evadiendo, y tenía que borrar esa desgracia.
    »Al menos, es lo que decidí con la sangre caliente. Si hubiera tenido tiempo de pensar, o permitir que la rabia se aplacara, podría haber sólo visitado a mi amigo. Tal vez debiera haber llamado a la policía sin dar mi nombre y entonces visitar a mi amigo.
    »Pero tenía la sangre caliente y corrí hacia los problemas, sopesando las probabilidades muy someramente.
    »Ya no estaban en la calle, pero había visto en qué portón habían entrado, y no habían subido los escalones. Busqué en el patio delantero y tomé la reja que conducía hasta el apartamento del sótano. Se abrió, pero había una puerta de madera por detrás que no lo hizo. Las persianas estaban cerradas pero se veía una pálida luz detrás de ellas.
    »Golpeé la puerta de madera con furia pero no obtuve respuesta. Si tenía que romperla, estaría en desventaja. Fuerza, velocidad, y astucia no son tan buenas para romper puertas como la masa, y yo no tengo masa.
    »Golpeé otra vez y pateé el picaporte. Si era el apartamento equivocado, estaba forzando la entrada, lo que era lo mismo si era el apartamento correcto. La puerta tembló por mi patada, pero aguantó. Estaba por intentarlo otra vez, preguntándome si algún vecino había decidido involucrarse lo suficiente para llamar a la policía, cuando la puerta se abrió. Era el hombre grande, lo que significaba que era el apartamento correcto.
    »Retrocedí. Me dijo, “Usted parece incómodamente ansioso por entrar, señor”. Tenía una voz de tenor bastante delicada y el tono de un hombre educado.
    »Le dije, “Usted tiene a una mujer aquí. Quiero verla”.
    »“No tenemos una mujer aquí. Ella nos tiene a nosotros. Este es el apartamento de una mujer y estamos aquí por invitación”.
    »“Quiero verla”.
    »“Muy bien, entonces, entre y véala”. Retrocedió.
    »Esperé, midiendo los riesgos -o lo intenté, en todo caso, pero un inesperado golpe desde atrás me hizo tambalear hacia adelante. El hombre grande me tomó del brazo y la puerta se cerró detrás de mí.
    »Claramente, el segundo hombre se había ido un piso arriba, salió por la puerta principal, bajó los escalones y se puso detrás de mí. Debía haber estado pendiente de él, pero no lo hice. Fallo en los estándares de superhombre frecuentemente.
    »El hombre grande me condujo hasta una sala de estar. Estaba débilmente iluminada. Dijo, “Como ve, señor, su anfitriona”.
    »Ella estaba allí. Era la mujer del bar, pero esta vez el calidoscopio estaba quieto. La mirada que me lanzó no tenía errores. Ella me miró como al rescatador que le estaba fallando.
    »“Bien”, dijo el hombre grande, “hemos sido corteses con usted a pesar de que trató a mi amigo cruelmente en el bar. Simplemente le hemos preguntado cuando podíamos haberle lastimado. En respuesta, ¿nos dirá quién es usted y qué está haciendo aquí?”
    »Él tenía razón. El hombre más pequeño no tenía que empujarme. Podía haberme dejado sin sentido, o peor. Sin embargo, supongo que estaban desconcertados conmigo. No sabían mi participación y debían averiguarla.
    »Miré hacia alrededor rápidamente. El hombre más pequeño estaba aún detrás de mí, moviéndose conmigo. El más grande, que debía pesar unas 250 libras, realmente con muy poco de ellas en grasa, permanecía tranquilamente delante de mí. A pesar de lo que había sucedido en el bar, todavía no tenían temor de mí. Era una vez más la ventaja del tamaño pequeño.
    »Dije, “Esta joven dama y yo tenemos una cita. Nos iremos y ustedes se sentirán como en su casa”.
    »Dijo, “Ésa no es respuesta, señor”.
    »Hizo un gesto con la cabeza y vi por el rabo del ojo que el hombre más pequeño se movía. Levanté mis brazos a la altura de mis hombros cuando me sujetó del pecho. No tenía sentido permitir que mis brazos quedaran sujetos si podía evitarlo. El hombre más pequeño sujetó firmemente, pero se necesitaba más fuerza que las que él tenía para quebrar mis costillas. Esperé que estuviera bien colocado y esperé que el hombre grande me lo diera.
    »Dijo, “Necesito una respuesta, señor, y si no obtengo una rápidamente, tendré que lastimarlo”.
    »Se acercó, y una mano se levantó para castigar.
    »Lo que siguió tomó menos tiempo del que llevará explicarlo, pero fue algo así. Mis brazos fueron hacia arriba y atrás, y alrededor de la cabeza del hombre más pequeño, para asegurarme de que tenía un buen respaldo, y entonces mis pies se levantaron.
    »Mi pie izquierdo apuntó a la ingle del caballero grande y no hay hombre que no se estremezca ante eso. La cadera del hombre grande se encogió hacia atrás y su cabeza se inclinó automáticamente hacia abajo y se encontró con el talón de mi zapato derecho que subía. No es una maniobra fácil, pero la he practicado lo suficiente.
    »Tan pronto como mi talón hizo contacto, ajusté el abrazo y lancé mi cabeza hacia atrás. La mía y la del hombre más pequeño hicieron duro contacto y no lo disfrutó, pero la parte posterior de mi cabeza no era tan sensible como la nariz del hombre detrás de mí.
    »Desde el punto de vista de la mujer, imagino que no podía tener una clara visión de lo que había sucedido. En un momento, yo parecía desamparadamente inmovilizado y entonces, después de un movimiento veloz, estaba libre, mientras mis atacantes estaban aullando.
    »El hombre más pequeño estaba sobre el piso con una mano sobre el rostro. Le pisé duramente un tobillo para desalentar cualquier intento de levantarse. No, no son las reglas del Marqués de Queenberry, pero no había árbitros por allí.
    »Me volví para enfrentar al hombre más grande. Sacó las manos del rostro. Le había pegado en la mandíbula y estaba sangrando abundantemente. Deseaba que no le quedaran deseos de pelear, pero sí. Con un ojo que rápidamente se le cerraba, vino gritando hacia mí en furia ciega.
    »No estaba en peligro por ese ataque loco si podía esquivarlo, pero una vez que me sujetara en el estado actual, estaría en serios problemas. Retrocedí, me retorcí. Volví a retroceder y retorcerme. Esperaba la oportunidad de volver a golpearlo en el mismo punto.
    »Desafortunadamente, estaba en una habitación extraña. Retrocedí y me retorcí, y caí pesadamente encima de un cojín. Él estaba sobre mí, su rodilla sobre mis muslos, sus manos en mi cuello, y no había manera de poder aflojar ese agarre en el momento.
    »Pude escuchar el fuerte golpe seco aun a través del rugido de la sangre en mis oídos, y el hombre grande cayó pesadamente sobre mí, pero el agarre de mi garganta se había aflojado. Me escurrí de abajo con grandes dificultades aunque la mujer hacía lo mejor que podía para levantarlo.
    »Ella dijo, “Tenía que esperar que dejara de moverse”. Había un candelabro cerca de él, una pesada pieza de hierro forjado.
    »Permanecí sobre el piso, tratando de recuperar el aliento. Dije, en un jadeo, “¿Le ha matado?”.
    »“No me hubiera importado si lo hacía”, dijo ella indiferente, “pero todavía respira”.
    »Ella no era exactamente una heroína desamparada. Era su departamento, de modo que sabía dónde encontrar el tendedero, y estaba atando muy eficientemente los tobillos y muñecas de ambos hombres. El más pequeño gimió cuando ajustó la soga en los tobillos, pero a ella no se le movió un pelo.
    »Dijo, “¿Por qué demonios hizo lío con la respuesta cuando le pregunté en el bar acerca del béisbol? ¿Y por qué demonios no trajo más gente con usted? Admito que usted es un pequeño molino de viento, pero, ¿no podía haber traído un respaldo?
    »Bien, realmente no esperaba gratitud, pero... Le dije, “Señora, no sé de qué está hablando. No sé nada acerca del béisbol, y no voy por allí con escuadrones”. Ella me miró duramente. “No se mueva. Haré un llamado telefónico”.
    »“¿A la policía?.
    »“En cierto modo”.
    »Se fue a la otra habitación a llamar. Por privacidad, supuse. Confiaba que me quedaría donde estaba y sin hacer nada. O pensó que era tan estúpido para hacerlo. No me importó. No había terminado de descansar.
    »Cuando regresó, dijo, “Usted no es uno de los nuestros. ¿Qué fue esa afirmación acerca del béisbol?”
    »Dije, “No sé quiénes son nosotros, pero no soy uno de nadie. Mi afirmación acerca del béisbol era una afirmación. ¿Qué más?”
    »Dijo, “Entonces, ¿cómo...? Bien, es mejor que se vaya. No hay necesidad de que se mezcle en esto. Me haré cargo de todo. Salga y camine cierta distancia antes de llamar un taxi. Si un coche se acerca a este edificio mientras está en los alrededores, no se vuelva, y por amor de Dios, no regrese”.
    »Me estaba empujando y estaba afuera, en el patio, cuando me dijo, “Pero al menos usted sabía lo que le estaba diciendo en el bar. Me alegra que haya estado allí esperando”.
    »¡Al fin! ¡Gratitud! Le dije, “Señora, no sé qué...”, pero la puerta fue cerrada detrás de mí.
    »Caminé muy rápidamente hasta el apartamento de mi amigo. No dijo nada sobre mi retraso de una hora, o sobre mi deplorable aspecto, y no dije nada de lo que había sucedido.
    »Y lo que sucedió fue: nada. Nunca escuché nada más. No hubo repercusiones. Y es por eso que es una historia insatisfactoria. No sé quiénes eran esas personas, lo que estaban haciendo, de qué se trataba todo... Ni siquiera sé si estaba ayudando a los chicos buenos o a los malos, o si al menos había chicos buenos. Podía haber quedado entre dos bandas de terroristas jugando una con la otra.
    »Pero esa es la historia acerca de mi conocimiento fingido del béisbol.
    Cuando Just terminó, un silencio plano e incómodo flotó sobre la habitación, un silencio que parecía enfatizar que por primera vez en la memoria viviente un invitado había contado una historia bastante larga sin haber sido interrumpido.
    Finalmente, Trumbull lanzó una mirada cansada, y dijo:
    —Confío en que no se ofenderá, señor Just, si le digo que creo que nos está tomando el pelo. Ha inventado una historia muy dramática para nuestro beneficio, y nos ha entretenido -al menos a mí- pero no puedo aceptarlo.
    Just se encogió de hombros, y pareció no ofenderse.
    —La he adornado un poco, la he lustrado un poco... Soy un escritor, después de todo... pero es bastante cierta.
    Avalon se aclaró la garganta.
    —Señor Just, Tom Trumbull es algunas veces apresurado en llegar a conclusiones, pero en este caso estoy forzado a coincidir con él. Como dice, usted es un escritor. Siento mucho decir que no he leído ninguno de sus obras, pero imagino que escribe lo que se denomina historias de detectives, de tipos rudos.
    —A propósito, no lo hago —dijo Just, con compostura—. He escrito cuatro novelas que son, espero, realistas, pero no excesivamente violentas.
    —Es un hecho, Jeff —dijo Rubin, sonriendo.
    —¿Le crees, Manny? —dijo Gonzalo.
    Rubin se encogió de hombros.
    —Nunca encontré que Darius fuera un mentiroso, y sé que sucedió algo, pero es difícil para un escritor resistir la tentación de hacer ficción para lograr efecto. Perdóname, Darius, pero no juraría cuánto de eso es verdad.
    Just suspiró.
    —Bien, sólo para el registro, ¿hay alguien aquí que crea que lo que les conté realmente sucedió?
    Los Viudos Negros permanecieron en un silencio embarazoso, y entonces se escuchó una tos suave proveniente del aparador.
    —Vacilaba de meterme, caballeros —dijo Henry—, pero a pesar de la naturaleza excesivamente romántica de la historia, me parece que tiene una oportunidad de ser verdad.
    —¿Una oportunidad? —dijo Just, sonriendo—. Gracias, camarero.
    —No subestime al camarero —dijo tiesamente Trumbull—. Si él piensa que hay una oportunidad de que la historia sea verdad, estoy preparado a revisar mi opinión. ¿Cuál es tu razonamiento, Henry?
    —Si la historia fuera ficción, señor Trumbull, estaría perfectamente cerrada. Ésta tiene una falla interesante la que, si tiene sentido, no puede ser accidental... Señor Just, justo al final de la historia nos contó que la mujer afirmó su creencia de que usted sabía lo que ella estaba diciendo en el bar. ¿Qué le había dicho?
    —Es un cabo suelto —dijo Just—, porque no me dijo una maldita cosa. Pude fácilmente haber inventado algo, si no estuviera diciendo la verdad.
    —O pudo dejarlo suelto ahora —dijo Halsted—, en aras de la verosimilitud.
    —Y aun si su historia es precisa —dijo Henry—, ella sí puede haberle dicho algo, y el hecho de que usted no lo comprenda es la evidencia de su verdad.
    —Habla en acertijos, Henry —dijo Just.
    —Usted, en su historia —dijo Henry—, no mencionó ubicaciones; tampoco la localización del bar, ni del complejo de apartamentos donde vive su amigo. Hay una buena cantidad de tales complejos de apartamentos en Manhattan.
    —Lo sé —interrumpió Rubin—, vivo en uno de ellos.
    —El suyo, señor Rubin —dijo Henry—, está en la Avenida Extremo Oeste. Sospecho que el complejo de apartamentos del amigo del señor Just está en la Primera Avenida.
    Just pareció asombrarse.
    —Lo está. ¿Cómo supo eso?
    —Considere la primera escena de su historia —dijo Henry—. La mujer en el bar sabe que está en manos de sus enemigos y no se le permitiría salir excepto bajo escolta. Los dos hombres del bar estaban simplemente esperando a sus cómplices. La llevarían a su departamento por razones propias. La mujer pensó que usted era uno del grupo de ella, sintió que usted no podía hacer gran cosa en el bar, pero le quería en escena, cerca de su apartamento y con refuerzos.
    »Por consiguiente le lanzó cerezas al marrasquino -un gesto aparentemente inofensivo, y posiblemente con intenciones de ligue, aunque despertó las sospechas de los dos hombres del bar.
    —¿Qué hay con eso? —dijo Just.
    —Ella tenía que trabajar con lo que podía encontrar —dijo Henry—. Las cerezas eran pequeñas esferas -pequeñas bolas- y ella lanzó cuatro a usted, una a la vez. Usted había declarado ser un fanático del béisbol. Ella le envió cuatro bolas, y, en idioma del béisbol, como todo mudo sabe, cuatro bolas significan cuatro lanzamientos fuera de la zona del golpe, quiere decir que el bateador puede avanzar a la primera base. Más coloquialmente, “caminar a primera”. Eso es lo que ella le estaba diciendo a usted, y usted, casi sin comprenderlo, sí caminó hasta Primera Avenida por las razones que usted sabe.
    Just se veía estupefacto.
    —Nunca pensé en eso.
    —Porque usted todavía no incorporó el incidente al relato —dijo Henry— es que pensé que su historia es esencialmente verdadera.

    POSTFACIO
    Una vez escribí una novela titulada “Murder at the ABA” (Asesinato en la Convención) en la que mi héroe era un tipo pequeño llamado Darius Just. Ese libro me gustó mucho.
    (Habitualmente, me gustan mucho mis libros, lo que es una suerte. ¿Puede imaginar cómo sería mi vida de miserable si me disgustaran mis libros, considerando cuántos escribí?)
    Particularmente, me gustó Darius, y mantuve el plan de escribir otros libros en la serie, pero de alguna manera nunca tuve oportunidad. En primer lugar había muchos libros de no-ficción que tenía que escribir entonces, y cuando llegó el momento en que Doubleday me agarró del cuello y me dijo que tenía que escribir más ficción, ellos dejaron bien en claro que querían decir ciencia ficción.
    De modo que mis deseos de novelas adicionales con Darius Just se fueron apagando... al menos por un tiempo.
    Pero entonces se me ocurrió que no había nada que me prohibiera poner a Darius en alguna historia corta ocasional e imaginé “La mujer en el Bar” específicamente para él.
    Cuando Fred publicó la historia en el ejemplar de EQMM del 30 de junio de 1980, la llamó “The man Who Pretended to Like Baseball” , y ese es un ejemplo de título que no me gustó. Demasiado largo y demasiado fuera de lugar en mi opinión. De modo que acá está como “La mujer del bar”.





    EL CONDUCTOR
    Roger Halsted miró por encima de su trago y dijo con voz suave:
    —El humor exitoso tiene sus incongruencias. Es por eso que la gente se ríe. El cambio repentino de puntos de vista lo provoca y cuanto más repentino y extremo sea el cambio, más fuerte la carcajada —Su voz adquirió el leve tartamudeo que señalaba sus momentos más formales.
    James Drake reflexionó.
    —Bueno, puede ser, Roger, hay montones de teorías acerca del humor, pero por mi experiencia, una vez que has diseccionado un chiste, estás donde estás cuando diseccionas un sapo. Muerto.
    —Pero has aprendido algo... Piensa en un chiste.
    —Estoy tratando de hacerlo —dijo Drake.
    Mario Gonzalo, resplandeciente en una camisa púrpura con cuello de tortuga debajo de la chaqueta color beige, dijo:
    —Intenta con Manny Rubin.
    Emmanuel Rubin, después de observar con recelo a Gonzalo, y volverse con una expresión de innegable dolor, dijo:
    —Declaro no tener experiencia en humor. Mis escritos son invariablemente serios.
    —No estoy hablando de tus escritos —dijo Gonzalo—. Estoy hablando de ti.
    —Respondería eso, Mario —dijo Rubin—, pero vestido como estás, tienes una ventaja injusta. Sigo batallando con la náusea.
    El banquete mensual de los Viudos Negros estaba a pleno ritmo y Henry, el camarero indispensable en estas funciones, anunció que la cena estaba servida.
    —Tranquilo con la comida, Manny —dijo Mario—, que hoy tenemos asado con budín de Yorkshire, me dice Henry, y no queremos problemas con tu delicado intestino ni con tu grosero ingenio.
    —Escribes tu propio material, por lo que veo —dijo Rubin—. Malo... Ah, aquí está Tom.
    La mata blanca de cabello de Tom Trumbull apareció mientras se movía rápidamente escaleras arriba, seguida por el resto de él.
    —Lo siento, caballeros, una crisis familiar menor, todo arreglado y... Gracias, Henry —Tomó agradecido su copa de escocés con soda—. ¿Han comenzado a comer ya?
    —Roger está poniendo manteca en su pan —dijo gravemente Roger Halsted—, pero eso es todo lo que hemos tomado.
    —Tom Trumbull —dijo Drake—, te presento a mi invitado, Kirn Magnus. Es un exobiólogo.
    Trumbull estrechó su mano.
    —Perdóneme, señor Magnus. No comprendí la descripción de su trabajo que dio Jim.
    Magnus era alto y delgado, con cabello negro y lacio un poco largo y cara de niño. Habló rápido, pero con intervalos de cuidadosa pronunciación.
    —Exobiólogo, señor Trumbull. Exo, un prefijo griego que significa ‘afuera’. Personalmente prefiero xenobiólogo, que suena como si comenzara con z pero es xeno, de una palabra griega que significa ‘extraño’. De cualquiera de las dos maneras, es el estudio de la vida en otros mundos.
    —Como marcianos —dijo Trumbull.
    —O Mario en su camisa —dijo Rubin.
    —El asunto evoca risas, lo admito —dijo Magnus sonriendo—. Hay cierta incongruencia en un campo de estudios que no incluye casos conocidos y, como estaba diciendo el señor Halsted, la incongruencia es la verdadera cuestión del humor.
    —Exactamente —dijo Halsted, tragándose un bocado de riñón sobre tostadas—. Le daré un ejemplo. Jack está sentado triste en un bar, mirando su cerveza. Entra Bob, mira a Jack y dice, ‘¿Qué te pasa?’. Responde Jack, ‘Mi mujer se fue con mi mejor amigo’. Bob le dice, ‘¿De qué estás hablando? Yo soy tu mejor amigo. Y Jack responde, ‘Ya no más’.
    Hubo una carcajada general y aun Trumbull esbozó una sonrisa.
    —Ya ve —dijo Halsted—, se permite suponer que Jack está deprimido hasta las tres últimas...
    —Ya lo comprendemos, Rog —dijo Rubin—. No necesitas reelaborarlo.
    —O como en el siguiente...
    —Dios sea alabado —dijo Trumbull cuando Drake golpeteó la copa de agua con la cuchara—. Henry, sirve mi brandy doble. ¡Oh, ya lo has hecho!
    —Sí, señor —dijo Henry, sobriamente—. Me anticipé a la necesidad cuando el señor Halsted comenzó a citar limericks .
    —Te he recordado en mi testamente, Henry, y algunas más de estas sesiones acelerarán tu papel como beneficiario... ¿Qué?
    —Dije —dijo Drake con paciencia—, que me gustaría que tú hagas los honores, Tom, y que cocines a nuestro exobiólogo.
    —Será un placer —dijo Trumbull—, si se me permite tomar un sorbo vigorizante... Ah. Ahora, señor Magnus, es habitual que comencemos preguntando al invitado cómo justifica su existencia, pero haré la pregunta menos general... ¿Cómo es que el rol de exobiólogo justifica su vida?
    Magnus sonrió.
    —¿Creerían en la gloria de la búsqueda del conocimiento?
    —Para usted, ciertamente, y para mí, tal vez... pero sus investigaciones pesan mucho en la cartera pública. ¿Cómo justifica su existencia para el contribuyente?
    —Desearía poder hacerlo, señor Trumbull. Desearía poder decirle en voz tan alta que pueda ser escuchada: ‘Señor, el mundo gasta 400 billones de dólares cada año para sus variadas instalaciones militares para comprar nada más que un seguro aumento de la destrucción. Demos un 0,1 por ciento de eso para ganar lo que puede ser un conocimiento fundamental concerniente al Universo’.
    Avalon sacudió su cabeza gravemente y dijo:
    —Eso no funcionará, Dr. Magnus. El público ve la defensa nacional como su seguridad contra la invasión y opresión de extranjeros odiados. Pueden estar equivocados, ¿pero qué tiene usted que ofrecer a cambio? ¿Qué pasa si usted descubre vida en Marte? ¿A quién le importa? ¿Por qué debería importarle a alguien?
    Magnus suspiró.
    —De alguna manera no esperaba encontrar filisteos aquí.
    —Hago alegato del caso filisteo —dijo Avalon—, para reducir mi exorbitante cuenta de impuestos. ¿Qué responde a eso?
    —Que su cuenta de impuestos es exorbitante por razones que no tienen nada que ver con la exobiología o con la ciencia, y sí mucho que ver con desatino y corrupción, a lo ancho del mundo. Si hubiéramos descubierto vida en Marte, la cual, como los desembarcos vikingos, es muy improbable, entonces sin importar lo simple que sea, ofrecerá la observación, en primer lugar, de una estructura de vida para nada relacionada con nosotros mismos.
    »Todas las formas de vida de la Tierra, plantas, animales, bacterias y virus, están formadas sobre el mismo esquema; todas, las casi dos millones de especies son inter-convertibles en el sentido de que cualquiera de ellas puede ser parte de una cadena de alimentos que termine en otra. La vida marciana, sin importar lo simple que pueda ser, duplicaría instantáneamente las variedades de vida que conocemos, lo cual resulta en incalculables beneficios posibles para un biólogo, y para todos nosotros por supuesto. Después de todo, cuanto mejor podamos comprender la vida, mejores serán nuestras oportunidades en cosas como la cura de enfermedades y la prolongación de la vida.
    —Pero el hecho —interrumpió Rubin— es que probablemente no haya vida en Marte, ni siquiera la más simple.
    —Las probabilidades —dijo Magnus— son que no la haya.
    —Ni en ningún lugar del sistema solar.
    —Posiblemente no.
    —Y si la hubiera, después de todo, podría estar formada sobre el mismo plan que la terrestre.
    —Es imaginable.
    —Y si no lo estuviera, la diferencia podría no ayudarnos a comprendernos a nosotros mismos para nada.
    —Odiaría creer eso, pero supongo que es posible.
    —Entonces, y haciendo de abogado del diablo —dijo Rubin—, ¿no diría que las probabilidades que ofrece no merecen el dinero que solicita?
    —Manny —dijo Trumbull—, es peor que eso. No creo que la exobiología se ocupe de sólo el sistema solar. ¿No existen planes de tratar de detectar señales de radio de origen inteligente desde otras estrellas?
    —Desde planetas que giran alrededor de otras estrellas, sí —dijo Magnus.
    —¿Y eso no costaría millones de dólares?
    —Algunos millones si se hace apropiadamente.
    —Y si localizamos esta vida y llamamos su atención hacia nosotros, ¿entonces qué? ¿Nos invadirán y nos someterán? ¿Es para eso que pagaremos tantos millones?
    Por primera vez, Magnus permitió que una expresión de impaciencia cruzara su rostro.
    —En primer lugar —dijo— solamente estamos escuchando. El proceso es SETI, ‘serach for extraterrestrial intelligence’ . Si recibimos señales no necesitamos tratar de responder si no lo deseamos. En segundo lugar, las oportunidades son que si recibimos las señales, la fuente estará en cualquier lugar a cientos de años luz desde acá. Eso significa que llevará de décadas a siglos recibir cualquier mensaje que les enviemos y con conversaciones como ésa, el peligro no parece inminente. En tercer lugar, incluso si se pudieran mover más rápido que la luz y quisieran encontrarnos, no tenemos razones para suponer que la conquista y la destrucción sea lo que tienen en mente. Pensamos eso solamente porque insistimos en transferir nuestra propia bestialidad a ellos. En cuarto lugar, en todo caso, ya hemos delatado nuestra existencia. Hemos estado dejando escapar radiación electromagnética de origen claramente inteligente por ocho décadas y el escape ha ido creciendo constantemente y más intensamente cada año. De modo que ellos sabrán que estamos acá si quieren escuchar. Y en quinto lugar... —se detuvo de repente.
    —Lo recita —dijo Trumbull— como si tuviese muchas oportunidades de repetir la lista.
    —Así es —dijo Magnus.
    —Entonces, ¿por qué se detuvo? ¿Ha olvidado el quinto punto?
    —No, de hecho, es el más fácil de recordar. No estamos gastando millones de dólares, verá, de modo que los que pagan impuestos no tienen que preocuparse por su dinero ni por su vida. En realidad, no estamos gastando casi nada.
    —¿Y qué del Proyecto Cíclope? —preguntó Rubin—. Más de mil radio-telescopios computarizados escuchando al unísono las señales de cualquier estrella dentro de los mil años-luz, una por una. No me diga que no costará una fortuna.
    —Por supuesto, y es una bicoca, también, a casi cualquier precio. Aun si no recogemos ninguna señal de origen inteligente, ¿quién puede decir los descubrimientos extraños e inesperados que podemos hacer cuando sondeemos el Universo con un instrumento en magnitudes más refinadas que cualquier cosa que utilicemos ahora?
    —Exactamente —dijo Rubin—. ¿Quién puede decirlo? Nadie. Porque no encontrará nada.
    —Bueno, no es punto de discusión —dijo Magnus—. Es muy dudoso que obtuviéramos alguna vez los fondos necesarios enviados por el Congreso. Hasta ahora, ha sido suficientemente duro conseguir el dinero para asistir a conferencias internacionales sobre el tema y aun eso ha sido restringido gracias a la más maldita serie de circunstancias —un gesto de infelicidad cruzó su rostro.
    Hubo un breve silencio y entonces Avalon, juntando sus formidables cejas, dijo:
    —¿Le importaría describir esas circunstancias, Dr. Magnus?
    —No hay mucho que describir —dijo Magnus—. Hay una pesada niebla de sospechas que no se despeja y eso juega directo a las manos de los millones-para-la-defensa-pero-ni-un-centavo-para-la-banda de tontos sobrevivientes.
    Gonzalo parecía encantado.
    —Una espesa niebla de sospechas es justo lo que nos gusta escuchar. Díganos los detalles.
    —No sería muy discreto si lo hiciera.
    —Nada dicho aquí es repetido afuera —dijo Trumbull inmediatamente—. Somos todos discretos y eso incluye a nuestro estimado camarero, Henry.
    —Cuando digo que no sería discreto decirles los detalles —dijo tristemente Magnus—, me estoy refiriendo a mi propio desatino. Me temo haber sido el causante del problema y encuentro embarazoso discutirlo.
    —Si eso es lo que está molestándole —dijo Trumbull—, entonces, por favor, díganos. La confesión es buena para el alma, y aunque esa fuese condición para la cena, como no dudo que se lo haya dicho Jim, sí lo es el sometimiento a nuestro interrogatorio.
    —Me lo dijo —dijo Magnus—. Muy bien.
    »Algún tiempo atrás tuvimos un encuentro internacional, para los que estaban interesados en SETI, en New Brunswick, en Canadá. Los soviéticos enviaron un numeroso contingente de algunos de sus astrónomos de más alto vuelo, y por supuesto, nosotros nos presentamos en grupo, tal como los canadienses, británicos, franceses, australianos, japoneses, y un surtido de otros, incluyendo unos pocos de Europa del Este.
    »También estaba el personal auxiliar -por ejemplo, traductores, aunque la mayoría de los asistentes podían hablar bien el inglés. Por extraño que parezca, el inglés coloquial más puro vino del único delegado búlgaro, que hablaba como un nativo de Ohio en una reunión social, pero que insistió en hablar en búlgaro y utilizar un intérprete en las sesiones formales, tal vez para mostrar su costado ortodoxo a los soviéticos -pero eso es igual allá que aquí.
    —Estoy bastante seguro de que había unos cuantos pesados soviéticos que, como hecho real, eran parte de su aparato de seguridad. También estoy igualmente seguro de que también estaba presente algún personal de seguridad americana.
    —¿Para qué, señor Magnus? —dijo Gonzalo—. ¿Qué peligro hay en escuchar a las estrellas? ¿Están los soviéticos temerosos de que realicemos alianzas con algunos hombrecitos verdes y en contra de ellos?
    —¿O viceversa? —preguntó Halsted secamente.
    —No, pero el conocimiento es indivisible —dijo Magnus—. Aquellos de nosotros que somos expertos en radio-astronomía sabemos bastante acerca de ciertas cosas como el reconocimiento de satélites y satélites asesinos, y sobre manipulación, redireccionamiento y aborto de reconocimiento. De ambos lados, aun así, están ansiosos por prevenir que sus propios hombres sean indiscretos y por atrapar a sus grupos contrarios por ser demasiado conversadores.
    —Me parece —dijo Avalon— que esa seguridad sería inútil en tales cuestiones. ¿Podría un operativo de la CIA saber si un astrónomo ha sido indiscreto cuando probablemente no puede comprender el asunto?
    —Usted desestima —dijo Magnus— el entrenamiento a que se someten los agentes especiales. Los astrónomos actuales, de ambos lados, son el doble por seguridad. No menciono nombres.
    —No tiene sentido llegar hasta eso —dijo Trumbull—, ¿Puede usted continuar, Dr. Magnus?
    —Por cierto —dijo Magnus—. He detallado el tamaño de la delegación completa en orden de explicar que no podíamos ser alojados en un solo lugar. De hecho, el sitio de New Brunswick, aunque adecuado como un punto casi neutral -habíamos tenido un encuentro previo en Finlandia- y aunque estaba aislado y era hermoso, sin mencionar que tenía canchas de tenis y pileta de natación, no ofrecía alojamiento adecuado. El personal estaba disperso y el gobierno de Canadá proveía el transporte.
    »Teníamos varios coches, cada uno con conductor, y estaban en constante demanda. Los americanos utilizaban una limosina que podía transportar a seis fácilmente, aunque el conductor hubiera llevado rápidamente a un solo pasajero de ida y vuelta. Un desperdicio de combustible, pero conveniente.
    »El conductor era Alex Jones, un joven animado de cerca de treinta años, quien parecía tener la idea fija de que éramos astrólogos. Era ignorante como nadie podía serlo sin ser realmente un retardado, pero estaba fascinado con nosotros. Nos conocía a cada uno y nos llamaba con alguna extraña derivación de nuestros nombres.
    »Yo la saqué bastante barata. Me llamaba Maggins, lo que está bastante cerca, y una vez Maggots, que no está tan cerca. No me importaba y no traté de corregirle. Alfred Binder, del estado de Arizona, era repetidamente llamado Bandage , y sin embargo se enfurecía cada vez. Algunas veces Binder le gritaba al joven de una manera casi fuera de lugar.
    —¿Puedo interrumpir, Dr. Magnus? —dijo Avalon—. ¿No está saliéndose del tema? Parece que estuviera recordando casi sin rumbo fijo.
    Hubo un rastro de tiesura en la respuesta de Magnus.
    —Lo siento, señor Avalon, pero esto es esencial para la historia. Hay poco que sea sin rumbo fijo en mi manera de pensar.
    Avalon se aclaró la garganta y dijo en tono apagado:
    —Mis disculpas, señor —entonces tomó un algo agitado sorbo de lo que era claramente una copa vacía de brandy. Henry, tranquilo, la volvió a llenar inmediatamente.
    —No hay ofensa, señor —dijo Magnus—. Alex no era el único conductor, por supuesto. Al menos había media docena, pero era el que habitualmente daba servicio a la delegación americana. Creo que Binder, ocasionalmente, se colaba con los canadienses o los británicos tan sólo por alejarse de Alex. Sospecho que se hubiera ido con los soviéticos si hubiera pensado que podía aclararlo con la seguridad de ambos lados.
    »Debo confesar la que irritación de Binder con Alex me divertía. Mi sentido del humor tiende a ser desconsiderado ahora y entonces, y cuando Binder estaba en el coche instaba a Alex a hacer preguntas. Invariablemente preguntaba qué constelaciones estábamos estudiando, por ejemplo, y cuál constelación era afortunada ese día. Una vez, incluso, llamé a Binder como ‘Dr. Bandage’ cuando estábamos en el coche -no realmente a propósito- y después explotó sobre mí.
    —La gente —dijo Rubin— suele ser sensible respecto a sus nombres.
    —Eso es seguro —dijo Magnus—, y, como les dije, no estoy muy orgulloso con la dirección que mi sentido del humor toma, pero cuando estoy en vena, por así decirlo, no puedo resistirme a una broma.
    »Por supuesto, no supondrán que estas conversaciones en el coche eran otra cosa que tonterías. De hecho, debería decir que la mayoría de los delegados hablaban sobre sus trabajos con intensidad febril, ya que estábamos allí como nuestra propia camarilla. Alex escuchaba sin comprender una palabra y para mí eso era un incentivo adicional, porque amaba sus lanzamientos fuera del blanco. Una vez que alguien mencionó Cygnus XI -el famoso agujero negro, ya saben- Alex dijo, ‘Somos todos pecadores, pero no podemos evitarlo. Está en las estrellas’. En ese momento no me di cuenta qué quería decir, pero nunca estaba completamente fuera de base. Era una cuestión de ‘Cygnus’ y ‘sinner’ y Alex los asoció libremente.
    »Pero la conferencia estaba llegando al cierre. Todos habíamos dado nuestras charlas, habíamos tenido discusiones informales durante las comidas y en los descansos de la tarde, y en el día previo al último teníamos un simposio, que incluía a seis de los asistentes más vociferantes, cuyas actitudes eran tan diferentes que prometía algún excitante toma y daca.
    »Un grupo de nosotros éramos llevados a almorzar, con el simposio programado para esa tarde, y las personas dentro del coche estaban especulando en cuán agitadas serían las discusiones. Absolutamente lejos de querer provocar problemas, y en orden de molestar a Binder, dije, ‘¿Y qué piensas de las personas que estarán en el simposio, Alex?’
    »Alex dijo, ‘Pluhtahn’ en voz baja y después, ‘¿Pluhtahn? ¿Quién es él?’
    »Allí fue donde Binder desbordó. ‘¿Qué sentido tiene preguntarle a este idiota? Dios sabe a qué pobre diablo le arrostró ese nombre o de qué está hablando. ¿Por qué demonios le animas?’
    »A su vez, eso me puso rebelde. Dije, ‘Vamos, puede que no entienda los nombres muy bien, pero se refiere a una determinada persona’.
    »Binder dijo, ‘No hay nadie en nuestro grupo cuyo nombre sea algo como Pluhtahn. Es una idiotez’.
    »‘Él no es un idiota’ dije en voz baja, y ansioso de probarlo dije, ‘Vamos, Alex, ¿quién es Pluhtahn? ¿Cómo es?’
    »Pero Alex se veía terriblemente contrariado. Podía ver su perfil cuando me inclinaba sobre el respaldo del asiento delantero. Sus labios estaban temblando y tuvo que tragar antes de poder decir algo. Claramente, la furia de Binder lo había atemorizado. Murmuró, ‘Supongo que he cometido un error, señor Maggins’.
    »Se mantuvo callado por el resto del viaje, poco en realidad, y cuando nos bajamos nos ofreció su acostumbrado movimiento de mano y su sonrisa llena de dientes. ¡Pobre tipo! Lo llamé pero no respondió. No pude evitar pensar que Binder era un tonto pomposo.
    »Si lo hubiera dejado así, todo habría estado bien, pero por puro azar, Yuri se sentó cerca de mí durante el almuerzo.
    »Yuri era un miembro del grupo soviético, por supuesto; un hombre regordete, bastante corpulento, quien era calvo excepto un fleco de cabello negro, que mantenía corto. Siempre vestía un traje gris y una corbata marrón, y a pesar de ser un excelente radio-astrónomo, estaba siempre malhumorado. Nunca le vi sonreír y probablemente por eso no pude resistir hacerle una broma... Eso, mi problemático sentido del humor.
    »Le dije, ‘¿Qué es lo que escuché, Yuri, sobre que anduviste en nuestra limosina?
    »Bajó el cuchillo y se quedó mirándome con indignación, ‘¿De qué estás hablando?’ Hablaba inglés bastante bien, como la mayoría de los soviéticos -lo que era humillante para nosotros, en cierto modo, ya que ninguno podía hablar más de unas pocas palabras en ruso.
    »Verán, el apellido de Yuri era Platonov, acentuada en la segunda sílaba, y me parecía que si Alex lo hubiera llevado en el coche, el nombre Pluhtahn es el que podía haber entendido. Por supuesto, sabía que Platonov no hubiera usado nunca nuestro coche. De todo el grupo soviético entero, era el menos posible de hacer algo no-ortodoxo. Nunca fue amistoso y algunos de nosotros estábamos convencidos de que era miembro de la seguridad soviética.
    »Por supuesto, eso hacía que el chiste me pareciera bastante poco sólido. Le dije, ‘Nuestro conductor, Alex Jones, te ha mencionado, Yuri, de modo que sumé que estuviste viajando y hablando con él. ¿Qué estuviste haciendo? ¿Tratando de hacer que desertara?’
    Yuri se puso furioso. Dijo, ‘¿Es un chiste? Te lo advierto, elevaré una protesta. No creo que una reunión de científicos sobrios sea el lugar de afirmaciones desagradables’.
    »Bueno, era desagradable, lo supongo, y además Yuri había levantado la voz y las personas nos miraban desde todas partes de la habitación. Me aparté. Dije, ‘No te ofendas, Yuri, solamente mencioné el simposio a nuestro conductor y murmuró algo como Pluhtahn y pensé que podía tomarte el pelo. Nuestro conductor siempre entiende mal los nombres y eso no quiere decir nada’.
    »Yuri dijo malhumorado, ‘Guárdate las bromas’. Se puso a comer y no me miró ni me habló durante el resto de la comida. De hecho, no dijo nada a nadie y parecía bastante ensimismado.
    »Mi conciencia me molestaba. Podía no ser parte de la seguridad soviética. Podía, de hecho, ser muy vulnerable. Si alguno del lado soviético me había escuchado, todas las protestas de Yuri y toda mi insistencia de que sólo era un mal chiste, podían no ser suficientes. La flecha irracional de la sospecha podía caer sobre él y, posiblemente, su carrera estaría arruinada. Para el momento en que llegué a esa conclusión, me sentía bastante enfermo, y no disfruté del simposio.
    »De hecho, el simposio estaba un poco deslucido. Se descontaba que Yuri, que era uno de los participantes, hiciera unos buenos fuegos artificiales, pero no ofreció ninguno. Parecía ausente, como si tuviera algo en mente. Yo me sentía muy mal, por supuesto, y las cosas se pusieron peores...
    En este punto, Gonzalo interrumpió.
    —¡No me diga que a este muchacho Platonov tuvo problemas y fue enviado a Siberia!
    —No, no hasta donde sé —dijo Magnus—. Lo que sucedió fue que esa noche, la última de nuestra conferencia, Alex murió.
    —¿El conductor? —dijo Avalon, claramente asombrado.
    —¿Cómo murió? —dijo Trumbull.
    —Bueno, es así —dijo Magnus—. No fue una muerte natural. ¿Recuerdan que mencioné a un búlgaro en el grupo quien hablaba un excelente inglés? Bueno, él estaba conduciendo uno de los pequeños coches reservados para el contingente soviético hacia el pueblo, para hacer una especie de encargo o algo así, y dijo que Alex entró en la carretera, a toda velocidad, por delante de él, y que no hubo manera de evitarlo.
    —¿Sucedió en el pueblo? —preguntó Rubin.
    —No, en el campo, cuando el resto de nosotros nos reunimos en un momento social, por así decirlo, después de la cena, y la mayoría estábamos allí cuando llegó la policía. Era claro que el búlgaro -su nombre era Gabrilovich, ya que estamos- esperaba ser encarcelado y acusado de asesinato, y temía los excesos de la policía capitalista-imperialista, pero no sucedió nada de eso, por supuesto. Él era un huésped honorario de la nación y se le dio el beneficio de la duda. Durante la noche fue realizada la autopsia y parece que Alex estaba atiborrado de alcohol. Estaba lo bastante borracho para haberse metido en la carretera a toda velocidad y sin precauciones.
    »Llevamos a cabo la sesión final de resumen la siguiente mañana -a la que no asistió Gabrilovich- y tuvimos permiso de salir y continuar nuestras ocupaciones después de almuerzo. El mismo Gabrilovich tuvo que quedarse un día extra para someterse a un interrogatorio adicional, lo que debe haberle atemorizado. Varios de los del lado soviético se quedaron a acompañarle y entonces también se fueron todos.
    »Telefoneé a la policía canadiense unos días después, pero el caso estaba cerrado. Alex no tenía familiares ni posesiones. Fue enterrado y ese fue el final de todo.
    Halsted, con la alta frente enrojecida por una excitación contenida, dijo:
    —Pero usted piensa que no fue accidente. ¿Correcto?
    Magnus asintió.
    —Dos razones. Primera, ¿qué estaba haciendo Gabrilovich solo, conduciendo hacia el pueblo, cuando las personas del lado soviético, incluyendo el Este Europeo, nunca iban en grupos menores de tres?
    —Vamos, vamos —dijo Avalon—, es una costumbre, no una ley cósmica.
    —La costumbre es algunas veces más segura —dijo Magnus—, y un hombre que podía hablar perfectamente el inglés, pero que usaba el búlgaro para demostrar su lealtad, no hubiera roto esa costumbre. Además, iba al pueblo a comprar una afeitadora eléctrica, dijo, porque estaba cansado de lastimarse con su navaja Bulgarian Straight. De todos modos, nunca le vi lastimaduras en el rostro y me pareció que no debía haber demostrado enamoramiento con la tecnología occidental.
    —No tanto así —dijo Avalon—. Imagino que no hay nada malo en eso. Los soviéticos compran todos los productos de la degradante burguesía a que pueden echarle mano. A decir verdad, no se andan por las ramas admirando la tecnología mientras declaran desprecio por los principios económicos que las producen.
    Magnus se encogió de hombros.
    —Tal vez. La segunda cosa que me molesta es simplemente que Alex no me parecía un bebedor. Los bebedores cargan las conversaciones con casuales referencias a los tragos, y Alex nunca lo hizo.
    —Esa es aun más débil que la primera —dijo Avalon—. Como sabe, nunca descubrirá a un bebedor secreto. Alex era un alcohólico tratando de mantenerse lejos del trago durante una conferencia donde probablemente remojaran todo el tiempo las actuaciones. Durante la última noche, no pudo resistir, lo que le llevó a otro y otro... No, Dr. Magnus, su muerte puede no haber sido un accidente, pero lo que usted piensa puede no ser suficiente para que la policía actúe.
    —Pero considere la coincidencia —dijo Magnus—. Más temprano ese día había hecho una broma a Yuri Platonov acerca de Alex y su mención del nombre Pluhtahn. Esa noche estaba muerto.
    —¿Piensa que la broma —dijo Rubin, escéptico— merecía un asesinato?
    —Supongan —dijo Magnus—, Yuri había estado en el coche que conducía Alex. Supongamos que había estado conversando con algún occidental, recibiendo información. Pudieron muy bien haberse despreocupado de Alex, cuya mente no estaba claramente bien equipada para ser peligrosa. Pero supongan que Alex había escuchado al occidental dirigirse al otro como Platonov y hubiera retenido el nombre. ¿Quién sabe qué más recordaría? De modo que lo mataron para evitar el descubrimiento de un importante espía en el campo enemigo.
    —Claro —dijo Avalon—, las oportunidades de que un joven ignorante haya podido escuchar algo de importancia...
    —Si podía identificar a quien estaba con Platonov en ese momento, y sí podía, sería suficiente. En todo caso —dijo Magnus reflexivo—, no soy el único que sospecha de muerte y traición. Sospecho firmemente que la seguridad americana había caído en la posibilidad, tal vez por lo que había escuchado por casualidad. Fui discretamente interrogado acerca de los eventos en la conferencia, y supe que algunos otros también lo habían sido. Lo que es más, hay cierta cantidad de cinta roja que retarda nuestra posibilidad de asistir a otras conferencias en el extranjero.
    —En otras palabras —dijo Trumbull—, piensa que el gobierno sospecha que uno de la delegación americana en New Brunswick es un traidor, pero que no sabe quién es.
    Magnus asintió sin palabras.
    —¿Piensa que es verdad? —dijo Trumbull.
    —No lo sé —dijo Magnus—. Odio creer que sea verdad. Pero podría serlo. Lo peor de esto es que si no hubiera sido por mi broma en el coche y en la cena, no hubiera habido bases para suponer que la muerte de Alex fuera otra cosa que un accidente, y tal vez fue un accidente.
    —No, no lo fue —dijo Gonzalo de repente—. Fue un asesinato.
    —¿Sobre qué base, Mario? —dijo Rubin escandalizado.
    —La mejor del mundo —dijo Gonzalo—. Cuando el Dr. Magnus dijo que Alex había muerto esa noche, sucedió que miré a Henry -y mientras el resto de ustedes registraba sorpresa, Henry asentía levemente como si lo hubiera estado esperando. Vamos, Henry, ¿qué piensas del accidente automovilístico?
    Henry dudó por un momento, y entonces dijo:
    —Claramente asesinato, debo decir, señor Gonzalo. Siento que soy incómodamente melodramático al decirlo, pero sospecho que Alex Jones fue rellenado de alcohol por persuasión o por la fuerza, y entonces empujado hacia la carretera justo delante del coche que conducía Gabrilovich para el solo propósito de cometer un asesinato que debía parecer un accidente.
    Todos miraron a Henry con asombro.
    —Esta vez, Henry —dijo Trumbull—, has ido demasiado lejos. ¿En qué puedes basar, con alguna posibilidad, ese escenario que tú mismo denominaste melodramático?
    Magnus parecía bastante estupefacto por la súbita participación del camarero en la discusión.
    —Sí —dijo—. ¿Por que ha dicho eso?
    —Es bastante simple —dijo Henry—. Cuando mencionó el simposio, señor Magnus, Alex respondió con ‘Pluhtahn’. Sucede que hay un gran trabajo literario conocido como el Simposio. Mencionarlo es vincularlo, irresistiblemente, con el nombre de su autor para cualquiera con educación clásica. Sucede que el autor es Platón, y el ‘Simposio de Platón’ es prácticamente una sola palabra; la una implica a la otra.
    —¿Quiere decir —dijo Magnus— que cuando mencioné ‘simposio’, Alex no pudo resistir decir ‘Platón’? ¿Alex? No tenía educación clásica. Dudo si haya terminado la escuela.
    —Es fácil simular ser simple y sin educación —dijo Henry—. Alex trabajó duro en eso. Este asunto de pronunciar mal los nombres era más bien un caso de exageración, y en sí mismo produce sospechas.
    —No puede ser las dos cosas —dijo Magnus—. Si lo que trataba de decir era ‘Platón’, lo pronunció mal, lo que barre la teoría de alta educación.
    —Ah —dijo Henry—, pero no pronunció mal el nombre de Platón, Dr. Magnus. Nosotros lo hacemos. En griego original el nombre era ‘Platón’ y era pronunciado más cerca de ‘Pluhtahn’ que de nuestro ‘Pleitou’ . Los rusos mantienen ambas formas de escribirlo y decirlo, y hubo un famoso alto oficial de la Iglesia Rusa llamado Platón. Lo busqué en el Diccionario Biográfico mientras usted estaba contando la historia, sólo para asegurarme de que lo recordaba correctamente.
    —Lo recordabas correctamente —dijo Avalon—. Ahora, por qué no pensé en eso. ‘Platón’ es la palabra griega para ‘ancho’ y Platón recibe ese sobrenombre por sus anchos hombros. Su nombre real era Aristocles.
    —Pero —dijo Magnus—, ¿por qué usaría Alex la versión rusa del nombre?
    —Supongo que porque era ruso, y cuando usted dijo ‘simposio’, la asociación libre lo atrapó en la versión rusa del nombre, más que en la inglesa. Imagino que era un agente soviético, plantado como un ciudadano canadiense, y jugando el rol de un simplón. Su misión del momento era, sin dudas, escuchar las conversaciones en el coche.
    »De todos modos, cuando murmuró ‘Pluhtahn’ y ustedes lo escucharon, Dr. Magnus, el conductor se dio cuenta que podía haber revelado su identidad. Usted dijo que él parecía preocupado. Usted pensó que era por la furia del Dr. Binder, pero sospecho que era por una razón más seria.
    »Entonces, cuando usted hizo la broma al señor Platonov, él no tuvo problemas en reconocer al autor del Simposio y le pareció, también a él, que Alex se había descubierto. Aun si usted no lo vio, Dr. Magnus, podría mencionarlo a alguien que sí lo viera. Los soviéticos podían también haber supuesto que Alex ya no sería confiable; que podía ser atrapado; y que podía desertar por temor a las consecuencias. Y si se había convertido en un peligro y un estorbo vivo, mejor sería que estuviera muerto.
    Magnus se quedó pensativo por un momento.
    —Creo que debería informar esto.
    —Esto levantará un poco el calor de los astrónomos de la conferencia —dijo Trumbull—. Si me permite, haré una llamada telefónica que pondrá en funcionamiento la maquinaria.
    —Sí, sí, por supuesto —dijo Magnus—. Es extraño que Alex se saliera en esa forma cuando lo estaba haciendo tan bien.
    —Oh, bueno —dijo Avalon filosóficamente—, los hombres educados que necesitan sonar tontos están bajo una presión intolerable. Tarde o temprano no pueden resistir el impulso de mostrar su erudición. Eso siempre brotará.
    —Demuestras eso todo el tiempo, Jeff —dijo Gonzalo.
    —Creo —dijo austeramente Avalon—, que no soy el único aquí que es culpable de eso.
    —Y yo mismo —dijo Henry—, me temo no ser demasiado inocente... a ese respecto.

    POSTFACIO
    A Fred Dannay no le gustó. Al menos, me lo envió de regreso.
    En cierta forma, era mi culpa. Esto era antes de que comenzara mis series de Union Club, y estaba trabajando duro en los Viudos Negros. Así sucedía y escribí dos en sucesión, ‘El Conductor’, y ‘El Buen Samaritano’, que es el siguiente.
    Entonces, en un ataque de pedantería, los llevé el mismo día y los entregué juntos.
    Esta táctica es, claramente, mala. Si un editor lee dos de tus historias al mismo tiempo, es muy posible que le guste una más que la otra. Si hubiera leído la historia más débil, sola, aislada, sin una historia similar previamente, le parecería un poco débil todavía, pero tal vez no tanto para no publicarla. Con una comparación directa con otra historia, sus falencias se agrandan, y ahí va de regreso.
    Fred aceptó ‘El Buen Samaritano’ y cuando ‘El Conductor’ regresó, volví a leer las dos historias y decidí que Fred tenía razón, que ‘El Buen Samaritano’ era la mejor de las dos.
    La lección que aprendí, entonces, fue no tentar a un editor entregándole dos al mismo tiempo. Y (ya que tengo prejuicios) ni creo que ‘El Conductor’ sea tan débil que deba ser descartada. Aparece aquí, impresa por primera vez.





    EL BUEN SAMARITANO
    Los Viudos Negros habían aprendido con dura experiencia que cuando Mario Gonzalo tenía su turno como anfitrión del banquete mensual, tenían que esperar algo desusado. Habían llegado hasta el punto en que se preparaban a sí mismos, bastante automáticamente, para el desastre. Cuando su invitado llegaba había un relámpago de humor si resultaba que tenía la cantidad habitual de cabezas y podía hablar al menos un inglés chapurreado.
    Por lo tanto, cuando llegó el último de los Viudos Negros, y el eficiente servicio de mesa de Henry estaba casi completo, Geoffrey Avalon, de pie, como siempre, alto y erguido, sonó casi despreocupado al decir:
    —Veo que tu invitado todavía no ha llegado, Mario.
    Gonzalo, cuya chaqueta de terciopelo carmesí y pantalones ligeramente rayados reducían todo lo demás en la habitación a una monocromía dijo:
    —Bueno...
    —Lo que es más —dijo Avalon—, una rápida cuenta de los lugares puestos en la mesa por nuestro inestimable Henry muestra que seis personas, y no más, son esperadas. Y ya que todos los seis de nosotros estamos aquí, solamente puedo concluir que no has traído un invitado.
    —Gracias a Anacreon —dijo Emmanuel Rubin, levantando su copa—, o cualquier espíritu que presida nuestros banquetes de almas gemelas.
    Thomas Trumbull frunció el ceño y peinó hacia atrás su blanco cabello rizado con una mano.
    —¿Qué estás haciendo, Mario? ¿Ahorrando dinero?
    —Bueno... —dijo otra vez Gonzalo, mirando con fijeza su trago con una concentración completamente falsa.
    —No sé si esto es tan bueno —dijo Roger Halsted—. Me gustan las sesiones de interrogatorio.
    —No nos hará daño —dijo Avalon, con su voz profunda—, tener una conversación tranquila de vez en cuando. Si no podemos entretenernos sin un invitado, entonces los Viudos Negros no son lo que fueron alguna vez, y deberemos prepararnos, con pena, para el olvido. ¿Ofreceremos a Mario un voto de agradecimiento por su desacostumbrada discreción?
    —Bueno... —dijo Gonzalo por tercera vez.
    James Drake se interpuso, tirando la colilla de su cigarrillo y aclarándose la garganta.
    —Me parece, caballeros, que Mario está tratando de decir algo y que está asombrosamente avergonzado por eso. Si tiene algo que duda decir, me temo que no nos gustará. ¿Puedo sugerir que todos nos quedemos callados y que le dejemos hablar?
    —Bueno... —dijo Gonzalo, y se detuvo. Esta vez, sin embargo, hubo un silencio prolongado y ansioso.
    —Bueno... —dijo Gonzalo otra vez—. Sí tengo un invitado —y una vez más se detuvo.
    —¿Entonces dónde demonios está él? —dijo Rubin.
    —Abajo, en el comedor principal... ordenando la cena... a mis expensas, por supuesto.
    Gonzalo recibió cinco miradas vacías.
    —¿Puedo preguntar —dijo entonces Trumbull—, qué estúpida razón puedes sugerir para eso?
    —¿Aparte —dijo Rubin— de ser un estúpido congénito?
    Gonzalo dejó su copa, aspiró profundamente, y con firmeza dijo:
    —Porque pensé que ella estaría más cómoda allá abajo.
    Rubin logró decir un, ‘¿Y por qué...?’ antes de que el significado del pronombre se volviera claro. Agarró las solapas de la chaqueta de Gonzalo.
    —¿Dijiste ‘ella’?
    Gonzalo sujetó las muñecas del otro.
    —Quita las manos, Manny. Si quieres hablar, utiliza los labios, no las manos. Sí, dije ‘ella’.
    Henry, con su sexagenario liso rostro mostrando un poco de inquietud, levantó la voz un grado diplomático y dijo:
    —¡Caballeros! ¡La cena está servida!
    Rubin, habiendo soltado a Gonzalo, movió la mano imperiosamente hacia Henry.
    —Lo siento, Henry —dijo—, no habrá banquete... Mario, maldito burro, ninguna mujer puede asistir a estos encuentros.
    Hubo, de hecho, un alboroto general. Mientras ninguno llegó hasta la furia y los decibeles de Rubin, Gonzalo se encontró a sí mismo en un aprieto con los otros a su alrededor, formando un semicírculo. Sus comentarios generales se perdieron en la explosión general de enojo.
    Gonzalo, agitando los brazos frenéticamente, se subió a una silla.
    —¡Déjenme hablar! —gritaba una y otra vez hasta que el cansancio, al parecer, acalló a la oposición en un gruñido bajo.
    —Ella no es —dijo Gonzalo— nuestra invitada en el banquete. Es sólo una mujer con un problema, una mujer mayor, y no nos hará ningún daño si la vemos después de cenar.
    No hubo respuesta inmediata.
    —No es necesario que ella se siente a la mesa —continuó—. Se puede sentar en el umbral.
    —Mario —dijo Rubin—, si ella entra aquí, me voy, y si me voy, maldita sea, puede ser que no regrese jamás.
    —¿Estás diciendo —dijo Gonzalo— que romperás con los Viudos Negros antes de escuchar a una mujer mayor en problemas?
    —¡Digo —dijo Rubin— que las reglas son reglas!
    Halsted se veía profundamente preocupado.
    —Escucha, Manny —dijo—, tal vez deberíamos hacer esto. Las reglas no nos fueron enviadas desde el Monte Sinaí.
    —¿También tú? —dijo salvajemente Rubin—. Mira no me importa lo que diga ninguno de vosotros. En un asunto tan fundamental como éste, una sola bola negra es suficiente, y yo la coloco. O se va ella o me voy yo, y por Dios, nunca me volverán a ver. En vistas de esto, ¿hay alguien que quiera desperdiciar su aliento?
    Henry, aún parado a la cabecera de la mesa, esperaba con una imperturbabilidad marcadamente menor a la habitual a que la compañía se sentara.
    —¿Puedo decir una palabra, señor Rubin?
    —Lo siento, Henry —dijo Rubin—, nadie se sienta hasta que esto quede establecido.
    —Quédate fuera, Henry —dijo Gonzalo—. Pelearé mis propias batallas.
    Este fue el punto en que Henry se separó de su rol de epítome de todos los camareros del Olimpo y avanzó hacia el grupo. Su voz era firme.
    —Señor Rubin —dijo—, deseo tomar la responsabilidad por esto. Hace algunos días, el señor Gonzalo me telefoneó para preguntar si sería tan gentil en escuchar a una mujer que él conocía, quien tenía la clase de problemas con los que, él pensaba, yo podría ser de ayuda. Le pregunté si eran cosas del corazón. Me dijo que la mujer era pariente de alguien que posiblemente le diera una comisión para una importante obra de arte...
    —¡Dinero! —dijo Rubin despectivo.
    —Oportunidad profesional —soltó Gonzalo—. Si puedes entender eso. Y simpatía por un ser humano semejante, si puedes entender eso.
    Henry levantó la mano.
    —¡Por favor, caballeros! Le dije al señor Gonzalo que no podría ayudar pero le insté, si aún no había arreglado con un invitado, a que la trajera. Sugerí que podría no haber objeción si en realidad ella no asistía al banquete mismo.
    —¿Y por qué no podías ayudarla de otro modo? —dijo Rubin.
    —Caballeros —dijo Henry—, no afirmo poseer una perspicacia superior. No me comparo a mí mismo, tal como hace por mí ocasionalmente el señor Gonzalo, con Sherlock Holmes. Solamente después de que ustedes, caballeros, han discutido el problema y eliminado lo que es extraño, es cuando parece que veo lo que queda. Por lo tanto...
    —Bueno, mira, Manny —dijo Drake—, soy el miembro más antiguo aquí, y la razón original para la prohibición. Podríamos no aplicarla, parcialmente, sólo esta vez.
    —No —dijo Rubin, categóricamente.
    —Señor Rubin —dijo Henry—, se ha establecido frecuentemente en estos banquetes que soy un miembro de los Viudos Negros. Si es así, deseo tomar la responsabilidad. Insté al señor Gonzalo a hacer esto y hablé a la mujer en cuestión y le aseguré que sería bienvenida a nuestras deliberaciones después de la cena. Fue un acto impulsivo basado en mi estimación de los caracteres de los caballeros del club.
    »Si la mujer es enviada de regreso, señor Rubin, entenderá que mi posición aquí será imposible y estaré forzado a renunciar a mi posición como camarero de estos banquetes. No tendré elección.
    Casi imperceptiblemente, la atmósfera había cambiado mientras Henry hablaba, y ahora era Rubin quien estaba en un aprieto. Miró fijo a todos en el semicírculo que le rodeaba, y dijo casi ásperamente:
    —Aprecio tus servicios al club, Henry, y no deseo colocarte en una situación deshonrosa. Por lo tanto, en la estipulación de que esto no siente un precedente y recordándote que no lo debes hacer otra vez, quitaré mi bola negra.
    El banquete fue el menos placentero en la historia de los Viudos Negros. La conversación era desganada y aburrida, y Rubin mantuvo un silencio glacial todo el tiempo.
    No hubo necesidad de golpetear la copa durante el servicio de café, ya que no había conversación que interrumpir. Gonzalo simplemente dijo:
    —Iré abajo y veré si está lista. Su nombre, para el caso, es Señora Bárbara Lindemann.
    Rubin levantó la vista.
    —Asegúrate de que haya tomado su café, o té o lo que sea, allá abajo —dijo—. No puede tomar nada acá arriba.
    Avalon parecía desaprobarlo.
    —Los dictados de la cortesía, mi querido Manny...
    —Tomará lo que quiera allá abajo a expensas de Mario. Acá arriba, la escucharemos. ¿Qué más puede querer?
    Gonzalo la acompañó escaleras arriba y la condujo hasta un sillón que Henry había obtenido de la oficina del restaurante y que había colocado bien lejos de la mesa.
    Era una mujer bastante delgada con rasgos agradables, bien vestida y con el cabello blanco cuidadosamente arreglado. Llevaba un bolso negro que parecía nuevo y se aferraba a él firmemente. Miró tímidamente los rostros de los Viudos Negros.
    —Buenas noches —dijo.
    La respuesta fue un sordo murmullo como a coro.
    —Me disculpo por venir aquí con mi ridícula historia —dijo—. El señor Gonzalo me explicó que mi aparición aquí es algo fuera de lo habitual y he pensado durante la cena que no debería molestarles. Me iré si lo desean, y gracias por la cena y por dejarme subir aquí.
    Hizo el ademán de levantarse y Avalon, que parecía notablemente avergonzado, dijo:
    —Madame, es usted enteramente bienvenida aquí y nos gustaría mucho escuchar lo que tiene que decir. No podemos prometer que seremos capaces de ayudarle, pero podemos intentarlo. Estoy seguro de que todos sentimos lo mismo sobre esto. ¿No lo crees, Manny?
    Rubin lanzó una mirada oscura hacia Avalon a través de sus gruesas gafas. Su escasa barba tembló y su mentón se levantó, pero dijo en tono completamente apacible:
    —Enteramente, madame.
    Hubo una corta pausa, y entonces Gonzalo dijo:
    —Es nuestra costumbre, señora Lindemann, interrogar a nuestros invitados y bajo las circunstancias me pregunto si le importa que lo haga Henry. Él es nuestro camarero, pero también miembro del grupo.
    Henry se quedó sin movimientos por un momento.
    —Me temo, señor Gonzalo —dijo—, que...
    —Has reclamado el privilegio —dijo Gonzalo— de ser miembro más temprano esta noche, Henry. El privilegio va con sus responsabilidades. Apoya esa botella de brandy, Henry y siéntate. Cualquiera que desee brandy se lo servirá. Aquí, Henry. Toma mi silla —Gonzalo se levantó con resolución y se movió hacia el aparador.
    Henry se sentó.
    —Madame —dijo Henry a la señora Lindemann calmadamente—, ¿podría pretender estar en el banquillo de los testigos?
    La mujer miró alrededor y su aspecto nervioso se disolvió en una breve carcajada.
    —Nunca he estado en uno y no estoy segura de saber cómo comportarme allí. Espero que no les importe si estoy nerviosa.
    —No, claro, pero no necesita estarlo. Esto será muy informal y sólo estamos ansiosos por ayudarle. Los miembros del club tienen la tendencia a hablar en voz alta y en forma excitada a veces, pero si lo hacen, es solamente una manera y no significa nada. Por favor, primero díganos su nombre.
    —Mi nombre —dijo ella con una formalidad ansiosa— es Bárbara Lindemann. Señora Bárbara Lindemann.
    —¿Y tiene usted alguna línea particular de trabajo?
    —No, señor, estoy retirada. Tengo sesenta y siete años como se puede ver en mi aspecto -y soy viuda. Fui una vez maestra de escuela en una escuela intermedia.
    Halsted se agitó.
    —Esa es mi profesión, señora Lindemann —dijo—. ¿Qué asignatura impartía usted?
    —Mayormente, Historia Americana.
    —Ahora, de lo que el señor Gonzalo me ha dicho —dijo Henry—, usted ha sufrido una experiencia desagradable aquí en Nueva York y...
    —No, excúseme —interrumpió la señora Lindemann—, fue, en general, una experiencia agradable. Si no lo hubiera sido, me sentiría feliz de poder olvidarla por completo.
    —Sí, por supuesto —dijo Henry—, pero estoy bajo la impresión de que usted ha olvidado algunos puntos clave y que le gustaría recordarlos.
    —Sí —dijo ella con entusiasmo—. Estoy tan avergonzada de no recordar. Debe hacerme parecer senil, pero fue una cosa muy desusada y atemorizante en cierto modo -al menos en parte- y supongo que esa es mi excusa.
    —Creo que entonces será mejor —dijo Henry—, si nos relata lo que sucedió en todos los detalles que pueda y, si no le molesta, alguno de nosotros le hará preguntas mientras lo hace.
    —Eso no me molestará, se lo aseguro —dijo la señora Lindemann—. Lo recibiré como una señal de interés.
    »Llegué a Nueva York hace nueve días. Iba a visitar a mi sobrina, entre otras cosas, pero no quería quedarme con ella. Eso hubiera sido incómodo para ella y una limitación para mí, de modo que tomé una habitación de hotel.
    »Llegué al hotel alrededor de las seis de la tarde del miércoles y después de una corta cena, que fue muy agradable, aunque los precios eran sencillamente espantosos, telefoneé a mi sobrina y arreglé para verla al día siguiente cuando su esposo estuviera en el trabajo y sus hijos en la escuela. Eso nos daría tiempo para nosotras mismas y entonces en la noche podríamos tener un encuentro familiar.
    »Por supuesto, no intentaba colgarme de sus cuellos las dos semanas completas que estaría en Nueva York. Intentaba hacer cosas por mis propios medios. De hecho, esa primera noche después de la cena, no tenía nada que hacer en particular y no quería sentarme en mi habitación a ver televisión. De modo que pensé -bueno, toda Manhattan está allí afuera, Bárbara, y has leído sobre ella toda tu vida y la has visto en las películas, y ahora es tu oportunidad de verla en la vida real.
    »Pensé que sólo saldría y caminaría por allí por mis propios medios y que miraría los complejos edificios y las luces brillantes y a las personas que pasaban rápidamente. Solamente quería sentir la ciudad, antes que tomar giras organizadas. He hecho eso en otras ciudades en estos últimos años cuando estuve viajando, y siempre lo he disfrutado mucho.
    —Usted no tenía temor —dijo Trumbull— de perderse, supongo.
    —Oh, no —dijo la señora Lindemann animadamente—. Tengo un excelente sentido de orientación, y aunque me hubiera entretenido mirando y no hubiera notado dónde iba, tenía un mapa de Manhattan y las calles están todas en una grilla rectangular y numeradas -no como Boston o Londres o París, y nunca me perdí en esas ciudades. Además siempre podría tomar un taxi y darle al conductor el nombre de mi hotel. De hecho, estoy segura de que cualquiera me indicaría si lo pidiera.
    Rubin emergió de su pozo de desaliento para lanzar una resonante:
    —¿En Manhattan? ¡Ha!
    —Por cierto, ¿por qué? —dijo la señora Lindemann con calmo reproche—. Siempre escuché que los residentes en Manhattan son poco amigables, pero no lo encontré así. He sido receptora de varias gentilezas -sin ser la menor de ellas la manera en que ustedes caballeros me habéis recibido aun cuando soy bastante extraña a todos.
    Rubin encontró necesario quedarse mirando fijamente sus uñas.
    —En todo caso —dijo la señora Lindemann—, salí en mi pequeña excursión y estuve fuera mucho más tiempo que el que había planeado. Todo estaba lleno de color y de movimiento y el clima era apacible y agradable. Eventualmente me di cuenta de que estaba terriblemente cansada, había llegado a una calle bastante tranquila y estaba lista a regresar. Saqué de uno de los bolsillos exteriores de mi bolso el map...
    Halsted interrumpió.
    —Ya lo entiendo, señora Lindemann, usted estaba sola en esa excursión.
    —Oh, sí —dijo la señora Lindemann—. Siempre viajo sola desde que falleció mi esposo. Tener compañía es un perpetuo estado de compromiso como cuándo levantarse, qué comer, dónde ir. No, no. Quiero ser una mujer por mis propios medios.
    —No quise decir eso, señora Lindemann —dijo Halsted—. Quise preguntar si estaba sola en este paseo en particular por una ciudad extraña -por la noche- con un bolso.
    —Sí, señor. Me temo.
    —¿Nadie le ha dicho —dijo Halsted— que las calles de Nueva York no son siempre seguras en la noche -en particular, excúseme, para una mujer mayor con bolso y que parece, como usted, gentil e inofensiva?
    —Oh, querido, por supuesto que me han dicho eso. Me han dicho eso de cada ciudad que he visitado. En mi propia ciudad hay distritos que no son seguros. Aunque siempre he sentido que toda la vida es un juego, que las situaciones sin riesgo son un sueño imposible, y no iba a privarme de experiencias placenteras por causa del temor. Y he pasado por todos esos lugares sin daño alguno.
    —Hasta esa primera noche en Manhattan —dijo Trumbull—, lo entiendo.
    Los labios de la señora Lindemann se tensaron.
    —Hasta entonces —dijo—. Fue una experiencia que solamente recuerdo a pantallazos, por decirlo de alguna manera. Supongo que era por estar tan cansada, y entonces tan atemorizada, y los alrededores eran tan nuevos para mí, que mucho de lo que sucedió no se registró adecuadamente. Hay pequeñas cosas que parecen haberse desvanecido para siempre. Ése es el problema.
    Mordió sus labios y parecía como si estuviera batallando para contener las lágrimas.
    —¿Podría decirnos lo que recuerda? —dijo suavemente Henry.
    —Bueno —dijo ella, aclarándose la garganta y sujetando su bolso—, como ya dije, la calle estaba bastante tranquila. Había coches que pasaban, pero no peatones, y no estaba segura de dónde estaba. Estaba buscando el mapa y un cartel de calle cuando un hombre joven pareció aparecer de la nada y me dijo, ‘¿Tiene un dólar, señora?’. No debía tener más de quince -sólo un niño.
    »Bueno, hubiera estado deseando darle un dólar si pensara que lo necesitaba pero realmente parecía estar bien y razonablemente próspero, y pensé que no sería aconsejable mostrar mi billetera, de modo que dije, ‘Me temo que no, joven’.
    »Por supuesto, él no me creyó. Se acercó y dijo, ‘Claro que lo tiene, señora. Aquí, le ayudaré a mirar’, y tomó mi bolso. Bueno, no iba a permitir que la tomara, por supuesto...
    —Nada de ‘por supuesto’ en estas cosas, señora Lindemann —dijo Trumbull firmemente—. Si alguna vez le vuelve a suceder, entregue su bolso inmediatamente. No podrá salvarla de ninguna manera, y los matones no pensarán en usar la violencia, y no hay nada en un bolso que merezca su vida.
    —Supongo que tiene razón —suspiró la señora Lindemann—, pero en ese momento no estaba pensando correctamente. Sujeté el bolso como un acto reflejo, supongo, y es entonces cuando dejo de recordar. Recuerdo haber estado en una especie de lucha y me parece haber visto a otro joven acercándose. No sé cuántos, pero me sentí rodeada.
    »Entonces escuché un grito y unas palabras terribles, y el ruido de pies. No hubo nada más por un rato excepto que mi bolso se había marchado. Entonces escuché una voz ansiosa, baja y educada, ‘¿Está herida, señora?’
    »Le dije, ‘Creo que no, pero mi bolso se ha ido’. Miré a mi alrededor vagamente. Creo que estaba bajo la impresión de que había caído a la calle.
    »Había un joven un poco mayor sosteniendo mi codo respetuosamente. Debe haber tenido veinticinco años. Dijo, ‘Ellos la tomaron, madame, es mejor que la saque de aquí antes de que regresen por más diversión. Probablemente tienen cuchillos y yo no’.
    »Estaba sacándome de allí rápidamente. No podía verlo claramente en la oscuridad pero era alto y vestía un suéter. Dijo, ‘Vivo cerca de aquí, madame. O la llevo a mi casa o tendremos una batalla’. Creo que había otro hombre joven a la distancia, pero puede haber sido sólo una ilusión.
    »Fui con este joven bastante dócilmente. Parecía animado y educado y ya estoy demasiado vieja para sentir que estaba en peligro de... uh... daños personales. Además, estaba tan confusa y mareada que carecía de toda voluntad de resistir.
    »Lo siguiente que recuerdo es que estaba ante la puerta de su apartamento. Recuerdo que era el 4F. Supongo que eso quedó en mi memoria porque era una combinación familiar durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces estaba dentro del apartamento y sentada en un sillón tapizado. Era un apartamento bastante descuidado, lo noté, pero no recuerdo haber llegado hasta él.
    »El hombre que me había rescatado había puesto un vaso en mi mano y bebí de él. Era una especie de vino, creo. No me gustó el sabor en particular, pero me dio calor y me sentí menos mareada -antes que más mareada, como uno supondría.
    »El hombre parecía ansioso acerca de la posibilidad de que estuviera herida, pero lo tranquilicé. Le dije que si me ayudaba a conseguir un taxi podría volver a mi hotel. Dijo que era mejor que descansara u poco.
    »Ofreció llamar a la policía para informar el incidente, pero yo estaba inflexiblemente en contra de eso. Esa es una de las cosas que recuerdo muy claramente. Sabía que la policía no podría recuperar mi bolso y yo no quería ser un tema de los periódicos.
    »Creo que debí haber explicado que no era de la ciudad porque me dio un discurso, muy gentil, de los peligros de caminar en las calles de Manhattan. He escuchado mucho sobre ese tema en la última semana. Deberían escuchar a mi sobrina volver y volver sobre eso.
    »Recuerdo otros trozos de conversación. Él quería saber si había perdido mucho efectivo y le dije, bueno, unos treinta o cuarenta dólares, pero que había unos cheques de viajero que podrían, por supuesto, ser reemplazados. Creo que pasé algún tiempo asegurándole que sabía cómo hacer eso, y que sabía cómo informar la pérdida de mi tarjeta de crédito. Solamente tenía una en mi bolso.
    »Finalmente, le pregunté su nombre así podría hablar con él apropiadamente, y se rió y dijo, ‘Oh, los nombres servirán’. Me dio el suyo y le di el mío. Y le dije, ‘¿No es asombroso cómo encaja todo junto, su nombre y su dirección, y lo que acaba de decir’. Le expliqué y él se rió, y dijo que nunca había pensado en eso. De modo que ya ven... conocía su dirección.
    »Entonces bajamos las escaleras y era bastante tarde por entonces, al menos por el reloj, aunque por supuesto no era muy tarde en mi interior. Se aseguró de que las calles estuvieran despejadas, entonces me hizo esperar en el vestíbulo mientras salía a buscar un taxi. Dijo haberle pagado al conductor para que me llevara a donde quisiera ir, y antes de que pudiera detenerle me puso un billete de veinte dólares en la mano porque dijo que no debería dejarme sin un centavo.
    »Traté de oponerme, pero dijo que amaba Nueva York, y que ya que había sido maltratada en mi primera noche por los neoyorquinos, tenía que repararlo. De modo que lo tomé... porque sabía que podía devolverlo.
    »El conductor me llevó de regreso al hotel y no trató de cobrarme nada. Incluso intentó darme el vuelto porque dijo que el joven le había dado un billete de cinco dólares, pero yo estaba complacida con su honestidad y no tomé el vuelto.
    »Entonces ya ven que a pesar de que el incidente comenzó muy dolorosamente, estuvo la extrema gentileza del joven Buen Samaritano y del conductor de taxi. Era como si un acto de crueldad hubiese sido introducido en mi vida para que pudiera experimentar otros actos de gentileza que harían más que revertir el balance. Y aún los experimento; los suyos, quiero decir.
    »Por supuesto, era bastante obvio que el joven no tenía nada de sobra y sospeché que los veinticinco dólares que había gastado en mí eran más de lo que podía afrontar como algo a tirar. No me preguntó el apellido ni en qué hotel estaba. Era como si él supiera que le devolvería el dinero sin que nadie me lo recordara. Naturalmente, lo haría.
    »Verán, estoy bastante bien realmente, y no es cuestión de devolver. La Biblia dice que si compartes tu pan sobre las aguas retornará diez veces, de modo que pienso que es sólo justo que si puso veinticinco dólares, debería obtener doscientos cincuenta y lo puedo costear.
    »Regresé a mi habitación y dormí profundamente después de todo aquello; fue muy reparador. A la mañana siguiente, arreglé mis asuntos con respecto a la tarjeta de crédito y los cheques de viajera y entonces telefoneé a mi sobrina y pasé el día con ella.
    »Le conté lo que había pasado, pero sólo lo esencial. Después de todo, tenía que explicar por qué no tenía mi bolso y estaba temporalmente escasa de efectivo. Ella volvió una y otra vez sobre ello. Compré un bolso nuevo -éste- y no fue hasta el final del día cuando me di cuenta de que no había terminado el asunto de la devolución. El estar con mi familia me había distraído. Y entonces me abatió la gran tragedia.
    La señora Lindemann se detuvo y trató de evitar que su rostro se compungiera pero no pudo. Comenzó a llorar calmadamente y a buscar la cartera desesperadamente por un pañuelo.
    —¿Desea descansar un momento, señora Lindemann? —preguntó Henry suavemente.
    —¿Desea una taza de té, señora Lindemann, o algo de brandy? —dijo Rubin igualmente suave. Entonces miró a su alrededor temiendo que alguien dijera una palabra.
    —No, estoy bien —dijo la señora Lindemann—. Siento mucho comportarme así, pero encontré que había olvidado. No recuerdo la dirección del joven, para nada, aunque la debo haber conocido esa noche porque hablé de ella. ¡No recuerdo su nombre! Permanecí despierta toda la noche tratando de recordar, y eso fue peor. Al día siguiente salí para tratar de reconstruir mis pasos, pero todo se veía muy diferente de día -y por la noche, temí intentarlo.
    »¿Qué pensará el joven de mí? Nunca había escuchado de mí. Tomé su dinero y me desaparecí con él. Soy peor que esos matones terribles que me arrebataron la cartera. Nunca fui gentil con ellos. No me deben gratitud.
    —No es su culpa que no pueda recordar —dijo Gonzalo—. Ha tenido muy malos momentos.
    —Sí, pero él no sabe que no recuerdo. Piensa que soy una ladrona desagradecida. Finalmente le conté a mi sobrino acerca de mi problema y él estaba pensando emplear al señor Gonzalo para algo, y pensó que el señor Gonzalo podría tener esa clase de sabiduría mundana que pudiera ayudar. El señor Gonzalo dijo que lo intentaría, y al final... aquí estoy. Pero ahora que he escuchado mi propia historia me doy cuenta que suena sin esperanza.
    —Señora Lindemann —suspiró Trumbull—, por favor no se ofenda por lo que voy a preguntarle, pero debemos eliminar algunos factores. ¿Está segura de que todo esto sucedió?
    La señora Lindemann se veía sorprendida.
    —Bueno, por supuesto que realmente sucedió. ¡Mi bolso ya no está!
    —No —dijo Henry—, lo que el señor Trumbull quiere decir, pienso, es que después del asalto usted regresó al hotel de alguna manera, y entonces se durmió; y que puede haberse llenado con pesadillas, de modo que lo que usted recuerda ahora es en parte un hecho y en parte un sueño -lo que explicaría el recuerdo imperfecto.
    —No —dijo la señora Lindemann con firmeza—. Recuerdo lo que recuerdo perfectamente. No era un sueño.
    —En ese caso —dijo Trumbull encogiendo los hombros—, tenemos poco para continuar.
    —No importa, Tom —dijo Rubin—. No nos estamos dando por vencidos. Si elegimos el nombre correcto de su joven rescatador, ¿lo reconocería, aunque ahora no pueda recordarlo?
    —Eso espero —dijo la señora Lindemann—, pero no lo sé. He intentado mirar en la guía de teléfonos para ver diferentes nombres, pero ninguno me pareció familiar. No creo que haya sido un nombre muy común.
    —¿Entonces no puede ser Sam? —dijo Rubin.
    —Oh, estoy segura de que no lo es.
    —¿Por qué Sam, Manny? —preguntó Gonzalo.
    —Bueno, el tipo era un Buen Samaritano. La señora Lindemann lo recuerda así. Sam por Samaritano. El número y la calle pueden haber sido capítulo y versículo de la Biblia donde comienza la parábola del Buen Samaritano. Dijo que el nombre y la dirección encajaban y es la única pista que tenemos.
    —Espera —agregó entusiasmado Avalon—, el nombre podría haber sido el menos común Lucas. Ese es evangelio donde puede ser encontrada la parábola.
    —Me temo que no me suena bien, tampoco —dijo la señora Lindemann—. Además, no estoy familiarizada con la Biblia. No podría identificar capítulo y versículo de la parábola.
    —No nos vayamos por costados imposibles —dijo Halsted—. Señora Lindemann enseñó historia americana en la escuela de modo que es muy posible que lo que le sucedió sea aplicable a la historia americana. Por ejemplo, supongamos que la dirección fuera Avenida Madison 1812 y que el nombre del joven fuera James. James Madison era Presidente durante la guerra de 1812.
    —O Avenida Colón 1492 —dijo Gonzalo—, y el joven se llamaba Cristóbal.
    —O Avenida Lexington 1775, y el nombre Paul, por Paul Revere —dijo Trumbull.
    —O Avenida Amsterdam 1623, y el nombre Peter —dijo Avalon—, por Peter Minuit, o Avenida Hudson 1609, y el nombre Henry. De hecho, hay varias calles con nombres en el bajo Manhattan. Nunca podremos acertar con el apropiado a menos que la señora Lindemann recuerde.
    La señora Lindemann sujetó sus manos fuertemente una contra otra.
    —Oh, cielos, oh, cielos, nada me suena familiar.
    —Por supuesto que no —dijo Rubin—, si intentamos adivinar al azar. Señora Lindemann, asumo que usted está en un hotel del centro.
    —Estoy en el New York Hilton. ¿Está en el centro?
    —Sí. Sexta Avenida y la Calle Cincuenta y Tres. Las alternativas son que usted no pudo haber caminado más de una milla, probablemente menos, antes de sentirse cansada. Por lo tanto, quedémonos al centro. La Avenida Hudson está demasiado lejos al sur, y lugares como Colón 1492 o Madison 1812 están muy lejos al norte. Debería ser en el centro, probablemente el West Side -no se me ocurre nada.
    Detrás de una nube de humo de cigarrillo, Drake dijo:
    —Ustedes están olvidando un punto. La señora Lindemann dijo que no era sólo el nombre que encajaba con la dirección, sino lo que el joven respondió; o sea, en el lugar del rescate. ¿Qué fue lo que respondió?
    —‘Es todo tan confuso’ —dijo la señora Lindemann.
    —Usted dijo que le habló con dureza a los matones. ¿Puede repetir lo que les dijo?
    La señora Lindemann se ruborizó.
    —Puedo repetir algo de lo que les dijo, pero creo que no quiero. El joven se excusó por ello más tarde. Dijo que a menos que utilizara lenguaje grosero esos matones no se habrían impresionado ni se hubieran dispersado. Además, sé que no pude haber hecho referencia a eso.
    —Eso muerde el polvo entonces —dijo Drake pensativo—. ¿Ha pensado en un aviso? Ya sabe, ‘¿Puede el joven que ayudó a una dama en desgracia...?’, y todo eso.
    —He pensado en eso —dijo la señora Lindemann— pero sería terrible. Puede no verlo él, pero algunos impostores podrían llegar a reclamar. Realmente, esto es tan terrible.
    Avalon parecía afligido, y se volvió hacia Henry.
    —Bueno, Henry —dijo—, ¿se te ocurre algo?
    —No estoy seguro... —dijo—. Señora Lindemann, usted dijo que para el momento en que tomó el taxi era tarde en el reloj pero no en su interior. ¿Significa eso que usted llegó desde la Costa Oeste por avión, de modo que su percepción del tiempo era tres horas más temprano que la del reloj?
    —Sí, lo hice —dijo la señora Lindemann.
    —Tal vez desde Portland, ¿o no tan lejos de allí? —preguntó Henry.
    —Vaya, sí, de las afueras de Portland. ¿Lo había mencionado?
    —No, no lo había hecho —interrumpió Trumbull—. ¿Cómo lo supiste, Henry?
    —Porque se me ocurrió, señor —dijo Henry—, que el nombre del joven era Eugene, el que es el nombre de una ciudad a sólo cien millas al sur de Portland.
    La señora Lindemann se levantó, con los ojos abiertos de par en par.
    —¡Por el cielo! ¡El nombre era Eugene! Pero es maravilloso ¿Cómo pudo adivinarlo?
    —El señor Rubin señaló —dijo Henry— que la dirección tenía que ser en el centro de Manhattan o en el West Side. El Dr. Drake señaló su referencia sobre lo que el joven dijo en la escena del rescate y recordé que usted le había informado que además del lenguaje grosero que no describió específicamente, le había dicho que era mejor que se fuera antes de que hubiera una batalla.
    »El señor Halsted señaló que la dirección tenía que tener alguna significación en la historia americana entonces pensé en la Calle 54 Oeste, ya que es bien conocido el slogan de las elecciones de 1844, ’54 a 40 o pelea’, creo. Eso sería de particular significado para la señora Lindemann si fuera del noroeste ya que es pertinente a nuestra disputa con Gran Bretaña por el Territorio de Oregon. Cuando dijo que era de las cercanías de Portland, Oregon, adiviné que el nombre del rescatador era Eugene.
    La señora Lindemann se sentó.
    —Hasta el día de mi muerte, nunca olvidaré esto. Esa es la dirección. Cómo pude haberla olvidado cuando usted la ha averiguado tan claramente de lo poco que recordaba.
    Y entonces se emocionó.
    —Pero no es demasiado tarde. Debo ir allí de inmediato. Debo pagarle o pasarle un sobre por debajo de la puerta, o algo.
    —¿Reconocería la casa si la viera? —dijo Rubin.
    —Oh, sí —dijo la señora Lindemann—. Estoy segura de eso. Y su apartamento 4F. Recuerdo eso. Si conociera su apellido le telefonearía, pero, no, quiero verle otra vez y explicarle.
    —Por cierto que usted no puede ir sola, señora Lindemann —dijo suavemente Rubin—. No a ese vecindario en este momento de la noche después de lo que ha pasado. Alguno de nosotros irá con usted. Cuanto menos, iré yo.
    —No me gustaría provocarle problemas a usted, señor Rubin —dijo la señora Lindemann.
    —Bajo las circunstancias, señora Lindemann —dijo Rubin—, lo considero mi deber.
    —Creo que todos le acompañaremos, señora Lindemann —dijo Henry—. Conozco a los Viudos Negros.

    POSTFACIO
    Estoy empecinado en mantener a mis Viudos Negros con el mismo formato rígido. He pensado algunas veces en llevarlos de picnic al Central Park, y asistiendo a una enorme convención en masa, o separarlos y ponerlos a cada uno en trabajos de detectivescos con Henry tirando de los hilos por detrás. (Puedo tratar esto último si alguna vez hago una novela de los Viudos Negros, lo que no es un pensamiento que me atraiga). De todos modos, ninguna de estas variantes me suena segura. Una vez que comience a jugar con la fórmula, todo podría desmoronarse.
    Y aun con la rigidez del juego, hay algunas reglas que pueden flexibilizarse. ¿Podríamos no haber tenido un invitado femenino a pesar del resistente chauvinismo masculino de las Viudos Negros? ¿Podría una mujer no estar en problemas? Y si los Viudos Negros son Estúpidos con respecto al asunto, seguramente Henry no lo sería.
    De modo que deliberadamente me senté a escribir ‘El Buen Samaritano’. No tenía que hacerlo. Bien podría haber sido un caballero gentil y sencillo el que tuviera el problema con los muchachos de una banda. Pero quería una mujer, aunque sea para ver a Manny teniendo un ataque.
    La historia apareció el 10 de setiembre de 1980, en el número de EQMM.




    EL AÑO DE LA ACCIÓN
    —El señor Rupert Murgatroyd —canturreó Geoffrey Avalon—, su ocio y su riqueza; despiadadamente empleados en persecución de brujas...
    Estaba regresando del servicio de caballeros y estaba claramente de buen humor. Sus ojos oscuros brillaban y sus formidables cejas se movían en gesto amistoso.
    Excepto que “canturreo” no es la palabra correcta a utilizar en conexión con cualquier intento realizado por Avalon en la dirección de una canción. No es que fuera desafinado o demasiado agudo, ya que en ninguna ocasión en la memoria de los Viudos Negros había acertado a una nota lo bastante cerca para poder decir se era desafinada o demasiado alta.
    Thomas Trumbull giró sobre sus talones como si le hubieran pinchado alguna parte tierna de su anatomía con una chincheta.
    —Jeff, cállate —dijo—. Hace cinco años, cuando hiciste eso por última vez, te dije que cualquier repetición de ese vil sonido induciría en todos una manía homicida, y que yo intentaría alentar a todos a darte un puñetazo.
    —Vamos, Tom —dijo Mario Gonzalo, complaciente—, el hombre está en la onda de Gilbert y Sullivan. Pongámosle a hacer algo interesante. Si no dice las letras y sólo la melodía, podemos tratar de adivinar la canción.
    —Excepto —dijo James Drake, pensativo—, que sería una causa perdida. Si Jeff hace la melodía de “Yankee Doodle” y luego “Old Man River” no podríamos distinguirlas.
    —No creo —dijo Roger Halsted— que el experimento debiera ser intentado sin tapones en los oídos.
    Avalon se hubiese elevado, si su constitución natural no lo hubiera colocado en una posición perpetua a setenta y cuatro pulgadas de altura. Su voz, en su natural tono de barítono -cuando hablaba- estaba claramente ofendida.
    —No he tenido el propósito de continuar cantando después de salir del servicio de caballeros, y con gusto me detendré. Pero, ¿podría recordarles que como anfitrión del banquete de esta noche estoy en mi derecho de declarar mi permiso de cantar?
    —Hacer algo —dijo Trumbull, ásperamente—, que alguien, en algún lugar, en algún momento, en un estado no demasiado próximo a la insensibilidad embriagada puede llamar cantar, sí. De todos modos, eso no incluye lo que tú haces.
    Henry, el mejor de los camareros, que había escuchado indiferente mientras terminaba de poner la mesa, levantó la voz, sin que de alguna manera se notara, y dijo:
    —Caballeros, por favor, tomen asiento.
    Lo hicieron, y Emmanuel Rubin, que estaba conversando con el invitado de la noche de Avalon durante el altercado, condujo ahora al invitado hasta el asiento junto al suyo.
    Henry sostuvo la silla para el invitado y dijo:
    —Bienvenido a los Viudos Negros, señor Graff.
    El invitado levantó la vista con sorpresa.
    —¿Usted me conoce?
    Era bastante bajo, no mucho más alto que Rubin, con rostro redondo y un bigote generoso como el de una morsa bebé, y cabello gris espeso que le cubría la mayor parte de las orejas.
    Asistí a una conferencia suya —dijo Henry— en la Universidad de Nueva York, hace cerca de un año, y la disfruté mucho.
    Graff sonrió.
    —¿Ves? —le dijo a Rubin—. ¿Quién necesita intelectuales? Con camareros soy grandioso.
    —No desprecie a Henry tan fácilmente, Graff —dijo Rubin—. Nosotros los intelectuales nos bronceamos con su resplandeciente gloria.
    —Escucha —dijo Graff—. ¿Ustedes hablan de esta manera todo el tiempo? Nunca escuché una pelea así. Ni tampoco sobre algo tan pequeño. Con palabras. Con frases completas. Y díganme Herb.
    —Tiene que comprender, Herb —dijo Rubin—, que cada uno de nosotros pasa la mayor parte del tiempo con personas ordinarias. No podemos elegir; no sería justo. Una vez al mes, estamos aquí y nos relajamos.
    —Pero usted se oye como si se estuviera volviendo loco. Mire a Jeff Avalon. En un minuto tomará su cuchillo y nos cortará a todos.
    —En absoluto —dijo Rubin—. Le doy cinco minutos y estará pontificando. Escuche...
    Rubin esperó cinco minutos y entonces, mientras el ganso asado era colocado delante de él, dijo:
    —Por supuesto, Jeff, es realmente injusto decir Gilbert y Sullivan. Debería ser Sullivan y Gilbert. En cualquiera de las numerosas parodias de las operetas, las letras de Gilbert son invariablemente cambiadas pero nadie soñaría con cambiar una nota de la música de Sullivan.
    —Te equivocas, Manny —dijo Jeff—. Había otros compositores de opereta ligera en el tiempo de Sullivan y después -Offenbach, Strauss, Lehar, Romberg, y otros. Varias melodías de cada uno de ellos vivan. Pero sólo en el caso de Sullivan las melodías son cantadas por personas ordinarias. Nadie conoce las letras -excepto en el caso de Sullivan, porque sólo Sullivan tiene al letrista más grande en idioma inglés trabajando con él.
    Su mal humor parecía haberse evaporado.
    —Gilbert es uno de los letristas que utilizara la fuerza completa del idioma inglés y el vocabulario completo. Rima “ejecutor” con “lavador”, “reducidor” y “tú-evitas-el-amor” . Él...
    Rubin se volvió hacia Graff y dijo en voz baja:
    —¿Lo ve?
    Henry estaba dando la vuelta con la botella de brandy, y Avalon se reanimó. Golpeteando la copa de agua con la cuchara, dijo:
    —Caballeros, hemos llegado a la parte importante de la velada. Manny, ya que fuiste la persona que, más temprano esta noche, se abstuvo del innecesario seudo-ingenio a mis expensas, y mostró una extraña y desacostumbrada caballerosidad de comportamiento...
    —¿Extraña y desacostumbrada? —dijo Rubin indignado, con la escasa barba temblando—. Si estás intentando que sea un cumplido, maldita sea tu poco graciosa forma de hacerlo.
    —Extraña y desacostumbrada es lo que dije —dijo Avalon, altivo—. Y te estoy pidiendo que te hagas cargo del interrogatorio.
    —¿Qué interrogatorio? —dijo Graff, y se veía asombrado.
    —El periodo de preguntas y respuestas, Herb —dijo Avalon en lo que para él era voz baja—. Te lo dije.
    Graff, recordando, asintió.
    —¿Puedo preguntarle, Herb —dijo Rubin—, cómo justifica su existencia?
    Graff se echó atrás en su asiento y miró con asombro a Rubin por un momento, antes de responder.
    —¿Justificar mi existencia? —dijo con un tono un tanto alto—. Escuche, usted se va a la calle y les echa una mirada a las ridículas personas que pasan. ¿Ha entrado en un ascensor y les ha escuchado hablar? Escucha tres cosas. Tres. ‘¿Qué viste en la televisión anoche?’, ‘¿Dónde irás de vacaciones?’, y ‘¿Crees que los Mets ganarán hoy?’. Eso es, si es que pueden hablar. ¿Debería justificar mi existencia? Que ellos justifiquen su existencia, y yo justificaré la mía. No antes.
    Rubin asintió.
    —Hay algo en lo que usted dice.
    Trumbull interrumpió.
    —¿Sabes? Jeff tiene razón acerca de ti. ¿Estás seguro de ser Emmanuel Rubin, o eres un doble enviado aquí a ponernos locos con desacostumbrada dulzura?
    —Recibí noticias ayer de una muy buena venta de libros en rústica —dijo Rubin—, por lo tanto estoy de buen humor, pero no presumo de ello. Por ejemplo, lo diré cortésmente sólo una vez, y no volveré sobre el tema. Ahora, Herb, poniendo la pregunta de la justificación de su existencia fuera de juicio, ¿qué es lo que hace?
    —Soy un maven en películas —dijo Graff.
    —¿Un qué? —murmuró Gonzalo.
    —Maven —dijo Rubin— es del yidish, por ‘experto’.
    —¿Quiere decir que hace películas? —dijo Gonzalo.
    —No realmente —dijo Graff—. Hablo sobre ellas. Tengo, o puedo obtener, casi todas las películas viejas que han sido hechas y mostrarlas, o mostrar partes, y conferencio sobre ellas. A las personas les gusta. Hago viajes de conferencias, especialmente en campus universitarios, y me gano la vida. Henry, dígale a estos señores acerca de mis conferencias.
    El rostro sesentón y sin arrugas de Henry cambió brevemente a una sonrisa gentil.
    —Fue una velada por cierto entretenida. Creo que la audiencia, en general, lo disfrutó.
    —Allí lo tienen —dijo Graff—, un testimonio sincero. Pero lo mismo podría estar haciendo realmente una película, o ayudando a que otro la haga, si tan sólo pudiera imaginarme cómo manejar a los locos.
    —¿Qué clase de película? —preguntó Rubin.
    —Realmente, Gilbert y Sullivan —dijo Graff, con lo que parecía un rastro de embarazo—. Estuve hablando de eso a Jeff Avalon de camino hacia aquí y eso fue lo que lo puso -deberán perdonar la expresión- en onda musical.
    —¿Hay dinero invertido en películas de Gilbert y Sullivan? —preguntó Drake, escéptico—. Pensaría que sólo tiene un pequeño culto de seguidores.
    —Más de los que piensa —dijo Graff—, pero tiene razón. No se pueden hacer una extravagancia colosal de ellos. Pero entonces no se tienen que gastar diez millones de dólares. Se puede hacer en pequeña escala. Se ha hecho ya. Kenny Benny cantó Manki-Poo en una versión filmada de The Mikado, y fue cortado en cintas por todos los tipos de D’Oyly Carte que lo patrocinaban. El problema es que no se puede hacer mucho con Gilbert y Sullivan excepto filmar la obra en el escenario. No se puede cambiar la música ni las letras o el argumento, porque tan pronto se cambia algo ya no es Gilbert y Sullivan, y uno no llega a ningún lado. Entonces, si sólo se va a filmar la obra, no se toma ventaja del poder de la cámara y ¿dónde está uno?
    —Por cierto, ¿dónde? —dijo Drake.
    —Pero estos tipos —dijo Graff—. No les dije sobre estos tipos todavía, ¿verdad? Dos muchachos de apenas veinte años, pero jóvenes como son, realmente lo tienen. Ya saben, en cualquier campo de las artes, es la gente joven la que mira a las cosas con ojos nuevos. Estos tipos son un par de locos, por supuesto, pero eso es de esperar. Sus nombres son Sam Appelbaum y Tim Mentz, y son alumnos míos. Doy un curso de hacer películas en la Escuela Nueva y es así como los conocí. Quieren hacer Los Piratas de Penzance, una de las operetas de Gilbert y Sullivan porque habían visto una representación por el Village Light Opera Group, y estaban entusiasmados.
    »Se unieron a la Gilbert and Sullivan Society, la que parece ser un grupo muy activo aquí en Nueva York, y conocieron a Jeff Avalon, que es aficionado a Gilbert y Sullivan. ¿Es así como se pronuncia la palabra?
    —Así es —dijo Avalon—. Aunque mi voz de cantor puede no ser aprobada por todos, presumo que ni siquiera el más capcioso intentará evitar que escuche la música y sé virtualmente todo lo de Gilbert y Sullivan de memoria.
    Trumbull gruñó.
    —Puedes saber las letras de Gilbert de memoria, pero me parta un rayo ahora mismo si sabes una sola nota de la música de Sullivan -o de cualquiera.
    —En todo caso —dijo Graff—, conocí a Jeff a través de Appelbaum y Mentz, y hace un par de meses estábamos conversando acerca de qué estrategia utilizar para hacer una película de Piratas, y cuán limitados estábamos para financiarla, y Avalon sugirió un dibujo animado. Appelbaum y Mentz estaban ansiosos por tomar la idea. Uno tiene las voces, las letras, las notas, y se tiene la mano libre para ser tan fantástico como se quiera. De todos modos, las operetas de Gilbert y Sullivan están siempre sobreactuadas, en principio. Estoy seguro de que si Gilbert y Sullivan hubiesen trabajado en 1970 en lugar de 1870, hubieran escrito operetas para dibujos animados en primer lugar.
    James Drake apagó su cigarrillo con un movimiento violento.
    —Creo que eso es desagradable —dijo—. Tendrán un montón de coristas aniñadas y atractivas bailando alrededor del Encantador Príncipe Frederic y de Blanca Nieve Mabel.
    —¡No! —dijo Graff, seriamente—. ¿Qué piensa usted? ¿Que todo lo que hay es Disney? Además, ¿quién puede gastar el dinero en la clase de animación que Disney solía hacer en los días del trabajo de esclavos cuando se hacían miles de dibujos diferentes para mostrar a Dopey (Tribilín) rascándose la nariz con realismo. De hecho, estos muchachos usarán las técnicas del arte moderno para provocar humor y fantasía de una manera completamente nueva. No puedo explicar cómo funcionará. Después de todo, ¿soy yo un artista? Pero cuando lo hagan, funcionará y verán cómo trabaja. Iniciará toda una nueva moda y, en la cima de todo, les hará multimillonarios y me ganaré unos pocos peniques también. Si lo hacen, eso digo.
    —¿Por qué, si lo hacen?
    —Porque tuvieron una pelea, es por eso. Y todavía están peleando —dijo Graff—. Y ve a intentar resolverlo. Tienen todo el dinero del mundo esperando a ser recogido con pala y ninguno se moverá a menos que el otro ceda.
    —¿Por qué están peleando? —preguntó Rubin—. ¿Están ambos enamorados de la misma soprano?
    Graff sacudió la cabeza.
    —Usted no conoce a los locos de este mundo, ¿verdad? Los locos no pelean por una mujer ni por ninguna cosa sensata. Eso es para gente común como ustedes y yo. Los locos pelean por cosas que no se pueden imaginar -como cuándo tiene lugar la acción de la obra. Appelbaum dice que la acción comienza el 1 de marzo de 1877, y Mentz dice que el 1 de marzo de 1873, y ninguno cederá.
    »Ya lo ven, ustedes, muchachos de los Viudos Negros discuten, pero olvidan, porque tienen un millón de cosas sobre las que discutir, de modo que desechan cada opinión particular a favor de otro. Estuve escuchándoles hacerlo a lo largo de toda la cena. Mis dos muchachos son muy talentosos pero limitados. Tienen sólo una cosa por la que pelear de modo que no tienen oportunidad de olvidar. Con ellos es 1873, 1877, 1873, 1877, hasta que uno se enferma y muere.
    —Según entiendo —dijo Halsted—, Gilbert no da indicaciones de cuál es.
    —No —dijo Graff.
    Con claro desprecio, Trumbull dijo:
    —¿Importa la diferencia?
    —Realmente, sí —dijo Graff—. Los muchachos quieren mantener un continuado escenario de montajes que se remonte a la época victoriana para mantenerse a tono con las letras y la música. Serían acompañamientos y referencias a lo que estaba sucediendo, algunas veces tan veloz que no se podrían distinguir los detalles, pero que podrían captarse, uh, subliminalmente. ¿Es así como se dice? Sería una especie de gag visual continuada, y podría comenzar un estilo. Ya saben, las personas dirían, ¿vieron la película de Disraeli, y quién era el otro muchacho con él y qué estaba haciendo? E irán varias veces a verla para tratar de pescar todas las pistas que pudieran. Bien, hay lugares donde lo que se muestra dependería si es 1873 o 1877.
    —Entonces, que elijan uno de los dos años y que sigan —dijo Trumbull—. ¿A quién le importaría?
    —Les importaría a ellos —dijo Graff—. Ninguno cederá. Es vida o muerte para ellos. Miren, ¿conocen la obra?
    —Yo no —dijo Trumbull, categóricamente.
    —Supongo que Jeff la conoce de memoria —dijo Drake—, pero yo sólo conozco la canción del parloteo de General Mayor, la que es un ejemplo de lo que Jeff decía acerca de su vocabulario fantasioso e ingeniosas rimas —Sorpresivamente levantó su voz ronca y suave en una canción, y con bastante aproximación en las notas, cantó—: “Entonces puedo canturrear una fuga, de la que escuché el ruido musical, y silbar todas las tonadas de esa infernal tontera, Pinafore ”. Lo que muestra —agregó—, que Gilbert se reía un poco de sí mismo, también, ya que Pinafore fue su primer gran éxito.
    —Bien —dijo Graff rápidamente—, permítanme sólo bosquejar el argumento, así verán dónde está el problema. ¿Está bien?
    —Adelante, Herb —dijo Avalon, indulgentemente—. Soy el anfitrión y lo que digo se hace -o debería hacerse —e inclinó su frente formidable hacia Trumbull, quien se encogió de hombros y murmuró algo por lo bajo.
    —Frederic es un aprendiz de pirata —dijo Graff—. Pero había sido todo un error, ya que cuando le dijeron a su niñera que lo inscribiera como aprendiz de piloto, ella había escuchado mal la palabra. Incapaz de regresar a casa y explicar el error, ella también se une a la banda pirata.
    »Cuando comienza la obra, Frederic acababa de pasar los veintiún años y comenzaba los veintidós, de modo que su aprendizaje había terminado. Como esclavo del deber ha permanecido con los piratas, pero ahora que completó su servicio los abandonará y, ya que tiene un alma de honor, dedicará su vida a exterminarlos.
    »Ruth, la niñera de cuarenta y siete años, quiere ir con él porque ama a Frederic. Pero entonces se encuentran con las hijas del General Mayor Stanley, y Frederic, dándose cuenta de que Ruth es vieja y aburrida, se enamora de Mabel, la más bonita de las hijas.
    »Los piratas los sorprenden y se aprestan a casarse con todas las hijas -sólo el matrimonio era concebible para el bueno de Gilbert- cuando el padre llega y canta la canción del General Mayor que Jim Drake ha mencionado. El General Mayor persuade a los piratas de olvidar su idea de casarse con las hijas declarando falsamente que es un niño huérfano. Los piratas de corazón tierno rompen en lágrimas y termina el primer acto felizmente.
    »En el segundo acto, Frederic se prepara para conducir a la policía contra los piratas. De todos modos, antes de que pueda salir, el pirata King junto con Ruth llegan a él que está solo y le dicen que acaban de recordar que nació en un año bisiesto, el 29 de febrero. Los papeles de los aprendices dicen que deben servir hasta su cumpleaños número veintiuno y, estrictamente hablando, sólo ha tenido cinco.
    »Frederic, esclavo del deber, vuelve a unirse a la banda y, como pirata fiel, ahora les cuenta acerca de la mentira del General Mayor. Los piratas furiosos atacan la propiedad del General Mayor y, en una batalla con la policía, surgen triunfantes.
    »De cualquier manera, la policía se hace de la bandera pirata y demanda la rendición en nombre de la Reina Victoria. Los piratas rápidamente así lo hacen, diciendo, ‘Con todos nuestros defectos, amamos a nuestra Reina’. Como los piratas están a punto de ser conducidos a la cárcel, rápidamente Ruth explica que todos ellos son hombres nobles echados a perder. El General Mayor entonces les deja libres, diciendo, ‘Con todos nuestros defectos, amamos nuestra Casa de Lores’, y todo termina felizmente.
    Graff paseó su sonrisa alrededor de la mesa.
    —Realmente —dijo—, es una obra muy graciosa y feliz. Hay sólo una línea que crea el problema. Cuando Frederic averigua que su periodo de aprendizaje se cuenta en cumpleaños y no en años, le explica a Mabel, ‘En 1940 seré mayor de edad’. Eso significa que el 29 de febrero de 1940 cumplirá sus veintiún años.
    Drake asintió. Había encendido un nuevo cigarrillo y parpadeaba lentamente.
    —El 29 de febrero de 1940, el New York Times puso una editorial por la salida de Frederic de sus ligaduras contractuales. Recuerdo haberlo leído.
    —Está bien, —dijo Graff—, pero si hay un año bisiesto cada cuatro años...
    Roger Halsted interrumpió.
    —Pero no lo hay...
    Graff sacudió la cabeza violentamente.
    —Espere sólo un minuto. Si hay un año bisiesto cada cuatro años, entonces Frederic tenía ochenta y cuatro años en su cumpleaños veintiuno y había nacido en 1856. Tenía veintiuno en 1877, un año después de su quinto cumpleaños. Debería haber celebrado su mayoría de edad el 1 de marzo de 1877, ya que no hay 29 de febrero en ese año y, dice Appelbaum, que por eso es el día que comienza la acción de la obra.
    —Pero... —dijo Halsted.
    —Pero —dijo Graff, levantando la voz—, aparentemente 1900 debía ser un año bisiesto y no lo fue. No hubo 29 de febrero de 1900. ¿Era eso lo que trataba de decir, Roger? No sé porque tenía que ser así. Algún Papa lo dispuso.
    —El Papa Gregorio XIII en... —comenzó Halsted.
    —Esa parte no interesa —dijo Graff, impaciente—. El punto es que falta un año bisiesto, de modo que para llegar a veintiuno de ellos uno se tiene que mover un poco más atrás. Frederic tendría que haber nacido en 1852 y llegar a los veintiuno en 1873, de modo que la acción de la obra comienza el 1 de marzo de 1873. Eso es lo que dice Mentz:
    »Los Piratas de Penzance se estrenó a comienzos de 1880 de modo que 1877 es un año lógico, dice Appelbaum, y Gilbert tanto olvidó como no sabía que 1900 no era año bisiesto. Mentz dice que es inconcebible que Gilbert hubiera cometido ese error sobre 1900, y que ningún verdadero aficionado -sí, ustedes dijeron que lo dije bien- lo pensaría un solo minuto, de modo que el año era 1873. Allí están parados. Ninguno cederá.
    Hubo un silencio alrededor de la mesa. Finalmente, Gonzalo dijo:
    —¿Realmente piensa que hay un montón de dinero en la película si la hacen?
    —Quién puede saber el gusto del público —dijo Graff—, pero hay una buena posibilidad.
    —Entonces, ¿no puede inventar algún argumento que los convenza de que uno u otro de los años estaba bien? Ya sabe, algo que suene bien.
    —¿Como qué? —dijo Graff.
    —El problema —dijo Avalon sentencioso—, es que el mundo de Gilbert y Sullivan no es real y no se ata necesariamente a argumentos lógicos. Por ejemplo, aunque está claramente establecido de que Frederic acaba de cumplir los veintiuno y que su cumpleaños es el 29 de febrero, sin embargo las hijas del General Mayor, cuando aparecen en escena por primera vez, deciden quitarse zapatos y medias y meter los pies en el mar. La escena sucede en Cornwall, donde está ubicada la ciudad de Penzance, y pueden imaginar lo que sería meter los pies en el Canal de la Mancha en invierno.
    —Bien —dijo Graff—, las hijas se llamaban a sí mismas ‘pequeñas chicas bravas’ en su primer coro.
    —El General Mayor, ¿no tenía hijos? —dijo Gonzalo.
    —No —dijo Graff—, sólo hijas. En una representación completa serían veinticuatro hijas, todas bonitas y casi de la misma edad, y sin señales de una madre tampoco. Es algo irreal, de modo que ¿cómo vamos a encontrar una manera de decidir entre 1873 y 1877 y que no haga agua?
    —Tiene que pensar en algo que suene bien —dijo Trumbull—. No tiene que ser bueno, o sensato. Mire, ¿no era la Reina Victoria Emperatriz de India también? Henry, ¿serías tan amable de mirar en el estante de referencias y buscar a la Reina Victoria en la enciclopedia? Tal vez diga cuándo se convirtió en Emperatriz.
    Después de unos momentos, Henry dijo:
    —El título fue conseguido para ella por Benjamin Disraeli en 1876, señor, y fue proclamada Emperatriz de India el 1 de febrero de 1977.
    —Ah, perfecto. Todo el asunto está resuelto y podemos olvidar esta tontería.
    Graff parecía dudoso.
    —¿Cómo está resuelto?
    —Fácil. Victoria adoraba el nuevo título. Cualquiera que quisiera complacerla le diría “Reina Emperatriz”. Usted citó que los piratas le decían, con todos sus defectos, que amaban a su Reina. Bien, si la acción comienza el 1 de marzo de 1877, sólo dos meses después de que Victoria tuviera el título imperial, seguramente se hubieran referido a ella como Reina Emperatriz. El hecho de que no lo hicieron prueba que fue en 1873.
    Graff parecía aun más dudoso.
    —Reina Emperatriz, no daría ni rima ni métrica.
    —No sea iluso —dijo Trumbull—. Le dije que el argumento no tiene que tener sentido. Sólo tiene que sonar bien. Es sólo alguna tontería diseñada para terminar el asunto.
    —No creo que deba ganar Appelbaum —dijo Graff.
    —Bien, entonces —dijo Avalon—, pensemos más argumentos como ése, pero mantengamos todos en un año en particular, porque si pensamos maneras de argumentar para ambos años, no terminará el asunto. ¿Qué más hay que podamos usar para 1873? No tiene que ser sensato.
    —¿Algo más acerca de reyes y reinas? —preguntó Gonzalo—. El pirata King, ¿representa a alguien?
    —No sé si lo hace —dijo Avalon, sacudiendo la cabeza lentamente—, pero hay alguna mención a reyes en el solo de apertura del pirata King. Admite que hunde más barcos que los que debería un monarca bien nacido, pero entonces dice, ‘Muchos reyes en tronos de primera clase, si quieren decir que la corona es suya, deben conseguir de alguna manera hacer más trabajo sucio que yo’. Bien, ¿se estaría refiriendo a algún rey en particular?
    Rubin miró hacia arriba con los ojos entrecerrados.
    —Veamos... ¿Quiénes eran los tronos de primera clase en 1870? Estaba Guillermo I de Alemania. El Imperio Germánico acababa de ser establecido y había montones de intrigas por allí.
    —Esas eran intrigas de Otto von Bismarck, Manny —dijo Drake—. Guillermo I era sólo un hombre viejo que hacía lo que le decían.
    —En eso tienes razón, Jim —dijo Rubin—. Francisco José de Austria era el hijo débil de un monarca, y Alexander II de Rusia no estaba mal para ser un zar. Esos eran los únicos que Gilbert hubiera considerado como sentados en tronos de primera clase.
    —¿Qué sucede con Napoleón III de Francia? —dijo Halsted—. ¿No estaba gobernando en ese tiempo?
    —No —dijo Rubin—. Lo sacaron a las patadas en la guerra franco-prusiana en 1870, y Francia era una república en esa época y, de hecho, desde entonces. Muy malo, también, porque Napoleón III era tan torcido como un relámpago. Era un manipulador e intrigante que llegó al trono imperial mintiendo y haciendo trampas, y en ningún momento se confiaba en que mantendría su palabra a menos que tuviera un arma apuntándole.
    —¿Cuándo murió? —dijo Gonzalo.
    —No estoy seguro —dijo Rubin—. No mucho después, creo. Henry, ¿podrías verificar ese pequeño dato?
    Henry lo hizo.
    —Murió el 9 de febrero de 1873.
    Gonzalo estaba entusiasmado.
    —Eso es perfecto. Gilbert no haría un comentario sarcástico contra un monarca vigente, porque eso crearía un incidente internacional, pero...
    —Escucha —dijo Rubin—, Gilbert no hubiera dudado en...
    —No, no, sólo estamos armando un argumento —dijo Gonzalo—, de modo que digamos que no lo hubiera hecho. Pero un rey que estaba muerto sería un juego justo. Si fuera 1877, el pirata King podía no pensar en Napoleón III, pero si fuera 1873, Napoleón III habría muerto sólo dos meses antes, debe haber habido obituarios y biografías, y estaría fresco en la mente de los piratas. Naturalmente, se referirían al ‘trabajo sucio’ que hizo. Entonces, tenemos dos argumentos para 1873.
    —Eso no funcionará, Mario —dijo Avalon—. Napoleón III no era un rey. Era un emperador. Francia, Alemania, Austro-Hungría, y Rusia eran todos imperios en tiempos de Victoria. Y también el Japón, en tal caso. Esa era una de las razones por la que Victoria estaba tan complacida con el título imperial. Sin él, cada uno de los otros monarcas tenía más rango que ella.
    —¿Entonces? —dijo Gonzalo.
    —Entonces —dijo Avalon—, el argumento de Tom es que tenía que ser 1873 porque Victoria era llamada Reina y no Reina Emperatriz. Pero si van a ser tan quisquillosos con los títulos, no pueden hacer que el pirata King hable de reyes cuando se refiere a Napoleón III, que era emperador.
    —Sobre ese punto, Jeff —dijo Rubin—, me pongo con Mario. Gilbert, como británico leal, ciertamente no bajaría una pizca en el título de Victoria. De todos modos, no se preocuparía por algún monarca francés. En el tiempo de Gilbert, Francia era todavía el enemigo tradicional de Gran Bretaña a través de una serie de guerras extendiéndose hasta Henry II siete siglos antes.
    —Agrego algo a eso —dijo Graff, asintiendo—. En Ruddigore, hay una canción del marinero, Richard Dauntless, que hace una ligera broma a los franceses y les llama ‘froggies’, ‘parley-voos’ y ‘malditos Mounseers’ .
    —Exactamente —dijo Rubin—. Gilbert no se preocuparía por el título preciso de un maldito Mounseer, de modo que hay dos argumentos a favor de 1873.
    —Sí, pero son... —dijo Graff y movió las manos en un rápido rollo.
    —Muy bien, entonces —dijo Avalon—. ¿Algo más?
    Silencio.
    Finalmente, Halsted murmuró:
    —Deseo conocer la obra mejor. Escucha, Herb, ¿dijiste que los piratas eran miembros de una Casa de Lores?
    —Tenían que serlo —dijo Graff—. Cuando el General Mayor escucha que los piratas son hombres nobles echados a perder, dice, ‘Ningún inglés escucha indiferente esa afirmación, porque, con todos nuestros defectos, amamos nuestra Casa de pares’. Entonces sigue, y dice a los piratas, ‘Pares serán pares, y la juventud tendrá su aventura. Recuperad vuestros rangos y deberes legislativos’. Entonces, supongo que son parte del Parlamento.
    —Ah —dijo Halsted—, entonces eso lo arregla. En 1870, Gran Bretaña era el poder económicamente dominante sobre la tierra. En particular, había grandes inversiones británicas en los Estados Unidos. Si un grupo de notables piratas iban a entrar repentinamente en el parlamento, eso haría que los americanos se sintieran bastante inseguros acerca del estado de las inversiones británicas. No se puede confiar en piratas. Podían haber retirado las inversiones. Eso desestabilizaría la economía americana y...
    —Tendríamos el Pánico de 1873 —dijo Rubin, triunfante.
    —Exactamente —dijo Halsted.
    —Eso realmente lo arregla —dijo Rubin—. Hubo un Pánico en 1873. Fue la peor debacle económica que tuvieron los Estados Unidos hasta la Gran Depresión de 1930.
    —Allí lo tienes, Herb —dijo Avalon—. Tres argumentos en favor de 1873. Cada uno en sí mismo es débil, tal vez, pero seguramente que los tres combinados tienen fuerza. Uno: Victoria hubiera sido mencionada como reina en 1873 pero no en 1877 cuando era también Emperatriz. Dos: Napoleón III ha sido mencionado como un ejemplo de real deshonesto en 1873, poco después de su muerte, pero no en 1877 para cuando ya se habría olvidado. Tres: el regreso de los piratas al Parlamento pudo provocar, y lo hizo, la depresión de 1873 en América, mientras que no hubo ninguna en 1877.
    Graff asintió sombríamente.
    —Sí, está muy bien y espero que funcione. Tal vez funcione. De todos modos, quiero agradecerles a todos. Si puedo hacer que Appelbaum vea la fuerza de estos argumentos... —Hizo una pausa, y entonces dijo, pensativo—: No habría nada más para llevar, ¿verdad? Algo, quiero decir, que no tenga toda esa lógica sutil. Algo simple.
    Sus ojos pasaron de uno al otro y sólo encontró rostros en blanco.
    —Si quieres algo simple —dijo Gonzalo—, deberíamos preguntarle a Henry. Todavía no ha dicho nada.
    Graff levantó la mirada hacia Henry, curioso.
    —No me diga que también es aficionado a Gilbert y Sullivan, Henry.
    —No exactamente, señor —dijo Henry—. He escuchado selecciones de las operetas en ocasiones, pero nunca asistí a la representación de ninguna de ellas.
    —Oh, bien —dijo Graff.
    —Sin embargo... —dijo Henry, y se detuvo.
    —Vamos, Henry —dijo Avalon—. Si tienes el argumento número cuatro que respalde a 1873, entonces mucho mejor.
    —Ése es el punto, señor Avalon. No lo tengo, admiro el ingenio de los argumentos que han presentado y estoy casi avergonzado de tener que decir algo en contra de ellos.
    —¿Quieres decir que estamos equivocados, Henry? —dijo Rubin.
    —Me temo, señor Rubin. El hecho es que 1873 es casi imposible como tiempo de la acción, como uno puede demostrar muy simplemente sobre la base de todo lo que ha sido dicho.
    —¿Imposible? —dijo Graff—. ¿Quiere decir que ninguno de esos argumentos lógicos es bueno?
    —Completamente inútiles.
    —¿Por qué?
    —El señor Drake cantó un par de líneas de la canción del General Mayor, más temprano esta noche —dijo Henry—. El General Mayor, si escuché correctamente, se jactaba de conocer todas las tonadas de esa infernal tontería, Pinafore.
    —¡Maldición! —dijo Rubin—. ¡Por supuesto!
    —Sí, señor, como dijo el señor Drake, Pinafore era una obra anterior de Gilbert y Sullivan, anterior a Los Piratas de Penzance. Mientras estaba mirando varios puntos en la enciclopedia, como lo solicitaron, encontré, para mí, que Pinafore fue escrita en 1878. Podemos imaginar que el General Mayor, en vistas de su alto rango, podía de alguna manera haber echado una mirada a la música cuando se estaba escribiendo en 1877 y haber silbado las tonadas. Ninguna cantidad de vueltas ni de decantación lógica demoledora podía explicar su posibilidad de silbar las tonadas en 1873.
    El rostro redondo de Graff se había extendido en una sonrisa.
    —Por supuesto. Ningún argumento más, nada de lógica, nada de razonamiento fantasioso. El General Mayor menciona Pinafore y eso es todo. El tiempo de la acción tiene que ser 1877 y Gilbert olvidó, o no sabía, que 1900 no era año bisiesto. Mentz tendrá que ceder, y podemos seguir adelante. Gracias, Henry... ¿pero cómo es que no lo vi?
    —O yo —dijo Drake—. Después de todo, canté los versos.
    —Parece que tengo el don de una mente simple, caballeros —dijo Henry—, si desean la explicación simple.

    POSTFACIO
    Tengo una cantidad de entusiasmos rabiosos, y uno de ellos es Gilbert y Sullivan. Soy miembro de la Gilbert and Sullivan Society y ocasionalmente me gusta meter alguna referencia a G&S en una historia. Finalmente, conseguí pensar un argumento en el cual el ángulo G&S fuese central y entonces pueden apostar que nada podía evitar que escribiera la historia de inmediato. Fred Dannay cambió el título a “El Misterio Gilbert y Sullivan”, pero me sonaba demasiado prosaico, de modo que retuve mi propio título en esta colección.
    Incidentalmente, el personaje Herb Graff en la historia es, de cierta manera, una persona real. Es un querido amigo del Dutch Treat Club, otra organización a la que pertenezco. Me pidió que lo pusiera en una historia, utilizando su nombre real, descripción y pasatiempo. Estaba indeciso y le pedí que me diera un trozo de papel con su firma, dándome permiso para hacerlo. Alegremente lo hizo.
    Acto seguido, lo escribí en “El año de la acción” y le di una copia de ejemplar de EQMM del 1 de enero de 1981, en el que apareció la historia. Fue en un almuerzo del Dutch Treat, algo que tenemos todos los martes.
    Al siguiente martes le pregunté, ‘¿Te gustó la historia?’, ya que pensé que estaría encantado por lo bien que había capturado su esencia (y es realmente uno de los tipos más buenos del mundo... alegra, inteligente, y con un corazón de oro).
    De todos modos, había utilizado una palabra que él había desaprobado y que lo arruinaba todo. Se levantó, me clavó los ojos penetrantes, y dijo, ‘¿¿¿Regordete???’
    Ninguna palabra vale tanto como para herir los sentimientos de un amigo, de modo que no la encontrarán en esta versión. La he quitado.





    ¿PUEDE PROBARLO?
    Henry, el camarero suave y funcional del banquete mensual de los Viudos Negros, llenó la copa de agua del invitado de la noche como si supiera de antemano que dicho invitado estaba buscando en el bolsillo de la camisa un pequeño frasco de píldoras.
    El invitado levantó la vista.
    —Gracias, camarero, aunque las píldoras son tan pequeñas que pueden pasar bien, por así decirlo.
    Miró alrededor de la mesa y suspiró.
    —¡Edad avanzada! En nuestra época moderna no se nos permite llegar a viejos y libres. Los doctores siguen el mecanismo en detalle e insisten en fijarse en las grasas. Mi presión sanguínea está un poco alta y tengo una sístole extra ocasional, de modo que tomo esta pequeñita píldora anaranjada cuatro veces al día.
    Geoffrey Avalon, quien se sentó inmediatamente al otro lado de la mesa, sonrió con el aire de superioridad de un hombre moderadamente preocupado por la edad y que se mantenía en buena forma con un vigoroso sistema de gimnasia, y dijo:
    —¿Qué edad tiene, señor Smith?
    —Cincuenta y siete. Con el cuidado apropiado, mi doctor supone que viviré una vida normal.
    Los ojos de Emmanuel Rubin brillaron, magnificados detrás de sus gruesos anteojos, mientras decía:
    —Dudo que haya un americano que llegue a la edad media en estos días y que no tenga que acostumbrarse a un régimen de píldoras de una clase u otra. Yo tomo zinc, vitamina E y unas pocas cosas más.
    James Drake asintió y dijo con su voz suave a través del humo de su cigarrillo.
    —Tengo una caja de píldoras con arreglo especial para una semana, para mantener las dosis diarias con corrección. De ese modo puedo controlar si he tomado la segunda píldora de una clase en especial. Si aún está en el compartimiento del viernes, suponiendo que el día sea viernes, entonces no la he tomado.
    —Tomo solamente —dijo Smith— esta clase de píldora, lo que simplifica las cosas. Compré un suplemento semanal tres años atrás, veintiocho en total, por indicación de mi doctor. Estaba francamente escéptico, pero me ayudaron tremendamente y convencí a mi doctor que las prescribiera en frascos de a mil. Cada domingo por la mañana, pongo veintiocho en mi frasco original, el que llevo a todas partes y todo el tiempo, y el que aún utilizo. Sé todo el tiempo cuántas debería tener; en este momento deberían quedarme cuatro, habiendo tomado la vigésimo cuarta de la semana, y eso tengo. En tres años, he olvidado una píldora sólo dos veces.
    —Aún no he llegado —dijo Rubin altivamente— a ese grado de senilidad que necesite algún dispositivo nemotécnico.
    —¿No? —preguntó Mario Gonzalo, recogiendo el último trozo de baba al ron—. ¿A qué grado de senilidad has llegado?
    Roger Halsted, quien era el anfitrión del banquete de esa noche, se anticipó a la réplica de Rubin, diciendo rápidamente:
    —Hay una cuestión interesante planteada aquí. Como una creciente cantidad de personas se rellenan con químicos, debe haber cada vez menos con tejidos químicamente no-alterados.
    —Ninguno —gruñó Thomas Trumbull—. La comida que tomamos está llena de aditivos. El agua que bebemos tiene purificantes químicos. El aire que respiramos está medio polucionado de alguna cosa u otra. Si pudiera analizar la sangre humana con cuidado, probablemente podría decirse dónde vivió, lo que come, y las medicinas que ingiere.
    Smith asintió. Su corto cabello dejaba ver prominentes orejas, algo de lo que había tomado nota Gonzalo en la realización de la caricatura del invitado de la noche. Ahora, Smith se rascaba una de ellas, con aire pensativo.
    —Tal vez se pueda almacenar el patrón detallado de la sangre de cada persona en algún ordenador. Entonces si todo lo demás fallara, la sangre podría ser la identificación. El patrón sería ingresado en el ordenador, que lo compararía con todas las que están en la memoria y en minutos dirá, en una pantalla, ‘El hombre que tiene aquí es John Smith de Fairfield, Connecticut’ y te podrás poner de pie e inclinarte ante él.
    —Si puedes ponerte de pie e inclinarte —dijo Trumbull—, puedes ponerte de pie e identificarte. ¿Por qué molestarse con un patrón de sangre?
    —¿Oh, sí? —dijo Smith en tono grave.
    Escuchen —dijo Halsted—, no nos metamos en esto. Henry está sirviendo el brandy y es tiempo del asado. Jeff, ¿te haces cargo de tu tarea?
    —Estaré complacido —dijo Avalon en su tono más solemne.
    Frunciendo sus pobladas y grises cejas sobre sus ojos, Avalon dijo, con afabilidad:
    —¿Y cómo, exactamente, justifica su existencia, señor Smith?
    —Bueno —dijo Smith, con buena disposición—, heredé un buen negocio. Lo llevé bien, lo vendí con provecho, invertí con inteligencia, y ahora vivo retirado anticipadamente en un elegante lugar de Fairfield, de una viuda con dos hijos grandes, independientes. Ni trabajo ni hilo como las lilas del campo, mi justificación es mi belleza y el modo en que ilumina el paisaje —una sonrisa de burla cruzó su agradable rostro feo.
    —Supongo —dijo Avalon con indulgencia— que podemos pasar eso. La belleza está en el ojo del espectador. ¿Es John Smith su nombre?
    —Y puedo probarlo —dijo Smith con rapidez—. Nombre su veneno. Tengo mi tarjeta, una licencia de conducir, un surtido de tarjetas de crédito, algunas cartas personales dirigidas a mí, una tarjeta de biblioteca, y algo más.
    —Estoy aceptando su palabra, señor, pero se me ocurre que con un nombre como John Smith debe encontrar frecuentemente señales de cínico descreimiento, de los empleados de hotel, por ejemplo. ¿Tiene una inicial intermedia?
    —No, señor, soy solamente eso. Mis padres sintieron que cualquier modificación del gran cliché arruinaría la grandeza. No negaré que hubo algunas ocasiones en que estuve tentado de decir mi nombre como Eustace Bartholomew Wasservogel, pero el sentimiento pasa. Soy uno de los Smith, y de toda la tribu, variedad John, allí me quedo.
    Avalon se aclaró la garganta sonoramente.
    —Y aun así, señor Smith —dijo—, siento que usted tiene razones para sentirse molesto con su nombre. Ante la sugerencia hecha por Tom, en lugar de decir su nombre y hacer innecesaria toda esa identificación, usted ha reaccionado en un claro tono de molestia. ¿Ha tenido alguna ocasión especial en la que no haya podido identificarse?
    —Déjeme adivinar que así fue —dijo Trumbull—. Su ansiedad en demostrar su capacidad de probar su identidad muestra que hubo algún fallo en el pasado y que duele.
    Smith pasó la mirada alrededor de la mesa, asombrado.
    —Buen Dios, ¿Se nota tanto?
    —No, John, claro que no —dijo Halsted—, pero este grupo ha desarrollado un sexto sentido para los misterios. Te dije cuando aceptaste mi invitación que si estabas escondiendo un esqueleto en el armario, ellos te lo harían decir.
    —Y te dije, Roger —dijo Smith—, que no tenía misterios en mi vida.
    —¿Y el asunto de imposibilidad de probar su identidad? —dijo Rubin.
    —Fue una pesadilla más que un misterio —dijo Smith—, y es algo que se me ha pedido no mencionar.
    —Cualquier cosa —dijo Avalon— que se mencione entre las cuatro paredes de un banquete de los Viudos Negros representa una comunicación privilegiada. Siéntase libre.
    —No puedo —Smith hizo una pausa—. Miren, no sé de qué se trata. Creo que fui confundido con alguien alguna vez cuando visitaba Europa, y después que salí de la pesadilla fui visitado por alguien de... por alguien, y me pidió que no hablara sobre ello. Aunque, puesto a pensar, hay un misterio de alguna clase.
    —Ah —dijo Avalon—, ¿y qué pudo haber sido?
    —No sé realmente cómo salí de la pesadilla —dijo Smith.
    —Díganos qué sucedió —dijo Gonzalo, que parecía complacido y animado—, y le apuesto que le diremos cómo salió de ella.
    —No recuerdo bien... —comenzó Smith.
    El rostro fruncido de Trumbull, después de haber intentado fulminar a Gonzalo, se volvió hacia Smith.
    —Entiendo estas cosas, señor Smith —dijo—. Suponga que omite el nombre del país involucrado y las fechas exactas, y cualquier otra cosa identificable. Cuéntenos la historia como salida de las Noches de Arabia, si la pesadilla se sostiene sin los detalles peligrosos.
    —Creo que sí —dijo Smith—, pero seriamente, caballeros, si el asunto involucra la seguridad nacional... y puedo imaginar de qué modo lo haría... ¿cómo puedo estar seguro de todos son confiables?
    —Si confías en mí, John —dijo Halsted—, responderé por el resto de los Viudos Negros, incluso, por supuesto, Henry, nuestro estimado camarero.
    Henry, parado junto al aparador, sonrió gentilmente.
    Smith estaba visiblemente tentado.
    —No digo que no me gustaría sacar esto de mi pecho...
    —Si eliges no hacerlo —dijo Halsted—, me temo que el banquete termina. Los términos de la invitación eran que debías responder todas las preguntas con la verdad.
    Smith rió.
    —También dijiste que no me preguntarían nada que me humillara o que pudiera perjudicarme... pero será a tu manera.
    »Estaba visitando Europa el año pasado —dijo Smith—, y no añadiré datos sobre ubicación ni fecha. Recientemente había enviudado, un poco perdido sin mi esposa, y bastante determinado a retomar los hilos de mi vida otra vez. No había sido un viajero antes de mi retiro y estaba ansioso de remediarlo.
    »Viajé solo y era un turista. Nada más que eso. Quiero acentuar eso con total veracidad. No estaba al servicio de ningún órgano del gobierno... y eso es cierto para cualquier gobierno, no sólo el mío, ni oficial ni extraoficialmente. Tampoco estaba allí para reunir información para ninguna organización privada. Era un turista y nada más, y tan inocente que supongo que era demasiado esperar no meterme en problemas.
    »No podía hablar el idioma del país pero eso no me molestaba. No sé hablar ningún idioma excepto el inglés, y tengo la actitud habitual del provinciano al pensar que es suficiente. Siempre habría alguien, dondequiera que estuviera, que hablara inglés. Y como comentario al margen, probé que eso es siempre así.
    El hotel donde estaba alojado era cómodo en apariencia, aunque tenía un aire tan extraño que supe que no me sentiría como en casa, pero en ese momento no esperaba sentirme en casa. Ni siquiera podía pronunciar su nombre, aunque eso no me molestaba.
    »Solamente me quedé para acomodar mi equipaje y entonces salí, hacia los grandes espacios donde podía conocer gente.
    »El hombre en el mostrador, el conserje o comoquiera se llamara, hablaba una versión rara de inglés, pero con un poco de pensamiento se podía entender. Obtuve de él una lista de atracciones turísticas, algunos restaurantes recomendados, un mapa simplificado de la ciudad (no en inglés por lo que dudé si me serviría), y algunas afirmaciones sobre cuán segura era la ciudad y cuán amigables sus habitantes.
    »Imagino que los europeos están siempre ansiosos de impresionar a los americanos, que se sabe que viven en peligro. En el siglo XIX pensaban que cada ciudad americana estaba ante el inminente peligro de una masacre india; en la primera mitad del siglo XX, cada una estaba llena de pistoleros de Chicago; y ahora estaban llenas de asaltantes. De modo que estuve paseando alegremente por la ciudad.
    —¿Solo? ¿Sin conocer el idioma? —dijo Avalon, con desaprobación manifiesta—. ¿Qué hora era?
    —Las sombras de la noche eran arrojadas por una mano cósmica y usted está en lo cierto en lo que indica, señor Avalon. Las ciudades nunca son seguras como promulgan sus propagandistas, y eso es lo que averigüé. Pero comencé muy animado. El mundo estaba lleno de poesía y lo estaba disfrutando.
    »Había letreros de todo tipo sobre los edificios y se iluminaban las vidrieras en defensa de la noche. Ya que yo no podía leer ninguno, me ahorraba su total insipidez.
    »Las personas eran amigables. Si les sonreía, me devolvían la sonrisa. Algunos decían algo, supongo un saludo, y les volvía a sonreír, con un gesto de la cabeza o la mano. Era hermoso, una noche apacible y yo estaba absolutamente eufórico.
    »No sé cuánto tiempo caminé ni que tan lejos fui antes de darme cuenta de que estaba perdido, pero aun así, no me molestó. Entré en una taberna para preguntar cómo llegar al restaurante donde había decidido ir y cuyo nombre había memorizado meticulosamente. Dije el nombre, y señalé vagamente en diversas direcciones, encogiendo mis hombros para tratar de indicar que había perdido el camino. Algunos me rodearon y uno me preguntó en un adecuado inglés si yo era americano. Le respondí que sí, lo que tradujo a su vez a los demás, jubiloso, y pareció complacerles.
    »Dijo, ‘No vemos muchos americanos por aquí’. Entonces comenzaron a estudiar mis ropas, el corte de mi cabello, y a preguntar de dónde venía. Trataron de pronunciar ‘Fairfield’ y me ofrecieron un trago. Canté ‘Barras y Estrellas’ porque parecía que ellos esperaban que lo hiciera, y fue una verdadera fiesta de amistad. Tomé un trago con el estómago vacío, y después de eso las cosas se volvieron más amorosamente festivas.
    »Me dijeron que el restaurante que buscaba era demasiado caro, y no muy bueno, y que debería comer allí mismo, y que ellos ordenarían por mí y que la casa invitaba. Eran manos cruzando el océano, era construir puentes, ¿entienden?, y dudo que me hubiese sentido más feliz después de la muerte de Regina. Tomé uno o dos tragos más.
    »Y entonces, después de eso, mi memoria se detuvo hasta que me encontré en la calle otra vez. Estaba bastante oscuro, muy frío. No se veía a nadie por allí, no tenía idea de dónde estaba, y la única idea que tenía era un dolor de cabeza.
    »Me senté en un umbral y me di cuenta, aun antes de sentirlo, que mi billetera había desaparecido. Y mi reloj de pulsera, mis lapiceras... de hecho, los bolsillos de mis pantalones estaban vacíos así como los de mi chaqueta. Había sido drogado y atropellado por mis queridos amigos de allende el mar, y ellos probablemente me habían llevado en un coche hacia un lugar distante en la ciudad, y me habían arrojado.
    »El dinero faltante no era importante. Mi principal caudal estaba seguro en el hotel. Pero no tenía un centavo en ese momento, no sabía dónde estaba, no recordaba el nombre del hotel, me sentía aturdido, enfermo y dolorido... y necesitaba ayuda.
    »Busqué un policía o cualquiera que tuviera uniforme. Si hubiera encontrado un barrendero, o un conductor de autobús, me hubiera guiado o, mejor aun, llevado a una estación de policía.
    »Encontré un policía. Realmente, no fue difícil. Eran, creo, numerosos y deliberadamente visibles en esa ciudad en particular. Y fui llevado hasta la estación de policía, en algo equivalente a un patrullero, creo. Mi memoria tiene puntos de bruma.
    »Cuando comencé a recordar con mayor claridad, estaba sentado en un banco en lo que suponía era la estación de policía. Nadie me prestaba mucha atención y mi dolor de cabeza estaba un poco mejor.
    »Un hombre bastante bajo con un enorme bigote entró, se puso a conversar con el hombre detrás del mostrador, y se acercó a mí. Parecía un tanto indiferente, pero para mi alivio hablaba inglés y bastante bien, aunque tenía un acento británico desconcertante.
    »Le acompañé hasta una habitación lúgubre, gris y deprimente, y comenzó el interrogatorio. Ése fue el interrogatorio de pesadilla, aunque el interrogador estuvo en todo momento educado, aunque distante. Me dijo su nombre pero no lo recuerdo. Honestamente, no puedo. Comenzaba con una V, de modo que lo llamaré ‘Ve’ si lo menciono.
    »Me dijo, ‘Usted dice que su nombre es John Smith’.
    »‘Sí’.
    »No es que hubiera sonreído. Dijo, ‘Es un nombre muy común en los Estados Unidos, creo, y es frecuentemente adoptado por quienes quieren eludir una investigación’.
    »‘Es adoptado frecuentemente porque es común’, le dije, ‘¿por qué no puedo ser uno de los cientos de miles que lo llevan?’
    »‘¿Tiene una identificación?’
    »‘He sido robado. Entré a presentar una queja...’
    »Ve levantó una mano y lanzó unos chistidos a través de su bigote. ‘Su queja ha sido registrada, pero no tengo nada que hacer con esta gente de aquí. Solamente se aseguraron de que usted no estuviera herido y enviaron por mí. Ellos no le han investigado ni interrogado. No es su trabajo. Ahora, ¿tiene una identificación?’
    »Con cansancio, y tranquilamente, le dije lo que había sucedido.
    »‘Entonces’, dijo, ‘no tiene nada que pruebe su afirmación de que usted es John Smith de Fairfield, Connecticut’.
    »‘¿Quién más podría ser?’
    »‘Es lo que nos gustaría averiguar. Usted dice que fue maltratado en una taberna. Dígame la dirección, por favor’.
    »‘No la sé’.
    »‘El nombre’.
    »‘No lo sé’.
    »‘¿Qué estaba haciendo allí?’
    »‘Ya le dije. Estaba caminando por la ciudad...’
    »‘¿Solo?’
    »‘Sí, solo. Ya se lo dije’.
    »‘¿Dónde comenzó?’
    »‘En mi hotel’
    »‘¿Y tiene una identificación allí?’
    »‘Claro que sí. Mi pasaporte y mis pertenencias están todas allí’.
    »‘¿El nombre del hotel?’
    »Hice una mueca. Hasta para mí mismo la respuesta era demasiado. ‘No lo recuerdo’, dije en voz baja.
    »‘¿La dirección?’
    »‘No la sé’.
    »Ve suspiró. Me miró desde muy cerca y pensé que sus ojos eran tristes, pero podía ser solamente miopía.
    »Me dijo, ‘La cuestión básica es: ¿Cuál es su nombre? Debemos tener alguna identificación o esto se convierte en un asunto serio. Permítame explicarle, señor Blanco. Nada me obliga, pero no amo cada faceta de mi trabajo y dormiré mejor si me aseguro de que usted entienda que está en gran peligro.
    »Mi corazón comenzó a correr. No soy joven. No soy héroe. No soy corajudo. Dije, ‘¿Pero por qué? Soy una persona maltratada. He sido drogado y robado. Vine hasta la policía voluntariamente, enfermo y perdido, buscando ayuda...’
    »Otra vez, Ve levantó la mano,
    —¡Tranquilo! ¡Tranquilo! Algunos aquí hablan algo de inglés y es mejor mantener esto entre los dos por ahora. Las cosas pueden ser como usted las describe, o no. Usted en un ciudadano americano. Mi gobierno tiene razones para temer de los americanos. Esa, finalmente, es nuestra posición oficial. Esperamos un agente americano de gran habilidad en penetrar nuestras fronteras en una misión muy peligrosa.’
    »‘Eso significa, siguió diciendo, que cualquier extranjero americano, cualquier americano encontrado en circunstancias sospechosas, y en la semana que corre, será informado inmediatamente a mi departamento. Sus circunstancias fueron sospechosas para comenzar, y se han vuelto más sospechosas a medida que lo he interrogado.’
    »Lo miré horrorizado. ‘¿Cree que soy un espía? Si lo fuera, ¿habría venido a la policía así?’
    »‘Usted puede no ser el espía, pero puede ser un espía. Hay personas que piensan eso. Incluso yo veo una posibilidad.’
    »‘Pero ninguna clase de policía vendría a la policía...’
    »‘¡Por favor! Le haré el favor de escuchar, puede ser usted una distracción. Si juega ajedrez sabrá lo que quiero decir cuando digo que usted puede ser sacrificado. Es enviado para confundirnos y distraernos, ocupando nuestro tiempo y esfuerzo, mientras el verdadero trabajo es realizado en cualquier otro lugar.’
    »Le dije, ‘Pero no ha funcionado, si eso es lo que se supone que sea. Usted no está confundido ni distraído. Nadie puede ser engañado por algo tan tonto como esto. No es un sacrificio razonable, por tanto no es un sacrificio de ninguna clase. Lo que le estuve diciendo es toda la verdad.
    »Ve suspiró. ‘Entonces, ¿cuál es su nombre?’
    » ‘John Smith. Pregúnteme un millón de veces y seguirá siendo mi nombre.’
    »‘Pero no puede probarlo. Mire’, dijo, ‘tiene dos alternativas. Una es convencerme de alguna manera razonable que me está diciendo la verdad. Afirmaciones simples, aunque elocuentes, son insuficientes. Debe haber evidencia. ¿Tiene algo con su nombre? ¿Algo material que pueda mostrarme?
    »‘Ya le dije’, le respondí desesperado, ‘me han robado.’
    » ‘Si eso falla’, dijo como si no hubiese escuchado mi afirmación, ‘asumiré que usted está aquí para cumplir alguna función para su país que no será del interés de mi país, y que será interrogado con eso en mente. No será mi trabajo, me alegra decirlo, pero los que interrogarán serán mucho más persistentes y pacientes. Deseo que no hubiera sido de esta manera, pero cuando la seguridad nacional está en riesgo...’
    »Estaba en absoluto pánico. Tartamudeando, dije, ‘Pero no puedo decir lo que no sé, no importa cómo me interrogue.’
    »‘Si es así, finalmente quedarán convencidos, pero usted no quedará muy bien. Y estará en prisión ya que no será muy político dejarle ir en esas condiciones. Si su país tiene éxito en lo que puede estar intentando hacer, en este país estarán furiosos y usted será, seguramente, víctima de eso y recibirá una larga sentencia. Su país no podrá interceder por usted. Ni lo intentará.
    »Grité, ‘¡Eso es injusto! ¡Eso es injusto!’
    »‘La vida es injusta’, dijo Ve, tristemente. ‘Su propio presidente Kennedy lo dijo.’
    »‘Pero, ¿qué debo hacer?’, farfullé.
    »Él dijo, ‘Convénzame de que su historia es verdad. ¡Muéstreme algo! ¡Recuerde algo! Pruebe que su nombre es John Smith. Lléveme a la taberna; mejor aun al hotel. Muéstreme su pasaporte. Deme algo, aunque sea pequeño, para comenzar, y tendré la fe suficiente en usted para intentar el resto, con cierto riesgo por mi parte, debo agregar.’
    »‘Lo aprecio, pero no puedo. Estoy desamparado. No puedo.’ Estaba balbuceando. Todo lo que podía pensar era que enfrentaba la tortura y una prisión prolongada por el crimen de haber sido drogado y robado. Era más de lo que podía afrontar y me desmayé. Lo siento. No fue una acción heroica, pero ya les dije que no soy un héroe.
    —No sabe lo que le pusieron en su trago en la taberna —dijo Halsted—. Usted estaba medio envenenado. No era usted mismo.
    —Es muy amable al decirlo, pero la perspectiva de tortura y prisión por nada era algo que no podía enfrentar con estoicismo en uno de mis mejores días.
    »Lo siguiente que recuerdo es que estaba acostado con la vaga sensación de ser manipulado. Creo que algunas de mis ropas habían sido quitadas.
    »Ve me estaba mirando con la misma expresión de tristeza en el rostro. Me dijo, ‘Lo siento. ¿Desea algo de brandy?’
    »Recordé. La pesadilla había regresado. Sacudí mi cabeza. Todo lo que quería era convencerle de mi absoluta inocencia en todo. Dije, ‘¡Escuche! Debe creerme. ¡Todo lo que dije es verdad! Yo...’
    »Puso su mano sobre mi hombro y lo sacudió. ‘¡Deténgase! ¡Le creo!’
    »Lo miré, estúpidamente. ‘¡Qué!’
    »‘Dije que le creo. Para comenzar, nadie que ha sido enviado a realizar una tarea como esa puede interpretar un absoluto terror de esa manera tan convincente, en mi opinión. Pero es solamente mi opinión. Puede no ser convincente para mis superiores y es posible que no debiera haber actuado. De todos modos, nadie puede ser tan estúpido como usted ha probado serlo sin ser lo suficientemente estúpido para entrar en una taberna extraña tan confiadamente y haber olvidado el nombre del hotel,’
    »‘Pero, no entiendo.’
    » ‘¡Ya es suficiente! He perdido mucho tiempo. Debería dejarlo en manos de la policía, a decir verdad, pero no deseo abandonarlo aún. Sobre la taberna y los ladrones, no puedo hacer nada. Tal vez en otro momento y por otra queja. Pero busquemos su hotel. Dígame cualquier cosa que recuerde, la decoración, la posición de la conserjería, el color del cabello del hombre allí, dónde había flores. Vamos señor Smith, ¿qué clase de calle era donde estaba? ¿Había negocios? ¿Tenía portero? ¿Algo?
    »Me pregunté si era una especie de trampa, pero no vi alternativa sino responder las preguntas. Traté de recordar todo como estaba cuando entré en el hotel la primera vez, menos de doce horas antes. Hice lo mejor que pude en describir y él me apresuraba, preguntando más pronto que lo que podía responder.
    »Miró las rápidas notas que había tomado y susurró a otro oficial, y que estaba en el lugar aunque no le vi entrar, tal vez un experto en hoteles. El recién llegado asintió, comprendiendo, y le devolvió el susurro.
    »Ve dijo, ‘Muy bien, entonces. Creo que sabemos de qué hotel se trata, de modo que nos vamos. Cuanto más pronto encuentre su pasaporte, todo será mejor.’
    »Salimos en un coche oficial. Me senté allí, temeroso y aprensivo, temiendo que fuera otra artimaña para romper mi espíritu ofreciéndome una esperanza, solamente para destrozarla metiéndome a prisión, en cambio. Dios sabe que mi espíritu no necesitaba romperse. ¿Y qué si me llevaban a un hotel, y no era el mío, me escucharían lo que tuviera que decirles?
    »Llegamos a un hotel, de todos modos. Me encogí de hombros desvalido cuando Ve me preguntó si era ése. ¿Cómo podía decirles si no lo recordaba? Y temí asegurar algo que podía resultar un error.
    »Pero era el hotel correcto. El conserje de la noche no me conocía, por supuesto, pero estaba el registro de una habitación para un John Smith de Fairfield. Subimos hasta mi habitación y miramos mi equipaje, mi pasaporte, mis papeles. Era suficiente.
    »Ve estrechó mi mano y dijo en voz baja, ‘Una palabra de consejo, señor Smith. Salga de país rápidamente. Haré mi informe y lo exoneraré, pero si las cosas se ponen peores en algunos días, alguien puede decidir que usted debería ser arrestado otra vez. Será mejor que esté fuera de la frontera.’
    »Le agradecí, y jamás tomé el consejo de nadie con tanto entusiasmo en toda mi vida. Pagué el hotel, tomé un taxi hasta la estación más próxima, y creo que no respiré hasta cruzar la frontera.
    »Hasta este día, no sé de qué se trató todo eso, si los Estado Unidos tenían realmente el proyecto de espiar en camino en ese país en ese momento, o si tuvieron éxito o fracasaron. Como dije, alguien me pidió que no dijera nada acerca de todo el asunto, de modo que supongo que las suposiciones del gobierno de Ve eran más o menos justificadas.
    »En todo caso, nunca planee volver a ese país en particular.
    —Fue afortunado, señor Smith —dijo Avalon—. Ya veo lo que quiere decir cuando dijo que estaba desorientado por el final. Ve, como usted le llama, dio un giro repentino ¿no es así?
    —No lo creo —intervino Gonzalo—. Creo que le tuvo simpatía todo el tiempo, señor Smith. Cuando usted se desmayó, llamó a algún superior, lo convenció de que era un pobre idiota en problemas, y le dejó ir.
    —Puede ser —dijo Drake, que fuera su desmayo lo que le convenció. Si realmente fuera un agente sabría los riesgos que corría, y estaría más o menos preparado para ellos. De hecho, él lo dijo, ¿verdad? Dijo que usted no podía simular el temor de modo convincente y que por ello usted era lo que decía ser, o algo por el estilo.
    —Si ha contado la historia detalladamente, señor Smith —dijo Rubin—, debo pensar que Ve no le tiene simpatía al régimen, o no habría tenido apuro en que usted saliera del país. Creo que tiene una buena oportunidad de ser purgado, o que ya lo ha sido en este momento.
    —Odio estar de acuerdo contigo, Manny —dijo Trumbull—, pero lo estoy. Creo que el fallo de Ve en retener a Smith puede haber sido el colmo.
    —Eso no me hace sentir muy bien —murmuró Smith.
    Roger Halsted empujó la taza de café a un lado y colocó los codos sobre la mesa. Dijo seriamente:
    —Escuché los hechos desnudos de la historia antes de que usted la contara, y estuve pensando en ellos y creo que hay más. Además, y si todos están de acuerdo, debe estar mal.
    Se volvió hacia Smith.
    —Me dijiste, John, que este Ve era un hombre joven.
    —Bueno, me pareció de unos treinta años.
    —Entonces bien —dijo Halsted—, si un hombre bastante joven está en la policía secreta, no debiera estar satisfecho y debería planear ascender de cargo. No correría riesgos ridículos por nada. Si fuera un hombre viejo, podría recordar los tiempos antiguos del régimen y no tener ninguna simpatía por el nuevo gobierno, pero...
    —¿Cómo sabes —preguntó Gonzalo— que este Ve no era un agente doble? Tal vez por eso es que nuestro gobierno no quiere que Smith vaya contando el asunto.
    —Si Ve fuera doble agente —dijo Halsted—, entonces, considerando su posición en la inteligencia del gobierno de allí, sería enormemente valioso para nosotros. Razón de más para no arriesgarse a por una sonsera. Sospecho que había más que una simpatía en esto. Debió haber pensado en algo que realmente autenticaba la historia de John.
    —Algunas veces pienso que así fue —dijo Smith malhumorado—. Sigo pensando en su afirmación después de salir de mi desmayo respecto de que yo era demasiado estúpido para ser culpable. Nunca explicó esa afirmación.
    —Espere un minuto —dijo Rubin—. Después que salió de su desmayo, dijo que se sentía desarreglado. Mientras usted estaba así, ellos revisaron su ropa, muy cuidadosamente, se dieron cuenta de que eran de confección americana...
    —¿Eso qué probaría? —interrumpió Gonzalo desdeñoso—. Un espía americano puede vestir ropa americana tanto como cualquier idiota americano. Sin ofender, señor Smith.
    —No hay problema —dijo Smith—. Además, las ropas que vestía fueron compradas en París.
    —Me pregunto —dijo Gonzalo— si le preguntó por qué pensaba que usted era un estúpido.
    —Quiere decir que si le dije —resopló Smith—, ‘Oiga, tipo vivo, ¿a quién está diciendo estúpido?’ No, no lo dije, o nada parecido. Solamente contuve la respiración.
    —Los comentarios acerca de su estupidez, señor Smith —dijo Avalon—, no debieran tomarse a la letra. Ha dicho varias veces que usted no era usted mismo durante esos momentos tan difíciles. Después de haber sido drogado, podría muy bien parecer estúpido. En todo caso, no creo que podamos saber los secretos del cambio de opinión de Ve. Sería suficiente aceptarlo y no cuestionar los favores de la fortuna. Es suficiente que usted haya salido a salvo de la boca del león.
    —Bueno, espera —dijo Gonzalo—. No hemos preguntado la opinión de Henry aún.
    Smith se vio muy asombrado.
    —¿El camarero? —y en voz más baja—. No me di cuenta de que estaba escuchando. ¿Entiende que todo esto es confidencial?
    —Es un miembro del club —dijo Gonzalo—, y nuestro mejor hombre. Henry, ¿puedes entender el cambio de actitud de Ve?
    —No deseo ofender al señor Smith —dijo dudando—. No le llamaría estúpido, pero puedo ver por qué ese oficial extranjero, Ve, pensaba así.
    Hubo una agitación general alrededor de la mesa. Smith, con frialdad, preguntó:
    —¿Qué quiere decir, Henry?
    —Usted dijo que los eventos de la pesadilla tuvieron lugar en algún momento del año pasado.
    —Correcto —dijo Smith.
    —Y dijo que sus bolsillos habían sido revisados. ¿Estaban completamente vacíos?
    —Por supuesto —dijo Smith.
    —Pero eso es claramente imposible. Usted dijo que aún llevaba el frasco original de píldoras, y que lo había llevado todo el tiempo y en todo lugar, y por eso supongo que lo tenía cuando viajó y que aún lo tenía cuando entró a la taberna... y que aún lo tenía cuando salió de la taberna.
    —Bueno, sí, tiene razón —dijo Smith—. Estaba en el bolsillo de mi camisa como siempre. Tanto porque no lo vieron o no lo quisieron.
    —Usted no dijo nada acerca de eso en el curso de la historia que nos contó.
    —Nunca se me ocurrió.
    —De modo que supongo que tampoco le dijo a Ve sobre él —dijo Henry.
    —Mire —dijo Smith, enfadado—, no pensé en él. Pero aunque lo hubiera hecho, no hubiera mencionado el asunto. Podrían haberlo usado para inventar un cargo de posesión de drogas y así justificar mi encierro.
    —Sería cierto si pensara solamente en las píldoras, señor —dijo Henry.
    —¿En qué otra cosa hay que pensar?
    —En el envase —dijo Henry suavemente—. Las píldoras son recetadas por prescripción médica y usted dijo que era el frasco original. ¿Podemos verlo, señor Smith?
    Smith lo sacó del bolsillo de su pantalón, lo miró, y dijo con vehemencia:
    —¡Maldición!
    —Exactamente —dijo Henry—. En la etiqueta adherida al frasco por el farmacéutico debería estar impreso el nombre de la farmacia y la dirección, probablemente en Fairfield, y su nombre debería aparecer también, con las indicaciones para el uso.
    —Tiene razón.
    —Y después de que usted estuviera negando tener una identificación, aun ante la amenaza de tortura, Ve miró en sus bolsillos mientras usted estaba inconsciente, y encontró exactamente lo que le había estado pidiendo.
    —No me asombra que haya pensado que soy un estúpido —dijo Smith, sacudiendo la cabeza—. Fui un estúpido. Realmente me siento mal.
    —Y ahora tiene una explicación —dijo Henry— de algo que lo ha desconcertado por un año, y eso debería hacerle sentir bien.

    POSTFACIO
    Esta es otra historia para la que acepté el título de Fred y descarté el mío. La había titulado ‘What’s my Name’ y me pareció que ‘Can you prove it?’ (¿Puede probarlo?) tiene más encanto. Hay cierto aire de hostilidad en ¿Puede probarlo? que aumenta instantáneamente la tensión, aun antes de comenzar la historia.
    Incidentalmente, esta historia, como El Conductor, sostiene la tensión en el hecho de que el mundo tiene dos súper potencias que se han enfrentado durante cuarenta años con armas de destrucción sin paralelo y que una guerra entre ambas significaría la pérdida (tal vez irreversible) de toda la humanidad.
    Es por esa razón que odio escribir historias que se refieran a la confrontación, y aun leer sobre ella. Me da la impresión de que todo lo que sirve para aumentar el odio y la sospecha solamente aumenta la posibilidad de que, sea por furia o por error de cálculo, alguien presione el botón rojo.
    Y por eso, algunas veces, las exigencias de la conspiración me obligan a hacerlo, y entonces mientras releo la historia no puedo dejar de pensar, sarcásticamente, que con el cambio de unas pocas palabras, con una sustitución aquí y allá, de mínima importancia, la historia pudo muy bien ser escrita por alguien del otro lado... Y eso es bastante triste, también.
    La historia apareció en el ejemplar del 17 de junio de 1981 de EQMM.





    EL ADORNO FENICIO
    Geoffrey Avalon, un abogado de patentes de profesión, no admitía a menudo la lectura de ficción ligera. En ocasión de este banquete particular de los Viudos Negros, de todos modos, agitó el hielo de su segundo trago (que había llegado a la mitad y que no sería tomado más) y dijo:
    —Leí una interesante historia de ciencia ficción ayer.
    James Drake, un químico retirado, quien había pasado la mejor parte de su -de otra manera desperdiciada- vida leyendo toda clase de publicaciones de ficción popular, dijo:
    —¿Dolió?
    —Para nada. Estaba en casa de un amigo, vi una revista, la hojeé, comencé a leer, y debo admitir que casi la disfruté. La premisa era que para un hombre que ha desarrollado una memoria total no debería haber secretos. Si yo fuera a recordar todo lo que dijiste, Jim, junto con las entonaciones y expresiones, y combinado con lo que los otros dijeron, y con lo que ya sabía, sería capaz de deducir todo acerca de ti. No importa qué era lo que tu no querías que yo -o cualquiera- supiera, lo estarías diciendo una docena de veces por día sin saberlo. Es sólo porque en la vida real no prestamos atención -o no escuchamos, u olvidamos- que los secretos permanecen secretos. En la historia, por supuesto, el protagonista se mete en problemas por su extraño talento.
    —Como siempre lo hacen —dijo Drake, sin impresionarse—. Es una convención literaria como el toque de oro de Midas. La historia que leíste, sospecho, era ‘Que No Sepan Que Recuerdas’ de Isaac Asimov, en el último número de su propia revista.
    —Correcto —dijo Avalon.
    Mario Gonzalo, quien había llegado tarde y acababa de ubicar sus galochas y su sobretodo en el guardarropa (ya que New York no estaba disfrutando de la lluvia que necesitaba con urgencia para sus reservorios), ordenó su trago a Henry con un breve gesto, y dijo:
    —¿Asimov? ¿No es el amigo de Manny, el que es aun más pagado de sí que Manny, si lo pueden creer?
    Emmanuel Rubin volvió el cuerpo entero para enfrentar a Gonzalo y apuntarle con el dedo.
    —Asimov no es mi amigo. Él simplemente sigue mis pisadas porque necesita ayuda con varios puntos simples de ciencia antes de poder escribir sus supuestas historias.
    —Lo encontré en Libros en Imprenta, Manny —dijo Gonzalo sonriendo—. Escribe mucho más...
    —... libros que yo —terminó Rubin—. Sí, lo sé. Eso es porque yo no sacrifico la calidad a la cantidad. Aquí te presento a mi invitado. Señor Enrico Pavolini. Este es Mario Gonzalo, quien cree que es un artista y quien desaprobará el hecho realizando una caricatura de ti enseguida. El señor Pavolini es restaurador en el Museo de Arte Antiguo de la ciudad.
    Pavolini se inclinó con cortesía europea y dijo:
    —Escucho lamentablemente la historia de ciencia ficción que están discutiendo. Me temo que aun una memoria perfecta no penetra algunos secretos, excepto en las novelas. Y siempre esos secretos que con urgencia necesitan ser penetrados prueban ser los más oscuros —Su inglés era perfecto pero sus vocales tenían una distorsión sutil que se hacía claro que no era lengua nativa.
    —Creo que la mayoría de los secretos está a salvo —dijo Trumbull— porque a nadie le importan. La mayoría de los supuestos secretos son condenadamente aburridos, son sólo aquellos que están desesperadamente aburridos los que se tomarán la molestia de desenterrarlos.
    —Eso puede ser en algunos casos, mi querido señor... —comenzó Pavolini, pero fue interrumpido por el tranquilo anuncio de Henry de que la cena estaba servida. Los invitados se sentaron frente a un aperitivo griego que escondía la promesa de un moussaka. Roger Halsted hizo un pequeño sonido de placer mientras colocaba la servilleta sobre sus muslos y Rubin, habiendo pinchado una hoja de parra rellena, la miró aprobando, la colocó en su boca, y la masticó hasta no dejar nada.
    Rubin dijo entonces, con la mente claramente concentrada en su anterior referencia de calidad versus cantidad:
    —Una de las desafortunadas consecuencias de la era de la ficción pulp, entre 1920 y 1950, es que surgió una generación de Asimov que aprendieron a escribir sin pensar, en persecución de la cantidad solamente.
    —Eso no es completamente malo —dijo Drake—. Es mucho más común para un escritor caer en la trampa opuesta de posponer la ejecución en una búsqueda inútil de la perfección inexistente.
    —No estoy hablando de perfección —dijo Rubin—. Estoy sugiriendo sólo un poco de trabajo adicional para salir de la basura abismal.
    —Si leyeras algunos de los mejores pulp, encontrarás que están muy lejos de la basura abismal —dijo tieso Drake—. De hecho, un montón de ella es reconocido ahora como contribución importante a la literatura, y su técnica bien merece estudio. Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Cornell Woolrich... Vamos, Manny, es tu propio campo. No le pegues.
    —Esos no eran pulp. Eran escritores reales que hicieron uso del mercado disponible...
    Drake se rió.
    —Es fácil probar que todo lo que es pulp es malo, si cuando se dan ejemplos de lo contrario tú dices, ‘Si es bueno, no es pulp’.
    —Una vez que algo es viejo —dijo Gonzalo—, se babean por él los críticos que lo hubieran enterrado si fueran contemporáneos del objeto criticado. He escuchado a Manny decir cien veces que Shakespeare era un escritorzuelo que fue menospreciado en sus días.
    —Por cada Shakespeare —dijo Rubin con fuerza, haciendo temblar su escasa barba—, quien estaba bien lejos de las mentes enclenques de su tiempo, había cien, o tal vez mil, escritores que eran menospreciados como ceros en sus propios días y quienes siguen siendo exactamente ceros hoy, si alguien los recuerda.
    —Ése es el punto —dijo Pavolini—. La supervivencia es seguramente el mejor testimonio de la calidad.
    —No siempre —dijo Rubin cambiando de posición repentinamente como era característico en él—. Los accidentes deben jugar un rol. Esquilo y Sófocles escribieron más de noventa obras cada uno, y en cada caso sólo sobrevivieron siete. ¿Quién puede decir con seguridad que eran las siete mejores? Los antiguos griegos consideraban que Safo era de la misma clase que Homero, y todavía no sobrevive nada de su trabajo.
    Un curioso silencio cayó sobre los Viudos Negros, como en apreciación de una tragedia verdadera... la pérdida irreparable del trabajo de un genio humano. La conversación fue más tranquila y sobre temas generales de allí en adelante.
    Y finalmente Rubin, como anfitrión, convocó al interrogatorio.
    —No tú, Mario —dijo—. Tratarás de probar que eres un artista y aburrirás al señor Pavolini hasta la muerte, y es muy amigo mío para perderle. Jim, haz los honores.
    Enrico Pavolini parecía expectante. Su sonrisa, que siempre parecía radiante, daba toda la impresión de recibir con agrado todas las preguntas. Podía haber estado en sus cincuenta, pero el prolijo bigote, el cabello sin canas, el rostro sin arrugas y los ojos alegres podrían haberle hecho pasar igualmente por alguno de cuarenta.
    Drake se aclaró la garganta.
    —Señor Pavolini —dijo—, ¿cómo justifica su existencia?
    Pavolini no mostró ninguna sorpresa ante la pregunta.
    —Haciendo —dijo— lo que un hombre puede hacer para prevenir la tragedia de la que hablamos antes en la cena. Trabajo para salvar esos productos del genio artístico que podrían perderse de otro modo. En ese quehacer, por supuesto, debo tratar frecuentemente con ladrones y criminales, y encubrir sus felonías... pero la naturaleza de mi trabajo justifica aun eso.
    —¿Quiénes son estos ladrones y criminales de los que habla? —dijo Drake.
    —A lo largo de la historia —dijo Pavolini—, las obras de arte han sido escondidas; algunas veces a propósito como cuando son enterradas con gobernantes o aristócratas fallecidos; o cuando son ocultadas de bandas de pillos u hombres armados; algunas veces accidentalmente como cuando un templo es destruido por en terremoto o un barco se hunde en el mar. Y a lo largo de la historia, han habido personas en la búsqueda de tesoros, ladrones persistentes con palas que ingresan en pirámides y tumbas, quienes siguen las leyendas de tesoros escondidos, quienes fisgonean dentro de los barcos hundidos. Escondrijos de monedas, lingotes de metales preciosos, joyas, y obras de arte son siempre encontrados. Algunas veces son rotos, derretidos, vendidos como lingotes o piedras. Algunas veces, especialmente en los últimos doscientos años, son dejados intactos y colocados en el mercado libre. Allí es donde yo, y otros como yo, intervenimos. Competimos por los objetos. Cada museo de arte en el mundo está lleno de botines ilegales.
    —¿Que hace de estos supuestos buscadores de botines unos criminales? —dijo Drake—. ¿Se supone que deben dejar las obras de arte enterradas, de propiedad de, por ejemplo, un faraón que ha estado muerto por treinta y cinco siglos?
    —En primer lugar —dijo Pavolini—, muchos buscadores son criminales contra la humanidad. Son personas ignorantes que pueden cruzarse con un tesoro aun por accidente, o el destino, pero quienes, en el comienzo o al final, están interesados solamente en negociar. Todo lo que no ven con valor intrínseco posiblemente sea destruido, no tanto por malicia como por indiferencia. Es posible que rompan una obra de arte en orden de salvar unas pocas esmeraldas o hilos de oro.
    »En segundo lugar, son criminales a los ojos de la ley. Durante el último siglo, las naciones han llegado cada vez más a considerar varias reliquias del pasado como parte de su herencia nacional y por lo tanto propiedad del estado. Las búsquedas deberían, en teoría, ser conducidas bajo estricta supervisión, y los hallazgos no pueden ser vendidos a museos extranjeros. Aun los arqueólogos calificados que violan estas reglas son, estrictamente hablando, criminales.
    »Pero muchos gobiernos son demasiado ineficientes para conducir búsquedas apropiadas, demasiado corruptos para resistir el soborno; y la codicia humana es tal que las consideraciones de orgullo nacional pueden casi siempre no competir con el hecho de que puede obtenerse un precio más alto de los extranjeros.
    —Si todos los museos se combinan en una política de rehusarse a tratar con los buscadores de botines... —dijo Drake.
    Pavolini sacudió la cabeza vigorosamente.
    —No sería nada bueno. Los museos están operados por seres humanos, o por gobiernos, con sus propios orgullos, codicias y corrupción. Ningún museo querría ceder un real hallazgo a otro museo. Y aun si los museos se pusieran firmes como grupo, los artículos podrían ser vendidos a colecciones privadas... o rotos y derretidos. Algunos buscadores de botines han recurrido al chantaje y utilizaron la amenaza de destrucción para forzar precios más altos.
    —¿Vale la pena? —dijo Drake—. Seguramente no todo es una gran obra de arte.
    —Algunas lo son —dijo Pavolini, sonriendo con un toque de condescendencia—, para cualquier estándar, como por ejemplo el busto de Nefertiti, la diosa serpiente de Creta, o la Venus de Milo. Eso, de todos modos es secundario de cierta manera. Cada artefacto de una era pasada es importante como una evidencia viviente de una sociedad que se ha ido. El más común de los potes de terracota fue utilizado alguna vez, fue parte de una forma de vida, fue hecho para un propósito. Cada uno es tan importante como indispensable para un arqueólogo como el diente de un fósil de un tiburón extinto lo es para un paleontólogo.
    —¿Puedo interrumpir, Jim? —dijo Trumbull—. Presumo que el Museo de Arte Antiguo de la ciudad tiene su porción de artefactos pasados, ¿verdad, señor Pavolini?
    La sonrisa de Pavolini se amplió.
    —Ciertamente la tiene. Debe venir a visitarnos alguna vez y verlo usted mismo. Somos un museo comparativamente joven y no tenemos los recursos del Metropolitan, pero estamos más precisamente enfocados y nuestra colección de arte precolombino mexicano es famosa mundialmente.
    —Ciertamente lo visitaré en la primera oportunidad —dijo Trumbull—, pero creo recordar que antes de la cena usted dijo algo acerca de secretos que no eran fácilmente penetrados.
    Pavolini pareció repentinamente serio.
    —¿Lo hice?
    —Sí. Hubo la mención de una historia idiota de ciencia ficción acerca de que una memoria perfecta era todo lo que se necesitaba para penetrar secretos y usted dijo...
    —Ah, sí, ya recuerdo.
    —Bueno, entonces, ¿se refería usted a algo específico, algo que tenga que ver con su trabajo?
    —En realidad, sí —Pavolini se encogió de hombros—. Una cosa pequeña ha estado obsesionándome por algún tiempo, pero sin importancia fuera de mis propios sentimientos, supongo.
    —Cuéntenos sobre eso —dijo Trumbull, conjugando abruptamente en imperativo.
    Pavolini parpadeó.
    —Como dije, completamente sin importancia.
    —De todos modos, cuéntanos, Enrico —dijo gentilmente Rubin—. Es el precio de la cena. Recuerda que te expliqué sobre el interrogatorio.
    —Sí, Emmanuel —dijo Pavolini—, pero no es algo que pueda discutir indiscriminadamente. Desde el punto de vista estrictamente legal...
    —Somos todos tan silenciosos —dijo Rubin— como uno de tus artefactos precolombinos. Eso incluye, en particular, a nuestro estimado camarero y miembro, Henry. Por favor, Enrico, continúa.
    Pavolini sonrió compungido.
    —Nuestros artefactos no son de modo alguno silenciosos, ya que pueden hablarnos elocuentemente de las culturas pasadas, de modo que fue una comparación equivocada. De todos modos, había un adorno fenicio en el mercado del museo mundial... el mercado negro, por supuesto.
    »Había sido desenterrado en Chipre, donde la confusión de la pasada década había hecho posible a los cazadores de botines obtener y contrabandear material valioso. Era una pequeña copa de oro y esmalte, datada en algún momento del 1200 a.C. Había alguna cuestión acerca de si mostraba influencia micénica y llevaba la promesa de modificar algunos de nuestros conceptos de eventos en tiempos de la guerra de Troya.
    »Naturalmente, nosotros la queríamos, y también, imagino, una docena de los mayores museos del mundo. No era una cuestión, por supuesto, de simple oferta. La persona que la ofrecía en venta tenía que cubrir sus huellas ya que tal vez quería regresar a Chipre para obtener otras piezas, sin ser despojado de sus ganancias y arrojado en prisión además por las autoridades chipriotas. Por esa razón, necesitaba adoptar ciertas precauciones, elaborar ciertas garantías. Y por supuesto ayudaba tener un buen hombre en vista, un hombre persuasivo.
    —Una vez me contaste —dijo Rubin— acerca de uno de tu equipo, y dijiste que era exactamente así... Jelinsky.
    Pavolini asintió.
    —El nombre no es simplemente Jelinsky. Olvidas cómo fue mencionado en primer lugar. Su nombre completo era Emmanuel Jelinsky. Así fue realmente cómo llegué a conocerte, Emmanuel. Es un nombre poco habitual y cuando fui presentado a ti, pensé en mi propio Emmanuel. Eso atrajo mi atención hacia ti. Hablamos acerca de él y entonces tuve oportunidad de conocerte. De todos modos, mi Emmanuel está muerto ahora.
    —Lo siento —dijo Rubin.
    —Un ataque al corazón. Tenía sesenta y cinco años y no era completamente inesperado, pero, si me permiten ser egoísta, fue trágico, porque con esta muerte se fueron todas las oportunidades de obtener el adorno fenicio —Pavolini suspiró pesadamente—. Para ser honesto, fue con grandes dificultades que me persuadí a asistir a este banquete esta noche... pero había aceptado tu invitación hace casi un mes y mi esposa insistió bastante en que viniera. Dijo que no quería verme preocupado y tirándome del cabello. Ella dijo, ‘Sal por una noche. Olvida’. De modo que aquí estoy, y no estoy olvidando después de todo.
    Hubo un silencio incómodo y entonces Gonzalo, siempre optimista, dijo:
    —Algunas veces resulta que podemos ayudar a personas con problemas.
    —¿Puedes dejar de hacer afirmaciones estúpidas como esa? —dijo Trumbull con furia instantánea.
    —Dije algunas veces —dijo Gonzalo a la defensiva—, e intento continuar el interrogatorio. ¿Qué dices a eso, Manny? Eres el anfitrión.
    —¿Te importa si continuamos, Enrico? —dijo Rubin, quien parecía incómodo.
    Pavolini esbozó una sonrisa.
    —El dejar de hablar no lo traerá de regreso, ni al adorno tampoco.
    —Entonces, de acuerdo —dijo Gonzalo—. Usted dijo que la muerte de Jelinsky perdió también su ‘lo que sea’ fenicio. ¿Qué museo lo obtuvo?
    —Deseo que cualquiera de ellos lo hiciera. Sería lo mejor para el mundo en general. El problema es que el objeto simplemente desapareció.
    —¿Cómo? ¿Por qué? —estalló Trumbull.
    Pavolini suspiró.
    —Bueno, entonces desde el comienzo. Déjenme explicarles acerca de Jelinsky. Estuvo en el museo más tiempo que yo y era simplemente invalorable. No deseo exagerar, pero en algunos sentidos el museo debe comprometerse en actividades que tienen alguna atmósfera de trabajo de espionaje. Hay negociaciones delicadas a ser llevadas adelante; contactos clandestinos a ser realizados; objetos a ser conseguidos ilegalmente y, sobre todo, secretamente; otros museos a los que espiar y medidas que deben ser tomadas para evitar los espías de los otros.
    »Por supuesto, todo esto son insignificancias ya que los aparatos involucrados y los riesgos, también, son mucho más pequeños que los que un gobierno o aun una industria pueden disponer. Por otro lado, no tenemos gran poder al que recurrir en nuestra protección, y para nosotros, al menos, si no para todos, los riesgos son altos.
    »Jelinsky era lo que consideraríamos un maestro espía, si fuera un empleado de la CIA. Podía rastrear objetos valiosos y hacer sus contactos antes que nadie más estuviera en el asunto. Era persuasivo, podía convencer a un pájaro para que dejara el árbol y fuera a su mano, podía cerrar un trato con la mayor ventaja para nosotros, aun cuando otros estuvieran detrás del mismo objeto con ofertas el doble de lo que podíamos ofrecer. Nunca supimos cómo lo hacía.
    »Una vez le pregunté acerca de eso, pero él sólo me guiñó un ojo y dijo, ‘Nunca lo sabrás, Enrico. Después de todo, si alguna vez me despides, tendría que encontrar trabajo en algún otro lugar y entonces sería inconveniente si conocieras mis métodos’.
    »Tenía de todos modos una particularidad que todos conocíamos. Era imposible de olvidar. ¡Hacía garabatos! Nunca estaba sin un anotador y en cualquier momento ese anotador tenía la primera hoja cubierta con fascinantes abstracciones. Nunca eran las mismas, pero eran netamente geométricas... triángulos, cuadrados, trapecios, octógonos, tanto solos como en extrañas combinaciones. Algunas veces podían ser palabras construidas con letras dibujadas en formas prolijamente geométricas. Algunas veces podía decir que era una palabra que ocupaba su mente en el momento del garabato. Recuerdo una vez, cuando estábamos en conferencia, escribió las primeras letras de mi nombre, cada letra construida como una serie de segmentos en forma de huevo. Le pregunté si me permitiría conservarlo como una curiosidad, y él lo miró asombrado como si no fuera consciente de haberlo hecho. Me lo dio con un aire de interrogación sobre porqué podría quererlo. Todavía lo tengo.
    »Una vez le pregunté por qué garabateaba y me dijo que no estaba seguro. Dijo, ‘Tal vez es lo que hago en lugar de menear los pies o golpetearme las uñas. Tengo una mente incansable y esto la pone en foco, y evita que me distraiga en direcciones indeseadas. Tal vez. Y tal vez sólo sirve como salida de un impulso artístico que yace dormido dentro de mí. No lo sé. En cualquier caso, nunca noto que estoy garabateando cuando estoy garabateando. Pero al menos me ajusto a la geometría de modo que nunca descubro mis pensamientos’.
    »‘Excepto cuando escribes letras’, le dije, y se sonrojó e insistió en que nunca significaban nada.
    Con satisfacción y mientras sorbía su brandy y extendía el vaso para que Henry lo volviera a llenar, Gonzalo dijo:
    —Apuesto a que uno de los garabatos de Jelinsky tiene su parte en todo esto.
    —Sí —dijo Pavolini con tristeza—, o no debería haberme explayado tanto en eso. Obviamente. Hace dos semanas recibí un llamado de Jelinsky. Estaba en Halifax. No habló del artefacto fenicio directamente... y otra vez no deseo exagerar... porque sabía que su habitación podía ser espiada y grabadas sus conversaciones telefónicas. Algunos de nuestros competidores son al menos tan inescrupulosos como nosotros.
    »Entendí bien el significado de lo que estaba diciendo, de todos modos. Había cerrado el trato y tenía el objeto. Por qué el trato había sido cerrado en Halifax no lo sé y no se lo pregunté. Tal vez el cazador de botines era canadiense o tal vez Jelinsky le había persuadido a venir a esa ciudad tan imposible para esfumar el rastro tanto como pudiera por el interés mostrados por los colegas. Eso no importa.
    »Aunque Jelinsky tenía posesión física del objeto, no intentaba llevarlo con él hasta New York. Lo había colocado en un lugar poco llamativo en la forma de un paquete que no daba pistas de lo que contenía ni de su valor, y bajo condiciones donde estaba claro para las personas que lo guardaban que podía estar algún tiempo antes de que fuera solicitado. Estaba viniendo a New York con la información y entonces alguien más volaría a Halifax para traer el objeto. La mayor parte de todo esto fue dicho indirectamente; virtualmente en código.
    —¿No son todas esas indirectas exageradas? —dijo Halsted.
    —Sé que suena paranoico —dijo Pavolini—, pero Jelinsky era un hombre conocido. Podía ser seguido, su equipaje podía ser revisado. Después de todo, ¿por qué dudar en robar un objeto que ya era robado? En cualquier caso, Jelinsky sintió que no era seguro llevar él mismo el objeto hasta New York. (Podríamos enviar) Enviaría algún desconocido a traer el objeto, alguien que estaría seguro por ser desconocido.
    —Excepto que él murió —dijo Gonzalo excitado— antes de que pudiera pasar la información necesaria.
    —De un ataque al corazón, como les dije —dijo Pavolini—, en el aeropuerto Kennedy. Naturalmente, nunca tuvo la oportunidad de decirnos dónde había metido el objeto.
    Avalon se veía solemne.
    —Apenas deseo molestarle exagerando el asunto —dijo—, de modo que le pediré que nos asegure y nos diga que no existe posibilidad de que Jelinsky haya sido asesinado y la información sacada de su cuerpo.
    —Para nada posible —dijo Pavolini—. Estaban los que le vieron colapsar, estaba su historia de enfermedad cardiaca, y hubo una cuidadosa autopsia. No había dudas, era una muerte natural, y una muy desafortunada para nosotros. Por un lado, habíamos perdido un hombre irreemplazable, pero él hubiera muerto eventualmente. Fue el preciso momento de su muerte lo que resultó una calamidad.
    »No sabemos dónde está el objeto. Suponemos que está en algún lugar de Halifax, pero eso es todo. Esencialmente, el adorno fenicio está una vez más enterrado, y solamente será recuperado por accidente y por... quién puede decir quién.
    »Aun si fuera encontrado por alguien y fuera colocado en el mercado otra vez, el hecho de que ya hubiéramos pagado una suma sustancial por él no significaría nada. Es posible que no seamos capaces de probar propiedad y, lo que es peor, es menos posible aun probar propiedad legal. Si es encontrado, y si el hallazgo es publicitado demasiado abiertamente, el gobierno griego chipriota lo reclamará y probablemente lo reciba. Podemos afrontar la pérdida del dinero, pero la pérdida del objeto mismo es dura de soportar. Muy dura —Pavolini sacudió la cabeza abatido.
    Prosiguió.
    »Lo que lo hace más frustrante es que no hay absolutamente ninguna razón para pensar que fue robado. Él estaba bajo observación de varios, como dije, cuando tuvo el ataque, y los guardias del aeropuerto estuvieron a su lado casi al instante. Sus bolsillos contenían lo habitual: una cartera razonablemente provista de efectivo, incluyendo billetes americanos y canadienses. Había monedas, tarjetas de crédito, pañuelo, y todo lo demás.
    —¿Completamente nada de interés? —preguntó Halsted incrédulo.
    —Bueno, uno de los objetos era un control de reclamo. Nosotros, como sus empleadores, pudimos realizar un reclamo de eso... aunque no sin considerables problemas. De todos modos, no nos ayudó. Sospecho... espero... que el control de reclamo sea del paquete que contiene el objeto, ¿pero qué bien me hace? El control de reclamo carece completamente de marca distintiva. Es rojo, rectangular y hecho de cartulina. Sobre él en letras negras gruesas está el número 17. Sobre el otro lado, nada. No hay modo de identificar donde en esta tierra -o al menos, dónde en Halifax- pertenecía este control.
    —Nada más —dijo Trumbull—. Ni libreta de direcciones. Ni una hoja de papel doblada dentro de su billetera.
    —Créanme, revisamos cada cosa en sus bolsillos y equipaje, bajo la mirada de la policía, debo agregar -y parece no haber nada que pueda indicar el lugar donde había colocado el paquete. Había una libreta de direcciones, por supuesto, pero no tenía ninguna dirección de Halifax; tampoco había ninguna dirección fuera de Halifax que nos pareciera de algún modo sospechosa. También estaba su anotador. Si no hubiera estado presente, hubiera estado seguro de que fue robado. Pero, bajo el escrutinio más cerrado, no había dirección en ninguna de sus páginas. Podíamos haber controlado todo por escritura secreta -pensé en eso- pero ¿por qué habría llegado tan lejos?
    —Supongo —dijo Halsted—, que ustedes podrían utilizar la fuerza bruta. Podrían ir a todos lados en Halifax que pudieran imaginablemente utilizar tales controles de reclamo y tratar de recuperar el paquete en cada uno.
    —¿Cada hotel? ¿Cada restaurante? ¿Cada estación de trenes o de autobús? ¿Cada aeropuerto? —dijo Pavolini—. Eso sería verdaderamente un acto de desesperación. ¡No! En su lugar tratamos de reducir las posibilidades.
    —¡Los garabatos! —gritó Gonzalo.
    —No los ha olvidado —dijo Pavolini—. Sí, había garabatos en la primera página del anotador. Debieron haber sido hechos en el avión, pero garabateaba principalmente cuando estaba en conferencia, y eso debía haber sido en Halifax.
    —Pero usted dijo —señaló Avalon— que no había ninguna dirección en ninguna página del anotador.
    —Es correcto, pero había otras cosas. Estaban sus construcciones geométricas características, tan identificables como huellas digitales. Si eso fuera todo lo que había, sería inútil, pero había más. Era una de esas raras ocasiones en que él construía letras y sé que tenía que ser de una palabra, de una frase, que había atraído su atención. Desafortunadamente sólo había escrito una parte. Había una B mayúscula, una i y una f, cada una en grafía rebuscada. Esas letras fueron absolutamente identificadas como de su puño y letra también. En otras palabras, ‘Bif’ era el comienzo de alguna palabra que había atrapado su atención cuando estaba negociando la compra, y si podíamos averiguar qué palabra era y dónde la había visto, tengo la impresión de que sabríamos dónde está el paquete.
    —Por todo lo que sabe —dijo Trumbull—, ese garabato tal vez puede haber sido hecho el día anterior a las negociaciones, o la semana anterior. Puede no tener ninguna conexión con las negociaciones.
    —Es posible —dijo Pavolini—, pero no probable. En mi experiencia, Jelinsky nunca los guardaba mucho tiempo sino que echaba a la basura la primera hoja cuando comenzaba otra. Por lo tanto, no debía ser muy vieja.
    —Pero no puede estar seguro —persistió Trumbull.
    —No, no puedo estar seguro pero no tengo nada más que agregar —dijo Pavolini, exasperado.
    —¿Tiene el papel con usted? —dijo Gonzalo con ansiedad.
    —No —dijo Pavolini, levantando los brazos y dejándolos caer—. ¿Cómo puede pensar que lo llevaría conmigo? Está seguro en mi oficina. ¿Podía haberme imaginado que este tema se convertiría en la discusión de esta noche?
    —Es sólo que me pareció —dijo Gonzalo—, que si pudiéramos ver los garabatos, podríamos sacar algo de ellos. ¿Puede reproducirlos para nosotros?
    Pavolini levantó el labio superior con desdén.
    —No soy un artista. No podría hacerlo. No podría siquiera reproducir los adornos en las letras. Créame, no hay nada allí sino letras, y nada de significación sino las letras. Nada.
    —Las letras no me parecen muy significativas —dijo Halsted—. De todos modos, ¿qué palabras comienzan con ‘bif’?
    —Bifurcar —dijo inmediatamente Rubin.
    —¡Bien! —dijo Pavolini—. Una palabra útil por cierto. ¿Dónde vería Jelinsky ‘bifurcar’ en el curso de las negociaciones? Mis amigos, no me senté a adivinar sobre el asunto. Utilicé el diccionario completo. ‘Bifurcar’ significa ‘dividir en dos’. Está ‘bífido’ que significa ‘en dos partes’. Hay términos químicos, ‘biformato’, ‘bifloruro’, y todos los demás. Esos son inútiles. No está dentro de las posibilidades el que él estuviera mirando cualquiera de estas palabras mientras estaba sentado -dondequiera que estuviera sentado- con el hombre que le estaba vendiendo el artefacto. Hay sólo una palabra, sólo una, que parece como si pudiera ser útil, y esa palabra es ‘bifocal’.
    —¿Estaba Jelinsky citado con un oculista? —dijo Rubin.
    —No sé nada del hombre, pero parece razonable que las negociaciones pueden haber tenido lugar en lo de un oculista, o más probablemente, enfrente de un oculista. Con la palabra ‘bifocal’ fija delante del rostro, Jelinsky bien pudo haber comenzado a escribirla sin darse cuenta.
    —Es posible —dijo Avalon, juiciosamente.
    Pero Pavolini cruzó los brazos sobre el pecho, y miró con tristeza a los hombres reunidos alrededor de la mesa.
    —No funcionó —dijo—. Tuve un par de nuestros hombres recorriendo la ciudad para encontrar el oculista en cuya vidriera, o en cuyo cartel, pudiera estar la palabra ‘bifocal’. Todavía no encontramos ninguno. Parece que los oculistas no recetan bifocales. Son para personas mayores. Es mejor impresionar al público con la belleza y con las cualidades atractivas de sus gafas. Todo para la juventud, o para juventud aparente. Sin embargo, no hemos terminado de buscar.
    —Pueden estar buscando en la dirección equivocada —dijo Drake—. Si Jelinsky hizo esas letras con decoraciones pueden no ser fácilmente identificables. Por ejemplo, es fácil dibujar una e minúscula que se parezca a una i. Jelinsky puede no haber intentado ‘bif’. Puede haber intentado ‘bef’. Su lapicera puede haber salteado la pequeña curva porque el papel estaba grasoso en ese punto.
    —¿Qué tendrías con ‘bef’? —preguntó Rubin.
    —No lo sé. Podía haber estado comenzando a escribir ‘beforehand’ , por decir, porque había aventajado a sus rivales y había llegado al vendedor de antemano.
    —Eso no ayudaría a encontrar el paquete —dijo Rubin.
    —¿Quién dice que tendría que hacerlo? —preguntó Halsted.
    —Lo que Jelinsky escribió puede no tener nada que ver con el paquete y puede no ayudar para nada. Estamos sólo tratando de averiguar la verdad, y si la verdad no nos queda bien... —Drake abrió los brazos en un gesto de resignación fatalista.
    —No, no —dijo Pavolini—. Permítame detenerle. Yo no puedo decir si nos ayudará si penetramos el significado de la palabra. Tal vez no. Pero al menos estoy bastante seguro de que la palabra comienza con ‘Bif’ y nada más. La i era una i y no una e porque, por alguna razón, Jelinsky había colocado un punto sobre ella. De hecho, Jelinsky adornó incluso el punto de modo que era un punto triple.
    —¿Un punto triple? —dijo Gonzalo—. ¿Qué quiere decir?
    —Como esto —dijo Pavolini—. Esto sí lo puedo dibujar, de todos modos. Parecía algo así —Sacó un pequeño anotador del bolsillo interior de su chaqueta, tomó una hoja de papel, y dibujó tres líneas verticales cortas, muy cerca una de la otra.
    —¡Así! —dijo—. Era muy pequeño.
    Fue en este punto cuando Henry interrumpió.
    —Señor Pavolini, ¿puedo ver ese trozo de papel?
    Pavolini se quedó mirando a Henry por un momento; entonces, con un dejo divertido, dijo:
    —Si usted desea verlo, camarero. Aquí está. Tal vez usted tiene una teoría también.
    —No lo tomaría con esa actitud, señor Pavolini. Henry podría tener una teoría sobre eso —dijo Gonzalo.
    —Muy bien —dijo Pavolini—. Adelante, camarero. De esas tres pequeñas líneas, ¿puede decirme dónde está escondido el paquete?
    —No exactamente, señor Pavolini —dijo Henry con cuidadosa deferencia—. Puedo pensar en dos lugares y puede haber posiblemente uno o dos más, pero no puedo ajustarlo a un lugar.
    —¿De veras? —dijo Pavolini—. ¿Usted puede decirme dos, posiblemente cuatro, lugares, y el paquete estará en uno de ellos?
    —Eso creo, señor.
    —Usted lo cree. ¡Maravilloso! En ese caso sólo dígame los cuatro. Le desafío —La voz de Pavolini se había elevado hasta el grito.
    —Puedo señalar primero que ya que no hay palabra posible en inglés que comience con ‘bif’, puede ser que el señor Jelinsky no estuviera escribiendo una palabra en inglés.
    —Tiene mi palabra —dijo Pavolini glacialmente—. Jelinsky no conocía otro idioma que el inglés. No era un hombre educado y, a excepción de su especialidad, realmente sabía muy poco.
    —Aceptaré eso —dijo Henry—, pero tenemos que preguntarnos, no cuál palabra conocía y entendía, sino qué palabra encontró en el lugar donde estaba negociando la venta. Si estaban sentados en un restaurante francés -ubicado en una ciudad de cultura británica- bien podía vender carne y la tendría por supuesto, en el menú, en la vidriera o en el cartel, de acuerdo con su propia ortografía. ‘Bistec’, en francés se convierte en ‘bifteck’.
    —¿Bifteck? —dijo Pavolini en voz muy baja.
    —Sí, señor. Conozco dos buenos restaurantes franceses en Halifax y puede haber uno o dos más. Sugiero que intente en el guardarropa de los cuatro, si fuera necesario.
    —¡Está adivinando! —dijo Pavolini.
    —Realmente no, señor. No después que vi las tres pequeñas líneas que usted dibujó. ¿Podrían esas líneas haberse visto un poco más como esto, señor? —Sobre la misma hoja de papel Henry dibujó—. Porque si es así, eso es una flor de lis, la cual se puede encontrar muy a la vista en uno o en otro lugar en casi todos los restaurantes franceses. Si tomamos las tres letras y la flor de lis juntas, apenas se puede dudar dónde estaba sentado Jelinsky cuando hizo el garabato.
    La boca de Pavolini estaba abierta, y ahora la cerró con un ‘flap’ audible.
    —Por los cielos, usted tiene razón. Partiré, caballeros. Adiós a todos ustedes, con mi agradecimiento por esta maravillosa cena, pero tengo trabajo que hacer —Comenzó a salir apresuradamente, entonces se detuvo y se volvió—. Mi agradecimiento a usted particularmente, Henry, ¿pero cómo lo hizo?
    —Los restaurantes son mi especialidad, señor —dijo Henry, seriamente.

    POSTFACIO
    Esta es la vigésimo octava historia de los Viudos Negros que Fred me compró para EQMM y, por desgracia, la última, ya que la muerte (como a todos nosotros) finalmente le llegó al hombre que probablemente hizo más que ninguna otra persona desde Conan Doyle por el campo del misterio. Siempre será extrañado por quienes leíamos sus historias de Ellery Queen, por todos quienes lo tratábamos como editor, y por quienes lo tenían como amigo.
    En conexión con la historia que acaban de leer, ya que estamos en eso, recibí una carta de un restaurador de museo quien señaló que la historia no describe los métodos actuales utilizados por los museos para obtener sus objetos de exhibición, y que perpetúa un estereotipo falso de los museos como promotores del robo de tumbas.
    Estoy seguro de que tiene razón y pido disculpas a todos los museos. El hecho es que no sé nada acerca de los reales trabajos en las adquisiciones de los museos, y todo lo inventé en mi cabeza para que encajara en el complot. De todos modos, sospecho que es la manera en que tiene que ser, si el que trabaja como escritor de misterio tiene que ganarse la vida.
    Consideremos, por ejemplo, los escritos de Agatha Christie (ese modelo de lo que todo escritor de misterio debería ser, aunque tiene opiniones muy peculiares acerca de cómo hablan y actúan los americanos). Si ella fuera tomada en serio, no habría familia de clase superior en Inglaterra que no haya tenido un miembro asesinado en la biblioteca, con un abrecartas clavado en el corazón y una mirada de horror indescifrable en el rostro, y que no haya tenido otro miembro que fuese el asesino. Pero lo aceptamos (suspensión de la incredulidad) y no esperamos que el mundo del misterio tenga una correspondencia de uno a uno con el mundo real.
    La historia apareció en el número de mayo de 1982 del EQMM.





    UN LUNES DE ABRIL
    Charles Soskind era llamativamente atractivo. Eso fue obvio desde el momento en que Thomas Trumbull lo presentó a los miembros de los Viudos Negros en ocasión de su cena mensual.
    De hecho, era obvio aun antes de ser presentado. Era alto, delgado, de cabello oscuro. Tenía una complexión pálida con ojos que eran, por ese motivo, más sorprendentemente negros todavía. Con rasgos asombrosamente regulares, labios firmes con un trazo de sensualidad, y una encantadora sonrisa. Estrechó manos con fuerte apretón y sus uñas estaban bien cuidadas. Exudaba un rastro de loción para después de afeitarse y la palidez de sus mejillas estaba sombreada por el azul de una barba aunque ésta no era visible. Estaba bien rasurado y se parecía a un anuncio de los cuellos Gibson.
    Trumbull dijo:
    —Charles es relativamente nuevo en el Departamento. Obtuvo su título en estudios eslavos en la Universidad de Michigan.
    Dio toda la vuelta estrechando manos y cada Viudo Negro mostró ese cierto aire de desconfianza con el que los hombres comunes reciben a un extraordinario espécimen de su propia especie.
    Mario Gonzalo fue el más obvio, tal vez, en su reacción. Se colocó de modo de ubicar su reflejo en el espejo y retocó la línea de su chaqueta en lo que pudo haber pensado era una manera discreta.
    Al verle, Emmanuel Rubin le desengañó enseguida. Con una amplia sonrisa que mostraba el espacio pronunciado entre sus dos incisivos superiores, Rubin susurró:
    —Olvídalo, Mario. En comparación tú sales del bote de los desperdicios.
    Gonzalo levantó las cejas y miró fijamente a Rubin, menos alto que él, con arrogante desprecio.
    —¿De qué demonios estás hablando?
    Rubin sostuvo su sonrisa.
    —Tú lo sabes —dijo— y yo lo sé, y seguramente eso es suficiente.
    Exactamente igual, Rubin pasó los dedos distraídamente entre su escasa barba, como si un repentino e imposible deseo de tenerla crecida de una manera pulcra e impresionante, le hubiera asaltado.
    Geoffrey Avalon se aclaró la garganta y se paró más derecho y más tieso de lo habitual. Era dos pulgadas más alto que Soskind y estaba claro que no le importaría si el mundo entero notara ese pequeño hecho.
    Roger Halsted hundió su estómago y sostuvo esa incomodidad por casi dos minutos. James Drake, el más viejo de los Viudos Negros, parecía muy naturalmente indiferente, como si fuera solamente la edad y nada más, lo que le mantenía lejos de la carrera... y, lo que era más, alejado de ganarla.
    Solamente Henry, el competente mozo, sobre cuyos hombros descansaba el bienestar de los banquetes, parecía verdaderamente ausente de todo mientras acercaba a Soskind un ginger ale solo, con una cereza al marrasquino dentro.
    Soskind miró el trago un tanto sombrío y entonces, con el aire de alguien que ha sobrevivido interrogatorios sobre el asunto por años, dijo, aunque nadie le había preguntado:
    —Ordeno una cereza porque lo hace parecer un trago alcohólico... de alguna clase, y entonces no tengo que explicar por qué no bebo.
    —¿Por qué no bebe? —preguntó Rubin con perversidad.
    —No es porque sea miembro de Alcohólicos Anónimos —dijo secamente Soskind—. Tengo muy poca tolerancia al alcohol. Un solo trago me deja decididamente borracho y ya que no obtengo placer de esa sensación, elijo no beber. No me tienen que forzar, o convencerme.
    —Si yo fuera usted —dijo Gonzalo, sombrío—, tomaría Perrier con una cebollita dentro. Escuché que la tintura que utilizan en las cerezas al marrasquino es carcinógeno.
    —Y lo es todo —dijo Soskind—, si elige la cepa adecuada de ratas para experimentar, y se aumentan las dosis lo suficiente.
    Con el tartamudeo habitual que parecía invadir siempre su discurso tan pronto como intentaba parecer un hombre de mundo, Halsted dijo:
    —Es malo si el alcohol le afecta de modo adverso. Sobrepasarse es bestial, pero no hay nada tan civilizado como el moderado compartir de tragos. Reduce las inhibiciones en la medida de un intercambio social verdaderamente gracioso.
    —Créame —dijo asintiendo Soskind asintiendo—, aprecio por completo esa particular desventaja bajo la cual me encuentro. Habitualmente evito los cócteles, simplemente porque no puedo participar en igualdad de condiciones. Y eso no es lo peor de la cuestión. Son los almuerzos de negocios, lo realmente estresante. Les aseguro que si pudiera beber más fácilmente, me complacería hacerlo.
    Y casi al mismo tiempo, como a una señal, Henry anunció el final de la hora del cóctel.
    —La cena está servida, caballeros.
    Drake se encontró sentado junto al invitado y dijo:
    —¿Es usted de origen ruso, señor Soskind?
    —No, hasta donde sé —dijo Soskind, con la expresión ligeramente alegre ante un trozo de salmón ahumado con cebollas. Tomó una rebanada de pan finamente cortado y manteca, y cuidadosamente retiró las alcaparras a un lado—. El padre de mi padre llegó desde Luxemburgo y los de mi madre eran ambos galeses.
    —Pregunté —dijo Drake— por su grado en estudios eslavos. ¿Doctorado?
    —Sí, tengo el derecho de ser denominado Dr. Soskind, aunque nunca insisto en ello. Usted es Dr. Drake, supongo.
    —En Química. Pero todos nosotros nos podemos denominar doctores en virtud de nuestra membresía en el club. Aun nuestro buen Henry, el invalorable camarero de la organización, es Dr. Jackson, si decidimos llamarle así. ¿Pero cómo se decidió por los estudios eslavos?
    —¡Oh, eso! No hay razones personales, si quita la ambición. Después de todo, los Estados Unidos han estado enfrentando a la Unión Soviética en abierta competición por cuarenta años a la fecha. Muchos ciudadanos soviéticos pueden hablar inglés y han estudiado historia y cultura Anglo-Americana, mientras que muy pocos americanos han regresado el cumplido. Eso nos coloca en grave desventaja, y haciendo un esfuerzo personal para lograr el equilibrio me convierto en patriota y, por añadidura, hago mi camino de progreso ya que mis conocimientos son útiles.
    —¿Quiere decir en el Departamento de Tom Trumbull?
    —Quiero decir —dijo Soskind con cuidado—, en ese órgano del gobierno en el cual los dos servimos.
    —Ya comprendo entonces —intervino de pronto Avalon desde el otro lado de la mesa—, que usted lee y escribe ruso con bastante fluidez.
    —Sí, señor —dijo Soskind—, con bastante fluidez, y también polaco. Puedo hacerme entender en checo y en serbio. Con el tiempo, espero aprender otros idiomas también. El árabe y el japonés son extremadamente importantes en el mundo de hoy, e intento tomar cursos en cada uno tan pronto como termine mi maldita tarea actual.
    Trumbull se inclinó hacia adelante desde su posición en la cabecera de la mesa, la que ocupaba en virtud de que era el anfitrión del banquete de esa noche.
    —¡Deténganse, idiotas! ¿Es tiempo de interrogatorio? Charles, no respondas a ninguna pregunta hasta que sea el momento. Ahora, disfruta de la cena sin molestias. No les comprendo, par de... chistosos. ¿Acaso necesitan que les expliquen las reglas del club cada noche?
    —No hay reglas —dijo Rubin con presteza.
    —¿Sí? —dijo Gonzalo—. Me pregunto si vas a sostener esa doctrina la próxima vez que traiga una dama como invitada.
    —¡Eso es cuestión de tradición! —aulló Rubin—. Si no puedes comprender la diferencia entre tradición y reglas...
    Y la discusión degeneró en una de libertad verbal y todos a la vez.
    La bullabesa fue terminada; las calientes servilletas perfumadas fueron colocadas para su apropiado uso; el Alaska horneado fue consumido; y los Viudos Negros remoloneaban sobre su café (té para el invitado) cuando Trumbull repicó la cuchara contra la copa de agua y dijo:
    —Mario, ya que no has mostrado el mal gusto de tostar a mi invitado antes de que estuviera adecuadamente alimentado, ¿serías nuestro cocinero en jefe?
    Gonzalo se sobresaltó ligeramente. Había realizado la consabida caricatura del invitado, capturándole con un espectacular perfil estilo Byron. Dijo:
    —Señor Soskind, es costumbre comenzar pidiendo al invitado que justifique su existencia. Permítame contestar yo mismo a la pregunta. Juzgo que usted diría en respuesta que está justificando su existencia con el empleo de su ruso para ayudar al gobierno americano a derrotar a la Unión Soviética.
    Soskind, que estaba mirando la caricatura, dijo:
    —La palabra ‘derrotar’ tiene connotaciones desagradables. Preferiría decir que estoy haciendo mi parte para asegurar los intereses de los Estados Unidos, que, según creo, significa primero y primordial la preservación de la paz mundial y la protección de los derechos humanos.
    —Pero, ¿no estaría usted —dijo Gonzalo—, haciendo una muy buena cantidad de dinero si se presentara en el mundo del espectáculo?
    Soskind enrojeció y parecía luchar consigo mismo para evitar una explosión. Sin embargo, su control se quebrantó y dijo.
    —Esa es una pregunta idiota, y la respuesta apropiada que debería darle es un golpe en la mandíbula.
    Por un momento, la reunión se congeló y entonces Trumbull dijo, con afabilidad totalmente inusual:
    —Eso está fuera de lugar, Charles. Te conté el modo en que jugamos nuestro juego cuando te invité a cenar. No niego que Mario es frecuentemente un idiota, todos lo somos... a excepción de nuestro buen Henry... pero en este caso él tenía su derecho. Estaba haciendo una pregunta, y puede preguntar cualquier cosa. Tienes que estar dispuesto a comprender que debes responder todas las preguntas con la verdad. Lo que digas no saldrá jamás de esta habitación.
    —Por supuesto, Tom —dijo Soskind—. Le ruego me disculpe, señor Gonzalo, y también todos los demás —Aspiró profundamente, no sin alguna señal de seguir enojado—, supongo que debo parecerle a ciertas personas que podría haber tenido éxito en Hollywood, sobre todo si realmente me veo como su boceto, señor Gonzalo. Supongo que hizo lo posible por representarme pero de veras deseo no parecerme para nada.
    »El buen aspecto, suponiendo que lo tenga, podría ponerme en las películas, pero dudo que puedan hacerme exitoso a menos que tuviera alguna habilidad mínima en actuación, algo que no tengo. Aun así, eso no me haría feliz a menos que tuviera el temperamento de un actor, el cual es mi polo opuesto. Hago lo que quiero hacer, estudiar los idiomas de la humanidad, por las razones que he mencionado y si eso conlleva una adecuada compensación. Estoy bastante listo para renunciar a mis sueños de avaricia. ¿Lo he dicho con claridad?
    —Muy claro —dijo Gonzalo—, pero, ¿qué le hace pensar que carece del temperamento de un actor? Conozco una buena cantidad de actores y tienen todo tipo y variedad de temperamentos. Y por habilidad para actuar, me parece que usted tiene la capacidad para... lo histriónico, si Manny me dice que esa es la palabra que necesito.
    —Por una vez, es la palabra que quieres —dijo Rubin.
    Soskind inclinó la cabeza por un momento. Cuando la levantó parecía que las nubes hubieran desaparecido y que el sol brillaba otra vez. Su sonrisa era casi irresistible.
    —Caballeros —dijo—, veo que aún estoy haciendo las cosas difíciles para ustedes. No deseo que sea así. ¡De veras! Es que en los últimos diez días no he sido yo mismo. Les puedo asegurar que por lo común no soy dado a lo histriónico, y que no habrá más de ahora en adelante.
    Varios de los Viudos Negros hablaron al mismo tiempo y la voz de Trumbull se elevó incisivamente.
    —¡Mario tiene la palabra!
    —Gracias, Tom —dijo Gonzalo, y por fin preguntó lo que todos habían tratado de saber—. ¿Por qué no es usted mismo? Y por favor no diga que es privado o que no es asunto mío. Ésa es mi pregunta y quiero una respuesta.
    —Lo entiendo —dijo con calma Soskind—. Me temo que es una vieja y aburrida historia. Una joven dama con quien estaba yo... estoy... oh, bueno, maldición, siempre enamorado, si no les importa que aparezca como un imbécil romántico, me traicionó y... bueno... ¿Qué más tengo que decir?
    —¿Se fue con su mejor amigo? —preguntó Gonzalo.
    Soskind se rebeló.
    —Claro que no. ¡Nada como eso! No es esa clase de mujeres.
    —Bueno, entonces, ¿qué sucedió? —preguntó Gonzalo.
    La voz de barítono de Avalon retumbó.
    —¡Esperad! Antes de su respuesta, señor Soskind... y con el permiso de Mario... por favor, dígame si existe algún misterio en esto.
    —¿Misterio, señor? —Soskind parecía perplejo.
    —Sí. Algo que usted no comprenda; cualquier cosa que le extrañe y que no pueda ser explicado.
    —¡Nada de eso! —dijo Soskind—. ¡Desearía que lo hubiera! Es todo muy simple y, para mí, descorazonador. Claire rompió su palabra, eso es todo. Tomó una ventaja injusta y ni siquiera tuvo la decencia de avergonzarse. No podría vivir con eso sin importar cuánto la ame... Pero eso no me hace muy feliz, el no poder vivir con eso.
    —Sin misterios —dijo Avalon sonriente—. Podrías desear que el tema termine, entonces, Mario. ¿Por qué investigar un asunto triste tan sólo por investigarlo?
    —Gracias —dijo Soskind.
    Gonzalo frunció la frente.
    —Aunque Tom resuelva la decisión del anfitrión en mi lugar, Jeff, no dejaré el tema. Soy curioso.
    Trumbull dudó.
    —Consultaré al grupo. ¿Cuántos quieren que el tema se termine?
    Él y Avalon levantaron la mano, y Trumbull dijo:
    —Cuatro a dos contra terminar el tema. Henry... ¿votas?
    Henry, quien estaba sirviendo un poco de brandy en la copa de Drake, dijo:
    —Sí, señor. Mi mano no estaba levantada. Creo que si el señor Soskind aún siente afecto por la joven dama, debe tener la sospecha de que la está juzgando mal. Nos ayudaría si nos cuenta los detalles.
    —Estaba pensando lo mismo —dijo Rubin, y se escuchó un murmullo de acuerdo alrededor de la mesa.
    Soskind los miró en el rostro.
    —Está bien, les contaré, pero ya verán que no hay dudas sobre la cuestión. No tengo sospechas de estar juzgándola mal.
    »Ya saben que es particularmente difícil para mí encontrar una joven en quien interesarme. Por favor, no hagan caras burlonas de no creer. Atraigo instantáneamente la atención femenina, supongo, por... mi apariencia, como sería una ostentosa buena salud, o si fuera una estrella del rock, pero ¿qué valor tiene esta atención instantánea por razones tan superficiales como esas?
    »Soy humano, y algunas veces tomo ventaja de esa atención, particularmente cuando me seduce el pensamiento de que es algo más que una cuestión de apariencia superficial lo que las atrae, o si, en cambio, me siento atraído por una cosa u otra sin importancia. En ese caso, caballeros, me desilusiono rápidamente, y, como debe ser, también ellas.
    »Por otro lado, mi apariencia frecuentemente trabaja en mi contra y realmente repele mujeres jóvenes, y no necesita mostrar exageradas expresiones de descreimiento, señor Gonzalo. Hay muchas mujeres que llegan a un juicio instantáneo erróneo con respecto a mí, sin error de mi parte.
    »Desafortunadamente, los novelistas que forman nuestras creencias estereotipadas hacen a sus heroínas increíblemente bellas, pero muy raramente extreman el buen aspecto de sus héroes. Los protagonistas masculinos tienden a verse de facciones marcadas y elegantemente ordinarios. El resultado es que como no resulto ordinario, aparezco como sospechoso.
    »He escuchado comentarios indirectos. ‘¿Quién quiere un novio más bello que yo?’. ‘Tendré que pelear por una oportunidad frente al espejo’.
    »Es un estribillo universal que si un hombre es, comillas, buen mozo, cierro comillas, como yo he sido descrito por esta reunión, al menos implícitamente, entonces debo ser vano, egoísta, caprichoso, y lo peor de todo, un tonto melindroso y sin cerebro.
    »En estos días, de hecho, las mujeres parecen descartarme, de vista, por tener tendencias homosexuales, las que no tengo, dicho sea de paso, simplemente porque, comillas, así van las cosas con estos hombres hermosos, cierro comillas.
    »Da la casualidad que soy una persona seria. No quiero decir con eso que carezca de sentido del humor, o que no pueda reír, o que ocasionalmente no disfrute haciendo el tonto. El punto reside en la palabra ‘ocasionalmente’.
    »Por lo general, estoy interesado en trabajar sin levantar cabeza y con honestidad por mis propios medios, por mi carrera y mis intereses intelectuales. Y quiero que mi mujer sea seria, también.
    »Las mujeres que más me interesan, las inteligentes, serias y ambiciosas, son las que más parecen huir de mí, las que más rápidamente deciden que soy una repugnante nulidad; que soy, comillas, demasiado bello, cierro comillas.
    »Hasta que conocí a Claire.
    »Ella es, desde todo punto de vista, mi tipo (si no les importa la charla irlandesa). Es lingüista, también, especializada en lenguas romances, como yo en las eslavas.
    »Es bastante atractiva, al menos así la veo yo, y bastante indiferente ante ese hecho. Es seria, inteligente, trabajadora, y feminista, algo más que de palabra, y ha hecho su propio camino, sin demasiados problemas, en el mundo del hombre.
    »No me enamoré a primera vista. ¿Qué puede uno conocer a primera vista que no sean superficialidades, y bastante decepcionantes? Nos conocimos en la biblioteca, donde estábamos los dos comprometidos en una investigación, y descubrimos que teníamos intereses en común. Yo estaba en el Departamento, ella en Columbia.
    »Nos encontramos otra vez y se hizo habitual. Cuanto más conocíamos el uno del otro, nos sentíamos más satisfechos. Resultó que teníamos las mismas opiniones en política, literatura y arte, al menos en líneas generales, aunque había diferencias de detalle suficientes para provocar discusiones interesantes.
    »Lo que más me gustaba de ella era que cuando había un desacuerdo, expresaba sus puntos de vista con calma y con argumentos convincentes, y consideraba mis respuestas sin pasión y con reflexión. Había momentos en que aceptaba mi punto de vista, y momentos en que yo aceptaba los suyos, aunque en la mayoría de las ocasiones, debo admitirlo, seguíamos en desacuerdo. No pude convencerla de votar por los Republicanos, por ejemplo.
    »Al final, me enamoré, por lo que no quiero decir que estaba superado por un anhelo fantasioso de intimidad física. Existía, por supuesto, pero no es lo que yo considero, comillas, amor, cierro comillas. Estaba enamorado porque quería desesperadamente, si era posible, una compañía continuada, de por vida, donde cada uno pudiera seguir sus objetivos e intereses; juntos, si era posible; separados, si era necesario... aunque en este último caso, cada uno con el interés y el apoyo del otro.
    »Hubo una conversación sobre matrimonio y niños, y también lo que podríamos llamar interludios románticos... ninguno de los dos era inmaduro... y entonces, un día, surgió que ninguno de los dos había estudiado Latín.
    »‘Deberíamos hacerlo’, dijo Claire, ‘por ninguna otra razón que el estímulo intelectual. Además, eso complacerá al profesor Trent’.
    »Debo contarles acerca de Marcus Quintus Trent. Era un Latinista de la vieja escuela (y también lo era su padre, de allí su nombre) y tenía un cargo emérito en Columbia. Había sido amigo del padre de Claire, e instrumento para despertar su interés en lenguas. Lo había conocido y me parecía genial, interesante, y sobre todo, civilizado. Tenía las maneras de un caballero, en el sentido no-americano de la palabra, y eso le hacía aparecer inmensamente anticuado al tiempo que inmensamente civilizado.
    »Su Latinismo le llevaba a creer, al menos lo parecía algunas veces, que vivía en tiempos de Julio César. No sólo era Latino en su modo de hablar; juraría que pensaba así también. Parecía esforzarse en no referirse al Presidente como al Emperador. Usaba palabras en latín sin darse cuenta y era probable que fechara sus cartas en el mes de Februarius.
    »Sospecho que estaba un poco angustiado porque Claire había estudiado todos los derivados del Latín -inclusive un poco de Catalán y de Rumano- sin haberse enfrentado al mismo Latín. Eso pudo haberla ayudado a decidirse a estudiarlo.
    »Automáticamente, decidí seguir con ella y por lo tanto comencé lo que he referido antes, esta noche, como mi, comillas, maldita tarea actual, cierro comillas.
    »No utilizo el adjetivo para indicar que la tarea es difícil. Aprender Latín no es la mayor de las tareas que un no-lingüista puede asumir. Para mí, la estructura del Ruso era un excelente entrenamiento para la casi simple estructura del Latín. Para Claire, el vocabulario del Latín no era ningún problema, ya que es primo del Italiano, el que ella hablaba como una nativa. Y ambos teníamos un talento natural para los idiomas, por no mencionar una práctica considerable en aprenderlos. No, la tarea era maldita por algo que nada tenía que ver con el idioma en sí.
    »Discutimos, con considerable animación, el asunto de cuál de los dos llevaría mayor ventaja final, yo con mi cabeza gramatical como inicio, o ella con el empuje de su vocabulario. No fue hecha en voz alta la pregunta de cuál de los dos podría ser mejor lingüista en general.
    »Sí, señor Rubin, me doy cuenta que instalar una competencia entre dos ambiciosos, las personas tesoneras bien podía poner en peligro el afecto que había crecido entre ellas. Ninguno de los dos hubiera querido ser derrotado, pero estábamos de acuerdo en que nuestro amor era fuerte, lo suficiente para sobrevivir al hecho de que uno de nosotros estaba en peligro de ser derrotado por el otro.
    »Después de todo, ¿qué era una sola derrota? Si uno de nosotros era un claro perdedor esta vez, él o ella podía ganar en la siguiente. El tono entusiasta del intelecto, agudizado por la competencia, podría, de hecho, servir para facilitar el progreso en nuestra profesión, y eso compensaría con creces el frívolo recuento de victorias y derrotas.
    »Al menos, nos convencimos el uno al otro de que era así.
    »La idea era que ambos estudiaríamos Latín, independientemente, por medios propios, usando textos y autores de nuestra elección. Después de seis meses, Trent nos daría un trozo de literatura en Latín a traducir y lo juzgaría sobre la base de la agudeza y elocuencia en la traducción. En otras palabras, una traducción palabra a palabra no era suficiente. Trent intentaba ver en Inglés que se hubiera capturado el estilo tanto como el significado.
    »Trent se metió en el asunto con energía. Eligió Cicerón como tema, ya que el Latín de Cicerón es el más elegante que existe y el más elegantemente complicado. (Trent nos instó a leer Paraíso Perdido de Milton si queríamos un equivalente cercano en Inglés al estilo de Cicerón, y para ser guiados por él).
    »Eligió un pasaje de uno de los últimos ensayos de Cicerón, uno que parecía no ser conocido por ninguno de nosotros, y nos lo entregó en sobres sellados. Las condiciones decían que debíamos abrirlo a las nueve de la mañana del día quince de abril, y entregarle la traducción no más de una semana después, tiempo amplio, no sólo para traducir, sino también para pulir y repulir en busca de eso tan elusivo que llaman estilo.
    »En la traducción podíamos utilizar un diccionario de Latín pero, por supuesto, no debíamos buscar ninguna traducción previa del pasaje. Aceptamos las condiciones de buena gana, y Trent era suficientemente caballero para estar seguro de que ambos nos ajustaríamos a dichas condiciones con honor. En lo que se refiere a mí, sabía que él no me encontraría deficiente y supongo que tampoco encontraría deficiente a Claire. Ni siquiera se me ocurrió que Claire pudiera hacer trampas. Era inconcebible.
    »La condición final era que Trent sería el único juez de los resultados y que su decisión debía ser aceptada sin discusión.
    »Claire y yo acordamos que nos mantendríamos completamente separados durante el período de la prueba, para que la presencia de uno no significara una distracción para el otro. De hecho, tuve que salir de la ciudad el viernes diez de abril, y estuve fuera todo el fin de semana. No la vi desde el día diez hasta que entregamos nuestras traducciones.
    »Recuerdo a Trent, riendo por los resultados. Dijo que éramos almas gemelas, y que nuestras traducciones eran tan notablemente similares que apenas podía creer que habían sido hechas por separado. Juzgó que la de Claire era superior por razones que detalló, pero que el margen era tan pequeño que yo apenas podía considerarlo una derrota. Juro que no tuve ninguna animosidad contra Claire por ganar. Estaba orgulloso de ella.
    »Yo era humano, lo suficiente para resentir algo. Había abierto el sobre cerrado rápidamente a las nueve de la mañana del miércoles quince de abril. En realidad, lo abrí cinco minutos después de la hora en un esfuerzo exagerado por no romper el espíritu del acuerdo, por si mi reloj estaba un poco adelantado.
    »Pero entonces, no me tomó todo el tiempo. Podíamos hacerlo en siete, pero me tomó solamente cuatro. Era un poco de vanagloria, creo, pero para ese tiempo ya me había cansado de leer una y otra vez el pasaje y de preocuparme interminablemente sobre si decir ‘of Time’s great sway’, o ‘of Time’s mighty hest’. De modo que lo entregué el domingo diecinueve, al atardecer.
    »Más tarde, por supuesto, pensé que si hubiera usado esos tres días adicionales en mejorar mi traducción, podría haber agregado ese poco que me hubiera hecho ganar. Después de todo, Claire me dijo que entregó la suya en la tarde del lunes veinte, de modo que tuvo casi un día extra. Pero entonces, el tiempo extra podía haber resultado un daño, por demasiado corregir y corregir.
    »De modo que lo dejé pasar y arreglé con ella una velada de celebración de la victoria con champaña, y todo fue maravillosamente bien. Después de todo, no nos habíamos visto por casi dos semanas y aprovechamos la ocasión como hacen los amantes.
    »Y entonces, no mucho tiempo después, me encontré con un viejo amigo quien me preguntó cómo estaba Claire. Le dije que bien, que porqué, y que parecía preocupado.
    »Me respondió que la había visto en la biblioteca de la Columbia el mes anterior, sudando sobre un diccionario de Latín y que parecía rara. Que le trató bruscamente.
    ‘—¿Recuerdas cuándo fue?’
    ‘—En abril. Creo que era un lunes...’
    ‘—Lunes veinte’, dije. ‘Tenía trabajo y estaba realizando las correcciones finales. Imagino que no quería distracciones y te consideraba una’. Me reí, casi alegre, ante el pensamiento.
    »Pero él dijo, ‘No, no era entonces. Recuerdo que el día posterior mi esposa se quejaba de dolor de garganta y tuvimos que cancelar un compromiso para cenar. Entonces recuerdo que pensé en Claire y me pregunté si algo estaba pasando. Esa cena era el jueves catorce. Lo recuerdo bien. De modo que vi a Claire el lunes trece, en la biblioteca.
    »Le solté, ‘¡Imposible!’.
    »Me respondió fríamente, ‘No sé por qué debería ser imposible. Fue entonces cuando la vi’.
    »Eso terminó allí, pero me aferré a la esperanza de que Claire hubiese estado trabajando en la biblioteca en algún otro aspecto de la competencia de Latín en ese día. La fui a ver.
    »‘¡Claire!’, le dije. ‘¿Comenzaste a traducir tu pasaje el día trece?’
    »Me miró sorprendida. ‘¡Claro que sí!’
    »No podía creerlo. ‘¿No comenzaste el día quince?’
    »‘¿Por qué el quince?’, me contestó. ‘Quería comenzar cuanto antes. Te quiero, querido, pero tenía la intención de ganar’.
    »Giré sobre mis talones y me fui. Eso ocurrió hace una semana y no la he vuelto a ver ni hablar desde entonces. Ella me llamó una vez, pero simplemente le colgué.
    »Tal vez pueda comprender que su impaciencia haya provocado que rompiera las reglas, pero lo que la puso más allá de lo que puedo considerar fue su tranquila afirmación de que hacer trampas estaba permitido; eso implicaba que si yo era un tonto por seguir las reglas merecía perder. No tenía conciencia del asunto, ni honor, y entonces significaba que no era la mujer que pensé que era, y que no podía continuar la relación.
    »Esa es la historia y, como les dije, no tiene misterios.
    Hubo un silencio general por unos momentos cuando Soskind terminó, y entonces Halsted dijo:
    —No se lo dijo directamente. Señor Soskind. No le dijo, ‘¿Por qué hiciste trampas, Claire?’.
    —No tenía que hacerlo, era muy claro.
    Hubo un nuevo silencio.
    —Vamos —dijo Soskind a la defensiva—. ¿Dicen que debía haber hecho la vista gorda? ¿Perdonar y olvidar?
    —Podría haber entendido mal —dijo Rubin—. Tal vez el profesor dijo...
    —Las reglas estaban por escrito —dijo Soskind—. El error no era posible.
    —Ya que la joven —dijo Avalon dudoso—, era tan adecuada en todos los demás aspectos, y ya que usted aún parece estar enamorado de ella...
    —La falta de honor lo cancela todo —dijo Soskind sacudiendo la cabeza con energía—. Si aún estoy enamorado, es un problema que el tiempo curará.
    Drake miró a través de una nube de humo.
    —Si usted le hubiera ganado, ¿estaría haciendo todo este problema?
    —Espero que sí. Si actuara de otra manera, sería tan malo como ella.
    Drake se encogió de hombros.
    —Usted es un moralista muy estricto, señor Soskind. El moralista estricto de nuestro club es Henry. ¿Qué tienes que decir, Henry?
    Henry, quien estaba parado pensativo a un costado, dijo:
    —Creo que en esto hay un misterio. La joven parece haber actuado fuera de carácter.
    —Prefiero pensar —dijo Soskind—, que no he comprendido su carácter hasta que finalmente se reveló.
    —Si puedo hablar con libertad, señor Soskind...
    —Adelante —dijo Soskind con un soplido amargado—. Diga lo que desee decir. No ayudará ni lastimará.
    —¿No es posible, señor —dijo Henry—, que la señorita Claire estuviera completamente en su derecho y que usted se haya comportado precipitada e injustamente?
    Soskind enrojeció.
    —¡Eso es ridículo!
    —Pero, ¿era el quince de abril el día de comenzar?
    —Le he dicho que estaba por escrito.
    —Pero, señor Soskind, nos dijo que el Profesor Trent tendía a latinizar sus expresiones. Realmente, ¿escribió ‘quince de abril’ o ‘abril 15’?
    —Bueno, por supuesto, él... Oh, ya veo lo que quiere decir. No, él dijo ‘los idus de abril’, pero, ¿cuál es la diferencia?
    —Una muy grande —dijo Henry—. Todos piensan en los idus de marzo en conexión con el asesinato de Julio César, y todos saben que es el 15 de marzo en nuestro calendario. Es natural suponer que los idus de todos los meses caen el día quince, pero he mirado la enciclopedia mientras estaba terminando su relato y eso es cierto solamente en los meses de marzo, mayo, julio y octubre. En todos los demás meses, incluyendo abril, los idus caen en el día trece del mes. Ya que los idus de abril caen el día trece, la señorita Claire comenzó ese día, muy correctamente, y estaba sorprendida de que usted le preguntara sobre ese asunto y parecía que esperaba que ella se retrasara dos días sin razón.
    Halsted estaba con la enciclopedia.
    —Henry tiene razón, por Dios —dijo.
    Los ojos de Soskind estaban muy abiertos y fijos.
    —¿Y yo comencé dos días tarde?
    —Si el profesor Trent —dijo Henry suavemente— sabía que usted no conocía cuándo eran los idus de abril, sospecho que usted hubiera perdido la competencia por un margen algo mayor.
    Soskind pareció derrumbarse en su silla.
    —¿Qué hago ahora?
    —Mi experiencia en asuntos de amor, señor —dijo Henry—, es limitada, pero creo que no debería perder más tiempo. Váyase ahora y trate de ver a la joven. Ella puede darle la oportunidad de explicar, y lo que conozco de esos asuntos me lleva a pensar que es mejor que se humille... que se humille despreciablemente, señor.

    POSTFACIO
    Eleanor Sullivan era el administrador ejecutivo de EQMM durante todo el periodo en el que escribí las historias de los Viudos Negros. Ya que Fred Dannay trabajó siempre desde su casa de Westchester, fue a Eleanor a quien entregué mis historias, y era con ella con quien llevaba un asiduo y platónico amorío. (No es que yo quisiera que fuera platónico, ya entienden, pero ella insistía)
    Después que Fred falleciera, ella tomó el cargo de editor y siguiendo con la gran tradición que Fred había establecido mantuvo la EQMM en su firme dirección. Eso incluía (doy gracias por decirlo) la aparición ocasional de una historia de los Viudos Negros, y de una ocasional historia del Union Club.
    Esta es la primera historia que aceptó como editor, y pienso que era apropiada, ya que es una historia romántica.
    Muy pocas de mis historias de los Viudos Negros incluyen asesinato o crímenes violentos de cualquier clase (por mi personal rechazo de la violencia, aunque no es absoluto como sabrán si han leído La Mujer en el Bar, que aparece en esta colección un poco antes). Lo que es menos frecuente, son historias que incluyan romanticismo (principalmente porque comencé a escribir cuando era muy joven, y antes de eso no había tenido ninguna experiencia sentimental). Aun así, debería haber más romance que violencia en una historia de los Viudos Negros, y cuando lo hago, me gusta el resultado, y también a Eleanor en este caso, quien es una mujer dulce y de corazón muy tierno. La historia apareció en el número de mayo de 1983 de la EQMM.





    NI BESTIA NI HUMANO
    La cena mensual de los Viudos Negros seguía su curso normal cuando Emmanuel Rubin, con el tenedor levantado y agitándolo amenazadoramente en el aire, ignoró temporalmente su costilla de cordero y dijo:
    —Edgar Allan Poe fue el primer profesional de las historias modernas de detectives y de ciencia ficción. Le concedo eso.
    —Muy amable de tu parte —murmuró James Drake, el anfitrión en esa ocasión, en un comentario en voz baja.
    Rubin lo ignoró.
    —También elevó las historias de terror a nuevos niveles. Sin embargo, tenía una morbosa y enfermiza preocupación por la muerte.
    —En absoluto —dijo Geoffrey Avalon, con voz grave, frunciendo sus gruesas cejas—. Poe escribió en la primera mitad del siglo XIX, y en aquella época todavía no había virtualmente ninguna protección contra enfermedades infecciosas. La vida era corta y la muerte estaba siempre presente. No es que fuera morboso; era realista.
    —¡Absolutamente cierto! —exclamó Roger Halsted—. Léase cualquier obra de ficción del siglo XIX. Léase a Dickens y la muerte del pequeño Nell, o a Harriet Beecher Stowe y la muerte de la pequeña Eva. Los niños morían frecuentemente en la ficción porque morían frecuentemente en la vida real.
    Los ojos de Rubin, agrandados por los gruesos cristales de sus gafas, adquirieron un resuelto destello y su escasa barba pareció erizarse.
    —No es la muerte en sí misma. Es cómo se la trata. Se puede hablar de ella como la entrada al cielo, y de la persona que muere como un santo... Véase la muerte de Beth en Mujercitas. Puede ser asquerosamente sensiblera, pero su pretensión es ser edificante. Por otro lado, Poe piensa excesivamente y con profana alegría en elementos de degradación y decadencia. Hace la muerte peor de lo que es y... ¡Vamos!, todos ustedes saben lo que significa «morboso».
    Volvió a su cordero y lo atacó con energía.
    Thomas Trumbull refunfuñó y dijo:
    —Es verdad. «Morboso» es hablar de morbosidad durante lo que, de otra forma, sería una cena placentera.
    —No veo que suponga ninguna diferencia si Poe fue o no morboso —dijo Mario Gonzalo, que estaba hábilmente repelando la carne de las costillas del cordero—. Lo que cuenta es si era un buen escritor o no, y supongo que nadie discute el hecho de que era bueno.
    —Incluso los buenos escritores no son buenos todo el tiempo —dijo Avalon prudentemente—. James Russel Lowell definió a Poe como «tres quintas partes de genio y dos quintas partes de disparate total», y diría que su definición era bastante precisa.
    —Mi idea es que un escritor seminal tiene que aceptar alguna responsabilidad por sus imitadores —dijo Halsted—. Hay algo en Poe que hace absolutamente necesario que sus imitadores sean malísimos. Piensen ustedes en H. P. Lovecraft...
    —No —dijo Rubin violentamente—, no estamos discutiendo sobre Lovecraft; estamos hablando de Poe...
    Y aunque parezca mentira, el invitado de Drake, que hasta aquel momento de la cena había permanecido sentado sin decir palabra, dijo de repente con voz chillona y casi metálica:
    —¿Por qué estamos hablando de Poe?
    Su nombre era Jonathan Dandle; bajo, regordete en su parte media, rostro redondo ahora bastante enrojecido, una gran cabeza calva con un borde de cabello gris alrededor de las orejas y unas gafas bifocales redondas de montura de oro. Debía estar entrando en los sesenta años.
    Había sobresaltado a sus compañeros hasta hacerlos callar e incluso Henry, el imperturbable camarero que era el orgullo de los Viudos Negros, había permitido que una expresión de sorpresa cruzara su rostro momentáneamente.
    Drake aclaró su garganta, y apagó su cigarrillo:
    —Hablamos de cualquier cosa que nos plazca, Jonathan. Poe es un tema tan bueno como cualquier otro, sobre todo porque Manny Rubin escribe misterios y, por tanto, Poe podría ser considerado su patrono. ¿Correcto, Manny?
    Dandle miró alrededor de la mesa, de uno a otro, y algo del rojo de su rostro desapareció, dejando paso a su color normal. Levantó sus manos en una especie de encogimiento de hombros.
    —Mis disculpas, caballeros. No era mi intención imponer el tema de la conversación.
    Parecía un poco triste.
    Rubin movió la cabeza hacia Dandle en un gesto condescendiente ligeramente arrogante y dijo:
    —En realidad, si estamos hablando acerca del patrono de los misterios, yo podría hacer un buen alegato en favor de Conan Doyle. Los Escritores de Misterio de América pueden repartir Edgars, pero el detective arquetípico, como todos sabemos... —y con esto, Poe fue abandonado.
    Dandle escuchó atentamente el nuevo rumbo de la conversación, pero no dijo nada más hasta que Henry hubo servido el café y Gonzalo hubo terminado la rápida caricatura que mostró al invitado.
    Dandle la miró solemnemente y luego sonrió:
    —Es una suerte, señor Gonzalo, que no tenga en gran concepto mi belleza. Me hace ver como el antiguo actor Guy Kibee. Quizá no lo recuerde.
    —Claro que lo recuerdo, y ahora que lo señala, existe un parecido. Un artista perspicaz puede, con unos pocos trazos de lapicera, revelar elementos esenciales que no son necesariamente evidentes —dijo Gonzalo.
    —Qué lástima, Mario —dijo Rubin—, que no puedas encontrar un hábil artista que te enseñe a hacer eso.
    —Y mientras que tú —dijo Mario imperturbable—, has conocido a muchos escritores perspicaces y ninguno de ellos ha podido ayudarte.
    En ese momento, Drake golpeteó la copa de agua con su cuchara.
    —Hora del interrogatorio, caballeros, así que se solicita a Manny y Mario se callen. Jeff, ¿quieres hacer los honores?
    Geoffrey Avalon agitó con el dedo mayor el hielo de su segundo whisky a medio consumir, y dijo:
    —Señor Dandle, ¿cómo justifica su existencia?
    —Una buena pregunta —dijo Dandle, pensativo—. Dado que no tuve nada que ver con el inicio de mi existencia en este mundo desventurado, podría justificadamente rechazar cualquier necesidad de defenderme. Sin embargo, he aceptado mi existencia durante un poco más de seis décadas..., después de todo, podría haberme matado bastante fácilmente...; por lo tanto, me defenderé. ¿Qué ocurriría si les dijera que estoy tratando de hacer más fácil la comunicación entre la gente? ¿Serviría como base para una justificación?
    —Depende de sobre qué temas se comuniquen —dijo Gonzalo—. Ahí están los intentos de Manny por...
    —¡Mario! —dijo Avalon tajante, dirigiendo una amenazadora mirada en dirección de Gonzalo. Luego, más amablemente, dijo—: Tengo la palabra y me gustaría que esta vez no cayéramos en la anarquía... ¿De qué manera, señor Dandle, hace usted más fácil la comunicación entre la gente?
    —Trabajo en fibras ópticas, señor Avalon, y la comunicación por rayo láser a través de cristal, más que la comunicación por electricidad a través de cobre, conducirá a que cables más baratos y delgados, a pesar de ello, transmitan más mensajes. Admito que no toda la alta tecnología del mundo servirá por sí misma para mejorar la calidad de esos mensajes.
    —Y sin embargo, señor Dandle, si se me permite introducir una nota personal, usted no muestra en sí mismo demasiada tendencia a comunicarse, considerando que la comunicación es su negocio. Apenas ha dicho algo durante el cóctel y la cena. ¿Hay algún motivo para ello?
    Dandle miró a su alrededor y su rostro enrojeció de nuevo. Era bastante evidente que se ruborizaba con facilidad, y que, como a toda la gente a la que le ocurre eso, era muy consciente de ello, y parecía avergonzarse y ruborizarse más por ese motivo. Dijo algo entre dientes.
    —Le ruego me perdone, señor —dijo Avalon—. No le he oído.
    Drake, que estaba sentado junto a su invitado y que parecía también bastante incómodo, dijo:
    —Jonathan, decir «no tengo nada que decir», no es una respuesta.
    —Es una respuesta, si esa es la respuesta que yo elijo dar, Jim —dijo Dandle.
    —No —dijo Drake, mirando a su invitado con los ojos fruncidos de miope—. Ésa no está entre las opciones permitidas, Jonathan. Ya te expliqué el acuerdo de esta reunión. Recibes buena cena y buena compañía a cambio de respuestas con argumento. Sin secretos. Sin evasivas. Mi propia experiencia me dice que siempre has tenido muchas cosas que explicar.
    —Déjame continuar, Jim... —dijo Avalon—. Señor Dandle, aceptaré su respuesta de que no tiene nada que decir, aunque desearía que hablara alto para que además de quien se sienta a su lado, puedan oírle también los demás. Mi próxima pregunta es: ¿Por qué no tiene nada que decir en esta ocasión, considerando que, si vamos a creer a Jim, el silencio no es característico en usted?
    Dandle extendió sus manos y dijo con voz bastante alta:
    —¿Es siempre el hombre responsable de sus actos, señor Avalon? ¿Conoce siempre el origen de sus estados de ánimo?
    —Entonces, permítame hacerle otra pregunta —dijo Avalon—. En un momento dado, usted interpuso una pregunta en la conversación general. Usted preguntó por qué estábamos hablando de Poe, y lo hizo bastante enérgicamente. Yo interpreté su observación como indicativa de que usted se sentía ofendido, quizás agraviado, por la discusión. ¿Es así? Y, si es así, ¿por qué?
    Dandle negó con la cabeza.
    —No, no. Sólo pregunté.
    Trumbull se levantó y se pasó una mano por su cabello blanco muy ondulado. Con exagerada paciencia, dijo:
    —Jim, como anfitrión, debes tomar una decisión. No hay duda de que no estamos consiguiendo nada de nuestro invitado, y creo que, de acuerdo con las reglas del club, podríamos estar forzados a suspender la reunión ahora. De hecho, te propongo que consideres la suspensión.
    Drake agitó petulante la mano.
    —Tranquilízate, Tom... Jonathan, tienes que responder francamente. Nada que se diga aquí será repetido fuera de estos muros. Nuestro camarero, Henry, es miembro del club y mantendrá la boca cerrada como nosotros. Incluso en mayor grado. Yo te conozco lo suficientemente bien para saber que no has cometido un crimen ni que estés planeando cometerlo, pero incluso así, nosotros...
    —Estás muy equivocado —dijo Dandle, con un tono de voz bastante más elevado que antes—. Estoy tratando de cometer lo que considero un delito. Estoy ciertamente tratando de ser deshonesto.
    —¿Tú? —preguntó Drake.
    —Por lo que considero es una justificación considerable, por supuesto.
    —Después de esto —dijo Trumbull—, si el señor Dandle no desea explicarse, Jim, podemos detenernos.
    Hubo un silencio. Trumbull permanecía de pie. Drake miró a Dandle y dijo:
    —Bien, ¿Jonathan?
    —Tú me dijiste, Jim —dijo Dandle—, que se me interrogaría sobre los detalles de mi profesión. No esperaba esta clase de cosas.
    —No puede evitarse. Si hubieras sido tú mismo, nada de esto hubiera ocurrido. ¿Qué es lo que está mal?
    Dandle parecía impotente. Apretó su puño, hizo como si fuera a golpear la mesa, se detuvo el movimiento y dijo:
    —Se trata de mi hermana.
    —Tu chifla... —empezó Drake, y de repente se detuvo.
    —Mi chiflada hermana —dijo Dandle—. Se está muriendo. Cáncer.
    Hubo un repentino silencio.
    —Hace meses que lo sabemos —dijo Dandle—, y quizá viva algunos meses más, pero eso nos está ocasionando problemas.
    El silencio continuó. Finalmente, Henry dijo:
    —¿Brandy, caballeros?
    —Un poco solamente, Henry... —dijo Avalon distraído— ¿Qué clase de problemas, señor Dandle?
    —Su testamento.
    —¿Quiere usted decir que todo es un asunto de dinero? —dijo Halsted, con algo más que un matiz de desaprobación en su voz.
    —No se trata en absoluto de dinero —dijo Dandle, levantando las cejas—. Por favor, compréndanlo, caballeros, mi mujer y yo somos afortunados. Tenemos un hijo y una hija, pero ambos están crecidos y son razonablemente afortunados. Mi hermana tiene una casa y algo de dinero que heredó de nuestros padres, pero no es algo que codiciemos. Al menos, no el dinero. Puede disponer de él como quiera. Si así lo desea, puede dejarlo para una granja para gatos sin hogar. Se trata de la casa.
    Se quedó pensativo por un momento.
    —Estaba muy claro que ella nunca se casaría por el tiempo en que mis padres murieron. Tenía sentido dejarle a ella la casa familiar, aunque era innecesariamente grande para una persona. Sin embargo, ha pertenecido a la familia desde que fue construida; yo nací allí; viví allí hasta que me casé; le tengo un apego sentimental muy profundo. Ahora mi hermana Rachel —Dandle miró brevemente a Drake—, que es, como dijiste, una chiflada, está planeando dejársela a una organización de chiflados, y yo no quiero que haga eso. Desearía venderla a alguien respetable. Desearía que la derribaran de una forma digna por un propósito decente. Pero maldita sea si deseo permitir que la... Orden Cósmica de Teognósticos la infeste.
    —¿La qué? —preguntó Gonzalo.
    —Esa palabra —dijo Avalon—, viene del griego y significa ‘conocedores de Dios’.
    —Lo que realmente conocen —dijo Dandle—, son métodos para sacar dinero de tontos y locos.
    —Imagino que están sacando dinero de su hermana —dijo Avalon.
    —Hasta cierto punto, sí, pero no mucho. Es una mujer astuta en cuestiones financieras, y tiene buen juicio fuera de su obsesión. Sin embargo, andan buscando quedarse con todo cuando ella muera. Y podrían.
    —¿Cuál es su obsesión, señor?
    —Creo que empezó con sus lecturas de Poe cuando era joven. Creo que leyó todo lo que él ha escrito; casi lo memorizó; y absorbió la malsana morbosidad que mencionó el señor Rubin. También leyó a Lovecraft y creció con tendencia a creer en horrores del espacio exterior, en inteligencias antiguas, y todo eso. Ella me hablaba bastante a menudo sobre esa basura. Naturalmente, pasó a formar parte de la Ovni manía.
    —Naturalmente —dijo entre dientes Rubin, con un aire de disgusto.
    —Se convenció de que esos seres inteligentes del espacio exterior están realmente en la Tierra y que se han apoderado de sus líderes y de gran parte de la población en general. Cree que esos seres extraños son invisibles, o que pueden hacerse invisibles, y que pueden vivir dentro de los seres humanos como parásitos. Todo es bastante loco.
    —Supongo —dijo Avalon— que si alguien no está de acuerdo con ella, o trata de argumentar contra su opinión, ella lo considera una señal de que el que discrepa ha sido poseído.
    —Absolutamente. Enseguida me di cuenta del error de oponerme a ella.
    —¿Por qué esos extraños no han poseído a todo el mundo? —dijo Halsted—. ¿Cómo explica su hermana que ella misma no haya sido poseída?
    —Deduzco —dijo Dandle— que la Orden Cósmica de Teognósticos los combate con oraciones, introspección, meditación, conjuros y lo que fuera que el diablo les pida que hagan, y le han enseñado a ella a hacer lo mismo. Ha intentado enseñarme a mí, y sólo he guardado silencio y escuchado. Hay un montón de velas ardiendo involucradas en esto y el recitado de páginas enteras de escritos que no tienen ningún significado, pero supongo que cree que eso me mantiene a salvo... por el momento.
    A través del humo de su cigarrillo, Drake dijo:
    —Cuando me referí a ella como chiflada, Jonathan, estaba pensando en esa basura de los OVNIS. Pero no sabía nada sobre esas inteligencias extrañas.
    —No es algo de lo que me guste hablar, obviamente —dijo Dandle—, y no estaría hablando ahora si no fuera por la presión.
    —Usted dijo que estaba pensando en cometer un delito —dijo Avalon—. Seguramente no está pensando en violencia contra los teognósticos.
    —Nada como eso. Sólo es un crimen a mis ojos. He estado tratando de defraudar y engañar a mi hermana y, no estoy orgulloso de ello.
    —¿Quisiera usted explicar eso, señor Dandle? —preguntó Avalon fríamente.
    —Bien, desde que encontramos que Rachel tenía cáncer, las cosas están en crisis. No se sometería a una operación porque está segura de que bajo los efectos de la anestesia será poseída. También sospecha de la radioterapia porque la radiación es el arma de esos seres. Por lo tanto, confía enteramente en el ritual teognóstico, y ya pueden imaginar lo eficaz que es.
    —Los más absurdos métodos pueden ayudar a veces si uno cree firmemente que lo harán —dijo Rubin—. La mente es un poderoso instrumento.
    —Puede ser —dijo Dandle—, pero a ella no le está ayudando nada. Ella está cada vez peor, y hace aproximadamente un mes empezó a hablar de dejar la casa y el dinero a los teognósticos para que éstos pudieran continuar con su gran lucha contra esos seres... En consecuencia, yo empecé a planear algo. —Enrojeció y se detuvo.
    Tras una corta pausa, Avalon dijo apaciblemente:
    —¿Sí, señor Dandle?
    —Para no andar con rodeos —dijo Dandle—, me presenté a ella como un entusiasta converso. Le dije que me había convencido y que estaba con ella en corazón y alma; que podía dejar el dinero a los teognósticos si así lo quería, pero que debía dejarme la casa a mí y así yo haría de ella el centro de lucha contra los seres extraños. Permitiría a los teognósticos que la utilizaran libremente, pero que simplemente quería conservar el título de propiedad en honor a nuestros padres. Fui hipócrita y obsecuente.
    —Sin duda —dijo Avalon—, pero, ¿funcionó? Las personas como su hermana que creen en indemostrables peligros invisibles suelen sospechar de todo.
    —Eso me temo —dijo Dandle—. No sabe qué pensar de mí. Quiere creerme, pero, como usted dice, tiene sospechas. Vacila en hablar de lo que ella estoy seguro cree que son, por así decir, los ‘misterios más altos’. Le he pedido detalles sobre la forma y atributos de esos seres misteriosos, por ejemplo, y no me ha dicho una palabra sobre eso..., como si no estuviera segura de que yo fuera digno de iniciación.
    —Quizá ni ella misma lo sabe —dijo Trumbull.
    —Puede fácilmente inventarse todo lo que quiera —dijo Rubin—, y luego llegar a creérselo. Tales cosas son muy corrientes.
    —La pasada semana dijo algo en una especie de susurro musical, y pensé que estaba haciendo progresos, pero después no hubo nada más.
    —¿Qué fue lo que dijo?
    —Bien, eran hermafroditas y no son ni mujeres ni hombres. Y, naturalmente, no eran terrenales. No son seres humanos ni animales. Y que cuando nos invaden viven en nuestra naturaleza espiritual más que nuestros cuerpos físicos, deduzco, ya que me agarró del brazo, con fuerza sorprendente, y susurró en mi oído: «Son peores que caníbales, y eso no es sorprendente, considerando de dónde vienen.»
    —¿De dónde vienen? —preguntó Gonzalo.
    —Eso es lo que yo le pregunté —dijo Dandle—, pero ella no lo dijo. Sólo dijo que una vez que se alcanza una cierta iluminación, se sabe de dónde vienen; que ésa es la prueba de la iluminación. Llega como una ola de revelación y proporciona una cierta energía contra ellos. Ella lo sabe, y los teognósticos lo saben; pero no se lo dicen a nadie porque ésa es la prueba para saber qué personas son fuertes contra esos extraños. En realidad, no tiene sentido, pero si intentara decírselo a ella sería el final de mis posibilidades de salvar la casa. Por lo tanto sólo dije, seriamente, que meditaría y trataría de lograr el conocimiento —Miró a su alrededor en la mesa con el rostro sombrío—. Se supone que debo guardar ayuno... Ella me llamó esta mañana.
    —¿Se ha llegado a una crisis? —preguntó Avalon.
    —Sí. Es por eso que he estado preocupado esta noche y no hablé mucho. Dudaba si venir aquí o no, pero no he querido dejar plantado a Jim Drake.
    —Pero, ¿qué fue lo que su hermana le dijo esta mañana?
    —Dice que quiere tomar una decisión sobre el testamento. Nota que se está debilitando y sabe que pronto se reunirá con el Gran Divino -que es la palabra de los teognósticos para Dios, aparentemente- y quiere asegurarse de que ella continúa su lucha desde más allá de la tumba. No puede dejarme la casa a menos de que esté segura de que no excluiré a los teognósticos de ella. Y, naturalmente, excluirlos es exactamente lo que yo intento hacer; por lo que estoy tratando de engañarla... No es precisamente digno de elogio en mí.
    —Estamos de su lado, señor Dandle —dijo Trumbull en voz alta—. Usted lucha contra un grupo de empresarios embaucadores malintencionados y perniciosos, y si se necesita otro embaucador en respuesta, pues séalo.
    —Gracias —dijo Dandle—, pero no creo que tenga éxito. Quiere que vaya a verla mañana al mediodía y le diga de dónde vienen esos seres. Si no puedo, entonces ella no puede confiar en que yo tenga suficiente poder contra ellos y los teognósticos obtendrán la casa. Y, por supuesto, no puedo decirle de dónde vienen esos extraños seres. Estoy seguro de que son del espacio exterior. Ello encajaría con su locura OVNI, porque indudablemente llegan a la Tierra en OVNI. Pero, ¿desde qué lugar del espacio?
    Hubo un corto silencio, y luego Gonzalo dijo:
    —¿Nunca le ha dado alguna pista?
    Dandle negó con la cabeza.
    —Sólo el comentario de que eran peores que los caníbales y que de alguna manera era apropiado, considerando de dónde venían. Pero, ¿qué quiere decir eso?
    —¿Nada más?
    —Nada que yo pueda recordar. Y si lo dijo, se me pasó por alto... De modo que mañana pierdo la casa.
    —Ya sabe, señor Dandle —dijo Avalon—, que puede impugnar el testamento.
    —No, no en realidad —dijo Dandle—. Usted fue presentado a mí como abogado...
    —Abogado en patentes —dijo Avalon—. No soy entendido en la complejidad de los litigios testamentarios.
    —Bien, por una parte, existe una fuerte tendencia a permitir que el testador disponga lo que quiera sobre su propiedad. No es nada fácil rechazar a una organización religiosa en favor de un pariente que ya es suficientemente afortunado. Dudo que pueda probar que mi hermana ha sido influenciada indebidamente, ni tampoco quisiera hacer parecer a mi hermana incapacitada mentalmente, aunque sólo fuera por consideraciones familiares. Por tanto, incluso si pensara que podría ganar, sería un interminable proceso en el que las costas legales se volverían considerablemente mayores que lo que querría pagar... De modo voy a perder la casa.
    —Podríamos todos pensar un poco acerca de esto —dijo Avalon.
    Un rayo de esperanza pareció animar a Dandle.
    —¿Es alguno de ustedes astrónomo?
    —No de profesión —dijo Halsted—, pero tenemos el habitual conocimiento superficial en el campo que cualquier individuo inteligente y razonablemente instruido tendría.
    —Exactamente —dijo Rubin—, y eso quiere decir que puedo hacer una sugerencia. Estamos buscando algo en el espacio exterior que tenga que ver con canibalismo. Recientemente he leído que en grupos de galaxias hay colisiones ocasionales y que, en tales colisiones, el miembro más grande gana estrellas a expensas del más pequeño. El resultado es que en algunos de estos grupos, existe una galaxia que es más grande que cualquiera de las otras, habiéndolas canibalizado.
    Halsted asintió vigorosamente.
    —Tienes razón, Manny. También yo lo he leído. Hay una galaxia enorme que tiene cinco pequeñas regiones luminosas dentro de ella que parecen centros galácticos. La creencia es que esa galaxia se tragó a cinco pequeñas galaxias enteras.
    —Sólo para que quede claro, ¿qué son galaxias? —preguntó Gonzalo.
    —Grandes conglomerados de estrellas, Mario —dijo Avalon—. Nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, tiene un par de cientos de miles de millones de estrellas.
    —Bien, entonces, esa galaxia caníbal... —dijo Gonzalo—, la que se tragó a sus cinco hermanas menores... ¿tiene nombre?
    Los Viudos Negros se miraron unos a otros. Finalmente Halsted dijo:
    —Puede ser, pero si lo tiene, probablemente no sea un nombre corriente. Sólo un número de un catálogo en particular como NGC-111, o algo así.
    —No creo que la señorita Dandle se impresione con eso —dijo Gonzalo.
    —Tampoco yo —dijo Dandle—. Les agradezco que intenten ayudarme, pero si la canibalización galáctica es un fenómeno corriente, ¿cuál de esas caníbales sería la correcta? De cualquier manera, estoy seguro de que mi hermana no sabe nada acerca de esas modernas sofisticaciones en astronomía. Y tampoco los teognósticos. ¿Dónde hubieran escuchado de este fenómeno?
    —¿Lee su hermana algo en el campo de la astronomía, señor Dandle? —preguntó Avalon.
    —Desde luego, lee todo lo que sale sobre los OVNIS y algo de astronomía -no necesariamente correcto- seguramente se desliza allí —dijo Dandle pensativo—. Investiga en astrología, por supuesto, lo que implica, adicionalmente, una astronomía posiblemente distorsionada. Y he visto en su casa escritos de divulgación popular sobre astronomía. En realidad, no he visto que los leyera, pero no me sorprendería que lo hiciera.
    —¿Es su hermana una persona que lee mucho, señor?
    —Sí. Como he dicho, ha leído todo lo de Poe y Lovecraft, y algo de ciencia ficción. Diría que una gran cantidad de ficción del siglo XIX, en general, y, naturalmente, lee a fondo los periódicos y unas cuantas revistas, aunque sólo sea para hallar evidencia de hasta dónde han llegado los extraterrestres en la posesión del mundo. Tengo que explicarles que su cabeza funciona bien, aparte de su... chifladura.
    —En ese caso —dijo Avalon con una especie de sombría satisfacción—, estoy bastante seguro de tener la respuesta. —Hizo una pausa y lanzó una mirada en dirección al camarero, que permanecía de pie junto al aparador, escuchando con atención cortés y silenciosa—. Henry, creo que no necesitaremos de tu ayuda en esta ocasión.
    —Sí, señor Avalon —dijo Henry tranquilo.
    Avalon aclaró su garganta.
    —Verán, por lejos la parte más conocida del Universo, incluso para los astrónomos, y desde luego para el público en general, son los planetas de nuestro propio sistema solar. Esto es especialmente cierto para personas como la señorita Dandle, que está interesada en astrología y aberraciones similares.
    »Y entre los planetas, el que en los últimos años ha recibido la mayor parte de la atención y que es, en cualquier caso, el más espectacular, es el planeta Saturno, con sus anillos y sus satélites. Las sondas Voyager han tomado fotografías en primer plano del sistema de saturnino y éstas han aparecido en todos los periódicos y revistas. La señorita Dandle no puede habérselas perdido.
    —Estoy seguro de que no —dijo Dandle—. ¿Pero qué, entonces?
    —Saturno —dijo Avalon— es así llamado por un antiguo dios romano de la agricultura, al que los romanos, con escasa justicia, equipararon al dios griego Cronos. Cronos, con sus hermanos y hermanas, formó el grupo de dioses llamado los Titanes, y eran los hijos de Urano y Gea, el dios del Cielo y la diosa de la Tierra, respectivamente. En una serie de mitos mayormente desagradables, los griegos describen cómo Cronos castró a su padre, Urano, y se hizo con el dominio del Universo.
    »Dado que las Parcas habían decretado que Cronos sería sustituido como gobernante, a su vez, por su propio hijo, el nuevo señor del Universo se dedicó a devorar a sus hijos a medida que nacían. Su esposa, Rea, se las arregló para salvar a un hijo, ofreciéndole a Cronos una roca envuelta en los pañales del niño. Cronos, bastante estúpido, lo tragó sin darse cuenta de la sustitución. El hijo no engullido fue escondido en Creta y llegó a la madurez en secreto. Eventualmente, ese hijo, que se llamaba Zeus (Júpiter para los romanos), guerreó contra los Titanes, los derrotó, liberó a sus hermanos, que todavía estaban vivos dentro de Cronos, y se apoderó del Universo. La señorita Dandle ha podido muy bien enterarse de todo esto, a través de sus lecturas.
    »Luego, Saturno era sin duda un caníbal. Si en este tipo de cosas existen grados, el devorar a sus propios hijos es seguramente peor que comerse a desconocidos, de modo que bien puede ser considerado peor que un caníbal normal. La afirmación de la señorita Dandle de que los extraterrestres eran peores que los caníbales y que ello no era sorprendente a la vista de donde procedían, tendría sentido si procedieran de Saturno.
    Avalon sonrió a Dandle con tímido triunfo.
    Dandle dijo:
    —Entonces, ¿usted cree que será mejor decir a mi hermana que esos seres extraños vienen de Saturno?
    —No puedo decírselo con total seguridad —dijo Avalon—. Después de todo, ella puede suponer que proceden de algún planeta totalmente ficticio, tal como Zorkel, el quinto planeta de la estrella Xanadu, en la galaxia de Yaanek. Sin embargo, si ella tiene en mente un cuerpo astronómico real, entonces estoy prácticamente seguro de que es Saturno. Debe serlo.
    —A mí me suena bien —dijo Gonzalo.
    —Tiene sentido —admitió Rubin, con aspecto contrariado por tener que decirlo.
    —Vale la pena intentarlo —dijo Halsted.
    —No puedo pensar en nada mejor —intervino Trumbull.
    —Parece unánime. Yo correría el riesgo, Jonathan —dijo Drake.
    Dandle comenzó a hablar:
    —Bueno, dado que a mí tampoco se me ocurre nada mejor...
    —Espere —interrumpió Gonzalo—. Henry no ha dicho nada. ¿Qué opinas, Henry?
    Dandle levantó la mirada con sorpresa al escuchar la referencia al camarero.
    —¿Puedo preguntar al señor Dandle si compartía el entusiasmo de su hermana por Poe? —inquirió Henry. Dandle pareció más asombrado todavía.
    —Responde, por favor, Jonathan —dijo Drake—. Henry es uno de nosotros.
    —No, definitivamente no —dijo Jonathan—. Conozco El cuervo; nadie puede evitar conocerlo; pero no he leído nada más. No me interesa.
    —En ese caso —dijo Henry—, me temo que la sugerencia del señor Avalon, aunque muy ingeniosa, no es la respuesta correcta.
    Avalon pareció ofendido.
    —¿De veras, Henry? ¿Tienes algo mejor que ofrecer?
    —Piense, señor Avalon —dijo Henry—, que la señorita Dandle era una gran devota de Poe, y que al describir a los extraños dijo que no eran machos ni hembras, ni animales ni seres humanos.
    —¿Y bien?
    —Bien, señor Avalon, yo, al contrario que el señor Dandle pero al igual que su hermana, soy un admirador de Poe, aunque más de su poesía que de su prosa. Entre mis poemas favoritos de Poe, está Las campanas, en cuya parte cuarta describe el tañido de las campanas de duelo. Allí usted tiene su morbosa preocupación por la muerte, ya sabe, algo que seguramente seguirá a sus primeras descripciones de las campanas de los trineos, las campanas de bodas y las campanas de alarma de incendios.
    —¡Aja! —dijo Rubin.
    —Sí, señor Rubin —dijo Henry—. Sospecho que ya ve lo que quiero decir. Parte de la descripción de las campanas de duelo es..., si puedo citar:
    »Y la gente..., ah, la gente..., Que mora en el campanario, Completamente sola..., La que, tañendo, tañendo, tañendo, Con sorda monotonía, Se siente gloriosa alzando, La piedra del cuerpo humano, No es ni hombre ni mujer, Ni bestia ni ser humano.
    Henry hizo una pausa, luego dijo:
    —La señorita Dandle estaba indudablemente citando esa dos últimas líneas, creo. Usted declaró, señor Dandle, que las dijo de manera musical, pero al no ser usted un entusiasta de Poe, no las reconoció.
    —Pero, aun así... ¿De qué sirve eso? —dijo Avalon.
    —Es la línea siguiente la que cuenta, en la que Poe identifica a las personas que tañen las campanas de duelo —dijo Henry.
    Y tanto Rubin como él dijeron simultáneamente:
    —Son ghouls .
    —Los ghouls son criaturas de leyendas de Medio Oriente que infestan los cementerios y se alimentan de cadáveres. Esto podía sonar a la señorita Dandle, o a cualquiera, como peor que el canibalismo ordinario, como los buitres son peores que los halcones en la opinión general.
    —Estoy de acuerdo con ello, pero todavía no veo el punto —dijo Avalon.
    —Ni yo tampoco —dijo Trumbull.
    —Hay una constelación en el cielo llamada Perseo, llamada así por el héroe griego que le cortó la cabeza a Medusa, una criatura de apariencia tan horrible que cualquiera que la miraba se convertía en piedra. La constelación está representada por el héroe sosteniendo la cabeza de Medusa y esa cabeza está señalada por una estrella de segunda magnitud, la Beta Persei. Durante la discusión, fui a consultarlo en la Enciclopedia Columbia para estar seguro de este hecho.
    »Por su posición en la constelación, Beta Persei es a veces llamada, consecuentemente, la Estrella del Demonio. Los árabes, que adoptaron el criterio griego sobre el cielo, la llamaron Al Ghul, que quiere decir ‘El Ghoul’, su versión de algo tan horrible como Medusa, y nuestra versión inglesa del nombre árabe es ‘Algol’. Ése es ahora el nombre común de la estrella.
    »Ya que la señorita Dandle citó ese poema para definir a los extraterrestres, quería decir que eran ghouls, demonios necrófagos, y por tanto peores que los caníbales, y debe haber querido decir que no era sorprendente que fueran así, ya que procedían de una estrella conocida como ‘El Ghoul’ -un hecho que seguramente pudo haber tomado de algún libro de vulgarización de astronomía, como hice yo. Le sugeriría, entonces, señor Dandle, que cuando vea a su hermana mañana le diga que los extraterrestres vienen de Algol.
    Dandle sonrió brillantemente por primera esa la noche y empezó a aplaudir.
    —Henry, lo haré. Ésa debería ser la respuesta y estoy seguro de que así es.
    —Nada puede ser completamente seguro en este caso, señor Dandle, pero vale la pena arriesgarse.

    POSTFACIO
    Eleanor se preocupó un poco por esta historia porque le parecía (y a mí también) que no era demasiado admirable que Jonathan Dandle quisiera engañar a su hermana, ni que los Viudos Negros le ayudaran a hacerlo. Aun así, sentía que la causa era suficientemente buena para justificar la acción, y me las arreglé para convencer a Eleanor de eso, también.
    De hecho, Dandle también se preocupó, y tampoco tuve nada que ver con eso. Mis personajes siempre se las arreglan para tener vida propia y generalmente hacen cosas sin mi deseo consciente de que las hagan.
    De todas maneras, tengo mi propia lista de cosas que no me gustan o que desapruebo, y bien arriba están los cultos irracionales de toda especie, aunque se cubran con capas de seudorreligiosidad o no. Téngase en cuenta que esto no se extiende a sentimientos religiosos honestos y racionales, como mostré en mi historia ‘The One and Only East ’ que apareció en una colección anterior de los Viudos Negros.
    En consecuencia, si le puedo dar en el ojo a uno de ellos, aunque sea sólo en ficción, no vacilo.
    La historia apareció en el ejemplar de EQMM de abril de 1984.





    LA PELIRROJA
    Mario Gonzalo, anfitrión de la reunión de los Viudos Negros de esa noche, había decidido, evidentemente, presentar a su invitado con éclat . Al menos repicó la cuchara contra su copa y, cuando todos habían interrumpido sus conversaciones previas a la cena y levantaron la mirada de sus cócteles, Mario hizo la presentación. Incluso había esperado a Thomas Trumbull, habitualmente demorado, antes de hacerlo.
    —Caballeros —dijo—, éste es mi invitado, John Anderssen -con s-s-e-n al final. Pueden descubrir cualquier cosa que quieran acerca de él en el interrogatorio de esta noche. Sin embargo, una cosa debo decir porque sé que este puñado de bocones asexuados nunca lo descubrirá por sí mismo. John tiene una esposa quien es, absolutamente, el espécimen de feminidad más guapo que el mundo haya visto. Y lo digo como un artista con ojo de artista.
    Anderssen enrojeció y parecía incómodo. Era un hombre rubio, joven, de tal vez unos treinta años, con un pequeño bigote y piel blanca. Tenía unos cinco pies, diez pulgadas de altura y rasgos bastante formados que puestos juntos formaban un rostro atractivo.
    Geoffrey Avalon, mirando hacia abajo, con la espalda bien derecha, desde sus setenta y cuatro pulgadas, dijo:
    —Debo felicitarle, señor Anderssen, aunque usted no necesita tomar seriamente la caracterización de Mario acerca de nuestra asexualidad. Estoy seguro de que cada uno de nosotros es bastante capaz de apreciar una mujer hermosa. Yo mismo, aunque podría considerarse que he pasado el primer vigor de juventud de sangre caliente, puedo...
    —Déjalo pasar, Jeff —dijo Trumbull—. Déjalo pasar. Si vas a entregarnos un embarazoso resumen de tus hazañas, es mejor que te interrumpa. Desde mi punto de vista, la siguiente mejor cosa que tener a la joven mujer entre nosotros -si nuestras costumbres lo permitieran- sería ver su fotografía. Imagino, señor Anderssen, que lleva una foto de su bella esposa en su cartera. ¿Consentirá en que la veamos?
    —No —dijo enfáticamente Anderssen. Entonces ruborizándose furiosamente agregó—. No quiero decir que no puedan verla. Quiero decir que no tengo una fotografía conmigo. Lo siento —Pero lo dijo desafiante, y claramente no lo sentía.
    —Bien, ustedes se la pierden, mis amigos —dijo Gonzalo descaradamente—. Deberían ver su cabello. Es gloriosamente rojo, un rojo tan vivo que brilla en la oscuridad. Y el natural, totalmente natural -y sin pecas.
    —Bien —dijo Anderssen casi tartamudeando—, ella permanece fuera del sol. Su cabello es su mejor característica.
    Emmanuel Rubin, quien había estado parado en los alrededores, viéndose bastante hosco, dijo en voz alta:
    —Y un genio a probar, supongo.
    Anderssen se volvió hacia él.
    —Ella tiene su carácter —dijo con un dejo de amargura. Pero no dijo más.
    —Supongo que no hay mito más durable —dijo Rubin— que el que los pelirrojos tienen mal carácter. La rojez del cabello es como la del fuego y los principios de la magia de la simpatía conduce a las personas a suponer que la personalidad se manifestaría en el cabello.
    James Drake, quien compartía con Avalon el dudoso privilegio de ser el más viejo de los Viudos, suspiró nostálgico.
    —He conocido —dijo— algunas pelirrojas de sangre muy caliente.
    —Es seguro que sí —dijo Rubin—. Como todos los demás. Es una suposición autocomplaciente. Los niños pelirrojos, especialmente las niñas, son perdonados por ser desagradables y de mal comportamiento. Los padres suspiran inútilmente y murmuran que eso es por el cabello, y el que tiene cabello rojo en la familia explica cómo el Gran Tío Joe limpiaría el piso con cualquiera de la cantina que diga algo que sea menos que un servil cumplido. Los muchachos suelen crecer y les quitan la basura los compañeros no pelirrojos quienes les enseñan modales, pero a las chicas no. Y, si además fueran hermosas, crecen sabiendo que se les perdonará la descortesía hasta el mango. Una juiciosa patada ocasional en el trasero les haría un mundo de bien.
    Rubin, cuidadosamente, no miró a Anderssen durante el curso de su comentario, y Anderssen no dijo una palabra.
    Henry, el indispensable camarero en las cenas de los Viudos Negros, dijo tranquilamente:
    —Caballeros, pueden tomar asiento.
    El chef del Milano había decidido claramente ser ruso esa noche, y un excelente borscht fue seguido por un aun más delicioso Buey Stroganoff en cama de arroz. Rubin, quien habitualmente soportaba la comida con una expresión de estoica desaprobación, en principio, permitió que una sonrisa jugara sobre su rostro de escasa barba en esta ocasión, y se sirvió abundante porción del oscuro pumpernickel.
    Mientras, Roger Halsted, cuya inclinación a la buena comida era legendaria, negoció tranquilamente una segunda porción con Henry.
    El invitado, John Anderssen, comió sin privaciones y participó entusiasmado en la conversación que, por lógica asociación tal vez, giró mayormente acerca del abatimiento de un avión comercial coreano por los soviéticos. Anderssen señaló que la nave había sido ampliamente mencionada como ‘Vuelo 007’, que era el número del fuselaje, durante las primeras semanas. Entonces, alguien debe haber recordado que 007 era el código de James Bond, de modo que cuando los soviéticos insistieron en que el avión era un avión espía, se convirtió en las noticias en ‘Vuelo 7’, y el ‘00’ desapareció como si nunca hubiera existido.
    También mantuvo vigorosamente que al avión, habiendo perdido su curso inmediatamente después de salir de Alaska, no debía habérsele negado información sobre el hecho. Estaba gritando, con el rostro enrojecido, que dicha omisión, cuando se sabía que la Unión Soviética era reaccionaria con respecto a los aviones de reconocimiento americanos y a la retórica de ‘imperio maligno’ de Reagan, era indefendible.
    No prestaba atención, de hecho, a su postre, una baklava nadando en miel; dejó su café a la mitad; e ignoró totalmente la suave petición de Henry de que hiciera saber sus deseos respecto al brandy.
    Realmente, estaba aporreando la mesa cuando Gonzalo repicó la cuchara contra su copa de agua. Avalon se vio obligado a levantar su voz de barítono para ordenar.
    —Señor Anderssen, si es tan gentil...
    Anderssen se aplacó, y parecía vagamente confundido como si estuviera recordando dónde estaba, con alguna dificultad.
    —Es el momento del interrogatorio —dijo Gonzalo—, y Jeff, ya que tienes presencia de autoridad necesaria en caso de que John, aquí presente, se excite, supongo que harás los honores.
    Avalon se aclaró la garganta y miró a Anderssen solemnemente por unos momentos.
    —Señor Anderssen —dijo—, ¿cómo justifica su existencia?
    —¿Qué? —dijo Anderssen.
    —Usted existe, señor. ¿Por qué?
    —Oh —dijo Anderssen, aún recuperándose. Entonces, con voz áspera y baja, dijo—: para expiar mis pecados de una existencia anterior, debería pensar.
    Drake, quien estaba aceptando de manos de Henry un refresco, murmuró:
    —Y todos. ¿No crees, Henry?
    Y el rostro sesentón y sin arrugas de Henry permaneció sin expresión mientras decía, muy suavemente:
    —Un banquete de los Viudos Negros es seguramente una recompensa a la virtud más que la expiación de pecados.
    —Un punto manifiesto, Henry —dijo Drake, levantando su copa.
    —Dejemos fuera —gruñó Trumbull— las conversaciones privadas.
    —¡Caballeros! —dijo Avalon, levantando la mano—. Como todos conocen, no apruebo completamente nuestra costumbre de interrogar al invitado en la esperanza de encontrar problemas que podrían interesarnos. Sin embargo, deseo llamar su atención a un fenómeno en particular. Aquí tenemos a un hombre joven -joven por cierto para los estándares de viejos bigotudos como nosotros- bien proporcionado, de excelente apariencia, que parece exudar buena salud y un aire de éxito en la vida, aunque aún no hemos averiguado la naturaleza de su trabajo...
    —Tiene buena salud y le va bien en el trabajo —dijo Gonzalo.
    —Me alegra escuchar eso —dijo Avalon, grave—. Además, está casado con una joven hermosa, de modo que uno no puede hacer sino preguntarse por qué él sentirá que la vida es tan pesada que le lleva a creer que existe sólo en orden de expiar sus pecados pasados. Considero, también, que durante la comida que acaba de terminar, el señor Anderssen estuvo animado y vivaz, en absoluto incómodo ante nuestras cabezas más viejas y más sabias. Creo que le gritó aun a Manny, quien no es gritado impunemente...
    —Anderssen estaba desarrollando su opinión —dijo Rubin, indignado.
    —También lo creo —dijo Avalon—, pero lo que deseo subrayar es que es voluble, expresivo, y que no retrocede en expresar sus opiniones. Pero en el momento del cóctel, cuando la conversación giraba alrededor de su esposa, parecía hablar muy renuentemente. Sobre esto, deduzco que la fuente de la infelicidad del señor Anderssen puede ser la señora Anderssen... ¿Es así, señor Anderssen?
    Anderssen se veía afligido y permaneció en silencio.
    —John —dijo Gonzalo—, expliqué los términos. Debes responder.
    —No estoy seguro de cómo responder —dijo Anderssen.
    —Permítame ser indirecto —dijo Avalon—. Después de todo, señor, no hay intención de humillarle. Y por favor tenga presente que nada que se diga en esta habitación será repetido por ninguno de nosotros en ningún lugar. Eso incluye a nuestro estimado camarero, Henry. Por favor, hable con libertad. Señor Anderssen, ¿hace cuánto tiempo está casado?
    —Dos años. Realmente, cerca de dos años y medio.
    —¿Algún hijo, señor?
    —No todavía. Esperamos tenerlo algún día.
    —Si existe esa esperanza el matrimonio no debería estar fracasando. Supongo que no están considerando el divorcio.
    —Ciertamente no.
    —¿Entiendo entonces que usted ama a su esposa?
    —Sí. Y antes de que lo pregunte, estoy bastante seguro de que ella me ama.
    —Hay, por supuesto, cierto problema en estar casado con una mujer hermosa —dijo Avalon—. Los hombres son atraídos por la belleza. ¿Está usted asediado por los celos, señor?
    —No —dijo Anderssen—. No tengo razón para ello. Helen -es mi esposa- no tiene gran interés en los hombres.
    —Ah —dijo Halsted, como si una gran luz se hubiera encendido.
    —Excepto en mí mismo —dijo Anderssen indignado— Ella no es en absoluto asexual. Además —continuó— Mario exagera. Tiene esa exuberante cabeza de notable cabello rojo, pero aparte de eso no es realmente espectacular. Su aspecto, diría, es normal -aunque debo confiar ahora en su afirmación de que todo lo dicho aquí es confidencial. No desearía que se repitiera esa afirmación. Su figura es buena, y yo la encuentro hermosa, pero no hay hombres atrapados sin remedio de sus trucos, y yo no estoy asediado por los celos.
    —¿Qué nos dice de su temperamento? —dijo Drake de repente—. Eso fue mencionado y usted admitió que ella tenía el suyo. ¿Supongo que habrá muchas discusiones y lanzamiento de platos?
    —Algunas peleas, seguro —dijo Anderssen—, pero no más de lo normal. Y sin lanzamiento de platos. Tal como el señor Avalon señaló, soy expresivo, y también lo es ella, y los dos somos buenos a la hora de gritar, pero una vez soltado el vapor podemos ser igual de buenos para abrazarnos y besarnos.
    —Entonces, ¿estoy en lo cierto, señor, que su esposa no es la fuente de sus problemas? —dijo Avalon.
    Anderssen se quedó nuevamente en silencio.
    —Debo pedirle que responda, señor Anderssen —dijo Avalon.
    —Ella es el problema —dijo Anderssen—. Por ahora, eso creo. Pero es demasiado tonto para hablar de él.
    —Por el contrario —dijo Rubin, enderezándose—. Hasta ahora sentí que Jeff estaba haciéndonos perder el tiempo con irritaciones domésticas de las que intentamos, en parte, escapar con estas cenas. Pero si hay algo tonto involucrado, entonces queremos escucharlo.
    —Si lo deben saber —dijo Anderssen—. Helen dice que es una bruja.
    —¿Oh? —dijo Rubin—. ¿Siempre lo ha declarado, o sólo últimamente?
    —Siempre. Bromeamos sobre ello. Ella suele decir que me puso un encantamiento para que me casara con ella, y que puede decir un hechizo para que yo logre una promoción o un ascenso. Algunas veces, cuando está furiosa, dice: ‘Bien, no me culpes si te llenas de granos sólo porque eres así de estúpido y mezquino’. Esa clase de cosas.
    —Eso me suena inofensivo —dijo Rubin—. Probablemente ella le haya puesto un encantamiento. Usted se enamoró de ella y cualquier mujer de inteligencia y apariencia razonable puede hacer que un hombre joven se enamore de ella si trabaja lo suficiente para ser encantadora. Si desea, le puede decir encantamiento a eso.
    —Pero sí conseguí promociones y ascensos.
    —Seguramente sería porque las mereciera. ¿Se llenó de granos, también?
    —Bien —Anderssen sonrió—, tropecé y me torcí un tobillo y, por supuesto, ella dijo que había cambiado el hechizo porque no quería arruinar mi bello rostro.
    Halsted rió.
    —Uno realmente no permite ser perturbado por estas cosas, señor Anderssen —dijo—. Después de todo, esta clase de actuación por una mujer joven y vivaz no es desusada. Personalmente, lo encuentro encantador. ¿Por qué no usted?
    —Porque lo hace demasiado frecuentemente. Hizo algo que no comprendo —Se apoyó contra el respaldo de la silla y se quedó mirando fijo y tristemente la mesa delante de él.
    Trumbull se inclinó de costado como para mirar dentro de los ojos de Anderssen.
    —¿Quiere decir que usted cree que es realmente una bruja? —dijo.
    —No sé qué pensar. Sólo que no puedo explicar lo que hizo.
    —Señor Anderssen —dijo Avalon con firmeza—. Debo pedirle que nos explique exactamente lo que la señora Anderssen hizo. ¿Lo haría, señor?
    —Bien —dijo Anderssen—, tal vez debiera. Si hablo de eso tal vez lo olvide. Pero no creo.
    Pensó unos momentos y los Viudos esperaron pacientemente.
    Finalmente dijo:
    —Fue hace como un mes atrás, el día dieciséis. Salíamos a cenar, sólo los dos. Lo hacemos de vez en cuando, y nos gusta probar nuevos lugares. Estábamos en uno nuevo esta vez, al que se llegaba a través del vestíbulo de un pequeño hotel del centro. Era un restaurante sin pretensiones, pero teníamos buena información sobre él. Los problemas comenzaron en el vestíbulo.
    »No recuerdo exactamente qué lo comenzó. De hecho, no recuerdo de qué se trataba todo, realmente. Lo que sucedió después lo quitó de mi mente. Lo que realmente importa es que tuvimos un... un... desacuerdo. En menos de un minuto hubiéramos estado dentro del restaurante y estudiando el menú, y en lugar de eso, estábamos parados en un costado del vestíbulo debajo de una planta de plástico de alguna clase. Puedo recordar las hojas afiladas que tocaron mi mano de manera desagradable cuando la agité para afirmar un punto. El mostrador de recepción estaba del otro lado, entre la puerta del restaurante y la de calle. La escena está aún clara en mi mente.
    »Helen estaba diciendo: ‘Si esa es tu actitud, no tenemos que cenar juntos.’
    »Se los juro, no recuerdo cuál fue mi actitud, pero los dos estábamos gritando, y los dos estábamos furiosos, lo admito. Todo el asunto era enormemente embarazoso. Era uno de esos momentos cuando usted y alguien más -habitualmente su esposa o novia, supongo- están gritando el uno al otro en susurros. Las palabras son lanzadas entre dientes apretados, y de vez en cuando alguno dice: ‘Por amor de Dios, la gente está mirando’, y entonces el otro dice, ‘Entonces cállate y atiende razones’, y el primero dice, ‘Tú eres quien no está atendiendo’, y esto sigue una y otra vez.
    Anderssen sacudió su cabeza ante el recuerdo.
    »Era la discusión más intensa que habíamos tenido hasta el momento, o casi, y aún no recuerdo acerca de qué. ¡Increíble!
    »Entonces de repente ella dijo, ‘Bien, entonces me voy a casa. A... diós. Le dije, ‘No te atrevas a humillarme dejándome en público’. Ella dijo, ‘No puedes detenerme’. Y yo, ‘No me tientes, que te detendré’. Ella, ‘Inténtalo’, y se metió hecha una tromba en el restaurante.
    »Eso me tomó de sorpresa. Pensaba que ella intentaría llegar hasta la puerta de calle... y estaba listo para sujetar su muñeca y retenerla. Hubiera sido mejor dejarla ir y no hacer una escena, supongo, pero estaba fuera de razón. En todo caso, ella se burló y corrió hacia el restaurante.
    »Me quedé atontado por un momento... dos momentos... y entonces entré detrás de ella. Debo haber entrado veinte segundos después de ella... Permítanme describir el restaurante. No era grande, y tenía la intencionada decoración de una sala de estar. De hecho, el restaurante se llama La Sala de Estar... ¿Alguno de ustedes está familiarizado con él?
    Hubo un murmullo apagado alrededor de la mesa, pero Henry, quien había levantado los platos con su eficiencia discreta y estaba parado junto al aparador, dijo:
    —Sí, señor. Es, como usted dice, un pequeño pero bien dirigido restaurante.
    —Tenía una docena de mesas —continuó Anderssen—, la más grande de las cuales alcanzaba para seis. Había ventanas con cortinas, pero no eran ventanas, realmente. Tenían vistas de la ciudad pintadas. Había un hogar en el muro opuesto con leños artificiales, y un sofá delante. El sofá era real y, supongo, podía ser utilizado por personas que esperaban al resto del grupo. Al menos, había un hombre sentado en el extremo izquierdo del sofá. Me daba la espalda, y estaba leyendo una revista que sostenía tan alta y cerca del rostro que pensé que era corto de vista. Me pareció, por la tipografía, que era el Times...
    —Usted parece buen observador —dijo de repente Avalon—, y está entrando en minucias. ¿Es importante lo que acaba de decirnos?
    —No —dijo Anderssen—, supongo que no, pero estoy tratando de darles la impresión de que no estaba histérico y que estaba completamente en mis cabales y que vi con claridad todo lo que había que ver. Cuando entré, cerca de la mitad de las mesas estaba ocupada, con dos a cuatro personas en cada una. Debía haber de quince a veinte personas presentes. No había camareras a la vista en el momento y la cobradora estaba instalada fuera del restaurante, a un lado de la puerta en un receso bastante discreto, de modo que realmente se veía como una sala de estar.
    Drake apagó su cigarrillo.
    —Eso suena como un lugar idílico —dijo—. ¿Qué había allí que lo perturbó?
    —No había nada que me perturbara. Ése es el punto. Era lo que estaba ausente. Helen no estaba. Miren, ella se había ido. La vi entrar. No estoy equivocado. No había otra puerta sobre ese lado del vestíbulo. No había una multitud dentro de la cual la pudiera haber perdido de vista por un momento. Mi visión estaba despejada por completo y ella entró y no salió. Yo la seguí y entré, a lo sumo, veinte segundos después de ella... puede ser menos, pero no más. Y ella no estaba allí. Lo pude decir de un vistazo.
    Trumbull gruñó.
    —No puede decir nada de un vistazo. Un vistazo lo puede engañar.
    —No en este caso —dijo Anderssen—. Mario mencionó el cabello de Helen. No hay nada como eso. Al menos nunca vi nada como eso. Habría a lo sumo diez mujeres y ninguna tenía el cabello rojo. Aun si alguna de ellas hubiera sido pelirroja, dudo que haya tenido el rojo fluorescente y de aspecto tan espectacular como el de Helen. Le doy mi palabra. Miré a la derecha... a la izquierda... y no había ninguna Helen. Había desaparecido.
    —Se marchó a la calle por otra entrada, supongo —dijo Halsted.
    Anderssen sacudió la cabeza.
    —No hay entrada a la calle. Lo controlé con la cobradora más tarde, y con el hombre del mostrador. He regresado desde entonces a ordenar el almuerzo y miré todo el lugar. No hay ninguna entrada desde afuera. Lo que es más, las ventanas son falsas y son de algo sólido. No se abren. Hay conductos de ventilación, por supuesto, pero no tienen el tamaño ni para que se arrastre un conejo.
    —Aunque las ventanas sean un truco —dijo Avalon—, usted mencionó cortinas. Ella pudo haberse parado detrás de alguna de ellas.
    —No —dijo Anderssen—, las cortinas están pegadas al muro. Hubiera habido un bulto notable si ella estuviera detrás. Lo que es más, llegaban hasta el borde de la ventana y había dos pies de muro debajo de ellas. Hubiera sido visible hasta medio muslo si estuviera parada detrás.
    —¿Qué dice del servicio de señoras? —preguntó Rubin—. Ya sabe, es tan fuerte el tabú contra la violación de la naturaleza unisexual de estas cosas, que terminamos por olvidar que el que no utilizamos está allí.
    —Bien, yo no lo olvidé —dijo Anderssen, con clara irritación—. Miré alrededor por él, no vi nada, y cuando pregunté más tarde resultó que ambos servicios estaban en el vestíbulo. Una de las camareras apareció cuando estaba por allí y le dije, con voz un tanto casual, ‘¿Vio a una pelirroja que acaba de entrar?’
    »La camarera me miró alarmada y tartamudeó, ‘No he visto a ninguna’, y salió veloz a entregar lo que traía en su bandeja en una de las mesas.
    »Vacilé porque estaba consciente de mi embarazosa posición, pero no veía una salida. Levanté mi voz y dije, ‘¿Alguien ha visto a una pelirroja que acaba de entrar?’ Hubo un silencio de muerte. Todos me miraron estúpidamente. Incluso el hombre del sofá volvió la cabeza para mirarme y sacudió la cabeza en clara negativa. Los demás ni siquiera hicieron eso, pero sus miradas vacías eran indicación clara de que no la habían visto.
    »Entonces se me ocurrió que la camarera había salido de la cocina. Por un minuto estuve seguro de que Helen se escondía allí y me sentí triunfante. Sin tener en cuenta el hecho de que mis acciones podrían inducir al personal a llamar a la seguridad del hotel, o a la policía incluso, caminé con firmeza a través de un par de puertas vaivén hacia la cocina. Estaba el chef, un par de asistentes, y otros camareros. No Helen. Había una pequeña puerta más allá la cual podría haber sido un baño privado del personal de cocina, y había ido demasiado lejos para retroceder. Avancé y abrí la puerta de un tirón. Era un lavabo, y estaba vacío. Pero entonces el chef y sus ayudantes me estaban gritando, y dije, ‘Lo siento’, y salí rápidamente. No vi armarios tan grandes como para esconder un ser humano.
    »Volví al restaurante. Todos continuaban mirándome, y no pude hacer otra cosa que volver al vestíbulo. Era como si en el instante en que Helen había pasado la puerta hacia el restaurante se hubiera esfumado.
    Anderssen se apoyó en el respaldo de la silla y extendió sus manos en franca desesperación.
    »Esfumado.
    —¿Qué hizo usted? —dijo Drake.
    —Salí y hablé con la cobradora. Ella había estado fuera de su puesto por unos momentos y no me había visto entrar, mucho menos a Helen. Ella me dijo acerca de los servicios y que no había otra salida a la calle.
    »Entonces fui a hablar con el conserje, lo que me desmoralizó mucho más. Estaba ocupado y tuve que esperar. Quería gritar, ‘Es una cuestión de vida o muerte’, pero estaba comenzando a pensar que mejor sería llevado a un asilo si no me comportaba de manera apropiada. Y cuando hablé con él, el conserje resultó ser un cero total, aunque ¿qué podía realmente haber esperado de él?
    —¿Y entonces qué hizo usted? —preguntó Drake.
    —Esperé en el vestíbulo como media hora. Pensé que Helen aparecería nuevamente; que había estado jugando una broma y que volvería. Bien, no Helen. Sólo perdí tiempo con fantasías, mientras esperaba, de llamar a la policía, de contratar un detective privado, de buscar personalmente a través de la ciudad, pero ya saben... ¿Qué le diría a la policía? ¿Que mi esposa estaba faltando desde hacía una hora? ¿Que mi esposa se había esfumado delante de mis ojos? Y no conozco ningún detective privado. Y tampoco sé cómo registrar una ciudad. De modo que, después de la media hora más miserable de toda mi vida, hice lo único que podía hacer. Tomé un taxi y me fui a casa.
    —Confío, señor Anderssen —dijo Avalon solemnemente—, que no irá a decirnos que su esposa está faltando desde entonces.
    —No puede ser, Jeff —dijo Gonzalo—. La vi hace dos días.
    —Ella me esperaba en casa —dijo Anderssen—. Por un minuto, una ola de intenso agradecimiento cayó sobre mí. El viaje en taxi había sido terrible. Todo lo que podía pensar era que ella debía estar faltando veinticuatro horas antes de poder llamar a la policía, ¿y cómo podría vivir esas veinticuatro horas? ¿Y qué podría hacer la policía?
    »De modo que la agarré y la abracé. Estaba a punto de llorar de tan feliz que estaba de verla. Y entonces, por supuesto, la empujé y dije, ‘¿Dónde demonios has estado?’
    »Ella dijo, fríamente, ‘Te dije que me iba a casa’.
    »Le dije, ‘Pero entraste corriendo al restaurante’.
    »Ella dijo, ‘Y entonces me fui a casa. No supones que necesito una escoba, ¿verdad? Eso es muy anticuado. Sólo... ¡pft!... y estaba en casa’. Hizo un movimiento deslizante con la mano derecha.
    »Estaba furioso. Se había acabado completamente mi alivio. Dije, ‘¿Sabes lo que me has hecho pasar? ¿Puedes imaginar cómo me sentí? Entré como un loco tratando de encontrarte y entonces sólo me quedé parado mirando a mi alrededor. Casi voy a la policía.
    »Ella, más clama y más fría, dijo, ‘Bien, eso mereces por lo que hiciste. Además, te dije que me iba a casa. No había necesidad de que hicieras otra cosa que venir a casa también. Acá estoy. Sólo porque rehúsas creer que tengo el poder no es razón para que comiences a regañarme, cuando hice exactamente lo que te dije que haría’.
    »Le dije, ‘Vamos, ya. No volaste hasta aquí. ¿Dónde estabas en el restaurante? ¿Cómo llegaste aquí?’
    »No pude obtener una respuesta para eso. Ni hasta ahora. Eso está arruinando mi vida. Resiento que ella me haya hecho pasar una hora de infierno. Resiento que me haya hecho el tonto.
    —¿Está su matrimonio rompiéndose? —dijo Avalon—. Seguramente, no necesita permitir que un incidente...
    —No, no se está rompiendo. De hecho, ha sido tan dulce como un pastel de manzana desde esa noche. No ha realizado ni un simple truco de magia, pero eso me incomoda endiabladamente. Me preocupa. Sueño con eso. Le ha dado una especie de... superioridad.
    —Ella tiene la mano más alta, quiere decir —dijo Rubin.
    —Sí —dijo Anderssen con violencia—. Ella me hizo quedar como un tonto y está impune. Sé que no es una bruja. Sé que no hay tales cosas como brujas. Pero no sé cómo lo hizo, y tengo esta ligera sospecha de que es capaz de hacerlo otra vez, y eso me tiene... me tiene... por debajo.
    Anderssen sacudió la cabeza y, de una manera más compuesta, dijo:
    —Es algo tonto, pero está envenenando mi vida.
    Otra vez hubo silencio alrededor de la mesa.
    —Señor Anderssen —dijo Avalon, entonces—, nosotros los Viudos Negros somos firmes escépticos en lo supernatural. ¿Nos está diciendo la verdad acerca del incidente?
    —Le aseguro que les he dicho la verdad —dijo Anderssen con vigor—. Si hay una Biblia aquí, juraré sobre ella. O, lo que es mejor en lo que a mí concierne, les dará mi palabra como hombre honesto de que cada palabra que les he dicho es completamente cierta tanto como mi memoria y mi humana credulidad pueden permitir.
    Avalon asintió.
    —Acepto su palabra sin reservas —dijo.
    —Podrías habérmelo dicho, John —dijo Gonzalo, ofendido—. Como dije, vi a Helen dos días atrás, y nada me pareció mal. No tenía idea... Tal vez no es demasiado tarde para que nosotros ayudemos.
    —¿Cómo? —dijo Anderssen—. ¿Cómo podrían ayudar?
    —Podríamos discutir el asunto —dijo Gonzalo—. Algunos de nosotros podemos tener ideas.
    —Tengo una —dijo Rubin—, y creo que es una muy lógica. Comienzo por acordar con Anderssen y todos aquí en que no hay brujería y, por lo tanto, la señora Anderssen no es bruja. Pienso que ella entró en el restaurante y que de alguna manera consiguió evadirse a los ojos de su esposo. Entonces, cuando él estaba ocupado en la cocina o en el mostrador de recepción, se fue del restaurante y del hotel rápidamente, tomó un taxi, se fue a casa, y entonces le esperó. Ahora, ella no admitirá qué hizo lo que hizo para estar un paso arriba en este innecesario combate matrimonial. Mi propia sensación es que un matrimonio no es útil si...
    —Olvide los sermones —dijo Anderssen mostrando su corto temperamento—. Por supuesto eso es lo que sucedió. No necesito que usted me lo explique. Pero usted se saltea la parte difícil. Usted dice que ella entró en el restaurante y ‘de alguna manera consiguió evadirse a los ojos de su esposo’. ¿Podría decirme sólo cómo ella consiguió ese truco?
    —Muy bien —dijo Rubin—. Lo haré. Usted entró, miró a derecha e izquierda, y estaba seguro de que ella no estaba allí. ¿Por qué? Porque usted estaba buscando una inequívoca pelirroja. ¿Ha escuchado alguna vez acerca de una peluca, señor Anderssen?
    —¿Una peluca? ¿Usted quiere decir que ella se puso una peluca?
    —¿Por qué no? Si parece que ella tiene cabello castaño, sus ojos pasarían por encima. De hecho, sospecho que su cabello rojo es lo más importante que usted ve en ella, y que si ella estuviera con una peluca castaña y se hubiera sentado en una de las mesas, usted habría estado mirando su rostro sin reconocerla.
    —Insisto que aun así la hubiera reconocido, pero ese punto no tiene importancia. Lo importante es que Helen nunca tuvo una peluca. Para ella, usar una es impensable. Ella está consciente de su cabello rojo como todos los demás, y está orgullosa de él, y no soñaría en esconderlo. Tal vanidad es natural. Estoy seguro de que todos aquí son vanidosos de su inteligencia.
    —Se lo aseguro —dijo Rubin—. La inteligencia es algo de lo que uno se puede sentir vanidoso. Sin embargo, si sirve a algún propósito que me parece importante, pretenderé ser un idiota por unos minutos, o aun un tiempo más largo. Pienso que su esposa pudo haber estado deseosa de usar una peluca castaña sólo el tiempo necesario para escapar a su mirada. La vanidad nunca es un absoluto, excepto en los tontos declarados.
    —La conozco mejor que usted —dijo Anderssen—, y digo que ella nunca usaría una peluca. Además, les dije que fue hace un mes. Estábamos en verano y era una noche cálida. Todo lo que Helen vestía era un vestido de verano con ropa interior por debajo, y tenía un ligero chal por el aire acondicionado. Sostenía un pequeño bolso, sólo lo suficientemente grande para contener algún dinero y maquillaje. No había dónde esconder una peluca. No llevaba una peluca con ella. De todos modos, ¿por qué habría de llevar una peluca? No puedo creer y no lo haré que ella deliberadamente planeó tener una pelea, y hacerme el truco en orden de conseguir una mano más alta por mucho tiempo. Es una criatura impulsiva, se los aseguro, y es incapaz de hacer planes de esa clase. La conozco.
    —Concediendo su vanidad y su impulsividad, ¿qué me dice de su dignidad? —dijo Trumbull—. ¿Habría pensado en meterse debajo de una mesa y esconderse tras el mantel colgante?
    —Los manteles no llegaban hasta el piso. La hubiera visto. Les dije que volví al restaurante y lo estudié con sangre fría. No hay ningún lugar donde ella pudiera esconderse. Incluso estaba tan desesperado para preguntarme si pudo haber subido por la chimenea, pero el hogar no es real y no está conectado con ninguna.
    —¿Alguien más tiene ideas? —dijo Drake—. Yo no.
    Hubo un silencio.
    —¿Tienes algo que aportar, Henry? —dijo Drake, girando la silla a medias.
    —Bien, Dr. Drake —dijo Henry, con una pequeña sonrisa—, siento cierta renuencia en arruinar la broma de la señora Anderssen.
    —¿Arruinar su broma? —dijo Anderssen, sorprendido—. ¿Está diciéndome, camarero, que usted sabe lo que pasó?
    —Sé lo que fácilmente podría haber pasado, señor —dijo Henry—, que tendría relación con la desaparición sin necesidad de ninguna clase de brujería, y supongo, por lo tanto, que eso fue lo que sucedió, de hecho.
    —¿Qué fue, entonces?
    —Permítame asegurarme de que entiendo un punto. Cuando usted preguntó a las personas en el restaurante si habían visto una mujer pelirroja entrar, el hombre del sofá se volvió y movió negativamente su cabeza. ¿Correcto?
    —Sí, eso hizo. Lo recuerdo bien. Era el único que realmente respondió.
    —Pero usted dijo que el hogar estaba en el muro opuesto a la entrada y que el sofá estaba delante de él, de modo que el hombre le daba a usted la espalda. Tuvo que girar para mirarle. Eso quiere decir que su espalda también estaba hacia la puerta, y que leía una revista. De todas las personas allí, era el de menores posibilidades de ver si alguien entraba por la puerta, sin embargo fue la persona que se tomó la molestia en indicar que no había visto ninguna. ¿Por qué lo haría?
    —¿Qué tiene eso que ver con todo esto, camarero? —dijo Anderssen.
    —Dígale Henry —murmuró Gonzalo.
    —Sugiero que la señora Anderssen entró rápidamente y tomó asiento en el sofá —dijo Henry—, una acción común y perfectamente natural que no atraería la atención de un grupo de personas entretenidas con la cena y en conversación, aun a pesar de su cabello rojo.
    —Pero la hubiera visto apenas entré —dijo Anderssen—. La espalda del sofá sólo llega hasta los hombros y Helen es una mujer alta. Su cabello hubiera brillado hacia mí.
    —En una silla —dijo Henry— es difícil hacer otra cosa que sentarse. En un sofá, de todos modos, uno puede inclinarse.
    —Había un hombre sentado ya en el sofá —dijo Anderssen.
    —Aun así —dijo Henry—. Su esposa, actuando en un impulso, como usted dice que ella hace, se reclinó. Suponga que usted estuviera en el sofá, y una atractiva pelirroja, con buena figura, vestida con un atractivo vestido de verano, de repente se encoge y apoya la cabeza sobre sus piernas; y que, como ella hizo, levanta prestamente el dedo hacia sus labios, implorando silencio. Me parece que habría muy pocos hombres que no atenderían a una dama en esas circunstancias.
    —Bien... —dijo Anderssen con los labios tensos.
    —Usted dijo que el hombre sostenía la revista arriba, como si fuese corto de vista, pero ¿podría haber sido que la sostuviera alta lo suficiente para evitar la cabeza de la mujer sobre su regazo? Y entonces, en su ansiedad por ayudar a la dama, ¿no habría afirmado que no la ha visto?
    Anderssen se levantó.
    —¡Correcto! Iré a casa y lo aclararé con ella —dijo.
    —Si puedo hacer una sugerencia, señor —dijo Henry—. Yo no lo haría.
    —Seguramente que lo haré. ¿Por qué no?
    —En el interés de la armonía familiar, sería bueno si le deja tener esta victoria. Imagino que casi está arrepentida y que no es posible que lo repita. Usted dijo que ella se había comportado muy bien el último mes. ¿No es suficiente que usted sepa en su corazón cómo lo hizo, de modo que no se sienta derrotado? Sería la victoria de ella, sin su derrota, y usted tendría lo mejor de los dos mundos.
    Lentamente, Anderssen se sentó y, en medio de un ligero palmoteo de aplausos de los viudos Negros, dijo:
    —Usted puede tener razón, Henry.
    —Creo que la tengo —dijo Henry.

    POSTFACIO
    Realmente, a éste lo soñé.
    No recuerdo mis sueños frecuentemente y realmente no les doy importancia. (En esto difiero de mi querida esposa, Janet, que es psiquiatra y psicoanalista, y los considera importantes guías de lo que hace funcionar a una persona. Por supuesto, ella puede tener razón)
    De todos modos, aun cuando recuerdo mis sueños, parecen ser notablemente no interesantes ya que no contienen elementos de fantasía o imaginación. Es como si utilizara la provisión completa en mis escritos, sin dejar nada para los sueños.
    En un sueño, sin embargo, seguía a alguien hacia un salón comedor y encontré que había desaparecido inexplicablemente. Estaba bastante asombrado, porque, como dije, ni en mis sueños desafío las leyes de la naturaleza. Una búsqueda a través de la habitación finalmente localizó a la persona que estaba buscando en el lugar donde se escondió la heroína de la historia precedente.
    Le miré y le dije (y eso me ayudó), ‘Qué estupenda idea para una historia de los Viudos negros’.
    Afortunadamente desperté en ese momento y, por una vez, el sueño estaba fresco en mi mente. Acto seguido almacené la idea en mi memoria en vigilia y en la siguiente oportunidad escribí la historia, y apareció en el número de octubre de 1984 del EQMM.
    No puedo dejar de pensar que si hubiera podido soñar todos mis trucos, la vida hubiera sido mucho más fácil.




    LA CASA EQUIVOCADA
    El invitado al banquete mensual de los Viudos Negros frunció el entrecejo ante la rutinaria pregunta que le hacía el mejor de todos los camareros, Henry.
    —No —dijo vehementemente—. ¡Nada! ¡Nada! Ni aun ginger ale. Tomaré sólo una copa de agua, si no le importa.
    Se volvió, perturbado. Había sido presentado como Christopher Levan. Estaba un poco por debajo de la altura promedio, era delgado y bien vestido. Su cráneo estaba mayormente pelado pero con tan buena forma que la condición parecía más atractiva que otra cosa.
    Estaba hablando con Mario Gonzalo y regresó al hilo de la conversación con aparente esfuerzo.
    —El arte de la creación de dibujos parece simple. He visto libros que muestran cómo dibujar formas familiares, comenzando por un óvalo, por decir, luego modificándolo en sucesivas etapas hasta que se convierte en Popeye o Snoopy, o en Dick Tracy. Y aun así, ¿cómo decide uno qué óvalo hacer y qué modificaciones agregar en primer lugar? Además, no es fácil copiar. No importa cuán simples parezcan ser los pasos, cuando trato de seguirlos, el resultado final es distorsionado y aficionado.
    Gonzalo miró con cierta complacencia la caricatura del invitado que acababa de dibujar.
    —Tiene que tener en cuenta una especie de talento innato y años de experiencia, señor Levan.
    —Lo supongo, y sin embargo usted no dibuja un óvalo con modificaciones. Usted simplemente dibujó esa cabeza a mano alzada, tan rápido como pudo, y sin ningún esfuerzo, tanto como puedo asegurar. Excepto que mi cabeza parece algo brillante. ¿Lo es?
    —No en particular. Es sólo una licencia del caricaturista.
    —Excepto que —dijo Emmanuel Rubin, acercándose con un trago en la mano—, que si las licencias fuesen necesarias para hacer caricaturas, Mario nunca calificaría. Algunos pueden tener talento, pero Mario las obtiene por desfachatez.
    Gonzalo sonrió.
    —Quiere decir chutzpah . Manny conoce de eso. Realmente envía a editores las historias que escribe.
    —Y las vende —dijo Rubin.
    —Una indicación de la ocasional desesperación editorial.
    Levan sonrió.
    —Cuando escucho a dos personas discutir de esa manera, estoy seguro de que realmente hay un profundo afecto entre ellas.
    —Oh, Dios —dijo Rubin, visiblemente repugnado. Su escasa barba se erizó y sus ojos, agrandados a través de los gruesos cristales de sus anteojos, brillaron.
    —Usted ha dado en el blanco, señor Levan —dijo Gonzalo—. Manny me daría hasta su camisa si nadie estuviera mirando. Lo único que no me daría es una palabra gentil.
    Geoffrey Avalon, el anfitrión del banquete, levantó la voz.
    —¿Estás enredándote en alguna tontería entre Manny y Mario, Chris?
    —Voluntariamente, Jeff —dijo Levan—. Me gustan esas contiendas con almohadas y palos acolchados.
    —Se pone pesado —dijo Avalon, mirando desde su altura de setenta y cuatro pulgadas—, cuando es el encuentro cincuenta y siete. Pero, ven y siéntate, Chris. No tenemos nada peor que langosta esta noche.
    Que una cena elaborada de langostas tiende a inhibir un poco la conversación, es algo que no puede ser negado. El quiebre de las conchas lleva atención considerable y el untado en mantequilla derretida no es un asunto a ser llevado a cabo casualmente. Por lo tanto, el periodo entre la cazuela portuguesa de pescado y la coupe aux marrons fue largamente silencioso, en cuanto a voz humana se refiere, aunque el juego del cascanueces mantuvo a la mesa en un bajo gruñido.
    —Desprecio la ensalada de langosta —dijo Roger Halsted con su café—. Es como comer sandía sin semillas cortada en cubos. El valor del premio es directamente proporcional al esfuerzo para ganarlo.
    —Supongo entonces —dijo Levan—, que estarán muy en contra de las ventas libre de interés —y rió entre dientes con aire satisfecho.
    —Bien —dijo James Drake, con voz su ronca y sorda—. Imagino que incluso Roger lo consideraría llevar los principios demasiado lejos.
    Thomas Trumbull miró a Levan con los ojos echando chispas.
    —Ése es un chiste de banquero. ¿Es usted banquero?
    —Un momento, Tom —dijo Avalon—. Estás comenzando a preguntar y la sesión de interrogatorio todavía no ha sido abierta.
    —Bien, entonces ábrela, Jeff. Estamos terminando el café, y Henry vendrá con el brandy en un milisegundo —Trumbull miró su reloj—. Y la langosta nos ha demorado, de modo que adelante.
    —Estaba a punto de comenzar —dijo Avalon con dignidad. Golpeó su copa tres o cuatro veces—. Tom, ya que estás tan ansioso, ¿quieres comenzar el interrogatorio?
    —Por cierto —dijo Trumbull—. Señor Levan, ¿es usted un banquero?
    —Esa no es la apertura tradicional —dijo Gonzalo.
    —¿Quién te preguntó? Lo que estás pensando es tradicional; no es obligatorio. Señor Levan, ¿es usted un banquero?
    —Sí, lo soy. Al menos, soy el vicepresidente de un banco.
    —Hah —dijo Trumbull—. Ahora le haré la tradicional pregunta de apertura. Señor Levan, ¿cómo justifica su existencia?
    La sonrisa de Levan se volvió más brillante.
    —La cosa más fácil del mundo. El cuerpo humano es completamente dependiente de la circulación sanguínea, la que es impulsada por el corazón. El mundo de la economía depende de la circulación de dinero, que es impulsada por los bancos. Hago mi parte.
    —En eso, ¿están los bancos motivados por el bien del mundo, o por los beneficios de sus propietarios?
    —Palabrería socialista —dijo Levan—, si no le importa que lo diga. Usted infiere que los dos motivos son mutuamente excluyentes, y no es así. El corazón impulsa la sangre hacia la aorta y las primeras arterias en que divide son las coronarias, ¿que alimenta a quién? ¡Al corazón! En pocas palabras, la primera atención del corazón es para el corazón, y así es como tiene que ser, ya que sin el corazón todo lo demás falla. Permita que las coronarias se atasquen y estará de acuerdo con el corazón, y deseando que hubiera algo más a quien quitarle alimento.
    —No al cerebro —dijo Drake—. Antes que al corazón. Mejor morir de un ataque al corazón que vivir en senilidad.
    Levan pensó un poco.
    —Es difícil no estar de acuerdo con eso, pero podemos tratar la senilidad y revertirla mucho más pronto que lo que probablemente seamos capaces de tratar y revertir la muerte.
    Gonzalo frunció el entrecejo.
    —Vamos —dijo—, ¿en qué tema estamos metidos? Y con el estómago lleno, además. Hey, Tom, ¿puedo hacer una pregunta?
    —Está bien —dijo Trumbull—. Tema cambiado. Haz la pregunta, Mario, pero que no sea estúpida.
    —Señor Levan —dijo Gonzalo—, ¿es usted miembro de Alcohólicos Anónimos?
    Hubo un repentino silencio alrededor de la mesa y entonces Trumbull, con el rostro retorcido de enfado, gruñó:
    —Te lo dije, no hagas una...
    —Es una pregunta legítima —insistió Gonzalo, levantando la voz—, y las reglas del juego son que el invitado debe responder.
    Levan, sin sonreír, y viéndose más sombrío que avergonzado, dijo:
    —Responderé a la pregunta. No soy miembro de Alcohólicos Anónimos, y no soy un alcohólico.
    —¿Es un abstemio entonces?
    Por alguna razón, Levan parecía encontrar más dificultades en responder ésa.
    —Bien, no. Bebo en ocasiones... un poco. No mucho.
    Gonzalo se inclinó hacia atrás en su silla y frunció el entrecejo.
    —¿Podemos cambiar el tema una vez más —dijo Avalon— y tratar de encontrar algo civilizado que discutir?
    —No, espera un poco —dijo Gonzalo—. Hay algo gracioso aquí y no logro verlo. Señor Levan, usted rechazó un trago. Estaba conversando con usted en ese momento. Le vi.
    —Sí, lo hice —dijo Levan—. ¿Qué hay de malo en eso?
    —Nada —dijo Gonzalo—, pero usted lo rechazó airadamente. ¡Henry!
    —Sí, señor Gonzalo —dijo Henry, suspendiendo momentáneamente la operación de servicio del brandy.
    —¿Había algo curioso en el rechazo del señor Levan?
    —El señor Levan fue un poco enérgico, creo. No me atrevo a decir que fue “curioso”.
    —¿Por qué crees que fue enérgico?
    —Podía haber...
    Drake interrumpió.
    —Esta es la sesión de interrogatorio más espantosa que recuerde. Mal gusto por todos lados. De todos modos, ¿a quién estamos interrogando? ¿Al señor Levan o a Henry?
    —Estoy de acuerdo —dijo Rubin, asintiendo vigorosamente—. Vamos, Jeff, eres el anfitrión. Pon una regla y métenos en el carril.
    Avalon miró su copa de agua, entonces dijo:
    —Caballeros, Christopher Levan es el vicepresidente del mayor banco de Merion. De hecho, es mi banquero personal, y lo conozco socialmente. Le he visto beber con moderación pero nunca le vi borracho. No escuché que rechazara un trago, pero de alguna manera estoy curioso. Chris, ¿rechazaste un trago enérgicamente? Y si es así, ¿por qué?
    Levan frunció en ceño y dijo:
    —Estoy al borde de arrepentirme de esto.
    —Por favor, Chris, no —dijo Avalon—. Te expliqué las reglas cuando aceptaste mi invitación, y te di la oportunidad de retractarte. Nada dicho aquí sale más allá de estos muros. Incluso si nos dijeras que te estás fugando con los fondos del banco, seríamos incapaces de decírselo a nadie -aunque estoy seguro de que todos te instigaríamos a abandonar tu intención.
    —No me estoy fugando, y me arrepiento de haber sido forzado a hacer esa afirmación. No me gusta esto de ti, Jeff.
    —Esto ha ido demasiado lejos ya —dijo Halsted—. Finalicemos la sesión.
    —Espera —dijo Gonzalo tercamente—. Quiero una respuesta a mi pregunta.
    —Se lo dije —dijo Levan—. Simplemente rechacé...
    —No mi pregunta a usted, señor Levan. Mi pregunta a Henry. Henry, ¿por qué el señor Levan rechazó el trago tan vehementemente? Si no respondes, esta sesión podría terminar prematuramente, y sería la primera vez que así fuera, al menos durante mi pertenencia al club.
    —Sólo puedo adivinar, señor —dijo Henry—, del poco conocimiento de la naturaleza humana que tengo. Puede ser que el señor Levan, aunque de ordinario un bebedor moderado, rechazara un trago esta vez, porque en el pasado cercano haya sufrido una aguda vergüenza o humillación por un trago, y al menos por un tiempo sería mejor no volver a beber.
    Levan había palidecido notablemente.
    —¿Cómo supo eso, camarero?
    Gonzalo sonrió con orgullo patente.
    —Su nombre es Henry, señor Levan. Es también un artista. El resto de nosotros dibujamos los óvalos, y él agrega las modificaciones y produce la figura final.
    El humor en la mesa había cambiado sutilmente. Incluso Trumbull parecía haberse suavizado, y casi había una cualidad zalamera en su voz.
    —Señor Levan, si algo ha sucedido que haya dejado un efecto ulterior, hablar sobre eso podría ayudarle.
    Levan miró alrededor de la mesa. Todos los ojos estaban fijos en él. Medio murmurando, dijo:
    —El camarero... Henry... tiene mucha razón. Hice un completo tonto de mí mismo y en este momento intento firmemente no volver a beber. Jeff les dijo que nunca me vio borracho. Bien, nunca me vio, pero no siempre está conmigo. Muy de vez en cuando me las arreglo para emborracharme. Nunca pasó nada en particular hasta hace dos semanas y luego... apenas puedo pensar en eso.
    Frunció la frente al pensar.
    —Podría ayudar si se los digo —dijo—. Podrían ser capaces de sugerir algo que hacer. Además, a la única que le he contado es a mi esposa.
    —Imagino que está furiosa —dijo Halsted.
    —No, no lo está. Mi primera esposa lo hubiera estado. Era una abstemia, pero ya está muerta, descanse en paz. Mis hijos hubieran estado sardónicamente divertidos, creo, pero están en la universidad, ambos. Mi actual esposa, la segunda, es una mujer de mundo que no se asusta con tales cosas. Tiene su propia carrera; en bienes raíces, creo. Tiene hijos crecidos también. Nos casamos por compañía -y por afecto- pero no para imponernos el uno al otro. El mundo no se rompe en sus oídos si me emborracho. Solamente me da un buen consejo práctico y allí termina todo.
    —Pero, ¿qué sucedió? —preguntó Avalon.
    —Bien... vivo en una calle casi exclusiva -cuatro casas. Son casas muy buenas, no extraordinariamente grandes, pero bien diseñadas y cómodas: tres dormitorios, una sala de televisión, tres baños, un sótano completo, un ático completo, todo eléctrico (que es caro), patio trasero hacia la quebrada, amplios espacios entre las casas, también. Las cuatro fueron construidas por un solo constructor, al mismo tiempo, hace cerca de doce años. Son idénticas en apariencia y en planta, y fueron vendidas con la condición de que se mantuvieran idénticas. No podemos pintar la casa de otro color, o poner revestimiento de aluminio, o agregar una galería a menos que los propietarios de las otras casas estén de acuerdo en hacer lo mismo. Bien, no siempre se puede obtener un acuerdo, como pueden imaginar, de modo que no hubo cambios.
    —¿Es eso legal? —preguntó Halsted.
    —No lo sé —dijo Levan—, pero todos estuvimos de acuerdo.
    —¿Puede hacer cambio por dentro? —preguntó Gonzalo.
    —Por supuesto. No tenemos muebles estandarizados ni empapelado ni nada como eso. El acuerdo se refiere solamente al aspecto del exterior. Las casas son llamadas las Cuatro Hermanas. ¿Correcto, Jeff?
    Avalon asintió.
    Levan continuó.
    —De todos modos, estaba fuera esa noche. Había advertido a Emma -mi esposa- que podía no estar de regreso hasta las tres de la mañana. Seriamente, no intentaba estar fuera hasta tan tarde, pero creí que podría, porque... bien, era una de esas reuniones de colegio y a los cincuenta y cinco existe la urgencia de una noche de veintidós otra vez. Realmente, eso nunca funciona, supongo.
    »Incluso pensé que podía tolerar el licor, pero hacia la medianoche estaba bastante borracho. No creía estarlo pero debe haberlo estado, porque no puedo tolerar bien el licor, y porque varios de los otros trataron de persuadirme de que me fuera a casa. Yo no quería y me parece recordar haber amenazado con golpear a uno.
    Frotó sus ojos rudamente, como si quisiera borrar la imagen mental.
    Secamente, Drake dijo:
    —¿Nada propio de un vicepresidente de banco?
    —También somos humanos —dijo Levan con cansancio—, pero no ayuda a la imagen. De todos modos, al final, dos o tres de ellos me ayudaron a subir a un coche y me llevaron a Merion. Cuando encontraron la calle, insistí en que me dejaran en la esquina. No quería despertar a los vecinos. Era un coche ruidoso, o pensé que lo era.
    »Me dejaron bajar en la esquina; estaban contentos de deshacerse de mí, imagino. Me di cuenta de que no iba a llegar a ningún lugar tratando de meter mi llave en la cerradura. Además, conocía un truco mejor. Hay una puerta lateral y estaba bastante seguro de que estaría abierta. No hay en nuestro barrio crímenes de que hablar -ni ladrones- y la puerta lateral nunca está cerrada durante el día. La mitad del tiempo, tampoco está cerrada de noche.
    »De modo que me dirigí hacia ella. Seguí el camino por el costado de la casa y encontré la puerta. Estaba abierta, como pensé. Anduve de puntillas, tan calladamente como pude, considerando mi condición, y la cerré detrás de mí también calladamente. Estaba en una pequeña habitación mayormente utilizada para colgar ropa, guardar paraguas y galochas, y todo eso. Le di la vuelta al soporte de los paraguas y me hundí en una silla.
    »En ese momento me sentía bastante mareado y muy cansado. La oscuridad era tranquilizadora, y me gustó la suavidad del viejo colchón debajo de mí. Pensé que debía irme a dormir en ese momento, y no ser encontrado por Emma hasta la mañana, excepto que me di cuenta confusamente de una débil luz por debajo de la puerta que conducía a la cocina.
    »¿Estaba Emma despierta? ¿Estaba comiéndose un bocadillo nocturno? Estaba demasiado borracho para tratar de razonar cualquier cosa, pero me pareció que mi única oportunidad de no avergonzarla, y a mí, era caminar de manera casual y pretender que estaba sobrio. Estaba lo bastante borracho para pensar que podía hacer eso.
    »Me levanté cuidadosamente, caminé hasta la puerta con alguna dificultad, la abrí, con voz alta y alegre, “Estoy en casa, querida, estoy en casa”.
    »Debo haber llenado el aire con fragancia alcohólica que explicaba mi condición exactamente, aunque mi comportamiento hubiera sido perfectamente sobrio, lo que estoy seguro que no lo era.
    »De todos modos, fue todo por nada, porque Emma no estaba allí. Había dos hombres. De alguna manera sabía que no eran ladrones. Pertenecían allí. Borracho como estaba, podía sentirlo. Y supe -mi Dios, supe que estaba en la casa equivocada. Había estado demasiado borracho para meterme en la correcta.
    »Y allí, sobre la mesa, había una gran maleta, abierta, llena con billetes de cien dólares. Algunos de los atados estaban sobre la mesa, y me los quedé mirando con una vaga sorpresa.
    »No sé cómo me di cuenta, caballeros. Las técnicas modernas pueden producir algunas imitaciones condenadamente buenas, pero había sido banquero por treinta años. No tengo que mirar un billete para saber si es falso. Puedo oler una falsificación, sentirla, conocerla por las radiaciones. Podía estar demasiado borracho para distinguir mi casa de otra, pero tanto como cuando estoy completamente consciente, no estoy demasiado borracho para distinguir un billete real de cien dólares de uno falso.
    »Había interrumpido a dos delincuentes, eso era lo que importaba. Habían olvidado cerrar la puerta lateral con llave o sólo no sabían que estaba abierta, y supe que estaba en una situación peligrosa.
    Levan sacudió la cabeza, y prosiguió.
    —Ellos podían haberme matado, si hubiera estado sobrio, aun cuando hubieran tenido entonces todo el problema de deshacerse del cuerpo, y tal vez de alarmar a la policía de una manera indeseable. Pero yo estaba borracho, y claramente a punto de colapso. Incluso creo que escuché a uno decir en una especie de susurro ronco, “Está completamente borracho. Sácalo afuera”. Podría haber sido la voz de una mujer, pero estaba demasiado ido para saberlo. De hecho, no recuerdo nada por un rato. Me desplomé.
    »La siguiente cosa que sé es que tocaba un farol y que trataba de levantarme. Entonces me di cuenta de que no estaba tratando de levantarme. Alguien estaba tratando de levantarme. Entonces me di cuenta de que era Emma, en bata. Ella me había encontrado.
    »Me entró a la casa, de alguna manera. Afortunadamente, no había nadie más por allí. No había indicación antes ni desde ese momento de que alguien me hubiera visto tirado en la cuneta, o visto a Emma arrastrándome hasta la casa. Recuerden que me prometieron confidencialidad, caballeros. Y espero que eso incluya al camarero.
    —Lo incluye, Chris —dijo Avalon enfáticamente.
    —Ella consiguió desvestirme —dijo Levan—, y lavarme, y me metió en cama sin preguntar nada, al menos tanto como puedo recordar. Es una mujer estupenda. Me desperté en la mañana con un dolor de cabeza de tamaño gigante, como podrán sospechar, y la sensación de alivio de que era la mañana del domingo y que no se esperaba que fuera a trabajar.
    »Después del desayuno, que para mí fue sólo un huevo pasado por agua y varios vasos de jugo de naranja, me parece, finalmente Emma me preguntó qué había pasado. “No mucho”, le dije. “Debo haber bebido un poco de más, y ellos me trajeron a casa y me dejaron en la esquina y no pude entrar a la casa”. Sonreí débilmente, esperando que ella encontrara divertido el eufemismo, y que lo dejara pasar.
    »Pero Emma me miró pensativa -es una mujer muy práctica, ya saben, y no actuaría trágicamente por mi borrachera la primera y única vez desde que me conocía- y dijo, “Sucedió algo gracioso”.
    »“¿Qué?”, pregunté.
    »“Alguien me llamó”, dijo. “Era después de la medianoche. Alguien llamó y dijo, ‘Su esposo está afuera borracho o herido. Es mejor que vaya a buscarlo’. Pensé que era una broma, o un truco para hacerme abrir la puerta. Aun así pensé que si era cierto que estabas en problemas, tendría que arriesgarme. Tomé tu premio de banquero del año, sólo por si tenía que usarlo para golpear a alguien, salí a la calle, y te encontré. Ahora, ¿quién puede haberme llamado? No dijeron quién era”.
    »Ella me miraba fijo, con el ceño fruncido, desconcertada, y mi memoria vibraba. Mi rostro debe haberme delatado, porque Emma -que es una mujer penetrante- dijo, ‘¿Qué sucedió anoche? ¿Qué estás recordando?’.
    »De modo que se lo conté, y cuando terminé me miró con una expresión preocupada, y dijo, ‘Eso es imposible. No puede haber ningún falsificador en esta manzana’.
    » “Sí”, dije, “estoy seguro de que lo hay. O al menos alguien en una de las otras tres casas está involucrado en eso, aunque la falsificación no estuviese realizándose en las proximidades.
    »‘Bien, ¿en qué casa entraste?’, quiso saber. ¿Pero cómo podía saberlo? No lo sabía.
    »“¿Afuera de qué casa me encontraste?”, le pregunté.
    »‘De la nuestra’, me dijo.
    »“Bien, entonces me sacaron y me pusieron delante de nuestra casa. Eso significa que saben a qué casa pertenecía yo. Es uno de nuestros vecinos”.
    »‘No puede ser’, seguía diciendo ella.
    »Pero así es, lo mismo. No tenía la menor idea en qué casa equivocada me había metido, y no sé quién está involucrado en la falsificación. Y no puedo informarlo.
    —¿Por qué no? —preguntó Gonzalo.
    —Porque hubiera tenido que explicar que estaba cayéndome de borracho. ¿De qué otra manera podía dar cuenta de lo borroso de la información? —dijo Levan—. No quiero hacerlo. No quiero verme como un tonto o un borracho idiota, y francamente no quiero perder mi trabajo. La historia seguramente se filtraría y no se vería bien en el banco.
    »Además, ¿qué haría la policía? ¿Buscar en todas las casas? No encontrarían nada, y tres propietarios, dos de los cuales serían completamente inocentes, estarían indignados. Tendríamos que vender la casa e irnos. La vida se volvería insoportable, de cualquier manera.
    »Emma señaló todo esto cuidadosamente. De hecho, dijo que habría una fuerte presunción de que había fantaseado todo; que estaba teniendo delirium tremens. Estaría arruinado. Emma es una mujer brillante y persuasiva.
    »Todavía me carcome. ¡Falsificación! Es la pesadilla de un banquero; es el crimen. Había tropezado con algo que podía ser grande y no pude hacer nada. No he tocado un trago desde entonces, e intento no volver a hacerlo nunca más, y es por eso que estuve un poco vehemente cuando Henry me preguntó, por segunda vez, si tomaría uno.
    Hubo un silencio en toda la mesa por un rato, y entonces Avalon, golpeteando los dedos sobre el mantel, dijo:
    —Sé dónde vives, Chris, pero no conozco a tus vecinos. ¿Quiénes son? ¿Qué hacen?
    Levan se encogió de hombros.
    —Todos entrados en años. Todos en los cincuenta o más. Ningún niño pequeño en la calle. Todos más allá de la sospecha, maldita sea. Veamos, si estás frente a las cuatro casas, la de la izquierda pertenece al matrimonio Nash. Es un agente de seguros, y ella es artrítica; una buena mujer, pero terriblemente aburrida. Es de la clase a la que le dices hola cuando pasas, pero sigues caminando. Una simple vacilación sería fatal.
    »La segunda casa es de los Johnstone. Él está en los setenta y ella es tal vez dos o tres años menor. Está retirado y se supone que tienen fortuna, pero no depositan en nuestro banco y no tengo conocimiento personal sobre el asunto. Suelen variar entre Maine en el verano y Florida en el invierno, pero tiene un hijo soltero, de unos cuarenta, que se queda en la casa todo el año y no tiene empleo.
    »La tercera es la nuestra, y la cuarta pertenece a dos hermanas, una la señora Widner y la otra la señora Chambers. Ambas son viudas y parece que se aferran una a la otra por calor. Están en los cincuenta y son muy despiertas. Me asombra que no se hubieran dado cuenta de que me habían levantado de junto al farol. Tienen el sueño ligero y tiene un sexto sentido para las catástrofes locales.
    »Cruzando la calle no hay casas, sino solamente un gran campo y un grupo de árboles que pertenece a la Iglesia Presbiteriana que está a cierta distancia. Eso es todo.
    Miró a su alrededor con desamparo, y Rubin se aclaró la garganta.
    —Si seguimos las probabilidades, la elección obvia es el hijo soltero. Tiene la casa para él solo por un par de meses y nada que hacer sino trabajar en sus falsificaciones, con o sin el conocimiento de sus padres. Si los Johnstone son misteriosamente ricos, puede ser por eso. Me asombra que haya pasado esto por alto.
    —Usted lo hubiera hecho si conociera al muchacho —dijo Levan—. Aunque es de mediana edad, es difícil pensar en él como en un hombre. Es aniñado en apariencia y actitud, y sin ser realmente retardado de alguna manera, está claramente poco equipado para hacerse camino en el mundo.
    —Es suficientemente capaz —dijo Rubin— de mantener la casa por un par de meses por año.
    —No es retardado —repitió Levan, impaciente—. Es emocionalmente inmaduro, eso es todo. Ingenuo. Y de buen corazón en extremo. Es imposible pensar en él envuelto en un crimen.
    —Puede ser que estuviera actuando —dijo Rubin—. Tal vez es suficientemente inteligente para aparecer increíblemente ingenuo como para esconder el hecho de que, realmente, es un criminal.
    Levan reflexionó.
    —No puedo creerlo. Nadie puede ser tan buen actor.
    —Si fuera inocente y aniñado —dijo Rubin—, sería muy fácil que lo utilizaran los criminales. Podría ser un peón involuntario.
    —Eso no tiene sentido para mí. No podrían confiar en él; los delataría.
    —Bien —dijo Rubin—, no importa cuánto dude usted, me parece que es la posibilidad más razonable, y si usted quiere hacer una pequeña investigación por sí mismo, sería mejor si mira más de cerca al joven Johnstone.
    Se sentó para atrás y cruzó los brazos.
    —¿Qué hay de los dos hombres de la maleta? —dijo Halsted—. ¿Los había visto antes?
    —No estaba en mi mejor forma, por supuesto —dijo Levan—, pero en ese momento me pareció que eran extraños. Por cierto, no eran miembros de ninguna de las propiedades.
    —Si fueran asociados externos del círculo de falsificadores —dijo Halsted—, podríamos estar razonablemente seguros de que las dos viudas no estaban involucradas. Rechazarían tener hombres en la casa, me parece.
    —No estoy seguro de eso —dijo Levan—. Son damas luchadoras y no son viejas. Los hombres no son una experiencia nueva para ellas. Aun así, estoy de acuerdo; no las veo como damas pistoleras, por decir.
    —Y aun —dijo Drake pensativo—, puede haber habido al menos una mujer presente. ¿Dijo usted, señor Levan, que alguien dijo, “Está completamente borracho. Sácalo afuera”, y que era una mujer?
    —Fue un susurro —dijo Levan—, y no podía estar seguro. Puede haber sido una mujer, pero también un hombre. Y aun si fuera una mujer, puede haber sido otra desconocida.
    —Pensaría que tenía que estar en la escena alguien que perteneciera al lugar —dijo Drake—. La casa no sería abandonada a los desconocidos, y hay al menos una mujer en cada casa.
    —No realmente —dijo Halsted—. No en la casa de los Johnstone, ya que los viejos estarían en Maine ahora. Si eliminamos a las viudas, entonces queda la casa de la esquina izquierda, al de los Nash. Entonces, si el señor Levan fuera dejado en la esquina, y estuviera tan borracho que tuviera dificultades para caminar, sería posible que entrara en la primera casa y sería la de los Nash, ¿verdad?
    Levan asintió.
    —Sí, lo sería, pero no puedo recordar que eso sea lo que hice. De modo, ¿qué sentido tiene? De cualquier modo que discutamos y razonemos, no tengo con qué ir a la policía. Es sólo adivinar.
    —Seguramente, estas personas no viven en sus casas solos —dijo Trumbull—. ¿Tienen sirvientes?
    —Las viudas tienen una mujer para toda tarea que vive allí —dijo Levan.
    —Ah —dijo Trumbull.
    —Pero eso no me suena significativo. Sólo significa que hay tres mujeres en la casa en lugar de dos, una tercera viuda, para el caso, y bastante oprimida por las hermanas. No tiene más cerebro que el necesario para hacer la tarea doméstica, por lo poco que sé de ella. Es imposible como conspirador criminal.
    —Creo que está demasiado pronto a descartar personas como imposibles —dijo Trumbull—. ¿Algún otro sirviente?
    —Los Nash tienen cocinera —dijo Levan—, que viene durante el día. Los Johnstone tienen un ayudante que trabaja principalmente en el jardín, y nos ayuda a los demás cuando tiene tiempo. Emma y yo no tenemos sirvientes en la casa. Emma es fuerte y eficiente y me obliga a ayudarla -lo que es justo, supongo. No cree en los sirvientes. Dice que destruyen la privacidad y que nunca hacen las cosas bien, de todos modos, y estoy de acuerdo con ella. Aun así, deseo tener a alguien que pase la aspiradora en mi lugar.
    Con un rastro de impaciencia, Trumbull dijo:
    —Bien, la aspiradora no es el punto. ¿Qué dice de la cocinera de los Nash y del ayudante de los Johnstone?
    —La cocinera tiene cinco niños en casa, con el mayor a cargo, de acuerdo con los Nash, y si tiene tiempo libre para el crimen creo que debería tener una medalla. El ayudante es tan profundamente religioso que es ridículo pensar en él rompiendo el mandamiento contra el robo.
    —La mojigatería puede ser fácilmente asumida como una cobertura —dijo Trumbull.
    —No veo señales de eso, en este caso.
    —¿No sospecha de él?
    Levan sacudió la cabeza.
    —¿Sospecha de alguien?
    Levan sacudió la cabeza.
    —¿Qué pasa con quien fuera que llamó a su esposa —dijo Gonzalo, de repente—, para decirle que usted estaba afuera en la cuneta? ¿Reconoció la voz?
    Levan sacudió la cabeza enfáticamente.
    —No pudo hacerlo. Era sólo un susurro.
    —¿Es sólo su opinión, o ella se lo dijo?
    —Ella me lo hubiera dicho inmediatamente si lo hubiera reconocido.
    —¿Era el mismo susurro que usted escuchó en la casa?
    —Ella escuchó uno —dijo Levan impaciente— y yo escuché otro. ¿Cómo podemos comparar?
    —¿Era la voz que escuchó su esposa la de una mujer?
    —Emma nunca lo dijo. Dudo que pudiera distinguirla. Dijo que pensó que podía ser una manera de hacerle abrir la puerta, de modo que tal vez le pareció un hombre. No lo sé.
    Gonzalo parecía molesto, y dijo bastante rudamente:
    —Tal vez no hay nadie de quien sospechar. Usted puede pensar que siente el dinero falso, pero ¿cómo sabe que puede hacerlo cuando está totalmente mareado? Puede ser que haya visto dinero real y que ninguna falsificación esté sucediendo.
    —No —dijo Levan enfáticamente—, y aunque así fuera, ¿qué harían dos extraños con una maleta llena de billetes de cien dólares? Nuevos. Pude oler la tinta. Incluso si no fueran falsificados, vendrían de alguna clase de crimen.
    —Tal vez todo el asunto... —dijo Gonzalo.
    Dejó la frase sin terminar, y Levan, calentándose un poco, dijo:
    —¿... es un elefante rosa? ¿Cree que imaginé todo?
    —¿Es imposible? Si no hay nadie de quien sospechar, si ninguno pudo estar involucrado, tal vez nada sucedió realmente.
    —No —dijo Levan—. Sé lo que vi.
    —Bien, ¿qué vio? —dijo Drake repentinamente, mirando a Levan a través del humo de su cigarrillo—. Usted estaba en la cocina. Vio el empapelado, si había, el color, los muebles. Los detalles de cocina no eran idénticos, ¿verdad? Puede entrar en cada casa e identificar en qué cocina estuvo, ¿no es así?
    Levan se sonrojó.
    —Desearía poder. La verdad es que no vi nada. Sólo estaban los dos hombres, la maleta sobre la mesa, y el dinero. Ocupaba toda mi atención, y ni siquiera puedo describir la maleta —Agregó a la defensiva—. No era yo. Estaba... estaba... Y además, después de quince o treinta segundos había desmayado. No supe dónde estaba.
    Avalon, preocupado, dijo:
    —¿Qué vas a hacer sobre esto, Chris? ¿Estás investigando por ti mismo? Eso podría ser peligroso, lo sabes.
    —Lo sé —dijo Levan—, y no soy un investigador. Emma, que tiene más sentido común en su pulgar izquierdo que el que yo tengo en todo el cuerpo, dijo que si trataba de hacer cualquier pregunta o buscar huellas, no sólo haría un tonto de mí mismo, sino que me podría meter en problemas con la policía. Dijo que era mejor que alertara al banco para ser cuidadoso con los billetes de cien dólares falsos y que investigara esos, cuando entraran, por los métodos habituales. Por supuesto, los billetes de cien dólares no están llegando. Supongo que los falsificadores no los pasarán en esta área.
    —Entonces —dijo Gonzalo descontento— no hemos llegado a ninguna parte y eso es frustrante. Henry, ¿puedes agregar algo a todo esto?
    Henry, que estaba parado junto al aparador, dijo:
    —Hay una pregunta que podría hacer, si me permite.
    —Adelante —dijo Levan.
    —Señor Levan, usted dijo, más temprano, que su esposa tenía su propia carrera en bienes raíces, pero dijo ‘creo’. ¿No está seguro?
    Levan pareció sobresaltado, y entonces rió.
    —Bien, nos casamos hace cinco años, cuando cada uno había estado soltero por un buen tiempo, y estábamos acostumbrados a la independencia. Tratamos de interferir el uno con el otro lo menos posible. Realmente, estoy seguro de que está comprometida con los bienes raíces, pero no hago preguntas y ella tampoco. Es uno de esos matrimonios modernos; un mundo diferente del primero.
    Henry asintió y quedó silencioso.
    —Bien —dijo Gonzalo impaciente—. ¿Qué tienes en mente, Henry? No te lo guardes.
    Henry parecía confuso.
    —Señor Levan —dijo suavemente—, cuando entró en la casa por la puerta lateral y la cerró detrás de usted, estaba en la oscuridad, creo.
    —Lo estaba, Henry.
    —Le dio vuelta al soporte de los paraguas. ¿Cómo sabía que había un soporte de paraguas?
    —Después de que me senté, sucede que lo sentí. Si no era un soporte de paraguas, era algo como eso.
    Henry asintió.
    —Pero usted le dio la vuelta antes de sentirlo, y cayó en una silla en la oscuridad con alivio, y disfrutó de la sensación del acolchado suave, lo dijo.
    —Sí.
    —Señor Levan —dijo Henry—. Las casas son iguales en cada detalle exterior, pero son libres de variar en interior, lo dijo usted, y presumiblemente todos lo variaron. Incluso en su estado no demasiado sobrio, se las arregló para sortear el soporte de los paraguas y caer en una silla. No tropezó con uno u olvidó la otra. No tuvo la más leve idea de que estaba en la casa equivocada en ese momento, ¿verdad?
    —No, no la tuve —dijo Levan, alarmado—. Fue sólo cuando abrí la puerta y vi los hombres...
    —Exactamente, señor. Usted esperaba encontrar la ubicación de los objetos como si estuviera en su propia casa, y así los encontró. Cuando se sentó en la silla, que usted pensó que era la suya, no encontró nada que lo sacara de esa convicción.
    —Oh, mi Dios —dijo Levan.
    —Señor Levan —dijo Henry—. Creo que usted estuvo en su propia casa después de todo. Bebido como estaba, encontró su camino a casa.
    —Oh, mi Dios —dijo Levan otra vez.
    —Usted no era esperado hasta mucho más tarde, de modo que pescó a su esposa por sorpresa. En su moderno matrimonio, claramente usted no sabía lo suficiente acerca de ella. Incluso ella le mostró afecto. Ella le había sacado afuera, y entonces vino a buscarlo con la historia inventada acerca del llamado telefónico. Para entonces, los hombres y la maleta se habían ido y desde entonces ella ha trabajado muy duro para evitar que usted le cuente la historia a la policía, o que haga algo al respecto. Me temo que es la única explicación que encaja con lo que nos ha contado.
    Por un momento hubo un silencio absoluto en el grupo horrorizado.
    Levan dijo con voz muy débil:
    —¿Pero qué hago?
    Y Henry, muy dolido, dijo:
    —No lo sé, señor Levan. Pero deseo que no rechace este trago.

    POSTFACIO
    Para el tiempo en que vendí la historia anterior, vi que tenía diez historias de una nueva colección de los Viudos Negros, y de esas diez, solamente había quedado sin vender “El conductor”
    Mientras esto sucedía, en mi primera colección de los Viudos Negros, “Los Cuentos de los Viudos Negros”, tenía nueve historias que habían aparecido impresas y tres que no. Esas historias que no habían sido publicadas previamente, estaban en esa condición involuntariamente. Alegremente las hubiera enviado a Fred si hubiera podido.
    De todos modos, una vez que el libro apareció me pareció que había funcionado apropiadamente. Algunos de los que compran el libro podían ser suscriptores de EQMM y habrían conseguido cada una de los Viudos Negros cuando aparecieron en la revista. Incluso teniendo en cuenta que su tolerancia y buenos corazones les harían leer de nuevo cada una con placer, me pareció algo decente darles tres historias que posiblemente no habían leído antes.
    En las colecciones que siguieron a la primera, mis registros mejoraron, y en cada caso (incluso en esta) llegué a la marca de diez, con sólo una sin vender. Sin embargo, en cada caso escribí dos historias más que no envié a nadie, sino que las guardé para la colección. Y así es ahora. La historia que acaba de leer, “La casa equivocada” y la que sigue, “La intrusión”, ambas fueron escritas específicamente para esta colección, y no han aparecido en otro lugar.





    LA INTRUSIÓN
    De la expresión del rostro de Mario Gonzalo podía parecer que había algo singularmente insatisfactorio acerca de este banquete de los Viudos Negros en particular.
    No había nada aparente que diera cuenta de ello. La cena, que consistió en un plato principal de pato asado, ahogado en salsa de cerezas oscuras y acompañado con arroz blanco, con la piel deliciosamente crocante y la carne tierna y húmeda, era una perfección. La salchicha en pasta que lo había precedido, y el generoso pastel de chocolate que lo había seguido representaban la actitud de Roger Halsted -¡me río de las calorías!-, quien era el anfitrión esa noche. Ahora que los Viudos Negros estaban sentados con sus brandy, interrogando a su invitado, todos en un estado de plenitud satisfactoria.
    El clima afuera era espléndido, y el invitado era una persona inteligente y de buena expresión cuya personalidad encajaba con el aura general de la sociedad. Aun Thomas Trumbull, con su mal carácter, estaba agradable y el polémico Emmanuel Rubin no había dicho nada en voz que fuera un decibel más alto que el de una conversación ordinaria.
    El nombre del invitado era Haskell Pritchard y era un funcionario. Ya se había establecido que estaba a cargo de la eliminación de residuos de seguridad y algún indicio de alegría al comienzo acerca de que tal vez tenía que manejar un camión de basura se esfumó bajo la indudable seriedad del problema.
    —El hecho es —había dicho Pritchard—, que se nos están terminando los lugares donde poner la basura, y necesitaremos algunas ideas nuevas sobre el asunto.
    —La basura, señor —dijo Rubin, un poco sardónicamente—, alguna vez fue materia prima, y esa materia prima vino de algún lugar, ciertamente no de dentro de esta ciudad. De dondequiera que viniera dejó un agujero, ya sea le llame usted una mina, una cantera o lo que sea. ¿Por qué no pone la basura en el agujero de donde vino?
    —Realmente —dijo Pritchard—, se ha pensado en eso. Ciertamente hay minas abandonadas, canteras y otras cosas en el campo y hubo intentos de negociar su utilización como vertederos. De todos modos, no se puede. Las personas están ansiosas de vender materia prima pero no lo están de aceptar los residuos después de que el consumidor las ha utilizado -aunque paguemos dos veces, una por tomar y otra por devolver.
    —Es un fenómeno sociológico común —dijo Geoffrey Avalon—. Todos están a favor de combatir el crimen o de enviar a los criminales a la cárcel, pero nadie quiere gastar dinero en la construcción de más cárceles para contener a esos criminales y, aun más, nadie quiere ninguna cárcel nueva en su vecindario.
    —No veo la relevancia de eso, Jeff —dijo Halsted.
    —¿No? —Las cejas de Avalon se levantaron—. Hubiera pensado que era obvio. Estoy hablando de la capacidad general del público de reconocer un problema y de que querer solucionarlo, pero de eludir cualquier inconveniente personal involucrado en la solución. También podría decir que es delicioso, después de una buena cena, estar discutiendo, de manera más o menos detallada, los problemas que afectan al bienestar público, sin cuestiones personales. Entiendo, señor Pritchard, que su trabajo, o su vida para el caso, no involucra por el momento algún enigma que esté robándole el sueño y la paz de su mente.
    Pritchard parecía sorprendido.
    —No puedo pensar en ninguno, señor Avalon. ¿Debería haber venido con algo de ese tipo, Roger?
    —Para nada, Haskell —dijo Halsted—. Es sólo que algunas veces nos enfrentamos con un acertijo, pero encuentro relajante no tener ninguno.
    —Yo no —dijo Gonzalo con energía, revelando las razones de su insatisfacción—, y espero no hacerlo nunca. Creo que todos ustedes se están poniendo viejos, y también creo que si el señor Pritchard piensa un poco encontrará algo interesante.
    Repentinamente Halsted se puso de mal talante y dijo, con tartamudeo suave que invadía su voz cuando estaba indignado o excitado:
    —Si estás tratando de decir, Mario, que mi invitado es aburrido...
    —Vamos, Roger —se interpuso James Drake—. Mario sólo quiere un enigma... Pero piensa un momento, Mario; ¿no debería tener Henry un descanso en alguno de los banquetes?
    —Seguro —dijo Mario—, y sólo servir los platos y retirar los vacíos, y darnos agua y tragos y todo lo que le pidamos. Él está teniendo un descanso grandioso.
    Henry, esa perfección de camarero, sin el cual los Viudos Negros eran impensables, permaneció parado junto al aparador, y, ante las palabras de Gonzalo, esbozó una pequeña sonrisa que jugó brevemente sobre su rostro sesentón sin arrugas.
    —Supongamos que tenemos una votación sobre el asunto —dijo Avalon—, con permiso del invitado. Hago la moción de que tengamos un banquete en el cual no haya nada más que conversación civilizada.
    —Todos los que están a favor de la moción de Jeff... —dijo Halsted.
    Y fue mientras las manos comenzaban a levantarse (menos la de Gonzalo) que sucedió algo señalado como un evento completamente sin precedentes en la historia de los banquetes de los Viudos Negros. Hubo una violenta intrusión de una persona no invitada.
    Se escuchó, para comenzar, el sonido de un forcejeo en las escaleras, algún vago levantar de voces, y un grito apagado de, ‘Por favor, señor, por favor...’
    Los Viudos Negros se paralizaron, asombrados, y entonces un hombre joven irrumpió en la habitación.
    Estaba ligeramente despeinado y respiraba con fuerza. Los miró uno por uno, y por detrás el camarero dijo:
    —No pude detenerle, caballeros. ¿Llamo a la policía?
    —No —dijo Halsted quien, como anfitrión, automáticamente tomó la iniciativa—. Nos haremos cargo. ¿Qué quiere, joven?
    —¿Son ustedes esos tipos, los Viudos Negros? —dijo el intruso.
    —Esta es una reunión privada —dijo Halsted—. Por favor, márchese.
    El intruso levantó una mano, apaciguador.
    —Me iré en un minuto. No estoy aquí para comer nada. Pero, ¿es este el lugar donde se reúnen los Viudos Negros, y son ustedes los tipos?
    Avalon, con la voz tan aguda como pudo, dijo:
    —Somos los Viudos Negros, señor. ¿Qué es lo que desea?
    —Bueno, ustedes ayudan a la gente, ¿verdad?
    —No, no lo hacemos. Tal como usted ha sido informado, esta es una reunión privada y no tenemos otro propósito que reunirnos.
    El intruso pareció perplejo.
    —Me dijeron que ustedes resuelven cosas. Tengo un problema —De repente, ya no se veía formidable. Era de altura media, con un espeso cabello negro, ojos y cejas oscuros, y casi atractivo. Parecía estar en la mitad de los veinte y, más allá de una casi teatral afectación de rudeza, tenía un toque de desamparo y confusión—. Me dijeron que me podían ayudar... con mi problema —dijo.
    El cuello de su camisa estaba abierto y su nuez, bastante visible, subía y bajaba.
    —Podría pagar algo.
    —¿Cuál es su problema? —dijo Gonzalo alegremente.
    Trumbull gruñó.
    —Mario —Se volvió hacia el intruso—. ¿Cuál es su nombre?
    —Frank Russo —dijo el intruso desafiante, como si esperara que alguien objetase el nombre.
    —¿Y dónde escuchó que nosotros resolvemos problemas?
    —Sólo lo escuché —dijo Russo—. No importa dónde, ¿verdad? Otros tipos que comieron con ustedes hablan, tal vez, y eso va de uno a otro. De modo que yo pregunté y averigüé que ustedes comen aquí en el Milano, un buen restaurante paesano -si tiene la pasta para pagarlo- y que iban a estar aquí esta noche, y pensé, maldita sea, si ustedes ayudan a otros, tal vez puedan ayudarme.
    —Sí —dijo Rubin, y parecía combativo—, pero exactamente ¿quién le dijo dónde y cuándo nos reuniríamos?
    —Si no les gusta —dijo Russo— que la gente hable de ustedes, entonces les digo que no les diré nada. La manera en que ustedes sabrán que no lo haré es que no hablaré del tipo que me dijo de ustedes.
    —Eso suena bastante justo para mí —murmuró Drake.
    —Ahora, si ustedes no quieren ayudarme —dijo Russo—, me iré. Sin embargo, después de eso, si escucho a alguna persona decir que ustedes ayudan a la gente, lo negaré.
    Hubo un silencio en ese momento, y entonces Russo dijo, con una nota de auténtica súplica en la voz:
    —¿Puedo al menos contarles lo que me está carcomiendo?
    —¿Cuál es el consenso? —preguntó Halsted—. El que esté a favor de escuchar a Russo que levante la mano —Él levantó la suya, y la mano de Gonzalo subió vigorosamente.
    —Bueno —dijo Drake—, escuchar no hará ningún daño —y levantó la suya.
    Halsted esperó, pero las manos de Avalon, Trumbull y Rubin permanecían resueltamente bajadas.
    —Tres a tres —dijo Halsted—. Lo siento, Haskell, puedo ver que estás ansioso por levantar la mano, pero no eres un viudo. Henry, ¿romperás el empate?
    —Bueno, señor Halsted —dijo Henry—, si usted insiste, entonces mi propio sentir es que cuando los Viudos están empatados en algún punto, las preferencias se deberían inclinar hacia el misericordioso. Es duro volverle la espalda a alguien en problemas —y levantó su mano.
    —Bien —dijo Halsted—. ¿Podrías traer una silla, Henry, y ponerla cerca de la puerta para el joven? Siéntese, Russo.
    Russo se sentó, puso las manos sobre las rodillas y miró alrededor ansiosamente. Ahora que había logrado su meta, parecía estar inquieto por el lugar en que se encontraba.
    —Haskell, interrumpiremos tu interrogatorio para hacernos cargo del señor Russo, si podemos. Espero que no te importe.
    —Por el contrario —dijo Pritchard—. Quería votar a favor del joven, como sospechabas, y estoy contento de que el camarero le pusiera su voto, aunque pensaba que sólo los miembros podían votar.
    —Henry es un miembro... Y ahora, Jim, ¿harías los honores?
    Drake apagó su cigarrillo.
    —Joven —dijo—, ordinariamente comenzaría preguntándole cómo justifica su existencia, pero no es un invitado nuestro y por lo tanto esa pregunta no corresponde. Puede decirnos cuál es su problema, pero debo prevenirle que cualquiera de nosotros puede interrumpir para hacer una pregunta, y que Henry, nuestro camarero, también lo puede hacer. A cambio, usted debe responder todas las preguntas completa y sinceramente, y debe comprender que no podemos garantizar que seremos capaces de ayudarle.
    —De acuerdo, eso me alcanza. Les contaré la historia, pero tienen que prometerme que no saldrá de esta habitación.
    —Le aseguro —dijo Drake— que nada de lo que pasa dentro de esta habitación es mencionado por los Viudos Negros afuera, aunque parece que al menos uno de nuestros invitados no se ajustó a la regla.
    —Entonces de acuerdo —Russo cerró los ojos por un momento como si estuviera decidiendo dónde comenzar. Entonces dijo con firmeza—: Tengo una hermana que acaba de cumplir dieciocho.
    —¿Cuál es su nombre? —dijo Gonzalo.
    —Se los diré —dijo Russo—, aun si no lo hubieran preguntado porque es parte del problema. Su nombre es Susan. Toda la vida le llamé Suzy, pero ahora tiene en la mente que quiere ser llamada Susan y así es como le decimos ahora.
    »Es mi hermana menor. Tengo veinticuatro años y he estado haciéndome cargo de ella por seis años... desde que murió nuestra madre.
    —¿Tiene empleo? —preguntó Avalon.
    —Claro que tengo empleo —dijo Russo indignado—. ¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Cómo podría haberme hecho cargo de mi hermana sin un empleo? Estuve conduciendo un camión para una cervecería desde que tenía quince y desde hace dos años tengo el puesto de supervisor. No soy rico, pero gano dinero honrado y puedo pagarles... algo.
    Avalon parecía incómodo.
    —No es un asunto de pago, señor. Sólo siga con la historia. ¿Su padre también ha fallecido?
    —No sé dónde está mi padre —dijo Russo—. Tampoco me importa. Él se fue —su brazo hizo un desdeñoso gesto final—. Yo cuido de Susan. La cuestión es que Susan no es... brillante.
    —¿Quiere decir que es retardada? —dijo Drake.
    —No es loca. No lo piensen. Sólo que no es brillante. Las personas podrían sacar ventaja de ella y no hay mucho que ella pueda hacer como trabajo.
    —Con cuidados educativos especiales... —comenzó Avalon.
    El rostro de Russo se retorció.
    —¿De qué sirve hablar de eso? No tengo el dinero para eso.
    Avalon enrojeció y murmuró:
    —Otra vez el problema sociológico. Las personas reconocen la necesidad y dicen querer una solución, pero si es cuestión de fondos públicos el contribuyente abotona su bolsillo.
    —Ella cocina —dijo Ruso—. Cuida el lugar. También puede hacer las compras, y los muchachos del vecindario la conocen y se aseguran de que no le suceda nada. Si alguno se sale de la línea, alguien le dará su merecido.
    Su puño se cerró y en sus ojos se vio una mirada de acero.
    —Todos son cuidadosos, se los aseguro, pero es algo que ha estado preocupándome más y más. Ella es la niña más buena del mundo, siempre deseando ayudar, siempre sonriente. Se cuida ella misma realmente bien, y la cuestión es que ella está comenzando a ser muy atractiva. Es algo por qué preocuparse, ¿saben a qué me refiero?
    —Sabemos lo que quiere decir —dijo Drake—. ¿Le gustan los hombres?
    —Seguro que sí. Le gustan todos, todo el mundo, pero no sabe sobre esa clase de cosas. No lee y nadie le habla sucio, se lo puedo asegurar. Pero en estos días uno tiene que ser cuidadoso con las películas que ella ve; y ya que estamos... uno tiene que ser cuidadoso con la televisión, ¿saben qué quiero decir? Además, cualquier tipo quiere algo, ella aceptará, porque tiene buenos sentimientos, ¿saben qué quiero decir?
    —¿Tiene usted una novia? —dijo Drake.
    —¿Qué se supone que quiere decir? —dijo Russo rápidamente—. ¿Cree que soy gay?
    —Le estoy preguntando si tiene una novia.
    —Claro que sí.
    —¿Sabe sobre Susan?
    —Claro que sí. Y cuando nos casemos, ella sabe que deberemos seguir cuidando a Susan. Y está dispuesta. Se queda con ella por las noches cuando me tengo que salir. Como ahora.
    Avalon se aclaró la garganta y preguntó, tan delicadamente como pudo:
    —¿Ha pensado que, con una operación, ella podría...?
    Claramente Russo había pensado en eso ya que no permitió que terminara la pregunta.
    —No vamos a cortarla.
    —¿Ha hablado con su predicador? —dijo Gonzalo.
    —Nah... —dijo Russo—. Ya sé lo que dirá. Sólo dirá que sigamos haciendo lo que estamos haciendo y que confiemos en Dios.
    —Ella podría ser una buena monja —dijo Gonzalo.
    —No, ella no tiene vocación. Y yo no voy a hacerla monja sólo por librarme de ella. Yo no quiero librarme de ella, ¿sabe?
    —¿Espera que ella se case algún día? —dijo Rubin.
    —Puede ser —dijo Russo, desafiante—. Sería una buena esposa; mucho mejor esposa que la mayoría que veo por allí. Tiene buenos sentimientos, es trabajadora, limpia —Dudó—. Por supuesto, quien se case con ella tiene que entender que ella no es lista, y que tendrá que cuidar de ella porque cualquiera podría tomar ventaja, si sabe qué quiero decir. Y tendrá que tener eso en cuenta si alguien lo hace, y no tomárselas con ella.
    —¿Qué pasa si tiene niños?
    —¿Qué pasa si los tiene? Ella los cuidaría bien. Y ellos no tienen que ser como ella. Yo no lo soy. Mi mamá no lo era.
    De repente, Trumbull hizo sonar la copa de agua con la cuchara. Hubo un silencio.
    —Caballeros —dijo—, esto está todo bien, pero el señor Russo nos está haciendo perder el tiempo. ¿Cuál es el problema? No han nada que podamos hacer con su hermana, si ese es el problema. Si ha venido a pedir consejo acerca de qué hacer con ella ahora que tiene dieciocho años, me parece que yo diría lo mismo que el predicador, seguir haciendo lo que está haciendo y confiar en Dios. Hago la moción de que terminemos este asunto ahora.
    —Hey, espere —dijo Russo, ansioso—. No les he contado mi problema todavía. Toda esta cuestión ha sido sólo para explicar.
    —Bien, entonces, señor Russo —dijo Halsted—, creo que entendemos lo de su hermana. ¿Nos contaría su problema ahora?
    Russo se aclaró la garganta y hubo un momento de silencio mientras parecía una vez más estar eligiendo entre comienzos alternativos.
    —Hace dos semanas —dijo—, el día diez, mi hermana fue recogida.
    —¿Por la policía? —preguntó Gonzalo.
    —No, por algún tipo. Ninguno del vecindario. No sé quién era el tipo. Yo estaba trabajando, por supuesto, y Susan había salido a hacer algunas compras. Ella tenía estrictas instrucciones de no hablar con nadie que no conociera. Nunca. Pero adivino que debió hacerlo esta vez. Hice un montón de preguntas por el vecindario en las dos últimas semanas. Todos conocen a Susan y todos estaban contrariados, y de lo que un tipo decía a lo que decía otro, lo que parece es que estaba conversando con un tipo alto, delgado, buen mozo, pero nadie pudo jurar exactamente cómo era, excepto tal vez que tenía cabello rubio. Les dije que cómo permitieron algo así, que estuviera conversando con un tipo extraño. Todos me dijeron que pensaron que era algún amigo porque se imaginaban que Susan no hablaría con un extraño.
    »La llevó en un automóvil y cuando regresé del trabajo ella aún no había regresado, y puedo decirles que me volví loco. Corrí por todo el vecindario y tuve a todos los tipos revisando todo —sacudió la cabeza—. No sé qué hubiera hecho si ella no regresaba a casa.
    —Entonces, ¿ella regresó a casa? —dijo Trumbull.
    —Cuando estaba oscureciendo. Como sea, la había puesto sobre un tren y ella se bajó en la estación correcta, gracias a Dios, y supo lo suficiente para tomar un taxi. Tenía dinero. Todavía tenía su billete de tren y creo que vino desde Larchmont en Westchester.
    —¿Estaba ella bien? —preguntó Gonzalo.
    Russo asintió.
    —No estaba herida. Logré no decirle nada en el momento, pero al día siguiente me quedé en casa, avisando que estaba enfermo, y la tuve contándome todo lo que había pasado. Tenía que saber.
    »Bueno, se encontró al tipo y él le habló, y la siguió, ya saben. Ella dijo que era muy buen mozo y que hablaba bien y que le compró un refresco de helado, y le preguntó si quería un paseo en su coche y que era un coche muy hermoso. Bueno, no se pudo resistir; siempre está de acuerdo con lo que sea de todos modos. Me imagino que él es uno de esos tipos de clase alta que viene a un vecindario pobre a recoger algo fácil de pagar. Esta vez recogió algo fácil por nada, excepto un refresco de helado.
    —¿Acaso él...? —comenzó Avalon.
    Russo lo cortó.
    —Sí. Lo hizo.
    —¿Cómo lo sabe?
    —Porque Susan me lo dijo. Ella no sabía de qué se trataba, y me lo dijo. El sucio... —Se controló, entonces dijo furiosamente—: Él tuvo que saber que ella no sabía de qué se trataba. Él tuvo que saber que ella no era... lista. Fue como tomar ventaja de un niño pequeño.
    —Si ella hubiera tenido la instrucción apropiada... —comenzó Avalon, pero recibió una mirada furiosa de Russo, se detuvo, y miró para otro lado.
    —¿Cómo se siente su hermana acerca de esto? —dijo Rubin.
    —Ella piensa que fue grandioso. Esa es la peor parte. Querrá hacerlo otra vez. Se lo sugerirá a los tipos.
    —No —dijo Rubin—, esa no es la peor parte. ¿Está embarazada?
    —Cuide su lenguaje —dijo tenso Russo.
    Rubin levantó sus cejas.
    —Permítame decirlo de otra manera. ¿Está esperando familia?
    —No, gracias a Dios. No lo está. Ha tenido su... periodo... desde entonces. Está todo bien.
    —Bien, entonces, señor Russo —dijo Trumbull—, ¿cuál es su problema?
    —Quiero encontrar al tipo —dijo Russo.
    —¿Por qué? —dijo Avalon.
    —Quiero enseñarle una lección.
    Avalon sacudió su cabeza.
    —Si estuviera pensando en matarle, no podemos ser parte de eso. Tal como están las cosas, su hermana es mayor de dieciocho años, y no ha sido llevada más allá del límite estatal. No fue herida ni embar... espera familia. Fue con él voluntariamente y tuvo un buen momento, y él siempre puede alegar que no tenía idea de que ella era retar... no responsable. No creo que pueda ser acusado de secuestro. Ella fue regresada puntualmente y no hubo pedido de rescate. De hecho, no creo que pueda ser acusado de ningún crimen para nada.
    —Es por eso que no voy a la policía —dijo Russo—. De todos modos no podría, aun si pudiera endilgarle un crimen. No puedo permitir que la gente sepa lo que le pasó a Susan. Sería una desgracia para ella y para mí. Y si los tipos saben que ella no es... no es... ustedes saben lo que quiero decir, no la respetarán. Se pueden imaginar, bueno, tantos como somos, qué importa uno más.
    »De modo que tengo que encontrarlo. No voy a matarlo, pero sólo quiero explicarle que lo que hizo no estuvo bien, y ya que probablemente yo no tengo su educación y no se lo puedo explicar con palabras finas, me gustaría usar una clase diferente de lenguaje. Escuchen, es posible que le haga eso a las hermanas e hijas de otras personas y tal vez, sólo tal vez, si le arreglo el rostro un poco así no es tan buen mozo, no será tan fácil la próxima vez.
    —Simpatizo con su punto de vista —dijo Avalon—. Creo que el hombre es un canalla y que le vendría bien pagar por su intrusión en la vida de su hermana y la suya... pero no logro ver cómo podemos ayudarle a encontrarlo.
    —Realmente —dijo Russo—, Susan recuerda algunas cosas.
    —Por ejemplo.
    —Ella dijo que el tipo decía siempre, ‘No te preocupes. No te preocupes’. Por supuesto, el sucio bastardo. Él no tenía nada de qué preocuparse. Pudo ver que ella era una chica limpia y que no le daría nada; sin embargo con su clase de vida, él pudo darle algo a ella, y no quiero decir un bebé.
    —Sí, comprendemos —dijo Avalon—, pero ¿qué recordaba Susan?
    —Bueno, él dijo, ‘No te preocupes. No te preocupes’ y entonces dijo, ‘Mira, esa es mi casa, y mira cómo se llama’.
    —¿Cómo se llama la casa? —preguntó Gonzalo.
    —Sí. Uno de esos lugares lujosos que hay en los suburbios con un nombre, imagino. Ya saben, un trozo de madera sobre el césped con el nombre escrito. Esa es la clase de tipo que es, trabajo de lujo, casa de lujo, familia de lujo, y cuando la esposa de lujo y los niños salen de unas vacaciones de lujo, él se queda en casa y sale a hacer la ronda por allí.
    —¿Cuál era el nombre de la casa? —dijo Trumbull con una visible impaciencia acumulada.
    —Susan dijo que la casa había sido nombrada para ella. Ella dijo que este tipo pensaba que ella era una santa.
    —¡Qué!
    —Ella dijo que la casa se llamaba ‘Santa Susan’.
    —¿Está seguro? —dijo Halsted—. ¿Pudo Susan leerlo?
    —Ella puede leer algo, pero realmente dijo que él se lo leyó. Eso me hace pensar que tal vez estaba en letras de fantasía porque una palabra que Susan puede leer fácilmente en letra de imprenta es su propio nombre. Ella dice que él leyó el nombre y que eso la hacía santa. Ella sabe qué son las santas, y le encantó. Pensó que el nombre de la casa era por ella —Russo sacudió la cabeza tristemente—. Ese es el tipo de cosas que ella pensaría.
    —Nunca escuché sobre una Santa Susan —dijo Halsted—. ¿Hay alguna?
    —No juraría que no lo hay —dijo Rubin—, pero nunca escuché de alguna tampoco. ¿Y tú, Jeff?
    Avalon sacudió la cabeza.
    —¿Por qué no podría una casa ser llamada Santa Susan —dijo Gonzalo—, aunque no hubiera ninguna en la lista? Tal vez era una referencia a su esposa o a su madre.
    —No vas diciéndole a tu esposa o a tu madre que es una santa en una tabla sobre el césped —dijo Rubin.
    —Los hay de todo tipo —dijo Gonzalo.
    —Hay un punto más —dijo Russo—. Le dijo a Susan que la razón de haber nombrado la casa Santa Susan era por su propio nombre. No por el de su madre o esposa, saben, sino por su propio nombre. Por supuesto, eso también le hizo gracia a Susan. Eso quería decir que la casa tenía el nombre por él y por ella. De las reacciones de Susan a todo esto y por todas las demás cosas que debe haber dicho, ese desgraciado debe haber sabido que ella no era... una... persona completa. Él tuvo que saber que estaba haciendo algo terrible. No tiene excusa.
    —Estoy de acuerdo —dijo Halsted—, pero ¿hay algo más? ¿Es sólo que la casa se llamaba ‘Santa Susan’ y que eso era por su nombre? ¿Cuál era su nombre?
    Russo sacudió la cabeza.
    —No lo sé. Susan no puede recordar. Susan nunca recuerda nombres. Sabe que yo soy Frank, pero le dice a cualquier otro ‘Johnny’. Ella no recuerda el nombre del tipo. Tal vez nunca se lo dijo por lo que sé.
    —¿Eso es todo, entonces? ¿Nada más?
    Russo sacudió la cabeza otra vez.
    —Eso es todo. ¿Entonces qué hago? ¿Cómo encuentro al tipo?
    —Me temo que su hermana debe haberse equivocado —dijo Gonzalo—. ‘Santa Susan’ parece tonto, y no puede tener conexión con el tipo. Él no se llama Susan, estoy seguro. A menos que haya un nombre de varón que suene como Susan.
    —¿Sampson? ¿Simpson? —dijo Drake.
    —¿Santo Sampson? ¿Santo Simpson? —dijo Gonzalo—. Son peores que Santa Susan.
    Pritchard levantó la mano.
    —¡Caballeros! Discúlpenme.
    —Sí, Haskell —dijo Halsted.
    —Sé que no soy miembro de los Viudos Negros y que no puedo votar. Pero, ¿puedo participar en esta discusión?
    —Oh, seguro. No hay intención de excluirte.
    —¿Podría ser Susan —dijo Pritchard— el apellido de este tipo? Si vive en Larchmont, se pueden buscar personas con ese apellido en la guía telefónica.
    Russo parecía contrariado.
    —Eso pensé yo mismo, y busqué la guía telefónica de Larchmont. No hay apellidos Susan allí. Por supuesto, pude intentar otras ciudades. Él pudo haber llevado a Susan hasta la estación de Larchmont desde otra ciudad.
    —Bueno, veamos —dijo Rubin—. ¿Puede haber alguna sutileza allí? Susan es un nombre muy común. De hecho, he visto estadísticas que dicen que en el momento actual es el más común de los nombres femeninos, más común aun que María. Eso viene del popular libro apócrifo Susanna y los Ancianos, que estaba eventualmente incluido en el Libro de Daniel.
    Sonrió algo burlonamente a través de su escasa barba.
    —Siento mucho si esto sonó un poco pedante. Generalmente dejo esta clase de cosas a ti, Jeff, pero ‘Susanna y los Ancianos’ está generalmente considerada como la primera historia de detectives de la literatura occidental y por eso me interesa profesionalmente.
    —¿Y esto tiene algún punto más allá del hecho de que te interesa? —dijo Trumbull.
    —Sí, lo tiene, porque Susanna es la forma inglesa del nombre hebreo Shoshannah, que sucede que significa ‘azucena’.
    —¿Y alegas que el nombre del tipo es Azucena? —dijo Gonzalo.
    —Su apellido —dijo Rubin fríamente—, podría ser Azucena, o Asucena, con una ‘s’. ¿Por qué no?
    —Podría ser —dijo Avalon—, y si el señor Russo está completamente determinado a seguir todas las direcciones, supongo que puede seguir esa. De todos modos, no imagino que nadie sino el más devoto pedante -tal como el que todos insisten en señalar en mí- si quiere nombrar a la casa como él mismo, lo haría con la versión hebrea de su nombre, sólo en orden de terminar con ‘Santa Susan’. Seguramente podría también haberle puesto ‘Santa Lily’ y terminado.
    —Bueno —dijo Halsted—. ¿Alguien más tiene alguna idea?
    Hubo silencio alrededor de la mesa.
    —Lo siento, señor Russo —dijo Halsted—, pero la información que nos ha entregado simplemente no es suficiente. Tal vez sea mejor tomar la actitud de que su hermana no ha sido realmente herida y decidir que aunque el incidente fue deplorable, no hay nada que hacer sino olvidarlo.
    —No —dijo Russo, empecinado—. No puedo olvidarlo. Tendré que seguir buscando. Si me toma toda la vida —agregó melodramáticamente.
    Se levantó.
    —Siento que no hayan podido ayudarme. Siento mucho haber interrumpido su cena.
    —Espere un momento —dijo Gonzalo—. ¿Qué es esto? Nadie le ha preguntado a Henry todavía.
    —Pregunté si alguien más tenía ideas —dijo Halsted—. Eso incluía a Henry, ¿verdad? Henry, ¿tengo que preguntarte específicamente?
    Henry parecía compungido.
    —Es difícil para mí, señor Halsted, pensar en mí mismo como en un Viudo Negro.
    —Eso es muy irritante, Henry —dijo Halsted—. No pasa un solo banquete sin que te digamos que tú eres un Viudo Negro.
    —Y el mejor de todos —murmuró Trumbull.
    —Entonces, ¿tienes una sugerencia que hacer? —preguntó Halsted.
    —No exactamente todavía —dijo Henry—, pero tengo una pregunta que hacer.
    —Adelante y pregunta.
    —Bueno, adelante, camarero —dijo Russo—. Si usted es uno del grupo, pregunte.
    —Señor Russo —dijo Henry—, usted dijo que su hermana no recuerda los nombres. Si usted fuera a sugerirle un nombre a ella, ¿supone que recordaría si el nombre era el del hombre que la llevó?
    Russo dudó.
    —No lo sé. Si usted le dice un nombre, podría decir, ‘Sí, ese es el nombre’, sólo por agradar, ya sabe.
    —Pero suponga que le doy tres nombres y usted intenta con los tres, y ella elige uno de ellos y dice que es ése y no los otros dos. ¿Sería confiable?
    —Podría ser —dijo Russo, dudando—. Nunca intenté nada como eso.
    —¿Puede hablarle a su hermana por teléfono, señor Russo?
    —Sí. Seguro. Está en casa en este momento, con mi novia.
    —Entonces llámela y pregúntele si el nombre del hombre era Bill. Entonces pregúntele si el nombre del hombre era Joe. Y entonces pregúntele si el nombre del hombre era Fred.
    Russo miró hacia los demás.
    —Hay un teléfono por allí —dijo Halsted—, cerca del guardarropas —Levantó una moneda.
    —Tengo una moneda, gracias —dijo Russo. La puso en la ranura y marcó—. Hola, Josephine, soy Frank. Escucha, ¿está Susan dormida? - ¿Puedes ponerla al teléfono? - Bueno, ya sé, pero es importante. Dile que me hará muy feliz si viene al teléfono y que tomará sólo un minuto y que luego puede volver al programa, ¿de acuerdo? —Esperó y dijo—: Ella está viendo la televisión - Hola, Susan, ¿estás bien? Sí, soy Frank. Tengo que hacerte una pregunta. ¿Recuerdas al tipo que te llevó a dar una vuelta en su coche? Sí, sí, ese tipo, pero no me digas lo que hizo. Lo sé. Lo sé. De acuerdo, escucha, Susan muñeca, este tipo, ¿se llamaba Bill?
    Puso la mano sobre la bocina y dijo en un susurro ronco a los Viudos Negros en general:
    —Ella dice que tal vez. No se puede contar con eso.
    —Intente con Joe —dijo Henry en voz baja.
    —Susan —dijo Russo en el teléfono—. Tal vez era Joe. ¿Crees que era Joe, cielo?
    Otra vez su mano fue colocada sobre la bocina y sacudió la cabeza.
    —dice que tal vez. Dirá eso a cualquier cosa que intente.
    —Ahora intente Fred —dijo Henry.
    —Susan —dijo Russo—. ¿Qué tal Fred? ¿Pudo haber sido Fred?
    Hubo una pausa y entonces se quedó con los ojos abiertos como platos por encima de sus hombros hacia los Viudos Negros.
    —Está gritando, ‘Es Freddie. Es Freddie’ —Sostuvo el teléfono en su dirección y el sonido de un chillido femenino era claro.
    —Gracias, Susan —dijo Russo en la bocina—. Eres una buena chica. Ahora vete a ver la televisión - Sí, llegaré pronto a casa.
    Colgó el teléfono.
    —Ese Fred está bien —dijo—. No fue un ‘tal vez’ para ser buena. Estaba saltando arriba y abajo. ¿Cómo lo supo?
    Henry sonrió desmayadamente.
    —Fue sólo un acierto. Verá, hubo un monarca prusiano en el siglo XVIII llamado Frederick el Grande...
    En este punto, Avalon comenzó a hablar de repente.
    —Buen Dios, Henry, ¿por qué estas cosas se te ocurren cuando las he olvidado completamente?
    —Estoy seguro, señor Avalon, que de haber pensado unos pocos minutos más también se le hubiera ocurrido a usted.
    —Espere —dijo Russo, frunciendo el ceño—, ¿qué es todo esto? ¿Qué tiene que ver ese Frederick el Grande con algo?
    —Bueno —dijo Henry—, Frederick era un monarca trabajador quien construyó un pequeño castillo en una población rural al que se podía retirar de vez en cuando y estar relativamente libre de los asuntos de estado. Era casi como el presidente americano saliendo para Camp David por el fin de semana. En este castillo, Frederick podía reunirse con eruditos y escritores y tener conversaciones intelectuales. Le llamó al castillo, ‘Sin Problemas’, o ‘Sin Preocupaciones’. Pensé en eso cuando usted describió cómo ese hombre le decía a su hermana que no se preocupara y que entonces señalaba el nombre de la casa como si hubiera una conexión.
    Russo tenía un honesto desconcierto en el rostro.
    —¿Llamó a su casa ‘No te preocupes’? —dijo.
    —No exactamente. Frederick el Grande, aunque era gobernante de un reino alemán, hablaba francés, y llamó a su castillo con la frase en francés que significa ‘sin cuidado’. La llamó Sans Souci. Imagino que este hombre que llevó a su hermana se llama Frederick y que tenía la educación suficiente para haber escuchado sobre Sans Souci, y tuvo l afectación de copiar al gran Frederick en este aspecto. Estoy seguro, señor Russo, que si va hasta Larchmont o a las ciudades vecinas, y mira el directorio por una casa que lleve ese nombre y cuyo propietario se llame Frederick, lo encontrará.
    —¿Es esto real? —dijo Russo—. ¿San Susi? Nunca escuché de eso. Pero seguro que Susan hubiera pensado que era Santa Suzie. Y aunque ella quiere ser llamada Susan, toda su vida fue Suzie y tendría las dos mezcladas y decir que era Santa Susan —Levantó la mirada muy serio, y frotó el puño derecho con la palma de la mano izquierda—. Creo que voy a encontrar a este tipo.
    —Por supuesto que podrá —dijo Henry—, pero si lo hace, ¿puedo sugerirle algo?
    —Seguro.
    —Nosotros los Viudos Negros no podemos estar a favor de la violencia. Si sucede que este Frederick es un hombre casado con una posición respetable en la comunidad, yo simplemente discutiría el asunto con la esposa. Evitará lo que puede ser un roce serio con la ley, y pienso que el resultado sería entonces mucho menos placentero para el hombre que un rostro maltratado.
    Russo pensó por un momento.
    —Tal vez —Y se fue.
    —Esa fue una sugerencia cruel, Henry —dijo Avalon.
    —El hombre ha realizado una mala acción —dijo Henry.
    POSTFACIO
    Aquí hay otro caso en el cual (como en ‘El Buen Samaritano’) me las arreglé para torcer la regla habitual sin causar daño irremediable. Después de todo, hasta ahora los Viudos Negros han resuelto no menos de cuarenta y siete problemas y al menos no es imposible que la palabra haya fallado, y que por lo tanto algo debía suceder como lo hizo en esta historia: una intrusión.
    Y por eso digo adiós otra vez, y muy renuentemente. Hay pocas de las historias que escribo que disfrute tanto como mis Viudos Negros, y habiendo escrito ya cuarenta y ocho en total no ha disminuido en absoluto mi placer, ni se han gastado mis dedos de escribir. No puedo garantizar que esto sea cierto también con mis lectores, pero ciertamente lo espero.


    FIN

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