Publicado en
enero 21, 2010
Una extraña vibración despertó de un sueño inquieto a Perry Bergman, que tuvo al instante un mal presentimiento. Aquel desagradable murmullo le recordó unas uñas arañando una pizarra. Apartó la fina sábana con un escalofrío y se levantó descalzo sobre la cubierta de acero. Ahora el ruido le parecía un torno de dentista de fondo se detectaba el zumbido normal de los generadores de la nave y los ventiladores del aire acondicionado.
—¿Qué demonios? —se preguntó en voz alta, aunque no había nadie que pudiera responderle. Había llegado la tarde anterior al buque, el Benthix Explorer, en helicóptero, después de un largo vuelo de Los Ángeles a Nueva York y luego a Punta Delgada, en la isla de San Miguel en las Azores. Entre el recorrido por las distintas zonas horarias y el largo informe recibido sobre los problemas técnicos que sufría la tripulación, estaba agotado, como era de suponer, No le hacía ninguna gracia que le hubieran despertado después de sólo cuatro horas de sueño, y menos con aquella discordante vibración.
Descolgó bruscamente el teléfono para llamar al puente, mientras esperaba que se estableciera la conexión se asomó de puntillas por el ojo de buey de su camarote de vip, con su metro sesenta de estatura, Perry no se consideraba un hombre bajo, aunque tenía que reconocer que no era alto.
El sol apenas aclaraba el horizonte, y el barco arrojaba una larga sombra sobre el Atlántico. Perry miraba hacia el oeste sobre un mar brumoso y tranquilo cuya superficie parecía una vasta extensión de peltre batido. El agua se ondulaba sinuosa en olas bajas y amplias, la serenidad de la escena desmentía los sucesos que ocurrían bajo la superficie. El Benthix Explorer se mantenía en una posición fija, gracias a las órdenes informáticas que recibían las hélices y los propulsores de proa y popa, sobre un área de la dorsal media atlántica, una cordillera de montañas volcánicamente activas, de veintidós mil kilómetros de extensión, que divide en dos el océano. Con sus constantes y profusos vómitos de lava volcánica, las explosiones submarinas de vapor y los frecuentes terremotos, la cordillera submarina era la antítesis de la tranquilidad veraniega de la superficie.
—Aquí puente —respondió una voz aburrida.
—¿Dónde está el capitán Jameson? —preguntó Perry.
—En su litera, que yo sepa.
—¿Qué demonios es esta vibración?
—Ni idea, pero no viene de la planta de energía del barco, sí eso es lo que quiere saber. Se trata seguramente de la plataforma de perforación. ¿Quiere que llame a la cabina de perforación?
Perry colgó de golpe sin contestar. Era increíble que quien estuviera en el puente no sintiera curiosidad por aquella vibración. ¿Es que no le importaba? Le irritaba mucho ver que aquel barco se gestionaba de modo tan poco profesional, pero decidió enfrentarse a ello más tarde. Ahora lo primero era ponerse los tejanos y un grueso jersey de cuello alto, no hacía falta que le dijeran que la vibración provenía de la plataforma de perforación, eso era evidente, al fin y al cabo él había ido hasta allí desde los ángeles precisamente por las dificultades con las perforaciones.
Perry sabía que se había jugado el futuro de la Benthix Marine en aquella aventura: Perforar en una cámara de magma de una montaña submarina al oeste de las Azores. Era un proyecto que no tenía ningún patrocinador, lo cual significaba que la compañía estaba poniendo dinero en lugar de ganarlo, y los gastos eran tremendos. Perry se había decidido a ello en la creencia de que la hazaña avivaría la imaginación del público y llamaría la atención sobre la exploración submarina, catapultando así a la Benthix Marine a la vanguardia de la investigación oceanográfica, por desgracia las cosas no iban según lo previsto.
En cuanto se vistió, Perry se miro en el espejo sobre el lavabo del baño. Unos años atrás no se habría molestado, pero las cosas habían cambiado, y el aspecto desaliñado que tan buenos resultados le daba antes, ahora que ya pasaba de los cuarenta le hacía viejo o, en el mejor de los casos, le daba pinta de cansado.
El pelo comenzaba a ralear, y necesitaba gafas para leer, pero todavía conservaba su encantadora sonrisa. Perry estaba orgulloso de sus dientes blancos y perfectos, sobre todo porque resaltaban el bronceado que tanto se esforzaba en mantener. Satisfecho con su reflejo, salió al pasillo, estuvo tentado de llamar a las puertas del capitán y el primer oficial para desahogar su rabia, sabía que las superficies metálicas resonarían como tambores de lata y el ruido sobresaltaría a los ocupantes de los camarotes. Como fundador, presidente y mayor accionista de la Benthix Marine esperaba que todo el mundo estuviera alerta mientras él se encontrase a bordo. ¿Acaso él era el único interesado en investigar aquella vibración?
Una vez en cubierta trató de localizar el origen del extraño ruido, que ahora se mezclaba con el estrépito de la plataforma de perforación, el Benthix Explorer era un buque de ciento treinta metros de eslora, con una torre de perforación de veinte niveles en la cubierta central. Contaba además con instalaciones de buceo de saturación, un sumergible y un completo equipo de cámaras fotográficas y video. Con esto y el complejo laboratorio, la Benthix Marine, compañía propietaria del buque, tenía la capacidad de llevar a cabo una amplia gama de estudios y operaciones oceanográficas.
La puerta de la cabina de perforación estaba abierta, un hombre gigantesco bostezó y se estiró antes de ponerse un mono de trabajo y un casco amarillo en el que se leía supervisor, todavía muerto de sueño, se dirigió hacia el platillo giratorio. Era obvio que no tenía ninguna prisa, a pesar de que la vibración se extendía por todo el barco.
Perry aceleró el paso y alcanzó al supervisor justo cuando otros dos trabajadores se unían a él.
—Ha estado vibrando unos veinte minutos, jefe —informó uno de ellos, por encima del estruendo de la plataforma.
Ninguno de los hombres prestó atención a Perry, el supervisor se puso unos guantes de trabajo y cruzó la angosta rejilla de metal que atravesaba el pozo central. Su sangre fría era impresionante. La pasarela parecía muy endeble, y sólo una fina barandilla protegía de una caída de quince metros al mar. El hombre se inclinó sobre el platillo giratorio, agarró levemente la barra de rotación, dejando que diera vueltas en sus manos, y ladeó la cabeza intentando interpretar el temblor que se transmitía por la tubería. Tardó sólo un instante.
—¡Detened la plataforma! —gritó el gigantón.
Uno de los trabajadores volvió precipitadamente al panel de control en el exterior, al cabo de un momento el platillo giratorio se detuvo con un chasquido y la vibración cesó. El supervisor salió a cubierta.
—¡Maldita sea! La barrena se ha vuelto a romper. ¡Esto ya es de chiste!
—Pues lo más gracioso es que no hemos perforado ni un metro en los últimos cuatro o cinco días.
—¡Silencio! —ordenó el supervisor—. Sube inmediatamente la barrena a la boca del pozo.
El segundo trabajador se unió al primero, y casi de inmediato se oyó el estruendo de la maquinaria mientras las poleas subían la barrena.
—¿Cómo está tan seguro de que es la barrena? —gritó Perry por encima del ruido.
—Por experiencia —contestó el otro, antes de alejarse hacia la popa.
Perry tuvo que echar a correr para alcanzarle, puesto que cada paso del supervisor equivalía a dos de los suyos. Intentó hacer otra pregunta, pero el hombre no le oía o le ignoraba, subió las escaleras de tres en tres, y dos cubiertas más arriba llamó bruscamente a la puerta de un camarote en que se leía: Mark Davidson, jefe de operaciones. Al principio la única respuesta fue un ataque de tos, pero al cabo de un momento se oyó una voz.
—Adelante.
Perry entró en el estrecho camarote detrás del supervisor.
—Malas noticias, jefe. Me temo que la barrena se ha vuelto a romper.
—¿Pero qué hora es? —preguntó Mark, mesándose el pelo con los dedos. Estaba sentado en su litera en ropa interior, tenía la cara hinchada y la voz espesa de sueño. Sin esperar respuesta cogió un paquete de tabaco, el aire olía a humo rancio.
—Las seis, más o menos.
—Joder. —de pronto pareció advertir a Perry—. ¿Perry?
—Preguntó sorprendido—. ¿Qué haces aquí?
—No había forma de dormir con esa vibración.
—¿Qué vibración? —inquirió Mark al supervisor, que a su vez miraba fijamente a Perry.
—¿Es usted Perry Bergman?
—Eso tengo entendido —replicó él. La incomodidad del gigantón le resultó bastante satisfactoria.
—Lo siento.
—No pasa nada —concedió Perry, magnánimo.
—¿Estaba traqueteando la barrena? —quiso saber Mark.
El supervisor asintió.
—Igual que las últimas cuatro veces, incluso un poco peor.
—Pues sólo nos queda una barrena de tungsteno y carbono con diamantes —se quejó Mark.
—Lo sé.
—¿A qué profundidad estamos?
—Más o menos como ayer.
—Tenemos fuera cuatrocientos metros de tubería, puesto que el fondo está a poco menos de trescientos metros y no hay sedimentos, calculo que hemos penetrado la roca unos cien metros.
—Era lo que intentaba explicarte anoche —dijo Mark, volviéndose hacia Perry—. Todo iba bien hasta hace cuatro días, desde entonces no hemos avanzado nada, bueno, un metro o poco más, a pesar de haber utilizado cuatro brocas.
—¿Crees que hemos dado con una capa más dura, entonces?
—Preguntó Perry, más que nada por decir algo. Mark se echó a reír sarcástico.
—Dura no es la palabra. ¡Estamos utilizando barrenas de diamante! Y lo peor es que todavía quedan unos treinta metros de lo mismo antes de llegar a la cámara de magma, por lo menos según el radar. A este ritmo tardaremos más de diez años.
—¿Han analizado en el laboratorio la roca que quedó atrapada en la última barrena rota? —preguntó el supervisor.
—Si, y según Tad Messenger nunca habían visto una cosa así. Está compuesta de una clase de olivina cristalina que él piensa que podría tener una matriz microscópica de diamante, ojalá pudiéramos obtener una muestra más grande. Uno de los mayores problemas de perforar en mar abierto es que no podemos analizar los fluidos de perforación, es como perforar a oscuras.
—¿No podríamos meter una barrena tubular? —sugirió Perry.
—No sé de qué nos iba a servir, si con la de diamante no avanzamos nada.
—¿Y si la montamos sobre la barrena de diamante? Si obtenemos una buena muestra de la roca que queremos perforar, tal vez podríamos elaborar algún plan. Hemos invertido mucho en esta operación para rendirnos sin luchar.
Mark miró al supervisor, que se encogió de hombros.
—Muy bien, tú eres el jefe.
—Por lo menos de momento —replicó Perry. No hablaba en broma, no sabía cuánto tiempo seguiría siendo el jefe si el proyecto no daba resultado.
—De acuerdo. —Mark apagó el cigarrillo en un cenicero rebosante de colillas—. Sacad la barrena a la boca del pozo.
—Los chicos ya están en ello —contestó el supervisor.
—Colocad la última barrena de diamante —prosiguió Mark, mientras cogía el teléfono—. Voy a avisar a Larry Nelson para que tenga listo el sistema de inmersión y el sumergible. Cambiaremos la barrena a ver si podemos obtener una buena muestra de lo que estamos perforando.
—A la orden.
Perry se dispuso a salir detrás del supervisor, pero Mark, mientras hablaba por teléfono con Larry Nelson, alzó una mano para detenerle.
—Hay algo que no comenté anoche en la reunión —comenzó—, pero creo que deberías estar al corriente.
Perry tragó saliva, tenía la boca seca. No le gustaba el tono de Mark, que parecía a punto de darle una mala noticia.
—Quizá no sea nada —prosiguió Mark, pero cuando estábamos estudiando la capa de roca con el radar, encontramos por casualidad algo inesperado. Tengo los datos aquí en mi mesa. ¿Quieres echarles un vistazo?
—Prefiero que me digas tú lo que sea. Ya miraré los datos más tarde.
—El radar indicaba que los contenidos de la cámara de magma tal vez no sean lo que esperábamos según los originales estudios sísmicos. Tal vez no sean líquidos.
—¡Pero qué dices! —esta información aumentó los malos presentimientos de Perry. El verano anterior, el Benthix Explorer había descubierto por casualidad la montaña submarina que ahora estaban perforando. Lo sorprendente del hallazgo era que, como parte de la dorsal media atlántica, la zona había sido ampliamente estudiada por el Geosat, el satélite de la marina americana utilizado para trazar mapas del fondo oceánico. Lo cierto es que aquella montaña en particular había escapado al radar del Geosat.
Aunque la tripulación del Benthix Explorer estaba entonces deseando llegar a casa, se habían detenido lo suficiente para pasar varias veces sobre la misteriosa montaña. Gracias al sofisticado sonar del barco lograron realizar un somero estudio de la estructura interna de la montaña. Los resultados fueron también sorprendentes. la montaña resultó ser un volcán inactivo con una corteza muy fina y un núcleo líquido a tan sólo ciento veinte metros bajo el suelo oceánico. Pero todavía más increíble era el hecho de que la sustancia de la cámara de magma tenía propiedades de propagación del sonido idéntico a las de la discontinuidad de Mohorovicic, o moho, la misteriosa frontera entre la corteza y el manto terrestre. Puesto que nadie había logrado obtener magma del moho, aunque tanto los americanos como los rusos lo habían intentado durante la guerra fría, Perry decidió perforar la montaña con la esperanza de que la Benthix Marine fuera la primera organización en obtener una muestra del material fundido. Pensaba que el análisis del material arrojaría luz sobre la estructura y tal vez incluso el origen de la tierra. Pero ahora el jefe de operaciones del Benthix Explorer le estaba diciendo que los datos sísmicos originales podían ser erróneos.
—La cámara de magma podría estar vacía —dijo Mark.
—¿Cómo?
—Bueno, vacía no, pero llena de algún gas comprimido, o tal vez de vapor. Sé muy bien que extrapolar datos a esta profundidad es llevar la tecnología del radar de penetración más allá de sus límites, de hecho mucha gente diría que los resultados de los que estoy hablando son imaginarios, que no tienen ninguna base real. Pero me preocupa que los datos del radar no cuadren con los sísmicos. No me gustaría nada que después de tantos esfuerzos no consiguiéramos más que un chorro de vapor caliente. Nadie se quedaría satisfecho con eso, y menos los inversores.
Perry se mordió la mejilla pensativo. Empezaba a desear no haber oído hablar nunca del monte Olympus, como había bautizado la tripulación a la montaña submarina que intentaban horadar.
—¿Has hablado de esto con la doctora Newell? —preguntó Perry. La doctora Suzanne Newell era directora de oceanografía del Benthix Explorer—. ¿Ha visto los datos que me comentabas?
—No los ha visto nadie, el caso es que ayer capté por casualidad una sombra en la pantalla del ordenador, cuando lo preparaba todo para tu llegada. Pensaba sacar el tema en la reunión de anoche, pero al final decidí hablar contigo en privado. Por si no lo has notado, tenemos ciertos problemas de moral con algunos miembros de la tripulación. Muchos piensan que perforar esta montaña es como luchar contra molinos de viento, y cada vez hay más gente deseando zanjar el proyecto y volver a casa antes de que termine el verano, la verdad es que no quería echar más leña al fuego.
Perry se encontraba débil. Se dejó caer en la silla que había junto a la mesa y se frotó los ojos. Estaba cansado, desanimado y hambriento. Se maldecía por haberse jugado el futuro de la compañía a partir de unos datos tan poco fiables, pero el descubrimiento había sido tan repentino que se sintió impulsado a actuar de inmediato.
—Mira, no quiero ser agorero —dijo Mark—. Vamos a hacer lo que tú decías, a ver si averiguamos algo más de la roca. Mientras tanto, no nos desanimemos.
—No es fácil mantener los ánimos —replicó Perry—, sobre todo teniendo en cuenta lo que le está costando a la compañía tener aquí el barco. Quizá deberíamos empezar a reducir pérdidas.
—Oye, ¿Por qué no vas a comer algo? No es bueno tomar decisiones precipitadas con el estómago vacío, de hecho, si esperas un momento a que me duche, voy contigo. Qué demonios, ya verás como pronto obtendremos información sobre esta mierda con la que hemos topado. Tal vez entonces quede claro lo que hay que hacer.
—¿Cuánto tiempo tardarán en cambiar la barrena? —preguntó Perry.
—El sumergible estará en el agua en una hora, llevarán la barrena y las herramientas hasta la boca del pozo. Los buzos tardan un poco más en llegar allí abajo porque tienen que someterse a la compresión antes de bajar la campana. Esto llevará un par de horas, más si sufren dolores de compresión. Pero cambiar la barrena no es difícil. La operación completa no debería llevar más de tres o cuatro horas, menos incluso.
Perry se levantó con esfuerzo.
—Llámame al camarote cuando estés listo para ir a comer.
—Eh, espera un momento —exclamó Mark con súbito entusiasmo—. Tengo una idea que igual te anima un poco. ¿Por qué no bajas tú con el sumergible? Se ve que eso de ahí abajo es precioso, por lo menos según Suzanne. Incluso el piloto, Donald Fuller, que fue oficial de la marina y es un tipo de lo más serio y seco, dice que el paisaje es increíble.
—¿Qué puede tener de especial una montaña sumergida?
—La verdad es que yo no he bajado —admitió Mark—, pero parece que tiene que ver con la geología de la zona, con formar parte de la dorsal medio atlántica y esas cosas, pero pregúntale a Newell o Fuller. Ya verás lo contentos que se ponen si les ofrecen bajar. Con las luces halógenas del sumergible y agua tan clara, dicen que la visibilidad es de cincuenta a cien metros.
Perry asintió. Lo cierto es que no era una mala idea, se distraería de los problemas y además tendría la impresión de estar haciendo algo. Sólo había hecho inmersión una vez, en la isla de santa catalina, cuando la Benthix Marine recibió el sumergible. Había sido una experiencia inolvidable, por lo menos tendría ocasión de ver la montaña que le estaba dando tantos quebraderos de cabeza.
—¿A quién debo informar que formaré parte de la tripulación? —preguntó.
—Ya me encargo yo. —Mark se levantó y se quitó la camiseta—. Se lo diré a Larry Nelson y ya esta.
Richard Adams sacó de su taquilla unos amplios calzoncillos largos y cerró la puerta de una patada. Luego se puso su gorro de lana negro, salió de su camarote y llamó a las puertas de Louis Mazzola y Michael Donaghue. Ambos respondieron con una sarta de improperios, aunque las palabrotas habían perdido fuerza puesto que constituían un largo porcentaje de su vocabulario. Richard, Louis y Michael, buceadores profesionales, eran tipos duros y bebedores, de los que arriesgan la vida soldando bajo el agua, volando arrecifes o cambiando barrenas durante operaciones de perforación. Los tres eran buenos en su trabajo y estaban orgullosos de ello.
Se habían adiestrado juntos en la marina de estados unidos, donde llegaron a ser buenos amigos así como hábiles miembros de la fuerza udt. Aspiraban a convertirse en miembros de los equipos seal, pero las cosas no salieron así. Su entusiasmo por la cerveza y las peleas excedía con mucho el de sus compañeros. El hecho de que los tres se criaran con padres alcohólicos, brutales e intolerantes que sometían a su familia a malos tratos, explicaba su comportamiento, pero no lo excusaba. Lejos de sentirse avergonzados por el ejemplo de sus progenitores, los tres consideraban su dura infancia como un proceso natural hacia la verdadera hombría. Ninguno de ellos pensaba nunca en el viejo dicho "de tal palo tal astilla".
La virilidad era una virtud cardinal para ellos. Castigaban sin piedad a quien considerasen menos hombre que ellos. Criticaban con especial saña a los "picapleitos" y a los imbéciles del ejército, condenaban también a cualquiera que calificaran de estúpido, inepto o maricón. La homosexualidad era lo que más les irritaba y la política militar de "no hacer preguntas" les parecía ridícula, además de una afrenta personal.
Aunque la marina tendía a ser indulgente con los buceadores y les toleraba comportamientos que no aceptaría en ningún otro miembro del personal, Richard Adams y sus amigos habían llevado las cosas demasiado lejos. Una tórrida tarde de agosto los tres habían ido a su bar favorito en Point Loma, San Diego, un tugurio frecuentado por buceadores. Había sido un día agotador, ocupado en una difícil misión, después de varias rondas de whisky y cerveza, y numerosas discusiones sobre la temporada de béisbol, vieron entrar en el local a una pareja de soldados. Según declararon en el consejo de guerra, la pareja se dedicó a "darse el lote" en una de las mesas traseras.
El hecho de que los soldados fueran oficiales no hizo más que aumentar la indignación de los tres amigos, que no llegaron a preguntarse qué hacían dos oficiales del ejército de tierra en San Diego, una ciudad tradicionalmente frecuentada por la marina. Richard, siempre el cabecilla, fue el primero en acercarse a la mesa, donde preguntó con sarcasmo si podía unirse a la orgía. Los soldados, malinterpretando las intenciones de Richard, se echaron a reír, negaron estar celebrando ninguna orgía y se ofrecieron a invitar a los tres a un trago, como resultado se organizó una reyerta que acabó con los dos oficiales en el hospital naval balboa y con Richard y sus amigos en el calabozo y finalmente expulsados de la marina. Resultó que los oficiales eran miembros del cuerpo de jueces y abogados del ejército.
—¡Venga, cabronazos! —gritó Richard, echando un vistazo a su reloj al ver que los otros no aparecían. Sabía que Nelson se pondría como una fiera, le había ordenado por teléfono que acudieran al centro de buceo lo antes posible.
El primero en salir fue Louis Mazzola. Era casi una cabeza más bajo que Richard, que medía más de uno ochenta, tenía los rasgos carnosos, una eterna barba de dos días y pelo corto y oscuro liso sobre una cabeza redonda, parecía no tener cuello.
—¿A qué viene tanta prisa? —gimió el recién llegado.
—¡Hay que sumergirse!
—¿Y es o que tiene de nuevo?
En ese momento se abrió la puerta de Michael. Era un punto intermedio entre el huesudo Richard y el corpulento Louis, aunque era fuerte como ellos y estaba en buena forma. Iba igualmente desaseado, con calzoncillos largos, pero a diferencia de los otros, Michael llevaba una gorra de béisbol de los Red Sox, con la visera torcida. Michael era de Chelsea, Massachusetts, y seguidor incondicional de los Sox y los Bruins.
Michael quiso quejarse de que le hubieran despertado, pero Richard y Louis echaron a andar hacia la cubierta principal sin hacerle caso. Michael se encogió de hombros.
—Eh, Adams —llamó Louis—, ¿Llevas las cartas?
—Pues claro que llevo las cartas —replicó Richard sin detenerse—. ¿Y tú llevas tu talonario?
—Vete a tomar por culo, te he ganado en las cuatro últimas inmersiones.
—Ese era el plan, tío —dijo Richard—. Era para ver si picabas.
—Dejaos de cartas —terció Michael—. ¿Has traído las revistas porno, Mazzola?
—¿Te crees que iba a bajar sin ellas? —contestó Louis—. ¡Qué coño! ¡Antes me dejo las aletas!
—Espero que te hayas traído las de tías, y no las de maricones —se burló Michael.
—¿Pero qué coño dices? —gruñó Louis.
—Nada, nada, que a ver si te habías confundido de revistas, porque pienso echarles un vistazo y no tengo ningunas ganas de encontrarme con tíos en pelotas.
Sin mediar más palabras, Louis le agarró por la cintura de los calzones y Michael le cogió la mano y blandió un puño, pero Richard intervino antes de que la cosa llegara a más.
—¡Venga ya, cretinos! —gritó, interponiéndose entre ambos. Apartó de un golpe el brazo de Louis, que no obstante logró arrancar un trozo de la camiseta de Michael. Luego, como un toro furioso, quiso empujar a Richard y al ver que no podía intentó agarrar a Michael por encima del hombro de su amigo. Michael lo esquivó con una carcajada.
—¡Mazzola, no seas gilipollas! —bramó Richard—. ¿No ves que te está tomando el pelo? ¡Cálmate, coño!
—¡Hijo de puta! —exclamó Louis, tirando el trozo de tela que le había arrancado a Michael.
—Vamos —apremió Richard, echando a andar de nuevo por el pasillo. Michael cogió la tela e intentó pegársela de nuevo al pecho. Louis no pudo evitar reírse.
Nada más llegar a cubierta advirtieron que estaban subiendo la tubería.
—Se ha debido de escacharrar la barrena otra vez —comentó Michael—. Por lo menos sabemos lo que vamos a hacer.
Entraron en la cabina de inmersión y se sentaron en tres sillas plegables. Allí era donde tenía su mesa Larry Nelson, el hombre que dirigía las operaciones de inmersión. Detrás de él estaba el panel de mandos, que llegaba al otro extremo de la cabina. allí se encontraban todos los indicadores, válvulas y controles del sistema de inmersión, en el lado izquierdo del tablero estaban los mandos y monitores de las cámaras, así como una ventana que daba al pozo central de la nave. Por ahí se bajaba la campana de inmersión.
El sistema de inmersión del Benthix Explorer era un sistema de saturación, lo que significa que los buzos tenían que absorber la máxima cantidad de gas inerte en cualquier inmersión, con lo cual el tiempo de descompresión requerido para eliminar el gas inerte sería el mismo sin tener en cuenta el tiempo que estuvieran bajo presión. El sistema se componía de tres cámaras de descompresión cilíndricas, cada una de tres metros y medio de anchura y seis de longitud, las cámaras estaban unidas como enormes salchichas, separadas por escotillas de doble presión, en cada una de ellas había cuatro literas, varias mesas plegables, un retrete, un lavabo y una ducha.
Cada cámara contaba también con un ojo de buey a un lado y una escotilla de presión en la parte superior, donde se acoplaba la campana de inmersión o la cápsula de pasaje. la compresión y descompresión de los buceadores se realizaba en estas cámaras. Una vez se alcanzaba la presión equivalente a la profundidad a que tenían que trabajar, entraban en la campana de inmersión, que entonces se bajaba hasta el agua. Cuando la cápsula alcanzaba la presión apropiada, los buceadores abrían la escotilla por la que habían entrado y nadaban hasta la terminal de trabajo asignada. Mientras estuvieran en el agua los hombres iban atados a un cordón umbilical de mangueras de oxigeno, agua caliente para los trajes de neopreno, cables sensores y cables de comunicación. Puesto que los buceadores del Benthix Explorer utilizaban mascaras integrales, la comunicación era posible, aunque difícil debido a la distorsión de la voz provocada por la mezcla de oxigeno y helio que respiraban. Los sensores transmitían información sobre el ritmo cardíaco y respiratorio y la presión del oxígeno. Estos tres niveles eran monitorizados constantemente a tiempo real.
Larry alzó la vista de su mesa y miró con desdén a su segundo equipo de buceo. Le irritaba su sempiterno aspecto desaliñado, descarado y poco profesional. Advirtió la gorra torcida de Michael y su camiseta rota, pero no dijo nada. Como ocurría en la marina, también él toleraba en los buceadores lo que no hubiera permitido en otros miembros del equipo. Los otros tres buzos, igualmente insoportables, se encontraban en la cámara de descompresión después de la última inmersión. Cuando se baja a casi trescientos metros, el tiempo de descompresión se mide en días, no en horas.
—Vaya, siento haberos despertado, os ha costado lo vuestro llegar aquí.
—Tenía que lavarme los dientes —dijo Richard.
—Y yo tenía que hacerme la manicura —añadió Louis, haciendo un gesto con la muñeca floja.
Michael puso los ojos en blanco fingiendo disgusto.
—¡Eh, no empieces! —advirtió Louis, blandiendo un dedo regordete en su cara. Michael lo apartó de un manotazo.
—¡Escuchad, payasos! —gritó Larry—. Intentad dominaros un poco, se trata de bajar doscientos noventa metros y cambiar la barrena.
—Pues vaya novedad —replicó Richard—. Es la quinta vez que se realiza esta inmersión, y para nosotros la tercera, así que vamos allá.
—Calla y escucha. Esta vez hay algo nuevo, tenéis que montar una barrena tubular en la de diamante, para ver si obtenemos una muestra decente de la roca.
—Eso suena bien —comentó Richard.
—Vamos a acelerar el período de compresión. Tenemos a bordo un pez gordo que tiene prisa por obtener resultados. A ver si os podemos bajar en un par de horas, si os duelen las articulaciones, me lo decís. No quiero a nadie haciéndose el machito, ¿de acuerdo?
Los tres asintieron.
—Meteremos la comida en cuanto llegue de la cocina —prosiguió Larry—. Pero os quiero en las literas durante la compresión, lo cual significa que nada de hacer el idiota y nada de peleas.
—Vamos a jugar a las cartas.
—Pues jugad desde las literas, y lo repito: nada de peleas. A la primera bronca, os quito las cartas, ¿Entendido?
Larry los miró uno a uno, los tres desviaron la vista sin decir palabra.
—Voy a interpretar este raro silencio como un si. Adams, tú serás rojo, Donaghue, tú verde, y Mazzola se quedará en la campana.
Richard y Michael estallaron en vítores y chocaron palmas. Louis resopló disgustado. Su trabajo consistiría en controlar los cables de los otros buceadores desde la campana y estudiar los indicadores, no entraría en el agua a no ser que surgiera alguna emergencia. Aunque su posición era más segura, era un trabajo que los buceadores despreciaban, las designaciones de rojo y verde se utilizaban para evitar cualquier confusión en las comunicaciones. En el Benthix Explorer, el buceador rojo era el jefe de la operación.
Larry tendió una tablilla a Richard.
—Aquí tienes la lista de control, rojo. Y ya estáis saliendo disparados a la cámara, quiero empezar la compresión en quince minutos.
Richard salió el primero de la cabina, mientras Louis se quejaba de su mala suerte, diciendo que ya le había tocado quedarse en la campana la última vez.
—Será que el jefe piensa que a ti se te da mejor —comentó Richard, guiñándole el ojo a Donaghue. Sabía que estaba provocando a Louis, pero no podía evitarlo, había temido que le tocara a él quedarse en la campana, puesto que era su turno.
Al pasar por la cámara ocupada, todos miraron por el diminuto ojo de buey e hicieron un signo con el pulgar a los tres hombres que había dentro, todavía les quedaban por delante varios días de descompresión. Aunque los buceadores se peleaban de vez en cuando, lo cierto es que compartían una estrecha camaradería. Se respetaban por los riesgos de su oficio, el aislamiento y el peligro de la inmersión de saturación era similar en ciertos aspectos a los que conlleva estar en un satélite en la órbita terrestre. Si surgía algún problema, la situación se tornaba peliaguda y era difícil sacar a los hombres con vida.
Richard fue el primero en entrar en la cámara por la estrecha escotilla. Tuvo que sujetarse de una barra metálica horizontal, levantar las piernas y entrar con los pies por delante.
El interior era utilitario, con las literas en un extremo y los aparatos respiratorios de emergencia colgados. En una pila junto a las literas estaba todo el equipo de buceo, incluyendo los trajes de neopreno, los cinturones de plomo, guantes y capuchas y demás parafernalia. Las máscaras estaban en la campana de inmersión, con las mangueras y las líneas de comunicación. Al otro extremo de la cámara estaban la ducha, el retrete y el lavabo, todo a la vista. La inmersión de saturación era un asunto comunitario al cien por ciento. No existía intimidad de ningún tipo.
Una vez dentro, Louis pasó directamente a la campana, mientras Michael examinaba el material que había en el suelo. Richard iba nombrando cada una de las piezas del equipo y Louis y Michael confirmaban si la pieza en cuestión estaba allí. Cualquier cosa que faltara les sería entregada inmediatamente por la escotilla.
Una vez terminadas las cuatro páginas de la lista de control, Richard hizo una señal con el pulgar al supervisor a través de la cámara montada en el techo.
—Muy bien, rojo —respondió el supervisor—, cerrad la escotilla y preparaos para iniciar la compresión.
Al cabo de un instante se oyó el siseo del gas comprimido y comenzó a subir la aguja del indicador analógico de presión. Los buceadores se retiraron a sus literas y Richard se sacó del bolsillo la baraja.
Perry salió a la rejilla que formaba la cubierta de la bovedilla vestido con un chándal color granate sobre una sudadera, sugerencia de Mark, que había dicho que era lo que él llevaba puesto la última vez que estuvo en el sumergible. El espacio era muy reducido, de modo que lo mejor era llevar ropa cómoda y abrigada porque hacia frío. La temperatura del agua era de unos cuatro grados y era una tontería gastar la energía de la batería en calefacción.
Al principio le pareció desconcertante caminar por la rejilla metálica, desde la que se veía la superficie del mar unos quince metros más abajo. El agua tenía un aspecto verdoso y frío y Perry se estremeció a pesar de la agradable temperatura ambiente y comenzó a dudar de la idea de sumergirse. No se había librado de los malos presentimientos que tuvo al despertarse. Aunque no sufría de claustrofobia, no se sentía cómodo en un espacio tan reducido como el interior del sumergible. De hecho, uno de los peores recuerdos de su infancia era la vez que su hermano lo había tenido prisionero bajo las mantas de la cama durante lo que le pareció una eternidad. Todavía tenía de vez en cuando pesadillas en las que se encontraba de nuevo en aquella cárcel de tela, con la horrible sensación de estar asfixiándose.
Perry se detuvo a mirar el pequeño submarino, que se encontraba anclado en unas cuñas en la popa del barco. Sobre él había una enorme grúa para bajarlo al agua. En torno a la nave, un enjambre de trabajadores realizaba las comprobaciones de rigor antes de la inmersión.
Comprobó con alivio que el sumergible parecía considerablemente más grande que cuando estaba en el agua, lo cual contribuyó a mitigar su reciente claustrofobia. De hecho, era más grande que muchos otros, media quince metros de eslora por tres y medio de manga y era de forma bulbosa, como una salchicha hinchada, con una estructura de fibra de vidrio. Contaba con cuatro ojos de buey hechos con secciones cónicas de plexiglás de veinte centímetros de grosor: dos delante y uno a cada lado, los brazos hidráulicos doblados bajo la proa le daban el aspecto de un gigantesco crustáceo, el casco era escarlata, con el nombre pintado en blanco: Oceanus, por el dios griego del mar.
—Es precioso, ¿eh? —preguntó una voz.
Perry se volvió hacia Mark, que se le había acercado por la espalda.
—Oye, tal vez sería mejor que no bajara —dijo intentando aparentar indiferencia.
—¿Y eso por qué?
—No quiero ser un estorbo. He venido a ayudar, no a poner trabas. Estoy seguro de que el piloto preferiría no llevar turistas.
—¡Tonterías! —replicó Mark sin vacilar—. Tanto Donald como Suzanne están encantados de que vengas. He hablado con ellos hace menos de veinte minutos. Mira, ahí está Donald, en el andamio, supervisando la conexión con la grúa. Creo que no lo conoces.
Donald Fuller era un afroamericano con la cabeza rapada, un atusado y fino bigote y músculos de Rambo. Vestía un uniforme azul impecable, con charreteras y una reluciente placa con su nombre, incluso desde lejos se notaba su aire marcial, sobre todo cuando daba órdenes claras y secas con su voz de barítono. No había duda de quién estaba al mando.
—Anda, ven —dijo Mark antes de que Perry pudiera contestar—, que te lo voy a presentar.
Perry le siguió de mala gana. Era evidente que no podría librarse de bajar en el Oceanus sin reconocer sus miedos y quedar en ridículo, lo cual no le parecía nada apropiado. Además, era verdad que había disfrutado su primera inmersión en el sumergible, aunque entonces sólo bajó treinta metros, justo en la boca del puerto de Santa Catalina. Nada que ver con la idea de sumergirse en medio del Atlántico.
Una vez Donald quedó satisfecho con la conexión del submarino con el cable de la grúa, bajó del andamio y echó a andar por el barco. Aunque el equipo de buceo era el responsable de las inspecciones de rigor en el exterior, Donald quería revisar él mismo todas las penetraciones en el casco de presión. En cuanto llegaron junto a él, Mark presentó a Perry como el presidente de la Benthix Marine.
Donald hizo un saludo militar juntando los talones. Perry saludó de la misma forma, casi sin darse cuenta. El único problema es que no había realizado aquel gesto en su vida, y se sintió tan ridículo como seguramente parecía.
—Es un honor conocerle, señor —dijo Donald, más derecho que un mástil, con los labios apretados y las aletas de la nariz temblando. Parecía un guerrero a punto de entrar en batalla.
—Encantado —contestó Perry—. No quería interrumpirle— añadió, señalando el Oceanus.
—No hay problema, señor.
—Quiero decirle que no tiene por qué llevarme en la inmersión. No quisiera ser un estorbo, de hecho...
—No será ningún estorbo, señor.
—Sé que es una operación de trabajo —insistió Perry—. No quisiera distraerle.
—Cuando estoy pilotando el Oceanus, no hay nada que pueda distraerme, señor.
—Por supuesto, pero si usted prefiere que me quede al margen, no me lo tomaré a mal. Lo comprenderé, de verdad.
—Estoy deseando mostrarle la capacidad de la nave, señor.
—Vaya, muchas gracias —dijo Perry, sabiendo que era imposible salir con gracia de aquel atolladero.
—¡Será un placer, señor!
—No tiene que llamarme señor.
—¡Sí, señor! —de pronto Donald sonrió—. Quiero decir sí, señor Bergman.
—Llámeme Perry.
—Sí, señor. —Donald sonrió de nuevo—. Lo siento, pero es difícil abandonar la costumbre.
—Ya lo veo. Imagino que ha estado usted en las fuerzas armadas. ¿Fue allí donde obtuvo su experiencia para esta clase de trabajo?
—Así es, veinticinco años en el servicio submarino.
—¿Era usted oficial?
—Sí. Me retiré como comandante.
Perry miró el sumergible. Ahora que había aceptado que tenía que bajar, quería tranquilizarse.
—¿Qué tal funciona el Oceanus?
—Sin problema.
—Así que es una buena nave —insistió Perry, dando unas palmaditas en el casco de acero.
—La mejor. Mejor que ninguna de las que yo he pilotado, y eso que he pilotado unas cuantas.
—¿No lo dirá por compromiso?
—En absoluto. En primer lugar, el Oceanus puede bajar más que ninguna otra nave que yo haya pilotado. Como ha de saber usted, tiene una profundidad operativa de seis mil metros y una profundidad máxima de no menos de diez mil. Pero incluso esos datos son engañosos, teniendo en cuenta el margen de seguridad, es probable que pudiéramos bajar al fondo de la fosa mariana sin problema alguno.
Perry tragó saliva. La palabra "profundidad" le había inquietado de nuevo.
—¿Por qué no pones a Perry al tanto de los datos del Oceanus?
—Propuso Mark—. Para refrescarle la memoria.
—Claro que sí. Un momento. —Donald se hizo bocina con las manos—. ¿Se han inspeccionado las cámaras de video del interior? —preguntó a un operario.
—¡Sí!
A continuación Donald se volvió hacia Perry.
—La nave pesa sesenta y ocho toneladas y tiene sitio para dos pilotos, dos observadores y seis pasajeros. Tenemos capacidad para los buceadores y podemos acoplamos a las cámaras de descompresión si fuera necesario. Contamos con mantenimiento de vida para un máximo de doscientas dieciséis horas. La energía procede de baterías de plata y zinc. La nave está propulsada por una hélice varivec, pero hay otros propulsores verticales y horizontales, controlados por joysticks, que aumentan la maniobrabilidad. Hay un sonar escáner de corto alcance, un radar de penetración subterránea, un magnetómetro de protones y termístores. El equipo de grabación cuenta con cámaras de video con objetivos de silicona. Las comunicaciones se realizan por radio de superficie de frecuencia modulada y teléfono submarino, la navegación es inercial.
Donald se interrumpió un momento.
—Esos son los datos básicos. ¿Alguna pregunta?
—De momento, no —se apresuró a contestar Perry, temeroso de que le hicieran alguna pregunta a él. Lo único que recordaba de todo el monólogo era la cifra de diez mil metros de profundidad.
—¡Listos para lanzar el Oceanus!, Resonaron los altavoces.
Donald, Perry y Mark se apartaron del submarino. El cable de la grúa se tensó y con un crujido la nave se alzó sobre la cubierta. Varios cables atados a puntos clave del casco impedían que oscilara. Un agudo chirrido anunció el movimiento del pescante, que alejó al submarino de la popa del barco y comenzó a bajarlo hacia el agua.
—Ah, ahí viene la doctora —dijo Mark.
Perry se volvió.
En ese momento salía del interior del barco una mujer. Perry sólo había visto a Suzanne Newell una vez, cuando presentó los primeros estudios sísmicos sobre el monte submarino Olympus, pero eso fue en los ángeles, donde no falta la gente guapa. Allí, sin embargo, en medio del mar, con una tripulación formada casi al completo por desastrados varones, Suzanne destacaba como un lirio entre malas hierbas. Todavía no había cumplido los treinta, y tenía un aspecto lozano y atlético, vestía un uniforme parecido al de Donald, aunque su aspecto era de lo más femenino. Llevaba puesta una gorra de béisbol azul con una trenza dorada bordada en la visera y el nombre de Benthix Explorer cosido en la parte frontal, por detrás de la gorra sobresalía una reluciente coleta de pelo castaño.
Suzanne saludó al grupo con la mano y se acercó. Perry se quedó boquiabierto, cosa que Mark no pasó por alto.
—No está mal, ¿eh? —comentó.
—Si, es bastante atractiva — respondió Perry.
—Ya, pues espera unos días. Cuanto más tiempo pasamos aquí, más guapa se pone. Menudo tipito para una oceanógrafa geofísica, ¿eh?
—La verdad es que no conozco a muchos oceanógrafos geofísicos. —de pronto no le parecía tan mala idea bajar en el sumergible.
—Lástima que no sea doctora en medicina —susurró Mark—. No me importaría nada que me examinara.
—Si me lo permiten, voy a terminar con los preparativos para la inmersión —terció Donald.
—Claro —respondió Mark—. La barrena nueva y la tubular estarán listas enseguida. Haré que las carguen directamente.
—¡Muy bien, señor! —Donald saludó y se acercó a la bovedilla para ver el descenso del submarino.
—Es un poco envarado —comentó Mark—, pero magnífico en su trabajo.
—¡Señor Perry Bergman! —exclamó Suzanne tendiendo la mano—. Ha sido una alegría saber que estaba usted a bordo, y estoy encantada de que baje con nosotros. ¿Cómo está? Imagino que todavía recuperándose de un vuelo tan largo.
—Estoy muy bien, gracias —contestó Perry. Con un gesto inconsciente alzó la mano para comprobar que el pelo le cubría bien la incipiente calva en la coronilla. Advirtió que Suzanne tenía los dientes tan blancos como los suyos.
—Después de nuestro encuentro en Los Ángeles no tuve ocasión de decirle lo mucho que me alegré de que decidiera traer de vuelta al Benthix Explorer al Olympus.
—Vaya, me alegro. —Perry forzó una sonrisa. Los ojos de Suzanne lo tenían embrujado, no sabía si eran verdes o azules—. Pero me gustaría que no hubiera tantos problemas con la perforación.
—Si, es una pena. Aunque debo confesar que, desde un punto de vista egoísta, estoy encantada con todo esto, la montaña submarina es un entorno fascinante, como verá enseguida, y gracias a los problemas de perforación tengo que bajar a menudo, así que no pienso quejarme.
—Me alegro de que al menos alguien esté contento —replicó Perry—. ¿Y qué tiene de fascinante esta montaña en particular?
—Su geología. ¿Sabe lo que son los diques basálticos?
—Pues no, pero supongo que están hechos de basalto. —Perry rió con timidez y decidió que los ojos de Suzanne eran azul claro teñidos de verde por el mar. También le gustaba su modo de maquillarse, de hecho no llevaba más maquillaje que un ápice de carmín en los labios. Lo cierto es que los cosméticos eran un caballo de batalla entre Perry y su mujer. Ella era maquilladora en un estudio de cine, y ella misma se pintaba con profusión, para disgusto de Perry, y ahora sus hijas, de once y trece años, comenzaban a seguir el ejemplo de la madre. El tema se había convertido en una guerra abierta en la que Perry no tenía oportunidad de vencer.
Suzanne sonrió de nuevo.
—En efecto, los diques basálticos son de basalto, se forman cuando el basalto fundido sale por las fisuras de la corteza terrestre. Lo más curioso es que algunos son tan geométricos que parecen artificiales. Ya verá cuando los vea.
—Siento interrumpir —terció Donald—, pero el Oceanus está listo para sumergirse y debemos subir a bordo. Incluso cuando el mar está en calma es peligroso tenerlo demasiado tiempo cerca del barco.
—¡A la orden! —replicó Suzanne con un esmerado saludo, pero esbozando una sonrisa. A Donald no le hizo mucha gracia porque sabía que le estaba tomando el pelo.
Suzanne hizo un gesto a Perry para que atravesara primero la pasarela, que llevaba a una combinación de plataforma de inmersión y cubierta de botadura. Perry vaciló un instante, sintiendo de nuevo un escalofrío. A pesar de sus esfuerzos por convencerse de la seguridad del sumergible y a pesar de la agradable compañía de Suzanne, los malos presentimientos le acechaban como una corriente helada en una cripta, que era justo lo que pensaba que sería el Oceanus. Una voz en su cabeza le decía que era una locura encerrarse en una nave hundida en medio del océano atlántico.
—Un momento —dijo—. ¿Cuánto tiempo durará la inmersión?
—Un par de horas solamente —contestó Donald—, o tanto tiempo como quiera. Por lo general nos quedamos mientras los buceadores estén en el agua.
—¿Por qué lo pregunta? —quiso saber Suzanne.
—Porque... —Perry buscó una explicación— porque tengo que llamar a la oficina.
—¿En domingo? ¿Quién va a la oficina en domingo?
Perry notó que se sonrojaba. Había perdido la noción de los días con los vuelos nocturnos de Nueva York a las Azores. Lanzó una hueca carcajada y se tocó la sien.
—Se me había olvidado que era domingo. Debe de ser el Alzheimer.
—¡Nos vamos! —anunció Donald antes de descender a la plataforma de buceo.
Perry le siguió despacio, sintiéndose un cobarde. Atravesó paso a paso la oscilante pasarela, inquieto al ver cómo se movía a pesar de que el mar estaba en calma.
La cubierta del Oceanus ya estaba inundada, puesto que la nave tenía casi una flotación neutral. Perry atravesó la escotilla con cierta dificultad, y mientras bajaba al submarino tuvo que apretarse contra los fríos peldaños de la escalera de acero.
El interior era un espacio tan estrecho como Mark había advertido. Perry dudaba que pudiera haber sitio para diez personas, irían como sardinas en lata. Para aumentar la sensación de claustrofobia, los tabiques estaban cubiertos de indicadores, lectores digitales e interruptores. No había ni un centímetro donde no apareciera un botón o un dial. Los cuatro ojos de buey parecían diminutos entre tanto equipo electrónico. Lo único bueno era que el aire olía a limpio, de fondo se distinguía el zumbido de la ventilación.
Donald dirigió a Perry hasta una silla a babor, justo detrás de la suya. Delante del sitio del piloto había varios grandes monitores de rayos catódicos en los que los ordenadores podían construir imágenes virtuales del suelo oceánico para ayudar a la navegación. Donald se puso a hablar por radio con Larry Nelson, inspeccionando todo el equipo y los sistemas eléctricos.
La escotilla se cerró por fin con un chasquido. Un momento después, Suzanne bajó con mucha más agilidad de la que había mostrado Perry, a pesar de que llevaba dos gruesos libros en una mano.
—Los he traído para usted —anunció, tendiéndoselos a Perry—. El más grueso es sobre la vida oceánica y el otro sobre geología marina; pensé que tal vez le apetecería leer algo sobre lo que vamos a ver. No quiero que se aburra.
—Vaya, muy amable —replicó él. Suzanne no se daba cuenta de que estaba demasiado inquieto para aburrirse. Se sentía como cuando estaba a punto de despegar en un avión: siempre cabía la posibilidad de que aquellos fueran los últimos minutos de su vida.
Suzanne se sentó a estribor del piloto y comenzó a manipular los interruptores mientras informaba a Donald de los resultados. Era evidente que trabajaban bien en equipo, al cabo de un momento comenzaron a oírse unos inquietantes pitidos agudos, un sonido inconfundible que Perry asociaba con las películas de submarinos de la segunda guerra mundial.
Perry se estremeció una vez más, cerró los ojos e intentó no pensar en el trauma de su infancia, cuando quedó atrapado bajo las sábanas, pero no logró tranquilizarse. Sentía que estaba tomando la peor decisión de su vida. Sabía que su inquietud no era lógica, puesto que se encontraba con profesionales para los que aquella inmersión era pura rutina, por lo demás, el sumergible era fiable y había pasado una revisión hacia poco.
De pronto unas gafas de buceo aparecieron delante de sus narices, y Perry no pudo evitar un chillido antes de darse cuenta de que se trataba de uno de los hombres que manejaban el submarino, que había entrado en el agua con el equipo de buceo. Luego vio a los otros buceadores, que a cámara lenta, como sí realizaran un ballet, soltaron los cables que sujetaban el submarino. Cuando terminaron se oyó un golpe en el casco, el Oceanus estaba listo.
—Hemos recibido la señal de luz verde —dijo Donald por radio. Hablaba con el supervisor del equipo de lanzamiento—. Solicito permiso para alejarme del barco.
—Permiso concedido —respondió una voz.
Perry sintió un movimiento hacia adelante unido al bamboleo, bandazos y cabezazos del sumergible. Pegó la cara al ojo de buey y vio que el Benthix Explorer iba desapareciendo, luego miró las profundidades a las que estaban a punto de descender. La luz se refractaba en la superficie del agua, provocando un curioso efecto óptico. A Perry le pareció mirar las fauces de la eternidad.
Se daba cuenta de que era tan vulnerable como un recién nacido. La vanidad y la estupidez le habían llevado hasta aquel entorno hostil, en el que no tenía ningún control sobre su destino. Aunque no era hombre religioso, rezó para que el viaje fuera corto, tranquilo y seguro.
—No hay contacto —respondió Suzanne. Donald había querido saber si el eco del sonar mostraba algún obstáculo inesperado bajo el Oceanus. Aunque se bamboleaban en mar abierto, se realizaban inspecciones rutinarias por si algún otro submarino se había metido subrepticiamente bajo ellos.
—Nos hemos alejado del barco —informó Donald por radio a Larry Nelson, que se encontraba en la cabina de inmersión—. Oxigeno conectado, depuradores conectados, escotilla cerrada, teléfono submarino conectado, terreno normal, el sonar indica despejado. Solicito permiso para inmersión.
—¿Está activado el faro de seguimiento?
—Afirmativo.
—Permiso de inmersión concedido. —la voz de Larry se oía con algunos ruidos estáticos—. La profundidad de la boca del pozo es de doscientos ochenta metros. Buen viaje.
—¡Roger!
Cuando Donald estaba a punto de dejar el micrófono, Larry añadió:
—La cámara de descompresión casi ha alcanzado el nivel de profundidad, así que la campana bajará lo antes posible. Calculo que los buceadores llegarán dentro de media hora.
—Les estaremos esperando. Cambio y fuera. —Donald se volvió hacia sus compañeros—. Inmersión. Abrid los tanques de lastre.
Suzanne pulsó un interruptor.
—Tanques de lastre abiertos —informó. Donald tomó nota en su tablilla.
Se oyó un ruido como el de una ducha en la habitación vecina mientras el agua del Atlántico penetraba en los tanques del Oceanus. El submarino descendió en silencio.
Durante unos minutos, Donald y Suzanne estuvieron ocupados revisando todos los sistemas de a bordo, su conversación se limitaba a frases cortas en la jerga de la profesión. Repasaron rápidamente toda la lista de control por segunda vez mientras el descenso aceleraba hasta una velocidad de treinta metros por minuto.
Perry se dedicó a mirar por el ojo de buey, el agua, al principio azul verdosa, se tomó color índigo al cabo de un momento, al mirar hacia arriba sólo distinguió un resplandor azul. Hacia abajo todo era de un oscuro color púrpura que se desvanecía en la negrura, el interior del Oceanus, en cambio, estaba bañado en la fría luminosidad de los monitores y los lectores digitales.
—Creo que vamos algo cargados de peso en proa — anunció Suzanne, después de revisar todo el equipo electrónico.
—Ya —respondió Donald—. Habrá que compensar por el señor Bergman.
Suzanne pulsó otro interruptor, provocando un zumbido.
Perry se inclinó entre los dos pilotos.
—¿Qué es eso de que hay que compensar por mí? —su voz le sonó extraña y tragó saliva.
—Tenemos un sistema de lastre variable —explicó Suzanne—. Está lleno de aceite, y estoy sacando un poco para compensar su peso delante del centro de gravedad.
—Ah.
Perry se reclinó de nuevo. Era ingeniero y entendía de física, se sentía aliviado de que nadie hubiera mencionado su inquietud, que era bastante evidente.
Suzanne desactivó la bomba de lastre una vez estuvo satisfecha con el equilibrio de la nave. Luego se volvió hacia Perry, ansiosa por presentar la inmersión de la forma más positiva posible, porque a la vuelta esperaba sugerir la posibilidad de conducir inmersiones puramente exploratorias en la montaña submarina, de momento, la única ocasión que tenía de bajar era cuando había que cambiar la barrena. No había logrado convencer a Mark Davidson del valor de las inmersiones de investigación.
Para aumentar la ansiedad de Suzanne, se había extendido el rumor de que la operación de perforación sería cancelada debido a los problemas técnicos, y la mujer temía que abandonaran el monte Olympus antes de que ella pudiera verlo bien de cerca. Esto era lo último que deseaba, y no sólo por su interés profesional, justo antes de embarcarse en este proyecto, había terminado, esperaba que definitivamente, una relación enfermiza y volátil con un aspirante a actor, y de momento no tenía ningunas ganas de volver a Los Ángeles. La súbita aparición de Perry Bergman había sido una suerte. Así podría presentar su caso directamente a las altas esferas.
—¿Está cómodo? —preguntó.
—No he estado tan cómodo en mi vida —declaró Perry.
Suzanne sonrió, a pesar del evidente sarcasmo de Bergman. La situación no parecía muy favorable, el presidente de la Benthix Marine seguía tenso, se aferraba al brazo de la silla como si estuviera a punto de dar un brinco los libros que ella se había molestado en llevarle yacían en el suelo.
Observó a Perry, que parecía reacio a mirarla a los ojos, no podía saber si su ansiedad se debía al hecho de estar en el submarino o no era más que un rasgo básico de su personalidad. Ya en su primer encuentro, seis meses atrás, había visto que se trataba de un hombre excéntrico, vanidoso y nervioso, no era su tipo, desde luego, además de que era tan bajo que podía mirarle directamente a los ojos sin alzar la vista y sin llevar tacones, pero a pesar de tener muy poco en común con él, sobre todo siendo Perry ingeniero y empresario y ella científica, lo cierto es que había accedido a su propuesta de volver con el Benthix Explorer al monte Olympus, aunque sólo fuera para perforar una supuesta cámara de magma.
El monte Olympus había sido la principal preocupación de Suzanne durante casi un año, desde que dio con él al conectar el sonar lateral del Benthix Explorer por puro aburrimiento, cuando el barco volvía a puerto. Al principio sintió curiosidad, puesto que no podía explicar cómo un volcán tan enorme, aparentemente extinto, no había sido detectado por el Geosat, pero ahora, después de haber realizado cuatro inmersiones con el sumergible, estaba fascinada por las formaciones geológicas de la cima plana, sobre todo porque sólo había tenido oportunidad de explorar en la inmediata vecindad del pozo, pero el hecho más intrigante surgió cuando se propuso datar la roca que habían obtenido con la barrena rota.
Encontró los resultados sorprendentes y más intrigantes que la aparente dureza de la roca. Teniendo en cuenta la posición del Olympus, cerca de la dorsal medio atlántica, esperaba que la edad de la roca fuera de unos setecientos mil años, pero había resultado tener unos cuatro billones de años.
Sabiendo que las rocas más antiguas encontradas en la superficie del suelo oceánico eran muchísimo más jóvenes, Suzanne pensó que los instrumentos de medición se habían estropeado, o que ella misma había cometido algún error en los procedimientos, por no arriesgarse a hacer el ridículo no comunicó sus datos a nadie.
Pasó horas y horas recalibrando el equipo y luego realizando pruebas adicionales una y otra vez pero, para su sorpresa, los resultados no diferían unos de otros en más de unos tres o cuatrocientos millones de años. Todavía convencida de que la explicación era alguna avería en los instrumentos de medición, Suzanne pidió a Tad Messenger, el jefe del laboratorio técnico, que los recalibrara.
Cuando más tarde volvió a examinar la muestra, el resultado no difería más que unos cuantos millones de años de los primeros datos. Suzanne, todavía insegura, decidió esperar hasta volver a Los Ángeles, donde podría utilizar el laboratorio de la universidad. Mientras tanto mantenía los datos escondidos en su taquilla, intentaba no llegar a conclusiones, pero su interés en el monte Olympus creció desmesuradamente.
—¿Le apetece un café? Tenemos un termo —dijo—. Yo misma se lo sirvo.
—Creo que prefiero que se quede en los mandos —respondió Perry.
—Donald, ¿Por qué no encendemos un momento las luces exteriores? —sugirió ella.
—Sólo estamos a ciento cincuenta metros, no hay nada que ver.
—Es la primera vez que el señor Bergman se sumerge en mar abierto. Así vería el plancton.
—Llámeme Perry. No veo por qué tenemos que ser tan formales cuando vamos aquí apretados como sardinas en lata.
Suzanne sonrió, aunque lamentaba que el presidente no estuviera disfrutando del viaje.
—Anda, Donald, enciende las luces. Te lo pido como favor.
Donald, sin más comentario, encendió los focos halógenos de babor. Perry miró por el ojo de buey.
—Parece nieve —comento.
—Son trillones de organismos individuales — explicó Suzanne—. Puesto que todavía estamos en una zona epipelágica, se trata seguramente de fitoplancton, es decir plancton vegetal que puede realizar la fotosíntesis. Junto con las algas verdiazules, este es el último extremo de la cadena alimenticia de todo el océano.
—Me alegro —replicó Perry.
Donald apagó las luces.
—No tiene sentido malgastar las baterías con una actitud como la suya —le susurró a Suzanne.
En la oscuridad se veían parpadeantes chispas de verde neón y amarillo.
—Es bioluminiscencia — explicó Suzanne.
—¿Del plancton?
—Podría ser. En ese caso se trataría probablemente de dinoflagelatos. claro que también podrían ser crustáceos diminutos o incluso peces. Le he señalado el capitulo de bioluminiscencia en el libro de vida marina.
Perry asintió con la cabeza, pero no hizo intento alguno por coger el libro.
Es inútil, pensó Suzanne de mal humor, su optimismo cayó en picado. Parecía imposible que Perry disfrutara del viaje.
—Oceanus, aquí el Benthix Explorer —se oyó la voz de Larry por el altavoz—. Sugiero un rumbo de doscientos setenta grados a cincuenta amperios durante dos minutos.
—Roger. —Donald ajustó el rumbo y cambió la intensidad de la hélice hasta cincuenta amperios, luego tomó nota de todo en su tablilla.
—Larry ha calculado nuestra posición localizando nuestra señal de sonar y relacionándola con los hidrófonos del fondo—explicó Suzanne—. al impulsarnos hacia delante mientras descendemos, llegaremos al fondo justamente donde está la boca del pozo, es como planear hacia el objetivo.
—¿Y qué haremos mientras llegan los buzos? —preguntó Perry—. ¿Quedarnos cruzados de brazos?
—Ni mucho menos. —Suzanne forzó otra sonrisa—. descargaremos la barrena y las herramientas. Luego podemos retirarnos, dispondremos de unos veinte o treinta minutos para explorar la zona, creo que eso es lo que va a disfrutar usted de verdad.
—Vaya, lo estoy deseando —replicó Perry, con aquel sarcasmo que Suzanne comenzaba a temer—. Pero no quiero que hagan nada fuera de lo corriente por mí, o sea que no traten de impresionarme, ya estoy bastante impresionado.
De pronto cambiaron los monótonos pitidos del sonar, el submarino se acercaba al fondo y el sonar de corto alcance tenía un contacto sólido. La pantalla mostraba la boca del pozo y la tubería que entraba en él. Donald soltó varios pesos de descenso y comenzó a ajustar con cuidado el sistema variable de lastre para lograr la flotación natural.
Suzanne, mientras tanto, encendió un pequeño aparato de CD era parte de su plan maestro. La consagración de la primavera de Stravinsky llenó la cabina, en ese momento Donald encendió las luces exteriores.
Perry miró por el ojo de buey con ojos como platos, la nieve de plancton había desaparecido, y el agua era mucho más clara de lo que había imaginado. Se veía a más de cien metros, y el panorama era impresionante, Perry esperaba encontrarse con un paisaje anodino y aburrido, como en aquella inmersión en Santa Catalina, pensaba que como mucho vería un par de pepinos de mar pero se encontraba ante un cuadro que jamás había imaginado: enormes columnas grises, acabadas en un extremo plano, se alzaban como pétreos pistones de una máquina gigantesca y se extendían hasta donde alcanzaba la vista, algunos peces de largas colas y grandes ojos nadaban perezosos entre ellas, en los salientes de roca se agitaban sinuosos abanicos y látigos de mar.
—¡Cielo santo! —exclamó Perry fascinado, sobre todo con la dramática música de fondo.
—Un paisaje excepcional, ¿eh? —comentó Suzanne, más animada. Era la primera vez que Perry reaccionaba de forma positiva.
—Parece un templo antiguo.
—Sí, como la Atlántida. —Suzanne pensaba exprimir la situación al máximo.
—¡Es verdad! ¡Es como la Atlántida! ¡Caray! ¿Se imaginan sí organizáramos recorridos turísticos y dijéramos que esto es la Atlántida? ¡Sería una mina de oro!
Suzanne carraspeó, inundar de turistas su precioso monte era lo último que deseaba, pero por lo menos agradecía el entusiasmo de Perry.
—La corriente es de un octavo de nudo — informó Donald —.
Nos acercamos a la boca del pozo, preparados para descargar la barrena.
Suzanne se volvió para atender sus tareas de copiloto. Conectó los servomecanismos de los brazos mientras Donald aterrizaba con mano experta en el suelo de roca, luego utilizó el teléfono.
—Estamos en el fondo, descargando.
—Roger —contestó Larry—. Ya me lo he imaginado al oír la música de Suzanne. ¿Es que no tiene otro disco?
—Es el que va mejor con este paisaje —terció ella.
—Mira, si hacemos más inmersiones ya te dejaré algo de New Age. No soporto la música clásica.
—¿Son diques basálticos? —preguntó Perry.
—Esa es mi teoría —contestó Suzanne—. ¿Ha oído hablar del arrecife gigante?
—Pues no.
—Es una formación rocosa en la costa septentrional de Irlanda, se parece a esto que estamos viendo.
—¿Es muy grande la cima del monte submarino?
—Yo calculo que como unos cuatro campos de fútbol, pero por desgracia no es más que una suposición. El problema es que no hemos tenido tiempo para explorar.
—Pues yo creo que deberíamos.
—¡Bien! Suzanne tuvo que resistir la tentación de preguntar a gritos a Larry y Mark si habían oído el comentario de Perry.
—¿Y la cima del monte es como esto? —quiso saber Perry.
—No del todo, por lo poco que hemos visto, hay más áreas de formaciones submarinas de lava, más típicas. En la última inmersión atisbamos lo que podría ser una falla transversal, pero tuvimos que subir antes de poder investigar, el monte no ha sido explorado.
—¿Dónde estaba la falla, en relación con el pozo?
—Al oeste de aquí, más o menos en la dirección que está mirando ahora mismo. ¿Ve una hilera de columnas muy altas?
—Creo que sí. —Perry pegó la cara al plexiglás para mirar ligeramente hacia atrás del submarino. Apenas se distinguía una hilera de columnas—. ¿Y tendría importancia una falla transversal?
—Sería algo increíble. Se dan a todo lo largo de la dorsal medio atlántica, pero una falla tan alejada de la dorsal y atravesando lo que suponemos que es un viejo volcán sería algo insólito.
—Vamos a echar un vistazo —sugirió Perry—. Esto es fascinante.
Suzanne miró a Donald con una sonrisa triunfal, ni siquiera él pudo evitar sonreír, apoyaba el plan de Suzanne, pero no albergaba ningún optimismo.
Ella sólo tardó unos minutos en aligerar toda la bandeja de carga. Una vez colocó el material junto al pozo, dobló los brazos hidráulicos.
—Listo —dijo, apagando los servomecanismos.
—Oceanus a control de superficie —llamó Donald por radio—. Hemos descargado. ¿Cómo están los buceadores?
—La compresión casi ha terminado. La campana comenzará a descender enseguida. Se calcula que llegará al fondo dentro de treinta minutos, más o menos.
—¡Roger! mantennos informados. Vamos hacia el oeste para investigar una grieta que avistamos en la última inmersión.
—Muy bien. ya os avisaré cuando salga la campana de la cámara de compresión, os volveré a llamar cuando baje a unos ciento cincuenta metros, para que podáis asumir la posición apropiada.
—Roger —repitió Donald con las manos en los joysticks subió la potencia del sistema de propulsión a cincuenta amperios y apartó con mano experta el submarino del pozo, con cuidado de evitar la tubería. unos momentos después el Oceanus planeaba sobre la extraña topografía de la cima de la montaña.
—Yo creo que esto es una sección de la corteza terrestre en perfecto estado —comentó Suzanne—, pero lo que no entiendo es cómo ni por qué la lava se enfrió formando estas figuras poligonales. parecen cristales gigantescos.
—Me gusta la idea de que sea la Atlántida —replicó Perry, con la cara pegada al ojo de buey.
—Nos acercamos al lugar donde avistamos la falla —informó Donald.
—Debería estar justo encima de aquel conjunto de columnas—Añadió Suzanne.
Donald apagó los propulsores y el submarino disminuyó la velocidad al salir del monte.
—¡Caramba! —exclamó Perry—. ¡Menudo precipicio!
—Bueno, pues no es una falla transversal —dijo Suzanne en cuanto la vio de cerca—. De hecho, si fuera una falla tendría que ser un graben. El otro lado es igual de pronunciado.
—¿Qué demonios es un graben?
—Es cuando el bloque de una falla cae a los dos lados en relación a la roca. Pero eso no sucede en la cima de un monte submarino.
—Pues a mí me parece un agujero rectangular. ¿Qué diría usted? yo calculo que de unos cuarenta metros de longitud y quince de anchura.
—Sí, más o menos.
—¡Es increíble! Es como si un gigante hubiera cortado un trozo de roca con un cuchillo igual que si cortara un trozo de sandía.
Donald guió el submarino sobre el agujero.
—No veo el fondo —dijo Perry.
—Ni yo —comentó Suzanne.
—Ni el sonar tampoco —informó Donald, señalando el monitor. No se obtenía ninguna señal de retorno, era como estar suspendidos sobre un pozo sin fondo.
—¡Madre mía! —exclamó Suzanne, perpleja.
Donald dio un golpecito al monitor, pero seguía sin obtener ninguna señal.
—Esto es rarísimo —dijo ella—. ¿Tú crees que estará averiado?
—No lo sé —contestó Donald, intentando modificar los indicadores.
—Un momento —terció Perry con voz tensa—. ¿No me estarán tomando el pelo?
—Intenta el sonar de barrido lateral —propuso Suzanne, sin hacer caso de Perry.
—Pasa lo mismo, la señal es aberrante, a menos que queramos creer que el pozo sólo tiene un par de metros de profundidad, porque eso es lo que sugiere el monitor.
—Es evidente que el agujero es mucho más hondo que eso.
—Así es.
—Eh —interrumpió Perry de nuevo—. Me están asustando.
Suzanne se volvió hacia él.
—No intentamos asustarle, estamos tan asombrados como usted.
—Yo creo que debe de haber un termocline justo al borde de la formación —dijo Donald—. El sonar tiene que rebotar en algo.
—¿Le importaría traducir? —pidió Perry.
—Las ondas de sonido rebotan en los gradientes bruscos de temperatura. Eso es lo que podría pasar aquí.
—Para obtener una lectura de profundidad tendríamos que descender cuatro o cinco metros por el agujero —afirmó Donald —. Lo haré disminuyendo la flotación, pero primero quiero cambiar la orientación.
Utilizando los propulsores de estribor, Donald hizo girar al sumergible con movimientos bruscos hasta colocarlo en paralelo con el eje longitudinal del agujero, luego manipuló el sistema de lastre variable para disminuir la flotación, la nave comenzó a bajar poco a poco.
—Quizá no sea tan buena idea —dijo Perry, mirando nervioso el monitor del sonar y el ojo de buey.
—Control de superficie a Oceanus —se oyó de pronto por el altavoz de la radio—. la campana sale en este momento de la cámara de compresión, los buceadores estarán a ciento cincuenta metros en diez minutos.
—Roger, control de superficie —contestó Donald—. Nos encontramos a unos treinta metros al oeste del pozo, vamos a inspeccionar un aparente termocline en una formación rocosa, las comunicaciones quedarán interrumpidas momentáneamente, pero estaremos listos cuando lleguen los buceadores.
—Recibido.
—Mirad el brillo de las paredes —comentó Suzanne mientras descendían por el agujero—. Son totalmente lisas. ¡Casi parecen de obsidiana!
—Eh, volvamos al pozo —pidió Perry.
—¿Podría ser el cráter de un volcán apagado? —preguntó Donald, con una ligera sonrisa en su rígido rostro.
—Es una idea —rió Suzanne—. Aunque tengo que decir que nunca he oído hablar de una caldera perfectamente rectangular, esto me recuerda a Viaje al centro de la tierra de Julio Verne.
—¿Y eso? —quiso saber Donald.
—¿Lo has leído?
—Yo no leo novelas.
—Es verdad, se me había olvidado, en fin, los protagonistas entran en una especie de mundo olvidado a través de un volcán apagado.
Donald movió la cabeza, no apartaba la vista del lector de la temperatura.
—Menuda pérdida de tiempo, leer esa basura, por eso no leo novelas, sobre todo cuando apenas tengo tiempo de leer todas las revistas técnicas que llegan a mis manos.
Suzanne prefirió no responder, nunca había podido modificar las rígidas ideas de Donald sobre la ficción en particular y el arte en general.
—No quisiera molestar —interrumpió Perry—, pero... —no logró terminar la frase, pues de pronto el submarino aceleró bruscamente el descenso.
—¡Coño! —gritó Donald.
Perry se aferró a la silla con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, el rápido descenso le asustaba, pero no tanto como el estallido de Donald, tan poco característico. Si el imperturbable Donald Fuller tenía miedo, la situación debía de ser crítica.
—¡Soltando lastre! —exclamó, el sumergible frenó su caída y finalmente se detuvo. Donald soltó más peso hasta que la nave comenzó a ascender. Utilizó el propulsor de babor para mantener la posición con el eje longitudinal del agujero y evitar chocar contra las paredes.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Perry, cuando logró por fin abrir la boca.
—Hemos perdido flotación —informó Suzanne.
—De pronto hemos aumentado de peso o bien el agua se ha hecho más ligera — explicó Donald mientras examinaba sus instrumentos.
—¿Y. eso qué significa?
—pues que como evidentemente nosotros no hemos aumentado de peso, el agua se ha tornado más ligera —contestó Donald, señalando el indicador de temperatura—. Hemos atravesado el gradiente de temperatura que sospechábamos, y era mucho más fuerte de lo que esperábamos, pero en la dirección opuesta. ¡La temperatura exterior ha subido casi cuarenta grados!
—¡Vámonos de aquí ahora mismo! —gritó Perry.
—Ya vamos —replicó Donald, cogiendo el micrófono de la radio para llamar al Benthix Explorer, al cabo de un momento volvió a dejarlo—. Las ondas sónicas no entran ni salen de aquí.
—¿Esto qué es, una especie de agujero negro? —preguntó Perry irritado.
—El ecógrafo está dando una lectura — anunció Suzanne —. ¡Pero no puede ser verdad! ¡Dice que el agujero tiene más de nueve mil metros de profundidad!
—Vamos a ver, ¿Por qué tendría que funcionar mal? —se preguntó Donald, dando golpes con los nudillos al instrumento, el lector digital no cambió: 9.147.
—Olvídense del ecógrafo —saltó Perry—. ¿No podemos subir más deprisa? —el Oceanus ascendía, pero muy despacio.
—Nunca había tenido problemas con esto —dijo Donald.
—Tal vez el agujero era una especie de tubería de magma —apuntó Suzanne—. Es evidente que es muy hondo, aunque no sepamos la profundidad exacta, y el agua está caliente, eso sugiere contacto con la lava.
—¿No podríamos por lo menos apagar la música? —pidió Perry, estaba llegando a un crescendo que no hacia más que aumentar su ansiedad.
—¡Esto es increíble! —exclamó Suzanne—. ¡Mirad las paredes! El basalto está orientado transversalmente, nunca he oído hablar de un dique transversal. ¡Y mirad! tiene un tono verdoso, tal vez es gabro y no basalto.
—Me temo que voy a tener que hacer notar mí autoridad—saltó Perry sin disimular su exasperación—. ¡Quiero que me suban a la superficie ahora mismo!
Suzanne se volvió para responder, pero apenas llegó a abrir la boca. Antes de que pudiera decir nada, una vibración de baja frecuencia sacudió el submarino con tal fuerza que tuvo que agarrarse a la silla para no caerse. Varios objetos cayeron al suelo, incluida una taza que se hizo añicos, al mismo tiempo se oyó un sordo rumor que parecía un trueno lejano.
El ruido duró casi un minuto, nadie dijo una palabra, aunque Perry, totalmente pálido, lanzó un chillido.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Donald, examinando rápidamente sus instrumentos.
—No lo sé muy bien —contestó Suzanne—, pero yo diría que un terremoto, se dan muchos a lo largo de la dorsal medio atlántica.
—¡Un terremoto! —exclamó Perry.
—Tal vez el volcán está despertando. ¡Eso sí que sería un viaje!
—¡Oh oh! —gimió Donald—. ¡Tenemos un problema!
—¿Qué pasa? —preguntó Suzanne, examinando igual que Donald los diales, indicadores y pantallas a su alcance, eran los instrumentos importantes para manejar el submarino, todo parecía en orden.
— ¡El ecógrafo! —dijo Donald con insólita inquietud.
Suzanne miró rápidamente el lector digital localizado cerca del suelo entre los asientos de los dos pilotos. Disminuía a una velocidad alarmante.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Tú crees que la lava está subiendo por la tubería?
—¡No! ¡Somos nosotros! —exclamó Donald—. Nos hundimos, ya he soltado todos los pesos de descenso. ¡Hemos perdido flotación!
—¡Pero el indicador de presión no está subiendo! ¿Cómo podemos hundirnos?
—No debe de funcionar —dijo Donald frenético—. Nos hundimos, no hay duda. ¡Mira por la ventana!
Era cierto, se hundían. La tersa superficie de roca ascendía rápidamente.
—Voy a vaciar los tanques de lastre, a esta profundidad no tendrá mucho efecto, pero no tengo elección.
El ruido del aire comprimido al salir ahogó la música de Stravinsky, pero sólo durante veinte segundos a esa presión los tanques de aire comprimido se vaciaron enseguida, la velocidad de descenso no varió.
—¡Haga algo! — gritó Perry cuando por fin recuperó la voz.
—¡No puedo! —exclamó Donald—. Los controles no responden. ¡No puedo hacer nada!
Mark Davidson se moría por un cigarrillo, su adicción era absoluta, aunque le resultaba fácil dejar de fumar, puesto que lo hacía una vez a la semana, su necesidad de tabaco alcanzaba el máximo cuando se relajaba, trabajaba o estaba ansioso, y de momento estaba muy ansioso, para él las operaciones de buceo a gran profundidad eran siempre peliagudas. Sabía por experiencia que las cosas podían torcerse en cualquier instante.
Ahora alzó la vista hacia el gran reloj de la pared de la cabina de inmersión, con sus monstruosas manecillas. Su presencia intimidatoria impedía que nadie se olvidara del paso del tiempo. Habían pasado doce minutos sin contacto alguno con el Oceanus, aunque Donald le había advertido de que habría una interrupción en las comunicaciones, había transcurrido un tiempo más que razonable, sobre todo teniendo en cuenta que el submarino no había respondido al último mensaje de Larry Nelson, cuando este quiso avisarles que los buceadores habían descendido a ciento cincuenta metros.
Mark miró el paquete de Marlboro que había arrojado sobre el mostrador, era una agonía contenerse de encender uno, por desgracia había entrado en vigor una nueva prohibición de fumar en las zonas comunes del barco, y el capitán Jameson era muy rígido en cuanto a las normas y regulaciones.
Mark apartó la vista del tabaco con cierta dificultad, y examinó el interior de la cabina, todos los presentes parecían tranquilos, lo cual sólo servía para aumentar su tensión. Larry Nelson estaba sentado, totalmente inmóvil, en la estación de control de operaciones de inmersión, junto con el operador de sonar, Peter Silroseníhal. Detrás de ellos estaban los dos observadores, delante de la consola de operación del sistema. Aunque continuamente examinaban con la vista los indicadores de presión de las dos cámaras presurizadas y la campana de inmersión, por lo demás no movían ni un dedo.
Enfrente de ellos estaba el operador del winche, sentado en un alto taburete ante la ventana que daba al pozo central, con la mano en la palanca del winche, en el exterior, el cable atado a la campana de inmersión descendía a la máxima velocidad permitida, un segundo cable pasivo llevaba el tubo de gas, la manguera de agua caliente y los cables de comunicación.
Al otro extremo de la cabina se encontraba el capitán Jameson, chupando con aire distraído un palillo de dientes, delante de él estaban los controles que formaban una extensión del puente, aunque las hélices y propulsores del barco se controlaban por ordenador para mantener la nave parada sobre el pozo, el capitán podía controlar el sistema manualmente si surgía la necesidad durante las operaciones de buceo.
—¡Maldita sea! —exclamó Mark, tirando el lápiz que mordisqueaba sin darse cuenta—. ¿A qué profundidad están los buceadores? —preguntó levantándose.
—A unos doscientos metros en este momento.
—¡Intenta comunicar otra vez con el Oceanus! —ordenó a Larry.
Mark se puso a pasear de un lado a otro, tenía un mal presentimiento, que cada vez iba a peor, se daba de cabezazos por haber animado a Perry Bergman a bajar en el sumergible, conociendo el interés de la doctora Newell por el monte submarino y su deseo de realizar inmersiones de exploración, le preocupaba que Suzanne hubiera querido impresionar al presidente para lograr su deseo, eso quería decir que tal vez había presionado a Donald para hacer cosas que no haría en otras circunstancias, y Mark sabía que la doctora Newell era la única persona a bordo que podía ejercer alguna influencia sobre el rígido ex oficial de marina.
Mark se estremeció, si el Oceanus quedaba atrapado en una fisura al descender para examinar algún rasgo geológico, seria un desastre de primera magnitud, era lo que había estado a punto de pasar con el submarino Alvin, en Woods Hole, justo en la dorsal medio atlántica, no muy lejos de su actual posición.
—Seguimos sin respuesta —informó Larry después de varios intentos.
—¿Alguna señal del sonar del submarino? —preguntó Mark al operador del sonar.
—No —respondió Peter—. Y los hidrófonos del fondo no tienen ningún contacto con su rayo de rastreo, el termocline que han encontrado debe de ser impresionante, es como si se hubieran hundido bajo el suelo oceaníco.
Mark se detuvo y miró de nuevo el reloj.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que notamos el temblor?
—Ha sido más que un temblor —apuntó Larry—. Tad Messenger lo ha calificado de cuatro punto cuatro en la escala de Richter.
—No me extraña —comentó Mark—. Si se ha caído hasta la pila de tubos que había en cubierta y si lo hemos notado nosotros, mucho peor ha tenido que ser en el fondo. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Larry miró su cuaderno de bitácora.
—Casi cuatro minutos. ¿Tú crees que tiene algo que ver con el hecho de que no oigamos al Oceanus?
Mark no quería contestar, no era supersticioso, pero no le gustaba airear sus preocupaciones, como si el hecho de contarlas aumentara las posibilidades de que se hicieran realidad, pero era posible que el terremoto hubiera provocado un deslizamiento de rocas y hubiera atrapado al Oceanus. Era una catástrofe que no se podía descartar si Donald, a instancias de Suzanne, había descendido por una depresión estrecha.
—Déjame hablar con los buceadores. —Mark cogió el micrófono, sin saber muy bien qué iba a decir, en el monitor se veían las cabezas y los cuerpos escorzados de los tres hombres.
—¡Mierda, tío! —gimió Michael—. ¡Me has dado una patada en los huevos! —su voz se oía como una serie de grititos y chillidos que habría resultado ininteligible para cualquier persona, la distorsión se debía al helio que respiraba en lugar de nitrógeno.
A una presión equivalente a trescientos metros de agua salada, el nitrógeno actuaba como anestésico, la solución era sustituir el nitrógeno por helio, pero esto provocaba marcados cambios en la voz, los buceadores estaban acostumbrados, aunque hablaban como el pato Donald, se entendían entre ellos perfectamente.
—Pues entonces aparta los huevos de mi camino —replicó Richard—. Me está costando un trabajo de mil demonios ponerme las putas aletas.
Los tres buceadores estaban hacinados en la campana de inmersión, cuyo casco de presión era una esfera de dos metros y medio de diámetro. Compartían el estrecho espacio con el equipo completo de buceo, cientos de metros de manguera y todos los instrumentos necesarios.
—Que me aparte, dice —se burló Michael—. ¿Qué quieres que haga, salir a dar un paseo?
De pronto se encendió con un chasquido el altavoz montado en la parte superior de la esfera, junto con una minúscula cámara de vídeo con una lente de ojo de pez, aunque los buceadores se sabían constantemente observados, eran del todo indiferentes a ello.
—¡Necesito un momento de atención! —ordenó Mark su voz, en contraste con la de los buceadores, sonaba relativamente normal—. Aquí el comandante de operaciones.
—¡Mierda! —se quejó Richard, mirando la aleta que le estaba dando tantos problemas—. No me extraña que no me la pudiera meter. ¡Cómo que no es la mía! Es tuya, Donaghue. —Richard golpeó a Michael con la aleta en la cabeza.
Michael se molestó, pero sólo porque el golpe le había tirado su adorada gorra de los Red Sox, que aterrizó sobre la escotilla cerrada.
—¡Eh, que nadie se mueva! —exclamó—. ¡Mazzola, cógeme la gorra! No quiero que se moje. —Michael ya estaba totalmente equipado para salir, con el traje de neopreno, el chaleco de control de flotación y los plomos, era imposible inclinarse para recoger la gorra.
—¡Señores! —se oyó la voz de Mark, más fuerte e insistente.
—Que te den por culo, me toca quedarme en la campana, pero eso no significa que sea tu esclavo.
—¡Escuchad, animales! —se oyó el grito de Larry en el altavoz. La voz resonó en la atestada esfera casi a punto de hacerles daño en los tímpanos—. El señor Davidson quiere hablar con vosotros. ¡Así que silencio!
Richard tiró las aletas a Michael y miró hacia la cámara.
—Vale, vale. Escuchamos.
—Esperad un momento —dijo Larry—. No nos habíamos dado cuenta de que el filtro de helio no estaba en línea.
—¡Mientras pásame las aletas —pidió Richard a Michael.
—¿Quieres decir que las que yo llevo puestas no son mías?
—¡Tú dirás! —se burló Richard—. Puesto que tienes las tuyas en las manos, no puedes tenerlas también en los pies, gilipollas.
Michael se agachó torpemente para quitarse las aletas. Richard se las arrebató con gesto desdeñoso, a continuación los dos intentaron ponerse cada uno las suyas, chocando el uno con el otro.
—Muy bien —se oyó por fin la voz de Larry—. Estamos en línea con el filtro, así que dejad de hacer el idiota y escuchad, aquí está el señor Davidson.
Los buceadores no se molestaron en alzar la vista, se apretaron contra los lados de la campana con expresión aburrida.
—No conseguimos captar señales del Oceanus por radio ni con el sonar —anunció Mark—. Queremos que establezcáis contacto visual con ellos. si no veis el submarino al llegar al pozo, avisadnos y os daremos nuevas instrucciones, ¿Entendido?
—Entendido —contestó Richard—. ¿Podemos prepararnos ya para salir?
—Afirmativo.
Richard y Michael, logrando un ápice de libertad de movimientos, terminaron de ponerse las aletas. Michael intentó incluso coger su gorra mientras Richard se ponía el chaleco de flotación y el cinturón de plomos, pero estaba fuera de su alcance, como se temía.
—Conecto las luces exteriores —informó Larry.
Los otros dos se volvieron lo suficiente para mirar por los dos pequeños ojos de buey. Louis estaba demasiado ocupado para mirar por la ventana.
—Veo el fondo —comentó Richard.
—Yo también.
Colgada de un único cable principal, la campana rotaba lentamente hacia un lado y otro, permitiendo a los buceadores una vista de trescientos sesenta grados, aunque la rotación estaba limitada por las líneas de mantenimiento de vida, cuando por fin se detuvo sobre la marca a trescientos metros, la rotación ceso.
Puesto que se encontraban catorce metros sobre la superficie de la roca en una de las secciones más altas de la cima del monte, la vista era bastante amplia, restringida solamente al oeste por un risco de roca que desde allí parecía una serie de columnas conectadas. Pero la formación estaba en la periferia de la esfera de luz.
—¿Ves el submarino? —preguntó Richard.
—No —respondió Michael—. Pero veo las herramientas junto al pozo, las han dejado todas muy ordenaditas.
Richard se volvió hacia la cámara de video.
—No vemos el Oceanus, pero ha estado aquí.
—Muy bien. habrá cambios en la operación —se oyó la voz de Larry—. El señor Davidson quiere que los buceadores rojo y verde se dirijan al oeste. ¿Veis una escarpa en esa dirección?
—¿Qué coño es una escarpa? —preguntó Richard.
—Una pared o una pendiente.
—Parece que sí.
—El señor Davidson quiere que os dirijáis a la pendiente. ¿Qué altura tiene, en relación con la campana?
—Está casi a la misma altura.
—Bien. Pasad por encima de ella e intentad establecer contacto visual con el sumergible, el señor Davidson cree que podría haber una grieta y vigilad la temperatura, se ve que hay un gradiente muy brusco en la zona.
—Entendido.
—Y recordad que no podéis subir más de tres metros por encima de la campana, no queremos que las cosas se tuerzan aún más. ¿Entendido?
—Muy bien. —Larry siempre hacía las mismas advertencias en las inmersiones de saturación.
—En cuanto al controlador de la campana —prosiguió Larry—, quiero que mantengas la mezcla de aire a un uno y medio por ciento de oxígeno y un noventa y ocho y medio de helio, ¿Entendido?
—Entendido —respondió Louis.
—Una última cosa para rojo y verde. Id con cuidado, nada de hacerse el macho.
—De acuerdo. —Richard hizo una seña con el pulgar hacia la cámara mientras miraba a Michael con una mueca de desdén—. ¡Que tengamos cuidado! es como mandar a un niño a jugar a la autopista y decirle que tenga cuidado.
Michael asintió, pero no escuchaba, aquella parte de la inmersión era peligrosa, en ese momento se estaba conectando al cordón umbilical y demás partes del equipo, cuando terminó, Louis le tendió sus gafas de buceo contenidas en un casco de fibra de vidrio, a pesar de su experiencia siempre se le encogía un poco el estómago antes de salir al agua.
Richard probó un par linternas submarinas y tendió una a Michael. Cuando estuvo listo, asintió con la cabeza y los dos se pusieron los cascos a la vez.
Lo primero que inspeccionaron en cuanto Louis abrió el colector fue el flujo de aire, a continuación el agua caliente, muy necesaria puesto que la temperatura del mar era de dos grados, por fin comprobaron las líneas de comunicación y los sensores. Una vez satisfechos, Louis informó a la superficie y pidió permiso para dar salida a los buceadores.
—Permiso concedido —respondió Larry—. ¡Abre la escotilla!
Con cierta dificultad y muchos gruñidos Louis se metió en el tronco de la campana.
—¡Mi gorra! —gritó Michael. Su voz quedó apagada por el ruido del aire de respiración.
Louis le tendió la gorra de béisbol y Michael se apresuro a colgarla de una de las muchas protuberancias de la campana, trataba aquella gorra como si fuera su posesión más preciada, aunque no quería admitir que la consideraba su amuleto.
Louis abrió la escotilla de presión y la levantó con cierta dificultad, más abajo, el agua del mar, de un azul luminoso, ascendía amenazadora por el tronco, los tres buceadores suspiraron en silencio, aliviados al ver que, como era de esperar, se detenía justo antes de llegar al borde de la escotilla. Sabían que seria así, pero también sabían que el día que no fuese así no había ningún sitio adonde ir.
Richard hizo una seña con el pulgar hacia arriba. Michael le devolvió el gesto, entonces Richard comenzó a bajar con cuidado por el tronco una vez libre salió al agua.
Salir de la atestada campana era un alivio que relacionaba con el hecho de nacer. La súbita libertad era casi embriagadora sólo sentía el frío del agua en las manos enguantadas. Examinó la zona a su alrededor mientras ajustaba su nivel de flotación, sólo tardó un momento en ver una silueta oscura justo en la periferia de la luz, no era el submarino, sino un tiburón de ojos luminosos. Su longitud era el doble del diámetro de la campana.
—Tenemos compañía —dijo con calma—. échame el repelente, por si acaso. —de toda la parafernalia antitiburón del mercado, Richard prefería una sencilla barra metálica, sabia por experiencia que los tiburones evitaban la barra como el demonio con sólo apuntarla en su dirección, no estaba muy seguro de que diera resultado con tiburones frenéticos de hambre, pero en esa situación nada era seguro del todo.
Unos minutos más tarde la barra cayó en silencio sobre la roca, seguida de las piernas de Michael que se debatía por salir del tronco de la campana, en cuanto estuvo fuera, Richard señaló hacia el tiburón, que ahora había entrado en el haz de luz.
—Ah, es un tiburón Greenland —dijo Richard, ya más tranquilo, era un bicho enorme, pero no peligroso. También recibía el nombre de tiburón dormilón, por su lentitud de movimientos.
Cuando Michael terminó de realizar sus ajustes, Richard señaló la pendiente de roca y los dos echaron a nadar hacia ella, con la linterna en la mano izquierda y la barra en la derecha, siendo expertos nadadores, cubrieron la distancia deprisa pero sin apresurarse, a una presión de casi treinta atmósferas, la mera tarea de respirar el viscoso aire comprimido era agotadora.
Louis, dentro de la campana, se afanaba por controlar los dos juegos de cables. No quería restringir a sus compañeros ni darles demasiada cuerda para que no se enredaran. Hasta que los buceadores comenzaban a trabajar, el controlador de la campana era un hombre muy ocupado, la tarea requería concentración y rapidez de reflejos, al mismo tiempo que iba soltando los cables, tenía que ir comprobando las válvulas de presión y el lector digital de porcentaje de oxigeno, además estaba en constante comunicación con cada uno de los buceadores y con la estación de inmersión de la superficie para tener las manos libres contaba con unos auriculares que incluían un micrófono junto a la boca.
Richard y Michael se detuvieron al llegar a la cima de la pendiente, a esa distancia de la campana la luz disminuía de forma drástica. Richard señaló la linterna y ambos la encendieron.
Detrás de ellos la campana brillaba fantasmagórica, como una nave espacial en un rocoso paisaje alienígena, de la campana escapaba un hilo de burbujas, delante de ellos la oscuridad se desvanecía en una negrura impenetrable, sólo cuando miraban hacia arriba percibían un débil atisbo de la luz de la superficie, a unos trescientos metros de distancia.
Los dos sabían que el enorme tiburón seguía allí, aunque no podían verlo. Sus linternas arrojaban estrechos conos de luz que penetraba la helada oscuridad sólo unos doce o quince metros.
—Detrás de la pendiente hay un precipicio —informó Richard.
Louis transmitió el mensaje a la estación de inmersión, aunque desde el barco podían comunicarse con los buceadores, Larry prefería utilizar al controlador de la campana como intermediario, la combinación de las voces distorsionadas por el helio y el ruido del aire de la respiración hacían muy difícil entender a los submarinistas, a pesar de tener el filtro de helio en la línea, era mejor comunicarse a través del hombre de la campana, que estaba acostumbrado a las distorsiones de la voz.
—Buceador rojo —llamó Louis—. Control quiere saber si ves alguna señal del Oceanus.
—Negativo.
—¿Hay alguna grieta o agujero?
—De momento no veo nada, pero vamos a empezar a bajar por la pared de roca.
—La roca es tersa como el cristal —comentó Richard.
Michael pasó la mano por ella y asintió.
—Estáis llegando a los últimos treinta metros de cable —informó Louis, soltando rápidamente los últimos lazos de sus garfios y maldiciendo entre dientes, pronto tendría que volver a recogerlos. Los buceadores raramente se alejaban tanto de la campana y precisamente él había tenido la mala suerte de ser el controlador en aquella ocasión.
Richard detuvo el descenso e indicó a Michael que hiciera lo mismo, luego señaló su termómetro de muñeca. Michael dio un respingo.
—La temperatura del agua ha cambiado —dijo Richard—. Ha subido unos cuarenta grados. ¡Corta el agua caliente!
—Rojo, ¿Me tomas el pelo? —preguntó Louis.
—Michael tiene la misma lectura, es como estar en una bañera.
Richard apuntaba hacia abajo con la linterna, buscando la base de la pared, ahora iluminó a su alrededor casi al final del rayo de luz se vislumbraba otra pared.
—Eh, parece que estamos en una especie de grieta, apenas veo el otro lado, debe medir unos quince metros de anchura.
Michael le dio un golpecito en el hombro y señaló a su izquierda.
—Michael tiene razón —informó Richard—. Es como un cañón cerrado, porque no veo la cuarta pared, por lo menos desde donde estamos ahora mismo.
—¡Eh! —exclamó de pronto Michael—. ¡Nos hundimos!
Richard miró la pared a sus espaldas. era verdad, se hundían a una velocidad increíble, casi no notaba la resistencia del agua.
Ambos patearon con fuerza hacia arriba, pero con muy poco resultado, seguían hundiéndose, confusos y alarmados, reaccionaron instintivamente hinchando los chalecos de flotación, al ver que tampoco eso surtía efecto, soltaron los cinturones de plomo y las barras antitiburón, por fin lograron detener el descenso.
Richard señaló hacia arriba y comenzaron a nadar, a pesar del esfuerzo que les costaba respirar, los dos lo hacían con fuerza, el extraño descenso los había puesto nerviosos y, para empeorar la situación, comenzaban a notar que el calor atravesaba sus trajes.
Cuando casi habían llegado a la cima de la pendiente, una súbita vibración subió de las profundidades como una onda expansiva, quedaron desconcertados, les costaba respirar y nadar al mismo tiempo, el temblor era parecido al que habían notado al bajar en la campana de inmersión, pero mucho más fuerte, advirtieron que se trataba de un terremoto submarino y supieron que estaban muy cerca del epicentro.
Para Louis el terremoto fue todavía más violento, en el momento del impacto estaba jalando frenéticamente los cables, que de pronto se habían quedado laxos, tuvo que soltarlos para evitar quedar empalado en las muchas protuberancias de las paredes.
Richard se recobró lo suficiente para tomar aliento, aunque era muy doloroso, la onda expansiva le había magullado el pecho, su primera respuesta, como buceador experto, fue comprobar que su compañero estaba bien, al ver que no lo encontraba, comenzó a dar vueltas frenético, hasta que por fin miró hacia abajo. Michael subía con grandes dificultades. Richard le tendió la mano, y entonces se dio cuenta de que los dos se hundían muy deprisa.
Intentaron nadar hacia arriba. desesperados, tiraron incluso las linternas para aminorar su peso, pero no les sirvió de nada, caían a toda velocidad por la pared de roca, absorbidos por el abismo. Louis, en la campana, había recuperado el equilibrio y tiraba de los cables, que seguían flojos, recogió un lazo, pero antes de poder colgarlo de su gancho noto un fuerte tirón, intento retener los cables, pero era imposible, de haber seguido agarrado a ellos le habrían sacado de la campana.
Se apartó maldiciendo de las mangueras, que se desenrollaban a toda velocidad, era como si los buceadores fueran cebos en la boca de un pez gigantesco.
—Controlador, ¿Estás bien? —se oyó la voz de Larry.
—¡Sí! —gritó Louis—. ¡Pero está pasando algo muy raro!
—¡Las mangueras están saliendo a cien por hora!
—Lo veo en el monitor. ¿No puedes pararlas?
—¿Cómo? —preguntó Louis. No quedaba mucha manguera, no tenía ni idea de lo que iba a pasar, los últimos lazos salieron de la campana y por un instante los cables quedaron tensos, luego vio horrorizado que se partían y desaparecían en el mar.
—¡Dios mío! —gritó, esforzándose por cortar el flujo de aire.
—¿Qué está pasando ahí abajo? —preguntó Larry.
—No lo sé. —y para aumentar su terror, la vibración comenzó de nuevo, intentó frenético agarrarse a algo, la campana submarina parecía un salero en la mano de un gigante. Louis lanzó un grito y, como en respuesta a una oración, las sacudidas quedaron reducidas a un mero temblor, al mismo tiempo se oyó un siseo y un resplandor rojo entró por los ojos de buey.
Soltándose de la tubería de alta presión a la que se aferraba, Louis se volvió hacia la ventana y se quedó petrificado, sobre el saliente cercano que los buceadores acababan de explorar se veía una cascada surreal de resplandeciente lava al rojo vivo. El borde rocoso siseaba y humeaba, convirtiendo en vapor el agua helada.
Cuando Louis recuperó el habla, alzó la vista hacia la cámara.
—¡Sacadme de aquí! —chilló—. ¡Esto es un puto volcán en erupción!
El interior de la cabina estaba en silencio, el único sonido era el de los motores de cubierta que hacían girar las poleas de los cables que subían la campana submarina y las mangueras de mantenimiento de vida, unos momentos antes había estallado un pandemónium, cuando se hizo evidente que habían perdido a dos buceadores en una especie de catástrofe piroclástica, el único consuelo era que el tercer buceador se encontraba bien.
Mark dio una larga calada al cigarrillo. Sin hacer caso de las reglas que había observado antes de que comenzaran los problemas, y ahora que la tragedia se había desencadenado, fumaba un cigarrillo tras otro por pura ansiedad. No sólo se las había arreglado para perder un sumergible de cien millones de dólares con dos expertos operadores y dos buceadores de saturación, sino que también había desaparecido el presidente de la Benthix Marine. deseaba no haber animado a Perry Bergman a realizar aquella inmersión. Él era el único responsable de su muerte.
—¿Qué demonios vamos a hacer? —preguntó Larry, aturdido. Fumaba igual que Mark, a pesar de haberlo dejado hacía seis meses, como supervisor de inmersión, también él se sentía responsable del desastre.
Mark suspiró, estaba débil. En toda su carrera no había perdido una sola vida, y eso que había dirigido peligrosas operaciones de inmersión en lugares de alto riesgo, como el golfo Pérsico durante la tormenta del desierto y ahora había perdido cinco personas, era algo inconcebible.
—La campana está ahora a ciento cincuenta metros —informó el operador de winches.
—¿Qué hay de las perforaciones? —se preguntó Larry en voz alta.
Mark dio otra calada al cigarrillo y casi se quemó los dedos, lo apagó furioso y encendió otro.
—Preparados para lanzar las cámaras —dijo—. tenemos que saber qué está pasando ahí abajo.
—Mazzola lo ha dejado bien claro —replicó Larry con voz trémula—. Cuando lo subíamos afirmó que toda la cima del monte, hasta donde alcanzaba su vista, era lava fundida que subía por detrás del saliente rocoso y hemos estado recogiendo temblores casi constantes, qué coño, estamos justo encima de un volcán. ¿De verdad quieres bajar las cámaras a ese infierno?
—Quiero verlo —insistió Mark—, y quiero grabarlo, estoy seguro de que se harán muchas indagaciones sobre este asunto y quiero ver la zona donde estaba el cañón o el agujero en que desapareció el Oceanus. Tengo que estar seguro de que no hay ninguna posibilidad de... —Mark no terminó la frase, en el fondo sabía que era una causa perdida. Donald Fuller había bajado el sumergible por la chimenea de un volcán justo antes de que hiciera erupción.
Esta bien —concedió Larry—. Diré a la tripulación que prepare las cámaras. ¿Pero qué pasa con las perforaciones? Supongo que no pensarás enviar a otro equipo de buceo cuando se calme el volcán, si es que se calma.
—¡Eso ni pensarlo! —exclamó Mark—. Ya no tengo ningún interés en perforar esta maldita montaña, y menos ahora que Perry Bergman ya no está con nosotros, era una obsesión suya, no mía, si las cámaras confirman que la chimenea del volcán, o lo que sea, está llena de lava fresca y que no podemos encontrar ningún rastro del Oceanus, nos largamos a toda máquina.
—Por mi perfecto —concluyó Larry levantándose—. Voy a preparar las cámaras para lanzarlas lo antes posible.
—Gracias. —Mark se inclinó y ocultó la cara entre las manos, no se había sentido peor en su vida.
Suzanne fue la primera en recuperarse del terror del precipitado descenso.
—Creo que nos hemos detenido —dijo vacilante—. ¡Gracias a Dios!
Durante lo que les pareció una eternidad, el sumergible había caído como una piedra por aquel misterioso conducto, era como si los hubiera absorbido un gigantesco desagüe en mitad del mar. Durante todo el trayecto el Oceanus no había respondido a ninguno de los controles que manipulaba Donald Fuller.
Aunque inicialmente habían descendido a plomo, finalmente el submarino comenzó a girar en espiral e incluso chocó varias veces contra las paredes. Una de las primeras colisiones destruyó las luces halógenas exteriores, otro golpe acabó con el manipulador de estribor.
Perry no había dejado de gritar durante la caída, pero incluso él guardó silencio cuando se dio cuenta de lo inevitable de la situación, y se limitó a observar impotente el lector digital de profundidad, que marcaba cientos de metros, los números llameaban a tal velocidad que se hacían borrosos, cuando ya se acercaban a los seis mil metros, sólo pudo pensar en los datos que había oído anteriormente: ¡La profundidad máxima del Oceanus!
—No; parece que no nos movemos en absoluto —añadió Suzanne en un suspiro—. ¿Qué habrá pasado?
Nadie movió ni un músculo, como temerosos de perturbar la súbita tranquilidad, respiraban agitadamente, y todos tenían la frente perlada de sudor, seguían aferrados a los asientos, por miedo a volver a caer.
—Parece que estamos parados, pero mirad el profundímetro —atinó a decir Donald con voz ronca.
Volvieron a mirar el indicador que sólo momentos antes había concentrado toda su atención, se movía de nuevo, despacio al principio, pero ganando velocidad, la diferencia era que se movía en dirección opuesta.
—Pero yo no noto ningún movimiento —insistió Suzanne, respiró hondo e intentó relajar los músculos, sus compañeros la imitaron.
—Ni yo —admitió Donald—. ¡Pero mira el lector! Se ha vuelto loco.
El indicador se movía con el mismo frenesí que antes.
Suzanne se inclinó despacio, como si el sumergible estuviera en precario equilibrio y sus movimientos pudieran hacerlo volcar. Miró por el ojo de buey, pero sólo logró ver su propia imagen, sin las lámparas halógenas exteriores, la ventana era tan opaca como un espejo, reflejando la luz del interior.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó Perry.
—Sabemos tanto como usted —contestó Suzanne, respirando hondo. comenzaba a recobrarse.
—Según el profundímetro, estamos subiendo —dijo Donald. Miró los otros instrumentos, incluyendo los monitores del sonar, las erráticas señales sugerían que había muchas interferencias en el agua, afectando sobre todo al sonar de corto alcance. El escáner lateral estaba un poco mejor, con menos ruido electrónico, pero los datos eran difíciles de interpretar, la brumosa imagen indicaba que el submarino se estaba deteniendo sobre una enorme extensión perfectamente plana. Donald miró de nuevo el profundímetro, se quedó perplejo. En contraste con lo que indicaba el sonar, el lector seguía subiendo, y más deprisa que antes. Donald se apresuró a abrir los tanques de lastre, pero no logró nada, a continuación aumentó la intensidad del sistema de propulsión, no hubo ninguna respuesta de los controles. seguían subiendo.
—Estamos acelerando —advirtió Suzanne—. ¡Si seguimos así llegaremos a la superficie en dos minutos!
—Lo estoy deseando —afirmó Perry con alivio.
—Espero que no estemos justo debajo del Benthix Explorer—dijo ella—, porque seria un problema.
Nadie apartaba la vista del profundímetro, pasó por los trescientos metros sin dar señales de detenerse, luego por los ciento cincuenta, los treinta metros...
—¡Agarraos bien! —exclamó de pronto Donald—. ¡Vamos a saltar a toda velocidad!
—¿Qué significa eso? —gritó Perry, alarmado de nuevo al ver la desesperación de Donald.
—¡Significa que vamos a saltar fuera del agua! —explicó Suzanne —. ¡Agarraos bien! — repitió.
El frenético zumbido del profundímetro alcanzó un crescendo. Perry, Donald y Suzanne se aferraron de nuevo a sus asientos conteniendo la respiración y preparándose para el impacto, el indicador llegó a cero y se detuvo.
De inmediato surgió un ruido de succión proveniente del exterior de la nave, luego se produjo el silencio, el único sonido era el de la ventilación y el apagado rumor electrónico del sistema de propulsión.
Pasó casi un minuto sin la menor sensación de movimiento.
—Bueno —exclamó por fin Perry—. ¿Qué ha pasado?
—No podemos llevar volando tanto tiempo —admitió Suzanne.
Los tres tripulantes soltaron sus asientos y miraron por las ventanillas, el exterior seguía negro como el alquitrán.
—¿Qué demonios...? —se preguntó Donald, mirando sus instrumentos, al cabo de un momento apagó los monitores del sonar, que mostraban sólo ruidos estáticos, y el sistema de propulsión, luego se volvió hacia Suzanne.
—A mi no me preguntes —dijo ella—. No tengo ni idea.
—Esto no tiene sentido. —Donald conectó de nuevo el sistema de propulsión, pero no se produjo ningún movimiento, el submarino estaba totalmente inmóvil.
—Que alguien me explique qué está pasando —exigió Perry, disipada la euforia de unos momentos antes, era evidente que no estaban en la superficie.
—No sabemos lo que está pasando —respondió Suzanne.
—La hélice no encuentra ninguna resistencia —informó Donald, desconectando de nuevo la propulsión—. Creo que estamos en el aire.
—¿cómo puede ser? —preguntó Suzanne—. Está totalmente oscuro y no hay ninguna oscilación.
—Pues no lo sé, pero es la única explicación para la falta de resistencia de la hélice y el mal funcionamiento del sonar y mira, la temperatura exterior ha subido a veintiún grados. Tenemos que estar en el aire.
—Si ésta es la otra vida, yo todavía no estoy preparado—comentó Perry.
—¿Quieres decir que estamos totalmente fuera del agua?
—Preguntó Suzanne incrédula.
—Ya sé que parece una locura —admitió Donald—, pero es lo único que explica la situación, incluyendo el hecho de que el teléfono submarino no funciona. —Donald probó la radio y tampoco tuvo suerte.
—Si estamos en tierra firme, ¿Cómo es que no hemos volcado? el casco es un cilindro. Si estuviéramos en tierra rodaríamos de costado.
—Es verdad, eso no puedo explicarlo.
Suzanne abrió una taquilla de emergencia entre los dos asientos de los pilotos y sacó una linterna con la que apuntó hacia un ojo de buey, al otro lado se veía una especie de lodo granujiento de color crema.
—Por lo menos ya sabemos por qué no hemos volcado, estamos en una capa de globigerina.
—¿Eso qué es? —preguntó Perry, inclinándose para verlo con sus propios ojos.
—La globigerina es el sedimento más común del suelo oceánico, está compuesta principalmente de foraminíferos, los elementos de una especie de plancton.
—¿Y cómo podemos estar en una capa de sedimento oceaníco y al mismo tiempo en el aire?
—Esa es la cuestión —convino Donald—, que no podemos de ninguna manera.
—También es imposible que haya globigerina tan cerca de la dorsal medio atlántica —terció Suzanne—. Este sedimento se encuentra en las planicies abismales, nada de esto tiene sentido.
—¡Esto es absurdo! —saltó Donald—. Y no me gusta nada, estemos donde estemos, estamos atrapados.
—¿No podríamos estar enterrados por completo en el sedimento? —preguntó Perry vacilante, lo cierto es que no quería oír la respuesta.
—No, imposible —aseveró Donald—. En ese caso habría más resistencia a la hélice, no menos.
Durante unos minutos guardaron silencio.
—¿Hay alguna posibilidad de que estemos dentro de la montaña? —preguntó por fin Perry.
Donald y Suzanne se volvieron hacia él.
—¿Cómo podríamos estar dentro de una montaña? —exclamó Donald.
—Bueno, sólo era una sugerencia. Mark me dijo esta mañana que algunos datos del radar indicaban que la montaña podía contener gas en lugar de lava.
—A mí no me mencionó nada de eso —dijo Suzanne.
—No se lo mencionó a nadie, no estaba muy seguro de los datos, puesto que provenían de un estudio superficial sobre la capa que intentábamos perforar, era una extrapolación, y a mí sólo me lo mencionó de pasada.
—¿Qué clase de gas? —preguntó Suzanne, todavía intentando imaginar cómo un volcán sumergido podía estar vacío de agua, parecía geofisicamente imposible, aunque ella sabía que algunos volcanes de tierra se derrumbaban sobre sí mismos para formar calderas.
—Mark no tenía ni idea, supongo que pensaría que lo más probable es que fuera vapor, contenido por la capa extradura que tantos problemas nos estaba dando.
—Vapor no puede ser —afirmó Donald—. No con una temperatura de veinte grados.
—¿Y por qué no gas natural? —sugirió Perry.
—Me parece imposible —terció Suzanne—. Esta es una zona geológicamente joven, no puede haber nada como petróleo o gas natural.
—Entonces tal vez sea aire.
—¿Y cómo ha podido entrar aquí? —quiso saber ella.
—Aquí la oceanógrafa es usted, no yo.
—Si lo que hay aquí es aire, no puedo encontrar ninguna explicación racional, así de sencillo.
Los tres se miraron un instante.
—Supongo que habrá que abrir la escotilla para ver —dijo Suzanne.
—¿Abrir la escotilla? —repitió Donald—. ¿Y si se trata de un gas no respirable, o incluso tóxico?
—No tenemos mucha más opción, no hay ninguna comunicación, estamos como un pez fuera del agua, tenemos diez días de mantenimiento de vida, ¿Pero qué pasará después?
—Mejor no pensarlo —exclamó Perry nervioso—. Yo digo que abramos la escotilla.
—Muy bien —concedió Donald—. Lo haré yo, puesto que estoy al mando. —Se acercó a la consola central.
Perry se inclinó para dejarle paso.
Donald subió a la torre y esperó a que Suzanne y Perry se colocaran debajo de él.
—Desbloquéala, pero sin abrirla —propuso ella—. A ver sí hueles algo.
—Sí, buena idea. —Donald hizo girar la rueda, quitando los cerrojos.
—Bueno, ¿Qué? —preguntó Suzanne al cabo de un momento—. ¿A qué huele?
—A humedad. Voy a abrir.
Donald levantó la escotilla un poco y husmeó.
—¿Qué piensas? —preguntó Suzanne.
—Parece que no hay peligro —contestó Donald con alivio, levantó la escotilla unos centímetros más y olió el aire húmedo, al cabo de un momento abrió del todo y asomó la cabeza, el aire era salado y húmedo, como en una playa durante la marea baja.
Donald giró despacio, forzando la vista en la oscuridad, no se veía nada, pero supo por instinto que se encontraban en un espacio amplio, en una negrura silenciosa y extraña, tan grande como aterradora.
Volvió a meterse en el submarino y pidió una linterna.
—¿Has visto algo? —preguntó Suzanne mientras se la tendía.
—Absolutamente nada.
Donald se asomó de nuevo y encendió la linterna, el lodo se extendía en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista, unos pocos charcos de agua aislados reflejaban la luz como espejos.
—Gritó haciéndose eco con manos.
—¡Hola! un ligero eco parecía provenir de la popa del Oceanus. Donald gritó de nuevo, y recibió un claro eco en lo que calculó que seria tres o cuatro segundos.
Por fin bajó de nuevo al submarino y cerró la escotilla, los otros le miraban expectantes.
—Es lo más raro que he visto en mi vida, nos encontramos en una especie de caverna que al parecer hasta hace poco estaba llena de agua.
—Y ahora está llena de aire —concluyó Suzanne.
—Sí, es aire, pero más allá de eso no sé qué pensar, tal vez el señor Bergman tenga razón, puede que de alguna forma hayamos entrado en la montaña.
—¡Llamadme Perry, joder! ¡Dame esa linterna! Voy a echar un vistazo.
Perry subió torpemente la escalera, tuvo que engancharse con un brazo al peldaño superior y meterse la linterna en el bolsillo para poder levantar la pesada escotilla.
—¡Dios mío! —exclamó al cabo de un momento, tras comprobar también él los ecos, bajó de nuevo, pero dejando la escotilla abierta.
Suzanne subió a continuación a echar un vistazo, cuando bajó, los tres se quedaron mirándose unos a otros. nadie tenía una explicación, aunque todos esperaban que a alguien se le ocurriera una idea.
—Bueno —comenzó por fin Donald tras un incómodo silencio —, la situación es complicada, por decirlo de alguna manera, no podemos esperar ayuda del Benthix Explorer, después de la serie de terremotos habrán imaginado que hemos sufrido una catástrofe, tal vez envíen las cámaras, pero aquí no nos van a encontrar, donde quiera que estemos, en resumen, estamos solos. no tenemos comunicaciones, y muy poca agua y comida, así que...
—¿Qué sugieres? — preguntó Suzanne.
—Sugiero que hagamos una salida de reconocimiento.
—Pero y si la caverna, o lo que sea, se inunda otra vez? —Terció Perry.
—Tendremos que correr el riesgo. Estoy dispuesto a ir yo solo, el que quiera puede venir conmigo.
—Yo voy —dijo Suzanne—. Es mejor que quedarse aquí sin hacer nada.
—Pues yo no pienso quedarme solo —anunció Perry.
—Muy bien, tenemos otras dos linternas, las llevaremos, pero sólo encenderemos una para ahorrar pilas.
Donald fue el primero en salir, bajó al suelo por las escalerillas del exterior de la torre y el casco, la función de estas escalerillas exteriores era permitir el acceso al submarino cuando se encontraba en sus calces, en la cubierta de popa del Benthix Explorer.
Desde el último escalón, Donald apuntó la linterna al suelo y juzgando por el nivel al que estaba hundido el submarino, calculó que el lodo tenía una profundidad de medio metro.
—¿Pasa algo? —preguntó Suzanne.
—Intento calcular la profundidad del lodo.
Donald bajó el pie derecho, y se hundió hasta la rodilla antes de tocar lo que parecía suelo firme.
—No va a ser muy agradable —anunció—. El barro llega hasta la rodilla.
—Esperemos que sea el único problema.
Momentos más tarde, los tres se encontraban en el lodo, aparte del ligero resplandor proveniente de la escotilla abierta, la única iluminación era la de la linterna de Donald, que arrojaba un estrecho haz de luz en aquella negrura impenetrable, no se oía ni un ruido, para conservar las baterías del submarino, Donald había apagado casi todos los instrumentos, incluyendo la ventilación, sólo había dejado una luz que les sirviera de faro por si se alejaban demasiado.
—Esto da miedo —dijo Suzanne con un escalofrío.
—Yo creo que es decir poco —afirmó Perry—. ¿Cuál es el plan?
—Está abierto a discusión —respondió Donald—. Yo propongo ir en la dirección hacia la que apunta el Oceanus, parece que hacia allá está la pared más cercana, por lo menos según mí eco, está en dirección oeste —informó, mirando su brújula.
—A mí me parece bien —comentó Suzanne.
—Vamos, pues.
Donald encabezaba el grupo, seguido de Suzanne y con Perry en la retaguardia, era difícil caminar en aquel barro y el olor era bastante desagradable.
Nadie dijo nada, todos eran conscientes de lo precario de su situación, sobre todo a medida que se alejaban del submarino, al cabo de diez minutos Perry insistió en que se detuvieran, no habían llegado a ninguna pared, y su coraje se desvanecía,
—Es muy difícil andar en el barro —dijo, evitando su auténtica preocupación—, y además apesta.
—¿Cuánto creéis que hemos recorrido? —preguntó Suzanne, sin aliento igual que los demás.
Donald se volvió hacia el submarino, que no era más que un débil resplandor en la oscuridad.
—No mucho, tal vez unos cien metros.
—Pues a mí me parece que hemos hecho un kilómetro —comentó Suzanne—, tengo las piernas molidas.
—¿Cuánto queda hasta esa pared? —quiso saber Perry.
Donald lanzó un grito, el eco llegó en un par de segundos.
—Unos trescientos metros.
De pronto percibieron un movimiento y ruidos en la oscuridad, a su izquierda, los tres pegaron un brinco, Donald apuntó con la linterna, un pez atrapado en un charco se agitaba en el barro húmedo,
—¡Dios mío! Me ha dado un susto de muerte —exclamó Suzanne, apretándose el pecho, tenía el corazón acelerado.
—A mí también —confesó Perry.
—Estamos todos nerviosos, y es comprensible —dijo Donald—, si queréis volver, ya seguiré yo solo.
—No, yo me quedo —declaró Suzanne.
—Yo también, —para Perry la idea de volver solo al submarino era peor que la de seguir abriéndose camino en aquel cenagal.
—Entonces vamos, —Donald echó a andar de nuevo.
En cada paso que daban aumentaban sus miedos, la negrura se iba tragando el submarino a sus espaldas, al cabo de otros diez minutos estaban tensos como una cuerda de piano a punto de romperse, en ese momento sonó una alarma.
El ruido estalló en la quietud como un cañonazo, al principio Donald, Suzanne y Perry se quedaron petrificados, intentando determinar de qué dirección venía la sirena, pero con los múltiples ecos era imposible saberlo, al cabo de un instante echaron a correr como pudieron, en una frenética huida hacia el sumergible, pero los tres tropezaron y cayeron de cabeza al barro maloliente, se levantaron y lo intentaron de nuevo, con los mismos resultados.
Sin decir palabra, se resignaron a avanzar despacio, al cabo de unos momentos se hizo evidente que la huida era inútil, apenas progresaban, puesto que el agua no había entrado en la caverna, se detuvieron jadeantes.
Por fin cesaron los ecos de la espantosa sirena y volvió a reinar aquella quietud sobrenatural en una oscuridad tan impenetrable como la manta de la pesadilla de Perry.
Suzanne alzó las manos chorreando lodo formado por plancton putrefacto y heces de innumerables gusanos, tenía unas ganas tremendas de frotarse los ojos, pero no se atrevió, Donald, un poco más adelante, se volvió hacia ellos, el cieno atenuaba la luz de la linterna, Suzanne y Perry apenas podían distinguir el blanco de sus ojos,
—¿Qué demonios ha sido esa alarma? —logró decir Suzanne, escupiendo el polvo granujiento que tenía en la boca, no quería ni pensar lo que podía ser.
—Me temo que significaba que el agua estaba entrando —replicó Perry.
—No sé lo que significará —terció Donald—, pero una cosa está clara.
—¿De qué estás hablando? —quiso saber Perry.
—Yo lo sé —anunció Suzanne—, quiere decir que esto no es una formación geológica natural,
—¡Exacto! Tiene que ser un vestigio de la guerra fría, y puesto que yo tenía acceso a la información confidencial de la unidad de submarinos de la marina, puedo deciros que la instalación no es nuestra, ¡tiene que ser de los rusos!
—¿Quieres decir que esto es una especie de base secreta?
—Preguntó Perry, mirando alrededor más sorprendido que asustado.
—Es lo único que se me ocurre —contestó Donald—, una especie de centro de submarinos nucleares.
—Sí, supongo que es posible —terció Suzanne— y si es así, tenemos más posibilidades de las que creíamos.
—Puede que sí, puede que no —comentó Donald— en primer lugar, esto sólo cambiará nuestra situación si todavía hay alguien controlando la instalación, en ese caso, lo que me preocupa es hasta qué punto quieren seguir manteniéndola en secreto.
—Vaya, no se me había ocurrido —admitió Suzanne.
—Pero la guerra fría ha terminado —observó Perry— no creo que quede nadie interesado en el juego del escondite.
—Hay gente en el ejército ruso que no compartiría esa idea —afirmó Donald— lo sé porque los he conocido.
—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Suzanne.
—Creo que ya tenemos respuesta a esa pregunta, —Donald señaló más allá de los hombros de sus compañeros—, mirad.
Suzanne y Perry se volvieron bruscamente, a unos cuatrocientos metros de distancia una puerta se abría poco a poco en la oscuridad, del otro lado surgía una brillante luz artificial, formando una línea que se extendía hasta sus pies, desde allí no podían ver más detalles, pero se notaba que la luz era intensa.
—Ahora ya sabemos que la instalación no está abandonada—dijo Donald— es evidente que no estamos solos, la cuestión es hasta qué punto se van a alegrar de vernos.
—¿Crees que deberíamos acercarnos? —preguntó Perry.
—No tenemos mucha elección, en algún momento tendremos que ir.
—¿Pero por qué no han venido hasta nosotros? —se planteó Suzanne.
—Buena pregunta, tal vez porque nos están preparando alguna clase de bienvenida.
—Me estoy asustando otra vez, todo esto es muy raro.
—A mi no se me ha pasado el miedo en ningún momento—confesó Perry.
—Vamos a conocer a nuestros captores —propuso Donald—, y esperemos que no nos tomen por espías... y que conozcan los términos de la convención de Ginebra.
Donald se enderezó y echó a andar, ajeno al barro que se le pegaba a los pies, pasó por delante de sus compañeros, que no pudieron por menos que admirar su valor y sus dotes de mando.
Perry y Suzanne vacilaron un instante antes de ponerse en marcha, nadie dijo una palabra, no sabían si se encaminaban hacia su salvación o si su situación empeoraría pero, como Donald había dicho, no tenían opción.
Avanzaban muy despacio, Perry volvió a caerse, estaba cubierto de barro.
—Lo primero que voy a pedir es una ducha —comentó, intentando sin éxito levantar los ánimos, nadie contestó.
Esperaban que sus temores fueran infundados, pero no aparecía nadie en la puerta, la luz era tan brillante que no se veía nada al otro lado, incluso era difícil mirar hacia el umbral sin protegerse los ojos.
Cuando se acercaron un poco más vieron que la puerta medía más de medio metro de grosor, al borde tenía una serie de enormes cerrojos, parecía la puerta de una cámara acorazada, era evidente que estaba diseñada para soportar la enorme presión del agua al inundar la caverna.
Suzanne y Perry se detuvieron a unos ocho metros de la pared, reacios a seguir avanzando sin tener una idea más clara de lo que les esperaba, observaron la puerta buscando alguna pista, por lo que podían ver, las paredes, el techo y el suelo de la sala al otro lado eran de acero inoxidable brillante.
Por fin, Donald se acercó y se asomó a la puerta, protegiéndose los ojos con el brazo, estudió la habitación.
—¿Qué? —gritó Suzanne—, ¿Qué ves?
—Es una sala grande y cuadrada, de metal, hay dos enormes bolas metálicas, muy brillantes, pero nada más, parece que no hay ninguna otra puerta, y no veo de dónde viene la luz.
—¿Hay señales de gente? —quiso saber Perry,
—No, creo que las bolas son de cristal, de un metro y medio de diámetro por lo menos, ¡venid a echar un vistazo!
Perry miro a Suzanne y se encogió de hombros.
—Si, ¿Para qué demorar lo inevitable?
Ella se abrazó el cuerpo con un escalofrío.
—Esperaba que al llegar aquí me tranquilizaría un poco, pero todo esto me sigue dando muy mala espina, esto no puede ser una base submarina, sería una hazaña de ingeniería que dejaría las pirámides a la altura del betún,
—¿Entonces qué crees que es?
Suzanne miro hacia el submarino, estaba iluminado por la luz de la puerta, a pesar de la distancia, más allá todo era oscuridad.
—La verdad es que no tengo ni idea.
Donald, al ver que sus compañeros no se acercaban, entró en la sala, tuvo que tender las manos para no caerse, con el barro que tenía en los zapatos, la superficie de metal pulido era tan resbaladiza como el hielo.
Una vez recuperó el equilibrio, volvió a contemplar la habitación, ahora que sus ojos se habían adaptado a la luz, veía mucho mejor, su imagen se reflejaba cientos de veces en todas direcciones, la única puerta era la que servia de entrada, buscó en vano el origen de aquella luz cegadora, cuando por fin miró con detenimiento una de las enormes bolas de cristal dio un respingo, el cristal no era del todo opaco, podía vislumbrarse lo que había dentro.
—¡Suzanne! ¡Perry! —gritó—, ¡Aquí hay dos personas! Pero están encerradas en esferas de cristal, ¡Venid!
Un momento después Suzanne y Perry aparecían en la puerta.
—Cuidado al andar —advirtió Donald—, el suelo es muy resbaladizo.
Arrastrando los pies como si llevaran esquíes, Suzanne y Perry se acercaron a Donald, ansiosos por ver de cerca las esferas de cristal.
—¡Dios mío! —exclamó Suzanne—, están flotando en una especie de fluido.
—¿Los reconoces? —preguntó Donald,
—¿Debería?
—Me parece que son dos de nuestros buceadores.
Ella se quedó mirándolo incrédula, se inclinó hacia una esfera, con las manos en torno a los ojos, la superficie era tan opalescente que reflejaba la brillante luz de la sala.
—Creo que tienes razón, me parece distinguir el logo del Benthix Explorer en el traje de neopreno y el casco.
Perry y Donald se inclinaron como Suzanne sobre la esfera.
—¡Respira! —exclamó Perry—, ¡está vivo!
—Tiene una especie de cordón umbilical, le sale de un dispositivo conectado a su abdomen —observó Suzanne—, ¿Veis adónde va?
—Pasa por debajo de él y va a la base de la esfera.
Ella se inclinó, la esfera descansaba sobre una base plana en la que no se veía ninguna hendidura.
—Esto es tan increíble como la caverna —comentó, levantándose, tocó la esfera con la punta del dedo, el material parecía cristal, pero no estaba segura de que lo fuera.
—¿Cómo demonios han llegado hasta aquí? —exclamó Perry.
—Tenemos muchas preguntas y ninguna respuesta —dijo Donald.
—¿Todavía crees que se trata de una instalación militar? —preguntó Suzanne,
—¿Qué otra cosa podría ser?
—Si estos buceadores están vivos, no puedo ni siquiera imaginar qué tecnología hay detrás de todo esto, parecen dos embriones gigantes, claro que tampoco me explico cómo han hecho la caverna, o esta sala.
—¡La puerta! —gritó de pronto Perry.
Todos se volvieron bruscamente, la puerta se estaba cerrando.
Los tres se precipitaron hacia ella, pero el suelo resbaladizo les impedía correr, para cuando llegaron, la puerta ya se había cerrado, a pesar de que se apoyaron contra ella con todo su peso, fue imposible abrirla, al cabo de un instante oyeron horrorizados el ruido de los pesados cerrojos.
—Alguien está detrás de todo esto —apuntó Suzanne muy seria, mirando en torno a la sala—, estamos atrapados.
—Tienen que ser los malditos rusos —aseveró Donald.
—¡Ya está bien con los rusos! —gritó Suzanne—, has estado demasiado tiempo en el ejército, y todo lo interpretas en función de las hostilidades pasadas, ¡Esto no tiene nada que ver con los rusos!
—¿Cómo lo sabes? —le espetó Donald—, y no te atrevas a denigrar mi servicio a la patria.
—No estoy menospreciando tu servicio en la marina, ¡Pero mira a tu alrededor, Donald! Esto no es de este planeta, ¡Mira la luz, maldita sea! No procede de ningún sitio, la iluminación es totalmente regular, ¡No hay ni sombras!
Perry tendió las manos, intentando formar alguna sombra, pero era imposible.
—Es un flujo de fotones uniforme que debe de traspasar de alguna manera las paredes —prosiguió Suzanne—, y yo diría que tiene un fuerte componente ultravioleta.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Perry.
—No lo sé con seguridad, puesto que el ojo humano no capta la luz ultravioleta, pero tengo la impresión de que el azul de nuestros uniformes está distorsionado, como el púrpura de tu chándal.
Perry se miró la ropa, el color le pareció el mismo de siempre.
—¡Las esferas! —exclamó Donald.
La opalescencia de las bolas de cristal había aumentado de tal manera que ahora brillaban, de pronto se oyó un crujido, y las esferas se abrieron por sus ápices como dos enormes flores perdiendo los pétalos, los buceadores cayeron al suelo entre el gorgoteo del fluido.
Donald fue el primero en recuperarse de la sorpresa, se precipitó junto a Richard y, al ver que estaba inconsciente e intentaba respirar, le quitó el casco, Richard estalló en una violenta tos.
Perry se acercó a Michael para quitarle también el casco, este, sin embargo, no respiraba, recordando sus conocimientos de socorrismo, Perry apartó al buceador de los trozos de la esfera rota y, después de asegurarse de que no tenía nada en la boca, le tapó la nariz y le insufló una bocanada de aire, luego levantó la cabeza e inhaló de nuevo, estaba a punto de repetir la operación cuando vio que Michael abría los ojos.
—¿Pero qué coño haces, tío? —Le espetó nada más despertar, apartando el rostro de Perry.
—Respiración artificial, me parecía que no respirabas.
—¡Si que respiro! —Michael se frotó la boca con el dorso de la mano poniendo cara de asco—, te aseguro que respiro.
Richard dejó de toser de pronto y parpadeó para enjugarse las lágrimas provocadas por la tos, su primera preocupación fue Michael, al ver que su amigo se encontraba bien, miró en torno.
—¿Qué es esto? ¿Qué demonios ha pasado?
—Vaya, la pregunta del millón —replicó Perry.
—¿Dónde coño estamos? —insistió Richard con aspecto perplejo.
—Otra pregunta interesante.
—¿Habíais salido a buscarnos? —terció Donald.
Richard parecía desconcertado, pero la pregunta le hizo recuperar la memoria.
—¡Joder! —exclamó—, ¡Estábamos a casi trescientos metros de profundidad! ¡No hemos hecho la descompresión! —se levantó precipitadamente, le temblaban las piernas, sobre todo en aquel suelo tan resbaladizo—, ¡Michael, tenemos que entrar en la cámara!
—Tranquilo —dijo Donald, agarrándole del brazo—, aquí no hay ninguna cámara de descompresión, además, estáis bien, es evidente que no tenéis señales de parálisis.
Richard se encontraba cada vez más confuso, estiró piernas y brazos para comprobar sus articulaciones, volvió a mirar parpadeando en torno a la sala, hasta que advirtió el cordón umbilical que le conectaba a la base de la esfera rota.
—¿Y esto qué coño es? —agarró el grupo de cables y mangueras, pero lo soltó de inmediato con cara de asco—, ¡aaj! Están blandos, es como tocar intestinos.
—Tiene que ser una especie de soporte de vida —explicó Suzanne—, mirad lo bien que estáis sin haber hecho la descompresión, es evidente que es gracias a esos cables.
Richard tocó de mala gana el artefacto que tenía pegado al estómago, tenía la forma y el tamaño de un desatascador de bañera, en cuanto lo tocó, el artefacto se despegó, Richard vio horrorizado que del extremo salían varios apéndices como gusanos, agitando cabecitas llenas de sangre... su sangre.
—¡ah! —gritó, tirando al suelo aquella cosa, que inmediatamente se retiró a la base de la esfera como si fuera el cable retráctil de una aspiradora, presa del pánico, abrió la cremallera de su traje de neopreno hasta el pubis, y al verse el estómago lanzó otro grito, tenía seis pinchazos en circulo en torno al ombligo.
Michael se levantó y se miró vacilante el vientre, con la misma expresión de asco de Richard, tocó con el dedo el artefacto que también él tenía pegado, y vio con alivio que la cosa se desprendía, se abrió el traje y descubrió que también tenía seis pinchazos en el ombligo.
—¡Menuda mierda! —exclamó—, es como si me hubierais apuñalado con un piquete de hielo, ¡No puedo soportar ver sangre!
Richard volvió a abrocharse el traje e intentó dar unos pasos con piernas trémulas, pero enseguida se apoyó contra la pared.
—Joder, me siento como si me hubieran drogado.
—Pues yo como sí me hubiera atropellado un camión —replicó Michael.
—¿Dónde está Mazzola? —preguntó Richard.
—No tenemos ni idea —dijo Donald—, ¿Qué pasó durante la inmersión?
Richard se rascó la cabeza, al principio lo único que recordaba era haber entrado en la cámara de compresión, pero con ayuda de Michael logró reconstruir varios detalles del descenso en la campana y la entrada en el agua.
—¿Nada más? —preguntó Donald—, ¿No recordáis nada después de salir de la campana?
Los dos buceadores negaron con la cabeza,
—¿Y a vosotros qué os ha pasado? Parecéis salidos de una pocilga, —sin esperar respuesta, Richard examinó de cerca las paredes—, ¿Qué es esto? ¿Un hospital o algo así?
—No es ningún hospital —respondió Donald—, no podemos deciros mucho más, aparte de cómo llegamos hasta aquí.
—Por algo se empieza, dispara.
Donald relató lo sucedido, los buceadores le escucharon con expresión incrédula.
—¡Venga ya! —se burló Richard—, ¿Qué es esto, una tomadura de pelo? —preguntó, mirando a los otros tres con suspicacia, aquello tenía que ser una broma, Michael estaba de acuerdo con él.
—No es ninguna broma —aseguró Donald.
—Mirad esta sala —apuntó Suzanne,
—Escuchad —dijo Donald, intentando tener paciencia—, ¿No recordáis cómo llegasteis hasta aquí? ¿No visteis a nadie?
Richard movió la cabeza y apartó con el pie algunos trozos de la esfera, el material ya no era rígido, sino blando.
—¿Decís que estábamos dentro de esta cosa? ¿Y que parecía cristal? porque ahora no lo parece.
—Pero hace un momento sí.
—Creemos que estamos en una base submarina rusa —informó Donald.
—Ojo, esa es tu opinión —le corrigió Suzanne.
—¿Los rusos? ¡No jodamos! —Richard se enderezó y miró en torno a la sala con renovado interés, tocó las pulidas paredes y dio unos golpes con los nudillos—, ¿Esto qué es? ¿Titanio?
Antes de que Suzanne pudiera responder, fue interrumpida por un siseo, todos miraron hacia las bases de las esferas, un vapor surgía de los agujeros y un olor acre invadió la sala, les lloraron los ojos.
—¡Nos están gaseando! —exclamó Suzanne, antes de sufrir un violento acceso de tos.
El grupo retrocedió aterrado, apretándose contra las paredes de metal en un vano intento por alejarse del gas, pero al cabo de un momento todos tosían y lloraban con los ojos ardiendo.
—¡Al suelo! —gritó Donald.
Todos menos Perry se tumbaron intentando cubrirse la boca y la nariz con las manos, Perry retrocedió a trompicones y comenzó a aporrear la puerta gritando, hasta que se dio cuenta, a pesar del pánico y el tormento físico, de que no se había desmayado, ni siquiera estaba mareado, el gas no obraba el efecto letal que temía.
Contuvo las toses a base de pura fuerza de voluntad y logró abrir los ojos un instante, a pesar de los picores, la sala estaba llena de niebla, no podía ver mucho, pero advirtió que tenía los brazos desnudos.
—¿Qué había pasado con las mangas del chándal? Perry aguzó la vista, colgaban en jirones, como si hubiera metido los brazos en ácido, consciente de que tenía todo el cuerpo frío, se tocó el pecho, el chándal entero, toda su ropa, sufría el mismo efecto.
Estaba perdiendo su identidad estructural.
Perry había tenido pesadillas en las que se encontraba desnudo en público, de pronto esas pesadillas se estaban haciendo realidad, intentó sujetar la ropa, pero se le desintegraba en las manos.
—¡La ropa! —gritó a los demás—, ¡El gas está disolviendo la ropa!
Al principio el miedo no dejó hablar a nadie, Perry repitió lo que había dicho y echó a andar a trompicones en la niebla, casi tropezando con Donald.
—El gas está disolviendo la ropa, pero no noto ningún otro efecto en mí.
Donald se incorporó hasta sentarse, su uniforme había sufrido la misma suerte que el chándal de Perry, aunque no pudo abrir los ojos para verlo, verificó rápidamente con las manos que se estaba quedando desnudo.
—¡Es verdad!
Suzanne logró abrir los ojos un instante, como Perry, también advirtió aliviada que, aunque su ropa se desintegraba, el gas no le había afectado la mente, a pesar de las molestias que sentía en la garganta y el pecho.
Richard y Michael se sentaron, puesto que todavía estaban aturdidos, no supieron si el gas les estaba afectando, tosían con violencia y respirar les costaba más trabajo que a los demás.
—Mi traje de buceo está bien —atinó a decir Richard entre toses, pero cometió el error de pasarse la mano por el hombro, en ese momento el neopreno se deshizo por completo, convertido en diminutas pelotitas.
Michael, que había logrado ver entre parpadeos lo sucedido, no se atrevía a tocarse el traje, pero Richard le dio una palmada en el hombro y el efecto fue instantáneo: el neopreno se desintegró, cayendo por su cuerpo como gotas de agua.
De pronto sonó una alarma y comenzó a destellar una luz roja en la pared opuesta a la puerta, que momentos antes parecía totalmente lisa, a pesar del vapor cáustico, el grupo logró distinguir el perfil de otra puerta debajo de la luz.
Al cabo de unos momentos cesó la alarma, aunque la luz siguió parpadeando, entonces advirtieron un agudo siseo, el aire entraba a presión por un estrecho conducto.
Perry se acercó despacio a la luz y tocó los bordes de la puerta hasta encontrar una corriente de aire, aquello explicaba el siseo, extendió el pie para ver si el suelo seguía plano más allá del umbral, y atravesó la puerta.
El alivio fue inmediato, una rápida corriente de aire cubría la puerta como una cortina, impidiendo la entrada del gas en aquel pasillo, las paredes, el suelo y el techo eran del mismo metal pulido que la sala, aunque la luz era mucho más tenue, a seis metros de distancia se veía otra cámara.
Perry asomó la cabeza por la puerta.
Otra sala —gritó—, y está despejada, ¡deprisa!
Los otros cuatro se levantaron a trompicones, Suzanne tuvo que guiar a Donald, que no soportaba abrir los ojos, al cabo de un minuto estaban todos en el pasillo, sintieron tal alivio que no se preocuparon por la desintegración de la ropa, los cinco iban totalmente desnudos.
—Vamos —dijo Donald, haciendo un gesto a Perry, que ya iba por delante.
Perry se pegó contra la pared,
—Creo que deberías ir tú primero, sigues siendo el capitán de la nave.
Donald asintió y echó a andar, seguido de Perry y Suzanne, los dos buceadores cerraban la retaguardia.
—Es evidente lo que está pasando —anuncio Donald.
—Vaya, me alegro de que lo tengas tan claro —replicó Suzanne.
—Nos están preparando para un interrogatorio, es una técnica muy conocida: despojar al individuo de su sentido de la identidad para quebrar su resistencia, la ropa forma parte de nuestra identidad.
—Pues yo no tengo ninguna resistencia —declaró Perry—, estoy dispuesto a contestar a todo.
—Donald, ¿Quieres decir que sabías lo que era ese gas?
—No.
Donald se detuvo en el umbral de la segunda sala y asomó la cabeza, era mucho más pequeña que la primera, aunque del mismo material, desde allí se veía una puerta de cristal y el principio de un pasillo blanco con lo que parecían cuadros en las paredes, el suelo de la cámara caía en pendiente hacia el centro, donde había una rejilla, y el techo subía también hacia el centro, hacia otra rejilla.
—¿Y bien? —preguntó Suzanne,
—Esto ya tiene mejor pinta, hay un pasillo de aspecto relativamente normal detrás de una puerta de cristal.
—Entonces vamos — apremió Richard.
Agarrándose al umbral, Donald avanzó primero un pie y luego el otro, tal como imaginaba, comenzó a deslizarse de inmediato, patinó una distancia de un metro, con los brazos extendidos para guardar el equilibrio, hasta que cesó la pendiente, desde allí se volvió para avisar a los demás.
Todo el mundo entró con cuidado excepto Michael, que se había criado en Chelsea, Massachusetts, donde había jugado al hockey desde los cinco años, y no le preocupaba el suelo resbaladizo, pero la pendiente lo cogió por sorpresa, se cayó nada más dar el primer paso y se estrelló contra los demás como una bola de bolos, todo el grupo acabó en el suelo hecho un ovillo de miembros desnudos.
—¡por dios! —exclamó Donald, ayudando a Suzanne a levantarse, los demás se pusieron en pie.
Michael no sentía ningún remordimiento, ahora que tenía los ojos abiertos, estaba mucho más interesado en contemplar el cuerpo de Suzanne, Richard le atizó en la cabeza, Michael reaccionó dándole un empujón y los dos acabaron rodando de nuevo por el suelo.
—¡ya está bien! —gritó Donald, separándolos, Richard y Michael obedecieron, pero sin dejar de mirarse ceñudos.
—¡Dios mio! ¡Mirad! —Suzanne señaló la puerta que acababan de atravesar, se estaba desvaneciendo, como si los bordes se fundieran a la pared, al cabo de unos momentos la abertura había desaparecido sin dejar rastro.
—¡Si no lo veo no lo creo! —exclamó Perry—, ¡Esto es sobrenatural! ¡De película!
—No puedo ni imaginar qué tecnología están utilizando, me parece que esto descarta a los rusos.
De pronto se oyó un gorgoteo en la rejilla central, todos se volvieron.
—¡Oh, no! ¿Y ahora qué?
Antes de que nadie pudiera responder, de la rejilla del suelo comenzó a surgir un fluido claro que parecía agua, todos se precipitaron hacia la puerta de cristal, pero la pendiente del suelo resbaladizo los obligó a ponerse a gatas, el primero en llegar aporreó el cristal intentando frenéticamente abrir la puerta, detrás de ellos el chorro de agua se había convertido en un géiser, y el nivel subía rápidamente.
Al cabo de unos minutos estaban inundados hasta la cintura, e instantes después flotaban en el liquido, mirando horrorizados cómo el techo se iba acercando, pronto seria imposible respirar, el grupo se había apiñado en el centro, donde el techo se elevaba, Richard y Michael, expertos nadadores, se encontraban directamente debajo de la rejilla, entrelazaron los dedos en ella e intentaron arrancarla en un desesperado intento por encontrar más aire.
Pero sus esfuerzos fueron en vano, el nivel del agua siguió subiendo hasta anegar toda la cámara, en cuanto estuvieron todos sumergidos, el fluido empezó a desaguar a una velocidad extraordinaria, en pocos segundos tenían la cabeza fuera, y al cabo de unos minutos Donald y Richard hacían pie.
De pronto se oyó un fuerte ruido de succión, y el grupo quedó apiñado en la hondonada central de la sala, de momento nadie se movió, entre el pánico, el esfuerzo y el hecho de que todos habían tragado mucha agua, estaban física y emocionalmente exhaustos.
Por fin Donald se incorporó, estaba un poco mareado y tenía la sensación de que había pasado más tiempo del que creían, pensó que tal vez el fluido fuera una droga, cerró los ojos y se frotó las sienes, cuando abrió los ojos de nuevo, todos parecían dormidos.
—¡Dios mío! —exclamó de pronto, ¡Suzanne estaba calva! Donald se pasó la mano por la cabeza, pero hacia años que la llevaba afeitada, el bigote, en cambio, había desaparecido, así como el pelo de las axilas, tampoco tenía pelo en el pecho.
Donald sacudió a Perry y Suzanne, cuando estuvieron bastante despiertos, les explicó lo sucedido.
—¡Oh, no! —Perry se incorporó de un brinco y se tocó ansioso la cabeza, estaba totalmente calva, apartó las manos como si se quemara.
Suzanne mostró más curiosidad que espanto, algo les había dejado sin pelo, ¿cómo había sucedido? ¿Y por qué?
—¿Qué pasa? —preguntó Richard con voz espesa, en cuanto se incorporó perdió el equilibrio—, Aaah, es como si estuviera borracho.
—Yo también estoy mareado —admitió Perry—, creo que había algo en el agua.
—Sí, nos han drogado —convino Donald.
—Todos hemos tragado mucha agua —terció Richard— era difícil no tragar en esa situación, ha sido peor que las prácticas de huida de un submarino.
—Creo que ya sé lo que está pasando —anunció Suzanne.
—Sí, yo también —dijo Perry—, nos están torturando y humillando.
—Todo técnicas de interrogatorio —apuntó Donald.
—Pues a mí me parece que esto no tiene nada que ver con un interrogatorio —prosiguió Suzanne—, la extraña luz intensa, el gas acre y ahora la depilación sugieren otra cosa.
—¿qué depilación? —preguntó Richard.
—La de tu cabeza —contestó Perry.
Richard parpadeó mirando a Perry, se tocó la cabeza.
—¡Joder, estoy calvo! —Richard sacudió a Michael, que seguía aturdido—, ¡eh, tú, calvorota! ¡Despierta!
A Michael le costaba abrir los ojos.
—Creo que nos están descontaminando —informó Suzanne—, estoy segura, están eliminando microorganismos como virus y bacterias, nos están esterilizando.
Nadie dijo nada, Perry asintió con la cabeza, si, era posible.
—Pues yo sigo creyendo que nos están preparando para un interrogatorio —insistió Donald—, no entiendo para qué quieren esterilizamos, no sé si son los rusos los que están detrás de esto, pero alguien quiere algo de nosotros.
—Me parece que lo vamos a averiguar muy pronto, —Perry señaló la puerta de cristal, que ahora estaba abierta—, comienza la siguiente etapa.
Donald se levantó tambaleándose.
—Está claro que había alguna droga en el agua, —esperó hasta que le pasó una nueva ola de mareo, y se dirigió hacia la puerta.
Tuvo que avanzar a gatas por la pendiente, pero una vez en el umbral se puso en pie y se asomó, al otro lado se extendía un pasillo blanco de unos quince metros.
—Si, me siento drogada, pero también tengo un hambre de lobo —dijo Suzanne.
—Justo lo que yo estaba pensando —replicó Perry.
—Escuchad todos, la cosa está mejorando —anunció Donald—, al final del pasillo hay habitaciones, ¡hay que movilizarse!
Suzanne y Perry se levantaron mareados.
—Supongo que eso significa que hay camas, lo cual me parece estupendo, además, quiero salir de aquí lo antes posible, no vaya a entrar de nuevo el agua.
—Totalmente de acuerdo —convino Perry.
Richard y Michael se habían quedado dormidos, Suzanne los sacudió, pero no logró despertarlos.
—La droga del agua les ha afectado más que a nosotros.
—Bueno, ya se sentían drogados cuando salieron de las esferas, —Perry tiró de Michael hasta lograr sentarlo, Michael no hacía más que gruñir que lo dejaran en paz.
—¡Vámonos! —ordenó Donald—, no quiero que se cierre esta puerta antes de que hayamos salido todos.
La advertencia sacó a Richard y Michael de su sopor, en cuanto se movieron, su estado mental mejoró considerablemente, para cuando el grupo se reunió detrás de Donald, los buceadores hablaban incluso.
—Esto no está nada mal —comentó Richard, inspeccionando el pasillo, las paredes y el techo no eran de metal, sino de un laminado blanco muy brillante, en las paredes se veían cuadros tridimensionales enmarcados, una moqueta blanca cubría el suelo.
—Esos cuadros son increíbles —observó Michael—, ¡tan realistas! Parece que puede uno ver hasta treinta kilómetros dentro de ellos.
—Son holografías — informó Suzanne —, pero nunca había visto ninguna holografía con colores tan vividos y naturales, son espectaculares, sobre todo en este entorno tan blanco.
—Parecen escenas de la antigua Grecia —dijo Perry—, no sé quiénes nos están torturando, pero por lo menos son civilizados.
—¡Vamos! —ordenó Donald impaciente—, tenemos que tomar algunas decisiones tácticas.
—Decisiones tácticas —se burló Perry en un susurro—, ¿Es que este hombre nunca se relaja?
—No muy a menudo —contestó Suzanne.
En cuanto atravesaron el pasillo, quedaron perplejos ante la escena que se abría ante ellos, después de las anteriores salas, asépticas y desnudas, la suntuosidad de la habitación los dejó sin habla, la decoración era futurista, con multitud de espejos y mármol blanco, el ambiente era tranquilo, acogedor, junto a las paredes se alineaba una docena de camas con dosel, cinco de ellas estaban abiertas y sobre las almohadas se veía ropa limpia doblada, de fondo se oía una suave música ambiental.
En el centro de la estancia se alzaba una enorme mesa rodeada de sillas más parecidas a divanes, muy acolchadas, la mesa estaba puesta para comer, con fuentes cubiertas y jarras de bebidas heladas, los platos y el mantel eran blancos, la cubertería de oro.
—Si esto es el cielo yo no estoy preparado —aseveró Perry cuando recuperó el habla.
—Yo no creo que la comida huela tan bien en el cielo, y acabo de darme cuenta de que tengo más hambre que sueño, —Richard se precipitó hacia la mesa seguido de Michael.
—¡un momento! —exclamó Donald—, no sé si deberíamos probar nada, la comida puede estar drogada o algo peor.
—¿De verdad? —Richard vaciló, mirando a Donald y luego hacia la mesa.
—Y esos espejos —prosiguió el ex militar señalando los enormes azogues que formaban el otro extremo de la habitación—, estoy seguro de que son transparentes, lo cual significa que nos están observando.
—¿y a quién coño le importa? —le espetó Michael—, yo voto por comer.
Suzanne miró la ropa doblada en las camas, no la había advertido antes porque era blanca, como casi todo lo demás, y se confundía con el entorno, ahora cogió las prendas más cercanas, eran dos piezas sencillas de satén blanco, curiosamente sin costuras: una túnica de manga larga abierta por delante, y unos pantalones cortos.
— ¡caramba! ¡Pijamas! —exclamó—, vaya, cuánta consideración, —se puso los pantalones cortos de inmediato, la túnica llegaba hasta la rodilla y se ataba con una trenza dorada, a los lados tenía varios bolsillos.
Esto despertó la timidez de todo el mundo, los cuatro hombres se apresuraron a vestirse, Michael se miró en el espejo del fondo.
—Bueno, no es que me guste mucho, pero es cómodo, Richard se echó a reír.
—Pareces un maricón.
—¡igual que tú, gilipollas!
—¡ya basta! —gritó Donald—, nada de peleas entre nosotros, eso lo dejaremos para cuando sepamos a quién nos enfrentamos, y por cierto, habrá que establecer turnos de guardia.
—¿Pero qué coño estás diciendo? —saltó Richard—, ni que esto fuera una maniobra militar, yo pienso comer y luego echarme a dormir, no voy a hacer ninguna guardia.
—Todos estamos cansados —concedió Donald—, pero habría que vigilar esa puerta, sobre la que no tenemos ningún control.
Todos se volvieron hacia ella, era una puerta blanca sin picaporte ni bisagras.
—Tenemos que estar alerta —prosiguió Donald—, no quiero que los rusos, o quienquiera que sean, entren mientras dormimos, podrían hacer lo que quisieran con nosotros.
—a juzgar por las molestias que se han tomado por acomodarnos, me parece que tus paranoias no están justificadas —replicó Suzanne—, y pensaba que ya estaba claro que esto no es cosa de los rusos.
—Bueno, por mí podéis seguir discutiendo —terció Richard, que había comenzado a levantar las tapas de las fuentes que había en la mesa, un delicioso aroma llenaba la habitación.
—¿qué es eso? —preguntó Michael.
—Ni puta idea.
La humeante comida era de color crema y consistencia pastosa, como cereales calientes.
—Parece crema de trigo y huele de maravilla, —Richard probó una cucharada—, ¡Coño! —exclamó—, ¿Sabéis qué? Sabe como mi plato favorito: filete de ternera,
Michael probó también,
—¿Carne? Tú estás chiflado, esto sabe a patatas.
—¡Venga ya, tío! ¡Tú y tus patatas! —Richard se sentó a la mesa y se sirvió una generosa ración de comida—, siempre hablando de patatas.
Michael se sentó frente a él,
—Perdona, tío —replicó con sarcasmo—, pero es que resulta que a mí me gustan las patatas.
Suzanne y Perry se acercaron con curiosidad, tenían un hambre irresistible.
—Es increíble —exclamó Suzanne al probar la comida—, esto sabe a mango.
—Me cuesta creerlo —dijo Perry—, porque a mí me sabe exactamente a maíz fresco.
Suzanne tomó otra cucharada,
—Pues para mí es mango, sin duda alguna, yo creo que esto hace que nuestros cerebros interpreten el sabor según nuestras predilecciones.
Hasta Donald estaba intrigado, probó una cantidad ínfima y sacudió la cabeza incrédulo.
—Sabe a galletas, galletas de mantequilla —afirmó, sentándose a la mesa—, y la verdad es que yo también me muero de hambre.
Todos repitieron de aquella misteriosa comida, descubrieron también que la bebida helada obraba un efecto similar: les sabía distinto a cada uno, según sus preferencias.
Cuanto calmaron su hambre feroz, se sintieron de nuevo exhaustos y más somnolientos que antes, esforzándose por mantener los ojos abiertos, se retiraron a las camas, y en cuanto se taparon con las mantas, todos menos Donald cayeron en un sueño profundo, Donald intentó resistirse, esperando hacer guardia, pero fue imposible, al cabo de unos minutos también él dormía.
En cuanto Donald cerró los ojos, una diminutas luces rojas aparecieron en el dosel de cada cama, al mismo tiempo un resplandor emanó de los doseles, envolviendo a todos en un brillante halo violeta.
Las luces rojas sobre las camas se tornaron verdes un instante y el halo violeta desapareció, un momento más tarde se apagaron también las luces verdes.
Perry fue el primero en despertar, y no poco a poco sino de golpe, en un instante estuvo totalmente alerta, se quedó mirando el dosel, intentando interpretar aquella extraña estructura y orientarse, pero le resultó imposible, no veía nada de lo que esperaba, es decir, el techo de su camarote a bordo del Benthix Explorer.
En cuanto volvió la cabeza lo recordó todo, no había sido una pesadilla, el espantoso descenso del Oceanus a las profundidades abismales había sido una realidad.
Junto a la cama había un sencillo perchero negro del que colgaban unos pantalones cortos y una túnica similares a las que llevaba puestas, Perry apartó la manta que le cubría y al verse lanzó un grito, no sólo estaba desnudo, sino que en torno al ombligo tenía un circulo de marcas como las que había visto en Richard y Michael cuando salieron de las esferas.
Se levantó de un brinco y comprobó con alivio que las heridas no eran profundas ni dolorosas y, lo más importante, parecían haber cicatrizado.
Al cabo de un momento se llevó otra sorpresa, ¡tenía pelo de nuevo en las piernas y el pubis! En los brazos también, entonces se llevó la mano a la cabeza y sonrió.
Se puso la ropa del perchero y atravesó la habitación, al mirarse en el espejo dio un respingo, su pelo sólo tenía unos tres centímetros de longitud, pero era tan espeso y oscuro como cuando asistía al instituto, era como haber descubierto la fuente de la juventud.
Los otros ya se habían despertado, Donald y Suzanne se estaban vistiendo, mientras Richard y Michael, sentados en la cama, miraban boquiabiertos a su alrededor con la ropa doblada en el regazo.
—Justo lo que me imaginaba —dijo Donald, a nadie en particular—, sabía que esos hijos de puta vendrían mientras dormíamos, por eso quería establecer una guardia.
—Pues no está del todo mal —comentó Perry—, ¡Tengo pelo! ¿Qué os parece? Tengo mucho más pelo que antes.
—Si, yo también —replicó Suzanne, con menos entusiasmo.
—¿Y no te alegras?
—Preferiría tenerlo igual de largo que ayer, o mejor, que hace tres días,
—¿Qué quieres decir?
—Ayer era 21 de julio, ¿no?
—Creo que sí, —Perry no estaba muy seguro, debido al viaje nocturno a las Azores,
—Bueno pues según mi reloj, que alguien me quitó de la muñeca pero tuvo el detalle de no llevárselo, hoy es 24.
El reloj de Suzanne era el único que no había desaparecido con el gas, la correa de oro no se había disuelto,
—Tal vez el que te lo quitó cambió también la fecha —apuntó Perry, la idea de haber dormido tres días le resultaba perturbadora.
—Es posible, pero lo dudo, para que nos haya crecido tanto el pelo debemos de haber dormido más de tres días, tal vez un mes y tres días.
Perry se estremeció.
—¿un mes? No me le puedo creer, además, el pelo nos ha tenido que crecer gracias a algún tratamiento sorprendente, a mí me ha salido tan abundante como cuando tenía catorce años, y te voy a decir una cosa: como empresario daría algo por conocer el secreto, ¿te imaginas? ¡Menudo producto!
—Pues a mi no me han hecho ningún favor —terció Donald—, yo no quería tener pelo en la cabeza.
—¿Habéis notado las heridas en el vientre? —preguntó Suzanne.
Perry y Donald asintieron.
—Yo creo que significan que hemos estado conectados a algún sistema de mantenimiento de vida, tal vez similar al de los buceadores dentro de las esferas.
—Si, yo he pensado lo mismo —dijo Perry—, supongo que ha sido necesario, si es que hemos dormido tanto tiempo.
—Eh, vosotros, ¿estáis bien? —preguntó Suzanne a Richard y Michael, que se estaban vistiendo.
—Yo estoy bien, sólo que esperaba que todo esto fuera un mal sueño.
—Al drogamos han violado la convención de Ginebra—gruñó Donald—, ¡Somos civiles! ¡Y quién sabe lo que significan estas heridas! ¡Pueden habernos inoculado cualquier cosa! el SIDA, o el suero de la verdad...
—Pues lo cierto es que yo me encuentro muy bien, —Perry flexionó brazos y piernas, era como si todo su cuerpo hubiera rejuvenecido.
—Yo también —dijo Michael, se inclinó para tocarse las puntas de los pies y dio unos cuantos saltos sin moverse del sitio—, tengo la sensación de que podría nadar treinta kilómetros,
—Yo tengo pelo, pero nada de barba —exclamó Richard—, ¡a ver quién me explica eso!
Los otros hombres se tocaron el mentón, era cierto, nadie tenía pelo en la cara.
—Esto se pone cada vez más interesante —comentó Perry.
—Más surreal, diría yo, —Suzanne miró de cerca las mejillas de Perry, anteriormente se veía asomar la barba, pero ahora estaba lampiño.
—¡un momento! —gritó Richard, señalando la puerta frente a los espejos—, parece que nos van a dejar salir de la jaula.
La puerta se estaba abriendo en silencio, detrás se veía un largo pasillo blanco adornado con holografías, del otro extremo surgía una luz brillante y natural.
—Eso parece la luz del día —comentó Suzanne.
—No puede ser —replicó Donald—, a menos que de alguna forma nos hayan trasladado.
Perry sintió un escalofrío, sabía que todo lo sucedido hasta entonces no era más que un preámbulo a lo que iba a pasar en los próximos momentos.
Richard se acercó a la puerta, protegiéndose los ojos contra el resplandor que se reflejaba en las relucientes paredes blancas.
—¿ves alguna cosa? —quiso saber Suzanne.
—No mucho, al fondo el pasillo se abre, y hay una pared, debe de estar al aire libre.
—Un momento, —Suzanne se volvió hacia Donald—, ¿tú qué dices? ¿Vamos? Es evidente que nuestros anfitriones nos esperan.
—Si, vamos, pero en grupo, tenemos que permanecer juntos, aunque deberíamos elegir un portavoz, por si nos encontramos con nuestros captores.
—Muy bien, yo voto por Perry.
—¿yo? —dijo Perry con voz chillona—, ¿por qué yo? Donald sigue siendo el capitán.
—Es verdad, pero tú eres el presidente de la Benthix Marine, esta gente advertirá que hablas con cierta autoridad, sobre todo en lo referente a las perforaciones.
—¿tú crees que nos han traído aquí abajo por lo de las perforaciones?
—Bueno, se me ha pasado por la cabeza.
—Pero Donald tiene experiencia en el ejército —insistió Perry—, y yo no, ¿y si al final resulta que es una base rusa?
—Yo creo que podemos suponer que no lo es.
—Eso no ha quedado descartado del todo —terció Donald—, de todas formas, creo que Perry es una buena elección, así tendré ocasión de estudiar mejor la situación, sobre todo si estalla alguna hostilidad.
—¡Richard y Michael! —llamó Suzanne—, ¿quién creéis que debe ser el portavoz?
—A mí el presi me parece bien —dijo Michael.
Richard se limitó a asentir con la cabeza, impaciente.
—Decidido, —Suzanne hizo un gesto a Perry para que encabezara la expedición.
—Está bien —cedió este, fingiendo más ánimos de los que sentía, se ajustó el cinturón de la túnica, enderezó los hombros y echó a andar, Richard le miró con desdén, pero todos le siguieron.
Perry aminoró el paso al llegar al final del pasillo, cada vez estaba más seguro de que la luz que veía provenía del sol, puesto que notaba su calor, calculaba que el espacio que tenía delante debía de ser un recinto abierto de unos dos metros cuadrados.
Justo antes de llegar se detuvo tan bruscamente que Richard chocó contra él.
—¿Qué pasa? —preguntó Suzanne, abriéndose paso.
Perry no contestó, puesto que no sabía muy bien por qué se había parado, se inclinó despacio para ver un poco mas, buscó con la mirada la parte superior de la pared, y tuvo que dar un paso más para verla, calculó que tenía unos cuatro metros y medio de altura, por encima distinguió pies, tobillos, pantorrillas y túnicas como la que él llevaba puesta.
Por fin se enderezó y se volvió hacia los otros.
—En la parte superior hay gente —susurró—, vestidos como nosotros.
—¿De verdad? —Suzanne se inclinó para verlo por si misma, pero estaba demasiado atrás.
—No puedo estar seguro, pero creo que llevan la misma ropa de satén, —todos suponían que aquellos extraños atuendos eran uniformes de prisionero.
—Vamos —apremió Richard, más impaciente que nunca—, esto tengo que verlo, ¡venga!
—¿y por qué nos han vestido como antiguos griegos? —preguntó Suzanne a Donald.
—No tengo ni idea, vamos a averiguarlo.
Perry echó a andar en primer lugar, alzó la cabeza, protegiéndose los ojos con las manos, lo que vio le dejó tan perplejo que se detuvo bruscamente con la boca abierta, Suzanne tropezó con él, y el resto del grupo se apretó contra ella, todos atónitos.
Estaban en una especie de corral, unos cinco metros más arriba había una galería cubierta de cristal, bordeada por una balaustrada de mármol y soportada por columnas aflautadas en cuyos capiteles se veían doradas criaturas marinas, toda la galería estaba atestada de gente que se apretaba contra el cristal mirando hacia abajo con silenciosa e intensa curiosidad, tal como Perry había avistado antes, todos iban vestidos con idénticas túnicas de satén y pantalones cortos.
Aunque ninguno se había hecho una imagen mental de sus captores, imaginaban que tendrían un aspecto fiero, nada más alejado de la realidad, antes de vislumbrar los atuendos de satén, Perry había esperado ver uniformes, así como expresiones severas, si no abiertamente hostiles, sin embargo ahora se encontraba frente al grupo de personas más bellas que había visto jamás, cuyos rostros transmitían una serenidad casi divina, aunque la edad del grupo oscilaba desde niños muy pequeños a vigorosos ancianos, la mayoría se encontraba entre los veinte y los veinticinco años, todos irradiaban salud con sus cuerpos esbeltos, sus ojos brillantes, su pelo lustroso y unos dientes tan blancos que los de Perry parecían amarillos en comparación.
—¡no me lo puedo creer! —exclamó Richard.
—¿quién es esta gente? —susurró Suzanne maravillada.
—No había visto gente tan guapa en mí vida —atinó a decir Perry—, ¡todos ellos! Ni siquiera uno sólo parece del montón.
—Pues yo me siento como una rata de laboratorio —comentó Donald entre dientes—, fijaos cómo nos miran, y os recuerdo que las apariencias engañan, no olvidéis que esta gente ha estado jugando con nosotros para su propia diversión, esto podría ser una especie de trampa.
—Pero son de una belleza increíble, —Suzanne iba volviéndose lentamente para verlos a todos—, sobre todo los niños, e incluso los ancianos, ¿cómo iba a ser esto una trampa? bueno, una cosa está clara, ahora si podemos descartar del todo la idea de estar en una base secreta rusa.
—Pues americanos tampoco son —observó Perry—, no hay ni un solo gordo en todo el grupo.
—Esto debe de ser el cielo —comentó Michael maravillado.
—Yo creo que es más bien un zoológico —replicó Donald—, con la diferencia de que los animales somos nosotros.
—Intenta pensar algo positivo —le espetó Suzanne—, la verdad es que para mí esto es un alivio.
—Bueno, por lo menos no veo ningún arma.
—¡es verdad! —exclamó Perry—, buena señal.
—Claro que no necesitan armas, teniéndonos aquí abajo encerrados — añadió Donald.
—Ya, supongo que tienes razón, ¿tú qué piensas, Suzanne?
—No puedo pensar, todo esto es surreal, ¿estamos en el cielo?
—Eso parece.
—¿creéis que existe alguna posibilidad de que nos hayan trasladado hacia el este cuando el Oceanus cayó por la chimenea? Tal vez estemos en una de las islas Azores.
—Sólo podemos saberlo si se deciden a decírnoslo —apuntó Donald.
—¡qué más da dónde estemos! —terció Michael—, ¡vaya tías! ¡Vaya cuerpazos! ¿Son de verdad o es mi imaginación?
—Es una idea interesante —comentó Suzanne—, anoche, cuando cenamos, la comida sabía según nuestros deseos, ahora podría estar pasando lo mismo, tal vez estamos viendo lo que queremos ver.
—Eso no puedo concebirlo —dijo Perry—, nunca he creído mucho en lo sobrenatural.
Apero qué más da! ¡Mirad a la tía aquella del pelo castaño! ¡Menudo tipazo! ¡Y me está mirando! —Richard alzó la mano con una sonrisa y saludó con entusiasmo, la mujer sonrió a su vez y pegó la palma de la mano al cristal—, ¡eh! ¡Le gusto!
—Richard le tiró un beso y la mujer sonrió todavía más.
Animado por el éxito de Richard, Michael se volvió hacia una mujer de brillante pelo negro, ella también pegó la mano al cristal, Michael se puso a brincar como un loco, saludando frenético con las dos manos, la mujer se echó a reír.
—Yo no veo ninguna hostilidad —dijo Suzanne a Donald—, todos parecen tan pacíficos...
—Seguro que es una treta para que bajemos la guardia.
Perry apartó la vista de mala gana de aquella gente tan hermosa para hablar con Suzanne y Donald, Richard y Michael proseguían con sus aspavientos, intentando improvisar un lenguaje de signos.
—¿qué vamos a hacer? —preguntó Perry.
—A mí personalmente no me gusta nada estar dando un espectáculo —respondió Donald—, sugiero volver a nuestra habitación y esperar, ahora les toca actuar a ellos, que vengan a vernos a nuestro territorio, por decirlo de alguna manera.
—¿pero quiénes son? —dijo Suzanne—, esto es como una película de ciencia ficción.
Perry fue a responder, pero las palabras se le atascaron en la garganta, una de las paredes del recinto se estaba abriendo, detrás apareció una escalera que llevaba a la galería.
—¡vaya! —exclamó Suzanne—, como tú decías, Donald, ahora les toca actuar a ellos, y creo que nos están invitando a un encuentro cara a cara.
—¿qué hacemos? ¿Vamos?
—Sí —contestó Donald—, pero despacio y en grupo, y tú hablarás por todos, Perry, como habíamos decidido.
Richard y Michael, ajenos a lo que sucedía, seguían haciendo el payaso, la multitud respondía con risas a sus aspavientos, lo cual no hacía más que animarles a dar más brincos, al ver las escaleras, sin embargo, salieron disparados hacia ellas, ansiosos por establecer un contacto más íntimo con sus nuevas amigas.
—¡alto ahí! —gritó Donald, bloqueándoles el paso—, vamos a subir todos juntos, y el señor Bergman hablará por todos.
—Tengo que conocer a esa tía buena —dijo Richard ansioso.
—Y yo tengo que quedar con esa morenaza —añadió Michael sin aliento.
Intentaron pasar, pero Donald los sujetó con mano de hierro, los buceadores quisieron protestar, pero callaron al ver la expresión del ex militar, Donald tenía los labios apretados en un gesto de determinación y le temblaban las aletas de la nariz.
—Está bien, esperaremos —atinó a decir Richard.
—Sí, ya habrá tiempo de sobra.
Donald hizo un gesto a Perry para que comenzara a subir.
Perry subió los peldaños con más confianza que la que había sentido en el pasillo, había esperado enfrentarse a una escena mucho más terrible, pero ahora se trataba de ir al encuentro de un grupo de hermosos individuos ataviados con ropas similares a las suyas, sin embargo, lo insólito de la situación fue minando su seguridad a medida que avanzaba, se planteó la posibilidad de que aquello fuera una alucinación colectiva, como había sugerido Michael, o una trampa, como aseguraba Donald, pero, con su natural optimismo, le costaba imaginar que se tratara de una trampa, sobre todo teniendo en cuenta que aquella gente no tenía ninguna necesidad de tenderles una encerrona, puesto que tenía control absoluto de la situación.
La gente guapa, como Perry los llamaba mentalmente, se había apiñado en principio junto a las escaleras como un grupo de adolescentes esperando la llegada de una estrella del rock, pero todos se fueron apartando a medida que ellos subían, esto confundió a Perry todavía más, puesto que parecían retirarse como si les tuvieran miedo o un profundo respeto, como haría una multitud normal ante un animal potencialmente peligroso.
Por fin, se detuvo al final de las escaleras, la gente formaba ahora un semicírculo en torno a él, nadie se movía, nadie decía nada, nadie sonreía.
Perry había supuesto que sus captores serían los primeros en hablar, pero finalmente se decidió a romper aquel incómodo silencio
—Hola.
Su saludo provocó risitas, pero no mucho más, Perry se volvió hacia sus compañeros esperando alguna sugerencia, Suzanne se encogió de hombros, Donald no dijo nada, todavía parecía desconfiado.
—¿alguien habla inglés aquí? —preguntó Perry—, ¿o algo de español?
De pronto una pareja se destacó de la multitud, ambos aparentaban unos veinticinco años y, como todos los demás, eran de una belleza alucinante, sus rasgos eran perfectos, a Perry le recordaban los retratos que había visto en camafeos antiguos, el hombre era rubio, con ojos de un azul intenso, la mujer era pelirroja, con marcadas entradas en el pelo y ojos verdes tan brillantes como esmeraldas, su piel era tersa y perfecta, en Los Ángeles se les habría considerado estrellas de cine.
—Hola, amigos, ¿cómo estáis? —saludó el hombre con perfecto acento norteamericano—, por favor, no tengáis miedo, no se os hará ningún daño, yo me llamo Arak, y esta es Sufa.
—Yo también quiero saludar, ¿cómo os gustaría que os llamaran a vosotros?
Perry se quedó perplejo ante un inglés tan perfecto, era un alivio oír algo tan familiar, después de todo lo que había sucedido desde que se hundió el Oceanus.
—¿quiénes sois? —acertó por fin a preguntar.
—Somos habitantes de Interterra —contestó Arak, su voz de barítono era similar a la de Donald,
—¿y dónde demonios está Interterra? —Perry no pudo evitar un tono brusco, se le había ocurrido de pronto que todo aquello podía ser una sofisticada broma de mal gusto, más que una trampa.
—¡por favor! —exclamó Arak solicito—, sé que estáis desconcertados y cansados, y con toda la razón después de lo que habéis pasado, sabemos muy bien que la secuencia de descontaminación es agotadora, así que por favor, intentad relajaros, os esperan muchas emociones,
—¿sois norteamericanos expatriados?
Arak y Sufa se llevaron la mano a la boca en un vano intento por contener la risa.
—Perdonadnos, por favor, no queremos ser groseros, no, no somos norteamericanos, pero en Interterra tenemos bastante conocimiento de vuestros idiomas, y el inglés en todas sus variantes es la especialidad de Sufa y mía,
Suzanne se inclinó hacia Perry,
—Pregúntales otra vez dónde está Interterra —le susurró al oído,
—Interterra está debajo de los mares —contestó Arak—, se encuentra entre lo que vuestro pueblo llama la corteza terrestre y el manto, es una zona que vuestros científicos sísmicos llaman el manto de discontinuidad Mohorovicic.
—¿Es un mundo subterráneo? —Suzanne miró perpleja hacia lo que parecía el cielo.
—Submarino seria más correcto —contestó Sufa—, pero, por favor... sabemos que tenéis muchas preguntas, y todas serán respondidas a su debido tiempo, por ahora os suplicamos un poco de paciencia.
—Pero necesitamos saber cómo os tenemos que llamar— añadió Arak.
—Yo soy Perry, presidente de la Benthix Marine, —y a continuación presentó a los demás miembros del grupo.
Arak se acercó a Suzanne y tendió el brazo con la palma de la mano hacia ella.
—Tal vez puedas concederme el honor de un saludo interterrano, presiona tu palma contra la mía.
Suzanne miró un instante a Perry y Donald antes de acceder, su mano era mucho más pequeña que la de Arak.
—Bienvenida, doctora Newell, estamos muy contentos de que hayas venido a visitarnos, —y con una reverencia apartó la mano.
—Vaya, muchas gracias, —Suzanne estaba algo desconcertada, aunque le halagaba que la hubieran destacado a ella de forma personal.
—Ahora os llevarán a vuestras habitaciones, que estoy seguro serán de vuestro agrado.
—¡Un momento, Arak! —exclamó Richard poniéndose de puntillas—, por ahí anda una chica preciosa que se muere por conocerme.
—Sí, y yo quiero quedar con una morenaza que he visto antes —añadió Michael.
Ambos habían escudriñado la multitud desde que subieron las escaleras, pero no habían podido localizar a sus chicas.
—habrá tiempo de sobra para relacionarse —dijo Arak—, por ahora es importante que os retiréis a vuestros aposentos, puesto que tenéis que comer y asearos adecuadamente, más tarde habrá una gala para celebrar vuestra llegada, y espero que todos asistáis, por favor, seguidme.
—Sólo será un momento, —Richard quiso pasar entre Arak y Sufa para mezclarse con la muchedumbre, pero Donald le retuvo con fuerza,
—¡Ya está bien! Nos quedamos todos juntos, ¿Entendido?
Richard le miró furioso, estaba tan cerca de aquella preciosa mujer, era tan difícil contenerse... de hecho nunca se le había dado muy bien contenerse, pero la mirada de Donald le hizo vacilar.
—Bueno, la verdad es que también me apetece comer algo.
—Más vale que no te pases —le espetó Donald—, si no quieres vértelas conmigo.
—Que conste que no me asustas.
Suzanne seguía a Arak y Sufa casi sin darse cuenta, se sentía desconectada de la realidad, como sí no pisara suelo firme, no era un mareo, pero si algo muy parecido, había oído hablar del concepto psiquiátrico de despersonalización y se preguntaba si no estaría sufriendo alguna variante, todo lo que experimentaba le parecía surreal, era como estar en un sueño, aunque sus sentidos le dijeran lo contrario, oía, veía y olía normalmente, pero nada parecía lógico, ¿cómo podían estar bajo el mar?
Como oceanógrafa geofísica, Suzanne sabía que la discontinuidad Mohorovicic era una capa de la tierra que marcaba un brusco cambio en la velocidad de las ondas sísmicas, localizada aproximadamente de unos cuatro a once kilómetros bajo el suelo oceánico y a unos treinta y seis kilómetros por debajo de los continentes, el nombre de Mohorovicic se debía al sismólogo serbio que la había descubierto, pero no se sabía qué era en realidad aquella capa, ningún geólogo ni sismólogo había considerado siquiera la posibilidad de que se tratara de una enorme caverna llena de aire, la idea era demasiado ridícula para ser tenida en cuenta.
—Por favor, mostrad a los humanos secundarios la cortesía que merecen —pedía Arak a los interterranos mientras se abrían paso entre ellos—, ¡dejadnos sitio! —al cabo de un momento se volvió hacia Suzanne y los demás y señaló un camino que salía de la galería—, en cuanto salgamos de la sala de llegadas extranjeras estaremos ya muy cerca de vuestras habitaciones.
Suzanne caminaba entre la multitud como si se viera a sí misma en una película, la situación ya no era amenazadora, los saludaban con gestos furtivos, casi tímidos, Suzanne no podía evitar sonreír.
—¿Está sucediendo esto de verdad?, Se preguntaba una y otra vez, ¿será un sueño? Pero la sensación del mármol frío en los pies descalzos y la caricia de una suave brisa en las mejillas era del todo real, en sueños nunca había sentido las cosas con tanto detalle.
—Habrás notado que tu grupo es toda una celebridad —le dijo Sufa—, los seres humanos de la segunda generación son muy populares, además, sois todo un estímulo, debo advertirte que estaréis muy solicitados.
—¿qué es eso de la segunda generación de seres humanos?
—¡Sufa, recuerda lo que hemos decidido! —exclamó Arak—, con estos invitados no iremos tan deprisa como con otros, habrá que introducirlos en nuestro mundo poco a poco.
—Sí, ya lo sé, —Sufa se volvió de nuevo hacia Suzanne—, ya hablaremos de todo a su debido tiempo, y te prometo que contestaremos a todas vuestras preguntas.
Pronto salieron a una espaciosa galería que daba a una caverna subterránea tan inmensa que parecía estar a la luz del día, aunque no había sol, el cielo abovedado era de un azul pálido como el cielo de un brumoso día de verano, algunas nubes flotaban perezosas en la brisa.
La galería se encontraba al lado de un edificio localizado en la periferia de una ciudad, desde la balaustrada se extendía un bucólico paisaje de colinas, frondosa vegetación y lagos, con algunas aldeas a lo lejos, los edificios, de basalto negro muy pulido, combinaban diversas formas: curvas, cúpulas, torres y pórticos columnados, a lo lejos se alzaba una serie de montañas cónicas que, desde sus anchas faldas, se iban estrechando hasta la cima para formar gigantescas columnas.
—Esperad un momento, por favor, —Arak murmuró unas palabras en un diminuto micrófono que llevaba en la muñeca.
Los cinco "seres humanos de segunda generación" quedaron hipnotizados por la inesperada belleza y las increíbles dimensiones de aquel paraíso subterráneo, era algo que superaba sus más locas fantasías, hasta los buceadores se habían quedado sin palabras.
—Estamos esperando un aerodeslizador —explicó Sufa,
—¿Es esto la Atlántida? —preguntó Perry, todavía boquiabierto.
—No, —Sufa pareció algo molesta—, esto no es la Atlántida, es la ciudad de Saranía, la Atlántida queda hacia el este, pero desde aquí no se ve, está detrás de las columnas que soportan las protuberancias de la superficie que vosotros llamáis las Azores,
—¡Así que la Atlántida existe!
—Claro que sí, pero a mí, personalmente, no me parece ni mucho menos tan agradable como Saranta, es una ciudad joven de gente bastante descarada, la verdad, pero eso ya lo veréis vosotros mismos.
—Ah, aquí está —exclamó Arak, en la base de las escaleras había aparecido una nave parecida a un platillo volante, era tan silenciosa que sólo los que miraban en su dirección la vieron llegar—, siento haberos hecho esperar, debe de haber mucha demanda en este momento, pasad, por favor —indicó, señalando la entrada que se había abierto milagrosamente a un lado de la nave.
El platillo flotaba inmóvil a más de un metro sobre el suelo, media unos diez metros de diámetro, con la parte superior en forma de bóveda transparente, era muy parecida a los ovnis que aparecen en la prensa sensacionalista, dentro había un banco circular con cojines blancos en torno a una mesa redonda negra, no se veían controles para manejarla.
Arak fue el último en entrar, y en cuanto lo hizo la puerta desapareció en silencio.
—Siempre pasa lo mismo —se quejó mirando alrededor—, justo cuando queríamos impresionaros nos llega una de las naves más viejas.
—Deja de quejarte —le amonestó Sufa—, este vehículo funciona perfectamente.
Donald enarcó las cejas, Suzanne tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar.
Arak puso la mano en el centro de la mesa y se inclinó.
—Al palacio de invitados, — luego se arrellanó sonriente en el asiento, un instante después se pusieron en marcha.
Suzanne tendió la mano instintivamente para agarrarse al borde de la mesa, pero no fue necesario, no se percibía ninguna sensación de movimiento ni ningún sonido, era como si la nave estuviera parada mientras la ciudad descendía.
—Pronto os enseñarán a llamar y manejar estos aerotaxis— indicó Arak—, tendréis tiempo de sobra para explorar.
El grupo del Benthix Explorer estaba abrumado. Parecían atravesar el centro de una ajetreada metrópoli, una multitud de personas caminaba de un lado a otro y cientos de aerotaxis surcaban el espacio en todas direcciones.
Para Suzanne aquel mundo estaba lleno de extrañas contradicciones, la ciudad, con su avanzada tecnología, parecía muy futurista, pero la vegetación tenía un aspecto primitivo, la flora le recordaba la existente durante el período carbonífero, trescientos millones de años atrás.
Pronto los brillantes edificios de basalto dieron paso a un área menos densa, aparentemente residencial, donde se veían extensiones de césped, árboles y estanques, tanto las multitudes como los taxis desaparecieron, ahora sólo se veían personas aisladas o pequeños grupos paseando por los parques, muchos iban acompañados de mascotas de curioso aspecto que parecían una quimérica combinación de perro, gato y mono.
El escenario comenzó a aminorar la velocidad a medida que se aproximaban a un magnifico conjunto palaciego, dominado por una gran estructura central abovedada y soportada por columnas dóricas de color negro, en torno a él se alzaban otros edificios más pequeños, de forma ovalada, varios senderos serpeaban entre estanques cristalinos, extensiones de césped y frondosa vegetación.
El aerotaxi detuvo su movimiento horizontal y descendió deprisa, un momento más tarde la entrada volvió a abrirse en silencio.
—Doctora Newell, este es tu apartamento, ya puedes bajar, por favor, yo te acompañaré para asegurarme de que estás cómoda,
Suzanne miró nerviosa a Donald, no esperaba tener que separarse del grupo.
—¿Y los demás? —preguntó por fin, intentando interpretar la expresión del ex oficial.
—Arak se encargará de acomodarlos, cada uno tendrá su propio bungalow.
—Es que esperábamos poder estar juntos.
—Y lo estaréis —replicó Arak—, toda esta zona es sólo para visitantes, comeréis juntos, y si queréis dormir por parejas en vuestros aposentos, es decisión vuestra.
Donald miró a Suzanne y se encogió de hombros, ella salió de la nave seguida de Sufa, un momento más tarde el aerotaxi se puso de nuevo en marcha para detenerse en una casa cercana.
—¡Vamos! —Sufa echó a andar por el sendero, pero se detuvo a esperar a Suzanne, que se había quedando mirando la nave—, pronto te reunirás de nuevo con tus amigos, sólo quiero comprobar que tu alojamiento es aceptable, además, pensé que te gustaría darte un baño antes de comer, ese fue mi primer deseo cuando pasé por la descontaminación.
—¿Tú pasaste por lo mismo que nosotros?
—Sí, hace muchísimo tiempo, varias vidas, de hecho.
—¿Cómo? —Suzanne pensó que no había oído bien.
—Ven, primero tienes que instalarte, las preguntas tendrán que esperar.
Sufa cogió a Suzanne del brazo y juntas subieron los escalones que llevaban al bungalow.
Suzanne se detuvo en la puerta, boquiabierta de nuevo, en marcado contraste con el exterior negro, el interior era casi todo blanco: mármol blanco, cachemira blanca y múltiples superficies de espejo, era parecido a la sala en que habían dormido hacía poco, pero mucho más lujoso, una piscina azul se extendía desde dentro hasta el exterior, alimentada por una cascada que salía de la pared.
—¿no te gusta la habitación? —preguntó Sufa preocupada, malinterpretando la expresión de Suzanne.
—La cuestión no es sí me gusta, ¡es increíble!
—Pero queremos que estés cómoda,
—¿Y los otros? ¿Sus habitaciones son parecidas?
—Idénticas, todos los bungalows de invitados son iguales, si necesitas algo más dímelo, estoy segura de que podremos proporcionártelo.
Suzanne miró la enorme cama circular, sobre una tarima de mármol en el centro de la habitación, del dosel colgaban abundantes cortinas blancas.
—Dime qué crees que te falta.
—No, no falta nada, es impresionante.
—¿Entonces te gusta?
—Me encanta, —Suzanne tocó la pared de mármol, pulido como espejo, estaba caliente.
Sufa se acercó a un armario empotrado.
—Dentro encontrarás consolas de ordenador, ropa, libros en tu idioma, una nevera grande con refrescos, artículos de aseo personal y todo lo demás que puedas necesitar.
—¿Cómo se abre?
—Con una orden verbal, —Sufa señaló una de las dos puertas en la pared frente al armario—, allí tienes los servicios personales.
—¿y qué tengo que decir?
—lo que estés buscando, seguido de alguna palabra exclamativa como "ahora" o "por favor".
—¡Comida, por favor! —dijo Suzanne con cierta timidez, al punto se abrió una puerta del armario dejando al descubierto una nevera llena de refrescos y comida de diversa consistencia y color.
Sufa rebuscó.
—Debería haberlo sabido, me temo que sólo han puesto una selección básica, aunque yo pedí algunos artículos especiales, pero no importa, un clon obrero te traerá todo lo que quieras.
—¿Un clon obrero? —la expresión sonaba ominosa.
—Los clones obreros son los trabajadores, ellos realizan todas las labores manuales en Interterra.
—¿He visto alguno?
—Todavía no, no suelen dejarse ver hasta que los llaman, prefieren su propia compañía y sus propias habitaciones.
Suzanne asintió, sabía que en cualquier régimen de intolerancia, el grupo dominante siempre atribuía a los oprimidos una actitud que hacia sentir mejor a los opresores.
—Y esos clones, ¿son clones de verdad?
—Desde luego, han sido clones durante una eternidad, en principio provienen de homínidos primitivos, algo similar a lo que tu pueblo llama Neandertales.
—¿Mi pueblo? ¿Qué nos hace tan diferentes de vosotros, aparte de vuestra belleza?
—Por favor...
—Ya lo sé, ya lo sé —exclamó Suzanne exasperada—, no tengo que hacer preguntas, pero es que tus respuestas a las cuestiones más simples me resultan desconcertantes.
Sufa se echó a reír,
—Ya lo imagino, pero sólo te pedimos que tengas paciencia, hemos aprendido por experiencia que es mejor introducir a la gente poco a poco en nuestro mundo.
—Eso significa que habéis tenido otros visitantes como nosotros.
—Desde luego, han venido muchos durante los últimos diez mil años más o menos.
Suzanne se la quedó mirando boquiabierta.
—¿Diez mil años, dices?
—Sí, antes de eso no teníamos ningún interés en vuestra cultura.
—¿Me estás diciendo que...?
—Por favor, —Sufa respiró hondo—, no más preguntas a menos que se refieran a tus habitaciones, lo siento.
—Está bien, a ver, dime, ¿cómo tengo que llamar a un clon?
—Con una voz de mando, es lo mismo con todo aquí en Interterra.
—O sea, que sólo tengo que decir "clon obrero", ¿es eso?
—"clon obrero" o simplemente "clon", luego, claro, tienes que decir alguna palabra exclamativa con la que te sientas cómoda, pero la frase tiene que decirse como una exclamación,
—¿y lo puedo hacer ahora mismo?
—Por supuesto,
—Clon, por favor —dijo Suzanne sin dejar de mirar a Sufa.
No pasó nada,
—Eso no ha sido una auténtica exclamación, inténtalo otra vez.
—¡Clon, por favor! —exclamó Suzanne.
—Mucho mejor, pero no hace falta subir tanto la voz, el volumen no es lo que cuenta, sino la intención, los humanoides tienen que saber sin lugar a dudas que quieres que aparezcan, su modo por defecto es no venir, para no ser un incordio,
—¿Has dicho "humanoide"?
—Los clones obreros son muy parecidos al hombre, aunque son una fusión de elementos androides, componentes biomecánicos y secciones hominidas, son mitad máquina mitad organismos vivos, que se cuidan ellos mismos e incluso se reproducen.
Suzanne se quedó mirándola entre incrédula y consternada, Sufa pensó que la había asustado.
—No te preocupes, es muy fácil tratar con ellos, y son de lo más servicial, de hecho son criaturas maravillosas, como ya verás, su único defecto es que, como sus antepasados homínidos, son incapaces de hablar, pero entienden perfectamente.
Antes de que Suzanne pudiera hacer más preguntas, se abrió una de las puertas frente a los armarios y apareció una mujer escultural, Suzanne había esperado ver a un grotesco autómata, pero la mujer era de una belleza exquisita, con rasgos clásicos, pelo rubio, piel de alabastro y penetrantes ojos oscuros, llevaba un uniforme de satén negro.
—Este es un ejemplar de clon obrera, verás que lleva un anillo en la oreja, todos lo llevan, no sé por qué, creo que tiene algo que ver con el orgullo o el linaje, también advertirás que es bastante guapa, como lo son también las versiones masculinas, pero lo más importante es que se avendrá a todos tus deseos, si quieres algo no tienes más que pedírselo y ella intentará complacerte, a menos que eso implique hacerse daño a ella misma.
Suzanne miró los ojos de aquella mujer, sus rasgos faciales eran tan hermosos como los de Sufa, pero totalmente inexpresivos.
—¿Tiene algún nombre?
—¡Claro que no! —replicó Sufa con una risa—, eso complicaría muchísimo las cosas, no queremos personalizar nuestras relaciones con los trabajadores, en parte por eso no han sido nunca diseñados para hablar.
—Pero hará lo que yo le pida, ¿no?
—Así es, cualquier cosa, puede recoger tu ropa, lavarla, prepararte el baño, llenarte la nevera, darte un masaje o incluso cambiar la temperatura del agua de la piscina, cualquier cosa que quieras o necesites.
—De momento creo que sería mejor que se marchara, —Suzanne se estremeció, la idea de que alguien pudiera ser medio humano y medio máquina era perturbadora.
—¡Vete, por favor! —pidió Sufa, la mujer dio media vuelta y se marchó tan silenciosamente como había aparecido—, claro que la próxima vez que llames a un clon, lo más posible es que venga otro distinto, siempre acude el primero que está disponible.
Suzanne asintió, de nuevo sin comprender del todo.
—¿De dónde salen?
—De debajo de la tierra.
—¿Viven en cuevas? —preguntó Suzanne.
—Supongo, yo nunca he estado allí abajo, ni yo ni nadie que conozca, ¡pero basta de hablar de los clones! Tengo que llevarte al comedor para la cena, ¿prefieres bañarte en la piscina o en la bañera? Aunque te advierto que no tenemos mucho tiempo.
Suzanne tragó saliva, tenía la garganta seca, con todo lo que tenía a su disposición le costaba trabajo tomar la decisión más sencilla, la piscina, ahora más turquesa que azul, era de lo más tentadora.
—Si, creo que me daré un baño en la piscina.
—Excelente, en el armario tienes ropa limpia y zapatos.
Suzanne asintió.
—Te espero fuera, tengo la sensación de que te vendrá bien quedarte a solas un rato.
—Sí, tienes razón.
El comedor estaba situado en un edificio similar en forma y tamaño a los bungalows, pero sin cama, también se abría al exterior, pero daba al espectacular pabellón central, en lugar de los jardines, la larga mesa central era como la que había en la cueva de descontaminación, así como las sillas acolchadas.
El grupo había llegado desde sus respectivas casas más o menos al mismo tiempo, y todos con ánimo diferente, Richard y Michael no albergaban recelo alguno, estaban entusiasmados como niños sueltos en el parque de atracciones de sus sueños, y pensaban disfrutar de todo cuanto se les ofreciera, Perry también estaba encantado con las posibilidades de aquel nuevo mundo, aunque se mostraba más sereno que los buceadores, Suzanne todavía estaba más desconcertada que otra cosa, todavía se planteaba la posibilidad de estar viviendo una especie de alucinación colectiva, Donald, a diferencia de los demás, seguía convencido de que todo aquello era una trampa, un engaño con algún horrible propósito.
La conversación giró en torno al viaje en platillo y las maravillas de sus habitaciones, Richard y Michael eran los más animados, sobre todo después de saber que el clon obrero de Suzanne había sido una mujer, Richard hizo alusión a los placeres que una criatura tan complaciente podría proporcionar.
Suzanne se mostró escandalizada.
—¡A ver si os comportáis como seres civilizados!
La comida fue parecida a la que habían consumido previamente, con la misma curiosa variación en el gusto, aunque esta vez fue presentada en elaborados platos individuales, la trajeron dos hombres de extrema belleza ataviados con unos monos de satén negro abrochados por delante con una cremallera, ambos llevaban un anillo en la oreja.
De pronto Donald arrojó el tenedor contra su plato de oro, el ruido resonó sorprendentemente en la habitación de mármol, Richard, que en ese momento describía el baño que se había dado en la piscina, con la boca llena de lo que aseguraba ser helado de caramelo, se interrumpió a media frase, Suzanne dio un brinco sobresaltada y dejó caer su propio tenedor, que cayó sin tanto estruendo, Michael se atragantó con el bocado que le estaba sabiendo a patatas.
—¿Cómo demonios podéis comer en estas circunstancias? —gritó Donald,
—¿Qué circunstancias? —preguntó Richard, todavía con la boca llena, mirando alrededor, temeroso de que hubieran invadido la sala.
Donald se inclinó hacia él.
—¿Qué circunstancias? —repitió con desdén, sacudiendo la cabeza—, ¡Nunca he podido comprender por qué los buceadores de saturación tienen que ser tan idiotas! Tal vez la presión y el gas inerte destruyen las pocas neuronas que tienen.
—¿De qué coño hablas? —saltó Michael,
—¿De qué hablo? te lo voy a decir, ¡Mira! ¿Dónde demonios estamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Quiénes son estas personas, vestidas como si fueran a una fiesta de disfraces?
Se produjo un silencio, todos evitaban mirarle a los ojos, porque lo cierto es que también se habían planteado esas cuestiones.
—Yo sé dónde estamos —dijo por fin Richard—, en Mierterra.
—¡Joder! —Donald alzó las manos exasperado—, estamos en Interterra, ya, y eso lo explica todo, ¿Verdad? ¡Pues no! eso no explica nada, no explica dónde estamos, qué hacemos aquí o quiénes son estas personas, y ahora nos tienen convenientemente aislados en diferentes habitaciones.
—Han dicho que nos explicarían todo lo que queramos saber—apuntó Suzanne—, pero nos han pedido que tengamos paciencia.
—¡Paciencia! yo os voy a decir lo que hacemos aquí, ¡somos prisioneros!
—¿y qué? —saltó Richard.
De nuevo se produjo un silencio, Michael dejó el tenedor, pero Richard siguió disfrutando de su postre, mirando a Donald con descaro, Suzanne, Perry y los clones se quedaron inmóviles.
—Si fuéramos prisioneros —dijo por fin Richard con la boca llena—, me gustaría saber cómo trata esta gente a sus amigos, mirad todo esto, es fantástico, si tú no quieres comer, Fuller, no comas, a mí esto me gusta, ¡y que te jodan!
Donald se levantó de un brinco con intención de lanzarse contra él, pero Perry se interpuso antes de que corriera la sangre.
—¡Ya está bien! —gritó—, no deberíamos pelear entre nosotros, además, los dos tenéis razón, no sabemos dónde estamos ni por qué estamos aquí, pero nos están tratando bien, puede que demasiado bien.
Soltó a Donald al notar que se tranquilizaba, y miró a los clones obreros para ver si aquel estallido los había inquietado, pero sus rostros seguían tan inexpresivos como siempre.
Donald se alisó la túnica.
—Ya veis lo que quiero decir —gruñó—, incluso han mandado carceleros para que nos vigilen mientras comemos.
—No creo que sea el caso —terció Suzanne— , ¡clones, marchaos, por favor!
Los clones desaparecieron por una de las tres puertas de la estancia.
—¿Ves? Ya no nos vigilan.
—Ya, eso no significa nada —insistió Donald—, probablemente tienen micros y cámaras escondidas por toda la sala.
—Oye —terció Michael de pronto—, Mirad estos platos, y los cubiertos, ¿será oro de verdad?
Suzanne sopesó su tenedor,
—Yo también me lo he planteado, y creo que sí.
—¡Joder! —Michael levantó su plato—, pues aquí hay una pequeña fortuna.
—De momento nos tratan bien —dijo Donald, retomando el tema principal.
—¿Tú crees que eso va a cambiar? —preguntó Perry.
—Podría cambiar en cualquier instante, en cuanto hayan obtenido lo que quieren de nosotros, quién sabe qué puede pasar, estamos a su merced.
—Sí, la situación podría cambiar, pero yo no lo creo —terció Suzanne.
—¿Cómo estás tan segura?
—No estoy segura, pero es lógico, mirad todo esto, estas personas están muy avanzadas, no necesitan nada de nosotros, de hecho creo que podemos aprender cosas extraordinarias de ellas.
—Ya sé que hemos estado evitando el tema —admitió Perry—, ¿pero estás sugiriendo que se trata de extraterrestres?
La pregunta los dejó a todos en silencio, nadie sabía muy bien qué pensar.
—¿Gente de otro planeta? —dijo por fin Michael.
—No estoy sugiriendo nada, pero todos hemos visto ese platillo volante, es evidente que tienen una tecnología de la que ninguno de nosotros había oído hablar, además se supone que estamos bajo el mar, cosa que todavía me cuesta aceptar, pero una cosa os aseguro, la discontinuidad Mohorovicic existe, y nadie ha podido dar nunca explicación de ella.
Richard hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—Estos no son extraterrestres ni nada, ¿Es que no habéis visto qué tías hay aquí? Yo he visto un montón de películas de alienígenas, y os aseguro que no se parecen en nada a esta gente.
—Podrían haber alterado su apariencia según nuestros gustos.
—Ya —dijo Michael—, eso pensé yo también al principio, que eso de que sean tan guapos son imaginaciones nuestras.
—Pues a mí me importa un carajo —le espetó Richard—, lo que cuenta es lo que hay en mi cabeza, y si a mí me parecen despampanantes es que son despampanantes.
—Lo importante son sus motivos —insistió Donald—, no hemos llegado hasta aquí por casualidad, es evidente que nos atraparon en aquella chimenea submarina, quieren algo de nosotros, os lo aseguro, porque si no estaríamos muertos.
—Creo que tienes razón en una cosa —concedió Suzanne—, en que nos han traído a propósito hasta aquí, Sufa me ha dado cierta información, en primer lugar me confirmó que lo que pasamos abajo en la cueva fue un proceso de descontaminación.
—¿Pero por qué nos han descontaminado?
—Eso no me lo dijo, pero también confesó que han tenido otros visitantes como nosotros con anterioridad.
—Vaya, eso sí que es interesante —comentó Donald—, ¿y te dijo también qué ha pasado con ellos?
—No.
—Bueno, por mí podéis preocuparos todo lo que queráis—afirmó Richard—, ¡clones obreros, venid! —ordenó.
Al instante aparecieron dos humanoides, uno femenino y otro masculino, Richard echó un vistazo a la mujer y miró a Michael con expresión cómplice.
—¡Esto es una mina!
—Richard —dijo Suzanne—, quiero que me prometas que no harás nada que nos avergüence o ponga en peligro al grupo.
—¿Tú te crees mi madre? —Richard se volvió hacia la mujer clónica, ¿Me traes un poco más de postre, cariño?
—A mí también —añadió Michael, golpeando el plato con el tenedor.
Donald quiso levantarse, pero Perry se lo impidió.
—Nada de peleas, no sirve de nada.
Richard sonrió a Donald para provocarle, disfrutando de su rabia.
De pronto una suave campanilla interrumpió la música de fondo, un momento más tarde apareció Arak, con la indumentaria habitual aunque con un pequeño añadido: en torno al cuello llevaba, atada con un sencillo lazo, una cinta de terciopelo azul que hacía juego con el tono de sus ojos.
—Hola, amigos míos —saludó con vehemencia—, confío en que la comida fuera de vuestro agrado.
—Estupenda —respondió Richard—, ¿Pero de qué está hecha? Quiero decir que el sabor no tiene nada que ver con su aspecto.
—Consiste en proteínas de plancton y carbohidratos vegetales, —Arak se frotó las manos con entusiasmo—, ¡Bueno! ¿Qué tal si vamos a la celebración que os he mencionado antes? No os podéis imaginar cuanta gente aquí en Saranía está encantada con vuestra llegada, hemos tenido que rechazar a muchos, el caso es que no solemos recibir demasiadas visitas de vuestro mundo, desde luego muchas menos que la Atlántida, al este, o Barsama, al oeste, todo el mundo está deseando conoceros, lo cual me lleva a la cuestión principal: ¿Queréis venir al pabellón o estáis demasiado cansados después de la descontaminación?
—¿Dónde está el pabellón? —quiso saber Michael.
—Justo allí, —Arak señaló el extremo abierto del comedor—, la fiesta se celebra aquí, en la zona de los visitantes, es más conveniente así, de hecho queda a poco más de cien metros, así que se puede ir andando, ¿Qué decís?
—Yo me apunto —dijo Richard—, nunca me pierdo una fiesta.
—Lo mismo digo —añadió Michael.
—Espléndido, ¿y los demás?
Se produjo un silencio incómodo, por fin Perry carraspeó.
—Arak, la verdad es que estamos un poco nerviosos.
—Yo emplearía otra palabra —terció Donald—, francamente, antes de hacer nada nos gustaría tener alguna idea de quiénes sois y por qué estamos aquí, sabemos que nuestra presencia no es casual, para decirlo claramente, sabemos que hemos sido secuestrados.
—Comprendo vuestras preocupaciones y curiosidad, —Arak extendió las manos en un gesto conciliatorio—, pero, por favor, por una noche dejad que prevalezca mi experiencia, he tratado antes con visitantes de vuestro mundo, no muchos, es verdad, y nunca un grupo tan numeroso, pero los suficientes para saber qué es lo mejor, mañana responderé a todas vuestras preguntas.
—¿Por qué esperar? —insistió Donald—, ¿por qué no lo explicas ahora?
—Ignoras lo estresante que resulta el proceso de descontaminación.
—¿Puedes decirnos por lo menos cuánto duró el proceso?
—Preguntó Suzanne.
—Un poco más de uno de vuestros meses.
—¿Estuvimos durmiendo más de un mes? —Michael no se lo podía creer.
—Si, y resulta estresante tanto para el cerebro como para el cuerpo, mañana recibiréis información todavía más sorprendente, hemos aprendido que es más fácil asimilarla cuando uno está descansado, una noche de sueño os facilitará las cosas, así que, por favor, de momento relajaos todos juntos aquí, por separado en vuestras habitaciones o, mejor aún, con nosotros celebrando vuestra llegada.
Perry le miró a los ojos, el rostro de Arak transmitía una sinceridad innegable.
—Muy bien, de todas formas no creo que pudiera dormir, así que iré a la fiesta, pero espero que mañana cumplas con tu palabra.
—De acuerdo, —Arak se volvió hacia Suzanne—, ¿Y tú? ¿Qué te apetece hacer?
—Yo también voy.
—Maravilloso ,¿Y tú, Donald?
—No, en estas circunstancias me resultaría muy difícil celebrar nada.
—Muy bien, —Arak se frotó las manos encantado—, esto es maravilloso, me alegro de que la mayoría hayáis decidido venir, habría sido una desilusión para mucha gente si llego yo solo, Donald, entiendo tus sentimientos y los respeto, disfruta de tu descanso, los clones obreros te servirán en lo que desees.
Donald asintió con aire taciturno,
—Bueno, vámonos, —Arak señaló el extremo abierto del comedor.
—¿Habrá comida en la fiesta? —preguntó Richard.
—Desde luego, la mejor comida de Saranía.
—Entonces no repetiré del postre, — Richard tiró la cuchara en la mesa, se desperezó y lanzó un sonoro eructo.
Suzanne le miró furiosa.
—Richard, ten un poco de respeto por los demás, aunque no lo tengas por ti mismo.
—No, si ya os tengo respeto, no he querido tirarme un pedo en tan selecta compañía.
Arak se echó a reír,
—Richard, vas a tener un éxito increíble, eres tan primitivo... es maravilloso.
—¿Me tomas el pelo?
—No, no, estarás muy solicitado, te lo aseguro, ¡Venga! ¡Vamos a que os vean!
—Muy bien.
—¡Nos vamos de fiesta! —Richard y Michael se hicieron un gesto con los pulgares hacia arriba.
Suzanne se volvió hacia Perry.
—Es una locura ir a una fiesta en estas circunstancias —dijo él—, pero más vale tomarse las cosas con calma.
—¿Seguro que no quieres venir? —preguntó Suzanne a Donald.
—Sí, seguro, pero si te apetece confraternizar, tú misma.
—Voy a la fiesta porque allí podré aprender más cosas, no para confraternizar.
—¡Vamos! —La apremió Perry desde el otro extremo de la sala.
—Hasta luego.
Donald se quedó pensando en las palabras de Arak, lo único que sabía es que no estaba dispuesto a confiar en él, desde su punto de vista, Arak era demasiado obsequioso, aquella fantástica hospitalidad tenía que ser una trampa, aunque no imaginaba cuál podía ser su propósito, aparte de hacerles bajar la guardia.
El grupo ya iba por el pabellón, sus siluetas se recortaban contra la luz del exterior, Donald miró a los dos clones obreros, que permanecían inmóviles contra la pared, tenían un aspecto tan humano que era difícil creer que fuesen en parte máquinas, como Arak aseguraba, tal vez no era más que otra mentira.
—Obrero, quiero más bebida.
El clon femenino se acercó de inmediato a la mesa con una jarra, tenía el pelo a la altura de los hombros, de color canela, su piel era pálida, casi translúcida.
Cuando comenzó a servir la copa de Donald, este le agarró de pronto la muñeca, pero fue en vano, la mujer terminó de llenar el vaso sin inmutarse, Donald se sorprendió, la fuerza del clon era increíble, no se había zafado de la mano de Donald, y le miraba con rostro inexpresivo, el ex oficial la solió por fin.
—¿Cómo te llamas?
La mujer no ofreció respuesta alguna, aparte de su rítmica respiración, no se percibía en ella ningún movimiento, ni siquiera parpadeaba.
—¡Clon, habla!
La sala seguía en silencio, el clon macho tampoco respondía.
—¿por qué vosotros trabajáis y los otros no? Nada.
—Está bien, ¡clones, marchaos!
Al instante los dos trabajadores desaparecieron por la puerta por la que habían entrado, Donald se asomó, una escalera descendía en la oscuridad.
Fue al extremo abierto de la sala, la luz, tan brillante hacía unos momentos, se había desvanecido como en un ocaso de un sol inexistente, desde allí apenas se vislumbraba a Arak y los demás, que se acercaban al pabellón, Donald movió la cabeza, preguntándose una vez más si no estaría soñando, todo era tan extraño, se tocó los brazos y la cara, la sensación fue muy real.
Respiró hondo, sabía que se enfrentaba a la misión más difícil de su carrera y esperaba que su entrenamiento estuviera a la altura, sobre todo su entrenamiento como prisionero de guerra.
Richard y Michael, para emplear su propio vocabulario, estaban "cagados de miedo", pero ninguno de los dos lo admitiría nunca, como sucedía cuando se enfrentaban a los peligros del buceo de saturación, ahora también se ocultaban tras sus bravuconadas para disimular sus verdaderos sentimientos.
—¿Tú crees que las tías de antes estarán en la fiesta? —Se habían retrasado un poco del resto del grupo.
—Espero que sí.
Caminaron en silencio un rato, Arak iba hablando con Perry y Suzanne, pero no se molestaron en escuchar.
—¿De verdad crees que hemos dormido más de un mes?
—Preguntó Michael.
Richard se frenó en seco.
—No te me estarás acojonando, ¿Verdad?
—No, era sólo una pregunta, —para Michael dormir nunca había sido un solaz como para otra gente, cuando era pequeño no tenía más que pesadillas, cuando se dormía, su padre llegaba a casa borracho y pegaba a su madre, él se despertaba e intentaba intervenir, pero el resultado era siempre el mismo: también él se llevaba una paliza, por desgracia el acto de dormir quedó explicablemente asociado con aquellos episodios, de modo que para él la idea de haber dormido un mes resultaba de lo más inquietante.
—¡Eh! —exclamó Richard, dándole unas palmadas en la cara— ¿Estás ahí?
—¡Déjame en paz!
—Acuérdate de que es mejor no preocuparse por toda esta mierda, aquí está pasando algo bien jodido, eso está claro, pero qué más da, nos lo vamos a pasar bien, no como el gilipollas de Fuller, ¡Joder! Cada vez que le oigo hablar me alegro de que nos echaran del puto ejército, porque si no, estaríamos recibiendo órdenes de tíos como él.
—Pues claro que lo vamos a pasar bien, es sólo que pienso que... bueno, que es mucho tiempo para estar dormido,..
—¡Tú no pienses! Si piensas vas a acabar jodido.
—Vale, vale.
De pronto oyeron a Suzanne llamarlos, todo el grupo se había detenido a esperarlos.
—Y encima tenemos que aguantar a la pesada esta, que parece mí madre —añadió Richard.
—¿Va todo bien? —preguntó Suzanne en cuanto se acercaron.
—De puta madre.
—Arak acaba de contarnos algo que os parecerá interesante, supongo que habréis notado que está oscureciendo, como sí se hubiera puesto el sol.
—sí.
—Aquí abajo tienen día y noche, y la luz es bioluminiscente.
Los buceadores miraron hacia arriba,
—Yo veo estrellas —comentó Michael.
—Son pequeños puntos de bioluminiscencia blanquiazul—dijo Arak—, nuestra intención era recrear el mundo tal como lo conocíamos, lo cual desde luego incluía el ciclo circadiano, la diferencia con vuestro mundo es que aquí los días y las noches son más largos, y tienen la misma duración durante todo el año, claro que nuestros años son también más largos.
—Así que vivíais en el mundo exterior antes de venir aquí—terció Suzanne.
—Así es.
—¿Y cuándo os trasladasteis?
Arak alzó las manos y se echó a reír.
—Nos estamos adelantando de nuevo, se supone que no tengo que animaros a hacer preguntas, eso será mañana.
—Sólo una más —pidió Perry—, esta es muy fácil, estoy seguro, ¿De dónde sacáis la energía?
—Arak —suspiró exasperado.
—Es la última pregunta, lo prometo —insistió Perry—, por lo menos hasta mañana.
—¿Eres hombre de palabra?
—Por supuesto.
—Nuestra energía proviene de dos fuentes, la primera es geotérmica, del centro de la tierra, pero eso nos crea el problema de eliminar el exceso de calor, lo cual hacemos de dos maneras:
Una, permitiendo que brote el magma en lo que llamáis la cordillera medio oceánica, y dos, enfriando con un circuito de agua de mar, el intercambio de calor en el agua de mar requiere un gran volumen, lo cual nos da la oportunidad de filtrar nuestro plancton, la desventaja es que el proceso crea corrientes oceánicas, pero vosotros habéis aprendido a vivir con ellas, sobre todo con la que llamáis la corriente del golfo.
La segunda fuente de energía es la fusión, descomponemos el agua en oxigeno, que respiramos e hidrógeno que fusionamos, pero de todo esto hablaremos mañana, esta noche quiero que disfrutéis de todo.
—Es lo que pensamos hacer —dijo Richard—, Dime, ¿Va a ser una fiesta de Secano?
—Me temo que no entiendo.
—Que si va a haber alcohol, ¿Tenéis alcohol aquí?
—Claro que si, vino, cerveza y un licor muy puro que llamamos christal, el vino y la cerveza son parecidos a los que conocéis, pero el christal es distinto, os recomiendo que lo toméis con calma hasta que os acostumbréis.
—No te preocupes, tío, Michael y yo somos profesionales.
—¡vamos a la fiesta! —exclamó Michael con entusiasmo.
Perry y Suzanne se habían quedado boquiabiertos con la nueva información, sobre todo ella, de pronto había descubierto la explicación a dos de los misterios de la oceanografía: por qué brota magma en las cordilleras oceánicas y por qué existen las corrientes oceánicas, sobre todo la del golfo.
Por fin subieron las escaleras precedidos de Arak, al pasar entre dos de las enormes columnas que soportaban el techo abovedado, Suzanne vio la expresión ansiosa de Richard y se inclinó hacia él.
—Recuerda que tienes que comportarte.
Él la miró con desdén.
—Lo digo en serio —insistió ella—, no sabemos a qué nos enfrentamos, y no vamos a ponernos en más peligro del que ya corremos, si quieres beber, hazlo con moderación.
—¡Que te jodan!
Richard aceleró el paso y alcanzó a Arak justo cuando se abrían las gigantescas puertas de bronce.
Lo primero que captaron fue el animado murmullo de miles de voces que resonaban en el gigantesco pabellón de mármol, el nivel en que se encontraban formaba una galería en torno a la sala circular, se acercaron a una gran escalera y miraron hacia abajo.
—¡menudo fiestorro! —exclamó Richard—, aquí hay más de mil personas.
—Habríamos tenido diez mil, si hubiera sitio —comentó Arak.
En el centro de la gigantesca sala de baile había una piscina circular iluminada de modo que parecía una enorme aguamarina en bruto, estaba rodeada de un borde de treinta centímetros de altura y tres metros de anchura, varias escaleras conectaban la galería con el nivel inferior.
El pabellón estaba atestado, todos vestían el mismo sencillo atuendo de satén blanco, excepto los clones, ataviados como siempre de negro, que cargaban con grandes bandejas de copas doradas y comida, todos los invitados llevaban cintas de terciopelo en torno al cuello, idénticas a la de Arak, lo único que variaba era el color, y todos eran de una belleza impresionante.
El rumor de la llegada de los extranjeros se extendió como la pólvora, las conversaciones cesaron y todas las cabezas se giraron hacia ellos, era una escena impresionante.
Arak alzó las manos, con las palmas hacia la multitud.
—¡Saludos a todos! Tengo el honor de anunciar que todos nuestros invitados, excepto uno, se han dignado venir a nuestra fiesta para celebrar su llegada a Saranía.
La muchedumbre estalló en un clamor, todos levantaban los brazos con el mismo gesto que Arak.
—Venid.
Arak empezó a bajar las escaleras, Richard y Michael se precipitaron ansiosos tras él, seguidos de Suzanne y Perry, algo más vacilantes.
—¡Esto es demasiado! —exclamó Richard—, ¡Mira qué tías!
—Son todas de revista.
—Es difícil mantener todo esto en perspectiva —susurró Suzanne a Perry—, es como estar en una película de los cincuenta de Cecil B. Demille.
—Sí, es verdad, también se hace uno a la idea de lo que es ser una estrella del rock, esta gente está encantada con nosotros, y mira qué jóvenes son todos, ¡Si no parecen tener ni veinticinco años!
—Pero también hay muchos niños —contestó Suzanne—, he visto a varios que no pasan de los cuatro.
—Y no muchos ancianos.
Al final de la escalera, la gente se apartó mientras bajaban, pero en cuanto llegaron al suelo, todos se adelantaron con las manos alzadas.
Suzanne y Perry, por reflejo, se retiraron unos pasos, a pesar del evidente afecto que les mostraba el gentío, Richard y Michael, sin embargo, dejaron que la multitud los engullera, no tardaron en darse cuenta de que buscaban el contacto físico con sus manos, y los dos tendieron los brazos encantados, era un saludo similar al que había empleado Arak para recibir a Suzanne.
—¡Os quiero a todos! —gritaba Richard, para regocijo de los interterranos, pero sólo tocaba las manos de las mujeres más jóvenes y hermosas mientras se abría paso, en su entusiasmo agarró a algunas de ellas y las besó, y al punto la festividad se interrumpió de inmediato.
Una mujer, aturdida, se tocó los labios y se miró los dedos, como sí esperara ver sangre, era evidente que el beso no formaba parte del repertorio de saludos en Interterra, Richard se volvió hacia Michael, que también se había puesto tenso ante aquel drástico cambio de humor de la multitud.
—No he podido contenerme.
De pronto las tres mujeres a las que había besado se miraron entre ellas y estallaron en carcajadas, a continuación se lanzaron hacia Richard para devolverle el cumplido, la gente estalló en vítores y se apiñó todavía más en torno a los buceadores, después de varios torpes intentos de dar un beso a Richard, las tres mujeres se retiraron para dejar sitio a otras.
—Parece que tendremos que enseñarles a estas nenas un par de cosas —dijo Richard radiante, y todavía más efusivo que antes.
Michael no tardó en seguir su ejemplo, pero pronto sus actividades quedaron interrumpidas por un clon obrero que, siguiendo las indicaciones de Arak, les ofrecía bebidas en copas de oro.
Hasta Suzanne y Perry perdieron un poco sus reservas en aquel ambiente tan cordial, estaban rodeados de personas amistosas que deseaban tocarles las palmas de la mano, entre los que les daban la bienvenida había algunos de los niños pequeños que Suzanne había visto cuando llegaron, impresionada con el perfecto inglés y la aparente inteligencia de uno de ellos, Suzanne le preguntó su edad.
—¿Cuántos años tienes tú? — preguntó a su vez el niño, sin haber respondido.
Antes de que Suzanne pudiera decir nada, interrumpió la conversación un hombre que podía haber interpretado el papel de dios griego en una película de Cecil B. Demille.
—¿Vives con un compañero?
Pero tampoco esta vez pudo contestar Suzanne, porque un hombre algo mayor pero no menos atractivo le preguntó si conocía a sus padres.
—Un momento, un momento —terció Arak, interponiéndose entre Suzanne y sus admiradores—, como ya sabéis, hemos dicho a nuestros invitados que las preguntas deben esperar hasta mañana, es justo que nosotros también esperemos, esta noche la dedicaremos a celebrar este maravilloso acontecimiento para Saranía y a disfrutar.
—¡Eh, Arak! —gritó Richard, envuelto en un grupo de admiradoras y alzando una copa de oro—, ¿Es este el christal del que me hablabas?
—Así es.
—¡Es fantástico! ¡Me encanta!
—Me alegro.
—Otra cosa, ¿Es que aquí no tenéis música? ¿Qué es una fiesta sin música?
—¡Es verdad! —exclamó Michael,
—¡Obreros, música! —Ordenó Arak.
Al cabo de unos instantes una música de fondo se oía milagrosamente por encima del estruendo, era tan relajante como la música de la cueva de descontaminación.
Michael lanzó una carcajada de desdén.
—No hablo de música de ascensor —gritó Richard—, quería decir algo con ritmo, para bailar.
Arak dio otra orden y la música cambió.
Richard y Michael se miraron asombrados, la música tenía ritmo, pero era un extraño ritmo sincopado que no se parecía a nada que ellos conocieran.
—¿Qué coño es esto? —preguntó Michael, ladeando la cabeza.
—Ni idea, —Richard cerró los ojos y comenzó a mover la cabeza y menear las caderas, las chicas que le rodeaban estallaron en risitas—, os gusta, ¿eh?
Las mujeres asintieron.
Richard se llevó la copa a los labios y, para sorpresa de todos, apuró el contenido, luego cogió de la mano a la mujer que tenía más cerca y se lanzó hacia la plataforma elevada que rodeaba la piscina, la multitud abrió paso entre risas y vítores, por fin Richard se volvió hacia la mujer y quedó impresionado con su belleza, ya casi daba por sentado que todas las chicas allí serian guapas, pero esta destacaba entre las demás.
—¡eres preciosa! —susurró, con la voz un poco pastosa.
—Gracias, tú también eres atractivo.
—¿Eso crees?
—Eres muy divertido.
—Me alegro.
Richard tuvo que dar un paso a un lado para recuperar el equilibrio, por un instante lo vio todo borroso, estaba mareado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella.
—Si, si, —Richard notaba un hormigueo en la punta de los dedos—, el christal ese es un buen pelotazo.
—Es mi favorito.
—Entonces es mi favorito también—, oye, ¿Quieres aprender a bailar?
—¿Eso qué significa?
—Pues hacer lo que estaba haciendo yo antes, sólo que juntos.
Richard cerró los ojos y se puso a bailar de nuevo, pero tuvo que abrirlos de inmediato para recuperar el equilibrio, el gentío respondió con vítores y aplausos.
Richard se inclinó con exagerada brusquedad, luego se volvió hacia la mujer y comenzó a dar vueltas y moverse intentando seguir el ritmo de la música, la mujer le observaba divertida y atenta, pero le costaba trabajo imitarle, lo único que logró fue alzar las manos y moverlas como Richard.
—Te voy a enseñar, —él la cogió por las caderas e intentó moverla con ritmo.
Ella no captó la idea, pero la situación le parecía graciosísima, igual que a todos los demás.
Suzanne y Perry observaban inquietos, les preocupaba que Richard estuviera borracho, aunque era evidente que la gente estaba disfrutando de sus payasadas.
—Tu amigo es muy divertido —dijo una voz detrás de Perry.
Era una encantadora joven que no parecía pasar de los dieciocho años, tenía ojos azules, casi como los de Suzanne, y una sonrisa contagiosa, tendió la mano y Perry le tocó la palma con timidez, la joven era muy atractiva, y varios centímetros más alta que él.
—Me llamo Luna, —al oír su voz Perry sintió que le flaqueaban las rodillas.
—Yo soy Perry.
—Ya lo sé, eres muy atractivo, veo que tienes los dientes más blancos que Richard.
Perry se sonrojó de nuevo.
—Gracias — atinó a decir.
—¿Sabes bailar como Richard?
Perry miró al buceador, que ahora estaba bailando Break, en ese momento estaba en el suelo de espaldas, dando vueltas con las piernas en el aire.
—Supongo que sí, aunque puede que no tan bien, Richard es un poco más extrovertido que yo, pero debo reconocer que hace muchos años que no bailo.
—Yo creo que Richard es tan bueno como un clon de entretenimiento, —Luna parecía hipnotizada por el buceador, que en ese momento simulaba andar sin moverse del sitio, para entusiasmo de su público.
—Estoy seguro de que Richard jamás ha recibido un cumplido similar.
Michael cogió a otra mujer de la mano y subió con su compañero a la plataforma, en cuanto empezó a bailar, otras mujeres se les unieron, intentaban mover los brazos y las caderas para imitar a los buceadores, pero no era fácil, incluso ellos tenían problemas para coordinar sus movimientos al ritmo de aquella extraña música.
Los jóvenes interterranos más intrépidos probaron también aquella curiosa danza, a Richard no le gustó nada, sin interrumpir sus aspavientos fue acercándose a cada uno de ellos para echarlos de la plataforma a golpe de cadera, a todo el mundo, incluidos los jóvenes, les encantó.
Al cabo de media hora de baile, Richard había llegado al limite, tendió los brazos para abarcar cuantas mujeres le fuera posible y cayó al suelo entre risas, Michael lo imitó y todos acabaron en un amasijo de piernas, brazos y torsos sudorosos, ambos seguían presionando palmas y las mujeres les devolvían el favor con besos.
A instancias de Arak, algunos clones obreros se precipitaron a servir más bebida.
—Esto es como un sueño —exclamó Michael después de beber un trago.
—Pobre Mazzola —dijo Richard—, se lo está perdiendo.
—¿Tú qué crees que es el christal este? —preguntó Michael mirando su copa, era un liquido totalmente transparente.
—¿Qué más da? —Richard estrechó a una mujer contra su pecho y se volcó la bebida encima, para entusiasmo de todo el mundo.
—Michael, tengo una cosa para ti —dijo una morena de ojos azules.
—¿qué, preciosa? —Michael estaba tumbado de espaldas, la mujer, de pie junto a él, le tendió un pequeño bote.
—Prueba un poco de caldorfina.
Michael sacó un pegote de crema.
—No hace falta tanto —dijo ella—, pero no pasa nada.
—Lo siento, ¿qué hago con esto? —preguntó Michael, aquella sustancia no olía a nada.
—frótatela en la mano y tócame la palma.
—Eh, Richie, esto es nuevo, —pero Richard no respondió, estaba muy ocupado cogiendo otra copa de christal.
Michael se frotó la crema en la mano, la mujer tenía un aire soñador, con los ojos medio cerrados, alzó la mano despacio y Michael presionó la palma contra ella.
Su reacción fue inmediata e inesperada, abrió de golpe los ojos y volvió a cerrarlos de puro placer, durante unos minutos de absoluto éxtasis no pudo ni moverse, por fin agarró el bote bruscamente y se volvió hacia Richard.
—¡Richie! —gritó, dándole un tirón del brazo—, tienes que probar esto.
Richard intentó zafarse.
—Oye, tío, ¿no ves que estoy ocupado? —estaba intentando besar a dos mujeres al mismo tiempo.
—Richard, pruébalo.
—¿qué coño es eso? —preguntó, incorporándose sobre un codo.
—crema de manos.
—¿me estás interrumpiendo para que me ponga crema en las manos? ¿Pero qué te pasa, tío?
—Tú pruébalo, no se parece a ninguna crema que conozcas, es mejor que la coca, ¡te aseguro que es dinamita!
Richard se frotó una pequeña cantidad de crema en las manos,
—¿y ahora qué tengo que hacer?
—Presiona la mano contra la de alguna chica.
Richard hizo una seña a una de las que había intentado besar, ella se frotó también crema en la mano y por fin presionó la palma contra la de Richard, el buceador tardó todo un minuto en salir del trance de placer.
—¡Dios mio! —gritó por fin—, ¡es como un orgasmo! ¡Dame más!
Pero Michael apartó el bote.
—Búscate la tuya.
Richard quiso arrebatarle la crema, pero Michael la puso fuera de su alcance.
Perry estaba explicando a Luna lo que significaba ser presidente de la Benthix Marine cuando notó unos golpecitos en el hombro, era Suzanne, parecía preocupada.
—Richard y Michael se están peleando, Arak se ha encargado de que tuvieran siempre la copa llena y me temo que están muy borrachos.
—Vaya, vamos a tener problemas, —Perry se volvió hacia los buceadores, que en ese momento se estaban dando empujones.
—Creo que deberíamos intentar controlarlos.
—Si, supongo —admitió Perry de mala gana, no quería alejarse de Luna.
—Dejad que se diviertan —dijo una voz—, todo el mundo está encantado con ellos, son muy animados.
Suzanne se volvió, se trataba del mismo hombre que le había preguntado si vivía con un compañero.
—Nos preocupa que puedan crear problemas, no querríamos defraudar vuestra hospitalidad.
—Que se encargue Arak de ellos, como ves, él mismo los está animando a beber.
—si, ya me había dado cuenta y no creo que sea una buena idea.
—Eso déjaselo a Arak, es tarea suya encargarse de ellos, no vuestra, además, me gustaría hablar contigo en privado un momento.
—¿Si? — exclamó Suzanne desconcertada, se volvió un instante y vio con alivio que los buceadores habían dejado de pelearse para dedicarse de nuevo a las mujeres, luego miró a Perry, el presidente de la Benthix Marine sonrió con expresión irónica y le dio un golpecito.
—¿Por qué no? —le susurró al oído—, se supone que tenemos que divertirnos, y además la situación con los buceadores ya no es crítica.
—Sólo será un momento —dijo el hombre.
—¿a qué te refieres con "en privado"?
Suzanne miró los hermosos rasgos del desconocido, sus ojos claros, y el corazón le dio un vuelco, nunca había visto a un hombre tan guapo.
—Bueno, no en privado, realmente —contestó él con una sonrisa encantadora—, pensaba que tal vez pudiéramos apartarnos un poco o subir hasta la galería, sólo quiero hablar a solas contigo un momento.
—Está bien, —Suzanne se volvió hacia Perry.
—Yo estaré aquí con Luna.
Suzanne y el hombre se marcharon.
—Me llamo Garona —se presentó él mientras subían por las escaleras.
—Yo soy Suzanne Newell.
—Si, lo sé, doctora, para más señas.
Una vez en la galería se inclinaron sobre la barandilla, era evidente que la fiesta era todo un éxito, hasta allí llegaban las risas y animadas conversaciones de la multitud, la mayoría se apiñaba en torno a la piscina central, donde los buceadores y su harén eran el centro de atención, todo el mundo se mostraba respetuoso y educado, los más cercanos a la pista de baile cedían el paso constantemente para que los que estaban más alejados pudieran acercarse.
—Gracias por concederme este momento —dijo Garona—, es injusto por mi parte querer monopolizar tu tiempo.
—No es nada, de hecho es un alivio apartarse un poco y verlo todo desde aquí arriba.
—Tenía que hablar contigo para decirte que te encuentro irresistible.
Suzanne se lo quedó mirando a los ojos, esperando ver al menos un amago de sonrisa irónica, pero Garona la miraba con una intensidad que transmitía sinceridad absoluta.
—Repítelo.
—Te encuentro absolutamente irresistible.
—¿Si? —Suzanne lanzó una risita nerviosa.
—De verdad,
Ella se volvió de nuevo hacia el gentío para darse tiempo de asimilar todo aquello.
—Eres muy halagador, Garona —dijo por fin—, no es que dude de tu palabra, pero con todas estas mujeres tan bellas me cuesta creer que estés interesado en mí, vaya, que conozco mis limitaciones, y la verdad es que no puedo competir con esta gente.
—Puede que te cueste creerlo —replicó él sin dejar de sonreír—, pero es verdad.
—Vaya, me siento muy halagada, ¿pero por qué me encuentras tan irresistible?
—Es difícil expresarlo con palabras.
—Inténtalo.
—Supongo que es por tu frescura, o por tu inocencia, o tal vez por el atractivo de tu primitivismo.
—¿Mi primitivismo? Eso mismo dijo Arak de Richard.
—Si, Richard es absolutamente primitivo.
—¿Y eso es un cumplido?
—Aquí en Interterra, sí.
—¿Qué es exactamente Interterra? ¿Y desde cuándo existe?
Garona sonrió con aire paternal y movió la cabeza.
—Ya me han advertido que no debo responder preguntas, aparte de las que se refieran a mí.
Suzanne puso los ojos en blanco,
—Lo siento —dijo con cierto sarcasmo—, se me ha escapado.
—No pasa nada.
—Así que sólo puedo hacer preguntas personales.
—Si quieres...
—A ver... ¿siempre has vivido aquí?
Garona estalló en carcajadas, dos hombres en la pista de abajo alzaron la vista hacia él, y al reconocer a Garona comenzaron a subir por las escaleras.
—Perdona que me ría, pero es que con esa pregunta se ve lo inocente que eres, es maravilloso, me encantaría que nos conociéramos mejor, cuando te canses de la fiesta dímelo, me gustaría acompañarte a tu habitación, podríamos pasar unos momentos íntimos presionando las palmas, solos tú y yo, ¿Qué me dices?
Suzanne se lo quedó mirando boquiabierta, luego se echó a reír — Garona, no me lo puedo creer, hace muy poco pensaba que iba a morir, y ahora estoy en un país de fantasía con un tipo guapísimo que me hace proposiciones, ¿Qué se supone que tengo que responder?
—Que si.
—Me temo que estoy un poco confusa para una respuesta tan tajante.
—Lo comprendo, pero yo podría hacer que te relajaras, Suzanne negó con la cabeza.
—Me parece que no lo entiendes, ¡si no puedo ni pensar con claridad!
—Tú me excitas, me cautivas, quiero estar contigo.
—Desde luego insistente si que eres.
—Ya hablaremos más tarde, aquí vienen dos amigos.
Suzanne se volvió, dos hombres se acercaban, eran tan atractivos como Garona, y caminaban cogidos del brazo como dos amantes.
—Saludos, Tarla y Reesta —dijo Garona—, ¿conocéis a nuestra eminente invitada, la doctora Suzanne Newell?
—Todavía no —contestaron los dos a la vez—, esperábamos tener ese honor — añadieron con una reverencia.
Suzanne forzó una sonrisa, todo era tan extraño, tenía que ser un sueño.
Richard sabía que estaba borracho, pero lo había estado mucho más en otras ocasiones, la borrachera, en cualquier caso, no molestaba a ninguna de las mujeres que le rodeaban, también era consciente de que sus rostros iban cambiando mientras bailaba, lo cual significaba que se iban sustituyendo unas a otras, pero no importaba, todas eran muy bellas.
De pronto chocó contra Michael y ambos cayeron al suelo sin hacerse daño, al darse cuenta de lo que había pasado se echaron a reír con tantas ganas que acabaron con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Menudo fiestorro! —exclamó Michael cuando por fin logró hablar, enjugándose los ojos con el dorso de la mano.
—Cuando lo contemos no nos van a creer, y menos cuando les digamos que todas las tías estaban disponibles, esto es irreal.
—Y a los tíos no les importa —añadió Michael—, eh, mira esa tía.
—¿cuál? —Richard se dio la vuelta e intentó seguir la mirada de Michael entre la muchedumbre, por fin vio a una pelirroja escultural que caminaba del brazo de un joven—, ¡guau!
—Yo la he visto primero.
—Si, pero yo la voy a conseguir antes.
—Ni hablar.
—Que te jodan.
Michael le cogió una pierna y lo hizo caer, Richard cayó de cabeza por el borde de la plataforma y se golpeó la frente, no se había hecho mucho daño, pero estaba furioso, sobre todo cuando Michael intentó pasar en dirección a la chica.
Richard le puso la zancadilla, se lanzó sobre él y le dio un puñetazo en la nariz.
El súbito estallido de violencia hizo retroceder a la concurrencia con gran alarma, una exclamación surgió del gentío, Michael sangraba por la nariz, el buceador se levantó y de un golpe en la cabeza envió a Richard de nuevo al suelo.
—Venga, hijo de puta, levántate y pelea, —la sangre le goteaba por la barbilla.
Richard se puso a gatas.
—Eres hombre muerto —gruñó.
—¡venga, maricón!
Los dos vacilaban, borrachos.
Arak se abrió paso entre la conmocionada muchedumbre y se interpuso entre los dos.
—Por favor, seguro que podemos resolver de otra forma el problema.
—Aparta, —Richard le dio un empujón e intentó pegar a Michael, que esquivó el golpe pero perdió el equilibrio y cayó al suelo, Richard cayó también,
—¡clones obreros, reducid a los invitados! —ordenó Arak.
Los buceadores lograron ponerse en pie y lanzar algunos golpes más antes de que dos corpulentos clones los inmovilizaran en un abrazo de oso, Richard y Michael siguieron intentando pegarse hasta que los separaron del todo, en ese momento Perry se abrió paso hasta ellos.
—¿Es que habéis olvidado dónde estáis, idiotas? —grito—, ¡Nada de peleas! ¿Pero qué os pasa?
—Ha empezado él.
—No; ha empezado él.
—Ha sido él.
—No; él.
Antes de que Perry pudiera decir nada, los buceadores estallaron en carcajadas, cada vez que se miraban se reían con más fuerza, pronto todo el mundo se reía, excepto Perry y los clones, en cuanto los soltaron, Richard y Michael chocaron palmas.
—¿Por qué se peleaban? —preguntó Arak a Perry.
—Demasiado christal.
—Tal vez deberíamos ofrecerles una bebida menos potente.
—Sí, o que dejen de beber del todo.
—Pero no quiero estropear la fiesta, todo el mundo se lo está pasando muy bien.
—De acuerdo, es tu fiesta.
Richard y Michael volvieron a la plataforma.
—Una cosa —susurró Richard a Michael—, vamos a jugarnos la pelirroja.
—Muy bien.
—A ver, pares o nones.
—Pares —eligió Michael.
A la cuenta de tres cada uno de ellos sacó un dedo, Michael sonrió encantado.
—¡bien!
—¡Mierda!
—¿y ahora dónde coño está? —preguntó Michael, escudriñando la multitud.
—Allí va, con el niñato.
—Ahora mismo vuelvo, —Michael se lanzó hacia la mujer, que le miraba con gran interés.
—Hola, encanto —saludó, sin mirar siquiera a su acompañante—, me llamo Michael.
—Y yo Mura, ¿estás herido?
—Qué va, a mí no me tumban con un golpecito en la nariz.
—es que no estamos acostumbrados a ver sangre.
—Oye, ¿quieres venir a frotar palmas conmigo? allí en la piscina tenemos nuestra propia fiesta privada.
—Me encantaría frotar palmas contigo, pero primero quiero presentarte a Sart.
—Ya, hola, Sart, oye, tu madre está buenísima, ¿por qué no te largas a jugar con tus amigos?
Mura y Sart se echaron a reír, Michael se puso serio.
—¿Qué es tan gracioso?
—Más que gracioso es inesperado —respondió Mura, Michael la agarró del brazo.
—Anda, guapa, ven, hasta luego, Sart.
Michael echó a andar a trompicones hacia la piscina, Richard se dedicaba a dos mujeres especialmente cariñosas con él, las presentó como Meeta y Palenque, una era rubia y la otra morena, ambas muy voluptuosas.
—Richie, esta es Mura —dijo Michael con orgullo, Richard fingió no ver a la pelirroja, pero señalé sobre el hombro de Michael hacia el adolescente, Michael volvió la vista.
—Lárgate, niño —le espeto.
Mura en cambio animó a Sart a subir a la plataforma, y se lo presentó a Richard.
—Encantado de conocerte, Sart, y a ti también, Mura, ¿por qué no os sentáis?
—Sí, nos gustaría.
—Desde luego —dijo Sart.
Michael hizo un gesto de exasperación, Richard se las había arreglado para quitarle protagonismo de nuevo, por un momento pensó en lanzarse otra vez contra él.
—Oye, tú también, Michael —le llamó Richard—, anda, colega, siéntate y relájate un rato, que te vendría bien, al fin y al cabo todos somos familia.
Este comentario provocó las risas de los interterranos, Michael estaba cada vez mas turbado, por fin se tragó su orgullo y se sentó.
—Oye, Mikey —prosiguió Richard—, esta rubia despampanante, Meeta, me acaba de decir una cosa muy interesante, en Interterra les encanta nadar.
—¡Venga ya! —exclamó Michael mucho más animado—, ¿Les has dicho que somos profesionales?
—Pues claro, pero creo que no saben muy bien de qué hablo, parece que no entienden lo que significa trabajar.
—Si nadas por trabajo, ¿quiere decir que te gusta nadar? —Preguntó Meeta.
—Desde luego —contestó Michael.
—¿Entonces por qué no nos damos un baño?
—Es verdad —convino Mura—, necesitáis refrescaros.
—Me parece una idea maravillosa —terció Sart.
Richard miró la piscina.
— ¿Ahora mismo? —preguntó.
—¿qué mejor momento? —dijo Palenque—, estamos todos acalorados y sudorosos.
—Pero nos vamos a mojar la ropa.
—Nosotros no nos bañamos vestidos.
Richard miró a Michael.
—Esto se pone cada vez mejor.
—¿Qué? —insistió Meeta—, ¿Qué opinan los nadadores profesionales?
Richard tragó saliva, no quería ni hablar por miedo a despertarse,
—¡vamos! —gritó Michael,
—Estupendo, —Meeta se levantó de un salto, Sart se puso en pie y cogió de la mano a Mura, en un abrir y cerrar de ojos los interterranos se despojaron de su ropa sin pudor alguno y en todo el esplendor de su desnudez se lanzaron a la piscina y echaron a nadar con fuertes y expertas brazadas.
Richard y Michael se quedaron tan desconcertados que no acertaron a moverse, para su sorpresa, nadie les prestaba mucha atención, aparte de Perry, por fin se miraron el uno al otro.
—¿Qué coño estamos esperando?
Los buceadores se quitaron la ropa apresuradamente al tiempo que corrían hacia la piscina, Michael tropezó con sus propios pantalones, pero Richard no tardó en zambullirse.
En cuanto emergió, Meeta y Palenque se dedicaron a hundirle juguetonamente una y otra vez, Richard aceptó el juego con alegría, pero no tardó en perder el aliento, para cuando llegó Michael y se enzarzó en una actividad similar con Mura, Sart y Palenque habían nadado hasta el otro extremo de la piscina, Richard estaba sentado junto a Meeta con la cabeza fuera del agua.
—Richard, Richard, Richard —exclamó Meeta feliz, acariciándole la cabeza—, eres el visitante más primitivo y atractivo que ha venido nunca a Saranía, puede que a toda Interterra por lo menos en siete mil años,
—Y yo que pensaba que sólo mi madre me apreciaba...
—¿Has conocido a tu madre? —preguntó Meeta—, qué raro.
—Pues claro que conozco a mí madre, ¿Tú no?
—No, aquí en Interterra nadie conoce a su madre, pero no hablemos de eso, ¿por qué no me llevas a tu habitación?
—Eso si es una buena idea, ¿y tu amiga Palenque? ¿Qué le decimos?
—Lo que quieras —replicó Meeta con tranquilidad—, pero lo más fácil es preguntarle, estoy segura de que querrá venir, y a Karena también le apetece.
Richard intentó disimular su sorpresa ante tanta buena suerte, aunque temía que se le notaba en la cara, por otra parte, y dado el inesperado giro de los acontecimientos, deseaba no haber bebido tanto.
Era un grupo muy animado el que se dirigía al comedor desde el pabellón, Suzanne, Perry y los buceadores iban cantando a voz en grito canciones de los Beatles, para delicia de sus acompañantes que, sorprendentemente, sabían las letras, Suzanne caminaba con Garona; Perry con Luna; Richard con Meeta, Palenque y Karena, y Michael con Mura y Sart,
Aunque Suzanne y Perry se habían resistido a beber demasiado, algo de alcohol se les había subido a la cabeza, no estaban tan borrachos, ni mucho menos, como Richard y Michael, pero sí algo "achispados", se estaban divirtiendo de lo lindo.
Arak se había despedido de ellos prometiendo verlos a la mañana siguiente, les deseó un buen descanso y les agradeció que hubieran acudido a la fiesta.
—¡Eh! —exclamó Richard cuando terminaron de cantar come together—, ¿por qué no cantáis alguna canción de las vuestras?
—Muy bien —respondió Meeta, los interterranos se pusieron a cantar de inmediato, y aunque la letra era en inglés, el ritmo era tan irregular como el de la música de la fiesta,
—¡Vale, vale! —gritó Richard—, eso suena rarísimo, volvamos con los Vétales.
—Richard, no seas injusto —le reprendió Suzanne.
—No, no —terció Meeta—, sí preferimos cantar vuestras canciones.
Richard advirtió que Michael llevaba varias copas vacías.
—Michael, ¿qué demonios haces con eso?
—Arak me ha dicho que me las podía llevar, son de oro, seguro que aquí hay bastante para comprarme una furgoneta nueva.
Richard le arrebató una de las copas entre carcajadas.
—¡eh, dame eso!
—Corre, que te voy a hacer un pase.
Michael tendió lo que llevaba a Mura y echó a correr, Richard le lanzó la copa, que cayó en las manos de su compañero, todo el mundo aplaudió, Michael hizo una reverencia, perdió el equilibrio y cayó al suelo, todos aplaudieron de nuevo entre risas.
—Nosotros tenemos animales que practican ese juego —comentó Mura.
—Sí, cuando veníamos en el aerotaxi vi algunos animales, parecían una mezcla de varias criaturas.
—Lo son.
—¿Practicáis deportes aquí abajo? —quiso saber Richard,
—No —contestó Meeta—, a no ser que te refieras a juegos mentales y cosas así.
—¡Qué va! Quiero decir hockey o fútbol.
—No, no practicamos competiciones físicas.
—¿por qué no?
—Porque no es necesario, y además no es sano.
Richard miró a Michael,
—No me extraña que aquí los tíos sean unos peleles.
—¿cantamos Lucy in the sky with diamonds? —sugirió Suzanne—, parece de lo más apropiado.
Unos momentos después, todavía cantando el estribillo, el grupo entraba en el salón, estaba a oscuras, pero los interterranos encendieron de alguna manera las luces, Perry estaba a punto de preguntar cómo lo habían hecho cuando advirtió a Donald, sentado en silencio y con gesto tan malhumorado como cuando lo dejaron.
—Joder, pero si está aquí el aguafiestas.
Michael dejó su botín de copas de oro sobre la mesa con estrépito, Richard se acercó a Donald, arrastrando a las tres mujeres como si fueran trofeos.
—Bueno, almirante Fuller —dijo burlón—, supongo que a la vista de nuestra compañía y nuestro botín te darás cuenta de lo que te has perdido.
—seguro.
—No te imaginas lo bien que lo hemos pasado, listillo.
—Estás borracho —le espetó Donald con desdén—, por suerte algunos tenemos la sensatez de no perder la cabeza.
—Ya, mira, ¿sabes cuál es tu problema? —repuso Richard, blandiendo el dedo en la cara de Donald—, que te crees que sigues metido en el puto ejército.
—Y tú además de ser idiota das asco.
Algo saltó en el cerebro de Richard, el buceador apartó a las mujeres y se arrojó sobre la mesa de mármol, sorprendiendo a Donald, a pesar de su borrachera atinó a ponerse a horcajadas sobre él y darle unos cuantos puñetazos en la cabeza, aunque no con mucha fuerza.
Donald se abrazó a Richard y ambos rodaron por el suelo, no se hicieron mucho daño, pero no dejaban de golpearse, lo que sí lograron fue tirar la mesa, y con ella las copas de Michael, que cayeron al suelo con estruendo.
Los interterranos retrocedieron espantados, aunque no fue nada fácil, Suzanne y Perry consiguieron separar a los contendientes, Richard sangraba por la nariz.
—¡Hijo de puta! —exclamo.
—Tienes suerte de que tus amigos estén aquí, si no te mato.
—Ya basta —terció Perry—, nada de peleas y nada de provocaciones, esto es ridículo, parecéis dos niños.
—¡idiota! —añadió Donald, se zafó de Perry y se alisó la túnica.
—¡Gilipollas! —replicó Richard, apartándose de Suzanne—, ¡venga, chicas! Vamos a mi habitación, no quiero ni ver a este imbécil.
Richard se acercó a las mujeres, pero ellas retrocedieron y sin decir una palabra echaron a correr, Richard fue tras ellas, pero se detuvo al ver que ya estaban a medio camino del pabellón.
—¡eh, venid! —gritó—, Meeta...
—Creo que es hora de que te vayas a la cama —le dijo Suzanne—, ya has causado bastantes problemas por una noche.
Richard volvió a la habitación furioso y dio un palmetazo en la mesa que hizo dar un respingo a todos.
—¡mierda!
Perry abrió con mano trémula la puerta de su bungalow y se apartó para dejar paso a Luna, hacía mucho tiempo que no estaba a solas con una mujer como aquella, y no sabía si su ansiedad se debía a su sentido de culpa por su esposa o a la juventud de Luna, además estaba un poco bebido, pero más embriagador que el christal era el hecho de que aquella preciosa joven le encontrara atractivo.
Mientras se esforzaba por disimular los nervios advirtió que Luna también estaba agitada.
—¿Te apetece algo? —preguntó—, se supone que tengo aquí comida y bebida.
Luna se inclinó junto a la piscina para probar la temperatura del agua.
—No, gracias.
—Pareces nerviosa, —Perry, sin saber muy bien qué hacer, se sentó en la cama.
—Si, es que nunca había visto a nadie comportarse como Richard.
—Ya, no es nuestro mejor representante.
—¿Hay mucha gente como él en tu mundo?
—Si, por desgracia, generalmente los malos tratos son una cosa que pasa de generación en generación.
Luna movió la cabeza.
—¿y cuál es la causa de esos malos tratos?
Perry se rascó la cabeza, no tenía pensado entrar en una discusión sociológica, ni se sentía capaz de ello, pero al mismo tiempo sentía que tenía que decir algo, Luna le miraba fijamente.
—Pues no se... la verdad es que no lo había pensado mucho, en nuestra sociedad hay mucho descontento, debido a que nuestras expectativas son muy altas y a que pensamos que tenemos derecho a muchas cosas, muy poca gente está satisfecha.
—No lo entiendo.
—Por ejemplo, si alguien se compra un Ford Explorer, en cuanto ve un Lincoln Navigator, el Ford Explorer pierde todo su encanto.
—No sé qué es eso.
—Nada, cosas, y la publicidad nos machaca para que pensemos que nunca tenemos bastante.
—No entiendo esa codicia, aquí en interterra no existe nada parecido.
Entonces es difícil que lo entiendas, en fin, el caso es que hay mucho descontento, sobre todo en las familias pobres que tienen todavía menos que los demás, y dentro de las familias, unos se desahogan con otros.
—Es muy triste —dijo Luna—, y aterrador.
—Sí, es verdad, pero estamos condicionados para no pensar en ello, puesto que es lo que impulsa nuestra economía.
—Me parece muy raro que haya una sociedad que fomenta la violencia, la violencia es algo espantoso para nosotros, porque aquí en Interterra no existe.
—¿no hay violencia?
—No, jamás, yo nunca he visto a nadie pegar a otra persona, sólo con haber visto la pelea de Richard ya me siento fatal.
—Anda, siéntate, —Perry dio unas palmaditas en la cama, consciente de que sus intenciones debían ser transparentes—, no estarás mareada, ¿verdad? —preguntó, intentando darle conversación ahora que la tenía tan cerca—, no te irás a desmayar ni nada de eso...
—No, no, estoy bien.
Perry la miró a los ojos por unos momentos.
—Eres muy joven —dijo por fin.
—¿Joven? ¿Y eso qué tiene que ver con nada?
—Bueno... —Perry no encontraba las palabras, ni siquiera él sabía si se estaba refiriendo a la reacción de Luna ante Richard, o a la reacción de él ante Luna—, cuando uno es joven no tiene mucha experiencia, tal vez no hayas tenido tiempo de ver ningún tipo de violencia.
—Te digo que aquí no existe la violencia, ha sido eliminada por selección, además, no soy tan joven como seguramente te imaginas, ¿tú cuántos años me echas?
—No lo sé... unos veinte.
—Ahora eres tú el que pareces nervioso.
—Sí, lo estoy un poco, es que podrías ser mi hija.
Luna sonrío.
—Te aseguro que tengo más de veinte años, ¿Te sientes mejor?
—Un poco, en realidad no sé por qué estoy tan nervioso, aquí todo es muy agradable, pero un poco desconcertante.
—Sí, lo entiendo, —Luna sonrió de nuevo y alzó la palma de la mano hacia él.
Perry se la tocó con timidez.
—¿qué es todo esto de las manos?
—Es nuestra forma de demostrar amor y respeto, ¿No te gusta?
—Bueno, para demostrar amor yo prefiero los besos.
—¿Qué es eso, lo que Richard estaba haciendo esta tarde?
—Bueno, lo mío es algo más íntimo que lo de Richard.
—A ver.
Perry se inclinó hacia ella y le dio un suave beso en los labios, luna se los tocó con la punta de los dedos, como perpleja ante aquella sensación.
—¿no te gusta?
—No, no es eso, es que mis dedos y mis manos son más sensibles que mis labios, pero enséñame mas.
Perry tragó saliva.
—¿estás segura?
—sí.
Luna se acercó más y le miró con ojos soñadores.
—Te encuentro muy atractivo, señor presidente de la Benthix Marine.
Perry la rodeó con sus brazos y la tumbó sobre la colcha de cachemira blanca.
Michael estaba en el séptimo cielo, Mura era la mujer de sus sueños, ni siquiera le importaba la presencia de Sart, de todas formas el muchacho estaba en la piscina, y el podía disfrutar de Mura a solas.
Justo cuando estaba a punto de desmayarse de puro placer, le interrumpió una llamada a la puerta, primero intentó ignorarla, pero por fin se acercó trastabillando y desnudo.
—¿quién coño es?
—Soy yo, Richard.
Michael abrió la puerta.
—¿qué pasa?
—No pasa nada, pensaba que igual necesitabas ayuda, no sé si me explico.
Michael, con la borrachera, tardó unos segundos en comprender, miró a Mura, que seguía en la cama, y se volvió de nuevo a Richard.
—¿estás de coña?
—no —replicó el otro con una sonrisa torcida.
—Mura, ¿te importa que se quede Richard?
—Sólo si promete comportarse.
Michael miró a su amigo con expresión de sorpresa.
—Ya has oído a la señora.
Cuando los dos se acercaban a la cama, Mura levantó las manos.
—¡venid, primitivos! Tengo ganas de tocaros las palmas a los dos.
Michael y Richard se miraron incrédulos un instante, luego Michael volvió a la cama mientras Richard forcejeaba por quitarse la ropa.
—Aquí el amor es una cosa muy libre —comentó cuando por fin se acomodó junto a Mura.
—si, tenemos mucho amor, es nuestra mayor riqueza.
Poco tiempo después los dos buceadores se derretían de placer en brazos de Mura, no practicaban el sexo en sentido estricto, puesto que en su borrachera ninguno era capaz de consumarlo, pero no podían estar más satisfechos.
Sart había observado la llegada de Richard desde la piscina, se sentía a la vez atraído y repelido por él, pero sobre todo tenía curiosidad, cuando se cansó de nadar se secó y se acercó al trío, Mura le sonrió, rodeaba con los brazos a los dos amigos, que se habían quedado dormidos, y les acariciaba la espalda, hizo una señal a Sart para que se sentara en la cama, encantada de que se dedicara a Richard, así ella podría concentrarse sólo en Michael.
Sart comenzó acariciando la espalda de Richard como Mura lo había hecho, pero al cabo de un rato prefirió improvisar, primero le acarició el brazo y el hombro, la piel de Richard le resultaba extraña, intrigante, no era tan firme como la de cualquier interterrano, y tenía muchas pequeñas y curiosas imperfecciones, en la cabeza se veía un descolorimiento morado, muy mal definido, justo por encima de la oreja, en la línea del pelo, Sart se inclinó para examinarla más de cerca y la tocó suavemente con la punta del dedo.
Richard abrió los ojos de golpe, Sart sonrió y siguió acariciándole con ternura.
—¡pero qué coño! —Richard le apartó la mano de un golpe y se levantó de un brinco.
Sart también se puso en pie, pensando que tal vez la marca que Richard tenía sobre la oreja era especialmente sensible, tal vez no debería haberla tocado.
El movimiento brusco de Richard bastó para despertar a Michael, que aturdido y somnoliento se incorporó en la cama, Richard se tambaleaba mirando a Sart, que tenía una expresión culpable.
—¿qué pasa, Richie?
Richard no respondió, se pasó la mano por la cabeza sin dejar de mirar furioso a Sart.
—¿qué ha pasado, Sart? —preguntó Mura.
—He tocado la marca que tiene Richard sobre la oreja, lo siento.
—¡Michael, ven aquí! —exclamó el buceador, caminando a trompicones hacia la piscina.
Michael, todavía medio dormido, le siguió, era evidente que su compañero estaba muy agitado.
—¿qué pasa? —preguntó en un susurro.
Richard se limpió la boca con el dorso de la mano.
—Creo que ya sé por qué a estos tíos no les importa que nos tiremos a sus mujeres.
—¿por qué?
—Porque son todos maricones.
—¿sí? —Michael se volvió hacia Sart, él mismo ya había pensado en esa posibilidad durante la fiesta, al ver a tantos hombres del brazo, pero con la excitación general se le había olvidado.
—Sí, ¿y sabes otra cosa? ese gilipollas me ha estado acariciando la cabeza y la espalda, ¡yo me creía que era la tía!
Michael se echó a reír a pesar de la rabia de su amigo.
—¡no tiene ninguna gracia! —saltó Richard.
—Pues seguro que Mazzola se va a reír un rato cuando se entere.
—Como le digas algo a Mazzola te mato.
—Ya, ¿tú y quién más? pero mientras tanto, ¿qué quieres hacer?
—Creo que deberíamos dejarle claro a este imbécil lo que pensamos de los maricones, ¡me ha estado manoseando, el muy cabrón! esto no puede quedar así, ¡esta gente se tiene que enterar de quiénes somos!
—Muy bien, ¿qué se te ocurre?
—lo primero echar de aquí a la tía.
—¡Vaya! ¿De verdad hace falta?
—Es primordial —replicó Richard impaciente—, no pongas esa cara, dile que venga mañana, hay que dar una lección a este niñato y si la tía nos ve se va a poner a gritar como una descosida y al final nos las tendremos que ver con un par de clones obreros.
—Está bien, —Michael respiró hondo y se acercó a la cama.
—¿Está bien Richard? —preguntó Mura.
—Sí, pero algo cansado, bueno, la verdad es que los dos estamos agotados, además de borrachos, como ya habrás notado.
—A mi no me molesta, me lo estaba pasando muy bien.
—Me alegro, pero preferiría que siguiéramos frotándonos las manos mañana, ¿no te importa?
—Claro que no —respondió Mura sin vacilar, se levantó de inmediato y comenzó a vestirse, Sart hizo lo mismo.
—No quiero darte una mala impresión —dijo Michael—, me gustaría que nos viéramos mañana.
—Ahora estás cansado, lo comprendo, no te preocupes, sois nuestros invitados, y mañana volveré si lo deseas.
Sart se ciñó el cinturón y miró a Richard, que no se había movido del borde de la piscina.
—Sart, ¿por qué no te quedas? —dijo Michael—, Richard quiere disculparse por haber sido tan brusco.
Sart miró a Mura, que se encogió de hombros.
—Es cosa tuya, Sart,
—Si los invitados quieren que me quede, me quedo, —Sart volvió a sentarse en la cama.
—estupendo.
Mura terminó de vestirse y se despidió de Michael y Richard tocándoles la palma de la mano, aseguró que había sido un placer su compañía y que deseaba verles al día siguiente.
En cuanto cerró la puerta se produjo un incómodo silencio, Richard y Michael se quedaron mirando a Sart, el muchacho comenzó a agitarse y se levanto.
—¿queréis que pida más bebidas? —preguntó, intentando darles conversación.
Richard forzó una sonrisa y negó con la cabeza, luego se acercó tambaleante a Sart.
—¿más comida, entonces?
Richard negó otra vez, estaba a un brazo de distancia, Sart retrocedió un paso.
—Mi amigo y yo queremos decirte una cosa muy importante —dijo por fin el buceador.
—Es verdad, —Michael se acercó con paso incierto a la cama, acorralando a Sart contra la pared.
—para que quede claro y no haya ningún malentendido, no soportamos a los maricones como tu.
—No, nos ponen furiosos —añadió Michael.
Sart miraba fijamente sus expresiones de rabia.
—Creo que es mejor que me vaya —dijo nervioso.
—Primero tenemos que estar totalmente seguros de que entiendes lo que te estamos diciendo.
—No sé lo que significa "maricón",
—Homosexual, gay, marica, invertido —dijo Richard con desdén—, el nombre da igual, son tíos a los que les gustan los hombres, y me da en la nariz que tú eres uno de esos.
—Claro que me gustan los hombres, me gustan las personas, Richard miró un momento a Michael.
—Los bisexuales tampoco nos hacen gracia.
Sart quiso echar a correr hacia la puerta, pero Richard le retuvo del brazo mientras Michael le cogía del pelo.
Richard le retorció los brazos a la espalda, Sart se debatió, pero no logró zafarse, una vez tuvieron al muchacho inmovilizado, Michael le dio un puñetazo en el estómago, a continuación lo soltaron y se echaron a reír al verle retroceder tambaleándose, Sart intentaba recuperar el aliento, tenía la cara amoratada.
—Vas a ver, maricón, esto es por haberme puesto encima tus sucias manazas.
Richard le levantó la cara con una mano y le lanzó un salvaje gancho con la otra, poniendo en él toda su fuerza, el muchacho salió despedido hacia atrás, con la nariz rota, y se golpeó la cabeza contra la esquina de la mesa de mármol, la piedra penetró varios centímetros en su cráneo,
Richard no advirtió nada de esto, absorto en el intenso dolor de sus nudillos, se apretó la mano maldiciendo en voz alta.
Michael vio horrorizado el cuerpo yerto de Sart, el cerebro rezumaba por la herida, el buceador, sobrio de pronto, se agachó junto al muchacho, que emitía gorgoteos.
—¡Richard! ¡Tenemos problemas!
Richard se negó a responder, todavía estaba dolorido y caminaba por la habitación sacudiendo la mano.
—¡Richard, joder! ¡Este tío está muerto!
—¿muerto?
—Bueno, casi, tiene la cabeza abierta, se ha dado contra la puta mesa.
Richard se acerco.
— ¡me cago en todo!
—¿y ahora qué coño hacemos? ¿Por qué has tenido que pegarle tan fuerte?
— ¡no era mi intención!
—Bueno, ¿qué vamos a hacer?
—No lo sé.
En ese momento Sart exhaló su último suspiro.
—Ya está —dijo Michael con un escalofrío—, ¡está fiambre! ¡Tenemos que hacer algo, y deprisa!
—Hay que sacarlo de aquí.
—No podemos, ¿dónde vamos a ir? ¡Si ni siquiera sabemos dónde estamos!
—A ver, déjame pensar... ¡mierda, yo no quería hacerle daño!
—Ya, seguro —replicó Michael con sarcasmo.
—Bueno, no quería matarlo.
—¿Y si viene alguien?
— es verdad, tenemos que esconder el cadáver.
— ¿dónde? — preguntó Michael frenético.
—¡Y yo qué sé! —Richard miró desesperado alrededor—, tengo una idea.
—Bien, ¿dónde lo metemos?
—Primero ayúdame a levantarlo, —Richard rodeó al cadáver y lo cogió por los brazos.
Michael lo agarró por los pies y entre los dos lo levantaron del suelo.
El nuevo día llegó poco a poco, como sucede en la superficie de la tierra, la luz fue creciendo en intensidad mientras que en el techo abovedado desaparecían las estrellas, el color pasó del índigo al rosa hasta llegar al azul cielo, Saranía comenzaba a cobrar vida.
Suzanne fue la primera en despertar con la llegada del amanecer artificial, vio a su alrededor el mármol blanco, los espejos, la piscina, y se dio cuenta sobresaltada de que la surreal experiencia interterrana no había sido un sueño.
Volvió la cabeza despacio y miró a Garona, que dormía de costado, hacia ella, a Suzanne le sorprendía haber permitido que se quedara a pasar la noche, no era su costumbre, sólo había demostrado un poco de compostura al negarse con firmeza a quitarse la ropa, había dormido vestida.
No sabía muy bien si achacar su decisión al christal que había bebido, o a la belleza de Garona, que había sabido ganársela con halagos, aunque odiaba admitirlo, Suzanne consideraba importante el atractivo físico, de hecho era en parte la razón de haberse aferrado a la relación insegura e insana que había mantenido con aquel actor en los Ángeles.
Garona, como si hubiera notado su mirada, abrió sus ojos oscuros y sonrió con expresión soñadora, lo cierto es que Suzanne no podía arrepentirse mucho de lo sucedido,
—Siento haberte despertado —atinó a decir, Garona era tan guapo a la luz del día como la noche anterior.
—No lo sientas, es estupendo despertarse y ver que todavía estoy contigo.
—¿cómo es que siempre sabes decir lo más adecuado?
—Preguntó ella, sin atisbo de sarcasmo.
—Digo lo que me gustaría que me dijeran a mí.
Suzanne asintió con la cabeza, Garona intentó abrazarla, pero ella se levanto de la cama.
—Por favor, Garona, no quiero repetir lo de anoche, por lo menos no ahora.
Garona se tumbó de nuevo.
—No entiendo por qué, ¿es que acaso no te importo nada?
Suzanne lanzó un gemido.
—Ay, Garona, siendo tan sensible y tan sofisticado no veo por que te cuesta tanto entenderlo, ya te dije anoche que necesito un poco de tiempo para conocer a alguien.
—¿qué quieres saber? puedes preguntarme todo lo que quieras.
—Mira, por supuesto que me importas, de lo contrario, no te habría dejado quedarte, no suelo hacer estas cosas tan deprisa, y me alegro de que te quedaras, pero no esperes mucho de mí, piensa en todas las cosas que tengo que asimilar.
—Pero es que no es natural, no deberías contener tanto tus emociones.
—No estoy de acuerdo, no puedo ir por la vida dando rienda suelta a todos los caprichos que se me antojen, y tú deberías hacer como yo, al fin y al cabo no sabes nada de mí, podría estar casada, o tener novio.
—Supongo que lo tienes —replicó Garona—, de hecho me sorprendería que no estuvieras con nadie, pero eso no importa.
—Mira qué bien, —Suzanne se puso las manos en las caderas y le miró con expresión desafiante—, a ti no te importa, ¿pero y a mí? —de pronto se interrumpió y se frotó los ojos, se estaba enfadando cada vez más, y acababa de despertarse—, prefiero hablar de esto en otro momento, que hoy ya tengo bastantes cosas por delante, Arak ha prometido responder a nuestras preguntas, y te aseguro que yo tengo un montón.
Se acercó a uno de los muchos espejos y dio un respingo al verse, podía tener la mente confusa, pero una cosa estaba clara.
Aquel pelo de siete centímetros de largo no le sentaba nada bien, Garona se sentó en la cama y se estiro.
—Los seres humanos de segunda generación sois tan serios...
—No sé qué significa eso de "segunda generación", pero creo que tengo razones de sobra para estar seria, para empezar, no he venido aquí por mi propia voluntad, como dice Donald, hemos sido secuestrados.
Tal como había prometido, Arak apareció justo después de que el grupo hubiera terminado con el desayuno, y preguntó si estaban listos para la sesión didáctica, Perry y Suzanne estaban ansiosos, Donald no se mostró tan entusiasmado, y Richard y Michael no parecían tener el menor interés, de hecho estaban tensos y callados, cosa nada propia en ellos, Perry pensó que sería debido a la resaca.
—Yo no lo dudaría —convino Suzanne—, con lo borrachos que iban ayer, ¿tú cómo estás?
—Estupendamente —contestó Perry—, dadas las circunstancias, anoche fue una velada de lo más interesante, ¿y tu amigo Garona? ¿Se quedó mucho tiempo?
—Un rato, ¿y Luna?
—Lo mismo.
Perry y Suzanne evitaron mirarse a los ojos.
En cuanto todos estuvieron listos, Arak los condujo hacia una estructura semicircular parecida al pabellón aunque mucho más pequeña, Perry y Suzanne caminaban con Arak, Donald se retrasó un poco, y los buceadores todavía más.
—Sigo pensando que deberías decírselo a Donald —susurró Michael—, a lo mejor a él se le ocurre qué hacer.
—¿qué coño quieres que haga ese hijoputa? El chaval está muerto y Fuller no lo va a resucitar.
—No, pero puede que se le ocurra algo mejor para esconder el cadáver, me da miedo que lo encuentren, y la verdad es que no me apetece nada saber qué hacen aquí con los asesinos.
Richard se frenó en seco.
—¿te refieres a mí?
—Bueno, tú lo mataste.
—Tú también le pegaste.
—Pero yo no lo maté, y además, todo fue idea tuya.
Richard miró furioso a su amigo.
—Mira tío, estamos juntos en esto, era tu habitación, lo que me pase a mí te pasará a ti, eso que quede claro.
—Vamos, vosotros dos, —Arak había abierto la puerta del pequeño edificio sin ventanas y todos esperaban a los buceadores.
—eso da igual —susurró Michael nervioso—, el caso es que el cuerpo apenas está escondido, tienes que decírselo a Donald, por si se le ocurre algo mejor, es verdad que es un hijoputa, pero también es listo.
—Está bien —accedió Richard de mala gana.
Por fin llegaron con los demás, Arak les sonrió y entró al edificio seguido de Suzanne y Perry, Richard tiró de la manga de Donald, que apartó el brazo de un tirón y siguió caminando,
—¡comandante Fuller! ¡Espere un momento!
Donald se volvió hacia Richard con una mirada de desdén, pero no se detuvo, Arak les guiaba por un pasillo curvo y sin ventanas.
—Quisiera disculparme por lo de anoche —prosiguió Richard, caminando junto a Donald.
—¿Por qué? ¿Por tu estupidez, por la borrachera o por dejar que esta gente te embaucara?
Richard se mordió el labio.
—Tal vez por las tres cosas, la verdad es que perdimos la cabeza, pero no es de eso que quiero hablarle.
Donald se paró con tanta brusquedad que Richard casi chocó contra él, Michael si tropezó con su amigo.
—¿Qué pasa? —preguntó Donald con tono severo—, ve al grano, nos espera una charla muy interesante que no quiero perderme.
—Bueno, es que... —Richard no sabía cómo empezar, a pesar de su habitual bravuconería, ahora se sentía intimidado por Donald.
—Habla de una vez.
—Michael y yo creemos que lo mejor es salir zumbando de Interterra.
—Vaya, qué listos, e imagino que habéis tenido esa revelación esta misma mañana, pues bien, os recuerdo que no sabremos dónde coño estamos hasta que Arak se decida a informarnos, así que, una vez lo sepamos, quizá podamos hablar de nuevo.
—Donald quiso marcharse, pero Richard le agarró el brazo con desesperación, el ex oficial le miró furioso—, suéltame antes de que pierda los estribos.
—Pero...
—¡Ya basta! —Donald zafó el brazo de un tirón y echó a andar a toda prisa en pos de los demás.
—¿Por qué coño no se lo has dicho? —preguntó irritado Michael.
—Tú tampoco has dicho nada.
—Ya, porque quedamos en que hablarías tú. —Michael alzó las manos con exasperación—, ¡Y si que has hablado mucho! Mi abuela lo habría hecho mejor, ahora estamos donde empezamos, sabes que el cadáver no está muy bien escondido, ¿Y si lo encuentran?
Richard se estremeció.
—No quiero ni pensarlo, de todas formas era lo mejor que podíamos hacer.
—Deberíamos habernos quedado en la habitación.
—Eso no solucionaría nada —observó Richard—, vamos, a ver si por lo menos averiguamos dónde estamos y se nos ocurre cómo coño escapar de aquí.
Por fin echaron a andar hasta llegar a una sala circular y sin ventanas, muy futurista, de diez metros de diámetro y techo abovedado, en torno a la zona central, oscura y ligeramente convexa, había una hilera de unas doce sillas.
Arak y Sufa estaban sentados frente a la entrada, los brazos de sus sillas incorporaban un conjunto de mandos, a su derecha había dos personas desconocidas, aunque vestían de blanco como todos, no eran tan atractivas como los demás Interterranos, Suzanne y Perry se encontraban a la izquierda de Arak, y Donald se había sentado aparte.
—Por favor, Richard y Michael, sentaos donde queráis —dijo Arak—, vamos a empezar.
Richard se acomodó junto a Donald y le saludó con la cabeza, pero el ex oficial se inclinó hacia el otro lado, Michael se colocó junto a Richard.
—Quiero daros de nuevo la bienvenida a Interterra —comenzó Arak—, hoy vamos a ejercitar vuestro intelecto de forma muy positiva, y de paso descubriréis lo afortunados que sois.
—¿Por qué no empiezas por decirnos cuándo vamos a volver a casa? —preguntó Richard.
—¡Cállate! —le espetó Donald.
Arak se echó a reír.
—Richard, te agradezco tu espontaneidad, pero ten paciencia.
—Primero nos gustaría presentaros a dos de nuestros distinguidos ciudadanos —terció Sufa—, estoy segura de que os ayudará mucho hablar con ellos, puesto que, igual que vosotros, proceden del mundo de la superficie, os presento a Ismael y Mary Black.
La pareja se inclinó en una reverencia, Michael empezó a aplaudir por costumbre, pero se detuvo al ver que era el único, Suzanne y Perry miraron a los dos desconocidos sin ocultar su curiosidad.
—Mary y yo queremos daros también la bienvenida —comenzó Ismael, era bastante alío, de rostro enjuto y rasgos afilados, con los ojos hundidos—, estamos aquí porque nosotros ya hemos experimentado lo que vais a experimentar vosotros, en primer lugar os aconsejo que no intentéis asimilarlo todo de golpe.
Michael se inclinó hacia Richard.
—¿Crees que se refiere a la crema tan cojonuda de anoche?
—¡Silencio! —le espetó Donald—, si vais a seguir interrumpiendo, ya os podéis ir a sentar a otra parte.
—Está bien, está bien.
—Gracias, Ismael — dijo Arak, se volvió hacia los demás—, espero que sigáis el consejo de los Black, hemos pensado que será mejor dividir el trabajo, Sufa y yo nos encargaremos de daros información, mientras que Ismael y Mary se encargaran de vuestra adaptación,
Suzanne se inclinó hacia Perry con expresión preocupada,
—¿Qué es eso de adaptación? ¿cuánto tiempo pensar n tenernos aquí?
—No lo sé —contestó Perry, también inquieto.
—Antes de empezar me gustaría ofreceros a cada uno un telecomunicador y un ocular, —Sufa sacó de una caja cinco paquetes, cada uno con un nombre impreso, y procedió a repartirlos, Richard y Michael abrieron los suyos como si fueran regalos de navidad, Suzanne y Perry tuvieron más cuidado, Donald dejó el suyo sin abrir sobre el regazo.
—Esto parecen unas gafas y un reloj de pulsera sin esfera—comentó Michael, algo decepcionado, se probó las gafas, tenían una forma aerodinámica, con las lentes transparentes.
—Es un sistema de telecomunicaciones —explicó Sufa—, está programado para responder a la voz de cada uno, de modo que no son intercambiables, ya os enseñaremos más adelante cómo funcionan.
—¿Para qué sirven? —preguntó Richard.
—Para muchas cosas, están conectados con fuentes de datos centrales, cuya información aparecerá en las lentes, también permiten la comunicación visual y auditiva con cualquier otro habitante de Interterra, también sirven por ejemplo para llamar un taxi, pero ya hablaremos de eso más tarde.
—Vamos a comenzar —anunció Arak, tocó el teclado que tenía delante y la zona convexa y oscura se tomó de un azul fosforescente—, en primer lugar debemos hablar del concepto de tiempo, este es tal vez el tema más difícil para la gente como vosotros, porque en Interterra el tiempo no es un proceso inmutable como parece ser en el mundo de la superficie, un científico vuestro, el señor Einstein, reconoció la relatividad del tiempo, en el sentido de que depende de la posición del observador, aquí en Interterra veréis muchos ejemplos de esa relatividad, el más sencillo es la edad de nuestra civilización, desde la perspectiva de las referencias de la superficie, nuestra civilización es increíblemente antigua, mientras que desde nuestra perspectiva y la del resto del sistema solar no lo es, vuestra civilización se mide en milenios, la nuestra en millones de años y la del sistema solar en billones.
—Joder —se quejó Richard—, ¿tenemos que aguantar esta lata? Pensaba que ibais a decirnos dónde demonios estamos.
—A menos que comprendáis los conceptos básicos, lo que os voy a decir os resultará increíble y sin sentido.
—¿Y por qué no lo hacemos al revés? Dinos primero dónde estamos y luego nos cuentas lo demás.
—¡Richard! —exclamó Suzanne—, ¡cállate!
Richard puso los ojos en blanco, Michael cruzaba y descruzaba las piernas con impaciencia.
—El tiempo no es una constante —prosiguió Arak—, como iba diciendo, Einstein reconoció esta verdad, pero se equivocó al pensar que la velocidad de la luz era el limite de la velocidad máxima posible, no es así, aunque hace falta una enorme cantidad de cuantos de energía para traspasar ese limite, se puede comparar a la cantidad de energía necesaria para modificar el estado de la materia y convertir un sólido en liquido o un liquido en gas, acelerar un objeto por encima de la velocidad de la luz es como modificar el estado de la materia, como trasladarla a una dimensión donde el tiempo es flexible y relativo sólo al espacio.
—¡Venga ya! ¿Es una broma? —masculló Richard.
—Donald se levantó para alejarse de los buceadores.
—Intentad tener paciencia —dijo Arak—, recordad que el tiempo no es una constante, pensadlo, si el tiempo es de verdad relativo puede ser controlado, manipulado y modificado, esto nos lleva al concepto de la muerte, escuchad con atención, en la superficie de la tierra la muerte ha sido un elemento necesario de la evolución, y la evolución, a su vez, es la única justificación de la muerte, pero una vez que la evolución ha creado un ser inteligente y sensible, la muerte no sólo no es necesaria, sino que es además un gasto inútil.
Al oír la palabra "muerte" Richard y Michael se hundieron en sus sillas, Perry alzó la mano y Arak se volvió hacia él.
—¿Podemos hacer preguntas?
—Desde luego, esto es más un seminario que una clase, pero os pido que hagáis preguntas sólo referentes a lo que ya he dicho, y no sobre lo que pensáis que voy a decir.
—Has hablado de medir el tiempo, ¿quieres decir que vuestra civilización es anterior a la civilización de la superficie?
—Desde luego, y por un periodo de tiempo incomprensible para vuestra experiencia, la historia de Interterra se retrotrae casi seiscientos millones de años.
—¡Venga ya, hombre! —se burló Richard—, eso es imposible, menudo rollo nos están metiendo, ¡dicen que son más antiguos que los dinosaurios!
—Mucho más antiguos que vuestros dinosaurios —convino Arak—, y es muy comprensible que os cueste creerlo, por eso tenemos que ir despacio con nuestra introducción, no quiero machacar, pero será mucho más fácil adaptaros a vuestra presente realidad por etapas.
—Si, ya, todo eso está muy bien, pero yo quiero pruebas—insistió Richard—, empiezo a pensar que todo esto es pura patraña y, francamente, no me interesa estar aquí perdiendo el tiempo.
Ni Donald ni Suzanne se quejaron esta vez por la interrupción, porque ambos estaban pensando algo parecido, aunque Suzanne, desde luego, nunca habría manifestado su escepticismo de forma grosera.
Arak, sin embargo, no se inmutó.
—Está bien —dijo con paciencia—, os proporcionaremos alguna prueba que podáis relacionar con la historia de vuestra civilización, nuestro mundo ha estado observando y grabando el progreso de la civilización de seres humanos de segunda generación desde el primer momento de vuestra evolución.
—¿Qué quieres decir exactamente con "segunda generación"?
—Quiso saber Suzanne.
—Os quedará claro muy pronto, primero quiero mostraros unas imágenes muy interesantes, como ya he dicho hemos estado observando los progresos de vuestra civilización y, hasta hace unos cincuenta años, podíamos hacerlo a voluntad, desde entonces vuestra creciente sofisticación tecnológica ha limitado nuestra vigilancia, porque queríamos evitar ser detectados, de hecho hemos dejado de utilizar nuestros puertos de salida más antiguos, como el que empleamos para admitiros en Interterra, o el de Barsama, nuestra ciudad hermana al oeste, ordenamos sellar los dos puertos con magma, pero la ineptitud burocrática de los clones obreros ha retrasado el cumplimiento del decreto.
—Joder, mira que te gusta parlotear —le espetó Richard—, a ver, ¿dónde están esas pruebas?
—¿Estás hablando de la caverna donde terminó nuestro submarino? —preguntó Suzanne—, ¿eso es lo que llamáis un puerto de salida?
—Así es.
—¿Y normalmente está llena de agua?
—Sí.
Suzanne se volvió hacia Perry.
—Ahora ya no me extraña que el Geosat no captara nunca el monte Olympus, ¡es porque no tiene masa detectable por un gravímetro!
—Ya está bien de rodeos! —exclamó Richard, de nuevo—, quiero ver esas pruebas.
—Muy bien, Richard, elige un período de tu historia y sacaremos las imágenes de nuestros archivos, cuanto más antiguo mejor, para demostrar lo que os digo.
Richard se volvió hacia su compañero.
—¿Qué tal los gladiadores? —sugirió Michael—, queremos ver los gladiadores romanos,
—Podríamos ver los combates de gladiadores —replicó Arak de mala gana, pero unas imágenes tan violentas están bajo censura, necesitaríamos el permiso especial del consejo de ancianos, tal vez sería más apropiado escoger otra era.
—Eso es ridículo —afirmó Richard.
—Intenta controlarte —le espetó Donald.
—A ver si lo comprendo —terció Suzanne—, ¿nos estás diciendo que tenéis grabaciones de toda la historia humana? o sea que podemos ver imágenes de cualquier época que queramos, ¿es eso?
—Correcto.
—¿Por qué no la edad media?
—Es una época muy larga, ¿puedes concretar un poco más?
—Muy bien, el siglo xiv en Francia.
—Eso es durante la guerra de los cien años —dijo Arak sin ningún entusiasmo—, es curioso que incluso la doctora Newell nos pida imágenes de tanta violencia, claro que los seres humanos de segunda generación tienen una historia muy violenta.
—Muéstranos gente jugando, no en la guerra —pidió Suzanne.
Arak tocó el teclado de su consola y se inclinó para hablar por un pequeño micrófono, casi de inmediato bajaron las luces de la habitación y la pantalla del suelo se llenó de imágenes que se sucedían a increíble velocidad, todo el mundo se inclinó sobre el parapeto.
Las imágenes fueron aminorando la velocidad y por fin se detuvieron, la escena proyectada en la pantalla era totalmente clara, con colores naturales y en tres dimensiones, mostraba un pequeño campo de maíz a finales del verano filmado desde unos cien metros de altura, un grupo de personas habían dejado de trabajar en la cosecha, las guadañas estaban tiradas al azar en torno a varias mantas donde aparecía una modesta comida, de fondo se oía el zumbido de las cigarras.
—Esto no es muy interesante —observó Arak—, porque no demuestra nada, aparte de la ropa de la gente, no hay ninguna indicación del período histórico de la imagen, vamos a buscar otra vez.
Antes de que nadie pudiera replicar, miles de imágenes comenzaron a pasar de nuevo por la pantalla, hasta que una quedó fija al cabo de un momento.
—Ah, esto es mucho mejor —afirmó Arak.
Se trataba de un castillo construido sobre una roca, en el que se celebra un torneo, el enfoque era desde bastante más arriba que en la escena anterior, el color de la vegetación en torno al castillo indicaba que era otoño, el patio de armas estaba atestado de gente cuyas voces formaban un apagado murmullo, todos vestían coloridos atuendos medievales, los pendones heráldicos flameaban en la brisa, una larga cerca de troncos atravesaba el centro del patio, en los extremos, dos caballeros concluían los últimos preparativos para la justa, los caballos, ataviados con vistosas gualdrapas, piafaban nerviosos.
—¿Cómo están hechas estas fotografías? —preguntó Perry, paralizado ante la imagen.
—Con un dispositivo de grabación estándar.
—¿Pero desde dónde? ¿Desde algún helicóptero o algo así?
Arak y Sufa se echaron a reír.
—Perdona —se disculpó Arak—, el helicóptero es tecnología vuestra, no nuestra, además, un vehículo de esas características sería de lo más indiscreto, las imágenes fueron tomadas por una pequeña y silenciosa nave antigravitatoria que flotaba a unos seis mil metros de altitud.
—Ya, mira, esto lo hacen en Hollywood todos los días—protestó Richard—, ¿a esto lo llamas tú una prueba?
—Pues si esto es un decorado, es el más realista que he visto en mi vida —dijo Suzanne, para ella era evidente que Hollywood jamás seria capaz de lograr tanto detalle.
Mientras tanto, los pajes de los caballeros se apartaron y los dos contendientes bajaron las lanzas, al clamor de las fanfarrias, los caballos salieron al galope el uno hacia el otro entre los crecientes gritos y vítores del gentío, pero justo antes de que los jinetes hicieran contacto, las imágenes desaparecieron y en la pantalla, de nuevo azul fosforescente, surgió una ventana con un mensaje: "escena censurada, solicitar al consejo de ancianos".
—¡Maldita sea! —exclamó Michael—, ahora que se ponía emocionante, ¿quién coño gana al final, el tío de rojo o el de verde?
—Richard tiene razón —dijo Donald de pronto, sin hacer caso a Michael—, seria muy fácil montar estas escenas.
—Tal vez —replicó Arak, sin muestras de haberse ofendido—, pero os puedo mostrar lo que me pidáis, no nos habría sido posible montar una película de toda vuestra historia.
—¿Y si vemos algo más antiguo? —sugirió Perry—, algo del neolítico, por ejemplo, en la misma localización que estaba el castillo.
—¡Buena idea! —convino Arak—, voy a introducir las coordenadas sin establecer una época concreta, sólo voy a indicar que la escena debe tener, por ejemplo, más de diez mil años, el buscador nos dirá si hay alguna imagen archivada.
La pantalla cobró vida de nuevo, las escenas se sucedían a toda velocidad, esta vez tuvieron que esperar un poco más.
Suzanne se inclinó hacia Perry.
—Me parece que estas imágenes son reales.
—Sí, a mí también, ¡imagínate qué tecnología!
—Yo no estoy pensando tanto en la tecnología —susurró ella—, para milo más impresionante es que eso demuestra que Interterra es real, que no es un sueño.
—Ah, el buscador ha encontrado algo —dijo Arak—, el marco temporal es de hace veinticinco mil años.
Efectivamente, las imágenes perdían velocidad, hasta que una quedó congelada en la pantalla.
En la escena se veía el mismo promontorio rocoso, aunque el castillo no estaba, en la cima había una escarpa cortada en el centro para formar una cueva, en torno a la entrada de la cueva un grupo de hombres de neandertal, vestidos con pieles, trabajaban con toscas herramientas.
—Si que parece el mismo sitio — comentó Perry.
Un zoom acercó la doméstica escena.
—Y las imágenes son más claras.
—En aquel tiempo no nos preocupaba que pudieran ver nuestras naves —explicó Arak—, así que podíamos bajarías hasta unos treinta metros para estudiar de cerca el comportamiento.
Uno de los hombres de neandertal, que estaba curtiendo una piel, se levantó para estirarse, de pronto alzó la vista y se quedó con la boca abierta, en una expresión de sorpresa y terror, la imagen estaba bastante cerca para dejar al descubierto sus grandes dientes cuadrados.
—Bueno, es evidente que ha visto nuestra nave, el pobre hombre seguramente piensa que ha recibido la visita de los dioses.
—¡Fijaos! —exclamó Suzanne—, ¡está intentando que los otros miren!
—Su lenguaje era muy limitado, pero sé que en ese mismo período y por la misma zona existía otra subespecie que vosotros llamáis h hombre de cromagnon, este tenía un lenguaje mucho más avanzado.
El hombre de neandertal brincaba gruñendo y señalando hacia la cámara, pronto todo el grupo miraba hacia arriba, varias mujeres cogieron a sus niños en brazos y desaparecieron dentro de la cueva, mientras los demás salían huyendo.
Uno de los hombres cogió una piedra con forma de huevo y la arrojó hacia arriba, el proyectil se acercó a la cámara y desapareció de la vista.
—Vaya, no ha sido un mal lanzamiento —comentó Michael—, a los Red Sox les habría venido bien en el centro del campo.
Arak tocó su consola y la imagen desapareció al tiempo que la habitación se iluminaba, todos se arrellanaron en las sillas, Arak y Sufa miraron en torno, el grupo se había quedado en silencio, incluso Richard.
—¿Cuál es la fecha de esa grabación? —preguntó por fin Perry.
Arak consultó su consola.
—¿Según vuestro calendario, el 14 de julio del año 23342 ac no os preocupaba que vieran vuestras cámaras? —quiso saber Suzanne, que no podía olvidar el rostro del primer neandertal.
—Entonces ya empezaba a preocuparnos, incluso se habló, entre los círculos más conservadores, de eliminar a los seres cognoscitivos de la superficie de la tierra.
—¿Pero por qué os preocupaba una gente tan primitiva?
—Preguntó Perry.
—Teníamos que evitar que nos detectaran, evidentemente, hace veinticinco mil años y dado el primitivismo de vuestra civilización, no importaba mucho, pero sabíamos que al final seria un problema, sabemos que nuestras naves han sido avistadas alguna vez, incluso en vuestros tiempos modernos, y eso si nos preocupa, por fortuna los relatos de nuestra presencia han sido recibidos con incredulidad o, si no, con la creencia de que nuestras naves provenían de algún otro lugar del universo y no del interior de la tierra misma.
—Un momento —interrumpió Donald—, 1no me gustaría aguaros la fiesta, pero no creo que este espectáculo que nos has ofrecido demuestre nada en absoluto, sería muy fácil montar todas esas escenas con imágenes generadas por ordenador, ¿por qué no te dejas de rodeos y nos dices lo que representas y lo que quieres de nosotros?
Por unos momentos nadie dijo nada, Arak y Sufa consultaron entre si en susurros, y luego con Ismael y Mary, al cabo de un momento Arak se volvió hacia Donald.
—Tu escepticismo es comprensible, no sabemos si todos los demás comparten tus sospechas, tal vez más tarde puedan influir en tu opinión, por supuesto os ofreceremos más pruebas a medida que avancemos con la introducción, y estoy seguro de que os convenceremos a todos, mientras tanto te suplico un poco más de paciencia.
Donald se limitó a mirarle ceñudo.
—Prosigamos, ahora os voy a contar algo de la historia de Interterra, para esto comenzaremos por vuestro dominio, la superficie de la tierra, la vida en la superficie comenzó unos quinientos millones de años después de la formación del planeta, y tardó billones de años en evolucionar, esto lo saben muy bien vuestros científicos, lo que no saben es que nosotros, la primera generación de seres humanos, evolucionamos hace unos quinientos cincuenta millones de años, durante la primera fase de la evolución, la razón por la que vuestros científicos ignoran este hecho es que casi todos los datos fósiles desaparecieron durante la época que nosotros llamamos el periodo oscuro, ya hablaremos de ello más adelante, en primer lugar quiero mostraros algunas imágenes de aquellos primeros momentos de nuestra civilización, aunque os advierto que la calidad no es muy buena.
Las luces se fueron atenuando poco a poco, Suzanne y Perry se miraron sin decir nada.
Al cabo de unos momentos apareció en la pantalla una imagen tomada a unos dos metros sobre el suelo, en ella aparecía un entorno similar al que habían visto en Interterra, la principal diferencia consistía en que los edificios eran blancos y no negros, y las personas estaban ocupadas en tareas cotidianas y parecían muy normales, no todas eran tan hermosas.
—Cuando vemos estas escenas nos hace gracia nuestro propio primitivismo —comentó Sufa.
—Sí, en aquellos tiempos no teníamos clones obreros.
Suzanne carraspeó, intentaba asimilar toda aquella información, siendo científica, todo lo que Arak les decía chocaba con lo que ella sabia de la evolución en general y la evolución humana en particular.
—Nos estáis diciendo que estas imágenes son de hace quinientos cincuenta millones de años?
—Así es, —Arak contuvo la risa, al parecer divertido por los aspavientos de un individuo que trataba de levantar un bloque de piedra—, perdonad que nos riamos, pero es que hacía mucho tiempo que no veíamos estas secuencias, en aquel entonces existía entre nosotros algo parecido a vuestras nacionalidades, aunque todo esto desapareció después de los primeros cincuenta mil años de nuestra historia, las guerras quedaron eliminadas, como ya podéis imaginar, como veis, la superficie terrestre era muy distinta de como es ahora, y es esa apariencia la que hemos recreado aquí en Interterra, en aquella época en la superficie sólo había un supercontinente y un superocéano.
—¿Y qué pasó? —preguntó Suzanne—, ¿por qué vuestra civilización decidió vivir bajo tierra?
—Por el período oscuro, nuestra civilización disfrutó de casi un millón de años de pacifico progreso, hasta que descubrimos que se estaban desarrollando sucesos muy amenazadores en una galaxia cercana, durante un período relativamente corto, se dieron varias explosiones de supernova que descargaron sobre la tierra suficiente radiación para disipar la capa de ozono, esto se podría haber solucionado, pero nuestros científicos sabían que estos eventos galácticos habían perturbado el delicado equilibrio de la población de asteroides del sistema solar, era evidente que la tierra iba a recibir una lluvia de meteoritos, como sucedió cuando se encontraba en su estado primordial.
—¡Joder! —se quejó Richard—, yo ya estoy aburrido de todo esto.
—¡Silencio, Richard! —le espetó Suzanne sin apartar la vista de Arak—, así que Interterra se trasladó bajo tierra.
—Así es, sabíamos que la superficie del planeta seria inhabitable, fueron unos tiempos de desesperación, buscamos otro posible destino en el sistema solar, pero no encontramos nada, y todavía no habíamos desarrollado la tecnología necesaria para buscar en otras galaxias, entonces se sugirió que nuestra única oportunidad de supervivencia era meternos bajo tierra, o más exactamente, bajo el mar, conseguimos trasladarnos en muy poco tiempo, porque para eso si teníamos la tecnología necesaria, poco después el mundo que nosotros conocíamos quedó envuelto en radiaciones mortales y sometido a un constante bombardeo de asteroides y catástrofes geológicas, nosotros corrimos un gran peligro, incluso bajo la protección del mar, porque en cierto momento el océano estuvo a punto de hervir hasta disiparse debido al intenso calor, todas las formas de vida sobre la tierra quedaron destruidas, excepto algunas bacterias primitivas, ciertos virus y algunas algas.
De pronto la pantalla se apagó y la sala volvió a iluminarse, todos guardaban silencio.
—Bueno, ya está, ha sido un resumen concentrado de la historia de Interterra, ahora estoy seguro de que querréis hacernos algunas preguntas.
—¿Cuánto tiempo duró el periodo oscuro? —preguntó Suzanne.
—Poco más de veinticinco mil años.
Suzanne movió la cabeza, incrédula y perpleja, pero lo cierto es que todo aquello tenía cierta lógica científica, y, lo más importante, explicaba la realidad en que ella misma se encontraba en ese momento.
—¿Pero por qué no volvisteis a la superficie cuando todo acabó? —quiso saber Perry.
—Principalmente por dos razones, en primer lugar, aquí teníamos todo lo que necesitábamos y ya nos habíamos acostumbrado a este entorno, en segundo lugar, cuando la vida evolucionó de nuevo en la superficie, los virus y bacterias que se habían desarrollado eran organismos a los que nosotros nunca habíamos estado expuestos, en otras palabras, para cuando el clima permitió que saliéramos, la biosfera era nociva y hostil para nosotros, de modo que nos quedamos aquí, felices y contentos, sobre todo porque bajo el mar no estamos a merced de la naturaleza, de todos los planetas del universo que hemos visitado hasta ahora, el nuestro es el que mejor se adapta al organismo humano.
—Ahora entiendo por qué tuvimos que pasar por una descontaminación tan exhaustiva — dijo Suzanne —, teníamos que quedar libres de microorganismos.
—Exacto, y al mismo tiempo teníais que adaptaros a nuestros organismos.
—En otras palabras, la evolución se ha dado dos veces en la tierra con el mismo resultado.
—Casi el mismo resultado, había algunas diferencias entre ciertas especies, aunque no muchas, al principio esto nos sorprendió, pero lo cierto es que tiene su lógica, puesto que el ADN original es el mismo, la vida multicelular evolucionó a partir de las mismas algas en ambos casos y en unas condiciones climáticas casi idénticas.
—Por eso decís que vosotros sois seres humanos de primera generación y nosotros de segunda, ¿no es así? —observó Suzanne.
Arak sonrió satisfecho.
—Ya contábamos con que lo entenderías muy deprisa.
Suzanne se volvió hacia Perry y Donald.
—Los estudios científicos confirman parte de todo esto, los datos geológicos y oceanográficos indican que al principio sólo existía un continente en la tierra, llamado Pangea.
—Perdona que te interrumpa, pero ese no es nuestro continente originario, Pangea se formó de nuevo durante los últimos cataclismos geológicos del periodo oscuro, nuestro continente desapareció por completo en la estenósfera antes de eso.
Suzanne asintió.
—Muy interesante, y por eso seguramente no existen datos fósiles de la primera evolución.
Arak sonrió de nuevo.
—Es magnifico ver con qué rapidez asimilas los datos, pero ya contábamos con eso antes de tu llegada.
—¿Antes de mi llegada? ¿Qué significa eso?
—Nada —se apresuró a responder Arak—, tal vez deberíamos recordar a tus compañeros que los actuales continentes se formaron a partir de Pangea.
—Es cierto —dijo Suzanne, sin dejar de mirar a Arak, tenía la sensación de que le ocultaba algo, luego se volvió hacia Donald y Perry, preguntándose hasta qué punto estarían asimilando todo aquello, la introducción de Arak sin duda estaba más allá del alcance de Richard y Michael, que parecían niños aburridos en clase.
—Muy bien, —Arak se frotó las manos intentando mostrar entusiasmo—, imagino hasta qué punto os ha afectado toda esta información, es todo un desafío a vuestras nociones preconcebidas, por eso insistíamos en introduciros poco a poco en nuestro mundo, ahora supongo que estáis un poco cansados de charla, y creo que a continuación lo mejor es mostraros como vivimos.
Ceso significa que vamos a ir a la ciudad? —preguntó Richard.
—¿Os apetece a todos?
—A mí desde luego.
—A mí también —terció Michael.
—¿Y a los demás?
—Yo me apunto —dijo Suzanne.
—Yo también —contestó Perry.
Arak miró a Donald, que se limitó a asentir con la cabeza.
—Estupendo, si sois tan amables de esperarnos aquí unos momentos, Sufa y yo dispondremos todo lo necesario, —Arak tendió la mano a su compañera y los dos salieron de la sala de conferencias.
Perry movió la cabeza.
—Estoy aturdido, esta situación es cada vez más increíble.
—Yo no sé si me creo nada —apuntó Donald.
—Pues la verdad, a mi me parece demasiado fantástico para ser mentira, y además, desde el punto de vista científico, tiene cierta lógica, —Suzanne se volvió hacia Ismael y Mary Black, que seguían sentados—, ¿por qué no nos contáis vuestra historia? ¿es verdad que venís de la superficie?
—Sí.
—¿De dónde? —preguntó Perry.
—De gloucester, massachusetts.
—¡Anda! —exclamó Michael, incorporándose—, ¡yo también soy de Massachusetts! de Chelsea, ¿lo conocéis?
—De oídas, pero nunca estuve allí —contestó Ismael.
—Todo el mundo ha estado en Chelsea —replicó Michael con una sonrisa desdeñosa—, porque precisamente de allí sale el puente Tobin.
—No he oído hablar nunca del puente Tobin —dijo Ismael, Michael le miró con escepticismo.
—¿Y cómo acabasteis aquí en Interterra? —preguntó Richard.
—Tuvimos mucha suerte, muchísima suerte, como vosotros— contestó Mary.
—¿Estabais buceando? — terció Perry.
—No, nos cogió una tormenta tremenda en la ruta de las Azores a América, nos habríamos ahogado como todos los demás que iban en el barco, pero como ha dicho Mary, tuvimos mucha suerte y nos rescató un vehículo interplanetario interterrano, fuimos absorbidos por el mismo puerto de salida que vosotros,
—¿cómo se llamaba el barco? —quiso saber Donald.
—era el Tempest, un nombre muy apropiado, dadas las circunstancias, era una goleta de Gloucester.
—¿Una goleta? —preguntó Donald con suspicacia—, ¿en qué año fue eso?
—A ver, yo tenía dieciséis, o sea que debía de ser el 180—1calculó Mary.
—¡Venga ya! —masculló Donald, cerrando los ojos y pasándose la mano por la cabeza calva, se la había afeitado esa misma mañana—, ¡y todavía os extraña que no me crea nada!
—Mary, de eso hace doscientos años —comentó Suzanne.
—Ya lo sé, cuesta creerlo, pero es maravilloso, ¿no os parece? Mirad lo jóvenes que estamos.
Esperáis que nos creamos que tenéis más de doscientos años? —terció Perry.
—Os llevará un tiempo asimilar el mundo en que os encontráis ahora, lo único que puedo aconsejaros es que no os forméis ninguna opinión hasta que hayáis visto y oído más, yo todavía me acuerdo de cómo nos sentíamos cuando recibimos la misma información que os han dado a vosotros, y pensad que para nosotros fue todavía más increíble, puesto que la tecnología ha avanzado muchísimo en la superficie en los últimos doscientos años.
—Yo estoy de acuerdo con el consejo de Mary —dijo Ismael—, no olvidéis lo que os ha dicho Arak al principio de la sesión, el tiempo tiene un significado diferente aquí en Interterra, de hecho los interterranos no mueren como sucede en la superficie.
—¿Que no mueren? ¡Y una mierda! —susurró Michael.
—Calla —le espetó Richard entre dientes.
El aerotaxi parecía idéntico al que habían visto el día anterior, pero Arak dijo que era un modelo más nuevo y muy superior, la nave trasladó al grupo con la misma facilidad desde el palacio de visitantes hasta la ajetreada ciudad.
—Los inmigrantes suelen pasar toda una semana en la sala de conferencias antes de aventurarse a salir —explicó Sufa—, todo esto resulta agotador tanto mental como emocionalmente, espero que no os estemos presionando demasiado.
—Tenéis algo que decir al respecto? —preguntó Arak—, estamos abiertos a cualquier sugerencia.
Todos se miraron, esperando que alguien respondiera, como Sufa había mencionado, la situación era abrumadora, sobre todo con el enjambre de aerotaxis que se movían en todas direcciones, sólo el hecho de que no se produjera ninguna colisión ya resultaba increíble.
—¿Alguien tiene algo que decir? —insistió Arak.
—Todo esto es inconcebible —admitió Perry—, así que es difícil formarse una opinión, pero yo, personalmente, cuanto más vea, mejor, con sólo experimentar vuestra tecnología, como aquí en el aerotaxi, todo parece más creíble.
—¿Qué nos vais a enseñar? —preguntó Suzanne—ha sido una decisión difícil, por eso hemos tardado tanto en hacer los preparativos, no sabíamos por dónde empezar.
Antes de que Arak pudiera terminar, la nave se detuvo y comenzó a descender, un momento más tarde apareció el puerto de salida donde antes no se había visto ni una juntura.
—¿Cómo puede abrirse una puerta de esa forma? —quiso saber Perry.
—Es una transformación molecular de la materia —contestó Arak, mientras indicaba que podían descender.
Perry se inclinó hacia Suzanne.
—Pues menuda explicación.
Se encontraban frente a una estructura no muy alía, sin ventanas, de basalto negro, como todos los edificios, los lados medían unos treinta metros de longitud y seis metros de altura, y se torcían en un ángulo de sesenta grados para crear una pirámide truncada, se veían muy pocos transeúntes, pero en el momento en que los seres humanos secundarios bajaron del vehículo comenzó a congregarse una multitud.
—Espero que no os importe ser famosos, pero es que desde anoche toda Saranta está entusiasmada con vuestra llegada.
La multitud era bulliciosa pero cortés, los más cercanos tendían las manos ansiosos por tocar las palmas de los visitantes, Richard y Michael respondían encantados, en particular a las mujeres, Arak tuvo que hacer las veces de perro pastor para guiar al grupo hacia las puertas, sobre todo a los buceadores.
—Cada vez me gusta más este sitio —comentó Richard.
—Me alegro —respondió Arak.
—Todo el mundo es tan amistoso...
—Claro, es parte de nuestra naturaleza —explicó Sufa—, además, vosotros sois muy divertidos.
Suzanne se volvió hacia Donald para ver su reacción, él se limitó a hacer un movimiento casi imperceptible con la cabeza, como sí sus sospechas se hubieran confirmado.
Una vez dentro, se encontraron en una gran sala cuadrada con el interior negro, en lugar del blanco habitual, no tenía ninguna decoración, muebles ni puertas, aparte de la entrada, varios interterranos estaban de cara a las paredes, pero al ver llegar al grupo se animaron de súbito.
Arak se abrió paso hasta una parte de la pared y murmuró unas palabras en su comunicador de muñeca, para sorpresa del grupo, la pared se abrió, Arak los hizo pasar a un pequeño cubículo.
—En algún momento me gustaría que me explicaras cómo funciona esto de las puertas que se abren y se cierran —dijo Perry, tocando las paredes, por la textura y la conducción del calor, parecían algo similar a fibra de vidrio.
—Desde luego, —Arak volvió a decir algo por el comunicador y un momento más tarde la pared volvió a cerrarse y el cubículo comenzó a caer.
Todos se agarraron por reflejo al que tenían más cerca.
—¡Joder! —exclamó Michael—, ¡la habitación se está cayendo!
—Es sólo un ascensor —explicó Arak.
Todos rieron, algo avergonzados.
—¿Y cómo lo iba yo a saber? —protestó Michael, pensando que se reían de él.
—Volviendo al tema de mostraros nuestro mundo, Sufa y yo hemos decidido hacer lo contrario de lo que haríais vosotros en la superficie, en lugar de mostraros la vida desde el nacimiento hasta la muerte, os vamos a mostrar el proceso inverso.
—Debemos de estar bajando mucho —comentó Suzanne, demasiado preocupada con la situación para responder a las palabras de Arak, aunque no se oía nada ni se percibía movimiento alguno, la sensación de ligereza que sentían indicaba la velocidad del descenso.
—Así es, y os advierto que hará un poco de calor allá abajo.
Por fin se detuvieron, todos se tensaron de nuevo, Perry tocó la pared y notó calor antes de que se abriera, Arak y Sufa salieron los primeros.
Tres pasillos iluminados se extendían ante ellos: uno hacia el frente y dos a los lados, todos ellos parecían un estudio de perspectiva, otros múltiples pasillos se unían a los principales en ángulos rectos.
Junto al ascensor esperaba un pequeño vehículo suspendido sobre el suelo, Perry y Suzanne subieron con Sufa, Donald vaciló, impidiendo el paso de Richard y Michael, miró hacia los pasillos, que parecían no tener final, como Arak había advertido, el aire era templado, Donald tenía la cabeza perlada de sudor.
—Por favor —indicó Arak, señalando un asiento en el pequeño autobús antigravitatorio.
—Esto parece una especie de prisión —comentó Donald con suspicacia.
—No es una prisión, en Interterra no tenemos prisiones.
Michael miró a Richard y le hizo una señal con el pulgar hacia arriba.
—Si no es una prisión, ¿qué es? —quiso saber Donald.
—Una catacumba, no hay de qué preocuparse, es totalmente segura y sólo vamos a realizar una corta e instructiva visita.
Donald subió por fin al vehículo de mala gana, era evidente que estar en una catacumba le hacia tanta gracia como estar en una prisión, cuando todos estuvieron sentados, Arak dijo algo en el micrófono de la consola, al cabo de un instante se movían por el pasillo como en un silencioso tren expreso.
La necesidad del vehículo se hizo evidente al cabo de unos minutos, viajando a considerable velocidad, amplificada por la proximidad de las paredes, recorrieron una gran distancia en lo que resultó ser un enorme laberinto subterráneo, al cabo de un cuarto de hora y media docena de pronunciadas curvas en ángulo recto, el vehículo se detuvo.
Arak condujo al grupo hasta una de las pequeñas salas que se abrían en el pasillo, Donald se quedó a la entrada, dejando bien claro que no le gustaba nada estar tan aislado.
Las paredes de la salita estaban llenas de nichos, Arak sacó de uno de ellos una caja y un libro.
—Hacía mucho tiempo que no venía —explicó, sacudiendo el polvo de ambos objetos—, esta caja es mi tumba, —era negra, del tamaño de una caja de zapatos—, y este libro contiene las fechas de todas mis anteriores muertes.
—¡Seguro! —exclamó Richard—, ¡ahora quiere hacernos creer que se ha levantado de entre los muertos! Y no sólo una, sino varias veces, ¡venga ya!
Suzanne asintió con la cabeza, ella pensaba algo similar, justo cuando comenzaba a creer todo lo que le habían dicho, Arak salía con una afirmación descabellada, se volvió hacia Perry para ver su reacción, pero él estaba muy ocupado con el libro.
Arak, mientras tanto, abrió con cuidado la caja y la fue pasando para que la examinaran, Suzanne miró de mala gana, dentro sólo había un mechón de pelo.
Arak y Sufa sonrieron, como si les divirtiera la confusión de sus invitados.
—Os lo voy a explicar —dijo por fin Arak—, en la caja hay un mechón de pelo de cada uno de mis anteriores cuerpos, los cuerpos han sido devueltos a la estenósfera fundida, que no está muy lejos de donde nos encontramos ahora mismo, como han de suponer, en Interterra se recicla todo.
—No entiendo este libro —le interrumpió Perry, mirando la columna de números escritos a mano, no guardaban ninguna relación con el calendario gregoriano.
—No es posible que lo entiendas —replicó Arak todavía son—riendo—, todavía no, por lo menos hasta que vayamos a la sala principal de procesamiento.
Al cabo de poco el grupo volvió a subir al vehículo antigravitatorio, el viaje de vuelta pareció más corto que el de ida, y no tardaron en encontrarse junto al ascensor.
—No sé si teníamos que sacar algo de esta visita, pero yo entiendo menos que antes —comentó Suzanne.
—Ya lo entenderéis —aseguró Arak—, tened un poco de paciencia.
Por fin, salieron del ascensor a una sala atestada de gente y algunos clones obreros, tal era la multitud que les costó permanecer juntos, sobre todo porque algunas personas los reconocieron de la fiesta de la noche anterior y se arracimaron en torno a ellos con la esperanza de tocarles las palmas, Richard y Michael estaban especialmente solicitados.
A pesar del gentío, Arak y Sufa lograron por fin conducirlos hacia una gran pantalla, en ella se leían los nombres de cientos de individuos, junto a unas cifras que indicaban números de habitación y fechas, Arak apenas tardó un instante en encontrar un nombre conocido.
—Vaya, vaya —exclamó, haciendo una seña a Sufa—, Reesta ha decidido morir, nos viene de perlas, y ha reservado la habitación treinta y siete, no podría ser más conveniente, es una de las salas nuevas, con todos los aparatos de descarga a la vista.
—Ya era hora de que se decidiera —comentó Sufa—, hace años que venía quejándose de su cuerpo.
—Y será perfecto para nuestros propósitos.
—Muy bien, yo me voy a acercar al centro de generación —anunció Sufa—, así iré preparándolo todo y avisaré a los clones de la visita del grupo.
—Estupendo, llegaremos dentro de una hora, a ver si consigues tener una emergencia para entonces.
—Lo intentaré, y luego podemos llevar al grupo a nuestras habitaciones.
—Sí, esa era la idea, espero que tengamos tiempo.
—Hasta ahora, —Sufa y Arak se tocaron las palmas.
—Muy bien, nosotros debemos seguir juntos, si alguien se separa del grupo, que pregunte por la habitación treinta y siete.
—Arak comenzó a abrirse camino entre la muchedumbre que miraba la pantalla.
Suzanne hizo un esfuerzo por permanecer junto a él.
—¿Significa "morir" lo mismo que en nuestro mundo? —Preguntó.
—No exactamente, Richard y Michael —llamó Arak, los buceadores se paraban a tocar todas las manos que les salían al encuentro—, no os separéis, por favor, ya tendréis tiempo de sobra para frotar palmas esta tarde.
—¿Vamos a presenciar alguna especie de eutanasia? —preguntó Suzanne con aprensión.
—¡Desde luego que no!
—Ismael y Mary dicen que vosotros no morís como nosotros.
—Así es, —Arak tuvo que acercarse a Richard y Michael, que estaban rodeados de gente.
Suzanne se inclinó hacia Perry.
—No tengo ganas de contemplar una escena sórdida.
—Ni yo.
—Tal vez deberíamos haber recibido más seminarios antes de realizar una salida de campo —intentó bromear ella.
Perry lanzó una risa hueca.
Arak consiguió por fin que Richard y Michael se movieran, y se quedó con ellos para apartar a sus entusiastas admiradores, Suzanne y Perry caminaban un poco más atrás, y Donald cerraba la retaguardia, de este modo lograron llegar hasta la habitación 37.
Perry reconoció en la puerta de bronce el perro de tres cabezas, cerbero, que guardaba el inframundo en la mitología griega, sorprendido, se lo mencionó a Arak.
—No lo hemos sacado nosotros de los griegos, sino al revés.
—¿Me estás diciendo que los griegos lo sacaron de Interterra?
—Exacto.
—¿Cómo?
—A partir de un experimento fallido, hace miles de años, un contingente de individuos de mentalidad liberal, procedentes de la Atlántida, se sometieron a la adaptación de la superficie con grandiosos planes de modificar el desarrollo sociológico de la tierra, por desgracia el plan fue una catástrofe, después de varios, cientos de años de trabajo en vano, quedó claro que no había manera de alterar la naturaleza violenta de la segunda generación de seres humanos, de modo que se abandonó el experimento, a pesar de todo, cuando los interterranos hundieron la isla que en principio habían creado, quedaron varios restos, como nuestras formas arquitectónicas, el concepto de democracia y algunos vestigios de nuestra propia mitología primitiva, incluyendo a cerbero.
—Así que la leyenda de la Atlántida tiene cierta base real—terció Suzanne.
—Desde luego, la Atlántida elevó uno de sus puertos de salida, en un monte submarino, para formar una isla justo a la entrada del mar Mediterráneo.
—¡Venga ya! —exclamó Richard—, ¡déjate de rollos! o entramos o Mike y yo volvemos a la sala principal, que es donde está la acción.
—Está bien, lo siento, —Arak se volvió hacia Suzanne—, ya hablaremos en otro momento del experimento de la Atlántida.
—Si, me encantaría, —mientras Arak abría la puerta, Suzanne se volvió hacia Perry—, platón, en sus diálogos, localizó la isla de la Atlántida fuera del estrecho de Gibraltar.
—¿Sí? —pero Perry se interrumpió al ver la escena que surgió al otro lado de la puerta de bronce, no era nada sórdido, como temía Suzanne, sino una alegre fiesta parecida a la de la noche anterior, aunque no tan concurrida, la habitación, del tamaño de un salón grande, albergaba a un centenar de personas, ataviadas con la ropa habitual excepto por un individuo que contrastaba marcadamente con su atuendo rojo, al fondo de la habitación había un enorme aparato en forma de donut que a Perry le recordó una máquina de resonancia magnética, junto a él había una mesa con una caja y un libro parecidos a los que Arak les había enseñado en la cripta.
—¡Arak! —exclamó el hombre de rojo—, ¡qué sorpresa!
—De inmediato se apartó de la gente con la que estaba hablando y se acercó a la puerta—, ¡y has traído a los invitados! ¡Sed bienvenidos!
—Dios mío —susurró Suzanne a Perry—, ¡pero si anoche estuve hablando con él! —era uno de los dos hombres que se habían acercado a saludar a Garona—, desde luego no parece que esté a punto de morirse, —de hecho era la misma imagen de la salud y el arquetipo de belleza masculina, con espeso pelo negro, una piel sin mácula y los ojos brillantes, no podía haber cumplido todavía los cuarenta.
—Y esto no parece un velatorio precisamente —comentó Perry.
—Gracias, Reesta —dijo Arak—, pensé que no te importaría que nuestros invitados se asomaran a tu fiesta, ¿los conociste en la gala de anoche?
—Tuve el honor de conocer a la doctora Newell, —Reesta hizo una reverencia ante Suzanne y alzó la palma de la mano.
Suzanne, tímidamente, frotó la mano contra la de él.
—Te presento a Perry, Donald, Richard y Michael —dijo Arak, Reesta se fue inclinando ante cada uno de ellos, Richard y Michael no prestaban mucha atención, más interesados en las mujeres, muchas de las cuales habían estado con ellos la noche anterior.
—Sufa y yo hemos decidido mostrarles algo de nuestra cultura —prosiguió Arak—, todavía no les hemos explicado gran cosa, pero pensamos que esto disminuiría el escepticismo que normalmente encontramos durante la orientación.
—Una idea estupenda, pasad, por favor, —Reesta les hizo un gesto de que entraran—, ¿así que no tienen ni idea del motivo de esta fiesta?
—No.
—Ah, qué inocencia tan maravillosa.
—Pero acabamos de venir de mi nicho —añadió Arak—, aunque no he querido explicarles todo.
—Muy bien pensado —comentó Reesta, con un guiño y un codazo a Arak, luego se volvió al grupo y por fin miró a Suzanne—, hoy es un día muy importante para mí, hoy se muere este cuerpo.
Suzanne dio un respingo, Reesta parecía más sano que una manzana, incluso Richard y Michael prestaban ahora atención.
—Pero no os preocupéis —añadió Reesta con una sonrisa—, aquí en Interterra es un momento bastante alegre, se considera más un inconveniente que otra cosa, y además, a mi ya me tocaba, este cuerpo me ha dado muy mal resultado desde el principio, he tenido que reemplazar varios órganos y las rodillas dos veces, todos los días surge algún problema nuevo, y justo esta mañana me he enterado de que la inactividad ha quedado reducida a sólo cuatro años, debido a la falta de demanda, se ve que últimamente no se muere nadie.
—¡Sólo cuatro años! —exclamó Arak—, ¡es estupendo! Ya me extrañaba que te hubieras decidido tan repentinamente, la semana pasada decías que igual hacías algo dentro de un par de años.
—Si, es que parece que nunca es el momento adecuado, tengo que admitir que lo he estado demorando, pero ahora no podía perderme esta oferta de inactividad tan corta.
—Perdonad —terció Perry—, ¿pero cu l es la esperanza de vida media en Interterra?
—Depende —contestó Reesta con una chispa en los ojos—, en términos de tiempo de vida, hay una gran diferencia entre el cuerpo y la esencia.
—Cada cuerpo suele durar unos doscientos o trescientos años—añadió Arak—, aunque hay excepciones.
—Sí, como yo mismo he comprobado, este sólo me ha durado ciento ochenta, es el peor cuerpo que he tenido.
—¿Estáis diciendo que el dualismo mente—cuerpo es una realidad en Interterra? —preguntó Suzanne.
—Desde luego, —Arak sonrió como un padre orgulloso, luego añadió mirando a Reesta—: la doctora Suzanne aprende muy deprisa.
—Ya se nota.
—¿Pero de qué coño estáis hablando? —saltó Richard.
—Si escucharas en vez de hacer el tonto lo sabrías —le espetó Suzanne.
—¡Oh, perdón, señorita! —se burló Richard.
—¿A qué os referís al hablar de la esencia? —quiso saber Perry,
—A la mente, la personalidad, la totalidad del ser mental y espiritual, todo lo que hace que una persona sea esa persona, y aquí, en Interterra, la esencia vive para siempre, se transfiere intacta de cuerpo a cuerpo.
Suzanne y Perry comenzaron a hablar a la vez, pero Arak alzó las manos.
—Recordad que aquí somos intrusos, ya sé que tendréis muchas preguntas, y ese es precisamente el propósito de la visita, pero no es de buena educación interrumpir una fiesta privada, ya os lo explicaré todo más tarde, —Arak se volvió hacia Reesta—, gracias, amigo mío, no os molestamos más, felicidades, y que descanses.
—No tienes que darme las gracias, para mi es un honor que hayas traído a los invitados, su presencia hace que esta ocasión sea mucho más especial.
—Ya hablaremos más tarde, ¿cuándo vas a morir?
—Dentro de un rato, tenemos la habitación para unas cuantas horas, ¡pero espera!
Arak, que ya se dirigía hacia la puerta, se detuvo.
—Tengo una idea, tal vez a los invitados de segunda generación les apetezca yerme morir.
—Es una oferta muy generosa —agradeció Arak—, seria de lo más instructivo, pero no queremos molestar.
—No, si no es ninguna molestia, la verdad es que ya estoy un poco cansado de la fiesta, y además, puede seguir adelante sin mí presencia física.
—Entonces de acuerdo, —Arak hizo una seña a Richard y Michael para que se acercaran, porque los buceadores ya salían de la habitación.
—Espero que no sea algo horroroso —susurró Suzanne.
—Desde luego no en comparación con los espectáculos de vuestro mundo de la superficie —contestó Arak.
Reesta dijo unas palabras por su comunicador de muñeca antes de dar una vuelta por la sala presionando palmas con todos los presentes, la animación crecía por momentos, luego se acercó a la mesa con la caja y el libro, en ese momento la multitud estalló en vítores, primero Reesta se cortó un mechón de pelo que puso en la caja, luego anotó una fecha en el libro, entre el creciente clamor de los invitados.
Una puerta apareció junto a la máquina en forma de donut y dos clones obreros entraron en la sala con unas copas de oro que entregaron a Reesta, el hombre alzó las copas y todo el mundo guardó silencio, luego bebió los contenidos de ambas.
Reesta hizo una reverencia entre aplausos y los dos clones le ayudaron a subir a la abertura de un metro de anchura que había en la máquina, pasó primero los pies y luego se deslizó hacia dentro, en ese momento bajó un espejo para que Reesta pudiera mirar a sus invitados y estos, a su vez, pudieran verle la cara, después de despedirse por última vez, Reesta cerró los ojos y pareció quedarse dormido.
Uno de los clones puso la palma de la mano en un cuadrado blanco a un lado de la máquina, en ese momento se oyó un zumbido seguido de un resplandor rojizo que llenó la abertura del aparato, el cuerpo de Reesta se puso rígido y los ojos se abrieron de golpe, al cabo de unos minutos el cuerpo quedó flácido, los ojos se hundieron en las cuencas y la boca quedó yerta.
La multitud guardó silencio, el resplandor rojizo disminuyó, a continuación se oyó un fuerte ruido de succión, seguido del golpe de una gran válvula al cerrarse y el cuerpo de Reesta desapareció de la vista.
El silencio se alargaba, Suzanne se encontraba desconcertada, la muerte la perturbaba, se volvió hacia Perry, que se alzó de hombros igualmente perplejo.
—¿Ya está? —preguntó Richard.
Arak hizo un gesto para que se callara.
Michael bostezó.
De pronto se activaron todos los comunicadores de muñeca, incluyendo los de los miembros del grupo, aunque Ismael y Mary les habían dado unas sencillas instrucciones para utilizarlos (sólo había que hablar junto a ellos con tono exclamativo), todavía no los habían probado, de modo que cuando se oyó la voz de Reesta, todos dieron un respingo.
—Hola, amigos míos, todo va bien, la muerte se ha producido sin complicaciones, nos veremos dentro de cuatro años, pero no olvidéis comunicaros.
Un clamor estalló entre los congregados, que se tocaron las palmas con entusiasmo.
—Vaya, aquí la muerte no es gran cosa —dijo Michael a Richard.
—Sí, pero creo que tiene que realizarse de esta manera.
—Es un buen momento para marcharnos —anunció Arak.
Intentando molestar lo menos posible Arak los guió hasta el pasillo y luego hacia los ascensores, Suzanne y Perry tenían muchas preguntas, pero Arak los hizo esperar porque estaba demasiado ocupado con Richard y Michael, Donald mantenía como siempre un rostro pétreo.
Hasta que no llegaron al aerotaxi no pudieron hablar.
—Me temo que esta visita ha suscitado más preguntas que otra cosa —comentó Perry incluso antes de que se cerrara la puerta.
Arak asintió con la cabeza.
—Entonces ha sido un éxito, —puso la mano sobre la mesa circular central y dijo—: ¡al centro de generación, por favor!
—La nave se alzó de inmediato.
—¿Qué es exactamente lo que hemos visto? —comenzó Suzanne.
—La muerte del cuerpo de Reesta, —Arak se arrellanó en el asiento, no estaba acostumbrado a la tensión de encontrarse en público con un grupo tan numeroso de seres humanos secundarios no iniciados.
—¿y adónde ha ido el cuerpo? —preguntó Richard,
—De vuelta a la estenósfera.
—¿Y su esencia? —terció Perry.
Arak guardó silencio un momento, como buscando las palabras adecuadas.
—Es difícil de explicar, pero creo que lo entenderéis si os digo que la impronta de su memoria y su personalidad han sido trasladadas a nuestro centro de información integrada.
—¡Joder! —exclamó Michael de pronto—, ¡mirad ahí abajo, enfrente de ese edificio! ¡Es un Corvette!
A pesar del interés que despertaban las explicaciones de Arak, no pudieron evitar volverse, se trataba de un viejo Chevrolet Corvette cubierto de bálano, sobre un pedestal de basalto delante de un edificio que parecía una pila de cubos de construcción realizada por niños.
—¿Qué hace aquí un Corvette? —preguntó Michael—, es del sesenta y dos, yo tenía uno igual, pero verde.
—El edificio es el museo de la superficie terrestre —explicó Arak—, el automóvil es un objeto que normalmente simboliza vuestra cultura.
—Está que da pena —comentó Michael.
—Pasó mucho tiempo bajo el agua antes de que lo rescatáramos, pero volviendo a la pregunta de Perry, cuando el clon obrero inicio la secuencia de la muerte, la mente de reesta, es decir, su personalidad, sus emociones, la conciencia de sí mismo e incluso su modo de pensar, fueron almacenados en masa y listos para su total recuperación.
El grupo se quedó mirando a Arak sin decir nada.
—No sólo se puede recuperar la esencia de Reesta, sino que mientras tanto puede uno charlar con él a través del comunicador de muñeca, e incluso se le puede ver en su última configuración corpon?l a través del ordenador que tenéis cada uno en vuestras habitaciones, la central de información crea una imagen virtual que acompaña la conversación que estéis sosteniendo.
—¿Y si alguien muere antes de llegar a esa máquina? —preguntó Richard.
—Eso no pasa, la muerte es una cosa muy planeada en Interterra.
—Todo esto es demasiado —afirmó Perry—, lo que nos dices es tan increíble que de momento ni siquiera sé qué preguntar.
—Es lógico, precisamente por eso Sufa y yo decidimos mostraros las cosas en lugar de hablaros de ellas.
—A mí ya me cuesta creer que la mente pueda ser almacenada —dijo Suzanne—, la inteligencia, la memoria y la personalidad se asocian con conexiones dendríticas en el cerebro humano, y en un número elevadísimo, estamos hablando de billones de neuronas con mil conexiones cada una.
—Sí, es mucha información —convino Arak—, pero no tanta, según medidas cósmicas, tienes razón en una cosa, las estructuras dendríticas son importantes, lo que hace nuestra central de información es reproducir las conexiones dendríticas a nivel molecular utilizando isómeros de átomos de carbono, es como una huella dactilar, nosotros lo llamamos huella mental.
—No entiendo nada —confesó Perry.
—No os preocupéis, pensad que esto es sólo el principio, ya tendréis tiempo de ponerlo todo en su contexto, además, en la visita al centro de generación veréis lo que hacemos con la huella mental.
—¿Qué hay en el museo de la superficie terrestre que acabamos de pasar? —quiso saber Donald.
Arak vaciló, la pregunta había interrumpido el hilo de sus pensamientos.
—¿Qué hay, además del Corvette oxidado?
—Muchos objetos diferentes —respondió Arak con vaguedad—, una selección de objetos que representan la historia y la cultura de los seres humanos secundarios.
—¿De dónde los habéis sacado?
—Casi todos del fondo oceánico, además de las catástrofes marítimas y la guerra, vuestro pueblo ha utilizado el mar cada vez más, y de forma muy inconsciente, como un vertedero de basuras, te sorprendería la de cosas que la basura puede decir sobre una cultura.
—Me gustaría ver el museo.
Arak se encogió de hombros.
—Como quieras, eres el primer visitante que manifiesta ese deseo, teniendo en cuenta las maravillas que Interterra puede ofreceros, me sorprende que te interese el museo, allí no encontrar s nada que no conozcas.
—Cada uno es como es.
Por fin el aerotaxi los dejó ante los escalones de entrada del centro de generación, era un edificio que recordaba al Partenón, con la diferencia de que era negro, cuando Perry mencionó esta semejanza, Arak explicó de nuevo que eran los griegos quienes habían copiado a los interterranos, y no al revés, puesto que el centro de generación tenía muchos millones de años de antigüedad.
Al igual que el centro de la muerte, la estructura estaba situada en una zona menos congestionada de la ciudad, a pesar de todo, en cuanto el grupo apareció se apiñó en torno a ellos una multitud, y de nuevo Arak tuvo que encargarse de dirigir a Richard y Michael hacia el interior, fuera del alcance de las manos de los interterranos.
El interior era la antítesis del centro de la muerte, era blanco y luminoso, como los edificios del palacio de visitantes, aquí se veían además muchos más clones obreros que correteaban ocupados de un sitio a otro.
Arak los condujo hasta una habitación con numerosos pequeños tanques de acero inoxidable que a Suzanne le parecieron biorreactores en miniatura, estaban unidos por una complicada red de tubos en lo que parecía una cadena de montaje de alta tecnología, el aire era húmedo y caliente, varios clones obreros observaban el funcionamiento de válvulas y diales.
—Esto no es lo más interesante —dijo Arak—, pero más vale que empecemos por el principio, en estos tanques hay cultivos de tejido de ovarios y testículos, los óvulos y espermatozoides se seleccionan al azar y los cromosomas se escanean para localizar cualquier imperfección molecular y luego se mezclan microsomáticamente, estos gametos modificados se inspeccionan antes de iniciarse la fecundación, si alguien quiere echar un vistazo, puede emplear el visor, —Arak señaló un visor binocular.
Suzanne fue la única que se acercó a mirar, dentro de una cámara diminuta debajo del objetivo del microscopio se veía un espermatozoide activo penetrando un oocito, el proceso fue muy rápido, un momento más tarde el cigoto había desaparecido y dos nuevos gametos fueron introducidos en la cámara.
—¿Alguien más? —preguntó Arak.
Nadie se movió.
—Muy bien, vamos a la zona de gestación, una fase más interesante.
Pasaron a una sala del tamaño de varios campos de fútbol colocados a lo largo, numerosas hileras de estanterías albergaban una enorme cantidad de esferas transparentes, cientos de clones obreros iban inspeccionando las esferas.
—¡Madre mía! —murmuró Suzanne.
—Los cigotos provenientes del proceso de fecundación vuelven a ser inspeccionados por si hay alguna anormalidad molecular cromosómica —explicó Arak—, una vez que se determina que no tienen ninguna imperfección y que han alcanzado el número de células necesario, se implantan en una esfera para que se desarrollen.
—¿Podemos pasear delante de las esferas? — pidió Suzanne.
—Por supuesto, para eso hemos venido.
El grupo fue caminando lentamente por un pasillo de cientos de metros, flanqueado de esferas, Suzanne se sentía fascinada y horrorizada al mismo tiempo, en la base de cada esfera había una placenta amorfa de color morado oscuro.
—Es todo tan artificial –comentó.
—Desde luego.
—¿Toda la reproducción en Interterra se realiza por ecogénesis?
—Así es, no íbamos a dejar al azar una cosa tan importante como la reproducción.
Suzanne se detuvo delante de un embrión de no más de quince centímetros de longitud, movía los diminutos brazos y las piernas como sí estuviera nadando.
—¿Te perturba todo esto? —preguntó Arak.
Suzanne asintió con la cabeza.
—Habéis mecanizado un proceso que yo creo que habría que dejar a la naturaleza.
—La naturaleza es indiferente, nosotros podemos hacerlo mucho mejor, y nos ocupamos de ello.
Suzanne se encogió de hombros, no quería discutir.
—Son como las esferas en que os encontramos —dijo Perry a Richard y Michael.
—¡No jodas!
—¡Por favor! —exclamó Suzanne enfadada— ,¡ya me estoy cansando de ese lenguaje!
—Siento haberla ofendido, majestad.
—Estos contenedores son parecidos, pero no iguales —se apresuró a explicar Arak, lo último que deseaba era tener un altercado en el centro de generación.
Suzanne se frenó en seco, mirando horrorizada una de las esferas, dentro se encontraba un niño que aparentaba por lo menos dos años.
—¿Por qué está este niño en la esfera?
—Es perfectamente normal.
—¿Normal? ¿A qué edad... salen? —preguntó, sin saber muy bien qué término emplear.
—Todavía usamos la palabra "nacer" —dijo Arak—, aunque el término más técnico es "emerger".
—Lo que sea, — Suzanne se estremeció viendo a aquel niño prisionero dentro del líquido de la esfera, le parecía algo demasiado frío, calculado y cruel—, ¿a qué edad se les libera?
—Por lo general no antes de los cuatro años, esperamos hasta que el cerebro ha madurado bastante para recibir la huella mental, tampoco queremos que se llene de estímulos naturales no organizados, por lo menos no más de lo necesario.
Suzanne miró a Perry.
—¡Venid! —llamó Sufa—, tenemos una emergencia inminente, he intentado demoraría lo más posible, ¡deprisa!
Arak guió rápidamente al grupo a través de lo que llamó la sala de improntas, en dirección a la sala de emergencia, Suzanne vaciló en la puerta de la primera sala, abrumada por aquel espectáculo.
La sala era cuatro veces más pequeña que la de gestación, en lugar de esferas con embriones, estaba llena de tanques transparentes que albergaban niños de cuatro años de aspecto angelical, estaban suspendidos en fluidos, pero inmóviles, todavía tenían cordones umbilicales y placentas, a pesar de su avanzada edad.
—No sé si quiero ver esto —dijo Suzanne cuando Arak le indicó que pasara.
Los demás se reunieron en silencio y boquiabiertos en torno al primer tanque, el niño tenía la cabeza inmovilizada, como preparado para una operación cerebral, un retractor de párpados mantenía sus ojos abiertos, los ojos estaban inmovilizados con suturas limbicas, un aparato con forma de pistola disparaba unos rayos de luz que atravesaban el tanque transparente para alcanzar las dos pupilas del niño, los rayos destellaban en una rápida frecuencia alterna.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Perry, aquello parecía una tortura.
—Es completamente seguro e indoloro —aseguró Arak.
—Parece que le están disparando con una pistola de juguete—comentó Michael.
—Viniendo de una cultura tan violenta, es comprensible que pienses así, pero nada más lejos de la verdad, en este momento el niño está recibiendo la huella mental de un individuo cuya esencia estaba almacenada en la central de información, lo que estáis viendo es el proceso de recuperación.
Suzanne se acercó lentamente con la mano en la boca, se sentía como un niño pequeño en una película de miedo: temerosa de mirar pero incapaz de apartar la vista, aquello, pensó estremeciéndose, era un claro ejemplo de la tecnología llevada a limites demenciales.
—Como visteis en el centro de la muerte, sólo se tarda unos segundos en extraer la huella mental, pero implantarla es ya otra cuestión, porque tenemos que recurrir a una técnica primitiva y utilizar un l ser de baja energía, puesto que a nadie se le ha ocurrido todavía una vía de acceso mejor que la retina, claro que la retína sigue pareciendo la mejor vía, puesto que es una especie de ventana del cerebro, el sistema funciona, pero no es rápido, de hecho puede llevar hasta treinta días.
—¡Joder! —exclamó Richard—, ¿el pobre niño tiene que estar ahí atado un mes entero?
—Creedme, el niño no sufre en absoluto —insistió Arak.
—¿y qué pasa con su propia esencia? —preguntó Suzanne.
—En este mismo momento le estamos dando su esencia, junto con una extraordinaria base de conocimientos y experiencia.
—Arak sonrió con orgullo.
Suzanne asintió, pero no estaba de acuerdo con todo aquello, para ella aquel proceso era mera explotación, una especie de parasitismo: unir un alma vieja a un recién nacido inocente, la huella mental estaba poseyendo el cuerpo del niño.
—¡Deprisa, Arak! —llamó Sufa desde una puerta al otro extremo de la sala—, ¡os lo vais a perder!
—Vamos —dijo Arak—, es importante que veáis esto, es el producto acabado.
Suzanne se alegró de apartarse de la inquietante imagen del niño inmovilizado, se apresuró a seguir a Arak, sin querer mirar ningún otro tanque, Donald, Richard y Michael se demoraron, todavía fascinados por todo aquello, Michael alzó el dedo con intención de interrumpir el rayo l ser, Donald se lo apartó de un manotazo.
—¡Aquí no se toca nada!
—Si —dijo Richard echándose a reír—, no vaya a ser que el chaval se pierda la clase de piano.
—Esto es alucinante —dijo Michael, rodeando el tanque por si podía ver el cañón de la pistola láser.
—Mírale el lado bueno —replicó Richard—, es mucho mejor que ir al colegio, si es verdad que no duele, como dice Arak, yo lo habría preferido, odiaba el colegio.
Donald le miró con desdén.
—Ya se nota.
—¡Vamos! —llamó Arak desde la puerta—, tenéis que ver esto.
En la sala siguiente encontraron a Arak, Sufa, Suzanne y Perry en torno a una zona acolchada en la base de una rampa de acero inoxidable que salía de una pared, la parte superior estaba cerrada con dos puertas correderas, en el centro de la hondonada acolchada había una niña preciosa de unos cuatro años, vestida con el habitual atavío interterrano, era evidente que acababa de descender por la rampa, en la sala había varios clones.
—Bienvenidos —saludó Arak a Donald y los buceadores—, os presento a barloí —añadió, señalando a la niña,
—Hola, pequeñaja —dijo Richard poniendo voz chillona y tendiendo la mano para darle un pellizco en la mejilla.
—Por favor, —Barlot esquivó la mano de Richard—, es mejor no tocarme durante quince o veinte minutos, porque acabo de salir de la secadora, los nervios del tegumento tienen que adaptarse al entorno gaseoso.
Richard dio un respingo.
—Estos tres hombres son también invitados recién llegados de la superficie —explicó Arak.
—¡Vaya! Esto es toda una ocasión, ¡cinco visitantes de la superficie! me alegro de recibir este honor en mi día de emergencia.
—Estábamos dando la bienvenida a Barlot de vuelta al mundo físico.
Barlot asintió.
—Y es estupendo estar de vuelta, —se examinó las manitas, girándolas y luego estirándolas, luego se miró las piernas y movió los dedos de los pies—, parece un buen cuerpo, por lo menos de momento —añadió con una risita.
—A mí me parece un cuerpo soberbio —convino Sufa—, y tienes unos ojos azules preciosos, ¿tenias los ojos azules en tu último cuerpo?
—No, pero si en el cuerpo anterior, me gusta cambiar un poco, a veces dejo que el color de los ojos se seleccione al azar.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Suzanne, sabia que era una pregunta tonta, pero en aquellas circunstancias fue lo único que se le ocurrió decir, seguía sorprendida por el marcado contraste entre aquella voz pueril y el lenguaje de adulto que empleaba Barlot.
—Con hambre, más que nada, y estoy impaciente por volver a casa.
—¿Cuánto tiempo llevas en el almacén? —preguntó Perry—, si es que lo llamáis así.
—Lo llamamos "estar en memoria" —contestó Barlot—, y supongo que he estado durante seis años, por lo menos era el momento de espera que anunciaban cuando me extrajeron, pero para mi es como haber dormido una noche, cuando estamos en memoria nuestras esencias no están programadas para registrar el tiempo.
—¿Te duelen los ojos? —quiso saber Suzanne.
—En absoluto, supongo que lo dices por las hemorragias esclerales que sin duda tengo.
—Así es, —Barlot tenía los ojos totalmente rojos.
—Es por las suturas limbicas de fijación, seguramente me las acaban de quitar.
—¿Te acuerdas de haber estado en la pecera? —preguntó Michael.
Barlot río.
—Supongo que quieres decir el tanque de implante, pues no, mi primer recuerdo consciente en este cuerpo, y en todos mis cuerpos anteriores, es haberme despertado en la cinta transportadora de la secadora.
— no resulta estresante la experiencia de la extracción, memoria y recuperación? —quiso saber Suzanne.
Barlot se quedó un momento pensativa.
—No —contestó por fin—, lo único estresante es que ahora tendré que esperar a la pubertad para poder divertirme de verdad, —Arak, Sufa, Michael y Richard se echaron a reír.
—Esta es nuestra casa —anunció Sufa desde el aerotaxi en cuanto se abrió la puerta, señalando una estructura similar a los bungalows del palacio de visitantes, la única diferencia es que aquí no había grandes extensiones de césped, la zona estaba atestada de edificios similares.
—Arak y yo pensamos que sería instructivo para vosotros ver cómo vivimos, y tal vez os apetezca comer algo, ¿queréis entrar, o estáis demasiado cansados?
—Yo comería algo —dijo Richard ansioso.
—Me encantaría ver vuestra casa —terció Suzanne—, sois muy amables.
Donald se limitó a asentir con la cabeza.
—Yo me muero de hambre —aseguró Michael.
—Entonces está decidido, —Sufa bajó de la nave seguida de Arak y los demás.
El interior de la casa era blanco, de mármol y telas blancos y multitud de espejos, la sala principal, como en los bungalows de los visitantes, tenía una piscina que salía al exterior, había muy pocos muebles, la decoración se limitaba a varias holografías.
—Pasad, por favor.
—Se parece a mi apartamento de Ocean Beach —comentó Michael.
—¡Venga ya! —se burló Richard, dándole una palmada en la cabeza.
—¿Todas las casas de Interterra están abiertas al exterior? —Preguntó Perry,
—Desde luego, aunque parezca una ironía, nosotros que vivimos dentro de la tierra preferimos estar al aire libre.
—Entonces será muy difícil cerrar las casas con llave —observó Richard.
—En Interterra no hay nada cerrado con llave —contestó Sufa.
Arak y Sufa se echaron a reír.
—Perdonad —dijo Arak—, pero es que sois tan divertidos... nunca sabemos por dónde vais a salir, resulta muy estimulante.
—Debe de ser nuestro encantador primitivismo —apuntó Donald.
—Exacto.
—En Interterra no existe el robo —explicó Sufa—, porque hay de sobra para todo el mundo, además, nadie posee nada, la propiedad privada desapareció al principio de nuestra historia, los interterranos sólo utilizamos lo que necesitamos.
En cuanto se sentaron Sufa llamó a los clones obreros, que aparecieron de inmediato junto con uno de los animales que el grupo había visto desde el primer aerotaxi, de cerca tenía un aspecto todavía más extraño, con su curiosa mezcla de perro, gato y mono, nada más entrar en la sala, el animal salió disparado hacia los invitados.
—¡Sark! — gritó Arak —, ¡compórtate!
La mascota se detuvo obediente y se quedó contemplando con sus ojos de gato a los seres humanos secundarios con gran curiosidad, alzado sobre sus patas traseras, que parecían las de un mono, con cinco dedos, media casi un metro de altura, su nariz, como la de un perro, se agitaba al olfatear.
—¡Vaya bicho más raro! —comentó Richard.
—Es un homid —dijo Sufa—, un homid magnífico, ¿a qué es encantador?
—¡Ven aquí, Sark! —ordenó Arak—, no quiero que molestes a los invitados.
Sark se metió de inmediato detrás de Arak, que comenzó a rascarle la cabeza.
—Buen chico.
—Comida para los invitados —pidió Sufa a los clones obreros.
—Sark parece una mezcla de varios animales —dijo Michael.
—Es una forma de decirlo, Sark es una quimera desarrollada hace muchísimo tiempo, y donada desde entonces, es un animal notable, ¿os apetece ver alguno de sus trucos?
—Claro, —en opinión de Richard aquel animal era un experimento biológico fallido,
Arak indicó a Sark que saliera y pidió a Richard y Michael que le acompañaran fuera, una vez en el jardín, Arak se puso el palo de goma en la mano.
—Ya veréis, no os lo vais a creer.
—Si, ya veremos —replicó Richard con expresión escéptica, Arak se agachó y Sark cogió el palo muy excitado, emitiendo grititos como un mono, después de tomar impulso lo lanzó al otro extremo del jardín.
Arak se volvió hacia los buceadores.
—¡Menudo lanzamiento, eh!
—No está mal, sobre todo para un homid —admitió Michael.
Richard esbozó una sonrisa sardónica.
—Pues ahora veréis, esperad un momento.
Arak recogió el palo y volvió a dárselo a Sark, el animal volvió a lanzarlo, Arak corrió de nuevo a recogerlo.
—Increíble, ¿eh? Pues el muy bandido se podría pasar todo el día haciendo esto, cada vez que le traigo el palo, lo lanza.
Los dos buceadores se miraron, Michael puso los ojos en blanco y Richard contuvo una carcajada.
—¿Te apetece probar? —preguntó Arak, tendiéndole el palo a Richard.
—Creo que no, además, me muero de hambre.
—Entonces vamos a comer.
—Esto se pone cada vez más raro —susurró Richard a Michael al pasar por la piscina.
—Y que lo digas, no me extraña que no les importara que me llevara las copas anoche, aquí nada es de nadie, te digo que podríamos hacer una fortuna aquí abajo y nadie diría nada.
Además de la comida, los clones obreros habían puesto una mesa plegable rodeada de siete sillas, Sark volvió a subir a la silla de Arak, que comenzó a rascarle detrás de las orejas.
—Pues aquí es donde pasamos la mayor parte del tiempo—comentó Arak después de un silencio, cuando ya todos comían, notaba que sus invitados estaban un poco confusos después de los eventos del día—, ¿tenéis alguna pregunta?
—¿qué hacéis aquí? —dijo Suzanne, para darles conversación, prefería la charla intrascendente, antes de enfrentarse a las muchas cuestiones que le daban vueltas en la cabeza.
—Disfrutamos de nuestro cuerpo y nuestra mente, leemos mucho y vemos mucho entretenimiento holográfico.
—¿Es que aquí nadie trabaja? —preguntó Perry.
—Hacen lo que quieren, los trabajos menores, que son casi todos, los realizan los clones obreros, todas las tareas de regulación y monitorización están a cargo de la central de información, por lo tanto la gente es libre de hacer lo que le apetezca.
—¿Y a los clones obreros no les importa? ¿Nunca hacen huelga?
—¡Por supuesto que no! —contestó Arak con una sonrisa—, los clones son como... bueno, como vuestros animales domésticos, fueron creados con un aspecto parecido al de los seres humanos por razones estéticas, pero tienen el cerebro mucho más pequeño, sus funciones cerebrales son muy limitadas, de modo que sus necesidades e intereses son distintos, les encanta trabajar y servir.
—Eso me suena a explotación —anotó Perry.
—Supongo, pero para eso son las máquinas, igual que los coches en vuestra cultura, y no creo que penséis que estáis explotando a los coches, la analogía seria mejor si supusiéramos que vuestros automóviles tienen partes vivas, así como partes de maquinaria, y me imagino que si no utilizáis un coche, se estropea, lo mismo pasa con los clones obreros, no soportan estarse quietos, sin trabajo y dirección, se desaniman y se deprimen.
—Pero es que parecen tan humanos que a nosotros se nos hace incómodo —comentó Suzanne.
—No tenéis que olvidar que no lo son.
—¿Existen distintas clases de clones?
—Todos parecen iguales —contestó Arak—, pero hay clones sirvientes, obreros y de entretenimiento, machos y hembras, depende de la programación.
—Con vuestra tecnología, ¿por qué no utilizáis robots? —Preguntó Donald.
—Buena pregunta, hace mucho tiempo teníamos androides, pero las máquinas tienden a romperse, y hay que arreglarías, de modo que necesitábamos androides para arreglar a los androides y así hasta el infinito, era una tontería, hasta que no aprendimos a mezclar lo biológico con lo mecánico no pudimos solucionar el problema, el resultado de estas investigaciones fueron los clones obreros, muy superiores a cualquier androide, pueden cuidar de sí mismos, hasta el punto de repararse y reproducirse para que su población permanezca constante.
El grupo terminó de comer en silencio.
—Tal vez es hora de llevaros de vuelta a vuestros aposentos, necesitáis tiempo para asimilar lo que habéis visto, además, no queremos abrumaros el primer día, siempre hay un mañana—dijo Sufa con una sonrisa.
—Es verdad que necesitamos tiempo —replicó Suzanne—, de hecho ya estoy un poco sobrecargada, sin duda ha sido el día más increíble y desconcertante de mi vida.
Michael vaciló a la puerta de su bungalow, Richard estaba detrás de él.
—¿Tú qué crees que vamos a encontrar?
—¡Joder! ¿Y cómo lo voy a saber hasta que no abras de una puta vez? —le espetó Richard.
Michael abrió la puerta y ambos miraron en torno a la habitación.
—¿Tú crees que ha venido alguien? —preguntó Michael nervioso.
Richard miró al techo.
—¿Tú qué crees, imbécil? la cama está hecha y todo está recogido, mira, incluso han ordenado los platos y las copas que te trajiste de la fiesta.
—Tal vez hayan sido los clones.
—Es posible.
—¿Tú crees que el cuerpo seguirá donde lo dejamos?
—Sí no miramos no lo sabremos.
—Está bien.
—¡Espera! —Richard lo agarró del brazo—, primero veamos si hay moros en la costa.
Richard se acercó a la piscina y miró alrededor, no había nadie.
—Muy bien, vamos allá.
Michael se acercó a los armarios frente a la cama.
—¡Bebidas, por favor! —ordenó, la nevera se abrió, estaba llena de comida y bebida.
—Parece que está como la dejamos.
—Menos mal.
Michael apartó varios compartimientos hasta dejar al descubierto la pálida cara de Sart, sus ojos sin vida le miraban acusadores, Michael cerró la puerta de golpe, Sart era el primer muerto que veía, aparte de su abuelo, pero su abuelo yacía en un ataúd vestido de esmoquin, y además murió a los noventa y cuatro años.
—Bueno, es un alivio —comentó Richard.
—De momento, pero eso no significa que no vayan a encontrarlo esta noche o mañana, ¿no seria mejor enterrarlo ahí fuera?
—¿Y con qué quieres cavar el hoyo, con cucharillas?
—¿Y por qué no lo metemos en tu nevera? A mí me asusta tenerlo aquí.
—No nos arriesgaremos a sacarlo —afirmó Richard—, el fiambre se queda donde está.
—Pues entonces te cambio el bungalow, al fin y al cabo el que lo mató fuiste tú.
Richard le miró entornando los ojos con aire amenazador.
—Ya lo hemos hablado, estamos juntos en esto, o sea que punto final.
—¿Y si se lo decimos a Fuller?
—No, he cambiado de opinión.
—¿Por qué?
—Porque ese gilipollas tampoco sabría qué hacer con el cadáver, además, no creo que tengamos que preocuparnos tanto, ¡si ni siquiera han preguntado por el chaval en todo el día! Por otra parte, Arak nos comentó que aquí no tienen cárceles.
—Ya, pero eso es porque no existe el robo —saltó Michael—, Arak no dijo nada de asesinatos, y con todo lo que nos han enseñado hoy sobre la extracción mental, me da en la nariz que esto no les va a gustar nada, a lo peor nos reciclan, como a Reesta.
—¡Tranquilo, tío!
—¿Cómo quieres que me tranquilice con un cadáver en mí nevera, coño? —gritó Michael.
—¡Cállate, joder! —le espetó Richard—, que te va a oír todo el mundo —añadió en voz más baja—, contrólate un poco, lo primero es salir de aquí a toda pastilla, mientras tanto, Sart se queda en la nevera, que además así no empezará a apestar, si alguien husmea por aquí o empieza a preguntar por él, ya pensaremos en moverlo, ¿de acuerdo?
—Está bien —concedió Michael sin mucho entusiasmo.
El techo de la caverna subterránea se oscureció poco a poco, imitando un atardecer, Suzanne y Perry contemplaban maravillados las pseudo estrellas que comenzaban a titilar, Donald, tan malhumorado como siempre, miraba taciturno las sombras entre los matorrales, se encontraban los tres en el césped, a unos doce metros del comedor, dentro los clones obreros ponían la mesa, Richard y Michael ya se habían sentado, ansiosos por comer.
—Esto es increíble —comentó Suzanne.
—¿El qué, las estrellas bioluminiscentes?
—Todo, incluyendo las estrellas.
Acababa de salir de su bungalow, donde se había dado un baño en la piscina e incluso había intentado dormir una siesta, aunque le había resultado imposible, tenía demasiadas cosas en la cabeza.
—Hay varias cosas sorprendentes —admitió Donald.
—No se me ocurre nada que no lo sea, —Suzanne miró hacia el pabellón donde se había celebrado la fiesta la noche anterior—, para empezar, el hecho de que este paraíso esté enterrado bajo el mar, tiene gracia que se me ocurriera mencionar viaje al centro de la tierra de Julio Verne cuando bajamos con el submarino, porque ahí es donde hemos terminado.
Perry se echó a reír.
—Sí, muy apropiado.
—Y alucinante, sobre todo ahora que parece que todo lo que Arak y Sufa nos han dicho es verdad, por fantástico que suene.
—Sí, es difícil negar la tecnología que estamos viendo, estoy deseando conocer más detalles, como la biomecánica de los clones obreros o el secreto de los aerotaxis, con la patente de cualquiera de estas cosas nos haríamos multimillonarios, ¿y el turismo? ¿Te imaginas la demanda que habría para venir aquí abajo?
—Perry rió de nuevo—, de cualquier forma la Benthix Marine se va a convertir en el Microsoft del nuevo siglo.
—Las revelaciones de Arak son extraordinarias —convino Donald de mala gana—, pero estáis tan alucinados que habéis pasado por alto un par de lagunas.
—¿Cómo qué? —preguntó Perry.
—A ver si dejáis de verlo todo de color rosa, por lo que a mí respecta, todavía no se ha hablado de la cuestión más importante: ¿qué estamos haciendo aquí? a nosotros no nos salvaron del naufragio de una goleta, como a los Black, a nosotros nos succionaron a propósito por lo que llaman su puerto de salida, y me gustaría saber el motivo.
—Es verdad —dijo Suzanne, pensativa de pronto—, con todas las emociones se me ha olvidado que al fin y al cabo somos víctimas de un secuestro.
—Pero nos están tratando muy bien —terció Perry.
—De momento —replicó Donald—, pero como ya he dicho antes, la situación podría cambiar en cualquier instante, no creo que os deis cuenta de lo vulnerables que somos.
—Sé muy bien que somos muy vulnerables, —Perry estaba levemente irritado—, qué demonios, con lo avanzada que está esta gente, podrían librarse de nosotros en un segundo, Arak ha hablado de viajes interplanetarios e incluso intergalácticos, pero les caemos bien, yo lo tengo muy claro, y creo que deberíamos estar un poco más agradecidos y menos paranoicos.
—¡Que les caemos bien! —se burló Donald—, para ellos somos pura diversión, ¿cuántas veces nos lo han dicho? encuentran encantador nuestro primitivismo, como si fuéramos mascotas, estoy harto de que se rían de mí.
—No nos tratarían tan bien si no les gustáramos —insistió Perry.
—Mira que eres ingenuo, te niegas a admitir que somos prisioneros a todos los efectos, nos han secuestrado a la fuerza y nos han manipulado en el centro de descontaminación, nos han traído aquí por alguna razón que todavía no nos han dicho.
Suzanne asintió con la cabeza, recordaba que Arak había dado a entender, el día anterior, que estaban esperando su llegada, en aquel momento le inquietó la idea pero, distraída con todos los acontecimientos, lo había olvidado.
—Tal vez necesiten nuestros servicios —apuntó Perry.
—¿Para qué?
—Bueno, a lo mejor se están tomando tantas molestias por enseñárnoslo todo para prepararnos para ser sus representantes.
—A Perry cada vez le gustaba más su idea—, tal vez hayan decidido que es el momento de ponerse en contacto con nuestro mundo, y quieren que seamos sus embajadores, y francamente, yo creo que podríamos hacer un buen trabajo, sobre todo a través de la Benthix Marine.
—¡Embajadores! —exclamó Suzanne—, ¡muy interesante! a ellos no les gusta adaptarse a nuestra atmósfera porque no son inmunes a nuestros virus y bacterias, y tampoco quieren pasar por el proceso de descontaminación necesario para volver a Interterra.
—Exacto, si nosotros fuéramos sus representantes, ellos no tendrían que moverse de aquí.
—¿Embajadores? ¡Por dios! —masculló Donald, alzando las manos exasperado.
—¿Y ahora qué pasa? —Perry se estaba enfadando de nuevo, Donald comenzaba a irritarle.
—Ya sabia que erais unos optimistas, pero esto de ser embajadores es ya el colmo.
—Pues a mí me parece muy razonable —insistió Perry.
—Escucha, señor presidente de la Benthix Marine, estos interterranos no piensan dejarnos marchar, y si no fueras tan ingenuo lo comprenderías.
Suzanne y Perry guardaron silencio, aquel era un tema en el que no querían pensar, y mucho menos discutir.
—¿Crees que piensan tenernos aquí para siempre? —preguntó Suzanne por fin, era cierto que ni Arak ni Sufa habían mencionado su posible vuelta al barco.
—Así es, no creo que nos dejen marchar.
—Pero ¿por qué? —terció Perry con voz suplicante.
—Es lo lógico, esta gente ha evitado durante miles de años que detectemos Interterra, ¿cómo nos iban a dejar marchar, sabiendo lo que sabemos?
—Dios mío —susurró Suzanne.
—¿Tú crees que Donald tiene razón?
—Me temo que su postura tiene lógica, la contaminación debe de preocuparles tanto ahora como en el pasado, y todavía deberían estar más inquietos con nuestra avanzada tecnología, puede que les divierta nuestro primitivismo, pero me temo que les aterra la violencia de nuestra cultura.
—Pero siempre se refieren a nosotros como "invitados" —protestó Perry—, nos alojan en el palacio de invitados, y los invitados no se quedan para siempre, además — añadió sin pensar—, yo no puedo quedarme aquí para siempre, tengo una familia, ya es bastante que ni siquiera haya podido avisarles que me encuentro bien.
—Ese es otro punto —observó Donald—, saben mucho de nosotros, saben de nuestras familias, con toda su tecnología nos podrían haber ofrecido la oportunidad de comunicar a nuestros seres queridos que no hemos muerto, pero no lo han hecho, lo cual, yo creo, demuestra que tienen intenciones de retenernos aquí.
—En eso tienes razón —suspiró Suzanne—, justo hace un momento anhelaba un teléfono para llamar a mi hermano, es la única persona que me echará de menos.
—¿No tienes más familia?
—No, perdí a mis padres hace años, y todavía no me he casado.
—Yo tengo mujer y tres hijos —dijo Donald—, claro que eso no significa gran cosa para los interterranos, para ellos el concepto de paternidad es una cosa muy anticuada.
—¡Mierda! —exclamó Perry—, ¿qué vamos a hacer? Tenemos que salir de aquí, ¡tiene que haber alguna manera!
—¡Eh, vosotros! —les llamó Michael desde el comedor—, ¡la cena está lista!
—Por desgracia son ellos los que tienen la sartén por el mango—prosiguió Donald sin hacer caso a Michael, que volvió al comedor—, de momento no podemos hacer nada aparte de tener los ojos bien abiertos.
—Lo cual significa aprovecharnos de su hospitalidad.
—Hasta cierto punto, a mí nunca me ha gustado confraternizar con el enemigo.
—Eso es lo que me desconcierta, que no se comportan como enemigos, son tan corteses y pacíficos, no me los imagino haciendo daño a nadie.
—¡A mi me han separado de mi familia! —replicó Perry, y eso ya es hacerme daño.
—No desde su punto de vista —explicó Donald—, aquí la reproducción se realiza mecánicamente, y niños de cuatro años reciben la mente y personalidad de los adultos, aquí no hay familias, y es posible que no entiendan lo que eso significa para nosotros.
—¿Pero qué demonios hacéis ahí a oscuras? — gritó Michael de nuevo—, los clones obreros os están esperando, ¿no vais a comer?
—Yo tengo hambre —dijo Suzanne.
—Yo creo que no, después de esta conversación.
De todas formas echaron a andar hacia la luz.
—Tiene que haber algo que podamos hacer —insistió Perry.
—Sí, evitar ofenderles —opinó Donald—, podría ser vital.
—¿y con qué podríamos ofenderles?
—No hablo de nosotros, sino de esos idiotas, los buceadores.
—¿Por qué no hablamos con ellos directamente? ¿Por qué no le preguntamos a Arak cuándo nos van a dejar marchar? Así lo sabríamos con seguridad.
—Podría ser arriesgado, creo que no deberíamos demostrar interés en marcharnos, porque cabe el peligro de que limiten nuestras libertades, de momento, teóricamente, podemos llamar a un taxi con nuestros comunicadores e ir y venir, no quiero perder ese privilegio, porque podría hacernos falta si tenemos alguna ocasión de salir de aquí.
—Sí, también en eso tienes razón —convino Suzanne—, pero no veo por qué no podemos preguntar para qué nos han traído, tal vez la respuesta nos indique si piensan o no tenernos aquí para siempre.
—No es mala idea —reconoció Donald—, pero deberíamos preguntarlo sin mostrar ninguna ansiedad, yo mismo sacaré el tema mañana, en la sesión que tenemos con Arak.
—Muy bien, ¿tú qué opinas, Perry?
—Ya no sé qué pensar.
—¡Venga, daos prisa! —les espetó Michael en cuanto entraron al comedor—, este gilipollas de clon no nos deja tocar nada hasta que no estemos todos, y es más fuerte que un toro.
El clon se encontraba junto a la mesa central, con las manos sobre las cubiertas de las fuentes de comida.
—¿Y cómo sabes que nos estaba esperando a nosotros? —Preguntó Suzanne.
—Bueno, no es seguro, puesto que el tío no habla, pero era lo que suponíamos, me muero de hambre.
En cuanto todos se sentaron, el clon obrero destapó las fuentes.
—¡Bingo! —exclamó Richard.
Guardaron silencio un rato, Richard y Michael estaban demasiado ocupados comiendo, los demás absortos en sus propios pensamientos.
—¿Qué hacíais ahí fuera? —preguntó Richard, después de eructar—, ¿preparando algún funeral? estáis serios como alcachofas.
Nadie contestó.
—Vaya, qué alegría —masculló el buceador.
—Por lo menos nosotros sabemos comportarnos —le espetó Donald.
—Que te den morcilla.
—¿Sabéis? —terció Suzanne—, esto me parece de lo más irónico.
—¿El qué? ¿Los modales de Richard? —preguntó Michael con una carcajada.
—No, nuestras reacciones.
—¿Qué quieres decir?
—Pensad lo que tenemos aquí, es como estar en el cielo, aunque no nos encontremos entre las nubes, aquí tenemos todo lo que podríamos desear: juventud, belleza, inmortalidad, bienes materiales,,, es un auténtico paraíso.
—Lo de la belleza es cierto, ¿eh, Mikey? —dijo Richard.
—¿Y qué es lo irónico?
—Pues que estemos tan preocupados ante la posibilidad de quedarnos aquí para siempre, todo el mundo sueña con el paraíso, y a nosotros nos preocupa no podernos marchar.
—¿Cómo que no...? —exclamó Richard.
—A mí no me parece nada irónico —aseguró Donald—, tuviera aquí a mi familia sería otra cosa, además, no me gusta que me obliguen a nada, quizá os parezca una tontería, pero valoro en mucho mi libertad.
Pero vamos a irnos, ¿no? —insistió Richard.
—Según Donald, no.
—¡Pero qué dices!
—¿Tienes mucha prisa por marcharte del paraíso de Suzanne?
—Eh, que yo lo he dicho en general, no como algo personal—protestó ella—, la verdad es que no me ha gustado nada ver cómo consiguen la inmortalidad.
—No sé de qué estáis hablando, pero yo quiero largarme de aquí lo antes posible.
—Yo también —dijo Michael.
De pronto sonó una campanilla que no habían oído antes, todos se miraron sorprendidos, pero antes de que nadie pudiera hablar, se abrió la puerta y aparecieron Mura, Meeta, palenque y Karena, todas muy animadas, Mura se acercó a Michael, tendiéndole la palma de la mano en el habitual saludo interterrano, luego se sentó en el borde de su silla, Meeta, palenque y Karena se dirigieron hacia Richard, que se levantó de un brinco,
—¡Nenas, habéis vuelto! —loco las palmas de las tres y las abrazó con entusiasmo, las mujeres saludaron con un gesto a Suzanne, Perry y Donald, pero volcaron sus atenciones en Richard, que se derretía de placer, al cabo de un momento le dijeron que estaban deseando darse un baño en su bungalow.
—Claro, —Richard hizo un guiño a Donald antes de salir con su pequeño harén.
—¡Vamos! —dijo Mura a Michael—, vamos nosotros también, te he traído un regalo.
—¿Qué es?
—Un bote de caldorfina, me han dicho que te gusta.
—¿Que me gusta? ¡Me encanta!
En ese instante volvió a sonar la campanilla, esta vez anunciando la llegada de luna y Garona.
—¡Suzanne! —exclamó Garona mientras le tocaba la palma de la mano—, estaba deseando que llegara la noche, para volverla a pasar contigo.
—Perry, amor mio —dijo luna efusiva—, ha sido un día muy largo, espero que no fuera muy estresante para ti.
Ni Suzanne ni Perry sabían si sentirse mortificados o encantados, sobre todo cuando los saludaban con tanto cariño, ambos balbucearon respuestas ininteligibles y se dejaron llevar.
—Supongo que nos vamos —dijo Suzanne a Donald mientras Garona la arrastraba juguetón hacia el extremo abierto de la sala.
Donald les hizo un gesto, pero no dijo nada, al cabo de un momento se encontraba a solas con los mudos clones obreros.
Michael no recordaba haber estado tan excitado en su vida, claro que ninguna mujer tan hermosa y deseable se había interesado nunca por él, iban hacia el bungalow dando brincos y vueltas por el césped, su pelo largo ondeando al viento era una imagen embriagadora, y Michael habría seguido dando vueltas durante horas de no haber intervenido su oído interno.
Por fin se detuvo mareado, aunque el entorno seguía girando alrededor, se tambaleó, incapaz de mantener el equilibrio, y cayó hecho un guiñapo, Mura se dejó caer con él, los dos se reían como locos, por fin se levantaron con las piernas trémulas y echaron a correr hacia el bungalow, llegaron sin aliento.
—Bueno, —Michael respiró hondo, todavía un poco mareado, sólo con mirar a Mura temblaba de deseo—, ¿qué quieres que hagamos primero? ¿Te apetece un baño?
Mura le miró provocativamente.
—No, ahora no me apetece nadar, anoche estabas demasiado cansado para intimar y me echaste antes de que pudiera hacerte feliz.
—Eso no es verdad, estaba muy feliz.
—Ah, ¿es que Sart te hizo feliz?
—¡Qué dices! — gritó Michael a la defensiva—, ¿qué significa eso?
—No te enfades, —Mura se había quedado perpleja ante su reacción—, no significa nada, además, está bien obtener placer de ambos sexos.
—Pues para mi no está bien, ¡de ninguna manera!
—Michael, por favor, cálmate, ¿por qué te pones así?
—¡No me pongo de ninguna manera!
—¿Hizo Sart algo para enfadarte?
—No —respondió él nervioso.
—Pues estás enfadado por algo, ¿se quedó Sart toda la noche? hoy no lo he visto.
—¡No! ¡No! Se marchó justo después de ti, Richard le pidió disculpas por haberse puesto furioso y ya está, se marchó enseguida, un chaval muy simpático.
—¿Por qué se enfadó Richard con él?
—¡y yo qué sé! ¿Vamos a estar hablando de Sart toda la noche? Pensaba que habías venido a verme a mí.
—Claro que sí, —Mura le acarició el pecho y notó que tenía el corazón acelerado—, has debido de pasar un día agotador, tienes que relajarte, y yo sé muy bien como.
—¿Cómo?
—Túmbate en la cama y te daré un masaje.
—Eso ya me gusta más.
—Y cuando estés más tranquilo presionaremos las palmas con la caldorfina.
—Genial, preciosa, vamos a ello.
—Vale, ahora mismo vuelvo.
Mientras Michael se tumbaba en la cama, Mura se acercaba a la nevera para sacar algo de beber, dio la orden directamente en el receptor, para no molestar a Michael con su voz, Mura sabia que estaba tenso y necesitaba toda su consideración, sabia por experiencia que los seres humanos de segunda generación se enfurecían por las cosas más raras.
—¡Vaya! —exclamó, sorprendida al ver la nevera tan llena—, ¿pero qué tienes aquí?
Después de la discusión sobre Sart, la pasión de Michael se había apagado considerablemente, en lugar de fantasear allí tumbado, no hacía más que pensar en lo que habían hablado durante la cena, cabía la posibilidad de tener que quedarse para siempre en Interterra, estaba tan sumido en sus pensamientos que no se enteró del comentario de Mura, sólo cuando oyó el ruido de los compartimientos al caer al suelo, seguido de una exclamación, se acordó del cuerpo de Sart, pero ya era demasiado tarde.
—¡Mierda! —Michael se levantó de un brinco, Mura estaba paralizada tapándose la boca con expresión de horror.
El rostro congelado y pálido de Sart aparecía grotescamente enmarcado por la comida y la bebida, Michael se apresuró a abrazar a Mura, que se dejó caer contra él, a punto de desplomarse al suelo.
—¡Escucha! ¡Escucha! ¡Puedo explicarlo!
Mura tendió una mano temblorosa para tocar la mejilla de Sart, estaba dura como la madera y fría como el hielo.
—¡Oh, no! —Mura se llevó las manos a la cara y se estremeció, cuando Michael intentó abrazarla de nuevo, ella lo apartó a un lado para seguir mirando el rostro de Sart, aunque era una visión horrible, no podía apartar los ojos de él.
Michael se agachó para recoger frenético los objetos caídos y volvió a meterlos en la nevera, ocultando de nuevo el rostro del muchacho.
—Tienes que calmarte.
—¿Qué ha pasado con su esencia? —la sangre había vuelto a su rostro, tiñendo sus mejillas de rojo, la conmoción y el horror estaban dando paso a la furia.
—Fue un accidente, se cayó y se golpeó en la cabeza, —Michael tendió la mano hacia ella, pero Mura se apartó.
—¿Pero y su esencia? —preguntó de nuevo, aunque en el fondo ya sabia la horrible verdad.
—¡Está muerto, joder!
—¡Su esencia se ha perdido! —ahora la furia se convertía en dolor, sus ojos esmeralda se llenaron de lágrimas.
—Escucha —comenzó Michael, entre solicito e irritado—, por desgracia el chaval está muerto, fue un accidente, tienes que tranquilizarte.
Mura rompió en sollozos al comprender la magnitud de la tragedia.
—Tengo que decírselo a los ancianos.
—¡No, espera! —exclamó Michael frenético, apresurándose a cortarle el paso—, ¡escúchame! —insistió, agarrándola.
—¡suéltame! Tengo que informar de esta desgracia.
—No, tenemos que hablar, —Michael la sujetó con más fuerza.
—¡Suéltame!
—¡Calla! —Michael le dio una bofetada, esperando sacarla de su histeria.
Pero en vez de eso, Mura lanzó un grito ensordecedor, asustado, Michael le tapó la boca con la mano, pero ella, una mujer alta y fuerte, logró zafarse y gritó de nuevo, Michael le tapó de nuevo la boca con cierta dificultad, pero por mucho que se esforzaba no había forma de acallaría, por fin la arrastró hasta la piscina y se tiró con ella al agua, tampoco así consiguió poner fin a sus gritos, hasta que le hundió la cabeza.
Ella siguió debatiéndose, y cuando Michael la dejó salir para tomar aire, lanzó otro de sus penetrantes gritos, esta vez Michael le mantuvo la cabeza bajo el agua hasta que dejó de debatirse.
Poco a poco fue apartando las manos, temeroso de que ella emergiera para gritar de nuevo, pero su cuerpo quedó yerto en el agua, con la cabeza hundida.
Michael la sacó de la piscina, de la boca y la nariz rezumaba una mezcla espumosa de moco y saliva, estaba muerta, Michael se estremeció, le castañeteaban los dientes, había matado a una persona... una persona que le importaba,
Se quedó inmóvil unos momentos, sin saber si alguien había oído los gritos de Mura, pero todo estaba en silencio, por fin, presa del pánico, la arrastró hasta la cama y la cubrió con la colcha, luego salió disparado,
El bungalow de Richard estaba a unos cincuenta metros de distancia, y Michael llegó en segundos.
—¡Largo de aquí! — gritó Richard al oír los golpes en la puerta.
—Richard, soy yo.
—¡Me da igual quién sea! estoy ocupado.
—No puedo esperar, Richie, tenemos que hablar.
En el interior se oyó una sarta de improperios, al cabo de un momento la puerta se abrió.
—Más vale que sea importante —gruñó Richard, totalmente desnudo.
—Tenemos un problema.
—Y estás a punto de tener otro, —de pronto se dio cuenta de que Michael estaba chorreando—, ¿qué haces bañándote con la ropa puesta?
—Vamos a mi bungalow.
Notando la ansiedad de su amigo, Richard se volvió para asegurarse de que las mujeres no podían oírles,
—¿Tiene algo que ver con Sart?
—Por desgracia, sí.
—¿Dónde está Mura?
—Ella es precisamente el problema, vio el cuerpo.
—¡Joder! ¿Y cómo está?
—Se puso histérica, tienes que venir.
—Está bien, cálmate, se puso a chillar, ¿no?
—Te lo estoy diciendo, se volvió loca, ¡ven de una puta vez!
—Vale, vale, no grites, voy ahora mismo, primero tengo que deshacerme de las chicas.
Michael asintió mientras Richard le cerraba la puerta en las narices, luego volvió a su casa, se puso ropa seca y empezó a pasearse esperando a Richard.
El buceador llegó en menos de cinco minutos y nada más entrar escudriñó la sala, todo parecía tranquilo, esperaba encontrarse a Mura llorando inconsolable en la cama, pero no se la veía por ninguna parte.
—¿Dónde está? ¿En el baño?
Michael se acercó a la cama y con las manos temblorosas abrió la colcha para dejar al descubierto el cad ver, la piel de Mura, tan perfecta y tersa, comenzaba a amoratarse y la espuma que le salía de la nariz y la boca se estaba tiñendo de rojo.
—¿Pero qué coño...? —Richard se arrodilló para buscarle el pulso en la carótida, cuando se levantó estaba demudado—, ¡está muerta, puta mierda!
—Abrió la nevera y vio el cuerpo de Sart.
—¡Así, eso ya lo sé! ¿Pero por qué coño la mataste?
—Ya te lo he dicho, se puso como loca, estaba chillando como una posesa y me dio miedo que despertara a toda la ciudad.
—¿Y por qué cojones dejaste que abriera la nevera?
—Me despisté un segundo.
—Pues tenias que haber ido con más cuidado, so imbécil de mierda.
—Te dije que no quería tener aquí el cadáver, tenía que haber estado en tu nevera, no en la mía.
—Está bien, tranquilízate, tenemos que pensar.
—En mí nevera ya no hay sitio, así que tiene que ir en la tuya.
A Richard no le hacía ninguna gracia arrastrar el cadáver hasta su bungalow, pero no se le ocurrió ninguna otra idea, y sabía que tenían que actuar con rapidez, si encontraban a Mura, descubrirían también a Sart.
—Está bien —admitió de mala gana—, terminemos con este desaguisado de una vez.
Envolvieron a Mura en la colcha y, sujetándola por la cabeza y los pies, la llevaron hasta el bungalow de Richard, tuvieron problemas para pasarla por la puerta, que era bastante estrecha.
—Joder, llevar un cadáver es como transportar un colchón, es más difícil de lo que parece.
—Porque es un peso muerto —dijo Richard sin pensar, aunque enseguida se estremeció por el doble significado de la frase.
Soltaron el cadáver en el suelo y, mientras Michael le quitaba la colcha, Richard fue a vaciar la nevera, puesto que ya tenía experiencia, sabia qué hacer.
—Echame una mano.
Por fin metieron a Mura en la nevera, era más alta y pesada que Sart de modo que les costó más trabajo, al final tuvieron que dejar varios compartimientos fuera porque no cabían.
Una vez cerrada la puerta, Richard se enderezo.
—Esta mierda se tiene que acabar.
—¿El qué?
—Esto de irnos cargando a los interterranos, ya no nos quedan más neveras.
—Muy gracioso.
—Oye, no me provoques.
—Ahora si que tenemos que salir de Interterra cagando hostias, con dos cadáveres en la nevera nos descubrirán.
—Eso tenias que haberlo pensado antes, mamón.
—¡Ya te he dicho que no tuve opción! ¡Yo no quería cargármela, pero es que la muy zorra no cerraba la boca!
—¡No grites! tienes razón, hay que largarse de aquí, la única ventaja que tenemos es que el imbécil del almirante piensa lo mismo.
Suzanne no recordaba la última vez que había nadado desnuda, la sensación era de lo más agradable, y aunque todavía se sentía algo tímida, sobre todo con el cuerpo tan perfecto de Garona, tampoco estaba tan tensa como había temido, probablemente era porque Garona la hacia sentirse querida y aceptada tal como era, a pesar de sus imperfecciones físicas.
Al llegar al extremo de la piscina dio media vuelta y echó a nadar hacia el otro lado, donde se encontraba Garona sentado en el borde con los pies en el agua, le cogió por los tobillos y consiguió tirarlo al agua, ambos se sumergieron y se abrazaron.
Al cabo de un rato, cansados de jugar, salieron de la piscina, con la suave brisa que entraba por el lado abierto de la sala, Suzanne notó que se le ponía piel de gallina.
—Me alegro de que hayas venido —dijo,
—Yo también —respondió Garona—, llevaba todo el día esperando este momento.
—No sabia si ibas a volver, bueno, la verdad es que estaba preocupada, anoche me porté de forma muy inmadura.
—¿Por qué lo dices?
—Porque debería haber tomado una decisión más clara, o bien no debería haber dejado que te quedaras, pero no hice ni una cosa ni la otra.
—Yo me lo pasé muy bien, nuestra relación no tenía ningún propósito en concreto, se trataba sólo de estar juntos.
Suzanne le miró en silencio, lamentando que hubiera hecho falta viajar a un mundo mítico y surreal para encontrar un hombre tan sensible, generoso y guapo, pero cuando pensó en llevárselo con ella a la superficie, recordó sobresaltada que no sabía si ella misma podría volver.
—Garona, ¿tú sabes por qué nos han traído a Interterra?
Garona suspiró.
—Lo siento, pero no puedo interferir con Arak, tu grupo esta a cargo de él,
—¿Y contestar a mi pregunta sería interferir?
—Así es, por favor, no me pongas en un aprieto, yo quiero ser sincero y abierto contigo, pero sobre ese tema no puedo decir nada, y me molesta tenerte que negar algo.
Suzanne leyó la sinceridad en su rostro.
—Siento haberlo preguntado, —alzó la mano y se frotaron las palmas, Suzanne sonrío contenta: se estaba acostumbrando a aquel abrazo interterrano.
—¿Qué tal lo está haciendo Arak con su introducción? —Preguntó Garona.
—Yo diría que muy bien, Sufa y él son dos anfitriones modélicos.
—Naturalmente, pero han tenido mucha suerte de conseguir un grupo tan interesante, me han dicho que ya os han llevado a la ciudad, ¿lo pasasteis bien?
—Ha sido fascinante, visitamos el centro de la muerte y el de generación, así como la casa de Arak y Sufa.
—Estáis progresando muy deprisa, nunca había oído que un grupo de segunda generación avanzara tan rápido, ¿qué te parece todo lo que has visto? debe de resultarte extraordinario.
—¿Extraordinario? Yo diría más bien increíble.
—¿Has visto algo que te inquietara?
Suzanne reflexiono un momento, no sabia si Garona quería una respuesta sincera o una mentira cortés, finalmente se decidió por la honestidad.
—Pues sí, ya que lo preguntas, —y le explicó lo que había sentido al ver el proceso de implantación,
Garona asintió.
—Comprendo tu punto de vista, es consecuencia natural de tus raíces judeocristianas, que valoran en tanto al individuo, pero te aseguro que nosotros también le valoramos, la esencia del niño no se ignora, sino que se añade a la esencia implantada, es un proceso beneficioso para ambas esencias, una verdadera simbiosis.
—¿Pero cómo puede competir la esencia de un recién nacido con la de un adulto?
—No se trata de competir, ambas esencias se benefician, aunque evidentemente la del niño es la más beneficiada, yo he pasado por ese proceso en incontables ocasiones, y te aseguro que siempre me ha influido en gran medida la esencia de cada cuerpo.
—Eso parece más bien una racionalización, pero intentaré ver las cosas con amplitud de miras.
—Espero que así sea, estoy seguro de que Arak piensa comentar de nuevo este tema en las sesiones didácticas, recuerda que la salida de hoy no era para explicaros las cosas en detalle, sino para acabar con el escepticismo que suelen sentir al principio todos los visitantes.
—Si, ya lo sé, pero también es verdad que tiendo a olvidarlo, gracias por recordármelo.
—De nada.
—Eres un hombre muy atractivo y sensible, Garona, es un placer estar contigo, — Suzanne pensó lo que seria pasear con él por la playa en Malibú, eso era algo que no había en Interterra: el mar, y, como oceanógrafa, el mar era muy importante en su vida.
—Y tú eres una mujer muy hermosa, y extraordinariamente divertida.
—Gracias a mi encantador primitivismo, —sabia que Garona intentaba hacerle un cumplido, pero habría preferido que no la calificara de "divertida", sobre todo después de las quejas de Donald.
—Si, tu primitivismo es muy atractivo.
Suzanne acarició la idea de explicar a Garona lo que sentía cuando la llamaba "primitiva", pero se lo pensó mejor, en esa etapa de su relación quería ser positiva.
—Quiero que sepas una cosa sobre mí —dijo por fin.
—Dime.
—Quiero que sepas que no tengo otro amante, tenía uno, pero la relación terminó.
—No importa, lo único que importa es que estás aquí en este momento.
—A mi si me importa —replicó Suzanne, algo dolida—, me importa mucho.
El segundo día en Interterra comenzó como el primero, Perry y Suzanne se mostraron evasivos el uno con el otro con respecto a la noche anterior y a la vez ansiosos por ver lo que les traía el nuevo día, Donald parecía menos entusiasmado y bastante taciturno, Richard y Michael estaban tensos y silenciosos, y sólo hablaban de salir de allí, Donald tuvo que acallarlos cuando llegó Arak.
Una vez reunidos en la misma sala del día anterior, Arak y Sufa comenzaron una sesión educativa que duró varias horas y que consistió principalmente en una charla científica sobre la energía geotérmica empleada en Interterra; el mantenimiento del clima, incluyendo los mecanismos utilizados para generar lluvias nocturnas; el empleo de la tecnología bioluminiscente para crear la iluminación interior y exterior; la gestión del agua, oxigeno y dióxido de carbono, y el crecimiento hidropónico de plantas fotosintéticas y quimiosintéticas.
Cuando se desvaneció la imagen de la pantalla y la sala se iluminó de nuevo, los únicos que prestaban atención eran Suzanne y Perry, Donald estaba absorto en sus pensamientos y Richard y Michael profundamente dormidos, cuando por fin se encendieron todas las luces, los buceadores se despertaron y, junto con Donald, fingieron haber estado escuchando todo el rato.
—Como conclusión de la sesión de hoy —dijo Arak—, estoy seguro de que tendréis una idea más clara de por qué hemos permanecido aquí, en este mundo subterráneo, a diferencia de lo que sucede en la superficie, aquí hemos podido construir un entorno perfectamente estable, sin fluctuaciones climáticas como períodos glaciares u otros desastres relacionados con el clima, es un entorno de energía ilimitada y no contaminante, y con unos recursos alimentarios adecuados y reabastecibles.
—¿Es el plancton vuestra única fuente de proteínas? —preguntó Suzanne, fascinada igual que Perry con aquellas revelaciones científicas.
—Es la fuente principal, también contamos con proteínas vegetales, antes consumíamos ciertas especies de pescado, pero lo dejamos porque nos preocupaba la capacidad de los grandes animales marinos de mantener una población estable, por desgracia los seres humanos de segunda generación se niegan a aprender esta lección.
—Sobre todo con las ballenas y el bacalao.
—Exacto, —Arak miró en torno a la sala—, ¿alguna pregunta, antes de que volvamos a realizar una salida de campo?
—Yo tengo una pregunta —dijo Donald.
—Adelante —indicó Arak complacido, hasta entonces Donald había mostrado muy poco interés en participar.
—Me gustaría saber por qué nos habéis traído aquí.
—Esperaba que me preguntaras algo sobre lo que hemos estado hablando.
—No puedo concentrarme en temas técnicos sin saber por qué estoy aquí.
—Ya veo, —Arak habló unos momentos en susurros con Sufa y los Black—, por desgracia, no puedo contestar del todo a tu pregunta —dijo por fin—, puesto que me han prohibido revelar la razón principal de vuestra presencia, pero una cosa puedo decir: uno de los motivos ha sido impedir las perforaciones en el puerto de salida de Saranta, objetivo que ha sido logrado, también os puedo asegurar que hoy sabréis la razón principal, ¿te basta con eso, de momento?
—Qué remedio, pero si lo vamos a saber de todas formas, no veo por qué no puedes decirlo tú.
—Es una cuestión de protocolo.
Donald asintió de mala gana.
—Habiendo sido oficial de la marina, supongo que tendré que aceptarlo.
—¿Alguna otra pregunta sobre la presentación de hoy?
—Yo de momento estoy un poco abrumado —admitió Perry—, pero ya se me irán ocurriendo preguntas a lo largo del día.
—Muy bien, entonces vamos a comenzar con la excursión, después de lo que habéis aprendido hoy, ¿qué os apetece visitar primero?
—¿Qué tal el museo de la superficie terrestre? —sugirió Donald.
—¡Sí! —exclamó Michael—, ¡el edificio del Corvette!
—¿Queréis ver el museo? —preguntó Arak perplejo, Sufa también parecía sorprendida.
—Creo que seria interesante.
—Yo también —convino Michael.
—Pero ¿por qué? perdonad nuestra sorpresa, pero con todo lo que os hemos estado contando, es muy extraño que prefiráis mirar hacia atrás y no hacia delante.
Donald se encogió de hombros.
—Puede que nos sintamos nostálgicos.
—Viendo las exposiciones tendremos una idea del concepto que tenéis de nuestro mundo —apuntó Suzanne, el museo no le interesaba tanto como los otros lugares que había descrito Arak, pero estaba dispuesta a apoyar a Donald.
—De acuerdo, el museo de la superficie terrestre será nuestra primera parada.
Por primera vez Donald se mostró interesado, sobre todo cuando salieron, quiso saber cómo se utilizaban los aerotaxis, Arak le enseñó a llamarlos y luego le hizo poner la mano en la mesa negra de la nave para dar la orden de destino.
—Es muy fácil —comentó Donald mientras el aerotaxi se elevaba.
—Claro, está pensado para que lo sea.
Todos encontraban aquellos trayectos fascinantes, no se cansaban de la vista de la ciudad y los alrededores, estiraban el cuello para avistarlo todo, pero era difícil: había mucho que ver y el vehículo se movía a gran velocidad, al cabo de unos momentos se encontraban delante del museo, a pocos metros del oxidado Chevrolet Corvette.
—Me encantaba ese coche —suspiró Michael mientras bajaba del aerotaxi —, por aquel entonces salía con Dorothy Drexier, y no sé cuál de los dos tenía un cuerpo mejor.
—¿Los dos necesitaban la llave de contacto para ponerse en marcha? —se burló Richard.
Michael quiso darle un golpe, pero su compañero lo esquivó sin dificultad y se puso a dar saltitos como un boxeador profesional.
—Nada de peleas —terció Donald interponiéndose.
—Puede que tu Corvette estuviera bien para ti y para Dorothy —dijo Suzanne—, pero a mi me da un poco de vergüenza que los interterranos piensen que esto simboliza nuestra cultura.
—Si, se ve que nos consideran bastante superficiales —convino Perry —, además de oxidados y en mal estado.
—Superficiales y materialistas —añadió Suzanne—, lo cual es cierto, supongo.
—Estáis haciendo demasiadas interpretaciones, la razón de que esté aquí delante del museo es mucho más sencilla, puesto que ahora sólo podemos observaros de lejos para que no nos detectéis, el automóvil es lo que más vemos, desde cierta distancia, casi parece que los coches son la forma de vida dominante en la superficie, los seres humanos secundarios parecen robots encargados de cuidar de ellos.
Suzanne apenas pudo evitar una carcajada, aunque cuando se paró a pensarlo comprendió que a Arak no le faltaba razón.
—Lo que es más simbólico es el diseño del museo en si —prosiguió este.
El edificio rezumaba un aura sepulcral, tenía cuatro o cinco pisos de altura, y se componía de segmentos rectilíneos incrustados o sobresaliendo en ángulos rectos para crear una complicada figura geométrica, la mayoría de los segmentos contaban con numerosas ventanas cuadradas.
—El edificio simboliza la arquitectura urbana de los seres humanos de segunda generación — explicó Arak.
—Pues es bastante feo, parece una caja.
—Es verdad, no es agradable a la vista, como tampoco lo son la mayoría de vuestras ciudades, que por lo general se componen de rascacielos con forma de caja dispuestos en manzanas cuadradas.
—Hay algunas excepciones.
—Sí, unas pocas, pero por desgracia la mayoría de las lecciones de arquitectura que los hombres de la Atlántida legaron a vuestros antepasados se han perdido.
—Es enorme —comentó Perry, de hecho el edificio ocupaba el espacio equivalente a una manzana en una ciudad moderna.
—Tiene que serlo, tenemos una gran colección de objetos dela superficie, recordad que la hemos estado reuniendo durante millones de años.
—Así que el museo no sólo está dedicado a la cultura humana...
—En absoluto, también tenemos una colección de muestras de toda la evolución sobre la superficie terrestre, por supuesto estamos más interesados en los últimos diez mil años, por razones obvias, aunque ese período de tiempo representa un breve instante a escala cósmica, nuestras colecciones se concentran en él.
—¿Y los dinosaurios?
—Tenemos una pequeña exposición de especimenes, ¡Unas criaturas tan violentas! —añadió moviendo la cabeza, como sí sintiera nauseas.
—Me encantaría ver esa exposición —declaró Perry—, siempre he querido saber de qué color eran los dinosaurios.
—En general eran de un anodino verde grisáceo, bastante feo, la verdad.
—Entremos —propuso Sufa.
El vestíbulo era una sala enorme de basalto negro, la luz surgía de las aberturas en el alto techo que se entrecruzaban en la penumbra como linternas en miniatura para iluminar los objetos expuestos, de esta sala central salían múltiples pasillos.
—¿Por qué no hay nadie? —preguntó Suzanne, todos los pasillos estaban vacíos y su voz resonó repetidas veces en aquel silencio sepulcral.
—Siempre está vacío, aunque el museo es muy importante, eso no significa que sea popular, a casi nadie le gusta recordar la amenaza que vuestro mundo supone para nosotros.
—¿La amenaza de que os detectemos?
—Exacto.
—Aquí parece muy fácil perderse —comentó Perry.
—En realidad, no, —Arak señaló hacia la izquierda—, empezando desde aquí, con las algas verdiazules, la exposición evolutiva es cronológica, —luego señaló a la derecha—, y a este lado tenemos la cultura de los seres humanos secundarios, comenzando con los primeros hominidos africanos hasta llegar al presente, en cualquier punto del museo puede uno orientarse para llegar a la entrada, simplemente siguiendo la dirección de los especimenes cada vez más viejos.
—Me gustaría ver la exposición de nuestros tiempos modernos —pidió Donald.
—Muy bien, seguidme, tomaremos un atajo a través de los primeros cinco o seis millones de años.
Echaron a andar detrás de Arak y Sufa como niños en una visita de colegio, Suzanne y Perry tuvieron que hacer un esfuerzo por no detenerse delante de cada vitrina, sobre todo cuando llegaron a las exposiciones sobre Egipto, Grecia y Roma, nunca habían visto nada parecido, era como si alguien hubiera retrocedido en el tiempo para seleccionar los objetos de cada cultura, Suzanne se entusiasmó sobre todo con la ropa clásica que se exponía en maniquís de tamaño natural.
—Veréis que nuestras colecciones varían enormemente de dimensiones —explicó Arak—, tenemos muy poco material moderno, cuanto más retrocedemos en vuestra historia, más extensas son las exposiciones, hace mucho tiempo solíamos viajar nosotros mismos a la superficie con trajes de aislamiento para recoger materiales para el museo, claro que al final tuvimos que renunciar por miedo a ser detectados, una vez que vuestros antepasados descubrieron la escritura.
—¡Arak! —llamó Sufa, varias galerías más adelante—, Donald, Richard y Michael van muy deprisa, y no me quiero separar de ellos.
—Muy bien, ve tú delante, nos encontraremos en la entrada dentro de una hora.
Sufa se despidió con un gesto.
—¿Por qué os preocupaba que os vieran nuestros antepasados? no tenían la tecnología necesaria para causaros ningún problema.
—Es verdad, pero sabíamos que algún día la tendrían, y no queríamos que quedaran testimonios escritos de nuestras visitas, ya teníamos bastante problema con el experimento fallido de la Atlántida, aunque tampoco nos preocupaba tanto puesto que los hombres de primera generación involucrados se habían hecho pasar por humanos secundarios.
Suzanne se volvió hacia un elaborado vestido minoico que dejaba los pechos al descubierto.
—De este período de vuestra historia moderna tenemos muchos objetos —dijo Arak—, ¿queréis verlos?
Perry se encogió de hombros.
—Sí —contestó Suzanne.
Arak se desvió hacia una galería lateral llena de exquisita cerámica griega, ruego se dirigió a otra esquina y subió por unas escaleras, en el piso superior salieron a una gigantesca galería con material de la segunda guerra mundial, desde los objetos más pequeños, como placas de identificación e insignias de uniforme, hasta los más grandes, como un tanque Sherman, un bombardero b—24 liberator y un submarino alemán intacto, era evidente que todos los objetos expuestos habían pasado algún tiempo hundidos en el mar.
—¡Cielos! —exclamó Perry—, esto, más que un museo, parece un desguace.
—Se ve que nuestra última guerra contribuyó en gran medida a vuestra colección —dijo Suzanne, aquella no era la exposición que le interesaba.
—Así es, objetos como los que veis aquí estuvieron cayendo al fondo del océano durante cinco años, durante los últimos cientos de años de vuestra historia, nuestra única fuente de material ha sido el suelo oceaníco.
Suzanne echó un vistazo al submarino.
—¿No os preocupaba los avances de tecnología submarina?
—Sólo los referentes al sonar, sobre todo cuando se combiné con los mapas de contorno pelágico, por eso decidimos cerrar los puertos de entrada, como el que utilizasteis vosotros.
Mientras Suzanne y Arak hablaban, Perry recorrió toda la galería de la segunda guerra mundial, algunos objetos parecían estar en perfectas condiciones, mientras que otros estaban cubiertos de bálano, como el Corvette de la entrada, al final del pasillo se asomó a una ventana orientada al este y vio las inmensas columnas que servían de soporte a las Azores.
Perry bajó la vista hacia el patio y dio un respingo, el Oceanus, el sumergible del Benthix Explorer, se encontraba en lo que parecía un remolque enganchado a un enorme aerotaxi.
—¡Suzanne! ¡Mira!
Suzanne y Arak se acercaron a mirar por la ventana.
—¡Vaya! ¡Pero si es nuestro sumergible! ¿Qué hace ahí abajo?
—Ah, sí, se me había olvidado mencionarlo, los encargados del museo están muy interesados en él, creo que piensan pediros permiso para ponerlo en exposición.
—¿Está dañado? —quiso saber Perry.
—Sólo tiene daños mínimos, varios clones obreros especializados han reparado las luces exteriores y el brazo manipulador.
También ha sido descontaminado, pero por lo demás esta intacto, ¿tú conoces los componentes del submarino?
—Más o menos, pero no sabría hacerlo funcionar, Suzanne sabe más que yo, que sólo he estado a bordo dos veces.
—El experto es Donald, conoce el submarino como la palma de su mano.
—Excelente, porque queremos hacerle algunas preguntas sobre el sonar, que es todavía más sofisticado de lo que imaginábamos.
—¿Qué es ese remolque? —preguntó Perry.
—Un carguero aéreo.
Michael no quería separarse de Donald, que atravesaba el museo como si quisiera hacer ejercicio en lugar de contemplar las colecciones, cada pocos pasos, Michael tenía que echar a correr, Sufa y Richard se habían quedado muy atrás.
—¿Adónde coño vas tan deprisa? ¿Te crees que estás en una carrera?
—No tienes por qué seguirme el paso —le espetó Donald sin detenerse, estaban atravesando una galería con esculturas y pinturas del renacimiento.
—Richard y yo pensamos que deberíamos marcharnos de Interterra lo antes posible — atinó a decir Michael, sin aliento.
—Eso ya lo habéis dejado claro en el desayuno, —Donald dobló otra esquina y entró en una enorme sala enmoquetada.
—Pero es que estamos preocupados.
—¿Preocupados por qué?
—Porque... bueno... tenemos un problema, sí, tenemos problemas con un par de interterranos.
—No me interesan vuestros problemas.
—Pero es que ha habido un accidente, bueno, dos accidentes.
Donald se frenó en seco e hizo un brusco gesto con la mano, esbozando una mueca de desdén.
—¡Oye, cretino! Vosotros decidisteis confraternizar con los interterranos, y ahora no quiero saber nada de los problemas que podáis tener con ellos, ¿Entendido?
—Pero...
—¡Nada de peros! Estoy pensando en la manera de salir de aquí, y no quiero que me distraigan un par de idiotas.
—Vale, vale, Me alegro de que estés en ello, yo lo único que quiero es salir de aquí cuanto antes, te ayudaré en todo lo que pueda.
—Ya —replicó Donald con sorna.
—¿Tienes alguna idea?
—Va a ser difícil —admitió Donald—, habrá que encontrar a alguien que nos dé respuestas reales, la información es la clave, lo mejor, por supuesto, seria encontrar a alguien que no esté a gusto aquí, pero que lleve bastante tiempo para saber cómo salir.
—Pero aquí todo el mundo parece sentirse muy a gusto—comentó Michael—, si parece que viven en una fiesta perpetua...
—No hablo de los interterranos, Arak ha dado a entender que varias personas de nuestro mundo han terminado aquí abajo, seguro que algunas tienen ganas de volver, y no estarán tan apegados a los interterranos como Ismael y Mary, es muy humano resistírse a la coacción, una persona así me gustaría encontrar.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—No lo sé, hay que tener los ojos bien abiertos para cuando surja la oportunidad, desde luego es mucho mejor estar aquí en la ciudad, porque allí metidos en la maldita sala de conferencias si que no vamos a encontrar a nadie.
—Pero este sitio está desierto —protestó Michael, mirando los pasillos vacíos.
—Yo no he venido a este maldito museo para conocer a nadie, sino con la esperanza de encontrar algún arma, pero la verdad es que no he visto ni una, es ridículo que no haya armas en un museo sobre la historia humana, el pacifismo de estos interterranos me pone negro.
—¿Armas? —exclamó Michael, a él no se le había ocurrido—, ¡Excelente idea! joder, no me imaginaba por qué estabas tan empeñado en venir al museo.
—Pues ahora ya lo sabes, e incluso podrías ayudar, porque este sitio es enorme, si nos separamos podremos cubrir más terreno.
Pero nada más decir esto, Donald advirtió algo que no había visto en ninguna otra sala: una puerta cerrada con el rótulo de entrada restringida, los dos se acercaron con curiosidad, y pudieron leer otro cartel más pequeño: solicitar permiso de entrada al consejo de ancianos.
—¿Qué demonios es el consejo de ancíanos —pregunto Michael.
—Una especie de órgano de gobierno, imagino, —Donald empujó la puerta, estaba abierta, como todas las que había visto en Interterra—, ¡Bingo! —exclamó nada más vislumbrar lo que había en la sala.
Michael lanzó un silbido al entrar.
—No me extraña que no hayamos visto armas —comentó Donald —, parece que tienen su propia galería secreta.
La sala era estrecha pero muy larga, las estanterías de cada lado estaban atestadas de armas.
Los dos recorrieron la galería hasta la mitad, justo frente a la entrada había una ballesta medieval con un carcaj lleno de dardos afilados como agujas, Michael la cogió y silbó de nuevo.
—Joder, esto tiene buena pinta —comentó, dando un golpe al mango con los nudillos, luego hizo vibrar la cuerda, que resonó con un ruido apagado, y miró a lo largo del mango—, seguro que todavía funciona.
Donald había echado a andar hacia la derecha, pero se dio cuenta de que, cronológicamente, iba en la dirección equivocada, las armas eran cada vez más antiguas, delante de él se veía una colección de espadas cortas griegas y romanas, arcos y lanzas.
Michael seguía entretenido con la ballesta, intentando tensar la cuerda con una manivela.
—Todavía tiene mucha fuerza —comentó, cuando por fin consiguió tensaría—, colocó un dardo en la guía y la alzó para que Donald la viera—, ¿qué te parece?
—Tiene posibilidades —contestó el otro con vaguedad, más animado al ver los primeros arcabuces primitivos—, aunque yo esperaba encontrar algo más efectivo que una ballesta.
Michael apoyó el dedo en el gatillo y sin querer disparó, el dardo rebotó contra la pared de basalto con un chasquido, pasó junto a la oreja derecha de Donald y se clavó en un estante de madera.
—¡Maldito palurdo! —gritó Donald—, ¡Casi me atraviesas con esa mierda!
—Lo siento, apenas he tocado el gatillo.
—¡Suelta eso, antes de que mates a alguien!
—Por lo menos sabemos que funciona.
Donald se tocó la oreja, por suerte no tenía sangre, al cabo de un momento echó a andar de nuevo por la galería, murmurando improperios, no tardó en llegar a la colección de armas de la segunda guerra mundial, pero descubrió consternado que se encontraban en muy mal estado, sobre todo por haber estado bajo el agua, siguió caminando, cada vez más desanimado, hasta llegar a una Luger alemana, a primera vista parecía en excelentes condiciones.
Donald la cogió, sí, parecía perfecta, abrió la recámara con expectación, y esbozó una sonrisa, ¡el cargador estaba lleno!
—¿Has encontrado algo? —preguntó Michael.
Donald volvió a meter el cargador, que se cerró con un tranquilizador chasquido metálico.
—Esto era lo que estaba buscando.
—¡Guau!
Donald dejó la l.Luger en su sitio.
—¿Qué haces? ¿no te la llevas?
—Ahora no, me la llevaré cuando sepa lo que voy a hacer con ella.
Richard se frenó en seco, no podía creer lo que estaba viendo, era una sala atestada de tesoros, en su mayoría antiguos: incontables copas, cuencos e incluso estatuas de oro macizo, todas iluminadas con focos de luz ocultos, en un rincón había varios cofres llenos de doblones.
Lo que le resultaba más increíble era que aquella colección de valor incalculable estaba al alcance de cualquiera, puesto que los objetos no estaban protegidos por ninguna vitrina, ¡Y eso que en el museo no había ningún vigilante!
—¡Esto es alucinante! —atinó a decir—, ¡Es fantástico! ¡Lo que daría por tener una carretilla ahora mismo!
—¿Te gustan estos objetos? —preguntó Sufa.
—¿Que si me gustan? ¡Me encantan! No había visto nunca una cosa así, ¡No creo que tengan tanto oro ni en Fort Knox!
—Pues tenemos almacenes llenos, no sabes la cantidad de barcos cargados de oro que se han hundido a lo largo de los siglos, si quieres haré que te envien a tu habitación una colección similar, para tu uso particular.
—¿Cosas como estas que estamos viendo?
—Si, ¿Prefieres las estatuas grandes o los objetos más pequeños?
—Lo que sea, no tengo manías —contesto Richard—, ¿Y joyas? ¿También tenéis joyas en el museo?
—Claro, pero la mayoría son de vuestros tiempos antiguos, ¿Quieres verlas?
—¿Por qué no?
De camino a la galería de joyas antiguas, Richard advirtió, entre las curiosidades del siglo xx, un objeto que le hizo sonreír, en un alto pedestal se exhibía un frisbee cuidadosamente iluminado, como si también fuera un objeto precioso.
—¡Qué gracia! —murmuró Richard, advirtió que en los bordes del frisbee se veían las marcas de dientes caninos—, ¿Qué demonios hace esto aquí? —pregunto.
Sufa se acercó a él.
—No sabemos exactamente qué es —admitió—, pero hay quien dice que podría ser un modelo de uno de nuestros vehículos antigravítatorios, como los aerotaxis o los cruceros interplanetarios, durante algún tiempo nos preocupó que pudierais habernos detectado.
Richard se echó a reír de buena gana,
—¡Venga ya! ¡no lo dirás en serio!
—Claro que si, tiene una forma muy sugerente, y si se arroja girando puede capturar un colchón de aire que imita a una nave antigravítatoría.
—¡Que va a ser un modelo! —exclamó Richard—, ¡Es un frisbee!
—¿Para qué sirve?
—Para jugar, se tira girando, como tú dices, y entonces alguien lo coge, ya verás, —Richard arrojó el platillo al aire en ángulo, el juguete se elevó y volvió, Richard lo atrapó en el aire—, Eso es todo, es fácil, ¿no?
—Supongo —contestó Sufa.
—Mira, yo te lo tiro y tú lo coges, —Richard echó a correr por la galería, después de alejarse unos metros lanzó el frisbee hacia Sufa, ella intentó atraparlo, pero el juguete le rozó la mano y cayó al suelo.
Richard puso los ojos en blanco y le mostró de nuevo cómo hacerlo, pero sus esfuerzos fueron en vano, en el segundo lanzamiento Sufa se mostró todavía más torpe que en el primero.
—Aqui no os van mucho las actividades físicas ,¿Verdad?
—Dijo Richard con desdén—, nunca había conocido a nadie incapaz de jugar al frisbee.
—¿Cuál es el propósito del juego?
—Ninguno, divertirse, nada más, es un deporte, así corre uno un poco y hace algo de ejercicio.
—Pues yo no veo qué sentido tiene eso.
—¿Es que aquí en Interterra nadie hace ejercicio?
—Claro que si, nos gusta sobre todo nadar, y también paseary jugar con nuestros homids, y por supuesto siempre está el sexo, como seguramente te habrán demostrado Meeta, Palenquey Karena.
—¡Yo estoy hablando de deportes! —exclamó Richard—, el sexo no es un deporte.
—Para nosotros si, y desde luego se hace mucho ejercicio.
—¡Pero yo hablo de deportes en los que se intenta ganar!
—¿Ganar? —preguntó Sufa.
—Sí, competiciones —replicó Richard irritado—, ¿Es que aquí no tenéis competiciones?
—¡Desde luego que no! Esas tonterías acabaron hace muchísimo tiempo, cuando eliminamos las guerras y la violencia.
—¡Joder! ¡No tienen deportes! O sea que no hay hockey, ni fútbol, ni siquiera golf, ¡Bah! ¡Y pensar que Suzanne dice que esto es el paraíso!
—Cálmate, por favor —le apremió Sufa—, ¿Por qué estás tan agitado?
—¿Te parezco agitado? —preguntó Richard con aire inocente.
—Si, mucho.
—Supongo que necesito hacer ejercicio, —Richard chasqueó nervioso los nudillos, sabia que estaba tenso, no dejaba de pensar que en cualquier momento un clon obrero daría con el cuerpo de Mura metido en su nevera.
—¿Por qué no te llevas el frisbee? — ofreció Sufa —, tal vez Michael o alguno de los otros quiera jugar contigo.
—¿Por qué no? —replicó Richard sin mucho entusiasmo.
—Muy bien, todo el mundo —llamó Arak, estaban reunidos en la terraza frente al museo, después de más de una hora de visita, todos hablaban de lo que habían visto, excepto Richard, que se había quedado aparte, lanzando una y otra vez el frisbee—, para el resto de la mañana, Sufa acompañará a Perry a las instalaciones de construccion y reparación de aerotaxis, creo que eso es lo que querías ver.
—Si es —contesto Perry.
—Ismael y Mary irán con Donald y Michael a la central de información.
Donald asintió,..
—¿Y tú, Richard? ¿Qué te apetece más?
—Me da igual —contestó el buceador, sin dejar de jugar con el frisbee.
—Tienes que elegir una cosa o la otra.
—Vale, pues iré a la fábrica de taxis.
—¿y Suzanne? —preguntó Perry.
—La doctora Newell vendrá conmigo a una reunión del consejo de ancianos,
—¿Ella sola? —Perry miró a Suzanne con aire protector.
—No pasa nada —le aseguró ella—, mientras vosotros subíais al submarino alemán de la galería, Arak me comentó que los ancianos querían hablar conmigo como oceanógrafa.
—¿Pero por qué tienes que ir tú sola? ¿Y por qué no yo? al fin y al cabo presido una empresa oceanográfica.
—Me parece que lo que les interesa no es el lado económico del asunto, no te preocupes.
—¿Estás segura?
—Que sí, hombre.
—Entonces vámonos —terció Arak—, nos reuniremos de nuevo en el palacio de visitantes esta tarde.
Haciendo una señal a los demás, Arak rodeó el viejo corvette y bajó por las escaleras hacia los aerotaxis.
A Suzanne le pareció extraño estar a solas con Arak en el vehículo, era la primera vez que se separaba de los demás, excepto cuando se retiraba a dormir a su bungalow. Arak la miro sonriente, teniéndolo tan cerca, todavía le parecía más atractivo.
—¿Estás disfrutando de estas sesiones de introducción? —Preguntó él—, ¿Te resultan lentas o demasiado rápidas?
—Más que nada abrumadoras, ni lentas ni rápidas, la verdad.
—Tu grupo es todo un reto, no es fácil planear cuál es la mejor forma de orientaros, sois todos tan diferentes... a los interterranos eso nos resulta fascinante, pero a la vez difícil, nosotros, gracias a los procesos de selección y adaptación, somos muy parecidos, como ya te habrás dado cuenta.
—Sois todos muy agradables —replicó Suzanne, aunque se pensó que había dicho una trivialidad, hasta entonces no se le había ocurrido, pero Arak tenía razón, no sólo eran todos muy atractivos, con una belleza clásica, sino que también eran igualmente elegantes, inteligentes y de trato fácil, sus personalidades apenas diferían unas de otras.
—Agradables —repitió Arak—, una palabra bastante neutra, espero que no te aburras con nosotros.
Suzanne se echo a reír.
—Es difícil que me aburra, con tanta cosa que asimilar, no, te aseguro que no me aburro, —Suzanne contempló la increíble vista sobre la ciudad, con el enjambre de taxis volando sobre ella, nada más lejos que el aburrimiento, aunque de pronto entendió lo que quería decir Arak, al cabo de un tiempo, Interterra podía resultar pesada a causa de tanta homogeneidad, algunos de los aspectos que hacían del lugar un paraíso también lo convertían en algo insulso.
Una enorme estructura se alzaba sobre el resto de la ciudad, se trataba de una gran pirámide negra con la cúspide dorada, el aerotaxi se detuvo sobre ella y descendió sobre un paso elevado que llevaba hasta la entrada, Suzanne se sorprendió al ver el parecido con la gran pirámide de Egipto en Giza, ella misma había estado allí, y calculó que la versión interterrana era más o menos del mismo tamaño, cuando se lo mencionó a Arak, él sonrió con condescendencia.
—El diseño fue uno de nuestros legados a esa cultura, teníamos grandes esperanzas para ellos, puesto que en principio se trataba de una civilización bastante pacífica, enviamos a una delegación que vivió entre ellos en los primeros períodos, con la idea de hacerlos destacar entre los otros pueblos, extremadamente agresivos, que habían evolucionado, el experimento no fue de las mismas dimensiones que el de la Atlántida, y también acabó en fracaso.
—¿Les enseñasteis también a construir las pirámides? —para Suzanne el misterio de la pirámide de Keops era uno de los más fascinantes del mundo antiguo.
—Por supuesto, también les enseñamos el concepto del arco, pero se negaron a creer que podía funcionar y no lo intentaron ni siquiera en un solo edificio, tú primero —añadió Arak en cuanto se abrió la puerta del aerotaxi.
Una vez dentro de la pirámide, desapareció cualquier semejanza con Egipto, el interior era de reluciente mármol blanco, y el espacio era inmenso, no claustrofóbico.
Mientras recorrían un pasillo hacia el centro del edificio, Suzanne se llevó otra sorpresa, Garona salió de un corredor lateral y la estrechó entre sus brazos.
—¡Garona! —exclamó ella encantada—, ¡Qué alegría! no esperaba verte hasta la noche, bueno, más bien digamos que esperaba verte esta noche.
—No podía esperar —contestó él mirándola a los ojos—, sabía que acudirías hoy al consejo de ancianos, y he venido a recibirte.
—Me alegro mucho.
—Más vale que nos pongamos en marcha —terció Arak—, el consejo espera.
—Muy bien, —Garona cogió a Suzanne de la mano y echó a andar—, ¿Qué tal ha ido la mañana?
—Ha sido muy instructiva, vuestra tecnología es increíble.
—Hemos tenido una sesión de ciencias —explicó Arak.
—¿Habéis realizado alguna visita?
—Hemos ido al museo de la superficie terrestre —contestó Suzanne—
—¿Ah, si? —Garona pareció sorprenderse.
—A petición de Donald Fuller —dijo Arak.
—¿Y lo has encontrado instructivo?
—Ha sido interesante, pero la verdad es que yo preferiría haber ido a otro sitio, sobre todo después de lo que aprendimos durante la sesión informativa.
Se acercaban a unas impresionantes puertas de bronce, en ambos paneles estaba grabado el símbolo de Ankh, que en el antiguo Egipto representaba la vida, Suzanne se preguntó cuántas cosas más de su mundo provenían de la avanzada cultura de los interterranos.
En cuanto llegaron las puertas se abrieron en silencio, dando paso a una sala circular de techo abovedado soportado por una columnata, como el resto, era de mármol blanco, aunque los capiteles de las columnas parecían de oro.
Suzanne entró vacilante, en torno a la sala se veían doce sillas de aspecto regio, cada una situada entre dos columnas y ocupadas por miembros del consejo cuyas edades oscilaban entre los cinco y los veinticinco años, Suzanne se quedó perpleja, algunos miembros eran tan jóvenes que no llegaban con los pies al suelo.
—Adelante, doctora Suzanne Newell —la animó uno de los ancianos, con voz de preadolescente, parecía una niña de diez años—, me llamo Ala, y es mi turno como portavoz del consejo, no temas, sé que todo esto resulta bastante impresionante, pero sólo queremos hablar contigo, y si te acercas al centro de la sala podremos oírte mejor.
—No tengo miedo, es que esto ha sido una sorpresa —contestó Suzanne—, pensaba que esto era un consejo de ancianos.
—Así es, el factor que determina ser miembro del consejo es el número de vidas corporales que hayamos pasado, no la edad del cuerpo actual.
—Ya veo, —aunque a Suzanne todavía le resultaba desconcertante encontrarse ante un cuerpo de gobierno compuesto en su mayoría de niños.
—El consejo de ancianos te da la bienvenida.
—Gracias.
—Te hemos traído a interterra con la esperanza de que nos des cierta información que no hemos podido recabar monitorizando las comunicaciones de la superficie terrestre.
—¿Qué clase de información? —preguntó Suzanne a la defensiva, no olvidaba lo que Donald había dicho: que los interterranos querían algo de ellos y cuando lo obtuvieran los tratarían de forma muy distinta.
—No te alarmes —dijo Ala con voz tranquilizadora.
—Es difícil no alarmarse, sobre todo cuando acabáis de recordarme que mis amigos y yo hemos sido secuestrados, lo cual, tengo que decir, fue una experiencia aterradora.
—Y te pedimos disculpas por ello —replicó Ala—, Quiero que sepas que pensamos premiar vuestro sacrificio, pero somos nosotros los que estamos alarmados, la integridad y seguridad de Interterra son responsabilidad nuestra, sabemos que en tu mundo eres una experta oceanógrafa.
—Creo que eso es exagerar un poco, la verdad es que soy relativamente nueva en este campo.
—Perdón —dijo uno de los ancianos, era un adolescente justo al comienzo de la pubertad—, me llamo Ponu y soy el segundo portavoz doctora Newell, sabemos que tus colegas te tienen ien muy alta estima, y creemos que este respeto es prueba fiable de la capacidad de cualquier individuo.
—Muy bien, — era un tema que Suzanne no quería discutir, dadas las circunstancias—, ¿Qué queréis preguntarme?
—En primer lugar —comenzó Ala—, quiero estar segura de que te han informado de que en nuestro entorno no existen vuestros virus y bacterias comunes.
—Si, Arak lo ha dejado muy claro.
—Y supongo que entenderás que sí una civilización como la vuestra nos detecta, las consecuencias serían desastrosas.
—Entiendo que os preocupe la contaminación, pero no estoy convencida de que la comunicación entre nuestros mundos sería necesariamente desastrosa, sobre todo si se toman las apropiadas medidas de seguridad.
—Doctora Newell, esto no es un debate, seguramente reconocerás que tu civilización se encuentra todavía en una etapa muy temprana del desarrollo social, vuestra primera motivación es el interés personal, y la violencia es algo cotidiano, de hecho, tu país en concreto es tan primitivo que permite que todo el mundo posea armas.
—Para expresarlo de otra forma —terció Ponu—, lo que mi querida colega quiere decir es que el ansia y la codicia de tu mundo por nuestra tecnología sería tal que se olvidarían nuestras necesidades especiales.
—Exactamente —afirmó Ala—, y no podemos correr ese riesgo, por lo menos hasta dentro de cincuenta mil años más o menos, hasta que los seres humanos secundarios hayan tenido ocasion de civilizarse más, eso suponiendo, claro, que entre tanto no se destruyan a si mismos.
—Está bien —replicó Suzanne—, como habéis dicho, esto no es un debate, y me habéis convencido de vuestra creencia de que nuestra cultura supone un riesgo para la vuestra, suponiendo que ese sea el caso, ¿9ué queréis de mi?
Se produjo un silencio, Suzanne fue mirando a los ancianos, nadie hablaba, nadie se movía, Suzanne se volvió hacia Arak y Garona, este sonrío como para darle anímos.
—¿Y bien? —insistió Suzanne por fin.
Ala suspiró.
—Me gustaría hacerte una pregunta directa, aunque tememos oir la respuesta, verás, en tu mundo habéis comenzado varias operaciones de perforación submarina durante los últimos años, sin seguir ningún patrón en concreto, parecen perforaciones hechas al azar, hemos observado estas operaciones con creciente preocupación, puesto que ignoramos vuestros propósitos, sabemos que no buscáis petróleo ni gas natural, puesto que estas materias primas no se encuentran en las zonas de perforación, hemos estado escuchando las comunicaciones, como siempre hemos hecho, pero seguimos sin saber cuál es el objetivo de las perforaciones.
—¿Queréis saber por qué el Benthix Explorer estaba perforando la montaña submarina? —preguntó Suzanne.
—Si, nos interesa mucho, estabais perforando justo sobre nuestros viejos puertos de salida, las probabilidades de que eso ocurriera por pura casualidad son mínimas.
—No fue por casualidad —admitió ella, provocando un rumor en la sala—, dejadme terminar, estábamos perforando la montaña para ver si podíamos llegar a la estenosfera, nuestro sonar indicaba que el monte submarino era un volcán apagado con una cámara de magma llena de lava de baja densidad.
—¿Las perforaciones no tenían nada que ver con la sospecha de la existencia de Interterra?
—No, de ninguna manera.
—¿No se debían en absoluto a la idea de la existencia de una civilización submarina?
—Como ya he dicho, estábamos realizando las perforaciones por motivos puramente geológicos.
Los ancianos hablaban entre si en voz alta, Suzanne se volvió hacia Arak y Garona, que sonrieron para darle ánimos.
—Doctora Newell —dijo ala por fin—, ¿Has oído alguna vez, en tu ámbito profesional, algo que sugiera que alguien sospechaba la existencia de Interterra?
—No en los círculos científicos, pero se han escrito unas cuantas novelas sobre un mundo dentro de la tierra.
—Si, conocemos la obra del señor Verne y el señor Doyle, pero se trata de ficción, con el único objetivo de entretener.
—Así es, era pura fantasía, a nadie se le ha ocurrido que sus libros estuvieran basados en hechos reales, probablemente estos autores sacaron sus ideas de John Cleves Symmes, un hombre que creía que el centro de la tierra era hueco.
Los ancianos prorrumpieron de nuevo en ansiosos murmullos.
—¿Han influido las creencias del señor Symmes en la opinión científica? —preguntó Ala.
—Hasta cierto punto, pero yo no me preocuparía mucho, puesto que estamos hablando de comienzos del siglo xix, en 1838 su teoría motivó una de las primeras expediciones científicas de Estados Unidos, bajo el mando del teniente de navío Charles Wilkes, el propósito inicial era encontrar la entrada del centro hueco de la tierra, que, según Symmes, se encontraba debajo del polo sur.
De nuevo se extendieron los murmullos por la sala.
—¿Y cuál fue el resultado de la expedición?
—Nada que pueda preocupar a Interterra, de hecho el propósito de la expedición se modificó antes de comenzar siquiera, en lugar de buscar la entrada al interior de la tierra, para cuando partieron se proponían encontrar nuevas zonas de pesca de focas y ballenas.
—¿Así que nadie hizo caso de las teorías del señor Symmes?
—En absoluto, y la idea no ha vuelto a surgir.
—Es un alivio —afirmó Ala—, sobre todo teniendo en cuenta que el señor Symmes tenía razón en ciertos aspectos, el polo sur era y sigue siendo nuestro mayor puerto interplanetario e intergaláctico,
—Si que es curioso —replicó Suzanne—, por desgracia es un poco tarde para reivindicar a Symmes, por vuestras preguntas deduzco que queréis saber si vuestro secreto está a salvo, yo creo que sí, pero también debéis saber que, aunque actualmente nadie cree que la tierra sea hueca, siempre ha habido grupos marginales que hablan de alienigenas procedentes de culturas muy avanzadas, y sostienen que estos extraterrestres vienen a visitarnos o están entre nosotros, pero normalmente se refieren a alienígenas del espacio exterior, no provenientes de dentro de la tierra.
—Sí, estamos al corriente de todo eso, y nos conviene mucho que piensen que esos visitantes vienen de otro planeta, nos ha sido especialmente útil en las pocas ocasiones en que alguien ha visto alguna nave nuestra.
—Sólo quisiera mencionar una cosa mas —añadió Suzanne—, y es que en nuestra cultura existen mitos sobre la Atlántida, mitos que provienen de la antigua Grecia, pero os aseguro que la comunidad científica los considera puras leyendas, o tal vez el resultado de la destrucción de alguna cultura antigua por una violenta erupción volcánica, nunca ha existido la teoría de que exista una cultura humana bajo el mar.
Los ancianos hablaron de nuevo entre si, Suzanne se agitó incómoda, ala hizo un gesto con la cabeza a sus colegas y se volvió de nuevo hacia Suzanne.
—Nos gustaría preguntarte sobre las perforaciones oceanícas realizadas en los últimos años sobre la zona de Saranta, ninguna de estas operaciones se ha centrado en la cima de un monte subterráneo.
—Supongo que os referís a las perforaciones realizadas para confirmar las teorías de que el suelo oceánico se está expandiendo, el único propósito de estas operaciones eran obtener muestras de rocas para fecharlas.
—¿Ha llegado alguien a pensar que la cámara de magma en la que estabais perforando estuviera llena de aire en lugar de lava de baja densidad?
—No que yo sepa, y yo estaba al mando del proyecto.
—Esos puertos de salida deberían de haberse sellado hace mucho tiempo — afirmó un anciano con cierta vehemencia.
—Ahora no es momento de recriminaciones —terció Ala con diplomacia—, tenemos que ocuparnos del presente, —se volvió de nuevo hacia Suzanne—, para resumir, en toda tu vida prof esional nunca has oído ninguna indicación de que pudiera existir una civilización bajo el mar, ¿No es así?
—Sólo en los mitos, como ya he mencionado.
—Muy bien, nos queda una última pregunta, cada vez nos preocupa más la falta de respeto de tu civilización hacia los mares, aunque hemos oído que el problema se mencionaba alguna vez en vuestros medios de comunicación, el índice de polución y exterminio de peces es cada vez mayor, puesto que nosotros dependemos hasta cierto punto de la integridad del mar queríamos saber si a vuestra cultura le preocupa de verdad este problema.
Suzanne suspiró, el tema le tocaba muy de cerca, y sabia muy bien que la verdad era bastante desalentadora, en el mejor de los casos.
—Hay quien intenta cambiar la situación —respondió evasivamente.
—Eso sugiere que la mayoría no lo considera un tema importante.
—Puede que no, pero a algunas personas les preocupa muchísimo.
—Pero tal vez el público en general no sea consciente del papel fundamental del mar en el entorno general del planeta, por ejemplo, no sé si saben que el plancton modula tanto el oxigeno como el dióxido de carbono en la superficie de la tierra.
Suzanne se sonrojó, como sí se sintiera responsable del mal trato que recibían los mares.
—Me temo que la mayoría de la gente y de los paises consideran que el mar es una fuente inextinguible de recursos, así como un pozo sin fondo para arrojar basura y desechos.
—Es muy triste, y preocupante.
—Los seres humanos secundarios no ven nada porque sólo les mueve el interés personal —apuntó Ponu.
—La verdad es que estoy de acuerdo —dijo Suzanne—, mis colegas y yo estamos trabajando en ello, pero es una batalla muy dura.
—Muy bien, eso es todo, —Ala se levantó y se acercó a Suzanne tendiendo la palma de la mano.
Suzanne frotó palmas con ella, ala apenas le llegaba a la barbilla.
—Gracias por tus respuestas, por lo menos en lo tocante a la seguridad de Interterra, has disipado nuestros temores, como recompensa te ofrecemos todos los frutos de nuestra civilización, tienes mucho que ver y aprender, y con tu formación, estás muy bien cualificada, mucho más que ningún otro visitante de la superficie, ¡Disfruta de ello!
El súbito aplauso de los ancianos desconcertó por un instante a Suzanne, dio las gracias con un tímido gesto y se decidió a hablar.
—Muchas gracias por darme esta oportunidad de visitar Interterra, lo considero un honor.
—El honor es nuestro —replicó Ala.
Más tarde, Arak, Garona y Suzanne salían de la pirámide, Suzanne se detuvo un momento para volverse a mirar el impresionante edificio, se arrepentía un poco de no haber preguntado al consejo si su visita a Interterra era temporal o si ella y sus compañeros habían pasado a ser residentes cautivos, no había planteado la fuestión en parte por miedo a la respuesta.
—¿Estás bien? —preguntó Garona, interrumpiendo sus pensamíentos.
—Si, —Suzanne echó a andar, lo único que había quedado claro era la razón por la cual estaban en Interterra, los ancianos querían preguntar a una oceanógrafa profesional sobre las posibles sospechas en la superficie de la existencia de Interterra, no pensaba que ahora que los interterranos habían logrado su objetivo, fueran a cambiar el trato hacia ellos, por otra parte, Suzanne se sentía personalmente responsable de su situación, de no haber sido por ella, no los habrían secuestrado.
—¿Seguro que estás bien? Te has quedado muy pensativa.
Suzanne forzó una sonrisa.
—Es normal, tengo muchas cosas que asimilar.
—Has sido de gran ayuda para Interterra —comentó Arak—, te estamos muy agradecidos.
—Me alegro, —Suzanne intentó mantener la sonrisa, pero era difícil, tenía la impresión de que Donald estaba en lo cierto: no les dejarían salir de Interterra, la intuición le decía que el enfrentamiento era inevitable, y teniendo en cuenta la personalidad de algunos miembros de su grupo, la situación podía tornarse muy violenta.
—Este sitio me pone los pelos de punta —dijo Michael.
—Es muy raro que esté tan desierto —convino Donald—.
Y también que nos dejen rondar por aquí a nuestras anchas.
—hay que reconocer que son gente confiada.
—Yo diría que son estúpidos.
Se encontraban en la central de información, Ismael y Mary Black los habían acompañado hasta el enorme edificio, pero habían preferido quedarse fuera, nada más entrar, Donald y Michael se encontraron en un enorme laberinto de pasillos y corredores, aquello era como una colmena de habitaciones llenas de arriba a abajo de lo que parecía un impresionante sistema informático, excepto por dos clones obreros que habían visto en una sala cerca de la entrada, no había nadie.
—A ver sí nos vamos a perder —comentó Michael, nervioso y mirando hacia atrás, todos los pasillos parecían iguales.
—Me acuerdo muy bien del camino —replicó Donald.
—¿Seguro? mira que nos hemos desviado muchas veces.
Donald se detuvo en seco.
—Escucha, cretino, si estás tan preocupado, ¿Por qué coño note largas?
—Vale, vale, ya estoy más tranquilo.
—¡Tranquilo? ¡una mierda!
—De todas formas, ¿para qué querías venir? —preguntó Michael al cabo de un momento.
—Por curiosidad.
—Es como una pesadilla, o como una película de terror futurista, —Michael se estremeció.
—Por una vez estoy de acuerdo contigo, es como si las maquinas hubieran conquistado el poder.
—¿Para qué servirá todo este equipo?
—Arak indicó que desde aquí se gobierna todo, por lo visto el centro lo vigila todo y almacena las esencias vitales, Dios sabe cuánta gente hay aquí ahora mismo encerrada.
Michael se estremeció de nuevo.
—¿Tú crees que saben que están aquí?
—Ni idea.
Siguieron caminando en silencio,..
—¿Has visto ya suficiente? —preguntó por fin Michael.
—Supongo, pero voy a seguir un poco mas.
—¿Crees que todo esto se mantiene y se repara solo?
—Si es así habría que preguntarse quién está más vivo, esta máquina o esta gente que tiene tan poco que hacer.
De pronto Donald alzó una mano para detener a Michael.
—¿Qué pasa?
Donald se llevó un dedo a los labios.
—¿Has oído eso? —susurró.
Michael ladeó la cabeza y escuchó con atención, a lo lejos se oía algo: unos débiles sonidos que hendían el silencio.
—¿Lo oyes? —insistió Donald.
—Si, parece una risa.
Donald asintió con la cabeza.
—Una risa muy rara, se oye a intervalos muy regulares.
—¿Sabes lo que me parece? Risa en lata, como la que se oye en las comedias de la tele.
Donald chasqueó los dedos.
—¡Eso es! A mí ya me sonaba...
—Pero cómo puede ser...
—¡Vamos a averiguarlo!
Echaron a andar con creciente curiosidad, se detenían en la entrada de cada pasillo para orientarse, poco a poco el ruido fue subiendo de volumen, y cada vez era más fácil dirigirse hacia él, por fin doblaron en una curva y vieron que el sonido provenía de una habitación a la izquierda, a esas alturas ya estaban convencidos de que lo que oían era una comedia de televisión, incluso se distinguían los diálogos.
—Parece una reposición de cosas de casa —susurró Michael.
—¡Calla!
Donald se pegó a la pared junto a la puerta y avanzó poco a poco, en efecto, aquello parecía la sala de control de un estudio de televisión, en la pared había más de cien monitores, todos encendidos y sintonizados con diversos programas, aunque en algunos se veían cartas de ajuste.
Donald se inclinó más y vio a un hombre sentado en una silla blanca en el centro de la sala, de cara a los monitores, no se parecía en nada al interterrano típico: tenía el pelo cano y desgreñado, y comenzaba a ralear, en el monitor frente a él aparecían los personajes de cosas de casa.
Donald se pegó de nuevo a la pared y miró a Michael.
—¡Tenias razón! es un episodio antiguo de cosas de casa.
—Reconocería las voces en cualquier parte.
Donald se llevó de nuevo el dedo a los labios.
—Hay alguien viendo el programa, y no parece interterrano.
—¡No jodas! —Siseó Michael.
—Esto si que no me lo esperaba —comentó Donald mordiéndose el labio.
—Desde luego, ¿Y ahora qué hacemos?
—Vamos a hablar con ese tío, a lo mejor tenemos suerte, pero tú déjame hablar a mi, ¿Entendido?
—Muy bien.
—Vamos.
Donald entró en la sala seguido de Michael, intentaban no hacer ruido, aunque la televisión estaba tan alta que el hombre no podía oírlos.
Queriendo llamar su atención sin sobresaltarle, Donald entró en su campo de visión por un lado, la idea no dio resultado, el hombre parecía hipnotizado con el programa, miraba la pantalla sin pestañear, sin expresión alguna en el rostro.
—Perdone —comenzó Donald, pero su voz se perdió en otra explosión de risa enlatada.
Donald tocó con suavidad el brazo del desconocido, el hombre se levantó de un brinco y retrocedió, pero se recobró de inmediato.
—¡Eh! ¡Vosotros sois del grupo de la superficie que acaba de llegar! —Exclamó.
—Así es, aunque no fue precisamente por voluntad propia —replicó Donald—, nos han secuestrado.
El hombre, encorvado y huesudo, no media más de uno sesenta, tenía los ojos húmedos y hundidos y el rostro cubierto de arrugas, era la persona de aspecto más avejentado que habían visto en Interterra.
—¿Lo vuestro no fue un naufragio? —preguntó.
—No, me llamo Donald, este es Michael.
—Encantado, tenía ganas de conoceros, —se acercó para estrecharles la mano—, esto es un saludo como dios manda, estoy hasta las narices de esa tontería de presionar las palmas.
—¿Cómo te llamas?
—Harvey Goldfarb, pero podéis llamarme Harv.
—¿Estás aquí solo?
—Siempre estoy solo aquí.
—¿Qué haces?
—No gran cosa, —Harvey echó un vistazo a los monitores—, ver la tele, sobre todo los programas que se desarrollan en Nueva York.
—¿Es tu trabajo?
—Bueno, supongo que si, pero me ofrecí voluntario, es que me gusta ver Nueva York de vez en cuando.
—¿Qué es esta sala? ¿Sirve sólo de entretenimiento?
Harvey se echo a reír.
—A los interterranos no les interesa la tele, y no la ven mucho, lo que les interesa es la central de información, el centro de información de Saranta es uno de los principales centros de recepción de información de toda Interterra, sigue de cerca los medios de comunicación de la superficie por si se hace alguna referencia a Interterra, —Harvey señaló los monitores con el brazo —, esto está encendido veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
Por cierto, eso me recuerda una cosa, están hablando muchísimo de vosotros en todos los informativos, cuentan que habéis sido victimas de un volcán submarino.
—¿No se sospecha que haya sucedido nada fuera de lo normal?
—En absoluto, sólo hablan de rollos geológicos, pero en fin, volviendo a lo que hablábamos, os decía que me ofrecí voluntario para controlar algunos de los programas de televisión para los archivos para censurar cualquier rasgo de violencia.
—Pues si quitas la violencia no va a quedar mucha televisión—comentó Donald con una risa cínica—, ¿Para qué molestarse?
—Si, ya sé que parece una tontería, pero si los interterranos quieren ver la tele, no puede haber ninguna violencia, no sé si lo sabéis, pero esta gente no soporta la violencia, se ponen enfermos, pero de verdad.
—Así que tú no eres interterrano.
Harvey soltó una risotada.
—¿Yo? ¿Harvey Goldfarb un interterrano? ¿Acaso parezco interterrano, con esta cara?
—Si que pareces un poco mayor que los demas.
—Más viejo y más feo, pero así soy yo, me han querido convencer de que les deje meterme mano por todas partes, incluso querían hacer que me creciera el pelo, pero yo me niego, aunque tengo que decir que me tienen sanisimo, de eso no hay duda, aquí ir al hospital es como llevar el coche al mecánico, te ponen nuevo lo que haga falta y se acabó, pero en fin, yo no soy interterrano, soy neoyorquino, tengo una casa estupenda en la mejor zona de Harlem.
—Harlem ha cambiado bastante —replicó Donald—, ¿Cuánto tiempo hace que te marchaste?
—Llegué a Interterra en 1912.
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Con un poco de suerte y la intervención de los interterranos, me salvaron de ahogarme, junto con otros cientos de personas, nuestro barco chocó contra un iceberg.
—¿Ibas en el Titanic?
—Así es, iba de vuelta a Nueva York.
—Así que en Interterra hay varios pasajeros del Titanic,¿No?
—Varios cientos por lo menos, pero no todos están en Saranta, muchos se marcharon a la Atlántida y otras ciudades, estaban muy solicitados, es que los interterranos nos consideran muy divertidos.
—Si, esa es la impresión que tengo —comentó Donald.
—Pues disfrutadlo mientras dure —aconsejó Harvey—, porque una vez que os acostumbréis a esto, ya no os considerarán tan divertidos, creedme.
—Tu experiencia tuvo que haber sido horrible.
—No, la verdad es que aquí estoy muy bien, aunque tiene sus pros y sus contras, claro.
—No; me refiero a la noche que se hundió el Titanic.
—¡Ah, si! ¡Fue espantoso! ¡Horrible!
—¿Echas de menos Nueva York?
—En parte si —contestó Harvey con la mirada perdida—, la verdad es que tiene gracia, pero lo que más echo de menos es la bolsa, ya sé que os sonará muy raro, pero yo era broker y me encantaba mi trabajo, es verdad que trabajaba muchísimo, pero me encantaba, —Harvey respiró hondo y se volvió hacia Donald—, pero basta de hablar de mí, ¿Y vosotros? ¿De verdad os secuestraron? Porque sí es verdad, sois los primeros que conozco, yo creía que os habían rescatado del volcán submarino que mencionaban en las noticias.
—Sí que hubo una erupción —contestó Donald—, pero creo que fue una tapadera para podernos absorber por uno de los puertos de salida de Interterra, en cualquier caso, nuestra llegada aquí no se debe a una catástrofe natural, nos secuestraron con un propósito que todavía no nos han revelado.
Harvey se los quedó mirando.
—No parece que estés muy contento aquí.
—Todo esto es impresionante, es verdad —contestó Donald—, pero no, no estoy muy contento.
—Hmmmm... pues debes de ser el único, aquí todo el mundo que llega se queda encantado, ¿Y tu amigo?
—Michael está en mi misma situación, —el buceador asintió con la cabeza—, el caso es que no nos gusta que nos obliguen a nada —explicó Donald—, por muy bueno que parezca, ¿Y tú, Harvey?
Harvey miró un instante a Michael, que en ese momento se reía a la vez que sonaba la risa enlatada de la televisión.
—¿Hablas en serio? ¿De verdad que no os gusta esto, con tanta gente guapa y tantas fiestas?
—Ya te he dicho que no me gusta que me obliguen a nada.
—¿Y de verdad quieres saber mi opinión?
Donald asintió.
—Muy bien. —Harvey se inclinó hacia él y bajó la voz—, digámoslo así: si pudiera marcharme a Nueva York esta misma noche, saldría echando chispas, esto es demasiado tranquilo, demasiado perfecto, es para volver loco a cualquiera.
Donajd no pudo evitar una sonrisa, aquel viejo pensaba como él.
—Es que aquí nunca pasa nada —prosiguió Harvey—, la rutina es siempre la misma, un día sí y otro también, no sabéis lo que daría por pasar un día en la bolsa de Nueva York, yo necesito tensión para sentirme vivo, o por lo menos algún que otro problema de vez en cuando, para apreciar lo bueno de la vida.
Michael hizo una señal a Donald con el pulgar hacia arriba, pero el ex oficial no le hizo caso.
—¿Alguna vez se ha marchado alguien de Interterra? —preguntó.
—¡Si estamos debajo del mar, joder! ¿Cómo crees que se puede uno largar? ¿Nadando? Porque si fuera posible te aseguro que yo no estaría aquí sentado intentando ver algo de Manhattan, ¡Yo sería el primero en tirarme al agua!
—Pero los interterranos salen de vez en cuando —apuntó Donald.
—Si, pero las entradas y salidas están controladas por la central de información, y cuando los interterranos salen, lo hacen bien aislados en sus naves, además, lo normal es que manden fuera a los clones obreros, aquí la gente tiene mucho cuidado de no establecer ningún contacto entre este mundo y el nuestro, te recuerdo que un solo estreptococo seria una catástrofe aquí abajo.
—Parece que tú también has estado pensando en ello.
—Desde luego, pero sólo en sueños.
Donald se volvió hacia las pantallas de televisión.
—Por lo menos en esta habitación puedes sentirte en contacto con la superficie.
—Por eso vengo, esto está muy bien, la verdad es que paso aquí casi todo el día, se pueden ver todos los grandes canales de televisión del mundo.
—¿Se puede transmitir también?
—No; es un sistema pasivo, es verdad que el sistema cuenta con energía ilimitada y con una antena en casi todas las cordilleras de la superficie del planeta, pero no hay ninguna cámara, las telecomunicaciones de Interterra son muy diferentes y mucho más sofisticadas, como ya os habréis dado cuenta.
—Si te diéramos una cámara de televisión analógica, ¿Tú crees que podrías conectarla al equipo sin que nadie se diera cuenta, y que podrías transmitir?
Harvey se rascó la barbilla.
—Puede que sí, con la ayuda de algún clon obrero, ¿Pero de dónde vas a sacar una cámara?
—¡Ya sé lo que estás pensando! —interrumpió Michael con una sonrisa de complicidad—, ¡Estás pensando en la cámara del sumergible! —Perry y Suzanne les habían contado que habían visto el Oceanus en el museo.
Donald miró a Michael ceñudo, el buceador cerró la boca.
—No lo entiendo —dijo Harvey—, ¿Para qué queréis una cámara?
—Mira, Harvey, mis amigos y yo no queremos que nos obliguen a quedarnos aquí para servir de entretenimiento a los interterranos, queremos irnos a casa.
—Pues sigo sin entenderlo, ¿Crees que conectando una cámara de televisión podréis salir de Interterra?
—Es posible, de momento no es más que una idea, una pieza de un rompecabezas que todavía no tengo claro, pero en cualquier caso, solos no podremos seguir adelante, necesitamos tu ayuda, puesto que llevas aquí bastante tiempo para conocer el terreno, la cuestión es: ¿Estás dispuesto a ayudarnos?
—Lo siento —replicó Harvey moviendo la cabeza—, comprende que los interterranos no se lo tomarían muy a bien, si os ayudara me convertiría en persona non grata, eso seguro, me entregarían a los clones obreros, a los interterranos no les gusta hacer nada violento, pero a los clones les da igual, ellos simplemente hacen lo que les dicen.
—¿Y por qué te importa lo que piensen los interterranos? —Preguntó Donald— si nos ayudaras te llevaríamos con nosotros, volverías a Nueva York.
—¿De verdad? —a Harvey se le iluminó el semblante—, ¿Lo dices en serio? ¿Me llevaríais a Nueva York?
—Seria lo menos que podríamos hacer.
El frishee fosforescente surcó el aire, Richard había realizado un excelente lanzamiento, el platillo comenzó a caer justo al alcance del clon obrero a quien Richard había ordenado jugar, pero en lugar de atraparlo, el clon dejó que el frisbee pasara junto a su mano y le golpeara la cabeza, Richard se dio un palmetazo en la frente, desesperado y lanzando palabrotas.
En tiro, Richard —dijo Perry, disimulando una risa, estaba sentado junto a la piscina con luna, Meeta, Palenque y Karena, Sufa había llevado a los dos hombres al palacio de visitantes después de su visita a la fábrica de aerotaxis, y antes de que ninguno de los demás volviera de sus respectivas excursiones, al principio Richard recibió encantado a las mujeres, pero su euforía no tardó en disiparse al comprobar que ninguna de ellas era capaz de jugar al frisbee.
—¡Esto es ridículo! —Se quejó el buceador mientras recogía el platillo de los pies del clon—, aquí nadie sabe coger un puto frisbee, y mucho menos lanzarlo.
—Richard parece un poco tenso hoy —comentó Luna.
Perry asintió.
—Lleva así todo el día.
—Anoche también estaba raro —terció Meeta—, nos mandó a casa muy temprano.
—¡Vaya! —exclamó Perry—, ¡Eso si que es raro en él!
—¿Tú no puedes hacer algo? —pidió Luna.
—Lo dudo, a menos que salga ahí a jugar a esa tontería.
—Ojalá se calmara un poco.
Perry se hizo bocina con las manos.
—¡Richard! —llamó—, ¿Por qué no vienes a sentarte aquí un rato? te estás poniendo cada vez más negro, y tampoco hay razon.
Richard le hizo un gesto grosero con la mano, Perry se encogió de hombros.
—Es evidente que no está de muy buen humor —comentó.
—¿Por qué no vas a hablar con él? —sugirió Luna, Perry se levantó con un gruñido.
—Le tenemos preparada una sorpresa para cuando vuelva a su casa —dijo Meeta—, convéncele para que vaya
—¿Se lo habéis pedido vosotras?
—Si, pero ha dicho que quería jugar al frisbee
—¡Vaya! está bien, voy a hablar con él.
—No le comentes lo que te hemos dicho, tiene que ser una sorpresa.
—Muy bien —gruñó Perry, irritado por tener que separarse de Luna, echó a andar hacia Richard, que en ese momento daba instrucciones al clon—, Estás perdiendo el tiempo —dijo—, aquí no practican nuestros juegos, Richard, no les interesa para nada la destreza física.
Richard se enderezó.
—Ya, es evidente — replicó con un suspiro—, y lo que más me jode es que encima tienen unos cuerpos perfectos, el problema es que no tienen ningún espíritu competitivo, y a mi me hace falta un poco, hasta las tías son demasiado fáciles, coño, este sitio parece muerto, lo que yo daría por un buen partido de hockey.
—Mira, te echo una carrera en la piscina del pabellón, ¿Qué me dices?
Richard le miró un instante antes de tirar el frisbee con violencia, luego ordenó al clon que fuera por él, el androide echó a correr de inmediato.
—No, gracias —contestó por fin el buceador—, tampoco me va a servir de mucho ganarte en la piscina, de hecho, lo único que quiero es largarme de aquí, tengo los nervios de punta.
—Si, a todos nos preocupa la posibilidad de marcharnos—dijo Perry en voz baja—, y todos estamos nerviosos.
—Pues yo estoy más que nervioso, oye, ¿Tú qué crees que les hacen aquí a los criminales?
—No tengo ni idea, pero creo que aquí no existe el crimen, Arak dijo que no había cárceles, ¿Por qué lo preguntas?
Richard miró a lo lejos, jugueteando con el pie entre la hierba.
—¿Te preocupa lo que puedan hacernos si intentamos marcharnos y nos pillan? —apuntó Perry.
—Si, eso es —se apresuró a contestar Richard.
—Bueno, tendremos que pensarlo, pero hasta entonces no vamos a conseguir nada preocupándonos.
—Si, tienes razón.
—¿Entonces por qué no te entretienes con esas chicas tan guapas? —preguntó Perry, señalando a Meeta, Palenque y Karena con la cabeza—, ¿Por qué no te desfogas un poco con ellas? Podrías llevártelas a tu casa, la verdad es que no lo entiendo, pero están locas por ti.
—No sé si debería llevármelas a casa.
—¿Por qué no? Pero si son como un sueño hecho realidad, ¡Las tres parecen modelos de revista!
—Es muy complicado de explicar.
—Pues sea lo que sea, no me imagino que pueda ser más importante que satisfacer a tres sirenas ansiosas.
—Si, tal vez tengas razón —dijo Richard sin entusiasmo, arrebató el frisbee al clon obrero y volvió al comedor con Perry.
Meela, Palenque y Karena se levantaron y se acercaron a él tendiendo las palmas.
—¿Quieres retirarte al bungalow? —preguntó Meeta.
—Si, vamos, pero con una condición, nada de sacar comida ni bebida de la nevera, ¿De acuerdo?
—Claro que si, si no vamos a tener ganas, no estamos pensando precisamente en comer, — las chicas se echaron a reír, arremolinándose en torno a Richard.
—Lo digo en serio.
—Y nosotras también —replicó Meeta.
Perry se los quedó mirando mientras se alejaban, luego se volvió hacia Luna.
—¿Richard es tan agresivo a causa de su edad? —preguntó ella.
—No, es así por naturaleza, no cambiará dentro de diez años ni de veinte.
—Y eso a causa del mal entorno familiar que piensas que tuvo de pequeño?
—Supongo, —Perry no quería entrar en otra discusión sociológica, no se sentía muy aventajado en ese terreno, como quedó de manifiesto la vez anterior.
—Para nosotros es difícil comprenderlo, puesto que no tenemos familias, ¿Pero y sus amigos, sus conocidos, el colegio? ¿No hay nada que pueda contrarrestar la influencia familiar negativa?
Perry intentó centrar sus pensamientos.
—Sí, la educación y los amigos pueden ayudar, pero los amigos también pueden ser una mala influencia, en algunas comunidades la presión social impide que los niños aprovechen la educación que reciben, y por lo general es la falta de educación lo que crea el fanatismo y la estrechez de mente.
—Así que para alguien tan joven como Richard, hay alguna posibilidad de mejora.
—¡Ya te he dicho que Richard no va a cambiar! —exclamó Perry irritado—, Oye, ¿por qué no hablamos de otra cosa? yo no soy sociólogo, además, Richard no es tan joven, tiene casi treinta años.
—Eso es ser joven.
—Mira quién habla —saltó Perry.
Luna se echó a reír y miró a Perry batiendo los párpados.
—Perry, cariño, ¿tú cuántos años me echas?
—Dijiste que tenias más de veinte —contestó él nervioso—, ¿Veintiuno?
Luna movió la cabeza sonriendo.
—No, tengo noventa y cuatro, y eso sólo en este cuerpo.
Perry la miró boquiabierto y soltó uno de sus agudos chillidos.
Después de advertirles varias veces más que no abrieran la nevera, Richard dejó que las mujeres lo tumbaran en la cama con los brazos abiertos y le dieran un masaje con un aceite que le relajó los músculos y le hormigueó en la piel.
—¡Uf! —exclamó encantado—, ¡Sois estupendas!
—Y esto es sólo el principio —dijo Meeta, las tres se miraron conteniendo la risa, si Richard hubiera estado más atento se habría dado cuenta de que tramaban algo.
Al cabo de un cuarto de hora, Palenque se apartó sin que Richard se diera cuenta y se acercó al borde del jardín, donde hizo una señal con la mano.
Un momento después dos hombres se acercaban de puntillas a la cama, risueños, y sustituyeron a Karena, de modo que ahora eran ellos dos y Meeta los que acariciaban a Richard, Palenque y Karena se dedicaban a los dos hombres, el propósito era una orgía al estilo de la antigua roma.
—¿sabéis? —murmuró Richard—, si no fuera por vosotras, aquí me volvería loco, ¡Y pensar que nunca me habían dado un masaje! ¡Lo que me he perdido!
Los hombres y las chicas se miraron significativamente, estaban llegando a un punto de excitación febril
—No puedo evitar ser una persona activa —prosiguió Richard, ajeno a lo que estaba sucediendo a su alrededor—, necesito un poco de espíritu competitivo.
Uno de los hombres pasó sus fuertes y masculinas manos por el antebrazo de Richard para acariciarle la palma de la mano, el buceador notó algo extraño, abrió los ojos y vio horrorizado que las manos que le tocaban eran tan grandes como las suyas.
—¿Qué coño...? —con una brusquedad que sobresaltó a todos, Richard se dio la vuelta y se encontró con cinco rostros enrojecidos, en lugar de los tres que esperaba—, ¿Pero esto qué coño es? —gritó, se levantó de la cama con tal ímpetu que tiró a Palenque al suelo, los demás se incorporaron rápidamente.
—No pasa nada, Richard —dijo Meeta, alarmada ante la subita furia del buceador—, es una orgia sorpresa que hemos organizado para ti.
—¿Para mi? ¿Qué coño hacen aquí estos tíos?
—Son amigos nuestros, Cuseh y Uruh, nosotras les hemos invitado.
—¿Pero vosotras qué creéis que soy? —bramó Richard.
—Hemos venido para hacerte feliz —dijo el hombre más cercano, acercándose con la mano abierta.
Richard le propinó un fuerte puñetazo al mentón, el hombre cayó contra la pared, todos quedaron espantados ante tal violencia.
—¡Fuera de aquí! —gritó Richard, derribando de un manotazo todas las copas de oro que tenía sobre la mesa, los invitados salieron corriendo mientras él miraba frenético en busca de algo que romper.
Suzanne lanzó un grito de alegría, Garona y ella corrían cogidos de la mano por un sendero a través de un bosque de helechos, al llegar al borde de un lago cristalino se detuvieron, maravillados ante aquel magnifico paisaje y sin aliento después de la carrera.
—¡Precioso!
Garona tuvo que descansar un momento antes de poder hablar.
—Es mi lugar favorito —resolló por fin—, vengo muy a menudo, siempre he pensado que es muy romántico.
—Desde luego, —a poca distancia se veían otros lagos entre la frondosa vegetación, y a lo lejos se alzaban abruptas montañas que se confundían con el techo abovedado—, ¿En qué dirección estamos mirando?
—Hacia el oeste, esas montañas son la base de lo que vosotros llamáis la dorsal medio atlántica.
Suzanne movió la cabeza maravillada,
—Es tan hermoso... gracias por compartir esto conmigo.
—Me encanta verte más relajada.
—Si, si que lo estoy, por lo menos ahora sé por qué nos habéis traído a Interterra.
—Nos has sido de gran ayuda.
—La verdad es que no he hecho gran cosa.
—¡Claro que si! Has aliviado nuestros temores.
—Pero hace muchos años que se realizan perforaciones, ¿Por qué ahora os preocupa?
—Porque antes se perforaba en busca de petróleo, lo cual no nos perjudica en nada, de hecho nos beneficia, porque el petróleo es un gran inconveniente, a veces se filtra en los edificios más profundos y provoca grandes daños, no, lo que nos preocupaba eran las perforaciones sin un propósito concreto.
—Bueno, pues me alegro de haberos servido de ayuda.
—Esto hay que celebrarlo, ¿or qué no vienes a mí casa? Estamos muy cerca, podemos absorber caldorfina y luego comer.
—¿A media mañana? —dijo Suzanne, era una persona trabajadora que, como estudiante, apenas había tenido tiempo libre, y por tanto la idea de hacer el amor por la mañana le parecía decadente, aunque a la vez erótica.
—¿Por qué no? —replicó garona con aire seductor—, tu esencia resonará de éxtasis.
—Cuando tú lo dices parece tan sensual... —bromeó ella.
—Y lo será, anda, ven.
La casa de Garona quedaba a cinco minutos en aerotaxi, el edificio era similar al de Arak y Sufa, aunque el barrio parecía menos congestionado.
—La estructura es exactamente la misma — comentó Garona—, pero tenemos más espacio puesto que estamos más lejos del centro de la ciudad.
Dicho esto, la cogió de la mano y los dos echaron a correr.
Una vez dentro se comportaron como dos adolescentes impacientes en sus prisas por despojarse de las túnicas de satén y meterse en la piscina, Suzanne echó a nadar con fuertes brazadas, encantada de sentir a Garona detrás, dio la vuelta al llegar al extremo de la piscina y se encontró cara a cara con él, se abrazaron en el agua, Garona le tocó las palmas, radiante de placer, Suzanne se echó a reír.
—Esto es el paraíso —proclamó, hundió la cabeza en el agua un momento—, supera mis sueños más locos.
—Tengo tantas cosas que enseñarte... millones de años de progreso, te llevaré a las estrellas, a otras galaxias...
—Ya lo has hecho.
—Ven, vamos a compartir un poco de caldorfina.
La ayudó a salir del agua, Suzanne se sorprendió de nuevo al comprobar lo relajada que se sentía en su presencia, a pesar de estar desnuda.
—¡Siéntate! —Garona indicó un sofá de satén.
—Pero si estoy empapada.
—No importa.
—¿Seguro? —preguntó Suzanne, el sillón parecía inmaculado.
—Claro que si, — Garona le tendió un bote de caldorfina, los dos se untaron un poco en las manos y luego unieron las palmas.
Suzanne sintió una oleada de placer que le penetró hasta el centro de su ser, durante la siguiente media hora hicieron el amor en un intercambio sensible y generoso que llegó a un crescendo de pasión antes de fundirse en un maravilloso clímax.
Suzanne nunca se había sentido tan cerca de nadie, nunca en su vida se había abandonado de tal modo, pero no se sentía culpable, aquel paraíso utópico no se regía por las normas convencionales.
El tiempo pareció detenerse, Suzanne se sentía inmersa en una intimidad que no conocía, pero de pronto todo cambió, una suave voz femenina rompió su paz mental y física:
—Si ya habéis terminado de hacer el amor, he preparado un almuerzo estupendo, ha sido maravilloso, he disfrutado mucho viendo vuestra ternura.
Suzanne abrió los ojos sorprendida y se encontró ante el rostro sonriente de una mujer exquisita de ojos muy azules y pelo rubisimo, su expresión era la de una madre orgullosa mirando a sus hijitos.
Suzanne se incorporó de un brinco y se tapó con una colcha, su brusquedad hizo que Garona se diera la vuelta y abriera los ojos.
—¿Qué decías, Alita?
—Que es hora de comer —respondió la mujer, señalando hacia la piscina, donde un clon obrero estaba poniendo la mesa.
—Gracias, cariño, — Garona se incorporó —, estamos muertos de hambre.
—La comida estará enseguida, —Alita se alejó para colocar tres cómodas sillas en torno a la mesa.
Garona se estiró con un bostezo, Suzanne se abalanzó hacia su ropa y se vistió a toda prisa.
—¿Quién es? —susurró.
—Alita, ven, vamos a comer.
Todavía desconcertada, Suzanne se acercó a la mesa, se sentó en la silla que le indicó Garona y dejó que el clon le sirviera, mientras Garona y Alita comían con apetito, ella apenas picó de su plato, se sentía avergonzada y turbada.
—Suzanne ha estado hoy en el consejo de ancianos —explicó garona a Alita sin dejar de comer—, ¡Nos ha dado muy buenas noticias!
—Estupendo.
Garona se inclinó hacia Suzanne y le dio un apretón en el hombro.
—Nos ha dicho que el secreto de Interterra esta seguro.
—Qué alivio, necesitábamos un poco de tranquilidad/
Suzanne sólo acertó a asentir con la cabeza.
Garona y Alita comentaron las necesidades de la seguridad de Interterra, Suzanne no escuchaba, no hacía más que observar a Alita, que a su vez dirigía toda su atención a Garona, era sorprendente que estuviera tan tranquila, Suzanne todavía estaba demasiado avergonzada para hablar o comer.
Poco a poco se fue calmando, lo que más le molestaba era la aparente familiaridad con la que Alita y Garona se trataban, por fin su curiosidad pudo más que ella.
—Perdona, Alita, ¿Hace tiempo que os conocéis Garona y tú?
Los dos se echaron a reír de buena gana.
—Perdona —dijo por fin Alita, haciendo esfuerzos por contenerse—, es una pregunta lógica, pero del todo inesperada aquí en Interterra, Garona y yo nos conocemos desde hace muchísimo tiempo.
—Años, supongo —aventuró Suzanne con voz cortante, a pesar de las disculpas de Alita, sus risas le parecieron un poco groseras.
Garona estalló en carcajadas de nuevo, tuvo que taparse la boca con la mano.
—Años, si —contestó Alita—, muchísimos años.
—Alita y yo hemos pasado muchas vidas juntos —explicó Garona, enjugándose las lágrimas.
—Ah, ya, —Suzanne hizo un esfuerzo por no perder la calma—, qué bien.
—Si, Alita es... bueno, supongo que podríamos decir que es mi mujer permanente.
—O también que Garona es mi hombre permanente —apuntó Alita.
—Sí, las dos cosas.
—Estámuy bien que sea mutuo —comentó Suzanne con sarcasmo—, ¿Podríais explicarme qué significa "permanente" en interterra? —dijo alita—.
—Sólo que trasciende de una vida corporal a otra.
Suzanne se mordió el labio para que las emociones no se le desbordaran, estaba a punto de echarse a llorar, después de su entrega incondicional a Garona, en respuesta a sus halagos y su insistencia, se sentía humillada al saber que él ya tenía una especie de compromiso de por vida que ella ni siquiera podía comprender, también se sentía estúpida, había dejado que su intuición la traicionara por completo, ¡Ni siquiera había preguntado a Garona por su estado civil!
—Bueno, todo esto es muy interesante —atinó a decir, dejó en la mesa el tenedor y la servilleta y se levantó—, muchas gracias por la comida y por una información tan reveladora, ahora tengo que volver al palacio de visitantes.
Garona se levantó también.
—¿Tan pronto?
—Sí, —Suzanne se volvió hacia Alita—, ha sido un placer.
—Para mi también, Garona me había hablado tanto de ti...
—¿Ah, sí? qué bien.
—Espero verte muy a menudo —añadió Alita.
—Puede ser, —Suzanne se despidió de Garona con un gesto y se dirigió hacia la puerta.
El salió corriendo tras ella.
—Te acompaño a coger un taxi, o si lo prefieres te acompaño hasta tu casa.
—No te molestes, Alita y tú tendréis muchas cosas que hablar.
—Suzanne, estás muy rara, —Garona aceleró el paso para mantenerse a su lado mientras llamaba a un aerotaxí por su comunicador.
—Pues menos mal que lo has notado.
—¿Pero qué te pasa? —Garona quiso cogerle el brazo, pero ella se apartó y siguió caminando.
—Nada, un pequeño choque cultural.
—Venga, mujer, —Garona la agarró del brazo y esta vez consiguió detenerla—, dime lo que es, no me hagas adivinarlo.
—Seria interesante ver si lo adivinas, aunque creo que la cosa es evidente.
—Supongo que tiene algo que ver con Alita.
—Muy listo, ¿quieres soltarme? Tengo que volver al palacio de visitantes.
—Suzanne, estás en Interterra, aquí las costumbres son distintas, tendrías que adaptarte.
Suzanne se lo quedó mirando a los ojos, quería que la dejara en paz, pero al mismo tiempo deseaba otorgarle el beneficio de la duda, al fin y al cabo, aquello era Interterra, no Los Angeles.
—Es que mi cultura es muy diferente...
—Ya lo sé, pero sólo te pido que no nos juzgues según los criterios de la superficie, intenta no ser egoísta, no hace falta poseer algo para disfrutar de ello, nosotros compartimos nuestro ser con las personas que amamos, y el amor es una fuente inagotable.
—Pues me alegro por vosotros, me alegro de que tengáis tanto amor, por desgracia, yo estoy acostumbrada a compartir mí amor sólo con una persona.
—¿Y no puedes ver las cosas desde el punto de vista de Interterra?
—En este momento, lo dudo.
—Te recuerdo que la moralidad de la superficie es casi siempre egoísta y en último término destructiva.
—Eso desde tu punto de vista, desde el nuestro, es buena para educar a los niños.
—Tal vez —replicó Garona—, pero eso aquí no importa.
—Mira, Garona, —Suzanne le puso la mano en el hombro—, tú eres un interterrano maravilloso, puesto que estamos en Interterra, reconozco que esto es problema mio, no tuyo, soy yo la que tengo que enfrentarme a él.
De pronto apareció el aerotaxí.
—¿Me necesitas para conducirlo? —preguntó Garona.
—Prefiero hacerlo yo.
—Entonces iré a verte esta noche, ¿Te parece bien?
—Como decimos los seres humanos secundarios, creo que necesito un poco de espacio, vamos a dejar pasar un día o dos —contestó ella, sentándose en el taxi.
—Iré de todas formas.
—Haz lo que quieras, —estaba demasiado turbada para discutir—, palacio de visitantes —ordenó, con la mano en la mesa central, se despidió de Garona mientras se cerraba la puerta.
—Se nota que estáis un poco abrumados —comentó Arak.
Arak y Sufa habían convocado una reunión esa misma tarde en la sala de conferencias, para que todos informaran de sus actividades.
Perry estaba furioso con Richard, justo cuando empezaba a progresar con Luna, había aparecido Meeta con los demás, todos presas del pánico, diciendo que Richard se había vuelto loco, conociendo el temperamento violento del buceador, y preocupado de que pudiera causar problemas, Perry había acudido corriendo y se había pasado una hora intentando, sin mucho éxito, calmarle un poco.
Richard guardaba silencio, con aspecto malhumorado, miraba ceñudo a Arak y Sufa como si fueran los culpables de sus problemas.
Suzanne, sentada junto a Perry, intentaba restañar sus heridas, también se sentía responsable de su situación, había explicado a los demás que ella era la causa principal de que los hubieran secuestrado, pidió perdón, y todos le aseguraron que no la consideraban responsable, a pesar de todo, ella se sentía incómoda.
Sólo Donald y Michael parecían tranquilos, Arak lo achacó al éxito de su visita a la central de informacion.
—Antes de terminar por hoy —dijo mirando a Donald—, ¿Tenéis alguna pregunta o comentario sobre lo que habéis visto hoy?
—Yo tengo una pregunta que estoy seguro nos interesa a todos —replicó Donald.
—Adelante.
—¿Pensáis tenernos aquí prisioneros de por vida?
La sorpresa fue general, sobre todo para Suzanne y Perry, que olvidaron de pronto sus demás preocupaciones, nadie esperaba esa pregunta, y menos teniendo en cuenta que la noche anterior Donald había sugerido no mencionar el tema por miedo a que limitasen sus libertades.
Arak pareció más decepcionado que sorprendido, tardó un instante en responder.
—"Prisioneros" no es la palabras más adecuada, yo preferiría subrayar que no os obligaremos a salir de Interterra, sino que os damos la bienvenida a nuestro mundo y os otorgamos pleno derecho a disfrutar de todos los avances que apenas habéis comenzado a ver.
—Pero no habéis pedido nuestra opinión... —comenzó Perry.
—¡Un momento! —ordenó Donald—, ¡Dejadme terminar! Arak, vamos a poner las cosas claras, nos estás diciendo que no podremos salir de Interterra aunque queramos.
Arak se agitó incómodo,
—Por lo general, en una etapa tan temprana de la introducción, evitamos hablar de un tema que suscita tantas emociones—terció Sufa—, sabemos por experiencia que los visitantes son más capaces de enfrentarse a esto una vez que se han aclimatado a los beneficios de esta vida.
—Por favor, responded la pregunta —insistió Donald.
—Con un si o un no —añadió Michael.
Arak y Sufa conferenciaron unos momentos en susurros, Donald se reclinó en su asiento, cruzado de brazos, mientras los demás se agitaban nerviosos y en silencio, estaban en juego sus destinos.
Por fin Arak asintió con la cabeza, alzó la vista y se volvió hacia Donald.
—Muy bien, seremos sinceros, la respuesta a tu pregunta es no, no podréis marcharos de Interterra.
—¿Nunca? —resolló Perry.
—¿Y comunicarnos con nuestras familias? —quiso saber Suzanne—, tenemos que decirles que estamos vivos.
—¿Para qué? seria una crueldad para ellos, puesto que no volverán a veros y ya se están adaptando a haberos perdido.
—Pero algunos tenemos hijos —exclamó Perry—, ¿Cómo no vamos a poder contactar con ellos?
—Está fuera de discusión —dijo Arak con firmeza—, lo siento, pero la seguridad de Interterra está por encima de los intereses personales.
—¡Pero nosotros no pedimos venir aquí! —insistió Perry, a punto de echarse a llorar—, nos trajisteis para que os ayudáramos, pues bien, Suzanne os ha ayudado, ¡Yo tengo una familia!
—No podemos quedarnos aquí —masculló Richard.
—De ninguna manera —le secundó Michael.
—Todos tenemos seres queridos en nuestro mundo —afirmó Suzanne—, vosotros sois personas sensibles, ¡No podéis esperar que nos olvidemos de ellos sin más!
—Sé que es difícil —terció Arak—, y os comprendemos, pero pensad que las recompensas son infinitas, francamente, me sorprende que a nadie le tienten, pero eso cambiar , siempre sucede, recordad que tenemos miles de años de experiencia con visitantes de la superficie.
—No se trata de que vuestro mundo nos tiente o no —apuntó Donald con altanería—, según nuestra ética, el fin no justifica los medios, el problema es que nos estáis forzando a hacer algo que no queremos y, sobre todo por nuestra herencia como norteamerícanos, esto nos resulta intolerable.
—¡Por favor! —gritó Perry enfadado—, déjate de tonterías patrióticas, esto no tiene nada que ver con ser norteamericanos sino con ser personas.
—¡Calma! —Arak respiró hondo antes de añadir—: es verdad que en cierto modo habéis sido forzados debido a la seguridad de Interterra, pero seria mejor decir que os hemos dirigido, porque este caso es muy parecido a lo que pasa entre padres e hijos, debido a vuestra inocencia primitiva, confundís los intereses a corto plazo con los beneficios a largo plazo, nosotros, que hemos vivido una vida tras otra, tenemos más conocimiento y somos más capaces de tomar una decisión racional, recordad lo que estamos poniendo a vuestro alcance: precisamente la meta de todas vuestras religiones, os hemos traído a un paraíso muy real.
—Muy bien —le espetó Richard—, pero yo no pienso quedarme aquí.
—Lo siento, pero estás aquí y aquí te quedarás —replicó Arak.
Suzanne, Perry, Richard y Michael se miraron nerviosos y enfadados, Donald seguía de brazos cruzados.
—En fin —dijo Arak con un suspiro—, esto no ha ido como estaba planeado, lamento que hayáis insistido en sacar el tema en una etapa tan temprana de vuestra orientación, pero, por favor, creedme: todos cambiaréis de opinión con el tiempo.
—¿Qué tenéis pensado para nosotros? —preguntó Suzanne.
—El periodo de orientación suele durar un mes, dependiendo de las necesidades individuales de cada visitante, durante ese tiempo tendréis ocasión de viajar a otras ciudades, al final del periodo se os destinará a la ciudad de vuestra elección.
—¿Puedes decirnos dónde están esas ciudades? —pidió Donald.
—Por supuesto, —encantado de poder cambiar de tema, Arak apagó las luces y encendió la pantalla del suelo, un momento después apareció un enorme mapa de la zona atlántica de Interterra, donde se veían los océanos y los márgenes continentales, las ciudades eran de color naranja, azul o verde, Sufa se apartó para no tapar la vista.
—Aquí reconoceréis Saranta —comenzó Arak, tocó la consola y el nombre se iluminó en naranja, luego aparecio en la pantalla la zona del pacífico—, aquí se ven las ciudades más antiguas, bajo el océano pacifico, vais a visitar muchas de ellas, todas tienen su propio carácter particular, podréis vivir en la que queráis.
—¿Significa algo el color naranja? —preguntó Donald.
—Son ciudades con puertos de salida interplanetarios, como el puerto por el que vinisteis vosotros, aunque la mayoría han quedado obsoletos y ya no se utilizan, aquí se ve Calistral, en el océano Indico, es probablemente el único puerto operativo que queda, aunque se usa muy poco, hoy en día sólo empleamos los puertos intergalácticos debajo del polo sur.
—¿Podemos ver de nuevo el otro mapa? —pidió Donald.
—Desde luego.
En un instante volvió a aparecer en la pantalla la zona del Atlántico.
—Así que la ciudad de Barsama, al este de Boston, cuenta con un puerto interplanetario —comentó Donald.
—Así es, pero lleva cientos de años sin utilizarse, Barsama es una ciudad muy acogedora, aunque un poco pequeña.
—Cuando dices que no se ha utilizado, ¿significa eso que ha sido sellado, como el puerto de Saranta?
—Todavía no, pero se cerrará muy pronto, las chimeneas tenían que haberse sellado hace mucho tiempo, como ya os comenté ayer, justamente hoy el consejo de ancianos ha promulgado un decreto para acelerar el proceso.
Donald asintió con la cabeza, se arrellanó en el asiento y se cruzó de brazos.
—¿Alguna otra pregunta?
Nadie se movio.
—Creo que estamos un poco aturdidos para hacer preguntas—dijo por fin Perry.
—Necesitáis pasar un tiempo juntos —terció Sufa—, para ayudaros mutuamente a adaptaros, yo os recomiendo que habléis con Ismael y Mary, estoy segura de que su sabiduría y experiencia os ayudarán mucho
Nadie dijo nada.
—Muy bien —concluyó Arak—, mañana por la mañana seguiremos con vuestra orientación, después de un merecido descanso, no olvidéis que todavía os estáis recuperando del proceso de descontaminación, sabemos que resulta agotador y no es raro que todavía estéis muy estresados.
Quince minutos más tarde el grupo se dirigía en silencio hacia el comedor, todos absortos en sus propios pensamientos, comenzaba a caer la tarde.
—Tenemos que hablar —dijo Donald de pronto.
—Estoy de acuerdo —contestó Perry—, ¿Dónde?
—Creo que es mejor que nos quedemos fuera, pero vamos primero al comedor, para dejar allí los comunicadores de muñeca, no me sorprendería que fueran también un dispositivo de vigilancia.
—Buena idea, —Perry se había recuperado lo suficiente para estar enfadado.
—Quisiera pediros disculpas otra vez —dijo Suzanne—, me siento muy mal, yo soy la responsable de que estemos aquí.
—Tú no eres responsable de nada —saltó Perry.
—Nosotros no te echamos la culpa —convino Michael—, son estos malditos interterranos.
—Intentemos hablar lo menos posible hasta que nos libremos de los comunicadores —insistió Donald.
Siguieron caminando en silencio, y una vez en el comedor se quitaron los comunicadores y volvieron a salir.
—Ya estaban a unos treinta metros de la piscina del comedor, la luz del interior iluminaba un área del césped.
—No, aquí ya está bien, —Donald se detuvo y los otros se apiñaron a su alrededor—, bueno, ahora ya lo sabemos, y quiero decir que ya os lo advertí.
—Pues no lo digas —gruñó Perry.
—Por lo menos ahora ya sabemos lo que hay.
—Menudo consuelo.
—Fue una sorpresa que te decidieras a preguntarlo —dijo Suzanne—, ¿Por qué cambiaste de opinión?
—Porque teníamos que saber la verdad cuanto antes, si tenemos que escapar de aquí, como es el caso, habrá que hacerlo pronto.
—¿Crees que hay alguna forma de salir?
—Tal vez, lo bueno es que el Oceanus está intacto, si pudieamos llevarlo hasta el puerto de salida de Barsama y averiguar cómo inundar la cámara y abrir la chimenea, tendríamos suficiente energía para llegar hasta Boston.
—No dará resultado, con lo paranoicos que son los interterranos, seguro que los puertos de salida están vigiladisimos, aunque supiéramos cómo funcionan, no lograríamos escapar.
—Suzanne tiene razón —apuntó Richard—, seguro que un ejército de clones obreros rondando por allí.
—Ya —convino Donald—, no podremos escapar, tienen dejarnos salir.
—¡Muy listo! —exclamó Perry—, ¡Pues no nos van soltar Arak lo ha dicho muy claro.
—No nos dejarán ir por voluntad propia, tenemos que ganarles.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Suzanne—, estas hablando de una civilización muy avanzada, con poderes y tecnologia que ni siquiera podemos imaginar.
—Chantaje —respondió Donald—, tenemos que convencerles de que será más seguro para ellos dejarnos salir que retenernos.
—¿A ver? —dijo Perry con recelo.
—Les aterroriza que los detecten, mi idea es amenazarlos con transmitir a la televisión de la superficie y desvelar la existenci Interterra.
—¿Tienen equipos para emitir señales de televisión? —quiso saber Perry.
—No, pero si reciben, Michael y yo hemos encontrado a un tipo que nos ayudar.
—Es verdad —terció Michael—, un tío de Nueva York llamado Harvey Goldfarb, lleva años aquí, pero se pasa la vida metido en la central de información viendo programas de televisión, está deseando salir de aquí.
—Lo importante es que conoce bien el equipo de televisión —prosiguió Donald—, nosotros tenemos dos cámaras de video en el Oceanus que podrían ajustarse para transmitir, Goldfarb dice que hay energía de sobra.
—Hmm —murmuró Perry—, suena prometedor...
—Para mi no, —Suzanne movió la cabeza—, no veo cómo va a dar resultado, entiendo lo de la amenaza, ¿Pero cómo utilizarla para que los interterranos hagan algo que obviamente no quieren hacer?
—Todavía no lo sé —admitió Donald—, tenemos que pensar algo, yo me imagino a Goldfarb con el dedo en el botón, listo para transmitir.
—¿Eso es todo? —preguntó Perry consternado—, si eso es lo único que has pensado, Suzanne tiene razón, no servirá de nada, los interterranos podrían enviar a un clon para que redujera a Goldfarb o, más fácil todavía, podrían simplemente cortar la luz, si queremos hacerles chantaje, necesitamos algo mucho más complejo.
—Es sólo el principio —repuso Donald—, como ya he dicho, tenemos que pensar.
Suzanne miró a Perry,.
—¿A qué te refieres con "algo más complejo"?
—Pues, por ejemplo, a dos amenazas en vez de una, ¿entiendes? si quieren neutralizarnos, tendrán que luchar en dos frentes.
—No es mala idea —convino Donald—, ¿A alguien se le ocurre otra amenaza?
—A mi no —contestó Perry.
—Ni a mi —terció Suzanne.
—Bueno, pues empezaremos con la cámara, y mientras lo organizamos ya se nos ocurrirá algo.
—¿Habéis encontrado armas?
—Una sala llena —contestó Donald—, pero la mayoría son muy viejas, armas rescatadas del fondo del océano desde los tiempos de la antigua Grecia hasta la segunda guerra mundial, lo mejor que encontré fue una Luger.
—¿Tú crees que funcionará?
—Podría ser, el cargador está lleno, y la pistola parecía en buen estado.
—Bueno, ya es algo —afirmó Perry—, sobre todo si funciona.
—Lo que está claro es que no podremos conseguirlo si nos mandan a distintas ciudades.
—Es verdad, así que tenemos menos de un mes.
—Puede que bastante menos —observó Richard.
—¿Por qué lo dices?
—Michael y yo tenemos un problema, y cuando se enteren los interterranos, se va a armar una gordísima.
—¡Richard, no digas nada! —exclamó Michael.
—¿Qué pasa? ¿Qué habéis hecho ahora?
—Fue un accidente.
—¿Qué clase de accidente? —quiso saber Donald.
—Será mejor que vengáis a verlo, igual se os ocurre qué podemos hacer.
—¿Dónde?
—En mí casa o la de Mikey, da igual.
—Vamos —ordenó Donald.
Atravesaron en silencio el césped en dirección al bungalow de Richard y rodearon la piscina, Richard dio una orden para que se abriera la nevera, y apartó varios de los compartimientos, hasta dejar al descubierto la cara helada y pálida de Mura, tenía el pelo pegado a la frente y la espuma ensangrentada le cubría la mejilla.
Suzanne se tapó los ojos.
—Fue un accidente —dijo Richard—, Michael no quería matarla, sólo le metió la cabeza bajo el agua para que no gritara.
—Se volvió loca —explicó Michael—, en cuanto vio el cuerpo del tipo al que mató Richard.
—¿Que tipo? —preguntó Perry.
—Un chaval que estaba en la fiesta, el que iba con Mura.
—¿Dónde está el cadáver?
—En mí nevera.
—¡Idiotas! —gritó Perry—, ¿Cómo murió el chico?
—Eso no importa —murmuró Donald—, lo hecho, hecho está, Richard tiene razón: en cuanto se descubran los cadáveres, esto va a ser un infierno.
—¡Por supuesto que importa! —terció Suzanne, mirando furiosa a los buceadores—, ¡No me lo puedo creer! ¡Habéis matado a dos personas pacificas y amables! ¿Por qué?
—Intentó propasarse conmigo —contestó Richard—, le di un empujón y se golpeó en la cabeza, yo estaba borracho, no quería matarle.
—¡Maníacos de mierda!
—Está bien, está bien —murmuró Perry—, vamos a calmarnos, tenemos que trabajar juntos, si queremos que haya alguna posibilidad de salir de aquí.
—Perry tiene razón, si queremos salir de aquí, tenemos que intentarlo pronto, de hecho, lo mejor es que empecemos esta noche.
—Yo estoy de acuerdo —terció Richard, mientras volvía a meter las cosas en la nevera para ocultar el rostro sin vida de Mura.
—¿Qué podemos hacer esta noche?
—Me parece que mucho.
—Bueno, tú eres el militar, ¿Por qué no asumes el mando?
—¿Qué os parece a los demás? —preguntó Donald.
Richard se incorporó y logró cerrar la nevera empujando con la cadera.
—Por mí, bien, cuanto antes salgamos de aquí, mejor.
—Yo estoy de acuerdo —dijo Michael.
—¿y tú, Suzanne?
—No puedo creer que haya pasado esto —murmuró ella, con la mirada perdida—, se pasaron un mes descontaminándonos, y aun así hemos conseguido introducir la enfermedad.
—¿Qué demonios estás diciendo? —preguntó Perry.
Suzanne suspiró con tristeza.
—Es como si fuéramos los esbirros de satanás invadiendo el cielo.
—Suzanne, ¿estás bien? —Perry le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos, los tenía llenos de lágrimas.
—Estoy asqueada.
—Con tres votos sobre cuatro, la decisión está clara —afírmó Donald, sin hacer caso de Suzanne—, lo que propongo es ir al museo, Richard y yo iremos a ver el sumergible y nos llevaremos una cámara de televisión, Perry, tú y Michael os encargaréis de buscar armas, Michael te enseñará dónde están, coged todo lo que resulte apropiado, pero sobre todo no olvidéis la Luger.
—Muy bien —convino Perry—, ¿y tú, Suzanne? ¿vienes?
Pero ella no contestó, se llevó las manos a la cara para enjugarse los ojos, no podía aceptar el hecho de que eran responsables de la muerte de dos interterranos, y no sabia cuánto dolor provocaría aquel crimen en Saranta, se habían perdido para siempre dos esencias que habían sobrevivido miles de años.
—Está bien —dijo Perry suavemente—, tú quédate aquí, no tardaremos mucho.
Suzanne asintió con la cabeza, pero ni siquiera se volvió hacia ellos, miraba llorando el armario que ocultaba la nevera, la violenta confrontación que temía estaba a punto de producírse.
Donald enfocó la operación como si fuera una maniobra militar, al igual que Richard y Michael, que incluso tenían más experiencia de campo que él, los dos buceadores se mancharon de barro la cara y la ropa, Perry no estaba tan entusiasmado, aunque era un alivio tomar las riendas de su propio destino.
—¿No estáis exagerando un poco? —preguntó al ver a los buceadores llenos de barro.
—Esto es lo que hacíamos en las operaciones nocturnas de la marina —replicó Richard.
El paseo en aerotaxi era en ciertos aspectos más emocionante de noche que de día, había menos tráfico, pero los pocos vehículos que se veían, parecían surgir de la nada.
—Esto parece un puto parque de atracciones —dijo Richard cuando otro taxi les pasó muy de cerca.
—Ojalá supiera cómo funcionan estas cosas —comentó Perry—, en la fábrica que Richard y yo visitamos esta mañana sólo había clones obreros.
—Si, menuda pérdida de tiempo —dijo Richard.
—¿Qué piensas de Suzanne? —preguntó Donald a Perry.
—¿A qué te refieres?
—A que me preocupa un poco, podría estropearnos toda la operación.
— ¿Quieres decir que puede alertar a los interterranos?
—Algo así, parecía muy impresionada con lo sucedido.
—Es verdad que está mal, pero no sólo por los cadaveres, antes me comentó que se había llevado una decepción con Garona, además, se siente responsable de que nos trajeran a Interterra, pero no creo que nos denuncie.
—Eso espero.
La nave se detuvo, quedó un momento suspendida en el aire y comenzó a descender.
—Todos atentos —ordenó Donald.
El aerotaxi estaba aterrizando en el patio del museo, sobre el borde de la nave se veía el Oceanus, recortado contra el basalto negro del edificio.
—Ese es el objetivo, en cuanto se abra la puerta quiero que todo el mundo se pegue a la pared del museo. ¿Entendido?
—De acuerdo.
El grupo obedeció prestamente, una vez contra la pared, inspeccionaron la zona, estaba muy oscuro, sobre todo entre las sombras, no había señales de vida, detrás de ellos, la silueta geometrica del museo se alzaba en la negrura, la única luz provenía de los millares de estrellas bioluminiscentes y un débil resplandor en las ventanas del museo, el sumergible se encontraba a unos quince metros de distancia, calzado sobre la plataforma de un carguero antigravitatorio.
Al cabo de un momento el aerotaxi se elevó en silencio y desapareció en la oscuridad.
—Yo no veo a nadie —susurró Richard.
—Bueno, esto no es precisamente el bar de moda —replicó Michael.
—Silencio, hablad sólo lo indispensable —ordenó Donald.
—Esto está desierto —dijo Perry, relajándose un poco—, no será difícil.
—Esperemos que siga así, —Donald señaló una ventana a su izquiérda—, Perry, Michael y tú entraréis y saldréis por ahí, nosotros estaremos en el Oceanus, o esperando aquí entre las sombras.
—¿Habrá alarmas en el museo?
—¡Qué va! —exclamó Richard—, aquí no hay ni cerraduras, ni alarmas ni nada de eso, se ve que nadie roba nada.
—Muy bien, ¡Vamos!
—Buena caza, —Donald los despidió con un gesto.
Perry y Michael echaron a correr agachados hacia la ventana, Perry aupó a Michael entre gruñidos y jadeos, una vez dentro, Michael se asomó para ayudar a Perry, un instante después ambos desaparecían en el edificio.
—¿Qué? ¿Vamos o no? —preguntó Richard, mirando hacia el submarino.
—¡Vamos!
En la oscuridad, el sumergible escarlata parecía gris, aunque destacaban las letras blancas del casco, Donald acarició con cariño el casco de acero, y comenzó a realizar una detallada inspección, las reparaciones de los interterranos eran impresionantes.
Las luces exteriores y el brazo articulado, que habían quedado destruidos durante el descenso, parecían totalmente nuevos.
—Está perfecto —comentó Donald—, lo único que tenemos que hacer es sacarlo al mar, y seremos libres.
—Pues cuanto antes mejor.
Donald se acercó a una caja de herramientas exterior, y sacó varias llaves que ofreció a Richard.
—Empieza con la cámara de estribor, yo voy abajo a comprobar el nivel de la batería, como no haya energía no iremos a ningun sitio.
—De acuerdo.
Donald subió rápidamente por las escalerillas hasta la escotilla, le sorprendió encontrarla abierta, terminó de levantarla con las dos manos y, después de mirar de nuevo en torno a él, bajó al interior de la nave en completa oscuridad.
Una vez dentro comenzó a avanzar a tientas, conocía tan bien el sumergible que podía moverse por él a ciegas, por lo menos eso pensaba, hasta que tropezó con los libros que Suzanne había llevado para impresionar a Perry, Donald se golpeó la mano contra un asiento al intentar recuperar el equilibrio, y soltó una maldición, por lo menos no se había caído, cosa que podría resultar fatal en un espacio tan confinado.
Al cabo de un momento siguió avanzando, cuando ya estaba cerca de los mandos, un poco de luz se filtraba por los cuatro ojos de buey, con cuidado de no golpearse la cabeza con los instrumentos que sobresalían de la pared, Donald se sentó en el asiento del piloto, fuera se oía a Richard golpear el casco con una llave.
Donald encendió las luces de los instrumentos y miró nervioso el indicador de batería, no tardó en suspirar aliviado, había energía de sobra, de pronto, cuando iba a inspeccionar la presión del gas, se frenó en seco, había oído un ruido a sus espaldas, había alguien en el submarino.
Donald contuvo el aliento, intentando escuchar, con la frente perlada de sudor frío, pasaron unos segundos que le parecieron horas, pero no oyó nada, justo cuando empezaba a pensar que había sido una jugarreta de su imaginación, surgió una voz en las tinieblas.
—¿Eres tú, Donald?
Donald se dio la vuelta, intentando en vano ver algo en la oscuridad.
—Sí —respondió con voz rota—, ¿Quién es?
—Harv Goldfarb, ¿Te acuerdas? de la central de informacion.
Donald respiró.
—Sí —dijo irritado—, ¿Qué coño está haciendo aquí? Harvey avanzó un paso, las luces de los instrumentos iluminaban su rostro arrugado.
—Me he pasado el día pensando, hoy es la primera vez que he tenido alguna esperanza de volver a casa, tenía miedo de que os olvidarais de mí, así que he venido a dormir aquí.
—No te preocupes, no podríamos olvidarnos de ti, te necesitamos, ¿Has comprobado las cámaras de televisión del exterior?
—Si, no creo que nos den ningún problema, ¿Qué te propones transmitir?
—De momento no estoy muy seguro, tal vez a ti, o a todos nosotros.
—¿A mi?
—Sólo queremos ser capaces de transmitir, lo que importa es la amenaza.
—Comprendo, pensáis que os dejarán salir de aquí por miedo a que reveléis el secreto de Interterra.
—Algo así.
—No funcionara.
—¿Por qué no?
—Por dos razones, en primer lugar, cortarían la energía antes de dejaros salir, y en segundo lugar, yo no lo haría.
Has dicho que nos ayudarías,
Pero tú dijiste que me llevarías a Nueva York.
—Es verdad, lo cierto es que todavía no tenemos listos todos los detalles.
—¿Detalles? ¡Ja! —se burló Harvey—, escucha, yo vivo aquí y puedo deciros cómo salir, muchas noches he soñado con escapar de esta monotonía.
—Estamos abiertos a sugerencias.
—Tengo que estar seguro de que me llevaréis con vosotros.
—Desde luego que sí, ¿cuál es la idea?
—¿Funciona el submarino?
—Eso es lo que estoy comprobando, tenemos energía de sobra, de modo que si podemos salir al agua, funcionará.
—Muy bien, ¿Os han contado ya que los interterranos viven para siempre? no con el mismo cuerpo, sino en varios.
—Si, ya hemos visitado el centro de la muerte y presenciado una extraccion.
—Vais muy deprisa, así comprenderéis que el proceso sólo funciona si se extrae la esencia antes de la muerte, en otras palabras, todo debe ser planeado, ¿sabes lo que quiero decir?
—Pues no exactamente —admitió Donald.
—Tienen que estar vivos para que extraigan su memoria, es decir, el cerebro tiene que estar funcionando con normalidad, si mueren de forma violenta, se acabó, por eso les aterra tanto la violencia, y por eso no ha habido ninguna violencia en Interterra durante millones de años, no son capaces de realizar actos violentos.
—Así que podemos amenazarles con violencia, si, ya lo habíamos pensado.
—Yo tenía en mente algo más específico, se les puede amenazar con la muerte, la muerte sin extracción ni tonterías, a menos que hagan lo que queramos.
—¡Aja! ahora lo entiendo, estás hablando de tomar rehenes.
—Eso es, dos, cuatro, todos los que podamos, y que no sean clones, porque los clones no cuentan, ah, y una advertencia: a los clones no les importa la violencia, los clones hacen lo que se les diga.
—¡Muy ingenioso! una amenaza múltiple.
—Eso es —dijo Harvey orgulloso—, y no tenéis que andar trasteando con cámaras de televisión ni nada.
—Sí, me gusta —afirmó Donald—, ahora podrías salir a decirle a Richard que deje la cámara donde está, yo voy a comprobar la presion de los gases y salgo enseguida.
—Has prometido llevarme con vosotros.
—Vendrás, no te preocupes.
—¡Eh, espera! ¿Pero tú sabes dónde vas? Llevamos ya veinte minutos dando vueltas como idiotas aquí dentro, ¿dónde coño están las armas?
Michael movió la cabeza,
—Lo siento, pero yo me pierdo en los museos incluso de día.
—Intenta acordarte de la galería.
—Recuerdo que era larga y estrecha.
—¿Qué había cerca de ella?
—Pues... ¡sí! En la puerta había un cartel que decía que para entrar había que pedir permiso al consejo de ancianos.
—Yo no he visto muchas puertas, y aquí no hay ninguna, o sea que por aquí no es.
—También me acuerdo de que nos paramos en una galería llena de alfombras persas, y las alfombras estaban más allá de la sala del renacimiento.
—Muy bien, ¡yo sé dónde está esa galería!
Un momento más tarde se encontraban en la puerta de la galería de armas, estaba cerca de la ventana por la que habían entrado.
—¿Aquí es? —preguntó Perry—, pues hemos trazado un círculo completo.
—Sí.
Michael abrió la puerta y se asomó.
—¡Bingo!
—Ya era hora —gruñó Perry—, los otros van a pensar que nos hemos perdido, más vale que nos demos prisa.
—¿Qué nos llevamos?
Perry miró a un lado y otro de la habitación, albergaba una cantidad impresionante de estanterías.
—Aquí hay mucho más de lo que esperaba, ¡Menuda colección!
—Lo viejo está a la derecha; lo nuevo, a la izquierda.
—Supongo que da igual lo qué cojamos con tal de que funcione, y siempre que demos con la Luger.
—Yo sé lo que quiero, —Michael se apropió de la ballesta y el carcaj —, joder, estas flechas están afiladísimas.
—Son dardos, no flechas.
—Bueno, lo que sean.
—¿Recuerdas por dónde estaba la Luger?
—A la izquierda, pelmazo.
—¡A mí no me insultes —advirtio Perry.
—Te acabo de decir que las armas modernas están hacia la izquierda.
Perry se dirigió irritado hacia las estanterías de la izquierda, le molestaba tener que aguantar a los buceadores, no había tratado con gente tan idiota y pueril en su vida.
Michael echó a andar en dirección contraria, puesto que todo estaba dañado por el agua e incrustado de bálano, las armas antiguas podían dar mejores resultados, ya que al ser más sencillas tenían menos componentes que el agua salada pudiera dañar, no tardó en llegar a la zona que albergaba una soberbia colección de armas de la antigua grecia, Michael reunió un puñado de espadas, puñales y escudos junto con varios cascos, espinilleras y petos, estaba impresionado con el oro y las joyas incrustadas que se veían a pesar de la oscuridad, al cabo de poco volvió a la puerta.
—¿Ha habido suerte? —preguntó a Perry.
—Todavía no, sólo he encontrado unos cuantos fusiles oxidados.
—Yo voy a llevar todo esto a la ventana.
—Muy bien, yo iré en cuanto encuentre la Luger.
Michael, cargado con la colección de armas, forcejeó un rato para abrir la puerta, en cuanto salió al pasillo tropezó con Richard y todo lo que llevaba encima cayó al suelo, las pesadas piezas de oro y bronce se estrellaron con un estruendo tremendo contra el suelo de mármol.
—¡No hagas ruido, gilipollas! —susurró Richard, que estaba tan asustado como Michael por aquel estruendo en el silencio del museo.
—¿Y tú qué coño haces aquí? ¡e has dado un susto de cojones!
—He venido a ver por qué tardabais tanto.
—Porque no encontrábamos la sala, ¿Vale?
En ese momento apareció Perry.
—¿Pero qué demonios estáis haciendo? ¿Es que queréis despertar a toda la ciudad?
—No ha sido culpa mía —dijo Michael, mientras recogía las cosas del suelo.
—¿Habéis encontrado la Luger? —preguntó Richard.
—Todavía no, ¿Dónde está Donald?
—De camino al palacio de visitantes, ha habido un cambio de planes, Harvey Goldfarb estaba escondido en el sumergible, y se le ha ocurrido una idea mucho mejor.
—¿De qué se trata?
—Vamos a tomar rehenes, Harvey dice que a los interterranos les asusta tanto la muerte violenta que harían cualquier cosa, incluso nos dejarían marchar con el sumergible, si capturamos a un par de interterraflos, seremos libres,
—Buena idea convino Perry—, ¿Pero por qué Donald ha vuelto antes que nosotros?
—Está preocupado por Suzanne, sobre todo ahora que la cosa parece ir tan bien, en cuanto estéis listos, llamaré a un taxi para irnos.
—Muy bien, pues vamos a buscar esa maldita pistola, entre los tres la encontraremos antes.
El aerotaxi se detuvo justo delante del comedor del palacio de visitantes, Richard y Michael bajaron con cierta dificultad, cargados con una colección de armas antiguas, aunque se habían puesto los petos, cascos y espinilleras llevaban en los brazos los escudos, espadas y puñales y la ballesta, Perry sólo llevaba la Luger, había intentado convencer a los buceadores de que dejaran las armaduras, pero en vano, Michael y Richard creían que aquello les reportaría una fortuna.
Al llegar vieron sorprendidos que el comedor estaba desierto.
—Joder —comentó Richard—, Donald me dijo que nos reuniríamos aquí.
—Oye, no estará pensando en largarse sin nosotros, ¿Verdad?
—No lo sé, no se me había ocurrido.
—No se irá sin nosotros —les tranquilizó Perry—, acabamos de ver el Oceanus en su sitio, y sin el submarino Donald no irá a ningún sitio.
—¿Y la casa de Suzanne? —sugirió Michael.
—Sí, podrían estar allí.
El largo recorrido por el césped fue de lo más ruidoso, debido al estrépito de las armaduras.
—Estáis haciendo el ridículo —dijo Perry.
—A ti nadie te ha pedido tu opinión —le espetó Richard, nada más llegar a la parte abierta del bungalow vieron a Donald, Suzanne y Harvey, sentados junto a la piscina, era evidente que el ambiente estaba tenso.
—¿Qué pasa? —preguntó Perry.
—Tenemos un problema —explicó Donald—, Suzanne piensa que lo que hacemos no es correcto.
—¿Por qué no, Suzanne?
—Porque estamos hablando de asesinato, si nos llevamos rehenes a la superficie sin un proceso de adaptación, morirán, ya hemos traído hasta aquí la muerte y la violencia, y ahora queremos escaparnos utilizando eso mismo, yo digo que moralmente es algo despreciable.
—Sí, pero nosotros no pedimos venir aquí, no quiero repetirme, pero es verdad que nos están reteniendo en contra de nuestra voluntad, yo creo que eso justifica la violencia.
—O sea que el fin justifica los medios, ¿No? Si precisamente se supone que estamos en contra de eso...
—Yo lo único que sé es que echo de menos a mi familia —insistió Perry—, y que pienso volver con ella aunque tenga que remover cielo con infierno.
—Y yo lo entiendo, de verdad, además, me siento responsable de toda esta situación, y es cierto que nos secuestraron, pero yo no quiero ser testigo de más muertes ni quiero ver Interterra destruida, estamos obligados moralmente a negociar, esta gente es muy pacífica.
—¿Pacífica? ¡Aburrida, diría yo! —saltó Richard.
—Y que lo digas —convino Harvey.
—Perry, este es Harvey Goldfarb —dijo Donald.
Perry y Harvey se estrecharon la mano.
—No sé qué tenemos que negociar —prosiguió Donald—, Arak nos dejó muy claro que nos quedaríamos aquí para siempre, pase lo que pase, es evidente que no hay negociación posible.
—Yo creo que deberíamos dejar pasar un poco de tiempo —propuso Suzanne—, ¿Qué tiene eso de malo? Tal vez cambiemos de opinión, o tal vez podamos convencerlos de que nos dejen marchar, no olvidemos que nuestras personalidades se han forjado en el mundo de la superficie, y estamos tan acostumbrados a considerarnos los buenos de la película que no nos damos cuenta de que nos hemos convertido en monstruos.
—Yo no me siento ningún monstruo —protestó Perry—, sólo sé que este no es mi lugar.
—Yo digo lo mismo —tercio Michael.
—Muy bien, vamos a ver, supongamos que salimos de aquí, ¿Que pasarla entonces? ¿Revelaríamos la existencia de Interterra?
—Sería difícil callarnos, ¿Dónde diríamos que hemos estado este último mes, o el tiempo que haya pasado?
—¿Y yo? —preguntó Harvey—, yo llevo aquí casi noventa anos.
—Sí, todavía más difícil de explicar.
—Además, tendríamos que dar cuenta de todo este oro, y las armaduras —apuntó Richard—, porque esto se viene conmigo.
—¿Y las posibilidades económicas de servir de intermediarios? —observó Perry—, podríamos ayudar a ambos bandos y de camino hacernos multimillonarios, sólo los comunicadores de muñeca provocarían una revolución tecnológica.
—Precisamente eso quería señalar —prosiguió Suzanne, de una forma u otra revelaríamos la existencia de Interterra, paraos un momento a pensar en la codicia de nuestra civilización, ya sé que no nos gusta considerarnos así, pero es la verdad, somos egoístas, tanto los individuos como los países, no me cabe duda de que habría una confrontación, y con lo avanzada que es la civilización interterrana, con un poder y unas armas que ni siquiera podemos imaginar, seria un desastre, tal vez incluso el final de nuestro mundo.
Se produjo un silencio.
—A mi me da igual —dijo por fin Richard—, yo me largo de aquí.
—Yo también.
—Y yo.
—Lo mismo digo —concluyó Donald, una vez que salgamos ya negociaremos con los interterranos, por lo menos entonces será una negociación auténtica, sin que ellos nos obliguen a aceptar sus términos.
—¿Y tú, Harvey? —preguntó Perry.
—Yo llevo años soñando con salir de aquí.
—Entonces está decidido, ¡Nos vamos!
—Yo no —aseveró Suzanne, no quiero más muertes sobre mi conciencia, tal vez sea porque no tengo familia en la superficie, pero "o estoy dispuesta a dar a Interterra una oportunidad, sé que tendré que adaptarme a muchas cosas, pero me gusta el paraíso y me parece que vale la pena realizar un poco de examen personal.
—Lo siento, Suzanne, —Donald la miro a los ojos—, Tu te vienes con nosotros, no pienso permitir que estropees el plan con tus valores morales.
—¿Y qué vas a hacer? ¿bligarme a la fuerza?
—Desde luego, te recuerdo que a veces un comandante tiene que matar a sus propios hombres cuando su comportamiento pone en peligro una operación.
Suzanne no respondió, miró a los demás presentes en la sala, nadie se ofreció en su defensa.
—Volvamos al trabajo —ordenó Donald por fin—, ¿habéis traído la Luger?
—Sí, nos costó encontrarla.
—Dámela.
Mientras Perry se sacaba la pistola del bolsillo, Suzanne salió corriendo de la habitación, Richard fue el primero en reaccionar, tiró lo que tenía en las manos y se lanzó tras ella, gracias a su soberbia forma física, y a pesar de la armadura, no tardó en alcanzarla y agarrarla por la muñeca, los dos jadeaban.
—No le sigas el juego a Donald —advirtió Richard.
—¡Suéltame!
—Acabará pegándote un tiro, le encanta jugar a esta mierda militar.
Suzanne se debatió unos instantes, pero Richard no pensaba dejarla marchar, los otros llegaron junto a ellos, Donald llevaba la Luger.
—No me obligues a actuar —dijo Donald con tono amenazador.
—¿Quién está obligando a quién? — replicó Suzanne con desdén.
—¡Traedía dentro! Tenemos que resolver este asunto de una vez por todas.
Richard seguía aferrando a Suzanne por la muñeca, ella intentó debatirse de nuevo, pero acabó resignándose a que la llevaran a rastras a la casa.
—Traedla, y que se siente —ordenó Donald mientras el grupo bordeaba la piscina.
Al llegar a la luz, Richard se dio cuenta de que Suzanne tenía la mano morada, aflojó un poco la presa, y en ese instante Suzanne se soltó de un tirón y le dio un violento empujón en el pecho, Richard perdió el equilibrio y cayó a la piscina, Suzanne salió disparada en la noche.
El peso de la armadura le hundía, a pesar de ser un experto nadador, Donald se lanzó al agua, Perry y Michael intentaron ayudar desde el borde de la piscina hasta que se dieron cuenta de que Suzanne había desaparecido.
—¡Ve por ella! —gritó Perry a Michael, yo me quedo a ayudar aquí.
Nada más echar a correr, Michael sintió un renovado respeto por los famosos hoplitas de la antigúedad, y se preguntó cómo se las arreglaban aquellos guerreros con el peso de las armaduras, le molestaba sobre todo el peto, aunque el pesado casco y las espinilleras también eran un estorbo, en cuanto salió del haz de luz procedente del interior, tuvo que detenerse, estaba todo oscuro, no veía a Suzanne por ninguna parte, aunque sólo le llevaba un minuto de ventaja.
A medida que sus ojos se acostumbraban a la penumbra la escena se iba haciendo más clara alrededor, seguía sin ver a Suzanne, un súbito movimiento y una luz brillante a su derecha llamaron su atención, el corazón le dio un brinco, era un aerotaxi, que estaba abriendo las puertas a unos quince metros del comedor.
Michael echó a correr de nuevo, aunque sabía que no llegaría vio a Suzanne tiempo de impedir que se cerraran las puertas.
Sentarse dentro y plantar la mano en la mesa central.
—¡No! —Michael se arrojó contra el vehículo, pero era demasiado tarde, la puerta se había cerrado sin dejar rastro, Michael se estrelló contra el casco entre los chasquidos de metal contra metal, el impacto lo derribó y el casco cayó rodando.
Al cabo de un instante el aerotaxi se elevaba con un susurro, dejando a Michael ingrávido por unos momentos en su estela, rebotó sobre el suelo como un globo de helio, elevándose casi treinta centímetros antes de volver a caer como un peso muerto.
La segunda colisión lo dejó sin aliento, cuando por fin logró incorporarse, echó a andar hacia la casa, para entonces los demás habían sacado de la piscina a Richard, que tosía sin cesar.
—¿Dónde coño está Suzanne? —preguntó Donald.
—¡Se ha largado en un aerotaxi! —resolló Michael.
—¿La has dejado escapar? —Donald se levantó furioso.
—No pude hacer nada, debió de llamar al maldito taxi en cuanto salió pitando de aquí.
—¡Joder! —Donald se llevó la mano a la frente—, ¡Qué incompetencia!
—Oye, que he hecho lo que he podido —se quejó Michael.
—No discutamos —terció Perry.
—¡Mierda! —gritó Donald, caminando en círculos.
—Debería habérmela cargado — comentó Richard.
Donald se detuvo.
—Apenas hemos comenzado la operación y ya tenemos una crisis, no sabemos qué hará Suzanne, tenemos que movernos a toda prisa, Michael, vuelve al Oceanus y no dejes que se acerque nadie.
— ¡Muy bien! —Michael cogió su ballesta y salió disparado.
—Necesitamos rehenes, y deprisa —prosiguió Donald.
—¿Qué tal Arak y Sufa? —propuso Perry,..
—Perfecto, vamos a llamarlos, esperemos que Suzanne no haya hablado antes con ellos, los citaremos en el comedor.
—¿E ismael y Mary Black?
—Cuantos más tengamos, mejor —replicó Harvey.
—Bien —convino Donald—, también los llamaremos, pero en el Oceanus ya no cabe nadie más.
Suzanne tenía el corazón desbocado, nunca había sentido tanta ansiedad, sabía que había tenido suerte de escapar del grupo, y se estremecía al pensar qué habría pasado en caso contrario, sus amigos se habían convertido en desconocidos, en enemigos, en su obsesión de marcharse, estaban dispuestos incluso a matar.
A pesar de lo que había dicho en el bungalow, en la excitación del momento no sabia muy bien qué sentía, de lo único que estaba segura era de que le repugnaba la idea de ser cómplice de más asesinatos, a pesar de su confusión, para poder viajar en taxi tuvo que decidir un punto de destino, lo primero que le vino a la cabeza fue la pirámide negra y el consejo de ancianos.
Para cuando el vehículo la dejó ante el edificio, Suzanne se había recobrado, había tenido tiempo para pensar con un poco de calma, el consejo de ancianos debía de saber mejor que nadie cómo hacer frente a la crisis sin que se produjeran heridos.
La zona estaba desierta, tratándose de un centro de gobierno, había supuesto que siempre habría alguien de servicio, pero no parecía ser el caso.
Echó a andar por el reluciente pasillo de mármol, sin ver a nadie, y se acercó a las enormes puertas de bronce sin saber muy bien qué hacer, le parecía ridículo llamar.
No tuvo que preocuparse, las puertas se abrieron de forma automática, Suzanne avanzó hasta el centro de la sala donde había estado esa misma mañana.
Reinaba un silencio absoluto.
—¡Hola! —gritó, no hubo respuesta—, ¡hola! —volvió a llamar a pleno pulmón, su voz resonó como un eco.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó con calma una voz infantil, Suzanne se volvió, Ala estaba en el enorme umbral, iba despeinada, como sí acabara de levantarse.
—Siento molestarte, pero ha surgido una emergencia, debeis detener a mis compañeros, los seres humanos secundarios, van a intentar escaparse, y si lo consiguen revelarán el secreto de Interterra.
—Es muy difícil escapar de Interterra, —Ala se frotó los ojos, fue un gesto tan infantil que Suzanne tuvo que hacer un esfuerzo por recordar que estaba hablando con una persona de extraordinaria inteligencia y experiencia.
—Piensan utilizar el submarino en que llegamos, está en el museo de la superficie terrestre.
—Ya, aun así será difícil, pero tal vez sea mejor que enviemos algún clon para que inutilice el vehículo, también convocaré una sesión de emergencia del consejo, confío en que te quedes con nosotros.
—Por supuesto, sólo quiero ayudar, —Suzanne pensó en informar de las muertes ocurridas, pero decidió dejarlo para más tarde.
—Es una situación inesperada y perturbadora —comentó Ala—, ¿Por qué han decidido escapar tus amigos?
—A causa de sus familias, y porque no han venido aquí por voluntad propia, pero son un grupo muy variopinto, y hay otros temas en juego.
—Parece que no se han dado cuenta de la suerte que tienen.
—Así es.
Un aerotaxi se abrió en la oscuridad del patio del museo, dejando salir a dos clones obreros, ambos empuñando martillos, sólo uno de ellos se dirigió hacia el sumergible de la Benthix Marine, el otro se quedó en el vehículo, para impedir que se marchara.
El primer clon no perdió tiempo, se dirigió directamente a la batería principal del Benthix Explorer, abrió con mano experta el panel de fibra de vidrio para dejar al descubierto el conector principal de energía y alzó el martillo para descargar el golpe.
Pero un instante después el martillo caía de sus manos al suelo, un dardo de ballesta se le había clavado en el cuello, el clon se tambaleó hacia atrás, agarrando con las dos manos el proyectil, una mezcla de sangre y un fluido claro, como aceite, le manchaba el mono negro, por fin el clon cayó de espaldas y al cabo de un momento quedó inmóvil.
Michael cargó de nuevo la ballesta y salió de su escondrijo para acercarse con cautela, no había visto ni oído el aerotaxi y, a pesar de sus esfuerzos por permanecer alerta, se había quedado medio dormido, fue una suerte que abriera los ojos justo en el momento oportuno.
Sin dejar de apuntar al clon con la ballesta, Michael dio una patada al cuerpo, el clon no se movió, aunque de la herida manó otro borbotón de sangre y fluido.
El buceador le propinó otra patada para asegurarse de que el clon estaba muerto, y en ese momento le arrebataron la ballesta de las manos.
Michael se volvió sobresaltado y se encontró frente a un segundo clon, con un martillo alzado, se llevó las manos a la cabeza y al retroceder tropezó con el clon muerto y cayó encima de él, el casco salió rodando.
Michael se hizo a un lado justo cuando el clon descargaba el martillo con una fuerza tremenda, aplastando a su compañero muerto, mientras el androide recuperaba el equilibrio y alzaba de nuevo el arma, Michael se incorporó sobre una rodilla, sacó su espada griega y se lanzó contra su enemigo, hundiéndosela hasta la empuñadora, una mezcla de sangre y aceite le salpicó el pecho.
El clon dejó caer el martillo y atrapó la cabeza de Michael con sus manos, el buceador notó que lo levantaba del suelo, pero no duró mucho, al clon le fallaron las fuerzas y por fin cayó al suelo, arrastrando a Michael.
Casi tardó cinco minutos en aflojar las manos lo suficiente para que Michael se liberara, por fin se levantó estremeciéndose, el olor de los fluidos de los clones le daba náuseas, era como estar a la vez en un matadero y un taller.
—Recuperó la ballesta, sintiendo un renovado respeto por el peligro que representaban los clones, el ataque le había pillado por sorpresa, y el episodio había dejado claro que los clones no ponían ningún reparo a la violencia, tal como Harv les había advertido.
—Igual deberíamos haber empezado después de cenar —comentó Richard—, me muero de hambre.
—No es momento de bromas —replicó Perry.
—¡No es ninguna broma!
—Deben de ser ellos —avisó Harvey desde la puerta—, acaba de llegar un aerotaxí.
—¡Atención! —exclamó Donald—, todo el mundo preparado.
Richard se armó con una espada griega, después de la caída en la piscina, había decidido prescindir de la armadura, Donald sacó por vigésima vez el cargador de la Luger para inspeccionarlo y comprobó que tenía un cartucho en la recámara.
Arak, Sufa, los Black y cuatro grandes clones obreros entraron en la sala.
—Muy bien —comenzó Arak, casi sin aliento—, todo irá bien, calmaos, por favor.
Siguiendo el plan, Harvey cerró las puertas y fue a situarse junto con Perry y Richard, detrás de Donald.
—En primer lugar debéis comprender que no podéis escapar, no podemos permitirlo.
—Vaya, sí que corren las noticias —replicó Donald—, así que Suzanne ya ha hablado con vosotros.
—Nos ha informado el consejo de ancianos, nos llamaron justo después de vosotros, me gustaría pediros que volváis a vuestros respectivos aposentos, os repito que no podéis escapar.
—Eso ya lo veremos, de momento nosotros damos las órdenes.
—Eso no puede ser, —Arak se volvió hacia los clones—, reducidlos sin hacerles daño, por favor.
Donald retrocedió unos pasos blandiendo la pistola.
—¡Que no se acerquen más! —ordeno.
—No creo que sepan lo que es un arma —dijo Perry nervioso.
—Pues lo van a saber muy pronto, —Donald apuntó a la cara del clon que se dirigía hacia él.
—¡Arak! —exclamó Ismael—, tiene una pistola, Arak...
—¡Alto, por favor! —gritó Donald a los clones.
Pero habiendo recibido la orden de un interterrano, los clones no hicieron caso y siguieron acercándose al grupo, Donald apretó el gatillo y el disparo alcanzó al primer clon en la frente, el androide se tambaleó y cayó de espaldas, un fluido viscoso brotaba de la herida, curiosamente, sus piernas seguían movíendose, como si todavía quisiera avanzar.
Arak y Sufa resollaron horrorizados.
Los demás clones seguían acercándose, Donald apuntó al que estaba más cerca de Perry y disparó de nuevo, alcanzándolo en la sien.
—¡Alto, por favor! —gritó Arak, pálido y temblando, los dos clones restantes se detuvieron, los que habían caído, dejaron por fin de mover las piernas.
Donald encañonaba a Arak.
—Eso está mejor, y quiero que quede claro: tú serás el próximo.
—¡Por favor! —gritó Sufa—, ¡Basta de violencia, por favor!
—Mientras obedezcáis mis órdenes no pasará nada, Arak, quiero que hagas unos cuantos contactos con tu comunicador.
Suzanne estaba impresionada con la ecuanimidad de los ancianos a pesar de la gravedad de la crisis, ella, en cambio, estaba cada vez más angustiada, las noticias que llegaban al consejo indicaban que sus compañeros se estaban saliendo con la suya.
Mientras el consejo se reunía, habían ofrecido comida a Suzanne, antes de invitarla a volver a la sala de las columnas, le pidieron de nuevo que se quedara en el centro, igual que esa mañana, aunque en esta ocasión le habían colocado una silla parecida a las que ocupaban los ancianos, sí bien más pequeña, ahora se encontraba de frente a Ala, con las puertas de bronce a la espalda.
—Parece que la crisis empeora —comentó Ala, después de escuchar un momento por el comunicador de muñeca—, el grupo, junto con cuatro rehenes humanos, se acerca a Barsama con el sumergible intacto, Arak espera nuestras órdenes.
—Jamás en todas mis vidas me había enfrentado a una situación como esta —dijo Ponu—, cuatro clones obreros han sido retirados prematuramente, resulta perturbador.
—Pero podréis detenerlos, ¿No? —preguntó Suzanne, la tranquilidad del consejo comenzaba a ponerla nerviosa—, y sin hacer daño a nadie, ¿No?
Ala se inclinó hacia ella.
—Tenemos que estar totalmente seguros de una cosa —dijo con calma—, ya hemos comprobado que tus compañeros tienen muy pocos escrúpulos a la hora de dañar clones obreros, ¿Y a un ser humano? ¿Realmente serian capaces de hacer daño a una persona?
—Me temo que sí, están desesperados.
—Es difícil de creer, después de haber tenido la oportunidad de conocer nuestra cultura —terció Ponu—, hasta ahora todos los visitantes se han adaptado a nuestra vida pacífica.
—Tal vez ellos también se habrían adaptado de haber tenido más tiempo —contestó Suzanne—, pero en este momento son muy peligrosos.
—No sé si creérmelo —dijo otro anciano—, es contrario a nuestra experiencia, como ha señalado Ponu.
Suzanne se estaba poniendo furiosa.
—Puedo demostrar hasta qué punto son capaces de hacer daño —exclamó—, han dejado pruebas de sobra en dos bungalows.
—¿Qué pruebas son esas? —preguntó Ala, con la misma calma que si estuvieran hablando de jardinería.
—Ya han matado a dos seres humanos primarios.
Los ancianos recibieron horrorizados la noticia.
—¿Estás segura? —insistió Ala, por primera vez su voz parecía turbada.
—Vi los cadáveres hace unas horas, uno murió de un golpe; la otra, ahogada.
—Me temo que esta trágica noticia cambia del todo la situación —dijo Ala.
—¡Eso espero, desde luego, pensó Suzanne.
—Recomiendo sellar la chimenea de Barsama de inmediato— sugirió Ponu.
Un murmullo de asentimiento llenó la sala.
Ala alzó el comunicador y dio una breve orden.
—Hecho.
—¿Cuánto tiempo tardarán en conectar la chimenea al centro de la tierra? —preguntó Ponu.
—Unas horas.
Las puertas eran enormes, casi de dos pisos de altura y tres metros de grosor, comenzaron a abrirse hacia dentro en silencio, Arak dirigía la operación con su comunicador de muñeca, estaba en contacto directo con la central de información, Donald le apuntaba por detrás con la pistola.
Perry, Richard y Michael vigilaban a Sufa, Ismael y Mary, Michael se había negado a quitarse la armadura griega, Harvey se encontraba en la cabina de pasajeros del crucero antigravitatorio en el que estaba cargado el Oceanus, estaba listo para meter la nave en la cámara de descontaminación detrás de las grandes puertas.
—Esto me suena —comentó Donald al vislumbrar el interior de acero—, me recuerda la sala en que nos metieron antes de llegar a Interterra.
Un súbito rumor estremeció el suelo durante unos segundos, haciéndoles casi perder el equilibrio.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Perry.
Harvey asomó la cabeza fuera del carguero.
—Tenemos que darnos prisa, deben de estar abriendo una chimenea geotérmica.
—¿Para qué?
—Para sellar la chimenea de salida.
—¡Vamos, Arak! —ordenó Donald—, ¡Más deprisa!
—No puedo hacer más, además, Harvey tiene razón, no tendréis tiempo, el puerto quedará cerrado.
—No vamos a rendirnos después de haber llegado tan lejos —advirtió Donald—, como no hayamos salido dentro de quince minutos, le pego un tiro a Sufa.
Otra breve vibración sacudió el suelo, las enormes puertas estaban abiertas.
—Ahora es cosa vuestra, —Arak hizo una seña a Harvey—, cuando las puertas interiores se abran, entrad en la zona de lanzamientos, una vez que la sala se inunde, podréis subir por la chimenea.
—De eso nada —replicó Donald—, tú te vienes con nosotros, Arak, y Sufa también.
—¡No! ¡No, por favor! He hecho lo que me has pedido, no podemos exponernos a la atmósfera sin adaptación, ¡Vamos a morir!
—No te lo estoy pidiendo, es una orden.
Arak quiso protestar, pero Donald le golpeó con la pistola en la cara, el interterrano lanzó un grito y se protegió el rostro con las manos, la sangre chorreaba entre sus dedos.
El crucero, manejado por Harvey, se deslizó sin esfuerzo en la cámara de descontaminación.
—Eh, vosotros —llamó Donald a Perry y Richard—, traed a Sufa y dejad a los otros.
En cuanto estuvieron todos dentro, Donald apartó a Arak de Sufa, tenía el ojo hinchado y amoratado.
—Cierra la puerta exterior y abre la interior —ordenó.
Arak murmuró algo en su comunicador de muñeca, otro temblor resonó en la sala, era un segundo terremoto que duró un poco más que el primero.
—Vamos, Arak —apremió Donald—, ¡Date prisa!
—¡Ya te he dicho que no puedo!
—Richard, coge uno de tus cuchillos y córtale un dedo a Sufa.
—¡No, espera! —gritó Arak—, haré lo que pueda.
Arak dijo algo más al comunicador, y las puertas siguieron cerrándose más deprisa.
—Eso ya está mejor —dijo Donald.
Toda la sala se estremeció un momento cuando las puertas se cerraron del todo, casi de inmediato las puertas interiores comenzaron a abrirse, al otro lado había una enorme caverna parecida a la que había albergado al grupo en su llegada a Interterra, se percibía el mismo olor a salitre.
En cuanto las puertas interiores se abrieron del todo, Harvey metió el carguero en la caverna, los demás corrieron tras él, aunque obstaculizados por el barro.
—¡Maldita sea! —exclamó Perry—, se me había olvidado esto.
—¡Cierra las puertas interiores! —gritó Donald a Arak, luego le tendió la pistola a Perry—, necesitamos luces, voy a entrar en el sumergible.
—Muy bien, —Perry puso el dedo en el gatillo, era una sensación muy extraña, nunca había empuñado un arma.
Mientras Donald subía al sumergible se produjo otro temblor de tierra, a lo lejos se oía un chisporroteo que anunciaba un géiser de lava.
—¡Mierda! —gritó Richard—, ¡Estamos en un puto volcán! en cuanto cesó el temblor Donald subió los últimos peldaños y desapareció en el interior del Oceanus, un momento más tarde se encendieron las luces exteriores, justo a tiempo, porque en ese momento las puertas interiores se cerraban del todo, la única iluminación eran las luces del submarino y la fuente de lava que, a lo lejos, iba creciendo por segundos.
Donald se asomó por la escotilla.
—¡Todos a bordo! el instrumental está conectado, estamos listos.
Arak y Sufa subieron a la fuerza al submarino seguidos de Harvey, Perry y Michael, el buceador tuvo que quitarse por fin el peto para poder entrar por la escotilla, Richard fue el último en subir, nada más cerrar la escotilla, la caverna comenzó a llenarse de agua que, al chocar con la lava, producía vapor.
Donald ordenó a todos que se sentaran, no sabia cuántas sacudidas sufrirían a medida que la sala se llenara de agua, unos momentos más tarde el Oceanus cabeceaba como un corcho.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Donald a Arak.
—Nada, el agua llevará la nave hasta la chimenea.
—¿Eso significa que lo hemos conseguido?
—Supongo que sí — respondió Arak malhumorado, cogiendo la mano de Sufa.
Ala bajó el brazo poco a poco después de escuchar por el comunicador, aunque los asesinatos de Sart y Mura la habían perturbado, su expresión era de nuevo serena.
—La chimenea de Barsama no se ha cerrado a tiempo —anunció con calma—, el sumergible se encuentra ahora en mar abierto, en dirección oeste.
—¿Y los rehenes? —preguntó Ponu.
—Sólo tienen dos a bordo, Arak y Sufa, Ismael y Mary están a salvo.
—Perdonad —terció Suzanne, lo que estaba oyendo le parecía imposible, suponía que los interterranos, con toda su tecnología, habrían podido detener a sus compañeros.
—Creo que habrá que tratar directamente con esta gente—prosiguió Ala, ignorando de nuevo a Suzanne—, hay demasiado en juego.
—Deberíamos enviarlos de vuelta y acabar de una vez con el problema —propuso alguien.
Suzanne se volvió hacia ella, era una mujer que no aparentaba mas de veinticinco años.
—¿Enviarlos de vuelta? —preguntó incrédula, vaya, existiendo una solución tan sencilla no era de extrañar que los ancianos se mostraran tan tranquilos en aquella crisis.
—Si, estoy de acuerdo —dijo otro anciano, un niño de cinco o seis años.
—¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Ala.
Un murmullo de asentimiento llenó la sala.
—Que así sea, pues, enviaremos a un clon en una nave íntergaláctica pequeña.
—Que utilice la mínima energía posible — apuntó Ponu mientras Ala decía algo por su comunicador.
—Ha sido un evento de lo más desafortunado —comentaba un anciano—, una tragedia.
—No sufrirán ningún daño, ¿verdad? —preguntó Suzanne, para su sorpresa, esta vez Ala le prestó atención.
—¿Preguntas por tus amigos?
—sí.
—No, no sufrirán daño, pero se van a llevar una sorpresa.
—Creo que el sacrificio de Arak y Sufa debería ser reconocido públicamente —dijo Ponu.
—Si, con todos los honores —convino otro niño.
—¿No los vais a enviar de vuelta también? —preguntó Suzanne —por supuesto —respondió Ala, Suzanne se la quedó mirando, totalmente confundida.
—¡Ya se ve! —exclamo Perry, llevaban varias horas en silencio y a oscuras, la única luz provenía de los mandos, estaban agotados.
—¡Es verdad! —gritó Richard, asomado a otro ojo de buey.
—Ya era hora —dijo Donald—, según el indicador estamos a treinta metros de profundidad, y en la superficie está amaneciendo.
—Estupendo, ¿cuánto tiempo queda todavía?
Donald echó un vistazo a la pantalla del sonar.
—Yo diría que en un par de horas tendremos a la vista el puerto de Boston.
—¡Genial! —gritaron Richard y Michael a la vez.
—¿Cuánta energía nos queda?
—Ese es el único problema, vamos muy justos, tal vez tengamos que recorrer nadando los últimos cientos de metros.
—A mí me da igual —aseguró Harvey—, estoy dispuesto a ir nadando hasta Nueva York si hace falta.
—¿Y mi armadura? —exclamó Michael.
—Ese es tu problema —le espetó Donald.
—Yo te echaré una mano con ella, si luego vamos a medias —se ofreció Richard.
—Vete a la mierda.
—¡Nada de discusiones! —exclamó Perry.
Siguieron viajando en silencio unos minutos, hasta que Arak habló.
—Ya tenéis vuestra libertad, ¿Por qué nos habéis traído, sabiendo lo que nos pasaría?
—Por seguridad —contestó Donald—, quería tener la certeza de que el consejo de ancianos no interferiría cuando saliéramos del puerto de Barsama.
—Y además, nos vendrá muy bien teneros por sí algun idiota no quiere creernos —terció Richard.
Michael lanzó una risotada,
—Pero moriremos.
—Os llevaremos al hospital de Massachusetts —contestó Donald con una sonrisa irónica—, sé que les gustan los casos difíciles.
—No servirá de nada, vuestra medicina es demasiado primitiva.
—Bueno, pues no podemos hacer más, —Donald fue a añadir algo, pero se interrumpió con el rostro muy serio.
—¿Qué pasa? —preguntó Perry.
—Algo raro, —Donald ajusto la pantalla del sonar.
—¿Qué es?
—Mira la pantalla, parece que algo se acerca muy deprisa.
—¿A qué velocidad?
—¡No puede ser!
Puede —exclamó Donald—, ¡Los instrumentos indican que viene a más de cien nudos! ¿Es posible? —pregunto a Arak—, ¿Qué demonios es eso?
—Probablemente una nave interplanetaria interterrana.
—Pero saben que estáis a bordo, ¿no?
—Desde luego.
Donald se giró hacia los controles.
—Esto no me gusta nada, voy emerger.
—No creo que podamos, la nave debe de estar justo encima de nosotros.
El sumergible comenzó a temblar con una vibración de baja frecuencia.
—¿Qué demonios están haciendo, Arak?
—No lo sé, tal vez traten de absorbemos en su cámara estanca.
—Harvey, ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando?
—No, —Harvey, como los demás, se aferraba a su asiento para no caerse, la vibración crecía por momentos.
Donald apuntó a Arak con la Luger.
—¡Habla con esos hijos de puta para que se detengan de inmediato! ¡Si no eres hombre muerto!
—¡Mirad! —gritó Perry, señalando la pantalla del sonar lateral—, ya se distingue la imagen de la nave, es como un platillo de dos capas.
—¡Oh, no! —exclamó Arak—, ¡No es una nave interplanetaria! ¡Es un crucero intergaláctico!
—¿Y eso qué importa? —preguntó Donald, la vibración había crecido hasta el punto que les costaba permanecer sentados, el pesado casco de acero crujía bajo la tensión.
—¡Nos van a llevar de vuelta! ¡Sufa, nos van a llevar de vuelta!
—Es lo único que podían hacer —sollozó Sufa—, lo único, la vibración cesó de pronto, pero antes de que nadie pudiera decir nada, se notó una tremenda aceleración hacia arriba, todos quedaron aplastados contra los asientos con tal fuerza que, sin poder moverse ni apenas respirar, estuvieron a punto de perder la consciencia, la fuerza inercial fue acompañada de una extraña luz que bañó el interior de la nave, al cabo de un instante todo volvió a la normalidad, excepto por los bandazos que daba el submarino, como si las olas lo mecieran.
—¡Dios mio! —exclamó Donald—, ¿Qué coño ha ocurrido?
—Notaba los miembros pesados y torpes, como si el aire se hubiera tornado viscoso, pero el efecto pasó en cuanto flexiono varías veces las articulaciones, luego echó un vistazo a los instrumentos, y le sorprendió ver que funcionaban con normalidad, sin embargo, el indicador de batería señalaba que estaban a punto de quedarse sin energía, en ese momento, Donald advirtió algo sorprendente: ¡Sólo estaban a quince metros de profundidad! No era de extrañar que las olas los bambolearan.
Donald se volvió hacia la pantalla del sonar, la nave interterrana había desaparecido, ahora sólo se veía el fondo del océano, al parecer tenían tierra firme a sólo treinta metros de distancia.
Los demás comenzaban a recuperarse tras el extraño suceso.
—Eso debe de ser lo que sienten los astronautas cuando los lanzan al espacio —gimió Perry.
—¿Ah, si? pues a mi que no me llamen —protestó Richard.
—Es algo parecido, pero no es igual, claro que vosotros no podéis percibir la diferencia.
—Calla, Arak, ya estoy harto de ti —le espetó Donald.
—Ya, te mereces tu destino.
—Listos para emerger, nos estamos quedando sin energía.
—¡Oh, no! —gritó Perry.
—No pasa nada —los tranquilizó Donald—, estamos muy cerca de tierra firme.
Donald aumentó la flotación utilizando aire comprimido, el impulso del sumergible aumentó considerablemente en cuanto salió a la superficie, mientras les quedaba todavía un poco de energía, Donald intentó en vano determinar su posición por el Loran, luego probó con el Geosat, tampoco funcionaba.
—No lo entiendo —comentó, rascándose la cabeza, no tenía sentido—, que alguien se asome por la escotilla, a ver si reconocemos el paisaje, deberíamos estar cerca del puerto de Boston.
—Ya voy yo —se ofreció Michael—, solía venir mucho por esta zona.
—Ten cuidado con las olas —advirtió Donald.
—¿Acaso crees que no he ido nunca en barco? —se burló el buceador.
Donald apagó todos los instrumentos que no eran de necesidad básica, para conservar la poca energía que les quedaba, pero no sirvió de nada, las baterías estaban agotadas, un instante más tarde se apagó la luz y perdieron impulso.
Michael abrió la escotilla, la pálida luz de la mañana penetró en el submarino, olía a sal y se oían los ásperos graznidos de las gaviotas.
—¡Eso sí que es música! —exclamó Richard.
—Estamos muy cerca de una de las islas del puerto —informó Michael—, pero no sé de cuál.
En ese momento el sumergible tocó fondo con una sacudida, y comenzo a escorarse.
—¡Hay que salir de aquí! —exclamó Donald—, ¡Esto se hunde!
Mientras todos se apresuraban a levantarse, Arak y Sufa se tocaron las palmas de las manos con ternura.
—Por Interterra.
—Por Interterra.
—¡Eh, vosotros! —les gritó Donald—, el sumergible está a punto de volcar y se inundará.
Arak y Sufa siguieron tocándose las manos con aire ausente, sin hacer ningún caso.
—Haced lo que queráis.
—¡Que alguien me traiga la armadura! —pidió Michael desde la escotilla.
Todos subieron frenéticos por la escalera cuando el submarino se inclino y un chorro de agua entró por la escotilla, una vez arriba, saltaron al agua y echaron a nadar hacia la orilla, Michael, sin embargo, intentó volver al interior del submarino, pero cambió de opinión cuando la nave volcó por completo, no le fue fácil alejarse nadando.
Harvey necesitó ayuda para llegar a tierra, pero al final se encontraron todos sobre la arena caliente de la playa, Michael fue el último en salir, Richard se burló de él por haber perdido la armadura griega.
El tiempo era magnifico, una cálida y brumosa mañana de verano, el sol brillaba en las olas, anunciando el calor del mediodía, después de tantos esfuerzos, se quedaron allí descansando, respirando el aire fresco, contemplando las gaviotas mientras el sol secaba las túnicas de seda.
—Ahora me dan pena Arak y Sufa —comentó Perry, después de volcar, el Oceanus se había inundado y se alejaba de la playa, arrastrado por las olas.
—Pues a mi no —replicó Richard—, me alegro de que nos hayamos librado de ellos.
—Es una pena haber perdido el submarino —dijo Donald—, acabará en el fondo de la cornisa continental, maldita sea, y yo que pensaba entrar triunfalmente en el puerto de Boston...
En ese momento se alzó una gran ola, y cuando se retiró, el submarino había desaparecido de la vista.
—Bueno, se acabó.
—Seguro que cuando contemos nuestra historia querrán ir a rescatarlo —apuntó Michael—, ya veréis como acaba en el instituto Smithsoniano.
—¿Dónde estamos? —preguntó Harvey, incorporándose sobre un codo y mirando en torno a él, sólo se veía arena, conchas y juncias.
—Ya te lo hemos dicho, es una de las muchas islas del puerto de Boston.
—¿Cómo vamos a llegar a la ciudad? —quiso saber Perry.
—Dentro de un par de horas esto se va a llenar de barcos—contestó Michael—, y en cuanto la gente se entere de nuestra historia, se darán de tortas por llevarnos a donde sea.
—A mi lo que más me apetece es un buen almuerzo y saber lo que estoy comiendo —dijo Perry—, ¡Y un teléfono! quiero llamar a mi mujer y mis hijas, y luego voy a dormir cuarenta y ocho horas.
—Sí, yo también —convino Donald—, ¡Venga! vamos andando al otro lado de la isla, será un placer ver Beantown, aunque sea de lejos.
—Muy bien.
Echaron a andar por la orilla cantando a pesar del cansancio, hasta Donald parecía participar de la alegría del grupo.
Al doblar la curva de una pequeña ensenada, se detuvieron de pronto, a unos sesenta metros de distancia había un hombre de pelo cano sacando almejas, había varado en la playa un esquife bastante grande cuya vela flameaba en la brisa.
—Vaya, qué bien — exclamó Perry.
—Ya casi huelo el café y noto las sábanas limpias —dijo Michael—, venga, vamos a convertir a este viejo en un héroe, seguro que lo sacan en la CNN.
Los dos echaron a correr entre vítores, el pescador se asustó al verlos acercarse gritando por las dunas, corrió hacia su barca, echó dentro el cubo y la red e intentó huir.
Richard fue el primero en llegar y se metió en el agua hasta la cintura para sujetar la barca.
—Eh, viejo, ¿A qué vienen tantas prisas?
El pescador soltó la vela e intentó apartar a Richard con un remo, pero el buceador logró arrebatárselo de un tirón, el resto del grupo también se metió en el agua.
—No es un tipo muy amistoso —observó Richard, el pescador los miraba ceñudo.
Harvey recuperó el remo que Richard había tirado.
—No me extraña —dijo Perry—, ¡Mirad qué pinta llevamos! ¿Qué pensaríais vosotros si se os echan encima unos tíos vestidos de encajes?
El grupo prorrumpió en carcajadas casi histéricas por el cansancio y la tensión, tardaron varios minutos en recuperar el dominio de sí mismos.
—Lo siento, amigo —comenzó Perry, entre risas—, perdona nuestro aspecto y nuestro comportamiento, pero es que hemos pasado una nochecita de perros.
—Demasiado ron caliente, supongo.
La respuesta del pescador provocó otro ataque de risa, por fin lograron convencer al hombre de que no eran peligrosos y le prometieron una generosa recompensa si les llevaba a Boston.
Fue un trayecto muy agradable, comparado con el tiempo que habían pasado en el estrecho y claustrofóbico submarino, entre el calor del sol, el susurro del viento en la vela y el suave balanceo de la barca, todos quedaron dormidos antes de rodear la isla.
El pescador llevó la embarcación a puerto en poco tiempo, como no sabía dónde querían desembarcar despertó al que tenía más cerca, Perry masculló algo medio dormido, le costaba abrir los ojos, cuando por fin se espabiló un poco, el hombre le preguntó dónde querían quedarse.
—Supongo que da igual, —Perry se incorporó con esfuerzo, tenía la boca seca y pastosa, miró en torno al puerto y se frotó los ojos—, ¿Dónde demonios estamos? —preguntó desconcertado, creía que esto era Boston.
—Y lo es, —el pescador señaló a la derecha—, allí está Long Wharf.
Perry se frotó los ojos de nuevo, temeroso de tener alucinaciones, en el puerto se veían veleros, goletas y coches de caballos en el muelle, los edificios más altos eran de madera y sólo se alzaban cuatro o cinco pisos.
Por fin, casi presa del terror, despertó frenético a Donald.
—¡Ha pasado algo terrible!
El jaleo despertó a los demás, todos quedaron igualmente desconcertados al mirar alrededor, Perry se volvió hacia el pescador que en ese momento bajaba la vela.
—¿En qué año estamos? —preguntó vacilante.
—Es el año de nuestro señor 1791.
Perry miró los barcos con la boca abierta.
—¡Dios mio! ¡nos han hecho retroceder en el tiempo!
—¡Venga ya! —exclamó Richard—, ¡Tiene que ser una broma!
—Puede que estén rodando una película —sugirió Michael.
—No lo creo —replicó Donald—, a eso se refería Arak al decir que nos estaban haciendo retroceder.
—la nave intergaláctica debía de contar con tecnología para realizar viajes en el tiempo, supongo que es la única forma de que sea posible viajar a otra galaxia.
—Dios mío —murmuró Donald—, estamos perdidos, nadie se va a creer la historia de Interterra, y no existe la tecnología necesaria para volver allí.
Perry asintió con mirada ausente.
—Van a pensar que estamos locos.
—¿Y el submarino? —gritó Richard—, ¡Tenemos que volver!
—¿Cómo? nunca lo encontraremos, además, no podríamos rescatarlo.
—Así que al final no volveré a ver a mi familia —sollozó Perry—, ¡Hemos renunciado al paraíso por la américa colonial!
—¿Sabéis? Creo que ya sé de dónde sois —comentó el pescador mientras recogía los remos.
—¿Ah, sí? —preguntó Perry sin interés.
—Seguro, tenéis que ser de la escuela esa de Charles River, vosotros los de Harvard siempre estáis haciendo el payaso.
GLOSARIO
Astenosfera: capa de la tierra que abarca una profundidad de 50 a 200 kilómetros, es la parte superior del manto, situada directamente debajo de la litosfera, se piensa que esta capa está fundida y sometida a un flujo.
Basalto: roca oscura, casi negra, formada al enfriarse y solidificarse los minerales de silicio, forma una gran parte de la corteza oceanica.
Caldera: cráter formado al desplomarse la cima de un volcán,
Cigoto: célula formada por la unión de dos gametos, tiene la capacidad de formar un nuevo individuo.
Circadiano: hace referencia al ciclo de veinticuatro horas.
Dique: formación rocosa que se origina cuando la roca fundida sale por una grieta o fisura y se solidifica.
Dinoflagelados: clase de plancton que incluye muchas variedades bioluminiscentes, los dinoflagelados también pueden causar mareas rojas.
Discontinuidad mohorovicic: zona en el interior de la tierra donde se da un gran cambio en la transmisión de ondas sísmicas, se encuentra entre 5 y10 kilómetros por debajo del fondo oceánico y a unos 35 kilómetros por debajo de los continentes.
Ectogénesis: desarrollo embrionario fuera de la matriz.
Escala de richter: escala para expresar la magnitud de los terremotos.
Foraminíferos: diminutos protozoos marinos cuyas conchas calcáreas forman tiza y la clase más común de piedra caliza.
Cabro: roca oscura, a veces verde, que constituye una gran parte de la zona más baja de la corteza oceaníca.
Gameto: célula sexual masculina o femenina.
Globigerina: fango de color crema que cubre una buena parte del fondo oceánico de las profundidades, está compuesto en su1mayor parte de diminutos esqueletos de foraminíferos.
Graben: bloque de falla que ha caído por debajo de la altura de la roca que lo rodea.l
Litosfera: corteza dura de la tierra, incluye el fondo del mar asícomo el suelo de los continentes.
Manto: capa interna de la tierra, entre la litosfera y el núcleo.
Microsoma: cualquiera de las diminutas estructuras subcelulares.
Pangea: único continente existente en la era mesozoica, se fue disgregando por la acción de las placas tectónicas para formar los continentes de hoy en día.
Peridotita: roca oscura del manto de la tierra.
Plancton: plantas y animales microscópicos (fitoplancton y zooplancton) que existen en tan grandes cantidades que forman la base de la cadena alimentaria marina.
Termocline: cambio brusco de temperatura, relativamente estable, en el agua.
Fin