Publicado en
junio 21, 2009
Un campesino tenía un toro reproductor, el mejor toro de la región. Ese toro era su único patrimonio y su sustento. Los hacendados locales descubrieron que el toro era el mejor reproductor de la zona y comenzaron a alquilarlo para cruzar sus vacas, comprobando que de ese cruce salían los mejores becerros. Además era rendidor y rápido, no perdonaba a ninguna vaca que le pasara cerca, y parecía que nunca se cansara de engendrar.
Un día los hacendados se reunieron y decidieron comprar el toro para no depender más del campesino. Un representante fue y le dijo:
―Ponle precio a tu toro que te lo vamos a comprar.
El campesino, que no quería perder su fuente de ingresos, dio una cifra absurda para que fuera rechazada.
Los hacendados se quejaron al alcalde por el precio del animal, y este, sensibilizado con el problema, compró el toro con fondos municipales, registrándolo como patrimonio municipal y poniéndolo al servicio de toda la comunidad.
El día de la inauguración de los servicios, los hacendados trajeron sus vacas para que el toro las preñara.
Le pusieron la primera, y nada.
―Debe ser la vaca ―dijo uno― es muy flaca.
Le trajeron una gran campeona Holandesa. El toro la olfateó, y nada.
Le pasaron el rodeo entero pero el toro ni se inmutó.
El alcalde furioso llamó al ex dueño y lo increpó a solucionar el problema... pues se había gastado el dinero de los contribuyentes y no quería pensar que todo fuera una estafa más.
El campesino se acercó al toro y le habló al oído:
―¡Qué haces hermano! ¿No quieres trabajar?
El toro lo miró largamente y desesperezándose le respondió:
―¡No me jodas hermano!... ¡Ahora soy funcionario público!