Publicado en
noviembre 01, 2009
Una pareja de recién casados se mudó para un barrio muy tranquilo.
En la primera mañana, en la casa mientras tomaban café, la mujer reparó, a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero.
―¡Qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero! ¡Quizá necesita un jabón nuevo¡ Ojalá pudiera ayudarla a lavar las sábanas.
El marido miró y quedó callado.
Y así, cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, mientras la vecina tendía sus ropas a sol y viento.
Al mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas limpiecitas, y dijo al marido:
―¡Mira, ella aprendió a lavar la ropa! ¿Le enseñaría otra vecina?
El marido le respondió:
―¡No! Hoy me levanté más temprano y lavé los vidrios de la ventana.
¡Y la vida es así! Todo depende de la limpieza de la ventana, a través de la cual observamos los hechos.
Antes de criticar, quizá sería conveniente chequear si hemos limpiado nuestro corazón.
Entonces podremos ver con claridad la limpieza del corazón de los demás.