DOS LADRONES IMPERFECTOS (Arturo Alape)
Publicado en
febrero 25, 2010
Hace diez años murió Justiniano, en una absurda y confusa situación. Cuando vi su rostro empolvado y acicalada, por la ventanilla del ataúd como si estuviese profundamente dormido, sentí un dolor que desgarró mi alma por la pérdida del amigo de tanto tiempo en la vida. Veinte años de amistad son huella perdurable. Pero a la vez, lo confieso, ese dolor fue atravesado por el escozor de la duda, al conocer detalles sobre su muerte y especialmente al descubrir en boca de Venancio, quien lo acompañaba en esos terribles instantes, la realidad oculta de su oficio. No concibo que la mentira hubiera empañado nuestra amistad, como el polvo acumulado en los vidrios de las ventanas de un viejo y destartalado bus de nuestra hermosa capital. Justiniano y Venancio, fueron unos mierdas mentirosos con nosotros, es decir con Pedro y conmigo, el resto del Cuarteto. Y los dos fuimos unas solemnes huevas, inocentes hasta morir, blancas palomas de la honestidad.
Éramos inseparables.
En el velorio estuvimos Pedro y yo, sus dos hijos, su señora madre, tres o cuatro parientes lejanos y además, tres sujetos desconocidos, imagino hoy que hacían parte del combo del oficio oculto de Justiniano. La ausencia de Venancio esa noche, la asumimos con Pedro como complejo de culpabilidad por la pérdida de nuestro amigo. También la mujer de Justiniano estaba inconsolable. Nada paraba su llanto. Ella no se explicaba la muerte de su marido, como tampoco el secreto tan bien guardado sobre sus andanzas. A ella le mintió durante los diez años que hicieron vida marital, sobre su verdadera condición humana. Esa noche, por momentos se abrazaba al féretro y lloraba por su muerte. En otros, lo maldecía, pedía a gritos que nunca encontrara la paz en el eterno deambular por los infiernos, en castigo por tantas mentiras sembradas en su vida.
Trato de hacer memoria, de cuándo se había iniciado el Cuarteto. Creo, ya lo dije, comenzó por lo menos hacía veinte años. Los cuatro nos conocimos en el estadio, pero la casualidad de ser vallunos y furibundos hinchas del América, el rojo del corazón. Los cuatro celebramos el primer campeonato obtenido por la mechita, con una borrachera que duró tres días seguidos, y terminó entre las putas en francachela de piernas abiertas y vivas ensordecidas. Los cuatro éramos inseparables; juntos celebramos las fiestas de cumpleaños de los hijos, juntos gozábamos las victorias y sinsabores de las derrotas del América, juntos recorríamos recuerdos y nostalgias por el Valle la tierra del Sol, jugábamos religiosamente nuestro chico semanal en los billares de la Isla de Capri; nos prestábamos dinero en épocas de vacas flacas, nos cubríamos las espaldas cuando uno de los cuatro tenía su cuadre con la mocita de turno. Nos volvimos como hermanos de sangre en la amistad. Siempre nos manteníamos informados de nuestros negocios. Pedro contaba de los éxitos en la fábrica de muebles, yo les hablaba de mi pequeña industria de pelucas para ciertas series de época en la televisión, Justiniano y Venancio nos encarretaban con sus ventas de seguros de vida y otras maricadas. En fin, entre nosotros no había ningún secreto, incluso nos contábamos ciertas intimidades con nuestras mujeres y los numerosos polvos echados por fuera de la casa.
La noche anterior al velorio de Justiniano, en el café La Isla de Capri, Venancio acongojado por la culpa, nos hizo a Pedro y a mi el relato de lo ocurrido. Se despojó de la mentira y habló con la verdad. Dijo, que por influencia de un primo suyo, apodado 'Ojo de Lince', tipo duro en sus acciones, él y Justiniano se volvieron apartamenteros de oficio. En el negocio de seguros los dos fracasaron, por lo tanto buscaron otros horizontes. Hicieron con 'Ojo de Lince' una especie de curso intensivo durante seis meses; sirvieron de enlace, recogieron información, se volvieron intermediarios en la venta de los objetos robados, conocieron de cerca el mundo del hampa bogotana, en fin, adquirieron destreza en el nuevo oficio. Estuvieron con a 'Ojos de Lince' una larga temporada, luego decidieron trabajar de manera independiente. En ese transcurrir de aprendizaje, Venancio y Justiniano acordaron cumplir hasta donde fuera posible y la situación lo permitiera, un principio ético: nada de sangre en los cruces. No querían seguir el ejemplo de 'Ojo de Lince', siempre ansioso por ver la sangre del otro fluyendo en el estómago. También acordaron que mantendrían en absoluto secreto ante sus mujeres y el resto de amigos del Cuarteto, todo lo relacionado con el nuevo oficio. Los muy cabrones lo cumplieron a cabalidad.
Cruce no peligroso
El cruce en que murió Justiniano no se vislumbraba peligro alguno. Hicieron un acercamiento amoroso con la muchacha que limpiaba el apartamento. Ella terminó por facilitarles las llaves para sacar la copia, a cambio de parte del botín. Conocían al dedillo las costumbres cotidianas del dueño del inmueble: un viejo solitario, oficial retirado de la policía, que según datos de la muchacha, guardaba celosamente objetos de mucho valor, especialmente joyas. Es decir, un cruce limpio, nada peligroso. Justiniano y Venancio ya estaban adentro del apartamento, con todo el tiempo del mundo. Incluso, antes de iniciar las pesquisas, abrieron la nevera y sacaron un par de cervezas, las bebieron con avidez profesional. Cuando de pronto oyeron el ruido de llaves introduciéndose en la cerradura de la puerta de entrada. No podía ser la muchacha, debía ser el viejo. Venancio se escondió en el cuarto del servicio y Justiniano se metió en el closet del segundo cuarto. El viejo entró carraspeando, tranquilo, inocente. Debió olvidar algo. Y derecho se fue al segundo cuarto y abrió uno de los cajones del closet donde estaba escondido Justiniano. El quieto, aprisionado como una monja sin respirar. El viejo sacó algo que seguramente buscaba y tranquilo volvió a salir del apartamento. Ya sosegado, Venancio llamó a Justiniano, éste no respondió. Venancio abrió la puerta del closet y el cuerpo sin vida de Justiniano se le vino encima, como queriéndolo abrazar. Justiniano había sufrido un fulminante ataque al corazón.
FIN