LAS REVELACIONES DE BECKA PAULSON (Stephen King)
Publicado en
febrero 10, 2010
(1984 - The revelations of Becka Paulson)
Lo que pasó fue muy simple, por lo menos al principio. Lo que pasó fue que Rebecca Paulson se disparó en la cabeza con el revólver del calibre 22 de Joe, su marido. Ocurrió durante la limpieza anual de primavera, es decir, más o menos a mediados de junio (como todos los años). Becka solía atrasarse en estas cosas.
Estaba subida a una escalera revolviendo los trastos acumulados en el estante más alto del armario del vestíbulo de la planta baja, mientras el gato de los Paulson, un macho grande y de piel rayada que se llamaba Ozzie Nelson, la vigilaba desde la puerta de la sala de estar. De la sala llegaban las voces nerviosas de otro mundo que brotaban del gran televisor Zenith de los Paulson, que más tarde sería mucho más que un televisor.
Becka cogió un puñado de objetos y los revisó, con la esperanza de que todavía sirvieran, pero sin creerlo en el fondo. Había cuatro o cinco gorros invernales de punto, todos apolillados y deshilachados. Los tiró al suelo. También dio con las Novelas condensadas del Reader's Digest del verano de 1954: «Corre en silencio», «Corre a las profundidades» y «Con los ojos desorbitados». El volumen estaba tan hinchado por el agua que tenía el tamaño de la guía telefónica de Manhattan. Lo tiró hacia atrás. ¡Ah! Allí había un paraguas que parecía recuperable... y una caja con algo dentro.
Era una caja de zapatos. Becka no sabía lo que había dentro, pero era algo pesado. Cuando cambió la caja de sitio, el objeto se movió en el interior. Quitó la tapa y también la tiró hacia atrás (casi golpeó a Ozzie Nelson, que decidió marcharse de allí). Dentro de la caja había un revólver de cañón largo y cachas de madera.
-Vaya- exclamó -Era esto- Lo sacó de la caja sin darse cuenta de que estaba cargado y sin seguro, y le dio la vuelta para mirar por el cañón, pensando que si había una bala dentro la vería.
Se acordaba del revólver. Hasta hacía cinco años, Joe había sido miembro de los Derry Elks. Hacía unos diez años (o tal vez quince), había comprado quince boletos de la rifa de los Elks en un momento en que estaba borracho. Becka se había enfadado tanto con él que durante dos semanas no le había dejado que le metiera el canario. El primer premio había sido un Bombardier Skidoo; el segundo, un motor Evinrude. El revólver del calibre 22 había sido el tercero.
Joe había estado disparando con él en el patio, rompiendo latas y botellas durante un tiempo, hasta que Becka se quejó del ruido y Joe se llevó el revólver al hoyo de grava del final del camino; Becka se había dado cuenta de que su marido ya estaba perdiendo el interés, aunque seguiría disparando durante varios días para que ella no pensara que le había ganado la partida. Después, el revólver desapareció. Becka pensó que Joe lo había cambiado por otra cosa, llantas para la nieve, quizás, o una batería... pero allí estaba.
Becka escudriñó el cañón del revólver en busca de la bala. No vio más que negrura. Por lo tanto, debía de estar descargado.
Voy a hacer que se deshaga de esto de una vez por todas, pensó mientras bajaba de la escalera. Esta misma noche. Cuando vuelva de correos, me pondré en jarras frente a él y le diré:
,. Los niños, ya se sabe, olvidan fácilmente. Pero algún recuerdo subconsciente debió de quedar, porque cuando Moss Harlingen apretó el gatillo, tal como había soñado todas las noches de los últimos treinta y dos años de su vida, y mientras los ecos del disparo se perdían entre los troncos para desaparecer en el silencio de la inmensidad de los bosques del norte de Maine, Moss susurró: «Tú no, Em, esta noche no». Que Jesús se lo hubiera contado dos horas después de que Moss se presentara para devolver a Joe una caña de pescar fue un dato en el que no reparó Becka.
Alice Kimball, maestra de la escuela de Haven, era lesbiana. Jesús se lo dijo a Becka el viernes, poco después de que la señora en cuestión, vestida con un traje pantalón verde que le daba un aire muy puesto y respetable, hubiera llamado a la puerta para pedir dinero para la campaña contra el cáncer.
Darla Gaines, la bonita joven de diecisiete años que repartía el periódico dominical, tenía quince gramos de «hierba cojonuda» entre el colchón y el somier de la cama. Quince minutos después de que Darla fuera a cobrar las cinco últimas semanas (tres dólares más una propina de cincuenta centavos de la que Becka se arrepintió después), Jesús le dijo que Darla y su novio se fumaban la marihuana en la cama después de hacer lo que llamaban «el rebote horizontal». Casi todos los fines de semana, de dos a tres, hacían el rebote horizontal y fumaban hierba. Los padres de Darla trabajaban en Derry, en El Zapato Soberbio, y no llegaban a casa hasta pasadas las cuatro.
Hank Buck, otro de los amigotes de Joe, trabajaba en un gran supermercado de Bangor y odiaba tanto a su jefe que el año anterior le había echado media caja de laxantes en un batido de chocolate cierto día en que él, el jefe, lo había mandado a McDonald's por la comida. El jefe se había cagado en los pantalones a las tres y cuarto de la tarde, mientras cortaba un filete en la charcutería. Hank se las arregló para aguantarse hasta la hora de salir, después se sentó en el coche y se rió tanto que casi se cagó encima también él. «Se rió, ¿entiendes?», le dijo Jesús a Becka. «Se rió. ¿Te lo imaginas?»
Y aquello era sólo la punta del iceberg, por decirlo de alguna manera. Parecía que Jesús sabía cosas desagradables o turbadoras de todos los habitantes del pueblo... por lo menos de todos los que estaban en contacto con Becka.
Era imposible vivir con aquellos secretos.
Pero tampoco sabía Becka si podría vivir sin ellos.
De una cosa sí estaba segura: tenía que hacer algo. Algo.
-Ya haces algo- le dijo Jesús. Hablaba desde detrás de ella, desde el cuadro que estaba encima del televisor, por supuesto que sí, y la idea de que la voz surgiera de su propio interior y de que fuese una mutación fría de sus propios pensamientos... no era más que un espejismo horrible y pasajero. -En realidad, ya casi has terminado esta parte, Becka. Lo único que te falta es soldar el cable rojo al punto que hay detrás de ese chisme... no, ése no, el otro, el que está al lado... eso es. ¡No tanta soldadura! Es como el fijador, Becka. Con un poquito basta.-
Resultaba extraño oír a Jesús hablar de fijadores...
Joe despertó a las dos y cuarto, se quitó a Ozzie de encima y fue hasta el fondo del patio, regó la hiedra con una larga meada y enfiló hacia la casa para ver a los Yankees contra los Red Sox. Abrió la nevera de la cocina, miró de reojo los pedacitos de cable que había en el estante y se preguntó en qué andaría metida su mujer. Dejó estar el asunto y cogió una botella grande de cerveza.
Fue a la sala. Becka estaba en la mecedora, fingiendo leer un libro. Unos diez minutos antes de que entrara Joe había terminado de soldar los cables del artilugio a la consola del Zenith, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Jesús.
«Hay que tener cuidado cuando se quita la tapa trasera de un televisor, Becka», le había dicho Joe. «Ahí dentro hay más voltios que una tienda de electrodomésticos.»
-Creía que ibas a calentar algo para mí- apuntó Joe.
-Puedes hacerlo tú- replicó Becka.
-Sí, supongo que sí- dijo Joe, dando por terminada la última conversación que tendrían.
Apretó el interruptor del televisor y más de dos mil voltios le recorrieron el cuerpo. Se le abrieron los ojos de par en par. Cuando sufrió la sacudida, la mano se le contrajo con tanta fuerza que la botella de cerveza se rompió y el vidrio se le hundió en los dedos y en la palma. La cerveza espumeó y se derramó.
-¡IIIIIUUUUUAARRRREEEMMMMM!- gritó Joe.
La cara empezó a ponérsele negra. Un humo azul le salía del cabello. Su dedo parecía pegado al interruptor del Zenith. Apareció una imagen en la pantalla. Mostraba a Joe y Nancy Voss jodiendo en el suelo de la estafeta de correos, sobre una alfombra de catálogos, boletines oficiales y publicidad de las carreras de caballos.
-¡No!- aulló Becka y la imagen cambió. Entonces vio a Moss Harlingen detrás de un pino caído, apuntando con un rifle 30-30. La imagen volvió a cambiar y vio a Darla Gaines y a su novio practicando el rebote horizontal en el dormitorio de Darla, mientras Rick Springfield les miraba fijamente desde la pared.
La ropa de Joe Paulson se incendió.
La sala de estar se había llenado de olor a cerveza cocida.
Un momento después explotó el cuadro tridimensional de Jesús
-¡No!- chilló Becka, al comprender de pronto que desde el principio había sido ella y sólo ella quien lo había pensado todo, quien de alguna manera había leído los pensamientos de aquellas personas; había sido el agujero en la cabeza y el agujero le había hecho algo en el cerebro; se lo había vigorizado, como quien dice. La imagen de la pantalla cambió de nuevo y Becka se vio bajando de la escalera con el revólver calibre 22 en la mano, apuntándose con él... parecía una mujer a punto de suicidarse más que un ama de casa en día de limpieza.
Su marido se estaba poniendo negro delante de sus propios ojos.
Corrió hacia él, le cogió la mano carbonizada y húmeda... y también ella recibió la descarga eléctrica. No pudo apartarse, como el conejo de los dibujos animados que no pudo despegarse del muñeco de brea a quien había dado una bofetada por insolente.
Jesús, Jesús, pensó cuando la corriente la fulminó y la hizo poner de puntillas.
Y una voz enloquecida, como un maullido, la voz de su padre, se elevó en su cabeza. Te he engañado, Becka. ¿A que sí? Y has picado como una tonta.
La tapa trasera del televisor, que Becka había vuelto a poner en su sitio después de hacer los cambios (por si acaso a Joe se le ocurría echar una mirada), salió despedida hacia atrás con un gran relámpago de luz azul. Joe y Becka Paulson cayeron sobre la alfombra. Joe ya estaba muerto. Y cuando el papel humeante de la pared de detrás del televisor empezó a quemar las cortinas, Becka también.
Edición española: Editorial Emece
Título: Caricias de Horror
Edition Original: I Shudder At Your Touch
Copyright 1984
Posteriormente apareció una revisión de esta historia como un capítulo del libro "The Tommyknockers", bajo el título "Becka Paulson".
FIN