EL INOCENTE PLACER DE ATESORAR CRIMENES
Publicado en
febrero 01, 2010
Por Agenor MartiNo es posible señalar con exactitud la fecha en que, en el siglo XIX, comenzó el afán por coleccionar libros del género policial. Se sabe que hubo en Inglaterra y Estados Unidos algunos fanáticos de esta entonces naciente forma literaria, pero no existen datos confidenciales que permita una precisión definitiva.
Aunque la ficción detectivesca nació con Edgar Allan Poe en la primera mitad del siglo XIX, aunque autores como Williams Wilkie Collins en Inglaterra, Gastón Leroux en Francia y las norteamericanas Anne Katharine Greene y Shelley Regester realizaron aportes significativos en esa literatura, en realidad fue el británico Arthur Conan Doyle, en 1887, quien con su personaje Sherlock Holmes llevó el género a un grado de popularidad y auge que permitió, ya entrado el siglo XX, que los libros policiales empezaran a verse con relativo respeto por parte de los críticos.Pero existe consenso en cuanto a la fecha en que esas narraciones fueron definitivamente aceptadas como forma literaria de importancia: 1928. Aquel año, el estadounidense A. Edward Newton publicó una lista titulada Cien buenas novelas -que incluyó en Este juego de coleccionar libros- en la que había cuatro títulos de obras policiales. Pese a que era un indicio revelador y demostraba una relativa aceptación por parte de los coleccionistas, sin embargo no significaba un interés general por el atesoramiento de esos libros.El universo de los bibliófilos es muy especial. Hay quienes, por un misterioso mecanismo interno, practican su gusto por las colecciones "al vacío" sin tener en cuenta lo que acumulan. Es como un vicio inconfesable. Algunos prefieren no compartir sus placeres con nadie, pero tratan de conocerse entre sí y, sobre todo, procuran disponer de fuentes de suministro y de material de referencia autorizado que les sirva de guía útil.Es 1934 el año considerado el punto clave del coleccionismo de libros de ficción detectivesca, ya que entonces se publicaron tres importantes obras que facilitaron la labor de los coleccionistas. La primera fue Murder, Catalogue the Seventh of Rare and Interesting Books Illustrating the Development of the Detective and Mystery Story, que se editó en Londres y está íntegramente dedicado al género. Hoy constituye un título "raro" y poco conocido, y es muy difícil su adquisición. Después siguió el ensayo de John Carter, La ficción detectivesca, que apareció como un capítulo del volumen New Paths in Book-Collecting, también publicado en Londres, y que por último -aunque erróneamente suele considerarse el primer catálogo de este tipo-, el Detective Fiction. A Collection of First and a Few Early Editions, también de Carter, que relaciona los libros valiosos de su propia colección, comenzada en 1927.Luego vinieron muchos más. Incluso algunos autores emprendieron sus propias colecciones, al igual que críticos, ensayistas y teóricos y, por supuesto, compiladores recientes o de estirpe remota. De manera que, desde la cuarta década del siglo, no sólo se ensanchó el disfrute de las narraciones detectivescas, sino también el afán por atesorar las primeras ediciones.En la actualidad, al cabo de más de medio siglo de acopio sistemático y obstinado, hay bibliófilos, bibliógrafos y bibliotecas que cuentan con verdaderas joyas del género, cuya rareza les confiere un altísimo valor en el mercado bibliográfico, algunas de las cuales son prácticamente imposibles de conseguir.Una de esas -quizá la más valiosa- es el libro Tales, de Edgar Allan Poe. Publicado por Willey and Putman, de Nueva York, en 1845, fecha y libro que marcaron la constitución, por así decirlo, de la literatura policial. Este volumen está valorado en casi diez mil dólares no sólo por la importancia del autor de la obra y de la encuadernación, sino porque esa primera edición fue de muy pocos ejemplares.Después le siguen -en orden de "rarezas bibliográficas" y sólo por mencionar otros dos títulos -A Study in Scarlet, de Arthur Conan Doyle, que apareció en el Beeto's Christmas Annual, de Londres, en 1887, con ilustraciones y cuyo valor actual estimado es de unos 15 mil dólares, y finalmente The Woman in White, de W. Wilkie Collins, publicado en 1860 por la editorial Harper, de Nueva York, valorado aproximadamente en cinco mil dólares.Hay otros muchos títulos que persiguen los coleccionistas, pero ninguno alcanza estos valores. No obstante, como todo mercado, este de las obras policiales varía según aparezcan tales o cuales libros. Y cuando ocurre algo de esto, al igual que los que atesoran antigüedades o piedras pre-ciosas, objetos del período helenístico o reliquias anteriores al nacimiento de Cristo, quienes las obtienen -por supuesto, a precios muy elevados- se ufanan de su posesión. Nada garantiza que las exhiban, porque este mercado es veleidoso, desconfiado y sutil, aunque regocijante.Pero puede ocurrir. Puede ocurrir que alguien tenga en su biblioteca, polvoriento y olvidado, alguno de estos ejemplares. Entonces, con brusca alegría y sin deliberación, habrá ingresado en este apasionante mundo de los coleccionistas de literatura policial.