DEFENSA INTERNA (Eduardo J. Carletti)
Publicado en
enero 10, 2010
PRE es un mundo líquido donde danzan millones de seres, librando una guerra interminable, silenciosa.
Millones. Millones de seres. Luchando.
1
Martín Annares. Abogado, rico, viejo. Disfrutando su salud recién adquirida. Playa. Soledad. Placer. El sonido imponente del mar golpeando incansable sobre las rocas. Y el sol.
Está tomando pequeños tragos de su jugo. Naranjas. Verdaderas. A su lado, en una carpa de lona plateada, tiene instalado un poderoso equipo de alta fidelidad. Tchaikovsky. Arena que vibra y danza, que se desliza con suavidad hasta las ranuras y se acomoda alrededor de los bafles en dunas pequeñísimas. Casi puede leerse un dibujo lento de ondas sonoras en las formas espesas de los gránulos. Tchaikovsky, Ravel, Mozart, Beethoven. Un recuerdo de estratos sinfónicos grabados en formas compuestas de partículas ásperas, en sílice, en la roca desmenuzada por el mar paciente. En los milenios.
El hombre tiene sensaciones diversas: Arena tibia entre los dedos. Escalofríos de sal en la espalda. Una frescura dulce en la garganta. Caricia en los oídos; milimétricamente organizada, armónica, perfecta. El sol en un costado: mejilla, cuello, brazo, pierna. Tibieza lenta. Y el rugido continuo. Y la salud; la quietud de la salud.
Nada puede preverlo, pero en un instante todo se deshace en un grito. Martín A, rico, viejo, profundamente saludable, se derrumba en medio del sonido del espanto, las manos aferradas a la cara, mientras el calor rojo, rojo, doloroso, brota entre sus dedos y se desliza hacia el suelo, hacia las dunas del sonido, dibujando un mensaje grumoso, indescifrable, y el golpear de la música marca un destiempo al lento deslizamiento de su cuerpo que cae, cae, cae...
0
Lo inicial fue un punto sensible, casi una nada. Después la explosión, que se infló desde ese centro ínfimo hasta cubrir el todo, la totalidad de la existencia. Y después la sorpresa, el miedo, la soledad; creciendo, entrelazándose, rompiendo esquemas, creando nuevas soluciones y nuevas preguntas para las respuestas de siempre. Y entonces terminó la simulación: la vida se hizo vida. El pensamiento, pensamiento. La existencia temor. El miedo dolor. La conciencia soledad.
Conciencia.
Soledad.
1
Un llamado.
Corrieron a toda velocidad por la retorcida vía hasta encontrarse con los invasores. Con un movimiento perfectamente sincronizado, se abrieron en una esfera amplia y los cercaron de tal modo que no quedó ni una sola posibilidad de escape. Y entonces dispararon los reductores, cada cual apuntando a un blanco escogido, sin aflojar hasta que el último coren quedó reducido a materia orgánica básica que, arrastrada por la corriente, se diluyó de inmediato.
Luego, sin perder un instante, el bloque se separó en grupos de cuatro, que se lanzaron a un obsesivo, minucioso patrullaje dentro de los límites de la zona de operaciones. Sólo cuando estuvieron seguros de haber aniquilado hasta el último de los enemigos se reagruparon y se dirigieron a la base.
Entonces terminó acc y comenzó lib.
1.1
JZiZ enroscó sus miembros en un ovillo apretado y se quedó ahí, silencioso y pensativo, flotando quedamente cerca de la superficie de la vía, a suficiente distancia de donde el grupo había formado el nido, mientras su organismo recuperaba la energía perdida.
Intentando retomar el hilo interrumpido de sus pensamientos, miró con tristeza hacia la maraña de cuerpos. El ruido y el desorden aumentaban a medida que la corriente les iba reponiendo las fuerzas. En poco tiempo el rumor líquido quedó tapado por la algarabía azarosa que generaban sus compañeros. Algunos, los más imaginativos, hablarían de él, criticando sus actitudes de inadaptado y su rareza; los demás se dedicarían a comentar una y otra vez sus impresiones personales de la batalla. Siempre era así. Eternamente.
Más molesto que nunca, JZiZ fue encerrándose en sí mismo, abstrayéndose de la estúpida escena, hasta que pudo concentrarse y seguir con lo suyo.
Y el tiempo corrió. Solitario.
2
Ser diferente; ese era el problema.
JZiZ de AXF Veinte/Uno era diferente. Un midein demasiado diferente.
No sólo le molestaba la forma en que se distribuía el tiempo, sino que ya no podía soportarla. Necesitaba meditar; necesitaba pensar. Gastaba el tiempo de lib maquinando ideas a toda velocidad; luego apenas si podía intentar hacérselas comprender a sus compañeros, que no querían aceptar nada extraño, que se turbaban con su sola cercanía, desarticulando sus mentes hasta volverse nulos, incapaces de asimilar un solo razonamiento, y se ponían terriblemente tensos para cuando debían volver a la acción.
Sin embargo, a pesar que le hubiese resultado útil para confirmar sus sospechas, no ocurría nada especial en respuesta a sus transgresiones, ninguna reacción, nada. Y por eso se sentía cada vez peor.
Tenía dudas terribles: ¿Quién -o qué- estaba imponiendo en sus mentes esas fijaciones con respecto al ambiente? ¿Quién hacía -y por qué- que sintieran una necesidad tan tremenda de exterminar a los corens? ¿Por qué debían ser destruidos uno por uno, sin discriminación? ¿Qué los arrastraba a esa guerra cruel e interminable? El veía que algunos de los corens no sólo eran estéticamente aceptables, sino que a veces llegaban a ser hermosos hasta lo increíble. Y no le causaban daño a nadie: sólo se dedicaban a comer todo alimento que se les cruzara por delante y a reproducirse, pero nunca atacaban a los mideins. Entonces... ¿por qué el odio? ¿Por qué? ¿Qué estaba pasando?
A pesar de haberlo intentado una y otra vez, no podía lograr que sus compañeros lo entendieran. Primero debía traspasar la primera barrera que los incomunicaba: a ninguno le atraía hablar de sus temas. Les interesaba la batalla, el alimento y poca cosa más.
Las conclusiones que podía extraer de miles de charlas frustradas y de la observación continua de sus actitudes eran deprimentes. Sus compañeros -cuando lograba que notaran que existía- demostraban con toda claridad que suponían que estaba loco, que era una rareza. Ellos no sentían ninguna de las "compulsiones" que, según afirmaba él, los estaban arrastrando. ¿Quién se siente obligado a matar corens?, preguntaban extrañados. ¿Quién hace algo en contra de su voluntad, manejado, como pretende JZiZ que ocurren las cosas? Nosotros matamos a los corens porque sí -decían-, porque siempre lo hicimos, y porque si los dejásemos vivir se multiplicarían locamente (eso ya lo sabía) y terminarían por destruir nuestro mundo, devorándolo. Era una cuestión de lógica. Nada más.
Pero JZiZ no podía creerlo. El no estaba loco; estaba seguro. El lo sentía. Atacaba a los corens porque se sentía impulsado a hacerlo, no porque sí o porque lo deseara. Seguro.
Seguro.
3
Danzando una danza mortal. Así. Gran cantidad de corens hambrientos invadían las islas. El grupo los combatía con ferocidad; danzando, danzando. El trabajo era durísimo. Consistía principalmente en proteger aquellas islas aún limpias, destruyendo sin piedad a cada coren que pretendía acercárseles, y también en meterse en las cuevas que esos engendros habían perforado en las caídas y eliminarlos ahí, dentro de sus madrigueras, antes de que se reprodujeran y fuera tarde para salvarlas.
La lucha -o mejor dicho "la matanza"- era atroz; un caos terrible. Miles y miles de corens caían bajo los reductores, mientras que los mideins se mantenían indemnes: no había ninguna reacción estructurada por parte de sus enemigos, nada que pudiese dañarlos. La cosa estaba tan bien calculada -pensaba JZiZ en los instantes de respiro- que poco a poco, desde el momento en que había llegado, lo que había sido un avance progresivo de los corens se había vuelto un retroceso implacable en sus posiciones. Todo parecía demasiado bien calculado para ser un "impulso", un simple deseo general de los mideins de eliminar a los corens "porque sí". Ese ballet inmenso, esa coreografía perfecta no parecía obra de la casualidad. El azar no podía ser tan parcial en sus definiciones, sino todo lo contrario: tenía que dar resultados más distribuidos, más cercanos a los porcentajes probabilísticos.
La deducción de JZiZ se hacía inevitable; estaba ocurriendo algo raro, algo que él presentía desde que tenía memoria y que le producía una sensación lenta de miedo: los estaban manejando; los impulsaban hacia la destrucción, hacia la matanza.
Y así muy pronto terminaron con su ballet de muerte, perfecto y tenaz. Terrible.
Ya habían aniquilado a los corens, de modo que se reunieron prolijamente, pasando a tiempo de lib. JZiZ, como siempre, se aisló del grupo, concentrándose de nuevo en sus pensamientos dolorosos. ¿Cómo podía hacer para convencerlos? ¿Cómo podía hacerles entender lo que sentía -que estaban siendo manipulados por un algo invisible e inaudible- cuando creían ser ellos los que lo hacían porque querían? ¿Cómo?
Y entonces, de repente, tuvo una idea.
3.1
Aplicó su plan en el siguiente período de acción.
Estaban rodeando a un cúmulo apretado de corens horribles, verdosos y delgados como alambres, y los iban eliminando inexorablemente. De pronto, oponiéndose con furia a la compulsión que empujaba desde su interior, dejó de disparar y se apartó de su puesto de combate. En el momento preciso en que desconectaba el disparador, su mente se convirtió en una llamarada cruel, que gritaba una orden urgente, dolorosa: ¡Destruir! ¡Destruir!, pero él se resistió con toda su voluntad, tratando de observar qué ocurría.
Sus compañeros seguían luchando con vigor, disparando los reductores a una velocidad de vértigo con una efectividad absoluta. A pesar de todo había una pequeña brecha en el cuerpo general del ataque por la que escapaba un coren de cada mil: el hueco que había dejado él; había logrado romper el esquema de la batalla, inclinando la suerte hacia el lado de sus enemigos.
Para JZiZ, eso demostraba algo evidente: todo aquello no ocurría por casualidad o por un deseo de cacería que nacía dentro de cada uno de ellos ante la vista de los corens -como pretendían los otros mideins-, sino que era algo programado minuciosamente, con un cálculo tan exacto que la falta de uno, sólo uno, desbalanceaba la lucha y la volvía estéril, ya que los corens que escapaban se reproducían tanto o más rápido que lo que morían los atrapados. Era su confirmación; lo que había estado esperando.
Cediendo a la tensión que presionaba su cerebro, que se había vuelto tan insoportable que amenazaba con llevarlo a la inconsciencia, volvió a su puesto, viendo que sus compañeros lo miraban con furia. Sin hacerles caso, mató sistemáticamente, uno tras otro, a los corens que le correspondían, sin preocuparse por los que habían escapado. Aquel algo que los dominaba se ocuparía de ellos. Seguro.
3.2
Lo siguiente que aprendió fue que sí era castigado por sus desviaciones, sólo que la pena no se le aplicaba a él solo -un golpe colérico de Dios sobre su cabeza- sino a todos y cada uno de los integrantes del grupo.
¿Haraganeando, eh? -parecía decir el ignoto dueño- Muy bien, ahí va: Inmediatamente después de cada tiempo de acción venía uno de libertad, o al menos eso era lo que recordaba JZiZ hasta el pasado lejano, donde sus recuerdos se perdían en una nebulosa sin sentido, y así supuso que ocurriría luego de aquella masacre. Sin embargo, cuando el último enemigo fue eliminado, la compulsión los llevó a lo largo de un enrevesado laberinto de vías hasta que encontraron otro cúmulo de esos corens largos y verdosos y debieron luchar nuevamente.
Esta vez ni se le ocurrió desobedecer. Estaba necesitando con desesperación un tiempo de libertad para ponerse a meditar. Habían pasado muchas cosas; justamente aquellas que había esperado tanto tiempo. Así que peleó como debía hasta que destruyeron al último invasor. Entonces acción terminó y llegó libertad.
4
JZiZ, luego de contestar con dureza las increpaciones de sus compañeros, pudo meditar largo rato. Por suerte nadie le achacó culpas por el doble trabajo, sino que lo llamaron cobarde por haber dejado escapar a todos esos malditos enemigos en lugar de tratarlos como las sucias basuras que eran. ¿Qué clase de midein era que no sentía bullir en su interior el deseo de guerra ante la vista de un coren? ¿Qué le estaba pasando? ¿Estaba loco?
Cuando se respondieron a sí mismos que sí, que era evidente que estaba loco, lo dejaron en paz. Y entonces pudo pensar.
Llegó a una conclusión de inmediato: el segundo grupo de corens había nacido, con seguridad, de la reproducción superveloz de los que había dejado escapar; así que, más que un castigo, la prolongación de las acciones había sido una consecuencia de su rebelión. De cualquier modo eso no tenía por qué significar que no existía un designio superior para sus movimientos, todo lo contrario: ellos podrían -si lo que estaban haciendo al matar a los corens era algo así como una distracción o un deporte- haber quedado satisfechos con el primer combate y haber tomado por sí mismos un período de descanso. Sin embargo habían sido enviados (él lo sentía así; sus compañeros seguramente dirían que habían ido por su propio deseo) a luchar con el segundo grupo de invasores, que se encontraba lejos de ellos y, en consecuencia, fuera del alcance de sus vistas. De todo eso se deducía con facilidad la existencia de un plan, un designio que debían cumplir. De algún modo y por alguna razón eran esclavos que debían obedecer sin quejarse -y sin saber que eran manipulados- a un amo ignoto y poderoso.
Pero, ¿a quién? ¿Y por qué?
A. MORFOLOGIA
Imaginemos un corto cilindro de extremos redondeados. Pongamos en uno de ellos una miríada de órganos sensorios. Muchos, muchísimos. Ahora dotémoslo de movimientos. ¿Cómo? Bien, veamos el entorno: largos túneles de diámetro variable, por donde circula una corriente veloz, imparable, impulsiva. Supongamos que desea avanzar a favor de la corriente. Muy bien: dejarse arrastrar. ¿Y si desea ir en contra? Veremos que extiende unas largas antenas, con las cuales se va aferrando de las paredes, y así va avanzando, simplemente tirando de ellas. Sin embargo, si espiamos sus pensamientos veremos que para él no existen esas extensiones. Pero no hay que asombrarse, es sólo una defensa de la mente: no sabemos por qué, pero una prohibición inserta en los abismos de su memoria le impide tocar las paredes. Un tabú. Así que su conciencia, defensivamente, ignora partes de su cuerpo para convencerse de que está cumpliendo el oscuro mandato. Extraño. Pero efectivo.
¿Y la alimentación? Simple. Proviene de la fuente de energía más inmediata y más fácil de utilizar: la corriente que atraviesa su cuerpo por conductos adaptados maravillosamente, generando un rumor interno casi imperceptible.
Y eso es todo. Casi todo.
4.1
JZiZ sufría.
Había obtenido una prueba, pero el hecho posterior, el "castigo", le cerraba los caminos hacia la comprensión de sus compañeros. No podía -se daba cuenta perfectamente- usar el método de la desobediencia para mostrarles la realidad de su teoría, ya que no sólo atraería odio, resentimiento y desprecio antes que entendimiento, sino que, si otros decidían seguirlo y desobedecer, podría producirse una catástrofe. El efecto podía ser explosivo. Si la deserción de uno solo había causado el nacimiento de una masa nueva de enemigos -y sus consecuencias ulteriores- nadie podía saber qué podía pasar si más de uno o todos cometían el mismo desliz.
Su mente reaccionaria se sintió aplastada ante el hecho. Había podido comprobar lo que sospechaba: era manejado, y esa misma revelación le había mostrado hasta qué punto lo era, ya que aún sabiéndolo no podía oponerse; ese algo manipulador se había ocupado de darle una buena demostración de lo que pasaba cuando se desobedecía. Ahora le costaría mucho más hacerlo, ya que tenía miedo, mucho miedo. Estaba mucho más atrapado que antes. Más que nunca.
5
A esta altura de las cosas se le ocurrió la idea final, a partir de un razonamiento que se podría resumir más o menos así: para poder estudiar el asunto necesitaba libertad ilimitada. ¿Cómo obtenerla?
Si se apartaba de su obligación en medio de una batalla se producía una reacción negativa por parte del entorno que lo obligaba a retornar a su puesto. Además estaba la compulsión que apretaba su mente, a la cual podía resistirse durante cierto tiempo, pero no continuamente, ya que el premio por aguantarla no iba a ser otra cosa que la locura. Entonces, ¿qué podía hacer?
Tal vez dosificar su desobediencia.
No fue una idea que le naciera de repente. JZiZ buscaba escapar lo más pronto posible, ya que tenía la sensación extraña de que su vida era inútil, que se escapaba tontamente de sus manos, esclavizada por aquel "algo" que los manejaba. Por esa razón todos sus primeros planes fueron muy extremistas. ¿Y si se alejaba del grupo a toda velocidad durante un período de lib? ¿Y si disparaba contra sus compañeros en lugar de hacia sus enemigos? ¿Y si desertaba de la acción para siempre?
Cuando, luego de un largo y laborioso planteamiento lógico, por fin llegó a la solución, todos y cada uno de estos planes fue desechado por su mente: tendían demasiado hacia el caos, hacia la catástrofe, hacia la entropía. Le gustaba más hacerlo así, aunque fuese más lento: dosificando.
Comenzó con un estudio de sus propios movimientos. Estaban en la vía BBZ2811ZTL, en una intersección de caminos tortuosos, dónde aparecían, desde el sector BBZ28, pequeños grupos de corens. Cuando llegaban, él y sus compañeros disparaban los reductores: zzzzzp blup, zzzzzp blup, zzzzzp blup, y los corens desaparecían en un estallido lento de materia orgánica. Imponiéndose un tiempo interno, logró cronometrar el ritmo de sus disparos; zzzzzp blup (tic tic), zzzzzp blup (tic tic), zzzzzp blup (tic tic), y así sucesivamente. Entonces bajó la velocidad.
Zzzzzp blup (tic tic tic), zzzzzp blup (tic tic tic), manteniendo tres períodos entre disparo y disparo, lo cual disminuía un poco la eficacia del grupo, pero no tanto como para que su lentitud no pudiese ser compensada por sus compañeros. La única respuesta molesta fue que apareció una presión en su mente y se quedó ahí, empujando con una persistente -pero no fuerte- tensión, ordenándole con voz hueca que aumentase el rendimiento.
(Como un eco: Rendimiento. Rendimiento. ¡Rendimiento!)
Pero la resistió.
Cuando terminó la lucha y pasaron a tiempo de libertad, no hubieron represalias. Lo había logrado.
¡Lo había logrado!
5.1
La siguiente vez fueron cuatro tics, luego seis, más tarde diez. Y así siguió agregando cada vez más, más, hasta que al fin, luego de múltiples períodos de acción, el resultado fue, además de un leve sopor mental bastante diferente al infierno que había sufrido la primera vez, la libertad absoluta que había deseado tanto. Estaba libre.
Libre.
¿Y ahora qué? ¿Qué le esperaba?
B. TEOLOGIA
Temed a Dios. Honrad al Rey.
Pedro, Epístola General I
No os engañeis;
Dios no puede ser burlado:
pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará.
Gálatas 5,6
Tomemos una especie inteligente; la humana, por ejemplo, para mayor facilidad. Supongamos que necesitamos dominarla, lograr un propósito. ¿Interesante, no?
Imaginemos entonces un mundo poblado por hombres armados con las mismas armas que sus dirigentes: no hay forma visible de dominarlos. Los dirigentes deberían tener una forma de imponer su mando, una forma de reprimir, o al menos una forma de disuadir. Pero si la mayoría se encuentra armada en forma igual o similar a la minoría, ya no habrá forma de lograrlo.
Sin embargo, digamos ahora que la minoría sí tiene un arma más, un arma que esa mayoría no dispone, o mejor dicho, que no usa intensamente: la inteligencia. Entonces la minoría imagina una forma psicológica de dominar a los otros. Y si esos otros poseen brazos fuertes y armas similares a las suyas, la minoría pondrá delante de sus narices una fuerza superior.
¿Pero cuál?
Tal vez una fuerza desconocida, misteriosa, intangible.
El comienzo de una Religión.
Revisemos un poco la Historia: los dioses primitivos eran muy irritables; descargaban rayos y otros castigos en las cabezas de los que desobedecían sus órdenes. Dominaban por el miedo. Destruían ciudades pecadoras y hasta ahogaban a todo un mundo si las malas acciones se extendían. Cuanto más potentes fueran sus manifestaciones de enojo, más poder tenía ese dios. O -y esto ya no es tan evidente- sus ministros en la Tierra, los inteligentes de la minoría, que por fin habían encontrado el modo de dominar y que casualmente eran los "elegidos" por ese dios para representarlo y cuidar el cumplimiento de sus leyes.
Miedo. Una forma de dominar mentes primitivas. Miedo a Dios. Al castigo espantoso después de la muerte. Al Infierno. A lo intangible. Miedo. Miedo.
Algo muy útil. Muy interesante.
6
Huir. Su primer pensamiento: Huir. Huir.
Temía represalias. Y, aunque no podía imaginar cómo, tenía miedo de perder lo que había ganado. Así que se alejó enseguida del mundo que conocía, empujado por el temor omnipresente y la necesidad de liberar su cerebro de las compulsiones que lo seguían presionando en silencio.
Un instinto escondido lo llevó a avanzar en contra de la corriente. Como en realidad no sabía a dónde ir, cualquier camino parecía bueno. Elegía al azar entre las posibilidades incontables que se le presentaban en cada encrucijada de vías. Lo único que le importaba era escapar, ir bien lejos, alejarse de su vieja esclavitud.
Poco a poco, sin tener conciencia de cómo lo hacía, lo fue logrando, aunque las vueltas y revueltas del camino tendieran a confundirlo, a llevarlo de regreso a su punto de partida en una gigantesca peregrinación circular.
Avanzó sin incidentes durante muchos golpes. El entorno no cambiaba; a pesar de la distancia todo se mantenía igual al mundo que conocía de siempre. Muy pronto, ante la monotonía del avance, se sintió desorientado: la continuidad de su libertad y la falta de variantes en el viaje le producían un efecto de dilatación del tiempo, como si éste hubiese dejado de transcurrir y todo se desarrollara en un mismo momento estatizado. JZiZ, sin darse cuenta, empezó a contar los golpes, usándolos como mojones para dividir su libertad en trozos reconocibles. Veinte golpes eran una jornada suficiente para el avance, así que luego de ese lapso dedicaba un tiempo a la meditación y luego continuaba.
Al principio del camino se cruzó con un midein desconocido, el primero que veía fuera de su grupo desde el comienzo de su nebulosa vida. El encuentro lo dejó sacudido, ya que nunca había creído que hubiesen más mideins que los pocos miles que había conocido siempre. Sentía una sensación extraña, algo así como si esa escena la hubiese vivido antes, como si ese midein estuviese relacionado en forma íntima con él y su fuga. La imagen le quedó grabada (la figura difusa del otro cruzándose con él como un relámpago) y lo persiguió largamente.
Pasó bastante tiempo hasta que dejó de sentir en su mente la presión de las compulsiones. Se dio cuenta porque podía pensar en forma mucho más clara, más libre. El hecho le produjo tanto miedo como felicidad, porque de pronto se sentía solo, muy muy solo, y pensaba: ¿Quién puede dirigir las mentes de miles de mideins con tanta exactitud, orden y precisión? ¿Quién puede lograr un dominio tan absoluto?
Encontraba una respuesta con facilidad, pero la llevaba escondida debajo de un pliegue de su conciencia. Porque tenía miedo. Muchísimo miedo.
Estaba solo. Solo. Solo.
En los momentos más dolorosos de su soledad se detenía a descansar de ese miedo atroz que lo perseguía constantemente, con saña terrible. Tenía su libertad, lo que siempre había deseado, pero no resultaba como lo había imaginado.
¿Era libre?
A medida que la realidad se iba mostrando más y más clara, más detectaba JZiZ la burla, el castigo sutil contenido dentro del premio que había creído obtener con su rebeldía. Sus pensamientos no llegaban a ser claros; no tenía motivaciones, ninguna razón para existir. Estaba solo. Y la soledad mental resultaba tan opresiva como la falta de libertad.
El miedo estaba en todas partes. Un miedo terrible que lo mantenía inmerso en un infierno desatado. Se había librado de esa guerra absurda, había dado la espalda a todo por la libertad, la libertad para pensar, para ser, y ahora esos miedos, incrustados en lo profundo de su cerebro, no le permitían disfrutarla.
No podía pensar nada, nada en absoluto.
Con dolor, iba logrando pequeños retazos de la oscura topografía de su inconsciente. Descubría poco a poco, pulsando áreas sensibles, palpando heridas abiertas por el miedo, probando el dolor que le producía cada situación, las aristas y filos desgarrantes que su amo -¿su Dios?-, tal vez previendo la traición, había sembrado por debajo de las blandas capas de su conciencia. Artera e inteligentemente.
Había una cantidad de cerrojos; JZiZ luchaba para poder abrirlos. Su meta era la sabiduría, ya que no soportaba esa neblina de nada que cubría su conocimiento del mundo, del universo, de sí mismo. Pero por cada cerrojo que abría se disparaba un arma lacerante, que se lanzaba enloquecida a morder, a destrozar a dentelladas, zarpazos, tajos y desgarrones los pensamientos hilvanados con lentitud y esfuerzo. Y estas armas estaban construidas de una materia cruel, tan inatacable como el centro de un agujero negro: el miedo, los miedos, que habían sido instalados con paciencia detrás de cada descubrimiento, de cada aprendizaje. Sembrados minuciosamente. Por alguien.
¿Su Dios?
Y su Dios había dejado escrito algo más en esos subsuelos recónditos, que JZiZ desenterraba con la lentitud del dolor; un claro mensaje: Que todo eso venía de él, decía. Que todo eso lo había programado él. Que él no era una fantasía, que él existía. Y que no estaba permitido salirse de su camino.
Y también estaba escrita la información para llegar hasta ese mensaje, y así sucesivamente, una dentro de otra hasta el infinito, la información para llegar a donde se quisiera. Estaba todo. Todo pensado. Escrito en sus estratos cerebrales. Un plan indeleble, complejo e indescifrable, que no debía ser detenido o abandonado.
Y él se había salido.
Estaba afuera.
¿Afuera?
7
JZiZ se hundió con más y más profundidad en complejas meditaciones. El concepto de culpa comprimía sus pensamientos en forma peor que la compulsión de la que se había liberado. Se sentía culpable, culpable. No había nada que pudiese servir de atenuante. Casi deseaba que llegasen otra vez las órdenes, o impulsos, o como se los quisiera llamar y volver a encontrarse cuerpo a cuerpo con los invasores.
Pero estaba solo. Muy solo. Se cruzaba con bandadas y bandadas de corens y no podía hacer nada. Si disparaba o no la cosa permanecía igual: la velocidad de reproducción de esos entes era diabólica, de modo que compensaban en seguida cualquier pérdida que les pudiese causar. Además, un episodio terrible que había vivido recientemente lo llevaba a mantenerse alejado de esas nubes de enemigos: en una ocasión apareció un grupo de mideins que atacó con furia a la masa de corens, la deshizo, eliminando hasta el último, y luego se retiró a toda velocidad, sin hacer caso a sus interpelaciones desesperadas, como si él no existiera. JZiZ había quedado impactado negativamente por el hecho, comprendiendo que una repetición de la situación lo empujaría hacia la locura.
De ese modo, solo, tremendamente solo, JZiZ hizo un último análisis: había tenido a su disposición, por fin, la posibilidad de aprender, de usar un tiempo ilimitado de lib para investigar y contestar los innumerables interrogantes que anidaban desde siempre en su cerebro, pero en realidad... ¿quería saber?
Miedo. Siempre estaba ahí el miedo.
Se dirigió en una peregrinación enloquecida en contra de las corrientes. Algo le decía que tenía que buscar la fuente del fluido, encontrar qué lo impulsaba. Viajó ciegamente a lo largo de incontables vías, tomando por una cantidad casi infinita de derivaciones, mientras su mente se deterioraba y las vías se hacían cada vez más reducidas; el mundo se comprimía, se achicaba.
En contadas ocasiones se cruzó con otros mideins. Como parecía estar decretado definitivamente, fue ignorado una y otra vez. Esas vías cada vez más estrechas parecían requerir esfuerzos menores, de modo que sólo se veían patrullas ocasionales de uno a cinco mideins. A medida que el diámetro de la vía se reducía las "patrullas" eran cada vez más esporádicas, hasta que empezó a ver un midein sólo cada miles y miles de golpes.
El avance empezaba a ser dificultoso. Su cuerpo rozaba una y otra pared y eso le parecía, sin saber por qué, el sacrilegio más terrible. Pero no podía evitarlo, y eso precipitaba la disgregación de su inteligencia. Debía llegar, llegar, llegar. ¿A dónde?, se preguntaba obsesivamente. A la fuente, al comienzo contestaba su mente con un graznido. Y así seguía. Rozando las paredes que no debía tocar, gritando a cada contacto. Con su mente arrancada a pedazos.
8
Incontables golpes después de la liberación, JZiZ, convertido en una ruina no pensante, llegó al final del viaje. Se encontró de pronto atrapado entre las paredes de la vía. Al frente el camino seguía estrechándose, cada vez más y más y más, y la corriente venía desde la distancia, de mucho más allá de lo que él podía alcanzar.
La presión de las paredes sobre su cuerpo lo terminó de enloquecer. Estaba obstruyendo la corriente; era inconcebible. La última jauría de perros rabiosos, el enjambre final de demonios destructores se soltó de sus débiles cadenas, destrozando lo poco que quedaba. Apuntó su reductor contra la pared de la vía (contra la pared, contra la pared...) y disparó. Se encontró de pronto resbalando por un corto túnel, un nuevo camino abierto por su locura, empujado por la corriente imparable, y de repente empezó a caer, caer, caer; vertiginosamente.
Por un instante tuvo enfrente la mole inmensa y oscura de su Dios, recortada sobre un resplandor inmenso, infinito, que arrancó de su mente el último hálito de conciencia.
Cayó.
Cayó en un abismo.
C. LOGICA
A: E.M.M.
De: D.M.D.
Tema: Criterio a usar para definir la "personalidad" del programa principal de los defensores. Dado que es difícil construir una personalidad compleja en base a una necesidad no demasiado específica, propongo analizar la posibilidad de "copiar", si cabe la palabra, el esquema principal de la personalidad de un ser humano. Según recientes notas en SA y RIB se ha podido formar un esquema bastante complejo del ser humano, basándose en billones de descripciones de actitudes de personas corrientes, tomadas del área PSICOLOGIA del banco mundial de datos. El programa fue generado y corre bajo KARKUS, el sistema operativo de simulación de la UTB. Adjunto fotocopias de los artículos.
A: D.M.D.
De: E.M.M.
Tema: Personalidad de los defensores. Buena idea. ¿Como manejarlos? (Me los imagino demasiado humanos.)
A: E.M.M.
De: D.M.D.
Tema: Cómo manejarlos. Tengo una idea en gestación. Lo hablamos el viernes personalmente. (PD: para adelantarte algo, te adjunto TEOLOGIA, una vieja anotación de mi cuaderno que pega muy bien con el tema.)
POST
En la línea FoVi del Presidente de Quax Electrónica S.A.:
...Sí señor, comprendo su molestia, pero comprenderá que su caso es único; en veinte años de implantaciones no ha sucedido un caso como... No señor, lo que le ha ocurrido nunca había pasado, es un caso excepcional, absolutamente excepcional. Nuestros microautómatas son los mejores que podrá encontrar en plaza, aquí y en el resto del mundo... Bueno, sí, el caso es que ocurrió. Nosotros comprendemos perfectamente su enojo. ¿Cómo? Sí, sí. Tenemos el informe del médico. ¿Fue una perforación pequeña pero dolorosa en su mejilla derecha, verdad?... ¿Cómo? ¡¿Hemorragia también?! Bueno, lo lamento. Lo lamento mucho. Nuestros mideins son lo mejor, lo más avanzado que tenemos, señor. Los microautómatas de defensa interna más evolucionados que jamás hayan sido lanzados al mercado. Como comprenderá, sus cerebros son increíblemente complicados. Usted tiene millones en su cuerpo, y ya son billones los que hemos implantado hasta el momento en muchísimos clientes, así que uno que ha fallado, espero que comprenda, no cambia tanto las cosas como para que desee devolverlos... ¿Qué? No señor -y perdone que me ría-, de ninguna manera; es absolutamente contrario a su programación que el autómata ataque el cuerpo que lo alberga en lugar de destruir microorganismos, bacterias y toda clase de corpúsculos enemigos de su salud. ¿Cómo? Ah, sí, sí. En este caso, le repito, ha ocurrido algo excepcional, ya que -según dedujimos- el microautómata dejó de cumplir con su programa directivo y luego, después de recorrer parte de su torrente sanguíneo, decidió dirigirse al exterior de su cuerpo. Sí, los especialistas están asombrados. La "mentalidad" de estos entes cibernéticos es bastante complicada, pero, eso sí, muy sólida. Sólo habían ocurrido, hasta ahora, casos de detención total -que es lo que le sucede al autómata cuando el autodiagnóstico indica un error-, y su posterior reemplazo por alguno de los cientos de miles que hay de repuesto. Es más, si usted pudiese leer el lenguaje en que está programado, notaría enseguida como ve el autómata al cuerpo que lo hospeda: como su Dios absoluto y todopoderoso. ¿Me entiende? ¿Se da cuenta de que lo que pasó fue un caso excepcional, casi imposi...? ¿Cómo? Ajá, sí. Daré orden de que le descuenten el alquiler del último mes, señor. Así le compensaremos las molestias que sufrió. Y no dude en consultar conmigo cualquier duda que se le presente, cualquier proble... (y otras cosas por el estilo).
FIN